Mitos Griegos 4
Mitos Griegos 4
Mitos Griegos 4
La leyenda de Orfeo y Eurídice Cuentan que cuando Orfeo tocaba no sólo los hombres,
animales y dioses se quedaban embelesados escuchándole, sino que incluso la Madre
Naturaleza detenía su fluir para disfrutar de sus notas, y que así, los ríos, plantas y hasta las
rocas escuchaban a Orfeo y sentían la música en su interior, animando su esencia. Más de una
vez este mágico don le ayudó en sus viajes, como cuando acompañó a los Argonautas y su
canto pudo liberarles de las Sirenas, o pudo Edipo frente a la Esfinge. dormir al dragón
guardián del vellocino de oro. Pero eso es otra historia y debe ser contada en otra ocasión...
Además de músico y poeta, Orfeo fue un viajero ansioso por conocer, por aprender... estuvo
en Egipto y aprendió de sus sacerdotes los cultos a Isis y Osiris, y se empapó de distintas
creencias y tradiciones. Fue un sabio de su tiempo. Eurídice arrobada por el canto de Orfeo
Con tantas cualidades, no era de extrañar que las mujeres le admiraran y que tuviera no pocas
pretendientes. Eran muchas las que soñaban con yacer junto a él y ser despertadas con una
dulce melodía de su lira al amanecer. Muchas que querían compartir su sabiduría, su
curiosidad, su vitalidad. Pero sólo una de ellas llamó la atención de nuestro héroe, y no fue
otra que Eurídice, quien seguramente no era tan atrevida como otras y puede que tampoco
tan hermosa... pero el amor es así, caprichoso e inesperado, y desde que la vio, la imagen de
su tierna sonrisa, de su mirada brillante y transparente, se repetían en la mente de Orfeo, que
no dudó en casarse con ella. Zeus, reconociendo el valor que había demostrado en muchas de
sus aventuras, le otorgó la mano de su ninfa, y vivieron juntos muy felices, disfrutando de un
amor que se dice que fue único, tierno y apasionado como ninguno. Pero no hay felicidad
eterna, pues si la hubiera, acabaríamos olvidando la tristeza, y la felicidad perdería su sentido...
y también en esta ocasión sobrevino la tragedia. Quiso el destino que el pastor Aristeo
quedara también prendado de Eurídice, y que un día en que ésta paseaba por sus campos, el
pastor olvidara todo respeto atacándola para hacerla suya. Nuestra ninfa corrió para
escaparse, con tan mala fortuna que en la carrera una serpiente venenosa mordió su pie,
inoculándole el veneno y haciendo que cayera muerta Orfeo va al mismo infierno a buscar a
Eurídice. sobre la hierba. No hubo lágrimas suficientes para consolar el dolor de Orfeo, y una
noche de las muchas que pasó en vela llorando a su amada, decidió que si hacía falta,
descendería él mismo a los infiernos de Hades para reclamar a Eurídice. Fue un viaje duro, tuvo
que enfrentarse al guardián de las puertas de los Infiernos, Kancerbero, quien a punto estuvo
de atacar pero que finalmente respondió a la música de Orfeo como otros tantos animales
habían hecho anteriormente. Así fue como nuestro músico se internó en el submundo, sin
cesar de tocar y de cantar su tristeza. Cuentan que el mismo Hades se detuvo a escucharle,
que las torturas se interrumpieron, que todos encontraron un momento de paz en la visita de
Orfeo. Sísifo, condenado a subir una piedra hasta la cumbre de la montaña una y otra vez,
detuvo su marcha; los buitres que torturaban a Prometeo desgarrando sus entrañas se
posaron en el suelo y Tántalo, quien jamás podría saciar su hambre o su sed, rompió a llorar
olvidando sus necesidades. Y los Señores del Infierno, Hades y Perséfone, quedaron
conmovidos por la belleza del canto de Orfeo. Así, decidieron devolver a la vida terrenal a
Eurídice, con la condición de que ésta caminase detrás de Orfeo en el viaje de vuelta al mundo
de los vivos, y que éste no mirase atrás ni una sola vez hasta que no estuvieran en la superficie.
Y ambos emprendieron la marcha. El viaje fue difícil, lleno de penurias. Si la bajada al Hades
había costado, el ascenso fue aún peor. Eurídice seguía herida y débil, y las sombras se cernían
sobre ellos amenazadoras, el frío se colaba en sus huesos, los tropiezos eran cada vez más
frecuentes. A punto ya de llegar a la salida, cuando los primeros rayos de luz traspasaron las
sombras, Eurídice dejó escapar un suspiro aliviada, y Orfeo olvidó la orden de Hades y miró
hacia atrás por un instante. Entonces su amada empezó a desvanecerse, pues la condición
impuesta había sido violada, y aunque Orfeo se lanzó sobre ella en un abrazo que la retuviera,
no fue más que aire lo que estrechó entre sus brazos. Orfeo intentó entonces descender de
nuevo al Hades, pero Caronte, el barquero de la laguna Estigia, le negó la entrada, y ambos
apenas pudieron despedirse con una mirada a través de las aguas. Y aunque esperó Orfeo siete
días con sus siete noches en el margen del lago, acabó viendo que era demasiado tarde para
enmendar su error, y marchó a vagabundear por los desiertos, sin apenas probar bocado,
acompañado sólo por su lira y su música