PROBLEMA DE DIOS EN DESCARTES
Descartes se plantea el problema de Dios en su proceso deductivo. En este, cuestiona
todas las facultades cognoscitivas, así como todas las verdades halladas con estas, a fin
de encontrar una verdad indudable que cumpla la regla de la evidencia de su método. A
pesar de la evidencia de la primera verdad hallada, el cogito, la posibilidad de que un genio
maligno esté engañándonos hasta en lo más evidente lleva a Descartes a afirmar en su
Tercera Meditación que «sin el conocimiento de estas dos verdades [que Dios existe y
que no me engaña] no veo que jamás pueda estar seguro de ninguna cosa». Por tanto,
Descartes necesita probar la existencia de Dios para disipar la mínima duda que pueda
ensombrecer al cogito intuido y deducir las demás verdades, ya que Dios es la garantía
de la verdad de las ideas claras y distintas, o sea, de lo evidente, incluyendo los pasos
deductivos con que construye su sistema.
Por tanto, las pruebas cartesianas de la existencia de Dios han de partir del cogito, ya
que es la verdad más segura en esta fase del proceso, y han de ser pruebas intuitivas —
no demostraciones deductivas— a modo de prolongaciones de la intuición del cogito, ya
que sobre la intuición pesa solo la duda hiperbólica, más ligera que la que pesa sobre la
deducción. Las principales pruebas son dos:
La primera es la perfección de la causa de la idea de Dios (existencia de Dios probada
por sus efectos). Esta prueba está inspirada en la prueba gnoseológica de San Agustín.
Partiendo de la idea innata de infinito, se aplica el principio de causalidad y se llega
a Dios como causa de dicha idea. Entre las ideas que hay en la mente del sujeto se
encuentra la idea de Dios concebido como sustancia infinita y eterna. Esta idea
claramente no es adventicia, puesto que los sentidos no perciben nada que sea eterno o
infinito; tampoco es facticia, ya que se impone con sus rasgos característicos de
perfección, que no pueden ser modificados por el sujeto a su arbitrio. En consecuencia, la
idea de Dios ha de ser innata. Ahora, Descartes se pregunta por la causa de la idea
innata de infinito y afirma que, si bien el sujeto puede ser la causa del resto de sus ideas,
no lo puede ser de esta porque lo supera en grado de perfección: lo más perfecto no puede
ser causado por lo menos perfecto. Por tanto, tiene que existir un ser tan perfecto que
haya podido causar en mí esa idea, y ese es Dios.
La segunda se basa en el análisis de la idea de Dios (existencia de Dios conocida por la
sola consideración de su naturaleza). Se trata de una nueva formulación de la prueba
ontológica de San Anselmo (filósofo escolástico del s. XI). La existencia está comprendida
en la idea de un ser perfecto, como en la idea de triángulo, que la suma de sus ángulos es
igual a 180º. Es por lo tanto tan cierto que Dios, que es un ser perfecto, es o existe, como
lo pueda ser cualquier demostración de la geometría.
Una vez probada la existencia de Dios, queda despejada incluso la duda hiperbólica (la
hipótesis del genio maligno) que pesaba sobre el cogito, «pues no sería posible que Dios,
que es enteramente perfecto y verdadero, hubiera puesto [las ideas claras y distintas] en
nosotros si fueran falsas». Ahora el sujeto cognoscente puede estar completamente seguro
de que su conocimiento intuitivo es verdadero: lo evidente es real, y Descartes podrá
continuar su proceso deductivo y encontrar otras verdades, como la demostración de
que la esencia del alma, el yo, es el pensamiento y la esencia del cuerpo es la
extensión, y la demostración de la existencia del mundo exterior (cosas materiales):
dado que Dios existe y no puede engañarnos, el mundo exterior existe y es
cognoscible con certeza.
Descartes también aborda el problema de Dios en su clasificación de las sustancias. Dios
es la sustancia infinita: su atributo es la infinitud, sus modos son todos los posibles y su
autosuficiencia es absoluta. En principio, todas las sustancias son, por definición,
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autosuficientes, si bien los dos tipos de sustancias finitas, la sustancia pensante (res
cogitans) y la sustancia extensa (res extensa) dependen de la sustancia infinita que las
ha creado y las conserva. Por ello, Dios es el fundamento ontológico del sistema
cartesiano, así como el fundamento lógico por ser la verdad más cierta, aunque no
gnoseológico, pues la primera verdad que descubre Descartes en su proceso deductivo es
el yo («pienso, existo») y su sistema gira en torno al yo o sujeto cognoscente. Es decir, en
el sistema cartesiano, Dios ya no es el centro como en San Agustín y Santo Tomás, sino
que comparte el protagonismo con el yo elevado a fundamento gnoseológico..
Finalmente, Descartes trata el problema de Dios en su física mecanicista: la causa del
movimiento es Dios, que en un mismo acto, pero permanente, crea, y pone y mantiene
en movimiento, la admirable maquinaria del mundo.