Cómo Escuchar La Voz de Dios
Cómo Escuchar La Voz de Dios
Cómo Escuchar La Voz de Dios
Hacía muy poco tiempo que había conocido a Dios, apenas unos pocos meses, y estaba
aprendiendo a escuchar la voz de Dios. Una tarde debía realizar un trámite en el centro de la
ciudad y había mucha gente yendo y viniendo, cada uno en sus cosas, con sus propios
problemas. De pronto escuché la voz de Dios que me dijo: «Ese hombre que viene caminando
directo hacia ti, es cristiano y está esperando una respuesta de mi parte. Dile esto...», y me dijo
que debía decirle. Al mirarlo, noté que su apariencia no era la de un cristiano, tenía tatuajes,
aros, cadenas, entonces me pareció extraño acercarme para decirle que Dios me había dado
una palabra para él, pero la voz de Dios que me insistía era tan fuerte, que debía darle esa
palabra. Pero al cruzarnos, me hice el desentendido y seguí de largo. Sin embargo, el Señor
insistió: «Regresa a decirle lo que te hablé, porque ese hombre está esperando esta
respuesta». Al mirar nuevamente ya no lo encontré porque se había perdido entre la multitud.
En ese mismo momento Dios me habló clarito: «Si no quieres oír mi voz, no hay problema,
buscaré a otro a quién hablarle y a ti, ya no te hablaré». Esto me generó una desesperación,
una preocupación de que Dios ya no me hablara, entonces empecé a pedirle perdón mientras
caminaba y de tanto orar se me secó la garganta. Me detuve en un quiosco para comprar un
agua y cuando entré al lugar, aunque habían pasado varias horas, allí estaba el mismo hombre
que Dios me había señalado para que le diera aquella palabra. Al verlo, rápidamente me
acerqué y le dije: «El Señor me dijo que estabas esperando una respuesta». Al escucharme
cayó de rodillas al suelo, me miró y me dijo: «Hace años que estoy esperando esa respuesta.
Dime qué te dijo Dios». Me sentí un poco avergonzado, ya que todos comenzaron a mirar lo
que estaba ocurriendo. Entonces solté la palabra que Dios me había dado para él, y le dije:
«Dios me pidió que te dijera esto…». Al oírla confirmó que esa era la respuesta que estaba
esperando de parte de Dios. Para mí, esa fue una de las experiencias que marcaron mi vida
espiritual al comenzar a escuchar a Dios. Descubrí que te puede hablar en el templo, en la
calle, en una plaza, en el baño o en la cocina. El que tiene oídos para oír, oiga. La voz de Dios
está disponible para todos aquellos que quieran escuchar. Escuchar a Dios
Una de las preguntas más frecuentes que me hacen es: ¿Cómo puedo escuchar a Dios?
De acuerdo con mis propias vivencias, hay varios puntos que debes conocer para poder
escuchar la voz de Dios:
Número uno: Tener la motivación correcta. ¿Cuál es tu verdadera motivación para querer
escuchar a Dios? Algunos creen que es la forma para llegar a ser famoso, ganar dinero, o tal vez
creen que lo llamarán «profeta o ungido». Quizás otros piensen que serán invitados a los mega
congresos de las iglesias. Sin embargo, debes saber que, si tu motivación es alguna de estas,
permíteme decirte que te encuentras lejos del verdadero objetivo de por qué escuchar a Dios.
NINGUNA RELACIÓN ES BUENA CUANDO ES MOTIVADA POR EL INTERÉS. Ninguna relación es
buena cuando es motivada por el interés. Ningún matrimonio o noviazgo sobrevive por mucho
tiempo, cuando es movido por intereses. En una relación verdadera siempre se entrega y se
recibe, única y exclusivamente porque se aman, y anhelan compartir tiempo juntos, disfrutan
hablar y ser escuchados. Con Dios pasa exactamente lo mismo. En mi caso, anhelaba escuchar
a Dios por el amor que siento por Él y el anhelo por conocerlo más. Eso es lo único que mueve
mi corazón. Relacionarme con Él, sin esperar nada a cambio. Simplemente hablar y disfrutar
que Él me escuche. Si esta es también tu verdadera motivación, te aseguro que escuchar a Dios
es más simple de lo que te imaginas. Cuando Dios llamó a Moisés al ministerio, le pidió que
pusiera su mano en el pecho, cuando la sacó, la mano estaba leprosa. Al hacerlo por segunda
vez, su mano estaba limpia y sana. Dios le estaba enseñando a Moisés un principio: Si su
pecho, su corazón estaba enfermo, todo lo que sus manos tocaran, también enfermaría.
Número dos: Ser sensible.
¡La sensibilidad permite que tus sentidos estén activos! Dios entregó a cada ser humano cinco
sentidos naturales: visión, gusto, tacto, olfato y audición. Debes ser sensible al punto tal que
estos sentidos estén a Su disposición. Seguramente has escuchado decir: «Cuando te vi, Dios
me dio una palabra. Cuando te saludé, Dios me dio una palabra». En estas expresiones
descubrimos que el sentido del tacto y la vista están conectados con Dios.
Número 2: La distracción.
¿Te pasó alguna vez estar conversando con alguien y de pronto dejas de prestarle atención
porque algo te distrajo? Cuando esto sucede ocurren dos cosas: En primer lugar, la persona te
dejará de hablar al percibir que no le pones atención. Segundo, te pierdes de saber todo lo que
te dijo. Con Dios pasa exactamente lo mismo. Él siempre está hablando, pero nosotros nos
distraemos muy fácilmente, con un sencillo ruido o una notificación en el celular, ya nos
desenfocamos. Si tu preocupación por escuchar a Dios fuera tan fuerte como leer tus
notificaciones en el celular, te aseguro que tu relación o tu comunión con Dios, sería distinta. Si
con la misma velocidad que respondes un mensaje le contestaras a Dios, ahora mismo no
estarías haciéndote esta pregunta. Cuando hablas con alguien que está distraído con otras
cosas, el mensaje que estás transmitiéndole a la persona que nos está escuchando es: «No
eres demasiado importante o no me importa lo que quieres decirme». De esta manera,
hacemos que la persona se sienta ignorada. ¿Cuántas veces lo hemos hecho con Dios? ERES TÚ
EL QUE SE ALEJA, NO DIOS. DIOS SIEMPRE ESTÁ EN EL MISMO LUGAR, SENTADO EN SU TRONO
DE GLORIA.
Número 3: Insensibilidad. Sin lugar a duda, la falta de sensibilidad es otro motivo importante
que nos impide escuchar a Dios. Una de las definiciones para la palabra «insensible» es
«dureza de corazón y no percibir las sensaciones a través de los sentidos». La dureza de
corazón te convierte en una persona terca, insensible y altiva. Dios mismo nos advirtió que los
altivos no entran en Su círculo de amistad. No solo no se comunicará con ellos, sino que los
miraría de lejos. Endurecer el corazón te distanciará de Dios. Así como un hombre insensible
afecta su relación con su mujer amada, también lo alejará de Dios.
Número 5: El afán.
La palabra afán también significa preocupación. El estar afanado te impedirá escuchar a Dios,
así como pasó con Marta, que estaba más preocupada por sus tareas que por escuchar la voz
de Jesús. Quizás te preguntes, ¿es que Dios ya no me habla? ¡Sí, Dios te habla! El problema es
que no tienes tiempo para escucharlo. Jesús no quería el servicio de Marta, solo anhelaba su
atención. Hay personas que están tan afanadas yendo de un lado para el otro, que Dios ya no
puede hablar con ellos sino solo a través de sueños. Si eres de esas personas que dice: «A mí
Dios solo me habla por sueños», es porque no encuentra tiempo para hablarte cuando estás
despierta. El ejemplo claro es Jacob, que de tan afanado al escapar de un lado a otro se quedó
dormido y tuvo un sueño. Al despertar dijo algo curioso: «Ciertamente Jehová está en este
lugar, y yo no lo sabía». Ese es el problema, Dios siempre estuvo allí, pero el afán de Jacob no le
permitió verlo. Número
6: La rutina.
Muchos matrimonios se separan por haber caído en la rutina. Ya no hay novedades, las ganas
de escuchar y hablar no son las mismas, ya uno no quiere sorprender al otro, y cuando menos
te das cuenta, ya casi ni se hablan. Así pasa con Dios, la rutina puede arruinar la comunicación.
Tu oración es siempre la misma. Repites siempre lo mismo y la rutina te puede hacer incluso
caer en el peligro de la religiosidad, de orar sin sentir lo que estás diciendo o de hacerlo solo
por hacerlo. ¿Hace cuánto tiempo que no te sorprendes a ti mismo orando en horarios fuera
de lo común? ¿o adorando en lugares poco comunes? ¡Debes salir urgente de la rutina!
Siempre que hagas algo para Dios, que sea con un sentir, para que no te pase como aquellos a
quienes Jesús les dijo: «Este pueblo de labios me honra; más su corazón está lejos de mí»
(Mateo 15:8). Palabra declarada para tu vida «Declaro hoy sobre tu vida que antes de que
termines de leer este libro, tu motivación por oír la voz de Dios será la correcta. Habrás
desarrollado la completa sensibilidad de tus sentidos para que estén totalmente conectados
con Dios. Declaro que serás más espiritual y ya no te costará caminar en obediencia y escuchar
Su voz. Tus oídos estarán abiertos para oír a tu Creador. Anhelo que en tu corazón arda el
deseo de pedir perdón a Dios por las veces que lo has ignorado distrayéndote con otras cosas.
Que pidas perdón por tus pecados y aceptes Su perdón, que vuelvas a ser sensible como un
niño a la voz del padre. Que ya no estés afanado porque sabes que Él te cuida. Que crucifiques
tu carne para que resalte tu espíritu. Y que rompas tu rutina haciendo una oración ahora
mismo, pidiendo a Dios que abra tus oídos y vuelvas escuchar Su voz. Amén.»