Adela+Cortina Etica+Libro+Completo
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Adela Cortina
y Emilio Marti nez
oe
rector
x Duque
Disefio de cubierta
Sergio Ramirez
QUEDA PROHIBIDA
LA VENTA, DISTRIBUCIÓN Y COMERCIALIZACIÓN
"Quién recibe una idea de mí, recibe instrucción sin disminuir la mía; igual que
quién enciende su vela con la mía, recibe luz sin que yo quede a oscuras" ,
—Thomas Jefferson
Adela Cortina
VI.1. jEn qué consiste la ética aplicada?, 151. V1.2. Tres modelos
posibles, pero insuficientes, 152. VI.2.1. Casuistica-|: El ideal deducti-
vo, 152. VI.2.2. Casuistica-2: Una propuesta inductiva, 153. V1.3. Mas
alla de la deduccién y la induccién: aplicacién del principio procedi-
mental de la ética discursiva, 156. VI.4. Propuesta de un nuevo mode-
lo de ética aplicada como hermenéutica critica, 158. VI.4.1. El marco
10
muestran lo que hay, lo que es, lo que sucede. Las distintas ciencias de la
naturaleza (Fisica, Quimica, Biologia, Astronomfa, etc.) son saberestedri-
cos en la medida en que lo que buscanes, sencillamente, mostrarnos c6mo
es el mundo. Aristételes decia que los saberes te6ricos versan sobre «lo que
no puede ser de otra manera», es decir, lo que es asi porque asf lo encon-
tramos en el mundo, no porque lo haya dispuesto nuestra voluntad: elsol
calienta, los animales respiran, el agua se evapora,las plantas crecen... todo
eso es asi y no lo podemos cambiar a capricho nuestro; podemostratar de
impedir que una cosa concretasea calentada porel sol utilizando para ello
cualesquiera medios que tengamos a nuestro alcance, pero que elsol calien-
te o no caliente no depende de nuestra voluntad: perteneceal tipo de cosas
que «no puedenser de otra manera».
En cambio, los saberes poiéticos y practicos versan, segtin Aristételes,
sobre «lo que puedeser de otra manera», es decir, sobre lo que podemos
controlar a voluntad. Los saberes poiéticos (del griego poiein: hacer, fabri-
car, producir) son aquéllos que nos sirven de guia para la elaboracién de
algtin producto, de algunaobra,ya sea algtin artefacto titil (como construir
una rueda o tejer una manta) o simplemente un objeto bello (como una
escultura, una pintura o un poema). Las técnicasy las artes son saberes de
ese tipo. Lo que hoy llamamos «tecnologfas» son igualmente saberes que
abarcan tanto la mera técnica —basada en conocimientos tedricos— como
la produccion artistica. Los saberes poiéticos, a diferencia de los saberes
tedéricos, no describen lo que hay, sino que tratan de establecer normas,
cAnones y oriéntaciones sobre cémose debe actuar para conseguir el fin
deseado (es decir, una rueda o una manta bien hechas, una escultura, o
pintura, o poemabellos). Los saberes poiéticos son normativos, pero no
pretendenservir de referencia para toda nuestra vida, sino Gnicamente
para la obtencién deciertos resultados que se supone que buscamos.
En cambio, los saberes practicos (del griego praxis: quehacer, tarea,
negocio), que también son normativos, son aquéllos que tratan de orien-
tarnos sobre qué debemos hacer para conducir nuestra vida de un modo
bueno y justo, c6mo debemos actuar, qué decisién es la mas correcta en
cada caso concreto para que la propia vida sea buena en su conjunto.
Tratan sobre lo que debe haber, sobre lo que deberfa ser (aunque todavia
no sea), sobre lo que serfa bueno que sucediera (conforme a alguna con-
cepcién del bien humano). Intentan mostrarnos cémo obrar bien, cémo
conducirnos adecuadamenteen el conjunto de nuestra vida.
En la clasificacion aristotélica, los saberes prdcticos se agrupaban bajo el
rotulo de «filosofia practica», r6tulo que abarcaba nosélo la Etica (saber
practico encaminado a orientar la toma de decisiones prudentes que nos
conduzcan a conseguir una vida buena), sino también la Economia! (saber
practico encargado de la buena administracidn de los bienes de la casa y de
la ciudad) y la Politica (saber practico que tiene por objeto el buen go-
biernodela polis):
[2
la Modernidad, en cambio, la pregunta ética seria mds bien esta
otra: «;qué deberes morales basicos deberian regir la vida de los
hombres para que sea posible una convivencia justa, en paz y en
libertad, dado el pluralismo existente en cuanto a los modosdeser
feliz?».
2?) La Filosofia politica sigue formandoparte de la Filosofia practica por
derecho propio. Sus preguntas principalesse refieren a la legitimi-
dad del poder politico y a los criterios que nos pudieran orientar
para el disefio de modelos de organizacién politica cada vez «mejo-
res» (esto es: moralmente deseables y técnicamenteviables).
32) La Filosofia del Derecho se ha desarrollado enormemente en los
siglos posteriores a Aristételes, hasta el punto de que podemos
considerarla como una disciplina del Ambito prdctico relativa-
mente independientede la Etica y de la Filosofia politica. Su
interés primordial es la reflexiédn sobre las cuestiones relaciona-
das con las normasjuridicas: las condiciones de validez de las mis-
mas, la posibilidad de sistematizarlas formando un cédigo cohe-
rente, etc.
42) A las disciplinas recién mencionadas (Etica, Filosofia juridica,
Filosofia politica) hoy habria que afiadir, a nuestro juicio, la refle-
xion filosdfica sobre la religién. A pesar de que todaviase sigue cla-
sificando a la Filosofia de la Religidn como unaparte de lafiloso-
- fia teérica o especulativa, creemos que existen buenas razones para
que el fenémenoreligioso sea analizado desde la perspectiva prac-
tica en lugar de hacerlo desde la perspectiva tedérica. En efecto,
hubo un tiempo en que la existencia de Dios era un temade inves-
tigacién «cientifica»: era cuestién de averiguar si en el conjunto de
lo real se encuentra «el Ser Supremo», y en caso afirmativo inten-
tar indagar sus propiedades especificas. Sin embargo, a partir de la
Modernidad, y especialmente a partir de Kant, la cuestién de la
existencia de Dios ha dejado de ser una cuestién propia del 4mbito
«cientifico» para pasar a ser una cuestién de «fe racional» que se
justifica a partir de argumentos exclusivamente morales. En cual-
quier caso, la toma de posicién ante la existencia de Dios, sea para
afirmarla, sea para negarla, o sea para suspenderel juicio acerca de
ella, se plantea hoy en dia mucho més como una cuestién vincula-
da alo moral, al problemadela injusticia y del sufrimiento huma-
no, que al problemade la explicacién del origen del mundo (aun-
que todavia hay personas empefiadas en continuaresta ultima linea
de investigacién).
_ AMBITOS DELAFILOSOFIA PRACTICA | ,
EN NUESTROS DIAS
14
por lo tanto establecen un tipo de saber que hemos llamado «te6rico»,
mientras que la Etica pretende orientar la accién humana (aunquesea de
un modo indirecto), y en consecuencia le corresponde estar entre los
saberes practicos.
B) También comosustantivo, el término «moral» puede ser usado para
hacer referencia al cédigo de conducta personal de alguien, como cuando
decimos que «Fulano posee una moral muy estricta» o que «Menganocare-
ce de moral»; hablamos entonces del cédigo moral que guia los actos de
una persona concreta a lo largo de su vida; se trata de un conjunto de con-
vicciones y pautas de conducta que suelen conformar un sistema mas o
menos coherentey sirve de base para los juicios morales que cada cual hace
sobre los demas y sobre sf mismo. Esos juicios, cuando se emiten en condi-
ciones é6ptimasde suficiente informacién, serenidad, libertad, etc., son lla-
mados a veces «juicios ponderados». Tales contenidos morales concretos,
personalmente asumidos, son unasintesis de dos elementos:
a) el patrimonio moraldel grupo social al que uno pertenece, y
b) la propia elaboracién personal sobre la base de lo que uno ha here-
dado del grupo; tal elaboracién personal esta condicionadaporcir-
cunstancias diversas, tales como la edad, las condiciones socioeco-
nomicas, la biografia familiar, el temperamento, la habilidad para
razonar correctamente, etc.
Aunquelo tipico es que la mayor parte de los contenidos morales del
cédigo moral personal coincida con los del cédigo moralsocial, no es for-
zoso que sea asi. De hecho, los grandes reformadores morales de la huma-
nidad, tales como Confucio, Buda, Sécrates o Jesucristo, fueron en cierta
medida rebeldes al cédigo moral vigente en su mundosocial.
Tanto la moral socialmente establecida como la moral personal son
realidades que corresponden a lo que Aranguren llamé «moral vivida»
para contraponerlas a la «moral pensada», de la que hablaremosa conti-
nuacion.
C) A menudose usa también el término «Moral» comosustantivo,
pero esta vez con maytiscula, para referirse a una «ciencia que trata del
bien en general, y de las acciones humanas en orden a su bondad o mali-
cia»?. Ahora bien, esta supuesta «ciencia del bien en general», en rigor no
existe. Lo que existe es una variedad de doctrinas morales («moralcatéli-
ca», «moral protestante», «moral comunista», «moral anarquista», etc.) y
unadisciplina filosdfica, la Filosofia moral o Etica, quea su vez contiene
15
una variedad de teorias éticas diferentes, e incluso contrapuestasentre si
(«ética socratica», «ética aristotélica», «ética kantiana», etc). En todo
caso, tanto las doctrinas morales comolas teorias éticas serfan modos de
expresar lo que Aranguren llama «moral pensada», frente a los cédigos
morales personales y sociales realmente asumidospor las personas, que
constituirfan la «moral vivida». Hemosdeinsistir en la distincién entre
los dos niveles légicos que representan las doctrinas morales y las teorias
éticas: mientras que las primeras tratan de sistematizar un conjunto con-
creto de principios, normas, preceptos y valores, las segundas constituyen
un intento de dar razén de un hecho: el hecho de que los seres humanos
se rigen por cédigos morales, el hecho de que hay moral, hecho que noso-
tros en adelante vamos a denominar «el hecho de la moralidad». Esta dis-
tincién no impide que, a la hora de elaborar una determinada doctrina
moral, se utilicen elementos tomadosde las teorfas éticas, y viceversa. En
efecto, las doctrinas morales suelen construirse mediante la conjuncién de
elementos tomados de distintas fuentes; las mds significativas de estas
fuentes son:
1) las tradiciones ancestrales acerca de lo que esta bien y de lo que esta
mal, transmitidas de generacién en generaci6n,
Z) las confesiones religiosas, con su correspondiente conjunto decreen-
cias y las interpretaciones dadasporlos dirigentes religiosos a dichas
creencias,
y 3) los sistemas filosdficos (con su correspondiente Antropologia filos6é-
fica, su Etica y su Filosofia social y politica) de mayor éxito entre los
intelectuales y la poblacién.
Al intervenir el tercero de los ingredientes sefialados, no es de extra-
far que las doctrinas morales puedan a veces confundirse con las teorias
éticas, pero en rigor logico y académico deberia hacerse un esfuerzo para
no confundir los dos planos de reflexién: las doctrinas morales perma-
necen en el plano de las morales concretas (lenguaje-objeto), mientras
que las teorias éticas pretenden remontarla reflexion hastael planofilo-
sdfico (metalenguaje que tiene a las morales concretas como lenguaje-
objeto).
D) Existe un uso muy hispdnico de la palabra «moral» como sustantivo
que nos parece extraordinariamente importante para comprender la vida
moral: nos referimos a expresiones como «tener la moral muy alta», «estar
alto de moral», y otras semejantes. Aqui la moral es sinénimo de «buena
disposicién de 4nimo», «tener fuerzas, coraje o arrestos suficientes para
hacer frente —con altura humana~a los retos que nos plantea la vida». Esta
acepcion tiene una honda significacién filosdfica, tal como muestran
16
Ortega y Aranguren’. Desde esta perspectiva, la moral no es sélo un saber,
ni un deber, sino sobre todo unaactitud y un cardcter, una disposicién de la
persona entera que abarca lo cognitivo y lo emotivo, las creencias y los sen-
timientos, la razény la pasion, en definitiva, una disposicidén de dnimo (indi-
vidual o comunitaria) que surge del cardcter que se haya forjado previamente.
E) Cabela posibilidad, por tiltimo, de que utilicemos el término «moral»
como sustantivo en género neutro: «lo moral». De este modo nos estaremos
refiriendo a una dimension de la vida humana: la dimensidén moral, es decir,
esa faceta compartida por todos que consiste en la necesidad inevitable de
tomardecisiones y llevar a cabo acciones de las que tenemos que responder
ante nosotros mismos y ante los demas, necesidad que nos impulsa a buscar
orientacionesen los valores, principios y preceptos que constituyen la moral
en el sentido que hemos expuesto anteriormente (acepciones A y B).
> J. Ortega y Gasset, «Por qué he escrito El hombre a la defensiva», en Obras Completas,
Madrid, Revista de Occidente, IV, 1947, 72; J.L.L. Aranguren, Etica, Madrid, Revista de
Occidente, 1958, p. 81.
[.2.2. El termino «moral» como adjetivo
Hasta aqui hemos venido utilizando unaserie de expresiones en las que
el término «moral» aparece como adjetivo: «Filosoffa moral», «cddigo
moral», «principios morales», «doctrinas morales», etc. La mayor parte de
las expresiones en que apareceeste adjetivo tienen relacién con la Etica,
pero algunas no: por ej., cuando decimos que tenemos «certeza moral» acer-
ca de algo, normalmente queremos decir que creemos firmemente enello,
aunque no tengamospruebas quelo pudieran confirmar o desmentir; este
uso del adjetivo «moral» es, en principio, ajeno a la moralidad,y se sittia en
un 4mbito meramentepsicolégico. Sin embargo, en las demas expresiones
citadas y en otras muchas que comentaremos mas adelante («virtud moral»,
«valores morales», etc.) hay una referencia constante a esa dimensionde la
vida humanaque llamamos «la moralidad». Pero, jen qué consiste exacta-
mente semejante dimensién humana? jqué rasgos distinguen lo moral de lo
juridico o delo religioso? Estas cuestiones seran desarrolladas en detalle mas
adelante. Aqui s6lo vamos a apuntar brevementedossignificados muydis-
tintos que puede adoptarel término «moral» usado comoadjetivo.
En principio, y siguiendo a J. Hierro, podemos decir que el adjetivo
«moral» tiene sentidos distintos:
A) «Moral» como opuesto a «inmoral». Por ej., se dice que tal o cual com-
portamiento ha sido inmoral, mientras que tal otro es un comportamiento
realmente moral. En este sentido es usado comotérminovalorativo, porque
significa que una determinada conductaes aprobada 0 reprobada; aquise est
utilizando «moral» e «inmoral» como sinédnimo de moralmente «correcto» e
«incorrecto». Este uso presupone la existencia de algtin cédigo moral que
sirve de referencia para emitir el correspondiente juicio moral. Asi, por ej.,
se puede emitir el juicio «la venganza es inmoral» y comprender que seme-
jante juicio presuponela adopcién de algtin cédigo moral concreto para el
que esta afirmaci6én es valida, mientras que otros cédigos morales —digamos
los que aceptanla Ley del Talién—, no aceptarian la validez de ese juicio.
B) «Moral» como opuesto a «amoral». Por ej., la conducta de los ani-
males es amoral, esto es, no tiene relacién alguna con la moralidad, pues-
to que se supone que los animales no son responsables de sus actos.
Menos atin los vegetales, los minerales, o los astros. En cambio, los seres
humanos que han alcanzado un desarrollo completo, y en la medida en
que se les pueda considerar «duefios de sus actos», tienen una conducta
moral. Los términos «moral» y «amoral», asf entendidos, no evaltian, sino
que describen una situaci6n: expresan que una conductaes, 0 noes, sus-
ceptible de calificacién moral porque retine, o no retine, los requisitos
indispensables para ser puesta en relacién con las orientaciones morales
I8
(normas, valores, consejos, etc.). La Etica tiene que dilucidar cuales son
concretamente esos requisitos o criterios que regulan el uso descriptivo
del término «moralidad». Esta es una de sus tareas principales, y de ella
hablaremosen las paginas siguientes. Sin duda esta segunda acepcidn de
«moral» como adjetivo es mds bdsica que la primera, puesto que sdélo
puedeser calificado como «inmoral» 0 como «moral» en el primersenti-
do aquello que se pueda considerar como «moral» en el segundosentido.
I9
¢ Los juicios morales correspondientes a morales distintas presentan
ciertas afinidades:
— En el aspecto formal, los juicios morales hacen referencia a actos
libres, responsables e imputables, lo cual permite suponer en noso-
tros, los seres humanos, unaestructura biopsicoldégica que haceposi-
ble y necesaria la libertad de eleccién y la consiguiente responsabi-
lidad e imputabilidad: una «moral comoestructura» en términos de
Aranguren, también llamada «protomoral» por D. Gracia.
— En cuanto al contenido, los juicios morales coinciden en referir-
se a lo que los seres humanos anhelan, quieren, desean, necesi-
tan, consideran valioso o interesante. Sin embargo, es conve-
niente distinguir entre dos tipos de juicios segtin el contenido:
los que se refieren a lo justo y los que tratan sobre lo bueno. Los
primeros presentan un aspecto deexigibilidad, de autoobligaci6n,
de prescriptividad universal, etc., mientras que los segundos nos
muestran una modesta aconsejabilidad en referencia al conjunto
de la vida humana.Estos dos tipos de juicios no expresan nece-
sariamente las mismas cosas en todas las épocas y sociedades, de
modo que cada moral concreta difiere de las demas en cuantoal
modo de entenderlas nociones delo justo y de lo bueno y en el
orden deprioridades que establecen en cada una.
Vemos, pues, que la moralidad es un fendmeno muy complejo, y que por
ello admite diversas interpretaciones; pero no debemosperderdevista el
hecho de que tal variedad de concepciones morales pone de manifiesto la
20
existencia de unaestructura cominde los juicios en que se expresan, y que
esta estructura moral comin esta remitiendo a un Ambitoparticular de la
vida humana, un ambito distinto del juridico, del religioso, o del de la mera
cortesfa social: el A4mbito de la moralidad.
C) Por otra parte, se le ha conferido al termino «moralidad» un sentido
netamentefiloséfico (segtin una distincién acufiada por Hegel), que con-
siste en contraponer «moralidad» a «eticidad». Este ultimo sentido sera
explicado mas adelante, en relacién conlas clasificaciones éticas.
2\
nos a la Filosofia moral, y mantenerel término «moral» para denotar los
distintos cédigos morales concretos. Esta distincién es Util, puesto que se
trata de dos niveles de reflexién diferentes, dos niveles de pensamiento y
lenguaje acerca de la accién moral, y porello se hace necesario utilizar dos
términos distintos si no queremos caer en confusiones. Asi, llamamos
«moral» a ese conjunto de principios, normas y valores que cada genera-
cién transmite a la siguiente en la confianza de que se trata de un buen
legado de orientaciones sobre el modo de comportarse para llevar una vida
buenay justa. Y llamamos«Etica» a esa disciplinafiloséfica que constituye
una reflexi6n de segundo orden sobre los problemas morales. La pregunta
basica de la moral seria entonces «jqué debemos hacer?», mientras que la
cuestion centralde la Etica seria mas bien «jpor qué debemos?», es decir,
«jqué argumentos avalany sostienen el cédigo moral que estamos acep-
tando como guia de conducta?»
22
cual puedan legitimarse como igualmente validos y respetables distintos
cédigos morales mds o menos compatibles entre sf. El marco moral gene-
ral sefialaria las condiciones que todo cédigo moral concreto tendria que
cumplir para ser racionalmente aceptable, pero tales condiciones podri-
an ser cumplidas por una pluralidad de modelos de vida moral queriva-
lizarfan entre sf, manteniéndose de este modo un pluralismo moral mas
o menos amplio.
23
que tambiénse refleja en la vida cotidiana. Por ejemplo, supongamosla
siguiente conversacién entre Ana (A) y Bruno (B):
: —Bruno, a tu padre le acaban de concederel premio Nobel.
D>w>
: —jestas segura?, ;cé6molo sabes?
: —Hepasado toda la nochesofiando que hoy ocurre.
: —iY sélo con haberlosofiado ya estds segura de que es cierto? Vamos
Ana, tti eres una persona razonable, y sabes que no basta con sofiar
algo para darlo porcierto.
: —jNo hasofdo hablar dela intuicién femenina? Me fio mucho de mis
>
24
ciso adoptar métodosrigurosos si se quiere hablar en serio en cualquier
dmbito del saber.
Ahora bien, en el ambito filoséfico existen una multiplicidad de méto-
dos distintos, correspondientes a otras tantas maneras diferentes de entender
la misién de la Filosofia y su lugar en el conjunto de las actividades huma-
nas. Por nuestra parte, entendemosqueel saberfiloséfico tiene como mision
expresar por medio de conceptos los contenidos que otros modosde saber
expresan de otras maneras: plastica e intuitivamente (el arte) o representa-
tivamente(la religién). La Filosofia tiene la misién de aclarar y justificar
racionalmente las pretensiones humanasde accedera la verdad, al bien y a
la belleza. En otras palabras, la Filosofia, en ultima instancia, tiene que
ponerde manifiesto si tiene sentido, o no, que prosiga el esfuerzo humano
por alcanzar algo que merezca propiamente los nombres de «verdad», de
«bien» y de «belleza», cuyo significado tiene que desentrafiar ella misma.
Esta pretensién de aclarar las cuestiones relativas a lo verdadero, a lo bueno
y a lo bello, es una pretensién de universalidad que constituye uno de los
rasgos clasicos de la Filosofia frente a las «ciencias particulares»; en efecto,
cada una deéstas (tanto las formales -Matematicas—, como las naturales
—Fisica, Biologia, etc, comolas sociales —Historia, Sociologia, etc.—) cons-
tituye un 4mbito muy delimitado del saber, y no puede traspasar sus limites
en cuanto al objeto y método deestudio sin propasarse en sus atribuciones.
En cambio, la Filosofia aspira a dar cuenta de la totalidad de lo real —lo ver-
dadero y lo bueno— aunquesélo en el nivel de los principios.
Es verdad que esta pretensién universalista ha sido puesta en duda por
algunas corrientes del pensamiento contempordneo, concretamenteporlas
corrientes posmodernas, que acusan la tradicién filoséfica de Occidente
de encarnar «el mito de la razé6n total», esto es, de adoptar un modelo de
raz6n que pretende comprenderlo todo masalld de las contingencias espa-
cio-temporales. Dichas corrientes posmodernas han calificado a la tradi-
cién universalista de «totalizante» e incluso de «totalitaria», al tiempo que
abogan porun tipo de racionalidad «fragmentaria», ocupada en compren-
der las cosas en su contexto especifico sin 4nimo de formular principios que
pretendan validez universal y necesaria, puesto que éstos, supuestamente,
se situarfan mas alla de la historia’. Sin embargo, a pesardetales criticas,
> Cf. A. Wellmer, «Zur Dialektik von Moderne und Postmoderne» en Zur Dialektik von
Moderne und Postmoderne, Frankfurt, 1985, pp. 48-114; G. Vattimo, Las aventuras dela dife-
rencia. Pensar después de Nietzsche y Heidegger, Barcelona, 1986; El fin de la modernidad.
Nihilismo y hermenéutica en la cultura posmoderna, Barcelona, 1986.
25
creemos que existen buenas razones para mantenery prolongar la concep-
cidén occidentalde la Filosofia a través de una concepcién que podemosIla-
mar «Filosofia de la Modernidad Critica», que sostiene la viabilidad de
considerar que el objeto de la Filosofia es lo verdadero, lo buenoy lobello,
y por tanto, la forma légica que correspondea la Filosofia es la de la uni-
versalidad’®.
Hegel observé que tambiénelarte y la religi6n son formas de saber que
expresan contenidos universales, pero lo hacen a través de una forma intui-
tiva o representativa, mientras que lo peculiar de la Filosoffa es expresar los
contenidos universales de un modo conceptual. La forma del saberfilos6-
fico es el concepto. Esta forma puedeparecer algo muy débil y alejado de la
vida frente a la fuerza arrolladora que puede revestir el arte (con sus meta-
foras) y el sentimiento religioso (con sus narracionesy ritos); sin embargo,
aun concediendo quees inevitable que el concepto se encuentre mAsale-
jado de la vida que la metdfora’ o que la narracién religiosa, también hay
que notarque el conceptopresenta otras ventajas: posibilita la argumenta-
cién y la critica, evitando el riesgo de dogmatismo.
En efecto, si el dogmatismo consiste en inmunizar determinadas afirma-
ciones o prescripciones, haciendo dependersu valor de verdad o validez, o
bien de la autoridad, o bien de la presunta evidencia (arbitraria), o bien de
su conexi6én con los sentimientos, o bien de su cardcter metaférico, enton-
ces es posible dogmatizar esas afirmaciones o prescripciones recurriendo a
esos parapetos, con los cuales se pretende evitar todo esfuerzo de argumen-
tacién y toda posible critica. Pero lo opuesto al dogmaes el argumento, a
pesar de las opinionesdelos criticos de la racionalidad occidental, a la que
acusan detotalitarismo. No haytotalitarismo en exigir argumentaci6nseria
y critica razonada.Estotalitario, sin embargo, el dogmatismo de la mera
autoridad, el de las presuntas evidencias (no las evidencias racionalmente
necesarias), el de las emocioneso el de las metdforas. Si se afirma que no
existe una forma desaber racional intersubjetivo, argumentable, producto
de una racionalidad comtin a todo ser humano, entoncesse esta afirmando
que el dogmatismo nose puede superar. Pero entonces, esta misma conclu-
si6n invalida —por dogmatico— todo lo que afirmen los que defiendental
cosa. Por ello afirmamos que la Filosofia trata de expresar contenidos
26
universales a través de una forma que se pretende universal, es decir, pre-
tende establecer argumentativamente unos principios universales (de
cardcter muy general, pero orientadores del conocimiento y de la accién)
que puedanaspirar a ser comprendidos y aceptados por todos. La comuni-
cabilidad constituye la raiz de la raz6n y, por tanto, también de la Filosofia,
como muestran claramentelas aportaciones de Kanty de la teoria de la
acci6n comunicativa’.
Ahora bien, aunquefilosofar consista en argumentar, cabe plantearse el
problema de cuélsea el mejor argumento. Segtin Hegel, el mejor argumen-
to seria el que pudiera dar cuenta l6gicamente de un mayor nimero de
datos. De ahi que, a la hora de investigar los métodos propiosdela ética,
habremos de reconocer que existen tantos como métodosfiloséficos. Es
decir, que deberfamoscontar, por ejemplo, con el método empirico-racional
(disefiado por Aristdteles y asumidoporlos fil6sofos medievales), los méto-
dos empirista y racionalista (nacidos en la Edad Moderna), el método tras-
cendental (creado por Kant), el método absoluto (de clara procedencia hege-
liana), el método dialéctico-materialista (acufiado por Marx), el peculiar
método nietyscheano, el método fenomenoldgico (creado por Husserl y apli-
cado a la ética por Scheler y Hartmann), el métododel andlisis del lenguaje
(dentro del cual cabria contar con el intuicionismo de Moore, el emotivis-
mo de Stevenson y Ayer, el prescriptivismo de Hare, o el neodescriptivis-
mo, representado —entre otros— por Ph. Foot) y mas recientementeel méto-
do neocontractualista (representado de modo eminentepor J. Rawls).
27
circunscribir su tarea exclusivamenteal andlisis de las expresiones morales
—aunqueese andlisis es muy util como instrumentoparala reflexidn ética.
Por nuestra parte, creemos que el término «metaética» deberia ampliar su
ambito tematico. Siguiendo las sugerencias de A.M. Pieper y otros, propone-
mos entender por «metaética» un metalenguaje ocupado en dilucidarlos pro-
blemastanto lingiifsticos como epistemoldgicos de la ética. La metaética seria
un modode reflexidn y de lenguaje, centrado sobre el modode reflexién y len-
guaje éticos, cuyacientificidad, suficiencia, caracteres formales, situacién epis-
temoldgica,etc. deberia tratar de discernir. La reducciénal anilisis del lengu-
je ético desvirttéia las funciones que podria cumplir una auténtica metaética’.
«Etica»
Concepciones morales
de la vida cotidiana
Concepciones morales
«Moral»
de la vida cotidiana
BIBLIOGRAFIA
ARANGUREN, J.L.L., Etica, en Obras completas, vol. II, Trotta, Madrid, 1994.
CorTINA, A., Etica minima. Introduccién a la filosofia prdctica, Tecnos, Madrid, 1986.
GRACIA, D., Fundamentos de Bioética, Eudema, Madrid, 1988.
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HoRTAL, A., Etica. vol.I. Los autores y sus circunstancias, Universidad Pontificia de Comillas,
Madrid, 1994.
MUGUERZA, J., La raz6n sin esperanza, Taurus, Madrid, 1976.
PIEPER, A. M., Etica y moral. Una introduccion a la filosofta prdctica, Critica, Barcelona, 1990.
SAVATER, F,, Invitacién a la ética, Anagrama, Barcelona, 1982.
» Cfr., por ej., A.M. Pieper, Etica y Moral. Una introduccién a la filosofia prdctica,
Barcelona, Critica, 1990, pp. 69-72.
28
En qué consiste
lo moral?
29
otros han practicadosacrificios humanos, muchos han permitidola esclavi-
tud, y en nuestros dias, por seguir poniendo ejemplos, hay gran disparidad
en el modo de entender el papel de la mujer en la sociedad y en otras
muchas cuestiones morales. Sin embargo, cada tradicién, cada concepcién
moral, pretende que su modode entender la vida humana es el modo mas
adecuado de hacerlo:su particular manera de orientar a las personasse pre-
senta como el mejor camino para ser plenamente humanos. En este punto
es dondesurge la gran pregunta: jEs posible que toda concepcién moral sea
igualmente vdlida?, ;Es indiferente adoptar una otra, en caso de poderele-
gir?, ;Existen criterios racionales para escoger, entre distintas concepciones
morales, aquella que pudiéramos considerar como «la mejor», la mas ade-
cuada paraservir de orientaciéna lo largo de toda la vida?
Para responder a esas preguntas sin caer en unasimplificacién estéril
hemosde ir paso a paso: en primer lugar, abordaremos la compleja cuestién
de en qué consiste la moralidad, es decir, qué rasgos especificos comportala
dimensién moral frente a otras dimensiones de la vida humana; para ello
habremosderecorrer algunas delas principales reflexiones filoséficas que se
han elaborado hasta la fecha. En segundolugar,dichas reflexiones, junto con
las que ya hemosexpuesto enel capitulo anterior, nos llevan una y otra vez a
una importante distincién conceptual entre la formay el contenido de las con-
cepciones morales, de modo que afirmaremos que la universalidad de lo
moral pertenecea la forma, mientras que los contenidos estan sujetos a varia-
cionesen el espacio y en el tiempo, sin que esto suponga que todas las mora-
les posean la misma validez, puesto que no todas encarnan la forma moral
con el mismo grado de adecuacién.En tercer lugar, habremos de examinar
los criterios racionales que cadafilosofia propone para discernir cuales de las
propuestas morales encarna mejor la forma moral, y de este modo estaremos
en condiciones de sefialar algunos rasgos que debe reunir una concepcién
moral que aspire a la consideracién de razonable, pero sobre todo estaremos
en condiciones de mostrar la carencia de validez de muchas concepciones
morales que a menudopretendenpresentarse comoracionales y deseables.
Enel presente capitulo sdlo abordaremosel primero de los pasos que hemos
apuntado: trataremos de respondera la pregunta ;En qué consiste la morali-
dad? Las restantes cuestiones seran abordadasen los capitulos posteriores.
30
problemade la Etica y, a nuestro juicio, tal vez la tarea mds compleja. A lo
largo de la historia de la filosoffa han ido surgiendo diferentes concepcio-
nes de la moralidad, fruto de enfoquesfiloséficos distintos. Cuandolafilo-
sofia antigua y medieval centraban sus reflexiones en la nocidéndeser,la
moralidad era entendida como una dimensién del ser humano, la dimension
moral del hombre. En la Edad Moderna,la filosofia dejé de centrarse en el
ser para adoptarla conciencia como concepto nuclear, de modo que la mora-
lidad se entendid como una forma peculiar de conciencia: la conciencia
moral como conciencia del deber. Por ultimo, cuando en el siglo XX se
consolida el llamado «giro lingiifstico» en filosoffa, la moralidad sera con-
templada como un fenémeno quese manifiesta primariamente enla exis-
tencia de un lenguaje moral formado por expresiones tales como «justo»,
«injusto», «mentira», «lealtad», etc. Tales expresiones son comprensibles
para todos los hablantes, de modo que la moralidad se considera como un
fendmeno universal que mereceser estudiado.
Los diversos enfoques éticos han proporcionado algunas conclusiones
sobre la naturaleza de la moralidad, de tal modo que podemosdecir que «lo
moral» se ha entendido y se entiende como un fenédmeno que comporta
algunos, 0 varios, o todoslos rasgos siguientes:
a) La moralidad es el Ambito de la realizacién de la vida buena, de la
vida feliz, tanto si la felicidad es entendida como placer (hedonismo) como
si se entiende como autorrealizacién (eudemonismo).
- b) La moralidades el ajustamiento a normasespecificamente humanas.
c) La moralidades la aptitud para la solucién pacffica de conflictos, sea
en grupos reducidos, o bien en grandes colectivos comoson el pais donde
unovive o el 4mbito del planeta entero,
d) La moralidad es la asuncién de las virtudes propias de la comunidad a
la que unopertenece, asf comola aptitud para ser solidario con los miem-
bros de tal comunidad (comunitarismo).
e) La moralidad es la asuncién de unos principios universales que nos
permiten evaluar criticamente las concepciones morales ajenas y también
la de la propia comunidad.
Veamosahora, siquiera sea brevemente, cuales son las principales con-
sideraciones que se han aducido para concebir la moralidad de tales modos.
3]
oportunospara alcanzar unavidaplena,feliz, globalmente satisfactoria. En
este sentido, la base para conducirse moralmentees una correcta delibera-
cién, es decir, un uso adecuado dela racionalidad, entendida aqui como
racionalidad prudencial. Esta facultad nos permite discurrir sobre los medios
y estrategias que conducena esefin al que todos tendemosinevitablemente:
el fin de alcanzar el maximode felicidad en el conjunto de nuestra vida.
Aristételes distingue claramente entre esa racionalidad moral que utiliza-
mos para conducir prudentementenuestra vida haciala felicidad, y ese otro
tipo de racionalidad técnica, que también poseemos, y que delibera sobre los
medios mas adecuadospara alcanzar ciertos fines, pero en este caso se trata
de fines puntuales y no se tiene en cuenta el marco global de la propia vida’.
[La distincién aristotélica entre la razdén prudencial (verdadera razén moral
segtin Aristételes, aunque nolo serd para Kant, como veremos) y la mera
raz6n técnica tiene todavia un enormevalor para entenderalgunas cuestio-
nes morales. Por ejemplo, supongamos que me planteo la eleccién de mi
futura profesién u oficio con la mirada puesta en mi propia felicidad; la
raz6n prudencial me lleva a pensar que me conviene escoger con mucho
cuidado, teniendo en cuenta que es una eleccién que seguramente va a con-
dicionar el resto de mi vida; por eso, tal reflexién me llevard a plantearme
ciertas preguntas ante cada unade las profesiones posibles: ;Me gusta lo
suficiente como para dedicarmea ella durante decenios?, ;Poseo las cuali-
dades necesarias para llegar a ser un buen profesional en ese ramo?, ;Tiene
esa profesidn unasuficiente remuneraci6n econémica y un minimo dereco-
nocimiento social? jSe trata de una profesién en la quelosriesgosfisicos y
psicoldégicos estan suficientemente compensadospor los bienes directos e
indirectos que produceel ejercicio de la misma?, jEs una profesién que
aporta algo positivo a la comunidad en la que vivo o que masbien le pro-
duce perjuicio?, jHasta qué puntoel ejercicio de esa profesién es compati-
ble con el compromiso conlos ideales morales, politicos y religiosos en los
que creo? Se supone que unasabia decisién en este caso, una decisién
moralmente acertada en el sentido prudencial, serfa aquélla que armonizase
al mdximo las respuestas a preguntas como ésas, de modo quela profesién
finalmente escogida compaginase mis gustos, mis aspiraciones econémicas,
mis expectativas de éxito social, mis ideales politicos y religiosos, etc. El
acierto es una cuestién de cémo encajar unaserie de elementos distintos de
tal modo que formen un todo coherentey satisfactorio a largo plazo. Es una
cuestion de cdlculo sensato de las posibilidades y los deseos propios.
En cambio, ante un problema puntual comopuedeser el de conseguir apro-
bar cierto examen de acceso paraestudiar la profesién elegida, lo que se pone
en marchaesla raz6n técnica: ;Cé6mo hago ~aqui y ahora— para asegurarel
éxito en ese examen?, jMe pongo a estudiar sistemdticamente o mejor busco
un buen enchufe?, ;Me estudio toda la materia o selecciono unos cuantos
temas que segtin se dice son los fundamentales?, jFormo un equipo de estu-
dio con otros compafieros que también van a presentarse a ese examen, o sera
32
mejor que me prepare en solitario?, ;Dispongo de todo el material necesario
para prepararme o he de buscar mas? Nétese que las cuestiones técnicas lle-
van consigo —inevitablemente— aspectos morales, como ocurre en este caso:
la cuestién de cémosuperarel examen nos hacever que es posible una «solu-
cién honrada»y una «solucién tramposa», una opcién «individualista» y otra
mds «comunitaria», etc. Sin embargo, este cruce de ambostipos de cuestio-
nes pone de manifiesto la distincién entre ellos: porque es evidente que uno
puede tener en cuenta las consideraciones morales a la hora de disefiar la
mejor solucién técnica de un problema concreto, o bien optar por no tener-
las en cuenta; tanto en un caso comoenotro es posible que se tenga éxito en
la solucién del problema, pero las consecuencias para la armonia dela pro-
pia vida noseran las mismas; si la solucién técnica ha sido «moral» (pruden-
te en el sentido aristotélico), el individuo se sentira probablemente massatis-
fecho que si ha aplicado una solucién técnica «innoral», puesto que, al
menosa largo plazo, las soluciones moralmente accrtadas proporcionan
mayorfelicidad que las moralmenteerréneas.]
Sin embargo, ya entre los griegos hubo discrepancias sobre el modo de
interpretar la felicidad. Por un lado, los hedonistas entienden la felicidad
como placer, comosatisfaccién de los sentidos y ausencia de dolor. La escue-
la de Epicuro es representativa de este tipo de planteamiento. Porsu parte,
los eudaimonistas -fundamentalmente Aristételes y sus seguidores— entien-
den quela felicidad no se identifica con el placer, aunque admiten que éste
es un elemento imprescincible de la felicidad como un todo,pero afiaden que
lo esencial para ser feliz es realizar la actividad que es propia de cada tipo de
seres. En el caso de Aristételes, la actividad que, a su juicio, nos hace més
felices, es la de entender el mundo y maravillarnos de todo cuanto contiene;
las actividades que se refieren al pensamiento y al conocimientoserian las
mas propias del hombre:estudiar, reflexionar, averiguar las verdaderasres-
puestas a nuestras preguntas, satisfacer nuestra curiosidad,salir de dudas, etc.
Otras escuelas filoséficas, especialmente tras la expansién del cristianismo
en los primeros siglos de nuestra era, entendieronla felicidad como ejercicio
de otras actividades no necesariamente intelectuales (aunque sin despreciar
éstas), como porej. todos aquéllos que, como San Agustin, afirmaron queel
amores una actividad superior al conocimiento’.
- En los tiempos modernos todavia persiste la corriente hedonista, repre-
sentada especialmente porel utilitarismo. En efecto, muchosfildésofos uti-
litaristas continuan identificando la felicidad con el placer, y el placer a
su vez es entendido comosensaci6én agradable, comosatisfaccién sensi-
ble. Frente a ellos, otras escuelas contempordaneas insisten en afirmar que,
si bien la felicidad es algo a lo que todos los hombres aspiran, no es
33
cierto que esa aspiracién consista en experimentar sensaciones placente-
ras. Sin renunciar necesariamente al placer, lo que en realidad mueve a
los seres humanosesla btisqueda dela felicidad entendida como «auto-
rrealizacién». Esta autorrealizacién es entendidade distintos modosporlos
tedricos no-hedonistas, pero todos ellos comparten el rasgo comtin de
afirmar que el fin de la vida humananoesla obtenci6n deplacer, sino
alcanzar otras metas que no siempre proporcionan unasatisfacci6n sensi-
ble, y que sin embargo los humanos consideran comoparte de su propia
felicidad.
Para los hedonistas, la razén moral no puedeser otra cosa que razén cal-
culadora, puesto quese trata de calcular los placeres y dolores conelfin de
obtener el mayor saldo posible de placer con el minimo de dolor. En cam-
bio, los eudaimonistas pueden seguir concibiendo la raz6n moral como
razon prudencial, puesto que su tarea es la ponderacién delos distintos ele-
mentos a tener en cuenta en cada situacién con el objetivo de alcanzarel
mayorbien posible en el conjunto de la vida, entendido ese bien comoel
logro de la plena autorrealizaci6n.
Obsérvese, no obstante, que tanto hedonistas como eudaimonistas
comparten el rasgo comtin que nosinteresa en este momento: entienden
la moralidad como btisquedadela felicidad y, consecuentemente, conci-
ben la raz6n moral como una facultad que nos ayuda a encontrar los
medios mas adecuados para alcanzar un fin que ya esta fijado de antema-
no porla naturaleza.
> J.L.L. Aranguren, Etica; id., «La situacién de los valores éticos» en Varios, Los valores
éticos en la nueva sociedad democrdtica, Madrid, Instituto Fe y Secularidad y Fundacién
Friedrich Ebert, 1985, pp. 13-20.
34
pondercon coraje a los desaffos que la vida nos presenta a cada instante.
Paraello es preciso tener claras las metas que uno deseaalcanzara lo largo
de la vida y poseer un cierto grado de confianza en la propia capacidad para
alcanzar dichas metas. Dicho de otro modo: para estar «en buena forma
moral» es imprescindible contar con algtin proyecto vital de autorrealiza-
cién y con una buenadosis de autoestima *. En este sentido, ésta es una ética
que no solo valora el altruismo como valor moral, sino también la necesa-
ria atencién a esa razonable confianza en uno mismo en el valor de los
propios proyectos que resulta imprescindible para llevarlos adelante con
altura humana.
Esta explicacién de lo moral centrada en la formacién o construcci6n
del cardcter tiene por referente en primerlugar al individuo, que es prima-
riamente el agente de la moralidad. Pero es aplicable también a las socie-
dades, porque una sociedad puedeestar alta de moral o desmoralizada,
puedetener arrestos para enfrentar con altura humana losretos vitales o
carecer practicamente de ellos, puede tener proyectos de autorrealizacién
y alta autoestima colectiva o puede estar «en baja forma moral». Ahora
bien, la moral alta 0 la desmoralizacién sociales no se perciben en unos
cuantos casos aislados, sino en un talante general que no siemprees facil de
percibir y de analizar.
[Los lectores recordardn una expresién que ha tenido cierta popularidad:
«tienes mas moral que el Alcoyano». Conella suele expresarse que el interlo-
cutor «esta alto de moral» en el sentido que estamos comentando. Por lo que
sabemos, dicha expresién tiene su origen en una leyendalocal. Cuentan que
en cierta ocasién jugaba el Alcoyano Fitbol Club un partido en el que estaba
perdiendo por una amplia goleada, pero los dnimos del equipo eran tan altos
que, llegandoyaalfinal del tiempo reglamentario normal, los de Alcoy pidie-
ron una prorroga para conseguir, al menos, el empate.]
* La autoestima es un valor moral cuya importancia ha sido subrayada en los dltimos tiem-
pos por multitud de tedricos y desde distintos puntos de vista. Asi, por ejemplo, J. Rawls sitta
la autoestima entre los llamados «bienes primarios», esto es, aquellos bienes que cualquier
persona necesita y desea para poder llevar adelante cualquier proyecto que se proponga.
Por otra parte, desde el campo educativo hace ya tiempo que se alzan voces queinsis-
ten en la necesidad de potenciar la autoestima, no sdlo porque es necesaria para el adecua-
do desarrollo individual, sino también para poder fomentarel altruismo, dado que dificil-
mente estimaremosa los otros si no desarrollamos un minimo de autoestima.
35
vida y ser de un hombre o de un pueblo. Poreso yo prefiero que el lector lo
entienda por lo que significa, no en la contraposicién moral-inmoral, sino en
el sentido que adquiere cuando de alguien se dice que esta desmoralizado.
Entonces se advierte que la moral no es una performance suplementaria y lujo-
sa que el hombreafiade a su ser para obtener un premio, sino queesel ser
mismo del hombre cuandoesta en su propio quicio y eficacia vital. Un hom-
bre desmoralizado es simplemente un hombreque noesta en posesién desi
mismo, que estd fuera de su radical autenticidad y por ello no vive su vida, y
porello no crea, ni fecunda, ni hinche su destino»°
36
tian una mayorfelicidad. La respuesta la encuentra Kant en quela exis-
tencia misma de la moralidad permite suponer que los humanos somosseres
que estamossituados masalld de la ley del precio. Si el hombre es aquel ser
que tiene dignidad y noprecio, ello se debe a que es capaz de sustraerse al
orden natural, es autolegislador, auténomo. Lo cual implica que su mayor
grandeza reside en actuar segtin la ley que se impone a si mismo. El ambito
moral es aqui el de la realizacién de la autonomia humana, la realizacioén
de la humanidad. La grandeza del hombre no consiste en ser capaz de cien-
cia, como pensabael aristotelismo, sino en ser capaz de vida moral, es
decir, en ser capaz de conducirse de tal modo que unose haga dignodeser
feliz, aunque nollegue a serlo en esta vida; porque el sentido de la existen-
cia humanaya noseria el de alcanzarla felicidad (aunque cada cualtrata-
ra de alcanzarla conformea su propia nocién de la misma), sino el de la
conservacién y promocién de lo absolutamentevalioso: la vida de todas y
cada una delas personas.
37
sefialado), como unacategoria central para la comprensién del fendmeno
moral. El conjunto de todas estas propuestas, unido al llamado «giro prag-
mAtico» (pragmatic turn) configura una nueva concepcién de la moralidad.
La novedad consistirfa en situar el Ambito moral preferentemente en el
de la solucién de conflictos de accién, sea a nivel individual, sea a nivel
colectivo. Tal solucién exige la realizacién de los hombres comotales, y pre-
cisamente a través de su racionalidad. Pero una racionalidad que no se mues-
tra ya en el hecho de que los hombresse den a si mismos leyes propias, sino
en la disponibilidad para decidirlas, para justificarlas a través del didlogo.
38
alguna comunidad concreta, pues de lo contrario quedan desarraigadosy
despersonalizados, convirtiéndose en hombres-masa.
Sin embargo, hemos de apuntar que la moralidad no puede limitarse a
la solidaridad grupal a la que apuntan las éticas comunitaristas, sino que es
preciso dar cuenta de unasolidaridad universalista que esta presente en una
multitud de manifestaciones del fenédmeno moral. Ademas de la moralidad
de la comunidad concreta, en algunos casos es preciso remitirse a una
moralidad de la comunidad universal, puesto que hay problemas morales que
s6lo pueden ser enfrentadossi las personas son capaces de ponerse en el
lugar de cualquier otro, incluyendo también a las generaciones futuras.
AMOR ALIDAD
MODOS DE ENTENDERL
PRINCIPALES CONCEPTOS TEORIAS
MODOS CENTRALES oma ers
., Aristdételes, Tomas de
Felicidad como
Aquino, Zubiri,
Lo moral como autorrealizacién
Personalismo
busquedade la vida
buena wos
Felicidad como placer
(Hedonistas) Epicuro, Utilitarismo
Lo moral como
. Deber,justicia Estoicismo, Kant,
cumplimiento del deber
Lo moral como
. . _., Virtud, comunidad, Corriente ética
ajustamiento a la tradicién ., ,
. . tradicién comunitarista
de la propia comunidad
Lo moral comodesarrollo
Desarrollo moral, Kohlberg, Rawls,
que culminaenprincipios |. i.
. justicia, procedimientos Habermas, Apel,
universalistas
39
moral que distingue tres niveles de desarrollo de la conciencia moral en los
seres humanos. Se trata de las teorfas elaboradas por L. Kohlberg sobre la
base de anteriores investigaciones llevadas a cabo por J. Piaget. Comovere-
mos mas adelante, el segundo nivel en la teorfa de Kohlberg es el nivel
convencional, en el que la moralidad se manifiesta en la tendencia del
individuo a identificarse con su propia comunidad, de modoqueidentifica
las normas morales correctas con las que se consideran vigentes en ella. En
cambio, en el nivel postconvencional, la persona es capaz de distinguir las
normas comunitarias, convencionalmente establecidas, de los principios uni-
versalistas de justicia, principios que le permiten sopesar el grado de morali-
dad de las normas de cualquier comunidad, incluida la suya.
Las éticas que asumen los descubrimientos de Kohlberg (éticas que
podemosllamar «universalistas») intentan dar raz6n de la existencia de ese
nivel postconvencionalde la conciencia moral, y por ello se niegan a redu-
cir la moralidad a la mera constataci6én de lo que se considera bueno y
correcto en las distintas tradiciones de las comunidades concretas.
40
cados es el quese refiere al derecho positivo, es decir, a ese cddigo de nor-
mas destinadas a orientar las acciones de los ciudadanos, que emanade las
autoridades politicas y que cuenta con el respaldo coactivode la fuerza fisica
del estado para hacerlas cumplir. Las normas del derechopositivo estable-
cen el 4mbito dela legalidad, esto es, el marco de mandatos, prohibicio-
nes y permisos que han deregir obligatoriamente los actos de los ciu-
dadanosen elterritorio de un determinado estado, so pena de cargar con
las consecuencias desagradables que el propio estado tenga previsto
imponera los infractores. Esta descripcién del derechopositivo nos per-
mite apreciar algunas semejanzas entre las normas juridicas o legales y
las morales:
a) El aspecto prescriptivo: en amboscasos se trata de enunciados que
indican que ciertos actos son obligatorios para las personas.
b) Referencia a actos voluntarios, lo que implica responsabilidad e
imputabilidad.
c) En muchoscasos el contenido de ambostipos de prescripcionesesel
mismo («prohibicién de matar», «prohibicién de robar», «obligacién de
auxiliar al préjimo que pide socorro», etc.), aunque esta coincidencia de
contenidos noes total ni tiene por qué serlo: existen contenidos morales
que no forman parte del derechopositivo, y viceversa, existen o pueden
existir contenidos juridicos que no tienen cardcter moral.
Sin embargo, también es posible sefialar algunas diferencias notables
entre ambostipos de normas:
a) Las normas morales connotan un tipo de obligacién «interna», una
auto-obligacién que uno reconoce en conciencia, es decir, como conteni-
do normativo que alguien se imponea sf mismo, con independencia de cual
sea el origen factico de la norma.
[Es indiferente que hayamos aprendido la norma moralen la familia, en la
escuela o en la calle; también es indiferente que la norma en cuestién perte-
nezca a unatradici6n religiosa, o a una tradicién laica. Lo importante es que
uno acepta la norma voluntariamente y la considera como unaobligaci6n,
hasta el punto de que, si en adelante uno cede a la tentacién de vulnerarla,
aparecerd un sentimiento de autorreproche o remordimiento.]
En cambio, las normas juridicas sdlo pueden imponeruntipo de obliga-
ci6n «externa»: no precisan queel sujeto las acepte de buen grado para que
su cumplimiento sea exigible (aunque el funcionamiento estable del esta-
do aconseja que la mayorparte de las normasjurfdicas se acepten volunta-
riamente). En rigor, una normajuridica obliga a todo miembrodela socie-
dad en tanto que ciudadano quevive bajo la jurisdiccién de un estado, y
que por ello est4 sometido al ordenamiento legal promulgado porlas insti-
tuciones politicas de dicho estado.
4
En este puntose aprecia unaposible fuente de conflictos: algunos conte-
nidos morales que alguien reconoce en conciencia pueden estar en contra-
diccién con lo que ordena el estado en un momento determinado. Deeste
modo puedesurgir la llamada «objecién de conciencia» de la persona fren-
te a las normaslegales correspondientes.
b) Las normas morales se presentan ante la propia conciencia como «ins-
tancia ultima» de obligacién (en esto, como veremos, se asemejan a las nor-
masreligiosas). Esto significa que el sujeto considera a su propia conciencia
comotribunal tiltimo de apelacién ante el cual se tiene que dar cuenta del
cumplimiento o incumplimiento de la norma moral. La propia persona (su
conciencia) es a la vez quien promulga el mandato moral, el destinatario de
dicho mandatoy el tribunal ante el que responde. En cambio, los mandatos
legales no se manifiestan como instancia Ultima de referencia para la
conciencia del sujeto: el ciudadano sabe que tales mandatos son promulga-
dos por los organismoslegislativos del estado, que obligan a todos los miem-
bros de la comunidadpolitica, y que en caso de incumplimiento habra de
responderantelos tribunales de justicia; pero, con todo, en los casos de con-
flicto entre las normas juridicas vigentes y la propia conciencia, puede —y
algunos casos debe— hacerprevalecer su criterio moral sobre los imperativos
legales, porque la conciencia sdlo reconocea los contenidos morales porella
misma aceptados comola instancia tltima vinculante.
c) Por ultimo, las prescripciones morales exhiben un cardcter de uni-
versalizabilidad que no que poseenlas jurfdicas. En rigor, estas tltimas sélo
exigen su cumplimiento al conjunto de ciudadanos a quienes afecta el
ordenamiento juridico de un estado determinado, mientras que los precep-
tos morales contienen una pretensién de universalidad que se extiende a
toda persona en cuanto tal. Decir que las prescripciones morales son uni-
versalizables significa que su contenido se considera exigible a todo ser
humanoquese encuentre en la situacién en la que la normaesaplicable.
Esta diferencia en el alcance de las normas también puede ser una fuente
de conflictos entre la conciencia moral de las personas y los mandatos
legales que les afectan en tanto que ciudadanosde un estado determinado.
[Por ejemplo, si una personaafirma la conviccién moral de que se debepre-
servar el equilibrio ecolégico para tener un medio ambientesano, esta afir-
maci6én implica que ella cree que todos debemos reconocereste deber moral.
Aunque un determinado gobierno permita en su territorio las actividades
contaminantes, este deber moral de preservar el patrimonio natural deberia
obligar en conciencia a todos, a pesar de que sea mds rentable econémica-
mente contaminar que no hacerlo. La universalidad con que se expresan las
convicciones morales como ésta deberfa ser argumentosuficiente, en una
eventual tomade decisiones, para inclinar la balanza del lado moralfrente a
las pretensiones economicistas de una rapida rentabilidad.
42
Otro ejemplo: Aunque el gobierno de la Alemania nazi condenaselegal-
mente a muerte a millones de personas por pertenecer a determinadasrazas y
credos, la accién fue claramente inmoral, dado que la conciencia moral alcan-
zada por la humanidad en su conjunto no puede por menos que considerar
inhumano semejante modode actuar. Esta conciencia moral no es ningtin fan-
tasma:es la firme conviccion, defendida incluso al precio de perder la vida, de
todos aquellos que se enfrentaron ayer a los nazis, y que hoy se siguen enfren-
tando a cualquier tipo de discriminacién racista, xendfobao sectaria.]
Semejanzas Diferencias
DERECHO
43
para regir la accién que se pueden considerar racionalmenteexigibles a
toda persona en cuantotal). Pero en este punto hemosde advertir que,
aunque muchoscreyentes no sean conscientes de la doble dimensién(reli-
giosa y moral) que poseeel cdédigo porel rigen su conducta, de hecho hay
una diferencia entre la auto-obligacién que corresponde la aceptacién de
las reglas en tanto que religiosas (auto-obligacién que desaparecesi el cre-
yente abandonaesareligién concreta 0 todareligién) y la auto-obligacién
que se basa en la mera racionalidaddela prescripcién (autoobligacién que
no desaparece aunque el creyente abandonela religién, puesto que las
reglas que se pueden considerar racionalmente exigibles no extraen su obli-
gatoriedad de la creencia en una autoridad divina, sino de la propia
conciencia humana).
Porotra parte, una religién no es sdlo un cédigo moral, sino algo mas:
es un determinado modo de comprenderla trascendencia y de relacionarse
con ella. En este sentido, algunas de las prescripciones que pertenecen al
cédigo moral religioso poseen, en realidad, un cardcter estrictamentereli-
gioso, y por tanto no pueden considerarse comoprescripciones morales pro-
piamente dichas, aun cuandoel creyente se pueda sentir obligado del
mismo modo porunas queporotras (para él constituyen unainstanciaulti-
ma de conducta tanto unas comootras). Por ejemplo, cuando una religién
ordena a sus seguidores que participen en determinadosritos, o quese diri-
jan a la divinidad con determinadas oraciones, esta estableciendo pres-
cripciones estrictamentereligiosas, puesto que tales exigencias no son
racionalmenteexigibles a toda persona en cuantotal.
Por ultimo, recordemos que no toda concepcién moral hace referencia
a creenciasreligiosas, ni tiene el deber de hacerlo. Es verdad que, durante
siglos, las cuestiones morales solfan estar a cargo de las religiones, y que sus
respectivos jerarcas han oficiado y ofician de moralistas para orientar las
acciones de sus seguidorese intentar influir también en los que nolo son.
Pero, en rigor, los preceptos de una moralreligiosa sélo son vinculantes
para los creyentes de la religiédn en cuestion. Por tanto, una moral comtin
exigible a todos, creyentes y no creyentes, no puede ser una moral confe-
sional, ni tampoco beligerantementelaicista (esto es, opuesta a la libre
existencia de las morales de inspiracién religiosa), sino que tiene que ser
simplementelaica’‘, esto es, independiente de las creencias religiosas pero
44
no contrapuesta a ellas. De este modo, las distintas morales que estan pre-
sentes en unasociedad pluralista pueden sostener —cadauna desdesus pro-
pias creencias— una moral civica de principios cominmente compartidos
(igual respeto y consideraci6n para todos, garantia de derechosy libertades
bdsicos por todos) que permita el clima apropiado para quelas distintas
concepciones morales de cardcter general y comprensivo (tantoreligiosas
comolaicas que disefian proyectos de vida plena) puedaninvitara las gen-
tés a compartir sus respectivos ideales mediante los argumentos y testimo-
nios que estimen pertinentes’.
7 Sobre las relaciones entre las morales comprensivas y la necesaria moral comin en las
sociedades pluralistas véase Rawls, J., El liberalismo politico, Critica, Barcelona, 1996, espe-
cialmente la Conferencia IV, «La idea de un consenso entrecruzado», pp. 165-205.
45
Por otra parte, tampocoes la misma la «autoridad» ante quiense res-
pondeencaso de infraccién: en el caso de las normas moraleses la propia
conciencia el tribunal ultimo que nos pide cuentas de nuestros actos, mien-
tras que las infraccionesa las reglas de trato social son juzgadasporla socie-
dad que circundaal infractor (compafieros, vecinos, parientes, y, en gene-
ral, quienes conozcan el caso). En consecuencia, tampocoesigual el tipo
de sancién que de hechosele imponea los infractores de unasu otras nor-
mas: generalmente la sociedad circundante reacciona de un modo mésviru-
lento cuandose infringen normas morales que cuandose trata de normas
de trato social, aunque de hecho a veces puede ocurrir que una multitud
aplaude «el arrojo» de un ladrén que huyé6del pafs con un dinero de la
empresa en la que trabajaba, mientras que, al mismo tiempo, se escandali-
zan del inusual horario de regreso a casa de los jé6venes vecinos.
Algo parecido podria decirse con respecto a muchas costumbresindivi-
duales. Es obvio que carece de relevancia moral el hecho de que alguien
tenga por costumbre levantarse de la cama conel pie izquierdo, 0 con el
derecho, 0 con ambosa la vez. Otra cuestidn es que pueda darse alguna
extrafia circunstancia en la que el modo de levantarse de la cama pudiera
desencadenaralgtin perjuicio para los demas o para uno mismo; ental caso,
ese tipo de conducta puede acoger cierta carga moral que sélo el andlisis
detallado del caso podria poner de manifiesto.
46
I!.3.4. Moral y normas de tipo técnico
Las normasde tipo técnico —como los demas tipos de normas que veni-
mos comentando— también cumplenla funcién de orientar nuestras accio-
nes para alcanzar determinadosfines. Sin embargo, tal como veiamos al
exponer los tipos de saber practico segtin Aristételes, moral y técnica se
diferencian en cuantoa losfines de las respectivas acciones, ya queel fin
de la técnica es la produccién de bienes titiles o bellos, mientras queel fin
de la moral es la accién buena por sf misma. Una cosa es actuar eficazmen-
te con respecto a un fin deseado —sea bueno o malo-, y otra muydistinta
es actuar moralmente bien.
En efecto, las normas técnicas tienen por meta generar un bien particu-
lar, mientras que las reglas morales apuntan a la consecucién del mayor
bien practico que sea posible para un ser humano‘. La observancia de las
prescripciones técnicas da lugar a personas habiles, conocedoras de los
medios adecuadospara alcanzar eficazmenteciertos fines, pero no garanti-
za que tales personas sean al mismo tiempo buenas en el sentido moral.
Igualmente habiles en el manejo de los venenos puedenser el envenena-
dor y el médico, pero el primero seria un eficaz asesino, mientras queel
segundo ponesu técnica al servicio de un fin bueno, comoesla salud del
enfermo. Asi, pues, las normas técnicas también orientan la conducta de
las personas, pero en un sentidodiferente al de las normas morales: mien-
tras que las primeras orientan sobre los medios mas adecuadospara realizar
todo tipo de fines sin ocuparse de la bondad o malicia de los mismos, ni del
fin ultimo que se pueda conseguir a través de fines parciales, las segundas
apuntan directamentea la licitud o ilicitud moral de los diferentes fines
que puedenser perseguidos, asf comoal bien supremoy alfin ultimo, pero
nada nos dicen sobre las habilidades que haya poner en juego para la con-
secucion detalesfines.
En la terminologia kantiana, las prescripciones técnicas se expresan por
medio de imperativos hipotéticos, es decir, aquellos que tienen la forma «Si
quieres X, entonces debes hacer Y». En efecto, las normas de tipo técnico
sdlo obligan de algtin modo a quien pretenda conseguir un determinadofin
concreto: por ejemplo, supongamos que leemos en unfolleto de instruc-
ciones de uso de un nuevo cochela normasiguiente: «Deberd Ud. cambiar
el aceite lubricante del motor cada cinco mil kil6metros». Es obvio que
esta norma s6élo obliga al usuario en la medida en que tenga interés en
mantenerel vehiculo en buen estado de funcionamiento. Sélo le obliga si
47
a la norma técnica citada se le afiade una condicién implicita: «Si Ud.
quiere que el coche funcione sin problemas, entonces deberd cambiarel
aceite...» En cambio, las normas de cardcter moral no se expresan, a juicio
de Kant, mediante imperativos hipotéticos, sino por medio de imperativos
categéricos. Por ejemplo, la norma que afirma que «Debes cumplir tus pro-
mesas» no lleva implicito ningtin tipo de condicién, sino que expresa una
orientacién de la conducta que deberia seguirse aunque el resultado no
constituya un fin deseado por el agente moral; porque la norma moral
expresa lo que cualquier agente deberia hacer para comportarse como un
ser humano, comoalguien que tomaenserio su propia racionalidad y por
lo tanto no desea caer en la contradiccién de incumplir aquello que dijo
que iba a cumplir. Desde el punto de vista de Kant, los imperativos morales
expresan los limites que la propia racionalidad humanase autoimpone para
no caer en contradiccién consigo misma, y de ahi que exista una diferen-
cia entre las normas simplemente técnicas, que sdlo obligan «hipotética-
mente», y las normas morales, que obligan a todo ser racional con cardcter
categérico, puesto que la tinica condicién que cabe pensar como implicita
en ellas seria: «Si quieres comportarte como un ser verdaderamente racio-
nal, entonces debes...» Pero semejante condicién tiene un cardcter tan
general que ya no seria adecuada para hablar de las normas morales como
imperativos hipotéticos.
48
>
49
Morales A partir de diversas —lInterna, en Cada persona se La propia conciencia
fuentes, un cédigo conciencia, considera a si misma personal
determinado de —No coactiva, destinataria de las
principios, normas y —uUltimidad (Referencia normas que reconoce
valores, personalmente ultima para orientar la en conciencia
— A. meet mend een’
asulmidggo propia Cconaucta)
50
Breve historia
de la ética
5|
hablar de moral prescindiendo de valores, bienes, deberes, conciencia, feli-
cidad, fines de la conducta,libertad, virtudes, etc. La diferencia que obser-
vamosentre las diversas teorfas éticas no viene, por tanto, de los conceptos
que manejan, sino del modo comolos ordenan en cuanto a su prioridad y
de los métodosfilosdficos que emplean.
Asi pues, un acercamientoa las distintas teorfas éticas resulta extrema-
damente util para entender el fenédmenode la moralidad. Sin embargo,
dado que, al menos en Occidente, empiezan a elaborarse desdeel siglo V
a. ].C., con Sdcrates, o incluso antes (con los llamados «presocraticos» ),
no parece posible exponerlas todas. Nos limitaremos aqui a una sucinta
exposicién de algunas de las que han tenido y estén teniendo mayorrele-
vancia histérica. Las hemos agrupado en tres conjuntos que corresponden a
tres grandesfases dela historia de la filosofia.
En la primera fase —que abarca la antigiiedad clasica y el medievo-
agrupamoslas éticas que tuvieron como base ultima de sustentacién la
pregunta por «el ser», esto es, por la verdaderarealidad delas cosas, inclu-
yendo las cosas humanas, comola moralidad. En una segunda fase —que
abarca el perfodo que habitualmente se conoce como«lafilosofia moder-
na», esto es, desde Descartes hasta principios del siglo XX— colocamoslas
éticas que nacieron al hilo de la reflexién en torno a la nocién de
«conciencia» como nuevo punto departidafiloséfico. Y por ultimo, agru-
pamosen unatercera fase a las éticas que se han hechoecodel«girolin-
giifstico» propio de la filosoffa contempordnea, es decir, aquéllas que
toman como punto de arranquefiloséfico la existencia del lenguaje y de
la argumentacién como fenémenos que muestran una exigencia de senti-
do. No hemosseguido un orden cronoldgico estricto, puesto que, al fin y
al cabo, los tres enfoques que acabamos de mencionar se superponen entre
sf a medida que van surgiendoen la historia, pero pensamos que puede
resultar util una agrupacién semejante para comprenderalgunos elementos
importantes de las teorfas expuestas.
Pero antes de comenzar con la exposicién de las diferentes teorfas, haga-
mos unabrevereflexion sobre el contexto cultural en el que surgieron. La
filosofia occidental —como toda nuestra cultura de Occidente en general—
naci6 sin duda entre los antiguos griegos, pero inmediatamente se sum6 a
la herencia griega el elemento latino, merced a la asimilacién que de lo
griego hicieron los romanos, afiadiendo a aquel legado su propia aporta-
cién. Posteriormente, con la expansién del cristianismo, el componente
gtecolatino de nuestra cultura se enriquecié con el aporte oriental de la
sabiduria hebrea —condensada en el Antiguo Testamento-, y con el propio
aporte cristiano recogido en el Nuevo Testamento. De este modo, la cultu-
52
ra occidental se ha ido configurando —comocasi todas las culturas— como
una cultura mestiza, en la que conviven —no siempre en armonia— elemen-
tos de muy distinta procedencia. Este hecho no deberia perderse de vista a
la hora de comprenderlas tensiones que recorren la historia de la filosofia
en general, y la de la Etica en particular. Pero, lejos de considerar seme-
jante mestizaje como un defecto, y tales tensiones como obstaculos, afir-
mamos mas bien lo contrario: el mestizaje es fecundoy las tensiones son
condiciones de posibilidad de desarrollo.
En efecto, aunquela historia de la Etica recoja una diversidad de teo-
rias, a menudo contrapuestas, ello no debe Ilevarnos a la ingénua con-
clusié6n de que cualquiera de ellas puede ser valida para nosotros —los
seres humanosdefinales del siglo XX y principios del XXI-, ni tampoco a
la desesperanzada inferencia de que ningunadeellas puede aportar nada
a la resolucién de nuestros problemas. Por el contrario, lo que muestra la
sucesion histérica de las teorfas es la enorme fecundidad de un invento
griego —la Etica— que ha sabido adaptarse a los problemas de cada época
elaborando nuevos conceptos y disefiando nuevas soluciones. La cuestién
que deberfa ocupara los éticos de hoyes la de perfilar nuevas teorfas éti-
cas que podamosconsiderar a la altura de nuestro tiempo. Y para ello
puedesertitil, indudablemente, el conocimiento delas principales éticas
del pasado.
53
1.2.1. Sécrates
A excepcién de unos pocos fragmentos de Heraclito y Jendfanes, las pri-
meras reflexiones filosédficas sobre cuestiones morales las encontramos
entre los sofistas y Sédcrates (siglo V a.C.). Con respecto a los sofistas, es
sabido que se tenian a sf mismos por maestrosde la virtud, concretamente
la «virtud politica» o excelencia en la gestién de los asuntos ptiblicos. Pero
al mismo tiempo sus doctrinasfiloséficas defendian —al parecer— posiciones
individualistas y relativistas que conducian de hechoal escepticismo con
respecto a la propia nocién dela virtud politica. Alardeaban de saber c6mo
educar a los j6venes para que llegasen a ser «buenos ciudadanos»y al
mismo tiempo negabanla posibilidad de alcanzar criterios seguros para
saber en qué consiste la buena ciudadania.
Frente a ellos, Sécrates representa en la historia de la filosofia el inten-
to de establecer criterios racionales para distinguir la verdadera virtud de
la mera apariencia de virtud. Lo que le preocupaes la cuestién de cual es
la excelencia propia del ser humano y, en consecuencia, de qué modo
debiéramos conducir nuestras vidas. Los sofistas identificaban la excelen-
cia humanaconeléxito politico, y a su vez el éxito politico -en un sistema
democratico asambleario como el ateniense— dependia en gran medida del
dominio de la elocuencia, del dominio del arte de convencer por medio de
artificios retéricos. En cambio Sécrates apuesta por la bisqueda continua
de la verdad a través del didlogo y la reflexi6n. No valora el dominio de la
retGrica, sino que desea hacer su «modesta» aportacién a la comunidad a
través de la ironia y de las preguntas criticas (por ello le llamaban «el taba-
no de Atenas»).
Aunqueno dejé6 escrita ninguna obra, los testimonios de varios escrito-
res de la época nos han permitido reconstruir algunas de las principales
aportaciones que generalmentesele atribuyen:
1) La excelencia humanase muestra ante todo en la actitud de btisqueda
del verdadero bien, puesto que sélo quien llega a conocer dicho bien puede
ponerlo en practica. En consecuencia, el primer paso para alcanzarla per-
feccién morales el abandono de actitudes dogmaticas y escépticas —que son
producto de la pereza-, y la consiguiente adopcidén de unaactitud critica que
solo se deja convencer por el mejor argumento:
«Poco importa que tt pienses de esta o de la otra manera, puesto que yo
sdlo examinola cosa misma; y resultar4 igualmente que seremos examinados
el uno y el otro; yo preguntando y ti respondiendo»
Plat6n (Protdgoras, 333 c).
2) Dado quela verdad sobre el bien humanoes una meta que continua-
mente hemosde estar persiguiendo, cabe preguntarse si acaso nosera ilu-
54
sorio creer que la alcanzamos en cada momento. La respuesta de Sécrates
es quela verdad habita en el fondo de nosotros mismos, y que podemosllegar a
ella mediante la introspeccién y el didlogo. Se cuenta que, en su juventud,
nuestro autor adopté como lemadesu vida la inscripcién que figuraba en
la fachada del templo de Apolo en Delfos: «Conécete a ti mismo». De este
modo, el autoconocimiento fue para él la via idénea para penetrar en los
misterios de todas las cosas, incluidas las cuestiones morales. Pero en este
proceso de «alumbramiento de la verdad» nos podemos ayudar mucho unos
a otros, de un modo semejante a como algunas personas ayudana las par-
turientas a dar a luz. Este simil sirvid de base para que Sécrates llamase
«mayéutica» —esto es, arte de ayudar a parir— a su propio método dedidlo-
go encaminado a la bisqueda dela verdad.
3) A pesar de que toda verdad encontrada mediante el método mayéu-
tico es provisional, revisable, nunca fijada dogmaticamente, constituye no
obstante un hallazgo cuya validez sobrepasa las fronteras de la propia comu-
nidad en la que se vive. Se trata de verdades encontradas por unos pocos
estudiosos, pero que pueden valer universalmente, como orientaci6én para
todos los hombres, y que en un momento dado pueden servir como instan-
cia critica frente a las normas de la propia comunidad. Aristételes relata
que Sécrates
«trataba sdlo de cuestiones morales, y en ellas buscabalo universal y tenia
puesto su pensamiento ante todo enla definicién.»
(Metafisica, I, 6, 987)
4) El objetivo Ultimo de la biisqueda de la verdad no es la merasatisfac-
cién de la curiosidad, sino la asimilacién de los conocimientos necesarios
para obrarbien, y de este modo poderalcanzar la excelencia humana,o lo
que es lo mismo: la sabiduria, 0 también: la felicidad o vida buena. Hasta
tal punto crefa Sdécrates que estos conceptos estan ligados entre sf, que al
parecer sostuvo que nadie que conozca realmenteel verdadero bien puede
obrar mal. Esta doctrina se llama «intelectualismo moral». Consiste en
afirmar que quien obra males en realidad un igncerante, puesto que si cono-
ciera el bien se sentirfa inevitablemente impulsado a obrar bien. Deahi la
importancia de la educacién de los ciudadanos comotarea ética primordial,
puesto que sdlo si contamos con ciudadanos verdaderamente sabios pode-
mos esperar que serdn buenos ciudadanos.
11.2.2. Platon
En diversos pasajes de los Didlogos platénicos podemos encontrar
extensas reflexiones sobre la mayor parte de los conceptos morales, pero
siempre bajo la influencia de un planteamiento heredado del maestro
55
Sécrates: la verdadera moral ha de ser un conocimiento que hadepresidir
al mismo tiempola vida del individuo y la de la comunidad, la del ciu-
dadanoy la dela polis; es un conocimiento que nos orienta para alcanzar
la felicidad, pero el primer elemento de ese conocimiento ya nos informa
de que los seres humanos sélo podemosserfelices en el seno de una comu-
nidad bien organizada. En consecuencia, lo buenoy lo justo parael indivi-
duo no puedeseralgo distinto de lo que se descubra como buenoy justo
para el bien comtn, para lograr o mantenerunaciudadfeliz.
Para alcanzaresa ciudad feliz en la que todos y cada uno puedan gozar de
su propia felicidad, Platén propone un modeloideal, una utopia, un disefio
perfecto elaboradoporla razén y la imaginacién, destinado a servir de punto
de referencia a todos aquéllos que pretendan reformar las costumbresy las
instituciones con el objetivo de mejorar la vida humanaindividualy social.
Este disefio utdpico, que Platén expone en La Republica, es al mismo tiem-
po una representacién ampliada del alma humana. Quiere exponerenpri-
merlugar su visién de la justicia en la gran pantalla del Estado, para com-
prender mejor lo que ocurre en el alma humana; ambasrealidades, como
sefiala Jaeger', «tienen la mismaesencia y la misma estructura».
Plat6n sostiene una concepciénorgdnica del Estado. Es decir, entiende
que esté conformado pordiversos estamentos que cumplen una determinada
funcién dentro del organismosocial. Tales estamentos son: 1%) Los gober-
nantes, que tienen la funcién de administrar, vigilar y organizar la ciudad
con el fin de que ésta alcance el bien quele es propio. 2°) Los guardianes o
defensores, que tienen la misién de defenderla ciudad. Y 3°) Los produc-
tores (campesinosy artesanos), que desarrollan las actividades econémicas.
Cada unode estos estamentosse l.a de caracterizar por una virtud espe-
cifica, por una aptitud y disposicién que les permitird realizar su tarea ade-
cuadamente: a) los gobernantes por la prudencia entendida comola sabi-
durfa que se aplica para alcanzar el bien general de la ciudad; b) los
guardianes o defensores el valor, como firmeza en la defensa de la ciudad y
en el cumplimiento de las érdenes de los gobernantes; c) los productores,
la moderacién o templanza como autocontrol y armonia en el someti-
miento voluntario a la autoridad de los gobernantes para que se realice un
desarrollo ordenado de la produccién ecénomica’.
''W. Jaeger, Paideia: los ideales de la cultura griega, México, FC.E., 1978, p. 599 y ss.
? Esta virtud de la moderacién no es exclusiva del tercer estamento, por el contrario
debe estar presente en los tres grupos, pero tiene unasignificacién especial para el de los
productores, puesto que ellos estén llamados especialmente a obedecer a los otros.
(Republica, 430d-432a).
56
Por otra parte, también son tres las especies o dimensiones que distin-
gue Platén en el alma humana’: a) Racional, que es el elemento superior y
mas excelso, dotado de realidad auténomay de vida propia; es el compo-
nente inteligente, con el que el hombre conoce, y que se caracteriza por su
capacidad de razonamiento. b) Ivascible, la sede de la decisién y del cora-
je, fendmenos donde predomina nuestra voluntad; se fundamenta en una
fuerza interior que ponemosen accién (o dejamos de hacerlo) cuando se
produce un conflicto entre la razén y los deseos instintivos. c) Apetito,tam-
bién llamada «parte concupiscible». Con ella nos referimos a los deseos,
pasiones e instintos.
La virtud propia del alma racional es la sabiduria o prudencia. Esta
serfa entendida comoun saber quese aplica para alcanzar el bien general
del individuo, y que, por lo tanto, permite la regulacién de todas las accio-
nes del hombre. La parte irrascible del alma debe superarel dolory el sufri-
miento, y sacrificar los placeres cuando sea necesario para cumplir con lo
que sefiala la razén; le corresponde, por tanto, la virtud de la fortaleza o
valor, entendida comoperseverancia y firmeza para seguir los mandatos de
la razon. Y por ultimo, el apetito (parte concupiscible) tiene como virtud
propia la moderacién o templanza: la capacidad de adecuarse al orden
impuesto porla razén.
La virtud de la justicia no tiene asignado un lugar determinadoen la
ciudad, como no lo tiene tampocoenlas partes o especies del alma; porel
contrario, se presenta como virtud que acoge y armoniza a todo el conjun-
to de la ciudad y todos los elementos que conformanal individuo: consiste
en la armonia y perfecta coordinacién con que cada estamento o cadaparte
del alma cumpley realiza la funcién especial que le corresponde, desarro-
llandola segtin su virtud especifica. Pero el almajuega el papel determi-
nante, pues la esencia y la raiz de la justicia hemos de buscarla en el inte-
rior del hombre:
«jNo nos serd acaso enteramente necesario convenir que en cada uno de
nosotros habitan los mismos géneros y comportamientos que en el Estado?
Pues éstos no llegan al Estado procedentes de ningtin otro lado».
(Republica, 435d-e)
> «Con una parte decimos que el hombre aprende, con otra se apasiona; en cuanto a
la tercera, a causa de su multiplicidad de aspectos, no hemos hallado un nombre pecu-
liar que aplicarle, sino que la hemos designado por lo que predomina en ella con mayor
fuerza, en efecto, la parte «apetitiva», en razén de la intensidad de los deseos concer-
nientes a la comida, a la bebida, al sexo y cuantos otros los acompafian.» (Republica,
580e-d).
57
JUSTICIA = CIUDAD
Quiza lo que mas llamala atencidn dela teorfa ética de Platén sea su
insistencia en la nocién de un bien absoluto y objetivo —el Bien con
maytisculas— que en su calidad de Idea Suprema en el mundodelas Ideas,
constituye la razén ultima de todo cuanto existe y de toda posibilidad de
conocimiento. En efecto, en La Republica, Platén explica de varias mane-
ras distintas (particularmente en la analogia del sol con el Bien y en el
mito de la caverna) que el Bien es una realidad en si mismo, algo distinto y
separadode las cosas buenas: justamente aquello por lo cual son buenaslas
cosas buenas y justamente aquello que empapadeinteligibilidad toda rea-
lidad permitiendo que sea cognoscible para nosotros.
Platén sostiene que sélo aquéllos que tengan la capacidad y la constan-
cia adecuadasllegardn a encontrarse de lleno con el Bien en sf, de modo
que esta experiencia —que narra en términos de un encuentro mistico con
lo sobrenatural— les proporcionardé un tipo de conocimiento superior, una
ciencia del Bien que capacita a quien la posee para gobernar con rectitud
y justicia los asuntos dela polis. Este tipo de personas serfan los gobernan-
tes-fildsofos, y su estatura moral no puede por menos queserla mésalta,
dado que el conocimiento del Bien les impulsard irresistiblemente a obrar
bien: el intelectualismo moral socratico esta presente todavia en la ética
expuesta en La Republica. En cuanto a las demas personas, que porfalta
de capacidadesnaturales no lleguen a la contemplacién dela Idea de Bien,
encontraranel tipo defelicidad que les corresponde conarreglo a las capa-
cidades que tengan, siempre y cuando, por supuesto, desempefien cabal-
mente las virtudes propias de su funci6nsocial.
11.2.3. Aristéoteles
Aristételes fue el primer fil6sofo que elabor6 tratados sistematicos de
Etica. El mas influyente de estos tratados, la Etica a Nicémaco, sigue sien-
do reconocido como una de las obras cumbre dela filosofia moral. Alli
plantea nuestro autor la cuestién que, desde su punto de vista, constituye
la clave de toda investigacién ética: ;Cual es el fin ultimo de todaslas acti-
58
vidades humanas? Suponiendo que «todaarte y toda investigacién, toda
accién y eleccién parecen tendera algtin bien» (Et. Nic., I, 1, 1094 a),
inmediatamente nos damos cuenta de que tales bienes se subordinan unos
a otros, de modotal que cabe pensar en la posible existencia de algtin fin
que todos deseamospor si mismo, quedando los demas como mediospara
alcanzarlo. Ese fin —a su juicio— no puede ser otro que la eudaimonia, la
vida buena, la vidafeliz.
Ahorabien, el concepto defelicidad ha sido siempre extremadamente
vago: para unos consiste en acumular dinero, para otros se trata de ganar
fama y honores, etc. Aristételes no cree que todas esas manerasposibles de
concebir la vida buena puedanser simultaneamentecorrectas, de modo que
se dispone a investigar en qué consiste la verdaderafelicidad. Para empe-
zat, la vida feliz tendra que ser un tipo de bien «perfecto», esto es, un bien
que persigamospor sf mismo, y no como medio para otra cosa; por tanto,
el afan de riquezas y de honores no puedeser la verdaderafelicidad, puesto
quetales cosas se desean siempre como mediospara alcanzarla felicidad, y
no constituyen la felicidad misma.
En segundolugar, el auténtico fin tltimo de la vida humana tendria que
ser «autosuficiente», es decir, lo bastante deseable por si mismo comopara
que, quien !o posea, ya no desee nada mas, aunque, por supuesto, eso no
excluye el disfrute de otros bienes.
Por ultimo, el bien supremo del hombre deberd consistir en algtin tipo
de actividad que le sea peculiar, siempre que dicha actividad puedareali-
zarse de un modoexcelente. El bien para cada clase de seres consiste en
cumplir adecuadamentesu funcién propia, y en ésto, comoen tantasotras
cosas, Aristételes considera que el hombre no es una excepcién entre los
seres naturales. Ahora bien, la actividad que vamos buscando comoclave
del bien ultimo del hombre hade ser una actividad que permita ser desem-
pefiada continuamente,puesde lo contrario dificilmente podria tratarse de
la mds representativa de unaclase deseres.
En su indagacién sobre cual podria ser la funcién mas propia del ser
humanoAristételes nos recuerda que todos tenemos una misi6n que cum-
plir en la propia comunidad, y que nuestro deber moral no es otro que
desempefiar bien nuestro papelenella, para lo cual es preciso que cada uno
adquiera las virtudes correspondientesa sus funcionessociales. Pero a con-
tinuacion se pregunta si ademasdelas funcionespropiasdel trabajador,del
amigo, de la madre o del artista no habrd también una funci6n propia del
ser humano comotal, porque en ese caso estarfamos en caminopara des-
cubrir cual es la actividad que puede colmar nuestras ansiasde felicidad. La
respuesta que ofrece Aristoteles es bien conocida:la felicidad mas perfecta
59
para el ser humanoreside enel ejercicio de la inteligencia teérica, esto es,
en la contemplacién o comprensién de los conocimientos. En efecto, se
trata de una actividad gozosa que no se desea mas que porsf misma, cuya
satistaccién se encuentra en la propia realizacién de la actividad, y que ade-
mas puede Ilevarse a cabo continuamente.
[A primera vista puede parecernos extrafio que alguien diga quela felici-
dad consiste en la actividad tedrica. Pero tengamos en cuenta que, en griego
el verbo theorein, del que procede nuestro término «teoria», significaba
«ver»,»observar», «contemplar»; por eso, quien elabora unateorfa, 0 simple-
mente la comprende, consigue una «visién» de las cosas que supera y resulta
preferible al estado de ignorancia en que vivia anteriormente. La actividad
tedrica consiste, en Ultima instancia, en saber, en entender; cualquiera que
haya estadointrigado poralgo y que porfin un dia descubre una explicacién
satisfactoria de lo que ocurrfa, experimenta esa satisfaccién maravillosa que
a veces representamos praficamente como una lucecita que se enciende en
nuestro interior: jpor fin lo entiendo!,jtodo encaja! Aristételes era cons-
ciente de que la complejidad de la realidad es tan enorme, y nuestralimita-
cién a la hora de conoceres tan profunda, quela actividad teérica nunca ten-
dra fin para los seres humanos. Porotra parte, la experiencia del asombro, de
maravillarse ante los fenémenos circundantes y ante nuestro propio ser, supo-
ne uno de los mayoresalicientes de nuestra vida, al tiempo que nos propor-
ciona un gozo continuo. Para Aristdételes, éste es el fin tltimo de nuestra
vida, el mas capaz desatisfacer nuestras expectativasde felicidad.]
Ahorabien, Aristételes reconoce queel ideal de una vida contemplati-
va continuasélo es posible para los dioses:
«el hombre contemplativo, por ser hombre, tendrd necesidad del bienestar
externo, ya que nuestra naturaleza nose basta a si misma para la contempla-
ci6n, sino que necesita de la salud del cuerpo, del alimento y de los demas
cuidados». :
(Et. Nic., X, 8, 1178 b).
A rengl6én seguido nuestro autor admite que noes ése el inico camino
para alcanzarla felicidad, sino que también se puede accedera ella median-
te el ejercicio del entendimiento prdactico, que consiste en dominarlas
pasiones y conseguir una relacién amable y satisfactoria con el mundo
natural y social en el que estamos integrados. En esta tarea nos ayudaran
las virtudes, que Aristételes clasifica del siguiente modo(estelistado no es
exhaustivo):
La principal virtud dianoética es la prudencia, que constituye la verda-
dera «sabidurfa practica»: ella nos permite deliberar correctamente, mos-
trandonos lo mds conveniente en cada momentopara nuestra vida (no lo
mas conveniente a corto plazo, sino lo mas conveniente para una vida
buena en su totalidad). La prudencia nosfacilita el discernimiento en la
toma de decisiones, guidéndonos hacia el logro de un equilibrio entre el
exceso y el defecto, y es la guia de las restantes virtudes: la fortaleza o coraje
60
Propias del intelecto tedrico:
Intelligencia (nous)
Ciencia (episteme)
Sabiduria(sofia)
Virtudes dianoeticas
Propias del intelecto practico:
o intelectuales
Prudencia (frdénesis)
Arte o técnica (tekne)
Discrecién (gnome)
Perspicacia (sinesis)
Buen consejo (euboulia)
6|
la ética no puede desvincularse de la politica: el mds alto bien individual,
la felicidad, s6lo es posible en una polis dotadade leyes justas.
En sintesis, la ética aristotélica afirma que hay moral porque los seres
humanos buscaninevitablemente la felicidad, la dicha, y para alcanzarple-
namenteeste objetivo necesitan de las orientaciones morales. Pero ademas,
nos proporcionacriterios racionales para averiguar qué tipo de comporta-
mientos, qué virtudes, en una palabra qué tipo de cardcter morales el ade-
cuado paratal fin. De este modo, entendié la vida moral como un.modo de
«autorrealizacién» y por ello decimos quela ética aristotélica perteneceal
grupo de éticas eudemonistas, porque asi se aprecia mejor la diferencia con
otras éticas que veremos a continuacién, que también postulanla felicidad
comofin de la vida humana, pero que entienden ésta comoplacer (hedo-
né), y a las que, por eso, se las denomina «hedonistas». El placer se suele
entender comounasatisfaccién de caracter sensible, en tanto que la auto-
rrealizacién puede comportar acciones que no siempreson placenteras.
Epicureismo
El epicurefsmo es una ética hedonista, esto es, una explicacién de la
moral en términos de btisqueda de la felicidad entendida comoplacer,
comosatisfaccién de cardcter sensible. No se trata de la primera ética
hedonista de la historia, puesto que ya entrelos sofistas hubo algunospar-
tidarios de estos planteamientos, y entre los discipulos de Sécrates hubo
también unacorriente, la de «los cirenaicos», que defendiéd que el bien
62
humanoseidentifica con el placer, particularmente conel placer sensual
e inmediato. Sin embargo, como ya hemosvisto, ese hedonismo incipiente
fue agudamente criticado por Platén y Aristételes, de modo que hubo que
esperar a las propuestas de Epicuro para disponer de un modelo de hedo-
nismofiloséficamente mds maduro.
Epicuro de Samos (341-270) sostiene que, si lo que mueve nuestra con-
ducta es la btisqueda delplacer, serd sabio quien sea capaz de calcular correc-
tamente qué actividades nos proporcionan mayor placer y menor dolor, es
decir, quien consiga conducir su vida calculandola intensidad y duracién de
los placeres, disfrutando de los que tienen menos consecuencias dolorosas y
repartiéndolos con medida a lo largo de la existencia. Dos son, por tanto, las
condiciones que hacenposible la verdadera sabiduria y la auténtica felicidad:
el placer y el entendimiento calculador. Este dltimo nos permite distinguir
varias clases de placeres, correspondientesa distintos tipos de deseo:
«Parte de nuestros deseos son naturales, y otra parte son vanos deseos;
entre los naturales, unos son necesarios y otros no; y entre los necesarios,
unoslo son parala felicidad, otros para el bienestar del cuerpo y otros para
la vida misma. Conociendobienestasclases de deseos es posible referir toda
eleccién a la salud del cuerpo y a la serenidad del alma, porque en ello con-
siste la vida feliz. Pues actuamos siempre para nosufrir dolor ni pesar, y una
vez que lo hemos conseguido ya no necesitamos de nada més. [...] Por ello,
cuando decimosqueel placer es el objetivo final, no nos referimos a los pla-
ceres de los viciosos -como creen algunos que ignoran, noestan de acuerdo,
o interpretan mal nuestra doctrina, sino al no sufrir dolor en el cuerpo ni
estar perturbado en el alma. Porque ni banquetesni juergas constantes[...]
dan la felicidad, sino el sobrio cdlculo que investiga las causas de toda elec-
cidn o rechazo y extirpa las falsas opiniones de las que procede la gran per-
turbacién que se apodera del alma»
(Carta a Meneceo)
Comopuedeapreciarse, Epicuro se distancia de un cierto «hedonismo
ingenuo» para proponer comoidealde felicidad el goce moderado y sose-
gado delos placeres naturales, vinculados a las verdaderas necesidades del
cuerpo y del alma. .
Estoicismo
Bajo esta denominacién se agrupan las doctrinas filoséficas de un
amplio conjunto de autores griegos y romanos que vivieron entre los siglos
IT aJ.C. y I d.J.C. Zendn de Citio -el fundador de esta corriente— abrid
una escuela en Atenas en el 306 a.J.C., y a partir de ella se fue extendien-
do y consolidando unafilosofia que conté con figuras tan influyentes como
Posidonio, Séneca, Epicteto y el emperador Marco Aurelio. Su influencia
histérica posterior ha sido enorme, tanto enlas éticas modernas y contem-
63
pordneas comoenlas posiciones morales que muchaspersonas adoptan en
la vida cotidiana.
Los estoicos creyeron necesario indagar en qué consiste el orden del
universo para determinar cual debja ser el comportamiento correcto de los
seres humanos. Para ello se sirvieron del pensamiento de un autor muy
anterior en el tiempo: Herdclito de Efeso (siglo VI a V a. de J.C.). Para
Herdclito, todo ser y todo acontecer ha de tener su fundamento en alguna
razon, y dado quela serie de las razones no puedeser infinita —los griegos
en general tuvieron «horror vacui», es decir, incapacidad para aceptar una
sucesién infinita de causas como explicacién de cualquier fenédmeno-, ha
de haber una Raz6n primera, comtin, que serd al mismo tiempo la Ley que
rige el Universo.
Los estoicos hacen suya esta concepcién cosmoldégica y sostienen que,
dado que tal Razén Césmica es la Ley Universal, todo esta sometidoa ella:
es «el destino», «el hado», una racionalidad misteriosa que se impone sobre
la voluntad de los dioses y de los hombres haciendo que todo sucedafatal-
mente «tal como tenia que suceder». Esta Razén Césmica, este «Logos», es
providente, es decir, cuida de todo cuanto existe. Que el hombrecrea en el
destino no es, por tanto —desde la perspectiva estoica— una supersticion,
sino la consecuencia obligada dela investigacién cientifica.
Tal cosmovisién deberia haber tenido como consecuencia ldégica la
resignacién del hombrefrente a lo irremediable, como sucedia en las tra-
gedias griegas; en ellas, los personajes obran comosi fueran duefios desi
mismos y tuviesen la capacidad de evitar lo queel destino ha fijado para
ellos, pero al final se imponen inexorablemente las determinaciones del
oraculo —de la Razén Comtin o Ley Universal-, y los que han tratado de
actuar en contra del orden eterno han de pagarsu culpa por intentarlo. La
libertad, en este contexto, no es otra cosa que el conocimiento y la acep-
tacién de la necesidad querige al Universo.
_ A pesar de lo que acabamos de exponer sobre las implicacionesfatalistas
del planteamientoestoico, los miembrosde esta escuela se dedicaron, para-
déjicamente, a la ensefianzay a la guia moral, instruyendo a sus discfpulos
acerca de cémo se debe obrar. De este modo mostraron que, en la practica,
sostenfan cierto grado de confianza en la libertad humana.
La propuesta ética de los estoicos puede formularseast: el sabio ideales
aquel que, conociendo que toda felicidad exterior dependedel destino,
intenta asegurarse la paz interior, consiguiendo la insensibilidad ante el
sufrimiento y ante las opiniones de los demas. La imperturbabilidad es, por
tanto, el inico camino que nos conduce lafelicidad. Con ello se empie-
za a distinguir entre dos mundos o dmbitos: el de la libertad interior, que
64
dependede nosotros, y el del mundoexterior, que quedafuera de nuestras
posibilidades de accién y modificacién.
El sabio estoico es el que consigue asegurarse los bienes internos y des-
preciar los externos, lograndoser, en palabras de Séneca, «artifice de la
propia vida». Aparece ya aqui, aunque todavia de un modo muy rudimen-
tario, la concepciénde la libertad como autonomia, que veremos desarro-
llarse posteriormente a través de San Agustin, y mas adelante, y sobre todo,
con Kant.
Agustin de Tagaste
La obr.. de San Agustin pertenece cronolégicamente a la época roma-
na, pero su contenido inaugura en gran medidalos temasy disefia los con-
ceptos que van a presidir la discusién filosdfica y teolédgica durante gran
parte de la Edad Media.
65
La ética de San Agustin no aparece sistematicamente expuesta en nin-
guna de sus obras, pero podemosaventurarnos a reconstruirla del siguiente
modo: los grandes fildésofos griegos estaban en lo cierto respecto a que la
moral es un conjunto de orientaciones cuya funcidn es ayudara losseres
humanosa lograrla vida feliz, pero no supieron encontrarla clave delafeli-
cidad humana;esta felicidad s6lo puede encontrarse —a juicio de Agustin—
en el encuentro amoroso con el Dios-Padre que Jesucristo anuncid en su
Evangelio. Porquela felicidad no es principalmente una cuestién de cono-
cer, ni siquiera de conocer la Idea de Bien —como queria Platén reservando
esta experiencia para unos pocoselegidos del destino-, sino que es mas bien
una cuestion de amar, de gozar la relaci6n amorosa con otra Persona que nos
ha creado libres y que nos invita a aceptar su amistad desde el respeto
exquisito a que libremente podamosrechazarsu ofrecimiento.
Hay moral —diria tal vez San Agustin— porque necesitamos encontrarel
caminode regreso a nuestra casa original, la Ciudad de Dios, de la que nos
hemos extraviado momentdneamente porcedera ciertas tentaciones egois-
tas. Pero Dios, en su infinita bondad, ha tomadola iniciativa de enviarnos
una ayudadecisiva: la sabiduria hecha carne en su propio Hijo Jesucristo y
la asistencia permanentede su gracia (de su don gratuito) para tonificar
nuestra débil voluntad. Asif pues, los verdaderos contenidos de la moral no
puedenser otros que los que se contienen en las ensefianzas que de palabra
y obra nos legé Jesucristo, ensefianzas que podrian condensarse en un solo
mandamiento: «amar a Dios sobre todaslas cosas y al pr6jimo como a uno
thismo». El seguimiento de esta moral es el Gnico camino dela felicidad
verdadera, pero es un caminoabierto a cualquier ser humano, y no sélo a
los mas capacitados intelectualmente.
Nos encontramos, pues, ante una ética que introduce elementos de una
concreta fe religiosa en el nicleo mismo de sus argumentos; jes congruen-
te seguir llamando «ética» a este constructo? jo deberia prescindirse de
toda alusién a creencias religiosas en un sistemade filosoffa moral? En este
punto hemosderemitirnos a la distincién entre «éticas de mAximos» y
«éticas de mfnimos» que hemos apuntadoen otros capitulos de este libro.
Conforme a dicha distincién, las éticas religiosas son realmente éticas,
siempre que ofrezcan su correspondiente explicacién de la moral, pero son
éticas «de mAximos», puesto que contienen elementos de invitacién la
felicidad que no pueden razonablemente imponerse a todoser racional.
Pero desde la adopcién de muchas deestas éticas de maximoses posible
coincidir con otras éticas en ciertos contenidos (unos «minimos» comunes)
que permitirfan una convivencia armoniosa de personasadscritas a tales
éticas diferentes.
66
Tomas de Aquino
Los escritos de Aristételes permanecieron extraviados para la cultura
occidental durante varios siglos, hasta que los musulmanesde la corte de
Bagdad tuvieron noticia de ellos y ordenaron traducirlos al 4rabe en el siglo
IX. A partir de ese momento se difundieron por todo el mundo 4rabe pro-
vocando reacciones de admiracién y de repulsa, segtin los casos. Entre los
primeros admiradores medievales de la obra aristotélica es obligado citar a
tres grandes autores: el musulman Averroes, el judfo Maimonidesy el cris-
tiano Santo Tomas de Aquino. Cada unodeellos elabor6 unateoria ética
que representa el intento de hacer compatibles las principales aportaciones
del estagirita con las creencias religiosas y morales del Cordn, de la Biblia
judia y de la Biblia cristiana, respectivamente. Comentaremos brevemen-
te la sintesis llevada a cabo por Tomas de Aquino, dada la enorme influen-
cia que ha ejercido en el pensamiento ético posterior.
Tomas de Aquino contintia la tradicién de las éticas eudemonistas al
considerarla felicidad comofin tiltimo de la actividad humana: hay moral
porque todos queremosserfelices. También continta la tradicién delas éti-
cas teoldgicas iniciada por San Agustin, puesto que acepta la pretensién de
éste de que sdlo en Dios puedehallarse la verdadera meta que andamos
buscando:
«El objeto de la voluntad es el bien universal, como el objeto del entendi-
mientoes la verdad universal. De lo cual se sigue que nada puede aquietarla
voluntad del hombresi no es el bien universal, que no se encuentra en nin-
gun bien creado sino solamente en Dios.»
(Summatheologiae, I-II, q. 2, art. 8)
67
impresién de la luz divina. Es, pues, evidente que la ley natural no es mas que
la participacion de la ley eterna en la criatura racional.»
(Summatheologiae, I-II, q. 91, art. 2)
Esta «ley natural» contiene un primer principio imperativo que deriva
de la nocién misma de bien: «Ha de hacerseel bien y evitarse el mal». Pero
jen qué consiste en concreto ese bien que ha de hacerse? La respuesta la
hallamos en las inclinaciones naturales, puesto que todo aquello quela
naturaleza ha puesto en nosotros procede en ultima instancia dela ley divi-
na. En consecuencia, la ley natural nos ordena cosas tales como conservar
la propia vida, satisfacer las necesidades corporales y atendera las inclina-
ciones sociales e intelectuales. Santo Tomas cree que todo ser humano com-
prendefacilmente estos preceptos bdsicos, puesto que se hallan en nosotros
«naturalmente inculcados» (Sum. theol., I, q. 79, art. 12) en forma de una
suerte de intuicién o «habito que contiene los preceptos de la ley natural»
que recibe el nombrede sindéresis (Sum. theol., I-II, q. 94). La aplicacién
de tales preceptos a las circunstancias concretas de cada accién es lo que
constituye la conciencia, que para Santo Tomases la clave de la vida moral
cotidiana, puesto que la aplicacién de los principios a las diversas situacio-
nes no puedeser mecdnica,sino creativa y razonable:al fin y al cabo, nues-
tra semejanza con Dios también se manifiesta en la creatividad.
A partir de los siglos XVI y XVII la filosofia moral entra en una nueva
etapa: con la revolucién cientifica, los contactos con grupos culturales muy
alejados de Europa, las llamadas «guerras de religién», la invencién de la
imprenta, etc., las cosmovisiones tradicionales se desmoronan, y se hace
patente la necesidad de elaborar nuevas concepciones que permitan orien-
tarse en los diversos Ambitos de la vida. En este contexto de hondacrisis
cultural, la filosoffa moderna empez6 su andadura renunciandoal antiguo
punto de partida en la pregunta porel ser de las cosas, para arrancar ahora
de la pregunta por los contenidos de la conciencia humana. Naturalmente,
el punto de vista tradicional se siguidé cultivando por parte de muchos auto-
res, pero el nuevo punto devista se fue abriendo paso con creciente éxito
dando lugar a grandesfiguras de la historia de la filosoffa, algunas de las
cuales mencionaremosa continuacién.
68
razon excesivamente idealizada y una culpable ignorancia con respecto a
todo lo relacionado con las pasiones humanas.
Comoes sabido, Hume considera a la raz6n o entendimiento como una
facultad exclusivamente cognoscitiva, cuyo 4mbito de aplicacién termina
dondedeja de plantearse la cuestién de la verdad 0 falsedad de los juicios,
los cuales a su vez sdlo puedenreferirse, en ultima instancia, al Ambito de la
experiencia sensible. Sin embargo, el ambito de la moralidades —a su jui-
cio-, un ambito ajeno a la experiencia sensible. Esta nos muestra <hechos»,
pero la moralidad noes cuestién de hechos, sino de sentimientos subjeti-
vos de agrado o desagrado que aparecen en nosotrosal tiempo que experi-
mentamoslos hechos objetivos.
En consecuencia, Hume considera que el papel de la razén enel terre-
no moral concierne tinicamente al conocimiento delo dadoy a la posibili-
dad de juzgar la adecuacién de los medios con vistas a conseguir algunfin,
pero es insuficiente para producir efectos practicos e incapaz de juzgarla
bondad 0 maldaddelas acciones:
«Parece evidente que la razon, en un sentidoestricto, significandoel dis-
cernimiento de la verdad y la falsedad, no puede nuncaporsf mismaser un
motivo para la voluntad, y no puedetener influencia alguna sino en cuanto
afecte a alguna pasion o afeccién. Las relaciones abstractas de ideas son
objeto de curiosidad, no de una volicién. Y las cuestiones de hecho, como
no son ni buenas ni malas, ni provocan deseo ni aversién, son totalmente
indiferentes, y ya sean conocidas o desconocidas, ya aprehendidas errénea o
correctamente, no puedenser consideradas como motivos para la accién.»
(Tratado de la Naturaleza Humana,2 vols.,
Madrid, Editora Nacional, 1977, pag. 617)
Las funciones morales las encomienda Hume a otras facultades no
menos importantes que la raz6n, comoson las pasionesy el sentimiento.
Al actuar sobre la voluntad, las pasiones o deseos son —a juicio de
Hume- las fuentes directas e inmediatas de las acciones; el error de los
racionalistas, y del cominde los mortales, al considerar que nuestra con-
ducta se rige por la raz6n, arranca de la creencia errénea de que sélo nos
mueven las pasiones cuando sufrimos un arrebato emocional, mientras
que la suavidad o apacibilidad emocional se atribuyen, sin mas, a la
razon. No tenemos en cuenta, cuando asi pensamos, que también exis-
ten pastones apacibles, cuya accién sobre la voluntad confundimos con
la racionalidad.
Ocurre, ademas, que nuestras pasiones y acciones no representan las
cosas de una determinada manera, es decir, no son cuestiones de hecho ni
representan relaciones entre ideas, sino que simplementese dan, existen,
son ejecutadaso sentidas. Por tanto, no guardanrelacién con la raz6n por
69
lo que hace a su verdad o falsedad. Noes, pues, la razon la facultad encar-
gada de establecer los juicios morales.
Pero no es slo a los racionalistas a quienes Humeesta criticando desde
su concepcién ética. Tambiéndirige sus afilados dardos contralas teorias éti-
cas de base teoldgica o religiosa, en concreto contra la obra Whole Duty of
Man, probablementeescrita por Allestree. A propésito deella, y del fildso-
fo racionalista Wollaston, Hume denuncia lo que pasara a la historia como
la falacia naturalista, que consiste en extraer juicios morales a partir de jui-
cios facticos, 0, lo que es lo mismo, en concluir un debea partir de un es:
«En todos los sistemas de moralidad que he encontrado hasta ahora siem-
pre he observado que el autor procede por algtin tiempo segtin la forma ordi-
naria de razonary establece la existencia de Dios o hace observaciones sobre
los asuntos humanos. Pero de repente me sorprendoal ver que en lugar de es
y no es, las cépulas usuales de las proposiciones, no doy con ninguna propo-
sicién que no esté conectada con un debes o no debes.»
(Tratado de la naturaleza humana, Ill, 1,1)
70
normas morales —que supone como dadas y cuyo origen, por tanto, no
explica— porque, de no hacerlo asi, se seguirfan mayores perjuicios que los
que, en algunoscasos, ocasiona la obediencia a las mismas. En esto consis-
te su utilidad.
En cuanto a la simpatia, se trata de un sentimiento porel cual las
acciones de otros resuenan en nosotros provocando la misma aprobacién o
censura que han causadoenlos afectados porellas, lo cual nos lleva a reac-
cionar ante situaciones que no nos afectan directamente. Ella esta en el
origen de una virtud que Humeconsideraartificial, la virtud de la justicia.
11.3.2. Kant
En la conclusién de su Critica de la razén prdactica escribid Kant lo
siguiente:
«Dos cosas llenan el 4nimo de admiraci6n y respeto, siempre nuevosy cre-
cientes, cuanto con mas frecuencia y aplicacién se ocupadeellas la reflexién:
el cielo estrellado sobre mi y la ley moral en mi.»
Y en efecto, todo el enormeesfuerzo de reflexidén que llev6 a cabo en su
obrafiloséfica tuvo siempre el objetivo de estudiar por separado dos ambi-
tos que ya habia distinguido Aristételes siglos atras: el Ambito teérico, corres-
pondiente a lo que ocurre de hecho en el universo conforme a su propia
dindmica,y el Ambito de lo prdctico, correspondiente a lo que lo que puede
ocurrir por obra de la voluntad libre de los seres humanos. En ambosterre-
nos es posible —a juicio de Kant— que la razén humanasalga de la ignorancia
y la supersticién si desde la filosofia se toman medidas para disciplinar la
reflexién sin dejarse llevar por arrebatos ingenuos e irresponsables.
En el 4mbito practico, el punto de partida para la reflexién es un hecho
de razon: el hecho de que todos los humanos tenemos conciencia de cier-
tos mandatos que experimentamos como incondicionados, esto es, como
imperativos categéricos; todos somos conscientes del deber de cumplir
algtin conjunto de reglas, por mds que no siempre nos acompafien las ganas
de cumplirlas; las inclinaciones naturales, como todos sabemos por propia
experiencia, pueden ser tanto un buen aliado comounobstaculo, segtin los
casos, para cumplir aquello que la razén nos presenta como un deber. En
esto consiste el «giro copernicano» de Kant en el dmbito practico: el punto
de partida de la Etica no es el bien que apetecemos comocriaturas natura-
les, sino el deber que reconocemosinteriormente como criaturas raciona-
les; porque el deber no es deducible del bien (en ésto tendria raz6n Hume
al rechazar la deduccién de un «debe» a partir de un «es»), sino que el bien
propio y especifico de la moral no consiste en otra cosa que en el cumpli-
miento del deber.
7I\
Los imperativos categéricos son aquellos que mandanhaceralgo incon-
dicionalmente: «cumple tus promesas», «di la verdad», «socorre a quien esté
en peligro», etc. Tales imperativos no son 6rdenescuarteleras que nos orde-
nen hacer algo «porque sf», sino que estan al servicio de la preservacién y
promociénde aquello que percibimos como un valor absoluto: las personas,
incluyendo la de uno mismo. A diferencia de los imperativos hipotéticos
—que tienen la forma «si quieres Y, entonces debes hacer X»-, los categéri-
cos mandanrealizar una accién de modo universal e incondicionado y su
forma légica responde al esquema «;Debes —o «no debes»— hacer X!». La
raz6n quejustifica estos mandatoses la propia humanidad del sujeto al que
obligan, es decir, debemos 0 no debemos hacer algo porquees propio delos
seres humanoshacerlo o no. Actuar de acuerdo con las orientaciones que
ellos establecen pero sélo por miedo al qué dirdn o pornoser castigados
supone «rebajar la humanidad de nuestra persona» y obrar de modo mera-
mente «legal», pero no moral, puesto que la verdadera moralidad supone un
verdadero respeto a los valores que estan implicitos en la obediencia a los
imperativos categéricos. Naturalmente, actuar en contra de tales imperati-
vos es totalmente inmoral aunque pueda conducirnosal placer 0 la felici-
dad, puesto que las conductas que ellos recomiendan o prohiben sonlas que
la raz6n considera propias o impropias de seres humanos. Pero, jc6mo puede
la raz6n ayudarnos a descubrir cudles son los verdaderos imperativos cate-
goricos y asi distinguirlos de los que meramentelo parecen?
Kant advierte que los imperativos morales se hallan ya presentes en la
vida cotidiana, no son un inventodelosfilésofos. La misién de la Etica
es descubrir los rasgos formales que dichos imperativos han de poseer para
que percibamos en ellos la forma de la razén y que, por tanto, son
normas morales. Para descubrir dichos rasgos formales Kant propone un
procedimiento que expone a través de lo que él denomina «las formu-
laciones del imperativo categdérico». De acuerdo con ese procedimiento,
cada vez que queramos saber si una mAdxima® puede considerarse «ley
5 Las «mdximas» son, para Kant, los pensamientos que gufan nuestra conducta. Quizd se
pueda captar mejor en qué consisten si meditamossobreel siguiente ejemplo, que no es de
Kant. Supongamos que puedo apropiarmede algo que no es mio y tengo la absoluta seguri-
dad de que no seré descubierto; si decido queddrmelo, estarfa comportandome de acuerdo
con una maxima que puede expresarse mds 0 menosasf: «aprdépiate de todo lo que puedas,
siempre que no haya peligro»; en cambio, si decido no queddrmelo, la maxima que me guia-
tfa puede ser esta otra: «no te apropies de lo ajeno aunque no hayapeligro, no es honesto
hacerlo». Lo que Kant nos sugiere es que pongamosa prueba las maximas que podrian regir
nuestro obrar, de modo que podamosaclarar cudles son acordes con la ley moral y cudles no.
Desde su punto de vista -obviamente— sdlo la segunda mAxima pasaria el test de moralidad.
72
moral», habremos de preguntarnossi retine los siguientes rasgos, propios
de la razén:
1) Universalidad: «Obra sélo segtin una maxima tal que puedas querer
al mismo tiempo quese torne ley universal». Sera ley moral aquélla
que comprendo que todos deberfamos cumplir.
2) Referirse a seres que son fines en si mismos: «Obra de tal modo que
trates la humanidad, tanto en tu persona comoen la de cualquier
otro, siempre comounfin al mismo tiempo y nunca solamente como
un medio». Sera ley moral la que obligue a respetar a los seres que
tienen un valor absoluto (son valiosos en si y no para otra cosa) y
que son, portantc, fines en si mismos, y no simples medios. Los tini-
cos seres que podemos considerar que son fines en si —a juicio de
Kant-—son los seres racionales, dado que sélo ellos muestran —como
veremos mas adelante— la dignidad desereslibres.
3) Valer como normapara unalegislacién universal en un reino de los
fines: «Obra por maximas de un miembrolegislador universal en un
posible reino de los fines». Para que una maxima sea ley moral, es
preciso que puedaestar vigente comoley en un reino futuro en que
todos los seres racionales llegaran realmente a tratarse entre si como
fines y nunca sdlo como medios.
Al obedecer imperativos morales, no sélo muestra unoel respeto que
le merecen los demds, sino también el respeto y la estima por uno
mismo. La clave de los mandatos morales auténticos (frente a los que
sélo tienen la apariencia, pero en el fondo nosontales) es que pueden
ser pensados comosi fueran leyes universalmente cumplidas sin que
ello implique ninguna incoherencia. Al obedecer tales mandatos, nos
estamos obedeciendo a nosotros mismos, puesto que no se trata de man-
datos impuestos desde fuera, sino reconocidos en conciencia por uno
mismo. Esta libertad como autonomia, esta capacidad de que cada uno
pueda llegar a conducirse por las normas que su propia conciencia reco-
noce como universales, es la razé6n por la cual reconocemos a los seres
humanos un valor absoluto que no reconocemos a las demas cosas que
hay en el mundo, y por eso las personas no tienen precio, sino dignidad.
La libertad como posibilidad de decidir por uno mismoes, para Kant, la
cualidad humana massorprendente. En virtud de ella, el ser humano ya
no puede ser considerado como una cosa mds, como un objeto intercam-
biable por otros objetos, sino que ha de ser considerado el protagonista
de su propia vida, de modo quese le ha de considerar como alguien, no
como algo, como un fin, y no como un medio, como una persona, y no
como un objeto.
73
Ahorabien, Kant vive en un momentohistérico en el quela fisica new-
toniana parece demostrar que en el mundoffsico no hay lugar parala liber-
tad: en el universo todo funciona de un modo mecdnico, conformea leyes
eternas que rigen inexorablemente todos los fenédmenos, incluidos los que
afectan a la vida humana. ;Cémo podemos, entonces, estar seguros de que
realmente poseemosesa cualidad tan sorprendente que llamamoslibertad?
—se pregunta Kant.
La respuesta es que la afirmacién de la libertad es un postulado de la
razon, una suposicién que no procede dela ciencia pero es perfectamente
compatible con lo que ella nos ensefia. A demostrar esta compatibilidad
dedica Kant su influyente Critica de la razon pura. Hemos de suponer que
realmente somos capaces de decidir por nosotros mismos, siguiendo las
directrices de nuestra propia raz6n, a pesar de las presiones que ejercen
sobre nosotroslos instintos bioldgicos, las fuerzas sociales y los condicio-
namientos de todo tipo. Ha de ser posible que cada persona puedaejercer
su propia soberania racional sobre sus propios actos, pues de lo contrario
no serfan necesarias las convicciones morales, dado que ni siquiera podria-
mos intentar seguirlas. Pero si nos pensamos comoseres que tenemoscier-
ta capacidad de decisién, entonces es ldgico que necesitemos guiarnos por
algunas normasy criterios para actuar, y por eso los adoptemos. La exis-
tencia de orientaciones morales nos conduce al conocimientodela liber-
tad, mientras que la existencia dela libertad es la razén de ser delas pro-
pias orientaciones morales.
En coherencia con el planteamiento que llevamos expuesto, Kant afir-
ma que el bien propio de la moral consiste en llegar a tener una buena
voluntad, es decir, una disposicié6n permanente a conducir la propia vida
obedeciendo imperativos categéricos, dado que son los tinicos que nos ase-
guran una verdaderalibertad frente a los propios miedos, a los instintos y
a cualquier otro factor ajeno a la propia autodeterminacién porla razén.
[Se comprendera mejor lo que significa el concepto de buena voluntadsi nos
percatamosde que las personas podemosser muytitiles y muy competentes pro-
fesionalmente, pero al mismo tiempo ser malos moralmente. Cuando obramos
movidosporel interés, el beneficio propio, la vanidad, etc., no estamos obe-
deciendo los imperativos de la raz6n prdctica, sino cediendoterreno al instin-
to; en cambio, se puede ser buena persona e ignorante, incompetente, poco
educado, etc., puesto que la bondad moral no radica en la competenciaprofe-
sional, ni en el titulo académico, ni, en general, en las caracteristicas que se
suelen considerar utiles, sino sélo en la buena voluntad de quien obra conres-
peto a la dignidad delas personas. Naturalmente, esto nosignifica que alguien
que descuida voluntariamente su formaci6n cultural y técnica 0 sus modales
deba ser considerado como buenapersona, puesto quetal descuido irfa en con-
tra del imperativo racional de acrecentar el respeto a si mismoy a los demés.]
74
«Buena voluntad»es, por tanto, la de quien desea cumplir conel deber
moral por respeto a su propio compromiso con la dignidad de las personas..
Hasido muy rechazada la célebre expresién kantiana de que hay que seguir
«el deber por el deber»; pero esto significa, a nuestro juicio, que «lo moral
es obrar de acuerdo con los dictados de mi propia conciencia, puesto que
se trata de respetar mi decisién de proteger la dignidad humana».
El bien moral, por tanto, no reside —a juicio de Kant-—en lafelicidad,
como habian afirmado la mayoria de las éticas tradicionales, sino en con-
ducirse con autonomia, en construir correctamente la propia vida. Pero el
bien moral no es para Kantel bien supremo: éste ultimo sdlo puede enten-
derse como la union entre el bien moral —haber Ilegado a formarse una
buena voluntad- y la felicidad a la que aspiramos por naturaleza. Pero la
raz6n humana no puede ofrecernos ninguna garantia de que alguna vez
podamosalcanzar ese bien supremo; en este punto, lo unico que puede
hacer la raz6n es remitirnos la fe religiosa:
«De esta manera, conducela ley moral por el concepto de supremobien,
comoobjeto y fin de la razén pura practica, a la religion, esto es, al conoci-
miento de todos los deberes como mandatos divinos, no como sanciones, es
decir, érdenes arbitrarias y por si mismas contingentes de una voluntad
extraria, sino comoleyes esenciales de toda voluntadlibre por sf misma, que,
sin embargo, tienen que ser consideradas como mandatosdel ser supremo,
porque nosotros no podemosesperar el supremo bien [...] mds que de una
voluntad moralmente perfecta (santa y buena), y al mismo tiempo todopo-
derosa, y, por consiguiente, mediante una concordancia con esa voluntad».
(Critica de la razén practica,libro 2°, cap. II, apartado V.)
75
nidad ética», o lo que es lo mismo, una sociedad justa. De este modo, la
ética kantiana apunta en ultima instancia a una progresiva reformapoliti-
ca que hadellevar a nuestro mundoa la superacién del peor de los males
—la guerra— conla justa instauracién de una «paz perpetua» para todos los
pueblosde la Tierra.
76
VALORESPOSITIVOS
Y NEGATIVOS
Utiles Capaz-Incapaz,
Caro-Barato,
Abundante-Escaso,
etc.
Vitales Sano-Enfermo,
Selecto-Vulgar,
Enérgico-Inerte,
Fuerte-Débil,
etc.
Morales Bueno-Malo,
Bondadoso-Malvado,
Justo-Injusto,
Escrupuloso-Relajado,
Leal-Desleal,
etc.
Estéticos Bello-Feo,
Gracioso-Tosco,
Elegante-Inelegante,
Armonioso-Inarmonico,
etc.
77
nos agrada porquese nos presenta comovalioso, y no al revés. En cuanto a
su identificacién con lo deseado o con lo deseable, o con ambos a un tiem-
po, es también incorrecta, pues el deseo es un acto sentimental y apetitivo
variable en su intensidad, mientras que lo valioso es reconocido siempre
comotal, sin oscilaciones en lo que hacea esta cualidad. Enlo relativo a su
identificacién con lo util, ha de decirse que es igualmente errénea, pues, si
bien hay valores utiles, éstos son una clase, pero no agotanel términoy,
desde luego, no es a ellos a los que nos referimos en el A4mbito de la ética.
Los valores son cualidades dotadas de contenido, independientes tanto
de nuestros estados de 4nimo subjetivos comodelas cosas; éstas son deno-
minadas «bienes» precisamentepor ser portadoras de tales cualidades, las
cuales precisan de un sujeto dotado de intuicién emocional quelas capte;
no es, pues, el sujeto el que crea el valor presente en un objeto, ni el valor
depende del objeto quelo sustenta.
En torno a los valores girardn los restantes elementosdela teoria ética:
el bien y el deber. Vamos a ver ahora cémose configuran.
En la teorfa scheleriana se afirma una ciencia pura de los valores, una
Axiologia pura, que se sustenta en tres principios: 1) Todos los valores son
negativos o positivos. 2) Valor y deber estén relacionados, pues la captacién
de un valor no realizado se acompafia del deber derealizarlo. 3) Nuestra pre-
ferencia por un valor antes que porotro se debe a quelos valores son captados
por nuestra intuicién emocional ya jerarquizados. La voluntad de realizar un
valor moral superior en vez de unoinferior constituye el bien moral, y su con-
trario es el mal. No existen, por tanto, valores especificamente morales.
Este modelo ético ha sido seguido y ampliado por pensadores como
Nicolai Hartmann, Hans Reiner, Dietrich von Hildebrand y José Ortega y
Gasset, que denomin6 «estimativa» a la intuici6n emocional e incluy6 los
valores morales en la jerarquia objetiva, a diferencia de Scheler (véase cua-
dro adjunto).
11.3.4. El utilitarismo ;
El utilitarismo constituye una forma renovadadel hedonismoclasico,
pero ahora aparece en el mundo modernode la mano deautores anglosa-
jones y adopta un cardcter social del que aquél carecia. El utilitarismo
puede considerarse hedonista porque afirma que lo que muevea los hom-
bres a obrar es la btisqueda del placer, pero considera que todos tenemos
unos sentimientos sociales, entre los que destaca el de la simpatia, que nos
llevan a caer en la cuenta de que los demic también desean alcanzarel
mencionadoplacer. El fin de la moral es, por tanto, alcanzar la maxima
felicidad, es decir, el mayor placer para el mayor ntimero deseres vivos. Por
78
tanto, ante cualquier eleccién, obrara correctamente desde el punto de
vista moral quien opte por la accién que proporcione «la mayorfelicidad
para el mayor numero».
Este principio de la moralidad es, al mismo tiempo, el criterio para deci-
dir racionalmente. En su aplicaciéna la vida en sociedad, este principio ha
estado y sigue estando enel origen del desarrollo de la economia delbie-
nestar y de gran cantidad de mejoras sociales.
Fue un importante tratadista del Derecho Penal, Cesare Beccaria, quien
en su libro Sobre los delitos y las penas (1764), formul6 por vez primera
vez el principio de «la maxima felicidad posible para el mayor numero posi-
ble de personas», pero se considera clasicos del utilitarismo fundamen-
talmente a Jeremy Bentham (1748-1832), John S. Mill (1806-1876) y
Henry Sigdwick (1838-1900). En el siglo XX ha seguido formando parte
del pensamiento ético en pensadores como Urmson, Smart, Brandt, Lyons,
y en las llamadas «teorfas econdémicas de la democracia».
Jeremy Bentham expuso una«aritmética de los placeres», que se apoya
en dosprincipios: 1) El placer puede ser medido, porque todos los placeres
son cualitativamente iguales. Teniendo en cuenta criterios de intensidad,
duracién, proximidad y seguridad, se podra calcular la mayor cantidad de
placer. 2) Distintas personas pueden comparar sus placeres entre si para
lograr un maximototal de placer.
Frente a él, J.S. Mill rechaza estos principios y sostiene que los placeres no
se diferencian cuantitativa sino cualitativamente, de manera que hay placeres
inferiores y superiores. Sdlo las personas que han experimentadoplaceres de
ambostipos estan legitimadas para procedera su clasificacion, y estas personas
siempre muestran su preferencia porlos placeres intelectuales y morales. De lo
que concluye Mill que «es mejor ser un Sdcrates insatisfecho que un cerdo
satisfecho». A su juicio, es evidente que los seres humanosnecesitan de mas
variedad y calidad de bienesparaserfelices que el resto delos animales.
La forma en que Mill concibeel utilitarismo ha sido calificada de « idea-
lista», puesto que sobrevalora los sentimientos sociales como fuente de placer
hasta el punto de asegurar que, en las desgraciadas condiciones de nuestro
mundo, la ética utilitarista puede convencer a una personade la obligacién
moral de renunciar a sufelicidad individual en favor dela felicidad comin.
En las ultimas décadas ha tenido éxito entre los cultivadores del utilita-
rismo una importante distincién entre dos versiones de esta filosofia moral:
1) El Utilitarismo del acto, que demandajuzgar la moralidad delas accio-
nes caso por caso, atendiendoa las consecuenciasprevisibles de cadaalter-
nativa. 2) El Utilitarismo de la regla, que recomienda mas bien ajustar
nuestras acciones a las reglas habituales, ya consideradas morales porla
79
probada utilidad general de sus consecuencias. Ahorramosasi energias y
aprovechamos la experiencia vivida.
80
moral dado por experiencias de comunidadesjustas que ellos mismos promo-
vieron (cooperativas, fabricas-modelo, «falansterios» de Fourier, etc.) y sobre
todo a la necesidad de una educacién cuidadosa que inculcase a las nuevas
generacioneslas virtudes necesarias para la solidaridad y la armoniasocial.
En la segunda mitad del XIX y principios del XX se sitian los cldsicos
del socialismo libertario 0 anarquismo (Proudhon, Bakunin, Kropotkin,
Malatesta, Abad de Santillan, etc.). Para ellos la reflexién ética es, ante
todo, una propuestaderealizacién de la justicia. Pero ésta sdlo sera el resul-
tado de un cambio en profundidad de las personasy de las estructuras socia-
les, con especial atencién a la abolicién del estado. Afirman quela socie-
dad justa ha de desterrar para siempre todo tipo de opresién (sometimiento
aun gobierno y unos poderes que impiden a los humanosser duefios de sus
propias vidas) y de explotacién (apropiacidn injusta por parte del capita-
lista de los beneficios producidos por el trabajador). Identifican la justicia
con un modelo de sociedad solidario, autogestionario y federalista, que
s6lo podra hacerse realidad mediante la lucha organizadade los trabajado-
tes llevada a cabo porlos propios trabajadores.
En sintesis no parece descabellado afirmar que tanto el socialismo ut6-
pico como el anarquismo suponenunacierta radicalizacién de los ideales
morales de la Ilustracién(libertad, igualdad, solidaridad), que a su vez hun-
den sus rafces en las propuestas morales de la tradicién judeo-cristiana.
Desde este punto de vista, pueden interpretarse las diferentes versiones de
este tipo de Etica comootrostantos intentos de btisqueda de las mediacio-
nes politicas y econémicas necesarias para realizar aquellos valores mora-
les con toda la extensién y profundidad que sea posible.
Marx y el marxismo
Uno delos mas fervientes criticos del marxismo, el austriaco K. Popper,
afirmabalo siguiente:
«Pero si bien El capital es principalmente, en realidad, un tratado de ética
social, estas ideas éticas nunca se presentan comotales. Sélo se las expresa
indirectamente, pero no por ello con menos fuerza, pues los pasos interme-
dios resultan evidentes. A mi juicio, Marx evité formular una teorfa moral
explicita porque aborrecifa los sermones. (...) Para él, los principios de huma-
nidad y decencia eran cosa que no podifa ponerse en tela de juicio y debian
darse por sentados(...). Atacé a los moralistas porque vio en ellos a los defen-
sores serviles de un orden social cuya inmoralidad sentia intensamente»’
En efecto, podemos decir que Marx no intent6 hacer una éticay, sin
embargo, el mejor legado dela filosoffa marxista tal vez consista precisa-
"K. Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, Barcelona, Paidéds, 1982, p. 370.
8|
mente en constituir una provocacién moral en pro dela justicia y de la
construccién de una utopia en la que todoslos seres humanoslleguen a sen-
tirse libres de dominacién. El saber marxista no pretende ser sabiduria
moral, sino ciencia de la historia que excluye toda suerte de juicios de valor.
No hayenella, pues, separacién entre lo que es (objeto de la ciencia) y lo
que debe ser (objeto de la moral): las leyes o tendenciasdela historia, des-
cubiertas por la ciencia marxista, muestran que la utopia se va a realizar gra-
cias al desarrollo de las fuerzas productivas y a las contradicciones internas
del sistema capitalista. ;Por qué hablamos, pues, de una ética marxista?
Tras los intentos neokantianos de conjugar la ciencia marxista con la
Etica kantiana’, intentos que siempre fueron repudiados por los marxistas
cldsicos, a mediadosdel siglo XX se forjan los fundamentosescoldsticos de
una Etica que trata de dar cuenta de la realidad moral confiriéndole un sta-
tus que no es el de la mera ideologia.
Aun cuando noexiste acuerdo entre los marxistas en relacién conel pro-
blemadel origen de la moral, la versi6n mas aceptadalo sittia en un cambio
histdrico objetivo y subjetivo a la vez. Los primeros estadios de la sociedad
viven una moralgregaria, a la que corresponde totalmente un punto infimo de
libertad, porque el hombre, obligado a dependercasi totalmente de la natura-
leza, se encuentra casi completamente determinadoporella. Un cambio obje-
tivo —el desarrollo de las fuerzas productivas y el nacimiento dela divisién del
trabajo— abre el valor y significado del hombre como individuo: el hombre ya
no necesita del grupo para sobrevivir fisicamente (al menos, no tanto como
antes) y, por tanto, aparecela posibilidad de un cierto grado de independencia
individual. Este cambio en el lugar objetivo del individuo produce,a la vez, un
cambio subjetivo, un cambio en su conciencia. Apareceel sentimiento de indi-
vidualidad, la capacidad de aproximarsea la realidad analftico-criticamente y
de valorar. Esta nueva situaci6n comporta una nueva necesidad social: conci-
liar la conducta del individuo con los intereses del todo social, como necesi-
dad de superar la contradicci6én entre los intereres del individuoy los del todo.
Unarespuesta a esta necesidad social es la moral que, nacida en una época
determinada, sdlo puede desaparecer cuando también desaparezcan las contra-
dicciones entre personalidad y sociedad. jSignifica esto que la moral es pura
ideologia, llamada a desaparecer en la sociedad comunista, en el reino de la
libertad, cuandolos intereses del individuo se identifiquen con los del género?
82
La respuesta que a esta pregunta darian los tedricos del marxismo en la
actualidad no seria, a nuestro juicio, mayoritariamente positiva. Por el con-
trario, segtin la respuesta mayoritaria, junto a la moral de las clases domi-
nantes, que definen los intereses de clase, es posible rastrear una «moral
humana comtn», una moral que defiendelos intereses de la especie humana
y que esta representada porla moralde los trabajadoresalo largo dela his-
toria: la moral comunista. Para conocer su contenido no es primariamente
necesaria la especulacién teérica, porque la verdad se buscay realiza en la
praxis, la revela aquella clase que lucha porel socialismo. Ella defiende los
ideales de libertad, igualdad y fraternidad, pero despojandolos de deforma-
ciones, porquelos intereses de esta clase coinciden con los de la humanidad.
La ética del marxismo coincide, pues, con las restantes éticas dominan-
tes en nuestro momentohistérico en ser normativa, en buscar la satisfac-
cion de los intereses sociales, en identificar los intereses morales con los
intereses objetivos y éstos, a su vez, con los intersubjetivos. Pero también
esta concepcién ética se encuentra con dificultades. Por una parte, con
todas las dificultades que acosan al materialismo histérico (de qué ciencia
se trata, si el factor econémico explica suficientemente como determinan-
te la estdtica y la dindmica social; si es posible hoy en dia analizar la reali-
dad social en virtud de dos clases, cémo discernir cual es el sujeto de la
revolucién, hasta qué punto son teorfas econémicas aceptables las del
valor-trabajo y la plusvalfa, etc.) y, por otra, con las especificas del punto
de vista moral. De entre los problemas podemosentresacar dos quetal vez
han ocasionadoa los éticos del marxismo mas quebraderos de cabeza que
ningtin otro: el problemadela libertad y el del acceso a la verdad moral.
Estas dos cuestiones, estrechamente unidasentre si, no reciben el mismo
tratamiento por parte de todos los éticos marxistas. Una interpretacién
mecanicista del materialismo histérico conduciria a afirmar que la concien-
cia (factor subjetivo) se encuentra determinadaporel lugar ocupado invo-
luntariamente en el proceso productivo (factor objetivo), en cuyo caso la
verdad moral —cudles son los intereses del género humano y no de una
clase— tiene que venir determinada por la clase trabajadora a cuantos
descubran queel proceso histérico sigue los pasos descubiertosporla cien-
cia marxista. Para una concepciédn no mecanicista del marxismo, la
conciencia noseria sélo reflejo de la realidad material, pero son los exper-
tos de la ciencia marxista quienes deberfan desvelar cuales son los intereses
objetivos, en tanto no hayamos llegado a la fase en que decidiran los pro-
ductores libremente asociados.
Atendiendoa la primera interpretacién, la clase trabajadora decide cuales
son los intereses objetivos, pero queda anuladala libertad como posibilidad
83
de optar; en el segundo caso, es posible optar a favor de la necesidad histéri-
ca, pero son los expertos quienes determinanlos intereses intersubjetivos. El
hecho de que un grupo determine lo que desea la especie, suele suponer un
riesgo de dogmatismo,en el que los regimenes comunistas parece que suelen
caer. Esta es una de las multiples razones por las que surgieron reacciones
diversas frente a la ética marxista-leninista dentro del mismo marxismo:la
ética del marxismo humanista se encuentra representadaporfildsofos de gran
talla, los «revisionistas» han proliferado y la neomarxista escuela de
Francfort representa uno delos actuales pilares éticos del occidente europeo.
Hl.4.1. Nietzsche
e El método genealdgico aplicado a los conceptos morales
El enfoque nietzscheano del estudio de la moral es histérico y psicol6-
gico, y desde ese punto devista aborda también unacritica del lenguaje
moral, que tiene comobasela historia de los conceptos morales. El proble-
ma fundamentalque haderesolverel fildsofo consiste en el «problemadel
valor», en la determinaci6énde la «jerarquia de los valores»’, en dilucidar
lo que vale una moral y para qué es valioso lo queasi se califica.
A tal efecto desarrolla Nietzsche una «historia natural de la moral» aleja-
da de las fundamentacionesde la moral, para las cuales la moral se considera
como algo dado;las éticas tradicionales serfan tan s6lo una forma docta de la
creencia en la moral dominante, que impide concebir ésta como problema.
Sin embargo, Nietzsche cree que su propio enfoque permitirfa tener una
vision mas amplia de los «hechos morales» y de los auténticos problemas de
la moral, que sdélo surgen cuando se pueden comparar «muchas morales»".
En Masalld del bien y del mal, encontramos la distincién entre tres
perfodos de la historia humana, a los que denomina «premoral», «moral»
y «extramoral», dependiendodesi el: valor de las acciones deriva de sus
consecuencias, de la procedencia (la intencién), 0 de lo no-intencionado.
Para «los inmoralistas» —como Nietzsche gusta llamarse a sf mismo y a
quienes compartan con él su visién critica— es esto ultimo lo que decide el
valor de una acci6n, ya que para él las intenciones son un prejuicio que
tiene que ser superado en la «autosuperacién de la moral»"'.
84
_ El problema bdsico es, pues, para Nietzsche, el del valor y las transvalo-
raciones. La genealogia es el intento de interpretar (desenmascarar) lasilu-
siones, los engafios, lo que se ofrece como verdadero. El métododela sos-
pecha es un camino hermenéutico, que relativiza toda pretensién de
caracter absoluto de los valores, indagando la diferenciacién del valor
desde su origen. Porque no hay valores en si, sino que es menester descu-
brir las fuentes de donde brotan los valores.
jCual es el valor de la moral? ;Cémodecidir acerca del valor de la moral?
La union de genealogia y etimologfa nos ayuda a penetrar hastael ori-
gen de las estimaciones morales, que brotan de una formadeser, de una
forma de vida, de un tipo de hombre.
Pues en sf misma ninguna moraltiene valor, y propiamente lo moral nace
de lo inmoral (0 extramoral): de la voluntad de poder. Por consiguiente, la
moral es un caso de la inmoralidad. Y aqui radica el sentido fundamentaldel
ataque nietzscheanoa la moral, dirigido contra las pretensiones de universa-
lidad e incondicionalidad, ya que la hermenéutica genealdégica descubre su
particularidad y condicionalidad. El hecho de la multiplicidad de las mora-
les despoja a cada una deellas de su presunta validez universal, porque cada
moral constituye sdlo una posibilidad hist6rica y particular, que ha llegado a
ser. Por otra parte, el juicio moral queda todavia mas radicalmente rechaza-
do, porque es imposible desvelar y defender su verdad, como pone de mani-
fiesto el estudio del origen de las valoraciones.
La moral de Europa es en definitiva la socratica y judeocristiana, que es
una moralde esclavos, alimentada por un instinto de rebafio, de pobres,
sufrientes, mediocres, frente a los independientes, excepcionales. Los
mediocres pueden ser sefiores mediante esta moral. Su fuentees, pues, el
resentimiento, la sed de venganza del pueblo sacerdotal judio.
Con anterioridad existia sdlo lo bueno (gut) y lo malo (schlecht); pero el
resentimiento introduce una transvaloracién, distinguiendo lo bueno (gut) y
lo malvado (bése). Esta transvaloracién conducea llamar malvadoal que antes
era bueno: al poderoso, al violento, al pletérico de energia, al lleno de vida; y
a llamar bueno al que era malo: al hombre bajo, simple, indigente y enfermo.
El heredero de esta transvaloraci6nes el cristianismo, en el que conti-
nua la rebelidén de los esclavos en la moral. Por eso el cristianismo es la
religién del odio contra los nobles, poderosos y veraces; la victoria de los
plebeyos. Aqui la genealogia se revela como unapsicologia del cristianis-
mo, situando su nacimiento en el resentimiento, en la rebelién contra el
dominio de los valores nobles.
La consecuencia de esta sustitucién de la moral primitiva por la moral de
los esclavos es que el animal que hay en el hombre, su instinto brutal de
85
podery crueldad, sigue actuando,pero, al sentirse inhibido, lleva a cabo su
venganza volviéndose contra el yo, generando la «mala conciencia»”. De
ahi que la conciencia no sea la voz de Dios, sino el instinto de crueldad, que
late y acttia desde el transfondo vital en la cultura. La mala conciencia
viene de la culpa (Schuld), que no guarda relacién con la responsabilidad
moral, sino que es una deuda (Schuld), una relacién entre acreedor y deu-
dor. El hombre, atrapado en la sociedad, no puede desahogarsus instintos y
los descarga hacia adentro, conformandola interioridad. La mala conciencia
es «la dolencia mds grande», «el sufrimiento del hombrepor el hombre»”.
86
ha conducido necesariamentea la catdstrofe nihilista. Como dice en afirma-
cién rotunda: «Tuve que negar la moral, para imponer mi voluntad moral»"’.
Desde esta perspectiva es posible considerar a Nietzsche comounfild-
sofo de la libertad, aunque él mismocritique la «libertad inteligible». La
necesidad domina el mundo, perola tinica salida posible no es el determi-
nismosinoel fatalismo:el destino en el sentido de la condicionalidad fatal.
La voluntad humanaes una potencia independiente, aunque entrelazada
en una cadena de causas, y por ello el poder del destino no es un enemigo
de la libertad humana, no hacepeligrar la acci6n humana creativa. Ante
lo necesario, el hombre creativo se comporta heroicamente, porque parti-
cipa valientemente en la creacién de su propio destino:
Estas reflexiones nos conducenal nticleo de la aportacién nietzscheana:
al pensamiento abismal del Eterno Retorno de lo mismo. Este pensamien-
to es la supremaexpresién dela «fatalidad de todo lo que fue y sera»"*.
Aunqueel pensamiento del Eterno Retorno tiene cardcter existencial-
ontolégico, su significado practico no debeser infravalorado. El mismo
Nietzsche subraya el cardcter practico de este pensamientoal aludir a él por
primera vez'’, y autores como Heidegger o Kaufmann abundanenello. Para
Kaufmann —entre otros— el Eterno Retorno puede entenderse como una
forma de principio practico, entendido comoprincipio supremo dela obli-
gatoriedad de los valores para la voluntad. En esta medidaseria el princi-
pio practico supremo”. .
Ahorabien, la peculiaridad de este pensamiento del Eterno Retorno
radica en que no hay ningtin principio ultimo al que esté ligada la volun-
tad humana, sino queel principio determinante surge de la rotacién del
tiempo. El Eterno Retorno sustituye aquellos tres valores supremos que
habian fijado la valencia de los valores: el concepto defin ultimo, el con-
cepto de unidad absoluta y el de verdad absoluta. En su lugar se introducen
el grado de poder, la constelacién de poder y una peculiar obligatoriedad
desde la perspectiva del Eterno Retorno.
Las dificultades de interpretacién del Eterno Retorno son grandes.
Segtin G. Deleuze, tiene caracter selectivo porque proporciona unaley para
la autonomia de la voluntad, desgajada de toda moral (lo que quiero debo
quererlo de tal modo que también quiera su eterno retorno), y porque no
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es tan sdlo el pensamiento selectivo, sino también el ser selectivo. Sdlo
vuelve la afirmacién, lo que puedeser afirmado, la alegria. La negacién se
expulsa. El Eterno Retornoes la Repeticién que seleccionay salva.
Con ello el pasado cobra cardcter de futuro, si aquello que fue no ha
pasado de modoirreparable, sino que vuelve siempre de nuevo. El hombre
es entonces un participante en el juego de la causalidad y de la necesidad,
porque cada momentoesdecisivo para la eternidad, de modo queal hom-
bre corresponde amarlo necesario: amorfati.
Y aqui surge con todaclaridad el caracter bicéfalo de la «moral» nietzs-
cheana. Porque, por unaparte, el hombre creadorenla fatalidad es la viva
encarnacién de la autonom{fa moral, penetrado del sentimiento de obliga-
ci6én y responsabilidad, como fruto del desarrollo moral del género huma-
no. Pero este mismo hombrese ha sacudido las cargas morales porque esta
por encimade la moral; se rebela contra todos los cA4nones absolutos de
valor para mostrar a la humanidad otro camino de perfecci6dn.
Al concepto metaffsico de praxis opone Nietzsche el «acto creativo»,
que hacereferencia al juego; a una actividad humana quenose deja regir
por fines, metas y objetivos racionales sino que carece de metay fin. Esta
referencia al juego concierne a la intencién fundamentalde la actitud
humanaprdactica respecto al mundoy la vida: disolver la moral en la esté-
tica, configurar la vida en nombredela libertad individual, desenmasca-
rando los modelos abstractos universales.
La concepcién del hombre y el mundoes, pues, estética —no ética— por- -
que el juego noes ni praxis ni poiesis, ya que carece de estructura teleolé-
gica. Ni siquiera es fin en sf mismo, porque notiene sentido hablar en él de
finalidad. Esta mas alld de la teleologia, mas alld de las cadenas metafisicas.
Proporcionaunajustificacién estética y no moral del mundoy la vida.
El impulso artistico, que permite al hombresersefior y libre, y por el
cual se ofrece el hombre al juego del crear, es el ultimo paso en la trans-
formacioéndel espfritu, si recordamoslas tres famosas configuraciones (el
camello, el ledén y el nifio), las tres posibilidades esenciales de la existen-
cia humana. La significacién de cada una de ellas es clara: el camello
representa el «tti debes» de la moral, la tradiciény la religion; el leén sig-
nifica el «yo quiero», la voluntad de vivir en libertad; mientras que el
nifio representa el «yo soy», el disfrute de la propia existencia, el deseo de
lo que es.
88
Desdeella es posible establecer una gradacién segiinla cantidad enla ele-
vacion del sentimiento de poder. Por decirlo en palabras de Nietzsche:
«jQué es bueno? Todo lo que eleva el sentimiento de poder, la voluntad de
poder, el poder mismo en el hombre»
«jQué es malo? Todo lo que procede de la debilidad. ;Qué es felicidad? El
sentimiento de que el poder crece, de que una resistencia queda superada»”!.
No interesa, pues, la virtud sino el vigor, la virtt al estilo renacentista.
Seguin H. Kramer, para entender este concepto de poder en conexién conla
tradicion, se nos presenta el concepto de «autarquia». «Autarquia»signifi-
ca la coincidencia entre el querer y el poder, por unaparte, el tenery elser,
por la otra. Por tanto, significa la posibilidad suprema de autorrealizaci6n.
Pero en la medida en que Nietzsche sittia el poder mas alld de todoslos
fines individuales, su propuesta es formal y a la vez fundada ontoldégica-
mente. Con lo cual podria tomarse como mediador entre una ética pre-
kantiana y los esfuerzos del siglo XX porllegar a una ética no deontoldgica.
Desde una espontaneidad ateleolégica se llegarfa a una cierta ética teleo-
légica, porque de lo contrario no tiene sentido hablar de responsabilidad
del hombre superior ni de cualquier tipo de obligatoriedad supraindividual.
Ahora bien, el concepto de poder —entendido comofacultad, como capa-
cidad- sustituye al concepto de fin en el Ambito practico. Es el concepto
nuclear dela filosoffa practica en su conjunto, que unela ética individual
con la ética social y la filosofia politica.
La justicia recibe en este contexto una caracterizacién nueva. La liber-
tad del individuo se convierte en el centro, uniéndose el hecho de que no
haya verdad ultima con el presupuesto dela libertad. El individuo aparece
como algo absoluto”, con valor infinito, incalculable desde los juicios
morales y ontolégicos. La libertad tiene derecho a afirmarse frente a todas
las exigencias morales. Y en este punto se constituird la justicia.
La justicia consistird en dar a cada uno lo suyo, poniendo cada cosa la
mejor luz. Esta justicia es la voluntad de poder en la medida en que supera
la idea moral de deber, es decir, el querer sobreponerse a otra individuali-
dad con pretensién universal. Se trata ahora de la voluntad quesélo quie-
re la individualidad, tanto la propia comola de los otros, y que deja ser a
si mismo y a los otros, frente al deber ser dirigido desde representaciones
universa'cs. Por consiguiente, el concepto nietzscheanodela justicia es el
de «justicia absolutoria»: el reconocimiento de otra individualidad como
89
nuevo o espiritu absoluto”. La justicia no es, pues, algo que debeser, sino
que ella mismaes lo absoluto, que sirve de base a todo lo demas. Es, pues,
un rasgo premetaffsico.
Por otra parte, Nietzsche pretende superar la ontologia moral, incrusta-
da en la gramatica de nuestro lenguaje. El auténtico reconocimiento de las
personashade producirse sin recurrir a un concepto universal englobante,
como todavia ocurre en Kant, porque lo que se hace por amoracontece
siempre mas alla del bien y del mal. En el nuevo lenguaje de la justicia se
supera la contraposicién entre bueno y malo, se supera el punto devista
normativo moral, porque el amornoestablece estas diferencias. La justicia
y el amor noentiendende distinciones morales.
Segtin Nietzsche, sdlo una actitud afirmadora del ser en la justicia y el
amor podransuperar al «Dios moral», cuyo creptisculo anuncia y testimo-
nia el acontecimiento del nihilismo. Aqui comenzaria una nuevaética,
diferente de la moral. La justicia y las virtudes no estarfan marcadas por
normas morales de deber, sino que consistirfan en el reconocimiento de
los otros en su ser individual, sin concepto ni canon. Porque comete una
injusticia el que subsumea otros bajo su propio canon; sin embargo, cuan-
do dos hombres se reconocen mutuamenteen su individualidad, comienza
la verdad.
Es éste un nuevo contexto ético, sin fundamentaci6n ética, sino a lo
sumo justificacién estética de la vida; sin normas, sin fin, sino masalla del
deber y emplazadaen el poder,la injusticia recibe un nuevo contenido. La
injusticia no consiste en contravenir normasde justicia, sino en juzgar. Y
esto es valido incluso cuandoel individuo se juzga a si mismo.
Por eso elfildsofo tiene que decir, como Cristo: «jno juzguéis!». La alti-
ma diferencia entrelos filésofos y los restantes hombresseria que los pri-
meros quieren ser justos mientras que los otros quieren ser jueces”.
1.4.2. Emotivismo.
Desdefinales del siglo XIX asistimos a un cambio en el punto de mira
de la reflexién fildsofica: el llamado giro «lingiifstico», por hacer del len-
guaje su principal centro deinterés.
El primer pensador que se hace eco deeste giro en el terreno de la ética
es G.E. Moore, que, en su obra Principia Ethica (1.903), afronta la tarea de
esclarecer las cuestiones fundamentales de la ética analizando el lenguaje
90
moral, cuestiones todas ellas que se centran en la gran confusién en torno
al significado del término «bueno». Moore emprendié a esta tareaafir-
mando que lo bueno sdlo puede ser captado mediantela intuicién, dado
que es una noci6n indefinible por ser simple y, por tanto, no puederesol-
verse en otras mds simples que ella. Al negar la posibilidad de que eltér-
mino «bueno» puedaser definido, negé también el que pueda ser conoci-
do por demostracion, lo que le valié la calificacién de «intuicionista».
Tal posicién tiene su parte de verdad, pero presenta, en principio, dos
dificultades: no explica el hecho de la argumentacién moral, que se sigue
dando a pesar de todo intuicionismo ético; tampoco explica la razén porla
que los términos morales nos mueven a obrar. Y aquf entré en escenael
emotivismo del presente siglo, como respuestaa las dificultades menciona-
das por parte de lafilosoffa analitica.
Sostenido por A.J. Ayer y Ch.L. Stevenson, el emotivismo afirma que
los «enunciados» morales sé6lo son aparentes enunciados, pues la presencia
de un término moral en unaproposicién no afiade ningunsignificado com-
probable, sino que es expresién de la aprobacién o desaprobacién de quien
la formula. Estos pseudoenunciados, por tanto, tienen doble funcién: expre-
san emociones subjetivas o sentimientos e influyen en los interlocutores
pretendiendo que adopten nuestra actitud. En opinién de Stevenson, los
juicios morales no intentan describir situaciones, sino provocaractitudes.
Si rechazamos, por ejemplo, el consumo de drogas, y afirmamos «el con-
sumo de drogas es moralmente indefendible», no hacemos mas que mani-
festar nuestro sentimiento de rechazo, y pretendemosinfluir en quienes nos
escuchan para que también lo rechacen.
El emotivismo est4 muy extendido en la actualidad; sin embargo, se
observan en él dos insuficiencias graves: es incapaz de justificar el signifi-
cado de algunos términos morales y el hecho de la argumentaci6n en mate-
ria ética, deficiencia esta ultima que comparte conel intuicionismo.
Por lo que hace a la primera insuficiencia sefialada, cuando afirmamos
«x es justo», el predicado «justo» no manifiesta una emoci6n subjetiva, ni
relativa al grupo, sino que expresa la exigencia de que todo ser humanolo
considere asi. En cuanto a la segunda, y por seguir con el ejemplo anterior,
al argumentar por qué tenemosalgo porjusto, no sélo tratamosde quelos
demas lo tengan también, sino que creemostener razones suficientes para
convencer a cualquier interlocutor racional. Argumentar para tomar aut6-
nomamente una decisién medida no es lo mismo que tratar de provocar
psicolégicamente en otros una actitud, como sucedeenel caso de la pro-
paganda;con ella nose pretende dialogar con el interlocutor porque se sos-
peche que pueda aportar razones que merezcan la pena, sino ganarlo para
91
nuestra causa mediante técnicas psicoldégicas, es decir, no nos interesa en si
mismo, sino como medio para alcanzar nuestrosfines.
Si el lenguaje moral escapara por entero decriterios intersubjetivos, no
podriamos mantener mas que didlogos estratégicos, dirigidos a usar a los inter-
locutores como medios y no a considerarlos comofines en sf mismos; la comu-
nicaciénnoseria posible, sino sdlo la manipulacién. Sin embargo, muchos de
nuestros juicios morales pretenden universalidad intersubjetiva, y su utiliza-
cién para manipular constituye una desnaturalizacién de los mismos.
Hl.4.3. Prescriptivismo
Iniciado por R.M. Hareen su obra El lenguaje de la moral (1952), el
prescriptivismo sostiene, frente al emotivismo, que algunos términos del
dmbito moral tienen la pretensién de validez universal, afirmacién, entre
otras, que lo hace heredero dela ética kantiana.
El lenguaje morales, para Hare, un lenguaje valorativo, del que interesa
saber, no tanto lo que con él se consigue, sino qué hacemos cuandolo usa-
mos, dadala diferencia ya mencionadade éste con respecto a la propaganda.
La primera caracteristica del lenguaje valorativo es que prescribe la con-
ducta, la orienta aconsejando 0 mandando, pero siempre apoyandose en
razones, que, en principio, se originan en las caracteristicas del asunto que
se juzga y que puedenser expresadas mediante lenguaje descriptivo. Para
explicar por qué algo es buenoespreciso describir las caracterfsticas que lo
hacen apreciable y que sintonizan con el paradigma que deello se tiene, de
modo que se presente como recomendable. Este rasgo de los enunciados
valorativos, de poder ser conectados con descriptivos, se denomina super-
veniencia, y para realizar tal conexién es necesario saber cudles son loscri-
terios de los interlocutores en orden a considerar algo como bueno.
Ademiés, los enunciados morales poseen otro rasgo, que los diferencia de
otros enunciados valorativos, y que consiste en que son universalizables, lo
que significa dos cosas, a saber:
1) Si de algo se predica «bueno», tal predicado ha de atribuirse a todo aque-
llo que tenga sus mismascaracteristicas, simplemente por consistencia légica.
2) La razén quejustifica la obligacién que alguien tiene de hacer algo por
considerarlo bueno es raz6n que fundamenta, también, dicha obligacién, al
menosen sus aspectos relevantes, para todas las personas que sehallen encir-
cunstancias parecidas, lo que noslleva ya a la universalizacién del mandato.
De lo dicho se desprende que, del mismo modo quela inconsistencia es
una falta légica, la parcialidad es un defecto moral, por lo cual todo juicio
moral supondrael reconocimientodel principio de imparcialidad. Asi expre-
sa Hare una conviccién sustentada por gran numero de éticos universalistas:
92
la imparcialidad es la perspectiva debida al enunciar juicios morales, pues
enunciar los deberes desde el punto de vista individual nossittia fuera de la
objetividad y nos coloca en la inmoralidad, ya que el «punto de vista moral»
y el logro de la objetividad coinciden en la imparcialidad. Por tanto, en los
juicios morales aparecen términos dotados de la capacidad de exigir univer-
salmente, comoesel caso de «justo» y «bueno», si bien lo hacen de manera
distinta, pues el primero exige lo que debe hacerse en cada caso desdeel
puntode vista de la imparcialidad, mientras que el segundoserefiere a diver-
sas formas de vida, que pueden ser buenas, pero no exigibles universalmen-
te; de aqui se deduce que universalmente exigible sdlo es lo justo.
93
producto de un hipotético acuerdo undnimeentre personasiguales, racio-
nales y libres que se hallasen en una situacién muyespecial: una situacién
en la que no pudieran dejarse llevar por intereses particulares y al mismo
tiempo dispusieran de toda la informacién de cardcter general que fuese
indispensable para adoptar principios de justicia adaptadosa las peculiares
condiciones que reviste la vida humana.Esa situacién imaginaria es llama-
da por Rawls «la posicién original» y es concebida por él como una forma
grafica, dramatizada, de expresar un razonamiento cuyas premisas tiltimas
son las convicciones bdsicas que todos compartimos acerca de las condi-
ciones ideales que deberfa satisfacer una negociacién cuya finalidad fuese
pactar unos principios morales fundamentales para regir la convivencia y
la cooperacién mutua en una sociedad moderna. Tales convicciones basi-
cas (los llamados por Rawls «juicios ponderados en equilibrio reflexivo’»)
conforman unaespecie de «sentido comtin» en cuestiones morales (recha-
zo de todo tipo de discriminacién en razén de sexo, raza, ideologia, etc.,
igualdad ante la ley, rechazo de los abusos y de la violencia injustificada,
etc.) que Rawls considera sdlido y fiable, aunque siempre revisable.
Conformea lo expuesto, en la eleccidn delos principios de la justicia en
la posicién original nadie deberia —por ej.— aprovecharse de su fuerza fisica, 0
de su ingenio, o de su dinero, o de cualquier otra ventaja natural o social para
conseguir que los principios que se adopten pudieran favorecer a determina-
dos individuos a costa de los demas. Para quelos intereses particularesde los
«negociadores» no distorsionen la situacién de negociacién alejandola del
ideal de imparcialidad, Rawls propone que imaginemosa estas personas como
si estuviesen afectadas por un «velo de ignorancia» que les impide conocer
sus propias caracteristicas naturales y sociales: desconocen cudlsera su esta-
do fisico, su sexo, su grado de inteligencia y cultura, los rasgos psicoldgicos
que vana tener,el tipo de familia que les va tocar en suerte, las creencias que
van a mantener, el proyecto de vida que se van trazar,etc.
[Esta condicién expresa unode los juicios ponderados de los que hablabamos
antes: la conviccién de que noserfa justo quese diera untrato especial a los
portadores de determinadascaracteristicas naturales 0 sociales. Imaginemos que
vamosa inventar un nuevo deporte llamado «fitbol» y que los encargados de
redactarlas reglas de juego fuesen personas que cediesen a la tentacién de la
> La nocién de «equilibrio reflexivo» significa que los juicios ponderados son aquéllos
que mejor expresan nuestro sentido dela justicia por tratarse de juicios que emitimos en las
condiciones mds favorables posibles, y que a partir de ellos obtenemos unosprincipios de
justicia cuyas implicaciones, en algin caso nos puedenllevar a revisar de nuevo nuestros
iniciales juicios ponderados, iniciando asf una serie de revisiones recfprocas entre juicios y
principios que culmina en algtin tipo de equilibrio.
94
parcialidad desde el conocimiento de sus propias caracteristicas y habilidades,
de modo que algunos proponen quesi un jugador mide mas de uno noventa,
sus goles valdran dos puntos, y en cambio sélo valdran un punto para los que
midan menos; hay quien exige que los equipos sélo puedan estar formados por
personas que poseanalgiin titulo nobiliario; otros piden que los goles marcados
por equipos de gran presupuesto deben valer tres veces mds que los marcados
por equipos de economia modesta, otros podrian pedir que no se permita jugar
a personasdecierta raza en los partidosoficiales, etc., etc. Parece bastante evi-
dente que este ctimulo de despropésitos ya no resulta aceptable para personas
de una época comola nuestra, puesto que el nivel de conciencia moral alcan-
zado nosorienta hacia el rechazo racional de tales exigencias como contrarias
a nuestro sentido de la imparcialidad.]
Junto al «velo de la ignorancia», Rawls estipula que a las partes contra-
tantes en la situacién originaria no les es posible dominarse 0 coaccionar-
se unos a otros, y que al mismo tiempo conocen perfectamente las condi-
ciones generales en las que se desenvuelve la vida humana (moderada
escasez de bienes, que se da la cooperacién, pero también la competicién
entre las personas, etc.) y disponen también de amplios conocimientos
generales sobre economia, sociologia, psicologfa,etc.
Rawls considera que, dadas todasesas estipulaciones, las partes contra-
tantes acordaran la adopcidn de estos dos principios de justicia:
«(a) Toda persona tiene igual derecho a un esquema plenamente adecuado
de libertades bdsicas iguales, que sea compatible con un esquemasimilar de
libertades para todos; y en este esquemalaslibertadespoliticas iguales, y sélo
ellas, han de tener garantizado su valor equitativo.
(b) Las desigualdades econémicas y sociales han de satisfacer dos condi-
ciones: primera, deben estar asociadas a cargos y posiciones abiertos a todos
en condiciones de una equitativa igualdad de oportunidades; y segunda,
deben procurar el maximo beneficio de los miembros menos aventajados de
la sociedad.»
Political Liberalism, pp. 5-6
95
sociales, podrandisfrutar de determinados bienes primarios(las libertades
y derechos bdsicos, las oportunidades iguales para todos, y los recursos eco-
némicosy culturales indispensables para conservar la propia autoestima)
para poder llevar a cabo, siquiera sea minimamente, cualesquiera proyec-
tos de vida que quierantrazarse.
En sintesis, la ética rawlsiana concibe los contenidos morales que habi-
tualmente aceptamos en las modernas sociedadespluralistas y democrati-
cas comolas conclusiones de un procedimiento dialdgico entre personas
concebidas comoseres racionales y aut6nomosal modo kantiano.
96
Si Kant intentaba desentrafiar los presupuestos que hacen racionalla
conciencia del imperativo, la ética discursiva se esfuerza en descubrir los
presupuestos que hacen racional la argumentacién, los que hacen deella
una actividad con sentido, y en su busqueda llega a conclusiones como las
siguientes: cualquiera que pretende argumentaren serio sobre normastiene
que presuponer:
1) Que todos los seres capaces de comunicarse son interlocutores validos
—es decir, personas— y que, por tanto, cuando se dialoga sobre normas que
les afectan, sus intereses deben ser tenidos en cuenta y defendidos, a poder
ser, por ellos mismos. Excluir a priori del didlogo a cualquier afectado por
la normadesvirttia el presunto didlogo y lo convierte en una pantomima.
Por eso las cumbres internacionales o las conversacioneslocales, en las
que noparticipan todoslos afectados ni se tienen en cuentasus intereses,
no son sino pantomimas.
2) Que no cualquier didlogo nos permite descubrir si una norma es
correcta, sino sdlo el que se atenga a unas reglas determinadas, que permi-
ten celebrarlo en condiciones de simetria entre los interlocutores. A este
didlogo llamamos «discurso».
Las reglas del discurso son fundamentalmentelas siguientes:
— «Cualquier sujeto capaz de lenguaje y accién puedeparticipar en el dis-
curso.»
— «Cualquiera puede problematizar cualquier afirmacién.»
— «Cualquiera puede introducir en el discurso cualquier afirmacién.»
— «Cualquiera puede expresar sus posiciones, deseos y necesidades.»
— «No puede impedirse a ningtin hablante hacer valer sus derechos, esta-
blecidos en las reglas anteriores, mediante coaccién interna o externa
al discurso.»
(J. Habermas, Conciencia moral y accién comunicativa, pp. 112 y 113)
97
Por lo tanto, la norma slo se declarara correcta si todos los afectados
por ella estan de acuerdo en darle su consentimiento, porque satisface, no
los intereses de un grupo o de un individuo, sino intereses universaliza-
bles. Con lo cual el acuerdo 0 consenso al que lleguemos diferira total-
mente de los pactos estratégicos, de las negociaciones. Porque en una
negociacién los interlocutores se instrumentalizan reciprocamente para
alcanzar cada uno sus metas individuales, mientras que en un didlogo se
aprecian reciprocamente comointerlocutores igualmente facultados, y
tratan de llegar a un acuerdo quesatisfaga intereses universalizables.
Por tanto, la meta de la negociacién es el pacto de intereses particula-
res; la meta del didlogo, la satisfaccién de intereses universalizables, y por
eso la racionalidad de los pactos es racionalidad instrumental, mientras que
la racionalidad presente en los didlogos es comunicativa.
11.4.5. Comunitarismo
Desdeprincipios de los afios ochenta se ha extendidoel uso del término
«comunitarismo» entre los estudiosos de la Etica, especialmente en el
98
Ambito anglosajén. Ciertos filédsofos de la moral y de la politica como A.
MacIntyre, Ch. Taylor, M. Sandel, M. Walzer o B. Barber son a menudo
calificados como comunitaristas por parte de otros estudiosos, sin que ellos
mismos hayan aceptado explfcitamente una calificacién semejante. Son
autores muy distintos en muchosaspectos, pero se puede encontrar en ellos
cierto «aire de familia» en cuanto que todos ellos han elaboradocriticas al
individualismo contempordneoy han insistido en el valor de los vinculos
comunitarios como fuente de la identidad personal. Estamos, por consi-
guiente, ante una denominaci6n genérica que abarca en su seno a autores
muy heterogéneos, tanto en lo queserefiere a las fuentes de inspiracién
—en unos casos es Aristételes, en otros es Hegel—, como enlo referente a
las propuestas polfticas de transformacién de la sociedad —unos son con-
servadores, otros reformistas, otros radicales, etc.
En principio, el comunitarismo ético contempordneo constituye una
réplica al liberalismo, o al menosa ciertas variantes del mismo que producen
efectos considerados comoindeseables: individualismo insolidario, desarrai-
go afectivo, devaluacién de los lazos interpersonales, pérdida de identidad
cultural, etc. Allen Buchanan” ha resumido las criticas comunitaristas al
pensamiento liberal en cinco puntos: 1) Los liberales devaluan, descuidan, y
socavan los compromisos con la propia comunidad, siendoasf que la comu-
nidad es un ingrediente irremplazable en la vida buenade los seres humanos.
2) El liberalismo minusvalora la vida politica, puesto que contemplala aso-
ciacién politica como un bien puramente instrumental, y por ello ignora la
importancia fundamentalde la participacién plena en la comunidad politi-
ca para la vida buena delas personas. 3) El pensamiento liberal no da cuen-
ta de la importancia de ciertas obligaciones y compromisos —aquellos que no
son elegidos o contrafdos explicitamente por un contrato o por una promesa—
tales comolas obligaciones familiares y las de apoyo a la propia comunidad
o pais. 4) El liberalismo presupone una concepcidéndefectuosade la persona,
porque no es capaz de reconocer que el sujeto humanoesta «instalado» en
los compromisos y en los valores comunitarios, que le constituyen parcial-
mente a él mismo, y que no son objeto de eleccién alguna. 5) La filosofia
politica liberal exalta err6neamente la virtud de la justicia como «la primera
virtud de las instituciones sociales» y no se da cuenta de que, en el mejor de
los casos, la justicia es una virtud reparadora, s6lo necesaria en circunstan-
cias en las que ha hechoquiebrala virtud mas elevada de la comunidad.
99
Estas criticas que los comunitaristas han venido haciendoa las teorias
liberales han sido atendidas en gran medida porlos mas relevantes tedricos
del liberalismo de los iltimos afios, como J. Rawls, R. Dworkin, R. Rorty y
J. Raz, entre otros. De hecho, la evolucién interna del pensamiento de
algunosde ellos —particularmente del de Rawls, a quien se considera gene-
ralmente comoel paradigma del nuevoliberalismo ético~ se puedeinter-
pretar como un intento de asumirlas criticas comunitaristas rectificando
algunos puntos de sus propuestas anteriores. No obstante, comohan sefia-
lado Mulhall y Swift, un andlisis detallado de los textos comunitaristas
muestra que la mayor parte de las ideas que se rechazan en ellos también
serian rechazadas por la mayor partedelos liberales.
Michael Walzer considera que los argumentoscriticos que esgrimen los
autores considerados comunitaristas —ya hemos dicho que a él mismose le
clasifica a menudo comotal- frente al liberalismo contemporaneo son, en
realidad, argumentos recurrentes, que no dejan de ponerse de modaperi6-
dicamente (bajo una u otra denominacién) para expresar el descontento que
aparece en las sociedadesliberales cuandose alcanza enellas cierto grado
de desarraigo de las personas respecto a las comunidades familiares y loca-
les. El comunitarismo noserfa otra cosa que un rasgo intermitente del pro-
pio liberalismo, una sefial de alarma que se dispara de tarde en tarde para
corregir ciertas consecuencias indeseables que aparecen inevitablemente en
la larga marcha de la humanidad en pos de un mundo menosalienante.
Los comunitaristas —continia Walzer— tienen parte de razén cuando
exponenlos dos principales argumentos que poseen en contradelliberalis-
mo. El primero defiende quela teorfa politica liberal representa exacta-
mente la prdctica social liberal, es decir, consagra en la teorfa un modelo
asocial de sociedad, una sociedad en la que viven individuos radicalmente
aislados, egoistas racionales, hombres y mujeres protegidos y divididos por
sus derechos inalienables que buscan asegurar su propio egoismo. En esta
linea, las criticas del joven Marx a la ideologia burguesa son una temprana
aparicién delas criticas comunitaristas. Este argumento es repetido con
diversas variantes por todos los comunitarismos contempordaneos.
El segundo argumento, paraddjicamente, mantiene que la teoria liberal
desfigura la vida real. El mundo no es ni puede ser comolos liberales dicen
que es: hombres y mujeres desligados de todo tipo de los lazos sociales, lite-
talmente sin compromisos, cada cual el solo y Gnico inventor de su propia
vida, sin criterios ni patrones comunespara guiar la invencién. Nohaytales
figuras miticas: cada uno nacede unospadres; y luego tiene amigos, parien-
tes, vecinos, compafieros de trabajo, correligionarios y conciudadanos; todos
esos vinculos, de hecho, mds bien nose eligen, sino que se transmiten y se
100
heredan; en consecuencia, los individuos reales son seres comunitarios, que
nada tienen que ver con la imagen queelliberalismo nos trasmite deellos.
Ambos argumentos son mutuamente inconsistentes, pero —a juicio de
Walzer-, cada unodeellos es parcialmente correcto. El primero es verdad
en buena medida en sociedades comolas occidentales, en donde los indi-
viduos estan continuamente separandose unosdeotros, moviéndose en una
o en varias de las cuatro movilidades siguientes: 1) La movilidad geogrdafi-
ca (nos mudamoscon tanta frecuencia que la comunidad de lugar se hace
masdiffcil, el desarraigo mas facil). 2) La movilidad social (por ejemplo, la
mayoria de los hijos no estan en la mismasituaci6n social que tuvieronlos
padres, con todo lo que ello implica de pérdida de costumbres, normas y
modos de vida). 3) movilidad matrimonial (altfsimas tasas de separaciones,
divorcios y nuevas nupcias, con sus consecuencias de deterioro de la comu-
nidad familiar). Y 4) movilidad politica (continuos cambios en el segui-
miento a lideres, a partidos y a ideologias politicas, con el consiguiente
riesgo de inestabilidad institucional). Ademas, los efectos atomizadores de
esas cuatro movilidades serfan potenciados por otros factores, como el
avance delos conocimientosy el desarrollo tecnoldégico.
El liberalismo, visto de la forma mds simple, seria el respaldo teG6rico y
la justificaci6n de todo ese continuo movimiento. Enla visidn liberal, las
cuatro movilidades representan la consagraciéndela libertad, y la bisque-
da dela felicidad (privada 0 personal). Concebido de este modo, el libe-
ralismo es un credo genuinamente popular. Cualquier esfuerzo por cortar la
movilidad en las cuatro 4reas descritas requeriria una represidén masiva y
severa por parte del poderestatal.
Sin embargo, esta popularidad tiene otra cara de maldad y descontento
que se expresa de modoarticulado periddicamente, y el comunitarismoes,
visto del modo massimple, esa intermitente articulacién de los sentimien-
tos de protesta que se generan al cobrar conciencia del desarraigo. Refleja
un sentimiento de pérdida de los vinculos comunales, y esa pérdidaesreal.
Las personas no siempre dejan su vecindario o su pueblo natal de un modo
voluntario y feliz. Moverse puede ser una aventura personal en nuestras
mitologias culturales al uso, pero a menudo es un trauma enla vidareal.
El segundo argumento (en su versién mas simple: que todos nosotros
somos realmente, en ultima instancia, criaturas comunitarias) le parece a
Walzer verdadero, pero deincierta significacién: los vinculos de lugar, de
clase social o de estatus, de familia, e incluso las simpatias politicas, sobre-
viven en cierta medidaa ias cuatro movilidades. Ademas, parece claro que
esas movilidades no nos apartan tanto unos de otros como para que ya no
podamos hablarnos y entendernos. Con frecuencia estamos en desacuerdo,
101
pero discrepamos de maneras mutuamente comprensibles. Estamos, es cier-
to, situados en unatradici6n, pero la critica comunitarista tiende a olvidar
que se trata de unatradicién liberal, que utiliza un vocabulario de dere-
chos individuales —asociacién voluntaria, pluralismo, tolerancia, separa-
cidn, privacidad, libertad de expresién, oportunidadesabiertas los talen-
tos, etc.— que ya consideramosineludible. ;Hasta qué punto, entonces,
tiene sentido argumentar queel liberalismo nos impide contraer o mante-
ner los vinculos que nos mantienen unidos?
La respuesta de Walzer es que si tiene sentido, porqueel liberalismo es
una doctrina extrafia, que parece socavarse a si misma continuamente, que
desprecia sus propias tradiciones, y que produce en cada generacién reno-
vadas esperanzas de una libertad absoluta, tanto en la sociedad como enla
historia. Gran parte de la teorfa politica liberal, desde Locke hasta Rawls,
es un esfuerzo para fijar y estabilizar la doctrina y asf ponerfin a la inter-
minabilidad de la liberacién liberal. Existe cierto ideal liberal de un sujeto
eternamente transgresor, y en la medida en quetriunfa ese ideal, lo comu-
nitario retrocede. Porque, si el comunitarismoes la antitesis de algo, es la
antitesis de la transgresién. Y el yo transgresor es antitético incluso de la
comunidadliberal que ha creado y patrocina. El liberalismo es una doctri-
na autosubversiva; por esa raz6n requiere de veras la peridédica correccién
comunitarista.
Para Walzer, la correccién comunitarista del liberalismo no puede hacer
otra cosa —dado su escaso caracter de alternativa global a los valores libera-
les— que un reforzamiento selectivo de esos mismosvalores: dado que nin-
gin modelo de comunidadpreliberal o antiliberal posee el atractivo sufi-
ciente comopara aspirar a sustituir a ese mundo de individuos portadores
de derechos, que se asocian voluntariamente, que se expresan libremente,
etc., serfa buena cosa queel correctivo comunitarista nos ensefiara a todos a
vernos a nosotros mismos comoseres sociales, como productoshistéricos de
los valores liberales y como constituidos en parte por esos mismosvalores.
La polémica entre comunitaristas y liberales muestra la necesidad de
alejarse de ciertos extremismossi se desea hacerjusticia a la realidad delas
personasy a los proyectos de liberacién que éstas mantienen. Un extremo
rechazable estaria constituido por ciertas versiones del liberalismo que pre-
sentan una vision de la persona comounser concebible al margen de todo
tipo de compromisos con la comunidad quele rodea, comosi fuese posible
conformaruna identidad personal sin la solidaridad continuada de quienes
nos ayudan a crecer desde la mas tierna infancia, proporcionaéndonos todo
el bagaje material y cultural que se necesita para alcanzar una vida humana
que merezca ese nombre.
102
El otro extremo igualmente detestable lo constituyen dos tipos de colec-
tivismo. Por una parte, aquellas posiciones etnocéntricas que confundenel
hecho de que toda persona crezca en una determinada comunidad concreta
(familia, etnia, naci6n, clase social, etc.) con el imperativo de servir incon-
dicionalmente los intereses de tal comunidad so pena de perder todo tipo
de identidad personal. Por otra parte, aquellas otras posiciones colectivistas
que consagran una determinadavisién excluyente del mundosocialy polfi-
tico como tinica alternativa al denostado «individualismo burgués». Tanto
unos como otros simplifican excesivamentelas cosas, ignorando aspectos
fundamentales de la vida humana. Porque,si bien es cierto, por un lado, que
contraemos una deudadegratitud con las comunidades en las que nacemos,
también es cierto que esa deuda no deberfa hipotecarnos hasta el punto de
no poderelegir racionalmente otros modos de identificacién personal que
podamosllegar a considerar mds adecuados. Y aunque también es cierto
—por otro lado— queel conceptoliberal de persona puede, en algunoscasos,
dar lugar a cierto tipo de individualismo insolidario, no parece que un colec-
tivismo totalitario sea mejor remedio que esa enfermedad.
En sintesis, podemos decir que el comunitarismo contempordneo nos
ayuda, en general, a reflexionar sobre los riesgos que lleva consigo la acep-
tacién acritica de la visién liberal de la vida humana, pero que no preten-
de unatotal impugnaci6n de la misma, salvo en aquellos autores cuya pro-
puesta alternativa cae en el extremo opuesto de propugnar unaaceptacién
acritica de las propias comunidades en las que se nace.
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105
vertiente contraria, sino que ambas tienen que ser superadas por un tercer
elemento que englobe a ambas, conservandolas y superandolas, mostrando
que son momentos deltercero.
A pesar de queestas clasificaciones tienen su nacimiento en determi-
nados momentosde la historia, y a pesar de que en ocasiones resulta un
poco forzado intentar aplicarlas a algtin momentoanterior o posterior para
enjuiciarlo desde ellas, también es verdad que su significado permanece de
tal modo que algunosde los tipos de éticas del pasado, como por ejemplo,
las éticas de bienes, vuelven a resurgir en nuestro momento, cuando sélo
parecian tener un sentido pleno en su confrontaci6én con las éticas de fines
o con las éticas de valores.
Recurrir a estas clasificaciones es, a nuestro mododever, un procedi-
miento 6ptimo para aproximarsea la légica de la accién moral, en la medida
en que todasellas son necesarias para reconstruirla. Ningunadelas alterna-
tivas es desechable, por cuanto destaca elementos imprescindibles para la
comprension de la accién moral, pero tampoco ningunadeellas resulta ple-
namentesatisfactoria, en virtud de su unilateralidad.
Si quisiéramos recoger todaslas clasificaciones que se han ido produ-
ciendo lo largo de la historia de la filosofia moral, habriamosde referirnos
a las éticas descriptivas y normativas, de méviles y de fines, de bienes y de
fines, materiales y formales, auténomas y heterénomas, de bienes y de valo-
res, deontoldgicas y teleoldégicas, de la intencién y de la responsabilidad,
cognitivistas y no cognitivistas, naturalistas y no naturalistas, individualis-
tas y universalistas, monoldgicas y dialégicas, de maximos y de minimos.
Conello, sin embargo, no habriamos cubierto todo el campo, a buen seguro.
Por eso vamos a limitarnos a comentar algunasdeestas clasificaciones.
106
En este mismo sentido distingufa J. Hierro entre: (a) la ética descriptiva,
que considera lo moral como un fenémenoa describir y explicar; (b) la ética
normativa, que considera lo moral como un contenido a recomendar.
Dentro de la ética descriptiva todavia cabria distinguir entre la psicologia
moral, que describe y explica las situaciones morales, e incluso puede inten-
tar predecir las decisiones que diferentes tipos de individuos tomardn en
diferentes ocasiones, y la sociologia, la antropologia y la historia de la moral.
En este segundocasose trata de describir y explicar los cédigos morales y su
evolucién en relacién con otros fenémenosculturales ysociales’.
Quienes admitfan esta distincidn pensaron que la ética normativa noera,
en realidad, competencia del fil6sofo moral, sino del moralista, puesto que,
en definitiva, identificaban a la ética normativa con un cédigo moral con-
creto. En consecuencia, durante algtin tiempo creyeron los éticos que la
unica ética posible seria la indagacidén de la lé6gica de los argumentos morales
y el andlisis del lenguaje moral. Se tratarfa de una disciplina no normativa,
pero tampocose reducirfa a las ciencias empiricas. En su aspecto formal, la
légica del lenguaje moral constituirfa un desarrollo de la l6gica deéntica que,
sugerida por Leibniz, cuenta entre sus pioneros a von Wright. En su aspecto
«informal» la ética se constituirfa en andlisis del lenguaje moral.
Sin embargo, este afan de reducir la ética normativa a la moral cotidia-
na ha sido superado enafios recientes, y las éticas mds relevantes de nues-
tro momentose profesan normativas sin ningin empacho. Sutarea princi-
pal es justificar la existencia de lo moral, sea psicol6gicamente (comoel
utilitarismo), metafisicamente (como el aristotelismo) o trascendental-
mente (comoel kantismo). En unos casos se trata de una ética mas direc-
tamente normativa, comoel utilitarismo, mientras que en otros casos se
encuentra mas alejada de la prescripcién directa, como las éticas que ofre-
cen un criterio o un procedimiento para enjuiciar la moralidad de normas
ya existentes sin afiadir nuevas normas. Pero también estas ltimas son nor-
mativas desde el momento en que ofrecental criterio o procedimiento. Por
tanto, ya no tiene muchosentido seguir manteniendo la disyuncidén entre
éticas normativas y descriptivas, puesto que toda ética es normativa, aun-
que de modo mediato, a diferencia de la moral cotidiana, que es normativa
de modo inmediato. Las cuestiones de la ldgica y el lenguaje de lo moral
pueden ser consideradas como unaparte mds dela Etica, pero no se han de
considerar comola Etica toda.
107
IV.3. ETICAS NATURALISTAS Y NO-NATURALISTAS
Esta clasificacién fue propuesta por G.E. Moore en su afan por mos-
trar que lo moral no puedeser identificado con ninguno de los fenéme-
nos naturales que afectan a la vida humana. En consecuencia, las éticas
que reducen lo morala lo placentero, 0 a lo que desean las personas, 0 a
lo que proporcionafelicidad, etc. serfan consideradas como naturalistas,
mientras que aquellas otras que tienen lo moral como un Ambito aut6-
nomoy,por tanto, irreductible a otros fenédmenos, serian éticas no-natu-
ralistas.
108
IV.5. ETICAS DE MOVILES Y ETICAS DE FINES
109
hacer el hombre para comportarse plenamente como hombre, sin caer en
falacia naturalista alguna, porque el factum al que se accede es un factum
normativo y no empirico.
El fin o bien propuestoporeste tipo de éticas no sera, por tanto, unfin
o bien subjetivo, sino objetivo, independiente del deseo factico de cada
sujeto, porque la ética no se basa aqui en la psicologia, sino en la naturale-
za humana, considerada metafisicamente. Puesto que éste es propiamente
el tema de una antropologia filoséfica, puede decirse que en las éticas de
fines la ética constituye la vertiente axiolégica de la antropologia.
Enlaséticas de fines podriamosincluir, obviamente,a Platén, Aristételesy
los estoicos, en lo que al mundoantiguoserefiere, y a las corrientes posteriores
que han restauradoeste tipo de éticas. Sus grandes ventajas radican en poder
pretender objetividad para el concepto de bien y fin que proponeny eneludirla
falacia naturalista, en el sentido de no buscar como fundamentode lo moral un
factum empirico, sino ya normativo. Ahora bien,las dificultades se presentan
al considerarlas distintas interpretaciones metafisicas de lo que el hombrees.
La ventaja de no-naturalismo, proporcionadaporel hallarse masalld de la expe-
tiencia, que es lo propio del hecho metafisico, tiene el inconvenientedelas difi-
cultades para encontrarun criterio para el acuerdo. La diversidad de antropo-
logias filoséficas, sin posibilidad —al menos aparente— de acuerdo, sigue siendo
un escollo paralas éticas de fines.
Por otra parte, en el momento en que destacamos unacaracteristica o
funcién como «propia del hombre» nos enfrentamos al problema de su
desigual desarrollo entre los hombres. ;Significa esto que quienes gozan de
tal cualidad en mayor grado pueden considerarse «mds hombres»?
A pesar de las protestas aristotélicas de que no hay diferencia de grado
en cuaato a las caracteristicas esenciales, las éticas de fines corren el riesgo
de caer en una «moralde las excelencias», es decir, en una vision discri-
minatoria de las personassegtin la cual sdlo es persona quien consigue desa-
rrollar ciertas capacidades. En este sentido, incluso la ética de Nietzsche se
puede considerar como una «ética de fines», a pesar de su radical repudio
de la teleologia, puesto que sf destaca una cualidad humana -la capacidad
creadora— cuyo cultivo puede llevar incluso al superhombre. La éticaaris-
totélica y la nietzscheana coincidirian, en este sentido, en su caracter «per-
feccionista»’.
Por otra parte, aunquelas éticas kantianas se pretenden formales y, por
tanto, no expresivas de una naturaleza humana cuyo contenido conviene
110
desentrafiar, no es menoscierto que la realizacién de la libertad constitu-
ye el fin del hombre nouménico, con lo cual la ética de Kant se convertiria
en unaética de fines en el sentido expuesto. La conviccién de quela ética
constituye la vertiente axioldgica de la antropologia filosdéfica nos parece
mas dificil de evitar de lo que los nietzscheanismos y procedimentalismos
quieren dar a entender.
112
de toda sujecién a la naturaleza y los bienes o fines que ella pueda compor-
tar, pero, a la postre, este abandono radical no comporta sino el fracaso de
la Ilustracién, que nos ha arrojado en manosdel emotivismoirracional'"'.
La contraposicién entre éticas materiales y formales es equivalente a la
contemporanea oposiciénentre éticas sustanciales y procedimentalesdela
que nos ocupamos a continuacion.
113
capaz deinteriorizar la asunci6n ideal de rol, para lo cual es preciso el cono-
cimiento delos intereses de cada cual a través del didlogo; c) En la ética dis-
cursiva, lo que constituye el procedimiento legitimador es el didlogo entre
los afectados por las normas, llevado a cabo en condiciones de simetria.
Porsu parte, las éticas sustancialistas’ afirman que es imposible hablar
de la correccién de normassi no es sobre el trasfondo de alguna concep-
cié6n compartida de la vida buena.Frente a los procedimentalistas, los éti-
cos sustancialistas —tanto neoaristotélicos como reohegelianos— coinciden
en concebir lo moral como un 4mbito en el que lo principal noes el dis-
curso sobre las normasjustas, sino el de los fines, los bienes y las virtudes
comunitariamente vividos en un contexto vital concreto.
Los sustancialistas acusan al procedimentalismode incurrir en una abs-
traccién ingenua, al menos en la medida en que conffan en quelos procedi-
mientos sean capaces decrear lazos de cohesidn social equivalentes a los que
en otros tiempos creabala religién o la tradicién. En efecto, el universalismo
moral al que conducenlas éticas procedimentales es considerado porlos sus-
tancialistas como un universalismo abstracto y vacfo, puesto que a la postre
no consigue alumbrarsujetos ilustrados, emancipados, libres de comunidad y
de tradicién, sino mas bien seres anénimos y anémicos, desarraigados de todo
ambiente moral, y por tanto, faltos de esperanza y de sentido para sus vidas.
Es preciso reconocer, conlas éticas sustancialistas, que las personas vivi-
mos necesariamente implantadas en comunidadesy tradiciones concretas.
Hasta tal puntoes esto cierto, que el propio universalismo moderno, defen-
dido porlas éticas procedimentales, es también una tradicién mds, o un
conjunto de tradiciones. Sin embargo, aun reconociendo queel procedi-
mentalismo esta —y debe reconocer que est4— enraizado en tradiciones, lo
cierto es que lo que da sentido a esas tradiciones es precisamente su pre-
tensién de universalidad.
' En términos generales, las éticas sustancialistas son las que defienden los miembros
del movimiento filoséfico «comunitarista». Las criticas comunitaristas al universalismo
moral se dirigen de Ileno a quienes sientan las bases de tal universalismo, esto es, a los
éticos procedimentales. En este sentido, la contraposicién entre éticas universalistas y
comunitaristas puede considerarse como practicamente equivalente a la que enfrenta a pro-
cedimentalistas y sustancialistas. Sobre el comunitarismo puede verse, entre otros, los
siguientes trabajos: C. Thiebaut, Los limites de la comunidad, Madrid, Centro de Estudios
Constitucionales, 1992, y «Neoaristotelismos contempordneos», en V. Camps y otros
(eds.), Concepciones de la ética, Madrid, Trotta, 1992; A. Cortina, Etica sin moral,
Madrid, Tecnos, 1990; E. Martinez Navarro, «La polémica de Rawls con los comunita-
tistas», Sistema, n° 107 (1992), pp. 55-72; Mulhall, S. y Swift, Adam: El individuo fren-
te a la comunidad. El debate entre liberales y comunitaristas, Madrid, Temas de Hoy,
1996; A. Castifieira, Comunitat i nacid, Barcelona, Proa, 1995.
114
IV.9. ETICAS TELEOLOGICAS Y DEONTOLOGICAS
_ ® C.D. Broad, Critical Essays in Moral Philosophy, London, pp. 206 ss; J. Mosterin, Racio-
nalidad y accién humana, Alianza, Madrid, 1978, pp. 34-39.
'* J. Rawls, Teoria de la justicia, pp. 42 a 45; 48 y 49.
'5 Véanse las contribuciones recopiladas en W. Kuhlmann (Hg.), Moralitdat und Sittlichkeit,
Suhrkamp, Frankfurt, 1986.
11S
IV.10. ETICAS DE LA INTENCION Y ETICAS
DE LA RESPONSABILIDAD
116
IV.11. ETICAS DE MAXIMOS Y ETICAS DE MINIMOS
117
que el conjunto de bienes de que los hombres podemosgozar se presen-
tan jerarquizadamente comopara producir la mayor felicidad posible.
Son, por tanto, éticas de maximos, que aconsejan seguir su modelo, nos
invitan a tomarlo comoorientacién de la conducta, pero no pueden exi-
gir que se siga, porquela felicidad es cosa de consejo e invitacién, no de
exigencia.
Conla distincién entre estos dos tipos de ética es posible intentarres-
pondera la pregunta de si hay un criterio universalmente intersubjetivo
para tomardecisiones moralesa la hora de elegir entre las posibilidades que
se nos presentan, porque las formas de vida dedistintas culturas o grupos
sociales, sus ideales de felicidad, son sin duda modelos desde los quejusti-
ficamos nuestras elecciones, pero lo que no podemosexigir es que cualquier
ser racional adopte los mismos ideales, sino proponerlos, invitar a vivir
segtin ellos, aconsejarlos, si es que a nosotros nos hacenfelices. Por el con-
trario, los criterios de justicia son universalmente intersubjetivos y, por
tanto, exigibles. La universalizabilidad del fenédmeno moral pertence, pues,
a la dimension de justicia, mds quea la defelicidad.
En estas afirmaciones estarfan de acuerdo, entre otros, autores como
J. Rawls, K.O. Apel, J. Habermas y L. Kohlberg.
Reconoceresta doble faceta de la moralidad es la inica forma de dar
razon de dos fenédmenosal menos:
a) El hecho innegable de que haya contenidos morales diversos y de que
a la vez ciertos juicios morales exijan universalidad.
b) El hecho del pluralismo existente en las sociedades democraticas, que
no es politetsmo axiolégico. Si hubiera politefsmo axiolédgico, los miembros
de taies sociedades no tendrian nada en comtin moralmente y no podrian
construir nada juntos; sin embargo, el pluralismo consiste en compartir
unos minimosde justicia, desde los que se conviene en potenciar que cada
quien viva segtin su modelo defelicidad y pueda invitar a otros a vivir
segtin él (nunca imponerlo).
La articulacién de minimos y maximos, por otra parte, hace posible,
entre otras cosas:
a) Construir una ética civica democrdtica, que consiste en los minimos
que los ciudadanos comparten, alimentados por los mAximos que profesan.
b) Aplicar esos minimosa los distintos 4mbitos de la vida social (medi-
cina, empresa, ciencia y tecnologia, educacién, politica, ecologia), de modo
que se encuentre alta de moral, en buena forma. Esta es la tarea, como
veremos, de la ética aplicada.
c) Construir una ética unwersal, un «Nuevo Orden Etico Internacional»,
desde aquellas exigencias de justicia que son inapelables, entre las que se
118
cuenta el deber de respetar los modelos de felicidad de los distintos grupos
y culturas.
BIBLIOGRAFIA
119
Argumentacion
moral
y fundamentacion
etica
}2|
que —a su juicio— constituyen la base de casi todoslos sistemasfiloséficos
tradicionales. Sin embargo, a pesar de que la intencién manifiesta de
muchos de los miembros de las dos corrientes citadas era la de «disolver los
problemasfilosdficos» mostrando que, en realidad, no eran mds que «pseu-
doproblemas», los resultados de las investigaciones emprendidas no han
borrado las cuestiones filoséficas, sino que mds bien han contribuido a
enfocarlas de una maneradistinta, y sin duda han ayudado a plantear mejor
la mayoria de las cuestiones, aunqueporsi solos no las resuelven.
[22
situacién en que se emite, segtin el rol social de quien la emite, etc. Desde
este punto de vista, también podemoshablarde ciertas «reglas pragmaticas»
que rigen la significacién de las expresiones lingufsticas; por ej., si nos pre-
guntamos qué significa en castellano la expresi6n «aqui se va a repartir
lefia», nos vemos obligados a decir que eso depende de quién lo diga, en qué
tono y en qué situacién, puesto que la mismafrase significa algo muy distin-
to si se profiere en tono de amenaza o en tono meramente informativo, etc.
Ademiéas, en cada lengua existen ciertas implicaciones pragmaticas de las
expresiones utilizadas; asf, supongamos que estamos hablando acerca de un
futbolista que pertenece a la etnia gitana y decimosde él, entre otras cosas,
que «es una honra para su raza»; en principio cabe entender que estarfamos
implicando pragmaticamente la racista afirmacién de que «el resto de los
gitanos no valen gran cosa»'.
En consecuencia,el significado preciso de una expresién cualquiera no
puede conocerse hasta que se dispone de la necesaria informacién sobre la
dimensién pragmatica de la misma. Y mds atin: sélo un andlisis que tenga
en cuentala totalidad de las reglas que rigen sobre el empleo de una expre-
si6n puedearrojar luz sobre dicha expresién; un andlisis semejante mostra-
ria la gramdatica ldgica de la expresidn en cuesti6n. Por tanto, a la hora de
analizar las expresiones que llamamos «morales» habremos de tener en
cuenta la gramatica légica de las mismas, y a partir de ahi dilucidar hasta
qué puntoesta justificado que sigamos manteniendo una denominacién
especial para las mismas, esto es, en qué medida existen rasgos distintivos
de las expresiones morales frente a otros tipos de expresiones.
' Este ejemplo esta basado en las consideraciones sobre la implicacién pragmatica
expuestas por T. Miranda Alonso, El juego de la argumentacién, Madrid, De la Torre,
1994, pp. 29ss. Véase también, E. Bustos, Pragmdtica del espariol, Madrid, UNED, 1986.
123
tltima de la conducta, de igual modo quelo religioso. Por otra parte, en
contraposicién a los imperativos dogmaticos (del tipo «debes hacer esto
porque si, porque se te ordena»), las prescripciones morales presentan un
cardcter de razonabilidad, es decir, se expresan como conteniendo de modo
implicito las razones que avalan sus mandatos (por ej., «no debes mentir»
es una prescripcién que lleva aparejado el argumento de quesin ella no
seria posible confiar en la comunicaci6n mutua).
Ahora bien, las caracteristicas especificas de las prescripciones morales
serian, a nuestro juicio, las siguientes:
a) la autoobligacién que consiste en el hecho de que las normas morales
no pueden cumplirse sélo externamente, sino en conciencia. Pero también
ciertas normasreligiosas quedan desvirtuadas si no se aceptan en concien-
cia sino exteriormente. Lo que caracteriza a la autoobligacién moralfrente
a la religiosa no es tanto la admisién en conciencia de la prescripcién, sino
el hecho de que surja del hombre mismoy a él obligue, sin emanar de una
autoridad distinta de la propia conciencia humana.
b) Por otra parte, quien se siente sujeto a este tipo de obligacién llama-
da moral, la extenderia a todo hombre, caracteristica a la que se denomina
habitualmente universalizabilidad de los juicios morales. Frente a las pres-
cripcionesjuridicas y sociales, aplicables a un grupo humano;y frente las
religiosas, que s6lo pueden exigirse en conciencia a la comunidad de los
creyentes, los imperativos morales se presentan comoextensibles a todo ser
humano, bajo su faz de proposiciones sintéticas a priori.
c) En tercer lugar, las prescripciones morales se presentan con cardcter
incondicionado. Este cardcter de incondicionalidad de los imperativos
morales ha sido cuestionado en nuestro tiempo por parte de algunos espe-
cialistas. Afirmarlo parece conducir a unaética de la intencién, frente a la
ética de la responsabilidad’. Sin embargo, pese a que es preciso decantarse por
una ética de la responsabilidad, puesto que no podemos desentendernos de
las consecuencias de las acciones, consideramos que es necesario mantener
el cardcter incondicionado de los imperativos morales, al menos como ideal
regulativo. Porque la reduccién de todo imperativo a los condicionados
podria comportara la larga la muerte de lo moral. El andlisis de las excep-
ciones es siempre interesante y necesario, pero la eliminacién del cardcter
incondicionado nos parece desaconsejable.
Una nueva caracteristica consistirfa en la prohibicién de deducir enun-
ciados prescriptivos a partir de enunciados facticos. Pero tambiénesta afir-
? A esta distincién, propuesta por Max Weber, nos hemosreferido en el capitulo cuatro.
[24
macién debe ser precisada: como veremosen este mismocapitulo, los juicios
de deber moral no pueden derivarse de constataciones empiricas, porque de
los hechos empiricos no puede surgir obligacién alguna. Pero tal vez si que
tengan queser justificados sobre la base de «juicios de hecho no empiricos».
Si hemos admitido la razonabilidad como una nota de la moralidad, nos
vemos obligados a defender un modo de razonar no meramente deductivo,
que se apoye en enunciados sobre hechos canénicos, 0 bien en buenas razo-
nes. La cuestién de qué tipo de razones pueden contar como «buenas» en una
argumentacién moral es lo que nos va a ocuparen el apartado siguiente.
Como acabamosde decir, uno delos rasgos mas caracterfsticos del fend-
meno moral es el hecho de que argumentamosante los demas y ante noso-
tros mismospara justificar o para criticar acciones, actitudes o juicios mora-
les, tanto propios como ajenos. Por medio de la argumentacién tratamos de
ponerde relieve que tales acciones, actitudes o juicios tienen sentidosi
realmente se apoyan en razones que consideramos adecuadas, o bien, porel
contrario, carecen de sentido por no tener unabase en tales razones. De ahi
que la argumentacién moral consista, en primera instancia, en la exposi-
cién de las razones que se consideran pertinentes para avalar o descalificar
alguna accion,actitud 0 juicio moral.
Annemarie Pieper’ ha distinguidoseis tipos de estrategias argumentati-
vas destinadas a mostrar las «buenas razones» que normalmente se aceptan
comotales en la vida cotidiana, aunque ella misma explica que algunas de
esas estrategias no son validas. Comentaremos a continuacién dichas
estrategias desde nuestro propio punto devista.
a) Referencia a un hecho, comoocurre cuandoa la pregunta de por qué
hemos ayudado a alguien respondemos que «es nuestro amigo», o «habia
pedido ayuda»o algo parecido. En tales casos se esta dando por supuestala
existencia de alguna norma moral compartida que indica el deber moral de
ayudara los amigos, 0 a las personas que solicitan ayuda, etc. De este modo,
la referencia al hecho aducidoes, en realidad, una referencia a la norma
que se suponecorrecta por parte de uno mismoy porlas personas a quie-
nes dirigimos el argumento. Por tanto, la alusién a hechos sdlo puede con-
siderarse como un argumento valido cuando la normasubyacentesea real-
mente correcta —y no un mero prejuicio.
[25
Ahora bien, la comprobacién de la correccién de la norma supone un
nuevo paso en el proceso argumentativo:el intento de mostrar que la norma
en cuestiOn satisface determinados requisitos porlos cualesse la puede con-
siderar como moralmentevalida. En este punto es en el que intervienenlas
distintas teorfas éticas: unas diran que la normaes correcta porque forma
parte de la prdctica de una virtud determinada (aristotelismo), otras aduci-
ran que suele promover el mayor bien para el mayor ntimero (utilitarismo),
otras afirmardn que defiendeintereses universalizables (kantismo), etc. Puede
ocurrir que adoptemos unateoria ética en particular para justificar la norma
en cuestién, o tal vez podamosjustificarla desde varias de esas teorias a la
vez. Pero también puede ocurrir que una norma aparezca como justificable
por unateoria ética y comoinjustificable por otra u otras. En tal caso nos
verfamosobligados, en ultima instancia, a justificar la eleccién de la teoria
ética utilizada. Este nuevo paso en el proceso argumentativo corresponderia
a lo que aqui entendemospor argumentaci6nética propiamentedicha.
b) Referencia a sentimientos‘. En este caso se intenta justificar una
acci6n, actitud o juicio moral mediante el recurso a los sentimientos pro-
pios 0 a los del interlocutor: «lo hice porque me dio miedodejar las cosas
comoestaban», «lo quehiciste fue fruto de que ti odiasel vicio», etc. Sin
embargo, este modo de argumentar es totalmente insuficiente desde el
punto de vista moral, puesto que la presencia en nuestro 4nimode un sen-
timiento cualquiera sd6lo ayuda a explicar las causas psicoldgicas de la
accion, pero no basta para mostrar la correccién o incorreccién moral de
la misma. Nuevamentees preciso recurrir al andlisis de la norma quese
haya dado por supuesta en el caso en cuestién. Por ej., puede ser que una
persona adulta justifique el haber requisado una navaja a un menorde edad
diciendo que «le daba miedo verle jugar conella»; en realidad, lo que sub-
yace en este Caso es una norma, que habitualmente consideramoscorrecta,
segtin la cuales preciso prevenir dafios a los nifios; en consecuencia, lo que
justificarfa en este caso la accidén noes el miedo del adulto, sino la evita-
cién de unas consecuencias previsiblemente dafiinas. La cuestién de si en
ese caso concreto era realmente obligado requisar la navaja, o por el con-
trario esa acci6n constituy6 un abuso porparte del adulto, es una cuestién
de interés moral que sdlo puede resolverse racionalmentesi se tienen a la
vista todos los datos de la situacién y se dispone de unaactitud imparcial
para ponderarlos. Cuestién distinta es la que se refiere a la correccién de
las normas que aqui entrarfan en juego, a saber, la ya mencionada de evi-
126
tar dafios a los nifios, y la que prohibe a los adultos cometer abusos de auto-
ridad: para saber si tales normas son correctas tendriamos que apelara algu-
na delas teorfas éticas, y eventualmentejustificar la eleccién de la misma
mediante una argumentacioén ya no moral, sino ética.
c) Referencia a posibles consecuencias. En el ejemplodel parrafo ante-
rior hemosvisto que unapersona podia justificar una determinada accién por
referencia a una norma que indica que es obligada la evitacién de posibles
dafios a los nifios. En ese ejemplo se observa que la atencién a las posibles
consecuencias de los actos es una cuestién moralmente relevante. De hecho,
para la teorfa ética utilitarista ése es el inico y definitivo criterio moral: se
considera buena toda accién que genere un mayorsaldo neto de utilidad posi-
ble (en el sentido de goce, placer, alegria, satisfaccién sensible), y una menor
cantidad de dafio (en el sentido de desdicha, sufrimiento, dolor, pena). La
variante denominada «utilitarismo de la regla» aconseja no plantearla cues-
tién de la utilidad frente a cada accién por separado, sino mas bien cumplir
las normas que la experiencia histérica ha mostradoeficacesparatal fin, dado
quela propia estabilidad de las normas se considera globalmente beneficiosa.
Sin embargo, en el capitulo dedicadoa las clasificaciones éticas hemos
comentado —con ocasién de las contraposiciones entre éticas teleolégicas y
deontolégicas, y entre las éticas de la intencién y las de la responsabilidad—
que en la actualidad existe un amplio consenso entre los especialistas con
respecto a la necesidad de hacerse cargo responsablemente de las conse-
cuencias de los actos. Esto significa que ya noes sdlo elutilitarismo la teoria
ética que tiene en cuenta las consecuencias para juzgar sobre la correccién o
incorreccidén de una accién o de una norma, sino que hoy en dia cualquier
otra ética admite que nosdlo es importante la voluntad de hacerel bien, sino
asegurarse, en la medidade lo posible, de que el bien acontezca.
Ahorabien, la pretensién del utilitarismo de que la atencién a las con-
secuencias positivas o negativas de la accién o de la normaesel tinico fac-
tor a tener en cuenta en la argumentacién moral, plantea gran cantidad de
interrogantes que no hansido satisfactoriamente resueltos por sus partida-
rios. Por una parte, hay ocasiones en las que una accién puedeser moral-
mente obligada, a pesar de que de ella no puedan esperarse consecuencias
beneficiosas para nadie, e incluso implique cierta cantidad de dolory sufti-
miento para algunas’. Por otra parte, el utilitarismo no es capaz de dar razén
* Eneste sentido puede ser muyilustrativa la critica al utilitarismo expuestas por W.D.
Ross (The Right and the Good, Oxford University Press, 1930, trad. esp. Lo correcto y lo
bueno, Salamanca, Sigueme, 1994).
127
del hecho de que generalmente consideramos moralmente valiososlos sacri-
ficios de sus propias vidas que llevaron a cabo personajes como Sécrates,
Jesucristo o los martires cristianos, dado que, conformea la visién utilita-
rista, estas personas pusieron enpeligro sus vidas y las de sus amigos sin que
pudieran prever unas consecuencias positivas de la actitud que adoptaron.
Ademiéas, se han planteado algunos casos mas o menos hipotéticos en los que
se muestra que la concepcién utilitarista se verfa obligada a conceder, con-
forme a sus propias premisas, que una persona inocente deberiaser sacrifi-
cada si con ello se contribuye a la mayorfelicidad del mayor nimero*.
En sintesis, la argumentacién moral debe tener muy presentes las con-
secuencias previsibles de las acciones o de las normas con respecto a los
posibles beneficios 0 perjuicios para las personas, pero no debelimitarse a
examinar esta cuesti6n, sino atender también a otros factores de la mora-
lidad que venimos comentando.
d) Referencia a un cédigo moral. En los parrafos a y b ya anuncidbamos
que la referencia a un hechoy a un sentimientosuele llevar implicita la alu-
sién a alguna norma concreta que se supone vigente por parte de la perso-
na que argumenta. En efecto, la manera mas corriente de justificar una
accion, una actitud 0 un juicio moral es aducir la existencia de una norma
determinada quese considera vinculante para uno mismoy para aquellos a
quienesse dirige la argumentaci6n. Porej., una persona puede decir que la
raz6n por la que se niega a hacer horas extras en su trabajo es que reconoce
un deber de solidaridad con quienes carecen de empleo. A su vez, esta per-
sona puede argumentar que esta norma formaparte de un cédigo moral mas
amplio, en el que el imperativo de la solidaridad va aparejado con otros
imperativos de igualdad, de libertad, de defensa de una vidadigna,etc.
Para averiguar hasta qué punto una argumentacién moraldeeste tipo es
racionalmente aceptable, hay que plantearse una doble cuestidén: en primer
lugar, si efectivamente la norma invocadaes en realidad parte del cddigo
moral al que pretende acogerse, no sea que la interpretacién que se hace de
ella sea incongruente o inadecuada; en segundo lugar, si el propio cdédigo
moral al que se apunta est4 suficientemente fundamentado comopara con-
siderarlo racionalmente vinculante. La primera cuestiédn es netamente moral,
propia de la discusién interna entre quienes comparten un cddigo moral
determinado. En cambio, la segunda cuestién forma parte de la discusién
ética, puesto que noslleva a plantearnosla dificil cuesti6n de sopesarlas pre-
6 Unadelas criticas mds elaboradas contra este puntoflaco del utilitarismo es la que se
contiene en las paginas de la Teoria de la justicia de John Rawls (F.C.E., México, 1979).
|28
tensiones de racionalidad de distintos cédigos morales. Esta cuestié6n, como
ya anuncidbamosenel capitulo primero, forma parte de lo que entendemos
por tarea de fundamentacién que ha de llevar a cabo la Etica, y de ella nos
hemosde ocupar, siquiera de modo sumario, un poco mas adelante.
e) Referencia a la competencia moral de cierta autoridad. Algunas
personas tratan de justificar sus opciones morales recurriendo a cierta
«autoridad competente» a la que consideran suficientementefiable. Dicha
autoridad competente en materia moral suele ser una persona o institucién
(los padres, el grupo de amigos, el presidente del partido, el tribunal de jus-
ticia, el Papa, etc.) ajena al propio individuo, pero también puedeserél
mismo cuandose da el caso de que ha alcanzado el puesto de dicha autori-
dad. La argumentacién moral quese basa en este tipo de referencias con-
siste en afirmar que la accién morala justificar es congruente con la norma
emanadadela autoridad moral.
Esta forma de argumentaci6on es, en principio, sumamente endeble,
puesto que lo que hace confiable una norma noes quién la dicta, sino qué
validez racional posee. Naturalmente, puede haber muchoscasos en los que
las normas emanadasdela autoridad en la que uno confia sean plenamen-
te razonables y validas, pero no es posible garantizar a priori semejante
coincidencia. Ademas, la referencia a una autoridad moral no tiene por qué
ser aceptable para cualquier interlocutor, dado que en cuestiones morales
no existe ni puede existir una autoridad semejantea la autoridad politica
o religiosa’.
Como han visto muy bien Piaget y Kohlberg’, la argumentacién basada
en la heteronomia supone un menorgrado de madurez moral que el de la
persona que es capaz de enfocar de modo auténomo-apartir de principios
racionales— la justificacién de sus propias acciones. Esto no significa que se
deba o se puedaprescindir de las orientaciones de otras personas, pero tales
orientaciones no deben tomarse como imperativos totalmente vinculantes,
sino como consejos que.uno puedetener en cuenta para, finalmente, tomar
responsablementela decisién que la propia razén considere como buena.
f) Rcferencia a la conciencia. En la vida cotidiana hay multitud de oca-
siones en las que se apela a la propia conciencia para justificar acciones,
actitudes 0 juicios morales. En principio, hay que reconocer queeste tipo
7 Sobre esta cuestién véase A. Cortina, La ética de la sociedad civil, Madrid, Anaya,
1994, especialmente el cap. 4.
8 J. Piaget, El criterio moral en el nivio, Fontanella, Barcelona, 1977. L. Kohlberg,
Essay on moral development; vol. 1, The philosophy of moral development: moral stages
and the idea of justice, Nueva York, Harper and Row, 1981.
129
de justificacién goza de un prestigio fuertemente arraigado en la tradicién
moral de Occidente, al menos desde Sécrates. Ahora bien, cualquier ana-
lisis detenido de este tipo de argumentacién descubre que la conciencia no
es infalible; por el contrario, muchasvecesse recurre a ella para justificar el
propio capricho o para seguir ciegamente los dictados de ciertas autorida-
des que han tenido influencia en el proceso de socializacién de la persona.
En consecuencia, los dictamenes de la conciencia han de ser sometidos
a la misma revisién de la que hemos hablado enlos parrafos anteriores: es
preciso averiguar hasta qué punto es racionalmente valida (no confundir
con sociolégicamente vigente) la norma quese ha aplicado o se pretende
aplicar. Para ello hemosderecurrir a algunade las teorias éticas, puesto que
son ellas las que establecen la diferencia entre lo racionalmente aceptable
y lo que no lo es. Pero, dado que hay una pluralidad de teorfas éticas, nos
vemosobligados a adoptar una deellas justificando racionalmente nuestra
eleccién, y de este modo nos encontramos de nuevo en el terreno de la
argumentacion ética.
130
al hacertales juicios, pretendamosestar en lo cierto sobre lo que cualquier
ser humanodeberfa hacer en unas circunstancias determinadas. A semejante
pregunta habria que contestar enumerandolas razones que hacen queeste
hecho —lo moral o la moralidad-, no sea una pura «mania» llamada a extin-
guirse, ni un simple pasatiempo del que podamosprescindir. j;Es un absurdo
seguir haciendo juicios morales? Si pensamos que nolo es, tenemos que apun-
tar a las razones que avalaneste tipo de conducta; si no hubiese tales funda-
mentos racionales, tendrfamos que admitir que no hay por qué seguir juzgan-
do moralmente nuestros propios actos, ni los de los demas, ni las
instituciones socioeconémicas, y ya no tendrfa muchosentido exigir justicia,
ni elogiar virtudes, ni denunciar abusos, ni tantas otras accionesrelaciona-
das con eso que venimosllamando «lo moral».]
Las distintas teorfas éticas, como ya hemos apuntado enlos capitulos
anteriores, han tratado de fundamentarel factum de la moralidad: unas lo
han hechopartiendodel ser, otras han tomado como puntode partida un
hecho de la conciencia, y por ultimo, algunas hoy en dfa parten de un
hecholingiifstico, esto es, del hecho de que todos utilizamos términos y
argumentos morales en nuestro lenguaje ordinario. En cada teorfa ética se
persigue en todo caso el mismofin: investigar si una fundamentacién de
lo moral es posible, y en qué medida lo es. Esta fundamentacién ha de
tener una forma racional, puesto que se trata de «dar razones», pero esto
no significa que toda teoria ética haya de sefialar a «la raz6n» misma como
el fundamento tinico de la moralidad. De hecho, algunasde esas teorias
apuntan a los sentimientos, o a las relaciones socio-econémicas, 0 a la
revelacién religiosa, 0 a otros factores, como elementos que constituyen
—en ultima instancia— el fundamento del fenédmeno moral. Lo que nos
importa en este momento no es, por tanto, el contenido concreto delas
distintas fundamentaciones, sino resaltar ese rasgo comtin porel que todas
se ofrecen como respuestas argumentadas, racionalmente construidas, a la
pregunta de por qué hay moral y por qué debe haberla. De este modo, en
la medida en que las teorfas éticas son propuestas racionales, se abren al
didlogo por el que unas interpelan a otras en pos de una mayortrasparen-
cia, una mayor coherencia y, en general, un mayor compromiso conla rea-
lidad de la que se pretende dar cuenta: en este caso, descubrir las razones
mas adecuadaspara justificar la experiencia moral.
Sin embargo, no todaslas filosofias mantienen un espacio para larefle-
xidn ética. No todas comparten la conviccién de quela filosofia debe tra-
tar de fundamentar la vida moral. En nuestros dias, diferentes corrientes
filoséficas declaran que este objetivo es imposible (cientificismo, raciona-
lismo critico), o bien innecesario (pragmatismo radical) o incluso trasno-
chado (los llamados «postmodernos»). En cambio otras, como ya hemos
apuntado, defienden sus respectivos modelos de fundamentacién: por
131
ejemplo, ciertos autores proponen un comunitarismo de inspiraci6n aristo-
télico-hegeliana (A. MacIntyre, M.J. Sandel, Ch. Taylor, B. Barber); otros
(los zubirianos como Aranguren, D. Gracia, A. Pintor, J. Conill) apuntan a
una «ética formal de bienes»; los utilitaristas de cufio moderno contintian
tratando de fundamentar una moral que tenga en cuenta a todacriatura sen-
tiente; y los filésofos de inspiracién kantiana (rawlsianosy partidarios dela
ética discursiva) proponen una ética procedimental basada en considera-
ciones de diverso tipo. Puesto que ya hemosvisto, a grandesrasgos, los argu-
mentosde las éticas que aceptan elreto de la fundamentacién, nos ocupa-
remos ahora de exponerla visi6n que tienen los detractores de la tarea
fundamentadora.
V.4.1. El cientificismo
El cientificismo es un tipo de reflexidn filoséfica que considera quela
racionalidad pertenece tnicamenteal ambito delos saberes cientifico-téc-
nicos, en tanto que los demas Ambitos de lo humano —incluido el ambito
moral— permanecenen la esfera de lo irracional’. Mads que una doctrina
unitaria es un rasgo que comparten determinadas escuelas de pensamiento
contempordneo, especialmente a partir del positivismo de Comte y de
Machy del neopositivismo légico. La repulsa cientificista a toda funda-
mentacién de lo moralse basa en la tajante separacién que establece entre
los hechos los valores, entre lo que es y lo que debe ser. Atendiendo las
ensefianzas de Max Weber, los cientificistas entienden que la neutralidad
axiolégica es condicién indispensable de objetividad, y en consecuencia,
reservan para el conocimiento cientifico-técnico toda posible racionalidad
y objetividad, dejando las decisiones morales para el 4mbito subjetivo de
las decisiones y las preferencias irracionales.
De este modo, el cientificismo abre un abismoentre la teoria y la pra-
xis, entre el conocimiento y la decisién: el conocimiento cientifico repre-
senta lo objetivo, lo racional, la ausencia de todo compromiso valorativo,
mientras que las decisiones serdn consideradas subjetivas, irracionales,
arbitrarias, y estaran «contaminadas» por el compromiso del sujeto con
determinados valores. La situacidn en la que quedala Etica es completa-
® Para una exposici6ny critica del cientificismo puede verse J]. Habermas Conocimiento
e interés, Taurus, Madrid, 1982, pp. 298s.; A. Cortina, Etica minima, pp. 89-92 y Etica sin
moral, pp. 98-102.
132
mente deplorable: al no poder alcanzar intersubjetividad en el ambito
moral, no puedeaspirar al estatus de ciencia, salvo que adopte Gnicamen-
te una perspectiva psicoldgica, sociolégica o genética en el estudio de los
contenidos morales, en cuyo caso quedaria reconvertida en una rama de
la psicologia, o de la sociologia, o de la historia, pero perderia su cardcter
normativo. Desde el punto devista cientificista, no hay otra alternativa:
o la ética reconoce que no existe una racionalidad de lo moral, y conse-
cuentemente se desvanece comodisciplina que aspira a orientar racional-
mente las conductas, o acepta su disolucién en el seno delas disciplinas
empiricas”®.
Esta actitud cientificista esta muy extendida hoy en dia, particularmen-
te entre los economistas y otros cientificos sociales en la medida en que
consideran acertado aquel postulado weberiano dela neutralidad axioldégi-
ca de la ciencia (Wertfreiheit), segtin el cual las ciencias sociales, para ser
objetivas, deben excluir toda valoracién; porque las valoracionesserian, a
su juicio, siempre subjetivas y no hacen sino mermarla racionalidad dela
ciencia. Sin embargo, ese postulado qued6 hace tiempo desacreditado,
sobre todo para las ciencias sociales, a pesar de que muchos economistas y
socidlogos contintien —curiosamente— convencidosde que su saberes obje-
tivo, mientras que las valoraciones morales son subjetivas. Esta peregrina
conviccién esté ampliamente extendida en amplias capas de nuestras socie-
dades democraticas liberales, hasta el punto de que ha dadolugaral naci-
miento del llamado «sistema de complementariedad liberal entre la vida
publica y privada»".
Consiste tal sistema en establecer una complementacién entre una
determinada visién de la vida ptiblica, en la que sélo se reconocen como
intersubjetivamente validas las leyes de la racionalidad cientifico-técnica,
de modo que son los «expertos» en ciencias sociales y en tecnologias quie-
nes la organizan, ayudadosporlas disposiciones juridicas que convencio-
nalmente se establezcan, y una complementaria visién de la esfera privada,
133
en la que prevalecen las decisiones de conciencia, que son consideradas
comoprerracionales. Si el cientificismo y el positivismo juridico constitu-
yen asi las claves dela vida publica, el irracionalismoseria la clave de las
decisiones personales.
En el origen de semejante «sistema de complementariedad»estarfa el
famoso andlisis de Webersegtin el cual la historia de occidente constitu-
ye un continuo progreso en un doblesentido: racionalizacién y desen-
cantamiento™. La racionalizacién, a juicio de Weber, consiste en una pro-
gresiva extensidn de la racionalidad medios-fines (racionalidad
_ instrumental) en todos los sectores del sistema socio-cultural, especial-
mente en la esfera de la economia y de la administracién burocratica,
bajo la infuencia del progreso constante en ciencia y tecnologia. Por
«desencantamiento» entiende Weber la disolucién de un orden de valo-
res o de una cosmovisi6nreligiosa o filoséfica cominmente aceptada.
Este desencantamiento habria desembocado, segtin Weber, en unasitua-
cién de «politefsmo axiolégico». En efecto, al desaparecer la antigua cos-
movisién tinica que arropaba los valores que permanecieron vigentes
durante siglos, las cuestiones de valoracién se remitieron al Ambito de la
conciencia subjetiva, de modo tal que, en cuestiones de valor, «cada
quien tiene su dios» y el acuerdo intersubjetivo en este campo se consi-
dera imposible, o meramente casual, puesto que no habria una comparti-
da imagen del mundo como puntodereferencia.
De este modo, tal como lo explica Apel, la concepcién weberiana de
progreso ha dadolugar a una posici6én ideolégica liberal segtin la cual es
preciso separar tajantemente el A4mbito publico —supuestamenteracional,
neutral, tecnolégicamente avanzado- del ambito privado —supuestamente
prerracional, emotivo y carente de intersubjetividad. En el ambito priva-
do, segtin esta doctrina, sdlo habria lugar para un cierto existencialismo,
que puedeserreligioso 0 ateo, pero que resulta incapaz de superarsuslimi-
tes subjetivistas. En esta linea se puede interpretar el famoso aforismo 6.52
del Tractatus wittgensteiniano:
«Sentimos que, incluso en el caso de que todas las cuestiones cientificas
posibles se pudieran responder, el problema de nuestra vida no habria sido ni
siquiera planteado.»
134
ca-esfera privada, si bien la valoran de mododistinto. Tal escisién esta
teniendo consecuencias practicas nefastas para la propia supervivencia
del planeta y del ser humano dentro de él, ya que excluye de entrada el
uso de argumentaciones morales como elemento a tener en cuenta en el
Ambito de los grandes problemas comunes a toda la humanidad (sobre
todo el hambre, la guerra y el deterioro ecoldgico). Por ello, el cienti-
ficismo ha sido duramentecriticado desde corrientes filoséficas tan dis-
tintas como el Racionalismo Critico, la Escuela de Francfort, la
Pragmatica Trascendental de Apel y el Reconstructivismo de la Escuela
de Erlangen.
Las principales razones que se aducen frente al cientificismo son las
siguientes:
(1) Segtin el Racionalismo Critico, las decisiones no han de ser
inmunizadasfrente a la critica —como hace el cientificismo— amparan-
dose en una «ficcién del vacfo» de creer que la decisién por un sistema
de valores se realiza sin contar con el conocimiento cientifico-técnico
disponible.
(2) Segtin las demascorrientes citadas, el cientificismo olvida, en pri-
mer lugar, que la ciencia no puedeprescindir de un fundamentoreflexivo,
pues en tal caso se convierte en una ideologia encubridora delos intereses
que impulsaron e hicieron posible el propio conocimientocientifico.
(3) Elcientificismo no se ha percatado de quela posibilidad misma de
la ciencia exige la moral; si la moral es irracional, también lo es la ciencia.
Las normasquerigen el trabajo cientifico en pos de la objetividad son nor-
mas morales que no pueden considerarse como decisiones puramente sub-
jetivas de cada cientifico sin riesgo de que perdamosdevista la propia obje-
tividad como meta.
(4) Si se aceptan los presupuestos del cientificismo, que no son racio-
nales, sino dogmaticamente decididos, se ha de asumir en consecuencia que
todo derecho y todo deber ya no descansa en unasprescripciones universa-
les e incondicionales, sino en el sentimiento subjetivo de cada cual; rei-
vindicar un derecho o exigir un deber nunca seria argumentableracional-
mente, sino apelacién a los sentimientos de los demas.
(5) Siel cientificismo recurre a meras convencionessociales para man-
tener la convivencia publica, atin en ese caso precisa de una base moral
que: a) legitime esas convenciones dotandolas de fiabilidad, b) asegure la
racionalidad de las decisiones publicas, que no esta garantizada por la suma
de decisiones irracionales privadas, y c) asegure los intereses de todos los
afectados por esas convenciones aunque no hayan participado enel esta-
blecimiento de las mismas.
135
V.4.2. El Racionalismo Critico”
El Racionalismo Critico, en la perspectiva de K. Popper y de H. Albert,
argumenta que cualquier intento de fundamentacién ultima de un saber
—sea tedrico o practico— esta irremisiblemente condenadaalfracaso, porque
a buen seguro incurrird en alguno de lostres callejones sin salida que cons-
tituyen lo que Albert denomina el «Trilema de Miinchhausen» (recordan-
do al conocido Bar6én de las mentiras, que aparece en un pasaje del cuento
tratando de solucionar un problemaparecido). El trilema consiste en que,
«si se pide para todo una fundamentacién, entonces debe pedirse también
para los conocimientosa los cuales se hayaretrotraido la concepcién por fun-
damentar, lo cual lleva a una situacién con tres alternativas que son porigual
inaceptables, o aparecen comotales: 1) un regreso infinito, que noesrealizable
y por eso no proporciona fundamento alguno; 2) un cérculo légico en la deduc-
cién, cuandose recurre a enunciados que ya antes se habfan mostrado como
enunciados que requieren fundamentacién, lo que tampoco conduce a un
fundamento seguro porque es lé6gicamente defectuoso; y 3) una interrupcién
del procedimiento en un punto determinado, que si bien parecerealizable en
principio, implicaria sin embargo, una suspension arbitraria del principio de
la fundamentaciénsuficiente»".
Comolas dos primeras posibilidades —dice Albert— son claramente ina-
ceptables, existe la tendencia a aceptar la tercera posibilidad, deteniendo el
proceso fundamentador mediante el recurso a un dogmaal que se considera
autoevidente, o autofundamentado,o basadoen la experiencia o enla intui-
cién inmediata. En cualquier caso, se tratarfa de un dogmatismo que encubre
la decisién de poner un principio arquimédico a salvo de toda revisiéncritica.
Quiza el punto mas débil de la argumentacién de Albert consista en que
él mismo se encuentra apresado porel decisionismo dogmatico que denun-
cia. En efecto, si se le pregunta por qué habriamosde optar porla raciona-
lidad (entendida a su modofalibilista) frente a otras posibles opciones, su
respuesta seria que «es una decisién moral de orden superior, que constitu-
ye la base de la ciencia y de la ética»'’. Los valores, por tanto, quedan mas
alla de lo que puede manejarla razén, tal como la concibeel racionalismo
critico. Y lo que habra de preguntarse, en consecuencia, es si existe o nola
posibilidad de utilizar un concepto de racionalidad diferente, que permita
argumentar también en torno a las opciones que hacemos por unosu otros
valores.
'’ Para una amplia exposicion y critica de las distintas vertientes del Racionalismo
Critico, véase el nim. 102 de la revista Estudios Filoséficos, Valladolid, 1987.
4H, Albert, Tratado sobre la razon critica, Buenos Aires, Sur, 1973, pp. 25-27.
SH, Albert, Etica y metaética, Valencia, Cuadernos Teorema, 1978, p. 50.
136
4.3. El pensamiento débil o postmoderno
(neoindividualismo en una época postmoral)
La posicién «postmoderna» también rechaza toda posibilidad de funda-
mentar lo moral, principalmente porque considera quela tradiciénfilosé-
fica moderna hasido victima de un engafioso «encantamiento» centrado
en la epistemologia.
' Entre los filésofos que mds o menosse pueden adscribir a esta linea
podemosrastrear una serie de planteamientos comunes que recordamos
brevemente:
(1) Renuncia a lo que ellos Ilaman la «razéntotal», es decir, la preten-
sidn ilustrada de un conocimiento sistematico que muestre las relaciones
entre los diversos aspectos de lo real formando un todo coherente; ejem-
plos paradigmaticos de tal pretensidn serian los sistemas filoséficos de Kant
y de Hegel. Pero desde Nietzsche y Heidegger habriamos aprendido que es
vanopretendertal sistematizacién del ser’, que mas bien hay que dejarle
ser, abandonandolos metarrelatos totalizantes porque son encubridoressos-
pechosos de nuestra propia debilidad ante el mundo. Reconoceresa debi-
lidad significa instalarse definitivamente en la finitud de nuestra condi-
cidn. Frente a la raz6n moderna(totalizante, unificadora, sistematica), se
reivindica la actitud posmoderna (fragmentaria, respetuosa de la diferen-
cia, partidaria del descentramiento)”.
(2) Pérdida del sentido emancipadorde la historia, desmitificacién de
la idea de progreso, abandonode cualquier constructo utdpico global y sus-
titucién de éste por propuestas alternativas parciales que respondan a nece-
sidades o intereses también parciales (abandonodeideales universalistas
de justicia, libertad, igualdad, solidaridad...).
(3) Cultivo de los valores estéticos -siempre cambiantes, ajenos a la
pretensién de verdad o de coherencia racional- frente a los valores éticos,
a los que se tacha detotalizantes.
(4) Mirada irénica y humoristica sobre todos los temas, desmitificando y
relativizando cualquier afirmacién, incluidas las propias declaraciones.
(5) Neoindividualismo, recuperacién del propio cuerpoy de las relacio-
nes mas préximas, cultivo del 4mbito privado, abandonodelo ptiblico en
manosde «los expertos».
6 Cf. A. Wellmer, «Zur Dialektik von Moderne und Postmoderne», en Zur Dialektik
von Moderne und Postmoderne, Suhrkamp, Frankfurt, 1985, pp. 48-114 [Trad. cast. en J.
Picd (comp.), Modernidad y Postmodernidad, Alianza, Madrid, 1988, pp. 103-140].
Cf. G. Vattimo, El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura
moderna, Barcelona, Gedisa, 1986.
137
En sintesis, se trata de una corriente de pensamiento quecalifica a nues-
tra época como «postmoderna»y predica el fin del humanismoy el adve-
nimiento del nihilismo, es decir la aceptaci6n de que no hay ningtin
mundoreal y verdadero, sino fragmentos, diferencias, individuos. Si se
acusa a los portavoces de esta corriente de haber renunciadoa todo pro-
yecto de emancipacién, responden que desde el nihilismo es posible
defender el valor bdsico de la igualdad, fuente de todo pensamiento eman-
cipador: precisamente porque no hay ningtin mundoreal es por lo que
todos somos realmenteiguales"*.
Desde nuestro punto de vista, es manifiesta la insuficiencia de esta
corriente de pensamiento, sobre todo porsu déficit de auténtica capacidad
critica y por el consiguiente deslizamiento a posturas conformistas y —de
facto— conservadoras, en la medida en que dejan un amplio espacio para la
arbitrariedad, la insolidaridad y la incomunicacién, sin ofrecer una alter-
nativa coherente.
138
ilustrada de que existe un terreno tedrico comtn a todoslos seres raciona-
les ha ido cayendo en descrédito a través de las aportaciones de pensado-
res como Nietzsche, Heidegger o Gadamer, a las contribuciones del psico-
andlisis y de filésofos como Davidson, que han borradolas diferencias entre
verdades permanentesy contingentes. A partir de esos autores, la contin-
gencia es presentada comola categoria central de nuestras vidas’. Nacemos
contingentemente en una comunidady tradicién en la que nossocializa-
mos, hablamos contingentemente con un determinado vocabulario; por
eso, quienes intentan algtin tipo de fundamentacién moral universalista se
veran obligados a atenerse a un punto de vista inespacial e intemporal, bus-
cando un punto arquimédico en afirmaciones metaffsicas que ya no cuen-
tan con el asentimiento general, y por tanto se verdn abocadosa sostener |
dichas afirmaciones de modo absolutista, poniendo enpeligro la solidari-
dad comunitaria. En cambio, quienes renuncian a cualquier tipo de funda-
mentacién abandonan la idea de un punto arquimédico y de ese modo
defienden el pragmatismoy la solidaridad.
Esta posicién rortyana se conoce como «pragmatismoradical», y en su
caso aparecetefiida de fuertes tintes comunitaristas. El pragmatismo, como
es sabido, entiende que la verdad es «aquello que es bueno para nosotros
creer» (W. James) y en consecuencia, no hay més verdades que las que
heredamosdela concreta tradicién de nuestra comunidad social. Rorty se
adscribe explicitamente a una tradicién democratica que arranca de
Jefferson, el cual aconsejaba privatizar las convicciones religiosas como
condicién necesaria para una convivencia estable y solidaria. En esta linea,
Rorty afirma que el demécrata tiene el deber moral —entendido de modo
historicista y antiuniversalista~ de colaborar al desencantamiento del
mundoy, por lo tanto, ha de predicarla frivolidad en pro de la solidaridad.
Porque tomarlas cosas en serio, buscar fundamentaciones para la demo-
cracia O para una moral supuestamente universalista supone permitir que
el mundo contintie «encantado», que sigan batallando entre si las convic-
cionesreligiosas y filosdficas, en detrimento del principio de tolerancia”.
La tarea del pragmatista es una tarea social prdctica: ampliar al maximoel
acuerdo intersubjetivo en torno a la tradici6n democraticaliberal.
139
Para crear esa solidaridad tolerante, limitada a quienes ya compartenla
tradicién en la que contingentemente estamos situados (y a quienes pue-
dan sumarsea ella), ni siquiera es necesaria una fundamentacién moral de
la democracia —a juicio de Rorty. Porque tal fundamentacién sélo podria
hacerse recurriendo a una supuesta concepcién del hombre comtinmente
compartida. Pero recurrir a una concepcién de ese tipo supone creer que
ciertas premisas filosdéficas son mds valiosas quelas instituciones democra-
ticas mismas, cosa que Rorty pone en cuestién proponiendo un abandono
de esa creencia, tan extendida entrelos fildsofos, segtin la cual la teoria del
conocimiento permite un acceso privilegiado a la realidad. Por contra,
Rorty considera que, en la medida en que el manejo de premisas filoséficas
puede suponer masbien un obstdculo para la cohesi6n social, es necesario
silenciarlas. Frente a la tarea de fundamentaci6n delas institucioneslibe-
rales, Rorty proponeuna labor de articulacién de las convicciones demo-
craticas de los ciudadanos mediante el concepto rawlsiano de «equilibrio
reflexivo»: se trata de elaborar una interpretacién coherente de la nocién
de justicia ya compartida, de tal modo que conella se logre una mayor
adhesién de todos a las instituciones de la democracia liberal. De este
modo, la «articulacién» al estilo norteamericano, se contrapone a los
intentos de fundamentaci6én, mas propios del estilo europeo, especialmen-
te germanico.
Frente a los argumentos rortyanos que someramente acabamos de expo-
ner, caben algunas réplicas: cabe preguntarse si acaso noespreciso elegir
entre las distintas tradiciones que se entrecruzan en la sociedad en la que
se nace, y si acaso no es necesario contar con algtin criterio que nos ayude
a realizar tal eleccién. Porque no cabe duda de que cadacual esel resulta-
do de un proceso de personalizacién en el que los factores sociales como
la familia, la clase o la nacién desempefian un importantisimo papel, pero
tales factores no determinan la eleccién de la tradicién con la que uno se
identifica, por mucho que la condicionen. La contingencia determinala
familia, clase, nacién y conjunto de tradiciones en que nacemos, pero no
determina, sino que condiciona, la familia que creamos, la clase en que
nos situamos, la tradicién con la que nos identificamos. Por eso, si quere-
mos que nuestra eleccién sea racional, es necesario contar con algiincri-
terio que, en su pretensién de validez, exceda el Ambito de las tradiciones
concretas, superandolos estrechos limites del etnocentrismo. Cualquier
persona medianamente inteligente —dotada de competencia comunicati-
va-— trasciende inevitablemente los pueblerinos lindes del contexto en el
que nace para elegir de modoreflexivo y critico la tradicién en la que
quiere vivir.
140
V.5. URGENCIA Y DIFICULTAD DE FUNDAMENTAR
RACIONALMENTE UNA MORAL UNIVERSAL
14]
jetivamente valida, pero primero hemosdeafrontar un escollo previo: la
nocion de fundamento noes univoca, y la nocién de racionalidad tampoco.
De dondese sigue que habremosdedilucidar, en primer lugar, qué concep-
to de fundamentoy de racionalidad nos parece mds adecuado.
22 Apel, K.O., «Das Problem der philosophischen Letztbegriindung im Lichte einer tras-
zendentalen Sprachpragmatik» en B. Kanitscheider (Hrsg.), Sprache und Erkenntnis,
Innsbruk, 1976, pp. 57ss. (hay trad. cast. de N. Smilg en Estudios Filoséficos, n® 102, 1987,
pp. 251-299).
3 Aristdteles, Metafisica, 4, 1006 a 6-18.
142
el sistema coherencial (Hegel), en la semantica (Peirce) 0 en la pragmati-
ca (Apel-Habermas). En todosestos casos se trata de un modelo de funda-
mentaciOn que noprescinde de la dimensién pragmatica del signolingiifs-
tico, puesto que hacertal cosa —tal como ocurre en el otro paradigma de
fundamentacién— constituye una «falacia abstractiva», es decir, un intento
de reducir todo tipo de argumentacién al modelo ldgico-sintdctico propio
de las matematicas y otras ciencias afines. Por el contrario, una fundamen-
tacion filoséfica ha de consistir en una argumentaci6n reflexiva acerca de
aquellos elementos —no objetivables légico-sintacticamente— que no pue-
den ser puestos en duda sin caer en autocontradiccién, ni pueden probarse
sin petitio principii, puesto que constituyen las condiciones que hacenposi-
ble que tenga sentido la propia actividad de argumentar.
143
los modos habituales de inteleccién de la categoria de fundamento, y los
distingue de una cabal inteleccidén del principio de razén suficiente. Entre
los modos habituales (pero insuficientes) de entender el fundamentosefia-
lados por Hegel, destacamos tres momentos: el fundamentoformal, el fun-
damentoreal, y el de raz6n suficiente. Este Gltimo constituye el nivel en el
que quedan superados —conservandose-— todoslos anteriores. Si aplicamos
estas distinciones al problema de la moralidad (aplicacién que Hegel no
_hace), obtenemos una nuevaclasificacién de las teorfas éticas, pero esta
vez atendiendo al modelo de fundamentacién que proponen:éticas de fun-
damento formal, éticas de fundamentorealy éticas de razénsuficiente.
En el caso del fundamento formal, el fendmeno fundamentado se encuen-
tra en el mismo nivel ldgico que el fundamento aducido, con lo cualse pro-
duce una tautologia de nivel, y en consecuencia no se produce un verdade-
ro aumento de conocimiento. Desde este punto devista, teorfas éticas como
el hedonismoo el utilitarismo se sitian en este modelo de fundamentacién
de la moralidad, puesto que los argumentos que aducen parajustificar la
forma moral se encuentran en el mismonivel de facticidad que la existen-
cia empirica de los juicios morales que les sirve de punto de partida. Estas
teorfas éticas pueden explicar el origen del contenido delos juicios mora-
les; para ello suelen hacer referencia a la «naturaleza humana»psicolégica o
sociolé6gicamente determinada; pero, en la medida en quetal referencia se
sittia en un nivel meramente empirico, tales teorfas ignoran algunas de las
categorias necesarias para dar raz6n suficiente de la forma moral.
La nocién de fundamento real expresa una elecci6n arbitraria de alguna
de las determinaciones del fenédmeno a fundamentar, alegando quetal
determinaci6n constituye el fundamento. Hegel propone como ejemplo
suponer que alguien dice que el fundamentodela cafda de unapiedraes la
fuerza de gravedad; sin duda ésa es una de las determinaciones que inter-
vienen en el fenédmeno, pero también intervienen otras muchas igualmen-.
te importantes, como el hechodeserpiedra, el tiempo, el espacio, el movi-
mento, etc. Privilegiar una de las determinacionessignifica incurrir en una
visién unilateral del fenédmeno a fundamentar. Por tanto, una fundamenta-
ci6n adecuadade la moralidad no deberia seleccionar de modo arbitrario
ninguna de las determinaciones contenidas en ella. Parece mas razonable
tenerlas todas en cuenta e investigar qué tipo de relacién existe entreellas,
con lo cual accederfamos al momento de la razén suficiente.
Siguiendo la propuesta hegeliana, entendemos quela auténtica funda-
mentaci6n filoséfica ha de poseer un grado de densidad légica superior al de
los momentosanteriores, de tal modo que el momentodela razénsuficien-
te es el Ginico que contiene la conexidén de todas las vertientes de la cosa
144
concreta. Esta determinaci6n (a diferencia de las anteriores) ha de contem-
plar también las causas finales: no sdlo da cuenta de las causas que operan
en el ambito de la necesidad, sino también aquellas que pertenecen al orden
de la libertad. La auténtica fundamentacién de la moralidad sera, por tanto,
aquella que intente ofrecer el conjunto l6gicamente conectadodelas deter-
minaciones que hacenposible la moralidad: ser4 fundamentaciénfilosdéfica
de la moral la que establezca sistematicamente cuantas determinaciones.
sean necesarias para establecer la coherencia del 4ambito practico, porque
ella serd la que ofrezca la raz6n suficiente. Encontramos ejemplos de este
tipo de fundamentacién en todas aquellas éticas que utilizan alguna varian-
te del método trascendental kantiano, entre las cuales podemoscitar, ade-
mas de la propia ética de Kant, las éticas dialdgicas (la ética del Socialismo
Légico de Peirce, la ética discursiva de Apel y Habermas, el constructivis-
mo dela escuela de Erlangen, etc.).
145
Si todo cuanto hay fuera un mediopara satisfacer necesidades o deseos,
si para todo pudiéramos encontrar un equivalentey fijarle un precio de
intercambio, entonces no habria ninguna obligacién moral con respecto a
ningun ser. En consecuencia,sélo en el caso de que existan seres que poda-
mos considerar como valiosos en s{—cuyo valor no procedede quesatisfa-
gan necesidades—, podremosafirmar que para ellos no hay ningiin equiva-
lente ni posibilidad de fijarles un precio. De estos seres diremos que no
tienen precio, sino dignidad”, y que, por tanto, merecen unrespeto del que
se siguen obligaciones morales.
La caracteristica que permite afirmar quelas personas tienen dignidad es
que sdlo ellas son seres libres: no sélo por el hecho de que puedenelegir el
tipo de conducta quevan realizar, sino porque son seres auténomos, esto
es, capaces de darse leyes a si mismosy regirse porellas. De este modo, la
autonomia dela personase constituye en el centro de la fundamentacién
kantiana: hay moral porque los humanos tienen dignidad, y tienen dignidad
porque estan dotados de autonomia. Las normas auténticamente morales
seran aquellas que las personas puedan considerar comovalidas para todos,
las que representan lo que toda persona querrfa para toda la humanidad.
El discurso kantiano que acabamos deresefiar constituye un fundamento
para los derechos humanos y para las obligaciones morales, y sirve de orien-
tacién moral para la conducta, puesto que de él se sigue que quien desee
comportarse racionalmente ha de evitar a toda costa instrumentalizar a las
personas, ya que éstas no son instrumentos. De este modo, el reconoci-
mientodel valor absoluto dela persona se traduce en un principio ético que
reza asi: «rata a cada persona comoalgo absolutamente valioso y no como
algo relativamente valioso; es decir, no la instrumentalices». Dichoprinci-
pio, a su vez, sirve de fundamento a deberes negativos, esto es, a mandatos
que revisten la forma de prohibicion: «No hards x». Este tipo de mandatos
puede sirvir en muchoscasos para orientar la accién delas personas, pero
en otras muchas ocasiones su ayuda noes suficiente para tomarla decisién
correcta, puesto que la realidad es muy compleja y a menudo nos encontra-
mos situaciones en las que se tiene que rechazar alguno de estos mandatos
para poder cumplir otro.
Los mandatos negativos o prohibiciones son denominados también
deberes perfectos, a diferencia de los mandatos positivos, que recibenel
nombre de deberes imperfectos. Esto es asi porque se entiende que los
mandatos negativos son contundentes y precisos, dado que ordenanabste-
146
nerse de realizar conductas que consideramos malas (por ej. «no matards»),
mientras que los mandatospositivos son mucho menos contundentesy pre-
cisos, dado que prescriben comportamientos que pueden realizarse de
muchas manerasy con diferentes grados de intensidad (por ej., «<honrards
a tus padres»).
Generalmentese entiende que los deberes positivos no exigen a todoser
humanohacerel bien de modo absoluto, llegando incluso a perjudicarse
uno mismo, porque estos mandatos pueden entrar en conflicto con otros
deberes positivos, y en tal caso ha deser cada sujeto quien decida con pru-
dencia en qué medida esta dispuesto a cumplir cada uno deellos, dadaslas
circunstancias y admitiendo que cada persona tiene su propio derecho a
gozar del bien de quesetrate.
Las llamadas «acciones supererogatorias» son unaclase de deberesposi-
tivos que indican comportamientos que exceden lo que normalmentese
considera como deberes bdsicos 0 primarios de las personas, y por ello no
puedenser exigidos a todos, sino que se consideran conductas heroicas.
Por el contrario, las prohibiciones se suelen considerar comoreferidas a
acciones intrinsecamente malas, y por ello son deberes perfectos, que en
principio no admiten gradaci6n ni excepcién. Y decimos «en principio», por-
que es claro que existen situaciones en la vida cotidiana en las quese pre-
senta un conflicto entre deberes negativos, y también, a veces, un mandato
positivo se presenta con mayorfuerza exigitiva que uno negativo. En tales
casos hay que tener en cuenta quelos principios y mandatos morales son muy
generales, y cuando entran en conflicto unos con otros no nos queda mas
remedio que considerarlos comoprincipios prima facie”, esto es, como man-
datos que hemosde considerar como plenamentevinculantes en circunstan-
cias normales, pero que en caso de conflicto con otro u otros mandatossimi-
lares, nos obligan a asumir la responsabilidad de ponderar los elementos de
la situaci6n concreta —sopesandolas circunstancias y consecuencias— para
dar prioridad a alguno de ellos, aunque esto suponga «un mal menor».
- Admitir que los mandatos morales son principios prima facie implica
reconocer que no puede establecerse a priori un orden de prioridad entre
esos mandatos, sino que en los contextos concretos de accién es la perso-
na que acttia quien tiene que decidir por cual de los mandatos optar,
teniendo siempre en cuenta las circunstancias y las consecuencias de cada
situaci6n determinada y asumiendo una responsabilidad que nadie puede
6 Esta expresién fue acufiada por W.D. Ross en su obra de 1930 The Right and the
Good (trad. esp. Lo correcto y lo bueno, Salamanca, Sigueme, 1994).
147
asumir por ella. En este sentido, la moralidad presenta una doble vertien-
te irreductible: es algo social en la medida en que los mandatos morales
generales se han ido generandoenla vida social y han sido asimilados por
la personaa través del proceso de socializacién, pero es también personal,
en tanto en cuantoes cada cual quien tiene que responsabilizarse de estar a
una altura humanaenlas situaciones concretas, optando por una determi-
nada ordenaciénde las exigencias morales pertinentes.
Los mandatos morales apuntan a la defensa de algtin aspecto dela dig-
nidad de la persona: la vida, la buena fama, su derecho a disponerdecier-
tos bienes en propiedad, su derecho a ser informado con la verdad, etc.
Estos aspectos de la dignidad personal son lo que habitualmente llamamos
«valores morales». Podria afirmarse que la prioridad que se deberia otorgar
a los diferentes valores no es la misma, puesto que algunos parecen mas
bdsicos e importantes que otros. En consecuencia, se podria decir que los
deberes prima facie que representan valores basicos han de tener siempre
prioridad sobre aquellos otros deberes prima facie que representan valores
no tan basicos. Por ej., alguien podria alegar que el valor de la vida huma-
na ocupa un lugar jerdrquicamente superior a cualquier otro valor, de tal
modo que en cualquier circunstancia de conflicto entre el mandato que
ordena no dafiar la vida humanay cualquier otro mandato, seria moral-
mente obligado seguir el primero. Sin embargo, la Etica ha podido detec-
tar a lo largo de su historia que ni siquiera esta posible jerarquia de valores
se mantiene en pie en todoslos casos, aunque sea correcta en muchos de
ellos. En efecto, hay una cierta variedad de situaciones en las que una per-
sona sensata tendria que aceptar, como «mal menor» que nose diese prio-
ridad al mandato de no dafiar la vida humana. Pensemos, por ej., en los
casos de legitima defensa personal o en el encarnizamiento terapéutico con
enfermos terminales.
No obstante, afirmar que los deberes morales y los valores que los sus-
tentan no puedenser concebidos en un orden jerdrquico absoluto y rigido
no significa que estemos afirmando la llamada «ética de situacién», y
menosatin el relativismo moral ni el escepticismo. Estas posicionesfilos6-
ficas son humanamente insostenibles, puesto que, en realidad, quien tiene
por irracional quitar la vida, dafiarffisica y moralmente, privar delas liber-
tades, o no aportar los minimos materiales y culturales para que las perso-
nas desarrollemos una vida digna, no lo cree sdlo para su propia sociedad,
sino también para cualquier otra. Cuando alguien dice «esto es justo», si
con eso esta pretendiendodecir algo, no expresa simplemente una opinién
subjetiva («yo apruebo x»), ni tampoco relativa a nuestro grupo, sino la
exigencia de que cualquier persona lo tenga por justo. Y cuando argumenta
148
para aclarar por qué lo tiene por justo, esté dando a entender que cree tener
razones suficientes para convencera cualquier interlocutor racional, y no
s6lo tratando de provocar en otros la misma actitud.
Podemosdecir, entonces, que al menos unaparte de nuestro lenguaje
moral—la parte quese refiere a lo que consideramos justo— tiene pretensio-
nes de validez universal, y utilizarlo para manipular a los otros es desvir-
tuarlo. Habermas ha expuesto, en su teorfa de la evolucién de la conciencia
moral de las sociedades -teorfa que se inspira en las investigaciones de
Kohlberg sobre el desarrollo moral de los individuos— que éstas han recorri-
do un proceso de aprendizaje moral, ademas de un aprendizaje técnico. En
efecto, las sociedades que hoy llamamos democraticas han recorridotres
niveles —segtin esta teorfa— en lo quese refiere al aprendizaje sobre lo que
consideramosjusto: a) el nivel preconvencional, en el que se juzga lo justo
con criterios de egofsmo y temoral castigo; b) el nivel convencional, en el
que se tienen porjustas las normas de la comunidad concreta a la quese per-
tenezca; y c) el nivel postconvencional, en el que hemos aprendidoa dis-
tinguir entre las normas de nuestra comunidad concreta y unosprincipios
universalistas, principios que tienen en cuenta a toda la humanidad, de
modo que desde esos principios podemos poner en cuestién también las
normas de nuestras sociedades concretas. Desde esta perspectiva podemos
afirmar que, aunque gran parte de los ciudadanos de las sociedades con
democracia liberal se encuentran en un nivel preconvencional o conven-
cional, sin embargo, los valores que legitiman las instituciones democrati-
cas de esas sociedades son los propios del nivel postconvencional; es decir,
se trata de valores universales, que van mas alla de las comunidades con-
cretas y nos proporcionan recursos para criticar incluso las normas deesas
comunidades concretas.
En definitiva, nos encontramosen unaetapa histérica en la que el desa-
trollo de la conciencia moral ha desembocado en una moral universal para
las cuestiones de justicia, un universalismo moral minimo que puede
defenderse con argumentos intersubjetivamente aceptables. Este universa-
lismo moral abarca valores comola vida, la libertad (positiva y negativa),
la igualdad, la solidaridad, la paz y la tolerancia activa. Estos valores se fun-
damentan en ultima instancia en el valor absoluto de las personas, como
hemos explicado anteriormente, y de este reconocimientode la dignidad
de las personas se derivan los derechos humanos que actualmente conside-
ramos indispensables para alcanzar y mantener una vida personaly social
propia de seres racionales.
En efecto, el reconocimiento de la dignidad intrinseca de toda perso-
na permite una fundamentaci6n de principios morales universales, que
149
orientan la conducta hacia la promociény respeto de ciertos valores que
no podemosconsiderar seriamente comorelativos ni arbitrarios. Pero, por
otra parte, la aplicacién de los principios morales universales a las situa-
ciones concretas de la vida personal y social no puede hacerse de un
modo mecdnico, sino que exige a quienes hayan de tomarlas decisiones
un profundo conocimiento de las circunstancias y una cuidadosavalora-
cién de las consecuencias. Es necesario un gran sentido de la responsabi-
lidad y un deseo de llegar a entenderse mutuamente para que sea posible
realizar en nuestro mundolas exigencias —no siempre faciles de conciliar—
de los valores morales universales.
BIBLIOGRAFIA
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PIEPER, A., Etica y moral, Critica, Barcelona, 1990.
Ross, W.D., Lo correcto y lo bueno, Sigueme, Salamanca, 1994
150
Etica aplicada
15]
Pero ademas, una ética aplicada a los A4mbitos sociales propios de una
sociedad pluralista moderna tiene que tener en cuenta la moral civica que
rige en este tipo de sociedades, puesto que se trata de una moral que cuen-
ta con sélidos fundamentos filoséficos y que ya reconoce determinados
valores y derechos como patrimonio comtinde todos los seres humanos.
En sintesis, un planteamiento correcto dela ética aplicada —a nuestro jui-
cio— tiene que aclarar cual es su método propio (cémose relacionael plano
de los principios éticos y el de las decisiones concretas), cudl es el marco de
valores civicos que ha de tener en cuenta,y cuales son los valores propios de
cada actividad. Comentaremos a continuaciénestas cuestiones, comenzan-
do por la del método. Para ello exponemostres propuestas metodolégicas que
ya funcionan, pero que consideramosinsuficientes (casufstica-1, casuistica-
2, aplicacién de la ética del discurso, tal como K.O. Apella disefia'), y pre-
sentaremosla nuestra como hermenéuticacritica de las actividades sociales.
' Porsu parte, Jiirgen Habermas considera que la ética no tiene por tareaaplicarel prin-
cipio ético, sino sélo fundamentarla moral.
? John D. Arras, «Common Law Morality», Hastings Center Report, 1990, 20: 35.
3 Diego Gracia, Procedimientos de decisién en ética clinica, Eudema, Madrid, 1991, 98-101.
152
por principios universales y axiomaticos, y un momento particular
en el
que entran en juegolas razones concretas, y en el que resulta indispe
nsa-
ble la prudencia comorecta ratio agibilium.
A nuestrojuicio, la casufstica-1 resulta inviable hoy en dia como méto-
do de la ética aplicada, sobre todo por dos razones:
1) Para recurrir a un modelo de aplicacién semejante seria necesario
contar con principios materiales universales, cosa que ninguna ética puede
hoyofrecer, porque los principios éticos, o bien son universales y entonce
s
son formales o procedimentales, o bien son materiales, pero entoncespier-
den universalidad.
Los principios rawlsianos de la justicia, por ejemplo, son sustantivos
pero, comoel propio Rawls reconoce, no pueden pretender validez en prin-
cipio mas que para las sociedades occidentales con democracia liberal’.
Precisamente porque se han descubierto a través del método del «equili-
brio reflexivo» entre los «juicios meditados» sobre la justicia de las socie-
dades occidentales con democracialiberal, la posiciénoriginal y los pro-
pios principios. Porsu parte, el principio de la ética discursiva pretende
valer universalmente, pero es puramente procedimental*.
2) La actual ética aplicada ha nacido més de las exigencias «republica-
nas» delas distintas esferas de la vida social (medicina, empresa, genétic
a,
medios de comunicaci6n, ecologfa, etc.), que de la «monarquifa» de unos
principios con contenido que quisieran imponerse la realidad social. Las
situaciones concretas no son mera particularizacién de principios univer-
sales, sino lugar de descubrimiento de los principios y los valores morales
propios del ambito social correspondiente.
153
a
los especialistas. En definitiva, las maximas son el resultado de la sabiduri
practica de los hombres y las culturas, y resultan una ayuda mas valiosa
para tomar decisiones que los presuntos principios de una supuesta raz6n
pura. El principal problema no es pues el del casuismo (resolver casos con-
cretos), sino el del principialismo (descubrir principios universales).
La casuistica-2 es entonces un método de aplicacién de caracter retéri-
co y practico, entendiendoporretérica el arte de realizar juicios probables
sobre situaciones individuales y concretas. En este tipo de juicios, que
alcanza probabilidad y no certeza, la solucién delos conflictos no se alcan-
za porla aplicacién de axiomas formuladosa priori, sino por el criterio con-
vergente de todos los hombres, o al menos de los mas prudentesy sabios,
expresados en forma de maximas de actuacion’.
Quienes defiendenla casufstica-2 como modo de proceder en bioética
no pretenden sino asumir explicitamente el método para llegar a decisio-
nes racionales que la bioética ya ha emprendido. Es decir, que no tratan
sino de reflexionar acerca de sus propias experiencias y formularlas en
forma de método, porque se han percatado de que, aunqueles resulte impo-
sible llegar a acuerdos con otros especialistas en el terreno delos principios
éticos, la necesidad de tomar decisiones conjuntas ha revelado que pueden
ponerse de acuerdo en ciertas mdximas para orientarse en los casos con-
cretos. Si las maximas, obtenidas por convergencia, son suficientes para la
toma racional de decisién, jqué otra cosa necesita la bioética mas que
extraer la racionalidad de estas experiencias y plasmarla metdédicamente?
Este seria el caso de los «principios de la bioética», que no son sino prin-
cipios de alcance medio, acordadospor gentes prudentes’.
iNo seria posible -nos preguntamos— descubrir en los restantes campos
de la ética aplicada principios propios de cada unode ellos? {No seria mas
til tratar de detectar en cada uno de dmbitos sociales las mdximasa las
que han ido llegando los mas sabios y prudentes?
La ventaja de la casufstica-2 es que recoge los pasos de un método que
ya funciona con excelentes resultados. De hechola bioética, con todas sus
154
insuficiencias, es el tipo de ética aplicada sobre el que existe mayoracuer-
do a nivel internacional: los principios y las normas de Helsinki son orien-
taciones ya indiscutibles en la aplicacién a la praxis médica.
- Sin embargo, la casufstica-2 muestra —a nuestro juicio— al menos
dos
insuficiencias:
1) No es cierto que no exista ningun principio ético universal, que
es
en realidad el que sirve de marco legitimadora lostres principios de la bio-
ética y a cuantas mdximas y valores descubramos en los distintos Aambitos
de la ética aplicada. Sdlo que este principio no es material, como querria
la casufstica-1, sino procedimental: ni procede tampoco de una raz6n
«pura», como desearia un kantismo estricto, sino de una raz6n
«impura»,
histéricamente generada®. Existe un principio ético que constituyeel tras-
fondo de unacultura social y politica democratica y pluralista y se modula
de distinta forma en los distintos 4mbitos de la vida social”.
Es imposible exponer aqui todo el procedimiento de btisqueda de ese
principio, hechoporel cual nos limitamos a extraer las conclusiones de lo
tratado extensamenteen otros lugares'': ese principio noesel utilitarista,
que es utilizable en las tomas concretas de decisién, no en el marco de la
ética aplicada. El principio ético que esta verdaderamente en el trasfondo
es un principio procedimental, que expresa la conciencia moral propia del
nivel postconvencional de Kohlberg en el desarrollo de la conciencia moral
social. Se trata del principio sacado la luz porla ética del discurso de K.O.
Apel y J. Habermas, si bien el modo deaplicarlo que Apelproponeporel
momento resulta, a nuestro juicio, insatisfactorio. Por eso comentaremos
en principio la propuesta de Apel y cudles creemos que son sus insuficien-
cias, y a continuacién expondremosnuestra propia propuesta.
2) La existencia de este principio se echa de ver incluso en el caso de
la bioética. Si la bioética funcionara en realidad tal comodicela casuis-
tica-2, llegarfa a unos principios que captamos por intuicién, entre los
que resultaria imposible tomar decisiones racionales. Ni siquiera podria-
mos establecer entre ellos un orden lexicografico, como el que Rawls
establece entre los principios de la justicia’?. ;Qué hacer cuandose plan-
155
en
tea un problema moral, es decir, cuando las mdximas entran entre sf
conflicto?
No es verdad que no haya de hechoun principio universal, comin a los
distintos ambitos, sdlo que éste no se descubre por una suerte de intuici6én,
ni tampocoa partir de él se extraen conclusiones para los casos concretos
de forma deductiva.
156
«Sélo son validas aquellas normas de accién con las que podrian estar de
acuerdo todos los posibles afectados como participantes en un discurso
practico»)
'’ J. Habermas, op. cit., p. 117. En Faktizitat und Geltung se niega Habermas a denominar
a este principio «principio de la ética del dicurso» y le denomina «principio del discurso»,
alegando que lajustificacién de normas en general exige seguir un principio normativo,
moralmente neutral, que expresael sentido de la imparcialidad, mientras que la moral esta
ligada a un tipo especifico de normas. En cualquier caso, para lo que aqui nos importa, sigue
siendo valido que, desde el punto de vista de una conciencia moral critica, situada en
el
nivel postconvencional, son validas las normas con las que podrian estar de acuerdo todos
los afectados por ellas comoparticipantes en un discurso practico, porque satisfacen inte-
reses universalizables.
157
propia y ajena. El nuevo imperativo ético dialdgico dirfa asf: «j Obra siempre
de tal modo que tu accién vaya encaminadaa sentar las bases (en la medida
de lo posible) de una comunidad ideal de comunicacion! »
Ciertamente, la preocupaci6npor disefiar un marco de mediacién del
principio ético por la racionalidad estratégica dota a la ética discursiva de
un «realismo» que la hace aplicable en 4mbitos comoel politico, el eco-
némico o el mundo de la violencia”.
Sin embargo, frente al modelo de aplicacién propuesto por Apel hemos
de recordar al menostres cosas:
1) El necesario uso de estrategias es un factor importante en determina-
dos Ambitosde la ética aplicada, como son el de la empresa la politica,
pero no tanto en otros, como el de la bioética.
2) En aquellos campos en los que es un factor importante, no es el
tinico. Que la empresa, por ejemplo, pueda y deba haceruso deestrategias
todavia no dice nada sobre cudles son los valores por los que la empresa ha
de orientarse (corresponsabilidad, calidad, equidad, etc.). Es decir, no dice
nada sobre cémoen ese Ambito social el reconocimiento de los afectados
como interlocutores validos da lugar a unos valores especificos de ese
mundo.
3) La distincién de niveles (A y B) da la sensacién de que descubrimos
un principio y tenemos quedisefiar un marco para aplicarlo a los casos con-
cretos, cuando en realidad se trata de descubrirlo en los distintos 4mbitos
y averiguar cémo debe modula:ze en cada uno deellos. |
158
miento de cada persona comointerlocutor vdlido) que se modula de forma
distinta segtin el Ambito en que nos encontremos. Nosetrata, pues, con la
«aplicacién»de aplicar principios generales a casos concretos, ni tampoco
de inducir tinicamente maximas desde las decisiones concretas, sino de des-
cubrir en los distintos A4mbitos la peculiar modulacién del principio
comun. Cada campotiene una innegable especificidad y por eso hay «una
melodia» comtin a ellos, pero expresada en muy diferentes versiones.
Atender tanto a «la melodia» comoa las versiones es imprescindible y eso
es lo que nosobliga a practicarla interdisciplinariedad.
Pasaronlos tiempos «platénicos», en los que parecia que el ético descu-
bria unos principios y después los aplicaba sin matizaciones urbi et orbe.
Mas bien hoy nosensefia la realidad a ser muy modestosy a buscar junto
conlos especialistas de cada campo quéprincipios de alcance medio y qué
valores se perfilan en él y cOmo deben aplicarse dichos principios y valo-
res en los distintos contextos. La interdisciplinaridad no es, entonces, una
moda, sino una urgencia.
2) El principio procedimentalde la ética del discurso es tinicamente una
‘orientacién de trasfondo, lo cualsignifica que necesitamos contar con otras
tradiciones éticas para componerel modelo de aplicacién.
Sin dudalas distintas tradiciones se han ido mostrando con el tiempo
como unilaterales, de suerte que, incluso al nivel de la fundamentacion, es
necesaria una complementariedadentre ellas. Las dicotomfas éticas cldsicas
—éticas teleoldgicas/deontoldgicas, de la conviccién/de la responsabilidad,
procedimentalistas/sustancialistas— han de ser superadas en un «tercero» que
constituya la verdad de ambas, como hemos expuesto en otro capitulo. Sin
embargo, lo que es hoy patente ya en cualquier intento de fundamentarlo
moral, resulta didfano en la ética aplicada: un solo modelo de ética es
impotente para orientar las decisiones de los mundospolitico y econdémico,
médico, ecoldgico o, simplemente, la convivencia ciudadana.
Por eso nos vemosobligados a tener en cuenta los diferentes modelos en
el momento oportuno, aunque el elemento coordinadorser4 la ética del
discurso, porque ésta hundesus raices en la accién comunicativa y en la
subsiguiente argumentacion, que constituyen el medio de coordinacion
—aunque nola sustancia— de las restantes actividades humanas. La idea de
sujeto comointerlocutor valido configura el trasfondo «melédico» comtin
a todas las esferas, ya que en todasellas es el afectado, en tltimo término,
quien esta legitimado para exponersus intereses, y por eso s6lo deben con-
siderarse legitimas aquellas normas quesatisfagan los intereses universali-
zables. Pero ademas, la consideracién de ese sujeto comointerlocutorvAli-
do genera unaserie de exigencias, que pueden entenderse al modo de
159
Dworkin («todos merecen igual consideracién y respeto») o de otras for-
mas semejantes.
8G. Lipovetsky, Le crepuscule du devoir, P.U.F, Paris, 1992 (trad. cast. Barcelona,
Anagrama, 1994).
® P. Ulrich. Transformation der Okonomischen Vernunft, Haupt, Bern, 1987; K.
Homann/F. Blome-Drees, Wirtschafts- und Unternehmensethik, Vandenhoeck und Ruprecht,
Gottingen, 1992.
20 B. Barber, Strong Democracy, University of California Press, 1984, pp. 120 ss.
160
cia: 1) las metas sociales por las que cobra su sentido; 2) los mecanismos
adecuadosparaalcanzarlas en una sociedad moderna; 3) el marco juridi-
co-politico correspondiente a la sociedad en cuestién, expresado en la cons-
titucién y en la legislaci6n complementaria vigente; 4) las exigencias de
la moral civica alcanzada por esa sociedad, y 5) las exigencias de una moral
critica planteadasporel principio de la ética discursiva?'. Comentaremos
brevementeestos puntos.
En principio, para analizar qué sea una actividad social vamosa servir-
nos de un modeloaristotélico, concretamente, del concepto de «prdctica»
tal como Maclntyre lo reconstruye en Tras la Virtud. Practica es una acti-
vidad cooperativa, que cobra su sentido —su racionalidad especifica— de
perseguir determinadosbienes internos, lo cual exige el desarrollo de deter-
minados habitos por parte de quienes participan en ella. Esos habitos reci-
birdn el nombre de «virtudes» precisamente porque son los que nos permi-
ten alcanzarel bien.
Trasladandoesta caracterizacién a las actividades sociales, podriamos
decir que el bien interno de la sanidad es el bien del paciente; el de la
empresa, la satisfaccién de necesidades humanas con calidad; el de la
politica, el bien comtin de los ciudadanos; el de la docencia, la transmi-
sién de la cultura y la formacién de personascriticas; el de las biotecno-
logias, la investigacién en pro de una humanidad méslibrey feliz. Quien
ingresa en una deestas actividades no puede proponerse una meta cual-
quiera, sino que ya le viene dada y es la que presta a su accion sentido y
legitimidad social.
Con lo cual dentro de ese Ambito «deliberamos sobre los medios», como
afirma Aristételes, no sobre los fines 0 bienes ultimos, porque éstos ya vie-
nen dados. Y nuestra tarea consiste en dilucidar qué virtudes concretas es
preciso asumir para alcanzaresos fines. Precisamente por eso en las distin-
tas actividades humanasse introduce de nuevo la nocién de «excelencia»,
porque no todos los que cooperanpara alcanzar los bienes internos tienen
la misma predisposicién, el mismo grado de virtud. La virtud es graduable,
y un minimosentido dela justicia nos exige reconocer que en cadaactivi-
dad unas personas son masvirtuosas que otras. Esas personas son las mds
capacitadas para encarnarlos valores de esa actividad que nos permiten
alcanzar sus bienes internos”.
161
Las distintas actividades se caracterizan, pues, por los bienes que sélo a
‘través de ellas se consiguen, por los valores que en la persecucién de esos
fines se descubreny porlas virtudes cuyo cultivo exigen. Las distintas éti-
cas aplicadas tienen por tarea, a nuestro juicio, averiguar qué virtudes y
valores permiten alcanzar en cada caso los bienes internos. Pero teniendo
en cuenta también los factores a que hemos aludido y vamos a comentar a
continuacion.
Para alcanzar los bienes internos de cada actividad —y este es el segun-
do punto de referencia— es preciso contar con los mecanismosespecificos
de esa sociedad; en nuestro caso, con los mecanismospropios de socieda-
des modernas. Y aqui entra en juego frecuentementela necesidad de recu-
trir a estrategias, como exige unaética de la responsabilidad.
Por ejemplo, la actividad empresarial, dentro del contexto econémico,
persigue un bien interno —la satisfaccién de necesidades humanas-, pero
para alcanzarlo ha de contar con mecanismos, comoson el mercado, la
competencia y la bisqueda del beneficio, y realizar valores peculiares, como
la btisqueda de calidad, la habilidad para hacer uso de los recursos, muy
especialmente los recursos humanos, etc. Ciertamente, el hecho de que
para alcanzar su fin tenga que recurrir a medios comola btisqueda del bene-
ficio o la competitividad, despierta la sospecha de quetal vez sea una acti-
vidad intrinsecamente inmoral. Sin embargo, no es asi: se trata mas bien
de que el bien por el que cobra su sentido y legitimidad social no puede
alcanzarse en una sociedad modernasi no es a través de esos mecanismos”’.
Otra cosa es que el medio se convierta en fin: en tal caso la actividad es
inmoral, o mas bien, esta «desmoralizada».
Porotra parte, la legitimidad de cualquier actividad social exige atener-
se a la legislaciédn vigente, que marca las reglas de juego de cuantasinsti-
tuciones y actividades tienen metas y efectos sociales y precisan, por tanto,
legitimacién. En una sociedad democratica debe atenerse al marco consti-
tucional y a la legislaci6n complementaria vigente.
Sin embargo, cumplir la legislacién juridico-polftica no basta, porque la
legalidad no agota la moralidad. Y no sdlo porque el marcolegal puede ado-
lecer de lagunas e insuficiencias, sino por dos razones, al menos: porque una
constituci6n democratica es dindmicay tiene que ser reinterpretadahistd-
ricamente, y porque el 4mbito de lo que ha de hacerse no estara nunca
totalmente juridificado ni es conveniente que lo esté. ;Cudles son enton-
ces las instancias morales a las que debemos atender?
162
La primera de ellas es la conciencia moral civica alcanzada en una
sociedad, es decir, su ética civil”.
Entendemos aqui por «ética civil» el conjunto de valores que los ciu-
dadanos de unasociedad pluralista ya comparten, sean cuales fueren sus
concepciones de vida buena. El hecho de que ya los compartan les permite
ir construyendo juntos buenaparte de su vida en comin.Enlineas genera-
les, se trata tomaren serio los valores de libertad, igualdad y solidaridad
(que se concretan en el respeto y promocién delas tres generaciones de
Derechos Humanos) junto conlas actitudes de tolerancia activa y predis-
posicién al didlogo.
Atendera los valores de la ética civica supone, por ejemplo, que una
empresa estd obligada a respetar los derechos de sus miembrosy los de los
consumidores y proveedores, y no puede atropellarlos aduciendo que su meta
consiste en lograr un beneficio econémico, expresado en la cuenta deresul-
tados. Ciertamente, para satisfacer con calidad necesidades humanas(quees
su meta) ha de obtener beneficio econémico, pero no puede hacerlo a costa
de los derechos de los empleados, los consumidores o los proveedores.
Para obtenerlegitimidad social una actividad ha de lograr a la vez pro-
ducir los bienes que de ella se esperan y respetar los derechos reconocidos
por esa sociedad y los valores que tal sociedad ya comparte. De ahi que se
produzca una interaccién entre los valores que surgen de la actividad
correspondiente y los de la sociedad, entre la ética de esa actividad y la
ética civil, siz: que sea posible prescindir de ninguno delos dos polos sin
quedardeslegitimada.
Sin embargo, no basta con este nivel de moralidad, porque a menudo
intereses espireos pueden ir generando una especie de moralidad difusa,
que hace que sean condenadospor inmorales precisamente aquellos que
mas hacen porla justicia y por los derechos de los hombres. Tenemos en
esto unalargufsima historia de ejemplos. Por eso, para tomar decisionesjus-
tas es preciso, como hemos dicho, atender al derecho vigente, a las con-
vicciones morales imperantes, pero ademas averiguar qué valores y dere-
chos han de ser racionalmente respetados. jPor qué la ética civica
mantiene que son tales o cuales los derechos que hay que promover? Esta
indagacion noslleva a una moralcritica, que tiene que proporcionarnos
algtin procedimiento para decidir cudles son esos valores y derechos.
El hecho de que estemos hablando de sociedades modernas con demo-
cracia liberal significa que se trata de sociedades cuya conciencia moral ha
163
accedido al nivel postconvencional, en el sentido de la teoria de la evolu-
cidn social de Habermas y Apel, que reconstruye a nivel filogenético la
teorfa del desarrollo moral de Kohlberg’. Esto significa, como hemos
comentado extensamente, que cualquier actividad o institucidn que pre-
tenda ser legitima ha de reconocer quelos afectados por las normasde ese
dmbito son interlocutores validos. Y esto exige considerar que tales normas
serdn justas inicamente si pudieran ser aceptadas por todosellos tras un
didlogo racional. Por lo tanto, obliga a tratar a los afectados como seres
dotados de un conjunto de derechos, que en cada camporecibirén una
especial modulacién’**.
164
A partir de lo dicho podriamos extraer un breve resumen sobre cual
deberia ser la articulacién de unaética aplicada en el siguiente sentido.
Para disefiar la ética aplicada de cada actividad seria necesario recorrerlos
siguientes pasos:
1) Determinar claramente el fin especifico, el bien interno por el que
cobra su sentido y legitimidad social.
2) Averiguar cudles son los medios adecuados para producir ese bien en
una sociedad moderna.
3) Indagar qué virtudes y valores es preciso incorporar para alcanzarel
bien interno.
~ 4) Descubrir cuales son los valores de la moral civica de la sociedad en
la que se inscribe y qué derechos reconoceesa sociedad a las personas.
5) Averiguar qué valores de justicia exige realizar en ese Aambito el prin-
cipio de la ética del discurso, propio de una moralcritica universal, que
permite poner en cuesti6n normas vigentes.
6) Dejar las tomas de decisi6n en manosde los afectados que, con la
ayuda de instrumentosde asesoria, ponderardn las consecuencias sirvién-
dose de criterios tomadosde distintas tradiciones éticas.
VI.5.1: Bioética
El término «bioética» empez6 a utilizarse a comienzosdelos afios seten-
ta parareferirse a unaserie de trabajos cientificos que tienen por objeto la
reflexién sobre una variada gama de fendmenosvitales: desde las cuestio-
nes ecoldgicas a las clinicas, desde el problema de la investigacién con
humanosa la pregunta por los presuntos derechos de los animales. En este
sentido, la bioética seria una «macroética», una manera de enfocartodala
ética desde la perspectiva de la vida amenazada’’. Sin embargo, la necesi-
dad de acotar con masprecisién los diversos Ambitos de problemashalle-
vado a reservarel término bioética para las cuestiones relacionadas conlas
ciencias de la salud y las biotecnologias.
En la actualidad existe un amplio consenso entre los especialistas en
cuanto al reconocimientode los principios de autonomia, beneficencia y
justicia como principios de la bioética. Una formulacién reciente de los
mismos es la que puede encontrarse en el llamado Belmont Report, un
165
documento elaborado en 1978 en los EE. UU. por la Comisién Nacional
para la Proteccién de Personas Objeto de Experimentacién Biomédica. En
dicho documentose recogenlos tres principios mencionados: ”
1) El respeto a las personas, que «incorpora al menos dos convicciones
éticas: primera, que los individuos deberian ser tratados como seres auté-
nomos, y segunda, que las personas cuya autonomia est4 disminuida deben
ser objeto de proteccién».
2) El principio de beneficencia, segtin el cual «las personas son tratadas
de forma ética, no sdlo respetandosus decisiones y protegiéndolas del dafio,
sino también haciendo un esfuerzo por asegurar su bienestar». La benefi-
cencia no se entiende aquf como una actitud supererogatoria, sino como
una obligacién del médico, y en este sentido se explicita en dos reglas: 1) el
principio hipocratico de no-maleficencia, que es también el segundo delos
deberes jurfdicos expuestos por Ulpiano en el Corpus Iuris Civilis, y que
dice «neminen laede» (no dafies a nadie), y 2) la obligacién de «extremar
los posibles beneficios y minimizar los posibles riesgos».
3) El principio de justicia, que intenta respondera la pregunta «j;quién
debe recibir los beneficios de la investigacién y sufrir sus cargas?»
El principio de no-maleficencia es, con toda probabilidad, el mas anti-
guo de los que gufan la praxis médica, y en él se recoge lo que podemosIla-
mar el bien interno deeste tipo de actividad: «hacer el bien al enfermo».
Evidentemente, el bien del enfermo ha de ser una meta obligada, pero dado
que estebien puedeser entendido de manerasdistintas por parte del médi-
co y del enfermo, poco a pocose ha ido cayendo en la cuenta dela necesi-
dad de superar ese paternalismo médico porel cual los profesionales de la
sanidad imponfan su propia concepcién del bien al enfermo sin contar con
el consentimiento de éste. El rechazo del paternalismo es un logro dela
Ilustraci6n que ha dadopasoal principio de autonomia como expresién del
reconocimiento de que los afectados por la accién médica no son seres
heterénomos, incapaces de decidir acerca de su propio bien, sino, por el
contrario, seres aut6nomosa quienes se debe consultar en muchos momen-
tos para recabar su consentimiento informado.
El principio de justicia, por su parte, es el mds reciente en la conciencia
médica y en la conciencia social. En un mundo comoel nuestro, en el que
los recursos son escasos y las necesidades son muy amplias y variadas, nece-
166
sitamoscriterios para administrar tales recursos de tal manera queel resul-
tado se pueda considerar justo. Este principio puede interpretarse de diver-
sas maneras, conforme a la concepcion filoséfico-politica que se adopte
(liberal, socialista, anarquista, etc.), pero en cualquier caso parece haber
un cierto grado de convergencia entre distintas teorias de la justicia que
permite hablar de un «minimo decente» (decent minimum, término acu-
fiado entre los bioeticistas anglosajones”). Se trata de cierto tipo de acuer-
do social que obliga al Estado a garantizar unosniveles elementales deasis-
tencia sanitaria a toda la poblacién, dado que noserfa justo desatender
ciertas necesidades primarias de salud de los ciudadanos. Nétese que este
principio de justicia de la bioética puedellevar, en algunos casos, a negar
la financiacién publica a ciertos tratamientos especialmente costososa los
pacientes que los necesitan, especialmente cuandonopeligra la vida de la
persona o cuando nose poseen garantias suficientes respecto a la posible
eficacia de dichos tratamientos, puesto que la prioridad de los gastos sani-
tarios puiblicos, el bien interno de esta distribucién econémica, no puede
ser otro que la garantia del minimo decente a todaslas personas.
Los tres principios mencionados son —a nuestro juicio— principios vali-
dos paraservir de orientaci6n en las cuestiones de bioética, pero conviene
fundamentarlosfiloséficamente mediante el concepto de persona entendi-
da como interlocutor vdlido®' para apreciar plenamentesu validez inter-
subjetiva. Ademds, hemos de observar que se trata de unos principios
primafacie, esto es, que han deser seguidos siempre que no entren en con-
flicto, y que nos obligan a reflexionar y ponderar cuandoentran entre si en
conflicto, de modo quela decisién tiltima en los casos concretos ha de que-
dar en manosdelos afectadosporella.
Algunos problemas que, en principio, pertenecen al ambito dela bioéti-
ca, comoesel caso del suicidio, la eutanasia y el aborto provocado, hantras-
cendido ampliamente los dominios de este modesto saber ético y se han
convertido en cuestiones sociales de cierta magnitud. A ello han contribui-
do, sin duda, multitud de factores de todo tipo (culturales, econémicos,
socioldgicos, politicos, etc.). No podemos detenernos a analizar aqui estas
cuestiones, pero sf apuntar que algunas de las aportaciones de la Etica
© Véase Diego Gracia, Fundamentosde bioética, cit., pp. 253-255. Alli se remite a dos
autores norteamericanos comoprincipales artifices del término: Charles Fried (Right and
Wrong, Cambridge, Mass., 1978) y Norman Daniels (Just Heulth Care, Cambridge
University Press, 1985). A partir de sus aportaciones, la bibliografia sobre el decent mini-
mun ha crecido extraordinariamente.
| Véase Adela Cortina, Etica aplicada ‘y democracia radical, cit., cap. 14.
167
contempordanea, comoladistincidn entre éticas deontolégicas de minimos
y éticas teleolégicas de mdximos, son muyfructiferas a la hora de encarar
esas cuestiones con alguna probabilidad de esclarecimiento.
V1.5.2. Gen-Etica
A nadie puede extrafiar que los avances cientificos en el terreno de la
ingenierfa genética despierten algtin recelo por parte de los sectores socia-
les mejor informados, puesto que se trata de un conjunto de conocimien-
tos que puede poner en manosdeciertas personas el poder de decidir el
futuro de la evolucidén bioldgica de muchasespecies de seres vivos, inclui-
da la especie humana.En efecto, las técnicas desarrolladas en este campo
permiten aplicaciones que cualquiera consideraria beneficiosas, como la
erradicacién de ciertas enfermedades hereditarias 0 la consecucién de nue-
vas especies de animales y vegetales que puedanser utiles a le humanidad
por cualquier motivo (econémico, ecoldgico, sanitario, etc.), sino que tam-
bién permiten aplicaciones mésdiscutibles, como la posibilidad de «crear»
nuevostipos de seres humanosa partir de modificaciones genéticas en algu-
nos aspectos que alguien pudiera considerar convenientes.
Por vez primera en la historia de la humanidad, nos encontramos ante
la posibilidad de alterar el patrimonio genético de las generaciones futuras.
No sdlo podemostrabajar con el material genético, pero sin modificarlo,
comoocurre con la inseminaci6n artificial, la fertilizacién in vitro, la clo-
naci6n o la eleccién del sexo de los embriones), sino que podemos también
trabajar en él, modificando su estructura interna. Podemos fijar los fines
del proceso evolutivo futuro, y esto nos plantea cuestiones muy graves que
la Etica no puede eludir: 1) ;Hacia dénde vamos a dirigir los procesos de
cambio? O dicho de otro modo: jCudles son los fines viltimos de la inves-
tigacion y la manipulacién genéticas? y 2) ;Quiénesestan legitimados para
tomar decisiones en estos asuntos?
Algunos autores han adoptado desde hace tiempo una posicién cienti-
ficista en estos asuntos, arguyendo que la objetividad de la ciencia obliga
a adoptarel postulado de la neutralidad weberiano, segtin el cuallas cues-
tiones éticas serfan meramente subjetivas, irracionales e inargumentables,
mientras que la ciencia permaneceria en el dominio de la racionalidad, la
objetividad y la comunicabilidad, y por ello se recomienda a los cientificos
que dejen a un lado las consideraciones éticas y se concentren en unestu-
dio neutral de los hechos. Sin embargo, comoya expusimos en un capitulo
anterior, el cientificismo cometeel error de identificar un tipo muy con-
creto de racionalidad (la racionalidad de las ciencias que tratan de hechos)
con todala racionalidad. No es verdad que no pueda argumentarse de un
168
modointersubjetivamente valido acerca de los fines ultimos de la investi-
gaci6n cientifica, como tampoco es verdad que las cuestiones éticas en
general pertenezcan al terreno de lo puramente emotivo. Porel contrario,
existen buenas razones para afirmar que ciertas cuestiones, comolas plan-
teadas masarriba en torno a las futuras aplicaciones de la investigacién
genética, son cuestiones que escapan claramenteal cometido dela ciencia,
y que noporello deben ser confinadas en el peligroso terreno dela irra-
cionalidad. Por el contrario, la Etica posee los recursos intelectuales nece-
sarios para abordaresas cuestiones con racionalidad, ayudando a encontrar
soluciones justas.
En efecto, la Etica no se presenta hoy en dia como unsaber enfrentado
a la ciencia, ni mucho menos como un saber «superior» en un sentido
jerarquico a ésta, comosi estuviese legitimada para imponera sus subordi-
nados unos principios materiales objetivos. Mas bien, como ya hemossuge-
rido al hablar de los métodos de la ética aplicada, la racionalidad ética se
muevehoyenel terreno del didlogo, de la interdisciplinariedad y de la buis-
queda cooperativa de respuestas a los interrogantes éticos. En este sentido,
la respuesta a la cuestidén de los fines tiltimos y aplicaciones de la investi-
gacion genética sélo puede encontrarse desde la apertura de un didlogo
puiblico y abierto en el que las distintas posiciones morales presentes en una
sociedad pluralista puedanir participando sin imposiciones unilaterales ni
exclusiones, de modo que los ciudadanos en general, en tanto que afecta-
dos, sean considerados comointerlocutores validos en un asunto de tan
graves consecuencias. Asi pues, no parece posible responder de un modo
aprioristico a la pregunta porlos fines tltimos de la manipulacién genética,
pero si podemosafirmar con rotundidad quesi fuesen fijados por un peque-
fio grupo, a espaldas del resto de la humanidad, tal decisi6n no podria con-
siderarse sino desp6tica e injusta. Y también, quesi tales fines fuesen fija-
dos de este o de cualquier otro modo sin reparar en las consecuencias
previsibles de estas actividades, semejante decisién seria moralmente inco-
rrecta por irresponsable.
La cuestién capital es, entonces, la de quiénes tienen derecho a decidir
si finalmente se lleva a cabo 0 no una determinada posibilidad de modifi-
cacién genética de una especie, particularmente la especie humana. No
cabe duda de que en el mundoactualexiste un peligro enorme de queestas
decisiones queden en manosde las grandes empresas transnacionales, o
bien de los gobiernos de los paises mds ricos, con lo cual se podria estar
excluyendo a la mayorparte de la poblacién del planeta de la posibilidad
de intervenir en el didlogo y en la correspondiente toma de decisiones. Por
esta via se corre un grave riesgo de que aumente todavia mas la domina-
169
cién de todo tipo por parte de los paises y empresas que ya tienen hegemo-
nia en el mundo,lo cual no puedepresentarse en ningtin caso como un logro
ético, sino todo lo contrario.
Otro riesgo que todos corremosen este terrenoes el de que las decisiones
importantes se dejen en manosde los «expertos», o incluso en manosdelos
representantes politicos. Con respecto a la posibilidad de que sean los exper-
tos en cuestiones genéticas quieres fijen por sf mismoslos fines tltimos, ya
hemos comentado quela ciencia tiene unos limites muy precisos, de modo
que los cientificos son expertos en cuanto a los medios que habria de dispo-
ner para conseguir determinadosfines, pero respecto a la conveniencia de
alcanzar unos fines u otros, nadie se puede considerar experto: no hay
«expertos en fines» y precisamente por eso es necesario abrir el didlogo a
todos en este aspecto. En cuanto a queseanlos politicos de oficio quienes se
encarguen de los asuntos relacionados con la manipulacién genética, convie-
ne observar que tales asuntos son demasiado delicados comoparaser intro-
ducidos en contiendaspoliticas. Seria demasiado ingenuo creer que los repre-
sentantes politicos, por el hecho deserlo, van a velar siempre por los intereses
de todos, superando todo partidismo.
En resumen, no deberfamosdejar las decisiones sobre los fines dltimos de
la manipulacién genética en manosde los gobiernosde los pafses ricos, ni de
las compafifas transnacionales, ni de los expertos, ni de los politicos, puesto
que lo moralmenteacertadoseria la toma de decisiones responsable porparte
de los afectados (con el debido asesoramiento de una pluralidad de expertos)
teniendo en cuenta no solo sus intereses individuales, sino los universaliza-
bles. Las dificultades que entrafia esta tarea son enormes, pero ello no debe
hacernos perder de vista que, si nos tomamosenserio la nocién de persona
como interlocutor vdlido, tenemos que ir avanzando, al menos, en las
siguientes tareas: 1) lograr que los expertos comuniquensus investigaciones
a la sociedad, que las acerquen al gran ptiblico, de modo que éste pueda
codecidir de forma auténoma,es decir, contando con la informacién necesa-
ria para ello; 2) concienciar a los individuos de que son ellos quienes han de
decidir, saliendo de su habitual apatfa en estos asuntos, y 3) educar moral-
mente a los individuos en la responsabilidad por las decisiones que pueden
implicar, no sdlo a los individuos, sino incluso a la especie. Este «educar
moralmente» supone mostrara la vez la responsabilidad que el hombre de la
calle tiene de informarse seriamente sobre estos temas y el deber de tomar
decisiones atendiendo a intereses que van masalla de los sectoriales.
Naturalmente, la raz6n por la que deben ser los afectados los que han
de hacerse cargo responsablemente de las decisiones no es que sus juicios
resulten siempre acertados, puesto que nadie esta libre de equivocarse, sino
170
mas bien que todos tenemos que asumir la responsabilidad de informarnos,
dialogar y tomarlas decisiones desde intereses universalizables, si es que
queremos quelos intereses que satisfaga la investigacién cientifica no sean
unilaterales, sino plenamente humanos.
Etica econdmica
En lo que se refiere a la relaci6n entre ética y economia, desde un punto
de vista general, lo primero que salta a la vista es que muchos creen que
existe histéricamente un divorcio entre ambas, de tal modo que —a juicio
de algunos— la economia debe prescindir de las consideraciones éticas si no
quiere hipotecar su desarrollo, mientras que la ética ~a juicio de la mayo-
ria de la gente— deberia prescindir de los célculos econémicos para llevar
adelante sus objetivos morales. Este enfoque de la cuestién ha propiciado
el parecer de que hay un enfrentamiento irreconciliable entre dos valores:
la eficiencia (como valor propio de la economia) y la equidad o justicia
(como valor tipico de la moral).
Sin embargo, puede afirmarse que hay muchodeprejuicio en esta visi6n
de las relaciones entre lo ético y lo econémico. En primer lugar, porquesi
bien la vida moderna ha supuesto una diferenciacién de la esfera econdémi-
ca respecto dela esfera politica y respecto de la esfera moral, lo cierto es
que esta diferenciacién no implica una total y absoluta independencia de
tales A4mbitos de la accién humana. De hecho, cuando denunciamos las
inmoralidades y corrupciones que a menudose producen en la vida econé-
mica o en la vida politica, estamos reconociendo implicitamente que los
comportamientos que se producen en esos ambitos no puedenserajenosal
17
juicio moral. Pero la cuestién es si tales actividades han de ser juzgadas
moralmente desde unosprincipios morales externosa ellas, o si mds bien
han de medirse con unoscriterios morales que puedanrastrearse desde su
propia légica interna comocristalizaciones del modo en que la moral com-
partida (la moral cfivica) se concreta enellas.
Tal como venimos diciendo para cada sector de la ética aplicada, lo
decisivo es captarel sentido y fin de cada tipo de actividad para contribuir
a la vida social, puesto que desde ellos se legitima la actividad misma.
Desde este punto de vista no cabe duda alguna de que la economia no es
moralmente neutral, como en realidad no puede serlo ningunadelas acti-
vidades humanasque tengaalgtin tipo de repercusién social. En su caso, los
valores de equidad, eficiencia, calidad, competitividad y solidaridad al
alza son algunos ejemplos de lo que una sociedad alta de moral espera ver
realizados en las iniciativas econdémicas de sus instituciones.
En esencia, la actividad econémica consiste en una cooperacion para
producir bienes y servicios junto con una distribucién para el consumo de
lo producido. Para conseguir un ejercicio ordenado deesta actividad,la
sociedad dispone de unos cauces institucionales que puedenser diferentes
segtin la sociedad de que setrate. Pero la economiaes ante todo unaactivi-
dad social, una forma de contribuir al mantenimiento y mejora de la propia
sociedad. En consecuencia, no puede considerarse como desligada del resto
de las dimensionessociales, particularmente de las concepciones morales y
las instituciones juridicas influidas por ellas. Y puesto que vivimos en
sociedades que pretenden compartir y realizar unos ideales delibertad, jus-
ticia, igualdad, paz y proteccién de la naturaleza, la actividad econémica
debe tomarlosen serio contribuyendoa realizarlos desde su perspectiva espe-
cifica. En concreto, desde la mejora de las condiciones materiales de vida
(progreso técnico) y desde una continua revisi6én al alza de las tareas de la
cooperacién productora y la distribucién (progreso social).
En resumen, no cabe duda de que si entendemos nuestras sociedades
como sistemas de cooperacién, y no de conflicto, la economia no puedeestar
refiida con la racionalidad moral. Porque en este tipo de sociedades hemos
llegado a la conviccién de quees necesaria una teoria compartida de la jus-
ticia distributiva (al estilo de las que proponen autores como Bell o Rawls,
Lyotard o Walzer, Apel, Habermas o Barber, Koslowski 0 Ulrich) que permi-
ta cohesionara los individuos. Y una vez que se adopta alguna concepcién
de justicia distributiva, cualquier actividad que pretenda presentarse como
legitima debe atenerse a unoscriterios de equidad. Pero la equidad no se
oponea la btisqueda dela eficacia econdémica, porque si entendemos queel
fin social de la economia es la satisfaccién de necesidades humanas, la
172
equidad se convierte en una de las condiciones que hacen posible una ver-
daderaeficacia.
Etica empresarial
Ya hemos visto que la economia en general no debe entenderse, la
altura de nuestro tiempo, como unaactividad desligada de los valores basi-
cos de una ética civica. Pero cabe preguntarse si en realidad las empresas,
que constituyenel pilar fundamentalde la actividad econémica moderna,
pueden adoptar unaracionalidad moral en sus comportamientos, o si mas
bien se tienen que cefiir a una din4mica propia que nada tendria que ver
con la realizacién de valores morales. Tanto entre los empresarios como
entre el ptiblico en general esta muy extendida la conviccién de que «el
negocio es el negocio», esto es, que para hacer negocios y gestionar una
empresa es preciso dejar a un lado la ética comtin y concentrarse en la
obtencién de beneficios con todos los medios a nuestro alcance, teniendo
como tinicoslimites los del cumplimiento de la legalidad y la sujeciéna las
leyes del mercado.
Sin embargo, también es cierto que la dindmica desatada por esa men-
talidad tan extendida ha llegado a un punto en quela credibilidad de las
empresas se ha visto seriamente socavada, particularmente a partir de la
década de los setenta. Desde entonces se ha extendido por la mayor parte
de los paises desarrollados una aficcion creciente a la llamada «ética de los
negocios» (business ethics), que también recibe otros nombres, como ya
hemosdicho, particularmente el de «ética empresarial». El intento de res-
taurar el valor de la confianza como algo que nunca debieron perderlas
empresasllevé a preguntarse por la responsabilidad de las empresas a largo
plazo, puesto que la confianza sdlo puede ser restaurada en un amplio peri-
odo de tiempo.
La conclusién més sobresaliente a la que llegan los estudiososdela ética
empresarial es que, curiosamente, las empresas que adoptan ciertos valores
éticos como guia de sus comportamientos, tanto en el interior de la empre-
sa como de cara al exterior, son las que mejor sobreviven en estos tiempos
de dura competencia. Estos valores son, fundamentalmente, la creacién de
un sentido de pertenencia entre sus miembros y una confianzaentre las per-
sonas que de un modou otro se relacionan con la empresa (proveedores y
consumidores) con respecto a que la empresa se comporta responsablemen-
te con las personas y con el medio ambiente. La empresaes unaparte de la
sociedad que necesita legitimar su existencia y sus comportamientos tanto
comolos gobiernos, y esta legitimacién no puede obtenerla hoy en dia mas
que de esa confianza que infunde en el! p“%tblico y en sus propios miembros.
173
Es importante notar que la adopcién por parte de las empresas de seme-
jantes valores morales comoguia desu politica interna y externa no respon-
de sdlo ni especialmente a una moral del deber, sino también a una volun-
tad de supervivencia que lleva a contemplar una determinada moral como
algo econédmicamente rentable. Nace de este modo una nueva cultura
empresarial que no separala ética del negocio, sino que genera unapeculiar
forma de vida que cada vez es menos opcional y mds «obligatoria» para quie-
nes pretendan sobrevivir a largo plazo en el competitivo mundo empresarial.
Esa peculiar forma de vida, ese nuevo ethos empresarial posee unosras-
gos muy concretos, como ya expusimosen otro lugar:
«1) Responsabilidad por el futuro. La necesidadde la gestién a largo plazo
obliga a reconciliar el beneficio y el tiempo.
2) Desarrollo de la capacidad comunicativa. Toda organizacién precisa una
legitimacién social, que se «vende» comunicativamente. El respetoa las nor-
mas morales es también un imperativo de relacién publica, ya que es preciso
crear un entornoafectivo.
3) Personalizacién e identificacién de los individuos y de las firmas.
El fracaso del individualismo hace necesaria la insercién de los individuos
en gruposy el desarrollo del sentido de pertenencia ellos.
En la competencia entre empresas no bastan las publicidades comerciales
para identificar la personalidad de una empresa, sino que se imponeel impe-
rativo de la personalizacién de las firmas. De lo que es claro ejemplo el mece-
nazgo, que nose ejerce sin beneficio.
4) En una cultura de la comunicacién la moral impulsa la creatividad de
los especialistas de la comunicacién y funciona como un itil de diferen-
ciacién y personalizacién de la empresa. En la empresa abierta, la ética forma
parte del management de «tercer tipo», erigiendo frente a la complejidad de
los mercados, noséloel principio de innovacién permanente de los produc-
tos, sino la innovacién «moral» de la comunicaci6n.
5) Confianza. Las imagenesde eficiencia han sido sustituidas por las de
confianza entre la firma y el ptblico, como se muestra, por ejemplo, en la
imagen de responsabilidad social y ecoldgica de la firma, con la quese trata
de establecer un lazo entre la firma y el publico.»”
174
simplemente pretende «maquillar» los viejos usos de la explotacién labo-
ral y la dominacién de unospor otros para ofrecer una imagen mas amable
y atractiva, pero terriblemente falsa. La pregunta es compleja, puesto que
en muchoscasos concretos habria que responderlaafirmativamente, mien-
tras que en otros muchoshayindiciossuficientes para creer que realmente
se estén dando pasos en favor de una humanizaci6n progresiva delas insti-
tuciones empresariales. En el fondo, la clave esté —a nuestro juicio— en asu-
mir que no es inmoral que la ética sea rentable para las empresas, sino que
es plenamente posible conjugar las actitudes morales que hoy legitiman la
actividad empresarial (btisqueda de la calidad del producto, solidaridad al
alza, excelencia, etc.) con los valores basicos de una ética civica, para la
cual tanto los miembros de la empresa como los consumidores se caracte-
rizan por ser interlocutores vdlidos. En consecuencia, una ética empresarial
que no sea una pura operacién cosmética deberia cumplir los siguientes
requisitos, al menos:
1) Que no sea una ética de la conviccién, sino una ética de la respon-
sabilidad por las consecuencias de las decisiones que en ella se toman.
2) Que puesto que la actividad empresarial tiene una finalidad que la
legitimima y de la que cobra todo su sentido —servir a los consumidores,
que sonlos afectados a cuyo servicio se encuentrala actividad de la empre-
sa—, queda deslegitimada la quese olvide esta finalidad.
3) Que los consumidores son interlocutores validos y una democracia
radical exigiria tener en cuenta sus intereses a través de mecanismos de
participacién efectiva.
4) Que los miembros de la empresa son también interlocutores validos,
cuyos derechos tienen queser respetadosal nivel de una conciencia moral
como la que socialmente hemosalcanzado; de ahi que queden fuera de
lugar las practicas humillantes y las desconsideraciones. Pero también es
preciso que todos los miembros de la empresa se esfuercen en cumplir los
propios deberes y se corresponsabilicen por la marcha de la empresa; de ahi
que la cooperacién haya de tomarellugar del conflicto y la corresponsabi-
lidad el lugar de la apatia.
5) Que, en general, atenerse al marco postconvencional de justicia
supone un cambioreal desde una concepciéntaylorista de la empresa (pira-
midal, autoritaria) a un modelopostaylorista (horizontal, participativo,
atento a desarrollar la responsabilidad, la creatividad y la calidad).
175
expresivo de lo que suele ocurriz en ot1as muchas parcelas de la ética: por
una parte, existe un amplisimo consenso respecto a la necesidad de adop-
tar urgentemente un modelo de desarrollo sostenible y disponer toda clase
de medidas eficaces para hacer frente a problemas t7ngraves comola defo-
restaci6n, la lluvia dcida, el agujero de la cap2 de ozono, el tratamiento de
recursos téxicos, la contaminacioénde los mares, la proteccién de la biodi-
versidad, etc., pero, por otra parte, las concepcioneséticas discrepan entre
si en cuanto a las razones ultimas por las cuales se hace necesario tomar en
serio los problemas ecoldgicos.
Enefecto, mientras que las llamadas «éticas antropocéntricas»sostie-
nen que lo que estd en juego en las cuestiones ecoldgicas son las necesida-
des, intereses y derechosde las personas (incluyendolos de futuras genera-
ciones), las llamadas «éticas centradas en la vida» consideran moralmente
relevanteslos intereses de todos los seres vivos, si bien no confieren a todos
idéntica significacién moral, dado que unos organismos son mds complejos
que otros, o corren mdspeligro de extinci6n, etc.
Sin embargo, aunquelas diferencias de enfoque pueden provocarcier-
tas discrepancias puntuales (por ejemplo, con respecto a la conveniencia o
no dellibre acceso de visitantes a las zonas protezidas, o acerca de la nece-
sidad o no de prohibirla fal..icacién y uso de ciertos productos, etc.), lo
cieito es que las distintas éticas ecoldgicas coinciden en la necesidad de
que se reconozcanlas causas tiltimas que han provocadoel desastre ecolé-
gico: la insolidaridad que ha sumido en la miseria econémicay cultural a
una gran parte de la poblacién mundial.
Existe un amplio acuerdo en que el problema ecolégico, como ocurre
también con el del hambre, no es un problema técnico, sino moral.
Sabemos en gran medida todo lo que hacefalta saber para evitar la conta-
minacién de la ecosfera, como sabemos también qué es lo que hay que
hacer para acabar con el hambre en el mundo, pero no hemospuesto atin
los medios adecuados para hacerlo. La cuestién, desde el punto de vista
ético, estd bien clara: la conciencia moral alcanzada en las sociedades
democraticas modernas (lo que venimosllamando ética civica) incluye el
imperativo :nc.al de avanzar en el reconocimiento efectivo de los derechos
humanos, incluido el derecho a gozar de un medio ambiente sano que
formaparte de los [lamados «derechos de la tercera generacién».
A pesar de lo deprimente que puedellegar a ser el panorama contempo-
raneo en estos asuntos, creemos que hay motivospara la esperanza: la adop-
ciédn de acuerdos internacionales en materia de proteccién del medio
ambiente, los esfuerzos de organismos ptblicos y privados en pro de la
solidaridad internacional, la existencia de un amplio movimiento ciudada-
176
no que participa en organizaciones ecologistas y humanitarias, las iniciati-
vas de muchospaises pobres en defensa de un modelo de desarrollo com-
patible con la conservacion dela naturaleza, etc. son claros indicios de que
todavia es posible un futuro mds justo en un mundo mashabitable.
- Las medidas de caracter juridico adoptadas en algunos pafses (inspira-
das en el principio general de que «el que contamina paga») poseen una
eficacia muy limitada, al menos mientras que las empresas contaminantes
puedan marcharse a seguir contaminando en otros paises mas permisivos
(generalmente mas pobres, y por tanto mds necesitados de que se instalen
en ellos nuevas industrias, a pesar de que contaminen). Tampocoessufi-
ciente quelas leyes de algunos paises tropicales prohiban la quemade bos-
ques mientras los campesinos que malviven junto a ellos no veanotrasali-
da a su situacion de miseria que la deforestacién de nuevas parcelas de la
selva para dedicarlas al cultivo.
En resumen, la cuestién de fondo en la mayor parte de los problemas eco-
légicos es la situacién de injusticia econémica que padece una gran parte de
la humanidad. Por ello es preciso insistir de nuevo en que, si tomamos en
serio el reconocimiento de toda persona comointerlocutor valido, las cues-
tiones ecoldégicas han de ser enfocadas como cuestiones en las que estan en
juego, en realidad, los derechos mas elementales de millones de personas a
las que no se les trata comotales. Sdlo en la medida en quese haga efectiva
la solidaridad, tanto entre los pueblos de la Tierra como enelinterior de
cada sociedad, puede haber una verdadera solucién al gravisimo problema
del deterioro de la ecosfera.
177
Sin embargo, si nos tomamosenserio los valores que inspiran una socie-
dad que se pretende democratica, los valores de libertad -entendida como
autonomfa-, igualdad, solidaridad o imparcialidad, entonces no es en abso-
luto suficiente que los educandos adquieran aquellas habilidades técnicas.
Ciertamente, que los j6venes adquieran correctamente la mayorparte delas
destrezas técnicas es ya de por sf un valor importante, puesto quesin ellas
mal podrian subsistir ni llevar a cabo proyecto personal alguno. Pero lo cier-
to es que es imposible construir una sociedad auténticamente democratica
contando unicamente con individuos técnica y socialmente diestros,
porquetal sociedad hade sustentarse en valores para los quela razon instru-
mentales ciega, valores como la autonomiay la solidaridad, que componen
de formainevitable la conciencia racionalde las.instituciones democraticas.
Si lo que queremos realmentees que el resultado del proceso educativo sea
un modelo de persona que sélo busca su propio bienestar, entonces bastaria
con una educacién basadaenla racionalidad instrumental, que es quela rige
la adquisicién de habilidades técnicas. Pero si buscamosla formaciéndeper-
sonas aut6nomasconafan de autorrealizacién, entonces se precisa una edu-
caci6n moral, en el mds amplio sentido de la palabra «moral».
En el contexto de una democracia moderna, la «autonomia» ha de
entendersea la vez como «libertad negativa» y como«libertad positiva» en
el sentido que Isaiah Berlin confiere a estos términos; es decir, el derecho a
gozar de un espacio de libre movimiento, sin interferencias ajenas, en el
que cada quien puedeserfeliz a su manera, y también el derecho partici-
par activamente enlas decisiones que me afectan, de suerte que en la socie-
dad en que vivo pueda contemplarme como «legislador», como interlocutor
valido en la elaboracién delas leyes.
En cuantoa la «solidaridad», tal como creemos que debe entenderse en
una verdadera democracia, consiste en una doble actitud: la actitud perso-
nal de potenciar la trama de relaciones que une a los miembros de una
sociedad, pero no por afan instrumental, sino por afan de lograr un enten-
dimiento con los restantes miembrosde la sociedad’, y también comoacti-
tud social dirigida a potenciar a los mds débiles, habida cuenta de quees
preciso intentar una igualacién, si queremos realmente que todos puedan
ejercer su libertad. En un mundode desiguales, en el que la desigualdad
lleva a la dcminacién de unosporotros, sdlo las politicas que favorezcan
la igualacién de oportunidades puedentenerlegitimidad.
178
Llegados a este punto merecela pena recordarlas distintas maneras de
entender la moral que expusimos en el capitulo segundo para tenerlas en
cuenta a la hora de intentar aclarar en qué puede consistir hoy en dia una
educacién moral que merezca ese nombre:
1) Sila moral es, por una parte, la capacidad para enfrentarla vida,
frente a la «desmoralizacién», entonces la educacién moral tiene que ayu-
dar a la formacién del cardcter individual. Se trata de ayudar a los jéve-
nes a modelar su propio cardcter de tal modo quese lleguen a vera si mis-
mos como personasilusionadas, deseosas de proyectar, encarifiadas con sus
proyectos de autorrealizacién, sintiéndose capaces dellevarlos a cabo, pero
al mismos tiempo conscientes de que para ello necesitan contar con los
demés y con algo de buenasuerte. En esta tarea educativa se hace impres-
cindible potenciar el autoconcepto con vistas a fomentar la autoestima,
con la inevitable heteroestima que le acompafia.
2) La moral tambiénes, en otro sentido, la busqueda de lafelicidad, la
prudente ponderacién de lo que conviene a la persona en el conjunto de
su vida. Pero no debemos olvidar quela felicidad puede ser entendida de
multiples maneras, muchasdeellas igualmente legftimas, y que la conse-
cucion dela felicidad, sea cual sea la concepcién quese tenga deella, no
est4 totalmente en nuestras manos. Porello, la educacién moral tiene en
este caso queesforzarse en aclarar a todos, educadores y educandos, que una
cosa es la felicidad y otra el deber. La felicidad es gran medida una cuestion
personal, que cada cual ha de proyectar conformea su propia constitucion
natural, sus capacidades y deseos, su contexto social, etc., y por eso no se
debe tratar de imponer a todos un tinico modelo de autorrealizacién perso-
nal. En cambio el deber representa aquello que es exigible a todos, sea cual
sea su peculiar modo de entenderlafelicidad, porque si no lo cumplimos
no seria posible la convivencia. El educador no tiene derecho, en una
sociedad pluralista y democratica, a inculcar comouniversalizable su pro-
pio mododeser feliz. Cabe aconsejar, invitar, narrar experiencias propias
y ajenas, pero sobre todoensefiar a deliberar bien sobre lo que nos convie-
ne, y mostrar que, en dltimo término, la felicidad es un don, unregalo que
la vida puede concedernos, o no, pero que merece la pena proyectar para
poder afrontarla vida con un elevado estado de animo.
3) No cabe duda de que la moral también consiste en cierta medida,
como hoy nos recuerda el comunitarismo, en sentirse miembro activo de
una comunidad concreta, en la cual nos socializamos y aprendemosa vivir
los valores heredados de unas tradiciones que se manifiestan en las cos-
tumbres, normaslegales e instituciones que conforman el ethos comunita-
rio. En este sentido, la educacién moral requiere valorar esa dimensién
179
comunitaria, que configura en un primer momento nuestra propia identi-
dad, y enraizar a los nifios y nifias en el humus delas tradiciones de su
comunidadparticular.
4) Pero la educacién no puedelimitarse al objetivo de socializar al edu-
cando en su propia comunidad, sino que ha de llegar a ponerle en disposi-
ci6n de rebasarla solidaridad comunitaria llegando a adoptar unaperspec-
tiva de solidaridad universalista. En una sociedad democratica, cuya
justificacién ultima la hemos encontrado en los valores propios del nivel
postconvencional en el desarrollo de la conciencia moral, no basta con
tener en cuenta aquella dimensién comunitaria de las personas y la nece-
sidad de que adopten un proyecto personal de autorrealizacién, sino que
tambiénes preciso desarrollar su capacidad de universalizacion. En este
sentido, la educacién moral ha de ayudar a distinguir entre normas comu-
nitarias, que pertenecen al nivel convencional, y principios universalis-
tas, que permiten poner en cuestién incluso las normas comunitarias desde
una conciencia moral que es capaz de ponerse en lugar de cualquier perso-
na en cuantotal.
En cuanto a los métodos mas adecuados para llevar a cabo una educa-
cién moral congruente con el planteamiento ético que acabamos de expo-
ner, es obvio que queda descartado cualquier tipo de adoctrinamiento en
alguna de las concepciones morales materiales que profesan los distintos
grupos que forman parte de una sociedad pluralista, puesto que ninguna de
dichas concepciones es compartida por todos los miembros de la sociedad
ni puede imponerse legitimamentefrente a las otras. También es rechaza-
ble, por el otro extremo, una pretendida asepsia axioldgica comola queins-
pira el llamado «método de clarificacién de valores», puesto que dicho
método conduceenrealidad a dejar a los alumnos y alumnasayunosde cri-
terios y de habitos reflexivos que les permitan afrontar los retos éticos que
hemos expuesto en los pdrrafos anteriores.
Entre el dogmatismo de los métodos de adoctrinacién y el relativismo
del métodode clarificacién de valores cabe situar —a nuestro juicio— la pro-
puesta razonada y razonable de los métodos dialégicos de educacién
moral’. Tales métodos dialégicos permiten aplicar una ética formalo pro-
180
cedimental sin que ello signifique renunciar a todo tipo de contenidos
morales: hay unos contenidos minimosentrafiados enel procedimentalis-
mo ético que constituyen una valiosa herencia moral a la que no estamos
dispuestos a renunciar en las sociedades democraticas liberales, a saber, el
respeto profundopor los minimosde justicia y los valores que los hacen
necesarios, el afan por desarrollar y ejercitar la autonomia personaly el
deseo de autorrealizacién personal.
En efecto, un modelo de educacién moral que pretendaafrontar los retos
de los que hemos hablado no puede menos que tomar como marco pedag6-
gico el didlogo, pero teniendo en cuentalas siguientes observaciones:
1) El didlogo es la tnica via razonable puesto que no existen principios
éticos materiales vinculantes para todos, y por tanto, la indoctrinacién es
contraria a la racionalidad humana.
2) Los principios éticos son procedimentales, lo cual significa que sdlo
indican qué procedimientos deben seguir los afectados por una normapara
decidir si la consideran moralmente correcta.
3) Los afectados han de tomarla decisién en condiciones de racionali-
dad, es decir, tras haber participado en un didlogo celebrado en condicio-
nes de simetria, en el que al cabo triunfe la fuerza del mejor argumento y
no alguna coacci6n interna o externa al didlogo mismo.
4) Las decisiones sobre la correccién de normas son siempre revisables,
porquelos afectados pueden percatarse de que cometieron unerror, de que
alguien participé con mala voluntad(es decir, no motivadoporla satisfac-
ciénde intereses generalizables), pueden producirse descubrimientos en el
campo de quese trataba,etc.
5) Esto significa que las normas morales pierden ese caracter de absolu-
tez y definitividad que parecen tener desde antiguo, y que —a nuestro jui-
cio— aparecen como puntos centrales de lo morallos principios procedi-
mentales, los valores que acompafian necesariamente a esos principios
(autonomia, igualdad, solidaridad, imparcialidad), los derechos de los par-
ticipantes en el didlogo”, y las actitudes de quienes participan en él, acti-
tudes que sdlo podran considerarse como moralmente positivas cuando
estén presididas por el afan de satisfacer intereses universalizables.
6) La pérdida de los principios materiales y las normas absolutas impli-
ca una llamadaa la responsabilidad de todos y cada uno, porqueahorala
decisién acerca de la correccién de las normas esta en nuestras manos, y no
esta dada por ningunainstancia superior de quien la aprendemospasiva-
A. Cortina, Etica sin moral, especialmente cap. 8: «Unateorfa de los derechos humanos».
18|
mente. Por ello cobra una especial importancia la actitud que cada quien
lleve al didlogo, pues de ella depende el que las normas sean m4s 0 menos
respetuosas con todaslas personas.
7) El ethos que llevara a decisiones moralmente correctas puedeser cali-
ficado de dialégico por las razones que acabamos de exponer, y podria
caracterizarse comola actitud de quien:
a) Sabe que para llegar a pronunciarse sobre lo correcto necesita
tener conocimiento de las necesidades, intereses y argumentacio-
nes de los demas afectados por una norma; hecho por el cual esta
abierto al didlogo intersubjetivo al intrasubjetivo.
b) Es consciente de que debe recabar la maxima informacién posible,
no sdlo a través del didlogo, sino también a través del estudio y la
investigaciOn.
c) En el terreno moral est dispuesto, a su vez, a informar desus inte-
reses y necesidades a los demas afectados, y a respaldar sus pro-
puestas con argumentos.
d) Piensa tomarsu decisién desde lo que Kant Ilamarfa una «buena
voluntad», es decir, desde la voluntad de satisfacer intereses uni-
versalizables y sdlo dejarse convencer por la fuerza del mejor
argumento.
e) Esta presto a tomar responsablemente la decision —a responder de
ella, porque sabe que sélo él puede decidir sobre lo que conside-
ra moralmente correcto.
8) No hay que confundir los términos y creer que «ética dialdgica»sig-
nifica algo asi como «ética que considera moralmentecorrectaslas normas
que se acuerdan en grupo», ni todavia menos«ética que consider
a moral-
mente correctas las normas que comotales ha decidido un colectivo
tras
una votaci6n en la quela decisién se ha tomado por mayoria». Los acuer-
dos y las mayorias, con todas sus limitaciones, tienen un sentido —suma-
mente revisable— en la decisién de normaslegales y politicas, pero en
el
terreno €tico es cosa de cada sujeto determinarla obligatoriedad de una
norma moral, siempre que esté dispuesto a escuchar, replicar y decidir
segtin los intereses universalizables (en esto consiste el ethos dialdgico).
En sentido podemos considerar paradigmaticala posicién de los objeto-
res de conciencia, los desobedientes civiles 0 los insumisos, puesto
que,
desde una disconformidad moral con las normas legales vigentes, exigen
su
revocacion o su modificacién precisamente porque creen que,
aunquela
mayoria nose haya percatado atin, es moralmente incorrecto mantener una
determinadalegislacién. Y es «moralmente incorrecto» porquenosatisf
ace
intereses generalizables, esto es, no seria el tipo de norma que aprobarfamos
182
o desde
situdndonosenel lugar de cualquier otro, sino que sdlo tiene sentid
tes afectados.
la defensa deintereses grupales, con perjuicio de los restan
moral en
_ 9) Necesitamos que la educacién en general, y la educacién
didlog o que muestr e una
particular, ayude a los educandosa practicar un
es que casi se nos
auténtica argumentacion, y no una mera negociacién. Y
intereses uni-
est4 olvidando que argumentarsignifica llevar al didlogo los
versalizables, que son el fundamentodel mundo moral.
ie el didlogo
10) En definitiva, sdlo una educacién moral que propic
validos puede
abierto entre las personas consideradas como interlocutores
responsables.
dar lugar al desarrollo de ellas mismas como peronas criticas y
ejercerse la doble
Sélo a través de la practica de la argumentacion podra
por la que es capaz
dimension de cada persona: la dimension de autonomia,
cion que a cada uno
de conectar con todaotra persona,y la de autorrealiza
son el lugar en
conviene. Porque el didlogo y la decision personal tltima
human ae irrepe-
que se concilian universalidad y diferencias, comunidad
tibilidad personal.
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184
NOTA FINAL
“Es detestable esa avaricia que tienen los que, sabiendo algo, no procuran la
transmisión de esos conocimientos”.
—Miguel de Unamuno
+ os $ Baa
ck s #e 3
ISBN 84-460-0674-X e y
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Ng So
788446"006749 Sas 2
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