Filosofía Moderna. 23-24
Filosofía Moderna. 23-24
Filosofía Moderna. 23-24
La primera (s. XVI), el Renacimiento supone una crisis y quiebra de las verdades medievales debido a la aparición de nuevos
paradigmas surgidos de la Revolución científica y la “nueva ciencia”. El heliocentrismo, las leyes de Kepler, el telescopio, la
enunciación del método científico. La filosofía continuará con la crítica iniciada en el siglo XIV a las largas y estériles cuestiones
metafísicas propias de la escolástica y como alternativa se produjo una reformulación del platonismo ( Pico de la Mirandola), del
aristolelismo (Pomponazzi) y la recuperación de las escuelas éticas helenísticas (Montaigne). En este periodo se dará gran
importancia al ser humano, rompiendo con los temas propios del pensamiento medieval; ahora el centro de reflexión será el ser
humano, lo que llevará a un pensamiento antropocéntrico. El humanismo se extenderá pronto por Europa a través de humanistas
como Luis Vives. En el campo de las ideas políticas jugará un papel central Maquiavelo considerado el padre de la política; fue
el primero que la estudió de forma objetiva proclamándola como una disciplina separada de la ética. Frente al realismo político de
Maquiavelo aparece el pensamiento utópico (Tomás Moro) que, inspirado en la República de Platón, tiene como objetivo
proponer una organización política y social mejor, tomando como prototipo a imita, un Estado Ideal.
En la segunda etapa, en el s. XVII, se desarrollará propiamente la filosofía moderna. Marcada por dos cuestiones: el debate
entre racionalistas y empiristas, y la aparición de la teoría contractualista. Las preguntas sobre las que se articuló el debate fueron
el origen, fuentes y límites del conocimiento. Los racionalistas sostendrán que el conocimiento verdadero es el que emana de la
razón y, por ello, es universal y necesario; su modelo son las matemáticas. Los empiristas afirmarán que el origen del
conocimiento es la experiencia y el modelo de conocimiento es el método científico, hipotético-deductivo y experimental. El
racionalismo se desarrolló en Europa continental y su principal representante es Descartes. Su sistema nace como repuesta a la
crisis de fundamentos motivada por la caída de las verdades medievales y por la aparición de la nueva ciencia. Su motivación será
encontrar un camino que conduzca a una verdad primera que sea universal, evidente e indudable y desde ella construir de forma
segura y certera el edificio del conocimiento. Otros representantes del racionalismo son Spinoza y Leibniz. El empirismo, por su
parte, se despliega en las islas británicas a través del pensamiento de Locke, que acorde con el proyecto de Descartes, pero desde
otro punto de vista, buscará establecer y definir bien los límites de lo cognoscible a fin de alcanzar el conocimiento verdadero,
centrándose, para ello en el estudio del entendimiento humano. En filosofía política nace el contractualismo de la mano de
Hobbes, que se preguntará por el origen del Estado y lo comprenderá como nacido de un pacto entre los seres humanos a partir de
un hipotético estado de naturaleza. Sus conclusiones le llevarán a postular el absolutismo. Locke compartirá los mismos
presupuestos teóricos, sin embargo, en su caso, le conducirán al liberalismo. Las revueltas civiles dieran lugar a nuevas formas de
organización social y política como, por ejemplo, la Revolución inglesa (1688) que instauró el parlamentarismo. Este nuevo
modelo llevó a fundamentar la división de poderes, el laicismo y la tolerancia religiosa.
La tercera etapa comienza el s. XVIII con el fin de la modernidad comienza en Inglaterra la Ilustración que se extendió a
Francia y culminó en Alemania. Hume llevo a sus últimas consecuencias la filosofía empirista, hasta el punto de acercarse al
escepticismo. Dirigió una demoledora crítica a la metafísica y al racionalismo. En su ética se situó en una perspectiva
sentimentalista y utilitarista. Su actitud crítica influirá decisivamente en Kant. La epistemología y la ética de Kant serán un punto
de inflexión en la historia del pensamiento. Someterá a análisis las facultades cognitivas del ser humano con el fin de determinar
el origen, alcance y límites de la razón, y fundamentará un formalismo ético en la que las acciones morales buenas se
fundamentaran en el deber. Rousseau será considerado por muchos el padre de la democracia moderna. El contrato social es una
obra sobre filosofía política y trata principalmente sobre la libertad e igualdad de los hombres bajo un Estado instituido por medio
de un contrato social. Se dice que este libro fue uno de los muchos incitadores de la Revolución francesa por sus ideas políticas.
En este contexto se gesta la Revolución francesa. En 1789 se redacta la Declaración de los Derechos de Hombre y del Ciudadano,
y dos años más tarde, en 1791, Olympe de Gouges redactará la declaración de los Derechos de la Mujer. Surgía un movimiento
imparable que exigía igualdad entre hombres y mujeres, la primera ola de feminismo.
2 La Revolución Científica
1. El Renacimiento
En lo que se refiere a la historia de la filosofía, se produce una transformación de la mentalidad escolástica que dominó el
pensamiento sistemático durante la Baja Edad Media. Debido a la matematización de la ciencia y a la aparición de las estructuras
políticas que determinarán el mundo occidental hasta el siglo xxi, esa mentalidad dará lugar a unos nuevos «sistemas» de
pensamiento desligados ya de los presupuestos intelectuales que habían estado vigentes desde la Antigüedad.
Es preciso notar, no obstante, que bajo esta ambigua denominación de «Renacimiento» se mencionan al menos tres fenómenos
culturales diferentes:
a) El humanismo: lentamente gestado desde los comienzos del arte gótico, el humanismo se apoya en la recuperación
de los saberes de la Antigüedad y tiene su principal expresión en el mundo de las artes y las letras. Se produjo una
profunda renovación de las artes (el desarrollo de la perspectiva naturalista en la pintura, que tiene movimientos
equivalentes en las otras artes) y de la literatura considerada en su sentido más general. En este último aspecto, el estudio
de las lenguas clásicas (latín y griego) provocó una auténtica resurrección de los autores grecorromanos, que durante la
Edad Media habían sido leídos solo parcial e indirectamente o en traducciones defectuosas y no siempre acertadas. Esa
recuperación de los autores de la época antigua modifica por completo los modos de escribir y de pensar no solo en las
disciplinas propiamente «literarias», sino en lo que concierne al derecho, a la política, a la moral y al estudio de las
costumbres, siendo este último uno de los factores que contribuyeron a la configuración de los Estados-nación. El
humanismo es el fenómeno cultural más visible del Renacimiento, especialmente si observamos los acontecimientos
desde el centro de irradiación que constituye Italia a partir del siglo XV; no obstante, desborda el mundo italiano y latino,
difundiéndose por toda Europa y encontrando figuras tan ilustres como las de Erasmo de Rotterdam o el español Juan
Luis Vives. En este mismo contexto es en el que hay que situar el inicio del llamado «siglo de Oro» de la literatura en
lengua castellana, desde la obra narrativa de Cervantes a la poesía mística de Teresa de Ávila o Juan de la Cruz,
pasando por la magistral obra del gramático Antonio de Nebrija.
b) La Reforma protestante: ese movimiento de «retorno a los orígenes» no solamente produjo un «renacimiento» del
paganismo y del estudio de los clásicos, sino también un intento de rescatar el espíritu originario del
cristianismo frente a lo que es percibido como una cierta «decadencia» ocurrida sobre todo durante los años de
consolidación de la escolástica medieval. De esta reacción acabará por surgir la Reforma, que dividirá a la Iglesia
cristiana en dos bandos, cuyos conflictos alcanzaron también dimensiones políticas e históricas de primer orden.
3) La Revolución Científica: en un período que comienza con Galileo y Kepler y que desembocará en la obra de
Newton, el desarrollo de la física matemática como ciencia teórico-experimental supondrá una ruptura definitiva, por
una parte, con el modelo de pensamiento científico heredado de la Antigüedad y de la Edad Media y, por otra, con el
cosmos finito y el universo cerrado y geocéntrico que constituían la «visión del mundo» establecida en esas épocas
anteriores. El trastorno de la propia concepción de la ciencia irá acompañado, en los siglos posteriores, del trastorno de la
vida civil y hasta de la cotidianidad familiar, en la medida en que la tecnología convierta en impactos sociales los
descubrimientos de la física moderna.
1.2.1 El platonismo florentino. Con Cosme de Medicis, que gobernó la ciudad de Florencia desde 1434, se inició el
mecenazgo de esta dinastía, que dedicaría importantes esfuerzos al desarrollo de las artes, las letras y la filosofía. En este contexto
hay que situar la instalación en Florencia de Gemisto Pletón, cuyos conocimientos de griego clásico fueron el germen para la
fundación de una nueva «Academia platónica» florentina. Aunque el «platonismo florentino» tiene muchos elementos cristianos,
escolásticos, aristotélicos y neoplatónicos, su primer representante filosófico, Marsilio Ficino, se hizo cargo de la gigantesca
empresa de la traducción completa de las obras de Platón, que no terminará hasta 1484, cuando ya está en el poder Lorenzo de
Medicis, «el grande», a quien dedica su trabajo de interpretación (a este trabajo seguirían después otras traducciones igualmente
importantes, como las de la obra de Plotino). Ficino asistió a la llegada a esta «nueva Academia» del brillantísimo Giovanni Pico
Della Mirandola (1463-1494), autor del Discurso sobre la dignidad del hombre, que de algún modo resume la transición desde
el «teocentrismo» medieval al «antropocentrismo» moderno y justifica argumentalmente esta nueva centralidad desempeñada
por la naturaleza humana, que se encuentra a medio camino entre la divinidad y la animalidad. Pico es igualmente representante
de un impulso que reconocemos en muchos de sus contemporáneos, el de la «concordia» o conciliación de las diferentes
lenguas, culturas o religiones, que ya había sido expresado por Nicolás de Cusa (1401-1464).
1.2.2 El aristotelismo paduano. La Universidad de Padua se había convertido, durante el siglo xiv, en refugio de los
maestros «aristotélicos» de artes liberales que chocaban con la doctrina oficial del Papa, que había condenado el averroísmo. Esta
circunstancia fomentó el estudio de Aristóteles, sobre todo en los interesados por la «filosofía natural» (por la física) –Copérnico,
por ejemplo, fue estudiante de esta universidad–, y desembocó, ya en el siglo XV, en la singular figura de Pietro Pomponazzi
(1462-1524), que fue maestro de Padua hasta su cierre en 1509 y luego profesor en la Universidad de Bolonia. Aunque sus
primeras obras tienen un contenido más físico-natural, su escrito más influyente fue el Tratado sobre la inmortalidad del
alma, donde da lugar a una polémica sobre si puede o no defenderse esa inmortalidad con los textos de Aristóteles, polémica que
choca con el dogma católico y que avivará los mejores talentos de su tiempo, atravesando toda la época con sus controversias.
Otros aristotélicos que continúan en esta dirección son Giacomo Zabarella (1532-1589) y Cesare Cremonino (1550-1631),
cuyas propuestas intentan desvincular la física aristotélica de todo supuesto o conclusión teológica.
1.2.3 Helenismo renacentista. Aunque en un contexto completamente distinto del original, encontramos a partir de este
momento histórico una reformulación de las escuelas helenísticas de la Antigüedad: estoicismo, epicureísmo, escepticismo. Esta
última escuela, que será decisiva tanto para la formación de la filosofía moderna como para la de la nueva ciencia experimental,
está bien representada por el médico Francisco Sánchez (1551-1623), autor de un popular tratado titulado Que nada se
sabe (Quod nihil sctitur), así como por Michel de Montaigne y por Pierre Charron (1541-1603), que recibió una gran
influencia del anterior. La importancia de los Ensayos de Montaigne rebasa lo propiamente filosófico (aunque hará de su
escepticismo el interlocutor indispensable de los grandes pensadores posteriores), puesto que, además de exponer una posición –
que es más vital que intelectual– en torno a la «sabiduría» y a la «buena vida», inaugura un género literario característicamente
moderno.
El ensayo se convertirá en determinante de los nuevos modelos de expresión filosófica que nacerán con Descartes, Locke, Hume y
Kant (todos ellos autores de alguna obra titulada «ensayo»), que también se escriben con la deliberada voluntad de apartarse de las
formas literarias de expresión que habían dominado la filosofía escolástica de la Edad Media (como la Suma) y de ganar para el
escritor una nueva «libertad», que obviamente está en consonancia con la misma reclamación que se hace desde la política.
Aunque en Montaige y Charron hay rasgos estoicos, esta actitud filosófica caracteriza de un modo mucho más marcado a autores
como Justo Lipsio (1547-1606) y Guillermo Du Vair (1556-1621). Justo Lipsio compuso una serie de obras sobre el estoicismo
antiguo que comportan un intento de adaptar la vieja doctrina a las nuevas circunstancias, sobre todo siguiendo la lectura de
Séneca y de Epicteto. Guillermo Du Vair combina su aceptación incondicional de las leyes de la naturaleza («no desear nada
que esté fuera de nuestro poder») e incluso de la Providencia (interpreta las guerras y las agitaciones que conmueven la Francia de
su tiempo como un merecido castigo que Dios dicta contra los injustos y soberbios) con su esperanza cristiana en la inmortalidad
y con la tenacidad del sabio que debe ser leal a su comunidad y a su patria y, pese a la desconfianza en la voluntad, trabajar
incesantemente a favor de la paz. Por otro lado, en representación del renacimiento del epicureísmo se cita a menudo al romano
Lorenzo Valla (1406-1457), aunque su «epicureísmo» tiene más que ver con el «hedonismo» que se respira en ciertos pasajes del
Decamerón de Bocaccio que con el viejo Epicuro.
Considerado precursor del «libre pensamiento», Valla defiende la independencia del sabio con respecto a la autoridad de la
Iglesia y la superioridad del pensamiento clásico sobre el dogmatismo eclesiástico (es traductor de Homero, Herodoto y
Tucídides). «Naturalista» convencido, entiende que la historia y la naturaleza no son un «exilio» al que el alma humana está
condenada, sino su patria genuina y verdadera, allí donde ha de buscar la verdad y la felicidad.
En su tratado sobre el placer y el bien supremo, intenta conciliar las doctrinas estoicas con las epicúreas.
1.3 La Reforma protestante Como señalábamos al comienzo, además del movimiento de recuperación de la
Antigüedad clásica que supuso, a partir del Renacimiento, la restauración del estudio de las lenguas y los saberes clásicos que
daría lugar a las humanidades, el período histórico en el que se origina la época moderna también contiene otro acontecimiento de
una relevancia cultural incalculable: la Reforma protestante. La corriente de retorno al espíritu «originario» del cristianismo
acabaría dando lugar a la Reforma protestante (es decir, a la escisión de la Iglesia cristiana entre católicos y protestantes) y serviría
de trasfondo a una serie de conflictos políticos de larga duración y de profundo impacto en la
constitución de la Europa moderna.
1.3.1 Erasmo de Rotterdam Ese movimiento de «retorno» al cristianismo más originario (que
comportaba una crítica de muchos aspectos de la Iglesia oficial existente) no solamente despertó un
interés por la purificación de las costumbres e instituciones, sino también una atención crítica y
detallada hacia el texto bíblico que constituía la base principal de la fe religiosa y de la doctrina
teológica. En este aspecto resulta decisiva la figura de Erasmo de Rotterdam, que inició un estudio
crítico de la Biblia de una solvencia incomparable con los llevados a cabo hasta entonces, y que culminó
en una nueva edición latina del Nuevo Testamento, seguida de una serie de escritos en donde se ponía
por primera vez el contenido del texto bíblico, de un modo a la vez elegante y claro, al alcance de los
hablantes de las llamadas «lenguas vulgares» que no conocían el latín. Junto a estos aspectos de su labor
intelectual, Erasmo construyó una importantísima obra literaria, llena de sátiras contra la decadencia
moral de la época y en especial de la Iglesia romana.
En su Elogio de la locura ridiculizó con gran inteligencia el apego eclesiástico a los «bienes externos», la política de las
indulgencias (que libraban a los creyentes de ciertas consecuencias de sus pecados a cambio de la realización de ciertas «obras
meritorias», que llegaron a constituir un auténtico comercio de la redención) y la rigidez de las reglas monásticas.
Pero Erasmo no es anticristiano, ni siquiera anticatólico, sino partidario de una religiosidad forjada en el sentido íntimo que,
más que a la letra de la Biblia, se atiene a su libre interpretación individual, al diálogo del alma con Dios a través del texto.
1.3.3 Otros reformadores: Zwinglio y Calvino Otros reformadores de gran influencia fueron Zwinglio (1484-1531),
fundador de la Iglesia Reformada Suiza, y Calvino (1509-1564). Calvino radicalizó las ideas de Lutero al insistir en que el hombre
no es nada frente a Dios, que ha decidido desde la eternidad quienes se salvarán o se condenarán, sin que pueda influir su
comportamiento terrenal (Dios no elige a los que son buenos, sino que son buenos aquellos a quienes Dios elige), y en que
el trabajo es el deber sagrado del buen cristiano y el éxito comercial en los negocios la segura señal de encontrarse entre los
elegidos por Dios.
1.3.4 La Contrarreforma Tan importante como la Reforma protestante, que impregnaría el espíritu cultural de las naciones
que la adoptaron, fue la Contrarreforma, que representó la «respuesta» del catolicismo romano a las críticas del protestantismo e
impulsó algunas transformaciones teológicas y disciplinarias que evitasen los defectos denunciados por los luteranos. Impulsada a
partir del Concilio de Trento (1545-1563), intentó refundar la autoridad absoluta del Papa en materia religiosa y la necesidad
de la mediación de la Iglesia en las relaciones entre Dios y los hombres. En el seno de este movimiento se produjeron
innovaciones teóricas de enorme importancia, como el «derecho de gentes», desarrollado principalmente por teólogos jesuitas
españoles, y también surgieron figuras intelectuales de gran relevancia filosófica, como la del granadino Francisco Suárez (1548-
1617), autor de la obra Disputaciones metafísicas, decisiva en la recepción del pensamiento medieval por parte de los más
importantes representantes de la metafísica moderna.
1.4.1 Tomás Moro Entre los amigos del círculo íntimo de Erasmo de Rotterdam se
encontraba también Tomás Moro, humanista como él, aunque su dedicación a la política (fue Lord
Canciller de Enrique VIII de Inglaterra) lo llevó a un enfrentamiento abierto con el rey por su
negativa a someterse a la autoridad religiosa de la Iglesia Anglicana, que acabaría en su
decapitación. Con todo, la actitud de Tomás Moro no es «antimoderna», sino que –pese a su
trágico desenlace– representa un símbolo extremo de la defensa de la libertad religiosa frente al
poder político, que, justamente, es una de las características ideológicas del discurso moderno.
Lo mismo cabe decir de la más conocida de sus obras, Utopía (que ha dado nombre al género
entero de libros de este tipo), en donde se describe una sociedad «ideal», o al menos liberada de
algunos de los vicios e injusticias más sangrantes del mundo de su tiempo. Situada «en ninguna
parte» (que es lo que significa «u-topía»), esta isla inexistente alberga una sociedad campesina y
rural, pero de un espíritu intelectual muy desarrollado (sus habitantes se complacen en la
dedicación al conocimiento de la naturaleza), de la cual ha desaparecido por completo la
propiedad privada y en la que reina una incondicional libertad de conciencia en materia de
creencias religiosas. Este relato de Tomás Moro no lo sitúa, sin embargo, al margen o en contra de su tiempo (en el cual se estaba
forjando la sociedad urbana e industrial y el régimen económico basado en la propiedad privada), sino que hace de él uno de sus
más profundos conocedores y uno de sus más tempranos críticos, además del fundador de un género literario que, además de hacer
fortuna en el mundo de las letras, ha hecho historia en el de la moral.
«Y porque sé que muchos han escrito de esto, temo –al escribir ahora yo– ser considerado
presuntuoso, tanto más cuanto que me aparto –sobre todo en el tratamiento del tema que ahora nos
ocupa– de los métodos seguidos por los demás. Pero, siendo mi propósito escribir algo útil para
quien lo lea, me ha parecido más conveniente ir directamente a la verdad de la cosa que a la representación imaginaria de la
misma. Muchos se han imaginado repúblicas y principados que nadie ha visto jamás, ni se ha sabido que existieran realmente;
porque hay tanta distancia entre cómo se vive realmente y cómo se debería vivir que quien sustituye lo que se hace por lo que se
debería hacer aprende antes su ruina que su provecho». Maquiavelo, N.: El príncipe, XV. Alianza Editorial, Madrid, 1981, p. .
Este fuerte realismo pragmático (la asunción de que la sociedad real siempre se encuentra a una distancia insuperable de la
ciudad ideal o moral) parece, en Maquiavelo, apoyado en un pesimismo antropológico que sería consecuencia del conocimiento
empírico del género humano:
«En general se puede decir de los hombres lo siguiente: son ingratos, volubles, simulan lo que no son y disimulan lo que son,
huyen del peligro, están ávidos de ganancia; y mientras les haces favores son todos tuyos, te ofrecen la sangre, los bienes, la
vida, los hijos –como anteriormente dije– cuando la necesidad está lejos, pero cuando se te viene encima vuelven la
cara» (Maquiavelo, N.: El príncipe, VIII, ed. Cit. ).
Así pues, a la hora de gobernar repúblicas reales deben los gobernantes reales ser igualmente realistas, lo que implica reconocer
que el uso de la ley es tan importante como el de la fuerza:
«Existen dos formas de combatir: la una con las leyes, la otra con la fuerza. La primera es propia del hombre, la segunda de las
bestias; pero como muchas veces no basta la primera, conviene recurrir a la segunda. Un príncipe tiene que saber utilizar
correctamente tanto a la bestia como al hombre» (Maquiavelo, N.: El príncipe, , ed. cit., p. ).
En este tipo de consideraciones vemos nacer lo que otros teóricos políticos contemporáneos comienzan a llamar la razón de
Estado; es decir, el derecho excepcional de las autoridades políticas a desbordar las limitaciones morales o religiosas para
salvaguardar el propio Estado o para proteger la libertad amenazada. Como algunos de aquellos sofistas que desesperaban a
Sócrates al señalar la conveniencia política de la mentira o del disimulo, y al confundir la verdad con el poder, Maquiavelo sella el
divorcio definitivo de la moral y la política, la autonomía de la esfera política con respecto a la moral. No obstante, los
términos en los que separa moral y política aún nos resultan algo escandalosos por su lejanía de una formulación jurídica
universalizable: el príncipe debe hacer una cosa y decir la contraria, nadie se atreve a llevar la contraria a quien tiene el poder, y
todo es lícito con tal de conservar la reputación o el Estado (a veces se tiene la impresión de que los consejos de Maquiavelo –
como indica el sentido peyorativo que ha adquirido el adjetivo maquiavélico– son algo así como el manual inconfesable que el
político debe seguir pero nunca mostrar en público:
«Los hombres, en general, juzgan más por los ojos que por las manos ya que a todos es dado ver, pero palpar a pocos: cada uno
ve lo pareces, pero pocos palpan lo que eres, y estos pocos no se atreven a enfrentarse a la opinión de muchos, que tienen
además la autoridad del Estado para defenderlos. […] Trate, pues, un príncipe de vencer y conservar su Estado, y los medios
serán siempre juzgados honrosos y ensalzados por todos, pues el vulgo se deja seducir por las apariencias y por el resultado final
de las cosas, y en el mundo no hay más que vulgo. Los pocos no tienen sitio cuando la mayoría tiene donde apoyarse. Un
príncipe de nuestros días, al cual no es correcto nombrar aquí, no predica jamás otra cosa que paz y lealtad, pero de la una y de
la otra es hostilísimo enemigo, y de haber observado la una y la otra, hubiera perdido en más de una ocasión o la reputación o el
Estado». Maquiavelo, N.: El príncipe, XVIII. Alianza Editorial, Madrid, 1981, p. .
Sin embargo, hay en el discurso de Maquiavelo –además de una grandeza estilística y una profundidad incomparables– una
honestidad de fondo: se trata, para él, de garantizar la independencia de la autoridad política con respecto a los poderes morales o
religiosos (que en su tiempo no se distinguían), y se trata de hacerlo a favor de la libertad republicana.
Solo el poder político puede procurar a los hombres una vida segura, pero el buen uso del poder –del que puede aprenderse en la
historia de las experiencias políticas del pasado– es muy diferente de la simple conservación de la seguridad. Maquiavelo
llama virtud a la propiedad que distingue al buen orden social, aunque en un sentido peculiar que, además de mantener su viejo
significado de «excelencia», añade el de «fuerza anímica» de la vida pública. Como no se trata de una virtud espontánea de los
hombres, se refiere más bien a aquella perfección que nace de la ordenación racional de la vida común mediante las leyes y de
la creación de un espacio de libertades jurídicamente avaladas por el derecho y apoyadas por la coacción de los poderes
civiles legítimos.
Ciertamente, ni las leyes ni la «virtud» política pueden eliminar el hecho de que los hombres viven sometidos al imperio de la
fortuna, del cual nunca pueden llegar a ser dueños y de cuyas consecuencias nunca pueden escapar del todo. Sin embargo, la
política –tanto en lo que tiene de ordenamiento racional de la vida civil como de conocimiento histórico de lo conveniente y lo
inconveniente por el estudio del pasado– reduce la jurisdicción del azar y confiere a los hombres la capacidad para organizar
sus vidas de una forma favorable.
Como ya se ha dicho, todas estas consideraciones de Maquiavelo crean el ambiente necesario para que se produzca una ruptura, en
la concepción de la política, con respecto a la Antigüedad: en lugar de considerar –como habían hecho los autores clásicos
antiguos y medievales– la política como una continuación de la naturaleza, y de buscar en esta última el fundamento para los
derechos, ahora la política buscará una fundamentación autónoma, independiente de la naturaleza y generadora de un derecho
del cual los propios hombres que han de regirse por él puedan sentirse autores.
El aliento de los textos de Maquiavelo, a través de las obras de Hobbes y de Spinoza, entre otros, llegará vivo –aunque
profundamente transformado– a la gran revolución política de la Modernidad que se culminará en la Europa del siglo XVIII.
2 La Revolución Científica
El cosmos aristotélico
El cosmos artistotélico puede ser descrito como un sistema cerrado y finito,
teleológicamente ordenado. El principio rector reza así: «todo lo que se mueve es
movido por otra cosa». En la cúspide del sistema encontramos el motor inmóvil,
acto puro, que mueve eróticamente (todas las cosas ansían parecerse a él).
El motor inmóvil no puede –a pesar de algunas vacilaciones del propio Aristóteles– estar en contacto con el mundo: es
el mundo el que tiende a él como a su fin último. Por debajo se encuentra el primer motor, que pone en movimiento la
esfera de las estrellas fijas; esta, a su vez, mueve la esfera de Saturno, y así sucesivamente, hasta el orbe lunar. Estas
esferas están constituidas de una sustancia, el éter, en la que se equilibran perfectamente la materia y la forma. Su
movimiento es circular. Son ellas las que determinan el tiempo («imagen móvil de la eternidad», en palabras de
Platón). Esa sustancia es denominada, también, quinta essentia (las otras cuatro, terrestres, son la tierra, el agua, el
aire y el fuego).
Por debajo del orbe sublunar se encuentra la Tierra estática, en el centro del universo, y estructurada según los
cuatro elementos antes citados. Una conmoción desordenó parcialmente la ordenación elemental, engendrando así el
movimiento; en efecto, en la Tierra los elementos están mezclados.
El movimiento en el orbe sublunar
El movimiento natural será, precisamente, la pugna de los cuerpos por volver a la esfera elemental
correspondiente (a su lugar natural). Agua y tierra son, por naturaleza, graves: tienden a descender (tomado
el horizonte como punto de referencia). Aire y fuego son livianos: tienden a ascender.
El movimiento rectilíneo vertical es, pues, el movimiento natural del orbe sublunar. Los movimientos
horizontales, oblicuos o compuestos son siempre movimientos violentos; son debidos a una fuerza actuante
sobre ellos, y cesan cuando cesa de aplicarse la fuerza (acción por contacto).
El movimiento uniforme se debe a la aplicación constante de una fuerza uniforme (sea natural o violenta).
En todo momento, el móvil ve frenado su movimiento por el paso a través de un medio; de no ser así, su
movimiento sería instantáneo (paso inmediato a su lugar natural), lo cual es absurdo, salvo en el caso de la luz,
que no se considera cuerpo. De aquí la imposibilidad, tanto del vacío como del infinito en acto. Cuando el cuerpo
ocupa al fin su lugar natural (su elemento) reposa en relación con el medio, que, como tal, gira en círculo, salvo en
sus dos extremos: por carencia (centro del elemento tierra) y por absoluta perfección (Dios, que ya no es,
naturalmente, medio).
Las anomalías en la cosmología aristotélica
Las tres grandes exigencias del sistema aristotélico del mundo son: geocentrismo; esferas concéntricas y cristalinas
en torno a una Tierra estable, y movimiento uniforme de tales orbes celestes. Todo ello está inscrito en la esfera
de las estrellas fijas, movida regularmente –para explicar los días y las noches– por el primer motor, especie de alma
del mundo movida, a su vez, por el motor inmóvil: Dios.
Esta armonía, expresión de las grandes hipótesis de base de la ciencia griega: finitud del cosmos, uniformidad y
circularidad como movimiento perfecto (lo más cercano a la inmutabilidad del Dios), se veía desde el principio
perturbada, con todo, por dos fenómenos: cometas y planetas.
Con respecto a los cometas, la solución ofrecida resultaba convincente, dada la ausencia de instrumentos de precisión:
se trataría de «meteoros»; esto es, de fenómenos producidos en la región sublunar por la fricción de las capas de aire y
fuego que rodeaban la Tierra.
Pero los planetas no fueron tan fáciles de dominar. En efecto, aparte del Sol y de la Luna, de movimiento regular,
algunas «estrellas» variaban periódicamente de intensidad lumínica, y otras (especialmente Venus y Marte) aparecían,
bien en posiciones opuestas, bien caminando hacia atrás en movimiento retrógrado. Por eso se las llamó «planetas»
(palabra griega que significa ‘vagabundo’, ‘errante’).
Ptolomeo afirma explícitamente que su sistema no pretende descubrir la realidad: es solo un medio de cálculo. Es
lógico que adoptara el esquema positivista, pues el almagesto se opone flagrantemente a la física aristotélica:
1) Las órbitas son levemente excéntricas: solo así podía
explicarse la diferencia de brillo de los planetas y el hecho de
que el Sol al mediodía parezca mayor en invierno que en verano.
Pero entonces, la Tierra no es el verdadero centro del cosmos.
2) La órbita del planeta P no gira en torno al punto excéntrico O
a la Tierra (T), sino que describe un círculo (epiciclo) en torno a
un punto imaginario D, el cual, a su vez, engendra una nueva
circunferencia (deferente) en torno al punto excéntrico (véase
la imagen 1).
Este artificio permite explicar los movimientos retrógrados (es
fácil ver que la resultante es un movimiento «en bucle»), pero
entonces los planetas no giran realmente en torno a la Tierra.
3) Aún hubo que introducir, en algunos casos, otra modificación. La ciencia griega postulaba la uniformidad
de los movimientos circulares, pero los planetas parecen ir a veces más deprisa. Por ello, hubo que fingir
un ecuante; esto es, un punto excéntrico al círculo deferente. El punto D gira uniformemente en torno a tal
ecuante E, pero, en consecuencia, no lo hace en torno a O.
Sin embargo, el modelo se mantuvo, porque:
1) Aceptaba la idea de una Tierra quieta y, más o menos, en el centro.
2) Empleaba exclusivamente movimientos circulares y uniformes.
3) Servía para predecir con bastante precisión los cambios celestes.
4) Era flexible: permitía correcciones (nuevos círculos y ecuantes) según aumentaba la precisión de las
observaciones.
El cuarto punto fue el causante de su derrumbamiento: si Aristóteles necesitaba 55 esferas para explicar el «sistema
terrestre», en el siglo XV se utilizaban más de 80 movimientos simultáneos para dar razón de los siete cuerpos
celestes.
Así, el gran astrónomo danés Tycho Brahe (1546-1601) rechaza las esferas cristalinas que sostendrían los planetas,
y sugiere un nuevo sistema cósmico conciliador entre Copérnico y Ptolomeo: la Luna, el Sol y la esfera de las
estrellas fijas girarían en torno a la Tierra, inmóvil, pero los cinco planetas lo harían en torno al Sol.
Por el contrario, Giordano Bruno (1548-1600) llevaría al límite el giro copernicano. El rechazo absoluto de los orbes
cristalinos le lleva a imaginar una infinidad de mundos simultáneamente existentes, en los que planetas y estrellas
giran en la inmensidad de un espacio vacío e infinito.
Se pedía en la época, pues, un rigor y una precisión mayores en los datos astronómicos y una nueva teoría que, sobre
la base de la copernicana, lograra conjugar armónicamente los nuevos descubrimientos y las exigencias de la razón
matematizante, de raigambre platónica. El hombre que logró llevar a cabo tal empresa fue Johannes
Movimiento en caída libre. Pasemos al movimiento uniformemente acelerado (caída de los graves). Véase el
texto destacado a continuación; en él se nos dice: «No encontraremos ningún aumento o adición más simple
que aquel que va aumentando siempre de la misma manera. Esto lo entenderemos fácilmente si consideramos
la relación tan estrecha que se da entre tiempo y movimiento».
A los sentidos no aparece tal «estrecha relación». La relación estrecha se da en la razón, y surge de una exigencia de
simetría conceptual entre las nociones antitéticas de reposo y de movimiento natural (caída libre). Definiremos el
reposo por la relación de un cuerpo con el espacio que ocupa, sin consideración del tiempo (estrecha relación entre
espacio y reposo). De nuevo, aquí, es la razón la que dicta la esencia del movimiento, y no los sentidos. Esto sentado,
continúa Galileo: «Se dice que un cuerpo está uniformemente acelerado cuando partiendo del reposo adquiere, durante
intervalos iguales, incrementos iguales de velocidad».
El experimento de la caída de un grave no confirma una observación previa, sino que es el resultado de una deducción
a partir de una definición y un principio, ambos, inverificables directamente.
Todo grave que desciende por un plano inclinado sufre una aceleración. Si tuviese que ascender, sufriría una
deceleración. Podemos, pues, preguntarnos qué ocurriría si se mantuviera en un plano horizontal, a partir de una caída
previa. Es evidente que no podría acelerar ni decelerar: «la velocidad adquirida durante la caída precedente […] si
actúa ella sola, llevaría al cuerpo con una velocidad uniforme hasta el infinito». He aquí, decimos, al fin la ley
fundamental de la física: la ley de inercia. Sin embargo, Galileo fue incapaz de presentarla explícitamente. Y ello
porque pensó toda su vida que la gravedad era la propiedad física esencial y universal de todos los cuerpos materiales.
Véanse, a este respecto, las siguientes y sorprendentes palabras de Galileo (no tan extrañas si recordamos que en
astronomía sigue a Copérnico y desechamos la creencia banal de que la ciencia surge entera y perfecta de la cabeza de
un hombre): «Únicamente el movimiento circular puede ser apropiado naturalmente a los cuerpos que son parte
integrante del universo en cuanto constituido en el mejor de los órdenes […] lo más que se puede decir del
movimiento rectilíneo es que él es atribuido por la naturaleza a los cuerpos y a sus partes únicamente cuando estos
están colocados fuera de su lugar natural, en un orden malo, y que, por tanto, necesitan ser repuestos en su estado
natural por el camino más corto» (Galileo: Diálogos, «Jornada primera»).
Se da aquí una recaída en la física griega, cuando estaba a punto de levantarse el nuevo edificio. La gloria de la
formulación explícita de la ley de inercia sería para Descartes, cuya concepción de la res extensa como, a la vez,
materia física y espacio tridimensional euclídeo, le permitían abrirse a la visión infinita de la nueva ciencia.
El método resolutivo-compositivo
El método de Galileo se levanta, por una parte, contra el nominalismo vigente en su época y, por otra, contra la mera
recogida de datos a partir de la experiencia, para conseguir una generalización inductiva.
La experiencia es una observación ingenua: pretende ser fiel a lo que aparece, a lo que se ve y toca. Pero introduce
subrepticiamente creencias y modos de pensar acríticamente asumidos, a través de la tradición y la educación.
El experimento, por el contrario, es un proyecto matemático que elige las características relevantes de un fenómeno
(aquellas que son cuantificables) y desecha las demás. Y aún más, el pitagorismo de Galileo lo lleva a considerar esas
cualidades no cuantificables (cualidades segundas) como irreales, meramente subjetivas. Realmente solo existe
aquello que puede ser objeto de medida (cualidades primeras). Estamos, ahora, en disposición de seguir los pasos del
método experimental, tal como los traza Galileo en su carta a Pierre Carcavy (1637):
1) Resolución: a partir de la experiencia sensible, se resuelve o analiza lo dado, dejando solo las propiedades
esenciales.
2) Composición: construcción o síntesis de una «suposición» (hipótesis), enlazando las diversas propiedades
esenciales elegidas. De esta hipótesis se deducen después una serie de consecuencias, precisamente las que
puedan ser objeto de resolución experimental.
3) Resolución experimental: puesta a prueba de los efectos deducidos de la hipótesis.
El mundo nuevo surge por la confianza absoluta en la razón proyectiva. La razón impone sus leyes a la
experiencia, hasta el punto de que esta última se convierte en un mero índice de la potencia del intelecto. Es
el inicio de la razón como factor de dominio del mundo.
1. CONTEXTO DE LA MODERNIDAD.
El desplome político, social y cultural del mundo medieval junto con la aparición de la «nueva ciencia» impulsaron el desarrollo
de la ciencia y la filosofía. En ciencia, Isaac Newton (1642-1727), el científico más grande de su época, culmina la Revolución
Científica. En su obra Principios matemáticos de la filosofía natural (1687) expone las bases de su mecánica, que le permitirán
deducir la ley de la gravitación universal. Con Newton culmina el método científico iniciado por Galileo que apostaba por la
búsqueda de los fundamentos de la ciencia en lo empírico y en la aplicación de la matemática al estudio de la naturaleza. Ciencia
y filosofía se separan. En lo sucesivo se entenderán como saberes y disciplinas independientes. La incertidumbre marca la
filosofía del siglo xvii. Se inicia el debate entre empirismo y racionalismo, y la teoría política contractual.
En los siglos XVII y XVIII la confianza en la razón y los avances de la nueva física impulsaron una mentalidad científica que
obligó a la tradición filosófica a replantearse la cuestión del conocimiento. Es aquí donde surge uno de los problemas
tradicionales de la historia de la filosofía: la pregunta por el origen, las fuentes y los límites del conocimiento humano.
La actividad filosófica se centrará durante estos siglos en preguntas como: ¿cómo surge el conocimiento?; ¿cuáles son las fuentes
que nos permiten alcanzar el conocimiento válido y verdadero?; ¿qué método debemos seguir para obtener tal conocimiento?
3. EL RACIONALISMO. RENÉ DESCARTES.
Ante la pregunta por el fundamento del conocimiento, el racionalismo sostendrá que solo la razón produce ideas con claridad,
mientras que la experiencia provoca sensaciones, impresiones y representaciones mentales confusas.
El racionalismo afirma la primacía de la razón en el conocimiento y la existencia de las ideas innatas, y considera
las matemáticas (aritmética y geometría) como modelo del saber racional.
El saber basado en la razón es universal y necesario, mientras que el saber que ofrecen los datos de la experiencia es particular y
relativo al sujeto. Acorde a las características del saber racional (necesidad y universalidad), los racionalistas apostarán por
las matemáticas como modelo de conocimiento verdadero, dadas las características de estas:
3.1. EL MÉTODO
Por Racionalismo se entiende la primera corriente filosófica de la Modernidad. Sostiene, frente al empirismo, que nuestros
conocimientos válidos y verdaderos sobre la realidad no proceden los sentidos, sino de la razón, de nuestro entendimiento. Se
caracterizaría por un conjunto de tesis con las que Descartes, como inaugurador de la misma estaría conforme, a saber. Búsqueda
de una filosofía única y verdadera, un saber universal, válido para todos Para tal fin el único conocimiento válido es el que se
obtiene por la razón, que es la facultad cognoscitiva más importante. La razón es el principio supremo del hombre. Los sentidos
nos engañan y nos inducen a error. El conocimiento sensible es limitado: no puede ser universal (sólo vale para los casos
experimentados), ni necesario (no nos dice que tenga que ser así, o que no pueda ser de otra manera). Piensa que nuestro
conocimiento acerca de la realidad puede ser construido deductivamente (al igual que las matemáticas) a partir de ciertas
ideas y principios evidentes, ideas innatas, captadas intuitivamente por la razón y cuya validez no está en la experiencia sensible,
ni son generalizaciones a partir de la experiencia.
Según Descartes la razón es una y la misma en todos los hombres y dejada a su propia luz es infalible, aunque a veces se
equivoca, para evitarlo propondrá unas reglas ciertas y fáciles, gracias a las cuales los que las observan exactamente alcanzan el
conocimiento verdadero de todo aquello que son capaces.
Basándose en las matemáticas Descartes construyó su método filosófico para hallar un conocimiento cierto e indudable.
Descartes, como muchos otros autores de su tiempo, observaba con desencanto como la matemática o la física eran ciencias que
acumulaban conocimientos con el paso del tiempo; sin embargo, se lamentaba el autor racionalista, la filosofía carece de un
sistema o método propio que le permita adquirir un conocimiento verdadero y con el que estén de acuerdo todos los filósofos.
Para acabar con esa situación el francés se propone construir un método que, como la geometría euclidiana, parta de
algún o algunos axiomas indubitables sobre los que construirá, sistemáticamente, todo el edificio del conocimiento
filosófico.
Según Descartes la razón es única y la misma para todos los hombres y dejada a sí misma es infalible si se utilizan bien sus
operaciones naturales; intuición y deducción. La intuición capta las verdades simples que surgen de la misma razón de modo
inmediato sin posibilidad de dudas. La deducción, por su parte, es un procedimiento intelectual por el que conectamos las
verdades simples de la intuición y concluimos otras verdades a partir de ellas. Sin embargo, a veces la razón se ve afectada por
la influencia de factores subjetivos (prejuicios y pasiones) se ciega y no emplea correctamente estas operaciones. Por tanto,
el método debe consistir en una serie de reglas que nos permitan emplearlas correctamente.
Descartes entiende por método unas reglas ciertas y fáciles, gracias a las cuales los que las observan
exactamente alcanzan el conocimiento verdadero de todo aquello que son capaces. Así pues, el método
presenta dos ventajas, permite evitar el error y no es un simple método de exposición o demostración,
sino que permite descubrir nuevas verdades es un “ars inveniendi”
Para Descartes toda la sabiduría de su época es un viejo edificio falto de unidad e inservible. Habría que derribarlo y construir otro
enteramente nuevo. Para ello deberá establecer una primera verdad absolutamente evidente de la que se pueda deducir todo lo
demás. Escoge el camino de la duda, es una exigencia de la primera regla del método. Hay que buscar un punto de partida
absolutamente cierto a partir del cual sea posible deducir todo el edificio entero de nuestros conocimientos. Esto supone una tarea
previa: dejar en suspenso nuestro juicio respecto de aquellas ideas recibidas de forma acrítica, que no resultan claras y distintas.
Hay que eliminar todo aquello de lo que se pueda dudar. Se trata de una actitud de limpieza respecto de las ideas recibidas,
impulsada por el deseo intelectual de repensar unos puntos de apoyo que puedan servir como definitivos. Un paso en orden a la
adquisición de una certeza absoluta, no se trata de un estado crítico definitivo sino de una duda positiva universal, ficticia en su
intención, pero real en sus efectos. Se trata, en definitiva, de un instrumento metodológico.
La primera y más obvia razón para dudar de nuestros conocimientos se
halla en las falacias de los sentidos: los sentidos nos inducen a veces al
error, y cabe dudar de ellos, ¿Qué garantía existe de que nos induzcan
siempre al error? Es altamente improbable que nos induzcan siempre al
error, pero la improbabilidad no equivale a la certeza y de ahí la que
posibilidad de dudar no quede totalmente eliminada. Esto nos permite
dudar de las que las cosas sean como las percibimos por medio de los
sentidos, pero no de que existan las cosas que percibimos. Descartes
añadirá una razón más radicar para dudar: la imposibilidad de
distinguir la vigilia del sueño, contamos con criterios para
distinguirlos, pero no sirven para fundamentar una certeza absoluta. Esta imposibilidad permite dudar de la existencia de las cosas,
pero no puede afectar a ciertas verdades como las matemáticas, dormidos o despiertos los tres ángulos de un triángulo sumas 180º
grados en la geometría de Euclídes. Añadirá el tercer y más radical motivo de duda: Tal vez exista algún espíritu maligno que
pone todo su poder e inteligencia en inducirme a error (duda hiperbólica). Esta hipótesis equivale a suponer que tal vez mi
entendimiento es de tal naturaleza que se equivoca – Dios me ha hecho así- necesariamente y siempre cuando piensa captar la
verdad.
Argumento Es una prueba a priori. Si Dios es el ente perfecto, debe existir, ya que no puede darse la
ontológico perfección sin la existencia.
Tercera vía Argumento a posteriori. Si yo soy un ser limitado, no he podido crearme, por lo que debe
tomista ser Dios quien me ha creado. Dios es causa
Demostrar la existencia de Dios es fundamental porque si Dios, que es la suma bondad, existe, no permitirá que mis sentidos y mi
razón me engañen ni tampoco que exista un genio maligno afanado en engañarme. Con la existencia de Dios, Descartes finaliza el
proceso de duda, concluyendo que todos los datos de los sentidos, el mundo externo y los axiomas que intuimos en el
entendimiento, son verdaderos. La confianza en la razón es ahora plena.
En este momento de la argumentación cartesiana, se reconocen como verdaderas tanto la existencia del yo en tanto que cosa que
piensa como de Dios. Sin embargo, aún se encuentra puesta en duda la existencia de la realidad externa al yo. El siguiente paso
de Descartes es la demostración de la existencia del mundo fundada en la existencia de Dios. Si Dios es veraz, inmutable e
infinitamente bueno, no puede permitir que mis facultades me engañen. Ahora bien, como mis facultades me muestran que hay
ideas evidentes que parecen proceder de realidades distintas sujeto, deben existir tales cosas. De este modo, Dios garantiza que
mis ideas se corresponden con un mundo o realidad fuera de la conciencia Así, para Descartes la existencia de Dios es el
verdadero fundamento del criterio de certeza basado en la evidencia, ya que la veracidad de Dios garantiza que las ideas claras
y distintas, aquellas acerca de lo que no es posible la duda por resultar evidentes, sean verdaderas.
Ahora bien, las ideas parecen ser de tres clases distintas: las ideas adventicias son aquellas que parecen provenir de la
experiencia externa, las facticias son aquellas que, construidas por mí mismo a partir de otras ideas, y las innatas son ideas que
no proceden de la experiencia externa ni las he construido yo mismo, sino que las encuentro en mí mismo nacidas junto con mi
conciencia. Pues bien, todas las ideas que poseen claridad y distinción son, en realidad, innatas, esto es, han sido impresas por
Dios en el alma, de modo que queda garantizada su verdad. Por otra parte, las conexiones entre las ideas innatas son verdades
que, si bien son necesarias para todo ser racional, dependen enteramente de la voluntad de Dios, absolutamente libre y
omnipotente.
En cuanto a los errores que cometemos, no son causados por Dios, sino que tienen su origen en el mal uso de la voluntad libre
que presiona al entendimiento para que acepte como verdadero lo que no se presenta con evidencia. La causa del error se
encuentra en el ejercicio indebido de la voluntad que, en lugar de someterse al entendimiento, lo fuerza a juzgar equivocadamente.
3.3. LA METAFÍSICA.
Con los conceptos de sustancia, atributo y modo, Descartes intenta explicar la realidad:
Sustancia: hace referencia a cosa (res) y entenderá por sustancia todo lo que existe de forma independiente, es decir,
que solo necesita de sí para existir. Afirmará tres sustancias, dos de ellas finitas y una infinita, aunque en sentido estricto
solo podríamos hablar de esta última, puesto que las sustancias finitas dependerán de la infinita para existir.
Atributo: es la esencia de la sustancia. Existen dos atributos: pensamiento y extensión.
Modo: forma en la que está dispuesta la sustancia (modos de extensión o de pensamiento).
Sustancia finita La res cogitans hace referencia a una realidad mental que es incorpórea, el
pensamiento.
Existe por sí misma, pero, aunque es independiente de otras sustancias finitas, sí
depende de la sustancia infinita para existir, es decir, de Dios.
Res cogitans
Atributos: el mundo inmaterial que se presenta por medio del mundo espiritual:
pensamiento y conciencia.
Modos: los modos del pensar son múltiples (dudar, preguntarse, imaginar,
reflexionar…).
Res extensa La res extensa hace referencia al mundo material, al cuerpo.
Al igual que la res cogitans, la res extensa necesita de Dios para existir.
Atributos: la extensión.
Modos: figura, posición o movimiento de un cuerpo.
Con esta conceptualización del mundo físico, Descartes transforma
la naturaleza en una realidad medible y cuantificable de forma objetiva, lo que dará
lugar a que la naturaleza ya no sea entendida como un mundo de esencias, como
pensaba Aristóteles. Ahora es una realidad matematizable.
El mecanicismo: toda la naturaleza y los seres vivos (sin incluir al ser humano)
serán comprendidos exclusivamente como res extensa y, por ello, serán entendidos
solo como máquinas, como cuerpos movidos por leyes mecánicas (eternas,
cuantificables y predecibles), sin emociones ni pensamientos. Metafóricamente el
mundo físico será identificado con
la imagen de un gigantesco reloj.
El mecanicismo y la matematización de la realidad serán características presentes a
lo largo de la modernidad. Ambas características serán esenciales para la ciencia
moderna.
La sustancia infinita es Dios; es la sustancia por excelencia, dado que no necesita de ninguna otra
sustancia para existir.
Sustancia infinita Los atributos de Dios son infinitos y acogen tanto al mundo material como al inmaterial, es decir, al
cuerpo y al alma.
Los modos de expresión de Dios son también infinitos.
El yo es, según Descartes, una res cogitans, es decir, una sustancia pensante. Soy una cosa que piensa, una cosa independiente
del cuerpo, que no necesita de otra cosa para existir. Puedo dudar de la existencia de mi cuerpo, pero no puedo dudar de mi
existencia, de la existencia de mí mismo en cuanto pienso. Esto significa que puedo pensarme como existiendo sin necesidad de
ninguna otra cosa y que, por tanto, soy una sustancia cuyo atributo esencial es ser pensante. Además, el alma, res cogitans, es
autónoma respecto del cuerpo y, por ello, no está sometida a leyes que regulan el comportamiento de las sustancias extensas. El
alma y cuerpo son, pues, dos sustancias claramente distintos, porque, por ejemplo, el alma es indivisible, mientras que el cuerpo
siempre se puede descomponer en partes. Descartes defiende, pues, es un dualismo antropológico radical.
No obstante, el ser humano es, por tanto, la unión de un alma (res cogitans) y un cuerpo
(res extensa) que interactúan entre ellos. El problema al que se enfrenta Descartes es
explicar cómo dos sustancias tan distintas, una inextensa y la otra extensa, pueden
relacionarse entre ellas, cómo es posible que estas dos clases de realidades mantengan una
relación recíproca de causa y efecto. Según Descartes, esta relación o contacto se produce
en la glándula pineal, aunque, por otra parte, acaba reconociendo que se trata de un hecho
evidente, pero inexplicable.
Las clases de pensamiento. Descartes entiende por pensar toda clase de actos mentales
como, por ejemplo, sentir, recordar, imaginar, concebir o desear. Sin embargo, las clases de pensamientos se pueden reducir
esencialmente a tres. En primer lugar, se encuentran las ideas en sentido estricto, que son meras representaciones. El segundo
tipo de actos mentales son los juicios, en los cuales reside propiamente la verdad. Finalmente, la tercera clase de fenómenos
psíquicos son los apetitos o afectos. En cuanto a las facultades del alma, Descartes parece reducirlas, en último término, al
entendimiento y la voluntad.
El libre albedrío. El hecho de la voluntad humana sea libre es, a juicio de Descartes, absolutamente evidente. A su juicio, la
libertad no consiste en la indiferencia de la voluntad ante todas las alternativas ni en la elección arbitraria, sino en que la voluntad
elija lo propuesto por entendimiento como bueno y verdadero. Así pues, la voluntad debe someterse al entendimiento. Aunque el
libre albedrío se trate de un hecho que no necesite demostración, su condición de posibilidad es que el alma no es extensa y, por
consiguiente, es independiente respecto a las leyes que rigen el comportamiento de los cuerpos.
3.4. LA ÉTICA
La moral provisional. Descartes estableció una «moral provisional» con el fin de guiar su vida hasta que dedujese los principios
morales fundados en su sistema metafísico. Se trata, por tanto, de un conjunto de reglas provisionales útiles para dedicarse a la
búsqueda de la verdad mientras no se conozcan las normas morales absolutamente evidentes, si bien es cierto que confirmó a lo
largo de su vida la utilidad de su moral provisional. La primera regla de dicha moral provisional es obedecer a las leyes y
costumbres del país en que se vive para poder pasar inadvertido. La segunda consiste en ser firme en las resoluciones tomadas
una vez que se han adoptado a pesar de que inicialmente fuesen dudosas. El tercer precepto aconseja vencerse a uno mismo y
modificar los propios deseos en vez de querer cambiar la realidad y la fortuna. Por último, como conclusión de esta moral,
Descartes confirma que la mejor ocupación es dedicarse al cultivo de la razón y el conocimiento de la verdad.
Las pasiones. A fin de liberarse de la tiranía de las pasiones y someter la voluntad al entendimiento, hay que tener en cuenta que,
mientras que las acciones son las decisiones y conductas que dependen de la voluntad, las pasiones proceden del cuerpo y, en
consecuencia, son involuntarias, aunque afecten al alma. Así pues, las pasiones son emociones, sentimientos y percepciones
causados en el espíritu por el cuerpo al que está unido. Según Descartes, si bien no es necesario suprimir totalmente las pasiones,
éstas deben ser dominadas por la razón de modo que el hombre se mantenga dueño de sí mismo. Ahora bien, como las pasiones
no dependen de nuestra voluntad, han gobernarse indirectamente mediante los pensamientos que a su vez las favorecen o atenúan.
Además, recomienda la pasión y la virtud de la generosidad, que estriba en ser conscientes de que nada nos pertenece salvo lo
que depende de nuestra voluntad, no desear nada que no esté en nuestras manos, y hacer siempre lo que se considera mejor. Se
trata, pues, de una actitud semejante a la magnanimidad.
1. Con R. Descartes (1596-1650) puede decirse que comienza la Filosofía Moderna. Es el fundador del Racionalismo, una de las
más típicas corrientes de la modernidad. Su proyecto consiste en elaborar un sistema filosófico que unifique todas las ciencias
sobre seguros cimientos utilizando exclusivamente la razón. Dicho proyecto supone: la formulación de un método, la utilización
de la duda hasta conseguir la primera verdad y la recuperación racional del conocimiento de todo a partir de esa primera verdad
segura.
2. En su búsqueda de un principio firme para la filosofía, Descartes duda de las certezas comúnmente aceptadas. Concluye que
"pienso, luego existo" es ese principio.
Dado que los sentidos, en ocasiones, nos engañan, pongo en duda la validez de las sensaciones.
2) Como a veces nos equivocamos en los razonamientos matemáticos, supongo que mis demostraciones son falsas.
3) No siempre está clara la distinción entre los sueños y en la realidad; finjamos, entonces, que lo que hasta ahora hemos
tomado por mundo real sea ilusión
4) "Pienso, luego existo" es una verdad firme y segura que sirve como primer principio de la filosofía.
3. El Racionalismo puede considerarse como una reacción frente al escepticismo y frente a la dispersión de escuelas y opiniones
filosóficas, una reacción que deposita una plena confianza en el poder de la Razón. De ahí que Descartes comience la construcción
de su sistema con la duda (metódica), esforzándose por dudar de todo lo posible. Se trata de una estrategia consciente y deliberada
(“quise suponer”…”quería pensar”…) mediante la cual intenta dudar de todo, pero una duda esperanzada en que es posible hallar
la verdad. Se trata también de una estrategia en la que Descartes fuerza y “exagera” voluntariamente las posibles causas de duda,
pues cuanto más se esfuerce en dudar, si encuentra alguna verdad que resista esa duda forzada, tanto más “ firme y segura” será
dicha verdad, así lo plantea en el texto.
Efectivamente, puesto que los sentidos me engañan algunas veces ya no sé si lo hacen siempre; por tanto, tengo que
dudar de si las cosas son como los sentidos me enseñan. Como no dispongo de un criterio seguro para distinguir entre el sueño y
la vigilia, no tengo más remedio que dudar también de la existencia misma de esas cosas que percibo, de si existen realmente o
son sólo “ilusiones”. Y como a veces, en los razonamientos más sencillos me equivoco, puede que me esté equivocando siempre.
En las Meditaciones Metafísicas utiliza Descartes el recurso del genio maligno, para poner en duda las “verdades matemáticas”,
pues pudiera ser que ese genio maligno me manipulase de tal modo que yo creyese estar en la verdad, cuando en realidad estoy en
el error.
En resumen, nos plantea en el texto que no tengo seguridad de si las cosas son como me dicen los sentidos (esencia), ni si
existen tales cosas (existencia), ni si estoy siendo manipulado (incluso en el terreno de los razonamientos de la matemática). Todo
parece ser susceptible de duda. Una duda que en Descartes es metódica, universal, provisional y teorética. Pero, aunque “quiera
pensar que todo sea falso” si pienso, yo soy algo. Pienso, luego existo. Aunque todos mis pensamientos sean falsos, tengo que
admitir que existo. Ha logrado Descartes descubrir una verdad indubitable, una verdad “firme y segura”, la “primera piedra” sobre
la que edificar su sistema, puesto que cumple perfectamente la primera regla de su método, la de la evidencia. Pero como
Descartes concebía la Ciencia como un saber de carácter deductivo, se ve ahora obligado a deducir desde esa primera verdad todo
el sistema. Descartes se va a ver obligado a sacar del yo las cosas, no sin dificultades y apoyándose únicamente en la razón.
Como se ve, la confianza de Descartes en el poder de la razón es plena. La información de los sentidos de entrada es para
Descartes poco fiable, y aunque luego la recupera, dicha información sólo será válida si confirma las deducciones que la razón ha
llevado a cabo desde las ideas innatas. La experiencia sólo interviene para comprobar las
suposiciones deductivas más concretas.
Baruch de Spinoza
(Amsterdam, 1632 - La Haya, 1677) Filósofo neerlandés. Hijo de judíos españoles
emigrados a los Países Bajos, estudió hebreo y la doctrina del Talmud. Cursó estudios de
comercio y teología, pero, por la fuerte influencia que ejercieron sobre él los escritos de
Descartes y Hobbes, se alejó del judaísmo ortodoxo. Su crítica racionalista de la Biblia
provocó que fuese por último excomulgado por los rabinos en 1656; Spinoza se retiró
entonces a las afueras de Amsterdam, donde trabajó como pulidor de lentes.
Durante este período escribió un Breve tratado acerca de Dios, el hombre y su felicidad, y
parece que también la obra De la reforma del entendimiento y un polémico Tratado
teológico-político, aunque se publicarían más tarde. En 1673 renunció a una cátedra en
Heidelberg para mantener su independencia intelectual. En 1675 terminó su obra más
importante, la Ética demostrada según el orden geométrico, iniciada catorce años antes y
que no se publicaría hasta su muerte, en 1677. También por esta época emprendió la
redacción del Tratado político, que quedó inconcluso.
La filosofía de Baruch Spinoza parte de la identificación de Dios con la naturaleza (Deus sive natura), y representa el mayor
exponente moderno del panteísmo. Llevó al extremo los principios del racionalismo, y dedujo toda su filosofía de la definición de
sustancia como «aquello que es en sí mismo y se concibe por sí mismo», por lo que sólo podía existir una sustancia, la divina.
La mente humana conoce sólo dos «atributos» o formas de aparecer de Dios, el pensamiento y la extensión, aunque sus atributos
deben ser infinitos. Los individuos son a su vez modos, determinaciones concretas, de los atributos. Este monismo radical resuelve
el problema cartesiano de la relación entre pensamiento y extensión, pues son sólo formas de presentarse la sustancia divina, así
como el conflicto entre libertad y necesidad, que se identifican desde el punto de vista de Dios, pues es libre como natura
naturans (en cuanto causa) y determinado en cuanto natura naturata (en cuanto efecto). Desde el punto de vista del hombre, la
libertad individual es una ilusión.
Spinoza destacó tres géneros de conocimiento humano: en el primero, el hombre es esclavo de las pasiones y sólo
percibe los efectos o signos e ignora las causas; en el segundo, la razón elabora ideas generales o nociones comunes que
permiten a la conciencia acercarse al conocimiento de las causas, y aprende a controlar las pasiones; en el tercer género,
el hombre accede a una intuición totalmente desinteresada, pues conoce desde el punto de vista de Dios ( sub specie
aeternitatis), ajeno a sí mismo como individuo y por tanto sin que le perturben las pasiones individuales. En esta
contemplación se identifican lo singular y lo eterno, y se percibe la presencia de todo en todo, intuición en la que se cifra
la única felicidad posible.
En el terreno político, Spinoza rechazó el concepto de moral, por considerar que implicaba una desvalorización de lo real en
nombre de un ideal trascendente. Todos los seres se guían por el principio de autoconservación, sobre el cual se edifica el
Estado como limitación consensual de los derechos individuales. Sin embargo, lo que el individuo busca en el Estado es la
conservación propia, por lo que puede revolverse contra él en caso de que no cumpla esta función («Dios crea individuos, no
naciones»). En la medida en que la ley limita el poder de cada uno mediante un sistema de recompensas y castigos, la política
descansa necesariamente en pasiones tristes (temor, seguridad). La principal preocupación política de Spinoza fue: ¿por qué los
hombres combaten por su esclavitud como si se tratara de su libertad? Aunque la democracia es el mejor de los regímenes
políticos, pues tiende a sustituir las pasiones tristes por el amor a la libertad y favorece el acceso al estado de razón, sólo se llega
al tercer género de conocimiento por la vía individual y privada.
La filosofía de Spinoza generó un importante rechazo en su tiempo, pero un siglo más tarde sería recuperad y ejercería una
importante influencia no sólo en el terreno de la metafísica, sino entre poetas románticos como Shelley y Wordsworth. Si bien
históricamente se sitúa entre los continuadores del racionalismo cartesiano (junto con Malebranche y Leibniz), Spinoza no
perteneció a ninguna escuela, y resulta difícil destacar al nivel que merecen la profunda originalidad y la independencia de su
pensamiento.
La filosofía de Leibniz. Junto con su iniciador, René Descartes, Gottfried Wilhelm Leibniz es el más destacado representante del
racionalismo. Leibniz situó el criterio de verdad del conocimiento en su necesidad intrínseca y no en su adecuación con la
realidad; el modelo de esa necesidad lo proporcionan las verdades analíticas de las matemáticas. Junto a estas verdades de razón,
existen las verdades de hecho, que son contingentes y no manifiestan por sí mismas su verdad.
El problema de encontrar un fundamento racional para estas últimas lo resolvió afirmando que su contingencia era consecuencia
del carácter finito de la mente humana, incapaz de analizarlas por entero en las infinitas determinaciones de los conceptos que en
ellas intervienen, ya que cualquier cosa concreta, al estar relacionada con todas las demás siquiera por ser diferente de ellas, posee
un conjunto de propiedades infinito.
Frente a la física cartesiana de la extensión, Leibniz defendió una física de la energía, ya que ésta es la que hace posible el
movimiento. Los elementos últimos que componen la realidad son las mónadas, puntos inextensos de naturaleza espiritual, con
capacidad de percepción y actividad, que, aun siendo simples, poseen múltiples atributos; cada una de ellas recibe su principio
activo y cognoscitivo de Dios, quien en el acto de la creación estableció una armonía entre todas las mónadas. Esta armonía
preestablecida se manifiesta en la relación causal entre fenómenos, así como en la concordancia entre el pensamiento racional y
las leyes que rigen la naturaleza.
Las contribuciones de Leibniz en el campo del cálculo infinitesimal, efectuadas con independencia de los trabajos de Newton, así
como en el ámbito del análisis combinatorio, fueron de enorme valor. Introdujo la notación actualmente utilizada en el cálculo
diferencial e integral. Los trabajos que inició en su juventud, la búsqueda de un lenguaje perfecto que reformara toda la ciencia y
permitiese convertir la lógica en un cálculo, acabaron por desempeñar un papel decisivo en la fundación de la moderna lógica
simbólica.
Anne Conway
Filósofa inglesa. Hija de Heneage Finch, Speaker de la Cámara de los Comunes, y de
Elisabeth Cradock Finch. Nació una semana después de la muerte de su padre. Se educó en
su propia casa, donde aprendió latín, griego y hebreo, y donde ya dio muestras de una gran
curiosidad intelectual que llamaron la atención al filósofo Henry More, uno de los más
destacados miembros del círculo de los platónicos de Cambridge que había sido tutor de un
hermano de Anne. Durante gran parte de su vida, fuertemente marcada por la enfermedad y
prolongados dolores de cabeza, Anne mantuvo una intensa relación epistolar con More,
especialmente dedicada al estudio de la filosofía de Descartes, a la que criticaba
su mecanicismo incompatible con la religión. A partir del estudio del cartesianismo Anne se
interesó por la cábala y finalmente por el cuaquerismo. En 1651 se casó con Edward
Conway. Sus prolongados dolores de cabeza, que desafiaban cualquier remedio conocido y
que incluso la llevaron a Francia para practicarle una trepanación -que finalmente no se
realizó-, fueron una fuente importante de sus reflexiones filosóficas, especialmente de su intento de fundamentar
una teodicea capaz de explicar la compatibilidad entre un Dios todopoderoso y bondadoso con la existencia del mal, la
enfermedad y las desgracias del mundo. Además de su interés por el cartesianismo, Anne Finch Conway estudió y evaluó
críticamente el pensamiento de Hobbes y Spinoza, y el mismo Leibniz confiesa haber estado influido por sus reflexiones e incluso
es posible que le hubiese sugerido el término mónada.
Colaboró con varios autores en diversas obras y artículos, pero solamente se publicó póstumamente una única obra suya, Los
principios de la filosofía antigua y moderna, escrita entre 1671 y 1675, y publicada inicialmente en latín en 1690, aunque el
original estaba escrito en inglés.
EL EMPIRISMO DE LOCKE.
¿Qué es entonces lo que podemos conocer? Para responder a esta pregunta, Locke distingue en los objetos materiales
aquellas propiedades que debe considerar la ciencia (las que podemos conocer) y aquellas otras que no son válidas para la ciencia
(las que no podemos conocer), diferencia que ya había establecido Galileo. Así, distingue entre:
Cualidades primarias (objetivas) Son cualidades objetivas de los objetos: la longitud, el volumen, el peso o la
velocidad, es decir, todo elemento ajeno al observador. Estas propiedades son las susceptibles de ser comprobadas
empíricamente.
Cualidades secundarias (subjetivas) Son producidas por un sujeto, son cualidades subjetivas que varían según la
experiencia particular de cada persona: el sabor, el olor, el color… La ciencia no puede basarse en ellas porque interviene
la subjetividad del científico.
Locke afirmaba que el origen de todo conocimiento es la experiencia, pues, por ejemplo, los niños no tienen la idea de Dios en
la mente o no se comparte la misma idea de Dios entre distintas culturas y seres humanos. Todo lo que existe en la mente ha
tenido que pasar antes por los sentidos. Para mostrar esta tesis central del empirismo, Locke adopta el lema escolástico que reza
Nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensu («nada hay en la mente que antes no haya pasado por los sentidos»). La mente
es una tabula rasa, es como un folio en blanco, que no tiene nada escrito al nacer. Con esta afirmación, Locke niega la tesis
racionalista que afirmaba la existencia de ideas innatas y el conocimiento intuitivo como base del conocimiento verdadero.
El origen de las ideas está en la experiencia sensible. Esta puede ser de dos clases:
Externa (sensación) Experiencia de los objetos exteriores captada por los sentidos externos. Por ejemplo, la percepción
de un coche, de un río o de estas palabras.
Interna (reflexión.) Surgen de operaciones internas de la mente y producen los estados subjetivos de conciencia. Son
provocados por las ideas de las cualidades sensibles, por ejemplo, la velocidad que experimentamos al viajar en un tren
de alta velocidad.
De la experiencia sensible surgen las ideas simples. Las ideas son entendidas por Locke no como algo meramente intelectual, al
estilo de Platón y Descartes, sino como un «contenido mental» que procede de un contenido sensible. Existen dos clases de ideas:
Simples Es la materia con la que se construyen todos nuestros conocimientos. Las recibimos de manera pasiva por la
experiencia sensible (a través de la percepción de las cualidades primarias y secundarias). Tipos de ideas simples:
Ideas de sensación: surgen de la experiencia sensible externa.
Ideas de reflexión: provienen de la experiencia interna. Surgen de imaginar, memorizar, comparar
Mezcla de ambas ideas.
Compuestas. Son ideas que se forman combinando ideas simples. En estas, nuestra mente es activa porque trabaja para
elaborarlas. Existen tres tipos de ideas complejas:
De los modos: de las formas de ser y comportarse los seres finitos. Algunas de sus propiedades son el tiempo, el
movimiento, la cantidad… Implican necesidad.
De las relaciones: surgen de las conexiones entre las cosas, al comparar, contrastar.
De las sustancias: de aquello en lo que se anclan todas las cualidades de un objeto, de un ser vivo…
Lo único que podemos percibir de los objetos son diversas cualidades de las que surgen ideas simples. Nuestra mente opera con
todas esas ideas simples y supone que tiene que existir un soporte en el que sucedan todas esas cualidades. A ese soporte es a lo
que llamaríamos sustancia.
Locke no niega la existencia de la sustancia, pero afirma que no la debemos entender como una idea simple. Conocemos las cosas
por sus diversas cualidades y todas ellas son lo que para Locke constituye la sustancia. Al ser diversas, la idea de sustancia es una
idea compuesta.
Aunque Locke critica la metafísica, no pretende acabar con ella. Lo que se propone es considerar que la metafísica tiene como
objeto de estudio realidades que quedan fuera de lo que es posible conocer, por tanto, fuera del campo de la ciencia. Las ideas
metafísicas puede que existan, pero nosotros no tenemos acceso a ellas por la experiencia. Estas realidades son:
Yo. Surge de una certeza intuitiva.
Dios. Tenemos de él una certeza demostrativa.
Los cuerpos. Los conocemos por las ideas que formamos a partir de los sentidos.
La importancia de la crítica de Locke está en haber subrayado que de la realidad exterior (sustancia material) solo podemos
conocer sus características y propiedades, pero nunca saber qué es en sí. Y lo mismo ocurre con el sujeto psíquico o pensante y
con la sustancia divina. Tenemos que ser conscientes de nuestras limitaciones y admitir que las ideas simples son los límites del
conocimiento humano. Por lo tanto, solo conocemos una serie de relaciones, asociaciones y regularidades. Este conocimiento de
las regularidades de la naturaleza, tal como aparece en la ciencia de Newton, es un conocimiento preciso y accesible a la mente
humana. Así, gracias a la influencia de Locke, la perspectiva newtoniana se fue imponiendo en la especulación filosófica y en la
ciencia.
1. EL EMPIRISMO DE HUME
La doctrina del empirismo fue por formulada por John Locke en el Siglo XVII. Locke argumentó que el cerebro de un bebé
recién nacido es como una tabula rasa (Locke usa la expresión "white paper", "papel en blanco"), en el cual las experiencias dejan
marcas. El empirismo niega rotundamente que los humanos tengan ideas innatas o que cual cosa sea entendible sin tener
que hacer alusión a la experiencia. La filosofía empirista clásica evoluciona a lo largo de los siglos XVII y XVIII, naciendo y
desarrollándose especialmente en las Islas Británicas. Propugna que el origen del conocimiento es la experiencia y que la mente es
como un papel en blanco sin ideas innatas, esto implica la negación de las ideas del racionalismo, y que el conocimiento humano
no es ilimitado; la experiencia y percepción es su límite.
A diferencia del racionalismo, que afirmaba que la razón era la fuente del conocimiento, el empirismo tomara la experiencia
como la fuente y el límite de nuestros conocimientos. Ello supondrá la negación de que existan "ideas" que no procedan de la
experiencia. Cuando nacemos la mente es una "tabula rasa" en la que no hay nada impreso. Todos sus contenidos dependen de la
experiencia. Hume comienza la presentación de su filosofía con el análisis de los contenidos mentales. Encuentra dos tipos de
contenidos: las impresiones y las ideas. La diferencia que existe entre ambas es la intensidad con que las percibimos, siendo las
impresiones contenidos mentales más intensos y las ideas contenidos mentales menos intensos. Además, la relación que existe
entre las impresiones y las ideas es la misma que la del original a la copia. Es decir, las ideas derivan de las impresiones; las
impresiones son, pues, los elementos originarios del conocimiento.
Impresiones: datos inmediatos de la experiencia: sensaciones o sentimientos (oír, ver, sentir, amar, odiar,
desear, querer, etc.).
Ideas: copias debilitadas de las impresiones en el pensamiento.
Las impresiones, por su parte, pueden ser de dos tipos: de sensación y de reflexión. Las impresiones de sensación, cuya causa
es desconocida, las atribuimos a la acción de los sentidos, y son las que percibimos cuando decimos que vemos, oímos, sentimos,
etc. Las impresiones de reflexión: son aquellas que van asociadas a la percepción de una idea, como cuando sentimos aversión
ante la idea de frío, y casi similares. Además, las impresiones pueden clasificarse también como simples o complejas; una
impresión simple sería la percepción de un color, por ejemplo; una impresión compleja, la percepción de una ciudad. Las ideas,
a su vez, pueden clasificarse en simples y complejas. Las ideas simples son la copia de una impresión simple, como la idea de un
color, por ejemplo. Las ideas complejas pueden ser la copia de impresiones complejas, como la idea de ciudad, o pueden ser
elaboradas por la mente a partir de otras ideas simples o complejas, mediante la operación de mezclarlas o combinarlas según
las leyes que regulan su propio funcionamiento.
Las leyes de la asociación de ideas: "es evidente que hay un principio de conexión entre los distintos pensamientos o ideas de la
mente y que nos introducen a otros con un cierto grado de orden y regularidad". La capacidad de la mente para combinar ideas
parece limitada, nos dice Hume. Pero por poco que nos hallamos detenido a reflexionar sobre la forma en que se produce esta
combinación de ideas podemos observar cómo "incluso en nuestras más locas y errantes fantasías, incluso en nuestros mismos
sueños", esa asociación se produce siempre siguiendo determinadas leyes: la de semejanza, la de contigüidad en el tiempo o en el
espacio, y la de causa o efecto.
Cuando la mente se remonta de los objetos representados en una pintura al original, lo hace siguiendo la ley de semejanza. Si
alguien menciona una habitación de un edificio difícilmente podremos evitar que nuestra mente se pregunte por, o se represente,
las habitaciones contiguas; del mismo modo el relato de un acontecimiento pasado nos llevará a preguntarnos por otros
acontecimientos de la época; en ambos casos está actuando la ley de asociación por contigüidad: en el espacio, el primer caso; y
en el tiempo, en el segundo caso. El caso del pensar en un accidente difícilmente podremos evitar que venga a nuestra mente la
pregunta por la causa, o por las consecuencias del mismo, actuando en este caso la ley de la causa y el efecto.
Relaciones de ideas y cuestiones de hecho: Cuáles son las formas posibles de conocimiento. Nos dirá que todos los objetos de la
razón pueden dividirse en dos grupos: relaciones de ideas y cuestiones de hecho.
a) Relaciones de ideas: Son "las ciencias de la Geometría, Álgebra y, Aritmética…". Las características de estos
objetos es que pueden ser conocidos independientemente de lo que exista "en cualquier parte del universo". Dependen
exclusivamente de la actividad de la razón, ya que una proposición como " el cuadrado de la hipotenusa es igual al
cuadrado de los dos lados de un triángulo rectángulo" expresa simplemente una determinada relación que existe entre
los lados del triángulo, independientemente de que exista o no exista un triángulo en el mundo.
a) Cuestiones de hecho: Las cuestiones de hecho, no pueden ser investigadas de la misma manera, ya que lo contrario de
un hecho es, en principio, siempre posible. No hay ninguna contradicción, dice Hume, en la proposición "el sol no
saldrá mañana", ni es menos inteligible que la proposición, "el sol saldrá mañana". No podríamos demostrar su
falsedad recurriendo al principio de contradicción. ¿A qué debemos recurrir, pues, para determinar si una cuestión de
hecho es verdadera o falsa? Todos los razonamientos sobre cuestiones de hechos parecen estar fundados, nos dice, en la
relación de causa y efecto. Si estamos convencidos de que un hecho ha de producirse de una determinada manera, es
porque la experiencia nos lo ha presentado siempre asociado a otro hecho que le precede o que le sigue, como su causa o
efecto. SI oímos una voz en la oscuridad, estamos seguros de la presencia de una persona: no porque hayamos alcanzado
tal seguridad mediante un razonamiento, sino que "surge enteramente de la experiencia, cuando encontramos que
objetos particulares cualesquiera están constantemente unidos entre sí". Las causas y efectos, por lo tanto, no pueden
ser descubiertas por la razón, sino sólo por experiencia.
La crítica a la idea de “causa”: de lo que hemos dicho anteriormente se deduce que sólo podemos conocer lo que percibimos
directamente o bien lo que recordamos haber percibido, pero no podemos conocer lo que ocurrirá. Sin embargo, a menudo
hacemos deducciones del tipo “si pongo un cazo con agua al fuego, el agua se calentará”, es decir, hacemos inferencias causales
acerca del futuro. Pensamos que el hecho de que el agua se caliente es una consecuencia necesaria de lo anterior, pero, siendo
estrictos con lo dicho anteriormente, no tenemos impresión alguna de esa conexión necesaria; observamos el fuego y observamos
que aumenta la temperatura del agua, pero no que exista una conexión necesaria, lo que hacemos es suponer o creer que ocurrirá.
Esta certeza proviene del hábito, es decir, de la memoria o de la costumbre. Yo, mundo, Dios: una vez sentado que la relación
“causa-efecto” es fruto del hábito y solamente aceptable entre impresiones, podemos criticar las justificaciones que los filósofos
anteriores como Santo Tomás, Descartes o Locke hacen del mundo, de Dios o de la idea de yo.
El mundo: parece que el mundo es la causa de nuestras impresiones, es decir, debido a que el mudo existe, tenemos
impresiones de él. Esta es una deducción inválida porque no va de una impresión a otra sino de las impresiones a una
supuesta realidad fuera de la mente. En resumen, podríamos decir que tenemos impresiones, pero no sabemos de dónde
proceden, ni podemos saberlo.
Dios: del mismo modo ocurre con Dios; una vez criticada la idea de “causa” y ya que sólo hemos aceptado la causalidad
entre impresiones, no podemos afirmar que Dios existe porque no tenemos impresión de él. No podemos decir, por lo
tanto, que Dios es causa incausada, ni nada por el estilo porque hemos desterrado la idea de “causa” como una idea
verdadera.
Yo: no tenemos impresiones permanentes del yo, el yo no es ninguna impresión, sino aquello a que nuestras ideas o
impresiones se refieren. Los filósofos han dicho que el yo es un sujeto que piensa, pero ¿Tenemos una impresión
invariable de este fenómeno? La respuesta es no ¿Cómo somos capaces de reconocernos a nosotros mismos a lo largo de
la vida? Hume apela a la memoria como mecanismo para conocer la conexión entre las distintas impresiones que
tenemos. Por otro lado, podríamos apelar a que el Yo es la causa de nuestras ideas o aquello que piensa, lo que se
autoinvalida por razones parecidas a las otras dos ideas; la idea de causa es falsa de modo que no puedo argumentar que
sea causa de mis pensamientos.
Después de esto, Hume queda abocado a asumir el escepticismo porque considera que no es demostrable la conexión entre
impresiones, ni puede decir ni una palabra acerca de su origen. Por lo tanto, sólo conocemos fenómenos (impresiones e ideas) y no
entes existentes por sí mismos. El término “fenómeno” alude aquí meramente a su sentido etimológico, es decir, lo que aparece a
la conciencia o a la mente (en este caso ideas procedentes de impresiones). Llegados a estas alturas podemos observar cómo la
ontología de Hume está íntimamente relacionada con la epistemología hasta el punto en que una queda reducida a la otra. El
escepticismo humeano es la consecuencia de su incapacidad para argumentar acerca de la existencia de otra cosa distinta de los
fenómenos (impresiones e ideas).
Del mismo modo que hizo con el conocimiento, Hume se plantea de dónde proceden los juicios morales, es decir, por qué
consideramos algo como bueno o malo. A lo largo de la historia de la Filosofía se ha pretendido que esta distinción proviene de la
razón o de un supuesto orden natural. Hume opina que el conocimiento intelectual no es, ni puede ser, el fundamento de los
juicios morales por varias razones.
1.- La razón no puede determinar o impedir nuestro comportamiento (pensemos, por ejemplo, en las matemáticas), sin
embargo, los juicios morales determinan e impiden nuestro comportamiento, luego los juicios morales no provienen de la
razón.
2.- La moral está basada en el sentimiento, es decir, en la aprobación o reprobación ante un hecho. Cuando observamos
un hecho no tenemos impresión de lo malo o de lo bueno en sí mismos, es decir, sólo conocemos el sentimiento que
experimentamos. En resumen, el aspecto moral no está en el hecho sino en nosotros mismos. Son los sentimientos o
emociones los que nos obligan a actuar de una manera u otra de manera que la moral tiene un origen natural y
desinteresado.
Como vemos, esta teoría sobre la moral se desprende de su teoría sobre el conocimiento: no conocemos lo bueno o lo malo, el
vicio o la virtud sino los sentimientos que en nosotros despiertan hechos concretos o impresiones concretas. No tenemos
impresiones de lo bueno o de lo malo, únicamente tenemos impresiones de los sentimientos de aprobación o reprobación que en
nosotros se producen.
Sin embargo, esta forma de pensar no debe hacernos creer que Hume es un individualista o un relativista, muy al contrario. La
justificación que da Hume en relación a los sentimientos que ciertos hechos nos provocan es la de la “simpatía” (hoy la
llamaríamos “empatía”), nuestra capacidad para sentir-con-el-otro, de ponernos en su piel. Existe una armonía universal entre los
seres humanos que nos llevará a entender con el otro en el mismo sentido que siento por mí mismo. Esa armonía universal hará
que las virtudes, lo que consideramos bueno lo sea para todos sin lugar a dudas al margen de nuestras consideraciones subjetivas.
¿Cuándo podemos considerar algo como virtuoso? Cuando cumple las siguientes características: es útil a los demás, es útil a quien
lo posee, es inmediatamente agradable a los demás y es inmediatamente agradable a quien lo posee. Como vemos seguimos en el
terreno de los sentidos, de la experiencia, pero también en el terreno de la comunicación entre sujetos. Podríamos entrar en un
debate muy interesante sobre qué problemas presenta esta teoría que hemos esbozado. Hume es bastante convincente en general y
resulta curioso que en el terreno del conocimiento se vea condenado al escepticismo, mientras que, en la moral, tenga una teoría
sólida y bien cimentada. Lo dejaremos aquí por ahora, pero recomiendo vivamente la lectura de este autor valiente, honesto y, tal
vez podríamos decir, sencillo.
La Ilustración fue un movimiento intelectual que se desarrolló en Europa durante el siglo XVIII y que influyó en la política,
la economía, las ciencias, el arte, la religión y otros aspectos de la cultura occidental.
1. Los pensadores ilustrados, también llamados iluministas, se preguntaban acerca del mundo que los rodeaba a través del uso
de la razón, que era considerada la luz que iluminaba el conocimiento y que podía terminar con la ignorancia. Debido a que este
movimiento tuvo lugar principalmente en el siglo XVIII, este siglo es habitualmente llamado “el siglo de las luces”. Según los
filósofos ilustrados, todo conocimiento podía ser alcanzado por medio de la razón, lo que entraba en conflicto con los dogmas
religiosos y con los fundamentos hereditarios de la autoridad política. Por influencia de la Ilustración se desencadenaron
procesos revolucionarios como la Independencia de los Estados Unidos (1776) y la Revolución francesa (1789).
2. La Ilustración surgió en Europa a fines del siglo XVII y adquirió su mayor impulso a lo largo del siglo XVIII. En aquellos
años, el dogma religioso seguía siendo influyente en el modo de entender el mundo, pero una serie de hechos habían modificado
las bases del conocimiento, habían puesto en entredicho la autoridad intelectual de la Iglesia católica y habían liberado el camino
para la formulación de las nuevas ideas ilustradas:
El movimiento humanista (siglos XV y XVI), que había devuelto la centralidad al ser humano frente al principio
religioso de que Dios era la medida de todas las cosas.
La revolución científica (siglos XVI y XVII), que desarrolló un método de estudio basado en la observación, el cálculo,
la formulación de hipótesis y la experimentación.
6. El despotismo ilustrado, también conocido como absolutismo ilustrado, fue un modo de gobierno característico de algunas
monarquías europeas de la segunda mitad del siglo XVIII. Se trataba de monarquías absolutas en las que el poder político
estaba concentrado en el rey, que gobernaba con el consejo de algunos ministros. Pero, a diferencia del absolutismo clásico, el
despotismo ilustrado incorporaba el principio de que el uso de la razón debía guiar las decisiones políticas.
El término “despotismo ilustrado” fue empleado por primera vez por historiadores alemanes en el siglo XIX para destacar
el intento de estas monarquías por conciliar el absolutismo político con las ideas ilustradas. El monarca, instruido en estas
ideas o aconsejado por ministros o pensadores ilustrados, manifestaba una sensibilidad discursiva hacia las necesidades del pueblo
e implementaba reformas basadas en la idea de progreso, aunque el poder político seguía concentrado de modo absoluto.
La frase que representó al despotismo ilustrado fue “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”, que significaba que el gobierno
ejecutaba medidas para el pueblo, pero las decisiones eran tomadas sin la intervención del pueblo. Este principio se oponía a
las ideas de muchos filósofos ilustrados que proponían modelos constitucionales de gobierno o formulaban la idea de que el
pueblo era soberano y debía gobernarse a sí mismo.
Algunos ejemplos representativos del despotismo ilustrado fueron las monarquías de Federico II de Prusia (1740-1786), Carlos III
de España (1759-1788), Catalina II de Rusia (1762-1796), Gustavo III de Suecia (1771-1792), o María Teresa (1740-1780) y José
II (1780-1790) de Austria.
7. Entre las consecuencias de la Ilustración se cuentan algunos episodios políticos que marcaron el final del siglo XVIII e
influyeron en el siglo XIX. Aunque no puede considerarse la única razón para explicar estos hechos, en general se reconoce el
impacto del pensamiento ilustrado en acontecimientos como la Independencia de los Estados Unidos (1776) y la Revolución
francesa (1789), así como en las ideas de algunos líderes revolucionarios de Hispanoamérica a comienzos del siglo XIX.
La Ilustración también promovió el pensamiento crítico e influyó en corrientes filosóficas y científicas del siglo XIX, como el
positivismo. Sin embargo, igualmente generó reacciones, como el Romanticismo que, a comienzos del siglo XIX, puso el énfasis
en los sentimientos. Por otro lado, la confianza en la razón y el progreso fueron considerados coherentes con el proceso de
industrialización, aunque las luchas sociales y las guerras de los siglos XIX y XX debilitaron el optimismo que habían fomentado
los ilustrados.
Mary Wollstonecraft, escritora inglesa (1759-1797) y una de las iniciadoras del pensamiento feminista, fue
la madre de Mary Shelley y, en opinión de ésta, "uno de esos seres que sólo aparecen una vez por
generación, para arrojar sobre la humanidad un rayo de luz sobrenatural. Ella brilla, aunque parezca
oscurecerse y los hombres crean que está apagada, pero se reanima de repente para brillar eternamente".
Hija de un padre brutal, que despilfarraba el resto de una fortuna, comenzó a ganarse la vida a la edad de
17 años como señorita de compañía, institutriz, modista y maestra, al tiempo que comenzó a escribir y a
destacar por su clara inteligencia. Vivió en Irlanda, Francia e Inglaterra y frecuentó círculos de pintores,
escritores, filósofos y editores. Contraria al matrimonio, tuvo una hija, Fanny, con un escritor
estadounidense y más tarde tuvo su segunda hija, Mary, con el filósofo y escritor Godwin, con quien poco
antes se había casado en secreto.
Es autora de Vindicación de los derechos del hombre y (1791) y de Vindicación de los derechos de la
mujer (1792), obra en la que condena la educación que se daba a las mujeres porque las hacía "más artificiales y débiles de
carácter de lo que de otra forma podrían haber sido" y porque deformaba sus valores con "nociones equivocadas de la excelencia
femenina".
Las primeras feministas pensaban que una misma educación para hombres y mujeres daría lugar a la igualdad entre ambos sexos,
pero Mary Wollstonecraft va más allá, pidiendo que las leyes del Estado se usaran para terminar con las tradiciones de
subordinación femenina, y fuera el Estado quien garantizara un sistema nacional de enseñanza primaria gratuita universal
para ambos sexos. Reta al gobierno revolucionario francés a que instaure una educación igualitaria que permitiría a las mujeres
llevar vidas más útiles y gratificantes. Las mujeres con otra educación podían haber "practicado la medicina, llevado una granja,
dirigido una tienda, y serían independientes y vivirían de su propio trabajo"
Aceptaba las opiniones de Rousseau sobre la educación de los muchachos, pero le parecían deplorables y empobrecedoras para las
jóvenes sus opiniones sobre ellas. Según Rousseau, la educación debía prepararlas para realizar correctamente su futuro papel de
esposas. Según Wollstonecraft, el objetivo de la educación "es conseguir carácter como ser humano, independientemente del sexo
al que se pertenezca".
La responsabilidad que Wollstonecraft atribuye al Estado respecto a la educación aparece también en sus escritos sobre el
matrimonio: debía intervenir para rescatar a las mujeres de maridos crueles y de aquellos que abusaban de su fuerza. En la novela
póstuma María, o las injusticias que sufre la mujer (1797), retrata un
matrimonio de pesadilla y aparece en las últimas páginas la petición de
divorcio que María le hace a un juez. Al creer que el Estado debía
reformar el matrimonio y la educación y que las leyes debían acabar
con la subordinación de las mujeres y que éstas no debían ser excluidas
de la vida política, Mary Wollstonecraft inicia una nueva era en el
discurso feminista. La muerte de Mary Wollstonecraft, días después de
nacer su hija Mary (Shelley), deja en ella un complejo de culpabilidad
(fiebres paurperales se llamaba a lo que hoy se llama falta de higiene de
los cirujanos) al que la crítica psicoanalítica alude en algunas
interpretaciones de Frankenstein.
2. LA ILUSTRACIÓN FRANCESA.
La Ilustración francesa difundió el término philosophes y tuvo su
momento más álgido en el enciclopedismo.
Con el término philosophes se designaba en el siglo XVIII a todos los
que participaron del espíritu de la Ilustración, ya fueran escritores,
ensayistas, científicos o historiadores. Voltaire, Diderot, Hume, Goethe,
Mary Wollstonecraft, Kant o Lessing fueron philosophes: intelectuales, librepensadores laicos que ejercían de «conciencia crítica» de
la sociedad. Con el término enciclopedismo se conoce la iniciativa de la Ilustración de reunir todos los conocimientos científicos,
artísticos y filosóficos, así como los saberes prácticos, para ponerlos al alcance de todo ser humano.
La Enciclopedia (o Diccionario razonado de las ciencias, de las artes y de los oficios) realizó una labor de divulgación cultural
que no tenía precedentes. El primer volumen fue editado por Denis Diderot y Jean le Rond d'Alembert. Este último redactó el
«Discurso preliminar», en el que expuso la clasificación y el método de las ciencias. La Enciclopedia se publicó en París entre
1751 y 1772, y en ella colaboraron los ilustrados más famosos: Voltaire, Rousseau, Turgot, Quesnay, Helvétius o Condillac.
Sus volúmenes sufrieron muchos avatares, y en varias ocasiones fueron censurados y prohibidos por su contenido irrespetuoso
hacia la religión y la política del Antiguo Régimen.
La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano fue redactada en el contexto de la Revolución francesa por la
Asamblea Nacional Constituyente el 26 de agosto de 1789. Como la Constitución debía garantizar estos derechos, la Declaración
de los Derechos del Hombre fue incluida como preámbulo en la Constitución de 1791.
Los revolucionarios franceses pusieron por título Declaración porque consideraron que no estaban creando los derechos. Acorde
al pensamiento iusnaturalista, entendieron los derechos de los hombres como naturales: siempre habían estado ahí, aunque
negados y silenciados. La Declaración recoge una serie de derechos que son universales, es decir, que todo hombre posee solo
por el hecho de ser hombre, e inalienables, que significa que nadie los puede quitar. La Declaración de 1789 se componía de 17
derechos fundamentales, como el derecho a la vida, a la libertad, a la propiedad o a la resistencia a la opresión. Su aparición
supuso una ruptura con la organización, prácticas, instituciones y principios del Antiguo Régimen. Abolieron la fundamentación
del poder basado en la divinidad y propusieron un fundamento racional del poder del gobernante. Ahora el soberano debe dar
cuenta al pueblo de lo que hace con el Gobierno. Así, su poder quedó limitado, pues debe fundamentarse en la voluntad del pueblo
y someterse a las leyes que reflejan esta voluntad. Además, añadieron que, para limitar el poder del Gobierno, era necesaria
la división de poderes.También pusieron por delante al individuo frente a la comunidad. El ser humano nace libre e igual en
derechos y nadie puede violar sus derechos naturales fundamentales. Esta importancia del individuo frente a la colectividad será
una tesis central del liberalismo político. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano inspiró las revoluciones
independentistas hispanoamericanas y la organización de los países democráticos, y será la base de la Declaración Universal de
los Derechos Humanos redactada en 1948 por la ONU.
Jean-Jacques Rousseau nació en Ginebra en el año 1712 y, tras pasar la mayor parte de su vida entre
Suiza y Francia, murió en el año 1778. Si bien perteneció durante un tiempo al círculo de los ilustrados
franceses, su relación con ellos resultó muy conflictiva. De hecho, la publicación de sus primeros escritos le
condujo a la ruptura con sus representantes. Aunque compartía con ellos su reflexión sobre las cuestiones de
la sociedad y de la historia, sus tesis sobre ellas eran bien diferentes del optimismo ilustrado. Por ejemplo,
frente a la confianza absoluta en la razón y la cultura propia de los enciclopedistas, Rousseau destacó el
papel del sentimiento interior y de la naturaleza, por lo que se lo considera también un precursor del
Romanticismo. Entre las principales obras filosóficas del filósofo ginebrinose encuentran Discurso sobre
las artes y las ciencias, Discurso sobre el origen y el fundamento de la desigualdad entre los hombres,
Discurso sobre la economía, Emilio y, sobre todo, Contrato social.
El problema es el de si es posible la Metafísica como ciencia y para solucionarlo debemos investigar antes las
condiciones que hacen posible la ciencia. En esta tarea distingue dos tipos de condiciones: empíricas (particulares
y contingentes) y a priori o transcendentales (universales y necesarias). La investigación de estas últimas dará
lugar a la filosofía transcendental. Puesto que la ciencia es un conjunto de juicios, se preguntará por las
condiciones que hacen posibles los juicios científicos. Lo que exige establecer los tipos fundamentales de juicios, que
clasificará así: tenemos juicios analíticos si el predicado se incluye en el sujeto (no dan información nueva alguna,
no son extensivos) y juicios sintéticos cuando el predicado no se incluye en el sujeto (son juicios extensivos y
amplían nuestro conocimiento); y juicios a priori si su verdad puede ser conocida independientemente de la
experiencia, ya que su fundamento no se halla en ésta (juicios universales y necesarios) y juicios a posteriori si su
verdad es conocida a partir de la experiencia (particulares y contingentes). Los juicios más importantes son los
juicios sintéticos a priori, que por ser sintéticos amplían nuestro conocimiento, y por ser a priori son universales y
necesarios.
La tarea fundamental de esta obra es averiguar cómo son posibles los juicios sintéticos a priori (tanto e Matemáticas como en
Física) y si son posibles en Metafísica. Veamos sus tres partes principales.
1. La Estética Trascendental se ocupa de la Sensibilidad (facultad de las sensaciones) y trata de las condiciones transcendentales
(universales y necesarias) que permiten el conocimiento sensible. El efecto de los objetos en la Sensibilidad son las sensaciones,
que son dadas a posteriori y constituyen la materia del conocer. Pero, gracias a la forma, las sensaciones se presentan ordenadas
en ciertas relaciones; la forma está ya a priori en el espíritu, como forma de la Sensibilidad. La síntesis de sensaciones o datos
empíricos, como materia, y la forma a priori es el fenómeno. Las formas puras o principios a priori de la Sensibilidad son el
espacio y el tiempo. Espacio y tiempo son las condiciones de posibilidad de toda experiencia, ahora bien, espacio y tiempo no son
propiedades objetivas de las cosas mismas, sino formas a priori de la Sensibilidad.
2. La Analítica Trascendental. Percibir no es, aún, comprender los objetos; comprender los fenómenos es poder referirlos a un
concepto, y esta es la función propia del Entendimiento (facultad de los conceptos). Kant la estudia en la Analítica
Transcendental, y distingue dos tipos de conceptos, empíricos, que proceden de la experiencia y son a posteriori, y conceptos
puros o categorías, que no proceden de la experiencia y son a priori: las categorías (sustancia, causalidad, unidad...) son nociones
que no se refieren a datos empíricos, pero tampoco son construidas empíricamente por el hombre, pues pertenecen a la estructura
del entendimiento. El conocimiento es posible porque aplicamos las categorías a la multiplicidad dada en la sensación. Los
conceptos puros son condiciones transcendentales, necesarias, de nuestro conocimiento de los fenómenos ya que el
entendimiento no puede pensarlos si no es aplicándoles estas categorías, pero las categorías solamente son fuente de
conocimiento aplicadas a los fenómenos y no tienen aplicación válida más allá de los mismos. El error de la filosofía dogmática
(basada en el uso puro de la razón) consiste en usar las categorías para referirse a realidades tras- empíricas o trascendentes (Dios
y el alma, p. ej.).
3. La Dialéctica Trascendental estudia la Razón (facultad de las argumentaciones) y el problema de si la Metafísica puede ser un
saber a priori, y concluye que la Metafísica como disciplina científica es imposible. La Metafísica quiere alcanzar las cosas tal y
como son en sí mismas, sus objetos son transcendentes ―no empíricos―: el alma, Dios y el mundo como totalidad; pero la
ciencia usa necesariamente las categorías y éstas sólo pueden emplearse legítimamente aplicadas a los fenómenos, a lo dado en la
experiencia. Kant muestra cómo la Razón realiza argumentos aparentemente correctos pero ilegítimos. Precisamente las
argumentaciones de la metafísica son de ese tipo. El conocimiento intelectual formula juicios y conecta unos juicios con otros
formando razonamientos. Pero hay una tendencia peculiar en el uso de la Razón: la Razón busca encontrar juicios cada vez más
generales, aspira a lo incondicionado, al fundamento de los fundamentos. Cuando la Razón, en esa búsqueda de las condiciones
de lo condicionado, de leyes más generales y profundas, se mantiene en los límites de la experiencia, su uso es correcto y no da
lugar a contradicciones; pero esa tendencia lleva inevitablemente a traspasar los límites de la experiencia empírica en busca de lo
incondicionado: los fenómenos físicos se pretenden explicar por medio de teorías metafísicas acerca del mundo, los fenómenos
psíquicos de teorías metafísicas acerca del alma, y unos fenómenos y otros se intentan explicar y unificar por medio de teorías
metafísicas acerca de una causa suprema de ambos tipos de fenómenos: Dios. "Dios", "alma" y "mundo", son pues tres Ideas de
la Razón; ideas que, sin embargo, no tienen una referencia objetiva, pues no podemos conocer los objetos a los que se refieren .
Hasta Kant las éticas habían sido materiales, frente a todas ellas, su ética es formal.
Son materiales aquellas éticas según las cuales la bondad o maldad de la conducta depende de algo que se considera Bien
Supremo (sea espiritual o material): los actos serán buenos cuando nos acerquen a él y malos cuando nos alejen de él.
Toda ética material parte de que hay bienes, cosas buenas para el hombre, determina cuál es su bien o fin supremo y
establece las normas o preceptos para alcanzarlo. No pueden ser nunca universales.
Pero los preceptos de toda ética material son hipotéticos, empíricos, por lo que no valen absolutamente, sino sólo de
un modo condicional, como medios para conseguir un fin. Kant creerá que los imperativos hipotéticos no reflejan la
auténtica experiencia moral porque ésta es sometimiento a un precepto universal y necesario, y dichos imperativos no
pueden ser universales y necesarios, ni los de la habilidad ni los de la prudencia. Dado que las éticas materiales extraen
su contenido de la experiencia empírica y que ésta nunca puede dar universalidad ni necesidad, dichas éticas únicamente
podrían fundamentar mandatos a posteriori, particulares y contingentes, pero nunca imperativos universales y necesarios,
que son los verdaderos preceptos morales, como expresa el factum de la moralidad.
Además, las éticas materiales son heterónomas: un sujeto es autónomo cuando tiene la capacidad para darse a sí mismo
sus propias leyes y es heterónomo cuando las leyes no descansan en él mismo, cuando le vienen de fuera; las éticas
materiales son heterónomas porque describen una acción como buena sólo de forma condicional, describen una acción
como buena porque es un buen medio para la realización de un fin querido por el sujeto. En las acciones heterónomas el
sujeto se tiene que someter a la realidad, es ésta la que impone sus condiciones; el sujeto tiene que plegarse al orden del
mundo.
El rigorismo kantiano implica el deber por el deber, aunque vaya en contra de mi felicidad y de las personas que quiero, y el
carácter universal de la bondad o maldad de una acción, universalidad que impide aceptar excepciones en la validez del
imperativo categórico. Este imperativo prescribe una acción como buena de forma incondicionada, manda algo absolutamente,
declara la acción objetivamente necesaria en sí, sin referencia a ningún propósito extrínseco. Sólo el imperativo categórico es
imperativo de la moralidad. Kant dio varias formulaciones generales del imperativo categórico, entre las que destacan la
“fórmula de la ley universal”, y la “fórmula del fin en sí mismo”, que ordena tratar a la humanidad, tanto propia como
ajena, siempre como un fin en sí mismo.
El Idealismo Trascendental rechaza la posibilidad del conocimiento metafísico (de Dios, el alma, la libertad...); pero Kant no
negará todo acceso a esas realidades, sólo el intelectual, el conocimiento científico, pues únicamente cabe la ciencia de la realidad
fenoménica. Pero para Kant hay otra experiencia que puede vincularnos con lo metafísico: la experiencia moral. Y ello a partir
de los llamados postulados de la Razón Práctica o proposiciones que no pueden ser demostradas desde la razón teórica pero que
han de ser admitidas si se quiere entender el "factum moral"; estos postulados se refieren precisamente a la existencia de la
libertad, la inmortalidad del alma, y la existencia de Dios. Aunque desde la perspectiva de la razón teórica se concibe al hombre
como sometido a la ley de la causalidad y necesidad natural, desde la perspectiva de la razón práctica podemos defender la
existencia de la libertad pues la libertad es la condición de posibilidad de la acción moral (únicamente de las acciones libres
podemos predicar valor y responsabilidad moral); la libertad es la capacidad de los seres racionales para determinarse a obrar
según leyes que son dadas por su propia razón; libertad equivale a autonomía de la voluntad.
Con el postulado de la libertad, Kant muestra que el hombre pertenece a dos reinos: el fenoménico (o Mundo
Sensible), en donde todo está sometido a la causalidad, y el nouménico (o Mundo Inteligible o Reino de los Fines) en
donde rigen las leyes morales (la esfera de la libertad). Por otra parte, Kant llama “ Sumo o Supremo Bien" a la síntesis
de virtud y felicidad, y defiende que su realización última es la condición de posibilidad de la moralidad: nuestra
conducta moral carecería de sentido si no existiese la posibilidad de realizar la santidad; en éste mundo no la podemos
realizar, luego debe existir otra vida en donde tenga cumplimiento perfecto el afán moral.
Postulado de la inmortalidad del alma: la tesis del Supremo Bien permite la defensa de la inmortalidad del alma, pues
la virtud necesita de un tiempo infinito para su realización plena.
Postulado de la existencia de Dios: en este mundo no coincide la realización de nuestra felicidad con la realización del
bien por tanto debemos pensar que existe Dios ya que únicamente Él puede hacer que coincidan las leyes que rigen la
realización de la felicidad con las leyes morales.
Los postulados de la razón práctica no se pueden demostrar científicamente, pero tienen una validez subjetiva ya que
sirven para que tenga sentido la experiencia moral, y llevan a lo que Kant llama fe racional: fe porque de ellos sólo cabe
un convencimiento subjetivo, pero racional porque no vienen dados por urgencias de la revelación sino de la propia
razón.
C. TEXTOS
1. Nació en 1724 en Königsberg -antes de Alemania, ahora de Polonia-, ciudad de la que sólo salió en una ocasión. Fue un
hombre profundamente religioso, extraordinariamente metódico y disciplinado en su trabajo. Estaba muy impregnado de los
ideales ilustrados y simpatizó con los ideales de la independencia americana y de la revolución francesa. En su tiempo dio
testimonio de pacifista convencido, antimilitarista y opuesto a toda forma de patriotismo nacionalista excluyente. Kant fue el autor
que con mejor fortuna intentó realizar la síntesis entre las dos grandes corrientes filosóficas de la modernidad, el racionalismo y el
empirismo. Kant resultó ser la figura de mayor relieve del movimiento ilustrado y uno de los filósofos más creativos y originales
de todos los tiempos. El objetivo principal de su filosofía es aclarar en lo posible las cuestiones planteadas en la actividad
científica, la acción moral, la ordenación de la convivencia social y la realización de proyectos históricos mediante la acción
política.
2.
3. El texto plantea que no existe un acceso racional a lo suprasensible (aquello que está más allá de la experiencia). Kant declara
su respuesta negativa a esta cuestión, en lo que se refiere a la razón teórica, cuyo resultado es el conocimiento científico. Queda,
por tanto, plantear la misma cuestión en lo relativo a la razón práctica, encargada de determinar nuestros deberes morales: ¿puede
ésta sobrepasar “los límites de toda experiencia sensible”? Sin llegar a contestar a esta cuestión, lo que se hará en obras
posteriores, el autor muestra que este acceso es posible en cuanto que la razón teórica deja un espacio libre (aquello que no es
capaz de conocer, pero sí de pensar y por tanto de admitir como posible), que espero sea llenado por el conocimiento práctico. En
conclusión, el "giro copernicano" de Kant consiste en un nuevo enfoque del conocimiento siendo el principal personaje el sujeto
que con sus limitados condiciones conoce al objeto.
La Metafísica, por consiguiente, comete el error de querer conocer lo incognoscible. Es, pues, una disciplina imposible. La Crítica
de la Razón pura, que es una propedéutica, una teoría del conocimiento destinada a anteceder a la Metafísica, nos conduce a la
conclusión de que la Metafísica es imposible como conocimiento científico. La Metafísica, que desde Parménides viene teniendo
la pretensión de ser un conocimiento científico, racional, teorético, de las cosas en sí, es, como conocimiento científico
completamente imposible. Las ideas trascendentales no nos ofrecen ningún conocimiento científico. Pero esto no significa que
Kant no las concediera valor. No tienen un uso cognoscitivo, pero sí tienen un uso regulativo: unifican los conocimientos del
Entendimiento. En su uso regulativo, las ideas trascendentales señalan, negativamente, los límites que el conocimiento científico
no puede traspasar. Y positivamente impulsan al ser humano a seguir investigando, tratando de encontrar una mayor unificación y
coherencia entre todos sus conocimientos
1. Nació en 1724 en Königsberg -antes de Alemania, ahora de Polonia-, ciudad de la que sólo salió en una ocasión. Fue un
hombre profundamente religioso, extraordinariamente metódico y disciplinado en su trabajo. Estaba muy impregnado de los
ideales ilustrados y simpatizó con los ideales de la independencia americana y de la revolución francesa. En su tiempo dio
testimonio de pacifista convencido, antimilitarista y opuesto a toda forma de patriotismo nacionalista excluyente. Kant fue el autor
que con mejor fortuna intentó realizar la síntesis entre las dos grandes corrientes filosóficas de la modernidad, el racionalismo y el
empirismo. Kant resultó ser la figura de mayor relieve del movimiento ilustrado y uno de los filósofos más creativos y originales
de todos los tiempos. El objetivo principal de su filosofía es aclarar en lo posible las cuestiones planteadas en la actividad
científica, la acción moral, la ordenación de la convivencia social y la realización de proyectos históricos mediante la acción
política.
2. El tema principal del texto versa entorno a la idea de que no debemos, a la hora de actuar, utilizar a una persona como medio
para lograr algo, ya que toda persona tiene, por encima de todo, dignidad y merece todo nuestro respeto. Entre las ideas más
importantes se encuentran las siguientes
Los seres racionales han de ser considerados siempre como fines en sí mismos y no como medios.
Por contra, los objetos tienen un valor relativo a las inclinaciones que despiertan en los seres racionales.
Los seres irracionales, cuyo valor es relativo, pueden ser medios y se llaman «cosas». Los seres
racionales, que tienen valor por sí mismos, son fines y se llaman «personas».
. 3. El texto expone uno de los rasgos fundamentales de los seres humanos: son fines y nunca deben ser tomados como medios. En
la primera parte del texto, se diferencia entre objetos, que tienen un valor condicionado o relativo, y seres racionales, cuyo valor es
absoluto. En la segunda parte, se asocia este valor relativo a la irracionalidad de los objetos y a su definición como «cosas»,
mientras que la racionalidad de los seres humanos los hace ser fines en sí mismos, llamados “personas” que no pueden ser
utilizados como medios.
Kant, nos presenta la base de la segunda de las tres formulaciones del imperativo categórico: 1) Cualquier norma moral ha de ser
universal. 2) Dicha norma ha de considerar a las personas como fines en sí mismas; es decir, como dotadas de dignidad. 3) La
voluntad, en tanto que racional, es legisladora universal, genera la ley moral universal. Según el imperativo categórico, ningún ser
humano, racional, puede ser utilizado como un medio; es decir, ningún hombre puede usar a otro o su propia persona como
instrumento, ya que todo ser humano es un fin en sí mismo. Los objetos tienen un valor relativo condicionado por las
inclinaciones de las personas, por lo que su valor deriva de la voluntad que siente inclinación, deseo o necesidad de ellos. Por
contra, los seres humanos tienen valor por sí mismos, son valores absolutos. La última parte del texto aclara la diferencia entre los
objetos-instrumentos y los seres humanos-fines. Kant distingue entre seres irracionales, cuyo valor es relativo y que pueden ser
usados como medios (“cosas”), y los seres racionales, cuyo valor es incondicionado y que son fines en sí mismos
(“personas”). En consecuencia, para Kant, la situación ideal será aquella en la que todos se traten mutuamente como fines y no
como medios. En este caso, las personas actúan movidas por el respeto mutuo, lo cual significa que se respeta la libertad de los
demás.
V. LA NUEVA TEORÍA POLITICA. EL CONTRACTUALISMO.
Contrariamente a las teorías organicistas, el contractualismo
intenta explicar la legitimidad del Estado negando que este sea
natural. Por el contrario, es fruto de convenciones humanas,
de pactos entre individuos que acuerdan organizar la
sociedad mediante leyes (no naturales) e instituir
un gobierno con poder coactivo, legislativo y ejecutivo (el tipo
de gobierno que las distintas posiciones defienden es muy
variado, tal como tendremos ocasión de ver en el cuadro). Al
contrario que para la concepción naturalista (organicista) el
Estado es una abstracción y sólo existe por la voluntad de los
individuos, es posterior a ellos y está a su servicio, para
salvaguardar los derechos individuales.
Los antecedentes de las teorías contractualistas se remontan a
los sofistas y a los epicúreos. Tal como dice Platón en La
República, los sofistas mantenían que los primeros seres
humanos llegaron a la conclusión de que era mejor establecer
pactos para defenderse de la injusticia y otros daños. Sin
embargo, las teorías del contrato clásicas son las surgieron
durante los siglos XVII y XIII, cuyos principales exponentes son Hobbes, Locke y Rousseau.
Las teorías clásicas tienen en común los siguientes puntos:
a) Parten de la hipótesis de un Estado de naturaleza, anterior a la constitución de una sociedad regida por leyes
positivas en el que los individuos tenían derechos naturales
b) Sostienen que a través de un contrato social los individuos deciden constituir una sociedad civil regida
por leyes positivas, surgiendo así el Estado, con el fin de solucionar algunos problemas del estado de
naturaleza.
c) El tipo de Estado que se establece es diverso: absolutista, liberal o democrático.