Ciencia Tecnología y Sociedad Parte 2

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Lic.

en Análisis y Gestión de Datos

ASIGNATURA: Ciencia, Tecnología y Sociedad

¿Qué es la ciencia? ¿Qué implica hacer ciencia? ¿Todos podemos hacerla?


¿Qué es el conocimiento científico?

Esta clase corresponde a :

UNIDAD 1: Interrelación entre ciencia, tecnología y sociedad. Conceptos clave


La ciencia. Diferentes tipos de conocimiento.

ACTIVIDAD INICIAL

Las y los invitamos a entrar al padlet( el link lo encontrarás en el sitio de la clase), donde podrán
pensar y compartir cinco palabras que les resuenen cuando piensan en la relación entre ciencia,
tecnología y sociedad
¡Vale ser creativos!
Las respuestas las leeremos en colectivo en una nube de palabras que retomaremos al final del
módulo. Allí nos vemos.

Nada comienza hoy

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Para Pensar
Les proponemos una revisión de preconceptos que naturalizamos:

¿Qué es para ustedes la ciencia ?


¿Alguna vez creen que hicieron ciencia?
¿Por qué?
¿ Qué imagen mental se les viene a la cabeza cuando piensan en un científico?

1. ¿Qué es la Ciencia?

Comenzaremos por una precisión terminológica: ciencia es en verdad un vocablo


polisémico, que abarca significados diferentes según el contexto y la forma en que se lo
utiliza, provocando a veces ciertas confusiones en cuanto a su sentido y alcances. Porque se
llama ciencia tanto a una actividad, la que realizan los millones de personas que
constituyen la comunidad científica en muy diferentes escenarios, como al producto de esa
actividad, es decir a los conocimientos ya acumulados en innumerables textos e
incorporados a las invenciones y tecnologías que empleamos en nuestra vida diaria. Se
habla también de ciencia como de una forma particular de conocer, como un método o
modo de actuar que es el que emplea la comunidad científica, y a través del cual se
obtienen los conocimientos que llamamos científicos1.

La ciencia como actividad es una de las creaciones culturales propias de nuestra


civilización: es una vasta empresa dirigida a la obtención de conocimientos que se
caracteriza por la constante labor investigativa, por la puesta a prueba teorías y de métodos
mediante la libre discusión que se lleva a cabo en innumerables foros y seminarios y a
través de la publicación de millares de trabajos escritos que se someten a la crítica de
quienes participan activamente en ese proceso. La ciencia como producto es una inmensa
cantidad de conocimientos, acumulados y verificados pacientemente, que constituye uno de
los saberes fundamentales de la humanidad; es, en este sentido, un tipo de conocimiento

1
Definiciones tomadas de Sabino Carlos(2006) Los caminos de la Ciencia.

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peculiar, que se distingue de los demás por algunas características propias que tendremos
oportunidad de discutir en páginas siguientes. La ciencia como método es un creación del
entendimiento humano, un productivo modelo de trabajo que se basa en una cierta visión
epistemológica particular, diferente a la de otros saberes, que se concreta en la
investigación científica. El método, en este sentido, es el camino u orientación general que
vincula tanto a la actividad científica como a sus productos: es la guía general que
encamina la actividad de investigación tanto como la herramienta a través de la cual se
obtiene el conocimiento científico.

Para Pensar
Veamos algunas imágenes frecuentes en relación a la ciencia:

¿Por qué estas imágenes son frecuentes y universales?

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EXISTE CIENCIA HEGEMÓNICA que se constituyó como forma legítima de generar


conocimiento en Europa Occidental ( Época Moderna) El canon de pensamiento en todas las
disciplinas de las ciencias en la universidad occidentalizada se basa en el conocimiento producido
por hombres de cinco países:Italia, Francia, Inglaterra, Alemania y los EE.UU. (De Sousa Santos
2010, Grosfoguel 2012)

2. Sociedad, Ciencia y Tecnología

La ciencia como actividad, como realización de hombres concretos que procuran


una visión objetiva del mundo que los rodea, se confunde con la investigación científica,
con una labor realizada individual o colectivamente en busca de conocimientos. En ese
sentido, como toda acción humana que se desarrolla en el marco de una cultura y de una
sociedad determinadas, se ve influida por los condicionantes sociales que enmarcan su
desenvolvimiento. Su práctica no puede ser desligada de las ideas, deseos y ambiciones de
los hombres que la ejecutan, de las preocupaciones y limitaciones propias de cada época y
cada entorno cultural. Se establece así una relación entre lo que pudiéramos llamar
demandas culturales e intereses sociales, por una parte, y las metas que los científicos se
trazan, por la otra, lo que influye indudablemente sobre los propósitos y los resultados de la
investigación.

Existe una relación entre ambas cosas, decimos, pero no por eso postulamos una
vinculación mecánica del trabajo científico. Sabemos que sería fácil llenar páginas enteras
con ejemplos que mostrasen la dependencia entre el quehacer científico y las estructuras
sociales, pero en verdad resultaría también sencillo acumular pruebas que apuntaran en
sentido contrario. Algunas veces la relación es tan directa que se imponen, a instituciones y
laboratorios, temáticas precisas directamente vinculadas a la obtención de logros
tecnológicos específicos: investigaciones realizadas en épocas de guerra, búsqueda de
curación para ciertas enfermedades, soluciones a dificultades que entraban el crecimiento
económico; cualquier investigador, hasta el más novato, conoce la forma en que hay que
luchar para obtener los fondos imprescindibles para la investigación. Pero también hay que
recordar otros casos: al monje Gregor Mendel desligado de las prácticas institucionales

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pero creando las bases de la genética; al italiano Avogadro, haciendo contribuciones a la


química fundamental sin que ninguna presión social o ideológica reclamara sus
indagaciones, olvidadas además durante largas décadas, y a todos los que trabajan en temas
bastante desligados de las presiones y las demandas de su entorno: matemáticos,
astrofísicos, personas que intentan penetrar en campos poco desarrollados del
conocimiento, etc.

Los ejemplos anteriores, tanto en uno como en otro sentido, aluden directamente al
problema de la utilidad o aplicabilidad de la ciencia, a las relaciones que se establecen entre
ciencia pura y aplicada, entre conocimientos teóricos y más directamente orientados hacia
la práctica. Si es gracias a la ciencia, como teoría, que se pueden desarrollar tecnologías
más avanzadas, no es menos cierto también que muchas técnicas han resultado decisivas
para el progreso de la ciencia pura. Ya hemos mencionado el caso de los micros-copistas y
del telescopio, y muchísimos ejemplos más podrían encontrarse si recorremos los
laboratorios de investigación de nuestro siglo. En general, los logros del pensamiento
abstracto se constituyen en una firme base de conocimientos que queda a disposición de los
hombres y que éstos emplearán, naturalmente, de acuerdo a sus necesidades e intereses,
orientándolos hacia la creación de productos y objetos concretos. Inversamente, muchos
problemas prácticos que reclaman solución se transformarán en preguntas que, en última
instancia, orientarán la actividad de los teóricos, proponiendo o delimitando nuevos campos
de indagación.

Pese a la aparente simetría que esbozan estas líneas, las consecuencias podrán ser
diferentes en uno y otro caso: no será ciertamente lo mismo elaborar primero una teoría y
luego considerar -o dejar que otros consideren- las infinitas aplicaciones que puede tener,
que, por el contrario, aceptar el reto de un objetivo propuesto por la práctica y encaminar a
partir de éste el trabajo de investigación. En el primer caso no existirá la coacción, la
presión incesante por obtener resultados que se presentará en el segundo, y el científico
trabajará con más libertad, siguiendo la propia lógica de las investigaciones que desarrolla.

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En este sentido, como luego veremos con detalle, las ciencias sociales se encuentran
en una visible desventaja con respecto a las llamadas ciencias naturales. Ellas son más
sensibles a los problemas sociales, políticos y económicos que estudian pero que a la vez
las circundan, aunque, en otros tiempos, también las ciencias físicas y biológicas soportaron
prohibiciones, restricciones y todo tipo de influencias que entrababan seriamente su
desenvolvimiento. Tendremos oportunidad de aludir a las censuras que pesaron sobre la
obra de Copérnico y de Galileo, siendo éstos sólo ejemplos aislados de una represión
intelectual que hizo todo lo posible para demorar el nacimiento de una ciencia libre y sin
tabúes.

En todo caso el pensamiento científico no puede desarrollarse de la misma manera


en sociedades donde existen fuertes limitantes políticos o religiosos, que en aquéllas donde
se respete algo más el trabajo intelectual autónomo y la libertad de pensamiento. Por otra
parte, el desprecio por la actividad manual termina por inhibir en vez de favorecer la
actividad intelectual; sin la sabiduría práctica acumulada lentamente por los artesanos
medievales -por ejemplo- que se transmitió a los espíritus más inquietos del Renacimiento,
hubiera resultado imposible el despliegue del instrumental y de la técnica requeridos para la
experimentación.

No pretendemos haber agotado este punto, que constituye hoy parte de una
sociología de la ciencia aún en formación; nos hemos limitado simplemente a apuntar los
elementos fundamentales de una discusión abierta para poder, de tal modo, proseguir una
exposición que al menos no debía pasarlo completamente por alto.

3. El Conocimiento Científico

Suele designarse como ciencia, también, a los productos de la indagación científica,


a los conocimientos que se han ido obteniendo y acumulando a través de la investigación.
Se trata de un acervo de teorías y proposiciones, fundamentadas por la experiencia, que se
han ido generando paso a paso, aunque, como veremos en la Parte II, no de un modo
continuo y sin rupturas.

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Los conocimientos son en sí algo estáticos: son formulaciones intelectuales creadas


por el hombre para organizar coherentemente los datos conocidos, para realizar
descripciones y encontrar explicaciones a los fenómenos que se estudian. Pero no todo
conocimiento es científico. Hay, y han habido, muchas formas de aproximarse a los
infinitos objetos de estudio posibles, muy diversas maneras de interrogarse ante todo
aquello que nos presenta la realidad.

Tomemos para el caso un objeto cualquiera, una montaña por ejemplo: respecto a
ella podemos conocer su localización, su altura y la composición de sus suelos, pero
podemos también saber cuales son los mejores senderos para escalarla y recorrerla, o tener
ciertas emociones según nuestro estado de ánimo y su aspecto exterior, a medida que
percibimos la forma y los colores que posee de acuerdo a la estación y la hora del día. En el
primer caso, cuando nos referimos a un conocimiento sistemático y lo más objetivo posible,
estaremos probablemente ante un conocimiento de tipo científico; cuando, en cambio,
aludimos a toda la experiencia que hemos acumulado por haberla ascendido varias veces,
estaremos ante un conocimiento de tipo práctico; pero al conocer la montaña desde el
punto de vista subjetivo de las sensaciones que tenemos al percibirla podremos en cambio
tener un conocimiento estético, o tal vez filosófico o religioso, si su contemplación nos
lleva a sentirnos integrados, en profundidad, a un cosmos inconmensurable o a pensar en
las cuestiones fundamentales de la existencia. La montaña, el objeto de estudio, será
siempre la misma; el observador, el sujeto que la conoce, podrá ser también la misma
persona; pero, en la medida en que busque conocimientos diferentes encontrará también
respuestas distintas, obtendrá conocimientos que pueden clasificarse, según su naturaleza,
como de un tipo u otro.

La ciencia, en este sentido, no es más que un tipo particular de conocimiento


humano, una modalidad peculiar de conocer qué, debemos recordarlo, ni es la única
importante ni tiene por objeto sustituir a todas las demás. Sin el conocimiento práctico que
todas las personas poseemos nos sería absolutamente imposible vivir en nuestro entorno;
sin la religión y el arte el mundo nos parecería probablemente vacío y sin sentido. Pero sin

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la ciencia, por cierto, estaríamos condenados a repetir dogmas simplistas, nos veríamos
profundamente limitados en nuestra capacidad de acción, caeríamos sin lugar a dudas en las
irracionales actitudes de la magia o la superstición.

Decimos que un conocimiento es científico cuando éste tiene ciertas características


y ha sido obtenido de determinada manera, cuando cumple con ciertos requisitos que lo
distinguen de los que provienen de otros saberes humanos. Y aunque no existe un completo
acuerdo, entre los pensadores contemporáneos, respecto a lo que debe ser considerado
propiamente como científico, hay al menos un núcleo común de ideas que permiten trazar
una frontera aproximada entre lo que es y lo que no es científico. Nosotros, en lo que sigue,
destacaremos de un modo sintético los puntos que nos resultan fundamentales.

Suele decirse que el conocimiento científico es, entre otras cosas, objetivo,
sistemático, racional y falible. Es objetivo en tanto es una elaboración intelectual que
expresa, en modelos teóricos, el comportamiento de los fenómenos: se somete y adecua a
ellos, a los objetos de estudio, y no a las opiniones, deseos o prejuicios del sujeto
investigador. Desde este punto de vista, en consecuencia, todo error o falsedad no pueden
ser objetivos, por cuanto no se corresponde con los hechos. Pero, si esto es así, habría que
juzgar como no-objetivas, y por lo tanto no científicas, a aquellas teorías que hoy se han
demostrado como falaces, en otras palabras, a todos los conocimientos que elaboraron los
científicos del pasado pero que hoy se han logrado mejorar o superar. Ahora bien, como no
existe -ni puede existir- ninguna garantía de que los conocimientos actuales no vayan a ser
superados por otros más ajustados a la realidad, ya sea en un futuro próximo o lejano,
habría que concluir que ningún conocimiento puede ser objetivo y que todos son, en tal
caso, más o menos subjetivos. La ciencia, o cualquier otro tipo de conocimiento, no podrían
llamarse así objetivos, y tendríamos que aceptar un escepticismo radical que nos llevaría a
postular la imposibilidad radical de todo conocimiento.

Esta aparente paradoja se disuelve, sin embargo, si abandonamos el contenido


absoluto y metafísico de términos como objetividad y subjetividad, y pasamos en cambio a
tomarlos como conceptos relativos. Por eso no parece adecuado, sin más, sostener que el

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conocimiento científico es objetivo sino, afinando tal definición, postular que el


conocimiento científico es aquél que se elabora buscando la objetividad, procurando
lograrla, aunque sin poseer ninguna garantía absoluta de que se la haya alcanzado. La
verdad de la ciencia no es entonces intemporal y absoluta sino apenas provisional y
modificable, pues ésta reconoce su capacidad de errar y sus verdades quedan sujetas a
examen, a revisión y, por lo tanto, a la posible refutación y superación.

La discusión sobre la objetividad alude implícitamente, así, a otra de las


características de la ciencia: la aceptación de la falibilidad de sus enunciados.

Reconocer que se puede estar equivocado, que lo que se piensa puede ser
cuestionado y negado ante nuevas pruebas, parecería conferir al científico una particular
debilidad frente a la autocomplacencia y la confianza sin límites del pensar dogmático. Por
cierto que esto no es así ya que, al contrario, la aceptación de sus limitaciones otorga al
pensamiento científico la mayor de sus fortalezas, que reside en su capacidad de
modificarse, de ir incorporando a su armazón teórica nuevos hechos, más sutiles y
complejos fenómenos que, huelga decirlo, ningún dogma está preparado para recibir. De
este modo la ciencia manifiesta una capacidad de autocorrección que la pone a cubierto de
cismas y rupturas totales, confiriéndole un marcado dinamismo. Claro está que tales
revisiones de lo aceptado no se producen siempre de un modo gradual, pues a veces
acarrean disputas ásperas y prolongadas. Las viejas formas de pensar siempre oponen
resistencia a las nuevas teorías, resistencia que no debe considerarse simplemente como un
lastre o una rémora, ya que ella es la que pone a prueba los nuevos modelos, obligando a
los científicos partidarios de ellos a un acucioso y más sistemático trabajo de demostración.
La siguiente parte de este texto se dedica fundamentalmente a esta problemática, debido a
la importancia singular que tiene.

Además de esta búsqueda de la objetividad el pensamiento científico se caracteriza


por ser sistemático, racional y general. A la ciencia no le interesa la descripción
exhaustiva de lo particular -aunque a veces pueda necesitarla- sino el estudio de las
regularidades que presentan los objetos. De este modo pueden elaborarse leyes generales

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que explican el comportamiento de los fenómenos en estudio. Del mismo modo se procura
el mayor rigor conceptual y la más acabada organización posible de los juicios que se
emiten, para fundamentar modelos teóricos no contradictorios, precisos, que abarquen en lo
posible el universo de fenómenos conocidos.

La ciencia, por todo esto, elude en la medida de sus posibilidades la ambigüedad y


el subjetivismo de sus enunciados, del mismo modo que las explicaciones que apelan a lo
sobrenatural, lo inefable, lo arcano o lo indescriptible. Se obtiene así una mayor
transparencia en la exposición, una claridad que surge de hacer explícitos los problemas,
los métodos y los resultados. Este es el punto de partida para ejercer sobre el conocimiento
obtenido la indispensable labor crítica que permite su actualización y su constante
perfeccionamiento.

4. ¿Qué tiene de diferente el conocimiento científico de otros modos de


conocer?

Este somero repaso de las peculiaridades del pensamiento científico nos permite
comprender mejor las diferencias que lo separan de otras formas de conocimiento humano.
La ciencia, a diferencia del conocimiento práctico, no busca resolver directamente los
problemas de la vida cotidiana sino aportar un conjunto de proposiciones generales que
permitan entender el comportamiento de clases particulares de fenómenos, no de hechos
aislados y particulares. Sus intereses se distancian, así, de lo inmediato, pues los problemas
que trata de resolver son problemas de conocimiento, no de la vida práctica. Es cierto que
existe un terreno intermedio entre estos dos campos, el de la tecnología, en el cual
convergen tanto los modelos teóricos como el saber que surge directamente de la práctica.
Allí situamos al ingeniero, que conoce las leyes de la física pero también el modo en que
empíricamente, por ejemplo, se comporta cada material; al médico, que no sólo tiene

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conocimientos bien fundados de química y de biología, sino que también conoce la forma
de acercarse y de tratar a un paciente; a quienes, desde la sociología hasta la electrónica,
han aprendido la forma de llevar los conocimientos teóricos hasta el terreno de la práctica,
utilizándolos para resolver los problemas innumerables de la vida cotidiana. Pero la
existencia de este terreno intermedio, en todo caso, no desvirtúa para nada la distinción que
hemos establecido entre ciencia y conocimiento práctico: apenas sirve para recordarnos que
los saberes humanos no son compartimentos cerrados y sin comunicación, y que las
personas suelen combinarlos de muy diversa manera.

A diferencia de la magia, la hechicería y otras formas semejantes de aproximación


al mundo, la ciencia se caracteriza por ser racional, por eliminar de su seno toda
explicación sobrenatural, toda apelación a lo trascendente y a lo que no puede ser
verificado. El pensamiento religioso, que se distingue de la magia porque no intenta
resolver problemas prácticos ni incidir directamente sobre la marcha de los sucesos de
nuestra vida, posee también ese aspecto trascendente que lo distingue de la ciencia: porque
ésta, ante la inconcebible vastedad del universo, acepta con humildad que hay cosas que no
sabe y que no está en condiciones -al menos por el momento- de llegar a conocer. Pero el
hombre, de todas maneras, al no poder conformarse y vivir siempre en medio de esta
actitud hasta cierto punto agnóstica, busca por medio de la religión otorgar al cosmos un
sentido que no podría encontrar de otra manera.

Con respecto al arte las diferencias son, si se quiere, aún más nítidas y evidentes. El
arte está centrado en el sujeto, en sus emociones y su sensibilidad; la ciencia, por el
contrario, en los objetos que estudia, a los cuales trata de aprehender racional y
sistemáticamente. El arte procura capturar lo irrepetible; la ciencia en cambio se funda en
las regularidades observables en el mundo, en aquéllo que se repite y de lo cual pueden
inferirse conclusiones más generales.

En relación a la filosofía, por último, es posible hacer también algunas precisiones


de interés. El pensar filosófico -generalmente, aunque no necesariamente sea así- es
también racional y sistemático, teórico y general como la ciencia, a la cual precede

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históricamente. Pero a diferencia de ésta no posee la exigencia de una referencia empírica


constante, no está restringido ni controlado por el requisito científico de la verificación:
puede, por ello, adentrarse en temáticas que quedan vedadas a la ciencia, abordando los
problemas últimos del ser, pero obtiene, en contrapartida, resultados mucho menos
concretos y definitorios. Hay, en este sentido, antiguas polémicas filosóficas que aun
permanecen sin resolverse, problemas que se discuten inacabablemente sin que exista un
referente empírico capaz de inclinar la discusión en uno u otro sentido.

5. El Método de la Ciencia

Los párrafos anteriores han puesto de manifiesto que la ciencia supone un tipo de
pensamientos peculiar, así como procedimientos específicos que le permiten obtener los
resultados apetecidos. Esto equivale a reconocer la existencia de un método científico, de
un camino y orientación que la caracterizan y que, de algún modo, la definen. Pero este
método, como de inmediato veremos, no es ni puede ser una panacea capaz de resolver
todos los problemas de la investigación.

El proceso metodológico esbozado en estas líneas determina una modalidad de


conocer que denominamos científica. El método no es un camino preciso, con etapas pre-
definidas que debamos obligatoriamente recorrer en un orden determinado para obtener una
"garantía de cientificidad". Es más bien una orientación intelectual (y en gran medida
también, una actitud) delimitada por elementos como los mencionados, que aparecen de un
modo u otro en la constitución de la práctica investigativa.

¡Para Recordar!

SÍNTESIS DE LAS CARACTERÍSTICAS DEL CONOCIMIENTO


CIENTÍFICO

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Es un saber racional. Se obtiene a través del uso de la razón humana. Se basa en las capacidades
de razonamiento y en las habilidades cognitivas de los sujetos.

Es un saber verificable. Los conceptos y enunciados teóricos a los que se arriba en la


investigación son producto de la contrastación con hechos y fenómenos empíricos.

Es un saber metódico. El modo de producción del conocimiento científico se apoya en el


cumplimiento de las prescripciones metodológicas. El método científico aporta herramientas para
generar conocimientos, además de criterios y procedimientos para justificarlo.
Es un saber sistemático. Los conocimientos científicos no se presentan aislados sino
conformando estructuras y cuerpos de conocimiento que guardan relaciones lógicas y
metodológicas entre sí .

Es un saber falible. El conocimiento científico no es definitivo, nunca está acabado, ni exento de


error.

Es un saber que busca la objetividad. El científico trata de objetivar los fenómenos a través de
los recursos que le proveen la teoría y los métodos de investigación. Sin embargo, la objetividad
no implica la neutralidad del científico, ya que la observación y medición de los fenómenos está
“cargada” por las teorías y los valores científicos y personales del investigador.

Es un saber comunicable. La comunicabilidad del saber de la ciencia impone un uso preciso de


los conceptos teóricos. La precisión es, a su vez, condición para la replicabilidad de los procesos
de investigación y para la acumulación y sistematización de sus hallazgos.

Ahora sí estamos listos/as para realizar la actividad de la clase que


figura en el aula.
¿ Vamos?

Bibliografía de la Clase
➔ SABINO, C. (2014) “El Proceso de Investigación”. Editorial Episteme: Buenos Aires.
(2007)

➔ YUNI JOSÉ Y URBANO CLAUDIO ( 2006)Técnicas para investigar: recursos


metodológicos para la preparación de proyectos de investigación /- 2ª ed. -

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Córdoba:Brujas, 2006.

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