100% encontró este documento útil (3 votos)
3K vistas584 páginas

The Rising Malpas - Jodi Ellen Malpas

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1/ 584

Sinopsis Capítulo 26

Créditos Capítulo 27
Aclaración Capítulo 28
Dedicatoria Capítulo 29
Capítulo 1 Capítulo 30
Capítulo 2 Capítulo 31
Capítulo 3 Capítulo 32
Capítulo 4 Capítulo 33
Capítulo 5 Capítulo 34
Capítulo 6 Capítulo 35
Capítulo 7 Capítulo 36
Capítulo 8 Capítulo 37
Capítulo 9 Capítulo 38
Capítulo 10 Capítulo 39
Capítulo 11 Capítulo 40
Capítulo 12 Capítulo 41
Capítulo 13 Capítulo 42
Capítulo 14 Capítulo 43
Capítulo 15 Capítulo 44
Capítulo 16 Capítulo 45
Capítulo 17 Epílogo
Capítulo 18 Sobre la Autora
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Cuando el famoso jefe de la mafia Danny Black y el letal asesino James Kelly unen sus
fuerzas para dar caza a un mutuo y escurridizo némesis que amenaza con destruirlos a
ambos y hacerse con el control de su ciudad, saben que van a entrar en un juego mortal.
Un juego que deben ganar si quieren vivir en paz con las mujeres que aman, lejos del
crimen, la corrupción y la muerte.
Pero la paz es una ilusión, el amor es un tormento diario y la muerte siempre les
perseguirá.
Cuando el poder empieza a escapárseles de las manos, los enemigos vuelven a surgir y
viejos demonios personales regresan para atormentarlos a ambos, finalmente aceptan que
nunca podrán abandonar su mundo si quieren seguir con vida. Así que tienen que
protegerlo a toda costa. Sin importar las consecuencias. Sin importar las pérdidas. No
importa el dolor. Deben tomar decisiones que ningún hombre debería tomar. Matar más
despiadadamente, amar más ferozmente y odiar con más rabia que nunca.
Son capaces. Están Listos.
Pero nada los prepara para los secretos que descubren y las traiciones a las que se
enfrentan. Ni para los sacrificios personales que deben hacer para resurgir.

Dos hombres.
Un objetivo.
Sin piedad.

Esto es .

ADVERTENCIA - Esta historia es cruda, descarnada y contiene escenas que pueden


incomodar a algunos lectores. No es para pusilánimes.
Este es un trabajo de fans para fans, ningún miembro del staff recibió remuneración
alguna por este trabajo, proyecto sin fines de lucro
Les invitamos a NO publicarlo en ninguna página en la web, NO compartir links o
pantallazos en redes sociales y mucho menos trafiques con él.
Si su economía lo permite apoyen a la autora comprando sus libros o reseñándolos, pero
por favor NO MENCIONEN su lectura en español en los sitios oficiales.
Si no respetas las reglas, podrías quedarte sin lugares donde leer material inédito al
español.
Somos un grupo de lectura no vendemos libros.

¡¡¡¡¡Cuida tus grupos y blogs!!!!!!


refiero estar muerto. Tiene que ser mejor que estar esquivando constantemente la
muerte, y a los muchos hombres que hay por ahí que quieren acabar conmigo, no
son de los únicos de los que tengo que desconfiar. Me preocupa más de lo que es
capaz mi mujer.
Miro hacia nuestra villa mientras exhalo y dejo caer el culo a la arena, jodidamente
exhausto. Agotado de correr. Agotado de luchar con Rose. Simplemente agotado. Agarro la
botella de whisky y bebo un poco más; probablemente no sea prudente, necesito estar alerta
mientras mi mujer está en pie de guerra, necesito la capacidad de agacharme rápidamente,
pero... a la mierda. Deja que me ataque. Como he dicho, estoy demasiado agotado para
luchar, y la sensación de ingravidez que me invade es un breve respiro.
Caigo de espaldas sobre la arena y me quedo mirando el cielo negro y titilante, dando
otra calada al cigarrillo y otro trago de whisky, derramando un poco sobre mi cara mientras
lo hago. Joder. Ha sido una velada encantadora, aparte de mi pequeño combate de boxeo
con Otto. ¿Qué coño pasa con eso? ¿Él? ¿Con mi madre? Resoplo y me trago otra dosis de
nicotina, seguida rápidamente por otro calada de tabaco fuerte.
―Eso no va a pasar ―le digo al cielo―. Sobre mi cadáver. ―Lo que podría ser una clara
posibilidad si Rose me pone las manos encima.
Levanto un poco la cabeza y vuelvo a mirar hacia la casa. Espero que mamá haya
conseguido razonar con ella, porque yo desde luego no pude. De hecho, era como una
bandera roja para un toro. Salí de la habitación en numerosas ocasiones para dejar que se
calmara de una puta vez, y en cuanto volvía a entrar, al oír que se había calmado, se
abalanzaba sobre mí, ya fuera con palabras o con brazos desquiciados, agitados y
desesperados. La contuve más de una vez, ya que no podía someterla con mi madre y Otto
allí. Al final, me vi obligado a abandonar la casa antes de que se hiciera daño a sí misma o
a nuestro bebé. Me siento como un hombre al borde del cielo y del infierno, y algún cabrón
desconocido dictará por dónde caigo.
Aunque mi mujer puede que le consiga un trabajo pronto. Y aun así, no puedo enfadarme
con ella. No puedo enfadarme. No puedo culparla por salirse de control. Por tirar el jarrón
contra la pared. Está embarazada y sus emociones están a flor de piel. Además, le he
prometido paz y no se la he dado demasiadas veces. Me siento jodidamente desesperado.
Inútil. Conozco a mi mujer mejor que nadie, y cuando se siente amenazada, lucha. Y como
siempre, dejaré que descargue su ira conmigo.
Aparto el cigarrillo y me termino la botella, dejándola caer torpemente sobre la arena. El
cielo empieza a girar. Mis pensamientos se enredan, me dicen que vuelva con ella. Que me
ocupe de este lío. Pero estoy bastante seguro de que ella gritó instrucciones claras de no
volver nunca.
Desafortunadamente para Rose, no puedo vivir sin ella.
Levanto la cabeza todo lo que puedo y frunzo el ceño hacia nuestra villa.
―Y tú también me quieres, mujer, así que deja de hacer el puto ridículo. ―Mi cabeza
golpea la arena con un ruido sordo que no tiene nada de sordo―. Cabrón ―refunfuño.
Joder, hacía años que no estaba tan borracho. No desde el funeral de papá. No desde que
me di cuenta de que me había enamorado de la princesa de hielo―. ¿Por qué tienes que ser
tan zorra?
Una cara aparece sobre mí y entrecierro los ojos, intentando enfocar.
―Lo encontré ―dice James.
―Por el amor de Dios. ―Aparece Brad, llevándose el celular al oído―. Lo tenemos.
―Cuelga y me da un golpe con la punta del zapato―. ¿Crees que esto va a resolver todos
nuestros problemas?
―Vete a la mierda ―escupo―. Y vete a echar un polvo. Eres un maldito miserable
últimamente.
―Bueno, hace tiempo que no hay una puta interna ―dice James, y yo me rio entre
dientes, recibiendo otro codazo de Brad, esta vez bastante más fuerte.
―Me voy antes de que lo mate a golpes.
―Me gustaría ver cómo lo intentas ―le grito a su espalda mientras se aleja dando
pisotones por la playa―. ¿No sabes quién soy? Ten miedo, Brad. Ten mucho miedo.
―¿Qué coño estás haciendo? ―murmura James cansado, agachándose para acercarse,
apoyando las palmas de las manos en las rodillas.
―¿Qué coño parece que estoy haciendo? ―Palmeo la arena y encuentro mi botella, me
la llevo a los labios y bebo un trago. No sale nada. Gruño y la tiro a un lado―. Me estoy
emborrachando. Tráeme otra botella.
―No.
―¿Cómo que no? ―Trato de incorporarme, balanceándome terriblemente. Joder, cierra
la puta boca, Black, y túmbate de una puta vez antes de vomitar―. ¿No sabes quién soy?
James se ríe. ¿Por qué se ríe?
―Sí, sé quién eres. Eres un hombre que está en la perrera. Vamos, imbécil. ―Se mueve
detrás de mí y engancha sus brazos bajo los míos, levantándome con relativa facilidad,
teniendo en cuenta que estoy jodidamente sin piernas―. Rose está molesta.
Me rio a carcajadas.
―¿Molesta? ¿Así es como llamamos hoy en día a una puta psicópata? ―Me encojo de
hombros y me tambaleo unos pasos, pero rápidamente me estabilizo. Miro hacia abajo.
Tengo los pies en el agua. Y siento el culo un poco húmedo―. ¿Sabes lo que voy a hacer?
―Pregunto―. ¿Arreglar este puto desastre?
―¿Sobrio?
―Voy a matar a El Oso. ―Empiezo a subir por la arena hacia mi villa―. Todo esto es
culpa tuya, joder. ―¿Por qué se me acaba de ocurrir? Esta tormenta de mierda es todo obra
de James, porque él es el cabrón que me resucitó. Yo era bastante feliz estando muerto.
Me detengo. Giro. Me balanceo. Parpadeo. Sus cejas casi le tocan el nacimiento del
cabello.
―Yo también debería matarte. ―O al menos apagarle las luces de un puñetazo. Eso me
haría sentir mejor.
James me invita con los brazos abiertos y aprieto el puño. Me está incitando. No estoy tan
borracho como para no reconocerlo.
―Siempre me he preguntado quién saldría vencedor entre «El Británico» y «El Enigma».
―Inclina la cabeza―. Así que vamos a averiguarlo.
¿Sí? Pensé que éramos amigos. Qué cabrón. Retiro el puño, entrecierro los ojos y golpeo,
con la intención de plantarle un puñetazo preciso en la mandíbula.
Pero golpea precisamente... a la nada.
―Joder ―murmuro, girando sobre mí mismo antes de caer de bruces sobre la arena.
Ruedo sobre mi espalda y veo a James cerniéndose sobre mí.
―¿Has acabado? ―me pregunta mientras escupo un sinfín de granos de arena―. ¿O
tengo que noquearte y arrastrarte de vuelta con tu mujer?
―Me quedo en la tuya.
Se ríe.
―Tienes más posibilidades de cavar un hoyo aquí en la orilla y encontrar a El Oso.
―Ofrece una mano―. No voy a unirme a ti en el lado equivocado de tu mujer. Dame tu
puta mano, cabrón.
Resoplo y alzo un brazo desorientado, agarrándome con fuerza, y James me levanta, pero
esta vez no me suelta, apoyándome mientras me tambaleo por la playa.
―¿Cómo se ha tomado Beau la noticia? ―Pregunto, esperando que James esté en la
caseta del perro conmigo.
―¿Te refieres a la noticia de que el hombre que ordenó la muerte de su madre y de toda
mi familia está, de hecho, vivo cuando todos pensábamos que acabábamos de ejecutar un
plan jodidamente perfecto y habíamos matado al cabrón?
―No, me refiero a la noticia de que eres un cabrón sarcástico. ―Le empujo. Puedo
caminar solo―. Sí, esa noticia ―refunfuño―. Estaba pasando una velada encantadora
hasta que llamó para decirnos que habíamos matado al hombre equivocado.
―Yo también ―musita James, y yo le miro, aunque con ojos de borracho, pero veo al
hombre perdido que aún perdura. Por un breve momento, él y Beau tuvieron paz. Por un
breve momento, hubo sol y sonrisas. Por un breve momento, todos pensamos que esa parte
de la historia había terminado.
Pero cuando tú eres yo y James es James, nunca se acaba.
Así que, sí, estamos conmocionados. Algunos de nosotros, como mi esposa, están echando
humo. Otros, como Beau, están contemplativos. Otros, como Brad, Otto y Ringo, están
sedientos de sangre de nuevo.
Y luego estoy yo.
Borracho.
Pero la alternativa es un baño de sangre, y aún no me he recuperado del todo de mi
último alboroto en Miami. Necesito un descanso.
No hay descanso para los malvados, chico.
―Oh, vete a la mierda ―murmuro, haciendo retroceder a James―. No voy a hablar
contigo. ―Me alejo tambaleándome, deseando que mi difunto padre me deje en paz. No
necesito su opinión en este momento―. Llama a los hombres ―ordeno, levantando una
mano, como si todos pudieran verme haciéndoles señas―. Necesitamos una ree-uu-nioo-
ón. ―Pensemos en algo, hagamos un plan y matemos a ese maldito oso.
Otra vez.
―Por el amor de Dios ―suspira James.
―Joder. ―Tropiezo con nada y caigo de bruces, recibiendo otra bocanada de arena.
Empiezo a escupir y a chapotear mientras me pongo en pie de nuevo, marchando,
decidido―. Quiero reunirme con... ―Frunzo el ceño y me giro para buscar a James―.
¿Quién sigue vivo?
Sacude la cabeza, desesperado, creo, pero no tiene oportunidad de responder. Mamá
aparece de la nada y me agarra.
―¿Dónde demonios has...? ―Arruga la nariz―. Estás borracho.
Pongo los ojos en blanco. O lo intento.
―Sólo trato de adormecer el dolor.
―¿Estás herido?
―Sí, estoy jodidamente herido. ¿No viste el puño de mi mujer chocar con mi puta nariz?
―Ah, eso.
―Sí, es...
―Oh bien, lo encontraste ―gruñe Otto, y ¿no es como una puta bandera roja para un
toro furioso? No quiero ver esa puta cabeza de mierda. Veo cómo su mano toca el brazo de
mi madre? ―¿Dónde demonios has estado? ―pregunta.
Levanto la vista hacia su rostro barbudo y herido.
―Planeando tu muerte. ―Me abalanzo, mamá grita y James grita, me ataca por un lado
y me derriba. Aterrizo con un gruñido―. Déjame ―exijo.
―Joder ―suspira James―. Pronto le dirás que, manos arriba, manos arriba. ¿Qué eres,
el puto león que encontró su coraje? ―James se pone de pie y me levanta, alejándome de
mi objetivo.
Frunzo el ceño, luchando contra su agarre. Obviamente, no consigo nada.
―Mi madre está fuera de tus putos límites ―grito―. Si se te ocurre volver a tocarla,
tendrás que vértelas conmigo.
―Me tiemblan las putas piernas, Black ―refunfuña Otto, ganándose una bofetada de
mi madre y, sin duda, una súplica para que no me atosigue.
―Bien, creo que es hora de dormir. ―James me conduce hacia la villa―. Tendremos
nuestra re-re-reunión mañana. ―Me empujan a través de la puerta, donde encuentro a mi
mujer, mi puta mujer, la mujer que se supone que me quiere incondicionalmente,
mirándome como si estuviera a punto de ponerme condiciones. Frunzo el ceño. O lo intento.
Y entonces mis ojos se posan en su barriga. Y sonrío. No puedo evitarlo. Pero rápidamente
recuerdo...
No estamos hablando.
―Te odio ―siseo, clavándole un dedo en la cara. Su preciosa y encantadora cara―. Te
odio tanto, joder. ―Puede que yo esté furioso, pero veo sus hombros caerse, toda la lucha
abandonándola. Está tranquila. Yo estoy borracho. Y como para demostrar exactamente lo
borracho que estoy, empiezo a balancearme sobre mis talones, obligando a James a
atraparme.
―¿Me das un abrazo? ―Pregunto, haciendo pucheros―. ¿Por favor? ―Ignoro las risitas
detrás de mí y abro los brazos, caminando hacia ella, mis esfuerzos por permanecer en una
línea relativamente recta bastante débiles―. No quiero pelear.
―Siempre dices eso después de que nos hayamos peleado, pero parece que te empeñas
en luchar mientras nos peleamos.
―¿Qué se supone que debo hacer, cariño? ¿Esconderte todo? ―Cojo su barbilla y
levanto su cara hacia la mía, cerrando un ojo para concentrarme. Quizá debería ocultarlo
todo. Dejarla aquí, volver a Miami, ocuparme de todo y regresar. Espero que de una pieza.
Me siento como si me hubieran devuelto al principio de este espectáculo de mierda y tuviera
que volver a pasar por toda la actuación de mierda. Excepto que esta vez, no tengo putas
palomitas. Ni ninguna puta pista. Y mi mujer está embarazada. A la mierda mi vida. Apoyo
las manos en sus hombros y ella exhala pesadamente, cogiéndome de las muñecas.
―No quiero que me ocultes nada ―me dice.
―Entonces no lo haré. ― Mentira, Black.
―¿Cómo ha pasado esto?
Entrecierro los ojos, pensando mucho, como si fuera a encontrar la respuesta. Por
supuesto que no voy a encontrar la puta respuesta, y en este momento, en realidad, no
quiero. Sólo quiero irme a la cama y abrazarla hasta la muerte. A la mierda los hombres.
Nos encontraremos por la mañana.
Me doy la vuelta, dispuesto a mandarles a todos a la mierda, a excepción de mi madre,
claro, pero veo que todos se han ido.
―¿Dónde se han ido?
―A casa, espero. ―Rose me rodea la cintura con un brazo y empiezo a caminar hacia el
dormitorio. Apoyándome en ella. Sólo un poco―. Todo el mundo te ha estado buscando
durante horas.
―Estaba en la playa emborrachándome.
―No me digas.
―No, en serio. ―Me sumerjo y empujo mi boca en su cabello, justo antes de llegar a la
cama, y ella me suelta. Caigo sobre el colchón. El giro de la habitación me encuentra
inmediatamente―. Estoy rea… ―hipo―, borracho.
―Eres jodidamente molesto, eso es lo que eres. ―Me desabrocha los pantalones y la miro
lo que espero que sea una sonrisa ladeada. ¿Ah, sí? Esperaba, pero no quería asegurar...
―Olvídalo, Black ―murmura, me baja los pantalones por las piernas y los tira a un lado
antes de empezar con la camisa.
―¿Me has dicho que no? ―Agarro su muñeca y la inmovilizo, mirándola en busca de
una respuesta. La respuesta correcta―. Soy un jefe de la mafia, nena.
―Lo sé ―ronronea, acerca sus labios a los míos y me besa suavemente. Suspiro feliz,
abriéndome a ella―. Pero esta noche no está dura. ―Ella empuja mi suave polla mientras
me muerde el labio―. Y esta mollera está demasiado cansada después de estresarse por
saber a dónde había desaparecido su marido mafioso.
Frunzo el ceño.
―Estaba en la playa.
―Sí, pero pensé que te habías ido a Miami.
Resoplo.
―¿Sin James y Brad?
―Y Otto y Ringo y Goldie.
―Otto puede irse a la mierda. ―Me golpeo la cabeza contra la almohada―. Está
desterrado.
―Díselo a tu madre.
―Lo haré. ―Agarro a Rose y la tiro sobre la cama, rodeándola con brazos y piernas. O
lo intento.
―¿Todavía me odias? ―susurra, besando mi antebrazo donde está enroscado alrededor
de su cuello.
―Siempre, cariño ―murmuro―. Y para siempre.

.
―No, no, no ―murmuro, dándome la vuelta, intentando desesperadamente encontrar
un lugar fresco en la almohada.
―Sí, sí, sí ―responde una voz dulce y femenina.
Me quedo quieto y frunzo el ceño. Pongo mala cara. Pongo los ojos en blanco. Nunca voy
a olvidar esto. Sólo dos veces en mi vida me he emborrachado más de la cuenta. No soy yo.
Soy vulnerable bajo la influencia. En riesgo. Pero la verdad es que, si no hubiera bebido
anoche, habría ido directo al hangar, me habría subido a mi avión de vuelta a Miami, y…
Y volar toda la maldita ciudad.
Fue una idea terrible. Peor que emborracharme tanto que siento como si me hubieran
estallado varias granadas en el cráneo.
Con la cara aplastada en la almohada, escucho cómo se acerca el sonido de sus pies
descalzos caminado por el suelo. Aparece su cara, jodidamente engreída.
―Estás babeando ―susurra, inclinándose hacia mí y lamiéndome los labios.
Naturalmente, todo mi interior se enciende como fuegos artificiales y mi sangre empieza a
latir en lugar de mi cabeza. Huele tan bien. Sabe increíble. Parece el paraíso. Me animo a
meter las manos en las sábanas y me pongo boca arriba, agarrándola de la muñeca y tirando
de ella hacia mí. Pero justo cuando voy a darle un beso para que empecemos de la mejor
manera lo que sé que va a ser un día difícil, detecto una oleada de preocupación en su cara.
Me retiro.
―¿Qué pasa?
Se le inflan las mejillas, se pasa la mano por la boca y se levanta de la cama corriendo
por el dormitorio. No se molesta en cerrar la puerta, obviamente el tiempo apremia, y un
segundo después empiezan las arcadas. Hago un mohín.
―¿Estás bien, cariño? ―Le digo, arrastrándome hacia arriba, con la resaca de vuelta con
una venganza. Autoinfligida, eso sí, así que me callo. Llego a la puerta justo cuando me trae
la cena de anoche, con el cuerpo agitado y los brazos apoyados en el asiento.
―Bien ―jadea ella, sacudiéndose de nuevo, subiendo el postre.
Hago una mueca de dolor, me agacho detrás de ella, le froto la espalda y le recojo algunos
mechones de cabello.
―Definitivamente es una niña ―digo, sacando un pañuelo de papel y pasándoselo.
Inhala con fuerza y exhala aún más, se deja caer sobre el culo y vuelve a dejarse caer
sobre mí, exhausta. Retrocedo hasta encontrar una pared, llevándome a Rose conmigo, y
me apoyo contra ella, abrazándola entre mis piernas y rodeando su pecho con mis brazos.
―¿Cómo lo sabes?
―Porque sólo una mujer podría ser tan difícil. ―Me inclino hacia ella y le mordisqueo
la oreja mientras se ríe débilmente, acurrucándose en mí donde puede. Esta es mi Rose.
Tranquila―. ¿Te sientes mejor?
―En realidad no ―susurra―. ¿Y tú?
―La verdad es que no ―admito, suspirando entre sus cabellos. No sé qué decirle. No sé
qué pasará a partir de ahora. Volver a Miami siempre estuvo en nuestras planes, pero los
dos, y con los dos me refiero a James y a mí, nos sentíamos mucho mejor con «El Oso»
muerto. Tratar de resolver los negocios mientras Rose y Beau estaban a salvo era demasiado
estresante. No quiero volver a eso. Esquivando bombas, mirando por encima del hombro,
discutiendo constantemente con mi mujer.
El problema es que parece que no tengo elección en el asunto, y Rose no reacciona
demasiado bien cuando nos quitan opciones.
―¿Qué pasa ahora? ―pregunta, y duda.
Ahora, volvemos a Miami y arreglamos el puto problema. Simple. Pero simple no va a
ser fácil, no para mi salud, y definitivamente no para mi matrimonio.
―Ahora ―digo, moviendo mis manos a su vientre―, harás lo que se te dice y te
concentrarás en esto.
Sus manos se posan en las mías, rodeándolas.
―Mientras tú vuelves a la guerra ―susurra, casi aceptando la afirmación. ¿Pero qué
elección tiene? ¿Qué opción tenemos cualquiera de nosotros? Su contacto de anoche no fue
sólo una llamada de cortesía para hacernos saber que no habíamos conseguido eliminar a
nuestro mayor enemigo. Fue una advertencia.
Y el misterio se reaviva.
―Vamos ―le digo, animándola a levantarse. La rodeo con un brazo y nos dirijo a la
cocina, la siento en una silla y recojo un poco de esa mierda verde de la nevera de la que
bebe tanto últimamente. James la metió en la bebida y ahora estoy segura de que debe de
estar orinándola. Vierto un poco en un vaso y se lo paso, dejo la jarra en el suelo y miro a
mi alrededor, escuchando. Hay algo diferente―. ¿Dónde está el niño?
―Se quedó en casa de tu madre. ―Bebe un sorbo, con las cejas en alto. Sé lo que está
pensando. Está pensando que no me gustaría que Daniel me viera borracho. Tendría razón.
―¿Qué haces hoy? ―le pregunto.
―¿Mientras planeas la muerte?
Le dirijo una mirada cansada y me traigo un poco de agua y unos analgésicos.
―Rose, cariño, no quiero que te estreses.
―Oh, Danny, por favor. ―Su vaso golpea la mesa con un poco de fuerza, pero no me
preocupa que me tiren objetos rotos. Está demasiado agotada y apenas puede sostenerse en
pie, y mucho menos encontrar fuerzas para tirar cosas con fuerza. Esta enfermedad se está
alargando, pero Doc es feliz, y si Doc es feliz, yo soy feliz.―. ¿Me estás diciendo que no me
preocupe por ti? ―me pregunta.
―Sí, eso es exactamente lo que te estoy diciendo. ―Saco unas galletas del armario y las
pongo en una bandeja con mantequilla y mermelada―. Tu preocupación es en vano porque
todo va a salir bien. ―Dejo todo sobre la mesa y me siento a su lado.
―¿Por eso te emborrachaste anoche? ―Acepta el danés que deslizo ante ella y lo
mordisquea con seguridad.
―Me estaba desahogando. ―Le apunto con el cuchillo de mantequilla―. Es más barato
que romper jarrones y cuencos.
Frunce el ceño a medias mientras mastica, pero veo su remordimiento. Es una cabrona
ardiente cuando quiere, y sé que es jodidamente enfermizo que me encante su fuego. Pero
lo necesita estando casada conmigo.
―¿Qué estás haciendo? ―Pregunto de nuevo. Conversación terminada.
―Beau y yo vamos de compras, y quería pasar por el mercado y recoger algunos
ingredientes para ese curry que mencioné, pero ahora...
―¿Y ahora qué?
―Bueno, ahora... ―Ladea la cabeza, con expresión expectante―. ¿Qué estás haciendo?
Ella sabe lo que voy a hacer. Me lamo un poco de mermelada de los dedos y hundo los
dientes alrededor de un cruasán, llenándome la boca y relajándome en la silla. Sus ojos
bajan por mi pecho desnudo. Hace un mohín. Luego se inclina y me acaricia el pecho.
Observo cómo su mano recorre mi carne, la pequeña cicatriz que tengo debajo de la
clavícula.
―¿Te encuentras mejor? ―Le pregunto, con voz baja, mirándola.
Sus ojos saltan hacia los míos. Su sonrisa recatada es mi respuesta.
Me levanto rápidamente, la cojo de la silla y la pongo rápida pero suavemente sobre mi
hombro. Su chillido apenas me apuñala el cerebro.
―¿Quieres saber lo que voy a hacer? Empezaré por follarme ferozmente a mi mujer.
―La dejo caer sobre la cama, y ella empieza inmediatamente a quitarse la camiseta y a
retorcerse las bragas mientras yo me quito los bóxer de una patada. Me agarro la polla y
empiezo a ponerme duro, y Rose me mira, llevándose las manos a las tetas y
masajeándoselas. Mi mujer es una bomba sexual andante, pero nunca me había parecido
tan sexy. Sus tetas un poco más grandes, su estómago un poco más redondo, su culo cada
vez más curvado. Y la mirada en sus ojos.
La madre de mi bebé. Mantener mis manos lejos de ella siempre ha sido un reto. Ahora
es simplemente doloroso.
Me miro la polla llorosa, aprieto los dientes y subo de rodillas a la cama sin dejar de
trabajarla. Le quito la mano de un golpe, sonrío cuando arquea la espalda y me meto la teta
en la boca. Su gemido es largo y grave. Mi corazón late fuerte y rápido.
―Oh, sí ―jadea mientras le chupo el pezón, suelto la polla y subo los dedos por el
interior de su muslo, sonriendo cuando separa más las piernas.
―¿Quieres que te folle con los dedos, nena? ¿O con la lengua? ―Le meto dos dedos en
el coño y observo fascinado cómo se le contorsiona la cara y sus manos vuelan para
agarrarse al cabecero―. ¿O con mi polla grande, dura y palpitante?
―Sí ―susurra, flexionando las caderas para recibir el impulso de mis dedos―. Todo.
Todas las náuseas matutinas y las resacas están olvidadas. Al igual que, espero, joder,
todos los pensamientos sobre el sádico y enfermo cabrón que nos persigue. Me arrastro por
su cuerpo, paso la lengua por sus labios húmedos y palpitantes y le como el coño como si
fuera mi última cena.
―¡Mierda, Danny!
Sus gritos constantes me empujan, me animan, mis ojos se cierran, mi boca se vuelve
voraz.
Y justo cuando está a punto de correrse, me retiro, le doy la vuelta y la embisto con mi
polla, follándola dura, rápida y brutalmente. Mis rugidos y sus gritos se oyen en toda la isla.
Pero aun así, bombeo más rápido, muelo más fuerte, tratando de hacer desaparecer mi
pensamiento anterior.
Mi última cena.
stá chocando contra mí como un loco. Lucho por recuperar el aliento. Me ha tomado
violentamente muchas veces, me ha hecho preguntarme cuánto más de su poder
podría soportar, pero nunca antes había estado en esta situación.
Necesito que pare. Está fuera de control. Grita constantemente, sus dedos se clavan
en mis caderas, su carne golpea mi culo ruidosamente. El dolor entre mis muslos está en
carne viva. Me zumba la cabeza.
―Danny ―murmuro contra la almohada, agarrándome a las sábanas―. Danny, por
favor.
Sigue aporreando, trastornado y ajeno a mi incomodidad.
―Vamos, nena ―brama, seguido de un ladrido de placer―. ¡Vamos!
―Danny, para. ―Me ahogo con las palabras, sintiendo cómo me golpea profundamente,
tan profundamente que me duele.
―Dime cuándo, Rose.
―Danny, no puedo.
―¡Vamos, nena!
―Danny, por favor, para. ―Joder, esto duele―. Danny ―murmuro, sin aliento ni
energía para gritar, mi cuerpo flácido, a merced de su despiadada toma.
¡Para!
Y entonces siento que se sacude con una tos ahogada y se desploma sobre mí, jadeante,
sudoroso, empujándome contra el colchón, sus caderas rechinando, su semilla
derramándose dentro de mí, caliente e interminable mientras gime en mi cuello. Me quedo
quieta, completamente aturdida. Y no por las razones correctas.
―Suéltame ―digo, con la garganta ronca, sin que mi cuerpo me pertenezca. Es una
sensación que nunca pensé que volvería a tener. Una sensación vacía, hueca, de impotencia.
No siento nada. No siento nada.
―¿Rose? ―Tensa mi nombre entre sus respiraciones entrecortadas, moviéndose
ligeramente.
―Fuera. Suéltame ―le ordeno con voz quebradiza. Doy un respingo cuando se desliza
fuera de mí, dejando su semen chorreando por mi pierna.
―Cariño, ¿qué pasa?
Empujo las manos contra el colchón y me bajo de la cama, sobresaltándome cuando me
agarra de la muñeca, impidiéndome alejarme.
―Suéltame, Danny. ―Sé lo que está esperando. Espera que arremeta. Estoy demasiado
atontada. Demasiado conmocionada. Nunca me ha violado. Siempre ha buscado permiso a
su jodida manera. Vuelvo los ojos hacia los suyos y él retrocede en cuanto ve la vacuidad
de mi expresión y suelta la mano―. Te dije que pararas. No has parado. ―Me alejo,
entumecida, y me encierro en el baño. Inmediatamente abro la ducha y me meto, me invade
una sensación familiar de desapego, una coraza rota desde hace años que parece arreglarse
sola. Miro hacia abajo. No veo mi pequeño bulto.
Veo un objeto.
Trago saliva y me hundo en el suelo, arrastrando una toallita, sollozando mientras me
limpio, restregándome entre las piernas. Limpio a mi marido de mi cuerpo.
Porque hoy no es mi marido.
Hoy, es sólo otro hombre que no escuchó cuando le dije que parara.
Es la única vez que recuerdo que no se haya corrido por mí. No puedo decir que lo siento.
Una vez recuperada, salgo del cuarto de baño. La habitación está vacía y me visto en
silencio, me pongo una falda larga de color rosa y una camisa blanca sin mangas, anudando
los extremos. Me seco rápidamente el cabello, me pongo crema solar en la cara y los brazos
y me calzo las sandalias doradas. Cojo el celular de la mesilla, el bolso del respaldo de la
silla y un coletero de la cama. El lazo que se deshizo de mi cabello mientras me cogía como
a un animal. Me detengo a mirar las sábanas desparramadas y miro por encima del hombro
cuando oigo cerrarse de golpe la puerta del chalet. Se ha ido. No puede mirarme a la cara.
Bien. Yo tampoco puedo enfrentarlo.
Empiezo a tirarme de los pelos mientras me dirijo a la cocina, pero me detengo
bruscamente cuando entro y veo a Danny sentado a la mesa, vestido con una camisa blanca
y unos chinos azules, dándole vueltas al celular que tiene entre las manos. Perturbo sus
profundos pensamientos y levanta la vista, dejando de juguetear con el celular. Lo miro
fijamente a los ojos, que no son fríos ni mucho menos. Están preocupados. No sé qué decirle.
Aparto la mirada, cojo las llaves de la consola junto a la puerta y salgo.
―Rose ―me llama, viniendo detrás de mí―. Cariño, por favor, no te alejes de mí.
Mantengo el ritmo, saco el celular del bolso y marco a Beau para saber cuánto tardará.
Ni siquiera llego a mis contactos. Oigo ruedas sobre la grava y veo su Jeep amarillo
atravesando las puertas de la villa.
―Rose ―suspira Danny, rodeándome y poniéndose delante de mí. Lo esquivo y saludo
a Beau con la mano, viendo a James en el asiento del copiloto.
En cuanto se detiene, James se baja y yo ocupo su lugar, dejando el bolso sobre mi regazo.
―Buenos días ―me dice, con el cuerpo aún inclinado para que le bese la mejilla.
―Vamos ―digo, incapaz de apreciar la importancia de un momento tan sencillo, un
momento en el que Beau y yo podemos subirnos a un coche y salir a pasar el día sin que los
vikingos nos vigilen ni Danny y James se inquieten. Pero, ¿va a cambiar eso ahora?
Beau no se aparta, me mira.
―¿Aún no han hecho las paces? ―pregunta, volviendo los ojos hacia Danny. Yo también
lo miro y veo la mitad del hombre que conozco. Un hombre inseguro. Un hombre perdido.
―Rose ―murmura suavemente, sus ojos suplicantes.
Vuelvo a centrarme en la carretera y Beau por fin se aparta. Miro por el retrovisor y veo
a James con la mano en el hombro de Danny.
―¿Qué está pasando? ―pregunta Beau, dividiendo su atención entre la carretera y yo.
Sabe que esto es más que una prolongación del drama de anoche. Claro que lo sabe. Y
porque es mi mejor amiga, quiero contárselo. Y porque Danny es mi marido y no quiero
que piense mal de él, no quiero decírselo. Me pregunto si estoy exagerando. Me pregunto
si no estoy siendo razonable. Me pregunto si tengo derecho a sentir este vacío. Nuestra vida
sexual siempre ha sido colorida. Siempre ha sido muy física y a veces violenta. La naturaleza
de nuestra relación siempre lo ha dictado. Quién es Danny. Quien soy yo. Dos personas
como nosotros juntos siempre iba a ser… volátil.
¿Pero hoy?
Tal vez sean mis emociones. Tal vez mi estado de ánimo, teniendo en cuenta el reciente
bombazo. No lo sé. Suspiro y miro a mi amiga. Ella parece serena. Lo que no sé es si es una
fachada, porque Beau ya ha jugado conmigo antes. Mostrado una serenidad perfecta y
sentido una desesperación absoluta.
―¿Estás bien? ―pregunto, girándome en mi asiento para mirarla. Alcanzo sus gafas de
sol y se las quito, y ella me deja. Sabe lo que estoy haciendo. No hay señales de lágrimas. No
tiene los ojos entrecerrados por el dolor de cabeza. Perfectamente tranquila.
―No, no lo estoy ―dice, haciéndome retroceder. Me quita las gafas de sol de la mano y
se las vuelve a poner antes de apoyar los brazos en el volante―. Ninguno de nosotros estará
bien hasta que cierto alguien esté muerto, y ya que volvemos a preguntarnos quién coño es
ese cierto alguien, será mejor que nos abrochemos el cinturón.
Con estas palabras, busco mi cinturón de seguridad y tiro de él.
―¿Te has puesto crema solar? ―le pregunto, observando su brazo desnudo, donde se ve
la cicatriz. Sonreiría si estuviera seguro de que su herida es escandalosa y orgullosa, sin
ninguna razón subyacente. Como si intentara engañarnos a todos diciéndonos que está
bien.
―Sí, mamá, llevo crema solar. ―Beau hace una mueca en la carretera―. Sabes que no
me deja salir de casa sin asfixiarme con ella.
―Bien. ―Saco el celular y le envío un mensaje a Esther, preguntándole qué planes tiene
Daniel, ya que ha adquirido la costumbre de no contestarme. Luego lo dejo caer sobre mi
regazo y me froto la cabeza―. Claro que «El Oso» no podía ser el puto Perry Adams ―suelto
en el parabrisas―. ¿Y sabes qué es lo más jodidamente molesto? ―pregunto, sin darle la
oportunidad de responder―. Si hubiera sabido lo que pasaba por la cabeza de mi marido,
si se hubiera molestado en compartir algo, le habría dicho de una puta vez que Adams no
era capaz. ―Pasé semanas con el idiota, seduciéndolo, acariciando su ego. Era un retorcido,
un corrupto, un mentiroso y un tramposo, pero no tenía el crimen a ese nivel en él. Hago
una mueca de dolor y miro el celular cuando suena. Al igual que Daniel no puede responder
a mis mensajes, Esther tampoco parece hacerlo, pero a diferencia de mi hijo, al menos me
llama para contestarme―. Hola ―le digo, poniéndola en altavoz mientras Beau gira a la
izquierda hacia la ciudad.
―Acaba de salir con Tank y Fury. Fury lo está llevando por el agua, Tank ha recibido la
orden de los hombres de alcanzarlas a ustedes dos.
Vuelvo mis ojos cansados hacia Beau. Lo sabía. Adiós a la libertad. Beau sonríe, pero es
una pequeña. Siente lo mismo, y Esther sabe que habrá estado diciéndome algo que no
quiero oír en absoluto, pero me advierte.
―Gracias.
―¿Cómo está el idiota borracho?
―Probablemente se esté emborrachando otra vez. ―Rebusco en el bolso, saco las gafas
de sol, me las pongo y siento que las lágrimas me muerden los ojos.
―¿Qué ha pasado ahora? ―pregunta exasperada.
Apenas puedo decirle que le dije que no y que no me hizo caso.
―Nada ―suspiro? ―Nos vamos de compras. ¿Necesitas algo?
―Nada ―dice, absteniéndose de interrogarme. Sin embargo, apuesto a que interroga a
Danny. Y, como yo, mentirá.
―Hasta luego. ―Dejo caer mi celular en mi bolso y me hundo en mi asiento―. ¿Cómo
se ha tomado James la noticia? ―Pregunto girando la cabeza y captando el encogimiento
de hombros de Beau.
―En silencio. Ya conoces a James. No dice mucho, pero piensa mucho.
Me rio, pero no con humor. Mientras mi marido blande su reputación como un arma,
James mantiene la suya fuera del radar. El asesino ensordecedor y el asesino silencioso. Son
así de diferentes y, sin embargo, aterradoramente parecidos.
―No quiero que se preocupe por mí ―prosigue Beau, y esta vez me rio con humor. ¿En
qué planeta está?
―Después de matar, Beau, preocuparse por nosotras es lo que mejor hacen nuestros
maridos. ―Frunzo el ceño mirando el parabrisas―. En realidad, dado que mataron al
hombre equivocado, creo que se preocupan mejor de lo que matan.
Beau suelta una carcajada, y da gusto oírla, aunque nuestro humor sea retorcido.
―Que no te oiga decir eso.
Me burlo.
―¿Qué va a hacer? ¿Matarme? Acabamos de saber que nuestros maridos son unos
asesinos terribles. ―Estoy hablando mierda. Tienen un talento espantoso para acabar con
vidas. Sólo que se equivocaron de vida en esta ocasión.
―De todos modos ―continúa Beau―. ¿Maridos? No me he casado con mi asesino.
―Sonríe a la carretera.
―¿Por qué no dices que sí? ―Sé que ha preguntado, más de una vez.
―Porque mató al marido de Lawrence ―dice encogiéndose de hombros.
¿Qué? La miro fijamente, con la boca abierta.
―¿Por qué no me lo dijiste?
―Me enteré anoche, antes de la cena, y por si no te diste cuenta, desde entonces ha
saltado mucha mierda al ventilador. ―Me levanta una ceja y suspiro―. Todo va a salir
bien, lo sabes, ¿verdad? ―Me coge la mano y me da un apretón reconfortante. No sé qué
habrá tomado Beau, pero quiero un poco.
―¿Cómo lo sabes? ―Esto es como un tiovivo insoportable, en el que las emociones de
todos pasan constantemente de la euforia a la desesperación.
―Porque tú estás casada con El Británico, y yo estoy con El Enigma. ―Vuelve a llevar la
mano al volante, sonriendo.
―¿Te perdiste la mierda golpeando el ventilador anoche? ―pregunto, completamente
perpleja.
―Estoy meditando. Lawrence insistió.
―¿Qué, y ahora te apuntas a la guerra? ―pregunto con mucho sarcasmo.
― No estoy para eso. Tal vez solo aceptarlo. Deberías intentarlo.
―¿Aceptarlo?
―Meditar. Podría llevar a la aceptación.
―No puedo aceptar criar a mi bebé en el submundo criminal. No voy a convertirme en
una familia mafiosa.
―Rose ―suspira Beau, acercándose y dándome un masaje en la barriga―. Odio
decírtelo, pero ya somos una familia mafiosa.
Hago un mohín y aprieto su mano, con la esperanza de que algún día pueda sentir la
barriga de mi amiga y saber que hay vida ahí dentro de nuevo para ella también. Familia.
Somos una gran familia jodida. Jodida, sí, pero nos tenemos los unos a los otros.
―¿Qué crees que sea?
―¿Qué es qué? ―Pregunto, confusa.
―El bebé. ―Se ríe―. ¿Niño o niña? ―Su curiosidad me encanta y me duele. Lo feliz que
está por mí y lo triste que está por ella y por James.
―Espero que sea un niño, porque...
―Imagina a Danny con una chica.
―Exactamente. ―Ambos temblamos al pensarlo. Nunca lo soportaría.
―¿Qué estamos comprando? ―continúa.
Sacudiendo la cabeza, de nuevo desconcertada, saco el celular.
―Estoy haciendo el curry del que te hablé. ―Le enseño la pantalla y la receta que vi en
la tele el otro día. Sólo viendo la tele. Relajándome. Siendo un vegetal. Comiendo. Bebiendo
zumo de brócoli. Felicidad―. Necesito todos los vegetales conocidos por el hombre y algo
de cabra.
―¿Y estarás hablando con tu marido para esta noche cuando todos bajemos a cenar?
―Esta noche se cancela ―murmuro―. No me imagino a todo el mundo con ganas
después de lo de anoche, de todos modos. Comeré el curry yo misma.
―Vale ―suspira, sonando tan convencida como me siento yo. No sobre el curry. Me lo
comeré todo, no hay problema.
abía que hoy no habría reunión. No después del estado de Danny anoche, y
definitivamente no después de aparecer en su villa esta mañana y ver las caras de
ambos. No todo va bien en la residencia Black. Así que lo llevé al agua, con la
esperanza de sacudir un poco de vida en él. Consiguió sacar la cabeza del culo brevemente
delante de Daniel antes de que Fury se llevara al chico de vuelta a la villa para que estudiara
un poco con su profesor particular.
Luego... volvió a cavilar. Le dejo estar. Durante el poco tiempo que Danny y yo llevamos
conociéndonos, he aprendido a no molestarle cuando está enfurruñado como un mocoso.
Hablará cuando esté preparado.
―Te veré luego ―le digo mientras se aleja por la playa hacia su villa, levantando una
mano en señal de reconocimiento. Frunzo el ceño a su espalda―. ¿Es un buen momento
para hablar del próximo envío de Chaka?
―No.
―¿Qué coño has hecho, Danny? ―Este abatimiento, la cara de Rose, ninguno de los dos
son resultado de demasiado alcohol por parte de él y de un derrumbe por parte de ella. Algo
ha pasado.
―Te veré luego para cenar ―me dice, ignorando mi pregunta―. Y ponte crema solar
en la espalda, joder.
Me paso una mano por el cabello mojado y retuerzo los hombros, sintiendo que la piel
se me pone tirante por la exposición de unos minutos. Me vuelvo a subir el traje por el
pecho y llamo a Otto.
Responde inmediatamente.
―Iba a llamarte.
―¿Por qué?
―Haz clic en el enlace que acabo de enviar.
Me suena el teléfono en la oreja y lo aparto, hago lo que me dicen, sabiendo antes de ver
lo que Otto me ha enviado que no me va a gustar. Pero subestimo enormemente cuánto.
―¿Qué coño? ―susurro.
―Sí.
Miro fijamente el artículo en Internet, mis ojos escrutan el titular.
―¿Quién gobierna Miami? ―Digo, la sangre se me calienta con cada palabra que leo
sobre El Británico y El Enigma, y sobre el FBI, que es impotente para impedir que campen a
sus anchas por Miami. Finalmente llego al nombre de la reportera. La reportera que
claramente tiene ganas de morir―. ¿Quién coño es Natalia Potter? ―Pregunto. ¿Y de dónde
coño ha sacado esa información?
¿He hecho alguna vez una pregunta tan estúpida?
Nunca se acabará. Lo sabemos, por eso han reparado el astillero después de que lo
voláramos. No se dice, pero las chicas saben que no estamos fuera. Necesitamos el control
de Miami. Mientras mantengamos el control, tenemos el control. Poder es igual a seguridad.
Mantener una presencia para conservar una vida fuera de Miami. Desaparecer no es una
opción porque siempre nos encontrarán, así que debemos mantener un dedo en el pulso
para mantener nuestras vidas. Simple.
―Estoy en ello ―dice Otto, colgando antes de que pueda ladrar mi orden de derribarla.
Una periodista, James. Una reportera, que claramente no tiene ni puta idea de con quién
está tratando.
Respiro un poco y llamo a Chaka.
―¿Está muerto? ―pregunta como respuesta.
Miro a Danny a lo lejos y vuelvo a fruncir el ceño. ¿Qué coño ha pasado?
―Me temo que no. ―Empiezo a volver a nuestra cabaña de la playa. La cabaña de la
playa que está lejos de ser una cabaña―. Sólo un poco distraído en este momento.
―Ah, papá Black ―dice Chaka, con una pequeña risa en el tono.
Me detengo lentamente, sorprendido. Las noticias vuelan, pero no hasta la puta África, y
menos cuando todo el mundo ha ocultado a propósito el embarazo de Rose por razones
obvias. Tarareo una respuesta no comprometida y vuelvo a mirar hacia la playa, viendo a
Danny a lo lejos. ¿Cómo coño lo sabe Chaka?
―¿Sigue en pie lo del parto el día diecinueve? ―le pregunto.
―Podríamos tener un problema.
―Seguro que no, Chaka ―digo, observando cómo los dedos de mis pies se hunden en la
sedosa arena a cada paso que doy. Los problemas se acumulan―. Porque hemos pisado
unos cuantos dedos rusos y prometido a los mexicanos un trato de puta madre, y no cumplir
el trato no va a quedar bien. Podría causar algún mal rollo, si sabes a lo que me refiero. ―O
que vuelvan a los rusos por sus suministros. No me hagas amenazarte.
―Expresaré tus preocupaciones.
―¿A quién?
―El responsable del curso de formación de la Guardia Costera, el día de nuestra entrega
programada.
Miro al hermoso cielo azul. A la mierda.
―Tendremos que entregar el lunes.
―Eso es tres días de retraso, Chaka.
―¿Quieres que haga el reparto en fin de semana? ―pregunta entre risas.
Tiene razón. La zona está abarrotada en fin de semana.
―Lo confirmaré. ―Cuelgo y pateo la arena con una maldición.
―¿Pasa algo?
Sigo.
Sonrío para mis adentros.
Esa voz.
Dejo caer la cabeza y la encuentro en la veranda. En bikini. Uno pequeño. Su cabello
rubio alborotado, sus ojos oscuros brillantes. Tiene un trozo de mango en la mano, los labios
mojados por el zumo. Y todos mis problemas se desvanecen. Oigo música que viene de
dentro y ladeo la cabeza cuando suena Lose Your Head, de London Grammar. Nuestra
canción. Su sonrisa lo es todo. También lo es el hecho de que no me haya arrancado tiras
por algo que está fuera de mi control. Está afectada, claro que está afectada. Tranquila,
contemplativa.
Posesiva.
Necesitada.
No puedo decir que no sea bienvenido.
Pero veo aceptación. Es tan jodidamente impresionante en ella. Sabe que eventualmente
terminaré con esto. Ya sea hoy o mañana, lo terminaré. No pararé hasta encontrarlo y
matarlo. Es sólo la vida ahora. Nuestra vida.
Camino hacia ella, con la música cada vez más alta, y ella deja caer su mango,
retrocediendo lentamente y sonriendo con complicidad. La sigo a través de la cabaña de la
playa, me detengo para quitarme el traje de neopreno, lo que me lleva mucho más tiempo
del que quisiera, y lo dejo en el suelo del salón mientras Beau deja caer la parte de arriba
de su bikini. La sigo hasta la baldosa. Miro hacia arriba. Curiosamente, no es la visión de
sus tetas perfectas lo que me tiene embelesado, sino la de sus ojos brillando salvajemente.
Viva. Incluso ahora que nos enfrentamos de nuevo a la incertidumbre, está viva.
Luz.
Han pasado cuatro semanas desde su último periodo. No lo ha dicho, pero lo dice a gritos.
Al igual que sus palabras de anoche antes de que la mierda golpeara el ventilador en la
cena. Quiere intentarlo. Quiere un bebé. Yo dudaba antes de recibir la llamada que nos va
a llevar de vuelta a Miami, ella todavía está delicada. Pero al mismo tiempo, quiero eso con
ella. Un faro de paz. Luz en nuestra oscuridad.
Para que Beau vuelva a encontrar esa sensación de tranquilidad.
¿Pero está preparada? ¿Está preparado su cuerpo? ¿Su mente? Y, lo que es más doloroso,
después de todo lo que ha pasado su cuerpo, ¿es capaz de llevar un bebé? Sé que Beau está
aterrorizada de que no lo esté. Necesita saber que no está físicamente rota. Necesito darle
eso.
Hazlo.
No lo hagas.
Joder.
Vuelvo a merodear hacia delante, con la temperatura de mi cuerpo subiendo a cada paso,
siguiéndola hasta que llegamos al dormitorio. Se detiene al final de la cama. Un empujón la
hace caer sobre el colchón. La forma en que me mira podría destrozarme. Con tanta
confianza. Con tanto amor. Clavo un puño en las sábanas junto a su pierna, el otro en el
otro lado, y me arrastro hacia arriba, acomodándome justo para que mi cara quede alineada
con su estómago. Y adoro cada centímetro de su piel, besándola de un lado a otro, una y
otra vez, inhalando su aroma, besando su cicatriz, mientras ella entrelaza sus dedos en mi
cabello, tarareando feliz. A veces, estar así, tan jodidamente cerca, tan jodidamente
enamorado de ella, es tan bueno como estar enterrado dentro de ella.
A veces.
Beso su cara, saboreando y oliendo el dulce mango, y giro las caderas, deslizándome
dentro de ella con facilidad. Sus piernas me rodean, sus brazos me sujetan, su boca me
adora. Sus gemidos jadeantes, mis gruñidos graves, sus gritos superficiales, mis gemidos
prolongados, todo se mezcla y se funde, creando la música más hermosa para hacer el amor.
Mis labios nunca se separan de los suyos. Mi entrepierna rechina constantemente. Sus
caderas se mueven. Y cuando sus cortas uñas se hunden en mis hombros y se pone rígida,
la beso con más fuerza, bombeo con más firmeza, gimo más fuerte.
Su grito de liberación desencadena el mío, y me corro con fuerza, gimiendo en su boca
mientras ella gime en la mía. Y nuestros ojos se abren exactamente al mismo tiempo.
Encuentro.
El amor choca.
Sonrío, inhalo y entierro la cara en su cuello húmedo, saboreando la sal del aire y del
sudor de su sexo.
―Hoy te he echado de menos ―susurro, preguntándome por qué hoy más que cualquier
otro día. Tal vez porque después de la llamada que recibí anoche sé que nuestro tiempo
aquí con el sol constantemente en nuestras caras está llegando a un final prematuro. La
vida en Santa Lucía es inmejorable. De hecho, antes de anoche, estaba considerando sugerir
que compráramos un lugar aquí. Aunque sé que eso ya pasaba sin decirlo.
―¿Qué está pasando con Danny y Rose? ―pregunta Beau en voz baja, acariciándome
la espalda con suaves círculos, haciendo que se me junten los omóplatos y me rechinen los
dientes.
―Tú también has notado algo, ¿eh?
―Sí, pero era cautelosa.
―También él.
―¿Así que no sabes lo que ha pasado?
―Ni una pista. Apenas pronunció palabra en todo el tiempo que estuve con él. ―Le lamo
la piel, le muerdo la carne, le beso la garganta, y ella se retuerce debajo de mí, suspirando.
―¿Así que no discutieron el hecho de que ambos mataron al hombre equivocado?
Sonrío en su piel antes de retirarme.
―En realidad, mataste al hombre equivocado.
Arruga la nariz.
―Me estaba hartando de que discutierais sobre quién iba a tener el honor y apretar el
gatillo.
―¿Nosotros los dos pequeños? ―pregunto, colocando sutilmente mi brazo sobre el suyo
por encima de su cabeza, atrapándolos de hecho. Ella se pone rígida por todas partes, lo
que significa que sus músculos internos aprietan mi polla reblandecida. Es una lucha
resistirse a recargarse y ponerse en marcha de nuevo―. ¿Quieres retractarte? ―Llevo mis
dedos hasta sus costillas, mi mirada expectante, y ella se ríe incluso antes de que empiece a
hacerle cosquillas. El espectáculo es nada menos que perfecto.
―No ―dice, y de repente se mueve. Tan rápido que no tengo tiempo de pensar qué coño
está pasando y cómo coño está pasando. Caigo de espaldas con un ruido sordo y Beau se
sienta a horcajadas sobre mí. Miro a mi alrededor y veo que estoy en el suelo―. ¿Te
sometes? ―pregunta, haciéndome sonreír, mi mente invadida por un millón de flashbacks
de la primera vez que la tuve inmovilizada en el suelo.
―Nunca ―respiro.
―Bien. ―Pega sus labios a los míos y me besa como el demonio, su lengua violenta en
sus remolinos, su boca insaciable. Esto... Joder. ...yo. Una vez le dije a Beau que tenía miedo
de nosotros. Aterrorizado. Y aún lo estoy, porque amar tan fuerte, tan intensamente, tiene
que ser peligroso.
Nos revuelco, yendo hacia ella con igual ferocidad, empuño su cabello, nuestras bocas
locas y torpes.
Siseo.
―Joder.
Beau se aparta bruscamente, jadeando.
―¿Qué?
―Nada ―digo apretando los dientes, con el dolor abrasándome. Vuelvo a su boca, pero
ella gira la cabeza, negándomelo.
―Estoy bien.
―Claro, Rambo ―murmura, forzando mi torso hacia arriba y mirando el vendaje de mi
hombro―. Está mojado. ―Unos ojos poco impresionados se posan en mí―. ¿Por qué no le
has puesto un apósito impermeable?
―El agua salada le sentará bien. ―La barbilla me golpea el pecho al asomarme, y Beau
empieza a hurgar en el borde y a despegar el apósito empapado. Revela una herida redonda
y ordenada. El doctor ha hecho un buen trabajo. Le arranco la venda de los dedos, la tiro a
un lado y vuelvo a lo nuestro, reclamando de nuevo su boca, lista para recargar y empezar
de nuevo.
―¿James? ¿Beau?
Me retiro, sobresaltado.
―¿Has oído eso?
―¿Oír qué? ―pregunta, intentando atraerme de nuevo a su boca. Por supuesto,
obedezco y vuelvo a besarla, pero mis oídos están atentos. Sin embargo, lo único que oigo
son los gemidos indulgentes de Beau.
¡Bang!
El ruido de la puerta al abrirse y chocar contra la pared me hace saltar y a Beau chillar.
―Oh, mierda ―dice Brad, mientras miro por encima de mi hombro, encontrándolo de
pie en la puerta―. Lo siento. Pero él no se mueve, sólo se queda allí como un puto idiota,
mientras me aseguro de que cada parte de mí está cubriendo cada parte de Beau―. Bonito
culo.
―Será mejor que hables del mío ―le advierto, tratando de adivinar qué es exactamente
lo que Beau está exhibiendo. Se ríe y me rodea con los brazos y las piernas, mientras yo bajo
una sábana de la cama y me ocupo de cubrirla―. Espero por tu bien que sea una
emergencia, Brad. ―Lucho contra la sangre que fluye hacia mi polla y dejo a Beau con
todas las mantas, de pie, con los cojones desnudos. Los ojos de Brad se posan en mi polla
semierecta, la cubro con una mano mientras me dirijo a la silla y cojo unos bóxer.
―Es una emergencia. ―Se da la vuelta y sale de la habitación―. Algo le pasa a Danny.
Echo la cabeza hacia atrás, con la cara dolorida, en parte por la incomodidad, en parte
por el dolor de mi polla, en parte por la exasperación. Me quito los calzoncillos y me acerco
a Beau, la levanto del suelo y la beso con fuerza en los labios.
―Date una ducha.
―No, gracias. ―Se desliza a mi lado, acomodando la sábana―. Yo también quiero saber
qué pasa con Danny.
Me gustaría decirles a todos que simplemente tiene una resaca cabrona, que se están
preocupando por nada, pero sé tan bien como cualquiera que hay algo más. Le sigo y me
encuentro a Beau sirviendo zumo de la batidora en vasos. Le suena el celular y mira la
pantalla. Veo un cambio en su postura.
―¿Quién es? ―Pregunto, intentando no sonar acusador.
―Mi padre. Le llamaré. ―Se niega a mirarme. Su maldito padre. Idiota. Es lo único de
Beau que no me gusta.
―¿Has visto a Danny? ―Brad me pregunta, poniéndose cómodo en un taburete.
―Sí, le he visto. Estuve con él esta tarde. ―Me siento a su lado y acepto el vaso que Beau
me tiende.
―Acabo de salir de su casa.
―¿Y? ―pregunto.
―Digamos que la Antártida parece jodidamente atractiva para unas vacaciones de
verano ahora mismo. ―Brad me hace una mueca mientras me bebo el zumo―. ¿Qué es
esa mierda?
―Prueba un poco ―dice Beau, empujando un vaso hacia él―. Te hará grande, fuerte y
sano.
―Ya soy grande, fuerte y sano. Y ―se acaricia la barba―, también soy guapo.
Beau pone los ojos en blanco.
―Necesitas más en tu vida que el gimnasio y un club de striptease.
―¿Cómo qué?
―Una mujer ―dice, dividiendo su atención entre Brad y su zumo, con una ceja
arqueada―. O una de mucho tiempo, al menos.
―¿Qué coño? ―murmura Brad, mirándome. Sólo puedo encogerme de hombros.
Devuelve su atención a Beau, sonriendo, como si ella no lo entendiera―. Beau, cariño...
―No me llames cariño, Brad. No si quieres conservar tus pelotas.
Me rio en mi vaso.
―Te lo dije.
―Beau ―comienza de nuevo―. Mi hermosa amiga ninja. ―Levanta una ceja y Beau
asiente con la cabeza, volviendo a su zumo―. ¿Por qué coño querría hacer eso? ―Se ríe―.
Jesús, nos estamos quedando en inferioridad numérica.
―¿Estamos? ―pregunta Beau, con el vaso en pausa en los labios.
―Los hombres ―confirma, como si ella lo necesitara. Pobre idiota despistado―. Se
supone que somos mafia, y pronto habrá más mujeres que hombres en esta familia mafiosa.
No podemos permitirlo.
―No, no, no podemos tener eso ―suspira Beau, dejando su vaso―. Ahora, si no te
importa, estábamos en medio de algo ―dice, señalando su cuerpo cubierto de sábanas y mi
pecho desnudo.
Brad parece totalmente indiferente mientras se aparta de Beau y se dirige a mí.
―¿Quieres una cerveza?
Yo retrocedo.
―¿Quiero una cerveza? ―Repito como un loro―. ¿Ahora? ―Es un hombre valiente.
―Sí, tenemos que hablar de Danny.
Beau resopla y rodea la isla, agarra a Brad de la oreja, literalmente, y lo arrastra hasta
levantarlo de su asiento.
―Fuera ―exige, cambiando su agarre a su brazo y retorciéndoselo, subiéndoselo por la
espalda en un rápido y efectivo movimiento.
―¡Arhhhh!
Ella le ignora, empujando su cuerpo indefenso hacia la puerta mientras yo la observo,
divertido.
―¡Joder, Beau! ―Brad se inclina hacia atrás torpemente, tratando de disminuir el
dolor―. Eso duele, joder.
Le empuja fuera y cierra la puerta.
―Por eso no conseguiré una mujer ―grita desde más allá de la madera―. Son unos
putos chochos, patéticos cabrones.
Beau vuelve a abrir la puerta de un tirón, gruñe y Brad, muy sabiamente, retrocede.
―¿No puedo mirar? ―No puede evitarlo, y me rio cuando Beau agarra lo que tiene más
cerca, que resulta ser un zapato, y se lo tira a la cabeza.
Cuando ha espantado a Brad, ya me he echado a reír a carcajadas y, joder, qué bien sienta
reírme. Me limpio los ojos y la miro.
La sábana a sus los pies.
Miro hacia abajo y observo cómo mi polla se levanta y presiona mis bóxer.
Magia.
ames me roza con la nariz la piel del estómago mientras me recupero.
―Será mejor que nos preparemos para cenar ―acaba diciendo.
―Rose canceló.
―Danny nunca lo mencionó, así que nos vamos. ―Apoya la barbilla en mi estómago y
me mira, con ojos suaves, mientras hundo los dedos en su cabello―. ¿Qué estás pensando,
Beau? ―Le preocupa que vuelva a lugares oscuros.
―Estoy pensando... ―Me interrumpo y quito un poco de cabello de sus ojos. ―Necesitas
un corte. ―Pero sólo un poco. Me encanta su cabello largo. Y el hecho de que el sol lo haya
besado, aclarándolo y bronceando su piel.
Levanta su cabeza.
―¿Qué puedo hacer para que esto sea más fácil?
Sonrío.
―Mátalo. Mátalo de verdad. ―Sé que James estaba preparado para una tormenta de
mierda total en medio de la otra tormenta de mierda. Matar a El Oso es un hecho. El
problema es que nadie sabe cuánto tardará.
―¿Y mientras tanto? ―pregunta, sonando tan sorprendido como parece.
―Mientras tanto, preocúpate tú de mí ―le respondo. Es sencillo―. ¿Por qué estamos
discutiendo esto, cuando todos sabemos lo que va a pasar?
―¿Te estás haciendo la lista?
―Siempre. ―Me deslizo por la cama y le beso―. Lo acepto. Pensaste que El Oso era
Perry Adams y lo mataste. El Oso no era Adams, así que ahora toca volver a empezar. ¿Qué
otra cosa puedo hacer? ―En el momento en que lo miré anoche, mientras me veía bailar,
supe que algo había pasado. Y temí saber qué. Porque, como Rose, había cuestionado en
silencio las capacidades de Perry Adams. No lo conocía como Rose, por supuesto, pero era
alcalde de Miami. Un poco imbécil, para ser honesto, ¿pero El Oso? No.
He elegido estar con James, y he estado en paz con esa decisión durante mucho tiempo.
Vale, a veces me deslizo por debajo de la superficie hacia la oscuridad. Algunos días no me
siento tan segura de poder mirar hacia la luz. Algunos días, estoy luchando por mantener
mi cabeza fuera del agua. Pero nunca, desde que descubrí quién es James, es decir, El
Enigma, el silenciosos asesino a sangre fría, me he cuestionado mi amor por él. Ni una sola
vez. Nunca he pensado en dejarle. Simplemente tomamos cada día como viene y lo
afrontamos como viene. En resumen, ya no estoy sola. No necesito luchar contra mi
oscuridad en solitario.
Tengo a James.
―Te quiero, Beau Hayley ―susurra, parpadeando, con las pestañas tan cerca que siento
que me hacen cosquillas.
―Roto, arreglado ―murmuro―. Feliz, triste. Siempre lo recordaré.
Sonríe suavemente y me besa profundamente.
―Embarazada, no embarazada ―dice, y yo me aparto sorprendida, mirándole. No
necesito preguntarle qué quiere decir con eso. Ya lo sé.
―¿Estás diciendo que tenemos que dejar de intentarlo? ―pregunto.
―¿Escuchaste esas palabras salir de mi boca?
―No exactamente.
―No quiero que estés triste si no sucede.
―¿Estás disparando balas de salva de repente?
Pone los ojos en blanco y me besa castamente.
―¿De repente eres comediante?
―Quieres esperar, ¿no?
―Quiero hacer lo mejor para nosotros. ―Se levanta y tira de mí, acompañándome al
baño―. Vamos, llegaremos tarde.
―Te lo dije, Rose canceló.
―Y te lo dije, Danny no, así que nos vamos a la Antártida.
Me rio y dejo que me meta en la ducha, quieta mientras me lava toda con una esponja
jabonosa. No sé qué es lo mejor para nosotros. Que James se preocupara menos sería lo
mejor, supongo, y otra vida, que yo tenga un bebé, será más de lo que él tenga que
preocuparse. ¿Pero para mí?
Me miro la barriga, pensativa.
Esperando.
Rezando.

hacia Danny y Rose de la mano, James llevando el vino y mis


zapatos, yo llevando mi bolso.
―Hoy no he visto a Goldie ―digo, mirando hacia el bar donde canta Zinnea. Es su noche
libre, así que la playa y media Santa Lucía se libran del sonido de sus dulces tonos para que
ella pueda disfrutar de la cena con su familia.
―Yo tampoco ―dice James, sacándose el celular del bolsillo y dando golpecitos con el
pulgar en la pantalla antes de volver a metérselo y reclamarme.
―¿No dijo nada anoche? ―Le pregunto.
―Oh, dijo muchas cosas, y ninguna de ellas encajaba con el vestido que llevaba.
Me rio, aunque sea fuera de lugar.
―Me gustan las chicas Goldie.
―Creo que va a estar fuera un tiempo. ―Me suelta la mano y me rodea con el brazo,
besándome el cabello, y yo tarareo mi asentimiento, sabiendo que las noticias que recibimos
anoche probablemente harán retroceder a Goldie unos pasos en su camino hacia la libertad.
Brunelli, el hombre que la violó y la convirtió en la mujer de corazón frío y sin emociones
que todos conocemos y amamos, está muerto, y ella pensaba que James había exorcizado
sus demonios, así que estaba empezando a surgir una mujer más suave y femenina, una
que bajaba la guardia. Una que llevaba vestidos y bebía vino. Imagino que ahora se sentirá
bastante cabizbaja. Pero no se irá. No hasta que sepa que James puede hacerlo.
Porque cuando muera El Oso, también morirá el despiadado asesino en que se convirtió
James tras el asesinato de su familia. Cuando El Oso muera, también morirá El Enigma. Pero
no soy tan ilusa como para creer que todo termina ahí. Como Danny, no te haces un nombre
y te marchas como si nunca hubieras torturado y asesinado a docenas de hombres, aunque
merecieran morir. Espera lo inesperado. Tengo que vivir bajo ese lema si voy a vivir con
James, y no puedo vivir sin él, así que eso es todo.
―Ahí están Otto y Esther ―digo, señalando el camino que baja desde la casa de Esther
hasta la playa―. Seguro que no llegan juntos. ―He visto a Danny antes. Hoy no sería un
buen día para cabrearle. Acelero el paso, quiero llegar a ellos antes de que lleguen a la villa
de Danny y Rose, para advertirles de lo que les espera―. ¡Esther! Grito, saludando―.
Espera. ―Agarro la mano de James y empiezo a trotar por la arena.
―Tienes que mantenerte al margen, Beau ―murmura James―. No es nuestro problema.
―¿Quieres que Otto muera?
―Danny no matará a Otto.
Resoplo. Puede que no conozca a Danny Black desde hace mucho, pero lo conozco bien.
Es impredecible. Actúa sin pensar. Y hoy está de mal humor―. Prefiero no arriesgarme
―digo, acercándome a ellos.
―¿Arriesgarte a qué? ―pregunta Otto, mirando entre nosotros―. ¿Qué está pasando?
―Danny.
―¿Qué pasa con él? ―pregunta Esther, con voz aguda y preocupada―. ¿Pasó algo?
―Sí.
―¿Qué?
―No lo sé ―admito―. Fui de compras con Rose antes. Ella estaba extrañamente
cautelosa, y James dijo que Danny apenas murmuró una palabra mientras estaban en las
motos acuáticas.
―Imagino que es porque anoche bebió tanto whisky como para hundir un puto crucero
―murmura Otto―. Comprensible, dadas las circunstancias.
―No deberías habérnoslo dicho ―dice Esther, mirando entre James y Otto
acusadoramente.
James se ríe y Otto se frota la frente. No me uniré a ellos para expresar abiertamente lo
que piensan al respecto, pero tengo que estar de acuerdo en que es una sugerencia
descabellada. Esther está diciendo básicamente que las mujeres somos crédulas. Que no
conocemos a nuestros hombres. Que podrían desaparecer durante mierda sabe cuánto
tiempo para encontrar y matar a alguien y no sospecharíamos nada. Por el amor de Dios.
―Lo digo en serio ―afirma, señalando hacia la villa de Danny y Rose―. Si ese maldito
Oso no mata a mi hijo, lo hará su mujer.
―El Oso no lo matará ―dice Otto, y sonrío al ver que su voz ronca se vuelve suave y
pacificadora―. Te lo prometo, Boo.
―¿Boo? ―suelta James, ganándose el ceño fruncido de Otto.
―Di una puta palabra...
James levanta las manos para defenderse.
―Ni lo sueñes ―se echa hacia atrás mientras Otto se marcha y Esther le sigue. Le doy
una palmada en el brazo y vuelve a reírse, mientras Otto se detiene.
―Está claro que tú también quieres morir ―suspiro, deseando que Otto se ponga en pie,
cosa que acaba haciendo. Tiro de James y veo cómo Esther alcanza a Otto y le da un codazo
con el hombro. Él le devuelve el codazo. Pero no se tocan. No se cogen de la mano. Conozco
la historia de Esther. Sé que merece ser feliz y liberarse de la culpa. Sólo me pregunto si
Otto, un hombre famoso por frecuentar clubes de striptease, es el hombre adecuado para
dárselo.
―¿Crees que ellos...? ―Hago un mohín―. Ya sabes.
―¿Follan?
Me estremezco en nombre de Danny.
―Esther no parece el tipo de mujer para follar.
―Y eso es todo lo que hace Otto, así que si me preguntas si van a funcionar, la respuesta
es no.
Otro respingo, pero esta vez es Esther.
―Quizás deberías tener un poco más de fe. ―Le miro―. Apuesto a que un millón de
personas votarían en contra de que funcionáramos.
Su ceño se frunce al instante mientras me mira.
―Me importa una mierda lo que piensen un millón de personas. Sólo tú. ―Detiene
nuestra marcha, coge mi bolso y lo deja en la pared con la botella de vino y mis zapatos. Se
gira hacia mí―. ¿Qué te parece, Beau Hayley? ―Sus ojos miran los míos mientras yo sonrío
a medias y sus palmas me acarician las mejillas.
―Creo ―digo, escudriñando su glorioso rostro―, que te amo.
―¿Tú crees?
―Lo sé.
Asiente con la cabeza y me pasa el pulgar por el labio inferior, quitándome el brillo. Y
baja lentamente la cara hacia la mía, haciéndome esperar su beso. Suspiro, me agarro a sus
muñecas y cierro los ojos. Siento cuando su boca está a la altura de la mía, su aliento me
calienta la piel, y gimo, rogándole que me complazca, pero él me hace esperar un poco más.
Me hace arder más. Hace que mi corazón palpite más.
Y de repente, el calor se apaga.
Sus manos se apartan de mis mejillas.
Pierdo mi agarre de sus muñecas.
Y tropiezo un poco hacia delante por la pérdida de apoyo antes de que él me atrape
rápidamente y me estabilice.
Abro los ojos y lo encuentro de rodillas. Su mirada suave. Su boca recta. Sus ojos brillan.
Levantó la mano.
Y en su dedo meñique, a media altura, lleva un anillo de diamantes.
Exhalo y encuentro sus ojos.
―James ―susurro―, yo…
―Siempre te atraparé, Beau.
Me derrito ante mi duro asesino, siendo tan romántico y tierno, y me hinco, uniéndome
a él.
―Eso es todo lo que necesito.
―¿Estás diciendo que no otra vez?
Mis ojos pasan entre James y el anillo.
―¿Por qué quieres casarte? ―le pregunto.
Se lo piensa unos instantes mientras me mira atentamente.
―Mi madre era la luz de mi padre ―dice en voz baja, con un deje de tristeza en su voz
profunda―. Y él siempre siguió la luz. ―Sus ojos se vuelven vidriosos y se me parte el
corazón―. Tú eres mi luz, Beau. Y te seguiría hasta el fin del mundo. ―Me toma la mano
derecha y me pone el anillo en el dedo―. Puede quedarse ahí hasta que veas la luz ―me
dice sonriendo.
―¿Era este el anillo de tu madre, James? ―Pregunto.
No contesta. Simplemente me agarra por la nuca y me atrae hacia su boca, besándome
fuerte y significativamente. El sentimiento es hermoso. Excepto que no creo que la
oscuridad sea evitable en nuestro mundo. Y como ambos hemos aprendido, y la forma como
nos sentimos atraídos el uno por el otro, la oscuridad atrae a la oscuridad.
―Quédate en la luz conmigo, Beau ―me suplica, besándome los párpados, la nariz, las
mejillas, la frente―. Es todo lo que pido.
Sólo puedo intentarlo.
―Llegaremos tarde ―susurro, apartándome y pasándole los dedos por el cabello. James
asiente y se levanta, arrastrándome con él. Coge mi bolso y me lo da, y mi celular empieza
a sonar. Sé quién es, y no puedo evitarlo para siempre, pero he hecho un buen trabajo desde
aquel dolorosamente incómodo día en que papá quedó atrapado en nuestro mundo. La
explosión. Su giro gracioso. Su novia, Amber, apareciendo en la mansión. Nunca olvidaré
la cara de Rose cuando entramos en la sala de televisión y la encontramos del brazo de mi
padre. O la cara de mi padre cuando por fin comprendió no sólo mi inquebrantable decisión
de estar con James, sino también el hecho de que su novia era una puta cazafortunas que
solía servir a Danny y sus hombres. Me estremezco en nombre de mi amigo. Y,
extrañamente, en el de mi padre.
Respondo mientras James recoge mis zapatos.
―Papá ―digo en una exhalación que estoy segura de que detectará.
―Beau, han pasado semanas.
Semanas. Hubo un tiempo en que pasaban meses sin ver a mi padre ni saber nada de él.
James se agacha ante mí y me pone una de las sandalias a los pies, y yo me agarro a su
hombro mientras él me quita la arena antes de dejarme meter el pie.
―¿Cómo estás? ―le pregunto. No me complace ver lo avergonzado que está. Lo tonto
que ha sido. Quiero a mi padre, pero no es un regalo de Dios. Un poco gordo, muy
arrogante, pero está forrado y eso atrae a las mujeres de cierta variedad. Siempre iba a ser
un objetivo. Una parte de mí se pregunta si se arrepiente de haber traicionado a mamá. Si
desearía no haber sido tan ciego y haberla dejado por una modelo más joven. Espero que lo
haga. Me temo que mi esperanza es en vano.
―Mejor de lo que estaba ― dice―. Estoy saliendo.
Bueno, eso responde a mi pregunta.
―Estás saliendo ―repito como un loro, levantando el otro pie para James mientras él me
mira moviendo incrédulo la cabeza―. Qué bonito. ―¿Cuántos años tiene esta? ―James
abrocha la pequeña hebilla de mi sandalia y se levanta, cogiendo el vino de la pared.
―Y me presento a alcalde.
―¿Qué? ―Suelto―. ¿Alcalde? ―James abre mucho los ojos y se queda con la boca
abierta.
―Admito, Beau, que la competencia es bastante dura. Ese Monroe Metcalfe es bastante
popular.
Y, curiosamente, también mi padre. Pero el público no le conoce como yo le conozco.
Ven a un hombre de negocios, uno que dona a la caridad y sirve a su comunidad. ¿Qué
demonios digo ante esta noticia?
―Buena suerte ―murmuro, esperando y rezando para que no piense que me va a
utilizar como herramienta en su campaña. Lo dudo mucho, ahora que ha conocido a James.
De hecho, hará todo lo posible para evitar que la gente sepa con quién salgo.
―Gracias, cariño. Cenemos. En mi casa. Cocinaré espaguetis como cuando eras pequeña.
Me doy cuenta de que no sugiere que salgamos en público.
―Suena encantador. Te llamaré. ―Cuelgo.
―¿Se presenta a alcalde? ―dice James, atónito.
―Sí. Alcalde Hayley. El alcalde Hayley con una hija que sale con un asesino.
―Él no sabe que soy un asesino. Y somos más que Da... ―Frunce el ceño―. ¿Hueles el
curry? ― pregunta, justo cuando me llega de lleno el aroma. Cilantro y especias.
―Y tensión ―digo en voz baja, mientras nos lleva por el camino. Rodeamos la villa y
encontramos a todos sentados en la mesa del patio junto a la piscina. Todos menos Rose.
Veo primero a Goldie, y como James predijo, su nuevo vestuario de chica no está a la vista,
el traje ha vuelto, la expresión seria la acompaña. Es la mujer que conocí. Estoica.
Imponente. Empresarial.
Encuentro a Danny en la cabecera de la mesa, con cara de haber recibido una bofetada.
Es una posibilidad cierta.
―¿No bebes? ―pregunto, señalando la botella de agua que tiene en la mano, donde
siempre hay un vaso de líquido ámbar.
―Esta noche no. ―Se levanta y ofrece su mejilla.
―¿Qué les pasa a los dos? ―pregunto en voz baja, besándole, pero no obtengo respuesta,
solo un movimiento de su cabeza, diciéndome que lo deje, antes de darle la mano a James
y dejarse caer de nuevo en su silla. Miro a Esther, que se encoge de hombros. A Brad, que
finge temblar. Rodeo la mesa y saludo a todos con un beso, terminando con Zinnea―.
¿Dónde está Rose?
―En la cocina ―susurra, como si fuera un secreto, llenando su vaso, obviamente
decidiendo que sólo el vino la hará pasar esta noche―. Podrías cortar la atmósfera con un
maldito cuchillo.
Suspiro y dejo el bolso sobre la mesa donde James acaba de sentarse.
―Vuelvo en un minuto.
―No te ofrezcas a ayudar ―me dice Esther cuando los dejo para ir a ver a Rose y
averiguar qué demonios está pasando―. Ella también te arrancará la cabeza.
Entro en la cocina cuando a Rose se le cae una espátula y la salsa le salpica las piernas.
―A la mierda ―sisea.
―¿Todo bien?
Levanta la vista y sonríe tan alegremente que me sorprende que la isla no sufra un
cortocircuito.
―Ya casi está ―canta, coge la cuchara y la tira al fregadero.
La miro con recelo mientras remueve la olla de curry y se aparta el cabello de la cara
varias veces.
―Esther me dijo que no ofreciera mi ayuda ―le digo, acercándome a la isla y metiendo
una cuchara en el chutney de mango.
Deja de removerse y me mira.
―Lo tengo.
Asiento y desenvuelvo los pappadams1.
―¿Hay que freírlos?
―Mierda, sí, hay que hacerlo. ―Deja caer la cuchara en la olla y pasa a una sartén,

1 Pan plano y delgado muy típico de la cocina del subcontinente indio. Algunas veces se describe como una galleta o pan plano, generalmente
elaborado con legumbres como: lentejas, garbanzos, harina de lentejas negras o harina de arroz.
donde chisporrotea el aceite. Coge el mango―. ¡Joder! ―La deja caer y empieza a sacudir
la mano.
―Por el amor de Dios, Rose ―grito, me acerco a ella, abro el grifo y le meto la mano
debajo. Hago una mueca de dolor al ver el verdugón rojo que le cruza la palma de la mano
y la miro, y veo que le caen lágrimas por las mejillas. Lágrimas de dolor, sin duda, pero
también lágrimas por algo más―. ¿Qué...?
―¿Rose? ―Danny suelta, llegando a la cocina a toda prisa y mirando la escena―. Rose,
cariño, ¿qué ha pasado? ―Se acerca a nosotros, cogiéndole el brazo por la muñeca e
inspeccionando los daños. Retrocedo, dejando que se haga cargo, pero las lágrimas de Rose
se secan en un segundo, con expresión de acero, y se retira de su agarre―. Estoy bien
―dice, resoplando, negándose a mirarle―. Beau lo tiene.
Danny, comprensiblemente dolido, me mira torpemente a un lado. No hay hombre ni
mujer en su sano juicio que se interponga en el camino de Danny cuando se trata de su
mujer y, sin embargo, aquí estoy yo, atrapada en medio.
―Yo me encargo ―confirmo, temerosa de las repercusiones si los dejo solos.
Traga saliva, retrocede y se mete las manos en los bolsillos.
―Rose, yo...
―Estoy bien ―responde ella, apartándose de él―. Sólo vete.
Lo hace, y suena aún más alarmante. ¿Desde cuándo Danny Black tiene el rabo entre las
piernas? En cuanto desaparece, me vuelvo hacia Rose.
―No nos iremos de esta cocina hasta que me digas qué demonios ha pasado ―le digo,
empujándole la mano bajo el grifo.
Baja los ojos, pero veo que se le humedecen.
―Dije que no ―susurra―. Dije que no, y él no paró.
―¿Qué? ―pregunto, sorprendida. Me mira a los ojos y las lágrimas vuelven a recorrer
sus mejillas―. ¿Anoche? ―pregunto. ¿Cuando estaba borracho?
―Esta mañana.
Joder. Aunque Danny estaba tan borracho anoche, hay una clara posibilidad de que
todavía estuviera borracho esta mañana. No es una excusa. No estoy poniendo excusas. Sólo
estoy tratando de darle sentido a esta locura. Cierro el grifo.
―¿Dónde está tu botiquín?
―El último armario, estante de arriba. ―Ella señala, y yo lo recojo, yendo hacia la puerta
e intentando llamar la atención de Zinnea. Esther está de pie detrás de la silla de Danny,
con las manos sobre sus hombros y la boca cerca de su oreja, obviamente intentando
tranquilizarlo. Zinnea me ve, deja el vino en la suelo, se levanta y cruza el patio
tambaleándose sobre sus tacones.
―¿Todo bien? ―pregunta, mirando a Rose junto al lavabo llorando.
―Sólo necesitamos ayuda. ―Señalo la olla burbujeante de curry―. ¿Te importaría sacar
eso? Traeré el resto en un momento.
Ella no hace preguntas, que es exactamente por lo que llamé a Zinnea y no a Esther.
―Por supuesto, querida. ―Se pone manos a la obra, recoge un par de paños de cocina
y saca la olla del fuego―. ¿Cuchara?
―En la olla ―le digo, haciendo que frunza el ceño hacia el curry.
―Lo llevaré. ―Se va y yo vuelvo a Rose, abro la caja y rebusco lo que necesito para
curarla.
―¿Qué ha pasado? ―Pregunto, secándole la mano.
―Intento pensar razonablemente ―dice suspirando―. Estaba tan completamente fuera
de control, y hoy me he sentido incapaz de mantenerlo.
―¿Así que le pediste que parara? ―Le exprimo un poco de crema en la palma de la
mano y se la froto.
―Sí.
―¿Y no lo hizo?
―No. ―Rose me mira, y odio la angustia que veo en sus ojos azul oscuro. Esto la va a
matar. Danny es el único hombre en este mundo que puede hacerle daño. Y ahora mismo,
está agonizando. No voy a quedarme aquí y decirle a mi amiga que estoy segura de que no
quiso hacer lo que hizo, aunque conozco la historia de Danny tan bien como la de Rose.
Nunca restaría importancia a la angustia de mi amiga, no después de todo lo que ha pasado.
El mal humor de Danny, la distancia de Rose, todo tiene sentido ahora.
―Tienes que hablar con él.
―¿Y decir qué? ―pregunta ella, exasperada―. ¿Por qué tú, mi marido, me tomaste
contra mi voluntad?
Noto que se niega a usar esa palabra.
―Parece un hombre roto, Rose. ―Tengo que señalar eso, al menos. Mi lealtad está con
Rose, por supuesto, pero siento que cometería una injusticia conmigo mismo y con Rose si
no planteo lo obvio, porque quizás durante su trauma ha olvidado con quién está casada.
El Danny Black que conozco mataría a cualquiera que le pusiera una mano encima a su
mujer con su permiso. ¿Sin permiso? Sería lento, desordenado y doloroso. Miro hacia el
jardín. Sé cómo se estará sintiendo ahora. Tengo que decirle a James que lo vigile―.
¿Quieres que hable con él? ―Pregunto, cogiendo la venda y empezando a colocársela.
―No. ―Lloriquea y se limpia la nariz bruscamente―. Por favor, no le digas que te lo he
dicho.
Sonrío suavemente, abrocho el extremo de su venda y me dirijo a la estufa.
―No lo haré. ―No quiere que piense mal de él. No quiere que Danny se sienta peor de
lo que ya se siente, si eso es posible. No creo que lo sea.
Cojo uno de los pappadams y lo dejo caer en la sartén, haciendo chisporrotear de nuevo
el aceite, el círculo se expande rápidamente.
―¿Quieres vino? ―me pregunta.
―No, gracias. ―Agarro unas pinzas y lo saco, dejándolo caer sobre una toalla de papel
para que absorba el aceite antes de deslizar otro en la sartén―. Tienes que lavarte la cara
antes de volver a salir. ―¿A quién carajo quiero engañar? Nada pasa desapercibido en este
grupo.
Rose rebusca en el bolso en la isla y saca un espejito en el que se mira. Se mira un rato,
mientras yo la observo entre fritura y fritura. Luego suspira y deja caer el espejo,
mirándome.
―Nunca se acaba, ¿verdad?
No, no es así. Mientras estemos en este mundo, siempre habrá estrés extremo e
impotencia.
―Ambas sabíamos en el fondo que la eliminación del Oso no significaría que están fuera.
―Pongo otro pappadam en la toalla de papel―. Siempre habrá hombres que quieran ser
capos, y los nuestros tienen enormes recompensas por sus cabezas. ―Le estoy diciendo lo
que ya sabe pero le cuesta aceptar. A mí también, unos días más que otros. Pero cuando
Rose vacila, tengo que levantarla. Ella hace lo mismo por mí. Mientras una de las dos sea
fuerte un día cualquiera, siempre estaremos bien―. Acabo de hablar con mi padre ―le
digo, dispuesta a ir allí para alejar la mente de Rose de su angustia actual―. Se presenta a
alcalde. ―Levanto la vista de la sartén. Parece un pez―. Exactamente. Y está saliendo con
alguien.
―Jesús, ¿ya terminó la universidad?
―No pregunté. Sinceramente, no quiero saberlo.
―¿Alcalde? ―Se le inflan las mejillas―. Bueno, él tiene el ego, supongo.
Tarareo para mis adentros.
―¿Dónde está Daniel? ―Pregunto. Ya no hablo más de papá. Me cuesta hacerme a la
idea de cómo puedo sentir lástima por alguien y, al mismo tiempo, resentimiento.
―Hizo un amigo ―dice Rose, cargando los chutneys en una bandeja―. Barney Benson.
―Bonito nombre.
―Su padre es un banquero privado. Lennox Benson. Se ha llevado a los chicos en su yate
privado esta tarde.
―¿Con los gemelos? ―pregunto entre risas.
―Con los gemelos ―confirma Rose, como si lo necesitara. Daniel ni siquiera puede darse
un baño en la piscina privada sin que Tank y/o Fury le sigan en un inflable―. Está soltero.
Frunzo el ceño ante la sartén.
―¿Quién?
―El banquero ―dice en voz baja―. Lennox Benson.
Dejo de hurgar en el pappadam y miro a mi amiga con ojos curiosos mientras ella finge
concentrarse en remover el pepinillo de lima.
―Y estás embarazada ―digo en voz baja―. Y casada con uno de los hombres más
mortíferos que existen.
Me mira con cara seria.
―Lo sé.
Esto no es bueno. No diría que muchas relaciones son sanas, pero apuesto a que no hay
muchas tan tóxicas como la de Danny y Rose. O, curiosamente, tan apasionadas y llenas de
amor.
―Sé que quieres hacerle daño ahora mismo, Rose ―digo en voz baja, preocupada,
porque si Rose saca la artillería pesada, es decir, su coquete, para patearle las pelotas a
Danny, el nuevo amigo de Daniel se va a quedar huérfano muy pronto.
―Sólo digo ―reflexiona, levantando la bandeja―, que está soltero. ―Y con eso, gira y
se va―. Bonito anillo, por cierto.
―Aun así he dicho que no ―digo, apresurándome a terminar los pappadams, queriendo
volver fuera antes de que Danny mate a Rose o viceversa.
Me encuentro con James en el umbral y me quita la bandeja.
―¿Qué le ha pasado en la mano?
―Pequeño accidente con la sartén.
―Bien. ¿Qué pasa? ―pregunta, rodeándome con su brazo libre y acompañándome de
vuelta a la mesa.
―Pelea de amantes. Algo y nada. ―No disfruto mintiéndole a James, en absoluto. De
hecho, me siento culpable, pero Danny se mortificará lo suficiente, sin que ninguno de los
hombres sepa lo que ha pasado. Ni siquiera el no tan pequeño asunto de que James me
engañara sobre matar al marido de mi tío alivia mi conciencia.
―Claro ―dice entre risas―. Parecen más enamorados que nunca.
―Son las hormonas del embarazo.
―No veo el momento ―susurra, apretándome antes de dejar el plato sobre la mesa y
acercarme una silla. ¿Era sarcasmo? Sinceramente, no lo sé. Le dirijo una mirada curiosa
que él ignora por completo. Ha expresado sus reservas, pero tampoco ha insistido en ningún
método anticonceptivo. Tampoco ha salido antes de correrse. Puede que no importe, porque
puede que ya ni siquiera sea capaz de embarazarme. Rota. Hago un gesto de asombro ante
ese pensamiento, así como ante el hecho de que mañana me viene la regla, y miro el anillo
que llevo en el dedo equivocado. ¿O es el derecho?
¿Y la parte del matrimonio? ¿Nos saltamos esa parte?
―¿No puedes esperar a qué? ―pregunta Brad, y yo niego con la cabeza―. ¿Vino?
―continúa, llenando mi vaso y empujándolo hacia mí, con las cejas en alto―. ¿O vas a
dejar la vida mafiosa?
Siento los ojos curiosos de James sobre mí, mientras Brad nos mira. Rota.
―Todavía no ―digo, cogiendo el vaso y dando un largo trago, sintiendo la mirada de
James clavada en mi perfil.
Me trago el líquido y... quema. Arde mucho. Mañana.
―Oh, bien. Una embarazada psicópata en la familia a la vez, por favor. ―Brad mira a
Rose. Ella se distrae de tener que enfrentarse a su marido sirviendo la cena para todos.
―Es cabra ―dice, terminando y sentándose en su silla en el extremo opuesto de la mesa
a Danny―. Provecho.
―¿Qué te ha pasado en la mano? ―gruñe, incitando a todos a mirar el vendaje.
―No estaba concentrada en la cocina. ―Rose tiende la mano hacia el vino que tenemos
delante, pero Esther se abalanza, prediciendo la imprudente intención de su nuera y le quita
la tentación antes de que Danny, que se agita en el otro extremo de la mesa, estalle
finalmente.
―¿Perdona? ―James dice, su mano aterriza en mi rodilla y aprieta―. ¿Has cambiado
de opinión sobre algo jodidamente monumental y no te has molestado en decírmelo?
Me reclino hacia atrás, con el vino en la mano.
―Me estás dando señales contradictorias, James. ―Ver a Doc. Tómate tu tiempo para
fortalecerte. Pero... sin vino. Sin protección.
Me quita rápidamente el vino de la mano y lo sustituye por agua.
―No pongamos mi humor tan oscuro como el de Danny.
Estoy tan jodidamente confundida.
―¿Me estás diciendo que lo estamos intentando?
―Sí.
Mañana.
―¿No puedo opinar? ―Pregunto porque sí, estoy sorprendida por su comportamiento.
James vuelve sus ojos hacia mí, su mandíbula tensa.
―Si fueras mi mujer, podría considerar darte a elegir.
Me resisto a él.
―Suenas como un bárbaro.
Gruñe, pierde la compostura y me rodea el cuello con un brazo, atrayéndome hacia él,
su boca se acerca a mi oreja y me mordisquea el lóbulo.
―Al final voy a conseguir que me digas que sí, Beau, así que vayamos al grano cuando
te des cuenta de que es la mejor idea y sigamos adelante.
Mi sonrisa es imparable, y me siento tan completamente mal cuando Rose está al otro
lado de la mesa alterada, aunque fingiendo estar bien. Sonriendo. Riendo. Es un insulto, en
realidad, para todos los presentes. La temperatura sigue bajo cero, el ambiente helado,
mientras la gente habla entre sí, fingiendo que no están tan incómodos como los demás.
Excepto Danny. Él no finge ante nadie. Parece incapaz, en realidad.
―Ya veremos ―digo, separándome de James y uniéndome a todos, tomando un tenedor.
Pero todos nos detenemos cuando Daniel aparece corriendo por la esquina en un patinete
eléctrico, seguido de un amigo, Barney, supongo.
―Hola ―saluda, saltando como un profesional―. El padre de Barney me ha invitado a
cenar con ellos. ¿Puedo ir?
―No ―gruñe Danny―. Tu madre ha hecho curry. ―Hace un gesto alrededor de la
mesa―. Tenemos invitados.
Daniel pone los ojos en blanco.
―Veo a todo el mundo todos los días.
―Por supuesto que puedes ir ―Rose contraataca, levantándose de la mesa, ignorando
por completo, a Danny―. ¿Dónde están Tank y Fury?
Ambos rodean la villa al mismo tiempo, como si les hicieran señas, seguidos por otra
persona.
―Oh, no ―murmuro.
―¿Qué? ―pregunta James, mirándome, sin fijarse en el hombre que hay detrás de los
dos colosales vikingos.
―El padre de Barney ―susurro.
―¿Qué pasa con él? ―James parece totalmente confundido. No lo estaría si hubiera oído
antes las intenciones en el tono de Rose. El padre de Barney pasa entre los dos gigantes, con
cara de desconcierto, y mis preocupaciones se multiplican. Porque está bueno. Realmente
caliente, joder. Joder. Esto es malo. Muy malo.
―¿Qué coño está pasando, Beau? ―pregunta James, sus ojos pasan entre Lennox Benson
y yo.
―Nada. No pasa nada. ―Rezo. Rezo tanto para que Rose entre en razón. La he visto en
uno de estos estados de ánimo destructivos antes, y no es agradable para el otro hombre
involucrado. Nuestra única gracia salvadora aquí es Daniel. Danny nunca patearía delante
de Daniel. Y Rose lo sabe. Lo cual, concluyo rápidamente, no es nada bueno.
―Hola ―dice el padre de Barney, mirando alrededor de la mesa, aún más desconcertado
por la ecléctica mezcla de gente que es nuestra familia―. Lennox Benson. ―El pobre
hombre no sabe a quién tenderle la mano, su miembro flota torpemente en el aire.
Cierro los ojos e inhalo cuando Rose rodea la mesa, dirigiéndose a él.
―Soy Rose Cassidy, la madre de Daniel. ―Oh Jesús, no tiene prisioneros. Miro nerviosa
a Danny. Sus fosas nasales se agitan mientras se levanta de la silla. Rose Cassidy. Pone su
delicada mano en la de Lennox y sonríe alegremente y, por supuesto, Lennox Benson se
queda sorprendido. La mayoría de los hombres lo están cuando conocen a Rose. Aunque,
sabia y respetuosamente, intenta no demostrarlo.
―Un placer. Estrecha brevemente la mano de Rose y da un paso atrás, fuera del alcance
de su magnético encanto―. Mis disculpas, no me di cuenta de que estaban cenando.
Danny se acerca, alto e intimidante. No voy a poder aguantar la respiración mucho más
y, al echar un vistazo a la mesa, veo que todo el mundo está conmigo, las mujeres atentas,
los hombres preparándose para hacerle retroceder, incluido James, que se tensa cuando le
agarro la pierna.
―Danny Black. ―Danny extiende una mano, su cara mortalmente recta, su cicatriz
parece particularmente profunda. Y, de nuevo, Lennox Benson se sorprende... como la
mayoría de los hombres cuando conocen a El Británico―. El padre de Daniel.
―Encantado de conocerte. ―Acepta y estrecha la mano, y observo la cara de Lennox en
busca de cualquier signo de incomodidad.
Sorprendentemente, no hay ninguna, pero entonces Danny dice:
―¿No es un placer? ―y aparece. Incomodidad.
Lennox se ríe, nervioso, mirando alrededor de la mesa mientras retira la mano.
―Les dejaré cenar en paz.
―Únete a nosotros ―canta Rose, haciéndonos señas a todos los que estamos en la mesa.
Todos los que estamos en silencio. Nerviosos. No lo haga, Sr. Benson. Corra por su vida
ahora.
―Sí, únete a nosotros. ―Danny esboza una sonrisa y Lennox parece relajarse.
Porque Lennox no conoce a Danny Black, por lo tanto no sabe que la sonrisa que se está
esparciendo por ahí es falsa. Mortal.
―No, no. ―Sus manos se levantan mientras retrocede―. Tenemos reservas en el nuevo
restaurante de la ciudad. Daniel no mencionó que tenían... ―Vuelve a echar un vistazo a
la mesa y James empieza a resoplar en la silla de al lado, riéndose. Sigo con la mirada a
Brad, Ringo y Otto, que tienen una sonrisa cursi en la cara. Por el amor de Dios. Si intentan
parecer amistosos, no lo consiguen―. Amigos para cenar ―termina Lennox.
―Oiga, señor, ¿puedo ir? ―pregunta Daniel, bajando de una patada el caballete de su
patinete y acercándose a Danny, dándole las manos rezando―. ¿Por favor? ―Él lo sabe. Él
sólo sabe que Danny lleva los pantalones por aquí, incluso si Rose se los está probando en
este momento. Está perdiendo el tiempo. Los pantalones definitivamente no le quedan bien,
y no es porque esté embarazada.
―Claro que puedes, chico. ―Danny rebusca en su bolsillo y saca un montón de billetes
de un dólar.
―Ah, no hace falta ―dice Lennox, con las manos en alto de nuevo.
―¿No te importa si mis hombres se unen a ti? ―Danny dice, haciendo un gesto a Tank
y Fury mientras les pasa algo de dinero.
Lennox se ríe un poco, pero frunce el ceño.
―En absoluto. ¿A qué hora lo quieres ―mira a los vikingos―, en casa?
Rose se mueve delante de Danny, sonriendo.
―¿Puedo recogerlo si ayuda?
―Quiere morir ―murmura James, sacudiendo la cabeza.
Estoy de acuerdo. Tank y/o Fury llevarán a Daniel a casa. Lo llevarán ahora también. Ese
chico no va a ninguna parte sin ellos. Cristo sabe lo que el padre de Barney está pensando.
Danny sonríe sombríamente a la nuca de Rose.
―Sí, lo recogeremos. ―Su mano se posa en la nuca de ella y la masajea mientras los
vikingos lo miran, confusos―. Una de las cosas raras del embarazo que tiene Rose en este
momento es un antojo de pepinillos alrededor de las diez de la noche, así que saldremos a
recoger algunos de todos modos.
―Oh, felicidades ―dice Lennox, mirando el estómago de Rose―. Nunca lo sabrías.
―Pero ahora sí. ―Danny sonríe―. Te acompaño afuera.
―Claro. ―Lennox levanta la mano hacia la mesa―. Encantado de conocerlos a todo
―dice, recibiendo una colección de murmullos a cambio.
―Iré ―dice Rose.
―No, nena, tienes los tobillos hinchados. ―Danny la gira por los hombros hacia la
mesa―. Siéntate. Insisto. ―Sus labios se acercan a su oreja y la besa dulcemente, y le
susurra algo antes de alejarse para ver salir a Lennox Benson.
―¿Una amenaza de muerte? ―James pregunta en voz baja.
―Sí. ―Me llevo el vino a la boca, pero no llega, pronto es reemplazado de nuevo por
agua.
―Una pelea doméstica es suficiente por esta noche, ¿no crees? ―dice bruscamente.
Empiezo a mezclar el arroz con el curry mientras Rose, con aire contemplativo, se sienta,
pero mi tenedor se detiene a medio camino de mi boca cuando veo la cara de Brad, y baja
cuando empieza a toser, dejando caer el tenedor.
―Que me jodan ―resopla, golpeándose el pecho, con los ojos fijos en la mesa―. Pásame
la puta agua―.
Esther se levanta en un santiamén y se apresura a llenarle el vaso, pero Brad no espera,
le arrebata la jarra y prácticamente se la mete en la garganta. Su cara se vuelve de un rojo
alarmante, los ojos muy abiertos y llorosos, la frente húmeda. Miro el curry en mi tenedor.
―Maldito maricón ―gruñe Ringo, metiéndose un enorme bocado en la boca, y dos
segundos después, se une a Brad, tosiendo y balbuceando por toda la mesa, luchando con
él por la jarra de agua.
Bajo el tenedor al plato y miro a mi alrededor mientras todo el mundo empieza a hurgar
en su curry sin tocar, todos ellos probablemente preocupados por disgustar aún más a Rose.
Pero Danny no. Vuelve a la mesa, toma asiento y aparta su plato. Miro a mi amiga. Ella está
trabajando felizmente su camino a través del plato de cabra, imperturbable y no afectada
por el nivel de calor.
―¿Qué coño has puesto en esa cosa? ―Brad jadea, reclamando el agua a Ringo mientras
Esther desaparece en la cocina por más.
Rose se encoge de hombros, pincha un trozo de carne empapado en salsa y lo mastica.
―Todo lo que decía la receta. ―Da un golpecito con el celular en la mesa, abre la
pantalla y señala la lista―. He añadido un par de habaneros más. Uno parecía un poco
escaso.
―¿Y las semillas? ―pregunta Ringo, agitando una mano delante de su cara―. ¿Y las
semillas?
Rose mira su tenedor.
―Decía todo el chile.
―¿Así que metiste tres? ―Brad aparta el plato y se frota el labio superior con la
servilleta―. Joder, creo que se me va a caer la lengua.
―Bueno ―reflexiona Rose, casi feliz―. Al menos nadie podrá cortarla.
Miro a Danny, cautelosa, viéndole moverse en su silla, con aspecto de estar conectado.
Cargado. Listo para estallar. Y nuestra gracia salvadora, Daniel, acaba de salir de la casa.
¿Los demás? Quieren reír. Quieren reírse mucho, pero obviamente valoran más sus vidas
que la necesidad de contener su inoportuna diversión.
―Tengo que saberlo. ―Rose se mete otro tenedor de curry en la boca y mastica,
absolutamente inmune al hecho de que está cargado con suficientes chiles como para
volarle literalmente la cabeza a alguien. Brad y Ringo son la prueba, sus caras brillantes y
húmedas. Ella se ríe y yo me preparo para la explosión de Danny, mi mano cae sobre la
pierna de James y aprieta, un mensaje silencioso de que se prepare para retenerlo. Rose deja
caer el tenedor y se limpia los labios―. ¿Qué te hizo pensar que Perry Adams era El Oso?
―Sus ojos se centran únicamente en Danny, al otro lado de la mesa. Nadie más. Sólo a él.
―Allá vamos ―suspira Otto, mirando de reojo a Esther, que mira nerviosa a su hijo.
―¿Supongo que estás hablando conmigo? ―Danny pregunta rotundamente.
―¿A quién más? Creo que tú le conocías mejor que nadie, ¿verdad? ―Ella mira
alrededor de la mesa, como si pudiera obtener un acuerdo de alguien―. Aparte de mí, por
supuesto.
Joder, Rose. Me pellizco la nariz, pensando en levantarme y llevármela a rastras.
―Hoy había un poco de brisa en el agua ―prácticamente chilla Zinnea―. Cogí el ferry
acuático a Martinica y había una manada de delfines que me siguió todo el camino.
También perdí mi sombrero para el sol. ―Se ríe―. La brisa me lo arrancó de la cabeza.
Sinceramente, me sorprende que no se llevara también mi peluca y mis pestañas.
Me muerdo el labio y le tiendo la mano a Zinnea, y Goldie le sonríe al otro lado de la
mesa. Mi tío pone los ojos en blanco y bebe un poco de vino.
―Bueno ―dice Danny, girando lentamente su vaso de agua, sin apartar los ojos de Rose
mientras mastica alegremente el mortífero curry―. teníamos motivos suficientes...
―Quiero decir ―se ríe―, que ese cabrón apenas tenía capacidad para hacerme
correrme, y menos para dirigir un sindicato del crimen mortal.
Los puños de Danny golpean la mesa con tanta fuerza que el curry de todos se sale de
sus platos y salpica la mesa.
Se acabó. Adiós, mi querida amiga. Atesoraré nuestra amistad para siempre.
Se levanta bruscamente, camina a lo largo de la mesa, aparta la silla de Rose y le coge el
codo.
―Discúlpenos un momento ― gruñe, conduciéndola al interior de la villa.
Y en el momento en que la puerta se cierra tras ellos, Brad exhala.
―Jesucristo, ¿qué coño les pasa a esos dos? ―Coge su whisky y lo bebe de un golpe.
―No lo sé ―respira Esther, exasperada―. Pero ella sí que sabe cómo molestarlo. No es
sano, para ninguno de los dos.
―Estaba jodidamente destrozado ―dice Otto―. ¿Alguien sabe qué pasó? Cuando les
dejamos anoche, seguía cabreado pero de nuevo enamorado de ella.
―Nunca ha perdido el amor por ella ―dice Goldie―. Sólo le falta paciencia la mayor
parte del tiempo.
―Debería haber ido a trabajar ―dice Zinnea.
¿Y yo? Me siento en silencio mientras todos intentan averiguar qué coño está pasando,
sintiendo la mirada acusadora de James clavada en mí. Echo un vistazo por el rabillo del
ojo.
―Lo sabes ―susurra, justo cuando suena un golpe ensordecedor desde el interior―.
Sabes lo que les pasa.
―Ahí va otro cuenco de cristal. ―Esther se desliza de su silla, encogiéndose, y yo me
levanto de la mía.
Pero James me tira inmediatamente hacia abajo.
―No, Beau ―me advierte con tanta firmeza que sería un tonto si lo ignorara. Así que
me siento, y la única razón por la que lo hago es porque sé más allá de todo lo que he sabido
nunca que Danny nunca haría daño físico a su mujer. Rose, sin embargo, luchará como
una gata, embarazada o no―. No te vas a levantar de esta mesa ―me advierte, con el rostro
serio―, hasta que me digas qué coño les pasa a esos dos.
emasiado lejos. Demasiado lejos. Sigo recordándome que está embarazada. Sigo
recordándome que la amo. Que es mi esposa. Que mataría a cualquiera que le
pusiera un dedo encima. Eso me incluye a mí, por eso he pasado la mayor parte del
día queriendo suicidarme lentamente.
La coloco bruscamente en un taburete, apoyo las palmas de las manos en sus rodillas,
acerco mi rostro amenazador al suyo y gruño.
―¿Qué tengo que hacer, Rose? ―pregunto. Tengo que sacarnos a los dos de este estado
de ánimo antes de que alguien acabe muerto. Está dolida, lo entiendo. Quiere castigarme
como no pudo castigar a los demás porque sabe que puede hacerlo. Y yo lo aguantaré todo.
Sus ojos son duros, su expresión cortante mientras me mira fijamente, con las mejillas
tensas.
―He dicho que no ―gruñe.
Cierro los ojos, ocultando mi estremecimiento.
―No te oí, Rose. ―Estaba enloquecido, fuera de mis cabales. Todo estaba distorsionado,
y sólo oía a mi mente gritándome, exigiéndome que matara.
Matar, matar, matar.
¿Cómo coño puedo hacer esto bien?
―Lo siento ―susurro―. Siento mucho no haberte escuchado cuando me dijiste que
parara. Lo siento tanto, joder, por hacerte sentir como un objeto. Por no acabar con el
hombre que amenaza nuestra felicidad. ―Tomo su mejilla, acariciándola suavemente―.
Lo siento mucho, joder, por ser uno de ellos.
Se aleja de mi tacto, y es el peor tipo de dolor que podría infligirme. Rechazo.
Ella no puede perdonarme. Y eso hace que quiera matar más fuerte. Más lento.
Perdido, miro alrededor de la cocina, preguntándome, ¿y ahora qué?
Sin ella, ¿qué? ¿Dónde estoy?
¿Quién soy yo?
Sólo soy un asesino sin un propósito. Un hombre sin nada por lo que luchar.
Mis ojos se posan en un pequeño cuchillo, la hoja corta para mayor precisión.
―Te amo, Rose ―digo en voz baja, dando un paso atrás―. Con cada parte oscura, sucia,
corrupta, ilegal e inmoral de mí, te amo, joder. ―Cojo el cuchillo y sus ojos se abren de par
en par.
―¿Danny?
Me quito la camiseta por la cabeza y la tiro a un lado.
―Por no oírte. ―Llevo la hoja a mi pecho y la atravieso rápidamente con un siseo.
―¡No! ―Se abalanza sobre mí, pero mi brazo la detiene.
Otro tajo.
―¡Para! ―grita, sus ojos estallan en lágrimas―. ¡Danny!
―Mi castigo, Rose.
Otro corte.
Aprieto los mis dientes, el dolor es jodidamente real. Pero nada como lo que sé que
sentiría si ella me abandona. Nunca perderé la cabeza cuando vuelva a follarla. Nunca
pondré a ninguno de los dos en esa situación. Lo juro. Sí, nuestra vida sexual siempre ha
sido lasciva y frenética, pero nunca he perdido el juicio. Nunca he dejado de escucharla.
Otro corte.
―Danny, por favor, te lo ruego ―solloza.
Otro corte, esta vez cruzando sobre los otros, mi pecho convirtiéndose en un maldito
tablero de ajedrez, la sangre golpeando ahora el suelo de la cocina con gotas gordas y
desordenadas.
―No ―murmura, retrocediendo, sus ojos recorriendo mi carne mutilada, pero su rostro
traumatizado no me detiene, mi odio a mí mismo se aviva, me hace cortar más, soportar
más dolor, tragarme la pena.
Contengo la respiración a través de la niebla de la agonía y veo a Rose moverse. Agarra
algo, lo levanta y yo parpadeo, intentando aclarar mi visión.
Un cuchillo.
Y antes de que pueda comprender sus intenciones, ha levantado un brazo y lo ha
arrastrado por su carne.
No.
Dejo caer mi espada al suelo, sacudido de mi propia locura para lidiar con la de mi mujer.
―¡No! ―Me abalanzo sobre ella, le quito el cuchillo de las manos y la agarro,
arrastrándola hacia mí. Rápidamente la tengo en mi pecho, abrazada a mí, mi piel
empapada de sangre se filtra en el material de su vestido.
―Te perdono ―solloza, llorando en mi cuello, palpándome la espalda desnuda
frenéticamente―. Por favor, deja de hacerte daño.
Cierro los ojos y me hundo en su abrazo, con la cabeza latiéndome muy fuerte y el pecho
palpitante.
―Lo siento ―susurro, estrechando mi abrazo―. Lo siento mucho. Noto que asiente y se
aferra más a mí, y abro los ojos cuando oigo movimiento junto a la puerta. Beau está
observando la escena, el amasijo de sangre, mi cara, James de pie detrás de ella con cara de
¿qué coño? Me alegro de que estén aquí.
―¿Hospital? ―Beau pregunta, fría y tranquila, como si supiera el resultado de esta
particular tormenta de mierda.
Sacudo la cabeza.
―El botiquín está en el armario.
Ella se mueve deprisa mientras James entra despacio, sin ninguna prisa. Sus ojos son
interrogantes. Lo sabe. Sabe lo que hice, y odio la preocupación que veo. Aparto la mirada,
avergonzado, sabiendo que se estará preguntando si es hora de que me aleje de la primera
línea antes de que me mate, ya sea bebiendo demasiado o cortándome en pedazos. Antes de
hacer cualquier otra estupidez. En cualquier caso, mi estado de ánimo está claro.
Jodidamente loco.
―Rose, cariño ―digo en voz baja, alejándola de mi pecho, aspirando aire mientras su
vestido se despega de mis heridas abiertas―. Tenemos que limpiarte. ―Tiene el cabello
pegado a las mejillas mojadas y el rímel manchado en la cara. Le cojo el brazo e inspecciono
los daños, con una mueca de dolor ante la profunda herida―. Estúpida, estúpida mujer
―suspiro mientras ella moquea y resopla, inmóvil ante mí―. Llama a Doc.
―Estará dormido, Danny ―dice James, pareciendo tan perturbado como me siento yo―.
Podemos ocuparnos de esto. ―Su mirada fija en mi pecho me dice que está cuestionando
sus propias palabras.
No doy una mierda por mí. A Doc sólo lo trajimos para vigilar a Rose y hacerle escáneres
regulares. Nadie anticipó que estaría limpiando más sangre.
―Toma ―dice Beau, poniendo un cuenco de agua caliente sobre la encimera y echando
un poco de solución antiséptica junto con unas toallitas.
Siento a Rose, me esterilizo las manos con unas toallitas y empiezo a limpiarla.
―¿Puedes ir a buscarle un vestido limpio, por favor?
―Danny ―dice Beau, preocupado―. Tu pech...
―Puede esperar. ―Sujeto el brazo de Rose y limpio la carne, quitando la sangre hasta
que veo la herida abierta. No es tan profunda como para ponerle puntos, pero sí demasiado
como para ponerle una tirita. Maldita sea―. Hay un poco de pegamento médico ahí ―digo,
juntando los lados, midiendo el trabajo que hay que hacer.
James saca el Dermabond del botiquín y me lo da antes de apoyar la mano en el hombro
de Rose y masajear.
―¿Necesitas algún analgésico?
Sacude la cabeza mientras me pongo manos a la obra, sello el corte y la vendo,
conteniendo mi ira. Después de todo, yo empecé. No puedo estar más enfadado con ella. Y,
sin embargo, lo estoy.
Beau aparece con un vestido y una rebeca.
―Gracias ―dice Rose, y James le da la espalda mientras ella se quita el vestido empapado
en sangre por encima de la cabeza. Su vientre hinchado es como un ladrillo en mi cara, y
mis ojos se desvían hacia su brazo recién vendado. Culpa mía.
―¿Danny? ―dice en voz baja, un claro intento de distraerme mientras se pone el vestido
limpio con la ayuda de Beau.
Cojo la rebeca del mostrador y la abro.
―Estoy bien ―le digo, sintiendo la sangre resbalar por mi torso mientras ella desliza los
brazos dentro de las mangas―. ¿Nos das un minuto? ―Pregunto, y James y Beau nos dejan
sin decir palabra, aunque sé que sólo estarán al otro lado de la puerta. Probablemente
discutiendo qué coño hacer conmigo.
Siento a Rose y caigo de rodillas ante ella. Llevo mi dedo a su barbilla y la levanto para
que desvíe la mirada de mi pecho ensangrentado a mi cara. No digo nada, solo la miro
fijamente a los ojos mientras ella me devuelve la mirada, con el labio aún tembloroso. Estoy
muy enfadado conmigo mismo. No solo he acabado con su confianza en mí y en cómo
manejo su cuerpo, sino que también he hecho que vuelva a cortarse. Le hice sentir que no
había otro camino. Habíamos superado esos días negros y peligrosos en los que nos
hacíamos daño. Cuando sobrepasábamos los límites del otro. Pero no puedo volver atrás.
―Nunca más.
―Tú...
Coloco mi dedo sobre sus labios y niego con la cabeza.
―Nunca. ―No le exijo nada. Ni conformidad ni rendición. Ni una promesa de no
hacerse daño jamás―. Te digo que nunca volveré a decepcionarte.
Ella inhala, su labio tiembla más, sus ojos se llenan de nuevas lágrimas.
―No me decepcionaste.
―Te defraudé, Rose. Nos defraudé. Emborrachándome, perdiendo el control,
enfadándome y cortándome. Nos defraudé. ―Me inclino y tomo su cara entre mis
palmas―. Nunca más. La beso suavemente, me levanto y ella se levanta conmigo, dejando
que me disculpe un poco más con la boca.
―Deja que te limpie ―me dice, pero niego con la cabeza, no quiero cargarla con más
dolor al ver el desastre que he hecho de mí mismo.
―No. ―Me aparto y le limpio los ojos, arrugando la nariz mientras me relamo los labios.
―¿Qué? ―pregunta ella.
―Sabes a picante. ―Puedo sentir el calor de los chiles. Jesús, Brad no estaba siendo
dramático en absoluto.
―Se podría hacer con un poco más picante.
―¿Más? ―Me rio un poco y me inclino, posando mis labios sobre su barriga mientras
ella entrelaza sus dedos en mi cabello―. Vete ―le ordeno, levantándome y dándole la
vuelta―. Dile a James que le necesito.
―A Brad no le gustará.
―Brad no sabe lo que ha pasado entre nosotros.
―¿Y James sí? ―pregunta.
―¿Se lo dijiste a Beau?
―Sí.
Por supuesto que lo hizo. Y vi la cara de James. Su preocupación por mí.
―Entonces lo sabe. ―La acompaño hasta la puerta y miro afuera para ver dónde está
Brad y qué está haciendo porque Rose tiene razón. No le gustará estar a oscuras―. Está
demasiado ocupado muriéndose por comer tu curry como para preocuparse de lo que
hacemos James y yo. ―Veo que sigue tomando agua.
Un golpecito en el culo hace que Rose siga su camino con Beau, y me vuelvo hacia James,
sintiendo sus ojos clavados en mí.
―No digas nada.
―No iba a hacerlo. ―Rellena el cuenco con agua fresca y antiséptico. Por eso James y yo
nos llevamos tan bien. Vuelvo a la silla y me siento, con la espalda recta y el pecho lo más
tenso posible, empujando la caja médica hacia él―. ¿Qué coño vamos a hacer?
―Oh, ¿así que ya estás listo para discutir las tácticas? ―Coge una silla y la gira hacia
mí, se sienta y pasa una toallita por la solución.
―Sí ―gruño. Soy perfectamente consciente de que o bien he estado demasiado cabreado
o bien he tenido la cabeza metida en el culo las últimas veinticuatro horas.
―Deberíamos incluir primero a los demás.
―Bien ―murmuro, siseando mientras me limpia con una mano firme―. ¿Alguien te ha
dicho alguna vez que tu trato con los pacientes es una mierda? ―le pregunto, haciéndole
sonreír mientras continúa, ignorando el hecho de que me estoy empujando contra el
respaldo de la silla, intentando en vano evitar el escozor del antiséptico en mis heridas
abiertas.
―No te has andado con rodeos, ¿verdad?
Miro hacia abajo e inmediatamente desvío la mirada.
―Soy un cabrón, lo sé.
Tararea, concentrado, pero no acepta.
―¿Qué te pareció Lennox Benson?
―Aparte del hecho de que obviamente le gustaba mi mujer embarazada... ¡Ay, cabrón!
―Imbécil ―murmura―. Sí, aparte de eso.
―Tómatelo con calma ―refunfuño, bajando la mirada hacia su mano trabajando―.
¿Qué quieres decir?
―Es un hombre guapo. ―James tira el trapo manchado de rojo en el cuenco y rebusca
en la caja.
Mis hombros caen.
―No habría importado si Lennox Benson pareciera la parte trasera de un autobús. Hizo
lo que hizo porque es una zorra odiosa.
―Supongo que te refieres a tu mujer embarazada.
―¿Podría estar hablando de la tuya?
―No es mi mujer y no está embarazada.
Sonrío y él me mira, sabiendo que estoy a punto de soltarle un chiste sarcástico. Entonces
el cabrón me golpea en el pecho.
―¡Joder!
―¿Qué decías?
―Decía ―siseo, mirando mis heridas―. Eres un cabrón.
―Yo también te quiero. ¿Pegamos estos cortes o te conformas con cicatrices más anchas
de lo necesario?
―Da igual. Seguirán siendo bastante patéticas comparadas con las tuyas. ―Otro
pinchazo, y toso por encima de una carcajada.
―En serio ―dice James―. Tenemos que hablar de negocios.
―Sí, lo sé. ―Cedo, derrotado―. Así que date prisa de una puta vez y pégame de nuevo.
―Le fulmino con la mirada―. Con cuidado, ¿vale?
―Vale, cariño. ―Sigo siseando entre conteniendo la respiración mientras él me cura―.
Necesito preguntarte algo ―dice sin mirarme.
―Suena ominoso.
―Hablé con Chaka sobre el próximo envío.
―¿Y?
―¿Le dijiste que Rose está embarazada? ―Me mira, justo cuando retrocedo, lo que le da
su respuesta. No es que necesitara preguntar―. ¿Y cómo lo sabe?
―Buena puta pregunta ―musito, sumiéndome en mis pensamientos. No confíes en
nadie. Últimamente he hecho algunas excepciones, y una de esas excepciones me está
volviendo a pegar. Una de esas excepciones es ahora un sólido amigo y compinche. Confío
mi vida a James, y no muchos hombres tienen ese privilegio.
―Todo arreglado ―dice, poniéndose de pie y llevando la palangana al fregadero―.
Ponte una camiseta y limpiaré el desastre antes de traer a los hombres.
Me levanto de la silla, el despliegue de mi cuerpo me tira de la piel del pecho. Aprieto los
dientes cuando me subo la camiseta y aprieto más cuando me la pongo sobre las vendas
que él ha colocado sobre las heridas unidas―. Nos vemos en el estudio ―digo, alejándome,
preguntándome por qué coño me duele todo tanto en este momento.
Porque... Rose.
¿Y cómo coño sabe Chaka, mi proveedor de armas afincado en un pequeño asentamiento
en medio de ninguna parte de África, que mi mujer está embarazada?
Me dirijo al sofá de mi despacho, pero me lo pienso mejor. Entonces considero la silla
detrás de mi escritorio y hago una mueca por el bajo nivel del asiento. Finalmente, me
decido a quedarme de pie, apoyando el culo en el borde del armario. Echo un vistazo a las
botellas de whisky. Me vendría bien un trago. Por el amor de Dios.
Cuando oigo las voces de los hombres, me quito la palma del pecho e intento alargar el
torso.
―Hijo de puta ―respiro, doblándome de nuevo. Esta vez me he pasado―. Siéntense
―les digo mientras se acercan y todos me miran con desconfianza o preocupación. Sé que
James no habrá murmurado ni una palabra sobre el estado de mi pecho y cómo ha llegado
a estar mutilado, pero no soy tan tonto como para creer que tenga que decírselo. Vieron a
Rose. Me vieron a mí.
Espero a que todos se pongan cómodos y me doy cuenta por primera vez esta noche,
ahora que la nube de furia y remordimiento se ha disipado, de que Goldie lleva traje. La
miro con el ceño fruncido, pero ella me atraviesa con la mirada, sus ojos me dicen que vaya
al grano.
―¿No te unes a nosotros? ―Brad pregunta, señalando la silla vacía detrás de mi
escritorio.
Lo ignoro y me bajo de la madera, empezando a deambular por la habitación mientras
una multitud de ojos me siguen, esperando por dónde podríamos empezar. A decir verdad,
no tengo ni puta idea, y James debe de notarlo porque se aclara la garganta, desviando toda
la atención hacia él.
―Lo primero es lo primero ―dice―. Tom Hayley se presenta a alcalde de Miami.
Me sobresalto, al igual que todos los presentes.
―Estás de broma, ¿verdad? ―balbuceo.
―No.
―Joder, creo que prefería a Adams. ―¿Tom Hayley? Jesús, el hombre es un ególatra. Y,
lo que es peor, nos odia a James y a mí, así que sólo puedo ver que esto va en una dirección.
Un dolor de cabeza. Y no podemos matar al maldito porque... bueno, es el padre de Beau.
―¿Algo más que me altere? ―Pregunto.
Me doy cuenta por la cara de James que viene otra bomba.
―Tenemos que cambiar la fecha de entrega del próximo envío a los mexicanos.
―¿Por qué? ―Brad pregunta, en lugar de informar a James de que no es una opción.
Porque James no elegiría cambiar nada si no fuera necesario. No se modifican las
condiciones de una entrega de armas gigantescas el día después de que la mitad del pago
esté en tu poder. No es de buena educación, y además provoca desconfianza. Lo último que
necesitamos es a los mexicanos encima.
―La Guardia Costera tiene día de entrenamiento anual el día en que Chaka debía
entregar. Tenemos que adelantar al lunes.
―Mierda ―suspiro―. Ese es el día en que los mexicanos quieren su botín.
―Por el amor de Dios ―murmura Ringo.
―Genial ―suspira Otto―. Entonces... ¿quién habla con los mexicanos? ―pregunta,
señalando las pajitas del mueble de las bebidas.
―No estoy echando a suertes. ―Brad se ríe. ―Soy tan bueno sacando pajitas como
Danny jugando al póquer. ―Se levanta, sirve dos whiskys y me trae uno. Acepto, aunque
sólo sea para no preocuparme, pero no me lo voy a beber.
―Hablaré con Luis ―digo, mirando el vaso que tengo en la mano―. Le compensaremos.
―¿Cómo?
―Un descuento.
―¿Aún más? ―Brad mira mi bebida sin tocar, sin duda preguntándose por qué sigue
sin tocar cuando claramente la necesito.
―¿Alguna otra sugerencia?
―¿Cuándo llegará el próximo lote de dinero a Hiatus para ser limpiado? ―me pregunta,
dándome la respuesta. No hay otra manera. Tenemos que endulzar el trato, incluso
jodidamente más de lo que ya ha sido endulzado―. Tengo que decírselo a Nolan.
―Hablaré con Luis. Reorganizaremos el intercambio y te avisaré. ―Dejé el vaso en el
suelo, contento de librarme de su peso―. Ahora...
―Tengo más ―dice James, atrayendo mi atención hacia él. ¿Qué coño más puede haber
pasado en las últimas veinticuatro horas que me haya perdido? —Esta mañana se ha
publicado un artículo en internet. ―Se dirige a su teléfono―. Por Natalia Potter.
―Un periodista, supongo ―gruñe Ringo mientras extiende la mano, cogiendo el
teléfono de James. Su labio se curva más con cada palabra que lee―. ¿Y una mierda? ―Sus
grandes ojos encuentran a James.
―Sí, es una mierda ―dice James en voz baja, haciendo que todos los presentes vayan
hacia Ringo y se apiñen a su alrededor, tratando de averiguar qué es lo que ha captado su
conmocionada atención. No me uno a ellos. Uno, porque no puedo agacharme, y dos,
porque tengo la sensación de saber de qué se trata―. Detalla la historia de dos hombres.
―James me mira.
―Algo me dice que no son ciudadanos respetuosos con la ley ―pienso mirando el
whisky. Sé que puedo beberme unos cuantos vasos sin que me afecte. Joder, llevo bebiéndolo
desde que tenía doce años. ¿Pero para Rose? Autocontrol―. ¿Qué dice?
―¿Exactamente? ―pregunta Ringo, y yo entrecierro los ojos―. Vale, y cito ―prosigue,
volviendo a prestar atención a su teléfono―. «El famoso criminal Danny Black, conocido
como El Británico, y el hombre apodado El Enigma, de quien se rumorea asesinó a la
detective Jaz Hayley, están causando el caos en Miami, y parece que la policía y el FBI son
impotentes para detenerlos». ―Ringo se mueve incómodo―. Fin de la cita.
―¿Y yo qué? ―Brad gruñe, con cara de indignación―. ¿No me mencionan?
―Cállate, niña ―murmura Goldie, sentándose de nuevo en el otro sofá, con los ojos
puestos en James―. ¿Estás bien? ―le pregunta.
―Bien. ―Está pensativo, con los ojos en los pies. Pensando.
―¿La fuente del periodista? ―le pregunto.
―Anónima. ―James me mira―. Como todos los demás.
Pero para nosotros, esto es un simple golpe de él. Una manera de hacernos salir.
Llevarnos de vuelta a Miami. La policía no puede tocarnos, lo sabemos. Él lo sabe. Esto se
está convirtiendo más en ego que otra cosa. Un juego. James puede probar que no mató a
la madre de Beau, y si la policía tuviera algo contra mí, ya estaría enjaulado. Ese artículo es
la forma de El Oso de decirnos que está en contacto con Potter―. Averigua dónde está
―digo, pero Otto ya está al teléfono. Me incita a hacer yo mismo una llamada.
―Agente Higham ―dice en respuesta, sonando algo cauteloso. No sé por qué ha dicho
su nombre. Quizá para recordarme que, de hecho, es del FBI.
―Higham ―digo, dejando que todos los demás en la habitación sepan a quién estoy
llamando―. Pronto estaré de vuelta en Miami. Deberíamos tomar un café.
―¿Una invitación a tu boda y ahora un café? Cualquiera pensaría que intentas meterme
en tu bolsillo, Black.
―No cabrías ―replico, y él se ríe―. Hay algunas cosas que tenemos que discutir.
―El rumor en la calle es que te has retirado.
Sonrío y miro a los demás. Todos tienen una sed familiar en los ojos. Todos menos Goldie.
Parece cabreada porque ella, más que ninguno de nosotros, quería retirarse. Y ahora no
puede. O, mejor dicho, se niega a hacerlo. No se irá del lado de James. Así que, sí, está
cabreada. Cuando pensé que habíamos terminado con El Oso, no me alejé pensando que
habíamos terminado. Me fui sabiendo que no. Es como le dije a James una vez: si pones el
listón, lo defiendes.
O te mueres.
Hemos puesto el listón y estoy decidido a defenderlo. La alternativa no es una alternativa.
El búnker que construimos en el astillero no era una solución temporal. James nunca podrá
alejarse de El Enigma. Yo nunca podré alejarme de El británico. Una reputación conlleva
una responsabilidad: la responsabilidad de seguir vivo y mantener a salvo a tus seres
queridos. No puedes darle la espalda a esta vida, y esa es una lección que tanto James como
yo hemos aprendido. Tenemos que seguir traficando si queremos seguir vivos. Tenemos que
mantener el control de Miami. La alternativa no sólo será un desastre. Será el fin. Eso era
un hecho antes de que descubriéramos que El Oso sigue vivo. Los rusos siguen ahí fuera, y
eso era suficiente para mantenernos en el juego. ¿Y ahora? Ahora terminamos un trabajo
que se está alargando fastidiosamente. Es simple. Pero complicado.
Así que circulan rumores. ¿Retirado? Si sólo fuera tan simple como colgar mi arma. Mi
cuchillo. O mi abrecartas.
―Los rumores suelen ser sólo eso ―digo, apoyando de nuevo mi peso en el mueble. Va
a haber mucha gente decepcionada si es así, pero más tontos ellos por suponer. Nada debe
suponerse en este mundo―. Siento decepcionarle.
―No estoy decepcionado, Danny.
Ahora nos tuteamos, ¿no? Interesante. También lo es el hecho de que no está
decepcionado.
—Me alegro oírlo, Harry. ―Me acerco a la silla que hay detrás de mi escritorio y me
acomodo en ella con cautela, con la curiosidad por encima de la incomodidad―. Estaba a
punto de darle el pésame.
Se ríe ligeramente.
―¿De qué?
―Espero que las cosas se pongan en marcha en Miami muy pronto. Escúchame cuando
te digo que no soy el hombre al que deberías perseguir. Estaré en contacto. ―Cuelgo y miro
a Brad y James a la vez―. Definitivamente no es corrupto
―¿Definitivamente? ―James pregunta.
―De acuerdo, no está corrompido. ―No hay nada definitivo en nuestro mundo―. ¿Y
ahora qué? ―Pregunto, con la palma de la mano apoyada en el pecho.
―Goldie quiere dibujarnos un diagrama actualizado con su letra femenina, bonita y
pulcra ―dice Ringo, cogiendo un trozo de papel y un lápiz y entregándoselo. Ella acepta
pero gruñe. Y con la aparición del traje de Goldie aparece la burla de Ringo.
―No necesitamos un diagrama ―dice Brad, interceptando y retirando las herramientas
de la mano de Goldie, al tiempo que lanza a Ringo una mirada de advertencia. No soy el
único que anda con cuidado con nuestra guerrera. Pero Ringo es el único que no lo hace.
¿No se ha enterado?
―¿No va a dejar todo el mundo de mirarme así? ―Goldie ladra, se levanta y se pone la
chaqueta, como para recordar a todo el mundo que, de hecho, lleva un traje. No un vestido.
―Ves ―gruñe Ringo, mirándonos a todos como si fuéramos estúpidos―. No le gusta.
―Se acerca a Goldie, levanta el puño y le da un golpe en el bíceps. Y ella le devuelve un
puñetazo capaz de tumbar a Wladimir Klitschko2, haciendo que Ringo vuele por la oficina
como un muñeco de trapo. Aterriza con un ruido sordo, sujetándose la enorme nariz, que
ahora va a ser aún más grande. Hinchada. Probablemente un par de ojos morados
también―. Que me jodan ―gime.
Desvío la mirada de Ringo, que está en el suelo, hacia Goldie, y detesto el brillo de sus
ojos.
―Vete ―le ordeno, acercándome a ella, literalmente tomando mi vida en mis propias
manos al apartarla físicamente y acompañarla hasta la puerta.
―Estoy bien ―argumenta, girando los hombros para apartarme―. Quítate de encima
o...
―¿Qué? ―Me acerco a su cara, no agresivamente, pero una clara señal de que no voy
a tomar ninguna mierda. ¿Quiere que la traten como al resto de los hombres? De acuerdo.
Estoy aquí para eso―. Controla tus impulsos o lárgate de esta puta oficina. ―Soy un maldito
hipócrita, lo sé ―. ¿Está claro?
Asiente una vez, y es cortante.
―Claro.
―Siéntate de una puta vez. ―No estoy enojado. No se me ha acabado la paciencia.
Simplemente le estoy dando a Goldie lo que quiere. Lo que necesita. Igualdad. Validación.
Vuelve a sentarse en el sofá mientras Ringo se arrastra desde el suelo, se palpa la nariz y se
revisa la mano mientras se une a ella.
¿Dónde estábamos?
―No quedan muchos animales en el zoo ―digo, encaramándome al escritorio―.
Supondremos que con la eliminación de los irlandeses, la rama de drogas del negocio de El
Oso ha cesado.
―Por ahora ―añade James.
―Por ahora. ―Habrá hombres subiendo a través de las filas, una loca lucha para llenar
las botas de Vince Roake―. Aún no sabemos dónde guardan los polacos a las mujeres que
envían. ―O, de hecho, cómo las están enviando.
―Suponiendo que no las guarden en la cámara acorazada del banco que dirigía Kenny
Spittle. ―Otto levanta las cejas.

2 Exboxeador profesional ucraniano de peso pesado con una notable trayectoria que pasó a retiro en 2017.
―Son mujeres, no hadas, joder ―murmura Brad―. Las drogas y las armas están o
estaban guardadas en el banco. Nos queda El Tiburón bateando para los polacos, y El Buey,
Sandy y Volodya ganando para los rusos.
Ganar.
Con los rusos dirigiendo el lado de las armas de este pequeño y acogedor montaje, sin
duda están ganando. No hemos podido acabar con ninguno de los cabrones de la cima de
ese árbol, ¿y ahora que sabemos que su titiritero no está muerto? Resoplo y arrastro una
mano por mi cara. Se habrán reído hasta llegar al banco. El banco de Kenny Spittle. Frunzo
el ceño y miro a Otto.
―¿No ha habido acción en el banco? ―pregunto.
―Nada. Nadie entrando, nadie saliendo.
―¿Y Kenny Spittle?
―Sigue en el contenedor, aunque sus vacaciones anuales programadas están a punto de
terminar. No pasará mucho tiempo antes de que los colegas del banco empiecen a hacer
preguntas cuando no vuelva al trabajo. Leon lo alimenta y riega a diario.
―¿Por qué? ―James pregunta―. Sólo mata al maldito.
Sonrío para mis adentros.
―¿Y me dices que me precipito?
―La única forma de que Oliver Burrows supiera que nuestro viejo amigo el agente
Spittle estaba muerto es que se lo dijera su hijo Kenny, ya que no hay cadáver.
Tarareo, pensativo.
―Y cuando saliste de la estación tras la intervención de Higham, Burrows no te siguió,
pero sí El Sabueso. ―Más tonto El Sabueso, a quien James no tardó en reventar―. ¿No hay
actividad en su teléfono?
―Ni un susurro ―confirma Otto.
Así que, nadie está aparentemente activo, y no ha habido señales de los rusos, ni de Sandy
ni de ese cabrón de Volodya, que, inconvenientemente, no está muerto después de todo. No
está muerto, pero sigue sin dar la cara.
―Creo que Luis definitivamente necesita un poco más de descuento en su pedido
―musito, mirando a James. Él asiente, escuchándome. Si el maestro de marionetas ha
exigido silencio en el frente occidental, nosotros exigiremos atención, y no hay nada como
una dura competencia para llamar mi atención. O para sacar a alguien de su escondite.
―¿Crees que el silencio de radio en el teléfono es porque saben que tenemos a Kenny?
―Ringo pregunta.
―O pensar que podríamos tenerlo.
―Pronto aparecerán en el banco buscándole. Asegúrate de tener su casa cubierta
también. ¿Cómo van las reparaciones del astillero?
―Completas ―confirma Otto.
―Bien. ―Porque vamos a necesitarlo. Veamos si podemos despertar a Miami.
odos me miraban mientras me dirigía a la piscina y me sentaba en el borde, con las
piernas desnudas colgando. Nadie murmuró una palabra, no durante unos minutos,
hasta que Brad acabó con el silencio con otro bocado de mi curry. Agradecí su intento
de romper la atmósfera y esbocé una pequeña sonrisa por encima del hombro.
Media hora después, sigo aquí, con la palma de la mano apoyada sobre el brazo, el
remordimiento espeso, como mi dolor de cabeza. Veo el reflejo de Beau en el agua y levanto
la mano a ciegas. La coge y se une a mí, empujando su hombro contra el mío.
―No estás sola en esto ―dice en voz baja, mientras sus pies empiezan a moverse en el
agua. No intenta sacarme la cabeza del culo ni insinuar que no todo gira en torno a mí,
simplemente me recuerda que está aquí para ayudarme.
Le aprieto la mano como respuesta y nos quedamos un rato en un silencio confortable.
Me pregunto qué estará pensando. Me pregunto cómo parece tan estable cuando la fuente
de su miseria ha declarado recientemente que sigue caminando por la tierra. Todavía aquí
para burlarse de nosotros. Pero conociendo a Beau como la conozco, esconde bien su dolor.
A diferencia de mí. Parece que estoy empeñada en hacer que la vida de mi marido sea aún
más difícil de lo que ya es. Maldita sea. Malditos sean los demonios que burbujean bajo la
superficie. La libertad y la felicidad siguen cosquilleando los bordes de mi vida y luego se
retiran, exponiéndome al mundo del que creía haber escapado. Que Dios los maldiga.
En nuestro matrimonio, siempre he sido yo quien arremete. Tomo represalias. Pierdo la
cabeza. El mero hecho de que Danny perdiera todo sentido de la presencia y no leyera las
señales de mi desesperación cuando estábamos teniendo sexo dice mucho de su estado
mental. Al igual que el hecho de que se emborrachara tanto. No es él mismo. Parece
vulnerable, y ese no es mi marido. Tampoco quiero que lo sea.
―¿Qué puedo hacer para ayudar? ―Beau rompe el silencio.
―¿Matar al hombre adecuado la próxima vez? ―Le dirijo una sonrisa y ella pone los
ojos en blanco―. Es broma.
―No, no lo harás.
Ella tiene razón, yo no. Beau fue como un ejemplo andante de serenidad en las pocas
semanas que todos pensamos que había terminado. Quiero eso para ella otra vez. Quiero
eso para todos nosotros. La miro, preguntándome si ahora está fingiendo esa serenidad,
porque sigue tan jodidamente tranquila y, la verdad, me hace sentir un poco inferior. ¿Es
un cisne, elegante y sereno para el mundo, pero remando como loca bajo la superficie?
―¿Cómo estás? ―le pregunto, y ella ladea la cabeza, divertida. Quizá debería probar
esa meditación de la que me habló.
―¿Te haría sentir mejor si te dijera que estoy terrible?
―Sí.
―Terrible.
Le doy un codazo y se ríe. ¿Ahora somos nosotras? Las esposas de los mafiosos. ¿Con cara
dura, resistentes y muertas de miedo, pero incapaces de demostrarlo? Al menos, no al
mundo exterior. Mi estado de ánimo es obvio para la gente más cercana. Pero no para
Daniel. Nunca para Daniel. Para ese chico, soy la mejor actriz que se podría encontrar.
―¿Por qué no te casas con él? ―Pregunto, alcanzando el anillo en su mano derecha. No
tiene ningún sentido para mí. James la ama ferozmente, y Beau a él.
―Ya te lo he dicho.
Hay algo más, tiene que haberlo.
―¿Sabe Lawrence lo de Dexter?
―Jesús, no. Está en paz con el hecho de que Dexter lo dejó. Si supiera que James lo mató...
Lo entiendo. Miro por encima del hombro y veo que en la mesa faltan todos los hombres
y Goldie. Han sido convocados. Para conspirar y planear y prepararse para hacer llover el
infierno sobre Miami.
―Todo irá bien ―dice Beau.
―Tiene que serlo. ―Porque, ¿quién soy yo si no soy la Rose de Danny? ―Hago una
mueca de dolor, mi mano se posa automáticamente en mi barriga, mi mente me da la
imagen perfecta de la cara de Daniel. ¿Qué coño me pasa? Soy de nuestros hijos antes que
de nadie, incluido Danny. Él no lo tendría de otra manera. Pero, y es un hecho doloroso,
sólo soy quien soy ahora gracias a Danny, y no estoy segura de poder seguir así sin él―.
¿Vas a volver a Miami con ellos? ―Le pregunto a Beau, tal vez por el bien de ella, porque
no estoy segura de que vamos a tener opciones. Aunque, hay que reconocerlo, no estoy
segura qué opción tomarán los hombres. Dejarnos aquí, lejos de su cuidado, pero también
de las amenazas. O llevarnos con ellos donde estaremos cerca de su guardia, pero en medio
del peligro.
―Voy a volver ―dice Beau.
―Parece que esa decisión la tienes que tomar tú. ―Me rio y ella ladea la cabeza, con las
cejas levantadas y los labios fruncidos.
―Oh, es mía ―dice con seguridad―. Sabes, Rose, recuerdo haberte seguido a Hiatus
una vez. ¿Te acuerdas? ¿Cuándo nos dejaron ir a la playa ese día?
―Sí, lo recuerdo. ―No conocía a Beau tan bien como ahora. Recuerdo verla de pie en la
orilla mirando al sol, con los ojos cerrados, y preguntarme si alguna vez había visto a una
mujer tan rota.
―Y te miré y pensé en lo serena que estabas. Lo fuerte. Una fuerza de mujer para tener
en cuenta.
Mi sonrisa es irónica.
―Estoy pensando lo mismo de ti ahora.
―Las dos somos como putos yoyós. Fuertes, débiles, decididas, derrotadas. Supongo que
es de esperar en un mundo donde nuestros hombres son quienes son y nosotras lidiamos
con lo que lidiamos. ―Su brazo cae alrededor de mis hombros, acercándome a ella―. Pero
nos tenemos la una a la otra.
Sonrío. Es imparable. Nos tenemos la una a la otra, y no sé qué haría sin ella.
―Te quiero, Beau.
―Y yo a ti. Y si yo vuelvo a Miami, tú también.
―De acuerdo ―acepto, porque en medio de toda esta incertidumbre, sé una cosa sin
lugar a duda. No puedo sobrevivir en este mundo sin mi amiga disponible para abrazarme,
consolarme y sacarme la cabeza del culo cuando lo necesito. Sólo tengo que convencer a
Danny. Algo me dice que será un reto.
Beau empieza a levantarse, animándome a levantarme.
―Vamos, tenemos que comprobar que todo el mundo sigue vivo después de comer tu
curry.
―Mi curry estaba increíble. ¿Qué les pasa a ustedes?
―Rose, esa cosa ―señala la olla mientras caminamos hacia la mesa―, podría clasificarse
como arma letal.
Me siento junto a Esther, sintiendo que sus ojos me miran.
―¿Sigue vivo mi hijo? ―pregunta, girando su copa de vino por el tallo.
―¿Es Otto? ―replico, recordándole a mi suegra que no soy la única por aquí que ha
cabreado a su hijo. Vuelvo mi sonrisa hacia ella―. ¿Me vas a contar alguna vez qué les
pasa?
―No. ―Esther de repente ya no está interesada en mí―. Zinnea, ¿vas a actuar mañana
por la noche?
―Sí, cariño, sin duda. ¿Te reservo una mesa?
―¿Por qué hablamos como si fuéramos a estar aquí mañana por la noche?
―pregunto―. ¿A menos que planees quedarte? ―Miro a Esther, asegurándome de que
sabe que estoy hablando con ella. No hay ni la más remota posibilidad de que se quede en
Santa Lucía si Danny está en Miami. A menos, claro, que él lo exija.
―No me quedo ―suelta sin pensar.
―Oh, bien, yo tampoco ―respondo.
―¿Tienes esa opción?
―Sí, quiero. ―Sonrío alegremente―. ¿Y tú?
―Oh, a veces podría abofetearte.
Arrugo la nariz, me inclino hacia ella y le beso la mejilla.
―Yo también te quiero, mamá ―le digo, y ella pone los ojos en blanco cuando me retiro.
Sé que la exaspero. Sé que a veces le gustaría darme una bofetada. Pero también sé que
aprecia mi aprensión porque ella también la siente.
―Bueno ―arrulla Zinnea, sirviendo más vino―, por si a alguien le interesa, no volveré
a Miami.
La cara de Beau es un cuadro de shock mientras desvía la mirada hacia su tía.
―¿Qué? ―Veo que le entra el pánico. También veo que intenta contenerlo con
vehemencia. ―¿Con quién voy a meditar?
―No me necesitas, cariño ―dice Zinnea, su mano encuentra la de Beau sobre la mesa―.
Tienes a una encantadora y preciosa psicópata que cuida de ti estos días.
A Esther y a mí se nos escapa una pequeña carcajada, pero Beau entrecierra los ojos, poco
impresionada.
―James...
―James no. Estoy hablando de Rose ―bromea Zinnea, y yo la miro boquiabierta
mientras Esther se ríe más fuerte y Beau sonríe―. Oh, no pongas esa cara de indignación,
cariño.
¿Yo?
―Yo...
―¿Qué? ¿Torturarme con más de tu cocina?
Esther se está destornillando de risa, Beau apenas aguanta la risa y yo estoy indignada.
―Ese curry es digno de premio ―argumento, irritada.
―Basta ya. ―Zinnea pone los ojos en blanco de la forma más exagerada que sólo una
drag queen podría conseguir―. Hasta el diablo se quejó de que hacía demasiado calor.
Lágrimas. Hay lágrimas, e incluso yo, insultada como estoy, puedo sentir cómo la risa se
apodera de mí. Y luego hay momentos como estos en los que no cambiaría mi vida por nada
del mundo. Cedo a mi deseo y me derrumbo con ellas, con los ojos llorosos, la barriga
dolorida mientras Esther me aprieta la mano con fuerza. Y así nos quedamos los cinco
minutos siguientes, riendo sin control, con los cuerpos agitados, jadeando, hasta que oigo
movimiento detrás de nosotros.
Miro por encima del hombro, veo a los hombres saliendo de la villa, y toda risa se
desvanece como si nunca hubiera estado aquí. Evalúo todos y cada uno de sus rostros, y
odio lo que veo.
Propósito.
Compromiso de matar.
Me siento erguida y sonrío débilmente cuando Danny me encuentra, de repente
aterrorizada de que declare su marcha de vuelta a Miami y me deje aquí. No pudo sacarnos
a Daniel y a mí de la ciudad lo bastante rápido. No me imagino que tenga tantas ganas de
llevarnos de vuelta tan rápido. Y esa es otra pequeña cuestión a tratar. Nuestro hijo. Es un
milagro que hayamos logrado protegerlo de los horrores de nuestras vidas hasta este punto.
¿Y ahora qué? No es tonto, cada día es más curioso, y el hecho de que tenga dos montañas
barbudas vigilando todos sus movimientos es una gran señal de alarma.
Danny se sienta en el otro extremo de la mesa, el más alejado de mí, pero sus ojos me
miran con atención, su cicatriz parece brillar cada vez que la luz le da en la cara. Toma su
agua, se relaja y sigue observándome. Extrañamente, me siento vulnerable bajo la mirada
interrogadora de mi marido. Sus ojos helados me queman.
―¿Qué? ―digo, pero no obtengo nada, ni siquiera un movimiento de sus labios. Maldito
sea, ¿en qué estará pensando?
―Supongo que debería ir a hacer la maleta, entonces ―declara Brad, sin coger su silla
sino empujándola bajo la mesa.
―Yo también ―gruñe Ringo, girando su enorme nariz hacia su plato―. Gracias por la
cena.
Miro entre ellos, atónita.
―¿Adónde vas? ―Qué pregunta más ridícula―. Quiero decir ―sacudo la cabeza―, ¿te
vas ahora?
―Por la mañana.
―¿Y qué hay de ti? ―Pregunto, mirando a Danny―. ¿Cuándo te vas?
Bebe un sorbo de agua despreocupadamente, parece demasiado relajado. Es el único,
todos los demás se han puesto tensos, esperando los fuegos artificiales. Entonces se levanta
y empieza a caminar hacia mi extremo de la mesa y mi temor se multiplica. Viene a
tranquilizarme. O a sujetarme cuando me ponga a dar saltos de alegría por la villa porque
me va a dejar aquí. Sobre mi cadáver. Lo cual es una posibilidad cierta a juzgar por el velo
de acero que cae sobre el rostro de mi marido.
Miro a Beau y su expresión me dice que me tranquilice.
Tranquila, Tranquila, Tranquila.
―Hora de irse ―chirría Brad, saliendo apresuradamente, seguido por Ringo y Goldie.
―Sí, ha sido una velada encantadora. ―Zinnea se levanta, se bebe de un trago el resto
del vino y sale corriendo sobre sus talones. Pero James, Beau, Esther y Otto permanecen en
la mesa, negándose desafiantes a marcharse. Probablemente porque piensan que es
inhumano dejar que Danny muera solo.
Me levanto de la silla, con ganas de hacer acto de presencia, algo que a mi marido parece
divertirle.
―Guarda esos puños, Rose ―me dice en tono de advertencia.
Relajo las manos, que sinceramente no me había dado cuenta de que las tenía en un
puño.
―No te irás a Miami y me dejarás aquí.
Me alcanza, me rodea, me pone las manos en los hombros y me empuja de nuevo a la
silla. Luego se inclina y acerca su boca a mi oreja.
―Lo sé ―dice besándome el lóbulo. No soy la única que se relaja. Parece que toda la
mesa lo hace. Gracias a Dios. Empieza a masajearme y mis manos se posan sobre las suyas,
mi alivio deja paso a la satisfacción. Es curioso, ¿verdad? Hace unas semanas, cuando me
enfrenté a una situación parecida, me cabreé porque me sacaba de mi refugio y me llevaba
a una ciudad que odio. Pero he aprendido que mi refugio, de hecho, es Danny.
―Está bien, entonces ―digo, asintiendo para mí misma, sonando mucho más segura de
lo que sospecho que debería. ¿Podría haber una trampa? —Y no me vas a encerrar en la
mansión.
―Lo sé.
¿Oh?
―Con gusto llevaré un arma.
―Lo harás.
―¿Y los vikingos? ―pregunto, dirigiendo una mirada a Beau. Sonríe levemente, al igual
que James.
―Se distribuirá según sea necesario ―dice Danny, mientras sigue masajeándome los
hombros. ¿Qué coño está pasando? Es como si le hubieran hecho un trasplante de
personalidad.
―¿Me estoy perdiendo algo?
―¿Cómo?
Miro a Esther, que se encoge de hombros, igual de perpleja.
―Dímelo tú. ―¿De repente soy a prueba de balas?
―Esposa feliz, vida feliz ―murmura.
―Vale ―digo, levantándome de la silla, provocando que sus manos se aparten de mis
hombros―. ¿Qué está pasando?
―Vamos ―dice James, levantando a Beau y saliendo con bastante rapidez.
―¿Qué? ―pregunta Beau, que parece esclava de la fuerza de James, incapaz de impedir
que se la lleve. Es absurdo. Ella le daría la vuelta a la tortilla con un movimiento de brazo y
una patada giratoria. Así que, por supuesto, mi preocupación aumenta, especialmente
cuando Otto declara que él y Esther también se van.
Y entonces nos quedamos los dos solos, Danny y yo. Sus manos encuentran mis hombros
y me empujan de nuevo a la silla, y me estremezco terriblemente cuando se agacha, con la
mandíbula tensa. Su pecho. Su hermoso, suave y mutilado pecho. Se me hace un nudo en
la garganta y me maldigo a mí misma mientras cojo su camiseta y se la subo, como si
necesitara torturarme un poco más.
Su pecho está muy vendado, así que no puedo ver el daño. Pero yo lo veo. Yo causé eso.
Su mutilación. Su dolor.
Me coge la mano con delicadeza, la aparta y pronto vuelve a cubrirse el pecho. Desplazo
mis ojos hacia los suyos. Hoy en día, sigo sin entender cómo el azul hielo puede irradiar
tanto calor. Y, sin embargo, aquí está, un azul ardiente que me atraviesa. Este es mi marido.
Seguro de sí mismo y con el control. Este es el hombre por el que me sentí atraída al instante,
la criatura oscura que reflejaba una versión de mí, pero, irónicamente, fue el hombre
vulnerable y perdido que vi más allá de la oscuridad del que me enamoré. El hombre que
he visto esta mañana. Me alejo de ese pensamiento y Danny lo atrapa.
―Nunca más, Rose ―reitera, cogiendo mis dos manos entre las suyas.
Podría llorar por él.
―Basta ―le digo―. Basta ya. ―Necesito que se libere de este odio hacia sí mismo. Debo
asumir parte de la responsabilidad. Encontrar y matar a un hombre no es motivo de
angustia para mi marido, pero sí lo es el impacto que tendrá en mí. Debería haberle apoyado
en su desesperación, no echarle y causarle más estrés, porque su desesperación se vio
agravada por la preocupación por mí. ¿No he aprendido?
Asiente, aunque suavemente:
―Tengo un regalo para ti.
―Tú eres mi regalo. No necesito nada más.
Sonríe, pero a medias.
―No debería haber sido tan descuidado contigo. No debería haberme desconectado.
Debería haber sido plenamente consciente, y no lo fui.
Y sé que eso sólo aumentará su ira y su propósito. Que Dios ayude a sus enemigos.
―Si me dejaras ―continúa, apretando mis manos entre las suyas―, no te culparía. Pero
te ruego que no lo hagas, Rose, porque una vida sin ti no es una vida que me interese vivir.
Retiro mis manos de las suyas y aliento su cuerpo agachado hacia el mío, abrazándolo
con cuidado para no presionar sus heridas.
―Nunca te dejaré.
―Bien. Así que aceptarás mi regalo.
―¿Qué es, una bofetada? ―Bromeo, sintiéndole sonreír contra mi cuello.
Se aparta, mete la mano en el bolsillo trasero, saca algo y me lo enseña.
Un anillo.
Frunzo el ceño.
―Te estás declarando, porque estoy bastante segura de que ya me he casado contigo dos
veces.
―Oh, cómo me emociona el sentido del humor de mi mujer. ―Arruga la nariz, se acerca
y me besa con fuerza en los labios.
―¿Han ido James y tú de compras juntos? ―le pregunto alrededor de la boca, haciendo
que detenga nuestro beso y ladee la cabeza, curioso―. Volvió a pedirle matrimonio a Beau
―digo antes de que pueda preguntar―. Dijo que no, pero lleva el anillo.
―No, no fuimos de compras juntos. ―Sus labios vuelven a estar sobre los míos,
besándome con propósito, y, por supuesto, le complazco hasta que ha tenido su dosis,
aunque, hay que reconocerlo, y como le he dicho infinitas veces, podría darme un atracón
de él para siempre y nunca sentirme saciada―. Ahora, volvamos a lo nuestro. ―Me enseña
el anillo y lo miro―. Es un anillo de la eternidad, por si te lo preguntas.
Qué curioso, me lo preguntaba.
―Eternidad ―digo, dejando el rubí entre su dedo y su pulgar―. ¿Significa eso que, si
acepto, tengo que pasar la eternidad contigo?
―Ya accediste a eso cuando cediste a mis encantos y me dejaste llevarte de la planta del
casino del Aria como póliza de seguro.
Me rio a carcajadas, con la cabeza echada hacia atrás.
―Ah, sí, cuando me secuestraste. ―Dejo que mi diversión se desvanezca en una risita y
bajo la cabeza. Lo encuentro sonriendo. Una sonrisa tan bonita. Me da un beso en la boca,
me coge la mano y me coloca el anillo en el dedo, junto con el de compromiso y el de boda.
Lo mira.
―Este es el único rojo que quiero ver en ti ―dice en voz baja mientras acaricia el rubí,
y yo aspiro sutilmente cuando levanta la mirada hacia mí, con la cicatriz resplandeciente―.
Lo digo en serio, Rose. ―El daño que ambos hemos sufrido a manos de otros, el daño que
nos hemos infligido mutuamente. Ahora se acaba.
―Eso también va por ti.
―De acuerdo. ―Nuestros labios se juntan y él se levanta, tirando de mí con él y metiendo
la mano bajo mis muslos para levantarme hacia su cuerpo. Le rodeo con todas mis
extremidades, pero aflojo cuando aspira aire entre los dientes―. No pasa nada.
―No es...
Sus labios chocan con los míos y me pierdo en la atención de su boca mientras nos lleva
al chalet y me tumba en la cama, con sus antebrazos a ambos lados de mi cabeza y sus
rodillas a ambos lados de mis caderas, sosteniéndole.
Porque... los recortes.
No es mi vientre redondo. Es porque los cortes que están ahí por mi culpa.
Intento por todos los medios meter esos pensamientos miserables en una caja, pero
mientras me besa con toda la adoración que sé que siente, lo único que puedo pensar es en
cuánto estrés le causo. Cuánta preocupación. Cuánto dolor. Si no fuera una carga,
simplemente habría hecho las maletas como Ringo y Brad. Se estaría follando a las putas
sin cuidado, sin preocupación. Mi seguridad no lo atormentaría. No habría necesidad de
aplacar a la señora antes de volver al campo de batalla. Sería libre.
Mi cabeza tiembla con naturalidad, mi cuerpo se tensa con naturalidad, y Danny se
aparta al instante, mirándome. Sonrío. Pero debe de ser patética, porque sus ojos se
entrecierran.
―Habla ―me ordena, y hago un mohín―. Ahora, Rose.
―¿Qué aporto yo a esta relación? ―suelto, sorprendiéndome a mí misma tanto como he
sorprendido a mi marido. Sus ojos azules son redondos e inseguros. Suspiro―. Te hago la
vida aún más difícil. ―Levanto el anillo que acaba de ponerme en el dedo y él lo mira, como
receloso―. Te cuesto dinero, tiempo, estrés, ¿y qué obtienes a cambio? ―No tengo
absolutamente nada que ofrecer. Ninguna habilidad. Ninguna cualidad. Dios, ¿por qué
estoy considerando esto ahora? Soy un desperdicio total. ¿Qué coño ve en mí?
El pobre hombre parece completamente perdido, con el ceño fruncido. Qué bien. Así que
se está preguntando lo mismo. ¿Qué saca de mí, aparte de dolor y molestias? Derrotada y
con una fuerte sensación de fracaso, me retuerzo debajo de él, intentando liberarme,
necesitando escapar del incómodo silencio. Pero Danny baja su cuerpo hacia el mío, y su
vientre duro y perfectamente formado me aprieta de repente la barriga redondeada, su
pecho mutilado me empuja las tetas. Me quedo quieta cuando sisea de incomodidad y, con
la mandíbula tensa, me mira fijamente a los ojos.
―Tú ―dice, bajando lentamente y acercando su boca a la comisura de la mía―. Te
entiendo.
Podría llorar. Hubo un tiempo en que tenerme equivalía a tener libertad. Ahora ya no.
―Eso es dulce, pero ¿qué es exactamente lo que obtienes de mí? ―Sé lo que obtengo de
él. Amor, seguridad, libertad, felicidad. Aunque estos dos últimos son esporádicos en estos
días. Él se gana la vida, aunque cuestionablemente, y provee. Cuida de nosotros. Joder, soy
un completo desperdicio de espacio―. Dime.
―Quieres matar a unos cuantos hombres, porque tengo fe en que puedes. ―Se acaricia
la barbilla, recordándome todas las veces que le he golpeado en la mandíbula.
Pongo los ojos en blanco.
―Lo digo en serio, Danny. Mira a Beau.
―¿Qué pasa con ella?
―Bueno, para empezar es una ex policía. Entrenada, cualificada. Puede decorar, hacer
gimnasia, artes marciales, y no olvidemos...
Su mano se posa sobre mi boca, haciéndome callar.
―Eres mi mujer. Eres mi amante. Eres mi mejor amiga. Mi todo y mi puto fin, Rose Lillian
Black. ―Besos salpican cada centímetro de mi cara―. Pero lo más importante, eres la
madre de mis hijos.
Sus palabras me recuerdan rápidamente que yo soy una cosa que Beau no es, y una vez
más mi corazón se rompe por ella. Dios, ¿alguno de nosotros es realmente feliz con lo que
tiene y con lo que es?
―Quiero aprender a conducir ―digo de la nada.
Danny parece bastante alarmado. No presagia nada bueno.
―No hace falta que conduzcas ―dice―. Haré que te lleven a donde quieras ir.
Sabía que diría eso. Algunas personas podrían pensar que tener cada pequeña cosa hecha
para ti es un lujo. No tener que pensar en nada.
―Pero yo quiero. ―Nunca he aprendido. No tenía sentido, porque no fui bendecida con
la libertad de simplemente subirme a un coche y conducir. No es que alguna vez tuve la
oportunidad de aprender, de todos modos. Pero ahora sí, y me gustaría.
―¿Por qué? ―pregunta realmente perplejo.
―La única habilidad que poseo es el arte de la seducción.
―Rose ―dice lentamente, con advertencia.
―Es verdad. Y ya ni siquiera puedo hacerlo, y no sólo porque estoy engordando.
Parece entre exasperado y jodidamente furioso.
―Te equivocas, tienes otra habilidad, y eres un puto as en ella.
―¿Qué?
―Cabreándome. —Rodando la mandíbula, levanta su cuerpo de nuevo, aliviándose de
la dolorosa fricción de nuestros pechos tocándose—. Joder, Rose. —Se baja de mí, se sienta
en el borde de la cama y apoya los codos en las rodillas, dejando caer la cabeza entre las
manos—. ¿Por qué no puedes ser feliz?
Me rio mientras me empujo hacia arriba, apoyándome en el cabecero.
―Dios, a veces eres un cabrón. ―Nuestra paz duró poco. Otra vez. Podría gritar. Pero
no lo hago. En vez de eso, gruño, llevándome al límite.
―Rose, espera. ―Me agarran la muñeca, impidiéndome levantarme, y miro hacia atrás
para ver a Danny estirándose por la cama, prácticamente tumbado para alcanzarme. Tiene
la cara marcada por el dolor. Sacude la cabeza, exhalando con fuerza―. Basta de peleas.
―Entonces deja de ser un imbécil. ―Me lo sacudo de encima―. Tengo necesidades,
sabes.
―¿Sí? ―pregunta, sonando realmente sorprendido. Supongo que no puedo culparle―.
Porque estoy bastante seguro de que estabas contenta. Ni siquiera sé qué ha provocado esto.
―Quizás sintiéndome inútil.
―¿Así que quieres aprender a conducir?
―¡Sí! ¡Quiero poder llevar a Daniel al colegio, o al entrenamiento de fútbol, o a casa de
un amigo o... o... o a donde sea! Y cuando llegue este bebé, me gustaría ir a la tienda si lo
necesito. O llevarlo al parque. O tomar un café con una amiga. ―¿Qué coño estoy
diciendo? Espero que ninguna de esas cosas pueda pasar, pero rezo para que algún día
puedan. Entonces, cuando lo hagan, al menos podré conducir yo misma.
―¿Él? ―Danny pregunta.
―¿Qué? ―Grito, impaciente, frunciéndole el ceño.
―Tú lo has dicho. ―Se levanta, ladeando la cabeza―. Cuando te referiste al bebé, dijiste
él.
Retrocedo, pensando.
―¿Lo hice?
―Sí. ―Con los ojos entrecerrados, empieza a acechar lentamente hacia mí―. ¿Sabes
algo que debería saber?
―No.
―¿No le has preguntado a Doc si conoce el sexo?
―No. ―Me rio―. No quiero saberlo. Quiero que sea una sorpresa.
Me agarra y me tira en la cama, y él está sobre mí en un instante, empujando mi vestido
por mi cuerpo para exponer mi vientre.
―Así que tu madre cree que eres un niño. ―Sus grandes palmas se extienden sobre mi
bulto y me acarician, y yo exhalo, acomodándome de nuevo―. Son malas, malas noticias.
―¿Por qué? ―Pregunto.
Me muerde la cadera y grito.
―Porque ya tengo un heredero para mi imperio mafioso.
Le miro horrorizada, viéndole sonreír satisfecho.
―Eso no tiene gracia.
―Tampoco lo es tu incesante necesidad de irritarme. ―Subiendo por mi cuerpo, me
enjaula―. Te enseñaré a conducir.
―¿Me enseñarás? ―Pregunto, mirando su cara encantada. No sé si me gusta cómo
suena esto.
―Sí. Nos dará algo más que hacer juntos aparte de pelear y follar. ―Se baja los
pantalones, mordiéndose el labio, indeciso. Sé lo que está pensando.
―Sí ―digo, y él exhala aliviado, empezando a abrirse la bragueta. Mueve las caderas y
rápidamente está dentro de mí. Le agarro los bíceps y los dos inhalamos bruscamente―.
¿Crees que tienes paciencia para enseñarme?
Empieza a moverse, y yo sigo su ritmo a la perfección, saboreando la profundidad que
está alcanzando, amando la mirada de placer cegador en su rostro apuesto y lleno de
cicatrices.
―¿Crees que no? ―Empuja de repente y yo gimo.
―Pensé que estarías demasiado ocupado contrabandeando armas, blanqueando dinero
y asesinando a muchos enemigos para molestarte con la mundana tarea de enseñar a
conducir a tu mujer. ―En especial cuando realmente no quiere hacerlo. Sé lo que está
pasando aquí. Control.
―Nunca estoy demasiado ocupado para ti, nena. ―Se zambulle y me besa mientras
mantiene sus vertiginosos impulsos y, por supuesto, soy esclava de su atención―.
Empezaremos en cuanto estemos de vuelta en Miami. ―Su ritmo aumenta y gimo alrededor
de su boca, sintiendo que mis venas empiezan a calentarse.
―Podría aprender con un instructor profesional.
―Soy profesional.
―En persecuciones de coches, tal vez. Oh, Dios.
―¿Te corres, cariño?
―¡Sí! ―Mi cabeza empieza a nadar de calor, mis piernas se mueven en la cama,
estirándose, tensándose, mi boca hambrienta de la suya mientras la presión aumenta entre
mis piernas. El ritmo de Danny aumenta, la urgencia le vence, y aprieta los puños contra el
colchón, levantándose, haciendo más palanca, sus caderas moviéndose como pistones―.
¡Danny!
Echa la cabeza hacia atrás, suda a chorros y ruge hacia el techo, empujando con fuerza
y llevándome al límite. La explosión entre mis muslos me recorre de arriba abajo y me
estremezco mientras él tiembla encima de mí, con las caderas palpitantes, la polla agitada
y los músculos ondulantes.
―Joder. ―Se deja caer, cubriéndome, y nuestra respiración acelerada y agitada llena la
habitación―. Gracias ―jadea. Gracias por confiarle mi cuerpo de nuevo.
Se separa de mí y cae de espaldas, con la cara tensa, la mandíbula tensa y los vaqueros a
media pierna.
―Dios, luchamos y follamos como profesionales ―jadea, y yo me rio mientras me bajo
el vestido y me arrodillo para quitármelo y ponerme sus bóxer.
―¿Así que me enseñarás? ―Pregunto, mis ojos incapaces de evitar el hecho de que
aunque está desnudo, no está desnudo. Sus vendas.
―Sí ―suspira―. ¿Está satisfecha la señora?
Aparto mi sentimiento de culpa y me arrastro por su cuerpo, mostrándole mi
agradecimiento, y mi pena, con un beso largo y lento que él acepta y al que contribuye,
pero sus manos permanecen inertes sobre la cama.
―Tengo que hacer pis. ―Me levanto, sonriendo ante su gemido de fastidio―. Vuelvo en
un m... ―Un dolor horrible me atraviesa el estómago y me agacho, agarrándome el
vientre―. Mierda ―siseo, inmediatamente sin aliento.
―¿Rose?
El dolor. Irradia a través de mí, haciendo que cada músculo se contraiga con fuerza, un
intento instintivo de frenar la insoportable agonía. Grito y caigo de rodillas junto a la cama.
―¡Rose! ―Aparece ante mí, un hombre borroso, y siento sus manos frenéticas
agarrándome los brazos, los hombros, la cara―. Rose, cariño, háblame, por favor.
Parpadeo rápidamente, intentando convertir la mancha que tengo delante en mi marido,
necesitando verle la cara.
―Yo… ―Tengo arcadas, el dolor es tan intenso que me revuelve el estómago.
―Joder ―sisea Danny, y me muevo, sintiendo cómo mi cuerpo se desplaza. Reconozco
el calor de su cuerpo apretado contra mi espalda, sus manos rodeando la parte superior de
mi pecho, su cara en mi cuello. Me siento entre sus piernas dobladas mientras él se reclina
contra el lateral de la cama y trago saliva, luchando por aclarar mi visión nublada, con la
barriga tensa, pero... el dolor disminuye un poco. Se disipa y contengo la respiración
esperando a que vuelva. Tengo miedo. Estoy jodidamente asustada―. Rose, cariño, te lo
ruego, por favor, háblame.
Ni siquiera encuentro el aliento que necesito para hablar y decirle que estoy bien. Quizá
porque no sé si lo estoy. ¿Estoy bien? ¿Está bien el bebé?
―Danny. ―Exhalo, empezando a entrar en pánico, el dolor sigue ahí pero ni de lejos es
tan insoportable―. Danny, el bebé. ―Mis ojos lo miran frenéticamente mientras agarro
sus antebrazos que me rodean, como si pudiera encontrar el consuelo que necesito en algún
lugar de la habitación.
―Joder, Rose, no puedo dejarte. ―La agonía, el conflicto en su voz es real―. ¿Puedes
aguantar? ¿Crees que puedes aguantar?
―No. ―Me siento totalmente aniquilada.
―A la mierda. ―Maniobra, y mi espalda se apoya rápidamente contra la cama. Aparece
ante mí, todavía un poco borroso, así que lucho furiosamente por recuperar algo de
claridad. Encuentro su cara. La tortura. La agonía. Su cicatriz es malvada, dentada y
profunda. Sus ojos embrujados―. ¿Estás de parto? ―pregunta―. Joder, no, ¿qué coño
estoy diciendo? ¿Qué está pasando, Rose?
―No lo sé ―admito. No tengo ni puta idea de lo que está pasando. Desde luego, no estoy
de parto con dieciséis semanas.
―Necesito coger mi teléfono―. Se levanta. Vuelve a bajar. Sube. Baja―. ¡Joder!
―Vete ―le digo, empezando a respirar profunda y controladamente―. Estoy bien.
―Joder. ―Sale corriendo de la habitación y vuelve instantes después, con el teléfono en
la oreja―. Está consciente ―dice, cayendo de rodillas ante mí, palpándome el muslo,
acariciándolo y apretándolo―. En el dormitorio. Ven directamente. ―Cuelga y hace otra
llamada, y me temo que sé a quién.
―No ―exijo―. No llames a Beau. ―No puedo infligirle esto. Traerá de vuelta todo lo
que está tratando de olvidar. Renovará su dolor, su herida, su pena.
―Tienes que venir ―dice él cuando ella responde, poniéndose de pie y agarrando sus
bóxer, tirando de ellos―. Ahora.
No le da oportunidad de preguntar por qué, cuelga y deja caer el teléfono, se deja caer
sobre el culo y se mueve hacia mí, enjaulándome con sus piernas flexionadas.
―¿Todavía te duele?
―No mucho. ―Me muevo, echando la cabeza hacia atrás, intentando concentrarme en
mi respiración. Acaba de correrse dentro de mí. Siempre lo hace, así que no me sorprende
sentir el calor de su semen entre mis muslos. Pero… ―. ¿Danny?
―¿Qué, cariño? ¿Qué necesitas?
―Necesito que lo compruebes. ―Apenas me salen las palabras. Y no necesito
explicarme. Él lo sabe. Este es el único rojo que quiero ver en ti. Abro más las piernas, con
la garganta apretada y los ojos cerrados, mientras Danny me levanta el vestido hasta las
rodillas y me mira entre las piernas. Contengo la respiración, esperando. Rezando.
Suplicando.
―No hay nada ―dice finalmente, con voz gruesa―. No hay sangre.
Exhalo y abro los ojos.
―Vale. ―Asiento con la cabeza, empezando a respirar un poco más tranquila―. Vale
―susurro, parpadeando para contener las lágrimas, intentando mantener la compostura.
No hay sangre.
No más rojo.
Miro el anillo que me ha puesto en el dedo, deseándolo de todas las maneras.
No más sangre.
―¿
ué está pasando? ―pregunto desde la cama mientras Beau se pone
una de mis camisas y se sube unos pantalones vaqueros por las
piernas. Mi cuerpo desnudo está despatarrado, con la palma de la
mano apoyada sobre mi polla, la que hace unos segundos estaba
enterrada dentro de ella a punto de detonar. Todavía me duele. No sé qué la llevó a aceptar
la llamada de Danny. De hecho, me cabrea bastante que encontrara fuerzas para contestar
por encima del orgasmo que ambos estábamos a punto de tener.
Mete los pies en unas chanclas.
―No lo sé. Parecía alterado.
Me levanto y me visto con ella, aceptando que mi placer no es ahora la prioridad de Beau.
―¿Enfadado o preocupado? ―pregunto.
―No lo sé ―responde mientras sale corriendo del dormitorio―. Las dos cosas.
Me abrocho la bragueta de los vaqueros y voy tras ella, pensando que ya he tenido
bastante drama. Beau coge las llaves de la mesa y yo se las quito de la mano.
―Yo te llevo.
No discute, lo que me sorprende, sino que sale corriendo hacia su Jeep. Está muy
preocupada, lo que hace que me pregunte cada vez con más inquietud qué coño está
pasando.
―¿Qué ha dicho? ―Le pregunto mientras me siento y pongo en marcha el coche―.
Ponte el cinturón.
―Que tengo que ir inmediatamente.
La miro. Está hermosamente despeinada, pero no puedo apreciarlo más allá de su
expresión aprensiva. Todos sabemos que Danny no le haría daño a Rose, pero nadie puede
decir con seguridad que Rose no sea capaz de cometer alguna estupidez, especialmente
cuando se altera.
Su hazaña en la cena anterior con el padre del compañero del niño es un buen ejemplo.
Ella tiene la mala costumbre de presionar los botones de Danny. Así que, ¿podría haber
perdido la cabeza con ella? Pongo los ojos en blanco. Por supuesto que no. Puede que esos
dos se comporten a veces como si se odiaran, pero están ridículamente enamorados.
Entonces, ¿qué coño está pasando si no se han matado el uno al otro?
Cuando llegamos a la casa de Danny y Rose, no escucho el sonido de cristales rotos o
gritos. Nada. Beau sale en un abrir y cerrar de ojos y yo le sigo los pasos. Irrumpe por la
puerta y encontramos a Danny paseándose por la cocina en calzoncillos, con expresión
grave y ojos azules.
Los dos nos detenemos lentamente y veo cómo Beau mira de él a la puerta del dormitorio
una y otra vez. Tiene miedo de preguntar. No encuentra las palabras.
―¿Danny? ―Digo, avanzando, preocupada por el brillo de sus ojos.
―No había sangre ―grazna, pasándose una mano por el cabello―. No había sangre. Y
entonces... ― Mira hacia la puerta, con el dolor cubriéndole la cara―. Y entonces la levanté
y...
Joder.
―… había sangre ―susurra, dejándose caer pesadamente en un taburete, como si sus
piernas se negaran a sostenerlo por más tiempo―. Doc está adentro con ella. No podía verla
así.
Maldito infierno. Dolorosamente, sé exactamente a qué se refiere. Miro a Beau, con la
garganta cerrada por una preocupación justificada, por un dolor que había remitido
brevemente, y veo que está congelada y callada. Mirando fijamente a Danny. Puedo sentir
un repliegue en el horizonte, esperando reclamar a Beau de mí. Mierda. Me dirijo al
armario del otro lado de la habitación y sirvo un whisky, se lo llevo a Danny y se lo pongo
en la mano. Está visiblemente tembloroso.
―Bebe ―le ordeno, busco sus cigarrillos en la encimera y enciendo uno. Exhalo, se lo
meto entre los labios y me vuelvo hacia Beau. Sigue inmóvil, con la mirada perdida en el
suelo. Me acerco a ella, le cojo de los brazos y la saco del trance. Me mira. No tengo ni puta
idea de qué decirle. No puedo sacarla de esta situación. No puedo alejarla del dolor
inminente. Sólo puedo esperar que vea que el dolor en mí es igual al que siente ella. Juntos.
Siempre juntos.
Y cuando se centra en mí, sé que aprecia mi dolor. Traga saliva, asiente, me coge la mano
y me la aprieta con fuerza, luego se dirige al dormitorio y, aunque estoy desesperado por
estar con ella, por abrazarla, por apoyarla, sé que debo apartarme y dejarla hacer lo que
tiene que hacer. Consolar a su amiga.
Salgo al patio, cojo un cenicero, vuelvo y me siento junto a Danny, tomo un Marlboro y
lo enciendo. Debería animar a Danny desde su asiento para que saliera antes de que todo
el chalet se convirtiera en humo, pero no creo que una excavadora pudiera moverlo. ¿Y
qué coño debería decir? Una vez más, no lo sé, así que me quedo aquí sentado observando
cómo apura el cigarrillo entre sorbo y sorbo de whisky, con la mirada fija en el suelo y las
manos temblorosas.
Diez minutos más tarde, ya va por su segundo Marlboro y su segunda copa, y aún no ha
murmurado ni una palabra. Me levanto y doy dos pasos hacia el dormitorio, pero me
detengo con la misma rapidez, preguntándome cómo voy a afrontar lo que hay más allá.
Tengo una novia que ha pasado de feliz a atormentada en el espacio de una llamada
telefónica, un mejor amigo que parece al borde de un ataque de nervios y su mujer, la mejor
amiga de mi novia, que está en esa habitación angustiada. La oigo sollozar por encima del
suave silencio de Beau.
Joder.
Me propongo volver a sentar el culo en el taburete y esperar con la boca cerrada hasta
que tenga algo productivo que decir o útil que hacer. Ahora mismo, es simplemente estar
aquí.
―¿Quieres otro? ―suelto, sintiéndome inquieto e impotente, mientras Danny hace girar
su vaso en círculos sobre la encimera.
Sacude la cabeza y me mira.
―Lo siento.
―¿Por qué?
―Por llamar a Beau. ―Aparta el vaso, apoya los codos en la encimera y deja caer la
cabeza entre las manos―. Joder, no estaba pensando.
―Ella no lo haría de otra manera. ―Mi atención se desvía hacia el dormitorio cuando
oigo abrirse la puerta. Beau aparece y yo inspiro, preparándome para la inminente crisis.
No ocurrirá ahora. Todavía no. No hasta que estemos lejos de Rose y Danny, y ella pueda
soltar el escudo que la ayuda a mantenerse relativamente serena.
Danny levanta la vista y se levanta, y yo me uno a él.
―El bebé está bien ―dice con poca emoción. Ni alivio ni felicidad, nada―. El doctor
está controlando los latidos durante un tiempo para su tranquilidad.
―¿Qué? ―Danny pasa corriendo junto a Beau hacia el dormitorio, mientras yo
permanezco de pie, como una estatua, buscando la calma que esta noticia debería traer. No
la encuentro por ninguna parte, y no es probable que la encuentre. Aunque es la mejor
noticia para Danny y Rose, y aunque sé que Beau se alegrará por ellos, como yo, también
sé que toda esta situación la hará retroceder de nuevo. Traerá recuerdos. Dolor. Angustia.
Perder a nuestro bebé.
―¿Todo bien? ―Pregunto como un imbécil.
―Necesitará unos días de reposo ―dice Beau estoicamente, sin emoción―. Necesita
calmarse, pero se pondrá bien. El bebé estará bien.
―No estaba hablando de Rose.
Parpadea, frunce el ceño, parece como si se estuviera preguntando en silencio cómo
responder.
―Claro. Esboza una sonrisa y pasa a mi lado―. Voy a tomar el camino de la playa a casa.
Inspiro, abro la boca y me preparo para lanzar una negativa, pero me contengo y dejo
que se vaya. Es duro y duele, joder, pero enojarme no es la solución. Mi propia agonía ahora
mismo es lo segundo después de la de Beau. Dejarla en paz.
Excepto que no puedo.
No puedo mantenerme alejado en los mejores momentos. Así que ahora, cuando sé que
su corazón estará dolido...
Voy al dormitorio y golpeo ligeramente la puerta, esperando a que me den el visto bueno
antes de asomar la cabeza por la puerta. Danny está en la cama con Rose, acariciándole la
cabeza mientras duerme, y Doc le está ajustando las correas alrededor de la barriga.
―¿Hablamos mañana? ―Pregunto, porque hay mucho que discutir. Incluso más ahora.
Nuestro plan de volver a Miami por la mañana puede que tenga que congelarse. Al menos,
para Danny. Yo, sin embargo, debo empezar a resolver el problema.
Tras depositar un tierno beso en la frente de Rose, se separa y se levanta de la cama,
mirando constantemente hacia atrás mientras se dirige hacia mí. Me muevo y le dejo
espacio para salir de la habitación, cerrando la puerta en silencio tras él. Echa un vistazo a
la villa.
Buscando a Beau.
―¿Dónde está? ―pregunta.
―Caminando a casa.
Sus ojos se dirigen a los míos, preocupados.
―Joder ―suspira―. Hombre, lo siento. ―Sus ojos se cierran, su mueca es dura―. Yo…
―No puedo protegerla de lo inesperado. ―Me duele, pero nada nos habría preparado
para esto. De verdad, no creo que nada empiece a curar este trauma en particular para
nosotros. Su periodo está por llegar. Ni siquiera sabemos si ya puede concebir. Una bala en
el abdomen de una mujer está destinada a afectar su fertilidad. ¿Verdad? —Tengo que irme
―digo, retrocediendo―. Me alegro de que Rose y el bebé estén bien. ―Me doy la vuelta,
cierro la puerta tras de mí y me tomo un momento para recomponerme. Controlarme.
Calmar mi ira.
Fallo.
―Joder. ―Me doy la vuelta y entierro el puño en la puerta, y el dolor irradia a través de
mi mano. Apoyo la frente en la madera y cierro los ojos. ¿Por qué coño se nos escapa la
paz? ¿Nos da una probada y luego nos deja con hambre de más? Huir, escondernos, fingir
que no existimos resulta más atractivo que nunca.
Es una ilusión, lo sé.
Me alejo de la puerta justo antes de que se abra. No miro a Danny. No necesito ver la
preocupación en su cara. Ni la culpa.
―Te llamaré por la mañana. ―Me alejo, rezando para que la calma me encuentre a mí
antes que a Beau.
Me quito los zapatos de una patada, los tiro en el jeep al pasar y sigo el camino hacia la
playa. El agua negra brilla bajo la luz de la luna y la busco por la orilla. No veo ninguna
sombra ni detecto ningún movimiento. Vuelvo a explorar la playa desde aquí hasta nuestra
cabaña. No veo nada. Empiezo a caminar por la arena, saco el teléfono y la llamo, sin dejar
de mirar a un lado y a otro de la playa. Me salta el buzón de voz.
―No hagas que me preocupe más, Beau ―le advierto en voz baja y vuelvo a intentarlo.
Buzón de voz. De nuevo. Cuelgo una maldición al llegar al agua, y el tranquilo rumor de
las olas no me tranquiliza en absoluto. Me doy la vuelta y busco por toda la playa, con el
corazón empezando a latirme más deprisa―. Maldita seas, mujer ―susurro, en dirección
a nuestra casa, con el agua salpicándome los pies en tranquilas corrientes espumosas. Mis
ojos se posan en un montón de ropa en la arena antes de mirar hacia el océano. Exhalo al
ver la silueta de un cuerpo sumergido hasta la cintura en el agua―. Beau ―suspiro,
sabiendo que no me oye. Reconocería su silueta en cualquier parte. El tono concreto de
rubio de su cabello, incluso con la luz restringida. Su moño se ha soltado, dejando
interminables mechones de cabello sobre su espalda desnuda.
Mi luz.
Siempre envuelta en la oscuridad.
Y como siempre, me siento atraído por ella.
Me quito los vaqueros y los calzoncillos, me quito la camiseta y los dejo caer con el celular
a la arena junto a la ropa de Beau antes de adentrarme en el mar, asegurándome de que me
oye llegar. No mira atrás, no comprueba que soy yo. Lo sabe. Mi frente se encuentra con su
espalda y le rodeo la parte superior del cuerpo con los antebrazos, tirando de ella hacia
atrás y hundiendo la cara en su cabello. La siento ablandarse contra mí, su piel fría
calentándose contra la mía, sus manos subiendo y rodeando mis antebrazos, sujetándose.
―¿Y si nunca nos vuelve a pasar? ―pregunta al agua mientras mis ojos se cierran y mi
corazón se estruja de dolor. Tan perdida.
―Sucederá. ―Pongo mis labios en su hombro y beso su piel salada.
―¿Quieres que pase?
―Por supuesto que sí. ―Pero estoy preocupado. Preocupado por la fuerza de su cuerpo.
Su fuerza mental. El viaje―. Sé que soy un hombre difícil, Beau.
―En realidad es muy fácil estar contigo. ―Se mueve y yo aflojo el agarre para que se
gire y me mire. Miro sus pechos, mi mano se levanta por voluntad propia y acaricia
suavemente el frío y sólido pezón, antes de exhalar y tirar de ella hacia mi cuerpo,
ayudándola a rodearme la cintura con las piernas y el cuello con los brazos. Pongo mi boca
en la suya mientras nos hundimos bajo el agua hasta el cuello, sintiendo cómo se tensa y
me aprieta más fuerte.
―Sucederá ―le digo, introduciendo la lengua en su boca y girando lentamente,
saboreando el sonido de su suspiro de felicidad. Saboreando la sensación de calma que se
apodera de ella. Aceptar lo que tengo que hacer. Lo que tengo que darle. Mi mano se desliza
por su espalda y la rodea por la nuca, atándola a mí―. Sucederá. ―Porque la vida no puede
ser más cruel. Su boca se vuelve más firme sobre la mía, sus tetas se aprietan contra mi
pecho, su columna se endereza para acercarse, obligándome a echar la cabeza hacia atrás
para acomodarla.
―Te deseo ahora. ―Me rodea el cuello con el brazo, gira sus caderas hacia mí, su pasión
se vuelve frenética. Desesperada.
―Beau ―le digo en voz baja, intentando que baje unos niveles mientras la sangre fluye
hacia mi polla. Ella no oye o no escucha, su propósito sacando lo mejor de ella. No para
intentar quedarse embarazada, sino para retomar su serenidad―. Beau, cariño. ―Vuelvo
la cara, y su cabeza cae en el pliegue de mi cuello, su aliento caliente quemando mi piel―.
Tranquila ―susurro.
La siento asentir, siento su aceptación, mientras la levanto y meto la mano entre los dos
para colocarme en su entrada, ignorando el dolor de mi mano. Ella se hunde lentamente en
mí y los dos aspiramos aire al unirnos, la sensación es jodidamente hermosa.
―Dios mío ―suspiro, luchando contra el impulso de retirarme y empujar con fuerza―.
¿Estás bien?
Ella asiente, mordiéndome el hombro, arañándome la espalda.
―Estoy bien.
Y yo hago eso. Hago que esté bien.
Me besa la clavícula, arrastra los labios por mi piel hasta la mandíbula y me besa también
ahí, antes de picotearme la mejilla áspera y hundirme la lengua en la boca con un gemido
entrecortado. Es mi perdición, y encuentro mis pies, empujándonos fuera del agua con ella
enroscada alrededor de mi cuerpo. Necesito un ancla. Un peso detrás de mí.
Sus manos en mi cabello, agarrándome, mis manos en su cintura, sujetándola, empiezo
a moverla arriba y abajo, luchando por mantener nuestro beso estable mientras entro y
salgo de ella, sumergiéndome, retirándome, aumentando gradualmente. La fricción, el
calor, el beso alucinante, todo está a nuestro nivel habitual de intensidad. Me siento tan
consumido como siempre que estoy a merced de nuestra unión, y sin embargo algo se está
comunicando aquí, y me cuesta encontrar el espacio mental más allá de la necesidad de
averiguar qué.
Pero a medida que el ritmo se acelera, la desesperación aumenta y el placer crece, me
doy cuenta.
Ella me necesita.
Mi novia feroz, independiente y ex policía me necesita. Es fuerte, pero necesita mi fuerza.
Decidida, pero necesita mi aliento. Y durante esos momentos de tranquilidad, sigue
necesitando mi paz. Somos uno. Incompletos el uno sin el otro.
Mis labios empujan con más fuerza hacia los suyos, mis dedos arañan sus caderas, mis
ojos se cierran con más fuerza.
―Mírame ―jadea, haciendo que abra los ojos. Nuestras miradas se cruzan y todo parece
detenerse y quedar en silencio, a pesar de que nuestros cuerpos siguen moviéndose y
nuestra respiración sigue siendo ruidosa. He mirado a esta mujer de cerca infinidad de
veces. La he mirado tan fijamente a los ojos que he visto un reflejo de mí mismo. Sin
embargo, ahora sólo veo esperanza.
No puedo matar esa esperanza.
Pongo fin al interminable beso y aprieto mi frente contra la suya, necesitando mantener
esta visión mientras ambos encontramos nuestra liberación. Juro que cada segundo que
paso observándola me parece más hermosa. Sigo empujando, estudiándola como ella me
estudia a mí, viendo sus dientes hundirse en su labio, su agarre de mí cada vez más duro.
No necesito preguntar.
Saco y empujo con fuerza, con la mandíbula apretada, provocando un grito de Beau, y
su cabeza se queda flácida, toda la fuerza parece ir a sus músculos internos y me exprime
hasta dejarme seco.
―Joder ―toso, las piernas me tiemblan, me obligan a arrodillarme, el agua me llega de
nuevo al cuello. Beso su garganta expuesta, la muerdo, la chupo, temblando mientras mi
orgasmo me desgarra implacablemente y Beau se estremece y gime. Me aferro a ella para
salvar la vida, mientras buscamos la paz más allá de la locura, nuestra respiración borrada,
el agua sintiéndose como un baño caliente.
―¿Cuándo vuelves a Miami? ―me jadea en el hombro.
―Por la mañana.
―¿Yo también?
―No ―respondo, manteniendo nuestro apretado abrazo.
No responde. No me desafía.
Es una novedad.

. Sé que el de Beau también, moviendo constantemente el cuerpo,


resoplando, suspirando. Finalmente, a eso de las cinco, dejó de expresar su queja sutilmente
mediante sonidos que no implicaban palabras explícitas, arrellanándose a mi lado y
dirigiendo mi brazo a su alrededor.
Tonta, desafiante, magnífica mujer.
Pero mientras Beau dormía, yo no. En lugar de eso, me pasé el tiempo mirando al techo
mientras le acariciaba el muslo, que estaba tumbado sobre mi estómago, donde ella me
había echado la pierna encima. No me sorprendería que se despertara con una quemadura
por fricción.
Dejo caer la cabeza a un lado y busco mi teléfono, viendo que son las siete, así que le doy
un beso a su rostro apacible y despego mi cuerpo del suyo. Me ducho, recojo las cosas con
las que he venido y salgo de la cabaña de la playa. No me siento bien dejándola aquí. Nada
de esto me gusta. El Oso está vivo, Beau es emocionalmente vulnerable. Mi único consuelo
ahora es que no estará sola. Y está más segura aquí.
Tengo tiempo de sobra, así que tomo el camino de la playa hacia el aeródromo donde
está el hangar privado de Danny, con la mochila al hombro, respirando el último pedacito
de Santa Lucía que tendré en un rato mientras llamo a Danny.
―¿Cómo está? ―Pregunto cuando contesta.
―Reposo estricto en cama durante unos días. El médico le ha dicho que tiene que
calmarse de una puta vez. ―Suena realmente exasperado, y sonrío, oyéndole encender un
cigarrillo. Que se calme de una puta vez. De verdad. A diferencia de Beau, Rose es bastante
nerviosa―. ¿Cómo está la tuya? ―pregunta.
―Al borde de la tranquilidad, como siempre.
―No ayudé con eso. Lo siento.
―Deja de disculparte. ―Tomo la bifurcación de la derecha, mirando hacia el océano―.
Me dirijo al aeródromo.
―Sí, yo no.
―Lo entiendo. ―Lo entiendo. No dejaría a Rose, aunque ella insistiera, y sé que no lo
hará.
―Estaré en Miami tan pronto como sepa que está bien.
Asiento con la cabeza.
―Me mantendré en contacto.
―Asegúrate de hacerlo.
―Oh, ¿Danny?
―¿Qué?
―¿Supongo que puedo quedarme en tu casa?
Se ríe ligeramente.
―Claro. Todos los demás cabrones lo hacen. ―Cuelga mientras llego a la carretera y
cruzo hacia el aeródromo, y cuando llego al hangar, el piloto privado de Danny me está
esperando junto con una azafata―. Señor ―dice, inclinando el sombrero―. Ya están todos
a bordo.
―Gracias, Tim ―digo, subiendo los pocos escalones y agachándome para cruzar la
puerta. Primero veo a Ringo, con el mismo aspecto miserable de siempre, con una sombra
definida bajo el ojo izquierdo por el derechazo de Goldie. Luego Otto, cuyas cejas son tan
altas como yo, que se eleva sobre su forma sentada―. ¿Qué pasa? ―le pregunto al pasar
por su asiento.
―Nada.
―Nada ―dice Goldie también antes de que tenga oportunidad de preguntarle. ¿Qué
coño está pasando? Frunzo el ceño y vuelvo a mirarlos.
―Buenos días ―me dice Brad, llamando mi atención de nuevo.
―Buenos días. ―Mi ceño se frunce―. ¿Por qué sonríes?
―Nada.
Veo a Fury, que evita completamente mis ojos. ¿Qué demonios está haciendo aquí?
Debería estar con Beau. Dejo caer mi bolsa en el pasillo, mi paciencia perdida.
―¿Qué coño...? ―Se me traba la lengua cuando la veo relajada en una de las sillas del
fondo, con el cabello revuelto y en un moño, la cara sin maquillaje, el cuerpo en chándal y
camiseta, y chanclas en los pies.
Porque no tenía tiempo para joder si me iba a ganar aquí.
―Buenos días ―dice, sonando insegura.
Y así debería ser. No tengo palabras. En realidad, no, pero mi lenguaje podría hacer saltar
chispas en el depósito de combustible y explotar el surtidor si lo suelto. ¿A qué coño está
jugando? Con los ojos clavados en ella, tiro a ciegas mi bolso a un lado.
―¿Qué demonios, Beau? ―Doy los pocos pasos necesarios para ponerme delante de ella,
mi imponente y altísima figura haciendo sombra a su pequeño cuerpo sentado. No es que
se sienta intimidada.
Sus grandes ojos oscuros se posan en su regazo. Probablemente está sopesando la
conveniencia de hablar y, obviamente, llega a la conclusión de que lo mejor es mantener la
boca cerrada, porque se queda muda. No importa. No se va a quedar en este avión. Doy un
paso adelante, me inclino para levantarla y agarrarla. Ella no se resiste, no se tensa, sólo
mueve el brazo y el sonido del metal resuena en mi oído. ¿Qué coño pasa?
Me retiro y veo que se ha esposado al asiento.
―¿Estás de broma?
Se encoge de hombros.
―Pensé que era la mejor de las dos opciones.
―¿Cuál era la otra opción?
―Noquearte.
Se me calienta la sangre, más aún cuando oigo a Brad reírse a carcajadas.
―Te voy a matar, Brad ―le advierto.
―Oh, vete a la mierda. ―Se ríe entre dientes―. Querías una mujer. Ahora asúmelo.
―Te mataré, Brad ―advierte Beau, y el cabrón controla su diversión en un instante,
como si me irritara más a propósito. Por el amor de Dios.
―Tráiganme unos corta pernos. ―Me vuelvo hacia nuestro público, pero me veo
obligado a mirar de nuevo a Beau cuando me agarra por las pelotas, literalmente, con la
mano sin esposas―. Joder, Beau ―chillo, mi cuerpo se dobla, mi dolor de estómago
instantáneo.
Acerca su cara a la mía, afloja un poco el agarre y me besa suavemente. Trago saliva,
incapaz de resistirme al lento movimiento de su boca sobre la mía.
―Sigues sin venir ―murmuro, sintiendo su suspiro en mi boca―. Esto no se negocia...
―Prometo hacer lo que me digan.
Me rio en voz baja.
―¿Por qué mientes?
―Te necesito cerca, James. ―Me suelta las pelotas y me pone la mano en el corazón―.
Por favor, no me dejes atrás.
Es fuerte, pero necesita mi fuerza. Decidida, pero necesita mi aliento. Me necesita.
Bueno... joder.
Trago saliva, con la mente confusa, mientras la miro. Ahora veo tristeza. Con toda su
fuerza. Hoy le viene la regla. ¿Vendrá? No lo sé. Tampoco sé si quiero que venga, pero sé
que necesito estar cerca si no viene. Y, lo que es más importante, si viene.
Jesús.
Asiento con la cabeza, la beso y me doy la vuelta para sentarme. Ella pone la suya sobre
la mía.
No lo suelto durante todo el vuelo.
.

Mercedes negros esperando en la pista cuando aterrizamos, cada


uno de ellos con diferentes destinos: Beau y Fury de vuelta a casa, yo al club con Brad, y los
otros al astillero para ver cómo están el búnker y Liam y Jerry.
Guío a Beau por los escalones hasta el asfalto cogiéndola por el codo y hacia el primer
coche.
―Volveré más tarde ―le digo, abriendo la puerta y ayudándola a subir a la parte trasera
mientras Fury se pone al volante, necesitando ajustar considerablemente el asiento para que
quepa.
―¿Adónde vas? ―pregunta, no preocupada ni disgustada, es una simple pregunta
curiosa.
―Voy a ver a Nolan al Hiatus ―le digo, cogiendo su cinturón de seguridad y pasándoselo
por el cuerpo, inclinándome hacia el coche para abrocharlo. Mi nariz es bombardeada por
el embriagador aroma de Beau en la cama por la mañana. Uno de mis olores favoritos.
Porque aún estoy sobre su piel. Incapaz de contenerme, entierro la cara en su cuello y doy
una larga y profunda calada para que me dure hasta más tarde, luego muerdo su carne.
―¿No puedo ir contigo? ―pregunta, empujándome, agarrándome de los hombros.
―Ahora no ―le digo, apaciguándola rápidamente―. No sé a qué vamos a enfrentarnos.
―¿Y cuándo lo hagas?
Me retiro y le acaricio la ceja.
―¿Puedo posponer la respuesta?
Ella exhala, su cuerpo se ablanda. No es irrazonable. No todo el tiempo, y sé que ella sabe
que no me lo pensaré dos veces antes de cargarla de nuevo en ese jet, esposarla de nuevo a
la silla y enviarla de vuelta a Santa Lucía.
―Puedes hacerlo.
Asiento y dejo caer un casto beso sobre sus labios.
―Hasta luego. ―Me levanto y cojo la puerta para cerrarla, pero su mano sale disparada
para detenerme.
―¿Puedo al menos ir a visitar a mi madre?
Su pregunta me pilla desprevenido. Joder.
―¿No quieres volver a casa para ducharte y cambiarte?
―¿Por qué, huelo mal? ―Se mete la nariz en la axila y olfatea.
―Sí, hueles a mí mezclado con mucho de ti. ―Jodidamente glorioso.
Ella sonríe.
―Entonces puedo esperar.
Me desinflo, golpeando la ventanilla del conductor para que Fury la baje.
―¿Estás cargado? ―Asiente―. Abre el maletero. ―Rodeo la parte trasera del coche y
saco el panel lateral, recogiendo la pequeña pistola y comprobando el cargador mientras
Fury vuelve a cerrarlo―. Toma. ―Se la doy a Beau, que apenas la mira mientras comprueba
que está cargada antes de levantar el culo del asiento y metérsela por detrás en los
pantalones de chándal―. Cuídate ―le ordeno.
Me mira con ojos ligeramente perezosos mientras se acerca a la puerta, obligándome a
retroceder.
―Cuídate ―contesta, cerrándola. Fury no pierde el tiempo y yo vigilo el coche hasta que
sale del aeródromo.
―¿Estás listo? ―pregunta Brad, palmeándome el hombro al pasar y se coloca en el
asiento del conductor del último Merc.
―Listo ―digo en voz baja, levantando la mano en el segundo Merc mientras lleva a
Ringo, Goldie y Otto al astillero. Me meto en el coche y llamo a Danny por el altavoz―.
Acabamos de aterrizar ―digo cuando contesta―. ¿Cómo está Rose?
―La peor paciente de la historia.
Sonrío y Brad se ríe.
―Usa el tiempo sabiamente, ¿vale? ―Digo, consciente de que Brad está sentado a mi
lado y no sabe el alcance de la mierda que ha pasado entre Danny y Rose. Esta es una
oportunidad inesperada para Danny para dar un paso atrás y atornillar su cabeza de nuevo
en su lugar. Tenemos las cosas cubiertas aquí.
―Sí ―asiente, pero es a regañadientes, algo que tanto Brad como yo detectamos. Le miro
desde el otro lado del coche y él asiente, reconociendo la observación conjunta. Ambos
sabemos que su sed de esta muerte en particular es implacable―. ¿Vas directo al club?
―Danny pregunta.
―Brad tiene que hablar con Nolan y decirle que el pago final de los mexicanos se
retrasará debido al retraso del envío. ―Subo el aire acondicionado, que ya estaba sofocado
por la humedad de Miami―. Llamaré a Luis cuando llegue a Hiatus para decirle que
retenga su dinero por ahora.
―Gracias.
―No hay problema.
―¿Y el descuento? ―pregunta Danny, incitándome a mirar de nuevo a Brad, que llega
a la carretera principal y pisa el acelerador.
―No lo sé ―dice Brad, encogiéndose de hombros―. ¿Cuál es el precio de los descuentos
de buena voluntad en un pequeño arsenal en estos días? ¿Cien, doscientos, trescientos de
los grandes? Ah, ya sé. ¿Por qué no le damos nuestras armas gratis al maldito mexicano?
Sonrío y vuelvo a prestar atención a Danny al teléfono.
―Me ocuparé de ello. Te comunicaré el nuevo plan cuando los hombres vuelvan del
astillero.
―Claro ―murmura, con voz cortante.
Cuelgo, dejando que Danny se preocupe por eso, y vuelvo a reclinarme en mi asiento,
viendo Miami pasar volando.
―¿Contento de volver? ―Le pregunto a Brad.
―Mi polla sí ―dice, y sonrío, sabiendo que ha estado privado en ese aspecto mientras
hemos estado en Santa Lucía―. Pero mi paz interior, no tanto.
Tarareo, asintiendo en silencio.
Paz interior.
Ese cabrón es escurridizo en esta vida.
de la entrada del club y miro a mi alrededor. Todas las luces
están encendidas, el personal del bar reponiendo existencias, las bailarinas ensayando.
Nolan sale de la oficina, trajeado y calzado, y en cuanto nos ve a Brad y a mí, una fugaz
mirada de pánico se dibuja en su rostro antes de corregirla y sonreír ampliamente.
Inclino la cabeza, curioso, mientras sigo a Brad.
―¿Lo has pillado? ―le pregunto a Brad, sin apartar los ojos de Nolan.
Brad mira hacia atrás con el ceño fruncido.
―¿Coger qué?
Entrecierro los ojos.
―Nada.
―Jefe ―dice Nolan―. No te esperaba.
―Sí, y es tan obvio ―le digo al pasar junto a ellos, dirigiéndome directamente al
despacho.
―Déjenme traerles un trago ―dice Nolan. ¿Un trago? Ni siquiera es mediodía―.
Mason, tráeles un trago a los jefes. Oye, James, quieres un trago, ¿no?
―No, no lo sé ―respondo, caminando―. Es el lado equivocado del mediodía. ―¿Qué
coño estaba haciendo aquí?
Empujo la puerta.
―Oh ―grita una mujer, corriendo a cubrirse el pecho con un cojín del sofá.
―Mierda ―maldigo, dando media vuelta, justo cuando Nolan aterriza frente a mí.
Inclino la cabeza y él baja los ojos, avergonzado―. Así que cuando los jefes no están, los
niños van a jugar, ¿eh?
No dice nada y Brad se acerca sacudiendo la cabeza.
―¿Qué te he dicho? ―pregunta, sonando como un padre que reprende.
―Nada de hacer novillos con las chicas ―dice Nolan, suspirando como un niño
amonestado―. No parece justo cuando Otto...
―Nunca menciones los anteriores escarceos de Otto con strippers ―advierto. ¿Significa
esto que todavía tiene algo con las chicas? No es asunto tuyo―. ¿Entendido?
―Entiendo ―murmura Nolan, poniendo sus ojos oscuros en blanco.
Sacudo la cabeza para mis adentros, al tiempo que intento razonar conmigo mismo. El
chico apenas es un hombre y está rodeado de tanta tentación. Debería ser más tolerante con
él. Pero, aun así, le han dicho que no vaya y ha ido. ¿Qué otra cosa está haciendo? ―Tienes
que lidiar con esto ―le digo a Brad―. Es tu prodigio. ―La chica pasa a mi lado, se pone
una chaqueta vaquera y mira a Brad con ojos suplicantes.
―Sr. Black, por favor, necesito este trabajo.
Brad le hace señas para que se vaya.
―Vete ―le ordena suavemente, mientras me doy la vuelta y vuelvo al despacho. De
nuevo, me detengo bruscamente al darme cuenta de lo que no me había dado cuenta antes,
cuando tenía ante mí a una empleada semidesnuda y aterrorizada―. ¿Pero qué coño?
―Respiro, sintiendo que Brad se une a mí.
―Sí ―dice en voz baja, mirando a su alrededor―. Joder, ¿Nolan? ―Se adelanta y agita
una mano desquiciada por el despacho. La oficina que parece un puto tugurio. Vale, de
acuerdo, es una oficina-show, un señuelo, una ilusión, pero aun así, cortina de humo o no,
sigue siendo una representación del negocio.
Sacudo la cabeza y miro a Nolan, que parece jodidamente avergonzado, pero no tengo la
oportunidad de exigirle una explicación y, en realidad, no es mi trabajo. Me acerco a Brad,
que coge un cojín y lo tira al sofá donde están las mantas. Luego se acerca al escritorio,
donde hay una tostadora, una tetera, una... ―¿Eso es una puta batidora? ―ladra, señalando
la jarra de cristal llena de una bazofia verde que me resulta familiar. Hago un mohín. No
me he tomado el zumo de la mañana.
―Puedo explicarlo ―dice Nolan, con las manos en alto, acercándose a nosotros.
―Hazlo, por favor ―grita Brad, extendiendo la mano y haciendo volar unos cuantos
kiwis por la oficina. Se sienta en el borde del escritorio y cruza los brazos sobre el pecho,
mirando a Nolan con mirada expectante.
―No tengo adónde ir ―dice Nolan, con los hombros caídos.
―¿Qué? ―Brad ladra.
―Dice que no tiene adónde ir ―digo, levantando la jarra de cristal de la base y
olfateando.
―Le he oído bien, joder ―murmura Brad, frunciendo el ceño y luego haciendo una
mueca cuando me llevo la jarra a los labios para probarla.
Tarareo.
―Esto es bastante bueno.
―Gracias. ―Nolan me sonríe.
―¿Qué contiene?
―Hay un poco de brócoli, un kiwi, algo de apio y...
―¿Jengibre?
―Sí, jengibre.
―Por el amor de Dios ―dice Brad―. Así que cuando despida tu culo, puedes conseguir
un trabajo en Joe the Juice.
―Vamos, jefe. ―Nolan da manotazos suplicantes, y yo cojo un banco y sigo sorbiendo
mi zumo―. Me parto las pelotas por este club. Sabes que puedes confiar en mí.
―Sí, y te pago por ello. ¿No puedes pagar el alquiler de un apartamento?
Sus ojos se posan en la alfombra.
―Podré el mes que viene ―dice en voz baja―. Tengo algunas deudas que saldar.
Miro a Brad, con la jarra en los labios, y él me mira con el ceño fruncido.
―¿Qué deudas? ―pregunta. Veo que está pensando lo mismo que yo, y yo pienso que
arriba hay una oficina oculta con millones de dólares en efectivo que se están limpiando.
No faltarían unos cuantos dólares aquí y allá. Dejo la jarra sobre el escritorio y me levanto,
dirigiéndome hacia la puerta oculta.
―No te he robado ―dice Nolan, y yo me detengo, mirando hacia atrás. La vergüenza
inmóvil salpicada en su cara lo dice todo―. Sólo necesitaba algún sitio hasta mi próxima
paga.
Miro a Brad, evaluando su disposición. Le creo al chico, y sé que Brad lo hará. Siempre
le ha apoyado. Está bien, se ha pasado de la raya con la mujer y el alojamiento, pero no es
fácil encontrar empleados como él y dirige el club como un reloj. Deseoso de complacer.
Sólo nos traerá un problema si no hay un problema real.
―¿Cuánto debes? —Brad pregunta.
―Nada. ―Nolan coge un cojín y lo tira en el sofá, luego se acerca al escritorio, incitando
a Brad a moverse―. Hice el pago final la semana pasada. ―Empieza a ordenar la superficie,
moviendo las cosas de sitio.
Puedo ver lo que viene a una milla de distancia.
―Por el amor de Dios ―suspira Brad, dirigiéndose hacia mí―. Puedes quedarte
conmigo un rato.
―¿Qué? ―pregunta Nolan, levantando la vista, atónito―. ¿No estoy despedido?
―No, joder, no lo estás, pero como se te ocurra respirar sobre otra de las chicas, te violaré
el culo con esa licuadora. ―Desaparece por la puerta oculta hacia la oficina de arriba.
Me estremezco, al igual que Nolan, y ambos miramos la jarra. Es una jarra fuerte. De
cristal grueso. Unas cuantas protuberancias aquí y allá.
―Ahora limpia esa oficina. ―Brad grita.
―O estás castigado ―digo, retrocediendo, con el rostro serio. Pero Nolan sonríe y hace
lo que le han dicho.
Subo las escaleras, le envío un mensaje rápido a Otto y me dirijo al cristal, mirando hacia
el club, mientras Brad vuelve a ponerse cómodo en el escritorio.
―Así que, papá Brad ―digo, sintiendo sus ojos cansados en mi espalda. Me acerco a la
mesa del otro lado de la habitación y recorro con la mirada los montones de dinero―.
¿Qué...? ―Mi mirada se posa en tres bolsas de deporte al otro lado de la habitación―. ¿Qué
es eso? ―pregunto, acercándome y abro una, encontrándome cara a cara con Abraham
Lincoln.
―¿Qué pasa? ―pregunta Brad, acercándose por detrás.
―Efectivo.
Abre la puerta de golpe.
―¡Nolan! ―brama.
―¿Sí, jefe?
―¿Qué es esto?
Nolan entra y me mira agachado junto a las bolsas.
―Entregadas hace una hora ―dice―. Pago final del envío de los mexicanos.
―¡Joder! ―Brad grita, regresa a su escritorio y se deja caer en la silla.
Efectivamente, joder. Pago puntual equivale a entrega puntual, y no podemos entregar a
tiempo.
―¿Algún problema, jefe? ―pregunta Nolan mientras recojo las bolsas y las llevo a la
caja fuerte.
―Sí, esto debería estar en la puta caja fuerte ―refunfuño―. Hoy estás realmente en
mala forma, Nolan.
―Estaba a punto de hacerlo, lo juro, pero entonces...
―Se te cayó el cerebro en la polla. ―Lanzo las bolsas a la caja fuerte y cierro la puerta,
haciendo girar el dial―. ¿Qué tal si te corto la polla y resuelvo este problema para todos?
Su mano cae sobre su entrepierna mientras retrocede.
―Tranquilo, James ―dice, con cara de herido.
Joder, no puedo enfadarme con él, y eso sólo me enfada más.
―Vete a la mierda de aquí.
Nolan echa el cerrojo y veo a Brad mirando los interminables montones de papeles de su
mesa. Frunce el ceño.
―Todo esto ―señala el desorden―, es demasiado para que Nolan lo maneje solo. El club,
el dinero, la seguridad...
―Las bailarinas y los empleados ―musito, tomando asiento en el sofá.
Brad levanta los ojos, pero no la cabeza.
―Las bailarines y los empleados ―asiente―. Necesito contratarle alguna ayuda ahora
que estoy un poco distraído. Alguien en quien podamos confiar.
―¿Tienes a alguien en mente?
―En realidad, sí.
―¿Quién?
―Be…
―Olvídalo.
―O Rose ―añade.
Me vuelvo a reír.
―¿Crees que Danny siquiera considerará la idea? Está embarazada, ¿o te lo has perdido?
―Es la solución perfecta. Él, o tú, si me das a Beau, sabrás exactamente dónde están en
todo momento. ―Muestra las palmas de las manos al techo―. Todos salimos ganando.
Entrecierro un ojo, considerándolo un momento. Sólo un momento.
―Absolutamente no.
―No puedes hablar por Danny.
Me rio.
―¿Quieres apostar?
―Bien. ―Brad recoge algunos papeles y los apila a un lado―. Es una verdadera lástima.
―¿Y eso por qué? ―pregunto, sintiendo vibrar mi teléfono en el bolsillo. Levanto el culo
del asiento y lo saco, viendo un mensaje de texto de… retrocedo.
―Pago bien y las ventajas son estupendas.
Levanto la vista lenta y cansadamente, y él sonríe como un imbécil.
―No. ―Me levanto e inicio un lento paseo por la habitación, mirando mi teléfono y el
mensaje de texto sin abrir de Beth, preguntándome qué querrá. Una pregunta estúpida.
Han pasado meses desde la última vez que hice realidad su fantasía con su marido. De
hecho, la última vez fue el día que conocí a Beau. Necesito hacerles saber que ya no estoy
en el juego. O en ese juego, al menos.
―¿Qué pasa?
Despejo la pantalla, diciéndome que ya me ocuparé de ella más tarde, y miro a Brad.
―Nada. ―Suena mi teléfono y lo levanto.
―¿Los mexicanos? ―pregunta.
―Sí.
Se encoge de hombros y mira hacia la caja fuerte donde acabo de guardar su dinero, que
técnicamente sigue siendo suyo y lo seguirá siendo durante un tiempo. No es una buena
posición.
Respondo con el silencio. Es una costumbre.
―Recibiste mi dinero ―dice Luis, mientras lo pongo en altavoz para ahorrarme la
molestia de reiterar la conversación a Brad.
―Es temprano ―digo.
―Necesito mi pedido antes. El veinte.
Lanzo mis ojos hacia Brad, que cierra los suyos con desesperación.
―¿Puedo preguntar por qué?
―Una guerra privada a este lado de la frontera ―dice, indiferente―. Debo asegurarme
de que estamos suficientemente armados.
―Eso es un sábado, Luis. Un fin de semana.
―¿Puedes hacerlo antes?
―No, no podemos hacerlo antes. Tenemos un día de entrenamiento de la Guardia
Costera que está causando problemas con nuestra entrega.
―Déjame que te lo explique, ya que me temo que no estás percibiendo mi urgencia.
Tengo datos fiables que me informan de un intento de ataque a mi complejo. Debo actuar
primero, por lo tanto, necesito mi orden para el día veinte. Estoy seguro de que esto no es
un problema, ¿verdad?
―En absoluto ―digo con frialdad, y Brad abre los ojos de golpe. Me encojo de hombros.
Tenemos que encontrar una manera de evitar esto o podemos añadir los mexicanos a los
irlandeses, polacos y rusos, todos los cuales, aunque en silencio en este momento, nos
quieren muertos―. Estaré en contacto con los planes. ―Cuelgo y empiezo a caminar,
pensando.
―¿Y cómo vamos a resolver este pequeño enigma? ―Brad pregunta―. Chaka no hace
entregas hasta el lunes. El pedido ya iba a llegar tarde.
―Sí, lo sé, Brad. He echado cuentas. ―Me dejo caer en el sofá, golpeándome el lateral
de la cabeza con el móvil―. Podemos clasificar las armas en un día.
―No tendremos armas que clasificar.
―Lo haremos si Chaka cumple con la fecha de entrega original.
―¿Cómo propones enviar armas de fuego por valor de medio millón de dólares a través
de docenas de barcos y tripulación de la Guardia Costera?
Entrecierro los ojos, pensando.
―Déjamelo a mí. ―Envío un mensaje a Chaka diciéndole que tenemos que coger las
armas el día diecinueve y que le pagaremos una prima y no le mataremos. Responde
rápidamente con una cara sonriente.
Este maldito trato no va a valer la pena hacerlo pronto, con los descuentos y las
bonificaciones. Pero hacer dinero que no necesitamos no es el propósito de este acuerdo.
Acabar con los rusos es el propósito de este acuerdo. Y, sin embargo, el intercambio está
cada vez más cerca, se ha establecido durante semanas, y todavía no se ha visto ni oído de
ellos. Por supuesto, todo el entramado criminal está sin duda reagrupándose y
reestructurándose tras la desaparición de tantos miembros significativos, pero sabemos que
El Ox, Sandy y Volodya aún respiran. Fueron los polacos y los irlandeses los que se llevaron
la peor parte de nuestra matanza, todo en nombre de la búsqueda de El Oso. Imbécil baboso.
No nos equivocaremos la próxima vez. No es que Perry Adams no mereciera morir. Cada
hombre que cayó víctima de nosotros merecía morir, así que no es una pérdida total. El
mundo es mejor sin unos pedazos de mierda.
¿Pero El Oso? No es sólo un pedazo de mierda. Es el rey de las mierdas. El maestro de las
marionetas. El hombre que es la raíz de las heridas de Beau y de la muerte de mi bebé.
Parpadeo para que desaparezcan las manchas oscuras de mi visión. Me trago la ira ardiente
que me sube.
Joder.
Me acerco al armario de las bebidas y me sirvo un vodka.
―¿Todo bien? ―Brad pregunta tímidamente mientras bebo el trago, esperando que el
líquido enfríe la furia que me invade. Hacía tiempo que no sentía la rabia que solía
dominarme.
―Sí. ―Me aclaro la garganta y miro el celular cuando vuelve a sonar―. Higham ―digo
en voz baja, mirando a Brad.
―¿Qué coño quiere ese cabrón del FBI?
Buena puta pregunta. La última vez que lo vi, me dejó libre después de que el exnovio
policía de Beau, Oliver Burrows, me arrestara por el asesinato del agente Frank Spittle. No
le sentó muy bien a Burrows, y a mí tampoco me sentó muy bien descubrir que me seguía
El Sabueso después de que Higham me dejara libre. Sonrío, recordando la cara tatuada de
ese cabrón polaco en el momento antes de que explotara la granada que había lanzado bajo
su vehículo. Creyó que había atrapado a El Enigma. Idiota.
Contesto el celular y pulso el icono del altavoz.
―Black no contesta ―dice Higham, yendo directo al grano.
―Está ocupado.
―Así que has vuelto ―musita, y Brad pone los ojos en blanco. Las noticias vuelan.
―Danny te advirtió que lo haríamos.
―Apenas me has dado tiempo para prepararme para tu regreso.
―¿En qué puedo ayudarle, Agente Higham?
Se ríe ligeramente.
―Podrías ayudarme desapareciendo de la faz de la tierra y llevándote al Británico
contigo, pero todos sabemos que eso no va a pasar, ¿verdad?
―No.
―Pensé que no. Así que vamos a empezar con por qué estás de vuelta en la ciudad.
―Te hemos echado de menos.
―¿Y por qué van a empezar las cosas?
―Oh, la anticipación debe estar matándote.
―No me jodas, James. Estoy aquí mirando la tumba vacía de Carlo Black.
Retrocedo y Brad se levanta de la silla.
―¿Perdón?
―Ya lo has oído.
―Creo que lo he oído.
Hay silencio durante unos momentos incómodos, hasta que Higham lo rompe.
―¿Esto no fue obra de Danny?
―Danny no está en la ciudad. ¿Y por qué coño desenterraría a su padre muerto,
Higham?
―Para evitar que algún otro jodido psicópata lo desenterrara, supuse. ―De fondo se oye
el portazo de un coche―. ¿Danny no está en Miami?
―No, no está en el maldito Miami.
―Será mejor que vengas aquí.
Me dirijo a la puerta, Brad me pisa los talones.
―Voy en camino.
―¿Qué coño? ―Brad dice mientras bajo corriendo las escaleras del club―. Alguien
podría haberlo movido, ¿verdad?
―¿Cómo quién? ―Suelto un chasquido, trotando por el club.
―No sé. Los malditos guardianes de tumbas. Que me jodan, no voy a hacer esa llamada.
―Uno de nosotros tiene que hacerla ―digo en voz baja, saliendo al sol―. Lo echaremos
a la suerte.
―Jesucristo ―respira Brad, un poco pálido.

a las afueras de la ciudad y lo vemos plagado


de coches de policía, con las luces azules encendidas a toda potencia, un lugar que dista
mucho de ser tranquilo. Brad ha tenido el celular en la mano todo el viaje, dándole vueltas,
golpeando el volante, bloqueando y cargando constantemente el pulgar, listo para pulsar el
número de Danny, pero cada vez se lo pensaba mejor.
De verdad que no le envidio.
Brad para y nosotros salimos lentamente, observando la escena antes de reunirnos en la
parte delantera del coche y prepararnos. Caminamos codo con codo hacia Higham, pasando
entre una docena de policías, todos los cuales nos miran con recelo o con cara de burla. Los
ignoramos a todos. Seguro que les tiemblan las manos para coger las esposas. Incluso sus
pistolas.
Con ese pensamiento, me pongo más erguido, sabiendo que una ligera caída hará que
sobresalga la Heckler metida en la cintura de mis vaqueros. Miro por el rabillo del ojo y veo
que Brad está pensando lo mismo que yo. Cualquiera de estos idiotas podría causarnos el
mayor de los inconvenientes si decidiera hacer un viaje de poder. Y cualquiera de ellos
podría ser corrupto. Echo un vistazo a todos y cada uno. Sabemos a ciencia cierta que El
Oso tenía hombres dentro. Dexter, el tío de Beau, y los dos policías que detuvieron a Nathan
Butler en la carretera. Spittle. Todos muertos ahora. ¿Pero hay más?
―Caballeros ―dice Higham, con el brazo extendido hacia el agujero vacío en el suelo.
Su tono es grave. Él entiende las ramificaciones de esta situación. Un británico muy enojado
suelto.
―Jesucristo, joder ―respira Brad al borde de la tumba, mirando la tierra. Me uno a él,
sintiendo su dolor. No conocí al tío de Brad y padre de Danny, murió tres años antes de que
yo sacara a Danny de entre los muertos para luchar en esta guerra conmigo, pero sé que
Danny amaba a ese cabrón bárbaro con todo lo que tenía. Carlo Black sacó a Danny de las
calles. Lo crió como si fuera suyo. Le enseñó todo lo que sabe, por eso Danny Black tiene la
reputación mortal que tiene. Esto no va a terminar bien.
Veo investigadores forenses hurgando en la tierra.
―¿Algo? ―Pregunto, rodeando la tumba.
―Nada.
―¿Sabemos cuándo ocurrió?
Una de las investigadoras me mira, bajándose la mascarilla.
―La temperatura del suelo desenterrado indica que es muy reciente. Todavía está fresco,
la altura del sol de hoy aún no lo alcanza. Así que sí, en las últimas doce horas.
―¿Cámaras en alguna parte? ―pregunta Brad, y yo le miro cansado―. ¿Qué?
―Dios es la cámara, Brad. Estoy seguro de que la mayoría de los muertos confían en él
para que los vigile.
―Bueno, no está haciendo un buen trabajo, ¿verdad? Puedes incinerar mi culo cuando
me haya ido. Quemarme hasta que sea ceniza y tirarme...
Me estremezco y cierro los ojos.
―Joder, hombre ―dice Brad en voz baja―. Estoy... joder.
―No es nada. ―Sacudo la cabeza, apartando los recuerdos. El sonido de los gritos de mi
familia. La visión del fuego rugiendo.
Encuentro a Higham, que está anotando algunas cosas en su libreta.
―¿Lo sabe Danny? ―pregunta.
Brad le enseña su celular.
―Me estoy preparando. Tú también deberías.
Higham se ríe ligeramente, pero es una risa de completa desesperación.
―Oh, sí. ― Levanta algo. Un anillo.
―¿Qué? ―suspira Brad, tomando la pieza de oro y esmeralda de Higham.
―¿Eso es una serpiente? ―Pregunto.
―Sí, es una serpiente. ―Se embolsa el anillo y se aleja, marcando, y Higham viene hacia
mí al otro lado de la tumba vacía―. ¿Alguna idea? ―pregunta, guardando su bloc de notas.
―Unas cuantas.
―¿Quieres compartirlas?
Le miro seriamente.
―Eso me convertiría en un informante.
―Me lo debes.
―Sí, nunca explicaste por qué desautorizaste a Burrows y me dejaste libre sin preguntas.
―Un chivatazo anónimo no fue suficiente en esta ocasión.
―¿Le avisaron? ¿Informado de que maté a Frank Spittle?
―Sí, como he dicho, no era suficiente dadas las circunstancias.
―¿Circunstancias?
―Bueno, dejando de lado la falta de pruebas y el hecho de que sales con la ex prometida
de Burrows así que obviamente fue algo personal, increíblemente, tú y El Británico son el
menor de los males.
¿Una cita? ¿Una puta cita?
―El menor de dos males ―pienso. Interesante―. ¿Cómo llegaste a esa conclusión?
Higham hace un gesto hacia el otro lado del cementerio, una indicación para que camine
con él, lejos de los oídos atentos de los otros policías. Llamo la atención de Brad. Sacude la
cabeza y me hace la señal: «no contesta».
―Entonces tienes tiempo de cambiarte los pantalones ―digo, ganándome el dedo
corazón. Sigo caminando con Higham―. Así que, el menor de dos males. ―Me siento
insultado, para ser honesto.
―No me malinterpretes, James. La mayoría del Departamento de Policía de Miami y el
FBI saben que ustedes dos extranjeros son los hombres más peligrosos de América. Sé que
uno de ustedes mató a Spittle, sólo que no podemos probar quién.
Ignoro la mayor parte de su declaración. A decir verdad, si Danny no hubiera decapitado
a Spittle, yo lo habría hecho.
―¿Nos estás diciendo que nos vayamos a la mierda a nuestro propio país? ―Pregunto.
Se ríe.
―Sé que tu ciudadanía es falsa.
―Demuéstralo.
Agita una mano desdeñosa.
―Tengo cosas más importantes que hacer.
―¿Como los tiburones? ―Pregunto, ladeando la cabeza, provocando otra carcajada.
―Sí, como los tiburones. ¿Qué sabes de tiburones?
―Sé que los tiburones no duran mucho fuera del agua, así que, si encuentro uno dando
vueltas por las calles de Miami, me aseguraré de que encuentre el camino de vuelta al
océano. ―Sonrío a Higham y él se desinfla.
―Dame a El Tiburón.
―¿Qué tiburón?
―Por el amor de Dios ―dice en un suspiro―. James, tú y Danny quieren a El Oso por
razones personales. Están matando a los putos animales a diestro y siniestro. Empecemos
con los irlandeses: La Serpiente, El Águila, El Cocodrilo.
―El Caimán ―le digo―. Vince Roake era El Caimán, y se disponía a hacerse con la red
de drogas irlandesa. Quienquiera que lo mató te hizo un favor.
Sus cejas están tan altas que tiene una nueva línea de cabello.
―Hiciste un maldito desastre con ese club.
―¿Lo hicieron?
―No me jodas ―suspira, perdiendo la paciencia, pero ¿qué coño espera de mí?
¿Confesiones escritas con sangre? —¿El Dodo? ―pregunta―. Iba a sustituir a Roake, pero
desapareció convenientemente.
Miro por el rabillo del ojo. Higham vomitaría si conociera los detalles escabrosos de la
muerte del Dodo.
―No sé nada de ningún Dodo ―digo despreocupadamente―. ¿Y no se supone que están
extintos? ―Sonrío por dentro, viéndonos a todos muertos de risa en el astillero tras el
espeluznante final del pobre Dodo.
―Entonces, ¿quién está al frente de los irlandeses ahora?
―Tu suposición es tan buena como la mía. Nadie ha oído nada. De hecho, Higham,
Miami está aterradoramente tranquilo.
―¿Quién iba en el Escalade que explotó en una calle lateral no mucho después de que
te dejara salir de custodia?
¿Oh? ¿Entonces no pudieron identificarlo?
―No sé de qué estás hablando.
―Por supuesto que no.
―Mira, Higham ―digo, cansándome del interrogatorio―. Tú y yo sabemos que la mejor
oportunidad que tiene el FBI de deshacerse de la escoria que se arrastra por Miami somos
Danny y yo.
―Sí, y el problema con eso, James, es que tú y Danny han matado colectivamente a más
gente que todos los presos de la Prisión Estatal de Florida juntos.
―Oh, vamos, Higham, eso es darnos demasiado crédito.
―No me jodas, eres un cabrón arrogante.
―Cuidado, Higham ―le advierto por lo bajo, y él inspira profundamente, asintiendo
para sí mismo, como si estuviera asimilando lo que ambos sabemos que tiene que hacer.
―Tienes que dejar unos cuantos para que los juzguemos, James.
Mi labio se curva.
―La inyección letal no es lo suficientemente lenta para mí, Higham.
―Dejaré de respirarte en la nuca. Nada de asaltos al club, al astillero, nada.
―¿Planeas hacer una incursión?
―Yo no, pero puedes apostar tu último dólar a que alguien sí.
―¿Estás tratando de meterte en mi bolsillo, Higham? ―Pregunto, queriendo oírlo.
―Quiero que cese la guerra en Miami. Tenemos que bajar los índices de criminalidad, y
eso no va a pasar con los rusos, polacos e irlandeses en la ciudad. O ustedes dos, para el
caso. Son un imán para los problemas.
―Vamos a simplificar esto, Higham ―digo cansado―. Con El Oso fuera y nosotros en
Miami, tus índices de criminalidad se van a multiplicar por diez, créeme. ―Hago un
mohín―. Puede que alcancen su punto máximo antes, pero tiene que empeorar antes de
mejorar, ¿no?
―Jesús.
―No somos traficantes, Higham. No traficantes de drogas o violadores o ladrones de
bancos. La gente que muere a tu alrededor merece morir. ―Me encojo de hombros―. O
eso he oído.
―Esto es realmente personal, ¿no?
―No podría ser más personal, aunque lo intentara. ―Retrocedo, asintiendo con respeto,
porque, en realidad, siento algo por Higham―. Tenemos que encontrar el cuerpo de Carlo
Black o nunca habrá paz en Miami.
Resopla y empieza a agitar los brazos por encima de la cabeza, ladrando órdenes a sus
hombres. Me dirijo a Brad.
―¿Ha habido suerte?
―Sigue sin contestar. ―Parece tan preocupado como yo empiezo a sentirme. La noticia
que tenemos no es el tipo de noticia que deberíamos dar si la esposa enferma de Danny ha
dado un giro.
Nos dirigimos hacia el coche y, justo cuando me dejo caer en el asiento del copiloto, a
punto de llamar a Beau para informarme, suena el celular de Brad. Se deja caer en el asiento
y respira hondo. No voy a mentir, yo también respiro hondo.
―¿Va todo bien? ―responde, cambiándolo al Bluetooth del coche.
―Sí, bien. ―Danny suena tan cauteloso como debería―. Te haré esa pregunta. ¿Ocho
llamadas perdidas en diez minutos? ¿Qué está pasando?
Brad me mira desde el otro lado del coche. No tengo nada para él. Ni consejos, ni ánimos.
Es lo que es, y va a provocar una jodida anarquía. Brad se lleva una mano a la frente y se
alisa la frente húmeda.
―Tenemos un problema ―dice, mirando por el parabrisas al enjambre de policías que
rodea la tumba vacía de Carlo Black.
―¿Qué? ―El tono de Danny lo dice todo. Él ya sabe lo que está a punto de saber lo
enviará en órbita.
Brad necesita escupirlo, no tratar de endulzarlo. Nada podría suavizar esto.
―Tu padre ha desaparecido. ―Se estremece y lo miro como el imbécil que es―. Su
tumba. El cuerpo.
―Alguien ha exhumado el cadáver de tu padre ―digo en un tono serio que me hace
ganar una mirada de incredulidad por parte de Brad.
Silencio.
―Estamos en el cementerio ―continúo―. Higham está aquí, un equipo forense, policías.
Silencio.
―Lo encontraremos, Danny ―dice Brad, dejándose caer en su asiento. ―Y cuando
averigüe quién ha hecho esto, le cortaré la carne con una cuchilla en finísimas rodajas.
Realmente creo que lo hará. Si Danny no llega a ellos primero.
Silencio.
Brad y yo nos miramos, sin palabras. Puedo sentir literalmente la ira burbujeante de
Danny goteando a través de la línea. Esto es un mensaje, como la llamada de El Oso, como
el artículo del periódico, para atraernos de vuelta a Miami. No puede acabar con nosotros
si no sabe dónde estamos. Ahora definitivamente lo sabrá.
Va por la victoria. ¿Pero sabe que movimientos como este sólo nos hacen más duros?
¿Agita a las bestias que llevamos dentro? ¿Sacude la oscuridad que está dormida?
Puedo sentir cómo se agita dentro de mí, y ni siquiera es la tumba de mi padre. Me
rechinan los dientes. Mi padre no podía tener una tumba. No quedaba nada de él. Ni de mi
madre. Ni de mi hermana. Aprieto el puño y lo encajo en la puerta, empujando mi peso a
través de ella antes de atravesar el parabrisas.
El timbre de mi teléfono salva el cristal, e intento despejar la rabia que empaña mi vista
para centrarme en la pantalla. Y cuando veo el número, exhalo lentamente.
―Es él ―digo en voz baja―. ¿Puedes mantener la boca cerrada o Brad tiene que
colgarte?.
Danny gruñe en respuesta, y yo sigo adelante y conecto la llamada.
Silencio.
Volvemos a ese juego, yo esperando, él esperando. Tengo todo el puto tiempo del mundo.
Él, sin embargo, no. No si no quiere que lo rastree.
―James ―dice, el distorsionador me hace estremecer.
―Usted tiene el placer de todos nosotros. Saluda a Danny y Brad.
―Oh, no deberíais haber vuelto todos por mi culpa.
No necesita saber que Danny no está físicamente aquí. Algo me dice que lo estará pronto,
de todos modos.
―Yo ―sisea Danny―, voy a matarte, joder, y será lo más lento que he matado nunca a
un hombre, te lo prometo.
Se ríe, y es como cuchillas sobre mi piel.
―Ya hemos establecido que ninguno de ustedes es muy bueno para matarme.
―¿Dónde coño está el cuerpo de mi padre? ―Danny brama, perdiendo la cabeza.
El Oso ríe más fuerte, atormentándonos a todos.
―Ah, ¿de tu padre? Mis disculpas. Creía que buscabas los restos de otra persona.
―Cuelga y Brad me mira, confuso.
Pero no estoy ni mucho menos confundido.
Que. El. ¿Mierda?
―Beau ―digo en voz baja.
―Joder ―susurra Brad.
―No ―dice Danny, y oigo su profunda inhalación, junto con la maldición baja de Brad.
Me quedo mirando por la ventana, con el cerebro a la deriva, el cuerpo parece fallarme,
nada funciona, la mente se niega a dar a mis manos las indicaciones que necesitan para
llamarla.
―¡James! ―Brad grita, y le miro―. Despierta, hombre.
Parpadeo mirando el celular. No marco a Beau. En su lugar marco a Fury, que responde
rápidamente―. ¿Dónde estás? ¿Exactamente?
―Diez pasos detrás de Beau. Caminando hacia el cementerio.
―Detenla ―ordeno, mientras Brad arranca el coche y derrapa―. No me importa cómo
lo hagas, por fuerza si es necesario, pero no dejes que se acerque más.
―Entendido.
―Mantenla a salvo, Fury. Voy en camino.
Dejo caer el teléfono sobre mi regazo y me restriego la cara.
No podría ser más personal.
Malditas y famosas últimas palabras.

ntendido ―oigo decir a Fury detrás de mí, y me doy la vuelta al llegar a la
vieja y destartalada verja, con la mano en el pestillo.
―¿Todo bien? ―Pregunto, viendo su paso aumentar, como si se apresurara
hacia mí.
―Lo siento ―dice, y yo frunzo el ceño, preguntándome qué tiene que lamentar.
―¿Qué has hecho?
No responde, sino que se zambulle con demasiado sigilo para ser un vikingo gigante y
me echa sobre su hombro como si fuera una pluma.
―¡Vaya, Fury! ―grito, con el mundo dándome vueltas cuando se da la vuelta y vuelve
hacia el coche―.¿Qué demonios estás haciendo?
―La fuerza si es necesario ―dice, mientras yo doy botes arriba y abajo al compás de sus
largas zancadas. Su respuesta me llena de temor, porque esas instrucciones habrán venido
de James, y James nunca le diría a Fury que usara la fuerza sin una buena causa. Lo que
significa que él sabía que yo lucharía contra Fury con velocidad o agilidad―. ¿Qué está
pasando?
―Hago lo que me ordenan, Beau. Ya lo sabes. Me han dicho que te impida entrar en el
cementerio, así que asumo que hay peligro en el cementerio.
Encajo las manos en su ancha espalda baja y empujo con ellas, mirando hacia la iglesia,
escudriñando el espacio, buscando el peligro. No veo nada. Pero una cosa que he aprendido,
como policía y como novia de James, es que no hace falta ver el peligro para que esté ahí.
También dije que me comportaría. Me enviará de vuelta a Santa Lucía más rápido de lo que
puedo desarmarlo si no sigo sus reglas.
―Puedes bajarme, Fury ―le digo, retorciéndome―. Te prometo que no iré a ninguna
parte. ―Se ríe, aunque no lo oigo, más bien lo siento retumbar a través de su gran cuerpo―.
Si quisiera bajar, sacaría tu pistola de los pantalones y te apuntaría al culo. ―De repente,
una pistola aparece a mi lado, Fury la agita para mostrarme dónde está. En su mano.
Entrecierro los ojos y busco detrás de mí, deslizando la mano bajo la camiseta. No hay
pistola―. ¿Me has quitado la pistola? ―Aparece su otra mano, y en ella está mi pistola que
parece de juguete en la enorme y tosca palma de Fury.
―Apuesto a que te encanta que te conozca tan bien ―dice, gruñendo cada palabra con
cada paso.
―Encantada ―murmuro, relajándome, resignándome al hecho de que no voy a ninguna
parte.
Cuando volvemos al coche, Fury no me mete en el maletero, sino que apoya el culo en el
capó, poniéndose cómodo.
―¿No nos vamos? ―Pregunto.
―No.
―¿Por qué?
―Porque me han dicho que llegará pronto. ―Encierra más los brazos, como si pensara
que esa noticia podría hacerme oponer resistencia. No lo haré. Simplemente estoy
confundida.
―¿Cuánto tardará? ―digo, preguntándome cuánto tiempo tendré que esperar aquí
colgada del hombro de Fury. Por suerte, es un hombro grande, acolchado con mucho
músculo y quizá también un poco de grasa. Fury no contesta, diciéndome que no lo sabe―.
Genial. ―Suspiro, intento apartarme algunos mechones sueltos de la cara y no lo consigo,
así que desisto, y pasan unos buenos diez minutos de silencio. Silencio y ningún peligro
aparente. No puedo quejarme. James está supervigilante y tengo que aceptarlo.
―Háblame de ti ―le digo. Fury ha sido mi sombra durante semanas y todo lo que sé es
que es un gemelo, una torre de hombre, con puños como rocas y una barba que Santa Claus
envidiaría.
―¿Qué quieres saber?
Resoplo, exasperada. Empecemos con algo fácil.
―¿Cuántos años tienes?
―Veintinueve.
―¿Quién es el mayor, tú o Tank?
―Tank. Por dos minutos.
―¿Y sus verdaderos nombres?
―Tank y Fury.
Mis hombros caen.
―Vamos.
―Es Tank y Fury.
―Bien. ¿Padres?
―Nuestro padre ha muerto y nuestra madre está en una residencia. ―Lo dice sin
emoción alguna.
―Siento oír eso. ¿Puedo preguntar si tu madre está bien?
―Tiene demencia. Etapa avanzada. Algunos días nos reconoce, otros no.
Hago una mueca.
―Lo siento mucho.
―Así es la vida.
―¿Y tu padre? ―Pregunto, con más curiosidad de la debida.
―Asesinado.
Me asomo a la pintura brillante del capó. De nuevo, no había ninguna emoción allí.
Ninguna en absoluto.
―Estoy tan...
―No digas que lo sientes ―gruñe―. Se hizo justicia.
Aprieto los labios, sabiendo que la justicia no venía de un juez.
―¿Por ti? ―pregunto.
―Por Tank.
―¿Cómo?
Se ríe un poco y yo pongo los ojos en blanco. Cree que tengo sed de sangre.
Preocupantemente, puede que tenga razón.
―Le arrancó la cabeza con una espada.
―Oh. ¿Prisión?
―Sí. Pero no por eso.
―¿Y tú?
Suspira.
―Si Tank duerme, yo duermo. Si come, yo como. Si se ríe, yo me rio. Si él va a la cárcel,
yo voy a la cárcel.
Sonrío.
―Es bonito lo unidos que están.
―Somos gemelos, Beau. No tenemos elección.
―Deja de restarle importancia. No podrían vivir el uno sin el otro. ―Le doy un codazo
en la espalda―. No tienes que hacerte el macho conmigo.
―Podría decir lo mismo de ti.
―¿Qué quieres decir?
―Quiero decir, deja de intentar demostrarle al mundo, y más importante a James, que
siempre estás jodidamente bien.
Hago un mohín.
―Estoy bien.
―Estás llena de mierda, Beau ―gruñe. ―Llena de puta mierda.
Reculando, me pregunto si tiene razón. Claro que tiene razón. La paz es un sube y baja.
Sube y baja. Destellos aquí y allá, amenazando con tragarme y darme esa esquiva serenidad
eterna. Soy un fraude, más para mí misma que para nadie. Incluso cuando creía que la raíz
de mi oscuridad había desaparecido, había algo más que me devolvía a la tierra. Algo más
en lo que canalizar mi miseria. Un aborto.
―Sólo intento...
―¿Hacer que James se sienta mejor? No funciona, Beau. No engañas a nadie más que a
ti misma.
―¿Cuándo se convirtió esto en una sesión de terapia?
―Cuando trataste de hacerlo sobre mí.
Frunzo el ceño.
―¿Qué crees que tendrá Rose? ―suelto, la pregunta viene de la izquierda―. ¿Te
imaginas gemelos?
Se ríe, sacudiéndome, y luego se detiene bruscamente.
―No. Creo que un bebé causará suficiente estrés, ¿no crees?
―¿Niño o niña? ―No puedo explicar mi curiosidad. Una parte de mí se pregunta si es
algo innato lo que me guía. Un instinto maternal que ha sido desenterrado y necesita ser
saciado. Rose es mi única válvula de escape. Hasta que, tal vez, no lo sea. Llevamos casi doce
horas de día y no me ha venido la regla. ¿Me bajará? Siento un extraño revoloteo en el
estómago y sonrío para mis adentros.
―Chico ―dice Fury, perturbando mis pensamientos.
―¿Y tú? ¿Por qué?
―No lo sé, Beau ―dice, exasperado—. Simplemente lo sé. ―Se pone en pie y se gira
hacia el ruido de un coche que baja por la pista―. Están aquí.
―¿Ellos? ―Pregunto, empujando mis palmas en su espalda y arqueando el cuello,
apartándome el cabello de la cara―. ¿James y quién?
―Brad. ―Finalmente se inclina y me baja a mis pies, y mi estómago da un vuelco como
resultado―. No te muevas.
―¿Adónde iré? ―Pregunto, ayudándome con mi pistola y metiéndola en la parte trasera
de mis pantalones de chándal. Es desconcertante que me conozca tan bien―. Ha sido un
placer conocerte. ―Sonrío dulcemente a Fury, y él me golpea ligeramente en el bíceps con
uno de sus puños de roca.
―Diría lo mismo, pero ya te conocía.
―Listillo ―murmuro, yendo hacia el Mercedes que conduce con demasiada urgencia
para mi gusto. ¿Qué demonios está pasando? Hace apenas unas horas que hemos vuelto a
Miami. ¿Qué puede haber pasado ya?
El coche se detiene y Brad y James se lanzan al vacío, mirando mi cuerpo con una mezcla
de preocupación y vacilación.
―¿Qué? ―pregunto―. ¿Alguien puede decirme qué demonios está pasando? Solo
quiero visitar la tumba de mi madre... ―Respiro y me fijo en la cara de James. Odio su
expresión afligida. La odio. Fury me impidió ir a la tumba de mi madre. ¿Por qué?
El pánico entra en mi garganta y la obstruye. Puedo ver la intención de James de llegar a
mí. De detenerme. Puedo sentir a Fury detrás de mí acercándose, listo para agarrarme.
No.
Me quito las chanclas de una patada y salgo disparada hacia la derecha, con la sensación
más desagradable enraizándose en lo más profundo de mis entrañas, hablándome,
diciéndome que vaya con mamá.
―¡Beau! ―James grita―. ¡Por el amor de Dios, Beau, para! ―Sus botas que golpean el
suelo detrás de mí sacuden la tierra, sus bramidos constantes, rogándome que me detenga.
Llego a la verja y tardo demasiado en abrirla.
―¡Vamos! ―Grito, tirando de la estúpida cosa vieja y oxidada. Tampoco quiere que me
vaya. No le hago caso―. ¡Abre!
―¡Beau!
Miro hacia atrás y veo a James acercándose, su cuerpo alto y poderoso esprintando, su
cara tensa. Tengo segundos. Quizá tres. Renuncio al pestillo y me agarro a la verja de hierro,
haciendo palanca y lanzando las piernas por encima.
―¡Maldita sea, Beau, por favor!
Siento que su mano me roza el brazo cuando empiezo a correr por la hierba irregular,
tomando el atajo que cruza el cementerio, justo por encima de las tumbas y los montículos,
en lugar de perder el tiempo rodeando el borde. Ya no le oigo venir. No oigo sus gritos ni
siento el impacto de sus botas contra el suelo. Pero sigo adelante, intentando centrarme en
la esquina más alejada, donde descansa lo que queda de mamá, pero sin conseguirlo debido
a mi visión saltarina. Miro hacia atrás. James ha dejado de perseguirme. Acaba de pasar la
verja y reduzco la velocidad cuando percibo la expresión de derrota y agonía absoluta en
su rostro.
Porque él puede ver lo que mis ojos no me dejan ver. Porque está quieto. Firme.
Inspiro y me vuelvo hacia la tumba de mamá, sin aliento, sudando, con los músculos
doloridos. Algo es diferente, la forma, la disposición, hay algo que no está bien. Y entonces
me doy cuenta.
―No ―respiro, dando un paso adelante, mis ojos incapaces de comprender lo que están
mirando. Un montón de tierra. Un montón de tierra junto a la tumba de mamá. Sacudo la
cabeza, negándome a creerlo, mientras avanzo, con la mirada inmóvil, hasta que veo un
agujero en el suelo―. No. ―Se hace más grande a medida que me acerco, más profundo,
hasta que estoy de pie en el borde mirando a un pozo oscuro y negro de la nada.
Es exactamente como mi alma se siente ahora.
―¡No! ―Grito, cayendo de rodillas, con las palmas de las manos golpeando el suelo con
fuerza. Caen lágrimas gordas, empapando el barro, el cabello pegado a la cara, el corazón
quebrándose―. ¿Por qué? ―chillo, echando la cabeza hacia atrás, gritando al cielo―. ¡Por
qué, por qué, por qué!
De repente no puedo moverme, no puedo respirar, mientras James me coge en brazos y
me levanta, y yo lucho contra él con todo lo que tengo. El problema es que no tengo nada
en este momento. Vacía. Rota. De vuelta al principio. Mi santuario ha sido destruido. Me
han robado mi lugar de calma. Era lo único que tenía. Mamá nunca quiso ser incinerada,
así que enterré lo que quedaba de ella. Unas pocas cenizas y su espíritu invisible.
Quiero meterme en ese agujero y morir.
Me llevan al coche y James se desliza en el asiento trasero conmigo acunada en su regazo,
abrazándome con fuerza, sin soltarme nunca.
Aprieto su camiseta con los puños y entierro la cara en su pecho, con el cuerpo
desgarrado por los sollozos. Apenas puedo respirar. No puedo tragar.
―¿Por qué? ―balbuceo, hundiéndome más en su pecho. Él no dice nada.
Él sabe por qué.
Gracias a él.
la mañana siguiente, estoy a bordo de mi avión de regreso a Miami mucho antes de
lo que esperaba o deseaba.
Con mi mujer.
Además de la indomable rabia que hierve a fuego lento, a punto de desbordarse y estallar,
está mi indomable preocupación. Puedo decir con la mano en el corazón que nunca he
estado tan estresado. Rose protestó, claro que protestó, cuando le dije que volvía a Miami.
Vio cómo se despertaba el monstruo que llevaba dentro, pero no supo por qué. Lo escupí
todo mientras temblaba incontrolablemente. Lo peor que pude haber hecho. Se levantó de
la cama y se vistió, luego empacó nuestras maletas. No la detuve. Era incapaz. Parecía tan
decidida a venir como yo me sentía decidido a matar, y maltratar a Rose era imposible ahora
mismo. También lo es discutir con ella. No quería traerla. Tampoco quería dejarla atrás,
especialmente en malos términos. Rose no quiere estar en Miami. No quiere dejar atrás a
Daniel. Ese cabrón de El Oso no se llevó a mi padre de esta vida. Beau estará inconsolable.
Necesitará a Rose. Y Rose puede ver la furia desenfrenada dentro de mí. Ella es mi calma.
Voy a necesitar eso. Joder.
Veo a Ringo en la escalinata de la mansión mientras nos arrastramos por el camino de
entrada, su cuerpo alto y robusto está estático y rezuma amenaza. Me recuerda que no soy
el único que amaba y respetaba a Carlo Black. Joder, el movimiento del Oso no es sólo lo
más bajo de lo bajo, es el mensaje más contundente que se podía dar, y que se pretendía
dar.
Ningún movimiento es demasiado bajo.
Me detengo y miro por el retrovisor a Doc en la parte de atrás. Está tan impecable como
siempre, con su traje de tweed impoluto y la barba canosa recién recortada.
―Llévala a nuestra habitación e instálala ―le digo, y él asiente con la cabeza, bajándose
y rodeando el coche. Siento los ojos de Rose clavados en mí.
―Llámame cualquier cosa menos mi nombre otra vez, Danny...
Cierro los ojos, escucho a Doc abrir su puerta y ella sale, dejándome al volante una vez
más intentando enderezar mi cabeza. Siento que me da vueltas constantemente sobre los
hombros.
Respirando hondo, salgo y sigo a Rose al interior de la casa, Ringo flanqueándome. No
habla. Me detengo al pie de la amplia escalera y la veo subir los peldaños. Lleva vaqueros,
mi jersey favorito con la bandera de la Unión estampada en la parte delantera y el cabello
oscuro recogido en una coleta. Me retrotraigo momentáneamente a hace tres años, cuando
la vi bajar estos escalones antes de llevarla al astillero por primera vez. A la época en que
era mi prisionera. Mi moneda de cambio. El amor me jodió entonces. Y me está jodiendo
ahora, porque no haré un movimiento sin antes considerar a Rose. Y eso me obstaculiza.
Ella es mi talón de Aquiles. Y la amo tan apasionadamente como odio traerla de vuelta a la
guerra. Odio haberle gritado, sugiriendo que nunca fue feliz.
¿Qué aporto yo a esta relación? Te hago la vida aún más difícil. Te cuesta dinero, tiempo,
estrés, ¿y qué obtienes a cambio?
Odio que dude de sí misma. Dude de lo preciosa que es para mí. Ella trae a mi vida todo
lo que nunca pensé que tendría. Amor. Aceptación. Propósito. ¿Cómo puede no ver eso?
―¿Danny?
Parpadeo y veo a Rose desaparecer al final de las escaleras y me giro para mirar a Ringo.
Me señala mi despacho al final del pasillo.
―Habla ―digo mientras caminamos uno al lado del otro.
―James está arriba con Beau.
―¿Cómo está?
―No creo que haya una palabra adecuada.
Inhalo, sabiendo que es cierto. Tampoco hay una palabra adecuada para mi enfado.
―¿Y James? ―Estará en mi campo. Listo para volverse loco. Lo único que queremos los
dos es paz. Calma. No sólo para nuestras mujeres, sino para nosotros, y cada vez que
pensamos que es nuestra, nos tiran de la alfombra. Ambos aceptamos que salir de este
mundo es imposible. Que siempre necesitaremos gobernarlo y eliminar a todos los
enemigos. Más fácil decirlo que hacerlo cuando no sabes quién es el enemigo. Y encima,
Tom Hayley se presenta a alcalde y, joder, nos odia y es probable que nos haga la vida lo
más difícil posible. O incluso más.
―No preguntes ―suspira Ringo, abriendo la puerta de mi despacho. Me quedo en el
umbral unos instantes, como si tuviera que prepararme para entrar. Todavía huele a él.
Como si el brandy y los puros estuvieran incrustados en las paredes. Hoy huele más intenso.
Goldie y Otto están en el sofá y Brad camina en círculos. Nuestros ojos se cruzan y él
sacude suavemente la cabeza.
―Las cosas se van a poner muy feas ―digo y me dirijo a mi escritorio riéndome para
mis adentros. ¿Cuándo han estado las cosas limpias en mi mundo? —Si no estás para líos,
ya puedes irte. ―Tomo asiento y miro a través de la oficina los cuerpos inmóviles de mis
más cercanos, entrelazo los dedos y me los llevo a la nuca, estirándome. Es un movimiento
impulsivo, como si ensanchara mi pecho, dando a mi palpitante corazón más espacio para
latir. El dolor de mi misión de acuchillar ha disminuido, un dolor más profundo y potente
lo sustituye. Brad se mete la mano en el bolsillo, se acerca a mí y deja algo sobre el escritorio.
Sus ojos verdes me miran, apagados por el barro.
Se me hace un nudo en la garganta cuando lo cojo y lo meto en el cajón de arriba,
cerrándolo de golpe.
―¿Estamos esperando a James?
―No dejará a Beau ―dice Goldie, con cara de desasosiego. Sabe de lo que es capaz James.
¿Y si a eso le añadimos el dolor y la pena de Beau? Entre James y yo, nos espera un
enfrentamiento infernal.
―Que alguien lleve a Higham al club más tarde ―digo, poniéndome en pie, necesitando
seguir moviéndome o arriesgarme a implosionar. Ringo va directamente a su móvil―.
¿Cómo está el astillero?
―Avanzando bien ―dice Otto―. Liam y Jerry necesitan un aumento.
Tiene razón. Hacen un gran trabajo entre los dos.
―Bien ―murmuro―. ¿El club?
―Todo bien ―dice Brad, y le miro. Vago, por no decir otra cosa.
―¿Seguro?
―Estoy seguro.
No está nada seguro, pero conozco a Brad mejor que nadie, y esta postura que está
adoptando me resulta familiar. Sea lo que sea, es trivial, y él no me molestará con
trivialidades, especialmente ahora. Y eso me parece bien.
―¿El envío?
―Está arreglado ―prácticamente canta Brad.
―¿Qué coño está pasando? ―pregunto.
―Nada ―protesta, un poco agudo―. No pasa nada.
―Habla ―le ordeno―. Dame otro problema, Brad, porque me está costando todo lo que
hay en mí no salir de esta casa con una ametralladora en cada mano y abrirme paso a tiros
por Miami hasta encontrarlo.
―Estamos intercambiando antes con Luis.
Frunzo el ceño y Otto, Ringo y Goldie miran a Brad como si se hubiera vuelto loco.
―¿Por qué?
―El dinero llegó a Hiatus.
―¿Pagó antes?
Brad asiente.
Los cabrones. Nadie se conforma antes de que obtengan todos los bienes. Nos han
arrinconado.
―James habló con Chaka ―continúa Brad―. Va a cumplir la fecha de entrega original
de una semana este viernes.
―¿Y luego intercambiamos con los mexicanos al día siguiente? ―pregunto―. ¿Necesito
recordarle a alguien que el día siguiente es sábado? Generalmente evitamos los sábados
porque caen en un puto fin de semana. Y corríjanme si me equivoco, pero estoy bastante
seguro de que Chaka dijo que ese viernes hay jornada de entrenamiento de la Guardia
Costera.
Brad se encoge de hombros.
―James se está ocupando de ello.
Dudo que James sea capaz de enfrentarse a nada ahora mismo. Estoy enfadado, sí, pero
esta rabia sería mucho peor si la víctima de este desastre fuera Rose.
―Así que necesitamos a James ―digo, justo cuando se abre la puerta y aparece el
hombre en persona.
―Ya lo tienes. ―Se dirige a una silla frente a mi escritorio y se deja caer en ella. Los ojos
de todos le siguen hasta allí, todos en silencio. Tan silenciosos que puedo oír el ardor de la
sangre en sus venas―. Habla ―ordena.
Miro a Otto y a Goldie, que parecen serios. Tan jodidamente serios.
―Las armas ―digo con un deje de cautela.
―Chaka está entregando como se planeó originalmente para que podamos intercambiar
antes con los mexicanos.
―Vale ―digo despacio―. ¿Quieres darme un poco más que eso?
―Guerra territorial al otro lado de la frontera. Luis se está quedando sin tiempo y sin
armas.
―Vale. ¿Así que arriesgamos nuestro negocio para salvar el suyo?
Sus ojos se vuelven lentamente hacia mí.
―Quieres a los mexicanos en la lista de hombres que tenemos que matar, porque creo
que hay suficientes en nuestra lista en este momento.
Tengo que reconocerlo. Y ahora que me he distraído convenientemente de mi ira durante
unos momentos para ocuparme de los asuntos normales, supongo que tenemos que volver
a la razón por la que estoy aquí de pie luchando por controlar mi rabia y James está ahí
sentado con cara de que el diablo ha resucitado y está usando su cuerpo como portaaviones.
Lo he dicho muchas veces, pero creo que nunca lo he dicho con tanta sinceridad.
Que Dios ayude a Miami.
―¿Cómo está? ―Pregunto, haciendo que levante los ojos pero no la cabeza, mientras
sus pulgares giran rápido. Mantiene las manos ocupadas.
―Silenciosa. Vacía. Rota una vez más.
Lo que significa que El Enigma está tomando el control.
―¿Y tú?
―¿Cómo estás? ―responde.
―Al límite.
―Estoy contigo. ―Se levanta y va al armario, sirviéndose un vodka―. No quedaba
mucho de Jaz Hayley ―dice, dándole un trago―. Más que de mi familia, eso sí, pero, aun
así. ―Rueda la espalda, señal de que intenta mantener la calma. ―. No ha robado un
cuerpo, ha robado un trozo de la paz de Beau. Necesito recuperar su paz. ―Se sirve otro
vodka y me encara―. ¿Por dónde empezamos?
Él quiere poner en marcha este espectáculo, al igual que yo, pero antes creo que
necesitamos un poco de algo más.
―¿Un paseo por el agua? ―le pregunto mientras se toma el segundo y deja el vaso en la
mesa, listo para servirse otro. Joder, los dos tenemos que calmarnos antes de causar estragos.
El alcohol no es la solución. Emborracharse no es la solución. Especialmente ahora que
estamos de vuelta en Miami. Vulnerables. Mírame siendo sabio. Y se me ocurre en este
momento, nunca en el tiempo que he conocido a James Kelly, y concedido que no ha sido
tanto tiempo, lo he visto borracho. ¿Alguna vez ha estado borracho? Probablemente no. Es
demasiado controlado. Incluso cuando está furioso, parece en control.
Deja la botella en el suelo, no se sirve otra, y esa es su respuesta. Me vuelvo hacia los
demás y veo que todos levantan las manos. Todos necesitamos un momento.
―Nos vemos en el astillero dentro de unas horas ―digo, saliendo de la oficina, camino
de intentar solucionar algo que, sin duda, agudizará la necesidad del mar, del aire, de la
emoción.
―Danny ―Otto me llama, y me detengo justo antes de las escaleras, mirando hacia
atrás―. Tu mamá.
―¿Qué pasa con ella? —Pregunto rotundamente.
―Ella no vino contigo. ―Lo afirma como un hecho en lugar de plantearlo como una
pregunta.
―No, ella no vino conmigo. ―Y si me cuestionas, voy a salir volando. Mamá necesitaba
quedarse con Tank y cuidar a Daniel. Es una cosa menos de la que preocuparme.
Subo las escaleras y recorro el pasillo hasta nuestra habitación, entro y la encuentro
vacía. Respiro, me armo de paciencia, retrocedo por el pasillo y miro hacia las interminables
puertas que conducen a varias habitaciones, todas ocupadas por diversos huéspedes.
―Hotel Casa Black ―murmuro, dirigiéndome a la primera y abriendo la puerta de
golpe. No Rose. La siguiente. Tampoco Rose. Irrumpo en la habitación de James y Beau sin
cuidado, mi paciencia se ha ido, junto con mi memoria, al parecer. Veo a Beau acurrucado
en la cama, Rose acurrucándola por detrás, abrazándola.
Joder.
Me trago el grito intencionado de su nombre y me encuentro con sus ojos azules, viendo
una tristeza por su amiga tan potente, que me aplasta. Me aplasta de verdad. Estoy
jodidamente furioso. Beau está devastada. Dos emociones muy diferentes. Sacaron a mi
padre de su lugar de descanso para empujarme a la acción. Es bajo, ¿pero llevarse a la
madre de Beau para empujar a James a la acción? Eso es jodidamente cruel, y pagarán por
ello.
Entro y cierro la puerta en silencio, incapaz de reprender a Rose por no estar en nuestra
habitación descansando como debería. Me acerco a la cama y me agacho frente a Beau. Sus
ojos vidriosos me atraviesan con la mirada. Tiene mechones de cabello rubio pegados a las
mejillas, los labios secos y la piel cetrina. Vacía. Joder, ¿no ha sufrido bastante esta mujer?
¿No lo hemos hecho todos?
Me acerco a su cara y le acaricio la piel, me arrodillo y rodeo con mi mano grande una
de las de Rose, que se aferra a una de las de Beau.
―Te la devolveremos, Beau, te lo juro ―susurro, inclinándome y besando su mejilla―.
¿Me estás escuchando?
Ni siquiera parpadea. Ni siquiera puedo estar seguro de que haya oído mi juramento.
Tengo mi propio impulso personal, pero ver a Beau así, la ex policía resistente, la guerrera
feroz, tan jodidamente hueca, me está impulsando con más fuerza. He oído hablar de la
oscuridad en la que se sumergió cuando conoció a James. He visto destellos de ella
arrastrándose de nuevo en ella, pero siempre ha luchado contra ella con todo lo que tiene.
¿Y ahora? Es un caparazón.
Oigo abrirse la puerta detrás de mí y miro hacia atrás, viendo a James en el umbral. No
puedo comprender cómo se siente al verla así, y me estremezco al pensar en ver los ojos de
Rose tan completamente muertos. Hemos tenido nuestros momentos a lo largo de los años,
sí, pero Beau realmente parece como si hubiera partido de este mundo, a pesar de seguir
respirando.
Me levanto cuando Rose empieza a separarse de Beau y se levanta de la cama. La cojo de
la mano y la conduzco fuera, dejando solos a James y Beau.
―Joder ―suspiro mientras nos dirijo a nuestra habitación, pasándome una mano por el
cabello. Entramos, cierro la puerta e inmediatamente cojo a Rose, ignorando el dolor que
me vuelve a dar en el pecho, la llevo a la cama y la tumbo. Necesito abrazarla. Estar cerca
de ella. No puedo imaginar sentirme tan indefenso como James en este momento, y espero
no sentirme nunca. Amar a Rose me ha hecho débil y vulnerable. Algo que juré que nunca
sería.
―Te odio ―susurro, sintiendo sus manos por toda mi espalda, acariciándome por todas
partes―. Te odio tanto, joder. No sé qué haría sin ti, Rose. ―Levanto la cara. Está
llorando―. No llores, nena ―le digo suavemente, secándole las lágrimas―. No te sienta
bien. ―Estas lágrimas no son por ella. Son por nosotros. Son por su amiga, pero no me
duelen menos―. Estará bien ―digo, seguro de ello. Todos estamos aquí por ella―.
Encontraremos a su madre, Rose, te lo prometo. ―Hago una mueca de dolor. No parece
que haya mucho que encontrar.
Sonríe a pesar de su tristeza y me acaricia la mejilla áspera.
―Sé que lo harás ―dice decidida―. Y a tu papá.
Asiento con la cabeza, trago saliva, necesito este momento, así que me fuerzo a contener
la ira.
―Dios, cómo me gustaría estar dentro de ti ahora mismo. ―La necesito. La necesito.
Necesito estabilizarme y volver a conectar. Recordarme a mí mismo por lo que tengo que
luchar. Pero no puedo. Tómalo con calma, dijo el doctor. No te estreses. No tuvo suficiente
reposo en cama. Entierro la cara en su cuello y la lamo, sin que mi lengua capte el mensaje
de que el sexo está fuera del menú por ahora.
Ella gime, no me hace ningún favor, pero yo sigo lamiendo, mordiendo y chupando su
carne. Otro gemido, y siento que la sangre corre hacia donde no debería correr. Pero, joder,
¿puedo parar? Levanto las caderas, dejando espacio a mi creciente polla, pero... mis
vaqueros.
―Rose ―gruño, moviendo mi boca por su mejilla hasta sus labio―. Detenme ―le
ordeno―. Antes de que vaya demasiado lejos.
Sus manos me agarran el cabello, su lengua encuentra mi boca, girando. Ambos
necesitamos esto. Y no podemos tenerlo. Joder. Alejo mi boca de la suya, respirando sobre
ella entrecortadamente, mientras jadea. Empiezo a sacudir lentamente la cabeza, con la
erección palpitante.
―No podemos. No me arriesgaré. Jamás.
―Pero... ―dice, cogiendo mi mano y llevándola a su coño cubierto de vaqueros―. Tu
boca aquí. Suave. Lamiendo. Besando. Chupando. ―Ella se muerde el labio, y estoy perdido.
Gimo y me empujo hacia arriba, cojo su jersey y se lo subo por la cabeza, tirándolo a un
lado, y luego le abro la bragueta de los vaqueros y se los bajo por las piernas. Patalea y me
ayuda a sentarme, coge la parte de abajo de mi camiseta y me la quita por la cabeza. Aprieto
los dientes cuando estiro la piel de mi pecho, inspirando profundamente, exhalando
lentamente. Luego me quita los vaqueros y yo me pongo boca arriba, levanto el culo y me
los quito.
Desesperado.
Los dos.
Me quito los calzoncillos, le bajo las bragas, me tumbo de frente y entierro la cara entre
sus muslos, voraz. Su grito de placer sorprendido resuena en toda la habitación, al igual
que mi gemido de satisfacción, mis sentidos perciben su olor, su sabor, su calor.
―Tú. ―Lamo―. Sabes. ―Chupo―. Muy. ―Muerdo―. Bien.
―Joder ―suspira, sus piernas se endurecen y sus manos me arañan el cabello.
―¿Bien?
―Dios.
―¿Sí?
―¡Dios! ―grita, vibrando ya, sus piernas pataleando, obligándome a moverme y
sujetarla―. ¡No! ―Se agita, y yo me aparto inmediatamente, aturdido, con su esencia
cubriéndome la boca.
―¿Qué? ―Mierda―. ¿Te he hecho daño? ―Joder, ¿está pensando en el otro día?
¿Cuándo estaba loco? No volverá a pasar, lo sé, pero ¿cómo convenzo a Rose?
―No, cariño ―susurra, empujando mis hombros, enviándome a mi espalda―. Quiero
verte. ―Me mira las vendas del pecho. Traga saliva. Luego coge mi mano y la lleva hasta
mi polla, se sienta a horcajadas sobre mis muslos y desliza su mano por su vientre hinchado
hasta su coño.
―Oh, joder ―respiro, rodeando mi circunferencia, conteniendo la respiración. Nada
podría ser mejor que estar dentro de ella. Nada. ¿Pero esto? Resoplo, busco su sujetador y
tiro de las copas de encaje hacia abajo, mis ojos pasan entre sus pezones duros. Pezones más
oscuros. Pezones más grandes y redondos. Dejo caer la polla y me siento, rodeando su
espalda con un brazo y llevándome uno a la boca, chupándolo suavemente, besándolo, y
luego recorriendo el borde con la lengua mientras la miro. Cada día está más guapa. Más
sabrosa. Más atrevida. Apoyo mi mano sobre la suya mientras se acaricia, ayudándola, y
continúo con el asalto de mi lengua a su teta, pasando a la otra, prestando atención allí, de
nuevo.
―Ya basta. ―Se retira y me empuja de nuevo a la cama, y arqueo una ceja cuando vuelve
a cogerme la mano y la pone donde quiere.
―¿Quieres mirar? ―Pregunto, envolviéndome con la palma de la mano.
Se muerde el labio y se lleva los dedos a la boca, lamiéndolos. Joder. Joder. Luego los
pasea lentamente entre sus tetas, por su vientre y hasta su humedad, con la respiración
entrecortada. Trago saliva, cojo un brazo por encima de la cabeza y empiezo a empujar con
la mano, con los ojos inmóviles en la unión de sus muslos, viendo cómo sus dedos acarician
el clítoris.
―Más despacio ―le ordeno, y ella lo hace, gimoteando, mientras yo acelero mi ritmo,
el palpitar de mi polla hundiéndose en mi palma―. Mierda, Rose ―respiro, mis pulmones
se esfuerzan, mis embestidas se aceleran de forma natural. Miro hacia abajo y veo brillar la
corona de mi polla. La sangre corre. Las venas palpitan. El corazón se acelera. Mis ojos
recorren su cuerpo. Encuentro sus labios entreabiertos. Ojos brillantes. Amor estampado en
su rostro.
Mis embestidas se aceleran. Su espalda se arquea, sacando su pecho. Su estómago. Joder,
su estómago.
―Rose. ―Me atraganto con su nombre, agarro la almohada bajo mi cabeza y tiro de ella.
―Oh ―susurra―. Sí ―respira―. Mierda ―sisea, su cuerpo se convulsiona. Sangre.
Calor. Estrellas en mi visión.
Cierro los ojos brevemente, con el cuerpo rígido, mientras el placer me recorre, despacio
al principio, dolorosamente despacio, pero luego más deprisa. Más rápido. Más rápido.
―¡Joder! ―bramo, respirando entrecortada y rápidamente, soltando la almohada y
golpeando el colchón con el puño.
―¡Oh, Dios! ―Su cuerpo se sacude, su barbilla cae sobre su pecho, su mano tiembla,
luchando por permanecer entre sus piernas, sus caderas empiezan a empujar hacia su tacto.
Urgencia.
Desesperación.
Necesidad.
―Me voy a correr ―siseo—. Joder, me corro.
―¡Sí! ―Su cabeza se echa violentamente hacia atrás, agitando su cabello en el aire, y
grita al techo, poniéndose rígida, quedándose quieta, gimiendo en silencio, antes de que su
cuerpo se afloje y se desplome hacia delante, golpeando con la palma de la mano mi
estómago para sostenerse.
Casi consigo retener mi eyaculación hasta que abre los ojos.
―Mira ―le ordeno, y ella vuelve su mirada somnolienta hacia abajo en el momento en
que exploto, el semen sale disparado hacia arriba y golpea su estómago, su pecho, sus tetas,
en potentes oleadas. Y con la explosión de mi polla llega la alivio de mi pecho. Exhalo, mi
cuerpo se revuelve, cada músculo rígido, adolorido, doloroso.
Pero es el mejor tipo de agonía que existe.
Gastado.
Retiro mi agarre, dejando que mi polla semierecta caiga sobre mi estómago, y dejo que
mis brazos descansen sobre mi cabeza, cerrando los ojos mientras ella baja sobre mi frente,
pero no se acomoda sobre mis heridas. Así que la obligo a bajar. Y nos quedamos tumbados,
tranquilos, en paz, exhaustos, durante más de una hora, dormitando, abrazados,
reconectando de otra manera.
―Nunca te dejaré ―susurra, obligándome a bajar los brazos y abrazarla. Me mira, se
lleva un dedo a mi cicatriz y la recorre―. Sólo la muerte nos separará. ―Su tacto se
desplaza hasta la herida de bala junto a mi clavícula.
―¿Lo hará? ―Pregunto.
Parpadea despacio y se acomoda suavemente en mi pecho, acariciando uno de mis cortes.
―No.
Porque no podemos existir el uno sin el otro. Es un hecho duro. Un hecho aterrador. Lo
que significa que no tengo más remedio que ser cuidadoso con mi vida.
―Debería ir por Doc ―digo, poniéndome en marcha.
―¿Por qué? ―Se levanta, lanzándome una mirada entre cansada y divertida―. ¿Vas a
hacer que me revise cada vez que me folles?
―No te he follado ―le digo, dándole un beso fuerte en los labios. Es lo único duro que
puedo hacerle ahora―. Te han follado tus dedos. ―La sujeto por la espalda, atraigo su
vientre hacia mi boca y la beso suavemente, sonriendo ante su pequeño bulto. Es esperanza
cuando parece que está limitada. Felicidad cuando parece que prevalece la miseria―.
Descansa ―le ordeno, levantándome y yendo al baño, abriendo la ducha―. Te he agotado.
―Hablas de ti mismo, Danny Black. ―Apenas oigo su patético insulto por encima del
agua―. Yo hice todo el trabajo.
Sonrío en el espejo y saco el cepillo de dientes del soporte. No puedo decir que me guste
el hombre que me mira hoy. Pero es una versión mucho mejor de lo que solía ser. Sigue
siendo un asesino. Pero un asesino con un propósito. Más empuje. Es una bendición y una
maldición, porque mi impulso y mi propósito son lo que mis enemigos usarán ahora contra
mí. Cargo mi cepillo de pasta mientras miro fijamente mi pecho vendado, y recuerdo que
mi mujer puede causarme más daño del que jamás podrán causarme mis enemigos.
Me lavo los dientes antes de meterme en la ducha y hago todo lo posible por no mojarme
las vendas. Imposible. Me mantengo de espaldas al chorro y me lavo rápidamente antes de
salir y secarme. Me quito el vendaje empapado y cojo unas vendas nuevas, negándome a
mirar los daños mientras vuelvo a vendarme, conteniendo la respiración y el dolor
punzante. Entro en el dormitorio, y el brillo postorgásmico de los ojos de Rose desaparece
en cuanto ve mis vendas limpias. Precisamente por eso me niego a que me cure las heridas.
―¿Adónde vas? ―pregunta desde la cama, donde está acurrucada de lado, con las
sábanas atrapadas entre las piernas.
―Voy a llevar a James al astillero. Necesita desahogarse. ―Me pongo unos vaqueros y
me abrocho la bragueta antes de meter los pies en las botas―. Luego iremos al club a
arreglar unos asuntos. ―Me acerco a ella y me inclino, besándole la frente―. Mándame
un mensaje y hazme saber lo que dice Doc.
―Estoy bien.
―Envíame un mensaje y hazme saber lo que dice Doc.
―De acuerdo. ―Ella exhala sobre la palabra―. Te enviaré un mensaje y te diré lo que
dice Doc.
Arrugo la nariz y la froto contra la suya, luego cojo una camiseta y me la pongo mientras
me dirijo a la puerta.
―Danny ―me llama, haciéndome mirar por encima del hombro―. Todavía quiero
encontrar algo que hacer. Un hobby, un trabajo. Algo.
Por supuesto que no.
―Hablaremos de ello mañana. ―Salgo de la habitación antes de que pueda rebatir mis
palabras, cerrando la puerta tras de mí. James me espera fuera. Sacude la cabeza,
diciéndome que no pregunte. Así que no lo hago. No hace falta.
Se pone en marcha y me uno a él.
―¿Listo para la carrera? ―le pregunto.
No contesta.
No lo necesita.
ermanezco en la cama otra media hora, no físicamente agotada, pero sí mentalmente.
Uno pensaría que, a estas alturas, después de semanas de preocupación constante y
emociones oscilantes, mi cuerpo estaría acostumbrado. Acostumbrado. Y, sin
embargo, me siento tan agotada ahora como en el momento en que James resucitó a Danny
después de haber estado pacíficamente muerto durante tres años.
Un golpe en la puerta atrae mi atención hacia allí, y oigo a Doc llamando a través de la
madera.
―Un minuto ―digo, acercándome al borde de la cama y cogiendo una de las camisetas
de Danny que hay en la silla. Me la pongo y busco mis bragas entre las sábanas―. Maldita
sea, ¿dónde están? ―murmuro. Me doy por vencida y corro al armario en busca de un par
nuevo―. Entra. —Vuelvo a la cama y me subo las sábanas hasta la cintura.
Doc asoma la cabeza por la puerta y sonríe.
―Buenos días, Rose ―canturrea, abriendo la puerta para dejar paso a la máquina de
escaneado que empuja Fury.
―Buenos días, Doc ―respondo, llamando la atención de Fury. Sólo el hecho de que esté
ayudando a Doc lo dice todo. Está sin nada que hacer porque Beau se esconde en su
oscuridad. Se me estruja el corazón.
―¿Cómo está Beau, Doc? ―pregunto, haciendo que Fury mire también al anciano,
obviamente queriendo también una respuesta a esa pregunta.
Empieza a juguetear con la máquina.
―Nunca me acostumbraré a que la confidencialidad del paciente ya no forme parte de
mi vida. ―Sus palabras me hacen preguntarme por primera vez por Doc. Sé que estaba
jubilado. Sé que dirigió su propia consulta durante mucho tiempo. Sé que entre Danny y
James ahora gana más de lo que probablemente haya ganado nunca. Pero algo me dice que
el dinero no es lo que lo mantiene aquí. Y, curiosamente, tampoco lo es la posibilidad de
morir si se niega a estar a la espera de nuestra gran y jodida familia―. Está en un estado de
dolor exacerbado ―dice Doc en voz baja, sonriéndome mientras prepara la máquina―. Te
va a necesitar, Rose.
Asiento y me conformo, y Fury nos deja, dejando que Doc haga lo suyo o, mejor dicho,
lo de Danny, mientras yo me pregunto qué podría hacer para ayudar a Beau. No se me
ocurre nada, y eso me hace sentir como una amiga de mierda. Sé lo desesperadamente que
quiero que encuentre y mantenga la paz; los golpes no paran de llegarle, así que me imagino
el nivel de desesperación que debe sentir James. Y desesperanza.
―Todo parece estar bien ―dice Doc, llevando mis ojos hacia mi estómago, donde está
arrastrando la sonda por mi abdomen.
―Será mejor que deje esa máquina aquí ―digo, apoyándome en los codos para mirar la
pantalla―. Mañana pedirá otro escáner. ―Sonrío a la mancha gris y distorsionada, mi
mente va a lugares malos, malos―. ¿Doctor? ―Pregunto en voz baja, haciendo que sus
cejas grises y tupidas se levanten en forma de pregunta―. ¿Puede ver el sexo? ―Escupo las
palabras rápidamente y aprieto los labios.
―Oh. ―Se ríe, y luego su cara se pone rápidamente seria―. No, no puedo.
―Mientes ―replico juguetonamente―. Lo sabes, ¿verdad? Vamos, Doc, te prometo que
no lo contaré. ―De repente estoy ansiosa por saberlo. Desesperada. Y, sin embargo, hay
una parte de mí que no quiere estropear la sorpresa.
―No. ―Limpia la sonda y la vuelve a colocar en el soporte―. He puesto la pantalla en
pausa para que su marido pueda echar un vistazo a su... ―Se desvanece, mirándome con
el rabillo del ojo― …bebé, si quiere.
―Aguafiestas ―murmuro.
―Si usted y el Sr. Black vienen juntos a mí y me hacen tal petición, estaré más que feliz
de complacerles.
―Es mi cuerpo.
Doc se ríe, empujando la máquina a un lado de la habitación.
―No creo que el Sr. Black esté de acuerdo. Ahora, ¿recuerda lo que le he dicho?
―Sí, debo tomármelo con calma y no estresarme. ―Lanzándole una mirada de prueba,
suspiro―. ¿Te has perdido con quién estoy casada, Doc?
―Yo no, por eso me apasiona que se cuide y cuide al bebé. ―Me presenta un frasquito.
―Aceite de lavanda. Póntelo en el baño, en la almohada, en el bolso si es necesario. Es
relajante, física y mentalmente―. Lo deja en la mesita de noche.
―Gracias. ―Caigo de espaldas―. ¿Puedo preguntarte algo?
―No ―dice rotundamente, y yo hago un mohín.
―No sabes lo que voy a preguntar.
―Exactamente. Siempre he vivido según la regla de que si alguien te pregunta si puede
preguntarte algo, o no te gustará la pregunta o no le gustará la respuesta.
―Oh. ―Considero su lógica por un momento, y pronto pienso mejor hacer mi pregunta.
Sin embargo, no puedo decidir si a Doc no le gustaría que le preguntara por qué está aquí,
o si a mí no me gustaría la respuesta.
―¿Cómo tiene la palma de la mano? ―Mientras hace la maleta, levanta la cabeza y yo
la giro para mostrarle la leve mancha roja del incidente de la sartén.
―No duele.
―¿Y su brazo?
Miro otra herida en mi cuerpo. No es nada comparado con el pecho de Danny.
―Está bien.
―¿Y Danny está cambiando sus vendajes regularmente?
―Sí ―suspiro, sabiendo por qué no me deja hacerlo―. Justo ahora, antes de que
llegaras.
―Dejaré más apósitos impermeables y vendas frescas aquí. ―Pone algunos en la mesilla
de noche y recoge su bolso―. Tal vez podría pasar a ver a Beau ahora. Creo que el Sr. Kelly
ha salido de casa con el Sr. Black.
Asiento con la cabeza y me incorporo.
―¿Algún consejo? ―pregunto.
―Paciencia. ―Sonríe mientras sale por la puerta―. Mucho amor y paciencia.
―Desaparece y yo me levanto, me doy una ducha y me pongo un vestido suelto rosa claro
y unas chanclas. Me recojo el cabello en un moño y llamo a Esther.
―¿Cómo está Daniel? ―pregunto, saliendo a la terraza. Miro a mi alrededor,
rebobinando hasta hace tres años. Hace tres años, cuando un misil se llevó la vieja terraza
conmigo en ella. Me estremezco al oír a Danny gritar mi nombre, intentando alcanzarme
mientras colgaba precariamente del borde. Tenía miedo de soltarme. Pero aún más miedo
de no hacerlo. Porque me había enamorado del monstruo que me había raptado, y las
repercusiones de eso eran aterradoras.
―Ha vuelto a salir con Barney y su padre ―dice Esther, sonando un poco plana y
concisa, devolviéndome al presente―. Lo recogieron cuando su tutor se fue después de
comer.
―Intentaré llamarle al celular ―respondo, bajando a una tumbona y mirando hacia las
pistas de tenis―. ¿Lawrence?
―Trabajando.
―¿Sabe lo que ha pasado? ¿Sobre la madre de Beau?
―Bueno, no se lo he dicho ―dice ella, mientras suena el ruido de la vajilla de fondo―.
No me corresponde.
―¿Y tú? ¿Estás bien?
―Estoy bien.
Inclino la cabeza. No suena bien.
―¿Estás segura?
―Sí.
―De acuerdo ―digo lentamente. No voy a presionar. No tiene mucho sentido. Supongo
que tiene algo que ver con que Otto esté aquí y Esther allí, pero, de nuevo, no insisto―. Te
agradezco que cuides de Daniel. ―Esther cuida de todos. Es su segunda naturaleza, pero
odiaría que no se sintiera apreciada.
―Está instalado. Mejor no interrumpirlo. ―Está diciendo en voz alta lo que se ha dicho
a sí misma sin cesar. Que esta fue su decisión. Todos sabemos que no es así, incluyendo a
Otto, y no puedo imaginar que le cayera bien. ―Será mejor que me vaya. Tengo una tarta
en el horno. Necesito las dos manos para sacarla.
O podría cambiarme a altavoz.
―Vale. Te llamo mañana. ―Cuelgo y me quedo pensando en el celular unos instantes.
No quiere estar en Santa Lucía porque Otto ya no está en Santa Lucía. Nunca aprecié que
Danny estuviera siendo táctico cuando le pidió a Esther que se quedara cuidando de Daniel
para que sus estudios no se vieran afectados. Para mí, se trataba más bien de seguridad. Mi
marido, como siempre, va un paso por delante.
Llamo a Daniel, suena y suena y suena y salta el buzón de voz. No me molesto en dejarle
uno porque no lo va a escuchar, así que le envío un mensaje de texto pidiéndole que me
devuelva la llamada lo antes posible. Una pequeña parte de mí, egoístamente, se entristece
porque está demasiado ocupado con su amigo como para coger mi llamada. Una parte más
grande se siente aliviada de que esté distraído del mundo cruel en el que vivimos. Dios,
echo de menos a ese chico, aunque últimamente no me da mucho precisamente. Un breve
abrazo. Un rápido «te quiero, mamá» mientras sale corriendo por la puerta. Es inteligente,
y seríamos estúpidos si lo subestimáramos. Es sólo cuestión de tiempo antes de que descubra
lo que hace Danny. Quién es su familia.
Salgo de la habitación, me parece tan ridículo que respiro hondo entre mi habitación y
la de Beau, avanzando, nerviosa por verla. Llamo a la puerta y no me invitan a entrar, por
supuesto, así que entro. La habitación está a oscuras, las cortinas echadas y las luces
apagadas.
―¿Beau? ―La llamo en voz baja, entrecerrando los ojos para intentar verla en la cama,
con la ayuda de la luz del pasillo. Está acurrucada de lado, de espaldas a mí, y aunque no
puedo verle la cara, noto su angustia. Se me encoge el corazón y cierro la puerta, camino
en línea recta hacia las cortinas y las muevo un poco para que un hilo de luz haga que la
habitación pase de la oscuridad total a la neblina.
Me acerco a la cama y me meto con ella, tumbado enfrente, imitando su postura, con las
manos bajo la mejilla. Sus ojos permanecen cerrados. Su cuerpo inmóvil.
―Creo que Otto está enfadado con Esther ―digo en voz baja―. Por dejar que Danny
dictara lo que ella haría. ―No recibo respuesta, y no la esperaba―. Daniel ha vuelto a salir
con Barney y su sexy padre. Probablemente ni se haya dado cuenta de que me he ido. ¿Qué
te parece si consigo un trabajo? ―Pregunto―. Algo a tiempo parcial. No demasiado
agotador. ¿Crees que me lo permitirán?
Sus párpados se mueven y contengo la respiración, rezando para que se atreva a abrirlos
y mirarme a la cara. De cara al mundo. Sonrío cuando finalmente revela unos ojos azules
vidriosos.
―No ―dice entre dientes, y yo hago un mohín.
―¿Echas de menos trabajar?
―Todo el tiempo ―susurra―. Si estuviera trabajando ahora, estaría cazando a los
cabrones que se han llevado a mi madre. En lugar de eso, tengo que apartarme y dejar que
los hombres de por aquí resuelvan mis problemas. Problemas que no tendría si no estuviera
aquí. ―Sus ojos vuelven a cerrarse y me estremezco, sobre todo por James, pero un poco
también por mí. Nuestras vidas no son convencionales. Son duras, agotadoras, emocionales.
Pero mejor que vacías, huecas y oscuras.
―Suenas como si estuvieras considerando marcharte ―digo tentativamente, segura de
que nunca lo haría, pero no lo suficiente. Después de todo, todo el mundo tiene un punto
de ruptura, y al mirar a mi amiga ahora, mi hermosa, resistente y fuerte amiga ex policía,
me pregunto si este es el suyo.
―Lo estoy ―dice rotundamente.
―Beau ―suspiro, sacando las manos de debajo de mi cabeza y cogiendo una de las
suyas―. Las cosas volverán a estar bien.
―¿Lo estarán? ―pregunta mirándome―. ¿De verdad, Rose? Porque cada vez que creo
que estoy en un lugar de aceptación y semi paz, alguien lanza un misil que parece golpear
a una de las dos en las tripas y volvemos al punto de partida. Constantemente persiguiendo
la tranquilidad. Siempre esperando la calma. Quietud.
Esta no es mi amiga. Esta... negatividad. No me gusta en ella. Nunca parecemos estar en
el mismo espacio mental, una de nosotras siempre sosteniendo a la otra.
―No me gusta esta versión de ti ―digo sin pensar.
―Esta versión de mí es quien soy, Rose. Es quien he sido desde que mamá murió. Pensé,
esperé, que James fuera quien cambiara eso. Me equivoqué.
Quiero gritarle por ser tan derrotista, pero no puedo. Yo misma he pasado por eso
muchas veces, pero estoy segura de que no he sonado tan decidida como suena ahora Beau.
Estoy preocupada. Esto no puede ser el final para ellos. No puede dejar que se lleven toda
la esperanza de su interior. No. Me niego a permitirlo. Quiero devolverle la fuerza. Pero la
fuerza bruta no va a funcionar. Necesito ser táctica. Y tal vez un poco astuta.
Dios me perdone por esto.
―Volveré, Doc necesita escanearme. ―Me levanto y voy hacia la puerta, abriéndola,
encontrando a Fury al otro lado―. ¿Vas a buscar a Doc? ―susurro, haciéndole fruncir el
ceño pero asintiendo, mientras cierro la puerta tras de mí. Vuelvo a la habitación, empujo
la máquina hasta la cama, me quito las chanclas y me meto en la cama, subiéndome el
vestido hasta el pecho.
Doc entra con el ceño muy fruncido, Fury le sigue.
―Finge escanearme ―le ordeno.
―¿Qué?
―Sostén el palo en mi barriga. ―Señalo la pantalla―. El bebé, sea del sexo que sea, sigue
en la pantalla. Eso servirá.
―Supongo que hay un método para tu locura. ―Se acerca y se acomoda en el borde de
la cama, lleva la sonda a mi estómago y la apoya allí.
―Ve a decirle a Beau que la necesito ―le digo a Fury, que inhala, viendo a dónde quiero
llegar.
―Qué astuta ―dice Doc, sonriéndome.
En realidad, estoy desesperada. Vuelvo a apoyar la cabeza en la almohada, inspiro, y sólo
pasan tres segundos antes de que Beau esté en la puerta, con la ropa tan arrugada como
desordenado el cabello, los ojos somnolientos escrutándome, la cara manchada de lágrimas
limpiándose bruscamente con el dorso de la mano.
―¿Qué ha pasado? ―grazna con voz áspera.
Levanto una mano y la alcanzo, haciéndole un gesto silencioso para que venga, y ella
viene, claro que viene, llevando su cuerpo desolado y sentándose en la cama. Me coge la
mano y me la aprieta, mirando a Doc mientras juega conmigo.
―Sólo unas punzadas más ―digo, odiándome por ser tan manipuladora, por utilizar a
mi hijo nonato como cebo, pero me aseguro de que es por una buena causa.
―¿Doc? ―pregunta Beau, sorbiéndose los mocos y limpiándose la nariz mientras se
concentra en no hacer absolutamente nada importante―. ¿Va todo bien? ¿Tengo que
llamar a Danny?
―No, no ―dice rápidamente, pulsando un botón―. No pasa nada. Estamos bien. El bebé
está absolutamente bien.
Veo que Beau se relaja físicamente, su mano se estrecha alrededor de la mía. Sabía que
no me decepcionaría. Ojalá pudiera ser tan fuerte con James y consigo misma como siempre
parece serlo conmigo.
―¿Eso es un pene? ―pregunta de la nada, inclinándose hacia la máquina.
―¿Qué? ―Me incorporo rápidamente, haciendo que Doc pierda el agarre de la sonda
y, por tanto, su sitio en mi estómago. Mierda. Me vuelvo a tumbar rápidamente y él se
apresura a volver a colocarla antes de que Beau se dé cuenta de que somos unos farsantes―.
¿Un pene? ―pregunto, esforzándome por ver la imagen congelada de mi bebé.
―Sí, ahí. ―Señala la pantalla con el dedo―. ¿Ves?
―No, eso es el cordón umbilical ―dice Doc entre risas―. Un poco largo para un pene
en un embarazo de dieciséis semanas.
―No sé por qué te ríes ―le digo―. No has visto las partes de su padre.
Doc se atraganta sin decir nada, y Beau dirige sus ojos hacia mí, conmocionada. Me
encojo de hombros. Y sucede. Sus labios se mueven, y es la vida.
―Eres terrible ―suspira Doc.
―Terriblemente floja ―murmuro, y Beau se ríe―. Era de esperar, supongo. Este chico
va a caer fuera de mí.
―¡Rose! ―grita Beau, cayendo a la cama a mi lado. Miro a Doc, y él sonríe, asintiendo,
diciéndome que es un trabajo bien hecho, pero rápidamente frunzo el ceño, y Beau se
dispara―. Espera ―dice―. ¿Estás diciendo que no hay pene en absoluto?
Levanto una ceja, curioso por la respuesta de Doc.
―No, Beau, dije que era el cordón umbilical, no un pene.
―¿Así que hay un pene?
―Yo... ehh... ―Resopla.
―¿Sabes lo que hay ahí? ―dice señalando la pantalla.
Me encanta su curiosidad.
―Díselo a Beau ―exijo, haciendo que ambos me miren atónitos.
―¿Qué? ―pregunta ella―. No, Rose, siempre has dicho que te gusta el elemento
sorpresa.
―No quiero saberlo ― confirmo―. Pero quiero que lo sepas.
―¿En serio?
―Sí, me gusta.
Se muerde el labio.
―¿Y no quieres que te lo diga?
―¿Puedes hacerlo?
―Solía ser policía, Rose ―dice, colocando sus manos sobre mis dos orejas y bloqueando
mi visión hacia Doc, de modo que cuando le dice si voy a tener un niño o una niña, no
puedo leerle los labios. Pronto me suelta las orejas y me mira con una amplia sonrisa. Ni
siquiera voy a preguntar. Lo único que me importa es esa sonrisa en su cara. Sé que es
temporal. Es una breve distracción. Pero me da esperanza. Ella no está del todo fuera.
―¿Feliz? ―Pregunto.
―Emocionada.
―Bien. Ahora puedes enseñarme a conducir. ―Me bajo el vestido y me levanto.
―¿Qué? ¿Dónde?
―Por aquí ―digo mientras el teléfono de Beau empieza a sonar a lo lejos. Mira hacia la
puerta y me doy cuenta de que Fury sigue en el umbral.
Levanta su celular.
―El Sr. Hayley.
―Le volveré a llamar.
Estoy seguro de que su padre se ha enterado de lo que ha pasado con los restos de la
madre de Beau. No querrá hablar de ello, y menos con él, y no la fuerzo. Porque,
honestamente, estoy aliviada. Se ha levantado. Vale, con mala cara, pero al menos responde.
―Pensé que podrías enseñarme en Dolly ―digo, mi firme determinación nunca vacila.
Sé que esa cosa vieja, oxidada y abollada le trae paz. Más cerca de su madre. Pero no puede
conducirla. Al menos, no fuera de los terrenos de la mansión. Nadie dijo nada de dentro de
los terrenos. La abrazo y la conduzco a su habitación―. Lávate la cara primero.
―¿Tan mal? ―pregunta, llevándose la mano a las mejillas y limpiándoselas.
―Como la muerte en un mal día.
Se ríe ligeramente, acercándose a mí.
―Te quiero, Rose.
Y tal vez, espero, además de su amor eterno por James, nuestra amistad sea otra razón
para que Beau aguante esto.
―Yo también te quiero ―susurro.
del labio mientras Beau juguetea bajo el capó de Dolly,
intentando ponerla en marcha. Sus pantalones vaqueros se le suben por el culo y sus largas
y suaves piernas brillan al sol.
―Si fuera un hombre, ahora mismo te estaría silbando como un lobo.
―Creo que me he quedado sin batería ―dice entre risas, tomando aire con la mejilla
manchada de aceite. Se la limpia y se queda mirando el motor unos instantes―. ¿Hay algún
coche aquí?
―Hay uno enfrente.
―Espera aquí ―me ordena, sale corriendo. Compruebo mi teléfono, como si no fuera a
oírlo si sonara en mi mano. Maldito sea ese chico. Sólo una llamada, es todo lo que pido.
Una comprobación. Cualquier cosa. Exhalo y comienzo a caminar lentamente por el
sendero, hasta llegar al arroyo que conduce a la piscina. Miro mi reflejo en el agua. Mi
cabello cae hacia delante, cubriéndome la cara. Hay que cortarlo. Quizá nos reserve a Beau
y a mí un día de mimos. Sonrío al pensar en Fury haciéndose la pedicura con nosotros. Se
me quita cuando pienso que, a pesar de ser increíblemente guapa, Beau es la chica menos
femenina que conozco. Y no es que conozca a muchas chicas. Aun así, no se trata de ser
femenina. Se trata de descansar y relajarse.
Calma.
Sacudo la cabeza para mis adentros mientras me echo el cabello hacia atrás y me lo sujeto
con un lazo. No estoy segura de que ningún mimo pueda hacernos descansar o relajarnos.
El estrés ya viene de serie. Simplemente nos condicionamos para manejarlo. Lo absorbemos.
O no, como Doc amablemente señaló. Pero debo hacerlo, o la alternativa será que Danny
me enjaule.
Oigo un coche y me giro, veo a Beau llegando con Otto.
―¿Qué haces aquí? ―pregunto mientras me acerco y Otto se dirige al maletero de Dolly.
Creía que todos los hombres estaban fuera por negocios.
―Necesitaba recoger algo. ―Aparece unos segundos después con algún tipo de
artefacto.
―¿Qué? ―Pregunto, observando cómo voltea el capó del Mercedes y aprieta unas garras
metálicas.
―Unas granadas y un arpón. ―Se inclina sobre el motor y yo pongo los ojos en blanco
mientras Beau recoge los otros extremos de los cables.
―Entonces estás en el lugar equivocado. Creo que todas las armas están ahora
almacenadas en el nuevo y elegante búnker enterrado bajo tierra en el astillero.
Exhala y endereza el cuerpo, mirándome cansado, y yo sonrío dulcemente.
―Acabo de hablar con Esther.
Su rostro se vuelve estruendoso y vuelve a meterse bajo el capó.
―¿Has hablado con ella? ―pregunto.
―Tiene poco sentido, ¿no?
―¿Por qué? ―Presiono―. Creía que se llevaban bien. ―Demasiado bien para Danny.
Con un gruñido de impaciencia, Otto se endereza de nuevo. Y se golpea la cabeza con la
parte inferior del capó.
―¡Joder!
Me sobresalto, y Beau vuela alrededor, todavía armada con las pinzas de los cables.
―¿Qué ha pasado? ―pregunta.
―¡Joder! ―Otto grita de nuevo.
―¡Mierda! ―Me acerco corriendo mientras se frota la cabeza―. ¿Está sangrando? ―Le
cojo la mano y compruebo que tiene la palma manchada de sangre―. Ouch. ―Miro bajo
el capó y veo un enganche en la parte inferior―. De todos los sitios donde podías golpearte
la cabeza, te la diste en el único sitio con cierre metálico.
―Rose ―sisea, mirando su palma ensangrentada―. Oh, joder.
―¿Qué? ―Pregunto, evaluándolo―. Mierda, Otto, estás muy blanco pálido.
Beau suelta los cables y se acerca corriendo.
―¿Otto?
―Creo que tengo que sentarme ―murmura, con el habla entrecortada y los ojos en
blanco.
―Dios mío ―grito, mientras empieza a balancearse―. ¡Se va a desmayar!
Beau le pasa un brazo por un lado y yo por el otro, justo cuando Otto se convierte en un
peso muerto entre nosotros.
―Joder ―jadea Beau, mientras las dos nos desplomamos en el suelo por la tensión,
incapaces de sostener a Otto, lo cual no es sorprendente, ya que probablemente nos dobla
en tamaño―. Llama a Doc ―me ordena con urgencia y me hace correr como loca hacia la
casa, gritando mientras avanzo.
―¡Doctor! ―Grito cuando llego al pasillo, sin aliento, con la garganta irritada―. Doc,
¿dónde estás? ―Corro a la cocina, a la sala de televisión―. ¡Doc! ―Maldita sea. Saco el
teléfono y llamo a Danny, que contesta con una sola llamada―. ¿Está Doc contigo?
―pregunto con urgencia.
―No. ¿Por qué iba a estar Doc conmigo? Lo dejé en la casa para escanearte.
―Me escaneó, y ahora...
―¿Qué te pasa? ¿Te encuentras bien? ¿El bebé?
―Yo estoy bien. Nosotros estamos bien, pero Otto no.
―¿Qué?
―Se golpeó la cabeza y perdió el conocimiento.
―¿Cómo carajo se golpeó la cabeza?
―Calculó mal la altura de su cabeza. ―Estoy siendo muy imprecisa con la verdad, pero
Danny no necesita detalles, esto es una emergencia, y no quiero que mis planes de aprender
a conducir terminen antes de haber empezado.
―¿Rose?
Me doy la vuelta y encuentro a Doc al final de las escaleras.
―No importa, le he encontrado. ―Cuelgo y agito las manos frenéticamente―. Otto está
herido ―le digo―. Necesita su bolsa.
―Dios mío. ―Se da la vuelta para volver a su habitación―. No hay descanso para los
malvados ―refunfuña. Nunca una afirmación ha sonado más cierta.
Mientras Doc no está, Danny me llama. Contesto y camino.
―Nunca, y quiero decir nunca, me cuelgues ―me advierte.
Doc aparece, bajando las escaleras tan rápido como su viejo cuerpo le permite.
―Estoy aquí, ya voy, estoy armado ―canta.
―Lo siento. ―Flanqueo a Doc mientras salimos corriendo a los jardines―. Me tengo
que ir.
―Hay tantas preguntas que quiero que me respondan.
―Tendrán que esperar. ―Me arriesgo y cuelgo de nuevo, necesitando informar a Doc
de lo sucedido―. Se golpeó la cabeza con el cierre metálico del capó de Dolly.
―¿Qué? ―Me mira totalmente confundido.
―El coche de Beau, Dolly. Luego se desmayó.
―Ya veo.
Llegamos hasta ellos y me sorprende ver a Otto sentado, con el ceño fruncido.
―Has vuelto en ti ―le digo, mientras Beau me lanza una mirada que me indica que vaya
con cuidado.
―Estoy bien ―gruñe, intentando ponerse en pie, tambaleándose.
―No nos pasemos de listos ―dice Doc, acercándose cuando Otto se da por vencido y
cae como una roca al suelo. Comprueba la cabeza de Otto―. Superficial ―murmura.
―¿Superficial? ―Suelto―. Vi la sangre. ¿Ni siquiera puntos de sutura?
―No. ―Exprime un tubo de líquido en la cabeza de Otto y empieza a limpiar.
―No me gusta la sangre ―gruñe Otto, lo que nos hace dudar a Beau y a mí. ¿Es un
asesino y no le gusta la sangre? —Mi propia sangre ―añade en voz baja, mirándonos con
mal humor. Me veo obligada a apretar los labios, al igual que Beau, pero rápidamente
aparto la mirada de ella.
Reír podría hacer que nos mataran a los dos. Mis mejillas se inflan. Resoplo por la nariz.
Es inútil. Capto la mirada de Beau y estallo en carcajadas, apretándome el vientre, con los
ojos desorbitados y la respiración agitada.
―¡Lo siento! ―exclamo, oyendo a Beau reírse también―. Lo siento mucho.
Otto murmura y gruñe, aparta de un manotazo la mano de Doc y se levanta a la fuerza,
todavía un poco tambaleante, y se marcha lo mejor que su inestable cuerpo le permite. Oh,
no.
―Pero necesitamos ayuda para poner en marcha a Dolly ―le digo, recibiendo a cambio
un gesto despectivo de la mano.
―No lo necesitamos ―dice Beau, riéndose entre dientes mientras ella se sumerge y
recoge los cables, los coge y los fija a algo que hay bajo el capó de Dolly para que ambos
coches queden conectados por los cables. Luego arranca el Mercedes y se pone al volante
de Dolly―. Volverá pronto, de todos modos.
―¿Por qué? ―Le pregunto. Parecía que había terminado con nosotros.
―Se ha olvidado el coche ―dice ella, justo cuando Dolly ruge y algo bajo el capó del
Mercedes echa chispas―. Mierda ―grita Beau, volando hacia atrás en su asiento.
―¿Qué ha pasado?
Sale de Dolly y entra en el Mercedes.
―Creo que he estropeado lo eléctrico. ―Mira el interior del coche―. No funciona nada.
―Intenta arrancar el motor. Completamente muerto.
―Bueno ―digo―. Al menos Dolly está viva.
―Ojo por ojo ―dice Beau, sonriendo mientras salta y se une a mí―. Recuerdo que Reg
me dijo una vez que nunca se debe arrancar un coche viejo con uno nuevo y llamativo.
―¿Quién es Reg?
―Un viejo con cinco dientes que solía rescatarme cada vez que Dolly se descomponía.
Reg del Camión de Rescate.
Otto regresa dando pisotones por la esquina, con cara de trueno, y ambos mantenemos
la boca cerrada y la risa bajo control mientras arranca los cables del Mercedes, los tira a un
lado, baja el capó de golpe y se sienta en el asiento del conductor.
―¿Sabe James que vuelves a conducir esa trampa mortal? ―pregunta, con un claro rizo
en el labio.
―No voy a conducirlo, Otto ―replica Beau, con las cejas en alto―. Porque, ¿a dónde
coño voy a ir?
―Tampoco está conduciendo nada ―susurro, y Beau resopla mientras Otto suelta otro
gruñido―. Dios, hoy está hecho un desgraciado. ―Beau sabe tan bien como yo que a James
le importará una mierda si vuelve a conducir Dolly. Sólo se alegrará de que esté fuera de la
cama.
Otto intenta arrancar el Mercedes. Obviamente, no pasa nada.
―¡Maldita sea! ―Golpea el volante.
―Creo que Dolly se lo ha cargado. ―Beau apoya una mano delicada sobre la pintura
oxidada de Dolly, y me veo obligada a apartar la vista para ocultar mis lágrimas de risa.
Oigo un portazo y el inconfundible golpeteo de las botas de Otto mientras llama a gritos a
Bud a la puerta.
―Sube ―me dice Beau, arrastrando los pies hasta el asiento del copiloto. Me recorre un
escalofrío perverso. ¿Emoción? Me muerdo el labio y me apresuro a ponerme al volante,
echando un vistazo a los botones e interruptores. Dolly parece mucho más complicado que
cualquiera de los Mercedes en los que he estado.
¡Bang!
―¡Mierda! ―Grito, saltando en mi asiento―. ¿Qué demonios ha sido eso? ―Miro a
Beau al otro lado del coche. Está sonriendo.
―Esa, Rose, es Dolly. ―Coge su cinturón de seguridad y se lo pone, incitándome a hacer
lo mismo―. Vámonos.
Sí, vamos. No muy lejos, de acuerdo, pero vamos. Cojo la palanca junto al volante, tiro
de ella y pongo el pie en un pedal.
Y avanzo de un tirón, dando saltitos de conejo por el camino de entrada al lado de la
casa.
―Ella no es muy suave, ¿verdad?
Beau se ríe entre dientes, acariciando la consola central de Dolly con una palma lo
bastante delicada como para acariciar una mariposa.
―Cuidado con el gas, Rose.
―Estoy siendo suave ―insisto, acelerando poco a poco, sintiéndome relativamente
tranquilo.
―Tienes que cambiar de marcha.
―¿Tiene marchas? ―pregunto, mirando al volante―. Ninguno de los coches que
conducen los chicos tiene marcha...
―¡Cuidado con Cindy! ―Beau grita, justo cuando una mancha negra y roja vuela a
través de mi camino.
―¡Mierda!
―¡Y Barbie! Mierda, Rose, pisa el freno.
―¿Cuál es el freno? ―Tiro del volante hacia la izquierda, la adrenalina me recorre a
toda velocidad.
Y terminar directamente en un arbusto.
o tengo piedad con el acelerador, vuelo por el agua como una bala, fuera de mi
asiento, James flanqueándome. El rocío salino me golpea la cara, tensándome la piel,
el rugido del motor y el golpeteo del agua me llenan los oídos, ahogando las voces
que me dicen que me lance a matar. Pero sigo en tensión. Sigo tenso. Todavía nervioso.
A medida que se acerca la curva de la cala, aminoro la marcha para poder dar la vuelta
sin salir despedido. Me encantaría tirar del manillar. Ser zarandeado por el agua podría
distraer algunos de mis músculos de estar infinitamente tensos. Reduzco la velocidad hasta
que apenas me muevo y miro mi traje de neopreno, considerando las vendas y el
Dermabond que hay debajo.
―No es prudente —dice James mientras me rodea.
―Lo sé. La caída libre sólo ofrecerá una momentánea sensación de ligereza. ¿Hay algo
en el mundo que pueda aliviar la presión por completo? —Sí, lo hay, pero no puedo pasar
todo mi tiempo libre follándome a mi mujer—. Creo que volveré a la costa ―digo. Una
hora corriendo por el agua a velocidad de vértigo no ha hecho nada para disminuir el estrés.
Tal vez una vuelta tranquila lo haga.
James asiente y gira su moto acuática.
―No tardes mucho.
Le dejo y me dirijo hacia la costa rocosa del lado este de la bahía, donde se alzan sobre el
agua edificios comerciales, algunos aún a medio construir. En ruinas. Están destruyendo
esta bahía privada. Reduzco la velocidad hasta detenerme y me balanceo sobre el agua
cuando llego a la pequeña cala donde una vez estuvo el astillero de Winstable. El astillero
que construyó Pops3. El lugar donde aprendí a esquiar, a nadar y a esconder armas de fuego.
3 Papá.
Sonrío. Recuerdos entrañables.
Las grúas aún se ciernen sobre la obra, las excavadoras retumban sobre el suelo
enlodado, pero hay un edificio terminado, y no se parece en nada al centro educativo que
me dijeron que sería. Parece más bien un hangar. Si no tuviera ahora Byron's Reach, un
lugar mucho mejor, podría echárselo en cara al promotor. No puedo culpar al viejo al que
alquilé el lugar, ni a su hijo que lo vendió delante de mis narices. Me pregunto cómo estará
su rodilla después de que se la reventara. Naturalmente, me importa una mierda. Sólo me
lo preguntaba.
Continúo lentamente a lo largo de la costa. La zona es mucho más grande de lo que
recordaba, o quizá se deba a que la mayor parte de ella está ahora aplanada, cada lado del
trozo de tierra casi tocando las urbanizaciones más cercanas a ambos lados. Me giro hacia
el otro lado de la bahía y veo Byron's Reach a lo lejos, un punto en el horizonte. Y los putos
grandes problemas que me esperan. Problemas que no se van a arreglar mientras yo esté
aquí en el océano.
Reviento el motor y acelero, llegando a la conclusión de que un ritmo más lento y seguro
no ayuda. Cada vez que mi mente vuelve a Pops, al Oso, al puto zoo que mantiene, ardo
más. Respiro más fuerte. Tiemblo más violentamente.
Cuando vuelvo a la orilla, no estoy menos tranquilo. James sale del contenedor amarillo.
―¿Sigue vivo? ― Pregunto mientras avanzo hacia la cabina, sabiendo que James
preferiría que Kenny Spittle no respirara.
―Y coleando. ―Da un portazo y echa el cerrojo antes de asegurar el candado.
―¿Y sigue insistiendo en que no le dijo al agente Burrows que matamos a su padre?
―Sí, lo hace. Aparentemente Burrows recibió un soplo de que yo asesiné a Spittle.
Anónimo.
―¿Cómo coño sabes eso?
―Higham.
―¿Y no pensaste en decírmelo?
Los ojos de James brillan con algo bastante feo, y alzo las manos en señal de rendición.
―Se me olvidó ―me reprocha―. Además, son tonterías. Para empezar, tú mataste a
Spittle, no yo. Además, no hay ningún puto cuerpo que pruebe que alguien mató a Spittle.
Curvo el labio ante el contenedor donde tienen al hijo de Spittle.
―¿Su teléfono?
―Silencio.
―¿Y el banco?
―Todavía nada según Otto.
―¡A la mierda! ―grito, pateando el suelo, caminando en círculos, con la respiración
entrecortada. Aunque su teléfono no estuviera en silencio, contestar sería inútil, porque el
acento del otro lado sería ruso, irlandés o polaco, y eso no nos dice nada más de lo que ya
sabemos, joder. Pero les dirá que tenemos a Kenny Spittle―. ¿Cuánto daño has hecho?
―Pregunto, mirando a James.
―Sin daños.
―¿Qué?
―No lo he tocado.
―¿Seguro? ―Tiro de la cremallera, me quito el traje de neopreno y me lo bajo hasta la
cintura.
―Bastante seguro. Y si te preguntas por qué no he mutilado al cabrón, es porque llegué
a la misma conclusión que tú mientras estábamos en el agua. ¿Cómo fue tu viaje de vuelta
solo, por cierto?
―Reminiscencia. ¿Qué conclusión?
―Tenemos que liberarlo y tal vez comprarle unos minutos en un salón de bronceado
para que cuando vuelva a trabajar en el banco, todos crean que ha estado de vacaciones.
―Que Otto lo rastree.
―Tus vendas están húmedas. Tienes que cambiarlas antes de que se disuelva el
Dermabond. ―James me señala el pecho y yo miro hacia abajo, frunciendo el ceño ante el
material húmedo. ―¿Por qué coño no te abrigaste con impermeables?
―Distraído. ―Marcho hacia el contenedor mientras me desenredo la venda y la tiro a
un lado, luego lucho por abrir el candado y abro la puerta. Y tose―. Jesús ―respiro,
llevándome el puño a la boca. El olor es almizclado. Jodidamente pútrido. Totalmente
insoportable. Y verlo no es mucho mejor. Kenny Spittle levanta la vista, entrecerrando los
ojos por el bombardeo de luz que le ataca los ojos. Empujo la puerta para cerrarla.
―¡Jefe D! ―canta Liam, apareciendo en lo alto de los escalones de la cabaña. Tiene el
cabello más largo. Más salvaje. Y estoy bastante seguro de que sus pantalones cortos de surf
no se han lavado desde la última vez que lo vi hace algunas semanas. Sus ojos se posan en
mi pecho y casi se salen de su cabeza, y miro hacia abajo, confuso. Luego no cuando veo el
desastre que he hecho de mí mismo. Que me jodan.
―¿Dónde coño has estado? ―exclamo, caminando hacia él―. Tuvimos que preparar
nuestras putas motos de agua porque Jerry se ocupaba de los clientes y las chicas de la
cafetería estaban ocupadas sirviendo.
―Creo que no has tenido unas vacaciones lo suficientemente largas ―murmura
mientras paso a mi lado.
―Tendrías razón.
―Mete los esquís ―dice James, bajándose también el traje de neopreno―. Luego ven
con nosotros.
―Claro, Jefe J.
Me rio sardónicamente.
―Tu espalda, mi frente. Esto es un puto espectáculo de terror. ―Me sirvo un vaso de
agua de la nevera y observo la cafetería mientras bebo. Mi mirada se posa en un hombre
de la esquina, que nos observa a los dos de pie junto a la nevera. Se me revuelve el estómago
y se me agolpan las preguntas. ¿Ha encontrado a papá? ¿A la madre de Beau?
―Ven ―dice James, animándome hacia Higham―. Y mantén la puta calma, ¿Okey?
Mantener la calma. Vuelvo a mirar alrededor de la cafetería, deseando que todo el mundo
se vaya para no tener que molestarme en mantener la calma.
―Todo el mundo nos está mirando.
―Mi espalda, tu frente ―dice James―. ¿Y desde cuándo te importa?
—No me importa.
―Entonces cierra la boca.
Los ojos de Higham se clavan en mi pecho cuando me acerco, y una mirada le advierte
que no pregunte. Saco una silla, bajo al asiento y dejo el agua sobre la mesa mientras James
se acomoda a mi lado, cruzando los brazos sobre su impresionante pecho. Yo no cruzo los
míos. No puedo. Por el amor de Dios.
Higham da un sorbo a su café y se recoge la chaqueta, reclinándose en su asiento.
―Siento lo de tu padre ―dice rotundamente―. Y la madre de tu novia. Jaz Hayley era
una agente respetada.
―No quiero tus condolencias ―dice James en voz baja, con un tono letal.
―¿Qué quieres de mí entonces?
―Nada ―responde. Eso no es verdad―. O quizá un indulto cuando averigüe quién fue
y descuartice al cabrón.
―Déjanos a éste ―dice Higham, acercándose.
―No sabes quién es éste ―señala James.
―No, pero conozco a dos hombres jodidamente decididos que pueden averiguarlo.
―nos mira y yo enarco las cejas―. Esto también es personal para nosotros ahora
―continúa―. Como he dicho, Jaz era una agente respetada.
James se ríe, restregándose las manos por la cara.
―Higham ―dice en voz baja, acercándose―. Si voy a casa y le digo a Beau que de
repente el FBI se preocupa lo suficiente por su madre muerta como para encontrar lo que
quedó de ella después de que volara en pedazos, ella, y no bromeo cuando te digo esto,
matará hasta el último agente del FBI miembro a miembro.
―Beau es un ex policía.
―Que sabía que la muerte de su madre no fue un accidente pero no se le permitió
demostrarlo, a pesar de las pruebas. ―James se sienta y yo tomo el mando. Va a estallar. La
ira latente parece alternarse entre los dos.
―Hay tantos policías corruptos en el cuerpo y en la oficina, Higham ―digo, tomando
más agua―. Ni siquiera sé si quiero estar hablando contigo ahora mismo.
―No estoy vendido.
―Eso es lo que dicen todos. ¿Alguna noticia del cuerpo desaparecido de mi padre?
―Todos sabemos que tú y tu amigo El Enigma tienen más posibilidades de encontrar el
cuerpo de tu padre que el FBI.
―¿Así que por eso estás aquí? ¿Por nuestra ayuda?
―¿Preferirías que estuviera aquí para arrestarte?
Suspiro, echándome pesadamente hacia atrás en mi silla para demostrar lo jodidamente
cansado que estoy de su mierda egoísta.
―Higham, si pudieras arrestarnos a cualquiera de los dos, ya estaríamos esposados.
―Serías una gran presa para mí.
―¿Otra vez hablando de tiburones, Higham? ―pregunta James, haciéndome fruncir el
ceño.
―¿Y los tiburones? ― pregunto.
―A Higham le gusta freír peces gordos.
―No hay nada más grande que nosotros. ―Sonrío a un exasperado agente Higham.
―Efectivamente no, pero como le he explicado a James antes de que llegaran a Miami,
por mucho que sepa que ustedes dos tienen más asesinatos a sus nombres que los presos de
la Prisión Estatal de Florida juntos, o no hay cuerpos o no hay pruebas.
―Ah, ya veo. ―Miro a James―. ¿Lo ves?
―Ya veo.
―Ya vemos ―confirmo, mirando a Higham, que parece a punto de golpearnos la
cabeza. Me rio entre dientes y miro a James por el rabillo del ojo. Tiene la cara muy seria,
pero veo que se está aliviando un poco conmigo―. Así que, para evitar dudas ―continúo―.
¿Estás diciendo que para esposarnos necesitas algunos cadáveres o pruebas que demuestren
que James y yo podemos o no haber matado a unos cuantos hombres?
―Sí.
―Y aunque somos peces bastante gordos, probablemente los más grandes, ¿aceptas que
nunca nos pondrás esas esposas?
―Sí.
―¿Y aceptas que nuestros supuestos delitos, porque son supuestos, Higham, que quede
claro, son consecuencia directa de la otra escoria que vaga por las calles de Miami
intentando gobernarla, y que si no estuvieran, aceptas que los índices de criminalidad
bajarían, como todo el mundo quiere, incluidos nosotros, significativamente?
―Sí.
―¿Y el FBI y la policía de Miami aliviarán la presión sobre nuestros cuellos si
interceptamos unos supuestos asesinatos y les entregamos al culpable para que lo procesen?
―Supongo que eso es lo que estoy diciendo.
Golpeo la mesa con la palma de la mano, sonriendo.
―¿Por qué no lo has dicho? —Me dejo caer en la silla―. Siento que hemos estado un
poco por las ramas, Higham.
Exasperado, se levanta, coge su café y se lo termina.
―Si alguna vez hubiera un premio para el señor del crimen más sarcástico, Danny, te lo
llevarías.
―Preferiría ganar el premio al más peligroso, la verdad.
―Lucha contigo por ello ―prácticamente gruñe James a mi lado―. Y ganaré.
―Ya veremos ―respondo, sonriendo a Higham―. Te haré saber cómo resulta esto.
―¿Y mi oferta?
―Lo pensaremos.
―Quizá esto te convenza. ―Acerca una foto a la mesa y James y yo nos inclinamos para
mirarla―. Creemos que este puede ser El Camaleón.
Frunzo el ceño.
―¿El Camaleón? Nunca he oído hablar del puto Camaleón.
―Ahora sí. Polaco. Sustituyó a El Sabueso, que ahora sospecho que estaba en el vehículo
que explotó después de que James fuera puesto en libertad tras ser detenido erróneamente
por la muerte de Frank Spittle. El Camaleón trabaja a las órdenes de El Tiburón. —Higham
empuja otra foto hacia nosotros―. Y este de aquí, creemos, es El Duende.
―No me lo digas. ―James coloca la punta de un dedo sobre la foto y la arrastra hacia
delante―. Irlandés.
―Buena suposición ―murmuro.
―Reemplazó a El Caimán, Roake, que reemplazó a La Serpiente.
James mira a Higham.
―¿De dónde has sacado esta información?
―Bueno, mientras ustedes dos holgazaneaban de vacaciones, yo aproveché el tiempo de
forma productiva.
―¿Pero no encontraste al Oso y no sabes quién desenterró a mi padre muerto? ―digo.
Higham no parece impresionado.
―Mantendré a los federales y a la policía de Miami fuera de Hiatus hasta que hayan
tenido una charla entre ustedes sobre el futuro de nuestra relación. ―Sonríe con suficiencia
y no puedo evitar poner los ojos en blanco. Todo en Hiatus es legítimo... hasta que llegas a
la oficina de cristal, y eso no lo van a encontrar. No encontrarán nada, excepto unas cuantas
mujeres desnudas. Hago un mohín para mis adentros. Benditos sean los calcetines de
algodón de Higham. Treinta pies debajo de él hay una armería subterránea más grande que
este café. Concedido, no totalmente abastecido en este momento, pero aun así.
―Muy amable ―digo, y mis ojos le siguen mientras se aleja, con sus andares de policía.
―Oh. ―Se detiene justo antes de la puerta, con el dedo índice apuntando hacia el cielo,
como si se le acabara de iluminar la bombilla. ¿Ese premio del que habla? Si hubiera uno
para policías―. Casi lo olvido ―musita, volviéndose hacia nosotros. Mentira. No estuvo a
punto de olvidarlo. Esto será simplemente otro empujoncito. Higham necesita saber que no
me gustan los codazos―. ¿Has oído hablar de un hombre llamado Kenny Spittle?
―No.
―Pensé que no. ―Una sonrisa sarcástica, y se ha ido.
―Sigue sin gustarme ―murmuro, volviéndome hacia James―. ¿En qué estás pensando?
― Irónicamente, Higham nos dio estas dos fotos como un edulcorante. Está feliz de que
matemos a estos hombres, porque sabe que sus muertes conducirán a una mayor captura.
El problema es que quiere al Oso, y nosotros también.
―Creo que está intentando hacer conmigo el mismo arreglo que hizo la madre de Beau.
―James se queda mirando las fotos de la mesa, con los ojos entrecerrados hasta convertirse
en rendijas, y se muerde el labio―. Los maté antes de que los llevara ante un juez.
Si James y yo fuéramos mujeres, ahora mismo estaría dándole un masaje tranquilizador
en la mano.
―La diferencia es ―digo, pensativo―. Higham sabe quiénes somos. Jaz Hayley...
―Sabía quién era ―me recuerda James, recordándome también que la madre de Beau
también sabía quién era El Oso. Jesús, esta historia, las conexiones, los misterios.
―No puedo morir hasta que resolvamos esto ―digo, cojo mis cigarrillos, enciendo uno
y le ofrezco a James. Él coge uno. Sabía que lo haría. Saco y exhalo pensativo. Lo que
realmente quería decir es que no puedo vivir hasta que resolvamos esto.
Ninguno de nosotros puede.
Lo que significa que tenemos que hacer lo que sea necesario para resolver esta mierda.
―¿Volvemos a poner a Kenny en el banco?
―Haré que Goldie organice sus tumbonas ―dice James, relajándose también hacia atrás,
mirando a la cala―. No me interesa ayudar a Higham a alcanzar objetivos
gubernamentales. ―Nos lleva de vuelta a los negocios y lejos de Beau. Me parece justo.
―Yo tampoco, pero me interesa hacernos la vida lo más fácil posible. ―Apago mi
cigarrillo que apenas he fumado―. ¿Listo para ir a Hiatus? ― pregunto, mirando su
teléfono sobre la mesa cuando suena―. ¿Beth? ¿Quién es Beth?
James se apresura a rechazar la llamada.
―Nadie. ―Se levanta y se dirige a los vestuarios, y yo le sigo, con los ojos clavados en su
brutal espalda. Abre de un tirón su casillero y saca la ropa, despojándose del traje de
neopreno. James nunca es especialmente ligero y despreocupado, no está en su ADN, pero
ahora tiene un aspecto especialmente mortífero, mientras tira y afloja de su ropa. Incluso
cuando se muestra divertido, sus palabras tienen algo de mortífero.
Nadie.
Interesante.

, el local está a reventar, el bar abarrotado y el escenario


adornado con cinco pares de tetas de diferentes formas y tamaños.
―Que nunca se diga que Hiatus no es para todos los gustos ―dice Brad, señalando la
oficina, obviamente sabiendo lo que estoy pensando―. ¿Algún sitio más tranquilo?
Sí, me suena la puta cabeza. Deambulo por el club, muy consciente de los susurros, de la
gente que mira pero intenta no mirar. El Británico ha vuelto. Otra vez, joder. Y esta vez no
va a ir a ninguna parte. Atravieso el despacho escenificado, abro la estantería y miro hacia
atrás para asegurarme de que todo el mundo está en la sala de espera antes de marcar el
código en el panel de pared que abre la puerta de hierro al otro lado de la sala. Se abre
sigilosamente, la atravieso, subo las escaleras y encuentro a Otto, Ringo y Goldie
acurrucados alrededor de un portátil―. ¿Pasa algo? —pregunto.
―Estoy comprobando el reconocimiento facial de El Camaleón y El Duende ―dice Otto,
sin levantar la vista. Lleva una gorra de béisbol. Otto se golpeó la cabeza. ¿Cómo?
―¿Quién? —Brad pregunta, cerrando la puerta detrás de él.
―¿Cómo sabes lo de El Camaleón y El Duende?
―¿Quiénes son El Camaleón y El Duende? —Brad se sirve una copa.
―James me envió las imágenes―. Otto permanece pegado a la pantalla de su portátil.
―¿Qué imágenes? —pregunta Brad.
―Muy oportuno por su parte ―murmuro, mirando a James mientras me sirvo también
un whisky―. ¿Vodka?
Sacude la cabeza.
―Y no has encontrado nada ―dice James, uniéndose a ellos y echando un vistazo.
―En realidad... ―Otto se desvanece, sus ojos se entrecierran pensativamente.
―¿En realidad qué?
―¿Dónde está la imagen original? —pregunta, mirando entre James y yo. Apunto con
mi copa a James, que rebusca en su bolsillo trasero y saca las fotos, entregándoselas a Otto,
que acepta mientras se acaricia la barba con la otra mano, concentrado.
―¿Quién coño es El Camaleón y El Duende? —Brad grita.
―Dos nuevos miembros del zoo de El Oso ―respondo―. Polaco e irlandés. Sustituyen a
Roake y al Sabueso.
―Estupendo. ¿Qué coño es esto, un programa de cría? —Brad da un trago a su bebida y
vuelve a llenar el vaso, mientras yo devuelvo mi atención a Otto, preguntándome qué coño
estará mirando en esa foto con tanto interés.
―¿Vas a iluminarnos? —pregunto, impaciente.
―Ya lo veo ―James le quita la foto a Otto y se levanta.
Por el amor de Dios.
―¿Y bien? —Presiono.
―Hay un reflejo en sus gafas. ―James entrecierra los ojos y mira más de cerca―. Parte
de un letrero de neón de un bar.
―¿Cuál? —Pregunto.
―Irlandés.
Todo el mundo, incluido yo, se agolpa junto a James, intentando ver la foto. Veo el brillo
de la iluminación rosa, entrecerrando los ojos también.
―No me digas que al FBI se le escapó eso. ―Ringo gruñe, arrugando su gorda nariz―.
Obviamente es el Pink Flamingo Lounge Bar del centro.
―No se lo perdieron. ―Me alejo y doy un sorbo a mi bebida, me acerco a la ventana y
miro hacia el concurrido club―. Estos dos hombres son un regalo.
―¿Qué? —Brad pregunta, confundido.
―Higham quiere al Oso. Sabe que somos la mejor forma de conseguirlo, tanto si nos
utiliza como cebo como si usa nuestras habilidades como cazadores. ―Hago un mohín en
la ventana―. Expulsa a todos los demás de la ciudad para que sólo estemos nosotros, y nos
las arreglamos bastante bien solos, ¿no? —Miro hacia la habitación―. No puedo negarlo,
sería bastante tranquilo sólo con nosotros.
Brad se ríe.
―¿Estás de broma? Somos como imanes para los criminales novatos. Y para los que no
lo son. Rusos, polacos e irlandeses, por ejemplo. ¿Y todo el mundo olvida que el padre de
Beau se presenta a alcalde? Ese pendejo no nos va a hacer la vida fácil mientras ―señala
con el dedo a James―, salga con su preciosa hija.
―¿Preciosa? —James tose, a punto de noquear a Brad―. No era tan preciosa cuando la
dejó en un hospital.
Intervengo antes de que se desate el infierno. O, al menos, lo retraso.
―¿Quién se presenta contra él? —Pregunto.
―Monroe Metcalfe ―responde Otto. ¿Cómo coño tiene la respuesta a todo? ¿Y qué coño
pasa con esa gorra de béisbol? No le queda bien―. Abogado ―continúa―. Se mudó de
Boston en 2020. Esposa, dos hijas y una reputación brillante. Obras de caridad, ciudadano
honrado, trabajo pro-bono.
―Definitivamente es corrupto ―digo, haciendo que James me mire―. Nadie tan
brillante es tan recto. Indaga más. A ver si está dispuesto a hablar.
―¿Quieres hablar? —Ringo pregunta―. ¿Sobre qué?
―Si necesito amenazarle o si se hará el simpático y aceptará un soborno. ―Parece que
vuelvo a la política―. La gente será más reacia a poner un pie en Miami una vez que
estemos a tiro de El Oso y su zoológico. Si alguien se mete, Higham los atrapa. Y llegamos a
vivir felices para siempre.
Todas las personas de la sala resoplan sus pensamientos al respecto. Nunca viviremos en
completa paz. Pero es lo más cerca que estaremos, y todos lo saben.
―¿Estás diciendo que le vamos a dar a Higham El Oso? —pregunta James, con tono poco
impresionado.
―Sí, eso digo. ¿Tienes una idea mejor? —pregunto, levantando las cejas.
No llega a contestar, su teléfono suena y le interrumpe. ¿Beth otra vez? ¿Y quién coño es
Beth?
―Tengo que cogerlo ―murmura pero, sorprendentemente, no sale de la habitación, sino
que se pasea frente al cristal.
―¿Y qué hacemos con esto? —pregunta Goldie, cogiendo la foto e inspeccionándola―.
¿Hacer una visita al Pink Flamingo?
―¿Te apetecen unos cócteles para chicas? —Ringo pregunta, ganándose una mirada de
muerte―. ¿Sexo en la playa?
―¿Qué tal un destornillador? —Goldie contesta, con el labio curvado―. Clavado en el
ojo.
A Ringo se le cae la cara de plomo.
―Estaba jugando.
―Yo no juego ―murmura, apoyando el cuerpo en el sofá y pasándose una mano
estresada por el cabello. Está enfadada. Lo entiendo. La libertad estaba a un suspiro de
distancia y ahora, debido a la lealtad, no va a ninguna parte. En cuanto acabemos con esta
mierda, se irá, y se irá con la bendición de James y mía.
―¿Quieres un poco de tiempo libre? —Le pregunto, ganándome también una mirada de
muerte.
―¿Por qué coño iba a querer tiempo libre? Quiero seguir con esta mierda y terminar el
trabajo.
Asiento con la cabeza. Me gusta su actitud. A veces.
―El bar del vestíbulo. En media hora. ―James cuelga y mira hacia la habitación, por lo
tanto mi cara de curiosidad. La cual ignora―. ¿Hemos terminado? —pregunta.
—No, quiero… ―Suena mi teléfono y, en cuanto veo quién llama, se lo tiendo a James
antes de contestar―. Chaka ―digo, diciéndole a todos los demás en la habitación quién es
mientras hago clic en el altavoz―. ¿Cómo está mi rey favorito de África?
―Black ―dice por encima de lo que sé que es una pequeña risa―. Me cortejas.
―No llamas con un problema, ¿verdad, Chaka?
―No hay problema. Sólo comprobaba los detalles para la entrega.
―Ya vendrán los detalles ―digo con desdén―. Ahora, déjame preguntarte algo, Chaka,
amigo mío. ―Me poso en el borde del escritorio de Brad y cruzo un tobillo sobre el otro,
oyendo la amenaza que crece en mi propia voz―. Y sólo la verdad servirá aquí, o esa
pacífica comunidad tuya en ese hermoso pueblo lejos, muy lejos de la civilización podría
ser bendecida con un espectáculo de fuegos artificiales muy pronto.
―Pensé que éramos amigos, Black.
―Lo somos, por eso me duele amenazarte.
―¿Te duele?
―Agonía. Ahora, cuéntame ―continúo, preparándome para la inminente explosión de
mí mismo, la ira gestándose peligrosamente. Lo juro, a quienquiera que haya estado
gritando a los cuatro vientos, lo cortaré en pedazos. Lentamente. Con un cuchillo sin filo―.
¿Cómo coño sabes que mi mujer está embarazada?
―Porque tú me lo dijiste.
Me estremezco. Frunzo el ceño. Miro alrededor de la habitación.
―¿Qué?
Su risa es profunda y retumbante. Y jodidamente irritante.
―Cuando me llamaste hace unas noches desde Santa Lucía tan borracho como nunca
he oído a un hombre.
―Oh.
Brad se echa a reír, al igual que Ringo y Otto, y Goldie pone los ojos en blanco, inflando
las mejillas con desesperación. Y James. Está inexpresivo. Impasible. Muy poco
impresionado.
―Supongo que también te dije que estaba en Santa Lucía, ¿eh? —A la mierda mi vida. A
la mierda mi estupidez. A la mierda todo.
―Claro que sí. Ahora, ¿hemos terminado?
―Hemos terminado. ―No estoy viviendo esto.
―Volvamos a los negocios ―dice Chaka.
―Dije que te enviaría los detalles.
Vuelve a reírse.
―Estoy hablando del otro envío.
―¿Qué otro envío? —Pregunto, sintiendo toda la atención sobre mí.
―El que pediste aquella noche después de decirme que me cortarías las pelotas negras y
se las darías de comer a las hienas si no lo cumplía.
―Oh ―murmuro de nuevo, mientras James me niega con la cabeza y el resto del grupo
me mira como si sintieran lástima por mí. Deberían. Yo también siento bastante lástima de
mí mismo―. Esa orden. ―No tengo ni puta idea de lo que está hablando―. ¿Supongo que
no puedo cancelarlo?
―Oh, Black, ¿puedo sugerirte unas vacaciones?
―Estaré en contacto. ―Cuelgo y descruzo las piernas, poniéndome de pie. A la
mierda―. Tenemos un segundo envío en camino.
―No me digas ―gruñe Ringo.
Tengo un momento extraño, un flashback, mi mente me lleva de vuelta a aquella noche
en la playa después de que descubriéramos que no habíamos matado al Oso y mi mujer
perdiera los papeles, básicamente echándome. Me veo a mí mismo, desplomado en la arena,
con una botella en la mano y el celular en la oreja. Y oigo parte de la conversación.
Quiero doblar el pedido. Puedes entregarlo, ¿verdad, Chaka?
Otto tose, sacándome de mis pensamientos.
―¿Y sabemos ya cómo vamos a llevar esta entrega?
Le fulmino con la mirada, diciéndole en silencio que se vaya a la mierda antes de que le
joda.
James se dirige a la puerta.
―Tengo que estar en un sitio.
―Parece que tienes prisa.
―La tengo.
―Tenemos que coordinar la entrega ―llamo―. Fuiste tú quien tuvo la brillante idea de
dejar la entrega para un viernes, cuando la Guardia Costera está entrenando.
―Sólo intento mantener contentos a todos los criminales mientras sigo vivo ―murmura
James, sin detenerse.
―¿Adónde vas? —Grito.
―No es asunto tuyo.
Retrocedo, lanzando una mirada curiosa a Otto, que se encoge de hombros, y a Goldie,
que sigue con el ceño fruncido. ¿Soy el único que se pregunta qué coño está tramando?
―¡
ue se joda todo! ―murmuro, mirando fijamente el arbusto que ahora
tiene un agujero con la forma del capó de Dolly―. Beau, lo siento
mucho. ―Me vuelvo hacia mi amiga, rogándole que me perdone... a la
mierda el arbusto. Este coche tiene un valor sentimental. Un pedazo de chatarra, pero tan
sentimental.
Beau se queda mirando el coche, y mi corazón se hunde, mientras vuelvo los ojos a
regañadientes hacia la pintura para ver los daños. Dios mío. Arañazos. Por todas partes.
―Pagaré para que lo arreglen ―le digo, ignorando la pequeña parte de mi cerebro que
me pregunta cómo demonios voy a hacerlo sin tener que pedirle dinero a mi marido. Y en
ese momento me doy cuenta de algo horrible. Terrible. No tengo dinero, propio. Todo me
ha sido cedido, sí, pero no puedo disponer de él. No me lo he ganado. Trabaje por ello.
Maldita sea, sigo siendo una prisionera. Él me controla. Todo de mí.
Siento que se me hace un nudo en la garganta, y me odio por ello cuando mi mejor amiga
está mirando fijamente su posesión más preciada, algo que le regaló su madre, y yo acabo
de estrellarla. Se suponía que tenía que distraerla. Soy tan jodidamente tonta. Beau vuelve
sus ojos hacia mí, y mi labio se tambalea, mi boca se carga con un millón de disculpas para
verter. Se sacude un poco, como si saliera de una ensoñación. ―Estoy tan...
―Jesús, Rose, ¿estás bien? —Beau se abalanza sobre mí y me pone las dos manos en el
bultito, y yo me retiro, sorprendida.
―Estoy bien ―digo. Apenas me muevo en mi asiento, no siento presión en la barriga―.
Pero Dolly no lo está.
―Dolly está bien. ¿Seguro que tú estás bien? La bebé, ¿está bien?
Me quedo quieta delante de ella, con la boca abierta.
―¿Puedes sentir cómo se mueve?
―Es demasiado pronto para sentir movimiento ―digo en voz baja.
―¿Lo es? —Beau me frota círculos en la barriga, como si intentara estimular el
movimiento. Y como respuesta, un leve revoloteo de burbujas estalla como diciéndome que
está bien. Como si supiera que mi amiga necesita esa tranquilidad.
―Dios mío, lo sentí. Se está moviendo ―digo, poniendo mi mano sobre la de Beau. Ella
inhala y me mira con ojos llenos de asombro. Ni siquiera se da cuenta de lo que ha dicho,
presa del pánico―. Está bien.
―Gracias a Dios ―respira Beau sonriendo suavemente. Entonces cae, al igual que sus
manos de mi estómago, y da un paso atrás―. Oh, mierda. ―Se tapa la boca con la mano y
me rio. Es demasiado tarde para eso.
―¿Voy a tener una niña?
―No. ―Menea la cabeza―. No, nay, noh, nein.
―¡Voy a tener una niña!
―¡Maldita sea!
―Voy a tener una niña ―digo, apoyando las manos en las rodillas para sostenerme,
empezando a reír histéricamente―. Dios mío, le va a dar un puto ataque. ―¿Otra niña de
la que preocuparse? Estará dividido.
―No puedes decirle que te lo he dicho ―dice Beau, mientras yo bajo al suelo,
sintiéndome débil y muy preocupada por si me meo en las bragas en cualquier momento―.
Rose, por el amor de Dios, ¿me prometes que no se lo dirás?
―Te lo prometo. ―Me rio entre dientes, de espaldas, mirando las nubes.
―Soy tan estúpida ―gime Beau, uniéndose a mí en el suelo, tumbándose a mi lado y
cogiéndome la mano. Vuelvo la cara hacia la suya, enjugándome los ojos, con el cuerpo
todavía sacudido esporádicamente por las secuelas de mi ataque de risa. Y Beau sonríe. Es
una sonrisa verdadera, el tipo de sonrisa que ilumina su rostro y amortigua la oscuridad
que envuelve su vida―. No sé qué haría sin ti ―susurra, con la voz entrecortada.
Exhalo y me tranquilizo. Ella tampoco sabría qué hacer sin James, pero eso no hace falta
decirlo. Y supongo que las chicas a veces necesitan a las chicas cuando los hombres
simplemente no saben qué hacer.
―Ellos lo arreglarán ―digo.
―Sé que lo harán. Sólo deseo que dejen de aparecer más cosas para que las arreglen. Y
deseo más poder mantener un aura coherente, tranquila y de aceptación.
Sonrío, deseando lo mismo para mí. Pero deberíamos darnos un respiro.
―Puedes alterarte, Beau. Yo también.
―Estás embarazada, tienes una excusa válida para tu comportamiento irrazonable.
Ni siquiera puedo desafiarla. Sé que no soy razonable. Danny lo sabe. Todo el mundo lo
sabe. Dios, espero que ella también esté embarazada algún día. Un rayo de luz que crezca
y ahuyente los demonios para siempre. James también necesita eso.
―No es irrazonable, de verdad. No cuando consideras con quién estamos casadas.
Ella traga saliva y asiente con la cabeza, mirando al cielo.
―Cree que lo odio ―susurra―. No le odio. Lo amo más ferozmente de lo que jamás he
odiado a nadie. Incluso al hombre que ordenó la muerte de mi madre.
―Sé que sí. ―Le aprieto la mano―. Quizá necesite oír eso.
Ella asiente.
―Tenía que haberme bajado la regla ayer. No me vino.
Inhalo sutilmente.
―¿Crees que...?
―No lo sé. Pero James necesita oír que lo amo. ―Mirándome, esboza una pequeña
sonrisa insegura―. ¿Dónde están?
―En Hiatus. Llamaré para comprobarlo.
―De acuerdo. ―De un salto, se mira el cuerpo―. Me voy a poner un vestido.
Acepto sus manos cuando me las ofrece y tira de mí para ponerme en pie. Beau con
vestido es tan raro como James sonriendo.
―¿Alguna vez te has puesto un vestido? —le pregunto, mientras caminamos de vuelta a
la casa―. ¿Excepto en mi despedida de soltera? —Que fue un fracaso épico. Me estremezco,
recordando a Danny aplastando la cara de un hombre admirador contra la mesa justo antes
de que me ordenara bajar del escenario en Hiatus con la voz más calmada y mortífera―.
Ah, y en la cena en Santa Lucía. Mi vestido crema.
―Sí, una vez cuando James me llevó a la ópera para asesinar a un juez. ―Lo dice tan
despreocupadamente, tan fríamente, y yo la miro, sin sorprenderme. Ya había oído la
historia, y aunque no la hubiera oído... Bueno, nuestro mundo―. James mandó traer un
vestido a casa de Lawrence y Dexter ―continúa sonriendo, aunque es triste. No he oído
esta parte―. Antes de que supiéramos que fue Dexter quien mató a mi madre por encargo.
―Le aprieto la mano y se ríe ligeramente―. La idea de ir a la ópera me llenaba de pavor,
pero al mismo tiempo me apetecía mucho. ―Se encoge de hombros―. Fue cuando llevaba
especialmente mal estar en sitios abarrotados. ―Beau no es muy bueno ahora, pero sé de
los ataques de pánico que la dominaban entonces―. Fui a Walmart un sábado por la tarde
para intentar prepararme.
―¿Por qué alguien iría a Walmart un sábado?
―Exacto. ―Se ríe―. De todos modos, no funcionó demasiado bien y estaba a punto de
derrumbarme cuando adivina quién aparece. ―Me mira y sonrío. No necesito responder a
eso. Llevaba tiempo siguiéndola, intentando encontrar al hombre al que todos conocemos
como El Oso, el hombre que ordenó la muerte tanto de la familia de James como de la madre
de Beau. James sabía que también iría tras Beau si ella no abandonaba su implacable
necesidad de demostrar que la muerte de su madre no fue un accidente. James no esperaba
enamorarse de ella. Y debo admitir que yo tampoco esperaba quedar encantada con ella.
Para ser sincera, cuando James resucitó a Danny, odiaba a Beau antes de conocerla.
Entonces cenamos los cuatro y, tras un comienzo un poco tímido, pronto quede encantada
con ella.
Y aquí estamos.
Un par de locas.
―Me ayudó a hacer la compra y me recogió después. Llevaba un traje negro ―dice con
un suspiro―. Y estaba jodidamente sexy.
―¿Y el vestido que te compró? —le pregunto.
―Dijo que parecía de otro mundo.
La verdad es que a Beau le sientan de maravilla unos vaqueros rotos y una camiseta de
tirantes. Es impresionante por naturaleza, ya sea informal o glamurosa.
―Nunca nos hemos arreglado juntas ―señalo―. Como hacen las chicas.
―Deberíamos hacerlo. Prepararnos juntas. ―Me dirige una sonrisa, y me encanta el
brillo que veo en sus ojos―. Me daré una ducha y me iré a tu casa. ―Me suelta y se va
corriendo, y yo me rio. Mi casa está al final del pasillo.
Voy a la cocina a por agua y hago la primera de varias llamadas a Esther.
―Antes de que preguntes, no está aquí ―dice cuando contesta―. Barney y él se han
hecho muy amigos. Va y viene de aquí para allá como un yoyó.
No puedo más que alegrarme por ello. Tiene un amigo, y es tan importante que los tenga,
especialmente en esta vida. Esta vida que es tan diferente de su vida anterior con Hilary y
Derek, incluso si estamos tratando de mantenerlo relativamente normal. Somos unos ilusos.
Sé que Esther también ha estado detrás de él para mantenerse en contacto con Hilary. Estuvo
todos los días con Daniel desde que era un bebé, así que me imagino lo duro que ha sido
para ella este cambio.
―Pero sigue con sus estudios, ¿no?
Se ríe.
―Sí, esforzándose al máximo, sacando las mejores notas en todo, haciendo un esfuerzo
extra para poder salir corriendo a ver a Barney.
―Llamaré al padre de Barney ―digo, subiendo las escaleras―. ¿Y tú? ¿Estás bien?
―¿Cómo está Danny? —pregunta, desviando mi pregunta, que básicamente me da mi
respuesta.
―Él está bien. Esther, ¿cómo estás? —Esto no me está sentando bien. Danny no puede
dictar cómo su madre vive su vida, y yo tampoco. Nunca debí permitir que Danny tomara
las decisiones. Necesito estar con mi marido, por supuesto. Pero también necesito estar con
mi hijo. Danny me trajo aquí, y no lo haría si realmente pensara que estoy en riesgo.
Entonces, ¿por qué no puedo tener a mi hijo conmigo?―. Quiero volver ―suelto.
Probablemente sea lo mejor para todos.
―No ―responde ella, inflexible―. Sin ti cerca para estabilizarlo, Dios sabe dónde estará
Danny.
Entro en mi habitación y me dejo caer en la cama, con la cabeza entre las manos.
―No creo que lo estabilice, Esther. En todo caso, lo estoy llevando más al límite.
―Eso no tiene sentido.
―Echo de menos a Daniel.
Ella se ríe.
―¿Por qué? Si estuvieras aquí, apenas lo verías de todos modos. Ahora, tengo que irme.
Está hirviendo la pasta. Te enviaré el número del padre de Barney para que puedas localizar
a Daniel. ―Cuelga y me quedo mirando el celular, esperando a que caiga el número. El
padre de Barney no pidió esto. Debe de sentir que tiene dos hijos, dado que Daniel pasa
tanto tiempo allí.
Mi teléfono suena, guardo el número y llamo al del padre de Barney.
―¿Sr. Benson? —Digo cuando contesta una voz grave y ronca―. Soy Rose, la madre de
Daniel. Espero que no le importe, Esther me ha dado su número.
―Oh, Rose, no me importa en absoluto. ¿Cómo estás?
―Estoy bien, gracias. ¿Y usted?
―Muy bien. La abuela de Daniel dijo que estás de vacaciones con su padre.
Sonrío con fuerza mientras miro alrededor de nuestra lujosa suite en la mansión de
Danny en Miami.
―Así es. Me estaba registrando. Esther me ha dicho que Daniel está contigo otra vez.
―¿Oh? ¿Es eso un problema?
―En absoluto ―me apresuro a explicar―. Sólo me preguntaba si es demasiado. No
parece que descanses mucho de él.
Se ríe ligeramente.
―Sinceramente, está bien. Es bueno para Barney tener la distracción.
―¿Oh? —No puedo contener la curiosidad en mi voz.
―Bueno, estoy trabajando la mayor parte del tiempo, desde casa, por supuesto, y su
madre ha vuelto a Sri Lanka.
―¿La echa de menos? —Abro las puertas francesas y salgo a la terraza, haciendo
pucheros para mis adentros. Echa de menos a su madre. Qué tierno. ¡Échame de menos,
Daniel! Y contesta a tu maldito celular o al menos a mis mensajes.
―No, estamos pasando por un divorcio complicado. Ella dejó el país para estar con su
nuevo novio. Barney quería quedarse conmigo.
Mis ojos se abren de par en par. Joder. ¿Qué coño digo a eso?
―Lo siento. ―Sueno tan torpe como me siento.
―Todos lo sentimos ―dice entre risas―. De todos modos, Daniel está bien, Barney está
bien, la gran unidad que les sigue está bien, y en caso de que ahora estés preocupada por
mí, yo también estoy bien.
Qué mono.
―Bueno, me alegro de que todo el mundo esté bien. ―Sonrío como una idiota―. Ya
tienes mi número, así que llámame si me necesitas. Quiero decir, si necesitas algo
relacionado con Daniel.
―Te llamaré, Rose ―dice, con una risa en el tono―. Disfruta del resto de tus vacaciones.
Cuelgo y miro a través de los terrenos de la mansión.
―Lo haré ―me digo. Por favor. Lennox nos vio a todos sentados alrededor de la mesa.
Conoció a mi simpático marido. Tiene a un vikingo de dos metros siguiendo a Daniel y
Barney. Sabe que no estamos de vacaciones. Ojalá lo estuviéramos.
―¿Todo bien?
Miro hacia la voz de Beau y la encuentro en la terraza de su habitación.
―Sí, estoy bien. ¿Y tú?
―No tengo vestidos.
―Entonces será mejor que traigas ese culo dulce y delgado a mi casa. ―Vuelvo a entrar
y, unos segundos después, Beau está a mi lado junto al armario rebuscando entre mi ropa―.
Elige ―murmuro, mirando todos los vestidos solemnemente―. Ya ninguno me queda bien.
Saca un vestido blanco y lo mira de arriba abajo.
―Este es el vestido que llevabas la noche que nos conocimos.
―Y éste es el que llevabas tú ―digo, cogiendo la pieza de color crema que también
llevaba la noche en que Danny me llevó a un encantador local italiano y asesinó a dos
hombres.
―Creo que tengo que ir de compras ―dice Beau en voz baja.
―¡Sí! ―Vuelvo a colgar los vestidos―. Cada día estoy más gorda, y necesitas algunos
vestidos. Planearé un viaje de compras. ―De alguna manera.
―¿Y hasta entonces? —pregunta, mirando a través de los raíles de vestidos.
―Deberías ponerte éste ―digo, sacando un precioso vestido Boho chic que cae justo por
debajo de la rodilla―. Aún no me lo he puesto, lo que significa que nadie ha muerto en
presencia de este vestido.
Se ríe y me lo quita.
―¿Segura?
―Sí, segura. De todas formas, le sienta mejor a tu espíritu libre. ―Empiezo a buscar algo
que ponerme. Algo elástico.
Suena el celular de Beau, y cada centímetro de su cuerpo se tensa, diciéndome
exactamente quién está intentando contactar con ella.
―¿El próximo alcalde de Miami? —Pregunto mientras saco un vestido dorado que tiene
algo de caída.
―¿Qué demonios voy a decirle? —Juguetea con su teléfono, indecisa entre contestar o
ignorar―. En realidad, me preocupa más lo que él pueda decirme a mí. ―Respira hondo y
conecta la llamada―. Papá. ―Empieza a pasearse, con la mirada baja, el vestido agarrado,
y rezo para que esta llamada no la haga volver a su habitación y a la cama―. Seguro que
están haciendo todo lo que pueden ―dice, mirándome, negando con la cabeza―. No lo sé,
papá. ―Deja el vestido sobre la cama y empieza a caminar de nuevo, vigilando sus pies―.
¿Esta noche? Lo siento, he quedado con una amiga. ―Se encoge. Pero también percibo su
conflicto. A ella también le da pena. Yo también, el viejo tonto, engañado por una
cazafortunas, pero sigue sin gustarme. Tampoco me importa que haya perdido hasta el
último centavo que tiene, pero sí me importa porque es la herencia de Beau, y no se me
ocurre nadie a quien prefiera tener el dinero del ególatra padre de Beau menos que a
Amber. Me estremezco. Amber que era la puta de la casa cuando llegué a Casa Black. Amber
a la que Danny se ha follado. Y de repente, puedo oírlos, sus gritos, los golpes en la pared.
Porque él quería que yo lo oyera, justo después de haberme ofrecido prácticamente en
bandeja y de que él me rechazara.
¡Alto!
―Son mis amigos, papá ―continúa Beau, devolviéndome al presente―. Sé que te
presentas a alcalde. ―La palma de su mano toca su frente―. Entonces no iré a las campañas
contigo. Así de sencillo. ―Se aparta el teléfono de la oreja y tapa el altavoz―. Ni siquiera
puedo tratar con él ahora mismo ―me susurra―. Está en un hotel del centro. Quiere que
nos veamos para cenar en el bar del vestíbulo. ¿Es malo que prefiera comer cuchillas de
afeitar?
Sacudo la cabeza.
―Tengo que irme, papá. Llego tarde. Cenaremos la semana que viene, ¿está bien? —
Cuelga, se recoge el cabello y se pone la bata―. ¿Dónde está tu maquillaje?
algo del bar del vestíbulo del hotel e inmediatamente deslizo un cigarrillo entre mis
labios, con el cuerpo tenso. Frunzo el ceño ante la llama del mechero mientras lo
sostengo en el extremo. No sólo parpadea, sino que tiembla, y desplazo los ojos hacia
mi mano. Mi mano temblorosa.
―¿Qué coño? —Murmuro, inhalo y deslizo el mechero en el bolsillo trasero, mirando
arriba y abajo de la calle mientras cruzo la carretera, forzando a mi cuerpo a relajarse y
fracasando miserablemente, luchando por entender esta reacción extrema. Me meto en mi
Range Rover y bajo la ventanilla para dejar salir el humo, tomándome un momento para
calmar mi palpitante corazón. Inquebrantable.
Estoy perplejo.
No sé por qué coño estoy temblando. He hecho lo correcto. Sólo rezo para que Beau
piense lo mismo. Cuando empiece a hablarme de nuevo.
Arranco el motor y lo pongo en marcha, doy una última calada al cigarrillo antes de
tirarlo por la ventanilla y volver a Hiatus. Enciendo el equipo de música. La música. La
música me calmará. Me detengo en un semáforo en rojo, sonrío ante la ironía de que
Paradise Circle se una a mí y hago una señal para girar a la derecha.
Pero no giro a la derecha.
Miro por encima del cruce y veo una luz de neón rosa que brilla en mi dirección.
Atrayéndome. Tentándome. Diciéndome que puedo encontrar más alivio a través de esas
puertas. Apago el intermitente y piso el acelerador, pasando por delante del club. ¿Hay
posibilidades de que esté allí? Pocas. Pero no está de más comprobarlo. Aparco por detrás y
voy al maletero, subo la base y recojo una Glock, metiéndola en la parte trasera de mis
vaqueros con su amiga antes de coger la mochila. Luego busco en Google The Pink Flamingo
para comprobar quién es el dueño. Elsa Dove. Asiento con la cabeza, me fijo en ella y
descubro a una rubia de mediana edad y aspecto estirado vestida con un traje pantalón.
Divorciada. Anterior socialité. Padres ricos. Luego me fijo en quién dirige el local. Des
Stanton. Soltero. Historial de drogas. Padres muertos. Me dice todo lo que necesito saber.
Mis pasos son largos y decididos cuando me dirijo a la entrada, donde me miran los
hombres de la puerta. Ambos me miran de arriba abajo y luego entre ellos.
―Tenemos que registrarte, hombre ―dice uno, el valiente.
―No tienen que registrarme ―les aseguro, dándome la vuelta y levantándome la
camiseta―. Sólo quiero ver si hay alguien ahí dentro, luego me iré.
Se lanzan miradas recelosas.
―¿Y si ese alguien está ahí dentro?
―Me lo llevaré, porque estoy bastante seguro de que la dueña no querrá que frecuente
su establecimiento, aunque el hombre que lleva el local por ella sí lo quiera.
―Sí, vale, guay, tío ―dice el otro, con las manos en alto―. No nos pagan lo suficiente
para lidiar con este tipo de problemas, hombre.
Sabios. Paso cerca de ellos y me abro paso a través de las puertas dobles, mirando el local
de un lado a otro. La música de mierda. La decoración hortera. El mobiliario barato. Tengo
que entrecerrar los ojos para protegerlos del resplandor de la enfermiza iluminación de
neón rosa que asalta el local.
Dejo la mochila junto a la puerta e inicio un lento circuito, observando cada mesa, cada
cliente, el personal, la gente en la pista de baile. No hay ni una sola cámara en el local. Eso
lo dice todo. Me detengo lentamente cuando veo una zona VIP en la esquina, una multitud
de mujeres jóvenes pululando por el borde. Mujeres jóvenes desesperadas. Mujeres jóvenes
desesperadas que buscan atención, dinero, drogas, un «sugar daddy». Todas falsas, pero
todas inocentes.
Me acerco, una cabeza y hombros por encima de ellos, y lo veo. Una botella de champán
en una mano, una mujer en la otra. Una mujer inocente. Él tiene las mismas sombras como
lo hace en la fotografía Higham nos entregó. ¿Quién mierda contrata a estos imbéciles?
Jesucristo, su nariz es alimentado con materia blanca, su cuerpo visiblemente tiembla, y
apuesto a que si pudiera ver sus ojos, serían como platillos de mierda.
Siento las armas contra mi espalda, rogándome que acabe con un obstáculo más. Salvo
que…
No puedo.
No sólo porque está rodeado de idiotas ignorantes que no merecen morir. Necesitamos
información.
Me abro paso entre la multitud de jóvenes que se agolpan en el espacio VIP y paso por
encima de la cuerda roja que los retiene. Mi presencia atrae al otro tipo de la zona, que
también tiene una mujer en el regazo y cocaína aderezando su nariz.
Y de repente, la mujer no está en su regazo, siendo apartada por otra cosa. Su pistola.
Saco las dos mías a la velocidad del rayo, antes de que se haya dado cuenta de dónde coño
están sus pantalones, y apunto una a cada una de sus cabezas. Dos pares de manos se alzan
en el aire y los gritos dominan la música.
―Un placer ―digo, haciendo un gesto con mis armas. La música se detiene, muy
oportunamente―. Y si alguien mueve un músculo, esa mochila junto a la puerta se llevará
este club y a todos los que están en él a la próxima galaxia. ―Todos los ojos se posan en la
mochila junto a la puerta―. Vamos.
―Joder, eres El Enigma ―suspira, levantándose las gafas, confirmando lo que pensaba.
Pupilas del tamaño del puto Marte. Me cago en la puta, realmente están raspando el barril
para construir esta puta red otra vez.
―¿Y adivina a quién te voy a llevar a ver? —Susurro, ladeando la cabeza.
―¿El Británico y El Enigma? —dice su compañero, lleno de pavor―. A la mierda.
Lo veo venir a una milla de distancia, y justo cuando sale disparado, recorriendo
aproximadamente dos pies, giro mi arma y le meto una bala en la espalda. Más gritos.
―Tus posibilidades de sobrevivir son mayores si cooperas.
El Duende, con las manos aún en alto, mira fijamente a su compañero drogado, ahora
desangrándose en el suelo, mientras sale del espacio y camina hacia la puerta.
―Sí, cooperaré.
Recojo mi bolso, hago un gesto cortés con la cabeza al portero y le conduzco a mi coche
con la pistola clavada en la parte baja de la espalda.
―Siempre te he admirado, ¿sabes? —dice, dando tumbos.
―Cierra la puta boca. ―Saco la bota y le regalo una pelota de tenis.
―Te diré todo lo que quieras saber, lo juro.
Se la meto por la boca y, con una inclinación de cabeza, le sujeto las muñecas. Se las ato
y lo empujo hacia atrás, ocupándome de sus tobillos antes de ponerle cinta adhesiva
alrededor de la boca y una bolsa en la cabeza.
Cierro el maletero, me subo al asiento del conductor y vuelvo a Hiatus.
Sigo tenso después de mi reunión en el bar del hotel, y estoy jodidamente cabreado por
no poder quitármelo de encima. Ese puto irlandés tiene suerte de que necesite más
información que su sangre.

cuando lo encuentro en el bar.


―¿Dónde coño has estado? —me grita por encima de la música, girándose para
mirarme.
Le ignoro y pido un vodka, sentándome en un taburete. La música está tan alta que no
me oigo ni pensar. Puede que sea algo bueno.
―¿Y quién coño es Beth?
Mi vodka cae sobre la barra y lo bebo de golpe. El camarero, Mason, una versión más
joven de Otto pero con más piercings y tatuajes, me sirve otro inmediatamente. Cojo el vaso,
miro hacia la cabina del DJ y veo al DJ residente, cuyo nombre se me escapa, sujetando un
lado de los auriculares mientras trabaja en los platos con el otro. David Guetta hace vibrar
a la multitud con Love is Gone, el bajo brutal, los interminables altavoces pulsando.
Beau.
Debería ir a casa con Beau. Intentar convencerla de que vuelva a la tierra de los vivos.
Se me tuerce la cara y me llevo la mano a la sien. ¿Por qué tanto ruido? Miro a Danny y veo
que mueve la boca, pero no oigo una puta palabra. Doy un portazo al vaso, gruño y me
pongo en pie, marchando hacia la cabina y subiendo los seis escalones en dos zancadas. No
me molesto en hablar, no me va a oír, así que lo empujo a un lado, con los oídos
zumbándome, y empiezo a girar todos los diales que veo, hasta que el volumen baja a un
nivel más soportable y mi mente deja de ser un caos. Exhalo y me doy la vuelta,
encontrándome con el DJ detrás de mí absolutamente petrificado. ―Los ojos de Danny me
siguen todo el camino hasta que vuelvo a sentarme en el taburete.
―¿Mejor? —pregunta, mientras Brad acerca un taburete y se une a nosotros.
No contesto. Al menos podemos hablar sin gritar.
―¿Dónde has estado? —pregunta Brad, haciendo señas a Mason para que tome algo.
―¿Por qué está todo el mundo tan preocupado por dónde he estado? —Me quejo―.
Tenía algo que resolver. Ya está resuelto.
Las cejas de Danny se arquean dramáticamente y mira por el rabillo del ojo a Brad, que
mira por el rabillo del ojo a Danny.
―Alguien está susceptible ―dice Brad.
―Estándar ―gruñe Danny.
¿Qué coño esperan? Mi novia está zombificada, El Oso ha vuelto a la primera posición y
un agente del FBI intenta hacernos putadas. Mi reciente encuentro no ha hecho más que
ensuciar mi humor.
―¿A qué coño estás jugando? —ladro, pasando al ataque―. ¿Dos envíos?
Danny se encoge en su taburete y mira el vaso que tiene en la mano, girando la nariz
hacia él y colocándolo sobre la barra.
―No todos somos jodidamente perfectos, ¿verdad? —Mira alrededor del club―. ¿Dónde
coño está Nolan?
―Sí, ¿dónde coño está Nolan? —repito como loro, dirigiendo mi atención a Brad junto
con Danny, ambos contentos de desviar el tema a otra parte. Me olvidé de ese asunto.
Brad casi me gruñe. Me importa un carajo.
―Está en mi casa.
―¿Por qué? —Presiono antes de que Danny pueda, ladeando la cabeza.
Los ojos entrecerrados se unen a su gruñido.
―Ya sabes por qué, joder. ―La mano de Brad aprieta la botella de cerveza que Mason
acaba de empujar hacia él.
―¿Qué sabes, cómo lo sabes y por qué coño no lo sé yo? —Danny pregunta, mirando
entre nosotros.
―Nolan no tiene dónde quedarse ―gruñe Brad, llenándose la boca con la botella y
dando un trago―. Se quedaba en la oficina mientras estábamos en Santa Lucía.
―Y chocando contra una de las chicas ―añado.
―¿Qué coño? —Danny respira―. ¿Así que Hiatus es un hotel ahora también?
―Estaba pagando unas deudas ―explica Brad, haciendo que Danny llegue a la misma
conclusión que nosotros―. No se ha llevado ni un céntimo.
―¿Cómo lo sabes? Hay millones ahí arriba. ¿Cuentas cada dólar?
―No se ha llevado nada de dinero. ―Apoyo a Brad, sintiéndome caritativo―. El chico
trabajó para salir de su deuda. Le pedí a Otto que revisara sus cuentas. Sacaba dinero cada
día de paga, lo que significaba que no pagaba el alquiler y lo desalojaron. Si nos estuviera
robando, habría pagado el alquiler.
Brad parpadea, sorprendido, y Danny se tranquiliza, contento de que no nos estén
desplumando.
―Aun así ―gruñe―, las chicas están fuera de los límites.
―He hablado con él ―le asegura Brad mientras Otto y Ringo se unen a nosotros.
―¿Y esa gorra de béisbol? —suelta Danny, pero Otto elude la pregunta y nos enseña su
teléfono.
Un punto verde parpadea en la pantalla.
―Teléfono de Spittle. Se ha ido a casa. Supongo que irá a trabajar mañana ―dice Otto―.
Mi conjetura es, sin embargo, que quienquiera que trabajara con él habrá seguido adelante.
No se arriesgarán. Lleva demasiado tiempo fuera del banco. Han hecho arreglos
alternativos, te lo garantizo.
―Tal vez guarden las drogas y las armas donde guardan a las mujeres que traen
―reflexiona Danny, con la mirada perdida.
―No me sorprendería. ―Ringo se levanta―. Son una jodida gran familia feliz, después
de todo. ―Mira más allá de nosotros, y todos nos giramos para ver a Goldie saliendo del
servicio de señoras. Parece cansada. Lo odio. Si Ringo hace algún chiste ahora, puede que
yo misma le meta un destornillador en el ojo―. Voy a llevarla a comer algo ―dice,
aclarándose la garganta, mientras todos lo miramos atónitos. Frunce el ceño―. Necesita
algo de energía. Y un descanso de este puto circo.
¿Ahora va a empezar a tratarla como a una dama? ¿Tiene ganas de morir?
―Ringo ―digo en voz baja, comprobando Goldie no está lo suficientemente cerca como
para oír―. Ella no quiere un tiempo de espera. Quiere encontrar al Oso y seguir con su
vida.
―Necesita energía para hacer eso, ¿no? —prácticamente me gruñe, y yo retrocedo
porque... bueno, Goldie.
―Buen provecho ―le digo, y se marcha, gruñéndole algo a Goldie al pasar junto a ella,
a lo que ella le gruñe por la espalda.
Luego le sigue a la salida.
―Tengo mierda que hacer ―dice Brad, bajándose del taburete―. Nos vemos luego, hijos
de puta.
―No tardes en llegar a casa ―llama Danny―. Tienes que arropar a los niños en la cama.
El dedo corazón de Brad aparece sobre su espalda, y Danny se ríe, volviéndose hacia el
bar.
―Muy bien, de vuelta a... ―Mira más allá de mí, su rostro interesado―. Ooh. Entonces,
¿quién es esa?
Estiro el cuello para mirar por encima del hombro. Y me asusto.
―Joder ―suspiro, mirando a Danny de nuevo. ¿Cómo demonios me ha encontrado
aquí?
―¿Y bien?
Levanto los ojos y me encuentro con una curiosidad furiosa que me mira fijamente.
―Solía follármela. ―Hago un gesto despectivo con la mano porque mi afirmación
merece ese tipo de distanciamiento―. Mientras su marido miraba.
Danny apenas se inmuta. Porque, por supuesto, gracias a que Beau y Rose comparten
todo, él sabe más de mí de lo que probablemente me sienta cómodo. Pero yo también sé un
montón sobre él, así que estamos en igualdad de condiciones.
―Acogedor ―dice, mirando a mi lado de nuevo―. ¿Cuál?
―La rubia. Beth. No sé quién es la morena.
―Oh, Beth. No veo marido.
La observación de Danny no augura nada bueno. ¿Por qué me ha estado llamando Beth?
―¿Así que esta es la mujer con la que Beau te pilló follando?
―Sí. ―Y, lo que es peor, sabía que estaba mirando, pero eso fue antes de saber en qué
se convertiría Beau para mí. En vida. Libertad. En amor. Inhalo cuando siento una mano
posarse en mi antebrazo y miro las uñas largas y pintadas. Nada que ver con las uñas cortas
y sin pintar de Beau. Miro el traje que lleva Beth, probablemente de diseño. Nada que ver
con los vaqueros rotos y las camisas holgadas que lleva Beau la mayoría de los días. Luego
miro su cabello perfectamente peinado y estilizado. Nada que ver con las ondas rubias
salvajes de Beau. Y finalmente a su cara pulida y maquillada. Nada que ver con la piel
natural y sin maquillaje de Beau. ¿Por qué coño estoy comparando? Una mujer no significa
nada para mí. La otra significa el puto mundo. El infierno, el cielo y todo lo que hay en
medio.
―James ―ronronea, su voz tan encantada como sus ojos―. Ha pasado demasiado
tiempo.
No estoy de acuerdo. Puedo sentir la mirada interesada de Danny saltando entre nosotros,
su cuerpo cómodo, acomodándose para el espectáculo.
―¿Qué haces aquí? —le pregunto.
―Noche de chicas.
―¿En un club de striptease?
―En realidad, la hermana de mi amigo trabaja aquí. Vamos a recogerla. ―Sonríe. Eso
es muy conveniente. Pero también muy posible―. ¿Cómo has estado?
Aparto el brazo de su alcance y me resisto a pedirle a Mason una toallita antibacterial,
pero cuando capto su mirada, que pule un vaso mirando con interés, me pregunto si me
ofrecerá una sin más.
¿Cómo he estado?
Glorioso. Lamentable.
Eufórico. Miserable.
Estable. Loco.
―¿Qué puedo hacer por ti, Beth? —Pregunto, decidiendo que nada más que la
franqueza funcionará aquí, y sé que Beth está acostumbrada a la audacia. Sólo que no del
tipo que estoy adoptando ahora.
―Sólo estoy viendo cómo has estado ―dice ella, despreocupada.
―¿Por eso le has llamado tú también? —Danny grita, atrayendo mi atención hacia él,
así como la de Beth y su amiga, que ahora veo que está mirando a Danny. Menos mal que
las chicas no están aquí. Sería un baño de sangre. ¿O no? Sé que a Rose no le haría mucha
gracia que otra mujer estuviera encima de su marido, aunque solo fuera mirándolo, pero
¿y Beau? ¿Es capaz de preocuparse? ¿Tiene la capacidad? ¿Le importaría de verdad? Me
alejo bruscamente de ese pensamiento antes de que decaiga mi estado de ánimo.
―Danny ―dice, a modo de presentación, sin ofrecer la mano―. Un amigo de James.
―Soy Violet ―responde la morena, tendiéndole la mano a Danny―. Encantada de
conocerte.
Danny no la mira, pero mira brevemente su mano, dejándola extendida, luego vuelve los
ojos a Beth, y la morena, Violet, retira torpemente su ofrecimiento.
―No te recuerdo ―dice Beth.
―James y yo hemos vuelto a conectar hace poco. ―Sonríe, y me hace reír por dentro.
Está siendo protector. No de mí, sino de Beau. ¿Es un desperdicio?―. A través de nuestras
mejores mitades ―añade, tomando un trago despreocupadamente después de soltar esa
información con frialdad.
―¿Oh? —Beth suspira.
―Tengo entendido que estás casada ―continúa, ignorando la reacción de ella. Ahora
me estoy acomodando para el espectáculo. Beth no es exactamente insoportable, pero
tampoco tolerable, a menos que esté amordazada, claro.
―Era. ―Me mira―. Estuve casada. Nos separamos hace poco.―Su espalda se endereza,
su pecho se estira, un aire de superioridad aparece.
―Qué vergüenza ―gruñe Danny, haciéndola inhalar, como armándose de paciencia.
Se vuelve hacia él y le sonríe. No es sincera.
―¿Te importaría darnos un momento?
Naturalmente, Danny me mira, con la copa en los labios, y yo asiento, sólo deseando
acabar con esto y sacar a Beth de aquí. Danny se va, la morena le sigue, mordiéndole los
talones, y Beth ocupa su taburete, pidiendo un vino. No sé por qué; esto acabará antes de
que Mason se lo sirva.
―De nuevo, ¿qué puedo hacer por ti, Beth?
Sonríe tímidamente, y eso me pone la piel de gallina. Te ruego que me digas que no cree
que en nuestros encuentros haya habido algo más que un polvo crudo y carnal. Rascar un
picor. Ella tenía un propósito para mí, y yo pensaba que lo tenía para ella y su marido. Pero
ahora ella no tiene marido. Ni siquiera tengo curiosidad por saber por qué. ¿Cómo llegó a
estar aquí, sin embargo? ¿Un amigo que trabaja aquí?
―Nos has contestado ninguna de mis llamadas.
―Porque no quiero hablar contigo.
―Pensé, bueno, tal vez...
―¿No has oído a mi amigo? Estoy con alguien.
Se ríe, y es como cuchillas sobre mi piel. ¿Cree que no soy capaz de nada más que de
follar?
―¿Tú?
―Sí, yo. ―Miro más allá de ella, viendo a Danny mirando, la morena acercándose
peligrosamente a él. Ella debe tener cero conciencia social, porque las vibraciones de Danny
me están llegando hasta aquí―. Este amigo tuyo que trabaja aquí, ¿quién es?
La torpeza con la que me mira me dice que está mintiendo. ¿A qué coño está jugando y
cómo coño sabía que yo estaría aquí?
―Entonces, ¿quién es la afortunada? —pregunta obviando mi pregunta.
No me molesto en decirle que es la rubia que encontré en mi apartamento la última vez
que salí con Beth y su marido. ¿Por qué coño me entretengo con esta mierda?
―Eso no es asunto tuyo, así que si hemos terminado... ―Voy a levantarme, pero sus
manos se posan en mis muslos y me dejo caer en el taburete. Se pone de pie, se acerca y
acerca su boca a mi oído. Se me eriza la piel, cada músculo se tensa.
―Quiero que me ates ―susurra, lamiendo la concha de mi oreja―, amordázame y
fóllame negro y azul.
Cierro los ojos y aprieto los dientes para soportar la insoportable proximidad mientras
acerco mi boca a su oreja.
―Joder ―susurro―, fuera. ―Tomo sus antebrazos y la empujo firme pero suavemente.
La indignación que me mira aumenta mi ira. Que alguien piense que puedo traicionar a
Beau, la conozca o no, me enfurece―. Adiós. Me doy la vuelta en mi taburete, lejos de ella,
de cara a la barra, y sólo respiro tranquilo cuando noto que se aleja. Miro por el rabillo del
ojo y descubro a Danny deambulando de nuevo, mirando hacia la entrada, observando
cómo Beth y su amiga se marchan.
―Era una atrevida ―dice, sentándose en el taburete―. Menos mal que se ha ido, porque
Beau viene de camino.
―¿Qué?
―Rose acaba de llamar. Ha conseguido sacar a Beau de la cama y van a venir aquí. Estuve
de acuerdo, ya que supongo que quieres animarla a salir de casa.
―¿Va a venir aquí?
―Sí.
Mi teléfono suena y miro la pantalla, inhalando, sorprendido por la mujer que me mira.
Es mi chica salvaje, de espíritu libre y vaqueros holgados, pero hoy lleva un vestido, botas
vaqueras y una cazadora vaquera. Poco maquillaje, el cabello despeinado. Parece de otro
mundo, sonriente pero claramente nerviosa, casi tímida. ¿Entenderá por qué he hecho lo
que he hecho? ¿Lo aceptará? No lo sé, así que no se lo diré. No hasta que esté seguro.
Rose la puso en esta foto. Tengo que darle las gracias.
Por ayudarla también a salir de su oscuridad.
e encantará ―dice Rose a mi lado en el asiento trasero.
Un hombre de muchas palabras, pienso, mientras miro mi celular, esperando una
respuesta. Está claro que se ha quedado sin palabras, y no puedo culparle. De zombi
a fiestera en unas horas. Miro a Rose y sonrío, cogiéndole la mano. Está preciosa con
un vestido dorado de manga larga. ―Estás increíble ―le digo, posando los ojos en su
pequeño bulto.
―¿No sólo gorda? —Se retuerce en el asiento, tirando de la tela que le rodea la cintura.
―Cállate. ―Fury se detiene frente al club. La cola afuera es larga, clientes, en su mayoría
varones, esperando a que las dos montañas de la puerta les concedan la entrada―. ¿Lista?
―Lista.
Ninguna de nosotras sale, no hasta que Fury abre una de las puertas después de hacer
sin duda una comprobación rápida y probablemente llamar a más hombres para que le
ayuden. Rose sale primero, y yo me muevo a lo largo del asiento, saliendo también, justo
cuando otros dos hombres trajeados salen del club. Quiero decir que no es necesario. Pero
no puedo.
Nos quedamos de pie y esperamos a que ordenen sus posiciones, Rose se vuelve a aplicar
el pintalabios, yo... no. En lugar de eso, miro la fila de docenas de personas y me pregunto
cuántas habrá dentro. Los latidos de mi corazón aumentan y empiezo la misma rutina de
siempre, practicando la respiración controlada. No voy a retroceder en ese elemento de mi
vida. Esto puedo controlarlo.
―¿Estás bien? —dice Rose, poniendo una mano en mi brazo.
―Está ocupado. ―Mis pensamientos salen de mi boca sin pensarlas, diciéndole a Rose
dónde estoy, así que me apresuro a tranquilizarla. Para restarle importancia a mi
amenazante ataque de pánico. James está ahí. Solo tengo que llegar hasta Ja...―. Oh ―grito,
retrocediendo unos pasos.
―Mierda, lo siento ―dice una mujer, su bolso cae a la acera y sus cosas se desparraman.
Se agacha, y Fury se acerca, incitándome a levantar la mano.
―Ya lo tengo ― digo mientras me agacho para ayudar, recogiendo un pintalabios y un
paquete de condones.
―Toma. ―Levanto la vista, justo cuando ella también me mira.
―Gracias. ―Su sonrisa vacila, su cabeza se inclina mientras coge sus cosas, metiéndolo
todo de nuevo en su bolso.
―Me resulta familiar ―digo, observándola, devanándome los sesos para saber de dónde
podría conocerla.
―Beau ―dice Rose, ayudándome a levantarme mientras la mujer se levanta con
nosotros.
Oigo que Fury me llama, y dejo que Rose tire de mí, volviendo a mirar a la mujer de la
acera, preguntándome aún de dónde la conozco, ya que está claro que ella hace lo mismo
conmigo. No tengo capacidad mental ahora mismo, así que desisto, volviendo mi atención
hacia delante.
Naturalmente, hay algunos gruñidos de los clientes que esperan cuando nos saltamos la
cola y nos acompañan al interior.
―¿Quién era? —Rose pregunta, mientras seguimos las dos montañas, Fury nos sigue.
―No la conozco. Pero conozco su cara. ―Mi celular suena y miro a la pantalla, el
nombre me frena en seco.
―¿Beau? —Rose dice, cuando el frente de Fury se encuentra con mi espalda.
―¿Estás bien? —pregunta, silbando para que se detengan los dos hombres de delante.
Miro fijamente mi celular, con el corazón acelerado por la ansiedad y ahora por el miedo.
Sinceramente, creía que había captado el mensaje. Estoy enamorada de un asesino mortal
y nada va a cambiar eso.
―¿Beau? —Rose presiona.
―Es Ollie ―digo, mirándola, por lo que no sé si estoy bien―. Un mensaje de Ollie.
Hace una mueca.
―Tiene la piel muy gruesa. ¿No puedes bloquearlo?
Puede que tenga que hacerlo, porque si James descubre que sigue intentando localizarme
o ponerme en su contra, Ollie estará muerto, y aunque ha sido un cabrón, no le deseo la
muerte. Asiento y abro el mensaje, dispuesta a hacer clic en su nombre para obtener sus
datos de contacto y bloquearlo, diciéndome a mí misma que no debo leer sus palabras. Pero
no son palabras. Me ha enviado una foto. Una foto de James.
James con una mujer colgando de su frente, su boca en su oreja.
―¿Qué? —Susurro, reconociendo el traje pantalón. Y el lugar de donde la conozco me
golpea como un ladrillo en la cara. Exhalo y me doy la vuelta, buscándola por la acera. No
tengo que buscar mucho. No se ha movido.
Mirándome fijamente, veo el reconocimiento en su cara. También se ha dado cuenta de
dónde me conoce. Esboza una leve sonrisa cómplice, pequeña pero interesada.
La imagen de ella sobre el cuerpo de mi hombre, es demasiado, mi estómago se siente
como si le hubieran dado un puñetazo. Mis venas se calientan, la ira me consume. Me ciega.
Siento que Rose me quita el celular de la mano. La oigo maldecir en voz baja. La veo avanzar
hacia la mujer que tengo delante, dispuesta a hacer Dios sabe qué, pero no lo consigue.
Fury se abalanza sobre ella, la levanta de los pies y se la lleva.
―No estás en condiciones de participar en una pelea de gatas ―refunfuña, me rodea la
cintura con el brazo que le sobra y me levanta, alejándonos de la mujer y llevándonos al
club.
Nos deja en el suelo y me mira.
―Estoy seguro de que hay una explicación razonable.
―¿Y qué sería eso? —Pregunto―. Dímelo, Fury, porque tengo muchísima curiosidad
por saber por qué mi novio le mete la lengua en la oreja a otra mujer.
Su barbuda mandíbula se desencaja, sus fosas nasales se agitan, y me doy cuenta de que
es porque también está enfadado con James.
―No lo sé ―gruñe.
―Entonces vamos a averiguarlo ―digo, girando y entrando en el club. Choco con James
justo en la entrada y llego a la conclusión de que, obviamente, venía a reunirse conmigo. O
a la otra mujer. Beth. Así se llama. Beth. O quizás estaba comprobando que Beth había salido
del edificio antes de que yo llegara.
Me siento tan jodidamente estúpida. Toda vestida así, tan diferente a mí, enviando fotos
tímidas. No me extraña que no respondiera. Estaba ocupado.
―Hola ―dice suavemente, agarrándome por la parte superior de los brazos―. Estás
aquí.
La ira se arremolina en mis entrañas, me quema la sangre, ganando impulso de forma
imparable. Empieza a dolerme la presión en la cabeza.
―Suéltame de una puta vez ―grito, me zafo de su agarre y le dirijo una mirada que
estoy segura de que podría matar.
Su ceño fruncido sólo aumenta mi enfado.
―¿Beau?
―¿Dónde coño está su marido? —Veo a Danny acercarse detrás de James, con cara de
preocupación, lo que me hace preguntarme lo loca que debo parecer. ¿Tan loca como me
siento? Estoy segura de que no es posible―. ¿Masturbándose en algún rincón?
James retrocede, con las manos en alto, como si manipulara una bomba de relojería.
―¿Qué? —dice con recelo. Lo sabe. Lo sabe perfectamente, pero no me importa
decírselo.
―Esto. ―Le lanzo el celular a la cara, y él se ve obligado a agarrarme la muñeca y
mantenerla quieta para que la pantalla deje de temblar el tiempo suficiente para que pueda
ver la imagen―. ¿Cansado de lidiar con la mierda que estás creando? —le pregunto―. ¿Ya
no sacas suficiente de esta relación, así que vuelves a los viejos hábitos?
Se le desencaja la mandíbula. Es un puto insulto.
―Retírate, Beau ―ordena en un tono mortal al que probablemente debería prestar
atención. Pero no lo hago. Me domina la rabia. Mi cuerpo tiembla, una niebla roja empaña
mi visión. Siento que el control se me escapa rápidamente. Necesito soltar esta presión.
Necesito explotar.
―¡No me retiraré, joder! ―Grito―. ¿Cómo coño te atreves? Retírate tú. ―Lo empujo
fuera de mi camino y me dirijo a la barra, sin pedir una bebida, pero cogiendo un vaso de
tinto que ya está allí, sin molestarme en comprobar de quién es o si les importa. Estoy segura
de que no me van a retar.
Me lo bebo, rezando para que el líquido enfríe mi temperamento, y jadeando lo vuelvo a
dejar sobre la barra y pido otro. Siento muchos ojos clavados en mí, pero la música sigue
sonando Swedish House Mafia One (Your Name) en este momento, y los bailarines siguen
bailando. Pido otro vino antes de darme la vuelta y apoyarme en la barra, pasándome una
mano por el cabello para apartar los mechones sueltos de mi cara acalorada. Veo a Danny
apartar a Rose. Veo su rostro grave. Veo a Fury indeciso entre intentar alejarme de lo que
me está enfureciendo, James, o dejarme para que... detone.
Vuelvo a mirarlos a todos. La música parece subir de volumen a cada segundo, como si
fuera in crescendo junto con mi temperamento. Entonces miro a James. Lo miro con todo
el desprecio que siento en un labio curvado. Sólo quiero arremeter contra él. Golpear cosas.
Deshacerme de esta ira desenfrenada. Liberar la presión.
Allí de pie, con la postura abierta, los puños cerrados junto a los muslos, la mandíbula
crispada, parece una mezcla mortal de poder y control. Odio ambas cosas en este momento
en el que me esfuerzo por no perder la cabeza. Me bebo de un trago el segundo vino y
empujo a ciegas el vaso sobre la barra detrás de mí. Hazle daño. Hazle daño. Hacerle daño.
Con los ojos clavados en los suyos, me acerco a él, levanto la barbilla y todo el cuerpo me
da vueltas por el esfuerzo de respirar. Veo latir las venas de su garganta. Su nuez de Adán
late. Sus labios se crispan. Los huecos de sus mejillas palpitan bajo la barba incipiente.
Encuentro sus ojos azules. Ojos que ahora mismo son llamas.
―Hemos terminado ―digo sin emoción, retrocediendo.
―Nunca terminaremos, Beau. ―Habla con calma, pero parece cualquier cosa menos
eso, su poderosa y musculosa estructura tiembla por el esfuerzo de mantener la calma.
Me doy la vuelta y me alejo.
―¡Nunca terminaremos, Beau Hayley! ―ruge―. Rotos, arreglados, felices, tristes,
¡nunca terminaremos!
Me giro con calma y me acerco a Fury.
―Ya no soy suya, así que no hace falta que me sigas. ― Le miro y capto su estado de
ánimo. Furioso―. Retrocede ―le ordeno, pero no dice nada, solo se aparta, no porque
retroceda, sino porque le está dando acceso a James hacia mí―. No ―grito, subiendo las
manos e impidiendo que James me agarre―. Quítame las putas manos de encima. ―Me
giro para irme de nuevo, o lo intento, pero un brazo serpentea alrededor de mi cintura y
me levanta del suelo―. Suéltame ―grito, agitando los brazos y las piernas, echando la
cabeza hacia atrás, pero él se anticipa a mi movimiento, el único movimiento que tengo en
esta posición, y aparta la nariz de mi cabeza agitada.
―Cálmate, joder ―brama, luchando por sujetar mis brazos agitados. Me saca del club
y las miradas que nos dirigen son, como era de esperar, de sorpresa.
Pataleo, grito, lucho contra su agarre con todo lo que tengo, mi ira me impulsa. No puedo
parar. Necesito que esta presión me abandone. Necesito agotarme. Pero por mucho que
luche, aún puedo respirar tranquila.
Tengo que dejar de respirar tranquila.
Deja de respirar por completo.
Me llevan a través de la carretera y oigo el chirrido de los frenos, los gritos de los
conductores pidiéndonos que nos apartemos de su camino. Creo que un misil podría
alcanzar a James y no se movería ni un milímetro. Camina por un callejón hasta donde está
estacionado su coche, los faros parpadean y las puertas se abren. No me va a meter en ese
coche.
―He dicho que hemos terminado ―grito.
―Cierra la boca, Beau.
Estoy fuera de mis cabales. Indomable. Desinhibida. Y como para demostrárselo, retuerzo
el brazo y meto la mano por detrás de la espalda de James, sacándole la pistola de la cintura
de los vaqueros y quitándole el seguro. Se detiene justo al lado de su coche, con el cuerpo
inmóvil pero el pecho palpitando salvajemente en mi espalda. Giro la pistola y nos apunto
a los dos.
―Bájame ―le digo con calma, y él lo hace porque lo sabe. Sabe que estoy como una puta
cabra y me ha enviado más lejos por ese camino.
Giro la pistola en mi mano y le miro directamente a los ojos.
―Hemos terminado ―le aseguro. Sacude la cabeza, con expresión indignada―. Sí
―respondo.
―No. ―Se mueve rápido, alcanzando su espalda y antes de que pueda parpadear, tengo
una pistola apuntándome―. Mientras viva y respire, Beau Hayley, nunca terminaremos.
―Entonces supongo que no respirarás por mucho tiempo.
―Tú eres la que no quiere casarse conmigo, así que deja de hacerte la insegura. No te
conviene.
Mi mano libre se levanta por su propia voluntad, le golpea en la cara y mi palma estalla
en llamas, su cabeza se inclina hacia el lado donde la sostiene, con el labio curvado.
―¿Has estado recibiendo consejos de tu mejor amiga? —sisea.
―Vete a la mierda.
―¿No estaría bien?
Me estalla la presión en la cabeza y grito como una loca desquiciada, apretando el gatillo.
Salto por los aires y choco contra algo. La parte posterior de mi cabeza choca contra una
pared, los ladrillos rugosos tiran de mi vestido. Ya no tengo la pistola en la mano y James
está armado con las dos. Se agita y se baja los pantalones delante de mí, luego ruge hacia el
cielo negro y dispara las dos pistolas, una tras otra, una y otra vez. El sonido de las balas al
salir de la recámara es penetrante y resuena en los ladrillos del húmedo callejón.
Entonces... silencio.
Excepto por el último casquillo que golpeó el suelo con un bonito ping.
―¿Me gustaría desahogarme un poco? —pregunta, sin aliento―. Sí, joder, lo necesito.
―Se acerca y respira sobre mí. ―¿Lo hago en otra parte? No. ―Oigo el ruido de las dos
pistolas al chocar contra el cemento, y luego sus manos están en mi cabello, apretándolo
con fuerza―. Ahora sólo conozco tu coño, Beau.
―Este coño no te quiere.
―Saboreo sólo tus labios. Meto mi polla sólo en tu coño. Chupo sólo tus pezones. ―Se
inclina y lame la concha de mi oreja―. Sólo te sujetaré a ti. Follándote el culo. ―Se aparta
y me mira con ojos muy abiertos y desorbitados, mientras me sujeta el cabello―. Mi mente
sólo te conoce a ti. Mi cuerpo sólo te conoce a ti. ―Me besa brutalmente y me obliga a
ponerme de puntillas―. Mi maldito y negro corazón sólo puede amarte a ti, Beau Hayley,
así que pon tu puta cabeza en orden y demuéstrame que toda esta rabia y estrés merecen la
pena, porque si lo dices en serio cuando dices que hemos terminado, volveré a esconderme
en las sombras y retomaré mi vida donde la dejé el día que entraste en mi apartamento y
me viste follarme a esa mujer.
Atónita, le miro fijamente. Mi ira no se ha calmado por sus palabras. Se ha multiplicado.
Este puto mundo. Nuestras putas vidas. ¿Por qué? ¿Por qué, por qué, por qué? ¿Cuándo
dejarán de llegar los golpes? Para James, no soy más que estrés e impotencia. Ya ni siquiera
dejo que me folle como sé que le gusta follar.
Me vuelve la cara.
―Estamos bien ―dice, para que quien haya venido a vernos sepa que seguimos vivos. Y
en cuanto vuelve a estar frente a mí, descargo mi ira de otra forma. Me abalanzo sobre él
como un lobo hambriento, lo beso como si no pudiera volver a hacerlo nunca más, le agarro
el cabello con dureza. Y él lo acepta.
Trepo por su cuerpo, enrosco las piernas alrededor de su cintura, lo acerco todo lo que
puedo, mis manos enredadas en su cabello, mi boca implacable en la suya. Mi lengua da
vueltas y latigazos, frenética y rápida, un latido insoportable me golpea entre las piernas.
―¿Estás empalmado? —Jadeo sobre mis palabras, suelto una mano y tanteo su
entrepierna, oyendo su gemido mientras acaricio su erección―. Quiero que me folles. Con
fuerza. Átame y fóllame. ―Lo necesito. A él. Sobre mí. Necesito que me lleve de vuelta al
principio y me lo recuerde.
Me empuja contra la pared, su lengua despiadada en mi boca.
―Todo estaba en mi apartamento.
Su apartamento que fue volado. Y no ha reemplazado nada, porque o ha estado
demasiado ocupado, fuera del país, o piensa que el sucio, asqueroso y degradado follar ya
no debe figurar en nuestra relación.
Bueno, lo necesito. Claramente. Necesito esa sensación de libertad, alejarme de esta vida.
―Arréglalo ―le ordeno, y él asiente mientras nuestro beso continúa, sin frenarse, sin
suavizarse―. No puedo esperar.
Se separa y me jadea en la cara mientras camina hacia el coche, me deja en el suelo y
abre la puerta del pasajero de su Range Rover. Me da la vuelta, me inclina sobre el asiento
y me sube el vestido de un tirón, apartándome las bragas. Dos dedos se hunden en mi
interior, lo que provoca un gemido suyo y otro mío.
―Empapada ―gruñe, los quita, sube de nivel y embiste contra mí.
―¡Mierda! ―La plenitud me calma inmediatamente. Calma al animal que llevo dentro.
Ilumina la oscuridad. Enfría el ardor de mis venas. Suspiro y me acomodo contra el asiento,
con los ojos abiertos, mirando fijamente el respaldo de la silla. Ya sé que va a ser una follada
despiadada. Enfadada. Estoy aquí para ello.
Cierro los ojos, inspiro profundamente, me relajo aún más y me hundo en mí misma,
dejando que me penetre como un poseso, gritando, frenético, caótico.
¿Y yo?
Estoy en paz. En calma. Necesitaba esto más de lo que creía. Necesitaba a James. Me sacan
del mundo en el que estoy luchando, a un lugar en el que prospero.
Siendo de James. Poseída por él. Curada por él. Él tenía razón. Nunca terminaremos. No
puedo vivir sin esto. Nosotros.
Golpea con más fuerza, me agarra del cabello y tira de él. El dolor me recorre el cuerpo
y me golpea con fuerza entre las piernas.
―Voy a correrme ―digo con calma, pero lo bastante alto para que me oiga, y él brama,
golpeando con más fuerza, tirando con más fuerza, respirando con más fuerza.
―¡Joder! ―Se retira, gira en círculos y me penetra por última vez, con un gemido, y yo
me corro, tan fuerte pero tan serena, el placer recorriéndome, desvaneciendo la rabia que
me dominaba hace unos instantes. Siento su calor inundarme. Me suelta y me masajea el
cuero cabelludo mientras gira las caderas.
―¿Estás bien? —pregunta jadeando.
No contesto, presiono el cuero con las manos y me pongo de pie, inhalando cuando se
desliza dentro de mí. Lo siento resbalar por mi pierna, y me pregunto... ¿habrá quedado
algo dentro de mí? ¿Suficiente? ¿Y lo aceptaría mi cuerpo?
Siento cómo me pone las bragas en su sitio y me baja el vestido, antes de girarme para
mirarle. Sus vaqueros cuelgan abiertos, y ayudo a arreglarlo mientras él me observa
atentamente. Al final me levanta la barbilla con un dedo para que le mire.
―Una vez te dije que nunca cuestionaras mi amor por ti. Hoy lo has puesto en duda.
¿Quién te envió esa foto?
Y sin más, mi serenidad se pierde, y vuelvo a estar en un mundo que hoy no puedo
afrontar.
―Sabes quién me envió esa foto.
Los huecos de sus mejillas palpitan.
―Te dije que bloquearas su número.
―Y yo te ignoré. ―Me alejo, fuera de su alcance―. ¿Por qué estaba esa mujer encima
de ti?
Cierra los ojos, armándose de paciencia.
―Me ha estado llamando. Supuse que ella y Darren querían jugar. La ignoré. Apareció
esta noche. Es bastante conveniente que Burrows estuviera aquí también, ¿no crees?
―¿Así que es su culpa que tuvieras a otra mujer colgada de ti? —¿Está diciendo que
Ollie le tendió una trampa?
―Lo he manejado.
―Seguro que sí ―suspiro, riendo en voz baja.
―¿Qué coño se supone que significa eso?
―Me voy a casa. ―Tiro de mi vestido para enderezarlo―. Fury puede llevarme.
―¿Estás diciendo que no puedo llevarte?
―Estoy diciendo que no puedo estar cerca de ti en este momento.
―Estaba dentro de ti, Beau. Follándote. ¿Y ahora no puedes estar cerca de mí?
―Sí ―grito, obviamente totalmente y sintiéndolo también.
―Por el amor de Dios. ―James coge sus armas y las tira en el espacio para los pies de su
Range Rover―. Entonces, ¿qué fue eso? ¿Rascándome el picor por si estaba tentado de
aceptar la oferta de Beth?
Le miro fijamente, con ganas de abofetearle de nuevo.
―Si quieres aceptar su oferta, no dejes que te lo impida. ―No sé lo que digo, y el destello
de dolor que aparece en su rostro erizado me provoca una punzada de culpabilidad. ¿Pensar
que podría perderlo por otra mujer? ¿Pensar que podría quedarme sin él? ¿Volver a los
lugares oscuros que frecuentaba antes de James, vacía y sola?
―Eres destructiva ―dice en voz baja―. Me conoces, Beau. ¿Crees que soy capaz de
traicionarte?
No contesto, miro hacia otro lado, avergonzada. Y él lo sabe.
―Contéstame, joder.
Le miro. Le miro fijamente.
―Puedes enfadarte conmigo ―susurra―. Pégame, dame un puñetazo, dispárame, joder.
Nada de eso duele tanto como que no confíes en mí. ―Y vuelvo a apartar la mirada, incapaz
de enfrentarme a la tormenta gris y dañina que se arremolina en sus ojos―. Si crees que te
haría daño, podemos añadirme a la lista de hombres a los que voy a matar.
―Basta.
―No.
Oigo sonar mi celular y busco mi bolso por el suelo. Lo encuentro junto a la rueda trasera
del coche de James y me inclino para recogerlo. No reconozco el número. Tampoco tengo
oportunidad de contestar. James me lo arranca de la mano y coge la llamada por mí.
―¿Qué demonios?
―Retírate de una puta vez ―gruñe, conectando y respondiendo con silencio, con los
ojos entrecerrados―. Habla ―acaba exigiendo, cada vez más irritado cuanto más tiempo
permanece callada la persona que llama y, en consecuencia, yo también lo hago. Pero
entonces su ceño se frunce y me mira―. ¿Quién?
Sólo el hecho de que pregunte eso significa que puedo decir con seguridad que no es mi
ex.
―¿Quién es? —Pregunto, impaciente.
―Frazer Cartwright ―responde James.
―¿Qué? ―pregunto, alcanzando mi teléfono pero sin acercarme a él, porque James
retrocede―. ¿El periodista?
―Sí, el periodista.
¿Qué podría querer? Jesús, si mi padre ha montado esto, no puedo decir que no vaya a
perder la cabeza otra vez. ¿Quiere que haga de hija cariñosa del respetado hombre de
negocios que se presenta a alcalde? De ninguna manera. Y James tampoco debería hablar
con él. Vuelvo a coger el celular y esta vez recibo un gruñido.
―Dámelo, James.
―No.
Dejo caer el bolso, me levanto la falda del vestido, salto y giro, apartando de una patada
el celular de su oreja. Choca con fuerza contra la pared, cae al suelo y yo lo recojo. La
pantalla está rota, pero la llamada sigue en curso.
―Al habla Beau Hayley ―digo, con los ojos fijos en James, que echa humo. Sus fosas
nasales se inflaman. Su mandíbula palpita. Lo ignoro todo y me alejo antes de que me
devuelva el golpe cuando explote.
―Señorita Hayley ―dice Cartwright―. Mi nombre...
―Sé tu nombre y quién eres. ¿Qué quieres?
―Tu padre...
―¿Qué pasa con él?
―Está muerto.
Toso, quieto, con el estómago como si acabara de caer al suelo a mis pies.
―¿Qué? ―susurro, volviendo los ojos hacia James. Sé que deben de estar muy abiertos
porque su irritación se disipa en un segundo y está frente a mí, con expresión interrogante.
No sé qué hacer. Qué decir. Cómo reaccionar. Me siento... vacía. Y a pesar de que el vacío
es una amenaza constante en mi vida, esta sensación es nueva. El celular se me cae de la
oreja, el brazo flojea, los ojos buscan a mi alrededor mientras me giro en el sitio, como si
pudiera ver a mi padre aquí y ahora y confirmar que no acabo de oír bien.
―¿Beau?
Parpadeo, repasando la conversación que acabo de tener.
―¿Beau?
¿Está muerto?
―Beau, joder. ―James toma la parte superior de mis brazos y me sacude, sumergiéndose
y metiéndose en mi campo de visión. Retrocede cuando le miro, luego baja la mano,
cogiendo mi celular. Mira la pantalla. Cartwright se ha desconectado, y parpadeo
rápidamente, pareciendo volver a mi cuerpo al ver la preocupación de James. Recojo mi
teléfono y marco a la única persona que me viene a la mente, dejando a un lado mi queja
con él, y James también tendrá que hacerlo.
―¿Ollie?
―Beau ―suspira como respuesta, y en cuanto oigo su voz, lo sé. Simplemente lo sé.
―No me digas que sólo ibas a llamarme ―ruego de todos modos, rogando por una
explicación―. Por favor, no me digas eso.
―Iba a llamarte.
―No ―susurro.
―¿Cómo lo sabes? —pregunta.
―Cartwright me llamó.
―Joder. Voy para allá ahora, Beau.
―¿Dónde está?
―Un hotel en el centro.
―No. ―Maldita sea, debería haber quedado con papá para cenar. Su corazón. Sabía que
algo andaba mal. Pero Doc lo revisó. Miro a James, y en el momento en que capta mi
expresión, se retrae, se pone de pie, su ego se marchita. No encuentro las palabras para
decirle lo que le pasa, y él ve mi lucha.
Coge mi celular y se lo pone en la oreja.
―Es James ―dice brevemente, agarrándose a mi hombro―. ¿Qué pasa? —Inhala en un
evidente intento de armarse de paciencia―. Ahora no es el momento de lanzar tu ego,
Burrows. Lo que sea que estuvieras haciendo en Hiatus esta noche, me importa un carajo.
Lo que sea que esperabas lograr enviándole esa foto a Beau, me importa un carajo. ¿Qué
coño está pasando?
Muerto. Está muerto. Está muerto y Ollie, un agente del FBI, va para allá. Me ha llamado
un periodista. ¿No fue un ataque al corazón? ¿Un ataque? ¿Un derrame cerebral? Me
sobresalto, y es la sensación más extraña, como si un interruptor acabara de activarse
dentro de mí. Es como si me pusiera en modo trabajo, pero ya no soy policía y mi padre no
es una víctima cualquiera. Le cojo el teléfono a James, y esta vez me deja cogerlo.
―¿Por qué vas allí, Ollie? —Le pregunto―. ¿Y por qué demonios me llaman los
periodistas?
―Los testigos afirman haber oído un disparo.
―¿Un solo disparo? —Pregunto robóticamente.
―Un solo disparo ―confirma―. Sólo estoy transmitiendo lo que me han dicho. No hay
señales de lucha. No se llevaron nada personal.
―¿Así que es alguien que conoce?
―Conoce a mucha gente, Beau.
―Lo sé ―digo, empezando a caminar. Pensando, pensando, pensando―. ¿La pistola?
―Desaparecida.
―¿Casquillo?
―No hay casquillos. ―No se contiene en absoluto, me dice cosas que realmente no
debería decirme. Porque ya no soy policía―. Lo siento mucho, Beau ―dice Ollie, con voz
suave―. Sé que Tom y tú tenían una relación de amor-odio, pero seguía siendo tu padre.
Trago saliva, asintiendo.
―Voy para allá. ¿Cómo se llama el hotel?
―Beau, sabes que eso no puede pasar.
―Yo…
―Te llamaré más tarde, lo prometo.
Respiro hondo y razono conmigo mismo. Tengo que jugar. Mantener a Ollie de mi lado.
―De acuerdo ―digo a regañadientes―. En cuanto tengas más información.
―Entendido. ―Cuelga, y me llevo el celular a la boca y mordisqueo la esquina mientras
James se acerca, con los brazos tendidos hacia mí. Me alejo, sin mirarle.
―Te llevaré a casa ―dice.
―No. ―Me enfrento a él―. No quiero ir a casa. ¿Por qué querría ir a casa?
Frunce el ceño, confuso, y levanta una mano flácida para señalar mi móvil.
―Bueno, a menos que me esté perdiendo algo, estoy bastante seguro de que acabas de
recibir una llamada de tu ex prometido que te ha avisado de que tu padre ha sido asesinado.
―¿Por qué tanto énfasis en prometido? —Me quejo―. ¿Cuál es tu puto problema? —
¿Cuál es su problema? ¿Por qué haría una pregunta tan ridícula? Ollie estaba aquí,
intentando ponerme en contra de James. Ese es su puto problema. Estoy perdiendo la cabeza
rápidamente. Presionando botones que no debería presionar. Diciendo cosas que no debería
decir. Las paredes. De repente vuelven a ser más altas a mi alrededor, ladrillo a ladrillo.
Veo que James lucha por mantener la calma.
―Tu padre ha muerto, Beau. Puedes estar triste. Se te permite ser vulnerable.
―Mi padre era un cabrón narcisista que dejó a mi madre por una cazafortunas
descerebrada. Mi padre me internó en un psiquiátrico y dejó que me pudriera. Mi padre
me escondió del mundo para salvar su chispeante reputación. Mi padre era un idiota hueco
y sin corazón que se preocupaba más por su imagen pública que por el bienestar de su hija.
―Paso junto a James―. No quiero volver a casa ―le grito, sabiendo que he dejado atrás a
un hombre muy perplejo. Un hombre que me salvó de ahogarme en la oscuridad de todo
lo que acabo de enumerarle.
El hombre que podría no ser capaz de salvarme de nuevo.
―¿
uién demonios era esa mujer? —Rose me echa en cara, hago lo que
puedo para no gruñirle. No voy a malgastar mis palabras cuando Beau
le va a dar todos los detalles jugosos en cuanto vuelvan a estar juntos.
―¿Te estás poniendo agresiva conmigo? —Pregunto seriamente, caminando hacia ella,
haciéndola retroceder. Para todos los que nos rodean, mi movimiento parece amenazador.
Casi intimidatorio.
Lo es.
Y mi mujer, en todo su esplendor, no quiere saber nada de eso.
―Vete a la mierda, Black ―me escupe, haciéndome retroceder, caminando hacia
adelante, cambiando las tornas, haciéndome retroceder―. ¿Qué ha estado pasando
mientras sus mujercitas han estado a buen recaudo en tu mansión?
¿Mi mansión? Me rio por dentro. Hace tiempo que no es mi mansión. Más bien un hotel
para putos réprobos. Pero volviendo al asunto que nos ocupa. ¿Quiere saber qué ha estado
pasando?
―¿Qué coño crees que ha estado pasando? —Pregunto, indignado―. ¿Bailes eróticos
personales? ¿O algo un poco más físico? ¿Un buen polvo con una puta dispuesta? ¿Es eso
lo que me preguntas?
Mueve su larga melena oscura por encima del hombro, lo que me pone a prueba en el
departamento de gruñidos.
―No te atreverías.
Tiene razón, no lo haría, pero no voy a admitirlo. Además, no me gustaría. Esto es
jodidamente ridículo. ¿Cómo carajo el desacuerdo de James y Beau se convirtió en nuestro?
―Sigue como una puta loca psicópata, y yo podría. ―Y ahí está, su palma cerrándose,
cargando y disparando. Mi mano sale disparada y atrapa su muñeca, y ella rápidamente la
suelta.
―Sigue como un idiota, yo también podría. ―Me empuja a un lado, la discusión ya ha
terminado, y me rio como un idiota mientras ella se dirige a la barra, con su culo cada vez
más curvilíneo saltando maravillosamente. Ese vestido dorado le sienta de puta madre a sus
curvas de embarazada perfecta. Reprimo un gruñido y me acomodo discretamente,
siguiéndola, consciente de los ojos que nos miran. Para cuando llego a ella, ya se ha subido
a un taburete y le aprieto la espalda con el pecho, ignorando con vehemencia el dolor que
le produce la presión y mi erección clavándose en su culo. Jadea y se incorpora, con la
mano extendida sobre la encimera.
Empujo mi cara en su cabello a la altura de su oreja.
―Sube.
―Jódete.
―No, quiero follarte. ―La levanto físicamente del taburete y la coloco mirando en la
dirección correcta―. Muévete. ―Apoyo una mano en su nuca, aprieto un poco, la otra la
deslizo sobre su vientre, acariciando suavemente, y la conduzco a través de la multitud
hacia la oficina.
―¿Vas a escucharme si digo que no esta vez?
Cómo me pone a prueba.
―Sí ―gruño, porque por supuesto que la escucho. Jesucristo, nunca me dejará olvidar
eso, la perra rencorosa. Sabe que me martirizo por ello constantemente. No necesito su
ayuda, aunque sin duda me clavará más el cuchillo cuando le apetezca.
―No ―suelta, y yo me detengo en seco, soltándome de su cuello.
Inspiro profundamente. Con calma.
―¿Por qué quieres hacerme daño? —Pregunto. Es una pregunta perfectamente
razonable. Cada jodida vez que está molesta, me da una patada en los huevos. Sé que
siempre he dicho que puede desquitarse conmigo, pero un hombre no puede aguantar más.
Sin embargo, al mismo tiempo, al jodido retorcido que hay en mí le encanta ser la única
persona que le da la oportunidad de defenderse, incluso si se pasa de la raya. Como ahora.
Flexiona el cuello y me mira, con la mano apoyada en la barriga, donde hace un momento
estaba la mía.
―No quiero hacerte daño, cariño. ―Sonríe, y lo odio. Entrecierro los ojos, esperando el
golpe, y ella da un paso hacia mí, levantando la vista mientras desliza un dedo por mis
labios y lo rodea con la lengua. Hace un mohín, se lame los labios y mi excitación vuelve a
la vida. Se acerca más. Me acaricia los labios de un lado a otro, mirándome, concentrándose.
Me doy cuenta de que estoy a punto de caer y, sin embargo, no encuentro la voluntad de
alejarme del alcance de su venganza―. Quiero hacerte sufrir ―susurra, acariciándome la
frente y tocándome la polla. Me trago un gruñido y cierro los ojos.
¿Así que me va a privar? Jesús. Privarme, sabiendo que nunca la forzaré. Ella ha hecho
esto antes, por supuesto. Es su arma, su as de la que hace alarde cuando se siente
particularmente cruel. O, en realidad, indefensa. Pero mientras que antes podía
convencerla a mi manera, ahora no puedo. No después de mi cagada en Santa Lucía.
―Te odio, joder ―resoplo en mi oscuridad.
Acerca sus labios a los míos y me besa suavemente, y yo caigo en él con naturalidad, pero
mis manos permanecen colgando sin vida a los lados, asustado de abrazarla.
―Si crees que me vas a dejar en casa mientras te sientas en un antro de striptease con
chicas babeando sobre ti, mejor piénsatelo otra vez, Black. ―Ella me suelta―. Y quiero que
Esther y mi hijo vuelvan aquí con nosotros.
Resoplo. Ni de coña. Pero no lo digo, no quiero empeorar las cosas. Rose pasa a mi lado
y yo me giro, con los pantalones apretados, para ver a Beau entrando en el club y, unos
metros más atrás, a James, con el aspecto más asesino que jamás he visto en él.
Beau se coloca en un taburete de la barra y hace una señal a Mason, y Rose se une a ella,
sin hacer ninguna señal a Mason.
―Joder. ―Me restriego una mano por la cara y voy hacia ellos. La cara de Beau. Está
sombría, y me entran unas ganas inusitadas de ayudar a mi compañero y explicárselo―.
Beau, deja...
―No lo hagas, Danny ―me advierte, en un tono tan mortal que la escucho. Es raro ver
a Beau de policía. Pero ahora está aquí, firme en su postura, con un aspecto jodidamente
sereno, y enseguida me preocupo mucho por esa tal Beth.
―Ve a sentarte en una de las cabinas ―le digo―. Le diré a Mason que traiga algo de...
―Vacilo y miro a James. No parece que quiera que Beau siga bebiendo. Creo que yo
tampoco quiero que siga bebiendo.
―Vino ―dice Beau, sin mirarme―. Y nos quedaremos aquí. ―Se queda en su taburete
y Rose no lo cuestiona. Ya he tenido bastante de mujeres insolentes por hoy. Le hago señas
a Mason para que se acerque―. Agua para esta ―digo, señalando a Rose, que se apresura
a girarse y darme puñetazos. Saco el labio inferior―. ¿Te ha dolido, cariño? Yo hablando
de ti como si fueras un objeto, ¿te ha dolido? —Soy tan jodidamente infantil. Culpa suya―.
Y una botella de whisky y vodka para la mesa de allí, ya que parece que nos han desterrado.
Me uno a James.
―Si te sirve de consuelo, estoy en la caseta del perro contigo ―digo, deslizándome en el
asiento redondo de la cabina, metiendo la mano bajo la mesa y empujando mi polla
semierecta, deseando que se comporte. Dos botellas y dos vasos caen sobre la mesa y le doy
las gracias a Mason con la cabeza. Estoy seguro de que se ha hecho más tatuajes. ¿En el
cuello? El tipo está cubierto de pies a cabeza. Nos sirvo una copa a los dos y empujo la de
James al otro lado de la mesa, cojo la mía y bebo un sorbo mientras lo miro fijamente―.
¿Eh, colega?
―Tom Hayley ha muerto ―le dice al cristal, plano y sin emoción.
Me quedo quieto, con la bebida colgando en el aire.
―¿Qué?
―Está muerto.
Miro hacia la barra y veo a Rose con las manos en la boca, mirando a un Beau muy quieta
y callada frente a la barra bebe una botella de tinto. Y la cara de Fury también lo dice todo,
mientras me mira, como para comprobar que ha oído bien. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Qué? ¿Qué?
¿Por qué? Sacudo la cabeza, intentando ordenar mis pensamientos.
―¿Está muerto?
―No tengo muchos detalles. Frazer Cartwright llamó a Beau.
―¿El periodista?
―Sí, el periodista.
―Es un hombre que sabe, ¿no? —Bromeo―. Quizá tengamos que hablar con él.
―De acuerdo.
―¿Y está confirmado?
―El agente Burrows lo confirmó. ―James me mira con ojos pesarosos―. Estaba de
camino a la escena.
―Joder. ¿Todo esto ocurrió hace un momento?
―Sí, mientras Beau y yo estábamos ―se crispa el cuello, con la mano envolviendo su
vaso―, limando algunas diferencias.
―Bueno, eres un pacificador de mierda, si te sirve de algo el morado que tienes en la
mejilla. ―Brindo por la marca roja mientras James se la palpa y luego le doy otro sorbo
sensato a mi whisky, queriendo, o necesitando, bajarme el lote y darme un buen golpe de
alcohol. Pero no puedo. Nunca puedo hacerlo. De hecho, no debería beber. Y sin embargo...
tomo otro sorbo―. ¿Muerto?
―Se informa de un disparo.
Asiento con la cabeza, pensando. Si soy brutalmente sincero, el mundo no será tan duro
sin Tom Hayley en él y, siendo aún más brutalmente sincero, es una cosa menos de la que
James y yo tenemos que preocuparnos, porque ese hombre nos estaba apuntando. Pero...
Beau. Vuelvo a mirar a las chicas de la barra, veo a Rose frotando la espalda de Beau, su
taburete más cerca, pero Beau no se ha movido.
―¿Quién le envió esa foto tuya con Beth? —pregunto, volviendo al problema inicial.
James me mira mientras juega con su vaso.
―Burrows.
―Pero él estaba en su camino a la escena. ¿Desde aquí? ¿Y por qué coño iba a venir aquí,
de todos modos? ¿Para hacer las paces? —Me rio. Lo dudo. O... frunzo el ceño y miro a
James―. O tiene a alguien en nuestro club. ―Echo un vistazo al amplio local, miro las
escaleras hasta el entresuelo. ¿Un empleado? ¿Un cliente? Podría ser cualquiera.
―Creo que es más sencillo que eso, pero haré que Nolan lo investigue para estar seguro.
―Va a su teléfono y pulsa un mensaje.
―Sabio. ―Ahora, volvamos al asunto que nos ocupa―. ¿Crees que esto hará retroceder
más a Beau? —Pregunto, rellenando la bebida de James. Ella no estaba exactamente
locamente enamorada de su padre―. Su madre, ¿ahora esto?
―No ―dice James―. Creo que será peor que eso. ―Gira lentamente su vaso sobre la
mesa, ajeno a mi expresión interrogante.
―¿Qué podría ser peor que ella volviera de lleno a esa oscuridad? —pregunto, y James
me mira. Odio la respuesta antes incluso de que la haya dicho, su rostro tan impasible. Es
realmente preocupante.
―Llevándome con ella ―susurra, volviendo los ojos hacia Beau en la barra.
Joder, sí, eso sería jodidamente horrible. No se puede negar que James está en el extremo
superior del espectro de los jodidos, incluso ahora, pero al menos tiene un propósito más
allá de la venganza.
―¿Cómo detenemos eso?
―Tendría que dejarla hacer lo que piensa hacer.
―¿Qué planea hacer?
―Volver a ser policía.
Salgo disparado hacia atrás en mi silla como si me hubieran disparado.
―¿Qué coño?
―Lo he visto ―dice en voz baja, todavía girando el vaso, como si se aferrara a él para
mantenerse enraizado. Para evitar una matanza aquí y ahora―. Amaba a su padre, pero le
odiaba. Sus pensamientos sobre él reflejaban los nuestros. Idiota narcisista. Pero la huérfana
en ella se sentirá culpable, y la única manera de aliviar esa culpa sería poner fin a su
relación sirviendo a su honor.
No puede encontrar al asesino de su madre, así que quizá pueda encontrar al de su padre.
―Mierda ―siseo, dando más de un sorbo a mi bebida. Así que lo que James está diciendo,
básicamente, es que de cualquier manera, la perderá. Joder. Sé que la relación de Beau con
su padre era, como mínimo, tensa, pero si hay alguien en este mundo que pueda
identificarse con la orfandad, ese soy yo. Antes de que Carlo Black me encontrara, sucio y
hambriento en un callejón de Londres, a menudo me sentía solo. Mi madre estaba
aterrorizada por mi padrastro, incapaz de protegerme.
No hay nada mejor para crear resiliencia que necesitar ser vulnerable pero no poder
serlo. Siendo forzado a ser fuerte. Perdoné a Esther por abandonarme. Me trajo algo de paz.
Beau cree que encontrará la paz si hace esto. Nunca. Siempre hay algo que nos jode. Ella
bajó sus defensas cuando conoció a James. Se volvió vulnerable, y él también. No muy
diferente a Rose y a mí, en realidad, pero aun así muy diferente. ¿Y ahora? Ahora el mundo
que los unió, la oscuridad que compartían, los está separando. Porque si Beau toma su placa,
ella ya no será parte de esta familia.
No tengo ni puta idea de qué decir.
―¿Qué vas a hacer? —Pregunto, sintiéndome tan perplejo como James. Que le jodan a
Tom Hayley por morirse.
Su sonrisa es inapropiada. Le divierten sus pensamientos.
―No se acercará a Oliver Burrows ni a una placa.
Resoplo.
―¿Y la oscuridad?
―Lucharé por mantenerla en la luz. ―Echa su bebida hacia atrás y desliza el vaso hacia
el centro de la mesa, una instrucción para que lo llene de nuevo―. Matar a quien tenga
que matar. Haré lo que haga falta, Danny.
―Sí, hazlo, pero prométeme una cosa.
―¿Qué?
―No vuelvas allí. ―Qué jodido lío. Como si no hubiera suficiente mierda con la que
lidiar. Pero no. Sigue viniendo y viniendo y viniendo―. Tenemos que hablar con Higham
―digo, manteniendo a James a ras de vodka―. Quizá mientras nos ayuda a encontrar al
cabrón que desenterró a nuestros padres muertos pueda encontrar al cabrón que se cargó
a Tom Hayley. ―Me palpo la frente arrugada―. Algo me dice que podría ser una de
muchas personas. ―Porque estoy segurísimo de que, además de James y yo, hay muchos
otros criminales, hombres de negocios y políticos en Miami que pensaban que Tom Hayley
era un idiota. ¿Pero los suficientes como para matarlo? Me rio para mis adentros. Solo
tendría que decirle algo malo a la persona equivocada, porque, admitámoslo, nos dijo
muchas cosas malas a nosotros, y si no fuera el padre de Beau, yo habría acabado con el
cabrón. Sé que James siente lo mismo.
―¿Puedo traerles algo?
Levanto la vista y veo a Nolan en la mesa con un elegante traje de tres piezas.
―Vuelve a meterle la polla a cualquiera de las chicas, haré que Cindy o Barbie te la
arranquen de un mordisco ―digo, mientras James gira lentamente su vaso sobre la mesa y
Nolan se coloca una palma sobre la ingle.
―Entendido. ―Mira por encima de su hombro, incitándome a mover la cabeza por
encima de su cuerpo para mirar. Veo a una de las chicas mirando hacia aquí. O hacia
Nolan.
―Eso no va a ser un problema, ¿verdad?
―En absoluto. ―Nolan se pone la chaqueta―. ¿Dónde está...?
―Papá está arriba ―digo, haciendo que James sonría un poco y que Nolan ponga los
ojos en blanco mientras nos deja.
Se hace un largo silencio, los dos nos quedamos sin palabras, sentados, reflexionando,
bebiendo. Estoy a punto de levantarme y declarar mi intención de llevarme a mi
voluntariosa esposa a casa cuando se produce un claro cambio en el ambiente. Frunzo el
ceño y me vuelvo hacia la puerta, viendo a las unidades que Brad tiene vigilando la puerta,
Drake y Des, dos hombres negros construidos como rinocerontes, escudriñando el club. Me
deslizo fuera de la cabina, mostrándoles dónde estoy, inclinando la cabeza en señal de
pregunta. Uno se acerca, el otro permanece junto a la puerta. ¿Asegurándola? ¿Quién coño
está ahí?
―¿Qué pasa? —Pregunto, sin apartar los ojos de la puerta.
―Alguien quiere verte.
―¿Quién?
―Un tipo ruso.
Doy un paso atrás y James, que obviamente ha oído, está a mi lado en un santiamén.
―¿Afuera?
―Dice que te diga que viene en son de paz.
Me rio a carcajadas, y es tan jodidamente psicótico. ¿Paz? ¿Qué coño es la paz?
―¿Cuántos?
―Cuatro. Todos desarmados.
―¿Es eso lo que te dijeron?
―Les di una palmadita.
Levanto las cejas, impresionado.
―¿Les has preguntado si quieren azúcar en el té?
Parece inseguro y nos mira.
―Te está tomando el cabello ―dice James, suspirando.
―Te estoy jodiendo ―confirmo, haciendo que sus grandes hombros caigan. E intento
ganar algo de tiempo. Miro a James―. ¿Salgo ahí fuera y disparo a los cabrones descarados?
—pregunto, mientras él se queda mirando la puerta, ensimismado. Me hace pararme a
pensar, y odio mis pensamientos. Joder―. Tienes curiosidad, ¿verdad?
―Nunca lo encontraremos si matamos a todos los vinculados a él antes de interrogarlos.
―Me cago en . ...yo ―gruño, pasando junto a Drake y dirigiéndome a la oficina―.
Cualquiera pensaría que te gusta torturar a la gente. ¿Nunca te enseñaron que la curiosidad
mataba a el...?
―¿Señor del crimen?
―Que te jodan ―espeto, abriéndome paso hasta el despacho y dirigiéndome a la
estantería, justo cuando Brad sale con Nolan.
―¿Qué está pasando?
―Rusos afuera. Parece que quieren hablar. ―Subo corriendo las escaleras y me dirijo al
armario cerrado de la esquina.
―¿Qué está pasando? —pregunta Otto desde el sofá, con el portátil en el regazo y el
teléfono en la oreja.
Agarro una ametralladora y un cinturón de balas, y me lo pongo mientras vuelvo a salir,
con Otto ahora pisándome los talones.
―Tengo que irme, Boo. Te llamo más tarde.
¿Boo? Me giro, ahora armado, y Otto retrocede, con las manos en alto y el teléfono en
alto.
Frente a mí.
El nombre de mi madre en la pantalla.
―Tranquilo, Danny ―dice.
―Tranquilo, Danny ―repite como un loro Brad, sus súplicas tienen el efecto contrario,
mi sangre empieza a hervir. Una esposa difícil e insensible, putos rusos descarados, padres
muertos desaparecidos, ¿y ahora este cabrón intenta llevarse a mi madre a la cama? Doy
un paso al frente―. Mantente jodidamente alejado de mi madre.
Tiene el descaro de parecer cabreado.
―¿Y cómo coño te golpeaste la cabeza?
Otto frunce el ceño y se lleva la mano a la gorra de béisbol.
―¿Cómo...?
―Olvídalo, me importa una mierda―. Le apunto con mi ametralladora. ―Aléjate de
ella―. Le dejo con esa advertencia y le lanzo a Brad una escopeta antes de volver corriendo
escaleras abajo―. Y trae más armas ―le grito, entrando de nuevo en el club, viendo a James
aún con Drake.
Paso junto a las chicas en el bar.
―Danny, ¿qué está pasando? —Rose llama―. ¡Danny!
―Muévete de ese taburete, Rose, te juro por Dios... ―Me detengo y le muestro mis ojos
indignados, y ella se marchita, sabiendo que ahora no es uno de los momentos en que
debería presionarme. Gracias a Dios. Me echo el cinturón al hombro y cargo, ignorante de
la atención de los que se han dado cuenta de que El Británico camina a grandes zancadas
por el club armado con un AR15 totalmente automático.
Llego a la calle donde Des está solo, vigilando la entrada, un Heckler supera en número
a los rusos desarmados.
Ninguno de los cuales reconozco.
No Volodya. No Sandy. Así que...
―El Buey ―digo, observando al tipo de delante con un traje gris mal ajustado.
―El Británico ―ronronea, sonriendo―. ¿Es así como saludas a todos tus invitados?
―A los que quiero matar, sí. ―Sonrío y levanto la pistola, rebusco en el bolsillo y saco
mis Marlboro. Agarro uno con los dientes, lo saco y lo enciendo, sin dejar de mirarle―.
Traficas con armas y, sin embargo, apareces aquí desarmado ―le digo.
―Le dije a tu amigo Black, que vengo en paz.
―No hay paz en mi mundo, nunca la habrá, así que ¿qué coño quieres de mí, salvo una
muerte segura?
―Soy un hombre justo, Black. Quiero hacer negocios y existir en paz aquí en tu hermoso
país. Tu regreso a Miami ha alterado mi equilibrio.
―Quizá un poco de yoga lo arregle. ―Hago un mohín, exhalo humo y oigo a los otros
hombres unirse a mí, ahora todos armados.
―Estás abasteciendo a los mexicanos ―dice.
―Correcto. ¿Hemos terminado?
―Me estás subcotizando. Prácticamente regalando las armas. Vuelve a donde estabas.
―Verá, Sr. Buey, me encantaría, pero un cabrón desenterró a mi padre de su lugar de
descanso. ¿Sabe algo de eso? —Levanto el arma un poco más.
Manos arriba en señal de rendición, da un paso atrás.
―Creo que puedo ayudarte ahí.
―¿Tienes información sobre mi padre?
―Sí.
Asiento con la cabeza, bajo el arma, cojo el cigarrillo e inhalo profundamente la nicotina.
―¿Por qué no pasas a mi despacho? —pregunto, haciendo un gesto con la pistola y
haciéndome a un lado, sonriendo, dándole la bienvenida.
Con cara de recelo, como debe ser, nos mira a mí, a James y a Otto, e indica a sus hombres
que nos sigan. Miro a las chicas mientras las atravieso, y veo que ambas parecen
incómodamente... cómodas. Como si esto fuera normal. La vida cotidiana.
Al pasar por delante de la mesa del DJ, miro hacia él y le hago un gesto de aprobación
con la cabeza. Asesino Adamski.
―¿Te traigo algo de beber? —Le pregunto―. ¿Vodka? Eso es lo que les gusta a los rusos,
¿no? ¿O es el polaco? —Vuelvo a mirar a James, y él sacude la cabeza con desazón,
exasperado, pero si no adopto este estilo, lo más probable es que haga un lío en el Hiatus.
―Prefiero el ron ―gruñe, mientras le hago pasar al despacho. Pasan sus tres hombres,
todos en silencio, ninguno ha murmurado aún una palabra. No saben hablar inglés.
Luego me siguen mis hombres, que me miran interrogantes mientras entran y yo me giro
y cierro la puerta. Justo antes de que la madera entre en contacto con el marco, veo al DJ
con la mano sobre el volumen. Cierro la puerta y me dirijo a la sala.
―Supongo que quien haya desenterrado a mi padre no querrá arrastrar lejos un cadáver
―musito, casi pensativo, alzando el cigarrillo y mirando el pitillo mientras sisea, ardiente,
incandescente―. Así que supongo que deberíamos buscar en la zona este, porque es donde
está la catedral y es donde está enterrado. ―Miro al Buey―. O fue enterrado.
―Correcto.
Asiento con la cabeza, inhalo y expiro profundamente. Veo a James, Otto, Brad y Nolan
en el borde de mi visión apartarse y oigo cómo sube el volumen de la música en el club. Me
vuelvo a meter el cigarrillo entre los labios. Estoy harto de sus gilipolleces, indignado de
que piense que puede presentarse aquí sin avisar y decirme lo que puedo y lo que no puedo
hacer, dónde puedo y dónde no puedo estar y, lo que es peor, tentarme con el conocimiento
del paradero de mi padre.
No doy ninguna advertencia, ninguna pista a través de mi expresión.
Me giro y abro fuego, repartiendo las balas entre los cuatro cabrones. Sus brazos se
levantan y se agitan, como si estuvieran bailando breakdance, y no me detengo hasta que
mi cinturón está vacío y mi pistola hace clic. Aprieto el cigarrillo y exhalo, larga y
felizmente. Lo necesitaba. Una araña menos en la telaraña. O un puto animal en el maldito
zoo. Da igual. Pero joder…―. Qué puto desastre.
―Y aun así ―dice James, mirando a través de la carnicería―. Ni de lejos tan
desordenado como cuando Nolan vivía aquí.
Le miro, desconcertado.
―¿En serio?
―Amigo, había mierda creciendo sobre mierda.
―Historia real ―suspira Brad, dándole una palmada en el hombro.
Nolan muestra al techo las palmas de las manos.
―¿Debería aclarar esto?
―Deberías ―refunfuño, soltando la pistola―. Y ahora me llevo a mi mujer a casa.
―Abro la puerta―. No me preguntes si voy a follármela o a matarla, porque aún no me he
decidido.
―Jesús ―oigo suspirar a Brad―. Supongo que yo también voy, por si opta por la
segunda opción. ―Se encara con Nolan, señalándole―. Compórtate maldición.
Me detengo fuera de la oficina y le doy otra calada, encontrándome a Rose en la barra,
todavía mirando hacia aquí, esperando. Apunto el cigarrillo hacia la puerta y ella se levanta
rápidamente, besa la mejilla de Beau y sale del club. Brad pasa junto a mí para acompañarla,
y yo me dirijo hacia Beau.
―Tal y como yo lo veo ―le digo, provocando que me mire―. Tienes dos opciones.
―¿Y cuáles son, Danny?
―Vivir o morir ―respondo, alzando las cejas―. Sé cuál quiero que tomes.
―¿Estás diciendo que me matarás si no me retiro?
―No, Beau, estoy diciendo que te matará si no te retiras. Y también matarás a James,
porque él y yo compartimos la misma ética a la hora de vivir. ―Su cabeza se inclina en
forma de pregunta―. No podemos hacerlo sin nuestros corazones, por muy negros,
dañados y jodidos que estén. ―Sabe que no me refiero a nuestros órganos internos―.
Duerme un poco ―le ordeno―. Pareces una puta mierda. ―Agotada. Estresada. Enfadada.
―Gracias ―murmura mientras me alejo.
―Para eso están los amigos ―le respondo―. Y para que conste, siento lo de tu padre.
Encuentro a Rose junto a las puertas y me pregunta en cuanto me tiene a su alcance.
―¿Qué ha pasado? —pregunta, escudriñándome de arriba abajo, buscando señales de
daños.
―¿Así que ahora me hablas a mí? —La cojo del codo y la conduzco al coche, metiéndola
detrás mientras Brad se desliza delante, consciente de la ausencia de Tank.
―No estoy hablando contigo. Sólo quiero saber qué pasó.
―¿Qué pasó? —Lo que ha pasado hoy es que he aprendido a no pensar nunca que las
cosas no pueden ser peores o más personales. Qué día de mierda.
ue directo a su oficina cuando llegamos a casa. Solo. Una hora más tarde, vino a
nuestra habitación, se desnudó en silencio y se duchó solo, y no me dio la oportunidad
de rechazarlo en la cama, dándose la vuelta y durmiéndose en cuestión de minutos,
obviamente agotado. ¿Yo? Me quedé despierta en un insoportable estado de insomnio,
mirando las vendas que cubrían el pecho de Danny, rogando a mi mente que se apagara y
descansara. No lo conseguía. Tampoco el bebé, que parecía empeñado en hacerme sentir
su presencia, ya fuera con ardor de estómago o náuseas. En cierto sentido, era
tranquilizador, pero con el alivio venían la preocupación y la culpa. ¿Le estará afectando
mi inquietud? ¿Mi imprudencia?
En cuanto amanece, dejo a Danny en la cama, me pongo una bata y bajo a la cocina. No
está Esther dando vueltas, horneando, cocinando, haciendo té.
Té. Necesito una taza de té inglés.
Me preparo uno y tomo asiento en un taburete de la isla, dando el primer sorbo. Se me
arruga la nariz. Esta pasable, pero desde luego no está a la altura de Esther. La echo de
menos. No sólo su té, sino su capacidad para razonar conmigo. Con todo el mundo. ¿Qué
me diría ahora? Aparte de amenazarme con abofetearme, me recordaría con quién estoy
casada y por qué lo estoy. Es tan fácil olvidar, perder de vista el para siempre y la felicidad,
cuando estoy inmersa en la violencia y las pruebas que conlleva estar con El Británico.
Durante más de una hora, discuto conmigo misma, a menudo me miro la barriga y
vuelvo a la misma conclusión.
No debería estar aquí.
No sirvo para nada más que para irritarle a diario. Soy incapaz de manejar mis
emociones, y más ahora, pero más que nada, debo ir por todas. Danny puede concentrarse,
yo puedo estar con Daniel, y el bebé y yo estaremos fuera de peligro. O, más bien, fuera del
camino de Danny. Ninguno de los dos puede hacer bien por hacer mal, así que es lo mejor.
Asiento para mis adentros y me doy la vuelta en el taburete cuando oigo unos pasos
delicados bajando los escalones de mármol. Como Esther sigue en Santa Lucía, solo puede
ser una persona.
Me levanto y voy hacia la puerta, veo a Beau acercándose al fondo, su cuerpo delgado y
tonificado adornado con ropa de gimnasia, las manos en el cabello atándoselo. Parece que
ha dormido tanto como yo, con ojeras. No necesito preguntar cómo están James y ella. Me
lo dice el hecho de que se haya levantado a las seis para ir al gimnasio. Definitivamente,
esta tragedia no los ha unido, y después de escuchar a Beau anoche y verla controlar su
celular como un halcón, esperando una llamada de su ex prometido, Dios nos ayude, sé que
tampoco es probable. Ella quiere salir y conocer todos los detalles. Quiere averiguar qué
pasó, las circunstancias, el autor. Quiere ser la policía que una vez fue, y eso le va a salir
tan mal como un misil cayendo en la mansión.
Veo un fuego ardiente. Calor. Daño.
Me estremezco, alejando esos pensamientos. O lo intento.
Beau llega al final de la escalera y mira hacia arriba, encontrándome junto a la cocina.
―¿Estás bien? —Pregunto, una pregunta estúpida, lo sé, pero ¿qué otra cosa puedo
decir? En el espacio de un día, han robado los restos de su madre asesinada y han matado
a tiros a su padre.
―¿Has hablado ya con Lawrence?
―No, me estoy preparando para eso.
―¿Sabes algo de Ollie?
Se echa la mano a la espalda y saca el celular de la parte trasera del pantalón de gimnasia,
mirando la pantalla. Lo tomo como un no.
―Voy a hacer ejercicio.
―¿Quieres un té?
Sacude la cabeza, tragando saliva, tan obviamente conteniendo sus emociones.
―Me vino la regla.
Oh, Dios.
―Beau...
Su mano se levanta.
―Por favor, Rose, no me tengas lástima.
―Soy tu amiga. ¿Qué esperas que haga?
―No espero nada, pero espero que me escuches cuando te digo que no puedo.
Simplemente... no puedo. ―Se aleja de mí, la tristeza la cubre con un velo, y hay infinitas
razones para ello.
Oh, Señor, ten piedad de esta mujer y dale un puto respiro.
―Beau ―digo, sonando urgente, deteniéndola a medio camino de girarse―. Vuelvo a
Santa Lucía. ―Esto la hace parpadear sorprendida―. Creo que es lo mejor. ―Me llevo la
mano al estómago, al igual que sus ojos. No es la primera vez que se me rompe el corazón
por ella, y no será la última―. Danny y yo estamos en la garganta del otro constantemente,
la presión para estar bien es demasiado, y en mi condición... ―Hago una mueca ante mis
propias palabras estúpidas―. Quiero decir...
―Comprendo. ―Se acerca a mí y me abraza, y aun así, incluso con su abrazo sincero,
me siento herida. Esperaba que me rogara que no me fuera, porque estoy segura de que lo
haría si ella declarara que se iba. No podría estar sin ella. Me desinflo en sus brazos, me
escuecen los ojos. Está demasiado concentrada en su pérdida. O en su nueva misión. Jesús,
tratar de encontrar al asesino de su madre casi la quebró. Si hace esto, puede que no salga
del otro lado. Y el comienzo de su período sólo la hará más decidida a distraerse. ―Ven
conmigo ―le digo, sintiendo que el pánico se apodera de mí. Me zafo de su agarre y la cojo
por los brazos, y ella me mira con la frente pesada.
―Tú y yo, de vuelta a Santa Lucía. Sé que tú y James están luchando también.
―¿Quieres decir desde que mi ex me envió una foto de él encima de otra mujer?
Vale, no tenía buena pinta, lo admito, pero…
―¿No te has preguntado por qué Ollie estaba allí? —Ella mira hacia otro lado,
diciéndome que sí. Pero elige ignorar esa lógica―. Y esa mujer Beth. ¿Cómo sabía que James
estaría en Hiatus, porque estoy segura de que no parece el tipo de mujer que va a un club
de striptease a tomar una copa?
No se hará esas preguntas porque está demasiado ocupada pensando en cómo su ex
puede ayudarla en lugar de como puede arruinar su relación.
Beau vuelve a mirar la pantalla de su teléfono.
―No tengo el ancho de banda, la capacidad o la energía para arreglar esto ahora mismo,
Rose.
―¿Porque estás demasiado concentrada en encontrar al asesino de tu padre? —pregunto
en voz baja―. ¿Pero y si no le dispararon? ¿Y si...? ¿Y si hay una explicación? ¿Un infarto?
¿Un derrame cerebral? ¿Y si no hay ningún asesino que encontrar?
Sonríe suavemente y me frota el brazo.
―Estaré en el gimnasio ―dice, alejándose y llevándose el teléfono a la oreja. Llamando
a su ex. ¿Cuántas veces lo ha hecho desde anoche? ¿Y por qué no contesta? Qué idioteces.
Más le vale que no se encuentre en una habitación a solas conmigo. Me miro la barriga.
Pongo los ojos en blanco.
Vuelvo a la cocina y doy un respingo al encontrar a alguien allí dentro. James. Se está
haciendo un café, sin camiseta, jugueteando con la máquina. Frunzo el ceño. ¿Cómo ha
entrado aquí sin que yo lo viera?
―Buenos días ―le digo a su espalda asustada mientras me acerco al taburete.
―Buenos días ―responde, sin mirarme―. Te vi hablando con Beau y tomé una ruta
alternativa. ―Obviamente me ha leído el pensamiento. Miro las puertas francesas que dan
al jardín. Están entreabiertas. También habrían estado cerradas, pero eso no sería un
problema para El Enigma, y claramente no lo era―. ¿Café? —pregunta, prestándome
atención mientras la máquina escupe uno.
―No, gracias. ―Levanto mi taza―. Té.
Asiente con la cabeza y coge su taza, uniéndose a mí en la isla. Maldita sea, va a tocarme
los cojones.
―¿Cómo te encuentras? —me pregunta, señalándome la barriga oculta bajo la
encimera.
―Gorda.
Se ríe por lo bajo y se toma la cafeína de un trago.
―Lo único grande en ti, Rose, es tu vena obstinada.
Si está a punto de sermonearme por causarle a Danny un dolor innecesario, no me
apunto. Me sermoneo lo suficiente sin la ayuda de nadie más.
―¿Estás cansado de pelear?
Mira su taza vacía mientras la deja en la barra y luego me mira.
―¿Tú?
Exhalo, exasperada.
―¿Cómo es que esto sigue girando sobre mí? —Creo que prefiero que me pregunte sobre
Beau. Me inclino hacia delante―. Con todo respeto, cuando se trata de problemas de pareja,
Beau y tú están definitivamente por delante. ―Y me pregunto... ¿sabrá que le ha venido la
regla? ¿Se sentirá aliviado? ¿Decepcionado?
James vuelve a mirar su taza y algo me dice que está pensando en tomar más cafeína. O
quizá un poco de vodka.
―¿Qué hago, Rose? —pregunta en voz baja, haciendo girar su taza. Mi corazón se parte
por la mitad y, de repente, mis problemas ya no me parecen tan graves. Danny debe saber
que no voy a ir a ninguna parte. Quizá a Santa Lucía, pero nunca le dejaré. Él está seguro
de eso, yo estoy segura. ¿James, sin embargo? No parece estar seguro de mucho en este
momento―. Hace unos días, prácticamente me suplicaba que intentáramos tener un bebé
―murmura―. Hoy, ni siquiera me mira.
―Su padre acaba de morir.
Hace un gesto de dolor, su mandíbula se tensa.
―Ni siquiera le gustaba.
―A ninguno de nosotros nos gustaba. ―Le cojo la mano y tiro de ella hacia mí, apoyando
los codos en la encimera para inclinarme―. Pero era su padre, James, y no importa lo que
pensemos, ella se va a sentir culpable. Tal vez como si debiera haber hecho las paces antes
de que muriera.
Suspira, largo y pesado.
―Ya lo sé.
―Va a desear haberlo visto anoche.
James se retira, con los ojos muy abiertos.
―¿Qué?
―Antes de irnos a Hiatus. Tom la llamó, dijo que estaba en un hotel del centro para una
reunión. Quería que Beau lo acompañara a cenar.
James aparta la mirada, con expresión entre ceñuda y pensativa.
―Si hubiera ido, esto no habría pasado ―digo―. Eso es lo que estará pensando.
Vuelve sus ojos hacia mí. Veo la oscuridad, los demonios contra los que lucha cada día.
―No se la merecía.
―Ella tampoco se merecía verte con otra mujer encima ―digo, con los labios
fruncidos―. ¿Vas a decirme qué demonios fue eso?
―Ella es de mi pasado. ―James rompe nuestra conexión, apartándose, pareciendo a la
defensiva―. Estoy seguro de que Beau te ha contado todo sobre cómo nos conocimos.
―Por supuesto que sí. ―Tanto Danny como James saben que no hay mucho, si es que
hay algo, que Beau y yo no sepamos la una de la otra―. ¿Pero qué demonios estaba
haciendo en Hiatus? ¿Tiene algo que ver con su ex? —le pregunto. Si Beau no lo admite, al
menos James lo confirmará.
Exasperado, lo que es un descaro, James se levanta, exhalando ruidosamente.
―Otto entró en los registros telefónicos de Beth. Está en contacto con Burrows.
Me quedo con la boca abierta, aunque lo sospechaba.
James se ríe sin humor.
―Parece que hará cualquier cosa para ponerla en mi contra.
―Pensé que se había rendido.
―Eso esperaba ―dice―. Porque en serio no quiero matarlo.
Oh, Jesús, qué desastre.
―¿No se lo dirás a Beau?
―No sé si te has dado cuenta, pero ahora mismo no me está hablando, Rose ―dice,
dando un trago a su taza bajo el grifo y apoyándola en un lado.
Entorno los ojos hacia él mientras me mira.
―¿Se lo has dicho a Danny? —le pregunto.
―Sí, porque está hablando conmigo.
―No me pongas a prueba, James. Un imbécil asesino es suficiente para cualquier mujer.
Se acerca a mí y se inclina, besándome la mejilla.
―Gracias por salir con Beau ayer.
―Por lo que valía la pena.
―Reconcíliate con él.
―¿O si no?
―No me pongas a prueba ―gruñe, alejándose―. Una hembra desobediente es suficiente
para cualquier hombre.
―¿Adónde vas? —Le llamo.
―No al gimnasio.
―Gracias a Dios ―murmuro, bajando de nuevo al taburete. Y me paso otra hora
sentada, planeando mentalmente la conversación que debo tener con Danny y cómo
abordarla. Aún no lo he resuelto a las siete, cuando entra en la cocina, con el cabello
mojado, su cuerpo alto y duro envuelto en un traje gris. Se me hunde el corazón.
Negocios.
¿No se ocupó de suficientes asuntos anoche?
Pasa junto a mí, en silencio, y desliza una taza bajo la boquilla de la cafetera, dándome
la espalda mientras se sirve, goteando, con las manos apoyadas en el borde de la encimera
y los dedos tamborileando. Luego, cuando la cafetera termina de dispensar el café, coge la
pequeña asa de la taza y se gira, apoyando el culo en el mármol y mirando su bebida
mientras bebe a sorbos, tan despacio como goteaba la maldita cosa de la máquina.
Estoy demasiado cansada para este juego infantil de quién se romperá primero. Bien por
él, ha dormido bien y está listo para ir a lo grande. Yo no.
―Me vuelvo a Santa Lucía ―digo con voz firme.
Se detiene en su molesto sorbo, se lleva la taza a los labios, parece pensar unos instantes,
antes de dejarla tranquilamente y dirigirse a una de las puertas francesas, sacando los
cigarrillos mientras avanza.
¿Y simplemente se va?
―¡Dije que me vuelvo a Santa Lucía! ―Le grito a su espalda.
Se detiene en el umbral del patio, enciende su cigarrillo y exhala con calma. Luego vuelve
a mirarme y lo veo en sus ojos azules. El monstruo que se esconde bajo la superficie. El
demonio que está esperando, listo para mostrarse.
―No vas a volver a Santa Lucía, nena ―dice con calma, la cara inexpresiva, la voz
uniforme. Luego se va y yo dejo de mirar el mostrador, con la incertidumbre acosándome.
Danny impredecible. El volátil Danny. El hombre que parece tranquilo por fuera, a menos
que conozcas las señales. Conozco las señales. Su cicatriz brillaba.
―Me voy ―me digo, mirando a la puerta, moviendo los dedos, sintiéndome... sola. Sola
e insegura. Todo el mundo está tan distante, y mi nostalgia por Daniel se multiplica en este
momento. No es que estuviera con él constantemente cuando estábamos en el mismo país,
pero la madre que llevo dentro siente que necesito estar cerca de alguien que realmente me
necesita, aunque su vida social sea más importante que su madre ahora mismo.
Descuelgo el celular y le marco, y mi corazón se hunde aún más cuando no contesta,
aunque mi lado razonable me recuerda que no son más de las siete y que ningún chico de
trece años está despierto a estas horas si no es necesario. Suspiro y empiezo a teclear un
mensaje para Esther, pero Danny aparece en la puerta.
Y parece furioso. Obviamente, se ha quedado sin la energía necesaria para contener su
temperamento.
―¿Por qué coño está el coche de Beau metido en un arbusto al lado de la casa?
Oh.
Mierda, mierda, mierda.
―¿Cómo voy a saberlo?
Otto aparece junto a Danny, con las cejas en alto, y yo le frunzo el ceño. Chivato. Espero
que le golpee la cabeza.
―Bonita gorra ―gruño, haciendo que baje las cejas y entrecierre los ojos.
―Rose ―dice Danny, su voz tensa junto con su cara―. Contéstame.
―Beau me llevó a una lección.
―Y fue a las mil maravillas, por lo que veo ―murmura Otto, antes de dejarme sola ante
la ira de mi marido.
―Te dije que te enseñaría a conducir. ―Danny tira el cigarrillo a una maceta cercana y
entra en la cocina―. ¿Por qué coño no puedes escucharme por una vez?
―Estabas demasiado ocupado en una matanza como para ocuparte de las necesidades
de tu familia ―espeté―. Y para que quede claro, voy a volver a Santa Lucía.
Se ríe. Es malvada. El tipo de risa reservada sólo para los hombres que está a punto de
matar. Luego se detiene bruscamente y se acerca, jadeando, sudando puta furia. Y como yo
soy yo y él es mi marido, me levanto del taburete y me acerco a él. Pega su frente a la mía,
con fuerza, y yo opongo algo de resistencia, empujando hacia atrás, sin echarme atrás.
―No ―sisea.
―Sí ―contesto. ¿No ve que es lo mejor? Al menos hasta que pase esta tormenta de
mierda.
―Moriré primero.
Suena mi celular y Danny se aparta, buscando dónde está. Lo encuentra en mi mano y lo
coge, mirando la pantalla. Sus fosas nasales se ensanchan, su mandíbula hace tictac como
loca, y lo gira para mirarme. El nombre de Lennox Benson resplandece. Oh, mierda.
―¿Cómo coño tiene tu número?
¿Es de verdad? Se lo quito de la mano.
―Nuestro hijo se queda con él la mayor parte del puto tiempo, Danny, y como he dicho,
estás demasiado ocupado matando al puto mundo como para tener tiempo de ocuparte de
tu mujer y tu hijo. ―Lo empujo a un lado, y se va con facilidad, todavía agitándose como
una bestia, eso sí. Contesto, no sólo porque se joda Danny, sino porque es temprano y debe
haber una razón para que Lennox esté llamando.
―Hola ―contesto tímidamente, paseándome arriba y abajo.
―Antes de que empieces a preocuparte, no te preocupes ―dice rápidamente, y yo
exhalo―. He oído sonar el celular de Daniel y se ha desmayado, así que he pensado en
llamarte para que sepas que todo va bien.
Golpeo la palma de mi mano en mi frente.
―Gracias. Me desperté y lo extrañé más esta mañana por alguna razón. ―Siento a
Danny crisparse detrás de mí, probablemente bloqueando cada músculo para no
interceptar esta llamada―. ¿Cómo estás? —Y ahí acabo de firmar mi sentencia de muerte.
―Sí, bien ―responde Lennox―. Estoy a punto de ir a correr por la playa, luego
despertaré a los chicos. Tal vez haga algo de surf más tarde. El viento es bueno hoy.
―Suena increíble ―suspiro, y luego me estremezco, echando un vistazo nervioso hacia
atrás. Jesucristo, va a entrar en erupción. Sé prudente, Rose. Y entonces se me ocurre algo...
Me alejo de mi crispado marido. ¿Es por esto por lo que no me permite volver a Santa
Lucía? ¿Por celos? ¿Paranoico?
―Que tengas un buen día. Y gracias por llamar ―le digo, ahora deseosa de poner fin a
la conversación―. Volveré a llamar más tarde, si te parece bien.
―Claro.
―Gracias. ―Cuelgo. Vale, puede que, en un estúpido y patético arrebato de idiotez
mientras estaba de humor con mi marido, le haya pinchado a propósito, pero ¿de verdad
cree que soy capaz de traicionarle? ¿Y estando embarazada? Me doy la vuelta, inmune a
las señales de advertencia que parpadean ante mí―. Si crees que me alejas de mi hijo y de
mi seguridad porque tú ―le apunto con el móvil―, eres un imbécil paranoico, piénsatelo
otra vez, Black.
―Vi cómo te miraba.
―¡Y vi cómo te miraba esa mujer anoche!
Estalla, coge una taza de la encimera y la lanza por la cocina, que se estrella contra la
pared y salpica fragmentos de porcelana. Me sobresalto cuando el eco de la colisión y el
grito de Danny se combinan y rebotan por toda la habitación, y lo miro, sorprendida, con
los ojos muy abiertos. No se echa atrás.
―¡No me vas a dejar!
Dejándole. Así es como él lo ve. No sé cuándo pasó de exigirme que me alejara a exigirme
que me acercara, pero estamos aquí, y es una idea de su estado de ánimo. Inseguro. Incierto.
Aún más jodidamente loco. Más mortal.
―Ordena tu puta mierda, Danny ―siseo, sintiendo que la emoción me invade. Pero no
le permito que lo vea. No. Este tirón entre la ira y la angustia es abrumador. Lo dejo para
que se calme y camino sin rumbo, enjugándome los ojos mientras avanzo.
―¿Rose? —Goldie dice, bajando las escaleras, viéndome marchar por el vestíbulo.
―Estoy bien ―digo bruscamente, y veo a Brad saliendo de la oficina, estirándose. Sus
brazos se congelan en el aire cuando me ve―. Estoy bien ―digo, pasando junto a él y
entrando en la oficina, cerrando la puerta tras de mí, necesitando una habitación tranquila.
A solas. Lejos de la casa y de la gente que hay en ella.
Me apoyo contra la puerta e inspiro y espiro varias veces, tranquilizándome, atenta a las
palabras de Doc. Tranquilízate. Dios santo. Eso nunca va a pasar aquí. Este bebé merece
más que esta locura. Merece más que unos padres como nosotros.
Me tiembla el labio. Qué fácil es olvidar los buenos tiempos. La pasión. El amor.
Miro el escritorio de Danny y me dejo caer en la gran silla, agotada ya por el día. He
estado aquí muchas veces. Y nunca me he sentado en esta silla. Contemplo la superficie y
abro el cajón. Un bonito abrecartas dorado descansa sobre el papel de escribir. Lo cojo y
deslizo la yema del dedo por el borde hasta la punta, presionando en la yema del dedo hasta
que me perfora la piel. Siseo y succiono la sangre, mirando hacia el cajón. El nombre del
padre de Danny está impreso en la parte superior del papel. Sonrío un poco, saco una hoja
y, al hacerlo, revelo una fotografía suya. La cojo y contemplo la imagen de un hombre
fornido de alegres ojos azules. Su traje crema parece caro. Tiene un brandy en la mano y
un puro entre los dedos. Era tan formidable como guapo. Igual que su hijo.
Trago saliva y vuelvo a colocar la foto en el cajón, viendo algo brillar en la esquina. Se
me entrecorta la respiración y automáticamente meto la mano en el cajón. Cojo el anillo y
lo sostengo frente a mí, mirando fijamente los ojos de esmeralda. Deseo desesperadamente
burlarme de él. Reírme. Pero no puedo.
Niña tonta, Rose.
Está sangrando por todas partes, joder.
Tiene una hemorragia. Necesitará una transfusión.
¿Está vivo?
¡Una bofetada!
El grito de un bebé.
La sensación de que se aferra a mi pecho.
Me tiemblan las manos y se me cae el anillo. Choca contra el tablero de madera del
escritorio y repiquetea cuando alejo la silla, pero, sin importar la distancia, los ojos de
esmeralda de la serpiente brillan, como si cobraran vida. Una señal de aquellos terribles
días que vuelven para reclamarme. Apresándome de nuevo. Me miro el estómago.
―Oh, Dios ―respiro, sintiendo el sudor frío, las palpitaciones del corazón me quitan el
aliento, haciendo cada vez más difícil encontrar aire―. No, no, no ―jadeo, poniéndome en
pie, pero enseguida vuelvo a sentarme cuando ceden mis piernas, agarrándome al borde
del escritorio. Cierro los ojos e intento respirar de forma constante. Lo intento con todas mis
fuerzas.
¿Será capaz de embarazarse de nuevo?
Poco probable.
El momento en que me lo arrancaron de los brazos pasa por mi mente.
¡Por favor!
No puedes cuidar de él, Rose.
Se ha ido.
―¡No! ―Grito, mis manos agarrando la madera del escritorio, buscando un ancla.
Respira. Respira.
La puerta se abre de golpe y veo a Danny vibrando en el umbral de su despacho. Pero
está borroso. No puedo verle la cara. No puedo concentrarme. No puedo ver al hombre que
no dejará que el mal vuelva a atraparme.
―¡No vas a ir, joder! ―brama.
No puedo.
No puedo volver atrás.
No puedo.
Aire. Necesito aire.
Me paro.
Creo.
Y luego simplemente...
Oscuridad.

―¿ , ¿puedes oírme? Rose, respóndeme. Vamos, cariño, abre los ojos.


Por favor, por favor, ábrelos. ―Su voz es entrecortada por la emoción. Ronca y tensa―. Lo
siento. Lo siento mucho, joder.
―Rose, ¿puedes oírme? —Doc pregunta en voz baja.
―¿Qué demonios ha pasado? —James.
―¿Rose? —Beau está aquí―. Dios mío, ¿está bien?
Abro los ojos y vuelvo a cerrarlos de golpe, con una mueca de dolor ante el fuerte
resplandor de las luces del techo.
―Mi cabeza ―murmuro, con la sensación de que el cerebro me rebota en el cráneo.
Levanto los brazos a ciegas, pero una mano me agarra la muñeca y me la vuelve a bajar.
―¿Puedes abrir los ojos, cariño? —Danny pregunta, suave y suplicante―. Por favor,
déjame verte.
Los abro lentamente y enfoco, encontrando su cara sobre la mía, inclinado. Está sentado
en el suelo, con mis hombros en su regazo, y tiene la cara desencajada, el cabello húmedo
cayéndole en la cara.
―No estoy hablando contigo ―grazno, y él exhala, sumergiendo y besando mi cara en
cualquier parte que pueda alcanzar.
―¿Te duele algo, Rose? —pregunta Doc. Sacudo la cabeza, oyéndole tararear y
sintiéndole presionar varias partes de mí―. Se desmayó.
―¿Por qué? —Danny exige.
―Angustia, tal vez ―dice Doc, su tono conocedor―. Los oí gritar.
Danny levanta la cara y veo a Doc de rodillas a mi lado, y a James y Beau a mis pies. Doc
inclina la cabeza, mirando entre los dos con desaprobación.
―Si el cuerpo no puede soportarlo, se apaga. Así de sencillo. Se los he dicho infinidad de
veces, Rose tiene que calmarse. Relax, como dicen los jóvenes.
Miro a Danny y veo que la culpa se apodera de mí. Empiezo a incorporarme lentamente
con la ayuda de Danny. Fue un ataque de pánico. Me desmayé porque no podía respirar.
Miro a Beau, y por primera vez puedo apreciar de verdad lo debilitada que ha estado tantas
veces. Dios, eso fue horrible. Luchando por razonar contigo misma, luchando por respirar,
rechazando los recuerdos.
Danny se levanta, me coge en brazos y me saca del despacho en silencio, subiendo las
escaleras hasta nuestra habitación. Me tumba en la cama, me quita la bata y me arropa.
Luego se tumba a mi lado sobre las sábanas, completamente vestido. Me pone la mano en
la barriga. Su cabeza en mi pecho. Deslizo la mano entre sus ondas húmedas y oscuras y
masajeo su cuero cabelludo.
―Lo siento ―murmura.
―No me desmayé porque nos peleamos.
Levanta la cabeza y me mira.
―¿Qué?
―Encontré una foto de tu papás en el cajón de tu escritorio. Y el anillo... ―Sacudo
suavemente la cabeza, no queriendo volver a hablar de ello, pero necesitando que Danny
se libere de la culpa que le atenaza. Sé que el anillo que estaba mirando era de Carlo Black,
no de Ernie, su hermano, el hombre que me arrebató a Daniel cuando sólo tenía unos
minutos. Pero esos malvados ojos de esmeralda. Me atraparon.
―Joder ―susurra―. Encontraron el anillo junto a la tumba de Pops. No pensé...
Le tapé la boca con la mano.
―Para ya. ―Me retuerzo, obligando a Danny a moverse, y me arrastro por la cama,
apoyando la espalda contra el cabecero―. Ven. ―Le ofrezco mis manos y él las coge,
dejándome acercarle. Se sienta a horcajadas sobre mis muslos, apoyando el culo en sus
pantorrillas, y sonrío al ver sus pantalones de traje estirándose sobre sus gruesos muslos―.
Me alegro de haberlo visto ―digo mirándole.
Se burla de mí.
―Rose, nena, ¿qué coño?
Vale, mi reacción inicial no fue muy buena, ¿pero ahora?
―Ese anillo es un recordatorio de lo lejos que hemos llegado realmente. Cuántos
obstáculos hemos superado. Y aún tenemos que superar. Juntos somos más fuertes. ―Eso
es un hecho―. A veces, ambos necesitamos un pequeño recordatorio de eso. ―Llevo su
mano a mi estómago, y él mira hacia abajo―. Te odio.
Exhala una maldición silenciosa y clava el puño en el colchón, inclinándose hacia delante
y besándome.
―Te odio más, joder.
Y el universo se alinea de nuevo, la montaña rusa se ralentiza a un ritmo más manejable.
Engancho mis brazos sobre sus hombros y caigo en los movimientos lentos y tranquilos de
su beso. Es el beso más largo, ninguno de los dos está dispuesto a romperlo. Me pasa un
brazo por debajo de la espalda y se deja caer sobre la cama, dejándome encima de él.
―Tus cortes.
Me besa más fuerte.
―Estarás todo arrugado ―digo alrededor de su boca, mi cuerpo desnudo aplastándose
contra su traje. Arrugado para matar.
Zumba, gime, me acerca y mi cuerpo cobra vida, la necesidad se apodera de mí. Me
siento a horcajadas sobre su vientre, sin romper el beso, y entrelazo los dedos en su cabello.
Oigo sonar su teléfono en el bolsillo. Y entonces lo siento.
Grito, separando el culo de su cuerpo para escapar de la dura vibración. Se ríe en mi
boca, obligándome a retirarme, sólo para poder ver a mi dios riéndose. Me alegro de verlo.
Sonrío, busco su celular en el bolsillo interior y lo saco.
―Tíralo ―me ordena, y justo cuando estoy a punto de hacerlo, se detiene―. Espera.
―Su celular desaparece de repente de mi mano, al igual que mi dios risueño. Fue una
aparición breve. Se queda mirando la pantalla.
―¿Quién es? —pregunto, mientras me besa la frente y me ayuda a tumbarme.
―No lo sé. ―Otro beso en mi mejilla antes de que responda con silencio.
Odio la tensión instantánea que irradia su cuerpo.
espués de que Danny llevara a Rose arriba, seguí a Beau a la cocina. Se sirvió agua,
se la bebió y se fue sin mirarme ni una vez. Así que la seguí al gimnasio. Hablará
conmigo. Ya ha estado aquí más de una hora esta mañana. Está claro que no ha
sudado lo suficiente. Deja el teléfono en el banco y empieza a ponerse los guantes de boxeo,
ignorándome en la puerta. El saco de boxeo está a punto de ser golpeado.
Me dirijo a la esquina y cojo las almohadillas, deslizo los brazos por las bandas y me
dirijo a Beau, de pie ante ella, obligándola a mirarme. Amplío mi postura. Levanto las
almohadillas.
―Vamos, Beau ―digo en voz baja. Es a mí a quien quiere herir. Bueno, aquí estoy―.
Vamos a sacar esto de tu sistema.
Su cuerpo ágil se acopla y yo me inclino ligeramente, preparándome, viendo las
intenciones en sus ojos. Su primera patada giratoria conecta de maravilla, haciéndome
retroceder unos pasos. Vuelvo a mi posición.
―Otra vez ―ordeno, acomodándome el cuello, aflojando los músculos.
Se abalanza sobre mí, lanzando una ronda de golpes, uno tras otro, ganchos de derecha,
jabs4 y uppercuts5. Las almohadillas los absorben todos, cada golpe, y yo empiezo a
moverme por la colchoneta, animando también sus movimientos.
―Otra vez ―le exijo, empujando las almohadillas hacia delante, y ella grita, lanzando
otra combinación de patadas que me hacen retroceder hasta que mi espalda choca contra
la pared. Retrocede, se seca la frente sudorosa con el dorso de la mano enguantada y me
deja volver a empezar.

4 Es un tipo de puñetazo que se usa en las artes marciales.


5 Golpe usado en el boxeo que viaja a lo largo de una línea vertical en el mentón o el plexo solar del oponente
Una parte de mí se pregunta qué coño estoy haciendo, fomentando este tipo de
entrenamiento cuando sé que está a punto de abandonarme y retomar su pasado como
policía. Pero la otra parte disfruta con esto. Sabiendo que está consiguiendo lo que necesita,
sabiendo que volverá a visitar nuestro pasado, viéndonos en la cocina de mi apartamento
cuando me sacó de mis casillas por primera vez, tanto física como mentalmente. La primera
vez que tuvimos sexo. El momento en que ambos sucumbimos.
Con ese pensamiento, tiro las almohadillas a un lado y me entrego a ella entera,
desprotegido. Desarmado. Expuesto. Siempre expuesto con Beau. Ella me mira, su rostro
dolorosamente inexpresivo. Esta es la mujer que era. La que intentó olvidar que existía pero
que ahora quiere recuperar. La mujer con poder y fuerza desenfrenada. Siempre necesité
que Beau fuera esta versión de sí misma. Lejos de la oscuridad. Pero siempre conmigo. Si
vuelve, si vuelve a ponerse las botas de policía, no estará conmigo. No puede estar conmigo.
―Veo a la mujer que fuiste ―murmuro, y ella traga saliva, sabiendo lo que viene―. La
mujer que intentas olvidar que existió. ―
La mía. Intenta olvidar que es mía. Es la única forma de avanzar para ella. Si va a volver,
necesita olvidar que alguna vez estuvo en mi mundo. No se lo permitiré. Jamás. Se siente
indefensa, culpable, como si necesitara liberarse de las cuerdas que la atan. Puedo hacer
que eso ocurra sin que vuelva a recoger su placa, porque, francamente, si vuelve, me
preocupa lo que pueda descubrir―. Quiero que encuentres a esa mujer. La mujer que eras.
Necesito que la encuentres, Beau. ―Doy un paso adelante―. Y me la devuelvas ―susurro,
viendo cómo se le llenan los ojos de lágrimas. Y entonces grita, viniendo hacia mí. Bloqueo
cada puñetazo, desvío cada patada, mi cuerpo inmóvil, absorbiendo su ataque, golpe tras
golpe, patada tras patada, hasta que se queda sin fuerzas y cae sobre mi pecho con un
gemido de derrota, con las manos enguantadas juntas delante de la cara mientras llora.
Y la abrazo.
Estrechamente.
Mi barbilla apoyada sobre su cabeza.
Calma. Se está entregando de nuevo a mí. Pero no me hago ilusiones de que ella se retire,
y finalmente he llegado a la conclusión de que eso es algo que debo aceptar. Como ella ha
aceptado que yo mate. Sé que nunca podrá volver atrás de verdad, no con su historia desde
que me conoció, y quizá eso sea parte de su problema. El resentimiento. No puedo cambiar
eso. Igual que no puedo cambiar sus instintos innatos que la convirtieron en una policía
formidable. Los instintos que heredó de su madre. Los instintos que la ayudan a sobrevivir
siendo mía.
―Me vino la regla ―respira.
Cierro los ojos, sin saber si debo sentirme aliviado o decepcionado. Tampoco sé cómo se
siente ella. Es una cagada total. Respiro en su cabello, con los brazos alrededor de su cuello,
mientras su cuerpo se sacude suavemente contra mí. No sé cómo coño hago para equilibrar
esto. Quiere intentar tener un bebé. Luego quiere ir a lo Lara Croft por Miami en una cacería
humana. No estaba seguro sobre lo primero. Estoy totalmente en contra de lo segundo. Lo
que hace que lo primero sea jodidamente más atractivo. Pero llegó su período. Maldita sea,
¿en qué estoy pensando?
Estoy pensando en atraparla. Jodido.
Pero eso es lo que somos.
Introduzco las dos manos entre nosotros y cojo los guantes, los separo para dejarle la
cara al descubierto, apoyo la barbilla en el pecho y la miro.
―Enséñamela ―le ordeno, y ella levanta la vista, con la cara llena de lágrimas, pero tan
jodidamente hermosa. Le limpio las ojeras mientras me mira, lloriqueando―. Te amo ―le
digo en voz baja, acariciándole el cabello, y ella asiente, con algunas lágrimas frescas―. Te
amo muchísimo, Beau. Rota, no rota. Feliz, triste. Embarazada, no embarazada. Haré lo que
sea por tu paz. Matar a quien sea. Tenemos que resolver esto antes de que nos mate.
Con un gemido, se lanza a mis brazos y me abraza, sollozando en mi cuello. Me encanta
cuando se muestra vulnerable. Cuando me necesita. También lo detesto.
―Mi amor por ti va de la mano de mi odio por el mundo ―susurra, y yo cierro los ojos,
oyéndola. Oyéndome a mí mismo.
Son iguales. Alimentados por la pasión. Tu amor y tu odio es lo que te hace a ti, Beau, y
el mío es lo que me hace a mí. Atesoraré tu amor, y alimentaré tu odio. Porque sin tu odio,
no eres la mujer que amo.
Jesús. El odio. Nos está consumiendo.
―Ollie envió a Beth al club, Beau ―digo, tensa, preparándome para su reacción.
Ella se aparta.
―¿Cómo lo sabes con seguridad?
―Otto se metió en los registros telefónicos de Beth. Ella y su marido se separaron y...
―Ella siente algo por ti.
Me encojo de hombros como un bobo.
―Como Ollie hace por ti.
―Estábamos comprometidos.
―No me lo recuerdes. ―Suspiro, limpiándole debajo de los ojos―. Mira, no sé qué coño
pasa por la cabeza de Beth, pero es muy ilusa si cree que alguna vez hubo algo más que
follar. ―Dolorosamente, me doy cuenta de que Ollie tuvo mucho más que follar con Beau.
Sinceramente, creo que está obsesionado, pero ¿con Beau o conmigo? Beau, porque la ama,
yo porque tiene un interés personal. Cualquiera de los dos, nunca podré matarlo―. Te amo,
Beau. Y duele mucho cuando te alejas. ―La levanto y la llevo hasta el caballo, la siento
encima y me meto entre sus piernas. Tomo sus manos enguantadas y empiezo a desatar las
vendas, tirando de ellas. Ella flexiona los dedos y yo levanto su tirantes, mojadas y besando
su cicatriz. Luego le dedico un rato al brazo, besando la cicatriz hasta la mano. Encuentro
el anillo de su mano derecha y lo hago girar lentamente en su dedo.
Luz.
Lo veo en el dedo de mi madre. Lo veo en las ruinas de nuestra finca rodeada de cenizas.
Trago saliva, y la otra mano de Beau aparece de repente ante mí. Retira el anillo y mi
corazón deja de latir, esperando a que me lo entregue. Ha terminado. Ya no puede sostener
esto, ya no puede luchar conmigo a través de la oscuridad para encontrar nuestra luz.
Pero no me lo da. Se lo pone en el dedo índice de la mano izquierda.
Levanto los ojos hacia los suyos y le acaricio los muslos. Su rostro es impresionantemente
impasible. Pero sus ojos me hablan, y ella baja la cara hacia mí, sus manos se deslizan por
mi cabello y me agarran, y acerca sus labios a los míos.
―Sí ―susurra en mi boca, y la palabra se abre camino hasta mi pecho y se funde con
mi corazón.
La ligereza atrae a la ligereza.
Y me siento como si estuviera flotando en este momento.
―¿Sí? —pregunto, necesitando, queriendo, volver a oírla. La alejo del caballo, con sus
piernas alrededor de mi cintura, y me pongo de pie, complaciéndome en nuestro beso,
gimiendo de satisfacción. Qué felicidad.
―Sí ―dice alrededor de mis labios, tensando cada músculo a mi alrededor. Es una señal.
Ella nunca me dejará ir―. Sí. ―Me muerde el labio―. Sí. ―Mueve su lengua por mi
boca―. Sí. ―Me besa por toda la cara.
Gimo y me echo hacia atrás, mirándola. Aprehendiendo cada exquisito pedazo de ella.
―Puede que no lo muestre en el exterior, Beau Hayley, pero me haces extremadamente
feliz...
―¿Asesino?
Sonrío y vuelvo a besarla.
―Estaremos bien.
―Yo…
La puerta del gimnasio se abre de golpe y aparece Brad, con cara de disgusto.
―Jesús, ¿alguna vez dejan de estar uno encima del otro? —Nos hace un gesto con la
mano, exasperado―. Me alegro de que hayan hecho las paces. Tenemos una novedad. La
oficina de Danny ahora. ―Se da la vuelta y se va, y siento que Beau se pone rígida en mis
brazos. Y aquí tenemos nuestro primer desafío.
―¿Novedad de qué? —dice tras él. La coloco en el suelo y la miro con seriedad―.
Todavía tenemos que hablar de los límites ―dice, algo nerviosa, algo chulesca―. Y parte
de la locura que siento es no saber qué demonios está pasando.
Claro, porque su ansia de información, de escarbar en busca de la verdad, es lo que la
ha convertido en una policía increíble. Es tan esencial como respirar para Beau... ...y yo se
lo he negado. Joder.
―Y yo que pensaba que el anillo en el dedo correcto era una señal.
Me mira como si fuera estúpido, porque, obviamente, lo soy.
―Sabes quién soy, James. ―Se arropa a mi lado y me deja acompañarla fuera del
gimnasio―. Como yo sé quién eres tú.
Un policía.
Un criminal.
No la suelto cuando llegamos al vestíbulo. No le ordeno que se vaya ni la mando a nuestra
habitación. No. Ella siempre estará a mi lado. Incluso cuando me dirijo a la puta batalla. A
la mierda mi vida, la conduzco al despacho de Danny, y cuando todos los ojos de la casa se
vuelven hacia nosotros, reto en silencio a cualquiera de ellos a desafiarme.
Por supuesto, Danny no hace caso de la advertencia.
―¿Estás de coña? —pregunta desde su silla tras el escritorio.
No contesto. Sabe tan bien como yo que tenemos que ser flexibles, así que aquí estoy,
siendo flexible. Suelto Beau, y ella va al sofá y se sienta entre Goldie y Ringo, sus labios
apretados.
Sacudiendo la cabeza, Danny se levanta y rodea su mesa, acercándose a ella.
Le mira, sin decir una palabra, pero sé que tiene mucho que decir. Sin embargo, en este
momento, Beau sabe lo que es bueno para ella, y mostrar voluntad es lo que es bueno para
ella. Como poner ese anillo en el dedo correcto. ¿Una estratagema?
Danny entrecierra los ojos y yo retrocedo, dejando que esto se desarrolle.
―Este no es un lugar para una mujer...
―No lo hagas ―advierte Ringo, mientras el cuerpo de Goldie se endereza visiblemente
en el sofá―. Por favor, Danny, te lo ruego, no lo hagas.
Danny vuelve los ojos hacia Goldie, mientras Beau lucha contra su sonrisa burlona.
―Si sonríes, te mato ―sisea Danny, haciendo que Beau controle rápidamente sus labios.
Pero no los míos. Ni los de Brad, ni los de Ringo, ni los de Otto, ni los de Goldie. Todos
luchamos contra las sonrisas. Excepto Danny. Toma aire para armarse de paciencia―. Voy
a dejar pasar esto por ahora.
Miro a Beau, cuya cara cuenta una historia diferente.
―He recibido una llamada de El Tiburón ―continúa Danny.
Toda diversión nos abandona.
―¿Y una mierda? —Brad suelta―. ¿Ahora la gente busca a El Británico en Google y
encuentra tu altura, riqueza y tu puto número de celular?
―Interesante después de que El Buey apareciera anoche en el club ―musito. ¿Qué coño
está pasando?
Danny me mira, su cara tan pensativa como supongo que es la mía.
―Espera, ¿el Buey estaba en el club? —pregunta Goldie, frunciendo el ceño en la
oficina―. ¿Cuándo?
―Cuando Ringo te llevó a cenar ―murmura Danny, sin apartar los ojos de los míos.
―No me llevó a cenar, joder. Me llevó a comer. Entonces el Buey apareció y...
―Lo maté ―dice Danny, indiferente, aún con aspecto pensativo―. Después de que nos
pidiera educadamente que dejáramos de suministrar a los mexicanos.
―¿Y qué quería El Tiburón? —Pregunto.
―Armas ―dice Danny en voz baja, con los dedos de ambas manos, apoyados en su labio
superior, pensativo.
―¿De verdad estás pensando en armar a nuestros enemigos? —pregunta Brad, tan
preocupado como todos los presentes.
―Sí ―respondo por Danny―. Parece que los polacos y los rusos ya no trabajan en
armonía ―reflexiono, posándome en el borde del escritorio de Danny―. Parece que se está
corriendo la voz de que El Británico están ofreciendo un gran descuento en armamento.
―¿Y qué pasa con El Oso? —Brad pregunta―. No quiero que se tome como un
evangelio, pero estoy jodidamente seguro de que no querría que sus secuaces hicieran
negocios con El Británico y El Enigma, ya que ambos quieren su identidad para poder
matarlo, joder.
―Quizá no lo sepa ―dice Goldie, recibiendo un gruñido de asentimiento de Ringo.
Asiento con la cabeza y miro a Beau, que está sorprendentemente callada. ¿Qué le parece
todo esto? Inclino la cabeza y ella se encoge de hombros, indiferente. ¿A quién coño quiere
engañar?
―Habla ―ordeno, haciendo que todos los presentes me miren.
Me frunce el ceño. Pero habla.
―Se está desmoronando ―dice, y todos los ojos se vuelven hacia ella―. Pensó que los
tenía a los dos en el astillero la noche que Perry Adams murió. Le demostraste que estaba
equivocado. Le hiciste quedar como un imbécil, aunque ustedes también quedaron como
imbéciles por matar al hombre equivocado.
Oigo a Danny toser en voz baja, probablemente con incredulidad. Se está pasando.
―Tú lo mataste, Beau ―le recuerdo.
―Mi punto es...
―¿Tiene razón? —Danny pregunta―. Oh, bien. Pensé que sólo estaba aquí para
cabrearme.
Beau sonríe y Danny murmura algo sobre que la prefiere como amiga de su mujer.
―Veo que mi presencia aquí es un problema para ustedes, machotes. ―Beau se
levanta―. Así que me llevaré mis conclusiones a otra parte. ―Da tres pasos y Danny se
abalanza sobre ella, levantándola de los pies con suavidad y llevándola de vuelta al sofá.
Sonrío. Sabe que tiene talento. Se opone simplemente porque es Beau. Mi chica. La mejor
amiga de su mujer. Su amiga, también. Y... una mujer. Necesita superar eso.
―Siéntate ―ordena frunciendo el ceño y mirándome. Levanto las cejas y él niega con la
cabeza―. Por favor ―suspira.
Sentándose, Beau inspira.
―El Oso no esperaba que Perry Adams muriera esa noche ―dice―. Así que a pesar de
que todos ustedes se sientan engañados al descubrir que Adams no es en realidad El Oso, él
se sentirá aún más engañado. Más de la mitad de su ejército ha sido eliminado, se ve
obligado a reconstruir, pero no puede hacerlo más rápido de lo que ustedes pueden matar.
Así que... ―Se encoge de hombros―. Creo que muchos están decidiendo que es más seguro
ir por su cuenta porque permanecer bajo el control del Oso es probable que cualquiera de
ustedes los mate, caballeros. ―Mira a Goldie y sonríe―. O damas. Pero la verdadera
pregunta es, ¿qué les ha mantenido bajo el control del Oso todo este tiempo que ahora están
dispuestos a abandonar?
Todos nos miramos.
―Secretos ―respondo―. Estaba chantajeando a Derek Green. Spittle.
―¿Crees que está chantajeando a todos estos criminales? —Brad suelta―. ¿Qué coño
les importa si alguien descubre si tal vez les gusta masturbarse con fotos de gatos, o les gusta
introducirse objetos interesantes por el culo?—. Todos le miramos―. ¿Qué? —Se ríe―.
Esta gente está obsesionada con los animales. Tiene sentido que quieran follárselos. ―Se
estremece―. Nunca me pongas un apodo, y definitivamente que no sea de un animal.
―Tu mente, sin embargo, Brad ―suspira Beau―. Siempre ha tenido a alguien dentro.
Dexter ―vuelve la mirada hacia mí―, antes de que mi novio lo asesinara.
―Prometido ―la corrijo, ganándome expresiones de asombro, aunque más interesantes,
por parte del público. Pero nadie dice nada. Me gusta pensar que es porque todo el mundo
sabía que era un hecho.
La cara de Beau permanece eternamente en blanco.
―Luego están Spittle y los dos tipos que nos detuvieron a mí y a Nath. Mi suposición es
que El Oso no tiene a nadie más dentro, así que ya no puede cumplir su palabra de
inmunidad ni proteger a todos los criminales a sus órdenes de ser procesados si se
encuentran esposados.
Danny hace un mohín, pensativo.
―No tiene a nadie dentro.
―Podría estar dotándose de recursos, pero no se puede hacer publicidad buscando un
policía corrupto. Es sólo una idea ―dice Beau, encogiéndose de hombros, indiferente, pero
sabe que sus pensamientos son válidos―. Vale la pena considerarlo.
―Lo estoy considerando ―murmura Danny, paseándose―. ¿Por qué no se ha puesto en
contacto desde el martes? Hizo desenterrar a nuestros padres muertos y luego... nada. No
puede haber sido abandonado por todos, a menos que cogiera una pala y los desenterrara
él mismo.
―Pueden pasar muchas cosas en pocos días ―digo, oyendo gruñidos de asentimiento―.
Y todos los indicios apuntan a que sus animales van por la libre. El Buey quería que te
alejaras, el Tiburón quiere armas.
―Hablando de armas ―dice Danny, tomando su silla y moviéndome a la otra―. La
entrega.
La maldita entrega.
―He estado distraído.
Se ríe y mira a Beau. Luego le frunce el ceño.
―Sabes, si realmente quisieras ayudar, podrías dejar de distraer a tu prometido.
Brad sacude la cabeza, mirando a Danny como si estuviera loco. Valiente. Estúpido.
―Basta ―digo en voz baja, haciendo que Danny me mire con desprecio desde el otro
lado de la mesa.
―Entonces, ¿cómo propones que llevemos nuestras armas a través de la bahía hasta el
astillero mientras esquivamos a la Guardia Costera en su día de entrenamiento? —Danny
pregunta.
Mis ojos se clavan en los suyos, furiosos, frustrados. La verdad es que no tengo ni puta
idea. Habría dedicado mucho más tiempo a averiguar esa mierda si cada minuto de los
últimos dos días no hubiera sido un dolor de cabeza interminable.
―Estoy en ello.
―Pues trabaja más rápido, joder. Chaka aparecerá este viernes con nuestras armas.
―¿Quieres cambiar el tono?
―No.
Me pongo en pie, aprieto los puños contra el escritorio y me inclino.
―Te recomiendo encarecidamente que lo hagas.
―Oh, joder ―gime Otto desde el sofá mientras Danny refleja mi postura al otro lado del
escritorio.
―¿O si no?
Me muevo deprisa, le agarro de la chaqueta, aprieto la tela con los puños y lo atraigo
hacia mí, y él hace lo mismo, me atrae hacia sí y nos gruñimos a la cara. No necesito que
su ego o su frustración se dirijan hacia aquí.
―Dije que me ocuparía de ello.
―Entonces hazlo, joder.
―Yo lo haré ―dice Beau en voz baja desde el más allá.
Frunzo el ceño. Danny frunce el ceño. Los dos miramos por el rabillo del ojo hacia el
sofá. Beau está ahora de pie, y los ojos de todos están puestos en ella.
―¿Hacer qué? —Danny pregunta.
―Tomar la entrega. ―Me mira, aparentando confianza, pero puedo ver sus nervios.
Cree que me negaré a escuchar cualquier tontería que esté pensando. Y tiene razón.
Aparto a Danny de un empujón.
―Es hora de que te vayas ―digo, cogiendo a Beau por el codo y acompañándola a la
puerta.
―¿Qué? No, James, yo...
―Estuvo bien mientras duró ―me dice Danny, obligándome a devolverle una mirada
sombría. ¿Por qué tiene que provocarla? Se pone la chaqueta del traje en su sitio, con los
ojos entrecerrados y la cicatriz que decora su cara profunda y brillante. Entonces, muy de
repente, los ojos azules de Danny se abren de par en par y suena una colección de
inhalaciones.
Algo me golpea en los tobillos y me pega en las piernas. Caigo de espaldas con un golpe
que me deja sin pulmones.
―Joder ―toso, mirando al techo.
Luego, risitas. Está claro que todos quieren morir.
Enfurecido, levanto la cabeza y me encuentro a Beau en la silla en la que yo estaba
sentado no hace ni un momento.
―Bueno, ya te lo he dicho ―reflexiona Danny, con las manos apoyadas en la parte
superior de su escritorio, estirándose para mirarme en el suelo―. ¿Necesitas ayuda?
No lo pierdas el control. No lo pierdas.
Me pongo en pie despacio y respiro hondo, queriendo que Beau sepa que me cuesta
mucho no perder los nervios.
―Habla ―ordeno, dispuesto a escuchar, aunque sólo sea para apaciguarla en este
momento. Sea lo que sea lo que tenga que decir, sea cual sea su brillante idea, es un no.
―Me reuniré con Chaka y aceptaré la entrega ―dice, mordisqueándose el labio inferior.
Dios la ama.
―¿Así de simple?
―Nada en estar contigo es sencillo, James ―dice, llevando el ambiente de la habitación
un paso más cerca de la espesura. Varias miradas se cruzan entre nosotros.
―¿Qué propones? —Pregunto. Oigámoslo. Porque, en realidad, tengo mucha
curiosidad.
Beau se recoge el cabello por encima de un hombro y se lo peina con los dedos. Parece
tan femenina haciendo eso. Tan... encantadora.
―Remolcamos motos acuáticas vacías por la bahía, las llenamos de armas y las
remolcamos de vuelta.
Parpadeo, retrayéndome, y siento que todas las miradas se posan en mí, en plan, ¿qué te
parece eso, James?
―¿Qué? —es todo lo que dicen, y todos vuelven a centrar su atención en Beau.
―No hay nada raro en mover motos acuáticas del almacén.
Y de vuelta a mí.
―Absolutamente no.
De vuelta a Beau.
―¿Por qué?
Gira la cabeza, mirándome de nuevo.
―Porque yo lo digo. ―Fin―. Ahora es el momento de irse. ―Doy un paso y me detengo
cuando Danny se aclara la garganta. Oh, no. No lo hagas, Danny. Le fulmino con la mirada,
por si sirve de algo.
―No es un mal plan ―dice en voz baja.
¿Está empeñado en que le rompan la nariz hoy?
―¿Repítelo?
―¿Un par de jóvenes surferos en el océano tirando de una carga de esquís tras ellos? No
tiene nada de raro ―añade Brad. Le dirijo lentamente mi mirada asesina.
―¿Y quién propones que son esos surfistas? —Pregunto como un imbécil. Todos los
cabrones de aquí saben la respuesta.
―León y...
―Yo ―dice Beau.
―No. ―Me rio. La sugerencia de Brad de que Beau trabaje en Hiatus de repente me
parece jodidamente atractiva.
Beau me mira, casi decepcionado.
―Jame...
La puerta se abre de golpe y aparece Rose. En cuanto ve a Beau en el escritorio, se queda
con la boca abierta.
―¿Qué haces aquí? —pregunta indignada.
―Oh, joder ―suspira Danny.
―Pillado. ―Brad se ríe―. Me largo de aquí. Avísame si vamos a hacer negocios con el
Tiburón y su ejército polaco pronto.
No es probable. Los polacos trafican con mujeres, pero no son mi prioridad ahora mismo.
Así que empieza su periodo y de repente suelta ideas locas que la tienen corriendo por
Miami persiguiendo asesinos o disparando. ¿En qué clase de locura estoy metido?
Empieza a sonar un celular y todos se miran mientras Beau se levanta. Baja la mirada
hacia la pantalla y hace un jodido buen trabajo de mantener la calma.
―Discúlpenme ―dice, evitando mis ojos mientras se va.
Toda la atención se centra en mí cuando se cierra la puerta. No puedo soportarlo. ¡Joder!
―Estaré en el gimnasio ―digo, y salgo pronto, con la atención puesta en mí, ignorando
las exigencias de mi mente de encontrarla, coger su teléfono y atarla. Llego al gimnasio, me
arrodillo en una colchoneta y respiro hondo antes de apoyar los antebrazos, activar los
músculos del estómago y levantar el cuerpo. El subidón de sangre en la cabeza es
bienvenido, cierro los ojos y me concentro.
Me concentro muchísimo.
Concéntrate en luchar contra el impulso de encontrar a Oliver Burrows y matarlo. Ya le
debo una por arrestarme y enviarle a Beau una foto de Beth metiéndome mano. ¿Ahora
Tom Hayley está muerto? Ese cabrón acaba de recibir un indulto de Beau por intentar
interferir de nuevo en nuestra relación, porque sabe que su ex es el camino a las respuestas.
Burrows aprovechará eso en su beneficio, atrayendo a Beau, manipulando su posición y
usando la pérdida y necesidad de ella en su beneficio.
Y aquí estoy yo conteniendo ese instinto en ella. Conteniéndola.
Negándola.
Joder.
entí sus ojos como puñales en mi espalda mientras salía del despacho de Danny.
También sentí con la misma fuerza mi culpabilidad. A pesar de saber que estaría mal
visto, me llevó al despacho de Danny. Y a pesar de la aversión inmediata de El
Británico, me mantuvo allí porque sabe que tengo un valor más allá de la libertad y el amor
por James. Puede que pareciera dura y firme en mi determinación, pero permanecer en
aquel despacho no tenía nada que ver con mi valor y sí mucho con la aquiescencia de los
hombres. Hasta que dije lo que pensaba y, aparentemente de forma absurda, sugerí una
solución a su problema. El despido de James fue un insulto.
Y ahora Ollie ha llamado, y como he perdido el tiempo alejándome del espacio de James,
le he echado de menos. Y ahora no contesta.
―Maldita sea ―murmuro, paseándome en círculos por la terraza―. Contesta.
―Tal vez está ocupado reuniendo más mierda para tirársela a James.
Levanto la vista y veo a Danny en su terraza, con el hombro apoyado en la puerta. Da
una calada a su cigarrillo y se acerca a la barandilla que separa esta terraza de la suya, con
paso despreocupado. Es el tipo de paso que da cuando está tranquilo pero furioso.
―Tal vez ―reflexiona―, Burrows espera que esta vez se le pegue la mierda.
Mis hombros caen.
―Lo que quieras decir, dilo, Danny. Estoy ocupada.
―¿Ocupada intentando contactar con tu ex? —Levanta las cejas y se detiene frente a mí,
sólo el metal nos separa. Alarga la mano y me roza suavemente la mejilla―. Tienes un
cabello en el ojo.
―Gracias. ―Yo también lo rozo, aunque él ya me lo ha quitado.
―¿Ya lo ves mejor? —me pregunta, haciéndome exhalar cansada―. Es tu ex, Beau.
―Desliza la palma de la mano sobre mi nuca y me sujeta por el cuello, como si le
preocupara que me apartara―. Intenta ver esto desde la perspectiva de James. Es tu ex, y
acaba de enviarte fotos de otra mujer encima de James, lo cual, no me importa recordártelo
―aprieta un poco, inclinándose para asegurarse de que me mira―, no te gustó demasiado.
―Ya lo hemos hablado ―gruño―. Y estamos bien.
―Vamos, Beau. La serpiente de tu ex va a sacar el máximo provecho de esta situación.
Hizo que arrestaran a James. Sé prudente con tu confianza.
―Necesito saber qué ha pasado. ―Maldita sea, noto que me tiembla el labio, y Danny
se acerca y me abraza por encima del separador entre las terrazas. El suave olor a nicotina
me llena la nariz―. ¿Cómo está tu pecho? —pregunto, consciente de que estoy apretada
contra él.
―No es nada ―murmura.
―Claro.
―Ollie no es la única manera, Beau.
Tal vez no, pero él es la forma más fácil, y Dios salve mi alma, sé que compartirá mucho
más sobre la muerte de papá que cualquier otra persona. No es el único que puede
manipular. ¿Pero vale la pena la fricción entre James y yo?
―¿Alguna vez intentarías cambiar a Rose? —Pregunto, sintiendo a Danny quieto, como
si de repente respirar fuera un esfuerzo y necesitara concentrarse.
―Siento que es una pregunta capciosa.
Exhalo en su pecho. Sabe adónde voy, no hace falta que se lo diga. Mi sugerencia para
su problema de reparto es la solución perfecta. Todo el mundo la conoce. Pero como soy
quien soy y pertenezco a quien pertenezco, todo el mundo sigue olvidando el detalle no tan
pequeño de que antes era policía. Y mientras anoche me ponía guapa para James, mi padre
se moría. Lloriqueo y me separo, secándome la cara.
―Debería haber quedado con él en el hotel ―digo en voz baja. Maldita sea, ¿por qué no
quedé con él?
―¿Qué?
Levanto la vista y veo a Danny con el ceño fruncido.
―Papá me llamó anoche. Estaba en un hotel del centro. Negocios. Quería que nos
viéramos allí para cenar. Puse mis excusas.
Mira a mi lado mientras aprieta el cigarrillo, el aire a su alrededor es una ligera niebla
tóxica.
―No te culpes.
Sacudo la cabeza, suspirando.
―¿Dónde se ha metido?
―Gimnasio.
De pie sobre su cabeza. Mi culpa se hace insoportable viendo a James en el ojo de mi
mente, en posición vertical, con los ojos cerrados, su cuerpo sólido y recto. Intentando
encontrar la calma.
Suena mi celular e inhalo mientras bajo la mirada a la pantalla. No debería cogerlo.
Danny tiene razón, Ollie no es el único camino. Pero la atracción, la promesa de distracción,
el instinto perdido hace tiempo que sale de su escondite... tengo que resistirme. Miro a
Danny y veo que me observa atentamente. Rechazo la llamada y miro más allá de él cuando
aparece Rose.
―Tienes mejor aspecto ―digo, evaluando a mi amiga más de cerca.
―Tú no ―replica ella, acercándose. Danny la arropa en cuanto está lo bastante cerca―.
¿Has hablado con él?
―No.
―¿Alguien me va a decir por qué estabas en una reunión? —Ella mira a Danny con los
ojos entrecerrados, mientras él pone los suyos en blanco.
―No importa. ―Giro mi celular en la mano―. Aparentemente fue una pérdida de
tiempo para todos y no volverá a ocurrir.
―Vamos a salir ―le dice Danny a Rose, dando una última calada a su cigarrillo y
dejándolo caer en un cenicero.
―¿Salir? ¿Dónde? —pregunta ella, mientras él le da un beso en la frente y vuelve a su
habitación.
―A visitar a Pops ―me dice―. O al puto agujero vacío donde una vez estuvo. Ah, ¿y
Beau?—. Vuelve a la puerta―. Para que conste, creo que tu manera es la única si vamos a
cumplir el plazo del mexicano.
Se va y Rose me mira.
―¿De qué está hablando?
Me llevo las manos a la cara y me aprieto las cuencas de los ojos, tan jodidamente
cansada.
―Me ofrecí a ayudar con la entrega del arma.
―¿Ayudar cómo?
―Remolcar una línea de motos acuáticas cargadas por aguas infestadas de guardacostas.
Se ríe y se detiene bruscamente.
―Tu anillo ―dice, cogiéndome la mano y mirándola fijamente.
―He cambiado de opinión.
―¿Por qué?
―Yo… ―No sé cómo responder a eso. Tal vez para apaciguar a James. Demostrarle que
sí lo amo. Puede quedarse ahí hasta que vea la luz. Tal vez porque simplemente es lo
correcto: ser su luz constante. Excepto que… no lo soy―. ¿Cómo te sientes? —Pregunto en
su lugar, perpleja―. Tendrás suerte si Danny no te pega a una cama hecha de algodón.
―Estoy bien. ¿Vas a hablar con Ollie?
―¿Qué te parece?
―Creo que sabes que no deberías, pero no podrás evitarlo. ―Inclinándose, me besa la
mejilla―. Intenta ver las cosas desde la perspectiva de James. Te veo luego. ―Eso es
exactamente lo que dijo Danny. O están sincronizados o es el universo diciéndome que debo
tener en cuenta sus palabras. Coge mi mano, la aprieta y se aleja, dejando que nuestras
manos unidas se extiendan entre nosotros hasta que está demasiado lejos y pierdo el agarre.
Vuelvo a mi habitación, me quito la ropa de gimnasia y me pongo unos shorts vaqueros
y una camisa antes de buscar a James. Le tranquilizo. Quiero decirle que lo siento. Por
hacerle dudar de mi amor, por dudar estúpidamente del suyo. Por echarle en cara que
necesitaba mantenerme a salvo. Trata de ver las cosas desde la perspectiva de James. Danny
y Rose tienen razón. No puedo hacerle esto, ni siquiera por mi padre. James ha sido una
roca, decidido a sacarme de la oscuridad. Papá parecía decidido a hundirme más en ella.
Me recojo el cabello, cojo el celular, me dirijo a la puerta y me quedo paralizada cuando
suena en mi mano, con los ojos clavados en la madera que tengo delante, sin querer mirar
hacia abajo. Joder. Abro la puerta y veo a Fury al otro lado. Mira el celular que suena.
―¿Vas a contestarlo? —pregunta.
No contesto, se me tuerce la cara y doy marcha atrás, cerrándole la puerta a Fury, la
tentación es demasiada.
―Ollie ―respondo, cortante y breve, empezando a caminar en círculos alrededor de
nuestra habitación.
―Beau. ¿Cómo estás?
―Mi padre ha muerto. Se han llevado los restos de mi madre. ―Civilidades fuera del
camino. Tiene suerte de que no le eche la bronca por poner a Beth contra James―. ¿Qué
ha pasado?
―Deberíamos vernos.
Me detengo inmóvil, mirando mis pies descalzos sobre la alfombra de felpa.
―¿Vernos? —repito como loro, como una tonta.
―No puedo hablar por teléfono.
Frunzo el ceño, doy los pocos pasos necesarios para llegar a la cama y me dejo caer de
culo en el borde.
―¿Qué pasa, Ollie?
―Te presento a Beau.
Mi imaginación se ha disparado, mis sentidos de policía zumban. Pero no presiono más.
Sé cómo funciona esto.
―Bien, vale, nos vemos. ―No tengo ni puta idea de cómo voy a conseguirlo cuando
James prácticamente me tiene localizada las veinticuatro horas del día―. ¿Cuándo?
―Estaré en contacto. Mientras tanto, vas a recibir una llamada de un tal Detective
Collins.
―¿Un detective? Creía que habías tomado el caso.
Silencio.
―¿Ollie? —La línea se corta―. Mierda ―grito, golpeando mi celular contra el colchón.
Como si ya no necesitara un señuelo. Mi sentimiento de culpa se multiplica y supera
rápidamente a mi miseria. Ni siquiera he encontrado al responsable de la muerte de mi
madre. Sigo sin tener paz ahí, y ahora me enfrento a la muerte de otro padre, de nuevo,
según todos los indicios, en circunstancias sospechosas. ¿Qué demonios hacía papá en ese
hotel? ¿Con quién se reunía?
La lucha entre retirarse y dar un paso adelante se está haciendo insoportable. ¿Pero de
una cosa estoy segura? No puedo discutir con James. Me levanto y salgo de la habitación, y
Fury cae a zancadas detrás de mí, recordándome que escapar y encontrarme con Ollie es
tan probable como que Danny me permita darle a Rose otra clase de conducir. Pobre Dolly.
―Me voy al gimnasio ―le digo.
―Eso es encantador.
Miro por encima del hombro, lanzando a Fury una mirada cansada.
―¿Falta Tank?
Uno de sus ojos se entrecierra, sus enormes hombros se balancean al caminar.
―No me gusta tu mirada.
―¿Qué mirada? —Joder, ¿soy tan transparente? Vuelvo mi atención hacia delante y
espero su respuesta. Pero no dice nada. Y no porque dude de lo que está viendo. Es lo que
sabe.
Llego al gimnasio y me enfrento a Fury.
―Tómate un descanso ―le digo en voz baja, agarrando el picaporte por detrás y
abriéndome paso hacia el interior.
―Nunca mencionaste esa parte ―sisea Danny, y yo me detengo bruscamente, viendo a
James sentado en un banco frotándose el cabello con una toalla, con un aspecto
insultantemente aburrido, y a Danny de pie frente a él con cara de cabreo. Y entonces
Danny me ve y parece simplemente incómodo, y James se convierte rápidamente en el
enfadado. Por mi culpa. Porque sabe que he estado hablando con Ollie.
―Rose me está esperando ―dice Danny, alejándose, y yo sigo su camino por el gimnasio
con la mirada. Cierra la puerta tras de sí.
¿Nunca mencionaste qué parte?
―¿Todo bien? —pregunto, y James se ríe sardónicamente.
―De puta madre, Beau.
Le miro desde el banco. Sigue secándose el cabello con la toalla, observándome despacio,
a propósito. Parece jodidamente furioso. ¿Qué puedo decirle? ¿Que no quiero a Ollie? ¿Que
mi contacto con él no significa nada? ¿Que está celoso y es ridículo?
¿Después de mi actuación cuando lo vi con Beth?
Demuéstraselo.
Mis manos empiezan a funcionar en piloto automático y me llevo la mano a la bragueta
de los pantalones vaqueros, los desabrocho y me los bajo por las piernas. Sus ojos no se
apartan de los míos, pero la toalla baja lentamente. Estoy nerviosa. No puedo dejar que me
vea nerviosa. Me quito las bragas y me desabrocho los botones de la camisa mientras
camino hacia él, esperando, rezando para que su deseo de verme sea mayor que su enfado.
La toalla cae al suelo.
Sus muslos se separaron un poco más.
Inspiro, mis nervios se desvanecen y aparece el deseo, caliente y potente.
En cuanto estoy a su alcance, extiende el brazo alrededor de mi espalda y me atrae hacia
sí, separándome la camisa y besándome el vientre, con sus enormes manos en mis caderas,
sujetándome y las mías apoyadas en sus hombros. Exhalo entrecortadamente y miro su
nuca, deslizo los dedos hasta su cuello y juego con el fino vello. Está más rubio que cuando
lo conocí.
Porque pasa más tiempo en la luz. Más tiempo al sol.
Me baja las bragas y me mira con los ojos nublados y desesperados. Le acaricio la barba
incipiente y bajo la boca hasta la suya, besándole suavemente.
―Está aquí ―susurro―. Estoy aquí y soy tuya.
Él gime y se levanta, me levanta y me sienta en el banco, separándome las piernas
mientras se arrodilla ante mí.
―La regla ―jadeo, con la espalda erguida y las manos sin saber si agarrarme a James o
al banco. Pero entonces él gruñe, mete la boca entre mis muslos y yo decido por él.
Me muerde los muslos, me besa, me chupa la carne, y a pesar de que evita penetrarme,
empiezo a agitarme violentamente, tirándole del cabello, haciendo que su cabeza se agite y
se sacuda. Y justo cuando está a punto de aflojar la presión, se aparta y se levanta, y yo gimo
perdida. Me quita la camisa de los hombros, tirando de ella de cada muñeca y tirándola a
un lado, y luego me baja las copas del sujetador.
En ausencia de su boca caliente, el aire entre mis muslos se vuelve más fresco, y es
bienvenido. Observo, asombrada, cómo se quita la camiseta, cómo su pecho se ondula al
hacerlo, y luego se quita los calzoncillos y queda gloriosamente desnudo e impresionante
ante mí, con la polla lista y goteando. Trago saliva y lo cojo, hambrienta, ansiosa, y lo rodeo
por la raíz, abriendo la boca y entrando, mirando hacia arriba mientras lo hago, viéndole
mirarme. Lamo. Un gemido. Muerdo. Un tirón. Chupo. Vibraciones.
La sensación de su vena palpitando contra mi lengua me anima a tomarlo todo, y golpea
con fuerza la parte posterior de mi garganta. Necesito todo lo que hay en mí para no tener
arcadas.
―Joder ―gruñe, apartándose rápidamente y cogiéndome por debajo de los brazos,
levantándome del banco. Me sujeta contra su cuerpo y se gira, sentándose y levantándome
un poco.
―No deberíamos ―digo porque sí, sabiendo que no va a parar. No puede parar. No
quiero que pare. Dejo caer mi frente sobre la suya y meto la mano entre los dos, quitándome
el tampón mientras cierro los ojos. Lo necesito dentro de mí. Lo necesito, por mí, por él, por
nosotros. Vacilo un instante.
―Mi toalla ―susurra, y miro a mi alrededor, viéndola en el suelo. James se inclina,
bajándome, y yo la subo, deshaciéndome rápidamente de lo que se interpone entre nosotros
en este momento. Luego cojo lo que necesito, lo guío hasta mi entrada y me hundo
lentamente, exhalando los dos.
Dios, se siente increíble, él llenándome tan completamente. Pulsante. Cerca. Coloco una
mano en cada uno de sus hombros y enlazo mis tobillos alrededor de su espalda,
apartándome para poder ver su cara, su pecho, sus gruesos bíceps, sus abdominales
rodando. Todo es magnífico, pero su cara...
Ahora está recto, sin mostrar ni una pizca de su placer mientras me observa moverme
encima de él, dejándome hacer todo el trabajo.
―¿Quieres que te bese? —le pregunto. Le pregunto y niega con la cabeza―. ¿Quieres
que me mueva más rápido? —Otro movimiento de cabeza―. ¿Que me quede así?
Un movimiento de cabeza, la palma de la mano deslizándose por mi cuerpo desde la
cadera hasta mi pecho expuesto. Acaricia y moldea, y sus ojos no se apartan de los míos
mientras giro las caderas, empujo despacio, construyendo sin prisa nuestro placer.
La forma en que me está estudiando.
Absorto.
Su mirada recorre lentamente mi rostro, mis heridas, mi cuerpo, sus labios ligeramente
entreabiertos, su respiración entrecortada y agitada. Trago saliva, sintiendo cómo el clímax
se apodera de mí sin avisarme. James asiente, recuperando mis caderas, guiándome, y cada
músculo que puedo ver se endurece ante mis ojos. Jadeo y golpeo sus pectorales con las
palmas, aprieto los brazos y aumento el ritmo. Él sacude la cabeza, quieto, y yo grito, mi
cabeza cae hacia atrás mientras mi orgasmo retrocede.
―Joder ―suspiro, volviendo a empezar despacio, subiendo los dos, asegurándome de no
ir más rápido de lo que él quiere, mientras vuelvo a bajar los ojos a su cara. Es todo lo que
necesito para llegar al límite de nuevo.
Me hace cosquillas, me provoca, me tienta a agarrarla y reclamar el placer, me suplica
que me mueva más deprisa.
Yo no.
James gime, reprimido, y sus muslos se endurecen debajo de mí. Entonces asiente con la
cabeza, y eso se apodera de los dos, enderezando nuestras espinas dorsales, forzando
nuestros pechos a juntarse, así como nuestras bocas, y me besa hasta el olvido mientras él
se derrama dentro de mí, sus fuertes brazos me rodean la cintura, me sujetan con fuerza
mientras nos agitamos y nos besamos y gemimos.
Resoplo y jadeo en su boca, alejo la cara y la entierro en el pliegue de su cuello.
―¿Está bien? ―Susurro, no me gusta su silencio.
Asiente, palpa mi dedo y gira el anillo.
Para recordarme que está ahí.
―Te amo ― murmuro.
Y asiente.

, las sombras entre sus omóplatos crecen y se


reducen cada vez que mete la mano en un armario o abre una puerta o un cajón. Me acerca
un plato a la isla.
―Come ― dice, cortante.
―Yo no...
―No recuerdo la última vez que te vi comer, Beau. ―Coge una tostada y me la tiende―.
Pues come.
Acepto y él va a la nevera, saca un surtido de frutas verdes y verduras y las coloca todas
en la encimera antes de coger una tabla de cortar y una licuadora. Mordisqueo una esquina
de mi tostada mientras le veo moverse silenciosa y eficientemente por la cocina, pelando,
cortando y metiendo en la licuadora.
―He estado pensando.
―Ten cuidado ―bromeo, recibiendo una breve mirada de advertencia mientras mastico.
―Puedes tomar la entrega.
Trago saliva lentamente, aún en el taburete. Estoy sorprendida, pero lucho por no
demostrarlo.
―¿Qué ha cambiado? ―Me doy cuenta de que es una pregunta estúpida. La llamada de
Ollie es lo que ha cambiado. ¿O es que estar de cabeza a nivelado su lado razonable? O...
¿Danny acaba de hablar con él? ¿Razonar con él? ¿Convencerlo de que no tienen muchas
opciones? Que soy capaz.
―Nada ha cambiado. ―Echa un trago de zumo de manzana en la licuadora―. Sigo sin
querer que lo hagas.
―Entonces, ¿por qué estás de acuerdo?
Haciendo una pausa en su tarea de hacer zumo, considera la jarra durante un rato, como
esperando que le ofrezca la mejor manera de dármelo.
―Porque, Beau, si no controlo mi instinto, estaré reprimiendo el tuyo. ―Me mira―. No
puedo perderte.
Me relajo en mi taburete, ablandándome. Este asesino inmenso y poderoso de aspecto tan
inseguro me arranca un trozo de corazón.
―No vas a perderme.
Asiente con la cabeza y vuelve a hacer zumo.
―¿Qué ha dicho? —pregunta sin mirarme.
Hago una pausa a medio masticar y me limpio unas migas de la comisura de los labios.
Mi celular salta sobre el mármol, una llamada desconocida ilumina la pantalla. El dedo
de James sigue en el botón de la licuadora, sus ojos también en mi celular.
―De un detective ―termino, dejando la tostada en la mesa y limpiándome las manos
antes de llevarme el celular a la oreja en lugar de ponerlo en altavoz para que lo oiga
James―. Beau Hayley ―digo, mientras James abandona su zumo verde y coge un paño de
cocina, limpiándose las manos mientras observa. Quiero salir de la cocina. Pero no puedo.
―Srta. Hayley, Detective Clarissa Collins, MPD. ¿Es un buen momento?
¿Hay algún buen momento para este tipo de debates? Claro que sí. Preferiblemente
cuando mi novio no está en la habitación. Y entonces se me ocurre... ¿debería saber lo de
papá? Ollie no mencionó nada más que no podía hablar por teléfono, lo que me dice que
no se sentía seguro. A salvo.
―¿En qué puedo ayudarle, detective? —Pregunto, sintiéndome jodidamente incómoda
bajo la atenta mirada de James. Se está preguntando por qué no he abierto la conversación
ante él.
―Me preguntaba si podría molestarte por algún tiempo.
―Claro. ¿Ahora?
―Esperaba verte en persona, pero me he pasado por la dirección que tenemos fichada y
la casa está vacía.
¿Quiere verme?
―Ya no vivo allí.
―¿Con tus tíos? —insiste, haciéndome fruncir el ceño. Su respuesta me dice que
probablemente sabe mucho más de mí de lo que me gustaría, sobre todo si ha estado
indagando en los archivos policiales. Miro a James. ¿Sabe que ahora estoy prometida con
un asesino de masas? Joder.
―Sí. Se separaron ―digo, intentando parecer dispuesta con la información. La cautela
no me llevará a ninguna parte―. Mi tío Lawrence está de vacaciones. ―Hago un esfuerzo
por no decir dónde―. Y... bueno, su marido... ―Miro a James. ¿No va a parar con esa
mirada concentrada y molesta?―. Se fue y no hemos sabido nada de él desde entonces.
―¿Te refieres a Dexter Haynes? MPD?
―Así es.
―¿Pero no se ha presentado una denuncia por desaparición?
Ella sabe por qué. Debe ser de conocimiento común en la fuerza que Dexter era corrupto.
―¿Me ha llamado para hablar de mi tío, detective Collins? —En cuanto pronuncio su
nombre, James saca el celular del bolsillo, sin duda para enviar un mensaje a Otto y que la
investigue.
―No. No, no lo es así ―dice, suavizando su voz. Suavizándose a punto de darme la triste
noticia de que mi padre ha muerto―. ¿Me das tu dirección? Puedo estar allí en media hora.
Miro alrededor de la cocina de la mansión de Miami de El Británico.
―Me temo que eso no es posible. ―Y ella también sabrá por qué―. De lo que sea que
necesites hablar, podemos hacerlo por teléfono.
―Yo no...
―Podemos hacerlo por teléfono ―reitero, poniéndome nerviosa.
―Es tu padre ―dice, mientras miro la tabla llena de fruta picada―. Lo siento mucho,
Srta. Hayley.
―¿Qué ha pasado? —Pregunto, intentando no sonar robótica, pero sin poder evitarlo.
―Lugar equivocado, momento equivocado ―responde, haciéndome parpadear de
sorpresa y mirar a James. Sus cejas están más fruncidas que de costumbre, su expresión
interrogante sin serlo. Conecto el celular al altavoz y lo dejo en la mesa, aunque solo sea
porque necesito que alguien oiga las gilipolleces con las que sé que me van a insultar para
que, cuando monte en cólera, entienda por qué.
―¿Lugar equivocado, momento equivocado? —Imité.
―Hubo un incidente en un hotel local. Aún no tenemos los detalles, y estoy limitada en
lo que puedo divulgar, pero parece que hubo una disputa entre dos bandas locales que se
extendió al hotel. Creo que tu padre tenía una reunión allí. Quedó atrapado en el fuego
cruzado.
―¿Perdón?
―Lo siento mucho, Srta. Hayley.
Miro a James, esperando ver algún atisbo de sorpresa, pero en su lugar sólo encuentro
una impasibilidad que me confunde más. ¿Atrapado en el fuego cruzado? Dios mío, ¿de
verdad van a intentar convencerme otra vez de que he perdido a otro padre por pura mala
suerte?
―Gracias por la llamada.
―Una cosa más ―dice, deteniendo la punta de mi dedo justo antes del icono rojo de la
pantalla―. Hay un periodista. Ya ha filtrado información y fotos. No quería que te
sorprendieras cuando lo vieras en las noticias locales.
James vuelve a coger el teléfono y yo le doy las gracias una vez más al detective Collins
antes de colgar.
―Tenemos que encontrar a Frazer Cartwright ―digo inmediatamente, bajándome del
taburete―. No puedo creer que me estén haciendo esto otra vez. ―Me hundo los dedos en
el cabello y aprieto los dientes―. ¿Atrapado en el fuego cruzado?—. Digo entre risas,
sintiendo que las lágrimas me arden en los ojos. Y entonces... jadeo, me quito las manos de
la cabeza y miro al suelo―. ¿Está muerto por mi culpa?
―¿Qué? —ladra James, sonando enfadado?―. ¿De qué coño estás hablando? —Me
agarra y me hace girar para que le mire, poniéndose en mi cara, furioso―. Si hubieras
quedado con él para cenar, tú también podrías estar muerta, Beau.
―No me refiero a eso. Quiero decir que Tom Hayley, mi padre, se presentaba a alcalde,
y su hija, yo. ―Me clavo un dedo en el pecho―. Y yo estoy contigo.
James se estremece y retrocede.
―¿Crees que era el objetivo? ―pregunta.
―Tiene sentido.
―Espera, Beau. ―Apoya la palma de la mano en la frente y cierra los ojos―. ¿Por qué
alguien querría a tu padre muerto?
―Porque su hija soy yo ―grito, la culpa me abruma―. Miami no puede tener un alcalde
con una hija involucrada con la mayor familia del crimen a este lado del Atlántico.
―Entonces se me ocurre otra cosa―. O quizá su competidor lo mandó asesinar ―digo,
caminando de un lado a otro de la ventana, pensando.
―¿Monroe Metcalfe? —James se ríe al oír su nombre―. Beau, Monroe Metcalfe tiene
un currículum que brilla más que el sol en pleno verano.
No debería sonar tan incrédulo. Mira a Perry Adams. Tenía a todo el mundo engañado.
Me rio para mis adentros, mirando a James.
―Yo… ―Su mano se posa sobre mi boca, silenciándome, y la mantiene ahí, con su
repuesto en mi nuca.
―Shhhh ―susurra en voz baja―. Cálmate de una puta vez.
―Estoy tranquila ―murmuro en su mano, alzando la mano y apartándola con cuidado.
―Maldita seas por ser policía. ―Suspira y deja caer su boca sobre mi frente―.
Encontraré a Cartwright ―dice―. Te lo prometo. Ya tengo a Otto en ello.
―¿Por qué?
―Parece saber mucho de muchas cosas y queremos saber cómo. ―Se echa hacia atrás y
me tiene en su punto de mira. El asesino de rostro duro e impasible ha desaparecido, y ha
vuelto mi prometido suave y expresivo, y ahora mismo me mira como si me quisiera más
que a la vida misma. Apaciguada. Calmada―. Te he descuidado ―susurra, escaneando mi
cara, arrastrando su pulgar por mi labio―. Te llevaré a cenar esta noche.
―¿En serio?
―Lo haré. ―Me gira por los hombros y me manda a paseo con una bofetada en el culo.
Intenta introducir algo de normalidad. Es galante, aunque desperdiciado. Ya no estamos en
Santa Lucía, y ninguna cena romántica me hará sentir normal―. ¿Y, Beau?
Miro hacia atrás.
―Deberías llamar a Lawrence ―dice suavemente, y yo asiento con la cabeza.

. Hice todo, excepto llamar a Lawrence. ¿Cómo empiezo a explicar


lo que ha pasado? ¿A mamá? ¿A papá? Lo llamaré mañana. Pero llamé a Ollie.
Repetidamente. No contestó. Me siento como Nath otra vez. Estoy preocupada por Ollie,
pero más preocupada por mí, porque volver a esos lugares a los que fui después de perder
a mamá se siente aterradoramente cerca.
Bajo los escalones hasta el vestíbulo para encontrar a James después de que me dejara en
el dormitorio hace una hora para hacer unas llamadas. Ha pasado el resto del día en el
astillero con Otto, Goldie y Ringo. Probablemente para decirles que ha cedido y ha aceptado
que le ayude. Apuesto a que también aprovechó la oportunidad para informarles de la
llamada que me hizo el detective Collins. Lugar equivocado, momento equivocado. No estoy
loca. Todo esto parece... raro. Y aunque no puedo afirmar que esté siempre tranquila, esta
persistente sensación de nerviosismo, como si estuviera constantemente al borde de un
ataque de pánico, es como existía antes de James.
Consistentemente asentado. Hay momentos. Siempre son breves pero dichosos. Los
momentos en que James me lleva lejos. Ha dominado el arte de calmarme. El problema es
que no puede dedicar cada minuto del día a hacer eso. No aquí en Miami, al menos. Pero
lo intenta muy bien en Santa Lucía.
Llego al final de la escalera y le huelo antes de verle, el aroma cremoso y varonil con un
toque picante. El paraíso. Entonces le veo y siento que mi corazón se acelera y se tranquiliza
al mismo tiempo. Pantalones grises, camisa azul de cuello abierto que hace brillar sus ojos,
un cinturón de color tostado claro a juego con sus zapatos. Barba incipiente. Las mangas
remangadas. Va elegantemente informal. Tan condenadamente guapo. Mirándolo ahora,
incluso cuando su rostro es ilegible, es difícil imaginarlo como El Enigma.
―¿Una ocasión especial? —Pregunto, haciendo que su labio se tuerza.
―No lo sé, ¿verdad? ―Se acerca a mí, señalando mi vestido negro de tirantes que tomé
prestado del armario de Rose, por supuesto. Sé que a ella no le importará. Realmente debería
ir de compras.
James me agarra, se fija en mi cabello rubio suelto y alborotado, sonríe y luego me besa
profundamente, inclinándose hacia mí, obligándome a inclinarme hacia atrás.
―Debe ser ―contraataco, picoteando sus labios―. Para tomarte una noche libre del
trabajo.
Arruga la nariz, la frota con la mía y luego me coge la mano, ignorando mi ocurrencia.
―Pareces de otro mundo ―dice, llevándome hasta un Mercedes―. Tendremos que
coger el coche de Danny. ―Abre la puerta del acompañante―. Le estaba bloqueando el
paso antes cuando salió con Rose, así que cogió el mío.
Me deslizo en el asiento y me pongo el cinturón, observando a James por delante,
admirándolo. La cena. Una cena normal y corriente, como una pareja normal y corriente.
Abre la puerta, pero no llega a entrar en el coche. Las puertas de delante se abren y aparece
el Range Rover de James.
―Oh, ya están en casa ―digo, soltándome del coche para saludar a Rose antes de salir.
Salgo y veo a Danny conducir hacia nosotros, y en el momento en que se detiene, sale, con
un aspecto jodidamente asesino. Mierda. ¿Qué ha pasado ahora? Naturalmente, miro a
Rose. Parece aprensiva.
Inclino la cabeza. Ella sacude la suya.
―¿Qué coño? ―Danny grita, marchando hacia James―. ¿Has perdido la puta cabeza?
Ahora sé que no se trata de que yo acepte la entrega porque Danny me dijo que mi idea
le parecía buena. Así que, de nuevo, ¿qué demonios ha pasado ahora? Miro entre los
hombres, preocupada de que puedan enfrentarse de nuevo, descargar sus frustraciones el
uno en el otro.
―¿Qué está pasando? ―Le pregunto a Rose, uniéndome a ella.
―Oh, ya verás ―dice, abriendo la puerta trasera y sacando montones de bolsas―.
Tuvimos un viaje de compras encantador, sólo mi marido y yo. ―Sonríe. Es falsa.
―¿Por qué mientes?
―Yo no. Fue maravilloso. Luego estábamos conduciendo a casa y...
―Estás como una puta cabra ―grita Danny, arrancándose la chaqueta y golpeándola
contra el suelo. Luego, obviamente, recuerda que necesita algo en el bolsillo y vuelve a
cogerla, rebuscando.
―¿Qué demonios estás diciendo? ―murmura James, evidentemente cansado de ver a
Danny desgarrando su chaqueta porque la reclama y va directo al bolsillo, sacando sus
Marlboro y pasándoselos con su zippo.
Danny enciende uno, inhala profundamente, luego expulsa el humo, señalando el Range
Rover con el cigarrillo.
―Acompáñame. ―Sonríe, el tipo de sonrisa que ninguno de nosotros quiere ver, y
camina hacia la parte trasera del coche de James, abriendo el maletero con el llavero. James
le sigue y, por supuesto, Rose y yo también. El maletero se levanta lentamente, tardando una
eternidad, mientras todos esperamos de pie a que se revele lo que sea que vaya a ocurrir, y
cuando lo hace, James es el primero en hablar.
―Ah, joder ―gruñe, mientras contemplo un cuerpo inmóvil, atado y amordazado.
―Ah, ¿joder? ―Danny dice, riendo―. ¿Eso es lo que tienes que decir? ¿Ah, joder?
¿Quién coño es y cuánto tiempo lleva en tu coche? Porque apesta, joder.
Doy un paso adelante y huelo, al igual que Rose, e inmediatamente me tapo la boca con
la palma de la mano.
―Ewww. ―Orina rancia―. No me vas a llevar a cenar con eso puesto ―suelto.
―Oh, ¿vas a cenar? ―Rose canta, frente a mí, su bolsa de la compra girando con ella.
―Íbamos ―digo, mientras James se adelanta y empuja el cuerpo―. Ahora tengo la
sensación de que nos desharemos de un cuerpo.
―Todavía está vivo ―dice James―. Sólo ha estado aquí desde anoche.
―Sé que sigue jodidamente vivo ―grita Danny, tirando de su cigarrillo con urgencia,
como si fuera lo único que le mantiene en el suelo―. Porque chilló cuando tiré la compra
de mi mujer en el maletero.
―¿Tiró? ―Rose dice, indignada―. Hay una vela Jo Malone ahí, Black. ―Empieza a
rebuscar entre las docenas de bolsas, buscando su vela.
―Lo sé. ―Danny se ríe―. Le dio en la cabeza.
Miro entre Danny y Rose, luego a James, absolutamente... divertido. Me divierte. Y,
incapaz de reprimirlo, me sale a borbotones, obligándome a soltar el bolso y a sujetar a
James con las manos. Me fijo en Rose cuando levanta la vista de su bolso y deja de mirar la
vela, y ella también se derrumba al darse cuenta de la locura que es todo esto.
¿Y los hombres?
Fuman y miran, dejándonos colgarnos de ellos mientras nos desahogamos. Creo que me
he vuelto loca. Definitivamente, en realidad.
―Bueno ―dice James cuando me he enderezado y me he serenado, aunque aún puedo
oír las risitas aleatorias de Rose, las secuelas de su ataque de risa se prolongan más que las
mías―. ¿Vamos a cenar o no? ―pregunta.
―Sí, la cena ―respondo, sorbiéndome los mocos y limpiándome la nariz. Dios sabe que
necesito un poco de vino, y aunque todo esto es tan inapropiado, es un respiro de lidiar
con... todo―. ¿Qué pasa con él? ―pregunto señalando el maletero.
Danny pulsa el botón de la parte inferior para cerrarla y aparta la colilla.
―Puede esperar. ―Frunce el ceño y mira a James―. Espera, ¿quién es?
―El duende.
―¿Irlandés por casualidad? ―pregunto, inclinándome y recogiendo mi bolso, lo que
provoca otra risita de Rose, pero esta vez por la nariz, emitiendo el sonido menos atractivo.
Su risa cesa bruscamente y se tapa la boca con la mano.
―Dios mío, acabo de resoplar. ―Parece absolutamente horrorizada, me mira con los
ojos muy abiertos, y yo me vuelvo a ir, riendo como una hiena, con el maquillaje estropeado
por las lágrimas.
James se acerca y me sostiene.
―Anoche estuvo en el Pink Flamingo ―le dice a Danny.
―Eso es genial, me alegro por ti, pero en el futuro, ¿te importaría avisarme si haces un
golpe de suerte en un bar y puntúas?
―Estaba un poco distraído ―replica James, mirándome con el rabillo del ojo, lo que
provoca que todos los demás también lo hagan. Mi cara se endereza. Acaba con el mal
humor, ¿por qué no?
―Conduje a casa como Miss Daisy ―refunfuña Danny―. Vi mil coches de policía y
sudé un millón de oh mierdas.
―Realmente lo hizo ―dice Rose, caminando hacia la casa.
―¿Adónde vas? ―Danny llama tras ella, haciendo que levante las bolsas que lleva en
las manos como para enseñárselas, como si pudiera haberse perdido la mitad del centro
comercial que lleva.
―Me llevo esto a nuestra habitación.
―Cuidado con la vela ―grita, encendiendo otro cigarrillo―. ¿No les importa que los
acompañemos?
Sonrío, no me importa en absoluto. Ya tendremos nuestro momento a solas cuando
estemos en casa. Es agradable que estemos todos juntos de nuevo, y todos hablando.
―No me importa.
―Bien. Hay un pequeño y encantador lugar italiano que conozco.
―Oh, ¿dónde tendremos asesinato para nuestro plato principal? —Me dirijo al coche y
me meto en la parte de atrás, pero antes de que pueda cerrar la puerta, Danny está allí,
inclinándose.
―Hablas demasiado.
―¿Un día estresante? ―pregunto, señalando con la cabeza el cigarrillo que tiene entre
los labios.
―Algunas sorpresas inesperadas, sí. ―Mira por encima del coche. ¿A James? Y entonces
recuerdo en el gimnasio antes. Nunca mencionaste eso.
Dicho con tanto énfasis.
¿De qué hablaban?
―Así que te unes a las filas, ¿eh? ―dice Danny, echándome humo a la cara,
obligándome a disiparlo.
―Tienes que dejarlo.
Se ríe histéricamente.
―Beau, cariño... ―Piensa un segundo―. Beau, si no fumo, mato.
―Quizá debas aprender a controlar tus impulsos ―replico despreocupada, quitándome
las arrugas del vestido mientras Danny enseña los dientes. Pongo los ojos en blanco―. No
me asustas, Black. ―Tiro de la puerta y la cierro, casi arrancándole la nariz mientras Rose
se desliza a mi lado, tirando el celular y el bolso en el asiento entre nosotros mientras se
abrocha el cinturón.
―Listo ―suspira, juntando nuestras manos y apoyándolas en el cuero. Su teléfono suena
e instintivamente miro hacia abajo.
―¿Esther viene a Miami? ―pregunto, viendo un breve avance de su mensaje―. ¿Ahora
no vuelves a Santa Lucía?
Rose me mira y se lleva el dedo a los labios para que me calle.
Oh, Dios.
Me inclino más hacia él.
―Él no lo sabe, ¿verdad?
Me mira con el rabillo del ojo, esa mirada lo dice todo.
―No puedo ir con Daniel sin Danny, así que Daniel debe venir a mí. Como mi marido
no deja de decirme cuando me siento desubicada, soy madre. Ese es mi trabajo ―susurra―.
Un trabajo difícil de hacer cuando un hijo está en otro país y el otro ni siquiera ha nacido
todavía.
―Se va a volver loco.
―Le daré una última oportunidad para que deje de ser un cabrón testarudo. Si no,
tomaré el asunto en mis manos. Lo superará. Todos sabemos que Otto es parte de la razón
por la que Esther no está aquí, y yo no estoy en Santa Lucía con mi hijo porque...
―Estabas preocupada por Danny.
―Cierto. Pero preocuparse es estresante, y como todo el mundo dice, necesito relajarme.
Además, pensé que estaría fuera unos días. No semanas. Y ahora Danny tiene un problema
con el padre de Barney y por eso no me deja volver a Santa Lucía sin él.
―Esperaré los fuegos artificiales. ―No hay forma de que Danny esté de acuerdo con que
Daniel venga aquí o Rose vaya allí. Las puertas se abren y los hombres se deslizan dentro,
y, por supuesto, ambas nos callamos, provocando que ambos se giren en sus asientos y nos
miren.
Permanezco muda.
Al igual que Rose.
Sólo quiero disfrutar de una buena cena en relativa calma.
na semana de silencio. Curiosamente, el silencio en Miami me hace sentir más
incómodo que estar constantemente esquivando bombas y balas. Veo el agua
ondulando alrededor de mis pies descalzos, siento el sol sobre mi pecho desnudo. El
Dermabond se ha disuelto, los cortes están rojos, pero ya no están en carne viva. Escucho
el rugido de los motores en el océano. Huelo la sal. La arena.
Mi mujer.
―Te doy una última oportunidad de ser razonable y ponerlos en un avión a Miami.
¿O no?
Mis gafas se deslizan por el puente de mi nariz, ayudándome el sudor, así que las empujo
hacia atrás, mirando a Rose. Siempre es una visión agradable, pero hoy lo es especialmente,
con su cuerpo cada vez más curvilíneo adornado con un bikini dorado, sus tetas abultadas
contra el tejido y el cabello recogido en lo alto.
Siento que me retuerzo contra el traje de neopreno cuando la cojo y la acerco, empujando
una onda detrás de su oreja mientras beso la comisura de sus labios.
―Has cogido el sol ―susurro, apartándome y deslizando un dedo por la tensa tela de la
parte de arriba de su bikini y bajándola un poco, revelando una línea de bronceado justo al
norte de su pezón.
Ella también se inclina, pero no tanto como yo.
―No cambies de tema. ―Aparta mi mano y desliza sus dedos en mi cabello, sujetando
mis ondas oscuras en sus puños cerrados amenazadoramente―. ¿De verdad te apasiona
tanto alejar a Otto de tu madre?
Por el amor de Dios. No lo dice, pero sé que está considerando mentalmente el hecho de
que también la estoy alejando de ese tal Benson.
―Esto no tiene nada que ver con Otto y todo que ver con la estabilidad y la educación
de Daniel.
―¿Estabilidad? Él está allí, y yo estoy aquí. Y él puede tener un tutor privado en Miami.
¿Volvemos a Santa Lucía?
¿No va a parar? Gimo y me abalanzo para darle otro beso. Y me bloquea con una mirada
cortante. Pongo los ojos en blanco, aunque Rose no puede apreciar mi burla silenciosa con
las sombras ocultándolas.
Me coge las gafas y me las levanta, dejando ver mis ojos.
―No me pongas los ojos en blanco.
―No lo hice ―le digo, robándole un beso antes de que pueda apartarme. Su rechazo es
probablemente algo bueno. Mi ajustado traje de neopreno podría apretarme más. No voy a
discutir con ella. Ya hemos discutido bastante últimamente. Así que...―. Tú te quedas aquí,
y Daniel se queda allí. ―Le diré en su lugar. Otro beso robado mientras paso junto a ella,
dirigiéndome a la cabaña. Pronto me pisa los talones, protestando.
―No estás siendo razonable.
―Lo sé ―digo por encima del hombro, sin negarlo.
―¿Qué?
Me detengo, exhalo ruidosamente y la miro con el ceño fruncido.
―Si piensas por un momento que voy a dejar que vuelvas a Santa Lucía sin mí...
―¿En caso de que sea derribada por un banquero soltero y apuesto?
Le agarro la cara, le aprieto las mejillas hasta que tiene los labios apretados. ¿Por qué
tiene que irritarme?
―No habrá que barrer, sólo habrá que fregar. ―Sangre―. Recuérdalo si alguna vez
tienes la tentación de que te barran. ―Pego mis labios a los suyos y beso su ceño fruncido―.
¿Está claro?
―Vete a la mierda.
Sonrío sombríamente mientras la observo alejarse, pero mi diversión pierde su oscuridad
y gana algo de luz cuando me fijo en su culo mientras se aleja dando pisotones, con los dos
picos curvilíneos sacudiéndose maravillosamente y la braguita del bikini marcándose en
cada uno de ellos. Gimo al exhalar y me subo las gafas al cabello, absorto, mientras cojo a
ciegas los cigarrillos de una mesa cercana y enciendo uno sin dejar de mirar a mi mujer.
Sube los escalones de la cabaña mientras James sale con Brad, y ambos se apartan para
dejarla pasar, siguiéndola con las cejas levantadas y cómplices. Levanta los brazos y el
viento me hace oír su insulto. Me odia. Soy un imbécil.
―La misma historia, otro día ―me digo mientras los chicos miran hacia mí. Los dos
están recién duchados después de unas horas en el agua conmigo. Me he distraído con el
océano y una esposa obstinada durante el tiempo que han tardado en cambiarse. Me dirijo
hacia ellos y subo los escalones, dando caladas a mi cigarrillo.
―¿Todo bien? —Brad pregunta mientras paso por en medio de ellos y giro a la derecha
para entrar en la cafetería.
―Brillante ―murmuro, cogiendo un agua de la nevera y mostrándosela a la joven que
está sirviendo para que la pase por el sistema y la añada a mi cuenta―. ¿Dónde están los
demás?
―En el balcón ―dice James, tomando una cerveza en vez de agua. La miro en su mano
mientras le quita el tapón. Últimamente bebe más, sin duda debido al estrés que le produce
saber dónde está Beau cada segundo del día o, mejor dicho, con quién está. Esa mujer le
daría a Houdini una carrera por su dinero―. Acabo de comprobar con León la entrega para
el viernes.
―¿Dónde está Beau? —pregunto, incitando a James a apuntar su botella hacia la
cubierta y a mí a mirar a través de las puertas de acordeón abiertas y más allá de las docenas
de mesas ocupadas. La veo en el extremo del muelle, recostada en una silla, con los pies
apoyados en la barandilla y la cara mirando hacia arriba. Hacia el sol.
―¿Todavía nada de Burrows? —Pregunto, tragando un poco de agua.
Un velo de amenaza cae ante la mención del imbécil.
―No que ella haya dicho.
―Ella está aquí ―dice Brad, pasando junto a nosotros y dirigiéndose afuera―. Y todos
sabemos que lo no estaría si hubiera tenido noticias de Burrows. ―Tiene razón. Estaría
jugando a los detectives y sería la oportunidad perfecta para que Burrows intentara ganarse
su afecto. Entonces, ¿dónde diablos está?
James y yo seguimos a Brad a la luz del sol.
―¿Rose no ha mencionado nada? —pregunta James.
―Todo lo que Rose ha hecho esta última semana es ser difícil. ―Le miro―. ¿En qué puto
mundo dependemos de las chicas para la informarnos?
―Este puto mundo ―murmura―. Tengo a Otto vigilando el teléfono de Beau.
Me rio.
―¿Lo sabe?
―¿Qué te parece?
―Creo que no se lo has dicho, pero lo sabe.
―Claro que lo sabe, joder. ―Mira hacia Beau y yo sigo su línea de visión y veo a Rose
subiéndose unos shorts vaqueros por las piernas con manos pesadas. Se los deja
desabrochados y sonrío. Ya no puede abrocharse los botones―. Buena chica ―dice James
mientras Rose coge un bote de crema solar y se echa un poco en las manos, frotándoselo en
el brazo a Beau mientras, obviamente, me regaña. Mientras Otto teclea en su portátil, Ringo
se zampa unas patatas fritas y Goldie se toma un té, muy femenina, mientras yo me fumo
mi Marlboro.
―¿Qué? —pregunta ella, con la taza en los labios―. ¿Qué estás mirando?
―¿Te cortaste el cabello? —Pregunto.
La mano libre va directa a su cabello y se lo alisa detrás de una oreja, luego de la otra.
Está más corto, probablemente todo lo corto que puede estar sin perder la comodidad de
poder recogérselo.
―Un corte ―dice con el ceño fruncido, odiándome por darme cuenta de que ha hecho
algo tan femenino como ir a una peluquería.
―Tiene buena pinta ―digo sinceramente, sintiendo que James me mira, probablemente
esperando a que suelte una broma. No tengo ninguna intención. Estoy siendo sincero.
―Gracias ―gruñe, tomando un poco de té―. A ti también te vendría bien un corte.
Me toco el cabello. Han pasado semanas, pero mi mujer dice que le encanta mi aspecto
con el cabello largo, y el cabello es algo que puedo regalarle, así que sigo hurgando con el
cosquilleo en mi nuca.
―A Rose le gusta así ―digo, pasándome una mano por el cabello y quitándome las gafas
de la cabeza. James se agacha y las recoge.
―Tú también ―dice Goldie, señalando con la cabeza a James, que se queda inmóvil en
su posición medio doblada, mirando a todo el mundo mientras todos miran su cabello más
largo de lo normal.
―Déjense llevar ―gruñe Otto, sin levantar la vista de su portátil pero palpándose su
cuidada barba. Ha perdido la gorra, el huevo que llevaba en la cabeza ha desaparecido.
―¿Quedamos para tomar un café y charlar de peluquería y belleza, o quedamos para
tomar unas cervezas e informarnos de qué coño está pasando y dónde coño ha desaparecido
El Oso? —pregunta James. Ha pasado más de una semana desde que llamó a James y le
avisó de que habían desenterrado a nuestros padres. Desde entonces, El Buey nos ha pedido
que desistiéramos de nuestro trato con los mexicanos, que pagó caro, y El Tiburón llamó
poco después pidiendo armas.
Sonrío y le doy otra calada a la nicotina antes de apagarla en el cenicero.
―A Otto ―le digo, echándole el humo. Frunce el labio, pero no me mira.
―El detective que se puso en contacto con Beau por la muerte de su padre...
―Collins ―dice James, recordando a todos―. ¿Qué pasa con ella?
―Hambrienta ―responde Otto―. Muy jodidamente hambrienta.
―Algo que demostrar ―digo, echándome hacia atrás en la silla y cruzando la pierna―.
¿Por qué? ¿Aparte de ser una mujer en un mundo de hombres? —Miro a Goldie por el
rabillo del ojo cuando noto un gesto de enfado apuntando hacia mí―. ¿También te has
hecho mechas? —le pregunto, haciendo que coja una botella de agua, desenrosque el tapón
y me la tire a la cara. Me rio y me limpio los ojos.
―Tú te lo has buscado ―dice James, mirándome con un movimiento de cabeza.
―Estoy jugando. ―Me pongo de pie y rodeo el respaldo de la silla de Goldie, cogiéndole
los hombros, sintiendo cómo se tensa bajo mis manos. Me inclino y beso su mejilla―. Lo
siento.
―Quítate de encima antes de que...
―¿Antes de qué? —pregunto, interesado y sonando un poco siniestro. Algo me dice que
podría arrepentirme.
―¿Seguro que quieres tener esta conversación? —pregunta.
―Tú empezaste ―chasqueo como un niño.
―Te estoy dando la oportunidad de echarte atrás.
Me rio.
―Nunca.
―Bien. Antes de que le diga a tu mujer que le has dicho a tu madre que tu mujer quiere
que Daniel se quede en Santa Lucía.
¿Qué coño pasa? Miro fijamente a Goldie mientras vuelve a acomodarse el cabello recién
cortado y con mechas detrás de la oreja. No hacía falta. Ya estaba perfectamente recogido;
sólo quería decir algo. ¿Cómo coño lo sabe?
Debe ver la pregunta en mis ojos atónitos.
―Esther me llamó ―continúa―. Me dijo que entiende por qué Rose querría eso y que,
en realidad, Rose debería estar aquí, aunque sólo fuera para evitar que te autodestruyeras.
O que te encierren. O que te maten.
Joder. Todos sabemos que Goldie no se atrevería a decirle eso a Rose, pero lo que Goldie
ha conseguido es recordarme que Rose se pondrá como una fiera conmigo si se entera de
que la estoy enfrentando a ella y a mamá.
Brad resopla cuando vuelvo a mi jaula, visiblemente encogido ante los ojos de todos. Pero
echo un último vistazo a Otto, que se ocupa descaradamente de su portátil para evitar mi
mirada amenazadora. Sólo hay una razón por la que mi madre querría volver a Miami, y
estoy mirando al cabrón, tan intensamente, que espero que estalle en llamas y se convierta
en cenizas. Otto me está causando un dolor de cabeza que no necesito.
Miro a James como si pudiera ayudarme, y él me mira como diciendo: ¿qué espero? ¿Qué
quiero para mi madre? No lo sé, pero no es Otto.
―¿De vuelta a Collins? —pregunta, ladeando la cabeza.
―De vuelta a Collins ―murmuro, dejándome caer en la silla, malhumorado―. Así que
tiene hambre. ¿Hambrienta de un poco de carne británica o hambrienta de algunos
animales polacos, rusos o irlandeses?
―Aún está por determinarse ―dice Otto, con aplomo infinito sobre su portátil―. Pero
voy a usar mi iniciativa y decir que aceptará lo que le den. Es lista. Se licenció en Derecho
en Yale antes de seguir los pasos de su madre y unirse a la policía de Los Ángeles. Se mudó
a la Costa Este hace unos meses. Higham confirmó que está causando revuelo.
¿Siguió los pasos de su madre? Miro a James. Está en blanco. Probablemente pensando lo
mismo que yo. Jaz Hayley. Beau Hayley. Beau definitivamente seguía los pasos de su madre...
...antes de que el Oso volara a su madre.
―¿Quién es su madre?
―Sharon Collins. FBI. San Francisco.
―¿Y causar un revuelo para ellos o para nosotros? —pregunto.
―Para todos.
―Y estaba presionando a Beau con Dexter ―musito―. ¿Construyendo un cuadro?
―Oh, seguro. ―Otto se ríe―. Ha estado revisando expedientes de los archivos a diestro
y siniestro.
―¿Cómo supiste que...?
―Higham ―gruñe, golpeando las teclas―. Y tengo un nombre en El Tiburón. ―Otto se
sienta hacia atrás, girando el anillo en su labio, cómodo, mientras que todos los demás en
la mesa se sientan hacia adelante, intrigados. Permanece mudo mientras todos esperamos.
Miro a James, exasperado, tras unos segundos sin luz.
―¿Y bien? —pregunta Brad, justo antes de que yo esté a punto de hacerlo. Otto coge su
portátil y lo gira hacia nosotros, revelando un rostro. Su nariz es absolutamente colosal, su
frente más grande que mi escritorio, sus ojos muy juntos, sus orejas, estoy seguro, le hacen
imposible pasar por una puerta sin rozarlas con el marco. Su corte de cabello sólo revela lo
jodidamente enorme que es su cabeza.
―Joder, es aún más feo que tú, Ringo ―dice Brad entre risas mientras todos
contemplamos al hombre que domina la pantalla. O menos hombre, más cabeza gorda.
Goldie se ríe entre dientes, como una chica, y lo reconoce porque no tarda en aclararse la
garganta a tiempo para disculparse con Ringo cuando éste vuelve un labio curvado hacia
ella.
―¿Quién es? —Brad pregunta lo que todos queremos saber.
―Antiguo militar polaco ―dice Otto―. Marek Zielińska. Y desde que le dijiste dónde
pivotar para sus armas la semana pasada, ha estado gastando un poco por Florida con una
licencia de armas falsa.
―¿Ah? —Digo, impresionado―. ¿Y qué compra Marek Zielińska, alias Sr. Tiburón?
―Todo, desde granadas a M249s de cualquier tienda que pueda encontrar.
―Así que está desesperado si sale para comprar con los plebeyos ―musito en voz alta.
―¿Y qué hay de las ideas de Beau? —pregunta Ringo, haciendo que todos miremos hacia
el final del muelle. Rose lleva ahora su camiseta recortada y Fury le tiende la bolsa. Beau
sigue de cara al sol.
―Creo que va por buen camino ―digo, mientras James asiente―. Todos están
abandonando el barco y luchando por protegerse.
―¿Dónde está El Oso? —pregunta Goldie, agitada. Sabe que, si ha desaparecido de la
faz de la tierra, las posibilidades de que lo encontremos son escasas, lo que significa que la
paz de James y Beau se les escapará, lo que también significa que la libertad de Goldie se le
escapará a ella―. Su último movimiento fue ordenar la exhumación del padre de Danny y
la madre de Beau. ¿Nadie ha sabido nada de él desde entonces?
―Ni pío ―dice James en voz baja, hundiéndose más en su silla, pensativo―. ¿Y Frazer
Cartwright?
―Hay una cámara frente a su apartamento. Él no está allí, ni ha estado allí. No desde
que llamó a Beau. Parece haber desaparecido junto con El Oso. Mañana es el funeral de
Tom Hayley. Podría estar allí.
―Puede que no ―digo en voz baja.
James me mira. Sólo a mí.
―El funeral de Tom no puede ser otra cosa que un funeral.
―Entendido. La entrega el viernes.
―Beau entiende la misión.
―No puedo creer que hayamos acordado esto ―murmuro―. Definitivamente no puedo
creer que lo hayas hecho. ―Pero lo entiendo. Si James no mantiene a Beau cerca, mantener
su mente lo más ocupada posible, se irá.
―¿Tienes alguna otra sugerencia?
Sueno el pitido del portátil de Otto y toda mi atención se desvía rápidamente de mí a la
pantalla. Me uno a la multitud y miro la pequeña ventana emergente que aparece en la
esquina inferior derecha. No es lo bastante pequeña. El nombre de mi madre aparece.
Se oyen unos cuantos oh joder mientras Otto arrastra rápidamente su portátil hacia atrás
y le da la vuelta.
―Tú ―digo, empujando las manos contra la mesa y levantándome.
―Danny ―advierte James.
―Tú... tú... tú...
―Cálmate de una puta vez.
―Cabrón ―siseo, con la temperatura por las nubes.
―Pienso mucho en tu madre, Danny ―dice Otto, poniéndose de pie―. Mucho. ―Todos
los demás en la mesa se encogen en sus sillas, mientras yo me retuerzo como si me hubieran
electrocutado. ¿Mucho? ¿Qué significa eso? ¿Amor? ¿Sexo? Respiro. ¿Se la ha llevado a la
cama?―. Ya no la controlarás. ―Otto continúa, obviamente no ha terminado―. No le
pedirás retribución ni usarás su pasado en su contra.
¿Qué? No hago tal cosa.
―¿De qué coño estás hablando? —Sólo quiero lo mejor para ella, y un hombre con un
historial de follar y darse el gusto con strippers no lo es.
―Estoy hablando de que su bienestar está en mis manos, no en las tuyas ―continúa
Otto―. Y no voy a quedarme de brazos cruzados viendo cómo tiras tus juguetes del
cochecito. Acostúmbrate, joder.
―Joder ―respira Brad.
―Siéntate, Danny ―dice James, agarrándome del brazo y luchando por sentarme. Me
quedo inmóvil.
―Le has lavado el cerebro ―me quejo―. Le has prestado un poco de atención y te has
aprovechado de su ingenuidad.
Otto se ríe. Es lo peor que podría hacer. Atravieso la mesa como una bala, lo derribo al
suelo y le propino un brutal gancho de derecha que le salpica la sangre de la nariz.
―Guarda tus sucias manos para ti ―grito, cayendo de espaldas cuando Otto me empuja.
―No soy más que respetuoso con tu madre. Tienes suerte de ser su hijo, o estarías muerto
―gruñe, limpiándose la sangre de la nariz mientras yo me levanto, dispuesto a cargar. Pero
alguien se interpone entre nosotros antes de que salga de los muelles.
―Muévete, Rose ―ordeno.
―Vete a la mierda. ―Me coge del brazo y me saca fuera, y no lucho porque...
Es Rose.
―¿A qué demonios estás jugando? —Me empuja escaleras abajo, llamando la atención
de muchos―. Eres un puto niño.
Y porque tiene razón, tomo represalias. Y tal vez porque he llegado a la conclusión de
que ya estoy en sus libros malos, así que también puedo derramar algunos secretos.
―Esther no va a volver a Miami ―gruño.
―Incorrecto. ―Sonríe, y es cien por cien petulante―. Y Daniel también viene.
―¿Qué?
―Lennox tiene que ocuparse de unos asuntos en Montenegro antes de traer a Barney a
Miami a ver a sus padres, así que ya no puede hacer de canguro mientras mi marido se
pasea a tiros por la ciudad y me retiene contra mi voluntad porque le preocupa que me
vuelva la cabeza un apuesto banquero soltero.
Dios mío, sálvame antes de que la mate. No tengo palabras. Soy incapaz de hablar. Ella
va un paso por delante. Parece que todo el mundo lo está.
―Yo... es... por qué... ―Tiro el brazo hacia la cabaña―. Dijo que piensa mucho en mi
madre.
―Bien. ―Me pincha en el hombro desnudo―. Te mantendrás al margen.
Resoplo. Nunca.
―Lleva tu culo a casa ―le digo bruscamente, pasando a su lado decidido a terminar lo
que empecé con Otto. Doy exactamente dos pasos antes de que algo me golpee con fuerza
en la nuca y me provoque ver estrellas―. ¡Joder! ―Me golpeo contra el suelo, con la cabeza
palpitando al instante, y ruedo sobre mi espalda, aturdido.
Rose aparece de pie junto a mí.
―Me voy de compras ―dice―. Así podré preparar a mi hijo y a su abuela algo rico para
cenar cuando lleguen.
―¿De verdad van a venir?
―Sí. ―Ella se burla―. Tu cena estará con los perros. ―Se suelta el cabello de la cinta,
se lo sacude, se lo pasa por encima del hombro y se marcha. ―Me llevo a Fury ―grita―.
Y te he mandado los detalles del vuelo de tu madre para que puedas recogerlos en el
aeropuerto cuando te hayas ocupado de tus asuntos por hoy.
Levanto la cabeza y la veo irse, con las nalgas casi asomando por debajo de los pantalones
vaqueros.
―¡Esos pantalones son demasiado cortos!
Aparecen dos dedos del medio y, maldito enfermo que soy, sonrío, frotándome la cabeza
mientras me pongo de pie.
―Ella es demasiado ―dice alguien.
―Higham. ―No miro hacia él por si acaso está mirando hacia Rose, a esas mejillas de
melocotón que asoman, y me veo obligado a matarlo. Pero sí miro hacia la cabaña, viendo
a todos en las escaleras. Lanzo una mirada sucia a los traidores y me dirijo hacia la orilla,
donde hay más silencio, Higham me sigue, junto con todos los demás.
―¿Qué quieres?
―Paz, Danny. Ya lo sabes. Confío en que mi información te haya sido útil.
―¿Te refieres a las identidades de El Duende y El Camaleón? —pregunto, al ver a Jerry
salir del contenedor donde está retenido El Duende. Una semana lleva ahí dentro. Durante
una semana James se ha divertido con él, y no ha escupido ni una palabra de provecho, sólo
súplicas de clemencia. O es muy leal o realmente no sabe nada de El Oso. Espero que sea lo
segundo. Es sólo un niño saltarín al que le han ofrecido un poco de poder y lo ha blandido.
O lo intentó, hasta que El Enigma lo encontró―. No nos sirvió para nada ―digo, mirando
a Higham, captando su ceño fruncido―. Y nos saltamos El Camaleón y atacamos
directamente a El Buey.
―¿Qué?
―También acabamos de descubrir la identidad de El Tiburón, así que dime, Higham
―ladeo la cabeza―, te necesitamos, ¿para qué?
James se acerca despreocupadamente, de pie justo al lado de la orilla ahora que está
completamente vestido.
―Preguntaría si hay noticias sobre el paradero de Jaz Hayley y Carlo Black, pero supongo
que sería una pregunta inútil.
―Probablemente ―murmura Higham―. Todos sabemos que no vas a encontrar esos
restos. ―Se pasa una mano por el cabello―. Lo creas o no, lo siento por eso.
―¿Y el agente Burrows? —James presiona, despertando mi interés también―. ¿Sabes
algo de él?
―Tomó vacaciones anuales―. Higham nos mira―. Ha cogido vacaciones anuales,
¿verdad?
Siento que James me mira con el rabillo del ojo, receloso.
―Tu suposición es tan buena como la nuestra ―digo. ¿Lo ha matado James y no me lo
ha dicho?
―No ―dice, leyéndome la mente.
Ya he tenido suficiente por hoy.
―¿Hemos terminado? —Pregunto mientras Brad, Ringo, Goldie y Otto se unen a
nosotros, dando vueltas, imponentes.
―Cada vez es más difícil desviar la atención de ti, Danny ―dice Higham―. Collins es
como un perro con un hueso y está expresando un interés real en El Británico y El Enigma.
Oh, joder.
―¿Quiere los últimos trofeos? —Pregunto, sintiendo que el humor de James decae aún
más.
―Quiere reconocimiento.
―Ponle una puta correa ―le digo, echándole en cara―. Si quieres paz en esta ciudad,
tienes que retirarte y dejar que yo la dirija. Si quieres que bajen las cifras del crimen, tienes
que dejarme eliminar a los cabrones que trafican con mujeres y drogas y contratan a los
vagabundos para que hagan su trabajo sucio.
―Los necesito vivos, Danny ―sisea Higham―. De lo contrario, haces las cifras
jodidamente peor.
―Sin cuerpos, no hay pruebas. La población simplemente disminuye. Me aseguro de que
no haya cadáveres.
Inspira y cierra los ojos.
―Collins tiene a una mujer retenida ―dice al exhalar―. La encontraron en un área de
descanso de la autopista. Desorientada, sucia, extranjera.
―¿Y? —pregunta James, acercándose, arriesgándose a mojarse las botas.
―Se la llevaron de su casa en Serbia. Traficada. Escapó. ―Abre los ojos―. Habló de
dónde la retenían, de los idiomas que hablaban los hombres, de cómo eran.
―¿Polaco? —James pregunta.
―Sí.
―¿Y dónde estaba retenida?
―Suena como un aeropuerto. Una fábrica o un hangar. ―Higham me mira―. Sólo digo,
Danny. ―Dirige su mirada hacia James y los demás―. Si Collins trae a los polacos o a los
rusos, planea hacer un trato con ellos.
―¿Un trato? —Goldie dice.
―Sí, un trato. Su...
―Libertad a cambio de nosotros ―termina James―. Quiere que la guíen hasta nosotros.
―Ella sabe dónde encontrarnos ―le digo―. Todos los putos polis del estado de Florida
saben dónde encontrarnos.
―Pero no tienen las pruebas que necesitan para esposarnos. ―James se ríe en voz baja.
―Cree que pueden ayudarla a conseguir esas pruebas. ―Higham parece avergonzado.
Debería.
―¿Quién es esta maldita mujer? ¿Viene a Miami, lee unos cuantos archivos y cree que
tiene la respuesta a la paz eterna en la ciudad? —Estoy que echo humo―. ¿Sabe ella con
quién está tratando? —Miro a través de la bahía, mi mente se desboca―. Un hangar.
―¿Qué? ―Brad pregunta, sumergiendo los dedos de los pies en el agua para unirse a
mí.
―Higham, dijiste que la mujer detenida mencionó que estaba retenida en un hangar.
―Sí.
Inhalo, de cara a los demás. ¡Joder!
―Otto, quiero todos los detalles que puedas encontrar sobre la compra del Astillero
Winstable hace tres años.
Sin decir palabra, vuelve a la cabaña, y yo le sigo, olvidada nuestra reciente trifulca.
―¡León! ―Grito, y un segundo después aparece de uno de los contenedores―. Prepara
los esquís.
―Claro, Jefe D.
Le miro, asintiendo con la cabeza, levantando un dedo, y él me reconoce, echando a
correr hacia el contenedor que alberga unas cuantas motos acuáticas cargadas.
―¿Qué coño está pasando? —Brad pregunta cuando James se me adelanta, subiéndose
la camiseta por la cabeza y dejando al descubierto su enorme cicatriz. Todavía me
estremezco al verlo.
―Sé dónde retienen los polacos a las mujeres. ―Joder, ¿cómo me he perdido esto?
―¿Dónde?
Apenas puedo decirlo sin querer vomitar.
―El astillero que construyó Pops.
―No. ―Brad quiere reír, pero la preocupación se lo impide―. Eso se vendió para
convertirlo en un centro educativo para niños desfavorecidos.
Hace más de tres años que me aparté para dejar que eso sucediera. Por supuesto, yo no
estaba dispuesto al principio. Estaba dispuesto a romper algunas piernas para mantener la
tierra. Entonces se blandió la carta de los niños desfavorecidos. Es como si quienquiera que
necesitara Winstable supiera que me ablandaría ante eso. ¡Cabrones!
―¿Ves una instalación educativa por allí?
Brad mira a través del agua, no es que Winstable sea visible. Sólo un punto en la distancia.
―Jesús.
―Sí. ―Doy apresuro el paso mientras me subo el traje de neopreno y, cuando entro en
el vestuario, James está listo para volver al agua―. Quiero que ustedes dos y Otto tomen el
camino ―les digo a Goldie y Ringo―. Entraremos desde el agua. Distráiganlos. Llévenlos a
todos al frente.
―¿Y hacer qué? —Ringo dice―. ¿Pedir direcciones? Por el amor de Dios, Danny. Piensa
en esto. Conocerán nuestras caras.
―Puedo ayudar.
Todos nos damos la vuelta y encontramos a Higham en la puerta. Su rostro es serio. Su
postura inmóvil.
―Una visita rutinaria. Unas preguntas sobre un robo local. No hay nada que distraiga
tanto como los federales en tu puerta.
Todos nos miramos, ninguno de nosotros dispuesto a admitir que es la solución que
necesitamos.
―Tú no matas a nadie ―continúa Higham―. No bajo mi vigilancia. Pero examina el
lugar, averigua lo que tengas que averiguar y vuelve al anochecer, cuando yo no esté.
―Trato hecho ―digo, y James me mira incrédulo.
―¿Quieres discutirlo conmigo?
―No. Los demás pueden usar el bote. ―Salgo del vestuario, en una misión, tratando de
no pensar en Rose. Tratando de no recordar de dónde venía. Quién era antes de que me la
llevara.
Un esclava.
Reprimo un gruñido, me meto en el agua y me subo a mi esquí. Brad está a mi lado,
subiéndose al suyo.
―Necesitas respirar un poco, Danny. ―Frunce el ceño cuando Leon tira de un esquí
cargado y lo ata a la parte trasera de la barca mientras Ringo, Otto y Goldie suben a bordo―.
Higham dijo...
―¿Quieres entrar desarmado? —Pregunto, palpándome la cabeza en busca de mis gafas
de sol. No hay gafas. Y entonces aparece Leon, tendiéndomelas. Las acepto y me las pongo.
―Que me jodan ―respira Brad, mirando a James. Entonces todos miramos a Higham
alejándose.
―Vamos ―digo, saliendo a trompicones―. Entramos por la izquierda, cerca de la cala.
Hay un embarcadero oculto y destartalado a un cuarto de milla de la orilla ―continúo, más
en beneficio de James, ya que no está familiarizado con nuestra antigua base―. Iremos a
pie desde allí.
No recibo respuesta, todos callan y se toman un momento, antes de que apriete el
acelerador y me levante del asiento, cogiendo velocidad, pero no tanta como para que Ringo
no pueda seguirme.
Nos mantenemos cerca de las afueras de la bahía, y en cuanto tengo Winstable a la vista,
no le quito los ojos de encima, haciendo todo lo posible por no dejar que mi ira me domine.
El lugar que mi padre construyó cuando yo tenía quince años, el refugio de mi infancia, ¿se
utiliza ahora para retener a mujeres secuestradas? Señor, ten piedad de mi alma, los
masacraré a todos, ¿y cuando averigüe quién lo compró? ¿Quién me engañó para que me
retirara? Aprieto los dientes.
Calma.
Apago el motor cuando estoy a unos metros de la costa y dejo que la corriente me lleve
hasta los guijarros junto al embarcadero.
―Joder ―murmura Ringo, mirando la madera que se desintegra―. Si la corriente sube
y tira del barco, esto se derrumba y se hunde. ―Con cautela, se sube a la madera y deja un
poco de cuerda extra antes de enrollarla alrededor de un poste perdido, el más resistente
que encuentra, que aun así no es demasiado robusto.
―¿Resistirá? —pregunto, pisando la orilla. Mis botas aterrizan a pocos metros, cortesía
de Goldie, seguidas también por las de James y Brad.
―Reza ―gruñe, y yo lo hago, subiendo a bordo para ayudar a Otto a arrastrar el esquí
cargado.
―¿Qué hay dentro? —me pregunta, sujetándolo mientras alcanzo el cierre de la parte
trasera y lo suelto.
―No lo sé. ―Dejo que las palancas hidráulicas suban lentamente.
―¿Es como un Pick N Mix para delincuentes? —pregunta, y yo suelto una risita, pero
me detengo rápidamente al recordar...
―Vete a la mierda ―le digo.
―Tranquilo, hijo —murmura Otto, sacando un arpón.
¿Hijo? Ensancho las fosas nasales, cojo un AK47 y le apunto. No está cargada, pero no se
dará cuenta.
―¡Chicos! ―Goldie sisea, apartando de un golpe mi arma, seguida por el arpón de
Otto―. Los mataré a los dos yo misma.
Gruño, al igual que Otto, y volvemos a lo nuestro, pasando de nuevo todas las armas y
cargando.
―Higham está a cinco minutos ―dice Ringo, sosteniendo su teléfono entre los dientes
mientras desliza balas en un cargador.
Empiezo a trotar a lo largo de la orilla, cada vez más cargado cuanto más me acerco a
Winstable. Un par de veces pierdo la concentración y dirijo la mirada hacia el océano,
viéndome a mí, un muchacho joven, cabalgando temerariamente sobre el agua. Luego me
veo a mí, un hombre adulto, besando a una mujer. Y luego volando por los aires. Joder.
Vuelvo a centrarme.
Llegamos a la orilla y me quedo un momento observando de cerca el drástico cambio del
paisaje. Está abandonado. Ordenado, ralo, el terreno despejado, salvo por el hangar, que
hace imposible esconderse desde este lado. Los densos arbustos y árboles permanecen en el
lado de la entrada, ocultando el hangar de la carretera. Oigo el timbre del teléfono de Ringo
en silencio y le miro. Asiente con la cabeza. Todos cierran, cargan y entran.
Entonces James levanta la mano y todos nos detenemos. Aparece un hombre encendiendo
un cigarrillo. Levanta la vista, nos ve y, cuando estoy a punto de disparar, James se acerca
y me obliga a bajar el arma. En un movimiento rápido y sigiloso, agarra al hombre, le
presiona el cuello y pronto cae al suelo, inconsciente. Todos nos agolpamos alrededor de su
cuerpo sin vida.
―No vuelvas a hacerme eso ―digo, oyendo a Brad reírse―. Espera, conozco esa cara.
―El Camaleón. ―James lo mira, su rostro inexpresivo pero mortal―. Así que tu
corazonada era correcta. Están operando desde aquí.
Resoplo, un escalofrío helado recorre mi espina dorsal mientras me arrodillo y busco en
su cuerpo. Saco una VP9. Malditos. Tenía razón. ¡Tenía razón, joder! Nada me gustaría más
que meterle una bala entre los ojos, pero por el bien de mantener nuestra presencia sin ser
detectados, resisto el impulso.
Avanzamos de nuevo, James ahora lidera, y me parece bien. El tipo pasó años en las
sombras, sin ser visto, sin ser escuchado, y no soy lo suficientemente arrogante como para
admitir que podría aprender un par de cosas de El Enigma. ¿Y ese movimiento de ahí atrás?
Me está mostrando cómo se hace. Podría ser útil cuando mi esposa no ceda.
―Vale ―dice Otto rotundamente desde detrás de mí, y James vuelve a moverse de
repente, sigiloso de cojones, y de algún modo llega detrás de un cabrón alto y larguirucho
antes de que tenga oportunidad de levantar la pistola. Cae como un saco de mierda y su
Glock aterriza en la mano de James antes de que toque el cemento.
―Bien pillado ―digo en voz baja, avanzando con paso firme, preguntándome a qué
coño está jugando Higham―. ¿No se suponía que debía distraerlos? —Pregunto.
―Izquierda ―murmura Goldie, haciendo que James se gire rápidamente, extendiendo
la pierna, sacando a otro hombre de sus pies. Se golpea la espalda contra el suelo y todos se
estremecen al oírlo.
―Voy a cambiar su nombre de Rambo ―dice Brad―. Te presento a Bruce.
―¿Wayne? —pregunto, aceptando la Glock que James me tiende y lanzando un brutal
puñetazo, noqueando a la última víctima de James y llevándome también su arma.
―¿Wayne? —Brad pregunta―. No, Bruce Lee. ―Reclama la segunda Glock―. ¿Quién
coño quiere ser un roedor?
Me encojo de hombros, justo cuando Otto me apunta con su pistola.
―¿Lo dices en serio? —pregunto, poniéndome en pie y levantando también mis dos
pistolas.
Se aparta un poco y dispara, y yo me sobresalto, el silbido de su silenciador corto y agudo.
Miro a mi derecha y veo un charco de sangre cerca de mis pies.
―Esto no significa que puedas salir con mi madre.
―No quiero salir con ella, imbécil ―gruñe, empujándome.
―Oh, claro, ¿y qué? ¿Quieres amarla?
Se detiene, todo su cuerpo se crispa.
―¿No se lo merece?
―Sí, se lo merece, pero de alguien digno ―siseo.
―¿Y quién sería? —pregunta, encarándome―. En tu mundo, Danny, ¿quién coño
esperas que se abalance sobre ella y la cuide? ¿Un profesor? ¿Un contable? ¿Necesitas que
te recuerde quién coño eres?
Gruño, levanto el arma... y Ringo me aborda por el costado. Me tambaleo unos pasos,
pero me mantengo en pie.
―Cálmate de una puta vez y déjalo para más tarde. ―Se levanta en mi cara, furioso―.
No me importaría salir de aquí intacto.
―Bien. ―Le empujo y mi atención se centra en Goldie cuando oigo su aguda inhalación.
Ha abierto una puerta y lo que hay al otro lado la ha dejado atónita.
―¿Qué pasa? ―Me acerco corriendo, con todos los demás pisándome los talones, y me
asomo con cautela por el pequeño hueco―. ¿Pero qué coño? —Respiro y veo dos filas de
camas, quizá diez en cada fila, muchas con mujeres en los sucios y desnudos colchones.
Todas con sondas en sus brazos―. Jesús. ―Me paro, inmóvil, y todo lo que veo es a mi
esposa. Mi mujer de joven, y mi madre.
Estoy consumido, dominado por la ira que sube.
―Sáquenlas ―digo impulsivamente, contando las camas ocupadas. Diez.
―Danny, ¿cómo? ―Goldie pregunta, sonando tan jodidamente desgarrada y
perturbada. Es una pregunta justa. Hay demasiadas. La mayoría completamente
desmayadas, drogados hasta las cejas. Necesitarán transporte, y nosotros no somos
suficientes.
―Joder ―siseo, adentrándome en la habitación, sintiendo a todos a mi espalda, armados,
preparados, listos para disparar, mientras que mi pistola está flácida a mi lado, el shock la
mantiene allí.
―Podemos volver ―dice, en un intento de tranquilizarme.
―No podemos volver. ―James da un paso adelante, evaluando las filas de camas―. Hay
dos hombres inconscientes y un cadáver ahí fuera.
Miro a mi izquierda cuando oigo un murmullo y veo a una mujer joven retorciéndose
en una cama, angustiada. Me acerco y le quito la cuerda del brazo, inclinándome sobre su
cuerpo. Sus ojos se abren y se abren de par en par, turbados al verme.
―No ―murmura―. No, por favor. ―Tiene un acento muy marcado, pero no lo
reconozco.
La hago callar, intentando tranquilizarla.
―Vas a estar bien.
―Tenemos que dejar que la policía se encargue de ellas ―dice Otto.
―De acuerdo. ―James se acerca―. Pero en no mucho tiempo, vamos a ser descubiertos
y todas estas jóvenes quedarán atrapadas en el fuego cruzado.
―Entonces, ¿qué?
―Nos las llevamos ―digo, empezando a abrirme paso entre las jóvenes, arrancando
suavemente las cuerdas de sus brazos una a una, sin que me quede más remedio que dejar
al descubierto cada uno de sus pinchazos y esperar que no sangren demasiado―. Llama a
Doc. Que esté preparado en la casa. Nos ocuparemos de la policía cuando me haya
despejado.
―Joder ―susurra Brad, uniéndose a mí, ayudando a quitar las líneas. ―Tendremos que
hacer dos viajes. Diez cuerpos extra, Danny.
―Tenemos tres motos acuáticas. Otto y Goldie pueden subir con dos de nosotros. Ringo
puede tomar el barco. Va a ser un apretón, pero podemos hacerlo. No tenemos tiempo que
esperar. ―Miro a James, que asiente. Lo entiende―. Goldie, llama a Leon y que cierre el
astillero.
―¿Y Higham? —Ringo pregunta.
―Dile que necesitamos más tiempo. ―Levanto los párpados a la chica de la última cama
de la primera fila y miro sus ojos comatosos. Ojos azules que parecen negros por el nivel de
dilatación. Veo un millón de flashbacks en las fosas oscuras y sin vida―. Al menos media
hora. ―Tengo que sacar la cabeza del culo y acabar con esto antes de coger mi pistola y
disparar a matar.
―Hecho ―Ringo se une a nosotros, evaluando a cada chica―. ¿Puede alguna caminar?
―Si te hubieran estado inyectando sedantes durante vete a saber cuánto tiempo, ¿serías
capaz de andar? ―pregunto, agachándome y levantando a la chica y subiéndola a mi
hombro, colocando un brazo sobre sus muslos y manteniendo el otro libre. Armada―.
Goldie se queda aquí para vigilar. Uno de nosotros se queda en el otro extremo cuando
lleguemos. Eso nos deja a cuatro para sacar a diez chicas de aquí. Tenemos trabajo que
hacer. En marcha.
―Joder ―suspira Ringo, reclamando una chica, al igual que los demás. Nunca antes
había estado tan agradecido de hacer ejercicio.
Tras la primera gota, Otto, el mayor y el más indignado por ello, se queda a vigilar a las
chicas mientras James, Brad, Ringo y yo volvemos en fila como hormigas, todos soplando
ya de culo, para recoger a las chicas restantes. No estoy mirando el reloj, pero sé que estamos
cerca del límite.
―Tiempo ―le digo a Ringo mientras troto por la cala irregular de vuelta al hangar.
―Ha perdido su atención. Están volviendo a entrar.
―¡Joder! ―grito, acelerando el paso de forma natural. Llego a la parte trasera del
hangar, justo cuando Goldie sale volando por la puerta.
―Se acabó el tiempo.
―No me iré sin todas ellos.
―Harás que nos maten a todos, Danny.
Levanto la pistola, mirándola, y veo el momento en que se da cuenta de que estoy inmóvil.
Parpadea lentamente, inhala e iguala mi pose. Podría irse. Mandarme a la mierda. ¿Qué
coño le importan esas mujeres? Su vida, la vida de James, todas nuestras vidas son preciosas.
Pero, y es una pequeña misericordia, no somos animales. Inhumanos. Violadores.
―Hay dos puertas a 15 metros de las camas ―dice―. Una está cerrada, la otra
entreabierta. Entrarán por ahí.
―¿Cuántos?
―Quince, por lo menos.
―Vete ―le ordeno, y ella vuelve a entrar corriendo, cubriendo la puerta, mientras
nosotros nos dirigimos a la última cama. James se echa a una rubia al hombro, Ringo a una
morena y Brad se acerca a una chica de cabello negro, y lo único que puedo pensar es que
está claro que estos cabrones intentan satisfacer todos los gustos. Miro la cara pálida y
desvaída de la rubia que tengo delante y sus ojos se abren. Están en blanco.
―Sostenla ―dice Goldie en voz baja, incitándome a moverme, levantando su cuerpo
flácido sobre mi hombro y girándome hacia la puerta, levantando mi pistola. Oigo risas
desde el otro lado, ásperas voces extranjeras. Hago una mueca, deseando que atraviesen la
puerta para poder volarles sus mentes enfermas.
―Tenemos una más ―sisea Brad, dirigiéndose a la última cama―. ¡Joder!
―No puedo cargar y cubrir. ―Goldie mira entre nosotros y la puerta.
―Está despierta. ―Brad se agacha―. ¿Puedes caminar por mí? —pregunta―. Te
ayudaré.
Asiente con la cabeza, tensa, y empieza a impulsarse hacia arriba, perdiendo el equilibrio
constantemente, levantando los brazos para estabilizarse. Hago una mueca de dolor y miro
hacia otro lado cuando su camiseta de tirantes se desliza por sus brazos, revelando unos
pechos teñidos de púrpura y amarillo. No me jodas. Trago saliva, apartando la vista de los
moratones que decoraban la espalda de Rose cuando la conocí. Brad ayuda a la pelirroja,
subiéndole la camiseta para salvar su dignidad, mientras sujeta a la otra mujer por el
hombro, dejándolo desarmado.
―Vamos ―gruñe James, abriéndonos paso, mirando hacia Goldie. Ha cerrado la puerta
y empujado una cama cercana contra ella, ganándonos algo de tiempo―. Goldie, muévete.
―Ya voy. ―Corre por el espacio abierto, los golpes de sus botas resuenan en la enorme
sala y, justo cuando llega hasta nosotros, se oye el sonido del metal al chocar con el
hormigón, junto con una colección de palabras extranjeras y apresuradas.
Maldiciones.
Luego, disparos.
Luego, gritos.
Giro, alzo el arma, compruebo en una fracción de segundo que todos están detrás de mí
antes de apretar el gatillo y hacer llover balas mientras camino hacia atrás. Es nuestra única
opción sin cobertura. Nada que nos proteja. Rujo, los músculos del brazo me arden por
mantener la posición, me duele el hombro por sujetar a la mujer.
―Atrás ―grita James, apareciendo a mi lado, con el hombro desnudo. Una rápida
mirada a Goldie me dice que le ha entregado a la mujer que llevaba. Tiene dos
ametralladoras. Dos cinturones. Un sinfín de balas, y las rocía, las pistolas desplazándose
sin esfuerzo de un lado a otro, asegurándose de cubrir cada centímetro de espacio. Los
hombres caen como moscas ante mí mientras corren por la puerta, demasiado ansiosos por
ser héroes, insuficientemente armados.
Persisten los gritos, el caos a cada paso. Todo sucede a cámara lenta pero a la velocidad
del rayo. Logro salir y suelto el arma, usando las dos manos para sujetar a la mujer mientras
doy un tirón con el hombro, consiguiendo que su cuerpo resbaladizo vuelva a su sitio. Miro
hacia atrás y veo a Brad ayudando a la pelirroja tambaleante y aturdida mientras lucha por
mantener a otra mujer inconsciente sobre su hombro.
―Muévete, Danny ―ladra Ringo al pasar trotando, con la mujer al hombro despierta,
alerta y llorando.
James sale del hangar dando un portazo y apoyando la espalda contra la puerta mientras
recarga.
―Hay cinco más ―jadea, hecho polvo―. Puedo aguantarlos.
―A la mierda con eso ―digo entre risas―. Pon tu culo de Rambo en marcha ahora.
Me dirige un gruñido.
―Trabajo mejor solo, ahora vete a la mierda y déjame ocuparme de esto. ―Sus ojos se
cruzan con los míos, e intento con todas mis fuerzas apartar la amistad y recordar quién es
James. El Enigma.
―¡Joder! ―Ladro―. Brad, ¿estás bien? —Vuelvo junto a él, haciéndome cargo de la
pelirroja para que pueda sujetar mejor a la mujer que lleva.
―Tenemos que mejorar en el gimnasio ―dice, cambiándose de sitio, quitándome a la
mujer y empezando a trotar, tomando la delantera. Mira sus pies descalzos. A las rocas y al
suelo irregular que pisamos.
―Ponlo en blanco ―le dice, y ella le mira―. Puedes hacerlo.
Frunce el ceño y se me ocurre que probablemente ni siquiera le entienda. Pero acelera el
paso, así que quizá sí lo entienda. Miro hacia atrás y veo a James todavía contra la puerta
de metal, con el cuerpo sacudiéndose con cada sacudida del otro lado. Me mira, justo
cuando doblo una esquina y lo pierdo de vista.
Y luego, disparos.
Exhalo, aprieto los dientes y me concentro en poner a salvo a las mujeres. Llegamos a la
barca y a los esquís, y Otto está literalmente colgado de la cala rocosa por la punta de los
dedos, el espigón en trozos de madera podrida flotando alrededor de la barca. Dice lo que
sabía que diría nada más verme.
―¿Dónde está? —gruñe, mirando más allá de mí mientras Brad ayuda a la pelirroja a
subir al bote antes de que ambos tumbemos a las mujeres que llevamos a hombros. Veo que
muchos de los demás se acercan, con cara de terror―. ¿Dónde coño está, Danny?
Cojo una pistola nueva del esquí cargada, la única que queda, y compruebo el cargador.
―Ve tú ―digo a nadie más que a todos.
―¿Qué? —Brad gruñe, erguido, rodando su hombro―. No.
Le dirijo una mirada sobria.
―Vete ―exijo, y todos se miran entre sí, esperando otra protesta―. Coge el esquí de
James.
Ringo, reticente, sube y arranca el motor, mirando a Goldie en señal de que se ponga en
marcha, y luego a Otto, que suelta la roca a la que está agarrado, permitiendo que la marea
arrastre el barco. Arranca el motor y me lanza una mirada que me dice que estoy muerto
si no traigo a James de vuelta.
Me lo creo.
―Te veré en un minuto ―dice Brad, y por un momento creo que me está hablando a mí,
pero entonces aparece a mi lado, comprobando la recámara de un rifle―. Di una palabra
―jadea―. Te dispararé, joder.
De nuevo, lo creo.
Y no tengo tiempo que perder intentando razonar con él.
Asiento con la cabeza y me subo a mi moto acuática, Brad se sube a la suya y, en cuanto
la corriente me da la vuelta, piso a fondo el acelerador y rodeo la cala en dirección a James.
Tardo unos segundos en llegar hasta él y lo encuentro de espaldas a la puerta.
―Estoy fuera ―grita, arrojando sus armas a un lado y forzando la puerta metálica. Giro
el esquí y mantengo la presión justa sobre el acelerador para contrarrestar la corriente y
permanecer inmóvil. Vuelvo a mirar a James, asintiendo.
―Así que ahora somos dobles, ¿no? —Brad pregunta, cerrando y cargando.
―Oye, Rambo Junior ―brama James, soltando un poco la puerta, revelando
interminables golpes de interminables balas―. No falles.
Brad se ríe. Es sardónico.
―Listo cuando tú lo estés.
James asiente, y no hay cuenta atrás. Sin preparación. Suelta la puerta y corre hacia mí
a toda velocidad mientras suenan los disparos y las chispas iluminan el cielo oscuro.
―¡Pisa el acelerador! ―grita, lanzándose desde la roca más cercana y surcando los aires.
Joder, se pasa un poco y falla. Demasiado, está sobrepasando el esquí.
¡Jesús!
Calculo mentalmente la distancia y la velocidad a la que viaja su gran cuerpo y aprieto
un poco más el acelerador.
―¡Joder!
He tirado demasiado hacia delante. Golpea el agua, sus manos atrapan la cola de mi moto
acuática.
―¡Vamos!
Me estremezco cuando una bala golpea el manillar.
―¡Joder, vete, Danny! ―Brad grita.
Miro hacia él y lo veo de pie, con las armas preparadas, disparando, su cara tan psicótica
como sé que es bajo su seco ingenio. Vuelvo a concentrarme y aprieto el acelerador, rezando
para que James aguante, y atravieso el agua a toda velocidad, mirando constantemente
hacia atrás para comprobar que aún puedo ver sus manos bronceadas sujetándose entre la
espuma y el esquí de Brad que le sigue.
El rugido de los motores es fuerte, pero sigo oyendo el disparo de las balas. El corazón
me late con fuerza, mientras deseo que la curva que se aproxima en la bahía llegue antes.
―Vamos, vamos ―suspiro, soltando el acelerador en cuanto la rodeo. Giro y espero a
que el agua revuelta se asiente, y cuando lo hace…
No hay James.
―¡Joder! ―Grito, mirando hacia atrás a través de la corriente de agua blanca,
buscándole. Brad dobla la esquina y aminora la marcha, y en cuanto ve mi cara, la suya se
vuelve grave―. Volvemos ―ordeno, tomando asiento de nuevo y girando el esquí… justo
cuando asoma una cabeza y suena una retahíla de lenguaje explícito.
―¡Hijo de puta! ―grita James al exhalar, tosiendo, ahogándose, sacudiendo la cabeza.
Juro que todos mis músculos se vuelven papilla y me dejo caer sobre el manillar, de repente
sin aliento―. ¿Estabas preocupado por mí? ―jadea.
No levanto la vista, demasiado agotado.
―Que te jodan.
Y luego risas.
Brad estalla, James también, y miro hacia arriba, viéndolos destrozados. Alivio. Tiene que
ser, porque de repente me estoy riendo como un imbécil con ellos.
―Vete a tomar por culo ―digo, con dificultad, acercándome a él para ahorrarle el
chapuzón.
Me coge la mano que le ofrezco y se sube al respaldo, me rodea la cintura con un brazo
y mira a Brad.
―¿Cuántos quedan? ―pregunta.
―Vi caer tres.
―¿Así que dos? ―Pregunto―. Suponiendo que los golpes fueran mortales. ―Brad
asiente, y juro que le veo hacer una mueca de dolor―. ¿Estás bien?
―Bien ―gruñe, cogiendo el manillar―. Pero realmente necesito un maldito trago.
―Yo también ―murmuro. Y un Marlboro o veinte.
―Yo tres ―añade James―. Llévame a casa, colega. ―Me da una palmada en el hombro
y luego un pequeño masaje―. Y gracias.
¿Alguna vez alguien ha salvado la vida de Enigma? Aparte de Otto y Goldie, por supuesto.
Sonrío para mis adentros. Beau salva la vida todos los días.
Es como el regreso a casa de Cristo cuando conseguimos llegar a la orilla. El alivio en sus
caras es palpable. Yo lo siento. Una mirada a Ringo en cuestión y él sacude la cabeza hacia
la cabina, diciéndome que las mujeres están todas en el interior de ser alimentados y
cuidadas.
―Len trae otro coche y a Doc.
Asiento mientras James se baja de la moto acuática y se baja el traje de neopreno por el
pecho mientras sale del agua. Beau le espera en la orilla, cruzada de brazos, con los ojos
escrutando cada centímetro cuadrado de su cuerpo mientras él se acerca a ella.
―¿Estás bien? ―le pregunta mientras él levanta un brazo, ordenándole en silencio que
se ponga a su lado.
Le besa la parte superior de la cabeza cuando ella se acomoda allí, pareciendo insuflarle
aire.
―Estoy bien ―le asegura.
―Joder.
Me giro y veo a Brad bajándose del esquí, con cara de dolor.
―¿Qué pasa? pregunto, observando cómo se baja la cremallera del traje de neopreno y
se quita las mangas con un montón de silbidos.
―Mierda ―susurro. Sangre. Mucha. Mi maldición hace que James se detenga, hace que
Ringo también eche unos cuantos polvos, y hace que Otto corra hacia Brad conmigo, viendo
sus ojos en blanco―. Se desmaya ―grito, mientras cae al agua de bruces, desmayándose.
Me meto de nuevo en el agua y le doy la vuelta, arrastrándole hasta la orilla.
―Pérdida de sangre ―gruñe Otto, evaluando la herida de bala en el hombro de Brad.
Lo levanta, girándolo ligeramente para verle la espalda―. Atravesó directo.
Levanto la vista al oír los neumáticos y veo el coche de Higham derrapando sobre la
grava. Se baja y se acerca dando pasos, parece tan estresado como debería. Pero no tan
estresado como yo.
―¡He dicho que no mates! ¿Qué coño ha pasado ahí atrás?
Estoy en su cara como un perro rabioso, gruñendo, probablemente echando espuma por
la boca también.
―Diez jóvenes drogadas, maltratadas y violadas, eso es lo que pasó, joder.
Sus ojos se abren de par en par y retrocede prudentemente, golpeando a Brad contra el
suelo detrás de mí.
―Joder.
―Sí, joder. ¿Ahora has terminado, porque estoy un poco ocupado?
―¡Joder! ―brama, pateando la grava―. ¡Joder, joder, joder!
Dejo a Higham con un ataque por el inesperado giro de los acontecimientos y vuelvo
junto a Brad, arrodillándome a su lado con Otto.
―¿Se pondrá bien? ―pregunto, evaluando su rostro pálido.
―No soy Doc. ―Otto permanece, aplicando presión en el hombro de Brad―. Ha perdido
mucha sangre.
Oigo un coche que avanza a toda velocidad por la grava y veo un Mercedes que se une
a la flota de vehículos que ya están aquí. Len salta del coche y me alivia ver a Doc saliendo
del asiento del copiloto con su bolsa de cuero marrón.
―Aquí ―grito, haciéndole señas para que venga. Estoy a punto de acercarme al viejo,
levantarlo y cargar con él el resto del camino.
Doc se pone de rodillas y empieza a hacer de todo, canturreando, murmurando,
pinchando, evaluando.
―¿La bala? ―pregunta.
―Salió ―dice Otto.
―Bien. Muy bien. ―Doc desliza una vía en el brazo de Brad y sostiene una bolsa de
fluidos―. ¿Dónde le dispararon?
Le miro como si fuera estúpido. ¿Dónde coño cree que le dispararon? ¿En el culo?
―En el hombro.
―No ―murmura Doc―. Puedo ver muy bien que le han disparado en el hombro,
Danny. Estoy preguntando ¿dónde? ¿Aquí? ¿Puedo trabajar en él, o estamos en peligro?
―Estamos a salvo.
―¿Y hace cuánto tiempo? Así puedo saber a qué me enfrento. ¿Pérdida de sangre rápida,
lenta?
―Oh. ―Frunzo el ceño, intentando que mi cerebro funcione.
―Hace unos veinte minutos, más o menos ―dice James, uniéndose a mí en el suelo. Veo
a Beau agacharse junto a la cabeza de Brad y apartarle el cabello mojado de los ojos, con
una verdadera preocupación salpicándole la cara―. Fue una huida peliaguda.
―Adrenalina ―concluye Doc―. Es combustible cuando el cuerpo lo necesita. ―Se
levanta con esfuerzo, sosteniendo la bolsa de fluidos, y nos mueve un dedo a todos―.
Llevémosle al coche para que pueda llevarle de vuelta a casa y ponerle un poco de sangre.
―¿Tienes sangre? ―Pregunto, tomando los pies de Brad mientras James lo pone bajo sus
brazos.
―Lo tengo todo, Danny ―dice Doc, caminando a nuestro lado hacia el coche, sin apartar
los ojos de Brad―. Acondicionarme para esperar lo inesperado ha sido toda una bendición
desde que me convertí en el médico privado de los más buscados del mundo.
―Eso no es oficial ―gruñe James―. Ni siquiera estamos en la lista.
―Y rezo para que nunca lo seas, porque puedo salvarte de balas, quemaduras y huesos
rotos, pero no cuando estás entre rejas.
James me llama la atención y levanta las cejas, al igual que yo, divertido en silencio.
Y bastante aleccionado por la declaración de Doc.
Colocamos a Brad en la parte trasera de uno de los Mercs, y Beau se esfuerza por ponerlo
cómodo, resoplando y resoplando, no contenta con su posición.
―Yo voy con él ―declara, deslizándose en el asiento y subiendo la cabeza de Brad a su
regazo. Es una imagen entrañable. Ver cómo se preocupa. Me invaden la tristeza y el
agradecimiento a partes iguales. Aprecio a nuestras mujeres. Y tristeza porque Brad no tiene
a la suya que se preocupe por él. Pero tiene a las nuestras. Siempre.
Beau nos mira a James y a mí a su vez.
―Y alguien tiene que avisar a Rose de los invitadas que esperamos.
A la mierda.
Necesito ser yo quien lo haga. Me aterroriza que toda esta situación desencadene algo en
ella. Como lo hizo el anillo.
―Sé imprecisa ―digo, pareciendo tan torpe como me siento cuando Beau muestra su
incredulidad.
―Diez mujeres están a punto de llegar y registrarse en Casa Black, Danny. ¿Qué quieres
que diga? ¿Que tú y James se convirtieron en los flautistas de Hamelin para las mujeres de
Miami?
―Ja... ja ―me rio.
Ella suspira. Beau sabe lo que esto podría significar.
―Haré lo que pueda. ―Doc le pasa la bolsa de líquido, ella cierra la puerta y Len arranca
una vez Doc está en el coche.
―Vaya puto día ―suspiro.
―Y aún no ha terminado ―dice James, extendiendo la mano. Leon coloca mis Marlboro
en ella y se apresura a encender uno, dándomelo antes de encenderse uno él.
Ambos giramos al unísono en profundas inhalaciones y largas exhalaciones, creando una
considerable nube de nicotina que nos oculta de Higham, y cuando se despeja, su cara es
una imagen que nunca olvidaré mientras Ringo, Goldie, Otto y Jerry sacan a diez mujeres
de la cabaña y las meten en los coches.
―Dios mío ―dice, sacudiendo la cabeza, agitando una mano flácida hacia los coches
mientras se alejan―. ¿Todos sedadas?
―Sí.
―¿Y qué carnicería hay que limpiar?
―Unos quince malditos polacos muertos. ―Sonrío―. Eres. Bienvenido.
Suspira, mira al cielo y espira.
―Estaré en contacto.
―Estaré ocupado unos días ―digo, pensando que lo último que necesitamos es al FBI,
amistoso o no, merodeando mientras hacemos un reparto. O enterrando al padre de Beau―.
Así que llámame sólo si tienes noticias de mi padre.
Levanta una mano, despidiéndome, y se sube a su coche, alejándose a toda velocidad.
Miro a James, que asiente y me entiende. Los dos entramos en la cabaña, nos servimos una
cerveza y nos dejamos caer en una silla, sorbiendo y fumando en silencio, con la mirada
perdida. Nos tomamos un momento.
Estará bien, pienso una y otra vez.
―Se pondrá bien ―dice James en voz alta, como si oyera mi silenciosa preocupación.
―Me interrumpe el timbre de mi celular, frunzo el ceño y lo busco. Leon lo sostiene.
―¿Quién es? ―pregunto, haciéndole mirar la pantalla.
―Número privado.
James y yo nos miramos y extiendo la mano. En cuanto Leon me pone el celular en la
mano, contesto y me lo llevo despacio a la oreja. Silencio. Y luego una voz. Pero una voz
que definitivamente no esperaba.
―¿Danny?
Mis ojos deben de abrirse de par en par porque James se inclina hacia mí, frunciendo el
ceño.
―¿Amber? ―le digo, diciéndole lo que quiere saber. James Kelly no suele sorprenderse.
Por lo general, solo Beau es capaz de sorprenderlo, así que su expresión de perplejidad es
toda una imagen.
―Tengo que verte ―me dice, haciendo que me pregunte qué coño querría de mí mi ex
puta de hace más de tres años y, más recientemente, el culo del padre de Beau.
―Y me gustan bastante mis pelotas, así que me temo que es un no. ―Cuelgo y me quedo
pensativo de nuevo, mirando a la nada, al igual que James, mientras nos tomamos otros
minutos necesarios para reflexionar, intentar relajarnos y preguntarnos... ¿qué coño acaba
de pasar?
―¿No tienes curiosidad? —acaba preguntando.
―No lo suficiente como para arriesgarme a que mi esposa se vuelva una perra psicópata.
Amber probablemente esté metida hasta el cuello otra vez. Necesita protección, dinero,
quién coño sabe. Es un puto desperdicio de espacio y apuntó con una pistola a mi mujer y
a mi madre. ―Así que definitivamente no es prudente que vea a Amber. Y de repente, estoy
enfadado. Tan jodidamente enfadado. Es una cosa tras otra, un puto problema tras otro. Me
levanto, me meto el cigarrillo entre los dientes y me voy al vestuario, sacando una pistola
de mi casillero.
Bajo los escalones hasta uno de los contenedores, tardo un buen rato en abrirlo, lo abro
y disparo un tiro antes de volver a cerrarlo. Le paso la pistola a León mientras me dirijo al
coche, y James me sigue con la mirada, apoyado despreocupadamente en la barandilla de
madera, fumando.
―¿Mejor? ―pregunta.
―Mucho. Era el más inútil de todas tus capturas. ―Me subo al lado del pasajero de su
Range Rover y espero a que James se suba. Y espero. Y espero. Probablemente son sólo unos
segundos, pero parecen horas. Exasperado, pulso el botón de arranque y bajo la
ventanilla―. ¿Me llevas a casa o no? ―grito, y él sonríe, bajando los escalones y cogiendo
una bolsa.
―Sí, princesa ―arrulla, mientras León corre a su lado, abriéndole la puerta del
conductor.
―Ooh, huele a yum ahí ―dice Leon―. ¿Jazmín?
―Quién carajo sabe, pero es mejor que la orina rancia.
James se desliza dentro con una mueca, levantando el culo del asiento de cuero cuando
éste chirría. Me tira la bolsa al regazo y yo gruño.
―¿Qué es esto? ―Pregunto, mirando dentro, viendo pilas y pilas de dinero empapado―.
¿Qué coño? ―suelto, mirando a James―. En medio de todo eso, ¿te las arreglaste para sacar
esto?
Se encoge de hombros.
―Tenemos diez nuevas bocas que alimentar, querida.
―Eh, Jefe D ―dice Leon, asomándose por mi ventana―. Estaba pensando que
necesitamos más deportes acuáticos en la cala. Paddleboarding, buceo, ese tipo de cosas.
James y yo soltamos una carcajada. ¿Buceo? Jesús, debe de ser como un cementerio de
masas en el fondo marino de esta cala.
―No ―digo brevemente, metiendo la mano en la bolsa y sacando un puñado de fajos,
quizá cien de los grandes―. Reparte esto entre Jerry y tú. ― digo, metiéndoselo en el
pecho―. Y pierde esto en las cuentas. ―Tiro el resto del dinero a sus pies y le cacareo la
mejilla―. Buen trabajo hoy. ―Miro hacia el parabrisas cuando suena mi móvil―. Nolan.
―Contesto y voy directo al grano―. Han disparado a Brad.
―¿Qué?
―Disparado, Nolan. Le han disparado.
―Dios mío, estoy de camino. ¿Adónde? ¿Adónde voy?
―En ninguna parte. Está bien. Doc lo está viendo en la casa. Te necesitamos para
mantener las cosas funcionando allí. Te mantendré informado.
―Sí, vale. ―Suena completamente desconcertado.
―Se pondrá bien, chico. ―Digo, ablandándome, antes de colgar y dejar que mi cuerpo
se agobie en el asiento―. Ahora llévame a casa, joder.
James sonríe al volante y arranca, y yo me relajo hacia atrás, preparándome para la
siguiente tormenta de mierda.
igo a Fury hacia la cocina, calculando mentalmente cuánto peso lleva colgando de los
brazos en forma de comestibles. Un carro entero.
―¿Vamos a dar de comer a cinco mil? ―pregunta mientras las levanta y los coloca
en la isla.
―Cada vez que vuelvo a casa parece que se ha mudado alguien nuevo. ―Dejo caer el
bolso en un taburete y empiezo a ordenar las bolsas―. Echo de menos a Esther.
Se deja caer en un taburete y flexiona las manos.
―He echado de menos al chico.
Mis manos trabajadoras flaquean, mi corazón se aprieta. Pronto. Pronto estará aquí.
―Yo también. ―Sonrío y saco una botella de zumo de naranja. Fury asiente, así que cojo
un vaso y le sirvo un poco―. Y tú debes echar de menos a Tank. ―Le paso el vaso y se lo
bebe todo antes de contestar.
―No tanto como tú ―dice Fury con un atisbo de sonrisa―. Me tienes a mí hasta que lo
recuperes. ―Mira su reloj, mientras pongo los ojos en blanco―. ¿A qué hora aterrizan?
Miro el reloj de la cocina mientras saco una bolsa enorme de pasta.
―Más o menos ahora. ―La emoción revolotea en mi barriga―. ¿Quieres cortar unos
calabacines? ―Cojo uno de los delantales de Esther y me lo pongo.
―Te conviene.
Levanto una ceja y él abre los brazos, aceptando mi oferta de unirse a mí en mi... felicidad
doméstica.
―¿Tienes un hacha?
Me rio, cojo un cuchillo y una tabla de cortar y pongo una bolsa de verduras delante de
uno de nuestros vikingos residentes.
―Aquí tiene. Bien finas, por favor.
Fury se pone manos a la obra mientras yo desempaqueto el resto de la compra y empiezo
a preparar un festín. Intento no mirar el vino con nostalgia mientras lo pongo en el centro
de la isla. Pillo a Fury con una media sonrisa detrás de su barba salvaje, mirándome entre
tajada y tajada.
―Deja de sonreír ―murmuro, mientras recojo una cacerola, la lleno de agua y la pongo
al fuego―. Quería preguntarte algo. ―Sueno despreocupada, como era mi intención,
aunque él me mira con cautela―. ¿Cómo se llaman?
―Tank y Fury.
Me giro, armado con mi bolsa de pasta.
―Sus verdaderos nombres.
―Tank y Fury.
―Vamos.
―Es Tank y Fury. ―No levanta la vista de su corte.
―Bien. ―Suspiro y me rindo, volviendo a cocinar, y la siguiente hora transcurre en una
cómoda tranquilidad, Fury picando, yo cocinando. O intentándolo. Joder, cómo echo de
menos a Esther. Meto el plato en el horno para que se cocine durante media hora y me
vuelvo hacia la cocina.
Y me estremezco.
―Cocinas como un hombre ―dice Fury, riendo, echando un ojo al desastre conmigo.
Oigo un coche en la entrada.
―Mierda. ―De repente, el desorden parece... más desordenado―. Tú coge el
lavavajillas, yo empezaré a limpiar. ―Empujo todo lo que desordena la isla hacia el
lavavajillas para que Fury pueda cargarlo, y corro como una loca, limpiando las encimeras.
En un par de minutos estamos mucho mejor. Me quito el polvo de las manos.
―¿Quieres uno limpio? —pregunta Fury, señalándome la parte delantera. No hay un
hilo de tela en el delantal que no esté salpicado de aceite, tomate o grasa. Mi estado desafía
a la ahora semibrillante cocina. Me lo desato rápidamente y corro a la lavandería, lo meto
en la lavadora y, cuando vuelvo a la cocina, oigo… ¿Doc?
Mi corazón se acelera de forma natural y Fury se levanta de su asiento en un segundo,
acechando hacia el vestíbulo.
―Un poco de ayuda, por favor ―grita el anciano, viendo a Fury y haciéndole un gesto
urgente para que se una a él fuera.
―¿Qué ha pasado? ―pregunto, siguiéndoles. Veo a Len abriendo la puerta trasera, y veo
a Beau en el asiento trasero con la cabeza de Brad en su regazo. Me tapo la boca con las
manos―. Dios mío.
―Ha recibido un balazo en el hombro ―dice Beau, abriéndose paso, sujetando la cabeza
de Brad mientras Fury se acerca a pisotones, con el rostro grave, y ayuda a Len a sacar a
Brad del coche. Le veo el hombro. Sangre.
Beau se acerca a mí y al instante empieza a intentar tranquilizarme, lo que no hace sino
preocuparme más.
―Los hombres encontraron el lugar donde los polacos retienen a las mujeres que
trafican ―dice, con cara de puta compasión.
―¿Dónde?
―El viejo astillero de Danny.
―¿Qué? ¿Winstable? ―Dios mío―. Se lo vendió a unos promotores ―digo, viendo
cómo Fury se lleva a Brad a la casa, Doc le sigue―. Estaban construyendo un centro para
niños desfavorecidos. ―Danny estará furioso. Sólo lo había cedido por una causa noble.
¿Saber que fue engañado? Como si mi marido necesitara más excusas para montar en
cólera. Esto lo llevará al límite.
Beau me coge de la mano y me lleva hacia la casa.
―Los hombres entraron y sacaron a las mujeres.
Mi cuerpo se enfría al instante.
―¿Cuántas? ―Pregunto en voz baja, tratando de no permitir que ningún flashback se
apodere de mí.
―Diez ―dice, llevándome escaleras arriba detrás de Fury, que lleva a Brad como si fuera
un niño pequeño. Sin esfuerzo―. Todos estaban drogadas.
Trago saliva, camino con las piernas entumecidas, mi mano cae naturalmente sobre mi
vientre, pensando en lo diferente que podría haber sido mi vida si nunca me hubieran
secuestrado. No. No tendría a Daniel. Danny no me habría encontrado. Tengo que creer
que cada pedacito de infierno que soporté valió la pena la angustia, el dolor y la pena.
Concéntrate en Brad.
Asiento y desconecto mi mano de la de Beau, acelerando el paso y entrando en el
dormitorio al que Fury ha llevado a Brad.
―¿Puedo ayudar? ―Le pregunto a Doc, que se pone manos a la obra y engancha la bolsa
de fluidos medio vacía en el cabecero.
―Necesito mi soporte IV ―dice Doc―. En mi habitación. En la nevera encontrarás
varias bolsas de sangre. Necesito la que dice O positivo.
―¿Qué? ―Suelto. ¿Guarda sangre? Miro a Beau, que parece igual de sorprendida―.
Conoce todos nuestros tipos de sangre, ¿verdad? ―Ahora lo recuerdo, Doc pidió el de
Daniel hace unas semanas en Santa Lucía, y me pareció un poco al azar. No tenía ni la más
remota idea del grupo sanguíneo de mi hijo y no le di más vueltas. Hice una nota mental
para hacer de eso una prioridad.
―Claro que sí ―responde Doc, inyectando algo en la línea de Brad―. Bien y rápido, por
favor.
―Yo iré ―dice Fury, saliendo de la habitación para recoger las peticiones de Doc.
―¿Se pondrá bien? ―pregunto, agachándome junto a Brad, observando su piel ceniza,
sus mejillas hundidas.
―Tan pronto como hayamos rellenado sus venas.
Asiento y miro hacia atrás cuando Beau me toca el hombro.
―Deberíamos prepararnos para su llegada.
Estoy en blanco. Entonces...
―¿Van a traer aquí a las mujeres? ―Me paro, atónita, y Beau asiente, justo cuando oigo
más ruedas sobre la grava―. Oh, Dios ―susurro, sintiéndome totalmente inestable. Pensar
en diez mujeres drogadas y maltratadas es una cosa. Verlas es otra.
―Tú te encargas ―dice Beau, sacándome de la habitación. Y ahí está, haciendo lo que
ambas hacemos mejor. Tranquilizarnos mutuamente, hablar con sentido común, pero
luchando por hacerlo por nosotras mismas.
Nos acercamos a Fury, que sujeta una bolsa de sangre con el brazo extendido mientras
arrastra un soporte metálico.
―Voy a pasar ―dice, mientras nos apartamos a un lado del pasillo, dejándole pasar. Mis
ojos le siguen hasta la puerta y entra.
―¿Dónde están James y Danny? ―Le pregunto a Beau sin mirarla.
―Vamos ―dice suavemente, sin responderme, engatusándome―. ¿Qué puedo oler?
―No querrás comértelo.
―Huele bien.
―Bueno, parece atroz. ¿Ya sabes algo de Ollie? ―Pregunto, desviando la atención de mi
propio trauma, aunque sólo sea brevemente.
―Nada. Le he tendido la mano varias veces, pero no contesta. Y no es que me den espacio
para visitarlo, ¿verdad?
Ambos sabemos que Beau podría ir si quisiera, lo que me dice que está nerviosa por
hacerlo, y no por su seguridad. Es porque tiene miedo de lo que pueda descubrir.
―¿Y la detective?
Sacude la cabeza.
―Ya me cae mal, y me odio por ello.
―¿Por qué?
―Porque está haciendo lo que yo haría en su situación. ―Me dirige una pequeña
sonrisa―. Es curioso cómo han cambiado mis instintos, ¿eh?
―No. ―Me rio un poco. El policía sigue ahí. Sólo que últimamente está mezclado con
un poco de delincuencia, lo que lo convierte en un cóctel moral extrañamente inmoral―.
Pero estás bien, ¿no? ―Y aquí estoy yo, lista para sostenerla cuando me derrumbe por mis
propios traumas.
―Me han preguntado si quiero verle.
Estoy confundida y no puedo ocultarlo.
―Mi padre ―continúa―. Me han preguntado si quiero verle antes de que descanse.
Soy la peor amiga.
―¿Lo harás?
―Creo que... ―Se muerde el labio, insegura―. Algo me dice que debería. No pude con
mamá porque, bueno...
Porque no quedaba nada que Beau quisiera ver. Le paso un brazo por el hombro.
―¿Quieres que vaya? Si decides ir, por supuesto.
―Creo que James querrá hacerlo. ―Me lanza una mirada sardónica―. Necesita que yo
le necesite en este momento. Me lo pensaré. Ni siquiera sé si quiero hacerlo. El funeral ya
será bastante duro y… ―por un momento parece insegura―, no tengo absolutamente nada
que ponerme. ¿Qué me pongo?
No le preguntaré qué se puso para el funeral de su madre. Algo me dice que no lo
recordaría.
―Entonces iremos de compras. ―Seguimos diciéndolo, y nunca sucede. Tengo que hacer
que suceda.
―¿De compras? ¿Para comprarme algo que llevar al funeral de mi padre? Qué bien.
Odio ir de compras en el mejor de los casos.
Por supuesto. La peor amiga.
―O…
Beau sonríe suavemente.
―En realidad, no, deberíamos. Necesito mantener mi impulso cuando se trata de
espacios ocupados.
Ahí está. Ella no quiere volver, y yo haré todo lo posible para que no lo haga. Le cojo la
mano y la levanto, enseñándole el anillo.
―¿Cuándo podemos empezar a planear la boda? Necesito un poco de alegría en mi vida.
Me mira la barriga y me estremezco. Como amiga, hoy estoy que ardo.
―Basta ―dice Beau con firmeza―. Deja de mirar cada cosita que dices sobre bebés o
embarazos o golpes o alegría o muerte. Todo pasa por una razón.
¿Es eso lo que se dice a sí misma estos días? Sonrío tímidamente mientras subimos las
escaleras y, cuando la puerta principal se abre y Goldie entra con una mujer en brazos, una
mujer de cabello largo y oscuro, me quedo helada, sin aliento, viéndome... a mí. No
rescatada, sino inconsciente. Indefensa.
―Dios ―susurro, agarrándome a la barandilla dorada mientras Goldie me mira
fijamente. ¿Por qué me mira? ¿Por qué me mira?
―¿Dónde? ―pregunta brevemente, y yo parpadeo, sacudiendo la cabeza, mientras
entran por la puerta más mujeres, todas desaliñadas, todas con la ropa rasgada, todas con
aspecto perdido, desconcertadas y aterrorizadas.
―Rose, ¿dónde? ―Goldie pregunta, firme pero también suavemente.
―La sala de televisión ―digo, mirando a mi alrededor, como si buscara la aprobación
de alguien para dar la respuesta correcta―. Yo... nosotros... ellas... tengo que comprobar
las habitaciones. ―Finalmente convenzo a mis piernas para que me lleven para bajar el
resto de las escaleras, agradeciendo que Esther estará de vuelta en Miami de forma
inminente. Mi suegra es una profesional en el cuidado de casas y personas. Ella sabrá qué
hacer.
Goldie conduce a la fila de mujeres a la sala, y yo la sigo hasta allí, despejando los
enormes sofás de cojines desparramados para hacer sitio.
―Doc está ocupado con Brad.
―¿Cómo está? ―pregunta Otto, el último en entrar después de todas las mujeres y
Ringo.
―Aún inconsciente. Perdió mucha sangre.
Asiente con la cabeza y, cuando una de las jóvenes le mira, se esfuerza por dedicarle una
sonrisa amistosa. Si la situación no fuera tan trágica, sería divertidísima. Parece tan torpe,
al igual que Ringo, y Goldie tampoco parece muy cómoda.
―Hay pasta en el horno ―les digo, acompañándolos a la salida, mirando a Beau que se
queda, les digo―. Díganle a Doc que venga directamente aquí cuando termine. Pidan unas
pizzas o algo. Y traigan agua.
Otto se detiene en la puerta y me mira.
―¿Ha llegado ya Esther? ―pregunta.
―Muy pronto. ―Me obligo a no levantar las cejas y cierro la puerta, de cara a las
mujeres. Siguen completamente aterrorizadas y, en un momento de lucidez, me pregunto
si pensarán que las hemos secuestrado.
―Oh, mierda ―dice Beau, uniéndose a mi lado―. Creen que los hemos secuestrado.
―¿Inglés? ―Pregunto, echando un vistazo a ellas―. ¿Alguien habla inglés?
Algunas manos se levantan, cuento tres, y alguien habla. Una pelirroja.
―Soy inglesa ― dice, colocándose el cabello ondulado detrás de la oreja―. De Londres.
¿Londres? Beau y yo nos miramos asombradas. No secuestran a muchas de países como
Inglaterra o Estados Unidos, pero bueno... estoy yo.
―Me llamo Pearl ―continúa, mirando alrededor del grupo de mujeres. Pero cuando
vuelvo a mirarla, pienso que chicas es más apropiado. Tan jóvenes―. Melitza y Jana son de
Serbia. Zala es eslovena. Maria e Inessa son rusas. No sé los nombres de las demás. Su inglés
es inexistente. ―Señala a la chica inconsciente―. Y Anya es de Rumanía.
Asiento y voy hacia Anya, tomándole el pulso, aunque sólo sea porque... ¿no es eso lo que
se supone que hay que hacer? Es fuerte. Su pecho se mueve arriba y abajo.
Goldie llama y asoma la cabeza por la puerta.
―Agua. ―Entra con una bandeja apoyada en una mano y la coloca en la mesita del
centro de los sofás antes de marcharse en silencio. Empiezo a servir y Beau empieza a
repartir vasos a manos que los aceptan, pero son recelosas.
―¿Cuántos años tienes, Pearl? —Pregunto, posándome en la mesita ante ella.
Bebe un sorbo y me mira por encima del vaso con una desconfianza que no soporto.
Necesito que sepa que ahora está a salvo; necesito que todas las presentes sepan que están
a salvo.
―Soy Rose ― digo rápidamente antes de señalar a Beau detrás de mí―. Ella es Beau.
Solía ser oficial de policía.
―Rose ―suspira Beau con incredulidad, y yo le devuelvo la mirada, como
preguntándole qué demonios cree que debo decirles. ¿Que nuestras respectivas parejas son
criminales? ¿Mi marido, El Británico, un reputado señor del crimen mafioso, y su
prometido, El Enigma, el silencioso y letal asesino extraordinario? Muestro las palmas de
las manos al techo y Beau niega con la cabeza, uniéndose a mí en la mesa y empujándome
para que me acerque.
Pearl nos mira, como si fuéramos un par de locas. Preocupantemente, puede que tenga
razón.
―Yo solía ser un oficial de policía, pero ahora no lo soy.
―¿Por qué? ―pregunta ella, bajando su vaso.
―Elegí el amor antes que el deber. ―Beau sonríe suavemente, y me siento obligada a
cogerle la mano y apretarla, porque cuando dice amor, se refiere a su madre. Pero no me
cabe duda de que, llegado el caso, elegiría a James antes que al deber. De hecho, ya lo ha
hecho. Aunque Pearl no lo sabe, así que, por supuesto, su siguiente pregunta tiene sentido.
―¿Estás casada? ―pregunta mirando el dedo de Beau, lo que provoca que ésta coja su
anillo y lo haga girar.
―Comprometida.
―Estoy casada ―suelto―. Esta es la casa de mi marido. Mi casa. Nuestra casa. ―Y una
vez fue mi prisión. Santo Dios.
Pearl mira a su alrededor.
―¿Qué hace?
Joder.
―Umm, él... sí... umm. ―Esto es más difícil de lo que pensaba.
Los hombros de Pearl caen un poco, mostrando exasperación.
―Perdóneme ―dice, volviendo a acomodarse el cabello corto detrás de la oreja―. No sé
cuál de ellos era su marido, pero todos llevaban armas. ―Echa un vistazo a la lujosa y
amplia sala de televisión, que tiene una pantalla tan grande como para jugar al ping-
pong―. Asaltaron el lugar donde nos tenían. Todo estaba un poco borroso, pero parecía
que sabían lo que hacían cuando dispararon esas armas.
Beau y yo nos encogemos.
―No tienes que decirme nada ―continúa―. De hecho, no quiero saberlo. Pero...
―Mirando entre nosotras, se muerde el labio y noto un pequeño agujero en la esquina
derecha. ¿Un viejo piercing?―. ¿Son buena gente o estamos… ―señala a las otras
chicas―, a punto de abandonar un nivel del infierno y caer a otro?
―Dios, no ―digo, desesperada por tranquilizarla―. Somos buena gente. ―Puedo sentir
los ojos escépticos de Beau sobre mí. La ignoro. Sé que para muchos no lo somos, pero para
estas chicas definitivamente somos buenos, y eso me reconforta―. Mi marido me salvó de
una vida de esclavitud sexual.
―¿Lo hizo?
Beau me aprieta la mano.
―Lo hizo.
―¿Quién es?
Al diablo con todo.
―Su nombre es Danny.
Asiente con la cabeza, mirando a Beau en interrogación, y yo exhalo discretamente mi
alivio de que no haya insistido más. Quiere saber cuál es la situación de Beau.
―El mío se llama James ―dice Beau.
Pearl asiente, aceptando, y luego sonríe.
―Danny Black y James Kelly.
Beau y yo nos sacudimos como si nos hubiera alcanzado una bala.
―¿Qué? ―dice Beau, soltando mi mano y avanzando―. ¿Los conoces?
―Oí a algunos de los hombres decir sus nombres. ―Frunce el ceño―. Fue el único inglés
que oí, junto con El Británico y El Enigma. ―Pearl me mira―. Tu marido es El Británico.
―Mira a Beau―. El tuyo es El Enigma.
―No estoy casada ―suspira Beau en voz baja, retrocediendo, mirándome. No sé por qué.
No tengo nada que decir.
―¿Cuántos años tienes? ―Pregunta Beau.
―Tengo veintiún años ―responde Pearl en voz baja. Luego frunce el ceño.
―Creo.
―¿Tú crees?
―No sé qué mes es.
―Es mayo ―dice Beau, mirándome, preguntándose, sin duda, cuánto tiempo lleva Pearl
fuera de casa.
―Entonces cumplo veintiuno ―dice, casi con tristeza―. En abril. El cinco.
Veintiuno. Un cumpleaños tan importante. Recuerdo el mío. Estaba en un yate en el mar
Adriático. Suena lujoso. Lujoso. De ensueño. No lo era. Un diplomático corrupto me folló y
me dio una paliza diaria durante semanas hasta que le di a Nox la información que
necesitaba. Y luego me golpeó hasta ponerme la piel negro y azul de nuevo porque me llevó
más tiempo de lo que le hubiera gustado.
Pierdo el aliento por un momento y lucho por recuperarlo, mirando alrededor de la sala
de televisión, aunque sólo sea para recordarme dónde estoy.
―Ropa ―digo entrecortado, y me levanto para comprobar cómo está la chica
inconsciente, su pulso, su pecho, antes de apresurarme hacia la puerta, justo cuando Doc
se abre paso a empujones.
―Siguiente ―dice con un toque de humor, escudriñando a la multitud de posibles
pacientes.
―¿Cómo está Brad? ―Le pregunto.
―Estará bien. ―Es bastante desdeñoso, pero no puedo culparlo. Hoy está agotado.
―Deberías empezar por la inconsciente ―digo como un idiota, haciendo que Beau
ponga los ojos en blanco.
―Todas necesitan revisiones. ―Beau se hace cargo, mirando de nuevo a Pearl―. Este es
Doc. ―Ella sonríe mientras se acerca y le frota el hombro al anciano―. Es el mejor. ―Luego
se acerca al oído de Doc―. Están nerviosas.
―Comprensible ―dice, mirando solemnemente a las chicas―. Empezaré con la
inconsciente ―me mira por encima de las gafas y siento que me vuelvo de un atractivo
tono sonrojado, avergonzada―. antes de revisar a las demás. Creo que me gustaría que me
ayudaran. Como dijo Beau, estarán nerviosas y, bueno, yo soy un hombre, aunque un poco
decrépito.
―Enviaré a Goldie ―le asegura Beau―. Tenemos que asaltar el armario de Rose.
―Enlazando los brazos conmigo, nos acompaña―. ¿La inconsciente? ―susurra incrédula.
Sólo puedo sacudirme la cabeza.
―Oh, Beau ―Doc llama.
―¿Vas a buscar a Goldie? ―Se desengancha el brazo y va hacia Doc, sin darme
oportunidad de contestar.
Frunzo el ceño camino de la cocina y le digo a Goldie, en lugar de pedírselo, que vaya a
la sala de televisión, y ella lo hace sin rechistar. Para cuando vuelvo a las escaleras, Beau
está de nuevo en mi brazo.
―¿Está bien? ―le pregunto.
―Sí, bien, le estaba tomando el pulso a Brad en el coche. Doc necesitaba los números.
―Oh ―murmuro. Algo más para lo que es útil.
―¿Te has fijado en el pequeño agujero de la comisura del labio de Pearl? ―pregunta.
―Viejo piercing ―digo―. Se lo habrían quitado. ―Me estremezco―. Para hacerla...
―Joder, no me puedo creer que esté diciendo esto―. Más «normal». ―Sin piercings, sin
tatuajes, sin deformidades.
―¿Estás bien con esto? ―Beau pregunta, apresurando su paso en nuestra habitación.
Asiento con la cabeza, respiro hondo y hablo seriamente conmigo misma. Esas chicas
han sido rescatadas antes de haber soportado el mismo nivel inimaginable de infierno que
yo. Rescatadas antes de ser vendidas. Eso es una bendición, aunque ninguna de ellas podría
pensar eso en este momento. Y de repente, me siento llena de energía. Llena de propósito.
Pueden tener una vida.
―Quiero todo lo que no te has puesto en seis meses ―declara Beau.
―¿No podemos decir todo lo que no me pondré en los próximos seis meses, porque así
será más fácil?
Se ríe y abre las puertas de mi armario. Y suspira exasperada.

, Beau tiene los brazos llenos de ropa que no me cabe, y ni


siquiera puedo sentirme miserable por ello.
―Deberíamos dejar que suban para cambiarse ―dice, pateando el material a sus pies,
eliminando el peligro de tropezar mientras camina hacia la cama y tira la ropa allí―. Tal
vez ducharse.
Asiento con la cabeza.
―¿Qué habitaciones?
―Umm... ―Esta es una mansión de veinte habitaciones, y no puedo estar segura de que
haya habitaciones libres.
―¿Rose?
―Espera ―digo, dándome golpecitos en un lado de la cabeza, calculando mentalmente
quién está en qué habitación y qué habitación está libre, si es que hay alguna―. Hay una
al final del pasillo, pero Brad está allí. La habitación del padre de Danny ―digo en voz
baja―. Es la única que sé que está definitivamente libre. ―Y está totalmente descartada.
Maldita sea, si Esther estuviera aquí, lo sabría inmediatamente.
Beau suspira.
―Ve con Brad. Debe de haber otra en alguna parte. Yo iré a investigar. ―Salimos juntas
y mientras Beau empieza a recorrer el pasillo de arriba abajo, yo voy a ver a Brad, llamando
antes de entrar. Lo primero que veo es la bolsa de sangre, medio vacía, y luego a Fury
montando guardia junto a la cama.
―Estoy despierto ―gruñe Brad, abriendo un ojo―. ¿Dónde están Danny y James?
―Aún no han vuelto.
Se mueve en la cama, siseando, antes de acomodarse exactamente dónde estaba.
―¿Por qué?
―No lo sé ―Y de repente estoy preocupada. Miro a Fury, que se encoge de hombros,
mirando a Brad, como si pudiera responder a su propia pregunta―. ¿Por qué no han vuelto
aún? ―pregunto.
Brad entrecierra los ojos, esforzándose por pensar.
―No lo sé, joder. Todo lo que puedo ver es rojo.
Sangre. ¿Qué pasó después de que Beau saliera del patio con Brad? Salgo de la habitación
como un cohete, volando escaleras abajo. Me precipito a la cocina y encuentro a Ringo
mirando dubitativo mi pasta al horno con Otto y Len.
― Danny y James. ¿Dónde están? ―Exijo, haciendo que todos se miren entre sí. Pero no
hay respuesta.
Gruño de frustración y me dirijo al bolso que tengo en el taburete, rebusco y encuentro
el celular. Veo unas cuantas llamadas perdidas de Esther, pero las ignoro en favor de llamar
a Danny. No contesta. Tampoco James, ni la primera vez que lo intento, ni la segunda ni la
tercera.
―¡Malditos sean! ―grito, justo cuando el teléfono suena en mi mano. Mi corazón se
acelera. Y cae cuando veo que me llama Esther, no Danny ni James. Me pongo una mano
en la frente, cierro los ojos y respiro tranquila, intentando sonar lo más calmada posible―.
Hola.
―Hola ―dice, sonando alegre. Porque ha vuelto―. ¿Dónde está?
―¿Danny? ―Miro a los demás, que, de nuevo, se lanzan miradas entre ellos, empezando
a preocuparse también, yendo todos a sus teléfonos.
―Sí. Dijiste que me recogería en el aeropuerto.
―Oh, Dios ―murmuro, mirando a Ringo con ojos suplicantes. No puedo soportarlo más.
La preocupación constante. El estrés. Mi presión arterial por las nubes.
―¿Qué ha pasado? ―Esther dice, no sonando muy accesible ahora―. ¿Rose?
El celular desaparece de repente de mi mano y Otto me guía hasta un taburete para
sentarme, llevándose el teléfono a la oreja.
―Ahora voy a buscarte ―dice sin soltarme el brazo. Me quedo sin aliento. Es patético.
Ya debería estar acostumbrada a esta tortura. A no saber. A Preocuparme.
―Que alguien llame a Doc ―grita Ringo.
―No. ―Hago un gesto con la mano―. Está ocupado.
―Rose, cada gota de color se ha drenado de tu cara.
¿No es de extrañar?
―Estoy bien. ―Respira, respira, respira. No puedo desmoronarme. No debo
desmoronarme. Conozco a mi marido. Haría falta una bomba nuclear para matarlo. Dios
mío. ¿Por qué digo semejante mierda? Es humano, como yo, como todos. Una bala en el
lugar correcto, muerte instantánea. Realmente no estoy bien. Meto la cabeza entre las
piernas y jadeo.
―¿Rose? ―Su voz me llega al oído y por un momento me pregunto si me lo estoy
imaginando. Pero entonces oigo a James preguntar dónde está Beau, levanto la cabeza y veo
a mi marido en la cocina, con el traje de neopreno hasta la cintura y el cabello enmarañado
por la sal y el viento.
―¿Qué pasa? ―pregunta, echando un vistazo nervioso a la multitud que le observa.
―Esther está esperando a que la recojas ―dice Otto, y Danny frunce el ceño mirando
su celular.
―Me ha mandado un mensaje. No lo he visto.
―Voy a por ella ―le dice Otto, una mirada de puro atrevimiento en su rostro al pasar.
Vamos, dice. Dime que no vaya.
Danny hace caso de la advertencia.
―¿Dónde está Brad? ―pregunta.
―En su habitación ―dice Ringo en voz baja―. Está bien.
Él asiente y yo, a falta de otra cosa que hacer que no sea perder los papeles, y estoy harta
de hacerlo, me bajo del taburete y arrastro la fuente del horno hacia mí, empezando a servir
la pasta con una cuchara y a ponerla en los platos. Les paso un poco a Ringo y Len, que la
toman con cuidado, y vuelvo a meter el resto en el horno para que se mantenga caliente
para los demás. Luego me dirijo a la sala de televisión para ayudar a Goldie y Beau.
El cuerpo de Danny gira conmigo cuando paso a su lado.
―He tenido un día de mierda en el trabajo, cariño. Me muero de hambre.
―El tuyo está con los perros ―escupo mientras salgo de la cocina.
―Eso es probablemente una bendición.
Me detengo, indignada, y miro fijamente hacia delante, sopesando mis opciones.
Golpearle.
O…
Dale un puñetazo.
Me giro.
Y encontrarlo sonriendo, su cicatriz profunda, sus ojos azules brillando. Cabrón. Miro a
Ringo y a Len, que se meten rápidamente tenedores llenos de pasta en la boca para parar
de reír. Cabrones.
Estoy perdida, mi alivio deja paso a la rabia. Y si la pasta no lo consigue, lo hará Danny.
Voy al horno, lo abro de un tirón, saco la fuente y pongo dos platos llenos de pasta antes de
ir a las puertas francesas y abrirlas.
―Cindy, Barbie ―las llamo. Pronto vienen corriendo y se sientan a mis pies como niñas
buenas, moviendo sus rabos rechonchos. Vuelco los platos y la pasta cae al suelo con un
ruido sordo, y ellas la engullen con avidez, relamiéndose. Sonrío y les acaricio la cabeza―.
Fuera ―les digo, y los despido antes de girar y volver a la silenciosa cocina.
Sigue sonriendo.
―¿Por qué demonios te ríes?
―Porque, mi bella esposa ―dice, encendiendo un cigarrillo―, ver, oír y ser el blanco
de tu rabia es muchísimo mejor que ver y oír tu angustia. ―Se acerca, me agarra y me echa
sobre su brazo, exhalando una columna de humo por encima de mi cabeza. El olor es
reconfortante.
Y así como así, me ablando. Sabía que traer a esas chicas aquí podría desencadenarme.
He luchado mucho contra eso. Él también lo sabrá.
―Estaba preocupada. ¿Por qué no respondías a mis llamadas? ―En cuanto pronuncio
la palabra, su teléfono empieza a sonar y él lo mira, girando la pantalla para mostrarme las
notificaciones que acaban de llegar. Llamadas perdidas. Mías.
―Debo haber interrumpido el servicio por unos minutos.
―Pues no lo hagas ―digo bruscamente.
―¿Dónde están las mujeres?
―Chicas ―digo―. Son chicas, Danny. Una apenas tiene veintiuno, y parece una de las
mayores.
Se estremece y me pone de pie, dando otra calada a su humo.
―Están en la sala de televisión ―continúo―. Doc las está revisando y luego Beau las
lleva arriba para que se duchen y se cambien. Goldie ha pedido pizza.
Me besa, bombardeándome con su reconfortante y suave olor a nicotina, y empieza a
acompañarme fuera de la cocina. Encontramos a James en el vestíbulo con los brazos y las
piernas de Beau rodeándole por todas partes. Levanta la vista de su lugar en su cuello, pero
Beau permanece exactamente dónde está. Aferrada. Las puertas de la sala de televisión están
abiertas, y Doc está repartiendo pastillas. Medicamentos para el dolor. No hay medicinas
que ayuden a estas pobres mujeres a olvidar su trauma.
―Beau mencionó que una de las chicas es británica ―le dice James a Danny―. Ella
sabía quiénes éramos.
Danny enarca las cejas y estira el cuello para ver a través de las puertas dobles que dan
a la sala de televisión.
―La pelirroja ―digo, señalándola en el sofá―. Es inteligente. Habla bien. Se llama Pearl.
Tiene veintiún años.
Danny exhala, largo y estresado.
―Supongo que deberíamos llamar a la policía.
―¿Qué? ―suelto, mirándole―. ¿La policía? ¿Por qué?
―¿Qué más podemos hacer, Rose?
―Son diez ―dice James, apoyando a Danny.
―Serán deportadas ―digo, con tono tembloroso―. Y caerán de nuevo en manos de la
corrupción. No puedes hacerles eso. ―Retrocedo, señalándome a mí mismo―. No puedo
hacerles eso. No puedo dejar que se los lleven y no saber qué les ha pasado.
―Sus familias ―dice Danny en voz baja, vacilante―. Tendrán familias esperando a que
las encuentren.
―¿Y si no lo hacen? —Siento que James y Beau me observan, respetuosamente
callados―. Yo no lo hice ―digo, y luego señalo a James―. Él no lo hizo. ―Luego señalo a
Danny―. Y si te hubieran dado la opción de ser devuelto a tu padrastro, ¿habrías ido?
Su mandíbula se aprieta visiblemente. Estoy seguro de que he dejado claro mi punto de
vista, pero por si acaso...
―¿Dónde estarías ahora si Carlo Black no te hubiera sacado de las calles?
―Lo entiendo ―gruñe.
―Bien. ―Todos somos huérfanos de mierda en un sentido u otro.
―Entonces, ¿qué hacemos? ―pregunta James, volviendo la vista a la sala de televisión,
como para recordar cuántas vidas están ahora mismo en nuestras manos.
―Las que tienen familia, nos encargamos de reunirlos. ―Mi marido tiene un jet privado.
Eso simplifica mucho las cosas―. A las que no tienen familia, les damos opciones.
―¿Qué opciones?
―Van a custodia policial o no.
―¿Y si no lo hacen? ―Beau pregunta, sabiendo a dónde me dirijo.
―Las ayudamos ―digo, dejándolas a todas en el recibidor para que asimilen los hechos.
Recojo mi celular de la cocina y descargo una aplicación de traducción mientras me dirijo
de nuevo a la sala de televisión y recorro con la mirada el espacio, los rostros de las chicas,
los ojos llenas de miedo e incertidumbre. Lo único que quiero es tranquilizarlas.
Tranquilizarlas. Miro por encima del hombro cuando siento a Danny detrás de mí. Está
apoyado en la jamba de la puerta, mirándome, con la cara seria.
Voy a mi celular, tecleo en la aplicación ESTÁS A SALVO y, poco a poco, voy recorriendo
la habitación, traduciéndolo al ruso, al serbio y al esloveno. No me molesto con el rumano.
La chica acaba de entrar en razón. Cada chica a la que enseño mi pantalla tiembla, llora o
me abraza, y el nudo en la garganta crece por momentos hasta que llego a Pearl. No le
enseño mi pantalla, pero ella ve mi cara con perfecta claridad.
―¿Qué te ha pasado? —susurra, subiéndose el tirante de la camiseta por el hombro.
No puedo decirle que probablemente me he enfrentado a cosas peores que ella. No puedo
devaluar su trauma. Pero la verdad es que lo hice. Estas chicas se han salvado antes de estar
condicionadas por la vida que yo soporté. Trago saliva y me siento junto a Pearl, mientras
Goldie se va y entra Beau. No le cuento a Pearl lo que me pasó. Nadie necesita oírlo, y menos
una joven que estuvo a punto de convertirse en lo que yo fui. Una esclava sexual. Un saco
de boxeo. Un recipiente vacío de un ser humano. Además, Danny está en la habitación, y
no puedo enviarlo al límite. Me mira fijamente durante unos instantes, luego me hace un
pequeño gesto con la cabeza y se retira. Hoy tengo que ser la fuerte. Hoy le protejo y le
escudo. Tengo esto porque sé que él no puede aguantar más.
―¿Quién era? —Pearl pregunta.
―Ese era El Británico.
―¿Tu marido?
―Sí, mi marido.
―Otro hombre intentaba cargar a Anya. ―Señala a la chica inconsciente, que ahora ha
vuelto en sí y está sorbiendo agua―. Yo intentaba seguirle el ritmo, pero me costaba. Él
también me ayudó. Mis piernas estaban muertas. Pero no me dejó.
―Brad ―digo sin pensar―. Brad te estaba ayudando. Le dispararon.
Pearl me mira alarmada y se tapa la boca con la mano.
―Está bien ―le digo, acomodándola, admirando su hermoso y brillante cabello. Es lo
único en ella que no está apagado hoy.
―¿Puedo verle? ¿Darle las gracias?
Asiento con la cabeza, sonriendo levemente. Oh, vaya. Todo lo que veo es rojo. Brad no
hablaba de sangre. Pearl es una mujer joven y hermosa. Joven es la palabra clave.
―Te llevaré más tarde. Primero, resolveremos qué pasa después.
―¿Qué quieres decir?
―Es decir, las reunimos con sus familias. ―Sé mejor que nadie que la deportación es
arriesgada―. Lo último que quiero es que alguna de ustedes caiga de nuevo en las manos
equivocadas, así que nos encargaremos de eso.
―No tengo familia. ―Pearl se aclara la garganta y me dirige una mirada segura.
―¿Nadie?
Menea la cabeza.
―Dejé Londres para recorrer Europa como mochilera. Conocí a un hombre en un
albergue de Albania. Me preguntó por mi familia, mis amigos.
Jesús.
―Y te secuestró.
―Cuando estableció que no me echarían de menos.
Dios mío, ¿en qué mundo vivimos?
―¿Tus padres?
―Asesinados. Un robo que salió mal. El hombre fue arrestado en la escena. Un
drogadicto buscando su próxima dosis.
Jesucristo.
―Lo siento mucho. ―Tomo su mano, por lo bueno que es, como si un suave apretón
pudiera hacer que todo esté bien. Y extrañamente, podría―. ¿Me ayudarás a comunicarme
con las chicas? ―Pregunto―. Ya he olvidado los nombres. De dónde son.
Pearl asiente con la cabeza.
―Hablo un poco de rumano ―digo sin pensar.
―¿Ah, sí? ¿Dónde aprendiste rumano?
Parpadeo, observando la habitación, preocupada de que Danny me haya oído.
―En una vida anterior ― digo en voz baja, forzando una sonrisa hacia Pearl.
Y acepto en este momento que ella no va a ninguna parte.

, todo el mundo está duchado, cambiado, cuidado, y creo que Beau


y yo necesitamos terapia, algo ridículo de afirmar. Pero, Jesús. Conocemos las historias de
todas las chicas. Ocho venían de buenas familias que, cuando llamamos, estaban fuera de
sí de preocupación. Se habían abierto casos de personas desaparecidas, y la policía de varios
países estaba involucrada.
Reunidas.
¿Pero Pearl y Anya? Permanecen en la mansión y así será en el futuro inmediato. Las
otras ocho chicas han pasado la noche en un hotel junto al aeródromo y mañana volverán
a casa en avión, donde sus seres queridos esperan su regreso.
De locos.
Loco pero real.
Después de acomodar a Pearl y Anya juntas en una habitación libre, Beau y yo bajamos
las escaleras, agotadas pero llenos de energía al mismo tiempo. Traigo un vaso de agua y
Beau se deja caer en un taburete. Y entonces se levanta de nuevo rápidamente con un jadeo.
Observo alarmada, con el agua en la boca, cómo atraviesa la cocina.
A los brazos de su excéntrica tía Zinnea.
―Estás aquí ― solloza, aferrándose a ella como si pudiera hundirse si la suelta.
―Querida, estoy aquí. Siempre aquí ―suspira con los ojos cerrados, abrazando a su
sobrina con fuerza―. ¿Por qué no me llamaste? Habría venido enseguida.
Beau moquea y se separa, limpiándose la nariz.
―Han pasado tantas cosas, y… ―Da un paso atrás―. Espera...
―James me llamó.
Sus hombros caen. Es alivio.
―¿Lo hizo?
―Claro que sí. ―Coge la mano de Beau y la lleva a la isla, sentándola―. Sé que tu padre
y yo no estábamos de acuerdo, pero sigue siendo mi hermano. Era mi hermano. ¡Oh, qué
terrible!
―Dijeron que estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado ―dice Beau, y
Zinnea retrocede visiblemente. Debería hacerlo. Si Beau sigue con esto, podría ser un
desastre―. Creo que me están mintiendo, Lawrence. Y ahora Ollie ha desaparecido, y ha
aparecido un nuevo policía haciendo preguntas.
Ni siquiera le corrige por usar su nombre de nacimiento siendo su alter ego. Así de
preocupado está Lawrence por el derroche de palabras de Beau. Se limita a mirarla con
simpatía.
―¿De verdad viajaste con eso puesto? —Pregunto, señalando su vestido de cola de pez
amarillo canario, necesitando darle a Zinnea un momento, tiempo para pensar cómo podría
enfocar esto.
Se mira por delante, como si hubiera olvidado que lleva esa monstruosidad cegadora.
―¿Esta cosa vieja?
―Lo compraste en Semana Santa ―dice Beau―. Apenas tiene un año.
―¿Ah, sí? ―Zinnea, apoya una mano en su pecho, fingiendo pensar, y yo me rio
incrédulo, yendo hacia ella, dándole la bienvenida con un beso.
―Buena suerte ―le susurro al oído, sintiendo cómo me aprieta la cadera en respuesta,
y luego voy en busca de mi chico, encontrándolo en su habitación sobre su cama, con el
teléfono, como siempre, pegado a la mano. Cuando entro, me llama la atención, y es todo
lo que puedo hacer para no lanzarme sobre él y abrazarle. Hoy ha sido un recordatorio
constante, cruel y doloroso de una vida pasada que poco a poco voy aceptando que nunca
podré olvidar. Pero también me siento tan... realizada. Afortunada. Dejando la mierda a un
lado, siento que he hecho algo que vale la pena. No ser una esposa o una madre o una
amiga. Sino algo por otra persona. Siento que he hecho algo que podría cambiar el mundo
de una manera minúscula.
―Hola, mamá ―dice Daniel, tirando el celular a un lado y levantándose. Lleva el cabello
oscuro muy crecido y le queda adorable. Me tiembla el labio, pero enseguida lo controlo.
―Hola, cariño. ―Mis brazos se levantan por voluntad propia, haciéndole señas para
que se acerque a mí, y es como si apreciara en su egoísta cabeza de adolescente que necesito
un momento. Sólo un momento. Viene hacia mí y me abraza y, Dios, ha crecido aún más
en el tiempo que llevo sin verle. Una semana. Eso es todo. Pero después de todos los años
que me perdí, una semana parece mucho más tiempo.
―¿Estás bien? ―Meto la nariz en su cabello y huelo Santa Lucía. El mar, el aire, la sal y
la arena. Echo de menos estar allí. Pero más aún, echo de menos a este chico. Odio que la
única conexión que hayamos tenido sea a través de la tecnología que él apenas usa para mí.
Pero lo entiendo. Simplemente le echo de menos.
―¿Qué está pasando? ―pregunta―. ¿Quiénes eran todas esas mujeres?
Me quedo helada y se me cae la sonrisa. Me alegro de que no pueda verme la cara porque
se me tuerce.
―Sólo unas amigas que necesitaban ayuda.
―Por favor, mamá. ―Se separa y me mira con ojos demasiado cómplices y serios para
un niño de trece años. Y ahora puede verme la cara, y como mi hijo no es ciego ni estúpido,
puede ver el shock y la incomodidad que siento. Sabía que no podría ocultarle esta vida
para siempre, pero contaba con que tuviera unos años más y un poco más de madurez para
que, cuando le contara mi historia, nuestra historia, la de Daniel y la mía desde el momento
en que nació, pudiera comprender que esta vida que llevamos, el trabajo de Danny, nuestra
familia, es una bendición, y que conocer a Danny fue lo que me salvó. Me salvó y me reunió
con mi hijo―. Sé lo que hace el señor ―continúa en un tono práctico, casi indiferente.
Mierda. No estoy preparada para esto. Ha sido un día emocionalmente agotador en el
mejor de los casos.
―Quieres decir motos acuáticas. ―Por favor, di que sí.
―Es mafioso, mamá. Todo el mundo lo sabe.
―¿Todos? ―chillo, en lugar de reírme de lo absurdo de su sugerencia, o incluso de
negarla.
―Sí, todo el mundo. Hasta el padre de Barney lo sabe.
―Oh. ―Que alguien me ayude.
Daniel pone los ojos en blanco y vuelve a la cama, recoge su teléfono y me enseña la
pantalla. Un artículo sobre James y Danny la llena.
―¿Quién te ha enseñado eso? —le pregunto, arrebatándoselo de la mano.
―Barney.
De repente no me gusta Barney.
―Bueno, para que lo sepas, este periodista es una mala, mala persona.
―¿Tiene esto algo que ver con la separación de mamá y papá, quiero decir, Hilary y
Derek?
Dios mío.
―¿Cómo sabes eso? ―Prácticamente chillo.
―Ella me llamó. Dijo que se había mudado fuera de la ciudad. Pero Derek sigue en
Miami.
¿Qué demonios le digo? ¿Que las personas que conoció como sus padres durante diez
años le compraron en el mercado negro? ¿Que por eso, Derek se vio envuelto en otro jodido
lío intentando que mataran a Danny?
―No sé nada de eso.
Daniel reclama de nuevo su sitio.
―Lo próximo que me dirás es que Tank y Fury son mis niñeras.
―¿Cuándo te has vuelto tan bocazas? ―le pregunto mientras se deja caer de espaldas y
reanuda lo que estaba haciendo antes de que yo llegara. No me importa qué, siempre que
evite las historias de mafiosos. ¿Cómo puedo asegurarlo? ¿Cómo? Oh, Rose. Haz que tu
marido mate al periodista que se atrevió a escribir el artículo. Perfectamente razonable.
―¿Dónde está Tank? ―Pregunto, a falta de algo más que decir. Necesito reagruparme.
Y hablar con Danny.
―Comiendo Pizza con Fury. Luego nos pondremos al día con COD.
―¿Qué es la causa de la muerte?
Deja caer la cabeza a un lado, mirándome cansado.
―No importa ―le digo―. ¿Has comido?
―Pizza.
―¿Está Esther en la cocina?
―Sí.
De vuelta en su elemento, espero.
―¿Dónde está tu equipaje?
Baja la mano y señala hacia la esquina. ¿Así que volvemos a las respuestas de una sola
palabra o a ninguna respuesta? Ahora mismo, estoy agradecida. Cojo su equipaje y abro la
maleta, sacando su ropa sucia y dejando todo lo demás en la silla de la esquina.
―Y ordena tu habitación ―le digo, llevándomela la ropa.
―Sí, mamá ―contesta.
Empiezo a cerrar la puerta, pero me detengo cuando oigo que me llama. Vuelvo a entrar,
preparándome para más desvíos.
―¿Qué?
―Creo que Otto está enamorado de la abuela.
Aprieto los labios, conteniendo la risa. Sé que debería haber dado a mi hijo un poco más
de crédito. No puedo decir que haya subestimado su inteligencia, pero quizá esperaba que
estuviera demasiado atrapado por los videojuegos, las motos acuáticas y el fútbol como para
darse cuenta de la cruda realidad del mundo que le rodea. Un mundo que está demasiado
cerca.
―No se lo digas al señor.
Sonríe y vuelve a su teléfono, y yo bajo las escaleras entre gemidos constantes para dejar
su ropa sucia en la lavandería. Cuando llego a la cocina, todos están apiñados alrededor de
la isla y Esther está en plena faena. Es un espectáculo para la vista, como lo es ver a Otto
mirándola.
―Aquí está ―canta Esther, levantando la vista de limpiar migas de la encimera―. Mi
nuera favorita.
―Soy tu única nuera, así que tengo que ser tu favorita. ―Voy hacia ella, cayendo en su
cálido y acogedor abrazo―. Daniel lo sabe.
―No es estúpido, Rose.
Estoy de acuerdo. La estúpida soy yo.
―Estoy tan feliz de que estés aquí ―digo, exponiendo mi vulnerabilidad. Sería estúpido
tratar de ocultárselo a Esther.
―¿Qué demonios ha pasado? Veníamos con orejas jóvenes en el coche desde el
aeropuerto, así que tuvimos que hablar del tiempo y de fútbol.
―Me encantaría hablar del tiempo y de fútbol ―le digo, soltándola.
―Entonces llego a casa y me encuentro con una casa llena de mujeres extrañas.
―La mayoría ya se han ido ―digo―. Sólo tenemos dos bocas más que alimentar.
―¿Qué vamos a hacer con ellas? ―pregunta suavemente.
―No lo sé ―admito―. Lo único que sé es que Anya parecía simplemente aterrorizada
cuando le preguntamos si tenía a alguien con quien pudiéramos contactar en su tierra natal,
y Pearl, la chica británica, no tiene a nadie. ―Tomo asiento junto a Tank y me apoyo en su
costado―. Te he echado de menos ―digo sinceramente, recibiendo un gruñido y un brazo
incómodo alrededor de mi hombro, abrazándome muy brevemente antes de que me suelte
y coja otro trozo de pizza―. Gracias por cuidar de Daniel. ―Otro gruñido―. ¿Dónde está
Danny?
―Oficina ―dice Otto, levantándose y marchándose, dirigiendo a Esther una mirada
peculiar mientras lo hace.
Miro entre ellos y veo que Esther lo rehúye. Me pilla mirando y sonríe alegremente.
―Voy a ver cómo están las dos chicas, me aseguraré de que tienen todo lo que necesitan
y luego creo que me iré a dormir temprano. ―Levanta los brazos, imitando un mal bostezo.
―¿Alguien necesita algo?
―¿Tal vez deberías preguntarle a Otto? ―Digo, jugando despreocupadamente con el
salero de la isla. Apresuradamente, Goldie, Tank, Ringo y Fury se levantan y se van, y yo los
miro irse. Me alegro. Me vuelvo hacia Esther―. ¿Qué era esa mirada?
―¿Qué mirada? ―pregunta ella, haciendo su escapada, evitando mis ojos.
―Esther, vamos ―digo riendo―. Otto y tú son el secreto peor guardado por aquí. Hasta
Daniel se ha dado cuenta.
Con los hombros caídos, me mira. Su piel clara brilla, y no es porque la haya besado el
sol.
―No sé qué hacer ―admite, volviendo hacia mí y sentándose―. Danny es tan adverso,
y no quiero ser la causa de estrés añadido.
―¿Cuál fue tu excusa cuando estábamos en Santa Lucía y Danny no tenía estrés?
Ella me mira.
―¿Qué sabes de Otto?
Me sorprende la pregunta. La verdad es que no mucho.
―Sé que era la mano derecha del padre de James cuando estaba vivo. Sé que eran
cercanos. ―Imagino que como Danny y Brad―. Y sé que es leal. ―Me acerco un poco
más―. ¿Estás insegura por lo poco que sabes?
―Un poco, supongo. Oí a Goldie hacer un comentario sobre él. ―Hace una mueca―.
Bueno, ya sabes.
―¿Un mujeriego?
―Muchas mujeres. Y todas jóvenes, por lo que parece.
¿Qué le pasa? Tiene un cuerpo de infarto y un rostro juvenil para una mujer de su edad.
―Eres preciosa ―le digo―. El mejor ejemplo de mujer que conozco, Esther, y si Otto no
puede ver eso, y tu belleza... entonces necesita que le revisen los ojos.
―No es sólo eso. ―Su mirada cae a su regazo, sus pulgares haciendo círculos
apresurados donde sus manos están unidas―. La última vez que... ―Sacude la cabeza y me
mira, y odio la angustia que veo en sus ojos azules―. El sexo solo ha sido una experiencia
horrible para mí. Dolorosa. El padrastro de Danny, luego los interminables hombres que
vinieron al sucio estudio donde me retuvieron después de que el primo de Carlo me sacara
del pub.
―Oh, Esther ―susurro, atragantado. Se me parte el corazón por ella. Conozco el tipo de
estado vulnerable y desesperado del que habla.
El sexo sólo ha sido una experiencia horrible para mí.
Una pregunta imparable ha surgido en mi mente. ¿Qué pasa con el padre biológico de
Danny? Sé lo de su padrastro, el monstruo, pero ¿qué hay de su verdadero padre?
―Era un zombi mientras yacía en ese colchón mugriento, Rose ―continúa Esther.
Guardo la pregunta. No puedo añadir lo que sé que será otra capa de dolor. Su mano agarra
la mía y se contrae con fuerza, aferrándose, como si tuviera miedo de que se la llevaran
otra vez―. Mi cuerpo era inútil, no podía luchar, pero lo vi, lo sentí y lo oí todo.
Me estremezco, mi mente de repente se llena de un millón de recuerdos que he hecho
muy bien en guardar en el fondo de mi mente estos últimos años. Pero últimamente están
empezando a acosarme. Me asustan y me persiguen. Pero ahora no se trata de mí.
―¿Otto conoce tu historia? ―Le pregunto.
―No se lo he dicho, si te refieres a eso. ¿Por qué iba a hacerlo?
¡Para que te entienda! Pero Danny habla con Brad y James. James está cerca de Otto. Creo
que tiene que saberlo.
―¿Te gusta Otto? ―Le pregunto, y me mira. Claro que le gusta. Sólo le he visto ser
paciente y amable con ella―. Daniel cree que está enamorado de ti. ―Sonrío cuando suelta
una carcajada.
―No seas ridícula. ―Su mano va instintivamente a su cabello y se lo arregla―. Danny
probablemente tenga razón. Es probable que busque una cosa.
Expreso exteriormente mi fastidio.
―¿Es eso lo que te dices a ti misma?
Esther se retira, poniendo distancia entre nosotros.
―Esther. ―Suspiro―. Hiatus está lleno de mujeres jóvenes y dispuestas a las que Otto
tiene acceso. Ha sido un gruñón total desde que no está aquí.
Me mira por el rabillo del ojo.
―Le molestó que me quedara en Santa Lucía. Le molestó que Danny insistiera, pero
entendí que Danny quería tranquilizarte, y tú querías que me quedara con Daniel allí.
El maldito astuto.
―Él te dijo... ―Me desvanezco. No tiene sentido agobiar a Esther con el ardid de su hijo.
Espera a que lo encuentre―. Tienes que hablar con Danny. Dile lo que sientes. Dile que se
retire.
―¿Danny? ¿Estamos hablando del mismo hombre?
―Sí. Estás dejando que la culpa gobierne tu vida. Ya basta. ―Me levanto y ella me mira,
alarmada―. Él no puede decirte quién ser o a quién ver. Puedes ser su madre y también ser
una mujer. Ya has pagado tus deudas. Ahora debería tratarse de ti. ―Me inclino y beso su
mejilla―. La vida es demasiado corta para acariciar egos, mamá. Tendrá que
acostumbrarse. Míralo por el lado bueno. Al menos sabes que Otto puede cuidar de sí
mismo. Imagínate que te enamoraras de un pelele.
Salgo de la cocina y Esther se queda atrás riéndose.
―¡Espera! ―grita―. ¿Enamorada? No estoy enamorada de él.
Pongo los ojos en blanco, pero también me derrito. Ni siquiera han intimado, y los
sentimientos son obviamente fuertes. Mi marido tiene que dejarlo.
Me dirijo al despacho de Danny y entro sin llamar. Está vacío. Así que voy a la sala de
televisión. No hay Danny. Voy al gimnasio. No hay Danny. Pero James está de cabeza y Beau
está tumbada en la colchoneta delante de él, con la barbilla apoyada en las palmas de las
manos mientras le mira.
―¿Has visto a Danny? ―susurro.
Ella sacude la cabeza.
―Lo vi subiendo las escaleras. ―James no abre los ojos. Le hago un gesto a Beau y me
voy, dejándoles con su... ¿entrenamiento?
Subo las escaleras a toda prisa, recorro el pasillo y me abro paso hasta nuestro dormitorio.
Está boca arriba en la cama, despatarrado, completamente vestido.
Los ronquidos.
Suspiro y me acerco a él, me subo a su lado y le retiro el cabello de la cara. Murmura.
Gruñe un par de veces. Apoyo la cabeza en la almohada a su lado y lo miro dormir. Es el
único momento en que parece tranquilo estos días.
―Que duermas bien ―le susurro, besándole la cabeza.
No falta mucho para que yo también me duerma.

, su cuerpo se retuerce aletargado a mi lado.


―Joder, qué dolor ―se queja, gime más, hace pequeños movimientos y se detiene, se
desploma, se mueve, se detiene, gime.
―¿Qué te duele?
―Hombros ―sisea―. Brazos. Pecho. ―Levanta la cabeza y vuelve a bajarla
pesadamente―. Me duele todo. Me duele todo.
Me apoyo en el codo y le acaricio la espalda. No se ha movido de posición desde que lo
encontré anoche.
―Sabes que te odio ―murmuro.
―Sí, y te odio más ―dice con facilidad, y yo sonrío. No puedo evitarlo. Dios, me encanta
este hombre.
Estoy segura de que preferiría estar más despierto para esta conversación, pero,
sinceramente, ¿quién sabe cuándo tendremos otro minuto para nosotros?
―Me usaste, mierda.
―¿Para qué?
―Para mantener a tu madre en Santa Lucía lejos de Otto. ―No mencionaré a Lennox
Benson. No ahora. Tenemos suficientes quejas, y el hombre es intrascendente, realmente.
―Sí, lo hice ―dice, suspirando, obviamente sin energía para negarlo―. Pero ella ha
vuelto, así que puedes guardar el descaro.
Nunca. La conversación que tuve con Esther anoche está jugando en mi mente. Quizás
ahora sea el momento de convencer a Danny de que retroceda, ya que parece bastante
inmóvil.
―Es una mujer...
―Me duele, Rose ―murmura contra la almohada―. Despacio. No lo empeores.
Entrecierro los ojos en su nuca. Bien, pero hablaremos de ello. En mi siguiente tema.
―Daniel sabe lo que haces.
―¿Motos acuáticas?
―No, no motos acuáticas. Vio un artículo en el periódico sobre James y tú. ―Lo que
puedo ver de su mandíbula se tensa.
―Bien. ―Va a levantarse, como ¿a quién tengo que matar? Luego vuelve a caer con un
aullido de dolor―. Jesucristo.
Hago una mueca de dolor, estiro la mano para tocarle pero no quiero tocar donde podría
estar sensible.
―¿Qué ha pasado? Espera... ―Estaban todas drogadas. Incapaces de caminar―. ¿Las
cargaste?
―Sí. A unos 400 metros de la costa. Dos veces.
Esquivando balas. Dios, es un héroe. Y pensar que una vez pensé que era un monstruo.
Estoy segura de que muchos aún lo piensan, y a veces lo es, pero... él es mi monstruo.
―¿Puedo hacer algo?
―Masaje. ―Levanta la cabeza con esfuerzo y me mira con una sonrisa pícara, la barba
crecida en su cara.
―¿Masaje en dónde?
―Mi polla. Es la única parte de mí que no me duele ahora mismo. ―Le doy una palmada
en el brazo y se ríe, luego hace una mueca de dolor―. No, en serio, nena, estoy agonizando.
No puedo moverme. ―Su cara se hunde en la almohada. Otro gemido―. Tienes que darme
un poco de vida. Ay. Joder, ouch, ¡oh, hijo de puta!
Recorro su cuerpo de arriba abajo, poniéndome de rodillas.
―¿Por dónde empiezo?
―Hombros.
―Necesito algo para frotarte. ―Me levanto de la cama y voy al baño, buscando en el
tocador algún tipo de aceite. Encuentro el aceite de lavanda que me dio Doc y se lo llevo a
Danny. Suena su teléfono.
―Tendrás que contestar. ―Se asoma, estremeciéndose―. ¿Quién es?
―James. ―Lo pongo en altavoz y se lo acerco.
―¿Qué pasa? ―Danny pregunta, sus palabras pronunciadas en una exhalación
entrecortada.
―¿Cuánto dolor tienes? ―James pregunta.
Los ojos de Danny se abren de golpe. Esperanzado. Como si estuviera emocionado por no
estar solo en su dolorosa miseria.
―¿Tú también?
―Jesucristo, no puedo moverme, amigo.
―¡Sí! ¡Ay! ¡Joder!
―Pues no te muevas ―ordeno, conteniendo la risa, justo cuando la puerta se abre de
golpe y aparece Beau en bragas y camiseta de tirantes.
―¿Tienes aceite? ―respira con urgencia―. No encuentro.
Pierdo la batalla por aguantar la risa y me derrumbo sobre la cama, oyendo que Beau
también se derrumba.
―Vete a la mierda ―murmura Danny, inútil―. ¿Dónde está mi madre?
Sus apretones no hacen más que aumentar mi risa, al igual que la visión de Beau
agarrada al marco de la puerta, con lágrimas corriendo por sus mejillas. Caigo de espaldas,
sin juzgar demasiado bien el espacio disponible en mi histeria, y golpeo la espalda de Danny
con el antebrazo.
―¡Arhhhhh! ―grita, levantando la cabeza, sacudiendo otro músculo rígido―. ¡Joder!
Mis mejillas estallan y Beau se desliza por la madera, desplomándose en el suelo, con la
cara mojada y el cabello pegado a las mejillas. No puedo respirar. Me duele el estómago.
―¿Qué está pasando?
Levanto la vista y veo a Brad detrás de Beau en el pasillo, con la mano enredada en el
poste de un soporte metálico y la bolsa de sangre vacía colgando de su gancho. Al verle,
que apenas se sostiene en pie, salgo de mi ataque de risa y me precipito hacia él.
―¿Qué demonios estás haciendo? ―pregunto, cogiéndole del brazo y llevándole a la
cama más cercana. La nuestra. El vendaje de su hombro parece húmedo y manchado―.
Túmbate.
Se deja caer con un gruñido y Danny levanta un poco la cabeza.
―Eres un cabrón ―refunfuña―. Joder, te dije que fueras con las chicas.
―Vete a la mierda. ―Brad deja reposar la cabeza en la almohada y mira a Danny―.
¿Qué pasa?
Resoplo, al igual que Beau.
―Le duele ―digo, colocando el aceite de lavanda en la mesilla de noche.
―Esto no es dolor ―dice Danny―. No sé qué coño es, pero es más que dolor.
Creo que podría matarme con una mirada si me rio otra vez, así que hago un punto de
evitar los ojos de Beau, tratando de aferrarme a mi diversión, como Beau se acerca, la
evaluación de Brad.
―¿Cómo te sientes? ―pregunta.
―Como nada que pudieras sentir. ―Parpadea y se le cae la cara de vergüenza mientras
le miro incrédula. No puedo creer que le acabe de decir eso a una mujer a la que han
disparado―. Mierda.
―Imbécil ―murmura Danny.
―No te preocupes ―suspira Beau.
―Lo siento. ―Brad hace un mohín y se relaja, y unos golpes y maldiciones suenan desde
el pasillo, forzando todas nuestras miradas en esa dirección. James aparece, agarrado a la
pared, con cara de incomodidad, y yo vuelvo a reír, revolcándome en el extremo de la cama,
Beau uniéndose a mí, fallándome todos los músculos y funciones corporales.
¡Pum!
―¡Ay! ―Grito, aterrizando en mi culo con fuerza.
―Mierda, Rose. ―Beau se arrastra hacia mí.
―¿Rose? ―Danny grita―. ¿Rose?
―Estoy bien. ―Me rio entre dientes, con el culo entumecido―. Estoy bien. ―Me
arrastro hasta el final de la cama sobre mis rodillas, asomando la cabeza. Brad tiene la
barbilla apoyada en el pecho y Danny intenta con todas sus fuerzas estirar el cuello hacia
atrás para verme―. Estoy bien.
―Bien ―gruñe, dejándose caer―. Ahora arréglame, mujer. ―Gruño y le pincho en la
pantorrilla―. ¡Joder!
―Cuida tus modales, Black ―le advierto―. Soy tu única esperanza.
―No es verdad ―murmura malhumorado con un punto de suficiencia también―.
Mamá me ayudará.
―No cuentes con ello. ―Me pongo en pie.
―¿Qué se supone que significa eso?
―Cállate, me estás molestando.
Levanta la cabeza y sus ojos, o lo que puedo ver de ellos, se enfurecen.
―Rose ―gruñe―. Te lo advierto.
―¿Qué vas a hacer? —Pregunto, paseándome por la cama a su lado y acercando mi cara
a la suya―. ¿Perseguirme?
Brad titubea a su lado, al igual que Beau en el extremo de la cama.
―¡Joder! ―James maldice, atrayendo toda la atención hacia él otra vez. Está dando pasos
vacilantes hacia nosotros, y cada vez que pone un pie en el suelo, maldice.
―Jooodeer
Un paso.
―Cabrón.
Un paso.
―Jódeme.
Un paso.
―Joder.
Un paso.
―¡A la mierda!
Un paso.
Hasta que está en el extremo de la cama y se arrastra con cuidado, dejándose caer de
frente a los pies de Danny y Brad con un gruñido y un polvo más por si acaso.
Miro a Beau, igual que ella me mira a mí, y rápidamente desvío la mirada. Pero, hablando
en serio...
―¿Llamo a Doc? ―Le pregunto.
―No, sólo frótame ―suspira Danny, acomodándose.
―Beau ―gime James―. Por favor.
―Son patéticos ―murmura Brad.
―¿No te duele? ―pregunta James, mirándole desde lo alto de la cama.
―Bueno, no tengo ni puta idea, ¿verdad? ―Brad suelta un chasquido, levantando la
cabeza de la almohada y dirigiendo una mirada letal a James desde la cama―. Podría ser,
pero no puedo decirlo por el dolor de haber sido jodidamente baleado.
―Coño ―murmura James―. Estarás bien en unos días.
Mis ojos se posan en las cicatrices que dominan cada centímetro de su espalda. Hago una
mueca de desagrado e inmediatamente me siento fatal por ello.
Miro a Danny. Los cortes de sus brazos. La cicatriz que se extiende desde el labio hasta
el ojo. La herida de bala que no puedo ver en su clavícula y los cortes curativos en su pecho.
Luego vuelvo los ojos hacia Beau. Su brazo lleno de cicatrices que está al descubierto, pero
solo porque ha saltado de la cama y se ha precipitado sin pensar hacia aquí. Y su estómago...
Y finalmente a mis propios brazos. La prueba de mis días más oscuros. En esta habitación
hay pesadillas en abundancia. Todos estamos jodidos. Desfigurados. Y de alguna manera,
eso es un consuelo.
Cojo el aceite y me subo a la espalda de Danny, me apoyo suavemente y goteo el aceite
de lavanda sobre su piel antes de dárselo a Beau mientras ella se sienta a horcajadas sobre
los muslos de James.
―¿Qué está pasando? —Brad pregunta, mirando entre nosotros―. ¿Alguien organizó
una orgía y no me lo dijo?
Me rio entre dientes mientras empiezo a frotar.
―Oh, Dios ―murmura Danny, con los omóplatos contraídos mientras trabajo los
músculos―. Oh, sí. Oh, sí. Oh, joder. Ohhhh...
―Oh, sí ―gime James―. Joder, sí. Sí, Beau. Más fuerte, Beau. ―Gruñe, y Beau se ríe―.
Sí, así, cariño.
―Bueno, esto es jodidamente raro ―musita Brad, recostándose, poniéndose cómodo―.
¿Están intercambiando?
―Brad ―gruñen Danny y James al unísono.
Pone mala cara.
―¿No hay masajes para mí?
La mano de Danny se levanta de repente y con bastante rapidez y lo empuja cerca de su
vendaje.
―¡Joder!
―Cierra la puta boca o lárgate.
―No puedo moverme, joder ―murmura―. Me costó todo llegar hasta aquí.
―Entonces cierra el pu-ohhhh Dios. ―La cabeza de Danny se levanta, su cuello se estira,
y sonrío cuando suelta un gemido todopoderoso, rodando los hombros―. Eres una diosa.
―Sí ―susurra James―. Una diosa total.
―¿Y qué tenemos aquí, entonces? ―Zinnea aparece en la puerta, con unas pestañas
postizas tan espectaculares que prácticamente le llegan al nacimiento del cabello de la
peluca.
―¿Quieres ayudar? ―Pregunto, oyendo a Beau reírse a mi lado―. Brad necesita un
masaje en los pies.
―Oh, estoy aquí para eso ―canta, agitando su kimono con estampado de tigre mientras
camina como por una pasarela hacia el lado de la cama de Brad. Pobre Brad. Parece en
estado de shock.
―Yo… Yo… Yo ―Me mira a mí, luego a Beau, mientras James y Danny se ríen y sisean
al mismo tiempo, combinando su diversión y su dolor―. Oh, joder ―dice Brad, ofreciendo
a Zinnea sus pies―. Sírvete tú mismo.
Las largas garras con rayas arco iris de Zinnea se acercan y, en cuanto toca uno de los
pies de Brad, éste suelta una risita. Ella se retira.
―Lo siento. Brad la mira―. Tengo cosquillas. Tienes que ser firme.
―Túmbate y piensa en Inglaterra ―ronronea, se pone manos a la obra, nos echa un
vistazo a Beau y a mí y nos lanza un beso a los dos. Ella hace que el lugar sea... más ligero.
Más luminoso. No tan serio, y todos necesitamos eso de vez en cuando, especialmente en
este mundo.
Me empiezan a doler las manos, me duelen los dedos, pero no dejo de frotar sus músculos
para que vuelvan a la vida, porque, aterradoramente, si Danny y James están fuera de
combate como Brad, todos tenemos un puto problema.

y el drama de ayer, fue agradable tener un día en casa con Danny,


simplemente siendo… Danny. Vegetando. Paseando por la casa, comiendo, siendo
masajeado. Se ha duchado, ha tomado Advil y está mucho mejor de lo que estaba cuando
se despertó. Después de cenar, paso un rato con Daniel mientras le grita a la pantalla de la
tele, doy de comer a los perros, veo cómo están Pearl y Anya, que ya tienen algo de color en
las mejillas, y luego voy a buscar a Danny. Está en su despacho, solo, tranquilo, tomando
un vaso de whisky.
―¿Quieres hablar de ello? ―pregunto, sacándole de sus pensamientos.
Levanta la vista. Sonríe suavemente.
―¿Y tú?
―Estoy realmente bien, Danny ―me siento en el sofá, no gustándome el tormento en
sus ojos―. De hecho, me sentí bien ayudándoles. Todas menos dos tenían familias
preocupadas por ellas o pensando que se habían escapado de casa.
Él asiente, claramente luchando con los recuerdos que se arrastran.
―Sabes, todo lo que vi en ese lugar fuiste tú. ―Abre el cajón y coge el abrecartas de oro,
lo gira en la mano y se queda mirando la hoja. Se imagina matando de nuevo a Nox y a
Ernie, o a cualquier hombre que me haya tocado. Se mueve en la silla, como si se sintiera
incómodo, y sus músculos, ahora en plena forma, se flexionan.
―¿Qué sabes de tu padre? ―Suelto de sopetón, la pregunta que creía haber archivado,
obviamente no está lo suficientemente bien archivada.
Danny se queda quieto, volviendo sus ojos azules helados hacia mí.
―¿Qué?
Miro hacia abajo, preguntándome qué demonios he hecho. Pero ahora he preguntado.
No hay vuelta atrás, y al menos ya no se agita como un gorila furioso por mi pasado.
―Tu padre biológico ―le digo―. Nunca he oído a Esther ni a ti hablar de él. ―Tal vez
porque simplemente no hablan de nada de sus pasados.
Frunce el ceño y, de repente, mi marido pasa de ser el asesino de mi obra maestra a un
niñito perdido.
―Nunca se lo he preguntado. ―Supongo que meterse en la cabeza a Esther ya fue
bastante difícil, y también sé que él sólo veía a Carlo como su padre.
―¿Por qué lo preguntas?
Me encojo de hombros tímidamente.
―No lo sé. ―Me llevo la mano al estómago, y eso se lo dice todo. Y quizá
inconscientemente me lo esté preguntando, ya que no tengo padres.
Sonríe, se levanta y viene hacia mí, se arrodilla ante mí y apoya las manos en mis muslos.
―¿Esta familia no es lo suficientemente grande para ti?
―Por supuesto, es sólo que...
―Carlo Black es mi padre. Carlo Black es el abuelo de Daniel y de nuestro bebé.
Frunzo los labios. Entendido. Pero no lo digo. En lugar de eso, sonrío y palpo su cara.
―Tenemos que hablar de las chicas que están aquí. Pearl y Anya.
―¿Podemos hacerlo más tarde? ―pregunta.
―Claro. ―Cedo fácilmente. Sólo quiero hacerle la vida más fácil durante un rato―.
¿Café?
―Pensé que nunca lo preguntarías. ―Se levanta y se estira, haciendo ruido también.
―Mañana iré de compras con Beau para comprarle algo que pueda llevar en el funeral
de su padre.
―¿Oh?
―No intenten detenernos.
―¿Lo haría?
Resoplo y me dirijo a la puerta mientras suena el teléfono de Danny y murmura algo
sobre que no hay descanso para los malvados. Al llegar a la puerta, miro hacia atrás y veo
que está mirando su celular sobre la mesa con cara de asco. Y recuerdo que puedo intentar
todo lo que quiera para hacerle la vida más fácil, pero nunca podré apartarlo por completo
de esta vida.
Danny responde en silencio mientras cojo el picaporte y, justo cuando la puerta se
encuentra con el marco, le oigo decir:
―¿Qué quieres, Sandy?
Y me alejo preguntándome quién demonios es Sandy.
―¿
ué coño te pasa? Llevas de mal humor desde que volvimos de Santa
Lucía. ―Revuelvo el café y miro a Otto, que teclea malhumorado en
su portátil en la isla de la cocina. Esther ha vuelto. Esperaba que eso le
hiciera sonreír, pero ayer Esther estuvo aquí todo el día, ocupándose
de la casa y de todo el mundo, y a Otto no se le veía por ninguna parte.
―Winstable fue comprado por alguien llamado John Theodore Little. ―dice
brevemente. Vale, así que quiere hablar de negocios.
―¿Y quién es John Theodore Little? ―Pregunto, siguiéndole la corriente.
―No lo sé. No puedo encontrar nada sobre él.
―Es extraño, ¿no?
―Muy. ―Seguiré investigando. Todavía nada sobre Cartwright y tengo a Len siguiendo
a Natalia Potter.
―¿Y Burrows? ―Pregunto, preguntándome cuál es su maldito juego y dónde está.
Otto me mira con el rabillo del ojo y luego vuelve a mirar por encima del hombro,
comprobando que no hay moros en la costa.
―Beau ha intentado llamarle. No contesta. ―Gira la pantalla hacia mí, mostrándome
los registros telefónicos de Beau, y yo me hundo más en mi taburete. Podría ser por
vergüenza. No es que no confíe en ella, no es que Burrows sea su ex. La última vez que
hablaron él quería conocerla, ¿y ahora nada? No está en el trabajo. Vacaciones anuales.
¿Escapando? ¿Escondiéndose?
―¿En qué estás pensando? ―pregunta Otto.
―Creo que Beau tiene razón. Quizá el Oso ya no tenga a nadie dentro, y por eso parece
que todos abandonan el barco. ―Miro a Otto―. Lo que significa que mi conclusión sobre
Burrows es errónea.
―¿No crees que sea corrupto?
―No lo sé ―pienso. Sería una putada que no lo supiera, porque eliminaría una buena
razón sólida de mi lista de buenas razones sólidas para matarlo. Aparte de eso, ¿cómo iba a
saber el Sabueso dónde y cuándo encontrarme el día que me arrestaron por el asesinato de
Spittle si Oliver Burrows no se lo dijo?
―O tal vez todos ellos simplemente quieren la independencia de nuevo ―dice Otto―.
Además, me temo que la situación de Burrows no es muy distinta a la de Dexter. Incluso si
es/era corrupto, Beau no va a dejar que lo toques. Torturarlo. Retenerlo contra su voluntad.
―Si lo sé ―digo en voz baja.
―Eres un idiota si crees que te saldrás con la tuya. ―Tiene razón. Y una vez más estoy
condenando a mi chica por ser una ex policía.
―No es que importe porque nadie sabe dónde está el cabrón. ―Aprieto los puños y los
empujo contra la encimera. Dame al Oso. La idea de que desaparezca sin dejar rastro me
duele, joder. Justicia. Venganza. Puede que nunca sea nuestra.
―¿Alguien ha hablado con las chicas?
―¿Te refieres a Pearl y Anya? ―Pregunto, y él asiente―. Rose y Beau han estado con
ellas. Y Esther. Es una situación en la que todo se hace con cuidado. ―No podemos entrar
a saco exigiendo todos los detalles que puedan contarnos. Bueno, podríamos, pero Rose
tendría algo que decir al respecto. Hubiera supuesto que ella sería la más profundamente
afectada por los eventos del lunes. Resulta que ella ha encontrado combustible en la
situación. Es Danny quien ha luchado.
―Avísame. ―Otto cierra la tapa de su portátil y se levanta―. Voy a hacer ejercicio.
Ejercicio. La sola palabra hace que me duelan los músculos de nuevo, y estiro los brazos
hacia arriba, saboreando el tirón.
―¿Dónde está Danny?
―Su oficina. Estoy de paso, así que le avisaré del comprador del astillero.
―No se maten, ¿vale? ―Vuelvo a mi café, reflexionando. No creía que la trama pudiera
espesarse más, pero aquí estoy, masticándola como un trozo de grasa que se niega a
deshacerse.
Cojo el teléfono y miro la pantalla. El correo electrónico que he recibido esta mañana, el
que esperaba pero para el que no estaba preparado. Nada preparado, lo que significa que
Beau tampoco lo estará.
―Buenos días.
Despejo rápidamente la pantalla y me doy la vuelta en mi taburete, encontrándome a
una Beau sudorosa detrás de mí.
―Te has levantado temprano ―le digo, siguiendo su camino hacia la nevera, haciendo
un mohín, con los ojos fijos en su culo firme de melocotón.
―No pensé que te apetecería hacer ejercicio. ―Coge un zumo de naranja y bebe
directamente del cartón, apoyándose en la encimera. Lleva una camiseta de manga larga
que le cubre la cicatriz.
Me levanto y me acerco despreocupadamente, y ella aparta un poco el cartón de su boca,
tragando, con los ojos fijos en mí. Ayer no serví para nada más que para gemir y hacer
daño. El día libre fue bienvenido. Beau parecía presente, sólo ligeramente distraída. Me
gustaría achacarlo únicamente al funeral de su padre mañana y a la entrega al día siguiente.
Desafortunadamente, no puedo. Burrows está desaparecido y Beau tiene sus sospechas
levantadas por él, Cartwright, y ahora el detective Collins. La posibilidad de que todos ellos
se vayan a la mierda no es probable. También lo es la posibilidad de que Beau lo deje ir.
Dejarlo ir y aceptar que su padre estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado.
Qué mierda es esto. Necesito que se concentre. Centrada en mí, centrada en lo que quiere
desesperadamente. Lo que me lleva de nuevo a mi día libre de ayer. Me sentí totalmente
desperdiciado al no poder pasarlo enterrado en Beau.
Pero hoy me siento mucho mejor. Todavía un poco dolorido, pero no me siento tan
debilitado como antes.
―No es ese tipo de ejercicio ―digo en voz baja, acercándome a ella, de puntillas, pero
manteniendo las manos quietas mientras la miro.
Adelante. Brilla para mí. Hazlo.
En el fondo de sus ojos oscuros brillan destellos cegadores y mi corazón estalla de amor.
Le quito el cartón de la mano y lo dejo en el mostrador, detrás de ella, y luego hundo la cara
en su cuello, exhalando larga y lentamente cuando me rodea los hombros con los brazos y
me abraza. Qué felicidad. La levanto del suelo y la aprieto contra mi cuerpo, queriéndola
tan cerca como puedo, y ella me corresponde, tarareando su felicidad. Las señales son
buenas, y rápidamente urdo un plan para llevarla de nuevo a la cama y recuperar el tiempo
perdido. Pero primero...
―¿Cómo te sientes para mañana? ―Pregunto, agarrándola por debajo de los muslos y
colocándola sobre la encimera.
―¿Cómo están tus músculos?
Traducido, no quiere hablar del funeral de su padre. Vale.
―¿Cómo te sientes por la entrega?
Sonríe mientras observa cómo la yema de su dedo traza una línea sobre mi labio inferior.
―Bien.
―¿Segura?
―Segura que puedo arreglármelas para remolcar una fila de motos acuáticas del punto
A al punto B y hacer el tonto si nos paran los guardacostas.
―¿Tontear?
Jadea, me da un puñetazo en el bíceps y yo siseo. Odio que se sienta más cómoda con
esto que yo, pero así es Beau. Y yo soy yo, totalmente obsesionado y quizá un poco protector,
así que también tengo que estar tranquilo.
―Creo que necesito otro masaje.
―¿Ah, sí?
―Oh, sí quiero. ―Me abalanzo y reclamo su boca, empujando mi lengua
profundamente y rodando ampliamente, forzando mi pecho contra el suyo.
Alguien se aclara la garganta, y me alejo rápidamente, mi intento de seducción
interrumpido. A la mierda. Beau sonríe y toma su zumo, mirando más allá de mí.
―Buenos días ―gorjea cuando le devuelvo la mirada, soltándola. Esther va directa al
lavavajillas y empieza a vaciarlo.
―Buenos días a los dos.
―Otto está en el gimnasio ―dice Beau con despreocupación, haciendo que ella se
paralice en su posición inclinada, armada con puñados de cuchillos y tenedores. Levanta
los ojos. Levanto las cejas. Beau aprieta los labios en una línea recta.
―Bien por él. ―Ella sigue a lo suyo, y Beau y yo nos miramos, yo advirtiéndole que lo
deje ahí. En todos los años que conozco a Otto, nunca he sabido que se comprometiera con
una sola mujer. Odio dudar de que lo haga, pero soy realista. Tenemos un buen equilibrio
aquí, todo el mundo se lleva bien, y cualquier fornicación podría sacudir el barco. Danny
y Otto ya están peleados. Esto terminará de una sola manera. Sangre. Porque las
posibilidades de que Otto siente cabeza, y lo haría porque Esther quiere y merece eso y su
hijo no lo haría de otra manera, son tan probables como que Beau se vuelva constantemente
sumisa.
Por supuesto, Beau no hace caso de mi advertencia.
―¿Contenta de haber vuelto? ―Se baja del mostrador y bebe otro trago del zumo de
naranja.
Esther deja una pila de platos en el suelo, con cara de asco, y se acerca a Beau,
arrebatándole el cartón de las manos.
―Cuántas veces tengo que decirte que no bebas directamente del cartón.
―Nunca me has dicho eso. ―Beau se ríe, reclama los platos y los guarda.
―¿No lo he hecho?
―Definitivamente no lo has hecho.
―Tanta gente en esta maldita casa. ―Esther vuelca el zumo restante en una jarra y la
mete en la nevera―. Tengo que convocar una reunión familiar. Recordarles a algunos las
normas de la casa. ―Vuelve a trastear por la cocina y yo señalo a Beau con la cabeza,
diciéndole en silencio que mueva el culo.
Ella inclina la cabeza. Yo inclino la mía. Me mira la ingle. Hago un mohín cuando vuelve
a mirar hacia arriba. Veo hambre. Otra sacudida de cabeza. Hoy necesito que esté de buen
humor, lo más dispuesta posible. Este es un buen comienzo.
Goldie entra, se detiene, nos mira.
―¿Qué les pasa? ―pregunta.
―Nada.
―Nada.
Dudosa, va a la nevera y saca la jarra de zumo de naranja, llevándosela a los labios, sin
dejar de mirarnos. Beau resopla, yo sonrío y Esther grita:
―¡Goldie!
Ella salta, enviando el zumo a todas partes, sobre todo a su nariz.
―¿Cuántas veces tengo que decírtelo?
―¿Decirme qué? ―pregunta Goldie, entre toses y balbuceos.
―Dios mío. ―Esther le quita la jarra de la mano y limpia el borde―. ¡Usa un maldito
vaso! ―grita con todas sus fuerzas, obviamente esperando que toda la casa la oiga.
Goldie parece totalmente despechada, encogiéndose en su traje en el acto. Es todo un
espectáculo.
―Lo siento.
―No importa ―suspira Esther, exasperada―. ¿Huevos?
―Por favor. ―Goldie se acomoda en el taburete, mirándonos interrogativamente, a lo
que ambos negamos conocer el inestable estado de ánimo de Esther―. ¿Dónde está Otto?
—pregunta.
Beau se ríe y sale de la cocina bruscamente, y yo no tardo en ir tras ella, observando su
forma sudorosa mientras sube las escaleras, arrancándole mentalmente la sudada ropa de
ejercicio de su cuerpo mojado mientras la sigo.
La agarro por la muñeca cuando nos acercamos a la cima.
―Por fin ―susurro, la arrastro y subo por mi cuerpo, cogiendo su boca. Me rodea con
sus miembros y me devora la boca mientras vuelvo con ella a la habitación. Distraerla con
trabajo, distraerla con sexo. Esa es mi misión, y decido aceptarla.
―Ya estás aquí. ―La voz de Rose hace que Beau se aparte, y yo gimo de protesta,
levantando la vista para verla cerrar la puerta de su habitación. Parece que va en serio, con
un vestido veraniego de seda color crema y suficientes brazaletes de oro como para estirar
los brazos hasta el suelo―. ¿Por qué no estás lista? ―le pregunta mientras Beau se desliza
por mi frente, frotándome en lugares donde no deberían frotarme a menos que estemos
solos.
―Por el amor de Dios ―murmuro―. ¿Listas para qué?―. ¿A dónde diablos creen que
van?
―De compras ―dice Rose con seguridad, demasiada seguridad, acomodándose el bolso
mientras se acerca a nosotros, mirando a Beau con desaprobación.
―¿De compras? ―Resoplo―. No lo creo―. Pero que Beau y Rose dejen la mansión no
es mi principal problema aquí. Tengo un lugar donde necesito que estemos.
―No tengo nada que ponerme mañana ―dice Beau en voz baja, perdiendo toda ligereza.
Joder. Mañana. Y rápidamente, recuerdo que la distracción no es una hazaña fácil
cuando somos nosotros y estamos en este puto mundo. ¿Cómo juego a esto? Doy vueltas a
esa pregunta durante demasiado tiempo, malgastando todo nuestro tiempo, porque sólo hay
una respuesta. Sé razonable. Tengo que ser razonable. Me dirijo a Rose.
―¿Cuánto tardará la compra?
Me mira como si fuera estúpido.
―¿Cuánto mide un trozo de cuerda?
Muestro los ojos al techo, exasperado. Rose y yo sabemos que Beau odia ir de compras,
así que espero que acabe mucho antes de lo que Rose espera. O quiere.
―Tank y Fury van contigo ―digo, justo cuando los propios hombres salen de las
habitaciones del pasillo, con cara de estar a punto de estallar de emoción, lo que me indica
que ya saben lo que les espera hoy, lo que significa que Danny también lo sabe―. ¿A nadie
se le ocurrió decírmelo?
―Me olvidé ―dice Beau, sonando a disculpa. ¿Se le olvidó? Tuvo todo el día de ayer
para decirme esto. Todo el día. Siento que me pongo nervioso, intento razonar mentalmente
conmigo mismo. Es difícil cuando hay tantas cosas inciertas. ¿Dónde coño está Burrows?
―Llámame cuando hayas terminado ―ordeno, con mis cuerdas vocales esforzándose
por mantener mi voz suave. Deslizo la mano por el cuello de Beau y le pico los labios―. Te
recogeré.
―¿Por qué?
―Tengo una sorpresa. ―La dejo con Rose y me dirijo al pasillo, pasando junto a los
grandullones―. Diviértanse ―bromeo, recibiendo gruñidos de ambos.
Atravieso el vestíbulo justo cuando se abre la puerta principal y Zinnea entra
pavoneándose sobre unas plataformas altísimas con unos pantalones adornados con
lentejuelas plateadas y un corpiño cubierto de plumas. Podría ser yo, pero desde que se
enteró de lo de su hermano, parece haberse convertido en una versión más extrema de sí
misma, y Zinnea ya era jodidamente extrema.
―Buenos días ―digo al pasar junto a ella, obligándola a levantar la vista de su bolso. Su
peluca rubia está un poco torcida. Sonrío.
―¿De qué te ríes? ―pregunta.
Me llevo la mano a la cabeza.
―Estás un poco ―movimiento el dedo―. torcida.
Rápidamente se tambalea hacia el espejo colgado de la pared para enderezarse.
―Estaba lanzando la pelota a los perros.
―¿Vestida así?
Ella mira hacia atrás, su mano se detiene en su cabeza.
―¿Vestida como qué, exactamente, James?
―Fabulosamente, por supuesto. ―Sonrío, y ella resopla.
―¿Cómo está Beau? ―Vuelve al bolso, saca un pañuelo y se frota el labio superior.
Miro hacia las escaleras, pensativo.
―Está bien. ―Frunzo el ceño―. Creo que sí.
―¿Tú crees?
―Todavía está intentando localizar a Burrows.
―Nunca pudo dejar pasar las cosas. ―Toma aire y también mira hacia las escaleras―.
Espero que ir de compras hoy la distraiga.
―¿Para el funeral de su padre? ―pregunto riendo sin gracia. ¿Y distraerse? Empiezo a
preguntarme si es posible distraer a Beau Hayley, y eso es una gran desventaja para mí.
Zinnea se mantiene erguida, obviamente haciendo a un lado su propia pena por su
egoísta hermano.
―Zinnea hace que todo sea divertido, cariño. ―Pasa por delante de mí y se detiene,
haciendo un mohín con sus labios rosas demasiado brillantes y poniendo los ojos sensuales
para que sus pestañas postizas se agiten―. Por eso cada vez soy menos Lawrence ―dice
con su voz natural, masculina y grave―. ¡Arrivederci, cariño! ―vuelve a cantar, muy alto,
mientras entra como una modelo de pasarela en la cocina y le da los buenos días a Esther a
gritos.
Cuando llego al despacho de Danny, lo encuentro en su mesa dándole vueltas al
abrecartas de oro. Levanta la vista, me mira fríamente durante unos segundos y luego
vuelve a darle vueltas al arma en la mano. Porque ese abrecartas ha matado sin duda a más
hombres que abierto cartas. Tomo asiento y le dejo con sus pensamientos, mientras me
pregunto quién será el próximo en recibir el impacto de ese abrecartas.
―John Theodore Little ―musita, sus ojos azules se entrecierran hasta convertirse en
rendijas. Esto le estará volviendo loco. Le irrita. Enfadándole. Le engañaron, y Danny Black
no es tonto.
―Otto no tiene nada, pero lo tendrá.
Danny deja el abrecartas en el suelo y se levanta, deambula hasta el armario de las
bebidas, le echa un vistazo, probablemente se da cuenta de la hora que es y luego vuelve.
―¿Cómo están tus músculos? ―pregunta, moviendo los hombros.
―Mejor.
―Sí, los míos también. ―Pone mala cara―. La entrega es el viernes...
―Sabes que no me hace feliz.
Tararea, caminando hacia la ventana.
―Lo sé. ¿Quieres cancelarlo? ―Me devuelve la mirada, y me doy cuenta de que si se lo
exigiera, lo apoyaría. Que se jodan los mexicanos, ya nos encargaríamos nosotros de las
repercusiones. Pero no son los mexicanos los que me preocupan.
―Tengo que dejar que tenga esto. ―Me duele, pero si paro esta mierda, Beau se retirará
y no puedo dejar que se retire. No con la cita de esta tarde y el funeral de mañana y el hecho
de que su ex está esperando para... ¿qué? ¿Hacer que vuelva a enamorarse de él? ¿Ponerla
en mi contra? Ya lo ha intentado todo. Ha fracasado. Y, de nuevo, ¿dónde coño está? ¿Acaso
importa? Beau hará lo que Beau haría... si yo se lo permito. Cosa que no haré. No puedo.
Joder. Pero hace tiempo que acepté que no es una mujer común. Lara Croft. Pero si estuviera
embarazada...
Sacudo la cabeza para mis adentros.
―Y para que quede claro, esto no estaría pasando si fuera un intercambio. ―Tratar con
Chaka y la Guardia Costera es una cosa. Tratar con los mexicanos es otra.
Danny se ríe en voz baja.
―Eres mejor hombre que yo.
―Nuestras mujeres tienen necesidades diferentes ―señalo―. Rose necesitaba ayudar a
esas mujeres. Te doblegaste cuando insistió en que Pearl y Anya permanecieran a nuestro
cuidado.
―Cierto. ―Se acomoda en su silla―. Sandy me llamó anoche.
Me resisto.
―¿Y me lo dices ahora? ―Miro el reloj―. ¿Doce horas después?
―Estaba disfrutando de mi día libre. ―Tira el abrecartas en medio del escritorio y se
concentra en él. No le desafío. Yo también estaba disfrutando de un día libre―. Se enteró
de lo de los polacos. Me dijo que dejamos dos vivos. Un premio por adivinar quién era uno.
―El Tiburón ―musito.
―¿Y adivina qué?
―¿No me digas que Sandy te ofreció un nombre? ―¿Cuánta gente va a decir que sabe
quién es El Oso? Si no hubiera hablado personalmente con el escurridizo cabrón, pensaría
que es producto de la imaginación de todos nosotros. Una pesadilla que atormenta nuestros
sueños, pero no es real.
―Qué listo eres. ―Danny vuelve los ojos hacia mí―. Pero eso no es todo lo que
ofreció―.
Levanto las cejas, pensando. No tardo mucho.
―Volodya ―suspiro―. Sandy también te ha ofrecido a Volodya. ―Así que realmente
hay malestar en el campamento, porque no hace mucho, Sandy y Volodya jugaban muy
bien juntos a las órdenes de El Buey. Ahora que él también ha muerto, los rusos y los polacos
se ofrecen a diestro y siniestro. Por supuesto que Sandy ofrecería a Volodya a Danny; sabe
que es un pedazo de carne de primera para El Británico después de que se volviera contra
él en la masacre de Winstable. Pero, ¿se olvida el no tan pequeño detalle de que Sandy
organizó un atentado contra Beau cuando estaba en el hospital con una herida de bala?
Seguro que no. Es el puto punto por el que acabé resucitando a El Británico después de
fingir su muerte.
―Supongo que lo rechazaste.
―No exactamente.
―No me cabrees, Danny ―advierto, moviéndome en la silla―. Tenía un...
Levanta una mano.
―Lo sé. Pero no olvidemos que Volodya me disparó por su propia voluntad. Sandy recibió
la orden de un poder superior de matar a Beau porque estaba incómodamente cerca de
exponerlo, como su madre.
Me acomodo en mi silla, pero estoy lejos de sentirme cómodo con el rumbo que está
tomando esto.
―Aun así actuó, ordenado o no. Rose no tiene una diana en la cabeza. Beau es un objetivo
desde que empezó a indagar en la muerte de su madre.
―Ya hemos superado eso ―dice Danny, pareciendo tan frustrado como yo―. El FBI y
la policía de Miami enterraron ese caso por una razón, y ya que tú estabas implicado en las
pruebas que destruyó Dexter y no era sólo el nombre de El Oso el que estaba en esa caja de
seguridad, deberíamos estar agradecidos. Esto es personal ahora, James. Beau no quiere
justicia como solía querer obtenerla. Quiere justicia como tú quieres justicia. Con muerte.
Sangre.
―Bastante jodidamente imposible cuando el hombre que queremos muerto ha
desaparecido de la faz de la jodida tierra―. La desaparición del Oso me duele más que él
aterrorizándonos―. Nos llamó a Santa Lucía. Tuvo el mayor de los placeres al informarnos
que sigue vivo, que tenemos al hombre equivocado. Regresamos a Miami para ocuparnos
de él. Nos llama el día que llegamos para decirnos que desenterró a tus padres y a la madre
de Beau, y una semana después, nada. Ni una puta palabra.
―Creo que Beau tiene razón. Ha perdido su confianza.
Quienquiera que sea. ¿Quién coño es? Enfrentarse a la idea de que quizá nunca lo
sepamos es una tortura. Hubo un tiempo en que nadie sabía quién era. Ahora,
aparentemente, todos los cabrones lo saben si la cantidad de ofertas de un nombre es una
medida.
―Sobre mañana ―continúa Danny, cambiando rápidamente de tema―. El funeral.
―Me mira con curiosidad.
―¿Qué pasa con él?
―Te lo preguntaré de nuevo. ¿Mataste al padre de Beau?
―Te lo he dicho repetidamente, no, yo no maté a su puto padre. ―Quería hacerlo. Dios,
quería hacerlo.
―Entonces, ¿qué coño estabas haciendo en el hotel?
Exhalo, derrotada. Es hora de compartirlo, ya que Beau se enterará más tarde de todos
modos. Saco mi teléfono, busco los detalles y lo deslizo por el escritorio.
―No estaba en el mismo hotel que Tom Hayley.
Danny frunce el ceño, lo coge y empieza a hojear las imágenes.
―¿Qué es esto? ―pregunta, dividiendo su atención entre mi forma incómoda y mi
teléfono.
―Nos he comprado una casa ―le digo, un poco inseguro, porque, sinceramente, aún lo
estoy sintiendo y no sé exactamente por qué. ¿Le gustaría a Beau? ¿Lo odiaría?―. He
quedado con el agente inmobiliario en el bar del vestíbulo para ultimar unos papeles.
―¿Por qué no me lo dijiste?
―Porque se lo dirías a Rose y Rose se lo diría a Beau. ―Esto también necesita un enfoque
suave―. La necesito en el mejor estado de ánimo. Estable. Positiva.
―¿Es un apartamento, o es una caja de cristal? ―Danny me mira―. Está muy...
expuesto.
―¿Y?
―Y nada. Sólo digo que es muy... transparente.
―Muy observador.
―¿Y por qué no se lo has dicho a Beau?
Recojo mi teléfono.
―Intento minimizar el estrés. Tiene muchas cosas en la cabeza en este momento.
―Te preocupa que diga que no a irnos a vivir juntos.
―Vivimos aquí juntos.
―Minimizar el estrés ―reflexiona Danny, con la frente arrugada y las cejas fruncidas.
¿Qué está ocupando tanto espacio de su cerebro en este momento?―. Mañana es el funeral
de su padre.
―De nuevo, muy observador. Brad se te está pegando.
―No creo que sea una buena idea ―dice, y yo retrocedo, sorprendido.
―¿El funeral? ―Le digo―. Es algo necesario. Ocurren cuando la gente muere.
Me mira cansado.
―No, el puto funeral no. El apartamento, y no hablo de forma totalmente egoísta. Beau
necesita a Rose tanto como Rose a ella. Además, tendrías que trasladar allí a Fury. ¿Hay
suficiente espacio para él porque parece un poco pequeño?
―Espero que lleguemos a un punto en el que no necesite a Fury pegada a Beau
constantemente. Necesitamos nuestro propio espacio.
Danny se levanta, parece agitado, paseándose.
―No si estás jodidamente muerto ―dice gravemente, dejando de dar vueltas por la
habitación.
Vuelvo a retroceder.
―Necesita algo normal.
―Esto es lo más normal que puede ser nuestra vida, amigo. Limpiando dinero, traficando
con armas y luchando contra los temerarios que intentan mudarse.
―Ya lo sé.
―¿Entonces por qué?
Aprieto los dientes.
―Tengo que darle esperanzas de que podemos ser... ―Hago una pausa, pensando,
intentando en vano no alterarme―. No lo sé, joder. Algo que no sea oscuro. Algo de
normalidad. O algo parecido.
―¿Para ti o para ella? ―responde.
―Ella ―murmuro sin convicción, encogiéndome en mi silla―. Todo es por ella. ―No
miento―. Quiere un bebé. Ha dicho que se casará conmigo. ¿Por qué no iba a querer
nuestra propia casa?
―¿Estás preparado para darle un bebé?
Frunzo el ceño.
―Lo que sea.
―Has cambiado de tono ―musita, mirándome como si lo supiera. Simplemente... lo
sabe―. Ella está contigo, James. Cuando retuvo a Burrows a punta de pistola y disparó a
Perry Adams, aceptó que la normalidad ya no formaría parte de su vida. Te eligió a ti.
―¿Y si se está arrepintiendo?
―Eso son tonterías. ―Me rechaza fácilmente―. Tienes que dejar de pensar que puedes
ponerla a raya.
―Eso es lindo viniendo de ti.
Sonríe, y es cariñoso.
―Sé cuándo dejar que Rose se salga con la suya. Como has señalado, no me sentía
cómodo teniendo a esas dos chicas en mi casa, pero Rose lo necesitaba. No me gusta
demasiado que de vez en cuando me dé un golpe en la nariz, pero también lo necesita. Tu
Beau es como un caballo de carreras al que obligan a no correr. No funciona. Siempre
terminan corcoveando. ¿Realmente quieres un bebé, o sólo quieres una razón para
mantenerla cerca?
―¿Y una mierda? ―Suelto.
―Es una pregunta seria.
―Es una puta pregunta estúpida. ―Me echo hacia atrás en la silla, me levanto
bruscamente, aprieto los puños y Danny retrocede un paso cauteloso. Consigo, en medio de
mi ira instantánea, reflexionar por qué su pregunta me ha enojado. Es fácil. Porque ha dado
en el clavo. Nuestro bebé fue un bálsamo curativo para nuestras heridas. En todas. Y
tenemos muchas malditas heridas. Mentales, emocionales y físicas. ¿Por qué Beau no
querría eso de nuevo? Y a mí. No sólo por todo eso, sino porque no tendría más remedio
que domar a la Lara que lleva dentro. Soy tan idiota. Un apartamento no resolverá mis
problemas. El matrimonio puede que tampoco. ¿Pero un pedacito de ella y un pedacito de
mí en una personita para llamarla nuestra?
―Cálmate ―murmura Danny, y, extrañamente, lo hago, respiro hondo unas cuantas
veces y vuelvo a recostarme en la silla. Pero entonces se me ocurre otra cosa.
―Deberías habérmelo consultado antes de aceptar que fueran de compras ―digo
bruscamente―. ¿Y para qué coño necesitan ir de compras? Pueden conseguir todo lo que
necesitan en Internet. Beau odia ir de compras.
―Porque un viaje de compras es una pequeña parte de la normalidad que podemos
ofrecer.
Tiene razón, por supuesto, pero obviamente no me siento muy razonable hoy.
―Deberías haber preguntado.
―Lo siento, ¿vale? ―Danny se acerca al armario de las bebidas y coge un par de botellas
de agua, trayéndome una―. Bebe. Pareces sediento.
―Estoy bien ―murmuro, arrebatándole la botella de la mano. Joder. ¿No cree que
nuestro apartamento sea una buena idea? He estado tan concentrado en intentar darle a
Beau lo que creo que nos arreglará, que me he olvidado de lo que ella podría querer en
realidad. El problema es que no estoy seguro de qué es lo que realmente quiere. ¿Un bebé?
¿Una placa? ¿Nuestra propia casa? Esta casa es tan jodida como una casa puede ser. Y sin
embargo... funciona. Y, realmente, tener tantos amigos y familia cerca es un consuelo. Un
apoyo. Un respiro en un mundo donde hay poco alivio―. ¿Así que me estás diciendo que
podría haber malgastado cinco millones de dólares?
Sonríe.
―Hay mucho más de donde vino eso, amigo.
Tocan la puerta detrás de mí y miro hacia atrás cuando Danny da el permiso para entrar.
Goldie entra primero, seguida de Otto y Ringo. Todos echan un vistazo rápido a la
habitación antes de acomodarse en el sofá en fila.
―¿Todo bien? ―gruñe Ringo, mirándonos con su colosal nariz.
―Bien ―dice Danny.
―Bien ―murmuro de mal humor y envío un correo electrónico al agente inmobiliario
para decirle que no puedo ir a la reunión de hoy.
―En otras noticias ―dice Danny, sus ojos en mi forma silenciosamente inquieta―.
Sandy ha estado en contacto.
―¿Y qué regalos se ha ofrecido a traer a la fiesta? ―pregunta Goldie―. Espera, no me
digas...
―No, no ―chirría Ringo―. Sé la respuesta a esto. ¿Es un peluche?
―Y un ruso ―confirma Danny, mirándome, esperando a que reaccione. ¿Cómo puede
estar tan jodidamente tranquilo?
―¿Un ruso? ―pregunta Otto, mirando entre Danny y yo, al igual que Goldie. No hace
falta que responda.
―¿Sandy ha ofrecido a Volodya? ―Goldie se resiste―. No. Mata a Sandy. Mata al cabrón
o lo haré yo. ―Se levanta, prácticamente crujiéndose los nudillos.
Las manos de Danny se levantan de una forma pacificadora que no siento, y Ringo coge
el brazo de Goldie, llevándola suavemente de vuelta al sofá.
―Estamos tomando un momento para decidir la mejor manera de abordar esto.
Yo sé cómo. Una ametralladora y unos cuantos cinturones de balas. Joder, ¿por qué pensé
que el apartamento era una buena idea?
―¿Una reunión sin mí? ―La puerta se abre de un empujón y Brad se queda en el umbral
en calzoncillos, malhumorado, con el cabello revuelto y el hombro vendado. Danny y yo
nos levantamos rápidamente de nuestras sillas y le ayudamos a cruzar el despacho.
―¿A qué coño estás jugando? ―murmuro.
―Me aburro.
―Estás herido. ―Señalo como un tonto.
―Quítate ―refunfuña, moviendo los hombros y siseando de dolor como resultado―.
Estoy bien.
Danny me mira, mueve la cabeza en señal de asentimiento y ambos enlazamos nuestros
brazos detrás de él, haciendo un pequeño asiento para que se siente.
―¡He dicho que estoy bien! ―suelta.
―Siéntate de una puta vez o te llevo a rastras a tu habitación ―replica Danny mientras
todos se levantan, haciendo espacio, Goldie encaramada en un brazo, Ringo al otro y Otto
dejando su portátil sobre el escritorio de Danny y ocupando una de las sillas.
―No soy un puto inválido ―refunfuña Brad, cediendo y sentándose en la silla
improvisada.
―Eres un inválido, imbécil ―dice Goldie, colocando una almohada a su lado mientras
lo llevamos. Lo tumbamos para que se ponga cómodo y nos lanza una mirada asquerosa.
―Esto es lo peor. ¿Qué está pasando?
―Nada importante. ―Ringo levanta su teléfono―. ¿Quieres que te pida un café?
―Oohhh, sí.
―Espero que esa orden no le caiga a mi madre. ―La cara de Danny es puro y absoluto
disgusto mientras se dirige a su escritorio.
Ringo no se entretiene con él, sabe que no es así, y llama por teléfono para pedir una
ronda de cafés a Starbucks.
―Entonces. ―Brad se acurruca, siseando y escupiendo mientras intenta ponerse
cómodo―. ¿Qué es lo último?
―Sandy nos está tirando golosinas y James está a punto de estallar.
―Un día normal entonces ―dice―. ¿Qué clase de golosinas?
―Golosinas rusas y con sabor a oso. ―Danny levanta la ceja para igualar la de Brad―.
¿Tienes hambre?
―Muerto de hambre. ¿Volodya? ―Ambos asentimos―. Así que se están volviendo unos
contra otros. ―Ambos asentimos―. Y Sandy debe saber lo que pasará si hace falsas
promesas. ―Ambos asentimos―. ¿Así que sabe quién es El Oso? ―Ambos nos encogemos
de hombros―. Me encantaría meterle un sacacorchos en el ojo a Volodya. ―Sólo Danny
asiente―. Y apuesto a que a ti te encantaría cortar a Sandy en un millón de trozos del
tamaño de un bocado. ―Brad me mira, y esta vez sólo yo asiento. No puede evitar decir lo
obvio―. Entonces, ¿dónde nos deja eso?
―Aún estamos decidiendo ―dice Danny, mirándome. No necesita que le diga que si
Sandy se me acerca a menos de un metro, lo despellejaré vivo. Sé que piensa lo mismo de
Volodya, así que estamos en un punto muerto.
Brad resopla.
―Qué hacer, qué hacer ―se pregunta. Oigo a Goldie exhalar exasperada, y miro a
Danny, sonriendo mientras pone los ojos en blanco ante otro momento Brad―. ¿Y por qué
te pones así?
―Estresado ―gruño, lanzando vibraciones que advierten a Danny de que no murmure
ni una palabra y a los demás de que no presionen. Me estoy replanteando seriamente mi
brillante idea de mudarnos de la mansión, aunque solo sea ahora porque no quiero que
Beau piense que es una señal de relajación de las normas. Sinceramente, me pregunto en
qué demonios estaba pensando. Con el tiempo, tal vez, pero ¿ahora?
Suena un pequeño golpecito en la puerta, tan ligero que casi lo pasamos por alto. Tan
ligero que todo el mundo se mira como buscando confirmación de que, efectivamente, ha
habido un golpecito. Otro golpecito responde a nuestra pregunta. Esther. Sólo Esther
llamaría a la puerta con tanta delicadeza.
Naturalmente, mis ojos se dirigen a Otto cuando entra. Al igual que todos los demás, y
todos se encogen como flores moribundas cuando ven que Otto le hace un gesto de ánimo
con la cabeza.
―Ohhhh ―suspiro en voz baja, dirigiendo mi atención a Danny. Es el único que no
parece incómodo, lo que significa que es el único que aún no ha comprendido por qué su
madre está aquí. ¿Está negándolo? ¿O es pura ignorancia?
―Me preguntaba si podría decir algo ―dice Esther, enderezando los hombros, erguida,
tratando con todo lo que tiene de parecer firme y segura.
―Claro. ―Danny frunce el ceño, pero es porque de repente ha percibido en el ambiente
la disposición inusualmente atrevida de Esther―. Terminaremos en un momento.
Esther vuelve a mirar a Otto, que le hace otro pequeño gesto tranquilizador con la cabeza.
―Oh, vaya ―susurra Brad, empujando con las manos el sofá a ambos lados de él, como
si intentara levantarse, aspirando aire, aguantando el dolor.
―En realidad ―Esther da un paso adelante, enderezándose―, tengo que hacer la
compra, así que ahora me viene mejor.
―¿Alguien quiere ayudarme? ―Brad llama, mirando a todos en la habitación. Todos le
ignoramos―. Vale. Parece que me quedo. ―Se vuelve a tumbar―. No puedo mirar. ―Coge
la almohada de detrás de la cabeza y se tapa la cara.
Inclinando la cabeza, los ojos de Danny pasan por encima de todas nuestras torpes
formas, su rostro recto, pero sus ojos ardientes de comprensión me dicen que ha
comprendido lo que está a punto de suceder.
―¿Y tienes que irte en este momento? ―pregunta.
―Sí.
―¿No puedes esperar cinco minutos a que termine? ―Ahora está siendo difícil.
Simplemente difícil, porque está preocupado. Podría unirme a Brad bajo esa almohada.
―Como he dicho ―dice Esther―. Tengo cosas que hacer y me gustaría poder hacerlas.
Danny mira a Otto brevemente. Brevemente, pero con suficiente desprecio como para
preocuparme.
―Nunca aprecié que tu horario fuera tan regimentado, mamá.
―Oh, joder ―murmura Otto, levantándose de la silla, lo que hace que Ringo, Goldie y
yo nos levantemos de un salto y anunciemos nuestra marcha.
―¡Llévenme! ―Brad canta, tirando la almohada al suelo.
―Siéntate ―ladra Danny, levantándose y golpeando la mesa con el puño.
―¡Sí, siéntate! ―Esther grita, y Danny se estremece como si le hubieran disparado.
Todos nos sentamos, excepto Danny y Otto, que permanecen inmóviles y gruñéndose por
encima del escritorio.
Esther parece un poco roja, como si estuviera reprimiendo su mal genio. Quiero que lo
deje ir, que libere la presión y deje que Danny lo tenga. Puede que no esté seguro de Otto y
Esther, pero son adultos. Esto no es decisión de Danny.
Con la respiración agitada, los puños cerrados y blancos donde están encajados en la
madera de su escritorio, Danny tiembla. No sé si de rabia o de contención. Necesito todo lo
que hay en mí para no reírme cuando veo a Brad estirarse hacia la almohada, forcejeando
con el aire, incapaz de alcanzarla.
―¡Siéntate! ―Esther vuelve a gritar y Danny se deja caer en la silla con los ojos como
platos y la boca ligeramente abierta. Me reiría si supiera que no me dispararía. Miro a
Goldie y a Ringo. Los dos tienen la cara roja de contener la respiración y la diversión.
―De acuerdo. ―Esther planta las manos en las caderas, en serio―. Vamos a sacar esto
a la luz, ¿de acuerdo?
―No ―gruñe Danny.
―Por favor, no ―dice Brad en voz baja.
―Cierra la puta boca, Brad ―gritan al unísono Esther, Otto y Danny, y él retrocede
rápidamente, cubriéndose la cara con las manos. Debería mirar, porque El Británico está a
punto de ser puesto en su lugar, y va a ser entretenido.
―Estoy saliendo con alguien ―declara.
Sonrío, pasándome el dedo índice por la boca para intentar disimularlo.
―No, no lo estás ―gruñe Danny.
―Sí, lo está. ―Otto dice―. Yo. ―Como si necesitara decirlo. Goldie está ahora
aspirando sus mejillas, Ringo parece más preocupado que divertido en este momento, y
Brad está sacudiendo la cabeza en su escondite.
―Siento discrepar.
―Vamos, Danny ―le digo suavemente.
Me señala.
―Cierra la puta boca.
Lo dejo pasar, pero sólo porque es emocional.
―No, mamá. No. Eres mejor que... que... ―su dedo señala a Otto―, eso.
Conozco a Otto desde hace muchos años. Tiene la paciencia de un santo. Está a punto de
estallar y preferiría no estar aquí para ello. ¿Qué carajo, Danny? Retrocede de una puta
vez.
―¿Estás diciendo que eres mejor hombre que yo, Black? ―Otto gruñe, su pecho parece
expandirse, su respiración se hace más profunda.
―No digo nada de mí.
―¡Chicos! ―Esther grita.
―¿Estás diciendo que te mereces a Rose? ―Otto musita amenazadoramente―. ¿Pero yo
no merezco a una mujer como tu madre?
Jesús, si las fosas nasales de Danny se agitan más, los puños de Otto desaparecerán en
ellas cuando le dé un puñetazo. Miro a mi mejor amigo, instándole en silencio a que me
mire para poder convencerle de que respire hondo y se tranquilice y no haga ninguna
estupidez. Para eso está Esther, para intentar apelar al lado razonable de Danny, ya que
nadie más puede hacerlo. Y ella es una de las únicas personas en este mundo a quien Black
no lastimaría. Joder. Pero Otto no me mira, su cara barbuda y perforada se vuelve más
amenazadora a cada segundo.
―¿Y bien? ―pregunta.
―Deja a mi mujer fuera de esto. ―Danny se levanta de nuevo, y yo acepto a
regañadientes que la mierda está a punto de caer, y nadie puede detenerla, ni siquiera la
madre de Danny. Dudo que Rose pudiera tampoco, si estuviera aquí. Es sólo cuestión de
quién se lanza primero.
―¿Ya es seguro salir? ―pregunta Brad, asomándose por debajo de su brazo, justo en el
momento en que Danny vuela sobre su mesa y se lleva por delante a Otto.
―Eso es un no, entonces. ―Brad se retira de nuevo a su oscuridad, y Goldie se levanta,
mirándome, con las palmas de las manos hacia arriba, preguntando qué coño deberíamos
hacer. Sinceramente, no lo sé.
―Déjalos ―dice Ringo, extendiendo un brazo delante de Goldie, como si la retuviera.
Adopto su postura. Yo tampoco me interpongo entre ellos.
―Oh Dios ―dice Esther, mientras Otto los arrolla, consiguiendo la ventaja, sentándose
a horcajadas sobre Danny. Le da un puñetazo en la cara y todos se estremecen al oírlo. La
sangre salpica, Esther se pone la cara entre las manos, y Danny ruge, volando hacia arriba,
con la sangre esparcida por cada centímetro de su cara llena de cicatrices. Parece un
maldito psicópata. Un absoluto, delirante, psicópata, sus dientes al descubierto, sus fríos
ojos salvajes. Otto tiene algunos años más que Danny, es más robusto, más pesado, pero
estoy preocupado por él.
Doy un paso atrás cuando vienen hacia mí, Danny tira a Otto sobre el escritorio y le
devuelve el favor, haciéndose un lío en la nariz también. Más sangre. Y Otto, el jodido loco,
se ríe demencialmente. Es lo peor que podía hacer. Y de repente, los dos hombres son una
mancha de puños, bramidos ensordecedores y una auténtica locura.
Puñetazo tras puñetazo, patada tras patada, grito tras grito, se lanzan el uno contra el
otro como cavernícolas rabiosos, chocando contra las paredes, volcando los vasos del
armario de las bebidas, tirando los putos cuadros de las paredes. Esto se ha estado gestando
durante semanas. El pequeño altercado en Santa Lucía y en el astillero no sirvió de nada.
Necesitan sacar esto de sus sistemas. Otra vez.
Todos nos apartamos de su camino, yo apartando a Esther de la trayectoria de sus salvajes
miembros voladores más de una vez, pero no hay nada que pueda hacer por Brad, que es
un blanco fácil en el sofá, escondiéndose de lo feo.
―¡Te mataré, joder! ―Danny grita.
―Inténtalo, joder ―ruge Otto―. Maldito mocoso.
Entonces caen sobre Brad y su grito es ensordecedor, su cara palidece en un instante.
Danny y Otto salen inmediatamente de sus ataques, se levantan y miran a Brad, que está
agonizando en el sofá, sujetándose el hombro.
―¡Joder! ―grita mientras yo me apresuro a apartar a los dos idiotas para llegar hasta él.
Tiene el vendaje empapado en sangre y la herida abierta por debajo―. ¡Joder, joder, joder!
―Que alguien traiga a Doc ―ordeno, empujando las rodillas de Brad hacia abajo,
impidiendo que se haga un ovillo protector para que yo pueda llegar a su herida.
―¡Joder!
―Estás bien ―digo, despego el vendaje y me quito la camiseta, presionándola contra la
herida.
―No lo siento así, joder.
―Los puntos se han roto. ―Oigo a Danny y Otto olfateando y agitándose detrás de mí,
y miro hacia atrás, lívido, justo cuando Esther se mueve entre ellos y le da a Danny una
bofetada picara, seguida de Otto. Ambos parpadean sorprendidos, y Danny se lleva la mano
a la cara, palpándola.
―¿Mamá? ―pregunta con cara de niño perdido.
―No más ―dice firmemente, con la mandíbula tensa mientras se vuelve hacia Otto―.
Y si vuelves a ponerle una mano encima a mi hijo, hemos terminado. ―Se acerca a Brad y
se agacha para evaluarlo―. Te traeré un poco de té ―dice, acariciándole el cabello―.
¿Azúcar?
Asiente con la cabeza.
―Por favor, mamá ―murmura, cerrando los ojos. Esther se levanta y se va, sin mirar a
Danny ni a Otto, y Doc entra con la bolsa en la mano.
―Puntos abiertos ―digo, moviéndome para dejarle espacio.
―Oh cielos. ¿Cómo ha pasado? ―Todos los ojos se vuelven hacia Danny y Otto, que
parecen bastante avergonzados―. ¿Y qué les ha pasado a ustedes dos? ―pregunta Doc.
―Malentendido ―murmura Otto, marchándose rápidamente, sin duda para ir en busca
de Esther e intentar disculparse.
Para mi sorpresa, Danny se queda en la habitación.
―A la mierda ―sisea, limpiándose la nariz con el dorso de la mano―. Brad, amigo, lo
siento.
―Vete a la mierda ―sisea―. Estás siendo un puto crío. Llévame a mi habitación.
Aprieto los labios y miro a Doc, que asiente con la cabeza. Ringo viene a ayudar, y con
cuidado le ayudamos a levantarse.
―¿Puedes andar?
―Sí, puedo andar, joder. ―Brad me rodea con su brazo bueno mientras Ringo se pone
a su otro lado, listo para apoyarse, y Goldie corre delante para asegurarse de que nuestro
camino está despejado. Probablemente sea lo mejor, Danny necesita un momento a solas
para calmarse de una puta vez.
―Deberíamos ir al Hiatus más tarde ―le digo, recordándole al Británico que, mientras
se comporta como un niño y monta un escándalo por la persona que su madre, una mujer
adulta, decide ver, nosotros tenemos cosas de las que ocuparnos―. Nolan está sosteniendo
el lugar por su cuenta.
Asiente y se deja caer en su silla, mirando su teléfono cuando suena y apartándolo con
un resoplido desdeñoso.
Nuestro avance hacia la habitación de Brad es lento, tardamos unos cuantos minutos en
llegar a la escalera.
―Deberías haberte quedado en la cama como te ordenaron ―dice Doc mientras Daniel
baja las escaleras, aminorando la marcha cuando ve el estado de Brad entre nosotros.
―¿Tío Brad? ―pregunta, la preocupación en su voz y en su cara son un buen indicio
del terrible aspecto que tiene Brad―. ¿Es una herida de bala?
A la mierda.
―El tío Brad se siente un poco indispuesto, chico ―le explico mientras lo llevamos.
―Yo también lo estaría si me hubieran disparado ―dice Daniel, pisándonos los
talones―. No vas a morir, ¿verdad, tío Brad?
―Me apetece, chico ―murmura.
―¿Qué ha pasado?
Miro a Ringo, que se encoge de hombros, también perdido. Tengo que llamar a Rose.
Ponerla al corriente.
―¿Es un asunto de la mafia? ―pregunta.
―¿Y una mierda? ―Brad suelta, dejando de arrastrar los pies, obligándonos a Ringo y a
mí a parar también―. No, esto es pintura roja.
―Sé que todos son mafiosos. ―Daniel pone los ojos en blanco―. Todo el mundo lo sabe.
Todos nos quedamos parados como tontos, ninguno sabe qué diablos decir.
―¿Mafia? ―Me rio como un imbécil―. ¿Qué películas has estado viendo?
―¿Daniel? ―Esther aparece al final del pasillo, con un paño de cocina en la mano.
Obviamente no está entreteniendo a Otto en este momento, porque no está a la vista. ¿Se ha
retirado? ¿Limpiándose las heridas?―. ¿Qué haces? ―dice, mirando a Daniel y a Brad.
―Han disparado a Brad. ―Lo dice con demasiada despreocupación, como si fuera
normal. No es mi hijo, pero esto no me parece bien. ¿Pero cómo coño le proteges cuando
vive bajo el mismo techo con esto?
―No me han disparado ―argumenta Brad―. El señor y yo estábamos… paintball. Es un
tirador de mierda.
―También es una mierda al póquer. ¿Lo sabías?
―¡Cuida tu lenguaje! ―Goldie le dice.
Daniel pone los ojos en blanco.
―¿Dónde está, de todos modos?
―¿El Señor? Umm ― tartamudeo, viendo el baño de sangre que era la cara de Danny y
sus ojos de psicópata al salir. La puerta de la oficina se abre detrás de nosotros y Danny sale,
con la cara manchada de sangre. Cierro los ojos y exhalo. Rose va a estallar.
―¿Señor? ―Daniel dice, ansioso, avanzando―. ¿Qué ha pasado?
Danny se lo quita de encima como si nada.
―Otto y yo tuvimos un desacuerdo. Estoy bien.
―¿Es porque está enamorado de la abuela?
Goldie resopla, yo me encojo y Doc nos ordena seguir adelante.
―Vamos, Daniel ―dice Esther, con voz un poco aguda―. Necesito ayuda en la cocina.
Sus hombros caen.
―Mamá dijo que podía salir al agua cuando acabara mis estudios, pero los vikingos se
han ido de compras con ellas.
―Yo me encargo ―se ofrece Goldie sin dudarlo, claramente necesitada de un descanso
de nosotros, los idiotas.
―Yo también voy ―dice Esther, levantando la nariz―. Me vendría bien un poco de aire
y compañía adulta.
Ouch.
―Mamá ―murmura Danny, sonando apenado.
―Estaré lista en un minuto. ―Despidiéndose, Esther se va, y la puerta tras nosotros se
cierra de golpe.
―Ve a prepararte ―le ordena Goldie a Daniel―. Nos vemos en el coche en cinco.
Asiente con la cabeza, mirando hacia la puerta del despacho, preocupado.
―Está bien, chico ―le digo, siguiendo con Brad―. Ve a prepararte.
―¿Y tú, tío Brad? ¿Estás bien?
―Estoy bien, chico ―gime―. Sólo un rasguño. ―Luego maldice en voz baja―. Si tienes
suerte, te daré una paliza en el COD más tarde.
Daniel resopla, acercándose a Esther.
―Soy imbatible.
Llegamos a la habitación de Brad, lo tumbamos en la cama y Doc lo asea mientras yo me
encargo de unos correos.
―Sólo un roce ―dice Doc, asomándose por encima de sus gafas, lo que me hace levantar
los ojos del celular con una pequeña sonrisa―. Ya está todo arreglado. ―Asiente ante su
propia obra y resopla―. Esta vez, cuando digo reposo estricto, quiero decir reposo estricto.
―Sí, señor.
―No te burles de mí ―Doc cierra su bolsa―. Recuerda quién suministra los analgésicos
por aquí. ―Pone dos pastillas en la mesilla.
Brad suspira, se acomoda en el colchón y cierra los ojos, y Doc se dirige a la puerta.
Veo cómo se va el viejo.
―Eh, Doc ―le llamo, tirando de él hasta que se detiene. Me mira―. Gracias.
Asiente con la cabeza, breve y cortante, y se marcha. Yo me quedo mirando la madera
un rato, recordando la primera vez que vi a Doc en un hotel después de sacar a Beau del
hospital. No sé nada de él, aparte de que salió de su retiro para ayudarme cuando dispararon
a Beau. ¿Y ahora? Ahora me pregunto dónde ha estado, quién es, qué ha hecho. Vuelvo al
teléfono, busco en Google y tecleo Doctor...
―Joder ―suspiro, riéndome para mis adentros. Ni siquiera sé su nombre.
―¿De qué te ríes? ―Brad pregunta, abriendo un ojo para mirarme.
―¿Sabes el nombre de Doc?
―Sí ―dice, acariciando las mantas con el brazo bueno.
―¿Qué pasa? ―Vuelvo a Google, preparado, listo para teclear.
―Doc.
―Imbécil ―murmuro, y él sonríe―. ¿Te sientes mejor?
―Un pico ―Menea la cabeza en la almohada―. Apuesto a que ahora estás
reconsiderando dejarme contratar a Beau, ¿eh?
―¿De verdad crees que Beau se sentiría realizada haciendo las cuentas del club?
―pregunto entre risas―. Le pusieron el apodo de Lara Croft, Brad. Lo de chupatintas no
va con ella.
Hace un mohín.
―Aceptado.
―Bien, ahora cierra la boca al respecto.
Toc, toc.
―Pase ―le digo―. Ese será tu café. O tu té. ―Unos segundos después, se abre la puerta.
No es un Starbucks, y no es una de las buenas tazas de té inglés de Esther. Aparece una
explosión de rojo―. ¿Pearl? ―Digo, levantándome de la silla, pensando que probablemente
se ha perdido. Buscando la sala de televisión. La cocina. El…
―Hola. ―Su acento es local de Londres. Surrey, supongo. Ella se ve mejor, más brillante,
más despierta y menos cetrina.
―¿Estás bien? ―Inclino la cabeza, curioso, viéndola mirar más allá de mí.
―Sólo comprobaba… ¿Brad?
―Sí ―murmuro, mirando hacia atrás, viendo al propio hombre tieso como una tabla
sobre la cama―. Ese es Brad. ―Sus ojos están fijos en Pearl. La atmósfera es densa. Me
siento como un intruso.
¿Debería irme?
Se está mordisqueando el labio, incómoda de cojones, y Brad no está haciendo nada para
que se sienta cómoda.
―Sólo voy a usar el...
―¿Qué puedo hacer por ti? ―Brad pregunta, sonando frío y cortante. ¿Intencionado?
―Sólo quería darte las gracias.
―¿Por qué?
―Bueno ―Pearl me mira, cogiendo el dobladillo de su camisa, sin duda una de Beau, y
lo retuerce en su agarre―, por rescatarme.
―Esto no es un cuento de hadas ―gruñe, frunciendo el ceño, apoyando una palma sobre
su herida―. No soy un caballero blanco.
―Nunca dije que lo fueras. ―Se endereza―. Sólo quería darte las gracias.
―Dale las gracias a él también, entonces. ―Brad me señala, y Pearl sonríe torpemente.
¿Qué coño está haciendo, aparte de quedar como un completo imbécil?
―Gracias.
Lo ignoro.
―Me alegro de verte mejor.
Ella retrocede fuera de la habitación, con cara de incomodidad, y en cuanto la madera se
interpone entre nosotros, me vuelvo hacia Brad.
―¿Qué coño ha sido eso?
Resopla y mira hacia otro lado.
―No tenías que ser tan imbécil.
―¿Qué quiere de mí?
―Nada. Tal vez una apreciación de su agradecimiento.
―Es una ilusa. Cree que porque la ayudé a salir de allí soy una especie de héroe.
―Tiene veintiún años. Por supuesto que eres su héroe, imbécil.
Me dirige una mirada atónita.
―¿Veintiuno?
―Sí, veintiuno.
―¿Cómo sabes que tiene veintiuno?
―Porque Beau me dijo que tiene veintiuno.
―Veintiuno ―murmura, acomodándose, mirando las mantas―, eso es...
―Veintiuno ―digo, confirmándolo, como si hiciera falta.
―Bastante joven.
―Trece años más joven que tú. Casi catorce.
―No suena tan mal cuando lo pones así.
Joder.
―Brad ―digo lentamente―. ¿Qué coño?
―¿Qué coño, qué?
―Oh, mierda.
―¿Dónde está mi maldito té con azúcar?
―Dejaré que le preguntes a Esther en ese tono exacto.
―Sí... ―Frunce el ceño, y es jodidamente feroz―. No.
Me acomodo en mi silla, observándole sumido en sus pensamientos. No soy una mujer,
pero siento una puta curiosidad por saber qué pensamientos son esos. Saco el celular y
envío un mensaje a las chicas, preguntándoles qué saben de Pearl y, como era de esperar,
ambas me contestan con una sola palabra.

¿Por qué?

¿Por qué? Sí, ¿por qué? ¿Por qué las mujeres nunca pueden responder a una pregunta
sin una puta pregunta?
―¿A quién le envías mensajes? ―Brad pregunta.
―A nadie. ―Mi pulgar recorre la pantalla, explicando por qué pregunto.
―¿Entonces qué haces?
―Cállate. A veces pareces una mujer.
―Jódete y…
La puerta se abre de golpe y Otto llena el umbral con su portátil apoyado en una palma.
No me gusta su mirada. El brillo de la amenaza me dice que acaba de descubrir algo que
no me va a gustar.
―Ha aparecido Cartwright.
―¿Dónde?
―En la playa.
Preguntaré, pero sé que no hace falta.
―¿Y qué estaba haciendo en la playa?
―Estar muerto.
Golpeo el teléfono contra el brazo de la silla.
―¡Joder! ―Esto va a echar más leña al fuego de Beau, y las llamas estarán justificadas.
Algo muy jodidamente dudoso está pasando.
Otto camina hacia mí y se agacha, mostrándome la pantalla de mi portátil.
―Bud me acaba de enviar esto.
Miro fijamente la foto de un cadáver desecho.
―Bueno, es un buen día para tomar el sol ―pienso, justo cuando Ringo entra por la
puerta con un Starbucks en una mano y una taza de té de Esther en la otra.
―Eso no es todo. ―Otto me deleita con otra imagen que me hace reír por lo bajo―. Sí
―dice, estudiándolo también, girando el anillo de su labio ligeramente hinchado y muy
morado―. Natalia Potter sí que tiene amigos interesantes.
―Hola ―dice Brad, haciendo que ambos levantemos la vista. Otto gira la pantalla y
retrocede―. Creo que tomaré un whisky en su lugar.
―¿Qué está pasando? ―Ringo pregunta.
―Cartwright está muerto y el agente Higham está almorzando con Natalia Potter.
Se burla.
―El periodista que escribió el...
―¿Estás a punto de decir lo obvio? ―pregunta Brad, reclamando la taza de té con un
respingo.
―No, hago una pregunta para confirmar adónde creo que nos lleva esto. ―Ringo me
mira y yo asiento. Está llevando a Beau a entrar de lleno en el modo policía.
―Nadie le dirá una palabra de esto a Beau ―digo, odiando la cara de asco de Brad. Me
importa una mierda. La estoy protegiendo.
Suena mi teléfono en la mano y todo mi interior se hunde cuando miro la pantalla. La
tensión que siento de repente debe de ser palpable, porque cuando levanto la vista, todo el
mundo está mirando mi teléfono. Sé que no quiero coger esta llamada. Lo sé. Que
Cartwright aparezca muerto no sólo significa que Beau está a punto de recibir el empujón
extra que no necesita, también significa que esa pequeña parte de mí que esperaba que El
Oso hubiera desaparecido se sentirá decepcionada.
Inhalo, presiono la pantalla con la punta del dedo y lo pongo directamente en altavoz,
tragándome la rabia que me sube por la garganta.
Silencio.
Y con cada segundo que pasa, mi corazón bulle un poco más fuerte.
―¿Me has echado de menos? ―pregunta por fin. El sonido de su voz, el distorsionador,
me hace cerrar los ojos y obligar a mi respiración a estabilizarse antes de explotar.
―Resulta que sí ―digo en voz baja―. Pensé que me habían robado la oportunidad de
destrozarte.
―¿Así que te complace saber de mí?
―Emocionado.
―Bien. Entonces haré mi siguiente movimiento. ―La línea se corta y la tensión en la sala
se dispara, todos quietos, callados, mirándose unos a otros.
Esperando.
¿Para qué? ¿Una explosión? ¿Una bala? ¿Un incendio? ¿Un misil a través de la puta
ventana?
¡Joder!
―Que alguien haga subir a Danny ―digo mientras marco a Fury, me dirijo a la ventana
y miro hacia los terrenos. Para qué, no tengo ni puta idea―. ¡Ahora! ―Grito. Fury
contesta―. Trae a las chicas a casa ya ―ordeno.
―Jefe ―confirma, y cuelga, poniéndose directamente a ello.
―Llama a Goldie. Que vuelvan del astillero. ―Camino, maldiciendo en voz baja―.
Llama a Leon. Dile que despeje el camarote.
―El club ―dice Brad desde la cama―. Nolan, las chicas. Que alguien me pase el
teléfono. ―Lo quito de la carga de la mesilla y se lo paso, y él hace un esfuerzo por
incorporarse, marca y se lo lleva a la oreja.
Antes de que tenga la oportunidad de preguntar, Otto muestra en su pantalla la secuencia
de las cámaras de seguridad del club, y yo miro la imagen de la fachada del edificio,
conteniendo la respiración, como si esperara a que explotara en la pantalla.
―No contesta ―dice Brad, frustrado, y vuelve a marcar inmediatamente.
―¿Puedes activar la alarma de incendios desde el sistema? ―le pregunto a Otto.
Levanta un dedo y lo presiona meticulosamente.
―Listo. Todo el mundo en la pantalla parece detenerse por un momento, los camareros
dejan de limpiar, los bailarines dejan de practicar, antes de que el lugar se despeje y todos
esperemos, mirando, Ringo con Leon en la otra línea.
Puedo oír los latidos de los corazones de todos, y el silencio sólo se rompe cuando Danny
entra por la puerta a cien kilómetros por hora, con la cara seca y ensangrentada.
―¿Qué está pasando? ―pregunta, asimilando la escena y acercándose, mirando la
pantalla del portátil de Otto.
No puedo decirle que estamos esperando que algo o alguien explote.
―Llama a Sandy ―le digo―. Dile que te reunirás con él. ―Que ahora sepamos que El
Oso sigue en el juego no significa que siga controlando a los rusos, ni a nadie. Puedo pasar
por alto el hecho de que Sandy trató de matar a Beau si eso significa que tengo al Oso.
―¿Por qué? ―Danny pregunta.
―Sólo hazlo.
―¿Para que puedas matarlo?
Le miro y no respondo porque no puedo prometer que no lo haré.
―Acaba de llamar un viejo amigo.
―Joder ―suspira Danny, pasándose una mano por el cabello―. ¿Las chicas? ¿Mamá?
¿El niño?
―Todo está siendo traídos de vuelta. ―Tengo que enfrentarme a Beau. Quiero decirle
que el hombre con el que necesita hablar desesperadamente en relación con la muerte de
su padre está muerto. Otro golpe. Otro contratiempo en medio de los malditos
contratiempos interminables.
Danny asiente, sus ojos caen a la alfombra.
―No sé si sentirme aliviado o estresado. ―Creo que habla por todos nosotros.
―Definitivamente ha estado agazapado. Esperando algo.
―¿Pero qué?
―No lo sé. ―Miro por la ventana, volviendo mis ojos al mundo exterior, escaneando,
observando. Vamos, ¿cuál es tu próximo movimiento?
―Contesta, Nolan ―sisea Brad, con los labios fruncidos, en parte impaciencia, en parte
dolor―. A la mierda. ―Vuelve a marcar―. Que alguien llame a Mason.
Danny se sube la camiseta y se limpia la sangre seca de la cara mientras le marca.
―Dile a Nolan que compruebe su teléfono ―ordena brevemente. Luego frunce el ceño,
mirando a Brad―. Nolan no está.
―¿Qué?
―Llamó y dijo que vendría a la hora de comer.
Brad maldice, marcando continuamente, intentando contactar con Nolan.
―Pequeño cabrón.
―¿Están todos fuera del club? ―pregunto.
Danny asiente, volviendo a Mason.
―Sólo tomando precauciones. Voy a enviar a Otto a comprobarlo. ―Frunce el ceño―.
Estás haciendo demasiadas preguntas, Mason. Mantén a todo el mundo fuera y dile a Nolan
que llame cuando aparezca.
Ese chico recibirá una bofetada cuando lo alcance, porque estoy seguro de que Brad no
se la dará. Apuesto a que está viviendo el sueño en el lujoso apartamento de Brad mientras
él está aquí recuperándose. De hecho, apuesto a que llega tarde al club porque está
limpiando el desastre de la fiesta de anoche en casa de Brad.
―¿Por qué coño has tardado tanto? ―ladra Brad por la línea cuando Nolan por fin
contesta. Luego frunce el ceño―. ¿Qué haces ahí? ―Una pausa, y su ceño se convierte en
un ceño fruncido―. Bien, lo que sea. El club ha sido evacuado. Sólo por precaución. Otto
está de camino para comprobarlo. Necesito que vengas a casa de Danny. Tengo algunas
cosas que necesito repasar contigo. ―Cuelga, murmurando en voz baja, y se acomoda―.
Está en mi casa, metiéndose en la ducha ―dice con calma―. Viene en un rato.
Asiento con la cabeza, aun mirando por la ventana, con el pavor atenazándome
implacablemente.
―¿Jodiéndonos? ―pregunta Danny, uniéndose a mí.
―No lo sé.
El teléfono de Brad empieza a sonar y tanto Danny como yo nos volvemos hacia la
habitación. Le cuesta un gran esfuerzo levantarlo para ver la pantalla.
―¿Quién es? —Danny pregunta, viendo lo que yo veo en la expresión de Brad. Un poco
de confusión.
―Número desconocido.
Las miradas empiezan a dispararse de nuevo por la habitación, todos quietos y callados
mientras Brad responde con silencio, sus ojos recorriendo las sábanas que cubren su
cintura. Exhala, aliviado. Se asoma.
―Es mi vecino.
Pongo los ojos en blanco, al igual que todos los demás en la habitación.
―Probablemente se quejen del ruido ―murmuro, pero entonces Brad palidece y su
teléfono resbala de su mano y cae sobre la cama.
―¿Qué? ―Danny pregunta con urgencia―. Brad, ¿qué pasa?
Traga saliva con fuerza, su mirada salta a través de su regazo, y yo doy un paso adelante,
cada centímetro de mí tensa.
―Mi... ―Dirige una mirada atormentada hacia nosotros―. Mi apartamento acaba de
explotar.
odo el mundo se quedó en silencio mientras Tank y Fury nos llevaban a casa, sin
ninguna explicación de por qué nuestro viaje de compras terminó tan abruptamente.
Sé que todos nos preguntamos qué demonios ha pasado ahora. Por supuesto, en el
momento en que vi la cara de Fury cuando contestó a su celular, volví a poner los pantalones
que estaba considerando en el perchero y salí tranquilamente de la tienda, llamando a
Zinnea y Rose mientras lo hacía. Ellas también se marcharon sin rechistar.
Cuando llegamos a la mansión, veo que faltan algunos coches. Así que algunos hombres
han sido desplegados. ¿Para qué?
―Hogar, dulce hogar ―dice socarronamente Zinnea mientras las tres subimos los
escalones de la casa―. Prepárense, chicas.
―Siempre ―murmuro, mirando a Rose. Tiene los labios rectos y la mirada fija en la
puerta. Veo que está haciendo todo lo posible por no irrumpir en la casa y gritar su
frustración―. Recuerda lo que dijo Doc ―le digo, mientras Zinnea le apoya una mano
tranquilizadora en el brazo.
―Lo recuerdo. ―Respira hondo varias veces―. Vivo para el día en que me despierte y
no me pregunte quién intentará matar a mi marido hoy.
―Bueno, eso nunca ocurrirá ―bromea Zinnea, tratando de aligerar el ambiente―.
Porque no pasa un día sin que una esposa quiera matar a su marido por una cosa u otra. Es
semántica matrimonial básica, cariño.
Rose logra esbozar una sonrisa y, sorprendentemente, no es forzada, mientras hago girar
el anillo en mi dedo. Esther abre la puerta antes de que podamos entrar y nos lanza una
mirada que estoy segura que todas odiamos.
―Arriba ―dice, dejándonos entrar a todos―. La habitación de Brad.
Subo las escaleras como una bala, preocupada, y mientras troto por el pasillo, veo a Pearl
delante con cara de estar un poco desubicada y preocupada.
―¿Qué está pasando? ―Pregunto, aminorando la marcha.
―No lo sé. Lo trajeron hace un tiempo. Con mucho dolor. El doctor pasó por su
habitación y parecía estar bien cuando entré a darle las gracias. Malhumorado pero bien.
James estaba allí con él.
―¿Y ahora? ―pregunto, mirando a la puerta, plagada de incertidumbre.
―Ahora todo el mundo está allí con él.
¿A todos?
―Bien ―digo en voz baja, cogiendo el picaporte, asustada de entrar.
―¿Me avisarás si está bien? ―pregunta Pearl, y yo miro hacia atrás por encima de mi
hombro, viendo sus manos jugueteando, sus ojos preocupados.
―Por supuesto. ―Me abro paso y la tensión me abofetea en la cara. Todo el mundo está
de pie, excepto Brad que está en la cama, pero no puedo verle la cara porque Danny lo está
bloqueando. Probablemente no quiero verle la cara. ¿Una vigilia junto a la cama? Me da
un vuelco el corazón. Danny mira hacia atrás, me ve y pasa de mí―. Ya viene ―digo,
oyendo a Rose detrás de mí―. ¿Qué ha pasado? ―Mis ojos no se mueven de las piernas de
Brad.
―¿Es Beau? ―La voz de Brad me desconcierta, y rápidamente rodeo a Danny y
encuentro sus ojos abiertos.
Se me escapa todo el aire de los pulmones y la palma de la mano se junta con el pecho.
―Creía que habías muerto ―digo, con el alivio a flor de piel.
Sacude la cabeza, absolutamente conmocionado.
―Debería estarlo ―dice en voz baja, mirando las sábanas que le rodean la cintura.
―¿Qué ha pasado?
―Recibimos una llamada de El Oso ―dice James, atrayendo mi atención hacia él. No
quiero creerlo. Una parte de mí esperaba que hubiera desaparecido. Desaparecido. Podía
imaginar un millón de formas horripilantes de morir. Era la única manera.
―¿Y? ―Pregunto, mirando a Danny mientras Rose se pone a su lado, mirándole.
Aprovecho este momento, mientras espero la respuesta de James, para evaluar las caras de
todos. Todos graves. Todos estresados. Todos desconsolados.
―Y voló el apartamento de Brad.
―Dios mío ―susurra Rose detrás de mí.
Todo lo que puedo pensar es gracias a Dios. Gracias a Dios que Brad estaba aquí. Pero
algo me dice que me estoy adelantando a los acontecimientos y, mientras escudriño la
habitación y hago recuento mental, me doy cuenta...
―Nolan ―digo en voz baja, dejándome caer sobre el colchón y cogiendo la mano de
Brad. Oh, Dios, no. ¡No! A Brad le gustaba ese chico. A todos nos gustaba. La cantidad justa
de descaro y encanto con rudeza y preparación. Se culpará a sí mismo―. Brad, no puedes...
―No lo digas, Beau. ―Saca su mano de la mía y se frota las cuencas de los ojos con
dureza. Reprimiendo las lágrimas. Se niega a llorar porque es Brad Black―. Déjame en paz
―susurra, con las fosas nasales encendidas, la ira apoderándose de él―. Todo el mundo
―ruge, explotando―. ¡Fuera de aquí!
Me levanto y me doy la vuelta, marchándome, indicando a todos que hagan lo mismo, y
así lo hacen, dejando espacio a Brad. Dejándole tener un momento privado para dejar salir
esas lágrimas. La rabia. Cierro la puerta tras de mí y me apoyo en ella.
―¿Está bien?
Agacho la cabeza y encuentro a Pearl ansiosa y fuera de lugar.
―Necesita un momento.
―¿Qué ha pasado? ―pregunta, mientras todos se marchan, dispersándose por distintas
partes de la casa―. ¿Puedo saberlo?
Me trago el nudo que tengo en la garganta.
―Probablemente no quieras.
Anya dobla la esquina. Está cien veces mejor, con el cabello brillante y la tez radiante. Al
verme, sonríe ampliamente, pero se le quita la sonrisa cuando ve lo ocupada que está la
puerta de la habitación de Brad. Le hago una seña a Esther para que se haga cargo y ella
entra, sacando a Pearl de la habitación de Brad y llevándose a Anya. Odio la curiosidad en
sus caras. Odio aún más que estar aquí, en esta casa, en este mundo, sea mejor opción que
volver a sus países de origen.
Siento los ojos de James clavados en mí y, cuando me pongo frente a él, capto la breve y
cortante inclinación de cabeza de Danny mientras aleja a Rose y ella se preocupa por él,
frotándole suavemente la sangre de la cara mientras sacude la cabeza, mordiéndose el labio,
con lágrimas en los ojos.
―¿Qué demonios te ha pasado en la cara? ―pregunta.
―No importa ―contesta Danny brevemente, ignorándola.
―Tenemos que hablar ―dice James, pero no le miro a la cara. Algo me dice que no me
gustará lo que dirá―. ¿Beau?
―No quiero hablar. ―Me vuelvo hacia él y camino hacia él, trepando por su cuerpo y
aferrándome. Sólo quiero estar un momento. Estar quieta y perdida. Me sujeta por debajo
del culo y me lleva a nuestra habitación, y una vez que me ha dejado en el suelo, me pongo
a desnudarle lentamente, sintiendo cómo me observa mientras lo hago, su postura sólida,
sus manos sin vida a los lados, sus ojos cansados estudiándome. No me ayuda. Ni siquiera
intenta quitarme la ropa. Así que lo hago yo misma y le empujo sobre la cama. Luego me
subo encima de él, cierro los ojos con los suyos, mantengo su excitación erguida y me hundo
lentamente sobre él en una exhalación que me estremece, cada centímetro domando la
agitación interior. Sus manos se mueven hacia mis caderas, sus labios se entreabren, sus
ojos se encapuchan, mientras empiezo a rodearle lentamente, con las palmas de las manos
apoyadas en su pecho.
―¿Has encontrado algo que ponerte mañana? ―Esfuerza las palabras con voz ronca, y
yo sonrío con serenidad. Está intentando mantener una conversación normal durante un
sexo bastante anormal.
―Cállate, James ―le ordeno, dejando caer mi pecho sobre el suyo y besándole con
fuerza, mis manos hurgando en su cabello y empuñando.
Me domina sólo unos segundos antes de que me ponga boca arriba. Me baja los
pantalones mientras sus caderas empujan gradualmente hacia delante y vuelve a llenarme,
observándome mientras lo hace. Aspiro aire y sus ojos echan humo.
―¿Así de bien, Beau?
Empujo mis caderas hacia arriba, llevándolo hasta el fondo, y él sisea entre dientes.
―No lo sé, ¿verdad? —Giro un par de veces más, haciendo que se levante, y luego salgo
disparada, enviando a James de espaldas otra vez, pero esta vez aterrizamos en el suelo con
un ruido sordo. Vuelvo a cogerle la polla y lo atraigo hacia mí, deslizándome sobre él.
Gime, arquea la espalda, me coge los pechos con las manos y los palpa, pellizca y tira.
―Bien ―cede, lleva una mano a mi brazo y me acaricia la cicatriz antes de llevarla al
estómago y rodear la herida de bala.
―¿Quieres que te ayude a escapar? ―le pregunto. Él clava sus ojos en los míos,
sorprendido, y yo me aferro a él con firmeza, tragándome mi gemido ante la profunda
invasión, cerrando los ojos unos instantes. Me veo a mí misma. De pie ante James en su caja
de cristal, rogándole que me llevara. Y lo hizo. No sé de qué quiere hablar, pero sé que no
me va a gustar. Veo la angustia en su rostro cansado. El sufrimiento. La necesidad de acabar
con esto. Abro los ojos―. Dame las manos ―susurro, y él las levanta. A diferencia de él, no
voy a sujetarle. Atarlo. Lo dejo indefenso. Enlazo mis dedos entre los suyos y los sostengo,
moviéndolos perezosamente, observando cómo nuestras manos se agarran, se flexionan.
Fundido.
―Te amo ―susurra.
―Creo que estás hablando demasiado.
Sonríe suavemente, flexionando más los dedos.
―¿Vas a amordazarme? ―Se muerde el labio inferior. Está cerca.
―No creo que tengamos tiempo. ―Llevo nuestras manos unidas hasta su estómago y las
mantengo ahí, ganando un recuerdo, empujando más. Él contiene la respiración. Me arde
la piel―. Vamos, James. Deja que te doble. Deja que te rompa. ―Me sobresalto cuando se
sacude violentamente, echando la cabeza hacia atrás, con la columna vertebral
arqueándose con dureza, y mientras lo veo doblarse y romperse, me corro tranquilamente
con un leve temblor, mi placer intenso pero tranquilo, y sobre todo proveniente de ver a
James abrirse paso hasta que su cuerpo se queda flácido y el sudor le resbala por las sienes,
mojándole el cabello. Respira con dificultad. Me tomo un momento en su oscuridad
mientras lo observo. Sintiendo cómo su esencia caliente me calienta las entrañas.
Trago saliva y apoyo la mejilla en su pecho, sintiendo cómo su mano se acerca a mi
espalda y me sujeta. Cierro los ojos, sabiendo lo que James está pensando en su oscuridad
mientras me acaricia suavemente entre los omóplatos, palpitando lentamente en mi
interior, desenvainado, goteando su semilla. Me pregunto si mi cuerpo lo ha aceptado. Arde
mi sentimiento de culpa.
―¿De qué necesitabas hablar? ―Pregunto, cobardemente tratando de distraerme de mi
deshonestidad.
―Puede esperar.
No discuto. Sólo necesito estar aquí, tranquila, quieta y calmada durante un rato.
, estoy en la cama y James no, lo que significa que nos ha sacado
del piso en algún momento y me ha metido aquí. Ni siquiera me he movido. Ligeramente
desorientada, me incorporo, echando un vistazo a nuestro luminoso dormitorio antes de
levantarme y estirarme hacia el baño, poniéndome delante del espejo. Me recojo el cabello
y abro el cajón del tocador, rebuscando hasta el fondo. Saco el paquete de pastillas de un
neceser y me meto una, apartando el estúpido sentimiento de culpa. Estúpida porque James
no quería intentarlo. Y ahora yo tampoco. Las escondo en el cajón y salgo del baño,
deteniéndome en medio de la habitación, mirando a mi alrededor, con el cerebro ahora más
despierto. Mi corazón comienza un latido implacable. El funeral de papá.
―¡Mierda! ―Busco mi teléfono entre las sábanas, en la mesilla de noche, gruñendo al
no encontrarlo. Me pongo la camiseta de James, me pongo su chándal y abro la puerta de
un tirón. Casi choco con Zinnea, que está al otro lado, con el puño preparado para llamar.
La miro de frente, parpadeando ante el brillo cegador de su atuendo. La verdad es que me
sorprende que haya decidido disfrazarse de Zinnea para el funeral de papá. Pero, por otra
parte, es la mejor manera de darle una última colleja a su intolerante hermano, una colleja
que él no puede responder, ya que está muerto.
―Estaré lista en un minuto ―digo, mirando hacia la habitación―. ¡Joder! ―No lo haré
porque no tengo nada que ponerme. Voy al armario y lo abro de un tirón, rebuscando entre
mis interminables pares de vaqueros y camisas.
―¿Listos para qué? ―pregunta Zinnea desde la puerta. Hago una pausa para deslizar
las perchas por la barandilla y la miro, dándome cuenta, ahora que mi cerebro está un poco
más despierto, de que lleva la misma ropa que ayer.
―¿Qué día es hoy? ―Pregunto.
―El mismo día que hace unas horas, cuando volvimos de nuestro breve y poco
productivo viaje de compras.
―Oh. ―Mis hombros caen y me rio un poco―. Pensaba que hoy era… ―Me froto la
frente. Debo de haber dormido profundamente.
―¿Has comido hoy? ―pregunta preocupada.
Sacudo la cabeza y mi estómago también ruge en respuesta.
―Me muero de hambre ―admito.
―Esther tiene una olla grande en el fuego. ―Me tiende la mano, la cojo y dejo que me
lleve a lo bueno. El olor me llega en cuanto bajo las escaleras, y los sonidos de la cocina me
confirman que está tan bueno como siempre. Entro y veo a todo el mundo alrededor de la
mesa, y James deja caer la cuchara y se levanta.
―No quería despertarte ―dice.
―¿Has visto mi celular?
La levanta.
―No quería despertarte ―reitera, apartando la silla que tiene al lado. Me acerco y me
siento junto a Brad.
―Deberías estar en la cama ―le digo suavemente, y él sonríe, igual de suavemente, pero
permanece callado, para nada como Brad.
Me siento a comer y capto la mirada de Rose en el otro extremo de la mesa mientras unta
un poco de pan para Daniel y se lo pone en el plato.
―¿Estás bien? ―dice, y yo asiento con la cabeza, observando el ambiente apagado que
reina en la mesa. Todo el mundo está callado. Hablan entre ellos.
Llorando la pérdida de uno de los nuestros.
―¿Necesitas ayuda? ―Pregunto mientras Brad lucha por arrancar un poco de pan para
mojar.
―No.
―Deja de ser terco. ―Arranco un poco y me giro hacia él, mojándolo en su plato―.
Abre ―le digo en voz baja. Frunce el ceño, pero me sigue la corriente, abre la boca y coge
el pan―. Si esto no es una señal de que necesitas una mujer en tu vida...
―Prefiero que me vuelvan a disparar.
―Tan dramático.
Vuelve a quedarse callado, removiendo su guiso, su tristeza palpable. No sé si alguno de
nosotros podrá convencerle de que no es culpa suya. Ojalá pudiéramos. Levanta la cabeza,
pero enseguida vuelve a mirar hacia abajo, revolviendo con un poco de mano dura, lo que
hace que la salsa salpique el lateral del cuenco. Miro hacia la mesa y veo a Pearl y Anya
hablando con Esther, y tarareo para mis adentros, pensativa.
No puedo preguntarle si está bien porque es una puta pregunta tonta. Se pone más
nervioso cuanto más tiempo está sentado aquí, parece como si tuviera una pelea mental
consigo mismo. Culpándose a sí mismo.
―Brad ―digo, incapaz de ver cómo vuelve a caer lentamente en una espiral―. Tú...
―Tengo que irme ―dice, levantándose bruscamente y agarrándose al lateral de la mesa
con un gruñido de dolor. Todos en la mesa se callan, o incluso más, toda la atención puesta
en Brad.
―¿Estás bien? —Pregunto, y es impulsivo. Dejo caer la cuchara y me levanto,
acercándome a él.
―Tengo que irme ―vuelve a decir, manteniendo la mirada y el rostro bajos mientras se
da la vuelta y sale de la cocina, con las miradas aprensivas de todos siguiéndole. Miro a Doc
en busca de orientación, dispuesta a ir tras él. Debe de haber leído mi intención, porque
levanta la palma de la mano y me hace bajar lentamente a la silla.
―Estará bien ―dice James.
―No estoy tan segura. ―Recojo mi cuchara, pero cuando el sonido de los neumáticos
chirriando llena la habitación, la suelto, preocupada, y observo cómo Danny se levanta y se
dirige a la ventana que da a la parte delantera de la casa. Me paro a ver, observando cómo
Brad conduce temerariamente por el camino de entrada hasta las puertas. Con un brazo,
por el amor de Dios―. Probablemente va al club.
―No debería ir a ninguna parte ―dice Danny fríamente―. Y no porque esté herido.
―Se pellizca el puente de la nariz, respirando tranquilamente, y Rose llena su copa de vino
y le da un golpecito en la mano a Daniel, señal de que puede levantarse de la mesa, antes
de asentir a Tank y Fury, que se levantan y le siguen. Ella cree que Danny va a perder los
estribos.
Miro a James mientras mastica y traga lentamente, deja la cuchara y se limpia la boca,
dispuesto a sujetar a Danny cuando explote. Pero no lo hace. Se vuelve despacio y con calma
hacia la mesa, toma asiento y mira a James, que asiente con la cabeza. Todos irán a Hiatus
después de la cena para arreglar lo de Brad.
Todo el mundo vuelve a comer. Charla trivial. Entonces, una vez más, se hace el silencio
cuando la puerta principal se abre y se cierra. Miro a James, James mira a Danny, Danny
mira a Ringo, Ringo mira a Goldie, Goldie mira a Otto, como una ola mexicana de miradas
curiosas.
―Se olvidó el cepillo de dientes ―musita Danny, recogiendo su vino y dirigiendo su
atención de nuevo a la entrada de la cocina, listo para dar la bienvenida a Brad a casa,
mientras todos alrededor de la mesa se ríen ligeramente, tan aliviados como Danny de que
Brad haya sacado la cabeza del culo el tiempo suficiente para darse cuenta de que irse fue
una mala idea, aunque sólo sea porque no está a tope en este momento.
Me acomodo en la silla, recojo el vino que Brad ha dejado en su casa y bebo a sorbos
sonriendo. Y casi la escupo cuando alguien, no Brad, entra en la cocina, muy fresco,
despreocupado, incluso con una puta sonrisa en la cara. Y todas las miradas le siguen desde
la puerta hasta el asiento que Brad acaba de dejar libre. Tan cerca de mí que puedo olerlo.
A limpio. Fresco.
No está muerto.
―Hmmm, tiene una pinta deliciosa ―dice Nolan, zambulléndose en el estofado que Brad
dejó hace un momento mientras todos nos quedamos mirando, con la boca abierta.
―¿Qué coño? ―Danny finalmente dice, bajando lentamente su vino a la mesa.
Nolan se detiene, encorvado sobre la mesa, a punto de tomar otro bocado de estofado, y
mira de arriba abajo a la galería de cacahuetes, todos con cara de... bueno, como si hubieran
visto un puto fantasma.
―¿Qué? ―pregunta, balanceando la cabeza mientras la salsa gotea de su cuchara―.
¿Qué he hecho?
―¿Qué has hecho? ―Danny gime y se levanta de la silla lentamente, apretando los
puños―. ¿Qué coño has hecho?
El pobre Nolan está tan quieto como una escultura de hielo, y probablemente también
sienta el mismo frío.
―¡Te moriste, imbécil!
―¿En serio? ―Nolan mira hacia su frente, consternado, como si comprobara que
realmente está aquí―. ¿Cuándo?
―Que me jodan ―suspira James a mi lado, frotándose las arrugas de la frente mientras
Danny marcha alrededor de la mesa y coge a Nolan por la oreja, literalmente, y lo arrastra
fuera de la cocina. Naturalmente, James se levanta enseguida.
―No demasiado ―dice, golpeando el borde de mi copa de vino, haciendo que me encoja
en la silla. Sale de la cocina, probablemente para asegurarse de que Danny no haga el
trabajo que creía hecho, matar a Nolan, y Otto, Ringo y Goldie se levantan y le siguen.
―Sólo una cena familiar normal ―dice Esther con nostalgia, empezando a recoger
algunos platos―. ¿Alguien quiere helado?
―Me encantaría ―dice Rose, yendo al congelador y sacando un enorme envase,
presentándola a la sala―. ¿Alguien más?
―Por favor ―pide Pearl, empezando a ayudar a Esther.
―Por favor ―responde Anya, terminándose el estofado y suspirando―. Eres una experta
cocinera ―le dice a Esther―. Como mi mamá.
Se me sale el labio inferior al ver que Anya sonríe con tristeza. A menudo me he sentido
sola, aunque siempre he tenido gente a mi alrededor. ¿Pero estar realmente sola?
―¿Sabes? ―dice Zinnea―. Iba a llamarme Anya. Anya Dolly Daydream.
―¿Sí? ―Anya responde, sus ojos se iluminan―. ¿Sabes lo que significa? ¿Anya?
―Dime ―ordena Zinnea, cogiendo su vino y echándose el cabello por encima del
hombro.
―Significa gracia.
―¿Oh?
Me rio cuando Rose se nos une de nuevo a la mesa con la tarrina de helado y un bote de
algo.
―Zinnea te sienta mejor. ―Le quita la tapa y empieza a hincarle el diente a la tarrina―.
Y Anya definitivamente te queda bien ―dice, sonriéndole a Anya―. Y Pearl te sienta bien.
Inusual, como tu ridículo cabello rojo brillante.
Pearl se coge el cabello y se lo pasa por detrás de las orejas.
―Siempre odié ser pelirroja y tener los ojos verdes.
―¿Por qué? ―Rose suelta, indignada―. Dios mío, las mujeres matarían por esa
combinación. ¿Sabes lo rara que eres?
Pearl sonríe, y Rose flaquea en su entusiasmo. Rara. Con exactitud por eso probablemente
la cogieron. Como Anya, con su aspecto único: cara en forma de corazón, ojos dorados y
almendrados, cejas gruesas, labios carnosos y cabello castaño liso y brillante. Rara.
Sin saber qué decir, Rose sostiene el pote y ambas asienten.
―Veo que le fue bien con Danny ―dice con una fuerte dosis de sarcasmo, y Esther
resopla.
―Fuiste tú quien me dijo que le pusiera en su sitio.
Veo que Pearl y Anya miran con curiosidad, así que las ayudo y les explico. Esto es algo
que puedo contarles.
―Otto, ese es el gran peludo con piercings, tiene debilidad por Esther, que es la mamá
de Danny.
―Y Danny es el marido de Rose ―dice Pearl.
―Correcto. ―Rose le sonríe desde el otro lado de la mesa mientras sirve helado en varios
cuencos―. Y no le hace mucha gracia que su madre ―señala con la cuchara a Esther―,
salga con... bueno, con nadie. Y menos con uno de los hombres.
―Es un poco protector ―dice Esther, casi con orgullo. Lo dice en serio. Realmente,
Danny no podía hacer mucho mal en sus libros. Asesinato, secuestro, tráfico de armas. ¿Pero
pelearse con Otto?
―¿Qué pasa con Brad? ―Pearl pregunta, haciendo que Rose, Esther y yo nos congelemos
en nuestras sillas.
―¿Qué pasa con él? ―pregunto mirando a Rose, que mira a Pearl con la misma
curiosidad que yo, mientras le pasa un cuenco por la mesa. ¿Tiene esto algo que ver con el
mensaje de James preguntando por Pearl?
Coge la cuchara y empieza a remover, despreocupada.
―Sólo me preguntaba si está... comprometido. ―Se mete rápidamente un poco de helado
en la boca y sonríe con los labios fruncidos.
Oh, vaya.
―Sí ―suelta Rose.
―No ―digo al mismo tiempo.
―Creo que lo que las chicas intentan decir ―dice Esther suavemente―, es que Brad
probablemente... umm, creo que está... ―Me mira en busca de ayuda. Yo no tengo nada.
―Es un imbécil total ―dice Rose, repartiendo el resto de los tazones―. Lo odiarás.
Pearl sonríe y Rose coge el tarro y procede a derramar el contenido por todo su helado.
―Y cuenta chistes terribles ―digo, frunciendo el ceño ante el cuenco de Rose.
―Muy, muy mal ―confirma Rose.
Miro a Esther. Ella también está frunciendo el ceño ante el cuenco de Rose. Y a Zinnea.
Y Anya y Pearl. Y Rose no se da cuenta, removiendo el helado con la cuchara, mezclando
los pepinillos, canturreando alegremente antes de coger una cucharada grande y abrirla de
par en par, tomárselo todo y cerrar los ojos de felicidad. Es un jodido éxtasis.
―¿Qué demonios, Rose?
Abre los ojos, traga saliva y mira su cuenco.
―¡Lo sé! ―grita―. Qué asco. ―Aprieta los dientes y aprieta la cuchara con el puño―.
No puedo parar ―se queja, enfadada consigo misma y con este nuevo antojo asqueroso―.
Ayer le eché azúcar a mi comida mexicana. ―Suelta la cuchara y apoya la cabeza en las
manos.
Veo mi teléfono en el lugar de James y lo recojo, riéndome de ella mientras me levanto y
camino hasta su extremo.
―Todavía te quiero ―le digo, frotándole el hombro―. Voy a ver si ya han matado a
Nolan.
Sus manos caen.
―Quiero cada detalle ―dice.
Naturalmente, pienso, saliendo de la cocina.
―Gracias por la cena.
―Deberías estar aquí ayudándonos a limpiar, no en el despacho con los hombres ―me
dice Esther, haciéndome poner los ojos en blanco.
―Estoy segura de que los hombres están de acuerdo ―digo, atravesando la casa hasta el
despacho de Danny y abriéndome paso sin llamar. La primera persona que veo es Goldie,
recordándome que no todos son hombres. Muy bien.
Cierro la puerta tras de mí, ignorando la mirada exasperada de Danny, y miro a Nolan
en el sofá, que parece un poco agitado mientras me pongo a un lado, fuera del camino,
tranquila y vigilante. No le doy a nadie ninguna razón para verme fuera, y cuando capto la
mirada de James, veo que ha captado mi movimiento, con las cejas en alto. Desvío la mirada.
―Así que si no estabas en casa de Brad como dijiste ―pregunta James―, ¿dónde coño
estabas?
―Mi último plazo ―dice―, estaba pagando mi última cuota con el usurero.
¿Un usurero? No son buenas noticias. Miro a James. Tiene el ceño fruncido.
―Nos dijiste que habías pagado el último plazo la semana pasada.
―Mentí. No quería que pensaras que no valía el dinero. Y Brad lo habría pagado por mí.
No me siento cómodo con eso. ―Nolan mira alrededor de la oficina―. ¿Dónde está? Dijo
que tenía asuntos que discutir.
―No lo sabemos ―dice Danny en voz baja, bajando a su silla.
―¿Qué quieres decir con que no lo sabes? ―Nolan se levanta, con los ojos muy abiertos
y preocupados.
―Probablemente ha ido al club.
―¿No está aquí?
―No. ―Los labios de Danny se tuercen―. Salió furioso. No sé si te has dado cuenta, pero
por alguna extraña razón, está muy unido a ti. ―Sonrío por dentro cuando veo que la
preocupación de Nolan se disipa para dar paso a la felicidad―. Se quedó bastante cortado
cuando pensamos que habías explotado con su apartamento ―continúa Danny,
levantándose y acercándose a Nolan, poniéndose en su cara―. ¿Qué lección has aprendido
hoy, chico?
―No mentir.
―Sé sincero con nosotros, ¿me oyes? ―Le da un puñetazo en el hombro. El Británico es
capaz de mucho más pero, aunque Danny no lo diga, también está bastante unido a Nolan.
Todos lo estamos―. Ahora siéntate.
―Está herido. ―Nolan nos mira―. El doctor dijo que debería estar descansando.
―Te he dicho que te sientes de una puta vez ―ladra Danny, frustrado.
Nolan se mueve unos pasos y se aprieta entre Ringo y Otto, obligándoles a cambiarse de
sitio y sacar las chaquetas debajo del culo de Nolan.
―Ahora. ―Danny se sienta de nuevo en su escritorio―. Que alguien llame a Brad y le
diga que su mascota está viva y bien.
―No se ha llevado el teléfono ―responde Otto.
―¿Qué? ―James está al otro lado de la habitación en un segundo, mirando la pantalla
de Otto, que supongo que muestra la ubicación del teléfono de Brad. Aquí―. ¿Por qué coño
haría eso?
Danny va directo a su celular.
―¿Está Brad? ―pregunta. Luego maldice, dándonos a todos la respuesta―. ¿Dónde
coño se ha metido?
Nolan se levanta, asustado, y James se acerca detrás de él, empujándole los hombros,
obligándole a retroceder.
―Lo encontraremos ―dice robóticamente, con la cara seria, mirando a Danny, que
parece furioso.
Me siento como una mosca en la pared, observando a nuestros hombres en su hábitat
natural. Siendo El Británico y El Enigma.
Mi cabeza va de un lado a otro, observando, escuchando.
Fascinada.
James saca el celular del bolsillo y empieza a pasearse, con la atención puesta en la
pantalla, y Danny sacude la cabeza para sí, todavía enfadado, pero sé que estará más
preocupado.
―No tengo ni puto tiempo para perder el tiempo. Dame la localización de Len. Quiero
saber qué coño le ha pasado a Fra... ―Su teléfono suena y él gruñe, lo coge y sus ojos
recorren la pantalla. Luego mira a James. Piensa. Deja el celular en el escritorio con calma
y se levanta―. Encuentra a Brad ―suelta, y sale de la oficina, mis ojos siguen su forma
reprimida. ¿Ya está?
―Ven ―dice James, indicándome la salida, y yo voy, a pesar de sospechar. Danny no
había terminado con el negocio.
Y de repente, lo estaba.
¿Qué coño está pasando?

so ha sido raro ―dice Beau, mirándome mientras recorremos el pasillo sin
tener ni idea de adónde la llevo. Sólo lejos. De Danny. De los hombres. De
cualquiera que pudiera soltar accidentalmente las últimas noticias sobre la
muerte de Frazer Cartwright. Necesito pensar en esto. Beau estará por Miami
intentando resolver este misterio antes de que yo haya tenido la oportunidad de poner en
marcha mi cerebro―. Danny parecía que quería decir algo y luego no lo hizo.
Mantengo mi atención hacia delante.
―¿Lo hizo? ―Penoso. Tan jodidamente patético. Todos en la habitación sentían lo mismo
que Beau, pero yo no tenía elección. Me di cuenta de que Danny estaba a punto de empezar
uno de sus pequeños resúmenes de toda la mierda que estaba pasando, y ese resumen habría
incluido el hecho de que Frazer Cartwright está muerto. Así que le envié un mensaje rápido
diciéndole que se callara la puta boca. Por suerte, recibió mi mensaje antes de que su boca
nos causara más problemas.
―Sí, lo hizo. ―Beau detiene nuestra marcha y se gira hacia mí. Joder―. ¿Qué está
pasando?
Me rio, y es natural.
―¿Qué está pasando? ―¿Por dónde coño iba a empezar?―. Sabes lo que está pasando.
Te esfuerzas por saber lo que pasa.
Sus ojos se entrecierran acusadoramente. Yo no me inmuto.
―¿Y qué pasó con mi sorpresa?
Joder.
―Es...
Su teléfono me salva, y Beau resopla, mirándome como una mujer mira a un hombre
cuando le comunica en silencio que no ha terminado.
―Hola ―responde, sonando irritada. Luego se le cae la cara de vergüenza y se olvida de
nuestra conversación anterior―. Oh ―suspira, haciéndome ladear la cabeza en señal de
pregunta. Inspira, como si se preparara, y asiente―. Lo siento, ¿es demasiado tarde? ―tapa
el celular con una mano y se lo aparta de la oreja―. ¿Puedes llevarme a algún lado?
―A cualquier sitio ―respondo rápidamente, ligeramente sorprendido.
Ella asiente y vuelve a su celular.
―Puedo estar allí en una hora. ―Un trago―. Sí. ―Sus ojos se cierran brevemente―.
Gracias. —Luego cuelga, y yo me quedo ante ella esperando. Parezco paciente pero no lo
siento.
―¿Adónde te llevo, Beau? —pregunto, tras unos largos segundos de silencio.
―Para ver a mi padre ―dice finalmente, estremeciéndose, como si el hielo acabara de
deslizarse por su columna vertebral―. Quiero verle antes del funeral de mañana.
Me retiro, sorprendido. No puedo ocultar mi sorpresa.
―Nunca pude ver a mamá. ―Frunce el ceño mientras juguetea con su teléfono.
―¿Estás segura? ―Pregunto, poniendo una mano en su hombro, frotando en él
suavemente.
Sonríe. Es débil.
―No ―admite, y yo asiento, comprendiendo―. Pero sé que me arrepentiré si no lo hago.
―Se acerca a mí, me rodea la cintura con los brazos y... se esconde.

mientras la llevo a la funeraria. Se siente culpable. Nada


más que culpa. Le da vueltas al anillo en el dedo, mira constantemente el GPS para ver a
qué distancia estamos.
Cuando estaciono, me giro en mi asiento para mirarla. Aquí no bastan las típicas
palabras. No puedo preguntarle si está segura de querer hacerlo. No puedo preguntarle si
prefiere recordar a su padre como era. Vivo. Los recuerdos que Beau tiene de él no son
precisamente buenos. Así que en vez de eso, digo:
―¿Estas bien? ―y me siento como un saco de mierda inútil por ello.
Asintiendo, Beau se desabrocha el cinturón de seguridad, inhala visiblemente y sale del
coche, mirando hacia la fachada del edificio mientras lo hace. Me uno a ella en la acera.
―¿Quieres que entre? ―le pregunto. Ella asiente, así que le tiendo la mano y la
acompaño, odiando esta incertidumbre. La puerta se abre antes de que lleguemos, un viejo
trajeado nos saluda con una sonrisa simpática.
―Usted debe de ser la señorita Hayley ―dice, con voz fuerte, como si esperara resucitar
a los muertos a su cuidado. Nos abre el paso y nos deja entrar en la recepción. Es acogedora
de un modo enfermizo. Llena de flores: el papel, los estampados, la alfombra. Pero apesta a
muerte―. Soy Arnie Gluttenhiem.
―Gracias por abrir tan tarde ―dice Beau, mirando a su alrededor, poniéndose a mi lado
y agarrándose a mi brazo.
―¿Qué, cariño? ―grita, inclinándose hacia él.
―Dije...
―¿Qué ha sido eso?
―Iba a decir...
―El maldito audífono se ha vuelto a estropear. ―Se da golpecitos en la oreja, donde
cuelga un cable justo debajo del lóbulo.
―¡Gracias! ―Beau grita, haciéndome estremecer―. ¡Por permanecer abiertos!
No le hace caso.
―La muerte no es un trabajo de nueve a cinco ―grita, extendiendo un brazo hacia el
fondo de la habitación, donde hay tres puertas―. La de la derecha. Su padre le está
esperando.
Beau se queda mirando la puerta, congelada, respirando agitadamente.
Desgarrada.
―Tómate tu tiempo ―digo en voz baja―. ¿Quieres sentarte un momento?
Ella sacude la cabeza, dando un paso adelante. Y otra vez. Una y otra vez. La sigo hasta
que llegamos a la puerta. Coge el picaporte. Se queda quieta.
―¿Te importa si entro sola? ―pregunta, mirándome, casi a modo de disculpa―. Tengo
algunas cosas que quiero decirle.
―Haz lo que tengas que hacer. ―La separo de mi lado y dejo caer un beso sobre su
frente―. Estaré aquí.
Tomo asiento en una de las sillas florales y observo cómo empieza de nuevo a reunir la
fuerza que necesita para entrar y enfrentarse a su padre. Porque eso es lo que hará.
Enfrentarse a él. Desahogarse. Decirle cómo la hizo sentir, cuánto lo necesitaba. Que él no
estaba allí.
Cierre.
La animo mentalmente, la animo, la empujo, con el cuerpo tenso en el asiento. Ella coge
el pomo de la puerta. Sus hombros se elevan con una inhalación de confianza.
Luego suelta el agarre y retrocede, exhalando.
―No puedo ―le dice a la puerta, obligándome a ponerme de pie―. No puedo hacerlo.
―Se da la vuelta, con los ojos inundados de lágrimas a punto de caer, la cabeza sacudida,
desalojándolas, haciéndolas caer por sus mejillas rosadas.
No tengo la oportunidad de ir hacia ella. Ella viene a mí, aplastando su cuerpo contra el
mío, aferrándose. Necesitándome. Y lo odio, joder. La envuelvo en mis brazos. Segura.
―No quiero que te arrepientas ―le digo, con la nariz en su cabello, sintiendo cómo sus
lágrimas empapan mi camiseta y encuentran mi piel.
Luego vuelve a salir de su escondite, se limpia las mejillas con brusquedad, vuelve a mirar
hacia la puerta, la batalla interna continúa.
―Vale ―se dice a sí misma, yendo hacia la puerta de nuevo. Odio esto. Cómo se siente.
Su confusión interna. Porque no puedo hacer una mierda para arreglarlo. Coge el pomo, lo
gira, empuja la puerta un poco y vuelve a respirar hondo.
La observo tan atentamente, con los ojos fijos y la mente concentrada, que me sobresalto
cuando suena mi teléfono. Beau se gira hacia mí y me mira rebuscando en el bolsillo. Lo
saco. Miro la pantalla con los ojos en blanco.
―Es Goldie ―digo, dejo que suene y vuelvo a centrarme en Beau. Así que ahora vamos
a empezar toda la tortuosa y penosa tarea de reunir fuerzas para volver a entrar―. Ve
―digo, suave pero firme, señalando con la cabeza la puerta entreabierta. Ella mira por
encima del hombro, contemplando la madera.
Mi teléfono suena. Goldie. Y lo que dice su mensaje me produce escalofríos.
¡Ya voy!
Miro por encima del hombro hacia la puerta mientras desenfundo la pistola, viendo
sombras de hombres que se acercan a través del cristal esmerilado.
―Joder ―siseo, escudriñando la recepción, fijándome en el viejo del mostrador perdido
en el papeleo, las cámaras, todas las puertas. La atención de Beau vuelve a centrarse en mí
cuando la miro, con ojos interrogantes pero cómplices. Ella también empieza a escanear el
lugar y cruza la alfombra a toda velocidad, dirigiéndose a una puerta de la esquina. Voy
tras ella, miro hacia atrás y veo las sombras más cerca, inmóviles al otro lado de la puerta.
Comprobando sus armas.
Beau empuja la puerta y yo la sigo, cerrándola en silencio tras de mí, tomándome un
momento para volver a evaluar dónde estamos. Los canales de desagüe metálicos del suelo
me lo indican antes de que tenga oportunidad de levantar la vista y ver el cadáver sobre la
losa. El aire helado irradia del cadáver, haciéndome estremecer, y Beau se queda mirando
a la anciana, tan inmóvil como ella.
―Beau ―le digo, cogiéndola del brazo y empujándola hacia una puerta al otro lado de
la habitación con un cartel luminoso de SALIDA DE EMERGENCIA encima. Creo que puede
tratarse de una emergencia. Empujo la manilla metálica y salgo a un patio. La verja metálica
del otro lado está encadenada y cerrada con candado―. A la mierda ―murmuro, agarro
uno de los muchos cubos de basura industriales y lo empujo contra la pared mientras algo
pasa volando a mi lado. Me quedo paralizado y miro hacia arriba, viendo a Beau en lo alto
de la pared. Me mira a medio camino de colocar el cubo de basura para utilizarlo como
ascensor.
―Tómate tu tiempo ―dice despreocupadamente, dándose la vuelta y cayendo al suelo
al otro lado.
―Beau ―siseo, lívido, mientras subo mi enorme cuerpo por la pared con unos gruñidos,
mis músculos pidiendo a gritos un respiro. Ni siquiera ha comprobado si no hay moros en
la costa.
Me dejo caer por el otro lado.
―No ev...
―No había moros en la costa ―dice cansada, señalando el callejón vacío, justo cuando
se oye un golpe detrás de nosotros. Mira hacia atrás y sé lo que está pensando―. El viejo.
―No podemos ser sentimentales, Beau. ―Estamos corriendo por nuestras malditas vidas.
―Pero...
Sigo adelante, con mi pistola en una mano y Beau en la otra, prácticamente
maniatándola.
―Estará bien. ―No lo sé en absoluto.
―¿Y si...?
―Beau, no tengo tiempo para esto ―siseo, asomo la cabeza por la esquina y veo mi
Range Rover calle arriba. Hay un BMW justo delante de la funeraria, con un conductor al
volante. ¿Dónde coño está Goldie?
Y como si me hubiera oído, aparece en la parte trasera del BMW, armada, y baja por el
lateral del coche. Suena el silbido de una bala saliendo de una recámara y la sangre salpica
la pantalla.
Goldie mira hacia la puerta de la funeraria y yo silbo para llamar su atención, justo
cuando se oye un ruido sordo detrás de nosotros, acompañado de un torrente de palabras
extranjeras. Polaco.
Suelto a Beau, dirigiéndole una mirada para sugerirle que si se mueve, lo conseguirá, y
ella extiende la mano. No soy estúpido. Le doy mi pistola y me armo con la otra en la parte
trasera de los vaqueros mientras levanto un cubo de basura y lo dejo suavemente junto a la
pared, dando un paso hacia arriba y pegando la espalda a los ladrillos. Estoy a punto de
decirle a Beau que se ponga en posición junto a las puertas, pero ella ya está allí, preparada,
lista. Odio la sensación de orgullo imparable que siento. Odio que sepa lo que hace.
Una cabeza asoma por la pared y, antes de que pueda verme, le cojo de la chaqueta y le
tiro al suelo. Cae al suelo de un golpe y Beau ya tiene una bala antes de que haya apuntado.
―Tres más ―dice Goldie, uniéndose a nosotros.
¡Bang!
―Dos. ―Beau retrocede contra la pared y me mira. No hay diversión en su rostro. No
hay petulancia. Sólo hace lo que hay que hacer, y detesto que lo haga tan jodidamente bien.
―Concéntrate ―ordeno, asomándome cuando aparece otra cabeza. Alargo la mano
hacia atrás, apretando los dientes por el tirón de mis músculos, y tiro al cabrón. Su arma se
dispara mientras surca los aires, y veo a Beau inclinarse hacia atrás, con los ojos
desorbitados―. Beau ―grito, y un millón de recuerdos indeseados me invaden mientras
salto del cubo de basura y corro hacia ella.
Disparan más balas, una tras otra, que chocan contra las barras metálicas de la verja. Me
sobresalto y me agacho, sintiendo cómo una me roza la parte posterior del brazo. Consigo
llegar hasta Beau, un poco confusa al ver que sigue de pie, con el pavor apretándome cada
uno de los órganos internos.
Me mira y levanta el brazo. Veo un agujero en la manga de su camisa y, presa del pánico,
se la subo por el brazo lleno de cicatrices. No hay nada. Le doy la vuelta al brazo y
compruebo cada centímetro. No hay agujeros. No hay sangre.
―Dios ―susurro, empujándola contra la pared con mi cuerpo, escondiéndola. Siendo
un escudo humano.
―Uno más ―dice Goldie, situándose sobre el cuerpo inmóvil de mi última víctima y
apretando el gatillo.
―¿Dónde está la chica? ―dice un grueso acento polaco.
Inhalo y siento que Beau se mueve ligeramente, que sus ojos apuntan hacia abajo, como
si estuviera evaluando algo. Así es. Joder, tengo que dejar de subestimarla. La preocupación
es natural. Alinea sus piernas con las mías y se queda quieta, levantando lentamente la
cabeza y mirándome. Sus ojos me dicen lo que tengo que hacer. Sigo el sonido de la voz,
miro detrás de mí, veo una pistola apuntando a Goldie, otra a mí.
Goldie suelta inmediatamente su arma y yo la sigo, manteniendo los brazos a los lados,
haciéndome lo más ancho posible mientras vuelvo a centrar mi atención en la pared. Y a
Beau.
―A la una en punto ―digo.
Si no estuviera cuerpo a cuerpo contra ella, no sabría que se había movido.
Bang.
―¡Que me jodan! ―Goldie grita, mientras camino alrededor, viendo a El Tiburón
golpear la cubierta, sus ojos abiertos, un agujero de bala colocado precisamente entre sus
ojos. Beau no tarda en abrirse paso por delante de mí, dirigiéndose al cadáver y colocándose
sobre él. Se queda mirándolo unos instantes y le golpea el muslo con la puntera de las
converse, como si quisiera comprobar que está muerto de verdad.
Miro a Goldie. Está mirando a Beau, entre asombrada y sorprendida. Jesucristo.
Me acerco a ella y cojo la pistola.
―Quédate ―le ordeno seriamente, antes de ir hacia las puertas y asomarme. Junto a la
puerta hay una papelera con la etiqueta INCINERADOR.
―¿Corta pernos? ―Vuelvo a mirar a Goldie, que asiente bruscamente y sale corriendo,
regresando unos segundos después. Ella se encarga de la gruesa cadena que rodea la puerta
con facilidad, el metal se suelta con un corte, y yo saco el enorme cubo de basura al callejón
y abro la tapa. Beau toma la iniciativa de sujetarlo, impidiendo que se vaya rodando,
mientras Goldie y yo empezamos a recoger los cadáveres y a tirarlos dentro uno a uno,
mientras mis músculos reciben otro castigo. Dejamos el más grande para el final, Goldie y
yo consideramos al Tiburón por un momento, tomando también un rápido respiro, antes
de entrar. Yo le cojo de los brazos, ella de las piernas.
―Jesús ―gruñe, poniéndose un poco azul―. Deberían haberlo llamado Megalodón.
Tengo que estar de acuerdo. El tipo pesa una tonelada.
―Lista ―digo, preparándome para levantarlo.
―Sí.
Los dos nos esforzamos bajo su peso y, despacio pero con seguridad, lo acercamos al cubo
de la basura, lo ponemos en el borde y lo empujamos sobre sus hombres. Beau voltea la tapa
y frunce el ceño cuando intenta empujarla de vuelta al patio de la funeraria.
Le echo una mano, ignorando su mirada indignada cuando la empujo con relativa
facilidad.
―Ni se te ocurra levantar más pesas ―le advierto, sabiendo que lo haría, sólo para
demostrarle algo. Me encanta su cuerpo menudo y atlético.
―Arnie ―dice, dando la vuelta por delante.
―Maldita sea, Beau ―respiro, yendo tras ella.
―Es un riesgo de fuga constante ―se queja Goldie, a continuación―. ¿Por qué no puede
ser como las demás mujeres en casa?
―Porque entonces no sería Beau ―me digo mientras Beau se abre paso por la puerta,
deteniéndose bruscamente. Llego hasta ella y miro más allá, hacia el anciano que acaba de
salir de la habitación donde yace el padre de Beau. La confusión que muestra es entrañable.
Entonces nos ve y la confusión se multiplica. Vuelve a mirar hacia la puerta y luego hacia
nosotros.
―Creo que necesito unas vacaciones.
Miro a mi alrededor. No se ha tocado nada. No hay sangre ni pruebas de que alguien
haya estado aquí. Suena una música suave y relajante, y me pregunto cuál es el puto motivo.
El viejo Arnie no puede oírla.
―¿Estás bien? ―Beau pregunta.
―¿Qué es eso, querida? ―grita.
Dios mío, su falta de oído puede haberle salvado la vida.
―Dije, ¿estás bien? ―Beau grita.
―No hace falta que grites, querida. ―Señala la puerta con el pulgar―. Tengo que cerrar
en algún momento de esta tarde.
―Sí, por supuesto. ―Da un paso adelante. Luego se detiene bruscamente y da marcha
atrás, su espalda se encuentra con mi pecho―. Estoy bien ―dice, forzando su cuerpo hacia
mí para que yo también retroceda.
―¿No quieres?
―No. ―Menea la cabeza con vehemencia―. Ya he visto suficientes cadáveres por hoy.
Gracias, Sr. Gluttenhiem. ―le dice, pero por supuesto el viejo se limita a levantar una mano,
sin escuchar―. Vámonos.
―Espera. ―La detengo, cogiendo la parte superior de sus brazos y agachándome―.
¿Estás segura?
Ella asiente, traga saliva, y eso es todo lo que necesito. La rodeo con un brazo y la llevo
de vuelta al coche.
―Nos estabas siguiendo ―le digo a Goldie, que me ignora por completo―. ¿Sabías que
me seguían?
―No, pero no me iba a arriesgar después de que volaran la casa de Brad.
Meto a una tranquila Beau en el coche y cierro la puerta, mirando a Goldie.
―Gracias.
―Cierra la puta boca y termina esta mierda. ―Se va dando pisotones.
―¿Goldie? ―Te llamo.
―¿Qué?
―Si vuelves a dejar la casa sola, te mataré.
―Empiezo a pensar que la muerte es la opción más atractiva a la vida ahora mismo. ―
Se sube al coche, cierra la puerta y se va chirriando, y el hedor a goma quemada me llena
la nariz.
―Nunca ―digo en voz baja, subiendo a mi Range. Miro a Beau, con las palabras que
necesito decir a punto de salir de mi boca. ¡Díselo! ¡Dile que Cartwright está muerto!
Pero no puedo. Sé que ya se estará preguntando por qué carajo El Tiburón me persiguió
en la funeraria donde tienen a su padre. Preguntándose si tuvo algo que ver con la muerte
de Tom. Añadir el periodista muerto a la mezcla me garantizará un dolor de cabeza de
proporciones épicas. Siento que nos estamos acercando a algunas malditas respuestas, así
que lo último que necesito es a Beau realizando uno de sus actos de desaparición.
xpresar mis sospechas no me hará ningún favor. Sólo hará que James cierre su ya
seguro control sobre mí. Que los polacos aparecieran en la funeraria donde está papá
fue fácil de explicar. Nos siguieron. Simple. ¿Pero nos siguieron desde dónde? ¿La
mansión? Lo dudo. Ese lugar está plagado de cámaras. Un gatito en la calle sería
considerado sospechoso y llamaría la atención de Danny o James si se quedara lo suficiente.
¿Así que un BMW lleno de polacos con sobrepeso? No es probable. Sólo eso me hace
preguntarme qué coño está pasando. Si a eso le añadimos que Danny se ha comido la lengua
en su despacho antes de decir algo en mi presencia, mis sentidos de policía se disparan.
Cuando volvimos a la casa, dejé a James para que informara a Danny y al resto de lo que
había pasado, y me fui a nuestra habitación. Volví a llamar a Ollie, cada vez más
preocupada. No puedo llamar a la policía, no quieren hablar conmigo. Tampoco tengo los
datos de contacto de sus padres. Desesperada, los busqué en las redes sociales, sabiendo que
era en vano. Los padres de Ollie tienen más de setenta años y nunca entenderían el interés
de nadie por vivir su vida en Internet.
Me rendí y me acosté para dormir, deseando que llegara antes el día siguiente para poder
quitármelo de encima.
Y lidiar con la otra avalancha de mierda que se desliza hacia nosotros.

, alisándome el vestido de lápiz negro que Rose ha sacado del armario


para mí. Llevo el cabello recogido en un moño suelto, la cara sin maquillaje y los zapatos
demasiado altos me aprietan los dedos de los pies. Oigo los murmullos procedentes del
vestíbulo, detrás de mí. Gente discutiendo, pero sin querer cargarme con la política del
funeral de mi padre. Espero que las conversaciones se hayan prolongado durante la noche,
los hombres intentando averiguar cómo afrontarán el día de hoy tras el incidente en la
funeraria y la explosión del apartamento de Brad.
Oigo pasos que se acercan detrás de mí.
―No me digas que no puedo ir ―advierto, metiendo el celular en el bolso.
―No me siento cómodo con esto, Beau.
―Y no me siento cómoda no yendo, así que tenemos un problema, ¿no? ―Miro a James,
todo trajeado y calzado, listo para presentar respetos que no quiere presentar. Listo para un
funeral al que ni siquiera quiere que vayamos. Lo que me dice que sabe que está
perdiendo―. Llegaré tarde. ―Bajo los escalones y me deslizo en el asiento del copiloto de
su Range Rover. Rose está en la puerta antes de que la cierre, su rostro solemne―. No pasa
nada ―le aseguro―. Sabía que iba a pasar. Además, no le gustaba a nadie. Ni siquiera a
mí.
―No iríamos por él. Yo debería estar allí. Todo el mundo debería estar ahí por ti. ―Me
coge de la mano.
―Pero no puedes estar ahí. ―Me acerco a su cabeza y le quito las gafas de sol―. ¿Te
importa si me las prestas?
―Claro. ―Me mira el brazo desnudo, contemplativa. Si me pregunta por qué tengo hoy
la cicatriz a la vista, nunca podré decírselo―. ¿Te has puesto crema solar?
―Sí, mamá.
―Bien. Se inclina y me besa la mejilla―. Atención ―susurra―. Te va a poner un chaleco
antibalas.
―¿Qué? ―digo, mirando por debajo del precioso y elegante vestido lápiz. Quiero decirle
que está haciendo el ridículo. Pero no puedo.
―He puesto una gabardina ligera en el asiento trasero. La vas a necesitar.
No expreso mi exasperación porque, en realidad, es un acierto por parte de James.
―¿Alguien sabe algo de Brad?
―No que yo sepa. ―Rose mira por encima del techo del coche―. Aquí viene Zinnea.
Me pongo las gafas de sol para protegerme del insondable resplandor de su traje de
lentejuelas con rayas arco iris.
―Debería estar allí ― se queja―. Era mi hermano.
―Fue horrible contigo ―señalo.
―Es verdad. ―Pone morritos―. Cuídate.
James sube a mi lado y arranca el coche, tenso y molesto, y yo me despido en silencio de
Zinnea antes de que me cierre la puerta. Pero James no arranca, se queda inmóvil en la
calzada, tamborileando el volante con los dedos. Miro el reloj.
―Llegaremos tarde.
La puerta trasera se abre y alguien entra. Miro por encima del hombro. Danny enarca
las cejas, desafiándome a que le pregunte. Pero, por supuesto, lo hago.
―¿Vienes? ―No contesta, solo me mira fijamente con ojos azules gélidos e infelices
mientras encaja el codo en la puerta, poniéndose cómodo. Vuelvo a centrarme en él―.
¿Podemos estar todos de acuerdo en que el funeral de mi padre no se convierta en una
masacre? ―Es posible que Ollie esté allí, así como Frazer Cartwright, y quizá también
algunos agentes de policía.
No obtengo respuesta.
Pero Danny me transmite algo.
El abrigo que Rose puso en el coche.
Y un chaleco.

. La gente se me ha acercado para darme el


pésame. He permanecido en silencio, aceptando sus palabras con una pequeña y apretada
sonrisa. Estoy abrumada. Hay tanta gente en el crematorio que muchos tienen que
permanecer de pie. Es como un concierto, tantos cuerpos aplastados en el espacio como sea
posible. Esto, por supuesto, significa que James y Danny están más nerviosos. También
significa que es imposible ver a Ollie o Cartwright. Si es que están aquí. El número de
dolientes presentando sus respetos dice mucho sobre mi padre. Estimado, generoso hombre
de negocios, que dio tiempo y dinero a varias causas benéficas. Estas personas están de luto
por la pérdida de un pilar en su comunidad. ¿Pero es eso lo que están haciendo? ¿Presentar
sus respetos? ¿Luto? ¿O están aquí por la misma razón que yo? Egoísmo. Para poder irme y
saber que al menos he hecho las paces en silencio.
Es una gilipollez.
Nunca estaré en paz.
De hecho, estar aquí me hace sentir peor, y eso se suma a la ansiedad que me produce el
mero hecho de estar en un espacio abarrotado. Todos estos individuos aquí por un hombre
que me decepcionó tantas veces. Un hombre que no estuvo ahí para mí. Un hombre que me
dejó marchitarme lentamente en un hospital psiquiátrico. ¿Cómo puede ser tan valioso para
toda esta gente? Quiero levantarme y gritarles. Decirles cuánto y con qué frecuencia me
defraudó. ¿Puedo hacerlo? ¿Me hará sentir mejor? ¿Curarme? Lo medito durante casi todo
el oficio y tengo mi respuesta cuando el celebrante del funeral pide que recemos todos.
Puede que me sienta mejor durante unos instantes. Disfrutaré de la liberación de la presión
de simplemente gritar. Y luego volveré a preguntarme si alguna vez se sintió realmente
culpable. Si se arrepentía de algo. Porque ahora, no puedo preguntárselo. No puedo
preguntarle por qué me decepcionó. Por qué mantuvo las distancias. Por qué no fue el padre
que yo necesitaba que fuera.
¡Nunca lo sabré!
Todos a mi alrededor se ponen en pie por instrucción e inclinan la cabeza. Yo los sigo,
tirando de la corbata de la cintura de mi abrigo, apretándola, preocupada de que se me
caiga y revele lo que llevo debajo. No inclino la cabeza. No rezo. Miro a todas las personas
de la sala, con las caras gachas. Me entran ganas de gritar.
Me doy la vuelta y siento que James me mira, curioso.
―¿Qué pasa? ―pregunta, acercándose a mí, provocando que empuje a Danny, que está
a mi otro lado. Él también me mira.
―Nada.
―Amén ―murmura la congregación, todos levantan la cabeza mientras bendicen a
papá y empieza a sonar una música sombría, las cortinas se cierran lentamente alrededor
de su ataúd.
Cremación.
Se siente como una última patada en las tripas de mi padre. ¿Por qué querría él ser
quemado? ¿Por qué me obligaría a quedarme aquí y ver cómo su cuerpo es arrastrado a un
infierno? Empiezo a sentir un hormigueo en el brazo y trato de disimular los puntos negros
que aparecen en mi visión.
Quema.
Mi respiración disminuye.
El calor.
Mis latidos se vuelven erráticos y agudos.
El calor insoportable y cegador.
Pánico. Ya viene.
Miro a James y veo que me observa atentamente.
―No estoy bien ―susurro.
Se mueve deprisa, me saca del pasillo y me lleva por el centro de los asientos, entre la
gente, todos con cara de pena. Pobre chica, estarán pensando. No puede soportar despedirse
de su padre.
¡Sácame de aquí!
Siento a Danny detrás de mí, pero la puerta de salida parece alejarse cada vez más, la
habitación cada vez más pequeña, la gente multiplicándose.
Avanzo tambaleándome, acalorada, mareada, sudando, y en cuanto James sale por la
puerta y me alcanza la luz del día, aspiro el aire fresco con voracidad, suelto la mano de
James y me apoyo contra la pared de fuera.
―¿Por qué haría eso? ―les pregunto, sin aliento―. Quemarse. ¿Por qué?
Por supuesto, nadie tiene la respuesta a mi pregunta, probablemente ni siquiera mi padre.
Maldigo en voz alta y sigo caminando, James y Danny tan cerca como pueden sin tocarme,
atentos, escuchando, y cuando llegamos al final del sendero de grava, me encuentro al pie
de un muro cubierto de placas, y en el centro, en oro brillante y reluciente, está el
monumento conmemorativo de mi padre.

Lo miro fijamente. Sólo mirar fijamente. Comprometerse a un infierno no fue su último


golpe en absoluto. ¿Cómo puede con sólo cuatro palabras aplastarme tan completamente?
¿Amado? ¡La traicionó! Me defraudó. ¡Sin fin! ¿Amado? Me rio a carcajadas.
―Beau ―dice James en voz baja.
―¿Te he dicho que lo arregló todo él mismo? ―Digo, levantando un brazo flácido y
señalando la placa―. ¿El lugar, cómo, esto?
―Vamos. ―Danny me pasa un brazo por el hombro, pero me encojo de hombros.
―Si está tan seguro de que la muerte de mi padre no fue sospechosa, ¿por qué me pone
un chaleco antibalas? ―Pregunto―. ¿Y a Ringo, Goldie y Otto en posición? ―Miro a través
de los terrenos, viendo a varios hombres en varias áreas.
―El apartamento de Brad fue volado, Beau ―dice James suavemente―. Estamos aquí
sentados mientras te despides de tu padre.
―No es eso ―argumento―. Hay algo más. ―Me enfrento a los dos, dedicándoles a cada
uno un momento de mis ojos, terminando en Danny―. Ayer, en tu despacho, estabas a
punto de contarles algo a los demás. ―Miro a James―. Entonces tenías el celular fuera, y
de repente Danny estaba recibiendo un mensaje. ―Vuelvo con Danny, que con su cara
seria no delata nada. Practicada―. ¿Y de repente te callaste? ¿De repente no tenías nada
que decir? ―Miro entre sus formas quietas y silenciosas, esperando una explicación. No
obtengo nada. Claro que no.
―¿Señorita Hayley?
Miro más allá de las dos torres inmóviles de músculos que tengo ante mí, hacia la voz, y
me encuentro con un hombre de aspecto pulcro, cabello corto y traje azul impecablemente
planchado.
―Monroe Metcalfe ―dice, incitando a James y Danny a mirar también, pero sus cuerpos
permanecen de cara a mí. Bloqueándome. O bloqueando el mundo. Metcalfe les dirige una
mirada dudosa a cada uno de sus afilados rostros―. Siento muchísimo su pérdida. ―Sonríe
torpemente, y todo lo que puedo pensar es... no, no lo sientes. Está eufórico, porque ahora
tiene el camino despejado hacia el puesto de alcalde. Permanezco callada ante él, y Metcalfe
se siente cada vez más incómodo―. Hablaba de ti con cariño. Estaba muy orgulloso de ti.
―¿Qué?
James tose, y Danny se mueve, incómodo, y Monroe Metcalfe da un paso atrás.
―Bueno, debería irme. ―Inclina la cabeza, lanzando una mirada más a James y Danny,
y luego retrocede, abotonándose la chaqueta mientras se va.
Miro a mi alrededor y veo a todo el mundo saliendo del edificio y caminando hacia
nosotros.
―Maldita sea ―murmura Danny―. Higham.
Miro hacia donde miran y veo a un policía de paisano junto a la pared. Luego, al otro
lado, una mujer, sin duda otra policía, me observa. Sé quién es. Collins.
Lo más sensato para mí sería irme. Irme. Irme. No me siento muy sabia en este momento.
Sólo imprudente. Llena de odio y decepción. Empujo a los hombres y me dirijo hacia Collins.
―Guau ―dice James con una risa no humorística, tirando de mí hacia atrás―. Esa no
es una buena idea.
―Sí, terrible. ―Danny bloquea el camino entre Collins y yo, y miro entre ellos,
interesada.
―¿Cómo saben quién es? ―Pregunto.
―¿Y tú? ―James contraataca.
―Suposición educada ―replico―. Una vez policía, siempre policía.
―No lo sé, joder ―murmura, cogiéndome del brazo―. Nos vamos.
―No. ―Me libero―. ¿Cómo sabes que es Collins?
Se levanta en mi cara, gruñendo.
―Suposición educada. Una vez criminal, siempre criminal.
Retrocedo, herida por su cruel recordatorio de quién es. Me lo dice sin decirme que hay
más.
―Las bofetadas en la cara siguen llegando hoy, ¿verdad? ―Digo en voz baja? ―¿Por
qué no...?
―Oh, joder ―dice Danny, atrayendo la atención de ambos hacia él. Su cara es puro asco
con un poco de desesperación también―. Burrows. Creía que esto era un funeral, no una
puta reunión.
El corazón me da un vuelco de veinte latidos y James gruñe cuando lo empujo. Los ojos
familiares de Ollie me hablan, me dicen que juegue el juego, y cuando dirige la misma
mirada a James, rezo para que la lea. Sin dejar de mirar a mi prometido, Ollie se acerca a
mí, levantando los brazos despacio, como si se acercara con precaución. Lo hace.
Permanezco quieta y poco dispuesta mientras me coge en un abrazo que me sienta tan mal
como estar en el funeral de mi padre.
―Collins está haciendo demasiadas preguntas sobre ti, Beau ―susurra―. Está
indagando. Ten cuidado.
―Quítale las putas manos de encima antes de que te las arranque ―sisea James
siniestramente, haciendo que me tense en el abrazo de Ollie.
Me separo suavemente y retrocedo.
―¿Dónde has estado? ―le pregunto―. Dijiste que necesitabas hablar conmigo y luego
nada.
―Me tomé un permiso. ―Ollie obviamente se siente incómodo hablando delante de
James y Danny, sus ojos se dirigen constantemente hacia ellos, como si pensara que existe
el riesgo de que desenfunden y disparen en cualquier segundo―. Collins me vigila como
un halcón. Cree que estoy dentro por tu novio y su colega. ―Ollie mira a Danny y James,
y Danny se echa a reír con clara incredulidad.
―¿Cree que trabajas para el prometido de tu ex-prometida? ―Los ojos de Danny se
mueven hacia la mujer que nos observa desde no muy lejos mientras los ojos de Ollie se
dirigen hacia mí, y luego hacia mi mano, que descubro que cubro naturalmente, para mi
propio enfado, y definitivamente el de James. Quizá inconscientemente esperaba no herir
susceptibilidades. En lugar de eso, he pinchado a una serpiente de cascabel ya cabreada.
―No ―responde Ollie, con un ligero tic en la mandíbula―. Cree que me están
chantajeando.
―¿Por eso has cogido vacaciones anuales? ―pregunto, cruzando los ojos con Collins.
Su cara encaja con su voz. Superior. Una señora atractiva, pero con rasgos bastante
puntiagudos y ojos que se entrecierran constantemente. Sospecha. Todo el tiempo. De todo.
Sé mejor que nadie, que la sospecha constante y natural no te convierte necesariamente en
un buen policía. Pero definitivamente te hace uno menos que agradable.
―Necesitaba dar un paso atrás ―continúa Ollie―. No estar cerca cuando la mierda
salga.
―Me encanta cómo nos miras cuando dices eso. ―A Danny se le desencaja la
mandíbula―. ¿Y tu ausencia no parece un poco dudosa?
―Cada paso que he dado en la última semana se puede comprobar y verificar
―responde Ollie, haciendo reír de nuevo a Danny.
―¿A cada paso?
―Cada. Paso.
―¿Incluso de tu cama al meadero?
Ollie asiente, mirándome por el rabillo del ojo.
―La mujer con la que salgo puede dar fe de cada paso dado en mi apartamento.
Siento que el corazón se me aprieta en el pecho, y no tengo ni idea de por qué. ¿La mujer
que está viendo? Su apartamento. El apartamento que compartimos juntos.
―Es abogada ―continúa Ollie, mientras yo dejo caer los ojos hacia mi bolso y rebusco
sin sentido en él. Danny y James me miran. Buscan mi reacción. Rezo por no darles ninguna.
Supongo que no es casualidad que Ollie salga con una abogada. Un miembro honrado de
la comunidad. Alguien que nunca soñaría con mentir en un tribunal.
Saliendo. Se está quedando en nuestra casa. Su casa.
―¿Para qué querías quedar conmigo? ―Le pregunto, obligándome a mirarle.
Obligándome a no parecer dolida. Soy deplorable. Ya no quiero a Ollie. No así. Y sin
embargo... todavía me escuece. Tal vez sea porque hoy me siento particularmente sensible.
Tal vez sea porque James y yo estamos cada vez más peleados estos días. No lo sé. Quiero
que Ollie sea feliz. De verdad, lo quiero. Y ahora, cuando lo miro, veo que el resentimiento
ardiente que había en su mirada en los últimos tiempos ha desaparecido. Tal vez me escuece
porque, ahora mismo, él parece feliz, contento, y yo no.
Ollie se aclara la garganta.
―Quería decírtelo antes de que te enteraras por otra persona.
Parpadeo y me inclino hacia atrás.
―¿Qué?
―Sobre Jolene y yo.
―¿Querías verme para decirme que estás saliendo con alguien? ―Me he pasado todo
este tiempo estresada, pensando que tenía noticias de mi padre, ¿y todo el tiempo sólo quería
decirme que ha pasado página?
―Como dije, pensé que era mejor que viniera de mí.
―¿Y la foto que me enviaste? De James y su ex. Si eres tan feliz en tu nueva relación,
¿por qué?
―Todavía me importas, Beau.
No puedo creer lo que oigo. Pero... ¿me decepciona más que salga con alguien o que no
tenga información sobre mi padre? No más odio. Esto tiene que ser algo bueno. Ollie
retrocederá, y James y Danny no lo matarán. Porque a pesar de todo, él también me sigue
importando. Contrólate, Beau.
―Me alegro por ti. ―Fuerzo una sonrisa y le cojo el brazo, dándole un breve y cariñoso
masaje―. De verdad. Cuídate, ¿vale?
―Tú también. ―Me mira, casi ausente. Es extraño―. Adiós, Beau.
―Adiós ―susurro.
Ollie lanza a James una mirada de puro odio antes de marcharse, y yo lo miro irse, con
la frente pesada, algo... apagada.
―Beau, deberíamos irnos ―dice James, sorprendentemente suave, devolviéndome al
presente.
Irnos. Sí. Levanto los pies y doy exactamente dos pasos antes de que me intercepte un
hombre bajo y redondo con bigote.
―Señorita Hayley, soy Walter Foster ―dice, pareciendo bastante estresado―. El
abogado de su padre. He estado intentando ponerme en contacto con usted en... ―frunce
el ceño y mira un trozo de papel―, 4563 Hillcre...
―Ya no vivo allí. Hace tiempo que no.
―Ah, bueno, eso lo explicaría. ―Levanta una rodilla y apoya el maletín en ella,
abriéndolo mientras da un par de saltitos, intentando mantener el equilibrio. Miro a James,
con las cejas en alto.
Se acerca y sujeta el brazo del hombre.
―Aquí, déjame ayudarle.
―Muy amable. ― Saca una tarjeta, se la pone entre los dientes y cierra el maletín,
volviendo a ponerse de pie.
―¿Sabes? ―dice Danny, señalando la tarjeta mientras el Sr. Foster se la quita de la
boca―, hay en el mercado un aparatito estupendo que guarda las tarjetas de visita en un
práctico artilugio de bolsillo que puedes llevar realmente en el bolsillo. ―Pone cara de
asombro―. Quizá lo pongas en tu lista de Navidad y, si has sido un buen chico, puede que
Papá Noel te deje uno debajo del árbol.
James se pellizca el puente de la nariz, con los ojos cerrados, y yo le doy la espalda a
Danny, sin humor para sus bromas amenazadoras y retrógradas.
Tampoco el Sr. Foster, que frunce el ceño a medias antes de volver a los negocios.
―Me encargaron los asuntos financieros de su padre. Me nombró albacea.
―¿Usted?
―Sí, yo. Según tengo entendido, sus padres se divorciaron, y mi cliente y usted estaban
distanciados.
―Depende de cuándo escribiera su testamento ―murmuro, mirando al cielo en busca
de fuerzas.
―¿Podemos concertar una cita para la lectura del testamento? Quizá podría avisarme
cuando esté disponible. ―Me pasa la tarjeta de visita.
―Ahora ―digo, dejando la tarjeta entre sus dedos―. Ahora estoy disponible.
―Ah, bueno. ―Se sube la manga de la chaqueta y mira el reloj―. Tengo un compromiso
en la Pequeña Habana en breve.
―Creo que no ha oído a la señora, Sr. Foster. ―Danny, con las manos en los bolsillos
todo despreocupado, da un paso adelante, y yo le miro con incredulidad.
―La señora puede encargarse de esto ―digo con la mandíbula apretada, haciendo que
James mire a Danny con pena y Danny me mire a mí con indignación. Devuelvo mi
atención al señor Foster―. Ahora estoy disponible. ―Cojo la tarjeta que tiene a su lado y
leo la dirección.
―Muy bien. ―Se aclara la garganta―. ¿Después del velatorio?
―No asistiré al velatorio. ―Me alejo con James y Danny pisándome los talones y me
digo a mí misma que el día no puede ir peor. Luego me regaño a mí misma por decirme
eso, porque... ¿no he aprendido? Y entonces, como un maldito presagio, algo me llama la
atención al otro lado del estacionamiento, alguien merodeando, y me detengo en seco,
intentando concentrarme―. Es Amber ―digo, sin dejar de mirarla mientras se pone unas
gafas de sol y se tapa la cabeza con una capucha, escabulléndose, obviamente porque la
han visto.
―La he visto ―dice Danny, poniéndose delante de mí―. ¿Qué coño está haciendo ella
aquí?
―Buena pregunta ―digo en voz baja, adelantándome a Danny y corriendo todo lo
rápido que me permiten mis tacones hacia su figura que desaparece.
―¡Beau! ―James grita detrás de mí.
―Por el amor de Dios ―grita Danny, justo cuando me agarra la muñeca y me detiene.
Maldigo los tacones; nunca me habría pillado si llevara zapatillas.
―Se ha ido ―respira James, el sonido de los neumáticos chirriando, llenando el aire―.
¿A qué demonios estás jugando?
―Si era una cazafortunas, ¿por qué estaría en el funeral de papá? ―pregunto. Danny
me frunce el ceño. Le ignoro y le presto atención a James―. ¿Y bien?
―No lo sé, Beau ―admite―. No sé mucho, joder.
―Deberíamos irnos ―dice Danny, llamando nuestra atención hacia él. Collins está de
pie en el borde del estacionamiento, observando―. Vamos. ―Él lidera el camino, y James
me reclama, marchándome de vuelta al Range Rover―. No me gusta ―dice Danny cuando
pasamos y sus ojos brillantes nos siguen a los tres.
Creo que habla por todos nosotros.

en la que esperaría que operara el abogado de mi padre. Es


cutre. Sosa. Sin pretensiones y poco impresionante. Estoy sentada en una silla incómoda
frente al Sr. Foster, flanqueada por dos hombres que apenas caben en sus sillas, con sus
grandes cuerpos moviéndose constantemente para intentar ponerse cómodos.
―¿Puedo coger sus abrigos? ―pregunta Foster.
El chaleco bajo mi gabardina se vuelve más pesado, y James y Danny levantan el culo al
unísono y se meten un poco más el abrigo.
―No, gracias ―digo, tragando saliva, solo deseando que se ponga manos a la obra.
―Muy bien. ―Empieza a juguetear con los papeles de su escritorio, dejando la
habitación en silencio.
―Podrías haber esperado fuera ―le digo a Danny en voz baja cuando suena su celular.
Mete la mano en el bolsillo interior de su abrigo y lo saca. Veo el nombre de Rose en la
pantalla. Estará preocupada.
―Sabes, creo que lo haré. ―Se levanta, conecta la llamada y sale―. Cariño ―dice en
voz baja, cerrando la puerta tras de sí.
Siento que la mano de James coge la mía, que está apoyada en mi rodilla, y la miro hacia
abajo y luego hacia él. Odio la tortura en su expresión. La impotencia. Y, sin embargo, no
soy capaz de tranquilizarlo. ¿Cómo puedo hacerlo si estoy luchando por calmarme? ¿Y
cómo puedo cuando sé que no me dicen nada? Es descorazonador cuando ambos hemos
luchado tanto por liberarnos de la oscuridad. Qué dispuesto está a dejarme ahí.
El Sr. Foster juguetea con la punta del bigote mientras repasa los papeles con el ceño mal
disimulado, como si le costara pronunciar las palabras que tiene ante sí, así que, tras unos
dolorosos minutos, tomo la iniciativa.
―Sr. Foster, permítame que se lo ponga fácil. Me gustaría que todo lo de la herencia de
mi padre se donara a la Sociedad Mundial de Víctimas de Quemaduras. ―Probablemente
se revolvería en su tumba... si no hubiera elegido la cremación.
Cuando siento que los ojos de James se vuelven hacia mí, me encojo de hombros. No
necesito el dinero de mi padre. No lo quiero. Me aprieta la mano en señal de apoyo mientras
el señor Foster nos mira con expresión desconcertada.
―Oh, bueno, es muy amable de su parte, Srta. Hayley. ―Coge un bolígrafo y garabatea
unas notas―. Me temo que no puedo hacer eso en su nombre. Tendría que vender el coche
y enviar lo recaudado a la organización benéfica en cuestión.
―¿Coche? ―pregunto.
―Sí. ―Vuelve a escanear el papel―. Un BMW M4 Convertible. Color, rojo. Año, 2020.
―Deja la pila de papeles sobre el escritorio y me rio para mis adentros. Me compró ese
coche por mi cumpleaños. No lo acepté.
Y me da otra patada en las tripas.
Odio tener que preguntar esto, y mientras me inclino hacia delante, cerrando el espacio
entre el Sr. Foster y yo, bajo la voz.
―¿Me dejó un coche? ¿Sólo un coche?
―Un coche muy bonito, señorita Hayley.
Dios mío, cree que soy una desagradecida. No lo soy. Estoy jodidamente confusa. Vuelvo
a mirar a James y, gracias a Dios, tiene la frente hecha un lío de arrugas, lo que me dice
que él también está desconcertado. Muestro las palmas de las manos al techo,
preguntándole a James qué coño se supone que tengo que hacer con esto. Me coge del brazo
y tira de mí hacia mi asiento, inclinándose él también hacia delante.
―Señor Foster, el padre de Beau era un hombre muy rico.
―En efecto, lo era.
―Su primera mujer falleció, su única hija es Beau, y era soltero... ―James se interrumpe
y me mira, el mismo pensamiento cayendo en su cabeza al mismo tiempo que cae en la
mía―. Soltero ―suspira, las arrugas de su frente vuelven a aparecer―. Hasta hace poco.
Cuando Amber fue expuesta como la puta cazafortunas que es. Asiento con la cabeza,
temiendo lo que estoy a punto de oír. Había estado saliendo con otra persona. Sólo saliendo,
sin embargo.
―Sr. Foster, ¿quién más está nombrado beneficiario del testamento de mi padre?
―pregunto.
―Srta. Amber Kendrick. Desafortunadamente, soy incapaz de localizarla.
―Oh Jesús. ―James se frota las líneas de la cabeza―. ¿Todo?
―Excepto el coche, por supuesto.
Me levanto bruscamente, y la corbata de mi abrigo se desata, revelando el chaleco que
hay debajo. El Sr. Foster lo mira, alarmado.
―Gracias, Sr. Foster. ―Me doy la vuelta y salgo, me vuelvo a anudar el cinturón, abro
la puerta de golpe y salgo a toda velocidad, casi chocando con un Danny que me espera.
―Beau ―llama James.
El celular de Danny sigue en su oreja, y él toma en la escena, James viene después de mí,
antes de volver a su llamada.
―Cariño, todo está bien, pero necesito llamarte en un minuto. ―Corta la llamada con
una lenta presión del pulgar sobre la pantalla, sin dejar de mirar entre nosotros,
esperando―. ¿Alguien quiere decirme qué coño está pasando?
Vuelvo a mirar a James y empiezo a pasear por la pequeña sala de recepción. Sé que no
querrá compartirlo. Danny odia a Amber, al igual que Rose. No es de extrañar cuando la
estúpida amenazó con matarla en un ridículo crimen de amor para ganarse a Danny. Pero
no se puede evitar. La quiero muerta. Y aun así no puedo pronunciar las palabras.
―Tom Hayley le dejó todo lo que tenía a Amber Kendrick ―dice James, con voz grave,
cerrando tras de sí la puerta del despacho de Foster.
―¿Perdón? ―Danny tose sobre sus palabras, inclinando la oreja hacia delante, como si
mejorara las posibilidades de oír bien cuando James repite.
―Excepto un coche ―añado.
―¿Qué?
―Ella lo hizo. ―Me golpeo la cabeza con la palma de la mano―. ¿Cómo no lo vi?
―¿Ver qué?
―¡Lo mató! ―Digo entre risas―. Antes de que pudiera volver a cambiar su testamento.
Ella lo engañó para que la hiciera la única heredera, o como si lo fuera, luego fue expuesta
por ser una cazafortunas, así que lo mató antes de que tuviera la oportunidad de enmendar
su testamento.
―Beau, espera ―dice James, sonando nervioso, con la mano levantada de una forma
pacificadora que no me gusta nada―. No nos adelantemos.
―¡Es capaz! ―Grito―. Tenía una pistola apuntando a Rose cuando Danny la echó de la
mansión. ―Miro a Danny, desesperada por que confirme que tengo razón. Que justifique
mis divagaciones―. ¡Díselo, Danny!
―Ya lo sé, Beau ―dice James, mientras Danny guarda un silencio incómodo, sin querer
empeorar las cosas confirmándolo―. Pero apuntar un arma y disparar son dos cosas
completamente diferentes.
―Vale ―digo, saco el celular y llamo a Ollie. Responde de inmediato, y me siento
completamente desconcertada después de haber sido ignorada durante tanto tiempo. Pero
ahora no tiene por qué evitarme. Sé lo de su nueva mujer.
―¿Beau?
Empiezo a andar de nuevo, atenta a cualquier mano que se acerque dispuesta a cogerme
el celular.
―Creo que Frazer Cartwright sabía lo que le pasó a mi padre. ―Por supuesto que lo
sabía. Era amigo íntimo de mi padre, escribía interminables y brillantes reportajes sobre él
y sus negocios y obras de caridad. Debe haber pasado tiempo con Amber. Debe haber visto
algo―. Necesito encontrarlo.
De repente, James está delante de mí, cogiendo mi celular. Me aparto sigilosamente de
su camino.
―Necesito tu ayuda, Ollie.
―¡Beau! ―James grita.
―Frazer Cartwright está muerto, Beau. ―Las palabras de Ollie me golpean como un
ladrillo en la cara, y me doy la vuelta, con la boca floja, encontrándome con James y Danny
mirando tan culpables como el pecado ante mí. Saben lo que acaba de decir Ollie. No
necesito decírselo.
―¿Muerto? ―Pregunto, necesitando confirmación―. ¿Frazer Cartwright está muerto?
―Sí. Apareció en la playa.
Corto la llamada, con la mente hecha un lío.
―Lo sabías ―susurro. Los dos lo sabían. Por eso Danny se encerró en su despacho. Por
eso James se llevó mi celular a la cocina mientras yo dormía. Le preocupaba que Ollie me
llamara. Que me dijera―. ¿Por qué me ocultas esto?
Danny traga saliva y da un paso atrás, cediendo el escenario a James. Parece tan perdido.
Es un gran insulto.
―No puedo perderte, Beau ―dice simplemente, como si ese miedo en él hiciera que todo
lo que hace, todos los secretos que guarda, fueran aceptables. Inmediatamente me alejo de
mi conciencia que me recuerda que no soy un ángel cuando se trata de secretos. Lo que
estoy haciendo ahora. Que no le he contado algo tan importante. Pero no puedo.
Doy un paso atrás y veo el cuerpo de James cada vez más alto, sus músculos en tensión,
listo para agarrarme antes de que corra. Rebusco en mi bolso y saco la pistola.
―Joder, Beau ―grita Danny, haciendo que James levante la mano para calmarlo, como
si lo tuviera controlado. Como si fuera un profesional en cómo manejarme. Cómo lidiar
conmigo. Sólo eso me enfurece. Sé lo que está a punto de pasar. Me desarmarán antes de
que pueda parpadear y me llevarán de vuelta a la mansión, quizá incluso me encierren en
nuestra habitación para asegurarse de que no pueda escapar. Uno de ellos podría
manejarlo. ¿Con dos? Y no dos cualquiera, sino El Británico y El Enigma.
Tengo una oportunidad.
Giro la pistola hacia James y aprieto el gatillo, luego apunto a Danny. Su cara es un
cuadro mientras James vuela hacia atrás y golpea la pared.
―Beau...
¡Bang!
Danny se une a James contra la pared con un golpe sordo, y ambos parecen totalmente
desorientados mientras se palpan las chaquetas. Me doy la vuelta y me voy antes de que
James tenga la oportunidad de recomponerse, desenfundar la pistola e inmovilizarme,
porque sé que en ese momento lo haría.
a puerta del despacho de Foster se abre de golpe, con el goteo de un abogado que
contempla a dos hijos de puta con cara de malas pulgas apoyados contra la pared.
―Vuelva al trabajo ―jadeo, y la puerta se cierra rápidamente―. No puedo creer lo
que acaba de hacer ―resoplo, completamente agotado, con el pecho como si me hubiera
golpeado con un martillo el puto Increíble Hulk.
―Puedo. ―James inhala, luchando por ponerse en pie, tambaleándose, prácticamente
arrastrándose por la pared. Se toma un momento, la cabeza hacia atrás, la cara adolorida.
No solo porque probablemente también le duela el pecho. Ella nos disparó. No importa que
supiera que estábamos armados. No importa que supiera que volveríamos a estar de pie en
unos segundos. Nos disparó.
Yo también intento levantarme, siseando y escupiendo hasta ponerme en pie, con las
heridas cicatrizadas en el pecho escociéndome como una perra.
―Tu mujer gana hoy, colega. ―Digo, con ganas de reír, pero sabiendo que me juego la
vida si lo hago―. Está como una puta cabra.
―No debería habérselo ocultado. ―James da unos pasos y se detiene, inspirando
profundamente, parpadeando lentamente. Entonces sus ojos se aclaran y una rabia como
ninguna otra los consume―. ¡Joder!
―¿Crees que Amber mató a Tom Hayley? ―Pregunto.
―No, creo que las emociones están sacando lo mejor de Beau y se está contando historias
fantásticas para convertir a su padre en el héroe que siempre quiso que fuera.
Parpadeo un par de veces, desconcertada:
―¿Has pensado alguna vez en ser terapeuta?
―Vete a la mierda, Danny. ―James sale a la luz del sol y recorre el estacionamiento.
Beau hace rato que se ha ido, y cuando se lleva el celular a la oreja y luego maldice, sé que
ella también ha apagado el suyo. Jesús, no le envidio. ¿A qué coño está jugando?
Otto se detiene con Fury, luego Ringo y Goldie se meten en una plaza de estacionamiento
y todos salen.
―¿Dónde está Beau? —pregunta Fury, con la barba contraída por la preocupación.
―¿No la has visto? ―James dice, escaneando el estacionamiento de nuevo.
―¿Verla cuándo?
―Ahora mismo. ―Señala la puerta por la que acabamos de salir―. Ella se fue.
Goldie mira a Ringo y a Fury, todos parecen tan preocupados como me siento yo. Es
emocional. Irracional. Jodidamente insegura ahí fuera.
―Estábamos al otro lado de la carretera ―dice Goldie, su voz inusualmente tranquila―.
No hemos quitado los ojos de la puerta. Ella no se fue.
―Joder. ―Fury se frota la frente, y yo exhalo rápido y me giro mientras James vuela de
vuelta al edificio como un rinoceronte embistiendo. No se ha ido. El muy cabrón. Corro
detrás, oyendo que los demás también se acercan, y sigo a James hasta el baño de mujeres.
Empuja las puertas de todos los reservados y cada una de ellas se estrella contra la pared
con un estruendo ensordecedor, acompañado de una atronadora maldición cuando las
encuentra vacías.
―¡Beau! ―ruge, abriendo el último de una patada con fuerza bruta.
Porque sabe que ella no está ahí.
Pero hay una ventana.
Y está abierta.
―¡Joder! ―Su bramido rebota en la baldosa, resonando con fuerza, el sonido sigue y
sigue.
Miro a Ringo, Otto y Goldie detrás de mí, con caras graves, mientras James golpea la
pared una y otra vez.
―¡Joder, joder, joder, joder!
―James. ―No me oye―. Por el amor de Dios ―siseo, agarrándolo del hombro y tirando
de él hacia atrás antes de que salga a puñetazos―. Cálmate de una puta vez. ―No lo veo
venir. Su puño. Se da la vuelta, enloquecido, y me da un puñetazo en el pómulo,
haciéndome volar contra el lavabo que tengo detrás. Mi cabeza choca con el espejo,
destrozando al cabrón, y mi cerebro parece haber explotado―. ¿Qué coño pasa? ―Respiro,
mareado, la visión doble me agobia―. ¿Lo dices en serio, joder? ―Me abalanzo sobre él
desordenadamente, embistiendo y esperando conectar, placándole por la cintura. Ambos
nos estrellamos contra la pared entre gruñidos y caemos al suelo.
―¡Basta ya! ―Goldie grita, valientemente poniendo su cuerpo entre nuestras formas
despatarradas.
―Eres un puto cabrón ―me quejo, arrastrándome, me duele todo―. No vuelvas a
pedirme...
―Lo siento ―murmura James, aspirando aire entre los dientes mientras se levanta, con
la palma de la mano en el pecho. Sin aliento. Los dos. Dos veces en los mismos putos
minutos―. Lo siento ―dice en voz más baja, derrotado, volviéndose hacia la pared y
apoyando allí la frente.
Joder.
―La encontraremos.
Suelta una carcajada sardónica y agotada, justo cuando el sonido de un motor entra por
la ventana abierta. James se queda paralizado, al igual que yo, escuchando, y luego ambos
miramos a Ringo y Otto, que se están palpando los bolsillos. Ambos sacan las llaves y las
levantan, pero no siento ningún alivio. Desplazo mi mirada hacia James mientras inhala
bruscamente y se va al bolsillo, tanteando.
―No ―susurra, con los ojos desviados hacia la ventanilla, mientras el sonido de un
coche que se aleja a cierta velocidad nos llena los oídos. Un coche que sonaba
aterradoramente parecido al Range Rover de James.
―¿En serio no te ha vaciado los putos bolsillos? ―Pregunto―. ¿Cuándo coño ha hecho
eso? ―Nunca diría que he subestimado a Beau Hayley. Hasta ahora.
James vuelve a salir corriendo por la puerta, todos le seguimos, pero todos nos detenemos
cuando irrumpe en el estacionamiento y su carrera se convierte en un sprint. No tengo ni
puta idea de dónde ha sacado el combustible. La cara se me contorsiona de dolor, la cabeza
me late con fuerza, y el chaleco que me ha mantenido con vida hoy, de la jodida mejor
amiga de mi mujer, de repente me aprieta más. Me encojo de hombros y me quito el abrigo
del cuerpo, me abro la camisa y me estremezco al ver el moretón en forma de agujero de
bala entre los tajos.
―Hijo de puta ―suspiro, alzando la vista hacia el cuerpo de James, cada vez más
pequeño. Adrenalina. Es como el puto Terminator.
Pero entonces su Range Rover chirría al doblar la esquina y entra en la calle principal, y
su paso se ralentiza hasta que se queda inmóvil en medio de la carretera.
―¿Quién demonios te disparó? ―pregunta Goldie, acercándose a mí, inspeccionando
mi herida.
―Beau. ―Me vuelvo a abrochar la camisa y me pongo el abrigo, dejando el chaleco,
ahora inservible, en el suelo.
―¿Beau te disparó? ―pregunta Ringo, mirando de nuevo a los demás, comprobando si
han oído lo mismo que él.
―Oh, no me lo tomo como algo personal. ―Me rio, echando la cabeza hacia atrás,
sintiéndome ligeramente demente―. No sólo me disparó a mí, también a su prometido.
―Me quito el chaleco de una patada y saco los cigarrillos, enciendo uno y dejo que la
nicotina me calme―. Su padre se lo dejó todo a su ex novia.
―¿Amber? ―Ringo pregunta, aturdido.
Otra calada mientras asiento.
―Sí. La vieron cerca en el funeral. Parecía que intentaba ocultarse.
―¿Por qué estaría allí?
Buena puta pregunta. ¿Y por qué coño me ha estado llamando? Necesito verte.
―Higham estaba en el funeral también. ―Continúo―. Puede que lo hayas visto. ―Otra
calada de mi Marlboro―. No habló, pero tal vez sea porque le preocupa que estemos tras
él y sus pequeñas citas de café con esa periodista Natalia Potter. También tuvimos un debut
de Collins. Una mujer de aspecto extraño. Del tipo con una cara que instantáneamente
quieres golpear.
―¿Realmente puedes decir eso de una mujer? ―pregunta Fury.
Dios bendiga mi alma.
―Sí, joder, puedo. ―Especialmente cuando la mujer en cuestión es una maldita policía
a nuestras espaldas―. Junto con Amber, Higham y Collins, también teníamos a Burrows.
―Otra larga calada. Expulso el humo hacia el cielo―. Tiene una nueva mujer. Una que
resulta ser abogada. ―Agito el cigarrillo, pensando, pensando, pensando. ―Jolene algo.
Ella sabe cada paso que ha dado desde que está de baja.
―Qué práctico ―gruñe Otto, sacando su portátil del coche y colocándolo en el techo
del Mercedes, empezando a golpear las teclas―. Ha apagado el puto rastreador del Range
Rover. ―Cierra la tapa de golpe y apoya la cabeza en el techo―. Esa maldita mujer.
―Beau sabe que Cartwright está muerto ―continúo―, y ahora cree que Amber mató a
su padre por la herencia y posiblemente también a Cartwright. ―Termino con una sonrisa
de megavatio―. Ah, ¡y seguimos sin saber QUIÉN ES EL PUTO OSO! ―Lanzo el puño contra
la ventanilla del Mercedes y el cabrón se resiste, haciendo que rebote―. ¡Joder! ―El sonido
de mi teléfono sonando salva la ventanilla de otro intento, y sacudo mi puño cabrón
mientras deslizo mi Marlboro entre los labios y contesto―. Hola, nena.
―¿Qué ha pasado? —Rose pregunta, tan calmada como puede estar.
―No ha pasado nada, cariño. Estaré en casa para la cena. Y necesitaré un baño caliente.
―Valientemente cuelgo. Lo pagaré yo. Pero... que me jodan.
―Sugiero que alguien encuentre a Amber antes que Beau ―dice James, sin aliento,
mientras pasa junto a nosotros hacia Otto, extendiendo la mano para coger las llaves de su
coche―. O reza para que yo encuentre a Beau primero.
―Ella apagó al rastreador.
James se ríe. Es tan demente como me siento.
―¡Claro que sí, joder!― Se sube, arranca el motor y arranca rápido antes de que Otto
ponga un pie delante del otro para unirse a él. El coche chirría y el portátil de Otto sale
volando por el aparcamiento y se rompe en mil pedazos al chocar contra el cemento. Otto
se queda mirándolo. Se queda mirando y respira profundamente durante unos minutos
mientras todos le observamos luchando por mantener la calma. Tengo que reconocer que
lo está haciendo mucho mejor que James o yo.
Finalmente, recoge una sola pieza de entre los restos esparcidos de su portátil, la placa
madre, sin duda, y se encara con nosotros.
―Necesito que me lleven a casa.
―Te dejaré en las puertas. ―Porque si pongo un pie en los terrenos de nuestra casa, Rose
se me echará encima como un lobo y salir de nuevo probablemente provoque la Tercera
Guerra Mundial. Voy al coche que queda y me pongo al volante.
―¿Adónde vas? ―pregunta Ringo, con su cara de malhumorado, como si yo ya hubiera
respondido a esa pregunta y él no la aprobara.
―Para encontrar a cualquier número de personas que necesiten ser encontradas.
―Arranco el coche―. Brad, Amber, El Oso. Elige.
―Voy contigo ―declara Goldie mientras todos se amontonan en la parte de atrás.
―Y yo ―murmura Ringo.
―¿Podemos parar en Best Buy? ―pregunta Otto mientras se desliza en el asiento del
copiloto, mirándome en busca de una respuesta. Habla en serio. Habla jodidamente en serio.
―No, no podemos parar en el puto Best Buy ―grito, arranco el coche y lo pongo en
marcha de golpe, arrancando a toda velocidad.

en el volante mientras espero en el estacionamiento frente a


Best Buy, con los pensamientos retorcidos y el cerebro dolorido, y no porque haya recibido
una buena paliza. Hay tanto que desentrañar, la telaraña es espesa, densa y enorme. Sin
embargo, todo lo que queda de la red del Oso son Sandy y Volodya. Dos rusos, uno de los
cuales quiere trabajar con nosotros. Hago un mohín en el parabrisas, con los ojos
entrecerrados. Si Burrows se estaba tomando una excedencia en el trabajo para eliminar el
riesgo de que Collins pensara que trabaja para nosotros, también podría estar tomándose
una excedencia porque sospechamos que es el infiltrado de El Oso. Podría estar fuera del
juego. O intentando estarlo. Lavándose las manos de El Oso. De ahí que los animales, o lo
que queda de ellos, se dispersen. Pero si hiciera eso, seguramente ya estaría muerto porque
en el mundo de cualquier señor criminal dejarían que su topo se saliera. Quizás por eso ha
estado escondido. No me jodas. Le envío un mensaje a James con mis reflexiones, aunque
no espero que le calen en la cabeza ahora mismo. Mis conclusiones tampoco van a mejorar
su humor, pero, admitámoslo, no podría estar peor.
Estoy escribiendo, pero pierdo la pantalla cuando Rose intenta llamarme.
―Perdóname ―murmuro, rechazo su llamada y continúo con mi mensaje. Vuelve a
llamar―. Ahora no, Rose ―digo en voz baja, pulso el botón rojo de prohibido y continúo
con mi mensaje. Vuelve a sonar―. Te devolveré la llamada, te lo prometo ―digo,
rechazándola una vez más y volviendo a mi mensaje para James.
¡Ring!
―¡Por el amor de Dios! ―Le contesto―. Estoy intentando escribir un puto mensaje largo,
Rose, y tú no paras de interrumpirme. ―Cuelgo, mis pulgares trabajando a una velocidad
épica para terminar antes de que me llame de nuevo. Porque lo hará. Termino, hago clic en
enviar y exhalo, relajándome en mi asiento, exhausto, sintiéndome como si acabara de
correr un agotador curso de asalto del ejército. Llamo a Rose.
―Cariño ―le digo cuando contesta.
―Cariño para ti también ―responde con dulzura, definitivamente a través de dientes
apretados―. Un pequeño consejo si deseas seguir casado.
―¿Qué es eso, cariño?
―Contesta mis malditas llamadas.
―Estaba ocupándome de algo importante. ―Me encojo en cuanto las palabras salen de
mi boca y veo a Ringo, Fury y Goldie por el retrovisor sacudiendo la cabeza frente a sus
teléfonos. Si la situación no fuera tan grave, verlos daría risa, con sus cuerpos encajados en
la parte trasera y los hombros por las orejas―. No quise decir más importante que tú.
―Joder―. Rose, nena, no te vas a creer el día que he tenido.
―¿Qué ha pasado? ―pregunta con voz más suave.
―El abogado del padre de Beau apareció en el funeral, junto con muchas otras caras
amigas.
―¿Cómo quién?
―Su ex. Se ha mudado con una nueva mujer.
―¿En su apartamento? Eso es un poco insensible.
―¿Lo es?
―Sí. Ella compartía ese lugar con Ollie. Imagina que tú y yo nos separáramos y yo me
quedara con la casa. ¿Cómo te sentirías si yo mudara a otro hombre?
Miro el techo del coche. ¿Por qué? ¿Por qué dice esas gilipolleces? Me muerdo la lengua
porque no me hará ningún favor enojarme con ella.
—Ya no es el apartamento de Beau. Tiene un apartamento con James. ―Joder. Mis ojos
se abren de par en par al ver el espejo y los tres conjuntos del fondo se disparan hacia mí.
―¿Qué? ―Rose pregunta.
―O tenían un apartamento antes de que volara por los aires. ―Me acobardo.
―No, James tenía un apartamento. No era de Beau. Ella quería comprar un apartamento
por su cuenta y James se presentó a la visita y básicamente le dijo que no iba a pasar.
¿Por qué no me sorprende?
―Cualquier...
―Tampoco es lo único que hizo ―continúa. Puedo oír la sonrisa en su voz―. ¿Me estás
diciendo que James se ha comprado un apartamento?
A la mierda.
―No, deja de poner palabras en mi boca. ―Mi cabeza dolorida golpea más fuerte―. El
abogado le dijo a Beau que su padre se lo dejó todo a Amber.
―¿Qué? ―Rose grita.
―Todo excepto un coche.
―¿Un BMW?
―Sí.
―El imbécil. ¿Sólo le dejó el coche que compró para su cumpleaños? ¡Ella no lo quería
entonces! ―No voy a preguntar cómo sabe lo del coche. O el apartamento que Beau estaba
mirando. O qué pasó cuando James apareció en la visita―. ¿Y le dejó todo lo demás a esa
puta cazafortunas?
Tarareo mi confirmación.
―Bueno, uno de dos no está mal, ¿no? ―pregunta con ligero humor.
―¿Qué?
―Amber. Cuando no consiguió nada de ti, se mudó rápidamente y puso sus garras en
otro hombre.
¿Me está comparando con un imbécil de mediana edad, con sobrepeso, canoso y egoísta?
―Lo siento, no te sigo. ―No la mates.
Se ríe.
―Oh, cariño, ¿pensabas que Amber estaba contigo por amor?
De hecho, sí. Porque ella era, entre otras cosas, por supuesto. No la mates, Danny.
―Rose, yo... ―Aterriza en mi cerebro como una bomba. Por qué Amber me ha estado
llamando. Lo que ella quiere. ¡Joder! Vale, consideré el amor, pero ella sabe que ese barco
ya zarpó. Consideré el dinero, pero ese barco también se ha ido, cargado con la herencia de
Beau. Amber habría sabido que estaba lista para quedarse con todo. Entonces, ¿por qué
coño ha estado llamándome insistentemente?
―¿Danny? ―Rose dice―. ¿Estás ahí?
―Que me jodan ―respiro, mirando por el retrovisor a todos los que van detrás.
―Ya te llamaré ―digo, oyendo a Rose decirme que no mientras cuelgo.
Goldie, Fury y Ringo esperan pacientemente a que descifre las palabras y las pronuncie,
y Otto vuelve al coche, colocando una caja de portátil sobre sus muslos. Da una palmada y
dirige una sonrisa hacia mí. Se le cae al ver mi cara inexpresiva. Entonces se gira en su
asiento y mira a los demás en la parte de atrás.
―¿Qué? ―pregunta―. Sólo llevo ahí cinco putos minutos. ¿Qué ha pasado ahora?
―Buena pregunta ―gruñe Ringo.
―Estamos esperando a Miss Marple6 aquí para que nos ilustre sobre su teoría. ―Goldie
asiente hacia mí.
―Protección ―digo―. Está asustada. Amber buscaba protección, y no de la hija
descontenta de su ex amante cuando se enteró de que su herencia era para Amber.
―Si no fuera por eso, ¿para qué querría Amber protección? ―Otto pregunta,
comenzando a girar el anillo en su labio―. ¿Y por qué estaba en el funeral si está asustada?
―Yo. Ella esperaba verme. Y lo hizo, pero yo estaba rodeado de policías, así que no pudo
acercarse a mí. Además Beau fue tras ella. ―¿Por qué no consideré esto antes? ―Ella sabe
algo. ―Voy hacia mi teléfono, pero golpeo el volante cuando recuerdo que las últimas
llamadas de Amber han sido desde un número oculto. Otra bandera roja. Mierda, no tengo
un número para ella. Guardar los datos de contacto de una puta de la casa era algo que
nunca haría―. A la mierda.
―¿Qué podría saber? ―Goldie pregunta―. ¿Y sobre quién? Según tengo entendido, se
movía un poco. ―Ella levanta las cejas―. Creo que había algunos hombres entre tu y el Sr.
Hayley, todos, estoy segura, con brillantes personalidades o incluso más brillantes
antecedentes penales.
Mi labio se curva con naturalidad.
―Si no fueras una mujer, te daría un puñetazo todos los días ―gruño, sabiendo que el
simple hecho de ser un cerdo sexista le dolerá tanto a nuestra bella dama como pegarle un
puñetazo en la cara.
Me curva el labio y estoy seguro de que también gruñe, pero mi teléfono me salva de un

6 Jane Marple o Miss Marple es un personaje novelesco creado por la escritora británica de género policíaco Agatha Christie, protagonista de varias
novelas de esta autora. El personaje es una dama entrada en años, residente en St. Mary Mead, un adorable y ficticio pueblecito de la campiña del sur
inglés.
cara a cara con Goldie. No hay número. Ámbar. Contesto rápidamente, pero no oigo su
molesta voz ronroneante. En su lugar, oigo una voz ronca, rusa y granulada.
―Black ―gruñe.
―¿Qué quieres, Volodya? ―No tengo tiempo para este ridículo juego de «Quién conoce
a El Oso».
―Armas.
Solté una carcajada, colgué y dejé caer el celular sobre mi regazo, agarrado al volante,
con los brazos en tensión y el cuerpo convulsionado. ¿Qué cojones pasa? ¿Alguien más
quiere nuestras armas?
―Jesús. ―Me rio entre dientes, con los ojos llorosos mientras me los limpio bruscamente,
luego las mejillas ásperas, luego me paso una mano por el cabello crecido, mi cuerpo dando
saltos aleatorios mientras intento recuperarme de mi ataque de risa. Cuando termino, todos
me miran―. Volodya ―digo, rebuscando entre mis muslos para encontrar mi móvil―.
Quiere armas.
―Dile que se ponga en la puta cola ―murmura Ringo, desinteresado, volviendo a su
teléfono mientras el mío vuelve a sonar―. Hoy está ocupado ―añade, con voz ronca.
―Dímelo a mí. ―Me lo acerco a la oreja―. ¿Sí?
―Sr. Black, no sé si me recordará...
―Pruébame ―digo entre risas―. Te sorprenderías. Tengo fantasmas apareciendo a
diestro y siniestro en este momento.
―¿Jeeves? ―dice, y yo frunzo el ceño.
―¿Quién?
―Jeeves, señor. El conserje del Four Seasons.
¿Jeeves? Bueno, mierda. Nunca lo mostré, por supuesto, pero realmente me gustaba este
tipo. Él puede encontrar cualquier cosa, en cualquier momento, por una tarifa, por
supuesto. Nunca ha fallado.
―¿Qué puedo hacer por ti, Jeeves?
―Espero que no te importe que te llame. Verás, tengo tu número de cuando solías
quedarte aquí regularmente hace unos años. ―Hace más de tres años. Antes de conocer a
Rose―. Tenemos una situación.
―¿Qué es?
Jeeves se lanza a un informe detallado de la situación, y yo escucho, sin creerme del todo
lo que estoy oyendo.
―Sr. Black, usted es el único hombre que puede ayudarme.
Tiene razón. Y no puedo negarle la ayuda que me está suplicando. Es un buen tipo y se
lo debo. Además, realmente necesito una salida en este momento.
―Estoy en camino, Jeeves. ―Cuelgo y envío un mensaje rápido. Joder, voy a disfrutar
desgarrando la situación miembro a miembro.

con los demás formando una pared detrás de mí, y el


bullicioso vestíbulo se queda en absoluto silencio mientras caminamos por las baldosas de
mármol crema perfectamente pulidas, el único sonido es una mezcla de nuestras pisadas
colectivas y el personal de la recepción golpeando sus teclados.
Hasta que miran hacia arriba.
No sé si sus miradas son de espanto o de alivio. Tal vez un poco de ambos.
―Sr. Black. ―Jeeves sale corriendo de detrás del mostrador de conserjería, viene hacia
mí con la mano tendida y cara de agradecimiento―. Gracias por venir.
―Lo que sea por un viejo amigo ―le digo, poniendo discretamente un fajo de billetes de
cien dólares en su mano. No es frecuente que haya habitaciones disponibles en el Four
Seasons, y Jeeves siempre me encontraba una cuando estaba soltero y buscaba otro sitio que
no fuera nuestra ajetreada casa, algún lugar privado, para follar. Ahora estoy casado, claro,
pero puedo garantizar que un día mi maravillosa y gloriosa esposa me echará. Necesito
tener a Jeeves por si necesito una cama para pasar la noche, ya que todas las habitaciones
libres de mi casa están llenas.
Mira el dinero con total confusión, probablemente preguntándose por qué le estoy dando
las gracias cuando estoy aquí para ayudarle, antes de guardarlo rápidamente.
―Déjeme mostrarle. ―Jeeves señala el ascensor―. Por favor, te lo ruego, ¿podemos
mantenerlo limpio?
―No puedo prometértelo, Jeeves ―me digo, aunque sé que me oye porque demuestra
su desesperación.
Mientras subimos, la preocupación de Jeeves no hace más que aumentar al ver a mi
pandilla de inadaptados, y cuando saco mi pistola de la parte trasera de mis pantalones,
apoya la espalda contra la pared del ascensor, su desesperación es real, mientras compruebo
el cargador. Las puertas se abren y Jeeves permanece dentro, donde es seguro.
―Podemos tomarlo desde aquí ―digo, cogiendo la tarjeta-llave de sus manos―. Gracias,
Jeeves. ―Las puertas del ascensor se cierran y salgo al pasillo. Justo cuando pensaba que
hoy no podía dar más de sí. Me dirijo hacia la habitación, armado con mi tarjeta llave y mi
Glock, asegurándome de que mis pasos son ligeros, que no se oyen, y cuando estoy ante la
madera, me aseguro de no ponerme delante del visor de la puerta, manteniéndome de
espaldas a la pared, comprobando que los demás están preparados. Todos asienten con las
manos en la espalda mientras introduzco la tarjeta en la ranura. La luz parpadea en verde
y empujo suavemente la puerta para abrirla.
El olor me golpea como un ladrillo en la cara.
Alcohol, nicotina y sexo.
Camino en silencio por la suite, observando las botellas vacías sobre la mesa, algunas
líneas de cocaína perdidas, colillas desbordadas en algunos vasos. Y luego gruñidos.
Gruñidos y gritos patéticos. Gritos patéticos de una mujer que finge disfrutar.
Empujo la puerta con la punta de la pistola y encuentro a la mujer en cuestión a
horcajadas sobre la cintura, cabalgando con fuerza. Suelto el seguro, apunto y carraspeo,
abriéndome paso entre los sonidos de su embellecido placer, y ella vuela en redondo, con
su larga cabellera negra abanicando el radio de la cama. En cuanto me ve en la puerta,
grita.
―Eso sí que es un grito de verdad ―le digo mientras se levanta de un salto, aterrorizada,
con sus enormes tetas rebotando por todas partes.
―Por favor, no me mates ―suplica, moviendo las manos para ocultar varias partes de
ella mientras me dirijo a una silla y me quito una toalla, arrojándosela―. Fíjate hacia dónde
apunta mi pistola ―le digo, sacudiéndola―. Ahora vete.
Se va como un cohete y vuelvo a centrar mi atención en la cama.
Justo cuando Brad levanta la cabeza.
―Buenas noches ―digo, acercándome y empujando el arma contra su sien―. ¿Cómo
está tu hombro?
―Adolorido.
―¿Cómo está tu polla?
―Adolorida.
Arrastro los ojos por su torso hasta su cintura, donde su polla semierecta se crispa,
lamentando la pérdida de su coño más reciente. Estoy segura de que no fue la primera.
—Me siento todo nostálgico ―musito.
―Vete a la mierda. ―Golpea la cabeza contra la almohada―. ¿Vas a dispararme o a
encerrarme como hizo tu padre?
Oh, no lo hizo. Muevo la pistola un poco y aprieto el gatillo, clavándole una bala en la
almohada bajo la cabeza, a unos dos centímetros de la sien, lo que hace que las plumas de
ganso se agiten por la habitación y que Brad salga disparado de la cama con un grito de
dolor.
Se aprieta el hombro, su cara es un mapa de agonía.
―¿Qué coño, Danny?
―Qué pena. Supongo que era una almohada de primera calidad. ―Le clavo la pistola
en la frente, perdida la paciencia―. ¿A qué coño estás jugando?
Brad aparta el arma de un manotazo y se deja caer de nuevo en la cama.
―Necesitaba un tiempo muerto.
―Nolan está vivo.
Su cara de asombro se balancea hacia mí cuando el hombre en persona atraviesa la
puerta y entra en el dormitorio de la suite de Brad.
―¿Brad?
—¿Nolan? ―jadea.
Brad le mira como si hubiera visto un fantasma.
―¿No estás muerto?
―No estaba en tu casa como dijo cuando explotó ―le explico―. Pero esa es una historia
para otro día. ―Tomo asiento en la acogedora silla del rincón y cruzo una pierna sobre la
otra, apoyando la pistola en la rodilla―. Qué bonito reencuentro.
La cara de Brad. Es una extraña mezcla de dolor, alivio y furia. Se levanta, se acerca a
Nolan y le da un puñetazo que hace retroceder al pobre chico unos pasos. Pero se lo lleva
en la barbilla. Literalmente. La alternativa es que yo le pegue un tiro al cabrón por causar
todo este estrés innecesario.
Brad grita, Nolan se frota la barbilla y luego hace un mohín.
―Lo siento ―murmura, y Brad lo atrae hacia sí y lo abraza. Sonrío por dentro. Pero no
por fuera.
―Ahora. ―Me pongo de pie, agitando mi arma alrededor de la habitación que parece
un montón de chicos de fraternidad que han tenido una orgía de cocaína y alcohol―. Has
molestado a Jeeves y a otros invitados con todo el ruido que has estado haciendo.
―Bueno, deberían haberme puesto en la Suite Presidencial. ¿Sabes que esta suite cuesta
ocho de los grandes por noche?
Olfateo mi sorpresa, mirando a mi alrededor el espacio de una habitación.
―¿En serio? ―¿El Presidencial sólo cuesta otros dos de los grandes? Y es bastante más
grande.
―Sí, de verdad. ¿Y quién coño se queja del ruido?
―La gente de la Suite Presidencial ―digo, caminando hacia la puerta.
Brad resopla su repulsión. Puedo oírle literalmente crujirse los nudillos, dispuesto a
marchar hacia allí y poner en su sitio a quienquiera que esté en la Suite Presidencial.
―¿Quién coño está en la Suite Presidencial?
Me giro hacia la puerta, con las cejas en alto.
―El presidente.
―Oh.
Nolan se ríe.
―Cierra el pico ―advierte Brad.
―Vístete. Te llevo a casa. ―Sigo mi camino, guardando mi pistola al pasar junto a los
demás, que miran con asco el desastre que Brad ha hecho con quién sabe cuántas mujeres.
―No tengo una puta casa ―grita―. Algún cabrón la ha volado.
―Entonces parece que tú y tu mascota se quedan conmigo ―grito por encima del
hombro―. ¿Por qué coño no? ―murmuro para mis adentros―. Todos los demás lo están.
―No puedo ―dice Brad, más bajo, haciéndome girar hacia la puerta, con expresión
interrogante―. Simplemente... no puedo.
―¿Por qué?
Frunce el ceño.
―Me gusta mi propio espacio.
―No tienes elección. ―Sigo mi camino―. Ordena tu mierda, Brad, o yo lo haré por ti.

, veo que el coche que James tomó para ir a buscar a Beau


está aparcado desordenadamente delante de la escalera. Pero no hay ningún Range Rover,
y cuando entro en el vestíbulo y me encuentro a mamá esperando, con cara pensativa, sé
que no está bien.
―¿Cómo de mal? —le pregunto―. ¿En una escala del uno al Increíble Hulk?
―Es aún más verde que eso ―dice mamá en voz baja―. Fue directo a tu oficina después
de interrogar a Rose.
―Apuesto a que ha caído bien ―musito, mirando hacia mi despacho―. ¿Dónde está?
―Pasando la palma de la mano bajo el grifo frío.
―Oh, joder ―respiro, dirigiéndome a la cocina. Encuentro a mi mujer jodidamente
lívida―. Hola, cariño.
Mirando hacia arriba, sus labios se tuercen más.
―Se lo merecía.
No lo dudo. Sólo puedo imaginar a James tratando de exprimir a Rose por información.
―Encontramos a Brad. ―Veo su pequeña exhalación de alivio.
―¿Dónde estaba?
Desvío la pregunta.
―¿Así que lo ha hecho? ―Pregunto, yendo hacia ella―. ¿Ha estado en contacto?
―No, no lo ha hecho, y aunque lo hubiera hecho, no se lo diría.
Le cojo la mano y compruebo la palma. Es rosa. ¡Ay! Eso es un aguijón.
―Está preocupado.
―Lo sé, pero no me gusta que me interroguen. Era jodidamente implacable. Siguiéndome
del fregadero a la cocina a la nevera, una y otra vez, pregunta tras pregunta. Estaba
frenético. Tuve que sacarle de sus casillas.
Me estremezco por James. Por supuesto, sé que la bofetada de Rose nunca habría sido
porque él le pusiera un dedo encima. No se atrevería, y no sólo por mí. Él ama a Rose.
―¿Dónde demonios se ha metido, Danny? ―pregunta realmente preocupada.
―¿De verdad no lo sabes? ―pregunto, sorprendido. ¿No nos está mintiendo?―. ¿No
has hablado con ella?
―No ―murmura, indignada―. Su celular está apagado.
Cojo una toalla y le seco la mano, con una mueca de dolor por la marca roja. Fue sólo
una bofetada, y Rose ha dado muchas y ha salido ilesa, pero su palma aún no se había
recuperado del todo de la quemadura de la maldita sartén en Santa Lucía.
―¿No podías haber usado la otra mano? ―pregunto, llevándomela a la boca y
besándola.
―Si me hubiera tomado un momento para pensarlo, sí. Duele mucho.
Mamá entra, saca una olla del armario y la pone en el fuego.
―Están en tu despacho ―me dice―. Rose, Daniel te quiere arriba.
―¿Por qué, qué le pasa? ―le pregunto.
―Algo sobre Barney.
¿Barney? Se me arruga la nariz.
―Si ese chico ha vomitado más...
―¿Mentiras? ―Rose ladea la cabeza y sale de la cocina―. Estoy segura de que Lennox
nunca permitirá que Barney vuelva a ver a nuestro hijo.
―Bien ―gruño, pero inmediatamente me siento fatal por ello. Daniel no pidió este tipo
de infancia. Sé que nos quiere, que quiere a todo el mundo, pero está restringido aquí en
Miami―. ¿Qué opinas de mandar a Daniel a la escuela? ―Le pregunto a mamá de la nada
mientras golpea unas papas en el mostrador.
―Lo siento, ¿qué? ―pregunta sin mirarme.
Frunzo el ceño.
―Escuela. ―¿Para qué crees? Para Daniel.
―Creo ―dice en una exhalación, sin dejar de hacer lo que está haciendo―, que antes
de opinar sobre cualquier cosa, me gustaría una disculpa.
Otto. El cabrón. Mi ira por ese agravio en particular se renueva. Por desgracia, tengo
otras prioridades.
―Lo siento ―gruño―. Pero...
Su cuchillo se levanta rápido, apuntándome.
―Sin peros, Danny. Soy una mujer adulta y soy tu madre. ¿Me oyes? Tu madre. Cuido
de ti, cuido de todos por aquí, así que te apartarás de una puta vez.
―Te mereces más que...
―¿Un criminal asesino?
Frunzo el ceño.
―Esto no es ab…
―¿Yo también merezco más que eso en un hijo? ―pregunta ella―. Porque si alguien
me pidiera que te cambiara por una versión más moral, le mandaría a la mierda. ―Coge
aire y yo retrocedo, alarmado―. Porque te quiero tal y como eres, Danny, y todo lo que eres
es porque eres un puto superviviente.
Retrocedo.
Joder.
Yo...
Recibido alto y claro.
―Lo siento ―digo, con el rabo entre las piernas.
―Bien.
―¿Qué te parece?
―¿Sobre qué? ―suelta, impaciente, y todavía un poco sin aliento por su sermón.
―Escuela para Daniel.
Suspira, su cuerpo se afloja.
―Creo que es una muy buena idea si podemos encontrar el adecuado, por supuesto.
Una segura.
―Yo también.
―¿Quieres que lo investigue?
Asiento con la cabeza.
―Pero déjame hablar con Rose primero. ―Tan pronto como me haya ocupado de la otra
mierda―. Estaré en mi oficina. ―Me dirijo a mi madre, de pie ante ella como si le estuviera
pidiendo permiso. Supongo que lo estoy haciendo. Ella deja escapar una pequeña sonrisa y
me da la mejilla, sin entregar la patata ni el cuchillo, y dejo caer un beso allí antes de dejarla,
diciéndome a mí mismo que tengo que cerrar la puta boca en lo que respecta a su vida
amorosa. Pero, lo juro, si le hace daño, no me contendré.
Me cruzo con Pearl y Anya en el pasillo, las dos llevan ropa de gimnasia y están un poco
sudadas.
―¿Buen entrenamiento? ―Pregunto al pasar.
―Oh, has vuelto. ―Pearl mira directamente hacia mi despacho―. ¿Alguna noticia de
Brad?
Mis pies se detienen y mi cuerpo se gira hacia ellas. Anya tiene una sonrisa casi
indetectable en la cara mientras mira a Pearl por el rabillo del ojo. ¿Qué es esto?
―Ha vuelto ―digo, observándola atentamente.
Su cara. Está sorprendida, complacida, nerviosa. Joder.
―¿Sí? ―chilla―. ¿Cómo está?
―Gruñón.
―Estándar ―dice Pearl entre risas―. ¿Dónde ha estado?
Ahora... ¿se lo digo? Esta chica tiene veintiuno. Brad tiene treinta y cuatro. Tenía
veintiuno cuando Pops lo sacó a rastras de un hotel y le dio una lección sobre los niveles
aceptables de indulgencia. Pearl tenía ocho años cuando Brad tenía veintiuno. Por Dios. Así
que, sí, se lo digo. Es joven. Delirante. Lo mejor que Pearl podría hacer es odiar a Brad, así
que hagamos que eso suceda.
―Se encerró en una suite en el Four Seasons y se folló a una puta tras otra.
Su cara. Decepción, dolor, tristeza. No me produce ningún placer. Pero... también
conozco a Brad. Valora a las mujeres tanto como el diablo valora la confesión.
―Esther necesita ayuda en la cocina. ―Sigo mi camino y entro en mi despacho para
encontrar a todo el mundo quieto y en silencio. James está de espaldas a mí, enfurecido en
silencio en la silla, Brad está en el sofá, con cara de puto desastre, Otto está configurando
su nuevo y reluciente portátil, y Ringo y Goldie están con sus teléfonos―. Me alegra ver
que la fiesta no ha empezado sin mí. ―Cierro la puerta y voy a mi escritorio, evaluando a
James. Está realmente verde. Probablemente enfermo de preocupación―. ¿Dónde está
Nolan?
―Vuelvo a Hiatus ―dice Brad―. Estoy aquí para la información, luego me voy.
―Escapando. Huyendo. Por Pearl. Joder, no puede quedarse aquí por ella. ¿Se le está
insinuando? ¿Encuentra atractiva a la pelirroja? ¿No confía en sí mismo?
Todas las preguntas para otro día.
―Entonces, ¿una recapitulación? ―Pregunto a la sala.
―Claro, por qué no. ―Ringo pone su teléfono a un lado, listo para un resumen de los
acontecimientos del día, y joder, ha sido todo un día.
Subestimación.
―Tenemos a Luis, Sandy, Volodya, y antes de que Beau lo matara, El Tiburón, todos
queriendo nuestras armas.
―Menos mal que te emborrachaste y pediste más, ¿eh? ―Otto dice sin levantar la vista
de su portátil. Está presionando. Espero que mamá le haya hecho sentir tan mal como a mí.
Y espero que ese labio gordo que luce signifique que le duele mucho si la besa. ¿Se han
besado?
―¿Volodya? ―James pregunta, distrayéndome de golpear a Otto en la cara.
―Sí. Llamó antes.
―¿Cuándo quedamos con Sandy? ―pregunta.
―No lo sé.
―Te dije que organizaras algo.
¿Me lo dijo?
―Lo siento, he estado un poco ocupado intentando no morirme. ―Me pongo de pie y
me encojo de hombros para quitarme el abrigo que llevo puesto todo el puto día―. Y tal
vez ahora, a la luz de la llamada de Volodya, podría no estar de acuerdo en reunirme con
Sandy.
―¿Volodya sabe algo? ―James pregunta―. ¿Prometió algo?
Me rio.
―¿Crees que Sandy sabe quién es El Oso? Venga ya. ―Joder―. ¡Nadie sabe una puta
mierda! El Oso ha tenido a todo el mundo a sus órdenes, arrasó Miami con armas y bombas,
¡y ahora no tiene a nadie a sus órdenes y está haciendo lo mismo, joder!
―De acuerdo entonces, ¿a quién llamamos? ―Brad interviene, feliz de fastidiarnos a los
dos―. A Sandy o a Volodya, porque los dos tienen problemas con los dos, así que ¿quién
gana esta? ―Sonríe―. ¿Lo echamos a suertes?
Debería haber movido el arma una pulgada a la izquierda.
―Vete a la mierda y el Hiatus.
―No hasta que sepa qué coño está pasando.
―Buena suerte con eso. ―Ringo se burla de nada―. Ninguno de nosotros sabe qué coño
está pasando. Puede que no necesitemos a Sandy ni a Volodya si Amber Kendrick realmente
tiene información. ¿No estaría bien?
―Glorioso ―digo en voz baja. ¿Qué coño sabe ella? Miro el celular, deseando que
suene―. Tenemos que hablar de la entrega que esperamos mañana. ―Se suponía que Beau
iba a remolcar las motos de agua con León porque, sencillamente, Beau y León son los
miembros con menos pinta de delincuentes de esta jodida familia, aparte de mi mujer, mi
madre y mi hijo, claro―. Entonces, ¿quién remolca los esquís de vuelta ahora?
―Tú y yo ―dice James, con la atención aún puesta en su teléfono. Está marcando a Beau.
Repetidamente. Vuelve a mirar a Otto, que sacude la cabeza ante la pantalla de su nuevo
portátil, y James maldice, volviendo al móvil.
―¿Estás seguro? ―pregunto, pensando que la cabeza de James no está en el espacio
adecuado para hacerse el interesante mientras pasamos de contrabando un sinfín de armas
a través de un sinfín de guardacostas.
―Claro.
No voy a discutir con él.
―Collins está yendo al Hiatus ―dice Otto de la nada, señalando su pantalla como si
todos los presentes pudiéramos verla.
―Me encanta. Invítala a tomar algo cuando llegue ―le digo a Brad. Hablando de beber.
Me levanto y me sirvo un vodka para James.
―¿Y Higham? ¿Qué pensamos de su pequeña cita con Natalia Potter?
―Corrupto como la mierda ―tarareo, dándole vueltas, colocando un vaso en el
escritorio ante James. Higham. Definitivamente corrupto.
―¿Podemos darnos prisa? ―Brad me frunce el ceño, el cabrón irritable. Debería haberse
tirado a unas cuantas putas más y haber dejado en paz a «La Nieve de Florida»7. Y hablando
de «La Nieve de Florida»―. ¿De dónde coño has sacado esa mierda?
Brad abre la boca y vuelve a cerrarla, frunciendo los labios, como si se le acabara de
ocurrir que debería habérselo preguntado antes. Probablemente estaba demasiado borracho
de alcohol y lujuria.
―Jeeves ―dice despacio, frunciendo el ceño—. No necesito preguntar más. Brad
también se pregunta de dónde lo habría sacado Jeeves, ahora que hemos sacado al irlandés.
Hago una nota mental para averiguarlo, pero, de nuevo, no es una prioridad.
―¿Y Potter? ―Pregunto.
―Nada ―confirma Otto―. Pero sí informó de que Metcalfe va a tomar el título de
alcalde.
Me rio. Claro que sí, joder. Ahora no tiene competencia. Luego hago un mohín y me
quedo pensativo.
No hay competencia.
Bajo a mi silla y doy un sorbo a mi bebida, considerándolo. No hay competencia. Va a
entrar directamente en el despacho del alcalde. Quizá necesite competencia.
―¡Danny!
Me sobresalto, buscando el origen de la voz. Otto me mira con el ceño fruncido,
preguntándose en qué estaba pensando tan intensamente. No se lo diré. Estoy seguro de que
ya piensa que me he vuelto loco.
―¿Qué?
―No puedo encontrar a Amber Kendrick por ningún lado.
―Típico ―digo riendo, cerrando los ojos y echando la cabeza hacia atrás. Respira. Sólo
respira. Tiene que aparecer tarde o temprano. Sólo espero que no esté muerta.
Abro los ojos.
James tiene el brazo extendido sobre mi escritorio, el puño cerrado, y en medio...
Dos pajitas.

7 Cocaína.
e tumbo entre sus muslos, apoyando la espalda en su pecho. El agua cae a poca
distancia de mis pezones, dejándolos expuestos al aire fresco. Duros. Oscuros. Las
manos grandes y hábiles de Danny se extienden por mi vientre, mis piernas tocan
el interior de las suyas desde el muslo hasta el tobillo, y con cada inhalación profunda que
hace, un poco más de mis tetas quedan expuestas. Todo está tranquilo y quieto, sólo el
sonido del agua nos hace compañía.
Ninguno de los dos pudimos dormir. Estoy muy preocupada por Beau, me pasé toda la
noche escuchando a ver si oía que volvía a casa, y Danny lo sabía. Para cuando salía el sol,
renuncié a perseguir el sueño y me preparé un baño. Él entró silenciosamente y se unió a
mí, abandonando también nuestra cama. Se durmió a los pocos minutos de sumergirse en
el agua y colocarme encima de él, su corazón latiendo en mi espalda también me hizo
dormir.
No sé qué hora es, pero el agua está tibia. Sólo el contacto de nuestras pieles mantiene
alejados los escalofríos.
―¿Estás despierto? ―pregunto, y él tararea, empezando a rodear mi estómago con las
palmas de las manos―. No ha vuelto a casa.
Sus brazos suben hasta mis hombros y me rodean, abrazándome, y yo me aferro a ellos,
pero él no dice nada. Todos estamos preocupados. Maldita sea. Aparto los brazos de Danny
y me pongo de pie, con el agua cayéndome del cuerpo, la piel de gallina en cada centímetro
de mi piel, el cabello mojado pegado a mi espalda.
―Espera ―me dice cogiéndome la muñeca. Me doy la vuelta en la bañera mientras él se
arrodilla y me atrae hacia él, deslizando su mano sobre mi nuca y atrayendo mi boca hacia
la suya. El calor abrasador que contrasta con los escalofríos de mi piel es divino, y cuando
mis pechos se aprietan contra el suyo, los escalofríos desaparecen de inmediato.
―Tus cortes. ―Me agarro a sus muñecas, aprieto fuerte, lista para separarme.
―Están bien ―responde, hipnotizándome con los remolinos de su lengua, sus
mordisquitos, las chupadas, mientras me sujeta firmemente el cuello―. Sólo bésame. ―La
aspereza de su voz añadida a los ingredientes ya embriagadores me lleva al siguiente nivel
de placer, me invade una necesidad de simplemente... besar. Inclino la cabeza, abro más,
giro suavemente, chupo suavemente. Es el beso más lento que hemos compartido. El más
suave―. Hermoso ―susurra de nuevo, acercando su cuerpo, empujándome, sus manos se
deslizan hasta mi cabeza, sus pulgares en mis mejillas.
Estoy tan perdida. Tan caliente. Tan consumida. Llevo las manos a su cabello, lo acaricio
hasta la nuca y cierro el brazo alrededor de su cuello para que me acerque más, tarareando
mi felicidad, tragándome cada sonido de complacencia que hace. Este beso es un atracón.
Es codicioso, poderoso y vertiginoso. Ninguno de los dos quiere progresar, sólo disfrutarlo.
Y sigue y sigue.
El beso perpetuo. Mi cabeza gira hacia un lado y luego hacia el otro, mi mano libre
recorre su cuerpo, su cara, su cabello, mis pezones rozando su pecho.
―¿Estás mojada? ―me pregunta, deslizando un dedo entre mis piernas. Jadeo en
respuesta, mordiéndole la lengua. Tan húmeda. Ardiente. Necesito. Lo beso con más fuerza,
ahora la urgencia toma la delantera―. Estoy tan jodidamente duro por ti. ―Me coge la
mano y la pone sobre su polla, e inmediatamente empiezo a trabajar con él mientras me
masajea el clítoris.
Pensé que era feliz con un beso.
Ahora, sólo necesito detonar y esperar que se lleve algo de estrés con él. Sé que él siente
lo mismo. Lo beso aún más fuerte, mordiéndole el labio, metiéndole la lengua en la boca,
empujando mi mano con el puño arriba y abajo por su polla mientras mi cuerpo se pliega
hacia delante por el placer que me está proporcionando. Gimo, mis labios se separan de los
suyos, mi cabeza se afloja cuando todos mis músculos empiezan a endurecerse y el placer
me invade. Siento que su dedo se desliza bajo mi barbilla y me obliga a levantar la cara.
Apenas puedo mantener los ojos abiertos.
―Mira ―exige, con sus ojos helados ardiendo―. ¿Te correrás fuerte para mí, nena?
―pregunta―. Córrete sobre mi mano.
Gimo, la acción de mis manos se vuelve un poco caótica, obligando a Danny a ocuparse
de él y de mí al mismo tiempo. Pongo una mano en cada hombro y miro hacia abajo al verle
dándonos placer a los dos. Es irreal. Su puño está apretado, trabajando sin parar, la corona
de su polla reluciente, y sus dedos recubiertos de placer se introducen en mí al mismo
tiempo, su pulgar trabajando mi clítoris también. Mis mejillas se inflan por el esfuerzo de
no gritar mientras el placer se apodera de mí, deslizándose por mis venas y dirigiéndose a
un solo lugar. Me muerdo el labio y miro hacia arriba. Sus labios húmedos y entreabiertos,
más allá de su oscura barba incipiente, la ligera hinchazón de su nariz por la pelea con
Otto, sus ojos ardientes y somnolientos, su cicatriz.
Me inclino hacia él y le lamo todo el largo, desde debajo del ojo hasta el labio, y luego
hasta el otro lado. Se tensa. Deslizo la mano por su pecho hasta entre sus muslos y le acaricio
suavemente los huevos. Se convulsiona. Pierde el ritmo conmigo por un momento. Es el
momento que necesito para volver atrás y alinearme con Danny. Lo beso brevemente y
vuelvo a mirarlo mientras nos toca, dividiendo mi atención entre sus manos y su cara. Sus
ojos se posan en mis tetas.
Mis manos las encuentran inmediatamente, y su cabeza cae hacia atrás, su mirada fija
allí, su boca se abre más, sus azules se vuelven más somnolientos.
Mortalmente guapo.
Mortalmente sexy.
Simplemente mortal en todos los sentidos de la palabra, y lo amo. Moriría por él.
Abandono una teta y bajo hasta mi vientre, sujetándola, sintiendo el impulso de agacharme
y reprimir la inminente explosión entre mis piernas. Sus ojos se dirigen a mi vientre. Sus
manos empiezan a trabajar más rápido.
Ya voy.
Ya voy.
Ya voy.
Trago saliva, mi cuerpo se estremece y me corre sin piedad, obligándome a agarrarme al
hombro de Danny. Miro hacia abajo justo cuando se retuerce, murmura, y la cabeza de su
polla se hincha y salta, disparando su semen por todo mi estómago mientras jadea y se
agarra al lateral de la bañera, salpicando el agua.
―Mierda ―sisea, empujando más dentro de mí y quedándose quieto, dejándome
envolver cada músculo interno alrededor de sus gruesos dedos y aferrarme a él. Me paso la
mano por el vientre y lo extiendo sobre mí, clavándole las uñas en el bíceps, incapaz de
apartar los ojos de su hermosa polla aún en erupción, su esencia golpeando ahora mi brazo.
Agarro su mano y saco lentamente sus dedos de dentro de mí y bajo el culo hasta los talones,
respirando un poco.
Tiene un aspecto de otro mundo, recuperándose de su orgasmo, el cabello mojado
cayéndole sobre los ojos, el cuerpo excitado, cada músculo palpitante.
―¿Estás bien? ―pregunto, echándome agua en la barriga para lavármela. Danny no
dice nada. Se chupa los dedos, me besa la mejilla y se levanta como Poseidón saliendo del
mar. Sale, coge una toalla y se seca―. ¿Qué haces hoy? ―le pregunto.
Danny me mira mientras se va, lo que básicamente me dice que si habla, será mentira,
así que no hablará, y entonces no se le podrá acusar de mentir.
―Te amo ―me responde, poniendo una pequeña sonrisa en mi cara, a pesar de que
acabo de servir como su puta interna. Un calmante para el estrés. Pero él nunca besaría así
a una puta interna. Ni les diría que las ama. Y, desde luego, no llevarían un hijo suyo.
―Que tengas un buen día, cariño ―digo en voz baja, saliendo y secándome, al tiempo
que rezo para que Beau vuelva sana y salva y se acabe esta pesadilla interminable.
Ya debería saber que Dios no escucha las plegarias de los pecadores.

Union Jack y unos pantalones elásticos antes de bajar a ver cómo


está el ambiente en la casa. Sé que será bajo, pero ¿cómo de bajo? Encuentro a Daniel en la
isla metiéndose Lucky Charms en la boca mientras Pearl y Anya miran atónitas, comiendo
sus magdalenas con un poco más de gracia.
―Buenos días ―les digo, uniéndome a ellos y sirviéndoles un poco de zumo.
―¿Alguna noticia de Beau? ―Anya pregunta.
La cuchara de Daniel golpea su cuenco con un sonoro tintineo y Esther deja de limpiar
la encimera detrás de mí.
―¿Qué le pasa a Beau? ―pregunta, mirándome en busca de una respuesta―. ¿Le han
vuelto a disparar?
La mano de Anya va directa a su boca, sus disculpas se derraman a través de sus dedos.
―Lo siento mucho.
No puedo enfadarme con ella. Le ofrezco a Anya una pequeña sonrisa tranquilizadora
antes de volverme hacia Daniel.
―Beau está bien. ―pienso―. Tiene la cabeza de policía, eso es todo.
―Una vez policía, siempre policía ―canta, volviendo a su desayuno, y yo me rio
ligeramente.
―¿Dónde has oído eso?
―Beau. No, espera, era James. Espera, no, era el Señor. ―Frunce el ceño―. ¿O lo vi en
CSI?
―No deberías estar viendo CSI ―dice Esther desde el otro lado de la cocina.
No, porque hay suficiente actividad criminal ocurriendo por aquí para mantener su
mente curiosa ocupada. Maldita sea. Cómo me gustaría que pudiera ir a una escuela normal
y ser un niño normal mientras está allí. Necesita amigos.
―Oye, abuela, ¿sabe ya el Señor que Otto y tú están enamorados?
Aprieto los labios y miro a Esther, que tiene la cara roja.
―¿De qué estás hablando?
―¿Significa esto que será mi abuelo?
―No, no es así. ―Otto aparece en la puerta, y Daniel se ríe, metiéndose la cuchara en la
boca, con la leche goteándole por la barbilla. Le hago callar.
―Estás vivo ―bromea Daniel―. Eso significa que el Señor no lo sabe.
―¿Sabe qué? ―Danny aparece en la puerta, y prácticamente oigo la desesperación de
Esther en forma de ruido metálico de ollas y platos mientras su alboroto sube de nivel.
Daniel se encoge en su silla y vuelve a sus Lucky Charms. Es una sabia decisión. Esos
Lucky Charms no tendrán la suerte suficiente para salvarle de la ira de Danny si no se calla.
―Nada. ―Evalúo a mi marido, cada centímetro de él. Está bien vestido. Vestido para
matar―. ¿Café? ―Pregunto, pero Esther ya se ha ocupado, sirviendo uno de la jarra y
deslizándolo sobre la encimera para él. Luego le da uno a Otto. Es un movimiento táctico, y
Otto no lo aprecia, sus ojos molestos se clavan en Danny mientras sorbe, y Danny lo sabe,
que es sin duda la razón por la que colma de afecto a Esther, rodeándola con un brazo
mientras bebe su café.
―¿No deberías estar llegando al astillero? ―pregunta a Otto. Me pongo mentalmente la
cabeza entre las manos mientras Anya y Pearl se lanzan miradas de ping-pong, cada una
con una taza en los labios, intentando parecer absortas en sus bebidas. Daniel es nuestra
salvación. Pero entonces el sonido de la cerámica raspando la encimera de mármol penetra
en el aire y él se levanta y se va, declarando que quiere terminar y entregar su tarea antes
de salir al agua.
―Hoy no, chico ―le dice Danny, haciéndole chillar hasta detenerse en la puerta.
―¿Qué? ¿Por qué? ―gimotea, todo su cuerpo se desinfla, haciendo que parezca un niño
pequeño otra vez.
―Sí, ¿por qué? ―Pregunto.
―Porque yo lo digo. ―Danny suelta a Esther. ¿Sin flexión alguna? Eso sólo significa una
cosa. Hay una entrega o un intercambio o... inhalo en silencio. La entrega es hoy. Miro a mi
marido. Le queda bien. ¿Está pasando algo antes de la entrega? ¿Y no se suponía que Beau
iba a ayudar con eso?
Daniel se va dando pisotones, enfurruñado, y me duele el corazón por él. Sólo quiere
salir en su moto acuática. Estoy segura de que si lo hiciera todos los días, sería feliz. Pero no
puede porque es la terminal de carga de todo el armamento ilegal que entra en el país para
su padrastro traficante de armas. Gruño en voz baja, tan molesta como mi hijo. Sé que
Danny puede proporcionar una vida increíble a nuestros hijos, pero también es una vida
de restricciones, y no hay una mierda que pueda hacer al respecto, y eso sólo me hace sentir
como una madre de mierda.
Me tomo el zumo y miro a Danny por la espalda mientras él y Otto salen de la cocina.
―No lo digas ―me advierte Esther, obviamente leyéndome como siempre hace―. Hoy
no.
―¿Qué día es hoy? ―pregunta Pearl, muy curiosa.
―Nada ―soltamos Esther y yo al unísono, haciendo que se sobresalte. Sonrío torpemente
y vuelvo a mi zumo. Si no podemos ocultar las cosas a un hijo no tan curioso, no tengo la
menor esperanza de ocultárselas a una veinteañera muy curiosa que, además, está haciendo
demasiadas preguntas sobre Brad.
Nolan entra en la cocina abotonándose el traje, con un aspecto muy elegante, el cabello
impecable y el nudo de la corbata impecable. Está guapo. Y tiene poco más de veinte años.
Mi mirada se dirige a Pearl. Ahora esto sería una atracción saludable. Un objeto más
adecuado para sus atenciones. Pero ella no le dedica ni una segunda mirada, su atención
está en la taza de café que hace girar lentamente sobre la encimera. Joder. Capto la mirada
de Anya, que se encoge de hombros y sonríe con los labios apretados.
Esther le sirve un café a Nolan y le añade un poco de azúcar.
―Ya está ―dice, pasando a otra tarea, horneando si los ingredientes que va bajando son
una pista.
La atención de Nolan cae sobre mí.
―Brad mencionó que podrías venir a trabajar al club.
Parpadeo, sorprendida, volviendo a comprobar con quién está hablando Nolan.
―¿Yo?
―Sí, ¿algo sobre contabilidad?
―¿Yo? ―repito, señalándome el pecho con el dedo. ¿Trabajando en Hiatus? Una
pequeña sonrisa comienza a formarse. ¿Tendría mi propio trabajo? ¿Me pagarían? ¿Tener
mi propio dinero?
―¿Brad tiene un club? ―Pearl pregunta, interesada.
―Es un local de striptease ―aclaro. Y un lugar para blanquear dinero.
―Es lógico ― dice con una risita, y yo retrocedo, sorprendida, haciendo que Pearl agite
una mano desdeñosamente, levantándose y rellenando su café.
―¿Lo sabe Danny? ―Le pregunto a Nolan.
―¿Saber qué?
Me giro y vuelvo a encontrar a mi marido en la puerta, con las piernas abiertas y las
manos en los bolsillos del pantalón, relajado.
―¿Quieres dejar de hacer eso? ―le digo, girando sobre mi taburete y encarándome a
él―. Nunca mencionaste que Brad dijera que podía trabajar en el club.
La mirada oscura que Danny lanza a Nolan es letal. Le dice que mejor se vaya o morirá.
Como era de esperar, Nolan abandona el café y se marcha a toda prisa. Cruzo los brazos
sobre el pecho. Hablo en serio.
―¿Y bien?
Danny camina despacio hacia mí, con las manos aún hundidas en los bolsillos, y se
detiene ante mí, agachándose para acercar su cara a la mía. Miro por el rabillo del ojo y
veo a Pearl de nuevo en la isla con un café recién hecho. Anya y ella sonríen detrás de sus
tazas. No sé por qué. Esto no va a ser divertido. Exasperante, quizá, pero no divertido. Le
presto atención a mi marido. Hay que cortarle el cabello. También la barba incipiente.
―No lo mencioné ―dice, dándome un beso que no correspondo―. Porque nunca
ocurrirá.
Resoplo, nada sorprendida, y vuelvo la cara, bajándome del taburete y dirigiéndome a la
nevera. Saco un tarro y desenrosco la tapa, sacando una guindilla.
―A lo mejor Anya y Pearl podrían aprender en la barra. ―Las pobres deben de estar
aburridísimas, y ya que por lo visto no van a ir a ninguna parte, al menos deberíamos
buscarles algo que hacer para que ganen algo de dinero.
Danny mira a las chicas, que parecen muy interesadas en mi sugerencia. Sus cejas se
levantan.
―Es el club de Brad, no el mío. ―Se encoge de hombros y me rio en voz baja. También
es el club de Danny, por el amor de Dios.
La habitación se queda en silencio cuando entra James, con la mirada fija hacia delante,
el ambiente espeso, al igual que la tensión que irradia de él. Se acerca a la nevera y se queda
mirando dentro.
―He licuado un poco para ti ―dice Esther, acercándose a él y sacando un vaso verde.
James la mira, inexpresivo.
―Gracias.
―Bienvenido. ―Le pone el vaso en la mano y lo deja junto a la nevera estudiándolo―.
Kiwi, arándanos, plátano, brócoli y mango.
Traga saliva visiblemente, mirando fijamente el vaso.
―Mango ―dice, mirándome, y se me parte el corazón, no sólo porque revela el lado de
la cara que abofeteé y la evidencia está ahí, sino porque el mango es uno de los favoritos de
Beau. Tengo que apartar la mirada, incapaz de ver la absoluta desesperanza que hay en él.
Es vergonzoso por mi parte, cobarde. Oigo que el vaso choca con el mostrador y levanto la
vista. No lo ha tocado.
―James ―le llamo mientras sale, pero no se detiene. Miro a Danny y veo la misma
desesperación que siento yo. Me levanto de un salto y cojo el zumo verde, yendo tras él―.
James, por favor. Para. ―Le alcanzo al pie de la escalera y le agarro del brazo, deteniéndole.
Por supuesto, podría encogerse de hombros si quisiera, pero no lo hace, y se lo agradezco.
No me mira, así que rodeo su enorme cuerpo y subo un escalón, poniéndome delante de él.
Y debido a la diferencia de altura, veo su cara. El dolor grabado en él. Las profundas líneas
de tensión que le hacen parecer más viejo de lo que es. Verlo así me enfurece
irrazonablemente con Beau. Sé por qué hace esto. Siento su desesperación tanto como la de
James. También me hace hacer un voto silencioso de nunca huir de Danny y dejarlo
preguntándose y preocupándose si estoy viva.
―Siento haberte abofeteado ―le digo en voz baja, apoyando la palma de la mano que
aún le escuece culpable en el antebrazo―. De verdad que no he sabido nada de ella, lo juro.
―No quiero que crea que sería tan cruel como para dejarle en esta desolación si pudiera
sacarle de ella. Pero no he sabido nada de ella, así que no puedo.
Traga saliva y levanta un poco la cabeza, y el corazón se me parte aún más cuando veo
que tiene los ojos vidriosos por las lágrimas que lucha por contener.
―Necesito encontrarla, Rose. Antes de que lo haga otro. ―Se aclara la garganta y se seca
bruscamente las mejillas de un resoplido, y yo le tiendo el vaso.
―Bebe ―le ordeno, esperando que el brebaje le recargue algo de la fuerza que le han
quitado.
James sonríe suavemente y me sigue la corriente, bebiéndolo de un golpe y poniéndolo
de nuevo vacío en mi mano.
―Gracias.
―No te preocupes. ―Lo pillo desprevenido y paso mis brazos sobre sus anchos hombros,
abrazándolo fuerte, esperando que sienta mi amor por él. Es literalmente la única persona
en este mundo que puede arreglar a Beau. Danny lo sabe. Danny lo sabe. Zinnea lo sabe.
Incluso Beau lo sabe en el fondo. No puede ceder. No puede ser menos que El Enigma en
este momento.
James me devuelve el abrazo, se inclina un poco para acomodarse a mí y se aferra a mí
con tanta fuerza como yo a él. Necesito todo lo que hay en mí para no llorar sobre él.
―Tengo que irme ―susurra, sin separarse, sino esperando a que yo lo haga.
Asiento y le suelto.
―Encuéntrala, ¿vale?
Asiente y se marcha.
―Dile a Danny que me reuniré con él en Hiatus. ―La puerta se cierra tras él y, unos
instantes después, Otto aparece por el pasillo que conduce al despacho, maldiciendo
mientras va tras James.
―Le dije que no se fuera sin mí. ―Abre la puerta de un tirón y la cierra de un portazo,
justo cuando Goldie sale también dando un portazo. Me hace sentir mucho mejor saber que
James no está solo.
Pero Beau sí.
Voy a patearle el culo en serio cuando llegue a casa. Si llega a casa. Me estremezco y
lanzo una plegaria al cielo, a un dios en el que no creo, y vuelvo a la cocina. Entro y
encuentro a Esther y Danny al fondo, solos, cerca, hablando en susurros. Ambos me ven y
se callan. ¿Y eso no me cabrea? ¿Qué me ocultan ahora? Miro entre ellos, con expresión
feroz.
―¿Qué pasa? ―Pregunto, sin confiar en que me lo digan, pero queriendo que sepan que
no soy estúpida. O feliz.
Esther mira a Danny y asiente, y él da un paso adelante, pareciendo un poco incómodo.
―Mamá ha encontrado un colegio para Daniel ―dice. Miro directamente a Esther en
mi asombro, como si necesitara confirmación de que no estoy oyendo cosas. Ella asiente.
¿Qué? Lo he deseado muchas veces, pero creía que la escolarización normal estaba
descartada―. No quiero que te emociones demasiado. ―Danny se acerca a mí, tomando
mis dos manos―. Pero parece prometedor.
Mi corazón salta de alegría.
―¿Dónde? ―pregunto―. ¿Cuántos niños van allí? ¿Cómo se llama? ¿Es mixto? Porque
para él es importante estar con niños y niñas.
―Guau. ―Danny se ríe―. El director puede responder a todas las preguntas que
tengamos cuando le visitemos.
―¿Vamos a visitarlo? ―exclamo, emocionada―. ¿Como los padres normales visitan los
colegios normales para ver si quieren que su hijo normal vaya allí? ―Respiro, algo viene a
mí―. Espera, ¿qué le has dicho al director que haces?
―Bueno, obviamente no le dije que las posibilidades de que cualquier día caiga en la
lista de los más buscados de América son bastante altas.
―Eso está bien ―digo, mirando al aire, pensando en todas las cosas que necesitará
Daniel. Bolsas, libros, bolígrafos, material deportivo. Tendremos que ir de compras―.
¿Cuándo nos vamos?
Danny sonríe ante mi entusiasmo y me da un beso en la nariz.
―Tengo algunos asuntos que aclarar primero.
―No deberíamos mencionárselo a Daniel hasta que sea definitivo ―le digo. Se quedaría
destrozado si le diera esto y luego se lo quitara. Danny sonríe mientras se va, leyendo mis
pensamientos y temores. Si el director se entera de que Danny es quien es, Daniel no entrará
en ese colegio. Simple. Haré todo lo que esté en mi mano para que el director piense que
Danny caga arco iris y va a la iglesia todos los domingos. ¿Comprobarán eso? ¿Si va a la
iglesia? Necesito hablar con el Padre McMahon.
―Ven conmigo un momento ―dice Danny en voz baja, me coge de la muñeca y me saca
al pasillo. Echa un vistazo rápido antes de hablar―. ¿Qué sabes de Pearl? ―pregunta.
―¿Qué? ―Pregunto, con la frente fruncida.
―Ha estado preguntando por Brad.
―Ohh ―respiro―. Tú también, ¿eh? ―Miro más allá de él hacia la cocina―. James
también estaba preguntando.
―Creo que esa es una de las razones por las que se fue al hotel y se folló a saber cuántas
mujeres.
Miro a Danny, disgustada.
―¿Que ha hecho qué?
Se encoge de hombros, como si fuera lo normal. Lo normal.
―Espera, ¿se lo dijiste a Pearl?
―Sí, se lo dije a Pearl. Tenemos que cortar eso de raíz.
¿Es de verdad?
―¿Qué, como si estuvieras tratando de cortar de raíz a Otto y Esther? ―Le pregunto―.
Porque eso va bien.
Parpadea, sorprendido.
―¿Qué eres? ―despotricando―. ¿La policía del amor?
Su sorpresa se transforma en irritación y pongo los ojos en blanco, no me hago ningún
favor, pero... que le den.
―Rose, apenas la conocemos.
Me rio histéricamente.
―No me conocías.
―Tiene veintiún años.
―No olvides el pequeño detalle de que es extranjera.
―Es británica ―dice, confuso.
―Precisamente. ―Le doy un puñetazo en el pecho e inmediatamente me disculpo por
ello cuando se retira, gruñendo de dolor. Maldita sea―. Lo siento.
―Perdonada.
―De todos modos, tu pequeño plan para alejarla de Brad puede haber funcionado ―le
digo―. Parecía horrorizada cuando le dije que Hiatus es un local de striptease.
―Inocentemente, por supuesto.
―Bien.
Supongo que Danny tiene razón. Brad no es un tipo de una sola mujer. Pearl es joven,
ingenua. Brad sólo la lastimará. Suspiro. Diría que Pearl debería mantenerse alejada de este
mundo, pero ya está expuesta a él. Ya está en él.
―Será mejor que te vayas. ―Me pongo de puntillas y beso su mejilla llena de
cicatrices―. James dijo que te vería en Hiatus. ―Me doy la vuelta y me dirijo a la cocina,
pero él me coge del jersey y me arrastra hacia él, colgándome de su brazo. Suelto un grito
de sorpresa y le miro a los ojos.
―¿Sabes qué es lo mejor de tener un matrimonio fogoso? ―me pregunta, y sonrío, a mi
pesar. Me encanta reconciliarme con él. Me encanta pelearme con él. Discutir. Discutir.
Pelearnos. Lo que odio son las razones por las que nos peleamos. Le agarro de las mejillas y
le doy un gran beso en los labios, y Danny no tarda en profundizarlo, introduciendo la
lengua. Lo lamo con un zumbido satisfecho y me trago cada mágico sonido de placer que
hace hasta que me vuelve a poner en pie, me gira por los hombros y me despide. Oigo
cerrarse la puerta principal y me dirijo a la ventana de la cocina que da a la fachada,
viéndole deslizarse en el asiento del copiloto de uno de los Mercedes. Ringo está al volante.
―Esta cocina está cada vez más ocupada ―dice Esther cuando Brad entra con cara de
culo abofeteado. Lleva traje, pero el cabestrillo que sujeta su hombro hace que pase de
elegante a arrugado.
―Buenos días ―digo, despreocupada, acercándome a la tabla de cortar y cogiendo
medio limón.
Gruñe, mirando a las chicas de la mesa al pasar junto a ellas, sin pronunciar siquiera un
hola. Pearl baja la vista hacia su café, y Anya me mira a mí, con sus cejas gruesas, hermosas
y de forma natural en alto.
―Creo que Pearl y Anya deberían venir a trabajar al club ―digo, mordisqueando la
esquina del limón.
Brad se congela, mirándome horrorizado.
―No necesito personal.
―Umm, en realidad, recuerdo que Mason dijo que había perdido algunas chicas.
Sus ojos se abren de par en par y la advertencia se dirige a mí. ¿Cuál es su problema? Ni
siquiera trata con el personal del bar. Ese es el trabajo de Nolan. Podría ser el mío si mi
marido se relajara un poco. Además, Pearl claramente se ha ido con Brad.
―Es un no.
Le miro con incredulidad.
―Necesitan algo que hacer.
―He dicho que no ―brama, se da la vuelta y se golpea el hombro contra un armario.
Todos nos sobresaltamos ante su arrebato―. ¡Joder! ―grita, dejando caer la taza de café.
Se hace añicos en el suelo, Brad maldice un poco más y sale de la cocina, dejando tras de sí
una galería de espectadores mudos.
―Oh, digo yo ―suspira Esther, yendo al armario y sacando el recogedor y el cepillo
antes de coger una toalla de la encimera―. ¿Qué se le habrá metido?
Miro a Pearl.
Mira hacia otro lado.
Esta casa ahora mismo es como una caja de tensión. Una olla a presión a punto de
explotar. Tengo que salir. Salgo de la cocina y subo rápido las escaleras, corriendo por el
pasillo hasta el dormitorio de Daniel. Abro la puerta y la encuentro vacía. Sala de televisión.
Doy marcha atrás, volviendo a bajar las escaleras, y encuentro a Daniel en el sofá con Tank.
Ninguno de los dos levanta la vista para ver quién ha entrado, su seria atención puesta en
la pantalla.
―¿Hoy no te necesitan? ―Pregunto.
―Estás aquí ―dice Tank, con los pulgares trabajando duro sobre el mando que tiene en
la mano―. Y el hombrecito también. Estaría fuera con Fury buscando a Beau si pudiera.
―Vamos a comer pizza ―le digo. Esas simples palabras. Simples pero tan extrañas. Tan
extrañas que Daniel y Tank dejan de jugar y me miran como si tuviera que ingresar en un
manicomio―. Vamos ―les aseguro, sacando el móvil.
―No voy a ninguna parte a menos que me lo diga el jefe.
―Mamá es la jefa ―dice Daniel, haciéndome sonreír. No es del todo cierto, pero lo
acepto.
Saco algo de confianza de la nada y marco a Danny, llevándome el celular a la oreja.
―¿Me echas de menos? ―pregunta como respuesta mientras empiezo a pasear frente a
la chimenea.
―Es doloroso. ―Se ríe suavemente―. ¿Qué quieres, cariño?
―Quiero llevar a Daniel a comer pizza. ― Contengo la respiración, apartando la vista
de Tank y Daniel para que no puedan ver mi cara de fastidio.
―De acuerdo.
Se me cae la cara.
―¿Qué?
―He dicho que esta bien.
¿De acuerdo? ¿Así de fácil? Pongo el celular en altavoz y me vuelvo hacia Tank.
―¿Puedes repetirlo, por favor?
―Puedes llevar a Daniel a comer pizza.
―¡Genial! ―Daniel tira el mando a un lado y apaga la tele.
―Gracias. ―Sonrío dulcemente y desconecto la llamada―. No es que necesitara su
permiso ―añado, dejando atrás a unos risueños Tank y Daniel―. Estén listos a la una.
―Qué ridículo que me haga tanta ilusión llevar a Daniel a comer una simple pizza. ¡Qué
locura!
Subo las escaleras de dos en dos, marcando a Beau, rogándole que encienda el celular y
descuelgue. No contesta. Paso por delante de la habitación de Zinnea y voy más despacio,
doy marcha atrás y llamo a la puerta.
―Adelante ―contesta una voz, y entro a empujones. No me encuentro con la vivaracha
alter ego Zinnea Dolly Daydream. Lawrence está sentado en la silla junto a la ventana con
un kimono rojo inusualmente sencillo, el cabello natural húmedo de una ducha reciente,
sin pestañas, sin maquillaje, sin nada. Hago un mohín cuando me mira con tristeza.
―Ven a comer pizza ―le digo, mirándole suplicante.
―¿Dónde demonios está? ―pregunta, sonando tan ordinario como nunca he oído sonar
a Lawrence. Francamente, no le pega―. Debería haberme quedado en Santa Lucía. No
soporto esta preocupación.
―Estará en casa. ―Me acerco y le cojo de las manos, tirando de él hacia arriba―.
Vamos. El jefe me ha dado permiso para salir de nuestra prisión. No me iré sin ti.
―Bien, bien ―suspira, haciéndome un gesto para que me vaya―. ¿A qué hora nos
vamos?
―A la una.
Mira el reloj de la mesilla de noche que indica que acaban de dar las diez.
―Dios mío, será mejor que me vaya. ―Se escabulle hacia el baño y cierra la puerta, y
yo me voy a mi habitación, marcando a Beau una vez más. Vuelve a salirme el buzón de
voz, pero esta vez dejo un mensaje.
Le ruego que me llame. El temblor de mi voz no es falso.
Estoy tan jodidamente preocupada por ella.

, desde las diez hasta la una, Lawrence no encontró la forma de


transformarse en Zinnea. En lugar de eso, se puso unas bermudas, una camisa hawaiana
de manga corta, unas Vans a cuadros blancos y negros, una gorra de béisbol teñida que
lleva al revés y unas gafas redondas de montura gruesa que le cubren los ojos hinchados.
Pero está aquí.
―Daniel, no le están saliendo patas ni se escapa de tu plato ―digo, asombrada, mientras
Tank se ríe alrededor de su porción y Lawrence se frota el cabello. Nunca he visto a nadie
comer pizza como él. Odio pensar que está aprovechando al máximo su libertad, comiendo
todo lo que puede lo más rápido que puede. Podemos pedir pizza cuando queramos, pero
no es lo mismo que comer fuera.
Suena mi celular, lo cojo a ciegas mientras le tiro a Daniel unas servilletas y contesto.
―Hola.
Espero oír la voz de Danny. Registrándome. No la oigo. Me levanto de la mesa.
―¿Beau? ―suelto, y todos dejan de masticar y me miran, eliminando cualquier
posibilidad de ocultárselo a James. No es que quisiera o pudiera. El hombre es un desastre
roto y perdido.
―Estoy bien ―dice, mientras me alejo de la mesa, recibiendo una mirada de advertencia
de Tank. No voy muy lejos, deambulando frente a la zona del bar.
―¿Dónde estás? ―Pregunto.
―Necesito respuestas.
―Eso no es lo que he preguntado ―replico―. ¿Dónde estás? No has venido a casa, Beau.
No puedo creer lo estúpida que estás siendo. ―La quiero, la entiendo, pero no puedo
aceptar este nivel de imprudencia―. James está muy preocupado.
―Lo sé. ―Suena tranquila. Derrotada―. No quiero que se preocupe.
―¿Estás de broma? ―Dejo de pasearme y miro el estante superior con incredulidad―.
¿No quieres que se preocupe? ―Ahora sí que se hace la tonta―. Beau, después de matar,
eso es lo que mejor hacen nuestros hombres. Se preocupan por nosotros. Ya hemos hablado
de esto antes.
―Lo sé.
―Ven a casa ―suplico―. Por favor.
―¿Dónde estás? ―pregunta, registrando obviamente el ajetreo.
―En una pizzería de la ciudad.
―¿Con?
―Tank, Daniel, Esther y Lawrence. ―Espero que también registre el hecho de que he
mencionado a su tío, no a su tía.
―¿Lawrence está ahí?
―Si...
Me arrebata el teléfono de la mano y Lawrence no tarda en gritar.
―Beau Hayley, traerás tu culo a casa ahora mismo, ¿me oyes? ―Se queda con la boca
abierta y mira la pantalla―. ¡Me ha colgado!
Enterrando la cabeza. Siendo cobarde y no afrontando el dolor y la preocupación que
está causando. Rodeo a Lawrence con un brazo y lo conduzco de vuelta a la mesa. Quiero
señalar el hecho bastante importante de que su llamada al menos nos dice que está viva,
pero no lo hago. Bajo, recibo un masaje en la rodilla de Esther y más preguntas de Daniel.
―¿Por qué no viene a casa?
Empujo vergonzosamente la pizza hacia él para que se calle. Por supuesto, no lo hace,
me mira cansado mientras habla por encima de su comida.
―Pronto cumplo catorce, mamá.
―Lo sé ―murmuro, pensando que hablar de la escuela serviría para distraerlo,
excitarlo, pero no. No voy a tentar a la suerte. Si el director de este colegio se entera de
quiénes somos, Daniel no se acercará a su colegio. Además, Danny podría cambiar de
opinión. Podría pasar cualquier cosa. Podría no estar satisfecho con la seguridad. Podría
estar demasiado lejos. Demasiado... cualquier cosa.
Cojo una aceituna de una pizza y me la meto en la boca, dándome cuenta de que Tank
está hablando por el celular. Está en silencio. Y su cara palidece. Dios mío. Mastico y trago
mientras cuelga y mira a la mesa sin comprender. ¿Qué coño pasa? Hago señas a una
camarera para que empaquete el resto de nuestra pizza para llevar a casa y espero a que
Tank declare nuestra marcha inmediata. Pero la camarera viene, se va, vuelve otra vez con
la pizza en cajas y él sigue sin hablar. Todos los demás nos miramos interrogantes, y
entonces Daniel pone una mano en el gran brazo de Tank y se gana su atención.
―¿Estás bien, Tank? ―pregunta.
―Era la enfermera. ―Tank hace un gesto de dolor, se lleva la mano a la cabeza y se frota
la espalda con una mano―. Es mi madre.
―¿Y tu madre?
―Dijeron que no tardaría mucho. ―Se levanta, se sienta, se vuelve a levantar,
claramente confuso.
Oh, no.
―Debes irte. ―Yo también me levanto, recojo mi bolso y las cajas de pizza, y pongo algo
de dinero sobre la mesa.
―No puedo ―dice, señalando a Daniel y luego a mí.
―Por eso vamos contigo. ―Dejo claro que no está en discusión, mirando a Esther y
Lawrence para que se pongan en marcha. No sé qué dirá Danny. En realidad no me importa.
No se lo echará en cara a Tank, me aseguraré de ello―. Tú también deberías llamar a Fury.
―Tomo el brazo de Daniel y lo llevo fuera del restaurante―. Quizá debería conducir otro.
―Tank parece agitado, completamente perdido.
Daniel me mira mientras caminamos por la acera hacia el coche, Tank le sigue de cerca.
―Me siento mal por él, mamá.
―Yo también, cariño.
―Él y Fury quieren mucho a su madre.
Asiento con la cabeza, manteniendo la compostura, intentando no pensar en todos los
años perdidos que hemos tenido.
―¿Me odias? ―suelto de la nada, mis miedos brotando por mi boca.
―¿Por qué iba a odiarte? Eres mi madre.
Exhalo, exasperada conmigo misma, y nos detengo justo delante del coche. Lawrence y
Esther nos alcanzan, y Tank se pone directamente al volante.
―Ojalá pudiera darte más. ―Santo cielo, ya ni siquiera tengo que mirarle.
No dice nada, su pobre cerebro de trece años probablemente no sabe qué decir. Pero me
abraza. Y es lo mejor que podía hacer.
Lo necesito tanto.
staba al cincuenta por ciento. Una parte de mí esperaba que fuera Volodya el que se
sentara aquí para que no me doliera el esfuerzo que me está costando permanecer
en la silla, pero mi lado práctico sabía que Sandy era nuestra mejor opción.
Así que menos mal que saqué la pajita más corta.
―John Theodore Little ―dice Sandy, mirando entre Danny y yo―. ¿Ese es el nombre del
hombre que compró Winstable?
―Eso es lo que dije ―responde Danny en voz baja, mientras observo a los hombres que
se colocan detrás de Sandy, que está cómodamente sentada en el sofá del despacho de
Hiatus, para mi disgusto―. Nos dijiste que tenías información.
Sandy asiente lentamente. Haciéndolo lento. Aprovechando esta situación al máximo. El
Británico y El Enigma queriendo algo de él. O, lo que es más importante, necesitándolo.
―Déjame preguntarte esto ―dice Sandy, con un acento no tan marcado como el de
Volodya, mientras cruza una pierna sobre la otra y extiende los brazos sobre el respaldo del
sofá―. Tú, inglés, ¿a qué se reduce el nombre de Theodore... cómo se dice? ¿Reducido a?
―¿Acortado? ―Danny ladea la cabeza.
―Sí, acortado. Theodore acortado.
Danny y yo nos miramos con el ceño fruncido y Brad suspira desde su silla.
―Ted... ―Hace una pausa, lanzando grandes ojos hacia Danny mientras el hielo se
desliza por mis venas―. Jesús.
―Teddy ―susurra Danny, que parece conmocionado.
―Y Little John ―continúa Sandy mientras todo encaja dolorosamente en mi mente.
―Era un oso ―dice Brad, golpeando su escritorio con el puño cerrado.
Exhalo una carcajada incrédula y sin gracia. No me lo puedo creer. ¿Cómo coño
necesitábamos que este cabrón ruso nos ayudara a averiguarlo?
Sandy asiente, y Danny empieza a pasearse por la oficina, el estrés y la ira que irradia de
él a un nivel completamente nuevo.
―¡Joder! ―ruge, golpeando un archivador.
―Es un seudónimo ―continúa Sandy, imperturbable ante el temperamento de El
Británico.
―Un alias ―le corrijo en voz baja.
―Patatas, papas.
Danny mira fijamente a Sandy como si fuera un dragón que escupe fuego, y Otto va
directo a su portátil, tecleando frenéticamente.
―Tenía hombres dentro ―continúa Sandy.
Tenía.
―¿Ya no los tiene? ―Danny pregunta, su pecho subiendo y bajando lentamente,
resultado de su maldito esfuerzo por contener su rabia.
―Yo digo que no. ―El rostro rugoso de Sandy adquiere un tono de disgusto―. Me
vigilaba la policía de entrada.
―Inmigración.
―Eso se acabó en cuanto acepté la oferta del Oso de unirme a él. Ayer mismo me
congelaron las cuentas bancarias. Supongo que pronto volverán a atraparme. Son cuentas
legítimas de un negocio legítimo. Eso me dice que ha perdido a quien tenía dentro. También
recibí una llamada de un tal Detective Collins. Dijo que si le daba detalles sobre algunas
cosas, se aseguraría de que mis cuentas fueran deshieladas.
―Descongeladas.
―Mi inglés...
―Lo haré. ―Miro a Danny, sacudiendo la cabeza. Detalles sobre nosotros. Collins quiere
detalles sobre nosotros. Higham nos dijo esto. ¿Pero se está cubriendo el culo? ¿Está
demasiado metido? Naturalmente, no mencionamos a Higham.
―No me interesa ser un ratón. ―Sandy nos mira un momento a los ojos―. Quiero
quedarme aquí y dirigir mi negocio. Quiero que Volodya se vaya.
Me rio en voz baja. Eso le gustará a Danny.
―¿Qué pasa con ustedes dos? ―Pregunto, sirviéndome otro vodka. Sólo uno más antes
de salir a registrar las calles. Otra vez. Arriba y abajo, arriba y abajo, esperando, llamándola
repetidamente.
―No se puede confiar en él.
Danny se ríe a carcajadas y me tiende el vaso para que se lo rellene. Apenas he terminado
y ya se lo está bebiendo. No se tomará otro. Nos espera una larga tarde. Lo último que
necesitamos los dos es que nos detengan por conducir motos acuáticas bajo los efectos del
alcohol mientras traficamos con nuestras armas. Joder, ahora más que nunca desearía que
la entrega no fuera hoy.
―Es un ex KGB ―continúa Sandy.
Por fin siento que estamos llegando a alguna parte, y es agridulce con Beau desaparecida.
Necesito llegar al fondo de esto hoy para poder llamarla y recuperarla. El problema es que,
incluso si conseguimos respuestas, no puedo contactar con ella para compartirlas. Y este
hombre frente a mí, que potencialmente podría terminar esto para nosotros, todavía trató
de matar a Beau. Un flashback de su cuerpo sin vida en la cama después de que Dexter le
disparara invade cada rincón de mi mente. La herida de bala en su vientre.
Donde antes crecía nuestro bebé.
Estaba.
La enfermera rusa que intentó inyectarla. Matarla.
Veo rojo y estoy en la cara de Sandy antes de que pueda pensarlo mejor.
―Intentaste matar a mi novia.
―Has matado a la mitad de mis hombres, incluido mi hermano pequeño ―sisea, sin
echarse atrás.
―Tranquilo ―me dice Danny, apartándome y mirándome con cara de que me matará
él mismo si meto la pata―. Tranquilo ― vuelve a decir, me da una palmada en el brazo y
me lleva el vaso a la boca. Se vuelve hacia Sandy, le tiende la mano y, cuando la coge, Danny
se la estrecha como un caballero en lugar de apretarla amenazadoramente. Es un mensaje
fuerte para Sandy.
―¿Y ahora qué? ―pregunta.
―Ahora ―dice Danny pensativo―, dime si averiguas algo más y te devolveré el favor.
―¿Y los negocios?
―Hablaremos de eso una vez que hayamos resuelto este pequeño asunto. Mientras tanto,
te aseguro que tienes un hombre menos compitiendo por tu sangre.
Sandy me mira, esperando.
―Veo que será más difícil convencerte.
Miro fijamente.
―¿Quizá ―prosigue, sin rehuir la amenaza de mis ojos―, si le dijera que un contacto
cercano mío informó de que había visto su auto celular en el estacionamiento de un hotel
del centro? ¿Ayudaría eso?
―¿Qué?
―Estás aquí, así que me pregunto qué hace tu coche ahí.
―¿Qué hotel? ―Le vuelvo a echar en cara―. Dímelo.
―El Hilton.
No me atrevo a darle las gracias. Salgo volando de la oficina y busco el hotel Hilton en
Google Maps.

ni barata de hacerlo, y no tengo tiempo ni paciencia para andar


jodiendo.
―Sólo recuerda ―dice Otto mientras caminamos por el vestíbulo―. Una sonrisa te lleva
a todas partes en este mundo.
Le enseño mi pistola al hombre de recepción, pero no le sonrío, y deslizo un fajo de
billetes por el mostrador.
―Simeon―, le digo, sacando su nombre de la placa mientras le enseño una foto de Beau
en la pantalla. Coge rápidamente el dinero y estudia la foto.
―¿Puedo? —me pregunta, cogiendo mi celular cuando asiento con la cabeza. Rodea el
mostrador y se dirige al conserje, mostrándole mi teléfono. Niega con la cabeza.
―¿Los camareros? ―Pregunto en vano, sabiendo que ahora me estoy agarrando a un
clavo ardiendo, en lugar de sacarlo. En cualquier caso, tengo tanta suerte con las pajitas
como Danny con el póquer. Si Beau no quiere que la encuentren, no la encontrarán.
―Yo también se lo pediré al servicio ―dice Simeon y se marcha. Naturalmente, le
seguimos, y mira hacia atrás, inseguro.
―Tienes mi celular ―señalo―. Y probablemente uno contigo para llamar a la policía si
quieres, cosa que no te recomiendo.
―Definitivamente no lo recomendaría. ―Las pobladas cejas de Otto se levantan cuando
le hago señas a Simeon para que continúe, y él me lleva al bar, procediendo a mostrarle mi
teléfono al personal. Todos niegan con la cabeza. Todos me miran con recelo. Ninguno ha
visto a mi chica―. Las habitaciones ―digo.
―Señor, tenemos más de cien habitaciones.
―Y cámaras ―dice Otto, mirando a su alrededor, pensativo, mientras hace girar el
anillo en su labio y se echa casualmente la chaqueta hacia atrás a modo de sutil
recordatorio. ¿Qué coño ha pasado con lo de sonreír―. ¿Dónde está la sala de control?
Pobre Simeón. Con la frente brillante por el sudor, chasquea los dedos y le dice al
empleado que lleve a Otto a la sala de control. Luego saca una tarjeta llave y me invita a
acompañarle a los ascensores.
―¿Puedo preguntar quién es ella para ti? ―pregunta Simeon, charlando mientras
subimos a la planta superior.
―No.

, he entrado en todas las habitaciones de ese puto hotel y ella no estaba


en ninguna. Nuestra búsqueda y las interminables invasiones de la intimidad de la gente le
han costado a Simeon cientos en bebidas de cortesía. Sólo por eso, le doy otra cuña de dinero
y le digo que ponga mi número en su teléfono.
―Llámame si la ves. ―Simeon asiente y me da indicaciones para llegar al
estacionamiento, donde encuentro a Otto mirando por encima de mi Range Rover.
―El motor está frío―, dice, palpando el capó. ―Y las cámaras no muestran nada en el
hotel. Este espacio de aquí cae en un punto ciego. Sabía lo que hacía.
―No puedes aparcar en el estacionamiento de cualquier hotel. Tienes que ser huésped.
―A lo mejor no piensa recoger tu coche. ―Otto rodea mi Range y se acerca a la
ventanilla trasera―. Hay una estación de tren calle abajo. Va directo a MIA8.
Se me revuelve el estómago.
―No obtendrá respuestas si se va de Miami. ―Pruebo la manilla del lado del pasajero
porque sí―. ¿La viste llegar?
―Sí, anoche a las once.
―¿Pero no entró en el hotel?
Otto sacude la cabeza y consulta su reloj, recordándome que tenemos que estar en un
sitio. No volverá mientras yo esté aquí. Ya lo sé.
Asiento con la cabeza y salgo del estacionamiento, mirando constantemente hacia mi
motor mientras Otto desliza un dispositivo de seguimiento bajo el paso de rueda.
¿Dónde estás, Beau?

8 Aeropuerto de Miami.
ierro la puerta del hotel tras de mí y camino por el pasillo hasta los ascensores,
agotada en todos los sentidos. No he dormido nada, solo me he quedado tumbada
luchando contra la ira, la frustración y lo desconocido.
La pena.
Perder la concentración en el asesinato de mamá y redirigirla al de papá está haciendo
estragos en mi conciencia. Mamá no merecía morir. Papá tampoco. Pero las decisiones
egoístas de papá trazaron su camino. El altruismo de mamá trazó el suyo.
Me subo al carro y me dirijo a la parte de atrás cuando se me unen algunos invitados
más, enciendo el celular y hago una mueca de dolor ante las interminables llamadas
perdidas de todos mis conocidos.
Y el amor.
Y que me quieren.
Suena el ascensor, se abren las puertas y me dirijo al mostrador de recepción armado con
mi tarjeta llave, deslizándola sobre el mostrador.
―Ah, Beau. ―Quinton se inclina sobre el mostrador y toma mis mejillas, besándolas al
aire―. Haré que el valet parking recoja su vehículo al otro lado de la calle. ―Sus hermosas
cejas depiladas y teñidas se levantan mientras me mira por encima de sus gafas sin
montura―. ¿Le importaría explicarme por qué necesitaba estacionar fuera del local?
―No.
―No es robado, ¿verdad?
Me rio mientras me examina.
―¿Crees que he pasado de policía a ladrón de coches? ―Dios, es mucho peor que eso.
―Bueno, es todo muy extraño, y viniendo de mí, un hombre de mundo que trabaja en
un hotel bullicioso, las peticiones extrañas forman parte del trabajo. ―Engrapa unas
cuantas hojas de papel y las dobla con precisión―. ¿Cómo está Zinnea? Dios, echo de
menos trabajar en el circuito.
―Es buena ―digo, sufriendo otra punzada de culpabilidad.
―¿Y Dexter? ―pregunta con curiosidad. Era sabido que Quinton siempre tuvo debilidad
por Zinnea―. ¿Cómo está?
Muerto. Sonrío con fuerza.
―Se fue.
―¿Qué?
Mi prometido lo asesinó.
―Se separaron.
―Oh. ¿Puedo preguntar por qué?
Porque era un policía corrupto.
―Le diré que le mandas saludos.
Quinton se retira, se quita las gafas y las limpia, observándome muy de cerca. Luego se
las vuelve a poner y me pasa una tarjeta.
―Me encantaría verla. Ha pasado demasiado tiempo. ―Otro beso al aire―. Y siempre
hay un Cosmopolitan esperándola.
Cojo la tarjeta y la agito, retrocediendo.
―Me alegro de verte, Quinton. Y gracias.
Desoye mi gratitud.
―El valet parking le traerá su coche.
Salgo a la acera y me mantengo pegada a la pared, hojeando mis contactos, no por
primera vez. Como si pudiera aparecer un nuevo nombre. Un antiguo colega dispuesto a
ayudar. Me hace echar de menos a Nath, no porque fuera mi caja de resonancia, sino
porque me hacía sentir cerca de mamá. No tengo a nadie a quien recurrir. Nadie que pueda
ayudarme.
―¿Beau?
Miro a mi izquierda. Oh, Jesús.
―Dr. Fletcher. ―Mi antigua terapeuta se acerca, cada extremidad que posee tan
perfecta como la recuerdo, larga y esbelta, tersa y suave. Sonríe, vacilante, y se ajusta el
bolso al hombro. Yo hago lo mismo.
―Me alegro de verte.
Viva. Eso es lo que está pensando. Es bueno verme viva. ¿Has pensado alguna vez en
acabar con tu vida, Beau? Sonrío, y es imparable. Sonreír sugiere que alguien se divierte.
―Yo también me alegro de verte. ―Retrocedo antes de verme arrastrada a una
conversación que no quiero tener. Fui a terapia por una razón y sólo por una razón. Porque
era una opción mejor que un hospital, y allí es donde me habría enviado mi padre.
―¿Beau? ―llama ella, dando un paso adelante, con el brazo levantado―. Dejaste de
venir. ―Se pregunta por qué, ya que está claro que no me he curado. Trago saliva y asiento
con la cabeza, y la Dra. Fletcher sonríe―. Tienes buen aspecto, Beau. Espero que esto
signifique que por fin has encontrado algo que te salve.
Me detengo en mi retirada, sus palabras me golpean como un mazo. La verdad es que
ahora tengo muchos más demonios que cuando veía a la Dra. Fletcher.
Algo que me salve. ¿Lo he encontrado? ¿O he encontrado algo que me arruinará para
siempre? No un algo, sino un alguien.
Me doy la vuelta y me alejo, haciéndome la pregunta una y otra vez.
aramos en casa de Tom Hayley de camino al astillero. También en la de Amber
Kendrick. Ambas vacías. Ambas frías. No hay señales de vida. Danny tiene razón.
Amber debe saber algo. Conseguirá lo que quería, el dinero de Tom, ¿y ahora se ha
largado de la ciudad?
Me acerco y veo a Danny con el traje de neopreno alrededor de la cintura y abrazado a
Rose. Le dirijo una mirada interrogativa mientras me acerco, y él me lanza otra que sugiere
que necesita un momento, así que entro y me pongo el traje de neopreno. Una casillero se
cierra detrás de mí y miro hacia atrás para ver al chico con su equipo.
―Hola, chaval ―le digo, dejo el teléfono en el banco y me pongo de pie. Tiene cara de
desamparo―. ¿Qué pasa?
Daniel me mira, sus ojos caen a mi hombro donde mis cicatrices se arrastran en mi frente.
Lo ha visto muchas veces. Nunca me ha preguntado. Creo que eso podría cambiar ahora.
Algo en el chico parece... diferente hoy.
―¿Cómo...?
―Quedé atrapado en una explosión ―digo―. Tratando de salvar a alguien.
―¿Quién? ―Sus ojos se abren de par en par y se queda boquiabierto, llevándose la mano
al brazo. Piensa en las cicatrices de Beau―. ¿Ha vuelto?
Sacudo la cabeza, incapaz de decirle que sí. Sólo puedo pensar en la vía del tren cerca de
donde encontramos mi coche. Podría haberse ido ya hace tiempo. Quizá ya no persigue la
verdad. Quizá quiera escapar.
¿Escaparse?
―¿Vas a decirme qué pasa? ―pregunto, haciendo un gesto con la cabeza para que
venga. Le paso el brazo por el hombro mientras salimos de los vestuarios.
―La mamá de Tank y Fury murió.
Le miro.
―¿Cuándo?
―Habíamos salido a comer pizza. Tank recibió una llamada y tuvimos que ir con él y
Fury a la residencia donde vive su madre. Tiene demencia. O... tenía. Murió un minuto
antes de que llegáramos. Sólo un minuto, y ahora me siento tan mal porque abracé a mamá
junto al coche y se le cayó la caja de pizza y tardó dos minutos enteros en recogerla. Eso
significa que habrían estado en la residencia un minuto entero antes de que muriera.
Habrían podido despedirse. ―Levanta los brazos y los deja caer pesadamente―. Así que
todo es culpa mía.
―Ah, chico. ―Lo atraigo hacia mí―. No puedes culparte. Hay un millón de cosas que
han pasado hoy que han dirigido el curso de la historia, y que abraces a tu madre es sólo
una de ellas. ¿Por eso está enfadada?
―Sí. El Señor hizo que nos recogieran para que Tank y Fury se quedaran un rato. La
abuela y Lawrence están en el café tomando el té.
―Apuesto a que no es tan bueno como el de tu abuela.
Se ríe entre dientes y se detiene, obligándome a detenerme también.
―¿Crees que alguna vez volveremos a Santa Lucía?
―Quién sabe, chico.
―¿Crees que alguna vez me dejarán ir a un colegio normal?
Joder.
―Tal vez.
―¿Crees que podré ir a la universidad?
Esa pizza se le ha subido a la cabeza al chaval.
―No soy el Señor, chico. ¿Quieres hacerme una pregunta que pueda responder?
Sonríe tristemente y se marcha, pateando el suelo mientras avanza, con la cabeza gacha.
―Eh, chaval ―le llamo, y mira hacia atrás―. Pregúntame si te quieren. Si tienes una
familia. Una enorme, llena de gente que haría cualquier cosa por ti. Una familia con la que
puedas salir al agua y competir. ―Mientras reciben sus armas.
Daniel levanta la comisura de los labios y asiente mientras me uno a él y le acompaño de
vuelta a la salida.
―¿Ya estás más cerca de vencer al Señor?
―Hoy es el día ―me asegura, corriendo a ayudar a Leon a meter su moto acuática en el
agua mientras Otto se acerca trotando.
―Encendió su teléfono brevemente.
¿Qué?
―¿Y?
―Y estaba enfrente del hotel.
Otra vez, ¿qué?
―¿El coche?
―Se movió cincuenta yardas y ha estado inmóvil desde entonces.
Ambos levantamos la vista cuando se oye el crujido de los neumáticos sobre la grava y
vemos mi Range Rover entrando en el astillero. Me da un vuelco el corazón. Me da un puto
vuelco. Y entonces ella se baja y me cuesta un esfuerzo mantenerme firme. Alivio. Me hace
tambalear. Beau se acerca, y verla es como un bálsamo para mi alma agrietada.
―¿Qué coño? ―refunfuña Otto, volviendo a su teléfono, obviamente para comprobar
el rastreador.
Beau sostiene el rastreador, lo enciende y lo coloca en la mano de Otto. Su teléfono
empieza a pitar inmediatamente.
―Estoy aquí ―dice, mirándome, sus ojos oscuros, oscuros un libro de cuentos de
desesperanza.
―¿Dónde has estado? ―Pregunto.
Su bello rostro está impasible. Sin emociones.
―Necesitaba espacio.
¿Necesitaba espacio? ¿De mí? Es una patada en los putos dientes cuando todo lo que he
intentado hacer es protegerla del mundo. Mantenerla en la luz. ¿He sido torturado toda la
noche porque ella necesitaba espacio? Mi alivio dura poco. Hola, irritación.
―¿No pensaste en hacerme saber que estabas bien? ¿Viva?
―¿No pensaste en decirme que Cartwright había aparecido muerto?
¿Así que será así? ¿Tit por tat?
―Me disparaste.
―Estaba enfadada.
―¿Así que me disparaste? ―Pregunto, mi voz sube de tono. Otto se escabulle
lentamente, dejándonos solos―. No puedes ir por la ciudad jugando a los detectives, Beau
―le grito.
―¡Beau! ―grita Daniel, viniendo hacia nosotros, su cara significativamente más feliz
que hace unos momentos.
―Ahora no, chaval ―le advierto, levantando una mano para detenerle. Lo está
oyendo―. Te lo he dicho repetidas veces ―prosigo mientras Daniel se une a Otto,
alejándose con cautela―. Necesito que confíes en mí. Cuando coño vas a... ―Dejo de hablar
cuando Beau se levanta y pasa a mi lado, dirigiéndose a la cabaña mientras se quita la
gabardina―. ¿Adónde coño vas ahora? ―Dios mío, ¿no puede quedarse quieta un minuto?
―No he vuelto para discutir. ―No mira hacia atrás.
―¿Así que tengo que aceptar que te levantes y te vayas cuando te de la puta gana?
―¿Estoy entendiendo bien, porque eso parece jodidamente irrazonable?―. ¡Beau! ―Me
voy descalzo por las piedras tras ella, sintiendo los ojos de muchos siguiendo mi forma
humeante―. Anoche no pegué ojo. ―Subo los escalones detrás de ella―. Te he estado
llamando repetidamente. ―Desaparece en los vestuarios femeninos y yo la acompaño. Las
tres mujeres que están allí, por suerte, están completamente vestidas y se marchan a toda
prisa, dejando de lado mi imponente figura. Beau va a su casillero y saca su traje de
neopreno―. Estaba muy preocupado, Beau. ―Se quita la ropa interior, ignorándome por
completo, y mis ojos se posan en su brazo. Donde empezó todo. Mis propias cicatrices
hormiguean en respuesta―. Corriendo por la ciudad buscándote. ―Entonces empieza a
atarse el cabello en una coleta alta en lugar de cubrirse, cosa que yo agradecería mucho en
este momento. La he echado de menos. Quiero abrazarla, besarla, derramar mi amor sobre
ella. Pero también estoy enfadado con ella.
Aparto los ojos de su increíble, hermoso y bélico cuerpo y busco su rostro. No me mira.
No me mira. ¿Me está escuchando?
Cierra de golpe la puerta de su casillero y se sienta en el banco, metiendo los pies en el
traje, como si yo no estuviera.
―¿No tienes nada que decir? ―Se levanta, se sube el traje y se mete un brazo, luego el
otro, antes de coger la cremallera y subírsela por la espalda. Me mira y yo espero, pensativo.
Ella inhala, como si estuviera lista para hablar.
Pero no lo hace.
Se marcha, dejándome como un imbécil en medio del vestuario de mujeres,
preguntándome qué coño tengo que hacer para que me deje entrar. Sus muros están
levantados, sus defensas altas. No me deja entrar.
¿Nunca más?
Grito y doy un puñetazo a el casillero más cercano, luego salgo, sudando frustración. No
hemos terminado. Me importa una mierda dónde estemos. Quién está aquí. Lo que hay que
hacer. Ella no puede ir y venir a su antojo y esperar que me quede aquí como un puto
cachorro mendigando cualquier muestra de afecto o sensatez que me ofrezca. No.
Abro la puerta de un tirón, salgo disparado y me encuentro con toda la fuerza del cuerpo
de Danny. Él gruñe, yo gruño, ambos rebotamos el uno contra el otro.
―Quítate de mi puto camino.
―Intervención es ―dice, oponiendo resistencia, sin dejarme salir del vestuario―. Ahora
no es el momento.
―Ahora es el momento perfecto. ―Hago fuerza contra él, mi hombro le aprieta, cada
uno de nosotros pone todo su peso y más detrás de nosotros―. Muévete, Danny.
―Hay una entrega que recoger.
―Y la recogeremos. ―Tan pronto como me haya ocupado de mi prometida Houdini.
Espera.
Todavía.
Piensa.
¿Por qué lleva Beau un traje de neopreno? ¿A dónde va ahora?
―Joder. ―La entrega―. Me relajo, haciendo que Danny se tambalee hacia delante―.
Está recibiendo el pedido con Leon ―murmuro.
―Eso es lo que acordamos.
―Estuve de acuerdo. Nunca dije que me gustara. Y parte de mi razonamiento fue darle
un poco de lo que ella quiere, para conseguir lo que yo quiero. Está claro que no ha
funcionado, ya que llevo veinticuatro horas recorriendo la puta ciudad buscándola. ―Es
un toma y daca. Ella quiere ser incluida, yo quiero que confíe en mí―. He cambiado de
opinión. ―A la mierda con esto. Iba en contra de todos mis instintos dejar que Beau
participara en la entrega de Chaka. Pero estuve de acuerdo. Estuve de acuerdo y esperaba
que la ayudara. Fallé. Está más distante que nunca.
―Sabes que es lo mejor. ―Danny levanta una mano, como preparándose para mi
inminente embestida―. Ha vuelto. Beau sabe que si tú o yo salimos al agua mientras está
plagada de guardacostas, nos atraparán.
Soy incapaz de razonar conmigo mismo. Impotente para detener mi dolor. ¿Volvió, pero
sólo para recoger la entrega? ¿Qué hay de mí? ¿Qué pasa con nosotros? ¿Sólo tengo que
sentarme aquí y esperar a que vuelva cuando desaparezca? ¿Viva? ¿Esposada? ¡Joder! Por
primera vez, vislumbro cómo se siente Beau cada vez que la dejo. Estoy jodidamente lívido,
pero su dolor, su absoluta frustración por lo mucho que ha perdido el control en su vida
me golpea. Al protegerla, le he quitado aún más control. Era una policía increíble, su vida
estaba encaminada a lograr mucho y hacer el bien. ¿Y ahora? Ahora está relegada a un
segundo plano contra su voluntad. Pero es para protegerla. Para amarla. Para mantenerla
a salvo.
Extiendo la mano y los Marlboro de Danny caen en mi palma. Enciendo uno rápidamente
y absorbo la nicotina.
―Aquí está prohibido fumar.
―Vete a la mierda. ― Exhalo mi humo sobre él y vuelvo a caer contra la pared―. ¿León
está listo?
―Sí.
―¿Motos acuáticas en el agua?
―Sí.
―Beau está en la mía, ¿verdad? Prefiere la mía. ―Es un poco más grande. Más cómoda.
―Está en El Enigma.
Asiento y tomo más nicotina.
―Bien.
Danny se acerca al banco y se agacha, encendiéndose también.
―Así que, John Theodore Little.
―Tu antiguo astillero fue otro edulcorante para los cabrones ―digo lo que ambos hemos
estado considerando. El Oso jodió bien a Danny en ese frente. Se compró el almacén perfecto
en la ubicación perfecta para atraer a los cabrones criminales que ahora le están
abandonando.
―Sí ―dice con calma, aunque sé que no lo sentirá. Es sólo otra razón para que todos
queramos al bastardo. La cuestión es, ¿quién se llevará los honores cuando lo
encontremos?―. Deberías saber ―prosigue―, que Tank y Fury han perdido a su madre
esta tarde. Les he dado algo de tiempo libre.
Me uno a él, agradecido por la distracción.
―El chico me lo dijo. Y deberías saber que Daniel está asimilándolo.
―Lo sé ―dice en voz baja―. Estoy intentando arreglarlo.
―¿Cómo?
―Escuela. ―Estamos viendo una la semana que viene. Popular entre los padres
preocupados por la seguridad, si sabes a lo que me refiero.
―¿Criminales?
―Famosos.
Me rio en voz baja y miro hacia la puerta, fumándome el cigarrillo. ¿Está ya en el agua?
¿Sabe lo que está haciendo? ¿Hacia dónde dirigirse? ¿Las señales?
―Ringo está ahí fuera, ¿verdad?
―Pesca de tiburones.
―¿Y Goldie?
―Paddleboarding9.
―No sabía que sabía hacer paddleboard.
―No sabe ―dice Danny entre risas, pero no me uno a él, demasiado estresado.
Preocupado. Sabía que no iba a ser una espera fácil, pero el hecho de que no nos hablemos
lo empeora―. Hey. ―Danny me da un codazo en la rodilla, desviando mi atención de la
puerta―. Los retos a los que nos enfrentamos ahora no existirán para siempre. ―Algo me
dice que no está hablando sólo de negocios―. Trabajo, familia, esposas, hijos. ―Danny da
una calada a su cigarrillo y hace un mohín, mirando al techo y exhalando―. Esto es la

9 Deporte acuático en el que los participantes son impulsados por un movimiento de natación con los brazos mientras están acostados o arrodillados
sobre una tabla de remo o de surf en el océano u otra masa de agua.
subida, colega. ―Lanza el humo al aire, que rueda y se arremolina sobre nosotros―. Sólo
hay una cosa que nos impedirá seguir en la cima una vez que hayamos matado a todos los
cabrones que se interponen en nuestro camino. ―Baja los ojos pero no la cabeza―. El
infierno no tiene furia como mi mujer. ―Sonríe, y es enfermizo―. Ella me aterroriza más
que nadie. Incluidos tú y Beau.
―¿Beau te aterroriza? ―Pregunto entre risas. Lo entiendo. Me petrifica. Mi risa se apaga
y Danny asiente.
―Si no las tuviéramos, no necesitaríamos hacer esto. Pero no podemos hacernos los
muertos. Y no podemos vivir una vida normal.
―Y no podemos estar sin ellas ―termino.
―Precisamente. ―Se levanta, señalándome con su cigarrillo―. Así que sigamos
levantándonos y asegurémonos de no caer nunca, porque eso, amigo mío, es lo más cerca
que vamos a estar de la normalidad.
Me levanto y me dirijo a la puerta.
―Estará bien, James.
―Lo sé ―me digo. Ambos sabemos que Beau está entrenada y es capaz de mantener la
calma ante el peligro. Ambos sabemos también que es incapaz de mantener la emoción al
margen desde que murió su madre. Está enfadada conmigo. Puede que no lo demuestre,
pero me odia por tratarla constantemente como si fuera de cristal. Está en mi naturaleza
cuando se trata de ella, y no puedo prometer que vaya a cambiar nunca, así que tenemos
que llegar a un acuerdo. Es más delicada de lo que deja ver, pero ahora la conozco. La
conozco hasta la médula.
Ella me necesita.
Y te aseguro que la necesito.
Si no es por los demás, ¿por qué coño estamos pasando por este infierno?
stoy casi segura de que Leon está colocado, porque no se calla ni una maldita vez,
chismorreando con un tipo vestido con atuendo tribal tradicional, haciéndole una
pregunta tras otra: ¿de dónde es, le gusta la comida caribeña, ha estado en Zambia,
Congo, el Sáhara?
Finalmente, se levanta las gafas de sol, mostrando unos ojos tan negros como su piel, y
Leon baja la voz.
―Amistoso ―murmura mientras transfieren las armas del bote a los esquís vacíos.
―No están aquí para ser amistosos. ―Me dirijo hacia la primera moto de agua, bajo el
manillar y me aprieto contra el asiento acolchado, apoyando mi peso en él hasta que oigo
encajar el cierre. Cojo la cuerda que conecta la primera moto acuática de juguete a la moto
acuática de James y me dirijo hacia la siguiente―. ¿Un poco de ayuda?
León le dedica una sonrisa al simpático negro y se acerca para ayudarme a cerrar de
nuevo todos los esquís. El agua está ajetreada, los barcos se entrecruzan constantemente,
pero el catamarán de Chaka nos oculta de las aguas abiertas mientras trasladamos la
mercancía. No puedo mentir, mi corazón se vuelve loco en mi pecho, mis ojos escudriñan
constantemente el espacio, tanto el agua como la tierra.
―¿Hemos terminado? ―pregunta Leon mientras el último enganche del último esquí en
el extremo de la cuerda atada al suyo encaja en su sitio.
―Hecho. ―Miro a los cinco tipos de la pequeña lancha rápida―. Gracias.
―Interiormente frunzo el ceño, preguntándome cómo he pasado de futuro agente del FBI
a contrabandista de armas. El Enigma. Así es como. Él y un montón de corrupción.
El Sr. Amistoso se vuelve a tapar los ojos con las gafas.
―Dile a Black que el próximo envío estará listo la semana que viene.
Estupendo. ¿No tenemos suficientes armas?
―Sí, sí, capitán ―digo en voz baja, atusándome el cabello mientras vuelvo a mi moto
acuática y Leon se sube a la suya.
―Tómatelo con calma, ¿vale? ―dice, apretando el acelerador en señal de
demostración―. No des tirones. Tenemos un poco más de peso yendo hacia atrás.
Asiento y sigo sus instrucciones, mis latidos empiezan a acelerarse a medida que nos
adentramos en el agua.
―¿Te has fumado un porro hoy? ―le pregunto.
―Sí, hoy me he fumado un puto porro. ―Coge el pañuelo y se lo mete en el cabello
alborotado―. No sólo porque estoy nervioso de cojones, hombre.
―¿Por qué si no? ―Pregunto. Sigue hablando. Parecemos más informales si estamos
charlando.
―Porque, Beau, nena, si nos detiene la Guardia Costera, olerán mi hierba antes de ver
las armas.
―¿Estás diciendo que irías a prisión para salvar a Danny y James?
Se ríe histéricamente y vuelve a mirarme.
―No estaría salvando a los jefes. Me estaría salvando a mí mismo, porque soy hombre
muerto si no conseguimos volver al astillero con estas armas. ―Quita una mano del
manillar, relajado. Bien por él. Debería haberle pedido una calada de su porro―. Está bien
para ti ―dice―. No te matarán, ¿verdad?
No estés tan seguro.
―Tampoco te matarán. Les gustas.
―¿Lo hacen?
―Sólo tienen a gente que les gusta trabajando para ellos. ―Nos pegamos a la costa,
moviéndonos a una velocidad razonable. Puedo ver la curva en la cala que nos llevará de
vuelta a la bahía. En cuanto la rodeemos, veremos el astillero. Mi corazón se ralentiza por
primera vez, mis músculos se ablandan y me hundo en el asiento acolchado del esquí de
James. El agua centellea ante mí, el sol se filtra a través de la goma de mi traje,
calentándome. Es un lugar tranquilo, a pesar del ajetreo del día. Pero parece que los
guardacostas mantienen las distancias, siguen con su entrenamiento, porque nadie en su
sano juicio introduciría de contrabando un pequeño arsenal en el país a la vista de todos.
No es la primera vez que me pregunto por qué hago esto. Y no es la primera vez que no
puedo decir con la mano en el corazón que no intento demostrarle a James que no soy de
cristal.
¡Bip, bip!
Me sobresalto y miro hacia atrás, viendo un barco que nos sigue. Un barco de la Guardia
Costera.
―Joder ―sisea Leon, se mete la mano en el traje y saca una pequeña bolsa.
―¿Qué estás haciendo? ―Mi corazón galopante ha vuelto.
―Te lo dije. ―Saca un porro y un mechero.
―¡León, no! ―Miro hacia el barco, agitando un brazo en el aire, reconociéndolos―.
¡Eh! ―digo, despreocupada, con la mente acelerada, intentando pensar en otra forma de
salir de esta. No dejaré que caiga por posesión―. ¿Puedo ayudarte?
―¿Le importaría decirme qué está haciendo, señora?
Miro a León.
―Te lo advierto ―digo apretando los dientes―. Te mataré yo mismo si enciendes ese
porro.
―¿Qué más sugieres? ―Mira hacia atrás, preocupado.
―Dame un minuto. ― Me paro en el asiento, tapándome los ojos con la mano mientras
giro los hombros y miro hacia atrás―. Sólo remolcando los nuevos esquís del almacén para
el jefe, señor.
Apoya las palmas de las manos en la barandilla metálica del lateral del barco, mirando
arriba y abajo de los esquís.
―¿Sabías que hoy estamos entrenando en el agua? Si la gente quiere usar el agua, se les
ha pedido que se mantengan dentro de los límites.
―¿Oh? ―Frunzo el ceño, haciéndome la tonta. Físicamente duele―. Lo siento, señor,
sólo estamos haciendo lo que nos pidió nuestro jefe. ―Y ahora voy a soltarle unas lágrimas
de cocodrilo y rezar por lo jodidamente mejor. Miro a Leon, esperando que se dé cuenta de
que esto no es sólo por Danny y James―. ¿Estamos en problemas, señor? ―Pregunto,
forzando las lágrimas en mis ojos.
Sus labios se enderezan, pero puedo ver que está pensando que no tiene tiempo para esto.
―Da la vuelta a la cala rápido antes de que alguien te pare. ―Se quita la gorra y la agita,
como si se fuera ya.
―Joder, joder, joder ―susurra Leon, con los ojos muy abiertos mientras los vuelve hacia
delante, guardándose las acciones―. Beau, cariño, acabas de salvarme la vida.
―Deja de llamarme nena. ―Empiezo a moverme, despacio pero seguro, mi corazón no
cede. Me aseguro de mantener la mirada al frente, sin mirar atrás, porque siempre sospeché
de cualquiera que me devolviera la mirada después de haberle dejado marchar cuando era
policía. Siempre.
Pero entonces oigo el sonido de un motor acercándose y miro instintivamente a mi
alrededor, buscando la fuente. Y nada.
Entonces... algo.
El rugido más fuerte penetra en el aire, y una moto acuática sale de la nada, zumbando
por delante de nosotros, tan rápido, que es un borrón.
―¡Mierda! ―Grito, muerta de miedo, el chorro me golpea y me obliga a levantar el
brazo para defenderme. Sigo el rastro blanco y espumoso con los ojos, mi moto rodando
sobre las olas que se han creado, y me paro en mi asiento, mirando hacia atrás, viendo cómo
la moto acuática rodea al guardacostas, haciendo unos cuantos donuts, levantando
suficiente agua como para que sea imposible ver al piloto.
―¡Eh! ―grita el guardia, corriendo hacia el otro lado del barco, haciendo señas a sus
colegas.
La ira se apodera de mis venas y empieza a quemarlas cuando veo el pergamino en el
lateral del esquí. Pero no soy tan estúpido como para pensar que es Danny quien está en él.
James no pudo usar el suyo porque yo estoy en él.
Da vueltas, cambia de dirección bruscamente, manteniendo el rugido y el rocío
constantes, antes de acelerar y salir a toda velocidad por mar abierto, alejándose de la orilla.
Lejos de mí. Lejos del astillero.
Y la Guardia Costera no tarda en perseguirlos.
―Beau, vamos ―grita Leon, mientras veo a James alejarse, bajando a mi asiento.
Aprieto el acelerador y me dirijo de nuevo al astillero, y estoy hirviendo todo el camino,
esperando enfriarme. Danny está en el agua cuando llegamos y nos dirige a la orilla en vez
de al embarcadero, donde Jerry tiene el remolque esperando, enganchado al jeep. En cuanto
me mira, me aseguro de que sepa que no estoy contenta. Me bajo y ayudo a encajar cada
esquí en el lecho marino de la orilla, mordiéndome la lengua.
Por ahora.
Jerry empieza a subir los esquís al remolque mientras Ringo regresa con Goldie y una
tabla de paddle a bordo de su barco.
―Beau ―me llama Rose, bajando los escalones de la cabaña. Levanto la vista y sacudo
la cabeza, advirtiéndole que se aleje. No quiero que mi amiga quede atrapada en la metralla
que está a punto de volar.
Avanzo cincuenta metros por la playa y empiezo a pasearme arriba y abajo en el agua,
con las manos en las caderas, la cara apuntando al sol, los ojos cerrados, rezando por la
calma. Tráeme la calma antes de que me traigas a James.
Mis plegarias no son escuchadas. Miro hacia el océano cuando oigo el lejano rugido de
una moto acuática golpeando las olas y lo veo. Contengo la respiración, esperando que los
guardacostas le sigan. No aparece ninguna embarcación. Es sólo James que viene hacia
nosotros a toda velocidad, de pie en el asiento.
Disminuye la velocidad al llegar a la orilla y, en cuanto puede, salta, aterrizando en el
agua hasta la cintura y vadeándola.
―Jerry, mete esto en el búnker ―grita, empujándolo hacia la cama y pasándose una
mano por el cabello antes de bajarse la cremallera y quitarse con dificultad la mitad
superior del traje de neopreno. Un moratón en su pectoral me hace desviar la mirada de su
pecho a su cara.
Los ojos de James encuentran los míos, invitándome a darle todo lo que tengo porque lo
está esperando.
―¿Qué demonios estabas haciendo? ―Grito. No hay preparación para el grito. No hay
calentamiento. Estoy ahí, explotando, dándolo todo.
―La Guardia Costera estaba sobre ti, Beau.
―¡Yo me encargo! ―Lanzo los brazos al aire―. ¿Qué eres, un caballero blanco,
salvándome cuando no necesitaba ser salvado?
Exhala una pequeña carcajada, apartándose de mí.
―Por supuesto. Beau Hayley no necesita que la salven, ¿verdad? Porque es la jodida Lara
Croft. Ex policía. Próxima y talentosa agente del FBI. ―Se da la vuelta, con la cara roja―.
Excepto que está jodidamente rota y tan jodida como este jodido caballero blanco asesino.
Retrocedo, herida, y el labio de James se curva, su disgusto es una bofetada en la cara
que probablemente me merezco.
―He terminado con esta mierda, Beau. No sé lo que quieres. Lo que no quieres. ―Se
aleja, levantando un brazo―. Está claro que estás empeñada en hacer lo que te salga de los
cojones, y estoy jodidamente agotado intentando detenerte. Ya no te entiendo.
Me quedo en la orilla viéndole alejarse, con su espalda maltratada como un faro de ruina.
Nunca antes se había alejado de mí. Nunca. Miro a mi alrededor, dando vueltas en el sitio,
encontrando muchos ojos puestos en mí. Ojos compasivos.
―Yo… ―¿Qué voy a decirles? ¿Intentar que entiendan mi queja? ¿Lo harán?―. ¡Joder!
―Siseo, dando media vuelta y caminando por la orilla, con las manos en el cabello,
agarrándome con fuerza, castigándome. Veo la espalda quemada de James. Mi brazo
quemado. Su herida de bala, la mía también. Miro al cielo y grito, trastornada, y sigo
caminando, respirando agitadamente, con el corazón atronando.
Espero que esto signifique que por fin has encontrado lo que te salva.
Tengo que dejar de intentar demostrar que no soy de cristal. Porque soy de cristal. Me he
roto una y otra vez, y James no me ha arreglado. Se ha roto conmigo, y a veces tener a
alguien que te entiende es todo lo que necesitas. Alguien que te lleve lejos. Alguien con
quien escapar. Ya no te entiendo. Esas palabras duelen. Me dejo caer de culo en la arena y
miro el océano a través de mis ojos llorosos, sintiéndome jodidamente perdida, y mi mente
vaga a meses atrás. A su apartamento de cristal. Al momento en que ambos nos doblamos
bajo la presión de mantenernos alejados.
El placer. El dolor. El regocijo total y absoluto.
Estaba insensible a un mundo que me había torturado durante años. Y mis sentidos se
agudizaron ante un hombre que sería una constante en mi vida.
―Maldita sea ―susurro, apoyando los codos en las rodillas y enterrando la cara entre
las manos. Es verdad. Ahora tengo más demonios que cuando vi al doctor Fletcher. Pero no
me siento peor. De hecho, me siento más estable que nunca. Bajo de ánimo de vez en
cuando, tal vez incluso deprimido, completamente loco a veces, pero los ataques de pánico
son pocos y distantes entre sí, los pensamientos oscuros se han ido, y ya no soy un zombi,
tambaleándome sin rumbo a través de la oscuridad, tratando de encontrar la salida. Ya no
considero que la muerte sea mejor que la vida.
James.
Él es mi terapia.
Mi cura.
Mi paz en medio del caos.
Y sigo alejándolo. Sigo permitiendo que los fantasmas me lleven.
¿Por qué vivo para fantasmas cuando tengo a James?
Oigo cerrarse de golpe la puerta de su Range Rover y poco después las ruedas giran sobre
las piedras. Miro hacia atrás y veo que la parte trasera da coletazos, levantando una espesa
polvareda, y todo el mundo está mirando. Y una vez que James desaparece de la vista, todos
dirigen su atención hacia mí, sentada en la orilla.
Rose viene y se agacha a mi lado, señalando el traje de neopreno que lleva.
―Sexy, ¿eh?
Sonrío.
―¿Te dejó salir al agua?
―No. Estaba viendo a Daniel cerca de la bahía con Danny.
Mientras yo recogía sus armas. Se hace el silencio entre nosotros y me concentro en el
suave golpeteo del agua alrededor de mis pies.
―¿Estas bien? ―Rose pregunta.
―No ―respondo con sinceridad.
―Tiene razón, sabes, Beau. ―Se inclina hacia mí, intentando aligerar sus duras
verdades―. No puedes hacer lo que quieras hasta ese punto. No es justo. ―Siento sus ojos
clavados en mí y, como el cobarde que soy, no la miro, sino que mantengo la mirada fija en
las aguas tranquilas y cristalinas. Son un marcado contraste con el turbio caos de mi mente.
―Cuando Amber te apuntó con una pistola ―digo, odiándome por tener que preguntar,
pero necesitando preguntar, no obstante. Se me pasa por la cabeza―. ¿Pensaste que
apretaría el gatillo? ―Miro a mi amiga y veo desesperación. Desesperación por mí, por
James, por todos los implicados―. La verdad.
―Sí. ―Rose pone las manos en la arena y cierra los puños―. Si Esther no hubiera
aparecido, creo que podría haberlo hecho en ese momento, sí.
Asiento y vuelvo a contemplar el océano.
―¿De verdad crees que lo hizo? ―pregunta.
―Creo que Cartwright sabía algo que incriminaría a Amber. Pasó mucho tiempo
escribiendo sobre mi padre. ―Le dirijo una mirada irónica fuera de lugar―.
Probablemente papá le pagaba.
―Era un poco megalómano, ¿no?
Me rio. Eso también está fuera de lugar.
―Un poco.
―¿Entonces crees que Amber también mató a Cartwright?
―No lo sé. Tú la conoces mejor que yo. ¿Crees que es capaz de eso? ―Sé lo que estoy
haciendo y lo estoy haciendo sin vergüenza. No, no conozco a Amber, pero sé lo que Rose
me ha contado. Y sé que mi padre, un hombre de negocios sensato y astuto, le dejó hasta el
último centavo. Si lo hizo como una última patada mientras estaba en el suelo o porque
amaba a Amber, no lo sé. Pero vi su cara cuando Amber fue expuesta como una
cazafortunas. Estaba mortificado. Dolido. Y también sé cómo me trató. Así que en realidad,
nunca tendré una respuesta de por qué lo hizo. Pero puede que consiga cerrar el círculo
con su muerte.
La expresión de Rose lo dice todo. Amber es perfectamente capaz. ¿Y por qué iba a huir
de mí cuando la vi merodeando por el estacionamiento? ―En este mundo, el perro se come
al perro ―dice Rose en voz baja, mirando al horizonte. Siento una punzada de culpabilidad.
Está pensando en cuando tuvo que sobrevivir en este mundo. Cuando no tenía a Danny. No
me cabe duda de que Rose habría matado si hubiera tenido que hacerlo―. Entonces, ¿qué
vas a hacer?
Buena pregunta. Parece que no puedo mantener a James feliz y tratar de probar esto.
―Voy a intentar salvar lo que queda de mi relación. ―Me pongo de pie y le ofrezco mis
manos a Rose―. Sé que no puedo ser policía y ser de James. Tu marido me lo ha recordado.
Rose me coge de las manos y deja que tire de ella hacia arriba.
―Muy amable por su parte ―dice―. Entonces, ¿qué vas a ser? ¿Un policía o de James?
Enlazo los brazos con ella y volvemos a la cabaña.
―Necesito una cerveza ―digo, ignorando su pregunta. No puedo prometer que me
retiraré, y no lo haré. Tengo que conseguir justicia para al menos uno de mis padres
muertos. Tengo que averiguar cómo hacerlo sin arruinarnos a James y a mí―. ¿Dónde está
Fury? ―Pregunto, escaneando el lugar.
Rose suspira y luego se detiene en seco en un ligero respiro.
―Espera. Mierda, no lo sabes.
―¿Saber qué?
Me mira de frente.
―Los vikingos. Su madre murió.
Doy un paso atrás, mi tristeza inmediata.
―No.
Ella asiente.
―Danny me dejó llevar a Daniel a comer pizza. Tank recibió la llamada mientras
estábamos allí. Llamó a Fury, pero no llegaron a tiempo. Danny les dio tiempo libre.
Saco mi celular y marco a Fury, necesito comprobar si mi guardaespaldas a prueba de
balas está bien. No contesta.
―¿Has ido a por pizza? ―Pregunto mientras seguimos hacia la cabaña.
―Lo sé. También estamos buscando una escuela para Daniel.
―¿Qué está pasando?
―Espero que el final continúe. Deberías entrar y ver a Lawrence antes de irte.
Son pocas las ocasiones en las que Lawrence hace acto de presencia. Cuando tiene resaca,
cuando está agotado o cuando está preocupado.
No consigo entrar. Aparece en lo alto de los escalones de la cabaña en toda su gloria
desparejada, con cara de decepción. No lo necesito. Ahora no.
―Necesito una cerveza. ―Le digo mientras me acerco.
―Y un regaño. ―Sus ojos detrás de unas gafas gigantes me siguen al pasar―. Arregla
esto, Beau Hayley, ¿me oyes?
Me giro, inhalo y respiro un poco.
―Te escucho.
―Me vuelvo a Santa Lucía. No soporto la desesperación y la preocupación constantes
que me produce estar en esta ciudad.
Asiento con la cabeza, ni sorprendida ni dolida.
―Vale. ―Cojo una cerveza de la nevera y le quito el tapón mientras Leon se me echa
encima, casi me arranca los dientes cuando me abraza.
―Eres una diosa.
―Cuidado ―le digo bruscamente, apartándole, el hedor de la marihuana invadiendo mi
nariz―. Apestas.
―Estoy celebrando. ¿Dónde está el Jefe J?
Lawrence cruza los brazos sobre el pecho y apoya el peso en una cadera, ladeando la
cabeza. Jesús. Me dirijo a los vestuarios con mi tío pisándome los talones.
―Fue imprudente y egoísta.
―Lo sé. ―Abro la puerta de mi casillero y algo cae al suelo a mis pies. Me agacho y
recojo la tarjeta. Ah, sí. Esto es justo lo que necesito ahora―. ¿Te acuerdas de Quinton?
―Oh, ¿el cubano guapo?
―Sí. ―Le entrego la tarjeta a Lawrence―. Dijo hola. Mencionó que sería bueno verte.
―¿Lo hizo? ―Se ruboriza cuando me quita la tarjeta de las manos y la lee.
Sonrío y me cambio.
Prepárate para arreglar el desastre que he hecho.

, que definitivamente me están dando el tratamiento del


silencio. Así que, básicamente, todo el mundo está en mi contra. No estoy siendo una
víctima. Estoy aceptando que soy un dolor de cabeza. Para todos.
Entro en el vestíbulo de la mansión de Danny, mi casa, y Goldie y Otto se dirigen a la
cocina, donde oigo a la gente charlando. Yo no voy allí. Voy directamente a nuestra
habitación.
Pero está vacía.
Me disgusta enormemente el repentino temblor de mi pulso. Mi respiración
entrecortada. El calor de pánico que sube por dentro.
―¿James? ―Llamo, yendo al baño. No hay vida. La ducha no se ha usado recientemente.
El lavabo no tiene salpicaduras de agua en la taza. Voy a la terraza. No hay nadie.
El gimnasio.
Estará equilibrándose. Tratando de calmarse y encontrar su centro.
Corro por el pasillo y las escaleras de dos en dos, y troto hasta el gimnasio, abriéndome
paso a empujones.
Vacío.
―Mierda ―maldigo, luchando contra el pánico creciente, retransmitiendo cada cosa
horrible que me ha gritado. Ya no le entiendo. Una vez me dijo que mi odio va de la mano
de mi amor por él. Trago saliva. El odio ha perdido el control sobre el amor. Ya casi no me
entiendo.
Me echo atrás y voy a la cocina. Todos están allí, en la mesa, en la isla, ayudando a Esther,
hablando. Y se hace el silencio cuando todos me ven en la puerta.
―¿Dónde está? ―Mi voz se quiebra con la pregunta, el peor de los temores se apodera
de mí. Ese temor se multiplica cuando la gente empieza a mirarse unos a otros, claramente
esperando que la persona que sabe dónde está James hable. Nadie dice nada.
He terminado con esta mierda, Beau. No sé lo que quieres.
Está claro que te empeñas en hacer lo que te da la puta gana, y estoy jodidamente agotado
intentando detenerte.
Otto se dirige a su teléfono. El rostro relajado de Danny se vuelve tenso. Y se me ocurre…
―Su coche. ―Corro hacia la ventana que da a la fachada, sin recordar haberlo visto―.
No está ahí. ―Mi cuerpo empieza a convulsionarse por la tensión que me inflijo a mí misma
intentando respirar con calma en lugar de jadear. Me doy cuenta de que no tengo derecho
a sentirme así después de lo que le he hecho pasar a James en las últimas veinticuatro horas.
Pero... es imparable. El pánico. El miedo. La preocupación. ¿No ha vuelto a casa?―. ¿Dónde
está? ―Grito, tanteando hasta el cajón más cercano y abriéndolo de un tirón―. Las bolsas
de papel. ¿Dónde están las bolsas? ―Lo cierro de golpe y abro otro, buscándolas―. Dexter
siempre guardaba las bolsas en el cajón. ―No entiendo. No he tenido recuerdos. No estoy
en un espacio ocupado y caótico. ¿Por qué está pasando esto?
Un estallido de actividad detona a mi alrededor, y Rose está rápidamente en mi punto de
mira.
―Beau, cálmate. ―Me arrastra hasta una silla, me empuja y Doc me acerca un vaso de
agua a los labios. Le doy un sorbo, sin apartar los ojos de mi amiga, deseando que este
episodio se vaya a la mierda.
―Lo encontraremos ―dice Lawrence, sin ninguna convicción en su voz, mirando a
Danny en busca de orientación.
Me está castigando. Así se sentía James cuando yo faltaba. Mi cabeza va y viene entre
todos los que me rodean, esperando que uno de ellos hable. Que me diga dónde está.
Libérame de las garras del pánico. Lo he alejado.
―Está en la oficina.
Todos miran hacia la puerta cuando Brad entra, con el brazo aún en cabestrillo. ―¿Qué?
―Respiro.
―La oficina. Dejó su coche al lado de la casa.
Me levanto y me apresuro hacia la oficina, la música viene de más allá, cada vez más
fuerte cuanto más me acerco. Irrumpo sin avisar. La música es ensordecedora.
Labrinth.
―Oh, Jesús ―susurro, con la mano en el pomo mientras suena Still Don't Know Your
Name. Lo veo. El pánico me abandona en un instante y el sentimiento de culpa ocupa su
lugar.
Está borracho.
Tan borracho que ni siquiera se ha dado cuenta de que hay alguien en la habitación.
Tambaleándose, agitando una copa en el aire, tirando el líquido a diestro y siniestro antes
de rellenarlo y hacer exactamente lo mismo. Aún con el traje de neopreno. Es como... como
si estuviera discutiendo con alguien que no está aquí.
Conmigo.
Excepto que estoy aquí. Nunca lo había visto así. Cierro la puerta y miro a mi alrededor
buscando dónde y cómo apagar la música, me pitan los oídos. Podría gritar y él no me oiría.
Recurro a taparme los oídos e ir hacia él, intentando llamar su atención. Me pongo delante
de él. Se detiene, se queda quieto, me mira.
Ve a través de mí.
No estoy aquí.
El dolor me parte en dos cuando suelto las manos y él me empuja hacia el sofá, donde se
deja caer pesadamente y echa la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados. No puede
mirarme.
Danny aparece en la puerta, sus ojos helados observan la escena. James borracho. Yo de
pie como una tonta inútil en medio de la habitación. Saca su teléfono, pulsa la pantalla y la
música se apaga.
―Arréglalo ―ordena, lanzando una mirada decepcionada a James, cerrando la puerta.
Pero me lo estaba diciendo a mí. A James no.
Arréglalo. ¿Cómo? Cualquier cosa que diga no será recordada por la mañana.
Voy hacia él y bajo al sofá a su lado, alcanzando el vaso vacío que tiene en sus manos.
No se rinde, luchando conmigo. Gana. Claro que gana. Sus ojos se abren, revelando... nada.
La expresividad que habían ganado desde que nos conocimos ha desaparecido y han vuelto
las fosas frías y sin alma.
―No puedo estar cerca de ti ―dice, luchando por levantar su enorme cuerpo del sofá―.
Se supone que soy suficiente, Beau.
Me estremezco, sin preguntar si soy suficiente para él. Sé que lo soy.
―¿No puedo tener justicia para al menos uno de mis padres muertos?
Gira tan rápido que su enorme cuerpo es un borrón, y yo retrocedo, recelosa.
―¡No si eso significa que te pierdo, joder! ―Lanza su vaso, que golpea el marco del
Picasso de la pared, haciéndose añicos y haciéndome estremecer y acobardarme―.
Encontrarle ya no es una venganza para mí. Se trata de ti y de mí. ―Sus palabras son claras.
No arrastra las palabras. Pero su cuerpo sigue balanceándose y tambaleándose entre sus
bramidos. Es como si el alcohol hubiera afectado a su cuerpo, pero no a su cerebro. Suena
lúcido, pero parece destrozado―. Se trata de que tengamos una vida juntos. De felicidad.
Salud, joder. ―Se golpea la sien con la palma de la mano, dejando claro que salud no
significa sólo física―. ¿Quieres lo mismo? ¿Soy suficiente? ―Camina sobre piernas pesadas
hasta el armario de las bebidas y coge una botella de vodka, dando un trago a más de un
vaso lleno, con la espalda desnuda y asustada mirándome―. ¿O siempre ganará ese instinto
innato que hay en ti? ―Me mira con ojos torturados―. No puedo participar en una lucha
que no puedo ganar, Beau.
―Puedes ganar ―digo, con las cuerdas vocales tensas, la voz temblorosa, queriendo ir
hacia él, pero tengo demasiado miedo. No de su presencia física. Sino del rechazo.
―¿Puedo? ―Se acerca a mí, sin apartar sus ojos de los míos. Me cuesta mantener el
contacto visual―. Porque todo me dice lo contrario. Tú. Tus acciones. ―Traga saliva, y es
con dificultad―. Mi instinto.
―No. ―Doy un paso adelante, mi emoción me ahoga, y James retrocede.
Rechazo.
―Y esto. ―Levanta algo y mis ojos llorosos intentan enfocar. Mis píldoras
anticonceptivas. Dios, no―. Querías un bebé ―susurra.
Siento que todo el aliento me abandona, los ojos bajos, las crueles garras del pánico
trepando de nuevo por mi espalda.
―Me lo dijiste, Beau. En todos los sentidos, me lo dijiste.
―Y tú no lo querías ―digo débilmente, yendo al sofá y bajando los ojos, incapaz de
enfrentarme al desastre que le he hecho. Dijo que no estaba preparado para un bebé.
Tira el paquete de pastillas en el sofá.
―No tuvo nada que ver con que yo no lo quisiera. ―Su voz comienza a elevarse de
nuevo, su temperamento se enciende―. ¡Estaba preocupado por ti! ¡Joder, Beau! ¿Qué
pasa? ―Le miro, mi mente no me ayuda. No me dice cómo explicárselo―. ¿Ya no quieres
un bebé? ¿No me quieres a mí? ¿Quieres volver a ser policía? ¿Otra vez la prometida de
Oliver Burrow? ―Otro trago de vodka, su mano tiembla violentamente mientras se lo lleva
a la boca.
―Puedes ganar ―digo por encima de un sollozo―. Tú puedes.
―¡Es una mierda! ―ruge―. No me digas que puedo ganar cuando tú no me dejas, joder.
―Esta vez, lanza la botella, y yo salto con un grito de asombro mientras los cristales caen
como lluvia, las lágrimas en construcción empiezan a caer mientras el cuerpo de James
vibra, rueda, arde ante mis ojos.
―James ―me ahogo, levantándome para ir hacia él.
―No. ―Su mano se levanta, deteniendo mi avance, y me mira. Es una mirada que nunca
olvidaré. De desprecio. De dolor. De desesperanza―. No estoy bien ―dice en un susurro,
coge otra botella del armario y se va.
La puerta se cierra de golpe y mis ojos estallan en lágrimas, mi culo golpea el sofá y mi
cara se esconde entre las manos.
Por favor, no me dejes. Por favor, aún ámame. Quiérete quedarte conmigo.
―Por favor ―sollozo―. Por favor, por favor, por favor.
No me digas que puedo ganar cuando no me dejas, joder.
Lloro. Lloro tan jodidamente fuerte, mis sollozos desgarrados y rotos.
Hecha jirones.
Como mi corazón.
sto es exactamente por lo que no bebo en exceso. Mi cuerpo no coopera, ¿y mi mente?
Está insoportablemente clara. Ni de lejos tan nublada como necesito que esté. Me
concentro en poner la mano en la pulida barandilla dorada y luego un pie delante
del otro mientras subo las escaleras, haciendo una pausa para beber un trago cada cinco
escalones más o menos. No sé cuánto tardo en llegar arriba. Quizá media botella.
Oigo abrirse la puerta principal y me vuelvo muy despacio y con cuidado para mirar por
las escaleras. Entran Fury y Tank, ambos trajeados. Danny viene de la cocina y me mira en
las escaleras. Estoy seguro de ver cómo mueve la cabeza en señal de desaprobación. Que se
joda.
―¿Qué hacen aquí? ―pregunta mirando entre ellos.
―Presentándonos al servicio ―dice Tank con sorna.
―No. Necesitas tiempo libre y, con respeto, necesito hombres con la cabeza en el juego.
Los gemelos se miran, ambos inseguros. Es Fury quien habla.
―Nuestras cabezas están perfectamente en el juego, Danny, te lo aseguro. Y, con todo
mi respeto, ahora no es el momento de que des de baja dos hombres.
Mis cejas se levantan, aunque lentamente. El alcohol. Fury tiene razón, pero no consigo
que mi boca funcione para decirle a Danny que le haga caso. Bien. El alcohol por fin se me
está subiendo a la cabeza.
Beau sale del pasillo que lleva al despacho de Danny, con los ojos hinchados, y divisa a
los chicos, y Fury se le echa encima de inmediato, interrogándola.
―Estoy bien ―le asegura ella, ofreciéndole consuelo cuando ella misma lo necesita,
pasando la mano por encima de sus enormes hombros y abrazándolo.
Me doy la vuelta y me voy a nuestra habitación, tragando mientras avanzo. No puedo
mirarla. No soporto oír sus patéticas excusas, sean cuales sean. Ya es bastante malo que
haya desaparecido durante veinticuatro horas seguidas porque necesitaba espacio.
¿Decirme que quiere un bebé y luego hacer algo que prácticamente garantiza que no lo
tendrá? No lo entiendo. Esperar a ver si le venía la regla era una tortura. ¿Me iba a dejar
pasar por eso cada mes? La preocupación, la decepción. Me preguntaba cómo se lo tomaría.
¿Cómo reaccionaría? Preparándome para la reacción. Sentirme tan jodidamente impotente.
Preocupado.
Resoplo, asqueado, y me meto en nuestra habitación, bajo el vodka de golpe y me dejo
caer en la cama, me quito el traje de neopreno y lo tiro a un rincón. Recojo el alcohol y
salgo, me acuesto en una tumbona y miro al cielo.
Ella no quiere un bebé. Está bien. Hoy ha demostrado que definitivamente no está
preparada para ello. Irresponsable. Imprudente.
Más vodka.
Las nubes empiezan a viajar más rápido por el cielo. Dan vueltas, ruedan, dan tumbos.
―Joder. ―Gruño y me levanto con dificultad, parpadeando mientras me tambaleo hacia
el baño. Mi cuerpo me dice que ya ha bebido suficiente y que deje de ingerir alcohol a un
ritmo estúpido. Mi cabeza, sin embargo, sigue demasiado lúcida.
Rebozo más líquido, tanteando la pared. Mi cuerpo tendrá que absorberlo.
Me siento tan traicionado.
¿De verdad? Porque estoy seguro de que tuviste un pensamiento fugaz de dejarla
embarazada y atraparla.
Me detengo en seco y miro a mi alrededor, confusa.
―¿Qué?
Sí. Para que no pueda ir por la ciudad jugando a Lara Croft con su ex prometido.
Retrocedo, atónito, girándome en el sitio, buscando el origen de la voz.
―No se lo he dicho a nadie.
Tú me lo dijiste.
Pierdo el equilibrio y caigo contra la pared. Trato en vano de salvarme, pero mi cuerpo
ebrio no responde a la lentitud de mi cerebro con la suficiente rapidez y caigo con un golpe
seco, golpeándome la cabeza contra el váter.
―Mierda ―murmuro, arrastrando ahora también las palabras, mientras lucho por
volver a ponerme en pie, consiguiendo de algún modo tener aún la botella en mis manos.
Contento conmigo mismo, me termino el vodka, echándome hacia atrás sobre los talones,
con la cara apuntando al techo para asegurarme de que bebo hasta la última gota. Ya es
oficial. Nunca había estado tan borracho.
Por fin. Que comience el entumecimiento.
Jadeo, suelto la botella y levanto el pie para frenar su caída, atrapándola. Permanezco
sobre un pie, y es un puto milagro dado mi estado. Veo a Beau. En una escalera bajo los
focos de mi despacho. La veo cargando un equipo interminable. Chocando conmigo.
Dejándolo caer todo.
―Sabes, terminaré esto mucho más rápido si me das algo de espacio.
―Espacio ―respondí en voz baja―. Sólo intentaba ayudar.
―No necesito tu ayuda.
Nunca terminó de decorar mi oficina. Porque Beau finalmente decidió si me odiaba o
quería follarme.
Tomó esta última.
¿Se arrepiente?
Jadeo y me agarro a la pared cuando me tambaleo, apoyando el pie en el suelo.
¿Me arrepiento?
Miro hacia abajo, hacia mi pecho, mi mano sube, la punta de mi dedo se acerca al
moratón de mi pectoral desde donde el amor de mi vida, mi sangre, mi puto latido, me
disparó. Lo pierdo por unos centímetros y me veo obligado a cerrar un ojo para volver a
convertir diez moratones en uno.
―Que me jodan ―suspiro, dejando caer pesadamente la mano. Me acerco al espejo,
apoyo las palmas de las manos en el borde del lavabo y me inclino tanto que prácticamente
beso el cristal. Me miro el cabello, que ahora es más rubio. Más claro.
De estar al sol.
De estar en la luz.
―Pero no eres suficiente ―balbuceo, observando cómo mi boca se mueve lentamente,
mis ojos parpadean despacio, mi cuerpo se balancea lentamente. Incluso en mi estado de
embriaguez, puedo apreciar lo imposibles que éramos Beau y yo. Qué... tóxicos. Nocivos
para nosotros mismos, pero más nocivos el uno para el otro.
He fallado en mantenernos en la luz.
Curvo el labio ante la decepción que me devuelve la mirada y cierro los ojos, incapaz de
enfrentarme a él. Aparto la cabeza, inhalo y vuelvo a estrellarla contra el espejo.
Cuando vuelvo a abrir los ojos, lo que veo coincide con lo que siento.
Destrozado.
Me alejo y me doy la vuelta, sintiendo que las piernas me fallan por completo. Doy dos
pasos tambaleándome y caigo en la bañera con un gruñido y un ruido seco. Ruedo sobre la
espalda, cierro los ojos y suspiro. El frío esmalte sobre mi asquerosa piel me sienta bien.
Mejor que la razón de esas cicatrices. Intentar salvar a una mujer que no quería ser salvada.
Sigue sin quererlo.
Fracaso.
―Compré un apartamento para nosotros. ―Me rio a carcajadas, pensando en lo ridículo
que era creer que podíamos ser normales. Tan jodidamente absurdo. Danny tenía razón.
―Si no los tuviéramos, no necesitaríamos hacer esto. Pero no podemos hacernos los
muertos. Y no podemos vivir una vida normal.
―Y no podemos estar sin ellas ―había respondido. Como un tonto porque puede que
no tenga esa opción.
―Así que sigamos levantándonos y asegurémonos de no caer nunca, porque eso, amigo
mío, es lo más cerca que vamos a estar de la normalidad.
Fracaso.
Me acomodo y me adormezco, el baño girando como un tiovivo fuera de control,
frenando de vez en cuando, no lo suficiente para bajarme, pero sí lo suficiente y durante el
tiempo suficiente para darme un recuerdo elogioso. Todo Beau. Ha dominado mis
pensamientos desde que la conocí, y poco a poco durante ese tiempo, mi torturado pasado
ha sido sustituido por otro tipo de tortura.
Me encanta Beau Hayley.
s una agonía verlo así. Sabiendo que soy la causa. James me contó una vez sobre las
secuelas de la muerte de sus padres. Cómo lo sobrellevó. Básicamente, no lo hizo. Se
perdió en la bebida y cuando Otto finalmente sacó a James de su modo
autodestructivo, se desató el infierno. Mucha gente murió y sigue muriendo. Ahora me
pregunto si es por eso por lo que ya no bebe hasta el olvido. Porque lo lleva a lugares que
quiere olvidar. La desesperanza.
Lo he devuelto a aquellos tiempos. A esos sentimientos.
Me acerco a él en silencio, observando su rostro, las líneas que aún recortan sus rasgos
en sueños. Su cuerpo largo y duro se extiende por la bañera y un poco más, con los hombros
ligeramente encorvados hasta las orejas y la cara vuelta hacia dentro. Me arrodillo y me
llevo la mano a la frente, donde veo un entrecruzamiento de pequeños cortes en el centro.
―¿Qué le has hecho? ―pregunto, apartándole el cabello para verlo mejor. Parece como
si alguien le hubiera clavado gravilla en la carne. Y tiene un chichón cerca de la sien―.
Eres suficiente ― susurro, escudriñando su rostro exquisito, atormentado y dañado.
Sus ojos se abren y mi mano se congela en su frente. Y nos quedamos mirando. Nos
quedamos mirando tanto tiempo que he memorizado cada destello plateado de sus ojos
azules. Cada línea de su cara. Cada parte de su mandíbula barbuda. Me consuela saber que
él parece estar haciendo lo mismo, aunque sus ojos están somnolientos y recorren mi cara
más despacio.
Se acerca a mi muñeca, la rodea y me mete en la bañera con él. Se levanta, abre los
muslos, me coloca entre ellos y me acerca a su pecho. Un baño sin agua. Pero con fuego
infinito.
―¿Puedes oírme? ―Pregunto en voz baja.
―Estoy borracho, no sordo.
Sonrío, aunque sea poco, mientras encuentro el valor que necesito para intentar explicar
mi lógica. Para explicar mi traición.
―Esperar la regla es un dolor que puedo enmascarar ―digo, tragando saliva, buscando
la fuerza que necesito para hacerlo. Para hacerle entender―. Cada vez que sangro, me
pregunto si esa parte de mí también está rota. ―Trago saliva―. Si tomo las pastillas, nunca
esperaré con la respiración contenida a sangrar. Sé que ocurrirá. Nunca tendré un bebé,
pero al menos tengo el control.
James permanece en silencio detrás de mí, pero como si quisiera que supiera que me está
oyendo, empieza a acariciarme el brazo lleno de cicatrices.
―Te amo ―le digo, extendiendo las palmas de las manos sobre sus gruesos muslos,
acariciándole el vello―. Nunca lo pongas en duda.
―Sigo tu luz, Beau ―dice, con la voz ronca por el alcohol y el sueño―. Pero te estás
desvaneciendo rápido y te estoy perdiendo.
―Y me aterroriza perder a otra persona en mi vida. Especialmente a ti. Pero también
otro bebé. ―No estoy preparada para afrontar más pérdidas.
―Yo tampoco puedo perder otra vez, nena ―susurra.
Sí, la bañera está vacía.
Pero podría llorar suficientes lágrimas para llenarla.
iempre hay uno de nosotros menos estresado que el otro. Suele ser por las mujeres.
Es fácil para el otro juzgar, dar consejos. Sólo James camina en sus zapatos, sólo yo
en los míos. Nos enfrentamos a retos diferentes en lo que respecta a nuestras
relaciones, pero en los negocios, ambos estamos en la misma página.
Hago otras veinte repeticiones y bajo la barra para subirme al banco. Mi cara sigue
arrugada por la incomodidad, a pesar de haber liberado el estómago y el pecho de la
tensión. Miro el desastre de mi torso con un suspiro. Es irónico que todas mis lesiones
actuales sean consecuencia de una mujer, y no sólo mías. Papá se revolvería en su tumba.
Si estuviera en su puta tumba.
Me sacudo rápidamente ese pensamiento enloquecedor antes de que me distraiga de mi
día y me levanto, cogiendo una toalla para limpiarme la frente mojada antes de ponérmela
alrededor del cuello. Lleno una taza y bebo agua, mirando hacia la puerta cuando se abre.
Bajo la taza.
―¿Qué haces aquí? ―le pregunto a Brad, mirando de arriba abajo su cuerpo
semidesnudo, pantalones cortos y un fular es lo único que lleva puesto.
―Haciendo ejercicio.
Sigo su camino hacia el Pelotón.
―Estás hecho una mierda. ―Probablemente aún con resaca de su maratón de atracones
de todo lo prohibido.
Se sube a la bicicleta y se sienta recto, manteniendo las manos fuera del manillar.
―Tú tampoco pareces fresco como una lechuga. ―Asintiendo a mi torso, empieza a
pedalear y a dar golpecitos en la pantalla.
Relleno mi taza y bebo un poco más de agua.
―Mis heridas, tanto físicas como mentales, son el resultado de un interés amoroso.
―Rose me rebanaría la polla si me oyera referirme así a ella―. Sé lo que causó tus lesiones
físicas. ¿Te importaría explicarme por qué estás tan irritable últimamente? ―Algo me dice
que no tiene nada que ver con sus excesos.
―¿De qué coño estás hablando?
―Pearl. ―Voy directo al grano. Tengo cosas que hacer.
El fugaz retroceso que capto antes de que Brad consiga controlar la expresión de su rostro
me preocupa.
―¿Quién es Pearl?
―Oh, joder. ―Tiro la taza a la papelera y me dirijo a la bicicleta, poniéndome delante,
la mano en el manillar, los ojos en Brad.
―¿Cuánto hace que te conozco?
―Demasiado jodido tiempo.
―De acuerdo. ―Veo su hombro sacudirse mientras pedalea―. Activa tu núcleo ―le
ordeno―. Y siéntate derecho. ―Hace ambas cosas con el ceño fruncido―. Tiene veintiún
años ― le digo―. Tú tienes treinta y cuatro.
―¿Esto va a alguna parte?
―¿Te la has follado?
Se queda con la boca abierta y deja de pedalear. Sólo su reacción me dice que no.
―No, no me la he follado.
―¿Quieres?
La cara de Brad. Furioso es decir poco. Honestamente, no estoy seguro de cómo
interpretarlo.
―No. Tiene veintiún años, joder, Danny. Prácticamente una niña. Cualquier idea
fantástica que tenga sobre este mundo, no me interesa alimentarla.
―Entonces, ¿por qué eres malo con ella?
―¿Qué? ―suelta, impaciente.
―Eres malo con ella. Impaciente. La miras mal. ―Levanto las cejas mientras Brad busca
visiblemente una razón―. No soy el único que se ha dado cuenta. Está creando un
ambiente.
―¿Estoy causando un ambiente?
―Sí, siendo gruñón. La gente no está acostumbrada.
―Entonces me disculparé.
―Probablemente sea mejor que te apartes de su camino. Ella piensa que eres un idiota.
Se estremece.
―¿Por qué?
―Bueno, porque follas con putas y tienes un club de striptease.
―¿Cómo lo sabe?
―Porque yo se lo dije. ―Estoy seguro de que puedo oír el rechinar de sus dientes―. Rose
piensa que te encuentra repulsivo.
―¿Todo el mundo habla de esto?
Me encojo de hombros, divertido, tomando este ligero alivio mientras puedo conseguirlo.
―Bien ―dice Brad―. Me alegro de que me encuentre repulsivo.
Asiento con la cabeza, no muy convencido:
―¿Y por qué coño eres un puto miserable últimamente?
―¿Todo el mundo por aquí en medio del drama que sus mujeres están creando, que,
añadiré en este momento tras tu interrogatorio, es la jodida razón por la que nunca me
vincularé con una mujer, han pasado por alto el hecho de que me han disparado, joder? Y
mi puto apartamento voló por los aires, Danny. No tengo casa. ―Empieza a pedalear de
nuevo, su parte superior sacudiéndose por todas partes.
―Creo que eres tú el que ha pasado por alto el hecho de que te han disparado, joder.
Doc te colgará si te ve en esa cosa.
―Estoy estresado.
Me rio.
―Eres un cabrón. ―Quiere follarse a Pearl. Menos mal que ahora lo odia porque eso
sólo acabaría en lágrimas. Suyas. Y las de Brad cuando Rose y Beau le pegan una paliza―.
Voy a darme una ducha.
―Eh, tu celular ―me dice Brad cuando empieza a sonar desde la colchoneta de la
esquina donde me estaba estirando. Me acerco y me agacho, lo cojo y le doy la vuelta.
Vuelvo a mirar a Brad. Su pedaleo se ralentiza―. ¿Amber?
Conecto la llamada y me levanto, caminando hacia Brad, esperando a que hable quien
esté al otro lado de la línea.
―¿Danny?
Los ojos de Brad se disparan hacia los míos y exhalo. Nunca me había alegrado tanto de
oír su voz.
―Amber. ―Con cuidado, pero sin demasiada delicadeza. Esta mujer sólo ha conocido la
brutalidad y la frialdad de mi parte―. ¿Qué quieres?
―Estoy en problemas, Danny. Problemas serios.
Me lo imaginaba. La puerta del gimnasio se abre, y con la brisa más ligera llega el hedor
más increíblemente penetrante a alcohol rancio. Miro por encima del hombro y hago una
mueca. Parece la muerte calentada. ¿Y qué coño le ha pasado en la cabeza?
―¿El tipo de lío en el que te metes cuando te quedas con la herencia que por derecho le
pertenece a otro? ―Pregunto, intentando darle una pista a un James en coma sobre lo que
ha descubierto.
―No tenía ni idea de lo del dinero.
James se acerca, interesado, mientras yo me rio.
―Vamos, Amber.
―Danny, te lo juro. Tom y yo nos separamos. Me llamó y me dijo que me echaba de
menos. Quería cenar en su casa. Fui y nos reconciliamos.
¿Así que era Amber con quien Tom había estado saliendo?
―¿Le querías? ¿No sólo querías su dinero? ―Todos nos apiñamos, esperando,
escuchando. No puedo decir que Amber sea transparente, porque estoy bastante seguro de
que me quería, a pesar de que no le mostré ningún amor, me la follaba regularmente y la
compartía. Mi dinero y poder eran un extra. Pero, y perdóname por criticar a un hombre
muerto, soy mucho más guapo y unas décadas más joven que Tom Hayley.
―Hice lo que tenía que hacer para sobrevivir después de que me echaras.
―Oh, vaya ―murmura Brad, apartándose del teléfono, con sus ojos preocupados
puestos en mí.
―¿Qué puedes decirnos sobre la muerte de Tom? ―Pregunto, sabiendo que James va a
saltar en cualquier momento si no pongo esto en marcha.
―Necesito algo a cambio.
―¿Qué?
―Bueno, no es dinero, ¿verdad? ―dice Brad con una risa socarrona, ganándose miradas
sombrías de James y de mí―. Hola, Amber ―añade.
―Brad. ―Ella dice su nombre con esfuerzo, no hay amor perdido allí. Sí, compartí a
Amber, pero nunca con Brad. Él la despreciaba. Prefiere tomar a sus mujeres como extrañas,
mayormente en hoteles. Nunca hay ningún contragolpe para él. Ninguna puta mordiéndole
los tobillos queriendo dinero o seguridad.
James me da un codazo, empujándome. Parece verde, como si fuera a vomitar en
cualquier momento.
―Bueno ―le empujo.
―Protección.
―Mi protección es cara. Depende de lo que obtenga a cambio de protección.
―Tendrás un osito de peluche.
La habitación se queda quieta y en silencio, todos nuestros cuerpos se enderezan. De
alguna manera, esta oferta parece más seria que cualquier otra. Lo que estoy pensando, sin
embargo, es ¿cómo coño la amante del padre de Beau tiene información sobre El Oso?
―Puedo darte protección.
―¿Cómo?
―Tengo un lugar en el extranjero. Aislado, solitario, nadie lo conoce. ―Últimamente
digo y pienso tantas cosas que podrían conseguirme el divorcio―. ¿Qué sabes de El Oso?
Se queda callada tanto tiempo que me pregunto si habrá colgado, pero un rápido vistazo
a la pantalla me dice que sigue ahí.
―Al teléfono no ―acaba diciendo.
Todos nos desanimamos. Joder.
―¿Dónde?
―¿Dónde es seguro?
Inmediatamente echo un vistazo al gimnasio que hay en mi hogar seguro, pero
rápidamente lo descarto. Eso no acabaría en divorcio, acabaría en muerte. No sabría decir
si a manos de Rose o de Beau, pero no es un riesgo que merezca la pena correr. Pero...
¿dónde más? A la mierda.
―Ven a casa ―le digo, mirando a Brad, que niega con la cabeza―. A las tres en punto.
Llámame cuando estés a las puertas. ―Cuelgo.
―Esto no me gusta ―dice Brad, ahora inmóvil sobre la bicicleta.
―Aquí es más seguro. ―Todos lo sabemos. Siento otra fuerte bocanada de alcohol rancio
y me alejo de James―. Amigo, date una ducha, te lo ruego.
Brad también arruga la nariz y se baja de la bicicleta después de un entrenamiento inútil.
―Mi pregunta ahora es, ¿cómo vas a distraer a las chicas mientras nos ocupamos de
esto?
Miro a James. No parece capaz de enfrentarse a nada.
―¿Beau y tú están bien? ―Hoy le necesito al pie del cañón. Es una afirmación ridícula
cuando ha bebido suficiente vodka como para hundir una isla, pero que él y Beau estén
bien me dirá si corremos el riesgo de que una mujer se ausente sin permiso otra vez y si eso
podría robarle tiempo persiguiéndola por la ciudad.
James se agacha en un banco y hunde la cara en las palmas de las manos con un gemido.
―No sé nada.
―¿Estás diciendo que hay riesgo de fuga?
―¿Quién coño lo sabe? ―Se restriega la cara―. Quiere un bebé, no quiere; cree que su
padre no fue asesinado, sí quiere; quiere casarse, no quiere; quiere ser policía, quiere...
―Lo entendemos ―dice Brad―. No podemos depender de que Beau se comporte. ¿Y
Rose?
Me rio.
―Si ve a Amber en su casa, atacará.
James levanta la mano, un mensaje de que incluso si contenemos a Beau y evitamos que
desaparezca, tenemos que evitar que ataque también a Amber.
―¿La metemos en una jaula?
La cabeza de James se levanta lentamente, su boca con un tono retorcido de asesinato, y
yo frunzo los labios, agradeciendo en nombre de Brad que no esté en forma hoy, o estoy
bastante segura de que Brad estaría empotrado en la pared ahora mismo.
―¿Por qué no se lo preguntas? ―gruñe James.
―No, gracias. ―Brad toma asiento a su lado―. Entonces, si no podemos enjaular a sus
dos mascotas, ¿qué hacemos con ellas?
―Tienes ganas de morir, Brad. ―Empiezo a pasearme, mordisqueando el borde de mi
teléfono, pensando en qué podemos hacer con las mujeres que no las haga sospechar. El
astillero, no. Vete a saber lo que puede pasar. Y Hiatus no es una opción cuando no estamos
allí. ¿Qué quiere Rose? Una escuela para Daniel. Estoy trabajando en ello. Clases de
conducir. Cuando tenga tiempo. Otro bebé. Comprobado. Hacer cosas normales con el niño.
Ayer los mandé por pizza―. Independencia ―suelto, frenando en seco.
―¿Qué? ―dicen los dos al unísono, impacientes.
―Rose quiere independencia. Un trabajo. ―Me enfrento a sus ceños fruncidos. Soy un
maldito genio―. No para de hablar de trabajo y libertad, no solo para ella, sino también
para Pearl y Anya. ―Cojo el celular y arranco el primero que encuentro, marco y luego
bajo al banco junto a ellas.
―Buenas tardes, Red's Salon and Spa, le habla Petal, ¿en qué puedo ayudarle?
―Hola, Petal ―digo con mi voz más amable, muy agradecida de que Petal no vaya a
conocerme en persona―. Me gustaría reservar las instalaciones de tu spa para una fiesta
privada. ―Brad se ríe por lo bajo y James vuelve a apoyar la cabeza en las palmas de las
manos.

reservar Red's. Algo sobre las citas existentes. Así que les di
una razón para hacerlo posible. Cien mil razones. Una ganga, si me preguntas.
Lo único que no tuve en cuenta, y es algo bastante importante, es Daniel. No estoy seguro
de que una manicura o pedicura vaya a entusiasmar al chico, así que he vendido mi alma
al puto diablo. Un diablo guapo que resulta ser padre soltero y banquero privado. Rose
mencionó que estaban visitando a sus padres. Estupendo. Así que después de hablar muy
amablemente con el Sr. Benson, accedió a que Barney fuera a bucear con tiburones por el
día con Daniel y Tank. Tank parecía traumatizado. Fury se reía a carcajadas.
Hasta que le dije que iba a ir a un día de mimos. Si Benson accedió por miedo o no, me
importaba un carajo.
Ahora, para manejar a mi esposa…
Empujo la puerta de nuestro dormitorio y asomo la cabeza, oyendo la ducha. Perfecto.
Está más dispuesta cuando está desnuda. Cuando yo estoy desnudo. Cuando los dos estamos
desnudos.
Me bajo los calzoncillos por las piernas y voy hacia ella. Está frente a la alcachofa, boca
arriba, con el cabello mojado, pegado a la espalda, rozándole el culo. Gimo y miro hacia
abajo, viendo cómo mi polla se despierta y se levanta lentamente, señalando el camino.
Pongo una palma sobre ella, domando a la cabrona, mientras entro en el cubículo. Ella se
queda quieta, con las manos en el cabello, dejando de pasarse el acondicionador.
Ella mira hacia atrás. Es como un cohete para mi polla. Renuncio a tratar de convencerla
y dejo que sobresalga, rozando la parte baja de su espalda. En silencio, agarro sus muñecas
y las dirijo hacia la baldosa, bajando mi boca hasta su hombro. Llamas. Un gemido. Levanto
los hombros, inclino la cabeza. Le suelto las muñecas. No necesito decirle que las mantenga
ahí. Deslizo las manos por sus brazos mientras beso cada trozo caliente de su cuello,
lamiendo el agua, moviendo las palmas en sus pechos, su estómago, sus caderas. Echa la
cabeza hacia atrás y gime, vibrando contra mis labios en su garganta, su culo empujando
contra mí.
Doblo las rodillas y giro hacia arriba, deslizándome dentro de ella, inspirando y
aguantando. Las manos de Rose se cierran en puños sobre la baldosa. El agua se calienta.
Empiezo a bombear lentamente, sujetándola por la cintura.
―Tengo una sorpresa para ti ―le digo con calma, observando cómo gira la cabeza sobre
los hombros.
―¿Qué?
Muelo, llevando mi boca a su nuca y besándola.
Ella gime, luego lleva una mano hacia atrás y desliza sus dedos por mi cabello mojado.
―Muéstrame.
―A su debido tiempo, nena. ―Muerdo―. Creo que te va a encantar. ―Estoy en terreno
peligroso, pero me ocuparé de eso más tarde. Hoy parece que podría ser el final. Todo es
posible. Tengo que asegurarme de que las chicas están fuera de peligro. Me sobresalto, y
Rose gime con más fuerza, haciéndome hacer una pausa, tratando de contenerme, ya cerca.
Apoyo la barbilla en su hombro. Ella me mira. Sólo con eso ya tengo la polla temblando, y
ella lo nota, sonríe y se echa hacia atrás, poniendo fin a mi intento de salvarme. Cierro la
boca sobre la suya, la beso y empiezo a meterla y sacarla, firme pero despacio, con la polla
vibrando. Sé que está a punto de correrse porque me tira del cabello y me muerde el labio,
así que dejo que me reclame y me libero con un gemido en su boca y un apretón de sus
caderas mientras Rose se contrae y me vacía, con su cuerpo húmedo estremeciéndose contra
mí. Le muerdo el labio a cambio y me retiro, limpiándole el agua de la cara y apartándonos
del chorro, retirándome y dándole la vuelta. La empujo contra la fría pared y la aprisiono,
besándola suavemente, encontrando de nuevo mis palabras planeadas mientras ambos
bajamos.
No los encuentro lo bastante pronto para Rose. Pone fin a nuestro beso y me acaricia las
mejillas, acercando mi cara a la suya.
―¿Qué?
―Quieres un poco de libertad ―digo, cogiendo sus muñecas y apartándolas, saboreando
su intriga.
―Yo... ―dice lentamente.
―Te reservé un día de mimos. ―Debería tener un año de mimos por lo mucho que
pagué.
Rose se echa hacia atrás todo lo que puede, que no es mucho con la pared detrás de ella.
―¿Perdón?
Sonrío. Esto es la boda de nuevo. Una táctica por mi parte.
―He reservado un salón spa para todo el día. Para ti. Y las otras chicas. ―Estoy
confiando en Rose para hacer que esto suceda también. Necesito que todas se vayan de la
casa.
―¿Por qué?
―Mimarse. Ir a la peluquería. Hacerse la manicura.
―Claro... ―Su sospecha es justificada, por supuesto, por lo que la manipulación tiene
que venir aquí, y voy a ser descarado―. ¿Qué está pasando?
Me aseguro de parecer ofendido.
―¿Qué quieres decir?
―Quiero decir, de repente, Daniel puede ir a la escuela, puedo llevarlo a comer pizza, y
ahora me voy a un día de mimos en un spa. Así que te lo preguntaré de nuevo, mi adorable,
precioso asesino con cara de ángel, ¿qué está pasando?
Frunzo el ceño. ¿Por qué el recordatorio de quién soy? Pregunta estúpida. Bien. Aquí
viene la manipulación. Me alejo, solemne, y salgo de la ducha.
―Solo intentaba hacer algo amable por ti. ―. Agarro una toalla y tiro de ella hacia
abajo―. Sé que no es fácil estar casada conmigo, Rose. ―Me la echo sobre los hombros y
tiro de ella de un lado a otro―. Lo estoy intentando. ―Termino de secarme y voy al armario,
evitando mis trajes, porque me delatan si estoy tratando con negocios, y en su lugar me
pongo unos joggers grises y cojo un jersey, refunfuñando para mis adentros. Sigo con los
brazos en las mangas, dispuesto a ponérmelo por la cabeza, cuando la oigo detrás de mí.
Espero, mirando por el rabillo del ojo, dispuesta a aceptar sus disculpas y su gratitud.
―Vete a la mierda, Black, ¿qué estás haciendo?
Mi cabeza cae hacia atrás. ¿Por qué? ¿Por qué, Dios, me diste una puta mujer tan ardua?
Porque lo necesitas.
Paso al plan B. Me pongo el jersey y me lo bajo al girarme. Sigue desnuda. Mojada.
Embarazada. Los brazos cruzados sobre el pecho, entre las tetas y la barriga redondeada. La
miro cansado, agitando una mano hacia su magnífica figura, como, ¡vamos!
Ladea la cabeza y levanta las cejas. Pongo los ojos en blanco y me acerco a ella. Más vale
que el plan B funcione, porque el plan C es la verdad, y eso significa que nuestra ducha de
hace un momento habrá sido la última vez que folle con mi mujer. La cojo del brazo y tiro
de ella hacia la cama, sentándola en el extremo y arrodillándome ante ella. Y como soy un
cabrón, le separo las piernas y dejo caer mi boca en su coño, chupándole el clítoris con una
sonrisa salaz cuando se deja caer en la cama.
Trabajo eficientemente, deslizando mis dedos dentro de ella, enganchándolos,
asegurándome de alcanzar su punto dulce mientras masajeo, muerdo, beso, lamo su nódulo
de nervios, pasando mi lengua rápidamente cuando su espalda se arquea y ella junta las
sábanas en sus puños.
Vale. Esto no formaba parte del Plan B, pero no soy de los que dejan pasar este tipo de
oportunidades.
Se corre en mi cara con un gemido agudo y entrecortado, y se relaja debajo de mí. Trepo
por su cuerpo y la atrapo debajo de mí, besándola, compartiendo su orgasmo.
―Necesitas depilarte ―le digo, sonriendo cuando suelta una carcajada―. Es un poco
espinoso ahí abajo.
Su cabeza se echa hacia atrás, su risa adictiva. Aprovecho la oportunidad y le acaricio la
garganta, la mandíbula, hasta que vuelvo a meterle la lengua en la boca.
―¿Por qué iba a querer ir a un spa si aquí en casa tengo todos los mimos que necesito?
―¿Puedes confiar en mí?
Ella gime, y sé que la tengo.
―Danny, por favor. ―Me sujeta la cabeza y me mira, y odio el miedo que veo en sus
ojos―. Cada vez que me pides que confíe en ti, la mierda épica cae.
―Sí, pero siempre salimos por el otro lado, cariño. ―le recuerdo, rezando para que me
escuche. No puedo decirle nada sobre Amber. Perdería la razón―. Hoy solo son reuniones,
te lo prometo. James y Beau no están muy bien. Si vuelve a desaparecer, podría arruinarlo
todo, Rose. Estamos llegando a alguna parte aquí. No sólo está en peligro cada vez que
galopa por la ciudad, sino que James también está distraído. Necesito que tenga la cabeza
bien puesta hoy.
Pierde toda lucha ante mis ojos y se desinfla.
―¿Realmente crees que Beau aceptará mi oferta de ser mimado todo el día? ¿Has
conocido a una mujer tan poco femenina en tu vida?
―Cierto. Pero tengo toda la fe en ti. ―Le doy un beso en los labios―. Haz que funcione
―digo, mordisqueando sus labios.
―Sí, sí. ¿Y Daniel?
―Está fuera todo el día con Tank y Barney.
Se ríe.
―Joder, sí que estás desesperado.
―Rose ―advierto.
―Espera. ¿Lennox aceptó que Barney saliera con Daniel? ¿Incluso después del artículo
del periódico? ―Sus ojos se entrecierran―. ¿Qué hiciste para convencerle, Danny?
Sonrío por dentro.
―Fui tan amable como un pastel.
Ella resopla.
―¿Un pastel con sabor británico?
No quiero hablar de Lennox Benson. He visto cómo miraba a mi mujer. Así que me
levanto, ignorándola, y miro por mi frente. Mi polla sobresale. Glotona. Miro a Rose, con
una ceja levantada.
―Tengo que prepararme para un día de spa y convencer a unas amigas para que vengan
conmigo. ―Se levanta y se marcha, dejándome con una erección furiosa. Se detiene al
llegar a la puerta y mira hacia atrás. Su alegría ha desaparecido.
―Tendré cuidado ―digo antes de que pueda exigirlo.
Asiente, traga saliva y desaparece en el baño.

, James y yo llegamos a Hiatus, ya es más de mediodía, lo cual es


bueno porque me vendría bien una copa. Entramos por detrás y saludo a Mason, que me
ofrece un whisky en la barra, donde están Goldie, Otto, Nolan y Ringo.
Mason no sólo tiene un whisky para mí, también tiene uno para Brad. Y un vodka para
James, que jadea físicamente y le da la espalda. Sonrío mientras bebo un sorbo. Debería
haberlo mandado al spa con las chicas, porque no parece que vaya a sernos de mucha
utilidad.
Cojo un taburete y lo alejo de la barra para situarme frente a los demás.
―¿Qué pasa? ―pregunto, detectando un poco de tensión.
―Díselo ―dice Ringo, con sus grandes brazos trajeados cruzados sobre el pecho y los
ojos fijos en Nolan.
Miro a Nolan.
―Un policía vigilando la carretera ―me dice―. Estaba allí cuando me fui anoche y aquí
esta mañana a las siete cuando cogí una entrega.
Collins. James nos deja y se dirige a la entrada del club, desapareciendo unos instantes
antes de volver, sacudiendo la cabeza.
―¿Las cámaras? ―le pregunta a Otto.
―Se fue a las diez.
―Probablemente necesitaba hacer caca por la mañana ―murmura Ringo, y todos le
dirigimos miradas medio divertidas medio interrogantes―. ¿Qué? ―pregunta―. Las
mujeres son como un reloj, ¿no? Todas las mañanas a la misma hora.
―¿Y los hombres no? ―Goldie mira a Ringo como si fuera de otra especie. Estoy
empezando a pensar que lo es.
―No, los hombres cagan por la noche.
Me rio y miro a los demás, esperando no estar solo. Todos miran a Ringo con expresiones
que básicamente dicen ¿qué coño?
―¿Cagas por la noche? ―Otto le pregunta.
―Sí, cago por la noche. ¿Tú no?
―No, cago por la mañana.
―Cago cada tres días ―dice Nolan, pensativo―. Puede ser por la mañana o por la noche.
Es un poco incómodo, la verdad. ―Mira a Goldie―. ¿Cuándo cagas?
Se levanta y se aleja, aumentando mi risa. Sólo quiere formar parte de la pandilla cuando
le conviene.
―Bueno, mierda ―suspira Ringo―. Siempre pensé que era una cosa de hombre-mujer.
―¿Qué coño te ha hecho pensar eso? ―Brad le pregunta.
―Cuando era niño, todos mis compañeros cagaban al llegar del colegio. Stanley, mi
mejor amigo, tenía una hermana y me dijo que cagaba por las mañanas, al igual que todas
sus amigas. Así que, sí, los hombres cagan por las tardes, y las mujeres cagan por las
mañanas. Es porque las mujeres son organizadas. Piensan en el futuro. Empieza cuando son
niñas. No quieren estar cagando en los baños de la escuela porque son jodidamente
lúgubres. Los chicos no tienen esa previsión. Salíamos corriendo de la escuela para cagar.
Obviamente, había unos pocos que se quedaban cortos y se veían obligados a cagar en los
baños de la escuela, por lo que estaban lúgubres.
Miro a Ringo, con la boca abierta, mientras muestra al techo las palmas de las manos.
―Has pensado demasiado en cagar, Ringo.
―Puede ser, pero aparentemente ha sido un desperdicio. ―Mira a Nolan―. ¿Estás
seguro de que sólo cagas cada tres días?
―Sí.
―Sabes lo que eso significa, ¿verdad? ―Digo, brindando por los hábitos de mierda de
Nolan.
Parece preocupado.
―¿Qué significa?
―Significa que la mayoría de las veces, estás lleno de mierda.
Todos se ríen, incluidos James y Brad, lo cual es un logro por mi parte.
―¿Algo sobre John Theodore Little? ―le pregunto a Otto, que niega con la cabeza―.
¿Qué hay de Higham?
―Len lo está trayendo aquí.
Asiento con la cabeza. Me alegro. Escuchemos lo que tiene que decir sobre sus citas de
café con la periodista.
―Tengo noticias de Amber.
Como era de esperar, Ringo y Otto aguzan el oído, y seguro que Goldie también. No
puedo verla para saberlo.
―¿Quiere que volvamos a estar juntos? ―Ringo pregunta.
Sonrío. Rose no lo haría. Ella mataría.
―Ella mencionó un oso de peluche.
―¿Ah, sí? ―Otto se revuelve la barba, y los labios de Ringo se enderezan en una línea
sombría.
―De verdad. He quedado con ella en casa a las tres.
―¿Es prudente?
Probablemente no.
―Todas las chicas están fuera para un día de mimos.
―No es cierto ―asiente Ringo a Goldie, que vuelve a sentarse en el taburete junto a él,
con el labio curvado por el disgusto―. Ya que te parezco tan repulsivo ―prosigue―, ¿por
qué no te unes a las chicas para un día de mimos?
―¿Por qué no… ―replica ella, mirando su reloj― te haces un colónico, ya que tú
también estás lleno de mierda? Es casi la hora de evacuar.
―Basta ―digo, sonriendo alrededor del borde de mi vaso.
―Tengo algo ―dice Nolan, levantando la mano―. Necesito reemplazar a una de las
chicas.
¿Oh? Bajo mi vaso, no me gusta su persona sospechosa.
―¿Cuál? ―Brad pregunta.
Nolan mira hacia otro lado, murmurando algo.
―La que encontramos en la oficina con él ―dice James, y Brad maldice.
―Oh cielos. ―Le doy a Brad una mirada que dice, tú lo contrataste, tú te encargas―.
¿Te ha dado un poco de lata?
Nolan exhala, sus mejillas se inflan.
―Tiene un poco de apego, sí.
Me rio.
―¿Y qué lección hemos aprendido hoy, alumnos?
Nolan pone los ojos en blanco y se marcha, y yo ignoro las miradas de incredulidad que
me dirigen los demás. Que se jodan. Rose es diferente. Nolan se detiene y mira hacia atrás.
―Oye, ¿y esas dos chicas que has recogido? ―Chasquea los dedos constantemente,
pensando―. Pearl y Anya.
Mis ojos se dirigen automáticamente a Brad, con los labios apretados alrededor del borde
de mi vaso. Parece haberse quedado inmóvil. ¿Lo habrá oído? No estoy seguro; parece un
poco ausente. Así que, por si acaso...
―Ha dicho...
―Lo he oído, joder. ―Brad se aleja, sujetándose el hombro―. Haz lo que te salga de los
cojones ―gruñe―. Pero si te follas a otro miembro del personal, te follaré con un martillo
perforador.
―Sería mucho menos cómodo que la batidora ―dice James en voz baja, haciendo que
Nolan suelte una carcajada. Obviamente no estoy al tanto de esta broma privada, pero le
lanzo una mirada al chico para sugerirle que mejor se contenga antes de que Brad, el cabrón
malhumorado, se vuelva loco de remate.
―Higham está aquí ―dice Otto, girando la pantalla hacia nosotros. Me inclino hacia él
y le veo salir de su vehículo, tardando un buen rato en alisarse la chaqueta de su traje
barato. ¿Preparándose?
―Nos quedaremos en el bar ―vuelvo a mirar al escenario―. ¿A qué hora van a empezar
a ensayar las chicas?
―Una hora ―dice Nolan.
Miro a James.
―¿Tiempo suficiente para torturar al cabrón y sacarle la verdad?
La negrura que amo y odio a la vez baña su rostro, dando un poco de color a su piel
pastosa y resacosa.
―Necesito diez minutos.
―Ooh, te sientes peleonero, ¿eh?
No le hace gracia mi broma, baja el culo a un taburete y se cruje los nudillos. Lo achaco
a su resaca. Me inclino hacia delante y le tiendo el vaso, lo que provoca que Goldie lo coja
y se lo pase a Mason para que lo rellene.
―Esto necesita un enfoque suave ―le digo a James―. No hay que perder los estribos.
―Me interrumpe el celular. Mamá. Joder. No se me ocurre ignorarla, sabiendo que no me
llamaría a menos que fuera necesario―. ¿Mamá? —Contesto, nervioso―. ¿Todo bien?
―¿Qué está pasando? ―Me reclama rápida y bruscamente, sin responder a mi
pregunta, y eso me pone de los nervios. Pero los días en que le hablaba a mi madre con poco
respeto y aún menos amor se acabaron.
Levanto la mano y me pellizco el puente de la nariz.
―¿Quieres dar más detalles? ―pregunto con calma. Si menciona algo sobre Otto, mi
humor decaerá. Sería una pena, porque hoy me siento casi alegre, que es más de lo que
puedo decir de Brad y James. Las cosas están saliendo bien. Me siento bien.
―¿Vas a comprarle a Rose un spa?
Me quito la mano de la cara.
―¿Qué?
―Un spa. Le estás comprando un spa.
―¿Lo estoy?
―Bueno, según tu mujer, sí. Así que de nuevo, ¿qué está pasando?
Siento que se me agrandan las fosas nasales. Mi humor cae en picado. Confío en mi
mujer. Cuelgo y golpeo la pantalla con el pulgar, alejándome de la barra para reducir el
riesgo de que el estante superior de licores se haga añicos al chocar con mi estridente voz.
―Hola, querido ―dice alegremente.
―No me quieras. ¿Qué coño, Rose? ―Pregunto, relativamente calmado, considerando
todas las cosas. Puedo ver lo que viene, y seriamente no me gusta.
―Me dijiste que lo hiciera funcionar. Así que estoy haciendo que funcione.
Sí, está haciendo que funcione. Para ella misma. La perra conspiradora.
―¿Y cuánto me va a costar hacerlo funcionar?
―Estoy en negociaciones ―declara, con una firmeza en la voz que no presagia nada
bueno. Es arrogante―. Pero le he asegurado al propietario que el dinero no es un problema,
¿verdad, cariño?
No, no lo es, pero que ella tenga otro interés que no sea yo, sí.
―¿Rose?
―Sí, cariño.
―Estás embarazada―.
―¿Lo estoy? ―grita, sonando sorprendida―. Mierda, me preguntaba qué coño le
pasaba a mi cuerpo.
Miro al techo. Dios, por favor, haz que pare antes de que haga algo de lo que me
arrepienta. Como matarla.
―Me estás chantajeando.
―Estoy aprovechando mi poder.
Me rio.
―Oh, nena, sí que tienes poder. ―Y lo ejerce sin disculparse. No puedo culparla. Nunca
había tenido poder antes de tenerme.
―Danny ―dice, sonando demasiado seria―. Me dijiste que lo hiciera funcionar. ¿De
verdad creías que Beau se iba a tragar la tontería de que me iba a dar un tratamiento facial
y depilarme el bikini?
―No, pero puede que se haya tragado alguna chorrada de que querías echar pestes de
tu marido por un tratamiento facial y una depilación de bikini.
―Oh, eso no habría sido una mierda. He estado hablando mal de ti todo el día.
―Espero que no, ya que estoy a punto de desprenderme de cientos de miles de mi dinero
por ti.
―Es mío.
―¿Qué?
―Tu dinero. Es mío. Me lo dejaste hace tres años cuando te ahogaste en el mar. Y el
precio es de cinco millones.
Casi se me salen los ojos de las órbitas.
―¿Qué?
―No te preocupes. Creo que puedo bajarla a cuatro.
―Dios, te odio.
―Lo superaré. Que tengas un buen día, cariño. ―Cuelga y yo grito varias veces,
golpeando el aire.
―Amor ―dice alguien detrás de mí. Me doy la vuelta. Higham. ¿Es de verdad? ¿Va a
venir aquí a blandir su puto sarcasmo? Miro a los demás, tal vez buscando una señal de
que mis pensamientos son razonables, porque en serio quiero matarlo.
―Danny ―dice James en voz baja―. No lo hagas.
Me lanzo hacia delante y le quito la silla de los pies, decidiendo que hoy me toca a mí
torturarle. Gruñe al aterrizar, me siento a horcajadas sobre él y empiezo a darle puñetazos
en la cara, uno tras otro, una y otra vez.
Bang, bang, bang, bang.
―¡Danny, joder!
Bang, bang, bang, bang.
La sangre llega como la lluvia que golpea un lago y me salpica la cara, pero aun así no
me detengo, el desahogo es exactamente lo que necesito.
―¡Danny!
Un par de manos me agarran por los hombros y me tiran hacia atrás, y caigo de culo a
unos metros de distancia, con los puños cubiertos de sangre y la cara y el traje salpicados.
Higham empieza a rodar por el suelo, con la cara destrozada y ensangrentada, gimiendo.
―Joder, Black ―se atraganta―. Maldito loco.
Resoplo, me limpio la cara con la manga de la chaqueta, me pongo en pie y le golpeo el
estómago con la bota, haciéndole toser. Me arrodillo, agarro un puño de su chaqueta y le
levanto.
―¿Por qué coño estás tomando café con Natalia Potter?
Se le cae la cara de vergüenza, ¿y eso no lo dice todo?
―Me encanta su enfoque suave ―dice James, retirándose, dejándome a mi aire. Qué
bien. Hoy quiero matar, y no me apetece hacerlo despacio. Demasiado para mi buen humor.
―¡Habla!
―La estoy viendo. ―Higham tensa las palabras, su rostro dolorido, y no porque esté en
maldita agonía.
―¿Qué?
―Estoy teniendo una puta aventura, ¿vale? Me aparta las manos, moquea y se limpia la
nariz sangrante con el dorso de la mano.
―¿Con la mujer que escribió un informe sobre James y yo?
―Sí ―grita, angustiado―. Joder, sí. Le dije que estaba en terreno peligroso. No me
escuchó, ¿verdad? Es joven. Hambrienta.
Miro a Otto. Él lo dijo.
―¿Así que no le diste información sobre nosotros?
―Dios no, valoro mi vida.
―Entonces... ¿quién lo hizo?
―Ella no lo dirá.
―Oh, vamos, Higham.
―Lo juro, ella no lo dirá.
―Entonces, ¿necesitamos tener una pequeña charla con tu novia?
Sus ojos se abren de par en par, preocupados. No sé si está preocupado por ella o por sí
mismo.
―Danny, vamos.
Sí, puede que esté metiendo su polla en otra mujer, pero ¿cómo llegaron a conocerse en
primer lugar? Es todo bastante conveniente si me preguntas. Acerco mi cara a la suya,
apretando de nuevo su chaqueta con el puño.
―No te creo.
―¿Qué acogedor es esto? ―pregunta una voz femenina. Una que no puedo decir que
reconozca.
La cara ensangrentada de Higham cae y oigo algunas maldiciones silenciosas detrás de
mí. Miro hacia atrás, todavía con Higham en mis manos. Collins está de pie en el club. Su
sonrisa salaz.
―Oh, por fin podemos charlar ― digo, sonriendo. Es tan salaz como la suya.
Hace un mohín, mirando a Higham que tengo en mis manos.
―¿Agredir a un agente del FBI? Sólo llevo aquí cinco segundos y ya tengo un motivo
para arrestarte. ―Saca las esposas y las cuelga. Joder, he conocido algunos policías
arrogantes en mi vida, pero esta mujer se lleva la palma.
―Está bien, Collins ―dice Higham―. Esto es asunto del FBI, no de la Policía
Metropolitana. Yo me encargo.
―Tu cara sugiere lo contrario. ¿Les has preguntado sobre la explosión en la dirección
de Brad Black?
―Fuga de gas ―digo rotundamente.
―Sí ―ronronea―. ¿Les creemos, Agente Higham?
Joder, quiero darle un puñetazo. A esta mujer le importa un carajo a quién moleste en su
camino hacia el éxito y el reconocimiento. Se acerca y James se cruza en su camino,
mirándola amenazadoramente. No se inmuta, o si lo hace, lo disimula muy bien.
―Oh. ―Ella lo mira de arriba abajo―. Tú debes ser al que llaman El Enigma.
―Puedes llamarme James.
―¿Cómo está Beau?
Históricamente, una pregunta tan sencilla ha acabado en lágrimas. Entonces, ¿cómo va
a manejar esto?
―Bueno, ya no es policía, así que creo que podemos decir con seguridad que está bien.
Collins se ríe.
―Quizá no tan bien cuando la arreste por el asesinato de Marek Zielińska. Creo que
todos le conocéis como El Tiburón.
Mis ojos miran hacia James. Oh, joder.
―Han salido a la luz unas imágenes de CCTV muy interesantes ―prosigue, paseándose
arriba y abajo, pensativa, como solía hacer Poirot cuando detallaba al público cómo había
llegado a averiguar quién era el asesino. Es jodidamente molesto―. Muy interesante.
―Estás mintiendo.
―¿Lo estoy? ―Deja de pasearse y apoya todo su peso en una cadera. Valiente―.
Entonces explícame cómo sé que tiraste los cuerpos al contenedor de la incineradora.
Explícame cómo sé que escondías a tu novia del Tiburón con tu cuerpo pegado al suyo
contra la pared. ¿Te excitó? ―Sonríe―. ¿Tu novia matando a alguien por ti? ¿Se te puso
dura la polla?
Jesús. Tiene que parar.
James se acerca a Collins, respirando sobre ella.
―Creo que es hora de que te vayas.
―¿Es una amenaza?
―Sí, eso es definitivamente una amenaza ―digo, levantándome, dejando a Higham
arrastrando el culo y apoyándose en una cabina cercana.
―Entonces me llevaré a los dos. ―Ella saca otro juego de esposas―. Lo estoy haciendo
bien hoy, ¿no?
―Brillante ―replico, uniéndome a James. ¿Muy intimidante? Ella se lo ha buscado―.
Le presento mis muñecas, al igual que James―. ¿A cuál de los dos vas a coger primero?
―pregunto.
―Creo que pediré refuerzos. Siento un poco de fricción, si sabes a lo que me refiero.
―Saca su celular y da un paso atrás, llevándose el teléfono a la oreja.
―¿Dónde está tu compañero? ―le pregunto.
―¿Qué?
―Los de tu clase. Suelen viajar en pareja, ¿no? ―Inclino la cabeza en señal de pregunta
y me rio―. Ah, ya sé. Nadie puede trabajar contigo, ¿verdad? Porque, como nosotros,
acaban queriendo partirte la puta cara. ―Miro a Higham―. ¿Tengo razón o no?
Mira hacia otro lado.
―Creo que tienes razón ―dice James, sus ojos se clavan en Collins.
―Me gusta mi propia compañía. ―Vuelve a su teléfono.
―O no les gusta compartir el mérito.
Se encoge de hombros.
―Soy competitiva.
―Ten cuidado, Collins. Esa competitividad podría ser tu muerte.
Ella sonríe.
―¿Otra amenaza?
―Sí ―dice James.
―Está claro que te gusta vivir al límite. ¿Cómo está tu novia. ¿Después de que le
dispararan?
Joder.
Otro policía está a punto de ser aplastado, y esta vez no seré yo quien dé los puñetazos.
―He oído que ella y Burrows han vuelto a hacerse amigos. ―Collins levanta el teléfono
hasta la oreja, y me pregunto con verdadero asombro si se da cuenta de a quién está
pinchando. ¿De lo que realmente es capaz? ¿O de verdad cree que está por encima de
nosotros porque lleva una placa en la mano? Esta no cabe en nuestros bolsillos, eso seguro.
―¡Entrando!
Todos los chicos de la barra se tiran de sus taburetes y James me golpea desde un lado,
haciéndome perder el equilibrio. Levanto la vista, aturdido, confundido. ¡Joder! Volodya y
una banda de pesos pesados están formando una línea que abarca la mitad del espacio, y
todos van armados con metralletas que empiezan a rociar el club.
―Muévete ―sisea James, arrastrándose al estilo de combate hasta una cabina cercana y
colocándose detrás de la madera, sentándose y sacando su pistola.
―Eso parece bastante insuficiente. ―Me uno a él, armándome, y me asomo, abatiendo
a uno de los brutos. Echo un vistazo rápido. Una Collins muy viva se ha abierto paso hasta
el final de la barra, con el arma preparada, lista para disparar. Es una puta pena. Volodya
podría habernos hecho un favor.
―¡Danny!
Miro hacia el otro extremo de la barra y veo a Mason. Levanta un AK47 y lo desliza por
el suelo hacia mí, seguido rápidamente por otro. No sé de dónde coño han salido y, en este
momento, me da igual. Le lanzo una a James, la cargo y me asomo, disparando a los
cabrones con un rugido. Veo cómo caen tres y los demás se dispersan como hormigas, y
retrocedo para recargar, justo cuando James ocupa mi lugar y empieza a disparar balas.
Hay una breve pausa en el ruido y oigo abrirse una puerta. Levanto la vista y veo a Brad.
Su hombro aún atado, su mano buena sosteniendo un arpón. Un puto arpón.
―Vuelve ahí ―le advierto.
―Vete a la mierda. ―Dispara, y yo sigo la trayectoria de la flecha hasta que se clava
directamente en una de las cuencas oculares del ruso, clavándolo en la pared detrás de él.
Por Dios. Brad se retira detrás de la puerta y James se pone de rodillas, apoyando la punta
del arma en la parte superior de los asientos de la cabina.
―¿Dónde están los demás? ―Pregunto, uniéndome a él, escaneando el lugar. Entraron
diez hombres. Sólo hay seis tirados en el suelo del club, y ninguno de ellos es Volodya―.
Por favor, dime que no se han ido, porque necesito a ese cabrón muerto ya.
Mi teléfono suena en mi mano y aparece un mensaje de Otto. Un enlace a una
transmisión en directo. Hago clic y veo el club en mi pantalla.
―Están en la cabina redonda más cercana a la puerta.
―Dame un cigarrillo ―ordena James.
Buena idea. Los saco del bolsillo y enciendo uno para él, poniéndoselo entre los labios
antes de arreglarme. Respiro la nicotina. La exhalo.
―¿Listo?
―Sí ―exhala, saliendo, arrastrándose por el club, en dirección a la cabina redonda junto
a la puerta. Le sigo, con los ojos divididos entre la pantalla de mi teléfono y hacia dónde nos
dirigimos. Están recargando. James me devuelve la mirada y mueve la cabeza, enviándome
al otro extremo. Nos agachamos detrás de la cabina. Entonces levanta dos dedos. Deja caer
uno. Luego otro.
Asiento con la cabeza, nos ponemos de pie y apuntamos con nuestras armas.
―Hola. ―Sonrío, con el cigarrillo entre los dientes, y empezamos a rociar balas sobre
ellos, observando a través de las columnas de humo que tengo ante mis ojos cómo sus
cuerpos se sacuden y saltan y los trozos de espuma de los asientos acolchados de felpa saltan
por los aires con gotas de sangre y trozos de carne.
No aflojo el gatillo hasta que empieza a hacer clic, aprieto el cigarrillo y espiro, relajado.
―Le prometí a mi mujer que hoy sólo serían reuniones. ―Hago una mueca de desprecio,
sacando mi pistola y metiendo una bala directamente entre los ojos abiertos de Volodya―.
Eso es por hacerme romper una promesa a mi mujer. ―Le disparo de nuevo―. Eso es por
entregarme hace tres años. ―¡Bang!―. Y esto es por la puta buena suerte.
―Creo que está muerto ―dice James, dejando su arma sobre la mesa de la cabina,
mirando alrededor del club―. ¿Todo el mundo bien?
Tres cabezas asoman por detrás de la barra, seguidas por Mason.
―¿Te piden un AK con un martini sucio a menudo? ―pregunto.
Se encoge de hombros, evaluando el estado de su bar. Considerando todas las cosas, no
está tan mal.
―Podría necesitar una mano para ordenar esto si quieres que abramos esta noche.
Me acerco a la barra y compruebo que los demás se están quitando con cuidado los trozos
de cristal de la ropa. Goldie tiene algunos rasguños en la cara. No me ocupo de ellos. Ella
no lo apreciará.
Camino hasta el final de la barra y encuentro a Collins todavía de culo, todavía armada.
Apuesto a que la puta recámara también sigue llena. No quería a los rusos muertos.
―Yo diría que fue un ataque no provocado.
Se pone en pie y observa el club, los cadáveres y el desorden.
―Yo diría que me acabas de dar ―señala con la cabeza el club, contando los
cadáveres―, diez razones más para arrestarte.
―¿En serio? —Pregunto cansado. Debería dejar que James la matara. Pero matar a un
policía es muy distinto a matar a diez rusos. Podemos perder a los rusos y no los echaremos
de menos. Es más complicado perder a un puto poli. Más dolor de cabeza. Así que tenemos
que pensar bien cómo manejar esto ya que, técnicamente, acabamos de darle a la perra
engreída diez razones para arrestarnos. Estamos en el estado de Florida. Si voy a morir,
prefiero que no sea por inyección letal.
Vuelvo a mirar a James mientras doy una última calada al cigarrillo y le pregunto en
silencio si tiene alguna sugerencia. Su leve movimiento de cabeza me dice que no. Unos
cuantos miles no bastan. Pero unos cuantos millones sí. Dejo caer la colilla en un vaso vacío
cercano y...
¡Bang!
Salto y me giro, justo cuando Collins empieza a caer en picado hacia mí. Confundido,
extiendo los brazos y la atrapo.
―¿Qué coño pasa? ―pregunto, escudriñando el espacio detrás de ella. Veo a Nolan en
la puerta que da a las oficinas, con la pistola aún preparada―. ¿Qué coño pasa?
Frunce el ceño. Baja el arma.
―¿Quién es ella?
Parpadeo, retrocedo y dejo que el cuerpo de Collins caiga al suelo. Cae de espaldas, con
los ojos abiertos, mirando hacia arriba.
―Es una poli muerta ―digo, mirando a Brad, que acaba de seguir a Nolan.
―¿Un policía? ―Nolan se acerca, de pie junto al cuerpo de Collins―. Creía que estaba
con ellos. ―Me mira―. ¡Joder!
Me vuelvo loco y le golpeo, golpeándole en la mandíbula y lanzándolo por los aires.
Aterriza de espaldas con un ruido sordo y yo me dirijo hacia él, sorprendido y tendido.
―Tú ―le digo, señalándole con el dedo―, eres un puto lastre.
―¿Es policía?
―Era, Nolan. ¡Era una puta poli, y ahora me has dado el mayor puto dolor de cabeza!
―Tiene suerte de que no me queden balas o le pegaría un tiro al cabrón. Entonces
recuerdo... alcanzo su pistola y se la arrebato, volviéndola contra él.
―¡Danny, lo siento! ―Sus manos se levantan, su cuerpo se enrosca en una bola
protectora―. Pensé que estaba ayudando.
―Whoa ―Brad me intercepta, desarmándome―. La cagó.
―Sí, la cagó. ―Miro a la policía muerta en nuestro club. Rabia.
―¡Estamos jodidos!
―No necesariamente.
Frunzo el ceño en dirección a la voz y encuentro el resultado ensangrentado de mi trabajo
manual antes de que apareciera Volodya. Higham se levanta con dificultad.
―¿Qué estás diciendo? ―le pregunto.
―Estoy diciendo que claramente no confías en mí. Y estoy diciendo que puedo resolver
esto.
―¿Cómo?
―La llevamos al otro lado de la ciudad. Haré que alguien avise de un robo. Asegúrate de
que la radio de Collins responda a la llamada.
―¿Y qué quieres a cambio? ―Pregunto. Nunca pensé que pondría a Higham de mi lado.
Por otra parte, supongo que no le he dejado muchas opciones después del tiroteo en
Winstable con los polacos.
―Deja en paz a Natalia.
―Oh, joder ―suspiro―. Realmente estás enamorado de ella.
Mira hacia otro lado.
―Averiguaré de dónde sacó la información para imprimir el artículo.
―Hazlo tú. Y ya que estás en esas, puedes deshacerte de las imágenes de las que hablaba
Collins que muestran a Beau disparando al Tiburón.
Él asiente.
―Me siento un poco agotado, Danny.
Me rio.
―Todos los policías dicen eso a estas alturas de sus carreras.
―¿Qué, cuando lleguen a los cincuenta y tantos?
―No, Higham. ―Suelto mi arma y me voy―. Cuando se reúnen conmigo.

. Las cuatro. Las putas cinco.


―¿Dónde coño está? ―Grito, llamando a Bud en la puerta una vez más.
―Nada ―confirma.
―Comprueba la calle. ¿Algún coche dando vueltas? ¿Policías? ―¿Algo que la haga
correr?
―Silencio.
―¡A la mierda! ―Cuelgo y miro a James. Se encoge de hombros―. Menuda puta ayuda
eres. ―Miro el reloj. Pronto volverán del spa, y si Amber aparece tarde cuando las chicas
estén aquí, no podré hacer nada para salvarla. Suena mi teléfono y prácticamente me lanzo
a través de mi despacho hasta mi escritorio. Y maldigo un poco más cuando veo que llama
Luis. Y recuerdo...
Miro a James. ¿Está pensando lo mismo que yo? Se bebe un vodka de un trago, el tiroteo
anterior le ha quitado la resaca. Es curioso cómo un pequeño escarceo con la muerte hace
eso.
―Cancela ―dice. Está pensando lo mismo que yo. No tenemos tiempo para un
intercambio ahora. El club es un cementerio, lo están limpiando, Amber no está por ninguna
parte y tenemos un poli muerto entre manos.
Respondo, sin darle a Luis la oportunidad de preguntar.
―Me temo que tenemos que reorganizarnos ―digo, abriéndome paso hasta el centro de
la habitación y poniendo mi teléfono en altavoz para que todo el mundo pueda oír lo
cabreado que estará Luis.
―No, Black, obviamente no me escuchaste antes. Necesito las armas y las necesito ahora.
―Y me oyes ahora, Luis. No tengo tiempo para entregarlos. Haré que te devuelvan el
dinero. ―Corto la llamada y espero el veredicto.
―Bueno, alguien tenía que ocupar el lugar de Volodya en nuestra lista de mierda
―chirría Brad.
―De acuerdo. ―Me rio para mis adentros. ¿Qué tiene de divertido no tener enemigos?
Ahora, ¿dónde coño está Amber?
iro a Beau por encima de mi revista. Parece tan cómoda como esperaba mientras
trastea con su celular, nada cómoda en absoluto: su atención está en otra parte.
Como lo ha estado desde que llegamos. Una Beau distraída me inquieta. Me imagino
cómo se sentirá James.
Hoy son sólo reuniones. Eso dijo Danny. No le creo, y ahora he pasado de intentar
mantener ocupada a Beau a comprar un spa de belleza. Me dejo llevar por el destino.
Si hace uno de sus trucos de desaparición otra vez, podría joderlo todo, Rose. Estamos
llegando a alguna parte.
Llegando a alguna parte. ¿Significa esto que esta pesadilla terminará pronto? Y... ¿Beau
lo sabe?
Cierro el cargador con más fuerza de la prevista, silenciando la habitación. Esther y
Lawrence miran hacia atrás por encima del hombro, con las uñas a medio pintar, y Pearl y
Anya levantan la cabeza de los sillones de masaje. ¿Pero Beau? No levanta la vista de su
cabina, a mi lado, donde tiene los dedos de los pies bajo una lámpara ultravioleta. Espero a
que todos vuelvan a sus tratamientos y me acerco a ella para tocarla. Me mira con la mirada
perdida.
―¿Qué color elegiste? ―le pregunto.
Parpadea y se mira los pies, recordándose a sí misma.
—Color piel. ―Por supuesto―. ¿Tú?
No miro hacia abajo.
―Rojo―. Pero sí miro el rubí de mi dedo. Es el único rojo que quiero ver en ti. Frunzo el
ceño y veo el vestido rojo de zorra que llevaba la noche que Danny me secuestró. El
pintalabios rojo de zorra que me borró de los labios cuando me lo puse simplemente para
cabrearle―. Perdone ―le digo a la terapeuta que me trabaja los dedos de los pies―. He
cambiado de opinión. Me gustaría rosa, por favor. O quizá coral.
Beau vuelve a su cabina y me aseguro de que oye mi exasperación.
―¿Qué? ―dice, dejándola caer pesadamente sobre su regazo.
―No has dicho una palabra desde que llegamos. Se supone que es un día de mimos para
chicas.
―Oh, por favor. Eres mi mejor amiga. Me conoces, y esto ―señala los dedos de sus pies
y luego alrededor del encantador spa―, no es mi estilo.
―Lo sé ―gruño.
―Entonces, ¿por qué estoy aquí?
Siento que me acosa, que me arrincona, que me presiona para que confiese.
―Ya te lo he dicho, yo lo pago.
Se ríe, haciendo que Esther nos mire. Ella también sabe lo que está pasando. De hecho,
todos estamos aquí haciendo un terrible trabajo fingiendo que somos felizmente
inconscientes de que nuestros hombres son asesinos que muy posiblemente están
asesinando a alguien ahora mismo. Sólo reuniones. Resoplo para mis adentros.
Me vuelvo hacia Beau.
―¿Qué está pasando? ―le pregunto. No ha dicho ni una palabra desde su crisis en la
cocina cuando pensó que James se había ido. No ha dicho nada.
Su atención permanece en su celular, y eso empieza a cabrearme, como si no mereciera
una explicación.
―Rose...
―¿Y anoche? Danny dijo que James estaba borracho. Nunca se emborracha, Beau.
Nunca. ―Ha desaparecido antes. Han discutido antes. Es un desafío constante no
convertirse en un manojo de nervios en esta vida. Beau es parte integral de lo que me
mantiene cuerda, y sé que yo también lo soy para ella. Pero se está distanciando. No está
ayudando con mis nervios―. ¿Tú y Ja...?
―Encontró mis píldoras anticonceptivas.
Me echo hacia atrás en mi silla como si me hubieran alcanzado con una flecha, y Beau
cierra los ojos, escondiéndose de mi reacción.
―¿Qué? ―es todo lo que puedo decir―. Pensé que tú...
―Yo no. ―No me mira. Enfrentarme. Afronta la verdad.
Autopreservación. Está intentando controlar lo que no puede controlar, y ni siquiera sabe
si es necesario controlarlo.
―¿Así que eso es todo?
―Sí, eso es.
―Eres una cabrona. ―Me vuelvo a sentar en la silla y abro la revista, pasando las
páginas con brusquedad, sin leerlas, pero mirándolas brevemente. Luego la cierro de golpe
y vuelvo a mirar su cara de asombro―. ¿Por eso vuelves a jugar a los polis?
―¿Qué?
―¿Huir por la ciudad diciéndote que han asesinado a tu padre para tener algo que
hacer? ¿Un misterio que resolver? Algo en lo que centrarte en vez de en ti y James y el...
Le tiembla el labio.
―Amber lo ha heredado todo. ¿No crees que eso es sospechoso? Y el amigo de papá,
Cartwright. Apareció en la playa. ¿No es sospechoso?
Vale, muy sospechoso. Pero...
―Ya no eres policía, Beau.
Ella se retira, pareciendo picada.
―Lo sé, Rose. Todo el mundo me lo recuerda. ―Retira los dedos del pie de la lámpara y
se levanta, caminando hacia los vestuarios, y yo miro a la joven que me da golpecitos en la
uña del pie para comprobar que está seca.
―Tienes un masaje ―grito, desesperada, saltando y yendo tras ella, sintiendo que todo
el mundo nos mira. Me meto en los vestuarios y encuentro a Beau poniéndose las
converses―. Beau, vamos ―le ruego, no porque me hayan dicho que la mantenga ocupada,
sino porque odio esto. Que nos peleemos. Lo odio.
―Estoy bien ―me asegura, poniéndose una camisa por encima de la camiseta y
abrochándose un botón.
―No estás bien ―digo entre dientes mientras ella se agacha y se sube los bajos de sus
vaqueros deshilachados. No puede irse. Nunca me lo perdonaré si pasa algo―. Beau. ―La
agarro del brazo cuando intenta pasar a mi lado y se queda paralizada―. Nunca sabrás si
puedes tener un bebé si no dejas que tu cuerpo te lo diga.
Se muerde el labio y se queda mirando al suelo, el silencio ruge. A menos que la aborde
y la ate, estoy jodido.
―James no quiere uno, así que esta es una conversación sin sentido.
―¿No?
Ella mira hacia atrás.
―No, no lo quiere, así que en realidad todo esto es para mejor, ¿verdad?
Me rio. Cualquiera que tenga que terminar una declaración de confianza con un ¿claro?,
o no tiene ninguna confianza, o está totalmente lleno de mierda. Beau es ambas cosas.
―Claro. ―No puedo creer lo que oigo―. Eres enloquecedora. ―Me retiro la bata, a falta
de otra cosa que hacer con las manos que no sea estrangular a mi mejor amiga, y no puedo
hacerlo porque la quiero, joder. Todos en esta familia saben que James estaba loco por un
bebé. Todos saben que eso lo quebró. Todos saben que él haría cualquier cosa para ayudar
a Beau a permanecer en la luz. Simplemente estaba preocupado por ella―. Tan jodidamente
enloquecedor ―murmuro, tirando del cinturón. De repente ya no me apetece que me
mimen―. ¿Adónde vas ahora? ―pregunto con voz firme. Sabe que no puedo detenerla―
. ¿A perseguir en círculos un poco más? ¿A ponerte en peligro? ¿A dejarnos aquí
preocupados por si volvemos a verte con vida? ―Hago caso omiso de la amplitud de sus
ojos. El dolor en su cara. O lo intento. Maldita sea, el sentimiento de culpa aflora en mi
interior y salgo rápidamente de los vestuarios antes de que Beau lo detecte. Hay que
decírselo.
Cierro la puerta y gruño, captando la mirada interrogante de Esther. Sacudo la cabeza y
hablo conmigo misma en voz baja y severa. Entré en este lugar llena de ilusión. Un día de
chicas. No importaba que mi marido lo hubiera maquinado para ayudar a su causa. Era
algo normal en un mundo en el que no podemos ser normales. Sabía que no iba a traer a
Beau para una pedicura o un masaje a menos que hiciera creíble mi causa. Así que le dije
que Danny me iba a comprar un negocio y que necesitaba ayuda en el diseño interior. La
cosa fue a más. Escuché a Pearl contarme cómo estudió peluquería en la universidad. Y
Anya, al parecer, es una artista de uñas con mucho talento. Era como si el destino me
hablara. Esperanza. Tenía esperanza. Probablemente le costará a mi marido unos cuantos
millones, pero... necesitamos algo.
Vuelvo a apoyar la cabeza en la puerta, esperando que se abra en cualquier momento.
Pero unos minutos después, sigo aquí de pie y Beau no ha aparecido. Naturalmente,
escudriño mi mente para ver si vi algún medio de escape ahí dentro.
―Mierda. ―Arrecio mi camino de regreso.
Beau está en el banco del centro de la sala.
Sollozando.
¿Esa culpa? Estalla.
Me apresuro a sentarme a su lado y la abrazo.
―Lo siento ―susurro.
―No lo estés. Tienes mucha razón. ―Ella lloriquea y se limpia la cara―. No puedo
soportar el juego de la espera, Rose. Cada mes, aguantando la respiración, esperando a ver
si yo también me rompo.
Mis ojos bajan instintivamente a mi barriga. Más culpa. La abrazo más fuerte.
―Tener que enfrentarme a James. ―Me mira―. Nunca supe que lo necesitaba. Estaba
tan aturdida cuando descubrí que estaba embarazada. ―Se ríe en voz baja, mirando a sus
pies―. Y entonces miré a James y vi lo que él vio. Esperanza. Vio esperanza para los dos.
Una razón más para amar y no odiar. Una luz constante para ahuyentar la oscuridad.
Apenas puedo respirar por la bola de dolor que tengo en la garganta.
―Tienes que creer que puede volver a ser tuya.
Me mira, sus ojos oscuros se humedecen.
―¿Y si no puede ser?
Y se me ocurre.
―¿Te preocupa que James ya no te quiera?
―Tal vez. ―Ella mira hacia otro lado.
―Él te ama.
―Lo sé. Pero puedo ver cómo se rinde.
―Eso es porque te estás escondiendo, Beau. Te escondes para no enfrentarte a esto,
diciéndote que quieres volver a ser policía cuando deberías preguntarte otra cosa.
―¿Qué?
―Pregúntate si puedes existir sin James.
Le tiembla el labio inferior. No sé por qué estamos dando tantas vueltas para llegar a este
punto cuando, en realidad, ése es el quid de la cuestión. Ahora son uno, y sin el otro, meros
recipientes vacíos con un latido.
―Vámonos a casa ―digo, harta de mimos por hoy. Beau asiente, haciéndome respirar
un poco más tranquila, y llamo a Danny para avisarle―. Hola ―le digo, esperando que
esté más tranquilo que cuando hablamos antes.
―Hola ―respira, sonando agotado―. ¿Buen día?
Charla trivial. Yo no juego.
―Nos vamos ahora.
―¿Qué? ―suelta, haciendo que me quede quieta, haciendo una pausa para pensar―.
¿Ya? ¿No te estás divirtiendo?
¿Diversión? ¿Divertido fingir que te relajas y te diviertes? No, no puedo decir que lo sea.
―Hemos estado aquí por...
―¿Negociaste? ¿Conseguiste que bajara a cuatro?
―¿Qué está pasando?
―Nada.
Miro a Beau, que parece demasiado interesada para mi gusto. Y probablemente la de
James y Danny.
―¿Dónde estás? ―pregunto.
―El club. ¿Por qué no te vas a casa? Nos encontraremos allí.
―Okey ―digo en voz baja, pensativa, colgando―. Están en el club.
―¿Y?
―Y ahí es donde vamos. ―Giro y salgo de nuevo a la planta del spa, encontrando a
Fury―. Danny dijo que nos llevaran al club. ―Por favor, no llames para comprobarlo.
―Bien. ―Vuelve al ejemplar de ¡Hola! que ha estado leyendo desde que llegamos.
¿Qué demonios está pasando?

Fury conduce como Miss Daisy desde el spa hasta el club.


―Hoy cuando quieras ―bromeo, echando una mirada cansada por el retrovisor.
Cuando nos detenemos, veo a Ringo saltando de un Mercedes y cruzando la calle. Me
escabullo y entro en el club, mirando a mi alrededor. Podría ser yo, pero el ambiente parece
un poco... tenso. Mason está apilando la estantería superior y otros empleados barren el
suelo y pasan la fregona.
―¿Dónde están? ―pregunto, haciendo que Mason mire por encima del hombro.
―Oh, Rose, Beau, señoras, qué sorpresa.
―Sí, seguro ―digo, dirigiéndome al despacho mientras las demás van al bar. Entro sin
llamar y me encuentro a Ringo sin aliento. Le miro. Desvía la mirada.
―¿Dónde está Beau? ―James dice, poniéndose de pie.
―En el bar. ―Se tranquiliza, pero la preocupación y el estrés grabados en su rostro no
desaparecen.
―Hola, cariño. ―Danny sonríe―. Pensé que te ibas a casa.
Maldito imbécil. Debería abofetearlo por tratarme como si fuera estúpida.
―Bueno, pensé que te sorprendería. ―Esto es ridículo. Me acerco a mi marido, le doy
una tarjeta con los datos del dueño del spa y alzo la mano para besarle la mejilla―. ¿Cuándo
llega Daniel?
―Hablé con Tank hace una hora. Están jugando a los bolos.
―Oh, encantador.
―¿Está mamá? ―pregunta.
―Tomando una copa de vino con las chicas.
―Oh, encantador.
―¿No es así?
Le doy otro beso.
―He tenido el mejor día, gracias.
Sonríe y me agarra, complaciéndome.
―De nada, nena. Puedes agradecérmelo como es debido cuando lleguemos a casa.
Sonrío tímidamente, me despego de mi intrigante marido y salgo, con la alarma
encendida. Cierro la puerta.
―Idiota, Ringo ―sisea Danny.
―¿Pensé que le dijiste a Fury que se contuviera?
―Lo hice.
―Bueno ―Ringo jadea―, claramente no se contuvo lo suficiente. Estoy sudando aquí.
Me paro en el exterior del despacho mirando la madera, con los ojos entrecerrados.
―¿Qué está...?
Me giro y hago callar a Beau.
―¿Estás escuchando a escondidas?
―Sí, lo estoy. ―Vuelvo a la puerta, y al minuto siguiente, Beau se empuja a mi lado―.
¿Has visto llegar a Ringo? ―Le pregunto a Beau, asegurándome de que no estoy perdiendo
completamente la cabeza.
―Sí, lo he visto.
Ambos escuchamos con atención.
―Bueno, no podía hacer que volvieran a la puta mansión ―susurra Danny―. Si les
hubiera dicho que vinieran al club, ella se habría ido a casa. Si le hubiera dicho que se fuera
a casa, habría venido aquí. Sé cómo piensa mi mujer.
Me asomo a la puerta con incredulidad. ¿Quería que viniera aquí? ¿Por qué?
―¿Y si Amber aparece allí? ―Danny despotrica.
Todavía. Conmocionada. ¿Amber?
―Así que en vez de eso ―replica Ringo―, les hiciste venir al club donde hace unas
horas parecía que a Hannibal Lecter le dolía la mandíbula y optó por el método más humano
de matar a su presa.
―Fue una idea estúpida decirle a Amber que fuera a la casa ―dice Brad―. Realmente
estúpido.
―Tiene información sobre El Oso ―gruñe Danny, y Beau retrocede, sus ojos vuelven a
la madera. Oh, no―. No es que importe porque está desaparecida en jodida acción.
―Beau digo, dando un paso hacia ella―. Beau, por favor. ―Ella sacude la cabeza, se da
la vuelta y se dirige al baño de señoras―. ¡Beau! ―susurro gritando, balanceando la cabeza
de un lado a otro entre mi amiga que huye y la puerta del despacho―. A la mierda. ―Giro
hacia el otro lado y vuelvo al club, encontrando a Fury―. ¿Nos llevas a casa dentro de una
hora? Esther se está terminando el vino.
―Claro.
―Gracias. ―Sonrío y paso junto a él, dirigiéndome a las demás en el bar, mirando hacia
atrás para ver a Fury yendo a la oficina. Para comprobar con el jefe si puede llevarme a casa
en una hora.
―¿Va todo bien? ―Lawrence pregunta.
―Todo está bien. ―Muy, muy bien. Sonrío y dejo el bolso en el taburete junto a Pearl,
saco el celular y me lo meto en el bolsillo trasero―. ¿Puede alguien pedirme una limonada,
por favor? Voy al baño. ―Dejo el bolso en el taburete y me alejo con calma. En cuanto
doblo la esquina, empiezo a correr, maldiciendo a Beau por haberme jugado el pellejo de
esta manera. Pero que me aspen si vuelvo a dejar que desaparezca sola. Me reuniré con los
hombres. Les haré saber que estamos bien. Deben apreciarlo.
Irrumpo por la puerta y me abro paso por los cubículos hasta que encuentro el menudo
cuerpo de Beau retorciéndose para atravesar la pequeña ventana que hay sobre el cuarto
retrete. Gruñe cuando su cuerpo se desprende y sus piernas desaparecen por el pequeño
hueco.
―Bueno, sí ha forcejeado, estoy jodida ―me burlo, subiéndome al asiento del váter.
Me asomo y veo a Beau corriendo por el callejón y vuelvo a maldecirla mientras me
levanto y trepo por él. Pero me equivoco completamente al caer al suelo, que parece más
lejano ahora que estoy colgado de la ventana.
―¡Beau! ―susurro gritando, aferrándome al marco―. Joder. ―Giro la cabeza y veo que
se detiene y mira hacia atrás.
―¿Qué haces? —grita, corriendo a salvarme, tratando de ayudarme.
―Voy contigo.
―Oh, no, no lo harás. ―Ella retira sus manos de ayuda, justo cuando pierdo mi
agarre―. ¡Mierda! ―Ella me atrapa, deteniendo mi caída.
―Por el amor de Dios, Rose.
Me pongo en pie.
―Por el amor de Dios, Beau. ―replico. Ella no tiene nada que decir a eso―. ¿Y cómo
vas a ir a casa de Amber? —le pregunto.
―Tomaré un taxi.
Me meto la mano en el bolsillo y saco las llaves de Fury.
―De acuerdo. Tú coge un taxi, yo conduciré.
Las llaves me son arrebatadas rápidamente de la mano y Beau se dirige al lateral del club
para recoger el coche de Fury.
―Esa es una forma segura de matarnos a las dos ―dice, y yo jadeo, indignada, yendo
tras ella.
―No soy tan malo conduciendo.
―Sube ―dice ella, deslizándose detrás del volante.
Hago lo que me dicen y me pongo el cinturón.
―Los dos vamos a morir cuando los chicos se enteren de que no estamos en el club, así
que quién conduce es una puta cuestión discutible. ―Beau me ignora y arranca con
bastante calma, aunque veo la tormenta en sus ojos―. ¿Qué vas a hacer, Beau? ―le
pregunto.
―Voy a conseguir algunas respuestas.
―Genial ―digo, acomodándome para el viaje―. Y buena suerte. ―No sólo encontrando
las respuestas que nadie parece ser capaz de encontrar, sino buena suerte cuando James la
agarre. Ambas estamos muertas.
Beau me lanza una mirada impaciente. Yo le dirijo una suplicante.
Por favor, no hagas que nos maten.

nos lleva en coche por la ciudad, tamborileando mis preciosas


uñas pulidas de rosa sobre el muslo, mirando la pantalla del celular como un halcón,
esperando la llamada. Esperando la señal que sugerirá que se desata el infierno. El momento
en que se den cuenta de que nos hemos ido. Han pasado veinte minutos. Vamos bien,
aunque sólo Dios sabe lo que Esther y los demás piensan que estoy haciendo en los baños.
―No está en su casa, ni en la de ella ―dice Beau de repente, quitando los ojos del móvil.
―¿Qué?
―Amber. No está en casa de papá, ni en su apartamento.
―¿Dónde está?
―No sé ―reflexiona Beau, girando a la derecha en dirección a Miami Beach. Una
pequeña bocanada de aire me dice que se le acaba de ocurrir una idea―. El ático. ―El
coche acelera bruscamente, su idea le inyecta algo de urgencia―. Papá me dijo que me
daría el ático de la nueva urbanización en la que estaba invirtiendo.
―¿Crees que está ahí?
―No tengo más ideas. ―Me mira―. Estoy realmente enfadada de que estés aquí.
―No serás la única ―murmuro―. Si llama, contestaré.
―Lo sé ―dice, levantando el teléfono. Está encendido. Por lo tanto, rastreable. Aunque
eso no disminuirá la ira a la que estamos a punto de enfrentarnos. Pero me consuela un
poco que Beau no vea esta última misión suya como algo a largo plazo. James enloquecerá
cuando sepa que ha vuelto a desaparecer. Luego se preguntará qué demonios está pasando
cuando Otto pueda rastrearla. Y como si nos hubieran oído hablar de lo enfadados que van
a estar y de cómo nos van a tratar, mi teléfono empieza a sonar en mi regazo.
―Oh Dios ―susurro, empujando mi espalda en el asiento, tratando de escapar de él―.
Hasta los timbres suenan enfadados. ―Lo cojo con cuidado y me encojo al contestar. Ni
siquiera tengo la oportunidad de hablar antes de que me grite por la línea.
―¿Dónde coño estás?
Miro a Beau, cuyo celular parpadea en su mano. James.
―Rastrea el celular de Beau ―digo, cuelgo y le mando un millón de disculpas y besos.
Esto es culpa de los dos. Mía y de Danny. No debería haber espiado. Beau no se habría
enterado, y yo no estaría ahora mismo montada en una escopeta a la caza de la ex amante
del padre de Danny y Beau. Se me encoge el labio solo de pensar en ella. De acuerdo, Beau
tiene más cosas que odiar, pero... la odio―. Responde ―le digo a Beau, viendo que se lo
piensa dos veces―. No puedes evitarlo para siempre, Beau.
―Hicimos el amor esta mañana. ―Me mira―. No le estoy evitando. ―Ella contesta y
deja caer su teléfono en su regazo, y sus hombros se levantan, desafiando su fachada de
piedra―. Amber sabe algo de El Oso ―dice con voz firme.
―¿Cómo lo sabes? —James pregunta, sonando más frío de lo que esperaba.
―Escuché a Danny en la oficina.
Le doy las gracias en silencio por no haberme tirado a la mierda mientras mi teléfono
vuelve a sonar. Rechazo la llamada y le envío un mensaje.

Yo: Estamos bien


Su respuesta es rápida.

Danny: No lo estarás.

Me llevo la mano a la frente y me froto las arrugas. Ahora estoy dentro. Y no voy a dejar
a Beau, así que nos enfrentaremos juntos a su ira.
―¿A dónde vas, Beau? ―James pregunta.
―A encontrar a Amber. Como siempre, si me dejaras entrar donde crees que no debo,
saldríamos de este lío mucho más rápido. ―Cuelga y coge el volante con las dos manos,
inclinándose y mirando hacia un bloque de apartamentos en la distancia.
Parece tan decidida.
Y mis nervios se alteran.

para cuando entramos en el estacionamiento. Tengo una


docena de llamadas perdidas de Danny y otros tantos mensajes de texto, todos bastante
enfadados, lo que significa que definitivamente no contesto a sus llamadas. El celular de
Beau, sin embargo, no ha sonado ni una vez. Sonó una vez. Se encendió una vez. James la
estará rastreando. Mi marido lo sabe. Solo quiere que sepa lo cabreado que está.
Alguien tiene que decirle que lo sé. De verdad, de verdad lo sé.
Beau estaciona y ambas salimos. Se pasea por la parte trasera del coche y abre el maletero,
levantando el forro y dejando al descubierto una pistola y un chaleco. Beau coge la pistola
y me entrega el chaleco, con la mandíbula tensa, esperando a que discuta. No lo hago. No
puedo. Acepto y me lo pongo.
―Me he dejado el bolso en el taburete. ―¿Por qué sería tan estúpida? ¿Recordar mi
teléfono pero olvidar mi arma?
―Toma. ―Saca la suya de la parte trasera de sus vaqueros y me la entrega―. Ten
cuidado.
Me miro la mano que sostiene la pistola, sin saber qué hacer con ella, no tengo bolso. Así
que me la meto en la parte de atrás del pantalón mientras nos dirigimos a los ascensores del
otro lado del garaje. Hay tres. Dos dan servicio a todas las plantas. Uno sólo da servicio al
ático. Miro el teclado y luego a Beau, que se acerca a una puerta que da a la escalera y tira
de ella. No se mueve.
―¿En qué estás pensando?
―Creo que las escaleras serían dolorosas de todos modos. ―Se acerca al ascensor y
marca seis dígitos en el panel. Una luz roja parpadea y Beau maldice―. Pensé que sería su
cumpleaños. ―Introduce seis cifras más. Otra luz roja parpadea. ―Maldita sea. Introduce
varias combinaciones y todas le niegan la entrada.
―Beau, ni siquiera sabes si tu padre compró este lugar. ―Podríamos estar tratando de
entrar en la casa de un perfecto extraño.
Sus hombros caen y exhala, dándose la vuelta para volver al coche. Gracias a Dios. Ha
entrado en razón. Pero se detiene y se queda quieta un momento antes de volver a mirarlo.
―¿Qué? —pregunto, con los ojos entre Beau y el teclado―. ¿Qué pasa?
Se acerca y se agacha, mirándolo desde todos los ángulos antes de sacar su teléfono y
alumbrar con la linterna los brillantes botones metálicos.
―No me lo puedo creer.
Se levanta y se queda mirando, tan fijamente que podría hacer un agujero en la placa
metálica. No le pregunto qué es lo que no cree porque sé que no obtendré respuesta, así que
espero a que haga algo. Alarga la mano y pulsa lentamente un botón tras otro.
Una luz verde parpadea y el ascensor empieza a moverse.
―Dios mío ―digo, dando un respingo cuando Beau suelta el seguro de su pistola―.
¡Dios mío, Beau! ―Mis manos se encuentran con mi cabeza y ella se mueve a un lado del
ascensor, mirándome como si yo debiera hacer lo mismo, así que lo hago, con el corazón
acelerado. Las puertas se abren y Beau comprueba si está vacío.
―Pon tu teléfono en silencio ―ordena, entrando en el carro―. De hecho, ¿por qué no
me esperas en el coche?
Me rio y me apresuro a entrar con ella y, por supuesto, no se resiste. Quiero pensar que
esto de armarse es innecesario. Pero no puedo. He estado en el extremo receptor del
resentimiento de Amber. Esa mujer no tiene escrúpulos ni límites.
―¿Cuál era el código? ―Pregunto.
―La fecha del funeral de mi madre.
Le dirijo una expresión de asombro.
―¿Qué?
―Jodido, ¿eh? ―Me mira fijamente, con un millón de manchas de odio en los ojos. Justo
cuando pensaba que su padre no podía ser más imbécil.
Las puertas se cierran y ambos miramos el dial situado sobre la puerta, observando cómo
sube por los pisos a una velocidad épicamente lenta. Y cuando suena para anunciar nuestra
llegada al ático, las dos respiramos y nos hacemos a un lado. Miro fijamente los ojos oscuros
de Beau mientras se abren las puertas, esperando, tensa y temblorosa. Todo está tranquilo,
sólo el zumbido de los electrodomésticos rompe el silencio. El suave resplandor del
apartamento contrasta con las luces artificiales y cegadoras del ascensor.
Beau traga saliva, se inclina hacia delante y saca el celular, levanta la pantalla de la
cámara y gira la imagen como si fuera a hacerse un selfie. Luego lo saca en ángulo,
comprobando el espacio. Parece que sabe exactamente lo que hace. Odio que lo sepa. Odio
que fuera policía. Pero también lo aprecio.
―Nada ―dice finalmente, saliendo pero manteniendo el arma preparada. Yo la sigo con
la respiración contenida, contemplando el ático ultramoderno mientras Beau echa un
vistazo.
―¿Algo? ―Susurro, poniendo mi teléfono vibrante en mi bolsillo trasero.
Abre una puerta y mira dentro, donde un banco de pantallas muestra imágenes en
directo del estacionamiento y la escalera.
―¿Tu padre era consciente de la seguridad? ―le pregunto.
―Apenas conocí a mi padre ―responde, dejando la puerta abierta y adentrándose en el
espacio abierto. Al fondo hay una cocina y una escalera que sube a un entresuelo donde
veo la parte superior de un cabecero.
Y entonces la oigo. Una voz.
―Estoy aquí ―dice.
Miro a Beau, justo cuando apunta con su arma a las escaleras, y empieza a avanzar hacia
ellas, silenciosa pero eficazmente. Respiro cuando veo una figura en la parte superior, y
Beau se detiene de dar el primer paso, su pie flotando en el aire.
―¿Beau? ―Amber suena sorprendida, saliendo del crepúsculo y entrando en la luz―.
¿Y Rose? ―Baja dos escalones y nos mira―. ¿Qué hacen aquí?
―¿Qué haces aquí? ―replica Beau, con su arma inmóvil, apuntando.
―¿Cómo me has encontrado? ―Amber baja las escaleras, su cara es un mapa de
confusión―. Pensé que eras otra persona.
―¿Quién? ―Beau retrocede, manteniendo la distancia, y yo me pego a su lado como
pegamento.
Amber llega abajo y mira a su alrededor, nerviosa e inquieta. Su aspecto es desaliñado y
cansado. Ha sustituido su habitual traje de chaqueta por un chándal y unas Uggs. Lleva el
cabello recogido. No lleva maquillaje.
―No lo sé ―dice―. No sé quién es.
Esto no me gusta nada. Parece jodidamente sospechosa, nerviosa. ¿A quién esperaba?
―¿Cómo sabías que estaba aquí? ―le pregunta a Beau, acercándose a la ventana y
mirando hacia Miami.
―Mi padre se ofreció a comprarme este lugar.
Se ríe, pero no con humor.
―Me compró este sitio. ―Amber nos mira, notando por primera vez el chaleco que
llevo. Inclina la cabeza, acercándose, sus ojos en mi estómago―. ¿Estás…
Mantengo la boca bien cerrada, que es probablemente lo peor que podría hacer.
―¿Estás embarazada? ―Amber pone cara de asco. No presagia nada bueno.
―No estamos aquí por mí.
―Oh, bueno, es todo muy acogedor entre ustedes dos, ¿no? Mi hijastra y la nueva esposa
de mi ex.
―¿Hijastra? ―Beau balbucea.
―¿Ex? ―Pregunto. Ella nunca fue de Danny en primer lugar para convertirse en una
ex.
―Sí, ex. ―El nerviosismo de Amber de repente se ha ido por el polvo, y la supremacía
está de vuelta. Oh, no. Está subestimando a Beau. Mujer tonta. Le lanza una mirada a
Beau―. ¿No sabías que Tom se había declarado? Obviamente acepté. Por eso quería quedar
contigo para cenar, Beau. Para decírtelo.
―Pensé que se habían separado.
―Bueno, nos reconciliamos, no gracias a ti. ―Los ojos de Amber se vuelven hacia mí―.
Gracias por verter veneno en el oído de Tom.
―¿Veneno? ―Suelto―. Quieres decir la verdad, ¿no?
Su mano se posa en su pecho.
―Quería mucho a Tom. ¿Por eso estás aquí, Beau? ¿Para reclamar todo lo que ahora es...
bueno, mío?
Joder, es una mujer bestial.
―Creo que deberíamos irnos ―declaro, tirando del brazo de Beau―. Beau, vamos.
―Sí, vete. Y disfruta del BMW. ―Amber sonríe, y es digno de una bofetada―. De nada.
―Cállate ―digo, furiosa por mi amigo.
―Oh. ―Se ríe―. La última puta de Danny tiene algo que decir, ¿verdad? ¿Como si su
puta opinión contara?
No voy a quedarme aquí escuchando a este amargado y retorcido pedazo de mierda
devaluar mi matrimonio. Miro a Beau y odio la furia cruda que veo. Las respiraciones
profundas que hace para contener al monstruo que intenta liberarse. Porque,
aparentemente, Amber sabe algo sobre El Oso.
―Beau, recuerda por qué estamos... ―Las pantallas de la oficina me llaman la atención.
O más bien, alguien en ellas. Me acerco y veo a alguien en el estacionamiento. Un hombre.
Se dirige al ascensor, alcanza el panel y las puertas detrás de nosotros empiezan a cerrarse.
―Beau, ¿es tu ex? ―le pregunto, sacándola de su frenético trance con sólo mencionar a
Ollie. Ella frunce el ceño mirando las pantallas. No necesito confirmación. Sobre todo
cuando Ollie mira hacia atrás, poniendo cara a la cámara. ¿Qué demonios hace él aquí?
Me vuelvo hacia Amber.
Pero se ha ido.
¿Cómo?
Me giro en el sitio, buscándola.
―¡Rose!― grita Beau, justo cuando algo me golpea en el costado y me tira a la alfombra.
Aterrizo con un gruñido, abro los ojos y busco la pistola detrás de mí. No hay pistola.
Ruedo sobre mi espalda y me encuentro cara a cara con la punta de mi arma. Mis manos
se levantan instintivamente para defenderme.
―Levántate ―ordena Amber.
Con el corazón palpitante, me pongo en pie y vuelvo hacia Beau, que sigue armada. Un
cara a cara. Amber, claramente estresada, con las manos temblorosas donde sujeta la
pistola, da un paso atrás. Sé que Beau podría acabar con ella en un segundo, pero...―.
Recuerda, Beau ―le digo, cogiéndole la mano y obligándola a bajar el arma―. Recuerda
por qué estamos aquí.
―¿Y eso por qué? ―Amber pregunta―, ¿Por qué estás aquí, por qué? ¿Estás enfadada
porque Tom me dejó todo su dinero? ―le pregunta a Beau―. ¿O estás buscando esto?
―Ella sostiene una llave. Luego me mira a mí―. ¿O es porque Danny prometió cuidarme?
¿Protegerme? Me enviaba a su lugar privado en alguna parte.
Toro, te presento a la bandera roja.
Bate de béisbol, te presento al estómago.
Corazón, conoce al puto cuchillo.
Recuerda por qué estamos aquí. Recuerda.
Respiro. Respiro profundamente, cierro los ojos y ahuyento la niebla roja antes de que lo
estropee todo. Y cuando vuelvo a abrirlos, me siento mucho más tranquila. Miro a Amber
directamente a los ojos.
¡Bang!
Jadeo, Amber cae como plomo y miro fijamente su cuerpo sin vida sobre la alfombra
crema, con un charco de sangre creciendo alrededor de su cabeza. Miro a Beau, atónita.
También está mirando.
―Mierda, Rose ―susurra. La pistola cae al suelo con un ruido metálico. El ascensor
suena detrás de nosotros y Beau sale de su ensimismamiento―. Tenemos que irnos ―dice,
cogiendo la pistola de la alfombra y la mía de la mano sin vida de Amber antes de tirar de
mí hacia la puerta junto al ascensor. La abre de un tirón y bajamos un tramo de escaleras
antes de enfrentarnos a otra puerta, ésta con un panel. Oigo rezar a Beau mientras
introduce el código y tira de la puerta. Se abre, gracias a Dios que se abre, y me arrastra
escaleras abajo―. Cuidado con los pies ―dice Beau.
Cuando llegamos abajo, se necesita otro código y, mientras Beau lo introduce, alguien
vuela por la puerta que sube las escaleras. Ambos levantamos la vista mientras Ollie mira
por encima de la balaustrada hacia el hueco de la escalera. Nos ve. Su rostro es una imagen
de angustia, alarma y enfado.
Entonces baja volando las escaleras y el sonido de sus botas al golpear el hormigón
resuena en las paredes. Corremos.
Corremos muy rápido.
a vuelto a apagar el teléfono.

― ―¡Joder! ―Golpeo una y otra vez el volante con las palmas de las manos,
descargando mi frustración contra el coche. Veo a Danny ir a su teléfono en
mi visión periférica para marcar Rose de nuevo. También veo cómo se le
desencaja la mandíbula cuando ella, obviamente, no contesta.
―La única razón por la que mi mujer se ausentaría sin permiso ―arremete, llevándose
el teléfono a la boca y dándole golpecitos en la cicatriz―, es por su mejor amiga, y su mejor
amiga es tu novia.
―Prometida ―gruño, tirando del volante hacia la izquierda, tomando la curva con
rapidez.
―Novia, prometida, esposa ―gruñe Danny―. Bola y puta cadena. La misma puta cosa.
―Golpea el cuero con el puño―. ¿Dónde coño están?
―La dirección donde se detectó su teléfono por última vez ―dice Otto desde la parte de
atrás, trabajando en su portátil―. Es una nueva urbanización en South Beach. ¿Adivina
quién invirtió?
Miro por el retrovisor y recuerdo las palabras que Beau me dijo hace semanas. Me ha
ofrecido un apartamento en el nuevo bloque que está construyendo.
―¿Cuántos apartamentos?
―Incluyendo el ático, cincuenta.
―Busca quién es el dueño del ático. ―Estamos hablando de Tom Hayley. Ego maníaco.
Si va a poseer un apartamento en un bloque, puedes apostar tu culo a que va a ser el mejor.
Cuando Otto maldice, me asomo al espejo―. ¿Y bien? ―pregunto. Vamos, ¿quién es?
Sorpréndeme.
―Tom Hayley ―susurra Otto, y yo asiento con la cabeza.
―Por el amor de Dios. ―Danny vuelve a llamar a Rose y maldice de nuevo cuando no
contesta―. Tenemos que llegar a Amber antes que Beau.
―Has pasado demasiado tiempo con Brad.
―Vete a la mierda.

en el sistema de CCTV, cortando todas las cámaras, antes de que


todos salgamos en tropel y nos acerquemos al ascensor. Arranca el teclado de la pared,
enchufa algo y pulsa unos botones. Las puertas del ascensor se abren.
―¿Está despejado? ―pregunto.
―Por lo que puedo ver.
Traducido, no puedo estar seguro.
La tensión es espeluznante mientras subimos y mis ojos no paran de mirar a Otto, Danny
y el mostrador del piso. Todos sacamos nuestras armas al mismo tiempo cuando el ascensor
se acerca al ático y se detiene. Me pego a la pared con los demás y espero a que se abran las
puertas para asomarme por el borde.
Vacía. Silencioso. Levanto un pie para salir.
―Espera ―suelta Otto, haciéndome callar. Después de la última vez que nos
encontramos en esta situación, no es de extrañar que me mire las botas. Buscando la línea
de viaje.
―¿Estás de broma? ―pregunto en voz baja mientras se agacha y estudia el espacio que
tenemos ante nosotros.
―Ser cauteloso. ―Tararea y se levanta―. Está despejado.
Pongo el pie en el suelo y camino despacio por el ático, pasando por delante de un estudio
a mi derecha, con las pantallas de la pared en negro. Me acerco a una mesa de café de
cristal y miro a mi alrededor.
―Aquí no hay nadie ―digo por encima del hombro, mientras piso el interminable
parqué, con las botas moviéndose suavemente.
Danny sube las escaleras hasta el entresuelo y comprueba, y Otto sale a la terraza.
―Nada ―dicen al unísono.
―¿Dónde coño se han metido? ―me pregunto en voz baja, comprobando una vez más
si hay señales de vida. No hay nada. Parece como si el lugar estuviera terminado y nadie se
hubiera mudado.
on las manos alrededor de la taza caliente, me quedo mirando el café, todavía
sorprendido, todavía en blanco, así que sólo puedo imaginar cómo se siente Rose.
―¿Qué hacía Ollie allí, Beau? ―pregunta, rompiendo el interminable silencio―.
Dijo que esperaba a alguien. ¿A él?
―No lo sé ―admito, mirando hacia arriba y alrededor de la cafetería, flexionando el
cuello rígido―. Solía venir aquí con Nath. ―Sonrío con tristeza―. La mayoría de las veces
nos sentábamos en la acera porque… ―me encojo de hombros―, bueno, ya sabes. ―Ya
está anocheciendo, así que han metido todas las mesas y sillas dentro, listas para cerrar.
Somos las últimas.
Rose mira a su alrededor.
―Se siente raro.
―¿Qué es?
Se lleva la taza a los labios y toma un poco de té.
―Sentada en un café en público tomando una taza de té. Como haría cualquier persona
normal. ―Suena el teléfono de Rose y ambos lo miramos fijamente sobre la mesa―. Seguro
que ahora hace que Otto instale un rastreador en mi teléfono.
Asiento con la cabeza, saco la llave del bolsillo y la pongo sobre la mesa. Ambos la
miramos fijamente.
―¿Para qué crees que es? ―Rose pregunta.
La recojo y la inspecciono.
―Es una llave de seguridad. ―Habría sido una buena idea pedirle a Amber más
información sobre la llave antes de que muriera, pero... bueno, no fue así. Me la vuelvo a
meter en el bolsillo y cojo el celular, lo enciendo y siento que Rose me mira―. Vamos a casa
―digo, poniéndome de pie―. Antes de que los matemos de estrés.
La sonrisa de alivio que me dedica inflama el sentimiento de culpa. Se levanta, la cojo del
brazo y la llevo al coche.
―Estamos fritas, lo sabes, ¿verdad?
―Sí, ya lo sé. ―Arranco el coche―. Pero aun así es más seguro con ellos, ¿verdad?
―Tienes que eliminar el derecho a esa pregunta.
Asiento con la cabeza, arranco el coche y salgo mientras Rose se relaja en el asiento y se
lleva el teléfono a la oreja para llamar a Danny y librarle de su sufrimiento. Su movimiento
espolea el mío y hago lo mismo. Pero no llego a llamar a James, algo me llama la atención
en el retrovisor.
Luces azules.
Entonces... una sirena.
Dejo que el teléfono se me resbale de la mano e inspiro, aguantando la respiración hasta
que los pulmones me gritan mientras Rose vuelve a mirar por la ventanilla.
―Joder, Beau ―susurra, mientras flashback tras flashback me asaltan. Nath. Los policías
que nos detuvieron. Los disparos.
Mi pie se vuelve pesado sobre el acelerador, nuestra velocidad aumenta.
―¿Tienes puesto el cinturón? ―pregunto.
―Sí, está puesto. ―Los dedos de Rose se clavan en el asiento cuando giro a la derecha.
No protesta. No grita. Porque sabe que no tenemos elección en este momento. Miro por el
retrovisor y giro bruscamente a la izquierda―. Joder ―suelta Rose, golpeando la ventanilla
con la palma de la mano.
―Lo siento ―le digo, girando inmediatamente a la derecha y trayéndola rápidamente
hacia mí―. Sujeta el picaporte ―ordeno, señalando la parte superior de la puerta―. Y
trata de no tensarte demasiado.
Se ríe y coge la manivela.
―Dios mío, ¿qué coño estamos haciendo?
Miro hacia arriba y veo las luces azules acercándose, el coche de policía coincidiendo
con cada curva. Doblo la siguiente curva, vuelvo a la carretera principal y piso a fondo. El
semáforo cambia a amarillo.
―¡Joder!
―Oh, Dios, Beau ―canta Rose, cogiendo con ambas manos el asa, con la cara escondida
en el brazo.
Compruebo el tráfico y veo que un camión se acerca al cruce, dispuesto a atravesarlo y
acabar con nosotros. Tengo que adelantarme. Si no lo hago, estamos acabadas. Si lo hago,
el coche de policía se retrasará y quizá tengamos una oportunidad de volver a casa vivos y
de una pieza.
―Joder, joder, joder ―canto, piso el acelerador, apoyo los brazos en el volante y cierro
un ojo.
―¡Beau!
―Puedo hacerlo.
―¡Joder, Beau!
Empiezo a gritar, apartándome del volante, escondiéndome como Rose. Suena el claxon
del camión, junto con otros coches. Los frenos chirrían, sale humo de los neumáticos.
El camión a punto de estrellarse contra nosotros.
―¡Joder! ―Siento como la parte trasera del coche roza con el morro del camión―. ¡Oh,
Dios mío!
―Mierda ―jadea Rose, con la mano en el pecho, mirando hacia atrás. Miro por el
retrovisor y veo el camión en medio de la carretera, rodeado de un tenue resplandor azul
procedente del coche de policía que hay detrás.
Casi pierdo el aliento cuando veo aparecer el coche alrededor del camión. No me rindo.
―Mierda ―susurro, girando bruscamente a la izquierda, luego a la derecha y otra vez
a la izquierda. Bajo chirriando por la carretera llena de baches y derrapo hasta salir a otra
carretera principal, y luego vuelvo a entrar en otro callejón. Me detengo y miro a Rose.
―Fuera.
―¿Qué?
―Rose, podrían alcanzarme. No puedes estar en el coche cuando lo hagan. Esa puerta
lleva a un hotel. Haz que Danny te recoja.
Se le cae la cara.
―No, Beau.
Gruño y salgo, rodeando el coche y abriendo la puerta, apartándola físicamente.
―Estaré bien.
―¡Beau, joder!
―Métete en el puto hotel, Rose ―grito, y ella da un respingo, retrocediendo, picada.
Respiro para calmarme y la abrazo rápidamente. Luego entro en el coche y me marcho,
mirando mi regazo cuando suena mi teléfono. No es quien esperaba.
―¿Beau? ―La voz de Ollie suena frenética de preocupación.
―¿Eras tú el que estaba detrás de mí?
―¡No, joder, no, Beau!
―¿Entonces quién? ―Grito, girando hacia la calle―. ¿Quién coño me persigue en un
coche de policía?
―¡No lo sé!
―¡Estás mintiendo!
―Jesucristo, no estoy mintiendo.
Levanto la vista y veo las luces azules a través de la bruma de mi visión acuosa.
―¿Estás detrás de mí ahora? ―Escucho atentamente por la línea. Y las oigo. Las sirenas.
Es él. Cuelgo y golpeo la dirección cuando en un grito, luego tomar el siguiente giro para
la autopista, en dirección a MIA.
Y el banco.

cercana y me dirijo a la fachada del edificio, me asomo por


las puertas de cristal y miro a mi alrededor. No hay ruido. Era de esperar en esta parte de
la ciudad a estas horas de la noche.
Pero entonces veo algo y me hago a un lado para disimular. Lo reconozco. Es el tipo que
vi en la foto sobre el escritorio de Danny y en el Minute Key. Kenny Spittle.
¿No le dispararon a este pedazo de mierda?
Saco mi pistola y espero, y en cuanto se vuelve para cerrar la puerta tras de sí, se la clavo
en la sien. Se queda quieto. Maldice.
―Abre ―le digo.
Inspira bruscamente y mira por el rabillo del ojo para ver si realmente soy yo.
―El Británico y El Enigma no aparecerán para salvarte esta vez. ―Le aprieto más la
pistola en la sien mientras le palpo, comprobando que está limpio, antes de coger el maletín
que tiene en la mano y arrojarlo a un arbusto cercano.
―Soy de fiar ―dice, sonando asustado mientras se abre paso, yo le sigo―. ¿Crees que
después de lo que he pasado con esos dos volvería a cagarla? Me tuvieron en un contenedor
de metal durante semanas, joder. ¡Me mataron de hambre!
―Cállate. ―Le conduzco con mi pistola hasta la siguiente puerta―. ¿Dónde está la
seguridad?
―Por ahí. ―Señala una puerta cerrada y el sonido de un televisor llega a mis oídos. Un
partido de fútbol.
Miro a las cámaras que nos apuntan.
―¿Cuántas funcionan?
―¿Qué? Todas ellos.
Es una pena, pero no tengo tiempo ni recursos para arreglarlo. Me verán pronto.
―Abre.
Sus manos temblorosas tantean las llaves hasta que finalmente consigue abrirla,
revelando más puertas.
―¿Dónde está la cámara acorazada?
―¡Oh, Dios, iré a prisión!
―No estoy aquí para robarte. ―Levanto una llave―. ¿Te parece conocida?
Asiente y señala una puerta.
―Oh Jesús. La cámara acorazada está por ahí.
―Abre. ―Exijo, agitando mi arma. Spittle acerca una llave a un teclado y luego su ojo
al escáner, y la puerta se abre mientras se pone a rezar mientras realiza los movimientos
para abrir la cámara acorazada.
Cuando la colosal puerta metálica se abre, inhalo y pierdo momentáneamente la
concentración. Un instante es todo lo que necesito. Spittle se mueve rápido, de cara a mí, y
disparo antes de que tenga la oportunidad de pensar dónde le estoy disparando. La sangre
salpica contra la pared y aparto la mirada con una mueca de dolor.
―Mierda ―respiro, diciéndome a mí misma, obligándome a calmarme de una maldita
vez. Encuentro a Spittle boca arriba, con los ojos abiertos y un agujero en la cabeza. ¡Joder!
Me quedo quieta, atenta a cualquier sonido de seguridad que venga a investigar. Nada.
Frunzo el ceño y doy un paso hacia la puerta, oyendo vítores procedentes de la sala de
seguridad, luego miro hacia arriba y alrededor, hacia las cámaras. Inquieto, agarro a Spittle
por las piernas y tiro de él hacia la puerta, utilizando su cuerpo para abrirla.
Entonces empiezo a probar todas las cajas, levantando la vista cada vez que oigo un
sonido, deteniendo mi búsqueda, preparándome para que entre corriendo un guardia de
seguridad. No viene nadie. Una caja tras otra se niegan a abrirse, hasta que…
La llave gira e inhalo al oír cómo se mueve la cerradura. Abro la caja, tensa, encuentro
un trozo de papel y, con manos temblorosas, lo despliego.
Una carta.
De mi padre.
Y con cada palabra, mi corazón se ralentiza más.

―¿Beau?
Me quedo quieta, mirando las palabras que tengo delante, congelada. La voz detrás de
mí me reconforta y me angustia a la vez.
Y entonces una fuerte punzada en el brazo me hace soltar la carta.
Y todo es. . .
Negro.
ames derrapa en la puerta del hotel y yo salgo antes de que detenga su Range, subo
corriendo las escaleras e irrumpo en el vestíbulo, buscando frenéticamente a Rose.
No la veo.
Me doy la vuelta en el acto, mi sudor estresado empieza a juntarse con el cuello de mi
camisa.
―¿Dónde estás, Rose? ―me digo a mí mismo, pasándome una mano temblorosa por el
cabello mientras doy vueltas a mi alrededor, marcándola. Me salta el buzón de voz―.
¡Joder! ―¿Me he equivocado de hotel? Corro a la recepción y le enseño el teléfono a la
mujer, mostrándole la foto de Rose en la playa de Santa Lucía que domina la pantalla―.
¿Ha visto a esta mujer?
La recepcionista se echa hacia atrás, recelosa, con los ojos saltando del hombre
trastornado que tiene delante y su celular.
―Lo siento, no.
―¿Puedo ayudarle, señor? ―Un hombre se adelanta, trajeado y calzado, con aspecto de
importante. Miro la insignia dorada de su chaqueta. Es el director.
―Busco a alguien ―le digo mostrándole la pantalla. No lo bendice ni con una mirada,
sino que levanta la barbilla. Le advierto mentalmente que no se ponga difícil. No tengo
paciencia. Tiene suerte de que no le esté destrozando el hotel.
―Me temo que la confidencialidad de los huéspedes es algo que nos tomamos muy en
serio.
―No es una huésped ―gruño, con la mano apretando mi teléfono. Es eso o la garganta
de esta puta―. ¿La has visto?
Sigue sin mirar la pantalla. ¿Está detectando la bomba humana sin explotar que tiene
delante? El calor me sube por los dedos de los pies, quemando la preocupación y
sustituyéndola por algo que este cabrón no quiere ver en su hotel. La mujer retrocede y yo
me acerco a la jarra de cristal de la encimera, le rodeo el cuello con una mano y la pongo
boca abajo. El agua se derrama por todo el mostrador de mármol y él mira el arma que
tengo en la mano.
No hay segundas oportunidades. Y con ese pensamiento, retiro la jarra.
―Danny.
Mi nombre se abre paso a través de la niebla de furia y me quedo quieto, listo para
lanzarme, y miro hacia atrás. James tiene a Rose bajo el brazo. Suelto la jarra, dejando que
se haga añicos por todas partes, y corro hacia ella, con los pulmones tensos, aliviada. La
agarro y la estrecho contra mi pecho, sacándole toda la vida.
―Gracias a Dios ―susurro una y otra vez, mirando al cielo―. Gracias, gracias, gracias.
―Tenemos que salir de aquí ―dice James cogiéndome del brazo y volviendo la cabeza
hacia la entrada. Miro por encima del hombro y veo al encargado con un teléfono
temblándole en la oreja. Doy la vuelta a Rose, la arropo a mi lado y la conduzco a la calle,
donde James ha abandonado el coche. Llegamos al lado del copiloto, la suelto y por fin me
tomo el tiempo de examinarla. Piernas, estómago, pecho, cuello, cara.
Mis ojos se posan en los suyos, justo cuando me da una tremenda bofetada en la mejilla
que me hace girar la cabeza hacia un lado.
―¿Prometiste que cuidarías de Amber?
Cierro los ojos y giro la mandíbula. Chirría, cruje, duele.
―Ahora no es momento para tu mal genio, Rose.
Miro a James. He encontrado a la mía. Está echando humo, pero al menos está bien y a
salvo. Se mete en el coche, su forma de comunicarme que deberíamos irnos, y me atrevo a
mirar a Rose de nuevo. Tiene las mejillas manchadas de rayas, el maquillaje de los ojos
corrido y las pestañas pegadas.
―No llores, cariño ―susurro―. No te conviene.
Sus hombros se sacuden, suelta un suspiro entrecortado y yo vuelvo a atraerla hacia mí,
acurrucándola, abrazándola y jurándome mentalmente que no volveré a perderla de vista.
Es una ilusión, lo sé.
―Sube ―le ordeno, abriendo la puerta trasera y ayudándola. Se desplaza en el asiento y
yo me deslizo a su lado.
James se aparta de inmediato y me mira por el espejo. Asiento, me vuelvo hacia Rose y le
cojo las manos.
―Háblame, cariño. Cuéntame qué ha pasado.
Mira a James y se adelanta apoyando una mano en su hombro.
―Ella te ama.
Mira hacia otro lado, con cara de dolor.
―¿Dónde está?
―No lo sé.
Veo cómo se le enciende la nariz, cómo se le ponen blancos los nudillos alrededor del
volante.
―Por favor, habla, Rose, antes de que destroce esta ciudad ―dice James con tanta calma
que es jodidamente aterrador. El Enigma. Estoy viendo más de él últimamente que en todo
el tiempo que llevo conociendo a James.
―Fuimos a casa de Amber ―empieza Rose apresuradamente, soltando la mano de su
hombro, probablemente por haberse quemado con la pura temperatura de su cuerpo―.
Ella estaba en el apartamento que el padre de Beau dijo que compraría para ella.
Escondiéndose, creo.
Desvío la mirada hacia James.
―Vamos ―digo, cogiéndola de la mano mientras James gira a la derecha y se detiene a
un lado de la carretera, girándose en su asiento para prestar también toda su atención a
Rose.
―No podíamos entrar en el ascensor, pero Beau averiguó el código. Era la fecha del
funeral de su madre.
¿Qué coño?
Las miradas que sobrevuelan este coche son incesantes, y tengo la sensación de que no
van a hacer más que aumentar.
―Amber estaba allí. ―Rose me mira con una pizca de resentimiento que ahora mismo
está fuera de lugar―. Le dijo cosas horribles a Beau.
―¿Cómo?
―Acosándola. Sobre su padre, sobre el dinero. Intenté que Beau se fuera.
Algo me dice que no tuvo éxito. Al menos, no antes de... no puedo pensarlo.
―¿Y?
―Y luego me llamó tu última puta.
―¿Y? ―pregunto, echándome hacia atrás.
A Rose le tiembla el labio mientras se lo muerde nerviosamente.
―Y yo le disparé.
―Oh Jesús. ―Me paso una mano por el cabello y me recuesto en el asiento.
―¿Le disparaste a Amber? ―James pregunta.
―Sí. ―Su voz se tambalea―. No sé lo que pasó. Un minuto me estaba calmando,
convenciéndome de no matarla, entonces abrí los ojos y mi mano se levantó. No pude
evitarlo. Le disparé.
―Entonces, ¿dónde está el maldito cuerpo? ―James pregunta.
Mi cerebro se repone lentamente del shock y se pone al día. Vuelvo mi atención hacia
Rose. Ella frunce el ceño.
―Lo dejamos...
―Rose, cariño, acabamos de llegar de ese ático. No había ningún cuerpo.
―¡Pero estaba allí, en la alfombra! Lo dejamos y huimos porque... ―Se detiene, las
arrugas de su frente se multiplican. James y yo esperamos a que encuentre las siguientes
palabras, palabras que estoy jodidamente segura de que no nos van a gustar―. Porque
apareció el ex prometido de Beau.
―¿Qué? ―James suelta―. ¿Burrows?
―Sí ―susurra Rose―. Nos fuimos. Vino tras nosotros.
―¡Joder! ―Golpea el salpicadero con el puño y arranca su Range, arrancando a toda
velocidad.
áblame ―exijo, sudando de puta furia.

― ―Está en Mid Bank ―dice Otto por la línea, sonando grave.


―¿Qué coño está haciendo ahí? ―¿El banco donde estaba la caja de
seguridad de su madre? La caja de seguridad vacía. Vacía porque El Oso la
encontró antes que nosotros con un poco de ayuda del doblado director Spittle. Le cuelgo a
Otto y miro a Danny por el retrovisor―. Nunca debimos dejar marchar a ese cabrón.
―La llave ―dice Rose de la nada.
Las palabras me hacen perder la concentración en la carretera durante una fracción de
segundo, haciendo que Danny grite y yo dé un volantazo.
―Joder ―jadea mientras esquivo por los pelos a un hombre en moto.
―¿Una llave? ―Digo, dividiendo mi atención entre Rose y la carretera, en dirección a
Mid Bank.
―Amber tenía una llave. Beau la cogió. ―Sus ojos se desorbitan, como si estuviera
tratando de reconstruir los acontecimientos.
―Piénsalo bien, Rose ―le digo lo más bajo que puedo.
―Vamos, cariño ―dice Danny, tranquilizadoramente―. Necesitamos detalles.
―Amber sacó una llave. Preguntó si por eso estábamos allí. Estaba intentando que Beau
se fuera. Podía ver que iba a estallar. Pero entonces vi a Ollie en las pantallas de vigilancia
de la oficina. Me distraje. Amber me tiró al suelo y cogió mi pistola.
―¿Tenías un arma? ―Danny pregunta, proverbial vapor saliendo de sus oídos.
―Sí, tenía una pistola. ―Los ojos de Rose se entrecierran―. Amber me dijo que ibas a
cuidar de ella. Creo que has matado hombres por menos en lo que a mí respecta.
Danny no puede discutirlo.
―Y huiste ―termina, dejando de lado su queja por ahora. Si Amber siguiera viva, Danny
la mataría.
―Sí, corrimos, pero en cuanto estuvimos en la calle principal nos persiguió la policía.
¿Los policías? ¿O Burrows?
―¿Algo más?
―Beau me dejó en el hotel e intenté detenerla, pero me sacó del coche y se negó a
escuchar. ―Sus ojos vuelven a lagrimear―. Intenté detenerla.
Parpadeo despacio, vuelvo a la carretera y me concentro en llevarnos a Mid Bank sin
matarnos. Sé que Rose lo habría intentado. Sé que Beau habría ganado.
También sé cuánto quiere Beau a Rose. Sabe que corre peligro y no quería exponer a eso
a su amiga embarazada.
Que Dios me ayude.

―Las cámaras están todas apagadas ―dice, poniéndose a mi lado―. La puertas todas
abiertas.
―¿Está aquí? ―Pregunto, yendo directo al grano.
―No. Su teléfono está fuera de servicio.
―¿No está apagado? ―Pregunto, sonando robótico. Es la única manera ahora mismo.
―Estoy esperando a que vuelva a estar en línea. ―Otto entra en el banco y yo le sigo,
escudriñando el lugar―. Spittle está muerto ―dice, justo cuando mis ojos se posan en su
cuerpo encajado entre la puerta y el marco de la cámara acorazada, con un rastro de sangre
que llega hasta allí―. Lo arrastraron.
Evalúo la escena, la sangre, los trozos de cerebro de Spittle que cubren la pared.
―Dos guardias de seguridad por ahí también muertos. ―Otto me lleva a la cámara,
ambos pisamos el cadáver de Spittle―. Todavía no han llamado a la policía. ―Continúa,
mientras mis ojos encuentran la caja de seguridad abierta sobre el mostrador.
―Beau y Rose encontraron a Amber ―le digo a Otto, haciéndole un resumen rápido y
sin emoción―. Ella tenía una llave. Beau la cogió después de que Rose disparara a Amber.
―¿Rose disparó a Amber?
Asiento con la cabeza.
―Burrows apareció. Huyeron. Creo que limpió el cuerpo.
―¿Por qué?
―Porque cree que Beau la mató y quiere proteger a Beau. ―Me rio en voz baja y me
acerco a la caja, preguntándome qué coño habrá dentro. ¿El nombre de Burrows? ¿Cómo
coño llegó Amber a tener la llave? ¿Y por eso estaba en casa de Amber? El hombre que todos
hemos odiado, que todos queríamos muerto. El hombre que ha estado presente pero
ausente. Escondiéndose cuando sus malditos patos ya no estaban todos en fila. El hombre
con el mayor alcance con cada casa criminal... excepto nosotros.
―¿Burrows?
Miro a Otto, mientras pienso en las piezas que se van encajando. Otto sabe que todo
cuadra y que muchas cosas están encajando.
―Beau nunca ha estado en peligro. No sólo porque está conmigo. ―Por el amor de Dios.
Debería haberlo matado. ¡Debí haberlo matado, carajo! El puto poli más recto es El Oso. Y
ahora tiene a Beau.
―¿Cómo explicas que el ruso del hospital intentara matarla después de que le
dispararan?
―Sandy ―digo simplemente―. Tomó represalias después de que eliminara a sus
hombres en la fábrica. Nada que ver con El Oso.
Otto da un paso atrás.
―Y a Burrows no le gustó eso ―dice en voz baja―. Así que él y Sandy ya no son amigos.
―Correcto. ―Se me revuelve el estómago, me hormiguea la cicatriz, me arden las putas
venas―. ¡Joder! ―Rujo.
―Cálmate ―dice Otto, y yo echo la cabeza hacia atrás, riendo demencialmente, al ver
mi casa familiar envuelta en llamas―. ¡James!
―Estoy bien ―exhalo, paseándome arriba y abajo, frenando hasta detenerme cuando se
me ocurre algo―. Es demasiado joven. ―Digo en voz baja, volviendo los ojos hacia Otto.
―¿Qué?
―Burrows. Ni siquiera habría salido de la universidad cuando mi familia... ― Trago
saliva―, fue asesinada. ―Explosión. Quemados vivos. Exhalo y me paso una mano por el
cabello y observo cómo Otto asimila lo que deberíamos haber pensado al instante.
―Joder ―suspira―. No está trabajando solo.
Siento que la cabeza me va a dar vueltas. ¿Pero quién?
―¿Dónde está? ―Pregunto, tranquilo, pero no lo estoy.
―Tenemos que encontrar a ese abogada con la que sale. ―El teléfono de Otto empieza
a chillar con el sonido de una alarma, y él mira hacia abajo―. Mierda.
―¿Qué? ¿Qué es? ―pregunto, no es que tenga que hacerlo. El sudor nervioso de Otto
lo dice todo. Ha rastreado a Beau.
―Dirección de Burrows.
Salgo volando del banco y me pongo al volante.
―¿Qué está pasando? ―Danny pregunta desde atrás mientras Otto viene detrás de mí.
―Tienes que quedarte y limpiar ese desastre ―digo, arrancando el motor.
―¿Qué desastre? ―Danny pregunta.
―No me voy a quedar en ningún puto sitio. ―Otto corre alrededor de la parte delantera,
saltando en el asiento del pasajero―. Recuerda a quién quiere, James. ―Otto me mira con
cara de furia. Esta es una de esas veces en las que no voy a discutir―. Llamaré a Len y Bud
para que vengan a solucionar esto. ―Va directo a su teléfono mientras yo me alejo dando
vueltas.
―¿Puede alguien decirme qué coño está pasando? —Danny ordena en breve.
―Spittle está muerto.
―¿Quién lo mató?
―Beau. ―No lo pongo en duda. Es una tiradora estelar. También necesitaba mantener
su escape abierto, de ahí que usara a Spittle como tope.
―Ahora está en casa de Burrows.
―¿Qué? —jadea, inclinándose hacia adelante en su asiento, obligando a Danny a tirar
de ella hacia atrás.
―Había una caja vacía allí ―explico―, Guardias de seguridad muertos, cámaras
cortadas. Es Burrows. ―¿Burrows y quién coño más?―. Ella está en su casa. ―Lo que no
sé es si fue allí por voluntad propia o si Burrows la obligó.
―Te das cuenta de que esto es una trampa, ¿no? ―Danny dice―. Nos quiere a nosotros,
no a Beau.
―¿Quieres que te deje en algún sitio? —Pregunto, serio. Puedo ver la batalla mental que
está teniendo. Su lealtad hacia mí pero su amor por Rose. No le envidio. Este es el momento
cumbre de esta puta pesadilla.
Así que me decido por él, subo chillando a la acera y llamo a Fury, dándole la dirección.
Rose solloza al salir, aferrándose a Danny como si temiera que la abandonara. Su rostro es
impasible. ¿Pero sus ojos? Arden con un odio con el que me identifico. No necesita hablar.
Sus ojos helados me dicen todo lo que quiere decir.
Desordénalo.
Cierra la puerta y yo me alejo rápidamente, mirándolos en el borde de la carretera por
el retrovisor, con los brazos de Danny rodeando a su mujer.
Exhalo, frotándome la sien, intentando recordar qué se siente al tener a Beau en brazos.
En este momento, no puedo.
Vuelvo los ojos a la carretera, con la cabeza jodidamente inclinada.
Será un crimen de amor.
¿Pero para quién?

que puedo del apartamento de Burrows sin arriesgarme a que


me detecten y corro calle abajo, con la pistola en una mano y el teléfono en la otra. Las luces
están encendidas, todo el lugar brilla. Me arrastro por la parte de atrás, con el cuerpo duro,
tenso, tembloroso.
―La cortina ―susurra Otto, señalando con la cabeza una ventana. Miro y veo un ligero
hueco, y respiro con expectación, volviendo a mirar a Otto, cuya atención está puesta en su
pantalla. Asiente con la cabeza. Ella está aquí. Me asomo por el pequeño resquicio entre las
cortinas.
Y se me cae el corazón al estómago cuando veo a Beau inconsciente en el suelo.
oces. Palabras apagadas. Un zumbido bajo e irritante. ¿La nevera?
Luego una voz de mujer.
Abro un ojo, sólo una fracción, intentando ver... cualquier cosa. Intento entender
sus palabras. Me zumba la cabeza, mi brazo izquierdo está muerto. Mis ojos se
desvían, pero se detienen cuando veo un par de zapatos al otro lado de la habitación. Los
reconozco.
Oh, Dios, no. ¿Cómo puede ser?
Mi pobre cerebro no está en condiciones de calcular lo que está sucediendo. Cómo ha
sucedido. Cómo nunca supe lo que tenía delante todo este tiempo.
―¿Beau? Beau, ¿puedes oírme? ―Suena tenso, estresado, mientras se acerca, y mi ya
acelerado corazón se acelera más y más hasta que ya no puedo hacerme la muerta. Abro
los dos ojos, pero mi visión está lejos de ser clara, y mi oído es un zumbido de palabras
inaudibles―. Jesús, Beau. ―Se agacha ante mí y me acaricia el cabello hacia atrás, y alzo
la vista para verlo mirando a su alrededor, con la pistola preparada, listo para disparar. Está
sudando. Sin aliento. Oigo un ruido fuera de la ventana―. Joder ―maldice y vuelve a
mirarme. Murmuro algunas palabras confusas. No sé si las entiende―. Lo siento mucho
―dice, sonando distante. Borroso.
Me muevo rápido. No sé si es lo suficientemente rápido.
Bang.
poyo la espalda contra la pared, con la mente acelerada, dándome una instrucción
tras otra. No consigo entenderlas. No puedo pensar con claridad. Gruño y aprieto
los dientes.
¡Piensa!
Respiro hondo, diciéndome a mí mismo que no puedo entrar ahí, disparando. Pero
entonces suena un disparo, y toda racionalidad se pierde, junto con mi frágil temperamento.
Rujo y levanto el brazo, lanzando el codo contra la ventana, haciéndola añicos, y poco
después la atravieso, adormecido por la sensación del cristal que me atraviesa el brazo.
Recorro la habitación y casi me caigo de culo cuando veo a Beau de rodillas, sollozando.
La cabeza de Burrows está en su regazo, con los ojos abiertos y la boca llena de sangre.
Se cubre el cuello con las manos y la sangre se derrama por los huecos, salpicando el suelo
y a Beau.
―No ―solloza, meciéndose de un lado a otro, llorando a moco tendido―. No, no, no.
Mi corazón se parte, mi arma baja, mi cuerpo inútil inmóvil. Despistado. Me mira, con
los ojos desorbitados, y estoy a punto de ir hacia ella, pero oigo un ruido procedente de otra
habitación.
Mi cuerpo se endurece de nuevo y sigo el sonido hacia delante.
―¡James, no! ―grita―. ¡Por favor, vuelve! ―La puerta principal está abierta y salgo
corriendo para ver a una mujer que se aleja en un Ford.
―¡Eh! ―grito, salgo corriendo a la carretera, apunto con mi arma, intento leer la
matrícula. El coche dobla la esquina a toda velocidad―. ¡Joder! ―Grito.
―¡James! ―Beau grita, obligándome a volver a ella. Encuentro a Otto en la puerta, y le
digo el número de matrícula al pasar junto a él―. Encuéntrala.
―En ello ―dice, yendo directamente a su teléfono.
Encuentro a Beau todavía meciéndose de un lado a otro, mirando a Burrows en su regazo,
los ruidos que provienen de él insoportables. Debería acabar con ese cabrón. No para
acabar con él, sino para acabar con Beau. Empiezo a apuntar lentamente, me preparo para
disparar, mis ojos pasan entre los suyos y la nuca de Beau, sus lágrimas salpicándole la cara.
―Lo siento ―balbucea―. Lo s-siento, lo s-siento, lo s-siento. ―Son sus últimas palabras.
Sus ojos se cierran y se queda sin fuerzas, liberándome del trabajo, y dejo caer el arma a
mi lado con una exhalación mientras los sollozos de Beau aumentan otro grado. No soporto
oírla llorar. Me sumerjo y la saco, la llevo a una silla, la siento y la examino. Veo una marca
en la parte superior de su brazo. Un pequeño pinchazo.
―¿Beau? ―Pregunto, con ganas de sacudirla. Me mira fijamente, con los ojos muertos.
Pozos negros de nada. ¿Se recuperará de esta oscuridad? Tomo sus mejillas con las palmas,
desesperado por que me vea―. Mírame.
Ella lo hace, y yo me retiro, su rostro inexpresivo.
―La mujer ―digo.
―Su novia ―dice robóticamente―. Ella apareció.
Frunzo el ceño. Creía que Burrows había dicho que prácticamente vivía aquí.
―¿Y?
―No lo sé. Ella gritó. Gritó. Corrió. ―Sus ojos me encuentran, y odio el vacío infinito
que veo―. Mi padre ―dice en un susurro, con voz temblorosa―, el nombre de mi padre
estaba en la caja.
Exhalo temblorosamente y alzo la vista cuando detecto movimiento junto a la puerta.
Otto parece tan grave como espero estarlo yo. Dios santo. ¿Burrows y su padre?
La atraigo hacia mi pecho y la abrazo con fuerza, mirando al techo, maldiciendo a ese
hijo de puta hasta el infierno.
Se acabó.
Pero tengo la sensación de que mi reto no ha hecho más que empezar.
a televisión está encendida. No la estoy viendo. Cada sonido de la casa capta mi
atención. Y la de Rose, que está acurrucada a mi lado, fingiendo relajarse también.
Es inútil. James y Beau volvieron anoche pasada la medianoche. Beau parecía muerta.
James parecía haber pasado por un infierno. Lo habían pasado, por lo que me dijo mientras
Doc revisaba a Beau y James se tomaba unos vodkas que necesitaba. Llamé a Higham para
ocuparse del cuerpo de Burrows. Otto no ha parado de intentar averiguar quién es la
abogada con la que salía Burrows. El Ford era alquilado. Espero que tenga un nombre y una
dirección en breve. ¿El maldito Oliver Burrows? La cantidad de veces que hemos estado en
una habitación con ese cabrón.
Miro a Rose. Está mirando la pantalla. Pero no está mirando. Francamente, mi tiempo
está mejor empleado en otra parte en este momento, y sé que ella está pensando lo mismo.
Ninguno de los dos quiere ser el que hable.
Suspiro, me separo y me arrodillo frente a ella.
―Por mucho que haya sido encantador sentarme aquí fingiendo relajarme, preferiría
hacer esto en otro momento cuando no tenga un millón de putas preguntas en la cabeza.
Sonríe. Es pequeña.
―Debería ir a ver a Daniel y Beau.
Asiento, la beso y me levanto.
―Estaré en mi despacho. ―Me dirijo hacia allí y, nada más entrar, Ringo me sirve un
whisky. Le muestro mi gratitud con una palmada en el hombro. Brad sacude la cabeza desde
su asiento junto a mi mesa, todavía un poco conmocionado―. ¿Dónde está James?
―pregunta.
El hombre con todas las respuestas que necesitamos.
―¿Dónde crees que está? ―Paso arriba y abajo, mi cabeza zumbando―. Higham ha
seleccionado a Burrows. ―Pobre tipo. Definitivamente se retirará pronto―. Joder sabe lo
que Burrows hizo con el cuerpo de Amber. ―Eso es preocupante. Mi esposa mató a la ex-
puta de la casa, y no tengo forma de asegurar que el cuerpo nunca se encuentre para
proteger a Rose. Qué jodido lío.
La puerta de mi despacho se abre y entra James. Tiene un aspecto horrible.
―Rose está subiendo un poco de té ―dice, yendo directo a por el vodka. Miro a Brad,
que mira a Ringo, que mira a Goldie.
―¿Cómo está? ―pregunta nuestra guerrera. Tiene más pelotas que cualquier hombre
en esta habitación.
James se ríe, aumentando la inquietud que nos rodea. Se gira, armado con un vaso lleno,
y brinda al aire.
―Llorando la muerte de su corrupto ex prometido mientras su actual está aquí de pie
bebiendo hasta caer en el olvido preguntándose qué coño significa esto para él.
Silencio.
―¿Qué coño ha pasado, James? ―Pregunto, con el cerebro frito―. ¿Cómo es que Amber
tenía la llave de la caja?
Me mira de reojo.
―Beau encontró el nombre de su padre en la caja de seguridad.
Los jadeos colectivos de todos empapan la sala.
―¿Qué coño? ―Respiro, bajando mi vaso mientras recorro mentalmente cada pequeña
mierda que ha pasado.
―¿Tom Hayley? ¿El Oso? ―Jesús, y Burrows era su pequeño topo. ¿Qué carajo?―.
¿Burrows estaba en casa de Amber por la llave?
―Y Beau llegó primero. ―James se deja caer pesadamente en una silla, mirando
fijamente hacia delante―. La drogó. La llevó a su casa. ―Se bebe un trago mientras todos
permanecemos quietos y callados―. Su amante apareció. Le molestó. Beau lo desarmó. Lo
mató.
Y ahora está de luto por él. Resoplo y me uno a James en el trago fuerte. Me imagino lo
lívido que está. Aliviado. Preocupado. Perdido. Va a hacer falta algo más que un descanso
en Santa Lucía para arreglar esta mierda. Me levanto y voy hacia él, poniéndole
tímidamente la mano en el hombro, totalmente preparada para la respuesta en forma de
puñetazo en la cara.
―¿Quién coño mató a Tom Hayley?
James se ríe ligeramente en voz baja, frotándose la sien.
―Amber. ―Ollie. Volodya...
Me rio por dentro. Tiene razón. Cualquiera de ellos podría haberlo hecho, y nunca lo
sabremos con seguridad porque están todos jodidamente muertos.
―Lo superarás.
James, obviamente, no está de acuerdo y bebe un trago de su bebida.
―Me voy al gimnasio. ―Se levanta y deja el vaso sobre el escritorio. Necesita estar de
pie un rato. Intentar equilibrarse. No necesita que le diga que probablemente no funcione
esta vez.
Suena mi teléfono y lo saco del bolsillo mientras veo a James salir de la habitación a paso
ligero, con todas las miradas siguiéndole. Algo me dice que la próxima vez que lo vea, ya
no será James. Será el hombre al que todos tememos. El Enigma. Aunque El Oso esté muerto.
Burrows está muerto.
Pero James no tiene su paz. Joder. Miro la pantalla del celular.
―Sandy ―digo, levantando la vista, viendo a James detenerse en la puerta, con la mano
en el pomo―. ¿Estoy hablando con él? ―¿Puedo distraerlo con negocios? Lo dudo, sabemos
que Sandy organizó un golpe a Beau, no al Oso. Porque el Oso era su puto padre.
―Alguien tiene que quitarnos esas armas ―dice Brad, mirando nervioso a la espalda de
James―. Chaka va a entregar un montón más pronto. Necesitamos espacio.
La espalda de James se levanta y se gira lentamente para mirarnos. Asiente, y yo respondo.
―Buenos días.
―Buenas tardes ―replica, haciéndome mirar el reloj de pared. Pasaba un minuto del
mediodía―. He oído que ha habido novedades.
Hago clic en el altavoz mientras James se acerca y se acomoda en la silla.
―Las noticias vuelan en esta ciudad. ―Levanto las cejas―. ¿Cómo lo sabes?
―Nuestro amigo Higham.
―¿Nuestro amigo?
―¿No te gusta compartir?
―No, en realidad.
―¿Qué pasa con la venta?
Sonrío y apoyo el culo en el escritorio, cruzando un tobillo sobre el otro.
―Depende de lo que se ofrezca.
―¿El paradero de los restos de Carlo Black?
Quieto, el vaso se me escapa de las manos y golpea la alfombra.
―¿Qué?
―Ya que estamos sacando las cosas a la luz, haciendo un poco de limpieza, te diré
ahora...
―Decirme qué.
―Me ordenaron desenterrar a tu padre.
―Y lo hiciste.
―Lo hice.
Si Tom Hayley y Burrows no estuvieran muertos, los mataría tan jodidamente despacio
que me suplicarían que acabara con ellos.
―¿Y dónde está él?
―Te enviaré indicaciones.
―¿Y la madre de Beau?
―¿Qué?
―Jaz Hayley. ―Miro a James, que se levanta lentamente de su silla, su cuerpo grande y
enroscado desplegándose, con un aspecto tan mortal como todos sabemos que es―. ¿Dónde
encontraremos sus restos?
Su prolongado silencio no presagia nada bueno, pero antes de que pueda exigir una
respuesta, la puerta se abre de golpe y Otto entra volando.
―La abogada con la que salía Burrows. Está en Aspen. Una escapada para superar una
ruptura. Ella dijo que ella y Burrows tuvieron algunas cogidas casuales, él no estaba
interesado, y luego de repente él la quería allí todos los días. Ella rompió. Dijo que él se
comportaba de manera extraña. No fue ella la que huyó del apartamento de Burrows.
Miro a James, confundidísima. Está mirando al suelo y lentamente levanta la mirada
hacia la mía.
―Responde a mi puta pregunta, Sandy ―ordeno sombríamente―. ¿Dónde están los
restos de la madre de Beau?
―Sólo tenemos órdenes de desenterrar a tu padre, Black. No sé nada de los restos de Jaz
Hayley.
Inhalo, con los labios apretados, mientras el cuerpo de James se hace cada vez más alto.
―Yo tengo más. ―Otto dice, ganándose toda nuestra atención―. El coche de alquiler
alejándose a toda velocidad de la escena.
―¿Qué pasa con eso? ―James pregunta, su voz baja, tranquila.
Engañando.
―Alquilado bajo el nombre de Dolly Daydream.
Sale de la oficina maldiciendo.
ubo las escaleras volando, con las piernas entumecidas. Sólo veo el coche de la madre
de Beau en el estacionamiento. A Beau acercándose cautelosamente. La bola de fuego
elevándose, tocando el cielo nocturno. Corro por el pasillo, los golpes de mis botas y
muchos más me siguen sacudiendo la casa.
Me detengo en nuestra habitación y me agarro a la jamba de la puerta para evitar que
mi cuerpo sobrepase la entrada. Veo a Rose de pie en medio del dormitorio con una bandeja
de té en las manos antes de ver la cama vacía donde acabo de dejar a Beau dormitando. No
me molesto en comprobar el cuarto de baño, la terraza ni ninguna otra habitación de la
casa.
Toda la sangre drena de mi cuerpo, dejándolo frío. Sin emociones.
―Habla, James ―me ordena Danny desde la puerta, necesitado de confirmación de la
puta locura que corre desbocada por mi cabeza. No puedo hablar. No puedo formar las
palabras.
―James ―suplica Rose, la vajilla de la bandeja empieza a tintinear por sus sacudidas.
Con la cabeza hecha un lío, atravieso a la gente que tengo detrás, bajo las escaleras, cruzo
el vestíbulo, salgo por la puerta principal y entro en la calzada. Mi Range Rover ha
desaparecido. Miro hacia las puertas. Están abiertas y Bud está volviendo a la portería.
Voy al primer Mercedes y me pongo al volante. No tiene ningún sentido. No tiene ningún
puto sentido. Me llevo la mano a la sien, ejerzo presión y me fuerzo a alejar los incesantes
flashbacks. Son imparables.
Cuelga y veo a Beau de pie delante del coche. Congelada. ¡No! Cruzo el aparcamiento a
toda velocidad, con el corazón a mil por hora, y rodeo la parte delantera del coche para
cargar contra ella y derribarla.
Ambos golpeamos el asfalto con fuerza. Ella chilla, sobresaltada, mientras yo salto para
llegar hasta Jaz.
Empieza a correr.
Y salir volando hacia atrás por la explosión.
oy las nubes son amables. Se arremolinan en el cielo, se mezclan y se moldean en
diversas formas. Veo una Union Jack. Unas esposas. Una pistola. Una llama.
Una cara.
El suelo está húmedo y frío bajo mi espalda, el barro en mis puños cerrados aplasta. Me
duele el corazón. Mi mente se retuerce. Nunca había necesitado tanto a James. Pero
tampoco nunca le había tenido tanto miedo. Cierro los ojos, escapando de las crueles nubes.
Veo los ojos de mamá abrirse de par en par. Veo su miedo cuando me acerco al coche.
El impacto de costado es brutal, me derriba y caigo al suelo. Me arrastro hacia arriba,
desorientado. La chispa. El estampido. Levanto el brazo para protegerme, siento cómo el
calor me golpea, me toma, y mi cuerpo abandona el suelo, la fuerza me lanza hacia el cielo.
―Oso Beau ―dice a mi lado. Mantengo los ojos cerrados, esperando a que me trague la
oscuridad infinita―. No puedo seguir haciendo esto.
Yo tampoco.
Abro los ojos y dejo caer la cabeza. Es curioso. Las emociones que esperaba que me
mataran están... ausentes.
―¿Por qué? ―Sólo necesito respuestas. Sólo necesito seguir adelante y hacer la vida que
merezco con James. Necesito dejar de vivir para los fantasmas.
Aquí está ella. Mi mamá. Un fantasma.
―Todo lo que tenía que hacer era derribar a Spencer James. ―Su voz. Como en el banco,
es un consuelo y un completo alucine. Mi corazón late tan rápido ahora como cuando leí
la carta que mi padre me dejó. Una carta disculpándose por no estar ahí para mí. Por
mantenerme en la oscuridad. Por intentar protegerme de la increíble verdad.
―Tu padre no era tan rico entonces, y a nosotras, las mujeres débiles, no se nos
compensaba tan generosamente por nuestro servicio―. Mamá se encoge de hombros,
bastante indiferente―. Era la paga que necesitábamos para nuestra jubilación―. Me mira,
y sus ojos en los míos me golpean como un ladrillo en la cara. Es como si estuviera aquí
pero no, como si mi cerebro no pudiera calcular su presencia―. Spencer James no sólo
dirigía el mayor sindicato de cocaína del Reino Unido. Su último trato involucró a los EE.UU.
Tenía suficientes traficantes de drogas con los que tratar. Era un cabrón codicioso. Vendió
todo, estaba feliz de retirarse y dejar al resto del mundo lidiar con las consecuencias de su
mierda. Vi una oportunidad y la aproveché. Los irlandeses lo querían muerto. Yo lo quería
muerto. Hice que valiera la pena para ellos, ellos hicieron que valiera la mía. Realmente no
esperaba la reacción. Se suponía que nadie en la finca quedaría vivo.
James. Está hablando de James. Kellen James, el chico que convirtió en El Enigma.
Vuelve a mirar al cielo y yo se lo agradezco.
―A partir de ahí todo se volvió una espiral. Pasé cinco años después de que los irlandeses
acabaran con Spencer James intentando arañar mi conciencia y ser la mejor policía. Pero
tu padre empezó a ganar dinero, y con su éxito llegó el ego. Y las actividades
extramatrimoniales. Sabía que tenía que cuidarme. Aceptar sobornos era dinero fácil. ―Su
cabeza se inclina, casi recordando―. Ser corrupto era fácil. Tener el control era fácil.
Entonces apareció El Enigma.
Cierro los ojos con fuerza, intentando alejar el bombardeo de flashbacks.
―Estaba en su misión personal. Esa misión personal lo estaba fastidiando todo. La gente
me pagaba para que no los esposara y tu novio los mataba a diestro y siniestro.
―Entonces no era mi novio ―digo rotundamente, sintiendo que me estudia―. Yo estaba
comprometida. Tenía una gran carrera. Una mamá y un papá.
―Todo es culpa suya, Oso Beau ―susurra―. Él lo jodió todo.
―¿Cómo?
―No pude atraparlo ―se queja―. Sabía quién era, pero no pude atraparlo. Estaba tan
cerca de descubrir quién mató a su familia. Quién era yo. Tenía que asegurarme de que eso
nunca ocurriera.
―Así que me volaste.
―No, Beau. Dios, no. ―Me coge la mano y yo se la arrebato con una inhalación aguda,
sintiendo que me quemo de nuevo―. Yo planté La Serpiente. Puse el mensaje en el teléfono
desechable que decía que yo estaba en peligro. Se suponía que él vendría por mí primero.
Pero en vez de eso vino por ti.
Dios mío, ¿qué estoy oyendo? Cierro los ojos, intentando reproducir aquella noche
trágica e insoportable que me ha perseguido durante años. Lo que estaba tan seguro de que
había pasado de repente está borroso. Poco claro.
―En ese momento ―dice mamá―. Cuando te acercaste demasiado al coche y él te salvó,
no tuve más remedio que morir.
Y como resultado, todo mi mundo se hizo humo. Literalmente. ¿No consideró las
consecuencias para mí? ¿El dolor y el daño? Siento un nudo en la garganta que me enfurece.
Me incorporo para intentar desalojarlo y miro fijamente su tumba.
―¿Con quién demonios he estado hablando todos estos años? —pregunto, mirando el
agujero vacío en el suelo donde enterré lo que quedaba de ella.
―No lo sé ―dice―. Pagué a alguien para que se asegurara de que había algo que
encontrar en el coche y de que no era identificable. ―Cierro los ojos, inspiro, rezo para que
cuando los abra no esté aquí. Abro los ojos. Sigo en el cementerio―. Estaba tan jodidamente
enfadada que me forzó… ―continúa, sonando como una jodida víctima. No puedo
soportarlo―. Me hizo morir. Te apartó de mí. Y la corrupción y el poder crecieron y
crecieron en espiral. ―Se ríe y me dan ganas de pegarle―. Y llegó el dinero. Y la necesidad
de venganza creció.
La miro, vacía, pero por dentro la miro como si hubiera perdido la cabeza. ¿James me
alejó de ella?
―Pero entonces empezó a perseguirte. Usándote para llegar a mí.
―No había ningún nombre en la caja de seguridad, ¿verdad? Sólo el nombre de James.
Vaciaste la caja.
―Necesitaba que pareciera legítimo.
―¿Tienes idea de lo que has hecho? ―Pregunto―. ¿De verdad? ¿De las vidas que has
arruinado? ―Incluyendo la mía. La de tu hija.
―No podría tenerte si yo no podía.
Exhalo un gemido reprimido.
―Él arregló lo que tú rompiste. ―Me pongo de pie y me alejo de ella, incapaz de procesar
este interminable aluvión de hechos de mierda―. Has chantajeado, asesinado, volado
edificios. ¿Todo para conseguir a James?
―¿Sólo? Destruyó mi vida. ¡Nuestras vidas!
―¡Tú destruiste la de él primero! ―Grito. Ella se estremece. Pero no ve lo que yo veo―.
Hiciste explotar un restaurante cuando yo estaba dentro.
―No estabas dentro, Beau. Estabas en la acera, me aseguré de ello.
―Me drogaste en el banco, mamá. ―Mamá. Se siente como una palabra inadecuada.
Monstruo―. ¿Por qué me drogaste? ¿Llevarme a la casa de Ollie? ―Me agarro el cabello
con las manos e intento suprimir el dolor de cabeza.
―¡Maldita sea, Beau, todo fue por ti! Por nosotros, para que podamos estar juntas otra
vez.
Inhalo, retrocediendo.
―Dejaste mi rastreador encendido para que James supiera dónde encontrarme. ―Dios
mío―. Ibas a matar a Ollie e inculpar a James. Porque Ollie descubrió que mataste a papá
y a Cartwright. ―Por eso Ollie se disculpaba. Sus últimas palabras para mí. Lo lamento.
Lamentaba no habérmelo dicho. Por ocultarlo. Por tratar de protegerme de las verdades de
mierda. Iba a hacer que mataran a James con una inyección letal.
―Tu padre era un asqueroso saco de mierda. Un estúpido. ―Levanta una mano pesada,
enfadada por la mención de mi padre. Es irónico. Su nombre solía provocar la misma
reacción en mí. ¿Y ahora? Ahora no sé qué siento por él. Su último movimiento fue intentar
protegerme de la verdad como Ollie. ¿Eso lo convierte en un héroe?
Mamá mira hacia otro lado, como si pudiera avergonzarse. Es una broma.
―Siempre dije que eras un policía con talento.
―Me parezco a mi madre ―digo, y ella me mira―. Desgraciadamente. ¿Cómo se enteró
papá de que estabas viva?
―Su pedazo de culo tropezó con unos archivos mientras se acomodaba en mi casa.
Archivos que tu padre encontró.
―¿Archivos de qué?
―Mis tratos con el anterior alcalde y mi compra del astillero de Danny Black.
Me rio, sintiéndome un poco desquiciada.
―No es tan buen policía ahora, ¿eh? ¿O no es tan buen criminal?
―Beau...
―Y Amber ha estado corriendo por su vida porque sabía que papá había sido asesinado.
―No tuve elección, Oso Beau. ―Se acerca a mí, me coge de los brazos, me sacude como
si fuera yo quien necesitara que le dieran un golpe de sentido común―. Podemos irnos.
Tengo suficiente dinero para nosotros. Podemos desaparecer juntas, mi chica y yo.
Me la sacudo de encima y doy un paso atrás, oyendo las palabras de Ollie una y otra vez.
Lo siento, lo siento, lo siento. Lo siento, lo siento, lo siento. Le oigo disculparse una y otra
vez por tantas cosas.
―Ollie no merecía morir. ―Mi mente me da un cruel flashback del momento en que lo
desarmé en su apartamento. El momento en que vi a mi madre detrás de él con una pistola
apuntándole a la espalda. El momento en que ella disparó, una ventana se rompió y James
se estrelló dentro.
En el momento en que huyó como una cobarde.
No podía pronunciar su nombre. No podía decirle a James lo que había visto. Esperaba
despertar y descubrir que todo había sido una pesadilla.
No.
Todo es real.
Y he terminado.
―Me voy a casa ahora ―digo, pasando junto a ella, levantando los ojos, con el corazón
hecho añicos. Siento que podría salirse de mi pecho. Partirse en dos. Pero no debo
permitirlo. Tengo que mantener este corazón unido.
Para James.
Para mí.
Levanto la vista y respiro al verle de pie a unos metros, con la cara mojada de sudor, el
cabello revuelto y el rostro atormentado y lleno de rastrojos. Sé que en ese momento lo ha
oído todo. Vuelvo la vista hacia mamá. Le está mirando fijamente. Como un animal salvaje
con los ojos puestos en su presa.
―Se acabó ―digo, con voz temblorosa―. Se acaba ahora, mamá. ―Oigo sirenas de
fondo, cada vez más fuertes. Se acabó.
Pero entonces ella se mueve, apuntando a James, desenfundando su arma, y antes de que
pueda registrar nada, yo también me muevo, sin dirección ni instrucciones. Sólo me muevo.
―¡Beau! ―La estruendosa voz de James satura mis oídos cuando choco contra mamá,
llevándola al barro. Caemos al suelo, me oriento rápidamente, giro y meto a mamá debajo
de mí. Me siento a horcajadas sobre ella y le tiro de los brazos hacia atrás.
―Jasmin Hayley, estás detenida ―le digo entre sollozos―. Tienes derecho a guardar
silencio. Todo lo que digas puede y será usado en tu contra en un tribunal.
―¡Beau! ―grita, retorciéndose, obligándome a tirar más de sus brazos hacia atrás.
―Tiene derecho a hablar con un abogado ahora, y a tener un abogado presente durante
cualquier interrogatorio. ―La justicia no se sirve con la muerte. Se sirve estando encerrado
hasta la muerte. Se sirve temiendo por tu vida en el interior. Veo cómo una lágrima gorda
tras otra golpea la chaqueta de mamá y salpica hacia arriba mientras le sujeto los brazos,
mientras ella sigue luchando, las sirenas se acercan.
Miro a James. Parece traumatizado. Fuera de sí. Empiezo a sacudir la cabeza, con
lágrimas en los ojos.
―No estoy bien ―susurro, haciendo que se mueva inmediatamente, viniendo hacia mí.
Lo necesito tanto, joder, que me hace sentir más rencor hacia mi madre, odiarla más, por
ser la razón por la que ahora no puedo arrastrarme hacia él y esconderme de esta mierda.
Le suelto las muñecas para que James se encargue mientras se arrodilla.
Es sólo una fracción de tiempo.
Pero es suficiente.
Levanta el cuerpo, haciéndome retroceder, y gira sobre sí misma.
¡Bang!
James vuela hacia atrás, su pecho conmocionado.
―¡No! ―Saco mi pistola, temblorosa, y apunto a mamá. Pero mi dedo se niega a apretar
el gatillo. Grito mientras ella se levanta, me empuja y se dirige hacia James, disparando de
nuevo. Su cuerpo se sacude y echa la cabeza hacia atrás.
―¡Mamá, no!
Miro a James.
Todo lo que veo es amor. Devoción.
Luz.
Vuelvo los ojos hacia mi madre.
Respiro, vuelvo a apuntarle a la espalda y aprieto el gatillo. Ella vuela hacia delante, con
los brazos disparados hacia el cielo, y cae de bruces contra el suelo. No necesito
comprobarlo. Me lo dice el agujero que tiene en la nuca. Suelto el arma y pongo el grito en
el cielo, con las emociones desbordándome con más fuerza que nunca, sacudiéndome el
cuerpo. Mis puños golpean el suelo, se estrellan contra el barro, una y otra vez.
―Beau, cariño ―resopla James, de rodillas junto a mí, con una mano clavada en el suelo
para sostenerse. Miro hacia arriba. Sólo veo sangre. Sangre y luz. Me tiembla el labio
mientras me arrastro hacia él, desesperada, sollozando, intentando evaluarlo, intentando
encontrar los agujeros de bala.
¿Cuántos? ¿dónde?
―¡Que alguien me ayude! ―Grito mientras cae sobre su hombro y rueda hacia su
espalda, luchando por respirar―. ¡Que alguien me ayude!
Oigo chirriar neumáticos, sirenas, gritos.
Danny y Otto corren hacia nosotros.
Odio sus expresiones.
Odio la pena paralizante que se apodera de mí.
Es insoportable, más fuerte que cualquier dolor que haya sentido antes.
Una pérdida que nunca superaré.
ay que decir que la luz era cegadora. Y era jodidamente tentador caminar hacia
ella. Pero...
Beau.
Podía oír su necesidad.
Sentir su amor.
La luz en esta ocasión puede irse a la mierda. No pasé los últimos meses para que la
muerte me llevara tan patéticamente.
―Deja de moverte ―ordena, agitándose en la cama, tirando de las sábanas, lanzándome
miradas asquerosas a diestro y siniestro.
―Estoy tieso. ―Y no de la mejor manera.
―El doctor dijo reposo estricto durante cuatro semanas. ―Me empuja suavemente hacia
abajo y suspiro, agotado, sin ganas ni fuerzas para resistirme.
―Han pasado tres semanas y seis días.
―Sí, y mírate ―resopla, exasperada, moviendo las manos arriba y abajo por mi cuerpo
herido―. Necesitas al menos otras cuatro semanas. Iré a buscar a Doc. ―se mueve y yo le
cojo la muñeca para detenerla. No voy a mentir, es una jodida agonía hacer tanto esfuerzo.
Aprieto los dientes y la tiro hacia atrás.
―Acuéstate conmigo un rato. ―La necesito cerca. Tenerla cerca y saber que literalmente
no hay nada en este mundo que pueda separarnos.
Sólo entre nosotros.
Se acomoda, aunque vacilante, y siento cómo su ligero cuerpo se ablanda
maravillosamente contra mí.
―¿Estás bien? ―le pregunto en voz baja.
Se queda callada unos instantes, con las manos acariciando suavemente el vendaje del
costado de mi estómago.
―Estoy bien ―susurra.
Sonrío. Vale. Es irónico. Veinte años de terapia no deberían curar el tipo de mierda que
hemos vivido, tanto juntos como solos. Probablemente no podría. Pero tengo a Beau, y Beau
me tiene a mí.
Así que vamos a estar bien... una vez que se me haya pasado este dolor y me haya curado.
Asiento para mis adentros, dejando que mi cuerpo roto se funda con el colchón, que mis
ojos se cierren y sepa que nada me la arrebatará mientras duermo.
―Te amo, Beau.
―Nunca lo pondré en duda.
Dosifico, sabiendo que es verdad. Paz. He pensado que la tenía. Cuando conocí a Beau,
se burló de la periferia de mi existencia, me atormentó, porque nunca sería verdaderamente
mía hasta que la hubiera arreglado.
Ahora lo acepto, nunca estará arreglada. Pero ella es definitivamente mía. Toda mía. Su
odio, su amor, cada pedazo roto de ella, y eso la hace tan fija como nunca lo será.
Mis sueños son ligeros. Mi corazón está tan jodidamente pesado de amor.
Paz.
Incluso en medio del dolor insoportable.

de dolor y gruño, encorvando el cuerpo para protegerme.


―Joder.
―¡Lo siento!
Abro los ojos, gimiendo, sin saber si apretar el estómago o el hombro.
―¡Maldita sea, Brad! ―Beau grita, deslizándose fuera de la cama con la menor
incomodidad para mí.
―¿Alguna vez se detienen? ―pregunta, apareciendo en el extremo de la cama,
mirándome de arriba abajo con el ceño fruncido―. Incluso lisiado eres insaciable.
Ya me gustaría. Le devuelvo el ceño fruncido e intento incorporarme un poco más. Y
fracaso.
―Estate quieto ―me advierte Beau, sus severas palabras hacen que vuelva a quedarme
flácido. Coge agua de la mesilla y me acerca la pajita a los labios. No estoy en condiciones
de rebatir su ayuda. Esto es horrible. Me aferro y sorbo, notando que el cabestrillo de Brad
ha desaparecido.
―Peleando en forma ―declara, obviamente dándose cuenta de que me he dado cuenta,
bajando con cuidado hasta el final de la cama―. Aunque masturbarse sigue fuera del menú.
Toso y me sale agua por la nariz, rociándome el pecho.
―¡Joder! ―grito, mientras una oleada de dolor me atraviesa. Beau mira fijamente a Brad,
que levanta las manos en señal de rendición.
―¿Sin pajas? ¿Nada de bromas? ―Pone mala cara―. ¿Qué clase de vida es esta?
Me aguanto la risa: el dolor no merece la pena.
―Te matará ―digo con seriedad, haciendo que sonría a Beau mientras lo sujeta con una
mirada de pura guarrería.
―¿Cómo te sientes? ―pregunta―. ¿O es una pregunta estúpida?
―Es una pregunta estúpida ―dice Beau, recogiendo el cuenco de agua y el paño de la
mesilla de noche y dirigiéndose al baño―. Pero tú eres estúpido, así que es lógico.
Le devuelvo la sonrisa mientras Brad pone los ojos en blanco, manteniendo su atención
apuntando hacia mí.
―¿Qué...?
―Si estás aquí para hablar de trabajo puedes irte ― le dice.
Brad deja caer la barbilla sobre su pecho, exasperado.
―Yo...
―O con mucho gusto te acompaño fuera.
Arquea una ceja.
―Probablemente debería irme, ¿verdad?
Asiento con la cabeza.
―Probablemente.
No se mueve, el temerario.
―Entonces, ¿cómo te sientes?
―Como si me hubieran disparado. ―Hago una mueca mientras me muevo una
fracción―. Dos veces. ―Resoplo, me duele el cuello―. ¿Puedes...? ―Levanto la cabeza,
intentando encontrar una parte más firme de la almohada.
―¿Qué?
―No puedo... ―Me acurruco en él, resoplando, con el cuello rígido―. Es...
Brad se levanta y se acerca a mí, sacando la almohada y dándole un par de puñetazos.
―¿Cuándo vuelves a estar de pie? Levanta la cabeza. ―Mi barbilla golpea mi pecho y
Brad mete la almohada debajo―. ¿Mejor?
―Sí. ―Me conformo―. Mañana. ―Mañana ya estaré en pie.
Se ríe.
―No lo parece.
―El doctor dijo que debería estar de pie. ―Sólo tengo que caminar de la rigidez―. Beau
está siendo difícil. ―Supongo que también tiene un motivo oculto.
―Ella sabe exactamente dónde estás desde hace cuatro semanas, amigo. Es un lujo que
nunca ha tenido. No puedo culparla.
Me rio en voz baja, inquieta de nuevo, incómodo.
―Para mí también ha sido un lujo jodido saber dónde está las veinticuatro horas del día.
―Pero ahora tengo la certeza de que no volverá a desaparecer―. A la mierda con esto
―digo, levantando los hombros, haciendo que Brad se abalance sobre mí.
―¿Qué estás haciendo? ―Mira entre el baño y yo, obviamente aterrorizado por la
reacción de Beau―. Quédate quieto. Me echará la culpa.
―Sé un hombre ―gruño, conteniendo la respiración y apretando los dientes,
esforzándome por sentarme.
―¿Ser un puto hombre? ―murmura, sujetándome por los hombros, impidiendo así que
vuelva a caerme sobre el colchón―. ¿Qué debo hacer?
―¡Brad! ―Beau grita, saliendo del baño.
Me suelta, levantando las manos como si Beau le apuntara con una pistola.
―No fui yo, joder. ¿Por qué me culpas de todo?
Aterrizo de espaldas con un aullido.
―¡Joder! ―El dolor. Me enfurece, y en medio de él, porque no podría ser peor, me vuelvo
a sentar, silbando―. Dame alguno de esos analgésicos, joder.
Brad se apresura a coger el bote y me da un par en la palma de la mano. Yo mantengo la
mano extendida.
―¿Más? ―pregunta, inseguro.
―Más ―exijo. Me caen otras dos, me las meto en la boca y pido agua. Brad me acerca
la pajita a la boca y yo la sorbo antes de retroceder hasta encontrar el cabecero y
desplomarme contra él. Joder, estoy sudando.
Llaman a la puerta y Pearl entra con una bandeja, trayendo mi entrega diaria de té y
tostadas. Es todo sonrisas.
Hasta que ve a Brad.
Se pone rápidamente al otro lado de la cama, gruñendo su saludo, y Pearl se recoge
rápidamente.
―Esther envió té y tostadas.
Mis ojos saltan de Pearl a Brad, feliz por la distracción de mis dolencias.
―Gracias ―murmuro mientras Brad patea la alfombra, con las manos hundidas en los
bolsillos y la mirada baja.
―Bienvenido. ―Ella sonríe y lo desliza sobre la mesita de noche―. ¿Cómo te sientes?
―Como si me hubieran disparado. Dos veces.
Sonríe torpemente. No tiene nada que ver conmigo. Es Brad. Pearl y Anya llevan cuatro
semanas entrando y saliendo de mi habitación trayendo té, tostadas, agua, lo que mande
Esther. Ambas se han adaptado bien. Ambas son todo sonrisas.
―Mejor ―añado―. Me siento mejor. ―Miro la tostada. Mantequilla. Creo que debo
haber perdido seis kilos de músculo―. Pásame una rebanada ―digo.
―Estás sentado ―dice Pearl, poniendo unas rebanadas en una servilleta y colocándola
sobre mis muslos.
―Sí, y no debería. ―Beau lanza a Brad otra mirada asesina, sin que él se dé cuenta, con
la atención aún puesta en sus zapatos de vestir.
―Tengo tarta ―declara Anya, entrando a toda prisa, de nuevo toda sonrisas. A
diferencia de Pearl, su sonrisa se mantiene a pesar de la presencia de Brad―. ¿Cómo se
dice. . . ¿Limon ro..? —Mueve las cejas.
―Rociado ―termino para ella, señalando mi regazo―. Cárgame.
Coge el trozo más grande y lo coloca junto a mi tostada.
―Necesitas grasa.
―Estoy de acuerdo ―digo, optando primero por la tarta, envolviendo con la boca el gran
trozo y tarareando mi felicidad. Azúcar. Dios, qué rico. Beau sonríe, encantado de verme
comer.
―¡Estás sentado! ―grita Rose, corriendo hacia la cama y cogiéndome las mejillas con las
manos, aplastándome el pastel en la boca. Oigo reír a Beau mientras sigue revolviendo la
cama, doblando mantas, arreglando cortinas, quitándome las migas del regazo. Rose me
mira a la cara―. Necesitas un corte de pelo. ―Me tira de la barba y yo la aparto de un
manotazo, sonriendo con cariño a su barriga cada vez más grande mientras mastico el
pastel.
Danny entra, informal, trajeado, con las manos en los bolsillos. Miro a Brad. Al traje. A
Danny. Traje.
Nolan entra, todo sonrisas.
Traje.
¿Qué ha pasado? Todos han sido informales cada vez que han pasado por aquí.
Informales y relajados. De hecho, toda la casa tiene un aura diferente. Es como los breves y
fugaces momentos que todos hemos compartido en Santa Lucía, pero en Miami. Y durante
bastante más tiempo que antes. Puedo sentirlo, incluso medio muerto desde mi cama.
Me chupo la punta de los dedos mientras Danny se acomoda en una silla, con una sonrisa
leve. Relajada.
―Necesitas un corte de pelo ―le digo, incitándole a pasarse una mano por el cabello
oscuro que ya no le hace cosquillas en la nuca, sino que descansa sobre ella.
―Bueno, mi mujer tiene un nuevo salón, así que eso no debería ser un problema en el
futuro.
―¿Oh? ―Miro a Rose, y ella se encoge de hombros con una sonrisa disimulada.
―He enviado a las chicas a la escuela de belleza para que terminen los cursos que
empezaron ―declara, sonriendo con cariño a Anya y Pearl―. Y una vez que este bebé salga
de mí, iré a la escuela de negocios.
Lanzo una discreta mirada a Danny, que se acaricia los labios pensativo. No puedo
imaginarme que le esté encantando la idea.
―Y yo que pensaba ayudar a Brad en el club ―declara Beau de sopetón.
¿Cómo?
Le dirijo a Brad una mirada sombría. Así que eso es lo que ha estado pasando mientras
estoy en reposo, ¿verdad? ¿Atrayendo a mi prometida con un trabajo en nuestro centro de
lavado?
―Yo no...
―A menos que quieras que siga contrabandeando tus armas, claro ―añade
despreocupada, mirándome de reojo.
―Creo que esta es una conversación que deberíamos tener en privado. ―Agarro más
tarta y me la meto en la boca antes de gritar un sonoro ¡no!
―Pasando, pasando. ―Esther se une a nosotros en la habitación―. Estás sentado.
―Estoy sentado ―murmuro entre dientes, sosteniendo mi tarta y asintiendo con la
cabeza. La mujer sabe cocinar.
―¿Alguien ha dicho tarta? —Otto entra, seguido de Ringo y Goldie.
Todos en trajes.
―¿Cuándo nos vamos a Santa Lucía? —pregunta Brad, rompiendo su silencio pero
manteniendo la atención dirigida a su lado de la habitación.
―Creía que odiabas la falta de acción. ―responde Beau con timidez, mordisqueándose
el labio mientras me llena el agua.
―Quizá también encuentres un hotel Four Seasons en Santa Lucía. ―Pearl sonríe
sarcásticamente, todo el mundo se calla y Brad frunce el labio.
―Vaya, vaya ―canta Doc, apareciendo entre la creciente multitud en mi habitación―.
¿Cómo está mi último paciente?
―Tengo hambre ―digo, cogiendo una tostada y envolviéndola con la boca. No tengo
suficiente.
―¿Cuándo tomaste analgésicos por última vez?
―Ahora mismo ―le digo mientras me toma la tensión.
―Bien, bien. Tenemos que empezar a ponerte de pie, James.
Giro lentamente los ojos hacia Beau. Está mirando a Doc con el ceño fruncido.
―Sí, Doc ―digo obedientemente, terminando mi tostada.
―¿Quieres más? ―pregunta Pearl, sirviéndome de todos modos.
―Hola, tío James. ―Daniel entra en la habitación con una raqueta en la mano, seguido
por los vikingos. Y León y Jerry.
―¿Hay una fiesta y nadie me lo ha dicho? ―pregunto en mi abarrotada habitación.
―Es el cumpleaños de Brad ―declara Rose.
―No me digas.
―Mierda. ―Brad pone los ojos en blanco cuando Zinnea irrumpe en medio de todos.
―¡Feliz cumpleaños! ―canta, agarra a Brad y le planta un beso en la mejilla.
―Treinta y cinco hoy ―dice Danny, mirando entre él y Pearl, al igual que yo. Y Rose. Y
Beau. Incluso encerrado en esta habitación, soy plenamente consciente de la situación. Sin
embargo, Brad parece empeñado en ignorarlo. Probablemente sea prudente. Joder, ¿catorce
años? Es una exageración, pero es lo suficientemente mayor como para ser su padre. Y tal
vez eso es parte del problema.
Danny se aclara la garganta y se levanta.
―Tenemos una reunión con Sandy.
¿Qué?
―¿Aún no te has ocupado de eso? ―Pregunto.
―Queríamos a nuestro copiloto ―añade Brad―. ¿Te apuntas?
―Sí, me apunto. ―Necesito un cambio de aires. Algo que me haga olvidar este dolor―.
Dame cinco minutos y estaré listo. ―Miro alrededor de la habitación a la infinidad de gente,
literalmente cada miembro de esta jodida familia―. Estoy desnudo bajo estas sábanas.
Las chicas se dispersan como hormigas, todas menos Beau, por supuesto, y los hombres
se marchan despreocupadamente hacia la oficina. Retiro las sábanas y muevo las piernas a
un lado de la cama.
―¡No! ―Beau se pone delante de mí, inflexible en su postura.
Me inclino hacia delante y entierro la cara entre sus tetas cubiertas por la camisa,
impregnándome de su olor natural.
―James ―suplica, sujetándome la cabeza―. Es demasiado pronto.
―El doctor dijo que necesito ponerme de pie. ―Levanto la vista hacia ella―. Estoy
bajando a la oficina, Beau, eso es todo.
―Tener una reunión con un hombre que envió a alguien a mi habitación de hospital
mientras estaba inconsciente para matarme.
―Es agua pasada ―le digo, haciéndola reír a carcajadas―. No bromeo. ―He pensado
en esto sin parar. Nunca seré su mejor compañero, pero tengo que aceptar que ha hecho
movimientos, compartido información, que nos ha llevado hasta el final. Algunos agujeros
de bala para arrancar, pero estamos en el final―. Se acabó, Beau ―susurro―. Ahora nos
toca disfrutar de la luz.
Ella niega con la cabeza pero sonríe, alisándome la cara.
―Estás a punto de bajar a negociar un trato por unas armas.
Ambos aceptamos hace tiempo que ésta es nuestra vida. Sólo tenemos que hacerlo lo más
fácil posible, y eso es lo que estamos haciendo. Poniendo el listón. Defendiendo el listón.
―Nos hemos levantado ―susurro―. No podemos caer.
Sus ojos miran los míos y baja los labios para besarme suavemente. Delicadamente. Es el
beso más suave que hemos compartido nunca.
―Vamos ―dice alrededor de mis labios―. Antes de que surja algo más.
Me sacudo con mi carcajada, siseo, hago una mueca de dolor.
―Jesús. ―Cada músculo se siente como si pudiera romperse, están tan apretados―. De
todas formas, es demasiado tarde. ―Cojo su mano y la llevo a mi ingle, y sus ojos se abren
de par en par.
―Eso definitivamente no está sucediendo.
No voy a discutir. Lo último que quiero hacer es tener sexo como un viejo. Y sólo ese
pensamiento me hace estar decidido a recuperarme. Me levanto de la cama.
―Tranquilo ―dice Beau, tambaleándose hacia atrás.
―Tengo que lavarme los dientes. ―Doy un paso. Otro―. Dios mío ―siseo con cada
movimiento, mis músculos protestan, pero nunca van a aflojarse si me quedo en la cama
pudriéndome. Atravieso el dolor. Es otro dolor que se suma a mis interminables heridas.
Pero nada comparado con la agonía de la desesperación de Beau.
Me acompaña al baño, insiste en lavarme los dientes, me ayuda a ponerme algo de
informal, sin traje, y todo el tiempo la observo, fascinado por lo claros que parecen sus ojos
oscuros.
Me esfuerzo por levantar los brazos cuando me ayuda a ponerme la camiseta.
―Estás demasiado delgada ―reflexiona mientras me baja la prenda por el torso. Se
detiene ante las vendas que cubren dos nuevas heridas de bala.
―Puedo engordar ―le digo, obligándola a mirarme. Nos quedamos mirando durante
mucho, mucho tiempo. No sé qué estoy buscando. ¿Señales de que no está bien? Porque,
¿cómo coño va a estarlo después de todo lo que ha pasado? Su madre, joder. Todo este
tiempo, su madre. Si hay algo en lo que he pensado mucho durante mi convalecencia
forzada, es en su madre.
―Era el día de paga que necesitábamos para nuestra jubilación. Realmente no esperaba
una reacción de proporciones tan monumentales. Se suponía que nadie de la finca iba a
quedar vivo. Era dinero fácil. ―Masacrar a mi familia había sido por dinero fácil. Ella jugó
bien el juego. Siempre supe que Jaz Hayley sabía quién era yo. De dónde venía. Lo que había
hecho. Después de «morir» en la explosión la noche que salvé a Beau, ella como El Oso
nunca pudo revelar que sabía quién era El Enigma. Porque sólo Jaz Hayley sabía quién era
El Enigma. Tenía que mover sus piezas con precisión y cuidado si quería mantener en
secreto su verdadera identidad. De ahí la caja de seguridad. Ella ideó un plan para que la
caja se viera comprometida y mi identidad fuera expuesta sin arriesgarse a que la suya
fuera descubierta.
Cada vez que lo he pensado, he querido gritar. He querido matarla. Lentamente. Odio
que Beau llorara la muerte de su madre tanto tiempo. Odio que ella siempre tendrá en su
conciencia matar a su propia madre. Debería haber sido yo. Pero luego considero lo que la
venganza le hizo a mi alma, y lo negra que se volvió. Gracias a Beau, el odio ya no me
domina. Ella me liberó. Me permitió levantarme.
Así que, realmente, tenía que ser Beau quien acabara con El Oso.
Además, tuve que acabar con La Serpiente y un sinfín de irlandeses de mierda, así que
supongo que estamos en igualdad de condiciones.
Beau siente mi pecho y sus mejillas se iluminan. Le cojo la mano, me la llevo a la boca y
le beso el anillo.
―Estoy bien ―susurra sintiendo mi pecho, el color de sus mejillas parece aumentar por
momentos.
Ella está bien.
Por fin.
Beau me lleva a la cama, me sienta y me pone las zapatillas. Una vez en el pasillo, siento
aún más la paz que irradia la casa.
Nuestro paseo hasta la oficina es lento, pero a cada paso, mis músculos ceden un poco
más y el esfuerzo disminuye.
―¿Vale? ―me pregunta mientras subimos las escaleras, mirándome.
―Vale ―respondo, adorando al atento Beau. Cuidando de mí. Nunca fue algo que
consideré que podría ser. Podría aceptar. Pasará un tiempo antes de que vuelva al gimnasio,
pero estoy dispuesto a dar pequeños pasos, tomarme mi tiempo y emplearlo sabiamente con
Beau.
Cuando llegamos al despacho de Danny, ella empuja la puerta y todos miran hacia mí.
Hago un gesto hacia mi atuendo informal.
―Es lo mejor que hay ahora mismo.
Beau me ayuda a tumbarme en el sofá. Estoy mucho más suelto. Podría haberlo hecho
yo, pero le sigo la corriente. Ser mi madre le sienta bien, y solo pensarlo me hace sonreír.
―Sé amable con él ―bromea, inclinándose y dejándome caer un beso en los labios―.
Compórtate.
―Sí, señora. ―También es sexy de cojones. Tiene que irse antes de que abandone esta
reunión y la lleve arriba. Al diablo con el viejo―. Vete ―le ordeno.
Sonríe y se marcha, y mis ojos siguen su culo hasta que la madera se interpone entre
nosotros. Hago un mohín, sonriendo para mis adentros, pensando en todo el sexo de
reconciliación que me espera. Más. Volverá a pedirme más.
―¿Hola?
Parpadeo y miro a mi alrededor. Todos me miran.
―Tráeme una copa ―digo, señalando la botella llena de vodka que hay sobre el mueble.
Goldie obedece y me pone rápidamente un vaso en la mano. El primer sorbo. El puto
paraíso. Sacudo la cabeza con una mueca cuando Brad me ofrece un cigarrillo―. ¿Cuál es
el plan? ―Un periódico aterriza delante de mí, la noticia de portada bastante. Lo cojo y leo
el artículo de Natalia Potter que detalla la trágica muerte del detective Collins a manos del
ex mafioso ruso del KGB Marek Zielińska. Otro periódico cae encima. Otra convincente
historia de portada. Oliver Burrows. Un héroe, asesinado en acto de servicio por una agente
corrupta del FBI a la que daban por muerta. La cara de la madre de Beau está junto a la de
Burrows―. ¿Beau ha visto esto? ―Pregunto, mirando la fecha. Hace dos semanas.
―Sí, ella lo ha visto ―dice Danny―. De hecho, se reunió con Natalia Potter y se aseguró
de que todos los detalles eran exactos.
Levanto las cejas, leyendo el informe condenatorio a su madre. Cierre. Vale, parece que
no he sabido dónde ha estado Beau las veinticuatro horas del día.
―He conseguido retrasar la segunda entrega de Chaka ―dice Danny, llamando mi
atención mientras saca un paquete de Marlboro del bolsillo y se lo enciende―. Los
mexicanos no están contentos con nosotros.
Doy un respingo, sabiendo lo que eso significa. Puede que hayamos perdido un oso y un
zoo, pero siempre hay otro enemigo para sustituir al anterior―. Y Sandy quiere armas.
―Gracias a Dios ―dice Brad―. El búnker está a reventar.
Sonrío, saboreando otro sorbo de vodka mientras suena el teléfono de Danny y lo mira.
―A ver cuántas quiere. ―Contesta y le da instrucciones a Bud para que lleve a Sandy a
la oficina antes de colgar y tomar asiento en su escritorio, relajándose hacia atrás. Y la
oficina se queda en silencio hasta que llaman a la puerta.
Me preparo para los sentimientos asesinos que están a punto de descender cuando se
abre, pero cuando entra en el despacho, no siento... nada.
―Buenas tardes ―dice, dando a todos un momento de sus ojos―. ¿Están todos aquí por
mí?
―Somos famosos por nuestra hospitalidad. ―Danny sonríe alrededor de su cigarrillo―.
¿Por qué no toma asiento? ―Le señala la silla de enfrente―. ¿Una copa?
Sonrío alrededor del borde de mi vaso, sintiendo también la diversión de los demás. ¿El
Británico siendo tan hospitalario? Es una novedad.
Sandy toma asiento y me saluda con la cabeza. Yo le devuelvo el gesto, aceptando en
silencio su rama de olivo.
―Mi negocio está fuera del estado ―dice, yendo al grano.
―¿Estás diciendo que te vas de Miami? ―Danny sigue la pista de Sandy.
Sonríe.
―No creo que esta ciudad sea lo bastante grande para nosotros dos. ―Me mira―. O
para tres.
―Cuatro ―gruñe Brad desde el sofá, haciendo que Goldie suelte una risita.
―No lo es ―confirma Danny―. Así que llevarás las armas que nos compres a... ¿dónde?
―Muchos serán enviadas a casa. Algunos se quedarán conmigo en Nueva York.
―¿Nueva York? ―Danny reflexiona―. Los italianos tienen Nueva York.
―Estoy a favor de los italianos sobre El Británico. ―Sus cejas se levantan―. Además, los
mexicanos están en deuda conmigo. Puedo asegurarme de que no te molesten.
―Interesante―. ¿Hablamos o no?
Danny me mira.
Vuelvo a beber de un trago. Nueva York está bastante lejos de mí, lo que significa que
Miami es nuestra y solo nuestra.
La normalidad parece cada vez más probable. Asiento a Danny cuando se abre la puerta
del despacho y entra Rose, levantando la vista. Se queda paralizada.
―Mierda, lo siento ―suelta, retrocediendo―. Puede esperar.
―¿Todo bien, cariño? ―Danny pregunta, levantándose de su silla.
―Sí, olvidé que tenías una reunión. Es sobre... ―Hace una pausa, sus ojos caen y parece
palidecer.
―¿Rose?
Sonríe. Es forzada.
―Puede esperar. Siento haberte molestado. ―La puerta se cierra rápidamente y miro a
Danny. Su ceño está tan fruncido como el mío.
―Estaré en contacto ―le dice a Sandy, sin apartar los ojos de la puerta―. Len te
acompañará.
ejé que Len se encargara de la puerta y subí las escaleras de dos en dos. Vi su cara.
Todos en esa oficina vieron su cara. ¿Qué coño está pasando? Avanzo a toda
velocidad por el pasillo, con paso rápido y decidido, y me abro paso hasta nuestro
dormitorio.
―¿Rose? ―Llamo, escuchando.
Oigo un ruido en el baño. Pruebo la manilla. Está cerrada. Mi pecho empieza a bombear.
―Rose ―llamo a través de la madera, con la oreja pegada a ella, escuchando.
―Ya voy ―chilla.
Miro a la puerta con incredulidad.
―Abre la puta puerta.
―Estoy bien.
―Abre la puta puerta, Rose ―grito, el estrés se apodera de mí. Me está insultando, joder.
Miro por encima del hombro cuando oigo movimiento y veo a Brad y James en la habitación
conmigo―. Se ha encerrado en el puto baño ―les digo, golpeando la madera con el
puño―. ¡Abre la puta puerta!
―Danny ―dice Brad, pacificador, acercándose a mí, dejando que James le siga a paso
más lento, mientras una horrible sensación me cala hasta los huesos.
―¿Qué está pasando? ―Beau irrumpe en la habitación, mirando entre todos nosotros―.
¿Dónde está Rose?
―Está ahí dentro. ―Vuelvo a golpear la puerta―. Lo has visto, ¿verdad? ―Miro a
Brad―. Su cara. La viste, ¿verdad?
―Parecía... ―Brad mira a James en busca de ayuda. No puede ayudarle. James también
vio su cara. Estaba asustada.
―¿Es el bebé? ―pregunta Beau, con la mano sobre la boca. Mi estrés se dispara cuando
Beau se acerca también a la puerta, llamando con un poco más de suavidad que yo―. Rose,
vamos ―me suplica―. Abre la puerta.
Rápidamente recojo a Beau y la coloco a un lado, y luego golpeo la madera con el hombro.
Se abre con un breve grito de protesta y aparece Rose. Sentada en un rincón, acurrucada,
con la cara entre las rodillas. Dios mío. Mis ojos se posan naturalmente en la baldosa,
buscando sangre. No de cortes, sino de...
No puedo decirlo. Me acerco corriendo y me agacho, intentando apartarle las manos de
la cara. Se balancea de un lado a otro, su espalda golpea la pared constantemente.
―Rose, cariño, por favor. ―Le aparto las manos. No hay lágrimas. En realidad, no hay
nada. No hay expresión. No hay expresión, no hay nada.
Me desconcierta. Nos desconcierta a todos, la habitación se queda en silencio mientras le
alejo las manos de la cara, buscando algo. Cualquier cosa que me diga a qué me enfrento.
―Rose, cariño, por favor, háblame.
Ella inhala, tan tranquila.
―Ese hombre ―dice en voz baja, elevando la tensión en la habitación a niveles
insoportables, así como el estrés que ya está hirviendo. Sus ojos están vacíos mientras mira
fijamente sus rodillas. Su rostro inexpresivo. Su cuerpo duro, como si hubiera surgido una
barrera. Entonces me mira y yo retrocedo―. Me violó cuando tenía catorce años.
Caigo de culo mientras las inhalaciones de asombro de todos parecen succionar todo el
aire del baño, haciendo imposible respirar.
―No ―susurro, echándome hacia atrás, intentando poner distancia entre nosotros.
Beau llena ese espacio donde yo no soy capaz, cayendo de rodillas y cogiendo las manos
de Rose. Rose la mira sin comprender.
―Lo hizo, Beau ―dice, con el piloto automático―. Vino a mi habitación. ―Sus ojos se
cierran con fuerza. Intenta contener los flashbacks. Me pongo en pie, con el sudor
cayéndome por la frente.
―Danny ―dice Brad con calma, cogiéndome del brazo. Me encojo de hombros, mirando
a mi mujer en el suelo luchando contra su pasado. Tengo que saberlo. Tengo que saberlo.
Voy hacia ella, agachado, pero no la toco. No puedo. Ahora mismo mis manos sólo son
capaces de matar. No de suavidad.
―¿Podría ser el padre de Daniel? ―Pregunto, frío.
Beau me dirige una mirada atónita mientras Rose abre los ojos y me mira. No contesta.
No hace falta.
Me levanto despacio, cada músculo se flexiona involuntariamente, el monstruo que llevo
dentro se levanta. Ni siquiera se molesta en decirme que no me vaya. Me doy la vuelta y me
alejo, ardiendo por dentro, con la vista nublada por la rabia que me consume. Y Rose no
intenta detenerme.
―Danny. ―James me alcanza. Es inútil. Un ciclón no podría detenerme, y mucho menos
El Enigma a media maldita fuerza.
―James ―dice Beau, advirtiéndole.
Sé que no me escuchará.
Camino por la casa como si la presión me fuera a hacer saltar la cabeza de los hombros,
Brad y James gritando detrás de mí, sacando a todo el mundo de lo que sea que estén
haciendo por la casa. Mamá sale de la cocina, secándose las manos en un paño de cocina.
Esos putos paños de cocina. Abro la puerta de un tirón y bajo los escalones.
―¿Cuál? ―grito sin obtener respuesta. Me giro junto a los coches―. ¿Qué puto coche?
―Grito, con los pulmones agotados y el cuerpo temblando.
―Primero ―dice Ringo, lanzándome un juego de llaves. Las cojo y voy directo al
maletero, abro y saco la primera pistola que tengo a mano.
―¡Joder, Danny, espera! ―Brad grita.
Salto y derrapo, mirando por el retrovisor. Brad está como loco, en la cara de Ringo,
dándole puñetazos a su traje. James camina tranquilamente hacia el siguiente Mercedes.
Enciendo las luces al acercarme a las puertas y Bud las abre. Paso. Despacio en la entrada.
Miro a ambos lados.
No tardo mucho en decidir en qué dirección voy. Giro el volante a la derecha y piso el
acelerador en dirección a la ciudad. Enciendo el equipo de música. Me rio cuando Frankie
empieza a cantarme Relax. Enciendo un cigarrillo. Me concentro en la carretera,
adelantando coche tras coche, con una conducción suave y tranquila pero jodidamente
rápida.
Veo su Bentley más adelante. Doy otra larga calada al cigarrillo, lo saco por la ventanilla
abierta, recojo mi pistola del asiento del copiloto y la apoyo en el regazo. Adelanto a un
último coche y me pongo detrás de Sandy, encendiendo las luces. Él empieza a reducir la
velocidad. Señal.
Se detiene a un lado de la carretera y se baja, mirándome. Me escabullo con calma, pistola
en mano, y camino hacia él, levantando el brazo, observando cómo su rostro cae en la
confusión.
Aprieto el gatillo, pero el coche que chirría por detrás me pilla desprevenido y me giro,
aflojando el dedo. No es Brad ni James ni ninguno de mis hombres.
Rusos.
Por primera vez desde que dejé a Rose en el baño, la niebla se disipa. Miro a un lado y a
otro entre Sandy y los otros hombres, rodeado.
En inferioridad numérica.
Todos levantan sus armas al mismo tiempo, como si Sandy hubiera pulsado el botón de
arranque de sus hombres. Inhalo. El tiempo se ralentiza, mi cerebro se ralentiza con él.
El primer disparo me alcanza en el brazo, haciéndome caer de espaldas sobre el capó del
coche. El segundo en el muslo. El tercero en el hombro. Me tumbo de espaldas sobre el capó
del Mercedes, mirando al cielo azul, preguntándome... ¿es esto?
¿Me ha matado mi falta de control?
Siento la punta de una pistola clavándose en mi frente.
Inspiro.
Cierra los ojos.
¡Bang!
―¡Estúpido, estúpido de mierda! ―James gruñe.
Mis ojos se abren de golpe, justo a tiempo para ver su rostro furioso antes de que me tire
al suelo.
―Joder ―me ahogo.
―¿Te duele? ―James pregunta, su propia cara se tuerce mientras se levanta y mira por
encima del techo, disparando.
―Un poco. ―Mucho, joder.
―Bien.
Se levanta una columna de polvo y Brad se desliza por el lateral del coche, uniéndose a
nosotros.
―Estúpido, estúpido de mierda. ―Se levanta, dispara, y se deja caer de nuevo sobre su
culo a mi lado―. Si salimos vivos de esta, estás muerto.
Otto vuela por la parte trasera del coche y aterriza a mis pies. Espero a que me diga algo
amable. No necesita palabras; su mirada dice lo suficiente, pero habla de todos modos.
―Si tú mueres, yo muero.
―Es muy honorable por tu parte ―resoplo, intentando levantar el arma. No puedo. Mi
brazo está muerto.
―No es honorable, hijo. Sólo una amenaza muy real de tu madre.
―La buena de mamá ―bromeo, mis pies resbalan por toda la piedra mientras intento
levantarme―. ¿Dónde coño está? ―Pronto vuelvo a caer de culo cuando las balas
empiezan a golpear el lateral del coche.
―Conduciendo hacia la puesta de sol. ―James se echa hacia atrás, mirando al cielo,
exhausto. Dolorido. Estoy con él.
―¿Se escapó? ―Susurro, soltando el arma mientras Otto se levanta y se deshace de los
últimos hombres―. ¿Por qué coño le has dejado escapar? ―grito, arrastrándome y
poniéndome de pie, observando cómo su Bentley se aleja cada vez más―. Tiene que morir.
―Y tengo que ser yo quien lo mate. Le arrebato la pistola a Brad y salgo a la carretera,
disparando bala tras bala, gritando.
―¿Qué coño, Danny? ―Brad me quita la pistola de la mano y se levanta en mi cara,
furioso―. ¿Tenemos que morir todos también?
Le empujo y vuelvo a mi coche, listo para salir en su persecución. A la mierda con esto.
No voy a volver con mi mujer hasta que ese violador esté muerto.
Me dejo caer en el asiento. Y soy rápidamente expulsado, siendo arrastrado y arrojado al
suelo. Miro a James.
Corrección.
Miro hacia El Enigma.
Y no parece estar ni mucho menos a medio gas. Levanta el dedo y tuerce los labios.
―No me obligues a patearte el culo herido por toda la autopista, Black ―advierte―. Nos
ocuparemos de esto en otro momento. Cuando tengamos una puta oportunidad de salir
vivos del otro lado. Ahora entra en el puto coche.
―Imbécil. Me metí en el puto coche. Acabas de sacarme del puto coche.
―¡Entra en el puto coche!
Hago lo que me dicen.
No porque tenga miedo.
Sino porque tiene razón.
¿Y de qué coño les servimos a nuestras mujeres si estamos muertos?

― ―dice Goldie mientras me arrastro escaleras arriba.


Resoplo.
―Necesito ver a mi mujer.
―Estás sangrando por todas partes.
―No me digas. ―Y el dolor. Que me jodan, el dolor―. ¿Dónde está?
―En tu despacho.
Beau sale volando de la cocina, con la cara como un trueno, hasta que me ve
prácticamente arrastrándome.
―Mierda, Danny.
―Estoy bien.
―Que alguien traiga a Doc ―grita, corriendo hacia la puerta―. ¡Por el amor de Dios!
―Sale, deslizando su cuerpo bajo el brazo de James mientras él forcejea―. Estoy tan
jodidamente lívida ―gime, mirándome a los ojos, asegurándose de que sé que también estoy
en su lista de mierda.
Miro por el pasillo hacia la oficina. Luego mi maldito cuerpo.
―Joder ―resoplo, apretándome el costado mientras cojeo hacia allí, sintiendo a Brad
dos pasos por detrás, listo para atraparme cuando me desplome. Esta vez sí que me he
jodido. No me derrumbaré. No hasta que llegue a Rose. Cojo la manilla, dejando sangre por
todo el pomo brillante, y empujo la puerta para abrirla.
Levanta la vista del sofá. Me mira. Traga saliva. Ella sabía el resultado de esto.
Excepto que no lo hace.
Se levanta y se acerca a mí, observando mi cuerpo herido, la sangre y los agujeros de
bala. Le tiembla el labio.
―No llores, cariño ―le digo con voz ronca, tambaleándome un poco hacia delante, un
poco mareado. Me coge y me baja al sofá, palpándome la chaqueta y la camisa, buscando
los agujeros de bala―. Doc está de camino ―le aseguro.
Ella asiente, levantando lentamente sus ojos hacia los míos.
―¿Está muerto?
Me entretengo. Trago. Respiro profundamente y uso mi última energía antes de
desmayarme.
―Sí.
e estoy asfixiando. En este traje, en esta habitación.
―Deja de moverte ―respira Danny a mi lado metiéndose en su propio
esmoquin―. Parece que te lo estás pensando.
―Lo estoy ―admito.
―¿Qué coño? ―Brad se acerca, poniendo su oreja más cerca de mí―. ¿Dijiste lo que
creo que acabas de decir?
―Sí, él lo dijo ―confirma Otto, lanzándome una mirada asquerosa―. ¿Qué demonios
quieres decir con que tienes dudas?
―Somos felices como estamos. ―Me siento como un tonto, sobre todo porque fui yo
quien presionó por esto todo el tiempo. Pero entonces, necesitaba que me tranquilizaran.
Ahora no lo necesito. Necesitaba una luz que seguir. Ya no necesito seguir la luz.
Simplemente está... ahí.
―Chúpate esa. ―Danny sonríe, sus ojos azules brillan―. Es emocionante jugar con la
muerte todos los días.
―Hablando de jugar con la muerte ―dice Otto.
―¿Qué? ―pregunta Danny, buscando rápidamente a su madre.
―No me gusta que tu madre lo haga todo en casa.
Danny se echa a reír y le ofrece la mano a Otto.
―Si puedes convencerla de que deberíamos tener un ama de llaves, puede que empiece
a aceptar esta mierda entre ustedes.
Otto resopla.
―Como si tuvieras elección. ―Ignora la mano de Danny y se coloca a mi lado.
Miro hacia delante, muy nervioso, y me encuentro cara a cara con Lawrence. Sacudo la
cabeza, observando sus ropas de pastor. Se ha tomado muy en serio lo de ordenarse.
―¿Estás listo? ―pregunta.
―No.
Su nariz se arruga.
―¿El gran asesino aterrador asustado por unos votos matrimoniales?
Los chicos se ríen y mi sudor estresado aumenta. Soy patético.
―¿Cómo has hecho esto dos veces? ―Le pregunto a Danny seriamente.
―Mucho whisky. ― Saca una petaca y me la da, antes de sacar otra para él y dar un
trago―. Bebe.
Lo hago, y es jodidamente glorioso, los demás también sacan petacas. Siento un golpecito
en el hombro y miro hacia atrás.
Pearl sostiene una rosa blanca.
―Te has olvidado el ojal. ―Me obliga a girarme y empieza a juguetear con la chaqueta
de mi traje.
―Estás preciosa ―le digo, no sólo por decir algo, sino porque realmente lo está.
Sonríe mientras trabaja.
―Gracias.
―Sí, preciosa ―dice Danny, señalando con la cabeza su vestido de satén verde
esmeralda―. ¿Verdad, Brad?
Todas las miradas se vuelven hacia Brad. Tiene el ceño fruncido. Lo normal cuando Pearl
está cerca.
―Encantadora ―gruñe, dándole la espalda. ¿Qué coño ha pasado entre estos dos? Se
odian, joder. Pero... no.
―Ya está. ―Me da una palmadita en el bolsillo y se acomoda la peineta enjoyada que
mantiene un lado de su cabello rojo fuera de su cara―. Ya estás listo.
―¿Lo estoy? ―Me rio, mirando a Lawrence de nuevo, justo cuando jadea, fuerte y
dramático, muy a lo Lawrence.
―Oh, aquí viene.
―Joder ―respiro, incapaz de mirar atrás.
―¡Música, por favor!
Me quedo con la boca abierta cuando empieza a sonar Strong, de London Grammar, y
me giro antes de darme cuenta, buscándola.
―Oh, Jesús. ―Ella flota. Flota, joder. Así de ligera es. Me trago el nudo de la garganta y
me limpio los ojos, abrumado por... todo. Ella, yo, esto, los sentimientos que me abruman.
No le quito los ojos de encima. No puedo.
Tampoco puedo esperar a que Goldie me la traiga, así que me abro paso entre los
hombres, voy hacia ella y me reúno con ella a mitad del pasillo. Su cabeza se inclina
interrogante cuando me agacho y la levanto.
―¿Qué haces? ―pregunta.
―Llevarte a la luz. ―Me acerco, dispuesto a besar ya a mi novia, tarareando cuando mis
labios rozan los suyos.
Hasta ahí llega nuestro beso.
―Oh, mierda ―grita Rose, ganándose la atención de todos los presentes. Su vestido
plateada se tensa sobre su barriga y su larga melena descansa sobre ella. Danny mueve la
cabeza entre su mujer embarazada y nosotros―. No pasa nada ―declara ella, agitando una
mano con displicencia―. Estoy bien.
Esther, con un aspecto increíble en un vestido escarlata, se pone al lado de Rose,
susurrándole algo al oído. Rose sonríe con fuerza, su cuerpo definitivamente doblándose
un poco.
―Está de parto ―susurro, poniendo a Beau en pie.
―No, no lo estoy. ―Rose se ríe―. Braxton Hicks.
―Mamá, por favor. ―Daniel pasa de ella y va directo a Danny―. Rompió aguas en el
baño esta mañana. ―Mira a su madre―. Me hizo prometer que no lo diría―.
Beau se separa de mí y va hacia Rose, que la aleja.
―Cásate ―le ordena.
―¿Dónde está Doc? ―Danny pregunta, yendo hacia Rose, levantándola.
―¡No! No me iré de aquí hasta que Beau sea la Sra. Enigma. ―Ella prácticamente gruñe
en la cara de Danny―. Haz que suceda.
―Cásate ya ―ordena Danny, moviendo la cabeza hacia Lawrence. Luego sonríe, grande,
cursi y falsa―. Por favor.
―No puedo creer que ella vaya a nacer ahora ―dice Beau, tirando de mí hacia su tío―.
Puedo decir que va a ser torpe como su padre.
Miro fijamente a Beau, desconcertada, sintiendo que Danny y todos los demás hacen lo
mismo.
―¿Ella?
Los ojos de Beau se abren de par en par.
―Yo no he dicho eso.
―Sí ―dice Danny, caminando hacia adelante, con Rose sobre sus brazos―.
Definitivamente dijiste ella. ―Mira a una tímida Rose―. ¿Ustedes dos saben lo que estamos
teniendo?
Silencio. Rose mira a Beau con los labios estirados. Beau parece apenada.
―¿Y bien? ―Danny presiona.
¿Una niña? Que me jodan, como si esta familia necesitara una niña.
―A este paso nos van a superar en número ―murmura Brad, mirando a Pearl pero
apartando rápidamente la mirada cuando ella le llama la atención.
―Respóndeme, Rose ―exige Danny.
―Bueno, verás... ―Se muerde el labio. Luego le grita en la cara, haciéndole tambalearse
de nuevo hacia Ringo, que rápidamente lo estabiliza―. ¡Oh, mierda, Danny! ―brama,
resoplando y jadeando―. ¡Date prisa!
Lawrence empieza a balbucear y yo no oigo nada.
No veas nada.
Sólo luz.
De repente sólo estamos nosotros.
―No es demasiado tarde ―susurra Beau.
Sonrío. Ya es demasiado tarde. Siguiendo a Lawrence línea por línea, recito cada una de
sus palabras, sin apartar los ojos de Beau, y luego escucho atentamente, maravillada,
mientras ella hace lo mismo, con una pequeña sonrisa de complicidad curvando sus labios.
―Puedes besar a tu novia.
Me abalanzo sobre ella, aprovechando al máximo su boca, comiéndomela viva,
levantándola de los pies, complaciéndola. Hasta que otro grito de Rose acaba con la pasión.
Beau, con los brazos alrededor de mi cuello, mira a Rose por encima del hombro.
―Debería ir a ayudar ―dice mientras Danny se lleva a Rose. Mete la mano en el bolso
que cuelga de su muñeca y saca una cajita―. Tengo esto para ti. Me la pone en la mano,
me besa y me deja de pie en el pasillo―. No lo abras hasta más tarde.
¿Está de broma? Miro hacia abajo, frunciendo el ceño mientras levanto la tapa.
Me quedo rápidamente sin poder respirar mientras miro fijamente dos líneas en la
ventanilla de un bastón de plástico blanco.
―¿Qué? ―susurro, levantando la vista, justo cuando Beau mira por encima de su
hombro, sonriendo levemente.
Y la luz, literalmente, estalla a su alrededor.
Jodi Ellen Malpas nació y creció en Inglaterra, donde vive con su marido, sus hijos y el
doberman Theo. Se confiesa soñadora despierta y siente una terrible debilidad por los
machos alfa. Escribir poderosas historias de amor con personajes adictivos se ha convertido
en su pasión, una pasión que ahora comparte con sus devotos lectores. Jodi es una de las
autoras más vendidas del New York Times y del Sunday Times, y sus obras se publican en
más de veinticinco idiomas en todo el mundo. Puede obtener más información sobre Jodi y
sus palabras en: JEM.Website

También podría gustarte