The Rising Malpas - Jodi Ellen Malpas
The Rising Malpas - Jodi Ellen Malpas
The Rising Malpas - Jodi Ellen Malpas
Créditos Capítulo 27
Aclaración Capítulo 28
Dedicatoria Capítulo 29
Capítulo 1 Capítulo 30
Capítulo 2 Capítulo 31
Capítulo 3 Capítulo 32
Capítulo 4 Capítulo 33
Capítulo 5 Capítulo 34
Capítulo 6 Capítulo 35
Capítulo 7 Capítulo 36
Capítulo 8 Capítulo 37
Capítulo 9 Capítulo 38
Capítulo 10 Capítulo 39
Capítulo 11 Capítulo 40
Capítulo 12 Capítulo 41
Capítulo 13 Capítulo 42
Capítulo 14 Capítulo 43
Capítulo 15 Capítulo 44
Capítulo 16 Capítulo 45
Capítulo 17 Epílogo
Capítulo 18 Sobre la Autora
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Cuando el famoso jefe de la mafia Danny Black y el letal asesino James Kelly unen sus
fuerzas para dar caza a un mutuo y escurridizo némesis que amenaza con destruirlos a
ambos y hacerse con el control de su ciudad, saben que van a entrar en un juego mortal.
Un juego que deben ganar si quieren vivir en paz con las mujeres que aman, lejos del
crimen, la corrupción y la muerte.
Pero la paz es una ilusión, el amor es un tormento diario y la muerte siempre les
perseguirá.
Cuando el poder empieza a escapárseles de las manos, los enemigos vuelven a surgir y
viejos demonios personales regresan para atormentarlos a ambos, finalmente aceptan que
nunca podrán abandonar su mundo si quieren seguir con vida. Así que tienen que
protegerlo a toda costa. Sin importar las consecuencias. Sin importar las pérdidas. No
importa el dolor. Deben tomar decisiones que ningún hombre debería tomar. Matar más
despiadadamente, amar más ferozmente y odiar con más rabia que nunca.
Son capaces. Están Listos.
Pero nada los prepara para los secretos que descubren y las traiciones a las que se
enfrentan. Ni para los sacrificios personales que deben hacer para resurgir.
Dos hombres.
Un objetivo.
Sin piedad.
Esto es .
.
―No, no, no ―murmuro, dándome la vuelta, intentando desesperadamente encontrar
un lugar fresco en la almohada.
―Sí, sí, sí ―responde una voz dulce y femenina.
Me quedo quieto y frunzo el ceño. Pongo mala cara. Pongo los ojos en blanco. Nunca voy
a olvidar esto. Sólo dos veces en mi vida me he emborrachado más de la cuenta. No soy yo.
Soy vulnerable bajo la influencia. En riesgo. Pero la verdad es que, si no hubiera bebido
anoche, habría ido directo al hangar, me habría subido a mi avión de vuelta a Miami, y…
Y volar toda la maldita ciudad.
Fue una idea terrible. Peor que emborracharme tanto que siento como si me hubieran
estallado varias granadas en el cráneo.
Con la cara aplastada en la almohada, escucho cómo se acerca el sonido de sus pies
descalzos caminado por el suelo. Aparece su cara, jodidamente engreída.
―Estás babeando ―susurra, inclinándose hacia mí y lamiéndome los labios.
Naturalmente, todo mi interior se enciende como fuegos artificiales y mi sangre empieza a
latir en lugar de mi cabeza. Huele tan bien. Sabe increíble. Parece el paraíso. Me animo a
meter las manos en las sábanas y me pongo boca arriba, agarrándola de la muñeca y tirando
de ella hacia mí. Pero justo cuando voy a darle un beso para que empecemos de la mejor
manera lo que sé que va a ser un día difícil, detecto una oleada de preocupación en su cara.
Me retiro.
―¿Qué pasa?
Se le inflan las mejillas, se pasa la mano por la boca y se levanta de la cama corriendo
por el dormitorio. No se molesta en cerrar la puerta, obviamente el tiempo apremia, y un
segundo después empiezan las arcadas. Hago un mohín.
―¿Estás bien, cariño? ―Le digo, arrastrándome hacia arriba, con la resaca de vuelta con
una venganza. Autoinfligida, eso sí, así que me callo. Llego a la puerta justo cuando me trae
la cena de anoche, con el cuerpo agitado y los brazos apoyados en el asiento.
―Bien ―jadea ella, sacudiéndose de nuevo, subiendo el postre.
Hago una mueca de dolor, me agacho detrás de ella, le froto la espalda y le recojo algunos
mechones de cabello.
―Definitivamente es una niña ―digo, sacando un pañuelo de papel y pasándoselo.
Inhala con fuerza y exhala aún más, se deja caer sobre el culo y vuelve a dejarse caer
sobre mí, exhausta. Retrocedo hasta encontrar una pared, llevándome a Rose conmigo, y
me apoyo contra ella, abrazándola entre mis piernas y rodeando su pecho con mis brazos.
―¿Cómo lo sabes?
―Porque sólo una mujer podría ser tan difícil. ―Me inclino hacia ella y le mordisqueo
la oreja mientras se ríe débilmente, acurrucándose en mí donde puede. Esta es mi Rose.
Tranquila―. ¿Te sientes mejor?
―En realidad no ―susurra―. ¿Y tú?
―La verdad es que no ―admito, suspirando entre sus cabellos. No sé qué decirle. No sé
qué pasará a partir de ahora. Volver a Miami siempre estuvo en nuestras planes, pero los
dos, y con los dos me refiero a James y a mí, nos sentíamos mucho mejor con «El Oso»
muerto. Tratar de resolver los negocios mientras Rose y Beau estaban a salvo era demasiado
estresante. No quiero volver a eso. Esquivando bombas, mirando por encima del hombro,
discutiendo constantemente con mi mujer.
El problema es que parece que no tengo elección en el asunto, y Rose no reacciona
demasiado bien cuando nos quitan opciones.
―¿Qué pasa ahora? ―pregunta, y duda.
Ahora, volvemos a Miami y arreglamos el puto problema. Simple. Pero simple no va a
ser fácil, no para mi salud, y definitivamente no para mi matrimonio.
―Ahora ―digo, moviendo mis manos a su vientre―, harás lo que se te dice y te
concentrarás en esto.
Sus manos se posan en las mías, rodeándolas.
―Mientras tú vuelves a la guerra ―susurra, casi aceptando la afirmación. ¿Pero qué
elección tiene? ¿Qué opción tenemos cualquiera de nosotros? Su contacto de anoche no fue
sólo una llamada de cortesía para hacernos saber que no habíamos conseguido eliminar a
nuestro mayor enemigo. Fue una advertencia.
Y el misterio se reaviva.
―Vamos ―le digo, animándola a levantarse. La rodeo con un brazo y nos dirijo a la
cocina, la siento en una silla y recojo un poco de esa mierda verde de la nevera de la que
bebe tanto últimamente. James la metió en la bebida y ahora estoy segura de que debe de
estar orinándola. Vierto un poco en un vaso y se lo paso, dejo la jarra en el suelo y miro a
mi alrededor, escuchando. Hay algo diferente―. ¿Dónde está el niño?
―Se quedó en casa de tu madre. ―Bebe un sorbo, con las cejas en alto. Sé lo que está
pensando. Está pensando que no me gustaría que Daniel me viera borracho. Tendría razón.
―¿Qué haces hoy? ―le pregunto.
―¿Mientras planeas la muerte?
Le dirijo una mirada cansada y me traigo un poco de agua y unos analgésicos.
―Rose, cariño, no quiero que te estreses.
―Oh, Danny, por favor. ―Su vaso golpea la mesa con un poco de fuerza, pero no me
preocupa que me tiren objetos rotos. Está demasiado agotada y apenas puede sostenerse en
pie, y mucho menos encontrar fuerzas para tirar cosas con fuerza. Esta enfermedad se está
alargando, pero Doc es feliz, y si Doc es feliz, yo soy feliz.―. ¿Me estás diciendo que no me
preocupe por ti? ―me pregunta.
―Sí, eso es exactamente lo que te estoy diciendo. ―Saco unas galletas del armario y las
pongo en una bandeja con mantequilla y mermelada―. Tu preocupación es en vano porque
todo va a salir bien. ―Dejo todo sobre la mesa y me siento a su lado.
―¿Por eso te emborrachaste anoche? ―Acepta el danés que deslizo ante ella y lo
mordisquea con seguridad.
―Me estaba desahogando. ―Le apunto con el cuchillo de mantequilla―. Es más barato
que romper jarrones y cuencos.
Frunce el ceño a medias mientras mastica, pero veo su remordimiento. Es una cabrona
ardiente cuando quiere, y sé que es jodidamente enfermizo que me encante su fuego. Pero
lo necesita estando casada conmigo.
―¿Qué estás haciendo? ―Pregunto de nuevo. Conversación terminada.
―Beau y yo vamos de compras, y quería pasar por el mercado y recoger algunos
ingredientes para ese curry que mencioné, pero ahora...
―¿Y ahora qué?
―Bueno, ahora... ―Ladea la cabeza, con expresión expectante―. ¿Qué estás haciendo?
Ella sabe lo que voy a hacer. Me lamo un poco de mermelada de los dedos y hundo los
dientes alrededor de un cruasán, llenándome la boca y relajándome en la silla. Sus ojos
bajan por mi pecho desnudo. Hace un mohín. Luego se inclina y me acaricia el pecho.
Observo cómo su mano recorre mi carne, la pequeña cicatriz que tengo debajo de la
clavícula.
―¿Te encuentras mejor? ―Le pregunto, con voz baja, mirándola.
Sus ojos saltan hacia los míos. Su sonrisa recatada es mi respuesta.
Me levanto rápidamente, la cojo de la silla y la pongo rápida pero suavemente sobre mi
hombro. Su chillido apenas me apuñala el cerebro.
―¿Quieres saber lo que voy a hacer? Empezaré por follarme ferozmente a mi mujer.
―La dejo caer sobre la cama, y ella empieza inmediatamente a quitarse la camiseta y a
retorcerse las bragas mientras yo me quito los bóxer de una patada. Me agarro la polla y
empiezo a ponerme duro, y Rose me mira, llevándose las manos a las tetas y
masajeándoselas. Mi mujer es una bomba sexual andante, pero nunca me había parecido
tan sexy. Sus tetas un poco más grandes, su estómago un poco más redondo, su culo cada
vez más curvado. Y la mirada en sus ojos.
La madre de mi bebé. Mantener mis manos lejos de ella siempre ha sido un reto. Ahora
es simplemente doloroso.
Me miro la polla llorosa, aprieto los dientes y subo de rodillas a la cama sin dejar de
trabajarla. Le quito la mano de un golpe, sonrío cuando arquea la espalda y me meto la teta
en la boca. Su gemido es largo y grave. Mi corazón late fuerte y rápido.
―Oh, sí ―jadea mientras le chupo el pezón, suelto la polla y subo los dedos por el
interior de su muslo, sonriendo cuando separa más las piernas.
―¿Quieres que te folle con los dedos, nena? ¿O con la lengua? ―Le meto dos dedos en
el coño y observo fascinado cómo se le contorsiona la cara y sus manos vuelan para
agarrarse al cabecero―. ¿O con mi polla grande, dura y palpitante?
―Sí ―susurra, flexionando las caderas para recibir el impulso de mis dedos―. Todo.
Todas las náuseas matutinas y las resacas están olvidadas. Al igual que, espero, joder,
todos los pensamientos sobre el sádico y enfermo cabrón que nos persigue. Me arrastro por
su cuerpo, paso la lengua por sus labios húmedos y palpitantes y le como el coño como si
fuera mi última cena.
―¡Mierda, Danny!
Sus gritos constantes me empujan, me animan, mis ojos se cierran, mi boca se vuelve
voraz.
Y justo cuando está a punto de correrse, me retiro, le doy la vuelta y la embisto con mi
polla, follándola dura, rápida y brutalmente. Mis rugidos y sus gritos se oyen en toda la isla.
Pero aun así, bombeo más rápido, muelo más fuerte, tratando de hacer desaparecer mi
pensamiento anterior.
Mi última cena.
stá chocando contra mí como un loco. Lucho por recuperar el aliento. Me ha tomado
violentamente muchas veces, me ha hecho preguntarme cuánto más de su poder
podría soportar, pero nunca antes había estado en esta situación.
Necesito que pare. Está fuera de control. Grita constantemente, sus dedos se clavan
en mis caderas, su carne golpea mi culo ruidosamente. El dolor entre mis muslos está en
carne viva. Me zumba la cabeza.
―Danny ―murmuro contra la almohada, agarrándome a las sábanas―. Danny, por
favor.
Sigue aporreando, trastornado y ajeno a mi incomodidad.
―Vamos, nena ―brama, seguido de un ladrido de placer―. ¡Vamos!
―Danny, para. ―Me ahogo con las palabras, sintiendo cómo me golpea profundamente,
tan profundamente que me duele.
―Dime cuándo, Rose.
―Danny, no puedo.
―¡Vamos, nena!
―Danny, por favor, para. ―Joder, esto duele―. Danny ―murmuro, sin aliento ni
energía para gritar, mi cuerpo flácido, a merced de su despiadada toma.
¡Para!
Y entonces siento que se sacude con una tos ahogada y se desploma sobre mí, jadeante,
sudoroso, empujándome contra el colchón, sus caderas rechinando, su semilla
derramándose dentro de mí, caliente e interminable mientras gime en mi cuello. Me quedo
quieta, completamente aturdida. Y no por las razones correctas.
―Suéltame ―digo, con la garganta ronca, sin que mi cuerpo me pertenezca. Es una
sensación que nunca pensé que volvería a tener. Una sensación vacía, hueca, de impotencia.
No siento nada. No siento nada.
―¿Rose? ―Tensa mi nombre entre sus respiraciones entrecortadas, moviéndose
ligeramente.
―Fuera. Suéltame ―le ordeno con voz quebradiza. Doy un respingo cuando se desliza
fuera de mí, dejando su semen chorreando por mi pierna.
―Cariño, ¿qué pasa?
Empujo las manos contra el colchón y me bajo de la cama, sobresaltándome cuando me
agarra de la muñeca, impidiéndome alejarme.
―Suéltame, Danny. ―Sé lo que está esperando. Espera que arremeta. Estoy demasiado
atontada. Demasiado conmocionada. Nunca me ha violado. Siempre ha buscado permiso a
su jodida manera. Vuelvo los ojos hacia los suyos y él retrocede en cuanto ve la vacuidad
de mi expresión y suelta la mano―. Te dije que pararas. No has parado. ―Me alejo,
entumecida, y me encierro en el baño. Inmediatamente abro la ducha y me meto, me invade
una sensación familiar de desapego, una coraza rota desde hace años que parece arreglarse
sola. Miro hacia abajo. No veo mi pequeño bulto.
Veo un objeto.
Trago saliva y me hundo en el suelo, arrastrando una toallita, sollozando mientras me
limpio, restregándome entre las piernas. Limpio a mi marido de mi cuerpo.
Porque hoy no es mi marido.
Hoy, es sólo otro hombre que no escuchó cuando le dije que parara.
Es la única vez que recuerdo que no se haya corrido por mí. No puedo decir que lo siento.
Una vez recuperada, salgo del cuarto de baño. La habitación está vacía y me visto en
silencio, me pongo una falda larga de color rosa y una camisa blanca sin mangas, anudando
los extremos. Me seco rápidamente el cabello, me pongo crema solar en la cara y los brazos
y me calzo las sandalias doradas. Cojo el celular de la mesilla, el bolso del respaldo de la
silla y un coletero de la cama. El lazo que se deshizo de mi cabello mientras me cogía como
a un animal. Me detengo a mirar las sábanas desparramadas y miro por encima del hombro
cuando oigo cerrarse de golpe la puerta del chalet. Se ha ido. No puede mirarme a la cara.
Bien. Yo tampoco puedo enfrentarlo.
Empiezo a tirarme de los pelos mientras me dirijo a la cocina, pero me detengo
bruscamente cuando entro y veo a Danny sentado a la mesa, vestido con una camisa blanca
y unos chinos azules, dándole vueltas al celular que tiene entre las manos. Perturbo sus
profundos pensamientos y levanta la vista, dejando de juguetear con el celular. Lo miro
fijamente a los ojos, que no son fríos ni mucho menos. Están preocupados. No sé qué decirle.
Aparto la mirada, cojo las llaves de la consola junto a la puerta y salgo.
―Rose ―me llama, viniendo detrás de mí―. Cariño, por favor, no te alejes de mí.
Mantengo el ritmo, saco el celular del bolso y marco a Beau para saber cuánto tardará.
Ni siquiera llego a mis contactos. Oigo ruedas sobre la grava y veo su Jeep amarillo
atravesando las puertas de la villa.
―Rose ―suspira Danny, rodeándome y poniéndose delante de mí. Lo esquivo y saludo
a Beau con la mano, viendo a James en el asiento del copiloto.
En cuanto se detiene, James se baja y yo ocupo su lugar, dejando el bolso sobre mi regazo.
―Buenos días ―me dice, con el cuerpo aún inclinado para que le bese la mejilla.
―Vamos ―digo, incapaz de apreciar la importancia de un momento tan sencillo, un
momento en el que Beau y yo podemos subirnos a un coche y salir a pasar el día sin que los
vikingos nos vigilen ni Danny y James se inquieten. Pero, ¿va a cambiar eso ahora?
Beau no se aparta, me mira.
―¿Aún no han hecho las paces? ―pregunta, volviendo los ojos hacia Danny. Yo también
lo miro y veo la mitad del hombre que conozco. Un hombre inseguro. Un hombre perdido.
―Rose ―murmura suavemente, sus ojos suplicantes.
Vuelvo a centrarme en la carretera y Beau por fin se aparta. Miro por el retrovisor y veo
a James con la mano en el hombro de Danny.
―¿Qué está pasando? ―pregunta Beau, dividiendo su atención entre la carretera y yo.
Sabe que esto es más que una prolongación del drama de anoche. Claro que lo sabe. Y
porque es mi mejor amiga, quiero contárselo. Y porque Danny es mi marido y no quiero
que piense mal de él, no quiero decírselo. Me pregunto si estoy exagerando. Me pregunto
si no estoy siendo razonable. Me pregunto si tengo derecho a sentir este vacío. Nuestra vida
sexual siempre ha sido colorida. Siempre ha sido muy física y a veces violenta. La naturaleza
de nuestra relación siempre lo ha dictado. Quién es Danny. Quien soy yo. Dos personas
como nosotros juntos siempre iba a ser… volátil.
¿Pero hoy?
Tal vez sean mis emociones. Tal vez mi estado de ánimo, teniendo en cuenta el reciente
bombazo. No lo sé. Suspiro y miro a mi amiga. Ella parece serena. Lo que no sé es si es una
fachada, porque Beau ya ha jugado conmigo antes. Mostrado una serenidad perfecta y
sentido una desesperación absoluta.
―¿Estás bien? ―pregunto, girándome en mi asiento para mirarla. Alcanzo sus gafas de
sol y se las quito, y ella me deja. Sabe lo que estoy haciendo. No hay señales de lágrimas. No
tiene los ojos entrecerrados por el dolor de cabeza. Perfectamente tranquila.
―No, no lo estoy ―dice, haciéndome retroceder. Me quita las gafas de sol de la mano y
se las vuelve a poner antes de apoyar los brazos en el volante―. Ninguno de nosotros estará
bien hasta que cierto alguien esté muerto, y ya que volvemos a preguntarnos quién coño es
ese cierto alguien, será mejor que nos abrochemos el cinturón.
Con estas palabras, busco mi cinturón de seguridad y tiro de él.
―¿Te has puesto crema solar? ―le pregunto, observando su brazo desnudo, donde se ve
la cicatriz. Sonreiría si estuviera seguro de que su herida es escandalosa y orgullosa, sin
ninguna razón subyacente. Como si intentara engañarnos a todos diciéndonos que está
bien.
―Sí, mamá, llevo crema solar. ―Beau hace una mueca en la carretera―. Sabes que no
me deja salir de casa sin asfixiarme con ella.
―Bien. ―Saco el celular y le envío un mensaje a Esther, preguntándole qué planes tiene
Daniel, ya que ha adquirido la costumbre de no contestarme. Luego lo dejo caer sobre mi
regazo y me froto la cabeza―. Claro que «El Oso» no podía ser el puto Perry Adams ―suelto
en el parabrisas―. ¿Y sabes qué es lo más jodidamente molesto? ―pregunto, sin darle la
oportunidad de responder―. Si hubiera sabido lo que pasaba por la cabeza de mi marido,
si se hubiera molestado en compartir algo, le habría dicho de una puta vez que Adams no
era capaz. ―Pasé semanas con el idiota, seduciéndolo, acariciando su ego. Era un retorcido,
un corrupto, un mentiroso y un tramposo, pero no tenía el crimen a ese nivel en él. Hago
una mueca de dolor y miro el celular cuando suena. Al igual que Daniel no puede responder
a mis mensajes, Esther tampoco parece hacerlo, pero a diferencia de mi hijo, al menos me
llama para contestarme―. Hola ―le digo, poniéndola en altavoz mientras Beau gira a la
izquierda hacia la ciudad.
―Acaba de salir con Tank y Fury. Fury lo está llevando por el agua, Tank ha recibido la
orden de los hombres de alcanzarlas a ustedes dos.
Vuelvo mis ojos cansados hacia Beau. Lo sabía. Adiós a la libertad. Beau sonríe, pero es
una pequeña. Siente lo mismo, y Esther sabe que habrá estado diciéndome algo que no
quiero oír en absoluto, pero me advierte.
―Gracias.
―¿Cómo está el idiota borracho?
―Probablemente se esté emborrachando otra vez. ―Rebusco en el bolso, saco las gafas
de sol, me las pongo y siento que las lágrimas me muerden los ojos.
―¿Qué ha pasado ahora? ―pregunta exasperada.
Apenas puedo decirle que le dije que no y que no me hizo caso.
―Nada ―suspiro? ―Nos vamos de compras. ¿Necesitas algo?
―Nada ―dice, absteniéndose de interrogarme. Sin embargo, apuesto a que interroga a
Danny. Y, como yo, mentirá.
―Hasta luego. ―Dejo caer mi celular en mi bolso y me hundo en mi asiento―. ¿Cómo
se ha tomado James la noticia? ―Pregunto girando la cabeza y captando el encogimiento
de hombros de Beau.
―En silencio. Ya conoces a James. No dice mucho, pero piensa mucho.
Me rio, pero no con humor. Mientras mi marido blande su reputación como un arma,
James mantiene la suya fuera del radar. El asesino ensordecedor y el asesino silencioso. Son
así de diferentes y, sin embargo, aterradoramente parecidos.
―No quiero que se preocupe por mí ―prosigue Beau, y esta vez me rio con humor. ¿En
qué planeta está?
―Después de matar, Beau, preocuparse por nosotras es lo que mejor hacen nuestros
maridos. ―Frunzo el ceño mirando el parabrisas―. En realidad, dado que mataron al
hombre equivocado, creo que se preocupan mejor de lo que matan.
Beau suelta una carcajada, y da gusto oírla, aunque nuestro humor sea retorcido.
―Que no te oiga decir eso.
Me burlo.
―¿Qué va a hacer? ¿Matarme? Acabamos de saber que nuestros maridos son unos
asesinos terribles. ―Estoy hablando mierda. Tienen un talento espantoso para acabar con
vidas. Sólo que se equivocaron de vida en esta ocasión.
―De todos modos ―continúa Beau―. ¿Maridos? No me he casado con mi asesino.
―Sonríe a la carretera.
―¿Por qué no dices que sí? ―Sé que ha preguntado, más de una vez.
―Porque mató al marido de Lawrence ―dice encogiéndose de hombros.
¿Qué? La miro fijamente, con la boca abierta.
―¿Por qué no me lo dijiste?
―Me enteré anoche, antes de la cena, y por si no te diste cuenta, desde entonces ha
saltado mucha mierda al ventilador. ―Me levanta una ceja y suspiro―. Todo va a salir
bien, lo sabes, ¿verdad? ―Me coge la mano y me da un apretón reconfortante. No sé qué
habrá tomado Beau, pero quiero un poco.
―¿Cómo lo sabes? ―Esto es como un tiovivo insoportable, en el que las emociones de
todos pasan constantemente de la euforia a la desesperación.
―Porque tú estás casada con El Británico, y yo estoy con El Enigma. ―Vuelve a llevar la
mano al volante, sonriendo.
―¿Te perdiste la mierda golpeando el ventilador anoche? ―pregunto, completamente
perpleja.
―Estoy meditando. Lawrence insistió.
―¿Qué, y ahora te apuntas a la guerra? ―pregunto con mucho sarcasmo.
― No estoy para eso. Tal vez solo aceptarlo. Deberías intentarlo.
―¿Aceptarlo?
―Meditar. Podría llevar a la aceptación.
―No puedo aceptar criar a mi bebé en el submundo criminal. No voy a convertirme en
una familia mafiosa.
―Rose ―suspira Beau, acercándose y dándome un masaje en la barriga―. Odio
decírtelo, pero ya somos una familia mafiosa.
Hago un mohín y aprieto su mano, con la esperanza de que algún día pueda sentir la
barriga de mi amiga y saber que hay vida ahí dentro de nuevo para ella también. Familia.
Somos una gran familia jodida. Jodida, sí, pero nos tenemos los unos a los otros.
―¿Qué crees que sea?
―¿Qué es qué? ―Pregunto, confusa.
―El bebé. ―Se ríe―. ¿Niño o niña? ―Su curiosidad me encanta y me duele. Lo feliz que
está por mí y lo triste que está por ella y por James.
―Espero que sea un niño, porque...
―Imagina a Danny con una chica.
―Exactamente. ―Ambos temblamos al pensarlo. Nunca lo soportaría.
―¿Qué estamos comprando? ―continúa.
Sacudiendo la cabeza, de nuevo desconcertada, saco el celular.
―Estoy haciendo el curry del que te hablé. ―Le enseño la pantalla y la receta que vi en
la tele el otro día. Sólo viendo la tele. Relajándome. Siendo un vegetal. Comiendo. Bebiendo
zumo de brócoli. Felicidad―. Necesito todos los vegetales conocidos por el hombre y algo
de cabra.
―¿Y estarás hablando con tu marido para esta noche cuando todos bajemos a cenar?
―Esta noche se cancela ―murmuro―. No me imagino a todo el mundo con ganas
después de lo de anoche, de todos modos. Comeré el curry yo misma.
―Vale ―suspira, sonando tan convencida como me siento yo. No sobre el curry. Me lo
comeré todo, no hay problema.
abía que hoy no habría reunión. No después del estado de Danny anoche, y
definitivamente no después de aparecer en su villa esta mañana y ver las caras de
ambos. No todo va bien en la residencia Black. Así que lo llevé al agua, con la
esperanza de sacudir un poco de vida en él. Consiguió sacar la cabeza del culo brevemente
delante de Daniel antes de que Fury se llevara al chico de vuelta a la villa para que estudiara
un poco con su profesor particular.
Luego... volvió a cavilar. Le dejo estar. Durante el poco tiempo que Danny y yo llevamos
conociéndonos, he aprendido a no molestarle cuando está enfurruñado como un mocoso.
Hablará cuando esté preparado.
―Te veré luego ―le digo mientras se aleja por la playa hacia su villa, levantando una
mano en señal de reconocimiento. Frunzo el ceño a su espalda―. ¿Es un buen momento
para hablar del próximo envío de Chaka?
―No.
―¿Qué coño has hecho, Danny? ―Este abatimiento, la cara de Rose, ninguno de los dos
son resultado de demasiado alcohol por parte de él y de un derrumbe por parte de ella. Algo
ha pasado.
―Te veré luego para cenar ―me dice, ignorando mi pregunta―. Y ponte crema solar
en la espalda, joder.
Me paso una mano por el cabello mojado y retuerzo los hombros, sintiendo que la piel
se me pone tirante por la exposición de unos minutos. Me vuelvo a subir el traje por el
pecho y llamo a Otto.
Responde inmediatamente.
―Iba a llamarte.
―¿Por qué?
―Haz clic en el enlace que acabo de enviar.
Me suena el teléfono en la oreja y lo aparto, hago lo que me dicen, sabiendo antes de ver
lo que Otto me ha enviado que no me va a gustar. Pero subestimo enormemente cuánto.
―¿Qué coño? ―susurro.
―Sí.
Miro fijamente el artículo en Internet, mis ojos escrutan el titular.
―¿Quién gobierna Miami? ―Digo, la sangre se me calienta con cada palabra que leo
sobre El Británico y El Enigma, y sobre el FBI, que es impotente para impedir que campen a
sus anchas por Miami. Finalmente llego al nombre de la reportera. La reportera que
claramente tiene ganas de morir―. ¿Quién coño es Natalia Potter? ―Pregunto. ¿Y de dónde
coño ha sacado esa información?
¿He hecho alguna vez una pregunta tan estúpida?
Nunca se acabará. Lo sabemos, por eso han reparado el astillero después de que lo
voláramos. No se dice, pero las chicas saben que no estamos fuera. Necesitamos el control
de Miami. Mientras mantengamos el control, tenemos el control. Poder es igual a seguridad.
Mantener una presencia para conservar una vida fuera de Miami. Desaparecer no es una
opción porque siempre nos encontrarán, así que debemos mantener un dedo en el pulso
para mantener nuestras vidas. Simple.
―Estoy en ello ―dice Otto, colgando antes de que pueda ladrar mi orden de derribarla.
Una periodista, James. Una reportera, que claramente no tiene ni puta idea de con quién
está tratando.
Respiro un poco y llamo a Chaka.
―¿Está muerto? ―pregunta como respuesta.
Miro a Danny a lo lejos y vuelvo a fruncir el ceño. ¿Qué coño ha pasado?
―Me temo que no. ―Empiezo a volver a nuestra cabaña de la playa. La cabaña de la
playa que está lejos de ser una cabaña―. Sólo un poco distraído en este momento.
―Ah, papá Black ―dice Chaka, con una pequeña risa en el tono.
Me detengo lentamente, sorprendido. Las noticias vuelan, pero no hasta la puta África, y
menos cuando todo el mundo ha ocultado a propósito el embarazo de Rose por razones
obvias. Tarareo una respuesta no comprometida y vuelvo a mirar hacia la playa, viendo a
Danny a lo lejos. ¿Cómo coño lo sabe Chaka?
―¿Sigue en pie lo del parto el día diecinueve? ―le pregunto.
―Podríamos tener un problema.
―Seguro que no, Chaka ―digo, observando cómo los dedos de mis pies se hunden en la
sedosa arena a cada paso que doy. Los problemas se acumulan―. Porque hemos pisado
unos cuantos dedos rusos y prometido a los mexicanos un trato de puta madre, y no cumplir
el trato no va a quedar bien. Podría causar algún mal rollo, si sabes a lo que me refiero. ―O
que vuelvan a los rusos por sus suministros. No me hagas amenazarte.
―Expresaré tus preocupaciones.
―¿A quién?
―El responsable del curso de formación de la Guardia Costera, el día de nuestra entrega
programada.
Miro al hermoso cielo azul. A la mierda.
―Tendremos que entregar el lunes.
―Eso es tres días de retraso, Chaka.
―¿Quieres que haga el reparto en fin de semana? ―pregunta entre risas.
Tiene razón. La zona está abarrotada en fin de semana.
―Lo confirmaré. ―Cuelgo y pateo la arena con una maldición.
―¿Pasa algo?
Sigo.
Sonrío para mis adentros.
Esa voz.
Dejo caer la cabeza y la encuentro en la veranda. En bikini. Uno pequeño. Su cabello
rubio alborotado, sus ojos oscuros brillantes. Tiene un trozo de mango en la mano, los labios
mojados por el zumo. Y todos mis problemas se desvanecen. Oigo música que viene de
dentro y ladeo la cabeza cuando suena Lose Your Head, de London Grammar. Nuestra
canción. Su sonrisa lo es todo. También lo es el hecho de que no me haya arrancado tiras
por algo que está fuera de mi control. Está afectada, claro que está afectada. Tranquila,
contemplativa.
Posesiva.
Necesitada.
No puedo decir que no sea bienvenido.
Pero veo aceptación. Es tan jodidamente impresionante en ella. Sabe que eventualmente
terminaré con esto. Ya sea hoy o mañana, lo terminaré. No pararé hasta encontrarlo y
matarlo. Es sólo la vida ahora. Nuestra vida.
Camino hacia ella, con la música cada vez más alta, y ella deja caer su mango,
retrocediendo lentamente y sonriendo con complicidad. La sigo a través de la cabaña de la
playa, me detengo para quitarme el traje de neopreno, lo que me lleva mucho más tiempo
del que quisiera, y lo dejo en el suelo del salón mientras Beau deja caer la parte de arriba
de su bikini. La sigo hasta la baldosa. Miro hacia arriba. Curiosamente, no es la visión de
sus tetas perfectas lo que me tiene embelesado, sino la de sus ojos brillando salvajemente.
Viva. Incluso ahora que nos enfrentamos de nuevo a la incertidumbre, está viva.
Luz.
Han pasado cuatro semanas desde su último periodo. No lo ha dicho, pero lo dice a gritos.
Al igual que sus palabras de anoche antes de que la mierda golpeara el ventilador en la
cena. Quiere intentarlo. Quiere un bebé. Yo dudaba antes de recibir la llamada que nos va
a llevar de vuelta a Miami, ella todavía está delicada. Pero al mismo tiempo, quiero eso con
ella. Un faro de paz. Luz en nuestra oscuridad.
Para que Beau vuelva a encontrar esa sensación de tranquilidad.
¿Pero está preparada? ¿Está preparado su cuerpo? ¿Su mente? Y, lo que es más doloroso,
después de todo lo que ha pasado su cuerpo, ¿es capaz de llevar un bebé? Sé que Beau está
aterrorizada de que no lo esté. Necesita saber que no está físicamente rota. Necesito darle
eso.
Hazlo.
No lo hagas.
Joder.
Vuelvo a merodear hacia delante, con la temperatura de mi cuerpo subiendo a cada paso,
siguiéndola hasta que llegamos al dormitorio. Se detiene al final de la cama. Un empujón la
hace caer sobre el colchón. La forma en que me mira podría destrozarme. Con tanta
confianza. Con tanto amor. Clavo un puño en las sábanas junto a su pierna, el otro en el
otro lado, y me arrastro hacia arriba, acomodándome justo para que mi cara quede alineada
con su estómago. Y adoro cada centímetro de su piel, besándola de un lado a otro, una y
otra vez, inhalando su aroma, besando su cicatriz, mientras ella entrelaza sus dedos en mi
cabello, tarareando feliz. A veces, estar así, tan jodidamente cerca, tan jodidamente
enamorado de ella, es tan bueno como estar enterrado dentro de ella.
A veces.
Beso su cara, saboreando y oliendo el dulce mango, y giro las caderas, deslizándome
dentro de ella con facilidad. Sus piernas me rodean, sus brazos me sujetan, su boca me
adora. Sus gemidos jadeantes, mis gruñidos graves, sus gritos superficiales, mis gemidos
prolongados, todo se mezcla y se funde, creando la música más hermosa para hacer el amor.
Mis labios nunca se separan de los suyos. Mi entrepierna rechina constantemente. Sus
caderas se mueven. Y cuando sus cortas uñas se hunden en mis hombros y se pone rígida,
la beso con más fuerza, bombeo con más firmeza, gimo más fuerte.
Su grito de liberación desencadena el mío, y me corro con fuerza, gimiendo en su boca
mientras ella gime en la mía. Y nuestros ojos se abren exactamente al mismo tiempo.
Encuentro.
El amor choca.
Sonrío, inhalo y entierro la cara en su cuello húmedo, saboreando la sal del aire y del
sudor de su sexo.
―Hoy te he echado de menos ―susurro, preguntándome por qué hoy más que cualquier
otro día. Tal vez porque después de la llamada que recibí anoche sé que nuestro tiempo
aquí con el sol constantemente en nuestras caras está llegando a un final prematuro. La
vida en Santa Lucía es inmejorable. De hecho, antes de anoche, estaba considerando sugerir
que compráramos un lugar aquí. Aunque sé que eso ya pasaba sin decirlo.
―¿Qué está pasando con Danny y Rose? ―pregunta Beau en voz baja, acariciándome
la espalda con suaves círculos, haciendo que se me junten los omóplatos y me rechinen los
dientes.
―Tú también has notado algo, ¿eh?
―Sí, pero era cautelosa.
―También él.
―¿Así que no sabes lo que ha pasado?
―Ni una pista. Apenas pronunció palabra en todo el tiempo que estuve con él. ―Le lamo
la piel, le muerdo la carne, le beso la garganta, y ella se retuerce debajo de mí, suspirando.
―¿Así que no discutieron el hecho de que ambos mataron al hombre equivocado?
Sonrío en su piel antes de retirarme.
―En realidad, mataste al hombre equivocado.
Arruga la nariz.
―Me estaba hartando de que discutierais sobre quién iba a tener el honor y apretar el
gatillo.
―¿Nosotros los dos pequeños? ―pregunto, colocando sutilmente mi brazo sobre el suyo
por encima de su cabeza, atrapándolos de hecho. Ella se pone rígida por todas partes, lo
que significa que sus músculos internos aprietan mi polla reblandecida. Es una lucha
resistirse a recargarse y ponerse en marcha de nuevo―. ¿Quieres retractarte? ―Llevo mis
dedos hasta sus costillas, mi mirada expectante, y ella se ríe incluso antes de que empiece a
hacerle cosquillas. El espectáculo es nada menos que perfecto.
―No ―dice, y de repente se mueve. Tan rápido que no tengo tiempo de pensar qué coño
está pasando y cómo coño está pasando. Caigo de espaldas con un ruido sordo y Beau se
sienta a horcajadas sobre mí. Miro a mi alrededor y veo que estoy en el suelo―. ¿Te
sometes? ―pregunta, haciéndome sonreír, mi mente invadida por un millón de flashbacks
de la primera vez que la tuve inmovilizada en el suelo.
―Nunca ―respiro.
―Bien. ―Pega sus labios a los míos y me besa como el demonio, su lengua violenta en
sus remolinos, su boca insaciable. Esto... Joder. ...yo. Una vez le dije a Beau que tenía miedo
de nosotros. Aterrorizado. Y aún lo estoy, porque amar tan fuerte, tan intensamente, tiene
que ser peligroso.
Nos revuelco, yendo hacia ella con igual ferocidad, empuño su cabello, nuestras bocas
locas y torpes.
Siseo.
―Joder.
Beau se aparta bruscamente, jadeando.
―¿Qué?
―Nada ―digo apretando los dientes, con el dolor abrasándome. Vuelvo a su boca, pero
ella gira la cabeza, negándomelo.
―Estoy bien.
―Claro, Rambo ―murmura, forzando mi torso hacia arriba y mirando el vendaje de mi
hombro―. Está mojado. ―Unos ojos poco impresionados se posan en mí―. ¿Por qué no le
has puesto un apósito impermeable?
―El agua salada le sentará bien. ―La barbilla me golpea el pecho al asomarme, y Beau
empieza a hurgar en el borde y a despegar el apósito empapado. Revela una herida redonda
y ordenada. El doctor ha hecho un buen trabajo. Le arranco la venda de los dedos, la tiro a
un lado y vuelvo a lo nuestro, reclamando de nuevo su boca, lista para recargar y empezar
de nuevo.
―¿James? ¿Beau?
Me retiro, sobresaltado.
―¿Has oído eso?
―¿Oír qué? ―pregunta, intentando atraerme de nuevo a su boca. Por supuesto,
obedezco y vuelvo a besarla, pero mis oídos están atentos. Sin embargo, lo único que oigo
son los gemidos indulgentes de Beau.
¡Bang!
El ruido de la puerta al abrirse y chocar contra la pared me hace saltar y a Beau chillar.
―Oh, mierda ―dice Brad, mientras miro por encima de mi hombro, encontrándolo de
pie en la puerta―. Lo siento. Pero él no se mueve, sólo se queda allí como un puto idiota,
mientras me aseguro de que cada parte de mí está cubriendo cada parte de Beau―. Bonito
culo.
―Será mejor que hables del mío ―le advierto, tratando de adivinar qué es exactamente
lo que Beau está exhibiendo. Se ríe y me rodea con los brazos y las piernas, mientras yo bajo
una sábana de la cama y me ocupo de cubrirla―. Espero por tu bien que sea una
emergencia, Brad. ―Lucho contra la sangre que fluye hacia mi polla y dejo a Beau con
todas las mantas, de pie, con los cojones desnudos. Los ojos de Brad se posan en mi polla
semierecta, la cubro con una mano mientras me dirijo a la silla y cojo unos bóxer.
―Es una emergencia. ―Se da la vuelta y sale de la habitación―. Algo le pasa a Danny.
Echo la cabeza hacia atrás, con la cara dolorida, en parte por la incomodidad, en parte
por el dolor de mi polla, en parte por la exasperación. Me quito los calzoncillos y me acerco
a Beau, la levanto del suelo y la beso con fuerza en los labios.
―Date una ducha.
―No, gracias. ―Se desliza a mi lado, acomodando la sábana―. Yo también quiero saber
qué pasa con Danny.
Me gustaría decirles a todos que simplemente tiene una resaca cabrona, que se están
preocupando por nada, pero sé tan bien como cualquiera que hay algo más. Le sigo y me
encuentro a Beau sirviendo zumo de la batidora en vasos. Le suena el celular y mira la
pantalla. Veo un cambio en su postura.
―¿Quién es? ―Pregunto, intentando no sonar acusador.
―Mi padre. Le llamaré. ―Se niega a mirarme. Su maldito padre. Idiota. Es lo único de
Beau que no me gusta.
―¿Has visto a Danny? ―Brad me pregunta, poniéndose cómodo en un taburete.
―Sí, le he visto. Estuve con él esta tarde. ―Me siento a su lado y acepto el vaso que Beau
me tiende.
―Acabo de salir de su casa.
―¿Y? ―pregunto.
―Digamos que la Antártida parece jodidamente atractiva para unas vacaciones de
verano ahora mismo. ―Brad me hace una mueca mientras me bebo el zumo―. ¿Qué es
esa mierda?
―Prueba un poco ―dice Beau, empujando un vaso hacia él―. Te hará grande, fuerte y
sano.
―Ya soy grande, fuerte y sano. Y ―se acaricia la barba―, también soy guapo.
Beau pone los ojos en blanco.
―Necesitas más en tu vida que el gimnasio y un club de striptease.
―¿Cómo qué?
―Una mujer ―dice, dividiendo su atención entre Brad y su zumo, con una ceja
arqueada―. O una de mucho tiempo, al menos.
―¿Qué coño? ―murmura Brad, mirándome. Sólo puedo encogerme de hombros.
Devuelve su atención a Beau, sonriendo, como si ella no lo entendiera―. Beau, cariño...
―No me llames cariño, Brad. No si quieres conservar tus pelotas.
Me rio en mi vaso.
―Te lo dije.
―Beau ―comienza de nuevo―. Mi hermosa amiga ninja. ―Levanta una ceja y Beau
asiente con la cabeza, volviendo a su zumo―. ¿Por qué coño querría hacer eso? ―Se ríe―.
Jesús, nos estamos quedando en inferioridad numérica.
―¿Estamos? ―pregunta Beau, con el vaso en pausa en los labios.
―Los hombres ―confirma, como si ella lo necesitara. Pobre idiota despistado―. Se
supone que somos mafia, y pronto habrá más mujeres que hombres en esta familia mafiosa.
No podemos permitirlo.
―No, no, no podemos tener eso ―suspira Beau, dejando su vaso―. Ahora, si no te
importa, estábamos en medio de algo ―dice, señalando su cuerpo cubierto de sábanas y mi
pecho desnudo.
Brad parece totalmente indiferente mientras se aparta de Beau y se dirige a mí.
―¿Quieres una cerveza?
Yo retrocedo.
―¿Quiero una cerveza? ―Repito como un loro―. ¿Ahora? ―Es un hombre valiente.
―Sí, tenemos que hablar de Danny.
Beau resopla y rodea la isla, agarra a Brad de la oreja, literalmente, y lo arrastra hasta
levantarlo de su asiento.
―Fuera ―exige, cambiando su agarre a su brazo y retorciéndoselo, subiéndoselo por la
espalda en un rápido y efectivo movimiento.
―¡Arhhhh!
Ella le ignora, empujando su cuerpo indefenso hacia la puerta mientras yo la observo,
divertido.
―¡Joder, Beau! ―Brad se inclina hacia atrás torpemente, tratando de disminuir el
dolor―. Eso duele, joder.
Le empuja fuera y cierra la puerta.
―Por eso no conseguiré una mujer ―grita desde más allá de la madera―. Son unos
putos chochos, patéticos cabrones.
Beau vuelve a abrir la puerta de un tirón, gruñe y Brad, muy sabiamente, retrocede.
―¿No puedo mirar? ―No puede evitarlo, y me rio cuando Beau agarra lo que tiene más
cerca, que resulta ser un zapato, y se lo tira a la cabeza.
Cuando ha espantado a Brad, ya me he echado a reír a carcajadas y, joder, qué bien sienta
reírme. Me limpio los ojos y la miro.
La sábana a sus los pies.
Miro hacia abajo y observo cómo mi polla se levanta y presiona mis bóxer.
Magia.
ames me roza con la nariz la piel del estómago mientras me recupero.
―Será mejor que nos preparemos para cenar ―acaba diciendo.
―Rose canceló.
―Danny nunca lo mencionó, así que nos vamos. ―Apoya la barbilla en mi estómago y
me mira, con ojos suaves, mientras hundo los dedos en su cabello―. ¿Qué estás pensando,
Beau? ―Le preocupa que vuelva a lugares oscuros.
―Estoy pensando... ―Me interrumpo y quito un poco de cabello de sus ojos. ―Necesitas
un corte. ―Pero sólo un poco. Me encanta su cabello largo. Y el hecho de que el sol lo haya
besado, aclarándolo y bronceando su piel.
Levanta su cabeza.
―¿Qué puedo hacer para que esto sea más fácil?
Sonrío.
―Mátalo. Mátalo de verdad. ―Sé que James estaba preparado para una tormenta de
mierda total en medio de la otra tormenta de mierda. Matar a El Oso es un hecho. El
problema es que nadie sabe cuánto tardará.
―¿Y mientras tanto? ―pregunta, sonando tan sorprendido como parece.
―Mientras tanto, preocúpate tú de mí ―le respondo. Es sencillo―. ¿Por qué estamos
discutiendo esto, cuando todos sabemos lo que va a pasar?
―¿Te estás haciendo la lista?
―Siempre. ―Me deslizo por la cama y le beso―. Lo acepto. Pensaste que El Oso era
Perry Adams y lo mataste. El Oso no era Adams, así que ahora toca volver a empezar. ¿Qué
otra cosa puedo hacer? ―En el momento en que lo miré anoche, mientras me veía bailar,
supe que algo había pasado. Y temí saber qué. Porque, como Rose, había cuestionado en
silencio las capacidades de Perry Adams. No lo conocía como Rose, por supuesto, pero era
alcalde de Miami. Un poco imbécil, para ser honesto, ¿pero El Oso? No.
He elegido estar con James, y he estado en paz con esa decisión durante mucho tiempo.
Vale, a veces me deslizo por debajo de la superficie hacia la oscuridad. Algunos días no me
siento tan segura de poder mirar hacia la luz. Algunos días, estoy luchando por mantener
mi cabeza fuera del agua. Pero nunca, desde que descubrí quién es James, es decir, El
Enigma, el silenciosos asesino a sangre fría, me he cuestionado mi amor por él. Ni una sola
vez. Nunca he pensado en dejarle. Simplemente tomamos cada día como viene y lo
afrontamos como viene. En resumen, ya no estoy sola. No necesito luchar contra mi
oscuridad en solitario.
Tengo a James.
―Te quiero, Beau Hayley ―susurra, parpadeando, con las pestañas tan cerca que siento
que me hacen cosquillas.
―Roto, arreglado ―murmuro―. Feliz, triste. Siempre lo recordaré.
Sonríe suavemente y me besa profundamente.
―Embarazada, no embarazada ―dice, y yo me aparto sorprendida, mirándole. No
necesito preguntarle qué quiere decir con eso. Ya lo sé.
―¿Estás diciendo que tenemos que dejar de intentarlo? ―pregunto.
―¿Escuchaste esas palabras salir de mi boca?
―No exactamente.
―No quiero que estés triste si no sucede.
―¿Estás disparando balas de salva de repente?
Pone los ojos en blanco y me besa castamente.
―¿De repente eres comediante?
―Quieres esperar, ¿no?
―Quiero hacer lo mejor para nosotros. ―Se levanta y tira de mí, acompañándome al
baño―. Vamos, llegaremos tarde.
―Te lo dije, Rose canceló.
―Y te lo dije, Danny no, así que nos vamos a la Antártida.
Me rio y dejo que me meta en la ducha, quieta mientras me lava toda con una esponja
jabonosa. No sé qué es lo mejor para nosotros. Que James se preocupara menos sería lo
mejor, supongo, y otra vida, que yo tenga un bebé, será más de lo que él tenga que
preocuparse. ¿Pero para mí?
Me miro la barriga, pensativa.
Esperando.
Rezando.
1 Pan plano y delgado muy típico de la cocina del subcontinente indio. Algunas veces se describe como una galleta o pan plano, generalmente
elaborado con legumbres como: lentejas, garbanzos, harina de lentejas negras o harina de arroz.
donde chisporrotea el aceite. Coge el mango―. ¡Joder! ―La deja caer y empieza a sacudir
la mano.
―Por el amor de Dios, Rose ―grito, me acerco a ella, abro el grifo y le meto la mano
debajo. Hago una mueca de dolor al ver el verdugón rojo que le cruza la palma de la mano
y la miro, y veo que le caen lágrimas por las mejillas. Lágrimas de dolor, sin duda, pero
también lágrimas por algo más―. ¿Qué...?
―¿Rose? ―Danny suelta, llegando a la cocina a toda prisa y mirando la escena―. Rose,
cariño, ¿qué ha pasado? ―Se acerca a nosotros, cogiéndole el brazo por la muñeca e
inspeccionando los daños. Retrocedo, dejando que se haga cargo, pero las lágrimas de Rose
se secan en un segundo, con expresión de acero, y se retira de su agarre―. Estoy bien
―dice, resoplando, negándose a mirarle―. Beau lo tiene.
Danny, comprensiblemente dolido, me mira torpemente a un lado. No hay hombre ni
mujer en su sano juicio que se interponga en el camino de Danny cuando se trata de su
mujer y, sin embargo, aquí estoy yo, atrapada en medio.
―Yo me encargo ―confirmo, temerosa de las repercusiones si los dejo solos.
Traga saliva, retrocede y se mete las manos en los bolsillos.
―Rose, yo...
―Estoy bien ―responde ella, apartándose de él―. Sólo vete.
Lo hace, y suena aún más alarmante. ¿Desde cuándo Danny Black tiene el rabo entre las
piernas? En cuanto desaparece, me vuelvo hacia Rose.
―No nos iremos de esta cocina hasta que me digas qué demonios ha pasado ―le digo,
empujándole la mano bajo el grifo.
Baja los ojos, pero veo que se le humedecen.
―Dije que no ―susurra―. Dije que no, y él no paró.
―¿Qué? ―pregunto, sorprendida. Me mira a los ojos y las lágrimas vuelven a recorrer
sus mejillas―. ¿Anoche? ―pregunto. ¿Cuando estaba borracho?
―Esta mañana.
Joder. Aunque Danny estaba tan borracho anoche, hay una clara posibilidad de que
todavía estuviera borracho esta mañana. No es una excusa. No estoy poniendo excusas. Sólo
estoy tratando de darle sentido a esta locura. Cierro el grifo.
―¿Dónde está tu botiquín?
―El último armario, estante de arriba. ―Ella señala, y yo lo recojo, yendo hacia la puerta
e intentando llamar la atención de Zinnea. Esther está de pie detrás de la silla de Danny,
con las manos sobre sus hombros y la boca cerca de su oreja, obviamente intentando
tranquilizarlo. Zinnea me ve, deja el vino en la suelo, se levanta y cruza el patio
tambaleándose sobre sus tacones.
―¿Todo bien? ―pregunta, mirando a Rose junto al lavabo llorando.
―Sólo necesitamos ayuda. ―Señalo la olla burbujeante de curry―. ¿Te importaría sacar
eso? Traeré el resto en un momento.
Ella no hace preguntas, que es exactamente por lo que llamé a Zinnea y no a Esther.
―Por supuesto, querida. ―Se pone manos a la obra, recoge un par de paños de cocina
y saca la olla del fuego―. ¿Cuchara?
―En la olla ―le digo, haciendo que frunza el ceño hacia el curry.
―Lo llevaré. ―Se va y yo vuelvo a Rose, abro la caja y rebusco lo que necesito para
curarla.
―¿Qué ha pasado? ―Pregunto, secándole la mano.
―Intento pensar razonablemente ―dice suspirando―. Estaba tan completamente fuera
de control, y hoy me he sentido incapaz de mantenerlo.
―¿Así que le pediste que parara? ―Le exprimo un poco de crema en la palma de la
mano y se la froto.
―Sí.
―¿Y no lo hizo?
―No. ―Rose me mira, y odio la angustia que veo en sus ojos azul oscuro. Esto la va a
matar. Danny es el único hombre en este mundo que puede hacerle daño. Y ahora mismo,
está agonizando. No voy a quedarme aquí y decirle a mi amiga que estoy segura de que no
quiso hacer lo que hizo, aunque conozco la historia de Danny tan bien como la de Rose.
Nunca restaría importancia a la angustia de mi amiga, no después de todo lo que ha pasado.
El mal humor de Danny, la distancia de Rose, todo tiene sentido ahora.
―Tienes que hablar con él.
―¿Y decir qué? ―pregunta ella, exasperada―. ¿Por qué tú, mi marido, me tomaste
contra mi voluntad?
Noto que se niega a usar esa palabra.
―Parece un hombre roto, Rose. ―Tengo que señalar eso, al menos. Mi lealtad está con
Rose, por supuesto, pero siento que cometería una injusticia conmigo mismo y con Rose si
no planteo lo obvio, porque quizás durante su trauma ha olvidado con quién está casada.
El Danny Black que conozco mataría a cualquiera que le pusiera una mano encima a su
mujer con su permiso. ¿Sin permiso? Sería lento, desordenado y doloroso. Miro hacia el
jardín. Sé cómo se estará sintiendo ahora. Tengo que decirle a James que lo vigile―.
¿Quieres que hable con él? ―Pregunto, cogiendo la venda y empezando a colocársela.
―No. ―Lloriquea y se limpia la nariz bruscamente―. Por favor, no le digas que te lo he
dicho.
Sonrío suavemente, abrocho el extremo de su venda y me dirijo a la estufa.
―No lo haré. ―No quiere que piense mal de él. No quiere que Danny se sienta peor de
lo que ya se siente, si eso es posible. No creo que lo sea.
Cojo uno de los pappadams y lo dejo caer en la sartén, haciendo chisporrotear de nuevo
el aceite, el círculo se expande rápidamente.
―¿Quieres vino? ―me pregunta.
―No, gracias. ―Agarro unas pinzas y lo saco, dejándolo caer sobre una toalla de papel
para que absorba el aceite antes de deslizar otro en la sartén―. Tienes que lavarte la cara
antes de volver a salir. ―¿A quién carajo quiero engañar? Nada pasa desapercibido en este
grupo.
Rose rebusca en el bolso en la isla y saca un espejito en el que se mira. Se mira un rato,
mientras yo la observo entre fritura y fritura. Luego suspira y deja caer el espejo,
mirándome.
―Nunca se acaba, ¿verdad?
No, no es así. Mientras estemos en este mundo, siempre habrá estrés extremo e
impotencia.
―Ambas sabíamos en el fondo que la eliminación del Oso no significaría que están fuera.
―Pongo otro pappadam en la toalla de papel―. Siempre habrá hombres que quieran ser
capos, y los nuestros tienen enormes recompensas por sus cabezas. ―Le estoy diciendo lo
que ya sabe pero le cuesta aceptar. A mí también, unos días más que otros. Pero cuando
Rose vacila, tengo que levantarla. Ella hace lo mismo por mí. Mientras una de las dos sea
fuerte un día cualquiera, siempre estaremos bien―. Acabo de hablar con mi padre ―le
digo, dispuesta a ir allí para alejar la mente de Rose de su angustia actual―. Se presenta a
alcalde. ―Levanto la vista de la sartén. Parece un pez―. Exactamente. Y está saliendo con
alguien.
―Jesús, ¿ya terminó la universidad?
―No pregunté. Sinceramente, no quiero saberlo.
―¿Alcalde? ―Se le inflan las mejillas―. Bueno, él tiene el ego, supongo.
Tarareo para mis adentros.
―¿Dónde está Daniel? ―Pregunto. Ya no hablo más de papá. Me cuesta hacerme a la
idea de cómo puedo sentir lástima por alguien y, al mismo tiempo, resentimiento.
―Hizo un amigo ―dice Rose, cargando los chutneys en una bandeja―. Barney Benson.
―Bonito nombre.
―Su padre es un banquero privado. Lennox Benson. Se ha llevado a los chicos en su yate
privado esta tarde.
―¿Con los gemelos? ―pregunto entre risas.
―Con los gemelos ―confirma Rose, como si lo necesitara. Daniel ni siquiera puede darse
un baño en la piscina privada sin que Tank y/o Fury le sigan en un inflable―. Está soltero.
Frunzo el ceño ante la sartén.
―¿Quién?
―El banquero ―dice en voz baja―. Lennox Benson.
Dejo de hurgar en el pappadam y miro a mi amiga con ojos curiosos mientras ella finge
concentrarse en remover el pepinillo de lima.
―Y estás embarazada ―digo en voz baja―. Y casada con uno de los hombres más
mortíferos que existen.
Me mira con cara seria.
―Lo sé.
Esto no es bueno. No diría que muchas relaciones son sanas, pero apuesto a que no hay
muchas tan tóxicas como la de Danny y Rose. O, curiosamente, tan apasionadas y llenas de
amor.
―Sé que quieres hacerle daño ahora mismo, Rose ―digo en voz baja, preocupada,
porque si Rose saca la artillería pesada, es decir, su coquete, para patearle las pelotas a
Danny, el nuevo amigo de Daniel se va a quedar huérfano muy pronto.
―Sólo digo ―reflexiona, levantando la bandeja―, que está soltero. ―Y con eso, gira y
se va―. Bonito anillo, por cierto.
―Aun así he dicho que no ―digo, apresurándome a terminar los pappadams, queriendo
volver fuera antes de que Danny mate a Rose o viceversa.
Me encuentro con James en el umbral y me quita la bandeja.
―¿Qué le ha pasado en la mano?
―Pequeño accidente con la sartén.
―Bien. ¿Qué pasa? ―pregunta, rodeándome con su brazo libre y acompañándome de
vuelta a la mesa.
―Pelea de amantes. Algo y nada. ―No disfruto mintiéndole a James, en absoluto. De
hecho, me siento culpable, pero Danny se mortificará lo suficiente, sin que ninguno de los
hombres sepa lo que ha pasado. Ni siquiera el no tan pequeño asunto de que James me
engañara sobre matar al marido de mi tío alivia mi conciencia.
―Claro ―dice entre risas―. Parecen más enamorados que nunca.
―Son las hormonas del embarazo.
―No veo el momento ―susurra, apretándome antes de dejar el plato sobre la mesa y
acercarme una silla. ¿Era sarcasmo? Sinceramente, no lo sé. Le dirijo una mirada curiosa
que él ignora por completo. Ha expresado sus reservas, pero tampoco ha insistido en ningún
método anticonceptivo. Tampoco ha salido antes de correrse. Puede que no importe, porque
puede que ya ni siquiera sea capaz de embarazarme. Rota. Hago un gesto de asombro ante
ese pensamiento, así como ante el hecho de que mañana me viene la regla, y miro el anillo
que llevo en el dedo equivocado. ¿O es el derecho?
¿Y la parte del matrimonio? ¿Nos saltamos esa parte?
―¿No puedes esperar a qué? ―pregunta Brad, y yo niego con la cabeza―. ¿Vino?
―continúa, llenando mi vaso y empujándolo hacia mí, con las cejas en alto―. ¿O vas a
dejar la vida mafiosa?
Siento los ojos curiosos de James sobre mí, mientras Brad nos mira. Rota.
―Todavía no ―digo, cogiendo el vaso y dando un largo trago, sintiendo la mirada de
James clavada en mi perfil.
Me trago el líquido y... quema. Arde mucho. Mañana.
―Oh, bien. Una embarazada psicópata en la familia a la vez, por favor. ―Brad mira a
Rose. Ella se distrae de tener que enfrentarse a su marido sirviendo la cena para todos.
―Es cabra ―dice, terminando y sentándose en su silla en el extremo opuesto de la mesa
a Danny―. Provecho.
―¿Qué te ha pasado en la mano? ―gruñe, incitando a todos a mirar el vendaje.
―No estaba concentrada en la cocina. ―Rose tiende la mano hacia el vino que tenemos
delante, pero Esther se abalanza, prediciendo la imprudente intención de su nuera y le quita
la tentación antes de que Danny, que se agita en el otro extremo de la mesa, estalle
finalmente.
―¿Perdona? ―James dice, su mano aterriza en mi rodilla y aprieta―. ¿Has cambiado
de opinión sobre algo jodidamente monumental y no te has molestado en decírmelo?
Me reclino hacia atrás, con el vino en la mano.
―Me estás dando señales contradictorias, James. ―Ver a Doc. Tómate tu tiempo para
fortalecerte. Pero... sin vino. Sin protección.
Me quita rápidamente el vino de la mano y lo sustituye por agua.
―No pongamos mi humor tan oscuro como el de Danny.
Estoy tan jodidamente confundida.
―¿Me estás diciendo que lo estamos intentando?
―Sí.
Mañana.
―¿No puedo opinar? ―Pregunto porque sí, estoy sorprendida por su comportamiento.
James vuelve sus ojos hacia mí, su mandíbula tensa.
―Si fueras mi mujer, podría considerar darte a elegir.
Me resisto a él.
―Suenas como un bárbaro.
Gruñe, pierde la compostura y me rodea el cuello con un brazo, atrayéndome hacia él,
su boca se acerca a mi oreja y me mordisquea el lóbulo.
―Al final voy a conseguir que me digas que sí, Beau, así que vayamos al grano cuando
te des cuenta de que es la mejor idea y sigamos adelante.
Mi sonrisa es imparable, y me siento tan completamente mal cuando Rose está al otro
lado de la mesa alterada, aunque fingiendo estar bien. Sonriendo. Riendo. Es un insulto, en
realidad, para todos los presentes. La temperatura sigue bajo cero, el ambiente helado,
mientras la gente habla entre sí, fingiendo que no están tan incómodos como los demás.
Excepto Danny. Él no finge ante nadie. Parece incapaz, en realidad.
―Ya veremos ―digo, separándome de James y uniéndome a todos, tomando un tenedor.
Pero todos nos detenemos cuando Daniel aparece corriendo por la esquina en un patinete
eléctrico, seguido de un amigo, Barney, supongo.
―Hola ―saluda, saltando como un profesional―. El padre de Barney me ha invitado a
cenar con ellos. ¿Puedo ir?
―No ―gruñe Danny―. Tu madre ha hecho curry. ―Hace un gesto alrededor de la
mesa―. Tenemos invitados.
Daniel pone los ojos en blanco.
―Veo a todo el mundo todos los días.
―Por supuesto que puedes ir ―Rose contraataca, levantándose de la mesa, ignorando
por completo, a Danny―. ¿Dónde están Tank y Fury?
Ambos rodean la villa al mismo tiempo, como si les hicieran señas, seguidos por otra
persona.
―Oh, no ―murmuro.
―¿Qué? ―pregunta James, mirándome, sin fijarse en el hombre que hay detrás de los
dos colosales vikingos.
―El padre de Barney ―susurro.
―¿Qué pasa con él? ―James parece totalmente confundido. No lo estaría si hubiera oído
antes las intenciones en el tono de Rose. El padre de Barney pasa entre los dos gigantes, con
cara de desconcierto, y mis preocupaciones se multiplican. Porque está bueno. Realmente
caliente, joder. Joder. Esto es malo. Muy malo.
―¿Qué coño está pasando, Beau? ―pregunta James, sus ojos pasan entre Lennox Benson
y yo.
―Nada. No pasa nada. ―Rezo. Rezo tanto para que Rose entre en razón. La he visto en
uno de estos estados de ánimo destructivos antes, y no es agradable para el otro hombre
involucrado. Nuestra única gracia salvadora aquí es Daniel. Danny nunca patearía delante
de Daniel. Y Rose lo sabe. Lo cual, concluyo rápidamente, no es nada bueno.
―Hola ―dice el padre de Barney, mirando alrededor de la mesa, aún más desconcertado
por la ecléctica mezcla de gente que es nuestra familia―. Lennox Benson. ―El pobre
hombre no sabe a quién tenderle la mano, su miembro flota torpemente en el aire.
Cierro los ojos e inhalo cuando Rose rodea la mesa, dirigiéndose a él.
―Soy Rose Cassidy, la madre de Daniel. ―Oh Jesús, no tiene prisioneros. Miro nerviosa
a Danny. Sus fosas nasales se agitan mientras se levanta de la silla. Rose Cassidy. Pone su
delicada mano en la de Lennox y sonríe alegremente y, por supuesto, Lennox Benson se
queda sorprendido. La mayoría de los hombres lo están cuando conocen a Rose. Aunque,
sabia y respetuosamente, intenta no demostrarlo.
―Un placer. Estrecha brevemente la mano de Rose y da un paso atrás, fuera del alcance
de su magnético encanto―. Mis disculpas, no me di cuenta de que estaban cenando.
Danny se acerca, alto e intimidante. No voy a poder aguantar la respiración mucho más
y, al echar un vistazo a la mesa, veo que todo el mundo está conmigo, las mujeres atentas,
los hombres preparándose para hacerle retroceder, incluido James, que se tensa cuando le
agarro la pierna.
―Danny Black. ―Danny extiende una mano, su cara mortalmente recta, su cicatriz
parece particularmente profunda. Y, de nuevo, Lennox Benson se sorprende... como la
mayoría de los hombres cuando conocen a El Británico―. El padre de Daniel.
―Encantado de conocerte. ―Acepta y estrecha la mano, y observo la cara de Lennox en
busca de cualquier signo de incomodidad.
Sorprendentemente, no hay ninguna, pero entonces Danny dice:
―¿No es un placer? ―y aparece. Incomodidad.
Lennox se ríe, nervioso, mirando alrededor de la mesa mientras retira la mano.
―Les dejaré cenar en paz.
―Únete a nosotros ―canta Rose, haciéndonos señas a todos los que estamos en la mesa.
Todos los que estamos en silencio. Nerviosos. No lo haga, Sr. Benson. Corra por su vida
ahora.
―Sí, únete a nosotros. ―Danny esboza una sonrisa y Lennox parece relajarse.
Porque Lennox no conoce a Danny Black, por lo tanto no sabe que la sonrisa que se está
esparciendo por ahí es falsa. Mortal.
―No, no. ―Sus manos se levantan mientras retrocede―. Tenemos reservas en el nuevo
restaurante de la ciudad. Daniel no mencionó que tenían... ―Vuelve a echar un vistazo a
la mesa y James empieza a resoplar en la silla de al lado, riéndose. Sigo con la mirada a
Brad, Ringo y Otto, que tienen una sonrisa cursi en la cara. Por el amor de Dios. Si intentan
parecer amistosos, no lo consiguen―. Amigos para cenar ―termina Lennox.
―Oiga, señor, ¿puedo ir? ―pregunta Daniel, bajando de una patada el caballete de su
patinete y acercándose a Danny, dándole las manos rezando―. ¿Por favor? ―Él lo sabe. Él
sólo sabe que Danny lleva los pantalones por aquí, incluso si Rose se los está probando en
este momento. Está perdiendo el tiempo. Los pantalones definitivamente no le quedan bien,
y no es porque esté embarazada.
―Claro que puedes, chico. ―Danny rebusca en su bolsillo y saca un montón de billetes
de un dólar.
―Ah, no hace falta ―dice Lennox, con las manos en alto de nuevo.
―¿No te importa si mis hombres se unen a ti? ―Danny dice, haciendo un gesto a Tank
y Fury mientras les pasa algo de dinero.
Lennox se ríe un poco, pero frunce el ceño.
―En absoluto. ¿A qué hora lo quieres ―mira a los vikingos―, en casa?
Rose se mueve delante de Danny, sonriendo.
―¿Puedo recogerlo si ayuda?
―Quiere morir ―murmura James, sacudiendo la cabeza.
Estoy de acuerdo. Tank y/o Fury llevarán a Daniel a casa. Lo llevarán ahora también. Ese
chico no va a ninguna parte sin ellos. Cristo sabe lo que el padre de Barney está pensando.
Danny sonríe sombríamente a la nuca de Rose.
―Sí, lo recogeremos. ―Su mano se posa en la nuca de ella y la masajea mientras los
vikingos lo miran, confusos―. Una de las cosas raras del embarazo que tiene Rose en este
momento es un antojo de pepinillos alrededor de las diez de la noche, así que saldremos a
recoger algunos de todos modos.
―Oh, felicidades ―dice Lennox, mirando el estómago de Rose―. Nunca lo sabrías.
―Pero ahora sí. ―Danny sonríe―. Te acompaño afuera.
―Claro. ―Lennox levanta la mano hacia la mesa―. Encantado de conocerlos a todo
―dice, recibiendo una colección de murmullos a cambio.
―Iré ―dice Rose.
―No, nena, tienes los tobillos hinchados. ―Danny la gira por los hombros hacia la
mesa―. Siéntate. Insisto. ―Sus labios se acercan a su oreja y la besa dulcemente, y le
susurra algo antes de alejarse para ver salir a Lennox Benson.
―¿Una amenaza de muerte? ―James pregunta en voz baja.
―Sí. ―Me llevo el vino a la boca, pero no llega, pronto es reemplazado de nuevo por
agua.
―Una pelea doméstica es suficiente por esta noche, ¿no crees? ―dice bruscamente.
Empiezo a mezclar el arroz con el curry mientras Rose, con aire contemplativo, se sienta,
pero mi tenedor se detiene a medio camino de mi boca cuando veo la cara de Brad, y baja
cuando empieza a toser, dejando caer el tenedor.
―Que me jodan ―resopla, golpeándose el pecho, con los ojos fijos en la mesa―. Pásame
la puta agua―.
Esther se levanta en un santiamén y se apresura a llenarle el vaso, pero Brad no espera,
le arrebata la jarra y prácticamente se la mete en la garganta. Su cara se vuelve de un rojo
alarmante, los ojos muy abiertos y llorosos, la frente húmeda. Miro el curry en mi tenedor.
―Maldito maricón ―gruñe Ringo, metiéndose un enorme bocado en la boca, y dos
segundos después, se une a Brad, tosiendo y balbuceando por toda la mesa, luchando con
él por la jarra de agua.
Bajo el tenedor al plato y miro a mi alrededor mientras todo el mundo empieza a hurgar
en su curry sin tocar, todos ellos probablemente preocupados por disgustar aún más a Rose.
Pero Danny no. Vuelve a la mesa, toma asiento y aparta su plato. Miro a mi amiga. Ella está
trabajando felizmente su camino a través del plato de cabra, imperturbable y no afectada
por el nivel de calor.
―¿Qué coño has puesto en esa cosa? ―Brad jadea, reclamando el agua a Ringo mientras
Esther desaparece en la cocina por más.
Rose se encoge de hombros, pincha un trozo de carne empapado en salsa y lo mastica.
―Todo lo que decía la receta. ―Da un golpecito con el celular en la mesa, abre la
pantalla y señala la lista―. He añadido un par de habaneros más. Uno parecía un poco
escaso.
―¿Y las semillas? ―pregunta Ringo, agitando una mano delante de su cara―. ¿Y las
semillas?
Rose mira su tenedor.
―Decía todo el chile.
―¿Así que metiste tres? ―Brad aparta el plato y se frota el labio superior con la
servilleta―. Joder, creo que se me va a caer la lengua.
―Bueno ―reflexiona Rose, casi feliz―. Al menos nadie podrá cortarla.
Miro a Danny, cautelosa, viéndole moverse en su silla, con aspecto de estar conectado.
Cargado. Listo para estallar. Y nuestra gracia salvadora, Daniel, acaba de salir de la casa.
¿Los demás? Quieren reír. Quieren reírse mucho, pero obviamente valoran más sus vidas
que la necesidad de contener su inoportuna diversión.
―Tengo que saberlo. ―Rose se mete otro tenedor de curry en la boca y mastica,
absolutamente inmune al hecho de que está cargado con suficientes chiles como para
volarle literalmente la cabeza a alguien. Brad y Ringo son la prueba, sus caras brillantes y
húmedas. Ella se ríe y yo me preparo para la explosión de Danny, mi mano cae sobre la
pierna de James y aprieta, un mensaje silencioso de que se prepare para retenerlo. Rose deja
caer el tenedor y se limpia los labios―. ¿Qué te hizo pensar que Perry Adams era El Oso?
―Sus ojos se centran únicamente en Danny, al otro lado de la mesa. Nadie más. Sólo a él.
―Allá vamos ―suspira Otto, mirando de reojo a Esther, que mira nerviosa a su hijo.
―¿Supongo que estás hablando conmigo? ―Danny pregunta rotundamente.
―¿A quién más? Creo que tú le conocías mejor que nadie, ¿verdad? ―Ella mira
alrededor de la mesa, como si pudiera obtener un acuerdo de alguien―. Aparte de mí, por
supuesto.
Joder, Rose. Me pellizco la nariz, pensando en levantarme y llevármela a rastras.
―Hoy había un poco de brisa en el agua ―prácticamente chilla Zinnea―. Cogí el ferry
acuático a Martinica y había una manada de delfines que me siguió todo el camino.
También perdí mi sombrero para el sol. ―Se ríe―. La brisa me lo arrancó de la cabeza.
Sinceramente, me sorprende que no se llevara también mi peluca y mis pestañas.
Me muerdo el labio y le tiendo la mano a Zinnea, y Goldie le sonríe al otro lado de la
mesa. Mi tío pone los ojos en blanco y bebe un poco de vino.
―Bueno ―dice Danny, girando lentamente su vaso de agua, sin apartar los ojos de Rose
mientras mastica alegremente el mortífero curry―. teníamos motivos suficientes...
―Quiero decir ―se ríe―, que ese cabrón apenas tenía capacidad para hacerme
correrme, y menos para dirigir un sindicato del crimen mortal.
Los puños de Danny golpean la mesa con tanta fuerza que el curry de todos se sale de
sus platos y salpica la mesa.
Se acabó. Adiós, mi querida amiga. Atesoraré nuestra amistad para siempre.
Se levanta bruscamente, camina a lo largo de la mesa, aparta la silla de Rose y le coge el
codo.
―Discúlpenos un momento ― gruñe, conduciéndola al interior de la villa.
Y en el momento en que la puerta se cierra tras ellos, Brad exhala.
―Jesucristo, ¿qué coño les pasa a esos dos? ―Coge su whisky y lo bebe de un golpe.
―No lo sé ―respira Esther, exasperada―. Pero ella sí que sabe cómo molestarlo. No es
sano, para ninguno de los dos.
―Estaba jodidamente destrozado ―dice Otto―. ¿Alguien sabe qué pasó? Cuando les
dejamos anoche, seguía cabreado pero de nuevo enamorado de ella.
―Nunca ha perdido el amor por ella ―dice Goldie―. Sólo le falta paciencia la mayor
parte del tiempo.
―Debería haber ido a trabajar ―dice Zinnea.
¿Y yo? Me siento en silencio mientras todos intentan averiguar qué coño está pasando,
sintiendo la mirada acusadora de James clavada en mí. Echo un vistazo por el rabillo del
ojo.
―Lo sabes ―susurra, justo cuando suena un golpe ensordecedor desde el interior―.
Sabes lo que les pasa.
―Ahí va otro cuenco de cristal. ―Esther se desliza de su silla, encogiéndose, y yo me
levanto de la mía.
Pero James me tira inmediatamente hacia abajo.
―No, Beau ―me advierte con tanta firmeza que sería un tonto si lo ignorara. Así que
me siento, y la única razón por la que lo hago es porque sé más allá de todo lo que he sabido
nunca que Danny nunca haría daño físico a su mujer. Rose, sin embargo, luchará como
una gata, embarazada o no―. No te vas a levantar de esta mesa ―me advierte, con el rostro
serio―, hasta que me digas qué coño les pasa a esos dos.
emasiado lejos. Demasiado lejos. Sigo recordándome que está embarazada. Sigo
recordándome que la amo. Que es mi esposa. Que mataría a cualquiera que le
pusiera un dedo encima. Eso me incluye a mí, por eso he pasado la mayor parte del
día queriendo suicidarme lentamente.
La coloco bruscamente en un taburete, apoyo las palmas de las manos en sus rodillas,
acerco mi rostro amenazador al suyo y gruño.
―¿Qué tengo que hacer, Rose? ―pregunto. Tengo que sacarnos a los dos de este estado
de ánimo antes de que alguien acabe muerto. Está dolida, lo entiendo. Quiere castigarme
como no pudo castigar a los demás porque sabe que puede hacerlo. Y yo lo aguantaré todo.
Sus ojos son duros, su expresión cortante mientras me mira fijamente, con las mejillas
tensas.
―He dicho que no ―gruñe.
Cierro los ojos, ocultando mi estremecimiento.
―No te oí, Rose. ―Estaba enloquecido, fuera de mis cabales. Todo estaba distorsionado,
y sólo oía a mi mente gritándome, exigiéndome que matara.
Matar, matar, matar.
¿Cómo coño puedo hacer esto bien?
―Lo siento ―susurro―. Siento mucho no haberte escuchado cuando me dijiste que
parara. Lo siento tanto, joder, por hacerte sentir como un objeto. Por no acabar con el
hombre que amenaza nuestra felicidad. ―Tomo su mejilla, acariciándola suavemente―.
Lo siento mucho, joder, por ser uno de ellos.
Se aleja de mi tacto, y es el peor tipo de dolor que podría infligirme. Rechazo.
Ella no puede perdonarme. Y eso hace que quiera matar más fuerte. Más lento.
Perdido, miro alrededor de la cocina, preguntándome, ¿y ahora qué?
Sin ella, ¿qué? ¿Dónde estoy?
¿Quién soy yo?
Sólo soy un asesino sin un propósito. Un hombre sin nada por lo que luchar.
Mis ojos se posan en un pequeño cuchillo, la hoja corta para mayor precisión.
―Te amo, Rose ―digo en voz baja, dando un paso atrás―. Con cada parte oscura, sucia,
corrupta, ilegal e inmoral de mí, te amo, joder. ―Cojo el cuchillo y sus ojos se abren de par
en par.
―¿Danny?
Me quito la camiseta por la cabeza y la tiro a un lado.
―Por no oírte. ―Llevo la hoja a mi pecho y la atravieso rápidamente con un siseo.
―¡No! ―Se abalanza sobre mí, pero mi brazo la detiene.
Otro tajo.
―¡Para! ―grita, sus ojos estallan en lágrimas―. ¡Danny!
―Mi castigo, Rose.
Otro corte.
Aprieto los mis dientes, el dolor es jodidamente real. Pero nada como lo que sé que
sentiría si ella me abandona. Nunca perderé la cabeza cuando vuelva a follarla. Nunca
pondré a ninguno de los dos en esa situación. Lo juro. Sí, nuestra vida sexual siempre ha
sido lasciva y frenética, pero nunca he perdido el juicio. Nunca he dejado de escucharla.
Otro corte.
―Danny, por favor, te lo ruego ―solloza.
Otro corte, esta vez cruzando sobre los otros, mi pecho convirtiéndose en un maldito
tablero de ajedrez, la sangre golpeando ahora el suelo de la cocina con gotas gordas y
desordenadas.
―No ―murmura, retrocediendo, sus ojos recorriendo mi carne mutilada, pero su rostro
traumatizado no me detiene, mi odio a mí mismo se aviva, me hace cortar más, soportar
más dolor, tragarme la pena.
Contengo la respiración a través de la niebla de la agonía y veo a Rose moverse. Agarra
algo, lo levanta y yo parpadeo, intentando aclarar mi visión.
Un cuchillo.
Y antes de que pueda comprender sus intenciones, ha levantado un brazo y lo ha
arrastrado por su carne.
No.
Dejo caer mi espada al suelo, sacudido de mi propia locura para lidiar con la de mi mujer.
―¡No! ―Me abalanzo sobre ella, le quito el cuchillo de las manos y la agarro,
arrastrándola hacia mí. Rápidamente la tengo en mi pecho, abrazada a mí, mi piel
empapada de sangre se filtra en el material de su vestido.
―Te perdono ―solloza, llorando en mi cuello, palpándome la espalda desnuda
frenéticamente―. Por favor, deja de hacerte daño.
Cierro los ojos y me hundo en su abrazo, con la cabeza latiéndome muy fuerte y el pecho
palpitante.
―Lo siento ―susurro, estrechando mi abrazo―. Lo siento mucho. Noto que asiente y se
aferra más a mí, y abro los ojos cuando oigo movimiento junto a la puerta. Beau está
observando la escena, el amasijo de sangre, mi cara, James de pie detrás de ella con cara de
¿qué coño? Me alegro de que estén aquí.
―¿Hospital? ―Beau pregunta, fría y tranquila, como si supiera el resultado de esta
particular tormenta de mierda.
Sacudo la cabeza.
―El botiquín está en el armario.
Ella se mueve deprisa mientras James entra despacio, sin ninguna prisa. Sus ojos son
interrogantes. Lo sabe. Sabe lo que hice, y odio la preocupación que veo. Aparto la mirada,
avergonzado, sabiendo que se estará preguntando si es hora de que me aleje de la primera
línea antes de que me mate, ya sea bebiendo demasiado o cortándome en pedazos. Antes de
hacer cualquier otra estupidez. En cualquier caso, mi estado de ánimo está claro.
Jodidamente loco.
―Rose, cariño ―digo en voz baja, alejándola de mi pecho, aspirando aire mientras su
vestido se despega de mis heridas abiertas―. Tenemos que limpiarte. ―Tiene el cabello
pegado a las mejillas mojadas y el rímel manchado en la cara. Le cojo el brazo e inspecciono
los daños, con una mueca de dolor ante la profunda herida―. Estúpida, estúpida mujer
―suspiro mientras ella moquea y resopla, inmóvil ante mí―. Llama a Doc.
―Estará dormido, Danny ―dice James, pareciendo tan perturbado como me siento yo―.
Podemos ocuparnos de esto. ―Su mirada fija en mi pecho me dice que está cuestionando
sus propias palabras.
No doy una mierda por mí. A Doc sólo lo trajimos para vigilar a Rose y hacerle escáneres
regulares. Nadie anticipó que estaría limpiando más sangre.
―Toma ―dice Beau, poniendo un cuenco de agua caliente sobre la encimera y echando
un poco de solución antiséptica junto con unas toallitas.
Siento a Rose, me esterilizo las manos con unas toallitas y empiezo a limpiarla.
―¿Puedes ir a buscarle un vestido limpio, por favor?
―Danny ―dice Beau, preocupado―. Tu pech...
―Puede esperar. ―Sujeto el brazo de Rose y limpio la carne, quitando la sangre hasta
que veo la herida abierta. No es tan profunda como para ponerle puntos, pero sí demasiado
como para ponerle una tirita. Maldita sea―. Hay un poco de pegamento médico ahí ―digo,
juntando los lados, midiendo el trabajo que hay que hacer.
James saca el Dermabond del botiquín y me lo da antes de apoyar la mano en el hombro
de Rose y masajear.
―¿Necesitas algún analgésico?
Sacude la cabeza mientras me pongo manos a la obra, sello el corte y la vendo,
conteniendo mi ira. Después de todo, yo empecé. No puedo estar más enfadado con ella. Y,
sin embargo, lo estoy.
Beau aparece con un vestido y una rebeca.
―Gracias ―dice Rose, y James le da la espalda mientras ella se quita el vestido empapado
en sangre por encima de la cabeza. Su vientre hinchado es como un ladrillo en mi cara, y
mis ojos se desvían hacia su brazo recién vendado. Culpa mía.
―¿Danny? ―dice en voz baja, un claro intento de distraerme mientras se pone el vestido
limpio con la ayuda de Beau.
Cojo la rebeca del mostrador y la abro.
―Estoy bien ―le digo, sintiendo la sangre resbalar por mi torso mientras ella desliza los
brazos dentro de las mangas―. ¿Nos das un minuto? ―Pregunto, y James y Beau nos dejan
sin decir palabra, aunque sé que sólo estarán al otro lado de la puerta. Probablemente
discutiendo qué coño hacer conmigo.
Siento a Rose y caigo de rodillas ante ella. Llevo mi dedo a su barbilla y la levanto para
que desvíe la mirada de mi pecho ensangrentado a mi cara. No digo nada, solo la miro
fijamente a los ojos mientras ella me devuelve la mirada, con el labio aún tembloroso. Estoy
muy enfadado conmigo mismo. No solo he acabado con su confianza en mí y en cómo
manejo su cuerpo, sino que también he hecho que vuelva a cortarse. Le hice sentir que no
había otro camino. Habíamos superado esos días negros y peligrosos en los que nos
hacíamos daño. Cuando sobrepasábamos los límites del otro. Pero no puedo volver atrás.
―Nunca más.
―Tú...
Coloco mi dedo sobre sus labios y niego con la cabeza.
―Nunca. ―No le exijo nada. Ni conformidad ni rendición. Ni una promesa de no
hacerse daño jamás―. Te digo que nunca volveré a decepcionarte.
Ella inhala, su labio tiembla más, sus ojos se llenan de nuevas lágrimas.
―No me decepcionaste.
―Te defraudé, Rose. Nos defraudé. Emborrachándome, perdiendo el control,
enfadándome y cortándome. Nos defraudé. ―Me inclino y tomo su cara entre mis
palmas―. Nunca más. La beso suavemente, me levanto y ella se levanta conmigo, dejando
que me disculpe un poco más con la boca.
―Deja que te limpie ―me dice, pero niego con la cabeza, no quiero cargarla con más
dolor al ver el desastre que he hecho de mí mismo.
―No. ―Me aparto y le limpio los ojos, arrugando la nariz mientras me relamo los labios.
―¿Qué? ―pregunta ella.
―Sabes a picante. ―Puedo sentir el calor de los chiles. Jesús, Brad no estaba siendo
dramático en absoluto.
―Se podría hacer con un poco más picante.
―¿Más? ―Me rio un poco y me inclino, posando mis labios sobre su barriga mientras
ella entrelaza sus dedos en mi cabello―. Vete ―le ordeno, levantándome y dándole la
vuelta―. Dile a James que le necesito.
―A Brad no le gustará.
―Brad no sabe lo que ha pasado entre nosotros.
―¿Y James sí? ―pregunta.
―¿Se lo dijiste a Beau?
―Sí.
Por supuesto que lo hizo. Y vi la cara de James. Su preocupación por mí.
―Entonces lo sabe. ―La acompaño hasta la puerta y miro afuera para ver dónde está
Brad y qué está haciendo porque Rose tiene razón. No le gustará estar a oscuras―. Está
demasiado ocupado muriéndose por comer tu curry como para preocuparse de lo que
hacemos James y yo. ―Veo que sigue tomando agua.
Un golpecito en el culo hace que Rose siga su camino con Beau, y me vuelvo hacia James,
sintiendo sus ojos clavados en mí.
―No digas nada.
―No iba a hacerlo. ―Rellena el cuenco con agua fresca y antiséptico. Por eso James y yo
nos llevamos tan bien. Vuelvo a la silla y me siento, con la espalda recta y el pecho lo más
tenso posible, empujando la caja médica hacia él―. ¿Qué coño vamos a hacer?
―Oh, ¿así que ya estás listo para discutir las tácticas? ―Coge una silla y la gira hacia
mí, se sienta y pasa una toallita por la solución.
―Sí ―gruño. Soy perfectamente consciente de que o bien he estado demasiado cabreado
o bien he tenido la cabeza metida en el culo las últimas veinticuatro horas.
―Deberíamos incluir primero a los demás.
―Bien ―murmuro, siseando mientras me limpia con una mano firme―. ¿Alguien te ha
dicho alguna vez que tu trato con los pacientes es una mierda? ―le pregunto, haciéndole
sonreír mientras continúa, ignorando el hecho de que me estoy empujando contra el
respaldo de la silla, intentando en vano evitar el escozor del antiséptico en mis heridas
abiertas.
―No te has andado con rodeos, ¿verdad?
Miro hacia abajo e inmediatamente desvío la mirada.
―Soy un cabrón, lo sé.
Tararea, concentrado, pero no acepta.
―¿Qué te pareció Lennox Benson?
―Aparte del hecho de que obviamente le gustaba mi mujer embarazada... ¡Ay, cabrón!
―Imbécil ―murmura―. Sí, aparte de eso.
―Tómatelo con calma ―refunfuño, bajando la mirada hacia su mano trabajando―.
¿Qué quieres decir?
―Es un hombre guapo. ―James tira el trapo manchado de rojo en el cuenco y rebusca
en la caja.
Mis hombros caen.
―No habría importado si Lennox Benson pareciera la parte trasera de un autobús. Hizo
lo que hizo porque es una zorra odiosa.
―Supongo que te refieres a tu mujer embarazada.
―¿Podría estar hablando de la tuya?
―No es mi mujer y no está embarazada.
Sonrío y él me mira, sabiendo que estoy a punto de soltarle un chiste sarcástico. Entonces
el cabrón me golpea en el pecho.
―¡Joder!
―¿Qué decías?
―Decía ―siseo, mirando mis heridas―. Eres un cabrón.
―Yo también te quiero. ¿Pegamos estos cortes o te conformas con cicatrices más anchas
de lo necesario?
―Da igual. Seguirán siendo bastante patéticas comparadas con las tuyas. ―Otro
pinchazo, y toso por encima de una carcajada.
―En serio ―dice James―. Tenemos que hablar de negocios.
―Sí, lo sé. ―Cedo, derrotado―. Así que date prisa de una puta vez y pégame de nuevo.
―Le fulmino con la mirada―. Con cuidado, ¿vale?
―Vale, cariño. ―Sigo siseando entre conteniendo la respiración mientras él me cura―.
Necesito preguntarte algo ―dice sin mirarme.
―Suena ominoso.
―Hablé con Chaka sobre el próximo envío.
―¿Y?
―¿Le dijiste que Rose está embarazada? ―Me mira, justo cuando retrocedo, lo que le da
su respuesta. No es que necesitara preguntar―. ¿Y cómo lo sabe?
―Buena puta pregunta ―musito, sumiéndome en mis pensamientos. No confíes en
nadie. Últimamente he hecho algunas excepciones, y una de esas excepciones me está
volviendo a pegar. Una de esas excepciones es ahora un sólido amigo y compinche. Confío
mi vida a James, y no muchos hombres tienen ese privilegio.
―Todo arreglado ―dice, poniéndose de pie y llevando la palangana al fregadero―.
Ponte una camiseta y limpiaré el desastre antes de traer a los hombres.
Me levanto de la silla, el despliegue de mi cuerpo me tira de la piel del pecho. Aprieto los
dientes cuando me subo la camiseta y aprieto más cuando me la pongo sobre las vendas
que él ha colocado sobre las heridas unidas―. Nos vemos en el estudio ―digo, alejándome,
preguntándome por qué coño me duele todo tanto en este momento.
Porque... Rose.
¿Y cómo coño sabe Chaka, mi proveedor de armas afincado en un pequeño asentamiento
en medio de ninguna parte de África, que mi mujer está embarazada?
Me dirijo al sofá de mi despacho, pero me lo pienso mejor. Entonces considero la silla
detrás de mi escritorio y hago una mueca por el bajo nivel del asiento. Finalmente, me
decido a quedarme de pie, apoyando el culo en el borde del armario. Echo un vistazo a las
botellas de whisky. Me vendría bien un trago. Por el amor de Dios.
Cuando oigo las voces de los hombres, me quito la palma del pecho e intento alargar el
torso.
―Hijo de puta ―respiro, doblándome de nuevo. Esta vez me he pasado―. Siéntense
―les digo mientras se acercan y todos me miran con desconfianza o preocupación. Sé que
James no habrá murmurado ni una palabra sobre el estado de mi pecho y cómo ha llegado
a estar mutilado, pero no soy tan tonto como para creer que tenga que decírselo. Vieron a
Rose. Me vieron a mí.
Espero a que todos se pongan cómodos y me doy cuenta por primera vez esta noche,
ahora que la nube de furia y remordimiento se ha disipado, de que Goldie lleva traje. La
miro con el ceño fruncido, pero ella me atraviesa con la mirada, sus ojos me dicen que vaya
al grano.
―¿No te unes a nosotros? ―Brad pregunta, señalando la silla vacía detrás de mi
escritorio.
Lo ignoro y me bajo de la madera, empezando a deambular por la habitación mientras
una multitud de ojos me siguen, esperando por dónde podríamos empezar. A decir verdad,
no tengo ni puta idea, y James debe de notarlo porque se aclara la garganta, desviando toda
la atención hacia él.
―Lo primero es lo primero ―dice―. Tom Hayley se presenta a alcalde de Miami.
Me sobresalto, al igual que todos los presentes.
―Estás de broma, ¿verdad? ―balbuceo.
―No.
―Joder, creo que prefería a Adams. ―¿Tom Hayley? Jesús, el hombre es un ególatra. Y,
lo que es peor, nos odia a James y a mí, así que sólo puedo ver que esto va en una dirección.
Un dolor de cabeza. Y no podemos matar al maldito porque... bueno, es el padre de Beau.
―¿Algo más que me altere? ―Pregunto.
Me doy cuenta por la cara de James que viene otra bomba.
―Tenemos que cambiar la fecha de entrega del próximo envío a los mexicanos.
―¿Por qué? ―Brad pregunta, en lugar de informar a James de que no es una opción.
Porque James no elegiría cambiar nada si no fuera necesario. No se modifican las
condiciones de una entrega de armas gigantescas el día después de que la mitad del pago
esté en tu poder. No es de buena educación, y además provoca desconfianza. Lo último que
necesitamos es a los mexicanos encima.
―La Guardia Costera tiene día de entrenamiento anual el día en que Chaka debía
entregar. Tenemos que adelantar al lunes.
―Mierda ―suspiro―. Ese es el día en que los mexicanos quieren su botín.
―Por el amor de Dios ―murmura Ringo.
―Genial ―suspira Otto―. Entonces... ¿quién habla con los mexicanos? ―pregunta,
señalando las pajitas del mueble de las bebidas.
―No estoy echando a suertes. ―Brad se ríe. ―Soy tan bueno sacando pajitas como
Danny jugando al póquer. ―Se levanta, sirve dos whiskys y me trae uno. Acepto, aunque
sólo sea para no preocuparme, pero no me lo voy a beber.
―Hablaré con Luis ―digo, mirando el vaso que tengo en la mano―. Le compensaremos.
―¿Cómo?
―Un descuento.
―¿Aún más? ―Brad mira mi bebida sin tocar, sin duda preguntándose por qué sigue
sin tocar cuando claramente la necesito.
―¿Alguna otra sugerencia?
―¿Cuándo llegará el próximo lote de dinero a Hiatus para ser limpiado? ―me pregunta,
dándome la respuesta. No hay otra manera. Tenemos que endulzar el trato, incluso
jodidamente más de lo que ya ha sido endulzado―. Tengo que decírselo a Nolan.
―Hablaré con Luis. Reorganizaremos el intercambio y te avisaré. ―Dejé el vaso en el
suelo, contento de librarme de su peso―. Ahora...
―Tengo más ―dice James, atrayendo mi atención hacia él. ¿Qué coño más puede haber
pasado en las últimas veinticuatro horas que me haya perdido? —Esta mañana se ha
publicado un artículo en internet. ―Se dirige a su teléfono―. Por Natalia Potter.
―Un periodista, supongo ―gruñe Ringo mientras extiende la mano, cogiendo el
teléfono de James. Su labio se curva más con cada palabra que lee―. ¿Y una mierda? ―Sus
grandes ojos encuentran a James.
―Sí, es una mierda ―dice James en voz baja, haciendo que todos los presentes vayan
hacia Ringo y se apiñen a su alrededor, tratando de averiguar qué es lo que ha captado su
conmocionada atención. No me uno a ellos. Uno, porque no puedo agacharme, y dos,
porque tengo la sensación de saber de qué se trata―. Detalla la historia de dos hombres.
―James me mira.
―Algo me dice que no son ciudadanos respetuosos con la ley ―pienso mirando el
whisky. Sé que puedo beberme unos cuantos vasos sin que me afecte. Joder, llevo bebiéndolo
desde que tenía doce años. ¿Pero para Rose? Autocontrol―. ¿Qué dice?
―¿Exactamente? ―pregunta Ringo, y yo entrecierro los ojos―. Vale, y cito ―prosigue,
volviendo a prestar atención a su teléfono―. «El famoso criminal Danny Black, conocido
como El Británico, y el hombre apodado El Enigma, de quien se rumorea asesinó a la
detective Jaz Hayley, están causando el caos en Miami, y parece que la policía y el FBI son
impotentes para detenerlos». ―Ringo se mueve incómodo―. Fin de la cita.
―¿Y yo qué? ―Brad gruñe, con cara de indignación―. ¿No me mencionan?
―Cállate, niña ―murmura Goldie, sentándose de nuevo en el otro sofá, con los ojos
puestos en James―. ¿Estás bien? ―le pregunta.
―Bien. ―Está pensativo, con los ojos en los pies. Pensando.
―¿La fuente del periodista? ―le pregunto.
―Anónima. ―James me mira―. Como todos los demás.
Pero para nosotros, esto es un simple golpe de él. Una manera de hacernos salir.
Llevarnos de vuelta a Miami. La policía no puede tocarnos, lo sabemos. Él lo sabe. Esto se
está convirtiendo más en ego que otra cosa. Un juego. James puede probar que no mató a
la madre de Beau, y si la policía tuviera algo contra mí, ya estaría enjaulado. Ese artículo es
la forma de El Oso de decirnos que está en contacto con Potter―. Averigua dónde está
―digo, pero Otto ya está al teléfono. Me incita a hacer yo mismo una llamada.
―Agente Higham ―dice en respuesta, sonando algo cauteloso. No sé por qué ha dicho
su nombre. Quizá para recordarme que, de hecho, es del FBI.
―Higham ―digo, dejando que todos los demás en la habitación sepan a quién estoy
llamando―. Pronto estaré de vuelta en Miami. Deberíamos tomar un café.
―¿Una invitación a tu boda y ahora un café? Cualquiera pensaría que intentas meterme
en tu bolsillo, Black.
―No cabrías ―replico, y él se ríe―. Hay algunas cosas que tenemos que discutir.
―El rumor en la calle es que te has retirado.
Sonrío y miro a los demás. Todos tienen una sed familiar en los ojos. Todos menos Goldie.
Parece cabreada porque ella, más que ninguno de nosotros, quería retirarse. Y ahora no
puede. O, mejor dicho, se niega a hacerlo. No se irá del lado de James. Así que, sí, está
cabreada. Cuando pensé que habíamos terminado con El Oso, no me alejé pensando que
habíamos terminado. Me fui sabiendo que no. Es como le dije a James una vez: si pones el
listón, lo defiendes.
O te mueres.
Hemos puesto el listón y estoy decidido a defenderlo. La alternativa no es una alternativa.
El búnker que construimos en el astillero no era una solución temporal. James nunca podrá
alejarse de El Enigma. Yo nunca podré alejarme de El británico. Una reputación conlleva
una responsabilidad: la responsabilidad de seguir vivo y mantener a salvo a tus seres
queridos. No puedes darle la espalda a esta vida, y esa es una lección que tanto James como
yo hemos aprendido. Tenemos que seguir traficando si queremos seguir vivos. Tenemos que
mantener el control de Miami. La alternativa no sólo será un desastre. Será el fin. Eso era
un hecho antes de que descubriéramos que El Oso sigue vivo. Los rusos siguen ahí fuera, y
eso era suficiente para mantenernos en el juego. ¿Y ahora? Ahora terminamos un trabajo
que se está alargando fastidiosamente. Es simple. Pero complicado.
Así que circulan rumores. ¿Retirado? Si sólo fuera tan simple como colgar mi arma. Mi
cuchillo. O mi abrecartas.
―Los rumores suelen ser sólo eso ―digo, apoyando de nuevo mi peso en el mueble. Va
a haber mucha gente decepcionada si es así, pero más tontos ellos por suponer. Nada debe
suponerse en este mundo―. Siento decepcionarle.
―No estoy decepcionado, Danny.
Ahora nos tuteamos, ¿no? Interesante. También lo es el hecho de que no está
decepcionado.
—Me alegro oírlo, Harry. ―Me acerco a la silla que hay detrás de mi escritorio y me
acomodo en ella con cautela, con la curiosidad por encima de la incomodidad―. Estaba a
punto de darle el pésame.
Se ríe ligeramente.
―¿De qué?
―Espero que las cosas se pongan en marcha en Miami muy pronto. Escúchame cuando
te digo que no soy el hombre al que deberías perseguir. Estaré en contacto. ―Cuelgo y miro
a Brad y James a la vez―. Definitivamente no es corrupto
―¿Definitivamente? ―James pregunta.
―De acuerdo, no está corrompido. ―No hay nada definitivo en nuestro mundo―. ¿Y
ahora qué? ―Pregunto, con la palma de la mano apoyada en el pecho.
―Goldie quiere dibujarnos un diagrama actualizado con su letra femenina, bonita y
pulcra ―dice Ringo, cogiendo un trozo de papel y un lápiz y entregándoselo. Ella acepta
pero gruñe. Y con la aparición del traje de Goldie aparece la burla de Ringo.
―No necesitamos un diagrama ―dice Brad, interceptando y retirando las herramientas
de la mano de Goldie, al tiempo que lanza a Ringo una mirada de advertencia. No soy el
único que anda con cuidado con nuestra guerrera. Pero Ringo es el único que no lo hace.
¿No se ha enterado?
―¿No va a dejar todo el mundo de mirarme así? ―Goldie ladra, se levanta y se pone la
chaqueta, como para recordar a todo el mundo que, de hecho, lleva un traje. No un vestido.
―Ves ―gruñe Ringo, mirándonos a todos como si fuéramos estúpidos―. No le gusta.
―Se acerca a Goldie, levanta el puño y le da un golpe en el bíceps. Y ella le devuelve un
puñetazo capaz de tumbar a Wladimir Klitschko2, haciendo que Ringo vuele por la oficina
como un muñeco de trapo. Aterriza con un ruido sordo, sujetándose la enorme nariz, que
ahora va a ser aún más grande. Hinchada. Probablemente un par de ojos morados
también―. Que me jodan ―gime.
Desvío la mirada de Ringo, que está en el suelo, hacia Goldie, y detesto el brillo de sus
ojos.
―Vete ―le ordeno, acercándome a ella, literalmente tomando mi vida en mis propias
manos al apartarla físicamente y acompañarla hasta la puerta.
―Estoy bien ―argumenta, girando los hombros para apartarme―. Quítate de encima
o...
―¿Qué? ―Me acerco a su cara, no agresivamente, pero una clara señal de que no voy
a tomar ninguna mierda. ¿Quiere que la traten como al resto de los hombres? De acuerdo.
Estoy aquí para eso―. Controla tus impulsos o lárgate de esta puta oficina. ―Soy un maldito
hipócrita, lo sé ―. ¿Está claro?
Asiente una vez, y es cortante.
―Claro.
―Siéntate de una puta vez. ―No estoy enojado. No se me ha acabado la paciencia.
Simplemente le estoy dando a Goldie lo que quiere. Lo que necesita. Igualdad. Validación.
Vuelve a sentarse en el sofá mientras Ringo se arrastra desde el suelo, se palpa la nariz y se
revisa la mano mientras se une a ella.
¿Dónde estábamos?
―No quedan muchos animales en el zoo ―digo, encaramándome al escritorio―.
Supondremos que con la eliminación de los irlandeses, la rama de drogas del negocio de El
Oso ha cesado.
―Por ahora ―añade James.
―Por ahora. ―Habrá hombres subiendo a través de las filas, una loca lucha para llenar
las botas de Vince Roake―. Aún no sabemos dónde guardan los polacos a las mujeres que
envían. ―O, de hecho, cómo las están enviando.
―Suponiendo que no las guarden en la cámara acorazada del banco que dirigía Kenny
Spittle. ―Otto levanta las cejas.
2 Exboxeador profesional ucraniano de peso pesado con una notable trayectoria que pasó a retiro en 2017.
―Son mujeres, no hadas, joder ―murmura Brad―. Las drogas y las armas están o
estaban guardadas en el banco. Nos queda El Tiburón bateando para los polacos, y El Buey,
Sandy y Volodya ganando para los rusos.
Ganar.
Con los rusos dirigiendo el lado de las armas de este pequeño y acogedor montaje, sin
duda están ganando. No hemos podido acabar con ninguno de los cabrones de la cima de
ese árbol, ¿y ahora que sabemos que su titiritero no está muerto? Resoplo y arrastro una
mano por mi cara. Se habrán reído hasta llegar al banco. El banco de Kenny Spittle. Frunzo
el ceño y miro a Otto.
―¿No ha habido acción en el banco? ―pregunto.
―Nada. Nadie entrando, nadie saliendo.
―¿Y Kenny Spittle?
―Sigue en el contenedor, aunque sus vacaciones anuales programadas están a punto de
terminar. No pasará mucho tiempo antes de que los colegas del banco empiecen a hacer
preguntas cuando no vuelva al trabajo. Leon lo alimenta y riega a diario.
―¿Por qué? ―James pregunta―. Sólo mata al maldito.
Sonrío para mis adentros.
―¿Y me dices que me precipito?
―La única forma de que Oliver Burrows supiera que nuestro viejo amigo el agente
Spittle estaba muerto es que se lo dijera su hijo Kenny, ya que no hay cadáver.
Tarareo, pensativo.
―Y cuando saliste de la estación tras la intervención de Higham, Burrows no te siguió,
pero sí El Sabueso. ―Más tonto El Sabueso, a quien James no tardó en reventar―. ¿No hay
actividad en su teléfono?
―Ni un susurro ―confirma Otto.
Así que, nadie está aparentemente activo, y no ha habido señales de los rusos, ni de Sandy
ni de ese cabrón de Volodya, que, inconvenientemente, no está muerto después de todo. No
está muerto, pero sigue sin dar la cara.
―Creo que Luis definitivamente necesita un poco más de descuento en su pedido
―musito, mirando a James. Él asiente, escuchándome. Si el maestro de marionetas ha
exigido silencio en el frente occidental, nosotros exigiremos atención, y no hay nada como
una dura competencia para llamar mi atención. O para sacar a alguien de su escondite.
―¿Crees que el silencio de radio en el teléfono es porque saben que tenemos a Kenny?
―Ringo pregunta.
―O pensar que podríamos tenerlo.
―Pronto aparecerán en el banco buscándole. Asegúrate de tener su casa cubierta
también. ¿Cómo van las reparaciones del astillero?
―Completas ―confirma Otto.
―Bien. ―Porque vamos a necesitarlo. Veamos si podemos despertar a Miami.
odos me miraban mientras me dirigía a la piscina y me sentaba en el borde, con las
piernas desnudas colgando. Nadie murmuró una palabra, no durante unos minutos,
hasta que Brad acabó con el silencio con otro bocado de mi curry. Agradecí su intento
de romper la atmósfera y esbocé una pequeña sonrisa por encima del hombro.
Media hora después, sigo aquí, con la palma de la mano apoyada sobre el brazo, el
remordimiento espeso, como mi dolor de cabeza. Veo el reflejo de Beau en el agua y levanto
la mano a ciegas. La coge y se une a mí, empujando su hombro contra el mío.
―No estás sola en esto ―dice en voz baja, mientras sus pies empiezan a moverse en el
agua. No intenta sacarme la cabeza del culo ni insinuar que no todo gira en torno a mí,
simplemente me recuerda que está aquí para ayudarme.
Le aprieto la mano como respuesta y nos quedamos un rato en un silencio confortable.
Me pregunto qué estará pensando. Me pregunto cómo parece tan estable cuando la fuente
de su miseria ha declarado recientemente que sigue caminando por la tierra. Todavía aquí
para burlarse de nosotros. Pero conociendo a Beau como la conozco, esconde bien su dolor.
A diferencia de mí. Parece que estoy empeñada en hacer que la vida de mi marido sea aún
más difícil de lo que ya es. Maldita sea. Malditos sean los demonios que burbujean bajo la
superficie. La libertad y la felicidad siguen cosquilleando los bordes de mi vida y luego se
retiran, exponiéndome al mundo del que creía haber escapado. Que Dios los maldiga.
En nuestro matrimonio, siempre he sido yo quien arremete. Tomo represalias. Pierdo la
cabeza. El mero hecho de que Danny perdiera todo sentido de la presencia y no leyera las
señales de mi desesperación cuando estábamos teniendo sexo dice mucho de su estado
mental. Al igual que el hecho de que se emborrachara tanto. No es él mismo. Parece
vulnerable, y ese no es mi marido. Tampoco quiero que lo sea.
―¿Qué puedo hacer para ayudar? ―Beau rompe el silencio.
―¿Matar al hombre adecuado la próxima vez? ―Le dirijo una sonrisa y ella pone los
ojos en blanco―. Es broma.
―No, no lo harás.
Ella tiene razón, yo no. Beau fue como un ejemplo andante de serenidad en las pocas
semanas que todos pensamos que había terminado. Quiero eso para ella otra vez. Quiero
eso para todos nosotros. La miro, preguntándome si ahora está fingiendo esa serenidad,
porque sigue tan jodidamente tranquila y, la verdad, me hace sentir un poco inferior. ¿Es
un cisne, elegante y sereno para el mundo, pero remando como loca bajo la superficie?
―¿Cómo estás? ―le pregunto, y ella ladea la cabeza, divertida. Quizá debería probar
esa meditación de la que me habló.
―¿Te haría sentir mejor si te dijera que estoy terrible?
―Sí.
―Terrible.
Le doy un codazo y se ríe. ¿Ahora somos nosotras? Las esposas de los mafiosos. ¿Con cara
dura, resistentes y muertas de miedo, pero incapaces de demostrarlo? Al menos, no al
mundo exterior. Mi estado de ánimo es obvio para la gente más cercana. Pero no para
Daniel. Nunca para Daniel. Para ese chico, soy la mejor actriz que se podría encontrar.
―¿Por qué no te casas con él? ―Pregunto, alcanzando el anillo en su mano derecha. No
tiene ningún sentido para mí. James la ama ferozmente, y Beau a él.
―Ya te lo he dicho.
Hay algo más, tiene que haberlo.
―¿Sabe Lawrence lo de Dexter?
―Jesús, no. Está en paz con el hecho de que Dexter lo dejó. Si supiera que James lo mató...
Lo entiendo. Miro por encima del hombro y veo que en la mesa faltan todos los hombres
y Goldie. Han sido convocados. Para conspirar y planear y prepararse para hacer llover el
infierno sobre Miami.
―Todo irá bien ―dice Beau.
―Tiene que serlo. ―Porque, ¿quién soy yo si no soy la Rose de Danny? ―Hago una
mueca de dolor, mi mano se posa automáticamente en mi barriga, mi mente me da la
imagen perfecta de la cara de Daniel. ¿Qué coño me pasa? Soy de nuestros hijos antes que
de nadie, incluido Danny. Él no lo tendría de otra manera. Pero, y es un hecho doloroso,
sólo soy quien soy ahora gracias a Danny, y no estoy segura de poder seguir así sin él―.
¿Vas a volver a Miami con ellos? ―Le pregunto a Beau, tal vez por el bien de ella, porque
no estoy segura de que vamos a tener opciones. Aunque, hay que reconocerlo, no estoy
segura qué opción tomarán los hombres. Dejarnos aquí, lejos de su cuidado, pero también
de las amenazas. O llevarnos con ellos donde estaremos cerca de su guardia, pero en medio
del peligro.
―Voy a volver ―dice Beau.
―Parece que esa decisión la tienes que tomar tú. ―Me rio y ella ladea la cabeza, con las
cejas levantadas y los labios fruncidos.
―Oh, es mía ―dice con seguridad―. Sabes, Rose, recuerdo haberte seguido a Hiatus
una vez. ¿Te acuerdas? ¿Cuándo nos dejaron ir a la playa ese día?
―Sí, lo recuerdo. ―No conocía a Beau tan bien como ahora. Recuerdo verla de pie en la
orilla mirando al sol, con los ojos cerrados, y preguntarme si alguna vez había visto a una
mujer tan rota.
―Y te miré y pensé en lo serena que estabas. Lo fuerte. Una fuerza de mujer para tener
en cuenta.
Mi sonrisa es irónica.
―Estoy pensando lo mismo de ti ahora.
―Las dos somos como putos yoyós. Fuertes, débiles, decididas, derrotadas. Supongo que
es de esperar en un mundo donde nuestros hombres son quienes son y nosotras lidiamos
con lo que lidiamos. ―Su brazo cae alrededor de mis hombros, acercándome a ella―. Pero
nos tenemos la una a la otra.
Sonrío. Es imparable. Nos tenemos la una a la otra, y no sé qué haría sin ella.
―Te quiero, Beau.
―Y yo a ti. Y si yo vuelvo a Miami, tú también.
―De acuerdo ―acepto, porque en medio de toda esta incertidumbre, sé una cosa sin
lugar a duda. No puedo sobrevivir en este mundo sin mi amiga disponible para abrazarme,
consolarme y sacarme la cabeza del culo cuando lo necesito. Sólo tengo que convencer a
Danny. Algo me dice que será un reto.
Beau empieza a levantarse, animándome a levantarme.
―Vamos, tenemos que comprobar que todo el mundo sigue vivo después de comer tu
curry.
―Mi curry estaba increíble. ¿Qué les pasa a ustedes?
―Rose, esa cosa ―señala la olla mientras caminamos hacia la mesa―, podría clasificarse
como arma letal.
Me siento junto a Esther, sintiendo que sus ojos me miran.
―¿Sigue vivo mi hijo? ―pregunta, girando su copa de vino por el tallo.
―¿Es Otto? ―replico, recordándole a mi suegra que no soy la única por aquí que ha
cabreado a su hijo. Vuelvo mi sonrisa hacia ella―. ¿Me vas a contar alguna vez qué les
pasa?
―No. ―Esther de repente ya no está interesada en mí―. Zinnea, ¿vas a actuar mañana
por la noche?
―Sí, cariño, sin duda. ¿Te reservo una mesa?
―¿Por qué hablamos como si fuéramos a estar aquí mañana por la noche?
―pregunto―. ¿A menos que planees quedarte? ―Miro a Esther, asegurándome de que
sabe que estoy hablando con ella. No hay ni la más remota posibilidad de que se quede en
Santa Lucía si Danny está en Miami. A menos, claro, que él lo exija.
―No me quedo ―suelta sin pensar.
―Oh, bien, yo tampoco ―respondo.
―¿Tienes esa opción?
―Sí, quiero. ―Sonrío alegremente―. ¿Y tú?
―Oh, a veces podría abofetearte.
Arrugo la nariz, me inclino hacia ella y le beso la mejilla.
―Yo también te quiero, mamá ―le digo, y ella pone los ojos en blanco cuando me retiro.
Sé que la exaspero. Sé que a veces le gustaría darme una bofetada. Pero también sé que
aprecia mi aprensión porque ella también la siente.
―Bueno ―arrulla Zinnea, sirviendo más vino―, por si a alguien le interesa, no volveré
a Miami.
La cara de Beau es un cuadro de shock mientras desvía la mirada hacia su tía.
―¿Qué? ―Veo que le entra el pánico. También veo que intenta contenerlo con
vehemencia. ―¿Con quién voy a meditar?
―No me necesitas, cariño ―dice Zinnea, su mano encuentra la de Beau sobre la mesa―.
Tienes a una encantadora y preciosa psicópata que cuida de ti estos días.
A Esther y a mí se nos escapa una pequeña carcajada, pero Beau entrecierra los ojos, poco
impresionada.
―James...
―James no. Estoy hablando de Rose ―bromea Zinnea, y yo la miro boquiabierta
mientras Esther se ríe más fuerte y Beau sonríe―. Oh, no pongas esa cara de indignación,
cariño.
¿Yo?
―Yo...
―¿Qué? ¿Torturarme con más de tu cocina?
Esther se está destornillando de risa, Beau apenas aguanta la risa y yo estoy indignada.
―Ese curry es digno de premio ―argumento, irritada.
―Basta ya. ―Zinnea pone los ojos en blanco de la forma más exagerada que sólo una
drag queen podría conseguir―. Hasta el diablo se quejó de que hacía demasiado calor.
Lágrimas. Hay lágrimas, e incluso yo, insultada como estoy, puedo sentir cómo la risa se
apodera de mí. Y luego hay momentos como estos en los que no cambiaría mi vida por nada
del mundo. Cedo a mi deseo y me derrumbo con ellas, con los ojos llorosos, la barriga
dolorida mientras Esther me aprieta la mano con fuerza. Y así nos quedamos los cinco
minutos siguientes, riendo sin control, con los cuerpos agitados, jadeando, hasta que oigo
movimiento detrás de nosotros.
Miro por encima del hombro, veo a los hombres saliendo de la villa, y toda risa se
desvanece como si nunca hubiera estado aquí. Evalúo todos y cada uno de sus rostros, y
odio lo que veo.
Propósito.
Compromiso de matar.
Me siento erguida y sonrío débilmente cuando Danny me encuentra, de repente
aterrorizada de que declare su marcha de vuelta a Miami y me deje aquí. No pudo sacarnos
a Daniel y a mí de la ciudad lo bastante rápido. No me imagino que tenga tantas ganas de
llevarnos de vuelta tan rápido. Y esa es otra pequeña cuestión a tratar. Nuestro hijo. Es un
milagro que hayamos logrado protegerlo de los horrores de nuestras vidas hasta este punto.
¿Y ahora qué? No es tonto, cada día es más curioso, y el hecho de que tenga dos montañas
barbudas vigilando todos sus movimientos es una gran señal de alarma.
Danny se sienta en el otro extremo de la mesa, el más alejado de mí, pero sus ojos me
miran con atención, su cicatriz parece brillar cada vez que la luz le da en la cara. Toma su
agua, se relaja y sigue observándome. Extrañamente, me siento vulnerable bajo la mirada
interrogadora de mi marido. Sus ojos helados me queman.
―¿Qué? ―digo, pero no obtengo nada, ni siquiera un movimiento de sus labios. Maldito
sea, ¿en qué estará pensando?
―Supongo que debería ir a hacer la maleta, entonces ―declara Brad, sin coger su silla
sino empujándola bajo la mesa.
―Yo también ―gruñe Ringo, girando su enorme nariz hacia su plato―. Gracias por la
cena.
Miro entre ellos, atónita.
―¿Adónde vas? ―Qué pregunta más ridícula―. Quiero decir ―sacudo la cabeza―, ¿te
vas ahora?
―Por la mañana.
―¿Y qué hay de ti? ―Pregunto, mirando a Danny―. ¿Cuándo te vas?
Bebe un sorbo de agua despreocupadamente, parece demasiado relajado. Es el único,
todos los demás se han puesto tensos, esperando los fuegos artificiales. Entonces se levanta
y empieza a caminar hacia mi extremo de la mesa y mi temor se multiplica. Viene a
tranquilizarme. O a sujetarme cuando me ponga a dar saltos de alegría por la villa porque
me va a dejar aquí. Sobre mi cadáver. Lo cual es una posibilidad cierta a juzgar por el velo
de acero que cae sobre el rostro de mi marido.
Miro a Beau y su expresión me dice que me tranquilice.
Tranquila, Tranquila, Tranquila.
―Hora de irse ―chirría Brad, saliendo apresuradamente, seguido por Ringo y Goldie.
―Sí, ha sido una velada encantadora. ―Zinnea se levanta, se bebe de un trago el resto
del vino y sale corriendo sobre sus talones. Pero James, Beau, Esther y Otto permanecen en
la mesa, negándose desafiantes a marcharse. Probablemente porque piensan que es
inhumano dejar que Danny muera solo.
Me levanto de la silla, con ganas de hacer acto de presencia, algo que a mi marido parece
divertirle.
―Guarda esos puños, Rose ―me dice en tono de advertencia.
Relajo las manos, que sinceramente no me había dado cuenta de que las tenía en un
puño.
―No te irás a Miami y me dejarás aquí.
Me alcanza, me rodea, me pone las manos en los hombros y me empuja de nuevo a la
silla. Luego se inclina y acerca su boca a mi oreja.
―Lo sé ―dice besándome el lóbulo. No soy la única que se relaja. Parece que toda la
mesa lo hace. Gracias a Dios. Empieza a masajearme y mis manos se posan sobre las suyas,
mi alivio deja paso a la satisfacción. Es curioso, ¿verdad? Hace unas semanas, cuando me
enfrenté a una situación parecida, me cabreé porque me sacaba de mi refugio y me llevaba
a una ciudad que odio. Pero he aprendido que mi refugio, de hecho, es Danny.
―Está bien, entonces ―digo, asintiendo para mí misma, sonando mucho más segura de
lo que sospecho que debería. ¿Podría haber una trampa? —Y no me vas a encerrar en la
mansión.
―Lo sé.
¿Oh?
―Con gusto llevaré un arma.
―Lo harás.
―¿Y los vikingos? ―pregunto, dirigiendo una mirada a Beau. Sonríe levemente, al igual
que James.
―Se distribuirá según sea necesario ―dice Danny, mientras sigue masajeándome los
hombros. ¿Qué coño está pasando? Es como si le hubieran hecho un trasplante de
personalidad.
―¿Me estoy perdiendo algo?
―¿Cómo?
Miro a Esther, que se encoge de hombros, igual de perpleja.
―Dímelo tú. ―¿De repente soy a prueba de balas?
―Esposa feliz, vida feliz ―murmura.
―Vale ―digo, levantándome de la silla, provocando que sus manos se aparten de mis
hombros―. ¿Qué está pasando?
―Vamos ―dice James, levantando a Beau y saliendo con bastante rapidez.
―¿Qué? ―pregunta Beau, que parece esclava de la fuerza de James, incapaz de impedir
que se la lleve. Es absurdo. Ella le daría la vuelta a la tortilla con un movimiento de brazo y
una patada giratoria. Así que, por supuesto, mi preocupación aumenta, especialmente
cuando Otto declara que él y Esther también se van.
Y entonces nos quedamos los dos solos, Danny y yo. Sus manos encuentran mis hombros
y me empujan de nuevo a la silla, y me estremezco terriblemente cuando se agacha, con la
mandíbula tensa. Su pecho. Su hermoso, suave y mutilado pecho. Se me hace un nudo en
la garganta y me maldigo a mí misma mientras cojo su camiseta y se la subo, como si
necesitara torturarme un poco más.
Su pecho está muy vendado, así que no puedo ver el daño. Pero yo lo veo. Yo causé eso.
Su mutilación. Su dolor.
Me coge la mano con delicadeza, la aparta y pronto vuelve a cubrirse el pecho. Desplazo
mis ojos hacia los suyos. Hoy en día, sigo sin entender cómo el azul hielo puede irradiar
tanto calor. Y, sin embargo, aquí está, un azul ardiente que me atraviesa. Este es mi marido.
Seguro de sí mismo y con el control. Este es el hombre por el que me sentí atraída al instante,
la criatura oscura que reflejaba una versión de mí, pero, irónicamente, fue el hombre
vulnerable y perdido que vi más allá de la oscuridad del que me enamoré. El hombre que
he visto esta mañana. Me alejo de ese pensamiento y Danny lo atrapa.
―Nunca más, Rose ―reitera, cogiendo mis dos manos entre las suyas.
Podría llorar por él.
―Basta ―le digo―. Basta ya. ―Necesito que se libere de este odio hacia sí mismo. Debo
asumir parte de la responsabilidad. Encontrar y matar a un hombre no es motivo de
angustia para mi marido, pero sí lo es el impacto que tendrá en mí. Debería haberle apoyado
en su desesperación, no echarle y causarle más estrés, porque su desesperación se vio
agravada por la preocupación por mí. ¿No he aprendido?
Asiente, aunque suavemente:
―Tengo un regalo para ti.
―Tú eres mi regalo. No necesito nada más.
Sonríe, pero a medias.
―No debería haber sido tan descuidado contigo. No debería haberme desconectado.
Debería haber sido plenamente consciente, y no lo fui.
Y sé que eso sólo aumentará su ira y su propósito. Que Dios ayude a sus enemigos.
―Si me dejaras ―continúa, apretando mis manos entre las suyas―, no te culparía. Pero
te ruego que no lo hagas, Rose, porque una vida sin ti no es una vida que me interese vivir.
Retiro mis manos de las suyas y aliento su cuerpo agachado hacia el mío, abrazándolo
con cuidado para no presionar sus heridas.
―Nunca te dejaré.
―Bien. Así que aceptarás mi regalo.
―¿Qué es, una bofetada? ―Bromeo, sintiéndole sonreír contra mi cuello.
Se aparta, mete la mano en el bolsillo trasero, saca algo y me lo enseña.
Un anillo.
Frunzo el ceño.
―Te estás declarando, porque estoy bastante segura de que ya me he casado contigo dos
veces.
―Oh, cómo me emociona el sentido del humor de mi mujer. ―Arruga la nariz, se acerca
y me besa con fuerza en los labios.
―¿Han ido James y tú de compras juntos? ―le pregunto alrededor de la boca, haciendo
que detenga nuestro beso y ladee la cabeza, curioso―. Volvió a pedirle matrimonio a Beau
―digo antes de que pueda preguntar―. Dijo que no, pero lleva el anillo.
―No, no fuimos de compras juntos. ―Sus labios vuelven a estar sobre los míos,
besándome con propósito, y, por supuesto, le complazco hasta que ha tenido su dosis,
aunque, hay que reconocerlo, y como le he dicho infinitas veces, podría darme un atracón
de él para siempre y nunca sentirme saciada―. Ahora, volvamos a lo nuestro. ―Me enseña
el anillo y lo miro―. Es un anillo de la eternidad, por si te lo preguntas.
Qué curioso, me lo preguntaba.
―Eternidad ―digo, dejando el rubí entre su dedo y su pulgar―. ¿Significa eso que, si
acepto, tengo que pasar la eternidad contigo?
―Ya accediste a eso cuando cediste a mis encantos y me dejaste llevarte de la planta del
casino del Aria como póliza de seguro.
Me rio a carcajadas, con la cabeza echada hacia atrás.
―Ah, sí, cuando me secuestraste. ―Dejo que mi diversión se desvanezca en una risita y
bajo la cabeza. Lo encuentro sonriendo. Una sonrisa tan bonita. Me da un beso en la boca,
me coge la mano y me coloca el anillo en el dedo, junto con el de compromiso y el de boda.
Lo mira.
―Este es el único rojo que quiero ver en ti ―dice en voz baja mientras acaricia el rubí,
y yo aspiro sutilmente cuando levanta la mirada hacia mí, con la cicatriz resplandeciente―.
Lo digo en serio, Rose. ―El daño que ambos hemos sufrido a manos de otros, el daño que
nos hemos infligido mutuamente. Ahora se acaba.
―Eso también va por ti.
―De acuerdo. ―Nuestros labios se juntan y él se levanta, tirando de mí con él y metiendo
la mano bajo mis muslos para levantarme hacia su cuerpo. Le rodeo con todas mis
extremidades, pero aflojo cuando aspira aire entre los dientes―. No pasa nada.
―No es...
Sus labios chocan con los míos y me pierdo en la atención de su boca mientras nos lleva
al chalet y me tumba en la cama, con sus antebrazos a ambos lados de mi cabeza y sus
rodillas a ambos lados de mis caderas, sosteniéndole.
Porque... los recortes.
No es mi vientre redondo. Es porque los cortes que están ahí por mi culpa.
Intento por todos los medios meter esos pensamientos miserables en una caja, pero
mientras me besa con toda la adoración que sé que siente, lo único que puedo pensar es en
cuánto estrés le causo. Cuánta preocupación. Cuánto dolor. Si no fuera una carga,
simplemente habría hecho las maletas como Ringo y Brad. Se estaría follando a las putas
sin cuidado, sin preocupación. Mi seguridad no lo atormentaría. No habría necesidad de
aplacar a la señora antes de volver al campo de batalla. Sería libre.
Mi cabeza tiembla con naturalidad, mi cuerpo se tensa con naturalidad, y Danny se
aparta al instante, mirándome. Sonrío. Pero debe de ser patética, porque sus ojos se
entrecierran.
―Habla ―me ordena, y hago un mohín―. Ahora, Rose.
―¿Qué aporto yo a esta relación? ―suelto, sorprendiéndome a mí misma tanto como he
sorprendido a mi marido. Sus ojos azules son redondos e inseguros. Suspiro―. Te hago la
vida aún más difícil. ―Levanto el anillo que acaba de ponerme en el dedo y él lo mira, como
receloso―. Te cuesto dinero, tiempo, estrés, ¿y qué obtienes a cambio? ―No tengo
absolutamente nada que ofrecer. Ninguna habilidad. Ninguna cualidad. Dios, ¿por qué
estoy considerando esto ahora? Soy un desperdicio total. ¿Qué coño ve en mí?
El pobre hombre parece completamente perdido, con el ceño fruncido. Qué bien. Así que
se está preguntando lo mismo. ¿Qué saca de mí, aparte de dolor y molestias? Derrotada y
con una fuerte sensación de fracaso, me retuerzo debajo de él, intentando liberarme,
necesitando escapar del incómodo silencio. Pero Danny baja su cuerpo hacia el mío, y su
vientre duro y perfectamente formado me aprieta de repente la barriga redondeada, su
pecho mutilado me empuja las tetas. Me quedo quieta cuando sisea de incomodidad y, con
la mandíbula tensa, me mira fijamente a los ojos.
―Tú ―dice, bajando lentamente y acercando su boca a la comisura de la mía―. Te
entiendo.
Podría llorar. Hubo un tiempo en que tenerme equivalía a tener libertad. Ahora ya no.
―Eso es dulce, pero ¿qué es exactamente lo que obtienes de mí? ―Sé lo que obtengo de
él. Amor, seguridad, libertad, felicidad. Aunque estos dos últimos son esporádicos en estos
días. Él se gana la vida, aunque cuestionablemente, y provee. Cuida de nosotros. Joder, soy
un completo desperdicio de espacio―. Dime.
―Quieres matar a unos cuantos hombres, porque tengo fe en que puedes. ―Se acaricia
la barbilla, recordándome todas las veces que le he golpeado en la mandíbula.
Pongo los ojos en blanco.
―Lo digo en serio, Danny. Mira a Beau.
―¿Qué pasa con ella?
―Bueno, para empezar es una ex policía. Entrenada, cualificada. Puede decorar, hacer
gimnasia, artes marciales, y no olvidemos...
Su mano se posa sobre mi boca, haciéndome callar.
―Eres mi mujer. Eres mi amante. Eres mi mejor amiga. Mi todo y mi puto fin, Rose Lillian
Black. ―Besos salpican cada centímetro de mi cara―. Pero lo más importante, eres la
madre de mis hijos.
Sus palabras me recuerdan rápidamente que yo soy una cosa que Beau no es, y una vez
más mi corazón se rompe por ella. Dios, ¿alguno de nosotros es realmente feliz con lo que
tiene y con lo que es?
―Quiero aprender a conducir ―digo de la nada.
Danny parece bastante alarmado. No presagia nada bueno.
―No hace falta que conduzcas ―dice―. Haré que te lleven a donde quieras ir.
Sabía que diría eso. Algunas personas podrían pensar que tener cada pequeña cosa hecha
para ti es un lujo. No tener que pensar en nada.
―Pero yo quiero. ―Nunca he aprendido. No tenía sentido, porque no fui bendecida con
la libertad de simplemente subirme a un coche y conducir. No es que alguna vez tuve la
oportunidad de aprender, de todos modos. Pero ahora sí, y me gustaría.
―¿Por qué? ―pregunta realmente perplejo.
―La única habilidad que poseo es el arte de la seducción.
―Rose ―dice lentamente, con advertencia.
―Es verdad. Y ya ni siquiera puedo hacerlo, y no sólo porque estoy engordando.
Parece entre exasperado y jodidamente furioso.
―Te equivocas, tienes otra habilidad, y eres un puto as en ella.
―¿Qué?
―Cabreándome. —Rodando la mandíbula, levanta su cuerpo de nuevo, aliviándose de
la dolorosa fricción de nuestros pechos tocándose—. Joder, Rose. —Se baja de mí, se sienta
en el borde de la cama y apoya los codos en las rodillas, dejando caer la cabeza entre las
manos—. ¿Por qué no puedes ser feliz?
Me rio mientras me empujo hacia arriba, apoyándome en el cabecero.
―Dios, a veces eres un cabrón. ―Nuestra paz duró poco. Otra vez. Podría gritar. Pero
no lo hago. En vez de eso, gruño, llevándome al límite.
―Rose, espera. ―Me agarran la muñeca, impidiéndome levantarme, y miro hacia atrás
para ver a Danny estirándose por la cama, prácticamente tumbado para alcanzarme. Tiene
la cara marcada por el dolor. Sacude la cabeza, exhalando con fuerza―. Basta de peleas.
―Entonces deja de ser un imbécil. ―Me lo sacudo de encima―. Tengo necesidades,
sabes.
―¿Sí? ―pregunta, sonando realmente sorprendido. Supongo que no puedo culparle―.
Porque estoy bastante seguro de que estabas contenta. Ni siquiera sé qué ha provocado esto.
―Quizás sintiéndome inútil.
―¿Así que quieres aprender a conducir?
―¡Sí! ¡Quiero poder llevar a Daniel al colegio, o al entrenamiento de fútbol, o a casa de
un amigo o... o... o a donde sea! Y cuando llegue este bebé, me gustaría ir a la tienda si lo
necesito. O llevarlo al parque. O tomar un café con una amiga. ―¿Qué coño estoy
diciendo? Espero que ninguna de esas cosas pueda pasar, pero rezo para que algún día
puedan. Entonces, cuando lo hagan, al menos podré conducir yo misma.
―¿Él? ―Danny pregunta.
―¿Qué? ―Grito, impaciente, frunciéndole el ceño.
―Tú lo has dicho. ―Se levanta, ladeando la cabeza―. Cuando te referiste al bebé, dijiste
él.
Retrocedo, pensando.
―¿Lo hice?
―Sí. ―Con los ojos entrecerrados, empieza a acechar lentamente hacia mí―. ¿Sabes
algo que debería saber?
―No.
―¿No le has preguntado a Doc si conoce el sexo?
―No. ―Me rio―. No quiero saberlo. Quiero que sea una sorpresa.
Me agarra y me tira en la cama, y él está sobre mí en un instante, empujando mi vestido
por mi cuerpo para exponer mi vientre.
―Así que tu madre cree que eres un niño. ―Sus grandes palmas se extienden sobre mi
bulto y me acarician, y yo exhalo, acomodándome de nuevo―. Son malas, malas noticias.
―¿Por qué? ―Pregunto.
Me muerde la cadera y grito.
―Porque ya tengo un heredero para mi imperio mafioso.
Le miro horrorizada, viéndole sonreír satisfecho.
―Eso no tiene gracia.
―Tampoco lo es tu incesante necesidad de irritarme. ―Subiendo por mi cuerpo, me
enjaula―. Te enseñaré a conducir.
―¿Me enseñarás? ―Pregunto, mirando su cara encantada. No sé si me gusta cómo
suena esto.
―Sí. Nos dará algo más que hacer juntos aparte de pelear y follar. ―Se baja los
pantalones, mordiéndose el labio, indeciso. Sé lo que está pensando.
―Sí ―digo, y él exhala aliviado, empezando a abrirse la bragueta. Mueve las caderas y
rápidamente está dentro de mí. Le agarro los bíceps y los dos inhalamos bruscamente―.
¿Crees que tienes paciencia para enseñarme?
Empieza a moverse, y yo sigo su ritmo a la perfección, saboreando la profundidad que
está alcanzando, amando la mirada de placer cegador en su rostro apuesto y lleno de
cicatrices.
―¿Crees que no? ―Empuja de repente y yo gimo.
―Pensé que estarías demasiado ocupado contrabandeando armas, blanqueando dinero
y asesinando a muchos enemigos para molestarte con la mundana tarea de enseñar a
conducir a tu mujer. ―En especial cuando realmente no quiere hacerlo. Sé lo que está
pasando aquí. Control.
―Nunca estoy demasiado ocupado para ti, nena. ―Se zambulle y me besa mientras
mantiene sus vertiginosos impulsos y, por supuesto, soy esclava de su atención―.
Empezaremos en cuanto estemos de vuelta en Miami. ―Su ritmo aumenta y gimo alrededor
de su boca, sintiendo que mis venas empiezan a calentarse.
―Podría aprender con un instructor profesional.
―Soy profesional.
―En persecuciones de coches, tal vez. Oh, Dios.
―¿Te corres, cariño?
―¡Sí! ―Mi cabeza empieza a nadar de calor, mis piernas se mueven en la cama,
estirándose, tensándose, mi boca hambrienta de la suya mientras la presión aumenta entre
mis piernas. El ritmo de Danny aumenta, la urgencia le vence, y aprieta los puños contra el
colchón, levantándose, haciendo más palanca, sus caderas moviéndose como pistones―.
¡Danny!
Echa la cabeza hacia atrás, suda a chorros y ruge hacia el techo, empujando con fuerza
y llevándome al límite. La explosión entre mis muslos me recorre de arriba abajo y me
estremezco mientras él tiembla encima de mí, con las caderas palpitantes, la polla agitada
y los músculos ondulantes.
―Joder. ―Se deja caer, cubriéndome, y nuestra respiración acelerada y agitada llena la
habitación―. Gracias ―jadea. Gracias por confiarle mi cuerpo de nuevo.
Se separa de mí y cae de espaldas, con la cara tensa, la mandíbula tensa y los vaqueros a
media pierna.
―Dios, luchamos y follamos como profesionales ―jadea, y yo me rio mientras me bajo
el vestido y me arrodillo para quitármelo y ponerme sus bóxer.
―¿Así que me enseñarás? ―Pregunto, mis ojos incapaces de evitar el hecho de que
aunque está desnudo, no está desnudo. Sus vendas.
―Sí ―suspira―. ¿Está satisfecha la señora?
Aparto mi sentimiento de culpa y me arrastro por su cuerpo, mostrándole mi
agradecimiento, y mi pena, con un beso largo y lento que él acepta y al que contribuye,
pero sus manos permanecen inertes sobre la cama.
―Tengo que hacer pis. ―Me levanto, sonriendo ante su gemido de fastidio―. Vuelvo en
un m... ―Un dolor horrible me atraviesa el estómago y me agacho, agarrándome el
vientre―. Mierda ―siseo, inmediatamente sin aliento.
―¿Rose?
El dolor. Irradia a través de mí, haciendo que cada músculo se contraiga con fuerza, un
intento instintivo de frenar la insoportable agonía. Grito y caigo de rodillas junto a la cama.
―¡Rose! ―Aparece ante mí, un hombre borroso, y siento sus manos frenéticas
agarrándome los brazos, los hombros, la cara―. Rose, cariño, háblame, por favor.
Parpadeo rápidamente, intentando convertir la mancha que tengo delante en mi marido,
necesitando verle la cara.
―Yo… ―Tengo arcadas, el dolor es tan intenso que me revuelve el estómago.
―Joder ―sisea Danny, y me muevo, sintiendo cómo mi cuerpo se desplaza. Reconozco
el calor de su cuerpo apretado contra mi espalda, sus manos rodeando la parte superior de
mi pecho, su cara en mi cuello. Me siento entre sus piernas dobladas mientras él se reclina
contra el lateral de la cama y trago saliva, luchando por aclarar mi visión nublada, con la
barriga tensa, pero... el dolor disminuye un poco. Se disipa y contengo la respiración
esperando a que vuelva. Tengo miedo. Estoy jodidamente asustada―. Rose, cariño, te lo
ruego, por favor, háblame.
Ni siquiera encuentro el aliento que necesito para hablar y decirle que estoy bien. Quizá
porque no sé si lo estoy. ¿Estoy bien? ¿Está bien el bebé?
―Danny. ―Exhalo, empezando a entrar en pánico, el dolor sigue ahí pero ni de lejos es
tan insoportable―. Danny, el bebé. ―Mis ojos lo miran frenéticamente mientras agarro
sus antebrazos que me rodean, como si pudiera encontrar el consuelo que necesito en algún
lugar de la habitación.
―Joder, Rose, no puedo dejarte. ―La agonía, el conflicto en su voz es real―. ¿Puedes
aguantar? ¿Crees que puedes aguantar?
―No. ―Me siento totalmente aniquilada.
―A la mierda. ―Maniobra, y mi espalda se apoya rápidamente contra la cama. Aparece
ante mí, todavía un poco borroso, así que lucho furiosamente por recuperar algo de
claridad. Encuentro su cara. La tortura. La agonía. Su cicatriz es malvada, dentada y
profunda. Sus ojos embrujados―. ¿Estás de parto? ―pregunta―. Joder, no, ¿qué coño
estoy diciendo? ¿Qué está pasando, Rose?
―No lo sé ―admito. No tengo ni puta idea de lo que está pasando. Desde luego, no estoy
de parto con dieciséis semanas.
―Necesito coger mi teléfono―. Se levanta. Vuelve a bajar. Sube. Baja―. ¡Joder!
―Vete ―le digo, empezando a respirar profunda y controladamente―. Estoy bien.
―Joder. ―Sale corriendo de la habitación y vuelve instantes después, con el teléfono en
la oreja―. Está consciente ―dice, cayendo de rodillas ante mí, palpándome el muslo,
acariciándolo y apretándolo―. En el dormitorio. Ven directamente. ―Cuelga y hace otra
llamada, y me temo que sé a quién.
―No ―exijo―. No llames a Beau. ―No puedo infligirle esto. Traerá de vuelta todo lo
que está tratando de olvidar. Renovará su dolor, su herida, su pena.
―Tienes que venir ―dice él cuando ella responde, poniéndose de pie y agarrando sus
bóxer, tirando de ellos―. Ahora.
No le da oportunidad de preguntar por qué, cuelga y deja caer el teléfono, se deja caer
sobre el culo y se mueve hacia mí, enjaulándome con sus piernas flexionadas.
―¿Todavía te duele?
―No mucho. ―Me muevo, echando la cabeza hacia atrás, intentando concentrarme en
mi respiración. Acaba de correrse dentro de mí. Siempre lo hace, así que no me sorprende
sentir el calor de su semen entre mis muslos. Pero… ―. ¿Danny?
―¿Qué, cariño? ¿Qué necesitas?
―Necesito que lo compruebes. ―Apenas me salen las palabras. Y no necesito
explicarme. Él lo sabe. Este es el único rojo que quiero ver en ti. Abro más las piernas, con
la garganta apretada y los ojos cerrados, mientras Danny me levanta el vestido hasta las
rodillas y me mira entre las piernas. Contengo la respiración, esperando. Rezando.
Suplicando.
―No hay nada ―dice finalmente, con voz gruesa―. No hay sangre.
Exhalo y abro los ojos.
―Vale. ―Asiento con la cabeza, empezando a respirar un poco más tranquila―. Vale
―susurro, parpadeando para contener las lágrimas, intentando mantener la compostura.
No hay sangre.
No más rojo.
Miro el anillo que me ha puesto en el dedo, deseándolo de todas las maneras.
No más sangre.
―¿
ué está pasando? ―pregunto desde la cama mientras Beau se pone
una de mis camisas y se sube unos pantalones vaqueros por las
piernas. Mi cuerpo desnudo está despatarrado, con la palma de la
mano apoyada sobre mi polla, la que hace unos segundos estaba
enterrada dentro de ella a punto de detonar. Todavía me duele. No sé qué la llevó a aceptar
la llamada de Danny. De hecho, me cabrea bastante que encontrara fuerzas para contestar
por encima del orgasmo que ambos estábamos a punto de tener.
Mete los pies en unas chanclas.
―No lo sé. Parecía alterado.
Me levanto y me visto con ella, aceptando que mi placer no es ahora la prioridad de Beau.
―¿Enfadado o preocupado? ―pregunto.
―No lo sé ―responde mientras sale corriendo del dormitorio―. Las dos cosas.
Me abrocho la bragueta de los vaqueros y voy tras ella, pensando que ya he tenido
bastante drama. Beau coge las llaves de la mesa y yo se las quito de la mano.
―Yo te llevo.
No discute, lo que me sorprende, sino que sale corriendo hacia su Jeep. Está muy
preocupada, lo que hace que me pregunte cada vez con más inquietud qué coño está
pasando.
―¿Qué ha dicho? ―Le pregunto mientras me siento y pongo en marcha el coche―.
Ponte el cinturón.
―Que tengo que ir inmediatamente.
La miro. Está hermosamente despeinada, pero no puedo apreciarlo más allá de su
expresión aprensiva. Todos sabemos que Danny no le haría daño a Rose, pero nadie puede
decir con seguridad que Rose no sea capaz de cometer alguna estupidez, especialmente
cuando se altera.
Su hazaña en la cena anterior con el padre del compañero del niño es un buen ejemplo.
Ella tiene la mala costumbre de presionar los botones de Danny. Así que, ¿podría haber
perdido la cabeza con ella? Pongo los ojos en blanco. Por supuesto que no. Puede que esos
dos se comporten a veces como si se odiaran, pero están ridículamente enamorados.
Entonces, ¿qué coño está pasando si no se han matado el uno al otro?
Cuando llegamos a la casa de Danny y Rose, no escucho el sonido de cristales rotos o
gritos. Nada. Beau sale en un abrir y cerrar de ojos y yo le sigo los pasos. Irrumpe por la
puerta y encontramos a Danny paseándose por la cocina en calzoncillos, con expresión
grave y ojos azules.
Los dos nos detenemos lentamente y veo cómo Beau mira de él a la puerta del dormitorio
una y otra vez. Tiene miedo de preguntar. No encuentra las palabras.
―¿Danny? ―Digo, avanzando, preocupada por el brillo de sus ojos.
―No había sangre ―grazna, pasándose una mano por el cabello―. No había sangre. Y
entonces... ― Mira hacia la puerta, con el dolor cubriéndole la cara―. Y entonces la levanté
y...
Joder.
―… había sangre ―susurra, dejándose caer pesadamente en un taburete, como si sus
piernas se negaran a sostenerlo por más tiempo―. Doc está adentro con ella. No podía verla
así.
Maldito infierno. Dolorosamente, sé exactamente a qué se refiere. Miro a Beau, con la
garganta cerrada por una preocupación justificada, por un dolor que había remitido
brevemente, y veo que está congelada y callada. Mirando fijamente a Danny. Puedo sentir
un repliegue en el horizonte, esperando reclamar a Beau de mí. Mierda. Me dirijo al
armario del otro lado de la habitación y sirvo un whisky, se lo llevo a Danny y se lo pongo
en la mano. Está visiblemente tembloroso.
―Bebe ―le ordeno, busco sus cigarrillos en la encimera y enciendo uno. Exhalo, se lo
meto entre los labios y me vuelvo hacia Beau. Sigue inmóvil, con la mirada perdida en el
suelo. Me acerco a ella, le cojo de los brazos y la saco del trance. Me mira. No tengo ni puta
idea de qué decirle. No puedo sacarla de esta situación. No puedo alejarla del dolor
inminente. Sólo puedo esperar que vea que el dolor en mí es igual al que siente ella. Juntos.
Siempre juntos.
Y cuando se centra en mí, sé que aprecia mi dolor. Traga saliva, asiente, me coge la mano
y me la aprieta con fuerza, luego se dirige al dormitorio y, aunque estoy desesperado por
estar con ella, por abrazarla, por apoyarla, sé que debo apartarme y dejarla hacer lo que
tiene que hacer. Consolar a su amiga.
Salgo al patio, cojo un cenicero, vuelvo y me siento junto a Danny, tomo un Marlboro y
lo enciendo. Debería animar a Danny desde su asiento para que saliera antes de que todo
el chalet se convirtiera en humo, pero no creo que una excavadora pudiera moverlo. ¿Y
qué coño debería decir? Una vez más, no lo sé, así que me quedo aquí sentado observando
cómo apura el cigarrillo entre sorbo y sorbo de whisky, con la mirada fija en el suelo y las
manos temblorosas.
Diez minutos más tarde, ya va por su segundo Marlboro y su segunda copa, y aún no ha
murmurado ni una palabra. Me levanto y doy dos pasos hacia el dormitorio, pero me
detengo con la misma rapidez, preguntándome cómo voy a afrontar lo que hay más allá.
Tengo una novia que ha pasado de feliz a atormentada en el espacio de una llamada
telefónica, un mejor amigo que parece al borde de un ataque de nervios y su mujer, la mejor
amiga de mi novia, que está en esa habitación angustiada. La oigo sollozar por encima del
suave silencio de Beau.
Joder.
Me propongo volver a sentar el culo en el taburete y esperar con la boca cerrada hasta
que tenga algo productivo que decir o útil que hacer. Ahora mismo, es simplemente estar
aquí.
―¿Quieres otro? ―suelto, sintiéndome inquieto e impotente, mientras Danny hace girar
su vaso en círculos sobre la encimera.
Sacude la cabeza y me mira.
―Lo siento.
―¿Por qué?
―Por llamar a Beau. ―Aparta el vaso, apoya los codos en la encimera y deja caer la
cabeza entre las manos―. Joder, no estaba pensando.
―Ella no lo haría de otra manera. ―Mi atención se desvía hacia el dormitorio cuando
oigo abrirse la puerta. Beau aparece y yo inspiro, preparándome para la inminente crisis.
No ocurrirá ahora. Todavía no. No hasta que estemos lejos de Rose y Danny, y ella pueda
soltar el escudo que la ayuda a mantenerse relativamente serena.
Danny levanta la vista y se levanta, y yo me uno a él.
―El bebé está bien ―dice con poca emoción. Ni alivio ni felicidad, nada―. El doctor
está controlando los latidos durante un tiempo para su tranquilidad.
―¿Qué? ―Danny pasa corriendo junto a Beau hacia el dormitorio, mientras yo
permanezco de pie, como una estatua, buscando la calma que esta noticia debería traer. No
la encuentro por ninguna parte, y no es probable que la encuentre. Aunque es la mejor
noticia para Danny y Rose, y aunque sé que Beau se alegrará por ellos, como yo, también
sé que toda esta situación la hará retroceder de nuevo. Traerá recuerdos. Dolor. Angustia.
Perder a nuestro bebé.
―¿Todo bien? ―Pregunto como un imbécil.
―Necesitará unos días de reposo ―dice Beau estoicamente, sin emoción―. Necesita
calmarse, pero se pondrá bien. El bebé estará bien.
―No estaba hablando de Rose.
Parpadea, frunce el ceño, parece como si se estuviera preguntando en silencio cómo
responder.
―Claro. Esboza una sonrisa y pasa a mi lado―. Voy a tomar el camino de la playa a casa.
Inspiro, abro la boca y me preparo para lanzar una negativa, pero me contengo y dejo
que se vaya. Es duro y duele, joder, pero enojarme no es la solución. Mi propia agonía ahora
mismo es lo segundo después de la de Beau. Dejarla en paz.
Excepto que no puedo.
No puedo mantenerme alejado en los mejores momentos. Así que ahora, cuando sé que
su corazón estará dolido...
Voy al dormitorio y golpeo ligeramente la puerta, esperando a que me den el visto bueno
antes de asomar la cabeza por la puerta. Danny está en la cama con Rose, acariciándole la
cabeza mientras duerme, y Doc le está ajustando las correas alrededor de la barriga.
―¿Hablamos mañana? ―Pregunto, porque hay mucho que discutir. Incluso más ahora.
Nuestro plan de volver a Miami por la mañana puede que tenga que congelarse. Al menos,
para Danny. Yo, sin embargo, debo empezar a resolver el problema.
Tras depositar un tierno beso en la frente de Rose, se separa y se levanta de la cama,
mirando constantemente hacia atrás mientras se dirige hacia mí. Me muevo y le dejo
espacio para salir de la habitación, cerrando la puerta en silencio tras él. Echa un vistazo a
la villa.
Buscando a Beau.
―¿Dónde está? ―pregunta.
―Caminando a casa.
Sus ojos se dirigen a los míos, preocupados.
―Joder ―suspira―. Hombre, lo siento. ―Sus ojos se cierran, su mueca es dura―. Yo…
―No puedo protegerla de lo inesperado. ―Me duele, pero nada nos habría preparado
para esto. De verdad, no creo que nada empiece a curar este trauma en particular para
nosotros. Su periodo está por llegar. Ni siquiera sabemos si ya puede concebir. Una bala en
el abdomen de una mujer está destinada a afectar su fertilidad. ¿Verdad? —Tengo que irme
―digo, retrocediendo―. Me alegro de que Rose y el bebé estén bien. ―Me doy la vuelta,
cierro la puerta tras de mí y me tomo un momento para recomponerme. Controlarme.
Calmar mi ira.
Fallo.
―Joder. ―Me doy la vuelta y entierro el puño en la puerta, y el dolor irradia a través de
mi mano. Apoyo la frente en la madera y cierro los ojos. ¿Por qué coño se nos escapa la
paz? ¿Nos da una probada y luego nos deja con hambre de más? Huir, escondernos, fingir
que no existimos resulta más atractivo que nunca.
Es una ilusión, lo sé.
Me alejo de la puerta justo antes de que se abra. No miro a Danny. No necesito ver la
preocupación en su cara. Ni la culpa.
―Te llamaré por la mañana. ―Me alejo, rezando para que la calma me encuentre a mí
antes que a Beau.
Me quito los zapatos de una patada, los tiro en el jeep al pasar y sigo el camino hacia la
playa. El agua negra brilla bajo la luz de la luna y la busco por la orilla. No veo ninguna
sombra ni detecto ningún movimiento. Vuelvo a explorar la playa desde aquí hasta nuestra
cabaña. No veo nada. Empiezo a caminar por la arena, saco el teléfono y la llamo, sin dejar
de mirar a un lado y a otro de la playa. Me salta el buzón de voz.
―No hagas que me preocupe más, Beau ―le advierto en voz baja y vuelvo a intentarlo.
Buzón de voz. De nuevo. Cuelgo una maldición al llegar al agua, y el tranquilo rumor de
las olas no me tranquiliza en absoluto. Me doy la vuelta y busco por toda la playa, con el
corazón empezando a latirme más deprisa―. Maldita seas, mujer ―susurro, en dirección
a nuestra casa, con el agua salpicándome los pies en tranquilas corrientes espumosas. Mis
ojos se posan en un montón de ropa en la arena antes de mirar hacia el océano. Exhalo al
ver la silueta de un cuerpo sumergido hasta la cintura en el agua―. Beau ―suspiro,
sabiendo que no me oye. Reconocería su silueta en cualquier parte. El tono concreto de
rubio de su cabello, incluso con la luz restringida. Su moño se ha soltado, dejando
interminables mechones de cabello sobre su espalda desnuda.
Mi luz.
Siempre envuelta en la oscuridad.
Y como siempre, me siento atraído por ella.
Me quito los vaqueros y los calzoncillos, me quito la camiseta y los dejo caer con el celular
a la arena junto a la ropa de Beau antes de adentrarme en el mar, asegurándome de que me
oye llegar. No mira atrás, no comprueba que soy yo. Lo sabe. Mi frente se encuentra con su
espalda y le rodeo la parte superior del cuerpo con los antebrazos, tirando de ella hacia
atrás y hundiendo la cara en su cabello. La siento ablandarse contra mí, su piel fría
calentándose contra la mía, sus manos subiendo y rodeando mis antebrazos, sujetándose.
―¿Y si nunca nos vuelve a pasar? ―pregunta al agua mientras mis ojos se cierran y mi
corazón se estruja de dolor. Tan perdida.
―Sucederá. ―Pongo mis labios en su hombro y beso su piel salada.
―¿Quieres que pase?
―Por supuesto que sí. ―Pero estoy preocupado. Preocupado por la fuerza de su cuerpo.
Su fuerza mental. El viaje―. Sé que soy un hombre difícil, Beau.
―En realidad es muy fácil estar contigo. ―Se mueve y yo aflojo el agarre para que se
gire y me mire. Miro sus pechos, mi mano se levanta por voluntad propia y acaricia
suavemente el frío y sólido pezón, antes de exhalar y tirar de ella hacia mi cuerpo,
ayudándola a rodearme la cintura con las piernas y el cuello con los brazos. Pongo mi boca
en la suya mientras nos hundimos bajo el agua hasta el cuello, sintiendo cómo se tensa y
me aprieta más fuerte.
―Sucederá ―le digo, introduciendo la lengua en su boca y girando lentamente,
saboreando el sonido de su suspiro de felicidad. Saboreando la sensación de calma que se
apodera de ella. Aceptar lo que tengo que hacer. Lo que tengo que darle. Mi mano se desliza
por su espalda y la rodea por la nuca, atándola a mí―. Sucederá. ―Porque la vida no puede
ser más cruel. Su boca se vuelve más firme sobre la mía, sus tetas se aprietan contra mi
pecho, su columna se endereza para acercarse, obligándome a echar la cabeza hacia atrás
para acomodarla.
―Te deseo ahora. ―Me rodea el cuello con el brazo, gira sus caderas hacia mí, su pasión
se vuelve frenética. Desesperada.
―Beau ―le digo en voz baja, intentando que baje unos niveles mientras la sangre fluye
hacia mi polla. Ella no oye o no escucha, su propósito sacando lo mejor de ella. No para
intentar quedarse embarazada, sino para retomar su serenidad―. Beau, cariño. ―Vuelvo
la cara, y su cabeza cae en el pliegue de mi cuello, su aliento caliente quemando mi piel―.
Tranquila ―susurro.
La siento asentir, siento su aceptación, mientras la levanto y meto la mano entre los dos
para colocarme en su entrada, ignorando el dolor de mi mano. Ella se hunde lentamente en
mí y los dos aspiramos aire al unirnos, la sensación es jodidamente hermosa.
―Dios mío ―suspiro, luchando contra el impulso de retirarme y empujar con fuerza―.
¿Estás bien?
Ella asiente, mordiéndome el hombro, arañándome la espalda.
―Estoy bien.
Y yo hago eso. Hago que esté bien.
Me besa la clavícula, arrastra los labios por mi piel hasta la mandíbula y me besa también
ahí, antes de picotearme la mejilla áspera y hundirme la lengua en la boca con un gemido
entrecortado. Es mi perdición, y encuentro mis pies, empujándonos fuera del agua con ella
enroscada alrededor de mi cuerpo. Necesito un ancla. Un peso detrás de mí.
Sus manos en mi cabello, agarrándome, mis manos en su cintura, sujetándola, empiezo
a moverla arriba y abajo, luchando por mantener nuestro beso estable mientras entro y
salgo de ella, sumergiéndome, retirándome, aumentando gradualmente. La fricción, el
calor, el beso alucinante, todo está a nuestro nivel habitual de intensidad. Me siento tan
consumido como siempre que estoy a merced de nuestra unión, y sin embargo algo se está
comunicando aquí, y me cuesta encontrar el espacio mental más allá de la necesidad de
averiguar qué.
Pero a medida que el ritmo se acelera, la desesperación aumenta y el placer crece, me
doy cuenta.
Ella me necesita.
Mi novia feroz, independiente y ex policía me necesita. Es fuerte, pero necesita mi fuerza.
Decidida, pero necesita mi aliento. Y durante esos momentos de tranquilidad, sigue
necesitando mi paz. Somos uno. Incompletos el uno sin el otro.
Mis labios empujan con más fuerza hacia los suyos, mis dedos arañan sus caderas, mis
ojos se cierran con más fuerza.
―Mírame ―jadea, haciendo que abra los ojos. Nuestras miradas se cruzan y todo parece
detenerse y quedar en silencio, a pesar de que nuestros cuerpos siguen moviéndose y
nuestra respiración sigue siendo ruidosa. He mirado a esta mujer de cerca infinidad de
veces. La he mirado tan fijamente a los ojos que he visto un reflejo de mí mismo. Sin
embargo, ahora sólo veo esperanza.
No puedo matar esa esperanza.
Pongo fin al interminable beso y aprieto mi frente contra la suya, necesitando mantener
esta visión mientras ambos encontramos nuestra liberación. Juro que cada segundo que
paso observándola me parece más hermosa. Sigo empujando, estudiándola como ella me
estudia a mí, viendo sus dientes hundirse en su labio, su agarre de mí cada vez más duro.
No necesito preguntar.
Saco y empujo con fuerza, con la mandíbula apretada, provocando un grito de Beau, y
su cabeza se queda flácida, toda la fuerza parece ir a sus músculos internos y me exprime
hasta dejarme seco.
―Joder ―toso, las piernas me tiemblan, me obligan a arrodillarme, el agua me llega de
nuevo al cuello. Beso su garganta expuesta, la muerdo, la chupo, temblando mientras mi
orgasmo me desgarra implacablemente y Beau se estremece y gime. Me aferro a ella para
salvar la vida, mientras buscamos la paz más allá de la locura, nuestra respiración borrada,
el agua sintiéndose como un baño caliente.
―¿Cuándo vuelves a Miami? ―me jadea en el hombro.
―Por la mañana.
―¿Yo también?
―No ―respondo, manteniendo nuestro apretado abrazo.
No responde. No me desafía.
Es una novedad.
¿Por qué?
¿Por qué? Sí, ¿por qué? ¿Por qué las mujeres nunca pueden responder a una pregunta
sin una puta pregunta?
―¿A quién le envías mensajes? ―Brad pregunta.
―A nadie. ―Mi pulgar recorre la pantalla, explicando por qué pregunto.
―¿Entonces qué haces?
―Cállate. A veces pareces una mujer.
―Jódete y…
La puerta se abre de golpe y Otto llena el umbral con su portátil apoyado en una palma.
No me gusta su mirada. El brillo de la amenaza me dice que acaba de descubrir algo que
no me va a gustar.
―Ha aparecido Cartwright.
―¿Dónde?
―En la playa.
Preguntaré, pero sé que no hace falta.
―¿Y qué estaba haciendo en la playa?
―Estar muerto.
Golpeo el teléfono contra el brazo de la silla.
―¡Joder! ―Esto va a echar más leña al fuego de Beau, y las llamas estarán justificadas.
Algo muy jodidamente dudoso está pasando.
Otto camina hacia mí y se agacha, mostrándome la pantalla de mi portátil.
―Bud me acaba de enviar esto.
Miro fijamente la foto de un cadáver desecho.
―Bueno, es un buen día para tomar el sol ―pienso, justo cuando Ringo entra por la
puerta con un Starbucks en una mano y una taza de té de Esther en la otra.
―Eso no es todo. ―Otto me deleita con otra imagen que me hace reír por lo bajo―. Sí
―dice, estudiándolo también, girando el anillo de su labio ligeramente hinchado y muy
morado―. Natalia Potter sí que tiene amigos interesantes.
―Hola ―dice Brad, haciendo que ambos levantemos la vista. Otto gira la pantalla y
retrocede―. Creo que tomaré un whisky en su lugar.
―¿Qué está pasando? ―Ringo pregunta.
―Cartwright está muerto y el agente Higham está almorzando con Natalia Potter.
Se burla.
―El periodista que escribió el...
―¿Estás a punto de decir lo obvio? ―pregunta Brad, reclamando la taza de té con un
respingo.
―No, hago una pregunta para confirmar adónde creo que nos lleva esto. ―Ringo me
mira y yo asiento. Está llevando a Beau a entrar de lleno en el modo policía.
―Nadie le dirá una palabra de esto a Beau ―digo, odiando la cara de asco de Brad. Me
importa una mierda. La estoy protegiendo.
Suena mi teléfono en la mano y todo mi interior se hunde cuando miro la pantalla. La
tensión que siento de repente debe de ser palpable, porque cuando levanto la vista, todo el
mundo está mirando mi teléfono. Sé que no quiero coger esta llamada. Lo sé. Que
Cartwright aparezca muerto no sólo significa que Beau está a punto de recibir el empujón
extra que no necesita, también significa que esa pequeña parte de mí que esperaba que El
Oso hubiera desaparecido se sentirá decepcionada.
Inhalo, presiono la pantalla con la punta del dedo y lo pongo directamente en altavoz,
tragándome la rabia que me sube por la garganta.
Silencio.
Y con cada segundo que pasa, mi corazón bulle un poco más fuerte.
―¿Me has echado de menos? ―pregunta por fin. El sonido de su voz, el distorsionador,
me hace cerrar los ojos y obligar a mi respiración a estabilizarse antes de explotar.
―Resulta que sí ―digo en voz baja―. Pensé que me habían robado la oportunidad de
destrozarte.
―¿Así que te complace saber de mí?
―Emocionado.
―Bien. Entonces haré mi siguiente movimiento. ―La línea se corta y la tensión en la sala
se dispara, todos quietos, callados, mirándose unos a otros.
Esperando.
¿Para qué? ¿Una explosión? ¿Una bala? ¿Un incendio? ¿Un misil a través de la puta
ventana?
¡Joder!
―Que alguien haga subir a Danny ―digo mientras marco a Fury, me dirijo a la ventana
y miro hacia los terrenos. Para qué, no tengo ni puta idea―. ¡Ahora! ―Grito. Fury
contesta―. Trae a las chicas a casa ya ―ordeno.
―Jefe ―confirma, y cuelga, poniéndose directamente a ello.
―Llama a Goldie. Que vuelvan del astillero. ―Camino, maldiciendo en voz baja―.
Llama a Leon. Dile que despeje el camarote.
―El club ―dice Brad desde la cama―. Nolan, las chicas. Que alguien me pase el
teléfono. ―Lo quito de la carga de la mesilla y se lo paso, y él hace un esfuerzo por
incorporarse, marca y se lo lleva a la oreja.
Antes de que tenga la oportunidad de preguntar, Otto muestra en su pantalla la secuencia
de las cámaras de seguridad del club, y yo miro la imagen de la fachada del edificio,
conteniendo la respiración, como si esperara a que explotara en la pantalla.
―No contesta ―dice Brad, frustrado, y vuelve a marcar inmediatamente.
―¿Puedes activar la alarma de incendios desde el sistema? ―le pregunto a Otto.
Levanta un dedo y lo presiona meticulosamente.
―Listo. Todo el mundo en la pantalla parece detenerse por un momento, los camareros
dejan de limpiar, los bailarines dejan de practicar, antes de que el lugar se despeje y todos
esperemos, mirando, Ringo con Leon en la otra línea.
Puedo oír los latidos de los corazones de todos, y el silencio sólo se rompe cuando Danny
entra por la puerta a cien kilómetros por hora, con la cara seca y ensangrentada.
―¿Qué está pasando? ―pregunta, asimilando la escena y acercándose, mirando la
pantalla del portátil de Otto.
No puedo decirle que estamos esperando que algo o alguien explote.
―Llama a Sandy ―le digo―. Dile que te reunirás con él. ―Que ahora sepamos que El
Oso sigue en el juego no significa que siga controlando a los rusos, ni a nadie. Puedo pasar
por alto el hecho de que Sandy trató de matar a Beau si eso significa que tengo al Oso.
―¿Por qué? ―Danny pregunta.
―Sólo hazlo.
―¿Para que puedas matarlo?
Le miro y no respondo porque no puedo prometer que no lo haré.
―Acaba de llamar un viejo amigo.
―Joder ―suspira Danny, pasándose una mano por el cabello―. ¿Las chicas? ¿Mamá?
¿El niño?
―Todo está siendo traídos de vuelta. ―Tengo que enfrentarme a Beau. Quiero decirle
que el hombre con el que necesita hablar desesperadamente en relación con la muerte de
su padre está muerto. Otro golpe. Otro contratiempo en medio de los malditos
contratiempos interminables.
Danny asiente, sus ojos caen a la alfombra.
―No sé si sentirme aliviado o estresado. ―Creo que habla por todos nosotros.
―Definitivamente ha estado agazapado. Esperando algo.
―¿Pero qué?
―No lo sé. ―Miro por la ventana, volviendo mis ojos al mundo exterior, escaneando,
observando. Vamos, ¿cuál es tu próximo movimiento?
―Contesta, Nolan ―sisea Brad, con los labios fruncidos, en parte impaciencia, en parte
dolor―. A la mierda. ―Vuelve a marcar―. Que alguien llame a Mason.
Danny se sube la camiseta y se limpia la sangre seca de la cara mientras le marca.
―Dile a Nolan que compruebe su teléfono ―ordena brevemente. Luego frunce el ceño,
mirando a Brad―. Nolan no está.
―¿Qué?
―Llamó y dijo que vendría a la hora de comer.
Brad maldice, marcando continuamente, intentando contactar con Nolan.
―Pequeño cabrón.
―¿Están todos fuera del club? ―pregunto.
Danny asiente, volviendo a Mason.
―Sólo tomando precauciones. Voy a enviar a Otto a comprobarlo. ―Frunce el ceño―.
Estás haciendo demasiadas preguntas, Mason. Mantén a todo el mundo fuera y dile a Nolan
que llame cuando aparezca.
Ese chico recibirá una bofetada cuando lo alcance, porque estoy seguro de que Brad no
se la dará. Apuesto a que está viviendo el sueño en el lujoso apartamento de Brad mientras
él está aquí recuperándose. De hecho, apuesto a que llega tarde al club porque está
limpiando el desastre de la fiesta de anoche en casa de Brad.
―¿Por qué coño has tardado tanto? ―ladra Brad por la línea cuando Nolan por fin
contesta. Luego frunce el ceño―. ¿Qué haces ahí? ―Una pausa, y su ceño se convierte en
un ceño fruncido―. Bien, lo que sea. El club ha sido evacuado. Sólo por precaución. Otto
está de camino para comprobarlo. Necesito que vengas a casa de Danny. Tengo algunas
cosas que necesito repasar contigo. ―Cuelga, murmurando en voz baja, y se acomoda―.
Está en mi casa, metiéndose en la ducha ―dice con calma―. Viene en un rato.
Asiento con la cabeza, aun mirando por la ventana, con el pavor atenazándome
implacablemente.
―¿Jodiéndonos? ―pregunta Danny, uniéndose a mí.
―No lo sé.
El teléfono de Brad empieza a sonar y tanto Danny como yo nos volvemos hacia la
habitación. Le cuesta un gran esfuerzo levantarlo para ver la pantalla.
―¿Quién es? —Danny pregunta, viendo lo que yo veo en la expresión de Brad. Un poco
de confusión.
―Número desconocido.
Las miradas empiezan a dispararse de nuevo por la habitación, todos quietos y callados
mientras Brad responde con silencio, sus ojos recorriendo las sábanas que cubren su
cintura. Exhala, aliviado. Se asoma.
―Es mi vecino.
Pongo los ojos en blanco, al igual que todos los demás en la habitación.
―Probablemente se quejen del ruido ―murmuro, pero entonces Brad palidece y su
teléfono resbala de su mano y cae sobre la cama.
―¿Qué? ―Danny pregunta con urgencia―. Brad, ¿qué pasa?
Traga saliva con fuerza, su mirada salta a través de su regazo, y yo doy un paso adelante,
cada centímetro de mí tensa.
―Mi... ―Dirige una mirada atormentada hacia nosotros―. Mi apartamento acaba de
explotar.
odo el mundo se quedó en silencio mientras Tank y Fury nos llevaban a casa, sin
ninguna explicación de por qué nuestro viaje de compras terminó tan abruptamente.
Sé que todos nos preguntamos qué demonios ha pasado ahora. Por supuesto, en el
momento en que vi la cara de Fury cuando contestó a su celular, volví a poner los pantalones
que estaba considerando en el perchero y salí tranquilamente de la tienda, llamando a
Zinnea y Rose mientras lo hacía. Ellas también se marcharon sin rechistar.
Cuando llegamos a la mansión, veo que faltan algunos coches. Así que algunos hombres
han sido desplegados. ¿Para qué?
―Hogar, dulce hogar ―dice socarronamente Zinnea mientras las tres subimos los
escalones de la casa―. Prepárense, chicas.
―Siempre ―murmuro, mirando a Rose. Tiene los labios rectos y la mirada fija en la
puerta. Veo que está haciendo todo lo posible por no irrumpir en la casa y gritar su
frustración―. Recuerda lo que dijo Doc ―le digo, mientras Zinnea le apoya una mano
tranquilizadora en el brazo.
―Lo recuerdo. ―Respira hondo varias veces―. Vivo para el día en que me despierte y
no me pregunte quién intentará matar a mi marido hoy.
―Bueno, eso nunca ocurrirá ―bromea Zinnea, tratando de aligerar el ambiente―.
Porque no pasa un día sin que una esposa quiera matar a su marido por una cosa u otra. Es
semántica matrimonial básica, cariño.
Rose logra esbozar una sonrisa y, sorprendentemente, no es forzada, mientras hago girar
el anillo en mi dedo. Esther abre la puerta antes de que podamos entrar y nos lanza una
mirada que estoy segura que todas odiamos.
―Arriba ―dice, dejándonos entrar a todos―. La habitación de Brad.
Subo las escaleras como una bala, preocupada, y mientras troto por el pasillo, veo a Pearl
delante con cara de estar un poco desubicada y preocupada.
―¿Qué está pasando? ―Pregunto, aminorando la marcha.
―No lo sé. Lo trajeron hace un tiempo. Con mucho dolor. El doctor pasó por su
habitación y parecía estar bien cuando entré a darle las gracias. Malhumorado pero bien.
James estaba allí con él.
―¿Y ahora? ―pregunto, mirando a la puerta, plagada de incertidumbre.
―Ahora todo el mundo está allí con él.
¿A todos?
―Bien ―digo en voz baja, cogiendo el picaporte, asustada de entrar.
―¿Me avisarás si está bien? ―pregunta Pearl, y yo miro hacia atrás por encima de mi
hombro, viendo sus manos jugueteando, sus ojos preocupados.
―Por supuesto. ―Me abro paso y la tensión me abofetea en la cara. Todo el mundo está
de pie, excepto Brad que está en la cama, pero no puedo verle la cara porque Danny lo está
bloqueando. Probablemente no quiero verle la cara. ¿Una vigilia junto a la cama? Me da
un vuelco el corazón. Danny mira hacia atrás, me ve y pasa de mí―. Ya viene ―digo,
oyendo a Rose detrás de mí―. ¿Qué ha pasado? ―Mis ojos no se mueven de las piernas de
Brad.
―¿Es Beau? ―La voz de Brad me desconcierta, y rápidamente rodeo a Danny y
encuentro sus ojos abiertos.
Se me escapa todo el aire de los pulmones y la palma de la mano se junta con el pecho.
―Creía que habías muerto ―digo, con el alivio a flor de piel.
Sacude la cabeza, absolutamente conmocionado.
―Debería estarlo ―dice en voz baja, mirando las sábanas que le rodean la cintura.
―¿Qué ha pasado?
―Recibimos una llamada de El Oso ―dice James, atrayendo mi atención hacia él. No
quiero creerlo. Una parte de mí esperaba que hubiera desaparecido. Desaparecido. Podía
imaginar un millón de formas horripilantes de morir. Era la única manera.
―¿Y? ―Pregunto, mirando a Danny mientras Rose se pone a su lado, mirándole.
Aprovecho este momento, mientras espero la respuesta de James, para evaluar las caras de
todos. Todos graves. Todos estresados. Todos desconsolados.
―Y voló el apartamento de Brad.
―Dios mío ―susurra Rose detrás de mí.
Todo lo que puedo pensar es gracias a Dios. Gracias a Dios que Brad estaba aquí. Pero
algo me dice que me estoy adelantando a los acontecimientos y, mientras escudriño la
habitación y hago recuento mental, me doy cuenta...
―Nolan ―digo en voz baja, dejándome caer sobre el colchón y cogiendo la mano de
Brad. Oh, Dios, no. ¡No! A Brad le gustaba ese chico. A todos nos gustaba. La cantidad justa
de descaro y encanto con rudeza y preparación. Se culpará a sí mismo―. Brad, no puedes...
―No lo digas, Beau. ―Saca su mano de la mía y se frota las cuencas de los ojos con
dureza. Reprimiendo las lágrimas. Se niega a llorar porque es Brad Black―. Déjame en paz
―susurra, con las fosas nasales encendidas, la ira apoderándose de él―. Todo el mundo
―ruge, explotando―. ¡Fuera de aquí!
Me levanto y me doy la vuelta, marchándome, indicando a todos que hagan lo mismo, y
así lo hacen, dejando espacio a Brad. Dejándole tener un momento privado para dejar salir
esas lágrimas. La rabia. Cierro la puerta tras de mí y me apoyo en ella.
―¿Está bien?
Agacho la cabeza y encuentro a Pearl ansiosa y fuera de lugar.
―Necesita un momento.
―¿Qué ha pasado? ―pregunta, mientras todos se marchan, dispersándose por distintas
partes de la casa―. ¿Puedo saberlo?
Me trago el nudo que tengo en la garganta.
―Probablemente no quieras.
Anya dobla la esquina. Está cien veces mejor, con el cabello brillante y la tez radiante. Al
verme, sonríe ampliamente, pero se le quita la sonrisa cuando ve lo ocupada que está la
puerta de la habitación de Brad. Le hago una seña a Esther para que se haga cargo y ella
entra, sacando a Pearl de la habitación de Brad y llevándose a Anya. Odio la curiosidad en
sus caras. Odio aún más que estar aquí, en esta casa, en este mundo, sea mejor opción que
volver a sus países de origen.
Siento los ojos de James clavados en mí y, cuando me pongo frente a él, capto la breve y
cortante inclinación de cabeza de Danny mientras aleja a Rose y ella se preocupa por él,
frotándole suavemente la sangre de la cara mientras sacude la cabeza, mordiéndose el labio,
con lágrimas en los ojos.
―¿Qué demonios te ha pasado en la cara? ―pregunta.
―No importa ―contesta Danny brevemente, ignorándola.
―Tenemos que hablar ―dice James, pero no le miro a la cara. Algo me dice que no me
gustará lo que dirá―. ¿Beau?
―No quiero hablar. ―Me vuelvo hacia él y camino hacia él, trepando por su cuerpo y
aferrándome. Sólo quiero estar un momento. Estar quieta y perdida. Me sujeta por debajo
del culo y me lleva a nuestra habitación, y una vez que me ha dejado en el suelo, me pongo
a desnudarle lentamente, sintiendo cómo me observa mientras lo hago, su postura sólida,
sus manos sin vida a los lados, sus ojos cansados estudiándome. No me ayuda. Ni siquiera
intenta quitarme la ropa. Así que lo hago yo misma y le empujo sobre la cama. Luego me
subo encima de él, cierro los ojos con los suyos, mantengo su excitación erguida y me hundo
lentamente sobre él en una exhalación que me estremece, cada centímetro domando la
agitación interior. Sus manos se mueven hacia mis caderas, sus labios se entreabren, sus
ojos se encapuchan, mientras empiezo a rodearle lentamente, con las palmas de las manos
apoyadas en su pecho.
―¿Has encontrado algo que ponerte mañana? ―Esfuerza las palabras con voz ronca, y
yo sonrío con serenidad. Está intentando mantener una conversación normal durante un
sexo bastante anormal.
―Cállate, James ―le ordeno, dejando caer mi pecho sobre el suyo y besándole con
fuerza, mis manos hurgando en su cabello y empuñando.
Me domina sólo unos segundos antes de que me ponga boca arriba. Me baja los
pantalones mientras sus caderas empujan gradualmente hacia delante y vuelve a llenarme,
observándome mientras lo hace. Aspiro aire y sus ojos echan humo.
―¿Así de bien, Beau?
Empujo mis caderas hacia arriba, llevándolo hasta el fondo, y él sisea entre dientes.
―No lo sé, ¿verdad? —Giro un par de veces más, haciendo que se levante, y luego salgo
disparada, enviando a James de espaldas otra vez, pero esta vez aterrizamos en el suelo con
un ruido sordo. Vuelvo a cogerle la polla y lo atraigo hacia mí, deslizándome sobre él.
Gime, arquea la espalda, me coge los pechos con las manos y los palpa, pellizca y tira.
―Bien ―cede, lleva una mano a mi brazo y me acaricia la cicatriz antes de llevarla al
estómago y rodear la herida de bala.
―¿Quieres que te ayude a escapar? ―le pregunto. Él clava sus ojos en los míos,
sorprendido, y yo me aferro a él con firmeza, tragándome mi gemido ante la profunda
invasión, cerrando los ojos unos instantes. Me veo a mí misma. De pie ante James en su caja
de cristal, rogándole que me llevara. Y lo hizo. No sé de qué quiere hablar, pero sé que no
me va a gustar. Veo la angustia en su rostro cansado. El sufrimiento. La necesidad de acabar
con esto. Abro los ojos―. Dame las manos ―susurro, y él las levanta. A diferencia de él, no
voy a sujetarle. Atarlo. Lo dejo indefenso. Enlazo mis dedos entre los suyos y los sostengo,
moviéndolos perezosamente, observando cómo nuestras manos se agarran, se flexionan.
Fundido.
―Te amo ―susurra.
―Creo que estás hablando demasiado.
Sonríe suavemente, flexionando más los dedos.
―¿Vas a amordazarme? ―Se muerde el labio inferior. Está cerca.
―No creo que tengamos tiempo. ―Llevo nuestras manos unidas hasta su estómago y las
mantengo ahí, ganando un recuerdo, empujando más. Él contiene la respiración. Me arde
la piel―. Vamos, James. Deja que te doble. Deja que te rompa. ―Me sobresalto cuando se
sacude violentamente, echando la cabeza hacia atrás, con la columna vertebral
arqueándose con dureza, y mientras lo veo doblarse y romperse, me corro tranquilamente
con un leve temblor, mi placer intenso pero tranquilo, y sobre todo proveniente de ver a
James abrirse paso hasta que su cuerpo se queda flácido y el sudor le resbala por las sienes,
mojándole el cabello. Respira con dificultad. Me tomo un momento en su oscuridad
mientras lo observo. Sintiendo cómo su esencia caliente me calienta las entrañas.
Trago saliva y apoyo la mejilla en su pecho, sintiendo cómo su mano se acerca a mi
espalda y me sujeta. Cierro los ojos, sabiendo lo que James está pensando en su oscuridad
mientras me acaricia suavemente entre los omóplatos, palpitando lentamente en mi
interior, desenvainado, goteando su semilla. Me pregunto si mi cuerpo lo ha aceptado. Arde
mi sentimiento de culpa.
―¿De qué necesitabas hablar? ―Pregunto, cobardemente tratando de distraerme de mi
deshonestidad.
―Puede esperar.
No discuto. Sólo necesito estar aquí, tranquila, quieta y calmada durante un rato.
, estoy en la cama y James no, lo que significa que nos ha sacado
del piso en algún momento y me ha metido aquí. Ni siquiera me he movido. Ligeramente
desorientada, me incorporo, echando un vistazo a nuestro luminoso dormitorio antes de
levantarme y estirarme hacia el baño, poniéndome delante del espejo. Me recojo el cabello
y abro el cajón del tocador, rebuscando hasta el fondo. Saco el paquete de pastillas de un
neceser y me meto una, apartando el estúpido sentimiento de culpa. Estúpida porque James
no quería intentarlo. Y ahora yo tampoco. Las escondo en el cajón y salgo del baño,
deteniéndome en medio de la habitación, mirando a mi alrededor, con el cerebro ahora más
despierto. Mi corazón comienza un latido implacable. El funeral de papá.
―¡Mierda! ―Busco mi teléfono entre las sábanas, en la mesilla de noche, gruñendo al
no encontrarlo. Me pongo la camiseta de James, me pongo su chándal y abro la puerta de
un tirón. Casi choco con Zinnea, que está al otro lado, con el puño preparado para llamar.
La miro de frente, parpadeando ante el brillo cegador de su atuendo. La verdad es que me
sorprende que haya decidido disfrazarse de Zinnea para el funeral de papá. Pero, por otra
parte, es la mejor manera de darle una última colleja a su intolerante hermano, una colleja
que él no puede responder, ya que está muerto.
―Estaré lista en un minuto ―digo, mirando hacia la habitación―. ¡Joder! ―No lo haré
porque no tengo nada que ponerme. Voy al armario y lo abro de un tirón, rebuscando entre
mis interminables pares de vaqueros y camisas.
―¿Listos para qué? ―pregunta Zinnea desde la puerta. Hago una pausa para deslizar
las perchas por la barandilla y la miro, dándome cuenta, ahora que mi cerebro está un poco
más despierto, de que lleva la misma ropa que ayer.
―¿Qué día es hoy? ―Pregunto.
―El mismo día que hace unas horas, cuando volvimos de nuestro breve y poco
productivo viaje de compras.
―Oh. ―Mis hombros caen y me rio un poco―. Pensaba que hoy era… ―Me froto la
frente. Debo de haber dormido profundamente.
―¿Has comido hoy? ―pregunta preocupada.
Sacudo la cabeza y mi estómago también ruge en respuesta.
―Me muero de hambre ―admito.
―Esther tiene una olla grande en el fuego. ―Me tiende la mano, la cojo y dejo que me
lleve a lo bueno. El olor me llega en cuanto bajo las escaleras, y los sonidos de la cocina me
confirman que está tan bueno como siempre. Entro y veo a todo el mundo alrededor de la
mesa, y James deja caer la cuchara y se levanta.
―No quería despertarte ―dice.
―¿Has visto mi celular?
La levanta.
―No quería despertarte ―reitera, apartando la silla que tiene al lado. Me acerco y me
siento junto a Brad.
―Deberías estar en la cama ―le digo suavemente, y él sonríe, igual de suavemente, pero
permanece callado, para nada como Brad.
Me siento a comer y capto la mirada de Rose en el otro extremo de la mesa mientras unta
un poco de pan para Daniel y se lo pone en el plato.
―¿Estás bien? ―dice, y yo asiento con la cabeza, observando el ambiente apagado que
reina en la mesa. Todo el mundo está callado. Hablan entre ellos.
Llorando la pérdida de uno de los nuestros.
―¿Necesitas ayuda? ―Pregunto mientras Brad lucha por arrancar un poco de pan para
mojar.
―No.
―Deja de ser terco. ―Arranco un poco y me giro hacia él, mojándolo en su plato―.
Abre ―le digo en voz baja. Frunce el ceño, pero me sigue la corriente, abre la boca y coge
el pan―. Si esto no es una señal de que necesitas una mujer en tu vida...
―Prefiero que me vuelvan a disparar.
―Tan dramático.
Vuelve a quedarse callado, removiendo su guiso, su tristeza palpable. No sé si alguno de
nosotros podrá convencerle de que no es culpa suya. Ojalá pudiéramos. Levanta la cabeza,
pero enseguida vuelve a mirar hacia abajo, revolviendo con un poco de mano dura, lo que
hace que la salsa salpique el lateral del cuenco. Miro hacia la mesa y veo a Pearl y Anya
hablando con Esther, y tarareo para mis adentros, pensativa.
No puedo preguntarle si está bien porque es una puta pregunta tonta. Se pone más
nervioso cuanto más tiempo está sentado aquí, parece como si tuviera una pelea mental
consigo mismo. Culpándose a sí mismo.
―Brad ―digo, incapaz de ver cómo vuelve a caer lentamente en una espiral―. Tú...
―Tengo que irme ―dice, levantándose bruscamente y agarrándose al lateral de la mesa
con un gruñido de dolor. Todos en la mesa se callan, o incluso más, toda la atención puesta
en Brad.
―¿Estás bien? —Pregunto, y es impulsivo. Dejo caer la cuchara y me levanto,
acercándome a él.
―Tengo que irme ―vuelve a decir, manteniendo la mirada y el rostro bajos mientras se
da la vuelta y sale de la cocina, con las miradas aprensivas de todos siguiéndole. Miro a Doc
en busca de orientación, dispuesta a ir tras él. Debe de haber leído mi intención, porque
levanta la palma de la mano y me hace bajar lentamente a la silla.
―Estará bien ―dice James.
―No estoy tan segura. ―Recojo mi cuchara, pero cuando el sonido de los neumáticos
chirriando llena la habitación, la suelto, preocupada, y observo cómo Danny se levanta y se
dirige a la ventana que da a la parte delantera de la casa. Me paro a ver, observando cómo
Brad conduce temerariamente por el camino de entrada hasta las puertas. Con un brazo,
por el amor de Dios―. Probablemente va al club.
―No debería ir a ninguna parte ―dice Danny fríamente―. Y no porque esté herido.
―Se pellizca el puente de la nariz, respirando tranquilamente, y Rose llena su copa de vino
y le da un golpecito en la mano a Daniel, señal de que puede levantarse de la mesa, antes
de asentir a Tank y Fury, que se levantan y le siguen. Ella cree que Danny va a perder los
estribos.
Miro a James mientras mastica y traga lentamente, deja la cuchara y se limpia la boca,
dispuesto a sujetar a Danny cuando explote. Pero no lo hace. Se vuelve despacio y con calma
hacia la mesa, toma asiento y mira a James, que asiente con la cabeza. Todos irán a Hiatus
después de la cena para arreglar lo de Brad.
Todo el mundo vuelve a comer. Charla trivial. Entonces, una vez más, se hace el silencio
cuando la puerta principal se abre y se cierra. Miro a James, James mira a Danny, Danny
mira a Ringo, Ringo mira a Goldie, Goldie mira a Otto, como una ola mexicana de miradas
curiosas.
―Se olvidó el cepillo de dientes ―musita Danny, recogiendo su vino y dirigiendo su
atención de nuevo a la entrada de la cocina, listo para dar la bienvenida a Brad a casa,
mientras todos alrededor de la mesa se ríen ligeramente, tan aliviados como Danny de que
Brad haya sacado la cabeza del culo el tiempo suficiente para darse cuenta de que irse fue
una mala idea, aunque sólo sea porque no está a tope en este momento.
Me acomodo en la silla, recojo el vino que Brad ha dejado en su casa y bebo a sorbos
sonriendo. Y casi la escupo cuando alguien, no Brad, entra en la cocina, muy fresco,
despreocupado, incluso con una puta sonrisa en la cara. Y todas las miradas le siguen desde
la puerta hasta el asiento que Brad acaba de dejar libre. Tan cerca de mí que puedo olerlo.
A limpio. Fresco.
No está muerto.
―Hmmm, tiene una pinta deliciosa ―dice Nolan, zambulléndose en el estofado que Brad
dejó hace un momento mientras todos nos quedamos mirando, con la boca abierta.
―¿Qué coño? ―Danny finalmente dice, bajando lentamente su vino a la mesa.
Nolan se detiene, encorvado sobre la mesa, a punto de tomar otro bocado de estofado, y
mira de arriba abajo a la galería de cacahuetes, todos con cara de... bueno, como si hubieran
visto un puto fantasma.
―¿Qué? ―pregunta, balanceando la cabeza mientras la salsa gotea de su cuchara―.
¿Qué he hecho?
―¿Qué has hecho? ―Danny gime y se levanta de la silla lentamente, apretando los
puños―. ¿Qué coño has hecho?
El pobre Nolan está tan quieto como una escultura de hielo, y probablemente también
sienta el mismo frío.
―¡Te moriste, imbécil!
―¿En serio? ―Nolan mira hacia su frente, consternado, como si comprobara que
realmente está aquí―. ¿Cuándo?
―Que me jodan ―suspira James a mi lado, frotándose las arrugas de la frente mientras
Danny marcha alrededor de la mesa y coge a Nolan por la oreja, literalmente, y lo arrastra
fuera de la cocina. Naturalmente, James se levanta enseguida.
―No demasiado ―dice, golpeando el borde de mi copa de vino, haciendo que me encoja
en la silla. Sale de la cocina, probablemente para asegurarse de que Danny no haga el
trabajo que creía hecho, matar a Nolan, y Otto, Ringo y Goldie se levantan y le siguen.
―Sólo una cena familiar normal ―dice Esther con nostalgia, empezando a recoger
algunos platos―. ¿Alguien quiere helado?
―Me encantaría ―dice Rose, yendo al congelador y sacando un enorme envase,
presentándola a la sala―. ¿Alguien más?
―Por favor ―pide Pearl, empezando a ayudar a Esther.
―Por favor ―responde Anya, terminándose el estofado y suspirando―. Eres una experta
cocinera ―le dice a Esther―. Como mi mamá.
Se me sale el labio inferior al ver que Anya sonríe con tristeza. A menudo me he sentido
sola, aunque siempre he tenido gente a mi alrededor. ¿Pero estar realmente sola?
―¿Sabes? ―dice Zinnea―. Iba a llamarme Anya. Anya Dolly Daydream.
―¿Sí? ―Anya responde, sus ojos se iluminan―. ¿Sabes lo que significa? ¿Anya?
―Dime ―ordena Zinnea, cogiendo su vino y echándose el cabello por encima del
hombro.
―Significa gracia.
―¿Oh?
Me rio cuando Rose se nos une de nuevo a la mesa con la tarrina de helado y un bote de
algo.
―Zinnea te sienta mejor. ―Le quita la tapa y empieza a hincarle el diente a la tarrina―.
Y Anya definitivamente te queda bien ―dice, sonriéndole a Anya―. Y Pearl te sienta bien.
Inusual, como tu ridículo cabello rojo brillante.
Pearl se coge el cabello y se lo pasa por detrás de las orejas.
―Siempre odié ser pelirroja y tener los ojos verdes.
―¿Por qué? ―Rose suelta, indignada―. Dios mío, las mujeres matarían por esa
combinación. ¿Sabes lo rara que eres?
Pearl sonríe, y Rose flaquea en su entusiasmo. Rara. Con exactitud por eso probablemente
la cogieron. Como Anya, con su aspecto único: cara en forma de corazón, ojos dorados y
almendrados, cejas gruesas, labios carnosos y cabello castaño liso y brillante. Rara.
Sin saber qué decir, Rose sostiene el pote y ambas asienten.
―Veo que le fue bien con Danny ―dice con una fuerte dosis de sarcasmo, y Esther
resopla.
―Fuiste tú quien me dijo que le pusiera en su sitio.
Veo que Pearl y Anya miran con curiosidad, así que las ayudo y les explico. Esto es algo
que puedo contarles.
―Otto, ese es el gran peludo con piercings, tiene debilidad por Esther, que es la mamá
de Danny.
―Y Danny es el marido de Rose ―dice Pearl.
―Correcto. ―Rose le sonríe desde el otro lado de la mesa mientras sirve helado en varios
cuencos―. Y no le hace mucha gracia que su madre ―señala con la cuchara a Esther―,
salga con... bueno, con nadie. Y menos con uno de los hombres.
―Es un poco protector ―dice Esther, casi con orgullo. Lo dice en serio. Realmente,
Danny no podía hacer mucho mal en sus libros. Asesinato, secuestro, tráfico de armas. ¿Pero
pelearse con Otto?
―¿Qué pasa con Brad? ―Pearl pregunta, haciendo que Rose, Esther y yo nos congelemos
en nuestras sillas.
―¿Qué pasa con él? ―pregunto mirando a Rose, que mira a Pearl con la misma
curiosidad que yo, mientras le pasa un cuenco por la mesa. ¿Tiene esto algo que ver con el
mensaje de James preguntando por Pearl?
Coge la cuchara y empieza a remover, despreocupada.
―Sólo me preguntaba si está... comprometido. ―Se mete rápidamente un poco de helado
en la boca y sonríe con los labios fruncidos.
Oh, vaya.
―Sí ―suelta Rose.
―No ―digo al mismo tiempo.
―Creo que lo que las chicas intentan decir ―dice Esther suavemente―, es que Brad
probablemente... umm, creo que está... ―Me mira en busca de ayuda. Yo no tengo nada.
―Es un imbécil total ―dice Rose, repartiendo el resto de los tazones―. Lo odiarás.
Pearl sonríe y Rose coge el tarro y procede a derramar el contenido por todo su helado.
―Y cuenta chistes terribles ―digo, frunciendo el ceño ante el cuenco de Rose.
―Muy, muy mal ―confirma Rose.
Miro a Esther. Ella también está frunciendo el ceño ante el cuenco de Rose. Y a Zinnea.
Y Anya y Pearl. Y Rose no se da cuenta, removiendo el helado con la cuchara, mezclando
los pepinillos, canturreando alegremente antes de coger una cucharada grande y abrirla de
par en par, tomárselo todo y cerrar los ojos de felicidad. Es un jodido éxtasis.
―¿Qué demonios, Rose?
Abre los ojos, traga saliva y mira su cuenco.
―¡Lo sé! ―grita―. Qué asco. ―Aprieta los dientes y aprieta la cuchara con el puño―.
No puedo parar ―se queja, enfadada consigo misma y con este nuevo antojo asqueroso―.
Ayer le eché azúcar a mi comida mexicana. ―Suelta la cuchara y apoya la cabeza en las
manos.
Veo mi teléfono en el lugar de James y lo recojo, riéndome de ella mientras me levanto y
camino hasta su extremo.
―Todavía te quiero ―le digo, frotándole el hombro―. Voy a ver si ya han matado a
Nolan.
Sus manos caen.
―Quiero cada detalle ―dice.
Naturalmente, pienso, saliendo de la cocina.
―Gracias por la cena.
―Deberías estar aquí ayudándonos a limpiar, no en el despacho con los hombres ―me
dice Esther, haciéndome poner los ojos en blanco.
―Estoy segura de que los hombres están de acuerdo ―digo, atravesando la casa hasta el
despacho de Danny y abriéndome paso sin llamar. La primera persona que veo es Goldie,
recordándome que no todos son hombres. Muy bien.
Cierro la puerta tras de mí, ignorando la mirada exasperada de Danny, y miro a Nolan
en el sofá, que parece un poco agitado mientras me pongo a un lado, fuera del camino,
tranquila y vigilante. No le doy a nadie ninguna razón para verme fuera, y cuando capto la
mirada de James, veo que ha captado mi movimiento, con las cejas en alto. Desvío la mirada.
―Así que si no estabas en casa de Brad como dijiste ―pregunta James―, ¿dónde coño
estabas?
―Mi último plazo ―dice―, estaba pagando mi última cuota con el usurero.
¿Un usurero? No son buenas noticias. Miro a James. Tiene el ceño fruncido.
―Nos dijiste que habías pagado el último plazo la semana pasada.
―Mentí. No quería que pensaras que no valía el dinero. Y Brad lo habría pagado por mí.
No me siento cómodo con eso. ―Nolan mira alrededor de la oficina―. ¿Dónde está? Dijo
que tenía asuntos que discutir.
―No lo sabemos ―dice Danny en voz baja, bajando a su silla.
―¿Qué quieres decir con que no lo sabes? ―Nolan se levanta, con los ojos muy abiertos
y preocupados.
―Probablemente ha ido al club.
―¿No está aquí?
―No. ―Los labios de Danny se tuercen―. Salió furioso. No sé si te has dado cuenta, pero
por alguna extraña razón, está muy unido a ti. ―Sonrío por dentro cuando veo que la
preocupación de Nolan se disipa para dar paso a la felicidad―. Se quedó bastante cortado
cuando pensamos que habías explotado con su apartamento ―continúa Danny,
levantándose y acercándose a Nolan, poniéndose en su cara―. ¿Qué lección has aprendido
hoy, chico?
―No mentir.
―Sé sincero con nosotros, ¿me oyes? ―Le da un puñetazo en el hombro. El Británico es
capaz de mucho más pero, aunque Danny no lo diga, también está bastante unido a Nolan.
Todos lo estamos―. Ahora siéntate.
―Está herido. ―Nolan nos mira―. El doctor dijo que debería estar descansando.
―Te he dicho que te sientes de una puta vez ―ladra Danny, frustrado.
Nolan se mueve unos pasos y se aprieta entre Ringo y Otto, obligándoles a cambiarse de
sitio y sacar las chaquetas debajo del culo de Nolan.
―Ahora. ―Danny se sienta de nuevo en su escritorio―. Que alguien llame a Brad y le
diga que su mascota está viva y bien.
―No se ha llevado el teléfono ―responde Otto.
―¿Qué? ―James está al otro lado de la habitación en un segundo, mirando la pantalla
de Otto, que supongo que muestra la ubicación del teléfono de Brad. Aquí―. ¿Por qué coño
haría eso?
Danny va directo a su celular.
―¿Está Brad? ―pregunta. Luego maldice, dándonos a todos la respuesta―. ¿Dónde
coño se ha metido?
Nolan se levanta, asustado, y James se acerca detrás de él, empujándole los hombros,
obligándole a retroceder.
―Lo encontraremos ―dice robóticamente, con la cara seria, mirando a Danny, que
parece furioso.
Me siento como una mosca en la pared, observando a nuestros hombres en su hábitat
natural. Siendo El Británico y El Enigma.
Mi cabeza va de un lado a otro, observando, escuchando.
Fascinada.
James saca el celular del bolsillo y empieza a pasearse, con la atención puesta en la
pantalla, y Danny sacude la cabeza para sí, todavía enfadado, pero sé que estará más
preocupado.
―No tengo ni puto tiempo para perder el tiempo. Dame la localización de Len. Quiero
saber qué coño le ha pasado a Fra... ―Su teléfono suena y él gruñe, lo coge y sus ojos
recorren la pantalla. Luego mira a James. Piensa. Deja el celular en el escritorio con calma
y se levanta―. Encuentra a Brad ―suelta, y sale de la oficina, mis ojos siguen su forma
reprimida. ¿Ya está?
―Ven ―dice James, indicándome la salida, y yo voy, a pesar de sospechar. Danny no
había terminado con el negocio.
Y de repente, lo estaba.
¿Qué coño está pasando?
―
so ha sido raro ―dice Beau, mirándome mientras recorremos el pasillo sin
tener ni idea de adónde la llevo. Sólo lejos. De Danny. De los hombres. De
cualquiera que pudiera soltar accidentalmente las últimas noticias sobre la
muerte de Frazer Cartwright. Necesito pensar en esto. Beau estará por Miami
intentando resolver este misterio antes de que yo haya tenido la oportunidad de poner en
marcha mi cerebro―. Danny parecía que quería decir algo y luego no lo hizo.
Mantengo mi atención hacia delante.
―¿Lo hizo? ―Penoso. Tan jodidamente patético. Todos en la habitación sentían lo mismo
que Beau, pero yo no tenía elección. Me di cuenta de que Danny estaba a punto de empezar
uno de sus pequeños resúmenes de toda la mierda que estaba pasando, y ese resumen habría
incluido el hecho de que Frazer Cartwright está muerto. Así que le envié un mensaje rápido
diciéndole que se callara la puta boca. Por suerte, recibió mi mensaje antes de que su boca
nos causara más problemas.
―Sí, lo hizo. ―Beau detiene nuestra marcha y se gira hacia mí. Joder―. ¿Qué está
pasando?
Me rio, y es natural.
―¿Qué está pasando? ―¿Por dónde coño iba a empezar?―. Sabes lo que está pasando.
Te esfuerzas por saber lo que pasa.
Sus ojos se entrecierran acusadoramente. Yo no me inmuto.
―¿Y qué pasó con mi sorpresa?
Joder.
―Es...
Su teléfono me salva, y Beau resopla, mirándome como una mujer mira a un hombre
cuando le comunica en silencio que no ha terminado.
―Hola ―responde, sonando irritada. Luego se le cae la cara de vergüenza y se olvida de
nuestra conversación anterior―. Oh ―suspira, haciéndome ladear la cabeza en señal de
pregunta. Inspira, como si se preparara, y asiente―. Lo siento, ¿es demasiado tarde? ―tapa
el celular con una mano y se lo aparta de la oreja―. ¿Puedes llevarme a algún lado?
―A cualquier sitio ―respondo rápidamente, ligeramente sorprendido.
Ella asiente y vuelve a su celular.
―Puedo estar allí en una hora. ―Un trago―. Sí. ―Sus ojos se cierran brevemente―.
Gracias. —Luego cuelga, y yo me quedo ante ella esperando. Parezco paciente pero no lo
siento.
―¿Adónde te llevo, Beau? —pregunto, tras unos largos segundos de silencio.
―Para ver a mi padre ―dice finalmente, estremeciéndose, como si el hielo acabara de
deslizarse por su columna vertebral―. Quiero verle antes del funeral de mañana.
Me retiro, sorprendido. No puedo ocultar mi sorpresa.
―Nunca pude ver a mamá. ―Frunce el ceño mientras juguetea con su teléfono.
―¿Estás segura? ―Pregunto, poniendo una mano en su hombro, frotando en él
suavemente.
Sonríe. Es débil.
―No ―admite, y yo asiento, comprendiendo―. Pero sé que me arrepentiré si no lo hago.
―Se acerca a mí, me rodea la cintura con los brazos y... se esconde.
6 Jane Marple o Miss Marple es un personaje novelesco creado por la escritora británica de género policíaco Agatha Christie, protagonista de varias
novelas de esta autora. El personaje es una dama entrada en años, residente en St. Mary Mead, un adorable y ficticio pueblecito de la campiña del sur
inglés.
cara a cara con Goldie. No hay número. Ámbar. Contesto rápidamente, pero no oigo su
molesta voz ronroneante. En su lugar, oigo una voz ronca, rusa y granulada.
―Black ―gruñe.
―¿Qué quieres, Volodya? ―No tengo tiempo para este ridículo juego de «Quién conoce
a El Oso».
―Armas.
Solté una carcajada, colgué y dejé caer el celular sobre mi regazo, agarrado al volante,
con los brazos en tensión y el cuerpo convulsionado. ¿Qué cojones pasa? ¿Alguien más
quiere nuestras armas?
―Jesús. ―Me rio entre dientes, con los ojos llorosos mientras me los limpio bruscamente,
luego las mejillas ásperas, luego me paso una mano por el cabello crecido, mi cuerpo dando
saltos aleatorios mientras intento recuperarme de mi ataque de risa. Cuando termino, todos
me miran―. Volodya ―digo, rebuscando entre mis muslos para encontrar mi móvil―.
Quiere armas.
―Dile que se ponga en la puta cola ―murmura Ringo, desinteresado, volviendo a su
teléfono mientras el mío vuelve a sonar―. Hoy está ocupado ―añade, con voz ronca.
―Dímelo a mí. ―Me lo acerco a la oreja―. ¿Sí?
―Sr. Black, no sé si me recordará...
―Pruébame ―digo entre risas―. Te sorprenderías. Tengo fantasmas apareciendo a
diestro y siniestro en este momento.
―¿Jeeves? ―dice, y yo frunzo el ceño.
―¿Quién?
―Jeeves, señor. El conserje del Four Seasons.
¿Jeeves? Bueno, mierda. Nunca lo mostré, por supuesto, pero realmente me gustaba este
tipo. Él puede encontrar cualquier cosa, en cualquier momento, por una tarifa, por
supuesto. Nunca ha fallado.
―¿Qué puedo hacer por ti, Jeeves?
―Espero que no te importe que te llame. Verás, tengo tu número de cuando solías
quedarte aquí regularmente hace unos años. ―Hace más de tres años. Antes de conocer a
Rose―. Tenemos una situación.
―¿Qué es?
Jeeves se lanza a un informe detallado de la situación, y yo escucho, sin creerme del todo
lo que estoy oyendo.
―Sr. Black, usted es el único hombre que puede ayudarme.
Tiene razón. Y no puedo negarle la ayuda que me está suplicando. Es un buen tipo y se
lo debo. Además, realmente necesito una salida en este momento.
―Estoy en camino, Jeeves. ―Cuelgo y envío un mensaje rápido. Joder, voy a disfrutar
desgarrando la situación miembro a miembro.
7 Cocaína.
e tumbo entre sus muslos, apoyando la espalda en su pecho. El agua cae a poca
distancia de mis pezones, dejándolos expuestos al aire fresco. Duros. Oscuros. Las
manos grandes y hábiles de Danny se extienden por mi vientre, mis piernas tocan
el interior de las suyas desde el muslo hasta el tobillo, y con cada inhalación profunda que
hace, un poco más de mis tetas quedan expuestas. Todo está tranquilo y quieto, sólo el
sonido del agua nos hace compañía.
Ninguno de los dos pudimos dormir. Estoy muy preocupada por Beau, me pasé toda la
noche escuchando a ver si oía que volvía a casa, y Danny lo sabía. Para cuando salía el sol,
renuncié a perseguir el sueño y me preparé un baño. Él entró silenciosamente y se unió a
mí, abandonando también nuestra cama. Se durmió a los pocos minutos de sumergirse en
el agua y colocarme encima de él, su corazón latiendo en mi espalda también me hizo
dormir.
No sé qué hora es, pero el agua está tibia. Sólo el contacto de nuestras pieles mantiene
alejados los escalofríos.
―¿Estás despierto? ―pregunto, y él tararea, empezando a rodear mi estómago con las
palmas de las manos―. No ha vuelto a casa.
Sus brazos suben hasta mis hombros y me rodean, abrazándome, y yo me aferro a ellos,
pero él no dice nada. Todos estamos preocupados. Maldita sea. Aparto los brazos de Danny
y me pongo de pie, con el agua cayéndome del cuerpo, la piel de gallina en cada centímetro
de mi piel, el cabello mojado pegado a mi espalda.
―Espera ―me dice cogiéndome la muñeca. Me doy la vuelta en la bañera mientras él se
arrodilla y me atrae hacia él, deslizando su mano sobre mi nuca y atrayendo mi boca hacia
la suya. El calor abrasador que contrasta con los escalofríos de mi piel es divino, y cuando
mis pechos se aprietan contra el suyo, los escalofríos desaparecen de inmediato.
―Tus cortes. ―Me agarro a sus muñecas, aprieto fuerte, lista para separarme.
―Están bien ―responde, hipnotizándome con los remolinos de su lengua, sus
mordisquitos, las chupadas, mientras me sujeta firmemente el cuello―. Sólo bésame. ―La
aspereza de su voz añadida a los ingredientes ya embriagadores me lleva al siguiente nivel
de placer, me invade una necesidad de simplemente... besar. Inclino la cabeza, abro más,
giro suavemente, chupo suavemente. Es el beso más lento que hemos compartido. El más
suave―. Hermoso ―susurra de nuevo, acercando su cuerpo, empujándome, sus manos se
deslizan hasta mi cabeza, sus pulgares en mis mejillas.
Estoy tan perdida. Tan caliente. Tan consumida. Llevo las manos a su cabello, lo acaricio
hasta la nuca y cierro el brazo alrededor de su cuello para que me acerque más, tarareando
mi felicidad, tragándome cada sonido de complacencia que hace. Este beso es un atracón.
Es codicioso, poderoso y vertiginoso. Ninguno de los dos quiere progresar, sólo disfrutarlo.
Y sigue y sigue.
El beso perpetuo. Mi cabeza gira hacia un lado y luego hacia el otro, mi mano libre
recorre su cuerpo, su cara, su cabello, mis pezones rozando su pecho.
―¿Estás mojada? ―me pregunta, deslizando un dedo entre mis piernas. Jadeo en
respuesta, mordiéndole la lengua. Tan húmeda. Ardiente. Necesito. Lo beso con más fuerza,
ahora la urgencia toma la delantera―. Estoy tan jodidamente duro por ti. ―Me coge la
mano y la pone sobre su polla, e inmediatamente empiezo a trabajar con él mientras me
masajea el clítoris.
Pensé que era feliz con un beso.
Ahora, sólo necesito detonar y esperar que se lleve algo de estrés con él. Sé que él siente
lo mismo. Lo beso aún más fuerte, mordiéndole el labio, metiéndole la lengua en la boca,
empujando mi mano con el puño arriba y abajo por su polla mientras mi cuerpo se pliega
hacia delante por el placer que me está proporcionando. Gimo, mis labios se separan de los
suyos, mi cabeza se afloja cuando todos mis músculos empiezan a endurecerse y el placer
me invade. Siento que su dedo se desliza bajo mi barbilla y me obliga a levantar la cara.
Apenas puedo mantener los ojos abiertos.
―Mira ―exige, con sus ojos helados ardiendo―. ¿Te correrás fuerte para mí, nena?
―pregunta―. Córrete sobre mi mano.
Gimo, la acción de mis manos se vuelve un poco caótica, obligando a Danny a ocuparse
de él y de mí al mismo tiempo. Pongo una mano en cada hombro y miro hacia abajo al verle
dándonos placer a los dos. Es irreal. Su puño está apretado, trabajando sin parar, la corona
de su polla reluciente, y sus dedos recubiertos de placer se introducen en mí al mismo
tiempo, su pulgar trabajando mi clítoris también. Mis mejillas se inflan por el esfuerzo de
no gritar mientras el placer se apodera de mí, deslizándose por mis venas y dirigiéndose a
un solo lugar. Me muerdo el labio y miro hacia arriba. Sus labios húmedos y entreabiertos,
más allá de su oscura barba incipiente, la ligera hinchazón de su nariz por la pelea con
Otto, sus ojos ardientes y somnolientos, su cicatriz.
Me inclino hacia él y le lamo todo el largo, desde debajo del ojo hasta el labio, y luego
hasta el otro lado. Se tensa. Deslizo la mano por su pecho hasta entre sus muslos y le acaricio
suavemente los huevos. Se convulsiona. Pierde el ritmo conmigo por un momento. Es el
momento que necesito para volver atrás y alinearme con Danny. Lo beso brevemente y
vuelvo a mirarlo mientras nos toca, dividiendo mi atención entre sus manos y su cara. Sus
ojos se posan en mis tetas.
Mis manos las encuentran inmediatamente, y su cabeza cae hacia atrás, su mirada fija
allí, su boca se abre más, sus azules se vuelven más somnolientos.
Mortalmente guapo.
Mortalmente sexy.
Simplemente mortal en todos los sentidos de la palabra, y lo amo. Moriría por él.
Abandono una teta y bajo hasta mi vientre, sujetándola, sintiendo el impulso de agacharme
y reprimir la inminente explosión entre mis piernas. Sus ojos se dirigen a mi vientre. Sus
manos empiezan a trabajar más rápido.
Ya voy.
Ya voy.
Ya voy.
Trago saliva, mi cuerpo se estremece y me corre sin piedad, obligándome a agarrarme al
hombro de Danny. Miro hacia abajo justo cuando se retuerce, murmura, y la cabeza de su
polla se hincha y salta, disparando su semen por todo mi estómago mientras jadea y se
agarra al lateral de la bañera, salpicando el agua.
―Mierda ―sisea, empujando más dentro de mí y quedándose quieto, dejándome
envolver cada músculo interno alrededor de sus gruesos dedos y aferrarme a él. Me paso la
mano por el vientre y lo extiendo sobre mí, clavándole las uñas en el bíceps, incapaz de
apartar los ojos de su hermosa polla aún en erupción, su esencia golpeando ahora mi brazo.
Agarro su mano y saco lentamente sus dedos de dentro de mí y bajo el culo hasta los talones,
respirando un poco.
Tiene un aspecto de otro mundo, recuperándose de su orgasmo, el cabello mojado
cayéndole sobre los ojos, el cuerpo excitado, cada músculo palpitante.
―¿Estás bien? ―pregunto, echándome agua en la barriga para lavármela. Danny no
dice nada. Se chupa los dedos, me besa la mejilla y se levanta como Poseidón saliendo del
mar. Sale, coge una toalla y se seca―. ¿Qué haces hoy? ―le pregunto.
Danny me mira mientras se va, lo que básicamente me dice que si habla, será mentira,
así que no hablará, y entonces no se le podrá acusar de mentir.
―Te amo ―me responde, poniendo una pequeña sonrisa en mi cara, a pesar de que
acabo de servir como su puta interna. Un calmante para el estrés. Pero él nunca besaría así
a una puta interna. Ni les diría que las ama. Y, desde luego, no llevarían un hijo suyo.
―Que tengas un buen día, cariño ―digo en voz baja, saliendo y secándome, al tiempo
que rezo para que Beau vuelva sana y salva y se acabe esta pesadilla interminable.
Ya debería saber que Dios no escucha las plegarias de los pecadores.
8 Aeropuerto de Miami.
ierro la puerta del hotel tras de mí y camino por el pasillo hasta los ascensores,
agotada en todos los sentidos. No he dormido nada, solo me he quedado tumbada
luchando contra la ira, la frustración y lo desconocido.
La pena.
Perder la concentración en el asesinato de mamá y redirigirla al de papá está haciendo
estragos en mi conciencia. Mamá no merecía morir. Papá tampoco. Pero las decisiones
egoístas de papá trazaron su camino. El altruismo de mamá trazó el suyo.
Me subo al carro y me dirijo a la parte de atrás cuando se me unen algunos invitados
más, enciendo el celular y hago una mueca de dolor ante las interminables llamadas
perdidas de todos mis conocidos.
Y el amor.
Y que me quieren.
Suena el ascensor, se abren las puertas y me dirijo al mostrador de recepción armado con
mi tarjeta llave, deslizándola sobre el mostrador.
―Ah, Beau. ―Quinton se inclina sobre el mostrador y toma mis mejillas, besándolas al
aire―. Haré que el valet parking recoja su vehículo al otro lado de la calle. ―Sus hermosas
cejas depiladas y teñidas se levantan mientras me mira por encima de sus gafas sin
montura―. ¿Le importaría explicarme por qué necesitaba estacionar fuera del local?
―No.
―No es robado, ¿verdad?
Me rio mientras me examina.
―¿Crees que he pasado de policía a ladrón de coches? ―Dios, es mucho peor que eso.
―Bueno, es todo muy extraño, y viniendo de mí, un hombre de mundo que trabaja en
un hotel bullicioso, las peticiones extrañas forman parte del trabajo. ―Engrapa unas
cuantas hojas de papel y las dobla con precisión―. ¿Cómo está Zinnea? Dios, echo de
menos trabajar en el circuito.
―Es buena ―digo, sufriendo otra punzada de culpabilidad.
―¿Y Dexter? ―pregunta con curiosidad. Era sabido que Quinton siempre tuvo debilidad
por Zinnea―. ¿Cómo está?
Muerto. Sonrío con fuerza.
―Se fue.
―¿Qué?
Mi prometido lo asesinó.
―Se separaron.
―Oh. ¿Puedo preguntar por qué?
Porque era un policía corrupto.
―Le diré que le mandas saludos.
Quinton se retira, se quita las gafas y las limpia, observándome muy de cerca. Luego se
las vuelve a poner y me pasa una tarjeta.
―Me encantaría verla. Ha pasado demasiado tiempo. ―Otro beso al aire―. Y siempre
hay un Cosmopolitan esperándola.
Cojo la tarjeta y la agito, retrocediendo.
―Me alegro de verte, Quinton. Y gracias.
Desoye mi gratitud.
―El valet parking le traerá su coche.
Salgo a la acera y me mantengo pegada a la pared, hojeando mis contactos, no por
primera vez. Como si pudiera aparecer un nuevo nombre. Un antiguo colega dispuesto a
ayudar. Me hace echar de menos a Nath, no porque fuera mi caja de resonancia, sino
porque me hacía sentir cerca de mamá. No tengo a nadie a quien recurrir. Nadie que pueda
ayudarme.
―¿Beau?
Miro a mi izquierda. Oh, Jesús.
―Dr. Fletcher. ―Mi antigua terapeuta se acerca, cada extremidad que posee tan
perfecta como la recuerdo, larga y esbelta, tersa y suave. Sonríe, vacilante, y se ajusta el
bolso al hombro. Yo hago lo mismo.
―Me alegro de verte.
Viva. Eso es lo que está pensando. Es bueno verme viva. ¿Has pensado alguna vez en
acabar con tu vida, Beau? Sonrío, y es imparable. Sonreír sugiere que alguien se divierte.
―Yo también me alegro de verte. ―Retrocedo antes de verme arrastrada a una
conversación que no quiero tener. Fui a terapia por una razón y sólo por una razón. Porque
era una opción mejor que un hospital, y allí es donde me habría enviado mi padre.
―¿Beau? ―llama ella, dando un paso adelante, con el brazo levantado―. Dejaste de
venir. ―Se pregunta por qué, ya que está claro que no me he curado. Trago saliva y asiento
con la cabeza, y la Dra. Fletcher sonríe―. Tienes buen aspecto, Beau. Espero que esto
signifique que por fin has encontrado algo que te salve.
Me detengo en mi retirada, sus palabras me golpean como un mazo. La verdad es que
ahora tengo muchos más demonios que cuando veía a la Dra. Fletcher.
Algo que me salve. ¿Lo he encontrado? ¿O he encontrado algo que me arruinará para
siempre? No un algo, sino un alguien.
Me doy la vuelta y me alejo, haciéndome la pregunta una y otra vez.
aramos en casa de Tom Hayley de camino al astillero. También en la de Amber
Kendrick. Ambas vacías. Ambas frías. No hay señales de vida. Danny tiene razón.
Amber debe saber algo. Conseguirá lo que quería, el dinero de Tom, ¿y ahora se ha
largado de la ciudad?
Me acerco y veo a Danny con el traje de neopreno alrededor de la cintura y abrazado a
Rose. Le dirijo una mirada interrogativa mientras me acerco, y él me lanza otra que sugiere
que necesita un momento, así que entro y me pongo el traje de neopreno. Una casillero se
cierra detrás de mí y miro hacia atrás para ver al chico con su equipo.
―Hola, chaval ―le digo, dejo el teléfono en el banco y me pongo de pie. Tiene cara de
desamparo―. ¿Qué pasa?
Daniel me mira, sus ojos caen a mi hombro donde mis cicatrices se arrastran en mi frente.
Lo ha visto muchas veces. Nunca me ha preguntado. Creo que eso podría cambiar ahora.
Algo en el chico parece... diferente hoy.
―¿Cómo...?
―Quedé atrapado en una explosión ―digo―. Tratando de salvar a alguien.
―¿Quién? ―Sus ojos se abren de par en par y se queda boquiabierto, llevándose la mano
al brazo. Piensa en las cicatrices de Beau―. ¿Ha vuelto?
Sacudo la cabeza, incapaz de decirle que sí. Sólo puedo pensar en la vía del tren cerca de
donde encontramos mi coche. Podría haberse ido ya hace tiempo. Quizá ya no persigue la
verdad. Quizá quiera escapar.
¿Escaparse?
―¿Vas a decirme qué pasa? ―pregunto, haciendo un gesto con la cabeza para que
venga. Le paso el brazo por el hombro mientras salimos de los vestuarios.
―La mamá de Tank y Fury murió.
Le miro.
―¿Cuándo?
―Habíamos salido a comer pizza. Tank recibió una llamada y tuvimos que ir con él y
Fury a la residencia donde vive su madre. Tiene demencia. O... tenía. Murió un minuto
antes de que llegáramos. Sólo un minuto, y ahora me siento tan mal porque abracé a mamá
junto al coche y se le cayó la caja de pizza y tardó dos minutos enteros en recogerla. Eso
significa que habrían estado en la residencia un minuto entero antes de que muriera.
Habrían podido despedirse. ―Levanta los brazos y los deja caer pesadamente―. Así que
todo es culpa mía.
―Ah, chico. ―Lo atraigo hacia mí―. No puedes culparte. Hay un millón de cosas que
han pasado hoy que han dirigido el curso de la historia, y que abraces a tu madre es sólo
una de ellas. ¿Por eso está enfadada?
―Sí. El Señor hizo que nos recogieran para que Tank y Fury se quedaran un rato. La
abuela y Lawrence están en el café tomando el té.
―Apuesto a que no es tan bueno como el de tu abuela.
Se ríe entre dientes y se detiene, obligándome a detenerme también.
―¿Crees que alguna vez volveremos a Santa Lucía?
―Quién sabe, chico.
―¿Crees que alguna vez me dejarán ir a un colegio normal?
Joder.
―Tal vez.
―¿Crees que podré ir a la universidad?
Esa pizza se le ha subido a la cabeza al chaval.
―No soy el Señor, chico. ¿Quieres hacerme una pregunta que pueda responder?
Sonríe tristemente y se marcha, pateando el suelo mientras avanza, con la cabeza gacha.
―Eh, chaval ―le llamo, y mira hacia atrás―. Pregúntame si te quieren. Si tienes una
familia. Una enorme, llena de gente que haría cualquier cosa por ti. Una familia con la que
puedas salir al agua y competir. ―Mientras reciben sus armas.
Daniel levanta la comisura de los labios y asiente mientras me uno a él y le acompaño de
vuelta a la salida.
―¿Ya estás más cerca de vencer al Señor?
―Hoy es el día ―me asegura, corriendo a ayudar a Leon a meter su moto acuática en el
agua mientras Otto se acerca trotando.
―Encendió su teléfono brevemente.
¿Qué?
―¿Y?
―Y estaba enfrente del hotel.
Otra vez, ¿qué?
―¿El coche?
―Se movió cincuenta yardas y ha estado inmóvil desde entonces.
Ambos levantamos la vista cuando se oye el crujido de los neumáticos sobre la grava y
vemos mi Range Rover entrando en el astillero. Me da un vuelco el corazón. Me da un puto
vuelco. Y entonces ella se baja y me cuesta un esfuerzo mantenerme firme. Alivio. Me hace
tambalear. Beau se acerca, y verla es como un bálsamo para mi alma agrietada.
―¿Qué coño? ―refunfuña Otto, volviendo a su teléfono, obviamente para comprobar
el rastreador.
Beau sostiene el rastreador, lo enciende y lo coloca en la mano de Otto. Su teléfono
empieza a pitar inmediatamente.
―Estoy aquí ―dice, mirándome, sus ojos oscuros, oscuros un libro de cuentos de
desesperanza.
―¿Dónde has estado? ―Pregunto.
Su bello rostro está impasible. Sin emociones.
―Necesitaba espacio.
¿Necesitaba espacio? ¿De mí? Es una patada en los putos dientes cuando todo lo que he
intentado hacer es protegerla del mundo. Mantenerla en la luz. ¿He sido torturado toda la
noche porque ella necesitaba espacio? Mi alivio dura poco. Hola, irritación.
―¿No pensaste en hacerme saber que estabas bien? ¿Viva?
―¿No pensaste en decirme que Cartwright había aparecido muerto?
¿Así que será así? ¿Tit por tat?
―Me disparaste.
―Estaba enfadada.
―¿Así que me disparaste? ―Pregunto, mi voz sube de tono. Otto se escabulle
lentamente, dejándonos solos―. No puedes ir por la ciudad jugando a los detectives, Beau
―le grito.
―¡Beau! ―grita Daniel, viniendo hacia nosotros, su cara significativamente más feliz
que hace unos momentos.
―Ahora no, chaval ―le advierto, levantando una mano para detenerle. Lo está
oyendo―. Te lo he dicho repetidas veces ―prosigo mientras Daniel se une a Otto,
alejándose con cautela―. Necesito que confíes en mí. Cuando coño vas a... ―Dejo de hablar
cuando Beau se levanta y pasa a mi lado, dirigiéndose a la cabaña mientras se quita la
gabardina―. ¿Adónde coño vas ahora? ―Dios mío, ¿no puede quedarse quieta un minuto?
―No he vuelto para discutir. ―No mira hacia atrás.
―¿Así que tengo que aceptar que te levantes y te vayas cuando te de la puta gana?
―¿Estoy entendiendo bien, porque eso parece jodidamente irrazonable?―. ¡Beau! ―Me
voy descalzo por las piedras tras ella, sintiendo los ojos de muchos siguiendo mi forma
humeante―. Anoche no pegué ojo. ―Subo los escalones detrás de ella―. Te he estado
llamando repetidamente. ―Desaparece en los vestuarios femeninos y yo la acompaño. Las
tres mujeres que están allí, por suerte, están completamente vestidas y se marchan a toda
prisa, dejando de lado mi imponente figura. Beau va a su casillero y saca su traje de
neopreno―. Estaba muy preocupado, Beau. ―Se quita la ropa interior, ignorándome por
completo, y mis ojos se posan en su brazo. Donde empezó todo. Mis propias cicatrices
hormiguean en respuesta―. Corriendo por la ciudad buscándote. ―Entonces empieza a
atarse el cabello en una coleta alta en lugar de cubrirse, cosa que yo agradecería mucho en
este momento. La he echado de menos. Quiero abrazarla, besarla, derramar mi amor sobre
ella. Pero también estoy enfadado con ella.
Aparto los ojos de su increíble, hermoso y bélico cuerpo y busco su rostro. No me mira.
No me mira. ¿Me está escuchando?
Cierra de golpe la puerta de su casillero y se sienta en el banco, metiendo los pies en el
traje, como si yo no estuviera.
―¿No tienes nada que decir? ―Se levanta, se sube el traje y se mete un brazo, luego el
otro, antes de coger la cremallera y subírsela por la espalda. Me mira y yo espero, pensativo.
Ella inhala, como si estuviera lista para hablar.
Pero no lo hace.
Se marcha, dejándome como un imbécil en medio del vestuario de mujeres,
preguntándome qué coño tengo que hacer para que me deje entrar. Sus muros están
levantados, sus defensas altas. No me deja entrar.
¿Nunca más?
Grito y doy un puñetazo a el casillero más cercano, luego salgo, sudando frustración. No
hemos terminado. Me importa una mierda dónde estemos. Quién está aquí. Lo que hay que
hacer. Ella no puede ir y venir a su antojo y esperar que me quede aquí como un puto
cachorro mendigando cualquier muestra de afecto o sensatez que me ofrezca. No.
Abro la puerta de un tirón, salgo disparado y me encuentro con toda la fuerza del cuerpo
de Danny. Él gruñe, yo gruño, ambos rebotamos el uno contra el otro.
―Quítate de mi puto camino.
―Intervención es ―dice, oponiendo resistencia, sin dejarme salir del vestuario―. Ahora
no es el momento.
―Ahora es el momento perfecto. ―Hago fuerza contra él, mi hombro le aprieta, cada
uno de nosotros pone todo su peso y más detrás de nosotros―. Muévete, Danny.
―Hay una entrega que recoger.
―Y la recogeremos. ―Tan pronto como me haya ocupado de mi prometida Houdini.
Espera.
Todavía.
Piensa.
¿Por qué lleva Beau un traje de neopreno? ¿A dónde va ahora?
―Joder. ―La entrega―. Me relajo, haciendo que Danny se tambalee hacia delante―.
Está recibiendo el pedido con Leon ―murmuro.
―Eso es lo que acordamos.
―Estuve de acuerdo. Nunca dije que me gustara. Y parte de mi razonamiento fue darle
un poco de lo que ella quiere, para conseguir lo que yo quiero. Está claro que no ha
funcionado, ya que llevo veinticuatro horas recorriendo la puta ciudad buscándola. ―Es
un toma y daca. Ella quiere ser incluida, yo quiero que confíe en mí―. He cambiado de
opinión. ―A la mierda con esto. Iba en contra de todos mis instintos dejar que Beau
participara en la entrega de Chaka. Pero estuve de acuerdo. Estuve de acuerdo y esperaba
que la ayudara. Fallé. Está más distante que nunca.
―Sabes que es lo mejor. ―Danny levanta una mano, como preparándose para mi
inminente embestida―. Ha vuelto. Beau sabe que si tú o yo salimos al agua mientras está
plagada de guardacostas, nos atraparán.
Soy incapaz de razonar conmigo mismo. Impotente para detener mi dolor. ¿Volvió, pero
sólo para recoger la entrega? ¿Qué hay de mí? ¿Qué pasa con nosotros? ¿Sólo tengo que
sentarme aquí y esperar a que vuelva cuando desaparezca? ¿Viva? ¿Esposada? ¡Joder! Por
primera vez, vislumbro cómo se siente Beau cada vez que la dejo. Estoy jodidamente lívido,
pero su dolor, su absoluta frustración por lo mucho que ha perdido el control en su vida
me golpea. Al protegerla, le he quitado aún más control. Era una policía increíble, su vida
estaba encaminada a lograr mucho y hacer el bien. ¿Y ahora? Ahora está relegada a un
segundo plano contra su voluntad. Pero es para protegerla. Para amarla. Para mantenerla
a salvo.
Extiendo la mano y los Marlboro de Danny caen en mi palma. Enciendo uno rápidamente
y absorbo la nicotina.
―Aquí está prohibido fumar.
―Vete a la mierda. ― Exhalo mi humo sobre él y vuelvo a caer contra la pared―. ¿León
está listo?
―Sí.
―¿Motos acuáticas en el agua?
―Sí.
―Beau está en la mía, ¿verdad? Prefiere la mía. ―Es un poco más grande. Más cómoda.
―Está en El Enigma.
Asiento y tomo más nicotina.
―Bien.
Danny se acerca al banco y se agacha, encendiéndose también.
―Así que, John Theodore Little.
―Tu antiguo astillero fue otro edulcorante para los cabrones ―digo lo que ambos hemos
estado considerando. El Oso jodió bien a Danny en ese frente. Se compró el almacén perfecto
en la ubicación perfecta para atraer a los cabrones criminales que ahora le están
abandonando.
―Sí ―dice con calma, aunque sé que no lo sentirá. Es sólo otra razón para que todos
queramos al bastardo. La cuestión es, ¿quién se llevará los honores cuando lo
encontremos?―. Deberías saber ―prosigue―, que Tank y Fury han perdido a su madre
esta tarde. Les he dado algo de tiempo libre.
Me uno a él, agradecido por la distracción.
―El chico me lo dijo. Y deberías saber que Daniel está asimilándolo.
―Lo sé ―dice en voz baja―. Estoy intentando arreglarlo.
―¿Cómo?
―Escuela. ―Estamos viendo una la semana que viene. Popular entre los padres
preocupados por la seguridad, si sabes a lo que me refiero.
―¿Criminales?
―Famosos.
Me rio en voz baja y miro hacia la puerta, fumándome el cigarrillo. ¿Está ya en el agua?
¿Sabe lo que está haciendo? ¿Hacia dónde dirigirse? ¿Las señales?
―Ringo está ahí fuera, ¿verdad?
―Pesca de tiburones.
―¿Y Goldie?
―Paddleboarding9.
―No sabía que sabía hacer paddleboard.
―No sabe ―dice Danny entre risas, pero no me uno a él, demasiado estresado.
Preocupado. Sabía que no iba a ser una espera fácil, pero el hecho de que no nos hablemos
lo empeora―. Hey. ―Danny me da un codazo en la rodilla, desviando mi atención de la
puerta―. Los retos a los que nos enfrentamos ahora no existirán para siempre. ―Algo me
dice que no está hablando sólo de negocios―. Trabajo, familia, esposas, hijos. ―Danny da
una calada a su cigarrillo y hace un mohín, mirando al techo y exhalando―. Esto es la
9 Deporte acuático en el que los participantes son impulsados por un movimiento de natación con los brazos mientras están acostados o arrodillados
sobre una tabla de remo o de surf en el océano u otra masa de agua.
subida, colega. ―Lanza el humo al aire, que rueda y se arremolina sobre nosotros―. Sólo
hay una cosa que nos impedirá seguir en la cima una vez que hayamos matado a todos los
cabrones que se interponen en nuestro camino. ―Baja los ojos pero no la cabeza―. El
infierno no tiene furia como mi mujer. ―Sonríe, y es enfermizo―. Ella me aterroriza más
que nadie. Incluidos tú y Beau.
―¿Beau te aterroriza? ―Pregunto entre risas. Lo entiendo. Me petrifica. Mi risa se apaga
y Danny asiente.
―Si no las tuviéramos, no necesitaríamos hacer esto. Pero no podemos hacernos los
muertos. Y no podemos vivir una vida normal.
―Y no podemos estar sin ellas ―termino.
―Precisamente. ―Se levanta, señalándome con su cigarrillo―. Así que sigamos
levantándonos y asegurémonos de no caer nunca, porque eso, amigo mío, es lo más cerca
que vamos a estar de la normalidad.
Me levanto y me dirijo a la puerta.
―Estará bien, James.
―Lo sé ―me digo. Ambos sabemos que Beau está entrenada y es capaz de mantener la
calma ante el peligro. Ambos sabemos también que es incapaz de mantener la emoción al
margen desde que murió su madre. Está enfadada conmigo. Puede que no lo demuestre,
pero me odia por tratarla constantemente como si fuera de cristal. Está en mi naturaleza
cuando se trata de ella, y no puedo prometer que vaya a cambiar nunca, así que tenemos
que llegar a un acuerdo. Es más delicada de lo que deja ver, pero ahora la conozco. La
conozco hasta la médula.
Ella me necesita.
Y te aseguro que la necesito.
Si no es por los demás, ¿por qué coño estamos pasando por este infierno?
stoy casi segura de que Leon está colocado, porque no se calla ni una maldita vez,
chismorreando con un tipo vestido con atuendo tribal tradicional, haciéndole una
pregunta tras otra: ¿de dónde es, le gusta la comida caribeña, ha estado en Zambia,
Congo, el Sáhara?
Finalmente, se levanta las gafas de sol, mostrando unos ojos tan negros como su piel, y
Leon baja la voz.
―Amistoso ―murmura mientras transfieren las armas del bote a los esquís vacíos.
―No están aquí para ser amistosos. ―Me dirijo hacia la primera moto de agua, bajo el
manillar y me aprieto contra el asiento acolchado, apoyando mi peso en él hasta que oigo
encajar el cierre. Cojo la cuerda que conecta la primera moto acuática de juguete a la moto
acuática de James y me dirijo hacia la siguiente―. ¿Un poco de ayuda?
León le dedica una sonrisa al simpático negro y se acerca para ayudarme a cerrar de
nuevo todos los esquís. El agua está ajetreada, los barcos se entrecruzan constantemente,
pero el catamarán de Chaka nos oculta de las aguas abiertas mientras trasladamos la
mercancía. No puedo mentir, mi corazón se vuelve loco en mi pecho, mis ojos escudriñan
constantemente el espacio, tanto el agua como la tierra.
―¿Hemos terminado? ―pregunta Leon mientras el último enganche del último esquí en
el extremo de la cuerda atada al suyo encaja en su sitio.
―Hecho. ―Miro a los cinco tipos de la pequeña lancha rápida―. Gracias.
―Interiormente frunzo el ceño, preguntándome cómo he pasado de futuro agente del FBI
a contrabandista de armas. El Enigma. Así es como. Él y un montón de corrupción.
El Sr. Amistoso se vuelve a tapar los ojos con las gafas.
―Dile a Black que el próximo envío estará listo la semana que viene.
Estupendo. ¿No tenemos suficientes armas?
―Sí, sí, capitán ―digo en voz baja, atusándome el cabello mientras vuelvo a mi moto
acuática y Leon se sube a la suya.
―Tómatelo con calma, ¿vale? ―dice, apretando el acelerador en señal de
demostración―. No des tirones. Tenemos un poco más de peso yendo hacia atrás.
Asiento y sigo sus instrucciones, mis latidos empiezan a acelerarse a medida que nos
adentramos en el agua.
―¿Te has fumado un porro hoy? ―le pregunto.
―Sí, hoy me he fumado un puto porro. ―Coge el pañuelo y se lo mete en el cabello
alborotado―. No sólo porque estoy nervioso de cojones, hombre.
―¿Por qué si no? ―Pregunto. Sigue hablando. Parecemos más informales si estamos
charlando.
―Porque, Beau, nena, si nos detiene la Guardia Costera, olerán mi hierba antes de ver
las armas.
―¿Estás diciendo que irías a prisión para salvar a Danny y James?
Se ríe histéricamente y vuelve a mirarme.
―No estaría salvando a los jefes. Me estaría salvando a mí mismo, porque soy hombre
muerto si no conseguimos volver al astillero con estas armas. ―Quita una mano del
manillar, relajado. Bien por él. Debería haberle pedido una calada de su porro―. Está bien
para ti ―dice―. No te matarán, ¿verdad?
No estés tan seguro.
―Tampoco te matarán. Les gustas.
―¿Lo hacen?
―Sólo tienen a gente que les gusta trabajando para ellos. ―Nos pegamos a la costa,
moviéndonos a una velocidad razonable. Puedo ver la curva en la cala que nos llevará de
vuelta a la bahía. En cuanto la rodeemos, veremos el astillero. Mi corazón se ralentiza por
primera vez, mis músculos se ablandan y me hundo en el asiento acolchado del esquí de
James. El agua centellea ante mí, el sol se filtra a través de la goma de mi traje,
calentándome. Es un lugar tranquilo, a pesar del ajetreo del día. Pero parece que los
guardacostas mantienen las distancias, siguen con su entrenamiento, porque nadie en su
sano juicio introduciría de contrabando un pequeño arsenal en el país a la vista de todos.
No es la primera vez que me pregunto por qué hago esto. Y no es la primera vez que no
puedo decir con la mano en el corazón que no intento demostrarle a James que no soy de
cristal.
¡Bip, bip!
Me sobresalto y miro hacia atrás, viendo un barco que nos sigue. Un barco de la Guardia
Costera.
―Joder ―sisea Leon, se mete la mano en el traje y saca una pequeña bolsa.
―¿Qué estás haciendo? ―Mi corazón galopante ha vuelto.
―Te lo dije. ―Saca un porro y un mechero.
―¡León, no! ―Miro hacia el barco, agitando un brazo en el aire, reconociéndolos―.
¡Eh! ―digo, despreocupada, con la mente acelerada, intentando pensar en otra forma de
salir de esta. No dejaré que caiga por posesión―. ¿Puedo ayudarte?
―¿Le importaría decirme qué está haciendo, señora?
Miro a León.
―Te lo advierto ―digo apretando los dientes―. Te mataré yo mismo si enciendes ese
porro.
―¿Qué más sugieres? ―Mira hacia atrás, preocupado.
―Dame un minuto. ― Me paro en el asiento, tapándome los ojos con la mano mientras
giro los hombros y miro hacia atrás―. Sólo remolcando los nuevos esquís del almacén para
el jefe, señor.
Apoya las palmas de las manos en la barandilla metálica del lateral del barco, mirando
arriba y abajo de los esquís.
―¿Sabías que hoy estamos entrenando en el agua? Si la gente quiere usar el agua, se les
ha pedido que se mantengan dentro de los límites.
―¿Oh? ―Frunzo el ceño, haciéndome la tonta. Físicamente duele―. Lo siento, señor,
sólo estamos haciendo lo que nos pidió nuestro jefe. ―Y ahora voy a soltarle unas lágrimas
de cocodrilo y rezar por lo jodidamente mejor. Miro a Leon, esperando que se dé cuenta de
que esto no es sólo por Danny y James―. ¿Estamos en problemas, señor? ―Pregunto,
forzando las lágrimas en mis ojos.
Sus labios se enderezan, pero puedo ver que está pensando que no tiene tiempo para esto.
―Da la vuelta a la cala rápido antes de que alguien te pare. ―Se quita la gorra y la agita,
como si se fuera ya.
―Joder, joder, joder ―susurra Leon, con los ojos muy abiertos mientras los vuelve hacia
delante, guardándose las acciones―. Beau, cariño, acabas de salvarme la vida.
―Deja de llamarme nena. ―Empiezo a moverme, despacio pero seguro, mi corazón no
cede. Me aseguro de mantener la mirada al frente, sin mirar atrás, porque siempre sospeché
de cualquiera que me devolviera la mirada después de haberle dejado marchar cuando era
policía. Siempre.
Pero entonces oigo el sonido de un motor acercándose y miro instintivamente a mi
alrededor, buscando la fuente. Y nada.
Entonces... algo.
El rugido más fuerte penetra en el aire, y una moto acuática sale de la nada, zumbando
por delante de nosotros, tan rápido, que es un borrón.
―¡Mierda! ―Grito, muerta de miedo, el chorro me golpea y me obliga a levantar el
brazo para defenderme. Sigo el rastro blanco y espumoso con los ojos, mi moto rodando
sobre las olas que se han creado, y me paro en mi asiento, mirando hacia atrás, viendo cómo
la moto acuática rodea al guardacostas, haciendo unos cuantos donuts, levantando
suficiente agua como para que sea imposible ver al piloto.
―¡Eh! ―grita el guardia, corriendo hacia el otro lado del barco, haciendo señas a sus
colegas.
La ira se apodera de mis venas y empieza a quemarlas cuando veo el pergamino en el
lateral del esquí. Pero no soy tan estúpido como para pensar que es Danny quien está en él.
James no pudo usar el suyo porque yo estoy en él.
Da vueltas, cambia de dirección bruscamente, manteniendo el rugido y el rocío
constantes, antes de acelerar y salir a toda velocidad por mar abierto, alejándose de la orilla.
Lejos de mí. Lejos del astillero.
Y la Guardia Costera no tarda en perseguirlos.
―Beau, vamos ―grita Leon, mientras veo a James alejarse, bajando a mi asiento.
Aprieto el acelerador y me dirijo de nuevo al astillero, y estoy hirviendo todo el camino,
esperando enfriarme. Danny está en el agua cuando llegamos y nos dirige a la orilla en vez
de al embarcadero, donde Jerry tiene el remolque esperando, enganchado al jeep. En cuanto
me mira, me aseguro de que sepa que no estoy contenta. Me bajo y ayudo a encajar cada
esquí en el lecho marino de la orilla, mordiéndome la lengua.
Por ahora.
Jerry empieza a subir los esquís al remolque mientras Ringo regresa con Goldie y una
tabla de paddle a bordo de su barco.
―Beau ―me llama Rose, bajando los escalones de la cabaña. Levanto la vista y sacudo
la cabeza, advirtiéndole que se aleje. No quiero que mi amiga quede atrapada en la metralla
que está a punto de volar.
Avanzo cincuenta metros por la playa y empiezo a pasearme arriba y abajo en el agua,
con las manos en las caderas, la cara apuntando al sol, los ojos cerrados, rezando por la
calma. Tráeme la calma antes de que me traigas a James.
Mis plegarias no son escuchadas. Miro hacia el océano cuando oigo el lejano rugido de
una moto acuática golpeando las olas y lo veo. Contengo la respiración, esperando que los
guardacostas le sigan. No aparece ninguna embarcación. Es sólo James que viene hacia
nosotros a toda velocidad, de pie en el asiento.
Disminuye la velocidad al llegar a la orilla y, en cuanto puede, salta, aterrizando en el
agua hasta la cintura y vadeándola.
―Jerry, mete esto en el búnker ―grita, empujándolo hacia la cama y pasándose una
mano por el cabello antes de bajarse la cremallera y quitarse con dificultad la mitad
superior del traje de neopreno. Un moratón en su pectoral me hace desviar la mirada de su
pecho a su cara.
Los ojos de James encuentran los míos, invitándome a darle todo lo que tengo porque lo
está esperando.
―¿Qué demonios estabas haciendo? ―Grito. No hay preparación para el grito. No hay
calentamiento. Estoy ahí, explotando, dándolo todo.
―La Guardia Costera estaba sobre ti, Beau.
―¡Yo me encargo! ―Lanzo los brazos al aire―. ¿Qué eres, un caballero blanco,
salvándome cuando no necesitaba ser salvado?
Exhala una pequeña carcajada, apartándose de mí.
―Por supuesto. Beau Hayley no necesita que la salven, ¿verdad? Porque es la jodida Lara
Croft. Ex policía. Próxima y talentosa agente del FBI. ―Se da la vuelta, con la cara roja―.
Excepto que está jodidamente rota y tan jodida como este jodido caballero blanco asesino.
Retrocedo, herida, y el labio de James se curva, su disgusto es una bofetada en la cara
que probablemente me merezco.
―He terminado con esta mierda, Beau. No sé lo que quieres. Lo que no quieres. ―Se
aleja, levantando un brazo―. Está claro que estás empeñada en hacer lo que te salga de los
cojones, y estoy jodidamente agotado intentando detenerte. Ya no te entiendo.
Me quedo en la orilla viéndole alejarse, con su espalda maltratada como un faro de ruina.
Nunca antes se había alejado de mí. Nunca. Miro a mi alrededor, dando vueltas en el sitio,
encontrando muchos ojos puestos en mí. Ojos compasivos.
―Yo… ―¿Qué voy a decirles? ¿Intentar que entiendan mi queja? ¿Lo harán?―. ¡Joder!
―Siseo, dando media vuelta y caminando por la orilla, con las manos en el cabello,
agarrándome con fuerza, castigándome. Veo la espalda quemada de James. Mi brazo
quemado. Su herida de bala, la mía también. Miro al cielo y grito, trastornada, y sigo
caminando, respirando agitadamente, con el corazón atronando.
Espero que esto signifique que por fin has encontrado lo que te salva.
Tengo que dejar de intentar demostrar que no soy de cristal. Porque soy de cristal. Me he
roto una y otra vez, y James no me ha arreglado. Se ha roto conmigo, y a veces tener a
alguien que te entiende es todo lo que necesitas. Alguien que te lleve lejos. Alguien con
quien escapar. Ya no te entiendo. Esas palabras duelen. Me dejo caer de culo en la arena y
miro el océano a través de mis ojos llorosos, sintiéndome jodidamente perdida, y mi mente
vaga a meses atrás. A su apartamento de cristal. Al momento en que ambos nos doblamos
bajo la presión de mantenernos alejados.
El placer. El dolor. El regocijo total y absoluto.
Estaba insensible a un mundo que me había torturado durante años. Y mis sentidos se
agudizaron ante un hombre que sería una constante en mi vida.
―Maldita sea ―susurro, apoyando los codos en las rodillas y enterrando la cara entre
las manos. Es verdad. Ahora tengo más demonios que cuando vi al doctor Fletcher. Pero no
me siento peor. De hecho, me siento más estable que nunca. Bajo de ánimo de vez en
cuando, tal vez incluso deprimido, completamente loco a veces, pero los ataques de pánico
son pocos y distantes entre sí, los pensamientos oscuros se han ido, y ya no soy un zombi,
tambaleándome sin rumbo a través de la oscuridad, tratando de encontrar la salida. Ya no
considero que la muerte sea mejor que la vida.
James.
Él es mi terapia.
Mi cura.
Mi paz en medio del caos.
Y sigo alejándolo. Sigo permitiendo que los fantasmas me lleven.
¿Por qué vivo para fantasmas cuando tengo a James?
Oigo cerrarse de golpe la puerta de su Range Rover y poco después las ruedas giran sobre
las piedras. Miro hacia atrás y veo que la parte trasera da coletazos, levantando una espesa
polvareda, y todo el mundo está mirando. Y una vez que James desaparece de la vista, todos
dirigen su atención hacia mí, sentada en la orilla.
Rose viene y se agacha a mi lado, señalando el traje de neopreno que lleva.
―Sexy, ¿eh?
Sonrío.
―¿Te dejó salir al agua?
―No. Estaba viendo a Daniel cerca de la bahía con Danny.
Mientras yo recogía sus armas. Se hace el silencio entre nosotros y me concentro en el
suave golpeteo del agua alrededor de mis pies.
―¿Estas bien? ―Rose pregunta.
―No ―respondo con sinceridad.
―Tiene razón, sabes, Beau. ―Se inclina hacia mí, intentando aligerar sus duras
verdades―. No puedes hacer lo que quieras hasta ese punto. No es justo. ―Siento sus ojos
clavados en mí y, como el cobarde que soy, no la miro, sino que mantengo la mirada fija en
las aguas tranquilas y cristalinas. Son un marcado contraste con el turbio caos de mi mente.
―Cuando Amber te apuntó con una pistola ―digo, odiándome por tener que preguntar,
pero necesitando preguntar, no obstante. Se me pasa por la cabeza―. ¿Pensaste que
apretaría el gatillo? ―Miro a mi amiga y veo desesperación. Desesperación por mí, por
James, por todos los implicados―. La verdad.
―Sí. ―Rose pone las manos en la arena y cierra los puños―. Si Esther no hubiera
aparecido, creo que podría haberlo hecho en ese momento, sí.
Asiento y vuelvo a contemplar el océano.
―¿De verdad crees que lo hizo? ―pregunta.
―Creo que Cartwright sabía algo que incriminaría a Amber. Pasó mucho tiempo
escribiendo sobre mi padre. ―Le dirijo una mirada irónica fuera de lugar―.
Probablemente papá le pagaba.
―Era un poco megalómano, ¿no?
Me rio. Eso también está fuera de lugar.
―Un poco.
―¿Entonces crees que Amber también mató a Cartwright?
―No lo sé. Tú la conoces mejor que yo. ¿Crees que es capaz de eso? ―Sé lo que estoy
haciendo y lo estoy haciendo sin vergüenza. No, no conozco a Amber, pero sé lo que Rose
me ha contado. Y sé que mi padre, un hombre de negocios sensato y astuto, le dejó hasta el
último centavo. Si lo hizo como una última patada mientras estaba en el suelo o porque
amaba a Amber, no lo sé. Pero vi su cara cuando Amber fue expuesta como una
cazafortunas. Estaba mortificado. Dolido. Y también sé cómo me trató. Así que en realidad,
nunca tendré una respuesta de por qué lo hizo. Pero puede que consiga cerrar el círculo
con su muerte.
La expresión de Rose lo dice todo. Amber es perfectamente capaz. ¿Y por qué iba a huir
de mí cuando la vi merodeando por el estacionamiento? ―En este mundo, el perro se come
al perro ―dice Rose en voz baja, mirando al horizonte. Siento una punzada de culpabilidad.
Está pensando en cuando tuvo que sobrevivir en este mundo. Cuando no tenía a Danny. No
me cabe duda de que Rose habría matado si hubiera tenido que hacerlo―. Entonces, ¿qué
vas a hacer?
Buena pregunta. Parece que no puedo mantener a James feliz y tratar de probar esto.
―Voy a intentar salvar lo que queda de mi relación. ―Me pongo de pie y le ofrezco mis
manos a Rose―. Sé que no puedo ser policía y ser de James. Tu marido me lo ha recordado.
Rose me coge de las manos y deja que tire de ella hacia arriba.
―Muy amable por su parte ―dice―. Entonces, ¿qué vas a ser? ¿Un policía o de James?
Enlazo los brazos con ella y volvemos a la cabaña.
―Necesito una cerveza ―digo, ignorando su pregunta. No puedo prometer que me
retiraré, y no lo haré. Tengo que conseguir justicia para al menos uno de mis padres
muertos. Tengo que averiguar cómo hacerlo sin arruinarnos a James y a mí―. ¿Dónde está
Fury? ―Pregunto, escaneando el lugar.
Rose suspira y luego se detiene en seco en un ligero respiro.
―Espera. Mierda, no lo sabes.
―¿Saber qué?
Me mira de frente.
―Los vikingos. Su madre murió.
Doy un paso atrás, mi tristeza inmediata.
―No.
Ella asiente.
―Danny me dejó llevar a Daniel a comer pizza. Tank recibió la llamada mientras
estábamos allí. Llamó a Fury, pero no llegaron a tiempo. Danny les dio tiempo libre.
Saco mi celular y marco a Fury, necesito comprobar si mi guardaespaldas a prueba de
balas está bien. No contesta.
―¿Has ido a por pizza? ―Pregunto mientras seguimos hacia la cabaña.
―Lo sé. También estamos buscando una escuela para Daniel.
―¿Qué está pasando?
―Espero que el final continúe. Deberías entrar y ver a Lawrence antes de irte.
Son pocas las ocasiones en las que Lawrence hace acto de presencia. Cuando tiene resaca,
cuando está agotado o cuando está preocupado.
No consigo entrar. Aparece en lo alto de los escalones de la cabaña en toda su gloria
desparejada, con cara de decepción. No lo necesito. Ahora no.
―Necesito una cerveza. ―Le digo mientras me acerco.
―Y un regaño. ―Sus ojos detrás de unas gafas gigantes me siguen al pasar―. Arregla
esto, Beau Hayley, ¿me oyes?
Me giro, inhalo y respiro un poco.
―Te escucho.
―Me vuelvo a Santa Lucía. No soporto la desesperación y la preocupación constantes
que me produce estar en esta ciudad.
Asiento con la cabeza, ni sorprendida ni dolida.
―Vale. ―Cojo una cerveza de la nevera y le quito el tapón mientras Leon se me echa
encima, casi me arranca los dientes cuando me abraza.
―Eres una diosa.
―Cuidado ―le digo bruscamente, apartándole, el hedor de la marihuana invadiendo mi
nariz―. Apestas.
―Estoy celebrando. ¿Dónde está el Jefe J?
Lawrence cruza los brazos sobre el pecho y apoya el peso en una cadera, ladeando la
cabeza. Jesús. Me dirijo a los vestuarios con mi tío pisándome los talones.
―Fue imprudente y egoísta.
―Lo sé. ―Abro la puerta de mi casillero y algo cae al suelo a mis pies. Me agacho y
recojo la tarjeta. Ah, sí. Esto es justo lo que necesito ahora―. ¿Te acuerdas de Quinton?
―Oh, ¿el cubano guapo?
―Sí. ―Le entrego la tarjeta a Lawrence―. Dijo hola. Mencionó que sería bueno verte.
―¿Lo hizo? ―Se ruboriza cuando me quita la tarjeta de las manos y la lee.
Sonrío y me cambio.
Prepárate para arreglar el desastre que he hecho.
reservar Red's. Algo sobre las citas existentes. Así que les di
una razón para hacerlo posible. Cien mil razones. Una ganga, si me preguntas.
Lo único que no tuve en cuenta, y es algo bastante importante, es Daniel. No estoy seguro
de que una manicura o pedicura vaya a entusiasmar al chico, así que he vendido mi alma
al puto diablo. Un diablo guapo que resulta ser padre soltero y banquero privado. Rose
mencionó que estaban visitando a sus padres. Estupendo. Así que después de hablar muy
amablemente con el Sr. Benson, accedió a que Barney fuera a bucear con tiburones por el
día con Daniel y Tank. Tank parecía traumatizado. Fury se reía a carcajadas.
Hasta que le dije que iba a ir a un día de mimos. Si Benson accedió por miedo o no, me
importaba un carajo.
Ahora, para manejar a mi esposa…
Empujo la puerta de nuestro dormitorio y asomo la cabeza, oyendo la ducha. Perfecto.
Está más dispuesta cuando está desnuda. Cuando yo estoy desnudo. Cuando los dos estamos
desnudos.
Me bajo los calzoncillos por las piernas y voy hacia ella. Está frente a la alcachofa, boca
arriba, con el cabello mojado, pegado a la espalda, rozándole el culo. Gimo y miro hacia
abajo, viendo cómo mi polla se despierta y se levanta lentamente, señalando el camino.
Pongo una palma sobre ella, domando a la cabrona, mientras entro en el cubículo. Ella se
queda quieta, con las manos en el cabello, dejando de pasarse el acondicionador.
Ella mira hacia atrás. Es como un cohete para mi polla. Renuncio a tratar de convencerla
y dejo que sobresalga, rozando la parte baja de su espalda. En silencio, agarro sus muñecas
y las dirijo hacia la baldosa, bajando mi boca hasta su hombro. Llamas. Un gemido. Levanto
los hombros, inclino la cabeza. Le suelto las muñecas. No necesito decirle que las mantenga
ahí. Deslizo las manos por sus brazos mientras beso cada trozo caliente de su cuello,
lamiendo el agua, moviendo las palmas en sus pechos, su estómago, sus caderas. Echa la
cabeza hacia atrás y gime, vibrando contra mis labios en su garganta, su culo empujando
contra mí.
Doblo las rodillas y giro hacia arriba, deslizándome dentro de ella, inspirando y
aguantando. Las manos de Rose se cierran en puños sobre la baldosa. El agua se calienta.
Empiezo a bombear lentamente, sujetándola por la cintura.
―Tengo una sorpresa para ti ―le digo con calma, observando cómo gira la cabeza sobre
los hombros.
―¿Qué?
Muelo, llevando mi boca a su nuca y besándola.
Ella gime, luego lleva una mano hacia atrás y desliza sus dedos por mi cabello mojado.
―Muéstrame.
―A su debido tiempo, nena. ―Muerdo―. Creo que te va a encantar. ―Estoy en terreno
peligroso, pero me ocuparé de eso más tarde. Hoy parece que podría ser el final. Todo es
posible. Tengo que asegurarme de que las chicas están fuera de peligro. Me sobresalto, y
Rose gime con más fuerza, haciéndome hacer una pausa, tratando de contenerme, ya cerca.
Apoyo la barbilla en su hombro. Ella me mira. Sólo con eso ya tengo la polla temblando, y
ella lo nota, sonríe y se echa hacia atrás, poniendo fin a mi intento de salvarme. Cierro la
boca sobre la suya, la beso y empiezo a meterla y sacarla, firme pero despacio, con la polla
vibrando. Sé que está a punto de correrse porque me tira del cabello y me muerde el labio,
así que dejo que me reclame y me libero con un gemido en su boca y un apretón de sus
caderas mientras Rose se contrae y me vacía, con su cuerpo húmedo estremeciéndose contra
mí. Le muerdo el labio a cambio y me retiro, limpiándole el agua de la cara y apartándonos
del chorro, retirándome y dándole la vuelta. La empujo contra la fría pared y la aprisiono,
besándola suavemente, encontrando de nuevo mis palabras planeadas mientras ambos
bajamos.
No los encuentro lo bastante pronto para Rose. Pone fin a nuestro beso y me acaricia las
mejillas, acercando mi cara a la suya.
―¿Qué?
―Quieres un poco de libertad ―digo, cogiendo sus muñecas y apartándolas, saboreando
su intriga.
―Yo... ―dice lentamente.
―Te reservé un día de mimos. ―Debería tener un año de mimos por lo mucho que
pagué.
Rose se echa hacia atrás todo lo que puede, que no es mucho con la pared detrás de ella.
―¿Perdón?
Sonrío. Esto es la boda de nuevo. Una táctica por mi parte.
―He reservado un salón spa para todo el día. Para ti. Y las otras chicas. ―Estoy
confiando en Rose para hacer que esto suceda también. Necesito que todas se vayan de la
casa.
―¿Por qué?
―Mimarse. Ir a la peluquería. Hacerse la manicura.
―Claro... ―Su sospecha es justificada, por supuesto, por lo que la manipulación tiene
que venir aquí, y voy a ser descarado―. ¿Qué está pasando?
Me aseguro de parecer ofendido.
―¿Qué quieres decir?
―Quiero decir, de repente, Daniel puede ir a la escuela, puedo llevarlo a comer pizza, y
ahora me voy a un día de mimos en un spa. Así que te lo preguntaré de nuevo, mi adorable,
precioso asesino con cara de ángel, ¿qué está pasando?
Frunzo el ceño. ¿Por qué el recordatorio de quién soy? Pregunta estúpida. Bien. Aquí
viene la manipulación. Me alejo, solemne, y salgo de la ducha.
―Solo intentaba hacer algo amable por ti. ―. Agarro una toalla y tiro de ella hacia
abajo―. Sé que no es fácil estar casada conmigo, Rose. ―Me la echo sobre los hombros y
tiro de ella de un lado a otro―. Lo estoy intentando. ―Termino de secarme y voy al armario,
evitando mis trajes, porque me delatan si estoy tratando con negocios, y en su lugar me
pongo unos joggers grises y cojo un jersey, refunfuñando para mis adentros. Sigo con los
brazos en las mangas, dispuesto a ponérmelo por la cabeza, cuando la oigo detrás de mí.
Espero, mirando por el rabillo del ojo, dispuesta a aceptar sus disculpas y su gratitud.
―Vete a la mierda, Black, ¿qué estás haciendo?
Mi cabeza cae hacia atrás. ¿Por qué? ¿Por qué, Dios, me diste una puta mujer tan ardua?
Porque lo necesitas.
Paso al plan B. Me pongo el jersey y me lo bajo al girarme. Sigue desnuda. Mojada.
Embarazada. Los brazos cruzados sobre el pecho, entre las tetas y la barriga redondeada. La
miro cansado, agitando una mano hacia su magnífica figura, como, ¡vamos!
Ladea la cabeza y levanta las cejas. Pongo los ojos en blanco y me acerco a ella. Más vale
que el plan B funcione, porque el plan C es la verdad, y eso significa que nuestra ducha de
hace un momento habrá sido la última vez que folle con mi mujer. La cojo del brazo y tiro
de ella hacia la cama, sentándola en el extremo y arrodillándome ante ella. Y como soy un
cabrón, le separo las piernas y dejo caer mi boca en su coño, chupándole el clítoris con una
sonrisa salaz cuando se deja caer en la cama.
Trabajo eficientemente, deslizando mis dedos dentro de ella, enganchándolos,
asegurándome de alcanzar su punto dulce mientras masajeo, muerdo, beso, lamo su nódulo
de nervios, pasando mi lengua rápidamente cuando su espalda se arquea y ella junta las
sábanas en sus puños.
Vale. Esto no formaba parte del Plan B, pero no soy de los que dejan pasar este tipo de
oportunidades.
Se corre en mi cara con un gemido agudo y entrecortado, y se relaja debajo de mí. Trepo
por su cuerpo y la atrapo debajo de mí, besándola, compartiendo su orgasmo.
―Necesitas depilarte ―le digo, sonriendo cuando suelta una carcajada―. Es un poco
espinoso ahí abajo.
Su cabeza se echa hacia atrás, su risa adictiva. Aprovecho la oportunidad y le acaricio la
garganta, la mandíbula, hasta que vuelvo a meterle la lengua en la boca.
―¿Por qué iba a querer ir a un spa si aquí en casa tengo todos los mimos que necesito?
―¿Puedes confiar en mí?
Ella gime, y sé que la tengo.
―Danny, por favor. ―Me sujeta la cabeza y me mira, y odio el miedo que veo en sus
ojos―. Cada vez que me pides que confíe en ti, la mierda épica cae.
―Sí, pero siempre salimos por el otro lado, cariño. ―le recuerdo, rezando para que me
escuche. No puedo decirle nada sobre Amber. Perdería la razón―. Hoy solo son reuniones,
te lo prometo. James y Beau no están muy bien. Si vuelve a desaparecer, podría arruinarlo
todo, Rose. Estamos llegando a alguna parte aquí. No sólo está en peligro cada vez que
galopa por la ciudad, sino que James también está distraído. Necesito que tenga la cabeza
bien puesta hoy.
Pierde toda lucha ante mis ojos y se desinfla.
―¿Realmente crees que Beau aceptará mi oferta de ser mimado todo el día? ¿Has
conocido a una mujer tan poco femenina en tu vida?
―Cierto. Pero tengo toda la fe en ti. ―Le doy un beso en los labios―. Haz que funcione
―digo, mordisqueando sus labios.
―Sí, sí. ¿Y Daniel?
―Está fuera todo el día con Tank y Barney.
Se ríe.
―Joder, sí que estás desesperado.
―Rose ―advierto.
―Espera. ¿Lennox aceptó que Barney saliera con Daniel? ¿Incluso después del artículo
del periódico? ―Sus ojos se entrecierran―. ¿Qué hiciste para convencerle, Danny?
Sonrío por dentro.
―Fui tan amable como un pastel.
Ella resopla.
―¿Un pastel con sabor británico?
No quiero hablar de Lennox Benson. He visto cómo miraba a mi mujer. Así que me
levanto, ignorándola, y miro por mi frente. Mi polla sobresale. Glotona. Miro a Rose, con
una ceja levantada.
―Tengo que prepararme para un día de spa y convencer a unas amigas para que vengan
conmigo. ―Se levanta y se marcha, dejándome con una erección furiosa. Se detiene al
llegar a la puerta y mira hacia atrás. Su alegría ha desaparecido.
―Tendré cuidado ―digo antes de que pueda exigirlo.
Asiente, traga saliva y desaparece en el baño.
Danny: No lo estarás.
Me llevo la mano a la frente y me froto las arrugas. Ahora estoy dentro. Y no voy a dejar
a Beau, así que nos enfrentaremos juntos a su ira.
―¿A dónde vas, Beau? ―James pregunta.
―A encontrar a Amber. Como siempre, si me dejaras entrar donde crees que no debo,
saldríamos de este lío mucho más rápido. ―Cuelga y coge el volante con las dos manos,
inclinándose y mirando hacia un bloque de apartamentos en la distancia.
Parece tan decidida.
Y mis nervios se alteran.
― ―¡Joder! ―Golpeo una y otra vez el volante con las palmas de las manos,
descargando mi frustración contra el coche. Veo a Danny ir a su teléfono en
mi visión periférica para marcar Rose de nuevo. También veo cómo se le
desencaja la mandíbula cuando ella, obviamente, no contesta.
―La única razón por la que mi mujer se ausentaría sin permiso ―arremete, llevándose
el teléfono a la boca y dándole golpecitos en la cicatriz―, es por su mejor amiga, y su mejor
amiga es tu novia.
―Prometida ―gruño, tirando del volante hacia la izquierda, tomando la curva con
rapidez.
―Novia, prometida, esposa ―gruñe Danny―. Bola y puta cadena. La misma puta cosa.
―Golpea el cuero con el puño―. ¿Dónde coño están?
―La dirección donde se detectó su teléfono por última vez ―dice Otto desde la parte de
atrás, trabajando en su portátil―. Es una nueva urbanización en South Beach. ¿Adivina
quién invirtió?
Miro por el retrovisor y recuerdo las palabras que Beau me dijo hace semanas. Me ha
ofrecido un apartamento en el nuevo bloque que está construyendo.
―¿Cuántos apartamentos?
―Incluyendo el ático, cincuenta.
―Busca quién es el dueño del ático. ―Estamos hablando de Tom Hayley. Ego maníaco.
Si va a poseer un apartamento en un bloque, puedes apostar tu culo a que va a ser el mejor.
Cuando Otto maldice, me asomo al espejo―. ¿Y bien? ―pregunto. Vamos, ¿quién es?
Sorpréndeme.
―Tom Hayley ―susurra Otto, y yo asiento con la cabeza.
―Por el amor de Dios. ―Danny vuelve a llamar a Rose y maldice de nuevo cuando no
contesta―. Tenemos que llegar a Amber antes que Beau.
―Has pasado demasiado tiempo con Brad.
―Vete a la mierda.
―¿Beau?
Me quedo quieta, mirando las palabras que tengo delante, congelada. La voz detrás de
mí me reconforta y me angustia a la vez.
Y entonces una fuerte punzada en el brazo me hace soltar la carta.
Y todo es. . .
Negro.
ames derrapa en la puerta del hotel y yo salgo antes de que detenga su Range, subo
corriendo las escaleras e irrumpo en el vestíbulo, buscando frenéticamente a Rose.
No la veo.
Me doy la vuelta en el acto, mi sudor estresado empieza a juntarse con el cuello de mi
camisa.
―¿Dónde estás, Rose? ―me digo a mí mismo, pasándome una mano temblorosa por el
cabello mientras doy vueltas a mi alrededor, marcándola. Me salta el buzón de voz―.
¡Joder! ―¿Me he equivocado de hotel? Corro a la recepción y le enseño el teléfono a la
mujer, mostrándole la foto de Rose en la playa de Santa Lucía que domina la pantalla―.
¿Ha visto a esta mujer?
La recepcionista se echa hacia atrás, recelosa, con los ojos saltando del hombre
trastornado que tiene delante y su celular.
―Lo siento, no.
―¿Puedo ayudarle, señor? ―Un hombre se adelanta, trajeado y calzado, con aspecto de
importante. Miro la insignia dorada de su chaqueta. Es el director.
―Busco a alguien ―le digo mostrándole la pantalla. No lo bendice ni con una mirada,
sino que levanta la barbilla. Le advierto mentalmente que no se ponga difícil. No tengo
paciencia. Tiene suerte de que no le esté destrozando el hotel.
―Me temo que la confidencialidad de los huéspedes es algo que nos tomamos muy en
serio.
―No es una huésped ―gruño, con la mano apretando mi teléfono. Es eso o la garganta
de esta puta―. ¿La has visto?
Sigue sin mirar la pantalla. ¿Está detectando la bomba humana sin explotar que tiene
delante? El calor me sube por los dedos de los pies, quemando la preocupación y
sustituyéndola por algo que este cabrón no quiere ver en su hotel. La mujer retrocede y yo
me acerco a la jarra de cristal de la encimera, le rodeo el cuello con una mano y la pongo
boca abajo. El agua se derrama por todo el mostrador de mármol y él mira el arma que
tengo en la mano.
No hay segundas oportunidades. Y con ese pensamiento, retiro la jarra.
―Danny.
Mi nombre se abre paso a través de la niebla de furia y me quedo quieto, listo para
lanzarme, y miro hacia atrás. James tiene a Rose bajo el brazo. Suelto la jarra, dejando que
se haga añicos por todas partes, y corro hacia ella, con los pulmones tensos, aliviada. La
agarro y la estrecho contra mi pecho, sacándole toda la vida.
―Gracias a Dios ―susurro una y otra vez, mirando al cielo―. Gracias, gracias, gracias.
―Tenemos que salir de aquí ―dice James cogiéndome del brazo y volviendo la cabeza
hacia la entrada. Miro por encima del hombro y veo al encargado con un teléfono
temblándole en la oreja. Doy la vuelta a Rose, la arropo a mi lado y la conduzco a la calle,
donde James ha abandonado el coche. Llegamos al lado del copiloto, la suelto y por fin me
tomo el tiempo de examinarla. Piernas, estómago, pecho, cuello, cara.
Mis ojos se posan en los suyos, justo cuando me da una tremenda bofetada en la mejilla
que me hace girar la cabeza hacia un lado.
―¿Prometiste que cuidarías de Amber?
Cierro los ojos y giro la mandíbula. Chirría, cruje, duele.
―Ahora no es momento para tu mal genio, Rose.
Miro a James. He encontrado a la mía. Está echando humo, pero al menos está bien y a
salvo. Se mete en el coche, su forma de comunicarme que deberíamos irnos, y me atrevo a
mirar a Rose de nuevo. Tiene las mejillas manchadas de rayas, el maquillaje de los ojos
corrido y las pestañas pegadas.
―No llores, cariño ―susurro―. No te conviene.
Sus hombros se sacuden, suelta un suspiro entrecortado y yo vuelvo a atraerla hacia mí,
acurrucándola, abrazándola y jurándome mentalmente que no volveré a perderla de vista.
Es una ilusión, lo sé.
―Sube ―le ordeno, abriendo la puerta trasera y ayudándola. Se desplaza en el asiento y
yo me deslizo a su lado.
James se aparta de inmediato y me mira por el espejo. Asiento, me vuelvo hacia Rose y le
cojo las manos.
―Háblame, cariño. Cuéntame qué ha pasado.
Mira a James y se adelanta apoyando una mano en su hombro.
―Ella te ama.
Mira hacia otro lado, con cara de dolor.
―¿Dónde está?
―No lo sé.
Veo cómo se le enciende la nariz, cómo se le ponen blancos los nudillos alrededor del
volante.
―Por favor, habla, Rose, antes de que destroce esta ciudad ―dice James con tanta calma
que es jodidamente aterrador. El Enigma. Estoy viendo más de él últimamente que en todo
el tiempo que llevo conociendo a James.
―Fuimos a casa de Amber ―empieza Rose apresuradamente, soltando la mano de su
hombro, probablemente por haberse quemado con la pura temperatura de su cuerpo―.
Ella estaba en el apartamento que el padre de Beau dijo que compraría para ella.
Escondiéndose, creo.
Desvío la mirada hacia James.
―Vamos ―digo, cogiéndola de la mano mientras James gira a la derecha y se detiene a
un lado de la carretera, girándose en su asiento para prestar también toda su atención a
Rose.
―No podíamos entrar en el ascensor, pero Beau averiguó el código. Era la fecha del
funeral de su madre.
¿Qué coño?
Las miradas que sobrevuelan este coche son incesantes, y tengo la sensación de que no
van a hacer más que aumentar.
―Amber estaba allí. ―Rose me mira con una pizca de resentimiento que ahora mismo
está fuera de lugar―. Le dijo cosas horribles a Beau.
―¿Cómo?
―Acosándola. Sobre su padre, sobre el dinero. Intenté que Beau se fuera.
Algo me dice que no tuvo éxito. Al menos, no antes de... no puedo pensarlo.
―¿Y?
―Y luego me llamó tu última puta.
―¿Y? ―pregunto, echándome hacia atrás.
A Rose le tiembla el labio mientras se lo muerde nerviosamente.
―Y yo le disparé.
―Oh Jesús. ―Me paso una mano por el cabello y me recuesto en el asiento.
―¿Le disparaste a Amber? ―James pregunta.
―Sí. ―Su voz se tambalea―. No sé lo que pasó. Un minuto me estaba calmando,
convenciéndome de no matarla, entonces abrí los ojos y mi mano se levantó. No pude
evitarlo. Le disparé.
―Entonces, ¿dónde está el maldito cuerpo? ―James pregunta.
Mi cerebro se repone lentamente del shock y se pone al día. Vuelvo mi atención hacia
Rose. Ella frunce el ceño.
―Lo dejamos...
―Rose, cariño, acabamos de llegar de ese ático. No había ningún cuerpo.
―¡Pero estaba allí, en la alfombra! Lo dejamos y huimos porque... ―Se detiene, las
arrugas de su frente se multiplican. James y yo esperamos a que encuentre las siguientes
palabras, palabras que estoy jodidamente segura de que no nos van a gustar―. Porque
apareció el ex prometido de Beau.
―¿Qué? ―James suelta―. ¿Burrows?
―Sí ―susurra Rose―. Nos fuimos. Vino tras nosotros.
―¡Joder! ―Golpea el salpicadero con el puño y arranca su Range, arrancando a toda
velocidad.
áblame ―exijo, sudando de puta furia.
―Las cámaras están todas apagadas ―dice, poniéndose a mi lado―. La puertas todas
abiertas.
―¿Está aquí? ―Pregunto, yendo directo al grano.
―No. Su teléfono está fuera de servicio.
―¿No está apagado? ―Pregunto, sonando robótico. Es la única manera ahora mismo.
―Estoy esperando a que vuelva a estar en línea. ―Otto entra en el banco y yo le sigo,
escudriñando el lugar―. Spittle está muerto ―dice, justo cuando mis ojos se posan en su
cuerpo encajado entre la puerta y el marco de la cámara acorazada, con un rastro de sangre
que llega hasta allí―. Lo arrastraron.
Evalúo la escena, la sangre, los trozos de cerebro de Spittle que cubren la pared.
―Dos guardias de seguridad por ahí también muertos. ―Otto me lleva a la cámara,
ambos pisamos el cadáver de Spittle―. Todavía no han llamado a la policía. ―Continúa,
mientras mis ojos encuentran la caja de seguridad abierta sobre el mostrador.
―Beau y Rose encontraron a Amber ―le digo a Otto, haciéndole un resumen rápido y
sin emoción―. Ella tenía una llave. Beau la cogió después de que Rose disparara a Amber.
―¿Rose disparó a Amber?
Asiento con la cabeza.
―Burrows apareció. Huyeron. Creo que limpió el cuerpo.
―¿Por qué?
―Porque cree que Beau la mató y quiere proteger a Beau. ―Me rio en voz baja y me
acerco a la caja, preguntándome qué coño habrá dentro. ¿El nombre de Burrows? ¿Cómo
coño llegó Amber a tener la llave? ¿Y por eso estaba en casa de Amber? El hombre que todos
hemos odiado, que todos queríamos muerto. El hombre que ha estado presente pero
ausente. Escondiéndose cuando sus malditos patos ya no estaban todos en fila. El hombre
con el mayor alcance con cada casa criminal... excepto nosotros.
―¿Burrows?
Miro a Otto, mientras pienso en las piezas que se van encajando. Otto sabe que todo
cuadra y que muchas cosas están encajando.
―Beau nunca ha estado en peligro. No sólo porque está conmigo. ―Por el amor de Dios.
Debería haberlo matado. ¡Debí haberlo matado, carajo! El puto poli más recto es El Oso. Y
ahora tiene a Beau.
―¿Cómo explicas que el ruso del hospital intentara matarla después de que le
dispararan?
―Sandy ―digo simplemente―. Tomó represalias después de que eliminara a sus
hombres en la fábrica. Nada que ver con El Oso.
Otto da un paso atrás.
―Y a Burrows no le gustó eso ―dice en voz baja―. Así que él y Sandy ya no son amigos.
―Correcto. ―Se me revuelve el estómago, me hormiguea la cicatriz, me arden las putas
venas―. ¡Joder! ―Rujo.
―Cálmate ―dice Otto, y yo echo la cabeza hacia atrás, riendo demencialmente, al ver
mi casa familiar envuelta en llamas―. ¡James!
―Estoy bien ―exhalo, paseándome arriba y abajo, frenando hasta detenerme cuando se
me ocurre algo―. Es demasiado joven. ―Digo en voz baja, volviendo los ojos hacia Otto.
―¿Qué?
―Burrows. Ni siquiera habría salido de la universidad cuando mi familia... ― Trago
saliva―, fue asesinada. ―Explosión. Quemados vivos. Exhalo y me paso una mano por el
cabello y observo cómo Otto asimila lo que deberíamos haber pensado al instante.
―Joder ―suspira―. No está trabajando solo.
Siento que la cabeza me va a dar vueltas. ¿Pero quién?
―¿Dónde está? ―Pregunto, tranquilo, pero no lo estoy.
―Tenemos que encontrar a ese abogada con la que sale. ―El teléfono de Otto empieza
a chillar con el sonido de una alarma, y él mira hacia abajo―. Mierda.
―¿Qué? ¿Qué es? ―pregunto, no es que tenga que hacerlo. El sudor nervioso de Otto
lo dice todo. Ha rastreado a Beau.
―Dirección de Burrows.
Salgo volando del banco y me pongo al volante.
―¿Qué está pasando? ―Danny pregunta desde atrás mientras Otto viene detrás de mí.
―Tienes que quedarte y limpiar ese desastre ―digo, arrancando el motor.
―¿Qué desastre? ―Danny pregunta.
―No me voy a quedar en ningún puto sitio. ―Otto corre alrededor de la parte delantera,
saltando en el asiento del pasajero―. Recuerda a quién quiere, James. ―Otto me mira con
cara de furia. Esta es una de esas veces en las que no voy a discutir―. Llamaré a Len y Bud
para que vengan a solucionar esto. ―Va directo a su teléfono mientras yo me alejo dando
vueltas.
―¿Puede alguien decirme qué coño está pasando? —Danny ordena en breve.
―Spittle está muerto.
―¿Quién lo mató?
―Beau. ―No lo pongo en duda. Es una tiradora estelar. También necesitaba mantener
su escape abierto, de ahí que usara a Spittle como tope.
―Ahora está en casa de Burrows.
―¿Qué? —jadea, inclinándose hacia adelante en su asiento, obligando a Danny a tirar
de ella hacia atrás.
―Había una caja vacía allí ―explico―, Guardias de seguridad muertos, cámaras
cortadas. Es Burrows. ―¿Burrows y quién coño más?―. Ella está en su casa. ―Lo que no
sé es si fue allí por voluntad propia o si Burrows la obligó.
―Te das cuenta de que esto es una trampa, ¿no? ―Danny dice―. Nos quiere a nosotros,
no a Beau.
―¿Quieres que te deje en algún sitio? —Pregunto, serio. Puedo ver la batalla mental que
está teniendo. Su lealtad hacia mí pero su amor por Rose. No le envidio. Este es el momento
cumbre de esta puta pesadilla.
Así que me decido por él, subo chillando a la acera y llamo a Fury, dándole la dirección.
Rose solloza al salir, aferrándose a Danny como si temiera que la abandonara. Su rostro es
impasible. ¿Pero sus ojos? Arden con un odio con el que me identifico. No necesita hablar.
Sus ojos helados me dicen todo lo que quiere decir.
Desordénalo.
Cierra la puerta y yo me alejo rápidamente, mirándolos en el borde de la carretera por
el retrovisor, con los brazos de Danny rodeando a su mujer.
Exhalo, frotándome la sien, intentando recordar qué se siente al tener a Beau en brazos.
En este momento, no puedo.
Vuelvo los ojos a la carretera, con la cabeza jodidamente inclinada.
Será un crimen de amor.
¿Pero para quién?