Estructuras Clínicas y Psicoanálisis - J Dor

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Estructuras clínicas y psicoanálisis

Joël Dor

Primera parte, diagnóstico y estructura

1. La noción de diagnóstico en psicoanálisis

La problemática del diagnóstico en el campo psicopatológico.

En 1895 Freud planteó esta cuestión (en el nacimiento del psicoanálisis). En su


estudio “Sobre la psicoterapia de la histeria”.

De las dificultades técnicas de los trabajos de Breuer con las histéricas, Freud
iba a extraer ciertas conclusiones:

 Le parecía difícil hacerse la idea de un caso de neurosis sin haberlo sometido a


un análisis profundo
 La necesidad de establecer un diagnóstico

Es decir, Freud ya planteaba el problema del diagnóstico en el campo de la


clínica psicoanalítica. ¿Cuál era ese problema? Establecer un diagnóstico precoz
para definir la dirección de la cura, aun cuando la certeza de dicho diagnóstico
pueda confirmarse sólo tras cierto tiempo.

Esta paradoja constituye toda la especificidad del diagnóstico en


psicoanálisis.

En el campo de la clínica psicoanalítica, esta determinación (la médica)


resulta imposible, precisamente en razón de la estructura del $. La única técnica de
investigación de que dispone el analista es la escucha. El único material suministrado
por el paciente es verbal. El campo del investigador se delimita entonces en la
dimensión del decir y de lo dicho.

Este espacio suele contener mentira y se ve modificado por lo imaginario. De


hecho, es a donde viene a expresarse el despliegue fantasmático; también es en donde
el $ testimonia su propia ceguera, puesto que no sabe lo que dice cuando enuncia,
desde el punto de vista de la verdad de su deseo y, por lo tanto, desde el punto de vista
de lo que se encuentra bajo el disfraz de síntoma. Por lo tanto, su evaluación es
esencialmente subjetiva, en tanto sólo se sostiene del discurso del paciente.
Es posible definir cierta topografía de las afecciones psicopatológicas. Consiste
en tomar en cuenta las propiedades más fundamentales de su objeto: la causalidad
psíquica y el carácter imprevisible de los efectos del inconsciente.

Desde un principio, entre un diagnóstico y la elección del tratamiento existe


una relación lógica singular, pero que no pertenece al orden de la lógica. El analista
debe estar en condiciones de apoyarse en ciertos elementos estables tanto al elaborar el
diagnóstico como al elegir la dirección de la cura correspondiente. Esto requiere una
vigilancia muy marcada para no caer en lo que Freud denuncia como psicoanálisis
salvaje.

Freud nos advierte que debemos ser prudentes en cuanto al diagnóstico. No


debemos caer en interpretaciones fundadas en un proceder hipotético-deductivo
dejando de lado la distancia que separa el decir de lo dicho.

Una interpretación psicoanalítica no puede construirse como consecuencia


lógica de un diagnóstico. Si así fuera, podríamos disponer de tratados de terapia
analítica comparables a los que utilizan las disciplinas médicas.

Enseñanzas preliminares en cuanto al problema del diagnóstico:

1. La dimensión potencial del diagnóstico. Es un acto deliberadamente planteado


en suspenso y consagrado a un devenir. Sin cierto tiempo posterior de análisis
es muy difícil determinar con seguridad un diagnóstico. Sin embargo es preciso
determinar un diagnóstico lo más pronto posible para decidir la orientación de la
cura.
2. El hecho mismo de esa potencialidad. Esa potencialidad suspende por un
tiempo la respuesta en acto de una intervención con valor terapéutico.
3. El tiempo. El que es necesario para observar, antes de toda decisión o
propuesta de tratamiento. Tiempo dedicado a la “entrevista preliminar”. (O
tratamiento de prueba, expresión freudiana).
Este ensayo preliminar o tiempo de entrevista ya constituye en sí el comienzo de
un análisis y valen para ello todas las reglas del mismo.

Es fundamental enmarcarse más al “decir” del paciente que a los contenidos


de su “dicho”. La escucha es el único elemento de discriminación diagnóstica.
2. Síntomas, diagnósticos y rasgos estructurales

En toda práctica clínica, es habitual tratar de establecer correlaciones entre la


especificidad de los síntomas y la identificación de un diagnóstico. Los éxitos
terapéuticos dependen, en gran medida, de estas correlaciones. Si este dispositivo
casualista es eficaz, es porque el cuerpo responde a un proceso de funcionamiento que
regula él mismo según un principio idéntico. Existe cierto tipo de determinismo
orgánico. Cuanto más profundo es el conocimiento de dicho determinismos, más se
multiplican la cantidad de correlaciones entre las causas y los efectos, y esto redunda
en una especificación más afinada de los diagnósticos.

Este principio es válido en la clínica médica, pero NO en la clínica


psicoanalítica. Producto de la particularidad con la que operan los procesos psíquicos,
o sea, la causalidad psíquica.

En la causalidad psíquica hay también determinismo, pero es un determinismo


psíquico que no obedece a líneas de regularidad. Causa y efecto no poseen naturaleza
estable.

La causalidad psíquica no es objeto de leyes, no de las leyes de las ciencias


exactas como las generalizables en medicina. Mejor dicho, el psicoanálisis no es una
ciencia, por la ausencia de legalidad entre causas y efectos.

Debemos partir de que no hay inferencias estables entre las causas psíquicas y
los efectos sintomáticos en la determinación de un diagnóstico.

Esto no quiere decir que todo es posible en cuanto al capricho de las fantasías de
cada cual. No todo es posible. Lo que se quiere decir es que es preciso desprenderse de
la lógica habitual. Subsiste una guía a modo de hilo conductor que debe seguirse: el
decir de aquel al que se escucha. Sólo en el decir es localizable algo de la estructura
del $.

Ahora bien, para establecer un diagnóstico, debemos contar con la estructura.

La dinámica del inconsciente y sus procesos intrapsíquicos nunca se desarrolla


bajo una lógica directa entre la estructura que presenta el $ y los síntomas de dicho $. Es
decir, no existe una continuidad directa entre un conjunto de síntomas y un
diagnóstico.
Vale resaltar: Freud señala al sueño como la vía regia de acceso al inconsciente,
pero claro, esto es sólo en la medida en la que un $ pone ese sueño en discurso. Sin el
discurso no podría existir interpretación posible de la puesta en acto del inconsciente.

Para seguir abordando el problema del síntoma, recordemos la fórmula de


Lacan:

“(…) El síntoma se resulve por entero en un análisis del lenguaje, porque


él mismo está estructurado como lenguaje, porque es lenguaje cuya palabra debe
ser librada”. (Lacan 1953)

Por lo mismo que la formación del síntoma es tributaria de la palabra y el


lenguaje, el diagnóstico está necesariamente implicado en ellos. Los indicadores
diagnósticos sólo aparecen en este único registro. Pero sólo son confiables en la
medida en la que se desprenden de la identificación de los síntomas.

Esos indicadores diagnósticos estructurales se manifiestan en el despliegue


del decir, expresadas las brechas del deseo por el que habla. Estos indicadores
pueden expresarnos información sobre el funcionamiento de la estructura, porque
representan los “carteles de señalización” impuestos por la dinámica del deseo. La
especificad de la estructura de un $ se caracteriza por su perfil, perfil que está
predeterminado por la economía de su deseo. Esto es con una forma estereotipada.
Estas formas estereotipadas se llaman rasgos estructurales. Los indicadores
diagnósticos estructurales aparecen como indicios codificados por los rasgos de la
estructura, que son también, testigos de la economía del deseo. Por esto la necesidad
de establecer la distinción que existe entre los síntomas y los rasgos estructurales.

Los componentes significantes constitutivos del síntoma son directamente


tributarios a las fantasías del inconsciente. Paralelamente a la elección de los
significantes que intervienen en la formación del inconsciente, existe una
determinación (paralela) en la que la administración del material significante se
efectúa en la ignorancia del $. Esta administración es característica del
funcionamiento de la estructura, o sea, de cierto modo de gestión del deseo. La
evaluación diagnóstica debe estar dirigida a dicha administración, que es la única que
pone en juego rasgos señalables y estables.
Así se formula una nueva pregunta. ¿Cuál es la constancia (si existe), de esos
rasgos estructurales que suponen cierta estabilidad en la organización de la estructura
psíquica?

3. La función paterna y las estructuras psíquicas.

La puesta en acto de una estructura psíquica, se constituye para cada uno en


función de los amores edípicos. Estos son el desarrollo de la relación que el $
mantiene con la función fálica, es decir, con la función paterna. Si una relación es
vector de orden, también es portadora de desorden, porque la estructura psíquica está
determinada de una vez y para siempre.

La memoria de los amores edípicos adquiere toda su importancia, puesto que es


en estas que adquiere toda su importancia, puesto que es en estas vicisitudes donde se
negocia para el $ su relación con el falo, es decir, su adhesión a la conjunción del
deseo y la falta.

La dinámica edípica se juega en la dialéctica del ser y del tener. Momento que
conduce al $ de una posición que está identificado con el falo de su madre, a otra
posición, donde renunciando a dicha identificación, y por ende, aceptando la
castración simbólica, tiene que identificarse, o bien con el $ que supuestamente no lo
tiene, o bien, con aquel que supuestamente lo tiene. Este proceso es el que Lacan
denomina: metáfora del Nombre-del-Padre.

Hay en la dinámica edípica, momentos determinantes para el $ donde las


apuestas del deseo movilizadas por la relación con el falo resultan particularmente
favorables a la cristalización de organizaciones estructurales. Es decir, estas diversas
estructuras están determinadas por uno u otro de esos diferentes momentos cruciales.
Así ocurre con la organización de las estructuras perversas, obsesivas, histéricas y
psicóticas, cuya instalación es posible localizar según los factores favorecedores que
intervienen en las interferencias de los deseos recíprocos de la madre, el padre y el niño
con respecto al objeto fálico.

Esta estructuración psíquica constituye una organización definitiva. Nunca,


como $, somos más que efecto del significante. La estructura trabaja precisamente en
la administración de estos efectos significantes, y sobre ello, no ejercemos ningún
dominio. De ahí que todo el mundo esté condenado a adherir a la estructura del
fantasma. Para insistir una vez más sobre la dimensión irreductible de la estructura del
lenguaje –o sea, simbólico-, recordemos que ese orden es tanto más determinante cuanto
que la elección de esa estructura, para un $, es justamente aquello por lo cual adviene a
lo simbólico.

El advenimiento a lo simbólico es el advenimiento del $ propiamente dicho,


ganado en el terreno de una conquista que es precisamente aquello por lo que se elabora
la estructura psíquica.

Esta organización estructural, permanece enmarcada por los dos tiempos fuertes
que representan la dimensión de ser y la dimensión del tener con respecto al falo.

En tanto regula el curso del Edipo, la función fálica supone cuatro protagonistas:
madre, padre, niño y falo. El falo constituye el elemento central a cuto alrededor
vienen a gravitar los deseos respectivos de los otros tres. Lacan decía que para hacer
psicoanálisis hay que saber contar hasta tres, lo que implica saber contar hasta tres a
partir de uno, por lo tanto hasta cuatro. Ese elemento uno es el falo, que es el único
indicador que permite al $ regular su deseo en relación al deseo del otro.

El falo –en cuanto dicho elemento “uno”- es el elemento que se inscribe fuera
de la serie de los deseos, puesto que sólo con relación él puede constituirse una serie
de deseo; pero al mismo tiempo, es el elemento que ordena la posibilidad de esa serie,
ya que, fuera de su presencia, el deseo no se desembaraza de su anclaje inaugural.

Esta función fálica se caracteriza prioritariamente, por la incidencia que


adquirirá, para el niño, el significante fálico en el curso de la evolución edípica. Desde
el punto de vista de la estructura, el primer momento decisivo es aquel en que se
esboza el cuestionamiento de la identificación fálica. Se trata de una vivencia
identificatoria primordial donde el niño es identificado por la madre como el único y
exclusivo objeto de su deseo, es decir, con el objeto del deseo del Otro, y por
consiguiente con su falo.

Finalmente el niño se va a encontrar con la “figura paterna”, en tanto


instancia mediadora del deseo. Es decir, va a introducir la función paterna, que es la
función fálica, con toda la resonancia simbólica que esto supone.

La función fálica es operatoria por lo mismo que vectoriza el deseo del niño
respecto de una instancia simbólica mediadora: el padre simbólico. Esto es
fundamental desde el punto de vista de la incidencia en la organización de la estructura
para el $.

La dinámica edípica representa el recorrido imaginario que el niño se ve llevado


a construir para encontrar una respuesta satisfactoria a la pregunta que le plantea la
diferencia de los sexos.

Lo estructurante para el niño es poder fantasmarizar un padre, es decir,


elaborar la figura de un padre imaginario a partir de la cual investirá ulteriormente, la
dimensión de un padre simbólico.

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