50 Capitulo Botero Representantes Neogranadinos Cortes Cadiz UNAM 2015
50 Capitulo Botero Representantes Neogranadinos Cortes Cadiz UNAM 2015
50 Capitulo Botero Representantes Neogranadinos Cortes Cadiz UNAM 2015
en el Occidente novohispano
INSITUTO DE INVESTIGACIONES JURÍDICAS
Serie Doctrina Jurídica, núm. 719
____________________________________________________________
COORDINACIÓN EDITORIAL
ISBN 978-607-02-6587-7
CONTENIDO
Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XI
VII
VIII CONTENIDO
PRESENTACIÓN
XI
XII PRESENTACIÓN
Andrés Botero-Bernal**
I. Introducción
* Este texto recoge frutos del proyecto de investigación “La cultura jurídica en la
Antioquia del XIX”, financiado por la Universidad de Medellín. Además, está construida a
partir de un apartado de la tesis doctoral en derecho del autor, que se espera presentar próxi-
mamente en la Universidad de Huelva (España).
** Profesor en la Facultad de Derecho de la Universidad de Medellín. Correo electró-
nico: [email protected].
1 Que se concretó, especialmente, en el texto siguiente: Botero, Andrés, Modelo de
101
2 Para este acápite repetiremos algunos textos, con múltiples cambios y actualizacio-
Otra apuesta hicieron ciudades como Cartagena, Riohacha, Santa Marta y Popayán, quienes
se consideraron a sí mismas como “cabezas de partido” y eligieron diputados que nunca lle-
garon a España (asunto que veremos más adelante). Sobre tal debate jurídico, véase ibidem,
pp. 50-57 y la bibliografía allí reseñada, en especial: Chavarri Sidera, Pilar, Las elecciones
de diputados a las Cortes Generales y Extraordinarias (1810-1813), Madrid, Centro de
Estudios Constitucionales, 1988.
4 Véase, por ejemplo, el “Acta de Independencia Absoluta de la Provincia de Cartagena,
Estudios Políticos, núm. 126, 1962, p. 654, menciona, sin clarificar la fuente, que ya en 1809
Santa Fe propuso como diputado a Luis Anzola, Cartagena al Mariscal Narváez y Quito al
marqués de Puñonrostro, terminándose por designar a Antonio Narváez como el represen-
tante del virreinato ante las Cortes, viaje que nunca realizó.
6 Aunque se presentaron como representantes del virreinato de Santa Fe en la sesión
del 24 de septiembre de 1810. Cfr. Diario de Sesiones de las Cortes Generales y Extraordi-
narias, núm. 1, pp. 1 y 2. Incluso, en el epitafio de muerte de Mejía, escrito por el también
diputado José Joaquín de Olmedo, se señala a aquél como diputado de Santa Fe. Esto se pue-
de deber a dos motivos: a) la flexibilidad en lo que respecta a la ubicación geográfica de las
colonias americanas. Esto era común y atendía al desconocimiento de la geografía del reino,
asunto que volvió irrealizable el proyecto constitucional gaditano. Por ejemplo, en el pro-
pio poder para testar hecho por Mejía Lequerica el 25 de octubre de 1813, éste se presenta
como oriundo del “Nuevo Reino de Granada en el Perú”, al parecer por error del escribano.
También Mirow (Mirow, Matthew C., “Pre-Constitutional Law and Constitutions: Spanish
Colonial Law and the Constitution of Cádiz”, Washington University Global Studies Law
Review, vol. 12, 2012, Forthcoming (Florida International University Legal Studies Re-
search Paper, ním. 12-06), p. 7; available at SSRN: http://ssrn.com/abstract=2056384) deja
en claro el contexto de desconocimiento de la realidad americana en las propias Cortes, para
lo cual fue fundamental la voz ordenadora de los americanos en Cádiz. Además, puede ex-
plicarse por una inclinación de aquel entonces de confundir el reino (de la Nueva Granada)
con la ciudad-capital (Santa Fe). b) La necesidad de contar, aunque fuese simbólicamente,
con representantes de Santa Fe en particular y de otras provincias de la Nueva Granada en
general (lo que explicaría por qué las Cortes recibieron con alegría comunicados de cabildos
neogranadinos nombrando diputados, aunque no tuviesen derecho a ello según el último
reglamento de elección).
12 Ibidem, p. 9.
13 Ibidem, p. 10.
14 Ibidem, p. 8.
15 Ibidem, p. 7.
16 Ibidem, p. 4.
17 Asunto que bien nos recuerda Mirow, Matthew C., “Visions of Cádiz: the Constitution
of 1812 in Historical and Constitutional Thought”, Studies of Law, Politics, and Society, vol.
53, 2010, p. 71.
18 Aspecto que analiza: Almario G., Óscar, “Del nacionalismo americano en las Cortes
21 Ibidem, pp. 159 y 160. Una exposición de las razones de la Real Cédula de 4 de mayo
En las pocas sesiones a las que pudo asistir (pues el cierre de las Cor-
tes sucedió al poco tiempo de posesionarse), Cabarcas, al igual que Ortiz,
26
Ibidem, pp. 157 y 169.
27 Ibidem,p. 170.
28 Asunto de fondo en una amonestación de la reina regente Isabel de Farnesio al virrey
clérigo (seguramente Cabarcas) entre los diputados por la Nueva Granada (Rieu-Millan, Los
diputados…, cit., p. 58). Señala pues que de los diputados por esa región uno era de la Igle-
sia, dos del ejército, dos de docencia o de vida universitaria, dos actuaron como abogados o
magistrados, uno como administrador de cargos públicos, un hacendado, uno con título de
alta nobleza. Pero tal clasificación es difícil, por los muchos cargos que desempeñaron los
diputados y por las tenues fronteras que hay entre las actividades que ella enlista.
33 Berruezo, La participación…, cit., pp. 173 y 174. Otros datos sobre los temas que
ban a que girasen en uno u otro bando según el caso. Empero, siendo más
enfáticos en estos últimos, los americanos en Cádiz no eran un grupo in-
significante ni homogéneo políticamente, pues —siguiendo a Mirow— de
los 183 diputados que firmaron la Constitución, 47 representaban intereses
ultramarinos. Y de los 86 diputados que estuvieron en Cortes (no necesa-
riamente que hayan firmado la Constitución), 28 eran abogados u oficiales
judiciales.35
Además, como acabamos de decirlo, entre los diputados americanos
en Cádiz no existía unidad ideológica. Entre éstos existieron cuatro grupos
diferenciadores; no obstante, había un común denominador en todos ellos:
la exigencia de reformar el sistema virreinal o de ultramar, en una compleja
y a veces contradictoria posición frente al derecho indiano.36 Estos grupos
eran: el de los reaccionarios y los serviles, otro de oscilación entre los li-
berales y los serviles pero con postura más conservadora, los liberales mo-
derados y, por último, el de los progresistas37 que, generalizando, eran aún
más progresistas que la bancada liberal peninsular.38 Bien podría decirse
que en el tercero se ubica al panameño Ortiz, y a los demás diputados neo-
granadinos entre los progresistas,39 lo que llevó a que
35 Mirow, “Pre-Constitutional Law…”, cit., p. 6. Mirow, “Visions of…”, cit., pp. 59-88.
36 Mirow, “Pre-Constitutional Law...”, cit. Este texto analiza los roles (retóricos, de
hecho —para ilustrar con base en él la situación americana— y míticos —como fundamento
simbólico o de apoyo—, según el caso) que jugó el derecho indiano en las discusiones de las
Cortes, especialmente por parte de los diputados americanos.
37 Berruezo, La participación…, cit., pp. 313-314.
38 Rublúo, “La Constitución…”, cit., pp. xlii-xliii.
39 Berruezo, La participación…, cit., pp. 313.
40 El texto entre paréntesis es agregado nuestro. Ibidem, pp. 174 y 314. Berruezo explica
que Caicedo tomó la decisión de apoyar la independencia al ver que las Cortes no serían la
solución prometida (ibidem, p. 175). Claro está que Rieu señala que no es tan fácil establecer
un apoyo directo a la independencia y el papel jugado por los diputados americanos. Rieu-
Millan, Los diputados…, cit., p. 391. Véase también Labra, América y…, cit., pp. 60-86.
cluye que “la Constitución de 1812 palió la beligerancia americana”. Sánchez, Luis Alberto.
Historia general de América. 9a. ed. Santiago de Chile, Ercilla, 1944, t. I, pp. 583 y 584.
42 Verdo, Geneviève, “Constitutions, représentation et citoyenneté dans les révolutions
44 Cfr. Petit, Carlos, “Una Constitución europea para América: Cádiz, 1812”, Accade-
mia Peloritana dei Pericolante, Classe di Scienze Giuridiche Economiche e Politiche, año
CCLXII, vol. LX, 1991, suplemento núm. 2, p. 62.
45 Varela Marcos, J., “Aranda y su sueño de la independencia suramericana”, Anuario
de Estudios Americanos, XXXVII, Escuela de Estudios Hispano-Americanos/Universidad
de Sevilla/CSIC, Sevilla, 1980, pp. 351-368. Petit, “Una Constitución…”, cit., p. 66.
46 Cuyas repercusiones en América son enunciadas por Portillo Valdés, José María, Re-
volución de nación: orígenes de la cultura constitucional en España, 1780-1812, Madrid,
Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2000, pp. 142-145.
47 Los proyectos de Aranda y Godoy, en lo que respecta a América, son estudiados en:
Martiré, Eduardo. 1808: la clave de la emancipación hispanoamericana (ensayo histórico-
jurídico), 2a. ed., Buenos Aires, El Elefante Blanco, 2002, pp. 260-268.
48 La de Cádiz era una Constitución que partía de una trinidad: Dios (Iglesia), Nación
(histórica, representada en Cortes) y Rey. Esto explica por qué, según el texto constitucional,
las Cortes no puedan expedir por sí solas leyes, necesitando al rey, y por qué la división de
poderes es tan tímida. Entonces, bastaba que uno de los extremos de este triángulo actuase
sin mucho convencimiento o, incluso de mala fe, para que todo el edificio se cayese, tal
como sucedió en 1814 cuando el rey dio la espalda a la Constitución hecha sin él, aunque a
su nombre. Cfr. Martínez Martínez, Faustino, “Un poder nuevo en el escenario constitucio-
nal: notas sobre el ejecutivo gaditano”, Anuario de Historia del Derecho Español, t. LXXXI,
2011, pp. 275, 333 y 334.
49 Por ejemplo, Lorente analiza la organización judicial gaditana para concluir que ésta
no ofrecía garantías para una supremacía de la ley, pues se carecía de tribunal de casación y
de la exigencia de la motivación de las sentencias. Lorente, Marta. “La nación y las Espa-
ñas”, en Clavero, Bartolomé et al., Pueblos, nación, Constitución (en torno a 1812), España,
Ikusager y Fundación para la libertad, 2004, pp. 129-132. De esta manera, la ley en Cádiz
se perfilaba más como símbolo de unidad nacional dentro de una realidad corporativa y
pluralista. Igualmente, Fernández Sarasola, Ignacio, “La Constitución española de 1812 y su
proyección europea e iberoamericana”, Fundamentos, núm. 2, Oviedo, 2000, II-6, pp. 359-
466.
50 Martínez, “Un poder…”, cit., pp. 343-348.
51 Stoetzer, “La Constitución…”, cit., p. 662.
52 Paradoja que bien menciona Mirow, “The Constitution…”, cit., p. 36.
53 Breña, Roberto. “El primer liberalismo español y la emancipación de América: tradi-
ción y reforma”, Revista de Estudios Políticos, núm. 121, 2003, p. 266. Igualmente, Martí-
nez Dalmau, Rubén, “El constitucionalismo fundacional en América Latina y su evolución:
entre el constitucionalismo criollo y el nuevo constitucionalismo”, en García Trobat, Pilar
y Sánchez Ferriz, Remedio (coords.), El legado de las Cortes de Cádiz, Valencia, Tirant Lo
Blanch, 2011, p. 836.
con los heterogéneos grupos de representación ultramarina, con lo que el texto gaditano
generaría distorsiones provocadoras de proyectos independentistas basados en el colapso de
la Monarquía católica y en la inserción de los antiguos reinos pluriprovinciales americanos
en el imaginario revolucionario de las naciones soberanas”, Estrada Michel, Rafael, “El
hexágono imposible y el factor regnícola en la independencia novohispana: las distorsiones
gaditanas”, Anuario de Historia del Derecho Español, núm. LXXXI, 2011, pp. 163-180
(resumen).
59 Los abogados, entre los diputados americanos, jugaron un especial rol en lo que res-
pecta a la descentralización política y administrativa como manera de afrontar las quejas
criollas ante el sistema español. Berruezo, La participación…, cit., p. 312. Sobre el rol de
los abogados en la independencia neogranadina, ya contamos con un buen trabajo de Uribe,
Víctor, Honorable Lives: Lawyers, Family and Politics in Colombia, 1780-1850, Pittsburgh,
University of Pittsburgh Press, 2000, pp. 45-70. Igualmente, Botero Bernal, Andrés, “Sabe-
res y poderes: los grupos intelectuales en Colombia”, Revista Pensamiento Jurídico, Uni-
versidad Nacional de Colombia, Bogotá, Facultad de Derecho, núm. 30, enero-abril de 2011,
pp. 164-169.
60 Rodríguez señala otras consecuencias para el caso centroamericano: “el impulso dado
a los derechos de los Estados, que había sido alentado por el experimento de Cádiz, resque-
brajó finalmente la unidad de Centroamérica. Pero la experiencia política adquirida durante
esa época tuvo un profundo efecto sobre la futura liberalización de la región”, Rodríguez, El
experimento…, cit., p. 11. Citado por Botero, Modelo de..., cit., p. 62.
61 Igualmente, los diputados americanos, que lograron frenar intentonas militares, su-
frieron de constantes señalamientos en lo que respecta a su compromiso para con las rebe-
litar de gran envergadura sólo vino a ser tomada con el regreso de Fernando
VII al poder en 1814, que se llevó a cabo primero en Venezuela y luego en
la Nueva Granada de la mano del “pacificador” Pablo Morillo, nombrado el
14 de agosto de 1814,62 el cual empezó su tarea militar en 1815.63
Y es que la propia Constitución de Cádiz impuso un aire moderado
frente a las voces bélicas que reclamaban medidas fuertes contra los di-
sidentes americanos, lo que explica, por demás, por qué con la segunda
vigencia de dicha Constitución (1820-1823) se intentó, infructuosamen-
te, el fin de la guerra con los rebeldes y, por tanto, de sus pretensiones de
independencia.64 Fue así como el propio Morillo, quien había combatido
liones americanas. Estos juicios recayeron fundamentalmente en uno de los que lideró la
bancada de diputados americanos, el quiteño Mejía Lequerica, lo que ha motivado varios
estudios al respecto, como el de Berruezo que señala a Mejía como alguien que consideró
que la independencia sería un hecho irremediable puesto que sus exigencias a las Cortes —
que podían dar freno a ese proceso— no fueron tenidas en cuenta debidamente. Agrega esta
investigadora: “Llama la atención, sin embargo, que figuras sobresalientes como Beye, Me-
jía (Lequerica), Arizpe no ocuparan ninguno de estos puestos (la presidencia de Cortes). La
razón debe atribuirse a su conducta, sospechosa de independentismo, y a su ideología liberal,
en su forma más extremista, que no ocultaron, como algunos otros americanos, granjeándose
la desconfianza de sus compañeros más moderados y de todos los peninsulares”, Berruezo,
La participación…, cit., p. 309. El texto entre paréntesis es propio.
62 Pues ya se consideraba que la fuerza era la única opción. Quintero Saravia, Gonzalo
M., Pablo Morillo: General de dos mundos, Bogotá, Planeta, 2005, pp. 240 y 241.
63 El plan consistía en retomar el virreinato de la Nueva Granada para luego pacificar
Perú y Mar del Plata. Morillo, Pablo, Memorias (1826), trad. de Arturo Gómez Jaramillo,
Bogotá, Editorial Incunables, 1991. Existe una biografía de Morillo que deja en claro su
extracción popular; su mediocre carrera militar como infante de marina (cuerpo al que se
enroló en 1791); sus rápidos ascensos, gracias a la guerra de independencia española, hasta
convertirse en héroe nacional, dios para sus tropas y hombre de confianza de los mandos
ingleses que combatían en la península; su nombramiento como pacificador de América en
1814; su campaña militar —con grandes errores políticos— en Venezuela y la Nueva Grana-
da a partir de 1815, y su regreso a España, Quintero, Pablo Morillo…, cit.
64 De lo que da cuenta, siempre bajo la sombra de la Constitución gaditana, Morillo,
Memorias..., cit., pp. 139-166. En 1820 se propone desde España que asistan a Cortes tres
diputados por la Nueva Granada, señalándose a Eusebio Canabal, Ignacio Sandino y Antonio
Nariño (quien fue puesto en libertad para ello) como diputados mientras el virreinato esco-
gía en propiedad a los suyos. Cfr. Sañudo, José Rafael, Estudios sobre la vida de Bolívar,
Medellín, Bedout, 1980, pp. 186 y 187. Con base en esto, Morillo envía un comunicado a
los insurrectos, el 17 de junio de 1820, invitándolos a la paz o por lo menos a una tregua,
atendiendo el renacer de la Constitución de 1812 en España. Propone Morillo que Colombia
(como ya se denominaba a las provincias neogranadinas independientes) jurase fidelidad a
Cádiz y enviase dos diputados a Cortes (siendo elegidos por los revolucionarios Revenga
y Echavarría, que nunca viajaron a Europa para tal fin, Morillo, Memorias..., cit., p. 186),
a lo que respondieron negativamente los comandantes insurrectos, aunque se pudo llevar a
efecto una tregua que no dejó de producir altercados en su cumplimiento. Por cierto, queda
pendiente el estudio del papel de Inglaterra sembrando cizaña entre los rebeldes, según la
propia opinión de Morillo (ibidem, pp. 184 y 185, Quintero, Pablo Morillo..., cit., p. 266).
65 Ibidem, pp. 242 y 243. Luego atempera sus comentarios, al señalar que no hay prueba
evidente de ello, pp. 450 y 451.
66 Por ejemplo, en comunicados con sus subalternos aludiendo a la benevolencia del rey
metidos a los rebeldes (comunicado del 7 de noviembre de 1820, que se consulta en ibidem,
p. 127).
68 Ibidem, p. 107.
69 Martínez (“Los diputados…”, cit.) registra la participación de estos diputados, en
especial Mejía y Rus, a favor de la igualdad entre ambos hemisferios y la necesidad de una
reforma al sistema de gobierno colonial.
70 Mirow analiza cómo en las Cortes se usó el derecho indiano en varios frentes, uno de
ellos era afirmar que con Cádiz se rompía el derecho indiano tan odiado, simbólicamente,
por los rebeldes americanos, lo que hacía factible una recomposición de los poderes en ul-
tramar dejando sin sentido las revueltas criollas. Mirow, “Pre-Constitutional...”, cit. Pero en
términos generales, el derecho indiano fue la fuente más usada por las Cortes al momento de
tratar los asuntos americanos, y cuando fue necesario justificar Cádiz en una Constitución
histórica (como lo dijo Argüelles), no se dudó en recurrir al derecho indiano. Ibidem, pp.
8-10, 16, 17, 28 y 29. Mirow, “Visions of…”, cit., pp. 59-88. Claro está que la idea de una
Constitución histórica como fundamento de una monarquía constitucional no nació en Cá-
diz, sino que es fruto de las lecturas hechas a Jovellanos y Martínez Marina. Cfr. Fernández,
“La Constitución...”, cit., II-2.
71 Sobre el centralismo gaditano en las Cortes, a partir del análisis dogmático del texto
constitucional: Varela, Joaquín, Política y Constitución en España (1808-1978), Madrid,
Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2007, pp. 45-108. Por ejemplo, al atribuirse
la competencia para conocer las infracciones constitucionales, véase Lorente, Marta, Las
infracciones a la constitución de 1812: un mecanismo de defensa de la constitución, Ma-
drid, Centro de Estudios Constitucionales, 1988. Igualmente, Martínez analiza este fuerte
centralismo de facto frente a la Regencia (Martínez, “Un poder…”, cit., pp. 257-376) y el
menor centralismo de iure ante el rey (si éste hubiese gobernado, de buena manera, según la
Constitución). Este último trabajo aclara el rol de la historia en el diseño constitucional (tan
importante como la centralidad de la ley) y cómo se configuró una idea de Ejecutivo a partir
de la práctica derivada de las mismas Cortes. De todas maneras, Lorente sugiere que dicho
centralismo —proyectado a futuro desde la letra constitucional— no tenía los instrumentos
requeridos para ser tal: Lorente, La nación…, 2010, cit., pp. 17-20.
72 Asunto registrado, para el caso americano, por: Lorente, Marta, “«De vuelta a casa»:
Fernando VII, Lardizábal y la Diputación americana (Madrid, 1814)”, en Guzmán Brito,
Alejandro (ed. académico), El derecho de las Indias Occidentales y su pervivencia en los
derechos patrios de América. Actas del decimosexto congreso del Instituto Internacional de
Historia del Derecho Indiano celebrado en Santiago de Chile, desde el 29 de septiembre al
2 de octubre de 2008, Valparaíso, Ediciones Universitarias de Valparaíso, 2010, t. I, pp. 239-
241.
73 “La preminencia de las Cortes aparecía sobrentendida desde el momento mismo en
que se fundían en ellas las ideas de soberanía y nación. En efecto, la nación era soberana,
pero esa nación solamente existía en y por medio de las Cortes, que son, por tanto, titulares
irrestrictas de ese poder en grado máximo... Por tal motivo, las Cortes recibirán de ellas
mismas el título de Majestad e inaugurarán una clara tendencia al asamblearismo, al po-
der asambleario, al gobierno parlamentario directo por sí, a un gobierno de Convención”,
Martínez, “Un poder…”, cit., pp. 268, 317 y 321. Tal vez esto quería decir que las Cortes
ejercerían el Poder Legislativo “en toda su extensión” (Decreto I de las Cortes del 24 de
septiembre de 1810, p. 2) en un ambiente donde no se sabía bien las competencias de cada
rama. Por último, valga señalar que Mejía Lequerica fue uno de los promotores de estas
fuertes atribuciones de las Cortes (Martínez, “Los diputados…”, cit., pp. 11-13).
74 Cfr. Decreto del 5 de enero de 1811 por el cual “se prohíben las vejaciones hechas
hasta aquí a los indios primitivos”, el decreto del 9 de febrero de 1811 de igualdad para los
americanos —incluyendo a los indios— y el decreto de 13 de marzo de 1811 de exención
del tributo a los indios, entre otras medidas. Igualmente: Mirow, “Pre-Constitutional...”, cit.,
p. 6 y ss.
75 Por ejemplo, Zuluaga, Francisco, “Clientelismo y guerrilla en el Valle del Patía, 1536-
los actos que de ellas emanaban. Lo más grave es que en este contexto, las
Cortes, las siempre autoponderadas Cortes, no podían entender la causa del
desafecto insurreccional de aquellas tierras incrédulas ante las palabras de
amistad que se les proferían,78 lo que generó entre muchos peninsulares una
creencia de cierta inestabilidad emocional y proclividad natural al desorden
en los habitantes americanos —en especial de venezolanos y neogranadi-
nos— como la causa de sus desentendimientos.79
Sobre el tercer aspecto, ya se había indicado que la representación de
diputados neogranadinos en Cádiz cayó rápidamente en criollos (aunque
el caso del noble Puñonrostro merezca anotaciones especiales), pero que
no dejaron, excepto Panamá, de ser representantes suplentes sin mayor po-
der simbólico frente a las cabeceras de partido (capital de provincia) que
representaban;80 pero aparte de este dato, en lo que respecta a situaciones
geopolíticas, los canales que se abrieron de representación fueron funda-
mentalmente para criollos de las capitales de capitanías y virreinatos. La
Nueva Granada hizo parte de Cortes extraordinarias por medio de represen-
tantes provenientes de dos ayuntamientos (o tres, si aceptamos la suplencia
de Rus): Quito y Panamá, el primero desde el 24 de septiembre de 1810
hasta septiembre de 1813, y el segundo desde el 13 de mayo de 1811 hasta
septiembre de 1813. Santa Fe, como ya se había señalado, no participó en
tanto inicialmente (1810) se mostró inconforme con el escaso número de
diputados que podían elegir los americanos y, posteriormente, por suscribir
tados (americanos en Cádiz) por aquel virreinato (el de Nueva Granada), que, envuelto en
sus enfrenamientos (entre federalistas y centralistas), no pensaba en lo que podía resultar de
las Cortes ni se molestaba en nombrar diputados propietarios. Sólo Panamá, alejada de los
centros insurrectos, seguía controlada por el gobernador peninsular, desoyendo los llama-
mientos (de Santa Fe) para que se enviara un representante al Congreso independiente de
la autoridad metropolitana”, ibidem, p. 176. Los textos entre paréntesis no hacen parte de la
cita original.
82 Información similar, se observa en Gutiérrez, Daniel, Un nuevo reino: geografía polí-
tica, pactismo y diplomacia durante el interregno en Nueva Granada (1808-1816), Bogotá,
Universidad Externado de Colombia, 2010, pp. 147 y 148.
83 Múnera, Alfonso, El fracaso de la nación: región, clase y raza en el Caribe colombia-
de Cádiz para América.84 Pero la cosa no fue así en la Nueva Granada, es-
pecialmente porque los movimientos insurreccionales ya estaban alentados
—o terminaron de alentarse— cuando se conoció la convocatoria para la
elección de representantes a la Junta Central y a las Cortes, con su corres-
pondiente forma diferenciada de asignación de curules. Entonces, el mo-
vimiento independentista neogranadino surgió con una dinámica propia,85
haciendo uso de ideas escolásticas, liberales e ilustradas en boga en aquel
entonces, envalentonado por el vacío de poder en la metrópoli, empuja-
do por la necesidad de satisfacer exigencias políticas locales y regionales 86
(que sería un peldaño más en el caudillismo del XIX que tanta influencia
tendrían en el segundo proceso constitucional neogranadino),87 creyendo
que así se adelantaba a los hechos para evitar una temida guerra de castas,88
e influido especialmente por el sistema provincial-federal, se lanzó a la re-
dacción de cartas constitucionales que, como la antioqueña de 1812 y 1815,
demuestran una fidelidad (a veces contradictoria) con los modelos federa-
les89 y con teorías modernas, aunque su práctica política y gubernativa fuese
bien diferente.
84
Mirow, “Visions of…”, cit., pp. 59-88. Por tanto Cádiz sirvió de modelo (ibidem, p.
76).
85 Asunto que no podemos perder de vista mirando dicho proceso ya como un todo y no
como un conjunto de elementos, y es el sabor propio que no puede igualarse al sabor gadita-
no. Vanegas, El constitucionalismo…, cit., pp. 131-164.
86 Lynch, John, Hispanoamérica 1750-1850: ensayos sobre la sociedad y el Estado,
trad. de Magdalena Holguín, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1987, pp. 71-84.
87 Así como en otras regiones latinoamericanas. Aljovín de Losada, Cristóbal, “La
ralismo de Argüelles, entre otros) por los cuales el modelo estadounidense no era atractivo
para los ilustrados españoles y los diputados gaditanos, primero pues era mirada como un
peligro ya que fue un discurso de legitimación de la independencia de las colonias ante Gran
Bretaña, segundo porque no se quería un sistema que pusiese en duda la reivindicación
nacional y central de privilegios, tercero porque no se quería renunciar a la monarquía. Cfr.
Fernández, “La Constitución…”, cit., especialmente el punto I. En fin, “les parecía tan lejano
ideológica como geográficamente”, Varela, Política y…, cit., p. 103.
90 Sobre estas influencias comunes, véase la bibliografía enlistada en Botero, Modelo
de…, cit., pp. 69-84.
91 Opinaba un testigo de la época, José Manuel Restrepo, de las Cortes de Cádiz: “pue-
de afirmarse que era una red que se les tendía para conseguir su reunión a la Monarquía
española”. Citado por: Restrepo Piedrahita, Carlos, Primeras Constituciones de Colombia y
Venezuela: 1811-1830, 2a. ed., Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 1996, p. 157.
Sobre J. M. Restrepo, véase Mejía, Sergio, La revolución en letras: la historia de la revolu-
ción de Colombia de José Manuel Restrepo (1781-1863), Bogotá, Universidad de los Andes,
Medellín, Universidad EAFIT, 2007. También Botero, “Saberes y…”, cit., pp. 164-169. José
Manuel Restrepo dio lugar con su trabajo de “Historia de la revolución de la República de
Colombia” a la narración histórica que justificaba una nación-Estado. Esta narración es con-
siderada el inicio del “mito de la Independencia” por Múnera, El fracaso…, cit., pp. 13-28.
Este mito se caracteriza, entre otras cosas, por (a) la invisibilización del papel de las castas
(negros e indios) en la independencia haciéndola ver como un proceso liderado por las élites
blancas, y (b) la creencia que había una unidad política en el virreinato centrada en Santa Fe,
por lo cual la independencia se debe leer más en clave nacional que regional.
92 Baste ver los documentos al respecto, aportados por Vanegas, El constitucionalis-
mo..., cit., pp. 131-164.
93 Comentarios traídos por ibidem, pp. 142 y 143.
94 Era común, por ejemplo, arengar “vivan las Cortes” como forma de decir “muera
III. Conclusiones
Con este corto trabajo, escrito con base en páginas antiguas a las que
agregamos muchas correcciones, notas y reflexiones nuevas, se quiere se-
ñalar que una forma, clásica y bien tratada por demás, de relacionar Cádiz
con América es por medio del análisis de los diputados ultramarinos que
hicieron del puerto su casa durante la invasión napoleónica. En este sentido,
por parte de la Nueva Granada, entendido este territorio en un sentido am-
plio para abarcar así Panamá y Quito, formaron efectivamente de tal cuer-
po constituyente seis personas: Caicedo (Santa Fe), Puñonrostro (Quito),
Mejía (Quito), Rus (Santa Marta), Ortiz (Panamá) y Cabarcas (Panamá). Y
decimos efectivamente porque intentonas de enviar otros diputados existie-
ron, pero que quedaron en deseos de representación política en los avatares
de crisis monárquica.
De los seis diputados, cuatro iniciaron como suplentes (logrando uno
de ellos el carácter de propietario bien andado el camino de Cortes), po-
niendo de patente que los americanos (o mejor dicho, los cabildos de crio-
llos neogranadinos revolucionarios) no participaron ni querían participar
del mito de fundación que legitimaría las Cortes: una elección de sus dipu-
tados desde el seno mismo de la nación católica. Esto terminaría por minar,
junto a otras circunstancias bien conocidas, las Cortes mismas, en especial
en sus intentonas de amistarse con los insurrectos neogranadinos.
Igualmente, dejamos en claro que —a pesar de la imposibilidad de la
Constitución de Cádiz, no sólo para una América que le era completamente
desconocida, sino incluso para la propia España— la labor de los diputados
americanos en general, y de los neogranadinos en especial, fue importantí-
sima, en el frenético y curioso Mejía Lequerica quien, junto a otros diputa-
dos del Nuevo Mundo, como Ramos Arizpe por dar un caso, puso un alto
nivel en el liberalismo católico que circuló entre los asientos de las Cortes.
Se señaló también que el constitucionalismo gaditano, mucho más
rico que la propia Constitución de 1812, era imposible para socavar la
independencia neogranadina, en especial, y la americana, en general.
Y esto se debió a que América era desconocida para las Cortes, y no
únicamente en cuanto sus particularidades gubernativas (que no es poco)
sino también en cuanto su territorio y población. Esto implicó, entonces,
que la América (o Ultramar, para ser más textuales) de la que se hablaba
en Cádiz era más la América imaginada por mentalidades europeas; esto
es, Cádiz creía ver al Nuevo Mundo cuando en verdad veía a su propio
ombligo. Sumado esto, la no representación neogranadina (una real, no
por suplencias) en las Cortes terminó por evitar que la mayoría de los ca-
IV. Bibliografía
Nueva Granada y motivo para la separación política de otra. Por tanto, bien podría decirse
que la Constitución bihemisférica de 1812 es parte de la historia constitucional de la Nueva
Granada, en general, pero no de la Colombia republicana, en especial.
97 Diferenciando, claro está, “tener una Constitución” de “estar en Constitución”. Ver-
dú, Pablo Lucas, “Tener y estar en Constitución”, Anales de la Real Academia de Ciencias
Morales y Políticas, núm. 85, 2008, pp. 322-334.