La Ramos y para Que El Lobo No Entre

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"La Ramos"

Marcela Alluz (Hay niños que necesitan contención, no contenido).

En mi grado había una niña, la Ramos, a la que le decían piojosa. Nadie


quería juntarse con ella. Era pésima como alumna. Llevaba el guardapolvo
desprendido y nunca tenía merienda. Andaba sola, y las maestras no la
querían. Ramos, le decían, fuerte, con rabia, cuando ella mordisqueaba el
lápiz y se quedaba, la mirada fija en el pizarrón sin escribir. Ramos, al
frente. Y ella pasaba y se quedaba enrollando su corbata entre los dedos. La
maestra sabía que ella no había estudiado. Lo sabía, pero igual la
enfrentaba al desconsuelo de hacer público su dolor.

Yo le miraba las manos, pequeñas, oscuras, flaquitas, de uñas sucias. Yo la


miraba y desde los diez años, aprendí a odiar a todos los maestros que se
ensañaban con las Ramos. Que a propósito y diciendo que era una
oportunidad de levantar las notas, sometían a la angustia insoslayable, a la
que sólo la conocen los niños, a aquella niña que tal vez sólo hubiera
necesitado una seño que le suene los mocos y le pase la mano por el pelo, y
le prenda los botones del guardapolvo.

Quien sabe, quien sabe si al abrochar esos botones le abotonaban también


algún ojal del alma por donde se le deshilachaba la infancia.

La Cuello

Marcela Alluz

La Cuello no se reía, no saltaba a la cuerda, no llevaba merienda ni siquiera


se peinaba.

Mi mamá no me deja, le decíamos cuando nos pedía prestadas las fibras de


brillitos. Tu casa queda muy lejos, repetíamos cuando no le dábamos la
invitación para un cumpleaños.

Sabíamos todo de ella. Qué se subía las medias cuando pasaba al frente,
que apretaba fuerte el lápiz, que no usaba colores, que guardaba los útiles
en una bolsa de súper.

Todo sabíamos. Todo. Menos que su madre se había ido cuando tenía dos
años, que su tío le subía la falda algunas tardes cuando quedaban en su
casa, que tenía un padre que tomaba mucho y que la foto que guardaba en
su carterita era la del hermano muerto en un asalto.

Ella levantaba un hombro, así, diciendo qué me importa cuando no la


elegíamos para hacer grupo y la maestra nos obligaba a incorporarla en
alguno.

La misma maestra que una vez preguntó quién sabía bailar y la Cuello
brilló como una hoguera en el festival de fin de año.

La misma maestra que le regalaba crayones y le ponía Excelente a sus


pruebas de lápiz apretado fuerte.

Yo era parecida a vos, le dijo un día la seño y le pasó la mano por el pelo.

Yo era parecida a vos, le dijo y le abrió los sueños para creer que ella
también, ella también un día podía ser como la seño.

Para que el lobo no entre

Cecilia Solá

Meli está preocupada. Hoy la llamó la preceptora y le dijo que si sigue faltando o llega
tarde la va a tener que llamar a su mamá.

Meli no quiere que la llamen a su mamá, pero tampoco puede explicarle a la profe
Silvia porque llega tarde o no va.

Silvia no va a entender que Meli tiene que quedarse despierta toda la noche, con los ojos
muy abiertos en la oscuridad para que el lobo no entré en la pieza de su hermanita.

El lobo sólo anda de noche. Se desliza por la casa chiquita de piso de porlan y techos de
chapa, casi en el borde del asentamiento Juan Domingo Perón y tantea la puerta de la
pieza.

Se mete con su paso pesado y su olor picante y sus garras que aprietan fuerte, arañan
hondo, pellizcan, hurgan, lastiman.

Cuando la casa queda en silencio y mamá duerme, el lobo sale a cazar a las nenas
chiquitas que nunca se han portado mal.

Meli no va a permitir que atrape a su hermanita; por eso se queda toda la noche
despierta, y cuando lo escucha merodear hace ruido, tose, habla fuerte, para que el lobo
sepa que si sigue adelante ella va a gritar, va a prender las luces para que todos lo vean.
No importa si mamá se enoja, tal vez así le crea. Ella ya intentó hablarle del lobo, de sus
garras y la sangre, pero mamá la mandó a callar. Y ella se cayó.

El lobo ya la ha mordido muchas veces, pero ahora no. Ya es grande y el lobo es


cobarde, sólo le gustan las chiquitas, como su hermana.

Por eso no duerme, por eso se ata la mano a una silla para que si se le cierran los ojos,
exhausta, agotada, la mano se caiga y la despierte.

Por eso llega tarde a la escuela, o no va. El lobo sólo anda de noche. Cuando amanece,
retoma su disfraz de hombre y se va a trabajar, y entonces ella puede dormir tranquila.

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