Hernandez, Pablo - Organizacion Social de Las Doctrinas Guaranies de La Compañia de Jesus

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MISIONES DEL PARAGUAY

ORGANIZACIÓN
SOCIAL
DÉLAS
DOCTRINAS GUARANÍES
DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS
OBRA ESCRITA POR EL

P. PABLO HERNÁNDEZ
RELIGIOSO DE LA MISMA COMPAÑÍA

BARCELONA
GUSTAVO gilí, Editor
Calle de la Universidad, 45

MCMXIir
IMPRIMATUR

JosEPHUs Barrachina, S. J.

Praep. Prov. Aragoniae

Barcelona 15 de Noviembre de 1911

NIHIL OBSTAT

El Censor

Jaime Pons, S. J.

Barcelona 30 de Diciembre de 1911

IMPRÍMASE

EL VICARIO GENERAL

José Palmarola 182317


Por mandado de Su Sria.

Lie. Salvador Carreras, Pbro.


Serio. Caite.
RAZÓN DE LA OBRA Y DE SUS FUENTES

El intento de la presente obra no ha sido escribir la his-


toria de las Misiones Guaraníes que fundaron los Jesuítas en
la cuenca del Río de la Plata. Hállase la historia de estas mi-
siones englobada en lo antiguo en los libros de los PP. Te-
cho, Lozano y Charlevoix (1), que son Historias generales
de la provincia jesuítica del Paraguay, apreciables cada una
por diversas cualidades: y esta última, sobre todo después de
completada en la edición del P. Muriel (2), por ser la que
comprende mayor espacio de tiempo, llegando casi hasta la
supresión de la Compañía. En los tiempos modernos, se en-
misma historia en el Ensayo del deán Funes
cierra la (3).

Don José Manuel Estrada tuvo intención de escribir una his-

toria especial de lo que él llamabaprovincia de Misiones^ y


empezó á reunir materiales para ello: mas abandonó luego
este trabajo, del cual no han quedado más que un plan y un
par de capítulos. El mismo intento abrigaba años pasados don
Ricardo Monner Sans, quien tampoco ha llevado adelante su
idea. — Y ciertamente que sería de desear se escribiese por
separado la historia de Misiones tan interesantes en todo el

mundo, empleando para ello todos los recursos que ofrecen


los Archivos y Bibliotecas en la época presente. Obra gran-

de,que pide un hombre dotado de prendas especiales, y con-


sagrado enteramente á este objeto.

(1) Véanse estos nombres en la lista de autores citados.


(2) Ibid.
(3) Ibid. ^
— VI —
El estudio presente es mucho más modesto, y sólo se pro-
pone ¡lustrar una parte de dicha historia, la que pertenece á
las instituciones dadas por los Jesuítas á aquellos indios: el

modo de vivir la familia, de gobernarse el municipio, de ejer-


cer el derecho de propiedad: sus artes y ocupaciones: su ins-

trucción religiosa y prácticas de piedad: la relación que


guardaban con todos los demás organismos de la sociedad
colonial española, á la que desde el tiempo de su conversión
se habían incorporado: y finalmente, el grado de civilización
que alcanzaron. — Tarea ociosa podrían juzgar algunos esta
empresa, cuando tanto se ha escrito ya acerca de aquellas fa-

mosas Misiones, y parecen resueltos cuantos problemas se


han puesto sobre ellas, sin que logre el nuevo investigador
hacer más que repetir lo mismo que otros expusieron. Mas
una leve ojeada al índice de esta obra pondrá de manifiesto
que ese parecer es un juicio equivocado, pues se hallarán
quizá cosas nunca sospechadas; y sobre todo se verá que
no por mucho escribir han quedado más dilucidadas las

cuestiones, sino que á veces ha sucedido lo contrario, vol-


viéndose á poner en tela de juicio lo que estaba ya definitiva-
mente resuelto, y aun había llegado á tener la autoridad de
cosa juzgada: y otras muchas veces se han tergiversado de
nuevo mismos hechos: de suerte que donde se piensa con
los
algún fundamento hallar las conclusiones de la sana crítica,
se tropieza con enormes é increíbles falsedades. Por eso
urgía hacer un estudio objetivo, y poner la realidad misma
de las cosas ante los ojos del lector.
Propuesta M. R. P. Luis Martín, General de la
la idea al
Compañía de Jesús, de buena memoria, no sólo la aprobó,
sino que alentó en diversas ocasiones al autor á no omitir dili-
gencia alguna para realizar su plan con la mayor perfección
posible,y aun le señaló ciertas normas generales que pudie-
ran guiarle en su tarea.
Empezóse el trabajo indagando si algo quedaba que
suministrase auténticas noticias de las antiguas Misiones en
— vil —
losArchivos de Buenos Aires y de la Asunción del Para-
guay, á pesar de que constaba haberse ejecutado la orden de
transportar á España todos los papeles que se ocuparon á los
expatriados. La investigación, llevada á cabo por el autor
con gran prolijidad, dio por fruto algunos hallazgos de no
escasa importancia: y reveló además la necesidad de visitar
los Archivos de Río- Janeiro, donde se presumía que debían
existir todavía muchos papeles de Doctrinas que allá condujo
D. Pedro de Ángelis hacia 1854, y vendió al gobierno impe-
rial. Halláronse, en efecto, y se conservan á la fecha bien

custodiados y ordenados en la sección de MSS. de la Biblio-

teca nacional de dicha ciudad.


Verificado este trabajo preliminar en América, restaba
explorar una copiosa y principalísima fuente en Europa, y
aprovechar las demás que salieran al paso. La fuente capital
era sin duda alguna Archivo
Consejo vSupremo de las
el del
Indias y de sus dependencias,hoy conservado en Sevilla con
el nombre de Archivo general de Indias. Hízose, pues, el
viaje y la investigación, en el espacio de año y medio, con lo

cual se acopiaron nuevos y preciosos materiales, que perfec-


cionaban casi todos los capítulos de la Monografía. El cuida-
do en utiHzar cuanto documento se ofreciera al paso, obhgó
á hacer un estudio detenido en Madrid en el Archivo históri-

co nacional, en la sección de MSS. de la Academia de la His-


toria, y en los MSS. también de la Biblioteca nacional. Con-
sultado el parecer de sujetos muy conocedores de los respec-
tivos Archivos y Bibliotecas, se tomó el partido de no hacer
en París, ni en el Museo Británico de Londres indagación al-

guna, por la certeza moral qne se adquirió de que había de


hallarse muy escasa materia para el intento. En Bruselas hubo
ocasión de examinar la gran biblioteca de los Padres Jesuí-
tas Bolandistas, y especialmente una de sus secciones que
lleva el título de Ignaciana, y comprende los libros más ra-
ros acerca de la Compañía. Exploráronse igualmente los Ar-
chivos regios y el Archivo de las antiguas provincias belgas
— VIII
de la Compañía, hoy en poder del Estado en la Biblioteca lla-

mada de Borgoña. En Munich, los Archivos del Reino, y las


secciones de MSS. tanto de la inmensa biblioteca pública, co-
mo de la biblioteca de la Universidad, suministraron materia-
les valiosos, si no por su número, ciertamente por su calidad.
En Roma, además del Archivo del Gesú, se hallaron piezas
útiles en el Archivo secreto Vaticano y en la sección de
MSS. de la Biblioteca Vittorio Emmanuele, Fondo gesuiti-
co. —Hanse examinado igualmente con notable fruto, Archi-
vos de diversas casas y colegios de la Compañía siempre que
ha sido posible. Finalmente, los viajes del autor á Chile, Li-
ma y Sucre, le han puesto en ocasión de utilizar entre otras,
una valiosa colección de documentos sobre la Compañía de
Jesús, que, después de haber corrido singulares aventuras, se
conserva hoy en la sección de MSS. de la Biblioteca nacional
de Santiago de Chile, constituyendo Archivolo que titulan
de los Jesuítas^ en número de casi quinientos volúmenes en
folio. —
Ni aun se omitió un viaje á las ciudades adonde fue-
ron expatriados los últimos Jesuítas del Paraguay, Faenza,
Ravenna y Brisighella en Italia, buscando los rastros ó docu-
mentos que hubiesen quedado de ellos: y aunque documentos
no aparecieron, se halló en cambio memoria cierta del gran
crédito de doctrina y virtud que aquellos piadosos desterra-
dos habían dejado en y entre otros indicios de esto, la
el país:

sepultura del último Provincial, muerto en concepto de santo,


que hoy se conserva en el centro de la iglesia del Pío Sufra-

gio en Faenza. Por complemento de las indagaciones en Ar-
chivos, se juzgó necesario examinar las ruinas de los treinta
pueblos de las famosas Misiones, como se hizo en tres viajes
en los años 1901, 1903 y 1904. — En cuanto á obras impresas
acerca de esta materia, ha procurado el autor no dejar pasar
sin verlay estudiarla ninguna de cuantas suelen mencionarse
y de otras que ha encontrado: las fundamentales se citan en
el decurso de este trabajo,
y pueden verse en la Hsta que irá
á continuación.
Á pesar de todas estas diligencias y del cuidado puesto
en el desempeño de su tarea, se duele el autor de haber que-
dado muy lejos de la apetecida perfección; persuadido de
que si la materia que ha tenido á su disposición, hubiese caído
en otras manos, hubiera dado asunto para una obra clá-
sica y de especial autoridad. Sed non oninia possinnits om-
nes. Conténtase con haber aportado su grano de arena para
restaurar la verdad histórica. El cuadro que de las Misiones
aparece en el presente estudio es pálido reflejo sin vida, su-
mamente inferior á la realidad; pero pálido é imperfecto como
es, servirá, por ser reflejo exacto, para dar á conocer la

grandeza de la misma realidad. Y aun á los que no encuen-


tren ajustadas las conclusiones que de su estudio deduce el
autor, juzga haberles hecho importante servicio con la colec-
ción de documentos y aclaraciones que va por Apéndice.
Este es el lugar de recordar, siquiera con una palabra, ya
que no puede expresarles su agradecimiento como se lo me-
recen, al Excmo.
D. Marcelino Menéndez y Pelayo, Di-
Sr.
rector de Archivos y Bibliotecas en Madrid, al Excmo. señor
D. Vicente Vignau, Director del Archivo histórico nacional,
al Sr. D. Antonio Rodríguez Villa, Jefe de la Biblioteca de la
Academia de la Historia, y al Sr. D. Pedro Torres Lanzas,
Director del Archivo general de Indias de Sevilla. De los Pa-
dres de la Compañía que lehan favorecido en este trabajo,
habría de tejer una lista interminable; pero no pueden dejar
de mencionarse el insigne conocedor de las cosas antiguas de
la Compañía, P. Bautista van Meurs, el P. Cecilio Gómez
Rodeles, Director del Monumenta histórica Societatis lesii:
el muy erudito Padre Alfonso Lallemant en Bruselas: y en
Roma, el P. Hilario Rinieri, redactor de la Civiltá Cattolica^
por cuyo crédito y diligencia se obtuvo el acceso al Archi-
vo del Gesú.
.

ABREVIATURAS USADAS
AL CITAR LOS ARCHIVOS Y ALGUNOS
MANUSCRITOS ESPECIALES

(Asunción: Arch. nac. LXV. 9.)


— Archivo nacional de la Asunción del
Paraguay^: i>oíumen 65, pie^a 9.

(Buenos Aires: Arch. gen: leg. Misiones I Varios años I 1.) — Buenos
Aires: Archivo general de la nación: legajo rotulado Misiones / Varios años
I Nüm. 1
(Buenos Aires: Bibl. nac. Col. Seguróla.)— Buenos Aires: Biblioteca
nacional: Colección del canónigo D. Saturnino Seguróla.
(Cardiel, Carta Calatayud.)— Cardiel, P. José: Ca>-ía y Rela-
al P.
ción de las Misiones del —
Paraguay. Empieza.: Mi amantísimo Padre y maes-
tro mío P. Pedro de Calatayud. Acaba: San Javier mi patrono. Fecha en
Buenos Aires, á 20 de Diciembre de 1747. Comprende 209 números. (Halló-
se en el archivo del colegio S. I. de San Estanislao en Málaga.) Él P. Car-
diel fué casi 40 años misionero; y de ellos cerca de 38 entre los indios
Guaraníes.
(Calatayud. Tratado Paraguay)--CALATAYUD, P. Pedro de, S.I.,
del
Tratado sobre la Compañía de Jesús en el Paraguay. (M. S.
provincia de la

autógrafo, 200 fojas en 4.°) Escrito hacia 1772, teniendo á la vista las me-
morias de doce ó más Misioneros del Paraguay, que estando con él deste-
rrados en Italia, se las enviaron á petición suya para suministrarle datos.
(Chile: Bibl. nac. MSS. Jesuítas / 237,)— Santiago de Chile: Biblio-
teca nacional: Sección de Manuscritos: Colección titulada «Archivo de Jesuítas':
volumen 237.
(Escandón, Transmigración § 19.)— Escandón P. Juan de, Carta en
forma de tratado sobre la transmigración de los siete pueblos orientales
del Uruguay con motivo del tratado de límites de 1750. Va dirigida al Pa-
dre José Pagés, Procurador de la Compañía de Jesús de la provincia de
Nueva Granada. Fecha en Barcelona, á 15 de Febrero de 1760.— Empieza:
En la ocasión presente. Acaba: tne mande otra cosa y me encomiende á nuestro
Señor: y firma al fin del § 25. Luego se añade otro § numerado 26, con tí-
tulo de Apcjidix. (Madrid, Bibl. nac. Ms. P— 453.)
(Frutos, Peregrinaciones.)— Frutos, H. Felipe, S. I. Relación sucin-
ta de las propiedades de los indios mejicanos, que en el discurso de catorce años
ha observado el h." Felipe Frutos de la Compañía de Jesús, administrándolos
en las labores del campo. 4.° 48 pp. (1)

(1) El Hermano Coadjutor Felipe Fkutos, castellano, entró en la Compañía


siendo oficial militar y Ayudante del Gobernador de la plaza de Tarragona; y lue-
go pidió ir á Misiones. Después de catorce años (desde 1706 hasta 172U) de gober-
nar indios mejicanos en la granja de San Borja, del Colegio de Méjico, escribió
á ruego de otras personas este Tratado en que consigna datos preciosos, adquiri-
dos con su larga experiencia y gran juicio practico.
— — — —

— XI —
(LoRENZANA, Carta y Relación.) Lorenzana, P. Marciel dh, S. I.
Cartay Relación acerca de lo que S. M. manda se le avise y dé cuenta. Res-
ponde á las preguntas sobre el estado de las misiones del Paraguay en
1621, y posibilidad de sustituir clérigos seculares en vez de religiosos.
Fecha en la Asunción, á 6 de Enero de 1621. (Papeles de D. José Manuel
Estrada: Buenos Aires.)
(Relación de las Misiones Guaraníes.) M
S. Latino sin fecha ni
nombre de autor, de la colección particular de D. Pascual Gayangos, sig-
nado Paraguay / Misiones / n. 41 Empieza: Commodum a me requiris, For-
.

túnate: y acaba: mei sis memor ad aras. Vale. [1740-1750]. 20 foj.'


(Río-Janeiro: Col. Ángelis: XII-7). Río-Janeiro: Biblioteca nacional
sección de MSS.: colección Angelis: lata 12, pie-^a 7.
(Sánchez Labrador, Paraguay Católico.) Sánchez Labrador,
P. José, S. I. Paraguay Católico —Parte tercera. Año de 1110 (Impreso re- .

cientemente en Buenos Aires, 1910.)


(Sánchez Labrador, Viaje á los Chiquitos). — MS. de col. part. Com-
prende el viaje de ida, (11 Dic. 1766 á 13 Enero 1767), y el de vuelta, (14 Ju-
nio á 7 Agosto l7o7).— Con el anterior, impreso en 1910.
Roma: Archivio di Stato: fondo Gesü.
(Sepp, P. Antonio, Tratado del Paraguay.) (MS. n.° 275, 4.° Biblioteca
de la Universidad: Munich.)
(Sevilla: Arch. de Indias: 122-2-3.)— Sevilla: Archivo de Indias: Es-
tante 122, Cajón 2, Legajo 3.
(Simancas, Estado 7434, fol. 12.)— Simancas: Archivo general: sección
de Estado. Legajo núm. 7434, pie'{a 12.
Las citas sin designación de localidad ni Archivo indican que el docu-
mento es de colección particular ó bien que está en poder de la Compañía.

títulos completos
de las obras utilizadas en este trabajo
(No se ponen aquí los títulos de obras que se citan incidentalmente,
ni el de las que se analizan de propósito al fin del segundo libro, y allí se
especifican.)
(Lo incluso entre paréntesis muestra la forma con que suele hacerse
la cita abreviadamente.)
(Almeida Coelho, Memoria.)— Almeida Coelho, Manuel Joachim
DE, Memoria histórica do extiticto regimentó de linha da provincia de Santa Ca-
tarina. Tipografía catarinense, 1853. Folleto.
(Alvar Núñez, Comentarios.)— Los Cotnentarios de Alvar Nüñe^ Cabe-
Gobernador del Río de la Plata. \'alladolid, 1555.
ra de Vaca, Adelantado y
(Alvear, Relación.)— Alvear, D. Diego de, Relación geográfica é
histórica de la provincia de Misiones. Buenos Aires, 1836. (Colección Án-
gelis).
(Alvear, Memorias.) Informe sóbrela libertad deindios Guaraníes. -In-
forme sobre los indios tupís. — Informe sobre la población del Chaco. [Nuevo]
' — —

— XII —
Informe sobre la libertad de los iridios Guaraníes. (Publicados en los Apéndi-
ces de la Historia de D. Diego de Alvear Ponce de León por D.''^ Sabina de
Alvear y Ward. Madrid, 1891.)
(Ambrosetti, l.er viaje.)— Ambrosetti, Juan B. Viaje á las Misiones
argentinas y brasileras por el alto Uruguay. La Plata, 1894. Folleto.
(Ambrosetti, 3.er viaje). Ambrosetti Juan B. Tercer viaje á Misio-
nes. Buenos Aires, 1896. Folleto.
(Ángelis, Col.) — Ángelis, Pedro de. Colección de Obras y documen-
tos relativos á la historia antigua y tJtoderna de las provincias del Rio de la Pia-
la. Buenos Aires, 1836-37. 6 vol. en fol.
(Barz.ana, S. Carta.)— Barzana, P. Alonso de, Cartasobre las cos-
i.

tumbres de Guaraníes, fecha en la Asunción, á 8 de Septiembre


los indios
de 1594, y dirigida al Provincial del Perú, P. Juan Sebastián de la Parra.
(Publicada en las Relaciones geográficas de Indias. Madrid, 1887.)
(Bauza, Dominación española en el Uruguay.) — Bauza Francisco,
Historia de la dominación española en el Uruguaya 2.^ ed. Montevideo, 1895-
97, 3 tomos.
Ben. XIV De festis Domini nostri Jesu Christi. (Operum tomo. IX, Prati,
MDCCC-XLIII.)
Benedicti XIV Bullarium. (Operum tomi XV^ XVI, XVII. Prati,
1846-47.)
(BoROA, Anua.) — BoROA, P. Diego de. Carta anua de las Reducciones
en (En Trelles, Revista del Archivo, IV, pág. 27-95.)
1636.
(Brabo, Atlas.)— Brabo, Francisco Javier, Atlas de cartas geográfi-
cas de los países de la América meridional en que estuvieron situadas las inás
importantes misiones de los Jesuítas:— acompañado de varios documentos sobre
las principales cuestiones sobre España y Portugal [en materia de límites en
América]. Madrid, 1887.
(Brabo, Col.)— Brabo, Francisco Javier, Colección de documentos re-
lativos á la expulsión de los Jesuítas de la República Argentina y del Paraguay.
Madrid, 1872.
(Brabo, Inventarios.)— Brabo, Francisco Javier, Inventarios de los
bienes hallados á la expulsión de los Jesuítas de los pueblos de Misiones. Ma-
drid, 1872.
(Calvo, Tratados). Calvo Carlos, Colección histórica completa de ¡os
tratados, convencio?ies, capitulaciones armisticios, cuestiones de limites
y y otros
actos diplomáticos y políticos de todos los Estados comprendidos entre el golfo
de Méjico hasta el cabo de Hornos, desde el año 1493 hasta nuestros días. Pa-
rís, 1862-1869. 11 tomos.
(Cardiel, Decl.) — Cardiel, P. José, S. I. Declaración de la verdad.
Misiones del Paraguay. Buenos Aires, 1900.
(Cardiel, De moribus.)— Cardiel, P. José, S. I. De moribus Guar.^-
niorum. Opúsculo en apéndice del Muriel, Historia paraguaiensis.
(CiVEZZA, P. Marcelino di) Storia genérale delle Missioni francescane.
8.° mayor, 24 tomos.
(C0NCILIUM III Límense.)— CoNCiLiUM Límense, celebratum anno i58s
sub Gregorio XIII Summo Pontífice, auctoriiate Sixti V. Pont. Max. approba-
tum. Matriti, 1591.
(Constituciones de la Compañía.)— Constitutiones Societa tis Jesu

— XIII —
Latinae et Hispanicae cum earum declakationibus. matriti, M DCCC
XCII. Fol. mayor.
(Córdoba, Crónica del Perú.) -Córdoba Salinas, Fray Dihgo, Cró-
nica de la religiosísima provincia de los doce Apóstoles del Perú, de la Orden
de N. P. San Francisco. Lima, 1651. Fol.
(Doblas, Memoria.)— Doblas, D. Gonzalo de, Memoria histórica, geo-
gráfica, política y económica sobre la provincia de Misiones de indios Guaranís.
(En ÁNGEL1S, Col. tom. III.)

(Domínguez, Hist. Arg.)— Domínguez, Luis, Historia Argentina. 4.^ ed.


Buenos Aires, 1870.
(Dobrizhoffer, De Abiponibus.)— Dobrizhoffer, P. Martinus. His-
toria de AbiponibitSy equestri bellicosaque Paraqiiariae naliotie, locupletata co-
piosisbarbararum gentium, urbium, fluminum, ferarum, amphibiorum, inse-
ctorum, serpentium praecipuorum, piscium, avium, arborum, plantarum, alia-
riimque eiusdem provinciae proprietatum observationibus. Viennae, 1784. 3 tom.
(Estrada, Lecciones.) Estrada, JojíÉ Manuel, Lecciones de Historia
Argentina. (En la Revista Argentina, 1868.)
(Funes, Ensayo.)— Funes, Dr. D. Gregorio, Ensayo de la Historia ci-
vil del Paraguay., Buenos Aires y Tucumán. Buenos Aires, 1816-17. 3 tomos.
Gambón, Vicente, S. I., A través de las Misiones Guaraníticas. Buenos
Aires, 1904. Folleto.
(Gay, Rep. jesuitica.) — Gay, Joao Pedro, Historia da república Jesuiti-
ca do Paraguay. Río Janeiro, 1863.
GoTHEiN, Dr. E., Der christlich-sociale Staat der Jesuilen in Paraguay.
Leipzig, 1883. Folleto,
(Guevara, Conq.) — Guevara, José, S. I. Historia de la conquista del
Paraguay, Rio de la Plata y Tucumán. Buenos Aires, 1882.
(Hans Staden, Costumbres de los Tupinambas.)— Hans Staden de
Homberg, en Hesse. Relation véridiqíie et precise des mceurs et coutiímes des
Tupinambas, che\ lesquels j'ai été fait prisontiier et dont le pays esl situé a 24
degrés au déla de la ligne equinoxiale. Marbourg, 1555. (En Ternaux-Com-
Pans, Voyages, relations et mémoires originaux pour servir a I' histoire de la
découverte de P Amérique, 1837-41. vol. III.)
(Hernaez, Col. de Bulas.)— Hiírnaez, P. Francisco Javier, S. I.,
Colección de Bulas, Breves y otros documentos relativos á la Iglesia de América
y Filipinas. Bruselas, 1879. 2 tomos.
Huonder, P. Antón, S. /., Deutsche Jesuiten missionáre des 11 und 18
Jarhunderts. Freiburg im Breisgau, 1899. Folleto.
(Jarque, Insignes misioneros.)— Jarque, Dr. D. Francisco, Insignes
misioneros de la Compañía de Jesús en la provincia del Paraguay: estado pre-

sente de sus Misiones en Tucumán, Paraguay y Río de la Plata, que comprende


su distrito. Pamplona, 1687.— Libro I. Vida del P. Simón Mazeta. Libro II.
Vida del P. Francisco Díaz Taño. Libro III. En que se apunta el estado
que al presente gozan las Misiones.
(Jarque, Vida del P. Montoya.)— Jarque, Dr. D. Francisco, Vida
prodigiosa en lo vario de los sucesos, ejemplar en lo heroico de religiosas virtu-
des, admirable en los favores del cielo, gloriosa en lo apostólico de sus empleos,
del venerable Padre Antonio Rui\ de Montoya, religioso profeso.... de ¡a Com-
pañía de Jesús. Zaragoza, 1662.
— —
— XIV —
(KoBLER, P. Pauke.)— KoBLER, A. S. I., P, Florian Baucke, ein Jesiiit
in Paraguay f 1748- 1766), nach dessen eigetien Aufyeichniuigen. Regensburg,
1870.
(Lozano, Conq..)— Lozano, P. Pedro, S. L, Historia de la conquista del
Paraguay^ Tucumán y Río de la Plata. Buenos Aires, 1872. 5 tomos.
(Lozano, Hist.) —
Lozano, P. Pedro, S. I., Historia de la Compañía de
Jesús en la provincia del Paraguay. Madrid, 1754-1755. 2 tomos fol.
(Lozano, Revoluciones.)— Lozano, P. Pedro, S. I., Histoj-ia de las Re-
voluciones de la provincia del Paraguay en la América meridional desde el año
1721 hasta el de Í735. Buenos Aires, 1905. 2 tomos.
(Mastrilli, Annuae.)— Mastrilli Duran, Nicolaus, S. I,, Literae
annuae provinciac Paraquariae Socielatis Jesu Ann. MDCXX VI et MDCXX VH.
Antuerpiae. MDCXXXVL
8.".

(Medina, La imprenta en el Río de la Plata.) Medina, José Toribio.


Historia y bibliografía de la imprenta en el antiguo Virreinato del Río de la
Plata. La Plata, MDCCCXCII. — y.'^ parte: La imprenta en el Paraguay. —
2.'^ Córdoba.— ^.^ parte: La imprenta en Buenos Aires.
parte: La imprenta en
(Montenegro, Tratado de las virtudes medicinales de las plantas.)
Montenegro, H.Pedro, S. 1.. Libro primero y segundo de la propiedad y
virtudes de los árboles y plantas de las Misiones y provincia del Tucumán., con
algunos del Brasil y del Oriente. (Publicado con título de Materia médica mi-
sionera, en Trelles, Revista del pasado patriótico argentino, tom. I. y II.
Buenos Aires, 1888.)
(Montenegro, Itinerario.)— Peña Montenegro, Illmo. Sr. D. Alonso
DE LA, Obispo de Quito, Itinerario para párocos de indios, en que se tratan
las materias más particulares tocantes á ellos para su buena admi>iistración.
Madrid, 1662.
(Montoya, Conq. esp.) — Ruiz de Montoya, P. Antonio, S. I. Con-
por los religiosos de la Compañía de Jesús en las pi'ovin-
quista espiritual hecha
cias del Paraguay, Paraná, Uruguay y Tape. Madrid, 1639.
(Montoya, Memorial de 1643).— Ruiz de Montoya, P. Antonio, S. I.
Memorial sin título ni fecha, dirigido al Rey. Por el contexto se ve que es
del año 1643. Versa sobre varios puntos de las Misiones del Paraguay.
(En Trelles, Revista de la Bibl. tom. III. V^éase el Apénd. núm. 52.)
(Montoya, Tesoro.)— Ruiz de Montoya, P. Antonio, Tesoro de la len-
gua Guaraní. Madrid, 1639.
(Moussy, Mem.)— Moussy, Mr. Martin dk, Mémoire historique sur la
décadence et la ruine des missions des Jésuites dans le bassin de la Plata, Leur
état actuel. París, 1860.
(Muratori, Cristianesimo felice.) -Muratori, Lodovico Antonio, //

Cristianesimo Jelice nelle Missioni de' Padri della Compagnia di Gcsñ nel Para-
guai. 2 partes, 1743-1749. Venecia. —
Este autor, que á algunos pudiera pa-
recer demasiado lejano de las Misiones para tener autoridad, se lia apro-
vechado no obstante como fuente principal cuando faltan las inmediatas,
no sólo por su rectitud crítica, sino por haber tenido presentes materiales
preciosos de los misioneros para componer su obra, como consta de los que
en ella misma copia, y de sus cartas publicadas en 1901. (TacchiA'enturi
Corrispondenza inédita di Lodovico Antonio Muratori con Padri Con- i

tucci, L>agomarsini, Orosz, della Compagnia di Gesú. — Roma, l'^'Ol.)


— XV —
(MuRiEL, Fasti.)— MoRELLi [Muriel], Cyriacus [Dominicus], S. i.
Fasti Novi Orbis, et Orditiationum Apostolicarum
ad Indias pertme?iíium Bre-
viarium. Venetiis, 1776.
(Muriel, Hist. paraguai.) — [Muriel, P. Dominicus] S. I. Historia pa-
raguajensis, Peíri Francísci de Charlevoix, ex gallico latina cuní Animadversio-
nibiis et Suplemento. Venetiis, 1779.
(Muriel, Rudimenta iuris.)— Morelli [Muriel], Cyriacus [Domini-
cus], S. I. Rudimenta iuris naturae et gentiujn: libri dúo. Venetiis. MDCCXCI.
(NoNELL, El P. Pignatelli.)— Nonell, P. Jaime, S. I. El P. José Pigtia-
telli y la Compañía de Jesús en su extinción y- restablecñniento. Manresa, 1893-

94. 3 tomos.
(Pacheco, Col.)— Pacheco, D. Joaquín F.; Cárdenas, D. Francisco;
Torres de Mendoza, D. L. y otros: Colección general de documentos inédi-
tos relativos al descubrimiento, conquista y colonización de las posesiones espa-
ñolas en América y Oceanía. Madrid, 1866-84.
4'2 tomos.

(Parodi, Plantas del Paraguay.) — Parodi Domingo, Notas sobre algu-


nas plantas usuales del Paraguay, de Corrientes v de Misiones. Buenos Aires,
1886.
(Parras, Diario y derrotero.)— Parras, P. Fr. Pedro José de. Dia-
rio y
derrotero de los viajes que ha hecho, desde que salió de la ciudad de Zara-
goza en Aragón, para la Aynérica: con una brevísima relación de lo que perso-
nalmente ha experimentado en diversos países, y de las cosas más notables que
en ellos ha visto.— Comprende el viaje desde 22 de Octubre de 1748 hasta 2
de Febrero de 1751: y otro viaje desde 18 de Julio hasta 25 de Noviembre
de 1759.— Publicado en Trelle.s, Revista de la Biblioteca, IV— 166-347).
(Peramás, De admin. guaran.)— Peramás, P. Josephus Emmanuel,
De administratione guaranica compárate ad rempublicam Platonis Comtnenta-
rius. (En su obra£)e vita et moribus íredecim virorum Paraguavcorum, Faven-
tiae, MDCCXCIII, pp. 1-163.)
(QuEiREL, Misiones).— QuEiREL, JuAN, Misiones. Buenos Aires, 1897.
(QuEiREL, Las ruinas).— QuEiREL, Juan, Las ruinas de Misiones. Bue-
nos Aires, 1901. Folleto.
(R. I.) — Recopilación de leyes de los reinos de las Indias, mandadas im-
primir y publicar por la Majestad Católica del Rey Don Carlos II. Madrid,
1681. 4 tomos.
(René-Moreno, Archivo de Mojos y Chiquitos.) — René-Moreno, Ga-
briel, Biblioteca Boliviana — Catálogo del Archivo de Mojos y Chiquitos. San-
.

tiago de Chile, 1888.


(Restivo, Vocab.) —
[Restivo, P. Pablo, S. L] Vocabulario de la len-
gua Guaraní, compuesta por el P. Antonio Rui^ de la Compañía de Jesús, revis-
toy augmentado por otro religioso de la misma Compañía. En el pueblo de
Santa María la Mayor. El año de MDCCXXII.
Revista de Buenos Aires.— Historia Americana, Literatura y
Derecho. 1863-1871. 24 tomos.
(Rico, Memorial.)— Rico, P. Juan José. Reparos que se han hecho con-
tra la buena conducta y gobierno civil de los treinta pueblos de indios Guaranis
que están á cargo de la Compañía de Jesús del Paraguay; y los deshace, con la
verdad que sencillamente expone de dicho gobierno el P. etc. (Memorial im-
preso para el Consejo de Indias. Sin fecha [1743].
— XVI —
(RuYER, Anua.)— RuYER, P. Claudio, S. I. Anua de Sa?ita María de
lgua¡{ú en 162I (En Trklles, Revista del Archivo, I, 168-190.)
.

([Salvaíre], N.'"^ S.^ de Lujan.)— [Salvaire, Jorje M.], Historia de


Nuestra Señora de iMJán. Buenos Aires, MDCCCLXXXV. 2 tomos.
(Sepp, Forsetzung.)— Sepp. P. Aaton, S \. Forset^ung der Beschrei-
bung deren denhivürdigeri Paraquarischen Sachen. Ingolstadt, 1710.
(SoLóRZANo, De Indiarum iure.)— Solorzano Pereira, Ioannes de,
De Indiarum iure, sive de iusta liidiarum occidentalium inquisitione, adquisi-
tione el reteniione. - Matriti, 16'_9-1639. 2 tomi.
(SoUTHEY, History of Brazil.) Southey Robert, History of Bra:{il.
-

London, 1810-19. 3 tomos.


(ScHMÍDEL, Viaje.)— Schmídel, Ulrich, Viaje al Rio déla Plata, i534-
1554. Buenos Aires, 1903.
(Techo, Hist.' — del Techo [du Toict] P. Nicolaus, iS. I. //¿s/or/a
provinciae Paraquariae Societatis lesu. Leodii, 1673. Fol.
(Trei.les, Anexos.)— Trelles, WIanvki^ KíCardo, Apéndice de docu-
mentos anexos á su Memor-ia de límites enlre la Argentina y el Paraguay. Bue-
nas Aires, 18b7.

(Trelles, Rev. del Arch.) Trelles, Manuel Ricardo, Revista del
Archivo general de Buenos Aires. Buenos Aires, 1869 72. 4 tomos.
(Trelles, Rev, de Bibl.) —Trelles, Manuel Ricardo, Revista de la
Buenos Aires. Buenos Aires, 1879-82. 4 tomos.
biblioteca pública de
ViLLAGARCiA, P. FÉLIX, S. I. Vida del P. Jaime de Aguilar. Sin lecha
ni lugar de impresión.
(VoGT, Civilización de los Guaraníes.) -Vogt, P. Federico, S. V.
D. Estudios históricos: La civilización de los Guaraníes en los siglos XVI I y
XVIII. Buenos Aires, 1903.
Xarque. Vide Jarque.
(ZiNNY, Gobernantes del Paraguay.)— Zinny, Antonio, Historia de los
Gobernantes del Paraguay, i5j3-i88y. Buenos Aires, 1887.
INTRODUCCIÓN
«Mrf

BOSQUEJO HISTÓRICO
DE LAS DOCTRINAS GUARANÍES
REGIDAS POR LOS JESUÍTAS

1. —
La Provincia del Paraguay. 2. Principios de las Misiones. 3. Funda- —
— —
ciones en el Paraná y Uruguay. 4. En el Guayrá. 5. En el Itatín.— 6. En el
— —
Tape. 7. Situación definitiva de las 30 Doctrinas. 8. Enemigos descubiertos.
9. — —
Disturbios del Iltmo. Sr. Cárdenas. 10. Los encomenderos. IL Antequera.
— 12. —
Tratado de 1750. 13. Expulsión de los Jesuítas.

LA PROVINCIA DEL PARAGUAY

Habiendo de versar el presente estudio sobre las Doctrinas diri-

gidas por los Padres de la Compañía de Jesús en el Paraguay, será


bien fijar su exacta situación; con tanto mayor motivo, cuanto es
frecuente confundir el territorio de la provincia religiosa en que se
hallaban las Misiones con el de la actual república del Paragua}',
creyendo que fuera de ésta no se fundó reducción alguna. Ni faltan
quienes juzguen que todo el territorio de la república del Paraguay
estuvo debajo de la dirección de los Jesuítas, como si todo él se
hubiese gobernado por el régimen de Doctrinas antes de pasar á ser
estado civil.

Uno y otro concepto son errados: pues, como se echa de ver en


el adjunto mapa,la provincia religiosa de la Compañía de Jesús lla-
mada Paraguay, no estaba encerrada en los límites de la actual
del
república, sino que se dilataba quizá diez veces más que ella, siendo
sensiblemente su extensión la que más tarde abrazó el Virreinato de
la Plata, que teniendo su capital en Buenos Aires, comprendía en sus
extremos la Banda Oriental, parte de Bolivia y algunas provincias
del Brasil. De suerte que más propiamente que en ninguna de las

demarcaciones modernas, se puede decir que la provincia jesuítica


del Paraguay estaba situada en la República Argentina. En la Ar-
gentina, en efecto, tenía su Noviciado de Córdoba con la residencia
del Provincial, el colegio Máximo de
y Teología autorizado
Filosofía
para conferir grados universitarios, y afamado colegio de internos
el

de Monserrat. En Buenos Aires había un colegio más antiguo de


San Ignacio, llamado g'eneralmente Colegio grande, y otro más re-
ciente con título de Ntra. Sra. de Belén, cuya iglesia es ho}^ la parro-
quia de San Telmo: una residencia en Catamarca: y seis colegios
respectivamente en Santa Fe, Corrientes, Rioja, Salta, Tucumán y
Santiago del Estero: la mitad de las treinta Doctrinas de Guaraníes
y casi todas las del Chaco: con más los dos únicos Oficios ó Procura-
durías de Misiones que había, y estaban uno en Buenos Aires y otro
en Santa Fe. Mientras que en la actual república del Paraguay sólo
había un colegio y ocho Reducciones de Guaraníes, con tres nuevas
que se iban estableciendo al Norte.
El mismo mapa hará ver también que, lejos de hallarse todas las
Reducciones en la actual región del Paraguay, había muchas más
fuera de ella que dentro: pues de treinta que eran, quince caían en
actual de la república Argentina: siete en el Estado ac-
el territorio

tual deRío Grande do Sul del Brasil, y sólo las ocho restantes en el
actual Paraguay. Por lo cual estas tres naciones tienen ho}' territo-
que denominan Misiones^ á saber: elParagua}', el distrito
rios propios
de Misiones {\2° álsirito)] el Brasil, la Comarca de Missóes, ó Sete
povos (1) y la Argentina, el Territorio Nacional de Misiones.
Es evidente, pues, que la palabra Paraguay expresa territorios
muy diversos cuando se dice República del Paraguay, y cuando se
dice Provincia jesuítica del Paraguay: y la razón de la diversidad
es que en el momento de entrar los Jesuítas en el Río de la Plata y
aun mucho tiempo después, toda la región tenía el nombre de Pro-
vincia civil del Paraguay^ siendo su capital la Asunción: y ese nom-
bre de Paraguay tomó la provincia religiosa de la Compañía al orga-
nizarse en 1607. Y como las divisiones eclesiásticas rara vez se alte-
ran, conservaron los Jesuítas la misma demarcación: mientras que
los cambios políticos acaecidos en trescientos años, han reducido el

Paraguay, denominación civil, á una pequeña parte de lo que fué.

(1) 2." districto eleitoral: antigua Cotnarca jtidiciaria de Missóes.


— 5 -

II

PRINCIPIOS DE LAS MISIONES

Una casualidad parece que fué la causa determinante de la entra-


da de los misioneros Jesuítas en las regiones del Paraguay; y fué el

haberles faltado el maestro que los estaba instruyendo en las lenguas


lule 3' Con lo cual, quedándose en Tucumán los Padres
tonocote (1).

Ángulo y Barzana, pasaron á trabajar en el Paraguay (conforme á


los vivos deseos que había mostrado el Illmo. Sr. Guerra Obispo de la

Asunción) los Padres Juan Saloni, catalán, Manuel de Ortega, por-


tugués, y Tomás Filds, irlandés, que en el Paragua}^ podían emplear-
se con fruto entre los indios, por ser los tres peritos en el idioma Gua-
raní, que es el propio de aquellos indígenas, y viene á ser uno con el

que los portugueses llamaron lingoa geral, lengua general de los in-

dios en el Brasil. Fueron recibidos á 11 de Agosto de 1588 con gran re-


gocijo en Asunción, donde les dieron casa provisional; y dentro de
la

poco, partieron los dos Padres Filds y Ortega para el Guaira, región
de muchos indios Guaranís, sumamente abandonada en lo espiritual.

Dos poblaciones comprendía el Guaira, llamado también provin-


cia deVera y encerrado entre el río Paraná al oeste, el Tieté
ó Añembí al norte, el Iguazú al sur, y al este la línea de Tor-
desillas que pasaba por la parte sur del rio Para de norte á sur. Era
la población más antigua Ciudad Real del Guaira, establecida en 1554

al lado del Salto Grande, y transportada tres años más tarde por su

insalubridad algo más arriba á la boca del Piquiíí. La otra era Villa-
rica del Espíritu Santo fundada en 1576 de orden de Garay por Ru}'
Díaz de Melgarejo sobre el Curumbatay, afluente del Ivahy. Pobla-
ciones tan pequeñas, que Ciudad Real no tenia arriba de cincuenta
vecinos, y Villa-rica ciento cincuenta. Tan desamparadas en lo espi-

ritual, que ni en una ni en otra había un solo sacerdote (2). El país


estaba sumamente poblado de indios, tanto que en 1557 hizo Irala un
padrón de los que vivían en
inmediaciones de Ciudad-Real, y re-
las
sultaron cuarenta y cinco mil familias, que bien suponen doscientas
mil personas (3). Donde tan abandonados en lo espiritual se hallaban
los mismos españoles, puede juzgarse cómo estarían los indios.
Cerca de un año anduvieron los dos misioneros recorriendo el

(1) Lozano, Hist. de la Prov, del Paraguay, lib. I. cap. XI. núm. 3.

(2) I. Cap. XIII, núm. 10.


Id. lib.
(3) Lozano, Conquista, lib. III, cap. II.
- 6 -
país, consolando con sus ministerios espirituales á los moradores de
Ciudad Real y Villarrica, y deteniéndose también en los pueblos de
indios entre los cuales hicieron numerosas conversiones, é instruye-
ron y enderezaron en la vida cristiana á muchos que 3"a eran bautiza-
dos, pero que fuera del bautismo apenas tenían cosa alguna en que se
diferenciasen de los gentiles.
A fines de 1589 volvieron á la Asunción, donde era bien necesa-
ria su presencia para auxiliar á los vecinos en la terrible peste que,
empezando el año antes en Cartagena de Indias, corrió por toda la
América meridional, propagándose sólo entre los naturales del país,
y respetando á los nacidos en Europa; y disminuida luego notable-
mente la peste en la Asunción, volvieron los dos PP. con dilatado viaje
á Ciudad-Real y Villarrica, adonde se había extendido el mal; y no
tuvieron poco que hacer en auxiliar también allí á los enfermos de
raza blanca, y luego á los indios, en quienes todavía se cebaba más el

contagio.
Pasada la peste, los vecinos de Villarrica primero, y muy luego

los de la Asunción, mostraron gran empeño en tener casa fija y


estable de la Compañía, y lo consiguieron, fundándose la de Villarri-
ca en 1593, y la de la Asunción en 1594.
No obstante, hubo un tiempo, desde 1598 á 1602, durante el cual
estuvieron los Padres á punto de ausentarse de estas regiones y de-
jar sus casas; y efectivamente, se cerró la de Villarrica en 1599, }• en
1602 quedó en la Asunción un solo Padre, y ése por juzgársele inca-
paz .por sus achaques de emprender un viaje de trescientas leguas
hasta Córdoba (1). La razón de esta tan grande novedad fué una re-
solución del P. Visitador Esteban Páez, quien juzgaba que casas tan
apartadas de la Provincia del Perú de la cual dependían, y aun del
Tucumán, donde estaba el grueso de la Misión, no se habían de poder
sostener en adelante por falta de sujetos, por la dificultad de las co-
municaciones, y por el peligro de daños en la observancia regular en
parajes tan distantes de la acción de los Superiores.
Felizmente esta resolución, que sintieron mucho y procuraron
estorbar los habitantes de Villarrica y del Paragua}^ y con más empe-
ño que todos Hernandarias de Saavedra, entonces Gobernador y re-
sidente en la Asunción, fué revocada luego, habiéndose enviado del
Perú mayor número de Jesuítas, oídas las ardorosas representaciones
de Cabildos eclesiástico y secular de la Asunción:, y considerando
los

mejor las razones que la habían motivado. Sucedió esto en 1605: y

(1) Lozano, Hist. lib. III, cap. XXI, núm, 2.


entonces volvieron los Jesuítas al Paragua}' (1). En el entretanto, con
la ida del P. Diego de Torres Bollo á Roma por Procurador de su
provincia del Perú, se había determinado el P. General Claudio
Aquaviva á erigir toda esta demarcación del Tucumán y Río de la
Plata en Provincia, y así lo decretó en 1604; para lo cual, además de
los informes especiales que tomó, y que le daban esperanza de
gran fruto en las almas, y particularmente en las misiones de in-
dios, es tradición en la Compañía de Jesús que tuvo especial luz del
cielo.

Su mandato no se llevó á cabo hasta 1607, año en que vino por


primer Provincial de la nueva Provincia el mismo P. Diego de To-
rres; quien se hizo estimar y amar en todas partes y muy especial-
mente en la Asunción, así por su prudencia consumada y por los

aciertos de su gobierno, como por la suavidad y virtudes que todos


observaban en él, junto con una ternísima devoción á la Santísima
Virgen en su advocación de la Santa Casa de Loreto.
Coincidía esta fundación con la carta en que el Gobernador Her-
nandarias representaba al Rey que no había medio de reducir por ar-
mas los ciento cincuenta mil indios del Guaira exentos de los españo-
les de Ciudad-Real y Villarrica; pues «aunque acuden... á estos pue-
blos de paz», pero «sirven como y cuando les parece; porque los
españoles no tienen fuerza para poderlos conquistar ni sujetar» (2); y
la respuesta del Monarca, cuyas palabras formales eran: «Y acerca de
esto ha parecido advertiros, que aun cuando hubiere fuerzas bastan-
tes para conquistar dichos Indios, no se ha de hacer sino con sola
la doctrina y predicación del Santo Evangelio, valiéndoos de los
Religiosos (de la Compañía de Jesús) que han ido para este efec-

to» (3).

Por lo cual, en el discurso del año 1609, pidió encarecidamente


Hernandarias al P. Provincial que destinase misioneros para los in-
dios, tanto delGuayrá, como del Paraná y los Guaycurúes; y con
efecto, el P. Diego de Torres envió dos al Guayrá y otros dos á los
Guaj'curúes; }- más tarde, dos también al Paraná, con el fruto gran-
de que explican los historiadores, y nosotros en parte veremos
luego.

(1) Lozano, Hist. lib. III, cap. XXIL, núm. 17.


(2) Sevilla, Arch de Indias, 74, 4, 12.
(3) Arch. de Ind. 74, 4, 1.
III

FUNDACIONES EN EL PARANÁ Y URUGUAY

La primera entre todas las reducciones permanentes que tuvo la


Compañía de Jesús en la Provincia del Paraguay fué la de San Ig-
nacio-guazú (San Ignacio mayor, así llamada para distinguirla de
el

San Ignacio miní, San Ignacio menor, en tiempo, no en número de


indios, pues fué fundada algo más tarde sobre el río Pirapó en el
Guaira, conjuntamente con Loreto). Estaba situado San Ignacio-gua-
zú doce leguas del Paraná á la banda del norte.
Para establecer esta reducción, el Provincial P. Diego de To-
rres, á instancias del Gobernador Hernandarias 5^ con la bendición
del Illmo Sr. Obispo Fray Reginaldo de Lizarraga, envió al P. Mar-
ciel de Lorenzana, quien gustoso dejó su cargo de Rector del colegio

de Asunción, y fué á trabajar en aquella inculta región de


la infieles,

llevando por compañero al P. Francisco de San Martín, con las cir-

cunstancias que refiere el P. Lozano en la Historia de la Compañía,


lib. V. cap. XVIII. Empezóse la reducción á 29 de diciembre de 1609,
habiendo acompañado á los dos misioneros, por la devoción y afecto
que profesaba al P. Lorenzana, un sacerdote de quien tenían mucha
noticia los indios infieles, llamado el Licenciado Hernando de la Cue-
va, Cura de Yaguarón, pueblo de indios. Con él fueron algunos
Caciques de su pueblo, que eran parientes de otros del Paraná y
podrían darles bien á entender cuan provechoso les había de ser el
admitir misioneros 3' oir su predicación. La ida de este sacerdote 3^ de
sus acompañantes fué mu3^ importante para disponer bien los ánimos,
sobre que 3^a lo estaban con las diligencias 3- autoridad del Cacique
lo

Arapizandú; y pasados 15 días, se volvió el Licenciado Hernando de


la Cueva con los Caciques á Yaguarón. Algo antes de la mitad del

año 1610, se mudó la reducción del primer paraje á otro más cómodo
llamado Yag-MarrtCrtm/g-ííí^ donde definitivamente quedó, pasando por
las alternativas y graves peligros que en el mismo libro narra V
el P. Lozano. En 1611 fué de nuevo llamado al Rectorado de la
Asunción el P. Lorenzana; y le .sustitU3^ó el P. Roque González de
Santa Cruz como misionero de San Ignacio Guazú.
Este apostólico varón, no sólo llevó adelante la reducción comen-
zada, sino que extendió el campo de acción de los misioneros, obe-
deciendo á las vivas ansias que tenía de convertir á los indomables
indios del Paraná, y penetrar luego hasta los infieles del Uruguay,
Jíej'uiíarw a'e Jíu

ReFereiiciu s
^iiuuu-io/i ciería.

SituacwfL probable
fl^j^utílcu-wn en que tnhsrvmo el
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^ Paraje cnque Hié máü'itriMi^ eLP.
Juan del útstüh SJ
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f íiotjUFOíntálezd^SVthurJhitscJiodnfUi^^ S¿>
^^ñuxyc en que fu£ maeriepcrUn
luces el P.Viíyo de Jlftiro S.J
Meruháxrw de Sujbtws Aires

FUNDACIONES
— erv —
ELCUAYRÁ
^ 1610-1630 í
adonde nuncíi habían llegado los españoles. Impulsado por este ardo-
roso celo, no cesó de trabajar en diez y siete años más que corrieron
hasta su martirio. Fundó en 1615 la nueva reducción de Santa Ana
en Appupóti ó laguna Ibera: y el mismo año otra en Itapúa. Contri-
buj'ó con su predicación á ablandar los ánimos de los indios del alto
Paraná que algo más tarde se redujeron en Corpus, cuando ya el

P. González había penetrado en sus deseados indios del Uruguay; dis-

currió como una centella por aquellas regiones infieles, ganando con
su caridad y afabilidad y con sus fervorosas persuasiones los ánimos
de los indios, sin darse tregua en sus correrías: y pasando de funda-
ción en fundación, estableció en 1620 la de Concepción, en 1626 las de
San Nicolás, San Javier y Yapeyú, en 1628, la de Candelaria del Ibi-
cuití,haciendo además una excursión en que reconoció la sieri^a del
Tape y señaló puestos para nuevas reducciones. Vuelto al Uruguay
entabló la misión de Candelaria del Caazapaminí y la de Asunción
del lyuí: y la última de todas en 1.° de Noviembre de 1628, la de To-
dos Santos del Caro, donde quince días después padecía la muerte en
odio de la fe de Jesucristo Nuestro Señor. — A ejemplo suvo y gober-
nados por él, trabajaban otros Jesuítas en establecer pueblos en aque-
lla comarca, como puede verse en la historia del P. Techo. A su tiem-
po diremos cuáles fueron las reducciones, así de las entabladas por
elvenerable P. González como de las otras, que lograron resistir al
ímpetu de adversidades con que reciamente fueron combatidas.

IV

FUNDACIONES EN EL GUAIRA

Contemporáneamente con los misioneros que reducían los indios


del Paraná y Uruguay trabajaban otros Jesuítas en un distrito de la
provincia distante doscientas leguas, cual era la provincia del Guaira,
donde había extraordinaria muchedumbre de indios infieles, y algu-
nos bautizados ó con nombre de cristianos en ciertos pueblos que fre-
cuentaban los españoles, pero con tales costumbres y supersticiones^
que en nada se diferenciaban de los gentiles. Región donde veinte
años antes habían empezado á evangelizar los PP. Ortega y Filds,
pero en la que, interrumpidos los trabajos del misionero durante más
de diez años, habían vuelto á retoñar las espinas y malezas; sin con-
tar con aquella otra gentilidad que desde los tiempos de Irala
y Ca-
- 10-
beza de Vaca, sesenta años hacía, en que se mostró obediente y res-
petuosa, ya no había recibido más en sus tierras al español, mante-
niendo guerra con él, y viviendo en su infidelidad.

Salidos de Asunción para trabajar en aquel campo los PP. José


la

Cataldino y Simón Maceta pocos días antes que el P. Lorenzana fuese


enviado al Paraná, hubieron de emplear mucho más tiempo que este
último en el dilatado viaje de cien leguas hasta Ciudad-Real, 3" sesenta
más hasta y en ayudar á los vecinos de una y otra pobla-
Villarrica,
ción tan faltos como siempre de socorro espiritual. A todo lo cual se
agregó una penosa dolencia de fiebres, muy comunes en aquel territo-
rio bajoy casi pantanoso de Ciudad-Real, que postraron en cama á en-
trambos misioneros. Pero al fin, vencidos estos 3' otros inconvenientes
de nuevos caminos y torcidas voluntades (1), lograron pasada la mitad
de julio de 1610, dar principio á dos reducciones, Nuestra Señora de
Loreto en el río Paranapanema 3^ San Ignacio en el río Pirapó. Estas
fueron las dos primeras de aquella región ,
3^ en ellas se reunieron
hasta cinco mil familias. En los tres años siguientes se lograron fun-
dar tres reducciones más, cercanas á las principales; pero no pudiendo
residir en ellas los Padres de continuo, pues sólo había dos misione-
ros para Loreto, y otros dos que llegaron luego para San Ignacio, y
habiendo de pasar de una á otra en molestas excursiones para instruir
á los indios, al fin las cinco vinieron á reducirse á las dos primitivas.
El celo emprendedor del P. Antonio Ruiz de Montoya, uno de
los dos Padres últimamente llegados, le impulsó en los años siguien-
tes á acometer diferentes empresas 3' correría'^ apostólicas, que fue-
ron coronadas con éxito feliz en la fundación de once pueblos más
desde 1622 hasta 1629, interviniendo él en todos, al como
principio
misionero, y más tarde como Superior de aquellas Misiones. Fueron
los pueblos: 1622: San Javier en la comarca de Tayati ó Ibitirimhe-
td. 1625: Encarnación en el territorio de Nantingiii y posesiones del
cacique Pindó. 1625: San José, en la provincia ó comarca de Tuciiti,
entre los ríos Ivahí y Tihagl. 1626: San Miguel en el Ihitiruzú ó
Ibiangui. 1626: San Pablo sobre el río Iñeay, lindero entre las tie-

rras de Tayati y las de Tayaoba. 1627: San Antonio en el Ibiticoi,

adonde se agregaron los indios Camperos. 1627: Concepción en la co-


marca de los Gnalacos ó Guayanás. 1627: San Pedro en la misma co-
marca. 1628: Los siete Arcángeles en tierras de Tayaoba. 1628: Santo
Tomás entre San Pablo y Arcángeles. \(ü'$>\ Jesús María en las se-
rranías donde tenía su parcialidad el cacique Guiraverá.

(1) Lozano, Hist. de la Cotnp. lib. V, cap. XV y XVI.


- 11 -
La narración de
los trabajos, peligros, dificultades y sinsabores

que trajo consigo fundación y conservación de estas trece reduc-


la

ciones, se encuentra detallada por el principal motor de esta admira-


ble obra de conversión de infieles, el P. Antonio Ruiz de Montoya,
en su libro titulado Conquista espiritual del Paraguay que á un ^

tiempo es crónica é instrumento fehaciente de los sucesos, escrito por


un testigo de casi todo lo que refiere.

Todo auguraba un próspero porvenir, si no se hubiese atrave-


sado la inhumana práctica de las malocas ó incursiones para hacer

esclavos, ejercitada por los habitantes de la villa de San Pablo del


Brasil, por otro nombre denominados mamelucos Estos incansables .

perseguidores y verdugos de los indios salían de sus casas en nume-


rosas compañías, bien armados de bocas de fuego y acompañados de
mayores cuerpos aún de indios tupíes. Internábanse en las vastas re-
giones de lo interior, caminando meses enteros con extraordinario
aguante; y en habiendo alcanzado alguna aldea de indios, daban
sobre ellos, rindiéndolos con su número, con su audacia, con la sor-
presa y con las superiores armas; y cuando les parecía tener reunida
suficiente tropa de ellos, regresaban á sus casas, llevando reatados
como bestias á aquellos infelices, que luego á millares eran vendidos
por esclavos en la villa de San Pablo y en otras poblaciones del Bra-

sil, sin contar con otra crecida multitud, que había perecido en los
asaltos y en los malos tratamientos de los caminos. De nada había
servido que los reyes de Portugal prohibiesen esclavizar á los indios:
ni á los paulistas les hacía mella el que aquellos indios estuviesen en
dominio extraño como era la corona de Castilla: todo lo atropellaban
por su interés.
Habían despoblado de este modo muchas comarcas de indios in-
fieles, como que consta de instrumentos jurídicos no haher sido menos

de trescientos mil los que cautivaron ó hicieron perecer en pocos años.


Pero viendo que los infieles no vivían reunidos sino en aldeas peque-
ñas, y les daban gran trabajo hasta juntar suficiente número para su
inhumana ganancia, se atrevieron á acometer á los pueblos de indios
cristianos doctrinados por los Padres de la Compañía, y en sólo dos
años «desde el año de 1628 hasta el de 1630 habían traído los vecinos
»de San Pablo más de 60.000 almas de las aldeas de las reducciones de
»los «Padres de Compañía del distrito de este gobierno (de Buenos
la

»Aires) y del Paraguay» como atestigua el gobernador D. Pedro Es-


teban de Avila en su informe al Rey Felipe IV (1). Y semejantes in-

(1) Carta de 12 de Octubre de 1637, en Montoya, conq. esp. § LXXX.


-12-
cursiones, deshonra de la humanidad, iban creciendo cada día, ame-
nazando acabar del todo con aquella florida grey de fieles, y acompa-
ñadas siempre con el estrago de muertes, incendios, saqueos y
profanaciones sacrilegas (1).

Fué necesario que al acabar el año de 1631, los dos últimos pue-
blos que quedaban, después de destruidos once por aquella furia de
exterminio^ se resignasen á huir de su suelo nativo, y retirarse á leja-
nas tierras donde no les pudiese alcanzar la ferocidad de los paulis-
tas, ya que contra ellos no habían podido encontrar defensa ni en los
vecinos de la Villa Rica, ni en los de Ciudad-Real, ni en los gober-
nadores del Paraguay. Los infortunios de esta lastimosa transmi-
gración, que al cabo de un año había dejado reducidos á 4.000 los

moradores de los dos pueblos escapados de Loreto y San Ignacio en


número de 12.000, se hallan relatados con viva y sentida descripción
de la citada Conquista espiritual del P. Montoya, § § 38, 39.

FUNDACIONES EN EL ITATÍN

Entre los 19 y 22 grados de latitud meridional se extiende á la


izquierda del río Paraguay el distrito ó comarca llamada en otros
tiempos del Itatin^ que abarca los terrenos en gran parte bajos y
anegadizos comprendidos entre la sierra de Amambay y el río; y es-
taba limitada al Mbotetey, y al sur por el Jejuí.— No
norte por el río

tuvo otra población de españoles que la de Jerez: }• aun esa no fué

durable. Parece, no obstante, que hubo allí antiguamente algún pue-


blo grande con el mismo nombre de Itatln^ que se aplica á la comarca
y á los indios de ella.
Al emprender la dolorosa transmigración del Guayrá á causa de
la invasión de los mamelucos fines de 1631, el P. Antonio Ruiz de
;l

Mont03'a, Superior de las Misiones, ordenó á dos Padres misioneros


que se diriijiesen á trabajar entre los indios del Itatín, donde 3'a desde
1612 había varios caciques que deseaban tener consigo Padres de la
Compañía para reducirse á pueblos y abrazai- la religión cristiana.
Eran los dos Padres designados para emprender esta reducción los
PP. Diego Ranzonicr y Justo van Surk Mansilla, ambos belgas, los <1

(1) Montoya. Conquista espiritual: Xarque, Vida del P. Montoya, Vida del
P. Taño. Infornnes jurídicos en Madrid y en Roma.
Meridiarw de Bueiws ^4¿rcs

FUNDACIONES
EN
EL ITATÍN
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NOTAS
sobre las vicisitudes expresadas en el mapa del Itatín

1632. Fúndanse primitivamente cuatro Reducciones:


Angeles, San José, San Benito y Natividad,
dos: Andirapuca y lepoti.
!6á3. Invadidas por los Mamelucos, los restos de ellas forman otras
1634. Concéntranse las dos en una, que se llamó ra/efto.
1635 á IC47. Dividense nuevamente en dos: Santa María de
Fe y San Ignacio de Caaguazu.
1648. Perseverando en su puesto San Ignacio, trasládase Santa
Marta al sur.
1649. Concéntranse las dos en un sitio, con separación de gentes y
de nombre.
1650. Pasa Nuestra Señora de Fe (que es Santa María) a
Aguar anambi.
1651. Pa%a San Ignacio A Caaguazu á&\sm. a a aun
o..„ t,^., o=fán inc
hoy están los
1659. Trasládanse las dos al sur del río Tebicuarí, y ocupan los parajes donde
pueblos de Santa María y Santiago.
(Consta de las Cartas anuas del Paraguay).
Mertíiüuw til' JJuenos Ái

LIT Bifii- ^uníimei- 2*Ssn.


^i..-
-13-
cuales dentro de poco, vista la buena disposición 3' multitud de los in-

dios, seagregaron otros dos, que fueron el P. Ignacio Martínez y el


P. Nicolás Henart. En breve tiempo y antes de pasado medio año,
lograron ver erigidos cuatro pueblos de indios de doscientas á qui-
nientas familias cada uno: San José, Santos Angeles, Encarnación y
Santos Apóstoles Pedro y Pablo. Y
lo que más es, los mismos paya-

guás, aunque tan enemigos de los españoles 3^ reconocidos por mu-


chas experiencias como pérfidos 3" traidores; ahora por el trato que
conservaban con los nuarás é itatines, y por las noticias que algunos
fugitivos les dieron del bien que gozaban las reducciones con el go-
bierno de los Padres, semovieron á desear para sí el mismo buen or-
den, y pasaron sus habitaciones hechas de esteras á un punto cercano
al pueblo de San Pedio y San Pablo, empezando á dirigirse por los

consejos del Padre; aunque, conforme á su carácter voluble é incons-


tante, 3" á su vida andariega, mu3^ luego se retiraron y abandonaron
su buen propósito.
Pero todas las esperanzas que despertaba la fundación 3^ prospe-
ridad de aquellas reducciones tan bien entabladas, frustró el asalto
furioso que dieron también á aquella lejana comaica del Itatín los
desalmados paulistas, antes de acabarse el año 1632. Los cuatro pue-
blos quedaron arrasados, y sus habitantes en gran parte hechos es-
clavos 3' conducidos á San Pablo; mientras otros huían y se despa-
rramaban por los montes, sin que faltasen en la ocasión presente,
como antes en el Guaira, las desconfianzas del genio receloso de los
indios, las calumnias de los mamelucos de haberse los Padres confa-
bulado con ellos para entregarles los pueblos, y los odios y alguna
vez malos tratamientos de los mismos indios contra los misioneros
por esta falsa aprensión.

VI 6
FUNDACIONES EN EL TAPE

Mientras en el Guaira y en el Itatín eran destruidas tan lastimo-


samente las poblaciones cristianas, fundábanse nuevas reducciones
ert otra parte del territorio del Plata, á saber, en la comarca del Ta-
pe, que 3'a entonces pertenecía á la nueva jurisdicción de Buenos
Aires, constituida en 1617 como provincia civil separada de la del
Paragua3\ Tape significa en el idioma guaraní gran pueblo ó ciu-
-14-
dad (1). Ocupaba la región llamada del Tape
el territorio ahora bra-

silero enque están fundados Río Pardo, Cachoeira, Bagé, en el Es-


tado de Río Grande del Sur; y se hallaba limitada al noroeste por la
sierra cuyas elevaciones ocupan Cruz Alta y Passo Fundo, línea di-
visoria de las aguas que van al Atlántico por el Yacuí y Río Grande
al este, y las que se derraman en el Uruguay por el poniente. En las
riberas de aquellos ríos se edificaron las reducciones, por ser aquél el

paraje más poblado de indios: la parte principal de la cadena de mon-


tes se llamahoy Sierra de San Martin y Cuchilla Grande; y un ra-
mal al mediodía ha conservado el nombre de Sierra de los Tapes.
Después de haber asentado con su ardoroso celo el P. Roque
González varios pueblos en las riberas del Uruguay, llegó á penetrar
en el Tape, donde, con estar dentro de la demarcación
territorio del
del Rey de España, jamás habían puesto el pie los guerreros españo-
les, así por la aspereza del terreno, como por la tenaz resistencia de
los indios que allí moraban. Mas el P. González consiguió primero de
ellos que le y más tarde sus hermanos en
permitiesen visitar el país;

religión lograron atraer los indígenas y formar pueblos donde á un


tiempo los pudiesen instruir en la doctrina y práctica de la religión
cristiana, y atendiesen á su bienestar temporal.
Una vez empezada la benéfica tarea, disipados los recelos de los
infieles, y probadas por experiencia las ventajas de vivir donde los

colocaban los Padres de la Compañía, se multiplicaron rápidamente


los pueblos. En sólo dos ó tres años se fundaron hasta diez reduccio-
nes en San Miguel, que fué la primera, y sin dud;i por
la Sierra: 1632,

eso fué en adelante venerado como patrono de aquella comarca. Fué


su fundador el P. Cristóbal de Mendoza, mártir poco después. 1632:
Santo Tomás sobre el Ibicuacuí. 1632: Santa Teresa en las fuentes
del Yacuí. 1633: Natividad del monte Ararrica en los orígenes del
Yacuí, al occidente. 1633: Santa Ana en el Yacuí al este, no lejos del
Río Pardo. 1633: San Joaquín en el Yacuí, algo al sur de Santa Te-
resa. 1633: San Jo.sé de Itacuatiá sobre el río Toropí. 1634: San Cris-
tóbal sobre el Río Pardo al oeste. 1633: Santos Cosme y Damián,
sobre el río Añendá. 1635: Jesús María sobre el río Pardo al oe.ste,
un poco al norte de San Cristóbal. Vese por lo dicho que al oeste de
la sierra quedaban San Miguel, Santo Tome, San José y San Cosme,

fundados sobre afluentes del Ibicuí: y eran reducciones de ultra-cor-

(1) «Santo Tomk. Este puesto es muy celebrado. Pusiéronle los moradores
de toda la comarca por antonomasia Tape, que quiere decir la ciudad, por su
grandeza. De este pueblo toma su denominación toda la provincia, que común-
mente se dice provincia del Tape.» Montoya, Conq. esp. § LXII.
— LO —
dillera los seis restantes pueblos, colocados sobre ramas del Yacuí
y Río Grande.
Acababa de establecerse la última' reducción de Jesús María
cuando mismo torbellino que cinco años antes había disipado las
el

reducciones del Guayrá é Itatín, vino á atajar los pasos á esta nueva
cristiandad que tan extraordinariamente adelantaba en el Tape. Un
ejército de mamelucos acometió en 1636 á las poblaciones más cer-
canas de Jesús María y San Cristóbal, y á pesar de su resistencia, las
redujo á escombros, y arrastró á los recién convertidos indios á sufrir
una horrorosa esclavitud en el Biasil, mientras que otros, conforme

á acostumbrada ferocidad de los paulistas, perecían quemados en


la

hogueras por inútiles, viejos ó enfermos, ó dejaban sus restos morta-


les en medio de los caminos al rigor de las marchas forzadas y áspe-
ros tratamientos.
Repetidos en 1638 estos asaltos hasta destruir la reducción de
Santa Teresa, y rechazados todos los tapes á la banda Occidental del
Uruguay, á pesar de la resistencia que opusieron en los encuentros
del Caro y de Caazapamini (1) túvose consulta sobre lo que debía
hacerse aunque había sido despachado primero el P. Taño, y des-
3"

pués Monioya para que alcanzasen en Madrid y en Roma la


el P.
represión que merecían los monstruosos atentados de los mamelucos,
y también se habían alentado los indios viendo que habían logrado
escarmentar al enemigo en su retirada; se juzgó que no había otro
remedio para prevenii" una ruina inmediata, sino la emigración de
aquellas reducciones á paraje más seguro, como había sido forzoso,
emprenderla en los pueblos de Loreto y San Ignacio mirí el año 1631.
Muchos de los indios aquí como allí, retenidos por el amor á su país,
se quedaron en los montes por el ciego cariño á su patria, y perdie-
ron con esto patria y libertad, cuando no la vida, cayendo en manos
de aquellos insaciables perseguidores de los indios. Hubo igualmente
quienes dieron oído á las absurdas fábulas inventadas y propaladas
por los mamelucos, quienes para desacreditar á los Jesuítas y alejar
á los indios de sus reducciones, les persuadían que por convenio que
tenían hecho mutuamente, juntaban los Padres la multitud en sus pue-
blos, para que más tarde vinieran ellos y los llevaran á servir á San
Pablo.
Así se destruyeron las florecientes misiones del Guaira, del Ita-

tín y Tape: se despoblaron aquellos territorios, transportando para la

esclavitud una parte de sus habitantes indígenas y haciendo perecer

(1) Techo, Hist. lib. XII, cap. XIV, sqq.


— 16 —
otra parte mayor; y se perdió para en adelante la posibilidad de de-
fender y conservar aquellos países, que más tarde hubieran quedado
como posesión de las naciones hispano-americanas.

VII

SITUACIÓN DEFINITIVA DE LAS DOCTRINAS

Los asaltos al Guayrá, al Itatín y al Tape mostraban que aque-


llos parajes no podían llegar A ser asiento durable de las misiones,
dado el carácter tenaz }' agresivo de los paulistas y la facilidad con
que allí podían penetrar. La última acometida al Tape en 1638 había
hecho temer que no sólo en la banda oriental del Urugua}^, sino ni
aún en la occidental, habían de tener seguridad los indios contra tan
encarnizados enemigos. Provisionalmente, todas las reducciones esta-
ban retiradas al oeste. Sin embargo, no se había abandonado el terri-

torio, sino que los cuerpos de indios armados lo recorrían, y se pre-


venían á resistir al enemigo por cualquier dirección que tomase en su
venida. Mientras tanto, los Padres daban los pasos convenientes para
obtener dos cosas: armas de fuego para los indios, y socorro de cabos
españoles que los guiasen en la pelea, no obstante haber procedido
hartomal los primer encuentro deCaazapaminí (1).
que asistieron en el

Los socorros se Gobernador de Buenos Aires, á cu3^a


pidieron al

jurisdicción pertenecían el Tape y el Uruguay; pero respondió que le


era imposible enviarlos. Recurrióse entonces á D. Pedro de Lugo,
que pasaba á su gobierno del Paraguay con orden expresa de refre-
nar y castigar las insolencias de los mamelucos; y este caballero
mandó dar unas pocas armas de fuego á los indios y acudió con su co-
mitiva de españoles; aunque después procedió muy de diverso modo
que debía, como se verá en otro lugar. Pero bastó este aliento de las
armas, á pesar de haber vuelto atrás de su intento de acometer el Go-
bernador, para que los indios, que estaban en jurisdicción de Buenos
Aires 3' obraban en legítima defensa, se decidiesen á hacer fícente al

nuevo ejército de mamelucos y tupíes llegado en 1639, y les hiciesen


ver en los campos de Caazapaguazú que era ya llegado el tiempo de
que se pusiera freno á su rapacidad é inhumanidad. Otra tentativa que
con ejército formado hicieron estos piratas de las comarcas medite-

(1) Brabo, Atlas, pág. 35: Thcho, XII, 16.


-17-
rráneas en 1641, terminó para ellos en el completo desastre del Mbo-
roré, y desde entonces cesaron de pretender la destrucción de estas
reducciones con tropas numerosas.
Puede fijarse, pues, en esta época el establecimiento definitivo de
las Doctrinas en los parajes que ocuparon hasta la expulsión de los
Jesuítas. Abandonadas
comarcas apartadas, vinieron á quedar
las
agrupadas todas ellas en las márgenes del Paraná y Uruguay, espe-
cialmente por la parte que más se acercan uno á otro. De esta ma-
nera formaban todas un cuerpo unido, como puede verse en el mapa
adjunto (1) 3^ se podían defender reuniéndose con facilidad sus indios
de guerra; mismo tiempo que resguardaban la frontera por donde
al

tanto empeño habían puesto los paulistas en penetrar. Es verdad que


fué preciso abandonar otro camino por el Guaira é Itatín, por donde

ios mamelucos continuaron sus tentativas en busca de oro y de escla-


vos, sin cesar de inquietar á los Chiquitos, ni de ocupar los territorios
y minas pertenecientes al rey de España que hoy forman parte de la
provincia de Mattogrosso; pero los indios no tenían elección, y hubie-
ron de refugiarse donde la necesidad y la fuerza mayor los obligó. Si

losvecinos de las ciudades españolas y los gobernadores del Para-


guay, en vez de aliarse con los paulistas (como se le probó á don
Luis de Céspedes Jeria, y fué público y notorio de muchos morado-
res de Ciudad-Real), hubiesen concurrido para defender á los Guara-
níes, se hubiera formado por la parte del norte en el Guaira un nú-
como se formó en el Paraná y Uruguay,
cleo de poblaciones de indios
y armados convenientemente como éstos hubieran evitado grandes
desgracias, usurpaciones de riquísimos territorios, y la destrucción
de las mismas ciudades españolas.
Retirados, pues, los indios por necesidad á las márgenes de los
dos ríos Paraná y Uruguay, quedaban naturalmente divididas las
Doctrinas en dos grupos que pertenecían respectivamente uno al

gobierno del Paraguay, otro al de Río de la Plata. El primero lo for-


maban los pueblos cuyas vertientes daban al Paraná y Paraguay:
San Ignacio guazú, San Cosme, Itapúa, Candelaria, Santa Ana, Lo-
reto, San Ignacio miní 3' Corpus, que con los dos de itatines, Santa
María de Fe y Santiago, colocados algo más tarde al lado de San
Ignacio guazú, venían á formar por todo diez Doctrinas. El segundo
lo componían los pueblos cuyas vertientes corrían al Urugua3': San
José, San Carlos, San Javier, Mártires, Santa María la Ma3^or, Após-

(1) En el mapa están señaladas también las que años más adelante se funda-
ron hasta llegar al número de treinta, recobradas ya sus antiguas tierras del
Uruguay.
2 Organización social de las doctrinas guaraníes.
— 18-
toles, Concepción, Santo Tomé, La Cruz, Yapeyú en la ribera dere-
cha;San Nicolás y San Miguel en la izquierda: en todo, doce reduc-
ciones. Estos dosgrupos forman las veintidós Doctrinas que única-
mente había hasta el último tercio del siglo xvii.
No es posible entrar aquí en los detalles del origen y vicisitudes
de cada uno de estos pueblos, como ni tampoco en la relación del para-
dero que tuvieron tantas otras reducciones comenzadas. Objeto es
esto de algún estudio histórico especial, en el cual se deberán rectifi-
car muchísimos errores en que ha incurrido Gay (1), quien mezcla lo
cierto con lo incierto y á veces con lo absurdo; y copia sin discerni-
miento de Azara, cuya autoridad en esta materia es muy sospechosa.
Pero bien será decir algo acerca de las dos reducciones que fueron
denominadas de los itatineSj destruidos en 1632 por los mamelucos,
como antes se ha explicado (2), los cuatro pueblos fundados en el
Itatín, los misioneros, con el P. Ranzonier á la cabeza, se esforzaron

por congregar de nuevo á los que habían logrado escapar de la catás-


trofe y andaban huidos por los montes. Lográronlo á costa de grandes
trabajos, y con ellos formaron dos reducciones en distinto paraje de
las primeras; las cuales, así en los nombres, como en los sucesos y
mudanzas de asiento, tuvieron gran variedad. Porque primero se dio
á una el nombre de San Ignacio^ en honor del santo Patriarca fun-
dador de la Compañía de Jesús, y á otra le impuso el P. Ranzonier
el de Santa María de Fe, en reverencia del insigne santuario é ima-

gen de Nuestra Señora de Fe, Nutre Dame de Fni, en Bélgica, su


patria. Dentro de poco se atribuj^ó á una el nombre de San Benito^
como recuerdo de la orden religiosa á que pertenecía el Illmo, Señor
D. Cristóbal de Aresti, Obispo del Paraguay en aquel tiempo; 3^ á la
otra el de Satt Martin, por llamarse así el Gobernador Ledesma Val-
derrama; 3^debió de ser cuando intentaron poner allí clérigos la pri-
mera vez. Pasados algunos años, fueron llamadas por los parajes que
ocupaban, Caaguazú y Aguaranambí. Y al ser transportadas en 1669
á la comarca del Tebicuarí en las cercanías de San Ignacio guazú, se
llamó Santiago la que antes había sido denominada San Ignacio, para
San Ignacio guazú y San Ignacio mini que tan
evitar la confusión con
cerca radicaban; quedándole á la otra su antiguo nombre de Nuestra
Señora de Fe. — Ni menos varia fué la fortuna. Pues entre las nove-
dades del tiempo de Valderrama se contó la de pretender poner en
aquellos pueblos doctrineros seculares, quitando los indios de mano
de los religiosos que los habían reducido; 3' aunque es verdad que se

(1) Historia da República jesuitica, cap. XX-XXI y XXII.


(2) Supra § V.
-19-
logró atajar este intento, ordenando la Audiencia de Charcas que
nada se innovase (1); pero no pudo ser de manera que los indios no
tuviesen alguna noticia de él; y sospechando, como era la verdad, que
se trataba de reducirlos á servicio personal, se desbandaron, desam-
parando las reducciones y huyendo á los montes, de donde no costó
poco el sacarlos de nuevo. Segunda vez se trató de poner allí clérigos
seculares en el Episcopado de D. Bernardino de Cárdenas, y en efec-
to, fueron arrojados de allí los misioneros con mano armada, pues- 3'^

tos clérigos doctrineros, que pronto abandonaron los indios y se vol-

vieron á la Asunción, mientras los indios en gran parte habían huido,


siempre con el temor fundado de que les querían imponer las enco-
miendas, y echando menos el trato muy distinto de los misioneros.
Después de tantas calamidades, todavía volvieron á tener cuidado de
ellos los Jesuítas;y siendo su doctrinero el P. Lucas Quesa en 1661,
acudieron á libertar al Gobernador Sarmiento sitiado y puesto en
peligro de total ruina por los revoltosos de Arecayá, en que dieron
insignes pruebas de su lealtad, como lo ponderó el mismo Gobernador
y su Maestre de Campo (2). Finalmente, así por los asaltos de los
Mamelucos, como por las continuas acometidas de los Mbayás, por
las que siempre habían de estar con las armas en la mano y no esta-
ban seguros de vencer, siendo dos pueblos aislados, se tuvo por más
conveniente y aun necesario, el juntarlos con los otros pueblos Guara-
níes, como se hizo con acuerdo de la Audiencia de Buenos Aires,
trasladándolos en 1669 á la comarca del Tebicuarí.
Las últimas reducciones que se agregaron fueron la del Jesús,
formada primero en 1687 junto al río Monday con indios silvestres, y
más adelante trasladada hacia el sur á paraje más cómodo; Santa
Rosa de Lima, colonia desprendida en 1697 de Santa María de Fe;
Trinidad, fundada en 1706; y las cinco del Uruguay, San Luis, San
Borja, San Lorenzo, San Juan 3^ Santo Ángel; la última de las cuales
se estableció en 1707. Con éstas se completaron las treinta famosas
Doctrinas de Guaraníes, que con el nombre de Misiones del Para-
guay tanta materia dieron á la admiración de los católicos y á las
calumnias de los herejes. De las tres últimas reducciones fundadas
desde 1746 en adelante en el Tarumá, con el nombre de San Joaquín

3- San Estanislao, y una en el Itatín, llamada Belén, esta última era


de Mbayás y no de Guaranís; y las otras dos, ó por estar muy sepa-
radas de las restantes, ó por no haber cumplido todavía su tiempo de

(1) Apéndice, n.° 25.


(2) Lozano, Conquista, lib. III, cap. XIV.
-20-
veinte años para tributar, no se contaron como parte del cuerpo
de demás, á pesar de que eran de Guaraníes también; y así ni si-
las

quiera se mencionan en los documentos oficiales posteriores á los Je-


suítas.

8 VIII

ENEMIGOS DESCUBIERTOS

No siendo el intento de esta breve reseña desenvolver la historia


de las Misiones Guaraníes, sino sólo apuntar los hechos que es preciso
tener presentes para la exposición del asunto principal; bastará para
ello recordar los obstáculos más graves con que tropezaron las Doc-
trinas, y que alguna vez llegaron hasta poner en peligro su exis-
tencia.
Fueron como enemigos declarados los ma-
éstos en primer lugar
melucos, 3^ también algunas tribus de infieles, como yarós, minuanes,
bohanes y charrúas. Alteraron además como graves tribulaciones el
sosiego de las Doctrinas los disturbios del Illmo. Sr. Cárdenas, las
vejaciones de los encomenderos, la rebelión de Antequera y el Tra-
tado de límites de 1750.
De los mamelucos, poco habrá que añadir sobre lo que antes se
ha dicho. Sin temor de equivocarse pueden ser tenidos aquellos per-
petuos expedicionarios andariegos, movidos por ansia de oro y
el

esclavos, como los despobladores de América meridional, enemigos


y verdugos de la raza indígena. Hicieron el vacío en su región de
San Pablo, donde los indios eran numerosos, pero donde la esclavitud
y los malos tratamientos dieron cuenta de ellos. Faltándoles indios
en su comarca, emprendieron sus malocas á lo que llamaban el ser-
ian, esto es, la comarca mediterránea, sin pararse en si era nación
propia ó ajena, ni en que los reyes de Portugal tuviesen prohibida
la guerra á los indígenas y la esclavitud. Cuando faltaron los indios
infieles acometieron á los indios cristianos. Ya se ha visto cómo des-
poblaron el Guaira, el Tape 3' el Itatín. Y á no ser por la firme resis-
tencia que les opusieron los neófitos una vez armados de armas de
fuego, no hubiera quedado rastro de la raza Guaraní en la cuenca del
Plata; pues era un perpetuo consumo 3* destrucción, cautivar indios
en estas regiones y venderlos luego, no sólo para San Pablo, sino
para todo el Brasil; sin contar los innumerables que perecían en los
— 21-
asaltos y en los caminos. Pero desde el escarmiento del Caazapagua-
zú, y mucho más desde el desastre de Mbororé en 1641, no se atre-
vieron ya á asaltar en compañías numerosas y ejércitos aquellos in-
dioscuya bravura habían experimentado con daño suyo. Hubieron
de pasar más de cien años para que aquellas tropas de aventureros y
salteadores se presentasen en ejército formado á combatir á los Gua-
raníes; como lo hicieron en 1754 incorporados en gran número en el
ejército de Gomes Freiré; y aun entonces padecieron no pequeños con-
trastes de los indios, mientras no llegaron á juntarse con el ejército
español. Pero si esta guerra de exterminio cesó, no cesaron en cam-
y sorpresas con que molestaron siempre á los Gua-
bio las hostilidades
raníes, acometiéndoles en pequeñas partidas de cuando en cuando, ro-
bándoles los ganados, hiriéndolos ó matándolos, y en ocasiones
recibiendo ellos las heridas, y manteniendo perpetua la enemistad

con ellos.

Los otros enemigos manifiestos fueron las tribus de yarós, mbo-


hanes, minuanes y charrúas. El papel de estos indios en el Sur de la
cuenca del Plata fué algo semejante al que desempeñaron en el río
Paraguay los pa3'aguás y guaicurús. Voluntariosos, atrevidos, nada
fielesy tan prontos en mudar de afición, como lo eran en levantar
los cueros para plantarlos en otra parte en su vida vagabunda y
aventurera, en un momento y por la más leve causase convertían de
amigos en enemigos, y no seguían más norma que su interés ó su
venganza. Juntáronse algunas veces en reducción; pero luego su
perpetua veleidad les hacía abandonar el pueblo y volver á su vida
errante. Con su ningún orden, fácilmente se veían acosados del ham-
bre; y entonces invadían las reducciones Guaraníes para robar. No
se contentaban con eso; é inventando agravios imaginarios, acome-
tían á las capillas ó á las estancias donde había pequeño número de
indios, mataban
varones y se llevaban cautivos niños y mujeres.
los
Juntándose á veces tropas numerosas, atacaban aun los mismos pue-
blos con rápidas sorpresas, que era su modo de combatir; }' no fué
poco lo que de ellos hubieron de padecer las dos reducciones meridio-
nales de La Cruz y Yapeyú. Finalmente, ocupaban los caminos en
bandas como salteadores, robando y matando y haciéndolos intransi-
tables. Fué necesario en varias ocasiones emprender contra ellos
verdaderas campañas defensivas para librar á los moradores del país
desús vejaciones y dejar expeditos los caminos. En tales casos, el
Gobernador de Buenos Aires daba el decreto y enviaba jefes espa-
ñoles á los tercios Guaraníes para dirigir sus operaciones. De esta
clase fué la empresa de 1701, gobernada por el Maestre de campo
-22-
Alejandro de Aguirre y aprobada expresamente en Cédula real de 6
de Noviembre de 1706, cuya narración puede verse en Bauza
(1), que

trae sus comprobantes. Semejante fué la de 1708, referida en carta


anua por el y aun hubo necesidad de nuevas
P. Salvador de Rojas (2):

defensas en los años 1714 (3) y siguientes (4). En 1701 no sólo proce-
dieron los infieles por su propio motivo, sino que además fueron ins-
tigados y ayudados con armas de fuego por los portugueses de la
Colonia, quienes tenían gran interés en quebrar las fuerzas de los
indios Guaraníes, por lo mismo que sabían bien cuan resueltos y po-
derosos defensores de sus posesiones de América tenía en ellos la

Corona española.

9 IX

DISTURBIOS DEL ILLMO. SR. CÁRDENAS

Esta fué también una de las tribulaciones graves y peligros por


la que pasaron las Reducciones. El Illmo. Sr. D. Fray Bernardino de
Cárdenas, nombrado Obispo de la Asunción, tuvo varios encuentros
con Cabildo eclesiástico y con el Gobernador de la provincia, y
el

estas reyertas hirieron de rechazo á los Jesuítas y sus misiones. Tan


larga fué la contienda, que empezada en 1643, todavía se expedían
en 1661 (casi veinte años más tarde), instrucciones en que se daba á
entender que aun no estaban aclarados los hechos, y Cédulas Reales
fundadas en prejuicios contra los Jesuítas, que fueron más adelante
desautorizadas y anuladas por Felipe V en 1743, como obtenidas en
virtud de siniestros informes.
Los indios de las misiones Guaraníes del Paraná y Uruguay ha-
bían empezado á ser visitados por el Sr. Cárdenas, quien en 1643
practicó en efecto la visita de la Reducción de San Ignacio guazú,
deshaciéndose en elogios de ella y de sus Curas, así en el Auto q^ue
dejó en la reducción, como en la carta que desde allí escribió al Pa-
dre Rector del Paraguay (5). Pero absorbido por los sucesos de la

(1) Historia de la dominación española en el Uruguay, tom. I, pÁg. 414.


(2) Río Janhiro, col. de Angelís, XX-34-35.
(3) Río [aneiko, col. de Angelís, XIV.
(4) Ibid." col. AngelisI-20.

(5) Tom. II. Apénd. n.° 15-16.


-23-
ciudad, no pasó adelante; y nunca más visitó las Doctrinas, ni aun
convidado por el Gobernador Láriz (1).

Puede decirse que lo recio de la tormenta en estos sucesos des-


cargó sobre los Padres, y no tanto sobre los indios, por lo mismo que
no llegaron á introducirse en las Reducciones los que los querían mal.
Hubo en efecto el plan de quitar los Curas Jesuítas y sustituirlos por
clérigos seculares, realizando además el antiguo sueño de hacer á
aquellos indios encomendados. Para lo cual, se logró en Madrid la
Cédula real de 15 de Junio de 1654; y se intimó de manera que si los
Jesuítas pusiesen alguna dificultad y no la cumpliesen al punto sin
observación, fuesen obligados á dejar al momento las Doctrinas; cre-
yendo que esto era lo que sucedería. Pero el P. Provincial, al recibir
la intimación, respondió que, siendo clara la voluntad del Rey, y la
decisión de un punto que hasta entonces era dudoso, la Compañía
aceptaba 3^ cumplía la Cédula talcomo había sido propuesta. Con
esto se evitó el daño que se preveía como cierto en los indios, á ha-
berse realizado la mudanza.
En
cambio, 3'a que no les alcanzó lo más fuerte del daño, hubieron
de soportar las fatigas é inconvenientes de la guerra. Porque rece-
lando con fundamento Gobernador Henestrosa algún atropello de
el

parte del Prelado y de sus parciales, mandó aprestar y mantener en


pie continuamente seiscientos Guaraníes armados para imponer res-
peto á quien se atreviese á intentar alguna revuelta. Y el Gobernador
que le sucedió, D. Sebastián de León, sacó de las Doctrinas y llevó
consigo mil soldados Guaraníes, cuando hubo de tomar posesión de
su gobierno, derrotando con ellos las tropas del Sr. Cárdenas, que
con la fuerza se le opuso.
Además de lá pensión de la guerra, hubieron de soportar los Gua-
raníes de allí adelante más que nunca el odio y las inculpaciones que
contra ellos mantuvieron siempre los vecinos de la Asunción, á quie-
nes sobre los antiguos motivos de enojo de no poder tenerlos en
encomienda por estar encabezados en la Corona real, se agregó el
despecho de verse vencidos por unos indios, cuando como rebeldes
habían salido á resistir al Gobernador legítimo enviado por la Au-
diencia.
Peor fué todavía el suceso en los dos pueblos llamados de itati-

nes, Santa María de Fe y San Ignacio. Empeñado el Obispo en que

(1) Buenos Aires; Arch. gen. Colección de documentos de historia argentina


ordenada por D. Ricardo Trelles: carta-informe de Láriz al Rey, fecha en 1648;
ítem Archivo de Indias de Sevilla, 74-6-29: y también Trelles, Revista del Archi-
vo, I, 359.
-24-
había de sacar de allí á los Jesuítas por no ser curas colados según el
Concilio de Trento, pasó por encima de las provisiones de la Audien-

cia para que no innovase, y enviando allá una tropa de partidarios


SUJOS, á ciencia y paciencia del nuevo Gobernador, arrojó los Padres
á viva fuerza, y puso en su lugar curas seglares, dándoles ó preten-
diendo darles la institución como él entendía. Alborotáronse los in-
dios, creyendo, 3^ no se engañaban, que aquellos nuevos curas les

iban á traer bien pronto los encomenderos y el servicio personal, que


aborrecían á par de muerte; y la mayor parte se huyeron á los mon-
tes. Para colmo de desgracias, los nuevos curas, que habían pensado
encontrar unas parroquias donde vivir vida cómoda y regalada, al
allí

ver las incomodidades que tenían que sufrir, y experimentar tanta po-
breza, que nada podían sacar de sus feligreses, quienes antes bien les
pedían á abandonaron aquellos curatos y se volvieron á la
ellos;

Asunción, murmurando de los Jesuítas porque vivían en unas Doctri-


nas donde se habían de soportar tantas penalidades y donde ni siquiera
se percibían los derechos de estola. Con este último paso vino la com-
pleta desolación á aquellas dos reducciones; que sólo después de gran-
des fatigas y largos años de trabajo se pudieron luego restaurar.

10 X
PERSECUCIÓN DE LOS ENCOMENDEROS

El mayor adversario cuyos rigores hubieron de experimentar los


Guaraníes de las Doctrinas fué perpetuamente el ansia de los espa-
ñoles que querían poseerlos en encomiendas.
Apenas se puede tener idea ho}^, á trescientos años de distancia,
de la necesidad imperiosa que se habían creado los conquistadores, y
sus descendientes nacidos en América (unos y otros comprendidos en
de españoles) de tener indios á su servicio: necesidad á que
el título

se agregaba la vanidad de considerarse rebajados si hubieran tenido


que ejercer por sus propias personas cualquier ministerio doméstico,
y aun simplemente si les faltaba número copioso de indios para lucir
y aparecer como grandes.
Para proveer á esta necesidad de criados, habían introducido en
las encomiendas el abuso del servicio personal, al que se debió entre

otros daños el de consumirse los indios en gran parte, y quedar en in-


tolerable opresión los sobrevivientes, como más tarde se explicará.
— 25 —
Los únicos que en efecto se conservaron inmunes del servicio

personal fueron los indios de Doctrinas, quienes desde su reducción á


partir de 1610 habían exigido como condición sin la cual no se con-
vertirían que se les librase de servir á españoles, y se les había dado
palabra de en nombre del Rey, quedando esto mismo confirmado
ello

por provisión real de 1633 y Cédulas reales de 1647 y 1661. Los Pa-
dres de la Compañía lucharon siempre, primero para conseguir, y
después para mantener incólume }' efectiva esta exención, de la cual
veían con evidencia que dependía la conservación de la vida tempo-
ral 3^^ espiritual de aquellos indios; y aunque á costa de inauditos tra-

bajos y vejaciones, en que también cupo su parte á los Guaraníes, lo-

graron llevar adelante su propósito.


Bregaban encomenderos ansiosos de poseer aquellos indios que
los

en las reducciones sabían existir en crecido número; tanto más cuanto


los que servían á las ciudades españolas iban mermando incesante-
mente y á vista de ojos, consumidos del servicio personal. Y se puede
decir con verdad que en todas ó casi todas las turbaciones que pa-
decieron las Doctrinas intervino este anhelo de reducirlas á enco-
miendas, ó como causa principal, ó á lo menos como una de las

causas concomitantes de más importancia.


En 1636 incitaron los encomenderos de la Asunción al Goberna-
dor Martín de Ledesma Valderrama para que distribuyese en enco-
miendas los indios del Paraná. Quísolo hacer así, valiéndose de la
Visita que como Gobernador emprendió
á las Doctrinas; y fueron ta-
les los atropellos y malos ejemplos de costumbres con que sus acom-
pañantes escandalizaron y hostigaron á los indios, que poco faltó para
que éstos se sublevasen, y no les costó poco trabajo á los Padres el
apaciguarlos. Estuvieron firmes los Jesuítas en que el Gobernador no
podía formar encomiendas con aquellos indios, que estaban encabe-
zados en persona real y exentos de encomiendas por la palabra
la

que se les había dado en nombre de S. M. y por la reciente provisión


del Virre}^ del Perú en 1633. Instó el Cabildo de la Asunción y el Go-
bernador Valderrama en Audiencia de Charcas, y en esta ocasión
la

comprometió el Gobernador como préstamo una buena suma que des-


pués no pudo recuperar (1). Pero era tan clara la justicia y derecho
de los miserables indios, que la ciudad y el Gobernador perdieron el

pleito.

Ya para entonces iban juntas dos cosas como si fueran una mis-
ma: entrar en las Doctrinas los encomenderos á repartirse los indios

(1) Documentos en Trellrs, Revista del Archivo, tom. III, pág. 100.
— 26-
para que les sirvieran; y entrar en las mismas los clérigos seculares
como curas para aprovecharse de los emolumentos de aquellas que es-
timaban pingües parroquias. Y por eso la queja perpetua y más so-
corrida fué siempre que los Jesuítas estorbaban en los indios el vasa-
llaje que debían á los españoles y lo usurpaban para sí; y que privaban
á los clérigos de su mantenimiento y de las mejores parroquias de la
diócesis, que también tenían usurpadas en su provecho. Por lo cual
el Gobernador no iba sólo coligado con la ciudad, sino también con
el Obispo; y el procurador Gómez, en Charcas, defendía ante la Au-
diencia entrambas pretensiones. — No querían advertir los unos que
los indios debían vasallaje al Rey, no á cada vecino; y eso que debían,
lo cumplían; y que aquellos indios precisamente estaban relevados
por el Rey de todo otro servicio y mita; ni atendían los otros á que

los Jesuítas no habían usurpado parroquias de nadie; sino que con in-

dios del bosque, reunidos á costa de sus fatigas, y á veces á costa de


vidas y sangre, habían formado aquellas Reducciones; y en ellas te-

nían tan pocos emolumentos, que de los indios no sacaban nada, ni


siquiera los derechos de estola; y del Rey no tenían más sínodo para
su congrua sustentación, que la cuarta parte de lo que se daba al

Cura de cualquiera parroquia.


En su propio lugar se verán otros hechos pertenecientes á este
ciego proceder de los encomenderos. Aquí basta haber presentado un
ejemplar, para que se forme idea de este perpetuo contraste y riesgo
á que estuvieron expuestas las Reducciones; el cual sólo pudieron con-
jurar los Jesuítas con una constancia igual á la tenacidad de los enco-
menderos, y con resignarse á cargar en sus personas con toda la
odiosidad á trueque de conservar los derechos de los pobres indios.
Arma poderosa fué el anhelo injusto de los encomenderos, de que usó
el lUmo. Sr. Cárdenas y también muchos años después el Juez Pes-
quisidor Antequera.

11 XI

DISTURBIOS DE ANTEQUERA

Sabida es la historia de D. José Antcquera y Castro, en quien la


ambición junta con la codicia pudo tanto, que habiendo sido enviado
al Paraguay como Juez de pesquisa del Gobernador Reyes, y estan-
do severamente prohibido que el Juez pesquisidor sucediera al Go-
-27-
bernador contra quien se dirigía la pesquisa; se ariogó, no obstante
-eso, el gobierno, 3' quiso luego mantenerse en él contra todos los
mandatos del Virrey del Perú, hasta salir con ejército formado con-
tra el Gobernador legítimo D. Baltasar García Ros, y dar batalla
contra él en la que le hizo gran número de muertos; con otros atro-
pellos, cometidos desde 1721 á 1725, que le llevaron á morir en un

público cadalso en Lima; habiendo dejado en el Paraguay tan detes-


table semilla, que no cesaron los alborotos, tropelías y desórdenes
extraordinarios hasta el año 1735.
En estos catorce años no fué poco lo que hubieron de padecerlas
reducciones Guaraníes por causa de tales disturbios. Ellas fueron
las que primero sintieron los efectos de la determinación que había
tomado Antequera de resistir con la fuerza á quien fuera señalado
por Gobernador; porque saliendo él á campaña con respetable número
de paraguayos después de haber hecho correr la voz de que los Gua-
raníes se habían juntado en ejército paia defender á Reyes, cuando
todos estaban tranquilos y nadie se había movido de sus pueblos;
sembró el espanto é inquietud que trae consigo la guerra en las Re-
ducciones adonde se iba acercando; por más que luego retrocediese
sin hacer por entonces otro daño. Contra ellas inventó después y puso
en autos mil calumnias, tachando á los indios de ser de malas cos-
tumbres, enemigos de toda piedad y religión 3^ ajenos de la fe cató-
lica; y divulgando hasta hacerlo creer al pueblo de la Asunción una

especie falsísima, pero que aumentaba el odio contra ellos, á saber,


que Guaraníes venían resueltos á matar á todos los paragua3'0S, á
los

apoderarse de sus haciendas, y á llevarse sus hijas y esposas 3' obli-


garlas á ser sus mujeres, y quede esto habían echado bando público
en el ejército que con autoridad del Virre3' había levantado el Gober-
nador García Ros en las Doctrinas. Atizada con tan perversas calum-
nias la saña de los rebeldes que Antequera acaudillaba, se cebaron en
los míseros Guaraníes en aquella batalla ordenada por las cautelosas
trazas del Pesquisidor, en la cual mataron los paraguayos á bala más
de trescientos indios. Y los muchos que quedaron prisioneros, fueron
maltratados 3' lepartidos en encomiendas, como si no fuesen hacía
más de cien años perdonas libres y exentas del servicio de los espa-
ñoles.Más era todavía lo que había prometido Antequera á los enco-

menderos, pues había asegurado que daría á saco las reducciones


existentes en el Paraguay 3' reduciría todos sus indios á encomiendas;
y harto lo temieron los neófitos de los cuatro primeros pueblos donde
llegó después de la batalla, que se hu3'eron á los montes; aunque
después no lo ejecutó, no se sabe por qué. De este modo en su tran-
-28-
quilidad, en sus personas, en su fama 3' honra de cristianos, 3^ en las
muchas muertes sufridas hubieron de padecer mientras duró Ante-
quera en el Paraguay.
Ni se alivió su suerte luego que él hubo salido, porque el movi-
miento de desorden y rebelión continuó con los elementos que él ha-
bía dejado, y con el influjo que seguía ejerciendo aún desde la cárcel
de Lima por emisarios secretos. Y sin contar con lo que aquel hom-
bre ciego de soberbia y ambición continuó maltratando é infamando
á los Guaraníes en sus escritos que divulgaba é imprimía con audacia
sin igual, hubieron de reunirse en ejército en los años de 33 á 35, y
estar fijos en campamento, primero en el Tebicuarí y luego en el
Aguapey, por orden del Gobernador Zavala, comisionado para la pa-

cificación, hasta que por fin se deshizo el Común en la jornada de


Tabapí. Cuánto hubieron de padecer en ese tiempo las Reducciones,
lo conocerá quien reflexione en las molestias é incomodidades de
situación semejante, habiéndose reunido siete mil indios soldados, 3^

pidiendo aún más los Gobernadores; siendo así que nadie les" auxilia-
ba, sino que ellos se habían de proveer hasta de sustento, sin tener
sueldo alguno;3^ que llevaban 3'a diez y nueve meses en esta situación
y hubieron de durar algunos más, con lo que sobrevino el hambre
con todos sus desastres, sin faltar tampoco la peste. Y mientras tanto,
sus sementeras estaban abandonadas, 3^ ellos sin poder volver á sus
pueblos y cuidar de sus familias, con el daño que se deja entender. Y
como faltando lo temporal, andaba también desatendido lo espiritual
entre ellos, la guerra trajo consigo también no leves daños en lo mo-
ral y religioso de las Doctrinas. Quiso Dios que terminase finalmente
aquella tormenta, y les fuese dado algún respiro para restaurar los
daños sufridos y prepararse á otra prueba ma3'or.

12 XII

EL TRATADO DE LÍMITES DE 1750

Quince años más habían pasado en que los Guaraníes habían gozado
con algún sosiego premio de su fidelidad debajo del paternal go-
el

bierno de Felipe V, que siempre los favoieció, 3^ aun de Fernando VI,

que en sus primeros años seguía las huellas de su padre; cuando en


las Misiones se sintió el sacudimiento más terrible que hasta entonces

hubiese tenido lugar.


-29-
No pertenece al presente estudio entrar en pormenores acerca del
Tratado hecho año de 1750 entre España y Portugal para fijar deñ-
el

nitivamente de sus posesiones en América. El concierto


los límites

cedía en detrimento grave, 3^ aun en ruina de las posesiones españo-


las: pero sin embargo se arregló merced á la pasión de la reina Doña
Bárbara de Braganza para con Portugal su patria, y á las oficiosas di-
ligencias del embajador inglés Keene. La reina empleó el prepotente
influjoque tenía sobre D. Fernando, y lo decidió á adoptar tratado
tan ruinoso, dorándolo con el pretexto de conservar la paz, que fué
la perpetua preocupación de aquel re}'. Resuelta la ejecución, ventilá-

ronse los artículos en conferencias reservadísimas en Madrid, mflu-


yendo de una parte el primer ministro Carvajal, y de la otra Rombal.
Prescindióse en este negocio de los trámites que dicta la misma
luz naturaly estaban autorizados por una sabia costumbre; y siendo
estilo necesarioaun para los menores asuntos de América, como para
levantar una pobre casa de religiosos, el pedir sus pareceres al
Obispo de la Diócc^^is, al Gobernador de la provincia, y á cuantas
personas podían informar sobre conveniencia ó no conveniencia, y
la

elevarlo todo al juicio del Consejo de Indias, sin cuj'O dictamen no se


daba un paso; sólo en un negocio de la entidad del Tratado de 1750 se
omitieron estas diligencias. Ni se pidió parecer á nadie de los que,
por hallarse en los países mismos que se cedían, podían informar con
acierto, ni se consultó al Consejo de Indias; sino que, ventilado el
asunto en la sombra, se aprobó y firmó y empezó á querer poner en
ejecución en América antes que nadie supiese de él en España. Tan

desaconsejados anduvieron sus autores, que entre los artículos esti-

pulados hay uno que dice que el tratado debía estar enteramente
ejecutado por todo año 1750; siendo así que
el .los comisarios ejecu-
tores sólo en 1752 pudieron llegar á América.
Esto es lo que se sabe de las personas que intervinieron en el Tra-
tado. Pero los móviles secretos que lo produjeron y sus ocultos insti-
gadores son más difíciles de rastrear. Además del enorme provecho
que en Tratado reportaba Portugal, se pretendió resarcir á Ingla-
el

terra de la péi-dida que sufría su comercio por haberse suprimido en


1747 el privilegio de los buques del Asiento, y ha}^ motivos para creer
que se quiso realizar el plan de expulsar los Jesuítas de España
antes que de ninguna otra nación. Hacía ya tiempo que los hombres
afiliados á las sectas secretas habían resuelto perder y aniquilar á los
Jesuítas, cuya acción católica les estorbaba sobremanera para sus
planes de desorden; 3- en aquellos años se proseguía con calor la eje-

cución de este plan. En 1747 hubo una reunión de estos sectarios en


-30-
Roma, y determinaron echar todo el resto para extinguir la Compa-
ñía de Jesús en todo el mundo, porque se quejaban de no poder vivir
en paz ni conseguir su fin de arruinar del todo la religión católica y
la autoridad de los soberanos mientras en el mundo hubiese Jesuítas.
Y en seguida comunicaron su resolución y los medios de llevarla á
cabo á muchos de su facción, que estaban esparcidos en toda la Euro-
pa, y ocupando algunos de ellos los más elevados empleos en las
cortes (1). Y en el mismo año de 1747 se tuvo en Londres otra junta

análoga para el mismo intento y alegando iguales razones; y como


efecto de ella, dice el narrador, muy bien enterado de todo (2):

«Pusieron multiplicadas las minas en Roma, Viena, Madrid, París,


»Lisboa, etc.: algunas les han evaporado..., pero otras han dado lum-
»bre». De
estas y otras juntas parecidas que continuaron verificán-
dose por aquellos años tenía bien noticia aquel francmasón inglés de
quien refiere Proyart (3) que pasando por Ancona, avisó en 1752 á un
Padre Jesuíta Raffay, con quien como literato conservaba alguna
relación, que se asegurase algún modo de subsistir, porque dentro de
poco, y á más tardar dentro de veinte años, la Compañía estaría
destruida. Veremos en el artículo siguiente cómo se fueron ejecu-

tando planes tramados por parte de los sectarios de España; y


los

mientras tanto, bueno será notar que en el Tratado de 1750, á juicio


del P. Rávago (4), portugueses, jugaban los ingleses, y
«más que los

»gran multitud de judíos ocultos». Y en cuanto á los ingleses, á todos


llamaron la atención las frecuentes idas y venidas que emprendía de
Madrid á Lisboa y de Lisboa á Madrid durante todo el tiempo del tra-
tado, el francmasón sir Benjamín Keene, ministro plenipotenciario de
Inglaterra, residente hacía 3'a muchos años en España, y que con vul-
pina sagacidad había penetrado más que nadie el carácter español, y
con artería y destreza lograba encauzar casi siempre los asuntos á sus
planes. Nadie atinaba entonces con el objeto de este inusitado mo-
vimiento, pero la publicación del Tratado vino más tarde á descu-
brirlo.

En secreto y por empeño del Rey Fernando VI fueron avisados


los Padres de la Compañía en el Paraguay por su Superioi" General
para que preparasen los indios á la transmigración que exigía el Tra-
tado. Pero por más diligencias que hicieron los Padres, jamás se pudo
llegar á conseguir una preparación que consistía en disponer aquellos

(1) Relación ms. del P. \'icente Olcina, copiada en Nonell, El V. P. José Pig-
natelli y la Compañía de Jesús en su extinción y restablecimiento, lib. I, cap. I.
(2) Carta de 23 de Septiembre de 1761, ibid.
(3) Louis XVI détróné avant d'étre Roi, Paris, 1819, pág. 161.
(4) Carta de 20 de Enero de 1756, Simancas: Estado, 7381, fol. 65.
-31-
miserables á que en número de treinta mil abandonasen sus pueblos,
sus casas, sus iglesias, á los más odiados enemigos que tenían, cuales
eran los portugueses, y pasando el ríoUruguay,se fuesen á buscar ha-
cia el Norte, parajes que no se encontraban, que sin pertenecer á nin-
gún emprender en ellos de
propietario, fueran fértiles y aptos para
nuevo la construcción de sus pueblos. Habían de dejar igualmente
A los portugueses, sus bosques de hierba mate, que para ellos eran
fuente de donde sacaban parte de su ordinario sustento y el caudal
necesario para pagar tributo al Re}-; y juntamente las estancias ó
el

dehesas donde se mantenían sus numerosos rebaños, que ascendían


á más de medio millón de vacas con otros animales de ganado mayor
y menor. Dejaban casi por necesidad los bienes muebles: pues, aun-
que el tratado les concedía que los pudiesen trasladar, la casi impo-
sibilidad de la traslación, por constar de tan enorme número de vacas,
muías y caballos, había de hacer que muchos animales pereciesen en
el camino, otros se quedasen extraviados sin poderlos recoger en los

montes, y muchos también les robasen los que iban á quedar por due-
ños y poseedores del terreno. —Y
en recompensa de lo que perdían,
se les ofrecía la irrisoria cantidad de veintiocho mil pesos para todos
los pueblos; siendo verdad que equivalía á más de seis ó siete millones
de pesos lo que abandonaban.
Los Padres de la Compañía representaron á la Audiencia de Char-
ca, alVirrey de Lima y luego al Rej^ todas estas enormidades, con
los demás daños que se seguían á la Monarquía; pero en vano. La
Corte de Madrid cerró los oídos y dio orden de que á todo trance se
ejecutase lo escrito, y si los indios no quisiesen obedecer de grado,
fuesen obligados por la fuerza de las armas. Hubo un momento en
que, merced á extraordinarios esfuerzos de los Padres misioneros,
estuvieron los indios decididos á transmigrar, aun con las aflictivas
condiciones á que se veían sujetos. Mas, exasperados luego por la

prisa que les daban los Comisarios reales, que no quisieron permitir-
les ni aun el plazo que les había concedido el Rey; rompieron todo

freno, y se negaron resueltamente á moverse de sus tierras; atrope-


llando el respeto que siempre habían tenido á sus misioneros; ponién-
dolos presos y con guardias de vista en sus pueblos con amenazas de
muerte si los abandonaban; y se prepararon por su cuenta para la
guerra. Trabóse ésta y en ella se hicieron dos campañas, una el año
1754 y otra el de 1756; sin más suceso notable que el haber tenido los
Guaraníes encerrado á Gomes Freiré con su ejército por espacio de
varios meses en un bosque, de donde no se atrevió á salir sino después
de firmado un pacto de tregua con los jefes indios y retirados éstos
-32-
para sus tierras (1). Ni hubo más encuentros que algunas escaramu-
zas si se exceptúa el de Caaybaté en 10 de Febrero de 1756, en el que
se vio patentemente que los Guaraníes desprovistos de caudillos euro-
peos, como entonces lo estaban, no tanto eran tropas, cuanto una
multitud indisciplinada de niños que se resistían porfiadamente á
abandonar sus hogares. Vencidos y deshechos sin haber peleado (2),
se hizo en ellos una carnicería inhumana en que llegaron á novecientos
ó mil los muertos, y algunos señalan hasta mil doscientos. Con esto,
los indios en aquel año y en los tres siguientes hasta acabar el de 59,
fueron obligados á pasar el Uruguay y dejar sus tierras. — Dos años
más tarde Carlos III (que siendo Re}' de Ñapóles había reconocido las
razones de los Jesuítas y protestado contra el tratado de límites),
elevado ya al trono de España, deshizo lo hecho; y les fueron resti-
tuidos á los Guaraníes sus pueblos con lo que quedaba de sus bienes
muebles, pero en el estado en que se puede conjeturar, después de
haber permanecido en ellos los dos ejércitos español y portugués por
espacio de seis años.
Los daños que con este trastorno padecieron las Misiones en to-

dos sentidos, fueron inmensos. Quedaron los mayor mi-


pueblos en la
seria, sin alcanzar ni aun para su preciso mantenimiento. El número
de indios disminuyó notablemente, no sólo por los que perecieron du-
rante la guerra, sino también por los que sucumbieron al rigor de
las privaciones y enfermedades, por los que buscaron su seguridad
en los montes y por otros muchos que se llevaron engañados los por-
tugueses. El espíritu de subordinación y las buenas costumbres se ha-
bían relajado mucho. Y en conclusión, los PP. Jesuítas, testigos pre-
senciales de tantos desastres, afirmaban unánimes que hasta entonces
ninguna persecución ni tribulación había igualado á ésta por su in-

tensidad y funestas consecuencias.

XIII
13
EXPULSIÓN DE LOS JESUÍTAS

Necesario es ahora retroceder á los primeros tiempos de la eje-

cución del Tratado de 1750, y anudar el relato de las tramas urdidas

para destruir la Compañía de Jesús, que se ha dejado inconcluso en

(1) EscANDÓN, Transmig^ración, §. 19.

(2; Cakdihl, Declaración, m'im. 214, 215.


-33-
el artículo antecedente, por no complicar la exposición de los infor-
tunios de los Guaraníes.
El Tratado de 1750 había sido á un tiempo medio de hacer adquirir
á Portugal las regiones pertenecientes á España en que moraban los

indios reducidos, y máquina para perder á los Jesuítas. Previeron sus


autores que los indios se habían de resistir y que había de ser necesario
moverles guerra para ejecutar una transmigración tan violenta; y en
eso mismo encontraron un arma con que combatir á los Jesuítas, ha-

ciéndolos sospechosos al ánimo de los soberanos con atribuir la resis-

tencia que estaba en la naturaleza de las cosas, á mala voluntad }' su-

gestiones de los Jesuítas para rebelarse. Y como lo pensaron, así lo

hicieron.
Agregóse á los motivos de odio que tenían los sectarios contra
la Compañía otro nuevo y vehemente, y fué el haber mostrado el Je-
suíta P. Francisco de Rábago, confesor de Fernando VI, la seriedad
del peligro que corría la religión y también el poder temporal de Es-
paña si no se extirpaba la dañina secta masónica que muj'' aprisa se

iba propagando; en virtud de lo cual expidió el Rey en 2 de Julio


de 1751 un decreto que prohibía bajo graves penas la invención de
losfrancmasones. Este paso hubo de excitar contra el P. Rábago
de todos los masones, y en particular del embajador inglés
las iras

Keene, activo propagador de la malvada secta.


El Comisario español para la ejecución del Tratado, Mar-
qués de Valdelirios, aparece en las listas de los francmasones (1):

3'seguía su partido y sus inspiraciones D. Joaquín José de Viana,


que venía nombrado por Gobernador de Montevideo, el único á
quien se pidió parecer acerca del Tratado, y lo dio favorable (2).

Mostróse enconado enemigo de los Jesuítas en cuantas ocasio-


nes pudo darles disgustos ó hacerles daño, y trabajó sumamente
unido á Valdelirios. Uno )' otro tenían sus instrucciones de Ma-
drid, de donde se les avisaba cuáles eran las noticias é informa-
ciones que habían de enviar (3); y en efecto, las enviaron tales
cuales allá las deseaban, obteniéndolas por los medios que pueden
verse en la Declaración de la verdad del Padre Cardiel, núm. 193,
194. 196 3^ 201. Además, Valdelirios se desvivía por complacer en
todo á Gomes Freiré y escribía y hablaba lo que éste le inspiraba (4);

(1) Tirado,La Masonería en España, t. I, pág. 366.


(2) Rodríguez Villa, Don Zenón de Somodevilla, Marqués de la Ensenada
página 191.
(3) EscANDÓN, Transmigración de los siete pueblos. MS. § 20.
(4) Carta de Toledo, 28 set. 1759 en Nonell, El V. P, Pignatelli lib. I. capítu-
lo IV, 73 '-°'\

3 Orgamzació.v social de las doctrlvas guaraníes.


-34-
y Freiré es el autor de las calumniosas aserciones del libelo de la
Rela^ao abreviada.
Al tener noticia del Tratado el Marqués de la Ensenada, Minis-
tro entonces de Marina é Indias, y á quien, sin embargo, se le había
ocultado absolutamente cuanto se había hecho, conoció la gravedad
de los perjuicios que se seguían á España. Pero no pudiendo reme-
diar nada en un Tratado firmado más de un año antes, y en que todos
en la corte le eran contrarios; tomó el expediente de disimular, mien-
tras en secreto avisaba á Carlos III, entonces rey de Ñapóles y pre-
sunto heredero del trono. Este comisionó á su embajador en Madrid,
el nombre de aquel tra-
príncipe de Jacci, para que protestase en su
tado tan deshonroso y pernicioso para España, como así lo hizo. La
protesta por entonces no logró sino enfurecer más á los sectarios, en-
tre los cuales el embajador Keene ya tenía señalado á Ensenada para
perderle, según lo dice él mismo en su correspondencia, porque no
se había querido adherir «a ellos»; esto es, porque ni quiso ser
masón,
ni dejar marina española que empezaba á imponer
de fomentar la

respeto y temor á Inglaterra. No pueden leerse sin repugnancia en


el historiador protestante Coxe (1) las viles tramas con que Keene,

Wall, recién nombrado ministro de Estado y siempre muy favorecido


de Ensenada, y el duque de Alba, que también le debía favores, ma-
quinaron la ruidosa caída del mismo Ensenada, á quien hicieron levan-
tar á media noche y marchar custodiado de tropa á un destierro en Gra-
nada, ocupándole todos sus papeles y efectos en 20 de Julio de 1754.
— Este era paso preliminar para disponer la caída del confesor Jesuíta
P. Rábago, á quien hicieron que separase el Rey en 1756. «Wall y

»el duque de Alba, dice D. Vicente Lafuente (2), siguiendo las inspi-
» raciones de Keene, falsificaron la correspondencia que suponían di-

»rigida á los jesuítas del Tucumán por su hermano el P. Rábago,


» confesor del rey. Ellos fueron los que inventaron la patraña de que

»los Jesuítas querían sublevar las Misiones del Uruguay y del Para-
»guay, á fin de formar allí una monarquía independiente.» Ni á estas
maquinaciones contra el Jesuíta confesor fueron extraños Carvallo y
Aranda (3).

Llegadas á Lisboa 3^Madrid las informaciones de los Comisarios


reales de ejecución del tratado conformes con los puntos del plan de
antemano trazado, mientras que se impedían los informes de los Je-

(1) Memorias de los reyes de España de la casa de Borbón, vol. III, cap. 53,
y nota 266.
(2) Historia de las sociedades secretas t. I, cap. I^ § XXVIII.
(3) NoNEi.L, El V. P. Pignatelli, lib. I, cap. IV, pág. 75.
-35-
suítas y Gobernador de Buenos Aires Andonaegui (1); y unidas
del
á los demás papeles que habían juntado Keene y Pombal, produjeron
por efecto, en el ánimo sorprendido del rey, no sólo el de despedir á
su confesor el P. Rábago, sino el de moverse á declarar traidores y
reos de lesa majestad á los Jesuítas del Paraguay; y comunicar al Ge-
neral D. Pedro Antonio Cevallos, que con mil soldados era enviado
desde España á continuar la guerra, una orden en virtud de la cual
debía remitir á España bajo partida de registro once Jesuítas que se
lenombraban. Si Cevallos hubiese tenido los sentimientos y compro-
misos del Marqués de Valdelirios y de su adherente D. Joaquín de
Viana Gobernador de Montevideo, no hubiera sido extraño que la lle-
gada á la península de los once Jesuítas deportados como traidores y
el envío de nuevos informes calumniosos, junto con las maquinacio-
nes de los enemigos que manejaban la trama en Madrid, hubieran de-
cidido en el reinado de Fernando VI la expulsión de la Compañía de
todos los reinos de España que diez años después tuvo lugar. Pero la
integridad de Cevallos hizo que ésta fuese una de las minas que «se
les evaporarony> á los conjurados. Cevallos quiso saber la verdad y
seguir la justicia; y hallando todos los hechos tan contrarios á los in-
formes con que Valdelirios los había desfigurado, no se atrevió á eje-
cutar la orden de deportación fundada sobre inicuas noticias, mien-
tras no se repitiese después de los informes que debía él enviar. Y fué
en presencia de Valdelirios y de Viana y de los demás jefes del ejér-

cito, y en medio de una gran muchedumbre de pueblo congregada en


la plaza de San Borja, donde interrogó á los cabildos de indios sobre
los autores de la rebelión y los que los habían incitado á la resisten-
cia; y donde repetidas veces respondieron á una voz que los Jesuítas

les habían aconsejado siempre la obediencia y la transmigración, y


que ellos, cansados de oir sus exhortaciones, los habían tratado como
enemigos, obstinándose en no .salir de los pueblos por el amor que te-

nían á su patria y por su mala cabeza. Respuesta que, corriendo de


boca en boca por todos los indios de que estaba llena la plaza, hizo
que la confirmasen todos diciendo: ayeté, ayeté, esto es: es verdad, es
verdad (2). El testimonio del acto de San Borja quedó legalizado y
con el juramento de los dos intérpretes en manos del P. Antonio Gu-
tiérrez, Superior de las Misiones, con gran sentimiento y muestras
de enojo de parte de Valdelirios y Viana, que veían cuan contrario
era á las falsedades que ellos habían informado á Madrid. Más tarde

(1) Cardiel, Declaración de la verdad, núm, 187.


(2) EscANDÓN, Transmigración de los siete pueblos del Uruguay, § 25.
-36-
mandó hacer Cevallos una información jurídica sobre la misma
materia, en la que depusieron al pie de cien testigos; y ésta y las de-

más noticias que personalmente adquirió de la fidelidad de los Jesuí-


tas, fueron enviadas á Madrid, donde cambiaron totalmente el pare-
cer de la Corte.
La muerte de la reina D.^ Bárbara 3^ la de su esposo D. Fernan-
do VI, que siguió dentro de un año, y el advenimiento de Carlos III,
hicieron que por entonces no fuese posible la expulsión de los Jesuí-
tas.Pero los enemigos que habían jurado la ruina de estos religiosos
no habían abandonado su proyecto, sino que únicamente lo habían
aplazado. Continuaron preparándolo cautelosamente, hasta que al fin
hallaron ocasión y pretexto para realizarlo en el motín de Esquila-
che. Pueden verse expuestos y documentados estos manejos en la
obra del P. Jaime Nonell (1); y eran ya conocidos en el siglo ante-
pasado de que poseían mejor información, habiéndolos publicado
los

en su Diario Cristóbal de Murr, y corriendo por España en el MS.


que se atribuye al Abate Hermoso y suele llevar el título áe Juicio
irnparcial^ y en otros de menos notoriedad.
Como parte de este plan sigiloso de preparar los elementos para
la ruina deseada, se había tomado la resolución de diseminar por
todas las provincias Obispos y Gobernadores desafectos y enemigos de
los Jesuítas. A
este plan obedeció el envío á las regiones del Plata de
dos Obispos y un Gobernador de la calidad que les parecía á los con-
jurados apta para sus fines. El primer Obispo fué el Illmo. Sr. D.Ma-
nuel Antonio Latorre, quien primero ocupó la Silla catedral de la
Asunción, donde ya en varias cosas procuró dar molestia á los Pa-
dres. Trasladado en 1763 á la Sede de Buenos Aires, tuvo allí serios
disgustos con D. Pedro Cevallos; y más que en hostilizar á los Jesuí-
tas, hubo de pensar en su propia persona, pues apareció complicado se-
riamente en el proceso délos rebeldes de Corrientes. El otro Obispo fué
el Illmo. Sr. Abad lUana, destinado á la diócesis de Córdoba, imbuido

también en España de odiosas prevenciones contra los Jesuítas. A pe-


el uno ni el otro cometieron contra ellos des-
sar de su prevención, ni
afueros ó notorias injusticias, aunque en muchas ocasiones ejercita-
ron la paciencia de los Padres en cosas menores. A veces, no obstante,
dieron testimonio del buen celo y loables costumbres de los misio-
neros y de sus indios. Pero después del decreto de expulsión, manifes-
taron la enemiga que tenían contra los Jesuítas, llenando sus informes

(1) El V. P. Pignatelli y la Compañía de Jesús en su extinción y restableci-


miento, lib. I, per totum.
-37-
de falsas acusaciones contra ellos: lamentable ejemplo del influjo de la

pasión, aun en personas de su elevado carácter. El Gobernador fué


D. Francisco de Paula Bucareli, lleno de tantos prejuicios y enemis-
tad contra los Jesuítas, cuanta era la presunción de su propia sabidu-
ría y valer que abrigaba. Enviáronle á Buenos Aires casi un año an-
tes de la expulsión, sin duda porque los que urdían la trama en Madrid
echaron de ver que con D. Pedro Cevallos, que todavía duraba en el

Gobierno, el asunto no les podía haber salido bien.


Dejando aparte la ejecución en todas las demás casas y colegios
de la provincia del Paraguay, que puede verse en el Ensayo del Deán
Funes, 3^ más completamente estaba expuesta en los manuscritos del
P, Gaspar Juárez, hoy probablemente perdidos; será conveniente no-
tar una singularidad extraordinaria en las Misiones Guaraníes. Suele
decirse cuando se refiere en general la expulsión ordenada por Car-
los III, que los Jesuítas fueron sorprendidos en todas las ciudades del
reino y aun en todos los dominios de América, en un mismo día, á una
misma hora señalada, sin darles tiempo para que pudiesen saber lo
que se hacía con ellos, etc., etc. En lasDoctrinasno fué así. Los ochenta
Jesuítas poco más ó menos que residían en las Misiones Guaraníes
tuvieron un año muy bien cumplido para prepararse á la salida. En
12 de Julio de 1767 se verificó la prisión de los que vivían en las ciuda-
des de españoles; y hasta el mes de Agosto de 1768 continuaron tran-
quilamente en sus Curatos los Misioneros de Doctrinas, teniendo en-
tre ellos al Provincial P. Manuel Vergara. Muestra clara ó de que el
plan del conde de Aranda adolecía de una torpeza imperdonable aun
para lograr sus reprobados fines; ó de que todo cuanto se había dicho
del ánimo rebelde de los Jesuítas, lo miraban sus propios enemigos
como una estúpida patraña. Y ciertamente que si hubiesen sido ver-
dad las mil calumnias que entonces se habían dicho y hoy todavía se
repiten sobre el intento de los Jesuítas de rebelarse contra el Rey de
España y erigir un Estado independiente: nadie entre todos los Jesuí-
tas del Paragua}' se encontraba en mejor estado de realizarlo, que los
misioneros que tenían el cargo de los Guaraníes. Puédese considerar
si un Gobierno que hubiera querido mantener la integridad del terri-
torio, habría permitido que ochenta conspiradores, todos de gran
partido y de extraordinario influjo en el pueblo, permaneciesen en me-
dio de unas gentes dóciles á sus insinuaciones, y á las que podían ar-
mar poniendo en pie de guerra ejércitos á los que no igualaban en
número todas las tropas juntas del país; ó si más bien los hubiera ase-
gurado pronto, antes que á cualquiera otro de sus compañeros, ha-
ciéndolos salir del país para evitar una conflagración universal. Pero
-38-
bien sabía Aranda que era impostura y calumnia el atribuirles la re-
beldía que se alegaba para desterrarlos, y no tuvo reparo en expre-
sarlo en su instrucción especial (1), diciendo que se combinasen «las
precauciones y reglas con la decencia y buen trato de los individuos,
que naturalmente se prestarán con resignación». Y lo que causa
verdadera extrañeza, instando una y otra vez el Provincial y los Pa-
dres para que al fin les dejasen seguir la suerte de sus hermanos, Bu-
careli dejó pasar un año bien cumplido antes de tomar á su cargo el
proveer sobre la expulsión de los Misioneros. No era de parte de los
Jesuítas de donde procedía la dificultad. Todo este tiempo fué necesa-
rio para encontrar quién les sustituj^era en el ministerio parroquial.
Bucareli buscó primero sacerdotes seculares y no pudo hallar el nú-
mero que necesitaba. Luego se dirigió á los Prelados de las órdenes
religiosas, y también allí tropezó con dificultades. Hubo de entregar
al fin el cuidado espiritual de los indios á religiosos de las tres Ordenes
de Santo Domingo, San Francisco y la Merced.
La sustitución de los nuevos Doctrineros y expulsión de los anti-

guos se verificó en el mes de Agosto de 1768, empleando Bucareli un


aparato de fuerza innecesario en la realidad, é insuficiente en caso de
que hubieran resuelto hacerle resistencia; y
los Jesuítas ó los indios
multiplicando en sus relatos y correspondencias á España descripcio-
nes de soñados riesgos de la empresa, y ponderaciones de su haza-
ñoso proceder.
Así fueron separados de los indios Guaraníes los que los habían
convertido y doctrinado, dándose ejemplo de la más flagrante injusti-
cia que se vio en el siglo xviii, al ser castigados con gravísimas pe-
nas aquellos misioneros por crímenes falsos que ni se les habían pro-
bado ni notificado siquiera: y todo ello con grave detrimento del bien
espiritual de las misiones.
Hubo demostraciones de sentimiento, cuyo testimonio ha conser-
vado Peramás (2), por más que Bucareli procurase ahogar su
el P.
memoria en un calculado silencio y en falsos y artificiosos relatos.
Los habitantes del pueblo de San Luis presentaron al Gobernador
una petición para que les conservase sus Padres, la cual dicen que
alarmó á Bucareli como si fuera señal de una revuelta (3). Y no
fueron mayores las señales de disgusto ni hubo que lamentar distur-
bios algunos, gracias á la asiduidad con que los Jesuítas habían estado

(1) Adiciones por lo tocante á Indias y Filipinas, núm. XIII, Brabo, Colec-
ción, pág. 12.

(2) Emmanuel Vergara, CI, CII.


(3)Publicó el original sir Woodbine Parishen su obra «Buenos Ayres and
the province of Río de la Plata»: vid. hic tom. II, Apénd. n. 64
-39-
durante aquel año preparando los ánimos de los indios á la obediencia
y resignación (1). «No un escritor protestante (2), ha-
es fácil, dice
llar en la historia heroísmo comparable al acto de gigantesca abnega-

ción de sí misma, si así puede decirse, en virtud del cual renunció la


Orden de los Jesuítas, sin un amago de resistencia, á la vasta domi-
nación que ejercían en el Paraguay, y que sobre bases tan sólidas pa-
recía descansar.»
La memoria de misioneros quedó tan grabada en los ánimos de
los

los indígenas, que no han podido borrarla ciento cuarenta años pasa-

dos desde entonces: y hoy mismo, los pocos Guaraníes que van que-
dando, descendientes de aquéllos, recuerdan con ternura, enseñados
por la tradición de sus abuelos, á los Jesuítas violentamente arranca-
dos de sus pueblos.
La suerte ulterior de las Doctrinas después de la separación de los
Jesuítas, hasta quedar enteramente destruidas las Reducciones, se
expondrá en su propio lugar.

(1) Peramás, ubi siipra.


(2) Mansfield, Paraguay, Brazil, etc., pág. 443.
LIBRO PRIMERO

LA
OBRA DE LOS JESUÍTAS

CAPITULO PRIMERO
CONCEPTO DEL INDIO

1. Error primero: duda de si los indios pertenecían á la especie humana.

2. Segundo y tercer error, y origen común de los errores por defecto. — 3. Error
por exceso: el indio capaz de equipararse en breve con el europeo. — 4. Las leyes
— —
de Indias: condición legal del indio. 5. La Iglesia. 6. Dotes del cuerpo y del
— —
ánimo en los Guaraníes. 7. Antropofagia. 8. Borracheras y otros vicios. 9. —

Una teoría sobre la condición moral de los Guaraníes. 10. Religión de los Guara-
níes.— 11. Resumen y conclusión.

Es de gran importancia formar exacta idea del carácter y cuali-


dades de los indios en general y de los Guaraníes en particular, si se
quiere entender y apreciar debidamente la organización social entre
ellos introducida por los Jesuítas: y á conseguirlo se ordena el capí-
tulo presente. El examen de los errores extremos que se han defen-
dido en esta materia hará ver que no es tan fácil empeño como á pri-

mera vista pudiera parecer el de alcanzar el verdadero concepto del


indio.

ERROR PRIMERO: DUDA DE SI LOS INDIOS PERTENECÍAN


Á LA ESPECIE HUMANA 14

Hase afirmado que los españoles llegaron á dudar si los indios eran
hombres racionales ó más bien bestias privadas de razón: y hasta se
ha dicho que hubo quienes pasaron más allá de la duda, y los tuvie-
ron en efecto por animales irracionales.
Mas no parece que se justifique bastante ninguno de estos dos
asertos, á lo menos hablando de los españoles antiguos. De los nu-

merosos textos de varios autores citados por Solórzano (1), ninguno



afirma claramente lo que se dice. El P. Fr. Tomás Ortiz, después

{l) Solórzano, De Indiarum iure, tom. I, lib. 1, cap. VIL


-44-
de acumular á los indios toda suerte de excesos y toda barbaridad en
su modo de vivir, concluye textualmente que jamás crió Dios gente
más cocida en vicios (1): donde, pues los reconoce por gente, claro
es que ni duda de que sean hombres, ni mucho menos afirma como
cierto que sean bestias. Antonio de Herrcia, en el pasaje en que
habla de la visita de los Padres Jerónimos ordenada por el Cardenal
Jiménez de Cisneros, dice: Hubo muchos religiosos que tuvieron
opinión que estos no eran hornbres naturales (2), lo que Solórzano
traduce al núm. 38, illos veros homines non esse; pero sin dar razón
del porqué cambia el naturales en veros: siendo así que el decir que
no eran hombres naturales parece que no permiten los antecedentes
y consiguientes se explique en otro sentido que en este: eran hom-
bres, pero no en el estado natural de desarrollo de sus facultades
que hubiera correspondido á la edad adulta. Y estos son los dos
testimonios que más apariencia tienen. Los demás que se acopian allí

para formar número, hablan de la barbarie de los indios, 3' no de su


naturaleza de bestias que niegue la humana. Y en efecto, para citar-
los,hubo Solórzano de tratar por junto estas dos cosas, barbarie y
naturaleza de irracionales, como si fueran una misma: pues de otro
modo no le servían los textos. En lo cual no parece que procedió con
acierto; pues por evitar la incomodidad de separar los textos, con-
fundió las cuestiones.
Pero si acaso existió la duda ó la creencia de que se trata, no fué
sino una aberración más entre tantas otras: y no maravillará á quien
haya penetrado algo en la historia de los errores de la razón humana,
ni menos á quien sepa que hoy mismo en el siglo xx son tenidos por

los judíos todos los demás hombres en concepto de animales irracio-


nales. En efecto, el libro del Talmud (que los judíos tienen como nor-
ma de doctrina, llamándolo complemento y perfección de la Ley, y
apreciándolo por tan infalible como la misma Sagrada Escritura),
afirma que sólo los judíos son hombres, y todas las demás naciones,
en especial los cristianos, son una variedad de animales, y no pro-
piamente hombres: que han sido criados para servir día y noche á los
judíos: y se les ha dado la figura de hombres porque sería indecoroso
que un príncipe hijo del Rey (cual es el judío), fuese servido por ani-
males en su misma figura y no en la humana. Y no quedándose úni-
camente en la región especulativa, que pudiera creerse que sólo es
apta para apacentar la vanidad y soberbia, deduce las consecuencias
de que todo cuanto poseen los no judíos pertenece al judío, pues siendo

(1) Gomara, Historia general de las Indias, cap. 217.


(-!) Hhrrera, Historia, década 2, lib. 2, cap. 15.
-45 —
él únicamente hombre, sólo él es capas de derechos; y ?isi es Vic'iia.
lausura, el fraude, el hurto y la rapiña, si se ejercen en daño de los
no judíos: con otras máximas no menos inmorales, que no es del caso
citar (1).

El error, si existió, de los antiguos españoles acerca de los indios,


no pide larga refutación. Porque, reconociéndose en los indios la fi-
gura y cualidades corporales que corresponden á los hombres; siendo
indefinidamente fecundo el producto de su cruzamiento con otras
razas: y ejercitando ellos las funciones racionales, aunque con gran
imperfección, á todo lo cual se agrega la existencia de su lenguaje
hablado, únicamente propio del hombre, 3' prueba manifiesta de la

existencia de conceptos abstractos y universales; es patente que se


han de contar los indios entre los racionales, 3' son por tanto de la

especie humana.
En quien se advierte una extraña opinión que viene á ser igual á
este primer error, es en Don Félix de Azara, que escribía á fines del
siglo xviii. Afirma este autor que hubo una duda sobre los america-
nos casi tan antigua como el descubrimiento. Y al explicar en qué
consiste, dice que los primeros españoles tuvieron á los indios ó ame-
el hombre 3^ los animales (2), y
ricanos por especie intermedia entre
no por hombres. Semejante aserto es nuevo é invención de Azara.
No hubo entre los primeros españoles quién hablase de tal especie
intermedia, siendo evidente que entre tener razón ó no tenerla no
hay término medio posible: y en el primer caso se había de decir que
eran los indios hombres, 3' en el segundo que pertenecían al reino de
los animales irracionales.
Lo más curioso es que el viajeio naturalista, mientras protesta
que no pretende decidir sino indicar algunas de las razones en pro 3'

en contra, expone las razones de modo que se ve patentemente de


qué lado se inclina, llegando á negar que la fecundidad continuada
sea demostración de identidad de especie, dislate en que ningún pe-
rito en Historia natural incurrirá á no ser por preocupación. Y para
confirmar su parecer usa de argumentos como el siguiente: «La uni-
dad de lengua entre los Guaraníes, que ocupan tan vasta extensión de
país, ventaja que ninguna de mundo ha logrado
las naciones cultas del
obtener, indica igualmente que estos salvajes han tenido el mismo
maestro de lengua que enseñó á los perros á ladrar de la misma ma-

fl) Los textos que enuncian los asertos precedentes han sido publicados en
hebreo íntegramente con su traducción latina, año de 1892, en la obra de I. B.
Peanaitis, Christianus in Thalmude iudaeorum, edit. Petropoli.
(2) Azara, \'oyages, chap. XI, tom. II, pág. 86.
-46-
nera en todos Semejantes á ésta son otras razones que
los países.»

aduce, ineficaces para convencer de su extraño aserto (1), y que sólo


muestran el bajo concepto que le merecieron los americanos, y la

faltade sólido criterio y de filosofía que le hicieron caer en graves


errores, á pesar de su perspicacia como observador y de su indiscuti-
ble laboriosidad.

15 II

SEGUNDO Y TERCER ERROR


Y ORIGEN DE LOS ERRORES POR DEFECTO

El conjunto de cualidades reveladoras de la inferioridad del in-

dio, que en los últimos artículos se verán más detalladamente ex-


puestas, no podía menos de causar una impresión de pasmo en los
conquistadores, que venían de una nacitm civilizada, como hoy mis-
mo lo causan al viajero que por primera vez los observa. Su rudeza
é ignorancia, sus bárbaras prácticas y envejecidos vicios, la dificul-
tad que se halló para doctrinarlos, hicieron que algunos se persua-
diesen de que por sus cortos alcances eran ineptos para entender la

(1) Véase de argumentos: «Los indios se parecen á los animales por


la clase
la delicadeza de su oído; por la blancura, limpieza y disposición regular de sus
dientes; por no hacer uso de la voz sino rarísimas veces; por no reir nunca á
carcajadas; por unirse los dos sexos sin preámbulos ni ceremonias: por parir las
mujeres fácilmente y sin ningunas consecuencias molestas: distínguense asimis-
mo en gozar de completa libertad, no reconociendo superioridad ni autoridad;
en seguir en cuanto á su conducta, y sin que ellos se hayan obligado ni otros se
las impongan, ciertas prácticas de cuyo origen y fundamento no saben dar razón;
en no conocer juegos ni danzas, cantos ni instrumentos de música; en soportar
pacientemente la intemperie del cielo y el hambre; en no beber sino antes ó des-
pués de sus comidas; en no usar sino de la lengua para quitar las espinas del pes-
cado que comen y conservarlas en un rincón de la boca; en que no saben ni lavar-
se, ni limpiarse, ni coser; en que no dan instrucción alguna á sus hijos, y algunas
naciones hasta matan á los suyos; en que no se ocupan ni de lo pasado ni délo
porvenir; en que mueren sin inquietud sobre la suerte de sus mujeres y de sus
hijos y de cuanto dejan en el mundo; y finalmente, en que no conocen ni religión ni
divinidad de ninguna especie. Todas estas cualidades parecen aproximarles á los
cuadrúpedos; y asimismo parecen tener cierta relación con las aves por la fuerza
y agudeza de su vista> (Voyages, pág. 192, tom. II). «Los indios hablaban mil len-
guas que no tenían entre sí absolutamente relación alguna: lenguas que parecen
dictadas por la naturaleza misma cuando enseñó á los perros y á los otros anima-
les cuadrúpedos á formar sonidos: es decir pobrísimas en expresiones, casi todas
nasales ó guturales y en cuj'a pronunciación apenas interviene la lengua, y se-
mejantes en esto al lenguaje de los animales. La unidad de lengua entre los Gua-
raníes...» (como arriba en el texto.) Varios de estos conceptos son inexactos, par-
ticularmente aplicándolos á todos los indios, sistema tan favorito de Azara como
vicioso: y todos son insuficientes para probar su intento, por no decir otra cosa.
-47-
predicación de la divina palabra, y por lo mismo incapaces de abra-
zar nuestra santa fe.

Ni hay por qué maravillarse de tal error, cuando lo vemos re-


producido hoy día por algunos autores, que juzgan incapaces de
profesar la religión cristiana á ios indios, y hacen afirmaciones como
la siguiente: El cristianismo^ es sólo para
el pleno cristianismo ,

los blancos. No adaptan d él los /;¿/^r?o-


se sienten bien con él ni se
;'^s (1). Como si Cristo Nuestro Señor hubiera muerto sólo por los

blancos, y sólo á los blancos quisiera en el cielo. Pero la verdad es


que él ha dado sentencia, que no puede faltar, de que sólo los que
abracen y practiquen lo que enseña la fe cristiana se salvarán: y
cuanto es de su parte, todos quiere que sean salvos, sin que sea es-
torbo la cortedad del entendimiento, pues expresamente tiene decla-
rado que á loshumildes y pequeñuelos se les comunican con prefe-
rencia las verdades del cielo (2).
De la existencia de este error entre los primeros que trataron á
los indios, consta por el Informe que sobre la materia dirigió al Papa
Paulo III hacia 1535 el primer Obispo de Tlascala Fr. Julián Garcés,
de la Orden de Predicadores: «Ahora, dice, es preciso hablar contra
aquellos que hemos averiguado que juzgan siniestramente de los in-

dígenas, y refutar la vanísima opinión de los que los tachan de inca-


paces y los culpan, afirmando que deben ser arrojados del seno de la
Iglesia» (3). Consta igualmente, así por el Rescripto del mismo Papa
al Cardenal de Tavera, como por su Bula Veri tas Ipsa, de que se
hablará luego, }' en que declara la falsedad de semejante doctrina.

Habiéndose abierto paso la verdad al través de estos errores,


merced á de los Pontífices y á las providencias del
las declaraciones
Rey de España, y admitidos sin contradicción los indios á la predica-
ción, á la profesión de la fe }' al bautismo, y también á la penitencia,
guardóse con ellos mucho más miramiento en cuanto á la admisión á
la Eucaristía. Parte por la costumbre, parte por algunas prescripcio-
nes de sínodos diocesanos, se tardó mucho á hacerlos comulgar. Y
aunque el Papa Paulo III en una Constitución que cita Fr. Juan de
Torquemada (4), ordenó que no se negase á los indios la sagrada Co-
munión; es lo cierto que en 1576, casi cien años después del descubri-
miento de América, escribía el P. José de Acosta: «Gran dificultad
hallo en resolver que se haya de juzgar de la costumbre hasta aquí

(1) René-moreno, Catálogo del Archivo de Mojos y Chiquitos, 1.^ parte,


Introd. §. XL .

(2) Matth. XI, 5, 25.


(3) Herxaez, Colecc. de Bulas, tom. I, trat. 2, secc. 1.^
(4) Monarquía indiana, lib, XVI, cap. XX.
.

-48-
observada en esta iglesia de las Indias occidentales, de que á los in-
dios adultos ya bautizados, y que han confesado debidamente sus pe-
cados, no se les administre la comunión cada año: y lo que más es, ni

aun cuando les sobreviene inminente peligro de muerte» (1). Esta

costumbre, que en algún tiempo y lugar pudo ser una medida de pru-
dencia en cuanto á la comunión de cada año, pero que como cosa ge-
neral reprobó la Iglesia, parece que procedió de la opinión de algu-
nos que decían que los indios tío tienen capacidad para esto, y que

viven licenciosamente en sus costumbres, y ocupan lo más del


tiempo en borracheras y otras cosas indecentes (2)
Todavía duraba esta práctica y opinión en el Perú en 1583 (3): y
la misma había en Chile hacia 1597, como lo dice el P. Enrich por las

siguientes palabras: «Habiendo [ios Padres de la Compañía] determi-


nado darles [á los indios] la sagrada comunión, se levantó grande
alarma en esta capital [Santiago de Chile] por ser esto una novedad
nunca vista, que muchas personas, aun piadosas y de carácter, mira-
ban como injuriosa á la misma adorable persona de Nuestro Señor
Jesucristo (P. Olivares, Historia de la Compañía, cap. I, § 6 )» (4).

En los tres errores enumerados hasta aquí, que deprimían más


de lo justo la condición del indio, no se puede negar que tuvo su in-

espectáculo de las operaciones y modo de proceder de los in-'


flujo el

dígenas, tan inferiores en todo á los conquistadores; pero influyó al


mismo tiempo otra causa, y quizá más poderosa: pues todos ellos na-
cían de ánimo dominado de pasión. Porque los que expresaron la pri-

mera opinión (que fué de pocos y por poco tiempo) si es que en reali-
dad los estimaron por irracionales, como con sus palabras lo decían,
era porque los trataban como bestias de carga, y pretendían legitimar
su proceder y perseverar en él. Y de los que tuvieron la segunda,
de que fuesen racionales, pero en quienes el uso de la razón estaba
tan trabado, que no eran capaces de entender ni aun lo preciso
para recibir cualquier sacramento al modo de los adultos, dice el
lUmo. Garcés ya citado: «Esta es aserción que brota de los labios de
cristianos avarísimos, cuya codicia es tan grande, que por hartar su
sed, seempeñan en que son bestias y animales de carga unas criatu-
ras racionales hechas á imagen de Dios: y todo no por otro fin, sino
para que aquellos á cuyo cuidado están encomendadas no trabajen
por librarlas de las rabiosísimas manos de la codicia de ellos, y más
bien les permitan usar de ellas á su arbitrio... Y si alguna vez, San-
(1) Agosta, De prociiranda indor. salute, lib. VI, cap. VIII.
(2) Refiérelo el sínodo de la Paz de 1638, lib. I. tit. V, cap, II.
(3) Tercer Concil. prov. Lim. Act. 2, cap. 19.
(4) Enkicii, Historia de la Compañía de Jesús en Chile, lib. I, cap. VIII,, n.° 21.

-49-
tísimo Padre, oyere vuestra Santidad que algún varón piadoso se in-
clina á semejante sentencia, por masque parezca el tal resplandecer
por su singular integridad de vida, ó por su dignidad, no sirva ésta
para darle autoridad alguna en este asunto, sino crea certísimamente
vuestra Santidad que ése poco ó nada ha afanado en convertirlos: y
examine y hallará cuan poco ha trabajado para aprender su lengua,
ó averiguar sus costumbres. Pues los que en estas cosas han traba-
jado con caridad cristiana, no afirmarán que en vano se echan entre
ellos las redes de la caridad. Mas los que ó solitarios, ó retenidos por
desidia, á nadie han reducido al servicio de Cristo con su industrioso
celo, para que no los puedan culpar de que fueron inútiles, atribu3^en
á defecto de los infieles lo que es vicio de su propio descuido, y de-
fienden su verdadera desidia con imputar una falsa incapacidad, no
cometiendo al excusarse menor culpa de la que querían apartar
de sí.»

Y de los que tuvieron á los indios por incapaces de recibir la Eu-


de la Paz, celebrado en 1638 debajo
caristía, dice el sínodo diocesano
D. Feliciano de Vega: «No sólo hay obligación de dar el
del Illmo. Sr.
Santísimo Sacramento de la Eucaristía por la Pascua á los españoles,
para que cumplan con el precepto de la Iglesia, sino también á los
indios y otros cualesquier cristianos, como á los hijos de la Iglesia. Y
porque en cuanto á ha entendido que ha habido defecto
los indios se

en esto, so color de decir que no tienen capacidad para esto, y que vi-
ven licenciosamente en sus costumbres, y que lo más del tiempo lo
ocupan en borracheras y otras cosas indecentes, y este daño se puede
juzgar que procede de la falta de enseñanza, y de no doctrinarles
sus Curas con la puntualidad que deben para que se aparten de las
ocasiones, etc.» (1)

III 16

ERROR POR EXCESO: EL INDIO


CAPAZ DE EQUIPARARSE EN BREVE CON EL EUROPEO

Así como se han dado errores por defecto, negando al indio la


capacidad y aptitudes que realmente poseía, y hasta la misma natu-
raleza de hombre; así han existido también errores por exceso, supo-
niendo en él mayor perfección de la que tiene.

(1) Lib. I, tít. 5, c. 2.

4. Organización' Social de las Doctrinas Guaraníes.


-50-
Autores que no han estado en contacto conlos indios, han supuesto
que, aun tratándose de los habitadores salvajes de América, con
sólo darles libertad de vivir al modo de los europeos, de gobernarse
por de adquirir y poseer, comprar y vender, hubieran llegado en
sí,

breve tiempo á tomar los hábitos de las razas europeas, á realizar


grandes adelantos, y á ponerse al nivel de las naciones civilizadas.
Cuánto tiempo se necesitase para esa feliz transformación, no lo preci-
san; aunque si se ha de juzgar por los cálculos que en puntos particu-
lares echan algunos, no sería temeridad el decir que parecían persua-
didos de que en una docena, en una veintena de años, y ciertamente
en un siglo, habían de quedar los indios casienteramente civilizados.
De esta opinión parece que era D. José Manuel Estrada, quien
no solamente ha dicho que los indios tenían aptitud para la civiliza-

ción, lo cual es una verdad; sino que ha consignado esta otra aseve-
ración: «Lrt rasa Guaraní era tan buena como todas las rasas-» (1),

hablando de capacidad perfectiva: y se ha maravillado de que siglo 3'


medio después de fundadas las Doctrinas no hubieran estado ya civi-
lizadas, y de que no hubiesen tenido )a fuerza que tuvieron los res-
tantes pueblos de estirpe europea en el Plata para resistir y conser-
varse á pesar de la anarquía y desórdenes que se experimentaron en
la época de la independencia (2). Sentencias que suponen ó expresan
el error que hemos señalado.
Esta misma fué la opinión que mostró y expresó en todos los tonos
Bucareli para desací editar la obra de los Jesuítas. Durante un año
estuvo asegurando á los treinta Corregidores y treinta caciques prin-
cipales de los pueblos Guaraníes que había hecho venir á Buenos
Aires, que los Jesuítas los tenían oprimidos y esclavizados; pero que
él repartiéndoles las tierras, abriéndoles el comercio y poniéndoles
estudios públicos, los iba á sacar en breve tiempo de aquel miserable
estado y conducirlos á una envidiable prosperidad y adelanto. Y lo

mismo repite á cada paso en su Instrucción, Adición y Ordenanza de


comercio.
Por semejante maneía y con más ó menos sinceridad, dieron en
este error otros varios que ponderaron con cuánta facilidad se podían
asimilar los Guaraníes la civilización de los europeos por medio de
sistemas que pintaban como muy halagüeños y hacederos. Este modo
de discurrir prevalece hoy todavía en algunos que por eso mismo
tienen por gran desacierto el sistema de los Jesuítas en las Doctri-
nas, como Gothein, quien del talento manual de los Guaraníes, de la

(1) Estrada: Lecciones de historia de la República Argentina, lecc. II, § III.

(2) Ibid. lecc. IV, 8 IV, al (in.


-51 -
tenacidad con que en 1752 se negaron á abandonar su país con protes-
tas y razones bien ponderadas, y del ejemplo de algunos indios de más
juicio, que no son sino excepciones, pretende concluir que no eran
los Guaraníes tales como siempre han sido conocidos, en cuanto á im-
previsión y corta capacidad (1).

Esta opinión que asienta ser fácil en brev^e espacio de tiempo ele-

var los indios á un grado de civilización igual ó análoga á la europea,


cuando no se haya de decir que procede de la pasión, descubre un
manifiesto desconocimiento de las cosas y sumo desdén de la expe-
riencia; y en todo caso es un error. No se mudan las costumbres de
los pueblos á manera que se hilvana una deslumbrante teoría en
la

alguna Revista: no se cambian con tanta facilidad los hábitos de una


raza: y puestos los hombres al trabajo, se ven forzados á deponerlos
vuelos de la fantasía, porque tropiezan con la dura realidad. Para los

fautores de semejantes opiniones, la mejor respuesta sería el exigir-

les la prueba experimental, y con la condición de que ellos mismos


fueran los agentes puestos en contacto con los indios.

Pero sin necesidad de este recurso, á que ciertamente no se habían


de prestar, está hecha la prueba por una experiencia, no de los diez,

veinte y aun cien años, sino de más de trescientos, desde que se des-
cubrió la América; sin que se pueda echar la culpa á este ó aquel
sistema, á esta ó aquella corporación, ni á este ó al otro gobierno.
No se puede decir que el no haberse elevado los indios al grado á que
tan fácilmente creen los autores de esa opinión que habían de llegar,
sea debido á los Jesuítas, porque más de cincuenta años, y en algunas
partes más de ciento, estuvieron los Guaraníes sin ser doctrinados por

Jesuítas. No se al sistema de comunidad, por-


puede decir que se deba
que en unas partes como en el Paraguay, había algo de comunidad:
en otras, como en Méjico ó el Perú, no la había. Tampoco se puede
decir que sea debido al gobierno español, porque después de la inde-

pendencia, se ven indios en todas las repúblicas latinoamericanas, y


señaladamente Guaraníes en la Argentina, el Paraguay y el Brasil, y
<3istan mucho de haberse elevado á la civilización europea. La razón,
pues, de esta inferioridad ha de estar más honda: y es falso que esas
razas sean fácilmente susceptibles de llegar á la civilización de otras,

y que ésta sea tarea de poco tiempo.


(1) GoTHEiN, Der christlich-sociale Staatder Jesuiten in Paraguay, pág. 22,
ed. 1883.
-52-

17 IV

LAS LEYES DE INDIAS: CONDICIÓN LEGAL DEL INDIO

Expuestos ya los errores en que sobre la aptitud de los indios con»


respecto á la civilización han incurrido panegiristas demasiado llenos
de entusiasmo ó despreciadores interesados, es tiempo de procurar
establecer el verdadero concepto, que no tropiece en uno ni en otro
extremo.
Por cuanto los enemigos de España hayan declamado contra su
modo de gobernar las colonias, nunca podrán negar la solicitud y
empeño y la prudencia y generosidad con que procuraron los Re3'es
acertar en esta administración. Prueba de ello es el establecimiento
del Consejo de las Indias, Tribunal que se consideraba como de su-
prema importancia, 3^a que por él habían de pasar las causas de
parte tan dilatada de la monarquía. Compuesto délos más eminentes
jurisconsultos yhombres de gobierno, que en gran parte habían en-
canecido y adquirido su experiencia desempeñando cargos de respon-
sabilidad en América, en él se ventilaban todos los negocios de alguna
importancia como en Tribunal supremo: y ninguno era decidido por
el Rey sin la vista de su Consejo, y puede decirse que ninguno contra
su parecer.
El examen y conocimiento que precedía á sus consultas, la madu-
rez y prudencia de sus resoluciones, hicieron proverbial la sabiduría
de las leyes promulgadas con acuerdo de aquel Consejo, que son las
contenidas en la Recopilación de leyes de Indias.
Según esto, no será pequeña la luz que se derive á la presente
investigación sobre la índole de los indígenas, del concepto que mere-
cieron á Reyes tan solícitos y á un cuerpo consultivo de tanta pru-
dencia y sabiduría, y cuyos miembros estaban tocando con las manos
los asuntos objeto de sus resoluciones.
Sobresale en las leyes de Indias el interés especial de compasión-
con que los Rej'es miraron siempre por el bien, espiritual en primer
lugar, y después temporal, de los indios, como de personas más desva-
lidas. Tal solicitud se encuentra retratada al vivo en aquellas pala-
bras déla Reina Católica Doña Isabel, dignas de ser siempre repeti-
das, que forman parte de su testamento, y constitu3'eron después la

ley primera, título diez del libro sexto en la Recopilación de le3'es de


Indias: «Cuando nos fueron concedidas por la Santa Sede Apostólica
las islas 3' tierra firme del mar Océano, nuestra principal intención
-53-
:fué de procurar inducir y traer los pueblos de ellas y los convertir á
nuestra santa fe católica, y enviar prelados y religiosos, clérigos y

otras personas doctas y temerosas de Dios, para instruir los vecinos y


moradores de ellas, y los convertir á nuestra santa fe católica. Su-
plico al Rey, mi señor, muy afectuosamente, y encargo y mando á la
princesa mi hija, que así lo hagan y cumplan, y que éste sea su prin-
cipal fin, 3^ en ello pongan mucha diligencia, y no consientan ni den
lugar á que los indios vecinos y moradores de las dichas islas y tierra
firme, ganados y por ganar, reciban agravio alguno en sus personas
y bienes: mas manden que sean bien y justamente tratados: y si
algún agravio han recibido, lo remedien, y provean de manera que

no se exceda cosa alguna lo que por las letras apostólicas de la dicha


concesión nos es inyungido y mandado.» Con el mismo sentimiento
escribía el Rey Felipe IV ciento cincuenta años más tarde al Virrey
y Audiencia de Méjico las sentencias que como ley se intimaron des-
pués para toda la i\.mérica: «Quiero que me deis satisfacción á mí y
almundo del modo de tratar esos mis vasallos: y de no hacerlo con
que en respuesta de esta carta vea yo ejecutados ejemplares castigos
en los que hubieren excedido en esta parte, me daré por deservido: y
aseguraos que aunque no lo remediéis, lo tengo de remediar y man-
daros hacer gran castigo de las más leves omisiones en ésto, por ser
contra Dios y contra mí, y en total ruina y destruición de esos mis
reinos, cuyos naturales estimo, y quiero que sean tratados como lo
merecen vasallos que tanto sirven á la monarquía, y tanto la han
engrandecido.» (1)

A tenor de esta intención general de los monarcas, fueron las


demás disposiciones de la legislación. Las leyes de Indias para reme-
diar el daño que se seguía de la simplicidad de los indios, quienes ha-
lagados por unos cuantos donecillos ó promesas, se iban tras los es-
pañoles y se dejaban sacar de sus pueblos, sin advertir que con eso
quedaban para perpetuos esclavos y criados, excepto en el nombre:
hubieron de prohibir que se sacasen de sus reducciones indios ó indias,
ni para llevarlos á España, ni para transportarlos á otras partes de
América (2). No habían de entrar los encomenderos en los pueblos
de Indios en que tuvieran encomiendas, para que no oprimiesen á los
indios á pretexto de la encomienda, como solía suceder (3). Ni aun po-
dían entrar los negros esclavos de los encomenderos, porque los in-
dios, como gente de poco ánimo, se dejaban maltratar de ellos tam-

0) Ley 23, tít. 10, lib. 6 R. I.

(2) Leyes 16 y 17, tít. I, lib. 6.

(3) Ley 14, tít. 9, lib. 6.


-54-
bién (1). Estaba prohibido á los españoles en general el vivir en pue-
blos de indios por la misma
razón, y porque tanto ellos como los
mestizos, mulatos y negros, no escandalizasen á los indios con malos
ejemplos (2). Contra ellos no procedían los Inquisidores, porque no se
consideraba que alcanzasen á la malicia que encierran los delitos de
este fuero (3). Desde 1530 se ordenaba que las autoridades españolas
tuviesen cuidado de hacer trabajar á los indios, en los cuales es pro-
verbial la innata ociosidad (4). El tributo que habían de pagarse de-
terminó que lo cobrasen del producto de bienes
los Oficiales reales

comunes, pues de otro modo no había seguridad de que se satisficie-


ra, atendida la imprevisión del indio, si cada uno personalmente lo
hubiera de pagar (5). Era preciso andar consumo cuidado con ellos
para que no se desconcertasen en la bebida, de lo que resultaban gra-
vísimos excesos y en cuanto á lospueblos mismos de indios, fué ne-
(6):

cesario prohibir que en ellos se introdujese vino ó licores con graves


penas para los que los introdujeran, y para los gobernantes que no
fueran bastante celosos en estorbarlo (7).

Todas estas disposiciones y otras más que se pudieran citar^


muestran claramente el concepto que de las cualidades del indio se
contiene en las le3'es de Indias, y que en ellas se compendia cuando
se dice que son personas caracterizadas por sit natural simplici-
dad (8): inclinación d vida ociosa y descuidada {9): ociosidad y
dejamiento (10).
Por eso, según la legislación española, quedaron los indios com-
piendidos en una condición análoga á la de los menores, y con los
privilegios que suele dar el derecho á los pobres, rústicos y demás
personas miserables. <íLos indios son personas miserables, y de tan
débil natural,que fácilmente se hallan molestados y oprimidos: y
nuestra voluntad es que nopadezcan vejaciones, y tengan el amparo
y remedio conveniente por cuantas vías sean posibles». Así se
expresaba Felipe II de 1582, y la
en Cédula de Lisboa á 17 de Mayo
misma prescripción renovaron sus sucesores, y se incorporó en el de-
recho de Indias (11). Llámanse en el Derecho />^/'vSo;/«s miserables los-

(1) Ibid. ley 15.


(2) Céd. real de 12 de Julio de 1600: otra de 1581.
(3) Ley 35, tít. I, lib. 6.
(4) Ley 23, tít. 2, lib. 5: Ley l.-'^, tít. 12, lib. 6.
(5) Ley 13, tít. 4, lib. 6.
(6) Ley 31, tít. 8, lib. 6.
(7) Ley 36, tít. I, lib. 6.
(S) Ley 5, tít. 4, lib. 7.
(9) Ley L'' tít. 13, lib. 6.
(10) Ley 1.*'^
tít. 12, lib. 6,

(11) Ley 13, tít. 7, lib. 1.


— .^5 —
que por las miserias que padecen y por la imposibilidad de remediarse
ellos mismos ó precaver sus daños, excitan naturalmente la com-
pasión. Tales se juzgan los pobres, que de todos se ven desatendidos,
sin encontrar valimiento ni aun en prosecución de sus más legítimos

intereses: las viudas, que faltas de marido que las defienda, fácil-
mente padecen en sus bienes exteriores fraudes y violencias; las don-
cellas huérfanas, que privadas de la protección de sus padres, sufren
igual desamparo: los enfermos continuos, que no pueden atender á su
defensa: los viejos decrépitos, ya destituidos de la debida discreción.
—Para semejantes personas hay leyes y privilegios especiales de
protección y defensa.
Y
verdaderamente los indios han tenido que estimarse, y aun
hoy mismo deben ser tenidos los que quedan, como más miserables
que cualesquiera otras personas, pues ha sido tanta su cortedad de al-
cances y de ánimo, quede todos se veían molestados y vejados. Es muy
ordinario, dice el Illmo. Montenegro (1) tratar mal con agravios
y molestias d estos miserables indios, los cuales, siendo libres, pa-
rece que son esclavos de todos, y mucho más de los esclavos etiopes
y de la gente ?nds vil, que son negros y mulatos, y estos son los
que los llevan arrastrando al trabajo: y sobre robarles ó quitarles
lo que llevan por los caminos ó en las calles y plazas públicas, les

ponen las manos pesadamente, como lo estamos viendo y tocando


con las nuinos cada día.
Como á menores, pues, que no alcanzaban á precaverse y defen-
sí mismos, comprendía á los indios la restitución in
derse por inte-

grum, por virtud déla habían sufrido daño notable, podían


cual, si

reclamar ante el juez, teniendo obligación los compradores ó nego-


ciantes que habían tratado con ellos de restablecer las cosas en su es-
tado primitivo: pues la ley presumía no ser bastante el conocimiento
del indio, y por tanto, el contrato estaba sujeto á rescisión.— en Y
general, estaba prohibida cualquier transacción ó contrato que se hi-

ciese con los indios sin intervención del Protector general de natura-
les, ó del protector particular que les señalase la Audiencia, ó á falta
de éstos, de la justicia ordinaria: y si en alguno de estos actos fal-

taba tal requisito, quedaba destituido de firmeza y validez (2).


El juez, de ley ordinaria, no podía exigirles juramento. Porque
por una parte su poco discernimiento no les dejaba alcanzar bien la

gravedad del perjurio, y así no concebían de él el debido horror: y

Montenegro. Itinerario, lib. II, trat. I. ses. VIII.


(1)
Cédulas reales de 1540, 1571 y 1572, citadas por Solorzano, De Indianim
(2)
iure,tom. II. lib. I, c. 27, n." 65.

-56-
por otra parte no se les conocía amor á la verdad, sino por el contra-
rio mucha facilidad en mentir: y así atestiguaban lo que creían que
agradaría más lo que les había sugerido cualquiera que tu-
al juez, ó
viese influjo sobre Por loque, prohibiendo el derecho natural y
ellos.

canónico exigir juramento cuando se ve manifiesto peligro de perju-


lio, 3' constando por la experiencia continua 3' por la declaración del
Concilio III límense (1) que este peligro siempre existía en los indios,
quedaba prohibido al juez civil tomarles juramento, como lo prohibía
expresamente el mismo Concilio en el caso del juez eclesiástico.

Por lo mismo cualquiera testimonio de los indios era reputado por de


sospechoso valor en los juicios. Y en una ordenanza del Virrey del
Perú D. Francisco de Toledo, se prescribió que no se admitiese como
probatorio el testimonio de indios, á no ser que se hallasen seis testi-
gos contestes, los cuales se podían examinar ó uno á uno como se
hace con los demás testigos, ó los seis juntos: 3' aun en el caso de con-
testar los seis, no tuviesen más fuerza que la de un testigo singular.
En materia de castigos, debía el juez proceder siempre con dis-
tinto criterio respecto de los indios que respecto de los demás,
aplicando las penas más como padre que como juez: pues es de dere-
cho natural que siendo tanta la miseria, rusticidad y simplicidad de

los indios,y no teniendo por lo mismo sus delitos tanta malicia, no


estuviese el juez obligado á aplicar el rigor del derecho, sino que tu-
viese deber de usar de benignidad al infligir unas penas que habían
sido decretadas para los españoles, no para los indios. Así discurrían

y resolvían los Doctores, salvo el caso de que hubiese daño de terce-

ro, que hay estricta obligación de reparar, ó de que fuese atroz el


delito, con indicios ciertos de que se cometió no con simplicidad sino

por malicia: 3^ aun en tales casos enseñaban que el mismo ofendido


debía darse por contento aunque no fuese tan cabal
la satisfacción

como en otros se exigiría, 3' que


pena en algo se debía mitigar,
la

pues la falta de conocimiento en el indio disminuye la razón de vo-


luntario, 3' por tanto hace menor la culpa, aun en el caso de pecar de
malicia.
«Vaconteciere que los indios recibiesen agravios de español»,
si

decía Virrey del Perú la Cédula real de 29 de Diciembre de 1593,


al

«os mando que de aquí en adelante castiguéis con ma3'or rigor á los
españoles que injuriaren, ofendieren ó maltrataren á los indios, que
si los mismos delitos se cometiesen contra los españoles: y esto mis-
mo ordenaréis á todas las justicias del distrito de esa Audiencia».

(1) Concil. II, limen. Act. 4. c. 6.


-57-
Debía también el juez despachar sus causas con brevedad, como
lo recomendaba el segundo Concilio limense, cu^'as son estas pala-
bras: «Que las causas y pleitos de los indios, especial pobres, se con-
cluyan sumariamente y con amor paternal, y no se admita contesta-
ción de pleitos contra indios en forma, si no fuere en casos gra-
ves» (1). Y Felipe II en varias Cédulas y Ordenanzas que después
formaron la \ey 83, tít. 15, lib. 2 en la Recopilación de Indias, pres-

cribía: «Sean despachados los indios con brevedad... [y las justicias]

no den lugar que en los pleitos entre indios ó con ellos se hagan pro-
cesos ordinarios, ni haya dilaciones; sino que sumariamente sean de-
terminados, guardando sus usos 3' costumbres.»
Los testamentos de los indios eran válidos por legítima costum-
bre, aunque no interviniesen en ellos los siete testigos de ley:
bastando sólo dos, los que cómodamente pudiesen hallarse, hombres
ó mujeres, y supliendo al escribano un indio de los que suelen desig-
nar los Gobernadores ó Corregidores indios.
Esta misma razón de ser personas miserables, hacía que muchas
de sus causas pertenecieran al fuero mixto, pudiendo por consiguiente
tramitarse no sólo ante el tribunal civil, sino también ante el ecle-

Obispos y Arzobispos. Y según el decreto del Concilio


siástico de los
Tridentino que ordena al Obispo «tener paterno cuidado de los po-
bres y demás personas miserables», tenían obligación los Prelados de
salir á la defensa de cuando los veían oprimidos y vejados,
los indios

como lo explica el Illmo. Montenegro, particularizando algunos


casos.
Igualmente y por ser cierto que los indios, como personas faltas
de consejo y apocadas de ánimo, no habían de saber acudir á los tri-
bunales para quejarse ó defender su derecho, se nombraron personas
con título de Protectores que acudiesen á este oficio, como se dirá á
su tiempo.
Todas estas providencias muestran el estado de menores en que
Y si se mira en
se hallaban los indios en virtud de las leyes de Indias.
Tribunal de tanto peso cuan exento haya estado de pasión desprecia-
tiva, pues es el mismo que con graves penas persiguió la esclavitud
3' el que no pudo caber ignorancia en asunto tan
servicio personal: 3"

experimentado por más de trescientos años: aparecerá claro ser el


juicio que se desprende de las le3'es de Indias el testimonio más
abonado para conocer la índole 3^ carácter de los indígenas de Amé-
rica.

(1) Concil. II limen, part. I, cap. 120.


(2) CoNc. TRiD. sess. XXIII. c. 1.
-58-

V
18 LA IGLESIA

No es de menor importancia, para formar el cabal concepto del


indio que se pretende, el consultar el juicio de la Iglesia. Trátase
aquí de la Iglesia docente, esto es, de su cabeza el Sumo Pontífice, y
de los Obispos, Pastores de cada grey, en cuanto unidos con el Su-
premo Pastor. La Iglesia así entendida, desde el descubrimiento de
las Indias tomó con especial interés los asuntos de América, Presen-
tábase aquí un mundo entero envuelto en las tinieblas del error y mu-
chas veces de la idolatría, y en condiciones oportunas para ser con-
vertido á causa del celo y piedad y de las favorables disposiciones de
los principales que intervenían en el descubrimiento. Por medio de
sus ministros enviados como misioneros á cumplir el encargo de su
divino Maestro de enseñar á todas las naciones, no precisamente las
ciencias humanas, sino el camino del cielo y la ciencia de la salva-
ción, se puso en contacto desde el primer día con los naturales para
guiarlos á la fe, y ejercitó con ellos los oficios de amor y protección
propios de una cariñosa madre: interpuso muchas veces su brazo en-
tre el castigo del conquistador y la persona del indígena: y más de
una vez dejó oir su voz, enseñando la verdadera doctrina con autori-
dad de magisterio infalible, y amonestando con autoridad de gobierno
á eclesiásticos y seglares para que no excediesen de sus derechos ni
descuidasen sus obligaciones.
He que testigo tan intachable y tan bien informado
aquí ahora lo

nos enseña acerca de la condición é índole del indio. Ante todo, —


abomina de la opinión que pretendió ser los indios incapaces de la fe

cristiana, y reprueba declarando que, siendo como eran los indios


la

seres racionales, y por tanto capaces de la fe, aquella opinión era un


puro pretexto para atropellar á los naturales y tratarlos como bestias
después de haberlos privado de lo que poseían, como libres que eran,
dueños de sus haberes y no incapaces de poseer.
Ya se ha visto la santa libertad con que el Obispo de Tlascala
Fr. Julián Garcés declara al Papa el misterio de aquella sentencia
tan apartada de razón y humanidad, que todo consistía en la codicia
sin freno de los que querían oprimir á los indios. Oigámosle deshacer
con razones tan grosero prejuicio (2): «Predicad, dice el Señor, el

(1) Matth, XX\ III, 19, 20.

(2) Hf.knahz, Colección de Bulas de América, tom. I, trat. 2." secc. 1." pág. 57.
-5Q-
» Evangelio á toda criatura: el que creyere, etc. De los hombres ha-
» biaba... sin exceptuar á ningún pueblo, sin excluir á ninguna na-
»ción... Resta, pues, que á nadie cerremos aquella puerta que vio
» San Juan en el Apocalipsis... y por tanto, A ningún hombre
abierta
»que con movimiento espontáneo de fe pide el bautismo se ha de ce-
»rrar la puerta de la Iglesia, conforme á la doctrina de San Agustín,
» sermón 15... Y ¿quién es el que sin mesura en el ánimo ni vergüenza

»en la cara se arroja á afirmar que son incapaces de la fe los indios,


»á quienes estamos viendo ser capacísimos de las artes mecánicas, y
»que reducidos á nuestro servicio experimentamos dóciles, fieles y
«diestros?» Con este vigor y nervio los defiende, apo3'ándose en el
Evangelio y en los Santos Padres, y refiriendo sus buenas cualida-
des, que prueba con numerosos hechos.
No se conoce la fecha de esta carta, que es una Información he-
cha de oficio, pero se atribuye á los principios del pontificado de
Paulo Dentro de poco, á 29 de Mayo de 1537, dirigía este Sumo
III,

Pontífice una declaración doctrinal confirmatoria de los juicios del


lUmo. de Tlascala, escribiendo al Cardenal Tavera, Arzobispo de To-
ledo, el Breve Pastúrale officiimi. «Ha llegado», dice en él «á nues-
»tra noticia (1), que para reprimir á algunos que agitados de su codi-
»cia abrigan ánimo inhumano para con el humano linaje, nuestro
«carísimo hijo en Cristo Carlos, Emperador de Romanos siempre
«augusto, que juntamente es Rey de Castilla y de León, ha intimado
»con público decreto á todos sus subditos que nadie presuma reducir
»á esclavitud los indios occidentales ó meridionales, ni privarlos de
»sus propios bienes. Nos, pues, en atención á que los indios dichos,
»por más que se hallen fuera del gremio de la Iglesia, no están, sin
«embargo privados, ni hay derecho para privarlos de su libertad na-
»tural ó del dominio de sus haberes; y á que, siendo hombres, y por
»tanto capaces de la fe y de la salvación, no han de ser destruidos
»por la servidumbre, sino convidados á la vida espiritual por las pre-
»dicaciones y buenos ejemplos; deseosos igualmente de reprimir tan
^abominable osadía de esos impíos hombres, y de prevenir el que
«exasperados por las injurias y daños recibidos, se hagan más difíci-
«les para abrazar la Fe de Cristo; encargamos á tu prudencia... y te
«cometemos por las presentes letras, que por ti ó por otros... asistas
«ala defensa de los predichos indios... y bajo pena de excomunión
i>latae sententiae reservcida.... al Romano Pontífice... prohibas á todos
»}" cada uno... reducir de cualquier modo que sea los predichos indios
»á esclavitud, ó despojarlos de sus bienes...»
(1) Heknakz, Colección, tona. I, trat. 2.° seco. 5.^ pág. 101.
-60-
Cuatro días después, á 2 de Junio de 1537, y en el mismo tercer
año de su pontificado, expedía un documento más universal en la Bula
dirigida á todos los fieles que empieza Veritas ipsa, y en él se expre-
saba del siguiente modo (1): «La Verdad en persona, que no puede
»engañarse ni engañar, sabemos que dijo, al tiempo que destinaba
»los predicadores de la fe al oficio de predicar: Id, y enseñad á todas
»las gentes. A todas dijo, sin distinción alguna, como que todas son
» capaces de la doctrina de la fe. Viendo y envidiando esto el enemigo
»de la humana naturaleza, que siempre se opone á las buenas obras
»de los hombres para estorbar que se realicen, inventó un ardid hasta
»ahora inaudito para evitar que se predicase á las naciones la palabra
»de Dios para que se salvaran, é instigó á ciertos satélites suj'os,
»quienes, anhelando saciar su codicia, pretextando que los indios
«occidentales y meridionales, y otras naciones, que en estos tiempos
»se han descubierto, son incapaces de la fe católica, los tratan como
ȇ, los mismos brutos animales de que se sirven, Nos, pues, que aun-
»que indigno, hacemos en la tierra las veces del mismo Señor nuestro,
»y con todo nuestro afán nos esforzamos por reducir á su prqpio
«aprisco las ovejas que nos han sido confiadas y se hallan fuera de él;

»atento que los dichos indios, como verdaderos hombres que son, no
»sólo son capaces de la fe cristiana, sino que, según sabemos de
«cierto, corren con suma prontitud á esta fe, y queriendo aplicar á
»tales daños los oportunos remedios: decidimos y declaramos por las
«presentes letras, con la autoridad Apostólica, que los precitados
«indios y todas demás naciones que en adelante descubriesen los
las
«cristianos, por más que carezcan del beneficio de la fe, no están ni
«pueden ser privados de su libertad y del dominio de sus bienes; sino
«que por el contrario, libre y lícitamente pueden usar, disfrutar y
«gozar de esta libertad }' dominio; ni pueden ser reducidos á esclavi-
«tud, Y que cuanto contra esto se hiciese, será írrito y vano, }' que
«los dichos indios, y demás gentes han de ser convidados á abrazar la
»fe de Cristo por la predicación de la palabra de Dios 3^ el ejemplo de
»la buena vida. Sin que obsten las aserciones prcdichas ni cualesquie-
»ra otras cosas contrarias.»
Vese aquí que el error predominante, y cuya falsedad tuvo que
declarar el Sumo Pontífice, no era, como algunos han dicho, el de

que los indios fuesen irracionales; que ése, por demasiado grosero,
no pudo tener crédito sino acaso por breve tiempo y entre pocas per-
sonas más bastas de ingenio; sino el de que había derecho para escla-
vizarlos y apoderarse de sus bienes, con otros dos que se alegaban
(1) HeiíXAKz, Colección, lom. I. trat. 2° secc. 5.'' pAg. 103.
-61-
por pretexto; uno el decir que era tanta su rudeza, grosería y prác-
ticas contra la ley natural, que eran incapaces de recibir la fe de
Cristo; otro, 3'a que concediesen que eran capaces de la fe, pero que
al fin, por no tenerla abrazada, no tenían derecho A su libertad y ha-
cienda, sino que era lícito usurparles lo uno 3^ lo otro. Con razón
condena el Papa estos artificios y efugios de la avaricia como obras
propias de satélites del demonio, porque como del demonio es estor-
bar la salvación de las almas, así era empresa de estos tales el estor-

bar que los indios se salvasen convirtiéndose y abrazando el único

camino de salvación, que es la religión católica; y aun los que expre-


samente no declaraban este intento, de hecho lo realizaban, porque
los indios cobraban aversión á la religión de hombres que los perse-

guían para esclavizarlos, tratarlos como bestias, 3' privarlos de sus


bienes. Y uno y otro documento son una enérgica defensa de la liber-
tad personal 3" de la propiedad de los indios.
Así empezaba el Romano Pontífice á escribir en las Indias occi-
dentales aquella brillante página que continuaron sin interrupción sus
sucesores, exigiendo, en virtud del derecho divino, respeto al derecho
humano de los naturales. Y aunque es verdad que no consiguieron
desde el principio todo el efecto pretendido, especialmente en Portu-
gal donde se mostró vacilante la conducta de los gobernantes; logra-
ron sin embargo mucho ya desde luego, 3^ más tarde 3^ poco á poco se
dejó sentir con ma3'or intensidad su benéfico influjo (1).

En cuanto á la comunión de los indios, el Concilio Provincial 11 de


Lima, celebrado en 1567, se expresaba en los siguientes términos (2):
«Aunque todos los cristianos adultos de uno otro sexo estén obliga- 3''

»dos á recibir el Santísimo Sacramento de la Eucaristía cada año,


»por lo menos en tiempo de Pascua; no obstante, los Prelados de esta
«provincia, echando de ver que estas naciones de indios eran nuevas
Ȏ infantiles en la fe, y juzgando esta medida conveniente para el

»bien espiritual de ellas, establecieron que hasta que perfectamente


»se hubiesen impuesto en la fe, no recibiesen este divino sacramento,
»que es manjar de perfectos, á no ser por excepción alguno que pare-
»ciese bastante idóneo. Mas, puesto que gran número de los indios
3'a

«entienden mejor la doctrina de la fe cristiana,


3' no solamente desean

»con devoción recibir este Sacramento divino, sino que lo piden, 3' con
«importunidad solicitan que se les franquee; ha parecido á esta santa

(1)V'éanse las Bulas de San Pío V, Gregorio XI V^, Clemente VIII y muy en es-
pecial la de Urbano VIII en 1639 con ocasión de los paulistas y la de Benedicto XIV
en 1741: Hernaez, tom. 1.° trat. 2.° seco. 5.^ pág. 104, sqq.
(2) C. 58.
.

-62-
»Sínodo amonestar, como seriamente amonesta, á todos los párrocos
»de indios, que pues sin causa no podemos privar á nadie del manjar
»divino, administren este sustento celestial á aquellos que han oído en
«confesión y advierten que distinguen el pan del cielo del otro corpo-
»ral y lo piden y desean con devoción.» Y el concilio III de Lima ce-
lebrado en 1583, urgió todavía más la obligación que tenían los párro-
cos así en cuanto al Viático, como en cuanto á la comunión pas-
cual (1).

Pero al mismo tiempo que este y otros Concilios posteriores sa-


lían á lá defensa de los indígenas para que nadie los tuviese ni por in-

capaces del cristianismo, ni por ineptos para recibir los más altos
misterios, expresan en sus mismos decretos lo que no podían menos
de observar cuantos se hallaban en contacto inmediato con los indios.
Califícanlos siempre como á las que el Derecho WamsL personas mise-
rables. Así el citado concilio Límense III, sesión 2.''^
cap. 19: Indis ac
Aethiopíbus, ceterisque personis rniserabilibus; inibecilles animae
Y en la sesión 3.^ cap. 3 dice: «A la verdad, la mansedumbre de estas
«gentes, su perpetua fatiga en el servicio, su natural inclinación á
«obedecer y sujetarse, debiera mover á cualesquiera personas... Pur
»lo cual, queriendo este santo Concilio librar de tanto fraude y vio-
»lencia á estos míseros y débiles indios... » — Dan testimonio de su
corta capacidad como de niños y rudos, á quienes falta constancia y
penetración: in has tam fáciles^ et mininie perspicaces indorimi
gentes (2). Llámanlos bárbaros y poco accesibles á la razón, y que
por eso necesitan más que otros la corrección corporal: profecto bar-
bara, et rationi non usque adeo obseqiiois Indoruui natio... qiii-
bus... niJiil vel pretiosHtn vel vile est, nisi quod ocidis cernitur (3),
porque no estima ni desprecia sino lo que aprehende por los sentidos.

Observan que, como era de temer en gente más ruda y menos arre-
glada, — predominan en ella y le son familiares los vicios de desho-
nestidad y embriaguez (4): ebriositatis qnoqiie et concnbinatiis satis
istis fainiliaria vitia. Y por sus cortos alcances, se abstiene la Igle-

siade usar con ellos de las penas espirituales y de la excomunión:


Prndenter novi orbis Antistites... statiierunt in has... niinitne
perspicaces Indoriini gentes, ab excommunicatiottc ceterisque cen- ,

suris esse abstinendiu)i (5). Por lo mismo ordenan los Concilios, que
á los indios no se les haga jurar, excepto un caso tal, que no se pueda

(1) Concil. Lim. III. Act. 2, cap. 19.


(2) Act. 4, c. 7.
(.S) Ibid,
(4) Ibid
(5) Ibid.
-63-
averiguar la verdad sino por medio de ellos, 3' el asunto sea de tal

gravedad que absolutamente sea preciso investigarla. Y aun enton-


ces, no sean admitidos al juramento, sin instruirlos antes seriamente
sobre el enorme pecado que cometerían, si jurasen en falso; teniendo
prevenidos para los perjuros los castigos que más dolor corporal y
vergüenza causan entre ellos. Y finalmente, aun después de recibir
su juramento, ordenan que si la decisión pende de solo el testimonio
de indios, mire bien el juez si verdaderamente merecen fe y cuánta.
Que todos son preceptos del tercer Concilio Límense en la sesión 4.^
cap. 6.° Y la razón evidente es que indos... fácil e ad peieranduui
indtici notmn Es verdad reconocida por experiencia que los
est (1).

indios con facilidad son inducidos al perjurio. Su poco discernimiento


hace que no ponderen la gravedad é infamia del pecado que come-
ten, y así por una promesa ó una amenaza se resuelven á atropellar
la ley natural y divina.
Este mismo conocimiento del corto caudal de los indios es el que
movió á los Sumos Pontífices á hacer con ellos grandes excepciones

y concederles insignes privilegios, disminuyéndoles los días de fiesta


de obligación, dispensándolos en el número de los ayunos y en otros
puntos, para que más fácilmente pudiesen cumplir sus obligaciones
de cristianos, á pesar de su flaqueza y abatida condición.

VI

DOTES DEL CUERPO Y DEL ÁNIMO 19


EN LOS GUARANÍES
Pudiérase continuar esta materia examinando los datos de expe-
riencia procedentes de testigos particulares intachables, para com-
probar si el concepto propio de todos los indios de América es en ge-
neral el mismo que el hasta aquí descrito. Pero dejando á otros esta
tarea por lo que respecta á los indios del resto de Améi'ica, y concre-
tando el examen al objeto de este libro, se señalarán ahora los rasgos
más notables de los indios de raza Guaraní, para agregar la prueba de
la experiencia á las 3'a enumeradas.
Extendíase la raza Guaraní por vastas comarcas de la América
meridional, en una zona de veinte grados de latitud y quince de lon-
gitud (aunque con varias otras naciones interpuestas) pues desde las
(1) Conc. Lim. III, act. 4.^ cap. VI in fin.
-64-
riberas del río de la Plata hasta llegar casi al gran río Marañón, se
hallaban esparcidas sus tribus, oyéndose hablar en todo este trecho
el idioma Guaraní, llamado por ellos abañeé, lengua de los indios.
Nunca formaron imperio ni reino, sino que vivían separados en pe-
queñas parcialidades de veinte á treinta familias y aun menos, suje-
tas á un jefe ó cacique con el nombre de tubichá.
La estatura de los Guaraníes era mediana, ó más bien, eran pe-
queños y rollizos. Su complexión, distinta de la del europeo: su cue-
ro, duro de romper y fácil de soldar. «Tienen el casco de la cabeza
tan grueso y duro, dice el P. Cardiel (1), que habiéndole dado un ba-
lazo en la cabeza á un indio en el sitio de la Colonia del Sacramento,
población de portugueses, quedó la bala en el casco, sin pasar ade-
lante y aplastada, que es señal que llevaba mucha fuerza.» Y «las
heridas, por crueles que sean, sanan con gran facilidad, aun sin me-
dicina alguna: y luego hacen costra y se cierran... Vinieron en una
ocasión algunos de una función militar. Avisáronme que venía uno
con una grande herida. Fui á consolarlo y aliviarlo. Hállelo bañán-
dose en el río como uno muy sano. Hícelo llamar. Registré la herida
que era en los pechos, un palmo de larga, entre el cuero y los hue-

sos, con dos bocas. La ma3'or la tenía cerrada con un poco de algo-
dón, y por la menor purgaba materia y sangre. Parecía bala de fusil
que había traspasado aquella parte. Los pechos los tenía muy hincha-
dos: y él sonriéndose como si fuera algún rasguño de juego de niños:
y sin medicina alguna sanó del todo en breve. En otra ocasión atra-
vesaron á uno de parte á parte con una lanza por las tripas, aguje-
reándoselas, como lo manifestaba el que al beber salía parte de la be-
bida por la herida: y con ser que semejantes heridas las tiene la
cirugía por incurables, sanó del todo y sin aplicar medicinas».
Eran los Guaraníes grandes caminadores.
La vista y el oído tenían muy finos: los demás sentidos, embota-
dos. «La vista, dice el mismo P. Cardiel (3), muy perspicaz, y tam-
bién el oído: el olfato, casi ninguno. Cuando los demás no podemos
sufrir el mal olor sin taparnos las narices, ellos están con mucha se-
renidad sin muestras de sentirlo: y por eso 3" por el estragado gusto,
no sienten asco de cosa alguna. Este es tal, que la carne la comen
cruda casi, sin condimento alguno, ni aun sal: las legumbres, cebada
y trigo, duras, á medio cocer y sin sal: y lo mismo en todo lo de-
más... El tacto es poco sensible. Las inclemencias de los tiempos, que

(1) Cahdiel, Carta al I', Calatayud, núm. 31.


(2) Ibid.núm. 23.
(3) Cardiel, Carta de 1747 al V. Calatayud. m'im. 23.
-65-
cn nosotros hacen tanta impresión, son para ellos á modo de juguete,
sinmostrar molestia alguna, antes bien risa y bulla.»
Eran asimismo muy sufridos para el hambre y la sed. «En no te-
niendo provisión, dice el P. Lozano (1), toleran el hambre por muchos
días con gran tesón, aunque muy tristes y taciturnos. Helos visto en
ocasión sufrir cuatro días el hambre, sin tener cosa de sustancia que
llevar Á la boca, y con todo eso,remar con bastante brío en tiempo
de invierno riguroso. Pero, en hallando qué comer, se desquitaron á
su satisfacción, igualando su alegría á la profunda tristeza que tu-
vieron los cuatro días trabajosos.»
Reconocióse en ellos una facilidad extraordinaria para ejercitar
trabajos mecánicos é imitar con perfección cualquier modelo que se
les ponía delante.
La memoria de las cosas era en ellos muy fiel y tenaz. «.Si el in-

dio Guaraní anda una vez un camino, dice el P. Cardiel (2), de cien
aunque sea escabroso y sin senda alguna, lo
leguas, y de trescientas,
sabe ya más bien que nosotros después de cursarlo cien veces y nunca
se perderá. Las cosas que consisten en memoria, como el aprender
á leer y escribir y oficios mecánicos, y el tomar de memoria cual-
quier papel en lengua extraña, lo hacen con más facilidad }' presteza
que nosotros.»
«Su entendimiento, su capacidad, era y es muy corto, como de ni-

ño.. ; su discurso, muy débil y defectuoso... Cuando les preguntamos


una disyuntiva, v. gr. A dónde vas, al pueblo de San Nicolás ó al de
San Juan? responden: Sí, Padre; sin poder averiguar .sobre cuál de
las dos partes cae el sí ó el no, si no que se le vuelva á preguntar de
una parte sola.» — No llegaron á entender que la muerte era cosa na
tural y necesaria en todos, á pesar de la experiencia tan clara de ca-
da que se persuadían que era casual y proveniente siempre
día: sino

de violencia de fuera: y con mayor razón atribu3'eron á causa extrín-


seca las enfermedades, sin admitir ninguna que procediera de mala
disposición interior del sujeto (3).— Otros ejemplos más presenta el
P. Cardiel (4), y concluye: «Aun los más capaces, de quienes nos va
lemos para el gobierno de los pueblos, la capacidad que tienen la lie

nen á temporadas, y de repente salen con sus dichos y hechos: á la


manera de los lúcidos intervalos que tienen los locos. Y ellos mismos
nos suelen decir: Padres, esta nuestra capacidad es distinta de la de

(1) Lozano, Conquista, lib. I, cap. XVII. pág. 395.


(2) Cardiel, Carta al P. Calataytid, núm. 24.
(3) Lozano, Conq. lib. I. cap. XVII. pág. 396.
(4) Cardiel, Carta al P. Calatayiid, ni'ims. 24 á 32.
5. — Orgaxiz.'Vcióx Social de las Doctrinas Guaraníes.
.

- bo-
los españoles, porque éstos son constantes en su entendimiento; pero
nosotros sólo lo tenemos á tiempos» (1).

Lo más notable es que durante los primeros años parecían pro-


meter ios niños Guaraníes un feliz desarrollo de todas sus facultades
por su despejo, docilidad, prontitud en entender y aprender las co-
sas: mas en adelantando un poco más en edad, se estacionaban 3^ aun
volvían atrás, tornándose incapaces é ininteligentes como los maj^o-

res,3' perdiendo también gracia y prontitud de aprensión, se volvían


la

broncos y adquirían la tosquedad de los demás indios. Así resultaban


frustradas las esperanzas que habían hecho nacer. «Por ver la facili-

dad con que aprenden cuando niños á la mú- leer, escribir, danzas, y
sica, y después los oficios mecánicos, dice el P. Cardiel (2), ha pensado
tal ó cual que la corta racionalidad que muestran sólo consiste en
falta de crianza, como el rústico europeo, que sacado desde niño de
su granja, y criado con cultura, puede ser hombre entendido, capaz
3" político. Pero no es así.» Y luego enuncia la experiencia 3' algunas
conjeturas de las causas que tal singularidad puede tener
A las dotes del entendimiento tenían que corresponder en su modo
las de la voluntad. Por lo mismo que su capacidad era tan limitada,
predominaba en ellos notablemente la fantasía; 3' con cualquiera
sugestión de otros ó aprensión propia, se dejaban llevar 3' cambiaban
de resolución, siendo noveleros é inconstantes. «La voluntad del in-

dio, dice el P. Cardiel (3), es tan voluble como el viento: 3'a quiere
una cosa, 3'a no la quiere: 3'a se muestra amigo, 3' luego al punto por
una nonada se muestra enemigo: 3^ así es mu3" fácil de volverse á
cualquier lado en el bien 3' en el mal.»
De las mismas raíces parece que procedía el ser mu3- embuste-
ros y fáciles en admitir 3^ sostener embustes inventados por otros.
Ejemplos abundantes ha3' en los absurdos que de sí mismos fingían
los hechiceros, 3' en los indios que sirvieron de instrumento contra
los Jesuítas á los malévolos en la falsa delación de las minas 3' en
otros asuntos. «Y así, dice el P. Cardiel ^4), los que tratamos mucho
con ellos, no creemos cosa hasta verla. Si en la averiguación de al-

gún delito le instan y amenazan para que diga la verdad, confiesa


contra sí mismo, aunque el delito sea de muerte: 3' después de averi-
guada su inocencia, si le preguntan por qué cargó sobre sí un tan
grave delito, estando inocente, responde: ¿Qué había de hacer, si me

(1) Ibid. m'im. 30.


(2) Ibid. núm. 31
(3) Cakdiei-, Carta al P. Calatayud, núm. 32.
(4) Ibid. núm. 26.
-67-
preguntaban tanto?» Y explicando el único medio de averiguar de
algún modo la verdad por el dicho de indios, se expresa así: «En el
pueblo, yo los tomé aparte, y pregunté á cada uno de por sí, sin que
el uno supiese lo que decía el otro, la serie de lo sucedido: que éste

es el modo de averiguar algo de gente tan pueril, y consiguiente-


mente tan tímida 3^ mendaz» (1).
Eran igualmente ociosos é imprevisores. La natural inclinación
del Guaraní era á pasar el tiempo en fiestas, huyendo del trabajo
cuanto le era posible. Sobre todo le era odioso el trabajo constante y
ordenado. Véase en el P. Cardiel (2) cómo los que se huían de las
Misiones y casaban en ciudades de españoles, pudiendo fácilmente
lograr hacienda con un poco de trabajo, según la tenían otras perso-
nas de análoga calidad, mulatos ó negros libres; ellos, con todo, no
pasaban de ser jornaleros ó pastores á sueldo para guardar vacas:
«hoy aquí, mañana allá: y ni paran en una ciudad: después de algu-
nos meses se van á otras, cien ó doscientas leguas distantes... No se
alquilan continuamente: en trabajando dos ó tres meses, se dan al
ocio y gastan al punto todo lo que ganaron, en bebida y embriague-
ces.» —
Retrato del proceder actual del trabajador ó peón indígena de
-aquellas regiones (3).

Mezclada con esta flojedad andaba la imprevisión y genio des-


perdiciado. Nada muestra mejor ese carácter que la descripción que
de él hace el P. Cardiel en su Declaración de la verdad, § 11, desde
el número 107 al 126, del cual únicamente se trasladarán aquí algu-
nos rasgos. «iVb hay remedio de hacerles prevenir lo futuro, de que

guarden el sustento para todo el año: y si esto se consigue en algu-


nos, apenas son la décima parte del pueblo.-» «^El mayor trabajo es
hacer que hagan buena sonentera; porque como el pobre iruiio no
considera lo que lia de durar el afio, y su ánimo es sumamente flo-
jo, aniñado é inadvertido, con un poco que tenga, ya está más con-
tento... que Salomón y Creso con todas sus riquezas... Algunos hay
en cada pueblo de losniás capaces (pero son pocos) que hacen se-
menteras suficientes para todo el año. Sembrar y coger para el año
siguiente, no Jiay que esperarlo ni del más capas Corregidor...^ Y
expone cómo se habían de señalar Alcaldes que visitasen frecuente-
mente los sembrados para hacer que hiciesen sementera los flojos aun
después de castigados con el aun bastaban esos vigilantes,
azote: y ni

<¡.porque los Alcaldes al fin son indios, y ó porque son parientes ó

(1) Cardiel. Decl. núm. 193.


(2) Ibid. núm. 110.
(3) QüEiREL, Misiones, cap. XXVII.
-68-
aniigos, ó por poquedad de genio, sin más consideración^ esconden
algunos ó niHchos^\ y así era preciso que saliese muchas veces el
cura Jesuíta «d velar sobre los sobrestantes y Alcaldes, y á verlo toda

para su remedio. No para aquí el trabajo. Porque si Dios les dio
buena cosecha, no saben guardarla en su casa. La desperdician, sin
mirar d lo futuro. <íTodo lo pierden luego ó lo acaban sin mirar á
-i>

uiañana. Si le obligan d tener vaca lechera, mata luego la ternera,


y se la come y se queda sin leche: y d veces nmta luego después la
lechera; ó si esto no hace, se está sin leche, por \jio tomarse] el corto

trabajo de ordeñarla, ó la deja perder por no irla d buscar... Sott


descuidadísimos en la cría y manejo de animales. A
pocos días que
tengan un caballo ó muía, lo ponen en la espina hecho una miseria
de mataduras y de flaqueza. No cuidan de darle de comer y beber.
Tiénenlo muchas veces atado uno ó dos días sin comer por no tener ,

el trabajo de cogerlo, ó lo echati al campo.» En cuya materia es no-

table una pregunta núm. 13 del Infoime ju'ídico hecho el año de 1735
por el P. Provincial Jaime de Aguilar en las Misiones de Guaraníes,
que dice así (1): <il3. Si saben que dichos indios, no sólo son de poco
cuidado é inteligencia para aumentar y conservar los ganados y
animales, de que carecieron sus antepasados: pero de tan poca con-
sideración y amor á ellos, generalmente hablando, que en brevísi-
mo tiempo pierden y destruyen estancias llenas y bien aviadas: los
bueyes que les dan para arar los matan, y las muías ó caballos los
maltratan ó dejan perder. Las respuestas de los once testigos jura-
y>

dos, que todos eran Curas 3' Misioneros antiguos de largos años de

tiato con los Guaraníes, confirman la pobre idea que hace formar la-

pregunta en todos sus extremos: y tratando del último, dice el P. An-


tonio de Rivera, Cura á la sazón de Santiago: «y un año le mataron
como quinientosT> [bueyes de arar para comérselos] «/)o;' lo cual
siempre se necesita buscar y comprar toros que amansar para la-
brar las tierras». El hecho y el número muestran que la cortedad de
entendimiento y la falta de previsión distaban mucho de ser excep-
ciones de la regla. — Hallóseles siempre incapaces de ahorrar para en
adelante. <íNunca guardan lo que ganaron, dice el P. Cardiel (2).

N^o se encontrará indio que sepa guardar veinte pesos, que los gana
en menos de tres meses. Y hablando yo sobre esto con los espa-
ñoles del ejército, que loshan tratado mucho en Buefios Aires, y
las han tenido por jonuilcros, me dicen que ni aun se encuentra
(¡iiien sepa guardar diez. Nunca se adelanta en este punto.^

(1) Río-Janhiko, Col. Ang^elis XlV-2.


{¿) Cakdihl Decl. núm. 14.

-69-
Completa el cuadro de las cualidades morales del indio Guaraní
^u gran pusilanimidad ante la raza que se le ha impuesto por la vio-

lencia. Hecho es éste común á todos los indios, que deja pasmados A
cuantos escriben sobre la materia, y les arranca un grito de admira-
•ción (1). Ni sólo es propio de los Guaraníes, Peruanos, Mejicanos é in-

dios sojuzgados y domésticos de los españoles, como con otras cosas


harto inexactas é impertinentes asienta Azara (2); pues igual abati-
miento se observó en otras naciones de indios, aun de los más fero-
ces,cuando fueron seriamente derrotados. Así se echa de ver en la
sumisión y embajada de los Guaycurúes referida en los Comentarios
de Alvar Núñez Cabeza de Vaca (3): y otro tanto aún más conster-
nada 3^ abatida quedó la misma tribu feroz de los Guaycurúes ante los
Chiquitos cristianos que les habían hecho prisioneros casi trescien-
tos de sus mejores soldados (4).

Ni esto era obstáculo para que entre sí conservasen la maj'or


arrogancia, sin despojarse nunca de su carácter guerrero, que les re-

conocen todos los historiadores contemporáneos. «Son grandes gue-


rreros por tierra», dice Schmídel (5). Y el P. Barzana, en carta de 18
de Septiembre de 1594 desde la Asunción para el P. Juan Sebastián, su
Provincial, le dice: «La nación que en las fronteras del Pirú... lla-
man Chirignanas, y aquí llamamoscomo la española,
Guaraníes...^
también tienen brío de conquistar las otras naciones, á las cuales
todas llaman esclavos, y cuando los rinden, se sirven de ellos como
de tales... Han consumido miichas naciones por las continuas gue-
rras que les Juicen»... (6)
Eran igualmente crueles después de la victoria: «Es costumbre
de los Carlos (Guaranís), cuando guerrean y salett ganando, que
matan d todos, y no se compadecen de nadies (7). Y tal crueldad la
conservaron como entrañada en su naturaleza aun después de con-
vertidos (8): siendo cosa muy observada que no se les podía fiar sin

cautelas el castigo de cualquier indio, porque aunque fuera de su casa


ó familia, una vez puestos á castigar, lo despedazaban á azotes.

(1) PkSa Montenegro, Itinerario para párrocos de indios, lib. 2, trat. 1 ses. 8;
Parras, Diario y derrotero, cap. V. § 3, cap. VII. § 2; Gumilla, Orinoco ilustrado
tora. I. cap. 6; Fkutos, Relación sucinta de las propiedades de los indios meji-
canos.
(2) Azara, Descr. cap. X. núm. 61; Voj^ages, cap. X. circa med.
(3) Alvar Núñez, Comentarios, cap. XXX.
(4) P. Sánchez Labrador, Vinje á los Chiquitos, á\».% áe¥.nero y en la ad-
vertencia.
(5) ScHMÍDEr,, Viaje, cap. XX.
(6) Publicada en las Relaciones geográficas de Indias.
(7) ScHMÍuEL, Viaje, cap. XXII.
(8) tíoKOA, Carta anua de 1636, pág. 52.
-70-
N¡ es extraña su crueldad, que además de las continuas guerras, se
había aumentado con la antropofagia. Pero tsta circunstancia me-
rece ser tratada aparte.

VII

20 ANTROPOFAGIA DE LOS GUARANÍES

Los Guaraníes, aun al tiempo que los Jesuítas fundaron entre ellos
sus reducciones, eran antropófagos. Lo eran los del Paraná: y justa-
mente por eso se negó el lUmo. vSr. Lizarraga á enviarles clérigos,
respondiendo constantemente á las instancias del Gobernador Her-
nandarias, que ninguno de sus clérigos había de querer vivir entre
bárbaros tan señalados por su enemistad contra los españoles, y por
añadidura, antropófagos. Y poco después, en efecto, habiendo ellos
aprisionado á unos indios mahomas, amigos del español, comieron á
varios de los prisioneros, 3'' se jactaron de que bien pronto devorarían
losdemás, y que en ninguna copa beberían su chicha con más gusto
que en el cráneo del P. Lorenzana, á quien amenazaban que habían
de hacer manjar de sus banquetes.— Lo eran los del Guayrá, como se
ve por innumerables testimonios del P. Montoya, entre los cuales
es digno de reparo el que se cita en la nota (1).— Lo eran los del Igua-
zú (2), y lo eran también los del Tape (3).

Así, pues, todos los indios á los que se extendió la acción conver-
sora de los Jesuítas eran antropófagos.
Ante los testimonios históricos aducidos, sin contar con otros que
se les pudieran agregar, es preciso ser escéptico ó haber perdido todo
sentimiento de la verdad para negar el canibalismo de los Guara-
níes. No importa que lo haya negado el Dr. Luis Domínguez (4), y
algunas personas, sin publicarlo por escrito, sean de su opinión: como
en su tiempo lo negó Azara. Tal juicio es un error voluntario que pre-
tende forjar la historia conforme á un ideal subjetivo, aunque los
datos le muestren que es contrario á la realidad.

Resta averiguar qué clase de antropofagia era la de los Gua-


raníes.

(1) Montoya, Conq. esp., S 32.


(2) RuYER, Carta anua de Igiiazú.
(3) Montoya, Conq. esp. s§ LXXI. LXXllI.
Í4) Dr. Luis Domínguez, Prólogo al Schmídel publicado en 1891 por la Socie-
dad Hakluyt, de Londres, p. XXXVI.
-71-
Sabido es que la antropofagia se ha observado en las naciones sal-

vajes en tres formas diversas: ó por gula, usando la carne humana


como se suele usar la de otros animales por alimento ordinario: ó por
enemistad, devorando los cuerpos de los enemigos para satisfacer la

pasión de la venganza: ó por falsa religión, comiendo las carnes para


participar del sacrificio humano ofrecido á alguna falsa divinidad. Ni
se ve qué razón tenga Couto de Magalhaes para excusar del crimen
de antropofagia á los indios que se comian á sus enemigos impulsa-
dos por la venganza: pues tan contrario á la ley natural es el devo-
rarlos por venganza, como devorarlos por alimento voluntario ó por
pretexto de religión: siendo en todos casos convertir en medio la per-

sona del hombre, que es fin de las cosas sensibles.


La antropofagia de los Guaraníes participaba indudablemente de
la segunda especie. Que devoraban los hombres por enemistad y ven-
ganza, lo persuaden las demostraciones de odio con que solían comer
sus prisioneros, de que dan razón los PP. Montoya (1) y Techo (2), y

más antiguamente Alvar Núñez (3), Schmídel (4) y Hans Staden, que
estuvo á punto de ser comido de los tupinambás (de idioma y costum-
bres semejantes á las de los Guaraníes), y ha conservado la respuesta
de ellos cuando les preguntó la causa de la extraña costumbre que
tenían de comer los piojos, á que dijeron que siendo enemigos suyos,
loscomian para vengarse de ellos, dándoles el mismo tratamiento que
daban á sus demás enemigos (5): y consignó también la especie de
diálogo que se entablaba entre el prisionero y los caníbales que iban
á devorarle, protestando aquél que en venganza de su muerte y de la

de los suyos, comería su tribu á todos los guerreros tupinambás que


cayeran en sus manos (6).

Que además usaran de la carne humana como de manjar para re-


galarse con ella, lo muestran los pasajes arriba citados del P. Mon-
toya: pues usar de la carne humana al modo que los europeos usan
la de vaca ó cordero (7), distinguir como bocado exquisito las
pantorrillas (8), andar persiguiendo para comer á los hombres
cuando faltaba la caza (9), y comerse á los mismos individuos de su

(1) Montoya, Conq. esp., §§ XXXI, LXXIII y cartas suyas en las Anuas de
1627, pp. 118, 132.
(2) Techo, Hist. VII. 5.
(3) Comentarios, cap. XVI.
(4) Cap. XX.
(5) Hans .Staden, Usos y costumbres de los tupinambás, cap. XVI.
(6) Ibid.,cap. XKVIII.
(7) Carta del P. Montoya en Jarque, Vida del P. Antonio Ruiz, II, 189, ed. Ma-
drid, 1900.
(8) Carta en Anuas de 1627, pág. 147.
(9) Montoya, Conq. esp., § LXXIII.
-72-
tiibu (1), manifiestamente son actos de antropofagia ejercida por
gula.
No ha faltado tampoco quien haya atribuido á religión la antropo-
fagia de los Guaraníes. Hase explicado esto diciendo que los Guara-
níes creían que el enemigo pasaba á ellos mismos si comían
alma del
el cuerpo; y que con semejante transfusión quedaban más fuertes y
valientes por incorporárseles el valor del difunto: explicación tan fácil
de atribuir á los indios por un hombre dotado de imaginación é inven-
tiva, como difícil de probar, y de la que, en efecto, no se aduce más
prueba que el decirlo. Otro modo de explicarlo es el que propone
el Sr. D. Samuel Lafone Quevedo. Afirma que las matanzas en los
casos en que intervenía antropofagia entre los Guaraníes eran un acto
religioso, pues siempre que las menciona las designa con el nombre
de rito Añade que eran un sacrificio (3), y que se hacía á algún
(2).

dios, ó á los manes de los difuntos (4). Ni se ha probado, ni parece que

haya argumento sólido alguno que convenza que los Guaraníes ado-
rasen á divinidad determinada, ó que tuvieran por dioses á las almas
de los difuntos. El llamar rito ó acto religioso á matanza y comida
la

de hombres entre los Guaraníes, no se ve qué fundamento pueda


tener: como no sea el decir que el banquete se hacía con ciertas cir-

cunstancias, mismas, y con gran alegría en asambleas


siempre las
públicas. Pero es claro que no todo lo que se hace en pública junta y
con regocijo y determinada forma, se puede llamar acto religioso.
Demás de que no siempre acompañaban á la matanza esas circuns-
tancias, 3' mal se podría atribuir á sacrificio la caza de hombres para
comer, cuando faltaban peces ó aves, la golosina de ellos como de
puercos cebados, de que habla Schmídel, ó matanza de individuos
la

de la propia tribu, cuando faltaban enemigos. Por lo cual parece que


la opinión de la transmigración del valor y la de la antropofagia como
sacrificio,deben ser desechadas por carecer de fundamento.
Parecen ideadas estas dos opiniones para disminuir ó excusar en
algo el horror que causa la feroz costumbre de la antropofagia. Pero
ni aun admitiendo la hipótesis de la antropofagia ritual, se disminuiría
un punto la barbarie de la acción. En efecto, la razón que se aduce es
que se halla más alejada del salvajismo la nación ó raza que devora
á sus prisionei os para participar del sacrificio oficcido á sus falsas
divinidades, que la que no tiene esta costumbre: porque para lo pri-

(1) Anuas de 1627, pág. 129.


(2) Lafonk, luán Díaz de Solís, pp. 22, 23, 24, 53, 54, ed. B.' A." 1903.
(3) Ibid., pág. 41.
(4) Ibid., pág. 53.
-73-
mero es necesario haber adquirido varias ideas á que no alcanza la

segunda raza. Mas esto dista mucho de ser exacto: pues no por haber
adquirido ideas más difíciles de entender se dirá que se halla una na-
ción más civilizada, si las tales ideas son falsas y además la inclinan

á acciones más contrarias á la naturaleza racional. Y eso es justa-


mente lo que sucede con el sacrificio antropofágico, para el cual se ha
adquirido la idea de una falsa divinidad que exige culto de sangre
humana, acción contraria á la naturaleza racional. No ha sido, pues,
un adelanto, sino un verdadero retroceso y un escalón más, bajado en
la pendiente de la degradación humana, hasta caer en la idolatría,

ofreciendo sacrificios humanos á los demonios, y cebándose en las


carnes de sus semejantes. Si acaso se citara el ejemplo de los incas
del Perú, que sacrificaban víctimas humanas; ó de los indios mejica-

nos, que tenían innumerables de estos sacrificios, comiendo en ellos


de la carne de los hombres sacrificados; es fácil conocer que en eso no
eran más civilizados, sino más salvajes que sus vecinos que no come-
tiesen estas maldades y atrocidades.
Queda, pues, asentado que los Guaraníes eran antropófagos; y en
cuanto se puede juzgar con buenos fundamentos, su antropofagia era
motivada parte por la gula, parte por la venganza, y no era antropo-
fagia religiosa.

VIH

BORRACHERAS Y OTROS VICIOS 21

Común vicio de todos los indios americanos fué la borrachera,


como se ve por testimonios de toda clase: y no se falsificó esta regla
general en los Guaraníes.
Solían los Guaraníes celebrar sus borracheras mu}' á menudo,
como cuando habían concluido la cosecha, la siembra ú otra operación
común de agricultura, cuando se había de resolver en junta pública
algún asunto de interés general, ó declarar la guerra: y en suma, las
borracheras venían á ser casi continuas.
Duraban de ordinario tres días con sus noches (l),en el cual tiempo
andaban de casa en casa vaciando tinajas del brevaje que tenían
prevenido con abundancia: y así se lee que, en los principios de la re-

(1) Lozano, Híst. de la Comp.^, líb. V. cap. XIX. n. 6.


-74-
ducción de San Ignacio del Paraná vendían al P. Marciel de Loren-
zana por gran fineza la práctica que empezaban á entablar de no per-
severar en embriaguez más que dos días con sus noches, y aun
la

reducirse á día y medio ó á un día con su noche (1).


El licor con que se embriagaban era la chicha ó líquido fermen-
tado sacado del maíz, de frutillas silvestres, de raíces ó de miel que
recogían de los bosques. En semejantes celebridades se pintaban el

cuerpo con colores y rayas que los hacían aparecer horribles y fieros,^
añadiendo mayor deformidad á su práctica la estupenda gritería, con-
fusión y estruendo de bocinas, flautas y atambores que resonaban sin
cesar mientras duraba la borrachera (2).

Había dado el P. Diego de Torres en sus Instrucciones á los mi-


sioneros algunos medios para ir desterrando este asqueroso y perni-
cioso vicio: y los misioneros los practicaban; pero el efecto se conse-
guía muy poco á poco. Véase el estado de la sobredicha reducción de
San Ignacio en 1616, á los seis años después de su fundación, descrito
por su misionero de aquel tiempo, el P. Diego de Boroa, con los me-
dios que se tomaron para dar mayor eficacia á la guerra ya movida
contra la embriaguez.
<s^Eíi viniendo de algnna cubu ó pesca, y al tiempo de labrar sus
chácaras, todos se juntaban á beber y emborrachar se , y en acabando
el vino de una casa, pasan á otra, con muchos plumajes, niny pin-
tados y embijados, con una fiereza que parecen demonios: lo cual
también hacían en otras muchas ocasiones.
» ... Las borracheras han sido más dificultosas de corregir, por

el mal hábito que tienen desde muchachos, y por ser vicio univer-

sal, y ansí dificultoso ir á la mano y castigar á los deli¡u'iientes...


Viendo que no había orden de enmendarse; para tener más fuerza
para corregirlos, se les afeó muchas veces con diversas compara-
ciones en los sermones: y un día llanunnos á los alcaldes y caciques
juntos, y díjeles que quería saber su. sentimiento acerca de la bo-
rrachera: y también cómo habíamos de corregir y castigar á los
borrachos, para con esto hacelles también dueíios del negocio. Ha-
blaron muy bien: y particularmente un cacique de mucha capacidad
dijo maravillas, afeando el vicio, y que aquello no era ma/uia-
miento sólo de los Padres: que Dios nuestro Señor les decía aquello
mismo en sus corazones, y echaban de ver que era malo y pecado
emborracharse, y otras palabras muy buenas. Con esto y algunos
castigos que se hicieron, y visitando las casas amenudo, se fueron

(1) Ibid.
(2) Ibid., n. 4 y cap. XV. n. 10.
— /o —
entnendando notablemente . Y lo que ayudó mucho, fué que, como
fuese uno de nosotros visitando las casas, y hallase gran cantidad,
de vino para una borrachera famosa, hizo buscar muchas botijas
vacias y ponerlas en casa, y luego mandó traer todo el vino para
dárselo después poco á poco: con que quedaron escarmentados y
temerosos no les suceda otra ves otro tanto...-» (1)

No borrachera sin su ordinario séquito de vicios y


podía andar la

desastrosos efectos. En semejantes celebridades, mezclábanse con el


baile y la embriaguez los odios y enemistades, ejercitándose las ven-
ganzas privadas y decretándose las guerras y matanzas: terminando
á veces las mismas juntas en riñas, heridas y asesinatos: á que se
agregaban los daños de la lujuria.

He aquí lo que escribe el P. Boroa en la carta arriba citada (2).

«.El demonio se hace fuerte con ellos, por ser éste (de la embria-
guez) SIL roquero y la red barredera en que los coge: por-
castillo
que fuera del mal que de suyo tiene, está hermanado con la desho-
nestidad, como dice San Pablo.-» Y el sínodo primero de la Asunción,
celebrado por el Illmo. Fr. Martín Ignacio de Loyola, de la Orden de
San Francisco, año de 1603, se expresa en los siguientes términos (3):

«6.^ Constitución. Que se quiten las borracheras y supersticiones de


los indios... — Asimismo encargarnos que procuren evitar en cuanto
pudieren las borracheras, que son origen de las idolatrías, horri-
bles incestos, muertes, y otros daños causados por ellas...-»
Ni será difícil de entender cuánto hubiera de predominar la luju-
ria en gente que, además de tener el excitante de la borrachera,
acostumbraban andar totalmente desnudos (4), y vivían en casas
grandes, chozas ó aduares que, sin división alguna interior, encerra-
ban todos grandes y pequeños, de uno y otro sexo, no sólo
los sujetos

de una misma familia, sino de varias afines entre sí y aun extrañas: y

contaban entre sus usos el de la poligamia con otros bien contrarios


á la honestidad, que pueden verse en los autores.
Y enumerando los santos (5) como retoños naturales de estas dos
malas raíces de embriaguez y lujuria, la ceguedad para conocer el
verdadero bien moral, el embotarse el entendimiento, la precipita-
ción, la inconstancia, la imprevisión }- todos los vicios opuestos á la

(1)Carta del P. Diego de Boroa al P. Prov. Pedro de Oñate, desde San Igna-
cio Guazú, á 10 de Nov. de 1616, inserta en las Anuas de 1616.
(2) Ibid.
Traslado de las Constituciones sinodales... de
(3) la Asunción en el año de
1603 (Sevilla, Arch. de Ind. 74. 6. 47>.
(4) .ScHMÍDEL, Viaje, c. 20.
S. Gregorio
(5) Magno, lib. 31 de los Morales, cap. XVII: Santo Tomás, 2-2,
qq. 148.152.
-76-
prudencia, que la trastornan y consumen: no hay que preguntar de
dónde procedían estos desastrosos efectos que, como entrañados ya
en su naturaleza se han visto al examinar las dotes intelectuales y
morales de los Guaraníes.

22 IX

UNA TEORÍA SOBRE LA CONDICIÓN MORAL


DE LOS GUARANÍES
Haciéndose cargo del lastimoso embotamiento y ofuscación de la
mente en los indios, y de sus bárbaras y crueles costumbres, tan aje-
nas de la racionalidad, en las que persistían en todo ó en parte, á pe-
sar de hallarse en contacto con la civilización europea, y aun á veces
después de convertidos al cristianismo; formuló el P. Domingo Mu-
riel, último Provincial de la antigua provincia jesuítica del Para-
guay, su teoría de la atenuación de la ley natural entre los indios
americanos, que explicaría tan enormes aberraciones.
Con ocasión de haber negado el P. Benito Stattler (1) un hecho
alegado por Federico Mayer (2), de que los indios americanos andan
completamente desnudos sin reparar en ello, como sucede con los ni-

ños; se expresa el P. Muriel en los siguientes términos (3):

«Lo que de los indios de América escribió Federico Ma3'er no es


tan falso como Stattler opina. Hay pueblos en América que dejando
á un lado el pudor y la vergüenza, viven una vida á manera de bes-
tias. Así, para citar alguno, la nación de los Paj'aguás en la Amé-
rica del Sur viene á constituir una especie de animal anfibio, que así
como el agua enteramente desnudo, así tampoco se aver-
vive en
güenza de andar por tierra del mismo modo: lo que es clara prueba
de estar en ellos oscurecido el derecho natural. Al desembarcar por
primera vez los españoles en América, no sólo se observó lo que ates-
tigua el lUmo. Sr. Obispo Ortiz, que eran gentes que no tenían cuenta
alguna con el pudor; sino lo que también se ofrecía á los ojos de
los navegantes que saltaban en tierra, y era que acudiendo gran nú-
mero de personas á ver á los extranjeros, y poniéndose indistinta-
mente á su alrededor, no se cuidaban de apartarse del concurso ó de

(1) Stattlf.k, Ethica universa, p. 2. s. 2. cap. 1.

(2) Mayhh, Philosophia moralis, p. III. 8 698.


(3; MoHEi Li, Riidimenta inris naturae lib. I. disp. VII. s 3.
-77-
la vista, ni siquiera para exonerar el vientre. Aunque ha}^ otras na-
ciones ó tribus, como la de los Isistines, que en lo demás andan des-

nudas, pero con un pudor nada exagerado, hacen bajar de la cin-


tura á las ingles un medio ceñidor (que los españoles americanos
llaman pampanilla) formado de plumas de varios colores. Tamaño
desprecio del derecho natural nace del mismo origen que en los ni-

ños pequeños, con esta diferencia, que los niños obran así por no
tener todavía desarrollada la razón por la educación: y los bárbaros
por tener la razón deformada y ofuscada por la costumbre de
sus antepasados y la suya, que llegan á convertirse en natura-

leza.»
Esta misma doctrina con todas sus pruebas y consecuencias des-
arrolló ampliamente en un tratado destinado á la imprenta con este
título: De iiire naturae apud indos meridioíiales attenuato: del cual
no queda otra cosa que la mención que de él hace su biógrafo el Pa-
dre Francisco Javier Miranda.
Una consecuencia inmediata de la doctrina es que los indios eran
en varios casos incapaces de cometer pecado mortal, por falta de su-
ficiente conocimiento: porque, promulgándose, como es sabido, la le}^

natural por medio de la razón, que en ellos faltaba por su corta ca-
pacidad y ofuscado entendimiento; no estaba en ellos promulgada á
causa de esta falta, y así en varias materias no les obligaba á pecado
grave: aunque alcanzándoseles algo de la deformidad del acto, hu-
biera otra culpa menor. — Ni obsta que
ofuscación de la mente y la

consiguiente falta de capacidad hubiera sido culpable en sus padres


ó en ellos mismos; porque de esto á lo más se concluirá que eran gra-
vemente culpables in cansa de los excesos posteriores, si es que los
habían previsto, mas no que lo fueran en el acto de cometerlos, en
que ya faltaba el suficiente conocimiento: que es el modo como se
discurre cuando se trata de las malas acciones ejecutadas por un
hombre tomado de vino.
No era nueva la doctrina del P. Muriel, como no sea en cuanto
á las palabras con que la expone: pues este mismo era el parecer de
muchos antiguos misioneros de Guaraníes, quienes juzgaban que en
varias de sus malas acciones, no alcanzaban éstos á la malicia de pe-
cado mortal por falta de discreción de su corta capacidad: como tam-
bién que apenas había ninguno de los que morían-en sus pueblos que
no se salvase, atenta por una parte esta su cortedad natural, y por
otra la diligencia y buena voluntad con que pedían 3^ recibían los sa-
cramentos en estando enfermos.
Es asimismo la doctrina que expone el Illmo. Sr. Peña Montene-
-78-
gro. Habiendo enseñado en el libro I de su Itinerario (1) lo que dicen
los Doctores, «que el uso de razón necesario para que obliguen los

preceptos naturales, divinos y humanos, no es aquel discurso que los


muchachos tienen en sus primeros años en cuanto á cosas naturales
ó artificiales»; sino que se necesita otro conocimiento más claro y
distinto con que se discierna el mal moial del bien como cosa que nos
hace perder la amistad de Dios é incurrir en las penas eternas del
infierno: «porque la experiencia enseña, dice, que muchos de los ni-
ños buscan comida ó la hurtan y la guardan para excusar la ham-
la

bre, edifican y forman una casa para sus juegos con mucho orden, lo
cual hacen con discurso: y con tenerlo para estas cosas, no tienen ca-
pacidad para pecar, porque bien se compadece este discurso con in-
capacidad de pecar»: propone esta cuestión (2): «Si los indios que
hoy están conquistados, y tienen doctrineros que los enseñen, pue-
den tener ignorancia invencible de algunos preceptos divinos, po-
sitivos y naturales.» Y la resuelve diciendo: «Las razones puestas en
la cuestión pasada para probar que los indios gentiles, más que otras

naciones del mundo, tienen ignorancia invencible de algunos precep-


tos de naturaleza, prueban también que la tienen muchos de los que
están bautizados... Porque ¿qué diferencia hay de un indio gentil á
uno que se bautizó en la infancia, y de allí pasó á la chozuela de un
páramo ó á la cueva de un monte, adonde se cría con la torpeza de
ingenio heredada de sus padres, y aumentada con la vida agreste con
manjares groseros, con el mal ejemplo de los mayores, con andar
desnudo á la destemplanza de los aires; con falta de enseñanza y doc-
trina, que son las cosas que entorpecen el entendimiento?... Ninguna
cierto.» Y allí mismo enumera algunas acciones concretas de los in-
dios, que por falta de este conocimiento se excusan de la malicia de
pecado grave.
La doctrina del P. Muriel, que concuerda con la de las autorida-
des citadas, y no es más sino la aplicación de la enseñanza general
de los doctores católicos al caso concreto de los indios, no sólo es
eminentemente práctica para los que tienen que dirigir en lo espiri-
tual á esta clase de gente, que fué el fin principal que se propusieron
sus autores; sino que al mismo tiempo ayuda en lo especulativo á for-
mar el justo concepto de la condición del indio, y del origen de su pa-
tente inferioridad y degradación en cuanto á las facultades intelec-
tuales 3' morales.

(1) Peña Montenegko, Itinerario para párrocos de indios, lib. I, trat. I\',
ses. VI. p. 85. ed. 1737.
(2) Montenegro, Itinerario, lib. II, trat. VIII. ses. ÍX. p. 282.
-79-

RELIGIÓN DE LOS GUARANÍES 23


Muy pocos datos ó ningunos suministran los primeros documen-
tos acerca de la religión de los Guaraníes.
Entre los que escribieron algo después del tiempo de la conquista,
se cuenta el P. Alonso de Barzana ó Barcena, misionero antiguo y
experimentado y grande operario entre los Guaraníes. En carta que
escribe al P. Provincial del Perú Juan Sebastián, año de 1594, enun-
cia un hecho importante. «Es toda esta nación [de los Guaraníes]
muy inclinada á la religión, verdadera ó falsa... Tienen grandísi-
ma obediencia d los Padres [ó sacerdotes], si los ven de buen ejem-
plo:y la misma ó mayor d que los engañan en falsa
los hechiceros
religión, tanto que si se lo mandan ellos, no sólo les dan sus ha-
ciendas, hijos y hijas, y les sirven pecho por tierra; pero ni se me-
nean sino por su voluntad. Y esta propensión suya d obedecer d
titulo de religión ha causado que no sólo muchos indios infieles se
hayan fingido entre ellos hijos de Dios..., pero indios criados en-
tre los españoles se han huido entre los de guerra, y unos llamá-
dose papas, otros Uamádose fesucristo.y> (1) — De esto último hay un
testimonio muy patente en la rebelión acaudillada por el indio Oberá,
que se refiere en la historia del Río de la Plata.
Los Guaraníes conocían la inmortalidad del alma, «jy temen mu-
chor> añade el P. Barcena «las anguerd, que son las almas salidas

de los cuerpos, y dicen que andan espantando y haciendo mal».


Tuvieron idea de un Dios, señor 3^ criador de todas las cosas, á
quien llamaban Tupa: es noticia que da también el P. Barzana. No
obstante, no consta que le tributasen culto alguno, ni tenían sacrifi-
cios, ni sacerdotes de este sumo Dios.
«De dónde tuvieron noticia de Dios, añade el Padre, no se sabe
cosa cierta: salvo que es vos comiín por tradición de los viejos,
que vino en los tiempos pasados á predicarles uno que ellos llaman
Pay Zumé: y cuentan que aquél les enseñó que había Dios.» — Es
ésta la tradición conservada en varias regiones de América meridio-
nal, como el Biasil, Río de la Plata y Perú, de un hombre extraordi-
nario que en tiempos remotos había recorrido estos países, ense-
ñando la religión 3' señalándose por su predicación 3" milagros, con

(1) Barzana, Carta al P. Juan Sebastián, fecha en la Asunción, á 8 de Sep-


tiembre de 1594, en Relaciones geográficas de Indias.
-80-
otras circunstancias que pueden verse en los autores que tratan de
propósito esta materia. Varón que se entendió sería alguno de los
doce discípulos principales del Señor, y más comúnmente se creyó hu-
biera sido el Apóstol Santo Tomás. Hallaron viva esta tradición los
Jesuítas al llegar al Paraguay, junto con la de una profecía del men-
cionado Varón santo, que había predicho á los Guaraníes que por su
mala vida olvidarían las verdades que él les enseñaba; pero que con
el tiempo vendrían unos hombres con cruces en las manos como él,

los cuales les enseñarían de nuevo el camino del cielo: pronóstico que
los indios reconocían como cumplido en los Jesuítas, viéndoles en-
trar á las conversiones con unos báculos terminados en lo alto por
una cruz (1). La misma tradición habían hallado antes los PP. de
la Orden de San Francisco en lo que hoy es estado de Santa Cata-

lina del Brasil (2), hacia 1537. Y aun parece que )'a en 1508 andaba
impresa la tradición de los brasiles de haber pasado al continente
sud-americano aquel varón prodigioso en quien se creyó ver al Santo
Apóstol (3).

Dice también el P. Barzana que no tenía esta nación ídolos nin-


gunos que adorase: y da á entender que esto sería lo único que retu-
vieron de la Pay Zumé, junto con la creencia de un
predicación del
Dios sumo. Y
mismo atestigua el P. Montoya: «La nación Guaraní
lo

ha sido limpia de ídolos y adoraciones... como la larga experiencia nos


lo ha enseñado» (4). Esto no quita que en alguna comarca hubiese algo

de idolatría, como parece que la hubo en el caso de ciertos indios del


Uruguay castigados por Dios con peste por el delito de unos pocos de
ellos hacia 1635: <!~Saliendo cincuenta indios (de Candelaria del Uru-
guay) á la camino por donde liahlan de pasar está una
yerba, en el

piedra alta que tiene figura de persona, á quien ellos llaman aña-
VAY^k, frente del diablo. Esta piedra se dice que en su infidelidad

algunos la adoraban y le ofrecían dones para que les sucediese bien


en los viajes. Unos indios destos, quedándose atrás^ escondidos de
los oíros, le fueron á hacer sus ceremonias... (5) r>

Mas lo que sí es cierto es que, merced á la propensión á obedecer


á título de religión que se ha notado arriba, los hechiceros ó magos,
que entre los Guaraníes existieron en gran número, les iban introdu-

(1) Montoya, Conq.


esp. § 24 y también § g 22 á 27. Lozano, Conquista, lib. T
capítulo XX.
NoBRKtiA, Carta del año 1552.
(2) Carta del P. Fr. Bernardo Armenta, Comisario del Río de la Plata, ;i 1."

de Mayo de 1538, en VVadincío, Annales, tom. X\'I. ann. IflBS, núm. III
(3) Galanti, Compendio de historia do Brasil, I. 117 Nota.
(4) Montoya, Conq. esp., s XXVIII; s XLV.
(5) BuROA, Anua de Ido'), p{\S- 78
-81 -
ciendo toda clase de supersticiones: la idolátrica, la de agorerías }- la

de vanas observancias, en número y especies increíbles (1). Llegaban


á fingir con manifiesta desvergüenza que ellos mismos eran divinida-
des vivientes: que eran el Dios que había criado el mundo y lo podían
destruir: que eran dueños de para darlas á sus amigos y
las lluvias

devotos: de los rayos para enviarlos sobre quienes les ofendiesen: que
les obedecían las fieras del bosque, y si los indios no les querían hacer
caso, mandarían á los tigres que los vengaran: y otras cosas á este
jaez (2). Los indios, por su extraordinaria cortedad y su inclinación á
lo maravilloso, se dejaban persuadir tales patrañas, obedecían y cum-
plían todas sus órdenes miraban con extraño temor y venera-
y los
ción. Tomaban, en mago por un dios, vez hubo que le
efecto, al }-

ofrecieron sacrificios (3): y lo que más es, no sólo le tributaban ado-


ración en vida, sino aun después de muerto, venerando y dando culto
como cosa divina á sus huesos: superstición que en algunas ocasiones
fomentó demonio, permitiéndolo Dios, con prestigios diabólicos (4).
el

Llamaban á estos magos payés, y solían juntamente ser agoreros, y


muchos de ellos enterradores, con lo cual hacían mayor daño todíi-
vía (5). Hasta llegaron en cierto tiempo á constituir un remedo de la

jerarquía católica, teniendo un hechicero mayor á modo de sumo pon-


tífice, que dominaba en toda la región del Uruguay, otros subalternos

con autoridad sólo en una comarca á semejanza de los Obispos: y


otros á quienes fijaban en cada pueblo, limitando su acción á aquella
localidad:y á estos mismos les ponían sustituto (6).
Y aunque en materia de apariciones hubo grandes supercherías,
no parece que pueda dudarse que fueron verdaderos algunos casos en
que se manifestó el demonio sensiblemente á los Guaraníes, unas
veces dejándose ver en forma visible, otras con voces y sonidos, y
siempre para apartarles de la rectitud y de la verdad de la reli-
gión (7). Así como tampoco puede explicarse por causas naturales,
sino por posesión diabólica, el hecho indudable de los indios llamados
apícaírés, es decir, protervos úhombres sin discurso (8), «gente en-
demoniada, que reahnente habita en ellos el demonio...: susténtanse
de casa: y cuando falta ésta (que es muy ordinario), es su sustento
carne humana. Andan por los campos y montes en manadas, al

(1) MoNTOYA, Conq. esp. g§ IX-X.


(2) Ibid., § IX.
(3) Lozano, Conq. III, cap. X, pág. 223.
(4) MoNTOYA, Conq. esp., § XXVIll sqq.

(5) Ibid., § IX.


(6) Mastrilli, Litt. ann. 1626, 1627, pág. 155.
(7) MoNTOYA, Conq. esp., SS XVII. VI I. XX
(8) Ibid., § LXXIII. BoROA, Anuas de 1636, pág. 42.

Organización social de las Doctkinas Guaraníes.— 6


-82-
niodü de rab/osos perros. Entran de repente en los pueblos: y como
/¡eras acometen al rebaño, y hacen presa en los mucJiachos que pue-
den para su comida. Suelen, tomados del demonio, andar vagando
de noche por los campos como borrachos ó locos. Comen brasas de
fuego como si fueran guindas. Dudoso es de creer: y yo confieso
que lo tuve por patraña: pero desengañóme la experiencia que uno
en mi presencia hiso, mascando carbones encendidos como uji
terrón de azúcar.» Y después de expresar que á veces están en paz,
pero luego, arrebatados de un furor que ellos mismos ya sosegados
no saben en qué consiste, toman arco y saetas, claman, tiran, matan y
ahuyentan, añade: «Uno de éstos tuvimos preso, y se averiguó que
se había comido á su mujer y dos hijos, y actualtnente le cogieron
comiéndose á su mismo padre: en las acciones y aspecto parecía Jin

tigre.»
De esta manera, las mismas acciones que tenían algún viso de
religión, venían á ser únicamente detestables supersticiones, fomen-
tadas por elde los hechiceros, y que constituían otras tantas
influjo

nuevas causas de embrutecimiento de aquella raza sobre las que ya


tenía en las lamentables condiciones arriba expuestas.

XI

24 RESUMEN Y CONCLUSIÓN

Largamente se ha disertado á veces pintando á los salvajes como


pueblos primitivos, en el estado de la naturaleza, inofensivos como
niños, rectos en sus deliberaciones, colocados en el primer estadio
de y que por sucesivas evoluciones han de recorrer
la vida, el camino
del progreso hasta llegar al ápice de la civilización.
Los datos recogidos en el presente capítulo harán formar un con-
cepto bastante diverso: pues muestran que cuanto las le)'es de Indias,
la Iglesia y la experiencia afirman de los indios en general, de su
inferioridad, caimiento y nada lisonjeras condiciones morales, otro
tanto en su género debe afirmarse de los indios Guaraníes en espe-
cial: que eran un pueblo en estado de decadencia, que cada vez iba

acercándose más á la degradación que llega á la semejanza con los


animales irracionales, comparatus est iumentis insipientibus^ et

similis factus est eis (1): que la lujuria, la borrachera, la antropofa-

(1) Ps. XLVIIl, 14, 21.


-83-
gía, el furor por la guerra y las múltiples supersticiones, causas
todas que estaban de asiento entre ellos,habían embotado y oscure-
cido su entendimiento 3' producido en ellos la incapacidad é impre-
visión que incesantemente iban creciendo A la par de los vicios,

habiendo ofuscado hasta la luz natural que Dios imprime en el fondo


del alma para discernir con mal moral, y los
juicio recto el bien del
habían icducido A la condición de no tener entendimiento de hombies
adultos sino por intervalos. Sólo les quedaba la habilidad para las
artes mecánicas.
Proponiéndose ahora la cuestión de la conducta que será bien
observar con seres de esta calidad: responden los que tienen el con-
ceptode ser los indios de facultades intelectuales y morales tan aven-
tajadas como los de cualquiera otra raza }• tan perfectibles como ellos,
que bastaría implantar entre los indios la absoluta libertad económica
del individualismo, y el régimen político del gobierno propio. A juicio
de llamantes sabios del siglo xix y principios del xx, y siguiendo
los

rigurosamente los principios de Darwin y Spencer, aquella raza indo-


lente, inconstante, pobrísima en el discurso y llena de vicios, deberá
ser exterminada de sobre la haz de la tierra para dejar su puesto A
otrasrazas más aptas. Ni se crea que este parecer sea alguna extre-
mada exageración del autor: pues además de que es consecuencia
forzosa de los principios sustentados por dichos profesores del evolu-
cionismo, se ha formulado ese dictamen en nombre de los sabios en
toda su crudeza, y no una vez sola.
El presente libro, sin proponerse rebatir los dos pareceres que

anteceden (que con sólo enunciarlos quedan juzgados), expondrá lo


quecon la raza (íuaraní hicieron los Jesuítas, guiados del espíritu de
su Instituto aprobado como santo y piadoso por la Iglesia católica,
que es el espíritu de la misma Iglesia y el que inspiró también las
•leyes españolas para el gobierno de los indios.
CAPITULO II

LA FAMILIA
1. La familia Guaraní en el gentilismo.— 2. La familia Guaraní en las Doctri-

nas. 3. Los hijos. — 4. — —
Celebración del matrimonio. 5. Los trajes, 6. Habita-
ciones.

25 LA FAMILIA GUARANÍ EN EL GENTILISMO

No siendo intento del presente trabajo describir detalladamente


las costumbres del pueblo Guaraní primitivo, sólo se dirá en esta
materia lo que fuere necesario para que se advierta la profunda modi-
ficación y progreso que en la familia Guaraní introdujo la religión.

La familia Guaraní, en su infidelidad, padecía de un defecto sus-


tancial, pues en ella reinaba la poligamia, violándose la unidad que
como base del matrimonio exige la ley natural. Un indio Guaraní
podía tener muchas mujeres, llegando en el tuhichá ó cacique el

número de ellas á veces hasta veinte ó más, cuantas podía mantener:


y si bien en los indios de inferior condición no era tan frecuente la

pluralidad, esto no dependía de alguna reverencia al matrimonio, ó


sentimiento y deseo de la organización de familia prescrita por la ley

natural, sino de defecto material de medios. De aquí tenía que pro-


ceder necesariamente, entre otros vicios, la falta de amor y unión
entre los miembros de la familia: y se daba el caso de que al llegar á
la tribu un huésped de importancia, le enviase el cacique una ó más
de sus mujeres para que cohabitase con ellas. Fuera de este caso, la
infidelidad en las mujeres del cacique era castigada con pena de
muerte.
matrimonio no se guardaba, no era más obser-
Si la unidad del
vada que también os esencial en él: Examinada la
la indisolubilidad,

calidad de sus uniones conyugales con todo cuidado y según los


informes de ellos mismos y los datos de la experiencia, juzgaron
,

-85-
graves teólogos que no eran matrimonios, sino meros concubinatos,
pues se contraían sólo temporalmente, con ánimo de repudiar á la

mujer cuando les pareciese, como en efecto lo hacían. Es verdad


que otros pensaron que había entre ellos matrimonios válidos, pues
distinguían la mujer principal, que llamaban CJierenibirecó, de las
otras que decían Cheagiiasá: y así las primeras eran verdaderas
esposas, y las otras concubinas. Y aun hubo parecer intermedio de
que no eran válidos los matrimonios de los caciques ó tubichabac
pero sí los de los vasallos ó ababoyd, porque éstos parecía que
contraían con más estabilidad. Expuesto el asunto al Sumo Pon-
tífice Urbano VIII por
el Cardenal de Lugo, se comprobaron los

siguientes hechos: (1) que estos gentiles... cambian de mujeres como


los europeos de criadas, y esto hacen por fútiles motivos^ cuales son,
si la mujer no puede guisar, coser los vestidos, tener cuidado
dela casa, ó si ha envejecido. Muchas veces se casan con una
madre y su hija, ó con varias hermanas. En ocasiones regalan
una concubina á cualquier amigo, ó también á un criado; mas
si éste se marcha, se la quitan. Hay quien al cambiar de resi-
dencia, abandona su esposa; y el Papa contestó que, habiendo
razones probables por entrambas partes, se siguiese el parecer
más favorable á los indios en cuanto al vínculo después de bauti-
zados.
El amor que profesaban á sus hijos tenía mucho de ciego é irra-

cional. Fuera de acostumbrarlos al manejo de las armas de arco y


flechas, que habían de serles instrumentos para sustentarse en la paz
y pelear en la guerra, ningún otro cuidado se tomaban de enseñar-
les, ni de vigilarles ó refrenar y enderezar sus aviesas inclinaciones,
ni usaban jamás con ellos de castigo. De aquí nacía un mal graví-

simo: el niño crecía sin ser educado ni aprender á reprimir sus


malos instintos: podía cometer todas las faltas y aun insolentarse
con sus padres sin que esto les pareciese á ellos disonante. Esta
fué una de las dificultades, y no la menor, con que tropezaron
los misioneros cuando hubieron de reducirlos á pueblos 3' mante-
nerlos en orden: por cuanto era menester en cierto modo educar á
los padres primero que á los niños para que entendiesen lo que

dicta la regla de la razón: impedimento que duró hasta que los


mismos indios vieron con gusto introducir la corrección para sus
hijos.

Sus habitaciones no podían llamarse propiamente casas^ sino más

(1) Techo, Hist. Paraguay, lib. X, cap. XV: Muriel, Fasti Novi Orbis,
Ord. CCCV, pág. 409: Hernaez, Colección de Bulas, tom. I. trat. 2.", secc. 2.=^
-86-
bien aduares 6 galpones. La inclinación natural de los Guaraníes era
de reunirse cierto número de familias, cuatro ó cinco ó pocas más^
construir su rancho común, y vivir en sus chacras, que así llaman
las sementeras. Cuando se concluían las tasadas provisiones que
cosechaban de la chacra, emprendían la caza en el bosque ó la pesca
en el río para sustentarse el resto del año.
Construían sus moradas cercanas á las del cacique debajo de
cuya dirección querían vivir y militar: y de esta manera se for-
maban pueblos ya grandes, 3^a reducidos: aumentándose también á
veces la magnitud de la vivienda, como que en ocasiones contenía
cuarenta ó cincuenta familias juntas, sin más distinción de tabiques
ni aposentos, y podía más bien tomarse por un pueblo que por una

morada particular (1). Cuando las necesidades de la guerra, ó la


voluntad del cacique, les hacían mudar el paraje de sus aduares, no
se necesitaba gran trabajo para levantar en otra parte nuevas
casas: bastaba cortar los palos y algunas maderas del bosque
inmediato, y juntar las cañas y paja que les servían de techo, sin la
molestia de trasladar ni utilizar cosa alguna de la morada antigua.
Su traje estaba reducido á cubrirse las partes vergonzosas con
algunas plumas ó con una redecilla que llevaba ensartadas algunas
cuentas, y dejar lo demás completamente desnudo. Y ni aun todas
las tribus Guaraníes usaban este rudimento de vestidos: las había
que andaban del todo en cueros (2).

Agregúese á todo esto el sombrío tinte de crueldad que sobre


familia tan inculta esparce la antropofagia, que es indudable que
practicaron: agregúese la ferocidad que les producía su continuo
estado de guerra y su carácter vengativo (3): agregúese finalmente
su lujuria y borracheras, de que ya se ha tratado: y se tendrá idea
del estado miserable de aquellos indios.
Tal fué la familia Guaraní en su condición salvaje: y éste fué el
término de donde hubo de partir la organización que le dieron Ios-

Jesuítas.

(1) Thcho, lib. V, cap. VII.


(2) ScHMÍDEL, cap. XX.
(3) Alvar Núñez, Comentarios, cap. VI.
87-

II

LA FAMILIA GUARANÍ DE LAS DOCTRINAS 26


No fué poco lo que costó á los misioneros el separar aquel pueblo
carnal de la pluralidad de mujeres. Más de una vez, á los principios,
se produjo algún grave trastorno en las reducciones que se forma-
ban, estimulando el demonio la desenfrenada liviandad de algunos
indios para arruinar toda la obra. La reducción de San Ignacio guazú
estuvo á punto de ser destruida por este motivo en el primer año de
su fundación (1); y la de Loreto iba á ser invadida y asolada por Ati-
guayé, sin la providencial resistencia del cacique Maracaná (2).

Seguían los Padres, en extirpar tan abominable vicio, la regla que


les inspirábala prudencia cristiana: }' mientras duraba la formación
de aquellas reducciones, congregadas de familias antes dispersas por
el bosque, no pudiendo remediar el mal de repente, se veían forzados
á tolerarlo en el entretanto. Pero tampoco bautizaban á los adultos,
sino cuando, en caso de muerte, la cercana partida les movía para
resolverse á abandonar la poligamia: ó cuando el vivo deseo de verse
hechos hijos de Dios se apoderaba del corazón de alguno de los

indios; porque entonces, como las obras del Espíritu Santo son per-
fectas y eficaces, el impulso de su inspiración no les permitía vacilar:

y prometían y cumplían resueltamente la promesa de vivir en verda-


dero matrimonio único é indisoluble. Condición que con ser prescri-
ta, no sólo por la ley evangélica, sino aun por la natural, era para
ellos ardua é inaudita por su selvática tosquedad y envejecida cos-
tumbre. Y como estos casos solían suceder en los de más despierto
ingenio, y á veces en los que ó por sus prendas y hazañas, ó por
haberlo heredado de sus mayores, eran caciques en la tribu; tales
hechos constituían un saludable ejemplo, y daban nuevo crédito á la
divina enseñanza que les proponían los misioneros.
Cuando, merced á esta paciente labor, habían conseguido los
Misioneros que todo el pueblo fuese cristiano, no solamente quedaba
organizada la familia según el único matrimonio verdadero entre
bautizados, que es el celebrado ante el propio párroco con unidad en
cuanto á las personas, é indisolubilidad en cuanto al vínculo; sino que

(1) Lozano, Historia, lib. V, cap. XX, n. 2: Anua de 1613 por el P. Roque
González.
(2) MoNTOYA, Conquista § 12.
-88-
nacía y se arraigaba en los ánimos de los nuevos cristianos un odio
de abominación contra todo ultraje de este santo vínculo, un justo
desprecio de todos los contagiados conel inmundo vicio de la lujuria,

aunque fuesen españoles ú otros europeos, y una estima 3' respeto


singular de la castidad. No se toleraban en las reducciones 3'a esta-
blecidas los amancebamientos, sino que eran perseguidos y casti-
gados, según lo prescribía la ley civil, que moralizaba el pueblo
prohibiéndolos y penándolos.
En cuanto al gran concepto que los neófitos hacían de la casti-
dad, ninguna cosa lo explica mejor que los dos ejemplos siguientes,
que tomamos de las Anuas de la Provincia del Paraguay correspon-
dientes á los años 1626 y 1627, escritas por el P. Provincial Nicolás
Duran Mastrilli. «Para que conste» dice (1) «que tan repentina con-
» versión al bien» [de los infieles de Corpus] «ha sido obra que Dios
»ha querido se atribuyese á Él como á su único autor, determinó
«emplear los mismos neófitos primeros recién convertidos, como ins-

»trumento para cambiar la vida de otros de mala en buena. Porque


» entre ellos había algunos que, esforzando la voz, clamaban á los
«umbrales de que sabían estar enredados en los lazos del demo-
los
»nio, lamentándose con estas y semejantes razones: ¡Oh ceguedad 3'
«dureza de vuestro corazón! ¡Oh miserable é infeliz estado délos
»que moran en esta ¡Oh hermanos carísimos! ¿qué locura os
casa!...
» tiene poseídos? Hé aquí que Dios os ha manifestado su grandeza 3'

»su le3' por medio de sus ministros. La ley inmaculada de Dios prohi-
»be toda inmundicia de alma 3' cuerpo... — Sobresalía entre estos
«predicadores de la palabra divina cierto Cacique principal, bautiza-
« do con el nombre del Príncipe de los Apóstoles, el cual era tenido
«de todos por el más elocuente en el idioma Guaraní, lengua elegan-

«tísima á la verdad. Este se sentía tan inflamado del celo de aumen-

«tar honor divino y exterminar la liviandad que abominaba,


el

«que, á las altas horas de la noche, tronaba con estentórea voz, di-
«ciendo: «Ay de los que revolcándose en sus lujurias 3- en el lodazal
» de sus pecados, se prometen con seguridad el día de mañana. Ea,
«hermanos, dejad las tinieblas de los vicios: abrid los ojos á la divina
comenzado á brillar para nosotros.
«luz que ha No queráis precipita-
«rosenlas eternas llamas del infierno, como lo hicieron vuestros
«antepasados». Tales voces, proferidas con singular energía, y ayu-
» dadas del espíritu de Dios, y tantas veces repetidas, labraron de tal

«modo en los ánimos de todos, que en breve espacio de tiempo,

(I) Litterae anniiae Provinciae Paraqnariac .Societatis Tcsii ad \. R. V. Mii-


tiiim V'itelleschum &c. Antuerpiac. MDCXXXX'I, pág. 54, sqq.
-89-
» dejando las demás mujeres } reteniendo únicamente consigo á la

»que era legítima, se purificaron en las aguas del bautismo.»


Sea el otro ejemplo (1): «Entre tanta muchedumbre de indios
»[de San Ignacio Guazú] no se encuentra uno que sea acusado como
» reo de torpe amistad alguna... Y no sólo han huido de los vicios

«sino que con piadosas obras procuran también hacer cierta su voca-
»ción. Los niños todos, para honrar en los viernes la memoria de los
» tormentos de Cristo, acuden á la iglesia y oyen el ejemplo que les

«propone el Padre; acabado el cual arman todos su mano de una


» correa, y con estas armas reportan sangrienta victoria de sí mis-

»mos... Con maj'or fervor se ejercitan estas piadosas prácticas en el


«tiempo en que la Iglesia nos propone la memoria de la Pasión de
»Cristo.»
Así podían servir estos indios recién convertidos, de ejemplo á
más de un cristiano antiguo para que entendiese que la santidad del
hogar doméstico, si ha de conservarse sin mancilla, no sólo requiere
verdadero amor á la hermosa virtud de la castidad, sino también
mortificación voluntaria del propio cuerpo. Y ciertamente, no estu-
viera tan estragada la sociedad doméstica hoy en los pueblos católi-
cos, si semejante espíritu de penitencia reviviese en lo interior, y
manasen á lo exterior las obras que de él naturalmente proceden.

La condición de mujer mejoró en gran manera. En su infideli-


la

dad, la indolencia del indio le hacía echar gran parte de la fatiga del

trabajo sobre la mujer.— La mujer era vendida como una mercancía


por su padre, por su marido, 3' aun por su hermano: y el precio era
cualquier bujería de ningún valor (2). — Y como si no fuera una per-
sona, sino un ser privado de derechos 5' dignidad, era añadida al
número de otras muchas concubinas como instrumento de satisfacer
la lujuria. —
Finalmente, su matrimonio era tan instable y precario
como queda expuesto.
Tanto deshonor y rebajamiento desapareció con la conversión de
los Guaraníes al cristianismo, como )'a se ha hecho notar. Restau-

rada la santidad del matrimonio, diósele el honor que se le debe,


mucho más siendo matrimonio cristiano, elevado por Nuestro Señor
Jesucristo á la dignidad de Sacramento. Desterróse de los pueblos la
liviandad: y la unidad é indisolubilidad del vínculo, corroboradas con
la sanción exterior de la le}', hicieron que se transformase el aspecto
de la familia. El trabajo se acomodó á las fuerzas limitadas del sexo
débil: y fué reconocida su verdadera condición á la mujer, de la cual

(1) Litt. ann. 1626, pág. 46.


(,2) ScHMíDEL, cap. XX.
-90-
(Jice el Ritual antiguo toledano al entregarla al marido: Compañera
os damos, que no esclava.
Con la abolición de la embriaguez, que por fin se logró, se puso
también término á los abominables vicios que de ella se seguían por
inevitable consecuencia.
Por eso mismo temían tanto los Jesuítas ver á los indígenas
puestos en peligro de huir y retirarse á los montes: }' no perdonaban
á fatiga ni diligencia para evitar las ofensas de Dios á que tal retrai-
miento daba lugar. Porque los Guaraníes, separados en los bosques
de todo cultivo espiritual, y tentados con el ejemplo de los gentiles
comarcanos, que todavía practicaban aquellas salvajes costumbres;
seguían como ellos sus malos instintos de tiempos pasados, y volvían
á caer en sus antiguos desórdenes y á atropellar la ley de Dios posi-
tiva y natural.

in

27 LOS HIJOS

Dos cosas afirman de los Guaraníes infieles los historiadores y los


documentos antiguos (1): una es que tenían un cariño extremado á sus
hijos: otra, que sin embargo de eso, no cuidaban de ellos, reduciéndose
el amor á condescender con todos sus caprichos, no irles á la mano

en nada, tolerarles el andar por donde quisieran, nada enseñarles y


nada prohibirles: «Los padres y madres 7io dan castigo de iii¡ií>ún
género d sus hijos ó hijas, por cualquier cosa qneellos ¡lagaii.y los
quieren tayito, que adoran en ellos-» , escribía el P. Ruycr en 1627.
Todo el tiempo de su reducción no había bastado, á pesar de ser
instruidos en las obligaciones respecto de sus hijos, para extirpar
aquella desidia: pues el P. Cardiel, testigo del hecho en 1758, lo des-
cribe del mismo modo: «5//s padres, annqiie [los hijos] sean de 15 y
16 años, los tienen ociosos, por no saber cuidar de ellos-» (2).Treinia
años más tarde, decía Doblas: «^En nada cuidan de ellos, ni pro-
curan enseñarles la doctrina cristiana, y buenas costumbres, ni el
alimentarlos y vestirlos. Si no vienen á casa á la hora qne los suel-
tan sus cuidadores, tampoco los solicitan ni buscan: ni aunque se
huyan del pueblo, hacen diligencia de buscarlos y traerlos» (3).

(1) Lozano, Historia, tom. 2, lib. VIII, cap. XVI, ni'im. 11. Ruvek, Anua de
-Santa María de Iguazú de 1627: Azaha, Descr. cap. X, núrn. 51.
(2) Cakdikl, Declar. ni'itn. 101.
(3j Doblas, Memoria, pág. 29.
-91-
Difícil parecerá de explicar cómo pudieran conciliarse tanto
cariño con tanta flojedad y descuido: pero no se hará el hecho tan
extraño á quien haya visto cuál es el proceder de los padres con sus
hijos en los países de Sud- América, aun en las mismas familias des-
cendientes de europeos, acostumbradas ciertamente á otra educación
más'ordenada y severa: que parece como si el clima cálido ó variable
hubiese tenido por efecto debilitar toda la actividad y energía, y hacer
echar en olvido las obligaciones de la autoridad paterna, cifrando el

amor en satisfacer todos los antojos del hijo: como si esto fuera verda-
dero amor, y no más bien crueldad que infiere gravísimo daño al niño,

le priva de la educación, y le acostumbra á ser el juguete de sus


pasiones, y á pretender hacer juguete de ellas también á los demás.
No necesitaban ciertamente los Jesuítas de estas especiales cir-

cunstancias para dedicarse con esmero al cuidado de los niños: sabien-

do mu}^ bien, como sabían, que la felicidad de cada individuo y de todo


el pueblo, depende en su mayor parte de la buena educación recibida
en la niñez. Pero el carácter peculiar de flojedad 3^ abandono en los

naturales, ios obligó á emplear en esta tarea un trabajo más pesado.


Los niños ó cumimís de las reducciones, hasta bien adelantados
en edad, se criaban, parte del tiempo en su casa, para que se acos-
tumbrasen á obedecer á sus padres, y no quedasen éstos privados del
gozo y consuelo que trae consigo la presencia de los hijos (1), y parte
en las escuelas, talleres y ocupaciones públicas. «Al amanecer»
dice el P. Cardiel (2) «comienzan á tocar en la plaza las cajas ó tambo-
»riles para convocar los muchachos y muchachas á rezar: y sus
«sobrestantes, que son indios casados de edad, comienzan á predicar
»y gritar por las calles: Hermanos^ ya quiere aclarar
el día: Dios os
guarde y ayude á todos. Despertad d vuestros hijos é hijas para
y>

r>que vengan á alabar á Dios, á oir la santa Misa y después al tra-

^bajo. No os detengáis. No seáis flojos. No os e?tiperecéis. Mirad que


•»ya están tocando los tamboriles, A estas voces
van saliendo los
etc.

«muchachos y muchachas por todas Encamínanse al pórtico


partes.
»de la Iglesia (que son muy grandes), y allí en compañía de sus
«sobrestantes, los muchachos á un lado y las muchachas á otro, van
«rezando las oraciones y el catecismo en voz alta, mientras los Padres
«están en oración mental, y suelen acabar al fin de esta oración. Y
«ésta acabada, se toca á Misa, á que entren todos cantando el Ben-
^dito y alabado.., y con ellos mucha gente del pueblo... Después de
«Misa rezan otra vez los muchachos en el patio principal de casa de

(1) Peramás, De administr. guaran. § LXTX.


(2) Cardiel, Declar. núm. 100.
-92-
»los Padres,y las muchachas en el cementerio. Acabado esto, van á
«almorzar á sus casas.»
«Para que nada de esta fidelidad en rezar la oraciones y el cate-
»cismo se omita» añade el autor de la Relación de las Misiones {\),

»hemos de velar nosotros: y así el párroco de tiempo en tiempo apa-


»rece de improviso entre los coros de los que rezan; otras veces, y con
«bastante frecuencia, exhorta á los Maestros ó Sobrestantes para que
»con seriedad se apliquen á esta instrucción religiosa de los niños, y
»que tengan presente que es de tal importancia este asunto, que tales
»serán después todos los habitantes del pueblo, cuales hubieren ellos
«formado á los niños y niñas. — Agrégase á esto casi todos los días
»una explicación en términos sencillos, pero exacta, de las cosas que
«pertenecen á la fe y á las cristianas costumbres, acompañada de fre-

«cuentes preguntas sobre lo mismo... De donde


resulta que con este
«diario ejercicio de recitar las oraciones, aprenden á orar y reciben
«la instrucción de las cosas que convienen á un cristiano, acostum-
»brándose á ellas desde sus tiernos años.»
Después de consagrar á Dios y al interés espiritual de su alma la

primera hora del día, sigúese la educación práctica en el trabajo.


«Vuelven á la plaza, dice el P, Cardiel (2) y van juntos los muchachos
»á un paraje, las muchachas á otro, á varias faenas del común del
«pueblo, como coger algodón de los algodonales comunes, recoger
«maíz, y otros ejercicios proporcionados á su edad, que nunca fal-
«tan.» — «Los niños» dice \a Relación «que no están ocupados en la
«escuela ó en el aprendizaje de artes 3' oficios, acompañados de sus
«sobrestantes se dedican á trabajos pertenecientes al cultivo de los

«campos comunes, limpiando las tierras que primero han removido


«con el arado los hombres, sembrando, arrancando las hierbas inútiles
«de los sembrados y algodonales y haciendo lo demás que sea nece-
«sario para el buen logro de la cosecha, y finalmente recogiendo los
«frutos 3'a maduros de los campos y con gusto y actividad acuden^
«guiados de sus sobrestantes, á cualquier faena, donde los reclame la
«necesidad del bien común. Del mismo modo, y también en ejercicios
«agrícolas proporcionados á la debilidad de su sexo y de sus fuerzas,
»se ocupan las niñas, presididas por sus Censores y Maestros, si no
«las emplean sus padres en alguna faena particular.» Entre sus ocu-
paciones cuenta el P. Peramás (3) «algún trabajo menos fatigoso,
«como era quitar de los arbolillos del algodón los cálices abiertos en

(\) Relación de las Misiones Guaraníes. MS. latino.


(2) Declaración núm. 101.
(3; De Aduiiitistrntione, s LXXI.
-93-
»los que está encerrado el vello, ó ahuyentar del campo común con
»voces y palmadas los loros que los talan con su voracidad, y otras
»aves que acuden á grandes bandadas.» De este modo, acostumbrados
desde niños al trabajo, se hacen luego útiles á su familia, y se evita
en ellos el ocio, semillero de todos los males. «Si no se pone cuidado
en esto» sigue el P. Cardiel (1), «como todos son de genio flojo y deja-
do, y sus padres, aunque sean de 15 y 16 años, los tienen ociosos, por
no saber cuidar de ellos, salen cuando grandes haraganes, andariegos,
y son la peste del pueblo.» — Y para que este trabajo les fuera más gus-
toso, llevaban consigo en festiva procesión y entre alegres melodías de
flautas la estatuita de San Isidro Labrador asentada en su peana, la
que recibía dos varas para conducirla. En llegando al lugar señalado
para el trabajo, colocaban la imagen del Santo en paraje descubierto,
de donde se pudiese ver; y ellos se aplicaban al trabajo señalado (2).
Este era el estilo ordinario cuando los niños estaban en el pueblo:
y entonces daba de comer en el sitio de su faena. Mas en los seis
se les
ó siete meses desde Corpus á Navidad poco más ó menos, en que se
verificaban los trabajos principales de la labranza, los padres de fami-
lia solían conducirlos á sus sementeras fuera del pueblo y allí cuidaban
de ellos; y los niños, acostumbrados ya, les a3'udaban en sus faenas.
Hemos dicho que los niños que acudían al trabajo del campo eran
los que no estaban ocupados en las escuelas. En efecto, los niños que
descubrían buena capacidad, y muy en especial los hijos de personas
con cargo en el pueblo, eran elegidos para la escuela de leer y escri-
bir; y otros que eran reconocidos aptos para ello, eran destinados para
elaprendizaje de oficios mecánicos; todo ello con conocimiento y gran
gusto de sus padres.
En la escuela, dirigida por un maestro indio, debajo de la inspec-
ción del Padre, aprendían los niños á leer, escribir y contar (3). La lec-
tura tenía sus grados: y empezando, como era natural, por aprender á
leer en su lengua nativa, que era la Guaraní, aprendían luego á leer
en castellano, y también en latín, con notable corrección. Tenían, en
cuanto á la escritura, ejercicio de escribir letra de mano, y también
letra demolde (4), alcanzando muchos una forma tan aventajada de
escritura,que en nada cedían á la de los mejores calígrafos (5); y
algunos de los que se ejercitaban en letra de molde, trasladaban un
libro entero con regularidad no muy desemejante de la de imprenta,

(1) Declaracióti, núm. 101.


(2) Ibid.
(3) Peramás, §§ LXXIII.
(4) Cardiel, Declaración, núm. 101.
(5) Peramás, De admin. §§. LXXIII.

-94 —
como todavía puede observarse hoy en algunos manuscritos de esta
clase que se conservan. Ayudábales á esto la innata paciencia de su
genio espacioso, con la cual copiaban aún sin entenderlo un escrito en
español ó en latín, más como quien dibuja, que como quien escribe.
Finalmente, en la sección de contar se les enseñaba la aritmética y
los cálculos que pedía la administración de sus pueblos; pues de la

escuela salían los que más tarde habían de registrar por escrito lo per-
teneciente á los bienes del pueblo, y no sólo los administradores ó
mayordomos que llevasen los libros de entradas y salidas de las hacien-
das del pueblo, sino también los corregidores, alcaldes, secretarios,
miembros del cabildo, médicos, maestros, cantores y sacristanes (1).
Fuera de esta escuela de primeras letras, había otra como escuela
superior, en la cual se enseñaba la música vocal é instrumental, 3'

también las danzas de cuenta, que servían de adorno y regocijo en


las fiestas principales (2). Los discípulos de esta escuela se tomaban
de los que 3^a habían pasado por la primera y sabían leer y escribir.

Así como se elegían los que habían de ir á la escuela, se elegían


también los que revelaban aptitud é inclinación para alguna de las

artes que había en la reducción, que eran muy variadas, de pintura,


de escultura, etc., ó para algún oficio mecánico de herrero, carpin-
tero, tejedor ú otros; y de esta manera, dedicándolos con tiempo al
aprendizaje, salían más adelante diestros oficiales, y se mantenían en
la reducción los maestros de artes y oficios, tanto más necesarios,
cuanto más difícil era traerlos de fuera.

Los más señalados en piedad de entre los niños, eran admitidos á


la congregación de San Miguel.
Después de ocupado en esta forma útilmente el día, «á la tarde»,
dice el P. Cardiel (3) «vuelve esta infantería á rezar y á la plática

«doctrinal... y al Rosario, después del cual rezan las oraciones.»


Luego los niños se retiraban á casa con sus padres.
«Ni se crea», añade el autor de la Relación (4) «que el educar de
«este modo á los Guaraníes en virtud, cuesta á sus párrocos poco ó
«ningún trabajo, por pensar que no hacen más que ejecutar lo que con
»gran acuerdo está ya dispuesto, valiéndose para ello de los maes-
»tros y sobrestantes: pues si se logra verlo ejecutado, es por estar
«nosotros totalmente ocupados en visitarlos, llamarlos, avisarlos,
»y exhortarlos. Que si en esto llegásemos á andar un poco remisos,

(1) Phramás, De admi. § § LXXIII.


(2) Cardiki., núm. 101.
(3) Ibid.
(4) Parum a priiic.
-95-
»la misma desidia cundiría á los Maestros y Sobrestantes de niños y
»niñas, y lo que con tanta prudencia se halla establecido y en obser-
»vancia, luego se vería abandonado. Porque ¿qué cosa hay á que más
>»tienda el hombre que á procurar su propia comodidad, huir del tra-

»bajo y satisfacer sus caprichos? ¿Quién hay que por naturaleza se


»sienta movido á empeñarse en procurar el bien común y anteponer
»á la privada la utilidad pública? No es esto propio de medianos inge-
»nios,y menos se puede esperar del común de los hombres. Bastante
»y aun sobrado hacen con dejarse mover y excitar, y siguiendo el
«consejo del sacerdote, esforzarse en lo que ven que él toma con em-
»peño, y en seguir sus avisos y exhortaciones repetidas y hechas con
«calor. De donde fácilmente se entenderá que sin personas idóneas y
«celosas que lo apliquen, de valde se hubiera ideado y prescrito aquel
»sabio método, aquellas reglas y cargos.»
Si era grande el trabajo de los Jesuítas, no era menor el gozo de
los padres de los niños cuando los veían aprovechar tanto en el cono-
cimiento de las cosas de Dios, en la docilidad y afabilidad, y en la
destreza é industria que iban adquiriendo. De las reducciones del
Guayrá escribe el P. Lozano (1): «Enseñaban todos los días á los pár-

»vulos de ambos sexos la doctrina cristiana, que aprendían feliz-


»mente, y aun los niños á leer, escribir y contar, en que les imponía
»el Padre Maceta, causando tanta envidia á sus padres, que al verlos
»ejercitarse, así en los diálogos del Catecismo, como en las otras

»cosas, no se podían contener sin exclamar: /Olifno fuera yo niño


^ahora^ para poder saber lo que estos lian de aprender, y ser tan
y>hueno como estos podrán ser con tal enseñanza! ¡Oh Padres muy
y>aniados, cómo os tardasteis tanto en entrar por nuestras tierras á
•^traernos tatito bien! Dichosos nuestros hijos, que desde niños
merecen tener quien les enderece por el camino de la salvación, y
y>

!>los imponga en vida racional, y policía, en que vivan como


^hombres...» Y de las reducciones ya fundadas en el Paraná dice en
1627 el P. Duran Mastrilli (2j: «Cuando los padres ven á sus hijos leer,
«escribir, cantar y tocar sus instrumentos, danzar siguiendo el compás,
»no pueden contener su alegría. Vense en unos correr las lágrimas de
»puro gozo; otros dan gracias á Dios y á los Misioneros; otros se dan á
»símismos el parabién por la dicha que ha cabido á sus hijos; otros
^dicen que 3^a no les importa vivir, porque en esta vida mortal ningún
»otro gozo mayor desean ni esperan. V ciertamente que estos niños
»son un gran consuelo para sus padres... son en extremo dóciles...»

(1) Hist. lib. V, cap. XVII, n. 2.— Annuae, pág. 44.


-95-
De este diseño de educación que de los mismos antiguos testigos
hemos podido recoger, se ve que el lugar preferente se atribuyó siem-
pre, en las Reducciones, á la enseñanza teórica y práctica de la doc-
trina de nuestro Señor Jesucristo, instrucción y manjar sólido, no sólo
para la infancia, sino para toda la vida del hombre; fundamento sin
el cual nada se edifica de verdadero valor para la felicidad ni de las

personas particulares, pueblo entero; y siguferon los Jesuítas


ni del

en la enseñanza la norma del Apóstol: Que la piedad cristiana es


útil para todas las circunstancias (1), Cuan acertadamente proce-

dieron en esto, nos más adelante los resultados.


lo dirán
Síguense también dos consecuencias. La primera es que la tenden-
cia de la educación era á formar un pueblo agrícola en cada una de
las Doctrinas, agregado de todas las artes y oficios que pudie-
con el

sen convenirle. Todos los ejercicios eran enderezados ó á los trabajos


del campo, ó á los oficios mecánicos, ó á las artes que entre ellos
se podían cultivar. En esto no hicieron los Jesuítas sino lo que acon-
sejaba la razón y exigía la índole del pueblo que educaban. Siguieron
el dictamen de la razón, consultando al estado antecedente de aquel
pueblo que, más ó menos, ya tenía sus cultivos, y á la necesidad de pro-
veerse por sí mismos de los frutos de la tierra, pues se hallaban en
regiones en donde no los podían importar; y se acomodaron á la natu-
raleza, no pretendiendo implantar el estudio de las ciencias donde la
limitación del entendimiento apenas bastaba más que para aprender
las cosas necesarias de la religión; mientras que fomentaban las artes,

para las cuales siempre se ha reconocido aptitud especial en el indio.


La segunda consecuencia es quelos Jesuítas no pusieron el funda-

mento de la educación en el saber leer, puesto que procuraron educar


muy bien á todos, y sin embargo no se empeñaron en enseñar á todos
á leer. Como por otra parte trabajaron por civilizar 3' adelantar á los
indios, consta igualmente que no pusieron la distinción entre civiliza-
dos y bárbaros en que los unos sean alfabetos y los otros analfabetos;
bien persuadidos de que un hombre educado conforme á su condición
y fundado en religión y temor de Dios, puede saber muy bien, y lo
que más es, cumplir exactamente sus deberes y ser útilísimo á la
sociedad, aunque sea analfabeto; y que por el contrario, la instrucción
no proporcionada al estado, 5^ aun el simple saber leer ha sido para
muchos causa de ruina.
Los que han tomado á su cargo las escuelas de los siglos xix y xx
han juzgado lo contrario: y desterrando de la educación de la clase

(1) 1. ad. Tim. IV^8.


_ 97 -
del pueblo la enseñanza religiosa, han preconizado la omnipotente
eficacia de la instrucción- La experiencia de los tristes efectos de este
proceder bastaría para juzgarlo, cuando la razón no lo tuviese repro-

bado de antemano.

IV

CELEBRACIÓN DEL MATRIMONIO 28


Hasta llegar al matrimonio se procuraba en las Reducciones la

separación entre los dos sexos, para evitar con esta prudente vigi-
lancia el riesgo de la corrupción, A que impele la viciada naturaleza
humana, mucho más en climas cálidos como los de la América del

Sur: y más todavía tratándose de tribus recién salidas de la barbarie


y acostumbradas á toda lujuria en su gentilidad. A este fin respon-
dían la separación de niños y niñas en el trabajo con sus sobrestantes
ó censores de madura edad y de toda confianza: las dos puertas de
entrada y dos sitios diversos en la iglesia: los dos parajes separados
para rezar las oraciones 3^ catecismo: «los muchachos... en el patio de
los Padres; y las muchachas en el cementerio» (1).

Con esta diligencia, y con el gran fundamento de piedad y temor


de Dios que se procuraba establecer, llegaba la celebración del
matrimonio sin aquellos daños en las costumbres que siempre son de
temer, y que tan frecuentemente se lamentan cuando se omiten ó
descuidan estas cristianas prevenciones.
Para asegurar más buen resultado y la felicidad del matrimo-
el

nio, que no lleva dicha y


la bendición de Dios consigo, si no se funda
la

en pureza y limpieza, procurábase que no se dilatase largo tiempo


el contraerlo. Los Misioneros inculcaban á los padres 3^ madres de
familia que, al llegar sus hijos á la edad de 17 años, les buscasen
esposa digna de ellos: é igualmente procurasen acomodar en matri-
monio á sus hijas que estuvieran en los 15 años (2). Esta edad pare-
ció, atentas las circunstancias, la más conveniente para evitar que,
dilatando más el matrimonio, se pusiesen los jóvenes en ocasión de
entregarse á la lujuria; y acelerándolo más, naciera de la poca discre-
ción é inconstante ánimo de los nuevos cónyuges, el trastorno de la

paz doméstica y del casto matrimonio. Y


así, entre las instrucciones
que para el orden de las Doctrinas tenían los Curas, se cuenta esta:

(1) Cardiel, Declaración n. 103.


(2) Peramás, de administr., § LXI.
Organización Social de las Doctrinas Guaraníes —7
-98-
«Los casamientos de los Indios, comúnmente hablando, no se harán
» hasta que los varones tengan diez y siete años y las Indias quince; si

»no hubiere cosa que obligue á anticipar el Sacramento á juicio del


«Superior.»
Cuando ya los padres de familia, consultando la voluntad de los
jóvenes, tenían resuelto el casamiento de sus hijos, avisaban al cura,

quien examinaba aparte novio y á la novia sobre la libertad de su


al

consentimiento, y hacía las proclamas, teniendo explicados oportuna-


mente los impedimentos que hacen no se pueda contraer matrimonio
ó por ser nulo, ó por estar prohibido (1). En cuanto á la dote no se
ofrecía dificultad de ninguna especie, siendo con pequeña diferencia el
mismo el caudal de uno y otro. Unos cuantos platos, ollas, cántaros y
vestidos de algodón, la hamaca ó cama colgante y alguna otra cosa
por el estilo constituían el dote de la novia, y la riqueza que apor-
taba el novio no era de mucho maj^or precio (2).

Asistían al frugal convite de bodas los consanguíneos y demás


parientes: ycomo en un mismo día solían celebrarse varios matrimo-
agregaban de la hacienda común algunos manjares á los que
nios; se
cada uno ponía de su casa para solemnizar el convite, que siempre
venía á contenerse dentro de los límites de una justa alegría y cris-
tiana moderación.

29 EL TRAJE

Hemos dicho arriba (3) ser el traje de los Guaraníes gentiles una
redecilla ó unas pocas plumas con que se cubrían las partes vergonzo-
sas. Agregúese á esto que había tribus que ni aun á tanto se exten-
dían, y andaban enteramente desnudas (4).
Acostumbráronles los Misioneros á vestirse, pero no fueron ellos
los inventores del traje, sino que, como era natural, adoptaron para
ellos el traje ya común entre los indios no salvajes del país, sin más
que introducir alguna modificación juzgada por conveniente.
«El vestido del indio es, dice el P. Cardiel (5), camisa, jubón, cal-
»zoncillos, calzones y su camiseta ó poncho, y alguna montera ó birrete;

(1) Pf.kamás, de administr., § LXIV.


(2) Ibid.
(3) §1.
(4) P. Duran, Litt. ann. 1627, págf. 44.
(5) Declaración n. 120.
-99-
•»y varios alcanzan sombreros.» E\ Jubón se llamaba la vestidura que
cubre desde los hombros á la cintura, ajustándose al cuerpo, lo mismo
que el P. Parras (1) designa por c/iiipa. La <íca}itiseta ó poncho», dice
el P. Cardiel (2), «es lo que aquí sirve de capa á los indios y á los

«españoles del campo, y á los de las ciudades en los caminos; y no es


»otra cosa que una sobremesa (una tela rectangular) de dos varas de
»ancho y dos 3^ media de largo, con una abertura de media vara en
• medio, que se pone como una casulla sacerdotal.»

Andaban descalzos de pie y pierna, cosa que hoy mismo dura allí

«ntre gente del campo. Algunos usaban medias, y aun de variedad


la

de colores; pero «más», dice el P. Cardiel (3), «por ceremonia que por
«abrigo.» «Zapatos y medias,» añade, «usan solamente los monacillos
»en su oficio, los danzantes en su ejercicio, y los cabildantes y todos
»los oficiales de milicias en la fiesta del patrón del pueblo y otras prin-
»cipales, y en sus alardes; y entonces usan también casacas... todo á
»la moda española, y con vestidos de algún precio...»
Las indias vestían el Tipoy, traje proverbial de las mujeres en las
familias menos acomodadas del Paraguay. Pero es de advertir que,
había tipos de diferentes hechuras, de modo que algunos eran como
hoy lo define la Academia (4), una «especie de camisa larga de lienzo
»ó algodón, sin cuello ni mangas», que era talar (5); otros consistían en
«una camisa con mangas hasta el codo, siendo largos hasta la rodi-
lla» (6); y éstos se usaban sin ceñir y sin ninguna otra vestidura (7). El

de las Doctrinas formaba, dice el P. Peramás (8), «un manto ó ropa


«exterior de algodón que llegaba á los pies, de tal hechura que no se
»veía sino la cara 3^ la garganta: vestidura totalmente honesta 3' que
»aun en religiosas estaría bien...»; 3' se usaba «encima de otra ropa
«interior» (9). «Las indias», dice el P. Cardiel (10), «usan el traje con
»que pintan á Nuestra Señora de Loreto, 3" es una como camisa larga

»hasta los pies, y encima otra como ropón, que llaman tipoy, m.is
«cumplida y larga, de algodón las dos.» Este tipoy «tenía mangas (11)
^v se extendía hasta los pies, á manera de sotana, pero sin ceñir».
Este traje doble usaban para asistir á la iglesia ó comparecer en

(1) Diario y derrotero de los viajes, en Trelles, Rev. de la bib!., t. 4.^, pág". 286
(2) Núm. 120.
(3) Ibid.
<4) Ed. de 1899, verbo Tipoy.
(b) Parras, Diario y derrotero, en Trelles, Rev. de la bibl,, t. 4.", pág. 287.
(6) MuRATORi, Cristíanesimo felice, cap. IV.
(7) Parras Y MuRATOKi, loe. cit.
(8) De adinin. g-uaran., § CCII.
(9) Ibid.
(10) Núm. 120.
(11) MuRATORi, cap. XVIIÍ.
-100-
público. Y entonces «llevaban también los cabellos tendidos sobre la
espalda sin cinta alguna. Mas en casa y en el trabajo del campo
recogían el una redecilla alargada, y usaban de vestido
cabello en
más sencillo, y más acomodado al trabajo» (1), que era «la camisa de
algodón.... que llega hasta los pies y se ata hasta la cintura» (2). Y
esto último confirma también el P. Domingo Muriel testigo ocular,
quien corrige al P. Charlevoix, afirmando expresamente que ese
traje para las faenas ordinarias tenía también mangas (3).

VI

HABITACIONES
30
«Aduares de alárabes montaraces» llamó con mucha razón el
P. Lozano (4) á las moradas de los indios Guaraníes en su estado
salvaje; pues en realidad no eran más que unos miserables ranchos
construidos con los materiales y en la forma que menos trabajo
exigiera, y por lo mismo no consultaban ni á las necesidades higiéni-
cas, ni á las exigencias de la moral. Eran unas chozas grandes
construidas de palos y barro 3' techadas de paja, en las cuales, sin
separación de tabique alguno intermedio se congregaban multitud
de familias, hallándose á veces en una sola doscientas personas,
y alargando el aduar á proporción que crecían los habitantes;
de suerte que había rancho ó galpón que alcanzaba las dimen-
siones de un pueblo {5). Su forma era ordinariamente alar-
gada rectangular, pero alguna vez también las hacían de figura
redonda (6).
Semejantes habitaciones no eran exclusivas de los Guaraníes,
pues las vemos usadas en otros pueblos de esta parte de América
meridional. De los indios de Marañón dice el P. Américo de
Novaes (7) que tenían por moradas las «ocas, ó grandes casero-

nes levantados sobre postes de madera y cubiertos de hojas de la

palmera llamada pindobd». — De los guaycurúes se sabe por el Ade-

(1) Peramas, §. CCIl.


(2) MUKATOKI Cit.
(3) Muriel, Nota al P. Charlevoix, lib. V.
(4) Conquista, lib. I. c. XVII.
(5) Tkcho, Hist. 1. V. c. XVII.
(6) Techo, Hist. lib. V. c, XVII.
(7) Conferencias Anchietanas, V
Conferencia^ pág. 34, SAa Paulo, 1897.
-101-
lantado Alvar-Núñez (1) que fabricaban sus casas de «esteras, de
juncos de enea, y en un pueblo serían hasta veinte casas levadizas,
3'

3' cada casa era de quinientos pasos». —Y


no parece sino que fueran
un resto de tales viviendas de indios las construcciones (que no raras
veces se encuentran en el campo, 3^ alguna vez en las ciudades) de
casas cu3'os aposentos tienen hasta cuatro puertas, dos que comuni-
can con los aposentos inmediatos, 3' otras dos que dan á la calle
ó á corredores ó jardines: sistema propio para que, estando por lo

común las puertas sin asegurar, sea toda la casa una sola habitación
común.
Esforzáronse los misioneros Jesuítas por hacer desaparecer tan
pronto como les fué posible, esa forma de habitaciones, no menos
pestilencial para las buenas costumbres,como dañosa al buen orden,
á la limpieza y á la higiene. Y
aunque no siempre pudiesen
así,

lograrlo en los principios de la reducción, porque unos indios se


querían quedar en la reducción y otros no, algunos de los ya redu- 3''

cidos volvían atrás 3^ se ausentaban, 3^ se hubiesen retirado del todo


urgiéndoles demasiado las cosas contrarias á sus costumbres; no
obstante, luego que estaba asentada la reducción con alguna solidez,
cuidaban de este punto como de cosa principal. Así, enla carta anua

que en 1613 escribió el venerable mártir P. Roque González de


Santa Cruz al P. Provincial Diego de Torres para darle cuenta de
los sucesos de aquel año 3' el antecedente 1612 en la reducción de
san Ignacio del Paraná, después llamada san Ignacio Guazú, le
dice (2): «Este año, habiendo de hacer Pueblo estos Indios, nos pare-
»ció lo hiciesen con buen orden, para irles poniendo en policía, 3'

«quitar muchos inconvenientes, y desventuras, que ha3^ en esas casas


»largas que tienen los Indios en toda esta tierra; 3^ aunque entendi-
»mos que no lo tomarían bien por quererles quitar eso tan antiguo
»de sus antepasados, no fué así: antes lo tomaron mu3^ bien; 3- están
»mu3^ contentos en sus casas nuevas, á las cuales se pasaron aun
»antes de estar acabadas, por estar holgados, 3' anchurosos, 3' cantar,
»como dicen, cada gallo etc.»— Vese por esta noticia que no fué
allígrande la repugnancia de los indios para mudar la forma de sus
casas según prudentemente se había temido. Pero si la repugnancia
no era mucha, no por eso se desarraigaba la inclinación que 3'a
tenían como connaturalizada de habitar amontonados en habitacio-
nes comunes. Cada vez que por circunstancias especiales se les pre-
sentaba ocasión, como por ejemplo, al aumentarse notablemente

(1) Comentarios, cap. XXV.


(2) Parum ab init.
-102-
algún pueblo, al desprenderse una colonia de un pueblo antiguo, aT
arruinarse algunas por accidente, volvía á retoñar el instinto del
indio á la par con su innata pereza: y los dos juntos le incitaban á
fabricar una vivienda provisional ó usar de la parte que quedaba
según el estilo primero, juntándose á vivir en común varias fami-
lias:de suerte que hubo de ser siempre continuado y fatigoso el
cuidado del misionero para que no se renovase la antigua usanza y
con ella los antiguos daños.
Las casas de los indios de Doctrinas se fabricaban de sillería en
algunos pueblos: en otros era la parte inferior de sillares hasta subir
una vara del suelo, y lo restante de adobe: otras eran de tapia: y
otras de palos y barro; sin emplearse en ninguna de estas construc-
ciones la cal, por no haberse hallado en todo el territorio de Misio-
nes (1). En los primeros tiempos las casas se techaban con paja, y
esto, y el abundar en ellas la madera, dieron grande ocasión para
que fuesen consumidas por el fuego en las invasiones de los mamelu-
cos: más tarde, )' cuando se pudieron formalizar las Doctrinas, todos
los pueblos tenían techo de tejas (2). El edificio no tenía más que el

piso del suelo, y formaba un cuadro de cinco á seis metros de lado.


Tenía su destino cada casa para una familia, la cual en lo interior
establecía algunas divisiones para dormitorios, formando los tabiques
de cañizos, zaizos ó juncos (3). — Preciso es añadir que las casas, aun
en su último estado, presentaban un defecto notable contra la higiene
y la comodidad: el de no tener más respiradero que la puerta }' la

ventana, careciendo de chimenea. No es menester volver siglos atrá.s


para encontrar esa misma disposición: todas las casas actuales de los
indios del Perú, y algunas que no son de indios allí y en otras partes
S2 fabrican así. — Por delante de todas las casas corría un pórtico de
dos metros y medio de anchura, que resguardaba del sol }' de la

lluvia: (4) de suerte que se podía en todo tiempo dar la vuelta entera
á la manzana de casas.
He aquí los datos que sobre materiales de construcción en Misio-
nes suministra el agrimensor argentino D. Juan Queirel, como
resultado del examen de las ruinas de San Ignacio mirí (5): «No he

encontrado en las ruinas el ladrillo común que entra en todos nues-


tros edificios. "-En las paredes entra la piedra labrada y sin labrar: las
lajas, que como se sabe, son naturalmente planas por dos de sus

(1) Cahdihu, Decl. n. 107.


(2) Ibid.
(3) Ibid.
(4) Phkamás, De administr. Guaran. §. XII.
(5) QuKiKKi. Las ruinas de Misiones, pág. 29.
-103-
lados, 3' se sacan de la cantera por simple separación:
y el adobe
grande de una sola clase, empleado en edificios de menor cuantía.»
«En cambio, he encontrado tejas, tejuelas y baldosas de barro
cocido. Las últimas son pentagonales, exagonales ú octogonales: y
para llenar las soluciones de continuidad se fabricaban otras más
pequeñas con las formas convenientes.»
«El piso de la iglesia y el de todos los cuartos tenía esa clase de
baldosa. En el techo de aquélla, había tejuelas debajo de las tejas:
pues bajo la tierra y los detritus en el suelo se encuentran mezcladas
unas y otras.»
«Creo de más decir que todos los materiales de construcción
enunciados eran fabricados en los pueblos.»

«De tres muros que se encuentran en San Ignacio:


clases son los
1.° muro depiedra labrada, empleado en el colegio y casas: 2.° muro
de piedra sin labrar, empleado en la huerta: 3° muro mixto de piedra
labrada 3^ lajas, que se ve en el fondo de la iglesia y en el colegio.»
La asercióndeque todo este material de edificación se preparaba
en las Doctrinas se comprueba por la existencia de canteras hoy
conocidas en varios de los pueblos, que no se explotan, pero que la
gente muestra como abiertas en tiempo de los Jesuítas, y que en su
posición y en la calidad de la piedra manifiestan que de allí se sacó la
empleada en los edificios. En el pueblo de Concepción ha parecido
también en el bosque el pisadero, ó paraje donde se pisaba el barro
para las baldosas. Las baldosas, pa» ticularmente exagonales ú octo-
gonales, extraídas de entre las ruinas, se aprovechan actualmente en
gran número, siendo de notar su excelente calidad, resistencia 3-
buen estado de conservación. También se usan mucho las tejas de
las antiguas construcciones. Baldosas de piedra se han encontrado
en el pueblo del Santo Ángel, y se han aprovechado para pavi-
mento.
Aun cuando la perfección de las casas descritas no fuera grande,
3^ á alguno por ventura le parecerán edificios mu3' pobres, es lo
cierto que en la época en que se constru3'eron, pocos había que se
imaginasen que los pueblos de Guaraníes tuvieran construcciones
tan regulares y bien ordenadas, atenta la condición mísera del indio,
que de su3'o era incapaz de tanta policía, 3- la pobreza de edificios
que se observaba aun en las poblaciones de españoles. Y esa estruc-
tura de las habitaciones de los indios fué la que arrancó de los labios
de D. Joaquín de Viana, Gobernador de Montevideo, luego que hubo
visto un pueblo de las Doctrinas, aquella conocida expresión: «¿Y
estos son los pueblos que nos mandan entregar á los portugueses?
- 104-
¡Debe estar loca la gente de Madrid para deshacerse de unas pobla-
ciones que no encuentran rival en ningunas de las del Paraguay!» (1)
Palabra tanto más digna de reparo, cuanto que proferida en un
primer movimiento como testimonio á la verdad que se imponía de
una manera irresistible, era al mismo tiempo condenación de la con-
ducta del mismo Viana, único Gobernador de estos países que, con-
forme á ignorados compromisos, había aconsejado y dado por bueno
el cambio de los siete pueblos por la Colonia (2).

En lo demás, cuánta verdad fuera la exclamación del brigadier


Viana, lo entenderá bien quien se haga cargo de que, exceptuando la

ciudad de Buenos Aires y la de Córdoba, se componían de construc-


ciones muy rudimentarias no sólo las villas y poblaciones menores
de españoles, sino las mismas ciudades. «Esta población», decían en
1730 los vecinos de Santa Fe, «en mucha parte se reduce á sitios
huecos; y la mayor parte de sus edificios, á ranchos ó casas pajizas
de poco valor por los materiales de su construcción, pues muchas de
ellas son unas paredes de barro introducido entre un género de
tejido de palitroques y varitas ó caftitas: y las mejores son de adobe
crudo: y los techos de unas componen de varas de sauce
3' otras se
que producen las islas, en que asegurando á distancias como de una
cuarta algunas cañas de Córdoba ó algunas varas de aliso de las
mismas islas, tejen la paja con que cubren la techumbre, sirviendo
estos pobres albergues de lucidos edificios...» (3) — De la Asunción
dice el P. Parras (4): «Los edificios de la ciudad son pobres: una ú
otra casa ha}- muy buena.» Y el limo. Sr. Latorre, en un Informe
al Consejo de Indias, fechado ocho años después, á 28 de Septiembre
de 1761 (5), dice: «La continua invasión y robo del río tiene ho}' redu-
cida la planta de la ciudad á dos trozos de calle en medio de una
ladera ó loma, siendo necesarias escaleras para la entrada de las
casas; y toda tan desnivelada 3' llena de zanjones, que con dificultad
puede andar una carreta, y esto por sólo una calle: 3' añadiéndose lo
montuoso que la sobrepone, se constitu3'e á la vista una casa de
campo monte todo el agregado de casas, que son de fábrica muy
ó
liviana, 3' muchas ó las más, techadas de paja.» — «En Corrientes»
dice el P. Lorenzo Casado en su Descripción de la provincia Jesuí-
tica del Paraguay, «no había el año de 1745 apenas dos casas de
teja...; 3' ni aun el colegio lograba tenerlas.»

(1) Bauza, lib. II, pág. 135.


(2) Lafuhnth Historia de España, parte III, lib. VII, cap. IV.
(3) Representación al Virrey en Tkelles, Revista de la Bibl. IV. 430.
(4) Pakras, Diario cap. 9.
{5) Arch. Dií indias 123. 2. 14

CAPITULO III

EL MUNICIPIO: CABILDO
1. Traza del pueblo de Misiones. — 2. Composición del Cabildo. — 3. Las
elecciones. — 4. Atribuciones del Cabildo. —
— 5. Los caciques. 6. Policía.
7. Corregidores españoles. — 8. Los pleitos. — 9. Los castigos. — 10. Puntos de
derecho.

I
31
TRAZA DEL PUEBLO DE MISIONES

El otro organismo social que existió en las Doctrinas fué el mu-


nicipio, en virtud del cual formaban pueblos de indios inmediatamente
subordinados á su respectivo Gobernador, según la jurisdicción de
la provincia en que radicaban. Para conocerlo mejor, será oportuno
hacerse antes cargo de la traza ó disposición del pueblo de Misiones.
Un pueblo cualquiera de Doctrinas tenía por centro, no geomé-
trico, sino vital, la iglesia. Construíase la iglesia en uno de los extre-

mos: á uno y otro lado estaban el cementerio y la casa de los Misio-


neros con las dependencias públicas de oficinas y almacén. En edificio
separado, el cotigiiasú, ó casa de recogidas. El campanario á veces
estaba separado de la iglesia, á veces junto y pegado con ella.
Todos estos edificios estaban dispuestos en hilera, y constituían
uno de los cuatro lados de la gran plaza, generalmente cuadrada, de
unas 150 varas (128 metros) de lado. En los otros tres lados se edifi-
caban las casas, ordenándolas en islas ó manzanas, llamadas en el

país cuadras, de modo que diesen fácilmente acceso á las calles cen-
trales, y de todas partes se pudiese con brevedad }' expedición acu-
dir á la iglesia.
Existía también casa del Cabildo ó Ayuntamiento, pues expresa-
mente lo dicen las Visitas de Gobernador; y sin duda se hallaba
situada en la plaza, pero no es fácil precisar su colocación. Lo que
en pueblo de Apóstoles y en el de San Nicolás llama la gente casas
el

de Cabildo, no parecen haber sido sinol as dos capillas que el Padre


— 106 —
Peramás afirma hallarse á la entrada de la plaza. — Igualmente diíícil
es determinar la situación de la cárcel, siendo como es cierto que
la había,y que en edificio separado había cárcel para mujeres; hallán-
dose ésta á veces en la casa del cotiguazú (pero con separación de las
personas que allí moraban), á veces se hallaba en construcción apar-
te. — Había finalmente hospedería, llamada con vocablo quichua tam-
bo^ para las personas que venían de fuera, cuj'o rastro asimismo ha
desaparecido.
Cada manzana ó cuadra comprendía seis ó siete casas como se
han descrito antes, de cinco á seis metros en cuadro, con sus sopor-

tales de dos y medio metros delante: 3' éstas llevaban á la espalda


otras tantas de la misma forma, cuyas puertas daban á la calle para-
lela siguiente. Formadas las primeras hileras, podía aumentarse de
ordinario el número de casas en el mismo orden al crecer el pueblo,
por estar la mayor parte de las reducciones situadas en terreno llano
y despejado.
En los cuatro ángulos de la plaza había cuatro grandes cruces.
A los dos lados y á la altura en que desembocaba en la plaza la calle
de frente á la iglesia, se veían dos oratorios ó capillas. La plaza
estaba presidida en la Candelaria por una hermosa estatua de la Vir-
gen, patrona del pueblo; y es creíble que en las demás reducciones
se ponían también las estatuas de sus patrones.
Algunas particularidades de la iglesia, cementerio 3' casa de los
Padres tendrán su explicación más adelante.
Las cinco plantas adjuntas darán á conocer mejor la disposición
descrita. La primera representa el pueblo de San Borja como había
quedado sesenta años después de expulsados los Jesuítas. La segunda
San Carlos en igual época. Ambas están tomadas
es del pueblo de
de la Memoria histórica do... regimentó de infantería de linha da
provincia de Santa Catharina, publicada por Manuel Joaquín de
Almeida Coelho en 1853. La tercera es el plano de las ruinas de San
Ignacio miní, publicado por el agrimensor D. Juan Queirel en 1899.
La cuarta, un plano de las ruinas de Trinidad, levantado en 1901 por
el ingeniero Sr. Otto Waldin. La quinta es el diseño del pueblo de
Candelaria como estaba á mediados del siglo xviii, y es copia de la
publicada por el P. Peramás en sus Vidas de trece varones ilustres
del Paraguay.
Plano
del pueblo i/f Sa/i /j'cryfi

en M/6
por
b Iglesüi 1 E= Manuel -/om/uin dejUmeúia (^bc/Ao

d Colegio
6 Cimyyanizrtxf
f (^/ici'nus ¡Mili tCTttí
g JñierícL
h ^jspibií
i ^Vrui^ana. arriuruicia y
i¿esAa¿tAn/a
1 Cuítr^l c/e¿ negünienhi
portugués
m úiar/el (¿e/ raimiento
guu/'cuii
Plano
í^/ /.«í-^/^^ ti^ .ÍVirt Carlos,

r/e /as -Ahsiones oca't/enAt&'s e¿e¿ (Tnufuuy.


eniíírhcler el ttsaliv de S de .¿t^rití^ MS
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Plano •
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del i'iLL'Mo de San rgriacio ^iiil
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SHgiíiL sus r-uiíiíis, Lei'txixlcuLi) en /á99 sóluno
(i Ppsjpeiwa 1.-

por el agrimensor e Coíitia

.TiLcuv QiwireL I Jíuhitaciones de los Padres


J.l Cuiirh's de Piedra
l.'l.'l Cuartos de aJol'C
H lííÉi'^^VÍ
1 1

a IfflesLcí dc¿ fie/iif'o i/e hs ^resuilus. Pl ano


que lui'í/o se arruiuó «^ ¿as riziricLs //f' Tr¿/t¿cícL¿L.

b Ig/íísícL pet/iieriiL f/iie se consiriu/ó rincL (¿c ¿as 3 O rnisionfs c¿e¿

para, susíiluuj' a la (inHxfiuí: PartLifuay

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II 1 1. 1.

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.

-]07 —

II

COMPOSICIÓN DEL CABILDO 32

Por las Ordenanzas del Licenciado y Oidor Alfaro (1), que des-
pués se insertaron en el tít. 3.° lib. 6° de la Recopilación de Indias,
debía formarse en cada pueblo de indios un Cabildo ó Ayuntamiento
análogo al que existía en las poblaciones de españoles, aunque consti-
tuido de cabildantes que todos fuesen indios.
No se crea, sin embargo, que ya desde el principio de las reduc-
ciones en 1610 se pudiese entablar esta institución. En primer lugar,
lasOrdenanzas se publicaron á fines de 1611 y no fueron confirmadas
hasta Octubre de 1618. Además, á una organización de este género
se oponía el carácter y estilo de los indios. Acostumbrados los caci-
ques á gobernar con absoluto imperio su parcialidad, no se sabían
avenir fácilmente á estar sujetos á otro en el pueblo, donde sin
embargo habían de muchos caciques; y
vivir reunidos forzosamente
bien sabida es la dificultad que costó al P. Lorenzana el decidir á sus
neófitos de San Ignacio guazú á nombrar un capitán que á todos man-
dase en la batalla inminente, protestando cada cacique que no quería
reconocer á ningún otro cacique por superior (2). — Previo esta difi-

cultad Visitador Alfaro, y por eso únicamente prescribe el Cabildo


el

para los pueblos de indios ya cristianos; y para los de infieles ordena


que se les vaya introduciendo poco á poco el gobierno de los pueblos
3'a formados (3)

Lo que sí parece cierto es que en 1626 est.iban ya formados los


Cabildos en muchas de las reducciones de los Jesuítas, pues el Padre
Mastrilli (4), hablando en general de ellas, dice que tenían sus cabe-
zas, alcaldes, fiscales y demás ministros.
En 1647 aparecen en los multiplicados autos de Visita de
Láriz (5) Alcaldes, Alcaldes de la Hermandad y Alguaciles mayores
ya existentes, cuyos cargos reforma el Gobernador, nombrando
otros sujetos que los desempeñen.
Dos oficios se observan en el Cabildo Guaraní, de cuyo origen
no consta con bastante claridad: el de Corregidor y el de Teniente de

(1) Tít. De Reducciones, núms. 8, 9: ley 15, tít. 3, lib. 6, R. I.


(2) Lozano Historia, lib. V, cap. XX, núm. 12.
(3) Ord.
(4) Mastrilli, Anua de 1626y 1627, en castellano, Río- Jan, Col.Ángelis,XIX,19.
(5) Trelles, Anexos, núms. 43, 44, 45, 46.
.

-108-
Corregiíior. Del Teniente dice el P. Cardiel (1) que en todo rigor no
pertenecía al Cabildo, aunque no explica por qué razón. El Corregi-
dor no está nombrado en las Ordenanzas (2); pero es cierto que ya

existía en 1633; pues en Archivo general de Buenos Aires (3) se


el

registran mandatos del Gobernador Ledesma Valderrama con fecha


13 de Octubre de 1634 dirigidos Corregidor y Alcaldes del pueblo
al

del Corpus al Corregidor y Alcaldes del pueblo de Itapúa, y refi-


3'

riéndose á otros mandatos del año de 33. — Debió ser costumbre de


los pueblos de indios de estas provincias que hubiese en ellos un
Corregidor indio con cargo equivalente al que en Méjico llamaban
Gobernador y en Filipinas indiferentemente Gobernadorcillo ó Capi-
,

tán. Y en efecto, con nombre de Capitán figuranal parecer los

Corregidores y sus Tenientes en autos de Láriz (4) y de Robles (5).


El Cabildo, pues, tal como quedó definitivamente constituido, se
componía de los siguientes miembros:
Un Corregidor.
Un Teniente de Corregidor.
Dos Alcaldes ordinarios^ uno de primer voto y otro de
segundo voto.
Dos Alcaldes de la Hermandad
Un Alférez Real.
Cuatro Regidores.
Un Alguacil mayor, y á veces dos. — Un Mayordomo.— Un
Secretario.
Así aparecen firmados en los autos de inventario al tiempo de la

expulsión (6): y era necesario que se tomase el mayor número de


oficios que señalan las Ordenanzas de Alfaro; pues las reduccio-

nes pasaban todas de ochenta casas con grande exceso.

III

33 LAS ELECCIONES
Según las prescripciones de la le}^ (7), debían verificarse las
elecciones de Cabildo anualmente, estando fijados para el desempeño

(1) Cardihl, Breve relación, cap. 5, núm. 1.


(2) Ordenanzas, tít. De Reducciones, núm. 8.
(3) B." A." AucH. Gen- leg. Padres Jestn'tas. Varios años.
(4) Trelles, Anexos, núm. 46.
(5) Ibid, núm, 47.
(6) Brabo, Inventarios, passim.
(7) Ley 15, tít. 3, lib. 6. R. I. Ordenanzas de Alfaro, núm. 8.
.

- 109 -

de esta función los primeros días del año. El Cabildo nuevo era ele-
gido por mayoría de votos del saliente. Sólo el oficio de Corregidor
noera electivo, estando su provisión reservada al Gobernador, quien
lo nombraba á propuesta del Misionero. Y este cargo parece que era
vitalicio, á no haber razón extraordinaria para cambiarlo. Alguna
vez se trató de que sólo durase por cinco años; pero no consta si esto
se llegó á poner en práctica.
Noeran en manera alguna agitadas las elecciones de que se
trata, por no ser en gran número los electores, y por hallarse dotados
de mayor reposo á causa del cargo y de la dignidad de caciques que
muchos tenían: á lo cual en las Doctrinas, como en todos los pueblos
de indios, se agregaba la circunstancia requerida por la ley, de que
hubieran de hacerse en presencia del Cura, es decir, como expresa-
mente lo declara la Cédula grande de 1743 (1), con consulta del
Cura
Juntábanse, pues, los concejales el día señalado, y deliberaban
sobre los candidatos capaces de ejercitar los oficios de Cabildo para
elaño entrante: y habido su acuerdo, consultaban al párroco presen-
tándolela lista que habían adoptado. El Misionero daba su parecer,

aprobándoles lo resuelto, ó haciéndoles observaciones, que de ordi-


nario seguían los cabildantes. Con esto quedaba fijada definitiva-
mente la lista.

Mas esta elección no era válida y estable hasta que recibiese la


confirmación del Gobernador dentro de cu\'a jurisdicción estaba
comprendido el pueblo. Así, pues, de la lista últimamente resuelta se
levantaba acta autorizada por el Secretario del Cabildo, y los pueblos

del Uruguay la enviaban al Gobernador de Buenos Aires, y los del


Paraná al Gobernador del Paragua}', solicitando que la aprobase.
Obtenida la aprobación, los cargos quedaban firmes para todo el año.
De todos modos, el día de Año Nuevo se verificaba la toma de
posesión, la cual se ejecutaba con la solemnidad que puede verse en
el P. Cardiel y de manera que produjese mayor efecto por san-
(2),

tificarla la religión. Precedía una exhortación del Misionero, enca-

reciendo la importancia del buen desempeño de los cargos públicos:


tomaban luego sus insignias y ocupaban su respectivo lugar los cabil-
dantes, acto celebrado en la plaza mayor á presencia de toda la
gente, y acompañado de los acordes de la música: y seguía la Misa
solemne á que asistía todo el pueblo.

(1) Céd. R. de Buen Retiro á 28 de Diciembre de 1743, punto 5.


(2) Cardiel, Breve relación, cap. 5, núm. 3: De morib. Guaranior, cap. IV
-110-

IV

34 ATRIBUCIONES DEL CABILDO

En el gobierno municipal de las Doctrinas, el Corregidor era la


autoridad superior de la reducción y presidente nato del Cabildo.
civil

Llamábase en Guaraní Poroqiiaitara (1) (el que dispone lo que se


ha de hacer). En los documentos públicos que hoy se conservan, aun-
que estén escritos en Guaraní, se le llama como en castellano Corre-
gidor; y suelen ir encabezados con la frase Che Corregidor haé Ca-
bildo (Yo el Corregidor y el Cabildo).
El Teniente de Corregidor hacía las veces del Corregidor en
caso de enfermedad ó ausencia de éste.
Los Alcaldes constituían la segunda autoridad de la reducción.
Su nombre en Guaraní era Ibirayarit^ií (el primero entre los que

llevan vara) La autoridad del Alcalde, bien así como la del


(2).

Corregidor, no era meramente de policía y administración local para


disponer, en unión con los demás del Cabildo, lo que conviniese al bien
del municipio, y hacerlo ejecutar por medio de órdenes intimadas
públicamente con apremio de multas y castigos para los transgreso-
res; sino que participaba también del ramo de justicia en entrambos
fueros, civil 3' criminal, según la usanza de los reinos de España en
aquella época. Tenían, por tanto, autoridad para decidir en primera
instancia los pleitos, para encarcelar los reos y para imponerles cier-
tas penas: y en las Doctrinas de la Compañía, apartadas cincuenta,
ciento y doscientas leguas de la autoridad central, era necesariamente
su jurisdicción ma3'or que la limitada que se atribu^'ó á las reduccio-
nes de indios cercanas á poblaciones de españoles por la Ordenanza
9 del Visitador Alfaro. Y así, el Gobernador Láriz, en la Visita de
Candelaria (3), únicamente exceptúa la pena de muerte, que no

podrán imponer las autoridades de Doctrinas, sin llevar al reo á tri-

(1) Peramás, De admin. Guaran, s CCXVI. not.


(2) MoNTOYA, Tesoro: Restivo, Vocab. de la lenofua Guaraní.— Claro es que
éste y los demás nombres de magistraturas no eran propios de la lengua Guaraní
antigua: pues así como antes de estar bajo del dominio español no tuvieron estos
magistrados, así tampoco tenían nombres con que designarlos; pero llegaron á
ser vocablos corrientes en el Guaraní de Doctrinas, porque ya desde el principio,
al establecer los cargos, hubieron de darles los Misioneros nombre acomodado al
genio de la lengua, ó los mismos indios se lo aplicaron conforme al oficio que
veían desempeñar á cada uno.
(3; Trhlles, Anexos, núm. ^'6.
-111-
bunal superior para ello. — Esta autoridad de los Alcaldes ordinarios
se ejercía en el pueblo mismo y en sus cercanías. Los Alcaldes eran —
dos: Alcalde de primer voto, á quien pertenecía de derecho el primer
asijnto en Cabildo y la prerrogativa de votar el primero: y Alcalde
de segundo voto, á quien correspondía votar en segundo lugar.
Cumplían los Alcaldes con la ley que ordena á las justicias, cui-

dar de que los indios no sean holgazanes ni vagamundos, haciendo


que cada uno trabaje en sus propias haciendas ó labranzas y ofi-
cios: (1) y para esto recorrían el pueblo y su término, visitando no

sólo las sementeras comunes, sino también las particulares de cada


indio,y cuando encontraban alguno que abandonaba el trabajo, lo

amonestaban, y si era preciso, lo sujetaban al castigo (2).

Los Alcaldes de la hermandad tenían á su cargo desempeñar en


el campo, ó sea en parajes apartados del pueblo, la misma autoridad
que los Alcaldes ordinarios ejercían en el pueblo. Pero para evitar
abusos, no podían dar castigo sin traer los reos al pueblo (3).

El Alférez Real era el depositario del estandarte real, que sacaba


en público solemnemente en los días señalados: y según la ley espa-
ñola (4), tenía voto 3^ asiento inmediatamente después de los Alcaldes
y antes de los Regidores, gozando de todas las preeminencias de
regidor, sin que por eso se disminuyese el número de los otros.
Los Regidores eran los miembros que con los Alcaldes integra-
ban Cabildo y concurrían á los acuerdos. Llamábanlos también
el

Cahild 01 guara, que suena Capitular ó Cabildante.


Todos los precedentes miembros de Cabildo se comprendían
en el nombre de varistas^ porque todos llevaban vara ó bastón,
insignia de su oficio. Y era tanta la afición de los indios á sustentar
la mano los Alcaldes
honra de su cargo, que rara ves soltaba)! déla
sus varasy los Regidores sus bastones (5).
El Mayordomo del pueblo, 6 Procurador, que menciona la
Cédula magna de 1743 (6), tenía á su cargo el cuidado de los bieneí;
del Tupambaé, ó sea de comunidad: y como auxiliares suyos había
indios Contadores, Fiscales, y Almaceneros (7), de que habla la
misma Cédula.
El Alguacil mayor, llamado en Guaraní Ibírayara, (8) ó Ibl-

(1) Ley 23, tít. 2, lib. 5. R. I.


(2) Cardiel. Decl. núm. 115.
(3) Trellrs, Anexos, núm. 43.
(4) Ley 4. tít. 10, lib. 4, R L
(5) Doblas, Memoria, parte 1.^ prope fin.
(6) C. R. de 28 Dic, 1743, punto 4."
(7) Ibid.
(8, MoNTOYA, Tesoro.
- 11--
rayd (1) el que lleva la vara, estaba encargado de ejecutar las órde-
nes del Cabildo ó de las justicias.
El Secretario tenía por oficio redactar los acuerdos, autorizar
losdespachos y llevar el libro del Cabildo; y le llamaban en Guaraní
Oiiatiáapohara (2) (el que trabaja en los escritos).
Por ser rarísimas las noticias de las actas capitulares de Doc-
trinas (no obstante que parece cierto que en todos los pueblos tenían
libro de Cabildo) se Apéndice un apunte inédito
reproduce en el

hallado en poder de un cacique, en que se refieren varios actos del


Cabildo de Yapeyú, y se consignan al mismo tiempo datos curiosos
sobre el establecimiento de las famosas estancias de aquel pueblo.

35 LOS CACIQUES

El nombre de cacique no es Guaraní, sino importado por los


españoles, quienes, habiéndolo hallado en uso en las Antillas para
significar los que entre los indios ejercían autoridad y tenían subdi-
tos, lo aplicaron también en laAmérica meridional á los jefes de los
indígenas. Pero de no ser el nombre originario de estos países, no se
puede concluir, como lo pretendieron algunos, que la cosa por él

significada no haya existido en Sud-América. — Porque, en efecto,


los caciques existieron entre los Guaraníes desde los más remotos
tiempos. El nombre que entre ellos tenían eia el de tubichá^ que en
contacto con algún posesivo ó adjetivo se cambia en riibichá por la
índole fonológica de la lengua. Obtenían la preeminencia de tnbichá,
que los hacía considerar como nobles y por la cual se adherían á
ellos otros indios para obedecerles como subditos ó mboyds, aquellos
indios que se habían señalado por su valor y hechos hazañosos
en la guerra y por su índole arriscada y emprendedora; ó á veces
por su elocuencia en el abundante y expresivo idioma Guaraní:
que de tanta estima era, aun entre estos bárbaros, el don de la
palabra.
El cacicazgo pasaba de padres á hijos guardando la línea pri-

mogénita, fuese hijo ó hija el primer nacido. El que era cacique


tenía un como título de nobleza y dominio, cu3'as prerrogativas con-

(1) Rhstivo, Vo.


(2) Peramás, De admin. Guaraní §. CXXVI. not.

-113-
sistían en que sus v^asallos cuidaban de hacerle sementeras para su
sustento, se dejaban guiar por él y le mantenían subordinación, aca-
tando su resolución como sentencia decisiva en sus pleitos. Y era
tanto el atropello de la le}' natural entre estas gentes, que su misma
deshonra é ignominia no les parecía tal; antes se tenían por honra-
dos cuando los caciques les tomaban sus hijas para concubinas, según
la ley de su desenfrenada lujuria. El cacique, por su parte, se com-
prometía á protegerlos 3' defenderlos y era su caudillo nato en las
ocasiones de guerra (1).

Sólo unas pocas familias eran las que solían ponerse bajo déla
conducta de cada cacique: y de aquí procedía la cortedad de los
pueblos Guaraníes; pues un cacique era muy celoso de que en su
distrito ningún otro ejerciese autoridad suprema. Y aun estas cor-
tas agregaciones no eran estables: pues sucedía que si el cacique
reprendía á alguno, y éste quedaba disgustado, con facilidad se
separaba el subdito de la sujeción primera, y se ponía debajo de la
obediencia de otro.
La ley 18, título 5, libro 6 de la Recopilación de Indias, excep-
tuaba á los caciques y sus hijos primogénitos de pagar tributo: más
aún, Carlos V había decretado (2) que si en algún país había cos-
tumbre de que los indios contribu3'esen con tributo á sus caciques,
no se alterase la costumbre. Conservábaseles asimismo la jurisdic-

ción criminal, con tal que no ejecutasen pena de muerte ó mutilación


de miembro (3).

Habiendo sido señalado el Oidor Don Juan Blásquez de Val-


verde en 1654 para hacer el padrón de los indios tributarios en los

pueblos de Doctrinas y pasando á ejecutarlo en 1657 no quiso


,
,

reconocer la exención de tributo á los caciques Guaraníes, por más


representaciones que le hicieron los Misioneros: porque decía que
entre los Guaraníes antiguos no había habido tales caciques: y así
á los que ahora llamaban caciques no les comprendía el beneficio
de la ley.

Procuraron los Padres defender el buen derecho que tenían los


caciques Guaraníes, así de mantener la honra de su nobleza como de
disfrutar de los privilegios correspondientes á su estado. Hiciéronse
rara ello dos informaciones jurídicas de multitud de testigos, que
hoy existen en el Archivo general de Buenos Aires (4). Por ellas

(1) Pueden verse las noticias precedentes con otras sobre los caciques en
MoNTOYA. Conquista § 10 y Techo, v. 7.
(2) C. K. 18 Enero 1552: ley 8, tít. 7, lib. 6. R. I.
(3) Ley 13, tít. 7, lib. 6. R. I.
(4j Papeles coleccionados por Trelles.
8. Organización social de las doctrinas gu-\raníes.
-114-
constó que desde muy antiguo habían tenido y reconocido los Gua-
raníes esta dignidad. Agregóse el hecho de haber caciques y con-

servar su posesión de tales en todos los pueblos de la misma nación


Guaraní doctrinados por clérigos y por religiosos de San Francisco:
y lo que más es, conservarse algunos con la dignidad de caciques,
á pesar de que no les quedaba ya ningún vasallo. Presentóse á mayor
abundamiento el último auto de Visita del Oidor Don Andrés Gara-
vito de León expedido antes en 1652, por el cual ordenaba que á los
tales caciques Guaraníes se les guardasen todas las exenciones y
prerrogativas que constan en las leyes y Cédulas reales. Además
de que la Real Audiencia de la Plata había despachado provisión
para que fuesen conservados conforme á las ordenanzas del Virrey
Toledo todos los caciques que desde su infidelidad hubieran sido
tenidos por tales: y en la enumeración incluía la Audiencia expresa-
mente los de las Reducciones Guaraníes del Paraná y Uruguay.
Convencido de la verdad el Oidor Blásquez, hizo que se enta-
blase averiguación sobre quiénes eran en cada reducción los que
desde su infidelidad habían sido tenidos por caciques, pidiendo se le
diesen de ello certificaciones juradas por los Curas para señalar
quiénes estaban libres de tributo; como todo así se ejecutó.
Acabada su Visita, halló otro hecho que todavía le confirmó
más la existencia de los caciques desde remotos tiempos: y fué que
varios españoles le presentaron peticiones para que les adjudicase
en encomienda indios Guaraníes de las reducciones del Paraná, á los
cuales pretendían tener derecho: y para ello presentaron títulos en
número de hasta diez ó doce. En todos ellos se leían las fórmulas
de hago merced de ¡a encomienda de los caciques N. y N. Con lo

cual resultaba patente que desde aquellos primeros tiempos en que


eran infieles, tenían caciques, y no en pequeño número (1).

Las diligencias de los Misioneros obtuvieron el éxito deseado: y en


adelante nunca más se puso en litigio la dignidad caciques y
de los

continuó como hasta entonces la distribución de las familias del pue-


blo en el padrón por cacicazgos.
Las prerrogativas del cacique en las Doctrinas, además de la

nobleza aneja á su dignidad, consistían en estar eximido de los tribu-


tos,nombrarse con el título de Don, y estar ligada la propiedad terri-
torialen cierto modo, no al individuo ni al pueblo, sino al Cacique
ó cacicazgo. Cada Cacique tenía su porción del término del pueblo

(1) Constan las noticias precedentes sobre el asunto de los caciques por un
apunte autógrafo del P. Francisco Díaz Taño, que intervino en todas las diligen-
cias, y se conserva en Buenos Aires: Arch. gen. Misiones. Varios años.
-lis-
señalado como propia; y en ella tomaban sus 'vasallos campo para la

sementera y no en otra parte.


Por Cédula Real de 12 de Marzo de 1697 habían sido declarados
los caciques de indios iguales en condición á los hidalgos de Castilla,
pudiendo aspirar á todos los cargos A que esta calidad daba acceso.
Repitióse la misma disposición en Real Cédula de 21 de Febrero de
1725; y últimamente la mandó cumplir insertando las dos disposicio-
nes antecedentes el Rey Carlos III por Cédula Real de 11 de Setiem-
bre de 1766, que intimó el Gobernador Bucareli á los caciques del
Paraná y Uruguay.
Como las Doctrinas se habían formado de
la reunión de gran

número de una con su Cacique, era necesario


parcialidades, cada
efecto que el número de Caciques fuese generalmente crecido en
todos los pueblos, pues según los padrones que se conservan en el
Archivo general de Buenos Aires (1), en el pueblo de San Ignacio
mirí había en 1715 no menos de cincuenta y siete Caciques; y aun
después de quedar muy mermada la población, eran en el año de 1779
veintidós los Caciques del pueblo de Santa María de Fe.
De los Caciques se elegían los Corregidores, siempre que en ellos
se advirtiesen las dotes necesarias para estar al frente de todo el pue-
blo, y gran parte de los oficios de jurisdicción, como puede verse en los

Inventarios de los pueblos de Misiones (2). Estaba, además, ordenado


que se procurase mantenerlos en honra, auxiliándolos de un modo
especial, á fin de que conservaran su autoridad, cuando por el corto
número de sus vasallos, ó por la pobreza del cacique, había éste venido
á menos (3). Y ya desde muy antiguo (4) se prescribía que si alguna
vez fuese necesario reprender ó castigar faltas de algún Cacique, esto
se hiciera en secreto y nunca en público, de manera que no quedase
dañada con eso la subordinación que sus subditos debían profesarle.

VI

POLICÍA 36
No hay que pensar que los Guaraníes tuviesen un cuerpo organi-
zado casi militarmente para ejercer las funciones de mantenimiento

(1) Buenos Aires. Arch. gen. leg. Compañía de Jesús (Paraguay) n. ÍO.,
y leg. Misiones (varios años) 2.
(2) Bravo, Inventarios, con las firmas de los Cabildantes.
(3) Circular del P. Provincial Antonio Machoni á 7 de Marzo de 1742.
(4) Ordenación breve del P. Provincial Diego de Torres [1612-1614],
-116-
del orden, cual lo vemos en los países modernos, sea en las ciudades,

sea en los campos; pero sí era preciso que hubiese vigilancia para
evitar los inconvenientes y desmanes que en pueblos numerosos son
inevitables, si no se atajan con tiempo y en su origen. Así se hacía
en las Doctrinas, teniendo presente que la medicina preventiva es
siempre preferible á la curativa.
Para este fin tenían los misioneros algunos de los más fieles indios
ya de edad y de razón, que estaban encargados de vigilar y advertir
al Padre si alguna cosa especial ocurriese digna de remedio; y más

que con atribuciones nuevas que les hiciesen respetar, se hacían lugar
con la autoridad que les daban sus años y sus oficios, pues como se
deja entender, solían ser ó caciques ó varistas en ejercicio. Agregá-
banse á éstos los sobrestantes ó superintendentes señalados para
cada uno de los oficios mecánicos principales, que á veces se llamaban
fiscales ó alcaldes de carpinteros, de tejedores, etc.; y los maestros j
celadores de niños, de niñas, ó de las mujeres, de que habla el Padre
Cardiel (1), los cuales no sólo daban cuenta del estado de sus minis-
una vez á la semana cuando se juntaban el
terios ú oficinas al Padre,
domingo después de Misa, sino que le avisaban siempre que ocurría
particular novedad.
Los mismos misioneros recorrían diariamente las casas de los
enfermos, así para llevarles los consuelos espirituales, como para ver si

estabanbien asistidos, procurando queno les faltase el alimento conve-


niente á su estado y las medicinas posibles, y á veces también haciendo
de médicos y enfermeros y aun manejando la lanceta por su mano.
También cuidaban de salir cada dos ó tres días por el pueblo^ con-
forme á la instrucción del P. Torres (2), para evitar con la autoridad
de su presencia y con sus persuasiones las borracheras 3' cualquier
otro escándalo.
Uno de los medios que resultaba sumamente útil en las reduccio-
nes para atajar desórdenes y vicios, era la vigilancia de los niños,
como lo explica el P. Mastrilli Duran (3): «Son los niños los más fieles
pesquisidores y descubridores, porque después de haber increpado á
los delincuentes con sus palabras 3' vituperios, van en seguida á avisar
al misionero de los pecados, riñas y todas las otras cosas que han
ocurrido en el pueblo... Todo cuanto llegan á saber lo van á referir
al punto al misionero.» Y aun á sus propios padres avisaban cuando
les veían practicar algo que no se debía hacer.

(1) Cardikl, Breve reí. cap. 5, n. 16.


(2) ToRRKS, Instrucción 2.», ni'im. 12. ("Apéndice núm. 30i.
(3) Mastrilli, Anniiae lb261627 pág. 45. ,

-117-
Ajudaba también al buen orden general la distribución hecha de
cada pueblo en seis, ocho ó más cuarteles ó barrios, según el número
de sus habitantes, de modo que cada cuartel comprendiera tres ó, cua-

tro cacicazgos, y estuviera puesto debajo de la advocación de algún


santo y de la vigilancia de alguno de los cabildantes. E)e este modo la

presencia de sus propios caciques contenía á los subditos en el orden


debido y á ello contribuía el influjo del varista por su maj^or autoridad.
A cierta hora de la tarde se hacía señal, y desde entonces estaba
prohibido transitar por las calles; y si alguno era encontrado en ese
tiempo por los encargados de la vigilancia, era penado. Para que se
cumpliese esa disposición y otras semejantes, se usaba del arbitrio
especial referido en las siguientes palabras del Dr. Jarque (2): «Con-
servan también la honestidad del pueblo algunos ministros secretos
que el Cura tiene instruidos para que le avisen como á padre de cual-
quiera desorden ó riesgo del que se reconozca. Y lo que mucho con-
duce, toda noche está dividida en tres vigilias (según el uso de los
la

romanos cuando su buen gobierno les hizo señores del mundo), y en


cada vigilia se remudan centinelas que con saetas sentenciosas pene-
tran el alma, y dan cierta señal ruidosa por la cual todos los morado-

res puedan conocer en qué tercio y hora están de la noche, sin otro
reloj que lo publique; sirve también para asegurar de enemigos

extraños, etc.» Las saetas sentenciosas recuerdan el caso referido en


el Pedro de Itapúa. La señal ruidosa
artículo 2, cap. II del cacique
era repique con tambores, que tan acostumbrados eran entre los Gua-
raníes en todas circunstancias; y habiendo de marcar la hora y la

vigilia, habían de ser tres ó más veces en el transcurso de lanoche.


Cuan absurdas y ridiculas explicaciones recibió de ciertos observado-
res superficiales esta costumbre, se verá más adelante.
Lo que sedesprendede lo dicho en este artículo es que la policía, con
ser bien necesaria }' ejercitarse con la posible diligencia, tenía siempre
más depaterna que de oficial, como todo lo que existía en las Doctrinas.

Vil

CORREGIDORES ESPAÑOLES 37
Preciso es ahora reunir y eslabonar una porción de hechos que
aislados ofrece la historia.

(1) Jarque, Insignes misioneros, lib. 3, cap. 19, n. 4.


-118 —

Las reducciones empezaron por gusto de los indios, quienes de


propio arbitrio se sometieron á la dirección de los Padres, siendo así
que habían estado antes rehacios, sin poderles decidir á formar pueblos
lasarmas de los conquistadores. Una vez puestos debajo de la con-
ducta de los religiosos, se cumplió en ellos la Ordenanza del Oidor
AlEaro que prohibía establecer en pueblo de indios Administrador
español, á causa de los excesos que de tales funcionarios se habían
comprobado (1). No quedaba más autoridad que la de los Corregido-
res y Alcaldes Guaraníes.
Es cierto que más de una vez se trató de poner Corregidores
españoles, pero siempre fué forzoso retroceder, vistos los inconve-
nientes que fundadamente se temían, y alguna vez se experimentaron
con gran peligro.
Los tres Corregidores Gobernador de Buenos Aires-
que puso el

Don Francisco de Céspedes, por poco perecieron á manos de los


indios, irritados de su proceder (2).

En la reducción del Itá, de Padres franciscanos, siete ú ocho


leguas de la ciudad de la Asunción, quiso poner Corregidor español
un Gobernador de la provincia por cierto sentimiento que tuvo. El
éxito lo refiere el P.Diego de Boroa, escribiendo al Virrey del Perú
á 13 de Abril de 1653: «De hecho lo envió [al Corregidor]: y los indios
se alborotaron de manera, negándole aun el sustento necesario, que
le hubieron de sacar mu}^ apriesa, temiendo mayores daños: y los

Padres hicieron también muy grande demostración de sentimiento,


que recurrieron con los caciques á la Real Audiencia [de Charcas],
que mandó severamente que ningún Gobernador pudiera poner los
tales Corregidores españoles» (3).

Otro tanto determinó y proveyó la Audiencia de Buenos Aires


en 1666, y por haber reconocido los grandes motivos que para ello
había, mandó al Gobernador D. Juan Diez de Andino que por ningún
caso pusiese en dichos pueblos de indios Guaraníes sujetos españoles
que administrasen justicia con nombre de Corregidores, Tenientes,
ni Jueces de comisión, ni otra forma; sino que la justicia se siguiera
administrando por los y Corregidores indios, como lo
Alcaldes
refiere el P. Antonio INlachoni en una exposición al Rey en el Con-
sejo de las Indias (4).

Nuevamente hubo conatos de introducir Corrcfiidores hacia 1705:

(1) Ordenanzas DE alfaro, m'im. 13..

(2) Techo, Hist. lib. VII, cap. 36.


(3) Chile: Bibl. Nao. MSS. Iksuítas, vol. 275.
(4) Ibid.
-119-
y consultados por el Consejo varios tribunales de América, dio entre
otros su parecer la Audiencia de Charcas en carta al Rey á 12

de Diciembre de 1709, y más tarde en carta de 14 de Noviembre de


1715(1). Expone en estaailtima primero las razones que persuaden la
conveniencia de poner Corregidores españoles, lo uno para hacer con
exactitud el padrón: lo otro para bien administrar la justicia, particu-
larmente la criminal, de la cual muestra estar con algún cuidado «por
la poca racionalidad» dice, de los indios «debiendo creerse que son
muchos los excesos que unos con otros comete su barbaridad» (2).
Produce luego los motivos para no poner Corregidores: la movilidad
de los indios, que pueden alborotarse, dándose por agraviados de que
se les mude su régimen tradicional, instigándoles sus mismos caci-
ques, alcaldes y corregidores indios desposeídos: los extremos de
codicia á que se arrojarían los mismos Corregidores españoles en
parajes tan retirados de tribunal superior, «sin que hubiera providen-
cia ni remedio humano que los pudiese separar de sus propios intere-
ses, como aun en los más cercanos lo llora sin remedio la experien-
cia»: el riesgo que amenazaría á toda la América meridional, de

alzarse los Guaraníes, «porque estos indios sirven de frontera y


antemural á estos dominios por aquella parte que se dividen, así con
los infieles, como con los portugueses de San Pablo ó mamelucos» :

la pérdida de tantas almas. Concluyendo que no se atreve á decan-


tarse á una ni á otra parte. El Rey determinó que no se hiciese nove-
dad en el modo de gobierno de los Guaraníes: y así se ejecutó,
promulgándose á los indios de Doctrinas esta resolución, como lo
mandaba Cédula Real definitiva de 28 de Junio de 1716.
la

Todavía propuso el Gobernador del Paraguay Aldunate, en un


informe de 1720, que se estableciesen Corregidores, pretextando que
con esta medida se iban á lograr beneficios extraordinarios para la

Real Hacienda. |Examinado el punto con madura reflexión, vistos


gran número de informes, y en particular el del Comisionado espe-
cial D. Juan Vázquez de Agüero, declaró Felipe V en su Cédula

magna de 1743 (3) no deberse hacer mudanza en esta materia, y que


se había de seguir observando la práctica que hasta allí había regido.

De este modo se libraron las Doctrinas Guaraníes, mientras fue-

(1)Río-Janeiro, Col. Ángelís, XII, 46.


(2)Este recelo era infundado: pues si algún desorden de importancia hubiera
habido, no podía menos de trascender á las comarcas vecinas: y por el contra-
rio, informaba el Cabildo eclesiástico de la Asunción en carta al Rey de 18 de
Julio de 1711, que en todo el tiempo pasado de más de cien años «>ío se había expe-
rimetitado la menor inqiiietttd> entre los Guaraníes de Doctri ñas gobernados
por sus Corregidores indios (Trelles, Anexos, pág. 139).
(3) Cédula grande de 1743, punto 5,"
- 120 -
ron dirigidas por los Jesuítas, de la acción de los Corregidores que
tan desastrosos efectos produjo en otras partes de las Indias espa-
ñolas.
Veinticinco años después de la Cédula magna entraron en
Misiones los Corregidores con título de Tenientes y Administradores,
en virtud de las Ordenanzas de Bucareli, y produjeron el estrago
que se dirá en su lugar.

VIII

3g LOS PLEITOS

Desde el principio de las Doctrinas defirieron los Guaraníes la

decisión final de sus pleitos al juicio de los Misioneros. «Al Padre


»acuden» dice el P. Mastrilli «como al último tribunal de sus causas,
»sean éstas civiles, sean criminales» (1). Esto era muy conforme al

carácter de los indios, quienes, sin indagar muchas razones, se satis-


facen más que con ninguna otra cosa con la resolución de una persona
en quien han depositado plenamente su confianza. Era también con-
secuencia de la costumbre de sujetar todas sus querellas al juicio de
sus caciques. Ahora veían que sus mismos caciques reconocían volun-
tariamente la superioridad del misionero, y así no les costaba dificul-

tad alguna el someterse ellos también á las resoluciones del Padre.

Esta práctica vino á constituir á los Misioneros como arbitros ó


arbitradores, elegidos por consentimiento de las partes, de cuya sen-
tencia nadie apelaba, por más que de derecho y de hecho pudiesen
apelar, dándoseles facultad para ya que la autoridad superior,
ello,

como ellos sabían muy bien, era el Gobernador de la Provincia; y el


mismo Gobernador, al pasar la visita anunciaba, públicamente que
los que tuviesen alguna queja podían acudir á él, 3' expresamente
preguntaba cuál era tratamiento que recibían, y si de algo estaban
el

quejosos, sin contar con otros informes reservados que tomaba de


diversas personas.
Así en Gobernador D. Jacinto de Láriz á los indios
la visita del

del pueblo de Encarnación de Itapúa (2) se lee: «El señor goberna-


»dor... les respondió... que si alguna persona ó personas les hubieren
»hecho mal y daño, y algún agravio, ó se hubieren servido de dichos

(1) Mastkilli, Annuae, pág-. 43.


(2) Trhlles, Revista del Archivo, tom. II, pág. 51.
-121 -
»¡ndios, sin satisfacerles su trabajo y ocupaciones, ó les debieren
»algo, lo digan y declaren; que el dicho señor gobernador les desagra-
»viará, y hará pagar y satisfacer lo que les fuere debido con puntua-
»lidad.» —Y en la visita de Candelaria (1): «... en nombre de S. M...
»Ies viene á visitar... y á enterarse de su... tratamiento... y á des-
»agravialles de quienes les hubieren ofendido y hecho malos tra-
»tamientos, y á que les sea pagado y satisfecho lo que hubieren
«trabajado y les fuere debido; que lo digan y declaren libremente
»sin miedo ni recelo alguno; que está presto á hacelles entero cum-
»plimiento de justicia...» Y la misma intimación se repite en las
quince visitas restantes.
Fuera de esto, cada año, y aun más frecuentemente, visitaba los
pueblos Superior de las Misiones, y cada tres años hacía su visita
el

el Provincial, y á ellos tenían los indios recurso inmediato y acudían


con confianza, sabiendo la autoridad que ejercían sobre los misione-
ros locales. Con lo cual había nuevos arbitros en los casos en que los
indios hubiesen quedado quejosos de alguna resolución antecedente;
y por medio de la paciencia que tenían en oir y de su prudencia en
sentenciar, se atajaron á veces notables daños y se sosegaron los áni-
mos agitados.
Por otra parte, bien pocos eran los litigios que se podían ofrecer
entre gentes cuyas riquezas estaban reducidas á la sementera con
sus frutos, á la casita y á unos pocos muebles dentro de ella.
Una sola especie de cuestiones parecieron bastante serias y de
trascendencia en lo sucesivo, para que sobre ellas se estableciesen

reglas y se nombrasen personas especiales que ejerciesen el oficio de


arbitradores en la decisión. Fueron éstas las de los límites del terri-
torio de cada pueblo.
El Oidor D. Juan Blásquez de Valverde en la Visita del año 1657,
señaló límites }' dio títulos de sus tierras á varias y quizá á todas las
reducciones que entonces había en el Paraná y Uruguay (2), que
eran 19. Estos títulos, juntos con algunos mapas de demarcación que
se hacían en cada Doctrina, se custodiaban en el Archivo del pueblo;

y servían de norma cuando ocurría alguna dificultad ó controversia.


Con el transcurso del tiempo fué necesario señalar algún orden
fijo en estas materias, cuando los primeros arbitros, que eran los Cu-
ras de cada Doctrina, no convenían entre sí, para que las cuestiones

que pudiera haber se terminasen cuanto antes. Para esto había seña-

(1) Ibid. pág. 52.


(2) Cartas de los
Doctrineros en el Archivo General de B'- A'- legajo «1648.
Papeles de los Jesuítas, 1648».
-122-
lados tres Padres de los más graves y antiguos en las Doctrinas del
Paraná y otros tres en las del Uruguay, de manera que cuando ocu-
rría alguna controversia en una de las dos secciones, juzgasen los de
la otra;
y pueblos que disputaban eran uno del Paraná y otra
si los
del Uruguay, diesen el laudo un P. del Paraná, otro del Urugua}', y
el P. Superior. Si algún nuevo fundamento ó documento favorable á
una de las partes se descubría, tenía de tiempo dos meses después de
la sentencia para presentarlo; 5^ entonces se enviaba todo á la deci-

sión del P. Provincial con su consulta; sin que se hubiera de hacer


mudanza en lo que allí se había resuelto, á no ser que los fundamen-

tos fueran tales, que demostrasen, no ya con probabilidad, sino con


certidumbre, que la sentencia era injusta (1).

Las sentencias de arbitros dadas de este modo se habían de guar-


dar en el Archivo del pueblo, para evitar en adelante nuevas
cuestiones; y en efecto, se conservan todavía algunas de ellas entre
los papeles de Jesuítas del Archivo general de Buenos Aires (2).

IX

39 LOS CASTIGOS

Desde sus primeros trabajos en las Misiones, echaron de ver los


Padres la necesidad que había de establecer penas para restaurar el

orden violado por los delincuentes, y contener á todos en su obliga-


ción. Porque si en toda sociedad humana son necesarias las penas para
refrenar con el temor á los que de otro modo traspasarían la ley,
mucho más se hacía sentir esta necesidad en aquellos pueblos salva-
jes todavía, }' que más se guiaban por las aprehensiones de los senti-

dos que por los dictámenes de la razón. Este pensamiento es el que,


como refiere el P. Lozano (3), traía perplejos á los PP. José Cataldino
y Simón Mazeta, que estaban entablando las reducciones del Guaj'rá,
sintiendo por una parte la necesidad de algún freno de temor, y no
atinando por otra cómo imponer castigo alguno á gentes tan delica-
das en esta materia como las que estaban doctrinando. Quiso Dios
sacarlos de tal perplejidad de la manera que allí se dice, y con esto

(1) Carta del M. R. P. Gen. Francisco Retz fecha 13 Dic, de 1732. Madrid
Bibl. Nac. MS. 6976, pág. 267.
(2) Legajo «Misiones /Varios años/ 1; leg. Varios/ 1».
(3) Lozano, Hist. de la Comp. lib. VII, c. XXII, n. 17.
-123-
se adoptó el castigo que ya era usual en todas partes donde había
indios sujetos.Cosa semejante sucedió al P. Claudio Ruyer mientras
se estaba empezando la reducción de Santa María del Iguazú (1). Y
de esta manera quedó introducido para en adelante el más eficaz ins-
trumento que aseguraba la sanción de los preceptos, pues puede
decirse que casi no se usó otra pena en las Doctrinas, más que la de
azotes, en mayor ó menor número según la gravedad de la falta. «Casi
»no hay otro castigo» dice el P. Cardiel (2) «que el de azotes como á
»los niños, y de medio cuerpo abajo (como á ellos), que no son capa-
»ces los indios de más.»
Siempre, no obstante, resultaba asombroso el ver que chicos y
grandes, y aun hombres robustos, se sujetasen con tanta prontitud á
un castigo que hoy por el no uso nos parece tan extraordinario.
«Estoy viendo al presente en este pueblo», escribía Gomes Freiré á
la corte de Lisboa desde San Ángel á 26 de junio de 1756 «cómo el

»Padre Cura manda á los indios que se tiendan en el suelo, y sin m<is

«ataduras que el respeto que le tienen, reciben veinticinco azotes, y


«levantándose en seguida, van á darle las gracias, y besarle mano.»
la

Provenía este rendimiento de la reverencia que los Guaraníes


tenían al como
sacerdote, y robustecíase con la costumbre de ver
cosa ordinaria el castigo de azotes desde la niñez, y mucho más por
la firme persuasión en que estaban de que el darles azotes, por más

que les dolieran, era una muestra cierta de cariño. Apenas se creerá
en la realidad de esta persuasión, y sin embargo, no hay cosa más
cierta.El P. Parras, en la relación de sus viajes á Corrientes y al
Paraguay, dice á este propósito: (3) «Han concebido con tanta tena-
»cidad esto de que el castigo es una señal de amor, que sucede cada
«instante llegar un indio al cura con grandes quejas porque no le
«mandaba castigar, y que era señal que no le quería, y verse preci-
»sado el cura á mandar que le diesen veinte y cinco azotes, los cuales
«siempre se dan en medio de la plaza.» Pudiéranse traer en compro-
bación de lomismo los casos semejantes que de los indios de Méjico
explica el hermano Felipe Frutos (4), y los azotes que entre ellos
daban los maridos á sus mujeres, sin los cuales no era durable la paz
del matrimonio, porque desde el punto que cesaban los azotes sema-
nales, clamaba la mujer que había cesado el amor que su marido la
profesaba.

(1) Carta anua, en Trelles, Rev. de la Bibl. tom. I, pag. 168.


(2) Declaración, n. 63.
(3) Diario y derrotero etc. en Trflles, Rev. de la bibl. tom. IV, cap. V § 3.°

(4) Relación sucinta de las propiedades de los indios mejicanos.


-124-
Los azotes se daban en el rollo de la plaza. Llamábase rollo una
columna de piedra ordinariamente rematada por una cruz, puesta en
público, y que era insignia de jurisdicción, donde se ataban los que
habían de sufrir castigo ó ser expuestos á la vergüenza. De él hace
mención en 1715 el Gobernador del Paraguay D. Gregorio Bazán de
Pedraza (1). «Tiene este pueblo (de San Ignacio miní) rollo..»; }' tam-
bién el P. Cardiel (2). — En el campo no se podía dar este castigo por
los Alcaldes de la hermandad, sino que habían de traer el culpable á la

plaza (3). Y fué preciso prescribir que no se diese en ningún caso sin
aprobación del Misionero, atenta la rusticidad de los indios, quienes
eran tan poco mirados en el castigo, que dejaban maltratado con el
número 3^ modo al delincuente, sin ningún sentimiento de compasión.
El mismo padrón del Gobernador Bazán de Pedraza muestra la

otra ciase de castigo, que fué la cárcel. «Tiene este pueblo rollo y
»cárcel.» La cárcel tomaba entre los Guaraníes nombre del cepo
llamado íbtraqiiá, {íbíra, palo, qíia, agujero); y la cárcel se llamaba
íbíraqiiaróg (ibíraqnd, cepo, ogáj casa), la casa del cepo. Custodiaba
los presos el alguacil de la cárcel, íbiraqnayá. El rollo era el íbira
yo poqiiahá (4), (ibíra, palo, qiiá ó quahá, atar, po, mano, palo ó
columna donde son los hombres atados por las manos).
Ignoramos en qué tiempo preciso se introdujo la cárcel; pero es
cierto que ya existía á fines del siglo xvii, pues de ella habla el Re-
glamento de Doctrinas aprobado por el P. Tirso González (5).
Algunas personas graves que habían visitado las Doctrinas dieron
á entender que no parecía bastante el tener azotes y cárcel, cosa que
era común en los pueblos de indios, sino que para crímenes más gra-
ves hacía falta añadir la pena de muerte. — Los Padres nunca vinieron
en y no habiendo intervenido mandato de quien podía imponerlo,
ello,

que hubiera sido el Gobernador, la Audiencia ó el Consejo, por


haberse mantenido durante ciento cincuenta años las Doctrinas pací-
ordenadas y con buenas costumbres; de hecho nunca se ejecutó
ficas,

pena de muerte. Suplióse ésta, en algunas circunstancias, con la


expulsión fuera del territorio de las Doctrinas, acompañada de ignomi-
nia y precedida de un año de cárcel; este era el castigo de los hechi-
ceros que habían hecho daño á otras personas con maleficios (6). Otras

(1) Empadronamiento de S. Ignacio miri; B.' A." Arch. gen. leg. Cotiip.^ de
Jesús (Paraguay) n. 10.
(2) Declaración, núm. 269.
(3) Autos de visita de Láriz en Tkelles, Anexos, núm. 43.

(4) Rhstivo, Vocab.


(5) Véase en el Apénd. núm. 43.
(6) Reglamento cit.
- 125 -
veces se empleo para los delitos mayores lo que se llamaba cárcel
perpetua, que no lo era sino en el concepto de los indios, pues estaba
mandado que cuando años (1) se buscase un
míls pasados los diez
motivo plausible para indultar aunque para no disipar el efecto
al reo,

que debía producir este castigo, no se había de hacer nada por quitar
á los indios su juicio de ser cárcel perpetua.

X
PUNTOS DE DERECHO 40
Ofrécese aquí una duda sobre cuál era la potestad en virtud de la
que reglamentaban los Superiores de la Compañía la decisión de los
pleitos 3^ la imposición de los castigos.
En cuanto á lo primero, está suficientemente resuelta la cuestión
por la misma de las relaciones que mediaban entre los
naturaleza
indios Guaraníes y sus Misioneros. Voluntaria y gustosamente acudían
los indios á los Padres para que los pusieran en paz, zanjando sus
diferencias, y se satisfacían con la resolución que ellos les daban; no
puede darse ejemplo más espontáneo y sencillo del juicio por medio
de arbitros. Que siendo estos arbitros personas subordinadas, puestas
allí por sus superiores, recibiesen de éstos normas fijas para que todo
se hiciese con la debida prudencia, certidumbre de los derechos de
cada parte y seguridad de evitar ulteriores pleitos, es lo más natural
y puesto en orden. No necesitaban, pues, ni recibían autoiidad jurí-
dica de soberano alguno, pues tenían autoridad arbitral plenísima en
el consentimiento de las partes; á la manera que en la administración
de bienes lo declaró Cédula magna de 1743, punto 4.°, diciendo «que
la

se continúe lo practicado hasta ahora desde la primera reducción de


estos indios, con cuyo consentimiento, y con tanto beneficio de ellos
se han manejado los bienes de comunidad, sirviendo sólo los Curas

Doctrineros de directores, mediante cuya dirección se embaraza la


mala distribución y malversación que se experimenta en casi todos
los pueblos de indios de uno y otro reino». Así también era esta

intervención arbitral de los Misioneros en los litigios de indios la más


acomodada á las prescripciones de las leyes españolas, que en todas
sus páginas claman que los pleitos de los indios se resuelvan breve-
mente, juzgando de plano, y evitando los gastos de las partes.

(1) Instrucción del P. Tamburini á 1.° de Mayo de 1716.


— 126-
Por lo que hace á la imposición de los castigos, el reparo se
ofrece en dos cosas: una, que se señalasen castigos especiales
para los crímenes graves: otra, que en las Doctrinas se abolió
de hecho la pena de muerte, como ya lo han hecho ^notar varios
autores.
Para explicar la legítima potestad que los superiores de los

Jesuítas tenían de obrar así, debe traerse á la memoria lo arriba


expuesto (1). Los tribunales Reales de América, elRey y su Consejo
de las Indias, informados en cada caso del pro y del contra del esta-
blecimiento de los Corregidores españoles en las Doctrinas guaraníes
de los Jesuítas, resolvieron siempre que no convenía su introducción.
De la necesidad de que los Misioneros tomasen algún
aquí provino
medio para reprimir los delitos de más entidad, que no podían faltar,
y de hecho no faltaron en aquella gran muchedumbre, compuesta ya
en 1657 de casi sesenta mil almas.
Acudiendo el P. Juan Pastor á Roma en 1646 como Procurador de
la provincia del Paraguay, entre las demás cosas que expone en un
memorial particular suyo al P. General Vicente Carrafa, es una la
siguiente: «Duda hay de lo que será bien hacer cuando en nuestras
reducciones los indios matan á otros, ó cometen algún otro delito
atroz digno de muerte. Porque en causas criminales no pueden los
Padres etc.: tener Corregidor español en el pueblo que los castigue,
tiene muchas y graves dificultades: llevarlos presos á los Goberna-
dores, también: dejarles sin castigo, parecerá mal: contentarse con
sólo desterrarlos, es poco, y tomarán otros avilantez para cometer-
los en daño del bien común y infamia de nuestras reducciones que lo
sufren: y se desea la dirección de Vuestra Paternidad, advirtiendo
que han sido los indios muertos á manos de otros diez ó doce; y el

castigo que han tenido ha sido de treinta á cuarenta azotes.» La


respuesta del P. General fué que se hiciese una consulta numerosa
de los Padres más antiguos y experimentados de las Misiones, y se
practicase lo que en ella se juzgara más á propósito, avisándolo para
su confirmación.
Años adelante se hizo la consulta, y se señalaron varios castigos
según la diversidad de los excesos: y en cuanto á los más graves,
que en tribunales y delincuentes comunes suelen ser penados de
muerte, tomaron los Padres de la junta la determinación á que ya
había mostrado inclinarse el mismo P. Carrafa en su respuesta, de
que se impusiese al culpado cárcel perpetua con alguna abstinencia

(1) Art. VII de este capítulo III.


— 127-
-en la comida, como todo puede verse en el núm. 53 del Reglamento
de Doctrinas. Estas disposiciones fueron confirmadas (y parece que
con alguna adición) (1) por el P. Tirso González, y las modificó el

P. General Miguel Ángel Tamburini, disponiendo que no se usara


de cárcel perpetua, sino que, cuando más, se redujera á diez años.
Cuan necesarios fuesen tales reglamentos, lo penetrará cual-
quiera, advirtiendo la situación excepcional en que se hallaban cons-
tituidas las Doctrinas, por voluntad muy deliberada del Rey y de su
Consejo. Allí no había autoridad seglar que impusiera el temor. Era,
pues, forzoso que recayera en los Padres el cargo de castigar los
delitos que se cometieran. Por ser Guaraníes privilegiados, no
los

habían de alcanzar entre ellos impunidad los malhechores: y por


haber dispuesto el monarca que no tuviesen corregidores españoles
aquellos indios, no había pretendido que quedaran sin justicia ni
gobierno. La misma ley natural exigía que se pusiera freno á los des-
manes de los atrevidos que turbaran gravemente el orden de los

pueblos, y armaba de toda la autoridad que les fuese necesaria para


ello á los Misioneros que los dirigían. Por otra parte, los Padres no
podían imponer pena capital, pues, siendo sacerdotes, les estaba
vedado por su carácter tomar parte en causas de sangre, como lo
había hecho reparar el P. Pastor en su memorial. Preciso fué, pues,
que se aplicasen castigos que sirvieran, no de vindicta en el fuero
criminal, pero sí de escarmiento de los que los viesen y de seguridad
común: los azotes, el destierro, la cárcel por tiempo más ó menos
prolongado.
Para imponer estas penas ó resolverlas, no se necesitaba auto-
ridad judicial ni ejercicio de jurisdicción criminal: bastaba la autori-
dad paterna y de tutor, que era la que el Re}^ y sus gobernadores
habían confiado á los religiosos de la Compañía, al poner á su cargo
estas Misiones. Por eso pudo el P. Ruiz de Montoya sin escándalo de
nadie, antes con mucho aplauso, en la corte y con licencia del Rey
y de su Consejo publicar el libro de la Conquista espiritual, en que
expresa que en Doctrinas se señalaba la pena de destierro á los
amancebados, siendo así que constaba no haber allí más autoridades
que las justicias indias y los Misioneros (2). Y con saber lo mismo,
reconocía el Gobernador Láriz en 1647 que se podía aplicar toda

(1) Déjase esta duda, porque aunque es posible que el catálogfo de castigos
que llama el expulso Ibáñez aprobado por el P. Tirso (Reino Jesuítico, p. 1. a. 3.
§. 2.), lo fuese en efecto: no obstante, no aparece rastro de él por ninguna parte:

5' el autor ha sabido ser infiel, aun en casos en que se presenta como mero trans-

criptor.
(2) MoNTOYA, Conquista espiritual, §. 45,
— 128 -
suerte de castigos, excepto la pena de muerte (1). Y finalmente, hubo

Gobernadores que instaron porque se pusiesen los rollos que en todos


los demás pueblos de indios había y todavía no estaban puestos en las
Doctrinas (2); y otros que echaban menos la pena de muerte (3).
Libres quedaban con el reglamento de Misiones los Gobernado-
res ó sus Tenientes para ejercer allí la jurisdicción criminal según
su fuero: y en efecto la ejercitó Manuel Cabral ahorcando á los ase-

sinos del Garó: 3^ otro tanto iban á ejecutar Láriz y el Oidor Blás-
quez con los falsos delatores, á no haber intercedido por ellos con
sus ruegos los Misioneros.
Yerran, pues, algunos autores que concluyen que los Jesuítas
formaban en Doctrinas un estado independiente (4), por decir que la
facultad de ejercer el fuero criminal es la señal más demostrativa de
autonomía. Pero no es extraño que hayan incurrido en tan grosero
error, habiéndose fiado de guía tan ciego como el expulso Ibáñez,
de quien copian el cargo y el argumento. A él y á los que le siguen
rebate con gracejo el P. Muriel en su aclaración sobre el Reino
jesuítico desencantado en los siguientes términos: «El destierro, las
cárceles, son penas sin duda alguna. Pero dime ¿cuánto dinero te

cobró tu maestro por enseñarte que ninguna pena puede infligir

quien no sea juez? También el padre tiene poder para castigar á sus
hijos, y maestro para castigar á sus discípulos, sin salir por eso
el

de la esfera de su potestad económica. Y á los indómitos castiga el


maestro con destierro, arrojando de la escuela á los corruptores de
los demás. Y si para eso hace falta alguna jurisdicción en Misiones,

la tiene el Corregidor indio, establecido por el Rey, que es quien

ejecuta los castigos» (5).

Si alguna otra cosa se añadió de testigos, indagaciones, etc., todo


ello no era proceso jurídico criminal, sino diligencias del mismo

(1) Trelles. Anexos, n. 43.


(2) Carta del Provincial P. Tomás Donvidas, fecha en San Tg-nacio del Pa-
raguay á 10 de Diciembre de 1685 (Libro de Ordenes. ^Madrid.— Bibl. Nac, M.S.
núm. 6976, pág. [132]).
(3: Ibid, pág. [131].
(4) GOTHKIN, Pfotenhaukr.
(5) Cavila todavía Ibáñez sobre el no entregar el reo á los Gobernadores,
como si fuera algún misterio que no tenían los Jesuítas obligación de hacer dili-
gencias positivas para enviar un reo de muerte á cien leguas, con los graves
inconvenientes que se veían inevitables: bastaba que no estorbasen la acción de
la justicia y nunca la estorbaron. Añade que el desterrar los hechiceros homici-
das á país de españoles, era mostrar ruin concepto de éstos: en lo que tuerce
sofísticamente los verdaderos motivos de tener el reo menos peligro de reincidir,
que si fuera desterrado á los infieles ó mantenido en Doctrinas, por haber en el
territorio español justicias que le ponían pena de muerte: tener menos riesgo de
perder la fe que entre los infieles: y ser menor el daño de la gente, que no se
dejaría embaucar por un indio.
-129-
carácter que los castigos, y dictadas por la prudencia, para que no
se ejecutase pena alguna, y mucho menos las más graves, aunque
paternas, sin plena certidumbre de la causa.
Con esto queda explicado en qué consistió que en las Doctrinas
fuese abolida de hecho la pena de muerte, no porque los Jesuítas
negasen el principio en que se funda ó dudasen de él, ni menos por-
que se arrogasen la autoridad judicial propia del Soberano, sino
porque procediendo con la reflexión y consultas que inspira la pru-
dencia, juzgaron monarca no pusiera allí jueces
que mientras el

seglares, era preciso que ellos aplicasen las más fuertes penas que
cabían en su potestad, para atajar un daño que podía arruinar aque-
llos pueblos tan bien formados, tan útiles á la nación y tan prove-
chosos para la salvación de las almas: y A su condición de tutores,
de padres y de sacerdotes, correspondían los azotes y la cárcel, mas
no la pena de muerte ni mutilación. Y
así, en vez de dirigirles vitu-

perios, fuera justo indagar los nombres de los que constituyeron


aquella junta, con el del Provincial que la presidió y el del General
que la aprobó, para tributarles la acción de gracias y el honor mere-
cido como bienhechores del género humano, pues sin pena de muerte
conservaron tranquilas y felices aquellas comarcas del Río de la

Plata (1).

(1) Por otros caminos podrá un jurista llegar á establecer la legítima po-
testad que hubo en Doctrinas para imponer castigos, y aun la misma pena de
muerte, fundándose en la ley natural y en la epiqueya del derecho positivo, que
una y otra prorrogaban en aquellas circunstancias la autoridad de las justicias
existentes; pero se ha preferido la explicación que acaba de darse, porque expresa
el hecho tal como históricamente fué y tal como se manifiesta en los documentos
citados.

9.— Organización social de las doctrinas guaraníes.


CAPITULO IV
SUBORDINACIÓN AL GOBERNADOR
1. Jurisdicción gubernativa á que pertenecía cada Doctrina. — 2. Subordi-

nación en tiempo de paz. 3. Obediencia en tiempo de guerra. 4. — Las Visitas.
Recepción del Gobernador.

41 JURISDICCIÓN GUBERNATIVA Á QUE PERTENECÍA


CADA DOCTRINA
Hanse estudiado en los dos capítulos antecedentes la familia }• el

municipio, únicos organismos sociales propios de las Misiones del


Paraguay. En lo demás, las Doctrinas de Guaraníes que dirigían los

Jesuítas, nunca fueron otra cosa que parte de alguna provincia


española.
Al fundarse una reducción cualquiera, quedaba, como es mani-
dependiente del Gobernador en cuyo territorio se hallaba
fiesto,

enclavada, y de quien se había solicitado la aprobación para que


fuera reconocida como reducción fija y estable, y gozara de los pri-

vilegios de tal.

Mientras los países del Río de la Plata no constituyeron más que


una sola gobernación, que indiferentemente se denominaba provincia
del Paraguay ó provincia del Rio de la Plata, no podía ocurrir
dificultad sobre á quién había de darse la obediencia. Ibanse fundando
las reducciones todas en territorio español de una misma provincia,

y con autorización dada á los Misioneros por un solo Gobernador,


que era el del Paraguay ó Río déla Plata: y por consiguiente, á un solo
Gobernador quedaban todas subordinadas: el del Paraguay, cuya
residencia era la ciudad de la Asunción, capital de la provincia.
Mas, dividida en lbl7 la provincia para formar dos gobernacio
nes: una que se hubo de denominar Giiayra, y al fin retuvo el primi
tivo nombre de Paraguay y la antigua capital de la Asunción; otra
que se distinguió con el nombre de provincia del Rio de la Plata, y
-131-
<:uya capital era Buenos Aires; no dejaron de presentarse dudas
sobre la jurisdicción. Los límites de las dos provincias no se señala-
ban ni podían señalarse en las Cédulas reales con la precisión que
más tarde se pudo emplear, cuando el territorio entero se hallaba
explorado y se trataba de límites internacionales. Por otra pai te,
Á las seis reducciones ya entabladas por los Jesuítas en el momento
de la separación (1), y pertenecientes á la provincia del Paraguay,
no tardaron en agregarse gran número de nuevas fundaciones en el
Uruguay y en el Tape, que todas caían en la demarcación de Buenos
Aires. Varias de ellas no pudieron perseverar en el paraje en que
habían sido fundadas, y á veces ni en la misma comarca: pues obli-
gados sus habitantes por la experiencia de lo dañoso ó incómodo del
sitio elegido, ó constreñidos por las asoladoras invasiones de los ma-
melucos, hubieron de trasladar sus moradas muy lejos, y en ocasio-
nes á centenares de leguas de su población primitiva: y en tales casos
no es extraño que se viesen pasar á territorio de jurisdicción diferen-
te. Sucedía entonces que reclamaban dominio sobre aquellos indios
entrambos Gobernadores á la vez, el de origen y el de asiento, ale-
gando el uno ser los indios nativos de su jurisdicción; y el otro,

hallarse el pueblo situado en su territorio.


La cuestión pasó por varios estados y resoluciones que no es de
€ste lugar especificar, pero de que parece necesario hacer mención.
En 1657, al hacer el padrón de Doctrinas, agregó el Visitador
Blásquez de Valverde al Paraguay los cuatro pueblos de Santa Ana,
Candelaria, San Cosme y San José, que hasta entonces habían sido
tenidos por reducciones de Buenos Aires, y los visitaban el Gober-
nador y Obispo del Puerto, como fundados en territorio propio en
el

el Tape y transportados á territorio también de Buenos Aires, entre

los dos ríos de Paraná y Uruguay. No debieron de ser tan claras las

facultades del Visitador para hacer aquella agregación, pues en 1660


persistían Gobernador y Obispo en tener aquellos pueblos por suyos,
y aun tachaban á los Jesuítas de ser parciales é inclinarse del lado
del Paraguay, cuyos Gobernadores los trataban asimismo con algún
recelo, acusándolos de parcialidad en favor de Buenos Aires, y mien-
tras tanto incluían en sus listas las reducciones agregadas. Lo cierto
es que de las dos partes eran visitados aquellos pueblos, con no
pequeña molestia de los Doctrineros y de los indios. En todas estas
competencias procuraron los Misioneros no mostrar parcialidad por

(1) En 1617 existían San Ignacio giiazú, Loreto, San Ignacio miní, Itapúa,
Yasocá de los giiaycurúes y Yaguapoha. Las dos últimas hubieron de abando.
narse más adelante.
— 132 —
unos ni por otros, obedeciando á todos, y protestando que se hallaban
prontos á recibir y cumplir exactamente cualquier resolución que en
aquella materia tomase finalmente el Rey en su Consejo de las Indias.
Esta era la conducta que recomendaba en 1660 el Superior de las
Doctrinas P. Silverio Pastor, diciendo: <íporqne no imaginen somos
parciales, y que nos llegamos más á la jurisdición del Paraguay^
que d la de Buenos Aires, siendo verdad que estamos indiferentes,
y que el día que el Rey nuestro Señor declare adonde pertenecen
las reducciones, seguiremos el mandato sin dificultad ninguna» (1),

Dióse en 1700 una Real Cédula por la cual se declaraba que definiti-
vamente quedaban sujetos los cuatro pueblos á la jurisdicción del
Paraguay (2): y parece que se llevó á efecto el cambio de provincia,
excepto en el pueblo de San José, que siempre quedó por de Buenos
Aires.
La distinción de jurisdicciones en dos provincias y la misma
situación cerca de los ríos, hicieron que viniesen las Doctrinas á for-
mar como dos distritos diferentes, el del Paraná, que llegó á tener
trece pueblos, perteneciente á la provincia del Paraguay; y el del
Uruguay, de la provincia de Buenos Aires, que alcanzó á diez y siete
pueblos.
Finalmente, en 1726, de resultas de las muchas vejaciones que
habían hecho padecer los sublevados del Paraguay á las Doctrinas,
se pidióy obtuvo que todos los treinta pueblos que ya entonces había
quedasen sujetos al Gobernador de Buenos Aires: y así lo comunicó
el Rey en Cédula de 6 de Noviembre de este año (3), á que se dio

cumplimiento en 1729, bajando además entonces mismo á Buenos


Aires los Corregidores de los treinta pueblos á dar su obediencia al

Gobernador.

II

42 SUBORDINACIÓN EN TIEMPO DE PAZ

Las Doctrinas Guaraníes estaban sujetas á los Gobernadores


como los demás pueblos de indios, excepto sólo el no poderse dar sus

(1) P. Silverio Pastor, 'Instrucción sobre los PP. del Uruguay que se han de
presentar para la canónica institución». B." A.' Arch. gen. legajo Varios, 1.
(2) Trellks, yí/zf-ros, núm. Sf).
(3) Lozano, Revoluciones del Paraguay, Hb. III, cap. 6, núm. 6.
-133-
moradores en encomienda á personas particulares, por cuanto esta-
ban encabezados en la Corona Real, debiendo pagar su tributo inme-
diatamente al Re3^ Pero por lo mismo que no habían de servir á
encomenderos, y, juntamente por la pronta y cumplida obediencia
que los Jesuítas les enseñaron á prestar al Rey y á las autoridades
que le representaban; fué su cooperación más provechosa á la causa
pública.
En varias cosas se mostraba su dependencia.
El Cabildo, aunque de elección de los indios, debía recibir la
aprobación del Gobernador, 3^ mientras no la recibía, eran sólo inte-

rinos 3^ no firmes los nombramientos. Por eso cada año se enviaban


las listas de Cabildantes al Gobernador para someterlas á su apro-
bación: y lo que más es, acudían á presentarse personalmente los

Alcaldes, aun de reducciones que distaban 40 leguas de la capital (1).

El Corregidor era de nombramiento del mismo Gobernador; y él

en efecto era quien los nombraba, sobre consulta de los Padres,


práctica que el Visitador Agüero había reconocido como útil, porque
los Misioneros mejor que nadie conocían quiénes eran más á propó-
sito [2). Con esto, siendo el Corregidor la primera autoridad del pue-
blo, y los pueblos independientes entre sí, venía á ser el Corregidor
un Teniente del Gobernador para aquella Doctrina y su distrito,
como los tenía en Santa Fe 3' Corrientes. Al arribar al puerto de
Buenos Aires un nuevo Gobernador, bajaban los Corregidores de su
distrito á darle la bienvenida y la obediencia, como lo acredita la
certificación del Gobernador Robles en 1674 (3) y lo expresa en 1758
el Padre Cardiel (4).

Era además el Gobernador juez nato á quien podían recurrir


los indios en sus pleitos y quejas: y lo sabían, y se les explicaba
cuando se practicaba la visita. Y si bien es verdad que no solían acu-
dir los particulares á la autoridad judicial del Gobernador, por ser
esta justicia demasiado difícil de tramitar para el indio, y por no tener
necesidad; en cambio, acudían al Gobernador como á juez los que

tenían alguna pretensión con respecto á las Doctrinas, y los Misione-


ros como Protectores nombrados, en favor de los indios ó de sus
pueblos á quienes representaban; recurriendo en apelación á la

Audiencia, cuando el Gobernador á su parecer no les hacía justicia.


Fuera de estos capítulos de dependencia, mostróse la sujeción de

(1) Información jurídica de 1735: Río Janeiro, Col. Angelis, XIII. 28.
(2) Cédula real de 28 de Dic. de 1743, punto 5.°.
(3) Trelles, Anexos, pág. 160.
{4) Cardiel, núm. 66.
-134-
las Doctrinas á los Gobernadores en servicios, que fueron de gran
utilidad al bien público, así como eran de no pequeño trabajo á Ios-

indios.
Una vez que los Guaraníes de las Doctrinas se hubieron librada
de los dos graves riesgos que corrieron, el de perecer por causa de
las feroces invasiones y vergonzoso tráfico de los portugueses deV

Brasil, y el de consumirse lentamente por el servicio personal á los


encomenderos; se asentaron con estabilidad y sosiego relativo, y em-
pezó A crecer su población; habiendo encontrado allí el Oidor don
Juan Blásquez de Valverde el año 1657 hasta cincuenta y ocho m'ú
personas de toda edad. Representaba esto en aquel entonces una
población sumamente densa de subditos españoles, atento el estado de
aquellos países donde no existía sino un corto número de españoles y
no muchos indios sometidos, en medio de muchas parcialidades de
indios enemigos; y así los indios Guaraníes casi desde 1640 fueron uno
de los elementos más poderosos de vida de la colonia.

Sin hablar ahora de sus servicios militares, que tendrán su lugar


aparte, los Gobernadores se valieron de ellos como de preciosos
auxiliares en los trabajos públicos. Es verdad que aquellos eran
indios realengos y exentos; y por lo mismo ningún particular podía
hacerlos trabajar para sus granjerias: antes esto fué lo que siempre
exacerbó el odio de los encomenderos contra ellos y contra los Jesuí-
tas. Pero al ocurrir graves necesidades públicas, los Gobernadores-
echaban mano de los Guaraníes, ú obteniendo para ello expresa
Cédula del Re}', ó cuando el caso era muy urgente, sin autorización
especial.
El modo no ofrecía dificultad. Siendo los Corregidores Tenien-
tes del Gobernador, y estándole el Cabildo sujeto como subdito inme-
diato, expedía su orden y mandato directo para el Corregidor 3'
Cabildo. Pero, como no podía esperar el acierto en la ejecución si sólo
contaba con los indios, en quienes, aunque no faltaba la obediericia^

faltaba la capacidad; se dirigía también al Padre Superior de las


Misiones, ó á los Curas en particular, cuando era necesario, á fin de
que hiciesen entender á los indios lo que se prescribía, y los encami-
nasen de modo que se lograra la ejecución deseada. Y en esta misiva
empleaba los términos de exhortación, ruego y encargo, que fueron.
siempre los propios de las autoiidades civiles españolas, sin excep-
tuar el mismo Rey, cuando se dirigían á los Prelados eclesiásticos,
guardando aun en esto el respeto á la sagrada autoridad de que los

reconocían investidos. Este modo do intimar sus órdenes puede verse


aun hoy día en varios documentos conservados en los Archivos de
- 135 -
Buenos Aires y de la Asunción, que son las gobernaciones donde
radicaron las Doctrinas.
Nunca se negaron los indios ni los Misioneros á semejantes invi-
taciones: hallando los Gobernadores por este medio brigadas nume-
rosas de trabajadores por un jornal mínimo, que apenas bastaba para
lo material de su sustento, y con cualidades excepcionales de sufri-
miento, laboriosidad y obediencia á toda prueba. La ciudad de Santa
Fe trasladada lugar que hoy ocupa, y las diversas fortificaciones y
al

castillos que se construyeron para seguridad de Buenos Aires y Mon-

tevideo son testimonio de la obediencia de los indios al llamamiento


de los Gobernadores, como lo son del provecho que reportó el país
de la enseñanza de los indios por los Jesuítas, materia que se tratará
más adelante. Y de su fiel obediencia y asiduidad al trabajo que les
era encomendado, están llenos los informes que los Gobernadores
enviaban al Consejo Real de las Indias.

III

OBEDIENCIA EN TIEMPO DE GUERRA 43


No se limitaba la dependencia que observaban los Guaraníes de
los Gobernadores al servicio de mitas, para las que salían de sus pue-
blos por largas temporadas. Mostrábanse igualmente sujetos cada
vez que era necesario acudir á funciones militares.
El país de los Guaraníes era país de guerra. Sabido es cómo
tuvieron que defenderse constantemente de las incursiones de los
brasileros de San Pablo, y que en los principios estuvieron á punto de
perecer totalmente; 3' de hecho un gran número de reducciones que
pasan de veinte, quedaron asoladas y desiertas, viéndose obligados
sus moradores á huir á parajes donde lograsen alguna mayor seguri-
dad con el reparo de las defensas naturales; y aun allí no pudieron
sosegar hasta que con su destreza en manejo de las armas de fuego
el

y su valor y resolución pusieron temor en los portugueses. Desde


entonces no se atrevieron éstos á ejecutar de nuevo invasiones foi-
males; pero siempre volvían en pequeñas partidas á trabar escara-
muzas 5' ejecutar robos, atropellando á los pastores y produciendo
continuamente el recelo que nace de la vecindad de un enemigo atre-
vido é inquieto. Las tribus salvajes que se hallaban alrededoi' de las
Doctrinas, se les declaraban enemigas algunas veces, y valiéndose
— 136 —
de sorpresas propias de los indios, causaban en haciendas y per-
las

sonas estragos considerables.


Semejante al de los Guaraníes era también el estado de las dos
gobernaciones de Paraguay y Río de la Plata; y este fué el motivo
de emplear á los Guaraníes como tropa auxiliar, materia de que será
preciso hablar más de una vez.
Asentado el crédito militar de los Guaraníes en sus victorias
sobre los portugueses mamelucos de San Paulo, no vieron los Gober-
nadores auxilio más oportuno en las ocasiones de defensa que el de
las milicias de Doctrinas. Más de cincuenta veces en el espacio de
cien años se vieron salir de sus tierras estos cuerpos de tropas por
orden de los Gobernadores en crecido número, y siempre con tanta
sumisión en su proceder como puntualidad en su obediencia, habiendo
sido en diversas ocasiones la causa determinante del buen éxito de
las campañas.
En cuanto á las diligencias para la convocatoria, bastábale al
Gobernador un simple aviso, y tenía asegurada la prontitud del soco-
rro, no mermado, sino íntegro; sin contestaciones ni disgustos de nin-
gún género, y sin tener que preocuparse más de la ejecución, como
lo tenía que hacer al convocar otras clases de tropas: porque tratán-

dose de los Guaraníes, podía descansar plenamente en la obediencia


de ellos, y en el celo y actividad de sus misioneros.
He aquí cómo explica todo esto el P. Cardiel (1): «Los señores
» Gobernadores... cuando quieren mandar algo á los indios, no lo

«hacen con ellos inmediatamente. Si es cosa de poca monta, escriben


»al Superior, y éste, por medio de los Curas, se lo intima á los indios,
»como venido de estos señores. Si es cosa de mucha importancia,
«escriben al Provincial, éste al Superior, y el Superior se lo hace
» saber á todos los Curas, encargándoles se lo intimen y hagan ejecu-
» tar á los indios.»
»64. Manda, pongo por caso, el Sr. Gobernador que vayan
» 3.000 indios contra los amotinados del Paraguay, ó al sitio de la Co-
»lon¡a... Escribe, no á los indios, porque sabe lo que son, sino al Pro-
» vincial. Este escribe luego al Superior de las Doctrinas el orden del
«Gobernador. El Superior, como tiene la lista de todos los pueblos,
»y anda siempre visitándolos, que este es su oficio, y por eso sabe
«muy bien lo que ha}^, hace su lista en el pueblo en que se halla: se-
» ñala en ella cuánto número de indios ha de ir de cada pueblo, de unos

»más, de otros menos, según su número mayor ó menor de familias,

(1) Declaración de la verdad, § VII, núm. 63 y 64.


- 137 -
«hasta completarlos 3.000... En la lista dice cuántos de cada pueblo
»han de ser de cuántos de lanza, cuántos de honda, y cuántos
fusil,

»de solas flechas, cuánta pólvora ha de llevar cada fusil, cuántos ca-
»ballos cada soldado, cuántas muías de carga, de yerba y tabaco, y
«cuántas vacas cada pueblo, y qué día ha de salir; adonde ha de ir
» para juntarse con los demás, y qué Padres van por capellanes de

» todos, con los cabos españoles, que siempre se procura vayan diri-

»giéndolos. Este papel va por todos los pueblos. Cada Cura traslada
» luego lo que pertenece al su3'0, 3' pasa adelante. Llama luego al Co-

»rregidor y Alcalde, al Maestro de Campo y demás Oficiales princi-


» pales. Intímales el orden del Gobernador, que manda en nombre del

»Rey. Háceles una plática en orden á la obediencia que se debe á los

«Superiores temporales. Díceles lo que toca á aquel pueblo de solda-


»dos, armas, víveres, y el día que viene señalado para salir de allí

«(siempre se avisa días antes para la prudente prevención) 3' dispone


«luego todo lo necesario: y como entre nosotros, por la gracia de
«Dios, hay tanta subordinación 3^ obediencia á los Superiores, 3' en
«este punto procuramos criar los indios al modo nuestro,... luego se
» ejecuta al pie de la letra: 3' de esta manera queda Dios, el Re3^ 3^

«sus Ministros servidos.»

IV

LAS VISITAS. RECEPCIÓN DEL GOBERNADOR 44


Cuando
á los Gobernadores les parecía conveniente iban en per-
sona ó enviaban oficiales con su autoridad á los pueblos de las Doc-
trinas de Guaraníes, como á cualquiera otro de su jurisdicción. La
recepción que en tales casos se les hacía manifestaba á un mismo
tiempo la fidelidad y obediencia de aquellos pueblos, 3' el gozo de que
su Gobernador los viniese á visitar.
Los Misioneros tenían instruidos á los Guaraníes de que el Go-
bernador era el representante del Rey de España,
á quien los indios
profesaban extraordinario respeto y amor por las enseñanzas
y
exhortaciones de los mismos Padres; que venirlos á visitar el
y
Gobernador era como venirlos á visitar el Rey en persona; y así los
neófitos formaban de aquel magistrado muy alto concepto.
Preveníanse, pues, para recibirle con todas las muestras de rego-
cijo y con toda la solemnidad que les era dable. Salían á esperarle
-138-
á distancia de varias leguas las tropas de caballería, las cuales, al
encontrarle, echaban pie á tierra para hacerle su acatamiento, tremo-
lando sus banderas y dando vivas al Rey y al Gobernador: y luego,
volviendo á montar á caballo, distribuidos en dos alas á los lados del

Gobernador, le escoltaban hasta irFuera de


acercándose al pueblo.
éste y á buena distancia, esperaba el Corregidor con todo el Cabildo,
los Oficiales militares y los Misioneros; y hechos sus saludos y dada

la bienvenida, llegaban á la reducción, donde la primera diligencia,

como convenía á un gobernante cristiano, era entrar á orar breve-


mente en la iglesia. El Gobernador convocaba al pueblo, y les anun-
ciaba el objeto de su venida, dando las disposiciones oportunas para
que se fuesen evacuando las diligencias necesarias. Al dirigirse al
alojamiento que le tenían prevenido, hacía todo el pueblo en la plaza
nuevas demostraciones de aplauso y alegría. A la entrada de su
posada se veían las armas reales colocadas sobre la puerta y debajo
de ellas las propias del mismo Gobernador: y mientras atravesaba la

plaza se hacían salvas de arcabucería y flechería y se abatían las


banderas á su paso. De esta manera testifica en sus autos de visita el

Gobernador Láriz haber y nueve reduccio-


sido recibido en las diez
nes que visitó en 1647: «y el mismo recibimiento y demostraciones,
» salvas y abatimiento de banderas se ha hecho con las demás [reduc-

»ciones] donde ha entrado y visitado el dicho señor gobernador» (1).


Deteníase el Gobernador más ó menos según la necesidad, y hacía
las averiguaciones que juzgaba convenir para su intento; y en todo
este tiempo le obsequiaban los Guaraníes conforme á su posibilidad;

hasta que, llenados los fines de su visita, le acompañaban á su partida


igualmente con aparato militar hasta ponerle en los términos de otro
pueblo que ya le tenía prevenido su festivo recibimiento; de suerte
que el paso del Gobernador por las Doctrinas venía á ser un continuo
triunfo.
Ni se crea que Gobcrnadorálas Doctrinas fuese unacaeci-
la ida del

miento raro. Apenas hubo Gobernador en el Paraguay que no visitase


personalmente las Doctrinas de Guaraníes; y eso que las más cercanas
estaban casi en el extremo de la provincia, distantes de la capital
cuarenta ó cincuenta leguas de malos caminos. Las visitó Hernanda-
rias deSaavedra (2); las visitó Manuel de Frías (3); las visitó D. Luis
de Céspedes Jcria (4); y su sucesor Martín de Lcdesma Valderrama

(1) Visita de la reducción de S." M. " (Skvili.a: Arch. de Ind. 74. 6. 29: Tre-
LLEs, Arch, II. 99).
(2) P. MoNfOYA, Memorial de 1613, ni'im. 12.
(3) Ihid.
(4) Ibid.
-139-
entró é hizo en ellas el censo (1). Don Pedro de Lugo lo volvió á
hacer (2). El Gobernador Don Sebastián de León en 1648 entró en
ellasy personalmente intimó los mandatos para que le acompañasen
mil Guaraníes (3). Don Andrés de León Garavito en 1652 fué rogado
con gran instancia con Memorial que le presentó el Provincial Padre
Juan Pastor para que en su calidad de Visitador y Gobernador
entrase á visitar por su persona las Doctrinas, y no lo quiso hacer, con
gran sentimiento de la Compañía (4). El Oidor Don Juan Blásquez
de Valverde, Gobernador también y Visitador, las visitó, no sólo las
de la jurisdicción del Paraguay, sino también las otras (5). Las visitó
el Gobernador Don y\lonso Sarmiento (6); las visitó el Oidor de la
Audiencia de Buenos Aires Don Pedro de Rojas y Luna (7); y otro
tanto hizo Don Juan Diez de Andino una vez por sí (8), y otra por su
comisionado el General Pedro Brizuela y Valdivia, que hizo padrón
de los Itatines hacia 1668 (9); igualmente las visitaron Don Felipe
Rege Gorbalán (10); el Fiscal Don Diego Ibáftez de Faria, que hizo en
ellas el padrón general de 1677 (11); y el Gobernador Don Francisco
de Monforte (12). Las visitó en 1707 el Gobernador García Ros (13) en
1715, el Gobernador Don Gregorio de Bazán, que hizo padrón de los
pueblos (14), y finalmente, en 1721, el Gobernador Don Diego de
ios Reyes que hizo nuevo padrón (]v5)habiendo entrado todavía en ellas

el usurpador Antequera (16): y fué éste el último tiempo en que estu-

vieron sujetas al Paraguay, como arriba queda explicado.


En los Gobernadores de Buenos Aires concurrieron dos estorbos
para dificultar seriamente aquellas visitas. Uno fué el hallarse las
reducciones á distancia de doscientas leguas, y con malos medios de

(1) MoNTOYA, Memorial de 1643, núm. 12.


(2) Ibid.
Roma, Arch. di Stato, Informationum, lib. 37, fol. 223.
(3)
Memorial del P. Juan Pastor, en Xarque, insignes misioneros, lib. II, capí-
(I)
tulo XLVII.
(5) Blásquez de Valverde, en carta al Consejo, fecha 15 de Enero de 1658.
(Sevilla, Arch. de Ind. 122. 3. 2. lib. 6).
(6) Jarque Insignes misioneros, lib. III, cap. VIII, n. 1.

(7) Ibid.
(8) Ibid.
(9)Pedimento del P. Tomás de Baeza á la Audiencia de Buenos Aires en 1672
(BuHNOs Aires, Arch. gen, legajo Compañía de Jesús /Cédulas reales/ 1.
(10) Jarque, ubi sup.
(II) Carta del mismo fiscal Ibáñez á 22 de Octubre de 1677 (Trelles, yl»eA"os,
número 31).
(12) Memorial del P. Ignacio de Frías para el Presidente del Consejo de Indias,
1094.
(13) García Ros, Informe al Rey en 1." de Octubre de 1707 (Trelles, Anexos).
(14) Nusdorffer, Información de 1735 (Río Janeiro, Col. Angelis, XIV, 2),
(15) Ibid.
(16) Lozano, Revoluciones del Paraguay, lib. II, cap. Vlí.
-140-
comunicación. Otro, la necesidad de no abandonar la ciudad capital, la

más expuesta de todo el territorio á los asaltos de las naciones extran-


jeras, y la más importante en cuanto á su conservación, á que parece
se agregó expreso mandato de que el Gobernador no se ausentase de
la ciudad del Puerto, á fin de que estuviera pronto á la defensa en
cualquier acaecimiento. Mal podía, pues, emprender una visita que
forzosamente le había de ocupar varios meses.— Sin embargo de estos
inconvenientes, fueron visitadas las Doctrinas de la jurisdicción de
Buenos Aires, unas veces por los mismos Gobernadores, y otras por
Visitadores nombrados expresamente desde Madrid, que supliesen lo
que los Gobernadores no podían hacer. Así, el Gobernador Don
Jacinto de Láriz visitó en 1647, no sólo las Doctrinas sujetas á Buenos
Aires, sino también las sujetas al Paraguay (1); y en 1657 hizo también
unas y otras y padrón general el Oidor de Charcas D. Juan
visita de
Blásquez de Valverde (2). Pocos años más tarde entró en las Doctri-
nas de las dos jurisdicciones y las visitó el Oidor de Buenos Aires Don

Pedro de Rojas y Luna (3). El P. Provincial Agustín de Aragón instó


encarecidamente al Gobernador y Presidente de la Audiencia de
Buenos Aires Salazar para que fuese personalmente á visitarlas; y
aunque él no lo hizo, pero fué á visitar las de una y otra provincia, é
hizo en ellas nuevo padrón el Fiscal de la Audiencia Don Diego Ibá-
ñez de Faria en 1677 (4), y más adelante estuvo en Doctrinas no una
vez sola Don Bruno Mauricio de Zavala (5), sin contar con los últimos
Gobernadores Andonaegui y Cevallos, quienes, con ocasión del alza-
miento de los siete pueblos, residieron en las Doctrinas años enteros.
Y quizá para suplir la dificultad que tenían los Gobernadores de
Buenos Aires en acudir personalmente á la visita de las Doctrinas,
se introdujo la costumbre de bajar los Corregidores á Buenos Aires
cada vez que llegaba nuevo Gobernador. «Han venido á dar la obe-
»diencia que acostumbran cada nuevo gobierno», (6) dice el Goberna-
dor Don Andrés de Robles en 1674. Y el P. Cardiel-(7) refiere en 1758
que preguntados los Cabildos de Guaraníes públicamente sobre su
obediencia al Rey «dijeron los indios... que sabían muy bien... que los

«Gobernadores que venían á Buenos Aires eran enviados por él; j^


»por eso en llegando bajaban todos los Corregidores de los treinta

(1) Autos de Visita de Láriz, (Sevilla, Arch. de Indias, 74. 6, 29).


(2) Carta de Blásquez referida en Cédula de 18 Nov. 1659 (Sevilla. Arch. de
Indias, 122. 3. 2. vol. 6).
(3) Jarquh, ubi sup.
(4) Carta cit. en la nota 11 de la pág. antee.
(5) LozArro, Revoluciones lib.VI, cap. XI, n. 8.

(6) Trelles, Anexos, núm. 47.


(7) Declaración, núm. 66.
- 141 -
«pueblos á rendirle la obediencia por estar en lugar del Rey, como lo

»veía todo Buenos Aires.»


De estas frecuentes entradas de los Gobernadores y Ministros
reales, quienes por ellas tenían bien conocidas las Doctrinas y su
arreglado proceder, constaba en el Consejo de Indias por sus autos é
informes; y por lo mismo, después del maduro examen de todos los

documentos en espacio de tres años, dio testimonio el Rey Felipe V


de que el buen estado de las Misiones del Paraguay se justificaba
«por las continuas visitas de los Gobernadores» (1).

A la verdad, los Misioneros no sólo no ponían dificultad para que


los Gobernadores visitasen las Doctrinas; sino que, por el contrario,
instaban para que las visitasen. «Bien sabe vuestro Presidente Don
»Josef Martínez de Salazar y Don Juan Diez de Andino las instancias
»que el Padre Provincial hizo para que fuesen á dicha visita, que es
»señal que los Padres no rehusan, sino lo desean.» dice el P. Baeza,
hablando con la Real Audiencia de Buenos Aires (2), y añade: «Los
»Padres Curas obran lo que deben, y así no aborrecen Reciben
la luz.

»como beneficio cualquiera Visita; y ya saben por experiencia que


»ganan siempre tantos defensores á sus acciones empleos apostó- )''

»licos, cuantos visitadores han entrado.»

(1) Céd. de 28 de dic. de 1743, al fin,

(2) Memorial en 1672 (Sevilla, Arch. de Ind. 74. 4. 15),


CAPITULO V

VASALLAJE AL REY: EL TRIBUTO


1, —
Circunstancias del tributo: Cantidad. Personas. Materia. 2. En qué tiempo
habían de empezar á tributar las Doctrinas. — 3. Impóneseles el tributo. 4. Trá-—

mites para ejecutar el decreto de lb49. 5. La forma de recaudar el tributo. 6. —
Efectos de la resolución de Blásquez de Valverde.

Sometidos los indios á la autoridad del Rey de España, sea por las

armas, sea ofreciéndose voluntariamente á ser vasallos suyos y per-


tenecer á la sociedad española por persuadirse con las exhortaciones
de los misioneros y el conocimiento de las ventajas de la vida civil de
que esto les convenía; era necesario que diesen muestra de su subor-

dinación sufriendo alguna carga ó prestando algún servicio. Porque


así como no hubieran creído ser recibidos por tales subditos, si el Rey
no se hubiese tomado cuidado alguno por su bienestar y defensa, así
también hubiera parecido una ficción el vasallaje, si á nada efectivo
hubiesen quedado obligados. Además, en provecho de los indígenas, no
tomaban
sólo se las providencias ordinarias de defensa y gobierno,
comunes á todas las partes de la monarquía; sino que se hacían ingen-

tes gastos en conducir desde Europa 3" sustentar en América nume-


rosas expediciones de misioneros que los doctrinasen, les enseñasen
vida social y cristiana; y 3'a reducidos A pueblos, los rigiesen en lo
espiritual y temporal. Razón era, pues, también que contribuyesen
los indios, cuando 3'a les fué posible, con lo necesario para la decente
sustentación de sus doctrineros y el culto debido de las iglesias. Estos
dos, y más principalmente el primero, fueron los fundamentos del
tributo, cuyas circunstancias se han de examinar, primero en los

indios en general, y luego en especial en los Guaraníes.


-143-

CIRCUNSTANCIAS DEL TRIBUTO


Cantidad

El tributo que las Leyes de Indias imponían á los Indios era una
capitación, ó sea, un tanto por cabeza de cada uno de los vasallos.
Varió con los tiempos la cantidad del tributo, la calidad de los tri-

butarios y el modo de cobranza.


La cantidad estaba tasada por Felipe III en Resolución de Madrid
de 10 de Octubre de 1618 para estas provincias meridionales de Amé-
rica en seis pesos huecos por año; por lo que, estimándose un peso
hueco ó pagado en frutos de la tierra como equivalente á seis reales
de plata, venían á ser treinta y seis reales de plata, que contados en
pesos ordinarios de ocho reales, hacían cuatro pesos y medio de plata-
Esta cantidad fué modificada respecto de los indios Guaraníes de
las misiones de la Compañía, en razón de los notables servicios á la

Corona que ya tenían hechos, y del oficio que se les daba de cuerpo
de guarniciófi de fronteras; y en obedecimiento del encargo del Rey,
quien en Cédula de 14 de Febrero de 1647 (1), ordenaba al Virrey que
les ha parecido cometeros y encargaros
diese alivio en los tributos:
pongáis todo cuidado en procurar el alivio de los indios de las
dichas reducciones (en los tributos que pagaran). Por estos motivos
les señaló el virrey conde de Salvatierra en Decisión de 21 de Junio
de 1649 (2) tributos á Su Majestad en reconocimiento de señorío y
vasallaje un peso de ocho reales por cada un indio, — La misma can-
tidad se confirmó por Cédula Real de 26 de Octubre de 1661 (3) diri-

gida á don Juan Blásquez de Valverde, y por otra de 18 de Noviembre


de 1663 (4). Y
así es más extraño que la Audiencia que en 1663 se
estableció en Buenos Aires decretase con fecha 9 de Junio de 1664 (5)
que la cantidad fuera <fe a /res /)gsos de á ocho reales por cada un

año. Pero en la realidad semejante decreto, como opuesto á las con-


cesiones y voluntad del Rey, no tuvo efecto. La resolución definitiva,
expresada en Cédula Real de Lerma á 2 de Noviembre de 1679 (6),
después de recibido el padrón é informes del Oidor don Diego Ibáñez

(1)

legajo Compañía de Jesús, Cédulas reales, 1.


-14-1-

de Faria, fué que la cantidad que tributaren todos los que no están
exemptos á razón de ocho reales cada uno al año, se entre en mis
Cajas reales.
Nuevamente se pretendió en 1705 aumentar el tributo de los Gua-
raníes, estribando en una Cédula real obtenida con siniestros infor-
mes; pero representadas las razones por las cuales habían sido privi-
legiados, y las que posteriormente se habían añadido, (1) resolvió el
Monarca que no se hiciese novedad, y confirmó sólo el mandato de
que se remitiesen informes (2); recibidos los cuales, decretó el Rey
Felipe V, en una Cédula de 1711 (3) que no debían pagar por tributo
sino el peso anual que tenían impuesto. Resolución que confirmó con
lasrazones y términos más eficaces, empeñando su palabra real en
Cédula de 28 de Junio de 1716 (4), de que «jamás vendré Yo en gravar-
los en nada más que aquello que según parece contribuyen para la ma-
nutención delas mismas Misiones y Reducciones»; y mandando que se

comunicase esta su voluntad á los indios; como lo ejecutó el Goberna-


dor de Buenos Aires D. Bruno Mauricio de Zavala, que hizo publi-
car la gracia del Rey á son de tambor en los pueblos Guaraníes (5).

Esta resolución tuvo efecto siempre en adelante. No se alteró el


tributo de un peso ni aun con las malévolas informaciones del Gober-
nador del Paraguay D. ]\Iartín de Barúa en 1730, las cuales fueron
calificadas por Felipe V, después de maduro examen en el Consejo
de Indias; con el nombre áe falsas calumnias é imposturas (6). Y sin
disputa ni oposición siguió fija esta cantidad aun después de expulsa-
dos los jesuítas desde 1768 hasta 1810.
Las razones para eximir á Guaraníes del pago de una
los indios
parte del tributo que solían pagar los demás indios, eran muy pode-
rosas. Los Guaraníes de Misiones, aunque relevados de servicio per-
sonal por provisión real de la Audiencia de Charcas en 1631 y del
Virrey del Perú en 1633, que fueron luego confirmadas por Cédu-
las Reales de 1647 y 1661; aunque exentos de mita por la costumbre
de otros países, donde no había más mita que la del servicio personal;
no obstante, en varias ocasiones habían acudido á los trabajos de uti-
lidad pública,llamados con autoridad del Rey; y con tanto mayor
provecho y efecto, cuanto por haber crecido mucho en sus pueblos,

(1) Memoria, al Rey Felipe V en 1708, P. Francisco Bargés.


(2) Cédula Real de Madrid 30 de Mayo de 1708, con su declaración de 9 Octu-
bre de 1708.
(3) Citada en la de 28 de Dicienabre de 1743, pnnto 1.°.
(4) Tkellks Anexos, n.° 31.
(5) Céd. de 28 dic, 1743, al principio, § Instruido mi Consejo.
(6) La misma Céd. al fin.
- 145-
libres de las vejaciones de los encomenderos, que mermaban la po-
blación en otras Misiones, y por estar muy bien disciplinados, proce-
dían con gran orden, y ejecutaban mucha tarea. Además de esto, el
oficio que se les señalaba de cuerpo de guarnición para las fronte-
ras, ó como entonces se decía, presidiarios del presidio y opósito
de los Portugueses del Brasil vano ó mera fór-
(1), no era un título

mula, sino una realidad; pues perpetuamente fueron los Guaraníes de


las Misiones jesuíticas la muralla que mantuvo la línea divisoria con-
tra las invasiones de los portugueses, que pugnaban por arrebatar
donde quiera que podían á la corona de España vastos territorios y
los hubieran arrebatado mayores, á no hallar defendiendo sus tierras

nativas á estos indios, que les llegaron á imponer respeto, y más de


una vez los escarmentaron seriamente.
De estas dos materias del servicio en trabajos de edificación y
obras públicas, y en defensa de las fronteras se ha de volver á tratar
al evaluar los efectos de la acción de los Misioneros; y así por ahora
baste notar que sólo por el servicio militar que prestaban, y las haza-
ñas de guerra en que se señalaron, merecían á juicio de personas
prudentes, no sólo que se les rebajara el tributo de cuatro pesos y
medio á un peso, como se hizo; sino el que fueran exentos de todo tri-

buto, 3^ aun el que se les añadiera recompensa; pues al soldado no le

cobra el Re}' tributo, sino que le da paga.


Así lo reconocieron los Monarcas; y por eso Felipe IV dijo en
1647 (2): ha parecido cometeros y encargaros pongáis todo cuidado
en procurar por el alivio [de tributos] de los indios de dichas reduc-
ciones, pites es justo asistirlos, por lo bien que se dice han servido
defendiéndose de los rebeldes de Portugal. — Y Felipe V en 1743 (3),
se reconocía que estos Indios, siendo elantemural de aquella Pro-
vincia, hacían á mi Real Corona un servicio como ningunos otros;
— Vasallos que le ahorran [á la Corona] la Tropa que se necesitarla,
y no la hay en aquellos paragcs; [y son para] las Plasas del Para-
guay y Buenos Aires una defensa inexpugnable de tantos años á
esta parte.

Personas
Los indios tributarios, hablando en general, fueron en un prin-
cipio todos aquellos que llevasen ya dos años de convertidos y esta-

(1) Provisión Real del Virrey del Perú conde de Salvatierra, á 21 de Junio
de 1649.
(2) Céd. de Madrid á 14 de Febrero de 1647.
(3) Céd. de 28 de dic. de 1743, poco antes del ]er. punto.

10 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes.


-146 —
blecidos sólidamente en reducción, privilegio otorgado por Felipe 11(1)
en favor de la fe y para fomento de las poblaciones. Este plazo se
amplió más tarde por Cédula de Felipe III (2) dilatándolo hasta los
diez primeros años después de establecida la reducción. Las circuns-
tancias especiales con que se habían convertido los indios del Para-
guay por la predicación de los Jesuítas, y la generosidad de los Guara-
níes en doblar sus cervices al yugo del Evangelio, sometiéndose gus-
tosos á la obediencia del Rey de España por la persuasión de sus

Misioneros, siendo así que por las armas no habían podido ser rendi-
dos; movieron á Felipe IV á que hiciese con ellos una excepción, con-
cediéndoles veinte años después de fundados sus pueblos antes de
que empezase á correr el tributo (3): gracia que fué confirmada y
les

ampliada á los que en adelante se redujesen en iguales condiciones


por Cédula de 6 de Marzo de 1687 (4). Después de los veinte años,
las personas que creyesen tener derecho á encomiendas, debían re-
clamar ante la Audiencia: y si los indios no eran de encomienda de
particulares, sino encabezados en la Corona Real, tocaba al Rey ó á
los Tribunales superiores fijar las circunstancias con que se había de

entablar el tributo.

Por razón de su calidad, estaban exentos de tributo los Caciques


y sus mayorazgos en todas las Indias según Cédula Real de Felipe II
á 17 de Julio de 1572. Y lo que más es, tenía ordenado Carlos V (5),
que si en alguna parte hubiese costumbre de que los indios pagaran
tributo á sus caciques, no se interrumpiera esta práctica. Las Or-
denanzas exceptuaban además, en las Provincias del Río de la Plata,
á los corregidores, alcaldes, fiscales y sirvientes de las iglesias (6).
Las mujeres no pagaban tributo.
Por razón de edad, eran contados como tributarios solamente los
indios que tenían cumplidos diez y ocho años y no pasaban de cin-
cuenta, según Cédula Real de Felipe II á 5 de Julio de 1578. En la
última decisión acerca del tributo de los Guaraníes de Misiones, con-
tenida en la Cédula Real de Lerma á 2 de Noviembre de 1679 (7), se
estableció que sólo empezasen á pagar tributo los que ya hubieran
cumplido diez y ocho años; y continuasen pagándolo hasta cumplir
los cincuenta.

(1) Cédula de 1575; lev 2. tit. 5. lib. 6. R. I.


(2) Céd. de 1607, Ley 3. tit. 5. lib. 6. R. I.
(3) Céd. R. de 7 de Abril de 1643.
(4) R. nota á la Ley 3. tit. 5. lib. 6.
I.

(5) Céd. de 18 Enero 1552: ley 8. tit. 7. lib, 6. R. L


(6) Céd. de 2 de nov. 1679, núm. 6.
(7) Apénd. ni'im. 7.
147

Materia

El modo de satisfacer el tributo señalado desde un principio en las


Lej^es de Indias era que los indios entregasen en especie los frutos
que en sus tierras cosechaban hasta llegar al valor de la tasa que de-
bían pagar. Consta así de Cédulas Reales de Carlos V en 1536 (1), y
de Felipe IV en 1633 (2), de las que se formaron las leyes 21 y 25 ti-

tulo 5. lib. 6. de la Recopilación de leyes de Indias. Dióseles más ade-


lante facultad de pagar si querían en plata por Cédula de 1693, pero
añadiendo que era preferible que lo hiciesen en especie (3).

El motivo de tanta insistencia de las leyes para que nunca fuesen


obligados A pagar en plata ni aun aquella corta cantidad que compo-
nía su tributo, y para inclinarlos á que pagasen más bien en especie,
era favorecer al indio imprevisor, y facilitarle el pago obligatorio,
librándole de la diligencia intermedia de la venta de sus productos
para convertirlos en dinero, que llevaba consigo las más veces tras-

portes penosos á largas distancias, deterioro de los efectos, falta de


compradores, y fraudes con que era explotada la simplicidad del in-
dígena.
Lo que en esta razón se estableció en desfavor de los Guaraníes,
merece ser tratado aparte.

II

EN QUÉ TIEMPO HABÍAN DE EMPEZAR Á TRIBUTAR


LAS DOCTRINAS

Conforme á las precedentes normas, se impuso á los indios el tri-

buto por parte de los Gobernadores españoles en las reducciones doc-


trinadas por los Jesuítas.
El plazo primeramente de diez años y luego de veinte había de
empezarse á contar desde el día que la reducción era aprobada por
el Gobernador en nombre del Rey, dándola ya por fundada, que era

precisamente el requisito exigido por los Oficiales reales para empe-


gar á contar el sínodo ó limosna para sustento de los misioneros. Por
consiguiente, si se pudiesen consultar los libros de las Cajas Reales,

(1) Madrid, 19 de TuHo de 1536.


(2) 6 de abril de 1633.
(3) Carlos II, 29 de Junio de 1693, ley 29, tit. 5, lib. 6, R. I.
-148-
sabríamos con toda certidumbre el tiempo en que los Guaraníes ha-
bían de empezar á ser tributarios en rigor de derecho; puesto que-
tales aprobaciones se trasladaban en copia auténtica á los libros de
los Oficiales reales, y sólo en virtud de ellas se libraba el sínodo á
los Misioneros.

La aprobación no se concedía cuando los Misioneros emprendían'


la reducción, para no aprobar como
y permanente un estableci-
fijo

miento que al día siguiente podía estar deshecho. Porque como al


principiar á doctrinarlos había indios que querían reducirse, y los ha-
bía que lo repugnaban: y aun sucedía que después de hallarse redu-
cidos en gran número, de repente por levísima causa se indisponían
y se retiraban uno ó muchos, y á veces se desbandaban todos; los Go-
bernadores andaban muy despacio en aprobar; y así no era raro ver
pasar varios años entre la primera empresa de los Misioneros, y la
fundación oficial ó aprobación del Gobernador que en nombre del Rey
daba por firme y estable la reducción.— Todas estas son observacio-
nes prácticas del P. Francisco Díaz Taño, quien por haber sido Mi-
sionero en el Guayrá y más tarde Superior de todas las Misiones,

Rector de Buenos Aires, Procurador en negocios de Misiones en


Charcas, en Madrid y en Roma, tuvo experiencia inmediata de cuanto
afirma (1). De él son también las noticias que se utilizan en este
párrafo.
Según esto, aunque falta alguno que otro dato para poder asentar
con certidumbre el tiempo en que debían empezar á tributar todas
las doctrinas de Guaianíes, quedan los suficientes para fijarlo en la ge-
neralidad de ellas.
Entre las últimas reducciones aprobadas se cuentan las que en
1647 admitió don Jacinto de Láriz, y eran las de los indios que en
1638 habían sido acometidos de los portugueses en el Tape, y huyen-
do de la sierra, vinieron á formar nuevas poblaciones entre el Paraná
y Uruguay. Eran estas (2) Santo Tomé, San José, San Cosme, San
Miguel y Santa Ana; y consiguientemente, no les correspondía pagar
tributo hasta llegar el año de 1667, en que se cumplían los veinte

años de espera en favor de la fe.

Pero todavía hubo otras posteriores y fueron las de Santa María


de Fe y Santiago, formadas primitivamente en la comarca del Itatín,
y que no fueron aprobadas sino á 7 de Noviembre de 1656, en que las
recibió como Doctrinas y presentó por Curas de ellas á los Padres

(I) Advertencias: Archivo general de Buenos Aires legajo rotulado «Misiones-


Varios años /l/»:]pieza 40.
(2} Láriz, JAiitos de visita: Skvilla: Arch. de Indias, 74-6-29.
-149-
Hisioneros el Oidor don Juan Blásquez de Valverde (1). Cumplían
éstas su período en 1676.
De las quince reducciones anteriores á estas siete, he aquí cómo
discurre elDíaz Taño en un Memorial dirigido al Visitador y
P.
Oidor don Juan Blásquez de V^alverde (2): Los que han cumplido los
diez primeros años, son los indios de las quince Reducciones di-
chas...: y los segundos diez años comenzaron desde el día que llegó
d esta provincia [la Real Cédula de 7 de Abril de 1743], y se pre-
sentó al señor don Andrés Garavito de León, que fué el año de
1651, y se pidió ejecución de ella.
Según esta cuenta, los quince pueblos primeros no debían empezar
á. tributar hasta cumplida la segunda serie de diez años en 1661. Y
éste era, en efecto, el privilegio que se les había concedido: qite en
los que ya hubieren pasado de los diez años primeros, corratt los
diez que agora se les prorrogan, desde el día que esta mi Cédula
llegare d aquellas provincias (3).

De suerte que, enumerando por orden las 22 Doctrinas que en-


tonces había, vencía el plazo en que se debía exigir el tributo:

Para las quince Doctrinas primeras: San Ignacio guazú, Loreto,


San Ignacio miní, Itapúa, Concepción, Corpus, Santa María la Ma-
yor, San Nicolás, Yapeyú, San Javier, Candelaria, la Cruz, San
Carlos, Apóstoles y Mártires: en 1661.
Para las cinco últimas del Tape, Santo Tomé, San José, Santa
Ana, San Cosme y San Miguel: en 1667.
Para las de itatines, Santa María de Fe y Santiago: en 1676,

No Informe del Oidor Blásquez de Valver-


era, pues, ajustado el
de, cuando á principios de 1658 (4), afirmaba quel privilegio que te-
nían losdihos indios para dejar de tributar había muclios años que
£ra cumplido: porque en ninguna de las Doctrinas se había cumplido
todavía; y en varias de ellas faltaban bastantes años para que se
-cumpliese.
En los once pueblos fundados más tarde hasta llegar al número de
treinta y que se contaban en tiempo de la expulsión, se aplicó la
tres
regla ya fijada después del censo de Ibáñez por la Cédula de 1679,
<:ontando veinte años desde el día de su aprobación, cuando era de
indios recién convertidos: y así los tres últimos pueblos, San Joaquín,
San Estanislao y Belén, aprobados después de 1756, no tuvieron

(1) Taño, Advertencias cit.


{2) Río Janeiro, Colección Ángelis, IX-11.
(3) R. C. de Madrid, 7 de Abril de 1643. Apénd. núm. 3.
(4) Palabras citadas en la Céd, real de 26 de Octubre de 1661, V. el Apénd.
-150-
tiempo de tributar mientras permanecieron en América los Jesuítas,

pues cumplían sus veinte años después de 1776.

III

IMPÓNESE EL TRIBUTO Á LAS DOCTRINAS

Distaba mucho todavía de cumplirse el plazo de privilegio que el


Monarca daba á los recién convertidos para no tributar, y ya los
Jesuítas urgían y suplicaban que se señalara tributo, y se declarase
el modo cómo lo habían de pagar, para que empezaran á satisfacerlo
tan luego como estuvieran obligados. Y lo suplicaban con la instancia
que descubre el Memorial del P. Antonio Ruiz de Monto3^a enviado
como Procurador de la Provincia del Paraguay á Roma y á Ma-
drid (1): <íY habiendo ya pasado los diez años... siendo don Pedro
de Lugo Gobernador .^
le Compañía el
hizo notorio por parte de la
P Diego de Alfar o, Rector del Colegio de la Asunción^ como habían
.

ya cumplido algunos los diez años, pidiéndole diese orden que pa-
gasen el debido tributo á V. Majestad: y el dicho Gobernador res-
pondió que no le pertenecía á él eso, sino al Visitador que V. Ma-
jestad enviase á la visita, y tasa de dichos indios... Consta de me-
moriales, y de qvinck veces que el suplicante [Padre MontoyaJ etr
espacio de cuatro años que asiste en esta Corte, entre otras cosas
ha pedido á Majestad que se nombre Visitador cristiano que los
V.
visitey y mostrándose V. Majestad tan Señor de aquellas In-
tase;
dias, cuanto desinteresado deltas, en tres años no ha querido res-
ponder d este punto, hasta que instando el suplicante se tasen y
tributen... V. Majestad se ha servido remitir la visita al Obispo y
Gobernador añadiendo con su real benignidad, que los indios, los
,

ya convertidos, como los que se convirtieren, no pague ti tributo


alguno en veinte años. Los hechos que revela este Memorial, que no
pueden dejar de ser ciertos, pues no puede haber tergiversación ni
inadvertencia en el suplicante en cosas tan públicas y en materia tan
reparada como son los tributos, hablando de esta materia con el Rey
3' con su Consejo de Indias; la instancia del P. Superior Alfaro, el
repetir quince veces su pedimento el P. Montoya para obtener decla-
ración del tributo y Visitador que lo entablase; son otras tantas prue-

(1) Memorial de 1643. V. Apénd. al libro 2.", m'im. 52.


- 151 -
bas evidentes de que los Jesuítas del Paraguay hicieron en este punto
mucho más de lo que era menester para cumplir con suobUgación.
No es extraño que al visitar cuatro años más tarde Gobernador
el

don Jacinto de Láriz las reducciones del Río de la Plata 3' juntamente
las del Paraguay, y dar testimonio en su visita de que aquellos pue-

blos no habían sido aún tasados, es decir, no se les había señalado


todavía cuánto y en qué especie ó forma habían de satisfacer por
tributo; encontrase tan prontos los Padres doctrineros á aceptar la

propuesta que les hizo, de que convendría que aquellos indios, ya


sosegados después de tantas congojas pasadas y mudanzas de tierras,
pagasen algún tributo, y con eso aliviasen la Hacienda real, dándole
como suministrar el sínodo á los Misioneros: Comuniqué y traté con
los dichos Padres ser rasóii, justo y debido á vuestra Majestad
reconocerle con algún tributo moderado, sin que les pueda ser car-
goso á los indios, escusando el pagar más estipendios tan cuantio-
sos como los que hasta agora se han pagado de la Real liacienda, y
ayudar con ello d otras situaciones que hay en esta Real Caja, pues
ya ha pasado más tiempo de diez años, que es el permitido desde
su conversión. Vitiieron en ello dichos Padres, no encomendándose
á particulares, sino que queden en la Real Corona, que dichos indios
estarán cojitentos, y acudirán con voluntad á la satisfacción del tal
tributo. Este ha parecido se puede señalar de tres pesos de ocho rea-
les cada indio de los de edad de manejo de armas en cada un año
desde dies y ocho hasta cincuenta años, según corren las ordenan-
zas d estas provincias., que les será fácil acudir á dichas tales fac-
ciones: con este procedido se podrá satisfacer al estipendio de
dichos padres, que Jiasta agora ha sido de siete mil pesos en cada
un año, y sobrar cantidad... (1). A la verdad, los que en la Asunción
desde 1638 y en Madrid en 1639, 40, 41 y 42 habían estado solicitando
que se señalase y cobrase el tributo, no tenían dificultad alguna en
1647 en que éste se enterase. En una cosa erraba el Gobernador: y
es en creerse facultado para imponerlo y señalarlo él por su propia
autoridad; y en este punto supo mejor el alcance de sus facultades el

gobernador Lugo, quien contestó Diego de Alfaro que no le


al P.
pertenecía á él eso, sino al visitador que Su Majestad enviase á la
visita y tasa de dichos indios (2). Pero por ventura el Gobernador
Láriz estaba empeñado en ver pronto en las Cajas reales de Buenos
Aires el producido del tributo; y ese deseo no le dejó pensar en la
competencia de quién lo había de imponer. Ignoraba además que

(1) Autos de Visita de Láriz (Sevilla Arch. de Indias. 74-6-29).


(2) MoNTOYA, Memorial de 1642 (Apead).
-152-
hacía cuatro años se había libradola Cédula que eximía de tributos á

losGuaraníes por veinte años, así á los ya convertidos como á los


que se convirtieren en adelante (1), y que ya la Cédula venía cami-
nando para estas partes.
Y en efecto, habiendo llegado las provisiones, y presentadas al

Gobernador Láriz, para que, como en ellas se prevenía, intimase esta


merced á los Guaraníes, y pasase á hacer el padrón de ellos, no
las quiso cumplir: y fué éste uno de los cargos que se le hicieron
cuando al acabar su gobierno hubo de sufrir el juicio de residencia.
En este tiempo, dice el P. Taño (2), llegaron las dichas Cédulas al
Oidor D. Andrés Garabito, como consta de los autos, y él las remi-
tió al Gobernador de Buenos Aires y Oficiales reales, para que las
^

ejecutasen; y el P. Juan Pastor bajó en persona acá desde el Pa-


raguay, y las intimó, como consta de los autos, que están en las
Reales Cajas de Buenos Aires; y habiendo llegado en este tiempo
una Real cédula de 1649 remitida al dicho Gobernador D. Jacinto
,

de Lar i 3 para que matriculase los indios, y ejecutase dichas Rea-


les cédulas, haciéndoles sabedores de la merced que
S. M. les hacia

y que en razón de la cobranza no innovase /¡asta que el Real Con-


sejo ordenase otra cosa, el dicho Gobernador no quiso ejecutar di-
cha Real cédula, ni fué á matricular dichos indios, ni Jiacer las
tasas de las cosas en que liabian de pagar dicJio tributo, por lo cual
se le hizo cargo en la residencia que se le tomó, etc
Mientras el Gobernador Láriz actuaba en territorio de Misiones,
adonde le había conducido principalmente el errado asenso á los pro-
paladores de minas de oro, volvía 3'a de España el P. Antonio Ruiz
de Montoya, y presentaba ante el Virrey conde de Salvatierra la
Cédula real por la cual cometía Felipe IV á su Virrey del Perú el

resolver acerca de la cantidad y modo del tributo de los Guaraníes


de Doctrinas (3), recomendándole que^ atentos los buenos servicios

con que se habían seña.\í\áo, pusiera todo cuidado en procurar por


el alivio de los indios en los tributos que pagaran. Apo3'aba el celoso

Misionero y defensor de los indios la presentación de la Cédula


con certificación de los servicios de los Guaraníes y del modo de su
conversión, acreditado todo esto por un capitán vecino de Córdoba
del Tucumán y otro testigo vecino de Potosí (4): 3' sugería varios
medios para facilitar la imposición 3' exacción del tributo, dado que

(1)Montoya, Memorial de 1642. (Apénd.)


(2) —
Taño, advertencias varias. Circa tributa indoriim, Arch. gen.: legajo
Mis. / Varios / pieza iO.
1 ,

(3) Cédula de 14 de Febrero de 1647.


(4) Thellís, Anexos, ni'im. 23, p. 85.
- 153 -
absolutamente se hubiera de imponer; pues, como allí discurre, te-
nían suficientes méritos para ser eximidos de todo tributo. Y adu-
ciendo ejemplos de otros indios cá quienes el Rey había concedido
exención absoluta de todo tributo, prueba que eran mayores las razo-
nes que militaban en favor de los Guaraníes. Respecto de los medios
que propuso para hacer efectivo el tributo, se hablará más abajo.
Efecto de la presentación del P. Montoya fué la provisión
real del Virre}' de Lima conde de Salvatierra á 16 de Marzo
de 1649 (1), en Acuerdo general de Hacienda, oído
y el Pro- el fiscal

tector de Naturales, en que se decretó que pagasen cada uno de los


Guaraníes tributarios un peso de ocho reales anualmente en plata y
no en especie.

IV

TRÁMITES PARA EJECUTAR EL DECRETO DE 1649

La provisión del Virrey conde de Salvatierra de 21 de Junio


de 1649 es la que, recibida en el Paragua}', presentó el P. Provincial
Juan Pastor al Oidor D. Andrés Garavito de León, que desde la
Audiencia de Charcas había sido enviado con facultad directa del
mismo Virrey para averiguar y sentenciar en las causas de distur-
bios de aquella provincia. Instaba con eficacia el P. Pastor sobre la
necesidad que había de que pasase personalmente el Oidor á visitar
las Doctrinas; y uno de los motivos que alegó entre los otros, era
para que V. S... les diese forma en todo, de lo que lian de hacer en
adelante en servicio de S. 31., que los ha tomado bajo de su protec-
ción. . . con obligación de que cada año paguen de tributo y vasallaje
á M. un peso de plata corriente, como consta de la Cedida, y
S.
Provisión, que con ésta presento original^ etc. (2); y por consiguien-
te, pedía de nuevo que se hiciesen las últimas diligencias para enta-

blar la cobranza del tributo.No se verificó la visita, cosa que sintie-


ron los Padres de Compañía, porque era bien necesaria para aca-
la

llar las voces de la maledicencia y hubo de hacerse muy pronto por

otro, de orden del Rey. Tampoco quiso el Visitador entablar el tri-


buto, diciendo que la provisión hablaba con los Oficiales reales, mas
no con él. Entonces el Provincial en. persona bajó al Puerto de Bue-

(1) Apénd. núm. 5.


(.2) Xarque, Insignes Misioneros del Paraguay, lib. II. cap. XLVII. núm. 5.
-154-
nos Aires á intimar la provisión á los Oficiales reales, quienes igual-
mente se excusaron, alegando hallarse entonces mismo ocupados en
la residencia y visita de Cajas. Finalmente, llegado á estas provincias
el Visitador D. Juan Blásquez de Valverde, el P . Provincial Fran-
cisco Vásqiies de la Mota me ordenó^ dice el P. Francisco Díaz Ta-
que fuese al Para-
ño, cuyas son todas las precedentes noticias (1),
guay, y llevase la dicha provisión y diligencias que Jiabianios lie-
cho para que dicho señor Oidor las viese y mandase poner en
ejecución, como lo hice, y consta de los autos que remitió el dicho
señor Oidor tocantes al tributo.
Tanto era empeño de los Jesuítas en esta materia, que hubiese
el

bastado para hacer enmudecer avergonzada la calumnia levantada


y repetida contra ellos de que estorbaban los tiibutos, si no fuera
que la calumnia se ceba perpetua é insaciable en la mentira y en la
fama Y
fueron tantas las diligencias que lucieron,
del inocente.
añade el mismo P. Taño, que muchos seculares condenaban d los
Padres por demasiados en esto (2).
Hacíanse estos pedimentos en el año de 1652 y siguientes; y en-
tonces mismo se estaba expidiendo en Madrid una larga instrucción
para comisionado Oidor D. Juan Blásquez de Valverde; y en ella,
el

con fecha 10 de Junio de 1654, se le ordenaba, para suplir la omisión


de los antecedentes ministros, que examinase los documentos relati-
vos á la materia del tributo que se hallasen en la Audiencia de Char-
cas y su jurisdicción; que expusiera su juicio acerca de la convenien-
cia de hacer efectivo el tributo, enviando noticia individual de las

Cédulas reales anteriores tocantes á esta materia, é informando si

habían pasado ya todos los plazos concedidos por privilegio, á fin de


tomar resolución definitiva en el asunto: pues la malevolencia de los
émulos había llegado á tal grado, que los Jesuítas eran sindicados de
que se oponían á la recaudación de los tributos, y como si quisiesen al-
zarse con el gobierno de aquellos territorios no querían que los indios
Guaraníes tuviesen dependencia, y ni consentían que fuesen enco-
mendados en personas particulares para servir á sus encomenderos,
ni que reconociesen el vasallaje al Rey, pagando tributo, punto, añade

la Cédula, tan digno de reparo (3). Hizo en todo su oficio el Oidor


Valverde, visitando por su persona las Reducciones, levantando el

primer padrón de los indios en 1657, y enviándolo á la Corte con las

(1) Arch. gen. de B." A." legajo Misiones / \'arios años/ 1: Apunte autógra-
fo que empieza. «Respondo á los tres puntos».
(2) Ibid.
(3) Apénd. núm. 6.
-155-
resultas de sus pesquisas, y certificó en carta de 22 de Marzo de 165S
que los dichos Religiosos tiutica Juibian resistido que aquellos in-
dios fuesen encomendados eti la Corona Real, ni exentos del dere-
cho de la regalía y reconociniieuto del dominio que se debe á S. M.
y dejasen de pagar en las Cajas Reales^ sino que fuesen relevados
de ser encomendados en persojias particulares (1).

Mal dispuestos estaban en Madrid los oídos á donde llegaban es-


tos informes, y por donde debían pasar á la Real noticia, como se
colige claramente de las expresiones de la Cédula dirigida á Blásquez
de Valverde, ya hecho Gobernador del Paragua}' después de su Vi-
sita. Lleva la fecha de 16 de Octubre de 1661; y aunque por la fuerza
de la verdad, que justificaba á los Jesuítas, no les son tan contrarias
las disposiciones sustanciales como anunciaba el tono de la Instruc-
ción de 1654; no obstante, los juicios desfavorables de la conducta de
los misioneros resaltan en cada párrafo, hasta llegar á culpar sus in-

tenciones, ya que en las obras no se pudo hallar mácula; repitiéndose


la insinuación del estorbar el pago de los tributos; y aun enviando
el decreto de que no sean Protectores de los indios, basado en los si-

niestros informes que se admitieron como verdad. Así lo hallamos de-


clarado en la Cédula de 28 de Diciembre de 1743, punto 4." (2): 1
aunque por Cédula del año de 661, se nuindó que los Padres no ejer-
ciesen el cargo de Protectores de los indios,... esta providencia re-
sultó de haberles sindicado á los Padres Jiaberse introducido en la
jurisdicción Eclesiástica^ y Secular , y que impedían con el titulo de
Protectores^ la cobranza de tributos, lo que resulta ser incierto y
justificádose lo contrario por tantos medios. Y de hecho los tribu-
nales y Gobernadores, y la misma Corte, obligaron á los Jesuítas en
adelante,como hasta allí, á que actuasen en cuantos casos se ofre-
cieron en nombie de los Guaraníes, de quienes de otro modo jamás
se hubiera conseguido ni la cobranza del tributo, ni los auxilios mili-
tares, ni ningún oficio semejante, porque no eran de ello capaces los
indios sin el auxilio de competentes directores. Pero por entonces no
estaba aún del todo apaciguada la deshecha borrasca por la que aca-

baban de pasar Paraguay; y las frases de la Cédula


los Jesuítas del

dejan todavía sentir el movimiento de las olas alteradas.


Por lo que respecta al tributo, ordenábase al Oidor en la Cédula,
que con los antecedentes de que ya había dado cuenta en 22 de marzo
y 22 de octubre de 1658, procediese á entablar la cobranza del tributo
conforme á la Cédula de 1649 dada por el Virrey conde de Salva-

(1) Ibid.
(2) Vid. cap. XIII.
— 156 -
tierra: dispondréis que se cobre el tributo de cada año de los di-
chos indios un peso de ocho reales en especie de plata y que esto se
observe por tiempo de seis años, con declaración de que lo han de pa-
gar todos los indios que hubiere en las dichas Reducciones desde
la edad de catorce años hasta cincuenta. Escaso favor hacía la Cé-
dula á los Guaraníes, pues siendo ley general de Indias que los caci-
ques y sus primogénitos quedasen exentos de tributos (1), y hallándose
confirmada por Ordenanzas de estas provincias y por el uso (2), ne-
gaba la exención: con declaración de que lo han de pagar todos los
indios que hubiere en las dichas Reducciones: y estando prescrito
por todas las leyes, excepto la de 1649, que el tributo fuese en especies
y no en plata para no gravar ;l los indios, y cuando más se dejase á
los mismos indios la elección entre pagar en dinero ó en especies: la
Cédula decretaba que precisamente fuese en especie de plata; y fi-
nalmente, estando los indios en posesión de no tributar hasta los diez

y ocho años en virtud de Ordenanzas de Alfaro (3) y uso constan-


las

te, incluía á todos los indios Guaraníes desde edad de catorce años.

La Cédula de 1661 no llegó al Gobernador Blásquez de Valverde, á


quien iba dirigida en primer lugar, pues le halló ya en Charcas,
terminado su gobierno: por lo cual se reiteró en 1663 la misma orden
á Don Juan Diez de Andino (4), sin hacer cuenta de los juicios nada
benévolos de don Alonso de Mercado Villacorta más que para pedir
nuevos informes.
Fundada por entonces la Audiencia de Buenos Aires, debió de re-
cibir instrucciones especiales acerca del tributo, pues con fecha 9 de
Junio de 1664 (5) decretó que desde el día 7 de Agosto en que se
había establecido la Audiencia pagasen cada indio... desde edad de
diez y ocho años hasta la edad de cincuenta... á rasón de tres pesos
de d ocho reales por cada año, y que se entienda los han de pagar
ó en plata ó en frutos de la tierra segi'oi la tasación de las Orde-
nanzas del señor Don Francisco de Alfaro; y porque hasta aJiora
no se han hecho los padrones de dichos indios de tasa, pagarán
Nuevo auto de la misma Audiencia, fecha
solos ocho mil indios, etc.
27 de Junio de 1665,mandó que se cobrase el tributo de los doce rea-
les señalados por Su Majestad de nueve mil indios (6), disposición
que se mandó guardar (como ya se hacía) poi" auto de 28 de Abril de
(1) Felipe II, Céd. de 17 de Julio de 1572.
(2) Céd. de 2 de Nov. de 1679.
(3) Ords. 57 y 59.
(4) Buenos Aires: Arch. gen.: leg. Compañía de Jesús, Cédulas reales, 1.

(5) Ibid.
(6) 1572. Expediente sobre cierto informe del Gobernador Rege Gorbalán,
Buenos Aires, Arch. gen.: leg. Comp." de Jesús, Cédulas reales, 1.
- 157 -
1672 sin innovar en ello hasta que venga la resulta que se espera
en este caso de sn real voluntad !(1).

Pagábase, en efecto, puntualmente el tributo año por año, á con-


tar desde el de 1666, como lo refiere la Cédula de 2 de Noviembre de
1679.
De la misma Audiencia de Buenos Aires había formado parte un
nuevo Visitador que señaló el Consejo de Indias para renovar el

censo é informar sobre el tributo, no ya seis años después del prime-


ro, como se decía en la Cédula de 1661, sino más de doce años des-
pués, ya. que la Cédula de su comisión estaba fechada á 6 de Setiem-
bre de 1673 (2). El nuevo censo se había ordenado por Cédula Real
de 30 de Abril de 668; pero no se había hecho, sin duda porque era
asunto arduo para Gobernadores ú Oficiales reales caminar cuatro-
cientas leguas para esta diligencia, y así fué necesario nombrar V^i-

sitador expreso para ello. Este fué don Diego Ibáñez de Faria,
Fiscal en otro tiempo de la Audiencia de Buenos Aires, ya para
entonces extinguida, y á la sazón Fiscal de la Real Audiencia de
Guatemala. Encaminóse á las Reducciones, hizo su Visita y padrón,
y señaló como tributarios á catorce mil cuatrocientos treinta y siete
indios; pero con la desacertada resolución de incluir en este número
aun los caciques y sus primogénitos, quienes por todas las leyes de
Indias habían sido exentos. Reclamó contra esta providencia, y tam-
bién contra la de hacer tributar á los que tenían de catorce á diez y ocho
años el Protector de naturales, sosteniendo que la edad del tributo
debía contarse desde diez y ocho hasta cincuenta años, y no desde
catorce hasta cincuenta, á tenor de las mercedes que tenían conce-
didas los Reyes. Con esto el Visitador resolvió que por entonces
quedase el tributo como estaba, y envió todos los autos al Consejo,
pidiendo decisión definitiva. Esta se dio en la Cédula de Lerma á 2
de noviembre de 1679. En ella quedaban exentos los caciques, los
oficiales,y todos los que no hubiesen cumplido los diez y ocho años; y
se ejecutó desde el año 1680 en que fué recibida, quedando en virtud
de las declaraciones de esta Cédula fijado el número de tributarios
en 10.440.
Ni la Cédula de Lerma, ni ninguna otra, marcaba el tiempo en

que se debía renovar el empadronamiento: y así se continuó pagando


eltributo de la misma manera hasta que el Comisario don Juan
Vázquez de Agüero hizo nuevo padrón en 1735, aunque no visitó los

(1) 1572. Expediente sobre cierto informe del Gobernador Rege Gorbalán,
Buenos Aires, Arch. gen.: leg. Comp.^ de Jesús, Cédulas reales, 1.
(2) Céd.[de Lerma á 2 de Nov. 1679. (Apénd. n.» 7).
-158-
pueblos personalmente, como lo habían hecho Blásquez de Valverde
é Ibáñez. En este estado sorprendió á los pueblos la guerra de 1754,
cuyas agitaciones ya no dieron lugar á más empadronamientos, y en
este se hallaban al tiempo de la expulsión de los Jesuítas; verificán-
dose siempre, según lo informó el Visitador Agüero, que los tributos
de los pueblos, desde que se impusieron, anualmente se han entre-
gado y los perciben las Reales Cafas por mano de los Padres Pro-
curadores de Misiones (1). Y así, á la calumnia de que no satisfacían
los indios el tributo, Procurador General de la Pro-
respondió 3'a el

Paraguay en 1707, presentando instrumentos auténticos


vincia del
comprobantes de haberse efectuado año por año el pago hasta el
momento en que él había salido de Buenos Aires en 1703 (2).
El estudio de toda esta tramitación pone de manifiesto cuan des-
pacio se ventilaban los asuntos de Indias, parte por la lejanía del
Tribunal supremo que habjLa de resolver en último término, parte
también por la lentitud de los Ministros en América misma. Diez y
seis años se emplearon desde que se impuso la capitación de un peso

hasta que se aplicó prácticamente sin gravar ó molestar á los indios


como lo iban á hacer los primeros Comisarios. Pero eso no maravi-
llará á quien lea en la misma Cédula de 16 de Octubre de 661 (3) que
después de haber litigado ardorosamente los encomenderos de la

Asunción por lograr que se declarase en 1635 en la Audiencia de


Charcas ser indios de encomienda los guaraníes de Itapúa 3^ Corpus,
se estuvieron veintidós años sin pedir encomiendas en aquellos pue-
blos, y de hecho nunca las tuvieron.

V
LA FORMA DE RECAUDAR EL TRIBUTO

Al entablar el P. Antonio Ruiz de Montoya ante el Virrey del


Perú la petición de que señalase tributo haciendo alguna gracia en
él á los indios, decía en su Memorial: (4) Se les podría poner de tri-

buto un peso de odio reales en cada un año á cada indio de los que
conforme á Ordenanzas deban pagar tributo, y no en especies de

(1) Céd. de28deDic. de 1743, init.


(2) BuKGKS, Memorial, núm. 11. (Apénd. núm. 53).
(3) Apénd. núm. 6.
(4) Trklles. Anexos, núm. 12.
— 159-
sns cosechas. La súplica del Misionero fué atendida; y así como en
la Provisión de 16 de marzo de 1649 (1) se decretaba que con el tri-

buto de un peso y la obligación de soldados de guarnición en las


fronteras, quedasen libres de todo género de mita, como ya lo esta-

ban de servicio personal; que no los empleasen los Gobernadores en


sus trajines y ganancias; ni fuesen los Gobernadores quienes los vi-
sitaran para empadronarlos, sino los Oficiales Reales; que á éstos y
no á aquéllos pagasen el tributo (cosas todas expresamente pedidas
por el P. Montoya); así también fué resuelto en cuanto á la forma,
diciendo: mando.., que asimismo por ahora, paguen solamente tri-

butos á Su Majestad en reconocimiento de señorío y vasallaje un


peso de ocho reales por cada un indio, en plata y no en especie.
Única decisión entre todas las que tratan de América que mandara
que los indios pagasen en plata.
Hase visto, en efecto, arriba (2) cómo las leyes de Indias concor-
des todas habían prohibido pagar el tributo en trabajo, permitiendo
en lo demás á los indios que lo pagasen como mejor quisieran, ó en
especies de sus propias cosechas ó en plata; é inclinándose siempre
la ley á que se hiciera más bien en especies, por justos respetos. Por
lo mismo no es fácil atinar qué razones pudieron mover al Oidor
Blásquez de Valverde, que tenía las cosas presentes, y á quien se
hicieron las oportunas observaciones, para proponer, como lo hizo,

que el tributo se pagase en plata en unos países en que á los motivos


comunes en contra numerario y verifi-
se añadía el de no conocerse el

carse todas las transacciones por permuta de géneros y no por estricta


venta, á causa de esta misma falta de moneda. El decir, como dice
en su carta de 22 de Marzo de 1658, que los mismos indios lo habían
pedido, es una razón sin eficacia, porque los indios no alcanzaban á
ver los inconvenientes que él podía y debía considerar, y los Padres
le representaron: y además, que pidieron los indios era tolerar un
lo

daño para evitar otro mayor de que les aumentasen el tributo.


Semejantes á estas son las reflexiones que hace en sus apunta-
mientos el P. Francisco Díaz Taño hacia 1657 (3), tocando las cosas
de cerca, al enviar su respuesta á varios puntos, que según parece
le consultaba el Provincial, juzgando que en todo caso se ha de pro-
curar que los indios paguen en especie.
Fúndase primero el P. Taño en las disposiciones del Rey vigentes
en estas provincias. Y en efecto, la Cédula de 16 de Abril de

(1) Apénd. núm. 5.


(2) §1.
(3) Archivo general de B.' A.' legajo «Misiones. Varios años, 1, pieza 40».
-160-
1633 (1) manda que los tributos se paguen en especie de frutos acomo-
dados á lo que cada tierra produce en el Virreinato del Perú en que

estaban comprendidas entonces las provincias del Río de la Plata, co-

metiendo la determinación alVirrey y Gobernadores. La Cédula 7 de


abril de 1643ordena lo mismo. Y en la ejecutoria, añade el P. Díaz
Taño, que yo alcancé en Chuqnisaca sobre este punto, expresamente
por auto de vista y revista se mandó los pagasen en especies de la
tierra.
Fúndase en segundo lugar en varias razones. Una de ellas es que
en estos países hay años en que no se halla plata para tanto coma
suben los tributos de los indios. — Otra, que como la plata se ha de
sacar del valor de las especies de los indios, y para éstas, aun en el
caso de haber plata, no siempre hay compradores; sucederá por una
ú otra de estas causas que será imposible pagar con puntualidad los
tributos. — La tercera razón es que de la venta de estos efectos no se
han de poder encargar ni los indios ni los misioneros. No los indios,

así por distar centenares de leguas de los parajes de venta, que son
Santa Fe y Buenos Aires, como porque aun estando presentes, no son
capaces de semejante venta, y saldrán defraudados, engañados y sin
plata. No porque dirán, son palabras del P. Taño, que
los religiosos,

es nuestro, y que con capa de los indios vendernos y tratamos de


granjerias., y las demás inquietudes que ha de traer esta ocu-
pado}!.
Así con su buen discurso y aleccionado por su larga experiencia^
anteveía lo futuro con tanto acierto como si lo tuviera presente; y
por esto concluye resueltamente que no nos conviene entrar en esto,
y que todo quedaría remediado con que se guarde lo que su Majes-
tad tiene mandado en diversas Cédulas y demás ordenanzas cita-
das. — Y haciéndose cargo del ofrecimiento ya mencionado del Padre
Montoya, que Blásquez de Valverde citaba como prueba de la conve-
niencia de pagar en plata, añade: no obsta lo que el señor Oidor dice
de que el P. Antonio Ruis ofreció que el peso había de ser de Plata,
porque plata es lo que Plata vale, y no reparó en estos inconvenien-
tes el Padre: y no se podía obligar á lo imposible. —
No había rece-
lado en efecto el santo Misionero la pesada carga que con eso se echaba
sobre los hombros de sus compañeros los doctrinantes de Guara-
níes, y el semillero de perpetuas calumnias á que con ello se daba
lugar.
Todo esto representaron los Padres á este ministro real; pero des-

(1) Apénd. núm. 60 bis.


- 161 -
pues de todo, 3^ á pesar de todas las razones y Cédulas y decretos pre-
cedentes, excepto la provisión de 649, la resolución que vino del Con-
sejo de las Indias, conforme á las cartas de Valverde, fué que el

tributo se pagase en especie de Plata. Así se impuso á los Guaraníes


un gravamen que no tenía ningún otro de los indios comprendidos
como ellos en las dos gobernaciones del Paraguay y Río de la Plata.

VI

EFECTOS DE LA RESOLUCIÓN DE VALVERDE

Desde que los Guaraníes fueron obligados á pagar su tributo en


plata, se echó sobre los hombros de los Jesuítas una carga pesadísima
que, aunque tomada por impulso de la caridad cristiana y de la nece-
sidad espiritual y temporal de los indios, fué sin embargo un manan-
tialperpetuo de calumnias y acusaciones de tráfico contra los Padres.
Bajaban los indios sus efectos, para la paga del tributo, desde las
reducciones á Santa Fe; y fué menester poner un Padre de Procura-
dor para que recibiese á los indios y cuidase de ellos, redujese los
géneros á plata 3' pagase á los oficiales reales el tributo, cosas todas

que eran incapaces de hacer los indios. Pero aun así resultaron los
daños tanto antes previstos y especificados por el P. Díaz Taño. Vese
esto en una Consulta particular é informe del P. Cristóbal Gómez
Provmcial (1), en la cual expresa que siendo el todo del caudal de los
Guaraníes para su tributo la yerba del Paraguay, no hallan salida,
ni venta de dicha yerba, por cuanto los mercaderes, que bajan del
Perú á comprarla^ aunque al principio la pagaban en plata y á buen
precio, con que dichos indios podían con comodidad pagar su tributo,
hoy ya [1673] movidos de la ganancia grande que tienen en este
trato,no la quieren pagar en plata, sino que vie)ien cargados de
cabos de tiendas y cosas inútiles para los indios, que no les sirven,
como son buherias, trompos, cascabeles y cuentas, tafetanes de la
China, cintas, puntas de mantas, y cosas que no han tenido salida
de ellas, y con éstas quieren comprar la dicha yerba, y no de otra
suerte; y si acaso les dan alguna Plata, no quieren recibir la yerba
si no es á un precio tan bajo, que jamás se ha visto, y dichos cabos de

tiendas á precios tan subidos, que lo que al principio compraban con

(1) Archivo General de Buenos Aires, legajo nútn. 53 / Misiones I Compañía


de Jesús / Varios años.
1 1 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes
-162-
una arroba de yerba, hoy ni con un quintal se contentan; y luego
dichos indios no tienen salida de los géneros que les dan, y los dan
de valde, con que vienen á padecer lesiones no sólo enormes, sino
enormísimas,., con otros daños que antes y después enumera.
Esto era por parte del daño de los indios. Lo que sucedía á los
religiosos se ve en un pedimento del P. Tomás de Baeza, Procurador
de Provincia, quien recurriendo á la Audiencia de Buenos Aires en
1672, se expresa en estos términos (1): «La común queja de las com-
pras y ventas del Procurador de Santa Fe, á quien no sabe lo que
pasa, se hace reparo; y al que medianamente lo sabe, le parece más
caridad que delito. Pues lo que pasa es que el Procurador cuida de
vender aquella yerba para juntar la parte del tributo, porque si

pasara por otras manos, se menoscabara mucho. El precio se da en


géneros parte y parte en plata (2). La plata no es bastante para el
entero, y por eso es necesario vender los géneros, no por negocia-
ción, sino por la necesidad dicha del tributo..; y es tan sobre nuestras
tuerzas esta carga, sobre el estar expuesta á tantas censuras y calum-
nias, que ya los Padres gimen con ella, y han propuesto á su Provin-

cial los procure aliviar de ella, y dicen que se van haciendo odiosos á
sus feligreses, obligándolos á subir por el Paraná y Uruguay arriba
más de cien leguas distantes de sus pueblos para beneficiar la yerba y
conducirla acuestas muchas leguas de grandes pantanos y espesuras
hasta ponerla en las balsas y canoas, con riesgo de Indios enemigos y
de tigres, á cuyas uñas han perecido estos años muchos de los Indios

por causa de la yerba.»


«De administrarles su hacienda, añade en la segunda petición (3),

se ha levantado ciclamor tan repetidode vuestro Gobernador, que dice


que para sí [no] faltan las balsas [de] yerba que dificultan para otros;
y de vuestro Corregidor pasado de Santa Fe, que defraudarnos las al-
cabalas cuando beneficiamos la yerba por nuestros intereses, no
siendo la yerba nuestra, sino de los Indios. Fuera de eso, incurrimos
en la tacha de mercaderes...; se juzga que es el Procurador un conti-
nuo mercader, y que fuera de contravenir á los sagiados cánones,
defrauda por esta parte también los haberes de vuestras reales alca-
balas, de que han nacido los libelos infamatorios, los clamores á vues-

(1) Expediente cit. nota 12 del § 3.


(2) «Dice el Señor Fiscal que la cantidad es corta, pues es un peso correspon-
diente á cada indio...; Señor, aunque sea un peso de cada indio, son nueve rail
pesos de todos; y no hay mercader en Santa Fe que en un año junte otra tanta
cantidad en plata, porque la mayor parte del precio se paga en ropa, como es
costumbre, y se probará en caso necesario.» 2." pedimento.
(3) Pedimento 1." en los Autos citados.
-163-
tros Tribunales»... Y
expuestos estos males que antes no existían, y
sólo se vieron desde que se tomó la providencia de hacer pagar el tri-
buto en plata, obligando á los misioneros á que cuidasen del cumpli-
miento de ella, concluye con repetir la petición que ya antes había
formulado: «que se señale la cantidad de yerba necesaria para paga
del tributo, y para socorro preciso de las Iglesias y pueblos de aque-
el

llos Indios, } ésta no más se traerá á Santa Fe, y dése por perdida la
que excediere..; y que en Santa Fe los Ministros... reciban en especie
la yerba que los Indios trajeren para enterar su tributo..: y si esto no

se admite, siendo servida vuestra Alteza, podrá remitir ministros á


las mismas Doctrinas que cobren el tributo inmediatamente de los
Indios, á los cuales exhortarán los Padres que le paguen, como á las
demás obligaciones de cristianos; y así estarán los Padres retirados
de toda acción política como se les ordena.»
No se podía dar prueba más convincente del ningún provecho que
reportaban los Jesuítas en aquellas ventas de yerba con que eran acu-
sados de que se enriquecían, que el ofrecimiento de que se entablase el

cobro del tributo en especie y no en plata. Si en las ventas hubiesen


tenido algún interés, lo natural era que no hubiesen mencionado
semejante petición, que ninguna circunstancia hacía necesaria. Pero
como el efecto de aquel modo de tributar no era sino cargar á los Mi-
sioneros de multitud de cuidados, en hacer que los indios beneficiasen
la yerba, en aviarlos para que la condujesen á cien leguas de sus pue-
blos,en reducírsela á plata; y sobre todo ello se agregaba el fingido
escándalo y las calumnias contra su buen nombre; no tenían dificul-
tad, sino por el contrario, gran deseo de dejar aquel cargo. V para
que se vea esto más claramente, el mismo Padre Baeza protestó en

nombre de todos los misioneros, diciendo: (4) Sólo la obediencia y


caridad los detiene entre los Indios. Muchas veces ha propuesto la

Compañía y suplicado en vuestro Real Consejo de las Indias se en-


cargasen estas Doctrinas d otros y no han sido oídos. Y en prueba
de esta verdad^ si vuestra Alteza es servido, niande que salgan los
Padres y sin dilación ni dificultad será obedecido.
El hecho que ante un Tribunal superior con tanta seguridad alega
de haber pedido muchas veces los Jesuítas que se encargasen á otros
aquellas misiones, merece mucha atención por ser tan contrario á la
opinión de muchos que han aseverado estar empeñados los Doctrine-
ros en retener aquellos pueblos para sus ganancias, y por lo cierto y
corriente que se supone ser este hecho en aquella época, pues se enun-
cia sin que juzgue el suplicante que necesita de prueba alguna: tan
conocido era de los jueces. Y en cuanto á la repetición de aquel ofre-
— 164 —
cimiento, hecha por el Procurador autorizado con poder para-
representar á los Padres, es innegable, pues está formalmente con-
tenida en las últimas palabras de esta cláusula.
La Audiencia otorgó una de las dos peticiones que se le presenta-
ban, señalando doce mil arrobas de yerba como tasa que podían bajar
para sacar de importe del tributo y proveerse de lo más nece-
ella el

sario para la conservación de sus iglesias y pueblos; y denegó la otra


de que se cobrase en especie, ya fuera en Santa Fe, ya en las Doctri-
nas; y así quedaron de nuevo los Jesuítas sujetos á aquella gravosa
responsabilidad. V aunque los Padres expusieron sus razones en Ma-
drid,y lograron que el Consejo de Indias las atendiese y aprobase, lo
cierto es que la Cédula real de Madrid á 16 de Setiembre de 1679, en
que se ordenaba que los Oficiales Reales con asistencia del Goberna-
dor en las provincias del Río de la Plata recibiesen los génei'osy fru-
tos en que los Indios de dichas Reduciones [Guaraníes del Paraná y
Urugua}"] pudieren pagar sus tributos... y con la misma interven-
ción se vendiesen á los tiempos oportunos (1), nunca tuvo su ejecu-
ción en estos países, sin que se pueda saber el motivo.
No pasó mucho tiempo desde la resolución de la Audiencia sin que
volviesen á agitarse las mismas anteriores calumnias en América 3^

en España. Y no eran fáciles de desvanecer, porque no nacían de


equivocación, sino de malicia de la voluntad que se aprovechaba de
cualquier apariencia para sindicar á los Padres de avaricia 3' usurpa-
ción. Pero para que no quedaran deslumhrados y para los incautos,

que constase siempre la rectitud Compañía, hízose


con que procedía la

en 1682 jurídica información en Santa Fe, á donde llegaba toda la


yerba de las Doctrinas; haciendo que declarasen los testigos sobre á
quién pertenecía la yerba, qué cantidad de ella bajaban los indios cada
año, si era esta la causa de la depreciación que aquellos años se notaba^
y las demás cosas que propalaban los mal intencionados. Por petición
del P. Valeriano de Villegas, Procurador de Misiones, declararon
ante el Alcalde ordinario de Santa Fe, Capitán Don Francisco Luis
de Cabrera, examinados conforme á este interrogatorio, quince testi-

gos jurados, personas de respeto y de las más principales, casi todos


vecinos de la ciudad (2). Y todos depusieron unánimemente constar-
les que los dueños de la yerba no eran los Padres, ni á beneficio de
ellos se vendía partida alguna, sino que como propiedad de los indios

se vendía hasta sacar de ella la plata del tributo, 3^ auxiliar á los pue-

(1) Buenos AiRKS, Arch. gen.: leg. Comp.' de Jesús / Cédulas reales/ 1.
(2) BuHNos AiKEs, Arch. gen.: leg. núm. 10/ Misiones/ Compañía de Jesús/ Pa-
raguay.
— 165 —
íjlos en sus necesidades. Que la cantidad nunca había pasado de S9is
mil A nueve mil arrobas, masa insignificante en comparación de la

que bajaba de la Asunción, de donde se traía en barcos que cada uno


cargaba catorce mil arrobas, mientras las embarcaciones de las Doc-
trinas eran balsas pequeñas de á trescientas ó cuatrocientas arrobas,
que en todo el año llegaban á unas veinte ó veintidós: y que por
consiguiente no podía haber provenido el daño ó baja de precio que

hubiese de la exigua cantidad que traían los indios para pagar su tri-

buto, sino de otras causas extrínsecas, que con más ó menos acierto
cada uno conjeturaba.
Pocos años más habían pasado, y ya se juzgó necesario hacer
nueva información de testigos, porque las voces calumniadoras
nunca cesaban. Puede verse la información en el Archivo general de
Buenos Aires donde hoy se conserva (1). Por ella constó nuevamente
la integridad con que los misioneros Jesuítas ejercían aquel cargo
que no acarreó sino enemistades y sinsabores, como muy bien lo
les

habían previsto al procurar declinarlo por cuantos medios prudentes


estuvieron á su alcance.
Y todavía, entrado ya el siglo xviii, se hizo en 1722 nueva in-

formación de testigos (2), de la cual, y de la certificación de los Ofi-

ciales reales, constó no sólo que los indios Guaraníes no habían exce-
dido de la cantidad de las do^e mil arrobas que la Audiencia les tenía
señaladas; sino que nunca ó casi nunca habían llegado á esa cantidad.
No se hizo en adelante alteración ninguna en la materia del tri-

buto; pero de tiempo en tiempo la malevolencia de los enemigos de la


Compañía que igualmente aborrecían á los Guaraníes, volvió á re-
producir las mismas calumnias de cantidades enormes de yerba, de
granjerias y negociaciones y otras, á pesar de estar tantas veces
convencidas de falsedad. Vueltos á examinar en 1739 los anteceden-
tes de este asunto, con prolija indagación que duró varios años, el

Rey Felipe V sancionó misma regia establecida, concluyendo el


la

punto I.*' de la Cédula de Buen Retiro á 28 de Diciembre de 1743:


«He resuelto que no se aumente el tributo establecido de un peso por
indio: Que en esta conformidad se cobre hasta nuevo Padrón por
las certificaciones de los Curas Doctrineros...; y si de esta providen-

(1) «Información /dada por el Reverendo P. Martin García de la Compañia


de Jesús Procurador general de las Doctrinas/ del Paraná y Vruguay sobre la
Porción de yerba que baja a esta ciudad de diciías Dotrinas / Juez / el Capitán
Domingo Carballo vecino feudatario y alcalde ordinario.../... desta ciudad de
Santa Fe... / año de 1690». — Expediente en veintitrés fojas. — Archivo general de
Buenos Aires: legajo núm. 10 / Compañia de Jesús (Paraguay.
(2) Rodero, Hechos de la verdad, núm. 7.
— 166-
cia resulta mas o menos cantidad de la que hubiese correspondido aí
numero fijo de Indios que hubo en los años antecedentes, es mi Real
ánimo perdonárseles (como la perdono)... Asimismo he resuelto se
dé orden (como se ejecuta por Despacho de este dia) para que se
haga luego nuevo Padrón por el Gobernador de Buenos Ayres, po-
niéndose de acuerdo con los Padres Doctrineros, y que se repita cada
seis años.., enviando indefectiblemente los Gobernadores copias de

los Padrones al Consejo; de cuya circunstancia he mandado se les


prevenga en las instrucciones que se expiden con sus Títulos.»
Y ésta fué la disposición que continuó rigiendo aun después de
expulsados los Jesuítas en 1767, hasta llegar al período de la inde-
pendencia.
CAPITULO VI

VASALLAJE AL REY: LA MILICIA


1. Si los — —
Guaraníes tenían dotes militares. 2. Las armas. 3. Las armas
de fuego. — 4. Razones que hicieron necesarias las armas de fuego. 5. Los —
ejercicios militares. — 6. Oficiales de milicia.

No era solamente el tributo de un peso anuo por cabeza lo que


los Guaraníes pagaban al Rey en señal de vasallaje: pagaban ade-
más la sangre de sus venas en la milicia. Este fué uno de los gran-
des méritos en virtud de los cuales fueron aliviados en el tributo; el

que en diversas ocasiones ahorró numerosas tropas y crecidos gastos


al Erario y afianzó la seguridad de las ciudades de Buenos Aires y

de Asunción; y extendiendo el discurso á los tiempos presentes, el


la

que conservó los limites que hoy tienen las Repúblicas sud-america-
nas, impidiendo grandes pérdidas de territorio. De este tributo de
sangre se ha de tratar ahora, examinando cuál era la forma en que
cumplían los Guaraníes con esta obligación contraída.'

SI LOS GUARANÍES TENÍAN DOTES MILITARES

Los que trataron Guaraníes convertidos y establecidos en


á los
pueblos por los Misioneros, hallaron que se mostraban afables y
atentos, dóciles y llenos de respeto delante del español. De aquí han
nacido muchas descripciones que nos representan aquellos indios
como si fueran totalmente diferentes en carácter de los demás indios,
dotados de una índole suave, y dóciles y blandos por condición; y
otras pinturas, que, aunque no lo dicen expresamente, pero dejan en-
tender con expresiones equivalentes, que eran incapaces del valor
militar. De donde proviene una gran perplejidad, pues no se com-
-168-
prende cómo pueda combinarse este concepto con el hecho que en to-
das sus páginas nos pone de manifiesto la historia, de haber sido las
milicias Guaraníes la fuerza más poderosa que constantemente inter-
vino en las empresas militares de estos países durante ciento cincuenta
años. Importa, pues, preguntar si eran ó no capaces del valor guerrero.
A la verdad, elnombre mismo de Giiaranis, que ó ellos se impu-
sieron ó las otras tribus les daban, es un indicio de sus inclinaciones
á la guerra. Guayaiii, en el idioma que ellos usaban, significa guerre-
ro: y el aplicárselo como nombre distintivo de su nación, muestra
que su era estar siempre en guerra, y que no les faltaban áni-
oficio

mos ni recursos para hacerla.


El estado de barbarismo en que se hallaban hacía también que
en Sabido es que el estado
ellos se desarrollasen instintos guerreros.
salvaje aumenta la susceptibilidad, engrandece las injurias, y hace
recurrir con suma facilidad á las armas para ventilar el derecho por
medio de la violencia. Y hallándose rodeados de tribus que también
eran bárbaras, había otro motivo más que los había de aguijar al

ejercicio de las armas: y éste era defenderse, cuando más no fuese,


de los insultos de los demás.
Hay más. No se contentaron los Guaraníes con asegurar su de-
fensa, sino que, según las tradiciones que conservaban, ellos habían
dominado á muchos otros pueblos y en su concepto los otros eran es-

clavos suyos. Y sea de este hecho lo que quiera, ya que pudo ser
abultado y aun inventado por la vanidad nacional, lo innegable es,
no sólo que raza Guaraní se multiplicó y dilató su habitación mu-
la

cho más que otro pueblo cualquiera salvaje, ocupando una tercera
parte del continente de la América meridional; sino que en todas par-
tes ocupaba los mejores parajes, junto á los ríos, los campos más fér-

tiles y las tierras más habitables; cosas que no hubieran podido obte-
nerse si hubieran sido de ánimo apocado; ni pudieran durar sin el

ventajoso ejercicio de las armas.


Viniendo á hechos verificados después de la conquista, es cosa
averiguada que los indios del Paraná, desde que se sublevaron
en 1556, no pudieron nunca ser sometidos por las tropas españolas, á
las que mantuvieron en respeto, hasta que voluntariamente se sujeta-
ron para recibir á los Jesuítas, con la promesa que se les hizo en
nombre del Rey de que no habían de ser encomendados. Y los indios
del Uruguay, no sólo no se sometieron, sino que tomadas las armas,
resistieron y derrotaron á Hernandarias de Saavedra que acaudillaba
un ejército de quinientos españoles, el mayor quizá que se había jun-
tado en estas provincias. Unos y otros eran Guaraníes 3' fueron jus-
-169-
taniente los que formaron el núcleo principal de las Misiones de los
Jesuítas. — Los Guaraníes del Guayrá sabemos por relaciones de tes-

tigos presenciales tan dignos de fe como lo eran los Misioneros, que


no sólo vivían en continuas guerras entre sí, y no dejaban penetrar,
cuanto menos dominar, á los conquistadores en sus tierras; sino que
eran además antropófagos. Véase si pueden ser exactas las descrip-
ciones dela índole bondadosa y dócil, y de las costumbres pacíficas y

ánimo apocado.
Por otra parte, cuantos jefes los vieron tomar parte en las cam-
pañas y aun simplemente presentarse para alardes militares, dieron
aventajado testimonio de sus bríos, de los cuales alguno veremos
más adelante; y el general portugués Gomes Freiré, que los tuvo por
enemigos en 1754, aseguró que no sólo eran animosos, sino que peca-
ban de temerarios. Y para no hablar sino de cosas que tenemos entre
las manos, todos han admirado el arrojo que mostraron en la guerra

de 1866 los Paraguayos, entre los cuales había no pocos indios Gua-
raníes: y en la República Argentina es proverbial el valor de los co-
rrentinos, que son los que más participan de la raza Guaraní.
Que comparados con los españoles, quienes se presentaban arma-
dos de armas superiores, disciplinados y acostumbrados á la guerra
regular, fuesen los Guaraníes inferiores, no prueba que careciesen de
valor ni de dotes militares. Y aun en esta comparación, vemos que no
siempre quedaron inferiores. Que comparados con otras razas de in-
dioshayan sido menos feroces, tampoco sería prueba en contrario.
Finalmente, el que sometidos á los españoles, y acostumbrados á
verse en un estado perpetuo de inferioridad respecto de ellos, ha-
yan mostrado su docilidad á ellos, no es muestra de ánimo apocado
ni de índole blanda, sino del efecto que puede producir y produce la
educación cristiana, la cual ciertamente no extingue la naturaleza, ni
la extinguía en ellos, sino que la dejaba en su vigor, manifiesto en las
empresas militares.
Hase aducido como gran argumento, para probar la falta de áni-
mos bélicos en los Guaraníes, la conquista de parte de los españoles,

y el haber perseverado sujetos; y han sido comparados los Guaraníes


con los indios peruanos y mejicanos que también se sometieron y per-
severaron en la obediencia; y con los indios de otras razas, como los
Guaycurús y Araucanos, que nunca se sometieron. No intentamos
extender cuanto digamos á los indios del Perú y Méjico, porque de
ellos no tratamos. Pero refiriéndonos á los Guaraníes, hay otras va-
rias causas que sin duda explicarán satisfactoriamente su sumisión,
sin recurrir á suponer en ellos un ánimo cobarde, que es contrario á
-170-
los hechos y no abonaría gran cosa el valor de los españoles conquis-
tadores, que al mismo tiempo se ensalza. Los Guaraníes eran agri-
cultores, con tierras y moradas fijas: las otras tribus que se citan
eran vagabundas, acostumbradas á vivir de la caza y pesca y repa-
rarse en los montes ó en cualquier paraje, donde fácilmente coloca-
ban sus inestables viviendas, más á modo de campamento, que de
pueblo. Los Guaraníes se convirtieron á la religión católica, y por
conciencia se mantuvieron obedeciendo á la autoridad del Rey de
España: en las tribus citadas no se dio esta circunstancia. — Final-
mente, si se trata de los Guaraníes inmediatos á la ciudad de la Asun-
ción, su conquista y la estabilidad de su alianza fué debida más á la
comunicación y parentesco, que á las armas.
No parece, pues, que haya razón alguna para negar que Gua- los

raníes fuesen una raza guerrera y apta, en cuanto puede serlo una
tribu bárbara, para las empresas militares.

II

LAS ARJUAS

Las armas que en sus guerras empleaban los Guaraníes al llegar


los españoles á América, eran las que solían usar las naciones anti-
guas europeas: flechas, hondas y mazas; con la particularidad de que
entre los indios no sólo no era conocida la pólvora, sino que ni aun
sabían trabajar el hierro.
La materia, pues, de sus armas eran piedras, madera y espinas
de peces.
El arma principal, que era la flecha, era construida de madera
poco pesada, que hay muy livianas en el país; y para la punta
las te-

nían cuidado de recoger las espinas más duras de los peces.


De piedra se construían las armas arrojadizas con honda, y las
bolas. Las primeras eran unas piedrezuelas, no tomadas al acaso,
sino labradas y contorneadas con asiduidad, sea á fin de que se aco-
modasen mejor á la honda y se aumentase su velocidad y alcance, sea
para hacer más dañosa la herida.
Las bolas, instrumento todavía en uso entre los indios puelches
y entre los campesinos de la República Argentina, eran arma pro-
pia de esta región. Eran ordinariamente más de una; á veces una
sola. El arma compuesta de más de una bola se reduce á dos ó tres
— 171 —
piedras toscamente redondeadas y de unos siete centímetros de diá-
metro cada una, con un surco excavado alrededor para recibir la co-
rrea de 60 á 70 centímetros que las une. El que usa de esta arma, to
ma en la mano una de las piedras ó bolas, y hace girar las demás
como tomada su puntería, arroja
se da vuelta á la honda, hasta que,
las bolas contra el objeto que ha de herir. El efecto se produce, no
sólo por el golpe, que de suyo es violento, sino porque además la co-
rrea que une las bolas se arrolla sobre el objeto con quien tropieza;
de suerte que, si es un hombre ó un animal, le traba los movimien-
tos, y propiamente le deja atado desde lejos; y si le sorprende en me-
dio de la carrera ó de la fuga, su mismo movimiento trabado tan de
improviso, le hace caer derribado en el suelo. — El arma que consta
de una sola bola, lleva también la piedra con cerco acanalado, y la

correa para manejarla á guisa de honda; pero su efecto es únicamente


herir con el golpe; y se le da el nombre de bola perdida.
De madera fabricaban el arma que tiene por nombre macana, por
el estilo de la antigua clava. La macana estaba formada de un trozo
de madera dura y pesada, cuya longitud era de unos siete decímetros,
y cu3'a forma era adelgazada en el medio y engrosada en los extre-
mos. El uno de los extremos, no tan grueso, servía de empuñadura,
y se acomodaba á la más grueso, á modo de porra, era
mano; el otro
(1 destinado á herir: y el golpe de la macana era tan terrible, que

acertado en la cabeza, bastaba para quitar la vida á un hombre (1).


Lanzas no parece que usasen hasta que más tarde conocieron los
caballos. Entonces, así como aprendieron á usar del caballo y resul-
taron diestrísimos jinetes, se acostumbraron al manejo de las lanzas;

y tanto para éstas, como para las flechas, procuraron proveerse de


puntas y moharras de fierro, que habían [legado á conocer por el

contacto con los españoles.

III

LAS ARMAS DE FUEGO 53


Mientras los Guaraníes no tuvieron que luchar más que con otros
salvajes, bastaron para defenderse las armas antiguas. Mas luego
que se encontraron con adversarios que usaban armas de fuego, su

(1) Xarque, Insignes misioneros, lib. III, cap. IX.


- 172 -
situación cambió de aspecto. Las armas de fuego dieron una grandí-
sima ventaja, aunque no la única, á los europeos, para dominar á las
tribus indígenas. Y cuando los indios ya sometidos A la dominación
española, hubieron de defender sus casas, sus pueblos y sus personas
de otros enemigos europeos, necesitaron armas de fuego.
Los habitantes de la antigua villa, hoy ciudad, de San Pablo en el
Brasil, llevados de aquel inquieto y vagabundo espíritu que fué en
y sin respetar ni la ley natural, ni los preceptos
ellos característico;
)•excomuniones del Papa, ni los multiplicados decretos de los Reyes
de Portugal, que prohibían hacer esclavos á los indios; se lanzaban
año tras año á sus expediciones armadas á los países interiores; y
después de un largo camino á pie con sus auxiliares los tupíes, caían
sobre las tribus infieles de indios que moraban en territorio del
Rey de Castilla, las sojuzgaban por su número, por su audacia y
por armamento; y atando los cautivos que les parecían convenir,
el

emprendían el retorno á San Pablo; y allí, y en Río Janeiro, y


en las otras poblaciones del Brasil se establecían los mercados
que los incansables mamelucos se encargaban de proveer de carne
humana.
Hacia 1625 hallaron que era tarea demasiado larga el reunir los
esclavos infieles que tan inicuamente arrastraban al Brasil, parte
porque las poblaciones de gentiles eran siempre cortas, parte porque
con sus continuas acometidas, se iban retirando los indios escarmen-
tados A lo más fragoso de los montes. Hollando todo temor de Dios,
y desnudándose de todo buen respeto, se decidieron entonces á aco-
meter y robar para esclavos á los indios ya cristianos que poco á poco
iban reuniendo en pueblos los Padres Jesuítas en el Guayrá, los que
antes habían respetado. Los años 1627, 1628, 1629, 30 y 31 fueron
una serie continua de invasiones en que los atropellos, crueldad,
inhumanidades y sacrilegios de estos invasores, no tuvieron término.
El número de indios cautivados desde 1614 á 1638, fué de trescientos
mil (1): y los que sólo en los años 30 y 31 se vendieron en el
28, 29,
Brasil alcanzaron á sesenta mil (2). Resultando vana toda represen-
tación y diligencia de los Padres ante los gobernadores portugueses
en el Brasil, é inútil ó imposible la resistencia de los Guaraníes con-
tra las mejores armas defensivas y ofensivas de los mamelucos; hubo
que pensar en la fuga, salvándose así las destrozadas reliquias de las
trece reducciones del Guayrá en el penosísimo viaje Paraná abajo

Céd. de 16 de Set. de 1639.


(1)
Carta del Gobernador D. Esteban Dávila de
(2) 11 de Octubre de 1637, (Mon-
TOYA, Conquista esp. §. 80.)
-173-
que refiere el P. Montoya, hasta asegurarse y fundar los dos nuevos
pueblos de San Ignacio mirí y Loreto.
Burlados mamelucos en su intento de cautivar á todos los
los

indios del Guajira, emprendieron nueva campaña contra las reduc-


ciones del Tape. Allí también hubo horribles carnicerías y millares
de esclavos; y también allí fué preciso decidirse á retirar los indios,
por más repugnancia que en ellos se encontrase. Pero se vio clara-
mente que no había esperanza segura de defensa contra tan tenaces
y rabiosos enemigos, si no se armaban los indios con armas iguales
á las de los adversarios.
Acababa de entrar á ejercer su gobernación del Paraguay don
Pedro de Lugo y Navarra (1636 á 1641), cuando se vio obligado á
acudir al socorro de las reducciones asaltadas en una de las incesan-

tes malocas ó incursiones de los paulistas. Llevaba consigo hasta


setenta españoles, y ordenó también que se distribu^'esen en el ejér-

cito de los Guaraníes no más que siete armas de fuego. El encuentro


con los audaces mamelucos fué tan feliz, que no sólo quedaron derro-
tados, sino que fueron muertos mucho número de los indios tupís sus
auxiliares, quedando prisioneros 17 de los mismos mamelucos: y les
fué dada libertad á dos mil indios que habían cautivado. No pertenece
al presente intento juzgar la conducta que después de esta victoria
tuvo el Gobernador; pero bastaba aquella prueba para convencer de la

urgencia de que permanentemente armas de fuego.


los indios tuviesen

Los arcabuces que había concedido el gobernador Lugo fueron


devueltos en seguida de la batalla. Mas el Procurador de la provincia
del Paraguay en Europa, cargo para el nombrado en 1637
cual fué
el insigne misionero P. Antonio Ruiz de Montoya, al mismo tiempo
que presentaba los instrumentos auténticos de los horrendos estragos
causados por los mamelucos entre los indios, hacía ver con sus razo-
nes cómo no se podían remediar aquellos daños mientras no se conce-
diese establemente cantidad de armas de fuego á los pueblos de Gua-
manejo de ellas. Y tan grande era la fuerza
raníes, ejercitándolos en el
de las razones, que Felipe IV, ya que no lo concedió desde luego,
ordenó al Virrey del Perú que, examinado el asunto en América,
donde se podían tomar informaciones más de cerca, y á no atravesarse
graves inconvenientes, concediese la licencia y entregase las armas de
fuego á los Guaraníes con las cautelas necesarias. Así lo dispone la
Cédula Real de 21 de Mayo de 1640 (1). Veíase en efecto la necesidad,
pero se tropezaba con el grave temor de que los indios, una vez

(1) Apénd. núm. 8.


-174 —
aprendidoel manejo délas armas de fue^o, las volviesen contra los

mismos españoles en algún alzamiento, y merced á su extraordinario


número, fuesen un peligro para la dominación española en estos países.

Antes que se llegase á ejecutar esta Cédula, ya le habían nacido


nuevos y grandes estorbos. Los vecinos de la Asunción, que frecuen-
temente se mostraron opuestos á los Jesuítas y á los indios de Misio-
nes, aun con perjuicio propio, habían dirigido al Consejo de Indias
un Memorial para que no se permitiesen armas de fuego á los Guara-
níes (1). El Gobernador Lugo, para sincerar su extraña conducta en
todo este incidente (2), se hizo de! partido de los émulos de la Com-
pañía, y envió al Consejo de Indias y al Rey informes contra la en-
trega de armas á los indios (3). Todo esto hizo que se pusiera de
nuevo en tela de juicio el asunto, y no fué poco el trabajo del Procu-
rador P. Montoya para acudir á las múltiples diligencias que se hi-
cieron áfin de esclarecer la verdad y conveniencia, y para satisfacer

á los reparos propuestos y á otros que se iban ofreciendo. Era el


negocio espinoso y lleno de sospechas en sí; tanto más que enton-
ces mismo se acababa de rebelar Portugal, que en efecto 3'a no volvió
más al dominio de España. El P. Montoya dio Memoriales y respon-
dió de palabra á lo que se oponía en el Consejo de Indias, además de
los que había presentado en razón de obtener la Cédula de 1640, que
ahora estaba en suspenso (4). Hizo el Rey formar una junta particular
de varios ministros reales únicamente para tratar esta materia: fué
oído el P. Monto3'a: pero aun allí se tomó resolución definitiva.
ni

Pasó el dictamen á la Junta de Guerra de Indias (5), y al Consejo de


Estado, y en todos estos cuerpos explicó el misionero la convenien-
cia y respondió á las objeciones. Fruto de tanta deliberación durante
dos años enteros fué la Cédula de 21 de Noviembre de 1642 (6), en la

cual se resuelve lo mismo que ya se había concedido en 1640, que es


remitirlo al Virre}^ del Perú; insinuando solamente algunas cautelas
que se podrán tener para que la concesión de armas no sea peligiosa.
El P. Montoya, en lugar de volver directamente á su provincia
del Paraguay, hubo de encaminarse á Lima. Desde Noviembre de
1644 hasta mitad de Enero de 1646 duró el expediente que se hubo
de tramitar ante el Virrey del Perú (7), en el cual intervino la con-

(1) Memorial del P. Montoya, núm. 1. (Apénd. núm. 52).


(2) Ibid.núm. 2.
(3) Número 3.

(4) Montoya, Memorial, núm. 4.


(5) Cédula de 21 Noviembre de 1642. (Apénd. núm. 9).

(6) Ibid.
(7) Apénd. núm. 10, sqq.
-175-
sulta del mismo Pedro de Lugo y Navarra, muy de otro parecer
dotí

á la sazón (1) de lo que había mostrado antes en su informe al Consejo


de Indias. La resolución final, cuya ejecutoria se despachó á 19 de
Enero de 1646, fué que se les concedían armas de fuego á los indios

Guaraníes; enviando por cuenta del Estado ciento cincuenta bocas de


fuego con sus correspondientes pertrechos, pólvora y municiones, las
cuales se habían de custodiar y usar en la forma que suplicaron á
Su Majestad, esto es, guardándolas en depósito aparte á cargo de los
Misioneros, y usándolas en la guerra 3^ en los ejercicios doctrinales

que habían de tener debajo de la dirección de algún hermano Coadju-


tor que hubiera sido militar.
Tres años después, en 1649, declaraba el Virrey conde de Salva-

tierra á losGuaraníes de las misiones por presidiarios del presidio


y opósito de los Portugueses del Brasil, y en virtud de este oficio
les reducía el tributo que solían pagar los demás indios, como queda

dicho (cap. VI)c Establecíase, pues, una guarnición de fronteras que


corría á lo largo de toda la línea divisoria de los dominios de España
con y en todo este dilatado espacio no se ponían tropas
los del Brasil:

españolas de defensa, sino que eran declarados por sus custodios los
Guaraníes de Misiones (2).

Los efectos de todas estas providencias fueron muy saludables,


como se hará constar á su tiempo. Contuviéronse los asaltos de los
portugueses: cobraron sosiego y estabilidad los pueblos de Misiones,
y los Gobernadores del Paraguay y de Buenos Aires empezaron á
tener un cuerpo fijo de tropas de que echaban mano á cada paso.
Pero en este intermedio no se habían dormido aquellos á quienes
molestaba que los Guaraníes tuviesen tanta potencia para defenderse:
ni habían vuelto atrás de su primer empeño. Eran estos los tiempos
de los ruidosos disturbios del Sr. Cárdenas. Y precisamente para re-
primir los mano ya dos de
alborotos del Paragua}^ habían echado
sus Gobernadores (Henestrosa y don Sebastián de León), de las nue-
vas tropas recién armadas por las disposiciones del monarca. Los ene-
migos de los Jesuítas trabajaron con ahinco en Madrid para que se
quitasen aquellas armas de manos de los Guaraníes, representando
las antiguas razones del peligro de sublevación de y lo que los indios;

más es, la misma obediencia y fidelidad de los Guaraníes en seguir


en la campaña de 1649 al Gobernador y León Zarate, que los había
convocado en nombre del Rey, quisieron hacer pasar por una rebe-
ión formal, que iba á traer la ruina de toda la provincia; añadiendo

(1) Apénd, núm. 11.


(2) Provisión de 21 de Junio de 1649. (Apénd. núm. 5).
-176-
que quien mayor culpa tenía en todo aquel hecho, eran los misione-
ros, los cuales con él habían quedado convictos de traidores al Re}'
de España y aliados de los portugueses (1). Tales extravagancias no
tenían verosimilitud alguna, y los misioneros demostraron su falsedad
una y otra vez con evidencia (2). Pero á los informes directos de los

émulos de la Compañía se agregaron los de los Gobernadores de las


provincias del Río de la Plata, enviados unos sin conocimiento de la
verdad y aun por instigación de los mismos émulos, como del suyo lo
testificó el Gobernador D. Pedro de Baigorry (3); procedentes otros

de siniestras aprensiones, como los de D. Alonso Mercado y Villacor-


ta, bien así como los que solicitó el mismo de otras personas nada

afectas á los Jesuítas. En aquellos informes se revolvían de mil modos


las falsas especies de las minas de oro, del patronazgo, délos religio-
sos extranjeros, del ser ejercitados los indios en el ejercicio de las
armas sin capitanes del ejército español, del inmenso poder de los
Jesuítas; se elevaba el número de las armas «por lo menos á catorce
mil bocas de fuego-» (4) (eran ochocientas); y se llegaba á afirmacio-
nes tan desatentadas y perniciosas, como la de que los portugueses
del Brasil no hacían daño ni eran de peligro, y las alarmas de los Je-
suítas por sus invasiones eran pretextos para otros fines. Tanto se
repitieron, aun después de desautorizadas, las falsas sindicaciones, y
tan prevenidos estaban contra los Jesuítas los jueces, inclusos algunos
miembros del Consejo de Indias, que el resultado final, después de
varios años de indagaciones, fué prohibir que los Guaraníes tuviesen
armas de fuego, ordenando que cuantas se hallasen en las Doctrinas
fueran entregadas al Gobernador del Paraguay )' quedaran á su dis-
posición. Estas fueron las prescripciones de una de las Reales Cédu-
las que el 16 de Octubre de 1661 se dirigieron al Oidor D. Juan Blás-
quez de Valverde (6) y todas fueron exactamente ejecutadas con la
visita que practicó en la provincia del Paraguay el P. Andrés de Rada.

No por haberse retirado las armas cesaron las causas que habían
motivado su concesión; y representadas nuevamente, se halló que
para obtener la Cédula prohibitiva de 1661 habían sido acusados los

(1) Memorial de fr. Juan de San Diego Villalón al Consejo de Indias, 1652.
(Colección anónima de documentos sobre los Jesuítas, publicada con diversos
títulos en cuatro tomos. Madrid, 1768. Se citará en estas notas con la abreviatura
N. Col).
(2) Pedraza, Memorial 1.° y 2," (Ibid).
(3) Carta al Key, del año 1655 (Asunción, Arch. Nac. vol. 61, pieza 17).
(4) Informe de Fr. Gabriel de Valencia, expulso de la Compañía (Simancas, Es-
tado, 7381).
(5) Carta del Oidor Bl/isquez de Valverde al Rey á 15 de Enero de 1658.
(6) Apénd. núm. 45.
-177-
Jesiiítas como que de propia autoridad se hubiesen entrometido en la
jurisdicción temporal, ocultando los acusadores mañosamente la fa-

cultad que daban á los Padres Cédulas de 1640 y 1642 y la pro-


las

visión Real de 1646; y á causa de esto se ordenó, en Cédula de 30 de


Abril de 1668, que se formase en Buenos Aires una junta de dos mi-
sioneros de los más antiguos y dos Oidores, y diesen nuevamente su
parecer sobre la conveniencia de tener armas de fuego los Gua-

raníes; y que en el entretanto se restitu3^esen las cosas al estado que


tenían antes de 1661 (1). La junta no se celebró; la restitución tam-
poco se hizo; antes por haberla empezado á ejecutar el Gobernador
don Juan Diez de Andino, recibió el año siguiente una desaprobación
de la Audiencia de Buenos Aires con orden de recoger de nuevo las
pocas armas entregadas. Así se hizo efectivamente en 1670, devol-
viendo al Gobernador todas las armas que había en las Doctrinas, sin
que quedase ninguna, como lo declaró con juramento el P. Alonso del
Castillo que hizo la entrega (3). Mas apenas entró en 1671 á la gober-
nación del Paraguay don Felipe Rege Gorbalán, cuando los perpetuos
émulos de la Compañía y de los Guaraníes le llenaron los oídos de
siniestras acusaciones, que él trasmitió como verdaderas á la Au-
diencia de Buenos Aires; entre las cuales estaba la calumnia de que
en las Doctrinas todavía quedaban muchos indios armados de bocas
de fuego; y no costó poco el evitar que, para averiguar cosa tan des-
tituida de fundamento, decretase la Audiencia medidas propias para
producir escándalo, atropellar la inmunidad religiosa y manchar el
buen nombre de los Misioneros, que era lo que pretendían los solapa-

dos consejeros del Gobernador (4).

La necesidad fué, por más poderosa que todas las preocupacio-


fin,

nes y á los seis años, el mismo Gobernador Rege Gorbalán, en pre-


sencia del peligro de los mamelucos, que finalmente llegaron aquel año
de 1677 á apoderarse de la nueva ciudad de Villa Rica, después que
ya la habían hecho retirar en 1632 setenta leguas de su primitiva po-
sición; se determinó á armar de nuevo á los Guaraníes con armas de
fuego, dándoles pólvora, plomo y cuanto fué necesario; y así lo infor-

mó Consejo de Indias en carta de 20 de Octubre de 1677. Esta vez


al

se dio en Madrid la providencia definitiva por Cédula de 25 de Julio


de 1679 (5). En ella se aprueban de nuevo las Cédulas de 1640 y 1642
y la providencia del marqués de Mancera de 1646; se resuelve que los

(1) Apéndice, núm. 16.


(2) Apéndice, núm. 17.
(3) Memorial 1.° del P. Baeza, § 20, Quinto (Sevilla, Arch. de Indias, 7. 44. 15).
(4) Autos sobre el informe del Gob. Rege Gorbalán (ibid).
(5) Apénd. núm. 19.
12 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes
-178-
Guaraníes de Misiones del Paraná y Uruguay puedan tener armas
las

de fuego en forma que ya estaba señalada, custodiándolas los Mi-


la

sioneros, y que les sean devueltas las que les habían sido tomadas de
resultas de la Cédula de 1661.
Esta fué la última orden, que ya no sufrió alteración hasta ser ex-
pulsados los Misioneros, ni aun después, porque era lo que exigía la
necesidad de aquel país.

IV

RAZONES QUE HICIERON NECESARIAS LAS ARMAS


DE FUEGO
Nadie se persuadirá que el asunto de las armas haya costado cua-
renta años de deliberaciones, que en él hayan tenido lugar tales mu-
danzas y que al fin se haya resuelto por la parte que aparentemente
ya no podía abrigar esperanza; sin que reconozca que en todo este
negocio intervinieron razones de gran peso. Aquí no haremos sino in-

dicar las que por una y otra parte se alegaron.


La razóncapital que militaba en contra de la concesión, era el
justo temor de que se sublevasen los Guaraníes una vez que hubiesen
llegado á tener aquellas terribles armas, que constituían la ventaja
indisputable con que las naciones europeas habían podido compensar
el exceso del número en sus luchas con los indígenas del continente
americano. El día que el indio pudiera disponer de aquellos formida-
bles ingenios que á su parecer producían el trueno y lanzaban el rayo,
ya no quedaría medio de mantenerlo en sujeción.— Tanto más, que
para una multitud tan grande de Guaraníes, no eran unas cuantas
bocas de fuego las que había que conceder, sino tanto número, que
apenas los hombres de guerra de Gobernaciones vecinas to-
las tres

mados por junto, alcanzarían á ser tantos como los indios armados.
Y en efecto, desde los primeros tiempos en que se les dio licencia, tu-
vieron los Guaraníes, parte de las que les dio el fisco, parte de las que
compraron con los fondos de los pueblos, hasta ochocientas bocas de
fuego. -Poner todo este armamento de mosquetes, arcabuces, pólvora,
balas y cañones, en poder de los indios y enseñarles á manejarlos, ha-
bía de ser una perpetua tentación para excitar á unos ánmios, ya de
suyo inconstantes é inclinados á novedades, á que usasen de todo aquel
poder contra los mismos gobernantes, á quienes no podían menos de
— 179-
reconocer inferiores en el número de las tropas.— Y el día en que tal
mismo
rebelión se verificase, la responsabilidad había de caer sobre el
gobierno español, que inconsultamente había armado aquellos brazos.

—Ni solamente se perdían con esto inmensos territorios y tributos


para lamonarquía, y vidas 3^ haciendas de los habitantes españoles de
América, que esto solo era bastante para negar cualquier facultad
pedida ó concedida; sino que se comprometía para siempre la salva-
ción eterna de tantos millones de indios, unos ya convertidos, otros
aún salvajes, pero á los que alcanzaría el influjo de los Misioneros.
Porque claro es que, faltando la dominación de España, con ella
iban á ser desterradas todas las instituciones católicas que la acom-
pañaban.
Esta es la razón que verdaderamente pesó en los consejos de los
Reyes, y la que en mil formas se repitió y detuvo los primeros impul-
sos de conceder lo que con tanta necesidad al parecer se pedía. Y
cierto que mostraba que no se debía resolver madura-
sin pensarlo

mente; porque si esta razón hubiese resultado verdad, una vez dado
el paso, ya no tenía remedio.
Las demás causales que á ésta se añadieron con el tiempo, eran tan
ilusorias, que sólo pudieron tener alguna apariencia mientras duró
la ignorancia, ó mientras maliciosamente se repitió la calumnia y se

ocultó la verdad. Antes al contrario, bien examinadas, se podía haber


probado con ellas que era necesario armar con armas de fuego
á los indios para tener seguridad de los denunciantes de aquellos
motivos.
Díjose que los Jesuítas se servirían de las armas para amotinar á
los indios Guaraníes, entrar á saco en las ciudades de españoles, y
entregar los indios y el territorio conquistado al Rey de Portugal. A
tan grosera y calumniosa imputación se le procuró dar color desfigu-
rando unos hechos, inventando otros, y enviando al Rey los siniestros
informes de que se ha hablado en el artículo precedente.
El efecto de estas calumnias, presentadas á enorme distancia, en
el Consejo de Indias, y por personas que merced á su estado habían
de ser tenidas en concepto de verídicas, y dando á sus relatos aparien-
cia de verdad con la multitud de detalles y aun de documentos confir-
matorios, que al fin se probó ser fingidos; no fué pequeño, y se nece-
sitó de tiempo y trabajo para desvanecer tanta falsedad.
Producían también otro efecto indirecto; y era llamar la atención
al reciente levantamiento de Portugal y á la vecindad de los portu-
gueses respecto de las misiones Guaraníes. Estos dos hechos no
podían menos de reforzar notablemente la verdadera razón, que era
- 180 -
la del peligro si se llegasen á rebelar los indios provistos de armas de
fuego. Tales eran los motivos expuestos en contra.
A conceder la
posesión y manejo de armas de fuego á los Guara-
níes delParaná y Uruguay movían urgentísimas razones.
En primer lugar estaba la defensa de vidas y haciendas de los
Guaraníes. Este era un derecho natural en ellos, y como tal lo expla-
naban é insistían en él los misioneros (1). Pensar que los indios pudie-

ran resistir á sus agresores los mamelucos con las antiguas armas de
flechas, garrotes y piedras, era cosa excusada. Los españoles, aunque
quisieran, no les podían socorrer por la grande distancia; y ya se
habían visto casos de llegar sólo cuando habían desaparecido los ene-
migos después de hecho el daño, destruido el pueblo, cometido mu-
chas crueldades y Uevádose gran número de indios en estado mise-
rable para venderlos por esclavos. Por el contrario, la experiencia
estaba patente de que unas pocas armas de fuego en manos de los
indios habían bastado para animarlos tanto, que habían logrado la

victoria de un grueso cuerpo de tropas portuguesas, haciendo muchos


prisioneros y rescatando dos mil indios que se llevaban para escla-
vos Al Rey tocaba defender estos vasallos como señor, y por
(2).

tanto, concederles este medio, único suficiente y necesario. Y no sólo


lo requería así el derecho natural, sino también el divino, por depen-
der de la defensa de estos indios la conservación y propagación de la

fe entre los demás infieles comarcanos, á la cual se reconocían obli-


gados los Reyes de España en fuerza del encargo de la Santa Sede
al concederles la defensa del Evangelio en América.
Mas no eran sólo sus vidas, su libertad, pueblos y tierras lo que
con el uso de las armas de fuego quedaban losGuaraníes aptos para
defender: era juntamente el territorio de la monarquía española. Los
portugueses de San Pablo no se limitaban á cazar indios y cris- infieles

tianos por hacerlos sus esclavos, y á ejercitar sus crueldades con las
personas, y dejar el rastro de su paso en las ruinas de pueblos y pro-
fanación de santuarios; sino que juntamente pretendían quedar por
dueños de aquellas comarcas que habían asaltado; sea que, como al-

gunos dicen, quisiesen vivir independientes de todo soberano, sea que


quisiesen congraciarse con el Rey de Portugal, ofreciéndole nuevos
dominios. Por consiguiente, en armar bien aquellos subditos, estaba
interesada la defensa é integridad de las posesiones de España en las
Indias Occidentales.

(1) MoNTOYA, Memorial, § 16, Apénd. núm. 52; Ampuero, Requerimiento


etc., en Bkabo, Atlas, pág. 36.
(2) MoNTOYA, Memorial, § 1-2.
-181-
La potencia de los paulistas era grande. «^Que la villa de San
•i>Pablo, y otras circunvecinas, echen cuatro y cinco compañías de
T>cuatrocientos y quinientos hombres mosqueteros, con cuatro mil y
:»más indios /lecheros, gente muy belicosa y bestial, es cierto; por-
-»que el suplicante y otros religiosos sus compañeros los han visto
tmuchas veces por aquellos campos marchar con mucho orden de
*guerra, en que están muy ejercitados^ etc.» Así decía el P. Monto-
ya (1), quien sigue enumerando las condiciones de resistencia y tena-
cidad de los paulistas para una guerra en aquellos países despoblados.
La resistencia á estos formidables aventureros, que ya en aquella
fecha (1643) constaba en Madrid por documentos auténticos haberse
propuesto con planes formales la conquista de todos los territorios
intermedios hasta llegar al Perú (2), estaba cifrada únicamente en
los españoles de la Asunción. Mas estos, como lo va demostrando el

Misionero, no eran bastante reparo para detener semejante invasión;


no por falta de fidelidad al Rey, en lo que no había que dudar; sino
por falta de número, pues á duras penas alcanzaban á trescientos
hombres de guerra; por falta de costumbre para sobrellevar las incle-
mencias del tiempo y las durísimas condiciones de una guerra en des-
poblado; por falta del hábito de las dilatadas marchas á pie en que
tan ejercitados estaban los paulistas y que eran necesarias en las
montañas, siendo los paraguayos pura tropa de caballería. De ma-
nera que negarse á hacer intervenir los Guaraníes en la defensa, era
entregar en manos de los paulistas los indios, la tierra, y las mismas
ciudades de los españoles, sin exceptuar la Asunción, que corría pe-
ligro de perecer en este avance perpetuo de aquellos audaces invaso-
res, como habían perecido no muchos años antes las ciudades de Guay-
rá, de Villarica y de Santiago de Jerez.— Este discurso probaba
manifiestamente que los que incitaban á los vecinos de la Asunción á
litigar contra la concesión de armas á los Guaraníes, obraban como
perversos ciudadanos, enemigos de su patria, pues nada menos bus-
caban que su propio daño y su total ruina.
Restaba satisfacer al recelo de que los indios, envalentonados
con la fuerza que se iba á poner en sus manos, se alzasen contra los
españoles. Puesta la cuestión en el terreno que acaba de verse, sólo
se podía hacer caso de semejante peligro en la suposición de que
fuera muy probable y próximo. Y aun entonces era necesario pensar
si convenía negar las armas, quedando en el peligro inminente y mo-
ralmente cierto de la invasión vencedora de los paulistas; ó más bien

(1) MoNTOYA, Memorial, § 16.

(2) Ibid.
— 182-
exponerse á un peligro que, aunque real y serio, era sin duda menos
cierto y quizá se pudiera conjurar. —
Pero lo que demostraban los Mi-
sioneros era que semejante peligro no existía, y su aprehensión no pa-
saba de ser un vano temor. Los Guaraníes se habían mostrado fidelí-
simos á Dios: luego también lo serían al Key. Por el alto concepto

que la enseñanza de los Misioneros les había hecho formar del Key,
profesaban tal obediencia á los Gobernadores, «qite d sola esta vos
de un Gobernador: El Rey me envía, se humillan, rinden y suje-
-»tan de manera que cualquier agravio que este les haga, lo llevan
T^con paciencia, y ni aun d pensar mal contra los Gobernadores se
^atreven, aunque los desuellen, por veneración sola del que los en-
•s>vía^ (1). — Demás de que, si los indios fuesen inclinados á maquinar
rebelión contra el dominio español, en la ocasión presente lo harían
y lograrían su intento, sea con armas de fuego, sea sin ellas, con sólo

juntarse cristianos é infieles en tanto número como eran; pues se


veía que la ciudad de la Asunción se hallaba fatigada y á punto de
consumirse con sólo cuatrocientos Guaycurús que la combatían. --Pero
se podía asegurar que aun teniendo las armas de fuego, no podían
vencer en su rebeldía si la intentasen, porque les faltaban del todo los
materiales para hacer pólvora. — Finalmente, la experiencia ya en-

tonces había manifestado que los indios armados con armas de fuego
no sólo no se rebelaban, sino que defendían con valor los dominios de
la monarquía; como lo hacían las dos compañías de indios del Callao

de Lima, y las tropas indias empleadas como guarnición de fronteras


en las provincias de Tomina, en Pilaya y en Paspaya.
A todas estas victoriosas razones vino con el tiempo á agregarse
otra experiencia de ciento veinte años en que los indios usaron de las
armas de fuego, sin que jamás se siguiese el daño temido.
Antes por el contrario es de notar un fenómeno que se reparó más
en el tiempo en que se alborotaron los siete pueblos del Uruguay al
ser expulsados de sus tierras por el tratado de límites de 1750, Con
haberse apoderado de los depósitos de armas y de pólvora que tenían
en sus pueblos, puede decirse que fué nulo el uso que hicieron de

ellas. «iVÍ9 hubo prevención de pólvora y balas, dice el P. Cardiel (2).

Escopetas, aunque hay en buen número, no las llevaron, porque es


arma que repugna al genio del indio. Las llevan como quien
lleva un garrote, arrojándola del caballo cuando desmontan, como
un palo. Tiranía por cualquier lado. Luego quiebran la baqueta y
rompen la cazoleta, tuercen el gatillo y todo lo echan d perder. No

(1) MoNTOYA, Memorial, § 16.


(2) Declaración de la verdad, § 238.
— 183-
saben cuidar de ella. Tal cual se encuentra que se aficiona á ella,
los demás sólo por f ¡tersa la usan. Por eso ahora no se halló sino
tal cual que las llevase; y esos pocos no llevaban masque tres ó

cuatro cargas.» Y explica que si los indios salieron en otras ocasio-

nes victoriosos con las armas de fuego, fué por el orden y dirección

de los que gobernaban, que eran comúnmente cabos españoles, por


los

el cuidado de los Misioneros en prevenir lo necesario.— Lo cual parece

mostrar que aún en el caso de haber querido rebelarse los indios, el


peligro que se temía si tenían armas de fuego era muy remoto, ya
que no fuera del todo ilusorio. Y que son exageradas é inexactas
ciertas proposiciones generales que se aventuran á veces, las cuales
por tener alguna verosimilitud y gran simplicidad, se aceptan como
verdades demostradas. Tal es aquella de qneLas armas de fuego con-
quistaron la América. Tal esta otra de que quien en el siglo XIX ha
conquistado la Pampa ha sido el fusil Remington. Y la de que la
invención de la artillería es la feudalismo de Eu-
que destruyó el

ropa. No bastan los medios materiales, cuando además de ellos no


concurren las dotes del espíritu: y generalmente, la disposición del
espíritu es causa de los últimos efectos y también de los medios ma-
para conseguirlos, que no son más que una parte y en los que
teriales
un entendimiento superficial se lisonjea de hallar la causa adecuada.

V.

LOS EJERCICIOS MILITARES

Inútiles hubieran sido las armas, á ellas si no se hubiese agregado


la organización de los indios y la destreza en manejarlas.
;^iendo el territorio de los Guaraníes país de guerra por las ene-

mistades que alimentaban con los infieles de otras razas y aun con
los españoles; y mucho más desde que en ellos empezaron aecharse
los paulistas, asaltándolos con sus aliados los tupís; hubo cierta orga_
nización entre ellos ya desde su gentilidad. Los más valerosos 3' pru.
dentes llegaban á hacerse caciques; y el cacique ó tubichá, fuéselo
por suá méritos ó por haberlo heredado, era el capitán general de to-
dos sus indios en cualquier caso de guerra, de suerte que ningún otro
podía entrometerse en la dirección de sus subditos. Así resultaban
formados tantos cuerpos independientes como cacicazgos concurrían
á una guerra; y sólo por algún común acuerdo podía determinarse
-184-
algo fijo sobre el modo de operar. (1) Parece, no obstante, que cuando
la guerra era más seria y abarcaba territorio muy dilatado, dejaban
tal sistema, contrario al buen éxito de las operaciones, y reconocían

algún cacique, más fama y poderío, á quien los restantes acata-


el de
ban y obedecían como á general (2).
Al irlos estableciendo en reducciones, en cada una de las cuales
venían á juntarse diez, doce ó más cacicazgos, cuidaron de que en
cada reducción hubiese un capitán (3), ó á veces dos (4), á quien se
sujetasen los demás, y que pudiesen asegurar la unidad de acción y
la victoria. A estas autoridades, como á las civiles, se les entregaba
su bastón en nombre del Rey; y cuando ya estaban las reducciones
seguras y aprobadas como pueblo regular, no era definitivo su nom-
bramiento hasta que fuese aprobado por el Gobernador de la pro-
vincia.
En los autos de la visita pasada por el Gobernador Láriz en 1647,
hallamos que el Gobernador, después de declarar por fenecidos los

cargos militares hasta aquel día en ejercicio, nombra en cada pueblo


dos capitanes de la reducción, dos capitanes á guerra y dos ó más
sargentos (5). En algunos pueblos señala un teniente de capitán, y en
uno solo, que es el de Concepción, dos capitanes de á caballo.
Los cargos que estaban vigentes en 1767 al tiempo de la expul-
sión, pueden deducirse con alguna probabilidad de la enumeración
de trajes de gala que hallamos en los inventarios de aquella época (6).
En ellos vemos que se contaban dos capitanes ó comandantes de ar-
mas, un alférez real, un alférez segundo 6 alférez real mini, un
comisario, iin tnaestre de campo, un sargento mayor, cuatro capi-
tanes de infantería, cuatro capitanes con sus cuatro tenientes y
cuatro alféreces de caballería, cuatro sargentos de caballería y cua-
tro ayudantes.
Los habitantes del pueblo capaces de las armas eran dis-
manejar
tribuidos en compañías, distintas según arma propia de cada uno.
el

En pequeño número eran los que manejaban armas de fuego, á saber,


arcabuces, mosquetes y escopetas y aun alguna que otra pieza de ar-
como esmeril, roquera ó pedrero. Encada pueblo no pasaban
tillería,

las armas de fuego de treinta á cuarenta, y era necesario tener mu-


cho cuidado de ellas, porque como en el párrafo antecedente hemos

(1) Lozano, Historia, lib. V, cap. XX, n.° 11.


(2) Lozano, Conquista, lib. I, cap. XVIL
(3) Lozano, Historia loe. cit. n." 12 13.
(4) RuYEK, Anua de Iguazú (Tkelles Arch. L 177).
(5) Treli.hs, Arch. IL
(6) Brabo, Inventarios, pág. 9-10. y p. ssim.
— 185-
oído al P. Cardiel, nunca llegaban á aficionarse á esta clase de armas,
ni cuidarlas con el esmero que exigen, sino á lo más alguno que otro

indio como excepción. El mayor número lo formaban las compañías


de flecheros, y en el acierto para usar de esta arma eran admirables.
Agregábanse honderos; y también manejaban la macana y las bolas
de que ya hemos tratado. Esta distribución por compañías alcanzaba
á todos los indios del pueblo que tuviesen robustez para las armas;
pues los Guaraníes todos eran soldados, así por formar la guarni-
ción de fronteras, como porque, en efecto, los enemigos que les cer-

caban por todas partes, y á veces les acometían de improviso, como


Guaycurús, Charrúas y otros infieles, y entre los cristianos los pau-
listas, les obligaban á hallarse siempre á punto para la guerra. Y era
esto de manera, que por las noches tenían rondas militares 3^ daban
señales de alarma; y cuando en las fiestas acudían á la Iglesia, tenían
que entrar en ella armados.
Los oficios militares arriba enumeíados es más probable que
lo

sirviesen para el ejercicio privado y fiestas de cada pueblo. Cuando


habían de salir á alguna función militar todos los pueblos, formaban
ocho compañías ó brigadas (1) encargadas cada una á un capitán:
sobre todos ellos estaba Maestre de Campo, y éste tenía su Sar-
el

gento mayor, añadiéndose en cada compañía el número de oficiales


necesarios. Eran indios todos estos jefes; y á ellos se agregaban como
directores los cabos españoles enviados por el gobernador, ó en su
defecto algún Jesuíta lego, antiguo soldado; acompañando siempre á
la tropa alguno ó varios misioneros como sus capellanes.
Los Superiores de los Misioneros, que sabían por experiencia
cuánto importaba el buen estado militar de los Guaraníes de las Re-
ducciones en medio de tantos enemigos y con el compromiso que los
indios tenían contraído de servir de milicia del Rey, velaron con mu-
cho cuidado en sus prescripciones, cartas y visitas, así para que no
faltasen armas y pertrechos de guerra, como para que estuviesen
adiestrados y á punto los indios. Citaremos algunos de estos encar-
gos 3' reglamentos por el orden que los trae el resumen del Padre
Quirini (2).

«Retrato del Rey. 23L El retrato del Rey nuestro Señor 3' sus
armas es debido 3^ justo que se tenga en la armería, para que á sus
tiempos se ponga en público, como se estila. P. Visitador». [Antonio

(1)Cardiel, Declaración, § 64.


Extracto de los preceptos y órdenes para las Doctrinas del rio Paraná
(2)
y Urtcguay, hecho por determinación del P. Manuel Quirini, en el año de 1731;
cap. XI: Arvieria y armas. (Biblioteca Nacional de París, núm. 4486, 2° suple-
mento: Calvo. Tratados, IV. 382.)
-186-
Garriga]. «N. P. General Francisco Rctz. (Año de 1732)». Armas
DE FUEGO. 232. No se permita que nuestros indios tengan en sus casas
armas de fuego, ni usen de ellas como suyas; y si alguno tuviere al-
guna, recójase y póngase en la armería común; y cuando vayan á
algún viaje, no las llevarán sin licencia del P, Superior. Ord. co-
mún 57.— Ejercicio de armas y los domingos. 233. Todos los ante-
cesores míos han encargado el uso 3" ejercicio de las armas de todos
los géneros, y lo encargo de nuevo, por la Cédula real de S. M.: há-
ganse los alardes, y aquellos días gástese con los indios alguna carne,
yerba ó sal lo hagan con más efecto y
de supererogación, para que
aplicación: y mes se tire al blanco. P. Zea. P. Herrán.
una vez al

P. Machoni. P. Bernardo. Háganse estos alardes asistiendo á ellos


el Cura ó el Compañero, pues está esto tan encomendado, aun de

nuestros PP. Generales. P. Luis de la Roca. Armas de fuego. 234,


Adiéstrense otra vez en todos los pueblos algunos mozos escogidos
en el uso de las armas de fuego, y ténganlas limpias. P. Bernardo
Nusdorffer.— Entrar los domingos con armas. Registro de ellas.
235. Entren los domingos de siete años arriba con arcos y flechas, y
los que no lo hicieren serán castigados de sus Curas, los cuales
deben asistir al registro. El P. Zea. Y de cuando en cuando el maes-
tre de campo y sargento mayor han de registrar si tienen bastantes
flechas y sus armas corrientes. P. Bernardo. Muchachos. 236. Los
muchachos hagan también su ejercicio de armas (1). P. Machoni.
— Caballos reservados. 237. Cada pueblo tenga reservados unos
200 caballos para que se puedan valer de ellos en las ocasiones de
guerra. P. Bernardo. -Armas de prevención. 238. Cada pueblo tenga
á lo menos 60 lanzas, y 60 desjarretaderas, 7.000 flechas de fierro,
buenos arcos, hondas y piedras, y dos indios deputados para que siem-
pre tengan limpias y corrientes las armas. P. Zea. Centinelas. 239. —
Téngase especial cuidado en las centinelas de noche, rondando dentro
y fuera del pueblo. P. Ignacio Frías. Pólvora. 240. Hágase pólvora
en todos los pueblos cuanta se pudiere. P. Zea. Superintendentes
de guerra y sus consultores. 241. Para los casos urgentes de gue-
rra habrá cuatro Superintendentes señalados por el P. Provincial,
uno Uruguay arriba, otro hacia Yapeyú, otro en la otra banda del
Urugua}^, y otro en el Paraná, y cada uno tendrá sus dos consultores
para los casos de guerra. Ord. com. 10.— 242. Los pueblos de la otra

(1) Así en Brabo, Inventarios, pág. 10, aparece la enumeración de los trajes
de gala de la milicia infantil: un Comisario, un .Sargento mayor, un Maestre de
campo, cuatro capitanes de caballería con sus cuatro alféreces y tenientes, cua-
tro ayudantes, cuatro sargentos, cuatro capitanes de infantería con sus cuatro
alféreces.
— 187-
banda del Uruguay harán por su parte la espía de los pinares en los
tiempos acostumbrados: y se les señalará paraje adonde dejar sus
señas. P. Ignacio Frías. P. José de Aguirre* (1).
De los ejercicios y simulacros de los Guaraníes, sabemos por las
memorias que nos han trasmitido algunos autores (2), que los tomaban
con muchas veras y empeño; y que era necesario poner en la misma
plaza donde se verificaba la fingida batalla, algunos indios de juicio
armados de buenos garrotes, para que, al enardecerse los ánimos en lo
recio de la pelea, separasen los combatientes y evitasen alguna des-
gracia.
Cuando los Gobernadores querían valerse de la milicia Guaraní
para empresas de importancia, solían enviar unos meses antes algún
con sus necesarios auxiliares, y ellos por una tem-
oficial instructor

porada dirigían el ejercicio militar, dándoles los PP. todos los me-
dios, hasta que los escuadrones indios estaban adiestrados á su satis-

don Bruno Mauricio de Zavala para su jornada


facción. Así lo hizo
del Paraguay, A falta de estos instiuctores, procuraban los PP. que
hubiese algún hermano Coadjutor de los que en el siglo habían sido
militares, para que dirigiese é hiciese fructuosos estos ejercicios.
Esto es lo que se expresó al conceder á los Guaraníes las armas de
fuego en la forma que [los PP.] lo suplicaron á Su Majestad (3), á
saber: «ha propuesto [el P. Montoya] que la cantidad de armas y de
las municiones que se permitieren en las dichas Reducciones y para su
defensa, estén á cargo y en poder de los Religiosos que los doctrina-
ren, teniendo para hacerlo algunos legos, y que estos cuiden de ades-
trar los indios en manejo destas armas..; y que para adestrailos en
el

ellas puedan llevar del Reino de Chile algunos hermanos que haj'an
sido soldados (4)».
Para formar idea de los simulacros guerreros de los Guaraníes;
bastará leer viva y animada descripción de uno de ellos, que tras-
la

cribimos textualmente del Dr. Xarque (5). Refiere este autor como,
habiendo salido en 1679 dos destacamentos de Guaraníes á explorar
la banda oriental del Uruguay, por haberse recibido noticias de que
el Gobernador don Manuel de Lobo enviaba tropas á fundar un esta-
blecimiento portugués en tierras españolas; capturaron á cierto Ca-

(1) Pueden verse otras Instrucciones semejantes en carta del P. Andrés de


Rada á 17 de Noviembre de 1666. (Boletín de la Academia de la Historia, Madrid,
tomo 37, pág. 303, año 1900).
(2) Jakque, Insignes misioneros, lib. III, cap. IX, núm. 2.
(3) Provisión del Virrey de Lima á 23 de Marzo de 1645, Apénd, núm. 12.
(4) Cédula real de 21 de Noviembre de 1642, Apénd. núm. 9.
(5) Insignes misioneros, lib. III, cap. X. .
- 188

pitan portugués de importancia (1), y según las órdenes del P. Supe-


rior, lo condujeron á Buenos Aires en sus canoas.
«Tomaron puerto», dice, «en el río de las Conchas, cuatro leguas
de la Ciudad; cuyo Gobernador, atendiendo á lo que merecía tan
insigne capitán, no menos que á las leyes de su nobleza, le envió al
camino su carroza y la bienvenida con don Juan de Velasco, Sar-
gento mayor del Presidio, que le condujo á la plaza del Palacio,
donde, puestas en orden las Compañías del Fuerte, que suelen llegar
á nuevecientos soldados, fué cortejado á lo militar; y el Gobernador,
sin omitii" punto alguno de los que prescribe la urbanidad, le mandó
aposentar en su Palacio, y servir como era justo, A los demás se dio
casa en la Ciudad, según la calidad de cada uno. Entre otros agasa-
jos, con que festejó el Gobernador al huésped, que había conocido
célebre Capitán en las campañas de Portugal, cuando duraban contra
Castilla, fué un alarde, que mandó hiciesen los dichos cuatrocientos
indios en la plaza de la Ciudad el primer día de la fiesta. Dividiéndose
los indios á su usanza, sin dirección alguna de Cabo español, en dos
bandos, uno castellano }' otro portugués, echaron por delante sus
Reyes de Armas, que hiciesen los parlamentos y representaciones de
los derechos de cada parte; y no conveniendo las dos, se provocaron
á la guerra. Armóse la escaramuza con tal viveza, que toda la gente
que había concurrido dudaba si era guerra sangrienta ó apariencia
sola. Hacíanse muertos los disfrazados portugueses, y otros se deja,
ban apresar y despojar de las insignias, simulando resistencia, hasta
que, clamando victoria el campo castellano, sin perder hombre, ofre-
cían los despojos y prisioneros al Gobernador, y al Capitán huésped,
que no podré asegurar gustase tanto de la representación, cuanto la
aplaudió toda la Ciudad. Afirmando, que si aquellos indios peleasen
en las veras con el orgullo y destreza que en las burlas, serían inven-
cibles.Aunque no faltó algún vecino portugués que extrañase el que
no hubiese caído algún castellano en tan reñida contienda. Pero acos-
tumbran así sus alardes, aun hasta
muchachos, por haber sido los
los

del Brasil los enemigos que máshan ejercitado en las guerras,


los
como por la misma causa entre Moros y Cristianos en España. Des-
pués retuvo el Gobernador al Capitán portugués en Buenos Aires,
por los motivos que se siguen.»
Hasta aquí el Dr. Xarque. Y no pasaron muchos meses sin que
mostrasen los Guaraníes que aquel ardimiento y bríos no sólo los

(1) El capitán, á quien no nombra el Dr. Xarque, era Jorge Suárez Macedo,
lugarteniente de Lobo, quien con una pequeña partida de portugueses se había
internado en país español á explorar el terreno.
— 189-
animaban en las escaramuzas trabadas para celebrar la fiesta, sino
también en los asaltos de verdad; pues las milicias Guaraníes fueron
las que decidieron la toma de la fortaleza construida por los portu-

gueses en territorio de Castilla con el nombre de Colonia del Santísi-


mo Sacramento, según lo veremos en otro lugar.

VI

OFICIALES DE MILICIA 56
Junto con la elección y proclamación anual del Cabildo de que se
ha hablado (1), se verificaba en Doctrinas la de los oficiales que habían
de ejercer los cargos de milicia: y cuando los cabildantes tomaban
sus varas, tomaban también los militares sus insignias (2). La enume-
ración de los cargos se ha visto en el capítulo anterior: y aunque
igualmente existía esta clase de oficios en los pueblos de indios go-
bernados por clérigos ó por religiosos de San Francisco; no obstante,
la costumbre había introducido que ni unos ni otros se presentasen
cada año para recabar la aprobación del Gobernador de la provincia,
sino que únicamente los confirmaba ó ponía otros de nuevo cuando
pasaba al pueblo para hacer la visita.

El jefe de todos aquellos oficiales, y de quien principalmente de-


pendía su nombramiento, era el Corregidor indio confirmado por el

Gobernador; siendo su título indiferentemente de Corregidor de la


reducción ó Capitán de la reducción. A él iban dirigidos siempre los
mandamientos del Gobernador en que se pedía tropa armada.
Fuera de los nombramientos ordinarios dichos, quedan testimonios
de títulos dados por los Gobernadores cuando había ocasión, unos de

capitanes de la tropa que se hallaba en campaña; otros de capitanes


del pueblo, es decir. Corregidores; y algunos, de jefes de armas de
todas las reducciones. En esta materia es interesante un traslado auto-
rizado de escribano de varios nombramientos ocasionales en diversos
años, que se conserva hoy en la Biblioteca Nacional de Chile y cuyo
resumen se hace en la nota de esta página (3). Comprende las fechas

(1) Supra, cap. III, §. III.


(2) Cardiel, Breve relación, cap. V, núm. 30.
(3) Chile, Biblioteca Nacional. MSS. «Archivo de Jesuítas, vol. 296», pieza
«104>. «Títulos de Capitanes y de otros ministros de justicia y guerra que los Go-
bernadores han dado á los Indios del Paraná y Uruguay». Tanto autorizado en
12 fojas.— 1629, Agosto 1." D. Francisco de Céspedes, Gobernador de Buenos Aires,
— 190 —
desde 1629 hasta 1656: y aparecen allí las firmas de los Gobernadores
D. Francisco de Céspedes, D. Pedro de Lugo, D. Ventura Mujica,
D. Jerónimo Luis de Cabrera, D. Gregorio Henestrosa y del Teniente
de Santa Fe y Corrientes, Juan Arias de Saavedra. El más singu-
lar de los nombramientos, y ciertamente desconocido, es el en que
D. Jerónimo Luis de Cabrera, Gobernador de Buenos Aires, da título
de Capitán general á guerra y Justicia mayor de todas las reduccio-
nes del Uruguay, ó sea de todas las de la Compañía que pertenecían
á la provincia de Buenos Aires, al cacique de la Cruz D. Ignacio
Abiarú, dando al mismo tiempo testimonio de haber desempeñado
ese mismo cargo D. Nicolás Nenguirú, cacique de la Concepción,
caudillo bien conocido de la primitiva época de las Misiones. *Por
cnanto estaba nombrado por Capitán general á guerra y Justicia
mayor de las reducciones del Uruay y demás tocantes á este go-
bierno D. Nicolás Ñengnirú y falleció etc.» La fecha es de 12 de
Enero de Semejante á este documento es el publicado por Tre-
1643.
lles en sus Anexos, núm. 47, en que el Gobernador de Buenos Aires

D. Andrés de Robles nombra por capitán y teniente de la Candelaria


á los caciques D. Luis Cumande^ai )' D. Pela3^o Taparí, con la ocasión
que expresa: «Por cnanto los capitanes y tenientes que se nombran
por este gobierno... en los pueblos y reducciones de indios al cui-
dado de la Compañía... han venido á dar la obediencia que acos-
tumbran cada g-o¿»/^;'wo...» fecha, Buenos Aires, 24 de Noviembre
de 1674.
Lo que sí causará extrañeza á primera vista es el hallar á los mis-
mos Jesuítas mezclados á veces en la dirección de los asuntos de
guerra. El P. Antonio Ruiz de Montoya, al pedir al Rey armas para
los indios como medio necesario de defensa, proponía para evitar los
inconvenientes que se habían alegado <íque lasarmas estén á cargo
y en poder de para hacerlo algunos legos,
los religiosos...^ teniendo

y que éstos cuiden de adestrarlos en el manejo de estas armas»;



da título de capitán al cacique Ayeo. 1639, Febrero 1." D. Pedro de Lugo, Go-
bernador del Paraguay, da título de maestre de campo de Itapúa al cacique An-

tón Arambaré. 1640, Diciembre 18. D. Ventura Mujica, Gobernador de Buenos
Aires, da títulos de capitán á guerra de Concepción al cacique D. Nicolás Nen-
guirú; de San Nicolás, al cacique D. Francisco Mbairobá, y al cacique D. Antonio
Cuaracicá; de San Carlos, al cacique D. Teodoro Tembetay; de San Miguel, al
cacique D. Francisco Abié; de San Cosme, al cacique D. Roque Guiracari'i. 1643, —
Enero 12. D. Jerónimo Luis de Cabrera, Gobernador de Buenos Aires, da título
de Capitán general y Justicia mayor de las Reducciones de la Compañía de su
provincia al cacique D. Ignacio Abiarú, como lo tuvo el difunto D. Nicolás Nen-
guirú.— 1641. Noviembre 4. D. Gregorio Henestrosa, Gobernador del Paraguay,
da título de Corregidor y Justicia mayor de San Ignacio guazú al cacique D. Cris-

tóbal Aberabay. 1656. Tres títulos, dos de capitanes y uno de Alférez, dados por
el Teniente de Santa Fe y Corrientes, Juan Arias de Saavedra.
-IQl-
«V que para adestrarlos en ellas, puedan llevar del reino de Chile
algunos hermanos que hayan sido soldados^, etc. (1). Con esas mis-
mas circunstancias se le concedieron en la decisión final del Virrey
del Perú en Acuerdo de Justicia y Hacienda (2); y con esas se custo-
diaron las armas en Doctrinas y fueron industriados los indios por
los hermanos Coadjutores Antonio Bernal y Juan de Cárdenas al
principio: y cuando éstos faltaron, por algunos otros y por los indios
que de ellos habían aprendido algo. Mas, siendo siempre en corto
número los hermanos Coadjutores que solía haber en las Doctrinas,
hubo de recaer necesariamente en los Padres la custodia de las
armas, cuidado de que se conservasen en buen estado, y también
el

la dirección de lo que se había de hacer para que no decayese la prác-


tica que en las armas habían adquirido los Guaraníes. Así se ha visto
en el artículo anterior la prescripción de que un Padre asistiese los

domingos al simulacro, la de que mantuviese la afición á estos ejer-


cicios, la de que cuidase de tener ó hacer fabricar el número de armas
que se prescriben y otras. E igualmente se hubieron de señalar Pa-
dres que ordenasen la manera de defenderse en asaltos repentinos; y
para que procediesen con más probabilidad de acierto, seles dieron
consultores, como se suele hacer en otras materias en la Compañía.
Hízole esto novedad al P. General Goswino Nikel, quien en
carta de 12 de Diciembre de 1652 al Provincial P. Juan Pastor, le

dice: <íOtra cosa avisan también de las Reducciones que no acabo de


entender con qué orden 6 licencia se practica. Dicen que está muy
asentado nombre de consultores de guerra y revisores de arnuis,
el

á modo de capitanes generales^ que á sus tiempos van d visitar las


armas que los otros Padres tienen á su cargo... Deseo saber cuál es
el oficio y ocupación destos, y qué necesidad hay dellos.» Y luego

ordena al Provincial que tratándolo con sus Consultores, no dé lugar


á que se introduzca algún abuso ni costumbre menos propia de la de-
cencia religiosa que pueda ser causa ó de escándalo á los seglares, ó
de justo sentimiento á los Gobernadores y ministros del Rey; avisán-
dole de lo que se hubiere resuelto en la consulta.
La extrañeza en quien veía la cosa desde lejos era natural, y más
justificada en el P. General, que velaba por la perfección religiosa de
la Compañía y cumplimiento de su Instituto; pero teniendo presentes
todas las circunstancias, cesa la extrañeza y en su lugar aparece la

necesidad. Sucedía, en cuanto á las aimas, lo mismo que se ha visto en


cuanto á los castigos. En las reducciones no había capitanes españo-

(1) Memorial referido en la Cédula de 1640. Apénd. núm. 8.


(2) Apéndice, núm. 12.
-192-
les; las ciudades de donde podía venir el auxilio distaban cincuenta,
cien ó doscientas leguas; los enemigos estaban vecinos; y aun los le-

janos asaltaban á veces de improviso. Dejar todo sin prevenir, era


entregar las Reducciones á su ruina. Poner en absoluto la dirección
en manos de los indios, era hacer cosa equivalente. Fué, pues, pre-
ciso que, confiando á ellos la ejecución, se ejercitase por medio de los
Misioneros la dirección de lo que se había de hacer. Por este motivo
se nombraban, á lo menos desde el provincialato del P. Andrés de
Rada, cuatro Padres de los más experimentados y prudentes, que se
llamaban Superintendentes de guerra, y cuyo oficio era hacer que se
tomasen las providencias 3' se ejecutasen las operaciones necesarias
en caso de un asalto repentino, mientras se solicitaba el auxilio, que
las más veces no llegaba ó llegaba tarde por la gran distancia. Uno
cuidaba del alto Paraná, otro del alto Uruguay, parajes ambos por
donde acometían los mamelucos; otro del Uruguay abajo desde la al-
tura de Yapeyú, por donde solían atacar los charrúas, 3'arós, mboha-
nes3^ guenoas; y el cuarto de los pueblos del Paragua3' hacia el Paraná

llamados ^//^¿/os de abajo^ adonde llegaban los rebatos de abipones


y gua3'curús. Cada uno de estos Padres tenía dos Consultores de
guerra, cuyo parecer debía oir antes de tomar resolución; y tanto
para el caso de tener que obrar solo, como para el de hallarse presente
el Superior de las Misiones, se prescribía entre otras cosas (todas
inspiradas por la previsión y la experiencia), que á las juntas ó con-
sultas se hallasen presentes los caciques 3' principales jefes, porque
habiendo de ser ellos quienes ejecutasen lo resuelto, lo harían con más
empeño y eficacia habiendo entendido las razones 3^ tenido parte en
la deliberación, y los demás irían con más gusto, viendo que aquello
salía de sus caciques (1). Estos cargos fueron continuándose en ade-
lante y así se encuentran en la designación de oficios hasta el tiempo

del extrañamiento, 1767, en el Archivo general de Buenos Aires (2).


La necesidad de la defensa de los indios, 3' aun de la propia, que
es ley natural, daba á los Jesuítas el derecho de obrar así; quien lo

negara sería un insensato; 3^ quien de aquí sacara, como pretendió


Ibáñez (3), un cargo de usurpación de derechos ma3^estáticos, no puede
eximirse de la tacha de malvado; pues de donde debía tomar fun-
damento para la alabanza, saca materia de crimen. Y si no, véase á
quién se hubiera echado la culpa de un descalabro ó de un desastre

(1) Roma, Archivio di Stato: Gesttiti, Paraguay: Instrucciones del P. Rada en


1665.
(2) Buenos Aires: Arch. gen. Papeles de Jesuítas, varios legajos.
(3) Reino Jesuítico, parte l.'^, art. IIT, § IV.
- 193 -
general que hiciera perecer todas las Reducciones. odiosidad y La
responsabilidad hubiera recaído sin duda sobre los Misioneros y sobre
su Superior, si se les hubiera probado que, pudiendo influir en que los

jefes indiostomasen una ú otra determinación que salvara la gente de


su ruina, no lo hubieran hecho. Y nadie tiene responsabilidad donde
no tiene derecho 3" facultad de obrar ó no el hecho de que se le hace
responsable.
Si el Rey de España hubiera resuelto poner en las Doctrinas ofi-

ciales militares europeos, los Jesuítas hubiesen repugnado; y


no lo

hubieran obedecido puntualmente, como obedecieron en entregar las


armas de fuego. No se juzgó esto conveniente, y en realidad parecía
arriesgado el caso por elfundado temor de alborotar los indios; y así
fué preciso emplear el medio más obvio que dictaba la razón misma
para no abandonar las Misiones á su total ruina. La prueba más pa-
tente de la inocencia de los Jesuítas en esta materia, 3' de cuan lejos
estuvo de su ánimo cometer usurpación alguna de potestad, se ve
el

en la ingenuidad con que en unas mismas listas mezclan los cargos


de confesores de los religiosos y Consultores de la disciplina domés-
tica con los de la vigilancia para los casos urgentes de guerra. Y sin

duda que el P. General debió quedar sin recelo alguno, pues en la co-
rrespondencia no se descubre en adelante rastro de reprensión ó ex-
trañeza.

13 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes


CAPITULO VII

RÉGIMEN ECONÓMICO: LA AGRICULTURA


1. Plantas cultivadas. —2. Orden del cultivo. —
3. La yerba. —
4. Modo como se


beneficiaba la yerba. 5. Ganadería.— 6. El Abambaé.—l. El Tupambaé. 8. La —

propiedad en las Doctrinas. 9. Una dificultad, y resolución del P. Muriel.

Conocida ya la organización de la sociedad doméstica, del cuerpo


municipal y de la función política cual se hallaba en las Doctrinas
Guaraníes del Paraná y Uruguay, en cuanto ha sido posible preci-
sarla con los datos hoy todavía subsistentes; toca ahora investigar
el modo cómo se proporcionaban los habitantes de aquellos pueblos

los bienes materiales necesarios para la vida. Y«sto es lo que aquí


se expondrá, empezando por lo que entre ellos era la base de todo el

orden económico, á saber, la agricultura.

PLANTAS CULTIVADAS
Las dos plantas que constituyeron el sustento de las Reducciones
eran el maíz, Zea mais, y la mandioca, latropha manihot, Linn.; á

las que se agregaba la batata.


El maíz, en Guaraní llamado abatí, era la planta que en aquellas
latitudes representaba, en la alimentación de los naturales, lo que el
trigo para los europeos, y el grano que mayor abundancia mostraba
en su multiplicación. En efecto, aunque el trigo se produce en las
Misiones y en todo el Paraguay, no rinde, sin embargo, fruto abun-
dante, y pasados pocos años, degenera, siendo necesario renovar la
semilla. El maíz, por el contrario, puede dar, no una, sino varias co-
sechas anuales. Machacado el maíz, fórmanse con él una especie de
tortas que se cuecen al horno con grasa y queso, y son el chipá ó
-195-
pan de la gente del campo. Quebrantado ligeramente en un mortero,
cribado de modo que y luego cocido con le-
se separe de la película,
che ó con agua y azúcar de modo que forme una masa espesa, se
llama jnasamorra/y preparado del mismo modo, cociéndolo con agua
y sal en masa menos espesa, á que se añaden á veces trocitos de
carne, es el locro. Tostado, lo comen como los europeos el pan. Fer-
mentado en agua, da la chicha, bebida que entre los Guaraníes equi-
valía al vino.
La segunda planta en importancia, después del maíz, es la man-
dioca. Es una planta herbácea que se levanta uno, dosy hasta tres
metros del suelo. Como casi todas las Euforbiáceas, á cuya familia
pertenece, encierra un jugo acre, que hace venenoso el uso de cual-
quier parte sólida de ella, y aun del agua en que ha hervido ó se ha
macerado. Sólo hay una especie que no sea venenosa. No obstante,
aun de la venenosa se saca una gran utilidad y un precioso alimento.
La utilidad es la del almidón, que contiene su fécula, y se utiliza sin
previa preparación especial. El alimento es doble, y se obtiene por
repetidos lavados de la raíz tuberculosa; el agua arrastra consigo el
jugo venenoso, y lo que queda es comestible; si se raspa grosera-
mente, constituye \^ fariña de pao (harina de palo) como la llaman
los portugueses, que también dicen absolutamente /ar/'/ía, y es aun
hoy día un alimento principal del pueblo en el Brasil. Si quebranta-
da y rallada se deja en suspensión en el agua, la parte más fina que
todavía queda suspendida después del reposo, es la tapioca, muy co-
nocida también por sus excelentes cualidades alimenticias. Pero la
mandioca que los Guaraníes cultivaban es la especie no venenosa,
que se llama aipí, Manihot paUnata, var. aypi, Parod. (1). Es la
mandioca dulce, á diferencia de la nociva que llaman mandioca bra-
va. Distinguen también la una de la otra, llamando Mandiog-poropí
á la dulce,y Mandiog-eté (mandioca mayor) á la brava, por ser sus
tubérculos mucho mayores. Comen cocidas las raíces á manera de
pan. Otras veces, parten el tubérculo en pedazos, los secan al sol un
par de días, y molidos y hechos harina, amasan una torta que calien-
tan al fuego sólo tostándola; éste es el mbeyú que también es una

clase de pan usado ya sea tierno, ya sea duro, en cuyo caso le llaman
mbuyapé ata, pan fuerte ó bizcocho. También usan de varios modos
de las raíces secadas al fuego ó al humo (2).

A estos dos principales alimentos se añadía la batata, en Guaraní

(1) Notas sobre algunas Plantas usuales del Paraguay, de Corrientes y de


Misiones, Buenos Aires, Coni, 1886, pág. 8.
(2) Lozano, Conquista, lib. I, cap. X.
-196-
yetí, que es el Convolviihis batata, tubérculo de sabor dulce, en la
figura semejante á la papa ó patata. Alcanza fácilmente una magni-
tud doble del puño; y sus vastagos, apenas salen de debajo de tierra,
cuando se esparcen por la superficie, y aunque se siembran en surcos
á distancia casi de un metro, pronto se hallan enlazados los tallos,
de los que se desprenden raíces adventicias, que forman otras tantas
plantas nuevas al profundizar en el suelo. Usábanlas los indios sea
cocidas con agua, sea asadas al fuego.
Aunque éstas eran las plantas alimenticias principales, se culti-
vaban también otras varias, como habas, porotos ó habichuelas, gui-
santes, lentejas, trigo, cebada, caña de azúcar, zapallos ó sea cala-
bazas, y pepinos con otras cucurbitáceas, todo en pequeñas can-
tidades.
La planta propia para el vestido de los indios era el algodón; y
así ésta por su necesidad era cultivada en abundancia.

II

58 ORDEN DEL CULTIVO

Los Guaraníes de las Misiones formaron un pueblo agricultor.


Éranlo ya en el tiempo de su gentilidad, pero, no bastándoles el fruto
de su cultivo para sustentarse, á causa de su corta providencia,
tenían que recurrir á la pesca y caza en varios tiempos del año. Los
Jesuítas procuraron fomentar en ellos la agricultura hasta asegurar-
les el sustento, y lo consiguieron. Aquí todos son labradores, dice el

Padre Cardiel (1), desde el Corregidor y Cacique más principal,


hasta el menor indio, y desde el día que se casa, se le señala tierra
para su sementera. Como éste era el principal cuidado (aunque to-
dos ejercitaban también la milicia), no había ninguno que no tu-
viese su chacra ó tierra de labor; y mientras se hallaba en el servicio
militar, era su chacra cultivada por otros, á fin de que á su vuelta
no encontrase perdidas las cosas de su labranza.
Las faenas agrícolas que pedían más atención y trabajo, el labrar
y sembrar y asegurar el crecimiento de las diversas cosechas, dura-
ban siete meses, poco menos, cada año, á saber, desde Corpus hasta
Navidad. En este tiempo cesaban los oficios comunes, pues aun los

(1) Declaración de la verdad, s 101.


-197-
oficiales de los talleres eran agricultores (1), y después de Misa
oir
cada día se iba cada uno á su chacra todo conservando volun-
el día;

tariamente y no por obligación la cristiana costumbre de oir la santa


Misa aun en los días de hacienda los que tenían cerca del pueblo sus
sementeras. Cuando las sementeras estaban distantes, como sucedía
en algunos pueblos, pasaban todo el tiempo en la sementera; y sólo
se recogían al pueblo cada sábado para oir la Misa de precepto el
domingo, y para asistir á la explicación del catecismo y plática mo-
ral, y celebrar el dia de fiesta.
Por lo mismo que el maíz era la base del sustento, y se lograba
con tanta facilidad, procuraron los Misioneros que lo hubiese en gran

abundancia; y así, industriaron á los indios á sembrarlo cuatro veces


cada año (2), con loque, aunque tuvieran arregladas todas las otras

sementeras, se procuraban cuatro cosechas de este útilísimo cereal.


La labranza se ejecutaba con bueyes, y cada indio casado pedía
á su cacique y recibía de él un par de bueyes, que le servían para

cultivar su chacra ó sementera. Los instrumentos en los principios


fueron muy primitivos é imperfectos, como los tenían los indios en
su barbarie, cuando su cultivo se reducía á despejar el terreno pe-
gando fuego á la maleza, hacer con palos aguzados unos hoyos en el

suelo, y enterrar en ellos los granos de maíz y otras semillas. Más


tarde, logrando azadón de hierro, suplieron con él la falta del arado,
cavando la tierra en vez de voltearla. Al fin, cuando pudieron tener
animales de labranza, usaron el arado europeo, en la forma que ahora
ya se desecha para usar los arados de hierro modernos, pero que
entonces era la más perfecta; cuya única pieza de hierro era la reja.

Para sembrar el algodón, que se procuraba tuviese también cada


uno, elegíanse las tierras más dilatadas, y después de roturarlas con
el arado y desmenuzar la gleba, cuando ya no quedaba sino una
masa pulverulenta, se abrían en ella surcos equidistantes; luego se
echaban en el surco no uno ni dos granos de cañamón sueltos, sino
cuantos podían caber en un puño, y se cubrían con poca tierra y bien
desmenuzada, dejando entre puñado y puñado un espacio como de
siete decímetros de intervalo á fin de que al germinar y crecer los
tallos á modo de arbustos, por ninguna parte tropezasen unos con
otros, y libremente pudieran orearse con la exposición al viento de
todos lados, para que no los abrasara el calor. El algodón es planta
que requiere suelo muy limpio, no sólo antes de florecer^ sino aun
después de llevar fruto; cuanto más limpio esté el terreno, tanto más
(1) Ibid. § 113.
(21 Relación de las Misiones de Guaraníes, prope med.
-198-
abundante será el fruto, á no ser que lo seque la bruma ó la escarcha;
mas si el espacio que queda entre mata y mata de algodón se llena de
yerbas inútiles no se recogerá nada ó muy poco de algodón (1).

III

59 LA YERBA

Hora Paraguay, co-


es ya de decir algo de la tamosa. yerba del
nocida en las comarcas del Río de el nombre de caá,
la Plata con
yerba sin añadidura alguna, yerba por antonomasia. Podrá pensar
alguno que la mención de la yerba debía guardarse para compren-
derla entre las industrias, y de hecho se dice la industria yerbate-
ra; pero además de que la misma agricultura se ha considerado
como industria extractiva, llamándola industria agrícola; ha}' una
razón especial para incluir la yerba que recogían los Guaraníes en-
tre los productos agrícolas; y es que ellos no se limitaron á beneficiar
la planta de los bosques, sino que, cuando les fué posible, la cultiva-
ron en sus pueblos.
La yerba mate, Ilex paraquariensis DC, no tiene de yerba
sino el nombre, porque es, no yerba, sino hoja de un árbol después
de tostada y molida. El árbol que la produce es, en su figura y en su
hoja, muy parecido al naranjo, y alcanza desde cinco metros hasta
10 y 12 de altura, dándose algunos ejemplares que llegan á 15. Su
región geográfica es la América del Sur entre grados 25° y 32"
los
de latitud S., y muy en especial en los parajes cercanos á los ríos
Uruguay y Paraná.
Sólo los indios Guaraníes entre las demás razas bárbaras cono-
cieron y tuvieron uso común de la yerba; y por ellos fueron conoci-
das sus propiedades entre los españoles, quienes la empezaron á
emplear no sólo en el virreinato de la Plata, sino también en Chile
y el Perú; como los portugueses la emplearon en el Brasil; y los
efectos que de ella se experimentaron fueron tan ventajosos que aun
hoy día persevera el uso de la yerba.
La yerba mate tiene las cualidades del te, á las cuales añade
algunas suyas propias. Tónica y digestiva, excitante y además diu-
rética la ha mostrado la experiencia cuotidiana. Hay más: las cua-

(1) Relación de las Misiones de Guaraníes, § Reliqua etiam civilis, prop. med.
-199-
lidades que en ella señaló elhermano Montenegro, antiguo enfermero
Jesuíta de las Misiones, de servir de remedio contra las cámaras ó
diarrea tomada con sal, contra la relajación general de los miembros
ocasionada del calor y sudor, ó contra insolaciones, si se toma la
infusión en agua fría; no sólo tienen la confirmación que él ya alega
de la experiencia de los indios; sino también un fundamento presun-
tivo de mucho valor en los análisis químicos que se han practicado
de esta planta. Pues, aunque todavía se pueda desear mayor preci-
sión que la que ofrecen los análisis cuantitativos hechos hasta
ahora (1), los análisis cualitativos, desde el primero que publicó el

Dr, Domingo Parodí en 1859 (2), convienen en señalar en ella la

teína, principio inmediato idéntico al del te; el tanino de yerba,que


es el ácido cafetánico; y una cantidad no despreciable de albúmina
vegetal. Este último elemento se coagula en parte por la torrefacción
incompleta al aire libre que se hace sufrir á la hoja; y es el que ex-
plica el hecho muchas veces observado de que la infusión de yerba
permita á un indio caminar ó trabajar largo tiempo, y en ocasiones
días enteros, sin sentir necesidad de alimento ni descaecerle las
fuerzas, como también sucede con la coca del Perú. En virtud áe\
principio proteico, la yerbamate es un verdadero alimento.
La yerba se toma ordinariamente en las regiones del Río de la
Plata en una vasija denominada tnate ó porongo, hiá en Guaraní.
Es la mitad de una calabacita de unos 16 centímetros de longitud
por 8 de diámetro partida por medio y excavada para formar dos
recipientes. Suele añadirse á la boca del mate un aro de plata ó de
metal. Pónese dentro tanta yerba molida cuanta cabe en la palma de
la mano, y luego se añade agua bien caliente, ó fría si se usa para
ciertos remedios. Los indios solían aplicar la boca, tragando junta-
mente el agua de la infusión y la hoja del mate: lo más común es
usar de un cañutillo con boquilla de plata, llamado bombilla, con el

cual se chupa á sorbos la infusión. Tomaban los indios el mate cima-


rrón, esto es, sin endulzar y con el amargor natural de la yerba:
los europeos le añadían azúcar.
Precisamente en el modo de usar esta bebida se ha tropezado con
un estorbo que quizá es la causa de no haberse propagado más una
planta que nada debe al te ni al café. La bombilla y el mate ó reci-
piente ha de pasar de boca en boca, pues no suele haber sino uno ó
dos para muchos que se junten á tomarlo: y esto deja bastante que

(1) Parodí, Notas sobre algunas plantas usuales del Paraguay, de Corrientes
y de Misiones, art. Caa-mí, pág. 33.
(2) En la Revista farmacéutica de Buenos Aires.
- 200 -
desearen cuanto á limpieza. Cuando se ha querido emplear en tazas
á la manera de las otras infusiones, el líquido, en vez de ser entera-
mente trasparente, ofrece el mismo color verde de la yerba, que á
algunos produce repugnancia: dicen además los peritos que esa infu-
sión que se prepara separada de la yerba, que llaman mate cocido,
pierdeel sabor y otras propiedades. No obstante, el mismo Dr. Pa-

rodi,que hizo cuidadosos estudios de esta planta, puso en práctica


un medio con que sin quitar á la yerba su aroma ni sus demás cuali-
dades, se logra obtener el líquido trasparente (1).

IV

60 MODO COMO SE BENEFICIABA LA YERBA

Aunque los Misioneros procuraron que los Guaraníes fueran


plantando yerbales cerca de sus pueblos, para evitarles los largos
viajes á territorios lejanos, con los daños consiguientes en ausentarse
de sus casas dejando la compañía de sus familias; no obstante, sólo
cinco ó seis pueblos de los treinta habían logrado esta ventaja hasta
el año de 1742, en que parece escrita la Relación de Misiones (2). Y
estos habían de andar diligentes en cavar á menudo y cultivar lo
plantado; pues si bien este árbol, en su terreno nativo, crece espon-
táneamente y no necesita de cuidado alguno, trasladado á otra
parte, se seca si no es atendido con esmero.
Los demás pueblos, que carecían de yerbales hortenses, era for-
zoso que emprendieran penosas expediciones hasta encontrar en el
alto Paraná ó en el alto Uruguay los puntos donde pudiesen proveerse
de la necesaria yerba, que no sólo había de servir para su consumo,
sino también para pagar el tributo al Rey,
Para estas expediciones se aprovechaba el tiempo que quedaba
desocupado después de las tareas de siembras y labranzas. Como un
centenar de indios de cada pueblo de los del Paraná, cargaban sus
provisiones en una barca, y emprendían el camino río arriba hasta
llegar á los yerbales ó selvas en que hay abundancia de árboles de
yerba, que tenían bien conocidas. Desembarcaban allí y se inter-
naban una ó más leguas, donde recogían y preparaban la yerba,
ensacándola en los mismos cueros que les habían servido para llevar

(1) Parodi, Notas, etc. pág. 28.


(2) Relación de las Misiones de Guaraníes, §. Quod ómnibus.
- 201 —
los bastimentos y en otros que ;l prevención llevaban. así como Y
acuestas habían traído las provisiones desde su barca, así acuestas
ahora acarreaban poco á poco la j'-erba recogida; y emprendían
su viaje de regreso río abajo. Duraba la recolección de tres á cuatro
meses, y otro mes y medio se empleaba en el viaje de ida y vuelta.
Los Guaraníes de las reducciones del Uruguay iban á sus yerba-
les en muías, llevando por provisión quinientas ó seiscientas ó hasta
mil cabezas de ganado vacuno con ciento cincuenta ó doscientas
libras de tabacoy otras tantas de yerba que necesitaban para su con-
sumo: además barretas de hierro, hachas y cuchillos grandes en can-
tidad. Todo lo cual cargaban en uno ó dos carros no muy grandes
tirados por bue3^es. Llevaban además una tropilla de doscientos cin-

cuenta bueyes para los sesenta á ochenta carros en que habían de


traer la yerba una vez cosechada; y aunque los carros que cons-
truían no eran grandes, necesitaban uncir tres pares de bueyes á
cada uno por la dificultad de los caminos.Luego que llegaban á los
yerbales, fabricaban el rancho cuidadosamente revestido de paja
donde se habían de depositar las hojas tostadas ya y groseramente
desmenuzadas y que era necesario conservar á cubierto de la hume-
dad, pues las hojas que llegan á humedecerse toman un color negro
y resultan inútiles. Luego se repartían á las diversas faenas: unos
buscaban mate, cortaban las ramas y las acarreaban
los árboles del
al paraje destinado para la torrefacción; otros buscaban maderas
y las amontonaban para alimentar el fuego: otros
secas, las traían
armaban un zarzo de cañas ó de varas bastante largas levantadas
dos metros del suelo; otros en los troncos de árboles que habían
derribado excavaban unos morteros en que se había de majar la
yerba. Al hacerse de noche, divididos en cuadrillas, encendía cada
cuadrilla su hoguera, y en ella chamuscaban rápidamente las hojas
con ramas, y luego las iban poniendo en el zarzo, preparando
las
debajo otro fuego lento, sin llama, que mantenían toda la noche, con
lo que las hojas se tostaban, modificándose ó cociéndose su jugo.
Venida la mañana, descargaban el zarzo; y mientras los demás
continuaban sus operaciones de cortar y traer ramas de mate y leña
para tostar; unos cuantos quedaban en el paraje del zarzo, y revol-
viendo la parte ya tostada, echaban fuera las ramas y pecíolos, y
estregaban las hojas entre las manos desmenuzándolas; y en seguida
las molían con pilones en sus morteros, y las cerraban cosiéndolas
en sacos de cuero, formando cada saco un tercio de yerba ó siirrón
de yerba, que contenía el peso de seis á ocho arrobas. Si durante
la faena ocurrían algunos días de lluvia, se interrumpía el trabajo
- 202 -
de la yerba, y se ocupaba el tiempo en fabricar carros y 3"ugos para
la vuelta. Si la temporada había sido feliz, sin enfermar na-

die, demasiado, volvía cada indio con su carro cargado


ni llover
de dos tercios, y si alguno había sido muy diligente, de tres tercios
de yerba: en caso contrario, cada dos traían un carro con dos sacos.
En llegando al pueblo y descargando, la primera acción era ir á
la iglesia, donde se celebraba una fiesta de acción de gracias.
Toda la preparación explicada tenían que hacer igualmente los

indios del Paraná, sólo que les era más fácil la vuelta, dejándose
llevar de la corriente; y estos detalles que nos ha conservado el
autor de la Relación de tas Misiones de Gnaranís (1), muestran que

no difería sensiblemente el procedimiento empleado hace ciento cin-


cuenta años para beneficiar la yerba, del que se emplea actualmen-
te, según la descripción del investigador D. Carlos R. Gallardo (2).

Vese también que los Guaraníes no preparaban sino el mate lla-

mado caatninl, ó caantirí, y abreviado caanií (caá, hierba; niiní,

niirí ó mi, pequeño). La yerba caaininí era la j^erba menuda, de la


cual con selección paciente se habían quitado las ramitas y pecíolos:
la otra yerba en que iban juntas hojas y tronquitos, se llamaba
yerba de palos. Y generalmente hablando, la yerba caaminí alcan-
zaba, en los parajes donde era usada, doble precio que la de palos;
no siendo empleada apenas en las provincias del Río de la Plata,
que buscaban la de palos; y siendo por el contrario mu}^ estimada en
Chile y en el Perú.
Al ser expulsados los Jesuítas en 176S, los Padres habían logrado
ya que todas las Doctrinas tuviesen sus 3"erbales de plantación (3),

con lo cual se aliviaba enormemente el trabajo de los indios, en em-


prender largos viajes residiendo meses enteros fuera del pueblo.
Los yerbales hortenses sólo exigían diligencia en cavarlos y regar-
los. Y es observación singular que, así como los beneficiadores para-
guayos no llegaron nunca á preparar una yerba caaminí del aroma
y cualidades de la de los indios, aunque lo intentaron alguna vez;
así tampoco lograron aclimatar en plantíos hortenses el árbol, como
lo habían hecho los indios; «á pesar de que yo mismo», dice el Padre
Cardiel (4), «les llevé semillas y expliqué el método que se em-
pleaba».
Y puesto que hay muchos curiosos de saber cuál fué el procedi-

(1) § cit.

(2) Gallardo, La industria yerbatera en Misiones; pág. 77, ed. Buenos Aires,
1898.
(3) Caküiel, De moribus gnaraniorum, s. Herba.
(4) Ibid.
-203-
miento que los Jesuítas emplearon para aclimatar la yerba en los
pueblos (hecho que no sólo consta en las Relaciones de los Misione-
ros, sino en las descripciones que más tarde hicieron de los restos de
yerbales aún subsistentes los que publicaron noticias sobre aquel te-

rritorio,y que está hoy patente á los exploradores por sus vestigios
de plantíos, como puede verse en el mapa últimamente publicado
por D. Carlos R. Gallardo (La Industria yerbatera en Misiones)
donde se ven los restos de yerbales en los quince pueblos de las Misio-
nes argentinas) y aun se han esparcido fábulas y consejas sobre este
punto; no estará de más transcribir aquí la explicación cumplida del
método, que dio el P. José Cardiel en su Breve relación, cap. V
número 45. El testigo es de completa autoridad, porque habla de lo

que se hizo en su tiempo y en que él mismo intervino. «Aplicáronse


los Padres Jesuítas á hacer 3''erbales en el pueblo, como huertas de
él. Costó mucho trabajo, porque la semilla que se traía, no prendía.

Es la semilla del tamaño de un grano de pimienta, con unos granitos


dentro rodeados de goma. Finalmente, después de muchas pruebas
se halló que aquellos granitos, limpios de aquella goma, nacían; y,
trasladando las plantas tiernas del semillero bien estercolado á otro
sitio, y dejándolas allí hacer recias, después se trasplantaban al
yerbal, y regándolas dos ó tres años, prendían y crecían bien; y
después de ocho ó diez años se podía hacer yerba. Es planta muy
delicada; y con toda esta industria }' trabajo se logra. Los españo-
les, viendo estos yerbales, han pretendido hacer lo mismo en sus
casas y granjas, para librarse del mucho consumo de muías que
hacían por sierras y montes, haciendo y trayendo yerba; y yo les
he dado semilla y receta, para que lo hagan; mas nunca lo consi-
guen, aun siendo las tierras del Paraguay más apropósito para esta
planta que las de otros países.»
Salidos los Jesuítas, los yerbales hortenses de los pueblos quedaron
descuidados, y los indios hubieron de subir á hacer yerba por el alto

Paraná y alto Uruguay.

V
GANADERÍA 61
Parte de la agricultura es la crianza de animales útiles al labra-
dor. Los más importantes y de los que se conservan datos más cir-

cunstanciados son las reses de ganado vacuno. De los demás, caba-


- 204 —
líos, muías, asnos, ovejas y cabras, apenas se sabe otra cosa que
su número, que consta de las tablas formadas en tiempo del ex-
trañamiento, las cuales pueden verse en el Archivo general de Bue-
nos Aires (1).

Por experiencia vieron los Misioneros que no bastaban para que


tuvieran la subsistencia asegurada tanta muchedumbre de gente las
sementeras y cosechas, que ó por granizos, ó por falta de lluvias ó
por la irremediable negligencia de los cultivadores, resultaban esca-
sas;y así hubieron de pensar en procurar animales, en especial ga-
nado vacuno, que ya en tanto número se había multiplicado en las
posesiones de los españoles. Con algunas vacas dadas de limosna de
los colegios de la Compañía se entabló este nuevo recurso ya en las
misiones del Guayrá (2). Todo aquello se perdió en el estrago gene-
ral que hicieron los mamelucos; pero se volvió á reparar en las re-
ducciones del Tape. Atropellados también los indios en este nuevo
paraje en 1636, muertos muchos con inhumana crueldad, y llevados
otros como perpetuos cautivos por los mamelucos á su madriguera
de San Pablo; fué necesario de nuevo retirar las reducciones tierra
adentro, abandonando los parajes poblados ya. El gran número de
vacas que habían quedado necesariamente abandonadas, vagueando
y multiplicándose en un país donde no eran molestadas y donde había
abundancia de pastos, vino á formar una cantidad enorme de ga-
nado alzado entre las reducciones del Uruguay y el mar, extendién-
dose hasta el territorio que más tarde ocupó Montevideo; ésta fué la
que se llamó vaquería del mar, por dilatarse hacia la costa de la
actual República Oriental. Por muchos años tuvieron recurso para
su sustento los indios Guaraníes en esta vaquería, con el trabajo que
luego se dirá. El año 1720 pidió á los pueblos de quienes conocida-
mente eran aquellos ganados, licencia para sacar 30000 vacas un ve-
cino benemérito de los Guaraníes por servicios que les había presta-
do. Conseguida la licencia, ejecutó su operación; y el buen logro
que en ella tuvo, movió á otros á solicitar la misma facultad (3). Mas
como no se les concediese, por no arruinar aquel medio de subsisten-
cia de los pueblos; suscitaron pleito contra los indios sobre que aquel
ganado era realengo, como criado en terrenos del Rey, y que el Go-
bernador de Buenos Aires podía dar licencia para sacar vacas de
allí. El pleito fué sentenciado en contra de los pueblos Guaraníes, y
el Gobernador dio licencia á cuantos quisieron vaquear; lo cual

(1) Arch. gen.: leg. Misiones, varios años, 3.


(2) Cardikl, De moribus guaran, c. 3.
(3) Ibid.
-205-
se hizo con tanto desorden y apresuramiento, que dentro de pocos
años estaba destruida la Vaquería del mar.
Hubo que pensar en proveer de remedio á los Guaraníes, que ab-
solutamente necesitaban de un criadero para su consumo. Registrado
el territorio de las Reducciones, se hallaron en la parte oriental, á
distancia de unas 70 leguas de los pueblos delUruguay (1), unos di-
latados campos aptos para el ganado, y rodeados de espeso bosque
que los circundaba formando una faja de tres á cinco leguas de an-
chura. Allá se introdujeron, abriendo camino con gran trabajo, unas
ochenta mil cabezas de ganado recogidas de la antigua vaquería y
amansadas, resolviendo que no se tocasen en ocho años, con lo cual,
según la experiencia habida en otras ocasiones, se calculaba que
habían de llegar á cuatrocientas ó quinientas rail, pudiendo entonces
empezar á proveerse los pueblos con orden para que no se consumie-
sen. Esta fué la que se llamó Vaquería de los Pinares, por los bos-
ques de pinos que allí se crían, y lleva hoy todavía el nombre de
Campos de Vaccaria que es lo mismo que Campos de la vaquería.
Mas antes que tuviese tiempo de realizarse la esperanza de los
Guaraníes, ya los portugueses del Brasil, invadiendo aquel territo-
rio, que era de la Corona de España, habían abierto un gran camino
por su parte y hecho un destrozo que destruyó totalmente aquel
ganado.
Hacia 1731, y urgiendo la necesidad de tener ganado vacuno de
repuesto, se tomó la última resolución, que esta vez tuvo buen efec-
to. Eligióse en las estancias de Yapeyú un espacio de diez leguas en
cuadro, lo que se pudo hacer, pues eran tan dilatadas aquellas pose-
siones, que medían cincuenta leguas de largo y treinta de ancho. En
este cuadrado se introdujeron cuarenta mil de las vacas esparcidas
por toda la estancia, las cuales se habían de ir amansando y deján-
dolas propagar por ocho años hasta que llegasen á doscientas mil. Y
en adelante, puesto que las vacas estaban en el distrito de un pueblo,

no habían de ir los otros á vaquear, sino simplemente comprar las


vacas que necesitasen á los de Yapeyú; y puesto que eran vacas
amansadas, se dispuso que se pagasen un real más que las silvestres,
y por tanto valiesen cuatro reales cada una, ó sea medio peso. Otro
tanto se hizo en las estancias de San Miguel, que eran con las de Ya-
peyú las más extensas de las Reducciones. Estableciéronse en los lí-
mites de las dos estancias pastores especiales que las guardasen y
se pusieron en ellas un Sacerdote y un Hermano Coadjutor que pu-

(1) Cardiel, loe. cit.


— 206 —
diesen atender á los indios, demasiado alejados del pueblo, y de esta
manera perseveraron hasta los trastornos de 1750 (1). Puede verse
en el P. Escandón (2) el destrozo que el ejército y los vecinos de
Montevideo hicieron entonces en la estancia de Yapeyú, como igual-
mente lo hicieron los portugueses en la de San Miguel. Los demás
pueblos conservaron sus estancias ó sea dehesas de ganado, mucho
menores que aquellas dos, y que tenían de ocho á diez leguas de
extensión, proveyéndose de allí, y en caso preciso, acudiendo á com-

prarlas á Yapeyú.
Mientras duraron las vaquerías de ganado alzado ó salvaje,
la operación de vaquear, es decir, de recoger para utilizarlas cierto

número de cabezas de ganado vacuno, era muy trabajosa. Cincuenta


ó sesenta indios, provistos cada uno de cuatro ó cinco caballos de
remuda, se iban á los campos donde pacía el ganado cerril. Lle-
vaban consigo una pequeña cantidad de vacas mansas, que colocaban
en algún collado, de modo que fácilmente pudiesen ser vistas de las
silvestres; y guardando esta tropilla quedaban unos cuantos á caba-
llo. Los demás se esparcían para rodear y asustar las vacas salvajes,

acorralándolas y empujándolas. Los animales azorados, viendo la


tropa de vacas mansas, se iban acercando allá, y entonces los guar-
dadores se espaciaban y les abrían paso. Por la noche era preciso
encender hogueras en derredor, y con eso se contenía el ganado bra-
vo, que de otro modo se abría paso por enmedio de los guardas y se
desbandaba otra vez. En acabando de recoger las vacas de aquellos
contornos, pasaban á otro paraje, arreando las ya recogidas; para lo
cual un jinete marchaba delante, y los demás rodeaban el rebaño
y lo iban haciendo mover, sin hostigarlo demasiado para que no se
embraveciera y dispersara. Con esta tarea continuada durante dos
ó tres meses, recogían los cincuenta indios, en espacio de cien leguas,
cinco ó seis mil vacas para su pueblo. A veces, con más largo traba-
jo, se juntaban diez, doce y aun veinte mil. Conducida toda esta va-

cada á los pastos del pueblo, era allí dividida en trozos, cada uno de
algunos miles, que reciben el nombre de rodeos, y se separaban unos
de otros por ríos, esteros ó zanjas. Para domesticar las reses, se re-
cogían en un paraje algo eminente ó en un cercado de palos. Esta
recogida se verificaba al principio cada día; y más tarde, dos veces
por semana; y se detenía el ganado junto por tres horas (3).
La cantidad de ganado vacuno que poseyeron las Doctrinas tuvo

(1) Cardiel, loe. cit,


(2) Transmigración de los siete pueblos, § 23.

(3) Cakdiel, loe. cit.


-207-
sus alternativas. Cuando los Guaraníes de Loreto y San Ignacio de
Guayrá llegaron al Yabebirí después de su penosa emigración de
1631, no tenían una vaca con qué remediarse, habiendo tenido que
ni
abandonar todo su ganado. La generosidad del maestre de Campo
Manuel Cabral, vecino de Corrientes, franqueó á los indios su abun-
dante estancia, de donde dos años antes se habían podido sacar cua-
renta mil de una vez, sin sensible merma; y de allí se recogieron en
buena cantidad para los dos pueblos, donde se consumían doce ó ca-
torce cada día (1). A principios del siglo xviii, las hostilidades de
yarós, bohanes y guanoas hicieron que por algún tiempo hubiese
gran carestía de ganado vacuno, porque estorbaban á los Guaraníes
el vaquear, ó les dispersaban y robaban el ganado ya recogido (2).

De 1754 á 1762, la guerra y la estada de los dos ejércitos trajeron un


daño grande á las estancias, y como consecuencia, hambre á los
pueblos. Los años siguientes se procuró reparar lo perdido; y aunque
no pudo lograrse del todo, se había rehecho sin embargo el ganado
lo bastante, como lo muestra una tabla del Archivo general de

Buenos Aires (3), que es copia presentada por el Administrador ge-


neral D. Ángel de Lazcano conforme á los inventarios del año 1768
al ser expulsados los Padres. Por ella se ve la desigualdad que había

de pueblo á pueblo, teniendo unos cinco ó seis mil, otros doce, otros
treinta, y algunos cincuenta mil. En cuanto al ganado alzado en las
estancias propias de los dos pueblos de Yapeyú y San Miguel, la
tabla lo califica de innumerable.

VI

EL ABAMBAÉ
62
Abambaé (abd indio; nibaé cosa perteneciente, posesión, propie-
dad) era el campo propiedad del indio particular, donde establecía
su cultivo.
El terreno de cultivo de cada pueblo estaba dividido en cacicaz-
gos, de suerte que cada uno de los veinte ó más caciques que había
en cada pueblo, tenía señalada para sí y sus subditos una porción de

(1) MoNTOYA, Conquista esp. § XXXIX.


(2) Anua de 1708 del P. Salvador Rojas.
(3) Leg. Misto>ies, Varios años, 3.
-208-
todo el término en que pudiesen sembrar y cosechar con abundancia

cuanto necesitasen, sobrando siempre tierra apta para el cultivo,


por lo dilatado de aquellos territorios. Cada vasallo tomaba la ex-
tensión de terreno que necesitaba, y en ella hacía su sementera para
su sustento y el de su familia durante el año.
A pesar de haber terreno abundante, era sin embargo preciso
especial cuidado y solicitud para que el indio hiciese suficiente cha-
cra (esto es, sementera) en que poder cosechar maíz y mandioca, ba-
tatas y legumbres para todo el año; porque su ningún amor al tra-
bajo, su natural desidia y flojedad eran causa de que, si se le aban-
donaba á su propia no cultivase más que una pequeña
iniciativa,
porción de tierra, con lo cual á la mitad del año estaban consumidos
sus víveres. Para evitar este daño, que habiendo tanto riesgo de
hacerse general, hubiera sido la ruina del pueblo, se señalaban
algunos indios de los principales, quienes con título de alcaldes
tenían el cargo de recorrer las chacras de cada uno y observar
si las había hecho suficientes y si estaban en buen estado de cultivo.
Si de alguno encontraban que no era así, sino que andaba ociando
y paseando, se reprendía y sentenciaba al castigo, que era de
le

azotes; y castigado, daba las gracias, prometiendo atender como


debía á su sementera. Y
como ni aun la vigilancia de los alcaldes
bastaba, ó porque á veces ellos mismos se descuidaban, ó porque
condescendían en disimular á su pariente ó cliente desidioso; era
una de las tareas necesarias del Cura salir á recorrer por sí mismo
la parte del término donde se hallaban las chacras ó tierras de
labor, si eran suficientes, y prevenir así el daño
asegurándose de
que con eficacia convenía evitar.
Para asegurar el logro de la sementera, señalábase todo el tiempo
que media entre Corpus y Navidad, atenta la lentitud y dejadez
del indio para todas sus operaciones, siendo así que aquella tarea,
ejecutada con mediana diligencia, se podía haber despachado, dice
el P. Cardiel (1), en cuatro semanas. En esta temporada, todos
estaban desocupados para atender á su chacra: labrar, sembrar y
cosechar lo sembrado. Y como no había nadie en el pueblo que no
fuese labrador, aun en el caso de tener otro oficio, todos se desocu-
paban menos parcialmente) de él, para atender á la cosecha,
(á lo
cesando por semanas alternad;is las faenas de talleres y obrajes. Los
que tenían las chacras lejos del pueblo, salían de él y se trasladaban
á vivir con sus familias en cabanas que tenían fabricadas en el mis-

il) De tnorihiis guarattiorntn, cap. III.


.

-209-
mo campo, quedando en el pueblo solamente los que tenían sus
chacras en las inmediaciones. Hasta los niños y niñas iban en este
tiempo con sus padres, é interrumpían las acostumbradas ocupacio-
nes, á no ser que sus familias morasen en el pueblo.
Recogida la cosecha, á la que algunos añadían el cultivo de algo

de tabaco y caña de azúcar (aunque eran contados; la traían á sus


casas, donde guardaban lo necesario para el gasto de dos ó tres
meses; y lo demás, metido dentro de sus sacos y con el nombre
propio de su dueño, lo conducían al almacén común, de donde lo

iban á buscar en consumiendo lo que habían guardado. Este arbitrio


remedió el daño que se seguía de la imprevisión de los indios unas
veces y de su voracidad otras; pues, teniendo toda la cosecha en
casa, por noguardar regla ni medida en el comer, por dar lo que
tenían con suma facilidad, ó por cambiarlo á trueque de otras cosas
sin advertir que esto era el sustento de todo el año, muy luego lo
habían disipado todo y se hallaban sin nada.
Aun con todas estas diligencias, la mayor parte de los indios
necesitaban ser socorridos hacia el fin del año, y ésta era una de las
utilidades del Tnpambaé

Vil

EL TUPAMBAÉ 63
El TupiiDibaó (Titpá=Y)\o's,, 7)ibaé=cosa perteneciente, posesión,
propiedad), era en idioma Guaraní la hacienda de Dios^ hacienda
de los pobres (1); el campo común con sus frutos y ganado, que tomó
su nombre de los finesmás nobles entre los varios á que estaba
destinado, á saber, de la reparación y ornato de las iglesias y de la
piedad para con los desvalidos.
Elegíase el campo común de los terrenos más saneados del pue-
blo, 3^ de suficiente extensión para que en sembrar
él se pudieran
los frutos necesarios en abundancia: maíz, mandioca, legumbres }'

algodón, las otras plantas útiles de que es capaz la calidad de la


}'

tierra.
El modo de cultivar esta propiedad no fué siempre el mismo.
Hubo ocasiones en que se empleaban en este trabajo como jornaleros

(1) Restivo, Vocabulario de la lengua Guaraní, v. Hazienda.


14 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes.
-210-
una porción elegida de indios que por su aptitud pudiesen asegurar
el buen resultado del trabajo. «Se escogen .. los indios que más saben

»de labranza, y los sobrestantes de mayor capacidad y más diligen-


»tes, que atiendan al beneficio de la tierra, cultivo de los sembrados
»y buen cobro de los frutos; los cuales se recogen después en gran-
»des percheles y graneros para socorrer... —
A los que trabajan en
»estas sementeras del común, se les paga su jornal justo con los

«bienes del pueblo» (1). — Otras veces concurrían á este trabajo de


utilidad común todos los vecinos del pueblo, quienes durante la época
de labranza trabajaban los otros días de la semana en sus chacras )'

acudían al Tupambaé el lunes y sábado; exceptuándose de esta faena


los oficiales de artes mecánicas, quienes en aquellos siete meses in-

terrumpían parcialmente su asistencia á los talleres, compartiendo

eltiempo por semanas entre sus oficios y la labor de su Abauíbaé,


pero sin tomar parte en el cultivo del Tiipauíbaé (2).
De este campo, destinado para los desvalidos, para los ocupados
en servicio del pueblo y para todos los necesitados en general, se
sacaba lo necesario para socorrer á los enfermos del pueblo, á las
viudas y huérfanos, y para edificar y alhajar los templos. Con sus
frutos se proveía á los gastos de los que en beneficio del pueblo eran
enviados á otros puntos en sus viajes por tierra ó por agua, como
los que iban á hacer yerba ó á conducirla para el tributo; y al sus-

tento de niños y niñas mientras trabajaban en los campos comunes.


Con ellos se suplía si en el discurso del año era necesario socorrer
el hambre de algún otro pueblo, lo que algunas veces sucedía; ó si

algunos indios, lo que era más frecuente, no habían reservado para


sembrar, habiendo consumido cuanto habían cosechado, por su cono-
cida voracidad, ó por su habitual imprevisión de sembrar poco }'

excusar el trabajo.
Al Tupambaé pertenecían igualmente los rebaños de ganado
vacuno de que se ha tratado poco ha; y algunos de ganado lanar que
se procuraban formar en cada pueblo, pero en los cuales se conse-
guía relativamente poco, por requerir esta clase de animales más
esmero, de que difícilmente eran capaces los indios.
Finalmente, al Tupambaé pertenecía el trabajo de la yerba que
se recolectaba, así para el uso diario de los indios, como para el pago
del tributo.
Débese notar, que á la manera que los Misioneros se empeñaron
en que los indios tuviesen cada uno su propia posesión y sementeras

(1) Xarque, Insignes Misioneros, parte III, cap. VI.


(2) Cakdiel, De moribus Giiaraniorum, cap. III.
-211-
para sustento de su familia; así también procuraron que tuviesen
algunas cabezas de ganado propias, y cuando se hubo aclimatado la
yerba, algunos planteles de yerba; pero en lo uno y lo otro resulta-
ron infructuosos sus trabajos, salvo contadas excepciones (1).

VIII

LA PROPIEDAD EN LAS DOCTRINAS

Conocido el modo de ser de las Doctrinas Guaraníes en cuanto


á la agricultura, que constituía en ellas la parte principal, será bien
responder á la cuestión que á veces se propone y á veces también,

sin bastante fundamento, se da por resuelta: ¿Cuál era el carácter


de la propiedad en las Doctrinas Guaraníes dirigidas por los Je-
suítas?
En primer lugar se ha de considerar la propiedad de los bienes
muebles. Acerca de éstos no puede dudarse que la propiedad privada
tenía lugar en las Doctrinas. Sencillos á la verdad, en pequeño
número y de escaso valor hasta donde se quiera, eran empero reco-
nocidos como pertenencia de cada indio privado sus utensilios: la
hamaca, las ollas, platos y cántaros de barro; las arquillas donde
guardar los vestidos; las sillas que usaba para sentarse (2). Propiedad
suya eran las cajas, escritorios y otras obras de madera que con
habilidad peculiar y paciencia innata del indio labraban, y los obje-
tos por los cuales las cambiaban con los vecinos de las ciudades (3).
Como lo era el salario por el cual se alquilaban á los habitantes de
Santa Fe (4), ó en otras poblaciones.
En segundo lugar, en cuanto á la propiedad de los inmuebles in-

directa ó de usufructo, no puede caber duda alguna que la había»

con sólo fijar la que se sabe respecto á las casas y en


atención en lo

lo que inmediatamente antes se ha dicho acerca del abambaé. De la

casa usaba el indio ó sea el padre de familia perpetuamente mientras


le duraba la vida. De su campo particular disfrutaba y era dueño de
todos los frutos en él cosechados, maíz, mandioca, batatas, poro-

(1) Cardiel, Declaración de la verdad, núm. 112, y de moribus, loe. cit.


(2) Phramas, De administratione Guaranica, §. XIII.
(3) Información dada por el R. P. Martín García en Santa Fe, año 1699, tes-
tigo 1.°, pregunta 52, y otros. (Buenos Aires, Arch.gen.)
(4) Información dada por el P. Valeriano de Villegas en 1682, testigo 6.°,
pregunta 6.^ (ibid).
-212-
tos, etc.; como lo era igualmente de la yerba mate y del tabaco 6
de la caña de azúcar, cuando venciendo su habitual desidia se deter-
minaba á plantarlos y cultivarlos, para lo cual nunca le faltaba
tiempo y terreno.
En tercer lugar y hablando de la propiedad de inmuebles con
dominio directo, algunas cosas hay claras y ciertas, y otras inciertas
y dudosas. Cierto é indubitable es que los Jesuítas no profesaron la
doctrina errónea que constituye el comunismo, á saber, la de que
los bienes materiales sean comunes con comunidad positiva por
derecho natural, de suerte que nadie pueda sin violar la ley natural,
poseer en propiedad algún bien del cual excluya á los demás. Ni
tampoco entendieron que fuese verdad la doctrina co-
los neófitos
munista; porque habían aprendido y sabían bien que el séptimo man-
damiento de la ley de Dios es no hurtar, y el décimo prohibe codi-
ciar los bienes ajenos; y donde existen bienes del prójimo tan invio-
lables y exclusivos suyos, que es ilícito no sólo el tocarlos, sino
aun el codiciarlos; no puede tener lugar el monstruoso error del co-
munismo.
Pero faltan pruebas ciertas y claras de que, en cuanto al hecho,
poseyesen los indios particulares bienes inmuebles con dominio
directo. Los actos con que mAs patentemente se comprueba este do-
minio, que son la transmisión por venta ó la transmisión hereditaria,
no nos constan. Y aun existiendo el dominio privado directo en
Misiones, tales actos quizá nunca se hubiesen verificado. En efecto,
era propia del indio la casa que cada uno se construía en su chácara
ó campo (las del pueblo se fabricaban con trabajo de todos, v así eran
de Tupambaé) (1); pero de tan poco valor}' duración, que hubiera

sido ridículo hacerla objeto de una manda testamentaria, pues con


leve trabajo levantaba el hijo otra igual ó mejor, y el valor }• utilidad
de una casa en semejantes circunstancias era despreciable. El campo
en una región donde había tanta tierra laborable vacante, era de
ningún valor en un tiempo en que en la ciudad de Buenos Aires
estaba en tan poco precio estimada la propiedad, que el vecino Agus-
tínde Salazar vendía <-'una suerte de tierras... de frente quinientas
varas y de largo una legua... y más un solar, y una cuadra, y Jina
chacra, y una estancia, y un huerto» por «iina capa medio traída,
unos calzones, jubón y coleto» dándose «/Jor bien contento y paga-
do... á toda su voluntad» (2).

De hecho, pasados dos ó tres años de cultivar su campo, y cuando

(1) Pkramás, De administr. §. 48.


(2) Tkhi-lks, Revista del Archivo, t. I. Mucha tierra por poca ropa, pág. 39.
-213-
las cosechas lo habían esquilmado, el indio lo abandonaba y ele-

gía otro para hacer sus sementeras (1). No era, pues, asunto de
ejecutar formalidades testamentarias para dejar á su heredero un
pedazo de tierra que no tenía valor y que en otra parte del cacicazgo
estaba seguro de encontrar mejor. Lo que tenía valor eran los
frutos, no en el estado en que se hallaban las Doctrinas;
la tierra,

y los frutos ya estaban consumidos en pasándose el año. Sólo cuando


se tomaban todos los campos y terrenos por junto cobraban valor;

y por eso se resistieron los siete pueblos del Urugua}' á abandonar


sus tierras. Entonces aparecía el sentimiento de la propiedad terri-
torial con dominio directo por lo menos en común, de que no se
puede dudar.
Pero estas mismas circunstancias que explican la ausencia de
actos de dominio directo en los particulares, dan fundado motivo
para conjeturar que así como se daban muchos actos de la propie-
dad de muebles y de la indirecta de inmuebles, se hubieran dado
también de la directa, cuando por el aumento de población ó por el
perfeccionamiento de alguna parte del territorio hubiese cobrado
valor especial la tierra ó los edificios.
En materia en que sólo por conjeturas es dable proceder, bueno
será traer á la memoria algunos hechos que narra el Padre José
Cardiel (2). «Conocí, dice, en las Doctrinas á un Corregidor de Can-
delaria, el cual se arregló su plantío y de él entregaba al Cura cada
año catorce arrobas de yerba, para que con la yerba del pueblo fue-
sen conducidas á Buenos Aires y allí trocadas por los efectos que
él quería, por juzgarlos necesarios ó convenientes para su casa.
El Cura hacía marcar los sacos y avisaba al Procurador, y éste
ejecutaba los encargos del Corregidor. Otro Comisario de guerra
indio conocí también, quien de un campo donde había cultivado caña
de azúcar, sacaba tres ó cuatro arrobas de azúcar, que también
empleaba en su propia utilidad enviándolas á vender. Y él mismo
bajó alguna vez á Buenos Aires, donde por su propia mano vendía
lo suyo. Podían otros imitar á éstos y pasarles adelante; pero en

veintiocho años que estuve entre ellos siendo Cura y Compañero,


no encontré otro ejemplar entre tantos miles de indios.»
«Otro, no indio, sino mulato, casó con una india hija y heredera
de un cacique, casamiento singular según el juicio común. Admitido
en el pueblo y á la superioridad de sus vasallos, se hizo acepto á
todos por su probidad y buenas costumbres. Como sabía leer 3'

(1) PeramAs. De administratione guaranica, § XLVI.


(2) De moribus guaraniorum, cap. III.
-214-
siempre era mayordomo del colegio, es decir, de los
escribir, casi
almacenes del pueblo; y aun otros Curas de diversos pueblos lo
llamaban para que visitase las sementeras, ó para asuntos de algún
momento que se solían encargar á Hermanos Coadjutores. Este, en
un rincón de su pueblo tenía su rebaño de ganado vacuno, cultivaba
tabaco y caña de azúcar, y enviaba sus frutos á Buenos Aires, como
los dos de quienes he hablado antes, ó lo trocaba por vestidos ó
utensilios caseros en la ropería de la Misión. Iban los indios á admi-
rar la abundancia que él tenía, pero ninguno se movía á imitarle.»
En casos semejantes á estos, en los cuales un indio particular
hubiese mejorado un terreno con establecer en él su plantío de
yerba ú otro semejante; no parece dudoso que hubiera podido dis-
poner de él enajenándolo ó dejándolo en herencia, sin ningún impe-
dimento de parte de los Misioneros, estando aquel terreno valori-
zado por la industria particular, entre innumerables otros que no
tenían ningún valor. Por consiguiente, si en la mayor parte de los
casos no se ejercían actos de dominio directo, era porque los que
según las leyes lo tenían, no lo querían ejercer, por no tener valor
los inmuebles.
Semejante conclusión deberá establecerse en cuanto á los bienes
semovientes, rebaños de animales, vacas, bueyes, caballos, ovejas.
Hase visto el ejemplo del mulato que los tenía y utilizaba. Si los
otros indios carecían de ellos, no era porque les faltase derecho para
tenerlos ni libertad de ejercitar su derecho; sino porque no querían,
ni se conseguía con ellos que sacudiesen su indolencia y se tomasen
la molestia de conservar y cuidar el rebaño. Ni esto son ya conjetu-
ras, sino verdades ciertas, que hallamos atestiguadas varias veces
por el P. Cardiel. «Muchos medios hemos probado en diversas oca-
siones, dice (1), para lograr que tuviese cada uno su rebaño de
vacas, unas lecheras, otras para abasto, como suelen los labradores
en España; que hiciesen su huertecilla, su plantío de tabaco y caña;
que tuviesen sus caballos propios y muías; que pudiesen comerciar
con los frutos propios de cada uno. Pero todo ha sido inútil.» «Se ha
probado muchas veces, dice en otra parte (2), á que tenga cada
familia, ó á lomenos cada cacique (de que hay 30 ó 40 en cada pue-
blo) una manada de vacas, de caballos, de ovejas, y algunas vacas
lecheras. Nunca se ha podido conseguir. Todo lo pierden luego ó lo
acaban sin mirar á mañana. Si le obligan á tener lechera, mata
luego la ternera 3' se la come, y se queda sin leche, y á veces mata

(1) De tnoribiis guaran, cap. III.


(2) Declaración de la verdad, ni'ini. 112.
- 215 -
luego después la lechera. O si esto no hace, se está sin leche, por
el corto trabajo de ordeñarla, ó la deja perder por no irla á buscar.
Lo más que se ha podido conseguir es el que tengan algún par de
bueyes para arar, y algún jumento para ir y volver de su semente-
ra; y esto no en todos. De los más capaces se suele también conse-
guir que tengan algún caballo ó muía, pero son pocos. Son descui-
dadísimos en la cría y manejo de animales. A
pocos días que tengan
un caballo ó muía, lo ponen en la espina hecho una miseria de mata-
duras y de flaqueza. No cuidan de darle de comer y beber. Tiénenle
muchas veces atado uno ó dos días sin comer por no tener el trabajo
de cogerlo, echan al campo.» «Los indios son incapaces de
si lo

mantener ganado» (1). «Son desgraciadísimos los indios en cuidar


del ganado de lana, que pide mucho esmero; y así, por más cuidado
que pongan los Padres, son mu}- pocos los pueblos que cogen sufi-
ciente lana» Concuerda lo que decía Xarque 70 años antes (3).
(2).

Resumiendo, pues, lo que se desprende del precedente examen,


diremos que si se trata de Comunismo establecido por el erróneo
principio de negar el derecho de propiedad privada; jamás lo hubo
en las Doctrinas.
Si se trata de Comufíismo en la práctica, por razón de la comu-
nidad de bienes, no se puede decir con verdad que en las Doctrinas
se practicase el comunismo; puesto que no sólo existía la propiedad
privada reconocida como derecho, sino también practicada como
hecho. Y si en algunas cosas no era practicada ó no encontra-
mos hechos que la muestren, esto se explica muy bien por las cir-
cunstancias del tiempo y comunicaciones de los pueblos y por la
índole de los Guaraníes; pero al mismo tiempo estaba abierto el
camino para que aun esos hechos tuvieran lugar en cualquier mo-
mento en que los quisieran ejercitar los individuos; y los Misione-
ros los impulsaban y disponían á ello. El que cada pueblo poseyese
bienes comunes en su Titpaynbaé, y usase de ellos para pagar el
tributo, para socorrer á sus enfermos é indigentes y construir
edificios públicos, no da más motivo para qae se considere en ellos
practicado el comunismo, de lo que lo da para considerar en régi-
men comunista á una nación cualquiera el ver que tiene un fondo
común para sostener sus magistrados y empleados, bienes comunes
en sus buques y armamento de guerra, rentas comunes en sus
aduanas, y tierras comunes que vende á su tiempo y cuyo producto
no puede legítimamente apropiarse ningún particular.
(1) Núm. 118.
(2) Núm. 119.
(3) Xarque, Insignes misioneros, cap. VI.
-216-
El que además de eso hubiesen de ser comunes los ganados, no
tiene de particular más sino la imperfección de la índole aniñada de
los indios, manejo propio; y así
dé la cual no se pudo conseguir el

fué uno de tantos detalles que impuso la necesidad y no el sistema


preconcebido, que era totalmente contrario, tendente á fomentar la
propiedad, sin haber cesado nunca en sus esfuerzos; aunque usando
entretanto del medio que conceptuaba más imperfecto, pero que
era en aquellas circunstancias necesario.

IX

UNA DIFICULTAD, Y LA RESOLUCIÓN DEL P. MURIEL g5


Podrá ofrecerse á algunoel reparo de que á la doctrina expuesta

en el opone el P. Peramás, muy conocedor


artículo precedente se
del régimen de las Reducciones, sobre el que publicó estudios espe-
ciales, quien expresamente afirma que en las Doctrinas todo era
común. (1) A lo Peramás
cual es preciso responder que aunque el P.
es excelente testigo, y bien informado en general, y fué por tres
años doctrinero de los Guaraníes; no obstante, en el punto en cues-
tión, no distinguió bastante entre unos objetos y otros, 3^ entre el
derecho y cierta generalidad de hechos: ni comportaba tanta dis-
tinción la brevedad de aquel aserto, que sólo incidentalmente apa-
rece en una nota. Pero donde trata materia de propósito y da
la

detenidamente sus explicaciones, que es en su tiatado del régimen


DE LOS Guaraníes (2), concuerda con lo dicho en el artículo VIII
sobre la propiedad en las Doctrinas.
Otro tanto hace en este punto el P. Charlevoix (3), á pesar
de que en su misma época y en su misma nación había tratado las
reducciones como comunistas otro poeta, el P. Vaniére (4), compa-
rándolas ingeniosamente á la república de las abejas.
Pero quien expuso esta materia con precisión científica fué el
Padre Domingo Muriel, también de la provincia del Paraguay, y su
último Provincial, quien en su Tratado de Derecho natural y de
gentes, se propone en la Disputación VÍII la siguiente cuestión: Ciidl

(1) Pehamás, Tredecim virot'uiH, Martintis Schmid, pág. 436, nota.


(2) Phííamás, De administratione guaranica, § XLV.
(3) CiiAkLEvoix, Histoire du Paragiiai, lib. V.
(4) Vaniéke, Praedium rustícum, al tin del lib. XIV.
-217 —
sea la norma de derecho por la que se gobierna el Tiipambaé de los
Guaraníes; y resuelve que el Tupambaé ó posesión común de Doc-
trinas se adquirió por derecho y dominio primitivo de ocupación (1);
que era propio de cada pueblo con comunión positiva, no pudiendo
usarlo un particular sin beneplácito del Cabildo (2); que tenía sus
ejemplos en los antiguos Vacceos y Vetones en España, y en los
tiempos modernos en los moradores del campo de Falencia, y en los
del de Salamanca; de los cuales da testimonio el P. Muriel de que en
Tamames campo de Salamanca) se con-
su pueblo (perteneciente al
servaba la dehesa común, á
que llevaban sus ganados maj^ores y
la

menores los vecinos guardando cierta proporción; y también el campo


común, del cual tomaba cada vecino la porción que quisiera para
arar, sembrar y cosechar, con la condición de intervenir el consenti-
miento de dos diputados del Cabildo secular que juzgasen que aque-
llo no era en daño del pueblo (3). Agrega el ejemplo del campo co-

mún establecido por el rey Estanislao en Lorena (4); y se pudiera


añadir en el siglo xix y xx el de varios pueblos de España, donde,
como sucede en Aragón, es común el monte para el aprovechamiento
de las suertes de leña y recolección de la bellota, y común la de-
hesa, adonde cada vecino echa si le parece sus animales á pastar. Y
tocando el punto de
propiedad de inmuebles en Doctrinas, afirma
la

que en ellas unos bienes son comunes, y otros propios de cada


uno (5), siendo los comunes introducidos por la ley de Indias
(6); y
así llama régimen de propiedad de los Guaraníes régimen mixto
al

de bienes comunes y de propiedad privada (7).


De la misma manera se habrá de discurrir si conforme á las dis-
quisiciones modernas se pretende averiguar á quién pertenecían los
instrumentos del trabajo. Cada individuo tenía como propiedad suya
algunos instrumentos del trabajo; y siendo su tarea habitual la agri-
cultura, la caza, la pesca y ios diversos ejercicios del artesano, po
seían sus arados é instrumentos de labranza, sus arreos de cazar y
pescar, como también sus armas propias, lanzas, hondas, arcos y fle-
chas que fabricaban para la guerra. Los mismos animales que habían
de servir para la labranza, habían procurado los Jesuítas que los tu-

(1) MoRELLi, Riidimenta luris natiirae et gentium, pag. 118.


(2) Ibid.
(3) Ibid. pág. 110.
(4) Ibid. pág. 112.
(5) Pág. 110.
(6) Leyes 10 y 13, tít. 4 lib. 6.
(7) MoRELLi, Rudimenta, pág. 111. «In república Guaraniorum positiva com-
munio viget, mixta quidein, et proprietate qiiadam singularium teinperata.» «Pri-
vata etiam proprietas domicilium habet iii Abanibaé» pág. 122.
-218-
viese cada uno de los indios; pero no habían salido con el empeño.

Podían tener telares en sus casas; pero parece que no los tenían,
juzgando por de menos trabajo el servirse de los telares comunes ó
de Tupambaé. Al lado de esta propiedad privada de instrumentos
estaba la propiedad común, en la que entraban los bue3^es para arar,
las armas de fuego, los barcos del pueblo y los talleres de diversos
oficios colocados en la casa parroquial. Había, pues, en cuanto á los
instrumentos, el mismo régimen mixto de propiedad que se veía esta-
blecido en todo lo demás.
CAPITULO VIII

RÉGIMEN ECONÓMICO: LA INDUSTRIA


1. Artes mecánicas.— 2. La imprenta.— 3. Las minas.— 4. Hallazgo de hierro
en las Doctrinas. — 5. Industria de tejidos.

Expuesto el estado que en las Doctrinas tuvo la agricultura, que


fué la principal ocupación á que se dedicaron los indios Guaraníes;
resta para completar la idea de su régimen económico, investigar
de qué modo se cultivaron allí las artes, tanto las mecánicas, como
las nobles;y de qué manera se dio salida á los productos por medio
del comercio. Estas materias formarán el objeto de los dos capítulos
VIII y IX, reservando sólo para el cap. X el decir algo sobre las
artes nobles.

ARTES MECÁNICAS 66
Por su situación en de las provincias y por la dificultad
lo interior

y lentitud de las comunicaciones necesarias para procurarse de fuera


los objetos de la industria, hubo de pensarse en establecer en Doc-
trinas, aunque en medida limitada, todas las artes conducentes á la
vida. Y
para evitar mayores gastos, se procuro, en cuanto era posi-
ble, que cada pueblo se bastase á sí mismo.
Las oficinas donde eran instruidos los indios y ejercitaban sus
artes, estaban colocadas en el patio interior de la casa de los Padres.
Esto hacía fácil la asistencia de los Misioneros para vigilar é indus-
triar á los que allí trabajaban; 3'a que, según la frase del P. Cardiel,
«todos los oficios se los lian enseñado los Padres, de que hay algu-
nos que parece nacieron maestros de todos los oficios»; y también
-220-
para vigilarlos y hacer que trabajasen (1), que no era menos necesa-
rio. Dará idea de la disposición de dicho patio el plano de San

Carlos ó el de San Borja (cap. III); allí se ve que, entrando en el


colegio por la puerta principal, que da á la plaza, 5^ situándose en
medio queda en un caso enfrente y en el otro á la
del primer patio,
derecha el segundo patio, que comunicaba con el primero, )' alrede-
dor del cual, en sus cuatro costados, estaban construidos los talleres
en otras tantas series de aposentos por el estilo de los demás del
pueblo, con sus soportales delante sostenidos por pilastras. La des
cripción que de uno de estos patios hacen los Inventarios de 1768 es
la siguiente: «Tiene otro segundo patio (el pueblo de San Luis) re-
cién acabado, de largo setenta varas y de ancho setenta y cuatro,
con su tahona, panadería y demás oficinas necesarias al pueblo, como
tejedores... carpinterías, herrerías, alfareros, torneros, rosarieros,
peineros, etc. La casa 3^ oficina de las tejas... en la orilla del pue-
blo» (2), Y si su construcción, como es de suponer, era análoga á la del
patio principal donde estaban los almacenes, de éste leemos: «^5 d
modo y
de claustro cerrado sostenido: sus corredores de cincuenta
y dos columnas cuadradas, de piedra dura á modo de sillería^ las
más de una pieza; de alto tres varas sin sus pedestales (3).»
En el Inventario del pueblo de los Santos Mártires (4) encontramos
detallados los oficios y utensilios para: ^Herrería, Platería, Sombre-
rería, Tornería, Arpería (fábrica de arpas é instrumentos músicos),
Retablistas, Carpintería, Barrileros, Carreteros, Albañiles, oficina
de teja, Rosarieros, Curtidores.» Es la enumeración más completa
que hemos visto.Añade el P. Cardiel los doradores (5). Y en gene-
ral, las oficinas más necesarias entre las enumeradas no faltaban en
ningún pueblo de las Doctrinas.
No se crea que cada una de estas oficinas fuese un taller completo
de su arte. En 1643 escribía el P. Ruiz de Montoya: ^En cuatro
pueblos de los 23 que tiene Jiechos la Compañía, hay cuatro fraguas
en trecho acomodado para que acudan á aderezar sus herramientas.
Pero convendrá advertir que los inventores de esta calumnia [de
que los Guaraníes se armaban con peligro de la monarquía] dan á
entender que estas fraguas son al modo de las de Vizcaya, porque
oficina donde se fabrican armas, como ellos dicen, de fuerza ha de
ser muy cumplida » —
<s~Estas que ellos llaman fraguas, no contienen

(1) Cardihi-, Decl. n. 108.


(2) Brabo, Inventarios, pág. 137.
(3) Ibid.
(4) Id.pág. 172 § 99.
(,5) Declaración de la verdad, n. 108.
-^21 -
masque unos fuelles pequeños, dos inariillos y dos tenazas en una
cliozítela bien corta, donde á duras penas se pueden aderezar las
lierrauíie titas, sin las cuales era imposible labrar la tierra (1).» Cien
años más tarde no se habían aventajado gran cosa las herrerías; pues
haciendo el inventario de la del pueblo de San Juan los delegados del
Gobernador Andonaegui para confiscarla en 1756, no hallaron sino lo
siguiente: Dos yunques. Un macho. Dos martillos, uno chico. Unas
<í.

tenisas c/iicas. Una piedra de amolar. Cuatro cajones viejos. Tres


fuelles inservibles (2).»

Había, pues, en cada taller lo que de su arte correspondiente se


necesitaba para el una población ni muy numerosa ni mu}^
servicio de
exigente que requiriese primores ó delicadezas en los artefactos.
Elegíanse para cada oficio los indios en quienes se reconocía ap-
titud y afición áél; y esto no sólo era con el consentimiento de sus
padres, sino con gran contento de ellos y del elegido; pues el profesar
algún oficio no era tenido por desdoro entre los Guaraníes, sino que
era grande honra; y al contrario, juzgaban por vil al que no sabia
vivir con el trabajo de sus manos.
Al frente de cada uno de los talleres se colocaba un indio diestro
en aquel oficio, quien lo enseñaba y gobernaba los oficiales de su de-
partamento. Este jefe llevaba el nombre de alcalde, y así había un
alcalde de tejedores, alcalde de carpinteros, alcalde de herreros, al-

calde de plateros, alcalde de torneros, alcalde de rosarieros, alcalde


de doradores (3).

Tuvieron entre otras artes la de fabricar cuadrantes solares, y


aloque parece, también relojes de maquinaria, sobre lo cual se
apuntarán aquí las pocas noticias que ha sido dable recoger. Escri-
biendo en 1758, dice el P. Cardiel: «En todos los pueblos hay reloj
de sol y de ruedas para regular las distribuciones religiosas (4).» No
explica si los que llama relojes de ruedas eran de campanario, ó sim-
plemente de pared. Lo que es cierto es que hubo algunos relojes de
campanario; y también es probable que á veces fueron fabricados
por los mismos Jesuítas Misioneros, para lo cual se valdrían, como
es natural, de los indios en el trabajo de las piezas. Los actuales mo-
radores de Misiones conservan memoria de un reloj de esta clase
que había en Itapúa (algunos dicen en Apóstoles), que tenía la espe-
cialidad de hacer aparecer sucesivamente los doce Apóstoles al dar

(1) Memorial, n. 17.


(2) EscANDÓN, Transmigración de los siete pueblos, § 23.
(3) Cardiel, De moribus guaraniorum, cap. IIl, § Praeíer niagistrattim.
(.4) Cardiel, Declaración de la verdad, n. 75.
- 222 -
las campanadas del mediodía. Consta igualmente hoy por tradición
y por documentos escritos en la ciudad de Faenza, que á ruegos del
municipio construyó allí un reloj para la torre de la Catedral el Padre
Jesuíta Jaime Carreras, barcelonés, que en el año de 1767 se hallaba
entre los Guaraníes, de Compañero en Itapúa; y siendo tan perito
en la mecánica como supone la construcción de un reloj aprobado
con singulares elogios por un maestro especial del arte (1), y que
duró muchos años con satisfacción de toda la ciudad; claro es que no
tendría ocioso su talento en las Misiones, donde era de tanta utilidad,
por no decir necesidad. Respecto de los cuadrantes, consta su exis-
tencia por el testimonio citado del P. Cardiel, y porque todavía hoy

quedan algunos, como se verá al tratar de las ruinas (libro II. cap. 9,
al fin). Y que fueran obra de las Misiones, lo muestra entre otras

cosas lo que refiere el P. Muriel (2) de que en el corredor de la huerta


de San Luis se hallaron, en 1756, dos cuadrantes solares fabricados
por el P. Pedro Pablo Danesi, italiano. Compañero en aquel pueblo.
Igualmente nos ha conservado el P. Peramás la memoria del hermano
Coadjutor Carlos Franck, tirolés, perito artífice en fabricar relo-
jitos portátiles de sol, que arreglaba de modo que el rayo de sol que

caía sobre el círculo horario, señalase la hora precisa en virtud de la


orientación del reloj (3).

Comparado estado de las artes y oficios de las Doctrinas con


el

el de las ciudades hispanoamericanas de aquel entonces, era el de las


Misiones evidentemente superior, porque en las ciudades era muy
general la indolencia, y muchas de las artes no tenían quién las ejer-
citase, mientras que en las Doctrinas, gracias aiesfuerzo y constan-
cia de los Misioneros en mantener este trabajo tan útil á los pueblos,
había siempre quienes se dedicasen asiduamente á ellas. Dos circuns-
tancias, empero, acompañaban esta mayor actividad,y no han de
echarse nunca en olvido. Una era que los indios, conforme á su poca
capacidad, en todo procedían por imitación material y como por pura
costumbre, sin que apenas les disonara cualquier yerro; por lo cual era

necesaria con ellos perpetua vigilancia para que no entregasen con-


cluida una obra con defectos esenciales irremediables, estando ellos
muy persuadidos de que habían fabricado un eximio artefacto. La
otra, que en toda tarea había que dar tiempo al tiempo, á causa de
la dejadez natural del indio, tardo en todas sus operaciones; y si en

(1) Archivo Capitular de Faenza; Agginnta alia Cronaca Zanelli, fol. 31. A
20 de Setiembre de 1774 se estrenó el reloj.
(2) MuKiHL, Historia Parag-iiajensis, pág. 540, ed. 1779.
(3) PhramAs, Escandón, § 74.
- 223 -
algo se les quería apresurar, era cierto que en vez de lograrse mayor
prontitud, se perturbaría el operario y se echaría á perder la obra (1 ).

II

LA IMPRENTA g7
Digna de especial mención entre las artes útiles que introdu-
jeron los Jesuítas en Doctrinas, es la imprenta, que fueron ellos
los primeros en propagar en estas provincias.
Ya el P. Antonio Ruiz de Montoya, insigne Misionero en el
Guayrá, y Superior de las Doctrinas del Paraná, Uruguay y Tape
cuando los paulistas empezaron á destruirlas, había dado un gran
paso en esta materia haciendo imprimir en Madrid el año 1639 los
libros que podían servir para la enseñanza de los nuevos Misioneros
en el idioma Guaraní, y para la instrucción de los Guaraníes en la
doctrina cristiana: Gramática, Vocabulario y Tesoro Guaraní, y
Catecismo lato en Guaraní. Tres mil cuatrocientos tomos dice el
Padre Montoya (2) que tenía impresos entre todos, lo que hace creer
que quizá imprimiera quinientos ejemplares de la Gramática, Voca-
bulario y Tesoro, y novecientos del Catecismo, del cual había de
haber más necesidad. Y atestigua que, para representar las diversas
pronunciaciones, fué necesario fundir caracteres especiales (3).

Reconocióse la dificultad de acudir á este medio de imprimir en


España: pero, no obstante, hallándose ya traducido al Guaraní un
libroque había de ser de gran provecho espiritual, que era el Tem-
poral y Eterno del P. Nieremberg, resolvieron los Padres hacer su
impresión también en Europa, como consta de la licencia otorgada

por M. R. P. General Tirso González. Mas luego, sin que sepamos


el

los pormenores de la mudanza, se resolvió imprimirlo en las Doctri-


nas mismas; y al efecto, se vaciaron caracteres de estaño, como lo
hace notar Medina (4); y planchas para láminas, no sin haber obte-
nido antes las licencias necesarias en aquel tiempo, entre otras la de
la autoridad secular, que original poseía D. Pedro de Angelis y la
menciona con este título:«Licencia acordada por el Virrey del Perú

(1) Jarque, Insignes Misioneros, part. III, cap. VI, n. 3,


(2) Memorial de 1643, núm. 5.
(3) Ibid. núm. 14.
(4) Medina, La imprenta en el Paraguay, XI, XIII.
-224-
de imprimir libros en lengua Guaraní en las Misiones del Tucumán,
1703. Original» (1). Con estos requisitos se imprimió el libro cuyo
título, por ser el primer libro impreso en todas estas regiones, me-
rece ser enunciado por entero: «De la diferencia entre lo temporal |

y eterno ¡
desengaños con la me moria de la eternidad, pos-
crisol de
trimerías humanas, y principales misterios divinos, por el P. Juan |

Ensebio Nieremberg, de la Compañía de Jesús, y traducido en len- \

gua Guaraní por el P. Josef Serrano de la misma Compañía.»


|
|

Esta edición se hizo en Loreto en 1705, y sus facsímiles pueden


verse en la citada obra de D. José Toribio Medina, que ha hecho en
ella un estudio diligentísimo de la materia, é igualmente presenta
facsímiles de algunas páginas de todas las otras obras impresas con
las prensas de Doctrinas. Aquellas prensas en los tiempos subsi-
guientes corrieron fortuna; porque después de haberse impreso con
ellas los varios libros Guaraníes que salieron á luz de 1711 á 1721,
1724 y 1728, no se halla ya rastro de otras impresiones. Como los
libros fueron publicados .sucesivamente en Loreto, Santa María la

Mayor y San Javier, hace el Sr. Medina la fundada conjetura de que


la imprenta se hubo de trasladar de un pueblo al otro por haber
sido enviado allá el Padre que dirigía la obra; traslación que no
había de ser muy costosa, por hallarse los pueblos poco distantes.
Años después de la expulsión de los Jesuítas, se indagó por la auto-

ridad de Buenos Aires qué había sido de aquella imprenta; 3^ parece


que fué el Teniente Gobernador Doblas quien contestó hallarse
arrumbados entre otros muebles inútiles la prensa 3' algunos monto-
nes de caracteres, pero ya inútiles, por haber sido sustraídas varias
piezas. Hoy día se conservan algunos restos de todo ello en el Museo
Histórico en Buenos Aires con el título de imprenta de las Misiones.
El catálogo de los libros allí impresos puede verse en el tomo Wl\ de
la Revista de Buenos Aires, y mejor en el 3^a citado Medina.
A este catálogo, que comprende entre otras cosas la gran obra
del Temporal y Eterno traducida en Guaraní por el P. Serrano, y
los importantes trabajos lingüísticos del P. Restivo, hay que añadir
algunas otras publicaciones y noticias más, enteramente desconoci-
das hasta ahora, y cuyo descubrimiento se debe á la solicitud del
preclaro escritor alemán P. Bernardo Duhr, S. I., quien entre los
MSS. de los varios Archivos de Munich halló un número considera-
ble de informes 3' comunicaciones de los Misioneros de todos los
países, y también de los del Paraguay; y particularmente un Tra-

(1) Colección de obras impresas y manuscritas etc., 1853, B" A".


_ 225 —
tado autógrafo del P. Antonio Sepp, tirolés Misionero por más de cua-
renta años en las Doctrinas, que tuvo empeño en que viese el autor
del presente estudio (1). Es el sobredicho Tratado un manuscrito
en 4.^ mayor de 158 páginas, que en su primera parte contiene una
traducción, ó más bien extracto, del libro de la Conquista espiritual
del P. Montoya: y en la 2.^ explica el estado de las Misiones en 1714.
En el capítulo 32, página 139; se expresa en los siguientes térmi-
nos: «Pocos años ha, con conocimiento y licencia de su Real Majes-
tad, quiso el P. José Serrano establecer aquí una imprenta, y con
feliz éxito lo llevo á cabo, lo que ha sido de no pequeña utilidad.

Cierto que fabricar aquí el papel es del todo imposible, y á veces no


hay ningún... (2): muy
es forzoso traerlo de Europa, lo que resulta
caro. Pero no obstante, este empeñoso Padre ha impreso ya algunos
trataditos en español y en Guaraní: é igualmente otro Padre, lla-
mado Buenaventura Suárez, dispuso con acierto sus libritos de efe-
mérides, calendarios, tablas astronómicas, anuarios, curso de los
planetas... (3), mudanzas del tiempo (4), todo con arreglo á la altura
del polo en estos países, y los ha impreso: habiéndose difundido sus
papeles hasta el Perú.»
Donde se ve que á lo ya conocido antes de 1714, habrá que agre-
gar en el catálogo de los impresos por lo menos algunos libritos en
español y en Guaraní del P. Serrano que no se especifican; (ya que
en la expresión Kleine Tractatlein que el autor usa no puede signifi-
carse Temporal y Eterno, que es de tamaño mayor): y del Padre
el

Buenaventura Suárez, varias tablas sueltas, Anuarios, observacio-


nes astronómicas y otros papeles, que no sólo fueron muy estimados
en el Perú, sino apreciados como los datos más exactos por astróno-
mos de Europa en lo que se refiere á las ocultaciones de los satélites
de Júpiter (5).

(1) MüNCHEv, Universitat-Bibliothek, MSS. Nnni. 27 5 4° El principiar el —


manuscrito con las palabras Den Anfaitg dieser fnnften iind letzster Brief^
muestra que este Tratado fué continuación de las cartas descriptivas de Misiones
que el autor enviaba á su patria y que ya están publicadas con el título de Reiss-
beschreibimg, etc., y Fortsetsung etc.: habiendo quedado inédita esta 5.*^ cartc),
en que se proponía dar fin á la materia.
(2) Los puntos suspensivos se han puesto en lugar de dos palabras indesci-
frables.
(3) Otra palabra indescifrable.
(4)Tal vez será una tabla de previsión del tiempo para el Río de la Plata,
que se atribuye á los antiguos Jesuítas.
(5) MuRiEL, Rudimenta juris, parte II, Disp. VIII, pág. 312. Hase de añadir
también el librito de Consideraciones para los ejercitantes del P. Antonio Garki-
GA, Visitador del Paraguay, que se imprimió en Misiones, año 1711, y se conserva
hoy en Chile. (Vid. la Noticia especial impresa en Para, 1910, en que lo da á cono-
cer el señor R. Spuller, aunque llamándolo equivocadamente el primer libro
estampado en Doctrinas.)
15 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes.
- 226 -

III

LAS MINAS

Por ventura de los Padres en instruir á sus neófitos


la diligencia

en todas pudo ser ocasión de la calumnia que ya


las artes útiles
desde muy luego de haber fundado las reducciones se levantó con-
tra ellos, ayudando á darle cuerpo y sustentarla el ansia perpetua
que á españoles y portugueses movía á indagar por todas partes
minas de oro y plata, á considerar pobre el país en que no las hubie-
se, y no perdonar <á gasto ni fatiga para hallarlas. Díjose, pues, que

en las Misiones del Uruguay habían encontrado los Jesuítas minas


de oro; que las beneficiaban en secreto, defraudando al Rey del
quinto que le era debido; que á esto se enderezaba el empeño en
librar álos indios de encomiendas, para poder utilizarlos solamente
ellos en el trabajo de las minas. Cuan absurdo haya sido todo esto,
además de constar por las sentencias definitivas multiplicadas des-
pués de exploraciones minuciosas durante veinte años; se patentiza
por hecho de que hoy, doscientos sesenta años después de la
el

calumnia, cuando tanto se han registrado esos países, jamás se ha


encontiado rastro de tales minerales, ni se le ofrecerá al más igno-
rante ir á buscar oro ni plata en las comarcas del Uruguay ó cuales
quiera otras que ocuparon las Misiones. Para que menos se pudiese
desmentir la falsedad, poníanse en el Uruguay, que era la parte

más distante de las ciudades, donde difícilmente habían de ir á hacer


indagaciones los gobernadores de Buenos Aires ó de la Asunción.

Achacaron el de oro y explotarlo al vene-


haber descubierto el filón

rable Misionero Padre Antonio Ruiz de Montoya (1). Creyó la


calumnia el Gobernador D. Pedro Esteban Dávila (1632 á 1638), y
envió informes al Consejo de Indias con toda aseveración de que así
era verdad; y por su parte hizo indagaciones para comprobarlo.
«La eficacia de este Gobernador fué tanta en la averiguación de este
caso, dice el P. Montoya (2), que enviaba un Alcalde ordinario al
desembarcadero á visitar las alhajas y aun los ornamentos de los
Padres que iban á su gobierno: molestia que llevaron con sufrimien-
to, sin saber entonces el fin.» «Hallé dos testigos, añade en la Can-

il) Memorial de 1643, núm. 6,

(2) Ibid.
-227-
quista espiritual «que dicen afirmaron había arroyos y montes de
(1)

oro, y que )'0 que gozaba de esta grandeza y la ocultaba (que


era el

hasta aquí puede llegar la emulación). Pedimos que los testigos á


cuyo crédito se nos imponía esta acción, descubriesen los arroyos,
los cuales juraron en tres tribunales (cuyos instrumentos tengo
auténticos) que era falsa imposición que les ponían». Desengañado
Díávila de la falsedad y corrido de la ligereza con que aseveró la
calumnia, escribió al Consejo retractando sus informes (2). Pero
aquello no era sino el principio. El Obispo D. Bernardino de Cárde-
nas encontró esta noticia vaga de las minas en Paraguay, y la
el

asentó como verdad en su carta á la Audiencia de Charcas (3), y á


lo que se decía, publicaba hecho como cierto, según lo afirma el
el

Gobernador D. Jacinto de Láriz (4) (1646 á 1653), quien lo llegó á


creer. No fué menos ejecutivo Láriz que lo había sido Dávila, sino
antes más: y para su oculto fin de dar con las ponderadas minas no
dudó en emprender el viaje de seiscientas leguas en ida y vuelta
para visitar una por una las Reducciones, citando desde allí al Obispo
de la Asunción, que no distaba mucho, para que le ayudase en su
tarea de arrancar aquel secreto de que se daba por tan bien enterado.
Mas éste le burló contestando que la boca de las minas de oro estaba
tapada (5) y las piedras que la tapaban eran los Padres de la Com-
pañía, y así mientras no se sacaran los Padres, quitándoles las Re-
ducciones, no se descubrirían las minas. Y con eso hubo de volverse
el Gobernador y los de su comitiva, con el caudal harto disminuido
del largo viaje y sin las ganancias imaginadas en la explotación
de las minas, sin más que dejar bien castigado al falso delator, el
indio Buenaventura, á quien estuvo á punto de ahorcar, y no lo hizo
por intercesión de los Padres (6), Y vuelto á Buenos Aires escribió

al Rey elogiando á los Misioneros, de quienes antes tan feamente


sospechaba, y ponderando las buenas costumbres de los indios, y
añadía: «y habiendo hecho muchas y particulares diligencias, pare
ció el engaño de no haber, como no hay, tales minerales de oro en
dichos parajes de aquel distrito; y con el deseo del servicio de vues-
tra Majestad, me valí... del Reverendo Obispo del Paragua}-, quien
se decía lo publicaba por cierto; á quien habiendo escrito 3^ pedido

(1) Párrafo LXXX.


(2) Su carta se copia en el mismo § LXXX.
(3) Memorial de 25 de Abril de 1649, publicado en la N. Col. tomo I, páginas
49, 61, 64. (Vid. not. al núm. 53).
(4) Carta del mismo Gobernador al Consejo de Indias, publicada en Tkelles,
Revista del Archivo, tomo I, pág. 359.
(5) Láriz, Carta citada.
(6) Charlevoix, Histoire du Paraguay, liv. XI.
— 228 -
encarecidamente me enviase certidumbre de tal noticia, ó viniese,

que le aguardaría en la primera reducción, se excusó respondiéndo-


me ser las piedras que tenían tapado el oro los Padres de la Compa-
ñía, que asistían en aquellas Misiones, y que hasta que saliesen de
ellas no podría surtir efecto su descubrimiento...; que se ha reco-
nocido no haber tenido fundamento la vana voz de dichos mine-
rales, etc.» (1).

No parece que debía quedar ánimo á los falsos calumniadores


para denunciar de nuevo las soñadas minas. Mas no fué así. Dos
años después hubo vecinos en la Asunción que solicitaron formal
licencia delGobernador Escobar y Osorio para entrar á las Doctri-
nas de la Compañía á buscar las minas que sabían existir allí, é hi-
cieron informes al Virrey del Perú y á la Audiencia de Charcas,
ofreciéndose «á descubrir á Su Majestad un nuevo Potosí, y más
rico, de que goza la Real Corona tan crecidos aumentos y sus vasa-
llos» (2), y divulgaron libelos infamatorios de la Compañía acusán-
dola «de la ocultación de aquellas minas y provechos que sacan de
ellas». El Juez de Visita, Oidor don Andrés Garavito de León, dio
en 20 de Enero de 1651 mandato de que los firmantes, en el término
de veinte días, se dispusiesen á salir personalmente al descubrimiento
de dichas minas (3). No debían creer aquellos calumniadores que la

cosa se había de llevar por medios tan propios para eludir toda ter-
giversación ú oscuridad; porque al punto alegaron varias excu-
sas (4). Mas el juez, en 19 de julio, declaró las excusas por rechaza-
das, urgiéndoles para la ejecución de aquel descubrimiento de minas.
Entonces en nuevas peticiones protestaron «que en ningún escrito se
hallaría haber ellos dicho ni firmado que los religiosos labran oro,
ni que lo sacan» (5). En vista de lo cual, el Visitador los condenó en
graves penas de destierro y multas por haber pretendido imponer
su falsedad á la Audiencia, al Virrey y al Consejo en la materia de
las minas. Y en cuanto á las calumnias contra la Compañía, adem.ls
de declarar judicialmente su inocencia en virtud de la retractación
manifiesta de los reos, ordenó que ellos diesen otra satisfacción re-
conociendo no haber sido los religiosos ocultadores. Hubo alguno
que así lo hizo; y respecto de los demás que persistieron endurecidos

(1) Carta citada.


(2) Auto de Garavito sobre el oro fingido á 10 de Enero de 1651. — Publicado
por Trellks con los demás documentos que luego se citan. (Anexos, m'im. 23, pági-
nas 54 á 94.)
(3) Ibid., pág. 64.
(4) Auto del 19 de Julio, pág. 66.
(5) Sentencia del 19 de agosto, pág. 68.
LOS
JESUÍTAS

^y^ídíín ce^ftt^

^-¿Q
<-^''^^ ^ í^av^l /,^y,,</.

."V..

Diseño geográfico de la situación de la e falsamente s


,°at Vil'«*l'«ltln>ul"!!, c'."!"''! P"''" defenderlas. Copla fotográfica del que s .presentó en juicio
Oidor D. Jua » Sevilla, Arch.
1
de Ind. 74. 6. 29, fol. 11 y 40.
-229-
en no retractar su calumnia, ordenó el juez que en el momento de ser
sacados de la cárcel para ser expulsados de la provincia, se leyese á
voz de pregonero la sentencia del 19 de agosto; como así se hizo (1),
No parecería que en lo humano pudiese caber más pertinacia en
asunto tan claro. Mas los Padres de la Compañía, que veían bien lo
que podía acontecer, instaron al Visitador para que personalmente
fuese á las Reducciones (2), con lo cual y con registrar de oficio el
territorio de las soñadas minas }• declarar lo que hallase, cobraba
fuerza mucho mayor la sentencia declaratoria de inocencia. No quiso
el Visitador en trar personalmente á las Reducciones, lo que sintieron
los Padres y el efecto mostró que era necesario.
El capitán Ramírez de Fuenleal industrió á un Domingo, indio
de su encomienda, para que depusiera como testigo de vista y tra-
bajador de oro de las minas de oro del Uruguay, y hasta presentase
la planta ó dibujo de los dos castillos que decía habían construido
los Jesuítas á la entrada de las minas, bien artillados para que nadie
penetrase en ellas. Hízole mudar de provincia, proceder poco á poco
en sus descubrimientos tomasen decla-
y, finalmente, logró que se le

raciones que fueron estimadas dignas de ser enviadas al Consejo de


Indias. Decía que las minas estaban en Concepción, una de las re-
ducciones más antiguas y la primera que se fundó en el Uruguay.
Que él era indio de nación tupí, }' había entrado en las Doctrinas
convirtiéndose, y muchos años había sido trabajador con otros en
aquellas minas (3). El efecto de todo esto fué que, al mismo tiempo que
volvía de su comisión y pesquisa el Oidor Garavito á su Audiencia de
Charcas, tuviese que salir de allí nuevo Visitador para averiguar de
raíz la materia de las minas; y fué el Oidor don Juan Blásquez de
Valverde. Llevando consigo al indio delator, hizo personalmente la
visita é inspección de visíi de todas las reducciones,
y en especial del
sitiodonde se fijaban las minas. El indio confesó que él no era Tupí,
sino Guaraní de Yagua ron y encomendado del capitán Fuenleal; que
jamás había pisado el territorio de las Doctrinas, ni sido en ellas
minero, ni sabía dónde estaba Concepción, ni siquiera sabía dibujar;
y que el dibujo ó planta se lo habían dado los que le indujeron á su
maldad (4). Dio el juez sentencia definitiva á 27 de Setiembre de

(1) Trelles, Anexos, pág". 75.


(2) del P. Juan Pastor, en Xarquue, lib. II, cap. XLVII.
Memorial
(3) Supiéronse los detalles por la retractación del capitán Cristóbal Ramírez
de Fuenleal, autor de toda la calumnia. (Charlevoix, lib. XII).
(4) \o debían de saber éstos de geografía y fortificación mucho más que el in-
dio: como lo muestran el diseño geográfico ó mapa, y la pintura del castillo, que
por duplicado existen hoy en el Archivo de Indias de Sevilla, 74-6 29, fol. II y 40,
y que con su leyenda reproduce la adjunta fotografía.
-230-
1757, en la cual dice: <íDigo que debo declarar y declaro por falsas
y calutnniosas la acusación y delaciones que el dicho Domingo ha
hecho en juicio sobre las minas de oro: que ha mentido en materia
grave;... habiéndose comprobado por la evidencia del hecho que no
se ha encontrado mina alguna en los parajes que él había designa-
do, ni se ha descubierto rastro de que jamás las haya habido.^ como
ni tampoco de las murallas y cuerpos de guardia que tenia marca-
dos en su carta y en los planos que había trazado, ni de que los in-
dios de este país^ que están al cuidado de dichos Padres, Jiayan
nunca visto nada de todo esto» (1). Y en virtud de haber llevado con-
sigo á los Alcaldes y Regidores de la Asunción que en los años
648 y 649 habían hecho las denuncias, y de haber examinado de
nuevo los procesos del Oidor Garavito, pronunció segunda sentencia
en 2 de Octubre del mismo año 1657, en la cual dice: «Que era de su
deber declarar y declaraba nulos y de ningún valor todos los autos,
decretos, informaciones y demás procesos hechos en este asunto
por los dic/ios Regidores y Alcaldes; que deben ser borrados de los
libros y registros, cojno llenos de falsedades y calumnias contra-
rias á la verda I
,
que ha sido reconocida en las dichas Provincias
del Paraná y Uruguay, e)i presencia de los delatores mismos jurí-
dicamente citados. Declaró además no haber observado señal al-
guna que haya podido hacer creer que hubiese habido nunca minas
de oro en aquei país, ni que se haya recogido oro en sus arroyos
como los susodichos habían declarado maliciosamente y de pro
pósito, (2) etc.

Tanta había sido la astucia de los que habían elegido aquel punto
tan delicado de las minas para forjar sobre él sus calumnias, que,
á pesar de haberse trasmitido todas estas actuaciones á Madrid,
todavía se buscaba de aUí nueva indagación y certidumbre, poniendo
entre los encargos que se hacían al licenciado don Fernando de Ira-
vedra cuatro años después el siguiente capítulo: «Asimismo averi-
guará por examoi de testigos y otras cualesquiera diligencias que
para ello puedan hacerse, si es cierto que en la provincia del Uru-
guay contenida en las del Paragimy, hay ó ha habido minerales de
oro, y caso que se averigüe haberlos habido ó Jiaberlos al presente,
han labrado.., si se han pagado quintos á su Majestad, etc.» (3).
si se

Algunas diligencias hizo en el Paraguay (año de 1665) sobre averi-


guar este punto el Oidor de la Audiencia de Buenos Aires D. Pedro

(1) CnAKLEvoix, tom. III, Piéces justificatives.


(2) Ibid.
(3) Thkli.ks, Anexos, n. 29, fecha 25 de Noviembre de 1661.
-231 -
de Rojas y Luna, en quien últimamente había recaído la comisión de
Iravedra; mas no llegó á darlas por terminadas, ni envió informe
sobre ellas al Consejo de Indias. En adelante no se habló más de las
pretensas minas, á no ser en alguno de los libelos que imprimieron
los herejes en Holanda.
Quedó tan desacreditada y como infame la especie de minerales
de oro, que aun en 1767 y 68, cuando se desenterraron del olvido
todas las antiguas calumnias contra los Jesuítas, sin perdonar á l;is

más absurdas; con todo eso, la de las minas no se atrevió á salir á lo


público. Pero en la instrucción particular que dio Bucareli á los dos
que estableció en las Doctrinas con título de Gobernadores interinos,
les decía: Averiguará también V. de qué parajes extraían los indios
de estos pueblos los pedazos de metales que en algunas ocasiones
solían dar á sus precedentes curas, informándose si hay minas, su
situación y de qué calidad; y procederá V. en este examen con toda
la cautela á que induce la reflexión de que el mismo interés de los
indios puede iíiducirlos á ocultarlas.
Las diligencias que en virtud de esta excitación se practicaron
durante varios años están menudamente especificadas en el Informe

dado por Don Francisco Bruno de Zavala en 1785, que se conserva


en el Archivo general de Buenos Aires (1). Según él, se encontraron
minerales de cobre en Candelaria y Santa Ana, de azogue en Santa
María de Fe, de hierro los había en varias partes; de oro se sospechó
que lo hubiera también en Santa María de Fe; y de plata en Itapúa.
Formáronse dos sociedades para laborear las tales minas; y al decir
del gobernador, el único efecto fué perder los socios su capital, y lo

que peor es, hacer trabajar á los indios sin pagarles debidamente
sus salarios.
Una de las cosas que causa extrañeza en el informe es la inge-
nuidad con que su autor admitía cualquier noticia sobre la materia
de minas. Así supone que las campanas de los pueblos de Misiones
se habían fundido con cobre sacado de minas de aquel territorio.
Pero es porque ignoraba que muy bien declaró Xarque (2), á
lo
saber, que aunque los Guaraníes aprendían el arte de fundir, habían
de recibir de fuera el metal: El metal para campanas más vecino es
el de Coquimbo en Chile, que dista más de seiscientas legiuis, por

tierras en quemedia la Cordillera nevada^ que tiene espacios que,


aun á pie, los vence con dificultad un hombre: por lo cual, apenas
pueden conseguir el metal necesario para las pequeñas campaims

(í) Apend. núm. 21.


(2) Insignes misioneros, part. III, cap. ^'I, n. 1.
- 232 —
y otras alliajillas de sus templos. Y si les mandan fundir algunas
campanas para otros pueblos fuera de las Reducciones^ es menester
también enviarles el metal de que lia de constar la obra.
El informe de Zavala y las muestras de minerales que envió, que-
daron en Archivo de Buenos Aires, esperando mejor ocasión. Ha
el

pasado todo el siglo xix: y ni por parte de la República Argentina,


ni por la del Paraguay, Brasil ó Banda Oriental, entre quienes vino

á dividirse el antiguo territorio de Doctrinas, se ha descubierto ó


utilizado en élmina alguna.
Lo que sí han corrido han sido las especies absurdas acerca de
aquel oro que los Jesuítas habrían sacado de las antiguas minas y
dejado en entierros á su salida del país. Pueden verse ejemplos de
tales patrañas en Gay (1), donde juntamente aparece la pueril cre-
dulidad del autor, de que ya se han visto algunos otros ejemplos.

IV

HALLAZGO DE HIERRO EN LAS DOCTRINAS

Mucho tiempo anduvieron los émulos de los Jesuítas pretendiendo


hallar en las Doctrinas oro y plata, sin dar jamás con estos me-
tales: y mucho tiempo pasó igualmente sin que los Jesuítas supieran
que en ellas era posible obtener hierro. Y aunque al cabo, la dili-
gencia de un Misionero logró elaborarlo, hubo que renunciar luego
á aprovechar aquel recurso natural.
En 1698 habían fundado los Padres Antonio Sepp y José de Te-
jadas el nuevo pueblo de San Juan, desprendido como colonia del de
San Miguel: y dos años más tarde halló el P. Sepp un medio para
obtener algún hierro y acero, aunque en pequeña cantidad. He aquí
los términos en que lo refiere él mismo (2).

«Capítulo 26. Antonio hierro y acero. Tan escasa


Halla el P. —
anduvo la naturaleza con estos pobres indios, que les ocultó y rehusó
el hierro y el acero. Pero finalmente, en este año de 1700 se descu-

brieron uno y otro, por dignación de nuestro Criador, después que


tanto tiempo se había andado buscando inútilmente. El caso sucedió
de esta manera. Hay en el país una piedra común que de tal modo
se endurece á los rayos del sol, que, como el oro, solamente ;i fuerza

(1) Ga.v,República jesuítica, cap. XIV, pág. 239.


(2) Fortsetzuug, cap. 26.
- 233 —
de vivo fuego puede domarse 5' fundirse. si en este punto se vierte Y
agua sobre ella, se endurece y viene á quedar como el más bien
templado acero... Esta piedra es fácil de arrancar al primer golpe
del pico ó del martillo, 3^ sus vetas serpean entre la verde pradera
ó el césped bañado por el sol y las continuas lluvias. De suerte que
la misma naturaleza le hace traición y la descubre, poniendo de ma-
nifiesto en las colinas que se alzan sobre la llanura el precioso tesoro
que lleva encerrado en su seno. Llámanla los indios Itacun'i por las
variadas notas ó manchas negras que son patentes muestras de con-
tenerse hierro. Tales piedras, elegidas primero 3^ cocidas luego
allí

al fuego, dan por su fundici<3n hierro y acero.


»El modo 3^ forma de sujetar dichas piedras á la acción del fuego
para fundirlas, viene á ser el siguiente. Fabrícase de ladrillos cru-
dos un horno de cocción 3' fundición como de ocho á diez pies de alto
3' seis de ancho, que tenga en el medio un hueco de un pie en cuadro

para chimenea ó colector del humo. Por este hueco se introduce una
parte de la sobredicha piedra rota en pedazos menudos y machaca-
da, con seis partes de carbón de quemar. Pero antes de machacarla,
ha sido necesario tostarla bien al fuego,como previa diligencia para
hacer salir de ella toda la humedad que contiene, 3^ expeler sus espe-
sos vapores ó exhalaciones terrestres. menester que el Y como es
horno esté sumamente encendido^ se han de poner dos grandes fue-
lles para que el fuego se conserve incesantemente con toda su inten-

sión, 3" soplar con vehemencia sobre él; para que gradualmente,
como enseña el arte de la fundición, se separen unos de otros los
minerales: ca3'endo al y sobrenadando la escoria ó
fondo el hierro,
espuma del metal, que se escurre por un canal practicado al efecto.
Cuidase de ejecutarlo así durante veinticuatro horas: y entonces se
abre el horno, y por las puertas de abajo, con azadones largos de
hierro, se sacan las masas de metal, que todavía están enrojecidas:
y llevándolas al 3"unque así en caliente, las baten y consolidan bien
cuatro valientes herreros: estirándolas al fin y reduciéndolas á lar-

gas barras de hierro, de las que se pueden fabricar las varias herra-
mientas. Y no sin admiración se observa una cualidad que en los
hierros de Europa no se encuentra en modo alguno, 3^ es, que este
hierro que yo he encontrado, es el mejor, el más perfecto y duro
acero que jamás se haya visto. Dóyle la dureza y naturaleza del
acero, virtiendo sobre él más ó menos agua fría de fuente, cuando
todavía está el metal enrojecido, con lo cual voy templando y apa-

gando poco á poco su ardiente calor. De manera que las azadas ó


cuñas que 3^0 do3" á mis herreros indios son acero puro y neto: sólo
- 234 -
que en tanto baño yo en agua, en cuanto lo exige la clase de
las
corte que han de tener, dando á cada pieza su proporcionado temple.
Lo mismo ha de entenderse de todas las demás herramientas. Y esto
ha traído una utilidad inapreciable. Porque como hasta ahora no
había concedido la naturaleza á nuestros pobres indios arrojados en
esta última parte del mundo que
América, el que pudiesen dis-
es la
frutar ni aun de un poco de hierro: y van cumplidos ya más de siete
años que no llega buque alguno al puerto de Buenos Aires, con lo
cual ningún hierro ni acero se ha traído de España, no quedaba otro
recurso que el de llamar á las puertas del cielo...» «Y he aquí que
cuando más me apuraba la necesidad, por estar edificando un nuevo
pueblo desde sus cimientos, finalmente he venido á hacer este descu-
brimiento. ¡Oh cuan visible se muestra aquí la infinita misericordia
de Dios!»
Aun después de hallado el modo de fabricar el hierro, no parece
que se utilizó sino en contados casos de gran necesidad, según se ve
en informe de Zavala arriba citado: y de otros documentos consta
el

que el hierro usado en las Doctrinas era el que venía de España.

V
INDUSTRIA DE TEJIDOS

Era preciso, con preferencia á muchas otras, entablar las artes


que habían de servir para vestir á la muchedumbre de indios que se
congregaba y aumentaba en las Reducciones. Sin esto, bien pronto
hubieran andado totalmente desnudos como en tiempo de su gentili-
dad, dada la indolencia del indio y la vida en un clima cálido como
el de las Doctrinas.
Esta necesidad fué la que hizo emprender las sementeras de al-

godón. También el lino era planta acomodada para el territorio de


Misiones: pero después de varios infructuosos esfuerzos por introdu-
cirlo, los Padres hubieron de renunciar á su propósito. Es, dice el
P. Cardiel (1), feraz también para el lino el campo en Misiones; pero
el indio pri)nero llegará d fabricar pan de trigo [cosa trabajosísima
en su aprehensión] que resolverse d regar el lino cuando ya está
crecido, carpirlo, arrancarlo en la )}uidurcz desprender la semilla
,

(1) Gay, República jes. c. XIV, p, 239.


-235-
dc la planta, embalsarlo, secarlo fuera de la balsa, macerarlo, ras-
trillarlo. Cien veces hemos experimentado que no hace el indio este
trabajo sino mientras el Misionero está presente; y el Misionero no
puede estar siempre d su lado. Mas en el algodón no hay más faena
que transportarlo de la planta á la rueca (1).
Y aun para lograr esto se experimenta dificultad Porque . el

algodón no madura todo á un tiempo; sino que durante unos tres


meses hay que ir recogieiuio día á dia los pelotones de nueces tna-
duras, que de otra manera caerán por el suelo: y revueltos con tie-

rra, lodo y quedarán perdidos. La india, empero, única-


espillas,
mente recoge lo que de presente ha de hilar, y si acaso, algún poco
más para guardar; y de lo demás no se cuida. Por lo que algunos
Misioneros hacen ir á las niñas con su celadora, y lo que ha quedado
abandonado se agrega al Tupainbaé.
Los Padres procuraban que cada indio sembrase y cultivase el
algodón en su chacra. La india hilaba la cosecha y luego entregaba
su hilado á los tejedores por medio del mayordomo. «Lo que suelen
hilar, dice el P. Cardiel (2), alcansa á ser una tela de ocho á diez
varas, que no pasan más allá los ánimos de la india. Paga al teje-
dor con alguna torta de mais ó de mandioca, ó con algún objeto de
plomo con colores ó de vidrio, ó no le paga nada; y de cualquier
modo queda contento el tejedor sólo con que haya sido mandado
por el Padre; porque el Misionero es el alma de todo este régimen,
que todo se deshace en faltando su vigilancia.
En algunos pueblos se consigue de muchos esta economía de que
cada uno siembre é hile el algodón y lo teja para sí: en otros, de
algunos pocos: en otros de ninguno; que son algo distintos los de
un pueblo de los de otroy> (3). Esta fué la causa que obligó á poner
entre los artículos del Tupambaé los algodonales, como se habían
puesto los maizales y mandiocales. Los hombres preparaban el te-
rreno 3" hacían la siembra,
y para el cuidado de escardar se envia-
ban los niños ó las niñas con sus sobrestantes, y lo mismo se hacía
para la recolección.
Junta la cosecha en los almacenes comunes, se había de proceder
al hilado. Cada sábado se entregaba á las indias casadas media libra
de algodón á cada una, con obligación de presentar el miércoles si-

guiente la tercera parte en peso de algodón hilado, calculándose que


las otras dos terceras partes son el peso de la semilla. Esta tarea de

(1) De moribus g-uaranionim, cap. III, § Maioris est operae.


(2) De moribus guar. c. III, § De peculiaris agri.
(3) Declaración de la verdad núm. 121.
- 236 -
hilar media algodón podía sin trabajo terminarse en cuatro
libra de
ó cinco horas. El miércoles recibían otra media libra, de la cual ha-
bían de entregar el hilado el sábado. Al presentar su tarea, los
alcaldes de las mujeres pesaban todos los ovillos en el atrio del co-

legio, 3^ ponían (1) en cada uno un pedacito de caña en que se escri-


bía el nombre de la hilandera. La operación se hacía formando en el
suelo cuadros de á diez ovillos por lado y que cada uno contenía
ciento. Pesábanlos primero uno por uno, y luego todos juntos: y si
faltaba peso, avisaban para que se completase, como si se advertía
estar muy mal hecho el hilado, daban su penitencia á la india. Luego
entregaban sus apuntes al Cura y al mayordomo (2). Esta tercera
parte de libra, que son cinco onsas y un tercio, es lo que traen cada
semana de hilo; y aun esa cortedad no se puede conseguir de todas.
Son niiiclias las que faltan; y si no fuera el castigo, faltaran mu
chas más (3).

Pasaba luego el algodón hilado á los tejedores. Los tejedores


para las telas de bienes comunes eran diez, doce ó más,según la
grandeza del pueblo, y distintos de que cuidaban de las telas de los

los particulares. En el pueblo de Yapeyú hubo hasta treinta y ocho.


Cada uno de ellos recibía cuatro arrobas de hilo de algodón, que son
cien libras de diez y seis onzas (46 kilogramos), ^y devolvía doscien-
tas varas de tela de una vara de ancho (167 m. X 0'",836). Su salario
era seis varas de la misma y apenas había alguno que tejiese
tela;

las doscientas varas en un mes. Cuando el tejedor encontraba engaño

ó falta en los ovillos, el nombre escrito en la cañuela mostraba en


quién estaba culpa y á quién se había de aplicar el castigo (4).
la

Semejante era el procedimiento para reducir á tejidos la lana.


Dábase una tarea semanal de una libra para hilar; mas aquí no
había medida fija del peso del hilo, pues según la calidad, pierde
más ó menos la lana cuando se lava y siempre pierde bastante.
Después de hilada, la tejían del mismo modo que el lienzo, sacando
de ella un paño burdo ó jerga, que \\a.ma.h?in becJiar a {áe bechá ú
obechá, en Guaraní oveja) y era el único que tejían los indios, á
quienes no fué posible industriar para más delicadezas ni telas más
finas, por su dejadez y horror á todo lo que fuese algo trabajoso ó

complicado. Lo que sí hacían era teñir lana y luego tejer telas lis-

tadas ó floreadas que les servían para ponchos de gala (5).

(1) Cardiel, De moribus, c. III, § Textores.


(2) Cardiki., De moribus, § Indarum.
cap. III,

(3) Declaración de la verdad, núra. 121.


(4) Id. De moribus. c. III. s Textores.
(5) Declaración núra. 119.
-237-
Tela de algodón se había de fabricar en gran cantidad, porque
de ella se habían de vestir todos, hombres, mujeres, niños 3^ niñas;

y además se procuraba que hubiese para trocar con otros pueblos


por objetos que hacían falta; pues el lienzo, como la yerba, servían
de moneda en los cambios. Tela de lana no se empleaba tanta, pues
sólo se los ponchos de hombres y niños para el in-
usaba en
vierno. Y
aun ésta que necesitaban, alcanzaban de por sí todos
ni

los pueblos, porque no todos tenían buena comodidad de pastos, de


donde procedía haber pueblos que, á pesar de haber renovado una y
otra vez sus rebaños de ovejas, no sólo no los podían aumentar, sino
ni siquiera lograban conservarlos en su ser (1). Pero como había

otros pueblos con pastos muy á propósito, y en donde se criaba el


ganado lanar, en semejantes casos se procuraba por compras la
cantidad de lana necesaria.

(1) Relación de las Misiones de Guaranís, § Reliqua etiam.


CAPITULO IX

RÉGIMEN ECONÓMICO: EL COMERCIO


Comercio interior. — 2. Comercio con las ciudades. — 3. Los pueblos de
1.

abajo. —
4. Incomunicación de los pueblos de indios, según las leyes. — 5. Inco-
municación de las Doctrinas de la Compañía. — 6. El idioma Guaraní. — 7. Fun-
damento de las leyes que prescribieron el idioma castellano. — 8. Si los Misione-
ros ejercían comercio. — 9. Informes del Gobernador Robles. — 10. Y del
Gobernador Rege Gorbalán. — 11. Si eran ó no ricas las Doctrinas.

COMERCIO INTERIOR

Los frutos de la cosecha del Tiipainbaé^ y los productos de la

industria que perteneciesen á los bienes comunes, cuyos principales


capítulos eran las telas y la yerba mate, se llevaban á unos depósi-
tos colocados en el primer patio de la casa de los Misioneros y
llamados ahnacenes. De ellos tomaban nota los indios destinados al
oficio de ahnacenes, habiendo otros con el cargo de contadores y
otros con el áe fiscales, y sobre todos estaba el mayordomo del pue-
blo (1). Todos ellos sabían leer y escribir y la aritmética bastante
para llevar las cuentas del pueblo; y así de estos efectos, como del
ganado que tenían en l;is estancias, tenían sus libros é inventarios
propios; y con puntual razón señalaban y podían dar conocimiento
de las entradas y salidas de cada pueblo, expresadas en sus libros
con toda formalidad. Las llaves de los almacenes estaban en poder
de los Misioneros; y cuanto en ellos entraba ó de ellos salía, había
de ser con licencia del Misionero y por medio de los oficiales desti-
nados á ello.
Con este ordenado régimen, se averiguaba en tiempo oportuno

d) Cédula de 1743, punto cuarto.


-239-
qué cosas faltasen en el pueblo, y de cuáles pudiera haber sobrante,
atendidas las necesidades ordinarias.
Por ejemplo el tabaco para mascar es un artículo, dice el autor
de la Relación (1), sin el cual difícilmente acierta el indio á pasar
el día. que les aumentaba el vigor, sobre todo en tiempo
Decían ellos

de invierno. Y no lo empleaban sino mascado, gustando mucho de


ello. Todos pudieran plantarlo, añade el P. Cardiel (2), pero son po-

quísimos los que lo hacen, por su flojedad. Tiempo les sobra. Había,
pues, que asegurarlo, plantando algo en el campo común. Pero no
siempre se podía proveer de lo suficiente en algunos pueblos, mien-
tras que en otros sobraba algo de la cosecha: en tal caso se compraba
para suplir á la necesidad, acudiendo al pueblo que lo tenía. En algu-
nos pueblos abundaba maíz y legumbres, ó el gana-
el algodón, ó el

do, que en otros se echaba menos. El gusano ó la langosta hacía es-


tragos en unos pueblos, dejando otros menos damnificados ó del todo
libres. Entonces se había de comprar lo necesario para el sustento.
Mas estas compras no se hacían sino permutando los efectos.
En las Misiones hallábanse establecidos precios fijos que marcaban
el valor de cada género; y de ellos conservaba la lista el Cura del
pueblo; sin alterarse la tasa fijada para los cambios por ninguna
mudanza de tiempo ó de circunstancias.
La misma regla que se empleaba para el trueque de los efectos
comunes, servía para los trueques que quisiesen hacer los particu-
lares. Pero éstos eran en número muy limitado; porque al indio
por lo general, no sólo no le sobraban especies que pudiera permu-
tar por otras, sino que antes bien le faltaban las cosas necesarias
para el sustento por su flojedad é imprevisión. No obstante, sucedía
con alguna frecuencia que haciendo el indio por su cuenta cierta
cantidad de yerba ú obteniendo otro fruto, se presentase al Cura
pidiendo algún otro objeto que necesitaba, permutándolo por yerba
conforme á la tasa fija.

VII

COMERCIO CON LAS CIUDADES 72


Fuera de los géneros necesarios para el sustento, que ó se
cosechaban en el pueblo, ó se adquirían de otros pueblos de las
Doctrinas por medio de cambios; había otros varios efectos que no

(í) Relación de las Mis. § Tabacco.


(2) Declaración, núm. 114.
— 240 -
se podían hallar en Misiones, y que sin embargo, eran muy necesa-
rios á los indios. Los instrumentos para las artes, telas no tan bas-
tas como la grosera bechara ó cordellate, que sirviesen para vestido
de los principales en las fiestas, armas para la milicia, ornamentos
para las iglesias, hierro, pólvora, sal, pinturas y otras cosas seme-
jantes, se habían de traer de las ciudades de estas provincias, y
algunas era menester ir á buscarlas á España.
Para semejantes compras no había en las Doctrinas ni circulaba
por ellas moneda alguna. Y otro tanto sucedía en las restantes
poblaciones de la provincia del Paraguay, inclusa la ciudad de la

Asunción, que era la capital. El P. Domingo Muriel, estudiando el

punto en su Derecho natural y de gentes (1), hace notar la singular


condición en que se hallaban los frutos de la tierra en la provincia
Paragua3^ pues dentro de aquella provincia estos frutos eran
civil del

monedas con valor fijo: y en saliendo de allí á la del Tucumán ó de


Buenos Aires, eran no ya moneda, sino mercaderías como las demás;
de donde resultaban varias consecuencias, que allí enumera. Estos
frutos que tenían valor de moneda, por no circular allí moneda de
oro, plata ni cobre, eran cuatro: la yerba mate, el tabaco, la miel 3'

el maíz. La yerba moneda era, no la caamini ó sin peciolos, sino la


yerba de palos. El tabaco era, no tabaco picado, ni tabaco en polvo,
sino tabaco en rama, arrollado en hacecillos cónicos y atado con
ligaduras de retama del país. El valor de estas especies se tasaba
según peso y medida por cierta unidad imaginaria de moneda llamada
peso hueco, que al parecer no siempre tuvo la misma estimación,
pues según Ordenanza 28 de Alfaro y ley 7, tít. 24, lib. 7, R. L, un
peso hueco debía valer seis reales ó sea 74 partes de un fuerte; según
el P. Cardiel (2) en un tiempo valía sólo ^'4 de fuerte; y el valor m;is

corriente que le dan el P. Díaz Taño (3), y los PP. Muriel (4), Monto-
ya (5) y Lozano (6) y algunos documentos oficiales, es de V3 de fuerte.
Estimábase una arroba de yerba (11,5 kilos) como dos pesos huecos,
una arroba de tabaco equivalía á cuatro pesos huecos, una fanega de
maíz era un peso hueco, etc. Y subdividiendo estas especies se pa-
gaba con media libra el equivalente de un real ó de medio, etc. Pero
además de los cuatro frutos ya enumerados, parece que había otros,

Rudiinenta Juris Natnrae et Gentium, lib. I, disp. XI. § II.


(1)
(2) De
moribiis g-uaran. Cap. III. 8 Ex bonis cotntnunibus.
(3) Riid. Juris, disp. IX. s I, núm. 6.
(4) Conquista espiritual s 2.
(5) Conquista, fol. I.
(6) Apunte autóafrafo que comienza: (Respondo álos tres puntos, etc.) Arch.
gen. de B. A.", legajo «Misiones / Varios años / 1, pieza 38».
- 241 -
pues la Ordenanza 60 de Alfaro, menciona varios más; y en espe-
cial, el pagar en varas de lienzo, que se contaban por un peso, parece
que fué bastante usual.
Este era valor fijo dentro de la provincia, por estar declarados
moneda aquellos frutos: Las niojiedas de la tierra en Paraguay sean
especies, y valgan á razón de seis reales el peso: 1. 7. tít. 24. libro

7. R. Pero en saliendo del Paraguay, cesaban de ser moneda, y


I.

se vendían por el precio que era corriente, más alto ó más bajo
según las circunstancias, como cualquier otra mercadería. El precio
de la yerba en Santa Fe y en Buenos Aires, solía ser de dos pesos
de ocho reales por arroba, siendo verba escogida; )' menos, si era
de inferior calidad.
A de Santa Fe y Buenos Aires, conducían sus pro-
los puertos
ductos los indios de las Doctrinas, para pagar el tributo y proveerse
de los efectos que necesitaban. Para lo cual se ponían aparte los
efectos sobrantes, que casi en su totalidad, se reducían á la yerba,
á la cual se añadían algunas piezas de lienzo, y otros objetos en
pequeña cantidad, como pábilo preparado del algodón, cueros y
algunos artefactos de carpintería, mesas, escritorios, cajas con
obras de taracea, en que tenían gran destreza, y que por no haber
ebanistas ó artífices de esta clase, eran muy estimadas en las ciu
dades. Como lo sustancial era la yerba, que había de sufragar el

tributo, si algún pueblo no tenía lo bastante para llegar á las tres-


cientas ó cuatrocientas arrobas que le correspondían, era preciso
que con tiempo se arreglase por trueques con otros pueblos para que
no le faltase artículo tan necesario. Ni bastaba disponer de cual
quier clase de yerba en la cantidad requerida; sino que había de
ser nueva de aquel año recién traída de los 3'erbales; de otro modo
los comerciantes, que la tomaban para despacharla luego por menor
á los españoles, no la querían recibir. Y así era necesario que si
alguna cantidad sobraba de los años anteriores, se reservase para
el consumo de los indios, y la mejor calidad se enviase para satis-

facer á las obligaciones urgentes.


Para bajar á Buenos Aires, formaban los pueblos del Uruguay
sus balsas.Lo que llamaban balsas consistía en una casilla susten-
tada sobre dos botes. Fabricaban la casilla de madera y cañas, re-
vistiéndola por dentro de esteras 3^ por fuera de cuero de buey; y
ésta era la cámara de depósito de sus efectos. Juntaban entre sí los
dos botes, que servían de flotadores, y á remo gobernaban su nave-
gación, que los había de llevar por saltos 3' remolinos donde no había
paso para otra clase de embarcación. Los pueblos del Paraná muy
16 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes.
— 242 —
frecuentemente usaban también de balsas; pero con el tiempo fueron
construyendo barcas algo mayores, con las cuales á vela y remo
hacían su viaje por ser el río mayor y sin tantos arrecifes. Al prin-
cipio toda la yerba tenía que ir á Santa Fe; y así allí se hubo de
poner un Padre Procurador de las Misiones, que se encargase de re-
ducir á plata la yerba y efectos que venían en nombre del pueblo,
de pagar el tributo en plata á los Oficiales reales, y de comprar los

géneros que pueblo pedía y entregárselos á los indios para que los
el

llevaran de tornavuelta. Más tarde fué necesario poner otro en


Buenos Aires con cargos semejantes, sin que conste de las fechas
exactas en que empezaron estos Procuradores; aunque parece que
el de Santa Fe no existió hasta que en 1666 se empezó á pagar el tri-

buto, que entonces por la necesidad de vender la yerba y de juntar


la notable cantidad del tributo, que antes no había, fué preciso esta
blecerlo. las balsas al término de su viaje, se presentaban
Llegadas
los indios al P.Procurador con las cartas del Misionero y la lista de
los efectos que llevaban y de los que deseaban traer de regreso; lista
que también tenían los indios en Guaraní. Los efectos, rotulados y
con el nombre del pueblo que los enviaba, eran colocados en depósito
hasta hallar la oportunidad de venderlos; y si el pueblo tenía sufi-
ciente hacienda para el pago del tributo y juntamente para los en-
cargos que hacía, le procuraba el Padre los objetos pedidos cuanto
antes, y despachaba los indios para no tenerlos detenidostanto tiempo
fuera de sus pueblos. Y en obtener lo que habían encargado según sus
cuentas y andaban muy despiertos los Cabildos indios de los
listas,

pueblos, como lo muestra la observación del P. Juan José Rico en su


Memorial de 1743 (1): aTodos, por lo común, sotí de poca ó ninguna
economía, pero les sobra advertencia para conocer si el Cura les ex-
travía ó no los bienes de su Pueblo; en cuya confirmación diré lo
que sucedió con unos Indios Mayordomos del pueblo (me parece de
Nuestra Señora de Loreto), y fué, que vinieron al Provincial con
una lista de varios géneros que se habían enviado el aíio antcce
dente de su Pueblo á la Procuraduría de Misiones de Buenos Aires,
de donde en correspondencia sólo se había traillo alguna ropa, y
hierro, cuando ellos esperaban muchas más cosas; y fué menester,
para desengañarlos, hacerles píllente lo adeudado que Jiabía estado
el Pueblo; y que apenas habían bastado los géneros remitidos para

pagar.y>
La expedición de los indios con sus balsas para Buenos Aires }'

(1) Rico, Reparos: «Tercero Reparo».


-243-
Santa Fe era la ocasión en que el indio particular que tuviese algo
que vender ó comprar en las ciudades, podía enviar sus frutos; lo
que, según antes hemos hecho notar, si bien era muy raro, no obs-
tante no era acción sin precedentes, pues se daban algunos ejemplos
de ello. Mientras los indios demoraban en la ciudad para que se
pudiesen juntar las cosas que traían encargadas, varios de ellos se
ponían A servir en alguna casa de españoles, alquilando su trabajo
por justo salario. Y al tiempo de volver á embarcarse para sus pue-
blos, elProcurador repartía á cada uno alguna ropa y cosillas de las
que ellos gustaban de llevar para sus familias; porque había varios
que por su genio inadvertido habían malbaratado cuanto trajeron y
cuanto habían adquirido con la venta de las propias cosas que traían
ó con el salario, y hasta los mismos vestidos, hallándose desnudos y
sin nada que llevar á sus pueblos (1).

VIH

LOS PUEBLOS DE ABAJO

Cuatro pueblos había que se llamaban pueblos de abajo, porque


hallándose al sur de la Asunción, se podía decir que respecto de ella
quedaban río Paraguay abajo; y eran los de San Ignacio guazú,
Santa María de Fe, Santiago 3' Santa Rosa, á los cuales se añadieron
San Cosme, cuando ya estuvo al norte del Paraná, y Ntra. Sra. de
laEncarnación de Itapúa. En estos pueblos, por razón de hallarse
más inmediatos que los demás á la ciudad de la Asunción, aunque to-
davía distaban de ella cincuenta leguas, 3" por hallarse cerca del ca-
mino que seguían los comerciantes al entrar 3' salir del Paraguay,
se fué estableciendo insensiblemente un tráfico en que los Guaraníes
trocaban sus especies por otras, ó por mercaderías, contratando con
los vecinos de la Asunción, con los de la Villarrica ó con los comer-
ciantes que pasaban, todos los cuales tenían entrada en el pueblo
para el efecto del comercio.
Para esto se había construido un edificio de hospedería, llamado
tambo, donde había capacidad para albergarse convenientemente los
mercaderes 3^ exponer á la vista sus mercaderías. Allí concurrían
los indios que querían comprar alguna cosa, ó los almaceneros ó ma-
3'ordomos cuando les convenía adquirir algo para el común; 3' todas

(1) Ordenanzas de Alfaro, n. 26, ley 18. tít. 3. lib. 6.


-244-
las transacciones y entrega de efectos se verificaban en esta especie
de mercado.
Mientras los forasteros permanecían allí, eran albergados sin pa-
gar nada por su parte, é igualmente se les sustentaba por cuenta del
pueblo. Pero, según las leyes y Cédulas reales, no podían detenerse
más de tres días, y así puntualmente se ejecutaba.
Las compras y ventas, como las demás del Paraguay, se hacían
con monedas de la tierra ó pesos huecos, no habiendo en toda la pro-

vincia monedas de oro ni de plata. Y para que no fuesen engañados


los indios, sufriendo lesión en sus intereses, los tratos, cualesquiera
que fuesen, no tenían valor sino con la intervención del Cura, quien
era por ley y derecho consuetudinario curador de aquellos menores.
Bien es verdad que el ansia de adquirir alguna cosa que les había he-
rido la imaginación hacía que algunos hiciesen sus tratos á escondi-
das, pero siempre era con daño propio, porque ni conocían el verda-
dero valor de lo que compraban, ni el del objeto que ofrecían y así

era ordinario salir engañados.


Esta facilidad para introducirse en ellos los mercaderes fué un
carácter que distinguió los pueblos de abajo de los demás de Misio-
nes, donde, por quedar á trasmano, no llegaban comerciantes espa-
ñoles;y á la verdad, el concurso de muchas personas de todas cali-
dades en aquellos pueblos no fué favorable á su mayor piedad y
buenas costumbres, como lo hizo notar en un informe al Rey en su
Consejo de Indias el limo. Sr. Fajardo (1), quien atestiguó haber en-
contrado sensible diferencia entre estos pueblos y los restantes de
Doctrinas.
Lo que se acaba de decir de los pueblos de abajo sucedía
igualmente en Doctrina de San Carlos y del Yape)^ú, que eran
la

las dos más accesibles de la parte del Sur.

IX

INCOMUNICACIÓN DE LOS PUEBLOS DE INDIOS


SEGÚN LAS LEYES
La ley española ordenaba terminantemente que en los pueblos de
indios habitasen solamente los indios, y en ellos no pudiesen tener

(1) Sevilla, Arch. de Indias; 76. I. 30. Lozano, Revoluciones del Paraguay, I,

102.
- 245 -
habitación ni los españoles, ni los mulatos ó mestizos, ni ios negros.
Ley 21, título 3, libro 6.° de la Recopilación de Indias: «Prohibimos
y defendemos que en reducciones y pueblos de indios puedan
las
vivir ó vivan españoles, negros, mulatos ó mestizos y mandamos que
sean castigados con graves penas, y no consentidos en los pueblos.»
Cf. ley 1, tít. 4, lib. 7.

Pudiera alguien pensar que en cuanto á los negros no habría


grave inconveniente, pues en la escala social no parece que se le-
vantan mucho los unos sobre los otros; pero la ley declara que menos
pueden estar allí los negros (1).
Pudiérase decir que á lo menos los dueños de tierras situadas en
pueblos de indios, ó los encomenderos que tienen indios encomenda-
dos, no sólo podrían vivir, sino que parece lo más natural que vivan
entre los indios. La ley (2) los excluye expresamente.
Pudiérase dudar si la prohibición se extiende á las mujeres. La
ley se lo prohibe con más empeño, y declara su presencia todavía
más dañosa que la de los hombres (3).
Finalmente, los mismos indios de un pueblo deben ser excluidos
de otro según el derecho (4).
Del hecho de la prohibición, no se puede dudar; y es prohibición
rígida y estricta, que manda que si alguno de los comprendidos en
ella seencuentra en pueblos de indios, sea obligado á salir de allá y
no se vuelva á admitir ni él ni otro alguno. Basta leer los textos y
reparar que nunca se derogó, antes empezando en Cédulas muy an
tiguas, sin cesar se estuvo renovando por nuevas Cédulas y
leyes.
Si ahora queremos descubrir la razón de prohibición hoy tan ex-
traña con respecto á nuestras costumbres, no nos costará mucho
averiguarla: la ley nos la presenta de continuo; al lado de la prohi-
bición se expresa la causa.
La citada ley 21, tít. 3 lib. 6 R. I. dice: «Porque se ha experimen-
tado que algunos españoles que tratan, traginan, viven y andan entre
los indios son hombres inquietos, de mal vivir, ladrones, jugadores,
viciosos, y gente perdida; y por huir los indios de ser agraviados,
dejan sus pueblos y provincias »

Vese, pues, por esta exposición que los motivos eran do.'í: opre-

(1) «Los negros, mestizos 3' mulatos, demás de tratarlos mal, se sirven de ellos,
enseñan sus malas costumbres y ociosidad, y también algunos errores...» Ley 21
título 8. lib. 6.

(2) Ordenanzas de Alfaro, n. II, ley 22. tít. 3. lib. 6.


(3) Ordenanzas de Alfaro, nn. 10.13.
(4) Ordenanzas de Alfaro, n. 26. ley 18. tít. 3. lib. 6.
-246-
sión de los indios y desenfreno de costumbres, siguiéndose de uno y
otro la ruina espiritual de innumerables almas y la pérdida de la
vida de gran número de indios, patente en la despoblación en que
iba quedando el país.

Mas para quese aprecien mejor estos fundamentos, que perpe-


tuamente movieron á los Soberanos de España á mantener los pue-
blos de indios con sólo indios por habitantes, conviene fijarse en el
contenido de una Cédula real expedida setenta años después de las
Ordenanzas del Oidor Alfaro, y que muestra cómo no se acababan
de desarraigar aquellos abusos, y cómo, sin embargo, no cesaba el
Monarca de insistir en el mismo remedio. La Cédula es de fecha de
Madrid á 25 de Agosto de 1681 ydice: «El Rey. Por cuanto por di-
ferentes Cédulas de los señores Reyes mis predecesores (que santa
gloria hayan) está prohibido que en las reducciones y pueblos de
Indios puedan vivir ó vivan Españoles, negros, mulatos ó mestizos,
porque se ha experimentado que algunos españoles que tratan, tra-
ginan, viven y andan entre los Indios, son hombres inquietos, de mal
vivir, ladrones, jugadores, viciosos y gente perdida; y por huir los
Indios de ser agraviados, dejan sus pueblos y provincias; y los
negros, mestizos y mulatos, además de tratarlos mal, se sirven de
ellos, enseñan sus malas costumbres y ociosidad, y también algunos
errores y vicios que podrán estragar y pervertir el fruto que desea
en orden á su salvación, aumento 3^ quietud; y asimismo está man-
dado que sean castigados con graves penas y no consentidos en los
pueblos... V últimamente por otra Cédula del Rey mi Señor y Padre
(que esté en gloria) de 30 de Junio del año pasado de 1646 está de-
clarado que aunque los Españoles, mestizos y mulatos hayan com-
prado tierras en pueblos de Indios y sus términos, todavía les com-
prende la prohibición referida, y mandado que de ninguna forma se

consienta que vivan en los dichos pueblos y reducciones de Indios,


por ser ésta la cansa principal y origen de las opresiones y molestias
que padecen, como más particularmente se contiene en las Cédulas
citadas... y no obstante las prohibiciones se han introducido á vivir
en ellas los Españoles, los cuales violentamente les han quitado sus
tierras y agua con que las riegan para sembrar el maíz para sus-
tentarse, y ellos han plantado viñas y frutos, de que resultan infini-
tos daños en deservicio de Dios y mío, y en total menoscabo del
Reino del Perú; especialmente el que los Españoles, como tienen
los Indios de su mano por vivir dentro de sus mismos Pueblos,
y ellos son tan pusilánimes, los emplean en el trabajo personal
de sus haciendas y tratos, y sobre tratarlos peor que esclavos^
-2j7-
no los pagan sino en géneros por crecido precio, y en vino de sus
cosechas, con que los Indios se embriagan y se mueren. Y hosti-
gados de esto, y de los apremios que les hacen para pagar los
tributos, se huyen, y se despueblan los pueblos, habiendo en ellos
más Españoles y Mestizos, que Indios; de que se sigue otro perjuicio,
3' es, que el pueblo que tenía 150 Indios,
y por las molestias que que-
dan referidas, han quedado hoy en 40, pagan éstos por el número de
150 que eran antes. Y habiéndose visto en mi Consejo de las Indias...,
ha parecido dar la presente, por la cual mando á mi Virrey, Presi-
dente y Oidores de mi Audiencia de la ciudad de los Reyes y de las
demás del Perú... y á todos los Gobernadores... de sus distritos, que
cada uno en su jurisdicción haga que los Españoles, Mestizos y Mu-
latos que viven en los pueblos de los Indios, salgan de ellos y vivan
en lugares de los que (no) lo son, ejecutándolo... pena de privación
de oficio.., y que hagan publicar esta orden en los pueblos y Doctri-
nas de Indios, etc.»
Cédula es ésta que comprende las provincias del Paraguay, Tucu-
mán y Río de la Plata en aquella expresión. Presidente y Oidores

de la Audiencia de la ciudad de los Reyes y de las demás del Peni;


pues la Audiencia de Charcas á la que estaban sujetas estas tres
provincias, es una de las del Perú. Y en aquella otra palabra y d to-
dos los Gobernadores de sus distritos, con la que se intima la orden
á los tres Gobernadores de Tucumán, Paraguay y Río de la Plata
pues caían en el distrito de la sobredicha Audiencia.
Del contenido de esta Cédula se ve con individualidad hasta
qué punto llegaba el daño que causaba la comunicación de los

indios en sus pueblos con cualesquiera otros que no fueran de su


raza.
Los que eran hombres inquietos naturalmente habían de producir
insubordinación y desobediencias á los superiores y discordias entre
los iguales. Siendo de mal vivir, habían de pegar como peste en los
pueblos de los indios el contagio de su lujuria. De ladrones no se po-
día esperar sino que con su mal ejemplo indujesen al robo; como ni
áñ jugadores podía proceder sino la perniciosa afición al juego, ene-
miga del trabajo, fomentadora del ocio y ruina de las familias; de
viciosos la difusión de sus vicios; de gente perdida^ el estrago total
de las costumbres en los pueblos de los indios. Lo que sucedía con —
los españoles,cuyo mal ejemplo era más pernicioso por tenerlos en
más concepto los indios; tenía que suceder también en su grado con
negros, mestizos y mulatos, de quienes dice la Cédula enseñan sus
malas costumbres y ociosidad^ y también... errores y vicios capaces
- 248 -
de destruir los frutos que en los indios había producido la conver-
sión á la religión cristiana. Y miraban
cierto que aun á éstos los
los indios como á superiores á su esfera, además de que el mal
ejemplo de donde quiera que venga, tiene temible eficacia para
pervertir.
Tales eran los daños por razón de los malos ejemplos y máximas
perniciosas. Por la parte de la opresión, resalta nuevamente la pu-
silanimidad ya en otras ocasiones comprobada en el indio con res-

pecto á las demás razas, pues se dejaban maltratar de los negros y


mestizos, quienes, creciendo en insolencia á medida de la docilidad
de los indios, les hacían servirles, y se comportaban con ellos como
si ellos fuesen los amos y los indios los esclavos. Y otro tanto se —
había experimentado en cuanto mal tratamiento y esclavitud que
al

les hacían pasar los españoles si llegaban á vivir en sus pueblos; á


lo que se agregaba el sacarlos de ellos y tenerlos mucho tiempo

fuera para sus granjerias y viajes (1), con gran fatiga de los indios, y
haciéndoles vivir separados de sus mujeres y de sus hijos y abando-
nar el cuidado de sus bienes y familia; y finalmente la usurpación
que con todas sus circunstancias se expresa en esta Cédula, de ocu-
parles por fuerza sus tierras y sus aguas, privándolos así del único
recurso que tenían en el cultivo del maíz para su sustento. Abuso
inicuo que también en las Misiones de los Guaraníes se produjo,
cuando más tarde, en virtud de las Ordenanzas de Bucareli, entra-
ron á vivir españoles en los pueblos de indios (2).

Véase si tenía fundamentos la ley española cuando por los dos


capítulos de evitar la opresión y el contagio de los vicios (efectos
que la experiencia mostraba inevitables cuantas veces se admitían
extraños en los pueblos de indios) prescribía que los indios viviesen
solos en sus pueblos, que no se admitiesen españoles, negros,
allí

mestizos ó mulatos, y que, si alguno había, fuese obligado á abando-


nar el pueblo. Semejante medida la exigían á un tiempo la justicia
debida á los indios, la responsabilidad ante Dios por el estrago
de costumbres y ruina de las almas, y los mismos intereses de
la monarquía española, si no se querían ver consumidos aquellos

pueblos de indios, cuya conservación, según frase de Felipe III,

á todos importa, porque si ellos faltasen, todo se perdería en


América (3).

Constará además que el abuso era general, y no se cortaba sino

(1) Céd. aqui citada: item, Ordenanzas de Alfaro, Preámbulo y nn. 6. 18.

(2) Informe del Virrey Aviles, Tkhllhs, Bibl. III, 403.


(3) Ordenanza 26 del servicio personal, ley 6. tit. 10. lib. 6.
— 249 -
con medida radical de quitar del todo la ocasión, por el recuerdo
la

de uno que otro ejemplar que puede dar idea de lo que sucedía en el
Río de la Plata. Habla el P. Lozano (1).
«El general Martín de Ledesma Valderrama, caballero andaluz
»que había ya gobernado la provincia del Tucumán, empezó á go-
»bernar [la del Paraguay] el año 1633.. Visitó por orden de la real
«Audiencia las misiones que tenía fundadas la Compañía de Jesús
»en las márgenes del Paraná...»
«En esta ocasión de la visita y empadronamiento de los indios
recibieron estos tantos agravios de los soldados que acompañaron al
Gobernador, que no había ni mujer, ni hijo, ni cosa segura A su des-
enfrenado apetito. Por lo cual los indios parientes estaban muy alte-
rados, como no acostumbrados á permitir sin castigo semejantes des-
afueros, y les costó harto á los párrocos Jesuítas persuadirles la to-
lerancia y sosegarlos. Pero prosiguiendo en los soldados la licencia,
dieron aviso los de la Compañía al Gobernador para que los mode-
rase y contuviese porque no sucediese algún escándalo. Llevó pesa-
damente el aviso:... convocó de secreto los caciques á su casa, y los
persuadió con empeño á que le pidiesen en público echase de aquellas
Reducciones á nuestros nrisioneros, é hizo otras diligencias bien
opuestas á su oficio. Estas escandalosas acciones encendieron más á
los Guaraníes en el amor de sus padres espirituales..; y no pudiendo
recabar de ellos cooperasen á su designio, dio la vuelta á la Asun-
ción.»
De Gobernador y de su ida á los pueblos de Misiones se que-
este
jaba Diego de Boroa diciendo al Obispo de la Asunción: «Yo
el P.

aseguro, Señor Ilustrísimo, que si el Gobernador Martfn de Ledesma


no estuviera satisfecho que los padres de San Francisco y la Com-
pañía están hechos ojos (que se lo han estado y están) para que los
indios no se inquieten y vayan al monte, tomando las armas, que no
se atreviera á hablar tan alto y jugar tanto del bastón, que es tentar
á Dios 3^ contra razón y prudencia; y acontecerá que sin saberse ni po-
derse prevenir, suceda una desgracia que no se pueda remediar (2).»
Y poco antes: «Los quieren hacer servir... contra lo que su Ma-
jestaden su favor manda, á que contraviene el Gobernador Martín
de Ledesma y su parte con tantas amenazas, palos y malos trata-
mientos.»
Cuando de esta manera procedían los españoles que entraban en

(1) Conquista del Río de la Plata, lib. III, cap. XIII.


(2; Memorial del P. Provincial Diego de Boroa para el limo. .Sr. D. Fr. Cris-
tóbal Aresti, Obispo de la Asunción, MS.
-250 —
las Doctrinas al lado del Gobernador, quien por respeto á su autori-
dad parece que los había de contener, puede calcularse lo que harían
estando lejos de él.— No hacía muchos años que los atropellos de los

Corregidores españoles puestos por Gobernador Céspedes en tres


el

reducciones del Uruguay habían estado á punto de causar la muerte


de los mismos Corregidores 3^ el alzamiento general, á no intervenir
los Misioneros con toda diligencia para contener los ánimos irri-

tados (1).

Las mismas autoridades que debían pioteger á los indios y darles


buen ejemplo, eran culpables en lo uno ó en lo otro, como se ve en
los casos citados y se verá en el siguiente.
Refiere el P. Escandón (2) que hallándose en 1756 el Gobernador
de Montevideo en Doctrina de San Lorenzo del Uruguay, y de-
la

biendo salir del pueblo todos los indios para transmigrarse á los
pueblos del Paraná, «el dicho Gobernador de mano poderosa se re-
servó tres familias (aun contra el beneplácito del General) para lle-

várselas consigo á Montevideo para empezar la fundación de un pue-


blo que iba á establecer....»
«A más de los. .. dichos,... tampoco quiso seguir á su marido una
india, mujer de uno de los que el P. Cura llevaba consigo ó ya antes

había pasado: y era ésta la que más que otra alguna convenía que
saliese de san Lorenzo en seguimiento de su marido. Pero el Go-
bernador no quiso obligarla por entonces, ni después tampoco, no
obstante que el Superior se lo suplicó, escribiéndole que su marido,
ya en la otra banda, clamaba por su mujer y así fué menester ;

recurrir otra ve.-í al General dándole cuenta, para que le obligase á


ello, como le obligó. Ambos recursos sintió el Gobernador»...
«El segundo recurso fué el que se le sentó tanto, que jamás lo
pudo digerir bien. Dicen que el General, para darle más fuerza á su
mandato de que despachase la india á su marido, le envió la misma
carta original en que el Superior se lo pedía, y en ella el Superior
llamaba al pan pan y al vino vino, é individualizaba alguna otra cosa
que aunque pública ó demasiadamente sabida en San Lorenzo, el Go-
bernador no quería que la supiese su General. Por lo cual tomaba el
cielo con las manos, clamando contra... el Superior, quien decía que
con aquella su carta le había quitado injustamente su crédito... y así
es fácil colegir cuan agriado quedaría... En fin, por no enredarse con
su jefe, hubo de enviar por entonces la mujer, que era lo que al ser-
vicio de Dios convenía y los Padres pretendían, no su deshonra».

(1) Techo, lib. VII, cap. XXXVI.


(2) Transmiofración de los siete pueblos § 24.
- 251 -
Y poco después, hallándose Viana en marcha para Buenos Aires
y habiéndole procurado hacer el Cura de santo Tomé con mucha di-

ligencia un servicio nada fácil, añade el P. Escandón: «Ni todo este


comedimiento del Padre para con él, ni todo su buen deseo de com-
placerle fueron suficientes para inclinarle á que le concediese la cor-
tísima gracia que le pedía de que mandase volver á Santo Tomé á
unos indios andariegos que á su Señoría y su tropa allí se habían
llegado, y daban señas de querer proseguir el viaje con las familias
que su Señoría se llevaba de San Lorenzo, y entre las cuales iba ya
la india que el General había mandado volver á su marido, apartada

segunda vez de él.»

Y así por mano de un Gobernador se ejercitaban los dos daños


por los que estaba prohibida la comunicación de españoles con
indios en sus pueblos; llevándose y sacando para otras partes á los
indios,y fomentando las malas costumbres con aquella separación
de los cónyuges; uno y otro contra expresas prohibiciones de las
leyes y aun contra los repetidos mandatos de su inmediato superior.

X
INCOMUNICACIÓN DE LAS DOCTRINAS DE LA COMPAÑÍA
75

Lo que acabamos de exponer sobre las le3^es vigentes para los


pueblos de indios y sus sólidos fundamentos, hace que no sea nece
sario extendernos mucho al tratar de la incomunicación de las Doc-
trinas Guaraníes.
Los Jesuitas cuidaron diligentemente de que los españoles no tra-
tasen con los indios en los pueblos de éstos. Esto era cumplir la obli-

gación que les imponía y no sólo la ley humana, sino también


la ley,

la divina y eclesiástica, de evitar las graves opresiones de los indios

y los escándalos de costumbres que de otro modo eran irremediables.


Mas este cumplimiento no tuvo los caracteres ridículos con
que pintaron anónimos holandeses y portugueses. Libre quedó el
lo

acceso y permanencia de los Obispos y Gobernadores ú otros minis-


tros reales, como
ha visto ya y se verá de nuevo más adelante;
se
quienes no sólo podían entrar, sino que de hecho entraban muy
á menudo, afirmando Felipe V que eran continuas las visitas de
los Prelados eclesiásticos y Gobernadores {\). Libre para los Ofi-

(1) Cédula de 28 de dic. de 1743. ^


- 252 -
cíales así militares como eclesiásticos ó civiles enviados por ellos,

de los cuales presenta ejemplos públicos el P. Cardiel (1). Libre


para los comerciantes en las Doctrinas donde las comunicaciones
eran cómodas para ellos, como queda declarado al tratar de los pue-
blos de abajo.
Y como la ley no excluía A los españoles que pudieran ser útiles
á los pueblos y en quienes se precavieran los daños mencionados
«hay», dice el P. Cardiel (2) «en varios pueblos, muchos españoles
cuidando como mayordomos de las haciendas y haberes de la comu-
nidad, á los cuales se les paga su salario del común del pueblo- Yo
he tenido hasta cinco de éstos, cuidando de los pueblos sucesiva-
mente, cuyos apellidos son Rogado, Aguilar, Moreira, Romero y
Jiménez. Estos están cuatro, seis, ocho ó más años cumpliendo con
sus oficios en compañía de su mujer é hijos, y después se mudan; y
se les permite domicilio de asiento; aunque hay una Cédula real para
toda la América que manda no vivan de asiento españoles con los
indios en sus pueblos, y otra, que los que comercian no se detengan
en ellos más que tres días».
Ni para evitar la entrada de españoles hubo jamás zanjas alrede-
dor de los pueblos, de suerte que no pudiesen entrar los viajeros
sino por una puerta precisa, y ésa custodiada. El que en pueblos de
la gobernación del Paraguay, sujetos á repentinos asaltos de indios,
se hubiese tomado semejante precaución, no parecerá extraño para
quien sepa que en el pueblo de la Villeta, no ciertamente de las Mi-
siones Jesuítas, sino seglar, y no más de cinco leguas distante de la
capital Asunción, se cerraban todas las noches las puertas de la plaza
en que estaban contenidos todos sus moradores, para poder tener
alguna seguridad; y aun añade el P. Parras (3) que lo refiere, que á
su parecer debía de ponerse valla alrededor, para evitar el peligro
de que los indios asaltantes pudiesen acercarse demasiado 3' pren-
der fuego á los tejados, que eran de paja. Nada de ésto se hizo en
las Doctrinas de la Compañía.
He aquí el origen ó remoto fundamento que pudo tener la afir-

mación expresada con extraño desenfado — entre las otras del infor-
me de Barúa, que Felipe V, después de hacer examinar por tres
años todos los documentos sobre el Paraguay, calificó de falsas ca-
himnias ó imposturas de Barúa (4); y que con asombro se ve repro-

(1) Declaración de la verdad, ni'im 46.


(2) Decl. núm. 47.
(3) Parras. Viaje y derrotero etc. en Treluks, Bibl. IV, 298.
(4) Cédula de 1743 al fin.
- 253 -
ducida por la ligereza histórica de Azara (1). El pueblo de San Igna-
cio Guazú era paso forzoso de los viajeros que entraban por tierra
en Paraguay; y aun por eso lo vio el gobernador Barúa y fué el
el

único pueblo de las Misiones que conocía. El pueblo estaba entera-


mente abierto, sin haber puerta, guarda ni estorbo para penetrar
en él, ni requerirse ninguna licencia del Cura para ello, tanto que á
veces se encontraba éste con viajeros de quienes no tenía noticia, no
sólo dentro del pueblo, sino, lo que es más, dentro de los patios del
colegio. Ahora
bien, á distancia de dos leguas del pueblo para
afuera, había una zanja abierta para que el ganado del pueblo, es-
parcido por allí, no saliese del término de la reducción; y aun esa
zanja, por el descuido de los indios, en algunos puntos estaba tal de
poco ancha, ó ciega, que no servía para su objeto. La zanja era tal,

que cualquier pasajero, á pie ó á caballo, podía saltarla, y llegar sin


dificultad al pueblo. Lo que no podían pasar por allí, eran las carre-
tas, por tener dada orden el Gobernador de
provincia de que allí la

se registrasen. camino carretero; y al


Estas habían de pasar por el

llegar á la zanja, cruzaban una que en el país llaman tnifiquera, que


es una puerta rústica más ancha que alta, formada de palos atrave-
sados, cuyo cierre se asegura con artificios rústicos, pudiéndola
abrir cualquiera pasajero, pero estorbando el paso á los anima-
les. En cuanto á guardas, no los había sino en tiempo de peste de
viruelas para evitar el contagio; y si en otro tiempo se veía al-

guno, era el que registraba las carretas, ó se certificaba de que


entre la tropilla que arreaban los pastores no se llevasen algún ani-
mal del pueblo. Todas estas circunstancias son conocidas por decla-
ración pública del P. Jaime de Aguilar, quien varias veces había
visitado el pueblo siendo Superior y luego siendo Provincial, y aun
había sido en diversas ocasiones Cura interino de él (2).

Y se necesita extraña malicia para pretender trasformar las


zanjas de guardar el ganado en vallas para que no entren las perso-
nas, las tranqueras en puertas de muralla, los indios registradores
de carretas en guardas para impedir el paso á los españoles, y una
triste zanja á dos leguas del pueblo, en cercado á la entrada del
pueblo para que nadie entre sin licencia.

(1) Viajes inéditos.


(2) Charlevoix, Aclaraciones y documentos.
-254-

XI

76 EL IDIOMA GUARANÍ

Otro capítulo que se atribuyó por los malignos á deseo de inco-


municación sin serlo, fué el uso que los indios conservaron siempre
del idioma Guaraní, acerca del cual debemos examinar lo que estaba
prescrito por leyes de España y cómo lo cumplieron los Misioneros.
La ley ordenaba, que los Curas y Doctrineros, usando de los
medios más suaves, dispongan y encaminen que á todos los indios
sea enseñada la lengua española (1). Ordenamos que d los indios
se les pongan maestros que enseñen á los que voluntariamente la
quisieren aprender como les sea de me tíos molestia, y sin costa (2).
Donde es muy de reparar que la primera ley quiere que el enca-
minar á los indios á que aprendan la lengua castellana sea usando
los Doctrineros de los medios más suaves; y en la segunda, que se
enseñe á los que voluntariamente la quisieren aprender. Claro está

que si aprendan se necesita castigo, la ley no sólo no lo


para que la

prescribe, sino que positivamente no lo quiere; y si no es que algu-


nos voluntariamente la quisieren aprender, para los demás no es
obligatoria la enseñanza.
Pues bien, cada vez que hubo necesidad de tratar de este punto,
los Misionei-os afirmaron é hicieron ver que habían puesto todos los
medios que la prudencia les había dictado para que los indios Gua-
raníes aprendiesen la lengua española, exceptuando el castigo, que
ni estaba mandado, ni era conforme aprudencia, pues podía produ-
cir alteraciones é insubordinación viendo que se trataba de mudarles
la lengua por fuerza. Pusiéronse desde el principio escuelas en que
se enseñaba á leer y escribir y aritmética; y aunque no todos los
niños iban á la escuela, por no ser ésta obligatoria, sino sólo los que
parecían más aptos; no hay duda que si alguno de los otros lo hubiera
deseado y solicitado, igualmente hubiera sido admitido; }' de
todos modos, resultaban un buen número en cada pueblo que sabían
bien leer y escribir en castellano, aunque en cuanto á la significación,
no entendían lo que leían. Y si esto pareciera á alguien inverosímil,
ó fuera tachado de juego y burla, apelaban los Padres al hecho pa-
tente en España mismo, donde en las provincias de Vizcaya }' Gui-

(1) Ley5. tit.13.Iib. 1 R. I.

(2) Ley 18. tit. 1. lib. 6.


— !/55 —
púzcoa, con tener los niños escuela donde el maestro les exigía la

lectura y escritura y lección de memoria en castellano y valiéndose


de castigo; no obstante, se veían muchos que sabían leer y escribir,
pero no entendían el castellano nunca, á no ser que saliesen de su
patria y lo aprendiesen en el trato con los de otras provincias. Otro
tanto sucedía entre los Guaraníes, quienes, al salir de sus tierras, ó
para conducir sus géneros á Santa Fe Buenos Aires, ó para fun-
3^

ciones militares, ó para otros trabajos en servicio del Rey, volvían


muchas veces sabiendo el suficiente castellano para entender y darse
á entender. Y aun en esto tenían una desventaja; porque los habi-
tantes de las comarcas más inmediatas, como eran la jurisdicción de
Corrientes y la provincia del Paraguay entera, tampoco empleaban
como lengua corriente el castellano, sino precisamente el Guaraní,
con ser españoles; cosa que en gran parte se conserva hoy mismo,
ya en el siglo xx.
Además de tener las escuelas, en varios tiempos habían conducido
los Padres á las Doctrinas algunos oficiales mecánicos, unas veces
seglares, otras hermanos Coadjutores de la Compañía para que
enseñasen á los indios sus propios oficios y para que con el uso
aprendiesen los indios el español (1).

Suplíanse las voces que en el idioma de los indios faltaban con


palabras tomadas de la lengua castellana.
Enseñábase á todo el pueblo en común la numeración general y
losnombres de días y meses en castellano, como lo explica el P. Pe-
ramás (2). «Cada domingo, dice, después de rezadas por todos las
oraciones del Catecismo y los misterios, los dos que de pie en medio
de la iglesia llevaban la voz, decían: éstos son los nombres y el or-
den de los ntlmeros: tino. Y respondía el pueblo: nno. Y seguían
ellos: dos. Y todos á su vez: dos; continuando tres, cuatro^ y así
sucesivamente hasta ciento y mil. Después de esto, decían los dos
que guiaban: éstos son los nombres de la semana: domingo; repi-
tiendo todos, domingo. Seguían ellos: lunes\ y todos repetían, lunes;
y así continuaban hasta sábado. Luego pasaban á los meses. Estos
son los nombres de los meses desde el principio del año: Enero; y
repetían todos: Enero. Luego, Febrero, Marso, etc. hasta Diciem-
bre. Con lo cual se lograba que los indios desde niños se hiciesen
familiares estos nombres, y usasen con expedición de aquel modo de
contar, que falta en su lengua, aprovechándolo así para las cosas de
la religión como para el trato civil.»

(1) P. Rico, Memorial de 1743.


(2) De adrninistratione Guáranle. §. LXXVI.
- 2of) -
Esto y cosas semejantes es lo que entendieron que estaban obli-

gados á hacer los Jesuítas en la materia del idioma, sin llegar


nunca á forzar á los indios á hablar en castellano, como no les
forzaban los párrocos seculares que tenían pueblos en el Para-
guay y en Corrientes, sin que nadie tuviese que murmurar ni
sospechar; como no les forzaban en España párrocos ni autori-
dades á los mallorquines, á los valencianos, á los vascongados,
muchos que
á los gallegos, á los catalanes, de los cuales había
no sabían palabra de castellano.
En cuanto á pretender los indios voluntariamente aprender
la lengua española para hablarla, que era el único fin que se
podían proponer; hallaron losPadres, y de ello dieron testimo-
nio, que los indios amaban su propio idioma con igual afecto,
y mayor todavía, que cualquier nación europea, y no lo querían
trocar por otro, y aun se tenían á menos de hablar en espa-
ñol; de suerte que no se podía concluir con ellos que usasen de
la lengua castellana, aun cuando fueran de aquellos que por
haber morado entre los españoles la sabían hablar bastante bien.

«Hablámosles los Padres nuestro idioma, y responden en el

suyo. Instámosles en que nos hablen en nuestra lengua: respon-


den que no es natural suya ni del país. Reprendémosles, dámosles
muchas razones y aun nos enojamos, porque nos consuela el
hablar enla lengua nativa y nos cuesta trabajo la su3'a...; y

después de rara vez conseguimos el que hablen el


todo esto,

y
castellano; conseguimos
si al principio recién llegados, des-
lo

pués de algún tiempo ya no lo podemos conseguir.,. Cada día


lo están viendo estos señores del ejército, ante quienes, por
más haga yo, no puedo hacer hablar en español
instancias que
á los indios que lo saben.» Todo esto dice el P. Cardiel (1),
hablando del hecho como testigo y ante testigos; y merece leerse
lo demás que expone en el mismo artículo sobre la presente

materia.
Este es el modo como se cumplían las leyes sobre el idioma
en las Doctrinas. Cuanto se ha dicho sobre que los Jesuítas
prohibían en ellas la lengua castellana, es una voluntaria ca-
lumnia. Y la razón que se ha dado á tal prohibición no puede
ser más disparatada. Decíase que tenían prohibido el idioma
castellano para toda comunicación entre indios y
imposibilitar
españoles, y para que aun los que entrasen en Doctrinas no pudiesen

(2) Declaración de la verdad, núm. 57.


-257
descubrir el misterio de lo que allí se maquinaba, por no entender
el idioma (1). Pero, dejando aparte la falsedad de la prohibición, y
la malicia de interpretar en el peor sentido una prohibición á la

cual se le pudiera haber hallado alguna causa legítima; la verdad es


que si los Jesuítas hubiesen empleado tal medio para tal fin, hubie-
ran dado muestras de insigne torpeza. Porque, como está dicho, en
las dos regiones confinantes de Corrientes y Paraguay, más usual
y conocida de mayor número era la lengua Guaraní que la castella
na; y así, si algo hubieran querido ocultar, ó dificultar el trato,
primero hubieran debido elegir el fomento del idioma español, que
del Guaraní.
Y así como á nadie le pasó por la imaginación que los Padres
franciscanos, ó los clérigos seculares del Paraguay en sus parro-
quias, y aun los mismos encomenderos en sus casas y granjas,
donde no se oía palabra del idioma castellano, sino únicamente Gua-
raní, hubiesen intimado prohibición de hablar castellano, y eso para
lograr la incomunicación ó el secreto: así, en idéntica materia, se ha
de juzgar de idéntico modo en cuanto á los Jesuítas.
Finalmente, con haber caído todos los papeles de los Jesuítas,
aun más reservados, en manos de sus enemigos así en
los el Para-
guay como en todas partes, y haberlos escudriñado para hallar en
ellas justificativo á los atropellos que con los Padres se cometieron,
jamás se ha producido una orden ó indicio de orden en que apare-
ciese la decantada prohibición de usar el idioma español.
Resta que, después de examinada la letra, se indague cuál es el
espíritu de la ley. La ley 18, tít. 1, lib. 6, está tomada á la letra de
una Cédula real de Felipe II fecha en Toledo á 7 de julio de 1596 (2).
En ella van unidas entre sí dos cosas que luego, en la Recopilación
de Indias, encontramos separadas (3): una, el uso de la lengua cas-
tellana entre los indios, y otra, la pericia de la lengua india en el
Doctrinante. Y desde la primera lectura de la Cédula, se hace
evidente que que para el legislador es de suprema importancia es
lo

esta segunda parte. Por la omisión de la primera, en caso de gran


dificultad, se podrá pasar, }' así la encomienda blandamente: mas no
por la de lasegunda, que encarece cuanto se puede, diciendo ter-
néis muy particular cuidado, y exigiendo que el Doctrinero sepa
muy bien la lengua de los indios; con la razón urgente, que esto es
cosa de tanta obligación y escrúpulo, por lo que toca á la buena

(1) Rela(;:áo abreviada, pág. 4.


(2) Apénd. núm. 23.
(3) Ley 4, tít. 13, lib. 1.

17 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes.


- 258 -
instrucción y cristiandad de los indios; y por fin, en atención á ser
esto el objeto de más gravedad, concluye, esto es ¿o que principal-
mente os encargo. Y moralmente imposible el
á la verdad, siendo
que todos aun algún gran número de ellos aprendiesen
los indios, ni
el castellano para entenderlo y expresarse en él; ni el Doctrinero

podía darles á entender lo que debían saber para ser buenos


cristianos, ni ellos podían recurrir á él cuando sus conciencias lo ne-
cesitasen, si él no aprendía la lengua de los indios. En esta parte, —
en que los Concilios y las leyes civiles pusieron tanto empeño, y en
que tan gravada estaba la conciencia, pues que se ponía á riesgo la

salvación de las almas, fueron eximios los Padres de la Compañía,


y muy los Misioneros del Paragua)^ De ello dan testi-
en especial
monio numerosos trabajos impresos por ellos sobre el Guaraní,
los
debiendo tenerse presente que son quizá cinco veces en mayor nú-
mero los manuscritos, que los impresos. Atestigúalo también la
diligencia que se ponía en el ejercicio y examen de idioma, de que
diremos algo al tratar del gobierno religioso. Y de esta suerte po
dían predicar tantos sermones, hacer tantas pláticas. 3^ proponer
tan frecuentemente la explicación del catecismo en lengua Guaraní,
como en su lugar se verá.

XII

FUNDAMENTO DE LAS LEYES


QUE PRESCRIBIERON EL IDIOMA CASTELLANO
Al ordenar Felipe II por su Cédula de 7 de Julio de 1596 (1) al

Gobernador de las provincias del Río de la Plata la enseñanza del


castellano á los indios, pónese por fundamento de esta disposición
un motivo religioso perteneciente á la conversión de los indígenas á
la fe católica, que los Reyes de España siempre se reconocieron obli-

gados á procurar en primer término: «Porque se ha entendido que


en la mejor y más perfecta lengua de los indios no se pueden expli-
car bien ni con su propiedad los misterios de la fe, sino con gran-
des ábsonos y imperfecciones», y que el estar fundadas cátedras de
ciertas lenguas indias «no es remedio bastante, por ser grande la
variedad de las lenguas, y que lo sería introducir la castellana como
más común y capaz, os mando etc.».

(1) Apénd. núm. 23.


- 259 -
Dos razones se expresan aquí: la una la incapacidad de las len-
guas más perfectas entre todas las de los indios
para explicar en
ellas con propiedad y bien los misterios de la fe, de modo que no se
entiendan imperfectamente y con conceptos que suenan muy mal. Y
si en las míls perfectas se tropieza con tal inconveniente, mucho
más habrá de suceder esto en todas las demás que no sean tan per-
fectas; de manera que todas se declaran por ineptas para explicar
en ellas con propiedad los misterios de la santa fe. La segunda
razón, es que, aunque no fueran ineptas, son tantas, que no se
pueden aprender. Y así se da por más conveniente el instruir pri-
mero á los indígenas en la lengua castellana para que luego puedan
ser bien enseñados en la fe, pues que el idioma castellano encierra
en sí las dos ventajas de ser capaz para expresar con propiedad los
misterios, y de ser común y por consiguiente único, cuando los
indios lo hayan aprendido.
primera razón fuera exacta, el aprendizaje del castellano
Si la
hubiera venido á ser de absoluta necesidad para los indios, como es
de absoluta necesidad el creer los misterios de la fe para salvarse,
y no con conceptos llenos de cosas mal sonantes é impropios, sino
con los propios y libres de toda mezcla de ideas ajenas, cuanto más
de las disonantes. Mas no lo pensó así la Iglesia, que en materia de
las cosas necesarias para
y santificación de los fieles es la
la fe
propia autoridad. Los Misioneros, á medida que fueron penetrando
en las naciones infieles de América, fueron disponiendo su catecis-
mo valiéndose de la lengua de la nación con que se hallaban en con-
tacto, y nunca creyeron que estaban ejecutando una obra reprensi-
ble y perniciosa, como hubiera sido el enseñar las verdades de la fe
mezcladas con ideas disonantes de ellas, ó el hacer profesar los mis-
terios con sentido impropio ó diminuto, con lo cual no hubieran ser-
vido para la salvación. Por su parte, los Concilios se aplicaron á
establecer catecismos compuestos en las lenguas más extendidas
éntrelos indígenas. El Concilio III Provincial de Lima ordenó en la
sesión segunda, capítulo cuarto, que dispuesto un Catecismo de la
Doctrina cristiana en castellano se tradujese á las lenguas quechua
y aimará, las dos más comunes del Perú, como así se hizo debajo de
Padres Juan de Atienza y José de Acosta, de la
la dirección de los
Compañía de Jesús. Mandó también el Concilio en dicha sesión que
en las diócesis en que se hablasen otros idiomas entre los indios,
hiciera el Obispo traducir á ellas el Catecismo castellano límense:

y prohibió que en adelante se emplease otro Catecismo ú otra ver-


sión que la aprobada por el Concilio ó por el Diocesano. Las Actas
- 260 -
del Concilio, celebrado en Lima en 1583, fueron aprobadas en 1588
por el Sumo Pontífice Sixto V conforme la Sagrada
al dictamen de
Congregación de Cardenales.
De igual modo, el sínodo diocesano de la Asunción celebrado en
1603, aprobó é impuso como obligatorio el catecismo traducido al
Guaraní por el venerable P. Luis Bolaños de la Orden de San Fran-
cisco; y el segundo sínodo, celebrado en 1631 siendo Obispo el
lUmo. Sr. Arcsti, renovó la aprobación }' el precepto. Y habiéndose
suscitado calumnias contra este Catecismo, como si expresase here-
jías y cosas indignas, después de largo }' maduro examen, fué recha-
zado y condenado el dictamen del calumniador en juicio contradic-
torio, y declarado el Catecismo y sus expresiones sobre los misterios
como muy propias y católicas, año de 1656 (1).
El precitado Concilio III de Lima (2) titula el Cap. VI de la se-

gunda sesión en esta forma: «Que á los indios se les enseñe en idioma
indio». Y en el cuerpo del capítulo dice: «Puesto que el blanco prin-
cipal de la instrucción cristiana ó catecismo es la inteligencia de la
que hemos de creer, ya que con el ánimo se abraza la fe para ser

justificado y con la boca se ha de confesar para obtener la salvación


(Rom. 10); cada uno sea enseñado de modo que entienda, en caste-
llano el español, y en indio el indio. Porque si no se hace así, por
más que uno rece con exactitud las palabras materiales de la ora-
ción, su concepto, conforme á lo que dice el Apóstol, queda sin fru-
to.» Hasta aquí el Concilio.
Todo esto demuestra claramente que las palabras de la Cédula,
si alguien las quisiera interpretar en el sentido más desfavorable
de que signifiquen absoluta incapacidad de los idiomas indios para
expresar las verdades que debe saber el cristiano, serían falsas.
Pero á la verdad, ni el mismo legislador les quiso dar ese sentido,
que tampoco está expresado en la poca precisión de aquella cláusula;
sino sólo quiso significar una imperfección é incapacidad relativa de
tales idiomas con respecto al idioma castellano que es más perfecto, .

De otro modo, no hubiera sacado la conclusión remisa de que apren-


diesen castellano los que voluntar iajucnte quisiereu aprender , sino
que hubiera urgido y apurado todos los medios por tratarse de cosa
necesaria, como lo hizo encareciendo la segunda parte de que el
Doctrinero supiese la lengua de los indios. Mas, llegando á tratarse
sólo de capacidad relativa, claro es que la ventaja que haga el cas-
tellano al idioma indio en perfección, no llega á igualar la ventaja

(1) Chaki.hvoix, Hist. du Paraguay, liv. XII.


(2) Act. II, cap. VI.
.

-261-
•que tiene el idioma indio en ser mejor entendido del indio. Sin duda
que Doctrinero explicaría las cosas con más propiedad expresán-
el

dose en castellano; pero toda esta mayor propiedad se pierde por no


entenderle el indio (aunque haj^a llegado á aprender el español), sino
sólo muy imperfectamente: y al contrario, hablándole en su idioma,
tiene la ventaja de que le entiende mejor y abraza lo que oye con
más buena voluntad, como dicho en lengua propia.
Por eso la ley 5.^, tít. 13, lib. 1, R. I. que se formó de las Cédu-
las de Felipe IV
á 2 de Marzo de 1624 y 4 de Noviembre de 1636, so
lamente da razón de mayor conveniencia cuando sepan el caste-
la

llano, diciendo: para que se hagan más capaces de los misterios de


nuestra santa fe católica y aprovechen para sii salvación
Mas en esta ley se añade una nueva razón, y es para que... con-
sigan otras utilidades en su gobierno y modo de vivir. No especifi-
cando la ley misma cuáles sean estas utilidades en el modo de vivir
ó gobierno de los indios, parece que se puede referir á que de saber
el castellano se había de seguir á los indios mayor unidad política
con los restantes subditos de la nación, ó ma)'or perfección exterior
en el trato y en las relaciones que constitu3'en la vida civil, ó mayor
facilidad en el comercio tomando la lengua como instrumento de
comercio. Estas ventajas pueden tener sus puntos discutibles, ya
que no se disminuye la unidad política de los vascongados con los
demás españoles por no hablar todos un mismo idioma; no se ve qué
conexión necesaria tenga un idioma con la civiliznción más ó menos
adelantada, pues vemos un mismo idioma en un pueblo que pasa por
diversos grados de civilización, sin ser el idioma el que influye en la

civilización, sino al contrario, la civilización mayor la que influye en


la perfección del idioma; y finalmente, para el comercio, tenían los
Guaraníes todo el conocimiento de la lengua que les era preciso, y
más bien les era útil el mismo Guaraní que el castellano en la región
en que moraban. De todos modos, éstas eran ya razones temporales,
que no urgían tanto cuanto hubiera urgido la razón de la salvación
de las almas, á ser verdadera. Y en cuanto al comercio, antes que
ninguna otra cosa, era preciso facilitar las vías de comunicación y

excitar en los naturales deseo de trabajar y la economía domés-


el

tica que les habían de procurar la materia con qué comerciar.


Cuando los indios hubiesen tenido una facilidad de comunicacio-
nes cual se puede alcanzar en el siglo xx, y suficientes productos,
entonces hubiera sido necesario insistir en la lengua que les había
de hacer más fácil el trato, ó por mejor decir, entonces el mismo
comercio hubiera traído consigo el aprendizaje de la lengua.
— 202 —
Es de observar además que en poner la enseñanza de la lengua
española como instrumento de unidad política, de civilización y de
comercio, además de dar por cierto lo que es dudoso, la relación de
medio á fin; se acude á un medio más difícil de aplicar de lo que
parece, ya que no lo llamemos imposible en menor espacio de algu-
nos siglos.
A doscientos años y más de distancia del tiempo en que se daban
semejantes leyes, podemos juzgar de su eficacia para introducir el
idioma. Cítase el ejemplo de Roma, que logró implantar su lengua
en el imperio. Pero se repara poco que la dominación de Roma duró
por muchos centenares de años; y que hubo regiones, como la Gre-
cia, donde no sólo no predominó la lengua romana, sino que por el

contrario, impusieron al vencedor la lengua del vencido. El idioma


español quedó, sí, esparcido en vastas regiones en el continente
americano del norte y del sud; pero entre los descendientes de espa-
ñoles ó mezclados de su sangre. Los indios se quedaron con sus len-
guas, y las lenguas van pereciendo de día en día, según de día en
día se van extinguiendo las últimas naciones indias. Más aún: el in-

dio Guaraní, en vez de recibir del español su idioma, comunicó el

idioma Guaraní al español. La singular imposición del idioma ven-


cido al vencedor se verificó, no en las Misiones doctrinadas por los
Jesuítas, sino precisamente en los territorios regidos por autorida-
des españolas seglares de Corrientes y Paraguay, y persevera toda-
vía hoy en el siglo xx. Tarde, pues, hubieran llegado á los indios los
beneficios del comercio, de la civilización y de la unión nacional, si

para ello hubiera tenido que emplearse como medio é instrumento


el idioma castellano.

XIII

SI LOS MISIONEROS EJERCÍAN COMERCIO

Ayudará á formar cabal concepto del estado de los haberes de los


indios un breve examen de este cargo que, con tenacidad increíble,
repitieron en el siglo xviii los émulos de los Jesuítas; afirmando que
los Curas de las Doctrinas se limitaban á dar á los indios el vestido

y el sustento, y el sobrante era exportado en beneficio de los Jesuí-


tas, produciéndoles varios millones de pesos oro anuales. Y sin
duda
ninguna que de aquel oro procederían los entierros que tanto han
buscado los portugueses del Brasil en las antiguas Doctrinas de la
- 263 -
Compañía, y de que con tanta credulidad ha hecho mención el Canó-
nigo Ga3\ Ni faltan en el tiempo presente quienes reproduzcan to-
das aquellas patrañas inventadas en odio de unos religiosos ejem-
plares temidos por su actividad en favor de la religión; y calculen la
venta de 80.000 arrobas anuales de yerba mate, la de 20.000 cueros,
las flotas de barcos y otras cosas por el estilo.
Todas esas fábulas se fundan en una grosera calumnia de que los
^lisioneros habían perdido de tal manera el temor de Dios y la ver-
güenza delante de los hombres, que hacían trabajar los indios y ;\

les robaban el fruto de su trabajo. Esta innoble acusación jamás ha

tenido prueba alguna sino únicamente la palabra de los acusadores.


Los Comisarios enviados por el Monarca la han examinado pene-
trando en las Doctrinas, enterándose de sus productos y del empleo
de ellos; y en lugar de condenar á los Misioneros, no han encontrado
más que motivos de alabanza }' admiración del desinterés con que
procedían, sin recibir cosa alguna de los indios y adelantando los
intereses del pueblo en provecho y con conocimiento de los mismos
indios. No nos detendremos en este punto, que con magistral acierto
trata el P. Cardiel en su párrafo 9, dignísimo de ser leído (1).

Las apariencias en que se procuró fundar la calumnia fueron el


establecimiento del Procurador de indios en Santa Fe y luego en
Buenos Aires, y el hecho de que el Procurador buscaba la ocasión de
vender los frutos de las Misiones con ventaja en favor de los indios,
y sacaba de esta venta la plata con que se pagaba el tributo al Rey y
se compraban para los indios las cosas que necesitaban. Ya hemos
tratado este punto al hablar del tributo (2) y del comercio de los in-
dios con las ciudades (3), mostrando que fué carga impuesta por la
misma autoridad civil, tomada por caridad con grandes molestias,
y que de ella ni un maravedí se derivaba á los Misioneros, como se
ve por la exacta cuenta que cada pueblo llevaba de los efectos en-
viados y de los objetos que pedía á veces por más valor del que te-
nían sus frutos, por el informe de testigos (4), y por otros informes

y declaraciones, inclusa la final de 1743 (5). Hemos visto también


cómo la calumnia hizo hincapié en el hecho, propio de estos países, de
que el precio de los frutos no se pagase todo en plata, sino parte en
plata, parteen géneros, y fuera preciso vender de nuevo estos gé-
neros para obtener en fin la plata necesaria del tributo, ó los efectos

(1) Declaración de la verdad, núm. 75. sqq.


(2) Cap. VI, § 7.
(3) Cap. [X, § 4.
(4) Citado cap. VI, art. V.
(5) Punto cuarto, vide cap. XIII.
-264-
que necesitaban los pueblos. Nada de esto es indigno de religiosos
que por subvenir á la imposibilidad de los indios para estas diligen-
cias se encargan de ellas por caridad, y no sólo con el conocimiento,
sino por el ruego y encargo de las autoridades, y aun repugnándolo
ellos cuanto les era posible, como hemos visto que sucedió en el caso
de los Jesuítas del Paraguay. A la verdad, todas esas operaciones
de beneficiar los propios frutos ó guardarlos hasta que llegue tiempo
oportuno, y entonces venderlos para comprar con su importe las
cosas necesarias para el propio uso, no salen de la categoría de eco-
nomía doméstica, ni constituyen comercio, ni fueron nunca prohibi-
das á los eclesiásticos en cánones ó Constituciones pontificias, como
examinando los decretos uno por uno lo demuestra el P. Muriel (1).

En lo demás, los datos que todavía se conservan hacen ver no


sólo la no existencia, sino aún la imposibilidad material del soñado
comercio con sobrantes que no existían. «Luego que se ha cosechado
la yerba, dice el autor de la Relación de las Misiones Guaraníes (2),

es preciso calcular qué cantidad podrá quedar para el tributo, res


tada la que anualmente es necesaria para el gasto de los indios. Cada
día, después de oir misa, é igualmente después del Rosario de la

Santísima Virgen que se reza por la tarde, van los que han acudido
al templo á recibir mate, onza y media á lo menos por persona,
el

que les da el mayordomo en presencia del Cura y del Corregidor.


A los que están ocupados en utilidad del pueblo, sea dentro en ofi-

cios, campo, se les envía además á mediodía la can-


sea fuera en el
tidad de mate que parece proporcionada al número de trabajadores.
Igualmente es preciso proveer de yerba á los que cuidan del ganado
en las estancias ó dehesas; y si algunos indios son enviados de viaje,
no ha de faltar nunca este artículo' entre sus provisiones. Por lo cual,
la experiencia enseña que en un pueblo de quinientas familias vienen

á gastarse sus quinientas arrobas al año. Y á proporción se habrá de


calcular en pueblos que se componen de seiscientas, novecientas,
mil ó mil doscientas familias. Añádase que no es fijo el número de
arrobas que recoge cada indio. Alguno rarísimo alcanza á veintiocho
arrobas; otros traen al pueblo veinte arrobas; la mayor parte suelen
traer sus siete arrobas; y algunos se contentan con cinco. Yo por mi
parte, en un pueblo como el de San Borja, que consta de seiscientas
familias, nunca logré hallar mil arrobas entre todo lo que habían

(1) Fasti novi orbis et Ord. App. Ord. CCCXLIl; itein iii Hist. Paraguajen.
Doc. LXIII. Paragiiaicae Societatis Reciirsiis, pars. IT, § \'. \'ide etiam Tus. Nat-et
Gent. p. I. Disp. XI, § II.
(2) § Oiierilnis depositis.
-265-
recolectado los indios; hubo veces de cuatrocientas cincuenta; otras
de setecientas, 3^ la vez que más fué de setecientas sesenta; siendo
así que en el pueblo se consumían seiscientas cincuenta por año; y
aun me consta que en el pueblo de San Carlos en 1740 se redujo la
yerba que hicieron los indios toda por junto á trescientas arrobas.
Si algo queda de la )'erba del año próximo pasado, ó de los dos, tres
y aun cuatro años anteriores, se pone aparte para el consumo de la
gente; y se sustitu3'e por otra tanta nueva de la que se acaba de
traer del bosque, para conducirla á las ciudades de españoles, porque
los mercaderes no compran la otra, que saben distinguir muy bien
por el color y olor. Además, los pueblos que han tenido menos feli
cidad en la recolección de la yerba, la han de buscar y comprar en
otras Doctrinas con la permutación de efectos ó con el alquiler ó
venta de barcas ó carros; cosa que hacen en cualesquiera otros gé
ñeros necesarios para el uso de los vecinos ó para llevar á las ciuda-
des, poniendo aparte lo que sobra y con ello comprando lo que falta.
La 3^erba del Paraguay, el tabaco, el azúcar, la bechara que se
ha podido recoger que no sea necesaria para el uso de los naturales;
todo eso se conduce á Santa Fe ó Buenos Aires.»
Ya se ve con esto cuan disparatadas son las calumnias del pseudo-
Anglés (1) que achaca á los Jesuítas el vender cada año, para prove-
cho propio, ciento veinte mil arrobas de yerba usurpada á los indios;
cuando á dos ó trescientas arrobas, que es lo que llevaba cada pueblo,
con trabajo llegaban á formar de ocho á nueve mil arrobas, que se
vendían, no para los Jesuítas, sino para el tributo; mientras de la

Asunción bajaban á Santa Fe y más arrobas, 3' en


las cincuenta mil
1798, doscientas mil arrobas (2). Recientemente no han tenido escrú-
pulo de repetir las antiguas calumnias Brabo y Garaj' (3).
Semejante á la providencia que se tenía con la yerba era la que
se había de usar con la tela basta de lana, llamada bechara, que se
elaboraba en los telares de los pueblos. Así, pues, «una vez, dice el

autor de la Relación de Misiones Guaraníes (4), que el producto


anual de las lanas estaba asentado en los libros de cuentas de los
mayordomos, había que examinar si bastarían para vestir á todo el

pueblo, ó si alguno de estos artículos se había de comprar en otra


parte, ó finalmente si sobraba algo para emplearlo en comprar otras
cosas útiles ó necesarias.» «El gasto preciso del pueblo en pocas pa-

fl) Informe, núm. 12.


(2) Azara, Descripción é Hist. del Paragua}', cap. V n. 22.
(3) Brabo, Inventarios, pág. Lili; G aray, Prólogo al P. Techo, pág. LXXXVII.
(4) §Gossipii.
— 266-
labras está explicado. Al llegar el invierno se le dan al indio cinco
varas de lana para vestido por lo menos, y cá veces se tiene que re-

petir la provisión. Siendo quinientos, seiscientos, novecientos, mil


doscientos los que se han de vestir, puede ya echarse de ver si será
pequeño consumo. Donde haya seiscientas familias, corresponden
el

por lo menos tres mil varas para los varones, y mil y quinientas
para los niños. El vestir las niñas consumirá cuatro mil varas de al

godón. Las viudas, que en pueblos de seiscientas familias llegan á


veces á cuatrocientas, necesitarán otras cuatro mil quinientas varas.
Luego habrá que calcular lo que se necesita para los varones en cal-
zoncillosy camisas; lo que se ha de gastar para los niños y para las
mujeres casadas. Los niños en el número dicho de seiscientas fami-
lias, necesitan mil quinientas varas de tela de algodón; los hombres,
tres mil; y sus mujeres, cuatro mil ochocientas. Así, pues, la cuenta
en resumen será: que un pueblo de seiscienta:, familias gasta en su
vestido necesario para año más de cuatro mil quinientas varas de
el

lana, y quince mil trescientas de algodón, que son diecinueve mil


ochocientas varas por todo.» Hasta aquí la Relación.
Finalmente, he aquí lo que de los cueros vacunos dice el autor
de las Prestigiae de Regno Paragiiayco disciissae (1): «Los cueros,
aun hablando de los de curso comercial corriente (que sólo son los
de toro que tienen el peso y medida legales, quedando excluidos
los de vaca), se consumen casi todos en los pueblos para varios usos,
sin que se alcancen á exportar para la venta cincuenta de cada
pueblo. Y no se maravillará de esto quien haya recorrido las aldeas,
villas ó granjas de españoles americanos á lo menos alguna vez; por

ser común en aquellas regiones el consumo de este artículo. Mucho


más común era todavía entre los Guaraníes, á quienes les costaban
menos los cueros. Cuáles sean estos usos para los que en otras partes
parecería extraño que se aplicasen los cueros, se conocerá por esta
enumeración. No hay en las casas arca, cesta ni caja alguna que no
se fabrique totalmente de cuero. Los granos y legumbres se guar-
dan, no en graneros, sino en sacos de cuero. De cuero se hacen las
correas que se usan en vez de cuerdas y maromas, sea para obras
públicas, sea para obras privadas, y para trabar entre sí los pisos ó
los zampeados. Cuando el carro ú otro vehículo se estropea, ó una
parte de el se empieza á apartar de la otra, no se compone con cla-
vos, sino con tiras de cuero. El toldo de los carros es de cuero. A las
escalas fabricadas de cañas que usan para gallineros, también les

(1) Ap. MuKiEL, Hist. Paraguajen. Documenta, niiin. LXV, § De pellibus.


-267-
pegan cuero. La mayor parte de los cañones que tienen son de ma-
dera, igualmente forrada de cuero. Los botes para pasar los ríos,

que llaman pelotas, son en su totalidad fabricados de cuero. Las vi-


guetas de los edificios ó de los tejados se aseguran, no con clavos,
como en otras partes, sino con cuerdas de cuero hasta formar enre-
jado. Sus casillas muchas veces las cubren, no con madera, no con
teja, sino con cuero. Sus camas, no solo las tienen colocadas sobre
correas tirantes, sino que muchas son totalmente de cuero. Cuando
hacen aposentos, el tabique no es de ladrillo, sino de cuero. Las pa-
redes en muchas partes son allí de una construcción que llaman
tapia francesa; y se reduce á un enrejado fabricado de estacas y tron-
cos trabados con trozos de correa y revestidos de barro. Ahora bien,
para tantas y tan grandes obras de estos pueblos ¿qué cantidad de
pieles será menester? ¿Cuántas más para ir conservando y reparando
todo esto? Y después que se haya tasado el número, añádase que
no sólo hay que proveer al deterioro que todas esas cosas experimen-
tan con la vejez, que les llega más ó menos rápidamente á proporción
de que se golpean ó usan, y con la variedad de los tiempos en llu-
lo

vias y aguaceros; sino que es preciso hacer cuenta del daño que re-
ciben de los perros que roen el cuero día y noche, y de las aves
caracarás y gallinazos.»
«Hasta aquí he enumerado los cueros empleados dentro de los
pueblos; pero mayor cantidad se necesita para obras públicas y pri-
vadas fuera de los pueblos. Así, pues, además de los edificios cons
truídos en las treinta Doctrinas, unos de piedra, otros de barro, unos
más y otros menos perfectos según la posibilidad de cada uno, todas
las Doctrinas tienen algunos pagos ó pueblecillos menores. En ellos
hay una capilla para que ejerciten sus actos religiosos y de piedad
unas cuantas familias que viven en cada pago con un alcalde y ma-
yordomo indio. Y así como todas las Doctrinas tienen estos pueble-
cillos campestres, así también cada indio particular se fabrica su ca-
bana en las sementeras de propiedad privada ó abambaé que á , las
veces están bastante apartadas del pueblo; y á ellas se van por algún
tiempo. Pues bien, en esos pueblecillos y en esas cabanas, apenas al-
canzan á ver los ojos más que cuero. Levántanse las paredes forma-
das de estacas forradas de cuero. Todos los techos se cubren de cuero;
y así el tiempo seco; porque en empezando á
duran tanto como dura
llover, humedecidos y arrugados los cueros, resulta la casa inhabi-
table. Y no les cuesta gran cosa á los indios el abandonar la chozuela
vieja y fabricarse otra nueva. Esto es lo que se observa, no sólo
entre los Guaraníes, sino igualmente en las aldeas de españoles.»
- 268 -
Con estos datos procedentes de testigos bien informados acerca
de los lienzos y cueros, se puede ver qué caso se ha de hacer de los
cálculos y afirmaciones malévolas y arbitrarias, por no decir inspi-
radas por el deseo de calumniar, con que han dicho algunos que las
Doctrinas enviaban cada año á las ciudades ochenta mil 3^ aun cien
mil varas de lienzo, ó cincuenta mil cueros (1). Y á semejante des-
propósito en su cálculo han añadido la que no se puede excusar de
descarada calumnia, diciendo que todo eso lo usurpaban los Jesuítas
á los indios para su provecho.
Y estos ejemplos bastarán para apreciar en lo que se merecen
otros cálculos de esta clase, si alguna vez se presentan.

XIV

79 INFORMES DEL GOBERNADOR ROBLES

No se limitó únicamente á la esfera de hablillas de émulos


y ca-
lumnias de libelos rumor de que los Jesuítas del Paraguay trafi-
el

caban y procedían como comerciantes; sino que subió á los más altos
Tribunales, sindicando á los Padres de ocuparse en empleo tan im-
propio de su profesión, y pintando como muy necesario el remedio.
Ya se ha visto cómo representaba en 1672 el P. Baeza la difama-
ción propalada contra los Misioneros, por ver á los Procuradores de
Buenos Aires y Santa Fe ocupándose en agenciar los efectos de los
indios: cómo pidió que se exonerase á los Padres del cargo de pagar
el tributo, ó en último caso, que se encomendasen á otros párrocos
aquellas Doctrinas (cap. V, art. VI). Pero como á nada de eso acce-
dió la Audiencia ante quien se hacía la súplica, siguió siempre ade
lante la ocasión de la maledicencia, y con ella siguió la acusación de
comercio.
Desde 1674 hasta 1678 gobernó la provincia de Buenos Aires Don
Andrés de Robles, quien en su carta de relación al Consejo, fecha á
24 de Mayo de 1676, introdujo esta acusación, añadiendo que aunque
se había recibido con veneración el Breve de Su Santidad sobre no
tratar 3' comerciar los eclesiásticos, no se podía poner remedio á un
mal tan general; pues todos los eclesiásticos comerciaban, habiendo
hallado salida á este precepto; 3^ también lo hacían los religiosos,

(1) Pseiido-ANGLfes, m'im. 13; Garay, Prólogo, pag. CU, nota 3; Brabo, Inven-
tarios, Introd.
- '.'69 -
y expresamente los de la Compañía de Jesús, sin omitir cordobanes,
suelas, tabacos, paños, frazadas y otros géneros, especialmente la
verba en abundancia, valiéndose de la concesión que les está dada
para que puedan vender cierta cantidad para satisfacer la tasa de
los indios: y por si y por interpósitas personas gozan largamente
de esta conveniencia: y d su ejemplo relajan el Breve todas las de-
más Religiones. — Referíanse estas quejas á la Constitución de Cle-
mente IX expedida á 17 de Julio de 1669 que empieza Sollicitudo, en
la que se renueva á los eclesiásticos la prohibición del derecho sobre

no comerciar, y se impone á los de América é Indias orientales la


pena de excomunión latae sententiae si ejercen, aunque no sea más
que por una vez, la negociación ó comercio prohibido por los cáno-
nes, extendiendo la excomunión á sus Superiores si omiten el casti-
garlos.
Tan graves penas no se infligían á cualquiera especie de trans-
gresión, sino á una falta determinada, y prohibida jci mucho antes
en el derecho canónico, la de vender lo que con ánimo de lucro se ha-
bía comprado. Mas nunca prohibió la Iglesia á los eclesiásticos ni á
los religiosos que vendiesen los frutos de sus posesiones, ó de su tra-
bajo, ó del de sus domésticos, para procurarse las cosas necesarias
á la vida: porque esto no era comprar efectos para venderlos luego
con ganancia sin haber hecho en ellos mutación alguna, que es lo
que con todo rigor se llama comercio y corresponde á los mercade-
res.Esto último sólo era lo que prohibía y penaba el Breve de Cle-
mente IX.
Ni era ésta alguna doctrina nueva para que se pudiese llamar
salida que habían hallado los eclesiásticos á este precepto: pues con
toda claridad y expresión se hallaba propuesta cuatrocientos años
antes en la Suma Teológica de Santo Tomás, 2'^ 2,-''^ q. LXXVII.
a. 4. c. et ad 3"\ libro que todos conocían, sin tener necesidad de
recurrir á invenciones nuevns. Y con esas mismas
lo que más es,

palabras la proponía San Juan Crisóstomo, que puede verse allí: y


aun desde más antiguo había explicado distintamente Aristóteles que
la venta ó permuta de las cosas para las necesidades de la vida es
operación como natural y necesaria, y no oficio de comerciantes,
pues corresponde á todos y pertenece á la economía doméstica y po-
lítica:y que el trato y contrato propio de comerciantes es la venta ó
permuta hecha, no para proveerse de las cosas necesarias á la vida,
sino para adquirir ganancia (1).

(I) Aristot. i. Politíc. cap. VI.


-270-
Tatnpoco necesitaban los eclesiásticos acudir al ejemplo de los
Jesuítas para practicar esta acción de venta, pues tenían ejemplo
perpetuo y continuado en la Iglesia de Dios. «Los anacoretas de la
Tebaida, dice el R. P. Well (1), vendían sus esteras en las ciudades
para comprar con el producto de la venta los medios de subsistir:
Ni hay cosa más común, aun en el tiempo presente, que el que las
casas religiosas tengan boticas^ donde se preparan las medicinas
que después se venden para procurar el sustento del monasterio.
Célebre fué la botica de Santa María de Novella en Florencia, sin
que les pasara por el pensamiento á los Padres de Santo Doi7iingo
que con ella atropellasen las leyes canónicas Y el renombrado .

licor que lleva el nombre de una de las más austeras y santas


Comunidades, es producto del trabajo de los monjes, y sustento de
sus casas. Los monjes de la Edad media vendían el sobrante de los
productos de sus tierras, para comprar con el precio los efectos que
sus tierras no producían. Todo esto era reconocido como práctica en
nada opuesta « las leyes de la Iglesia.»
Esto viene á explicar lo que tan cuesta arriba se le hacía al Go-
bernador, de que los religiosos, y también los de la Compañía, ven-
diesen los cordobanes, suelas, tabacos, paitos, frazadas y otros
géneros: pues siendo estos efectos procedentes de los frutos de sus
posesiones, su venta no constituía el comercio prohibido por los cá-
nones y por el Breve. Ni lo constituía la venta de la yerba del Para-
guay para comprar otras cosas: así porque la yerba en las provin-
cias de arriba no era género, sino moneda, por lo cual, el darla en
trueque de otras cosas no constituía propia venta, sino más bien
compra, que no está prohibida; como porque en aquello obraban como
curadores de personas miserables, lo que no prohibe, sino que aprueba
y expresamente los había autorizado quien podía en nom-
la Iglesia;
bre del Rey, como lo reconoce el Gobernador en la misma acusación.
Así que, para no decir que procedía por malevolencia en sindicar á
los Jesuítas, á los demás religiosos y á todos los eclesiásticos de
exceso tan grave, habrá que decir que obraba con notable ignorancia,
nada disculpable, y con aquel espíritu con que las personas del siglo
quieren á veces aplicar á los eclesiásticos, como leyes de perfección,
unos dictámenes con que los aprietan y ahogan para tener ocasión de
acusarlos de que no observan su profesión: siendo así que aquellas
máximas no son la ley de Dios ó de la Iglesia, sino invenciones de
sus autores, anchos para sí y exigentes para los demás.

(I) Wei.l, S. i. The suppression of the Societj' of Jesús in the portuguese do-
minions, p. 45.
-271 -
Con todo eso, la información salida de la boca de un Gobernador,
que se había de suponer sabía bien de qué se trataba, )' no tomaba
una cosa por otra, alarmó al Consejo Supremo de las Indias, y fué
causa de que se dirigiesen Cédulas Reales á los Superiores de las
Ordenes religiosas del Río de y entre otras una al Provin-
la Plata:

cial de la Compañía de Jesús, que lleva la fecha de Madrid, á 2 de


Agosto de 1679 (1). En ella se le expresan los informes que hay sobre
la conducta de ruega y encarga que por su
los religiosos: y se le

parte haga cumplir lo que pertenece del Breve Clementino, ad


le

virtiéndole que otro tanto se avisa al Obispo y á los demás Prelados


de las Religiones.
Obedeció el Cédula: y para que constase no ser más
Provincial la

que una siniestra acusación la nota de comercio que se quería impo-


ner á los Jesuítas del Parag•ua3^ además de reproducir la informa-
ción judicial hecha por Guardia en 1655 con ocasión
el P. Juan de la

de calumnias semejantes (2), se hizo una información del tiempo pre-


sente en Santa Fe con quince testigos, que se conserva todavía en
el Archivo de Buenos Aires (3): y parece que el mismo año de 1682

se hizo otra también en Santa Fe con veinte testigos diversos de los


primeros. Presentáronse á su tiempo estos recaudos en el Consejo de
Indias: y de ellos y de los informes de otras personas resultó el que
no se hiciese novedad y se confirmase la licencia de las doce mil
arrobas anuales que por Cédula de 1679 se les habían señalado:
(R. C de 28 Dic. 1743, punto 2."^), como ya lo había hecho antes en
672 la Real Audiencia de Buenos Aires.
Sobre el mismo punto del comercio hizo averiguación de nuevo
por encargo del Consejo el Gobernador de Buenos Aires Don José
de Herrera y Sotomayor, y participó el resultado de ella en la carta
que puede verse al fin en el núm. 24 del Apéndice. En ella toca el
Gobernador todos los puntos que dan asidero á los émulos para nom-
brar el comercio: el haber de comprar grandes cantidades de efectos
para tantos pueblos y tantos colegios donde hay estricta observancia
de la vida común, y por lo mismo, no teniendo nada el individuo, es
preciso proveerlo de todo lo necesario al sustento, cosa que en otros
institutos religiosos no sucedía: la necesidad de recibir parte del pre-
cio de sus frutos en géneros, que se tienen que trocar ó vender de
nuevo: cargo de vender los efectos de las Doctrinas, del que prin-
el

cipalmente juzga que provienen aquellas acusaciones, y que son na-

(1) -Sevilla, Arch. de Ind., 122, 3, 3, lib. 9.°


(2) Río Jan., Col. Ang., IX., 4.
(3) Buenos Aires, Arch. gen., leg. Compañía de Jesús, n. 10. Paraguay.
272

cidas no de razón, sino más bien de pasión: pondera que estas apa-
riencias únicamente concurren en los Procuradores, pues los indivi-
duos particulares nada poseen, y en los Superiores y Provinciales es
patente á todos que ningún aprovechamiento sacan del cargo ni para
sus personas ni para las de sus parientes ó familias: y después de
afirmar que n j se ha podido descubrir que aun los Procuradores se
ni

ocupen en granjeria alguna, aunque se han hecho todas las diligen-


cias para saber la verdad, concluye que tiene por temerarias las sos-
pechas que se han divulgado contra los Jesuítas, pues no solamente
no se les ha averiguado el pretendido comercio, sino que además es
increíble que religiosos que en todo proceden con tanto temor de Dios
y edificación de los moradores de estas provincias, siendo personas
prudentes y de letras, atropellen sus obligaciones y los mandatos del
Papa es cosa tan grave.

XV
80 INFORMES DEL GOBERNADOR REGE GORBALÁN

A la sindicación de comercio vino á juntarse otro cargo hecho á


los Jesuítas por los vecinos de la Asunción, quienes ya que no ha-
bían logrado que los Guaraníes de Misiones fuesen reducidos á en-
comiendas y servicio suyo, se esforzaron en molestarles de mil
modos: y ahora obraban como si estuvieran envidiosos aun de la mo-
derada cantidad de efectos que, vendiendo sus frutos en Santa Fe y
Buenos Aires, obtenían los indios para remediar las necesidades de
sus pueblos. Quejábanse, pues, agriamente de que la exportación de
la yerba de Doctrinas dañaba mucho al comercio del Paraguay.
Lo que mayor una carta-in-
efecto produjo en esta materia fué
forme del Gobernador Don Felipe Rege Gorbalán, escrita desde la
Asunción á 20 de Octubre de 1677(1). Imbuido en todas las siniestras
noticias que le habían dado los encomenderos, avisaba al Rey que de
las Misiones bajaban á Buenos Aires y Santa Fe grandes cantida-
des de yerba: que habiéndose permitido á los indios llevar cada año
doce mil arrobas, debían de ser muchas más las que conducían: pues
de poco tieinpo á aquella parte había disminuido notablemente el pre-
cio de la yerba, lo cual no podía ser sino por las gruesas partidas de
Misiones, que puestas en el mercado, rebajaban el precio: y que con

(1) Skvili.a: Arch. de Ind.: Cartas de Gobernadores del Paraguay.


- 273 -
esto resultaba damnificada la provincia del Paraguay, cuya subsis-
tencia dependía principalmente del comercio de la yerba. Apo- —
yado en este razonamiento, cuya cavilosidad se verá muy luego,
expresaba sin rebozo su siniestro sentir, diciendo: Y en lo que toca
al perjuicio que ocasionan los Religiosos Doctrineros de la Compa-
ñía de Jesús d esta ciudad, quitándole el comercio, por la mucha
yerba que bajan d las provincias del Rio de la Plata, con pretexto
del tributo que pagan los indios de sus Doctrinas^ etc. Pedía como
por consecuencia que las doce mil arrobas se redujesen á cinco mil:
y que aunque ya se visitaban las balsas de los Guaraníes como las
demás en Corrientes y en Santa Fe, y á la Asunción se enviaba por
carta noticia de la cantidad de yerba que bajaba, no se dieran por
bastantes esas diligencias, y se les quitase á los Guaraníes el dere-
cho de proceder así, adquirido por una costumbre legítima de más
de cuarenta años 3^ por expresa resolución de la Audiencia, y se
les impusiera gravamen de ir á la Asunción á que se visitase su
el

yerba: que era nada menos que añadirles un viaje como de doscien-
tas leguas entre ida y vuelta por el río Paraguay.
No primera vez que Rege Gorbalán enviaba semejantes
era la

relaciones: y en virtud de esta última se despacharon del Consejo


de las Indias Reales Cédulas á varias personas, á fin de averiguar
con mayor exactitud lo que pudiese haber de verdad en tan sonadas
quejas.
Las informaciones de Santa Fe citadas en el artículo anterior,

pudieron hacer ver errado de semejantes noticias y lo irracional


lo

y vejatorio de los arbitrios propuestos en las cartas del Gobernador.


Pero lo que más esclarece este punto y lo explica sin sombra de
duda, son las respuestas dadas á las Cédulas indagatorias del Con-
sejo.Dos han parecido hasta ahora.
La primera es la del Presidente de la Audiencia de Charcas y
Arzobispo de la Plata, Don Bartolomé González de Poveda, quien
envió su informe en carta de 31 de Octubre de 1683. (1) En él refiere
que el resultado de sus pesquisas ha sido que los indios de las Doc-
trinas unos años conducían á Buenos Aires y Santa Fé cuatro mil
arrobas por todo; otros, seis mil arrobas; otros, menos, y otros
más, pero que nunca llegaban d las doce mil del permiso. Véase
si cuatro ó seis mil arrobas podrían ser la causa de que bajara

de siete pesos á dosel precio de la yerba de la Asunción, de


donde se conducían á las mismas ciudades cuarenta mil arrobas

(1) Sevilla: Arch, de Indias: 76, 3. 8.


18.—Organizacióx Social de las Doctrinas Guaraníes.
-274-
cada año, según testimonio del mismo Rege Gorbalán en la carta
acusadora; y si todas las ponderaciones que acumula en ella naci-
das del discurso caviloso de los encomenderos, de estar las Doctrinas
á la orilla de los ríos, tener gran facilidad para el laboreo de la yerba,
muchas canoas y excelente comodidad para conducirla río abajo, lo-
grarían hacer que cuatro mil arrobas fuesen más de cuatro mil, ó
cuatro mil alterasen enormemente el precio de cuarenta mil.
La segunda respuesta es la del Gobernador del Paraguay Don
Francisco de Monforte, de la que se trascriben los párrafos perti-
nentes en el Apéndice, núm. 25. Y en ésta, no sólo se confirma lo
dicho por Presidente Poveda, sino que aparece clarísima la verda-
el

dera razón de salir tan perjudicado el comercio del Paraguay,


haciéndose constar el hecho de que mientras la Villarrica se man-
tuvo en su lugar junto á los yerbales, solamente los indios de los
pueblos inmediatos á la villa iban á la yerba, y los villenos la bajaban
á la Asunción, de donde se trasportaba á las ciudades de abajo: por
donde, siendo poca la cantidad, se mantenía la yerba á buen precio.
Mas desde que los portugueses en 1676 obligaron á los vecinos de Vi-
llarrica á despoblarse
y les quitaron sus indios, entraron á hacer yerba
los moradores de la Asunción, haciendo ir á esta faena á todos los in-
dios del Paraguay, y aumentando la producción con tanto desorden,
que bajaban á Buenos Aires y Santa Fe más de sesenta mil arrobas
por año: con lo cual se había depreciado casi en tres cuartas partes

de su antiguo valor este ramo de comercio, y se estaban consumiendo


los indios por la excesiva fatiga: dando por resultado aquel pro-
ceder la miseria en muchos vecinos y la despoblación de la provincia.
Eran, pues, siniestros los informes de Rege Gorbalán; y los en-
comenderos del Paraguay, no contentos con arruinarse ellos }' con-
sumir la provincia por el inmoderado afán de explotar la yerba, se

esforzaban ahora por quitar á los Guaraníes de Doctrinas los medios


de subsistencia, y manchar por mano del Gobernador la fama de los
Misioneros, achacándoles los perjuicios de que únicamente los enco-
menderos mismos eran culpables.

XVI
SI ERAN Ó NO RICAS LAS DOCTRINAS
Lo dicho en los artículos precedentes suministra datos bastantes
para fijar la verdad en punto á la riqueza, mediocridad ó pobreza de

las Doctrinas Guaraníes dirigidas por los Padres de la Compañía.


-275-
Tres clases de personas eran las que afirmaban que las Doctrinas
eran muy ricas: los émulos de la Compañía para hacer odiosos á los
Padres, pintándolos como detentadores de comarcas fértilísimas y
poblaciones de suntuosas fábricas, y excitando así los recelos de los
monarcas: los Gobernadores y Visitadores reales cuando se empe-
ñaban en aumentar el tributo: y los Obispos cuando querían intro-
ducir el diezmo, que ni habían tenido nunca aquellos indios, ni nin-
gunos otros del Río de la Plata. Las demás personas que veían las
Doctrinas, quedaban, sí, maravilladas del orden y concierto conque
allí se hacía todo, de lo bien asistidos que estaban los indios por los

Jesuítas en lo espiritual y en lo temporal, del crecido número de in-

dígenas que gracias á este cuidado se conservaba (aun á pesar de las


epidemias que les infligían terrible mortandad), mientras que en
todos los otros establecimientos en que había indios, se les veía irse
disminuyendo siempre y acercándose á la consunción; pero no veían
la decantada riqueza. Los Jesuítas decían siempre que los pueblos

de Doctrinas eran pobres, y que sólo el continuo afán de los Misio-


neros los alcanzaba á conservar en su ser.

Quien haya visitado aquel país reconocerá que lo mismo hoy


que en tiempos pasados, encierra grandes elementos de riqueza,
no ciertamente en las soñadas minas, que no hubo ni hay, sino
en la fecundidad de un suelo que ofrece inmensos recursos á la

agricultura. Pero no es rico un país sólo por ser fértil, mientras no


hay número competente de brazos productores y activos: y esta
segunda condición de riqueza falta hoy mismo en el Territorio de
Misiones, y faltaba más todavía en tiempo de los Guaraníes, dado el
carácter indolente y nada afanador del indio, que nunca pensó en el
mañana, ni en adquirir más que lo necesario para el preciso sus-
tento, y aun eso mismo sin ánimo de trabajarlo todo, y dejando
mucho á la ventura. — Agregábase la dificultad de la exportación
de los productos sobrantes si los hubiera habido, estando tan
lejos y con tan trabajosas vías de comunicación los mercados, y
muy restringida en todas partes, en aquella época, la libertad de
comercio. De donde se sigue que las Doctrinas no eran un país
rico.
Esta conclusión, que dicta el examen de las circunstancias de
aquella comarca, tiene la sanción de la experiencia. Cuando en
diversas ocasiones se trató de aumentar el tributo á los Guaraníes
de Doctrinas, siempre se hubo de volver atrás por su pobreza, á
pesar de haber exagerado los informantes, deseosos de facilitar la
imposición, el número de los tributarios y la desahogada abundancia
- 276 -
de que disfrutaban. Nada más instructivo á este respecto que la
conferencia del Visitador Agüero con el P. Provincial Jaime Agui-
lar, de que hace mención Cédula grande de 1743 (1), y que entera
la

se conserva en Río Janeiro (2). Allí se ve cómo con tesón y maestría


inimitables hace su oficio de defensor de la Real Hacienda el Visita-
dor Agüero, extremando todas las razones de donde se pueda sacar
un peso más de tributo: y le responde el P. Aguilar con las cifras
en la mano y con los hechos reales que los Guaraníes de Doctrinas
son pobres en particular y lo son también en común: y que sólo
hostigándolos inhumanamente para que redoblen su trabajo, estru-
jándolos y haciendo que aborrezcan á sus directores por el aumento
de fatiga y se destruyan, se les podrá sacar más tributo. El resultado
fué que nada se agregó al tributo antiguo: y para que no se acha-
que esto al influjo de los Jesuítas, repárese que nada se agregó
tampoco después de expulsados éstos, antes hubo necesidad de per-
donar á algunos pueblos los tributos de varios años; y el haberse
aumentado el número de personas europeas á quienes tenían que
sustentar los indios con los nuevos empleados que se les pusieron,
fué, con otras causas que se expondrán más tarde, lo que determinó
la ruina temporal de aquellos pueblos.
Cosa semejante ocurrió en cuanto á los diezmos. Por ellos cla-
maron especialmente Azcona y
el lllmo. Sr. el Illmo. Sr. la Torre,
Obispos respectivamente de Buenos Aires y del Paraguay; y ni en
su tiempo, ni en el siguiente al extrañamiento de los Padres se vio
nunca posibilidad de imponerlo: y así se quedó por imponer. Las
ponderaciones de riqueza, que con tal ocasión hicieron ambos Pre-
lados, especialmente el último, en sus informes al Consejo de Indias,
están bien reducidas á mediocridad, cuando no á pobreza, en la carta-
relación del Gobernador Morphy, enviada de oficio para respon-
der á la Consulta dela Audiencia de Charcas sobre esta mate-
ria (3).

Viniendo á los números, y dejando á un lado como patrañas


manifiestas, los cuatro millones y medio de pesos anuales que asienta
Pauw por el solo capítulo de la yerba, ó el millón, producto de la mis-
ma, que afirmó el Illmo. Arellano se enviaba anualmente al P. Gene-
ral; como también los setecientos cincuenta mil pesos anuales que

R. C. de 28 Diciembre de 1743, preámb. § Sobre cuyo contexto.


(1)
(2)Río Janeiro: Bibl. nac. MSS.-co/. Angelts, XIlI-52.
(3) MoKPHY, carta de 28 de Octubre de 1766 (Asunción, Arch. Nac: vol. 54,
núm. 12, publicada en la Rkvista Eclesiástica del Arzobispado de Buenos Aires,^
V. 839).
-277-
•calculó de yerba, cueros y lienzo Ibáñez de Echavarri con datos fan-
tásticos; se hallaráque de los diez testigos examinados en su pesquisa
por el Visitador Agüero, los que más alto levantan la producción
de las Doctrinas, exagerando manifiestamente las partidas de todos
los frutos, son el Illmo. Sr. D. Fr. Juan de Arregui y D. Martín de
Barúa (1): y aunque se aceptase su cálculo como verdadero, no
alcanza lo que se sacaba anualmente en plata de todos los treinta
pueblos, sino á un valor comprendido entre 88.900 y 134.000 pesos
anuales. Donde es de notar que aun siendo tanta la exageración, no
llega la suma de todos los productos ni siquiera á los 150 mil pesos
que señaló el desbaratado Ibáñez para el menor de cada uno de sus
capítulos: y ni palabra dicen ellos ni otro alguno de los cueros,
como que no se vendían, ó eran en número insignificante, por más
que aquel autor maldiciente se afane en que sobre su palabra le

crean que cada año se sacaban 450 mil pesos de los cueros, vendiendo
150 mil de ellos á tres pesos cada uno (2). Los demás testigos redu-
cen notablemente guarismos: y alguno hay, cuya suma no pasa
los
de unos 25.000 pesos: siendo el promedio de todos, inclusos los dos
que más abultan, el de 70 mil pesos anuales. Y ni aun esta cantidad
se puede tener como ajustada á la realidad, por ser muy cierta la
reflexión que hizo el testigo que más prudente de todos anduvo en
sus respuestas, el canónigo Dr. D. Francisco de los Ríos. Este
respondiendo á todo lo demás, no quiso fijar ni aun aproximada-
mente la cantidad de frutos que se vendían, asentando el siguiente
fundamento: Y jiisga que sólo los Procuradores que llaman de
Misiones, y residen asi en aquel colegio de Santa Fe, como
en el de esta ciudad, podrán dar rasón cierta de la cantidad
que anualmente conducen á dichas dos ciudades (3). Que fué
decir que ninguno de los diez testigos podía hablar en cuanto á
la cantidad con suficiente conocimiento de causa, y sólo podían

(1) Río JANEIRO, Bibl. nac. MSS. Col. Angelis, XIIJ-46,


(2) N. COL. (vid. núm. 53;. IV. 10, sqq. ^
(3) —
Río Janeiro: Bibl. nac. MSS. Col. Ángelis XIIL46. He aquí las cifras
como resultan sumando las diversas partidas de la declaración de los testigos:
D. Martín de Barúa, de 88.900 á 125.675 pesos anuales; Illmo. Sr. D. Fr. José
de Palos, de 44.600 á 45.675 pesos; D.Juan de Oliva, de 55.850 á 57.650; Ilustrí-
sirao Sr. D. Fr. Juan de Arregui, de 118.850 á 134.250 pesos; D. Marcos Rodríguez
de Figueras, de 20.000 á 25.000 pesos; D, Martín Gutiérrez de Valladares, de
55.300 á 56.600 pesos; D. Antonio Félix de Saravia, de 58.950 á 71.250; D. Francisco
José de Saravia, de 60.500 á 70.000; D. Francisco de los Ríos no señaló números
por la razón expresada en el texto, y D. Antonio Ruiz de Arellano dijo que todas
las partidas eran cuantiosas, considerables, abundantes, etc., y no señaló canti-

dad fija. La suma de todas estas cantidades es de 1.089,050, y dividida por 16,
da el promedio de 68.065 pesos anuales.— En la conferencia del Visitador Agüero
y en la Cédula grande, se hacen las cuentas como si fueran 100 mil pesos anuales.
- 278 -
señalarla de un modo vago y exponiéndose á cometer notables-
errores.
Los datos consignados en la Cédula grande de 1743, introduc-
ción, § En cuanto á los frutos, muestran haber bajado en un
cuadrienio, según registro de los Oficiales Reales de Santa Fe y
declaración de los PP. Procuradores de Misiones, unas 200 arro-
bas de azúcar y unas 14.500 arrobas de yerba cada año: siendo
aquel cuadrienio el de 1729 á 1733, en que estaba prohibido el
comercio de paragua)'os por sus revueltas, y por lo misma
los
había gran necesidad de la yerba en Buenos Aires y Santa Fe, no
bajando la de la Asunción. — En los tiempos ordinarios afirman los
Misioneros que ni á las doce mil arrobas llegaba la exportación de
yerba: y ni cincuenta cueros se sacaban á vender de cada pueblo.
Cualquiera que sea el número que se adopte como término
medio del producto anual de las Doctrinas, se verá lo que ya en
aquel tiempo hicieron notar los Padres: que no alcanza á ser ni un
peso por cabeza.La conclusión se impone. Un país que en los años
normales no da más que para alimentarse y vestirse los naturales
(en años de peste ó seca, se padecían hambres extraordinarias), y
un peso más en moneda por cada habitante para atender á sus
contribuciones y á todas sus necesidades, no puede llamarse
rico entre hombres cuerdos. —
El argumento que á algunos des-
lumhró, fundado en la riqueza de los templos, no tiene consistencia.
Está en la índole é inclinación de los Jesuítas, que donde quiera que
ellos residan durante algún tiempo, fabriquen templos relativa-
mente ricos y suntuosos; á lo cual contribuye no sólo el empleo de
todos los recursos de la arquitectura y la riqueza de los ornamentos,
que se procura en lo posible, sino también el hábito especial de lim-

pieza, esmero y orden, que hace aparecer todas las cosas como de
valor aún mayor del que tienen. Pero de aquí no se sigue que el
desierto donde viva un Jesuíta sea un país rico.
Nada más juicioso, por lo mismo, que el parecer del P. Lozano
al tratar de esta materia. «Ese gran reino» (el que pretendía Fré-

zier haber formado los Jesuítas en las Doctrinas Guaraníes) «se


reduce á treinta pueblos, en que juntos sus habitadores, chicos y
grandes, hombres y mujeres, niños, mancebos y viejos, nunca han
llegado á ciento cuarenta mil almas; con que aun no le caben 4700
personas á cada pueblo. ¿Y cada uno de ellos le parece por ventura,
que es una villa lustrosa? No puedo negar que en estas provincias
míseras, donde las ciudades son por extremo pobres, mal pobladas,
sin edificios de alguna monta, y que en Europa pasaran por aldeas,
-279-
se hacen reparables dichos pueblos sólo por su orden y económico
gobierno; pero en lo demás nada tienen apreciable. No hay fábrica

que pase del primer estado, todas son igualmente de tierra ó tapia,
por carecer de cal, aunque en parte no falta piedra. Los habitado-
res son sumamente pobres, sin extenderse su mayor riqueza á más
que algunas legumbres, y de comunidad algunas vacas para su sus-
tento.Ese gran reino no produce oro ni plata, da solamente la caña
de azúcar, tabaco y algodón, y éso no en todas partes, sino en al-
gunas, y con moderación, y de la misma manera la yerba del Pa-
raguay, de que sacan para pagar sus tributos al Rey de España, y
para mantener con alguna decencia sus iglesias. Cría ganado menor
en tal cual pueblo, y hay algunas frutas propias del país, que las
europeas ó no se dan, ó es con mucha escasez. Viñas no se pueden
conservar, por la plaga inagotable de las hormigas, trigo se coge (no
en todos los pueblos) lo suficiente y preciso para mantenerse los
Misioneros, sal no se halla en todo el país, el calor es excesivo en
la mayor parte, el clima sujeto á grandes tempestades, las fiebres y
serpientes-ponzoñosas, muy frecuentes y conocidas por sus frecuen-
tes efectos. Este es el gran reino» (1).

(1) —
Lozano, Revoluciones del Paraguay, I. 237. Véase como última muestra
el estado económico de un pueblo de Doctrinas (parece ser el de San José) tal
como lo expone el P. Bernardo Nusdorffer, Superior que había sido de las Misio-
nes por dos veces, 3' Provincial del Paraguay (carta de D. Juan del Campo,
Arch. Hist. Nac, de Madrid; Jesuítas, Sala 8.^, Armario 18-1-b-legajo 9; publi-
cada en alemán en 1768 en las Nene Nachrichten): Familias propias. 446.— Fami-
lias transmigradas del Uruguay, 258. — —
Personas, 3443. Cosecha de algodón en
1757, 1.050 arrobas.— Cosecha de lana, 50 arrobas.— Lo que se tiene que comprar

de uno y otro para vestir la gente, como 100 arrobas. Cosecha de yerba, 1.300

arrobas. Reservadas para el gasto anual de los indios, 756 arrobas, quedan 544,
de las que se enviaron 300 á Buenos Aires, pagando 177 pesos de flete, y 150
arrobas á Santa Fe, pagando 75 pesos de flete.— Cosecha de trigo, de 60 á 70

fanegas. Cosecha de maíz y legumbres, menos de la que sería necesaria para
sustentarse la gente en el año. —
Tabaco, no se da, y es menester comprar como

50 arrobas. Caña,-no se da.— Cueros, todos se gastan en el pueblo.— Ganado de

todo género, 20 mil cabezas. Mátanse en Setiembre, Octubre, Noviembre y
Diciembre 16 animales vacunos cada día, para dar carne al pueblo, el resto del

año se hace lo mismo cuatro días á la semana. Debe el pueblo 800 pesos; le
deben 600.
CAPITULO X

GOBIERNO RELIGIOSO
l. La Reducción.— 2. Las Doctrinas. — 3. La Iglesia. — 4. Artes nobles.— 5. La
música. — Danzas. — Ministros de la iglesia. — 8. El domingo. — 9. Congrega-
6. 7.

ciones. — 10. Semana Santa.— 11. Corpus. — 12. Fiesta del Santo. — 13. Estableci-
mientos de caridad. — J4. El Cura y el Compañero. — 15. Calidad canónica de las
Doctrinas desde 1655. — 16. Calidad canónica de las Doctrinas desde 1655 en ade-
lante. — 17. Las veces que estuvieron los Jesuítas para abandonar las Doctrinas.
— 18. Si eran Reducciones y Misiones.— 19. Visita del Obispo. — 20. Diezmos.

LA REDUCCIÓN
Resta para tener idea completa de las Doctrinas Guaraníes, con-
siderar el factor más importante en ellas: el que les dio origen y
fué perpetuamente su principio de vida, la religión, y esto se hará
en el presente capítulo.
Mientras las agrupaciones de infieles que se trataba de convertir
á nuestra santa fe estaban en sus principios, eran llamadas reduc-
ciones, nombre muy apropiado, porque los indios, sin ser muchos de
ellos todavía cristianos, se reduelan á pueblos, dejando sus antiguas
viviendas aisladas, lo que expresaban los castellanos diciendo á
veces que se reiiucian á criiB y campana, por erigirse cruz en el

pueblo y fijarse campana en su capilla provisional; y los portugueses


lo llamaban ynwíízrsg en aldeas ó aldearse. Cuando ya todos estaban
convertidos, ó por lo menos había un buen número de fieles, y la re-

ducción tenía estabilidad para en adelante, se erigía en parroquia;


y por ser indios los feligreses, gozaban de los numerosos privilegios
otorgados por los Sumos Pontífices á los indios cristianos. A diferen-
cia de las parroquias de españoles que conservaban su nombre propio
de parroquias ó curatos, las parroquias de indios se denominaban
Doctrinas. Por manera que, hablando con todo el rigor de la propie-
- 281 -
dad, reducción era el pueblo de indios en los principios de la conver-
sión; y Doctrina, la parroquia de indios ya establecida. Como la re-

ducción no era sino la Doctrina que se estaba formando, con eltiempo


se borró en gran parte en el lenguaje esta diferencia de acepciones:
llam;tndose indiferentemente reduccioyies ódoctrinas todas las agru-
paciones cristianas de indios que formaban pueblo, y dando con poca
distinción al que cuidaba de ellos el nombre de misionero, cura ó
doctrinero.
De la organización paulatina de las reducciones Guaraníes diri-

gidas por los Jesuítas, nos han dejado noticias las Cartas armas, que
en maj^or ó menor número se conservan, y el libro de la Conquista
espiritual del P. Montoya. Los principios de la reducción eran siem-
pre muy trabajosos, por más que los auxiliara en los indios cierta
dosis de buena voluntad y apego á los Padres. Era necesario des-
brozar aquella selva inculta de vicios groseros y profundamente
arraigados, é ir remediando el desenfreno de la lujuria y la poliga-
mia, la borrachera, la ira y la facilidad de pasará ensangrentar las
manos ó de mover guerra á los vecinos, y la misma antropofagia:
excesos que descubrían bien á las claras al hombre degradado de su
primitivo estado por haber abandonado la verdadera religión, sumido
cada vez en mayor profundidad de miseria moral; no á un hom-
bre inocente de la naturaleza fantaseado por algunos soñadores. Y
todo esto había de hacerse con tacto, en su tiempo y sazón, so pena
de perder en un día el fruto de todos los trabajos precedentes.
Entretanto los Misioneros eran un ejemplar que ponía á la vista

de aquellos más fieras que hombres perfección y santidad de la


la

vida cristiana en todas sus acciones, con el orden y regularidad, con


la paciencia y constancia en sobrellevar toda suerte de molestias, y
con la asiduidad en acudir solícitamente á todos los oficios y minis-
terios, no sólo de maestros de la religión, sino aun de próvidos pa-
dres de familia de los indios. Atendían á todas las necesidades espi-
rituales de aquellos pobres indios,y no sólo á las espirituales, sino
también á las corporales, sin haber día que no pasara uno de los dos
que solía haber en la reducción, á recorrer una por una las casas
todas, enterándose de si había algún enfermo para consolarlos, ins-

truirlos, disponerlos á morir cuando era necesario, administrarles el

santo Bautismo si se encontraban capaces; y al mismo tiempo ejer-


citar con ellos todos los oficios de diligente médico y solícito enfer-
mero del cuerpo (1). Ellos en su habitación practicaban todas las

(1) Mastrilli Duran, Littrae ann. Prov. Paraguariae, 1627, págf. 38, 43.
- 282 -
prescripciones de la más estricta observancia regular; la clausura
el silencio aun durante su frugal comida, que era siempre acompa-
ñada por la lectura de algún libro piadoso en latín ó castellano (1).

En algunas reducciones era grande la penuria que experimentaban,


aun para su propio sustento, sin querer jamás aceptar las cosas que
les ofrecían de su voluntad los indios cuando no tenían con qué
pagárselas: y así, el P. Alonso de Aragona, autor de obras muy es-

timables del idioma Guaraní, habiendo tenido que hospedar en su


reducción al P. Provincial que pasaba pudo ofrecer
la Visita, no le

más que un plato de habas cocidas con agua pura, que se repitió
cuantas veces fué necesario, pero no se varió, sin tener siquiera
pan ó galleta con qué comerlas (2). Y vez hubo que los Misioneros
perecieron consumidos de inanición por faltarles del todo el sustento
conveniente, como sucedió con los Padres Martín Navarro Urtazún
y Baltasar Seña (3). Agregábanse las molestias del clima, entre las
cuales no es la menor la de unos terribles mosquitos que no dejan
punto de reposo de día ni de noche, como lo experimentaban aun los
que de paso tocaban en Natividad del Acaray (4). Ni había en oca-
siones medio de proveer á las más urgentes necesidades: porque el
sínodo ó pensión que el Rey ordenaba se diese á los Misioneros para
su congrua sustentación, ó no estaba señalado, ó estándolo, no lo
recibían ellos, como consta de los del Guaira en 1627 (5).
La principal práctica cristiana que desde luego se había entablado
era la enseñanza de las cosas de nuestra santa fe necesarias para
salvarse y que habían de disponer para recibir el santo Bautismo.
Hacíase, pues, catecismo todos los días separadamente á niños y
niñas; dos veces por semana á los adultos, y tres á los viejos que no
iban ya al trabajo del campo; y se añadían los catecismos parciales
á una ó á varias personas cuando lo exigía su especial necesidad (6).

Asistían todos los indios el día de fiesta á la Misa, que se celebraba


acompañándola con cantos é instrumentos de música (7). En ella se
les hacía sermón para exhortarlos á la práctica de las virtudes cris-
tianas, que se les proponían de modo que cobrasen estima de ellas y
se enfervorizasen en su ejercicio (8).

Habíase despertado tan ardiente devoción al Santísimo Sacra-

(1) Mastrilli, Annuae, pág. 38.


(2) Pág. 38.
(3) Ibid.
(4) Mastrilm Duran, Ann. 1627, pág. 73.
(5) Id. pág. 73.
(6) Id. pág. 42
(7) Ibid.
(8) Ibid.
-283-
mento y tanto deseo de tenerlo lijo de asiento en sus iglesias (cosa
que en varias reducciones por su instabilidad no se concedía), que
fué admirable el empeño de los indios de San Miguel por lograr la
dicha de comulgar (1); y mayor todavía el de los de Itapúa (2)

para tener continuo el Santísimo Sacramento, como al fin lo con-


siguieron del Padre Provincial Mastrilli, celebrando insigne fiesta
el día que definitivamente se reservó Su Divina Majestad en aquella
iglesia, y estableciendo desde entonces extraordinarios actos de
veneración (3).

No menores raíces había echado allí la devoción á la Santísima


Virgen (4). Saludábala fervoroso todo el pueblo á la señal del Án-
gelus por la mañana, al medio día y á la tarde, interrumpiendo
brevemente su trabajo, doblando las rodillas y levantando la voz
para ofrecer á la Reina del cielo aquella oración tan grata á la corte
celestial (5). Era tal la afición con que habían tomado en su obse-
quio la práctica del santo Rosario, que ni aun enfermos y postrados
en cama querían omitir ni un día el ofrecérselo (6). Y dentro de
poco, para el año de 1637, hallábase ya establecida la Congregación
de Esclavos de Nuestra Señora, formada de las personas más fer-

vorosas y de vida más ejemplar, quienes en obsequio de su Excelsa


Patrona acudían solícitos al hospital á servir á los enfermos (7).
Con semejantes esfuerzos, las costumbres se fueron cambiando
de una manera asombrosa. Los moradores de Itapúa, que por su
robustez y carácter belicoso eran temidos y respetados de todas las
tribus de aquella región,que sufrían sus asaltos, eran los que ahora
daban á todos ejemplo de mansedumbre y humildad (8). Habían sido
todos los indios del Paraná dados á la embriaguez (9); y de este
vicio los sacaron los Padres con introducir entre ellos la vida cris-
tiana. Tenían lugar entre ellos y moraban allí de asiento durante su
gentilidad los mayores desenfrenos de la lujuria (10); mas ahora
no sólo se enmendaban, sino que los indios de más cuenta se
hacían en algunas reducciones celosos predicadores de la castidad,
como lo vemos en la relación del pueblo del Corpus (11). Y lo que

(1) P. BoROA en Trelles, Rev. del Archivo, tomo JV, pág. 46.
(2) Mastrilli, pág. 51.
(3) Id.pág. 51.
(4) Id.pág. 52.
(5) Pág. 54.
(6) Mastrilli, pág. 41.
(7) BoROA, pág. 74 y 77.
(8) P. Mastrilli, pág. 49.
C9) Pág. 58.
(10) Pág. 46.
(11) Pág. 56.
- 284 -
más es, no sólo huían de sus antiguas torpezas, sino que se aplicaban
á la mortificación cristiana de su cuerpo, juntándose en la iglesia los
adultos en algunas partes varias veces por semana y castigándose á
sí mismos con rigurosos azotes (1). Lo cual muy especialmente tenía

lugar en las procesiones de Semana Santa, en que calles y plazas


quedaban señaladas con la sangre (2). Hasta los niños, congregados
cada viernes en la iglesia á oir el ejemplo que explicaba el Misione-
ro, armaban en seguida sus tiernas manos del látigo, y ensayaban en
sus cuerpos la penitencia que los había de defender de sus enemigos
espirituales y darles dominio de sí mismos (3). Despertóse también
el celo entre aquellos nuevos cristianos, llegando á maravillar á

sus amos españoles la entereza con que algunos de ellos no cesaban


de reprender los escándalos que veían cometer, amenazando á los
culpables con el castigo de Dios y las penas del infierno (4).
Lo que acabamos de enumerar es un índice, y aun abreviado, de
lo que sucedía en las reducciones. Para formar siquiera una idea

aproximada de ello, es fuerza leer los documentos originales, los


cuales dejan en el ánimo una impresión de pasmo al ver las maravi-
llas obradas por la gracia de Dios en unos hombres toscos, feroces y

viciados con las perversas costumbres de su estado salvaje: conoci-


miento é impresión que no puede suplir nuestro frío 3^ mermado
resumen.

II

83 LAS DOCTRINAS

Quedaron formalizadas como Doctrinas las que hasta entonces


habían sido Reducciones Guaraníes, en año 1655, como lo veremos
el

más tarde. El régimen espiritual de ellas, como su organización en


todos los otros ramos, se había ido elaborando poco á poco con las
prescripciones generales de los Superiores y con las particulares
destinadas á remediar las necesidades que iba haciendo palpar la

experiencia. Las primeras formarán el objeto principal del capí-


tulo XII.Las segundas procedían de la continua atención á aplicar
en oportunidad los medios que se ofrecían como más convenientes,

(1) Mastkim.i, pág. 46.


(2) Pág. 47.
(3) Ibid.
(i) Pág. 48.
-285-
desechando los que no producían fruto; de las frecuentes visitas del
Superior, y de las consultas sobre las cosas más importantes: deci-
diendo las mudanzas el P. Provincial, que tenía también la cosa
presente, y aprobándolas el P. General, cuando se tomaban resolu-
ciones en cosas durables. De lo cual da testimonio el libro de Orde-
nes de los Provinciales, que «existe en todos los pueblos» dice un
testigo (1), y añade: «Las órdenes versan sobre la educación religio-

»sa y cuidado de los indios en lo espiritual, político, económico y


«militar. Un ejemplar tiene el Cura y otro el Compañero. Hay
«obligación de tener cada semana media hora de lectura pública en
»este libro, hallándose presentes todos los que haya de la Compañía
»en el pueblo.» Lo que en el presente capítulo se expondrá sobre las
Doctrinas está tomado de las relaciones de testigos de aquel tiempo
que todavía se conservan, y explican lo que en efecto se practicaba
en ellas. Tales son el Dr. Jarque en sus Misioneros insignes del Para-
gua)^ (2): P. Antonio Sepp en varias cartas y relaciones, desde 1691
hasta 1714, el autor de la Relación de Misiones, hac^a 1742:
el Padre

Cardiel en la Declaración de la verdad de 1759 Breve Rela-


, 5" en la
ción, de 1771 y algunos otros. Así se podrá percibir mejor el conjunto
:

de la vida religiosa, que en los Reglamentos no aparece sino por


partes: cuanto más que por diversas causas, varios de los Regla-
mentos se han perdido. Será fácil también confrontar el hecho con
las prescripciones que aún subsisten y se examinarán más tarde.

Las Doctrinas conservaban los mismos ejercicios de piedad que


las Reducciones, pero normalizados ya como cosa más estable. El
ministerio que con particular predilección se ejercitaba era el de la

enseñanza de la Doctrina cristiana, que debe penetrar toda la vida


del hombre. La repetición del texto de las oraciones y del Catecismo
breve impuesto en los sínodos diocesanos, era tarea no sólo de los
niños, sino de todos los adultos del pueblo: y para que no quedase en
mero ejercicio de memoria, se le añadía la explicación que hacía el
Misionero. «Cuando á la mañana se toca el Ángelus, que es á las
cuatro 3^ cuarto de la mañana», dice el P. Cardiel (3) «resuenan en

»la plaza los tamboriles de los niños, cuyos Alcaldes ó directores,


«esparciéndose por las calles, claman: Hermanos, ya es la hora.
y> Enviad vuestros hijosé hijas d orar. Enviad los presto al templo á
y>la misa, para que Dios bendiga las obras de este día. Despertados
»con estas voces y con el redoble de los tamboriles, acuden los niños

(1) Cardiel, De moribus Guar., cap. V.


(2) Parte III: Estado de las Misiones.
(3) Cardiel, De moribus, cap. VI.
— 286-
»al pórtico del templo, y luego que se han juntado, dos de ellos de
»voces claras empiezan las oraciones, respondiendo ó alternando los
»demás. Otro tanto hacen las niñas, separadas convenientemente
«bajo el amplísimo pórtico. Acabadas las oraciones, que por ser las
»voces en gran número y atipladas, resuenan por todas las calles del
»pueblo; si algún tiempo queda, se emplea en cánticos sagrados,
«entonándolos una ó dos voces, y prosiguiendo luego las demás. Los
«cantares son de alabanzas de Cristo, de la Virgen María y de los
«Santos; y encomendándolos aquí á la memoria, los repiten también
«después cuando son mayores en casa, en el campo, y cuando viajan
«lejos de sus pueblos en las navegaciones por los ríos ó en los cami-
«nos de tierra. Cuando hablo de niños, comprendo en ellos los mayo
«res de siete años hasta los diecisiete, edad en que contraen matri-
«monio; como las niñas hasta los quince años.» Hasta aquí Padre
el

Cardiel, quien poco más abajo añade: «Por la tarde, al oir la campa-
«na, que ellos llaman tain tain, acuden á la iglesia, habiendo un cela-
»dor que cuando faltan les avise... por verano á las cinco y á las
«cuatro en el invierno... Llegados á la iglesia, dos de los de más
«clara voz rezan Padre nuestro y las otras oraciones, alternando
el

«con los demás. Luego salen cuatro y poniéndose dos á un lado y dos
ȇ otro, repiten el catecismo con sus preguntas y respuestas. Unos
«preguntan: ¿Hay Dios? Y responden los otros: Si liay. Este cate-
«cismo es corto, ordenado por el concilio de Lima, de suerte que en
«breve tiempo se recita todo hasta el fin. Después del catecismo,
«uno de los Alcaldes de niños, que siempre asisten al Catecismo,
«avisa Padre que ya es hora de explicar la Doctrina. Lo que el
al

«Padre hace, yendo allá con la cruz como báculo de ocho palmos de
«alta y gruesa como el dedo pulgar. « De lo que á continuación dice
el P. Cardiel y de lo que aún más distintamente expresa el autor de

la Relación de indios Gnaranís (1), se ve claramente que, además de


rezar oraciones y catecismo al levantarse y antes del Rosario, reza-
ban asimismo otras dos veces al día, á saber, luego de oída Misa y
á la noche después del Rosario, resonando calles, casas y plazas de
aquellos pueblos continuamente con los cánticos y alabanzas á Dios
de aquellas inocentes almas, y acostumbrándose desde sus tiernos
años á no perder nunca de vista las verdades de nuestra santa reli-
gión, cuya memoria y uso ha de ser en el cristiano propia de cada
día y de cada momento. «Los domingos por la mañana», sigue el
Padre Cardiel (2), «luego que se han abierto las puertas de la iglesia,

(1) Initio §. laní vero ad id.


(2) De ¡noribus, cap. V.
,

- 287 -
«júntanse en ella las personas mayores de uno y otro sexo antes de
»la misa, separadas de los niños. Llevan la voz cuatro hombres que
»se ponen en medio de la iglesia, é hincados de rodillas rezan el Pa-
vdre nuestro y las demás oraciones, respondiéndoles todos. Siéntase
»luego todo el pueblo; y de los cuatro que quedan en pie, dos pre-
»guntan: ¿Hay Dios? Los otros dos responden: Sí hay. el pueblo Y
«entero repite: 5/ hay. Siguen los dos primeros: ¿Cuántos dioses hay?
«Responden los otros dos: Uno, y lo repiten todos. Y de esta manera
»van repitiendo todo el Catecismo, como se ha dicho de los niños».
«Lo que las personas mayores rezan en el templo, lo rezan al mismo
»tiempo niños y niñas, aquéllos en el patio, éstas en el cementerio.
»Luego entran á misa y sermón» (siendo el sermón unas veces mo
ral,otras explicación de un punto de Catecismo). «Después se divi-
«den en dos secciones: Una de niños y varones adultos, que van al
»patio parroquial; otra de niñas y mujeres, que se colocan en el

«cementerio. En el patio uno de los cabildantes repite lo que ha


»oído en el sermón. Hay quienes lo repiten á la letra. Otros repiten
«sólo la sustancia, añadiendo las reflexiones piadosas que á ellos se
«les ofrecen; pero á nadie le falta materia para la media hora y aún
»más. A las mujeres en el cementerio les hace la repetición alguno
»de sus alcaldes.» Todo esto es del P. Cardiel.
Nadie juzgará que tanta diligencia en la enseñanza del Catecis-
mo, aunque tan notoria, fuese excesiva, si tiene noticia del grande
afecto con que siempre abrazó la Compañía de Jesús el ministerio
del Catecismo á niños y rudos (1), y sobre todo, si pondera la impor-
tancia de la materia y los efectos de salud eterna que por este me-
dio se intentan y consiguen. Ni tendrá motivo de atribuir tanta
repetición y explicación diaria á invención rara de los Jesuítas, si
advierte que el Concilio III de Lima, que era obligatorio en estas
regiones, prescribe en la sesión segunda (2) que el Catecismo que
allí señala <¡.se explique á todos los indios conforme á su capacidad
ñy por lo menos sepan de memoria y lo repitan doniin-
los ni/los lo
*gos y días de fiesta cuando todo el pueblo está reunido en la igle
T>sia... para que los donas se aprovechen^ E insinuando el Concilio .

en este canon el deseo de que también los adultos, si es posible, lo


retengan en la memoria y lo repitan en público los domingos y días
de fiesta, los Jesuítas pusieron los medios para obtener lo mejor y
más fructuoso.
Sigúese á la fe en la vida cristiana la recepción de los Sacramen-

(1) Reg. Sacerd. núm. 6.


(2) Cap. III.
- 2S8 -
tos, que son los medios por los cuales se nos comunica la gracia, y

la asistencia á los divinos misterios en el santo Sacrificio de la Misa.


Celebrábase la Misa invariablemente á las cinco y media de la ma-
ñana, y á ella en general en los días de hacienda había gran asis
tencia, pues sin contar con los niños y niñas, que la oían todos des-
pués de rezar la doctrina, y eran siempre varios centenares, acudía

gran número de personas mayores; y Doctrinas había donde tenían


costumbre de asistir todos cuantos moraban en el pueblo, que eran los
que no tenían sus chacras ó sementeras muy lejanas, ni estaban em-
pleados en viajes ú ocupaciones del servicio público. El orden que en
ésta y en las demás ocasiones guardaban en la iglesia era que ni el
lugar que ocupaban los varones aun la puerta por donde entraban
ni

les era común con las mujeres. Los hombres entraban por la puerta
que daba al patio parroquial: las mujeres por las de la fachada que
caían á la plaza. Las mujeres ocupaban la última parte de la iglesia

hasta la puerta: los hombres estaban en las naves laterales hasta el


pulpito: y la parte anterior se reservaba para las autoridades munici-
pales y militares, como el centro para los niños y niñas. «Desde la

verja hasta el pulpito» leemos en (1) el P. Cardiel «y en la nave prin-


»cipal, que tiene catorce varas de ancho, están á uno y otro lado las
«sillas de los cabildantes y oficiales de guerra. En el centro se ponen
»los niños sentados en el pavimento, y para guardarlos en orden y
«sosiego se encuentra con ellos siempre su Alcalde que no deja de la
»mano su vara de autoridad. Desde los niños queda un espacio de
»tres varas hasta las niñas. Detrás de las niñas siguen las mujeres.
»Los restantes hombres se colocan desde el presbiterio hasta el púl-
»pito: y luego, dejando un intervalo, siguen también en las naves
«laterales las mujeres hasta la puerta. Para entrar y salir queda
«franco un espacio de dos varas en el centro á lo largo de la iglesia...

«Maravíllanse dela quietud y silencio que todos observan las perso-

«nas que vienen de fuera...» A


esta Misa servían siempre cuatro
acólitos y era acompañada de música y cantos, lo cual para la gente
tenía mucho atractivo.
Por la tarde, asistía igualmente la mayor parte del pueblo al
Rosario de la Santísima Virgen después que los niños habían rezado
su Catecismo }' oído la explicación de él. El Rosario se terminaba
con el Acto de contrición, rezado por todo el pueblo y el Bendito en

Guaraní y castellano. Es el Bendito la conocida salutación al Santí-


simo Sacramento: Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento

(1) De moribus guaran, cap. VI.


— 28^)-
del Altar, y la Purísima Concepción de María Santísima, Madre y
Señora nuestra, concebida sin pecado original en el prijner instante
de sit ser natural. Amén. Entonábanla cantando los músicos en
lengua Guaraní, y la continuaban los fieles rezando. Otro tanto se
hacía en seguida con la misma salutación en castellano (1). En los

sábados, como días propios de la Santísima Virgen, se cantaba al

amanecer Misa de beata Virgine, á canto de órgano, con toda la


Capilla; y después de la Misa un responsorio por los difuntos del
pueblo; 3' se terminaba el Rosario con una solemne Letanía cantada.
A tales ejercicios piadosos acudía todo el pueblo, aunque no tenía
obligación ni era por nadie constreñido: y de este modo consagraba
el y obtenía su bendición para
principio y el fin del día á su Criador,
el trabajo á que se dedicaba con alegría. La suave eficacia con que
estos actos de vida cristiana penetraban todo el ser de aquellos mo-

radores era tal, que en sus dilatados viajes al través de los bosques
ó á lo largo de los ríos que navegaban, volvían á renovar á la mañana
y á la noche sus cánticos, sus oraciones y Rosario á la Virgen, co"
brando fuerza con las prácticas piadosas para sobrellevar todas las
fatigas. «Emprenden viaje», dice el P. Cardiel (2j, «confesando y co.
»mulgando con piedad cristiana. Cuando ya todo está á punto, acu-
»den á la iglesia con la efigie de la Virgen ó de algún otro Santo
»que toman por patrón. Colócanlo en su peana, y rezan y cantan,
«acompañándoles algún músico. Van al Cura, quien les echa un
»breve sermón sobre el objeto del viaje y el modo como deben por-
»tarse fuera de su pueblo... Dan vuelta á la plaza, llevando en andas
»su imagen, tocando uno que otro las campanillas además de las
«flautas y el tamboril. No hay viaje sin llevar su Santo, ni sin sacris-
»tán que cuide del Santo, ni sin castañuelas, flauta y tamboril...
»Antes de ponerse el sol dan fin á la jornada, sea que caminen por
«tierra, seaque vayan por agua: y lo primero previenen su capilla
»de ramas para el Santo. Luego rezan el Rosario y cantan sus ora-
aciones. Sigúese la cena, que tanto en casa como fuera toman al
«anochecer. Duermen toda la noche. Levántanse á la madrugada...
»y salido ya el sol, vuelven á hacer sus oraciones delante del Santo,
»al cual para eso han dejado por la noche en su capilla. Después de
»las oraciones sigue el himno, que entona algún músico jubilado,
»que siempre hay.»
El Bautismo se administraba solemnemente los domingos por la
tarde; y eran muchos los bautismos en que no se hacía más que su-

(1) De moribus Guaran, cap. V.


(2) ídem, cap. VI.
19— Organización Social de las Doctrinas Guaraníes.
-290-
plir las ceremonias, por estar ya bautizada la criatura de socorro.
La razón explica el Dr. Xarque con las siguientes palabras: «Es tan
«corta la capacidad de aquella gente y tan sin advertencia, que ape-
»nas saben dormir las madres sin sofocar la criatura recién nacida;
»por lo cual han juzgado los Misioneros que no sólo es lícito echar
»el agua al infante luego que nace, sino también obligatorio. Y por
»eso tienen señalados Ministros por los barrios para que luego que
»nace alguna criatura, avisen á los Padres para que vaya á lavarla
»con el agua bautismal. Lo cual se asegura aún más con el privile-
»gio que los dichos Misioneros tienen de bautizar á cualquiera, aun-
»que no sea su feligrés, y sin las ceremonias de la Santa Iglesia
«cuando pareciere conveniente á las almas. Y para fuera del pueblo,
»ó casos muy urgentes en que el Padre no se hallase tan cerca, tienen
«instruidos algunos indios de la mayor capacidad, para que echen el
»agua al niño que peligra.» (1) Agregábase á la incuria genial de las
madres nacer muchos niños con debilidad extraordinaria, que no
el

permitía fiarse de su vida en diligencia tan precisa; y es prueba de


ello la gran mortalidad de párvulos que se registra en las estadísti-

cas,cuya proporción excede de una manera extraña á la que suele


haber en otras partes y en igual edad. El privilegio de que hace
mención el Dr. Xarque lo tenían los Misioneros por comunicación
con los Carmelitas Descalzos, á quienes se concedió por Clemen-
te VIH en la bula DoDiinici g re gis de 14 de Julio de 1604.
Administraban la Confirmación los Obispos en sus Visitas; y
sólo en los últimos años existió la facultad para que pudieran confir-
mar los Misioneros. Concedióla Benedicto XIV por su breve Quo
luciilentiores de 3 de Marzo de 1753 al Superior de Misiones para eí
tiempo de con facultad de subdelegarla en otro Misionero
la Visita,

si él estuviese legítimamente impedido de pasar Visita. Debía pedir

licencia de usar del privilegio una vez á cada Obispo que tomase po-
sesión de su diócesis: y era en éste obligatorio concederla, siendo
con eso ya válida para mientras durase el Prelado en aquella Sede.
Los sacramentos de confesión y comunión eran frecuentados con
devota preparación, no contentándose generalmente con el cumpli-
miento pascual obligatorio, y señalándose en el fervor 3- frecuencia
de confesar y comulgar los que pertenecían á las Congregaciones.
Al llegar el tiempo del cumplimiento pascual, que para los indios
por privilegio del Papa duraba desde el domingo de Septuagésima
hasta la octava de Corpus, salía cada Cura de su pueblo é iba á sus-
tituir á otro, á fin de que los feligreses con más llaneza pudiesen

( 1) Insignes misioneros, part. III, cap. XVII, núm. 2.


— 291 —
confesarse con persona no conocida (1). Y en este tiempo, no sólo
purificaban los Guaraníes su conciencia recibiendo los Santos Sacra-
mentos, certificándose el confesor de que sabían las oraciones y en-
tendían lo que debe saber un cristiano sobre los misterios de nuestra

santa fe, sobre los preceptos y demás cosas del Catecismo; sino que
asistiendo miércoles y viernes al sermón que en tales días se les
hacía sobre la fervorosa enmienda de la vida, tomaban después de él

una disciplina de sangre. Raro era el que no confesaba también en


las fiestas de Navidad y Pentecostés 3" en la fiesta del Santo del
pueblo.
Para que las confesiones se hiciesen con más cuidado y fruto, se
empezaban algunos días antes de la fiesta, señalando de un día para
otro los barrios que habían de acudir á confesarse. El día del jubileo
ó fiesta se hacían reconciliaciones. «Las confesiones» dice el P. Car-
diel (2) «son muy cortas: no hay en ellas rodeos ni historias, y así
»no tiene necesidad de hablar mucho el confesor de estos indios. En
»varios sucede que no se les halla materia de confesión por mucho
»que se indague. Y cuando elPadre les pregunta: ¿Pues qué buscas?
«responden: He venido para que me eches la bendición. t>

Confesaban igualmente y comulgaban cuando habían de empren-


der algún viaje largo, como el de las ciudades de españoles, el de la

exploración de las costas, ó de alguna función de guerra, ó cuando


eran llamados para construcción de fortalezas ó edificios; y otro
tanto hacían á la vuelta.
Del sacramento del matrimonio hemos hablado al tratar de la

familia. En general, se celebraban los matrimonios el domingo.


De
los enfermos se tenía cuidado especial. La falta de médicos,

que aun en las ciudades de españoles los había sino uno que otro,
ni

se suplían por medio de los Cunisuyás. El Curusuyd, cuyo distin-


tivo consistía en llevar como el Padre una cruz de dos varas de alta

y gruesa como el dedo pulgar, de donde le vino el nombre, el que


lleva la crus, era un indio instruido en confeccionar los medicamen-
tos y en cierto conocimiento práctico de las enfermedades. Uno y
otro habían aprendido de algunos hermanos Coadjutores de la Com-
pañía entendidos en medicina, 3' conservaban sus prácticas por tra-
dición 3^ manejando los apuntes de los hermanos. De tres de estos
Hermanos hace mención la historia en el siglo xviii: Pedro de Mon-
tenegro, Joaquín de Subelía 3^ José Brasaneli como de cirujanos que
acompañaron las milicias Guaraníes en 1704 á la toma de la Colo-

(1) Xarque, Insignes misión, parf. III, cap. XV, núm. 3.

(2) De moribus guaran, cap. VI,


292 —
nia (1); apuntes del hermano Montenegro, que habían corrido
y los

con nombre del P. Segismundo Aperger, han sido publicados por el


Sr. Trelles en su Revista patriótica tom. I y II. En el siglo anterior,
hallamos nombrado otro, el hermano Blas Gutiérrez (2) que también
ejercía la medicina y era excelente cirujano. Los Curuzuyás eran
cuatro, seis ú ocho en cada pueblo; y para que pudiesen ejercitar su
cargo, estaban exentos de las tareas comunes, y aun les cultivaban
su chacra los otros indios. A primera hora de la mañana, y también
después de mediodía recorrían el pueblo para enterarse del estado
de los enfermos, é indagar también si alguno había enfermado de
nuevo; y después de sus giras daban cuenta al Padre: «Fulano á
»quien confesaste ayer, necesita que le den el Viático después de
» Misa. A Zutano es menester administrarle la Extremaunción. El

«niño tal ha muerto hace tantas horas (3).» Cuidaban de prepararles


y llevarles las medicinas convenientes. Y juntamente cuidaban de
hacer guisar en casa de los Padres comida propia para los enfermos,
por el gran descuido que en esto había en las familias, las cuales no
acertaban á cuidar al enfermo, sino que le daban los mismos alimen-
tos de que ellos usaban estando sanos, obligándoles á comer carne á
medio cocer ó á quedar sin sustentarse. El enfermero ó Curuzu}^!
presentaba al Padre su plato de carne cocida y pan de trigo para el

enfermo y después de bendecida por el Sacerdote, la llevaba á su


destino. Ni descansaban los Padres únicamente en la vigilancia del

Curuzuyá: sino que, además de inculcar repetidas veces en pláticas


y sermones la obligación que tienen los miembros de la familia de
avisar cuando ha}" algún enfermo grave para que con tiempo reciba
los Sacramentos, visitaban ellos mismos cada día los enfermos para
evitar omisión en esta materia tan importante. «Al salir á confesar
enfermos», dice el «se cuelga del cuello el Crucifijo, y
P. Cardiel (4)

»por báculo lleva en la mano una cruz de ocho palmos de alta y


»gruesa como el dedo pulgar. Va delante el enfermero y un par de
»niños acólitos. Al enfermero llaman Citntsíiyá, porque siempre lleva
»él también cruz como la del Padre. Bajo el brazo lleva una estera:

»uno de de tijera y el otro el acetre con


los acólitos lleva una silla

»agua bendita y una vela con su candelero. Llévase la silla para


«sentarse el Sacerdote cuando ha de confesar, porque entre los in-
»dios rara vez hay sillas: la estera, para debajo de los pies: la vela

(1) Certificación de García Ros en 1705 (Charlevoix Apén.)


(2) Xarquh, part. ÍT, cap. XXVIII.
(3) Cardiel, De moribiis guaran, cap. VI.
(4) Cardibl. De moribus guaran, cap. V.
- 293 -
»para cuando es preciso oír la confesión de una enferma en paraje
«oscuro, como á veces sucede.»
Llevábase el Viático y Extremaunción á la casa de los enfermos
cuando se agravaban; y en particular el Viático se administraba
con devoto y espléndido aparato (1). «Barridas las calles» dice Xar-
que (2) «se adorna el suelo con hojas y flores olorosas y con otros
«perfumes hasta la casa del enfermo donde se arma un altar curio-
»so, que se guarda en alguna pieza de las que tiene cada iglesia para
»sus alhajas; y con repique especial de aquella función se llama
»al pueblo: preceden las chirimías, y sígnense las varias clases del
«pueblo, con orden y devoción, que fomentan los músicos con him-
»nos y salmos.»
La
solicitud que causaba el atender á todas las necesidades de
losenfermos era grande: y mucho mayor la que resultaba en tiempo
de peste ó enfermedad general, particularmente de viruelas, que
entre ellos hacía estragos horrorosos. En tales casos, no bastando
para la asistencia los dos Misioneros, aunque pasaban todo el día en
atender á los enfermos, procuraba el Superior que por aquella tem-
porada algún Padre de los otros pueblos no invadidos
les auxiliara
del contagio: ycuando la epidemia se había extendido á muchos
pueblos, se enviaban, si era posible, algunos Sacerdotes de los que
trabajaban en otras partes en las ciudades de Españoles.
Luego que alguno había expirado, avisaba el doblar de las cam-
panas á todo el pueblo para que le encomendasen á Dios en sus ora-
ciones. Alrededor del féretro, cubierto con su paño negro, se encen-
dían los blandones. Llegaba el Sacerdote con sobrepelliz, estola y
oapa, con cinco acólitos de sotana negra y sobrepelliz, uno que lle-
vaba la cruz parroquial enmedio de dos cerof erarios, y dos con agua
bendita, incienso y el Ritual. Uno y otro Misionero celebraban la
Misa ofreciéndola por el difunto; y la conducción y entierro del ca-
dáver se verificaba conforme al Ritual (3). Además de esto, cada
mes ofrecían por los difuntos del pueblo la Misa el Cura y el Com-
pañero, uno de los dos rezada, y el otro cantada solemnemente con
el túmulo enmedio de la Iglesia (4). Y en algunas partes, cada lunes

se celebraba Misa, por los difuntos del pueblo, en el altar de Ani-


mas, y después de ella había procesión por el cementerio, con los
responsos acostumbrados (5).

(1) Cardiel, Declaración de la Verdad, ni'im. 75, 76; De moribus, cap, V.


(2) Part. III. cap. XVIII, núm. 5.

(3) Relación de las Misiones Guaraníes § Restat.


(4) Ibid.
(5) Xarque, parte III, cap. XVIII, núm. 9.
-294-

III

LA IGLESIA

Todas las iglesias de las Misiones Guaraníes fueron construidas


por los Guaraníes mismos, dirigidos por los Padres y por algún her-
mano Coadjutor que había sido arquitecto, aunque esto último po-
cas veces se podía lograr. Empezábase por una capilla provisional,
y tan luego como era posible, se ponía mano á la fábrica de la igle-
sia principal. Por lo común eran los cimientos de piedra, y las pare-
des de ladrillo, con el techo de madera. Por causa de la falta de
materiales de construcción, ocurría una singularidad al levantar es-
tas iglesias: primero se colocaba el techo y después se hacían las pa-
redes. El techo no estaba sostenido por paredes, sino por las colum-
nas, que eran grandes árboles más fuertes que la encina y el roble,
arrancados casi con todas sus raíces, y acarreados por veinte ó treinta
pares de bueyes. Abríanse, con el intervalo que debían guardar
entre sí las columnas, unas fosas de tres varas de profundidad y
dos de anchura y longitud, y revestidas de piedra: en ellas se reci,
después de chamuscada para que no la dañase
bía la raíz del árbol,
la humedad. La parte del árbol que sobresalía de la fosa se labraba
hasta lo alto en forma de columna con su pedestal y arquitrabe, y
sobre estas columnas descansaban las vigas traveseras y el techo;
después de lo cual se construían las paredes (1). Esta manera de
construir no era propia de las Doctrinas, sino común de aquella re-
gión. En
1764 había dos iglesias que eran enteramente de piedra
tallada,y las había dirigido un hermano Coadjutor: eran las de Tri-
nidad y San Miguel. Aun ésas estaban formadas de pura piedra sin
trabazón de cal, que no se conocía en Misiones. En los últimos años
se encontró una caliza mediana cerca del pueblo del Jesús, y con
ella se fabricó la nueva iglesia de dicho pueblo (2). Al ser expulsa-
dos los Jesuítas en 1768 había algunas iglesias más de piedra, pues
hablando de la de San Luis se expresa en los siguientes términos su
Inventario: (3) «La iglesia, capaz para todo el pueblo, es de tres
«naves, sobresalientes de tierra hasta los arranques de la bóveda

(1) Cakuihl, de Moribus Guaran, cap. III.

(2) Ibid.
(3) Bkaho, Inventarios, pág. 138.
— 295-
» trece varas: las paredes son de piedra labradura [sic] como de si-

»llería, lo alto de ellas nueve varas, y recio seis cuartas. Tiene de


»larg"o dicha iglesia, de la puerta hasta el presbiterio, ochenta y
»cuatro y media varas; de ancho veintisiete, de alto, veinte varas...
»con media naranja de madera empezada: tiene cinco ventanas á
«primera luz, con que tiene suficiente claridad, con vidrios en ellas:

»sin éstas, tiene otras cuatro ventanas á segunda luz al corredor del
»patio principal, y otras cuatro correspondientes al corredor del ce-
»menterio... Tiene la iglesia su hermosa fachada y las tres puertas
»principales hacia la plaza con sus nichos y cornisas de piedra bajo
»del pórtico, que tiene de ancho ocho varas, y de largo cuarenta
avaras, sostenido por ocho columnas [de piedra] con la altura co-
»rrespondiente á la iglesia, con otras cuatro puertas, dos al patio

«principal, y dos al cementerio, correspondientes entre sí. Tiene su


«sacristía y contrasacristía, y otro salón detrás del altar mayor, de
>más de quince varas de largo.»
Semejantes proporciones y distribución se observaban en las igle-
sias de losdemás pueblos. Todas tenían por lo menos cinco puer-
tas: y dos respectivamente al patio parroquial y al
tres á la plaza,
cementerio, lo que facilitaba, como es manifiesto, la separación de
hombres y mujeres. Todas tenían el anchuroso pórtico que servía
para diversos ministerios.
La torre del campanario solía estar en el patio parroquial ó prin-
cipal, como puede verse en planos de San Borja y de Cande-
los
laria. En el pueblo de San Luis la describe así el inventario
de 1768 (1): «En el patio principal está la torre de madera de fuerte
»Tajivo, con tres descansos: de alto veinte y una varas y siete va-
»ras en cuadro, con trece campanas ó diez [sic] : las cuatro de ellas
«grandes, las demás [sic] de veinte arrobas cada una poco más ó
»menos, y las otras más chicas: están sentadas sobre piedras, cada
«columna con su espiga, y enlosada con tres escalones de piedra á
»cuatro vientos Otras dos campanas hay en
[sic]. la capilla de la es-
»tancia de San Marcos.»
A la iglesia deben referirse también las capillas. No estando li-

mitadas las habitaciones á sólo el pueblo; sino existiendo por el con-


trario multitud de casitas aisladas en el campo, y grupos de ellas
denominados puestos, en los dilatados terrenos en que pacía el ga-
nado, sin dejar de descubrirse caseríos en las sesenta leguas que
mediaban desde las Doctrinas del Paraguay hasta la de Yapeyú (2);

(1) Brabo, Inventarios, pág. 138.


(2) Xarque, part. III, § IV, núm. 3.
-296-
en varios de estos pueblecillos se habían levantado capillas adonde
concurrían los labradores ó pastores para oir Misa en los días de
fiesta, ya que no podían acudir al pueblo; y cuando no lograban Sa-

cerdote, por lo menos, para rezar sus acostumbradas oraciones, su


Catecismo, sus cánticos y su Rosario todos los días. Cuando algún
Sacerdote pasaba de viaje, celebrabaallí el santo sacrificio; y si te-

nía que pasar la noche, hallaba hospedaje en un aposento edificado


al lado de la capilla (1). Algunas de estas capillas tenían continua-
mente un Padre, como sucedía en las de las estancias grandes, donde
era mayor el número de los pastores, y habiendo necesidad de
atender asimismo á lo temporal, estaba en compañía de un hermano
Coadjutor (2). Otras capillas había en el pueblo.
Al lado de la iglesia se encontraba el cementerio, comunicado
con ella por una ó dos puertas propias, también con corredor soste-
nido por pilares. Era de la misma longitud que la iglesia y de mayor
anchura. En él había una hermosa capilla con el retablo de las al-
mas del purgatorio. Todo el cementerio estaba dividido en sus par-
tes por calles de árboles, mezclándose naranjos y palmas con cipre-
ses. Reservábase un lugar especial para los congregantes y otro para
párvulos (3). Lo restante para el pueblo, repartido en cuatro divisio-
nes, separándose, como en
la iglesia, hombres y mujeres, niños y ni-

ñas. Subdivddíanse con nuevas calles las cuatro principales, y cui-


daban las mismas personas que iban al cementerio á orar por sus
difuntos, de mantener el terreno libre de malas j^erbas y plantarlo
de nardos. De suerte que quien se acercaba á mirar por la puerta
de verja que caía á la plaza, percibía por los ojos y el aroma más
bien un jardín que un cementerio (4). «Por las calles de árboles an-
»dan las procesiones de difuntos los lunes después de la Misa, que
»se reza ó canta dentro del mismo cementerio... A cada esquina se
»canta un Responso, y otro en medio, donde se levanta una grande
»Cruz sobre gradas de piedra (5).»

(1) Peramás, De admin-Guaran. § XXVIII.


(,2) Cardiel, De moribus Guaran, cap. III.
(3) Xarque, part. III. cap. XVI, núm. 4.
Í4) Peramas, De admin. Guaran. § CCC.
(5) Xarque, part. III, cap, XVII, núra. 4.
»

-297-

IV

ARTES NOBLES 85
Así como los Guaraníes ejercitaban las artes mecánicas á fin

de asegurar su subsistencia material, así también se dedicaron por


dirección de los Padres á varias artes nobles á fin de dar esplendor
al culto divino y á las cosas sagradas.
Tenían los que eran hallados aptos su estudio de pintura y su
propio maestro ó Alcalde. Pintaban imágenes y misterios sagrados
con que adornar sus templos y capillas. Sabían igualmente, después
de haber extendido uniformemente la pintura sobre un fondo vi ob-
jeto dorado, ir descubriendo aquellas líneas solamente que habían
de adornar el conjunto mostrando
el resplandor del oro mezclado

con hermosura de los colores, operación en que consiste lo que


la

técnicamente Ihiman estofado.


También había taller de escultura, 3' estas dos artes vemos que
no faltaban en ningún pueblo de las Doctrinas al llegar la expulsión
de 1768 Los escultores formaban estatuas sagradas de todas
(1).

clases para las iglesias y altares. Ayudábanles otros como dorado-


res, 5^ como ensambladores otros, que hacían retablos y los entalla-
ban con curiosidad (2). Labraban las columnas de sus iglesias.

Adelantaron asimismo en la arquitectura


y construcciones,
«Saben, dice el Dr. Xarque (3) hacer casas, fabricar iglesias con
» piedra, ladrillohacer tahonas para moler el trigo, abrir
y teja,

» pozos, armar encaminar por acequias el agua de los ríos á


norias,
»los campos, huertas y pueblos, en que también hacen fuentes pú-
»blicas de agua de pie, con estanque y pilas para lavar la ropa.
En los ejercicios de artes delicadas, había dos dificultades:
La primera, la falta de elementos de buena calidad. Así, por ejem-
plo, de los colores dice Xarque- (4) «Raros son los colores que llegan
» allí sin adulterar, por lo cual son muertas las pinturas, ó presto
» pierden su viveza.» De los instrumentos: «Las herramientas é
«instrumentos de España, llegan aüí muy pocos, y siendo toscas las
»que allá se labran, no pueden salir muy curiosas las obras.» Esta

(1) Bkabo, Inventarios, passim.


(2) Xarque, part. III, cap. VI, ni'im. 3.
(3) Ibid.
(4) Ibid. núm. i.
-298 —
dificultad pudo obviarse más ó menos con el tiempo. La segunda
dificultad, que era irremediable por la naturaleza misma de la cosa,
era la cortedad del indio, la cual hizo que entre ellos, en ninguna
arte se señalase la invención é iniciativa propia, como lo advierten
cuantos los trataron. Eran, pues, meros imitadores, no artistas que
supiesen proceder con gusto recto y propio, y así era preciso diri-
girlos continuamente, so pena de verles estropear con algún grave
yerro la obra más delicada.
En cambio tenían los indios la buena cualidad de su paciencia
incansable, contal que los dejasen andar á su paso lento. «Son su-
«mamente espaciosos, y si los apresuran, se turban 5^ echan más á
»perder la obra» (1). Y en lo que participaba de mecánico, sea por la

perfección de su vista, sea por la aptitud natural, eran eximios. «No


Peramás, «que por oir que los artífices eran in-
quisiera,» dice el P.
»dios, piense nadie que sus trabajos eran algunas obras groseras y
«deformes, porque eran tan diestros en sus artes, como puedan serlo
»los mejores oficiales de Europa. Admiraríase cualquiera que viese
»con sus ojos los órganos de viento de artificio singular y los instru-
»mentos músicos de toda clase que fabricaban, los vasos artística-
»mente labrados, sus dibujos en los tejidos, y otras obras que mos-
«traban proceder de habilísima mano» (2).
Los Padres Misioneros los dirigían y ayudaban en cuanto estaba
de su parte, procurándoles maestros competentes de estas artes,
que ciertamente eran poco cultivadas en aquel tiempo en estos paí-
ses. Así en el siglo xviii tuvieron como director de sus construccio-
nes alhermano Coadjutor Carlos Franck, como escultor al hermano
José Brasaneli, y como arquitecto al hermano Juan Bautista Prí-
moli, que fué quien dirigió la obra del actual templo de San Ignacio
y de otros en Buenos Aires y Córdoba Estos hermanos permane-
cieron bastante tiempo en las Reducciones para instruir á los indios,
y allí murieron (3).

Con el auxilio de todas estas artes, se decoraban aquellas igle-


sias, que siendo por su grandeza iguales á una catedral, no nos atre-
veremos á decir que por sus proporciones, arquitectura y buen gusto
compitiesen con las obras monumentales de Europa, )'^a que eran
construidas en tan desfavorables condiciones como se ha visto, y en
una época en que buen gusto en esta materia andaba estragado
el

en todas partes, pero sí que en ellas no se escaseaba ninguna fatiga

(1) Xarque, part. III, cap. VI, núm. 3.


(2) Pekamás. De admin. guar. § CXXVIII.
(3) Ibid.
-299-
ni diligencia, y que implantadas en lugares tan lejanos y en que tan
difícil era obtener cualquier auxilio, eran una verdadera maravilla

para el viajero, y podían sin duda presentarse al lado de las mejores


que por entonces se construyeran en América. La Compañía de
jesús ha tenido como cualidad proverbial la solicitud en procurar el
esplendor y decoro de la Casa de Dios con todos los medios que
están á su alcance; de suerte, que por pobres y modestas que sean
las habitaciones destinadas á sus hijos, no sea nunca pobre, sino lo
más espléndido posible el templo destinado á la gloria de la Divina
Majestad. Y esta inclinación parece como que la transfundió en el

alma de los Guaraníes. Aun de los primeros tiempos en que con gran
trabajo se iban organizando las Reducciones en las remotas comar-
cas del Guayrá, nos dice el P. Montoya que eran las que hubieron
de desamparar con tanto duelo en la invasión de los paulistas «muy
lindas y suntuosas iglesias» (1); y refiriendo los sacrilegios de aque-
llos desalmados piratas, añade: «Llegaron al despoblado pueblo,
«embisten con las puertas de los templos, y como hallaron resisten-
»cia en abrirlas... hicieron pedazos las puertas, que su labor } her-
»mosura pudiera recelar su atrevida mano... embisten con los reta-
»blos, derriban sus columnas, dan con ellas en tierra, y á pedazos las
«llevaron para guisar sus comidas...»— Y de los tiempos posteriores
dice el Dr. Xarque: (2) «La inclinación al culto de su santo Templo
»es tanta, que repetidas veces instan á su Cura para que les deje
«renovar la iglesia ó fabricar otra mejor. Y en obteniendo las licen-
»cias necesarias, se convocan unos á otros á juntar los materiales,
«derribar en el monte las maderas necesarias para levantar á Dios
»casa tan digna, que cada pueblo quisiera que fuera mejor la suya.
»Y con este celo, si ven que en otro templo hay ornamento, lámpara,
«retablo ú otra alhaja que no tengan en su iglesia, no paran hasta
«conseguirla semejante ó mejor, fatigando sus fuerzas, y atenuando
»su pobreza hasta quitarse el bocado de los labios, porque haya con
»qué comprar telas y piezas de Plata, que es menester llevarlas desde
«Potosí ó Lima, casi mil leguas, con excesivos costos».
Con este celo tienen «tales iglesias, que parece increíble á los
«que las ven el que no las hayan fabricado grandes artífices.Son las
'>más de tres naves, y algunas de cinco, }' las ha}^ con crucero }' me-
»dia naranja, cubiertas todas de madera, son muy capaces y claras.
»Laque más tiene cinco altares, porque ni son necesarios muchos,
>ni fuera posible conservarlos todos con igual adorno, curiosidad y

(1) Conquista espiritual §. XXXVIII,

(2) Part. III, cap. XX, núm. 1.


«

-300-
»limpieza que los pocos gozan. Tienen retablos dorados, hechos de
«maderas á moderno, con ensamblaje de columnas y cornisas en-
lo

»talladas de diversas figurasy dibujos, con estatuas y pinturas. Son


»estos retablos tan grandes como pide el tamaño déla iglesia, cuyas
«paredes adornan muchos lienzos de pincel, con guarniciones y mol-
»duras doradas en que se ven sagrados misterios, y se avívala
los

Los suelos llanos y tersos, con losas bas-


»fe de ellos en los neófitos.
»tante bruñidas de piedra, que en algunos Templos tienen media
»\^aray más en cuadro. Donde no se halla piedra suple el ladrillo,
»de que en todos los pueblos se hace lo necesario... El Baptisterio
«suele ser como una Capilla bien capaz, con especial curiosidad,
«para que desde la puerta de la cristiandad se aficionen á los templos
«y ritos sagrados... Según las festividades crece el adorno de los
«altares, que consiste en de mano, en relicarios y luces, y más
flores
«que todo en flores naturales, yerbas muy olorosas y ramos, que dis-
«tribuídos por todos los suelos y paredes, suplen la falta de colga-
»duras, y ponen todo el templo muy oloroso, y más cuando le riegan
«con agua de azahar, rosa y otras flores y yerbas odoríferas de que
«abunda casi todo el año aquel cuya fragancia aumentan las
país,
«cazoletas, pomos, pastillas y pebetes, que todo concurre en los días
«más solemnes. « Todo esto es del Dr. Xarque (1).

Y no se disminuyó este esplendor del culto y hermosura de las


iglesias con el correr de los años, como puede verse en algunas des-
cripciones de las iglesias que se han conservado, y en parte en las
ruinas que hoy mismo perseveran en san Ignacio miní y otros para
jes. Todo lo cual hace ver que, con fundada razón podía decir el
P. Cardielen 1764(2):
«Las iglesias son esplendidísimas por dentro. Ni sólo los taber-
«náculos de los cinco altares, sino también las columnas de las naves,
«las jambas de las ventanas, las bóvedas y todo el artesón, resplan-
«decen con variadas esculturas, colores y oro: de modo que cuando
»se abren las puertas y penetra dentro la luz del sol, llena de alegría
»el corazón tanta majestad.

(1) Part. III, cap. XVI; núm. 1.

(2) De moribus Guaran, cap. VI.


301

V
LA MÚSICA 86
La que entre todas las artes nobles más cautivó )'a desde un
principio los ánimos de aquellos naturales, fué la música. En efecto,
en las narraciones auténticas de los Misioneros, tenemos consignado
como un hecho, lo que sin un testimonio tan digno de fe, pudiera
parecer poética ficción de un ánimo dominado por la fantasía. Los
misioneros navegaban por los ríos en pequeñas canoas, y entrete-
niéndose en tocar á ratos la flauta como alivio de sus fatigas, veían
de los bosques multitud de indios atraídos por aquélla para
salir

nueva melodía, é irles siguiendo largo trecho por la orilla, de


ellos
modo que tenían ocasión de entrar á conversar con ellos y empezar
á atraerlos á la le}^ del Evangelio.
El primero que entabló la enseñanza de la música instrumental
y vocal á los indios ya agrupados en reducciones, fué el hermano
Coadjutor Luis Berger, de quien dice el P. Provincial Nicolás Du-
ran Mastrilli:
«Aprendieron los indios con admirable facilidad á cantar y tañer
«instrumentos, siendo su primer maestro nuestro hermano Luis
»Berger, insigne citarista, quien hace doce años que de la provincia
»de Bélgica pasó á nuestra provincia» (L. Tuvo embargo, ma3'or
sin
fama y nombre de primer maestro, el P. Juan Vaseo, Flamenco,
nacido en Tournai en 1583, que habiendo entrado en la Compañía á
24 de diciembre de 1612, cuando j^a era sacerdote desde 1607, pasó
al Paraguay en 1616 y murió en la reducción de Loreto á 23 de junio

de 1623 (2). Fácilmente se explica su mayor nombradía, porque no


solamente era insigne músico y profesor de música en Europa, como
que perteneció á la capilla del Emperador, sino, que además parece
que dejó sus escritos de música, que duraban en manos de los
indios mucho después.
Entre los niños que asistían á la escuela de leer y escribir se ele-
gían algunos de los de mejor metal de voz para la música vocal; y
era esto fácil de realizar, porque aunque por lo general no fuesen
voces tan buenas como las de Europa, entre tanta multitud de niños
que todos los días rezaban la doctrina y cantaban sus cánticos,

(1) Lit. anuuae Paraq. 1626 et 1627, pag. 42.


(2) SoMMERvoGEL, Jean Vassaeus.
- 302 -
nunca faltaban algunos de excelente voz. Igualmente se elegían los
de mayor robustez de pecho para la música instrumental, hallando
los aptos. Unos y otros pasaban á escuela diferente y superior, que
era la de música, dirigida por su especial maestro; 3^ mientras los
demcás niños iban unos á la escuela de leer y escribir, otros al campo,
ellos iban á su lección de canto ó instrumento. Y el oficio de músico
era entre ellos de gran estimación, así por el gran gusto que de la
música recibían, como porque de esta escuela salían más tarde no
pocos de los gobernantes del pueblo. Alcaldes, Cabildantes, etc.
«La mayor honra» dice el Padre Cardiel, «que se le puede hacer al
»hijo del Corregidor ó del mayor Cacique es hacerle tiple» (1).
Los instrumentos de que usaban eran de todo género: órganos,
trompas bajas )' agudas, bajones ó fagotes, sacabuches, cornetas y
clarines, chirimías, flautas, entre los instrumentos de viento: arpas,
espinetas ó clavicordios, violines, laúdes y violones entre los
liras,

de cuerda; 3' para algunas danzas, la guitarra, cítara, bandola 3'


bandurria. Tales instrumentos no sólo los aprendían á tañer, sino
que también los fabricaban (2).

Con esta música, parte de banda 3' parte de orquesta, añadién-


dose los cantores, se componía un coro que no tenía menos de
treinta á cuarenta músicos en cada pueblo, contándose, según el
detalle del P. Cardiel (3), en cada coro, cuatro ó seis violines, uno
ó dos violones, trompas entre graves y agudas seis ú ocho, cítaras
ma3'ores ó rabelones tres ó cuatro; órganos de iglesia, uno ó dos 3'
clarines dos ó tres.
En la música se tocaba el mismo inconveniente que en las demás
artes: la cortedad 3^ ninguna iniciativa del indio. Toda la perfección

que se les lograba hacer adquirir consistía en leer con exactitud el


pentagrama, 3^ ejecutar las piezas elegidas de entre los mejores
compositores europeos de España, Italia 3" Alemania. Pero jamás se
vio un músico que de su3'o propio inventase ó añadiese el más leve
adorno, una pausa, un trinado, una fuga á lo que ejecutaba, cosa
que el más mediano cantor ó ejecutante arriesga alguna vez. Ni con
ser el maestro de capilla indio, 3' estar mu3' bien enterado de su
oficio para enseñar, ensa3'ar 3' un solo maestro que
dirigir, se halló
compusiera un renglón de música. Lo cual no parecerá tan extraño,
advirtiendo que ninguno de los indios acertó tampoco á componer
ni una triste copla para cantar, como lo hacen los ciegos 3' se ve en

(1) Declaración de la verdad, núm. 106.


(2) Xarque, Parte III, cap. XVI, núm. 2; Cardiel, Declaración, núm. 106.
(3) De moribiis Guaran., cap. VI, §. In oppidis.
- 303 -
los gauchos pa3'adores, ni un verso cualquiera asonante ó consonante
de otro en su propio idioma (1).
No obstante este defecto, se lograba con este coro el fin preten-
dido de honrar el culto divino con el tributo de todas las artes, y
mantener el ánimo de los fieles devoto y recogido en las solemnida-
des sagradas, 3" despertar en él la alegría y el entusiasmo en cuantas
ocasiones se empleaba la música. La destreza que adquirían en la
ejecucii^n era admirable; y refiere el P. Cayetano Cataneo, que vino
á las Misiones en 1729, que halló entre otros un niño Guaraní de no
más de doce años que tocaba en el violín las más difíciles piezas de
los compositores de Bolonia que el Padre le ponía delante, sin errar
ni en un ápice (2). Y pudo decir el P. Cardiel: «Yo he atravesado
»toda España, y en pocas Catedrales he oído músicas mejores que
»éstas en su conjunto» (3). Y el Dr. Xarque: «Ni alcanzo que haya
«semejante provincia enel mundo, que ningún pueblo carezca de tan

«numerosa Capilla de concordes y bien instruidos Músicos, con tal


•armonía de instrumentos, que representa una casa del cielo cada
«iglesia» (4).

VI

DANZAS on
Complemento de la música en sus grandes fiestas eran las danzas
públicas. Nada en ellas de lascivo ni desordenado, sino todo muy
honesto, así como era muy artístico. No entraban en la danza muje-
res, ni tampoco los adultos, sino sólo cierto número de niños elegidos
como los músicos de la escuela y divididos en sus cuadrillas; quienes,
debajo de la dirección de su maestro propio, ejercitaban su arte para
aprenderlo y conservarlo una vez á la semana, y los demás días iban
con los otros niños á los trabajos del campo. Las demás personas
del pueblo concurrían á estas danzas con la ordinaria separación de
sexos como espectadores de un ejercicio gozoso y festivo.
Las danzas en que se ejercitaban no eran bailes vulgares, sino
que todas eran danzas de las que llaman de cuenta, esto es, figura-
das ó simbólicas, en que artificiosamente se representa ó enseña

Cardiel, Ibid. §. Eludo. Declaración de la verdad, núm. 106.


(1)
Carta á su familia residente en Módena, en Muratori, Cristianesimo
(2) feli-
ce, Apéndice.
(3) Declaración, 106.
(4) Insignes misioneros, TIL 16. 2.
-304-
algo por la vista á los presentes. En cada ocasión ó fiesta, las danzas
no eran ordinariamente más que cuatro (1).
He aquí la forma de algunas de estas danzas, como la explican
los mismos Padres que las dirigieron. Representaba una danza la
pelea de San Miguel contra el rebelde dragón infernal con sus se-
cuaces, llevando el santo arcángel escrito en su escudo el ¿Quién
como Dios? Eran al final vencidos y lanzados al infierno los demo-

nios, y quedaban en la escena San Miguel y sus compañeros triun-

fantes.— Otra vez aparecían cuatro augustos Reyes que, llamados por
la señal de la estrella, venían cada uno de los cuatro diferentes
extremos de la tierra para adorar al Rey de Reyes y Señor de los
que dominan; y encontrándolo recostado en el seno de su amorosa
Madre, le humillaban con veneración sus cetros y coronas. — Traían
otra vez al centro de la plaza las banderas y algún emblema de la

Santísima Virgen, y con varias carreras y revueltas entremezclaban


las letras que forman el nombre de María escritas cada una en su
propio escudo, hasta que poco á poco las ponían en orden, presen-
tándolas á los ojos de los espectadores de modo que pudiese leerse
claramente el dulce nombre de Reina del cielo: y los mismos
la

autores de esta obra gustosa, doblando á compás la rodilla, é incli-


nando la cabeza y el pecho, se postraban ante la sagrada imagen de
la excelsa Madre que para este fin se había prevenido antes.— A veces
fingían escaramuzas y batallas entre las huestes cristianas y las

moras, de tal modo que venciesen las primeras con el auxilio de


Dios, y los moros deshechos y puestos en fuga volviesen feamente
la espalda, guardando siempre durante el combate la corresponden-
cia de movimientos y ademanes con el compás de la música, — Esta es
la descripción del P. Peramás (2).

He aquí la del P. José Cardiel (3), quien advierte que en estas


danzas aparecían vestidos los danzantes con los trajes propios de
las diversasnaciones que querían representar, unos de español, otros
de ruso, húngaro, turco, moro, persa ú otras naciones orientales.
La primera danza suele ser de uno solo, que se presenta vestido de
español. Es danza grave y seria, y comprende de diez y seis á veinte
evoluciones al son de la cítara.— Salen en seguida ocho ó diez Tur-
cos ó de otra nación en ademán de pelear con el alfanje desenvainado
ó tremolando sus banderas al compás del clarín. Otros diez y seis ó —
veinte se presentan con instrumentos en las manos: dos con cítaras,

(1) Cardihl, Declaración de la verdad, núm. 101.


(2) De admin. guaran. §§, XCI-XCII.
(3) De moribus guaran, cap, VI. §. Prima saltatio.
- 305 —
dos con liras y otros con diversos otros instrumentos. Cada par va
vestido con traje de diferente nación. Tocan sus instrumentos y
danzan al mismo tiempo, callando mientras tanto lo restante del
coro; y unas veces se disponen en una ó en dos hileras, otras en
cuatro, otras en cruz, otras en círculo. —
La cuarta danza es de nueve
.angeles, cuvo jefe esSan Miguel, con espadas y escudos en los que
llevan escrito ¿Quién cómo Dios? En frente se ponen otros tantos
demonios armados de negro, con serpientes y llamas pintadas enci-
ma. Cuando se abocan á parlamento 3' Lucifer se ensoberbece, se
oye tocar fieramente el clarín, que ya no cesa durante toda la bata-

Pelean á compás, y disponen su tropa en variadas figuras. Vence


lla.

Miguel y sus Angeles, y los demonios caen derrotados. Vuelven


á levantarse y empeñan de nuevo la lucha; pero finalmente son lan-
zados que en una hoguera envuelta en humo está repre-
al infierno

sentado cerca de allí. Mientras los Angeles, cargados con sus armas
y las de sus enemigos, mueven su ejército en círculo, aparece la
imagen del Niño Jesús sentado en su trono, á cu3^o lado hay un coro
de músicos que cantan e\ Jesu dulcís menioria. Acércanse de dos en
dos los vencedores con paso ordenado y le ofrecen los despojos. Todo
lo cual se hace al compás de la música.
Añade el P. Peramás que celebrando el General Cevallos fiestas
públicas en el pueblo de San Borja por el advenimiento al trono de
Carlos de España, hizo llamar de los pueblos á los cantores y
III

danzantes Guaraníes. Los cantores ejercitaron sus funciones en las


de iglesia, y los danzantes lucieron su habilidad en la plaza
fiestas

durante varios días delante del general, de los capitanes y soldados


y de un concurso innumerable de gente; presentando seis danzas
diversas cada día, sin que se repitiesen ni una vez en todas las fies-
tas; «pues eran» dice el autor «de aquellos á quienes el Padre José

»Cardiel, según voz común, había enseñado hasta setenta diversas


«danzas alegóricas» (1).

VII

MINISTROS DE LA IGLESIA 88
Como aun la misma ley española lo prescribía (2), en cada pueblo
había un sacristán principal indio con cargo de guardar los orna-
mentos sagrados y cuidar del aseo del templo. Debajo de su cuidado

(1) De administration, g'uaran. § XCIV.


(2) Ordenanzas de Alfaro, Ord. 48.Ley 6, ti't. 5, lib. 6, R. I.

20— Organizacióx social de las Docthinas Guaraníes.


-306-
y dirección estaban otros sacristanes menores que le ayudaban é
iban aprendiendo, y también los seis monacillos, á quienes servia
de maestro y tenía en escuela para que aprendiesen las ceremonias
sagradas (1). Enseñábales además á reparar los ornamentos sagra-
dos, para lo cual no sólo aprendían á cortar y coser toda clase de
ropa de lino y seda, sino también el bordado; y así ellos eran los que
intervenían cuando había que hacer algún trabajo delicado, y los
que, con las telas finas traídas de Europa, arreglaban toda clase de
vestidos, sea para las danzas de que hemos hablado, sea los suyos
propios (2). Y en esta parte había tanta destreza en las Doctrinas,
que hubo ocasión en que, habiendo de quedar inutilizado un orna-
mento por falta de algún trozo más de tela tejida con hilos de oro y
labores, pidió uno de los indios la muestra, y habiéndola deshecho
para hacerse cargo de ella, se comprometió á tejer de aquella con-
textura cuanto fuese menester y lo hizo A toda satisfacción.
Los ornamentos y todos los utensilios que servían para el culto
divino, se mantenían con la mayor limpieza y con todo el esplendor
posible. Así por ejemplo, «todas las alhajas que sirven al Bautismo
»se procuraba que tuviesen especial curiosidad y que no se ocupa-
»sen en otro ministerio; y no sólo las crismeras, sino la concha con
>-que se echa el agua consagrada, las fuentes, aguamaniles, salero

»y otros, que fuesen de plata: los capillos, toallas y demás lienzos,


'>con grandes puntas y todo primor labrados: aguas olorosas 3^ per-
» fumes, etc., de suerte que todo avivase la fe y aficionase á los sa-

ngrados ritos» (3). «Con semejante aseo estaban siempre todas las
«albas, amitos y manteles de los altares, sin tolerarse en ellos gota
»de cera ó mancha alguna: y si acaso caía, se ponían otros mante-
»les más limpios. Para barrer 3' regar la iglesia, había muchas per-
»sonas señaladas, que la tenían todos los días como las salas más
«principales de un palacio» (4). «Todos los altares», dice el P. Car-
diel (5), «están adornados con candelabros de plata. De los cinco
«colores de la Iglesia ha3^ tres frontales para cada altar 3^ otros
''tantos ornamentos sacerdotales distinguidos con preciosas cintas:
»de primera clase, de segunda 3^ de uso ordinario.»
Los monacillos eran seis, y todos ellos asistían en el presbiterio
en la misa cantada; dos respondían, dos llevaban el incienso 3' naveta,

(1) Xarque, Parte III, cap. XVI, núm. 4; Relación de las Misiones. §. Relí-
quum diei.
(2) Relación de las Misiones. § lamvero.
(3) Xarque, part. III, cap. XV'II, núm. 2.
(4) Id. cap. XVI, niim.5.
(5) De moribus Guaran, cap. \'I, § Altaría.
- 307 -

y otros dos los ciriales, que, como los incensarios, eran de plata.
En las misas de cada día, para el altar ma3'or asistían cuatro de
ellos, y para los laterales, dos. Su vestido propio cuando servían al

altar era zapatos, medias, sobrepelliz de lino y sotanilla del color


del frontal, rojo, violeta, verde ó negra. Los sobrepellices de uso
diario eran sencillos; pero en las fiestas mayores eran bordados y
con muchos adornos (1).

Los sacristanes estaban exentos de tributo según Cédula real (2).


Uno de ellos vivía siempre en la casa parroquial para acompañar al
Padre en los casos en que era llamado de noche á asistir á en-
fermos (3).

Dado el aprecio que los Guaraníes tenían de las cosas santas, no


había para los padres y para la familia de un niño mayor satisfac-
ción que el verlo elegir para monacillo y aparecer en el presbiterio
en las funciones sagradas; como también estimaban notablemente
el oficio de cantor, que venía á ser como especie de nobleza, así por
ocuparse en las alabanzas de Dios, como por llevar consigo la ins-

trucción mayor, pues acólitos y cantores eran tomados de los más


¿jptos alumnos de las escuelas.

VIII

EL DOMINGO 89
Al domingo llamaban los Guaraníes día de fiesta por antonoma-
sia (4). Al abrirse los domingos la iglesia por la mañana, entraban

al punto las personas mayores solas y repetían el catecismo como lo

hemos declarado en otro lugar, mientras los niños hacían otro tanto
en el patio parroquial y las niñas en el cementerio. Seguíase el As-
perges con capa pluvial y la misa mayor, que cantaba el Cura con
todo el coro de músicos, asistiendo en el presbiterio los seis mona-
cillos:y en ella se celebraban los matrimonios cuando los había, y
se predicaba sermón todos los domingos. Después de la consagra-
ción, el coro cantaba algún himno ó motete en latín ó castellano, y
algunas veces en su idioma Guaraní; }' como la música estaba aco-

(1) Cardiel, De moribus Guaran, cap. VI ,§ Altaría; Relación de Misionei,


§ lamvero. Xarque, part. III, cap. XVI, § 4.
(2) Ced. de 2 de Nov. de 1679: Apénd. núm. 7.
(3) Cardiel, Declaración de la verdad, núm. 80.
(4) De moribus Guaran, cap. XI, § Post números.
-308-
modada al sentido de la letra por los mejores maestros de Europa,.
3' cantos de la Iglesia respiran devoción, siempre excitaba en el'
los

pueblo sentimientos de gran piedad. Rezábase al fin el Acto de con-


trición el Bendito con toda la música. Repetía luego el
y cantábase
sermón á hombres 3^ niños uno de los cabildantes en el patio, y á
los
las mujeres 3^ niñas uno de sus alcaldes en el cementerio, según se
ha dicho; y á continuación contaban los Secretarios á todos los pre-
sentes para av^eriguar si alguien del pueblo había faltado á Misa: lo
cual era tanto más fácil de saber, cuanto estaban en la una parte
los hombres distribuidos y colocados por cacicazgos, y separados
de ellos 3^ distribuidos de la misma manera los niños; y en la otra,

separadas también 3" distribuidas por cacicazgos, las casadas, las


viudas y niñas (1). Cuando se notaba la falta de alguno, se averi-
guaba la causa de los que la podían saber y se anotaba para justifi-
carla á su debido tiempo: 3' si había faltado sin legítima causa, ha-
bía de sufrir el castigo, como lo prevenía la ley española (2). Pasado
algún tiempo, se celebraba la segunda Misa á la que asistían los

convalecientes los que habían llegado tarde del campo, ó por


3'

alguna otra causa habían tenido impedimento para asistir á Misa


mayor.
El resto de la mañana se destinaba á conferir sobre el estado del'

pueblo y las disposiciones necesarias para la semana entrante.


Después de la comida del mediodía tenían sus juegos públicos y
el ejercicio militar. El juego más favorecido era el de pelota, y usa-

ban pelotas de goma, con la particularidad de que, en vez de jugar


con pala ó con la mano abierta, usaban para rebatir la pelota de la
parte anterior y superior del pie. Los ejercicios militares y revista
tenían lugar todos los domingos, hallándose presentes el Cura 3' el

Compañero; 3' uno de los domingos de cada mes se elegía para tiro

al blanco (3). Ocupaban lo restante de la tarde los bautismos, los


ejercicios de la Congregación 3' el Rosario de la Santísima Virgen,
á lo cual se añadía una breve exhortación propia para fomentar la
devoción de esta celestial Señora con algún ejemplo en confirma-
ción de ella (4).

(1) Relación de Misiones § Orto iam solé.


(2i Ley 16, tit. 3. lib. 6.R. I,
(3) Órdenes de los Provinciales citadas en el cap. VII, § V.
(4) Relación g Orto iam.
- 309 -

IX

CONGREGACIONES QQ
Son Congregaciones cuerpos orgánicos que por la vitalidad
las
•de la Iglesia se forman en su seno, y en las que se juntan los fieles

que desean vivir con más perfección, añadiendo al cumplimiento de


sus obligaciones la práctica de alguno de los medios de santidad de
que tan fecunda es la religión cristiana.
En las Doctrinas se hallaban establecidas dos Congregaciones:
una de San Miguel Arcángel y otra de la Santísima Virgen.
A la de San Miguel eran admitidos los niños y niñas desde doce
<iños y permanecían en ellas hasta los treinta. A la de la Santísima
Virgen con la advocación de alguna de sus fiestas, podían ingresar
en pasando de treinta años, habiéndose señalado en observar las
virtudes de congregantes. En una y otra se recibían y conservaban
sólo personas que fueran probadas en piedad y buenas costumbres.
Los congregantes confesaban y comulgaban cada mes, y tam-
bién para la fiesta principal de la Congregación, que se procuraba
celebrar con toda la devoción 5' lucimiento posible. Y podía hacerse
así, porque había pueblos en que los congregantes llegaban hasta
ochocientos. Elegíanse cada año Prefecto, Asistentes y los demás
oficios propios de la Congregación.
Los domingos por la tarde tenían sus juntas ordinarias en que
se ejercitaban en las prácticas piadosas acostumbradas en tales
Congregaciones, 3' un Padre les hacía una plática para exhortarles
á cumplir con los deberes de fervorosos congregantes. Como más
aventajados en virtud, eran también los congregantes los que m;is
se señalaban en obras de misericordia, en dar limosnas, en asistir á
los enfermos y velar á los difuntos.
El día dela admisión les entregabael Misionero la misma carta

de esclavitud de Virgen que ellos habían presentado ofreciéndose


la

al servicio de la Reina del cielo; y ellos la guardaban, llevándola

siempre al pecho con singular estima. Y no había castigo de mayor


sentimiento para ellos, que el haberles de quitar el Padre la carta
de esclavitud 5" borrarlos de la Congregación por no corresponder
su conducta á las obligaciones de congregante. Ni había á su juicio
más clara y convincente respuesta cuando eran acusados de alguna
falta, que el hacer ver que eran congregantes, como que en uno que
-310-
se había Madre de Dios y se le mantenía fiel, no se
consagrado á la

habían de presumir en modo alguno obras menos cristianas ó re-


prensibles. La promulgación del nuevo Prefecto se hacía entregán-
dole el estandarte en que se hallaba pintada la imagen de la Santí-
sima Virgen (1).
Cuan agradables fuesen á Dios estas Congregaciones lo mostró
el hecho de haber manifestado el Señor expresamente que no se ha-

bía condenado ninguno de los que habían perseverado en ellas (2),

SEMANA SANTA

Las solemnidades que la Iglesia católica celebra en la semana


Mayor ó Semana Santa, eran para los Guaraníes de gran recogi-
miento y piedad.
Purificaban su conciencia todos en el tiempo precedente con la

recepción de los Santos Sacramentos de Penitencia y Comunión, con


la que, según el privilegio que tenían del Sumo Pontífice, cumplían
cou el precepto pascual; y avivaban su fe asistiendo á los sermones
que en tiempo de Cuaresma se predicaban no sólo el domingo, sino
también otros dos días entre semana, miércoles y viernes, y acom-
pañando el deseo de enmendar sus costumbres que les había desper-
tado la exhortación con actos de fervorosa penitencia, tomaban en
tales días, que conmemoran la pasión del Señor, una recia discipli-
na, ordinariamente de sangre.
Las funciones de los tres últimos días se hacían conforme al Ri-
tual,empleando en ellas gran solemnidad, con todo el coro de los
músicos en cuanto á la parte de voces, pero con sólo el acompaña-
miento de los instrumentos más graves. Al acabar el Miserere en el
oficio mas éste no era otro que el de los
de tinieblas hacíase ruido,
azotes que un gran número de gente tomaba por su voluntad.
El Jueves Santo por la noche se predicaba sermón de Pasión y
en seguida se ordenaba la procesión de Pasión. Preveníanse treinta
ó más niños de nueve á diez años con vestido talar, cada uno de los
cuales llevaba alguno de los instrumentos con que fué atormentado

(1) Relación de las Misiones § Orto iam; Cardiel, De morib. Guaran, capí-
tulo VI §Duae sunt; Xar(,)uf.. part. III, cap. XV, §5.
(2) MoNTOYA, Conquista espir. § XLI.
-311-
el Señor, c iba acompañado de dos hachas una á cada lado. Ordena-
dos en el patio parroquial, 3^ pasando por delante del Preste, que es-

taba revestido con capa pluvial y sentado junto á la iglesia, entraba


en la iglesia el primer niño que llevaba las cuerdas con que ataron
A Nuestro divino Redentor, y con lamentable voz decía en su lengua
Guaraní y en canto acompasado: Estas son las prisiones con que
Jesús nnestro Redentor se dejó atar por nuestros pecados. ¡Ay, ay,
Salvador mío y Señor uiio! Llegado al centro de la iglesia y puesto
frente al tabernáculo, hincaba la rodilla y salía después al pórtico.
Venía luego el segundo niño llevando una figura de mano, y can
tando decía: A la cara de Jesús dio esta mano una bofetada^ y por
nuestros pecados la sufrió el Redentor. ¡Ay, ay, Salvador mío y
Señor mío! Así pasando los demás, y acabados todos, seguía la pro-
cesión alrededor de la gran plaza y entonaban los músicos el salmo
Miserere. Iban saliendo conducidos por los indios diferentes pasos de
que en buen número y labrados de cuerpo entero por ellos
la Pasión,
mismos, había en todoslos pueblos. Al presentarse la imagen del
Señor azotado y atado á la columna, 3' de la Virgen Santísima que
cerca de allí aparecía llena de dolor, excitábase un gran llanto de
las mujeres por toda la plaza, y desde entonces acompañaba la pro-

cesión hasta su vuelta á la iglesia un terrible estrépito de azotes con


que multitud de disciplinantes despedazaban sus carnes, mientras
continuaba el lúgubre son de las trompas y el canto del Miserere.
En medio de todo esto, el orden y el silencio en esta procesión, como
en todas las de los Guaraníes, era admirable; 3' aun para que en nada
se perturbase aquel concierto, no se permitía que ningún discipli-
nante fuera en el procesión; sino que todos quedaban á
cuerpo de la

la parte exterior de las Al llegar á los puntos de la plaza donde


filas.

había cruz, se suspendía un poco la procesión, se cantaba algún


devoto himno propio del tiempo, y se terminaba con la oración de
Pasión cantada por el Preste (1).

La devoción á la Pasión del Señor, y la costumbre de celebrar la


Semana Santa con semejantes procesiones y con rigurosa mortifica-
ción corporal echó tan hondas raíces entre los Guaraníes, que en
1818, cincuenta años después de haber sido expulsados los Jesuítas,
halló un testigo presencial viva la misma piedad en los habitantes
de las Misiones orientales del Uruguay, y presenció análogas esce-
nas, que describe en el tomo IV, pág. 342 de la Revista trimensal do
Instituto geographico e Jiistorico brasileiro. El escritor se muestra

(1) Cardiel, De mor ib. Guaran, cap. VI, § Pleno musicorum; Xarque, part. II' ,

cap. XV'III, núm. 8.


-312-
asombrado de aquellas durísimas penitencias; y juzgándolas con el
criterio del siglo xixy de la impiedad, las censura y hasta las trata
de bárbaras y salvajes; pero el espíritu del siglo no puede conducir
á juicio recto en esta materia que no entiende, como tampoco otras
muchas; y sólo prorrumpe en juicios erróneos y escándalos fari-
saicos.
Cuanta había sido la tristeza }' duelo con que los Guaraníes acom-
pañaban los padecimientos del Salvador, otra tanta era la alegría
que les traía el recuerdo de su gloria 3' triunfo en la Resurrec-
ción.
Ya el día de Sábado Santo, luego de sacar fuego del pedernal
conforme al oficio de aquel día, se encendía una gran hoguera en el
pórtico de la iglesia; y tan pronto como el Sacerdote había bendecido
aquel fuego nuevo, se arrojaban alegres á la hoguera, y arrebatando

cada uno su tizón, lo llevaban á sus casas. Al amanecer del día de la


Resurrección concurrían todos al templo, oyéndose resonar por to-
das partes flautas y tamboriles. Hallábase la iglesia engalanada con
multitud de luminarias y con vistosas colgaduras. En dos tronos se
veían colocadas las dos estatuas, una del Salvador, otra de la Virgen
sin mancilla, su benditísima Madre. Por un lado salía de la iglesia y
emprendía su procesión alrededor de la plaza el Sacerdote con el
coro de los músicos y la multitud de los hombres del pueblo llevando
la imagen del Salvador: por el lado opuesto salía la muchedumbre de
las mujeres con la estatua de la Virgen delante. Los Oficiales del
Cabildo y de la milicia tremolaban cuanta bandera podían haber á
lasmanos, los acólitos no cesaban de hacer lesonar sus campanillas,
y se oían continuamente las armonías de los instrumentos y las voces
de los cantores que repetían el Regina caeli laetare. Cuando entram-
bos grupos habían adelantado el espacio de dos caras de la plaza
en su camino alrededor de ella, llegaba el momento del encuentro de
hi Madre con el Hijo divino, á quien, inclinándose tres veces hacía
reverencia, y todo el pueblo con ella hincaba las rodillas al Señor re-
sucitado. Agregábase una danza alegórica muy devota, )• entraba
entonces toda la procesión en la iglesia á la Misa solemne y sermón
propio del día (1).

Lo que en ésta y semejantes circunstancias mayor consuelo daba


á los Misioneros, era el
ver una multitud de fieles que de su propia
voluntad y convenientemente dispuestos, se acercaban á recibir la
sagrada Comunión; porque sabían muy bien los indios, como con es-

(Ij Cakijikl, De morib. giiarati. cap. \'I. s Ii\ Resiirrectione.


-313-
raero se lo inculcaban los Padres, que siendo verdad que Dios se com-
place con el culto externo y con las mortificaciones corporales, y por
esto tiene ordenados los ritos y penitencias en su santa Iglesia; es
mucho más aún agrada la enmienda de las costumbres y la
lo que le

unión con su divina Majestad, que se verifica por la recepción digna


de este santísimo Sacramento (1).

XI

CORPUS 92
Donde entre todas las fiestas del año lucía preferentemente la
piedad y suave devoción de los Guaraníes, era en la fiesta del Santí-
simo Corpus CJiristi. El día precedente se cantaban solemnes Víspe-
ras, dividiéndose los músicos en tres ó cuatro coros que alternaban
en los salmos, 5^ asistiendo todo el pueblo. Seguíase alguna danza en
la plaza 3' el Rosario de la tarde. Antes de amanecer el día de la fiesta,
el repique solemne de campanas despertaba á todo el pueblo. Des-
pués de confesados los que habían de comulgar y no lo habían podido
hacer én los días antecedentes, y de alguna devota danza como la
tarde pasada, mientras el pueblo se acababa de congregar en la pla-

za; entraban todos á y se celebraba la Misa con toda so-


la iglesia,
lemnidad y con el lleno de instrumentos y voces, habiendo en ella
sermón y comulgando multitud de personas después de la comunión
del Sacerdote.
Hasta aquí la fiesta se asemejaba á las demás de entre año; pues
en todos los días más solemnes que celebra la iglesia durante el año
se procedía de modo análogo al que acabamos de explicar. Única-
mente se diferenciaba en el número ma3^or de comuniones.
Pero lo que daba su carácter á la fiesta Guaraní en este día era la
procesión que tenía lugar al fin de la Misa solemne. Para ella se ha-
bía preparado con vistosa curiosidad la gran plaza. Días antes habían
salido al bosque y acarreado troncos y sobre todo gran cantidad de
ramaje verde. Con cañas y maderas labradas y pintadas formaban
dos paredes paralelas de enrejado convenientemente separadas por
todo el trayecto que había de recorrer la procesión. De trecho en
trecho se levantaban entre una y otra pared arcos triunfales, y á

(1) Relación de las Misiones, § Plus aequo.


-314-
veces cúpulas de diez metros de alto. Todo este armazón se revestía
de verdura y flores, y cada arco corría á cuenta de un cacique con
sus vasallos, esmerándose todos en el adorno del suyo. Al mismo
tiempo se habían afanado en cazar y traer vivos cuantos animales
podían haber á las manos: papagayos, avestruces, quirquinchos, y á
veces las ñeras más bravas (1) atadas en aquellos arcos, eran los tapi-
ces y colgaduras que solemnizaban la fiesta: las aves de toda especie
y hasta los peces de los ríos hacían que sirviesen en esto á su Cria-
dor (2). Y el que más no podía contribuía para el adorno con galli-
nas, perdices, pavos y otros animales comestibles. Sin contar con el
adorno de los animales vivos, agregaban las frutas más exquisitas
que podían recoger y las legumbres, semilbis y raíces de sus semen-
teras. En lo alto de los arcos se dejaba ver una imagen principal de
algún santo, obra de pintura ó escultura, y otras menores á su alre-
dedor. El sucio estaba alfombrado de flores y yerbas olorosas. Las
mismas plantas que en seguida les habían de servir para sus semen-
teras las disponían ó en altarcitos que formaban con la imagen de
algún santo, ó á veces en esteras dispuestas de modo que pasase por
Sacerdote que llevaba el Santísimo Sacramento. Los anima-
ellas el
les vivos, los frutos de la tierra y aun algunas obras que artificiosa-
mente preparaban para este día, querían que estuviesen en el camino
por donde pasaba Jesucristo en persona, para que fuese reconocido
como Rey de cuantas criaturas había en su tierra: las semillas, para
que él las bendijese y prosperase el fruto que de ellas habían de co-
sechar. A los cuatro costados de la plaza se disponían cuatro altares
adornados con mucha curiosidad y más devoción, y coronados tam
bien de su cúpula.
Abrían la procesión algunas compañías de soldados con todas sus
insignias, con cajasy clarines, que á sus tiempos hacían salva y ba-
tían banderas. Venía luego la procesión propiamente tal con pendo-
nes, cruz parroquial y palio bajo del cual iba el Señor llevado en
manos del Sacerdote. Delante se ordenaban los niños en dos hileras
con las manos puestas, siguiendo unos á otros en igual distancia y
gobernados por sus Superintendentes. A continuación los hombres
del pueblo con sus velas en las manos. Luego la congregación de
San Miguel con su estandarte é insignias y las andas propias del
santo: y á lo último la congregación de la Santísima Virgen, donde
venían los Caciques, Capitanes y las personas más virtuosas del

(1) Xakoue part. III. cap. XVÍII, núm. 2.


í'2) Carta anua del P. Prov. Diego de Torres sobre la nueva reducción de San
Ignacio guazú en 1613.
pueblo. Después del palio junto al cual caminaban los acólitos reves-

tidosy si algún eclesiástico acertaba á concurrir, venía con luces


el

Cabildo con su Corregidor, Alcaldes. Regidores, Alguaciles, Fisca-


les de la Doctrina, y Oficiales de milicia, todos con sus trajes de
gala. Cerraban la procesión las mujeres. «Lo más precioso de esta

procesión» dice Dr. Xarque (1) «}' lo más grato al Señor á quien
el

»se festeja, es la suma devoción que en ella se observa... Toda esta


«multitud se mueve con tal silencio, que no hay persona, ni aun rau-
»chacho, que hable una palabra ni obre una acción poco digna de
»hacerse delante de Cristo sacramentado.» Iban todos con las manos
junto al pecho, los ojos no divagando alrededor, sino modestamente
recogidos: la voz ocupada no en vanas palabras ó en risas, sino en
cánticos sagrados. De tiempo en tiempo incensaban algunos de los

acólitos,y alternaban con ellos otros derramando flores delante del


Santísimo; ó arrojando hojas de árboles olorosos, ó también granos
de maíz tostado que con estrépito peculiar se abrían en forma de
una flor.

Cuando el Sacerdote empezaba á caminar con el Santísimo Sa-


cramento en las manos, resonaban cuantos órganos, arpas, cítaras,
trompetas, flautas y tambores había en el pueblo. Al llegar á la pri-
mera capilla de las esquinas; depositaba la custodia sobre la mesa de
altar, la incensaba, y después del canto de los músicos, entonaba la

oración de Sacramento. Sentábase luego Sacerdote y lo mismo el

hacían los Cabildantes y Oficiales de milicia; y al punto se adelanta-


ban vestidos de gala los danzantes, ocho, diez ó más, ejecutaban 3-

una de las devotas danzas alegóricas que tenían sabidas. En una de


ellas salían diez jóvenes con trajes asiáticos cada uno con su naveta
de incienso con fuego que no cesaba de humear hasta el fin de la

danza. Inclinaban la frente hasta el suelo á usanza de su nación. Dos


de ellos empezaban el Lauda
y á compás hacían
Siotí Salvatoi'em,

sus pausas interrumpiendo el canto y ofreciendo incienso. Repetían


la misma estrofa los demás acompañada de danza. Volvían los dus

á incensar mientras cantaban la segunda Quantum potes tantiiin


ande; y volvían los otros á la danza repitiendo el Lauda Sio7i. Así
se continuaba hasta terminar el himno, alternando el canto, danza é
incienso. Acercábanse los dos por fin, repitiendo sus genuflexiones
al compás de la música, y depositaban sus navetas en el altar (2).

— Otras veces se presentaban cuatro con traje de Reyes, figurando


cuatro partes del mundo, con coronas en las cabezas y cetros en

(1) Part. IIÍ, cap. XVII, núms. 3 y 4.

(2) Cardiel, De moribus guaran, cap. VI, § Solemnis aeque.


-316-
las manos, y llevando escondida en el seno la imagen de un corazón.
Hecha su genuflexión á compás, empezaban á cantar el Sacris so-
leinitiis, y luego ejecutaban una danza grave que no desdijese de la

majestad á quien adoraban y de la que representaban. Seguían al-


ternando canto y danza, 3' sucesivamente ofrecían, postrados ante el
Rey de Reyes sus cetros 3' sus coronas; 3^ á lo último, llevándose de
improviso la mano al pecho, le entregaban el corazón (1). — En las
demás capillas se detenía también la procesión, 3' se ofrecían á Jesu-
cristo sacramentado semejantes obsequios, variando los cantos 3' las
alegorías. Al terminar la procesión, recogían cuanto fruto 3' alimento
habían ofrecido al Señor en aquel día y lo ordenaban en el patio
parroquial; y esperaban que llegase de la iglesia el Padre, quien in-

mediatamente lo distribuía para socorro de los enfermos, á quienes


luego lo llevaban.
Tal era la devotísima fiesta del Corpus entre los Guaraníes,
y se ve que la entablaron desde mu3^ temprano, pues de la reducción
de San Ignacio Guazú escribe el Provincial P. Diego de Torres en
carta anua á los dos años de su fundación: «La fe 3" devoción que
«tienen al Santísimo Sacramento es muy particular, 3^ es buen argu-
»mento de esto la primera fiesta que le hicieron el año pasado en el

»día de su santa solemnidad, porque señalándoles en cuadro delante


»de la Iglesia el puesto que habían de adornar para la fiesta, los Caci-
»ques y sus Indios lo compusieron y adornaron á porfía 3' piadosa
«competencia con muchos arcos y otras cosas de ver que los adorna-
»ban, colgando en vez de tapices y paños de oro todas cuantas me-
«nudencias tienen de sus cosechas, y muchos animales y caza del
»campo, papagayos, avestruces, quirquinchos, haciendo que hasta
»los peces de los ríos sirviesen en esto á su Criador 3' al aparato
»de su fiesta.»
Tanta devoción conocida en Europa, mereció del Pontífice Bene-
dicto XIV esta singular alabanza: «Mucho más felices que los grie-
»gos (que ni siquiera tienen procesión de Corpus) son los cristianos
»del Paraguay, cuya piedad en la fiesta y procesión del Corpus difí-

»cilmente habrá quien la lea que no sienta conmoverse su ánimo con


«íntimo 3' suave afecto de consuelo. Expónela muy bien Luis Anto-
»nio Muratori en la Relación de las Misiones del Paragua3' que dio
»¡i luz en 1743, cap. 15.» (2)

(1) Cardikl. De moribus guaran, cap. VI, § Soleinnis aeqiie.


(2) Bhn. XIV, De festis Domini Nostri Jesii Christi, lib. 1. cap .XIII.
317

XII

FIESTA DEL SANTO 93


En el día de la fiesta de su Santo titular desplegaba cada pueblo
aparato militar especial, que se compenetraba con la solemnidad re-

ligiosa y es mu}^ digno de ocupar la atención.


Había mayor concurso que de ordinario, porque se convidaban
las reducciones más cercanas 3^ de ellas venían tres ministros sagra-
dos para la Misa ma3^or y el Cabildo entero con muchísima gente
del pueblo. Salíanlos á recibir del pueblo de la fiesta los Padres y las
autoridades y gente de guerra, con la más lucida cabalgata y con
los mejores jaeces y aderezos que tenían. Bajaban los huéspedes
en el pórtico de la Iglesia, donde eran introducidos cantando el
Te Deum.
La vísperaal medio día se señalaba con solemnísimo repique de

campanas, á cuyas alegres voces se juntaban las de los clarines y


chirimías, y el estrépito de las salvas, principalmente delante de la
casa del Alférez Real, donde estaba ya el Estandarte Real debajo
de dosel y con todo adorno. Formábase el acompañamiento á caba-
llo, en que iban quinientos ó más montados, parte del pueblo, parte

de los convidados de fuera, usando la milicia en este día de los


doscientos caballos de guerra que se debían tener en cada reduc-
ción en buen estado para cualquier caso de necesidad repentina, j
por emplearse únicamente en este día se llamaban caballos del San-
to. Precedían algunas compañías de infantería, siguiéndola luego
esta lucida tropa de caballería, y así se paseaba por algunas calles
elEstandarte Real en manos del Alférez, llevando las borlas los Co-
rregidores convidados ó los Alcaldes del pueblo, y batiendo ante él á
trechos las banderas, y haciendo resonar el aire con las aclamaciones
militares al Rey: Toicobengatú ñandeMburubichd giiasú: viva nues-
tro Rey; toicobengatú ñande Rey marangatn: viva nuestro buen
Rey; toicobengatú ñande Rey Fernando Sexto ó ñande Rey Car-
los III etc. viva nuestro Rey Fernando Sexto (1) ó nuestro Rey Car-
los III (2), etc. Llegados á la plaza de la Iglesia, se apeaban todos
menos Alférez Real, quien se mantenía á caballo hasta haber en-
el

tregado el Estandarte al Alguacil mayor. Apeábase entonces, asis-

(1) Cardiel, Declaración de la verdad, núm. 67.


(2) Peramás, De admin. guaran. § XCIII.
-318-
tiéndole al estribo uno de los principales Capitanes, y tomando de
nuevo el Estandarte á la puerta de la Iglesia, era recibido allí por el
Párroco con la ceremonia de la aspersión del agua bendita, primero á
él y después á todos sus acompañantes; y luego conducido cá la capilla

mayor, tenía sitial y alfombra ese solo día. Al entrar en la Iglesia, el


coro entonaba el Magníficat que se continuaba con toda solemnidad,
y al llegar al Gloria Patri resonaban cuantos instrumentos había en
el pueblo. Terminado el himno, conducía el Alférez su Estandarte

á un castillo que se hacía para aquel día en la plaza y donde se colo-


caba el retrato del Rey. Hacía allí su homenaje y rendimientos ante el
retrato Real(l), y luego depositaba el Estandarte en el mismo cas-
tillo. Desde este momento empezaban escaramuzas y ejer-
las justas,
cicios de armas, las carreras de á pie y de á caballo en honra del
Santo y de su fiesta y en celebridad del Estandarte Real, acompaña-
das de las acostumbradas aclamaciones militares; y continuaban toda
la tarde y todo el día siguiente. —
A media tarde, cuando se tocaba
á las Vísperas solemnes, puestos los Padres á la puerta de la Iglesia,
recibían al Alférez Real de la misma manera que al mediodía. Aca-
badas las Vísperas, continuaban los juegos aun en la noche, entre
repiques, luminarias y fuegos artificiales.
Recibíase el día siguiente al Alférez Real con la misma solemni-
dad para la Misa mayor; en la cual, al llegar el Evangelio, desen-
vainaba la espada y desnuda la mantenía levantada en alto, acción
propia del príncipe cristiano cuya persona representaba aquel día,
con la que muda pero elocuentemente protestaba que como autoridad
profesaría y defendería el Evangelio con el poder público, así como
todos los simples fieles se ponen de pie en testimonio de querer cum-
plir con sus obras lo que la doctrina evangélica les enseña. — Termi-
nada la Misa y en la misma mañana, tenía lugar un alarde ó simula-
cro de batalla en la plaza entre tropa de caballería y tropa de
infantería. En el centro de la plaza se colocaba en orden un batallón
de infantería, habiéndolo cercado la caballería, que tenía además
ocupadas las bocacalles. De uno y otro ejército salían los emisarios
hasta encontrarse para parlamentar, y como no se llegasen á ave-
nir, se daba la señal de la pelea disparando un arcabuzazo. Arreme-

tían los caballos al centro del batallón, y la infantería usaba de todas


sus armas para defenderse, lanzando flechas, valiéndose de los escu-
armas de fuego á los pies de los caballos.
dos, y hasta disparando las
Después de muchas tentativas y repetidas cargas, llegaba á romperse

(1) Cakdih., ubi supra.


-319-
la formación de alcanzando alguien á arrebatar una
la infantería,

bandera que cá todo galope paseaba triunfante alrededor de la plaza,


teniéndola siempre desplegada, ejercicio que requería grandes fuer-
zas. Rehecha la infantería en parte, empeñábase de nuevo el com-
bate, pero dentro de poco, hostigada cada vez con más furia, se decla-
raba en completa derrota, dispersándose y desapareciendo por todas
partes. A la batalla se seguía una danza junto al pórtico de la Iglesia,

y luego el convite.
Para estos convites, que tenían lugar también en algunas otras
fiestas principales, se prevenían en diversos parajes del pueblo me-
sas colocadas en los corredores ó soportales que había delante de las
casas, señalando á alguno de los cabildantes ó caciques más respeta-
dos para que cuidase de todo lo necesario á cada sección. Distribuíase
á cada sección de parte de mañana una vaca, que ellos cuidaban
de preparar para el convite, añadiendo de su parte legumbres, bata-

tas, mandioca y otros comestibles propios suyos. Algunas veces


ellos mismos hacían para esos días pan de trigo, mas era raras veces

y en pequeña cantidad, así porque era muy poco lo que sembraban,


como porque les repugnaba la complicación de faenas que aprehen-
dían en la fabricación del pan. Cuando todo lo tenían á punto, iban
los convidados sección por sección á la casa parroquial, llevando en
una mesa la imagen de su Santo y juntamente algunos panes, tortas
ó gallinas asadas, y lo colocaban todo con orden en el patio para que

el Padre bendijera á los convidados y su convite. Al lado de cada


una de estas mesas ó andas ponían en el suelo su bebida, que era una
chicha floja encerrada en cántaros rústicos fabricados de calabazas.
El mayordomo del pueblo agregaba al lado de los cántaros un tarro
de sal, otro de yerba, otro de miel de caña y otro de tabaco en hoja
para mascar, con una cesta de mermelada y otra de naranjas. Lle-
gados los Padres, empezaba uno de ellos la bendición, que continua-
ban los músicos cantando. Luego tomaba cada sección sus mesas }'
emprendían la vuelta entre el apáralo y estruendo de la milicia que
los había acompañado. Encontraban en la plaza un escuadrón de
caballería, que con carreras y juegos militares los saludaba y obse-
quiaba, deteniéndose allí un momento, y luego llegaban á su propio
lugar, donde poniendo la estatua de su Santo al lado de las mesas,
celebraban su rústico banquete. Comían en público sólo los varones;
mas de aquellos manjares se enviaba alas casas, donde participaban
del convite los demás de la familia (1).

(1) Cardiel, De moribus guaran, cap. VI. § In plerisque.


- 320 -
Por la tarde era una de las acciones obligadas el repartir premios
en los juegos. Para esto se disponía en la plaza un tablado donde se
colocaban sillas para los Padres y los huéspedes, que habían de ser
jueces del mérito y destreza de los que concurrían en la plaza. Al
lado de cada uno de ellos estaban los premios en sus montones y á
veces en cestas. Corríase la sortija, ejecutábanse representaciones
dramáticas y varios certámenes militares y escaramuzas con las
aclamaciones de costumbre al Re}', y se procuraba que fuese tal la
abundancia de recompensas y el tino en repartir, que no hubiera en-
que tomaban parte en aquellos ejercicios nadie sin algún pre-
tre los
mio, por corta que hubiera sido su habilidad.

XIII

ESTABLECIMIENTOS DE CARIDAD

Los establecimientos especiales de caridad de que nos ha que-


dado memoria, eran el hospital y el cot'iguasn ó casa de refugio.
El hospital, asilo de los enfermos, lo hallamos establecido en los
tiempos de grandes contagios que por desgracia cundían tanto entre
los Guaraníes. «Acabada la furia de la peste del sarampión», dice el
Padre Boroa (1) «quedaban aún [en la reducción de los Santos Már-
»tires del Caro] muchos enfermos de cámaras, y como el Padre [Je-
»rónimo Porcel] vio el trabajo pasado que había tenido con los
«enfermos, procuró hacerles un hospital donde estuviesen los enfer-
»mos acomodados: una casa con sus repartimientos y camas acomo-
»dadas, repartiéndoles en algunas personas de caridad que mirasen
»y cuidasen los enfermos, donde el Padre podía acudirles con facili-
»dad con todo lo necesario. Acudían á este hospital los indios de la
«esclavitud de Nuestra Señora á ejercitar su mucha caridad con los

«enfermos, á aderezarles las camas; y lo mismo hacían las indias,


«barriendo toda la casa, y fregándoles los platos y pucheros en que
«comían, lavando las alhajas de los que morían, con grande admira-
»ción y edificación de ellos mismos». Y
semejante cosa dice de Can-
delaria del Uruguay (2), pueblo de seiscientas familias con cinco mil
almas, donde «tenían [los congregantes de la Virgen] el hospital tan

(1) Anua de las reducciones del Uruguay en 1637, en Trelles, Rev. del Ar-
chivo, tomo IV, pág. 73.
(2) Ibid., pág. 77.

«limpio V .'isc.kIo, ((lie c.ins.ili.i (|cv()(i('iii v r d ((nisii'lo y ;ilc^i í.i

•M()ii t|iic les ;icii(li.i II 1 1 .1 \(ii(l(>l<s |( 11,1, V ;i^ii;i, y (le i oiiici , con mil
Aclio ( liid.ido, \' siilldo los (iilciiiios ;'l veces C.'ISÍ (loscHli toS". I'llcí ;i

tic l;is cil(lllisl;ilici;is de pesie no p.ireee cpie liiesi' iis.ido el liospil.il,

pues l.'i pr.ictic.'i común ei ,i si r .isislielos los i nleiinos por un (inii


:niyií . y visil^ilos IVecnenlemeiile en sus c;is;is poi (I ( iii ;i, (piieii les

adniinislr;ih;i ;illí los S.'ici.iimnlos, y .inn ,iliiiii;i expres.imenle ( I

cloelor X.iiípie 1,1 repiiiMi.inei,! (\w liiii.in ;i ser ondinidos


< ;i I liospi-

l;il, por MI }¿,\ n\i .imoi ;i los <le su l:iinili,'i ( I ).

('()/'/L(//(f.'y/t sieiiiíici (ílhcrr.iic iiiiiv (¡ilui:.:, \ ei,i (I edili( lo ú est;i-


hlccimieiilu de 1 el ii^io IKiiii.ido i iisd d r nu i)i'_i(hi\ . I'.st ;i l);i si(ii;ido 'ii

l;i pl;i/,ii iii,i\'oi, sep;ii;i(lo de l;i ij^lcsiíi y (iilei ,11111 ni i- ,1 isl.ido, de


suerte (pie de lin;i p.llle de 1,1 Ím|(.s¡;i esl,l!),l el < (ti 1,1' 11,1/11, \' de 1,1

olr.'l (d ceinenleiio, e,is;i de los i'.idres, p;il 10 p;i 1 1 oipii;! I yp.ilio de


olicios. /\ pes.ir de li;il)( T des;ip;ire( ido ( 011 (I tiempo esl,i c;is;i ''2j,

llílll (pied;i(lo hieii (|;ir;iineiite sep;ii;idos los eim ieiitos de SU coilS-

trucci(')n, como los encontr(') y (.leline(') en S.'in ieii;ici() Mirí el;i}.MÍ-


meiisor I )oii |ii;in <,)iieiii I en JS'W, y pueden verse en su li;i/;i(lo (.'!j.

I'^l coli^u;i/.ú esl,il);i (lestiii;ido ;'i ;ill)ein;,i|- lod.'is l;is viiid,is (l( I piieMo
que volniít ;iii,iiiieii|e (piei i;iii vivir .dli; l;is cu;iles lorin.i h.in uii.i

especie de ( ( )in u Pid.id f (»l)'iii;id,i por uii.i siipeí loi.i ;iiiei;i ii;(: ( ii;indo

li;ihí;iii de s;ilii no lo li,ie¡;iii sino innt.'is. Moi;ili;in l,inil>i('n ,'illi l.is

mu jeres de los (pie e:,l,il);in liiiidos 11 en vi,i)es de l;iií_',i diiiacii'in,

SI en (d pii'hlo no l<ni,iii ( omodiiLid de vivir hieii por l;ill;irles

p;i(.lres ('»
p;ii leiilcs (pie euid.isen de ( ll.is; y l;iinl)ii'ii l;is viii(l;is eii\'o

lii-()ceder ei;i menos ;i ¡usí ido ,


y (Kih.i (pie (le(ireii(l piK l)!o í'I). I'i-

n.'ilinente, ( r.in eiivi.id.is ,illi l.is iiinjeics (pie li;il)i;iii de snlrir peni-
tfnci;i de i'í lusi'Mi por ci'i (.0 (ii-mpo. I';ira todo esto había sus di-
p,irt;i meiltos espeei;ile',. I ,;i coiist I IK ( KMl de 1,1 c.isa de [(d 11^.", i( »
'')
d'

rc:c()^idas er;i l;i misma (|iie l;i de l,is casas del pueblo: de un solo
piso y c()n sop')it;iles cori'idos; s(')lo cpie ('-stos daban ;'i la p.iile inte-

rior. L;is |iersoii;is (pie vi vi;in en l.i c;isa (!<! rcro^id;is eran siis(( li-

tadas con los h.iberes d(d comriiid«l pinlilo. A yiid;i l),in l;iinl)iiii ;il

pueblo hilando su tarca.


A los establecimientos de c;iri(l;id podi.i reducirse l;i lio'.pedei i.i,

ilond'- ;jratuila mente er,iii .'ilojados y siisleiit.idos los (pi'- de otr;is


partes llee;d);iii ,'il piK blo; y en L',<'ii''ral se puede dec ir (pie 'I car.'n l'r

íl) l';ul<' III, ciip. XVII, rnim. I.

(2) Dom.AH, IVlcnioriíi históricíi de MisioncH, parte 2.'\ ni'im, 97.


(;}) Traza d(í las ruinas ihr San l^fiiacio Miní, al pritic. d<^' esto tomo.
(\) I'i'kamAs, I)c' alniíiusí ral ion. junaran. XI.VIÍ, nol. (!.

'¿\ Ol'i.AM/A. ló- II. |,|' I A', une f |/í,v A'. i.lIAWAN'll'
-322-
propio de los Guaraníes era generoso 3" hospitalario, tan inclinado á
socorrer á los necesitados, que compartían con ellos cuanto tenían
sin acordarse de sí; y esto no sólo sucedía de individuo á individuo,
sino igualmente de pueblos á pueblos.

XIV

95 EL CURA Y EL COMPAÑERO

Por ser estas dos autoridades las que intervenían en el gobierno


espiritualy en la dirección temporal de los indios, conviene estudiar
en especial sus verdaderas atribuciones. El Cura era el único párroco
propio de la reducción ó doctrina. El Compañero ó Compañeros
(pues algunas veces había más de uno) eran en cuanto á la disciplina
religiosa subditos del Cura, y en el cargo parroquial eran vicarios
ó tenientes suyos: y como tales, tenían en lo espiritual la jurisdicción

que Cura les delegaba. Y de la misma manera, por estar consti-


el

tuido elCura en aquellos pueblos de indios perpetuo asesor que diri-


giese las operaciones del municipio, tenía el Compañero en este
cargo temporal la parte que al Padre Cura le pareciese conveniente
asignarle.
Bien lo entendieron los indios Guaraníes, quienes al Cura, aun-
que fuese el más joven, llamaban en su expresivo lenguaje Paí
tuya, Padre viejo, entendiendo que en él residía la verdadera auto-
ridad de padre y ministro espiritual 3' de consejero temporal del
pueblo; y al Compañero, por más que fuera bien entrado en años,
llamaban Paí minié Padre joven, como que en lo temporal 3' en lo
espiritual estaba subordinado al Cura. Así lo nota el P. Parras: «Al
Cura, aunque sea mozo, le dicen Pai tiiyá, Padre viejo: y aunque
sea viejo el Compañero, le dicen Paí uiiiii Padre chiquito» (1). No
,

podía significarse más propia y brevemente el carácter de uno


y otro.
La costumbre mucho antes de que
de tener Compañero empezó
los Misioneros de reducción fuesen Curas colados (2), como se ve en
la Instrucción del P. Diego de Torres
(3), y en el establecimiento de

las primeras Doctrinas, San Ignacio guazú, Loreto 3' San Ignacio
del Guaira. Conforme á las Constituciones de la Compañía 3' á los

(1) Parras, Derrotero, cap. 5. §. 3, pág. 281.


(2) Vid. infra, 8. XVI, nota 1.''^

(3) Apéndice, núm. 40, 41.


- 323 -
mandatos del P. Claudio Aquaviva, se propendió á establecer resi-

dencias en que morasen varios párrocos debajo de la dirección de un


Superior religioso, como los había en Juli; y ya que esto no fué posi-
ble, por lo muy diseminadas que estaban las tribus Guaraníes, se
mantuvo á lo menos el principio fundamental de que ningún Misio-
nero quedase solo, sino que todos tuvieran compañero.
El Compañero solía ser un Padre que empezaba á ejercitar
sus ministerios, y era puesto debajo de la dirección del Misionero más
antiguo y práctico, para que á su lado y con su magisterio se formase
para aquella difícil é importante tarea, y fuese á su vez capaz de

desempeñarla como principal. Al principio se dedicaba á la práctica


del idioma, que, ó no sabía, como sucedía en los que venían ordena-
dos 3''a de sacerdotes desde Europa; ó si acaso lo sabía por haberlo
estudiado durante sus cursos en Córdoba, no tenía en él la expedición
que sólo comunica el uso. A los cuatro meses (1) sufría el examen
ad audiencias, en que se juzgaba si era ya capaz de oír fructuosa-
mente las confesiones en Guaraní: y si el examen era satisfactorio,
empezaba á confesar, y luego sucesivamente se ejercitaba en los
demás ministerios espirituales ó temporales que le encomendaba el
Cura y para los cuales le daba facultad.
Sucedía algunas veces que un Padre encanecido en el oficio de
Cura no podía ya con el ímprobo trabajo que llevaba consigo el cargo
de la administración espiritual y temporal; y entonces, sustituyén-
dole otro Cura, le dejaba el Provincial en aquella ó en otra doctrina,
como Compañero, con lo que podía disminuírsele el trabajo; y á
veces venía á ser segundo Compañero ó auxiliar para lo que pudiese
hacer ó se ofreciese, además del Cura y Compañero ordinario. Tal
fué entre otros muchos el caso del P. Buenaventura Suárez, santafe-
cino, célebre astrónomo, cuyas observaciones hechas en la Doctrina
de San Cosme fueron comunicadas á Europa, donde merecieron
singular estimación, y que en sus últimos años estaba de segundo
Compañero en Santa María la Mayor (2); y se puede conjeturar que
en este tiempo limaría tal vez algunos apuntes suyos, y recogería
nuevas observaciones así astronómicas, como de ciencias naturales,
en las que también fué diligentísimo observador (3); aunque sus
escritos, excepto el Lunario de un siglo han perecido. ^

Carta del P. Pedro Sanna, Cura de Corpus, á 12 de Octubre de 1764, Ar-


(1)
chivo Gen. de W
A.' legajo Conipañin de Jestis 1806-17 28, etc.
(2) Padres Curas y Compañeros asignados en la 2.^ visita del P. Provincial
Bernardo Nusdorffer en 8 de Junio de 1747: Archivo General de B' A': papeles de
Misiones, legajo Varios, 1; Visita del P. Querini en 1749, ihid.
(3) Guevara, Historia de la Conquista del Paraguay, libro I, parte 2.'^ pág. 73
¿e la edición Lama.
!24

XV

90 CALIDAD CANÓNICA DE LAS REDUCCIONES HASTA 1655

Mientras las reducciones empezadas á fundar por los Jesuítas-


desde 1610 se mantenían en el estado de misiones vivas en que pre-
dominaban los infieles, y en las que no había plena estabilidad, for-

mando un núcleo de población que poco á poco se había de ir


sólo
cristianizando; la jurisdicción espiritual en ellas, como es manifiesto,
no pertenecía A diócesis alguna, sino que había de recibirse por
misión del Sumo Pontífice, como sucede hoy mismo con tales misio-
nes. El religioso destinado á convertir aquellos infieles por la volun-
tad del rey de España á quien los Sumos Pontífices (1) habían come-
tido el encargo de enviar varones aptos para la predicación del
Evangelio, penetraba allí con la jurisdicción que le provenía del

Papa inmediatamente estaba sometido, y ejercitaba todos-


á quien
Ios ministerios espirituales necesarios, sin depender de diocesano
alguno, sino solamente de su Superior.
Mas cuando ya la conversión ó reducción había tomado consis-
tencia, y todos ó la mayoría de los infieles se habían hecho cristia-

nos, es claro que variaba el estado de aquella porción de la grey


cristiana: y una de las pruebas podía ser el mismo cambio exterior
en virtud del cual eran obligados á pagar tributo, lo cual sucedía en
general á los diez años, }- en las reducciones de que tratamos á los
veinte por privilegio especial (2). La costumbre observada antes del
Concilio Tridentino había hecho que los mismos regulares que ha-
bían emprendido la conversión quedasen al frente del pueblo ya
convertido, sin más requisito que la designación de su Superior y
licencia del Rey, Gobernador ó Virrey que lo representaba como-
patrono, diferenciándose estas Doctrinas de las parroquias única-
mente en que no se daban á perpetuidad, sino sólo en encomienda,
esto es, como interinamente, con calidad de amovibles ad nutum.
Publicado el Concilio en 1563 y admitido en España )' en todos sus
dominios sin restricción alguna por Felipe II en ley de 12 de Julio
de 1564; apareció al punto la dificultad de poder cumplirlo en las
Indias, porque sujetaba los Párrocos á los Obispos en cuanto á la pro-

(1) Alex. VI. Constitución ínter caetera, 4 Mayo de 1493.


(2) Cédula de 7 de Abril de 1643, confirmada por la de 2 de Noviembre
de 1679.
— 325-
visión, corrección, visita y remoción (1). No pudiénJose dudar en la

práctica que las Doctrinas eran parroquias, era preciso que las aban-
donasen si quedaban en ellas, estuviesen suje-
los regulares, ó que,

tos á los Obispos; cosasentrambas graves, la primera por faltar en


América clérigos seculares que cuidasen de las parroquias; la segunda
porque parecía destruir la exención de los institutos religiosos y
ser contraria á la disciplina regular. Suplicó Felipe II al Papa que
dispensara á fin de que los religiosos pudieran continuar como hasta
allí administrando Doctrinas y confiriendo todos los Sacramentos
las

como si fueran párrocos, sin depender para ello de ningún Obispo,


sino sólo de sus Superiores; y así lo concedió el Sumo Pontífice San
Pío V por su Breve Exponi Nobis de 24 de Marzo de 1567 (2).

Esta fué la condición en que los Jesuítas del Paraguay hallaron


las reducciones aluna parte al Guayrá y por otra al
dirigirse por
Paraná 3^ más tarde al Uruguay. Así se proveían y administraban las
que tenían los Padres franciscanos en el Paraguay. Y así continua-
ron administrándolas los Jesuítas sin oposición hasta que en 1633 fué
necesario que defendiesen su legítima posesión en la Audiencia de
la Plata, donde era contradicha, pretendiendo que la provisión de
aquellas Doctrinas había de tener lugar conforme á las reglas que
para la ejecución del real patronato se habían dado ya por varias
Cédulas, como de 4 de Abril de 1609, y la de 6 de Abril de 1629.
la

Oídas ambas partes en la Audiencia, se expidió piovisión de que se


cumpliese la voluntad del Rey bastantemente significada en enviar
á expensas de su Real Hacienda aquellos Misioneros, y se respetase
la posesión en que estaban de sus Doctrinas, y que tenían fundada
en el Breve del Papa y Cédulas reales (3).

Nuevamente se pretendió despojar á los Jesuítas de las Doctri-


nas en 1636, y pudo ser con ocasión de las Cédulas de 10 de Junio
y 14 de Setiembre de 1634, que tendían cada vez más á establecer
una regla uniforme para la provisión conforme al Patronato. En la
ocasión presente el fiscal de la Audiencia defendió el derecho de los
Padres, haciendo ver que, teniendo el Rey de España el patronato
de Indias, y también el privilegio de San Pío V, podía usar del que
más conviniese; y pues aquí usaba del privilegio, en nada se perju-
dicaba su jurisdicción real; y que en favor de los religiosos estaba la
costumbre, y posesión y actos positivos ejecutoriados por provisio-
nes reales; y de parte de los contrarios aparecían fines particulares

(1) Sess. 25, cap. 11,


(2) Apéndice núm. 26.
(3) Trelles, Revista del Archivó, tom. II, pág. 133.
- 326 -
é injusticia en la pretensión. La decisión de la Audiencia fué que
mientras el Rey no ordenase otro cosa, no hiciese novedad el Obispo-
del Paraguay, y que si fuese preciso, recurrieran las partes al
Consejo de Indias. Esta provisión lleva la fecha de 15 de Julio
de 1636, y fué sobrecartada ó reiterada en 25 de Agosto del mismo-
año (1). Semejante á ésta fué la provisión de no innovar que dio la
Audiencia á las pretensiones del Illmo. Sr. Ct4rdenas en 1645 (2); y
como el mismo Prelado hubiese hecho presentar luego una Cédula
Real de 18 de Junio de 1650, pidiendo en virtud de ella provisión
para obligar á los Jesuítas á la forma del patronato, esta vez la Au-
diencia se dejó vencer y dio la tal provisión. Mas representando la

Compañía que la Cédula Real no trataba del caso en litigio, la Au-


diencia envió los autos al tribunal Superior del Virrey, y éste dio
nuevamente decreto de que no se innovase hasta la definitiva reso-
lución del asunto en el Consejo de Indias, pues tales eran las órde-

nes expresas que del Rey tenía (3). Esta decisión reprodujo la Au-
diencia de Charcas en su provisión de 28 de Enero de 1653 (4).

Mientras que de este modo procedían los tribunales reales hasta


recibir la última decisión, que se dio en 1654 y se cumplió en 1656;
el Papa Gregorio XIII en 1572 revocaba por Bula In tanta reriim la

todos los privilegios concedidos á los Regulares por San Pío V, que
se apartasen de la norma del Tridentino. Y aunque parece que la re-
vocación no alcanzaba al Breve Exponi nobis, por ser dado á peti-
ción del príncipe y no hacerse expresa mención de él; luego se in-
tentó en Perú por los Obispos excluir á los religiosos de sus Doc-
el

trinas. Mas el Papa Gregorio XIV, habiendo consultado á la


Congregación de los Cardenales confirmó en forma específica el
privilegio de San Pío V con el Breve Exponi siqíiideni á 16 de Se-
tiembre de 1591. Más tarde, el Sumo Pontífice Gregorio XV, por la
Bula Insci'utabili, de 5 de Febrero de 1622^ sujetaba absolutamente
á la jurisdicción del Obispo diocesano y á su corrección y visita to-
dos los regulares que tuviesen cura de almas. Ni aun así const6
que se revocase el privilegio piano: tanto m;\s cuanto el año de
1625, en Breve Alias de 17 de Febrero, mandó Urbano VIH sus-
pender en los reinos de España la Bula Inscrntabili. Por estos mo-
tivos se pidió más adelante declaración de la duda: y la Sagrada
Congregación del Concilio respondió en 14 de Mayo de 1648: A lo 3.^

(1) Apénd. ni'im. 30.


(2) Tkcllks, Revista del Archivo, tom. II, págf. 123.
(3) Buenos Aiküs; Arch. gen. leg. Compañía de Jesús / Cédulas Reales I 1.
(4) l3id.
-327-
Hase de tratar con Su Santidad sobre si qniere declarar que el pri-

vilegio no ha sido revocado; pero en todo caso no aproveclia sino


allí donde hay falta de párrocos (1). De manera que hasta entonces
no constaba con claridad que hubiese sido revocado. Como, por otra
parte, las Doctrinas y, en general, las tres diócesis de Paraguay,
Tucumdn y Río de la Plata, estaban faltas de clero secular que pu-
diese servir en las parroquias, en ellas había de ser valedera su apli-
cación.

XVI

CALIDAD CANÓNICA DE LAS DOCTRINAS


DESDE 1655 EN ADELANTE

Ventilada suficientemente en el Consejo de Indias la cuestión que


en estas provincias se estaba agitando años hacía y que había sido
ocasión de muchos disturbios sobre si totalmente se había de suje-
tar la provisión de las Doctrinas de religiosos á la forma de presen-
tación por el patrono é institución por el Ordinario, previo examen;
ó convenía seguir usando el privilegio piano; se resolvió expidiendo
la Cédula Real de 15 de Junio de 1654.
Hablando en ella expresamente de las Misiones de Guaranís en
el Paraguay al cargo de los Padres de la Compañía de Jesús, se de-

terminaba: 1° que en adelante habían de tener calidad y nombre, no


de reducciones ó misiones, sino de doctrinas ó parroquias, y propo-
ner los Prelados regulares tres sujetos de toda satisfacción para cada
una, de los cuales el Gobernador había de elegir uno y presen-
tarlo en nombre del Rey, para que en virtud de la presentación, le
diese canónica institución el Obispo; 2.° que el doctrinero religioso
quedaba sujeto ú la jurisdicción y visita del Obispo en cuanto al ofi-

cio de cura; 3.° que la remoción de los sujetos quedaba libre al Pre-
lado regular; de suerte que, cuando tuviese causas para ejecutarla,
lo pudiese hacer sin manifestar sus causas al Gobernador ni al

Obispo. Solamente se le ponía la obligación de presentar otros tres


religiosos, para que de nuevo eligiese y presentase uno el Goberna-
dor, y lo instituyese el Obispo. Eran, pues, los Misioneros Curas co-
lados, y sin embargo, amovibles ad nutinn (2). Añadióse un párrafo

(1)MuRíEL, Ord. 112.


(2)El ser curas colados y no ser perpetuos ha parecido á algunos increíble
anomalía; pero se verá expresamente afirmado en un capítulo de la Cédula Real
- 32S -
sobre queel Gobernador <iha de poder visitar todo el distrito de

ixjne secomponen las dichas Doctrinas-» (1), en el cual resalta pa-


tíntemente curia malos vientos soplaban contra la Compañía de Je-
sús por aquellos días en la Corte, y cómo se tenía por cierta ó á lo
menos por probable la acusación presentada por los contrarios, de
que los Jesuítas «se introducían en la jurisdicción... secular... lo que
»resulta ser incierto, 3^ justificado lo contrario» dice la Cédula de 28
de Diciembre de 1743 (2). Pero en aquella sazón menudeaban tanto
las calumnias é intrigas contra los Jesuítas, que aun tratándose de
materia diversa, se insinuaba el recelo de que no pudiesen los Go-
bernadores visitar aquel cuando
habían visitado casi to-
distrito, lo

dos los Gobernadores del Paraguay, acababa de visitar Láriz


lo

en 1647, y había sido instado Garavito para que lo visitase, con


gran empeño de los Padres y gran sentimiento de que no accediese
í\ la visita (3).

Desde esta fecha las Reducciones quedaron en la calidad de pa-


rroquias, pero con dos diferencias: una, que no estaban proveídas
por concurso, aunque sí debían ser examinados 3^ aprobados por el

Obispo los tres que nombrase el Prelado regular; otra, que en la re-
moción dependían únicamente del Prelado regular. Lo primero, po-
día en rigor concillarse con el Tridentino, pues aunque la regla ge-
neral para la provisión de parroquias sea el concurso, no deja de
ofrecer cabida para algunas excepciones. Lo segundo no parece que
se pudiese hacer sin especial dispensación apostólica; 3' en esto sin
duda hubo de usarse del privilegio de San Pío V.
De tal manera acusaban los enemigos de la Compañía á los Pa-

del patronato, fecha á 1." de Junio de 1574, y reproducida ó mencionada en todas


las posteriores. Dice así: «En vacando el beneficio curado ó simple, ó administra-
ción de hospital... ú otro cualquier beneficio..., el Prelado mande poner carta de
edicto para que los que quisiesen oponerse á él se opong-an...: 3- de los... que al
Prelado pareciese ser competentes personas..., habiéndolos examinado..., elija
dos personas...; y la nominación de los dos así nombrados se presente ante nues-
tro Visorrey, ó ante el Presidente de nuestra Audiencia Real, ó ante la persona
que en nuestro nombre tuviere la Gobernación superior de la provincia... para
que de los dos nombrados elija uno; y esta elección la remita al Prelado, para
que conforme á ella, y por virtud de esta presentación, el Prelado haga la pro-
visión, COLACIÓN Y CANÓNICA INSTITUCIÓN por vía de encomienda 3- no con título per-
petuo, sino amovibles ad itntiiiit de la persona que en nuestro nombre los hubiese
presentado juntamente con el Prelado.» Hasta aquí la Cédula. Claro es que si
había colación é institución del Curato, eran Curas colatios é instituidos: y jun-
tamente consta que tenían el beneficio en encomienda y no perpetuo, y eran amo-
vibles ad nntiini. A continuación agrega la Cédula que á veces presentaba á al-
gunos personalmente el Rey expresando qne la colación y canónica institución
sea en titulo y no en encomienda.
(1) Apénd. núm. 31.
(2) Céd. GRANDE, punto 4."

(3) Cap. V. §. 4.
-329 -

dres en Madrid, que dieron á entender que los Jesuítas del Para-
guay de ningún modo obedecerían á la Cédula, por no querer su-
jetarse al Obispo; \' así. la Cédula fué enviada al Presidente de la

Audiencia de Charcas y éste la expidió al Gobernador Baigorri con


un auto fechado en Potosí á 9 de Abril de 1655, en que le manda que
intime tá los Padres ó la ejecución inmediata, ó la dejación de las
Doctrinas. Mas la obediencia y cumplimiento que dieron los Jesuí-
tas frustró todo el plan de sus émulos, que hubieran deseado verlos
abandonar las Doctrinas. Desde entonces sin interrupción se fueron
proponiendo tres sujetos para cada Doctrina, siendo examinados por
el Obispo, 3' recibiendo de él la institución el que había sido elegido

y presentado por el Gobernador.


La Cédula que constituyó definitivamente la calidad de las Doc-
trinas, y la disyuntiva con que se hizo su intimación, pueden verse
en los números 31 y 32 del Apéndice.

XVII

CÓMO LOS JESUÍTAS ESTUVIERON Á PUNTO


DE ABANDONAR LAS DOCTRINAS

Al enviar los Provinciales de América religiosos á las conversio-


nes de indios, bien así como al colocarlos ó removerlos luego de las
cristiandades ó doctrinas ya fundadas, habían procedido en un prin-
cipio con libre disposición de las personas, en virtud de los privile-
gios que les otorgaba la Santa Sede. El Concilio de Trento en
la ses. 25. cap. 11 de ref. limitó notablemente esta potestad. Y
aunque el Breve de San Pío V les dejó seguir por algún tiempo como
antes, se conocía bien de qué lado se inclinaba é iba á caer el árbol
por las repetidas Cédulas de patronato de 1574, 1603, 1624, 1629,
1634, 1637 y otras, que sujetaban cada vez más los doctrineros re-
gulares al examen, aprobación, institución, visita y corrección de
los Obispos, á la presentación del patrono, y á la remoción con noti-
cia y consentimiento de uno y otro. Esto venía á sustraer de la dis-
posición del Superior regular al religioso que había de ser doctrine-
ro: y fué causa de que por entonces estuviesen los Jesuítas á punto
de abandonar las Misiones de los Guaraníes, por no poder concillarse
tal régimen con la subordinación que pide el gobierno de la Com-
pañía.

- 330 -
Proponiendo esta materia el Procurador de la Provincia del Pa-
raguay P. Juan Pastor al M. P. R. General Vicente Carrafa en un
Memorial de 1646, núm. 5.°, respondió el P. General: «Este postulado
tiene más apariencia y fuerzas en Perú y Mé-
las provincias del
jico: y sin embargo mi antecesor [el
Mucio Vitelleschi] á una y
P.
otra provincia respondió repetidamente que los nuestros en las Doc-
trinas se sujetasen á los Prelados, Virreyes y Gobernadores en
rasón de examen de doctrina y lengua, y esto siempre que los Pre-
lados gustasen: pero no de ninguna manera en rasón de proponer
tres para que elija el Prelado y patrono: ni de que la Doctrina y
beneficio sea colativo de manera que no pueda el Provincial mudar
d un Padre que está en una Doctrina sin dar parte al Virrey y
Obispo de las causas que tiene el Superior para mudar al tal sujeto.
Tampoco se admita que los Obispos hayan de visitar los nuestros
de moribus, etc. En todo y por todo me conformo con la respuesta
de mi antecesor, que es tan prudente, y conforme á nuestro Instituto
y modo de ejercitar nuestros ministerios. Y añadió debidamente,
que antes dejaría la Compañía cimlquiera Doctrina por principal
que fuese que sujetarse á condiciones que no dicen con nuestra
^

profesión.-» [Concluye que conmayor razón se ha de hacer esto en


el Paraguay, y «por ningún caso conviene venir en iguales condi-

ciones»] (1).

Teniendo tan claramente trazada la línea de conducta, y vién-


dose urgido en 1652 para que aceptase las sobredichas condiciones
el mismo P. Juan Pastor, que ya entonces era Provincial, interpuso

ante la Audiencia de la Plata la renuncia de las Doctrinas del Para-


guay: y otro tanto hizo en Madrid ante el Consejo Supremo de las
Indias el P. Julián de Pedraza, Procurador general de las provincias
de la Compañía en Indias. «Y sabiendo... los señores de la Audien-
cia de la Plata» [el buen éxito y fidelidad con que los Guaraníes
animados por los Jesuítas habían defendido el territorio contra los
PauHstas], «ofreciéndoles el P. Juan Pastor, que al presente es Pro-
vincial, la dejación de las Doctrinas, habiéndose de sujetar fuera de
nuestro modo, no quisieron admitir la dejación: y en el Real Con-
sejo se ha repelido hasta ahora» (2).

Al fin, Cédula del Patronazgo de 1654, con inserción


elaborada la
de las antecedentes, se despachó á las diversas partes de América
en 1.° de Junio, y se intimó en Madrid al P. Julián de Pedraza, y al

Postulados de la Congregación 7.'"^ provincial del Paraguay.


(1)
Carta del P. Diego de Boroa al P. Julián de Pedraza desde Asunción, á 20
(2)
de Noviembre 1652. Chile. Bibl. Nac. MSS.; Jesuítas Argentina, 275.
-331-
P. Simón de Ojeda, que se hallaba á la sazón en la Corte como Pro-
curador enviado por la octava Congregación de la provincia del Pa-
raguay. Instados para que respondiesen, estuvieron firmes uno y
otro en que les era preciso dejar las Doctrinas por no poder aceptar
la forma del patronato tal como en la Cédula se prescribía, sin haber

hecho el menor caso de sus representaciones anteriores, y dejando


del todo trabado é impedido el gobierno de los Superiores de la

Compañía. Hicieron ver además un agravio é injusticia de gran


trascendencia que se infería á la Compañía en los términos mismos
de la Cédula, por haber intervenido en su redacción una mano me-
nos cuidadosa ó menos fiel. Efecto de las representaciones de los
dos Padres fué una nueva Cédula del patronato expedida en 15 de
Junio, con orden á todas las autoridades á quienes se había enviado
la primera, de que se recogiesen los ejemplares de ésta y se devol-
viesen al Consejo, no pudiendo usarse de ellos, sino solamente de la
segunda (1). El mismo día se enviaba á la Audiencia de Charcas la
Cédula modificativa del patronato en cuanto á no haber de dar las
causas de remoción al Gobernador y al Obispo en las Doctrinas del
Paraguay, de que se ha dicho en el artículo anterior.
No era ésta la primera vez, ni fué la última, en que la Com-
pañía había estado pronta á dejar las Doctrinas del Paraguay. Pre-
cisamente por no ser aquella ocupación tan acomodada como otros
ministerios al Instituto, la habían tomado desde el principio con re-
pugnancia los Padres en el Perú, no sin algún sentimiento del Virrey
Toledo. Emprendida en el Paraguay la conversión de los Guaraníes,
y deseando varios Padres franciscanos que los Jesuítas les dejasen
toda la región del Paraná y Uruguay, con la reducción de San Ig-
nacio guazú, que ya se hallaba entablada, mostráronse prontos á ello
los Superiores Padres Lorenzana y Diego González Holguín: y si
no se dejó aquella doctrina, fué por haber mudado de parecer los
Padres de San Francisco (2). En carta del P. General Vitelleschi al
Provincial del Paraguay, fecha á 30 de Junio de 1617, le decía:
«Mientras la Compañía atendiere á doctrinar las reducciones del
Paraná y de Guayrá, parece negocio forzoso que los nuestros acu-
dan á los indios como lo hicieran los proprios párrocos ó curas, si

Pero esto se entiende que ha de ser con gusto del


los tuvieran...
señor Obispo, y con ojo á salirse los nuestros de ese cuidado, cuando
pareciere expediente, ó hubiere quien le tome y les acuda con satis-
facción.» Otro tanto repite en cartas de 20 de Abril de 1620 y 24 de

(1) Sevilla: Arch. de Indias: 122. 3. 2, tom. 6, fol. 97 sqq.


(2) González Holguín, carta de 13 de Marzo de 1612,
— 332 —
Enero de 1622, añadiendo que «en esto de encargarse los nuestros
de semejante oficio se vaya con mucho tiento». Ya
han visto las se
diligencias del P. Pastor ante la Audiencia de la Plata: }' la mención
que de varias renuncias hizo el P. Baeza ante la Audiencia de Bue-
nos Aires, renovando la dejación él como Procurador de su provin-
cia (1). El P. Francisco Díaz Taño, en una respuesta á cierto inte-
rrogatorio sobre los disturbios del Paraguay (2), dice á un vSuperior
de la Compañía, quejándose de la facilidad en renovar las calum-
nias contra los Misioneros, y en volver á darles oídos los Consejeros
de Indias: «Y
esto no se acaba de una vez, lo mejor es retirarnos y
si

dejar aquellas Doctrinas, ni tratar más de indios en aquellas provin-


cias: pues en lugar de amparar á los religiosos que trabajan en su
doctrina y conversión, los persiguen; y los que habían de volver por
ellos parece que cooperan, dando oídos cada día á estas calumnias,
estando como están 3'a convencidas de falso: y como entran de nuevo

en el Consejo señores que no las habían oído, se levantan nuevas


persecuciones contra dichos religiosos.» Y en igual sentido escribía
el P. Visitador Andrés de Rada en un informe al Re}" en su Consejo
de Indias, desde Córdoba, á 10 de Enero de 1665:«A no estar por
medio el respeto que debo á V. M. y á ser vuestro Visitador, en
nombre de N. M. R. P. Vicario General y de todos los religiosos
Doctrineros hubiera hecho renunciación de dichas Doctrinas, y reti-

rádolos á los colegios, donde ellos y los demás estuvieran libres de


tantas persecuciones y calumnias, y de tantos pleitos é inquietudes
como cada día se nos recrecen por la conservación de dichos indios.»
Finalmente, el P. José de Barreda, Provincial de la provincia del
Paraguay, hizo en 1753 renuncia en manos del Vice-patrono de las
siete Doctrinas delUruguay que se habían alzado: agregando que
en caso de conmoverse las veintitrés restantes, hacía también la
misma renuncia de ellas: si bien no se llevó al cabo la salida de los
Doctrineros por entonces, por no haber querido aceptar la renuncia
el Marqués de Valdelirios.

(1) Cap. V, § VI: Efectos de la resolución de Valverde.


(2) Buenos Aires: Arch. con legajo Misiones. Varios años, I.
-333

XVIIl

SI LAS DOCTRINAS PUEDEN LLAMARSE


REDUCCIONES Y MISIONES
Al dar en Cédula de 15 de Junio de 1654 la norma con que n
la c

adelante se había de observar el patronato en las conversiones y re-


dacciones de la Compañía en el Paraguay, se añadió esta cláusula:
Y por la presente declaro que han de ser Doctrinas y se lian de
tener por tales las (¡ne llaman Reducciones
y Misiones los Religio-
Compañía de Jesús que residen en la provincia del Para-
sos de la
guay: y que en todas ellas Imyan de presentar para cada una tres
subjetos, conforme á la dicha Códula, de los que el Gobernador
nombre uno^ cono se practica en todas partes.
Si se atiende únicamente al sonido de estas palabras, parece que
desde entonces en adelante las Reducciones y Misiones cesaban de
S"r tales, y no se habían de llamar con nombre de misiones ó re-
ducciones, sino con el de Doctrinas ó parroquias de indios. Y con

todo, una multitud de Cédulas reales subsiguientes las llama reduc-


ciones y misiones. Preciso es, pues, decir que la Cédula de 1654 las
declara Doctrinas y dice que no se han de tratar como reducciones ó
misiones, en cuanto al efecto de la presentación de Doctrineros y
forma del Patronato, y no en más: de suerte que nada prejuzga so-

bre los demás efectos ó denominaciones que puedan tener.


Para conocer, por tanto, la verdad en este punto, no basta la pre-
dicha Cédula. Es preciso saber cuál es la naturaleza de lo que se
llama misión ó reducción, y aplicar su concepto á las condiciones
reales de las Doctrinas. Es misión un establecimiento ó poblado
cuyos habitantes son infieles, herejes ó cismáticos que se trabaja por
reducir al catolicismo: ó donde por lo menos se encuentran mezclados
dado que se hayan convertido ya todos, hace
católicos y no católicos: ó
tan poco tiempo, que son todavía neófitos. Y siendo así que no son
neófitos en el estricto sentido de la palabra los que han sido bauti-
zados desde niños que hace largo tiempo (como sería el de
(1), ni los
diez años) que se convirtieron; sigúese que para que haya misión,
será menester que esté compuesta en todo ó en parte de infieles, ó
de adultos convertidos dentro de un decenio. Ni lo uno ni lo otro

(1) .S. C. C. 13. Aiig. 1713; 12, Mart. 1759.


- 334 -
ocurría en los pueblos de Guaraníes en la época de que se trata: y
así, independientemente de la Cédula de 1654 y aun antes de ella,

habían dejado de ser misiones ó reducciones en el estricto sentido de


la palabra.
Con todo, si se exceptúa la circunstancia del tiempo de conver-
sión requerida para ser neófitos aquellos indios, se encontrará en lo
demás singular analogía, cuando no identidad, entre las Doctrinas
de Guaraníes y las Misiones estrictamente tales. La lengua extraña
que había de aprenderse: el viaje á remotos parajes, con el aisla-
miento y privación de toda sociedad civilizada, teniendo que tratar
únicamente con personas rudas y groseras: las excursiones que se
hacían á países comarcanos, donde todavía quedaban indios infieles,
y los cuidados en convertirlos y criarlos cuando se había logrado
traer algunos al pueblo: la misma índole de los Guaraníes cristianos;
aunque bautizados desde la infancia, que requería fatiga perpetua en
la labor de enseñarles y explicarles el Catecismo: su novelería y vo-
lubilidad por la que era necesario tratarles con circunspección para
evitar que uno ó varios, cansados del orden y concierto de sus pue-
blos, se huyesen á los montes entre los gentiles ó tal vez entre los
españoles, con ruina cierta de sus buenas costumbres y hábitos de
civilidad: el no estar para tales ocasiones con bastante firmeza en la

fe: cualidades estas últimas que hacían que los Pontífices y la cos-

tumbre las comprendiesen en cuanto á privilegios del matrimonio,


de los ayunos y fiestas, en el número de los neófitos: todo esto junto
mostraba que aquéllos eran cristianos nuevos, plantas todavía sin
bastante robustez para poder esperar de ellos que soportasen con la

debida constancia el peso entero de las obligaciones del cristiano:


y sus pueblos, cristiandades en formación, como lo son los de las
estrictas Misiones.
Y sin duda por eso, en el uso común continuaron llamándose in-

distintamente misiones, reducciones y doctrinas. No puede haber de


ello mejor testimonio que el de las autoridades eclesiástica y civil
El Illmo. Sr. Obispo del Paraguay D. Fr. José Palos en carta-informe
dirigida al Rey en el mes de Mayo de 1733, dice expresamente:
«-Corno quiera que acá entendemos comi'inmente lo mismo por misio-
nes que por pueblos, reducciones ó doctrinas (1).» El Tilmo. Sr. Don
José Peralta, Obispo de Buenos Aires, en su informe de 8 de Enero
de 1743, así como escribe: «Pasé á visitar los pueblos de las Misio-
nes que están al cuidado de los religiosos apostólicos de la Compa-

(1) Citado en Murikl, Fasti novi Orbis, Ord. 522.


- 335 -
ñia de Jesíís: y empiezan sus Reducciones d cien leguas de distancia;
así también continúa diciendo en el siguiente párrafo: De estas
treinta Doctrinas.Y en la Cédula grande de 1743 (para no citar otras
muchas Cédulas y documentos de ministros reales) se llaman aquellos
pueblos más de veinte veces misiones, reducciones, como se llaman
otras veces Doctrinas; y el título mismo de la Cédula los llama pue-
blos de misiones. Hoy mismo conservan el nombre de Misiones los

respectivos territorios en que se hallaron las Doctrinas y que actual-


mente se hallan divididos entre la Argentina, el Paraguay y el Brasil
No cabe dudar, pues, de que, con toda justicia, se pueden llamar
misiones y reducciones aquellos pueblos, ya sea atendiendo á su
carácter, va siguiendo el uso común.

XIX
LA VISITA DEL OBISPO 100
Día de gran regocijo era para los Guaraníes aquél en que les
anunciaban los Misioneros que había de ir á visitarlos el Pai-Obispo,
y que era menester que previniesen sus pertrechos para ir á buscarle
muy lejos, á veces hasta su misma Catedral en distancia de ciento
cincuenta leguas, y traerle á las Doctrinas. Enviábase buen numere
de indios que sirviesen de remeros para subirlo en sus balsas desde
Buenos Aires, ó le trajesen por tierra desde la Asunción; iban
acompañados de otros destinados á servirle, y de competente capilla
de músicos, para que á las misas del Señor Obispo y sus Capellanes
no les faltasen el festejo y devoción de cantos é instrumentos, aun
en los casos en que había de celebrar en despoblado (1). Este nú-
mero de que alcanzarían á ochenta y más, iban gobernados
indios,
por uno de sus Alcaldes más ladinos, para que acudiesen puntual-
mente al Obispo en cuanto se ofreciera; y los acompañaba siempre
un Padre Misionero. Iban provistos de todo lo que era necesario de
bastimentos 5' alivio para que en tan largo viaje tuviese el Prelado
la posible comodidad y regalo, en región donde había grandes tre-

chos enteramente despoblados; y los gastos que ocasionaba la Visita


hasta llegar primer pueblo de Doctrinas, como los de la vuelta
al

hasta la ciudad de residencia del Obispo, los pagaban todos los pue-
blos por junto, distribuyéndoselos proporcionalmente, y aun añadía

(1) Xarque, part, III. cap. VII. n. 2.


- 336 -
cada pueblo cien pesos como limosna ó donativo gratuito á su Prela-
do (1). Los demás gastos correspondían á cada pueblo por separado,
y él cuidaba de aprontar los carruajes necesarios, }• disponía la con-
ducción por agua, cuando era necesaria. Componíanse los puentes,
igualábanse los caminos, y se veían sembrados de yerbas y flores
olorosas, disponiéndose en plazas y calles adornos y arcos triunfales.
Leguas antes de llegar á cualquier pueblo, acostumbraban salir

á recibir al Prelado dos escuadrones de caballería, con sus trajes de


(2), y al descubrirle hacían en su presencia
gala é insignias militares
los torneosy escaramuzas con que recibieran á un Jefe superior.
Desmontaban en seguida para besar hincados la mano del Obispo, y
recibir su bendición. Luego, puestos de nuevo á caballo, le iban
acompañando, divididos en dos alas. A una legua del pueblo le
aguardaba el Corregidor con todo el Cabildo y con los Caciques y
Capitanes, acompañados del Superior de los Misioneros y de los Pa-
dres que habían podido concurrir, y hecha su reverencia y congratu-
lación, le conducían hacia el pueblo, á cuya entrada estaba el resto
de los indios, repartidos en sus compañías de infantería con sus ban-
deras, cajas, insignias militares y armas; 3^ todos aclamaban á su
Pastor, haciendo resonar clarines y cajas entre regocijados vítores.
A conveniente distancia se hacía oir el repique general de campanas
propio de las mayores solemnidades; y con este júbilo y devoción se
conducía al Obispo á la iglesia, donde aguardaban las mujeres. Allí
era recibido con las ceremonias que señala el Pontifical; y acabado
el solemne Te Deiiiii, le acompañaban los Padres y el Cabildo al alo-

jamiento que le tenían dispuesto en la casa parroquial. Los días que


en el pueblo demoraba cumpliendo las diligencias de la Visita, y

confirmando gran número de personas que acudían presurosas á


al

recibir este santo Sacramento, era testigo de la devoción de los in-


dios, de su buena instrucción en las cosas de nuestra santa fe, y de
su reverencia con que en viéndole pasar por cualquier parte, se hin-
caban de rodillas para recibir la bendición, y no se levantaban hasta
perderle de vista, venerando en su Prelado la misma persona de
Cristo nuestro Señor cuya autoridad representaba. Eran además ce-
lebrados aquellos días con especiales regocijos públicos en su obse-
quio. Al partirse del pueblo, le festejaban también y le acompañaban
con solemnidad militar, hasta que, llegados á la raya del otro pueblo,

empezaba nueva recepción con fiesta y júbilo.


Habiéndose dudado en algún tiempo sobre el límite de los Obis-

(1) Cardibl, De morib, guaran, cap. IX.


(2) Xarque, loe. cit. núm. 3.
-337-
pados, al fin se fijó por el fallo arbitral cometido en 1727 á los Padres
José Insaurralde y Anselmo de la lo pronunciaron en
Mata, quienes
8 de Junio y lo comunicaron en 20 de Junio del mismo año 1727 (1),
declarando estar separadas las diócesis por la línea divisoria de las
;iguas de los ríos Urugua}^ y Paraná; perteneciendo á la de Buenos
Aires los pueblos que enviaban sus aguas al Uruguay; y á la de

la Asunción los que enviaban las aguas al Paraná, con más los cuatro
del Tebicuarí. Siendo ya entonces treinta los pueblos, resultaban
Buenos Aires, á saber: San José, San
diez y siete en la diócesis de
Carlos, Concepción, Apóstoles, Santa María la Mayor, San Fran-
cisco Javier, Santos Mártires, San Nicolás, San Luis, San Lorenzo,
San Miguel, San Juan, el Santo Ángel, Santo Tomé, San Borja, La
Cruz y Yapeyú; }' trece en la diócesis del Paraguay: San Ignacio
Guazú, Nuestra Señora de Fe, Santa Rosa, Santiago, Itapúa, Can-
delaria, Santos Cosme y Damián, Santa Ana, Loreto, San Ignacio
Mirí, Corpus, Jesús y Trinidad.
Lasvisitas de los Obispos del Paraguay y Buenos Aires fueron
tan repetidas, que apenas hubo Obispo que durase por unos pocos
años que no las visitara; y no con ponderación, sino con suma verdad
pudo decir Felipe V en la Cédula de 1743 que la subordinación per-
fecta de aquellos naturales á la jurisdicción eclesiástica y real se
justificabapor las continuas Visitas de los Prelados Eclesiásticos (2).
Vamos á hacer el resumen de estas visitas, donde se verá que eran
visitados por los Obispos aun antes de que formalmente fuesen de-
claradas Doctrinas, y en un tiempo en que los Padres hubieran po-
dido por lo menos disputar si en virtud del Breve Exponi Nobis de
San Pío V y de la designación del Rey para aquellas Reducciones, es-

taban exentos de Visita. Mas nunca lo hicieron, sino que se acomoda-


ron á la regla general del Concilio de Trento y á varias Cédulas que
iban prescribiendo generalmente las visitas de los Obispos; y aun
ellos mismos solicitaron con instancia varias veces la Visita (3). Y lo
que más es, siguiendo el espíritu de las Constituciones de la Compa-
ñía, que quieren que los Jesuítas se esmeren en complacerá los Pre-
lados, aunque para ello sea preciso algunas veces renunciar á su
derecho, no emprendieron fundación ni reducción alguna sin tener
primero licencia del Obispo (4),

(1) Apénd. núm. 34.


Céd. de 28 Dic. 1743 al fin, § Y últimamente.
(2)
(3) MoNTOYA, Memorial de 1643, núm. 11, vid. Apénd. núm. 52.
(4) Papeles de D. Pedro de Angelis. «Demostración de haber entregado los
Padres de la Compañía de Jesús á las provincias del Paraná y Uruguay siempre
con licencia de los Obispos ó Provisores en sede vacante.»
22 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes
-338-
El primer Obispo del Paraguay que después de fundadas algu-
nas reducciones gobernó su sede durante nueve años de 1628los

á 1635, fué el Ulmo. Sr. D. Fr. Cristóbal de Aresti, de la Orden de


San Benito. A ruego, y aun importunación de los Padres, fué en 1631
A visitar las Reducciones, dando de ellas informe muy honorífico al
Real Consejo de las Indias (1). Y poco después de la conocida reti-

rada del Guayrá, volvió en 1632 á visitar de nuevo las dos reduccio-
nes de Loreto San Ignacio, y juntamente las demás (2). Don
3-

Fr. Bernardino de Cárdenas visitó la reducción de San Ignacio


guazú, de la que dio un testimonio honrosísimo, con que se pueden
deshacer todas las inculpaciones que luego amontonó contra los Doc-
trineros Jesuítas (3): y aunque no continuó á otras reducciones la
Visita que allí había empezado, fué porque nunca más lo quiso ha-
cer, ni se hallará rastro alguno fidedigno de haberlo intentado. An-
tes bien, convidado cuatro años más tarde por el Gobernador Láriz,
que se hallaba en Doctrinas, se excusó con especiosos pretextos (4).

En 1649 visitó las Doctrinas el Deán D. Gabriel de Peralta (5): y


en 1657 y 1660, hizo otro tanto el Dr. Adrián Cornejo, Gobernador
eclesiástico delObispado (6). D. Fr. Gabriel de Guillestigui, fran-
ciscano, que sucedió al lUmo. Sr. Cárdenas (166Q á 1671) visitó las

Doctrinas en 1670 (7). En 1674, las visitó el Provisor D. José Ber-


nardino Cervín (8). El lUmo. Sr. D. Fr. Faustino de las Casas, Mer-
(9): y algunas de ellas, como
ccdario (1676 1686), las visitó dos veces
la de Santiago, tres veces, en 1678, 1682 y 1684 (10). Hasta ya en-
trado el siglo XVIII, no hubo Obispo que fuese al Paraguay: mas el
primero que después lUmo. D. Fr. José de Palos, francis-
llegó, el
cano, en los diez años de 1724 á 1734 las visitó cinco veces (11).
Tres veces sucesor D. Fr. José Cayetano Paravi-
las visitó su
sino (1743-1749), una en 1743, otra en 1744, otra en 1747 (12). Su su
cesor, y último Obispo que alcanzaron los Jesuítas, el Illmo. Sr. La
Torre, visitó las Doctrinas en 1759 (13) y dio mu}' favorable informe

(1) Sevilla: Arch. de Ind. 75. 4. 13.


(2) MoNTOYA, Memorial de 1643, mim. 11.
(3) Apénd. núm. 71.
(4) Trelles, Rev. del Arch. 1. 359.
(5) Su auto (Chile: Bibl. Nac. MSS. Jesuítas /275).
(6) Ibid.
(7; Ibid.
(8) Ibid.
(9) Ibid.: y Jarque, Til, vii, 4.
(10) Ibid.: y Jakque, III, vii, 4.
(U) Su propio testimonio. Rio Janeiro: Col. Angelis, XITI. 46.
(12) PeramAs, De admtii (ruaran. CLXXXVll.
( 13) Parras, Viajes á las Misiones, en Trhlles, Rev. de la Bibl: IV. 341.
-339-
al Rey (1); á pesar de que él había venido de España con siniestras
prevenciones.
Y es muy de reparar que fueran tantas las visitas, siendo harto
difíciles los viajes, y pocos los Obispos que administraron efectiva-
mente la diócesis de la Asunción: pues, según escribía D. Agustín
Fernández de Pinedo, Gobernador del Paraguay, remitiendo al

Consejo de Indias el catálogo de los Obispos en 29 de Julio de 1777:


«De los veintisiete Obispos, sólo vinieron doce á esta ciudad: y
•de 230 años que han corrido desde la erección de la Catedral de la
Asunción, sólo 80 años la han servido dichos Obispos» (2).

El primer Obispo de Buenos Aires en cuyo tiempo hubiese re-


ducciones ya establecidas en su diócesis fué el mismo Illmo. Señor

Aresti, trasladado del Paraguay en 1635, y que murió en 1638 en


Potosí. Instáronle muchas veces los Jesuítas para que hiciese Visita:

y el mismo P. Montoya, que fué testigo de estas instancias, se las


repitió otras veces (3). A fin de allanar la ejecución, bajaron al
puerto de Buenos Aires 80 indios con balsas y con todo lo necesario
para transportar al Obispo, según él había pedido, en aquel viaje de
doscientas leguas (4). Mas no pudo cumplir el deseo suyo y de los
Padres, por sus achaques y estado delicado de salud. Su suce-
sor, D. Fr. Cristóbal de Mancha, Obispo desde 1641 hasta 1673,
visitó las (5). Segunda vez las visitó en 1670
Doctrinas en 1648
el Obispo del Paraguay, con pontificales del
Illmo. Guillestigui,
illmo. Mancha (6). En 1675 pasó Visita el doctor D. Gregorio Suá-
rez Cordero, Visitador por el Deán y Cabildo sede vacante (7). El
Illmo. Sr. D. Antonio de Azcona Imberto, Obispo desde 1676 hasta
su muerte en 1700, visitó las Doctrinas año de 1681 (8). Hasta 1714
duró vacante: y el Illmo. Sr. D. Fr. Gabriel de Arregui, que ese
la

año tomó posesión, fué trasladado al Cuzco en 1716. El Illmo. Sr. Fa-
jardo, que llegó en 1717, visitó las Doctrinas en 1718, y dio por efecto
de su Visita un informe lleno de elogios de lapiedad cristiana y
regularidad de los Guaraníes (9). Su sucesor el Illmo. Sr. D. Fr. Juan
de Arregui, hermano de D. Fr. Gabriel (1731-1736), pasó por las Doc

(1) Sevilla: Arch. de Ind. 123. 2. 14.


(2) Hernaez, Colección de Bulas, II. 319,

(3) Montoya, Memorial de 1643, núm. 11.


(4) Buenos Aires: Arch. gen. leg. Compañía de Jesús: <testimonio de la ve-
inidadelas balsas».
(5) Sns autos, Chile: Jesuítas / 275.
(6) Ibid.
(7) Sus autos, Chile: Jesuítas/ 275.
(8) Tarque, Insignes Misioneros, III, vu, 4.

(9) Chil.: Jesuítas/ 275.


-340-
trinas, aunque no de visita (1): y por no poderlo hacer él personal-
mente, pidió al Tilmo. Palos le supliese en visitar y confirmar en las-

reducciones de la diócesis de Buenos Aires, como lo hizo, visitándo-

las dos veces (2). Arregui el Illmo. D. Fr. José de Pe-


Sucedió al Sr.

ralta (1736-1749): y visitó las Doctrinas en 1743, dando un informe


tan honroso como se verá en el capítulo XIII. Al Illmo. Sr. D. Ca-
3'etano Marsellano y Agramont, que le sucedió de 1747 á 1760, instó
mucho el P. Provincial de los Jesuítas para que hiciese esta visita;
pero se excusó por sus achaques (3). El Illmo. Sr. D. Manuel Anto-
nio de la Torre, poco después de llegar de España, visitó en 1759 las
Doctrinas de Buenos Aires al mismo tiempo que las de su diócesis

del Paraguay: y dio un informe lleno de elogios tanto menos espe-


rados, cuanto más desfavorables eran á los Jesuítas las circunstan
cias del tiempo y las preocupaciones personales de este Prelado (4).
Segunda vez visitó estas Doctrinas en 1764, siendo ya Obispo de
Buenos Aires: y fué el último que hubo en tiempo de los Jesuítas.
Se ve, pues, que en una y otra diócesis fueron muchas las Visi-
tas que se hicieron á las Doctrinas, lo cual se hace más reparable
en tan largas distancias, con tantas penalidades y tan difíciles me-
dios de comunicación. Y
habiendo sido por medio siglo dudoso ñ
qué diócesis pertenecían algunas Doctrinas, como las de San José,
San Carlos y Trinidad (5); eso no fué inconveniente para omitir sus
uno y otro diocesano
Visitas, sino por el contrario, ocasión para que
las visitase, como en efecto lo hacían hasta que se zanjó la cues-
tión de limites. En cada una de estas ocasiones, los Padres allana-
ban en cuanto podían las dificultades del viaje (6), y eran los prime-
ros en instar 3^ pedir para que se realizase la visita.

XX
DIEZMOS DE LOS GUARANÍES
101
Cuando los Jesuítas empezaron á establecer sus reducciones de
Guaraníes, hallaron en todo el país la costumbre de no pagar diez-
mos ningún pueblo de indios.

(1) Cardiki., Decl. núm. 45.


(2) Su testimonio, Río Janeiro: Col. Ancklis, XIIT. 46.
(3) C'AKD'hL, Decl. Tvúm. 45.
(4) Simancas, 7405, Estado.
(5) Laudo de 1727: Trkkkks, Anexos, núm. 41.
(-b) Cakuikl, De morib. Guaran, cap. \'III.
-341-
Había existido un poderoso fundamento para introducirla. Los
indios en esta región se podían llamar pobres de solemnidad. Lo poco
que cultivaban y cosechaban no bastaba para su sustento, y ha-
bían de recurrir A la caza; no ciertamente porque el país no fuese
mu)' fértil, que porque faltaba en ellos constancia para
sí lo era; sino
e\ trabajo, orden y previsión en lo que emprendían y economía
después de haber cosechado, cosas todas contrarias á su natural in-
dolente y á su corta capacidad. Agregábase d esto el hallarse re-
partidos en encomiendas, lo cual, por abuso de los encomenderos,
todavía les acrecentaba la necesidad y la miseria. No pagaban por
tanto diezmos porque no tenían de qué. Durante el transcurso de
casi todo el siglo xvii no se le ofreció seriamente á nadie que los in-
dios reducidos por los Jesuítas hubiesen de pagar diezmos, cuando
ni los pagaban las reducciones administradas por religiosos francis-
canos, ni las que tenían los clérigos seculares. Tanto más, que las
reducciones de Guaraníes hechas por los Jesuítas habían experi-
mentado desastres y persecuciones que no les habían dado punto de
reposo durante largos años y casi las habían arruinado.
Mas hacia fines del siglo, habiendo hecho su Visita canónica el

lUmo. Sr. Obispo D. Antonio de Azcona Imberto, informó al Rey


que le parecía extraño que aquellos pueblos no pagasen diez-
mos (1). Y esta fué la ocasión para que el Consejo de Indias juzga-
ra deber entrar en la averiguación del punto, tratándose ya de im-
ponerles esta nueva carga.
Los Padres, que procuraban defender con empeño los derechos
de los indios, que ellos, ignorantes ó indefensos, nunca hubieran sa-
bido sostener; y, movidos de amor al bien de aquellos cuya conver-
sión les había costado tantas fatigas, procuraban librarlos de cuan-
tas cargas podían justamente, para no hacerles duro el yugo de la
religión y de la Fe; representaron la razón que á todos los indios
había eximido en América de diezmos por su pobreza, confirmada
por una costumbre más que centenaria. Añadieron que estaba de-
cretado por Cédulas reales é incorporado en las le3^es de Indias, que
en ninguna parte se impusiesen de nuevo los diezmos, si había cos-
tumbre de no pagarlos. Finalmente, expusieron otra razón funda-
mental, y era la de que, siendo los diezmos ordenados para sustento
del culto y de sus ministros, á lo uno y á lo otro satisfacían cumpli-
damente los indios, pues el sustento de los ministros salía del tributo
que los indios pagaban, y el culto de las iglesias y cosas sagra-

(1) Cédula real de 15 de Octubre de 1694.


-342-
das se mantenía lucido como en pocas partes por medio de eroga-
ciones voluntarias (1). Y habiendo dado el Sumo Pontífice al Re)' de
España el dominio de todos los diezmos de América, en mano de Su
Majestad hubiera quedado el eximir de ellos á los Guaraníes, ha-
biendo causa; y mucho más lo estaba el declarar que no tenían obli-
gación, habiendo aquellas cuatro poderosas razones.
Esta exposición tuvo su efecto, y por muchos años no se pensó
ya en la imposición de los diezmos. Pero en 1743, quizá por conse-

cuencia de algún otro menos acertado informe, ordenó el Monarca


al Provincial del Paraguay que le expusiese algún medio con que
suavemente se pudiera verificar entre los indios el pago de diezmos.
La proposición del medio se hizo, y en virtud de ella expidió Fer-
nando VI la Cédula real de 26 de Agosto de 1748; en la cual impo-
nía á cada uno de los pueblos de indios Guaraníes de las Doctrinas
cien pesos anuales por vía de diezmos y con título de mayoy servi-
cio, que se habían de destinar al fomento de nuevas Misiones. Desde
entonces hasta la expulsión de los Jesuítas se siguió añadiendo
al tributo de un peso por cabeza al pago de cien pesos por mayoy
servicio. Práctica que continuó igualmente hasta 1811.

(1) Memorial del P. Burgés, núms. 4. 43. (Apénd. núm. 53,\


CAPITULO XI

PERSONAL DE LOS JESUÍTAS


EN LAS DOCTRINAS
1. El Misionero individualmente.

'_. —
Elección de las personas. 3. Vida de
los Misioneros. — 4. — — —
Mártires. 5. Hermanos Coadjutores. 6. El Superior. 7. In-
flujo de los .Misioneros sobre sus feligreses. — —
8. Causas del influjo. 9. El Procu-

rador á Europa. 10. La expedición.

EL MISIONERO INDIVIDUALMENTE 102

Importa en gran manera darse cuenta de la calidad y acc¡(')n de


las personas que intervinieron en el régimen de las Misiones del Pa-
raguay. El religioso puesto al frente de cada uno de los pueblos era
con toda propiedad un misionero.
Esto, que con respecto A los primeros tiempos no necesita demos-
tración, por haber sido los Jesuítas quienes sacaron aquel gentío
del estado de infidelidad, recogiéndolos de las selvas por las que an-
daban dispersos, y reduciéndolos á poblado y á vida cristiana y civil:
es asimismo verdad aun en los últimos tiempos en que los Jesuítas
asistieron en el Paraguay. Los indios de las Doctrinas eran verda-
deros neófitos, como ya se ha hecho ver; los trabajos que para cuidar
de ellos se habían de tomar eran los propios de las misiones de infie-
les más pesadas.
Preciso era aprender una lengua nueva y nada fácil, así por la
extrañeza de las raíces como por lo gutural de la pronunciación. El
doctrinero quedaba fijado para en adelante en medio de una gente
ruda y grosera, sin más sociedad que la de aquellos indios. La ins-
trucción en las cosas de la fe había de ser asidua y fatigosa, dada la
corta capacidad de los oyentes; la paciencia en sufrirlos invencible:
3' perpetua la cautela en evitar las ocasiones de que uno ó varios y
— 344 —
aun gran parte del pueblo se retirasen á los montes ó á los infieles,
abandonando la vida cristiana. Y sobre la solicitud de lo espiritual,
se añadió la pesadísima carga de cuidar de los bienes temporales,
sin los cuales era ciertoque no tenían para comer ni para vestir; }-
lo que peor era, que urgidos por el aguijón del hambre, se huían á
los montes á buscar sustento, andaban errantes, y volvían á las cos-
tumbres de su gentilidad. En suma, con tener las Doctrinas ciento
cincuenta años de existencia al tiempo del extrañamiento de los Je-
suítas, eran todavía una cristiandad en formación: en buen estado,
sí, pero que necesitaba de los continuos cuidados y desvelos del mi-
sionero.
Fuera de los trabajos propios de su pueblo, presentábase A veces
ocasión de recibir en su misma Doctrina un contingente de infieles
que venían á reducirse: ó salir el mismo doctrinero á recorrer bos-
ques 5^ selvas para atraerá los salvajes más inmediatos, como suce-
día especialmente hacia los puntos extremos de las Doctrinas, Cor-
pus y Yapeyú. Y no pocas veces era llamado el párroco de los
Guaraníes para dedicarlo á abrir nuevas misiones de infieles: tal fué
entre otros el caso del P. Arce, fundador de las misiones de Chiqui-
tos; tales los del P. Cardiel para entablar las misiones de Mocovíes
en el Chaco, 3" Sánchez Labrador, para reducir á los Mbayás.
del P.
Por todos estos motivos era el doctrinero de Guaraníes un misio
ñero en el propio sentido de la palabra, como los que en todos tiem-
pos ha destinado la Iglesia al ministerio de convertir infieles. Para
este oficio es ante todo necesaria la vocación, impulso interior sobre-
natural con que Dios mueve á los que elige para la grande obra: v
la vocación nunca faltó en Compañía de Jesús. Y aunque en la
la
misma vocación de Jesuíta se encierra la vocación para las Misiones,
por ser la Compañía un instituto ordenado á la propagación de la fe,
y por lo mismo se cuenta este ministerio entre los especialmente pro-
pios de ella, y está dispuesto que se envíen á las misiones extranje-
ras los sujetos que se reconozca ser aptos aún sin pedirlo ellos (1), lo

cierto es que el intenso fervor de vida espiritual de los Jesuítas en


todos tiempos produjo tantas peticiones de misiones de infieles, que
por la mayor parte los enviados eran algunos de los que las habían
pedido, yn que á todos no era posible satisfacer.
Es éste un hecho que hoy mismo se puede verificar en Ar
chivos públicos de Europa, adonde han ido á parar los papeles de
los antiguos Jesuítas. Así, en el Archivo del Estado italiano en

(1) Congregación 8. '^ sesión 24. (Vid. Indhx c.f.n. verb. Missiones).
— 345-
Roma, (1) se encuentra una sección especial consagrada á los Indipe-
tas ó Indi pet cutes, en que se guardan las cartas originales de los
que pedían al M. R. P. General las misiones de Ultramar ó Misiones
de Indias. Ocupan su lugar allí todas las naciones 3" todas las provin-
cias de la Compañía. Veinte volúmenes en folio por lo menos hay de
estas cartas, con algunos legajos sueltos más: y es cierto que no es-
tán allí todas; pues otras varias cita el P. Antonio Huonder (2). De
las provincias de España se encuentran en el citado Archivo algo
más de mil cartas ó peticiones en dos legajos sueltos, habiendo sido
deshechos los volúmenes que las contenían; y parece que se han per-
dido muchas. De las provincias de Alemania enumera el citado
P. Huonder en colecciones privadas 760, 3' opina fundadamente que
faltan muchas 3' que el número total sería de algunos millares. De
las provincias de Italia cuenta un catálogo contenido en el mismo
Archivo de Estado en Roma hasta 9023 cartas desde 1589 hasta 1770.
Siéntese el ánimo conmovido al registrar en aquellos volúmenes
esta página íntima de la vida de los religiosos 3' de la Orden misma.
Los autores de las cartas escriben derramando su corazón 3' confián-
dose al afecto paterno del Genera] de la Compañía. Exponen unos
sus deseos y los impulsos interiores y repetidos con que les llama
Dios á consagrarse á los trabajos de las misiones de Ultramar en
cualquier región del mundo: otros los declaran para una misión par-
ticular, como Filipinas, el Japón, el Paraguay, etc., y ésa piden,
resignándose empero con indiferencia en las manos del Superior
para aquella ó para cualquiera otra. No pretenden descansos, diver-
sión ó satisfacción de la curiosidad, sino el servicio de Dios 3' la sal-

vación de las almas; ni se lisonjean siquiera con hacer gran fruto y


numerosas conversiones entre los infieles, sino que ofrecen sus perso-
nas al trabajo 3- dejan ese cuidado á la bondad de Dios; ni se arre-
dran por las fatigas, penalidades 3' aun peligros de perder la vida á
que se han de ver expuestos; antes los miran de frente 3^ se lanzan
á ellos: y lo que más es, algunos expresan haber empezado á tener
el deseo de las Misiones justamente por la noticia de los riesgos y

de las muertes que otros habían padecido por Cristo en este santo
ministerio, anhelando ser participantes de tan buena suerte. Algu-
Padre General exponiendo su peti
nos, y no son pocos, escriben al
ción después de muchos años de sentir en sí tales deseos, 3' cuando
ya han probado con obras que no son veleidades pasajeras: v todos
lo hacen después de haberlo pensado maduramente delante de Dios

(1) Roma: Archivio di Stato Fondo del Gesti Indipete.


(2) Huonder, Deutsche Jesuiten missionare, 1899, pág. 42, nota, et alibi.
— 346-
y consultado con sus directores espirituales. Ni faltan ejemplares de
sujetos á quienes dilatándose el otorgarles la petición, repiten sus
cartas dos, tres y muchas veces más en diversas ocasiones. Pueden
verse algunas muestras de esta clase de cartas en el Apéndice, nú-
mero 36.

II

IQ3 ELECCIÓN DE LAS PERSONAS

No á cualquiera que las desease y pidiese concedía las Misiones


de infieles el P. General de la Compañía (único á quien corresponde

destinar los Jesuítas á estas Misiones, cuando no interviene designa-


ción expresa del Sumo Pontífice); sino que habían de concurrir en el

agraciado varias cualidades que le hicieran especialmente apto para


ministerio de tamaña trascendencia.
Para que se forme idea del exquisito cuidado con que siempre
ha elegido sus misioneros la Compañía de Jesús, bastará exponer lo

que ordinariamente se practica en tales casos. El P. General se in-


forma por medio del Provincial y de otros religiosos de las circuns-
tancias personales del candidato: los cargos que ha tenido: y si tuvo
alguno de gobierno, con qué satisfacción lo desempeñó: si tiene
fuerzas corporales y salud para los trabajos de la misión: si le acom-
pañan prudencia y talentos bastantes para hacer fruto en la Misión:
y expresamente qué lenguas sabe y qué facilidad ó dificultad tiene
en aprender otras nuevas: si tiene deseo de Misiones: y si habiéndo-
las pedido, parece que lo hace por deseo de vida más libre en que
seguir su voluntad: ó si, no habiéndolas pedido, las tomará de buena
gana: si es afable y tratable, y si se sabe acomodar fácilmente al

humor de otras naciones: cuál es su firmeza de cabeza, si es tran-


quilo, ó al contrario, de fantasía alborotada; si parece constante en
su vocación, y tan adelantado en virtud, que pueda ser expuesto con
seguridad á las dificultades y riesgos de aquella misión: y en par-
ticular, si tiene tanto amorá la oración y disciplina rejiular, que en-
tregado á sí mismo, parece que cumplirá conlos ejercicios y prácti-
cas espirituales, y observará las Constituciones y reglas de la
Compañía: si es mortificado, amante de la pobreza }' obediencia,
humilde } cuidadoso de conservar la paz y caridad fraterna: si trata
con el debido respeto á los prelados y á las personas de categoría, y
si acaso es propenso á familiarizarse con seglares: y finalmente, si
-347-
tiene celo de las almas, y está dispuesto á soportar por la honra de
Dios y la salvación de los prójimos las molestias que se ofrezcan (1 ).
Si no igual en la forma, igual por lo menos en la sustancia ha
sido en todos tiempos la información sobre los que habían de ser en-
viados á las Indias, exigiendo en ellos la Compañía no sólo el conjunto
de prendas de salud, talentos y prudencia necesarias para el cargo
que habían de desempeñar; sino además el ejercicio de las más sóli-
das virtudes de la vida sobrenatural: y todo ello probado por espacio
de largos años.
Por su parte, quien se sentía con vocación especial para las mi-

siones extranjeras, la reconocía como insigne beneficio de Dios: y


según el consejo de San Pablo de no recibir en vano ni descuidar la
gracia de Dios (2), procuraba cultivar su vocación, previniéndose
para el tiempo en que se le otorgase realizarla. He aquí los pruden-

tes avisos que se daban como norma á los deseosos de misiones de


Ultramar, como se han conservado en un cuaderno de instrucciones
para los misioneros de las provincias de Alemania. Titúlase Instruc-
ción para los qiie tienen deseos de ir á las Misiones de Indias (3); y
se divide en cinco capítulos que tratan respectivamente de las cuali-
dades del Misionero según San Francisco Javier, de los motivos que
según él mismo han de animarlo; respuesta á varias dificultades;
avisos útiles; ideal del Misionero Jesuíta.
Las cualidades son grande y virtud— ciencia, no cualquiera,
sólida
sino bien fundada y completa en cuanto pueda ser resistencia corpo- —
ral— y costumbre de sufrir incomodidades y molestias.
Los motivos son: el gran provecho que con este ministerio se hace

en las almas pasar de este modo el purgatorio en vida, mereciendo

luego librarse de él los consuelos que Dios cuida de dar al alma dtl
Misionero — ser las misiones animoso ejercicio de despreciar los peli-
gros y aun la muerte misma— el temor de un castigo de Dios á quien
fuere infiel á su llamamiento— ocasión de adquirir más seguramente
la perfección y renunciar á todo por Dios— invitación fervorosa del
santo x^póstol de las Indias á todos los sacerdotes, en la que expre-

samente designa como operarios muy aptos á los Jesuítas alemanes.


Estos dos capítulos están confirmados en cada punto por citas
del Santo.
Propónense luego las dificultades. Que el Misionero alemán, añ-

il) Fórmula prescrita por el P. General Francisco Retz á 2 de Octubre


de 1734, completada por el P. General Pedro Beckx á 13 de Enero de 1859.
(2) II Cor. VI. 1.

(3) Instructio pro candidatis ad indos.


-348-
sioso de trabajar, se verácondenado á la inacción: y en vez del mar-
tirioque anhela, vendrá á ser mártir del ocio: y en lugar de un gran
número de infieles á quienes convertir le darán un corto número de

niños que enseñar. Mas se responde con el ejemplo de Cristo nuestro
Señor, quien por treinta años permanece en Nazareth en aquella que
parece inacción, y con todo es acción tan enérgica, que trasciende
su eficacia á todos los siglos venideros. —
Que hallará peligros de ruina
espiritual. R. también en Europa: y en ningún paraje
Esos los tiene
estará más seguro que donde Dios le llama. — Que se resfría el fervor
religioso en misiones. R. La experiencia convence lo contrario.
— Bastan para de España y Portugal. R. No
las Indias los Jesuítas

bastan: y á algunos de ellos no los llama Dios: ¿por qué tú, á quien

llama, no obedeces á su voz? Que en las Indi;is se atrae un Misionero
el odio universal: los indios no se convierten, y los cristianos anti-
guos le miran con aversión. R. Cosas semejantes ocurren en Europa:
^:acaso por eso se han de abandonar los ministerios? Además, para
prevenir la malevolencia contra indios y Misioneros, dan favor va-
rias Cédulas Reales. —
Por corolario se añaden como nuevos incenti-
vos para las Misiones las grandes molestias corporales que llevan
consigo: la abnegación del honor 5" de la fama, y la de la propia
voluntad y propio juicio: donde se tocan varios puntos de la vida
práctica harto duros.
Los documentos que se recomiendan á la consideración y diligen-
cia del candidato son la alteza de la vocación de Dios para Misiones
— la fidelidad debida en corresponder á ella y las penas que se
siguen á la infidelidad— que mire como fin segundo el fruto de con-
versiones, siendo su primer fin dar gusto á Dios y cumplir su volun-
tad: de otro modo corre peligro de ser engañado miserablemente
por el demonio— que no importune á los Superiores, no sea que más
tarde se arrepienta como quien ha emprendido la tarea por su propia
voluntad — fomente los deseos de alguna misión especial si ya los
tiene; v si su vocación es á cualquiera Misión indiferentemente, en-
térese de las circunstancias de cada una: y aquí se nombran como
las más apostólicas de la Asistencia de Portugal la China, el Japón
y el Maduré. — No se deje preocupar de tantas calumnias como se pro-
fieren contra la Compañía, antes conociendo que son falsas, gócese
en acompañar á tan buena Madre en la infamia que padece por
Cristo. —
Fomente en sí un gran celo: guárdese de murmurar de los
Superiores, y entienda que uno de los fines más importantes de
enviar los sujetos de Europa á las Indias es el de mantener la unión,
y evitar que la Compañía de allende desmerezca de lo que debe ser.
-349-
— Por lo mismo ponga gran empeño en adelantarse en la perfección.
— Sea circunspecto en el hablar. — No se muestre parcial á favor de los
españoles europeos, ni á favor de los españoles americanos. — Ni alabe
las cosas de su patria, dejándose llevar de la inclinación de la natu-
raleza, sino las de los españoles entre quienes mora: ó si no las
puede alabar, no las vitupere por lo menos. — Ande solícito de la casti-
dad: guárdese de la oculta soberbia: y sepa que con ser tan lascivos
los indios, mismos se escandalizan notablemente aun de las
ellos

leves faltas deun religioso: y si alguno en otros tiempos hubiere


tenido cualquier mal hábito, delibere bien, por más que se sienta
enmendado, y repare en los graves riesgos que allí amenazan á esta
virtud. — Adquirir alguna práctica de artes mecánicas, de medicina y
de farmacia, que será de gran utilidad. — Guárdese de pedir las Misio-
nes por estar sentido de alguna dureza en los Superiores ó por no
haber obtenido el grado que deseaba: de lo contrario, experimentará
sin mérito y cuando ya no haya remedio la dureza de otros y el so-

brecejo español. Ocúpese asiduamente en el estudio, que también
allí hace mucha falta. — Sepa que en ninguna parte está más seguro
que donde le pone la — No se cargue de muchas cosas
obediencia.
para el camino.
Finalmente, el último capítulo resume un verda- el ideal de
dero Misionero Jesuíta en tres puntos: abnegación, humildad y obe-
diencia, explanando estos tres conceptos conforme á los rectos dictá-
menes de la ascética, y exigiendo el ejercicio continuo de las virtu-
des sólidas 3' perfectas.
Estos eran los hombres que la Compañía enviaba á las Misiones.
Cualidades que conviene tener presentes, así para entender los efec-
tos producidos por la acción de instrumentos de este temple coope-
rando con la gracia divina, como para distinguirlos del falso retrato
que de ellos hicieron émulos interesados en difamarlos.

III

VIDA DE LOS MISIONEROS 104


Los religiosos que como Curas ó Compañeros moraban en las
Doctrinas Guaraníes, sea en sus principios, sea después de tenerlas
ya firmas }' asentadas, eran regidos por una severa observancia
regular, como se podrá ver le3'endo sus detalles en el P. Cardiel-
- 350 -
Declaración de la verdad, § 9. Aquí no se hará sino tomar algunos
rasgos del resumen que él mismo hace en su opúsculo De inoribus
guaratiiorum, cap. V.
«A las cuatro de la madrugada» dice «nos levantamos al toque de
la campana. Pasado un cuarto de hora, se da la señal del Ángelus
para el pueblo. Después de otro cuarto de hora, empieza nuestra
oración mental. A y cuarto abre el portero la puerta á los
las cinco
sacristanes 3^ cocinero. A
y media se da señal al pueblo
las cinco
con la campana de la torre; y con nuestra campana de casa se toca
á fin de oración. Después de la Misa se administra el Viático y Ex-
tremaunción á los que lo necesitan... á no ser que la necesidad
obligue á anticipar la hora; y se da sepultura á los cadáveres. Des-
pués de las Horas canónicas se oyen confesiones si las hay. A las
diez y cuarto nos tocan á examen de conciencia. Sigue después la
comida y quiete. A las dos de la tarde toca la campana de la torre á
vísperas... A las cinco, después del Catecismo de los niños, se reza
en la Iglesia el Rosario, terminando con el Acto de contrición y el
Bendito cantado... Después de lo cual, despachados si ocurren algu-
nos ministerios parroquiales más, nos retiramos á cumplir con las
obligaciones del rezo y disciplina regular hasta las nueve en verano.
En invierno se sigue el mismo orden, empezando poco más ó menos á
la misma hora, y llamándonos once veces al día siempre la campana
regular, lo mismo que en los colegios.» «Todos los sacerdotes se
confiesan á lo menos dos veces cada semana: y algunos, todos los
días. Cada lunes ha)' conferencia de casos de moral, leyendo uno
algún autor aprobado, y discurriendo luego con el Compañero ó
Compañeros sobre la materia leída.»
Cada seis meses renovaban los que todavía no hubiesen hecho
los últimos votos, con los tres días de ejercicios y las demás prácticas
acostumbradas en la Compañía de Jesús para la renovación del espí-
ritu; á este fin los convocaba el Superior en dos ó tres pueblos, asis-

tiendo para dirigirlos, y dándoles él mismo los puntos, ó haciendo


él

que se los diese otro Padre de los más antiguos. Todos hacían ade-
más cada año ocho días enteros de ejercicios espirituales, que no se
omitían dispensaban por graves y multiplicadas que fueran las
ni

otras ocupaciones: y para evitar ocasiones de que le distrajeran, el


Cura pasaba á hacerlos á otro pueblo diferente del su3'o.
Sobre tener el tiempo tan ocupado con los oficios y prácticas del
orden espiritual, se ha visto en su lugar la solicitud que añadía al
Misionero el cuidado de lo temporal de su Doctrina; y todo junto
venía á constituir una de las cargas más pesadas que había en la
-351 -
provincia religiosa del Paraguay; que ni siquiera se hallaba suavi-
zada con y comunicación familiar con los demás religiosos,
el trato

como en con personas de instrucción y buena sociedad;


los colegios, ó

pues en aquellos parajes no había otros habitantes que los indios, ni


otro idioma que la lengua de los indios.
Con todo no han faltado quienes quisieran pintar el oficio de
eso,
Curas y la habitación en las Doctrinas como un empleo lleno de con-
veniencias 3' regalos, y tanto, que dicen que los Padres más graves
de la provincia apetecían una plaza de Curas como jubilación y des-
canso Pero semejante aserción revela sobra de ignorancia ó de
(1).

malicia. Nada de todo esto era verdad. No eran las Doctrinas para
personas graves que necesitasen regalo y cuidados, sino para hom-
bres robustos y aptos para atender á tantas incumbencias que reque-
rían su mano y sin ella pronto se hubieran desordenado y quedado
abandonadas; no era el empleo de Cura oficio de descanso sino de
trabajo; ni deseaban los Padres aquel cargo, sino que, como se ha
hecho notar en otra parte (2), abundan testimonios de lo contrario.
Finalmente, las Doctrinas no eran el paradero de los sujetos graves
de la provincia, sino al contrario, la fragua donde se templaban los
ánimos de aquella provincia apostólica y misionera, y de donde salían
los Superiores, Rectores y Provinciales, que muchos de ellos habían
pasado largos años en Misiones; como también los Procuradores á
Roma y Madrid, que habían de abogar en defensa de los indios, y
traer nuevo contingente de Misioneros.

IV

MÁRTIRES 105
El doctrinero Jesuíta de los pueblos Guaraníes soportaba todas
las fatigas y trabajos propios del oficio de Misionero; y no retrocedía
aun cuando para llevar adelante su empresa hubiera de arrostrar y
sufrir la muerte; sacrificio que á las veces exige nuestro Señor Jesu-
cristo de los predicadores de su divina Ley, queriendo que le den
testimonio, no sólo con la palabra, sino también con la sangre y la
vida.

(1) Pseudo-ANGLÉs, Informe, núm. 20: Gakay, Prólogo al P. Techo, pág 49;
Brabo, Inventarios, pág. 51.
(2) Cardiel, Declaración de la verdad, Introd. pág. 25.
- 35l: -
Las tres primeras víctimas de esta calidad fueron también los tres
primeros mártires de la diócesis de Buenos Aires, sacrificados en el

Caro en Desde 1611 hasta 1628 había discurrido como una


1628.
ardiente centella por las riberas de los ríos Paraná y Uruguay, mo-
rada de los Guaraníes entonces infieles y salvajes, el P. Roque Gon-
zález de Santa Cruz, paraguayo de noble familia emparentada
con la del famoso Gobernador Hernandarias, llevando á todas partes
la palabra de Dios, é impeliendo á entrar en el redil del divino Pas-
tor aquellas ovejas extraviadas. Hecho su aprendizaje en la primera
de todas las reducciones jesuíticas San Ignacio Guazú, cuando ya
había dado muestras de su gran ánimo en la Misión de los Guaicurúes,
subió el Paraná arriba para convidar á los caciques Guaraníes á re-

ducirse; y bajó también casi hasta la ciudad de Corrientes, fundando


la reducción de Santa Ana; estableció con el P. Diego de Boroa la

reducción de Itapúa; y penetró en 1619 en su deseado río Uruguay,


donde echó los cimientos del pueblo de Concepción, punto avanzado
para emprender las reducciones de toda la comarca del Uruguay, y

aun para extenderse á las sierras del Tape y llegar al Océano Atlán-
tico. Cuando siete años más tarde le abrió camino la Providencia de

Dios para seguir adelante, fundó á Yapeyú, á San Nicolás, á San


Javier de yaguaraitíes; asentó la Candelaria en Ibicuití y después en
elCaazapaminí, pasó á registrar las comarcas de la sierra interior;
y de regreso estaba entablando junto á los ríos Yyuíes otras dos
nuevas reducciones de Asunción y Todos Santos del Caro. Aquí fué
donde le alcanzó la perfidia del mago Nezú, quien por odio á la reli-

gión cristiana, que le prohibía la multiplicidad de mujeres, las borra-


cheras y las costumbres de su infidelidad, trazó la muerte, no sólo del
Padre González, sino también de todos sus compañeros, queriendo
acabar con cuantos religiosos predicaban el Evangelio en aquella
comarca. Murió, en efecto, el P. Roque González, roto el cráneo á
golpes de macana, y despedazado y arrojado el cuerpo en una ho-
guera, quedando intacto con sucesos milagrosos el corazón; murió
su compañero el P. Alonso Rodríguez, ultimado delante de la iglesia
de la reducción; y el hechicero Nezú instigó con sus furiosos discur-
sos á los asesinos que dieron martirio al P.Juan del Castillo, arras-
trándole por pedregales. Y
no perecieron todos los otros Misione-
si

ros, se debió á la valerosa defensa de los neófitos de San Nicolás.


Poco después daba igualmente su vida por Cristo el P. Cristóbal de
Mendoza. Un hechicero había martirizado al P. Roque González en
los bosques del Yyuí después que había evangelizado el Paraná y el
Urugua}^; otro hechicero daba muerte con exquisitos tormentos en
- 3ñ3 -
la sierra del Hierbal al intrépido cruccño evangelizador del Tape
como antes lo habia sido del Guaira. No habían pasado muchos años
más, y ya otro Misionero de los Guaraníes, el P. Pedro Romero, que
deploraba habérsele escapado la ocasión de acompañar en el martirio
al P. la misma región del Uruguay,
Roque González cuando estaba en
halló la suspiradapalma al fundar la reducción de Santa Bárbara de
Guiraporas. Y de las mismas Misiones de Guaraníes, donde era Cura
del pueblo del*Santo Ángel, salió el insigne guipuzcoano P. Juli;in
Lizardi, á recibir el martirio entre los chiriguanos, de la misma raza
que los Guaraníes, en 17 de Mayo de 1735, en el valle del Ingre (1).
No lejos de la comarca donde los tres gloriosos mártires del Garó
habían dado su vida por la fe de Cristo, perdió también la suya en
1639 el Superior de Doctrmas P. Diego de Alfaro por cumplir su oli-

cio pastoral de defender los indios puestos á su cuidado, animándoles


con sus exhortaciones y consejos, de que indignado uno de los por-
tugueses del Brasil, le dio muerte de un arcabuzazo. Y aun hubo
fundamento para creer que intervenía en la alevosa muerte también
el odio de la fe, porque el P. Alfaro, por ser Comisario del Santo
Oficio, 3' tener además delegación del Illmo. Obispo de Buenos Aires,
había intimado el año antes las excomuniones á aquellos foragido^,
si continuaban esclavizando como lo hacían á los indios cristianos.
Lo cierto es que cuarenta Doctores españoles de las Universidades
de Alcalá y Salamanca, y de varias órdenes religiosas en Madrid y
otras ciudades calificaron la muerte como rigoroso y propio martirio.
Semejante á éste fué el caso del P. Alonso Arias en 1648 en las re-
ducciones de los itatines.
Muertes más oscuras y de causa más incierta, pero de gran pre-
cio delante de Dios, sufrieron otros Misioneros de Guaraníes, como
los Padres José de Arce y Bartolomé Blende entre los bárbaros pa-
j'^aguás mientras buscaban el ansiado camino para el Perú, que había
de facilitar extraordinariamente las tareas apostólicas del Chaco (2);
el P. Pedro de Espinosa, mientras conducía un rebaño de ovejas á

los desvalidos fugitivos delGuaira (3); el P. Tomás García, muerto


en 1763 á manos de los portugueses (4); los PP. Javier Urtazún y
Baltasar Seña, que murieron de inanición por la extremada penuria
de las Doctrinas (5). A esta lista pudieran agregarse los que en mu-
chas ocasiones tuvieron expuesta su vida á la furia de los bárbaros }'

(1) Lozano, Vida del P. Lizardi, capp. IV, XX\'.


(2) Charlkvoix, Hist. del Paraguaj', lib. XVI.
(3) Techo, Hist. del Paragf. lib. XI, cap. IX.
(4) MS. Mapa de Doctrinas, existente en Loyola.
(5) Mastrili, Litt. ann. 162b, pág. 39.

23 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes


— 354 —
estuvieron á punto de perecer, como
Antonio Ruiz de Monto- el P.
5'a (1); los PP. Miguel Palacios y Miguel de Herrera, que á duras

penas se libraron de morir á manos de los mismos Guaraníes de Doc-


trinas, alborotados en 1753 porque fervorosamente les predicaban la
transmigración y otros que hicieron el sacrificio de su fama, como
(2);

el P. Miguel Marimón, torpemente calumniado por el mismo motivo,

3' que por causa de la calumnia hubo de ser separado de las Misiones

y aun recluido por sus superiores, averiguándose sólo después de


algún tiempo su inocencia (3); caso que no fué único, sino que había
tenido sus precedentes, 3^ algunos con circunstancias 3' penas harto
más graves.
Otorgó Dios nuestro Señor á estas Misiones tales ejemplares de
sacrificio para que todos se animasen á imitarlos y confiasen que la
intercesión de tan poderosos y valedores para con Dios haría fruc-
tuosos los trabajos de los demás. Y si no todos los Doctrineros fueron
mártires, ni aun eran los mártires en crecido número, cierto es que
todos estaban dispuestos para serlo, pudiendo aplicárseles con verdad
la sentencia de que no faltaron ellos al martirio, sino que les faltó á
ellos la ocasión de padecerlo.

V
106 HERMANOS COADJUTORES
A imitación de los demás santos patriarcas de las órdenes reli
giosas, estableció San Ignacio de Loyola en la Compañía los legos ó
hermanos Coadjutores que ayudasen á los sacerdotes en los oficios

domésticos, á de dejarlos expeditos para los ministerios espiritua-


fin

les. Con todo eso, los Misioneros de Doctrinas se vieron privados


por la ma3^or parte aun de la compañía de estos útiles auxiliares que
les habían de ser de tanto alivio 3' consuelo, máxime siendo necesario
industriar 3^ dirigir á los indios en las artes mecánicas.
A los principios no hubo ningún hermano Coadjutor en las Doc-
trinas, sino sólo sacerdotes; y á éstos son á quienes se ve iniciar á

los indios en la agricultura 3^ en las artes. Más tarde fueron enviados


algunos Coadjutores, pero siempre en corto número, así por la esca-
sez de buenos artífices, como por requerirse especiales condiciones
para residir en Doctrinas.

(1) Tf.cho, lib. VII, cap. XII.


(2) RscANDÓN, Transmigración, § 8.

(3) Ibid, § 15.


-355-
En un Memorial dirigido en 1632 al P. General Mucio Vitelles-
chi por los Padres de las Reducciones, decían los Misioneros: «Piden
y suplican á Vuestra Paternidad les envíe cuatro hermanos Coad-
jutores que asistan con ellos en las dichas Reducciones, y los ali-
vien el trabajo que tienen en las cosas temporales: 1.° para cuidar
de las sementeras, estancias de ganados y viñas: 2.° otro que sea
sastre y les haga lo necesario del vestuario, y remiende cuando está
roto: 3.° otro que entienda algo de botica, medicina, barbería y
enfermería: que sea pintor, para hacer los retablos de las
4.° otro

iglesias y casas, etc y que ésos estén á disposición del Superior de


:

las dichas Reducciones, para mudarlos de una Reducción á otra,


como juzgare convenir» (1). Es probable que algunos de los pedidos

fueron enviados allá, pues el P. General en la respuesta mostró


mucho interés en satisfacer los deseos de los Misioneros: y aunque
fuesen los cuatro pedidos, ya se ve cuan pocos eran para diez y
ocho ó veinte pueblos y muchos millares de indios.
Para entonces ya estaban en Doctrinas el hermano Berger, de
quien luego se hablará, y un hermano Bartolomé Cardeñosa t 1658), (

quien parece era perito en fábricas de edificios, y á quien el P. Ge-


neral decía, respondiendo á una suya: «Con no pequeño consuelo he
leído la del carísimo hermano de Octubre de 1631... El libro de ar-
quitectura y dibujos que pide, procuraré que vayan en la primera
ocasión» (2).

Algo más tarde fueron necesarios hermanos Coadjutores que


atendiesen á industriar y dirigir á los Guaraníes en el manejo de
las armas contra los mamelucos invasores: y de esta clase fué el
hermano Antonio Bernal, portugués, antiguo soldado de Chile, el
que animó á los indios y peleó con ellos en Jesús María año de 1636,
y luego en Caazapaguazú, año de 1639 (3); y también sin duda al-
guna en la gran rota de los mamelucos, año 1641, en Mbororé, por
más que esta vez no sea señalado por su nombre, diciéndose única-
mente que fueron algunos hermanos Coadjutores los que dirigieron
á los indios.— Otro fué el hermano Juan de Cárdenas t en Concep- (

ción á 20 de Diciembre de 1647), que acompañó al hermano Bernal


en Jesús María: (4) y otro el hermano Domingo de la Torre, que
también guió los indios y los animó en Caazapaguazú (5). — Hacia
fines del siglo xvii aparece la noticia del hermano Juan de Mora-

(1) Postulados de la Congreg. 5.''^ de la Prov. del Paraguay.


(2) Carta del P. Mucio á 30 de Noviembre de 1634.
{3) MoNTOYA, Memorial de 1643.
(4) Techo. XI. 30.
(3) NiEREMBERG, V'ída del P. Diego de Alfaro.
— Sofr-
íes ( quien puso en orden las armerías de Doctrinas y renovó-
r 1722 ),

la industria militar de los indios (1); y del hermano Egidio de Staes,

flamenco ( t en Candelaria á 23 de Mayo de 1728 (2), que debía de )

haber sido militar en Europa, pues se recomienda para este mismo-


oticio. El último que aparece en esta línea es el hermano Bartolomé

de Niebla, andaluz, t hacia 1722), que había subido en 1721 con el


(

P. Patino por Pilcomayo para explorar el río, y buscar la


el río

deseada comunicación con Bolivia.


Parece que tardaron bastante los Padres Misioneros de Guaraníes
en lograr su deseo de tener un hermano Coadjutor que en aquellos
retirados parajes les socorriese con los conocimientos de la medicina
3' farmacia: cosa nada extraña, cuando aun en las ciudades de toda
aquella regi«")n no se conocía más facultativo que el hermano Blas Gu-
tiérrez, enfermero de Córdoba. Los primeros que figuran como ciruja-
nos en Doctrinas son los tres que acompañaron A los Guaraníes envia-
dos en 1704 al asalto de la Colonia; los hermanos Pedro Montenegro-

( año 1728 en Mártires), José Brasaneli


•;- á 17 de Agosto de 1728 en (
;-

Santa Ana), y Juan Zubeldia ( f á 21 de Mayo de 1732 en San Borja),


El hermano Pedro Montenegro, natural de Santa María en Ga-
licia, micido á 4 de Mayo de 16b3, entró en la Compañía á 6 de

Abril de 1691, después de haber ejercido su profesión de cirujano en


Madrid (3). Venido á América, y hallándose en el colegio de Cór-
doba, contrajeron él v varios compañeros la tisis de resultas de
haber asistido á y logró sanar á sí y á los demás, aprove-
tísicos:

chándose para de las virtudes de las yerbas, á cuyo conocimienta


ello
tuvo gran inclinación desde niño, y la conservó toda su vida (4).
Estuvo también en el colegio del Tucumán, y pasó luego por enfer-
mero á las Doctrinas con el Misionero P. Tomás Moreno, año de
1702 (5). Acompañó, según se ha dicho, á los Guaraníes destinados
al sitio de la Colonia en 1704, donde fué de gran utilidad su asisten-

cia facultativa, no sólo para los indios, sino también para los espa-
ñoles ^ó). Débese el haberse conservado memoria especial de este
hermano Coadjutor, al Tratado que escribió acerca de las virtudes
curativas de las plantas de Doctrinas, el cual por tradición y por
repetidas copias se fué trasmitiendo y utilizando, y que últimamente

(\) Carta del P. General Tirso González á 27 de Octubre de lt)91.

(2) Ibid.
(3) MoNTK.vKGRO, Tratado de las virtudes medicinales de las plantas de Misio-
nes, publicado con el título de Materia médica misionera en Trellks, Revista
patriótica del pasado argentino. 1888. 1. 265.
(4) Ibid. II. 8.

(51 Ibid. II. 238.


^b) Ibid. II. 19.
- 357 -
1i;i sido publicado (1). De ese tratado dice Demcrsay: «Se pueden
encontrar allí las bases de un trabajo sobre la materia médica indí-
gena an:'ilooo al que el sabio doctor Martius ha publicado sobre las
plantas del Brasil.» — Como el hermano Montenegro fueron también
enfermeros en Doctrinas Coadjutores Marcos Viliodas (t 1728)
los
3' José Jenio- (174S-176S), quienes habiendo morado algún tiempo
entre los Guaraníes, pasaron más tarde al colegio de Córdoba; y
los cinco que se hallaban en Doctrinas
al tiempo de la expulsión:

Juan de Cruz Montealegre (conquense de Buendía ( t á 20 de Enero


la

de ISIO), cirujano en San Cosme: Wenceslao Horski, boticario en


San Nicol.is: Pedro Kormaer f en 176(S en el mar mientras era condu-
(

San José: Norberto Ziulak, cirujano en


cido al destierro), boticario en
Apóstoles, donde acompañaba al P. Aperger t en 1769 en el Puerto (

de Santa María) y Ruperto Talhamer t 1/80 en Lucerna boti- ( )

cario y enfermero en Candelaria, de quien hace gran elogio el P. Pe-


ramás (2).— De éstos el hermano Montealegre, expatriado á Italia, se
graduó allí de Doctor en medicina por la Universidad de Bolonia.
Consta asimismo que en 1626 había un hermano, cuyo nombre
no se expresa, al frente do una estancia ó dehesa para el ganado
vacuno de las Reducciones: y aunque parece que en esta primitiva
y en otras estancias que se entablaron luego, particularmente en las
dos mayores de Yapeyú y San Miguel, se empleó para gobernarlas
algún hermano Coadjutor, lo cierto es que ó no sería esta práctica
constante, ó no han quedado noticias de y sólo se encuentran ella:

los nombres de los hermanos Antonio Lugas y Julián del Pino en


^'apeyú entre los años 1742 y 1749 (3).
Más numerosos fueron los hermanos Coadjutores de diversas
^rtes y oficios que se destinaron á las Doctrinas, así para enseñar á
los indios, como para fabricar y adornar los edificios.
El primero de ellos, que merece un recuerdo especial es el her
mano Bernardo, pintor de la célebre imagen de Nuestra Señoi a la

Conquistadora, mu}' estimada del P. Diego de Torres, de quien la

recibió el P. Roque González al ser enviado á las misiones, habiendo


sido después la perpetua compañera de este apostólico varón
hasta su martirio, en el cual la rasgaron y destruyeron los sacrile-

gos indios del Caro (4). No puede ser otro este hermano Bernardo
(1) Vid. supra, not. (3).
(2) Peramás.. Martín Schmid, p. 446, not.
(3) BuRNOS Aires: Arch. gen. legajo Varios.
(4) «Una devotísima imagen de Nuestra Seiiora, hermosísima, hecha del her-
mano Bernardo, que tenia en gran veneración el P. Diego de Torres... la Con-
<luistadora... la rasgaron con sacrilega impiedad.» Carta del P. Vázquez Truji-
ilo, Provincial, al P. Mucio, Buenos Aires, 22 Dio. 1629.
- 358 -
sino el Bernardo Rodríguez, Coadjutor andaluz, nacido en Baeza*
año de 1573, que entró en la Compañía á 25 de Agosto de 1592,
sacristán en 1614, compañero del P, Torres en 1617, y compañero
del Provincial y del Procurador á Europa según un Catálogo de
1623: pues ningún otro Bernardo aparece en los catálogos de aquel
tiempo.— Mas el primer artista que de hecho formó parte del perso-
nal de las Doctrinas (ya que el hermano Bernardo no había morado
en ellas) fué el hermano Luis Berger, francés, nacido en Abbeville
en 1590, 3^ admitido en la Compañía á 25 de Abril de 1614 en la pro-
vincia Galo-bélgica (1), y que pasó al Paraguay en la expedición de
1616 con el P. Viana. Su habilidad especial era de violinista; pero
como solía suceder en varios hermanos Coadjutores del Paraguay,
á ésta se agregaron otras de no pequeña utilidad: pues el hermano
Berger era juntamente músico, escultor y pintor: alcanzó á enseñar
á los indios las danzas: y entendía también su poco de platería y de
medicina (2). En 1617 había labrado una hermosa imagen de la Inma-
culada, que sirvió tres años después para inaugurar la iglesia de la
naciente cristiandad de Concepción (3). De él había un cuadro en el
templo de San Carlos (4). Asimismo pintó el cuadro de los siete Ar-
cángeles, que como titular se puso en la reducción del Tayaoba (5).
Pero sobre todo, se le logró su gran deseo cuando en 1622 se halló
entre los indios de San Ignacio Guazú, enseñándoles música y pin-
tura: realizándose en él un ideal de la conversión de los salvajes
atraídos por la música. «El hermano Luis Berger» escribía en 1626
el Provincial P. Mastrilli Duran «es amigo de enseñar á los indios
á tocar vihuelas de arco, con que ha reducido por sn parte mncJios
infieles^ (6). La fama del hermano Berger había atravesado la Cor-
dillera y llegado á Chile, de donde le pedían con urgencia para el

mismo oficio de enseñar música á los indios: y allá pasó hacia


1635 (7). También le tenía pedido el Provincial del Perú (8): mas no

alcanzó á hacer aquel viaje, y vuelto al Río de la Plata, falleció en


Buenos Aires año de 1643 (9).— No se hace mención en adelante de
más hermano José Grimau, ocupado el año de 1745
pintores que del
en San Miguel, en San Luis el de 1749, y hacia 1765 en Santa Rosa

(1) Mastrilli, Litt. annuae 1626, p. 42.


(2) Carta del Provincial P. Mastrilli en 1626 al P. General Mucio Vitelleschi.
^3) Techo, VI. 2U.
(4) Techo, X. 30.
if)) Mastrilli, Anniiae, p. 145.
(6) Carta citada de 1626.
(7) P. Mucio. carta de Noviembre 30 de 1636.
(5) P. Mucio, carta de 1634, 30 Noviembre.
(9) Catálogo de difuntos. Otro catálogo pone su muerte en Buenos Aires, 1639.
- 359 -
y pueblos inmediatos, hallándose el año de la expulsión en Cande-
laria; 3^ del hermano José Brasaneli, que al arte de pintura juntó la
profesión de arquitecto.
Nacido el hermano Brasaneli en Milán á 6 de Enero de 1659, y
admitido en laCompañía á 6 de Diciembre de 1680, debió venir al
Paraguay en 1691, y aparece en un catálogo de 1703 con la desig-
nación de estatuario y arquitecto (statuarius architectus). Hallóse
como cirujano con los Guaraníes en el sitio de la Colonia año de
1704,y continuó en las Doctrinas, donde falleció en Santa Ana á 17
de Agosto de 1728. De sus tareas da cuenta en los siguientes térmi-
nos el P. José de Astudillo, en carta al Provincial P. Luis de la
Roca desde Itapúa, á 15 de Abril de 1718: «Empezóse la iglesia: se
ha hecho la mayor parte de los cimientos, levantándose los pilares
del presbiterio y labrándose mucha madera, todo con la dirección del
hermano José Brasaneli que tiene la obra á su cargo, y á un tiempo
ejercita todas sus habilidades, dirigiendo á los estatuarios y á los
pintores en la vida de nuestro santo Padre, que va por sacar en
cuadros para poner por los corredores de nuestra casa. Están ya
acabados once cuadros, sin otro defecto que el de colores finos,
porque no se hallan» (1).

El más insigne de todos los que trabajaron en las fábricas de Doc-


trinas fué el hermano Juan Bautista Prímoli, milanos también, nacido
á 10 de Octubre de 1673, admitido en la Compañía á 11 de Enero
de 1716, y llegado al Río de la Plata en 1717. Era arquitecto de pro-
fesión, y excelente en su ramo: y antes de pasar á Doctrinas, había
dirigido los edificios más importantes que en aquella época se cons-
truyeron. En Buenos Aires terminó el colegio de la Compañía: puso
fachada y dos torres á la Catedral á instancias del Sr. Obispo: como
á instancias del Cabildo secular emprendió la fábrica de las casas
de la ciudad, aunque luego se sobreseyó en ella, por hallarla dema-
siado costosa para la actual posibilidad del municipio: levantó la igle-

sia de la Merced, la de la Recoleta Franciscana (2) y la hermosísima


de Nuestra Señora de Belén, hoy parroquia de San Telmo (3). En
Córdoba edificó la Catedral y la iglesia del colegio de los Padres Je-
suítas (4). En 1735 se hallaba en las Doctrinas en el pueblo de San Mi-
guel, donde con su dirección se levantó la majestuosa iglesia cuyas

(1) Buenos Aires: Arch. gen. legajo iti'tni. 317 iCorrespoiideticia del P. Juan
Rico.
(2) Carta 2.'' del P. Cattaneo y l.'^del P. Gervasoni, en Muratori, Cristiane-
siñio Felice.
(3) Salvairk, Historia de Nuestra Señora de Lujan, I, 166.
(4) Cattaneo y Gervasoni citados.
-360-
ruinas admira aún hoy el viajero. Algo más tarde se le halla en
Buenos Aires, respondiendo á consultas é inspeccionando ediftcios,

entre otros la fábrica de Nuestra Señora de Lujan (1). En 1744 estaba


otra vez en Doctrinas, dirigiendo la obra de la iglesia de Trini-
dad (2), de piedra toda ella y sin cal, como la de San Miguel, por no
haberse hallado cal en Misiones. Sin salir ya de aquel territorio,
falleció en Candelaria, á 11 de Setiembre de 1747.
Durante este mismo siglo xviii figuran como constructores de
edificios otros varios hermanos Coadjutores, como el hermano An-
drés Blanqui, natural de Campión en el Milanesadó (t 25 Diciembre
1740), que acompañó frecuentemente al anterior, siendo el hermano
Prímoli el arquitecto y el hermano Bianchi el maestro de obras en
la fábrica de la iglesia del colegio, fachada de la Catedral c iglesias
de la Merced y Recoleta (3), y en la de San Telmo: y los hermanos

José Smith, Juan Craus y Antonio Porcada. De éstos el hermano


Juan Craus, de Pilsen en Bohemia t 1714 ), fabricó el colegio de
(

Buenos Aires en gran parte, difundió el uso de la cal y ladrillo, le-


vantó la casa del Noviciado de Córdoba; y con el P. Sepp construyó
la iglesia de San Juan en las Doctrinas, habiendo antes trabajado en
la de Santo Tomé
Lástima que hayan quedado ignorados los
(,4).

nombres de que levantaron los templos de San Ignacio-


los artífices

miní 5^ de Loreto, y llevaron hasta más de la mitad el magnífico


edificio del Jesús, que inconcluso espera su terminación en los des-
poblados del Paraguay.
Tampoco pasaba desaprovechada la destreza en artes útiles de
algunos hermanos Coadjutores, como del hermano Carlos Franck,
hábil herrero y curioso mecánico, del hermano Juan Wolff, carpin-
tero, y del hermano Salvador Conde, bordador. Un hermano impre-
sor, «de las provincias de Francia, ó de Alemania ó Flandes», pedían
ya con instancia en 1632 los Misioneros, pues se dejaba sentir su ne-
cesidad, especialmente para imprimir gramáticas, vocabularios y
otros trabajos ya entonces terminados en la lengua de los negros de
Angola, en la Guaraní, y en la del valle de Calchaquí llamada kaka-
na. Ofrecióse el P. General á hacer todas las diligencias para en-
viarlo; mas no
se llegó á lograr por entonces. Hacia 1700 se había
organizado imprenta deque ya se ha dicho en su lugar; y según
la

las noticias un tanto vagas de una carta encontrada en los Archivos

Salvairh, citado I. 177. H. (25).


(1)
«Las dos magníficas iglesias... de San Miguel y la Trinidad, las hizo... un
Ci)
hermano Coadjutor, grande arquitecto». Cardiel, Breve relación, I\'. 4.
(3) Cattaneo citado.
(4) HuoNDER, Deutsche Jesuiten missioniire, 2.'^ parte. 145.
-361 -

de Munich (1), parece fué un hermano Coadjutor alemán el que enta-


bló aquella imprenta.
Todos hermanos Coadjutores que residían en Doctrinas esta-
los

ban sujetos al mismo régimen y disciplina que se ha detallado tra-


tando de los Misioneros: }' al mismo tiempo que ayudaban á los
Padres y á los indios con el ejercicio de sus respectivas profesiones,
contribuían también eficazmente al buen estado y conservación de
la fe en aquel territorio, y aun á veces á la conversión de los in-
fieles, con su influjo sobre los indios, con su celo, edificación y reli-
giosidad.

VI

EL SUPERIOR 107
El Superior de todos los sujetos de la Compañía que se hallaban
en Doctrinas, que eran de setenta A ochenta, tenía su Residencia en
Candelaria, y era como Rector de un colegio formado por todos los
Misioneros y hermanos coadjutores esparcidos en los pueblos. No
era Cura de ningún pueblo, y así la Doctrina de Candelaria tenía su
Cura propio, distinto del Superior. Por lo mismo no tenía asignación
alguna para su sustento, como ni los Padres Compañeros, ni los her-
manos Coadjutores, aunque todos se ocupaban en beneficio de los
indios; pues en Doctrinas no había otra cosa que los sínodos de los
treinta Curas, y aun esos por muchos años no puntualmente satisfe-
chos, como lo hemos declarado al tratar del gobierno religioso (2).
Pero como por ser toda aquella vasta misión una casa religiosa
era necesario que en ella se guardase la pobreza, no administrando
ni disponiendo los subditos de las cosas sin licencia del Superior;
estaba ordenado por Cédula real ya desde antes de 1651 (3), no se
entregase á cada Cura el sínodo de cada Doctrina, sino que el total
de los sínodos lo entregasen los Oficiales Reales al Padre Superior,
quien había de proveer á la congrua sustentación de sus subditos.

(1) Munich: Mss. de la Biblioteca de la Universidad ni'im. 26.472: Carta del


Padre Miguel Streicher, Misionero en viaje hacia el Paraguay, fecha en Sevilla
á 2 de Febrero [de 1728]: «Dixit etiam [P. Procurator Hieronymus Herrán] Ger-
manum unum quemdam typographiam parasse proprio marte et industria, ac
sine suuiptibus, earaque tam utilem, ut iam modo libellos varios, imo et aliquos
maiores, impresserint».
(2) Supra, § 82.
(3) Citada en un apunte autógrafo del P. Díaz Taño: Archivo General de
B." A.', legajo 1. Misiones, arios. ]
- 362 -
Para ayudarle en esto tenía un hermano Coadjutor con título dej
Compañero ó Ropero, y por medio de él hacía comprar en las ciudad
des españolas de Buenos Aires ó Santa Fe los géneros que no se pro-
ducían en los mismos pueblos, vino, vinagre, aceite y todo comesti-
ble que cómodamente pudiera trasportarse; plumas, papel y demás
utensilios de uso personal. Si se trataba de cosas producidas en las
Doctrinas, las compraba mismo; y el precio pagado entraba en
allí

los bienes de comunidad del pueblo que las había vendido. Cuidaba
asimismo el Ropero de comprar telas de lino y lana para vestidos
de los Padres; y como tenía en su poder las medidas, así para el
vestido, como para el calzado, de todos los sujetos dispersos en la
Misión, les tenía una y otra cosa prevenida para su tiempo. Para lo
cual trabajaban ocho indios en Candelaria, unos de sastres, otros de
zapateros, pagándoseles íntegramente su jornal y despachándolos
cuando era tiempo de cultivar sus chacras. Del mismo modo se con-
servaban depositadas en la Candelaria las otras cosas que se habían
comprado. Cada mes pedía el Cura al Superior lo necesario para él
ó su Compañero, como por ejemplo, el vino para las Misas, del cual
recibía un frasco cada mes, así como se enviaban á cada pueblo men-
sualmente cuatro frascos, destinados á la enfermería como medicina
para los enfermos del pueblo; pues los Padres no lo bebían, á no ser
alguno que tenía necesidad y licencia. Del pueblo se tomábanlas
cosas que no se podían traer de la Candelaria, por hallarse distante,
como pescado, huevos, verduras, trigo; y esto, aunque los indios lo
ofrecían gratis al Padre, nunca se tomaba sino pagándolo. Lo cual
se hacía, al estilo de la tierra, valiéndose de la permutación con otros
objetos de estima entre los indios, ya que la moneda no era conocida.
Para esto, al acabar el año, en las fiestas de Navidad, enviaba el
Superior al Cura gran cantidad de tales objetos, como anzuelos,
jabón y otras cosas estima-
tijeras, cuchillos, anillos, aderezos, sal,
das de los indios, las cuales servían no sólo para dar al sastre, al
hortelano, al amanuense, si alguno empleaban, sino también para
satisfacer á los que hacían ó daban algo en utilidad de los Padres (1).
El Superior tenía, como en los Colegios, sus consultores con quie-
nes tratar los asuntos de importancia, y su Admonitor para avisarle
si en algo errase. Los Consultores eran cuatro, en cada uno de los

dos ríos, Paraná y Uruguay, elegidos entre los Padres más graves

y repartidos entre las Misiones de tal modo que por una parte pu-
diesen tener conocimiento inmediato de los sucesos, y por otra no

(1) Todos estos detalles son del P. Cardiel, Declar. de la verdad, iiiíiii. 91
y De moribtis Guaran, cap. V.
- 363 -
les fuese muy difícil juntarse en Candelaria al llamado del Superior.
Cuando asunto urgía y
el la reunión era imposible, el Superior les

consultaba por cartas (1).


El Padre Superior visitaba muy frecuentemente todos los pueblos

de las Doctrinas, así para cerciorarse del cumplimiento de las órde-


nes de las diversas autoridades eclesiásticas y seglares, como para
resolver las dificultades que ocurriesen y activar las obras que traían
consigo alguna urgencia. El Provincial del Paraguay, que residía
en Córdoba, visitaba asimismo las Doctrinas, mas esto no era sino
una vez generalmente durante su Provincialato, que duraba tres
años, á causa de las grandes distancias y dificultad de comunicacio-
nes. Las determinaciones que tomaba el P. Provincial en las Visitas,
con las demás órdenes que en diversos tiempos enviaba para todas
las Doctrinas así como también las que venían del Padre General de
la Compañía se coleccionaban en un libro manuscrito con el título

de Ordenes de los Padres Generales y Provinciales, que era mate-


ria de lectura todas las semanas, y de donde más principalmente
procedía la uniformidad observada en el proceder de todos los
pueblos.
Mientras duraron las reducciones del Guaira, hubo un Superior
especial para ellas, establecido en Loreto ó en San Ignacio, y otro
para las del Paraná, sin sede fija. Desde 1632, reunidas ya todas las
Doctrinas, y cesando la causa de multiplicarlos Superiores, que era
la dificultad de comunicar de una parte á otra, y la consiguiente im-
posibilidad de visitar con frecuencia, fué uno solo el Superior de
todas las Doctrinas, cuya residencia se estableció porfin en Cande-

laria, nombrándosele más tarde dos Vice- Superiores, como se ha


dicho, para proveer á los casos urgentes. Hacia 1693 se introdujo el
estilo de nombrar dos Superiores, uno en cada una de las dos juris-
dicciones de los ríos Paraná y Uruguay, donde antes estaban los
Vice-Superiores: y así se continuó por algún tiempo. Mas la expe-
riencia mostró graves inconvenientes en esta división: y en 1722 se
había vuelto ya á la forma antigua del Superior único.
Los nombramientos de Superior venían de Roma, como los de
Rector de los colegiosy Superior de las residencias. La declaración
de tener el Superior sobre todos los demás que residían en las Doc-
trinas igual autoridad que los Rectores sobre las personas de su
colegio consta de carta del P. General Mucio Vitelleschi, fecha á
30 de Noviembre de 1634: y se dio por haber pedido los Misioneros

(1) Cardíel ya citado.


-364 —
de Reducciones en su Memorial presentado á la Congregación pro-
vincial S.'*^ celebrada en Córdoba en 1632, que se solicitara la deter-
minación de las facultades del Superior.

VII

Qg INFLUJO DE LOS MISIONEROS SOBRE SUS FELIGRESES

Del capítulo IX consta cuan grande fuera la autoridad que los


Misioneros ejercían sobre los Guaraníes recién juntados en reduccio-
nes, nacida, no de imposición y violencia, sino de la docilidad y con-
fianza con que los neófitos se ponían en manos de sus padres espi-
rituales.
Como los primitivos Guaraníes, pusieron sus descendientes ilimi-
tada confianza en sus Misioneros. Lo que á ellos pareciese bien,
tuvieron por voz del cielo; lo que ellos sentenciasen aceptaron como
de cirbitros inapelables. La autoridad civil y la judicial en primera
instancia estaba depositada en los alcaldes y corregidores indios
con la dirección del misionero: } lo más á que de ordinario se exten-
día la exigencia del indio era á cerciorarse de si lo que le mandaban
había merecido la aprobación del misionero: para lo cual, cuando la

cosa era mu}^ nueva, y no de las ordenadas usualmente, era frecuente


el no poner manos á la obra hasta haberse ido á enterar en per-

sona del mismo Cura sobre si con su dirección se había ordenado


aquello. i\cabada la Misa y la acción de gracias cada día, estaba ya
junto á la verja del presbiterio el cabildo con los caciques y jefes, y
era preciso que el Padre diese á besar la mano á todos para que
ninguno quedara contristado. Luego esperaban al Cura á la puerta
de su aposento. Allí se enteraba el Corregidor de las faenas que ur-
gían en aquel día, y luego salía cada uno á su ocupación después de
tomar el mate (1). Los domingos, después de Misa y sermón, se ave-
riguaba si alguien no había asistido y por qué, y se llevaba la nota
al Cura, lo que hacía el Corregidor con los Secretarios (2). Junta-
mente le participaba si durante la semana había ocurrido alguna
novedad ó cometídose falta pública, y le pedía consejo sobre el re-
medio que se había de poner para que no cundiese el mal ó casti-
gando al culpable ó si convenía, llamándole el Padre para dirigirle

(1) §. Etiam in profestis. De morib. guaran, cap. VI,


(2) Relación de Misiones, § Haec ubi perfecta.
.

- 365 -
seria amonestación, en laque se reconocía eficacia por la autoridad
que en ánimos de todos ejercía. Después del Corregidor, daban
los
cuenta de su lista y de lo que hubiese que notar uno de los Alcaldes
de mujeres, el Alcalde de niños y el de niñas, todos por separado (1).
El Mayordomo, ó los dos Mayordomos del pueblo, cuando los había,
daban también á su tiempo cuenta del empleo que tenían los habe-
res del común, presentando sus libros donde estaban apuntadas to-
das las entradas } salidas, á fin de que el Padre los reconociese, y

aun supliese sus propios apuntes cuando era menester por alguna
omisión (2).

Cuando alguno había cometido algún delito, los Alcaldes lo con-


ducían al Párroco, no llevándole por fuerza ni de la mano, sino
con sólo decirle: Padre; lo cual bastaba para que les siguiese,
vejí al
sin ocurrírsele siquierapensamiento de huir ni asaltarle temor algu-
no. «En llegando al Padre», dice el Padre Cardiel (3) «el Alcalde rela-
»ta la causa, por ejemplo: Este ha soltado sus bueyes al campo del
y>vecino y liaii heclio mucho daño. Si resulta, convicto ó confeso, el
»Padre lo reprende, manda que repare el daño hecho al prójimo con
»tantas medidas de maíz: declara que ha merecido veinticinco azotes:
»y el Alcalde da al Alguacil, si hiciese falta, la autoridad real que
»el Padre no tiene. El reo sufre de buena gana lapena impuesta, y
»por sí mismo se desciñe para sufrirla, y se echa en el suelo. Aca-
»bado el castigo, vuelve al Padre, le besa la mano, y dice: Aguiye-
T>bete^ Chemba, chemboara qitaa hagiiera rehe. Gracias, mi Padre,
aporque me has dado el entendimiento que me faltaba.»
Obediencia era ésta que dejaba atónitos á los que la veían como
le sucedió á Gomes Freiré (4); y que sin embargo los indios ejecuta-
ban con la mayor naturalidad, como que en su Cura veían á un ver-
dadero padre, y aprendían vivamente la autoridad de una persona
que tenía las veces de Dios. He aquí lo que refiere el P. Carlos Cat-
taneo Misionero Jesuíta natural de Módena, quien supo el caso de
boca de los mismos que lo habían presenciado i^5): «Dijéronnos los
Padres que llegaron ocho días antes que nosotros en el buque San
Francisco, y tuvieron ocasión de desembarcar varias veces [en Mon-
tevideo] que al presente no se cuentan más de tres ó cuatro casas
de ladrillo de un solo piso, y otras cincuenta ó sesenta cabanas de

(1) Ibid.
Relación de las Misiones § Sic ergo.
(2)
(6) De moribus guaran, cap. I.\
(4; Relagao abreviada.
(5) Cattaneo, Carta á su fiímilia, á 18 de Mayo de 1729 en Muratori, Cristia-
nesimo felices I." tomo, Apéndice.
-366-
cuero de buey, donde habitan las familias venidas últimamente hasta
que se fabriquen bastantes para alojarlas. Los que las construyen
son indios de nuestras Misiones, que vinieron en 1725 por orden del
Gobernador de Buenos Aires en número de cerca de dos mil, para
fabricar, como lo han hecho hasta ahora, la fortaleza; y están á cargo
de dos de nuestros Misioneros que les asisten, predicando y con-
fesándolos en su lengua, pues no entienden la española. Habitan los
dos Padres en una de las dichas cabanas de cuero: y los pobres in-

dios duermen al raso, sin casa ni techo, expuestos, después de sus


fatigas, al agua y al viento, y sin sueldo ni salario, sino sólo con el
descuento del tributo que deben pagar. Mientras estaban en tierra
los Padres de la otra nave, ocurrió un lance curioso, que vieron
ellos mismos, que no puedo omitir, porque da á conocer muy bien la
calidad de estos nuevos fieles. Un indio de los más robustos no
quería aquel día trabajar en la cortina de un baluarte. Irritado el

comandante de la fortaleza, dio orden á los soldados de que lo arres-


tasen. Al oir el indio la palabra arresto (cuyo significado entendió
muy bien) tomó un manojo de Hechas, y montó en el acto á caballo,
3^ preparando su arco, amenazaba á cualquiera que se acercase á
prenderlo. Hubieran podido los soldados matarlo con los mosquetes;
pero temiendo el comandante irritar los demás indios si éste era
muerto, originándose de ello una peligrosa sublevación, ó á lo
menos una fuga general, tomó el partido de hacer saber al Misionero
la obstinación de aquél, para que si era posible, le pusiese reme-
dio. Vino el Padre, y con pocas palabras que le dijo, lo hizo desmon
tar del caballo, dejando el arco y las flechas. Induciéndolo después
con buenas maneras y amorosas palabras á recibir algún castigo por
le hizo dar veinticinco azotes, con
su falta, hécholo tender por tierra,
asombro de los soldados al ver que el que poco antes no temía la

boca de los arcabuces, se rindiese ahora tan pronto á sólo las pala-
bras del Misionero. Y mucho más se maravillaron al oir que en me-
dio de los azotes no hacía otra cosa sino invocar á Jesús y á María
en su auxilio: por lo que algunos soldados prorrumpieron en esta
exclamación: ¿Qué gente es ésta? Es necesario decir que son ánge-
les: porque si nosotros hubiéramos recibido semejante castigo,

habríamos nombrado y votado d mil diablos. Y ciertamente que es


cosa de maravillarse ver que bárbaros tan feroces por naturaleza,
que no pudieron ser subyugados por los españoles, presten despuis
tan humilde obediencia á un sacerdote, mayormente si es el que los
confiesa, les predica
y en sus necesidades temporales y espiri-
asiste
tuales, á quien aman verdaderamente y respetan como á Padre.»
-367-
Preciso es,empero, añadir, para no hacer formar un concepto
ajeno de la realidad, que no era el influjo del Misionero tal, que pu-
diese lograr de los Guaraníes cuanto pretendiera, y tuviese en su
mano arbitrariamente las voluntades de los indios, como muchas
veces se ha dicho, con manifiesto desconocimiento de la naturaleza
humana y agravio de la honra de los Misioneros. Sobre lo cual es
muy digna de oirse la sensata reflexión del P. Cardiel: (1) «La sumi-
sión y respeto que muestran es por el porte que ven en sus Padres.
Cuando pequeño es bien criado, y su padre cuida de él con
el hijo

prudencia, se consigue que lo venere y respete en las cosas que no


le cuestan mucha dificultad. Pero si le manda que no juegue, que

esté todo el día atareado á la escuela, y á su casa, ya se acabó la


obediencia. Lo hará algunas veces, pero no lo conseguirá siempre:
y si salió de inquieto natural, conseguirá mucho menos, por más
que trabaje en su cultivo. A todo dirá sí el muchacho por buena edu-
cación; pero no lo cumplirá. Lo mismo puntualmente sucede con el

indio: á todo dice sí con aquel que venera; pero poco ó nada cumple.»

VIH

CAUSAS DEL INFLUJO 109


Quien haya ido siguiendo el relato de la conversión de los Gua-
raníes en alguna historia del Paraguay, y mejor aún en las cartas
de testigos y en otros documentos originales, no puede menos de
haber formado una alta idea de aquellos varones abnegados que lle-
nos de amor de Pios, y por lo mismo encendidos en celo de la salva-
ción de las almas, abandonaban los propios bienes, los más potentes
afectos y las más bellas esperanzas de la vida, y corrían á encerrar-
se entre las tribus salvajes, á soportar continuas fatigas, á multi-
plicar incansables sus viajes y á acudirdonde hubiera un alma que
salvar, una parcialidad que reducir ó algunos indios abandonados
que llevar consigo á su misión: prodigando su vida, desafiando los
peligros, gozándose con la muerte, y deseándola por tan noble
causa. No puede creerse que los indios fueran insensibles á ese ma-
ravilloso espectáculo del Misionero, obra de la gracia divina, que
eleva la flaca naturaleza del hombre hasta hacerla superarse á sí

(1) Cardiel, Decl. núm. 124.


-368-
misma. Cortos de ingenio para los discursos especulativos 3^ delica-
dos raciocinios, sabían no obstante discernir la diferencia entre hom-
bre y hombre, valor y valor, beneficio y beneficio. Por eso, oyendo
la buena nueva que los Misioneros les anunciaron, no solo para el

bien de su alma, sino aun para su bienestar temporal, 3- observando


que los hechos correspondían á sus palabras, formaron de aquellos
hombres concepto distinto que de los demás, y hasta en su expresivo
idioma lo significaron, dándoles el nombre de Paí aburé, Padre distin

to: les tuvieron en alta estimación, y depositaron en ellos plenamen-


te su confianza. De ello dieron la prueba más elocuente, abandonando
sus antiguas casas y suelo nativo para seguir al Padre, renunciando
;i su antigua vida exenta en parte de sujeción, para entablar la vida
de trabajo 3" con una le3' que les prohibía todos los vicios.
La misma altísima idea que los primitivos Guaraníes habían
formado del Misionero, la conservaron sus descendientes respecto
del religioso que les estaba señalado por Doctrinero. Nunca desme-
reció esa estimación, ni el consiguiente influjo que el doctrinero
ejercía sobre sus feligreses, porque seguía manteniéndose apoyada
en mismos sólidos fundamentos, que percibía siempre 3" con evi-
los

dencia aun el mismo indio, incapaz como era de dar de ellos expli-
cación cumplida.
Los motivos en que se radicaba la estimación eran justamente
los efectos característicos de la actividad del Misionero, que eleva,
defiende y conserva las personas 3" los bienes verdaderos del estado
de aquellos á quienes se aplica su ministerio.
Sentíanse, en primer término, elevar de lo hondo de su degrada-
ción: porque aunque el hombre abatido por sus malos hábitos ó por
su decadencia, no se rehabilita jamás, si no halla quien le tienda
una mano amiga para auxiliarle, como lo muestra la experiencia;
quédale todavía suficiente capacidad para darse cuenta del nivel su-
perior á que se va elevando con ajeno auxilio, así como le ha quedado
discernimiento para reconocer su degradación, con tal que quien
le dirige le excite en sazón oportuna para que la eche de ver. Todo
esto aparece de relieve en la historia de las Doctrinas Guaraníes.
Aquellos indios que, del aislamiento de sus selvas, pasan á juntarse
en pueblos ordenados, que levantan iglesia 3" casas, cultivan parte
en privado, parte en común, cuanto necesitan para sustentarse y
vestirse, pasan de los hábitos antropófagos á la civilidad cristiana,

y en su medida ejercitan las artes útiles 3^ las nobles: ciertamente


que se van levantando de su primera degradación: y todo esto se
hace por la dirección eficiente del Misionero, lo cual perciben con

-369-
toda claridad. Aquellos padres que se extasían en ver á sus hijos
que por la enseñanza del Misionero aprenden á leer y á cantar, y
sirven en las funciones sagradas, muestran que muy bien se dan
cuenta de los adelantos y envidiable educación de sus pequeñuelos
comparada con la que ellos tuvieron á su edad. Y los ancianos que
al proponerles el P. Boroa que digan lo que les parece de la borra-
chera, responden que claramente conocen ser un?) cosa indigna del
hombre, y que pide remedio: y que cuando el Padre les hablaba so-
bre esto, sentían allá dentro en su corazón otra voz que se lo hacía
patente: ésos también reconocen su abatimiento, y se hallan dis-
puestos á salir de él, habiendo quien les auxilie. Y si para cualquiera
observador que atentamente lo considere, es simpática la figura del
Misionero que, dejados los hábitos de nobleza y cortesanía en que
desde su niñez se ha educado en Europa, se dedica á manejar toda
suerte de instrumentos, á aprender los oficios manuales, que á fuerza
de porfiado trabajo y constante asiduidad llega á poseer, para po-
der con este conocimiento enseñar y dirigir á los oficiales de cada
arte en aquella naciente sociedad; y mientras como sacerdote en
el templo guía las almas al servicio de Dios, en el campo )' en el ta-

ller acaudilla los obreros en su ruda tarea: no puede dudarse que á


aquellos indios, que veían todo esto realizado por su Cura ó Doctri-
nero, les producía también por efecto la admiración y el amor. Por
eso tantas veces, en las repeticiones de sermón encargadas á los in-

dios de más razón los días de fiesta después de Misa, refiere el Pa-
dre Cardiel que se expresaban en estos términos: '¡Mirad, hermanos,
con qué empeño cuidan los Padres todo el día de nuestro bien es-

piritual primero y Inepto del temporal: sin ellos y sin su cuidado es-

taríamos en extrema miseria. Ya los veis que no buscan para sí


nuestros bienes: sino que por el contrario, para buscar las cosas
que nos hacen falta, sudan: y nada llevan consigo cuando los lla-
ma su Superior. Han dejado su padre, madre, patria y parientes
allende el mar^ para venir con tanto trabajo á asistirnos. Por tan-

to, losdebemos honrar, reverenciar y obedecer» (1).


El segundo efecto de la actividad del Misionero que ganaba los
ánimos de los indios era el verle tomar la defensa de sus derechos.
Amaestrado el indio por una dolorosa experiencia, nada temía tanto
como el caer debajo del yugo de los encomenderos, que le forza-
ban á un trabajo perpetuo y le separaban de su pueblo y de su fami-
lia: 3^ en defensa de su libertad á nadie había visto acudir sino al

(I) Cakdikl, De moribiis Guaran, cap. VI, §. Doininicalia.

24. Orgavización ¡social de las doctrinas guaraníes.


-370-
Misionero Jesuíta. Aun en tiempo en que dudaban los Jesuítas si

debía solicitarse que se pusieran los Guaraníes en cabeza del Rey,


ó m^s bien pedía la justicia que se encomendasen á españoles; con
todo eso, en el punto de evitar los abusos, se mantuvieron resueltos
é hicieron cuanto estuvo á su alcance, aunque veían bien claro que
ni los sacerdotes seculares, ni las otras órdenes religiosas les ayu-
daban por general y los seglares se les volvían terribles enemi-
lo

gos, como lo fueron siempre en adelante por esta causa. Y con el


mismo tesón empleado para librarlos de los atropellos de los enco-
menderos, se empeñaron en defenderlos de las terribles acometidas
de los salteadores venidos de San Pablo y de las costas meridiona-
les del Brasil con nombre de bandeirautes. Verse de este modo am-
parados y defendidos á costa de tantos trabajos, en lo más precioso
y caro que tenían, su patria, sus familias, sus vidas y su libertad
personal, no podía menos de engendrar en el ánimo de los Guara-
níes adhesión 3' estima profunda con respecto á sus generosos bien-
hechores. Y éso que nunca pudieron ellos llegar á entender y apre-
ciar el cúmulo de sinsabores, de calumnias y enemistades que reca-
yeron sobre los Jesuítas por defender el derecho de aquellos
desvalidos indios en otras muchas cosas bien necesarias.
La tercera razón que hizo que los Guaraníes amasen á los Jesuí-

tas, fué la cualidad de conservar. Conservaba el Misionero la per-

sona y los bienes del indio que otros destruían; mas no es de esta
conservación de la que ahora se trata, sino de otra más especial.
Ha sido siempre común sentir que los Jesuítas manejaban con sin-

gular suavidad y destreza á los Guaraníes. El prir.cipio práctico de


los Jesuítas era no alterar sino lo que indispensablemente fuese ne

cesario para el cumplimiento de los deberes del cristiano: y en lo

demás, acomodarse á la índole y costumbres de los naturales. Pro-


ceder arduo y trabajoso para el Misionero, que tantas cosas ha de
sufrir y tolerar; pero gustoso para aquellos con quienes trata: el
mismo que empleaba el Apóstol San Pablo y del que dice: A todos
me he acomodado, haciéndome semejante á ellos, para conducir á
todos á la felicidad eterna (1). Consta de la historia la inquebranta-
ble paciencia con que el P. Lorenzana, primer fundador de las re-
ducciones, soportaba sin dar muestra exterior alguna de sentimiento
el mal proceder y la veleidad de los Guaraníes infieles, mientras
usaba prudentemente de cuantas industrias estaban á su alcance
para irlos atrayendo y corrigiendo (2): la solicitud en que estaba y el

(U I Cor. IX, 22.


(2) Lozano, Historia, lib. \', cap. XIX.
-371 -
liento con que procedía el P. Roque González cuando resolvió ha-
cerles mudar la antigua forma de sus habitaciones, que se reconocía
dañosa á las buenas costumbres (1): el largo tiempo que por no ha-
llar todavía dispuestos los ánimos, pasó el P. Ruyer en el Iguazú
sin usar del castigo acostumbrado en las Reducciones, á pesar de
sentirse vivamente su necesidad (2). Estas son muestras aisladas de
loque estaba sucediendo á cada paso. No arrancando, sino trasfor-
mando lo que A^a existía, se adelantaba en la obra lentamente, pero
con solidez. De este modo es como se empezó ;'i introducir la divi-
sión de la propiedad territorial, que antes se hallaba indivisa, por
formar cada parcialidad con su cacique un pueblo aparte (3). Y la
misma institución de los caciques se conservó merced á la diligencia
y esfuerzo de los Jesuítas (4).
Hasta aquí se han enumerado causas que por ser en sí meramente
humanas, han pretendido aplicar en casos anáLgos otros que ni
«ran Jesuítas ni Misioneros, pensando lograr los mismos resultados
de los Jesuítas, 3^ saliendo más de una vez con terribles desengaños
de su empresa. Por lo cual no parece que esté suficientemente de-
clarada la razón del influjo de los Misioneros de Doctrinas sobre los
Guaraníes.
Preciso es, pues, juntar á lo dicho la cii cunstancia de ser sacer-
dotes, que movía poderosamente á los Guai aníes por lazón de la fe,

y aun por su natural inclinación á las cosas de religión. Y hay que


agregar finalmente una cualidad no reconocida por los hombres su-
perficiales ni por los incrédulos, y que sin embargo es en el orden ob-
jetivo la más eficaz, y el alma de todas las otras. Solamente la teolo-

gía católica da la clave de este secreto El éxito feliz de los Jesuítas


en su tarea religiosa y social presuponía como condición sine qua
non la gracia especial de Dios concedida para aquel ministerio co-
mo consecuencia de la vocación del mismo Dios. Los Jesuítas en-
traban en aquel empeño llamados por Dios para el oíicio de Misione-
ros que su misma vocación á una Compañía que abraza las Misiones
como uno de los ministerios más propios de su Instituto: por haber
sentido los más de ellos peculiares impulsos que, examinados seve-
ramente, se reconocían proceder del espíritu de Dios: y por tener
todos la legítima misión de su Superior, autorizado por el Sumo
Pontífice. Ahora bien, cuando Dios elige y llama á alguno para un

(1) Roque González, Carta anua de 1613.


P.
(2)Ruyer, Carta anua del Iguazú en 1627. (Tkelles, Rev. del Arch. I, 168.)
(3) Lozano, Hist. lib, V, cap. XIX, núm. 3: Sepp, Forselzung, secc. ÍI. capí-
tulo XVIII.
(4) Vid. supra, cap. III, §. V.
- 372 -
ministerio, le da al mismo tiempo todas las facultades y dones que
son necesarios para ejercitarlo con fruto y utilidad: y esta dádiva
de Dios constituye la gracia de estado. Claro es que no excluye tal
gracia los medios y diligencias humanas, antes por el contrario las-
exige- y mueve á ponerlas por obra, y en muchos casos facilita su
acción y sugiere el modo como se han de emplear con acierto, ya
que la gracia divina obra acomodándose á la naturaleza. Pero lo que
añade de sustancial es que á los mismos medios contingentes que
cx^-ita á poner por obra, les da la eficacia que por sí no tendrían: y

esto hace que se logren con tanta perfección las empresas. La mis-
ma gracia de estado, pues, dirigía los Misioneros en sus actos para
que fuesen acertados, y movía los ánimos de los Guaraníes á seguir
el impulso que recibían. Los que presumen que pueden conseguir

otro tanto entrando en una ocupación á la que no es Dios quien los


llama, sino sólo sus intereses humanos ó su vanidad, se ven desti-
tuidos de este precioso auxilio tan eficaz como que procede del brazo

omnipotente de Dios, 3^ fracasan en la empresa, como sucedió á


aquellos de quienes dice el Sagrado texto: No eran del linaje de
aquellos por medio de los cuales había resuelto Dios obrar la salva-

ción de su pueblo (1). Y los que de otro modo pretenden dar cumplida
razón de los felices resultados obtenidos por los Misioneros, yerran
gioseramente en la explicación, porque omiten el elemento que lo-
vivifica todo, que es la gracia 3' vocación divina.

IX

110 EL PROCURADOR Á EUROPA

Cada tres años en las provincias de Europa 3" cada seis en las
d.^ Indias, debía nombrarse, según las Constituciones de la Compa-
ñía, uno de los sujetos de la provincia para ir á Roma 3' tratar con
el P. General de los negocios ocurrentes, 3' entre otras cosas para

deliberar con los Procuradores de las demás provincias si acaso era


necesario juntar la Congregación general. La costumbre del Pro-
curador á Roma se entabló en la provincia del Paraguay desde su
principio que fué en 1607: 3' 3'a un año después enviaba al P. Gene-
ral su Procurador, el P. Juan Romero. Y habiendo sido fundada

esta provincia para el ñn principal de la conversión de los naturales

0) Maoh.V.62.
- 373 -
y conservación en la fe de los convertidos, claro es que uno de los
encargos preferentes del Procurador había de ser tratar del fomento
y defensa de las Misiones y de los Misioneros, y en especial de reno-
var el personal con nuevos sujetos traídos de Europa.
Mas como el Rey de España era patrono de la Iglesia en América,
y por otra parte, á causa de las estrechas prohibiciones de la ley (1),
no podía pasar nadie ;l las Indias sin especial licencia; fué forzoso que
el mismo Procurador primitivamente destinado á Roma, asistiese

también en la Corte de Madrid para tratar de su comisión y obtener


las licencias: pues de otro modo, en valde hubiera trabajado en jun-
tar Misioneros ó arbitrar medios para la prosperidad de las Misiones,
faltándole las facultades y apoyo que había de darle el Monarca.

La conducción á América de religiosos de Europa estaba evi-


dentemente justificada, porque con los entrados en Indias no había
nunca número suficiente de operarios para los trabajos que era ne-
cesario emprender. Contribuía además á mantener la uniformidad
del cuerpo de la Compañía y la comunicación de caridad entre unas

y otras naciones: y alentaba la observancia regular y el anhelo de


la santidad, así en las provincias de Indias con el nuevo refuerzo de
sujetos de fervor y espíritu, como en las mismas de Europa con la

esperanza y preparación de tantos que se disponían para los apostó-


licos afanes de las Misiones. Y la divina Bondad proveyó al remedio
de estas necesidades y al logro de tantos bienes, dando en Europa á
muchísimos Jesuítas la vocación y deseo de Misiones (como queda di-
cho al hablar de los Indipetentcs), 3^ en él un poderoso estímulo para

la perfección, aun en los casos en que no llegaban á verlo realizado.


La persona del Procurador se elegía de calidades proporcionadas
á las múltiples urgencias á que había de acudir: y por lo mismo
acostumbraba ser uno de los mejores sujetos de la Provincia, cono-
cedor del estado de ella, así en cuanto á los individuos, las necesida-
des espirituales y el régimen interior, como en cuanto al estado
temporal de las casas, la disposición favorable ó adversa de las
personas de categoría, las pretensiones entabladas contra los Misio-
neros, contra los indios, ó contra toda la provincia, y las resoluciones
de carácter general que se debían tomar en materias controvertidas
si se había de corresponder á las piadosas intenciones de los monar-
cas españoles para con sus subditos americanos; y juntamente do-
tado de tanta prudencia, aliento y espíritu, que garantizasen el buen
éxito de los graves asuntos que se le encomendaban. Varios de los

(1) Ley 8, tít. 7. hb. 1: ley 18y ley 13del tít. 14. lib. 1 R. I.
-374-
Procuradores fueron antes ó después de su comisión elegidos por
el P. General para Provinciales de la provincia del Paraguay. En

Madrid y en Roma hubieron de tratar asuntos tan delicados 5" de


tanta trascendencia como el de la incorporación de los indios reduci-
dos á la Corona, el de las relaciones entre los Obispos y los regula-
res párrocos de indios, el de la libre disposición de los sujetos que
reclama el Instituto de la Compañía, el de las armas de fuego, el
del tributo y otros semejantes. Y en la serie de estos Procuradores
suenan nombres tan gloriosos como los de Montoya, Diaz Taño,
Diego Francisco Altamirano, Donvidas, Escanden y Muriel.
Con el tiempo fué necesario que acudieran á este ministerio dos,
y más tarde tres sujetos: uno Procurador principal, y dos suplentes,
por haberse tocado con la experiencia que no pocas veces sucedía
morir ó estar impedido el primero, )" quedar los asuntos en contin-
gencia de perderse por falta de quien les diera dirección ó los llevara
al cabo. Así es que se nombraban y hacían viaje á Europa
los tres,
el principal y el primer suplente, estando ordenado que entrambos
se present;isen en Roma á N. P, General, y que uno de los dos á lo
menos fuera Misionero de los Guaraníes ó lo hubiera sido de próxi-
mo, para que pudiera dar noticia circunstanciada 3' exacta del estado
de aquellas Misiones.
Para salir de América, habían de llevar informaciones de los
Obispos y de los Gobernadores en que expresasen determinadamente
no sólo que había necesidad del envío de sujetos para los ministerios
de la Compañía, sino aun el número de ellos que se necesitaba. Y
comprendiendo la provincia religiosa del Paraguay tres dilatadas
Gobernaciones y asimismo tres Obispados, de todos era menester
recabar tales informes.
Al buen éxito del intento del Procurador de traer numerosa y es-
cogida Misión ayudaba no poco la práctica de escribir detallada-
mente las cartas anuas. Eran éstas la relación de los sucesos edifi
cantes que habían ocurrido en la provincia durante un año, ó durante
un período más largo, á contar desde la última relación enviada.
Contenían de ordinario las empresas para la conversión de los infie-
les, acompañadas de copioso fruto
y grandes consuelos espirituales
unas veces, de contratiempos otras veces, y muy frecuentemente de
persecuciones: todo lo cual encendía el ánimo y los deseos de los que
las leÍMU, y servía de instrumento á la divina gracia para despertar
vocaciones al ministerio apostólico de las Misiones. Llevaba el Pro-

curador algunas copias de ellas y las difundía por diversos países,


sea en las visitas que hacía personalmente, sea enviándolas á los Pa-
- 375 -
dres Provinciales. Y efectivamente producían el efecto deseado,
contribuyendo A la conversión de los infieles, así como han sido en
los tiempos posteriores y están siendo el día de hoy uno de los bue-
nos auxiliares de la historia.

Para facilitar;! los Procuiadores á Europa sus arduas y multipli-


cadas tareas, fué preciso establecer desde el principio un Procura-

dor General de Indias en Sevilla, y otro en Madrid, los cuales


cuidaban permanentemente de los asuntos de las provincias de
Ultramar, y auxiliaban en especial A los Procuradores cuando lle-
oaba su tiempo, en el empeño de su expedición de Misioneros. El de
Sevilla y después de Cádiz, fué siempre uno solo: en Madrid, á mitad
del siglo xviii, hubo que dividir el trabajo que daban las ya crecien-
tes provincias de Indias entre dos, y á veces entre tres sujetos.

X
LA EXPEDICIÓN J \ \

La principal incumbencia del Procurador á Europa, que era la


de llevar nuevos operarios á las Misiones, era asimismo la tarea más
laboriosa, la que mayores y de ordinario la
solicitudes le costaba,
más larga. Por eso se esforzaba en darle principio tan luego como
se ofrecía oportunidad. Las primei as diligencias habían de hacerse
en Madrid. Presentaba su petición al Re}^ en el Consejo de Indias,
solicitando los 25, los 30 }' á veces 60 Misioneros, }' acompañando la
súplica con los recaudos 3^ certificaciones de las autoridades eclesiásti-
cas y civiles americanas de que va hecha mención. Al mismo tiempo
que daba estos primeros pasos, procuraba ir á visitar á algunos
de los Consejeros que se mostraban más amigos, para encomendar
les el asunto:y en esta ocasión, y también á veces por insinuación de
todo el Consejo, se veía forzadoel Procurador á deshacer varios

prejuicios, que como de tierras tan lejanas, y de resulta de informes


de personas enemigas, volvían siempre á renovarse. En ocasiones se
veía precisado á escribir memoriales en que se desvaneciesen los car-
gos hechos siniestramente contra los Misioneros y las Misiones. En
tablado ya el asunto, iba tan á la larga, que se dilataba no sólo meses
sinoá veces años, mientras se despachaban otros negocios ocurren-
tes de aquellos vastos dominios; de modo que, una vez que juzgaba
prudentemente que sería el éxito favorable, le quedaba tiempo al
— 37b -
Procurador para emprender su viaje á Roma y á las provincias ex-
tranjeras, éir congregando los que el P. General determinase que

habían de pasar á las Indias: A veces se cumplía el número concedi-


do: otras veces no era así, y podía el Procurador ó un sustituto suyo
conducir los restantes en otro viaje, cuando se hallasen dispuestos.
No alcanzando las provincias de España á suministrar tanto nú-
mero de Misioneros como exigían las crecidas necesidades de las pro
vincias ultramarinas, era consecuencia que se hubiesen de tomar de
las provincias extranjeras, con los inconvenientes que se dirán en su
propio lugar: notando sólo aquí que para el pase de estos extranjeros
se había de presentar la lista de los sujetos con la nacionalidad de
cada uno, y había de ser aprobada antes de pretender embarcar-
se. Para trasportar los efectos de la Misión, libros, ropa, objetos

de devoción y cosas semejantes, había de obtenerse nueva Cédula de


permiso, en que constase el número de cajones trasportados, la
clase de objetos contenidos en cada uno, y su destino: y tenía obli-
gación elProcurador de sujetarse al minucioso registro de tales ob-
jetos, quedando decomisados los que se hallasen exceder de lo con-
cedido en la Cédula. Había de sacarse nueva Cédula para que los
jueces Oficiales Reales de la casa de Contratación proveyesen á
los Misioneros expresados en la asegurando la cantidad de
lista,

bastimentos precisos para la travesía, pagando al maestre de la nave


el pasaje, y dando á cada religioso el avío correspondiente, según
la norma señalada de antemano (1).

1 La édula Real de 6 de Agosto de 1571 (Astrain, Hist. de la Asistencia de


C

España, II. 301)distingue estas partidas: Viaje al puerto de embarque (/o que los
religiosos hubieren concertado con los arrieros), que se regulaba en cuatro rea-
les diarios (2,5 francos): avio (un vestuario de paíio negro... tin colchón y una
almohada y una frazada para el mar): entretenimiento y sustento en el puerto
(real y medio cada día) =(0,93 fr.): el flete: el viaje hasta Méjico. En 10 de
Diciembre de 1607, no bastando lo antes señalado, por haberse encarecido
todo, se aumenta hasta siete reales diarios el gasto de viaje: dos reales diarios
provisionalmente el sustento en el puerto: el avío se tasa en 48.675 mrs. por
cada Misionero Jesuíta, con más 40 reales por tres capítulos que se añaden (Sevi-
lla: Arch; de Indias: 154 7-14): y en otra Cédula del mismo día, ley 6. tit. 14.
lib. I. R. I. (reduciéndolo todo á moneda, se fija en 1,020 reales=(636 fran-
cos) el avío, y en 18.3l^6 maravedises=(336 francos) el fleie. La cantidad que
daba el Rey no aumentaba: y el precio de las cosas crecía: por lo que en 1680 re-
presentaba el P. Donvidas que con los dos reales de entretenimiento era bien no-
torio que aun no había para pan (C. R. de 3 de Abril de 1680: Sevilla: Arch. de
Ind. 125-7-6). —
En 1761 se mantenían los 7 reales diarios de viaje y 2 reales diarios
de entretenimiento, y se fijaba en 29.854 maravedises=:(549 francos) la conduc-
ción de cada sacerdote y 7 500 mars.=(138 francos) la de cada Coadjutor: aña-
diendo á cada uno 57 pesos para viaje de Buenos Aires á su destino (Céd. R. de 27
Febrero 1761: Sevilla: Arch de Indias. lL'5-7-6). El total de cantidades venía á ser
la cuarta parte de los gastos efectivos. (A causa de las variaciones de la moneda,
no son sino aproximados é inciertos los valores estimados en francos, que se han
fijado usando estas dos equivalencias: 8 reales = 5 francos; 1 real=34 maravedises.)
Después de las diligencias en la Corte, seguíanse otras en el
puerto de embarque. Los buques para las Indias salían de un solo
puerto, que fué Sevilla hasta 1720, y de 1720 en adelante, Cádiz, por
haberse obstruido notablemente el puerto de Sevilla con la arena aca-
rreada por el Guadalquivir. Allí estaban aguardando los Misioneros,
quiénes desde hacía algunos meses, quiénes desde un año antes, y á
veces desde dos años. Era que además de largos trámites para la ex
pedición de las Cédulas había que contar con la oportunidad de hallar
embarcación. Sólo una vez al año y en época determinada se embar-
caban los que iban á Méjico en la flota ó á Tierra firme y el Perú en

los galeones. Río de la Plata tenían


Los que pasaban á Chile ó al

una ventaja en ir directamente al puerto de Buenos Aires; pero


no tenían seguridad en el tiempo de la salida: porque habían de
navegar en los llamados buques de permiso, por concederse como
excepción su viaje por tres ó más años, en cuyo período solían
salirtambién una vez al año. Con el tiempo se enviaron los bu-
ques de registro, que hacían viaje con más regularidad y fre
cuencia.
A fines del siglo xviii trataron los Jesuítas de abrir un colegio su-
fragado por todas las provincias de Indias y situado en España, cerca
del puerto de embarque, donde se recibiesen sujetos únicamente para
las mismas provincias de Ultramar; pero pesadas maduramente las
razones en pro 3^ en contra, hubo de rcnunciar^e al intento. Lo que sí

se edificó hacia 1730, fué una casa capaz, con ochenta habitaciones, en
el Puerto de Santa María, para albergar á que iban de
los religiosos

Misioneros á América ó volvían de ella, y que se llamó Hospicio de


los Misioneros.
En elmismo puerto de embarque ocurrían á veces santas con-
tiendas como la que en 1618 relata el P. Pedro Boschere, flamenco,
en los siguientes términos: «Apenas habían salido los Padres de la

expedición mejicana, cuando llegó á Sevilla Vázquez, Procura-


el P.

dor de la provincia del Perú: y luego que supo que allí aguardaban

cuatro de la provincia de Flandes, indiferentes y sin estar señalados


para misión fija, nos tomó apresuradamente á todos para sí, deseando
que hubiera más, y afirmando que á no haberse ido ya los dos que
salieron para Méjico, hubiera detenido otros más que tenía prometi-
dos. Pero sobreviniendo muy luego el P. Viana, Procurador de la
provincia del Paraguay, dijo que debían ir con él dos de nosotros;
porque que pasaban á Indias y se hallaban indiferentes, se dividían
los

por suertes iguales. Trabóse una contienda que fué harto larga: y al
fin convinieron en nombrar arbitros, dándose dos al P. Viana, que fui-
-378-
mos el P. Spelder 3' 3-0. Ahora casi no quepo en mí de gozo,
etc.» (1).

Cumplidos todos los demás requisitos, se había de verificar la

revista. Presentábanse para ello el Procurador 3' compañeros


sus
ante juez de embarque señalado por la
el Casa de Contratación, que
era comúnmente uno de los mismos Oficiales Reales, 3' con la lista
en la mano se examinaba la correspondencia de caJa uno de los
Misioneros presentes con los concedidos por el Consejo.
Con tantas dilaciones, no era extraño que algunos de los que
habían asentado para Misioneros de Ultramar, tomasen en vez del
puerto de Indias el del cielo, muriendo en medio de la navegación ó
en los puntos de espera: daño tan sensible como se deja entender,
por la falta que hacían los sujetos, 3^ por los trabajos y fatigas que
había costado ponerlos 3'a en situación de aprovechar espiritual-
mente á los moradores de América.
Terminadas todas las diligencias, restaban las dificultades inhe-
rentes á la navegación. No eran éstas pequeñas. El viaje de Sevilla
á Buenos Aires en buque de vela era de unos cuatro meses en lis
circunstancias más favorables. Pero había que contar con las tor-
mentas, que podían sumergir, como de hecho sumergieron en varias
ocasiones, los buques en que iban los Misioneros Jesuítas (2): había
que prevenirse para arrostrar las calmas y los vientos contrarios,
que hacían que no se pudiese entrar en el Río de la Plata en menos
de medio año: 3' vez hubo, como le sucedió en 1640 al P. Díaz Taño,
en que después de llegar á vista del cabo de Santa María y estar á
punto de entrar ya en el río, fueron los buques empujados de un
terrible pampero (viento SO.), 3" vueltos hacia atrás, viéndose obliga-
dos á recalar no menos que en puerto de Río Janeiro. Alguna vez
el

sucedió quedarse abandonados del buque los Misioneros en el puerto


de Santa María, porque aun á pesar de haber contratado con el p;itrón
que les avisaría cuando llegase el día de la partida, se había hecho
á la vela sin darles noticia alguna. Con lo cual quedaban forzados á
detenerse algunos meses todavía en el puerto, mientras se presen-
taba coyuntura de fletar nueva embarcación. Era otro de los graves
riesgos el de encontrar enemigos en el mar. Las colonias españolas

eran mu3' codiciadas, y por causa de su conservación estaba muchas

(1) Brusklas: Bibl. royale des Diics de Bourgogne. MS. n. 4548 5-J4ñ. f. 1,
(.2) En C. K. de 31 Dic. 1744 (Shvilla: 125-7.6.) se concede avío para cinco Mi-
sioneros al Paraguay en sustitución de cuatro sacerdotes y un Coadjutor que pe-
reoieron por haber naufragado su barco cerca del Brasil. Hubo vez que en cua-
renta años (1686-1727) perecieron en naufragios 113 Misioneros Jesuítas (IIuondek,
Deutsche Jesuiten Missioniire, p. 38).
-379-
veces España en guerra con otras naciones. Entonces eran objeto de
los asaltos de naves extranjeras los buques que trasportaban á los
Misioneros, y rendidos A fuerza mayor, quedaban prisioneros los
Padres, siendo conducidos unas veces á Europa; otras, dejados en
tierras de Portugal en el Brasil; y siempre despojados de lo que
llevaban. Salido el P. Francisco Burgés de Lisboa en navios espa
ñoles cuando 3'a hacía ocho años que faltaba de su provincia, cayó
en manos de enemigos holandeses, quienes á pesar de que los Misio-
neros iban provistos de salvoconducto de la Reina de Inglaterra, los
hicieron prisioneros, robándoles cuanto tenían, y conduciéndolos á
Amsterdam, los detuvieron allí hasta que por reclamaciones de los
embajadores, los restituyeron más tarde á Lisboa; habiéndose perdido
asidos años y todo lo que se había prevenido para la expedición,
3' encontrándose de nuevo los Misioneros al principio del viaje. Y he-
chos de nuevo todos los preparativos, llegó la misión á Buenos Aires
á los diez años de haber salido de aquel puerto el P. Procurador.
Es de notar que en llegando á Buenos Aires había nueva revista,
3^ con el registro de Sevilla en la mano, se contaban los pasajeros y
se tomaba razón de cada uno de los Padres, preguntándoles otra vez
su nombre, patria, edad, etc., y confrontando las señas con las que
venían en la lista. Y
como si no bastase eso, todavía se pretendió
establecer otra revista, que era la tercera, al llegar á Córdoba,
donde eran destinados gran número de los Padres: hasta que por
Cédula expresa que se obtuvo, quedó suprimida esta enojosa dili-
gencia.
Rey de España tenía señalada cantidad fija para cada uno de
El
losMisioneros que pasaban á las Indias, como se ha dicho arriba:
mas esta cantidad, si acaso fué bastante en los primeros tiempos,
estuvo tan distante de serlo más tarde, que á mediados del siglo xviii,
era menester que pagase la provincia las tres cuartas partes de los
gastos, viniendo á costarle cada Misionero, según lo expresa el
P. Escandón, unos mil pesos (1).

Tantas fatigas y trabajos sufridos 3' tantos esfuerzos de todo


género, se daban por bien empleados cuando por fin se lograba ver
3'a en tierras americanas aquellos celosos operarios de la salvación

de las almas" 3^ los moradores de Buenos Aires salían, con sus auto
ridades eclesiásticas 3- civiles al frente, á recibir la expedición con
el júbilo y solemnidad que pueden verse descritos en la primera
carta del P. Cattaneo.

(1) EscANDÓ.x, carta respuesta al P. José Cardiel (sin fecha [1771]) en Calata -
vuD, Tratado del Paraguay.
CAPITULO XII

PROCEDER SEGUIDO EN LAS CONVERSIONES

1. Beneplácito de las autoridades religiosa y civil. — 2. Modo más ordinario


como se entablaba una reducción. — 3. Otras reducciones. — 4. Varios otros mo-
dos como se reducían los infieles del Paraguay. — 5. Qué influjo haya tenido el
temor en la fundación y conservación de las Reducciones. — 6. Reducción por las
armas y Reducción por el Evangelio.

112 BENEPLÁCITO DE LAS AUTORIDADES


RELIGIOSA Y CIVIL

El modo con que los Jesuítas entablaban las Misiones entre los

infieles Guaraníes consta suficientemente de la historia del Paraguay


y de los relatos de las Cartas edificantes. Oportuno será, no obstante,
para mayor ilustración de la materia del presente estudio, llamar
la atención sobre algunas circunstancias que no se suelen tocar tan
de propósito, dando al mismo tiempo una idea de conjunto de las mis-
mas conversiones según los datos que en la historia 3'a escrita y en
sus varias fuentes se hallan dispersos.
El Misionero deriva originariamente su cualidad de tal de la

voluntad expresa de Nuestro Señor Jesucristo que dijo á su Iglesia


personificada en los Apóstoles. «Id por todo el mundo, 3' predicad <á
todos los hombres mi Evangelio» (1). Para que esta Misión sea legí-
tima, ha de proceder de la autoridad de aquella misma Iglesia A
quien Jesucristo ha encomendado la ejecución de sus mandatos. Esto
se verificaba en los Jesuítas quienes no entraban en conversión
alguna sino enviados ó por el Sumo Pontífice ó por su propio supe-
rior, que de él tiene recibida autoridad para el efecto.

(1) Marc. XVI, 15.


-381-
Mas juntamente con la autoridad del Prelado religioso, que en
nombre del Papa daba facultades á la persona del Misionero, había
de contar éste con otras autoridades, por estar situadas las tierras

de Misiones en los dominios españoles. La ley de España prescribía


que siempre que se hubiesen de enviar religiosos á tierras nueva-
mente descubiertas donde no hubiese doctrina, se hiciera esto con
consulta del Ordinario y del Gobernador de la provincia (1). Aun
antes que se diera esta disposición en 1612, procedían así los Jesuítas
al emprender las primeras reducciones en la región del Paraná y en
la del Guayrá, no sólo con el beneplácito, sino en virtud de las ins-
tancias del Gobernador del Río de la Plata Hernandarias de Saave-
dra y del Obispo de la Asunción, D. Fr. Reginaldo de Lizarraga (2).
Otro tanto hicieron cuando se penetró en 1627 en la comarca del
Uruguay, con mucha voluntad y grandes esperanzas del Gobernador
D. Francisco de Céspedes y del Illmo. Sr. Obispo D. Fr. Pedro
Carranza (3) .Y de la misma manera continuaron en adelante invaria-
blemente, como se puede ver en la enumeración conservada entre
los papeles de D. Pedro de Angelis (4) con el título: «Demostración
clara y evidente de cómo los Religiosos de la Compañía de Jesús,
desde que entraron á Provincias del Paraná y Uruguay, siempre
las

ha sido con licencia expresa y aprobación de los señores Obispos,


Provisores y Sedes vacantes» y el texto autorizado de la facultad
delRey y de las que sucesivamente fueron dando los Gobernadores,
que aun hoy existe en el Archivo de Indias de Sevilla (5).

Fuera de lo dicho, había aún otras razones que obligaban á los


Jesuítas á no prescindir del beneplácito de la autoridad civil. El Rey
de España era perpetuo favorecedor de las misiones: y ellos mismos
venían á América á costa, á lo menos parcial, del Real Erario: accio-
nes que pedían de suyo agradecimiento y cortesía. Es más: el Rey,
al obrar así, procedía en nombre del Vicario de Cristo y en virtud

del encargo primitivo de la Bula ínter caetera divinae Maiestati (6)

de 4 de Mayo^de 1493, lo que daba á su envío un carácter de misión


de la Iglesia, sea que se considerase el Monarca como simple ejecu-
tor de la voluntad del Papa, sea que fuese tenido (como en efecto lo

(1) Ley 36, tít. 14. lib. 1, R. I.


(2) Lozano, Historia, lib. \\ cap. VIII, n. -4: cap. XVIII, nn. 6, 7, 9.

(3) Techo, VII, 32.


Río- Janeiro: MSS. Bibl. Nac. Col. Angelis, X. 29.
(4)
Sevilla: Arch. de Ind. 74. 6. 29.
(5)
(6) § 7, «Mandamus vobis... ad térras firmas et ínsulas praedictas viros probos

et Deum tiraentes, doctos, peritos et expertos, ad nstruendum Íncolas et habitato-


res praefatos in fide catholica et bonis moribus imbuendum, mittere debeatis.»
-382-
tcriían variosDoctores de aquella época) (1) por legado del Sumo
Pontífice para las cosas de América. Lo mismo aconsejaba la pru-
dencia más elemental, cuando hubiesen faltado los otros motivos: ya
que procediendo de acuerdo con la autoridad eclesiástica y civil lo-

cal, entraban en la empresa con el consejo de personas experimenta-


das, que les podían dar luz en muchas cosas, y se granjeaban un
potente apoyo y defensa: mientras que obrando de contrario modo
en territorio de jurisdicción real y eclesiástica conocida, se hubieran
creado la enemistad de entrambas potestades, sobreviniéndoles los
mayores estorbos, y aun la imposibilidad de llegar á buen término.
Finalmente, su propio Instituto ordenaba á los Jesuítas que en
llegando á los parajes en que residen Obispos, se presenten cuanto
antes á ellos, les ofrezcan humildemente sus trabajos, y con modes-
tia religiosa les pidan licencia para ejercitar los ministerios de la

Compañía y respecto de la autoridad civil, bien significativas son


(2):

las palabras delSanto Fundador (3): «Principalmente se mantenga la


benevolencia de la Sede Apostólica, á quien especialmente ha de
servir la Compañía; y después, de los príncipes temporales, perso-
nas grandes y de valor, cuyo favor ó disfavor hace mucho para que
se abra ó cierre la puerta del divino servicio y bien de las ánimas.»
Tan sólidas y urgentes eran las razones que movieron á los Jesuítas á
no separarse nunca de la norma adoptada desde el principio, de pro-
curar ante todo el beneplácito de las autoridades civil y eclesiástica.
Cuan estimada por otra parte fuese de estas autoridades la acción
de los Jesuítas, 3^ como á veces eran ellas las que ponían más empeño
y daban los primeros pasos para que los Jesuítas se encargasen
de plantear las reducciones de infieles, además de que está patente

en empresas arriba mencionadas del Paraná, Guayrá y Uruguay,


las
consta en especial de lo ocurrido desde 1678 á 1685}^ años siguientes

en cuanto á la conversión de los indios montaraces con que se formó


la reducción del Jesús, materia de la que, si no todos, al menos los

principales documentos subsisten todavía. Averiguada la existencia


de unas tribus de indios salvajes hacia el río Monda}', exhorta el Go-
bernador Rege Gorbalán, de parecer unánime del Cabildo secular,
al P. Nicolás del Techo, Rector entonces del colegio de la Asunción,
para que mande Misioneros á convertirlos (4). Responde el P. Techo,
exponiendo la falta de sujetos y la imposibilidad de acudir por el

(1) MuKíEi., Fasti, Ord. X, nota 6.


(2) Refíiilae eorum qiii in missionibus versaiitur, 7.
(3) Constitiitiones, parte X, n. ll,l¡tt. B.
(4) BuHNOs Aires, Arch. gen. Jesuítas, legajo, Cédulas reales, 1.
- 383 -

momento; pero que avisará á su Provincial, que es á quien toca dis


poner, y espera se hallar;! alj^ún remedio á t.mta necesidad (1). Lo
mismo responde á nuevo exhorto que le hace el Gobernador seis días
después, con ocasión de haberse dejado ver un centenar de los dichos
indios; y añade esta vez el P. Techo, que aunque en el colegio no
quedan sino cuatro personas, él, á pesar de sus muchos años, se va á
ofrecer á su Provincial para aquella empresa (2). Alármanse los en
comenderos, sabiendo que si son los Jesuítas quienes reducen aque-
llos inñeles, los juntar/m en pueblo libre del servicio personal; y por
este motivo hacen que otros se encarguen de la conversión (3). Mas
los indios, que ya parecían reducidos, se vuelven al monte y á su gen-
tilidad; hasta que después de varias tentativas durante siete años,
perdidas todas las esperanzas, insta el Illmo. Obispo Casas al Supe

rior de las Doctrinas, P. Juan Maranges, que envíe allá Padres con
versores (4), como finalmente se hizo, y se logró la reducción. Este
último exhorto va reproducido en el Apéndice, núm. 37; y losdemá^
autos pueden verse en los Archivos abajo citados.

II

MODO MÁS ORDINARIO COMO SE ENTABLABA 113


UNA REDUCCIÓN
El caso que más veces se ofreció en la conversión de los Guara-
níes era aquel en que había alguna parcialidad de indios que no estaba
de guerra; ó que habiéndolo estado, se ofrecía á pacificarse, mucho
más si algunos de los infieles, por uno ú otro motivo, mostraban de-
seos de tener sacerdotes que los instruyesen. Lo primero se verificó
en reducciones primitivas del Guayrá y en los Itatines; lo segundo
las
en las del Paraná. En cualquiera circunstancia había de ser pre-
vención necesaria el procurar formar el pueblo en la región en que
moraban y aun hubiera querido cada cacique que esto se
los indios;
hiciera en sus propias tierras, dificultando siempre el abandonar los
parajes donde se habían criado y que tenían conocidos; y así se les ga-
naba mucho la voluntad con el anuncio de ir á formar pueblos en su

(1) Buenos Aires, Arch. gen. Jesuítas, legajo, Cédulas reales, 1.

(2) Río Janeiro, M.sS. Bibl. nac. Col. Angelis, X, 22.


(3) Jarque, Misioneros insignes, III, cap. 22, n. 4.
(4) Río Janeiro, Col. Angelis, XI, I.
-384-
país. Emprendía, pues, el Misionero su viaje á la comarca donde
habitaban los infieles, llevando en su compañía si era posible alguna
persona española conocida, y algunos indios principales de los ya
cristianos, parientes y amigos de los que se iban á buscar. Con el in-
flujo de éstos, se formaba junta de caciques de la tierra, á los cuales

procuraba el Padre agasajar y ganarles la voluntad. Hacíase fácil-

mente la junta, por ser ellos aficionados á parlamento; y en ella les


proponía el Misionero la conveniencia que tenían en fundar un pueblo
en que todos se reuniesen, donde sus hijos pudieran ser bien enseña-
dos, y ellos mismos, sin tanto trabajo de recorrer los montes, tuviesen
asegurado el sustento, y con las razones humanas mezclaba del cono-
cimiento de la religión tanto como sufría la oportunidad, enseñándo-
lesque había un Dios y Señor que tenía reservados para los malos
gravísimos castigos, mas para los buenos una vida de felicidad sin
término después de la presente, y que para lograrla era menester ha-
cerse hijos de Dios; que para eso había venido el Padre, pero que no

podría atenderlos mientras no estuviesen todos congregados en un


paraje. Cuando el asunto principal de juntarse en uno ó más pue-
blos estaba resuelto, seguíase la elección del lugar, que llevaba con-
sigo muchos días para examinar parajes, oir opiniones y concordar
las voluntades (1).

Entonces empezaba el mayor trabajo del Misionero. Para que se


llevase á efecto lo resuelto en la junta, usaba de todos los medios
convenientes que se podían idear. Valíase para con muchos indios
particulares prevenidos, de la persuasión de los caciques; desenga-
ñábalos de la errada opinión en que á veces estaban de que los que-
rían juntar para entregarlos al español. Dos cosas en especial alla-
naron muchas dificultades y movieron poderosamente el ánimo de
los Guaraníes. Una fué la promesa que se les hizo luego que fué po-
sible, empeñando la palabra del Rey, de que no serían encomendados

á los españoles para servirles con servicio personal, sino que serían
vasallos inmediatos como los mismos españoles (2). Otra, la tradición
común que entre ellos se había conservado en el Guayrá, de haberles
predicado aquel varón santo de quien se ha hablado arriba, libro í,

capítulo I, § X, (que se entendió sería el Apóstol Santo Tomás), y del


pronóstico que les dejó, de que con el tiempo vendrían á enseñarles
la misma Doctrina unos predicadores á quienes ellos reconocieron
en los Jesuítas, por las señas que les daba el anuncio (3). El Misio-

'D Lozano, Historia, lib, V, cap. XVII y XIX.


(2) Id. lib. VI, cap. VII, nn. 15. 22.
(3) MüNTuYA, Conquista s XXI sqq. Lozano, Historia, lib, V, cap. XVI n. 13,
— as5 —
n-ro hablaba á cada uno de los indios, y les regalaba con los objetos

que europeos tienen por niñerías, y para el indio eran de gran


los
valor; cuentas, abalorios, espejitos. No todos eran objetos de adorno
ó de juego; los había también útilísimos para el indio, por más que
fueran de poco valor para el europeo por la abundancia y facilidad
de su fabricación; tijeras, cuchillos, agujas de coser. Mas lo que cau-
tivaba al indio de estas regiones, y lo ganaba más que ninguna otra
dádiva, era el hacha. Acostumbrado á gastar tanto tiempo y trabajo
en el laboreo de los árboles para canoas, fábricas de cabana ó uten-
silios de caza y guerra, era para él inapreciable la ventaja de poseer
una hacha. Indio que recibía una hacha, se tenía por tan obligado
como si hubiese firmado el más inviolable contrato, á trasladarse á la
reducción, rozar su parte de bosque para hacer sementera, y po-
como lo advierte el P. Pedro de
nerse bajo de la dirección del Padre;
Oñate en las Anuas de 1618 y 1619. «Es muy grande el trabajo que
pasan los Padres el primer año de estas Reducciones, en que no se
trata, ni puede, del Evangelio y Doctrina, sino de que hagan sus
casas3" chácaras y se reduzcan á pueblo, Y es cosa maravillosa y
benigna providencia de nuestro Señor, que en dando á cualquiera in-
dio una cuña de hierro [hacha] (que vale dos pesos ó menos) para ro-
zar el monte, luego está seguro, y como con grillos y cadenas para
quedarse para siempre en el pueblo y Doctrina, y hacerse cristiano;
y así dicen muy bien los Padres que las almas aquí valen á cuña de
hierro » Para ejercitar estos buenos oficios, se procuraba que el Mi-
sionero fuese lenguaraz, lo cual no era tan difícil en la nación Gua-
raní, de que se formaron las Reducciones del Paraguay, porque la
misma lengua, aunque con algunas alteraciones, hablaban los indios
ya sujetos en la provincia. Cuando el Misionero ignoraba ó no poseía
bien el idioma, se hacía acompañar de intérprete, y se aplicaba con
gran solicitud á entender pronto la lengua de los Indios como instru-
mento necesario para la predicación y enseñanza. Y merced al em-
peño en hablar y aprender, especialmente de boca de los mismos
indios, llegaban no pocos Jesuítas á hablar con tanta expedición y
energía el Guaraní como si les fuera natural, y todos de modo que
se hacían entender y comunicaban con los indios, cosa que les cap-
taba de un modo singular la simpatía de éstos.
Seguíase después de las primeras diligencias el señalar territorio
para cada uno de los caciques con sus vasallos (1); el edificar los in-
dios sus casas y una humilde capilla provisoria y casa para el Misio-

(1) Lozano. Historia, lib. V, cap. XIX, n. 3.

25 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes.


-3H6-
nero. trabajos todos en que el Padre no sólo había de hacer el papel
de Director, sino muchas veces el de obrero, para que los indios
aprendiesen, y para alentarles 3^ ayudarles á vencer su nativa indo-
lencia. En seguida se entablaba la escuela y catecismo diario para
los niños; y para los adultos se destinaba el domingo y el jueves, día
al cual ellos denominaron Teiqíie, esto es, entrada, porque ese día

entraban en la iglesia á la Doctrina. Venían después las inconstan


cias, enemistades, persecuciones, trastornos de todo género, que
ponían en peligro la reducción, y á veces la arruinaban.
Era entre Guaraníes gentiles grande el daño que hacían los
los
hechiceros, persuadiéndoles gran número de supersticiones (1). Y si
bien es verdad que estos pueblos en sus principios no tenían ídolos, con
lo cual hubo un grave obstáculo menos para que recibiesen la verda-

dera religión; no obstante, en el tiempo en que se entablaron las Re-


ducciones, habían llegado aquellos hombres perversos á ser sus ídolos
vivos, y retardaron la conversión, no sólo por su enemiga contra la
santa fe, que les hacía perder sus ganancias y predominio, sino tam
bien porque se arrojaron hasta á fingir que eran dioses, 3' á hacerse

adorar como tales, imbu3'endo á los indios muchas otras nocivas su-
persticiones de que 3'a se ha hablado.

Contra estos enemigos hubieron de combatir los Misioneros, ora


logrando convertirlos, y haciendo que ellos mismos confesaran la fal-
sedad de sus enseñanzas (2); otras veces deshaciendo sus embustes con
la explicación de la Doctrina cristiana, 3^ demostrando con las obras,
cuan falso era cuan corto y aun nulo su poder (3); algunas, aplicán-
3'

doles el merecido castigo (4); y aun hubo vez que los mismos indios,
no cristianos todavía, trataron tan mal á estos embaucadores, que
les hubiera sido mucho mejor ser castigados por dirección de los Mi-
sioneros, con lo cual por lo menos hubieran conservado la vida (5).

Pero estos mismos magos fueron los que levantaron las tempestades
más furiosas en las Reducciones; 3" guiados por ellos, quitaron los
indios la vida á varios Misioneros, en odio de la fe, que les predicaba
la enmienda de sus rotas y estragadas costumbres.
Este obstáculo y con él la lujuria reinante, de una manera espe-
cial en los caciques, hasta tener gran número de mujeres, veinte,

treinta hasta cincuenta (6), fueron los que más retardaron la pro-
3'-

(1) Cap. I. §X.


(2) MoNTOYA, Conquista espiritual, § XL.
(3) Ibid.§XXIX.
(4) Ibid. §8. XLIII, XLIX.
(5) Ibid. § IX.
(6) Ib. 8. X. Lozano, Historia, lib. \'. cap. XV. núm. 10.
- 387 -
pagación del Ev^•mgelio, teniendo los Padres que toleraren los gen
tiles al principio de la reducción lo que no podían remediar, y disi-
mular en gentiles como si no lo viesen lo que si hubiesen querido
remediar desde luego les hubiera acarreado la enemistad y aun la

destrucción de la naciente cristiandad y su propia muerte. Y así, de


los principios de Loreto y San Ignacio mirí dice el P. Montoya (1):

«Y aunque en la doctrina y los sermones que hacíamos todos los


«domingos tratábamos con toda claridad de los misterios de nuestra
»santa te y de los preceptos divinos, en el sexto guardamos silencio
»en público, por no marchitar aquellas tiernas plantas y poner odio
»al Evangelio; si bien á los peligrosos de la vida instruíamos con toda
«claridad. Duró este silencio dos años, y fué muy necesario.» Aguar-
daban, pues, la ocasión oportuna en las cosas de que no había de
resultar otro fruto que daños y trastornos. Mas esto no impedía que en
algunas ocasiones de excesos enormes dejasen á un lado este proce-
der, y revistiéndose de extraordinaria energía, reprendiesen y estor-
basen los crímenes públicos. Tal fué la conducta del P. Claudio
Ru3'er en 1627 3' mientras se iba asentando la reducción de Santa
María del Iguazú, que explica él mismo en Carta anua con las

siguientes palabras (2): «Cogieron diez Caiguds vivos y tres mujeres:


»al uno le mataron. A los demás llevaban el río arriba, con mucha
»prisa, para matarlos y comerlos, conforme á su inhumana 3^ bárbara
«costumbre: de lo cual tuve aviso, no siendo aún muy lejos de aquí,
»con lo cual me encendí mucho en grande cólera, 3' llamando á los
«capitanes y alcaldes, con mucho enojo les dije que cómo se hacían
«tales cosas sin darme aviso de ello, 3' que en todo caso fuesen tras
«ellos 3' los trujesen aquí delante de nosotros. Hízose así, juntándose
»todo el pueblo delante de nuestra casa. Hícelos entrar en la iglesia,

»3" poniéndome encima peaña del altar, hice un sermón, afeándo-


la

»les con toda la eficacia que pude 3' nuestro Señor me comunicó, tan
«grande maldad, inhumanidad 3' barbaridad de comer á sus seme-
«jantes, diciéndoles por conclusión que si hiciesen tal cosa habían de
«enojar grandemente á Dios nuestro Señor, 3' á nosotros quiz;i 11a-
«marían nuestros Superiores, 3' los habíamos de desamparar; 3' que
»en tal caso, se aguardasen guerra de todos los Paranás, 3' de los
«Guaraníes, que son nuestros hijos, etc. Con lo que fué nuestro Señor
«servido que, predicándoles segunda 3" tercera vez sobre el caso,
«prometieron que no los habían de matar.»

Conquista espiritual, §. XI.


(1)
Carta anua de Santa María del Iguazú, 6 Noviembre,
(2) 1627, en Trklles,
Revista del Archivo, tomo i, pág. 179.
-388-
Una de las co^as que con mayor empeño procuraban los Padres-
en toda reducción, era manejarse é industriar los indios de modo que
no les faltase la subsistencia dentro del pueblo. Y la razón es obvia.
«Tenemos bien conocido», escribía un Misionero
«cuan grave (1),

«calamidad es hambre, cuan intolerable entre cualesquiera nacio-


el

»nes, y de cuántos daños es origen. Si el hambre llega á reinar entre


»Ios Guaraníes, de valde se les exigirá algún orden ó modo razonable
»de proceder: de valde se procurará conservar los socorros que
«hubieran servido para muchos años. Kompe por todo, véncelo todo y
»todo lo destroza la furiosa hambre, que vuelve y al indio frenético,
»á lo último ahuyenta de su misma patria. Y ¿adonde se dirigirá
lo

»el indio acosado del hambre? Poquísimas son en estas regiones, y

^separadas por largo trechode tierras y ríos las ciudades. Sólo queda,
»pues, que se aparte de la compañía de
demás, y que errantelos
»vuelva á sus antiguas riberas y selvas, descuidando todo cuanto
»toca al bien de su alma, lejos de los sacerdotes, lejos de los sacra-
»mentos, viviendo entre las fieras; y aun pereciendo muchas veces
«miserablemente despedazado por ellas.» «Si lotemporal está bueno»,
dice el P. Cardiel (2), «lo espiritual va muy adelante; si malo, lo espi-

»ritual va muy
malo; vanse á los montes, bosques y campos, por caza
»y frutas silvestres, y á las estancias de ganados. Hacen muchos
»daños sin orden ni concierto; desbaratan la hacienda del común:
»no vuelven pueblo en mucho tiempo y algunos ni en años, y viven
al

»una vida poco menos que de infieles.» Y así como era necesario
para conservar la reducción ya asentada el que hubiese en ella abun-
dancia d^ sustento; así era también esto un medio de atraer otros
muchos que padecían de hambre y se llegaban á donde resi-
infieles

dían los Padres acogiendo con caridad y socorriendo á los necesita-


dos; conque fácilmente se persuadían que también á ellos les conve-
nía dejar las selvasy formar pueblo donde dirigidos por los Padres,
lograsen mayor sosiego y orden y abundancia de mantenimientos.
De lo cual, entre otros ejemplos, tenemos el de la reducción de Santa
Teresa en el Tape. «Conociendo esto el P. Francisco Jiménez (3),
»que tiene esta reducción á su cargo, puso todo su cuidado en que
«todos los indios ya reducidos tuviesen mucha comida, haciendo el
«Padre sembrar de comunidad mucho maíz )' legumbres, y hacer
^muchas chácaras y sementeras de trigo para dar á los pobres y

(1)Relación de las Misiones ffíiar. § Ita dig-esta.


(2)Declaración: ni'im. 97. Otro tanto dice núni. 113.
(3^ Carta anua del P. Provincial Diego de Boroa en 1637, en Trklles, Revista
del Archivo, lomo 4.°, pág. 28.
-389-
»socorrer á los que viniesen de nuevo á reducirse, como lo hizo,

«repartiendo mucha cantidad de maíz, frisóles y trigo á todos los


»que lo habían menester, haciéndoles que hiciesen de nuevo más
^chácaras y sembrasen buenas sementeras, para que no padeciesen
»en adelante más necesidad. Corrió la fama de lo que el Padre hacía,
»así con los indios 3'a reducidos, como con los que venían de nuevo,
»y comenzaron á venir de todos aquellos montes del Qipií, y de los
y Cariroí muchos indios, trayendo toJa su chus-
j>ríos del Tibiqítari

»ma, pidiendo ser recibidos en aquella reducción, para que les ense-

Ȗasen los misterios de nuestra santa fe, 3' los hiciesen hijos de Dios
»por medio del santo bautismo. Con lo cual se juntaron en esta
j» reducción y están ya. reducidos en sus casas y chácaras más de mil
«familias, 3" se han hecho cristianos cuatro mil ciento sesenta, etc.»
Otra de las cosas que más afirmaba á los indios 3'a reducidos y
atraía á los no reducidos, era el esmero de los Jesuítas en cuidar de
los indiecitos y los adelantos que éstos hacían en la escuela. Hemos
Inferido ya algunos ejemplos de ello (1), á los cuales puede agre-
miarse el que refiere el P. Lorenzana (2) de la impresión hecha en los
más bárbaros entre los indios de estas regiones, los Guaycurús, al.

\ er la expedición con que los niños del Paraná sabían el Catecismo


3" cantábanlos cánticos sagrados. «Acerté, dice en su carta, á llevar
»conmigo (en su visita á los Gua3^curús) cinco indios 3^ dos niños que
»traje del Paraná, 3' fué providencia de Dios, porque á la noche hice
«juntar al Cacique con sus Gua3xurús
una parte, y puse los Cal- á
achines y Paranás á enmedio, y díjeles: Yo
la otra, 3^ los dos niños
»vengo del Paraná 3' traigo conmigo estos mis hijos, y quiero que
»estos niños os enseñen la palabra de Dios. Oíd con grande atención,
»é hinquémonos de rodillas, 3' no os habéis de levantar hasta que 3^0
»lo mande. Hiciéronlo así. Los niños rezaron las Oraciones 3' Cate-
«cismo, 3' cantaron sus coplitas: 03'eron 3' rezaron los Gua3'curús con
»grande atención. Luego les dije: Ya sabéis que los Indios Paranás
»son mu3'^ valientes, 3' hasta ahora han sido bellacos porque no
«habían oído la palabra de Dios; pero después que Dios me envió á su
«tierra 3" la 03'eron, son buenos. Solos traje éstos á vuestras tierras
»para que veáis lo que os he dicho, 3* entendáis que vuestros hijos
»han de saber las cosas de Dios como estos niños, 3' después han de
»ser vuestros maestros. 03'eron esto con mucho gusto aplauso. 3^

«Estaban Españoles admirados de ver su obediencia; y 3^0


los dos
^me volví satisfecho, porque advertí en los Gua3^curús una admira-
(1) Capítulo II. §. II.

(2) Lozano, Historia, lib. V, cap. XXIV, núm. 16.


-390-
»ci(^n grande de ver á Paranás tan domésticos, y á sus hijos que
los
»sabían tan bien la doctrina cristiana, de lo cual parece que los niños
»Guaycurús tenían envidia.» Cualquier demostración con que resul-
taran distinguidos sus hijos, atraía aquellos ánimos agrestes y los
disponía para oir la palabra del Misionero. El P. Sánchez Labrador,
Misionero de la reducción de Belén de Mbayás, refiere el caso
siguiente (1): «Este y el antecedente, [Caciques gentiles de una tribu
»de Mbayás] vinieron á visitarnos á la reducción con muchos de sus
»soldados. Mostraron muchos deseos de ser y de llevar cristianos,
«Misioneros á sus tierras. Díles buenas esperanzas; y porque querían
»vcr las imágenes de los santos, y otras alhajas de la iglesia, hice
»armar un altar en el campo para satisfacerlos. Estaban como absor-
»tos; y el último y su mujer, como enajenados de gozo por lo que ya
»digo. Traían consigo á un niño como de diez años, hijo suyo. Sin
»decir á sus padres cosa alguna y sin que lo vieran, le vestí una sota-
»nillaencarnada, y encima un lindo roquete: lo mismo hice con otro
«chico de la reducción. Saqué á los dos niños de improviso, y los
«puse á los lados del altar, como ayudantes de Misa. Aquí fué donde
«los indios no cabían en sí de júbilo. Viendo que no me salió mal la

«primera jornada en esta representación, tomé ánimo para la segun-


»da, que metió más ruido. Envié al toldo á los dos niños vestidos
«como estaban, 3^ con las manos puestas ante el pecho. Díjeles que
«fuesen primero á ver al Cacique; después uno por uno, que reco-
«rriesen todos los apartamientos. Hiciéronlo así, arrastrando en su
«comitiva la gente. Las viejas cantaban á su modo, }' una decía: Ya
«se conoce que tenemos Padre que nos ama: fuera, fuera temor á los
«españoles, pues todos somos ahora de una familia. Ya los Eyigua-
«yegís son como los cristianos. Con toda la alegrísima algazara me
«volviéronlos niños, bien fatigados de sus visitas. Corrió esta cere-
«monia por todos mirándonos desde este hecho con ma5'or
los toldos,
«respeto y reverencia. Regalé entre otras cosas al chico una monte-
«rita y unos calzones de persiana. El padre 3^ la madre rebosaban de
«contento. Después de tiempo fui 3^0 á su tierra 3" no sabían cómo
«agasajarme; y el chico ni de día ni de noche quería apartarse de
»mi lado.»
Estas y otras piadosas industrias sugeridas por su celo emplea-
ban los Misioneros; 3^ juntamente mostraban inalterable paciencia,
constancia á toda prueba é intrepidez en medio de los ma3'ores peli-
gros, para lo cual los confortaba la gracia y vocación de Dios. Y el

(1) Paraguay Catholico, parte III, §. 12, ni'im. 211, MS.


-391-
relato de tales sucesos es lo que forma el encanto de libros escritos
por Misioneros, como el de la Conquista espiritual del Paraguay
por el P. Monto3"a (1), 3' otros análogos. Milagros intervenían algu-
nas veces; providencias especiales, muchas más; y las más eran
obras ordinarias de caridad; pero lejos de la verdad estaría quien
dudase de que muchas de aquellas acciones, aparentemente de nin-
gún valor, eran los instrumentos de la gracia para la conversión y
salvación de la abandonada gentilidad.

III

OTRAS REDUCCIONES

Cuando los infieles no eran de las calidades expresadas en el

artículo precedente, las dificultades eran mayores. Ibase á una


empresa y en la que los mismos indios que se trataba de
incierta,
convertir, eran enemigos declarados. Tal fué el establecimiento de
la la comarca del Tayaoba (no
reducción de los siete Arcángeles en
lejos de los llanos deGuarupuava en lo que hoy es provincia del
Paraná en el Brasil), como se refiere en los § § XXX, XXXI,
XXXII y XXXIÍI de la Conquista espiritual del P. Montoya com-
pletados por lo que escribe el P. Mastrilli Duran en su carta anua
de 1627 y 1628, título Reductio septem Archangeloruin in territorio
Taiobae.
Había entrado el P. Antonio Ruiz de Montoya el año 1625 en
esta comarca con unos quince indios, sabiendo que además de la
mala voluntad del cacique principal de toda aquella tierra, Tayao-
ba, enemistado gravemente con los españoles, había conjura de va-
rios otros hechiceros, quienes no sólo no querían recibirle, sino que
estaban esperando la ocasión de haberle á las manos, para saciar en
él su venganza, y también su gula, devorando sus carnes como
antropófagos que eran. Acometiéronle en efecto, y quiso Dios librar-
le, reservándole para la total conversión de aquella gente; pero

quedando muertos siete compañeros suyos, cuyos cuerpos fueron


pasto de la voracidad de aquellos bárbaros. No pasó mucho tiempo
sin que tentara nueva empresa. Y disponiendo las cosas la divina
Providencia, el mismo cacique Tayaoba que tan enojado estaba con
(1) Agotada muchos años hacía esta preciosa obra, se hizo de ella nueva
reimpresión muy esmerada en 1892 en Bilbao, Imprenta del Corazón de Jesús.
-392 -
ios españoles, tuvo curiosidad de conocer á un hombre como Padre
el

Montoya, de quien tan maravillosas ac-ciones relataban amigos


y enemigos, y en el discurso de esta segunda entrada se convirtió y
empezó un pueblo; mas acometido éste furiosamente por el grueso
de las tropas de los otros caciques enemigos, hubo de huir segunda
vez el Padre en medio de riesgos y padecimientos grandes. Fué for-

zoso después acompañará la tropa española de Villarrica empeñada


contra las instancias del Padre, en apoderarse por la fuerza de
aquella comarca, y de la que, después de librarla de un completo
desastre, hubo el Padre de defender á los indios auxiliares, á quie-
nes querían parte ahorcar y parte llevarse consigo para que no pare-
ciese que volvían sin alguna presa. Por fin, la tercera entrada del
Padre Montoya en 1627 logró plantar establemente la cruz en
aquella región de Tayaoba, valiéndose de una industria que refiere el
mismo Padre en su Memorial de 1543, núm. 15, con estas palabras:
«A esta provincia acometió [el suplicante] con el Evangelio varias
»veces con evidentes peligros de la vida, de que fué repelido, esca-
» pando por muy espesos montes, con pérdida del ornamento portá-
»til, su único ajuar, sin que correspondiese á tan justo y repetido
«deseo buen suceso alguno. Buscó prestadas cinco escopetas, y con
»veinte indios amigos volvió á aquella leonera. Fabricó con toda
«diligencia en un descollado campo, que señoreaba gran parte de
«aquellas tierras, un fuerte de madera á la usanza de la tierra:

«fabricó dentro casas pajizas, y un largo galpón para ostentación


«de fuerza. Al silencio de noche hacía disparar á compás las esco-
la

«petas, y en buen número de tiros, que resonaban por aquellos cam-


»pos y montes. Entraron en cuidado con esta estratagema los genti-
»les, juzgando había en el fuerte grandes prevenciones y fuerza
«inexpugnable. Juntáronse como número de tres mil flecheros, que
«acudieron á reconocer el y atemorizados con la apariencia,
fuerte,
»se retiraron. Ya por curiosidad de ver al suplicante, acudieron par-
«ticulares caciques, que los recibía en la puerta, por no hacer patente
«su poca fuerza. Estos, convencidos con fuertes y amorosas razo-
sonesy algunas otras dádivas de anzuelos y cuentas, dieron oídos á
»que el fin de esta estratagema y prevenciones, no pretendían más
«que su salud eterna por medio del santo Evangelio. Conocido este
«intento, dieron en acudir muy grandes tropas de hombres, muje-
«res y niños, llevando su pobre ajuar para poblar allí, dejando sus
«quebradas, sus cuevas y sus escondidos alojamientos, con que en
«muy breve tiempo se fundó una lucida villa de mil vecinos, á cu_ya
«emulación, sin ser necesario repetir estratagemas, venían de las
-3Q3-
»interiores provincias á pedir que en ellas se fundasen semejantes
«poblaciones: }' así se hicieron algunas más numeros.is de á dos mil
»}" tres mil vecinos.»
Corren parejas con éstas las obras del primer mártir de la dióce-
sis de Buenos Aires, P. Roque González de Santa Cruz, natural de
la Asunción, quien por los mismos años trabajaba en las comarcas
del Urugua}', provincia hoy de Río Gi^ande do Sul en el Brasil.

Había fundado entre otras las reducciones de Concepción, San Javier


y Yapeyú, hoy en territorio de la República Argentina: tenía sóli-
damente establecida la de San Nicolás de Piratiní, y entablada la de
Candelaria en el Caazapaminí y las dos de Asunción del Tyuí y
Todos Santos del Caro, en la misma guarida del gran mago Nezú.
Todas estas reducciones se habían hecho entrando á tierras de ene-
migos, adonde jamás habían llegado las armas de los españoles:
arrostrando gravísimos riesgos de la vida: consumiéndose á los
principios en hacer tentativas sin fruto, hasta que Dios abrió la
puerta á la conversii^n de aquellas gentes. Cuál fuera el ardoroso
celo que animaba el pecho del Misionero, echaráse de ver por un
trozo de carta suya que ha conservado el P. Mastrilli en su Anua
de 1626 y 1627 (1). Alborotados los indios de las regiones cercanas á
la nueva reducción de Candelaria de Ibicuití, habían echado abajo

en ella la cruz y destruido el templo, buscando al Padre para matarlo,


y amenazando ir mismo pueblo de Yapeyú por el
á arruinar el
delito de haber recibido los Misioneros. Subía acelerado el P. Roque
González aguas arriba del Ibicuí en compañía del P. Pedro Romero
3' contra el dictamen de los yapeyuanos llenos de temor, para ver
de conjurar el daño, cuando volvieron á su encuentro las dos canoas
de indios que habían enviado delante á cerciorarse de lo ocurrido.
«Todos los indios á una voz nos aconsejaron que volviésemos atrás,
»si no queríamos perder la vida. Dieron noticia de que había fra-
»guada una conjuración de indios, los cuales con crecido número de
»tropas habían ido á la reducción de la Candelaria, creyendo que yo
»estaba allí todavía, para acabar conmigo por la violencia; y que no
«encontrándome, porque poco antes había salido, habían destrozado
<^el templo y la cruz. Vacilé sobre lo que convenía hacer: pero
«habiendo celebrado el santo sacrificio de la Misa sentí que se me ,

«infundía ánimo para pasar adelante y poner algún freno á tan des-
«carada audacia. Luego que llegué al paraje que había ocupado la
«reducción, convoqué á los Caciques vecinos, quienes confesaron las

(1) Mastrilli, Litt. ann. 1626, p. 27, 159.


-394-
»cosas como habían pasado: que habían acudido innumerables tro-
»pas y todo lo habían arrasado: que algunos de ellos estaban fuera
»de la Reducción, y aunque hubiesen estado en ella, no hubieran
«podido resistir á tan gran turba de indios. No obstante, les reprendí
»con fuertes palabras, y dije que no volvería á poner el pie donde
»se había perpetrado tan abominable delito. Luego hice llamar á
»los Caciques del Tape, esto es, del gran pueblo, quienes vinieron
»con mucha comitiva de indios. Pedíles que me condujeran á su
» comarca; pero cuantos había se negaron á hacerlo hasta que al fin
ȇ fuerza de obsequios y persuasiones de buenas palabras, me los
»gané de suerte, que me dieron remeros para que, siguiendo el río
»Tebicuarí, llegase al Tape, adonde ellos se volvieron por tierra.
» A los cinco días de navegación, encontré que me habían construido
»una chozuela á la orilla, y me avisaron que no pasase adelante,
«porque temían mucho el daño que les habían de hacer los otros
«Caciques por haberme conducido á lo interior de su país. Pero des-
»pués de muchas razones de una y otra parte, les persuadí que me
«dejasen sólo dar un vistazo, aunque no les pude desvanecer el
» temor. Así pues, luego que hube llegado al Tape, me visitaron con
«grandes señales de benevolencia, acompañados de sus mujeres
»é hijos: pero por ningún camino pude lograr que me permitiesen
»morar con ellos. Con esto, alargando de un día para otro, les decía
»que pronto me iba á volver, tan luego como hubiese recorrido su
«distritoy señalando un lugar donde más adelante se pudiera edifi-
»car una Reducción: y conseguida la licencia, lo examiné todo...
«Acabado de ver todo, y mientras estaba dudoso entre regresar ó
«pasar adelante, tuve noticia de que una multitud de indios venían á
«matarme: pero quebraron su ímpetu los que estaban conmigo, quie-
»nes les dijeron que mu}^ pronto iban echarme de allí. No obs-
<1

»tante, los bárbaros les hicieron terribles amenazas por la temeridad


»de haberme dejado entrar en sus tierras. Y así, viendo que todo el
«infierno se oponía ámis conatos, y que era voluntad de Dios que
»no intentase en vano pasar más allá, regresé, dejando allí las cosas
«en el estado dicho. Aseguro que entre todos mis caminos y fatigas,
«nunca me he hallado tan en peligro como en esta ocasión. Pero
»¿qué vale todo esto, mirando á Aquél por cuj^o honor y gloria se
«ha emprendido? Por eso, aun cuando de todo este viaje no hubiese
«sacado otro fruto, que ver el Tape, y señalar parajes donde
«levantar adelante, con la gracia de Dios, las Reducciones,
«habiendo registrado toda la comarca, daría por bien empicado mi
«trabajo.»
- 39") -
Estos eran los sentimientos de aquel insigne varón, pocos me-
ses antes de su glorioso martirio. A pesar de tantas exhortaciones,
y á vista de tan patentes riesgos, en vez de retroceder, penetraba
movido de su ardiente celo y del ansioso deseo de la salvación de las
almas, cada vez más adentro, íl registrar y designar los parajes
convenientes para nuevas reducciones. La sangre de este venerable
mártir, y de sus dos compañeros, PP. Juan del Castillo y Alonso
Rodríguez, hizo que dentro de cuatro años se fundasen numerosas
Reducciones en aquel mismo Tape donde él las había designado y
que ála sazón parecía tan impenetrable; y los indios de aquella co-

marca, ya cristianos, aunque arrojados de sus propios pueblos por


la invasión pauHsta, perseveraron en la fe y fueron una de las más
distinguidas porciones de las Misiones Guaraníes administradas por
los Jesuítas.

IV

VARIOS OTROS IVIODOS COMO SE REDUCÍAN LOS INFIELES 115


EN EL PARAGUAY
Una vez reducidos casi todos los Guaraníes salvajes á pueblos,
del modo que se ha expuesto, se usaron varios medios análogos para
reducir también otros infieles, que engrupes mu}^ dispersos y poco

numeroso iban quedando.


De las reducciones ya formadas, salían algunos Padres, distintos
del Cura y del Compañero, y señalados al efecto por el Provincial;
los cuales, llevando consigo algunos Guaraníes armados para preve-
nir un primer insulto, se encaminaban hacia donde sabían que hu-
biese algunas parcialidades de infieles. Estos, aun cuando al perci-
bir las armas se alborotasen, luego empero que se certificaban de
que iba á la cabeza un Padre, deponían todo temor, porque sabían
que ni los Padres, ni los indios doctrinados por ellos, les hacían daño
ni ofensa, y acercándose en la mayor parte de los casos, los caciques
iban á besar la mano al Misionero, y le preguntaban el objeto de su
venida. El Padre les hablaba, les regalaba, y obtenía de ellos el per-
manecer en sus tierras por algunos días, para que los que tuviesen
deseo de pasar alas reducciones, y aprender lo necesario para hacerse
hijos de Dios, pudieran hacerlo, y volverse libremente con él, y raras
eran las veces que de este modo no se viniesen algunos á las
Doctrinas. Puede verse un ejemplo de este modo de reducción en
-396-
1a interesante carta del P. Francisco García, de 10 de Diciembre
de 1683 (1).

Otro de los modos «es» dice el Dr. Jarque (2) «enviando algunos
de los caciques, capitanes ó indios más aprobados en la capacidad,
ejemplares costumbres, y celo de propagar el nombre cristiano. Así
había estos años» (hacia 1687) «en el pueblo de Santo Tomé, un ca-
cique llamado Francisco Arazay, que salía cada año en los meses
oportunos á Misión, escoltado de los indios más valerosos sus vasallos,
los bastantes para defenderse de alguna invasión de los bárbaros;

no para ofenderles en algo ni obligarles á mudar por fuerza de reli-


gión, sino para que le tuviesen respeto. Con la provisión del ali-
mento necesario hacían los Padres que llevase algunos géneros de
los que más apetecen los infieles. Y fortalecido él y los suyos con
los santos sacramentos de confesión y comunión, y instruidos con
saludables consejos de sus Curas, partían hacia los parajes donde
entendían habría gentiles. Hallados, los agasajaban y regalaban,
asegurándoles que no iban de guerra, sino muy de paz, y con deseos
de comunicar con ellos, el inestimable bien de que gozaban en sus
pueblos, donde les sobraba todo lo temporal y aseguraban lo eterno,
sin recelo de enemigos que les quiten sus familias, lesjperturben su
quietud, les impidan el sustento que les envía Dios del cielo, con
menos trabajo corporal del que ellos padecen en buscarle, dispersos
por los campos, bosques y ríos, y expuestos á las aguas, soles, tem-

pestades, mosquitos, tábanos, víboras, tigres}' cocodrilos, que les


causan tantas desdichas y muertes cuantas veían cada día á sus ojos.
Que tienen en sus reducciones unos ministros de Diosniuy distintos
de los demás españoles; pues libres de todo interés, sólo cuidan de
que no les falte á los indios conveniencia alguna, aunque sea menes-
ter para eso quitarse de la boca el manjar, desnudarse del vestido,
pasar noches enteras desvelados, exponerse á los ma3"ores riesgos,
y perder la vida, como con efecto (les dicen) muchos la han perdido
por el útil de sus ovejas. Cierto es que nos quieren~más que nosotros
á nuestras familias, más verdaderos padres que ^nosotros de nues-
tros hijos. A estas y á otras semejantes propuestas, proporcionadas
á su genio, añaden fuerza con el testimonio de sus compañeros, y
mucho más con las dádivas que ablandan los corazones de algunos
infieles, que en cada viaje se les agregan, y repartidos en aquél y en
otros pueblos... se habilitan para la vida cristiana. Por este medio,
•el dicho cacique sacó muchas almas de la esclavitud del demonio, }'

(1) Jarque, Insignes Misionero^, part. III, cap. XX1\'.


(2j Ibid. cap. XXI, núm. 3.
-397-
habrá recibido en la gloria el premio de sus Misiones (como el las
llamaba), como también le recibirán otros que le imitan. Así en algo
se suple la falta que siempre hay de operarios.»
Algunas veces, atentas las perpetuas guerras que entre sí traían
los infieles de regiones del Plata, en las cuales los vencedores corta-
ban la cabeza á todos los adultos y reservaban la chusma, esto e>,
niños y mujeres, procuraban los Jesuítas rescatar algunos de e.-,tos
cautivos, quienes incorporados en la reducción y enseñados en nues-
tra santa fe, recobraban su libertad y mejoraban de condición en lo
temporal y espiritual, siendo este medio, como escribe el Dr. Xar-
que (1), más comprar almas que no cuerpos.
Veces había que los cristiano^ Guaraníes, enviados en expedi-
ción, cazaban en cierto modo los indios para reducirlos á vida po-
lítica y cristiana. Sucedía e^to, como lo relata el P. Lozano (2), con

una tribu, de la cual, aun hoy quedan restos, y era la de los Guaya-
quis. Son estos indios tan miserables en bienes, como cortos de
entendimiento y faltos de \gobierno, según allí explica más larga-
mente el P. Lozano, y son entre todos los indios de aquellas regio-
nes los más tímidos, de suerte que en viendo personas extrañas, hu-
yen desaforadamente sin dejarse hablar. Por lo cual, para poder-
les hacer el gran beneficio de convidarlos con vida civil y cristiana,

fué necesario usar de especial traza. «Para este fin, escribe el P. Lo-
»zano: salen á caza de estas fieras racionales, los cristianos antiguos
»de nuestras Misiones, y el modo de cazarlos, es el siguiente: Tie-
»nen los Gua)^aquís en los bosques abiertos, un camino ancho por
»donde discurren de día, noche se encierran á dormir juntos
y por la

»en un corral de ramas, donde tienen su estalaje las mujeres y niños


»en guarda de un viejo, entre tanto que los varones salen á buscar su
«comida. A los Guaraníes que los buscan, les es forzoso cargar
«acuestas su matalotaje y bastimentos, hasta encontrar aquel cami-
»no ancho, donde se certifican hacia qué parte tira la huella, y sobre
»ellavan á buscar dichos corrales. En hallando fuego vivo en alguno,
»cs señal cierta quedurmieron allí los Guayaquis la noche antece-
»dente. —
Dejan aquí su provisión, y se arman con arco, flecha, una
»soga y un palo; arco y flecha, si encuentran luego los infieles, no
»tiencn uso alguno, sino granjearse respeto; la soga y el palo, sí; la

»soga, para maniatar los adultos, evitando se pongan en fuga; el

»palo, para divertir ya la flecha larga ya el garrote, con que los


«Guayaquis menos tímidos, viéndose acosados, tiran á defenderse.

(1) Insignes Misioneros, parte III. Cap. XXI, núm. 2.

(2} Hist. déla conquista, lib. I. cap. XIX.


«

-398-
»Ariiiados, pues los cristianos, se reparten en dos filas, con lo que
»van formando un cordón largo, y les precede un espía, que hace
»señal con la mano de que ya están cerca del corral de los Ínfle-
nles. Bloquean el corral 5' duermen con centinelas: al romper

»el alba estrechan con gran silencio, y de improviso asaltan


el sitio

»armados á los Guayaquis, que despiertan en manos de los que ima-


»ginan enemigos. Y para que con el sobresalto no huyan, ó para su
«defensa cometan algún desmán, los atan con la soga prevenida.
»Buscan los niños, que se suelen esconder en los bosques, registran los
«árboles más altos á que se suben, 3^ concluidas estas diligencias, se
«asientan con ellos muy amorosos, dándoles de comer}' vistiéndoles,
«para que puedan parecer delante de todos con decencia. Van con
«estas demostraciones de cariño perdiendo el miedo, destierran las
«falsas aprensiones, y vuelven sobre sí. Propóneseles entonces si

«quieren ser hijos de Dios y abrazar de Cristo, y como no tie-


la fe

«nen muchos embarazos, se rinden fácilmente á la verdad, 3" se vie-


«nen gustosos á las reducciones, donde se hallan mucho, se bautizan
»y salen cristianos ajustados á sus obligaciones. Si no se hiciesen
«estas correrías, lograría el demonio los designios que pretende con
«ponerles tan cerval miedo en sus ánimos para todo extranjero.

115 QUÉ INFLUJO HAYA TENIDO EL TEMOR EN LA FUNDACIÓN


Y CONSERVACIÓN DE LAS REDUCCIONES

El haberse afirmado á veces que el temor fué causa de que se


fundasen las Reducciones, é instrumento principal para conservarlas,
hace preciso examinar este punto al estudiar el modo con que se
entablaron las Doctrinas Guaraníes.
A la cuestión de si el temor influyó en el éxito feliz de las Reduc-
ciones, ha}' necesidad de dar diversas respuestas. Si se pregunta tra-
tando del temor de las invasiones paulistas, es cuestión fácil de re-
solver por la historia. La reducción de San Ignacio Guazú, que fué
la primera, se formó en lOlO en territorio donde ni antes ni después
pusieron el pie los paulistas. La de Loreto y San Ignacio Mirí se for-
maron el mismo año en el Guayrá, adonde los paulistas tardaron casi
veinte años en llegar. Las del Urugua}^ 3' Tape se establecieron
mientras los moradores de San Pablo y de la costa del Brasil lleva-
- 399 -
ban sus malocas hacia el norte. Por consiguiente, es ignorancia pal-
maria atribuir el deseo de juntarse en pueblos al miedo de los
paulistas, que sólo pudo obrar en alguna que otia de las últimas
reducciones, y como medio accidental, no como causa principal. Es
más: la idea de juntarse en pueblos para librarse de los mamelucos
era tan desacertada en el estado en que se hallaban las Reducciones
sin armas de fuego, que los mismos indios en medio de su cortedad
de alcances desechaban, y en lugar de unirse en gran multitud en
la

pueblos, se escapaban á vivir solitarios en apartados montes, for-


mando concepto, que los mismos paulistas les fomentaron, de que
juntarse muchos en un pueblo, no era sino ofrecer más rica presa al
enemigo. Y nótese que precisamente en este tiempo en que carecían
de medios de defensa las Reducciones, fué cuando se fundaron casi
todas ellas.

Si la pregunta es acerca del miedo á los malos ti atamientos de


los españoles encomenderos, tampoco ésta fué causa de reducirse,
sino al revés, estorbo grande en los más para reducirse. Los indios
ya sujetos al encomendero no ganaban nada con reducirse, porque se
quedaban con su misma sujeción, como sucedió en San Ignacio Gua-
zú, San Ignacio Miní y Corpus. Los que no estaban sujetos, no nece-
sitaban convertirse para librarse de encomenderos, porque se habían
sabido defender y no dejaban penetrar en sus tienas á los españoles.
El miedo del encomendero, por tanto, á nadie impulsaba á reducirse.
Pero sí estorbaba y mucho; porque si formaban pueblo, enseguida
veían que habían de ser encomendados, cosa á la que tenían horror
á par de muerte. Y así, el quitar de sus conversiones semejante
estorbo fué la gran obra en que trabajaron los Jesuítas desde el prin-

cipio y continuaron hasta el fin, por más que este empeño les
(1),

atrajo odios 3^ enemistades poderosas, y terribles persecuciones. Qui-


tado este estorbo, obraban las causas ya dichas, el amor al Misionero
y el deseo de los bienes espirituales y temporales que conseguían en
convertirse y formar pueblo.
Algunos piensan que el temor á los españoles, y alguna fuerza
con el auxilio de soldados, ha sido necesaria para entablar 3' también

para conservar las Reducciones de indios (2). Las razones que para
ello dan se reducen á testimonios que se alegan de algunos Misione-
ros. No entraremos aquí á ventilar la cuestión en general. Pero tra
Lozano, Hist. de la Comp. en el F'araguaj', lib. \'I, cap. VII, lu'un. 6, 9, sqq.
(1)
Cappa, Estudios críticos, II, 14 sqq. Jiménhz de la Espada, en el congreso
(2)
de americanistas de 1881. Anónimo en Calvo, Tratados, XI, 211 sqq. (por el con-
texto muestra ser un Jesuíta del Paraguaj- que hacía sus apuntes hacia 17.30,.
Azara, V'oyages, XII, XIII. Descr. XII, XIII y varios que le copian.
— aco-
tando de los Guaraníes, que es nuestro intento, la historia muestra
que no se empleó nunca semejante auxilio y se fundaron crecido
número de Reducciones; argumento de que no era necesario. No se
podrá citar ni una de las Reducciones de los Jesuítas que se haya
fundado de esa manera. Y en cuanto á los testimonios de Misioneros,
dicen precisamente lo contrario. Óigase al P. Montoya: «La séptima
calumnia es que los dichos religiosos conquistan los indios por armas.
Léanse las historias de los religiosos que en aquella provincia [del
Paraguay] han padecido martirio; léanse las informaciones que por
orden del Ordinario se han hecho, y se verá claramente que sin a3^uda
de españoles se entraron por aquellas tierras de gentiles, llevando
por armas unas cruces en las manos, que sirven de báculos (1).»

«Fueron conquistados [dichos indios del Paraguay] por sólo el Evan-


gelio, y doctrinados hasta hoy (1649) (2).
Y el P. Roque González, á quien se cita como patrono de seme-
jante necesidad, atribuyéndole unas expresiones de dudosa autenti-
cidad, nunca empleó españoles armados en sus numerosas fundacio-
nes; y en su cartaanua de San Ignacio Guazú de 1613, se muestra
expresamente de diverso sentir con estas palabras: «Es puerta esta
«Reducción para innumerables almas que hay en el Uruguay, tan
«nombrado y deseado de tantos por no haber hasta ahora tenido noticia
»de nuestra santa fe, ni haber entrado Español entre ellos, que es lo
»que más se puede desear, porque se les predicará nuestra Santa
»fecomo la predicaron los Apóstoles, y no con la espada, como se
»ha hecho en éstas.» La experiencia mostró siempre que la fuerza
armada era contraproducente.
Empero, ya que para fundar Reducción no era necesario el
la

temor, algún temor de castigo era absolutamente necesario para


conservar la Reducción, como para conservar cualquiera sociedad
humana. Ese temor había de venir no de fuera, sino de dentro del
mismo pueblo, pues la fuerza de fuera, por razón de sus circunstan-
cias, no tenía eficacia sino para perturbar. Y se logró este medio del

temor del modo que refiere el P. Lozano (3) en la introducción del


castigo de azote, que por la facilidad con que fué aceptado de los
indios, se tiene con razón como un hecho providencial. Las Reduccio-
nes en que no se podía usar todavía de este medio no tenían estabi-

(1) Memorial de 1643, n. 16.


(2) Memorial de 1649, en Trkli.ks, Anexos, p. 79. Los testimonios del P. Mon-
toya muestran el engaño que padeció el P. Cappa al escribir (Estudios crít. II, 14).
«Los Padres de la Compañía de Jesús... nada hicieron de sólido en el Paraguay
hasta que llevaron alguna íuerza que impusiera á los neófitos.»
(3) Lozano, Ilist. iib. VII, cap. XXII, n. 19.

~40l-
lidad ni suficiente orden. Y así dice el P. Claudio Ruyer, hablando
de la de Santa María del louazú (1): «Como esta nación jam;'is {\ sus
caciques, que son sus señores naturales, ni á sus mismos padres, han
obedecido sino en aquello que les daba gusto, es cosa dificultosísima
inclinarlos á la obediencia, que es totalmente contraria a su natural
inclinación, y tan necesaria para la ley evangélica como uno de sus
principales fundamentos. Y á más de esto, es necesario ponerlos en
alguna policía y modo de vivir, como á hombres cristianos, para cuyo
efecto es fuerza que los Padres les manden muchas cosas. Pero hasta
que ha3'a castigo, cuando el Padre les manda alguna cosa, de ordi-
nario se están como una estatua sin menearse, hasta que Dios les

inspire, por decirlo así. Y á ese modo es increíble la paciencia que


es menester. Yá esta causa, en las demás Reducciones que se han
hecho en el Paraná, los Padres han tenido grandes trabajos hasta
que ab extrínseco viniese á miedo y temor, y pudiesen los
los indios

Padres echar mano del castigo para sujetarlos y rendirlos; á lo cual


ayudan grandemente las Reducciones ya antiguas y cercanas. En
esta [que estaba lejos de las del Paraná] habrá de ser doblado el tra-
bajo.» Y poco más adelante: «Todo se va introduciendo [entre los
niños] poco á poco 5' con mucha paciencia por falta de azote, sin el
cual parece imposible poderse criar juventud, y particularmente la
que tiene tan grande parte del animal y tan poco del racional como
esta. Siendo nuestro Señor servido que haya castigo, se hará sm duda
una muy buena cristiandad aquí.»

VI

REDUCCIÓN POR LAS ARMAS Y REDUCCIÓN 117


POR EL EVANGELIO
Conocida la calidad de los medios empleados en la conversión, es
fácil darse cuenta de la naturaleza de la obra. La conversión de la

gentilidad Guaraní á la religión fué una obra sobrenatural de la


gracia de Dios, que es el único impulso que mueve el corazón á las
cosas de la vida eterna. Mas como la gracia en su acción se acomoda
á la naturaleza, y sus caminos son secretísimos y variados, así se
valió de medios naturales múltiples para disponer las voluntades y

(1) Ruyer, Anua P. 186.

26. Organización Social de las Doctrinas Guaraníes.


— 402 -
entendimientos de los indígenas ;il precioso don de la te 3" de k»s de-
más hábitos infusos.
Si se pregunta cuál fué el medio principal entre éstos, parece que
indudablemente se ha de afirmar que fué una gran confianza en el
Misionero, \' un alto concepto de su persona y cualidades. La con-
fianza nacía en losGuaraníes de la impresión causada por las obras
mismas del Padre,que es la más fuerte }• sólida. Por experiencia
sabían que no iba á cautivarles, no á robar sus haciendas, ni á hacer
daño alguno, ni á imponerse con violencia; veíanle agasajarlos, tra
tarlos con suavidad, hablarles y explicarles cosas altísimas en su
lengua nativa, y darles los regalos que más apetecían y estimaban.
Por eso contra el Misionero no se armaban, ni se recelaban de verlo
en sus tierras; antes al contrario, hubieran deseado tenerlo de conti
nuo, hablando de la ma^-or parte de los gentiles. Sus eminentes cua-
lidades se las mostraba también la ob>ervación de su animosa perse-
verancia, 3* de la p.íciencia inalterable con que los sufría, y el hecho
palpable de que las parcialidades que se ponían debajo de su direc-
ción en poco tiempo se transformaban en pueblos bien ordenados y
abastados de lo necesario, y de que los niños se presentaban dóciles
é instruidos, de modo que eran el embeleso de sus familias. Todo esto,

junto con la elocuencia que el celo inspiraba á los Misioneros, y que


tanto estimaban los Guaraníes, les hacía formar ventajosísimo con-
cepto del Padre. Confirmábalo el respeto que le mostraban los espa-
ñoles en las ocasiones que se ofrecían, y la potestad que le daba el

Gobernador de repartir bastones é insignias de mando. Y en diver-


sas ocasiones lo confirmaba Dios, unas veces con milagros manifies-
tos, otras con sucesos naturales, pero que eran sin duda providencias
extraordinarias de Dios.
Propuesta en tiempo oportuno la verdad por labios tan autoriza
dos. subyugaba con tuerza los entendimientos y atraía los corazo-
nes. Los indios Guaraníes eran salvajes, eran bárbaros y rudos;
pero en medio de todo, no estaban destituidos de razón. Como racio-
nales, oyendo hablar de Dios y de sus obligaciones para con El; y
oyendo hablar á aquellos Padres cuya palabra les inspiraba toda
confianza, de una esfera superior, en que habían de ser y vivir como
hijos de Dios, entendían de qué se les hablaba y se movían á
desearlo. La religión cat*'4ica, como que es la única verdadera, es
también la única que se acomoda perfectamente á la razón aun en
las cosas que superan á la razón, por lo mismo que procede de Dios
autor de la razón; y la única que satisface plenamente al hombre,
por lo mismo que Dios la ha instituido para bien del hombre. Las
— 403 —
costumbres puras y ordenadas que la religión enseña, el culto
externo que da á Dios, atraían también los ánimos de los Guaraníes.
En una palabra, si graves estorbos no se hubieran opue-^to, mucho
más pronto de lo que lo hicieron se hubieran convertido las tribus
de los Guaraníes.
Sabían los Padres que sin juntarse en pueblo los indios, no se
podía formar cristiandad estable; y así lo primero que procuraban
persuadir á los Guaraníes era la reducción. Mientras estuvo en
vigor el servicio personal, nada consiguieron los Jesuítas en este
sentido. Pero el día en que pudieron asegurar á los indígenas que
formando voluntariamente reducción, no irían á servir á ningún
encomendero, sino sólo al Rey, ese día empezaron á fundarse multi-
tud de pueblos como por encanto. Bien claras veían los indios las
ventajas de reducirse á poblado que los Padres les declaraban. Allí
tendrían asegurado el sustento, sus hijos bien instruidos, y ellos en
disposición de prepararse para ser hijos de Dios. El estar debajo de
la dirección del Padre no les retraía, porque le amaban y tenían
experiencia de los aciertos cuando seguían su consejo, y por eso no
temían esta dirección, sino que más bien la deseaban y estaban ufa-
nos }' satisfechos de ella.
Así como esta buena inclinación para formar pueblo, y consi-
guientemente, para disponerse á ser instruidos en la fe y abrazarla y
practicarla, hallaba obstáculos accidentales en la malicia de los
magos y hechiceros: así algunas veces tuvo auxiliares accidentales
en el hambre que padecían los Guaraníes infieles, mientras los
pueblos cristianos estaban abundantes de alimento; y otras veces
los tuvo en el miedo y terror que inspiraban á los indios infieles las
feroces malocas de los paulistas. Mas éstos eran motivos parciales y
causas auxiliares que hacían abrazar más pronto unas verdades
y unas prácticas propuestas por hombres en quienes aun el más rudo

conocía la veracidad más completa y las más eminentes prendas, que


aseguraban el acierto.

Con esto queda claramente señalada la verdadera diferencia que


hubo entre la reducción por
Evangelio y la conquista por urinas.
el

La conquista por armas acometía á los indígenas con guerra para


sujetarlos al re}*; y una vez vencidos, les imponía entre las condicio-
nes de la paz la de juntarse en pueblos 5' escuchar la enseñanza de
los ministros de Dios. Primero la sujeción por armas, luego el pue-
blo,como medio para la conversión. La reducción por el Evangelio
usaba de todos los medios que sugiere la prudencia humana y la
gracia divina para resolver á los indígenas á abrazar la religión
- 404 -
desde luego, si era posible logr¿xrlo de ellos, ó por lo menos, A redu-
cirse á pueblo, donde se dispondrían los que todavía no fuesen cris-

tianos y se conservarían en la fe los que lo y en virtud de


fuesen;
ser el Rey de España quien les hacía el beneficio espiritual y tem-
poral de enviar los Misioneros, á someterse al Rey de España. La
reducción por armas empleaba como medio la guerra, la reducción
por el Evangelio empleaba todos los medios lícitos y prudentes,
menos la guerra.
La reducción por armas era conquista propiamente dicha, cuyo
fin es adquirir ó ganar territorios; y su medio natural, las armas:
y por eso la define el Diccionario: adquisición á fuerza de armas de
alguna plaza, ciudad, provincia ó reino. La reducción por el Evan-
gelio difiere de la precedente en lo más sustancial, que es su fin:
pues era su almas para Dios: y difiere también en los
fin ganar las
medios, por excluir la fuerza de las armas. Y así, sólo metafó-
el de
ricamente y por semejanza puede llamarse conquista, y siempre se
le ha añadido el epíteto de espiritual.

No han faltado quienes, por no examinar suficientemente la mate-


ria, diesen al nombre de conquista espiritual significación paralela
con la de la conquista propia. Pero si alguien tiene autoridad para
exponer y fijar el verdadero significado de esta expresión conquista
espiritual , es sin duda alguna el P. Antonio Ruiz de Montoya, que
fué quien la puso en boga (1), y uno de los que con más ardor la redujo
á la práctica. Pues bien, he aquí su sentir, con toda la claridad desea-
ble manifestado: La naturaleza de la conquista espiritual es la misma
que la del cultivo de la viña del Padre de familias, y del pastoreo de
la grey de Cristo, de que habla el Evangelio (2). El enemigo que se
trata de vencer en esta conquista es el demonio (3). Los alcásaresy
fortalezas que se ganan, las almas en que el demonio estaba encas-

tillado por la superstición (4) 3^ el paganismo (5). La guerra es la que


hace verdad del Evangelio al mentiroso culto de los gentiles (6).
la

Las armas, la espada de la predicación (7), la perseverancia (8), las


cruces que llevan los Misioneros en las manos (9). Los soldados son

(1) Conquista espiritual hecha por los religiosos de la Compañía de Jesús


en las provincias del Paraguay, Paraná, Uruguay y Tape.
(2) Ibid. § §. 45, 60.
(3) Ibid, §. 49.
(4) Monto VA, Memorial de 1643, m'im. 27,
(5) Conquista, § s. 48, 49.
(6) Memorial de 1643, núm. 27.
(7) Conquista, 8. 48.
(8) Ibid. s. 52.
(9) Memorial de 643, núm. 16.
-405-
losMisioneros mismos, que se arrojan á todos los riesgos aun de
muerte, y de ellos se contaban en 1643 diez y seis que en el Para-
guay habían derramado efectivamente su sangre por tan noble
causa (1). Y finalmente, llegando á declarar las cosas por sus pro-
pios nombres y sin figuras: «La fuerza del Evangelio», dice el autor,
«pretendo explicar, cuya eficacia se ve en amansar leones, domes-
ticar tigres; y de montaraces bestias, hacer hombres y aun ánge-
les» (2).

Obra de expansión terrestre, la conquista propiamente tal se


proponía como fin sujetar los indios al Rey de España. Obra de sal-
vación eterna, la conquista espiritual tenía por fin sujetar las almas
al Rey del cielo.
Es cieito que reducía también los indios á la obediencia del
monarca español; pero éste no era su primer intento, sino un efecto
accesorio, lo cual lo ponen siempre los Misioneros en último
por
lugar (3). Y
aun esa misma sujeción era un medio de asegurar
en la fe de las almas ganadas á Dios: pues por una parte no
podían los indios estar seguros en la religión católica si quedaban
independientes, no habiendo en su gobierno salvaje por caciques
estabilidad alguna: y por otra, en ninguna nación de las que enton
ees existían podían hallar la pureza de la fe católica y el pro

pió bienestar tan firmemente garantizados como en España. Ade-


más, aquellos indios moraban en territorio que con gravísimos fun-
damentos tenía España por perteneciente á su dominación: España
era la que les enviaba á costa del Rey los Misioneros: España los
defendía de sus enemigos los otros indios, y también de sus crueles
verdugos los portugueses: y España por fin era entonces la nación
más potente de Europa. Que son en sustancia las razones que se
proponen en la Ordenanza 142 de poblaciones para atraer á los infie-
les á la obediencia del monarca.

(1) MoNTOVA, Memorial de 1643, núm. 21.

(2) Conquista, § 45.

(3; «Á los religiosos sólo incumbe buscarlos por los montes, reducirlos á pue-
blos, enseñarles nuestra santa ley, bautizarlos y conservarlos en ella: y tenerlos
expuestos á la Real voluntad de V'. M., á quien reconocen por su señor.» (Mox-
TJYA. Memorial de 1643, núm. 15.) «Su religión redujo... al Evangelio y obedien-
cia de S. M.» (MoNTOYA, Memorial de 1647 en Trellhs, .Anexos, 77»).
CAPITULO XIII

orígenes del régimen de las doctrinas

1. Las primeras Reducciones. — 2. Constituciones de la Compañía. — 3. Las



leyes de Indias en cuanto á conversión. 4. Las leyes de Indias y el gobierno
— —
del pueblo reducido. 5. El P. Claudio Aquaviva. 6. Las instrucciones del
— —
Padre Torres. 7. La doctrina de Juli. 8. El reglamento general de Doctrinas,
— 9. Falsos y verdaiieros orígenes.

LAS PRIMERAS REDUCCIONES

El origen histórico de las primeras reducciones, como se ha


podido ver en el Bosquejo que va por introducción, fué la misión
simultánea de seis Jesuítas, que en 1610, á instancias del Gober-
nador y del Obispo del Río de la Plata, envió el Provincial Padre
Diego de Torres á diversas comarcas necesitadas de doctrina. Todos
estos Misioneros iban á tierras de indios infieles y no reducidos á
pueblos, sino esparcidos á su usanza en tolderías con sus caciques.
Los Misioneros del Paraná fundaron la reducción de San Ignacio
guazú, que fué la primera absolutamente de todas: los del Guayrá
empezaron por Loreto y San Ignacio miní, trasladadas vein-
las de
tiún años más tarde á donde están hoy sus ruinas. De estas pri-
meras reducciones fueron extendiéndose los Misioneros á establecer
las demás del Uruguay, del Itatín y del Tape, hasta el número de
treinta. La misión de los Guaycurús hubo de ser abandonada por
entonces como infructuosa, no sin haber permanecido en ella más de
doce años.
Conviene exponer las pruebas de lo dicho.
Que los formó la reducción de San Ignacio
indios de que S2
guazú, primera del Paraná y absolutamente de todas las que fun-
daron los Jesuítas, vivían dispersos y no estaban reducidos, consta
— 407-
de la carta del l\ iMarciel de Lorenzana á 4 de Enero de 1610.
fechada en Itaquí, y dirigida A su Provincial P. Diego de Torres,
dándole cuenta de los principios de la reducción (1). Que además
eran de guerra y que no tenían iglesia ni casa del Misionero (siendo
esto lo primero que se edifica cuando se entabla una reducción) se
ve por el Anua de 1609 (2): y que seis meses después de estar con
ellos los Jesuítas no había entre los indios más bautizados que los
que lo habían sido en peligro de muerte, se ve igualmente de la

carta de 19 de Julio del P. Lorenzana (3): documentos que trae tex-

tuales el P. Lozano, los dos últimos en cuanto á sus capítulos prin-


cipales, y la carta del 4 de Enero de 1610 por enteío.
A los testimonios sobredichos se agrega confirmándolos el

del R. P. franciscano Fr. Gregorio de Osuna, que al empezarse la

reducción de San Ignacio estaba trabajando en convertir y doctri-


nar los indios en los pueblos fundados por el P. Bolaños. Dice, pues,
el P. Osuna en su declaración jurada de 26 de Julio de 1635 entre
otras cosas: <i-La reducción de Sn>i Ignacio que está á cargo de los
religiosos de laCompañía de Jesús... la finídaron los dichos reli-
giosos de la Compañía: y las del lid, Caazapá y Ytití, los religio-
sos de nuestro Padre San Francisco. Y cuando yo entré á cuidar
de estas dos reducciones de Yutí y Caasapd, no había ninguna
reducción en todo el Paraná, ni menos en el Uruguay: ni nunca
las hubo hasta que los dic/ios religiosos entraron e)i sus tierras.
Y los indios de que estas dichas reducciones se hicieron^ todos, sin
exceptuar ninguno, eran infieles, y no reducidos ni cristianos, sino
gente bárbara, desnuda y sin policía^ (4). Añade el P. Osuna al fin
de esta declaraciim escrita y jurada que está pronto á declarar lo
mismo oralmente como testigo cuando quiera que sea interrog;ido
por juez competente: y que á la sazón tiene licencia de sus prelados
para hacerlo en la causa que se está tratando de la libertad de los
indios del Paraná. Y en efecto, el P. Diego de Alfaro, Rector del
colegio de la Asunción, le presentó por testigo pocos días después,
á 14 de Agosto de 1635: y él dijo de palabra y debajo de juramento
lo mismo que en su declaración escrita se contiene: y quedándole
algún escrúpulo de no haberse expresado con bastante claridad, hizo
al día siguiente, 15 de Agosto, nueva declaración jurada, que hoy
se conserva autógrafa en Río-Janeiro, en la que se leen estas pala-

1,1) Lozano, Historia, lib. V, cap. X V^III, nn. 10, sqq.


(2) Ibid. núra. 15.
(3) Ibid, núm. 16.
(4) Ibid. núm. 18, y Apéndice, pág. 818.
-408-
bras, <i-Digo que sé que no han entrado ningún sacerdote ni secular
ni religioso antes ni después que los dichos Padres entrasen á pre-
dicarles. Y esto lo sé por la tradición, vos y ptiblica fama que hay
de ésto; y porque cuando entraron los Padres, todos los indios eran
infieles», etc. (1).

Para que la prueba sea sobreabundante, es bien concluir con el

testimonio del mismo P. Fr. Luis de Bolaños, que en el tiempo de


la fundación de San Ignacio guazú era Superior de las Misiones
franciscanas de Yutí, Caazapá é Itá. Escribiendo, pues, el insigne
misionero al P. Marciel de Lorenzana, quien le había hablado sobre
que los religiosos de San Francisco se encargasen de la reducción
de San Ignacio guazú, llamada Yaguaracamigtcá por el paraje en
que estaba fundada, le dice: «I'. P. me dijo que su reducción de
Yaguaracamigtd, nos estaba bien encargarnos de ella... Pudiera
responder lo que se está respondido: que habiéndola comentado

con tanto trabajo la Compañía de Jesús, haciendo en ella nuicho


servicio á nuestro Señor, aunque no sea más de las ánimas de los
niños que mueren bautisados, no me parece que será bien des-
ampararla para dejarla á nosotros, que por ser tan pocos^, etc. (2).
No puede ser más terminante la aserción de que «/íí Compañía
comenzó» y con gran trabajo, la reducción de Yaguaracamigtá ó
,

San Ignacio, que fué la primera de todas.


Es verdad que el conocido cronista de la Orden Seráfica, Fray
Diego de Córdoba Salinas, afirmó en su crónica franciscana de las
provincias del Perú que habiendo hecho reducción de los indios
Guaraníes el apostólico Padre Fray Luis Bolaños, y teniéndolos ya
convertidos, se los entregó á los Padres Marciel de Lorenzana
y Diego de Boroa, Jesuítas (3). Pero es evidente por lo dicho que
padeció engaño, pues ni los indios estaban reducidos, ni menos con-
vertidos: ni empezó la reducción el Padre
el P. Bolaños: ni cuando
Lorenzana entró á entablar aquella reducción había llegado siquiera
á pisar tierra de América el P. Diego de Boroa, quien sólo llegó á
Buenos Aires á 1.° de Mayo de 1610, y no pasó á la gobernación del
Paraguay en que estaba situado San Ignacio guazú, hasta 1613 (4).
Aunque no es de extríiñar que fuese mal informado el P. Fr. Diego
de Córdoba en este punto: «porque escribió» dice el P. Lozano, «en
tiempo que la religión de la Compañía padecía en el Paraguay

íl) Río-Jankiro, MSS, Bibl. Nac. Col Angelis, lX-2.


(2) Lozano, Hist. lib. V. cap. XVIII m'im. 19.
(3) CÓKuOBA Salinas, Crónica franciscana de las provincias del Perú, lib. 3.
capítulo 22.
(4) Lozano, Hist. lib. \', cap. XV'Ilt, núm. 14.
-409-
una de las más deshechas borrascas que la han combatido desde su
fundación: y la persona que le ministró el informe del que se valió
para esta noticia era de las más empeñadas en nuestro desdoro, y
dio crédito á los vecinos del Paraguay, que sin temor de Dios ni
vergüenza del mundo, querían persuadir no deberse la gloria de esta
conversión á la Compañía que la emprendió cuarenta años antes:
y de estos principios tuvo origen el engaño de aquel sabio ero
nista» (1),

Pudiera alegarse en favor de la errada noticia del P. Córdoba


una frase atribuida Padre Fr. Luis de Bolaños en carta del
al

Illmo. Sr. Guillestigui para el M. R. P. General de la Compañía,


á saber: «Muero muy consolado, y doy muchas gracias á Dios por
ver los indios que he reducido en poder de la Compañía», palabra^
que, según el Illmo. Prelado, dijo el Padre Bolaños poco antes de
morir á aquellos indios (2). Pero constando tan claramente de las
pruebas que no fueron indios reducidos los de San Ignacio, y exclu-
yendo este sentido propio de la frase las palabras escritas del mismo
Padre Bolaños; es muy probable que el santo Misionero dijera
alguna otra sentencia semejante, como de alegría de ver que la
raza Guaraní, á cuj^a conversión había él dedicado todos los afanes
de su vida, estuviese en tanta parte evangelizada por la Compañía
de Jesús (lo cual era conforme á la realidad y á su testimonio
escrito);y por la facilidad de verificarse una leve mudanza en los
dichos conservados únicamente de memoria, pudieron alterarse las
palabras, trocándose totalmente el sentido. Si 3'a no es que el dicho
entero carezca de autenticidad: porque al mismo P. Bolaños se le
atribuyeron aun en vida dichos que no eran suyos en materias bien
graves, por deseo de valerse de su autoridad, como lo prueba el
Padre Lozano (3); y siendo así que el Illmo. Guillestigui no sólo no
asistió á su muerte, sino que vino al Río de la Plata veintidós años
después de no es inverosímil que alguno de los interesados en
ella,

pintar á San Ignacio como no fundado por los Jesuítas, tercíese ó


inventase el dicho en cuestión, y que de ellos lo recibiese el
Illmo. Prelado, de buena fe.
Semejante al del Paraná fué, según los documentos, el principio
de las Reducciones del Guayrá, Loreto y San Ignacio Miní, que por
equivocación han pasado como las primeras absolutamente de todas
las hechas por los Jesuítas. Tampoco allí, al llegar éstos, había Rc-

(1) Lozano, Hist. lib. V, cap. XV'Iir níim. 16.


(2) Jar(3ue, Insignes Misioneros, Parte II, cap. LI, ni'im. 8.

(3) Lozano, Hisl. lib. V cap. XVIII, ni'im. 17.


.
-410-
ducciones ni doctrinantes; }' los indios, que se hallaban dispersos por

los montes ó en pequeñas aldeas, fueron congregados en pueblos que


se establecieron de nuevo donde antes no había ninguno. Y la ida de
los Jesuítas dimanó de las instancias que por su oficio les hicieron el
Gobernador y el Obispo, y de una orden del Rey. Constan estos
hechos por el relato de un testigo ma3'or de toda excepción, el Padre
Antonio Ruiz de Montoya, que por espacio de casi veinte años tra-
bajó y padeció en formar aquella cristiandad desde sus principios (1).
Y como el hecho era notorio y público, se halla consignado asimismo
en documentos públicos. El Gobernador Hernandarias de Saavedra,
en carta para el Rey de 5 de Mayo de 1607 dice que los indios del
Guayrá «acucien mucha parte de ellos... de pas.)-> Y aun de é-^tos que
están de paz dice que sirven como y citando [á ellos] les parece: y pro-
pone que se forme con el Guayrá provincia aparte, y se llamen algu-
nos portugueses para allanar los indios é irlos reduciendo^ y si-
quiera seis Padres de la Compañía, que liar¡a)i gran fruto, como lo
hicieron dos qne ha mucho tiempo estuvieron en aquella provin-
cia (2). Ya se ha referido arriba la contestación á la propuesta. El
mismo Hernandarias en su exhorto al P. Provincial Diego de Torres
á fines del año de 1609 dice: Mucho tiempo y años ha que las pro-

vincias del Guayrá han carecido y carecen del bien espiritual, y los
muchos naturales que en ellas hay tienen grandísima necesidad de
sacerdotes... Y así, como tal Gobernador^ en nombre de su Majestad,
suplico... que vuestra Paternidad envié uno, dos ó más Padres d la
dicha provincia... para que los pobres naturales no carescan de
tatito bien como Jiasta aquí han carecido; cosa de gran lástimn que
tantas almas se condenen por falta de quien les dé á entender lo

referido...'» (3) Yfin que se pretende, todo él es endere-


añade: v. el

zado al servicio de Dios y de su Majestad y bien de los dichos natu-


rales, á que V. P. debe atender como se confia, asi de parte de su
,

Señoría Reverendísima Obispo D. Fr. Reginaldo de Lizarraga)


(el

como de la mía, y de los ciudadanos de esta dicha ciudad (4).» Y en


la certificación que dio de los trabajos de los Misioneros Jesuítas en

el Guayrá, á 2 de Febrero de 1614, expresa que los Padres «han redu-

cido gran nihnero de los naturales á cuatro pueblos que tienen


hechos y futuiados en el Parapané provitwia del Guayrá (5)» (eran ,

Loreto con San Ignacio y otros dos inmediatos). Otro tanto puede

(1) Montoya, Conquista espiritual, s I, V, VI, IX.


(2) Sevilla, Arch. de Indias, 74. 4. 12,
(3) Lozano, Historia, Apéndice al tomo II, págf. 83.

(4) Ibid. p. 814.


(5) Ibid. p. 817.
-411 -
verse en la certificación que enviaron los Oficiales Reales, que se
refiere en Cédula Real de 20 de Noviembre de 1611, donde llaman ;'i

los indios recién reducidos (1).

Para que no quedase sombra de duda, quiso Dios que al tratarse


de la gran causa de la libertad de encomiendas para los indios redu-
cidos por el Evangelio, que promovieron los Jesuítas, dieran sus
declaraciones en 1630 cinco testigos, personas graves, de larga resi-
dencia en Guayrá; y todos afirmaron que nunca se había hecho allá
el

Reducción alguna, ni por los clérigos, ni por los Padres Francisca-


nos Alonso de San Buenaventura, Luis Bolaños, que aun era diácono,
ni otros, ni por los Jesuítas PP. Ortega }' Filds, que siempre estu-
vieron enviaje, ó asistiendo á los vecinos españoles, habiéndose hecho
solamente algunos bautismos de indios; y que las Reducciones única-
mente habían empezado cuando en 1610 llegaron allá los Padres
Cataldino y Maceta. Este documento, en copia autorizada de escri-
bano, se conservael día de hoy en el Archivo general de Buenos

Aires (2).

Véase qué crédito merecerá, contradiciendo en todo á tales


testigos, sin más autoridad que su palabra ciento cincuenta años
después de los sucesos, el erudito limeño Dr. D. Cosme Bueno en un
Tratado suyo impreso en 1771, en que hablando del Paraguay, dice
que el P. Luis de Bolaños «cow oíros religiosos, erigieron muchas
capillas ó iglesias en el Guayrá, y establecieron allí seis reduccio-
nes, jujitando á los indios en pueblos gríifides en parajes acomo-
dados, en las riberas de los ríos Ibajiba (sic)^ Para pane y Pirapó.
Este Misionero célebre compuso el Arte de la lengua Guaraní que ,

imprimieron después los Jesuítas... Sabiendo que habían llegado al


Paraguny algunos Jesuítas, salió en su busca, y los convidó para
aquella cosecha espiritual, entregándoles los pueblos. Y aunque á
la pritnera vista los extrañaron los iiuiios, por el amor que tetiian
á los Franciscanos, les dio á entender el venerable Padre que los
Jesuítas eran sus hermanas, que sólo se dijerenciaban en el color
del Jiábito: y así los admitieron» (3). Si las demás noticias que da en
este párrafo son como las que se relacionan con los Jesuítas, preciso
será decir que no hay en él una sola palabra de verdad. Lo de la

(1) Sevilla, Arch. de Indias: 154. 1. 19, tom. 7,


(2) Buenos Aires, Arch. gen.: \eg. Padres Jesuítas I Varios años.
(3) Dr. D. Cosme Bueno, Descripción de algunas provincias y Obispados de
América, Lima, 1771. Lástima que el autor no dijera qué impresor estampó esa
Gramática del P. Bolaños, en qué fecha, en qué ciudad y dónde han ido á parar
los ejemplares de los cuales no han logrado ver ninguno, ni Leclerc, ni el conde
de la Vinaza, ni el diligentísimo Medina.
-412-
Gramática Guaraní del P. Bolaños impresa por los Jesuítas es ente-
ramente falso (1). Dice además que hubo seis reducciones en el
Guayrá, donde los cinco testigos certifican que no hubo ninguna. Y
consiguientemente, el viaje de Fr. Luis de Bolaños á ofrecer á los
Jesuítas las reducciones 3"a fundadas, la entrega de las reducciones,
la extrañeza de los indios 3" lo demás, son una mera conseja.
En contrario sentido se engañó el P. Charlevoix escribiendo en
el libro V de su Historia que la floreciente iglesia de Guaranís fun-
dada por el P. Bolaños cerca de la Asunción quedó sin doctrinante
por ausencia de este celoso Misionero: y que quizá para encargarla
á los Jesuítas fué para lo que los llamaron el Gobernador 3^ el
Obispo, A fin de que juntasen estos neófitos con los que años atrás
habían convertido en el Guayrá los PP. Ortega y Filds: y en todo
caso que esta unión es cierto que tuvo lugar. La conjetura no
tiene fundamento, hallándose en aquel tiempo el P. Bolaños en Yutí,
según se ha mostrado arriba: ni menos es cierto, sino enteramente
inexacto el hecho de la unión de los Guaraníes: pues las reduc-
ciones franciscanas ó iglesia floreciente de la parte de la Asunción
de que habla el historiador eran las de Itá, Yutí 3^ Caazapá: 3^ éstas
continuaron siempre á cargo de los PP. de San Francisco, como lo

prueban, entre otros documentos, el informe oficial del Gobernador

Sarmiento en 1662 (2) 3" el del Gobernador San Just en 1750 (3).
Para ser beneméritos de la religión en el Paragua3^ no necesitan
los Jesuítas atribuirse la conservación de las reducciones que hicie-
ron los Franciscanos, como ni los Franciscanos la fundación de las
que hicieron los Jesuítas.
Lo que sí ocurría por los tiempos de que se trata, era que gran
parte de los religiosos Franciscanos del Paraguay deseaban tomar á
su cargo la reducción de San Ignacio Guazú y ofrecían á los Jesuí-
tas otra comarca más al norte, en que tenían 3^a una reducción, á
trueque de que les dejasen para sus trabajos de Misiones toda la

(1) Si los Jesuítas hubieran tenido facilidad para imprimir, primero hubieran
impreso la Gramática del P. Francisco de San Martín ó la del P. Alonso de Ar.i-
gona, Jesuítas, que ya estaban terminadas, según consta de la correspondencia
de aquella época: ó las del P. Diego González Holguín ó del mártir P. Roque
González de Santa Cruz, ambos grandes lenguas, y que parece que también tra-
ba] iron su Arte. Pero eran tales las dificultades, que aun la del P. Montoya estuvo
más de quince años aguardando pronta para la estampa, y se tuvo por cosa
extraordinaria el que por la diligencia del mismo autor, limeño también, llegas *

á imprimirse. En cuanto al P. Bolaño.r, si como parece probable, había tom


puesto gramática, vocabulario y algún catecismo Guaraní distinto del mencr,
todo quedó inédito, y tuvo la suerte de tantos otros MSS. estimables que se han
perdido.
(2; Siívilla: Arch. de Indias, 74. 4. 13.

(3) Ihid.76. 1. 34.


-413-
parte del Paraná, donde sus reducciones eran cuatro, }' donde
habían empezado A trabajar los primeros. Consta el hecho de una
carta original del P. Diego González Holguín, Rector de la Asun-
ción, quien estaba pronto á ejecutar lo que por medio del Goberna-
dor Marín de Negrón le habían propuesto: (1) y quizá á este plan res-
ponde la insinuación del P. Lorenzana al P. Bolaños. Pero como
este siervo de Dios no era de ese parecer, debió pesar más su juicio

en la decisión del Provincial, que estaba próximo á pasar la Visita:

y no se verificó la mudanza.
Semejante á la historieta de D. Cosme Bueno es el sueño de
Azara, ya desvanecido en otra parte (2), de trece poblaciones fan-
tásticas, establecidas en un solo año por los conquistadores seglares
en el Guayrá, y otras varias en el Paraná y en el Itatín, todas las
cuales, ya fundadas y formalizadas, entregaron á los Jesuítas para
que las tuvieran á su cargo.
Y
aunque el intento del presente capítulo es sólo indagar las
fuentes de donde se derivó el régimen de las Doctrinas, dando por
supuesto el fundamento cierto de la historia; ha sido preciso sin
embargo examinar de propósito estos hechos, por haberlos hallado
oscurecidos y desfigurados merced al relato de escritores mal infor-
mados: y observar que otros les siguen sin darse cuenta del error.

II

CONSTITUCIONES DE LA COMPAÑÍA

La Compañía de Jesús, según el intento de su glorioso fundador


y la traza de la divina Sabiduría, que un ejército de
le inspiró, es
Misioneros. Sus hijos, según la frase gráfica que nos han trasmi-
tido los biógrafos del Santo, deben ser como otros tantos soldados
de un escuadrón de caballos ligeros, con el oído atento al primer

(1)González Holguín, Carta fecha en la Asunción á 13 de Marzo de 1612, diri-


gida parecer al P. Asistente. «Mas porque esta provincia [del Paraná] la
al
comenzaron á tener los Padres de San Francisco descalzos, y han significado que
ellos quieren continuar esas reducciones del Paraná, y aun opuéstosenos con
otras reducciones nuevas que han comenzado..., y porque ellos nos ofrecen otra
provincia mayor en que tienen una reducción, y nos la dejan porque les dejemos
la del Paraná, con que se adunan para la visita de su Provincial: atento que ésto
se me ha tratado por el Gobernador de su parte..., y viene en ello el P. Lorenza-
na y yo, á los cuales lo ha remitido el P. Provincial... ésto entiendo se hará, etc.»
(,2) Cardiel, Decl. Introd. §. XII,
-414-
toque de alarma, y aun puesto ya un pie en el estribo para partir á
pelear las batallas del Señor (1). Los enemigos son todos los que se
oponen á la salvación de las almas y al reinado de Cristo: la idolatría,

la falsa religión, las supersticiones, los vicios. Así fornii') San Ignacio
de Loyola su Orden: como una Compañía militar, cuyo capitán no
es Ignacio, sino Jesús. Esta es idea capital en las Constituciones.
Señala el santo Fundador en la fórmula presentada á Paulo III el fin

de la Compañía, <íqite principalmente se ha instituido para procurar


el aprovechamiento de las almas en la vida y doctrina cristiana y
para propagar la religión católica por medio de públicas predica-
ciones y del ministerio de la palabra de Dios» (2). Hace hincapié
sobre su carácter Misionero diciendo: «^Nuestra vocación es para
discurrir (ir velozmente de una parte á otra) y hacer vida en cual-
quiera parte del mundo donde se espera mayor servicio de Dios y
ayuda de ánimas» (3). Las personas de esta Compañía deben
las
estar cada Jiora preparadas para discurrir por unas y por otras
partes del mundo d donde fueren enviados por el Sumo Pontífice
ó sus Superiores (4). Las Misiones, por tanto, sea entre infieles, sea
entre cismáticos ó herejes, sea entre los mismos fieles, son uno de
los más altos ministerios que se propone la Compañía: y aunque á
todos comprende la obligación de ejercitarlas, siempre que fueren
enviados por el Superior; pertenece, no obstante, de un modo espe-
cial á los profesos, que son los miembros escogidos de la Orden, y
cuyo distintivo es ligarse con el cuarto voto respecto de las Misiones:
«Que cuanto el Romano Pontífice... nos ordenare respecto al pro ve
cho de las almas y propagación de la fe, y á cualesquiera comarcas
que nos quisiere enviar; hayamos de ejecutarlo al punto, sin tergi-
versación ni excusa... ya nos envíe á los turcos, ya á cualesquiera
otros infieles, aun á los que se hallan en las regiones que llaman de
las Indias, ya á cualesquiera herejes ó cismáticos ó á cualesquiera
fieles». (5) Y el primer extremo que en la fórmula se enuncia es el de

las Misiones de infieles. Para tales empresas elige la Comp;)ñía los


operarios cuando después de esmeradas pruebas de diez y de veinte
años encuentra en ellos las cualidades que pide aquel oficio: y ve jun-
tas con el debido conocimiento de las ciencias sagradas, las dotes
morales de prudencia, gracia para tratar con los prójimos, santidad,
constancia y otras que aseguren el éxito de sus trabajos.

(1) RiBADHNEiRA, Vida de San Ignacio, lib. III, cap. XV'.


(2) Bula Reg-imini militantis Ecclesiae de 27 de Set. de 1540.
(3) Constituciones, p. 3, c. 2, litt. G.
(4) Ibid, p. 6, c. 3, § 5.

(5) Bula kegimini militantis de 27 Set. 1540.


— 415-
De estos precedentes se deduce con claridad que el continente
sud americano, país esencialmente de Misión por el gran número de
infieles que lo habitaban, había de hallar aptísimos cultivadores en
los Jesuítas:y que los Jesuítas habían de profesar especial cariño á
estas regiones que les ofrecían á manos llenas esas tareas para las
cuales principalmente estaban llamados por su vocación. V es así
verdad, que donde quiera que se haya hallado un Jesuíta, no sólo en
la antigua Compañía, sino en hoy existente, en cualquiera parte del
la

Viejo ó del Nuevo Mundo, conmovido su ánimo y arrastradas


siente
sus simpatías cuando oye este nombre del Paraguay. Por este motivo
en todas las naciones de Europa despertaba Dios vocaciones para el
apostolado ultramarino: y de España, Francia, Italia, Alemania é
Inglaterra afluían las peticiones: 3^ al llegar cada seis años á Europa
los Procuradores de América, se ofrecían á volver con ellos Jesuítas

en mayor número del que podían enviar los Superiores sin detri-
mento de los ministerios en sus propios países: 3' siempre bastantes
para constituir numerosas expediciones de cuarenta y cincuenta mi-
sioneros.
Este llamamiento de Dios, 3^ la severa elección que todavía se
practicaba cuando habían de ser ya enviados á las Doctrinas, cons-
tituía á los Jesuítas destinados paia párrocos unos instrumentos espe-
cialmente aptos para entablar con grandes probabilidades de buen
éxito el régimen que las circunstancias mostraran ser más conve-
niente. Fácil es, en efecto, atribuir á planes trazados conforme á ideas
masó menos problemáticas el orden viviente de las Doctrinas; pero
no es sólo con planes con lo que se gobierna, sino con hombres capa-
ces de realizarlos: 3' un plan para Misiones exigía hombres no cuales-
quiera, sino mu3" preparados 3^ experimentados, en razón de las
muchas dificultades que habían de hallar de parte de los indios

y de parte de los mismos colonos. Requería también que estos


hombres fuesen totalmente abnegados, 3^ para siempre consagrados
á su ministerio, cuales se forman en la Compañía de Jesús, que
desde primer día graba en el corazón de sus hijos la palabra
el

de Dios á Abraham: «Sa/ de tu patria y de tu parentela: deja la casa


de tu padre» (1): para que sin arrancar de sí el amor de su patria,
que ennoblecen, profesándolo por motivo de caridad divina, dejen la
su3'a resueltos, 3' tomen por patria aquella que les muestra Dios por
la voz de sus Superiores.
Contribu3^') asimismo para hacer realizable el régimen que con

(1) Gen. XII.


— 416 —
el tiempo se fué estableciendo la admirable unidad que reina en toda
la orden religiosa de la Compañía, en que todos los individuos y

todas las casas forman en cuanto á la acción un cuerpo único gober-


nado por Superiores mayores y en que todas las partes se prestan
los
mutuo y firme apoyo. Esta hizo posible vencer los grandes obstácu-
los que contra los indios se opusieron: y en virtud de ella se vio al
Jesuíta Misionero hoy en medio de las breñas 3^ entre pueblos sal-
vajes, Rector luego en alguno de los colegios, párroco en una de las

reducciones estables, emprender más tarde viaje á Madrid para


defender los Guaraníes ante el Consejo de Indias, ó á Roma para
impetrar del Santo Padre nuevas Bulas que los protegiesen. Contri-
buyó admirable y sobrenatural prudencia que resplandece en las
la

instrucciones del santo Fundador acerca de las Misiones: en que


asentando por primer fundamento que el fin de cada resolución par-
«-el ifiayoi' servicio divino y bien itniversal ,i> (1)
ticular ha de ser
«porque el bien, cnanto más universal es más divino,» (2) señala el
orden de preferencia en las obras de celo que se han de emprender,
en los lugares donde se ha de trabajar, y en las personas que se han
de enviar. Contribuyó finalmente el espíritu de obediencia caracte-
rístico de la Compañía de Jesús, que sus enemigos con asombrosa
ignorancia reducen á la pasiva actitud de un cadáver, siendo así que
precisamente es espíritu activísimo, que reviste á los Jesuítas de
toda la energía de la voluntad de Dios manifestada en la palabra
del Superior: porque para la ejecución de tan grande obra como lo

fué aquélla, era necesaria docilidad insigne y eficacia inquebran-


table en quienes la habían de llevar á cabo.
Proponiendo Sanlgnacio porblanco de la actividad de toda su vida
á cuantos pertenecen á la Compañía el «ayudar las ánimas suyas
y las de sus prójimos á conseguir el i'iltimo fin para que fueron

criadas» (3) quiere no sólo que sean celosos de la salud de las áni-
mas (4), sino «cuanto á la voluntad estrenuos en lo que comiensají ,

del divino servicio» (5). Y lo que han de comenzar ó emprender han


de ser los más variados medios que conducen al dicho fin: primero
los espirituales, y luego «líis obras de misericordia corporales...
como... en hacer por los pobres... lo que pudiesen por si, y procurando
otros lo hagan, midiendo cuánto conviene de todo esto con la dis-
creción... que tendrá siempre ante los ojos el mayor servicio divino

(1) CoNSTiTUCiONHs, p. VII, c. II, litt. D. init.

(2) Ibid. sub. med.


(3) CoNSTiTucioNHS, p. 4, Proeinio.
(4) Part. I. c. 2. c. 8.

^5) Ibid.
-417--

y bien niiiversal .y> (1) De estas enseñanzas se ve nacer en los Misio-


neros la inquebrantable constancia en practicar con efecto los medios
que se reconocían más oportunos, en aplicarse aun á los trabajos
materiales de la agricultura y de las artes mecánicas los mismos
cuyo oficio era de predicar, confesar y atender á los ministerios espi-
rituales, y tomar como supremo empeño el asegurar la subsistencia

á los indios: todo emprendido porque se experimentó conducir y ser


necesario para aquel i-escopo que derecJiamente pretende la Com-
pañía^ ayudar las ánimas suyas y de sus prójimos d conseguir el

último fin para que fueron criadas^) (2).

Y porquepara este fin «los medios que juntan el instrumento


con Dios y le disponen para que se rija bien de su divina mano,
son unís eficaces que los que le disponen para con los hombres:
como son los medios de bondad y virtud, y especialmente la caridad
y pura intención del divino servicio, y familiaridad con Dios nues-
tro Señor en ejercicios espirituales de devoción, y el celo sincero de
las ánimas por la gloria del que las crió y redimió sin otro algún
Ínter és,y> (3) se vio resplandecer en los Jesuítas de las Doctrinas
aquella regularidad en su observancia, aquel trato con Dios en la
oración, aquella pureza y santidad intachable de vida y costumbres,
y aquel desinterés y desprendimiento de los bienes de los indios,
que por mucho que lo quisieron representar sus enemigos como
sórdida avaricia, no lograron eclipsar de modo que deje de brillar á
los ojos de cuantos han profundizado este punto, repitiéndose uná-
nimes los testimonios de que '¡^nunca se había visto desinterés seme-
jante:T> (4) y este «buen odor ^ fundado en la verdad de las buenas
obras» (5) atrajo perpetuamente á los Guaraníes, y les hizo formar
concepto de que aquellos eran hombres especiales, de otra calidad y
muy superiores á los que estaban acostumbrados á ver en sus con-
quistadores, dándoles el nombre de Abaré, especial y distinto de
las cosas comunes.
La constitución que quiere que los Misioneros no vayan solos á
su destino, sino que sean dos á lo menos, ««s/ porque entre sí ellos

más se ayuden en las cosas espirituales y corporales, como porque


puedan ser nuís fructuosos á los que son enviados, partiendo entre
sí los trabajos en servicio de los prójimos^) (b), fué causa de que con

(1) Part. VII. c. 4. § 9.


(2) Proemio citado de !a 4. '^ p.

(3) Part. X, §2.


(4) Informe de la V isita del Illmo. Obispo de Buenos Aires Sr. Fajardo, 1718.
(5) P. 10. § 13.

(6) Part. 7, c. II. litt. F.

27 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes.


-418-
tanto provecho se observase el estilo, por otra parte tan desconocido
y de que cada párroco tuviese su compañero religioso.
difícil,

El esmero en instruir los niños, y la asiduidad en hacer repetir


el catecismo de la doctrina cristiana é insistir en su explicación,
tarea que en ocasiones fué censurada por personas de buen celo como
nimia, aunque la censura no fuera secundiim scientiam, tuvo origen
en el gran afecto con que la Compañía de Jesús abrazó ya desde sus
principios este saludable ministerio, enseñada por su santo Patriarca,
quien antes de admitir á los primeros votos, entre las seis experien-
cias que requiere satisfactoriamente desempeñadas por sus hijos,
señala en Examen «/a doctrina cristiana ó una parte de ella á
el

muchachos y á otras personas rudes en público mostrando-» (1), y al


llegar á los últimos votos, sean del Profeso ó del Coadjutor formado,
les hace repetir expresamente la promesa de enseñar los niños ó

personas rudes, conforme las Letras Apostólicas y Constituciones,


para que se tenga más particulartnente por encomendado este santo
ejercicio, y con más devoción se haga, por el singular servicio que
en él se hace á Dios nuestro Señor en ayuda de sus ánimas (2). Y
como si todavía no fuera bastante, quiere que el estreno de las
tareas del Rector sea enseñar cuarenta días arreo la Doctrina cris-

tiana (3) á niños y otras personas rudas. Disposición que la segunda

Congregación general extendió á todos, profesos y no profesos,


inmediatamente después de haber hecho sus últimos votos (4),
El mandato dirigido á los que se han de ocupar en el ministerio
de la palabra, para que con tiempo se ejerciten <^en el predicar y
leer en modo conveniente... procurando tomar bien la lengua» (b)
que más tarde se amplió, no sólo á los predicadores, sino á todos los
de la Compañía, obligándolos á <¡.aprender la lengua del país donde
residan» (6), como también la prescripción de establecer en los
colegios y Universidades de la Compañía cátedras de lengua corres-
pondiente á la región para la cual se han de preparar Misioneros,
como «sz... para entre moros ó turcos, la arábiga sería conveniente,
ó la caldea: si para entre indios, la indiana; y así de otras regio-
nes» (7), fueron causa de que con tan extraordinario tesón se cultiva-
sen en todas partes las lenguas indígenas y se empleasen con tanto

(1) Exam. c. 4. § 14.

(2) CoNST. p. 5. c. 3. § 3. litt. B.


(3) P. 4. c. 10, n. 10.

(4) Congr. 2. d. 58.


(5) CoNST. P. 4. c. 8, § 3.
(6) Reg. 10 Comm.
(7) CoNST. p. 4. c. 12. § 2. y litt. B.
_4]Q —
fruto para catequizar, que corrían los indios detrás de aquellos
Misioneros que les anunciabanla buena nueva en su materno idioma:

y apenas se hallaní una mediana biblioteca en la que no abunden


los sólidos trabajos lexicográficos y sintácticos de los Jesuítas en
multitud de gramáticas, vocabularios, confesonarios y catecismos.
Cultiváronse las Congregaciones de la Santísima Virgen,
siguiendo las enseñanzas del glorioso Fundador, quien ordena que
especialmente sean atendidos aquellos sujetos donde se viese la <í

puerta más abierta v mayor disposición y facilidad en la gente


para aprovecharse la cual consiste... en la condición y cualidad de
las personas más idóneas para aprovecharse, y conservar el fruto
hecho á gloria de Dios nuestro Señory> (1).

Predicaban Curas y Compañeros frecuentemente; hacían exhor-


taciones morales y multiplicaban las explicaciones del Catecismo en
forma acomodada á la corta capacidad de los indios: ejecución de lo
prescrito por San Ignacio: «Se proponga la palabra divina asidua-
mente en la iglesia al pueblo en sermones, lecciones y en enseñar la
Doctrina cristiana» (2).
Por el mismo estilo pudieran enumerarse todavía otras cosas
•que, siendo, como las pasadas, comunes en la Iglesia de Dios, se
pusieron, no obstante en ejecución en las Doctrinas con notable asi-
duidad ó de un modo determinado, en virtud de exigirlo así el Ins-
tituto de la Compañía.
En cuanto al orden que después se vio establecido en las Misiones
del Paragua}^ respecto del gobierno temporal de los neófitos, no se
halla (ni por depender de circunstancias tan particulares podía
hallarse) otro principio en las Constituciones, sino el de subordi-
narse los misioneros á las instrucciones que recibirán del Superior
que los envía (3).

III

LAS LEYES DE INDIAS EN CUANTO Á CONVERSIÓN 120


No es raro hallar escritores que pretenden trazar un cuadro
completo de las Misiones del Paraguay prescindiendo demasiado del
estudio de los documentos, y fiándose únicamente de las noticias

CoNST. Part. 7. c. II.


(1) litt. D.
Part. 7. c. 4. §6.
(2)
(3) Part. VIL c. 1. § 5; y litt. F. G; y Fórmula en la Bula «Regimini militantis
Ecclesiae».
-420-
impresas, las cuales dan razón de los hechos culminantes, pero no
pueden detenerse á explicar la naturaleza y origen de las institu-
ciones. De aquí ha procedido el considerar á los Jesuítas como
inventores y ejecutores de un plan arbitrario y exclusivo suyo en el
establecimiento y gobierno de las Doctrinas, y llamar á su régimen
civilización única y singular. Esto es lo mismo que suponer á los
Jesuítas solos y aislados de toda civilización, sin tener leyes á que
hubiesen de atenerse, y mirando delante de sí únicamente naciones
salvajes y dóciles en las cuales pudiesen ensayar cualquier sistema
de su invención. Pero semejante concepto es un error manifiesto.
Cuandolos Jesuítas en 1609 empezaron á fundar sus Reducciones
en elParaguay, había pasado ya mucho más de un siglo desde el
descubrimiento de América; y en este espacio de tiempo se habían
resuelto gran número de dudas, se había creado un Consejo de
Indias que con madura deliberación examinaba y juzgaba los asuntos
de América; y había un cuerpo de leyes comprendido en numerosas
Cédulas Reales y Ordenanzas, que señalaban su forma y carácter
especial á todas las obras que en el Nuevo Mundo hubieran de
emprenderse, empezando por la de reducir los indios á nuestra
santa fe.

Antes de que se hiciesen cristianos los indios y como medio para


facilitar su conversión, estaba prescrito que se redujesen á lugares
fijos formando pueblos (1), «y no viviesen divididos y separados por
»las sierras y montes, privándose de todo beneficio espiritual y tem
»poral, sin socorro de nuestros ministros, y del que obligan las nece-
»sidades humanas, que deben unos hombres á otros: y por haberse
«reconocido la conveniencia» de esta resolución, rogaba y encargaba
Felipe III (2) á los x^rzobispos y Obispos «que en sus distritos ayu-
»dasen á la población de sus naturales»; como ya tenía mandado su
padre Felipe II (3) «que los españoles encomenderos solicitasen con
» mucho cuidado que sus indios fuesen reducidos á pueblos». De esta

diligencia de reducir á poblaciones regulares los indios que antes


vivían divididos en sierras y montes, tomaron el nombre ya dicho
de reducciones aquellos pueblos de indios que todavía contenían
muchos indios Mandaba Felipe II (4) que los pueblos de
infieles.

más grande que fuera posible: «Mandamos... que las


indios fuesen lo
^reducciones sean del mayor nihnero que permitiere la capacidad

(1) Felipe II, Ordenanza 149 de poblaciones.


(2) Cédula real de Valladolid, 21 de Jiinio de 1604,
(3) Ordenanza 140 de poblaciones, 1573.
(4) Céd. real de Madrid á 18 de Febrero de 1558.
-421-
y>del sitio y sus conveniencias^ y señalaba qué condiciones habían de
tener los lugares en que se fundaban qne se han
(1): «Z,05 sitios en
vde formar pueblos y reducciones, tengan comodidad de aguas,
^tierras, y montes, entradas y salidas, y labranzas y un ejido de
»una legua de largo donde los indios puedan tener sus ganados
•»siti que se revuelvan con los de los españoles.»

Finalmente, en aquel código se manifestaba expresamente la


voluntad de los Reyes de que se obtuviese la sujeción de los indios
á nuestra santa fe católica y al vasallaje de la corona de Castilla
por medios pacíficos y por la predicación del Evangelio, y no se
emplease para sujetarlos la guerra, sino á más no poder, como se
repite en gran número de Cédulas reales y se lo decía el Rey
Felipe III al Gobernador del Río de la Plata Hernandarias de Saa-
vedra con estas palabras (2): «Decís que... su distrito (de la pro-

»vincia de Gua3a-á) tiene mucho número de Indios, mucha parte de


»los cuales acuden á los Pueblos... y sirven como y cuando les
«parece, porque los Españoles no tienen fuerzas para poderlos con-
«quistar ni sujetar. Y acerca desto ha parecido advertiros y orde-
»naros que, quando hubiere fuerzas bastantes para conquistar dichos
«Indios, no se ha de hacer sino con sola la doctrina y predica-
»cióN DEL Santo Evangelio, valiéndoos de los Religiosos [de la
«Compañía de Jesús] que han ¡do para este efecto.»
Y para que se descubra por una parte lo bien meditado de las
leyes hasta señalar todos los pasos que debían darse en la reducción
de los indios á vida civil y cristiana, y la piedad nunca desmentida
con que los Reyes de España cumplieron en sus colonias el primer
deber que reconocían de ganar las almas de los indios para Dios;
óigase al Rey Felipe II detallar en 1573 el modo cómo quería que se

procediese con aquellos naturales: (3) «Mandamos á nuestros Go-


»bernadores y pobladores que en las partes y lugares donde los
«naturales no quisieren recibir la doctrina cristiana de paz, tengan
»el orden siguiente en la predicación y enseñanza de nuestra santa

»fe. Conciértense con el cacique principal que está de paz y confina


»con los indios de guerra, que los procure atraer á su tierra á diver-
y para entonces estén allí los predi-
«tirse ó á otra cosa semejante,
»cadores con algunos españoles é indios amigos secretamente, de
«manera que haya seguridad; y cuando sea tiempo se descubran á

(1) Ced. real fecha en el Pardo á 1.° de Diciembre de 1573.


(2) Cédula real de 5 de Julio de 1608.
(3) Ordenanza 144 de poblaciones, incorporada en las leyes de Indias, ley 4.

tit. 1, lib. 1."


-422-
»losque fueren llamados; y á ellos juntos con los demás, por sus-
^lenguas é intérpretes, comiencen á enseñar la doctrina cristiana: y
»para que la oigan con más veneración y admiración, estén revesti-
»dos á lo menos con albas ó sobrepellices y estolas y con la santa
»Cruz en las manos; y los cristianos la oigan con grandísimo acata-
»raiento y veneración, porque á su imitación los infieles se aficionen

»á ser enseñados. Y si más admiración y atención


para causarles
«pareciere cosa conveniente, podrán usar de música de cantores y
«ministriles con que conmuevan á los indios á se juntar; y de otros
»medios para amansar, pacificar y persuadir á los que estuvieren de
«guerra: y aunque parezca que se pacifican, y pidan que los predica-
adores vayan á su tierra, sea con resguardo y prevención, pidiéndo-
»les á sus hijos para los enseñar, y porque estén como en rehenes en
»la tierra de los amigos, persuadiéndoles que hagan primero igle-
»sias adonde les puedan á enseñar: y por este medio, y otros que
ir

»parecieren más convenientes, se vayan siempre pacificando y doc-


«trinando los naturales, sin que por ninguna vía ni ocasión puedan
»recibir daño, pues todo lo que deseamos es su bien y conver-
sión.»
Al mismo intento de la pacificación por medio del Evangelio, se
encaminaba el mandato de que, habiendo Misioneros que quisieran
entrar á predicar, «antes á ellos que á otros se encargue el descu-
brimiento» (1), de que las entradas se hiciesen, no con «gente de
guerra ni otra que pueda causar escándalo» (2); sino yendo los reli
giosos con indios amigos que supiesen la lengua (3); que el descubri-
dor llevase objetos propios para tratar con los indios (4); y que
donde bastara para pacificar la entrada de los religiosos, no se con-

(1) «Habiendo frailes y religiosos de las órdenes que se permiten pasar á las
Indias, que con deseo de emplearse en servir á nuestro Señor, quisieren ir á des-
cubrir tierras y predicar en ellas el santo Evangelio, antes á ellos que á otros se
encargue el descubrimiento: y se les dé licencia, y sean favorecidos ó proveídos
de todo lo necesario para tan santa é buena obra, á nuestra costa». Orde-
nanza 26 de poblaciones, á 13 de Julio de 1563 (Colección Torki<s de Men-
doza, VIH, 495,.
Ordenanza 2 de poblaciones, 1573 ley 1.* tít, 3, lib, 4. R. I.
(2)
«Desde el pueblo que estuviere poblado en los confines, por vía de co-
(3)
mercio y rescate, entren mdios vasallos lenguas á descubrir la tierra: y religiosos
españoles con rescates y con dádivas de paz procuren de saber y entender el
sujeto, sustancia y calidad de la tierra, y las naciones de gentes que la habitan...
y hagan descripción, etc.. Ordenanza 4 de poblaciones de 1563, Colección Toerhs
DK Mhndoza, VIIT, 487
(4) «Para contratar con los indios y gentes de las partes donde llegaren, se
lleven en cada navio de los que fueren á descubrir, algunas mercaderías de poco
valor, como tijeras, peines, cuchillos, hachas, anzuelos, bonetes de color;espejos,
cascabeles, cuentas de vidrio, y otras cosas de esta calidad.» Ordenanza 11 de
poblaciones. 1573: ley 9, tít. 2, lib. 4, R. I.
- 423 -
sintiera que entrase nadie m;1s (1). Y
si para pacificar los indios

conviene eximirlos de tributo por cierto tiempo, ó darles otros pri-


vilegios y exenciones, concédanseles en nombre del Rey, y cúmpla-
seles lo prometido. (1513, 1523, 1526 y Ordenanza 146 de poblaciones
en 1573: lev 9. tit. 4. lib. 4).

IV

LAS LEYES DE INDIAS 121


Y EL GOBIERNO DEL PUEBLO REDUCIDO

Una vez establecida la reducción, no tenía facultad para mudarla


ni elmismo Gobernador de la provincia (2). Los indios de una re-
ducción no podían morar en otra, sino que debían ser expelidos de
ella 6 de las poblaciones de españoles, y llevados á su reducción
propia (3),

Las autoridades del municipio eran designadas de entre los mis-


mos indios, y ejercían sus funciones de una manera semejante á la
que para España tenían instituida las leyes de Castilla.
Habiendo ochenta familias ó casas en una reducción, debía po-
nérseles un Alcalde, y dos alcaldes si pasaban de ochenta (4): pero
aunque creciesen en mayor número, no podía haber más de dos
alcaldes. La jurisdicción del Alcalde tenía su parte de civil y parte
de criminal. Tenía por atributo propio llevar vara con cabo de
(5)

plata y llamarse y//s//r/rt. Creciendo mucho el pueblo, aunque no

creciera el número de alcaldes, debía crecer el númei o de regidores;


pero sólo hasta cuatro. (6) Nombrábanse igualmente en cada pue-
blo uno ó dos capitanes para gobernar la gente de guerra: y éstos
solían ser de los caciques ó indios principales á quienes en su genti-
lidad reconocían por señores, y de los que había siempre varios en
cada reducción: y también tenían vara de autoridad (7). como distin-
tivo Carlos V les atribuyó asimismo alguna jurisdicción crimi-

{\^ «Donde bastaren los predicadores del santo Evangelio para pacificar y
convertir los indios, no se consienta que entren otras personas que puedan estor-
bar la pacificación y conversión». Ordenanza 147 de poblaciones, 1573: ley 4, tit. 4,
lib. 4. R. I.
(2) Ley 13, tit. 3. lib. 6, 1611.
(3) Ley 18, tit. 3. lib. 6, 161L
(4) Ley 15, tit. 3. lib. 6, 1611.
(5) Ley 16, tit. 3. lib. 6, 1611.
(6) Ley 15, tit. 3. lib. 6, 161L
(7) Visitas de las doctrinas hechas por el Gobernador Láriz (Shvii la: Arch.
de Indias. 74. 6. 'JQX
- 4L'4 -
nal (1); y en los pueblos mitayos, ellos eran los encargados de dis-
tribuir la mita, señalando los indios de su parcialidad que habían de
ir en cada turno (2).

Ordenábase también que, en pasando de cien indios, además de


poner cantores en número de tres, y sacristán que cuidase de la
capilla ó iglesia, para que no faltasen los medios de tener el culto
divino con el orden y decencia conveniente (3); hubiera su fiscal (4),
también con vara, aunque diferente de las de justicia, )' con autori-
dad para congregar los indios conforme á las instrucciones del doc-
trinero, á quien igualmente se señalaban uno ó dos muchachos, un
indio mita3^o y una india vieja para el servicio de su casa (5).
En la cabecera ó pueblo principal residía un Corregidor español,
que venía á ser un Gobernador de Provincia en pequeño con atribu-
ciones civiles, judiciales y militares, nombrado cada tres años en
Indias (6), á quien especialmente le estaba encargado cuidar de mo-
ver la innata ociosidad de los indios compeliéndolos á trabajar (7),

era á veces de provisión del Virre}' ó del Presidente de la Audien-


cia. Más tarde se puso en las Doctrinas Corregidor y Teniente corre-
gidor en cada pueblo, los que aparecen autorizados por el Rey (8).

Los Alcaldes y Regidores, que constituían el Cabildo del pueblo,


habían de ser elegidos cada año de suerte que el Cabildo saliente
eligiese al entrante. Los cargos de gobierno habían de ser confir-
mados por el Gobernado!- de la Provincia.
Claro es que todos estos oficios, que corresponden á la adminis-
tración de un pueblo estable, no habían de ser implantados desde el

primer día que se formaba la reducción, cuando los indios no los


hubieran entendido, ni menos podido sufrir; no obstante, Felipe III
ordenaba (9) que desde los cinco años de formado el pueblo, se le
fueran poniendo los fiscales, alcaldes y ministros de justicia, para
que así se fuesen acostumbrando á vivir con régimen concertado y
policía civil.
En todo pueblo de indios prescribía la ley desde muy antiguo
que hubiese una masa de bienes común, además de lo propio de cada
particular. Así Felipe II en 1565 3^ 1598 establece las reglas que han

(1) Cédula real de Madrid, 17 de Diciembre de 1551.


(2) Ley 27 tít. 12. lib. 6, 1609.

(3) Ley 6, tít. 3, lib. 6, 1611.


(4) Ley 7, tít. 3, lib. 6, 1611.
(5) Ley 44, tít. 12, lib. 6, 1611.
(6) Céd. del Escorial, 15 de Julio de 1584.
(7) Céd. de Madrid, 12 de Junio de 1530.
(8) Céd. de 28 de Diciembre de 1743.
{9) Ley 20, tít. 1, lib. 6, 1611.
— 425 -
de guardarse en administrar los bienes, censos y rentas de comuni-
dad, establecidas para descanso de los indios y para provecho de
ellos (1). En 1582 declara que las diez brazas de tierra que está
obligado todo indio á cultivar para maíz en provecho de su comuni-
dad, son el al real y medio que antes
equivalente que ha sustituido
pagaba para la misma comunidad (2). Se nos hace saber que á cada
uno de los indios que trabajaban en las minas se imponía un tomín
de oro anual para pagar en común los gastos de Corregidor y Au-
diencia en causas de indios (3). De tal modo han de ser manejados
los fondos de la comunidad, que ni aun en gastos para el culto se
pueden emplear sin licencia del Virrey ó de la Audiencia (4).
Cuando el indio muere sin testar y sin herederos forzosos, es su here
dero la comunidad (5). Felipe III ordenaba que de estos bienes de
comunidad se sacasen los gastos de Misiones, casas de reclusión,
seminarios para hijos de caciques, etc. (6). Felipe IV mandaba que
de sus réditos se pagasen los tributos (7). Y sobre la administra-
ción de estos bienes hay un título entero con varias y bien medita-
das prescripciones en las leyes de Indias (8). A pesar de todo lo

cual, declaraba el Rey hallarse tales bienes en deplorable situación


por la poca fidelidad -de los ministros que los manejaban (9). Y reco-
nocía Felipe V el gran beneficio de los bienes de indios Guaraníes,
en los cuales por la dirección de los Jesuítas se había evitado «/a
y>mala distrihución y malversación que se experimenta en casi
»todos ¡os pueblos de Indios de jino y otro Reino» (10).
Mandábase poner maestros «para los que voluntariamente quisie-
»ran aprender la lengua castellana» (11); inculcando mucho más que
los doctrineros aprendiesen la de los indios, sin proveerse ningún
curato sino en quienes la supiesen muy bien (12).

Prohibióse por repetidas Cédulas que ningún español, mestizo,


mulato ó negro habitase ni fuese recibido en pueblos de indios (13);
por las razones que las mismas Cédulas expresan y á su tiempo se

(í) Céd.' reales de 1565 y 1598: ley 14, tít. 4, lib. 6.


(2) Ley 31, tít. 4, lib. 6.
(3) Ley 17, tít. 5, lib. 6.
(4) Ley 16, tít. 4, lib. 6.
(5) Ley 30, tit. 1, lib. 6.
(6) Ley 15, tít. 4, lib. 6, 1619.
(7) Céd. de 1639, ley 13, tít. 4, lib. 6.
(8) Tít. IV, lib. 6.
(9) Ley 38, tít. 4, lib. 6, 1668.
(10) Céd. de 28 de Diciembre de 1743, punto 4."

(11) Céd. de Madrid de 7 de Julio de 1596.


(12) Ibid.
Tom. IV de Céd. impresas, pág-.
(13) 340, 356; Ordenanzas de Alfaro, 1611, nú-
mero 10; Céd. de 25 de Agosto de 1685.
-426-
han expue>to. Si alguien pasaba por estos pueblos, sólo se le permi-
tía detenerse el día de la llegada y otromás (1). Ni aun los comer-
ciantes habían de estar más de tres días (2), y no hospedados en
casas de indios, sino en la posada común (3).

Prohibíase á los indios el andar á caballo (4): y justificaba la

medida el haber demostrado la experiencia que el indio que dispo-


nía de caballo, dejándose llevar de su genio desconcertado é impre-
visor, destrozaba para comer cualesquiera ganados del común, y en
especial los animales jóvenes, sin miramiento alguno.
Para asegurar la ejecución de las medidas tomadas á fin de pro-
teger á los indios, y remediar los excesos en esta ó en otras mate-
rias, se destinaban los ministros y enviados especiales que llevaban
los títulos de Protector de indios y Visitador. El Protector de indios
6 Protector de naturales era una persona, nombrada de oficio, á quien
correspondía salir á defender en tribunales las causas de los indios,
para que se previniesen los daños que se pudieran seguir de la igno-
rancia é incuria de ellos en sustentar sus derechos; y apel;ir de los
agravios si alguno se les hacía. Además, el Gobernador ó Corregidor
no podía tomar resolución alguna de importancia en asunto concer-
niente á los indios, sin consultar el parecer del Protector de natu-
no tenía validez ningún acto de los indios,
rales. Sin su intervención
por la facilidad con que se dejaban engañar aun en sus intereses
propios (5). Habiéndose experimentndo graves inconvenientes en
el desempeño de este oficio, se suprimió por un tiempo; mas la nece-
sidad de él se dejó sentir tan vivamente, que Felipe II, pesadas
todas las razones, se determinó á restablecerlos, y desde entonces
quedaron permanentemente (6). Y para que nunca tuviese el Pro-
tector de indios impedimento en acudir á los tribunales en defensa
de su parte, se declaró que no había obligación de que fuesen Pro-
tectores de naturales los Obispos de Filipinas, que hasta entonces
habían desempeñado este cargo; sino que lo fueran las personas
señaladas por las Audiencias; sin que por eso cesaran de tener los
Obispos la superintendencia y protección de los indios en general (7).
La Audiencia de Charcas señaló al Provincial de los Jesuítas del
Paraguay por protector de los Guaraníes (S).
(n Ley 23, tít. 3, lib. 6, 1536.
(2) Ley 24, tít. 3, lib. 6, 1600.
(3) Ley 25, tít. 3, lib. 6. 1563.
(4) Leyes 33 v 34, tít. 1, lib. 6, 1568, 1570, 1633.
(5) Céd.'de 1540, 1571 y 1572.
(6) Céd. de Madrid, 10 de Octubre de 1589.
(7) Céd. de 17 de Enero de 1593, ley 8, tít. 6, lib. 6.
(8) Auto del Presidente de la Audiencia, de 18 de julio 1636. Apúnd. núm. 2.
-427-
El oficio del Visitador, quien solía ser enviado directamente de
la corte, está expresado por Felipe II diciendo que es para reformar
los abusos, conocer de los agravios, y obviar las vejaciones que
ocurriesen. Tino especial y ánimo resuelto pedía tan espinoso cargo,
por haber de refrenar en ocasiones las demasías de los colonos, para
defender á los indios. Y
embargo, era necesario cuando se habían
sin
de reducir á la práctica leyes difíciles: que es lo que con tanta pru-
dencia como firmeza ejecutó en lOll en el Río de la Plata el Oidor
D. Francisco de Alfaro, según se verá más adelante.

V
EL P. CLAUDIO AQUAVIVA 122

Injusticia fuera omitir, hablando de los orígenes del régimen de


Doctrinas, la acción del P. General, Claudio Aquaviva. El fué el

fundador de la Provincia del Paraguay, justamente en el momento


en que estaban los Jesuítas á punto de retirar de estas regiones,
hasta el último Misionero; él la estableció en atención al gran número
de infieles que aquí se descubría, y precisamente para las Misiones;
y él acompañó con solícitos cuidados la fundación y marcha prós-
pera de las reducciones hasta su muerte, acaecida en 1616.
De entre las muchas instrucciones que dirigió aquel hombre de
ánimo grande, cuanto encendido en celo, otro tanto sabio organiza-
dor de todo lo que tomaba entre manos, dos se han logrado hallar
para el presente estudio, y van puestas en su lugar en el Apéndice.
Cuatro cosas resaltan en estas instrucciones, la estima que
quiere se haga del ministerio de convertir los indios, el empeño
que se ha de poner en aprender la lengua, la absoluta imposición del
sacerdote compañero, y el cargo especial del Superior de Misiones:
cosas todas que, si bien puede decirse que ya estaban contenidas
sustancialmente en las Constituciones, no obstante, en cuanto al

desarrollo expreso y á la eficacia déla ejecución, deben atribuirse


al P. Aquaviva.
La estima del ministerio de los indios se ve figurar como uno
de los principales objetos de sus recomendaciones, en muchas cartas
á particulares y á superiores, doliéndose é indignándose cuando
encontraba algún sujeto que mostrase tener á menos el ocuparse en
tarea de tanto valor, y ordenando que no se le dejara pasar sin
- 428 -
serio correctivo. Razón tenía al empezar la Instrucción para que
se atienda con más calor al ministerio de los indios con estas pa-
labras: Nos ha parecido que debemos de nuevo acordar y encargar

seriamente lo que diversas veces hemos ordenador.: y poniendo por


presupuesto un gran principio, que el fin de venir los Jesuítas á
América, era la conversión de los indios: «í^/ fin principal de la
Misión d esas partes, es para el empleo de los indiosr>; ordena que
para fomentar este ministerio se hagan juntas de superiores, varias
en el año; que socorran á los indios, no sólo en lo espiritual, sino
también corporalmente; y que tengan siempre delante de los ojos el
bien de los indios, aun en los consejos ó sermones que se dirigen á
otras personas seglares. Y en suma, cuanto prescribe acerca de las
demás materias, todo va dirigido asegurar
<1 este empleo con los
indios, que tanto amaba y estimaba.
El esmero en aprender el idioma de los indígenas, quiere que
vaya tan allá, que «ninguno se ordene de sacerdote sin que primero
sepa bien la lengua», y añade que se predique en el refectorio en
lengua de los indios, haciendo estos sermones los que están en estu-
dios, y también los que están en la tercera probación. Como en
Europa se ponen los sujetos á enseñar á los niños en los colegios antes
de ejercitar cualquier otro ministerio, así en América ordena que
estén los tres primeros años del sacerdocio ocupados en ministerios
de indios, sin que puedan tampoco hacer la última profesión los que
no saben la lengua: y aun los mismos Rectores 3' Superiores
han de tener de cuando en cuando ministerios en lengua índica.
Y finalmente, «será bien que la mitad por lo menos de los Cónsul
tores del Provincial y Rectores sean obreros antiguos de indios» y
cuando se envía Procurador á Roma «sea obrero de indios el Pro-
curador principal, ó á lo menos su compañero, para que pueda dar
plena noticia del estado de las Misiones, y el P. General pueda alen-
tar cada vez más á este oficio tan principal.»
En cuanto á ordenar que siempre hubiese más de un sacerdote
en las Doctrinas, es proverbial en la Compañía el empeño con que
el P. Aquaviva instó la ejecución de la regla del compañero, de

donde vinieron á ser denominados en muchas partes los Jesuítas,


>s.aquéllos que siempre van de dos en dos:». Mas en las Misiones, su

ideal era que cada Doctrina fuera una casa en donde á lo menos hu-
biese cuatro religiosos. «A^o queremos que en modo ó tiempo alguno
en nuestras residencias ó aldeas estén menos de cuatro religiosos,
cuando más no se pudieren poner, y si esto tío se pudiese hacer en
todas, se dejen del todo las que no pudieren tener este número de
-429-
cuatro, V Cstas visiten y ayuden diligentemente con Misiones orde-
nadas á su tiempo. T> Y aunque es verdad que este capítulo y otro
correspondiente á él están borrados después, sin duda porque se vio
experimentalmente la imposibilidad de cumplirlos, y se hubieron de
reducir á lo posible; todavía muestran bien el intento del legislador,
y dan á conocer á quién se debió aquel proceder constante de haber
siempre dos sacerdotes al menos en cada reducción, que si bien
podía parecer prodigalidad en una región tan escasa de sacerdotes
como América, estaba sin embargo lleno de sabiduría, como lo mos
traron los felices efectos, y aun la simple razón lo convence.
El establecer un Superior de Misiones, fué otro rasgo peculiar
del P. Claudio Aquaviva. En su lugar se ha detallado el oficio que
el Superior ejercía, y lo resume la Instrucción diciendo: «£"/ oficio
del dicho superinteiuioite será, como dicho es, andar en perpe-
tua visita y inspeccionando las aldeas, etc..» Oficio de un sacer-
dote que no se ocupase en el ministerio de conversor, ni en predi-
car, confesar ó ejercer otras obras espirituales con prójimos, sino
que no hiciese otra cosa que visitar de continuo, sólo de un ánimo
eficaz como el del P. Aquaviva se podía pensar que lo señalase: pro-
cediendo en esto conforme á su perpetuo y solidísimo dictamen, de
que no en el multiplicar las leyes está el bien de una corporación ó de
una empresa en favor de las almas, sino en urgir la ejecución. Y la
existencia del Superior dio á las Doctrinas su admirable unidad de
hecho, y las mantuvo prósperas, haciéndolas triunfar de todos los
obstáculos.

VI

LAS INSTRUCCIONES DEL P. TORRES 123


Las reducciones del Paraguay empezaron á los tres años de
fundada la provincia }' entrado en el ejercicio de su cargo de Pro-
vincial el P. Diego de Torres Bollo. Corazón grande, alma de
Misionero, que no vivía satisfecho sino en medio de los indios y de los
negros (1); sus eximias dotes para gobernar, fueron causa de que los
Superiores le sacasen de lo que hubiera sido su centro, pero no fué
sino para ensancharle la esfera de acción, poniéndole al frente de
una provincia apostólica, y multiplicando su influjo cuanto se multi-

(1) Véase su vida en Xieremberkg, Varones ilustres, Paraguay, y Lozano


Historia, Lib. IV, Cap. II, sigg.
-430-
plicaba el número de los Misioneros que él formaba, animaba y
dirigía.
Al despedir á los PP. Simón Mazeta y José CaLaldino para
elGuayrá á fines de 1609, les dio escrita una prudentísima Instruc-
ción sobre el modo cómo habían de fundar y entablar las Reduccio-
nes ó pueblos que se pretendía erigir, la cual, como documento pri-
mitivo é inmediata regla de la fundación, es digna de ser leída por
entero y considerada atentamente.
Un año más tarde expedía nueva Instrucción, no ya sólo para
el Guayrá, sino para todas las reducciones de la Provincia (1).
Merecen ser notados en esta segunda instrucción los avisos
acerca del paraje y traza del pueblo, escuela de niños y enseñanza
del Catecismo, administración de los Sacramentos, remedio de
escándalos públicos, y, lo que campea de un modo notable en todo el
documento, la prudencia acerca del punto de las encomiendas.
El paraje donde se ha de edificar quiere que sea, como lo dicta la

razón y lo prescriben las leyes, sano, de buenas aguas, con tierras


á propósito para el cultivo,y también para la caza y pesca, y reti-
rado de enemigos; y para acertar en la elección, no lo señalen los
Padres por sí, sino enterándose primero de los indios, sobre todo de
los Caciques, que son entre ellos los de más juicio, como también los

de más influjo (2).

La disposición del pueblo ha de ser de calles bien ordenadas, de


suerte que en el centro quede la Iglesia, á la cual ha de estar inme-
diata la casa de los Padres; 3^ se ha de cuidar de que cerca también
estén las casas de los Caciques, y de que cada familia de indios
tenga su casa propia y su huertecilla (3).
Entablen desde luego la escuela de niños, en la que éstos apren-
dan el Catecismo y y en pudiendo, les enseñarán á leer,
los cánticos;
escribir y contar y también música (4), Dediqúense también en
horas fijas cada día á enseñar el Catecismo á los jóvenes y á las per-
sonas mayores. (5)

Dáseles orden de administrar los Sacramentos del Bautismo


cuando ya estén los Catecúmenos bien dispuestos; y el de la Extre-
maunción á los moribundos, y el Viático cuando se reconoce en
ellos suficiente capacidad (6).

(1)
- 431 -
Para remediar las borracheras, vicio tan común entre indios,
ordena que de tiempo en tiempo salgan los Padres por el pueblo
para atajarlas con su autoridad; y que en esto, usen de prudencia y
toleren con los infieles, mas con los ya bautizados no los soporten,
sino que con energía procuren la enmienda, empezando por las
reprensiones, y si éstas no bastaren, pasando á los castigos.
Lo que ocupa una gran parte de la histrucción es el cuidado de la
libertad de los indios, por causa de las encomiendas. Por parte de los
Padres se manda que paguen muy bien á los indios cualquier cosa
que les pidan ó cualquier trabajo en que los ocupen, y aun en eso
cuiden de no darles molestia; que procurando de este modo formar
chacra de maíz y legumbres para su sustento, y de algodón para su
vestido, hagan lo posible por adquirir algún ganado mayor y menor,
que servirá para ayudar á pobres y enfermos; y todo esto se pague
del estipendio que el Rey ha de dar (1). Por parte de los indios, que
los industrien para que hagan sus chacras ó sementeras (2); que les
ayuden en todo como Padres (3); que les den limosnas siendo
pobres, y les exhorten á darla teniendo de qué (4). Que á los nueva-
mente convertidos, los pongan en cabeza del Rey, puesto que no
son reducidos por conquista, sino por el Evangelio (5). Respecto
de los encomenderos, encarga el P. Torres que procuren los Padres
no disgustarlos; pero que por su parte no les ayuden para sacar
indios del pueblo, ni les consientan escándalos; que procuren que no
se detengan mucho; y en estando señalada la tasa, enseñen á los
indios á fin de que, para cumplir con ella, no hayan de salir del
pueblo (6).

La prudencia y sabiduría de estos dictámenes y de otros que con-


tiene la Instrucción, se percibirán mejor más adelante.
Era esta la segunda vez que el P. Torres enviaba prescripciones
extensas para gobierno de los Misioneros; y hemos preferido señalar
los puntos capitales de esta Instrucción, así por estar en varias
cosas más detallados que en la primera, por haberse tenido mayor
experiencia de varias cosas; como por ser la segunda Instrucción
dirigida generalmente á todos los Misioneros y para todas las reduc-
ciones que por entonces se hacían en el Guayrá, en el Paraná y en los
Guaycurús, mientras que la anterior era sólo para los del Guayrá.

(1)
-432-
Puede verse la primera Instrucción también en el Apéndice;
y aunque en algunos puntos se hallará variedad; será muy de notar
que en lo que igualmente insiste más, es en la libertad de los indios.

VII

LA DOCTRINA DE JULI J24


Así como no era nuevo el caso de fundarse reducciones en los
dominios españoles cuando empezaron los Jesuítas las suyas del
Paraguay, y por lo mismo había prescripciones fijas sobre el modo
con que se habían de entablar y gobernar: así tampoco eran aqué-
llas las primeras Misiones de la Compañía de Jesús en América, ni

le faltaban experiencias adquiridas ya, ni modelos que imitar.

De entre estos modelos, se examinará en particular ahora la

Doctrina de Juli en el Perú, la cual puede considerarse como perte-


neciente á los orígenes de las Reducciones de Guaraníes, en cuanto
pudo ser un modelo, y ciertamente fué una escuela, pues en ella se
ejercitó por varios años el P. Diego de Torres, que más tarde como
Provincial había de entablar las famosas Reducciones, y darles la
primera regla y modo de ser.
Nada hará entender con tanta claridad lo que era Juli, como la

descripción que de ella hace uno de los Misioneros expulsados de


allí por Carlos III en 1767, el P.Wolfgang Bayer (1). «La misión de
Juli, dice, está debajo de la jurisdicción del Gobernador de Chucuito,
quien administra justicia á los indios y entiende en sus quejas y
pleitos. En lo espiritual se halla sujeta al Obispo de la Paz, ciudad
que dista de Juli unas cuarenta leguas. Hállase la Misión situada
en un camino real muy frecuentado no sólo de los que viajan por el

Perú, sino aun de los que del Paraguay pasan á dicho reino. Dase
aquí á los forasteros albergue únicamente por tres días, trascurri-
dos los cuales, han de continuar su viaje. Perosi alguno de los via-

jeros cae enfermo, es conducido al hospital, donde se le asiste no


sólo con alimento y bebida, sino también con medicinas espirituales
y corporales.»
«Hállase edificada la Misión ó pueblo de Juli en una eminencia

junto al gran lago Titicaca, entre cuatro altas montañas que rodean

(1) Bayek, Herr Wolf<;ang, Reise nach Feru, en Murr, Journal zur Kunst-
geschichte, tom. III, p. 280 sqq.
-433-
y estrechan la reducción. Llámanse la primera Ulla, otra Caracollo,
la tercera Sapacollo, y la cuarta Salipiicara. Esta última es la m.is
grande y elevada: y está rodeada desde el medio casi hasta la cima
de muros que la cierran en cerco, cultivando los indios dentro de
ellos patatas y quínoa. Los muros se han arruinado ya en muchas
partes. Este cerro fué fortaleza de los primitivos indios gentiles, en
que resistieron con gran energía y valor durante muchos años al
quinto Inca Capac Yupanqui, que los quería agregar á su imperio:
hasta que por un cruel artificio, que discretamente ocultan sus histo-
riadores, los venció y redujo su obediencia. Cada uno de los cua-
.1

tro cerros tiene sobre su cumbre una grande y alta cruz, que erigió
un piadoso sacerdote.
«Estos cuatro cerros están cercanos á otro que particularmente
viene á caer en medio de dos de ellos, y se llama Yacarí, el cual
contiene muchas vetas ricas de plata y de otros metales, de las que
en otro tiempo sacaron mucha plata así los indios como los espa-
ñoles.»
A este pueblo fué enviado como Misionero el P. Diego de Torres
cuando hacía siete años que se había encargado la Compañía de

aquellos indios, fundando allí una residencia. Dedicóse ante todo al

aprendizaje de la lengua: y aunque allí necesitaba dos, la quichua,


general en el Perú, y la aymará; no obstante, emprendió con tal
tesón su tarea, que al cabo de pocos meses ya las había aprendido,

y pudo dedicarse á confesar y predicar á los indios, ministerios en


que era incansable, ocupado continuamente con aquellos infelices,
que acudían á él y de él no se sabían separar, según era la gracia
y afabilidad que tuvo para tratar con toda suerte de personas. No
se contuvo el celo del fervoroso Misionero en solos los indios de
aquel pueblo, sino que haciendo excursiones á otros pueblos comar-
canos, donde acudían á veces á sus comercios los montaraces indios
chunchos, ganó la voluntad de algunos de éstos, que pusieron gran
empeño en que les acompañase á su impenetrable morada, donde le

ofrecían reducirse y hacerse cristianos debajo de su dirección. Y ya


que por la obligación de su cargo no pudo ir con ellos, les negoció
por entonces otros dos celosos operarios que supliesen su falta.

Nombrado por superior de la residencia, y sin cesar de ocuparse


personalmente en los ministerios, atendió á asegurar un orden esta-
ble en ellos: y puede decir que fué debida la organización que
á él se
en adelante tuvo y que la hizo norma é idea de cu.iles
Juli,
debían ser los pueblos de indios para conservarse prósperos y flore-
cer en virtudes cristianas, sin los detrimentos que otros innumera-
28-Organización social de las Doctrinas Guaraníes.
-434-
bles habían padecido y padecieron en adelante hasta llegar á su total
ruina. Con autoridad especial que para ello le había conferido el
Padre Provincial, ordenó el P. Torres que sólo el Jesuíta superior
de la Residencia fuera el párroco, y que todos los demás Padres le
estuvieran subordinados en la administración de los Sacramentos,

como vicarios ó tenientes suyos. Dio las convenientes disposiciones


para que se ejercitase con puntualidad aquel importantísimo minis-
terio: que ninguno de sus feligreses ignorase los misterios de nues-
tra santa fe: que todos se dispusieran á morir fortalecidos de los san-
tos sacramentos: que ningún pecado público se permitiese reinar de
asiento, sino que cuidadosamente se desterrasen, valiéndose de las
armas del rigor, caso de reconocerse inútiles las de la blandura, que
se habían de probar primero: que se les procurase imprimir una
gran estimación de los sacramentos, y aficionarlos en especial al de
la sagrada Comunión, para que lograsen sus admirables efectos en
beneficio de sus almas. Con estas y otras disposiciones, cuya prác-
tica autorizaba él mismo el primero con su relevante ejemplo, con-
siguió desterrar de aquella comarca abominables vicios en que esta-
ban envueltos los indios: y entre otros gran número de supersticio-
nes y artes mágicas: y la hizo florecer con insignes ejemplos de
religión y piedad: señalándose en especial una extraordinaria reso-
lución en defender la honestidad, de que se vieron muestras insignes
en la reducción.
Las demás circunstancias del gobierno de aquella Misión, enta-
blado en gran parte por el P. Diego de Torres, constarán de lo que
continúa diciendo la descripción arriba citada: pues de varios docu-
mentos de diversas épocas concordantes entre sí consta que muy
poco se alteró el régimen establecido desde un principio. «El paraje
de la Misión, sigue diciendo el P. Ba3^er, es al mismo tiempo un
gran pueblo en que sólo indios viven. Tiene anchas y rectas calles,
y en el centro una plaza rectangular, grande y capaz, donde las
indias venden los domingos y días de fiesta sus mercaderías. Hay
cuatro hermosas iglesias de fábrica de piedra y de buena arquitec-
tura, provistas de muchas y muy ricas alhajas de iglesia de plata }'•

oro, de las cuales en los días de fiesta se cubren los altares de arriba
abajo. Tienen asimismo riquísimas y costosas vestiduras sacerdo-
tales de brocado. Lo interior de las iglesias está adornado con gran-
des y buenas pinturas, cada una de las cuales puede llamarse una
obra de arte. Hállanse en ellas estatuas mu}^ bien labradas de
madera, como la del Señor atado á la columna donde fué azotado,
la de la cruz acuestas, el descendimiento de la cruz: y las imágenes
-435-
de San Juan Bautista, de San Jerónimo y San Francisco. Aunque
todas ellas han sido hechas por artífices indios, debo reconocer sin-
ceramente que están artísticamente trabajadas, y han salido bien.
Las cuatro iglesias mencionadas llevan los títulos que ahora diré:
La primera es la de San Pedro, á la que pertenecen los indios que
llaman Cnancollos, y es la iglesia de la casa de los Jesuítas. Otra es
la iglesia de la Santa Cruz, en cuyo altar mayor se venera un trozo

grande del lignum Crucis, don enviado acá por San Francisco de
Borja. A esta iglesia corresponden los indios que llaman Incas,
Chumbillas y ChincJiayas. La tercera es la iglesia de la Asunción
de la Santísima Virgen, y á ella pertenecen ciertos indios que
llaman Mojos. La cuarta y última está dedicada á San Juan Bau-
y en ella las columnas que forman el crucero y el coro están
tista,

hechas de piedra de color ceniciento figurando muchas flores y


follaje con tanta delicadeza, que no acaban de creer los viajeros que
sean de piedra, hasta haber hecho prueba con un cuchillo. Perte-
la

necen á esta iglesia los indios que se llaman Ayancas. Y aunque


estas seis tribus ó razas de indios que habitan en el pueblo de Juli
hablan todos un mismo idioma, son no obstante tan distintos en su
aspecto, que al momento se conoce de qué raza es cada cual. Todos
los dichos indios, comprendidos en este pueblo de Juli suman de diez
á doce mil almas. Para ejercitar con ellos los ministerios espirituales
hay cuatro Padres de nuestra Compañía, que moran de continuo
entre ellos. En una eminencia inmediata al pueblo hay una capilla
de Santa Bárbara, de la cual cuida aquel de nosotros que al mismo
tiempo atiende á los bienes de comunidad, que consisten en ocho
estancias en las que hay quince mil ovejas del país, con cinco mil de
Europa, y ochenta bueyes y vacas, pastoreándolas cincuenta indios.»
«De estos bienes han de mantenerse primero los pobres del pueblo
con alimento diario y también con vestidos. Segundo, los músicos á
quienes, por causa de su continua ocupación en la iglesia, les queda
poco tiempo libre para trabajar. Tercero, los que por enfermedad ó
debilidad no alcanzan á ganar durante el año lo bastante para pagar
el tributo al Rey. Cuarto, el maestro de escuela que enseña á los

niños á leer y escribir. Y finalmente, los indios que cada año en


época determinada han de hacer viaje á la ciudad de Potosí, distante
de Juli ciento cincuenta leguas, para trabajar allí en las minas de
plata. Hay también en esta Misión un hospital en que los enfermos
son asistidos con sustento y medicinas gratuitamente: y la botica del
hospital tiene por renta los cien pesos que ha de pagar el que saca li-
cencia para vender vino y aguardiente en el pueblo durante el año.»
-436-
«La jurisdicción espiritual de esta Misión de Juli se extiende á
más de cien leguas en redondo, por ásperas montañas, peligrosos
ríos é inconmensurables mesetas, donde por la mayor parte habitan
los indios con sus familias enteras en sus cabanas y estancias, cui-
dando de sus rebaños: desparramamiento que causa grandes fatigas
y sudores á sus Curas: porque cuando enferman los feligreses, es pre-
ciso acudir allá á confesarlos, y á darles el Viático y la Extremaun-
ción...» «Además, han de recorrer cada año toda la región para
predicar al pueblo, bautizar los niños, instruirlos en la Doctrina
cristiana, etc.»
Unánime era el juicio de aprobación y alabanza de cuantos veían
el estado de la Doctrina de Juli: y la Cédula Real de 24 de Marzo de

1691, que concede ciertas exenciones á aquel pueblo, refiere las


siguientes palabras que poco antes había escrito en su Informe el
Presidente de Charcas Diego Mesía: «Si todas las Doctrinas del Perú
fuesen como la de Juli, estuvieran mejor servidos los indios, bien
tratados, defendidos de los agravios, y muy adelantados en nuestra
santa fe.»
Otro tanto dice suministrando más abundantes datos uno al
parecer Memorial, dirigido al conde de Lemos sobre la mita de

Potosí, en que el autor, para probar que no es la mita lo que des


truye los indios, aduce en confirmación el ejemplo de Juli en los
siguientes términos: «Y porque no parezca que son estos discursos
sin fundamento, se pone por ejemplar la Doctrina de Juli, que está
á cargo de los Padres de la Compañía en la Gobernación y provincia
de Chucuito: en la cual con evidencia se ve practicado con mucho
servicio de Dios y de nuestro Rey lo que aquí se va refiriendo. En
ellahay cinco parroquias, con otros tantos Curas de su misma reli-
gión: y entre todos pasan de nueve mil almas de comunión, no sólo
avecindadas en el pueblo, sino en diversas estancias de su distrito,
hasta veinte leguas de distancia: y á todas se acude, administrando
losSacramentos y con la enseñanza de la Doctrina cristiana, y jun-
tamente con las grandes limosnas que se les hacen á los necesitados
y pobres: extendiéndose también este tratamiento tan caritativo y
paternal á que si algún indio ó algunos al tiempo de sus mitas no
pueden acudir á ellas por enfermos, sus Curas alquilan otros porque
no se falte al número, pagándolos de lo que procuran ahorrar de los
sínodos que les da S. M., gastándolos en esto con muy buena volun-
tad: y gobernando el pueblo con tal economía, que está entablado y
practicado entre ellos muchos años ha, que á los indios que salen de
allí para la mita del cerro por los cuatro meses del turno que les
-437-
toca, los que se quedan en el pueblo para descansar hacen las semen-
teras A los ausentes, de suerte que cuando vuelven de sus mitas,
hallan ó hechas 3'a las sementeras, ó recogidos los frutos en sus
casas. Y de aquí nace que, viéndose los indios tan cristianamente
tratados, en lugar de minorarse aquel pueblo, como todos los demás
del Perú, ha crecido en buen número, como queda dicho: y va cre-
ciendo cada día: con cual no sólo tiene gente para enterar su
lo

mita puntual, como hace y ha hecho siempre, sino para emplearse


lo

también en sus propias granjerias y conveniencias. De todo lo que


aquí se dice es testigo todo aquel Reino: y por estar Juli en el camino
real de Lima á Potosí, es preciso que pasen por allí los que le anden-
y no hay ningún seglar ni religioso á quien no admire aquel tan
piadoso y prudente gobierno, la abundancia del pueblo, el número
délos vecinos, las comodidades temporales de que gozan, el adorno
3' riqueza de las iglesias,
destreza de los músicos en voces y en
la

instrumentos, y últimamente la frecuencia de las comuniones cuoti


dianas. Y con especialidad sacan mucho qué decir del agasajo de
los Padres Curas, en cuyo semblante descubren que no tienen en sus
gloriosos trabajos más fin que la mayor gloria de Dios y el más pun-
tual servicio de su Rey.»
Este fué el campo en que largamente había ejercitado su celo y
sus talentos el P. Diego de Torres antes de ser nombrado Provin-
cial del Paraguay. Y con tanta satisfacción procedió en Juli, que no
sólo se ganó la afición del lUmo. Sr. Obispo de la Paz, que primero
se había mostrado adverso á los Jesuítas, sino que la misma Audien-
cia de Chuquisaca, con entero conocimiento de sus cualidades y
acciones, expidió Provisión Real por la que le nombraba Protector
de los indios, cargo que sólo tenían por entonces los señores Obispos:
sibien el Padre por justos respetos, se abstuvo de ejercitarlo. Sin
temeridad se puede, por tanto, considerar la Doctrina de Juli, que
era la que más se acercaba al ideal que, como antes se ha visto, se
proponía el P. Claudio Aquaviva, como un ejemplar que debe con-
tarse entre los orígenes de las Doctrinas del Paraguay.

VII

EL REGLAMENTO GENERAL DE DOCTRINAS


J25
Emprendida la reducción de los Guaraníes á pueblos por las vivas
instancias de las autoridades eclesiástica y civil del Paraguay, y con-
~43S-
curriendo en este ministerio y en los mismos indios circunstancias
especiales, era necesario observarlas atentamente hasta tenerlas
bien conocidas por experiencia, y se requería la dirección de los
Superiores en los asuntos de más peso para proceder con acierto en
empresa tan ardua é importante.
Al principio bastaron las instrucciones particulares que daba á
los misioneros cada Provincial, por el estilo de las del P. Torres.
De ellas se han conservado algunas hasta el tiempo presente, entre
las cuales la del P. Mastrilli Duran (1622 1628) empieza á deslindar
la potestad del Superior de Doctrinas, declarando que él es quien ha
de disponer del sínodo, y también que no está sujeto al Rector de la
Asunción: señala varios empleos que se han de ejercitar por medio
de indios enlas reducciones, como el de maestro de leer y de canto,

mayordomo del ganado, etc.: determina la distribución del sínodo,


y modo de suplirlo, valiéndose del cultivo de algún trozo de tierra,
cuándo falta, «^porque puede ser fcoino pasa el día de hoy) que no se
cobre el sustento que nos da su Majestady>.
Pero dilatándose en pocos años de una manera inesperada el radio
de acción de los Misioneros, y llegando á ser muchos los miles de
Guaraníes reducidos, y crecido el número de pueblos, se sintió la
necesidad de que hubiera un régimen estable aprobado por el

P. General de la Compañía: Congregación provin-


lo que expresó la

cial 5.'"^ celebrada en 1632, dirigiendo al P. Mucio Vitelleschi un

postulado del tenor siguiente: «Que atento que el Gobierno de las


dichas reducciones ha de ser diverso en muchas cosas que el ordi-
nario de las otras casas y colegios, Vuestra Paternidad les dé reglas
y estatutos acomodados á su gobierno y buena dirección.» La res-
puesta fué que en la primera Congregación que se celebrara se desig-
nasen los Padres más experimentados en las Doctrinas, y éstos pro-
pusieran álaCongregación las cosas que juzgaban necesario observar
las cuales, discutidas y aprobadas por la Congregación misma, se,
enviaran al General para su definitiva aprobación.
Hízose así en la sexta Congregación, habida en 1637, y fueron los
diputados nombrados los Padres Antonio Ruiz de Montoj-a, Fran-
cisco Díaz Taño, Claudio Ruj'er y Miguel de Ampuero, quienes pro-
pusieron sus capítulos, que discutidos y con más ó menos modifica-
ciones, envió la Congregación á Roma. Por ser ésta la primera
reglamentación de todas las Doctrinas que forma régimen }' sistema,
se incluye en el Apéndice. Y parece que en efecto estas Ordenaciones
fueron aprobadas por el Padre General, }' puestas en ejecución en
Doctrinas.
-439-
En los años siguientes, continuaron los Provinciales dando nuevaN
disposiciones, set>ún se iban presentando los casos y dudas, como lo

habían hecho los primeros. Peio


que entre todos sobresalió por la
el

abundancia de reolamentación, fué el P. Andrés de Rada. Enviado


al Parao^uay en 1664 como Visitador y Vice Provincial, dio una deta-
llada Instrucción á los Misioneros y otra al Supeiior, en las que quizá
con más orden y plenitud que en ningún otro Reglamento de los que
se conservan, estaban tratados todos los puntos que abarcó el
Gobierno de Misiones en lo espiritual y en lo temporal. Agregó
después los Usos y costumbres comunes d todas las Doctrinas; con
más cinco cartas, casi todas publicadas ya en el Boletín de la Aca-
demia de la Historia, Madrid, 1900; unas de su primera gira como
Visitador, otras de la segunda como Provincial que fué desde el año
1666 hasta el de 1669. Mas precisamente por su abundancia resultó
el conjunto tan difuso é incómodo, que por orden del Padre General
hubieron de compendiarlas sus dos inmediatos sucesores, el Padre

Agustín de Aragón y el P. Cristóbal Gómez.


Dejaban las órdenes del Padre Rada algunas cosas vagas y poco
definidas; y siempre había quedado pendiente el punto de fijar los
castigos en los delitos más graves. Por lo cual el P. Tomás Donvidas,
Provincial, especificó en carta circular de 13 de Abril de 1687 la serie
de penas que se debían aplicar en diversos delitos de esta clase, gra-
duadas según el sentir de la mayoría de votos en una junta que habían
tenido los Padres de Misiones al pasar su Visita en aquel año.
De esta determinación no tenía noticia todavía el Padre General
Tirso González en 1688, pues en carta de 27 de Octubre de ese año
recomendaba de nuevo la dicha Junta, que ya tenía ordenada el año
anterior. Llególe más tarde el resumen de todas las Ordenes puestas
desde el principio que había parecido conveniente mantener, y junta-
mente el resultado de la mayoría de pareceres de la Consulta sobre
las penas; y el General las aprobó, como lo dice en carta de 31 de
Enero de 1696: «Aprobé en el resumen ó recapi-
despacho de 1691 el

tulación de Ordenes que remitió su antecesor de V. R. (el P. Don-

vidas) de los que los PP. Provinciales habían puesto en las Reduc-
ciones para su gobierno en lo espiritual y temporal.» Y resuelve que
éste es el que ha de permanecer en vigor, quedando abrogadas todas
las demás órdenes no contenidas en él, para que se logre la simplifi-

cación y disminución de reglas que todos desean y piden.


Este es el Reglamento general que perseveró hasta el fin de la

administración de los Jesuítas.


A pesar de haber ya con esto un Reglamento general, no cesaron
-440-
de ofrecerse urgencias en que fué forzoso agregarle algo ó modificar
una ú otra de sus prescripciones. De estas alteraciones hechas por
los Padres Generales, que merece mencionarse es únicamente la
la

Instrucción sobre pleitos redactada definitivamente por el P. Retz;


y aun ésa, «.conforme á lo prescrito por mi antecesor el P Tirso-», .

como en ella misma se dice.


También los Provinciales hubieron de agregar algunas órdenes
en las Visitas; y generalmente á petición de los mismos Misioneros,
que las reconocían útiles ó necesarias, y las pedían en las Juntas cele-
bradas durante la Visita. Tales órdenes solían ser temporales,
y
mudándose las circunstancias, se cambiaban las órdenes, ó se abro-
gaban del todo; como se ve con las disposiciones sobre aislamiento
en varios pueblos, unas veces más amplias, otras más restringidas;
con los precios de los géneros en territorio de Doctrinas, que variaron
algunas veces, etc.

De toda la multitud de reglas, órdenes y avisos, que se contienen


en el llamado Libro de Ordenes, en las cartas de los Generales y en
varios papeles sueltos, no ha parecido útil reproducir aquí otros sino
el primer Reglamento de la Junta de Misioneros de 1637, el Regla-
mento general ó resumen aprobado en 1691, y una de las enumera-
ciones de precios en Doctrinas.

IX

126 FALSOS Y VERDADEROS ORÍGENES

Examinadas ya con alguna detención las fuentes de donde más


inmediatamente indica una prudente conjetura que pudo derivarse
el régimen de las Doctrinas, fácil será darse cuenta de la parte de

influjo que tuvo cada una en aquel sistema al parecer singular. Pero
antes se eliminarán brevemente algunas explicaciones que del mismo
se han dado atribuyéndole otros orígenes sin bastante fundamento.

Las doctrinas jesuíticas del Brasil

Se ha insinuado que los primeros Misioneros Jesuítas de los


Guaraníes habían venido del Brasil; y más ó menos por los tiempos
en que era Provincial allí el renombrado P. José Anchieta; y que
por tanto es natural que emplease en reducir á los indios el
método usado por aquel insigne Misionero y los demás del Brasil,

-441 -
viniendo así á ser éste el principio del régimen de las Doctrinas (1).
Pero la realidad es que precisamente estos primeros Misioneros, que
eran los Padres Ortega y Filds, no fundaron reducción alguna,
como se ha visto en el artículo I; y las Reducciones empezaron veinte
años más tarde según la dirección del P. Diego de Torres, Misionero
experimentado por largos años en la Reducción de Juli en el Perú;
por lo que el origen del Brasil no es admisible.

Plan propio de los PP. Cataldino y Mazeta

que se propuesto por estos dos Misioneros al Rey Feli-


dice
pe y
III,aprobado —
por él (2). Pero es afirmación enteramente
gratuita. No sólo no se cita documento alguno que la pruebe, ni se
halla Cédula real de las muchas que se conservan de aquel tiempo,
en que se haga ni aun remota alusión á ella; sino lo que es más,
tiene contra sí todas las pruebas. El punto más grave de la repre-
sentación, que es el relativo á poner en cabeza real los indios conver-
tidos sin armas, estuvo tan lejos de resolverse al empezar las
reducciones, que todavía veinte años más tarde, se mostraba el
General de la Compañía indeciso acerca de
él; y sólo la Provisión

del Virrey Perú en 1631, confirmada por Cédula Real de Madrid


del
en 1633, decidió esta cuestión vital, confirmando luego lo resuelto
varias Cédulas posteriores.
Igualmente es inexacto que los PP. Cataldino y Mazeta, se
dirigiesen al Rey ni al Consejo (3): tal acción correspondía al
Provincial, ó al Procurador de Provincia, ó al de Indias; y los dos
Padres que se citan eran únicamente Misioneros, cuyo oficio
consistía en trabajaren la conversión, según las instrucciones reci-
bidas de los Superiores.

iVlisiones Franciscanas del Paraguay

Tendría algún fundamento el asignar este origen, si en efecto


hubieran los Jesuítas recibido sus primeras reducciones ya formadas
de mano de los Franciscanos; pero ya se ha hecho ver en el artículo

primero que no fué así. Casi todas las reducciones Franciscanas

(1) SouTHEY, Histor}' of Brazil, ch. 24: «El sistema con que se formaban y admi-
nistraban las Reducciones, estaba modelado en el que habían seguido Nobrega )'
Anchieta en el Brasil.» Dr. Eduardo Prado, Conferencia no centenario do Vene-
rable P. Joseph de Anchieta (III Centenario, p. 53).
(2) Charlevoix, Hist. du Paraguay, Lib. V, tomo II, pp. 21, 32, 33
1,3) Ibid. 34.
— 442 —
vinieron á ser contemporáneas de las que estaban fundando los
Jesuítas. Por lo cual, tan infundado es el aserto de que las reduccio-
nf^s franciscanas fueran el origen del régimen peculiar de las
Doctrinas de la Compañía, como sería decir lo contrario, afirmando
que los Franciscanos tomaran el régimen de sus reducciones délo
que veían practicado por los Jesuítas.

El Gobierno de los Incas

Estuvo tan lejos del pensamiento de los Misioneros y superiores


Jesuítas, como lo estaba Holanda y el siglo xviii en que escribía
Raynal (1), de los Incas y de la realidad. No
del Perú, del siglo
parece que sea razonable asignar orígenes tan lejanos, y eso sin
más fundamento que una rebuscada semejanza, cuando consta de los
como sucede en el
orígenes inmediatos probables y á veces ciertos,
caso presente.

La primitiva Iglesia

Que comparando las costumbres de los Guaraníes recién con-


vertidos con las de los cristianos de la primitiva Iglesia, se les
encuentre alguna semejanza, es cosa que muchas veces se ha dicho
con razón, y cede en gran alabanza de Doctrinas. Pero que el las

primitivo estado de la Iglesia fuera modelo que se propusieronel

los Jesuítas, y á su imitación sea debido el régimen característico


de las Doctrinas Guaraníes, es proposición que no se apoya en
prueba alguna, ni puede satisfacer como explicación de dicho siste-
ma de gobierno espiritual y temporal.

La Ciudad del Sol de Campanella


Con más razón se debe decir esto de la explicación que supone
haberse organizado las Doctrinas, siguiendo las ideas que en su
obra de fantasía La ciudad del Sol, expuso el dominico Fr. Tomás
de Campanella (2). Entre la soñada ciudad del Sol y las Doctrinas,
había no semejanza, sino desemejanzas sustanciales; pero el autor
de supone que eran semejanzas. Es increíble que seres
la explicación

racionales ejecuten una obra premeditada sin saber lo que hacen, y


el autor confiesa que los Jesuítas no hablaron ni quizás pensaron

jamás en la tal ciudad del Sol, pero supone que obraron conforme á la

dirección de aquel plan, porque flotaban, según dice, en el ambier)te

(! ) Raynal, Histoire... des établissements des européens dans les deux Indes:
lib. VIH, núm. XÍII.
(2) GoTHHiN, Dar christich-sociale Staat dar Jesuiten in Paraguay, p. 3.
-443-
ideas analogías (1), y los Jesuítas las siguieron sin darse siquiera
cuenta de ello.Los Jesuítas tenían que sujetarse á las leyes que
hallaban hechas, A los Obispos, á los Gobernadores, y acomo-
darse á la condición y costumbres de los indios; pero el autor supone
que no había leyes ni superiores eclesiásticos ni civiles á quienes
hubiesen de obedecer, ni condiciones naturales insuperables, sino
una independencia absoluta, un pl;in que los Jesuítas aplicaban á la
manera que se hace un experimento, y una materia en los indios que
se prestaba á cuanto de ella quisieran hacer los Misioneros. Son de-
masiadas hipótesis contrarias á la realidad para ser tomadas en serio.

Influjo respectivo de las fuentes

Viniendo ya á decir algo sobre la parte que puede haber tenido


cada una de las fuentes en este capítulo enumeradas, en la forma-
ción del régimen de Doctrinas, no deja de causar extrañeza cierto
contraste, que á primera vista parece inexplicable, entre los nume-
rosos rasgos de las reducciones Guaraníes que se echan de ver en las
leyes de Indias, y los pocos que de las mismas hay en las Constitu-
ciones de la Compañía, y aun en las Instrucciones del P. Aquaviva
y del P. Diego de Torres. A juzgar por la superficie, diríase que en
las leyes de Indias estuviesen retratadas las Doctrinas, sin faltar ni
aun el aislamiento que tanto se les ha echado en cara, ni los bienes
de comunidad, ni el azote, ni la prohibición de andar los indio á

caballo, ni el esmero que habían de poner los doctrinantes en apren-


der la lengua de los indios; y en los documentos de la Compañía

parece que muy


poco y á veces nada, de tales particularidades
hubiera. Pero tal vez no será difícil explicar esta aparente anomalía.
Lo que más admiración causaba de las Doctrinas, era esa parte
exterior, y justamente ésa, como se ha demostrado largamente, no
la habían inventado ni introducido los Jesuítas, sino que casi en su
totalidad, era obra de las leyes españolas. Y
así no estaba ni podía

estar en las Constituciones de laCompañía, escritas universalmente


para todo mundo, y en las
el que no se trataba sino de los medios
espirituales de ayudar á los prójimos, y éso en general. Pero si las
leyes españolas daban sabios planes, los preceptos de las Constitu-
ciones, y más inmediatamente los del P. Aquaviva, los del P. Torres
y los reglamentos posteriores, daban hombres capaces de realizar á
maravilla los planes, daban medios de renovar siempre el espíritu de

(1) Ibid. p. 11.


— 444-
los Misioneros ocupados en la empresa, y de hacer perpetua y mejo-
rar cada día la obra de la cristianización. Tráiganse á la memoria
de nuevo las órdenes sobre el compañero sacerdote, la estrecha
comunicación con Dios, la comunicación con el Superior de Misiones,
el aprendizaje de la lengua 3^ otras semejantes, y se verá que esto
es lo que constituyó el alma 3^ la vitalidad de aquellas Misiones, lo
que dio fuerza á los individuos, eficacia y duración á sus trabajos,
enderezados siempre en una misma dirección, y lo que hizo que se
lograsen ver realizadas en aquellas Doctrinas las disposiciones de
las leyes sobre el servicio personal y otras, por cuya falta descae-
cieron ó se arruinaron enteramente muchos otros pueblos de indios.
El modelo de Juli, si bien exteriormente bastante parecido á las
Reducciones del Paraguay (como es forzoso que lo sean entre sí
todos los pueblos de indios), probablemente sólo sirvió para dar los
primeros pasos, pues tropezando mu3' luego los Padres con la índole
de los Guaraníes, muy diversa de la de los indios del Perú, fué pre-
ciso usar con ellos de medios apropiados á su carácter, guiándose
por las observaciones propias, 3" dejando las imitaciones de modelos
ajenos. Las mismas Instrucciones del P. Diego de Torres manifies-
tan 3'a algunos indicios de esta mudanza, pues las segundas son más
detalladas que las primeras, y diversas de ellas: la mayor experien-
cia del país y nuevos informes de los Misioneros, hacían que cada
vez se fueran señalando expedientes más propios, según los iban exi-
giendo las necesidades locales.
A los orígenes hasta aquí enumerados, han de agregarse por una
parte las circunstancias históricas exteriores, como lo fueron lag inva-
siones de los paulistas, en virtud de las cuales fué preciso introducir en
las Doctrinas un elemento que no tenían los demás pueblos de indios,
á saber, lasarmas de fuego; y por otra, las costumbres y necesidades
de los mismos Guaraníes, á que se hubo de atender siempre que no te-
nían nada de contrario á la religión, por ejemplo, en la forma de ejer-
cer el derecho de propiedad, de que se ha tratado en su propio lugar.
Tal vez explicado de este modo el régimen de las Doctrinas,

pueda parecer á algunos menos original de lo que á veces ha sido


representado, pues en suma, viene á ser la ejecución de las leyes
dadas acerca de los indios para toda la monarquía española, sin que
en él ha3'^an introducido los Jesuítas otra peculiaridad, sino las que
exigían estrictamente las circunstancias, y juntamente la exactitud
la firmeza en la ejecución. Pero resulte con ello el plan origínalo
3'^

no, el aspecto descrito es el que se desprende de los monumentos


históricos 3' está conforme con la realidad.

CAPITULO XIV

LA CÉDULA GRANDE DE 1743

Memorial del P. Rodero. — 2. Texto de la Cédula Real. — 3. Primera Cédula


1.

al Provincial,en elogio del buen gobierno espiritual y temporal de las Doctrinas.


— 4. Segunda Cédula al Provincial, agradeciendo el esplendor del culto divino.
5. Cláusulas de la Cédula de 1716 en favor de los Guaraníes. — 6. Certificación de
D. Bruno de Zavala en favor de ios Guaraníes. — 7. Informe del lUmo. Sr. Obispo
Peralta.

Servirá de oportuno remate y digno coronamiento á este primer


libro un acto solemne del Rey de España, en que aprueba todo el sis-
tema de la administración ejercida por la Compañía de Jesús en las
Misiones Guaraníes, después de madura reflexión, en forma más la

explícita y con insignes elogios, cosas todas mayores de las que


podían desear ó esperar los Jesuítas. Fué éste la Cédula Real expe-
dida en Buen Retiro, á 28 de Diciembre de 1743, después de tres
años de debates, en que se examinaron todas las sindicaciones hechas
contra los Misioneros del Paraguay en el espacio de ciento treinta y

tres años que habían corrido desde la fundación de las Doctrinas en


1610. De todas ellas salieron tan plenamente justificados los Jesuí-
tas, que el Rey
Felipe V, no contento con mostrar su satisfacción y
gratitud en dos Cédulas Reales dirigidas al Provincial del Paraguay,
quiso que oficialmente se entregase un ejemplar de la Cédula prin-
cipal al M. R. P. General de la Compañía Francisco Retz en nombre
del mismo Rey. Fineza á que el P. General se mostró justamente
agradecido, y en correspondencia ordenó que en toda la Compañía
celebrase cada Padre tres misas por Su Majestad. Y lo uno y lo otro
son indicio manifiesto de la gran importancia que tanto el Rey como
el P. General y la Compañía atribuían á las Misiones del Paragua}'
y al acto de 1743, que ponía en claro la justicia y rectitud con que
eran administradas 3^ lo acertado del sistema con que se gober-
naban.
Esta Cédula, expedida, se puede decir, en la última hora en que
administraron los Jesuítas aquellas Doctrinas (pues no tardaron
-44h-
veinticinco años en dejarlas por decreto de Carlos IIT, y en ese
tiempo nada se alteró del régimen que la Cédula expone y aprueba),

es un testimonio de valor excepcional, y verdadera sentencia defini-


tiva, pues que se dio en juicio contradictorio, 3^ con tan maduro
acuerdo, como que á los tres años de examen y debates de los puntos
disputados, habían precedido otros cinco de indagación en el propio
país de las Misiones, sin dejar reparo, acusación ó dificultad antigua
ó moderna que no se tomase en cuenta. El texto de ella formará el

presente capítulo.
Irán junto con la los documentos que con ella también se
Cédula
presentaron. En el §. pondrá el Memorial del P. Rodero titu-
I. se
lado Hechos de la verdad: en el II, el texto de la Cédula Real: en el
III, la primera Cédula al Provincial: en el IV, la segunda: en el V,

VI y VII respectivamente, los capítulos de Cédula de 1716, la certi-


ficación de D. Bruno de Zavala y el Informe del Ilimo. Peralta.

1733. MEMORIAL DEL P. RODERO


[Título]

«HECHOS DE LA VERDAD
CONTRA LOS ARTIFICIOS DÉLA CALUMNIA,
REPRESENTADOS CON LA MÁS RENDIDA VENERACIÓN AL SUPREMO REAL
CONSEJO DE LAS INDIAS POR EL PADRE GASPAR RODERO, PROCURADOR
GENERAL DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS DE ELLAS, EN DEFENSA DE LAS
MISIONES DEL PARAGUAY, CONTRA LAS CALUMNIAS DIVULGADAS POR
TODA LA EUROPA EN UN LIBELO INFAMATORIO DE UN ANÓNIMO EX-
TRANJERO.»

[Causa de dar este Memorial]

«1. El año de mil setecientos y quince, pareció en esta Corte un


Abate extranjero (cuya patria y nombre, por justos respetos, se
ocultan) que habiendo conseguido poner en manos de nuestro Rey y
Señor Felipe Quinto (que Dios guarde) un libelo lleno de las anti
guas atroces calumnias contra los Misioneros del Paraguay, pidió
á S. M. que le diese licencia para hacerse cargo del remedio de
ellas y de la convci-sión de los gentiles en aquellas dilatadas provin-
cias. Nuestro Católico Monarca habiendo penetrado con su alta
comprensión el depravado fin del delator y la incredibilidad de sus
delaciones, á uno y otras ocurrió como Rey y como sabio con las
palabras dol Príncipe de la Iglesia nuestro Padre San Pedro: Ha-
BEMUS CERTIOREM PROPHETICUM SERMONEM CUI CREDIMUS, calificando
como cierto con su Real concepto todo lo opuesto á su apasionado
Informe.
- 447 -
2. Pero esta repulsa, que se debía venerar como justísima deci-
sión de un Legislador Supremo, confirmada con su Real Decreto de
Junio del año siguiente de diez y seis, en que manda se observen á
los indios de dichas Misiones todos los privilegios concedidos por los
Señores Reyes sus predecesores (el cual se pone al pie de la letra,
al fin de este Defensorio), irritó de tal suerte el enconado corazón
de este hombre, que pasando á Francia, imprimió en su idioma y en
el latino el libelo ó fábula del Paraguay, esparciéndolo por Ingla-
terra, Holanda y Flandes, donde ha sido celebrado, no sólo de todos
sus amigos los jansenistas, sino aun de muchos católicos fáciles á
creer cuanto se dice y finge contia los Jesuítas, teni(:^ndo ya sólo por
esto mucha estimación entre ellos las ficciones del Gacetero de
Holanda, comp;iñero del autor de este libelo.
3. Desprecióle nuestro Católico Monarca, despreciáronle cuan-
tos ánimos desapasionados y prácticos testigos hay en España de
aquellas Provincias}' Misiones: imitando tan irrefragable autoridad,
también le despreciaron los Jesuítas con su acostumbrado silencio,
aunque tan provocados de éste tan astuto y persistente enemigo;
que juzgando ocasión oportuna á sus intentos los nuevos di-turbios
3' rebeliones de la Provincia del Paraguay, reprodujo, después de
diez y ocho años, el mismo libelo, reducido otra vez á la lengua
española, y manuscrito, como si fuera forjado de nuevo, y con
delitos nuevamente cometidos por los Jesuítas del Paraguay. Los
agentes de aquella desgraciada Comunidad (que así se firman hoy
los vecinos de la Asunción) fueron el arcaduz por donde llegó á las
Soberanas manos de Su Alteza el Príncipe nuestro Señor, el año
pasado de treinta y dos, pareciéndoles que podía impresionar su
Real ánimo contra los Jesuítas, á vista de tan desaforadas permi-
siones contra los derechos hereditarios de su Corona, para que
desde luego interpusiese su Real Autoridad, en que todas aquéllas
se revocasen como injustas, y éstos se estableciesen como muy
importantes. Pero aunque Su Alteza, aun ignorando la Real repulsa
del Rey nuestro Señor su amado Padre, hizo también poco aprecio,
como se debe, de un papel sin autor, sin pruebas, y sin novedad en
sus noticias, sobre las antiguas fingidas de ciento y treinta años
contra los Misioneros, tantas veces victoriosos de estas calumnias,
como se verá adelante con testimonios irrefragables: no obstíinte,
éstos, para apoyar no tanto su inocencia, cuanto el justísimo dicta-
men de los dos supremos polos de ambos mundos: manifestarán en
esta respuesta todas las calumnias que produce el Anónimo, los
fundamentos de ellas, y la satisfacción de cada una, tan moralmente
cierta, que sólo el inconfu'^ible descaro del Anónimo y la insaciable
avaricia de sus parciales podrán replicar á ella.

[1.*^ Falsedad: sobre las circunstancias de Doctrinas]

«4. Pero antes que satisfaga en particular á cada una, es preciso


en general notar las que la audacia de este ignorante hombre afirma
sobre las distancias, climas y frutos de las Provincias que jamás vio,
ni aun por los mapas y noticias de sus inductores. Pone situadas las
Misiones de los Jesuítas primero en los ríos de Uruguay y Paraná,
donde realmente están; y después en el núm. 4 las pasa á las orillas
-448-
del Paraguay, totalmente apartado y distinto de los primeros, que
no se ven las caras hasta que se juntan en el gran río de la Plata.
Afirma que las dichas Reducciones (para abultar después otra mayor
calumnia) son cuarenta y dos, no siendo más que treinta. Asigna
distantes dichas Reducciones de los Mamelucos de San Pablo, sus
enemigos, doscientas leguas, estando más de trescientas. De Buenos
Aires, doscientas, habiendo muchas más á algunas de ellas. De Cór-
doba de Tucumán, siendo trescientas, pone ciento ochenta. Y en fin,
del Paraguay, que es la Asunción, cuenta ciento, distando muchas
ciento y sesenta hasta los yerbales de Maracayú. No miente menos,
pintando su clima como un paraíso de delicias, sobrando á los Misio-
neros cuanto quieren para una vida regalada. Bien se conoce que no
ha experimentado los ardientes calores de todas las que se extienden
por las márgenes del Paraná, que exhalando continuamente de sus
aguas encendidas á los ra) os del sol, vapores al aire, le visten de
aquellas dos cualidades tan opuestas á la conservación humana como
son calor y humedad; de que por más regalados y abundantes que
quiera hacer sus frutos, salen con las propiedades de agua y fuego.
No así enlasdelUrugua3^ que, subiendo hasta casi veintey seis grados
de altura, participan con la cercanía de Buenos Aires vientos más
templados y frescos, proporcionando el terreno para que produzca
con el cultivo muchos de los frutos de España, en especial ganado, así
caballar, como vacuno, por la extensión tan dilatada de sus campiñas
hasta el mar, y términos del Brasil por una parte; y por otra, hasta
Buenos Aires y Montevideo. Pero esta casi innumerable multitud,
que el siglo pasado se admiraba en estos fértiles campos, ahora se ve
casi del todo consumida, deque son testigos cuantos vienen de allá;
siendo la causa algunos años de continuada seca, y mucho más la
codicia de los españoles; pues sin más fruto que el de la manteca para
sí y cueros para vender y pi oveer á toda la Europa, han consumido
aun las esperanzas de que se rehaga en muchos años esta abundancia,
de que sólo han quedado aquellas precisas reses mansas de rodeo,
que con gran trabajo y desvelo de los Misioneros é indios, guarda
cada pueblo para su preciso sustento, ó para trocarlas por los géne-
ros que necesitan, ó para aprontar caballos 3" matalotaje siempre
que el Gobernador de Buenos Aires los llama contra los enemigos
de la Corona^ ó para las fortificaciones de su Gobierno, como después
veremos.
«5. Y éste es el primer fundamento tan débil, que supone el Anó-
nimo, de las muchas riquezas que tienen los Padres Misioneros, como
si de estos ganados pudieran sacar un real, no teniendo adonde ven-
derlos.

[2." calumnia: sobre la yerba]

«6. El segundo es el de los millares de arrobas de 3'erba que


llaman del I*araguay; tan estimada, no sólo en todas las Indias meri-
dionales, sino 3'a en todas las naciones del Norte. Pero es de advertir
que el propio centro que destinó la naturaleza para los árboles de
esta yerba son los montes de Maracayú, distantes de dichas Reduc-
ciones doscientas leguas. Y advirtiendo los Misioneros por una parte
la necesidad de esta yerba, sin la cual no pueden pasar estos indios,
— 44^) —
así por servirles de alimento, como también de moneda con que com-
pran cuanto han menester para vivir; y por otra la gran distancia,
siendo necesario para cogerla y beneficiarla muchos meses de camino
en ida y vuelta, y millares de indios, desamparando los pueblos,
con falta de Doctrina, con peligro de que los enemigos arruinen sus
pueblos, y sobre todo con la mucha diminución en los que vuelven,
ya por la extrañeza del clima, ya por los grandes trabajos que allí
padecen, ya porque aburridos de ellos, se huyen 3^ se van A los mon-
tes, como se hace evidente en lo que les sucede ;l los españoles de la
Asunción, que en este empleo han consumido casi todos los indios
que en cuarenta leguas en contorno tenían de sei vicio, ó por mejor
decir de esclavitud, clamando ahora por destruir también, por su
avaricia, los de las Reducciones de los jesuítas. Atendiendo, pues,
estos inconvenientes, tan perniciosos á la conservación y aumento de
sus Reducciones, solicitaron plantar en las tierras más apropósito
é inmediatas á sus pueblos, al principio algunas plantas tiernas de
estos árboles; después haciendo almacigos de la semilla, semejante
á la )'edra; y aunque en muchos de ellos, no en todos, se ha logrado
con buen efecto, pero es experiencia cierta que la yerba que produce
con el cultivo, no tiene tanta virtud como la de los árboles silvestres
de los montes. De aquí, dice el libelista, son las ventajas grandes
que hacen los Jesuítas en todas las Indias, por el grueso comercio,
especialmente de la y crha del Paraguay, de la que hacen ventas
co)isiderahles, cuyo producto es más de medio millón cada año. De
esta mentirosa calumnia no trae más prueba que la del buen deseo
de ver poderosos á sus mayores enemigos. Mucho se le debe agra-
decer; pero díganos antes ¿en qué partes de las Indias son estos grue-
sos comercios, con qué naciones, de qué géneros; y en fin, qué ven-
tajas logran todos los años con ellas? ¿Se contentará que todas sean
como las de la yerba, ya que no puede individuar más? Pues vea
contra el fantástico producto de medio millón cada año, una eviden
cia aritmética de lo que sobrepuja su mentira.
«7. Es cierto que aunque el Rey nuestro Señor ha dado facultad
á estos indios para que todos los años puedan bajar á la ciudad de
Santa Fe ó á la de la Trinidad de Buenos Aires, la cantidad de doce
mil arrobas de 3"erba, consta por certificación de los Oficiales Reales,
é informaciones jurídicas de muchos testigos el año de mil setecien-
tos veinte y dos, que rara vez ha llegado á la cantidad de seis mil
arrobas cada año; y esto, no de la más fina, que llaman caaminí que ,

de ésta tienen muy rara, sino de la de los palos, que es la más común.
Consta también que el precio común de esta yerba en estas ciudades,
y en el que la recibe Su Majestad por sus Reales tributos, es cuatro
pesos cada arroba; con que el producto de este grueso comercio
monta, según los testimonios y testigos jurídicos, veinte }'• cuatro
mil pesos. Consta, en fin, que en ninguna otra parte se han visto
jamás indios de las Reducciones á vender esta yerba. Pues ¿cómo el
producto de ella según el Anónimo, es de seiscientos mil pesos; para
que era necesario, según buena cuenta, ciento y cincuenta mil arro-
bas de dicha yerba, de que nunca sacan otro tanto cuantos habitan
en el Paragua)' para el reino del Perú? Con que esta mentira del
Anónimo está avaluada en nada menos que quinientos y setenta 3^
seis mil pesos. Buen mentir; pero pareciéndole que para ponderar la
avaricia de los Jesuítas es poco, prosigue diciendo que esta yerba
y el oro que continuamente sacan los indios de sus minerales
29.— Organiz.\ción social de las doctrinas guaraníes
— 4ó0 -
corrientes,producen d los Padres una renta tan cuantiosa, como
digna de cualquier principe soberano.

[3.^ calumnia: sobre las minas]

«8. En esta tercera calumnia (que no es la más exorbitante, como


después veremos) hace el libelista, no sólo papel de soberano menti-
roso, sino también de necio. ¿No es necedad persuadirse á que le han
de creer un atentado tantas veces examinado por mandado de nues-
tros Católicos Reyes, y siempre convencido, y como tal despreciado,
que ya por mentira antigua de casi cien años merece prescripción, y
portal la condenáronlos jueces á perpetuo silencio? ¿Cómo lo presume
por cierto, cuando una ciudad como la de la Asunciim del Paraguay,
ó por mejor decir, todos sus Capitulares y Regidores que la compo-
nían el año de mil seiscientos y cuarenta, fueron declarados por
calumniadores y delatores falsos por Don Andrés de León Garavito;
y después en el año de mil seiscientos y cincuenta y siete por el
Doctor Don Juan Blásquez de V^alverde, Oidor de la Real Audiencia
de las Charcas, que por mandado de S. M. pasó en persona á visitar
aquella Provincia y todas las Misiones? Oiga ahora, como reo en el
mismo delito, su sentencia dada por estos rectísimos Jueces, 3^ con-
firmada por el Real Supremo Consejo de las Indias, como consta de
los Autos que envió de toda su comisión.
«9. Dicho señor Oidor ha visto y visitado por su persona todas
estas Provincias: y en ellas todas las Reducciones y Doctrinas que
los Padres Jesuítas tienen á su cargo, llevando en su compañía ó. los
mismos, que fueron delatores 3^ denunciadores de estas minas
y riquezas, para que las descubriesen, 3' manifestasen los lugares
y partes que en dichas sus delaciones señalaron: 3' hecho en esta
razón todas las diligencias judiciales y extrajudiciales que ha sido
posible, no sólo á pedimento de dichos Religiosos, sino también de
oficio, publicando 3' pr< gonando premios, 3' encomienda de indios,
3^ otros cargos y oficios honrosos en nombre de S. M., á los que las
descubriesen y manifestasen, como consta de los Autos. Y habiéndose
visto y reconocido, para informar con ellos á S. M. 3- remitirlos
con su determinación al Real Consejo de Indias, como se le mandó;
y considerando todo lo que en esta razón tiene visto y entendido en
la Visita que hizo de dichas Provincias, y en las causas que el señor
Licenciado D. Andrés de León Garavito, del Hábito de Santiago,
y Oidor de la Real Audiencia de la Plata, hizo y fulminó en esta
Provincia, como Gobernador de ella, contra los delatores de estas
riquezas y minerales, 3' retractaciones que ante su Merced hicieron;
y reconocidos los Autos 3' Sentencias que contra ellos dio: Dijo:
Que debía declarar y declaró por nulos 3^ por de ningún valor
y efecto los Autos, Decretos é Informes y demás Despachos hechos
por dichos Regidores y Capitulares en esta razón, 3' por dignos de
que se testen 3^ borren de los Libros 3^ Cabildos que sobre ello se
hicieron, como falsos 3' calumniosos, 3' contrarios á la verdad, que
se ha visto y averiguado ocularmente en dichas Provincias del
Paraná y Urugua3% con asistencia 3^ citación judicial de los mismos
que fueron delatores 3^ denunciadores de diclios minerales y rique-
zas, y no haberse hallado rastro ni señal alguna de que las ha3'a
— 451 —
habido: ni que las tierras y riberas de sus ríos sean, ni parezcan
haber sido minerales, ni lavaderos de oro, como se había declarado
3' depuesto temeraria y siniestramente, y con ánimo, al parecer, de
desacreditar con estas calumnias el proceder de tan santa Religión
como la de la Compañía de jesús, ocupada con sus Religiosos de
cincuenta años á esta parte en la predicación y enseñanza de tanto
número de infieles convertidos á nuestra santa Fe católica. Y aun-
que por la culpa que dichos Regidores y Capitulares han cometido,
habían de incurrir en la pena de delatores falsos y calumniosos, etc.»
Aquí prosigue expresando los nombres de los principales, las penas
de los más culpados, que fueron catorce, mitigándoseles por haber
retractado jurídicamente en fuerza de la verdad, que vieron con sus
ojos, y haberles remitido la injuria y calumnia dichos Religiosos,
poniéndoles perpetuo silencio, con apercibimiento que, volviéndolas
á mover y solicitar, serán desterrados de esta Provincia perpetua-
mente, como alborotadores de ella, y condenados en las penas cor-
porales en que incurren los delatores falsos, que no hablan veidad
á S. M. y á sus Ministros.
«10. No ignora el libelista, }" mucho menos los que mueven su
pluma con más peso de oro que el que fingieron en aquellas regio-
nes, éste y otros irrefragables testimonios jurídicos; y ya que por no
incurrir las penas de falsos delatores, se valen de una mano infiel
á Dios y á nuestro Rey, no se los condena á todos en más pena, que
en la que ejecutó el mismo señor Visitador Agüero en un indio
Ijamado Domingo, como consta á fojas diez de los mismos Autos.
Este fué presentado á dicho señor, no sólo como testigo de vista del
sitio y minerales de oro, sino también con un mapa en que pintaba
una fortaleza ó castillo con muros y torreones, que coronados de
artillería y soldados, defendían los minerales: afirmando con jura-
mento que todo era cierto, y que lo había registrado todo. Llevóle
consigo el señor Visitador: y pocos días antes de llegar á la Reduc-
ción de la Concepción, que era el sitio señalado de este fantástico
mapa, se desapareció el indio, de cuya fuga no sólo se siguió un
grave sentimiento en el señor Visitador, sino una vigorosa prueba
contra los Jesuítas, ponderando los émulos á dicho señor ser esta
fuga una cavilosa astucia de los Padres, que le habían ocultado por-
que no descubriese tesoros tan exorbitantes. Así discurría su pasión,
cuando llega un propio de la Reducción de los Reyes, con quien avi-
saba el Padre Misionero al Visitador que allí estaba un indio foras-
tero, con todas las señas individuales del que se había ido. Trajé-
ronle luego á su presencia, y preguntado por la causa de su fuga,
y aun amenazado con tormentos si no decía verdad, respondió (y es
lo mismo que puede responder el libelista) que él nunca había visto
ni estado en aquellas Reducciones, ni menos sabía qué cosa eran
fortalezas y castillos: y que el que había entregado delineado en el
mapa á su señor, no era, ni podía ser de quien ignoraba escribir
y leer; sino que todo era de un español á quien servía, llamado Cris-
tóbal Rodríguez, que ya con premios, ya con amenazas, le había
obligado á una falsedad tan grande y maliciosa contra los Padres.
No obstante esta confesión pasó el señor Visitador á los lugares
señalados con mineros y los mismos delatores; y dichos mineros
declararon debajo de juramento que no sólo no había allí minas,
sino que el terreno, temperamento y disposición de la tierra las
repugnaba totalmente; y aun los delatores conocieron que el cas-
-452 —
tillo estaba encantado por arte de sus diabólicas y dañadas inten-
ciones. Aplique ahora el libelista estas idénticas ciixunstancias á la
delación que hace; 3^ en castigo de querer engañarnos con patrañas-
antiguas, añádasele la pena de doscientos azotes, en que el señor
Visitador condenó á nuestro indio Domingo por el mismo delito.
Omítense otras pruebas que evidencian la falsedad de esta calum-
nia, que aunque los émulos apasionados la oyen siempre con gusto,
no es para creerla, sino para celebrarla entre los demás cuentos
contra los Jesuítas. Lo cierto es que ya en los tribunales no se
puede admitir sin descrédito de sus rectísimos ministros, siendo tres
de ellos, elegidos por S. M. 5' su Real Consejo de Indias, (el señor
Don Andrés de León Garavito. El Sr. D. Juan Blásquez Valverde,^
Oidores de la Real Audiencia de Charcas; y el Sr. D. Jacinto Lánz,
Gobernador de Buenos Aires) los que en sentencia definitiva, apro-
bada por los mismos Reales Consejos, la condenan como fábula
indigna de tan serias como elevadas atenciones.

[4.^ calumnia: Cinco millones de tributo anual de los indios]

«IL Pero como el libelista y sus fautores se empeñan en que al


fuego de su encono é irritada pasión se han de convertir en oro los
Misioneros, ensa3^an nuevos ingredientes en el crisol de su turbada
fantasía. Oro es, dicen, lo que oro vale: y así, aunque les falten
los minerales, tienen otros más firmes 5^ perennes en trescientas mil
familias de indios, cuyos continuos afanes, trabajos y sudores, les
contribuyen cada año más de cinco millones de pesos; porque supo-
niendo que cada familia les tributa cada año no más que cincuenta
libras tornesas de Francia, que reducidas á moneda española son
diez y seis pesos, cinco reales de plata y cinco cuartos 3^ un tercio
de cuarto, montan sin quitar ni poner, los tales cinco millones.
12. Vamos poco á poco, señor Anónimo, que Y. va mintiendo
mucho á mucho, y así en francés, como en español, se muestra ser
tan mal aritmético como alquimista. Grande alabanza fuera de los
Jesuítas del Paraguay haber reducido un millón 3' quinientas mil
almas al gremio de la Iglesia católica y al dominio de nuestro cató-
lico Monarca, sin más armas ni expensas del Real Erario, que el
celo infatigable de cien años de servicios de ambas Majestades;
Pero constando por los últimos padrones, hechos por el Gobeinador
de Buenos Aires, que ninguna de las treinta Reducciones llega
á ocho mil indios, 3^ las más no pasan de cuatro á cinco mil; porque
no andemos en cómputos dudosos, le damos por ciertas ciento cin-
cuenta mil almas. De éstas es preciso rebajar las que según leyes
y privilegios están exentas del tributo, como son las mujeres, los
caciques, los Corregidores, Alcaldes, Ministros de la iglesia, músi
eos, muchachos que no llegan á diez y ocho años, 3' hombres que
pasan de cincuenta. Regule ahora el Anónimo los tributarios que
quedan: 3' guiándose, no por su idea pomposa, sino por la común
experiencia de que en cualquier ciudad ó pueblo, de las tres partes,
son más de las dos de mujeres, viejos y muchachos, se le demuestra
que ni aun veinte mil tributarios quedan de aquellas trescientas mil
familias que aborta su temeraria fantasía. Rebajemos ahora la can-
tidad del tributo, que finge para cada indio de diez 3' seis pesos cinco
- 453 -
reales de plata, }' cinco cuartos y un tercio. Y mientras la piedad
de nuestros Católicos Reyes en sus Cédulas y Decretos claman con-
tra tan infame desvergonzada impostura presentada á sus Reales
ojos (pues hasta ahora, por los justos motivos que abajo se expre-
sarán, no ha querido que el tributo de estos indios pase de un peso
cada uno) saque ahora la suma tan falsa como todas las demás cláu-
sulas de su pluma: porque de veinte mil indios, á peso cada indio,
sólo son veinte mil pesos, por más que su mentirosa aritmética
saque sus cinco imaginarios millones.
«13. Es así, dirá, en cuanto á lo que contribuyen al Rey; pero en
cuanto á lo que ocultan de lo que les contribuyen los indios, es pre-
ciso se regule por millones, según los frutos que venden de yerba,
algodón, lana, ganados, miel y cera. ¿Puede haber tema más necio
de este hombre, y sus inductores? Ya queda jurídicamente probado
el corto producto de la yerba: ya se les ha evidenciado la ficción del
oro, de que ni un grano se ha visto hasta ahora en aquellos parajes.
Para ajustar ahora el de los demás géneros, es preciso averiguar
qué produce ó puede producir el trabajo de estos veinte mil indios
que son aptos para él en todas las Reducciones. Lo primero, es
cierto que, según la diversidad de terrenos 3^ temperamentos, es
también la diversidad de los frutos. Vese en nuestra España que en
sólo trescientas leguas comercian sus fértiles provincias entre sí,
comunicándose unas á otras aquellos frutos de que carecen. Esto
mismo sucede en las doscientas leguas del Paraguay, donde los
pueblos calientes logran las cosechas de cera, algodón, miel y maíz;
los fríos, de ganados, lana y trigo, vendiéndose, ó por mejor decir,
cambiándose, unos géneros por otros, porque no se sabe allí qué es
moneda para compras y ventas. Lo segundo, es también cierto que
los Padres obligan á trabajar á los indios de su Misión, á que hagan
tres sementeras, una para sí y su familia; otra para el común del
pueblo; y otra para los gastos de la iglesia. La primera la recogen
enteramente en sus casas para sustento de sus familias. La segunda,
que es la más abundante, se deposita en trojes muy capaces para
mantener los enfermos, huérfanos y viudas; y á los que por ocupados
en utilidad del pueblo, ó por descuido y flojedad en el sembrar, no les
alcanzan para todo el año sus cosechas; y en fin para socorrer á
otros pueblos que, ó por falta de agua, ó por común dolencia de sus
habitadores, ó por muerte de sus ganados, perecieran si no se les
acudiera con un todo, sin más precio ni paga, que el de la cristiana
piedad. El tercero se emplea en ornamentos, cera, vino, músicos y
ministriles de la iglesia, en que entra también la cosecha necesaria
para el iVlisionero, que no sólo les da tierra, semilla y los bueyes,
sino también todo el precio de su trabajo. Todo lo que les sobra y
es trajinable, como tejidos de algodón, y lana, miel y cera, junta-
mente con la yerba, lo envían en canoas á la ciudad de Santa Fe y
Buenos Aires', donde tienen los Misioneros dos Procuradores Jesuí-
tas, por cuya mano se venden allí estos géneros públicamente, cam-
biándolos por otros que necesitan las Reducciones, como hierro,
acero, frenos, estribos, anzuelos, abalorios, y algunas cosas de devo-
ción, como estampas, cruces, medallas, y también tejidos de lienzo
y seda para la iglesia; de suerte que jamás vuelve á aquellos pueblos
ni á los Misioneros moneda alguna de plata ú oro, sino solos estos
géneros.
«14. Esto supuesto, como cierto y patente á cuantos Visitadores
,

-454-
eclesiásticos y seculares han estado en estas Misiones, de que hay
testimonios, y aun testigos de vista hoy en esta Corte: díganos el
libehsta: de ¿dónde salen ó dónde se quedan los millares de pesos que
ocultan los Misioneros? Si los descubriere, téngase desde luego por
un soberano potentado; pues por delator de tanto tesoro defraudado
á la Real Hacienda, le corresponde un millón y medio según nuestras
leyes españolas. Este era medio más fácil para enriquecerse que no
el salario que percibe de los paraguayos porque sea delator de
ficciones.Y es digno de reflexión que las califica por tales, que en
más de cien años que los émulos de los Misioneros están alegando su
pobreza, por conseguir las encomiendas de estos indios, no haya
tratado alguno de salir de ella, verificando esta ocultación de los
Misioneros, que en cien años á cinco millones cada año, no era malo
el tercio de quinientos millones para un pobre delator, que no tiene
que llegar á la boca, si no es testimonios y calumnias con que reme-
diar su avaricia.

[Fabulosas riquezas atribuidas á las iglesias de Doctrinas]

« 15. Para que todas las que pertenecen á esos fabulosos intereses
queden de una vez desvanecidas, oigamos al Anónimo la magnífica
descripción de las riquezas que adornan las iglesias de las Misiones.
Y dejando lo suntuoso y grande de ellas, lo precioso de las maderas,
la multitud de instrumentos músicos y otras menudencias, dice: Que
los artesones están embultados de oro: Que tres cuadros muy gran-
des, que forman el retablo ma3^or, tienen los marcos de oro y plata
maciza: que las peanas de los lados son de oro cincelado: que las dos
estatuas que sustentan son de plata maciza: que el tabernáculo es de
oro: el sol del Sacramento, de oro con esmeraldas y otras piedras
finas: los candeleros, todos de plata y oro: los ornamentos, de ricas
telas de oro: los dos colaterales, enriquecidos con la misma propor
ción de plata y oro: un candelero (quiere decir lámpara) de plata,
con treinta gavilanes (quiere decir arandelas) de plata, guarnecidos
de oro, con una cadena gruesa de plata que sube hasta la bóveda: y
en fin, que lo mismo se debe creer de todas las demás iglesias,
iguales en todo. Y esto es sin duda muy cierto: porque dos soldados
paisanos suyos, le afirmaron haberlo visto con sus ojos. Sin duda
gozaban del privilegio que las manos de Midas, que todo cuanto
veían, se les convertía en oro. Las maderas, que est;1n con un basto
dorado, como hecho de indios, oro macizo. Los candeleros de azófar,
ó de palo sobredorado, oro. Los techos, con maderas doradas, puro
oro. Los bultos de los Santos, sólo estofados, todos plata. La lámpara
no sólo de plata, sino la cadena, que es de hierro plateado, toda de
eslabones gruesos de plata maciza. Ahí que es nada: teniendo por lo
menos de altura diez ó doce varas hasta el techo: con que habiendo
una de la misma hechura en las cuarenta iglesias que finge, sólo de
esta cadena se formará una que tenga cuatrocientas y ochenta varas
de largo, y cuatrocientos y ochenta palmos de grueso, todo de plata
maciza. Ojalá y que se viera Dios servido con tanta riqueza; que no
se hallara en sola esta pieza otra semejante en toda Europa: como ni
tampoco semejante mentira fraguada en sus fascinantes impíos ojos,
que acostumbrados á mirar las paredes de sus templos desnudas.
- 455 -
aun de ¡m;\gene.s de snntos, pondera por irrisión cu.ilquior adorno
con que la pied;id católica solicita los cultos de nuestro gríin Dios,
llamando con el infeliz avariento y apóstata Judas, los hipócritas
jansenistas y calvinistas: ut quiü perditio haec, para que aun este
poco adorno de la iglesia se les quite á los Misioneros. No neniamos
lo que ningún católico puede condenar por delito, si no es el libelista,
que Muestros templos, en cualquiera parte del mundo, se erigen, se
adornan, se enriquecen, según la posibilidad de las fundaciones, para
veiiticar lo que la Iglesia católica romana afirma como elevado
mérito del gran Patriarca San Ignacio: templorum nitor ab ipso
INCREMENTUM ACCEPiT. Pero que los de las Reducciones del Para-
guay excedan, según la descripción del libelista, á todos los de la
Europa, en tales riquezas, es una hipócrita ficción para hacer creí-
bles todas las demás.

[Quinta calumnia: Estorban pagar el tributo]

«16. Hasta aqui han intentado el libelista y sus inductores des-


acreditar solamente á los Misioneros del Paraguay con sus fabulo
sas riquezas; y pasando desde ellas á la honra, y lo que es más, A la
conciencia, denigran, no sólo las de los Misioneros, sino las de cuan-
tos ministros ha enviado el Rey nuestro Señor á gobernar aquellas
Provincias. Y aunque esta generalidad, sin más prueba que decirlo,
no necesitaba de más respuesta que negarlo; no obstante, como los
que se precian de críticos, han menester para acreditar su celo
aquella máxima de Maquiavelo: Ello se dice, pues algo hay; es nece-
sario también demostrar que nada hay más que una atroz calumnia
en lo que se dice. Esta es la misma que los Escribas y Fariseos depu-
sieron contra Cristo en el tribunal de Pilatos: Iiivenitims hiuic Jiouii-
7ic}}i fyroJiibentetn dari tributa Caesari. Los Misioneros del Paragua}^
prohiben á sus indios el que paguen tributo, tan corto como el de un
peso cada uno á su Re}" y Señor, ocultando muchos tributarios en
cada Reducción, Y si respondieren que no es posible esta ocultación,
enviando los Gobernadores siempre que quieren Jueces que hagan
exacta numeración de los indios por los padrones de las iglesias y
por las familias; se desvanece esta respuesta con afirmar que así
dichos Jueces como 1os Gobernadores todos, á fuerza de cohechos,
concurren á esta iniquidad. ¡Oh malignidad tan execrable como increí-
ble! rEs posible que todos los Ministros Reales y todos los Misione-
ros, en más de cien años, todos se han condenado por haber hurtado
tantas cantidades al Real Erario, sin que ninguno ha3^a restituído?
'lEs posible que estando enmedio de sus implacables enemigos de la
Asunción, no ha3'an ésos en más de cien años dado siquiera una
prueba cierta de este hecho y de esta defraudación? ¿Y es posible que
haya ánimos tan ligeros, que sólo porque se dice, sin prueba y fun-
damento alguno, presuman, sin pecado grave, dar asenso á una
calumnia que infama aun más allá de la honra y de la vida; llegando
hasta el infierno su rabiosa pasión con unos hombres en lo divino y
humano de carácter tan superior? Lo cierto es que todos los años se
paga el tributo según el padrón hecho por los Ministros Reales. Lo
cierto es que nunca han rehusado los Misioneros, antes sí instado
porque los Gobernadores envíen estos Ministros. Lo cierto es que sin
— 456 —
recaudadores, sin salarios algunos, á costa del Real Erario, los mis-
mos indios, á expensas propias, los conducen hasta la Real Caja de
Buenos Aires por casi trescientas leguas de navegación, entregando
los géneros que corresponden á un peso por cada tributario. Y tam-
bién es cierto que estos indios tienen y han gozado hasta ahora el pri-
vilegio de no tributar más que un peso, cuando todos los de la Amé-
rica pagan cinco. Mas {por qué razón (claman aquí irritados con el
Anónimo los Paragua3^os 3^ Realistas} han de conservar tan intole-
rable excepción? Sólo porque los Misioneros, con siniestros informes
han movido los piadosos Reales ánimos de nuestros Católicos Monar-
cas á continuar esta consideración, como también la de permitirles
armas de fuego, 3^ de que no tengan español alguno en sus Reduc-
ciones, que les administre justicia, instru3^a en política, 3' los hagan
trabajar como los demás en servicio del Re3^ y de los españoles, que
con su sangre y vidas conquistaron aquellas provincias; y en fin,
¿cómo es sufrible que trescientas mil familias se empleen en el ser-
vicio de solos cuarenta hombres, sin más Ie3' ni Re3^ que su despótica
ambición?

[Motivos de haber reducido el tributo]

«17. Dichosos Misioneros, que os halláis acusados de las mismas


calumnias con que formaron los Judíos el proceso para quitar la vida
á nuestro Capitán Jesús: Hiinc inveniuuis subverteutetn gentem
no&tram, prohihenteni tributa ciare Caesari et dicentem se regern
esse. Luc. cap. 23. Y entonces si un Juez gentil, aunque cobarde,
declaró la falsedad de todas, dando á Cristo por inocente, Niillam in
eo invenio caitsaní; ¿qué podéis esperar de tribunales tan justos como
católicos, sino el mismo acuerdo, que por más de cien años han repe-
tido en juicios contradictorios, con muchas sentencias á favor de
vuestra inocencia? Y pues vuestros émulos las gritan por toda la
Europa valiéndose de bocas sacrilegas heréticas, cuyas denegridas
respiraciones son siempre ficciones 3^ mentiras, acaben también de
disiparlas las luces de la verdad y la razón; advirtiendo antes que
para la indubitable firmeza de una 3' otra, nada se dirá que no se
pueda verificar con auténticos testimonios.
«18. Es verdad que nuestros Católicos Re3'es han mandado hasta
ahora que los indios de estas Reducciones no paguen más que un peso
de tributo. Los motivos para privilegio tan piadoso, creo que en el
soberano juicio de nuestros Reyes empezaron á la primera vista á ser
gracia; y examinados con mayor reflexión, paran en justicia. Motivos
son la suma pobreza en que viven trabajando sólo lo que basta para
sustentarse y vestirse, sin tener tratos con ninguna nación, sin oro,
ni plata, ni más géneros que vender, que los que su trabajo produce;
y no siendo éste, ni debiendo ser excesivo, como al que les obligan
los encomenderos á los suyos, por cu3'a causa se ven casi sin pueblos
é indios, parece también razón que sea más moderado el tributo; pues
de ser más crecido, debía crecer también el trabajo, con peligro de
arruinarse, como aquéllos. Motivo es el que, si los indios conquista-
dos á costa de la sangre 3^ vida de muchos españoles, 3' no menos del
Real Erario, pagan en mayor tributo la justa pena de su rebeldía,
sea mucho menor en los que no habiendo rendido jamás su cerviz á
- 457 —
dominio alguno, sin violencia, sin armas y sin gastos algunos, se
sujetaron voluntariamente á Dios y al Rey, aumentándole en treinta
pueblos ciento y cincuenta mil almas, y muchas m;is que se van con-
quistando, por el infatigable celo de los Misioneros Jesuítas, que,
como leales y rendidos vasallos, le han tributado á su Real Corona
en el Nuevo Alundo más naciones que el invicto poder de sus armas,
pues no han llegado éstas adonde ya se tremolan las banderas de la
íe católica, que es el más estimable tributo para tan celosos Monar-
cas. Motivo es, y que parece pide de justicia esta modificación de
tributos, el deber gozar los indios de estas Reducciones de todos los
privdegios que por ley ó por costumbre están concedidos á los fron-
terizos y presidiarios de extraños Reinos 3^ enemigos, cerrándoles
con sus armas las puertas para introducirse en los dominios de su
Monarca. La única puerta por donde los Mamelucos de San Pablo,
Brasilienses y otras naciones bárbaras, y también europeas, como
Holandeses é Ingleses, han porfiado en entrar hasta los minerales
del Potosí, son las playas sosegadas del Paraná y Uruguay, donde
están situadas estas Reducciones. Y sin duda fué especial providen-
cia de Dios que aquellas pobres reliquias que quedaron de las saquea-
das y quemadas Misiones de la Guayrá, de que llevaron los Mame-
lucos para sus esclavos más de cincuenta mil indios (ya reducidos á
la fe en numerosos pueblos) las retirasen los Misioneros Jesuítas más
de trescientas leguas, para asegurarlas de las invasiones de tan
crueles enemigos; que no obstante tan inmensa distancia, irritados
de verse vencidos y prisioneros muchas veces en batallas por tierra
y agua del valor de estos indios, porfían en acabar con ellos, y arra-
sar sus pueblos, para franquearse sin oposición el paso á todo el
Reino del Perú.

[Servicios militares de los Guaraníes]

«19. El año de mil seiscientos y cuarenta y uno bajaron por el río


Uruguay en novecientas canoas ochocientos Mamelucos, armados con
bocas de fuego y seis mil iadios de arco y flechas, lanzas y piedras,
sus amigos y auxiliares; y avisados nuestros indios Paranás y Uru-
guays por las espías que tenían avanzadas por el río, recogieron y
armaron á toda priesa como doscientas canoas, sobreponiendo en
algunas unos castillejos de tablas con troneras, por donde disparar
sus arcabuces; y habiendo encontrado la armada de los enemigos, sin
acobardarles lo superior de sus fuerzas, los acometieron con tal coraje,
que echadas á pique unas canoas, y otras apresadas, los obligaron á
huir, refugiándose en tierra, donde siguiéndoles, los tuvieron cerca-
dos muchos días, en que hicieron tan gran mortantad, que apenas
escaparon de los indios enemigos trescientos. Los Mamelucos que
quedaron, internándose hacia Buenos Aires, hicieron algunos forti-
nes, de donde salían á hacer esclavos para llevarlos á San Pablo.
20. Pero el año de cuarenta y dos, nuestros indios, guiados de
sus espías, los atacaron en sus fortines, de donde no sólo los echa-
ron con muertes de algunos, sino que esparcidos con ignominiosa
fuga por los montes, fueron muy pocos los que se restituyeron á San
Pablo; quedando nuestros indios no sólo dueños del campo y de
cuanto en él tenían; sino, lo que fué más estimable, librando más de
- 45S —
dos mil indios, que tenían aprisionados en colleras, para llevarlos
y venderlos como esclavos.
21. El año de cuarenta y cuatro, habiendo negado la obedien-
cia saculares y algunos eclesiásticos de la ciudad de la Asunción
á su Gobernador D. Gregorio de Hinostrosa, ya determinados
á matarle, no tuvo otro amparo, para asegurar su persona, autori-
dad 3' jurisdicción, sino el de nuestros indio.> Paranás, que á su pri-
mera voz acudieron obediente.^ á defenderle de esta conjuración,
debiéndoles la conservación de aquellas provincias, como se expre.-a
en el informe jurídico que el mismo año envió al Consejo de las
Indias.
22. El año de cuarenta y seis, los bái baros Guaycurú^, después
de muchas muertes de indios y españoles, determinaron acabar de
una vez con todos, hasta los de la Asunción; y habiendo descubierto
un cacique de nuestras Misiones esta conjuración, avisó al Gober
nador D. Gregorio de Hinostrosa; y éste se valió de su reconocida
fidelidad y valor para escaparse de tan eminente rie--go, de que le
sacaron peleando con los bái baros rebeldes, venciéndolos con tan
gran destrozo que la Provincia quedó del todo quieta 3" asegurada
de tan feroz enemigo.
23 El año de cuarenta 3' nueve, el Gobernador que sucedió
á Hinostrosa, tuvo noticia cierta que antes que llegase, los conjura-
do.-^ de la Asunción tenían intención de matarle, como lo hubieran
ejecutado, á no llevar mil indios de nuestras Reducciones, que pelea-
ron en su defensa; haciendo retirar á los rebeldes, que salieron
á ejecutar esta infame traición: tan acostumbrados están los de la
Asunción á rebelarse contra los Mini-tros del Rey; por eso e.stán
tan rabiosos cdntrii estos indios, que han sido y serán siempre el
freno de sus epetidas deslealtades, en que ha^-ta ahora permanecen,
1

sin escarmentarles los justos castigos ejecutados en sus tumultuan-


tes cabezas.
24. £1 año cincuenta 3- uno formaron un grande ejército los
Paulistas, que dividido en cuatro destacamentos, acometieron por
cuatro partes, para apoderar.'^e de toda la Provincia del Paragua3';
á que ocurriendo su Gobernador el Sr D. Andrés Garavito de
.

León, Oidor de la Audiencia de Chuquisaca, mandó á los indios de


las Reducciones de la Compañía opusiesen todas sus milicias á
impedir la entrada de tan poderoso enemigo, mientras él prevenía
las de los españoles para atacarlos; pero llegó tarde esta preven-
ción: porque dividiéndose pionto también los indios en cuatro escua-
drones, tuvieron la fortuna de encontrarlos, aunque en diversos
lugares, en un mismo día, derrotándolos enteramente en todos los
cuatro, y obligándolos á una precipitada fuga, con grande estrago
de heridos y muertos, dejando muchos despojos, así en los fortines,
como en el campo, 3^ entre ellos muchas cadenas 3' colleras, para
aprisionarlos como sus esclavos.
25. El año de sesenta y dos, estando en Visita el Gobernador
del Paraguay D. Alonso Sarmiento, cien leguas de la Asunción, se
halló cercado de improviso de la nación más guerrera y bárbara de
aquellas Provincias, sin más que veinte hombres, y sin bastimentos
algunos, ni esperanza de libertar las vidas: y dando aviso de tan
extremo aprieto un indio de las Misiones, al punto enviaron tres
cientos soldados, que abreviando en día 3' medio el camino de cua-
tro, rompieron el cerco de los bárbaros, con muerte de muchos
— 45*» -
y fuga de todos los demás, libertando á su Gobernador, y escolt;in-
dole hasta ponerle en la ciudad.
'2b. Y dejando, por no cansar con tan repetidas hazañas de estos
belicosos vasallos de S. M., basta el testimonio jurídico del Gober-
nador D. Sebastián de León, que no sólo confiesa deber á estos
mdios repetidas veces su jurisdicción y su vida, sino que en el espa-
cio de cien años, apenas ha habido facción y victoria alguna en esta
Provincia, que no se deba, en todo ó en parte, al valor militar y kal
ánimo de estos indios: á que añaden contestes todos estos Ministros,
así políticos, como militares, que, habiendo devengado en todas
estas facciones más de trescientos mil pesos de sueldo, le han cedido
á S. M., contentándose con el premio de haberle servido, y corres-
pondido en algo á los privilegios con que premia su fidelidad.
27. Lo que no se puede dejar en silencio, sin injuria de sus
méritos, es la victoria que obtuvieron las armas de nuestro Rey en
la isla de San Gabriel, ó Sacramento [sic], en seis de Agosto del año
ochenta porque para cobrarla como propia de la Corona de Cas-
tilla, convocó D. Josef Garro, Gobernador de Buenos Aires, cuan-
tos halló capaces en aquellas provincias para el manejo de las armas.
Despachó orden á los Corregidores de !as Reducciones Jesuíticas
para que luego acudiesen con el mayor número de gente y armas
que pudiesen. Y lo que parece increíble, aun de la obediencia y leal-
tad más extremada, en once días se pusieron en camino tres mil
y trescientos indios, bien armados á su usanza, y con doscientos
arcabuceros, ya diestros en su ejercicio, cuatro mil caballos, cuatro-
cientas muías, y doscientos bueyes, con que el Gobernador pudiese
tirar la artillería. Marcharon las doscientas leguas que hay hasta
San Gabriel, tan arreglados á los militares preceptos, que al reci-
birlos en su obediencia el Gobernador de aquella empresa, D. Anto-
nio de Vera Mujica, admiró en esos indios, pocos años antes tan
montaraces y bárbaros, política, orden y destreza. Pero mucho
más tuvo que admirar el día de la función, en que se mandó que hasta
oír el tiro de una pistola, nadie avanzase á la plaza. Y es digno de
reflexión (para confundir la dañada intención del libelista, que se
vale de este único caso, para probar la inobediencia de estos indios
á los españoles, sin reconocer más obediencia que la de los Jesuítas)
qne habiendo dispuesto el General, que iba en la retaguardia con
los españoles, mulatos y negros, que delante de la vanguardia, donde
iban los indios, se pusiesen de frente á la plaza los cuatro mil
caballos sueltos en pelo (no como dice el libelista montados) en que
se cebasen las primeras descargas de la artillería con que estaba
fortalecida; al oir esta disposición los indios, suspendieron la mar-
cha, enviando á decir al General con un Padre quejes asistía para
confesar á los que muriesen en la refriega, que la disposición dada
era muy al propósito para morir todos, pero no para pelear y ven-
cer; porque los caballos, al estruendo y fuego de la artillería espan-
tados y heridos, revolverían sobre ellos y los demás escuadrones,
matando y atropellando, ó por lo menos deshaciendo el orden de
todos y dando lugar al enemigo para vencerlos. Conoció el prudente
General ser este reparo no tanto de la tosca ludeza de los indios
que ni sabían qué cosa era artillería, ni sus efectos, cuanto pensa-
miento infundido del Dios de los ejércitos, que quería darles la vic-
toria; y así, retirando al instante los caballos, se acercaron los
indios con tanto silencio v orden á las murallas, que uno de ellos,
-460-
sin ser sentido, trepando con pies 3^ manos sobre un baluarte,
deuolló una centinela que halló dormida: y pasando á hacer lo
mismo contra otra, ésta le previno con un carabinazo: á cuyo ruido,
pensando los demás ser la seña, subieron como leones por el mismo
baluarte, capitaneados por su Cacique D. Ignacio Landau [s/c], quién
después de tres horas de sangriento combate con la desesperada
resistencia de los enemigos; viendo que flaqueaban los suyos, volvió
su alfanje y su coraje contra ellos; y animados con su a^oz y ejemplo,
volvieron á renovar la batalla con tan sangriento estrago, que
viendo el enemigo su plaza cubierta de sangre y muertos, les pidió
cuartel para redimir las vidas; pero así por no entender su lengua,
como porque en otras refriegas nunca se le dieron á ellos, tampoco
ellos le daban, hasta que á la voz de los cabos españoles obedecie-
ron, reprimiendo su ferocidad y sus armas.
28. V^es aquí, oh libelista, las fantcásticas exageraciones con que
acriminas la inutilidad de estos indios para el Rey y sus vasallos: ves
aquí los indios inobedientes al Rey y á sus cabos. Ves aquí los indios
empleados sólo en servir como esclavos á cuarenta hombres. Ves
aquí los indios sin soberano, sin justicia y sin política alguna. Mira
cómo se compadecen los informe.^ que te han suministrado tus induc-
tores con éstas, no sólo públicas á todo el mundo sino comprobadas
calificaciones de sus continuos servicios. Sus mismos ojos han sido
testigos de tan gloriosas hazañas: testigos son de que no hay cas-
tillo, plaza ni fortificación alguna, 3^a en Buenos Aires, }"a en el
Paraguay, ya en Montevideo, á cu3'as construcciones, á la primera
voz de sus Gobernadores, no concurran hasta hoy los trescientos, ó
cuatrocientos indios de estas Reducciones, y muchas veces sin paga
alguna, ni costa de un viaje tan dilatado de más de doscientas leguas.
Y en fin, testigos son sus ojos, aunque turbados con la pasión de su
codicia, y por eso ingratos, de que la lealtad y valor de estos indios
han defendido sus haciendas, sus familias, su ciudad, estrechada con
el bloqueo de los indios alzados en sus mismos distritos, y antes
sujetos á sus encomiendas, hostigados de su tirano dominio. Y si en
la política Romana, no sólo se estableció por ley reputar por nobles v
exentos de pechos á los soldados que libertaban de la muerte á un
ciudadano romano, ó repelían los enemigos de sus murallas, sino que
la hacían distinguir de todos con coronas cívicas, 3' murales: rpor qué
porfían en que los Reyes Católicos sean menos agí adecidos á unos
vasallos que no una, sino muchas veces, han libertado Lis vidas,
haciendas y plazas de los españoles? {Por qué ha de ser delito de los
Jesuítas alegar méritos tan ciertos, como no comunes, á favor de
unos indios destinados desde su conversión á servir A Dios, al Re3'.
3'' al bien común? ¿Por qué no convencen con razón ó ejemplar alguno

que una república de treinta pueblos, en su establecido gobierno de


ciento treinta años, haya tenido descaecimiento alguno en el ser
vicio de Dios 3" del Re3''?

[Rebátense los pretextos de mudanza]

«Si para que se mude del todo, alegan la conveniencia de los


Padres en amontonar riquezas, con tantos géneros 3' minas de
oro, ya queda convencida de calumnia. Y digan, -;qué se hace
— 401 -
de estíis riquezas? ¿Han visto á algún Jesuíta salir de la esfera
de un pobre religioso? Su vestido y su sustento, ¿no es el mis-
mo de los indios, y aun á veces peor, como se ve hoy en los de
los Chiquitos, vestidos de cuero? ¿Han crecido en algo los pocos
colegios que tiene esta Provincia? ¿Hay ejemplar que, siendo todos
europeos, hayan enviado á sus parientes socorro alguno? Pues, ;qué
locura es ésta de ñngir riquezas que no se ven ni se retienen, ni se
reparten, ni nadie las logra? A que se debe añadir que las que dice
el Anónimo que encubren los Jesuítas porque no trabajen sus indios,
las pone en Montevideo, casi trescientas leguas de las Misiones;
como si en tan larga distancia hubiera modo de encubrirlas, ó los
indios pudieran ir á trabajarlas. Milagro es que las minas de las islas
de Salomón no afirme que también las tienen ocultadas porque no
lleven allá los indios, y que por eso no se hallan.
29. Si es por la defraudación ó diminución de los tributos, tam-
bién se ha satisfecho como testimonio falso en que habiendo delin-
quido Jesuítas, Gobernadores y Ministros Reales en más de cien
años, ninguno se ha salvado, porque ninguno ha restituido. Y es de
advertir que sólo culpa á los Gobernadores y Ministros de Buenos
Aires, no á los Paraguayos, habiendo tributado en esta Caja muchos
más años; pero un mentiroso no guarda consecuencia, y más siendo
tan perjudicial á sus aliados. Si es porque no se les permite el trato
con españoles, ni que los pasajeros se detengan en sus pueblos, fuera
de ser ley el hospedaje de tres días, en que se les asiste con un todo,
obliga á ello la experiencia y la conciencia de los que cuidan de sus
almas, porque son la ruina de ellas con los malos ejemplos, y aun
escándalos que les enseñan. Una de las más celebradas y heroicas
propiedades que observan estos indios (cosa que parecía imposible
antes de reducirlos á la fe), es no beber ni tener cosa que los pueda
embriagar, 3" este infame vicio es tan común en todas las Indias, ó
con la chicha en el Perú ó con el pulque y tepache en Nueva España,
ó con el aguardiente común en ambos Reinos, que hace en todo
género de personas un lastimoso estrago en cuerpos y almas. Es
consecuencia forzosa de este vicio el de la lascivia, en que sin freno
corre su brutal apetito, y más en los pueblos de los miserables indios,
donde no halla resistencia su descarada violencia ó la contrasta su
furioso ardor. Hurto, apenas se ve en estos pueblos, juegos de ava-
ricia ó interés, ningunos; fraudes, maldiciones ni blasfemias, no se
permiten. Pues, ¿qué delito es en los Misioneros defender que estos
y otros muchos vicios no entren en sus pueblos con los españoles, y
mucho más con los extranjeros; teniendo á la vista el infeliz escar-
miento de los pueblos encomendados á los vecinos de la Asunción,
que ó por la comunicación, ó por la permisión de su desordenado
gobierno, ni viven con temor de Dios ni del Rey, sino sólo de sus
amos, que con cruel dominio los han consumido, por tratarlos, no
como á hombres, sino como á brutos, midiendo por éstos el trabajo
de racionales católicos, acaso de mayor estimación en los ojos de
Dios, que no ellos?

[Armas de fuego]

«Si es porque los miran con armas de fuego, deben advertir


que el Monarca á quien sirven proporciona las armas ofensi-
- 462 -
vas y defensivas á sus vasallos, según la calidad de los enemigos
que han de combatir. Si hubieran de pelear sólo con otros indios,
como ellos, el arco, la flecha, la macana y la lanza les bastaba para
vencer. Pero enviarlos á resistir y acometer tropas europeas, arma-
das todas de fuego, de balas, de granadas y bombas, fuera sacrifi-
carlos como víctimas á la muerte, y no como soldados á la defensa
de sus Reinos. Este es el fin de sacarlos á campaña: lueao fuera
inconsecuencia contra toda razón y contra el derecho natural, negar-
les para conseguirle, estos medios necesarios aun al español. Ni
tiene que recelar que conviertan las armas de fuego contra ellos,
como temen y falsamente publican. Lo primero, porque no las tienen
á su dispo-^ición y uso, sino todas encerradas en un almacén, de
donde ninguna sale sin orden del Gobernador ó del Superior. Lo
segundo, porque faltándoles pólvora, ni habiendo ingredientes ni
instrumentos con que hacerla, de nada le- sirven las bocas de fuego,
si los españoles no les proveen ó venden pólvora y municiones; y
bien cierto es que no se las darán contra sí mismos, sino cuando
fuera necesario contra sus enemigos. El verdadero motivo de esta
artificiosa pretensión es poner indefensos á estos pobres vasallos,
para que ni á ellos ni A los enemigos de la Corona les puedan hacer
oposición, siempí e que se lo mandare su Rey y Señor.

[Queja de no haber Corregidores españoles]

«Si es, en fin, porque han rehusado y rehusan Corregidores espa-


ñoles que inmediatamente los gobiernen, pregunto: ¿No se han fun-
dado y aumentado sin ellos por más de ciento y treinta años, habién-
dose consumido los inmediatos, que los han tenido? Los Corregidores,
¿podrán darles mejores leyes en lo cristiano, político y militar que
las que hoy siguen? ¿Dilatarán más con su presencia y jurisdicción
los dominios de nuestros Monarcas? ¿Los tendrán más sujetos á sus
reales mandatos que lo han estado y están hasta ahora? ¿Rendirán
con sus arbitrios doce millones de pesos al Real Erario cada año,
como idea el fantástico libelista? Si hay quien asegure que con los
Corregidores se han de seguir tan favorables efectos, desde luego
clamarán indios y Misioneros por Corregidores: porque, ¿cómo se
pueden oponer al mayor servicio de Dios y del Rey los que con sus
increíbles trabajos, sudores, sangre y muertes de muchos Jesuítas y
indios, no han pretendido otra cosa? Pero digan los desapasionados:
¿qué Corregidor pretenderá sólo esto?: pues ninguno pone los ojos
sino en sus conveniencias, en sus tratos, en sus ganancias, aunque
con su dominio y su avaricia destruya los pueblos, 3^ si no hay esto,
yo aseguro que nadie pretende el Corregimiento, ni aun le admita
sólo por el servicio de Dios y del Rey. Pero si acaso hubiera este
fénix del nuevo mundo, que sólo viva y muera en puros ardores de
la justicia, lealtad y desinterés, instruya primero su deseo con el
caso siguiente. Un señor Obispo del i'araguay. Prelado muy celoso
de sus ovejas, por los siniestros informes de estos émulos de la Com-
pañía, le persuadieron á que les quitase las dos Misiones á su parecer
las más acomodadas, de Nuestra Señora de Fe y de San Ignacio,
que tendrían como ocho mil almas, sacadas por los Padres, con
muchos trabajos y peligros, de las serranías y de los bosques. Envió
- 463 —
luego por Curas de ambas á dos clc3rigos de su satisfacción <:on
bastante escolta, y echando de ellas á los Misioneros tan desaviados
y con tanta violencia, que de los cuatro, uno murió en el camino, )'
los tres llegaron casi inútiles para trabajar más, quedaron dichos
clérigos en pacífica posesión de lo espiritual y temporal de esos
pueblos. Pero no por mucho tiempo, pues A los cuatro meses se pre-
sentaron de nuevo ante el señor Obispo, llamándose á engaño, por-
que los había llevado donde no se podía vivir ni aun sustentarse,
entre unos indios tan sumamente pobres, que no podían pagar obven-
ción ninguna, ni pur Misas ni por entierros, ni casamientos; y que
veníün admirados de que los Padres se hallnsen tan gustosos con
unos bárbaros recién convertidos, que el día que no les den de comer,
matarán al Padre, como 3'a lo querían hacer con ellos: por cuya
razón se habían retirado; y á su imitación lo hicieron poco después
los indios, volviéndose á los montes á sus idolatrías, perdiendo Dios
y el Rey ocho mil almas, que jamás se pudieron volver á reducir
todas, por más que la Real Audiencia de Chuquisaca intentó, con
restituir á los Padres, soldar tan lastimoso suceso, que consta de
los despachos dados por dicha Audiencia, que aunque para esto
tuvieron poco efecto, pero los dirigía Dios á preservar con ellos de
otra ma3'or ruina á más numerosa cristiandad. Porque ó llevado de
este ejemplar del señor Obispo del Paragua}^ ó por los mismos infor-
mes contra los Misioneros, aquel gran Prelado de Buenos Aires, el
Ilustrísimo ) Rmo. señor Doctor D. Fray Cristóbal Mancha y
\^elasco, mandó publicar edictos no sólo en su Obispado, sino en
todos los confinantes, convocando los clérigos de ellos que quisiesen
venir á oponerse á estos Curatos que quería erigir de todas las
Misiones, quitándoselos y echando de ellas á los de la Compañía.
Pero viendo que, cumplidos los plazos de su publicata, no había
acudido ninguno, entró su prudente celo en mayor cuidado: }• éste,
con la recta intención que tenía, y las secretas diligencias que hizo,
subió á ser tan cierto su desengaño, que arrepentido de su primer
dictamen, lo convirtió en la mayor satisfacción que podía dar en
abono de la Compañía: pues si antes la había juzgado inútil para
gobernar tantos millares de almas, ahora le entregó la suya propia
para que la gobernase, y con mucha mayor confianza, después que
la Santísima Virgen, (cuyo insigne devoto fué siempre) le avisó de
la cercanía de su muerte. Porque llamando al P. Rector de aquel cole-
gio, Tomás Donvidas, se dispuso para ella, no sólo con una confesión
general, retirado en los Ejercicios de N. P. San Ignacio con heroicos
ejemplos de virtudes, con limosnas tan copiosas álos pobres, que sólo
se hallaron después de muerto cuatro reales que se le ocultaron á
los ojos de su misericordia, sino que en fervorosos sermones con que
se despedía de sus ovejas, para dar cuenta de ellas al Señor, que se
las había encomendado, nada las encargaba más que el aprecio que
debían hacer de la Compañía, refutando las calumnias de sus émulos,
con que pretendía el demonio privarlos de mucho bien de sus almas,
como él, ya desengañado, lo había experimentado en la suj^a, que
pocos días después entregó, con envidia santa, aun de los más vir-
tuosos, en manos de su siempre amada Señora María Santísima.
30. Estos son los pueblos en que hallarán grandes conveniencias
los Corregidores, donde no se halla la congrua y decente sustenta-
ción de un Cura: por eso no hay clérigo ó secular que las apetezcan.
Entren, pues, advertidos de esto: entablen el gobierno que quisieren:
— 4h4 —
ó es arreglado al que hasta aquí han tenido, dirigido al bien común,
ó no. Si han de seguir aquella justísima planta, será preciso también
que luego les calumnien, les acusen, les priven del gobierno por
defraudadores de la Real Hacienda, por encubridores de minas y por
dueños de tan dilatada provincia. {No dicen eso de los Misioneros?
Luego es forzoso que se diga también de los que entren en su lugar,
sin mudar en nada los establecimientos de aquellos pueblos. Pero, si
por evitar su ruina, mudan lo establecido, añadiendo ó quitando á lo
que los indios por nacimiento ó por costumbre ó por privilegio, viven
acostumbrados, es más cierta la ruina de todos. Los indios se reti-
rarán á los montes. Los pueblos quedarán ó quemados ó desiertos:
Dios sin doscientas mil almas: y el Rey sin doscientos mil vasallos,
y los Corregidores sin gobierno. No es éste fatídico presagio de
aquellos que previene la artificiosa malicia para atemorizar la
justicia. Es, sí, experiencia en la Nueva España en los indios de la
Laguna, que quitados á los Misioneros Jesuítíis, se alzaron con tan
rabiosa obstinación, que hasta hoy están siendo el terror de cuantos
pasan á las ricas minas de aquellas provincias, gastando el Rey
muchos miles para la seguridad de los mismos trajinantes. Es, sí,
experiencia en el mismo Paraguay, no sólo en los dos casos arriba
referidos, sino en lo que actualmente sucede con las belicosas nacio-
nes de Mocovíes y Abipones, que doblando su feroz barbaridad al
yugo de nuestra santa fe y de nuestros Católicos Reyes, debajo de
la palabra que los Jesuítas les dieron de no ser encomendados ni
salir del inmediato gobierno de sus Majestades: luego que se les
faltó á esta palabra, se alzaion todos los pueblos con tan enconado
enojo contra los españoles, que atajándoles los caminos, ninguno
puede pasar al Perú, ó sin mucha escolta, ó sin mucho riesgo de la
vida: dominando, no sólo el preciso paso de la Cruz Alta, sino que
perdiendo el pavor con que antes respetaban las armas españolas, se
han arrojado á bloquear la ciudad de Santa Fe, y á amenazar la
capital de Córdoba del Tucumán, de que en las últimas cartas dan
tristes noticias. Es también razón que aun á la más tosca barbaridad
la puede irritar hasta sacudir el yugo, concibiendo como injusta esta
repentina violencia. ¿En qué hemos delinquido, dirán, hasta ahora,
para que nuestro Rey nos abrogue los privilegios suyos )' de sus
antepasados? Gracias son, así lo confesamos y agradecemos rendi-
dos; pero con un pacto oneroso á que hasta ahora poi" nosotros no se
ha faltado; si todos se han concedido porque le sii vamos de muralla
cuantos enemigos tiene su Corona, que cada día pretenden tira-
;'i

nizar su peruano imperio, lo hemos cumplido con tal constancia, que


á costa de nuestra sangre y de nuestras vidas se ven escarmentadas
las naciones que hasta aquí lo han intentado. ¿Qué sabemos si éstas
(para que da fundamento el libelista) tienen oculta inteligencia con
los que rabiosamente porfían en abatirnos y desarmarnos para
lograr sin oposición el intento de sus repetidas deslcaltades unién-
dose con los enemigos de nuestra monarquía para el castigo que
merecen, y á ellos dar paso franco A las riquezas del Perú? Ello es
que ni contra unos ni contra otros pueden los Gobernadores hallar
fuerzas más ciertas y suficientes que las que prontamente les damos.
Ello es que actualmente el año de treinta y dos estamos armados en
número de seis mil por orden del Excmo. Sr. D. Bruno de Zavala,
así porque los Comuneros amenazaban con la destrucción de nues-
tros pueblos, que por derecho natural debemos defender como porque
4hr)

al primer llamamiento suyo debemos partir contra los enemigos que


se oponen á las fortificaciones de Montevideo, ordenadas por S. M.

Peroración

«Y en fin, si en más de ciento treinta años que ha que volunta-


riamente rendimos vasallaje á nuestros monarcas españoles, nuestra
cristiandad ha sido siempre la más ejemplar^ nuestro gobierno el
más político, nuestra economía la más racional, nuestra lealtad y
sujeción la más constante que en cuantas naciones hay en este
Nuevo Mundo rendidas á su católico imperio (como en su exordio
queda evidenciado y lo confiesa el libelista), ¿por qué han de prepon-
derar á esta experiencia, á esta justicia, á esta razón, las calumnias
falsas, los gritos tumultuantes de unos pocos hombres tantas veces
desleales á su Re}", inobedientes á sus mandatos, y exterminadores
de sus Gobernadores: que con título de militares convierten las
armas contra sus legítimos jefes, quitando y poniendo de su mano los
que quieren, como actualmente lo hacen: que con el vano nombre de
conquistadores (que sólo fué verdadero en sus bisabuelos), han
destruido ca^i todos los numerosos pueblos que en cuarenta leguas
en contorno de la Asunción les encomendaron por premio? Créanse
éstos, créanse los enemigos de Dios, del Rey y de la Compañía,
de quien se valen para que con sus infames plumas manchen los
créditos de los españoles, así seculares como eclesiásticos: créanse
éstos, y no los informes, los testimonios de los jueces, las sentencias
de los tribunales, las Cédulas de nuestros Reyes: créanse los
herejes y mídanse por sus mentiras los hechos, por sus dañadas
intenciones las providencias, por sus impíos dictámenes las católicas
resoluciones. Y condénense por necios ó apasionados, y aun por
traidores á Dios y al Rey todos los católicos españoles, que reprue-
ban las enormes mentirosas calumnias de este jansenístico libelo.
¡Oh y cuan innumerables son los comprendidos en esta condenación
tan gloriosa! De cuántos doctísimos y celosísimos Obispos, de cuán-
tos nobilísimos Gobernadores y militares, de cuántos rectísimos
ministros de las Reales Audiencias, de cuántos sabios y observantí-
simos Regulares se pudiera aquí formar el más irrefragable y auto-
rizado apoyo á toda esta respuesta, con sus jurídicos testimonios,
que se exhibirán siempre que cualquier incrédulo los pida. Pero
bastan los dos últimos, y más modernos, así del Illmo. Sr. D. Fr. Pe-
dro Fajardo, Obispo de Buenos Aires, como del Excmo. D. Bruno
Zavala, Gobernador y Capitán general de dicha provincia: y sobre
todo, sirva la más autorizada corona de esta verdad triunfante, la
que la Real mano de nuestro Católico Monarca v señor Felipe V la
pone con su protección en la citada y prometida Cédula.

30.— Organización social de las doctrinas guaraníes.


-466 -

II

,^^ TEXTO DE LA CÉDULA REAL


128
[Título]

«REAL CÉDULA, PREVINIENDO LO QUE SE HA DE OBSERVAR EN LAS


MISIONES Y PUEBLOS DE INDIOS DE LOS DISTRITOS DELPARAGUAY Y
BUENOS AIRES, QUE ESTÁN Á CARGO DE LOS PADRES DE LA COMPAÑÍA
DE JESÚS.

"EL REY,,

[Plan de Aldunate]

«Habiendo puesto en mi Real noticia el año de mil setecientos


veinte y seis D. Bartolomé de Aldunate, Gobernador del Para-
guay, cuan conveniente sería, que en los pueblos que estaban bajo
la jurisdicción de aquella Provincia y la de Buenos Aires, á cargo
de las Misiones déla Compañía, hubiese tres Corregidores, para
que pusiesen en contribución á los indios (que pasaban del número
de ciento cincuenta mil, sin contribuir con cosa alguna), como lo
hacían los demás indios de las otras provincias del Perú; y que
asimismo se abriese un público comercio, de que se seguirían utili-
dades á los indios, cobrándose del beneficio de sus frutos é indus-
trias sus contribuciones, á fin de que beneficiados, se distribuyese su
valor para mantener el ejército de Chile y Presidio de Buenos
Aires; y que además de esto sobrarían muchos caudales á favor de
mi Real Hacienda, concuiriendo estos Corregidores al socorro del
Presidio de Buenos Aires siempre que fuese necesario, teniendo el
Gobernador del Paraguay el conocimiento en grado de apelación de
los autos y sentencias de los Corregidores, y éstos la obligación de
cobrar la contribución de los indios que no hubiesen contribuido
hasta entonces, al respecto de las otras provincias, percibiéndolas

en géneros y frutos de sus cosechas é industrias, los que se habían


de poner en la ciudad de la Asunción del Paragua}', con un Teso-
rero y un Contador que recibiesen y llevasen la cuenta de estas
contribuciones, teniendo la correspondencia con los Corregidores,
para que desde allí pasasen á la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz,
y allí se redujesen ;i dinero, cuyo importe se remitiese á las Cajas
-467-
de Buenos Aires, para la paga de aquel Presidio }' el ejército de
Chile:

[Pídense informes]

«En esta inteligencia, y de lo que mi Consejo de las Indias me


hizo presente sobre este contexto en Consulta de veinte y uno de
Mayo del mismo año, tuve por conveniente mandar por Cédulas de
ocho de Julio del año siguiente de mil setecientos veinte y siete á
los Gobernadores de Buenos Aires y del Paraguay, que arreglán-
dose á las Leyes de mis dominios de Indias, cobrasen de éstos ú
otros cualesquiera indios los tributos y tasas, como estaba dispuesto,
en caso de no haberlo hecho, y que informasen por qué razón no los
habían cobrado; de todo lo cual mandé también se diese noticia á mi
Virre}' del Perú á fin de que por su parte informase de si era cierta
esta noticia, y siéndolo, estuviese á la mira de lo que ejecutasen
ambos Gobernadores, para que en el caso de omisión de alguno de
ellos, diese las providencias convenientes al cumplimiento de las
referidas mis Reales Ordenes.»

[Imposturas de Barúa]

«En consecuencia de lo cual, expuso D. Martín de Barúa,


Gobernador interino del Paraguay, en carta de veinte y cinco de
Septiembre de mil setecientos treinta: Que por lo que tenía compren-
dido en más de cinco años que había gobernado aquella provincia,
el informe hecho del número que queda dicho de ciento y cincuenta

mil indios, que se suponía había de tasa en las Misiones de ambas


Provincias, era sin conocimiento de causa, por lo cual, y arreglán-
dose á los padrones que había visto de los trece pueblos de su juris-
dicción, hallaba que en las dos no habría más de cuarenta mil indios

de tasa, y si excedían, sería en poco número, respecto de que los re-


feridos trece pueblos tenían por los padrones de diez mil quinientos á
once mil indios que pudiesen tributar. Que en cuanto al estableci-
miento de Corregidores españoles, debía hacer presentes los graves
inconvenientes que se seguirían, por ser aquellos indios sumamente
fáciles,y haber estado siempre entregados á los Padres de la
Compañía, sin otro reconocimiento que á sus Provinciales y Curas;
y de cualquier novedad de este gobierno, se amontarían ó dispon-
-468-
drían se amontasen, por ser los parajes de sus poblaciones dispuestos
para ello,y la distancia de los pueblos españoles tan dilatada, que
no los podrían sujetar; pues los primeros pueblos inmediatos á
Buenos Aires, distaban ciento y cincuenta leguas, y otros, trescien-
tas: y de la jurisdicción de aquel Gobierno del Paraguay, había

cuatro pueblos á distancia de cincuenta leguas de aquella ciudad, y


tres á la de setenta, estando los demás de la otra parte del gr;in
río Paraná, distantes unos de otros siete y ocho leguas. Que se
pudiera disponer (en el caso de tenerse por conveniente) que en los

siete pueblos más inmediatos á aquella ciudad, que eran San Igna-
cio guazú. Nuestra Señora de Fe, Santa Rosa, Santiago, Itapúa, el
Jesús y la Trinidad, se pusiese un Corregidor, por el recurso inme-
diato en cualesquiera ocasiones á la gente española de aquella
Provincia, aunque lo tenía por difícil se pudiese conseguir. Aña-
diendo el cit;ido D. Martín de Barúa, que en este supuesto, no
habría quién apeteciese el Corregimiento, recelándose principal-

mente de las máximas de los Doctrineros, que desde sus primeras


fundaciones habían ideado ponerlas en distancias que inhabilitasen
el comercio con los españoles, á que se agregaban los preceptos

para sus prohibiciones, en que los indios estaban impuestos; aunque


en el pueblo de San Ignacio guazú, que estaba con puerta y cerra-
do el camino inmediato á él, siendo preciso en el trajín de los espa-
ñoles pasar por dicha puerta, les era prohibido entrar en el pueblo,

y sólo lo podía hacer aquel á quien el Doctrinero daba licencia, y no


otro. Que por lo respectivo á la tasa del tributo, debía informar que
éste en la citada Provincia estaba arreglado en ocho varas de lienzo,
que es la paga del trabajo de dos meses á cada indio. Con circuns-
tancia de que, no teniendo estos indios libertad, como la tienen los
del Perú, y e.^tar su trabajo apensionado á la voluntad del Doctri
ñero por medio de los ministros indios, y lo que produce recogerse
por caudal de comunidad por los dichos Doctrineros, sin que los
indios tuviesen otra parte que la de darles lienzo para vestirse, y
administrar lo demás para los efectos de sus disposiciones, que
corrían al cargo del Doctrinero. Por lo cual, y en atención á que en
las urgencias que se habían ofrecido de mi Real servicio ( especial-

mente los indios de la jurisdicción de Buenos Aires), servían en las


fronteras de dicho Puerto, le parecía se debería imponerles la mitad

de las ocho varas de lienzo, ó dos pesos en plata, con el cargo de


que se ejercitasen, siempre que se ofreciese, en mi real servicio,
haciéndoles saber la piadosa equidad con que mi Real benignidad
los atendía; pues aunque los indios de la jurisdicción del Paraguay
-469 —
también habían hecho en tiempos pasados algunos servicios en la
defensa de la Provincia, habían descaecido de muchos años A esta
parte en el todo, por lo que se podría dar la misma providencia Que
por lo que miraba á los motivos que podían haber acaecido para no
haber puesto en contribución á estos indios, no hallaba otra razón,
que la que contenía el testimonio que acompañaba con su represen-
tación, de un Acuerdo de Real Hacienda que se tuvo en Lima por
mi Virrey conde de Salvatierra y diferentes ministros, en cuya con-
secuencia se les impuso un peso de tributo en plata á cada indio de
las dichas Doctrinas, con cargo de que lo enterasen en mis Cajas
Reales de Buenos Aires, habiéndose arreglado el citado Virrey
para esta providencia A las representaciones y causas que entonces
se ofrecieron; siguiéndose de esta imposición y el de no haber con-
tribuido, el reparo de que desde el año de mil seiscientos y ochenta
)' uno de su establecimiento, hasta el de mil setecientos y treinta,

regulando el que en todo este tiempo tendrían el mismo número de


los cuarenta mil indios, á corta diferencia, las referidas Doctrinas,
faltaban en las citadas Cajas de Buenos Aires tres millones y
doscientos mil pesos, sin que los Oficiales de mi Real Hacienda
hubiesen hecho diligencia de su cobranza, por las respetuosas inteli-

gencias que los expresados Religiosos mantenían con su eficacia


hasta en el Tribunal de mi Virrev.

[Comisión del Visitador Agüero]

«Y enterado de todas estas circunstancias, y de lo que sobre


todo me informó asimismo el expresado mi Consejo de las Indias

•en Consulta de veinte y siete de Octubre de mil setecientos y treinta


y dos, y atendiendo á la gravedad de este asunto, tuve por conve-

niente mandar se diese comisión á D. Juan Vázquez de Agüero (que


entonces debía pasar A Buenos Aires) para que hiciese los informes
que se me propusieron en la citada Consulta. A
cuyo fin mandé
asimismo al Consejo, se entregasen á este ministro, las instrucciones
convenientes, previniéndole conferenciase con los Superiores de la
Compañía de Jesús del Paraguay lo que se podría ejecutar sobre
que se hubiesen de imponer á los indios, y su cobranza.
los tributos
Ordenando al mismo tiempo al expresado mi Consejo nombrase
persona que en España conferenciase y practicase lo mismo con los
Procuradores ó individuos de la Compañía que debían pasar á
fin de que haciéndose presente todo lo que
aquellas Provincias, A
- 470 -
resultase de estas diligencias, pudiese tomar la providencia conve-
niente. En cumplimiento délo cual se expidieron los despachóse
instrucción correspondiente, para que el citado D. Juan Vázquez
de Agüero tomase los informes expresados, y en su vista y de lo
que reconociese sobre cada uno de los puntos insinuados, instruyese
al Consejo. El cual asimismo, en consecuencia de mi Real Resolu-
ción á la Consulta que queda citada, acordó que, en viniendo este
informe, juntas aquellas noticias con las que ya se tenían por los an-
tecedentes, conferenciasen D. Manuel Martínez Carvajal (Fiscal que
entonces era del expresado mi consejo por lo respectivo á Nueva
España) y D. Miguel de Villanueva, mi Secretario por lo pertene-
ciente al Perú, con Padre Procurador General, Gaspar Rodero,
el

y diesen al Consejo cuenta de lo que resultase en razón de los puntos


mencionados .»

[Otra comisión del Visitador Agüero, pero secreta]

«Y deseando mi Real ánimo enterarse plenamente en asunto que


la variedad de escritos así anónimos, contra los Padres de la Com-
pañía, como de éstos, respondiendo á sus cargos, lo había hecho tan
ruidoso, que era precisa su averiguación, porque de ella resultase,
ó ser una injusta é intolerable calumnia contra la Religión, digna de
que la verdad la vindicase, ó que se manifestase la indebida toleran-
cia de un notable perjuicio á mi Real Hacienda, sin uso del Real
Patronato, y aun sin la puntual observancia de mis órdenes: Tuve
por conveniente mandar que por la vía reservada se diese al expre-
sado D. Juan Vázquez de Agüero otra Instrucción secreta, com-
prensiva de todos aquellos puntos que podían conducir. Con cuyos
instrumentos pasó este ministro á cumplir su comisión, y en su
virtud formó enBuenos Aires los autos que resultaban de ambas
Instrucciones, remitiendo por Febrero del año de mil setecientos y
treinta y seis testimonios, así á mis Reales manos, como al Consejo,
en los cuales satisface á los citados puntos, expresando:

[informe del Visitador Agüero]

Que, por lo que había conferenciado con D. Martín de Barúa, y


por los padrones y papeles que había visto, como asimismo por los
Informe:-, ác los Obispos de aquella Diócesis y el Paraguay, y depo-
- 471 —
siciones de otros eclesiásticos y seglares, hasta el número de diez,
los más pnicticos en aquellos pueblos, reconocía que en estas iVIisio-
nes de la Compañía había treinta pueblos, y que el más bajo cómputo
que hacían de iridios hábiles al tributo, era el de treinta mil; que en
mis Reales Cajas de aquella Provincia no había hallado padrón
alguno, pues el del año de mil setecientos y quince, que le entregó

Barúa, era sólo de catorce pueblos, en el cual constaba que había en


aquel tiempo siete mil ochocientos y cincuenta y un indios de tri-
buto; que había también visto un traslado del que en el año de mil

seiscientos y setenta y siete formó D. Diego Ibáñez de Faria, Fiscal


de mi Real Audiencia de Guatemala de veinte y dos pueblos, que á
la sazón tenían dichas Misiones, no habiendo podido averiguar desde

qué tiempo había sido el aumento; pues en el año de setecientos diez


y ocho, que visitó todos los pueblos el Obispo D. Fray Pedro Fajardo,
constó eran treinta, con veinte y ocho mil seiscientas y cuatro fami-
lias, y que confirmó setenta 3^ tres mil seiscientas y cincuenta y siete

personas; que en el año de mil setecientos y treinta y tres constaba


por un escrito que dieron los Religiosos al Obispo del Paraguay que

había veinte y siete mil ochocientas y sesenta y cinco familias; que


en el que le había entregado el Procurador de las Misiones de la

numeración del año de mil setecientos y treinta y cuatro, constaba


que las familias eran veinte y cuatro mil doscientas y diez y siete; y

últimamente, que el Padre Jaime de Aguilar, Provincial de aquellas


Provincias, le aseguró en la conferencia que tuvieron, ser treinta los
pueblos, y que en ellos habría veinte y cuatro mil tributarios, como
también por las certificaciones juradas de los párrocos, que después
le entregó el Provincial, se reconocía que los indios tributarios que
actualmente se hallaban, eran diez y nueve mil ciento diez y seis.
Expresa asimismo este Ministro en su Informe que la antigüedad de
los pueblos es grande; pues según consta de los autos que se siguie-
ron ante Don Baltasar García Ros, siendo Gobernador del Paraguay,
sobre si debían mitar los pueblos de las Misiones para el trabajo de
la yerba, se verifica que en Gobernación de dicha Provincia del
la

Paraguay y Río de la Plata tenían ya el año de mil seiscientos y


treinta y uno fundados los Padres de la Compañía más de veinte
Reducciones ó pueblos de indios, con iglesia decente en cada uno, y
que había en todos los pueblos más de setenta mil almas; que en vir
tud de reiteradas Reales Ordenes estaban exentos de la paga de tri-
buto los que no han cumplido diez y ocho años, y asimismo los que
llegaren á cincuenta, todos los Caciques, sus primogénitos, 3' doce
en cada pueblo por asistentes á las iglesias; que en el papel impreso
-472 -
que dio á luz el Padre Gaspar Rodero, daba por cierta?? ciento y cin-
cuenta mil almas en los treinta pueblos, citando para esto los padro-
nes hechos por Gobernador de Buenos Aires, de cuyo paradero no
el

hallaba noticia ni los podía haber modernos, mediante que aunque


por mi Real Cédula de veinte y cuatro de Agosto de mil setecientos
y diez y ocho se mandó hacer numeración de estas Reducciones, y
que se reconociese su gobierno y frutos que tenían, para que los
indios acudiesen con los diezmos á los Diocesanos, obligándose á los
Caciques á la paga de los tributos, y enterarlos en mis Cajas Reales,
no tuvo electo; porque el Gobernador, pretextando diferentes ocu-
paciones, subdelegó la comisión en D. Baltasar García Ros, Teniente
de Rey; y habiéndola aceptado éste, salió haciendo contradicción el
Procurador de las Misiones de aquel Colegio, dando por motivo
tenían los indios Real Cédula para no ser empadronados si no es por
los Gobernadores ó Ministros que yo señalase para ello; y que habién-
dosele concedido término para presentarla, por haberlo pedido así, se
quedó en este estado por el año de mil setecientos y veinte, sin que
después se hubiese vuelto á tratar de este asunto. Por lo respectivo
al tributo que han pagado estos indios, informó asimismo este Minis-

tro que es el de un peso anualmente por cada indio; y que no cons-


taba cuilndo se principió esta providencia; y por diez mil cuatro-
cientos cuarenta, que se expresaba ser conforme al citado padrón
de D. Diego Ibáñez, 'bajado el importe de veinte y dos sínodos para

los Curas de igual número de pueblos, han quedado seiscientos y cin-


cuenta y tres pesos y siete reales que anualmente han entregado, )'
percibe mi Real Hacienda por mano de los Procuradores de Misiones;
expresando el citado Ministro en su Informe, que en las conferencias
que tuvo sobre estos asuntos, le aseguraron que hasta de presente
no se había satisfecho íntegramente el todo del número de indios,
motivado de no haberse tenido noticia individual de cuántos eran, y
estarse gobernando para esta práctica por el padrón que queda citado
de mil seiscientos y setenta y siete; 3' que por esta causa tampoco se
habían percibido los ocho sínodos, desde veinte y dos á los treinta
pueblos que ha muchos años hay en el todo de las expresadas Misio-
nes; siendo cierto que según las diligencias practicadas sobre el obe-
decimiento de la mencionada Real Cédula del año de mil setecientos
y diez y ocho, el no haberse tenido razón individual del número de
tributarios, .había consistido en descuido y omisión del Goberna-
dor; y aunque estaba patente el perjuicio que se seguía á mi Real
Hacienda, era asunto imposible liquidar su importe; porque faltaba
elorigen para su puntual regulación. Y por lo que mira á la tasa que
- 473 -
debían pagar por razón de la contribución aquellos indios, (según
todos los informes que hicieron á este Ministro) erael de dos pesos

en plata cada indio anualmente, puestos en mis Reales Cajas, que es


la mitad de lo que tributan los demás de aquella Provincia, haciendo
esta prudente regulación en atención á lo que han servido á mi Real
Corona en todas las ocasiones que se les ha llamado por los Gober-
nadores de aquellas Provincias para funciones de guerra (como suce-
día cuando el citado Agüero informaba, pues asegura se hallaban en
aquella ocasión ocupados en mi Real servicio tres mil indios) y lo
mismo si los llamaban para fábricas }' otras faenas precisas, con obli-
gación de continuarlo en adelante; por lo que parecía podían contri-
buir aquellos indios la citada cuota de dos pesos, sin que fuese nece-
sario estrecharlos ni fatigarlos á más trabajo que el que hasta
entonces habían tenido, respecto de que con él se lograban abundan-
tes cosechas de frutos de todas especies.

[Su conferencia con el Provincial Padre Aguilar]

«Sobre cuyo contexto informa asimismo había conferenciado con


el Padre Provincial de aquellas Misiones, y no había convenido éste
en la regulación que queda expresada, queriendo persuadir ser los
indios sumamente pobres en particular y en común; sin embargo de
que hacía juicio en el más extenso cómputo de que llegaría el importe
de los tres frutos de yerba, lienzo y tabaco anualmente á cien mil
pesos, después de mantenidos los indios de comidas y vestuario; y
que por este cargo, respecto de que no se le podía hacer otro, por
faltar razón formal en aquellas oficinas, salía caudal suficiente para
la paga de los dos pesos de tributo, que en la cuenta más moderada

no excedía de sesenta mil pesos al año, 3' sobraba más de lo que se


necesitaba para ornamentar las iglesias, proveer á los indios de
armas, y herramientas para sus labores y oficios, y suplir la cera y
vino que falte de lo que de estas especies se coge en algunos pueblos
para las funciones y celebración de los divinos oficios.

[Cálculo de los frutos de Doctrinas]

«En cuanto á los frutos que producen los pueblos de estas Misio-
nes, expresa el mencionado Agüero que de la variedad de informes
que había tomado resulta que por el trabajo de aquellos indios sal-
— 474-
drían de dichos pueblos, para las dos Procuraciones de Buenos Aires
y Santa Fe, de diez y seis á diez y ocho mil arrobas de yerba Caminí,
según el parecer de algunos, y que otros decían ser de doce á catorce
mil arrobas; y últimamente reducían otros á que sólo llegaría este
género al número de diez á doce mil arrobas, en cada un año; que su
precio era desde algunos años ha el de seis pesos; y el regular, de

tres. Y que en cuanto á la yerba que llaman de palo, que consiguen


los cuatro pueblos más inmediatos á la Provincia del Paraguay, había
la variedad de decir unos que llegaba de veinte y cinco á veinte y

seis mil arrobas; otros aseguraban ser mucho menos la porción; y


algunos decían no ser ninguna; que lo mismo sucedía por lo que mira
á los lienzos de algodón: pues el informe de los que se extendían á
más, era de veinte y cinco á veinte y seis mil varas, y otros asegu-
raban ser menos; siendo el precio regular de cuatro á seis reales,
según su calidad; y el de la yerba mencionada de palos, el de cuatro
pesos, aunque en muchas ocasiones sólo valía á dos pesos cada
airoba. Y haciendo también mención este Ministro de los demás fru
tos de azúcar, tabaco y pábilo, y de los respectivos precios, según
la variedad de informes, como asimismo de lo que por certificación

del Tesorero de Santa Fe y declaración de los Padres Procuradores


de Misiones consta, se reconoce que desde el año de mil setecientos
y veinte y nueve hasta el de mil setecientos y treinta y tres, habían

entrado en las dos Provincias del Paraguay y Buenos Aires la can-


tidad de seis mil seiscientos y noventa y siete tercios de yerba, de
siete á ocho arrobas cada uno; y doscientos y noventa y cinco pilo-

nes de azúcar, de dos y media á tres arrobas.

[Informe del Visitador acerca de los indios]

«En el expresado informe, asegura que los indios (según todas


las declaraciones), están muy instruidos en la Doctrina Cristiana; y
que los Padres Doctrineros cuidan de evitarles la ocasión de cual-
quier vicio, empleándolos en ejercicios correspondientes á su sexo
y edad, y que á este fin los han enseñado de todos oficios y labores;
que el no estar aquellos pueblos sujetos al presente á la jurisdicción
del Paragua}^, señaladamente los trece que fueron siempre de ella,
ha consistido, en que en virtud de Reales Ordenes está mandado
quedasen subordinados todo el número de pueblos de estas Misiones
á el Gobierno de Buenos Aires, como todo consta de los informes
que había tomado. Asimismo hace presente el citado Agüero que le
- 475-
habían presentado las treinta certificaciones juradas que arriba que-
dan enunciadas, con un resumen de los indios tributarios y una Infor-
mación de diez Curas Doctrineros, en que por orden de su Provincial,
ante el P. Félix Antonio de Villa-García, Notario Apostólico, depo
nían uniformemente haberse pagado desde que se impuso el peso del
tributo y que éste no le podían satisfacer de sus frutos los indios si
no interviniese la economía y solicitud de los Religiosos que les asis-
ten, ni tampoco si con el mismo cuidado no beneficiaran los frutos que
en común y particular se cogen en dichos pueblos, por la natural
desidia de los indios; los que, siempre que se les ha mandado, se han
empleado en servicio de mi Real Corona en los Gobiernos del Para-
guay y Buenos Aires, sin recibir estipendio; y que por los motivos
expresados, y otros que concurren en estos indios, por su poca sub-
sistencia, consideraban los Padres que si se les aumentara el tributo,
se acabarían los pueblos, ó se sublevarían, desobedeciendo cá los que
actualmente los cuidaban.

[Instan los"Jesuítas para que vaya personalmente á las Doctrinas]

«Y últimamente expresa este Ministro, que por repetidos escritos


le habían insistido los Padres en que pasase personalmente á los pue-

blos de Misiones, pretextando podía haberse padecido equivocación en


los informes; pues exceptuando el Obispo del Paraguay, que había es-
tado en todos los pueblos, apenas habría quién los hubiera visto todos;
y que no teniendo pocos desafectos la Compañía, aquellos indios (sic,
por individuos) se habrían gobernado para deponer por oídas y rela-
ciones poco seguras, según las voces que antes de ahora habían
corrido, muy distintas de lo que al presente pasaba; pues con las pes-
tes y hambres estaban los pueblos é indios en suma miseria, la que
se había aumentado con la guerra y continuados alborotos del Para-
guay; pero que considerando por ociosa la diligencia bien penosa de
pasar á los citados pueblos, había hecho poner con los autos los ins-
trumentos que quedan citados para que de todo se me enterase; y
que respecto de que los Padres tenían los formales instrumentos para
el líquido cargo de frutos (en que consideraba no podía haber fraude)
y constaba el aumento del número de indios, había suspendido el

pasar cá tanta distancia de arriesgados caminos, entre infieles y otros


peligros.
-476

[Conferencia con el P. Rodero]

«Instruido mi Consejo de las Indias de todo lo que el citado don


Juan Vázquez de Agüero hizo presente en el informe que queda
expresado, acordó que para dar entero cumplimiento á la resolución
que tomé sobre la expresada Consulta de veintisiete de Octubre de
mil setecientos y treinta 3^ dos, pasasen los referidos dos Ministros
don Manuel Martínez Carvajal y don Miguel de Villanueva á con-
ferir con el Procurador General Gaspar Rodero; y habiéndolo ejecu-
tado, resultó el Informe que hicieron al Consejo, haciendo presente
que por los Informes antiguos y modernos y por los materiales que
elexpresado P. Rodero presentó en la Junta, se hallaba que la nume-
ración de indios de los treinta pueblos de las Misiones del Paraguay
y Buenos Aires nunca se había hecho con la formalidad que en otros
pueblos de las Indias, por los inconvenientes que continuamente se
han manifestado; y en la inteligencia de que el número de ellos,
según las noticias que sucesivamente se han tenido, ha sido con tal
variedad, que desde el de ciento cincuenta mil indios capaces de
contribuir, que dijo don Bartolomé de Aldunate el año de mil sete-
cientos y veintiséis hasta el de diez y nueve mil ciento diez y seis,
que expresan las relaciones juradas de los Padres Doctrineros, pre-
sentadas últimamente en Buenos Aires á don Juan Vázquez de
Agüero, apenas hay dos contestes de los informantes: y que todos
declaran por deposiciones de testigos y conjeturas; se había recon-
venido al P. Procurador en todas aquellas dificultades que sucesiva-
mente se habían representado para no poderse practicar en aquel
paraje la justísima providencia que por mis Reales Ordenes está
dada y se observa con todos los demás vasallos de aquellos dommios:
haciéndole entender que no sucedería esto, si la Religión de la Com-
pañía de Jesús hubiese facilitado el modo de que se diese cumpli-
miento á mis Reales Resoluciones: á cuyo cargo había respondido
el P.Procurador diciendo que siempre ha estado pronta la Religión
á que se hiciese numeración de los indios y á dar puntual noticia de
ellos cuando se le pidiese, como se manifiesta por lo últimamente
ejecutado con don Juan Vázquez de Agüero, á quien le habían pre-
sentado Relaciones juradas de los treinta Misioneros, como queda
expresado: y que los Superiores de las Misiones le habían presentado
petición formal para que pasase á hacer esta averiguación, ofrecién-
dole conducirlo y ayudarle; en cuyos términos siempre que Yo man-
-477-
dase que anualmente envíen aquellos Gobernadores personas que
pasen á hacer la numeración á punto fijo, estaba pronta la Religión
á acompañarlas con uno ó dos Religiosos, y á costearles las dietas y
salarios, sólo por desvanecer la mala voz que fomentaban sus émulos,
atribuyendo á impulso de la Compañía las diíicultades de semejante
diligencia. Y que si no pareciese conveniente ejecutar ésta, se daría
un precepto formal de obediencia á aquellos Misioneros para que, en
el tiempo y paraje que se determinare, presenten anualmente rela-

ciones juradas: en cuya conformidad se satisfaría en mis Reales


Cajas de Buenos Aires el importe del tributo que resultare á punto
fijo, según el número de cada año, y en la cuota que se les impuso

en el de mil seiscientos y cuarenta y nueve, por mi Virrey Conde


de Salvatierra.
Asimismo informaron al Consejo los expresados Ministros haberse
tenido presente en la conferencia lo que consta por todos los papeles
de este expediente, en razón de haberse impuesto en los años de mil
seiscientos y cuarenta y nueve, y mil seiscientos y sesenta y uno, y
ratiíicádose por posteriores Reales Cédulas, la contribución de un
peso anual á cada uno de los indios tributarios de las citadas Misio-
nes del Paraguay, tratándoseles ya entonces con una diferencia
grande por la fidelidad experimentada, y otros méritos en servicio
de la Real Corona. Y que la regulación que entonces se hizo, había
sido de nueve mil pesos, que han entrado en mis Reales Cajas de
Buenos Aires, como importe del tributo de todos los indios, qu'^
había capaces de contribuir (y no se ha podido averiguar); de los
cuales pagaban los Oficiales de mi Real Hacienda veinte y dos síno-
dos, porque en aqueRiempo no fueron más las poblaciones. Por lo que
habían reconvenido al P. Procurador de la justa razón con que podía
expedir mis Reales Ordenes gravando á aquellos indios con algo
más del peso ya asignado, respecto de los frutos de la tierra, del
producto de labores, y demás artes que profesan; mayormente cuando
!a regular imposición en todos los dominios de América es de cuatro

ó cinco pesos por persona; y que cuando los servicios de los del
Paraguay fuesen tan recomendables, que mereciesen alguna distin
ción, era muy grande y muy reparable la diferencia; sin omitir la
circunstancia de estarse desde el año de seiscientos y cuarenta y
nueve con el número de los nueve mil pesos, que por motivo alguno
había podido corresponder á ninguno de los números de indios que
se supone ha habido.
-

478-

[Respuesta del P. Rodero]

«A cuyo punto había satisfecho el P. Procurador general haciendo


presente en nombre de su Religión una continua coordinada Relación
de los servicios que los indios de estas Misiones han hecho y conti-
nuaban desde los principios de su reducción, habiendo sido la única
tropa con que se han contenido, así las invasiones de las colonias
extranjeras, como de los indios bárbaros no reducidos á mi dominio,
estando prontos siempre, sin más coste del Real Erario que la carta

orden de un Gobernador, á poner en campaña el número que se ha


pedido, sin pré, sin bagajes, sin municiones ni armas, porque todo
lo llevaban á expensas suyas: Y
que ha habido ocasiones en que han
permanecido mucho tiempo acampados seis y ocho mil indios, que
tirada la cuenta al respecto de real y medio, que se da por mi Real
Erario al indio el tiempo que se ocupa en la campaña, montan unas
sumas considerables: cuyo servicio habían hecho á mi real Corona,
y lo continuaban, como se justificaba por los instrumentos presenta-
dos en Buenos Aires á don Juan Vázquez de Agüero, y exhibidos
por copias en la Junta mencionada por el P. Rodero, quien decía que
por estos motivos debían declararse los indios de aquellas Misiones,
no sólo por distinguidos de otros indios en la contribución, sino abso-
lutamente exentos de ella; trayendo para calificación de lo mencio-
nado la Real Cédula citada de doce de Octubre de mil setecientos y
diez y seis, expedida á don Bruno Mauricio de Zavala, la cual había
hecho publicar aquel Gobernador al son de tambor en todos los
pueblos, } que si en contrario de lo que de ella tienen concebido se
intentase alguna novedad, se recelarían aquellos indios, y resultarían
graves perjuicios.
«Igualmente informaron al Consejo los expresados Ministros
haberse conferenciado sobre el punto, tan contrario á lo prevenido
por las Leyes de mis dominios de Indias, de no enseñar á los indios la
lengua española, ni dejarles comunicar con españoles: de que se
infieren unas malísimas consecuencias, muy de acuerdo necesarias,
respecto de que esto era embarazar el comercio con los españoles,
no dar lugar á contraer el cariño natural del trato, y quererlos
siempre mantenerseparados del regular gobierno de aquellos Reinos:
á cuyo cargo respondía la Religión, que es cierto que no permiten se
introduzcan españoles vagamundos en aquellos pueblos, porque han
experimentado que ha sido éste el único medio para que jam;\s se
— 479 —
haya visto allí el homicidio, el robo, la idolatría, ni la incontinencia;

y que si alguna vez ha entrado el español, ha sido para robarles


hasta las mujeres propias pero que en cuanto A la absoluta negación
del trato con españoles, era tan como manifiestan los
(al) contrario,
hechos; pues continuamente había gran número de estos indios
empleados por temporadas, ó ya en la campaña, ó ya en los trabajos
de fortificaciones y otros encargos, que los Gobernadores del Para-
guay y Buenos Aires hacen con gran frecuencia; y de esto resultaba
una precisa comunicación con españoles fuera de sus casas; y que,
como los que van á las funciones se mudaban, eran todos los indios
capaces los que han podido y pueden comunicar y tratar al español,
sin contravenir á precepto de Mibionero, que sólo atiende á mante-
nerlos en la pureza de conciencia. Y últimamente informaban estos
Ministros que sobre el punto de comunidad de caudales, frutos y
efectos de los indios, se había tratado latamente, explicando el

económico repartimiento que se hacía para el alimento de los indios,


su vestuario, y en fin, todo lo necesario para su manutención: la parte
aplicada al culto divino y sus ministros; y la que destinaban para la
paga del tributo y otros gastos del Real servicio.

[Juicio de los Comisionados]

«De todo lo cual se reconocía una singular economía, precisa


para mantener estado y forma regular de vida cristiana A aquellos
el

naturales, que se daba por fijo no bajarán del número de ciento y

doce á ciento y veinte mil personas de todos sexos y edades, inca-


paces por sí de arbitrar para su aplicación y genio el alimento de
otro día: y, como ningunos otros indios de la América, instruidos y
observantes de nuestra santa Fe católica y regular vida cristiana,
como se calificaba también de los instrumentos que envió el Juez de
esta Comisión. Don Juan Vázquez: Y que respecto de que de la

conferencia citada con el P. Procurador general, los papeles presen-


tados por éste, y de los Informes remitidos por el mencionado
Agüero se reconocía una uniformidad de hechos en todo favorables
á la Religión: y que estos indios de las Misiones de la Compañía,
siendo el antemural de aquella Provincia, hacían á mi Real Corona
un servicio como ningunos otros, lo que ya mi Real benignidad les
manifestó en la año de mil setecientos diez y seis
Instrucción que el

se dio al Gobernador de Buenos Aires don Bruno Mauricio de


Zavala, con el motivo de la cesión que en consecuencia del artículo
-480-
sexto de la Paz de Utrech se hizo al Rey de Portugal de la Colonia
del Sacramento, de que es frontera el territorio de estas Misione^; y
de que á todas las demás especies que de allá se habían escrito, satis-
facía el Provincial del Paraguay en un Memorial firmado que pre-
sentó; parecía que este grave negocio estaba reducido á haber de
considerarse qué es lo que se aventuraba en cualquier novedad, que.
aunque fuese muy legal, y fácil de practicar en otras partes, allí

podía quitarle á Dios un infinito número de almas: á mi Real Corona


aquellos vasallos, que le ahorran la tropa que necesitaría y no la

hay en aquellos parajes; y á las plazas del Paraguay y Buenos Aires


una defensa inexpugnable de tantos años á esta parte. Que la nume-
ración de indios se debía hacer, á cuyo fin proponía y facilitaba ya
el modo la Compañía. Que asimismo la cuota del peso por indio

tributario, aunque á todo riesgo se quisiera aumentar algo, nunca


parece conveniente sean igualados con los otros indios, siendo esto

de tan poca utilidad á mi Real Hacienda que, sacando los treinta


sínodos para los pueblos establecidos, y dando las asistencias que por
aquellos parajes estaban asignadas á Misioneros que en la regular
providencia se debían establecer (si en este particular se hubiese de
dar regla conforme á los demás parajes), se había de consumir todo
elimporte del tributo, y quizás se daría motivo para que tuviesen
que pedir al Real Erario: pues tirada por menor la cuenta, pasaban
de diez y ocho mil pesos al año: y se estaba discurriendo sin número
fijo de los indios, desde el origen de esta dependencia, en la que sólo

se hallaban justificados formalmente el de los nueve mil del año de


seiscientos y cuarenta y nueve, en que se hizo el repartimiento, y el

de diez y nueve mil del año de setecientos treinta y cuatro, de que se


presentaron relaciones juradas al mencionado don Juan de Vázquez.

[Examen, Consulta y Real Resolución]

«Y habiéndosevisto y examinado en el expresado mi Consejo de


las Indias losAutos é Informes que quedan citados, como también
los Memoriales que por parte de la Religión de la Compañía de
Jesús se han presentado en razón de cada uno de los incidentes
y dudas que se han ofrecido, con lo que han expuesto los Fiscales
del citado mi Consejo sobre el todo de esta dependencia en el dila-
tado tiempo que se ha tratado de ella; y finalmente, con reflexión
á todas las Reales Cédulas expedidas de más de un siglo á esta
parte, respectivas al estado y progresos de estas Misiones; cuyo
-481 -
contexto y circunstancias me ha hecho presentes en Consulta de
veinte y dos de Mayo próximo
pasado, reduciendo todas las espe
cies que dimanaban de dos citadas Instrucciones, á doce Puntos,
las
para más clara comprensión: en su inteligencia he tenido por conve-
niente á mi Real servicio tomar la resolución que se expresará en
cada uno de los Puntos en el orden que el Consejo me los ha pro-
puesto.

[I. Estadística de Doctrinas. Tributo. Atrasos del tributo]

«Es EL PRIMERO, sobre el número de pueblos que tienen los

«Padres de Compañía en la Provincia del Paraguay — con cuántos


la

»¡ndios cada uno. ó en todos— y los que sean hábiles al tributo: —


3>cuánto es lo que pagan, —y si se debe aumentar la cuota para en
«adelante:— como asimismo si se ha de cobrar lo atrasado.»
«En esta inteligencia, y constando por los Autos é informes refe-
ridos que los pueblos son treinta (los diez y siete de ellos en la juris-

dicción de Buenos Aires y los trece restantes en la del Paraguay);


que el número de indios de todos ellos será de ciento y veinte
á ciento y treinta mil; y que según las certificaciones de los Curas,
eran el año de setecientos y treinta y cuatro hábiles al tributo diez
y nueve mil ciento y diez y seis: Que el año de mil seiscientos
y cuarenta y nueve, habiéndose declarado y recibido por vasallos
de mi Real Corona á estos indios, y por presidiarios y opósitos de
los Portugueses del Brasil, se mandó fuesen reservados de mita

y servicio personal, y que pagasen á mi Real Corona en reconoci-


miento del Señorío un peso de ocho reales de plata, en esta especie,
y no en frutos: lo que se aprobó y ratificó por Cédula del año de mil
seiscientos sesenta 3' mandando que
uno, el sínodo de los Padres
Doctrineros se cobrase de este tributo: Que el año de mil setecien-
tos once por representación que hizo el Cabildo eclesiástico del
Paraguay, se ordenó que no se innovase cosa alguna en cuanto al
tributo;y que últimamente en la Instrucción que se dio en la Cédula
del año de mil setecientos y diez y seis á D. Bruno Mauricio de
Zavala, Gobernador de Buenos Aires, recomendándosele los indios
de estas Misiones, y refiriendo sus méritos, fui servido mandar que
les asegurase de que jamás vendría mi Real ánimo en gravarlos en

nada más que aquello que contribuían para la manutención de las


mismas Misiones y Reducciones:
«He resuelto que no se aumente el tributo establecido de un peso
31 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes
-482-
por indio: que en esta confoniiidad se cobre hasta nuevo padrón
por las certificaciones de los Curas Doctrineros, que dieron por
orden del Padre Aguilar á D. Juan Vásques de Agüero: y si de
esta providencia resulta más ó menos cantidad de la que hubiese
correspondido al número fijo de indios que hubo en años antece-
dentes, es mi Real ánimo perdonárseles [como la perdono): y en su
consecuencia inundo se les diga á estos vasallos que sus servicios
y fidelidad han inclinado mi Real benignidad á concederles este
alivio. Asimismo he resuelto se dé orden (como se ejecuta por des-
pacho de este día) para que se liaga luego nuevo padrón por el
Gobernador de Buenos Aires, poniéndose de acuerdo con los
Padres Doctrineros, y que se repita por ellos cada seis años, reco-
nociendo para esto los libros de bautismos y entierros, enviando
indefectiblemente los Gobernadores copias de los padrones al Con-
sejo; de cuya circunstancia he mandado se les prevenga en las ins-
trucciones que se expiden con sus titulas.

[II. Frutos, en particular el de la yerba]

«El segundo punto se reduce á expresar qué frutos producen


»aquellos pueblos: — en qué parajes se comercian: — y respectiva-
»mente sus precios — cuánta porción de yerba se coge anualmente,
»y adonde la conducen: como también á qué uso se destina: y el —
»precio á que se vende.»
«Y resultando por la información recibida por el mencionado Don
Juan Vázquez y sus Informes, que el total producto de la yerba,
tabaco y demás frutos montará anualmente cien mil pesos: Que los
Procuradores de los Padres corren con esta recaudación y venta de
los géneros á plata por la incapacidad que queda expresada de estos
indios: Que por Cédula año de mil seiscientos y cuarenta y cinco
del
se les concedió facultad para que libremente pudiesen beneficiar
y trajinar la yerba con calidad de que no la comerciasen para sus
Doctrineros: Que por otra Real Cédula del año de mil seiscientos
y setenta y nueve se advirtió al Provincial del Paraguay el exceso
de que los Padres comerciaban en esta yerba: Que por otra del
mismo año, para ocurrir á la queja de la ciudad de la Asunción, que
hizo presente el perjuicio que le causaban los Padres, bajando cre-
cidas porciones de yerba de sus pueblos, por cuya circunstancia
dejaba de tener la de la ciudad la venta correspondiente, se mandó
que sólo bajasen doce mil arrobas todos los años para pagar el tri-
-483-
buto, que era el motivo que los Padres habían dado para este comer-
cio, con calidad de que se reconociesen y registrasen en las ciuda-
des de Santa Fe y Corrientes; y que no llevando testimonio de ese
registro, se descaminase, como se hacía con la yerba de particula-
res: Y constar asimismo que estos indios están exentos de la paga

de todos derechos por la venta de layerba y demás géneros que


benefician en sus pueblos, por lo mandado en Cédula de cuatro de
Julio de mil seiscientos y ochenta y cuatro, renovada en la instruc-

ción que el año de mil setecientos y diez y seis se expidió á D. Bruno


de Zavala: y resultar también de los antecedentes de este expe-
diente que posteriormente se relevó á los Padres del registro, man-
dándoseles que por cartas diesen cuenta de las porciones que baja-
sen al Gobernador de la Asunción: cuya providencia se observa,
según consta de certificación de los Oficiales de mi Real Hacienda
de Buenos Aires, en consecuencia de la citada Cédula de cuatro de
Julio de mil seiscientos y ochenta y cuatro: Y últimamente teniendo
presente que el total beneficio y venta de la yerba y demás frutos
sea de los cien mil pesos que expresan los mismos Padres: y que
según afirman, no sobra nada para mantener treinta pueblos de
á mil vecinos que al respecto de cinco personas cada vecino, montan
ciento y treinta mil, y tocan al año de los cien mil pesos á siete rea-

les á cada persona para instrumentos de labor, y mantener las igle-


sias con la decencia que lo practican: cuya demostración califica que
estos indios no tenían fondos para pagar ni aun el corto tributo de
un peso que pagan:
«He tenido por conveniente en consideración á todo lo que
queda expresado, que se continúe en el modo de comercio por mano
de los Padres como hasta ahora sin novedad alguna: Y que los
Oficiales de mi Real Hacienda de Buenos Aires y Santa Fe se
informen anualmente qué cantidad y calidad de frutos se venden
en sus respectivas ciudades de los pueblos del Paraguay, como se
les previene por despacJio de este día para su puntual observancia.

[III. Idioma]

«En el tercero punto se trata de la circunstancia de si aquellos


«indios están instruidos en el idioma castellano, ó son mantenidos
»en el propio suyo.»
teniendo presente que por lo que mira á este punto, resulta
«Y
de los Informes que sólo hablan estos indios su idioma natural, pero
- 484 -
que ésto no es por prohibición de los Padres Jesuítas, sino del amor
que tienen á su nativo lenguaje, pues en cada uno de los pueblos hay
establecida escuela de leer y escribir en lengua española: y que por
este motivo se encuentra un número grande de indios muy hábiles
en escribir y leer español y aun latín, sin entender lo que leen ó escri-
ben: y que aseguran los Padres de la Compañía que sólo les ha fal-
tado el usar de los medios de rigor, los que ni la ley previene, ni les
ha parecido conveniente: En cuyo supuesto
v-He tenido por bien hacer encargo especial á los Padres de la
Compañía por Cédula de este día para que indefectiblemente man-
tengan escuelas en los pueblos y procuren que los indios hablen
la lengua castellana, arreglándose d la Ley 18, tit. I, Lib. 6 de la
Recopilación de Indias, así por lo que conviene á mi Real servicio,
como por evitar y desvanecer las calumnias que sobre este par-
ticular se han suscitado contra la Religión de la Compañía.

[IV. Derecho de propiedad]

«El cuarto punto se reduce á si los indios en sus bienes tienen


»particular dominio, ó si éste, ó la administración de ellos corre
»á cargo de los Padres.»
«Sobre cuyo asunto consta por los Informes , conferencias
y demás documentos de este expediente, que por la incapacidad
y desidia de estos indios para la administración y manejo de las
haciendas, se señala á cada uno una porción de tierra para labrar, á
finde que de su cosecha pueda mantener su familia, y que el resto de
sementera de Comunidad, de granos, raíces, comestibles y algodón,
se administra y maneja por los indios dirigidos por los Curas en
cada pueblo: como también la yerba y ganado: y que del todo de
este importe se hacen tres partes, la una para pagar el tributo á mi
Real Erario, de que sale el sínodo de los Curas: la otra para el
adorno y manutención de las iglesias; y la tercera para el sustento
y vestido de las viudas, huérfanos, enfermos é impedidos; y final-
mente, para socorrer á todo necesitado; pues de la porción de tierra
aplicada á cada uno para su sementera, apenas hay quien tenga
bastante para el año: Que de esta administración llevan una pun-
tual cuenta y razón en cada pueblo los indios Mayordomos, Conta-
dores, Fiscales y Almaceneros, por la cual vienen en conocimiento
por sus libros de las entradas y salidas de los productos de cada pue-
blo, con tanta formalidad, que aun para cumplir con el precepto que
-485-
bajo de graves penas hay del General, para que no se puedan valer
los Curas de cosa alguna perteneciente á los indios de una Doctrina
para otra, ni por vía de limosna, préstamo ú otro cualquier motivo,
dan la cuenta al Provincial: Y así asegura el Reverendo Obispo que
fué de Buenos Aires Fr. Pedro Fajardo, que visitó dichas Doctri-
nas, no haber visto en su vida cosa más bien ordenada que aquellos
pueblos, ni desinterés semejante al de los Padres Jesuítas, pues para
su sustento ni para vestirse, de cosa alguna de los indios se aprove-
chan: Y conviniendo con este Informe otras noticias no de menor
fidelidad, y especialmente las dadas últimamente por el Reverendo
Obispo de Buenos Aires, Fray Josef Peralta, del Orden de Santo
Domingo, en carta de ocho de Enero de este presente año de mil
setecientos y cuarenta y tres, dando cuenta de la Visita que acababa
de hacer en los pueblos de estas Doctrinas, así de su jurisdicción,
como en muchas del Obispado del Paraguay, con permiso del
Cabildo Sede vacante, ponderando la educación y crianza de los

y en cuanto conduce á mi Real


indios, tan instruidos en la Religión,
servicio y su buen gobierno temporal, que dice le causó pena el apar-
tarse de dichos pueblos: Por cuyos motivos:
<iiEs mi Real ánimo no se haga novedad alguna en el expresado

mariejo de bienes: sino antes bien que se continúe lo practicado


hasta ahora desde la primera reducción de estos indios, con cn.yo
consentimiento y co)i tanto beneficio de ellos se han manejado los
bienes de comunidad, sirviendo sólo los Curas Doctrineros de direc-
tores,mediante cuya dirección se embaraza la distribución y mal-
versación que se experimenta en casi todos los pueblos de iiuiios de
uno y otro Reino.
Y aunque por Cédula del año de seiscientos y sesenta y uno se
mandó que los Padres no ejerciesen el cargo de Protectores de los
indios; como quiera queesta providencia resultó de haberles sindicado
á los Padres haberse introducido en la jurisdicción eclesiástica y
secular, y que impedían, con el título de Protectores, la cobranza
de tributos, lo que resulta ser incierto, }• justificádose lo contrario
por tantos medios, y que sólo la protección y amparo es para diri-
girlos y gobernarlos en cuanto conviene á sus conveniencias espiri-
tuales y temporales:
<íHe tenido por conveniente declararlo así, y mandar, (como lo
hago) no se altere en cosa alguna el método con que se gobiernan
estos pueblos en este particular.
-486-

[V. Justicias y su nombramiento]

«En el quinto punto se expresa, si los citados indios de estas^


«Misiones tienen otras Justicias más que sus Alcaldes indios, y quié-
»nes los nombran.»
«Y respecto de que la providencia de poner en estos pueblos Co-
rregidores españoles traería graves inconvenientes,como D. Martín
Barúa informó á mi Consejo de las Indias, contra el dictamen de
D. Bartolomé de Aldunate; que por la justificación que hizo Agüero
resulta que en cada pueblo hay un Corregidor indio, nombrado por
losGobernadores respectivos, sobre consulta de los Padres: Que
también hay Alcaldes ordinarios, y demás oficios de Ayuntamiento,
que éste elige anualmente con consulta del Cura: y que lo más
común es ser nombrados sobre consulta hecha por los Padres á los
Gobernadores: cuya práctica expresó el mencionado Agüero era
útil, porque ellos conocían los que eran más á propósito: En esta
consideración:
<íHe tenido asiuiisino por conveniente no hacer novedad sobre
este punto, y mandar (cotno lo hago por esta Cédula) se observe la-

práctica que hasta ahora ha habido.

[VI. Artes y oficios, armas, minas]

«El sexto punto comprende lo que se ha informado en cuantO'


»á qué oficios nobles ó mecánicos hayan enseñado á los indios de estas
«Misiones — qué género de artefactos hay en ellas —como también
»si fabrican armas, pólvora ú otras municiones —y si tienen algunas
»minas — de qué calidad de metales— y asimismo su beneficio y
«goce.»
«En el sexto punto se ha tenido presente lo que consta de los

autos que formó D. Juan Vázquez, resultando de ellos que en cada


uno de los pueblos hay diferentes artes y oficios, haciéndose toda
especie de armas de fuego y blancas, como también municiones y
pólvora; pero que, en cuanto á minas, no se tiene noticia, ni se había
oído decir hubiese en aquellos parajes metal alguno. También se ha
tenido presente lo que en Cédula de catorce de Octubre de mil seis-
cientos y cuarenta y uno se mandó al Virrey Conde de Chinchón
para que informase sobre la pretensión del P. Montoya, Procurador
— 487 —
del Paragua}', para que todos los indios antiguos cristianos que
estuviesen en frontera de los Portugueses del Brasil, se ejercitasen
en el manejo de las armas de fuego, por la falta que había de espa-
ñoles para defenderse de los Portugueses, que los robaban y mata-
ban; pues aunque el armará los indios podría traer inconvenientes
con el recelo de algún levantamiento, se ocurría á e.-^to guardando
en poder de los Padres las armas y municiones, sin entregar á los
indios más que las que fueran menester, y recogiéndolas luego que
no se necesitasen, sin que hubiese en cada Reducción más pólvora
ni municiones, que las que los Padres juzgasen bastantes para la
invasión que se temiese, teniendo el fondo de repuesto en la ciudad
de la Asunción. Que pudiesen comprar los Padres estas armas
y
municiones de las limosnas ú otros efectos que no fuesen gravosos
á los indios: y que para instruirlos pudiesen llevar de las Provincias
de Chile algunos Coadjutores que hubiesen sido soldados. Y habién-
dose repetido igual orden en veinte y cinco de Noviembre de mil
seiscientos 3^ cuarenta y dos al Virrey Marqués de Mancera, sin
constar lo que éstos informaron en el asunto, se halla que en Cédula
de veinte de Septiembre de mil seiscientos 3^ cuarenta y nueve se
mandó Gobernador del Río de la Plata no hiciese novedad en
al

punto al manejo de las armas, en que estaban adiestrados esos indios,


por los motivos que ocurrían para su precisa defensa. Y aunque por
otra Cédula Real de diez de Junio de mil seiscientos cincuenta 3'
cuatro se ordenó al Gobernador del Paraguay que tomase las noti-
cias convenientes en cuanto á las armas de fuego que usaban aque-
llos indios y en que estaban instruidos por los Religiosos de la

Compañía, para lo que conviniese mandar, á fin de evitar los daños


que de esto se podían seguir, previniéndosele en la misma Cédula
que todas las armas que hubiese en aquel Gobierno, y los Capitanes
y Oficiales, pendiesen únicamente de sus órdenes, sin que pudiesen
sin éstas moverse á facción alguna los indios, cuya resolución fué
reiterada por Cédula de diez y seis de Octubie de mil seiscientos
sesenta y uno, noticiándose también de esto al Provincial de la Com-
pañía para su inteligencia 3' observancia: sin embargo en otro Real
Despacho, expedido en treinta de Abril de mil seiscientos sesenta 3'
ocho al Piesidente de Charcas con motivo de lo que expusieron los
Padres de la Compañía para haber introducido en sus Reducciones
las armas, y que se recelaban que, no teniendo éstas los indios, se
experimentasen los mismos daños que en distintas ocasiones que
llegaron los Portugueses y otras naciones á cautivar en diferentes
ciudades el número de trescientas mil personas, pidiendo por esta
-488-
razón la providencia de qae se pusiese presidio de españoles para la
defensa de aquella Provincia; se le mandó que, juntándose con dos

Oidores y dos Religiosos de la Compañía los más antiguos, se confi-


riese lo más conveniente al servicio de Dios y mío, y el bien común
de aquellos vasallos, dando cuenta de lo que resultase; y que en el
ínterin no se hiciese novedad alguna en cuanto á quitar las armas
que los Religiosos tenían en sus Doctrinas, no obstante lo que estaba
mandado por la citada Cédula de diez y seis de Octubre de mil
seiscientos sesenta y uno, dejando correr esto como antes de su
expedición. Después en el año de mil seiscientos y setenta y dos, en

Cédula que se expidió en quince de Noviembre, se mandó al Gober-


nador del Paraguay no hiciese novedad alguna en lo que sobre este
particular se había ordenado en la expresada Cédula de mil seis-
cientos y sesenta y uno: y que en caso de no haberse dado cumpli-
miento, hiciese ejecutar lo que se contenía en la que queda citada
de mil seiscientos y setenta y dos. Igualmente en otra Cédula de
veinte y cinco de Junio de mil seiscientos y setenta y nueve, diri-
gida al Virrey del Perú, motivada de la representación que el

Gobernador del Paraguay hizo por las hostilidades que cometían los
enemigos en aquella Provincia, insultando los Portugueses del Brasil
los pueblos que no estaban armados, se mandó que los indios del
Paraná y Uruguay tuviesen y usasen armas de fuego, aprobando
las anterioras Cédulas que trataban de esto, y especialmente la de
veinte y cinco de Noviembre de mil seiscientos 3^ cuarenta y dos: y
que asimismo se restituyesen á los indios y á los Religiosos las armas
que se les habían tomado en fuerza de la citada Cédula del año de
mil y seiscientos y sesenta y uno, para que las tuviesen y se ejerci-
tasen como antes estaba acordado. Todo lo cual se corroboró en la
Instrucción expedida año de mil setecientos y diez y seis á don
el

Bruno Mauricio de Zavala, previniéndole que estos indios convenía


se mantuviesen armados por la utilidad que de esta provincia ha
resultado á mi servicio y defensa de aquellos dominios. Por cuyos
méritos
<f.Heresuelto que en todas las especies que comprende este punto,
no se haga tampoco novedad alguna en lo que actualmente se está
practicando; sino que se continúe como Jiasta aquí así en el manejo
,

de armas como en la fábrica de ellas y de las municiones que se


menciona. Y d/in de precaver cualesquiera inconvenientes, que de
esto puedan resultar, se previene por Cédula de este día á los Padres
de la Compañía que el Provincial en su visita comunique con los
Doctrineros si convoulrd tomar alguna Providencia, por si la des-
-489-
gracia hiciese que Jiaya algiln levantamiento de indios, informando
á mi Consejo de las Indias <7 medio que discurrieren oportuno.

[Vil. Diezmos]

«Es EL SÉPTIMO PUNTO sobre si se ha establecido diezmar entre


aquellos naturales; 5' si con alguna parte de este derecho se acude al
Reverendo Obispo 3^ Catedral, ó en qué forma se distribuye.»
«Y habiéndose tenido presente todos los documentos que condu-
cen á este asunto, con lo que informó en lo antiguo el Obispo de Bue-

nos Aires, expresando que los indios del cargo de los Padres de la
Compañía eran inútiles á su iglesia, por no haberla reconocido con
la paga de diezmos 3' primicias; por lo que se mandó en Cédula de

quince de Octubre de mil seiscientos 3^ noventa y cuatro que estos


indios acudiesen con los diezmos á sus Diocesanos; cu3^a orden se
repitió después Gobernadores del Paraguay y Buenos Aires,
cá los

con prevención á Obispos remitiesen á mi Consejo de


los respectivos

Indias certificación de lo que por este motivo se les pagase cada año;
y asimismo lo que consta por una certificación del Cabildo eclesiás-
tico del Paraguay, en que se expresa que en aquel Obispado por
costumbre inmemorial, no pagan diezmos los pueblos de indios que
están á cargo de Clérigos y Religiosos de San Francisco, en lo que
contestan también los demás Informes que últimamente se han hecho;
en esta atención, y reflexionándose los inconvenientes que pueden
ocurrir de tomarse nueva providencia en este punto:
<íHe resuelto que por ahora no se haga novedad alguna sobre este
particular, previniendo por Cedida aparte al Provincial que, siendo
tan justo derecho de diezmos, trate con sus Doctrineros el modo
el

y forma con que esos indios podrán contribuir con alguna porción
por razón de diezmos.

[VIII. Celo de los Jesuítas en las conversiones]

«El octavo puxto sólo se reduce á mencionarse en qué entienden


y á qué se aplican tantos Padres como han ido y van en misión al Para-
gua3^ respecto de que no pasan de treinta los pueblos— y si continúan
en nuevas conquistas, ó se mantienen en los pueblos ya reducidos.»
Sobre cuyo particular resulta del Informe del citado Agüero que
los Religiosos que van en misiones, pasan los novicios al colegio de
-4Q0-
Córdoba; y de los profesos, unos á los colegios, y otros á las Misio-
nes para acompañar á los Curas, é instruirse en el idioma, para ser
después Curas; 3^ que no había noticia de que se dedicasen á nuevas
conversiones; bien que algunas veces reducían y bajaban de los mon-
tes algunas familias que se les habían alzado de los pueblos ya for-
mados; y habiéndoseles reconvenido á los Padres sobre este punto
en las conferencias que con ellos han precedido, responden que los
Misioneros supernumerarios que hay en íiquellos parajes se emplean
en salir frecuentemente á hacer sus espirituales correrías por los
montes, en busca de aquellos infieles; y que á los que van trayendo,
los agregan á los pueblos ya fundados; resultando también de varios
papeles y expedientes que sin dejar de atender á lo referido, conti-
núan por otras partes en las Reducciones, como se califica de las
nuevas poblaciones de los indios que llaman Chiquitos, de los Chiri-

guanos, de los del Chaco y Pampas; con que no sólo no ha calmado


el espíritu de la conquista espiritual en los Padres, sino que cada día

va en aumento su fervoroso celo; y no habiendo motivo para tomar


en esto providencia por ahora:
«Es mi real ánimo no se haga tampoco novedad alguna en este
particular y á fin de tener puntual noticia de los progresos de
,

aquellas misiones he resuelto encargar d los padres por cédula de


este día que en todas las ocasiones posibles den cuenta á mi consejo
de las Indias, de lo que en las expresadas misiones se adelanta.

[IX. Visitas del Obispo]

«En el noveno punto se expresa si el Reverendo Obispo del


Paraguay ha hecho Visita en aquellos pueblos para administrarles
el Santo Sacramento de la Confirmación, ó qué tiempo ha que

esto no se ejecuta:
«Y constando por el Informe y Autos del expresado D. Juan Váz-

quez, que el Obispo del Paraguay había visitado dos veces todos los
pueblos, y que el Reverendo Obispo Fajardo, que lo había sido de
Buenos Aires, ejecutó lo mismo, administrando ambos Prelados la
Confirmación, y siendo asimismo cierto que todos los Obispos que
lo han querido hacer, han visitado estos pueblos, de que han dado
y están actualmente dando repetidas noticias á mi Consejo, haciendo
expresión del buen estado espiritual de ellos, como lo acaba de hacer
el Obispo de Buenos Aires en la citada carta de este año, sin ha-

berse oído tampoco queja de que ninguno se había opuesto á que se


ejecuten estas Visitas:
- 491 -
«Enterado de esto, no tiene tni Real dninw motivo para tomar
providencia alguna en este asunto.

[X. Culto divino.— Ornato de las iglesias]

«En el décimo punto, sobre el estado de las iglesias que est;'in

á cargo de los Padres, su asistencia y culto divino».


«He tenido presente lo que el citado Agüero informa, expresando
lo mucho que se han esmerado en la fábrica, asistencia y adorno de
las iglesias, teniéndolas muy adornadas
el servicio de plata y
con
ornamentos, y que el culto divino no puede ser más puntual,
lucido y devoto; con lo cual conforman todas las noticias aun de los
mismos émulos de la Compañía, y las del actual Obispo en la citada
carta de ocho de Enero de este año: Por lo cual:

«.He resuelto dar d los padres (como se ejecuta en el despacho de


hoy), gracias por su distinguido celo y aplicación en este asunto.

[XI. Patronato real]

«En el undécimo punto, relativo á la antigüedad que tiene cada


»uno de los pueblos— y que en pasando de diez años, debe pasar á
^Doctrina secular, y dejar de ser Misión»:
«He tenido presente lo que consta en las informaciones hechas
en Buenos Aires, y resulta de los demás antecedentes de este expe-
diente, reconociéndose por ellos la mucha antigüedad de estos pue-
blos, año de mil seiscientos y cincuenta y cuatro, ya se redu-
pues el

jeron á Doctrinas, habiéndose llamado hasta entonces Reducciones,


lo que califican las Cédulas Reales, en que en los años de mil seis-

cientos cincuenta y mil seiscientos y cincuenta y uno con motivo


de las diferencias del Reverendo Obispo Cárdenas con la Compañía
de Jesús, se previno á mi Real Audiencia de las Charcas, procurase
la paz del Paraguay, y la observancia del Real Patronato en

estas Doctrinas, mandando se restituyesen á los Padres sus

casas, bienes y Doctrinas, de que les había despojado el Obispo; y


que en caso de conservar á los Padres en las Reducciones, había de
ser bajo el supuesto de observar las reglas del Patronato. Asimismo
se declaró en Cédula de quince de Junio de mil seiscientos y cin-
cuenta y cuatro que habían de ser Doctrinas, y no Reducciones las
de la Compañía de Jesús del Paraguay, y que en todas habían de
- 492 -
presentar para Curas tres sujetos al Vice-patrono, como se practi-
caba en todas partes, con advertencia de que si la Religión no se
allanase al cumplimiento de este orden, dispusiesen los Gobernado-
res y Obispos, cada uno en su Provincia, poner clérigos seculares, y
íl falta de éstos. Religiosos de otras órdenes, }' que en caso de alla-
narse la Compañía á guardar en todo y por todo el Real Patronato,
había de quedar poseyendo y administrando las Doctrinas; de que se
previno también á mi Real Audiencia de la Plata, añadiendo que en
los casos en que el Prelado regular de la Compañía del Paraguay,
tuviese por conveniente remover á los Religiosos Curas, lo pudiese
hacer, sin ser obligado á manifestar cumpliendo con
las causas,

volver á proponer otros tres sujetos en forma que estaba orde


la

nado. Y habiendo dado cuenta el Gobernador del Paraguay, que en


cumplimiento de las Cédulas citadas se había allanado el Provin-
cial de la Compañía, á la puntual observancia de lo dispuesto en
ellas,y que en su consecuencia le había adjudicado las Doctrinas,
como asimismo que este Prelado le había hecho proposición de tres
Religiosos para cada una, y él presentado los que le habían parecido
más á propósito, á los cuales había hecho el Prelado eclesiástico la
colación de las Doctrinas, para que como tales y pasadas por el Real
Patronato, las tuviesen en adelante, se la despachó Cédula en diez
de Noviembre de mil seiscientos cincuenta y nueve, aprobándole
todo lo ejecutado. En inteligencia de lo cual, y reconocerse de los
documentos de este expediente estarse así practicando, y que las
leyes de mi Real Patronato, están establecidas en aquellos pueblos,
y bien administradas las Doctrinas:
<íHe resuelto, que sin hacer novedad en este punto, continúen
éstas al cargo y cuidado de los Padres de la Compañía.

[XII. Causa de estar sujetos todos los pueblos á Buenos Aires]

«En lo que mira al duodécimo punto, sobre el motivo que


pueda haber para no estar sujetos al Gobierno los del Paraguay
pueblos que contiene su jurisdicción,»
«He tenido presente haber mandado por mi Real Decreto de
catorce de Octubre de mil setecientos y veinte y seis, que, ínterin
no ordenase otra cosa, estuviesen las treinta Reducciones de indios
de los Padres de la Compañía del Paraguay, bajo del mando de los
Gobernadores de Buenos Aires, cuya resolución motivó el recurso
que hizo el Procurador de aquellas Misiones por los ruidosos lances
-493 —
que hubo cuando gobernó la citada Provincia del Paraguay D. José-
de Antequera, y que, expedidas las órdenes correspondientes para
el cumplimiento de esta deliberación, representó D. Bruno Mauricio

de Zavala que, reconocidos los graves inconvenientes, que se


seguirían de la práctica de ellas, á lo menos en los cuatro pueblos
más inmediatos á la Asunción, había dispuesto, de acuerdo con el

Gobernador Paraguay, que se mantuviesen los expresados cuatro


del
pueblos bajo de esta jurisdicción, ínterin que instruida mi Real
inteligencia, no mandase otra cosa: enterado de lo cual aprobé al
mencionado D. Bruno Mauricio de Zavala, sobre Consulta de m
Consejo de las Indias, lo que propuso sobre este asunto. Y sin
embargo que las órdenes que resultaron de esta resolución, se expi-
dieron en cinco de Septiembre de mil setecientos y treinta y tres, se
halla que los trece pueblos del Paraguay estaban todavía el año de
mil setecientos y treinta y seis (en que informó Agüero) bajo la
jurisdicción del Gobernador de Buenos Aires, con lo cual contesta
también Memorial dado por el Provincial de aquellas Misiones,
el

expresándose en él que á este Gobernador, y no al del Paraguay, se


acude por la confirmación de Justicias y demás dependencias de los
trece pueblos, y que no se había puesto en práctica la orden respecti-
va á los citados cuatro pueblos, acaso porque cuando llegó allá, estaba
sublevada Provincia del Paraguay, y se consideraría inconveniente
la

reagregárselos, por no ocasionar nuevo vigor á aquellas turbacio-


nes. Respecto de lo cual, y no resultar de los documentos de este
expediente, necesario providencia alguna sobre este punto:
sea
«Es fui Real ánimo no se Jiaga tampoco novedad en este par-
ticular.

[Jesuítas extranjeros en Doctrinas]

«Y ÚLTIMAMENTE, enterado de que una de las cosas esparcidas


contra los Padres de la Compañía de Jesús, es que llevan á aquellas
Provincias extranjeros en sus Misiones, y teniendo presente que eso
lo han hecho en virtud de Reales órdenes, y que el año de mil sete-
cientos y treinta y cuatro, concedí con mi Decreto de diez y siete de
Septiembre al General de esta Religión, que en cada una de las
Misiones de su Orden que pasaran á mis dominios de Indias, pudiese
ir la cuarta parte de Religiosos alemanes; y así mismo, que en todas

ocasiones han sido fidelísimos, como se acredita en la del año treinta

y siete, que estando sobre la Colonia del Sacramento con cuatro mil
-494-
indios Guaranís, el P. Tomás Werle, de nación bávaro, le mataron
de un fusilazo los enemigos: En esta inteligencia:
<íSólo he tenido por conveniente, encargar á los Padres (como se
hace por Cédula de esta fecha), pongan sobre este asunto gran cui-
dado^ especialmente en sujetos que sean naturales de potencias que
tengan gran fuerza de mar.

[Testimonio laudatorio]

«Y finalmente, reconociéndose de lo que queda referido en los


puntos expresados, y de los demás papeles antiguos y modernos,
vistos en mi Consejo con la reflexión que pedía negocio de circuns-
tancias tan graves, que con hechos verídicos se justifica no haber en
parte alguna de las Indias mayor reconocimiento á mi Dominio y
Vasallaje, que el de estos pueblos; ni el Real Patronato y jurisdic-
ción eclesiástica y Real, tan radicadas, como se verifica por las
continuas Visitas de los Prelados Eclesiásticos y Gobernadores, y
la ciega obediencia con que están á sus órdenes, y en especial
cuando son llamados para la defensa de la tierra, ú otra cualquiera
empresa, aprontándose cuatro mil ó seis mil indios armados para
acudir á donde se les manda:
<íHe resuelto se expida Cédula, manifestando al Provincial la
gratitud con que quedo de haberse desvanecido con tantas justifica-
ciones las falsas calumnias é imposturas de Aldunate y Barúa,y tan
aplicada la Religión d cuanto conduce al servicio de Dios y mío, y de
aquellos miserables indios, y que espero continúen en adelante con
el mismo celo y fervor en las reducciones y cuidado de los indios.

[Cláusulas]

«Y siendo esto lo que he tenido por conveniente resolver, sobre


todo lo que queda mencionado: En su consecuencia mando por la

presente Cédula á mis Virreyes del Perú y Nuevo Reino de Gra-


nada, al Presidente y Oidores de mi Real Audiencia de Charcas
Gobernadores del Paraguay 3^ Buenos Aires, y Oficiales de mi Real
Hacienda de aquellos distritos, y ruego y encargo al M. R. Arzo-
bispo de la Metropolitana de la ciudad de la Plata,
y Reverendos
Obispos de dichas Provincias del Paraguay y Buenos Aires, sus
Cabildos, y generalmente á todos los demás Jueces eclesiásticos y
— 495 —
seculares de mis dominios de la América, á quienes en todo ó
el

parte pueda corresponder la observancia de mi Real Resolución,


explicada en los doce puntos que quedan referidos, cumplan y ejecu
ten,cada uno en su distrito y jurisdicción, lo contenido en e^ta Cédula,
sin réplica, dilación niimpedimento alguno; de forma, que se veri-
fique efectivamente todo lo que en ella queda prevenido; pues lo

contrario será de mi Real desagrado. Y mando asimismo, que


respectivamente lo que á cada uno se le manda, den puntual aviso
del recibo de ésta, y de quedar en su inteligencia para el debido
cumplimiento. Y se tomará razón en la Contaduría de mi Consejo
de Indias, por los Oficiales Reales y demás Oficinas que convenga
de aquellos dominios. Dada en Buen Retiro, á veinte y ocho de
Diciembre de mil setecientos cuarenta y tres.
«Yo EL Rey»
«Por mandado del Rev nuestro señor: D. Miguel de Villanueva.»

III

PRIMERA CÉDULA AL PROVINCIAL, ELOGIANDO EL BUEN *^^


GOBIERNO ESPIRITUAL Y TEMPORAL DE LAS DOCTRINAS
«EL REY»

«Venerable y devoto Padre Provincial de la Compañía de Jesús,


á cuyo cargo están las Misiones de la jurisdicción del Paraguay y
Buenos Aires en mis dominios del Perú: En mi Consejo de las Indias
se han visto y examinado todos los autos y demás documentos que
desde un siglo á esta parte se habían causado, pertenecientes al
estado y progresos de esas Misiones, y manejo de los pueblos en que
existen: Y reflexionado sobre todas las circunstancias de este expe-
diente con la más prolija y seria especulación, me hizo presentes, en
Consulta de veinte y dos de Mayo de este año, las providencias que
consideraba por más convenientes al servicio de Dios y mío, y el bien
de esos indios, que como vasallos tan fieles y útiles á mi Real Corona,
han merecido á mi benignidad la atención y alivio que experimen-
tan. Enterado de lo cual, y de las especies que contenía ese asunto,
y con consideración asimismo á las Reales Ordenes expedidas sobre
todos los puntos de él, he tomado la resolución que entenderéis por
mi Real Cédula de la fecha de este día, que por mi infrascripto
Secretario se dirige á esos Dominios para su puntual cumplimiento,
y os la remitirá también, para que en la parte que os corresponda,
observéis y fomentéis cuanto en ella ordeno. Y reconociéndose de
cuanto en la citada Cédula se menciona, que con hechos verídicos se
justifica que esos pueblos tienen el mayor reconocimiento á mi Domi-
- 496 -
nio y Vasallaje; que las Le3'es del Real Patronato y jurisdicción ecle-
siástica y real están en la debida observancia y práctica, como se
califica de los Informes que los Reverendos Obispos han hecho de
resulta de sus Visitas, y los Gobernadores lo han manifestado,
haciendo presente la ciega obediencia con que están á mis órdenes
esos vasallos para la defensa de la tierra, ú otra cualquiera empresa,
aprontando con sólo el aviso del Gobernador el número de indios
armados que se necesitan para acudir á donde la urgencia lo pide;
en esta atención he querido manifestaros (como lo hago por esta
Cédula) la gratitud con que quedo de vuestro celo y del de los demás
Prelados, é individuos de esas Misiones, á cuanto conduce á educar
y mantener esos indios en el santo temor de Dios, con la debida
sumisión á mi Real servicio, y en su bienestar y regular vida civil;
habiéndose desvanecido con tantas justificaciones y verídicas noticias
las calumnias é imposturas esparcidas en el público y denunciadas á
mí, por varias vías, con capa de celo, y realidad de malicia. Y espero
asimismo de Vos, y vuestros sucesores en esa Prelacia y demás Reli-
giosos que se empleasen en su sagrado instituto en esos Dominios,
continuarán con igual celo y fervor en las Reducciones y cuidado de
los indios; y que de cuanto hallareis digno de remedio me deis pun-
tual aviso para tomar las providencias correspondientes. De Buen
Retiro á veinte y ocho de Diciembre de mil setecientos cuarenta y

tres.— Yo el Rey. Por mandado del Rey nuestro Señor: Don Mi-
guel de Villanueva.»

IV

130 SEGUNDA CÉDULA AL PROVINCIAL, AGRADECIENDO


EL ESPLENDOR DEL CULTO DIVINO

«EL REY»

«Venerable y devoto Padre Provincial de la Compañía de Jesús,


y demás Prelados é individuos de la misma Religión, á cuyo cargo
corren las Misiones que están en la jurisdicción del Paraguay y Bue-
nos Aires en mis Dominios del Perú: Habiéndose visto en mi Consejo
de Indias el grave expediente que han causado los documentos y
antecedentes de más de un siglo á esta parte sobre los progresos de
esas Misiones, y demás incidencias que comprendía, me hizo pre-
sente, (entre otros puntos) en Consulta de veinte y dos de Mayo de
este año, lo que constaba y resulta de todos los Informes por lo que
mira á la asistencia y adorno de las iglesias que hay en los pueblos
de esas Misiones, teniéndolas con decentes ornamentos }' servicio de
plata para el culto divino, el cual no puede ser más puntual, lucido
3^ devoto, como lo califican las noticias de los Reverendos Obispos
que han visitado esos pueblos y últimamente lo ratificó el actual
Obispo de Buenos Aires en carta de ocho de Enero de este año; con-
formando estas noticias aun con las que han dado los mismos émulos
de la Compañía. En inteligencia de lo cual, y ser esta circunstancia
tan de mi Real agrado, por ceder en servicio de Dios, de ctiyo poder
3' auxilios espero la extensión de la Fe católica en esos Dominios, y
— 497 -
vasallos para mi Real Corona; he resuelto manifestaros (como lo
hago por esta Cédula) mi Real gratitud, con expresión de gracias,
que ha merecido mi benignidad vuestro celo y aplicación en este
;'i

asunto; y espero que lo continuaréis muy eficazmente, fomentando


igualmente en la parte que os corresponda la observancia de todo lo
que ordeno y mando en Cédula de la fecha de hoy, sobre todos los
puntos que han resultado del citado expediente, que para vuestra
puntual noticia os la remitirá mi infrascripto Secretario. Y de su
recibo, y demás que se ofrezca en los asuntos que se mencionan,
espero me deis aviso en todas las ocasiones posibles, que así conviene
á mi Real servicio. De Buen Retiro, á veinte y ocho de Diciembre de
rail setecientos cuarenta y tres. — —
Yo el Rey. Por mandado del Rey
nuestro Señor: Don Miguel de Villanueva.»

CLÁUSULAS DE LA CÉDULA DE 1716 EN FAVOR 13J


DE LOS GUARANÍES

[Es la Cédula de 12 de Noviembre en que el Rey Felipe V da ins-


trucciones á D. Bruno Mauricio de Zavala para el cargo de Gober-
nador de Buenos Aires, que iba á desempeñar.]
«En lo que mira al tercer punto sobre los indios de las Misiones
que en aquella provincia están al cargo de los Padres de la Compañía
de Jesús, estaréis en inteligencia de que ha más de ciento y trece
años que trabajan estos Religiosos en aquellas Reducciones, habiendo
logrado su celo al servicio de Dios y mío el copioso fruto de haber
convertido á nuestra santa fe innumerables almas, teniendo al pre-
sente más de ciento veinte y seis mil indios reducidos á ella; y que
el aumento de estas Misiones lo ha facilitado en gran parte el haber
sido preservados de ser encomendados dichos indios y siempre aten-
didos con equidad por mí y por mis Reales progenitores, como se
reconoce de varias Ordenes y Cédulas expedidas en distintos tiem-
pos, y especialmente el año de mil seiscientos y sesenta y uno, en
que se ordenó, entre otras cosas, al Gobernador del Paraguay incor-
porase en la Corona Real todos los indios de las Reducciones que la
Compañía de Jesús tenía á su cargo en aquellas provincias, cobrando
para la Real Hacienda el tributo de un peso de cada indio, con decla-
ración de que le habían de pagar los que hubiese de edad de catorce
años hasta cincuenta; sobre que después el año de mil seiscientos y
ochenta y cuatro, en atención al maj'or aumento de aquellas Misio-
nes, se manda que á los veinte años de esta gracia se aumentasen
diez más, para que en los treinta años después de reducidos no paga-
sen tributo.
«Y por otra Cédula expedida en el mismo año de mil seiscientos
y ochenta y cuatro á los Oficiales Reales de Buenos Aires, se ordenó
que á los indios de las Reducciones de la Compañía se les guardase
el privilegio de exención que tenían para no contribuir derechos
algunos por razón de la yerba y demás géneros propios que benefi-
32.— Organización social de las doctrinas guaraníes.
- 498 -

ciaban. Y en esta misma Cédula se expresa pagaban aquellos indios


nueve mil pesos por razón de tributo.
«Por lo respectivo á las armas que tienen dichos indios, consta
que los Religiosos de la Compañía, en virtud de facultad Real, repar
tieron entre los referidos indios, al principio de sus Reducciones,
algunos arcabuces para defenderse de Portugueses, é indios infieles,
los cuales, entrando por San Pablo en el Brasil, ejecutaron grandes
hostilidades, y en diferentes ocasiones captivaron más de trescientos
mil de los otros, cuyo daño cesó con el repartimiento de dichas
armas.
«Y aunque por Cédula de mil seiscientos y cincuenta y cuatro se
mandó al Gobernador del Paraguay que las armas de fuego que usa-
ban los indios de las Reducciones de la Compañía de Jesús, estuvie-
sen á la disposición del dicho Gobernador, sin cuya orden no se
pudiesen mover para ninguna facción; se derogó después esta reso-
lución, á ñn de resguardar dichos indios, á cuya conservación se ha
atendido siempre, como va expresado, por su grande amor y celo á
mi Real servicio, que en repetidas ocasiones lo han acreditado; y por
considerarlos muy útiles á él, y á la seguridad de aquella plaza de
Buenos Aires, y términos de su jurisdicción; como se experimentó el
año de mil setecientos dos, que habiendo bajado dos mil de ellos de
distancia de más de doscientas leguas, por caminos muy ásperos, de
orden del Gobernador de ella, para impedir los insultos y robos, que
protegidos de portugueses, ejecutaban los indios infieles llamados
Mamelucos del Brasil [es error, en lugar de decir Charrúas], con
quienes siempre han tenido continua guerra, los acometieron, pe-
leando por espacio de cinco días, debelaron y consumieron á dichos
infieles; de que informado, fui servido dar gracias por Cédula de
veinte y seis de Noviembre de mil setecientos y seis al Prefecto y
demás Superiores de aquellas Misiones, atribuyendo á su dirección
y buena conducta las operaciones de los indios de ellas, encargándo-
les que en mi Real nombre diesen también á éstos las que corres-
pondían á su amor, celo y lealtad, alentándoles á que lo continuasen,
con el seguro de que les tendría presentes para todo lo que pudiese
ser de su consuelo, alivio y conservación.
En las ocasiones de desalojo de portugueses de la Colonia del
Sacramento han tenido también mucha parte estos indios, los cuales
el año de mil seiscientos y ochenta bajaron en número de tres mil,
con cuatro mil caballos, y doscientos bueyes, y otras provisiones,
que trajeron á su costa, y obraron en la conquista de ella con grande
esfuerzo. Y el año de mil setecientos y cinco, en que se restauró
últimamente aquella Colonia, bajaron también para este fin cuatro
mil indios de socorro, con seis mil caballos, y murieron en la función
cuarenta de ellos, quedando heridos setenta, según lo participó el
Gobernador de Buenos Aires, D. Juan Alonso de Valdés
Y el año de mil seiscientos y noventa y ocho, hallándose el
Gobernador de aquella plaza D. Agustín de Robles, con recelos de
que doce navios de guerra se armaban en Francia para ir á inva-
dirla, como lo ejecutaron en la de Cartagena, dio orden para que
bajasen dos mil de dichos indios armados, los cuales vinieron pronta-
mente á socorrer la referida plaza, donde á vista de sus habitadores
(según lo participaron el expresado Gobernador y el Cabildo secular
de ella) man^^jaron las armas y caballos con tanta destreza, orden y
disciplina militar, que podían competir y disputarla con cualesquiera
-499-
«nemigos. Y manifestaron en la misma ocasión su celo al real
servicio y liberalidad en haber cedido á beneñcio de mi real Hacienda
noventa mil pesos que importaron sus sueldos devengados en aquella
jornada, al respecto de real y medio por día (que en semejantes oca-
siones se paga á cada indio), para reforzar de pertrechos los alma-
cenes de aquella plaza; y ponderaron con grandes expresiones el
Gobernador y Cabildo secular el amor y lealtad de dichos indios, y
lo mucho que convenía conservarlos, para la mayor seguridad de
aquellos parajes y terror de los enemigos, á quienes ponían limite y
freno, por el gran celo que tienen á mi real servicio.
«Y aunque el año de mil seiscientos y ochenta estuvo resuelto, á
representación del Gobernador D. Andrés de Robles, que de los
pueblos de dichos indios bajasen mil familias á la ciudad de Buenos
Aires á hacer población en las cercanías de ella: informado el señor
don Carlos Segundo de las finas, demostraciones de lealtad con que
servían estos indios en todas las ocasiones que se ofrecían de su real
servicio: y que estando connaturalizados en temple contrario, les
sería de mucho desconsuelo y daño el mudarlos al de Buenos Aires,
se sirvió S. M. de mandar revocar esta orden, por Cédula de mil
seiscientos y ochenta y tres.
«Y finalmente, siendo constante que en varias ocasiones han bajado
estos indios á aquella plaza de Buenos Aires á trabajar en las obras
de las fortificaciones de ella, y que siempre que se ofrece ejecutar
cualquier facción de mi real servicio en aquellos parajes ó que la
referida plaza se halle necesitada de auxilio para su mayor defensa
y seguridad, los que con mayor brevedad acuden á socorrerla son
los indios de dichas Misiones: teniendo presentes todos estos justos
motivos para atender á dichos indios, y mirar por su mayor alivio
y conservación, os encargo que concurráis por vuestra parte á este
fin: estando advertido que no sólo no deberéis gravar en nada á
estos indios, sino es que conviene á mi real servicio que con los
Superiores de la Compañía que cuidan de sus Reducciones, tengáis
y paséis una tan sincera y amistosa correspondencia, que los
asegure
<de que jamás vendré Yo en gravarlos en nada, más que aquello que
según parece contribuyen para la manutención de las mismas
Misiones y Reducciones. Y asimismo os prevengo les guardéis y
hagáis guardar y cumplir por vuestra parte todas las exenciones,
franquezas y libertades que por las citadas Cédulas les están conce-
didas, para que de esta suerte, asegurados y satisfechos que en
todas las ocasiones que de hoy en adelante (más que nunca) se podrán
ofrecer, puedan acudir á mi real servicio con sus personas y armas
con la misma puntualidad, esfuerzo y fidelidad que hasta aquí lo han
ejecutado.»

VI
CERTIFICACIÓN DE D. BRUNO DE ZAVALA EN FAVOR
DE LOS GUARANÍES
«SEÑOR»
«En todas las ocasiones y urgencias que se han ofrecido de pedir
el auxilio de los indios Tapes de las Doctrinas de los Padres de la
- 500 -
Compañía de Jesús para las operaciones militares y para las obras
de fortificación de este castillo, he experimentado la más exacta
puntualidad y fervoroso celo por el servicio de V. M. en los Padres
Provinciales y demás Prelados en la breve providencia y conducción
de los indios adonde se han necesitado; y los que al presente se
hallan en Montevideo, como doy noticia separada á V. M., están
empleados en hacer la fajina y trasportarla para la fortificación
que se construye en aquel puerto, esmerándose en ello con la ma)'or
diligencia y cuidado, con sólo la asistencia diaria, harto limitada.
Y sin ponderación, si no tuviera á los indios, era imposible proseguir
el trabajo empezado para el resguardo y defensa de Montevideo, ni
tampoco el de este castillo [de Buenos Aires] cuando los soldados,
ni los demás españoles quieren reducirse á este género de fatiga.
Y aun los indios, que andan vagamundos de los forasteros, sucede lo
propio: y con unos y con otros, si hay alguno que se aplique á ganar
el jornal, cuatro días es puntual en el trabajo; después pretende
dinero adelantado, y se huye si recibió algo, ó no se le dio, por
imitar á los demás, que de ordinario lo ejecutan sin el menor escrú-
pulo ni miedo, cuya propensión está tan arraigada en los genios, su
naturaleza floja y viciada en la libertad, que no hay humano discurso
para remediarlo.
«Esto es lo que pasa con los españoles, indios vagamundos y otra
gente. Pero los Tapes de las Doctrinas de la Compañía de Jesús,
debo decir á V. M. con una verdad ingenua y sincera, que es impon-
derable la sujeción, la humildad y la constancia de perseverar en
todo lo que ocurre del servicio de V. M., y en particular en las obras
de fortificación, en las que se ahorra el logro de vuestra Real
Hacienda, según lo que varias veces he representado á V. M., res-
pecto de que nadie, con lo que tienen asignado, trabajaría; proce-
diendo la sujeción y modo regular de vivir tan observantes en lo que
se les impone, de la buena educación y enseñanza en que están ins-
truidos por los Padres de la Compañía; atribuyéndose á su gobierno,
economía, política prudencia y gran dirección la conservación de
los pueblos y la pronta obediencia de los indios á todo lo que se les
manda; habiéndome asegurado repetidas veces el Obispo de esta
ciudad que cuando estuvo en la Visita de las Misiones, contempló
que era providencia de la Omnipotencia el régimen plausible de los
Padres, en el decoro primoroso del culto divino, la devoción firme de
los indios de ambos sexos, y habilitados con gran destreza en las
obras manuales.
«Y cuantos sujetos han transitado por ellas no acaban de alabar
esto mismo, sin que el espacio del tiempo que trabajan en esta forti-
ficación hayan dado motivo para el menor rumor ni desorden; antes
muy aplicados y sujetos á lo que se les previene han de hacer; de
suerte que causa bastante admiración la puntualidad de su asistencia,
sin faltar indefectiblemente á las horas señaladas. Y aunque algunos
malévolos, empleados en emulación perniciosa, quieran desdorar con
el veneno de su depravada intención la pureza de tan santa y loable
religión, como es la Compañía de Jesús, y de provecho y utilidad en
todo el Universo, y especialmente en la América, que con sola la
prudencia y opinión de su santo celo reprimen á cualquiera soltura
indecente: nunca podrán deslumhrar la verdad de lo que está patente
á la vista, y que refiero á V. M. con la realidad de fiel vasallo, que
profeso, sin pretender exaltar á los Jesuítas, sino desnudo de toda
- 501 -
pasión expresarlo ;'isu Real noticia, lo que es manifiesto todos,
;'i

aunque en la innata piedad de V. M. semejantes sugestiones que la


malicia brota, paliadas con el arte y astucia de acrecentar el Real
Erario, y ampliar la potestad soberana, que son los colores con que
dibujan ía idea cavilosa de su objeción, olvidados de la gratitud en
el beneficio que recibieron después que tuvieron el uso de la razón,
serán reputadas en el desprecio correspondiente.
«Y aun añado á su Real consideración, que pudieran ser muy
dichosos los tres pueblos de indios que V. M. tiene en la inmediación
de esta ciudad, si llevasen el método de las Doctrinas de los Padres
de la Compañía de Jesús: que siendo de cortísimo número, cada
punto se experimentan disensiones entre el Cura, Corregidor, y
Alcaldes; y finalmente es un tropel de discordias que se fraguan en
competencia de unos con otros, habiéndome costado suficiente tra-
bajo la solicitud para que se nombrasen Curas de los pueblos por la
poca permanencia de los antecedentes, sin que nadie se aproveche
del ejemplo y observancia de las Misiones de la Compañía de Jesús.
Y en cumplimiento de mi obligación, me ha parecido representar
á V. M. el mérito particular de íos indios Tapes, por los esfuerzos del
celo y amor de los Padres, sólo movidos con el ardor de acertar el
servicio de V. M. Y por estas circunstancias calificadas con ince-
sante desvelo, espero que V. M. les premiará con efectos de su Real
clemencia y benignidad. Dios guarde la C. R. P. de V. M. como la
Cristiandad ha menester.— Buenos Aires y Mayo 28 de 1724 años.»

VII

INFORME DEL ILLMO. PERALTA 133


«SEÑOR»

«En carta de 28 de Junio del año pasado de 1741, puse en la Real


noticia de V. M. que habiendo recibido en Lima por el mes de Octu-
bre del año antecedente de 1740 las Bulas testimoniales pasadas por
el Real Consejo, en el ejecutorial de V. M. (que las originales no las
he recaudado hasta ho}'), me consagré sin dilación en el mes inme-
diato de Noviembre; y en el primer navio que salió del puerto del
Callao, me embarqué para el reino de Chile en 12 de Enero siguiente,
queriendo más correr los riesgos del mar }' de la escuadra inglesa,
que se temía pasase por aquel verano al mar del Sur, que padecer
la demora del viaje de tierra, que me retardaría doblemente el arribo
á esta ciudad y su Catedral, estimulado del celo de consolar los
pueblos y ovejas que me tiene V. M. encargadas, y tenerlas preve-
nidas en la constancia de nuestra religión, y en la fidelidad á V. M.,
como me ordena en su Real Cédula de 8 de Agosto de 1740, para en
caso que se hiciese alguna invasión y desembarco de ingleses en el
puerto de este Río de la Plata. Y luego que tomé puerto en Valpa-
raíso, puerto principal de aquel reino, sin entrar en su capital por
no detenerme, seguí el viaje de tierra por caminos los más ásperos
y fragosos, con grande variedad de tiempos, así en las cordilleras
— 502 —
nevadas, como en los llanos sumamente ardientes, y en que volví A
correr nuevamennte los riesgos de la vida, por las frecuentes incur-
siones que los bárbaros que habitan en lo interior de estas tierras,
hacen sobre los caminantes, de que en estos dos años pasados se
han visto muv lastimosos estraeos.

[Visita]

«Y lue.oo que entré en la jurisdicción de mi Obispado, di prin-


cipio A la Visita de la diócesis en todos los pueblos y parroquias que
están en el distrito, continuándola inmediatamente después que tomé
posesión de la Catedral, y en todas las Viceparroquias y capillas
que est;in dentro de su recinto y comarca, ministrando el sacramento
de la Confirmación á una multitud numerosa de más de diez mil
párvulos y adultos de ambos sexos.
«Y en consecuencia de esto, por cumplimiento de mi obligación
y en descargo de la Real conciencia de V. M. luego que cerré
aquella Visita, pasé á hacerla en las ciudades de Santa Fe, Corrien
tes 3' de las Doctrinas, que están muy tierra adentro á cargo de los
leligiosos apostólicos de la Compañía de Jesús en los términos de la
diócesis. Por lo que he visto ) advertido con todo cuidado y vigi-
l.incia de mi pastoral ministerio, me ha parecido hacer á Vuestra
Majestad alguna individual noticia, porque su Real piedad, en lo
que necesita de su paternal auxilio y tomento, se digne de repar-
tirlo á estos sus humildes y lidelisimos vasallos, y se complazca
satisfecho el Real celo de V. M. en lo que está conforme al muy
cristiano corazón de V. M.

[Santa Fel

«La ciudad de Santa Fe, que dista cien leguas de la de Buenos


Aires, fué la más de esta diócesis y la del Paraguay, cumpli-
florida
damente habitada de muchas personas de nobleza, muy bien fabri
cada y muy favorecida de la naturaleza por sus hermosos ríos y fér-
tiles campañas que los circundan. Pero de algunos años á esta parte
se ha ido deteriorando en sus plantas y menoscabando en gentes,
por invasiones continuas que ha padecido de una nación bárbara de
indios que se dicen Giiayctniíis y C/iínr/ias, que hasta el año
de 171ó no se habían hecho conocer, habitando retirados en los
montes, temerosos de la mayor fuerza de los españoles: pero
saliendo poco á poco á robar las campañas y ganados, fueron for
mandóse atrevidos en alguna especie de milicia con los caballos que
robaban, y fueron pasando á más insultos, siempre á traición y por
sorpresas, estilo de todos los bárbaros, que habitan estos países
y las inmensas campañas desde el reino de Chile hasta las tierras
remotas del Paraguay. Y como este modo de guerra hallaba ordi-
nariamente desprevenidos y sin defensa, principalmente los que esta-
ban en las granjas, que aquí llaman t-sfa/icnis, ocupados en el labor
de la tierra y cuidado de los ganados, padecían la muerte sin
poderse resistir á la multitud, que no perdon.iba edad ni sexo, siendo
la menor crueld.KJ llevar cautivas las mujeres v arrastrar en gran-
- 503 -
des tropas los ganados: y entre los muchos que han padecido n sus
(

haciendas es el colegio de la Compañía de Jesús de aquella ciudad,


la de una considerable hacienda, que tenían á poca distancia de
aquella ciudad, que ha quedado totalmente arruinada y desierta,
por cuya pérdida viven con grande i strechez y pobreza, viéndose
precisados A buscar otros arbitrios para subsistir en lo muy preciso,
y para asistir A toda el pueblo en la doctrina y predicación, y en las
continuas confesiones, y demás pasto espiritual: y el' temor de estar
.1 la presa de estos bárbaros fué atemorizando tanto á la gente, que
han ido desamparando por buscar otros lugares muy distantes de su
distrito, esperando lograr allí alguna seguridad: y hoy está en tanta
estrechez, que en medio de haberse hecho unas paces como con bár-
baros, les sucede lo que á los de Betulia en el cerco de Holofernes,
que sólo cultivan aquellas pocas tierras que lindan con la ciudad:
y tienen los ganados y bestias de servicio unas pocas horas en los
pastos inmediatos, y al caer de la tarde los recogen todos en la ciu-
dad, dándoles el pasto m;is como bebida y refocilación, que por libre
descanso y desahogo; porque en medio de la paz, se roban todos los
ganados que por descuido en el campo se quedan, diciendo que la
paz sirve sólo para no hacer muertes de hombres ni mujeres, pero
no para dejar de robar cuanto pudieren. Y sin embargo, también
hacen muertes en algunos caminantes para robarlos. Esto tiene la
ciudad en gran necesidad y desdicha, y sumamente minorada de
gente, por haberse retirado muchas familias á los montes y sierras
distantes, adonde no puede llegar el silbo del pastor, careciendo allí
los pobres del consuelo de la Misa y frecuencia de sacramentos,
y lo doloroso, en los casos de última necesidad. Y aunque para con-
servar tai cual esta falsa paz, se ha formado y mantiene una com-
pañía de hombres en que entran muchos de los que habían de labrar
los campos, pero es el número corto para contener á sus enemigos.
Y de la primera planta porque se fundó, se ha minorado de algún
tiempo la mitad: y están con esta falta de milicia casi totalmente
sin defensa. Loque me ha parecido informar á V. M. para que
siendo servido, dé sus Reales órdenes para que se mantenga siem
pre esta compañía de soldados en el mismo pie que se levantó, ó con-
forme fuere la real merced de V. M.»

[Misiones]

«De la ciudad de Santa Fe pasé á visitar los pueblos de las


Misiones que están al cuidado de los religiosos apostólicos de la
Compañía de Jesús; y empiezan .sus Reducciones á cien leguas de
distancia por caminos desiertos, llenos de aspereza y peligros, así
de los indios bárbaros y de las fieras, como de varios ríos caudalo-
sos, que se han de atravesar para llegar al primero de los pueblos.
Éstos consisten en treinta Doctrinas distantes unas de otras por
diez, doce y hasta veinte leguas, según la extensión que ha sido
necesario darles de tierras para sembrar las especies que sirven de
sustento á los indios, y para mantener los ganados para la asistencia
de los enfermos, y muchas veces para el total sustento, cuando por
la falta de las aguas se pierden las sementeras, y al fin del año se
acaban las trojes.
— 504-
«De estas treinta Doctrinas, las diez y siete pertenecen á esta
Diócesis de Buenos Aires y las trece á la del Paraguay: y habiendo
visitado todas las de mi jurisdicción, pasé también á administrar el
sacramento de la Confirmación en algunas de la jurisdicción del
Paraguay, á instancia y con facultad del Cabildo Sede vacante de
aquella iglesia. Y porque no dudo que el Real )• cristianísimo celo
de V. M. recibirá una plácida satisfacción y complacencia, infor-
mado del estado y progreso en que se hallan estos pobres indios,
humildes vasallos de V. M., me ha parecido exponer á su Real
piedad y conciencia todo lo que he visto por mis ojos y he tocado
por mis manos, lleno siempre de un gozo y consuelo espiritual que
me hacían ligeros todos los trabajos y afanes que impendía, visi-
tando y reconociendo aquella multitud de ovejas que, puestas en tan
diferentes rediles, parece que están en un rebaño sólo al silbo de su
Pastor.
«Yo he salido con pena de apartarme de ellas, y tan lleno de
devoción, que repito todos los días las gracias á nuestro Señor por
las bendiciones que difunde en aquellas gentes por las manos
y dirección de aquellos santos y apostólicos religiosos, cuya ocupa-
ción continua es instruirlos y afirmarlos en la religión, y tenerlos
siempre prontos al servicio de V. M., en una lealtad tan fervorosa,
como si la hubiesen traído originalmente de sus mayores: ver los
templos, el servicio del culto divino, la piedad en el oficio, la des-
treza en el canto, el aseo y ornamento de los altares, el respeto
y magnificencia con que se sirve y celebra á Nuestro Señor sacra-
mentado, me causaba por una parte una ternura inexplicable, y por
otra una confusión vergonzosa, viendo una tan gran diferencia
entre unos pueblos que acababan de salir de su gentil barbaridad,
y otros de cristianos antiguos, que debieran ir á aprender de aqué-
llos á reverenciar y servir al Señor. Y lo que entre todo me enter-
necía, era ver entrar en las iglesias, al tiempo de cantar los pájaros
en que yo también estaba presente, unos ejércitos de angélicos ino-
centes, de ambos sexos, separados unos de otros, alabando al Señor
en cantos devotísimos y dulcísimos. Me parecían unos compañeros
de aquellos astros matutinos con que el Señor hacía pruebas al
santo Job de su grandeza. Y esta misma procesión se repetía y se
repite todas las tardes en todos los pueblos y en todas las iglesias
antes de ponerse el sol, de modo que aquellas Doctrinas, la mañana
y la tarde hacen siempre el día de la gloria del Señor; y todo esto
se logra por el cuidado, celo y tesón, con que velan aquellos santos
religiosos en la educación y enseñanza en sus pueblos.
«Y esto no se contiene sólo en lo que es tan principal como en lo
espiritual: porque también lo practican con el mismo conato y tesón
para el beneficio temporal de los indios, saliendo con ellos, después
de dadas las distribuciones para el servicio de las iglesias, á esco-
ger las mejores tierras para que labren y hagan sus sementeras,
dándoles para esto los bueyes y herramientas necesarias: } obser-
van en ésto tal caridad y providencia, que para todos los niños
y niñas que han quedado huérfanos por muerte de sus padres, se les
hace sementera aparte, que recogida se entrega diariamente á un
mayordomo, que tienen nombrado, para que les haga de comer:
y á las que han quedado solas y viudas, les hacen las sementeras
muy cerca de los pueblos, porque siendo mujeres ma3'ores, no ten-
gan el trabajo de caminar á distancia á recoger sus cosechas, tenién-
- 505 —
dolas ocupadas en lo restante del año, así á éstas, como A l.is demás
de su sexo, en hilar el algodón, que, tejido por los indios de dichas
Doctrinas, sirve para el vestuario de todos, con cuya providencia
andan muy aseados y muy decentes.
«Y porque no se falte á lo principal, que es el culto divino, tie-
nen una escuela separada, donde enseñan los niños del gremio de
cantores, y los que han de aprender las danzas para las fiestas del
Señor: y A los maestros que están ocupados en estas distribuciones
les hacen también aparte sus sementeras. En ñn, Señor, estas Doc-
trinas y estos indios son una alhaja del real patrimonio de V. M. tan
cumplida y correspondiente á su real celo y piedad, que si hallare
otra igual, no será mejor. Y porque estos pobres conservan una cor-
tedad y miseria de corazón en orden á sus personas, y contentán-
dose con poco, hacen las sementeras cortas, pareciéndoles bastante
para su sustento: y se hallan faltos en la cuenta á los últimos tercios
del año: los Religiosos, con esta experiencia, y por suplir á la nece-
sidad, mandan hacer todos los años una sementera bien grande, la
que recogida, guardan para aquellos meses en que se acabaron las
de los indios, y con ella distribuyen todos los días el sustento á los
que lo necesitan: y muchas veces, como insinúo á V. M., no son sufi-
cientes estas providencias, y entonces se valen de los ganados:
y con todo esto, siempre están si alcanzan ó no alcanzan al año para
el sustento de los pueblos.
«Fuera de estas semillas y granos, benefician los indios otra
especie de fruto industrial de las hojas de un árbol, tostadas al
calor de un poco de fuego, y reducidas con arte á partes muy menu-
das. Es la que llaman yerba del Paraguay, conocida muy común-
mente en estas provincias y la del Perú, tomando el nombre de
aquélla donde se descubrieron los árboles, y donde es el principal
y casi todo el tráfico: de donde consumen los hombres, mujeres y
niños de todos los pueblos de las Misiones, una cantidad que se les
reparte mañana y tarde á cada individuo. Y porque esta yerba no se
produce en todos los pueblos de las Misiones, la compran los que no
la tienen, siéndoles tan precisa á los indios, como el alimento. De los
pueblos que la benefician, los más abundantes de gente labran al
año mil arrobas, si la sazón les sale bien: otros trabajan ochocien
tas, y los de menos gente suelen no alcanzar á doscientas en algu-
nos años que rebajan mucho las cosechas; porque siendo sólode
hojas, es necesario dar tiempo á los árboles para que las críen de
nuevo y las pongan en perfecta sazón y madurez, de modo que el
árbol que se desnudó un año de las hojas, tarda dos y tres en ves-
tirse y poner en estado, lo que reconocí también en la Visita.
«Este es el único fruto que, vendido en estas provincias y la del
Perú, da todo el alivio para el reconocimiento del vasallaje á Vues-
tra Majestad, 3^ si les queda alguna utilidad con su producto, entre-
gan en estas Reales Cajas 14.400 pesos de sus tasas y tributos; y de
lo que les resta, hacen el gasto tan piadoso, devoto y costoso en las
famosas iglesias, y en los ornamentos y vasos sagrados para el culto
y servicio divino.Y siendo tan necesarios los párrocos y operarios en
aquellas reducciones y pueblos, [y porque] además de los que están en
actual trabajo y ejercicio, es preciso tener otros sujetos prevenidos é
instruidos en la lengua de aquellos naturales para subrogarse por los
que mueren, como murieron dos andando yo en la Visita: van reser-
vando del producto de aquella yerba algún dinero para costear los
-506-
sujetos, 3" traer de esos reinos y otras provincias los Misioneros: en

que además de las cantidades que el real celo y piedad de V. JVl. libra,
gastan otras muy considerables en su transporte: }• suelen crecer
mucho más los gastos, cuando por algún accidente se les retarda el
embarque en Cádiz, como ha sucedido en la presente guerra.
«También ocupan otras porciones de dinero en comprar caballos
y armas, en que gastan cantidades de hierro y acero j vestuarios,
para mantener un pie considerable de milicia, siempre pronta á ser-
vir á V. M. en las ocasiones que se ofrezcan, }- para venir á trabajar
en las obras públicas, como lo están ejecutando al presente en la
construcci(3n de la fortaleza de Montevideo; y asimismo para defen-
der sus pueblos y ganados de las correrías y hostilidades que les
hacen los indios infieles, de que están cercados, y muchas veces les
han robado ganados }' caballos, y lo que es más doloroso, han muerto
muchos de estos pobres, captivándoles de ordinario sus hijos y muje-
res; y en todos gastos se hallan alcanzados, no pudiendo dar cum-
plida satisfacción muchas veces los Padres Procuradores, cuando los
años son malos, y las cosechas de esta yerba cortas, ó por los hielos,
ó por la falta de lluvias.
«Por estas razones creo que están desde su fundación en posesión
de no pagar diezmos, ni de los granos ni de la yerba, no sólo estos
pueblos de las Misiones de los religiosos de ia Compañía pertenecien-
tes á esta diócesis, sino es también los de la fundación del Paraguay.
Y la misma posesión han gozado y gozan los demás pueblos de las
Misiones que tiene V. M. encomendadas á los religiosos del Seráfico
y glorioso San Francisco. Y aunque algunos sujetos me persuadían
que les mandase pagar los diezmos, no lo hallé racional, é hice dic-
tamen de lo contrario, á vista de que no trabajando aquellos indios
para traficar á la utilidad y provecho personal, como los indios y
demás personas que labran las tierras de otras provincias de este Río
de la Plata y las del Perú y Chile, sino únicamente por su sustento en
las semillas y el tráfico que hacen en la yerba, (sólo para dar cumpli-
miento á sus tributos y al servicio del culto divino y al de V. M., para
lo cual muchas veces no les alcanza), no hallé por dónde, ni de dónde
se les pueda obligar á la paga de diezmos; y así los mantengo en el
goce de esta excepción.
«Por lo que mira al servicio de V. M., á que atienden inmediata-
mente después del de Dios, los tienen los religiosos apostólicos tan
bien instruidos y disciplinados, que puede V. M. hoy contaren todos
los pueblos, aun después del grave destrozo que en ellos hicieron la
peste de viruelas, y el hambre en los años próximos pasados, desde
doce á catorce mil hombres de armas tomar prontos y bien apresta-
dos para cualquiera expedición que se ofrezca en servicio de V. M.:
como lo han practicado en las que se ofrecieron en los años pasados
en el Paragua3^ en que han dado muy grandes pruebas de su valor,
lealtad, y del amor con que sirven á V. M., costeándose totalmente
de armas, caballos y municiones, y exponiendo sus vidas á todo riesgo
y muchos la han perdido en su Real servicio. Y ahora lo están al
presente practicando en la construcción de la fortaleza que se está
haciendo por orden de V. M. en Montevideo, uno de los puertos del
Río de la Plata, donde fueron á petición del Gobeinador de la plaza
doscientos indios á trabajar con dos religiosos de sus Doctrinas, que
á un mismo tiempo los están alentando á que trabajen con calor, é
instruyéndoles á que recen con devoción, imitando así aquellos exce-
— 507 —
lentes Macabeos, que con una mano estaban sirviendo al culto divino,
en la fcábrica del templo, y con otra á su caudillo y soberano en la
defensa de sus enemigos.
«Esto, Señor, ha parecido A mi obligación informar á V. M. con
esta relación sincera, llana y verdadera, para el sosiego y consuelo
de su Real conciencia, haciendo grave escrúpulo de omitirla, por el
cargo del ministerio en que su Real piedad se dignó ponerme, y por-
que con este conocimiento V. M. siendo servido se pueda dignar de
remunerar estos servicios y lealtad de sus pobres indios vasallos, y
el celo 3^ trabajo que en esto impenden estos grandes varones á cuyo
cuidado están.
«Fuera de estas Reducciones y Doctrinas, se hallan ho)' otros dos
sujetos de la misma religión entablando y poniendo los fundamentos
de una población de indios de otra nación que llaman los Pampas, y
son los que en estos años pasados habían hecho grandes hostilidades,
así en las vecindades de Buenos Aires, como en los caminantes que
trafican desde Chile á esta ciudad; y habiendo el Gobernador de ella,
Don Miguel Salcedo, levantado un pie de ejército, lo despachó en
busca de los demás de esta nación, que son en mucho número de par-
cialidades y viven hacia la cordillera que confina con el estrecho de
Magallanes, y habiendo llevado el ejército un religioso Jesuíta de
esta nueva Doctrina, con unos indios intérpretes, los redujeron á
paz; y vinieron cuatro caciques de ellos á confirmarla, obligándose á
restituir todos los cautivos que tenían apresados en diferentes oca-
siones. Y en estos días inmediatos llegaron á la ciudad de Santa Fe
unos caciques, pidiendo con mucha instancia al P. Rector de aquel
colegio dos Padres Jesuítas para que los instruyesen en la santa Fe,
que deseaban abrazar, así ellos, como los demás de sus parcialidades
que llaman en esta provincia Abipones y Mocovís, enemigos que en
tiempos pasados han dado en qué entender á aquella afligida ciudad;
para cuyo efecto tiene el P. Provincial de dicha religión dos sujetos
que vayan á sembrar en aquella tierra el grano del Evangelio; pues
parece que Dios nuestro Señor lo tiene así dispuesto. Yo espero en
la misericordia divina que con las paces de aquéllos y la conversión
de éstos, ha de crecer mucho en estos parajes la religión católica.»

[Corrientes]

«No debo tampoco omitir que pasé también á visitar la ciudad


de Corrientes, que está á más de cien leguas de distancia de las
Doctrinas, y aquí fué donde hice el tránsito, que dice la Escri-
tura, de nimio calor á nimio frío, de aquel calor tan grande de
devoción de los pueblos indios, á la gran tibieza y frialdad que hallé
de buena devoción y cristiandad en aquellas gentes, que no son
indios, sino españoles; y enmedio de esta tibieza de devoción, esta-
ban bien ardientes las pasiones. La tierra es muy doblada, mucho
más que la de Santa Fe, pero muy miserable y desdichada, y enme-
dio de tener tierras muy fecundas, viven con mucha pobreza y mise-
ria, por la inercia y ociosidad de los habitadores, que sólo aplican el
calor á rencillas: y hube de sacar de allí varias personas que, siendo
casadas en Buenos Aires, en el Paraguay y Córdoba, las dejaron, y
estaban allí con otras mujeres ocupadas, para que fuesen á hacer
-50^-
vida con las propias; y á uno y á otro que sobre esta criminalidad
tenía la de turbar el pueblo con discordias y rencillas.

[Número de confirmaciones]

«En toda esta Visita de la Diócesis, desde que entré en la jurisdic-


ción por los Pampas de Buenos Aires hasta que he hecho el círculo
entero de su distrito, que consiste en muchos centenares de leguas,
debo representar á V. M. que ha sido corriendo muy graves trabajos
y peligros por descargarla Real conciencia de V. M.; y he adminis-
trado el sacramento de la Confirmación así en los pueblos de mi juris-
dicción como en los del Paraguay á más de veinte mil almas; y si la
peste que padecieron en estos contornos 3' los pueblos los años pa-
sados, no hubiera robado otra tanta multitud de personas de ambos
sexos y edades, hubiera sido también doblada la ejecución de mi Mi-
nisterio.

[Reducciones de los Padres Franciscanos]

«Los Religiosos del Seráfico Padre San Francisco tienen también


tres Doctrinas de Misiones en la jurisdicción de mi Obispado, que
también visité en cumplimiento de mi obligación: y aunque están
también muy arregladas, y los feligreses muy bien educados é ins-
truidos en la Doctrina Cristiana y culto divino, pero hallé en esto
bastante diferencia de las Doctrinas de los Religiosos de la Compa-
ñía, hallando menos gente, y bastante pobreza en las iglesias; 3' pre-
guntando la causa, me dijeron que nace de dos males que padecen:
uno de que los indios 3^ sus pueblos son encomendados á particulares
personas del Paragua3^ 3' los encomenderos sacan siempre que quie-
ren cantidades considerables de indios 3" de indias para que sirvan
en sus haciendas; 3' además de distraerlos de la devoción 3" culto di-
vino, les quitan el tiempo de hacer sus sementeras 3" trabajar en
servicio y fábrica de las iglesias, 3' poblar sus Doctrinas, quedando
á diferentes represas muchos indios é indias en el Paragua3^ en ser-
vicio de sus encomenderos. Lo otro, por estar estas Doctrinas ex-
puestas á las invasiones de los indios pa3^aguás, que con diferentes
entradas tienen menoscabadas aquellas feligresías. Lo que debo
poner en noticia de V. M., para que en su vista, para el sosiego de
su Real conciencia, dé la providencia que fuere servido.
«Esto es, en suma, lo que he reconocido en la Visita de la Dióce-
sis,y lo que me ha parecido informar á V. M. para el cumplimiento
de mi obligación 3^ servicio de V. I\L Nuestro Señor guarde la Real
persona de V. M. muchos años.— Buenos Aires 3' Enero 8 de 1743.
Fray Josef, Obispo de Buenos Aires.»
APÉNDICE

DOCUMENTOS
Y ACLARACIONES
DOCUMENTOS Y ACLARACIONES

Núm. 1.

1607.— Los indios convertidos sin armas no tributen en diez años

«El Rey»— Marqués de Montksclaros, pariente, á quien he proveído


por mi Gobernador y Capitán general de las provincias del Perú, ó la
persona ó personas á cuyo cargo fuere el gobierno de ellas:
«Porque como tenéis entendido, en esas partes se van haciendo
algunos descubrimientos, y en algunas de las provincias que ya están des-
cubiertas, reduciendo los indios naturales de ellas á nuestra santa fe
Católica; y como quiera que por las Ordenanzas de nuevos descubrimientos
y poblaciones, está dada la orden que en ello se ha de tener, conviene y
deseo que los indios sean relevados y aliviados en cuanto sea posible:
»He tenido por bien que de los que se redujeren de nuevo á nuestra
santa fe Católica y obediencia mía por sola la predicación del Evangelio,
no se cobre tributo por tiempo de diez años, ni se encomienden.
»0s MA^DO que así lo hagáis y cumpláis, y tengáis gran cuidado del
buen tratamiento de los indios, asistiendo á los religiosos que entendieren
en su conversión con lo necesario para el bien de sus almas sin otro fin
alguno. Y
de lo que en todo hiciereis, me avisaréis.— De Madrid, á treinta
de Enero de mil y seiscientos y siete años.
»Yo EL Rey.»— Por MANDADO del Rey nuestro señor, Gabriel de Hoa.»
(Río-Jan., Col. Ángelis IX, 2.)

Núm. 2.

1636.- Auto del Presidente de la Audiencia


para nombrar Protector de indios al Provincial del Paraguay

«Don Juan de Lizarazu, del Consejo de Su Majestad, su Presidente


en Real Audiencia y Chancillería Real que reside en esta ciudad de la
la
Plata del Perú. Por cuanto yo proveí un Auto del tenor siguiente:
»DoN Juan de Lizarazu, del Consejo de Su Majestad, y su Presidente
-Sl'J —
en esta Audiencia de la Plata. Por cuanto Su Majestad (Dios le guarde), tiene
encargado y mandado en diferentes Cédulas, que los indios naturales de estas
provincias sean amparados y defendidos en las causas que se les ofrecieren:
Y porque corre más especial razón que se haga lo sobredicho con los
indios recién convertidos á nuestra santa fe Católica, que la sagrada Reli-
gión de la Compañía de Jesús, con heroicas y copiosas cosechas, ha propa-
gado en las provincias del Paraguay, en los pueblos de San Ignacio guazú,
en el ítapúa, en el río Paraná, en el Uruguay y Yabebirí, y Itatines, á
cuya protección y amparo conviene acudir, porque siendo defendidos y
bien tratados, abrazarán mejor todo cuanto conviene á su conversión.
»PoR TANTO, teniendo consideración á que los Muy Reverendos Padres
Provinciales de la Compañía de Jesús de las sobredichas provincias, como
personas á cuyo cargo está dirigido lo más principal, conocerán también
lo que toca y pertenece al aumento, conservación y paz de aquellos indios,
y cuanto mira á disponer lo conveniente para que sean tratados como
vasallos de S. M. y mantenidos en justicia: Atento á lo cual, y usando de
la facultad que tengo, mientras que S. M. ó el Excmo. señor Virrey de
estos Reinos, no ordenare otra cosa:
«Nombro por Protectores de los dichos indios de las provincias del
Paraná, Urugua}-, Yabebirí, Itatines, cu3'as Reducciones están á cargo
de la dicha Compañía de Jesús, á los Provinciales de ella que al presente
son y adelante fueren, para que por sí, ó por los Procuradores de las
dichas Reducciones, acudan á la protección 3^ defensa de los dichos natu-
rales en todas las causas que se les ofrecieren, así civiles como criminales,
que demandando ó defendiendo se introdujeren ante los Gobernadores de
las dichas provincias del Paraguay y Buenos Aires y las demás dichas
provincias, y ante otras cualesquiera Justicias de los dichos distritos.
Y encargo, y de parte de Su (Majestad exhorto á los dichos Reverendos
Padres F^rovinciales de las dichas provincias de la Compañía de Jesús,
acudan á la protección y defensa de los dichos naturales, con todo el cui-
dado posible, avisando lo que fuere conveniente y hallaren que es impor-
tante para que se pueda conseguir lo sobredicho con más copiosos efectos,
que á todo se acudirá con el cuidado y brevedad que se requiere; para todo
lo cual ordeno y mando á los sobredichos Gobernadores del Paraguay y
Buenos Aires, y demás Justicias de aquellas provincias, den todo el favor
y ayuda necesaria á los dichos Provinciales ó Procuradores que pusieren
en su nombre como tales Protectores. A los cuales les doy todo el poder
cumplido el que se requiere para que acudan á las causas que se les ofre-
cieren á los dichos indios, sin que se les ponga en todo ni en parte ningún
estorbo ni impedimento por los dichos Gobernadores ni otras Justicias,
pena de mil pesos ensayados para la Cámara y Fisco de Su Majestad, en
que desde luego los doy por condenados, lo contrario haciendo. Para todo
lo cual, mando que se despachen los recaudos necesarios.
»Hecho en la ciudad de la Plata, á diez y ocho de Julio de mil y seis-
cientos y treinta y seis años.
Don Juan de Lizarazu
Ante mí: Don Fernando de Aguirre.»
(BuENCs AiRESi Arch. gen. leg. 1600-1750/ Guerra Guaranítica /Je-
suítas.)
-513

Núm. 3.

1643. C. R. Indios convertidos del Paraguay, no tributen

en veinte años

«El Rey— Por cuanto por cédula del Rey mi señor y padre (que
santa gloria haya), de treinta de Enero del año pasado de mil y seiscientos
y siete, dirigida al Marqués de Montes Claros, mi V^irrey que fué de las
provincias del Perú, está dispuesto y ordenado, que por el tiempo de diez
años no se encomienden ni cobren tributos de los indios que se redujeren á
nuestra santa fe Católica y obediencia de mi Real Corona por sola la pre-
dicación del Evangelio, como más particularmente se refiere en la dicha
Cédula, que es del tenor siguiente:

[Aquí el núm. 2.]

»Y ahora Antonio Ruiz de Montoya, de la Compañía de Jesús, me


ha hecho relación que los indios de las provincias del Río de la Plata y
Paraguay, que los religiosos de la dicha Compañía han reducido á nuestra
santa fe Católica, por medio de la predicación evangélica, en que han
padecií^o muchos trabajos con invasiones de portugueses del Brasil, que
por ser continuas, se han hallado necesitados á mudar de poblaciones, y
hacerlas en otras partes y sitios, con pérdida de sus cortos caudales, edifi
cios y sementeras, con que habían quedado muy pobres é imposibilitados
de poder restaurar tan presto el daño recibido:
«Suplicóme que para remedio de ello, fuese servido de hacer mer-
ced álos indios de dichas Reducciones de que no paguen tributo por algún
tiempo:
»Y HABIÉNDOSE visto en Junta particular de diferentes ministros
míos, donde mandé remitir las proposiciones que hizo el dicho Antonio
Ruiz de Montoya en esta razón y otras, y consultádoseme, así por ella,
como después por los de mi Consejo Real de las Indias: Considerando que
conviene aliviarlos, para que continúen con más fervor en nuestra santa
fe, y para que otros á su imitación hagan lo mismo, y á que por la dicha
Cédula está dispuesto y ordenado que los indios que se redujeren por sólo
la predicación evangélica no tributen por diez años, y que algunos de los
de las dichas Reducciones, han gozado de este beneficio, y otros lo gozan,
por no ser cumplidos para con ellos los diez años:
»He tenido por bien de HACER MERCED, como por la presente se la
hago, á los indios de las dichas Reducciones del Río de la Plata y Para-
guay, de que por tiempo de diez años demás de los diez primeros conce-
didos por la Cédula arriba inserta, dejen de tributar, y no puedan ser
encomendados.
»CoN DECLARACIÓN que los que ya hubieren pasado de los diez años

33 Organización Social de las Doctrinas Guaraníes


-514-
primeros, corran los diez que ahora se les prorrogan, desde el día que ésta
mi Cédula llegare á aquellas provincias; y á los que todavía los estuvieren
gozando, desde que los cumplieren. De suerte que todos los indios de
las dichas Reducciones hayan de estar exemptos de tributar los veinte
años. Y mando á todos mis Gobernadores de ellas, cumplan y ejecuten lo
contenido en esta mi Cédula, sin ir contra ella, en manera alguna. Y que
para lo que hubieren de tributar después los dichos indios, hagan la tasa
antes que se cumpla el dicho tiempo, y la envíen al dicho mi Consejo, en la
forma que se les ordena por Cédula mía de veinticinco de Noviembre del
año pasado de seiscientos y cuarenta y dos, para que vista en él, provea
lo que convenga. Que así es mi voluntad.— Fecha en Madrid, á siete de
Abril de mil y seiscientos y cuarenta y tres años.
»Yo EL Rey.— Por mandado del Rey nuestro señor, Gabriel de Hoa.»
(Río-Jan., Col. Ángelis, IX, 2.)

Núm. 4.

1647— C. R. Sean aliviadas de tributos las Reducciones


por sus servicios militares

»El Rey— Marqués de Mancera, pariente, de mi Consejo de guerra,


gentilhombre de mi Cámara, mi V^irrey, Gobernador y Capitán general
de las provincias del Perú ó á la persona ó personas á cuyo cargo fuere su
gobierno:
»JuAN Pastor, de la Compañía de Jesús, Procurador general de ella de
las provincias del Paraguay, me ha hecho relación de que los indios del
Uruguay y del Paraná en la provincia del Paraguay que están á cargo de
los religiosos de la dicha Compañía en veinte y cuatro pueblos muy copio-
sos y lustrosos, se habían defendido valentísimamente de doce años á esta
parte de los portugueses del Brasil, á costa suya y de sus personas, com-
prando armas y municiones y otras cosas necesarias para su defensa en
mucha cantidad, y de valor, que pasa de setecientas bocas de fuego: obli-
gándoles á esta prevención las invasiones que los dichos portugueses les
hacían, llevándolos cautivos al Brasil, donde los vendían por esclavos:
y que después que les concedí licencia para que en su defensa usasen
dichas armas, habían defendido su tierra, echando á los portugueses de
ella, hasta ponerlos en huida ignominiosamente por dos veces, con que hoy
gozaban de paz, sin que los portugueses se hubiesen atrevido á volver
sobre ellos: y que esto resultaba en mi servicio y defensa de la provincia
del Paraguay, que estaba con mucho riesgo de que el enemigo intentase
apoderarse de ella, por su poca resistencia: y que si alguna había de tener
para este caso, era por estos indios, que en la ocasión que les llamase mi
Gobernador de aquellas provincias, acudirían con sus armas y defensas
á defender la tierra:
«Suplicóme que, atendiendo á lo referido, les hiciese alguna merced
-515-
•que les pudiese ser de alivio en los tributos
que pagaran, dejándolo á vues-
tra disposición, ó á la demi Presidente de la Audiencia de Charcas:
»Y HABIÉNDOSE VISTO en mi Consejo de las Indias, con lo que sobre
-ello dijo el Licenciado D. Jerónimo de Camargo mi Fiscal en él:
»Ha parkcidü cometeros y encargaros pongáis todo cuidado en procu-
rar por el alivio de los indios de las dichas Reducciones, pues es justo asis-
tirles por lo bien que se dice han servido y defendídose de los rebeldes de
Portugal, alentándolos para que lo continúen en las ocasiones que ade-
Que así es mi voluntad y conviene á mi servicio.
lante se ofrecieren.
Fecha en Madrid, á catorce de Febrero de mil seiscientos y cuarenta
y siete años.
»Yo EL Rey — Por mandado del Rey nuestro señor: D. Gabriel de
Ocaña y Alarcón.»
[Ind. 122. 3. 2. t. 6. fol. 6 vta.]

Núm. 5.

1649— Tributo de un peso en plata—


Decláranse los Guaraníes guarnición de frontera

«Acuerdo — En la ciudad de los Reyes, á diez y seis días del mes


de Marzo de milseiscientos y cuarenta y nueve años, estando en Acuerdo
general de Hacienda, en que se halló S. E. y los señores D. Andrés de
Videla, D. Antonio de Calatayud, D. Sebastián de Alarcón, y D. Pedro
de Meneses, Oidores, D. Fernando Bravo de Laguna, Contador del Tri-
bunal de Cuentas, Bartolomé Astete de Ulloa, Juan de Caseda y Baltasar
Becerra, Jueces Oficiales Reales,
»Se vio este Memorial del P. Antonio Ruiz, de la Compañía de Jesús,
por los indios de las provincias del Uruguay, Tape, ríos Paraná é Latines
de la Gobernación del Paraguay, Cédula Real y certificaciones que pre-
senta: y las respuestas de los señores Fiscal de S. M. y Fiscal Protector»
[todos estos documentos preceden al Acuerdo en el documento que se
copia; pero aquí sólo se ha puesto la Cédula Real y este Auto], que todo
junto mandó S. E. traer á este Real Acuerdo:
»Y PARECIÓ, atento á las razones que en el dicho Memorial representa
el dicho Padre, y ser ajustadas y ciertas, que S. E. reciba por vasallos
de S. M. los indios de dichas provincias nuevamente convertidos: y desde
luego sean declarados por tales y pertenecientes á la Real Corona, y por
presidiarios del presidio y opósito de los portugueses del Brasil: y que por
ahora sean relevados de mitas y servicio personal, puesto que asisten en
el dicho presidio, en que se les juzga bastantemente ocupados en servicio
de S. M. y causa pública: y por ahora asimismo, solamente paguen de tri-
buto á S. M. en reconocimiento de señorío, un peso de ocho reales por
cada indio, en plata y no en especie: y para el dicho efecto hagan el padrón
de los dichos indios los Oficiales Reales del Puerto de Buenos Aires,
á cuyo cargo ha de estar la cobranza de dichos tributos, y no otro ninguno;

-516-
á los cuales se encargue y advierta la cobranza con la mayor suavidad
y blandura que fuere posible: especialmente hasta que esté entablada de
todo punto: y al dicho Gobernador que no ocupe los indios en trajines, ser-
vicio ni conveniencias suyas; y que de todo se despache Provisión: Y Su
Excelencia y dichos señores— D. Josef de Cáceres.
lo señaló,
«Decisión— En cuya conformidad, y atento las causas y razones que
representa el dicho Padre Antonio Ruiz de Montoya en el Memorial suso
incorporado: y respecto de ser ciertas y ajustadas:
»Di LA PRESENTE, POR LA CUAL en nombre de S. M. y en virtud de los
poderes y comisiones que de su persona real tengo: recibo por sus vasallos-
Ios indios nuevamente convertidos de las provincias del Uruguay, Tape,
río Paraná y de Itatí, de la Gobernación del Paraguay; y los declaro por
tales y pertenecientes á la Real Corona, y por presidiarios del presidio'
y opósito de los portugueses del Brasil:
»Y MANDO que por ahora sean relevados de mitas y servicio personal,
puesto que asisten en dicho presidio, en que se juzga estar bastantemente
ocupados en el real servicio y causa pública:
»Y QUE ASIMISMO por ahora, paguen solamente tributos á S. M. en reco-
nocimiento y vasallaje, un peso de ocho reales por cada un indio, en plata
y no en especie: para cuyo efecto mando que los Oficiales Reales del
Puerto de Buenos Aires, á cuyo cargo y no de otro ninguno ha de estar la
cobranza de dichos tributos, hagan el padrón de dichos indios, y lo cobren
con la mayor suavidad y blandura que fuere posible, especialmente hasta
que de todo punto esté entablado: y que el Gobernador de dichas provincias
no ocupe los dichos indios en trajines, servicio ni conveniencias suyas,
según y como se contiene y declara en dicho auto suso incorporado: que
mando se guarde y cumpla esta provisión en todo y por todo, sin que con-
tra su tenor y forma se vaya ni pase en manera alguna: y el dicho mi
Gobernador y Oficiales Reales lo observarán así, pena de cada quinientos

pesos de oro para la Cámara de S. M. Fecha en los Reyes, á veinte y uno
de Junio de mil seiscientos y cuarenta y nueve años. Conde de Salva-

tierra. Por mandado del Virrey, D. José de Cáceres y Ulloa.»
(Col. de documentos impresos por Tkelles).

Núm. 6.

1661— C. R. Pónganse en la Corona Real todos los indios

de Reducciones— Paguen tributo de un peso


los de catorce á cincuenta años

»El Rey: D.Juan Blásquez de Valverdk, Oidor de mi Audiencia


Real de mi ciudad de la Plata de la provincia de los Charcas, y mi Gober-
nador y Capitán general de las del Paraguay, ó á la persona que os suce-
diere en esos cargos:
»PoR la instrucción que mandé despachar en diez de Junio del año
- 517 -
pasado de mil y seiscientos y cincuenta y cuatro en razón de lo que había-
des de ejecutar en esas provincias, se os advertía entre otras cosas lo que se
había entendido cerca de que los religiosos de la Compañía de Jesús de
•esas provincias no consentían que los indios de las Reducciones que admi-
nistran y tienen á su cargo en ellas pagasen tributo ni se encomendasen,
sino que fuesen exentos del derecho de la regalía, y del reconocimiento que
me tocaba como á su Rey y señor natural. Y
por ser punto tan digno de
reparo, os ordené que, instruyéndoos muy particularmente de todo lo que
resultase de los autos y papeles que en razón de lo referido hubiese, así en
mi Audiencia de los Charcas como en esa provincia, y tomando las demás
noticias que fuesen necesarias, para enlerarvos bien de si sería conve-
niente ó no que los indios de aquellas Reducciones tributasen, ó si de ello
resultarían algunos inconvenientes; me inviásedes relación individual de
ello, con noticia de las Cédulas que estaban despachadas en favor de los
dichos indios: y de si se había cumplido el privilegio y excepción que por
«lias les tenía concedido del tiempo que les faltaba: dando sobre ello vues-
tro parecer, como más particularmente se contiene en la dicha Instrucción,
á que me refiero:
»Y EN CARTA de veinte y dos de Marzo del año pasado de mil seiscien-
tos y cincuenta y ocho, decís que los dichos religiosos tienen en las pro-
vincias del Paraná y Uruguay diez y nueve poblaciones y Doctrinas de
indios, refiriendo el número que tiene cada una, y los que efectivamente
deben pagar tributo: y cuántos son los que por Ordenanzas de esa tierra
están reservados de ello: y la cantidad que por ellas está señalada de tri-
buto á cada indio en plata ó en especies: enviando padrones de ello: en
que se especifican por menor: Y
juntamente remitisteis una provisión des-
pachada el año de seiscientos y cuarenta y nueve por el conde de Salva-
tierra, siendo mi Virrey del Perú, con comunicación de mi Audiencia de
Lima, en que tasó y señaló por entonces el tributo de cada uno en ocho
reales de plata. Y decís los pedimentos que contra cuatro puntos de los
contenidos en la dicha provisión y pidiendo declaración de ellos, habían
presentado los religiosos de la Compañía como protectores de los dichos
indios en su nombre: y las causas porque se había dejado de cumplir la
provisión:
»Y QUE LOS RELIGIOSOS DICHOS nunca habían resistido que aquellos
indios fuesen encomendados en mi Corona Real ni exentos del derecho de
regalía y reconocimiento del dominio que se me debe, y dejasen de pagar
en mis Cajas Reales: sino que fuesen relevados de ser encomendados en
personas particulares. Y que el privilegio que tenían los dichos indios
para dejar de tributar había muchos años que era cumplido; pero que sin
embargo pedían los dichos religiosos que en cada pueblo se relevasen
algunos á título de fiscales, cantores y otras ocupaciones:
» Y CONCLUÍS con decir el tributo que os parecía podían pagar los dichos
in-

dios: y que aunque habíades intentado con los dichos religiosos que mien-
tras iba la última determinación mía, se ejecutase la provisión del conde de
Salvatierra, y cobrasen del dicho tributo su estipendio, y no de la Caja
Real de Potosí; que los indios estaban contentos y la presentaron, valién-
dose de ella para que no se les acrecentasen los ocho reales que por la
dicha provisión se les señalaron: no lo pudisteis conseguir, por haberlo
-518-
resistido los dichos religiosos, y no tener orden para obligarles á ellor
Y en otra carta de veintidós de Octubre del dicho año, me dais cuenta del
litigioque los vecinos de la ciudad de la Asunción de esas provincias
tuvieron en mi Audiencia de los Charcas, sobre si los indios de las dichas
Reducciones habían de ser encomendados á particulares, ó se habían de
poner en mi Corona Real; y que sin embargo de la defensa que hicieron
en su nombre los dichos religiosos, se había despachado ejecutoria para
que los de las dos Reducciones de Itapúa y Corpus Christi los encomen-
dase mi Gobernador de esas provincias en personas beneméritas, decla-
rando debían pagar el tributo en especies y no el tributo personal; pere-
que no se habían valido de ella en veintidós años. Y que aunque usando
de la dicha ejecutoria, pudiérades haberlos encomendado, lo habíades sus-
pendido hasta darme cuenta, para que teniéndolo por bien, los mandase
poner en mi Corona Real, por el desconsuelo que les causaría verse enco-
mendados á particulares, cuando los indios de las demás Reducciones-
venían á ser tributarios míos:
»Y habiéndosh; visto por los de mi Consejo de las Indias con los demás
papeles tocantes á la materia, y consultcádoseme sobre ello: he resuelto-
ordenaros y mandaros (como lo hago), para asegurar más el dominio de los
indios de las dichas Reducciones, y la obediencia que deben tener á vos y
á mis Gobernadores, las pongáis todas ellas en mi Corona Real. Y que
aunque se hayan encomendado algunos de los indios de los pueblos de
Itapúa y Corpus Christi á personas particulares, hagáis dellos la misma
incorporación, para que luego que vaquen se ejecute: sin que puedan
volver á encomendarse de nuevo: de forma que en todas las Reducciones
de esas provincias corra una misma regla, siendo los indios tributarios
míos, pues con ésto se verán libres de las vejaciones délos encomenderos,
y ellos tendrán el consuelo de que á todos se les trata con igualdad: siendo
ésto muy importante para su conservación y pí^ra el aumento de mi Real
Hacienda:
»Y DISPONDRÉIS QUE SE COBRE EL TRIBUTO, uu peso de ocho reales en
especie de plata: y que ésto se observe por tiempo de seis años: con decla-
ración de que lo han de pagar todos los indius que hubiere de las dichas
Reducciones desde edad de catorce años hasta cincuenta: reservando la
determinación de lo que han de pagar después de pasado este tiempo á lo
que con las noticias que hubiere del estado que tuvieren las dichas Reduc-
ciones pareciere más conveniente resolver, acrecer ó no el dicho tributo:
»Y ADVERTIRÉIS á los dichos ReHgiosos no ejerzan el oficio de Protec-
tores de los indios de las Reducciones que están á su cargo, como parece
lo han hecho hasta aquí, porque esta ocupación la ha de servir, como es mi
voluntad la sirva, el que para ésto fuere nombrado por mí, ó por quien en
mi nombre tuviere derecho legítimo para nombrarle, precediendo informes
vuestros y del Obispo de la Iglesia Catedral de esas provincias: _v él oya
[sic] al Cabildo secular de la Asunción, y consultivamente á los mismos

Religiosos para que se pueda elegir por la persona que, como queda refe-
rido, tuviere facultad mía para este ejercicio de dicho oficio de Protector.
Y también les advertiréis á dichos Religiosos que no se entremetan más
que en predicar y confesar á los dichos indios, enseñándoles lo que perte-
nece á los artículos de nuestra sagrada religión, y la obligación que tienen
-519-
de servirme y obedecerme y pagar los tributos; sin entrometerse en el
gobierno temporal ni en impedir la paíja dellos, ayudando y asistiendo á
vos y á los que os sucedieren en esos cargos. \' para que ésto se consiga
con efecto, daréis las órdenes que convengan, para qne el sínodo que se
paga de mi Caja Real de la villa de Potosí á los Religiosos doctrinantes
de las dichas Reducciones, se les consigne en lo que importare el tributo
que pagaren los indios, cobrándose por los Oficiales de mi Hacienda en
cuyo distrito caen, y enterándose con efecto á mi Caja de su cargo, pues
siendo los mismos Religiosos doctrinantes de dichas Reducciones intere-
sados en la cobranza de sus estipendios, tendráti más cuidado en la puntual
contribución del tributo. Y que loque importaron los dichos estipendios se
les pague por los Oficiales de mi Real Hacienda, en cuyo poder entra lo
procedido de los dichos tributos. Y para que no se les acuda con ellos por
dos vías, daréis aviso á los Oficiales de mi Hacienda de la villa del Potosí,
del día en que se les empezare á pagar de lo procedido de los dichos tri-
butos: para que desde entonces en adelante, no acudan ellos á los dichcis
Religiosos con cosa alguna por cuenta de los dichos estipendins; con aper-
cibimiento que si lo hicieren, se cobrará de sus bienes y hacienda lo que
por esta razón dieren.
»Y DK HABER DADO CUMPLIMIENTO Á TODO lo referido, me daréis aviso
en laprimera ocasión. Y de la presente tomarán la razón mis Contadores
de cuentas que residen en el dicho mi Consejo. Fecha en Madrid á veinte

y seis de Octubre de mil y seiscientos y sesenta y un años. Yo el Rey.—

Por mandado del Rey nuestro Señor D. Juan de Subiza.»
[Arch. de Indias: 122. 3. 2. tomo 7, f. 13. vto.].

Núm. 7.

1679— C. R. definitiva sobre tributo

«El Rey— Mi Gobernador y Capitán general de la Provincia


DEL Paraguay: La Reina mi señora, mi madre, por Cédula de seis de
Septiembre Jel año pasado de mil seiscientos y setenta y tres, tuvo por
bien de mandar al licenciado D. Diego Ibáñez de Faria, que fué Fiscal de
la Audiencia que hubo en la ciudad de la Trinidad y Puerto de Buenos
Aires, fuese personalmente con los Religiosos de la Compañía de Jesús
de las Doctrinas que administran en las Provincias del Paraguay, Paraná
y Uruguay, á numerar los indios de ellas, como estaba ordenado por
Cédula de treinta de Abril de mil seiscientos y sesenta y ocho, haciendo
que de lo que tributasen, entrando primero en mis Cajas Reales del distrito
donde caen dichas Doctrinas, se pagase á los Religiosos por las veinte y
dos que tienen en dichas provincias el sínodo que por diferentes Cédulas
les estaba señalado. Y en su cumplimiento, el dicho D. Diego Ibáñez de
Faria, con carta de veinte y dos de Octubre del año pasado de mil seis-
cientos setenta y siete, remitió los autos del padrón que hizo de los dichos
- 520 -
indios: refiriendo que, habiéndolo puesto en ejecución yendo personalmente
á todos los pueblos, excepto uno llamado el Corpus, en la Provincia del
Paraná, en que no entró por padecer una rigorosa peste, y haber perecido
de ella la mitad de sus habitadores, y porque con su entrada era precisa la
comunicación, recelando el peligro de que se infestasen los demás pueblos,
y á persuasión de los Religiosos dispuso que el Cura le enviase matrícula
jurada de todas las personas que vivían, por la cual se hizo el padrón:
»Y HALLÓ EN DICHAS REDUCCIONES cincuenta y ocho mil ciento diez y
ocho personas de todos sexos y edades, y en ellas catorce mil cuatrocientos
y treinta y siete indios tributarios, que según las órdenes dadas debían

pagar un peso de á ocho reales cada uno. Que en este número entraron
todos los varones de catorce años hasta cincuenta que no estaban con impe-
dimento de enfermedad: porque los que pasaban de dicha edad se reserva-
ban por las Ordenanzas. Lo cual no se hizo con los caciques y sus hijos

primogénitos, aunque se pidió por parte de los indios. Por cuya causa, y
haber empadronado por tributarios á los menores de diez y ocho años, pre-
sentaron por el Protector que les nombró diferentes escritos: y últimamente
apelaron para mi Consejo de las Indias:
»PORLO CUAL, Y OTRAS DIFICULTADES QUE SE OFRECIERON, resolvió
remitir los autos, suspendiendo la eiecución de dicha Cédula, dejando así el
tributo como la paga del sínodo en el estado que estaba: hasta que con
enteras noticias de todo, se determinase en el dicho mi Consejo lo que en
adelante se había de observar:
»Para lo CUAL ME REPRESENTABA lo que alcanzaba en la materia: y
era, que después de muchos años que los Religiosos de la Compañía redu-
jeron dichos indios, y fundaron sus pueblos, se ordenó que pagasen tributo:
cuya tasa se cometió á mi Virrey de las Provincias del Perú: y siéndolo el
conde de Salvatierra, dispuso pagase cada uno de los que según Ordenanzas
debían tributar, un peso de á ocho reales en plata. —A que no se dio cum-
plimiento.
»Y por Cédula del año de mil seiscientos y sesenta y uno se mandó

ejecutar lo dispuesto por el dicho \'irrey, y tampoco tuvo efecto hasta
el de mil seiscientos y sesenta y seis, que habiéndose fundado la dicha
Audiencia de Buenos Aires, se resolvió por ella pagasen los indios tribu-
tarios de la Provincia del Paraná y Uruguay nueve mil pesos:
»Y ESTO FUÉ ARBITRARIO, por ajuste que se hizo con los Religiosos de
la Compañía, sin preceder padrón: — porque al que hizo D. Juan Blásquez
de Valverde por orden que tuvo el año de seiscientos cincuenta y siete, se
le añadió alguna cantidad, respecto del aumento que se reconocía haber
en aquellos pueblos. — Y de este tributo que se enteraba en la Caja
Real, se pagaba el sínodo de quince Doctrinas á los Religiosos que los
tenían á su cargo, que importaban seis mil novecientos y noventa y nueve
pesos y tres reales: y además de ésto, de las tres reducciones que había en
esa Provincia, pagaban en la Caja Real de ella los indios tributarios un
peso cada uno en lienzo de algodón, á razón de peso por vara, por ser precio
corriente y no haber plata ni otro género: que montaría mil pesos, poco
más ó menos, según la razón que sacó de la Caja: siendo cierto que para
la resolución de si han de pagar tributo los menores de diez y ocho años,
por las Ordenanzas generales y particulares de esas Provincias no le
- 521 -
debían,mas por la Cédula del dicho año de seiscientos sesenta y uno, estaba
expresamente declarado que los indios varones de dichas Reducciones
pagasen un peso en plata desde edad de catorce años.-»
«En cuya virtud los empadronó por tributarios, sin distinción de si
eran solteros ó casados -Y el número de los que pasaban de catorce, sin
haber cumplido los diez y ocho años, era considerable: pues se habían
matriculado dos mil seiscientos setenta y tres. Que por su parte se alegó
debía reservar de tributo á los caciques y sus hijos primogénitos, por estar
en uso y ser conforme á Ordenanzas- Y aunque era así, y se observaba en
las tres Reducciones de San Ignacio, Nuestra Señora de Fe y Santiago,
porque en éstas los declarábades vos por exentos de tributo: y así fué con
el mismo presupuesto dejándolos en la misma posición que los halló; pero
pasando á la Provincia del Paraná, con que no os entrometíades, reconoció
el padrón que hizo el dicho donjuán Blásquez de Valverde, Oidor que fué
de mi Audiencia de los Charcas y Gobernador de esa provincia el año
pasado de mil seiscientos y cincuenta y siete, y advirtió no había reservado
á los caciques ni sus primogénitos, sino rara vez por ser Corregidores ú
otra razón particular: Con que siguió su dictamen, y se empadronaron no-
vecientos y quince caciques: y de ellos los seiscientos y noventa no debían
pagar tributo según su edad: y trescientos y cuatro hijos primogénitos.
»QuE ASIMISMO PRETENDÍAN DICHOS INDIOS quc los recién convertidos
gozasen privilegio de no pagar tributo por veinte años, valiéndose de una
Cédula de siete de Abril de seiscientos y cuarenta y tres, en que se mandó
que los de estas Reducciones tuviesen esta prerrogativa exorbitante, por-
que regularmente la excepción era de diez años— y que la duda consistía
en si la gracia se había de entender perpetua, y caso que se declarase así,
si se había de entender el privilegio de no tributar por veinte años de los

hijos de los recién convertidos, que se bautizan párvulos sólo por voluntad
de sus padres, que les procrearon en su gentilidad.
»QUE SE PODÍA DÜD\K Si AL CuRA DEL PUEBLO DE SaN IgNACIO SE
HABÍA de pagar el sínodo como á los demás. Y la razón era porque este
pueblo se distingue de todos, en que los naturales de él están encomendados
á vecinos de la ciudad de la Asunción, excepto cincuenta y nueve que son
de mi Corona, aunque la reducción era numerosa: y como el pagar esti-
pendio á los Curas es carga y obligación de los encomenderos, parecía no
se debía dar de la Real Hacienda, si no es respecto de aquellos indios que
están por encomendar y pagan tributo en mis Cajas.
>QüE AUNQUE LAS DOCTRINAS que administraban los dichos religiosos
eran veinte y dos de otros tantos pueblos, había dos que estaban unidos en
un cuerpo: en la provincia del Paraná, la Candelaria con el de San Cosme
y San Damián, y en la del Uruguay San Nicolás con el de los Apóstoles
San Pedro y San Pablo. Tenían estas dos Reducciones una iglesia sola, y
los moradores vivían en barrios distintos, y en una población tenían dos
Curas, y Corregidor, Alcaldes y Cabildo á su modo separados: y podía
dudarse si se había de pagar el estipendio de dos Curas, ó si uno podía
serlo de ambos pueblos: pues en todas las Reducciones asistían ordinaria-
mente dos religiosos sacerdotes idóneos para la administración de los sacra-
mentos, y en dicho pueblo de la Candelaria residía el que llamaban Supe-
rior de ellas.
-522-
»Quh: por último era necesario declarar si los indios de las tres
Reducciones de San Ignacio, Nuestra Señora de Fe y Santiago, de la
provincia del Paraguay, que hasta entonces pagaban en lienzo, habían de
proseguir pagando en la misma especie, y si los religiosos doctrineros
habían de ser obligados á recibir por cuenta de su estipendio lienzo: por-
que hasta aquel tiempo el sínodo todo se cobraba en plata.
'Que también se había pedido por parte de los indios, que según las
Ordenanzas, se habían de reservar de tributo en cada pueblo el Corregidor,
Alcaldes, Fiscales, cantores, sacristanes y sirvientes de los Curas, que
serían hasta doce.
»QuE Para la resolución de todo, era de advertir que, como enton-
ces no se pagaban más que quince Doctrinas, sobraba cada año del tributo
dos mil pesos en la Caja de Buenos Aires, y más de otros mil en la del
Paraguay: nías añadiéndose el estipendio de los Curas de otras siete
Reducciones hasta las veinte y dos que se mandaban pagar, crecía mucho
el gasto, que importaba diez mil doscientos sesenta y cinco pesos y seis
reales: y los tributarios, según el padrón que hizo, eran catorce mil cuatro-
cientos y treinta y siete, que habían de pagar otros tantos pesos: y si se
reservasen los menores de diez y ocho años, caciques, sus hijos primogé-
nitos recién convertidos por veinte años y los que por las ordenanzas se
reservan, por los oficios que quedan expresados, apenas había para pagar
á los Curas.
»Y EN OIRÁ carta de diez y ocho del mismo Octubre da cuenta el
dicho don Diego Ibáñez de Faria de lo que obró, en virtud de la orden que
le dio don Josef Martínez de Salazar, que fué Presidente de la dicha
Audiencia de Buenos Aires, sobre que inquiriese si entre aquellas Doc-
trinas se hallaban los indios que se huyeron de la que administraba Fray
Francisco de Rivas, Comendador del Orden de la Merced, nombrada
Itacurubí, que la desampararon ausentándose todos juntos, diciendo que
por la información que remitía, constaba haber algunos de dichos indios en
tres reducciones, que eran San Josef, Santo Tomé y los Reyes: porque
habiéndose huido juntos, después se dividieron en trozos, y anduvieron
vagando por los montes algún tiempo, hasta que casualmente, saliendo
algunos religiosos de la Compañía (como lo acostumbraban) á buscar
infieles y reducirlos á la fe, y explorar la campaña por recelo de los portu-
gueses de !¿an Pablo, encontraron con algunas tropas pequeñas de los
dichos indios de Itacurubí, y los agregaron á sus Reducciones, donde se
habían casado y perseveraban hasta entonces: cuyo número no llegaba á
cien familias: y todos se habían numerado al fin de los padrones de dichos
tres pueblos, con la nota de ser de esta calidad; y de los demás que fueron
muchos, no había noticia alguna.
»Y Alonso Pantoja, de la Compañía de Jesús, y Procurador general
de las provincias de las Indias, me representó la orden que se había dado
al dicho don Diego Ibáñez de Faria, y como había hecho el padrón de los
indios: y que pretendió ante el Protector de ellos que los de catorce años
hasta cumplidos diez y ocho, y los caciques, y sus hijos primogénitos, y los
recién convertidos hasta que pasasen de veinte años, no habían de pagar
tributo aljiuno: cuya determinación había remitido al dicho mi Consejo.-
ordenando que en el ínterin que se tomaba resolución sobre eso, sesuspcn-
- 523 -
diese la ejecución: y entretanto sólo se Íes pagase á los religiosos el sínodo
de quince Doctrinas, y los indios satisficiesen nueve mil pesos de tributo
cada año: como todo constaba por la copia de autos que presentaba.
»SuPLicóMK fuese servido de mandar que con efecto se les pagase el
sínodo de todas veinte y dos Doctrinas, determinando juntamente la pre-
tensión del Protector de dichos indios, porque no hubiese motivo para que
se les dejase de pagar por entero.
»V HABIÉNDOSE VISTO todo por los de mi Consejo de las Indias, con lo
que sobre ello dijo y pidió mi Fiscal en él:
»Hh; TENiüO POR BIEN DE DAR LA PRESENTE, por la cui.l OS mando que,
sin embargo de lo dispuesto por la Cédula del Rey nuestro señor y padre
(que santa^gloria haya) de diez y seis de Octubre del año pasado de mil y
seiscientos y sesenta y uno, en que entre otras cosas se dispone que el
tributo de los indios de las dichas Reducciones, le pagasen todos los que
hubiese en ellas desde edad de catorce años, deis la orden que fuere nece-
saria para que en adelante, todos los indios de las dichas veinte y dos Doc-
trinas no tributen hasta la edad de diez y ocho años, sean ó no casados,
antes ó después, y que asimismo, no tributen los caciques y sus hijos primo-
génitos, sacristanes y Corregidores, y demás oficiales que por las Ordenan-
zas de esas provincias tengan exención de tributar. Como también que los
nuevamente reducidos á nuestra santa fe católica gocen de la excepción
por el tiempo de los veinte años según lo dispuesto por Cédula de siete de
Abril del año de mil seiscientos y cuarenta y tres, con que el dicho tiempo
les corra continuo á los que siendo de edad capaz de razón, se redujeren á
nuestra santa fe voluntariamente y sin fuerza de armas, á cada uno desde
el día que se redujere; con advertencia que no han de gozar de este privi-
legio los'niños que nacieren de padres cristianos ya reducidos, pues éstos
gozan del otro privilegio de menores hasta la edad de diez y ocho años; y
no les conviene la calidad de reducirse por el acto heroico de voluntad que
promete el mérito á los capaces de razón; y que en cuanto á que el tributo se
pague en especie de plata ó en los géneros de la tierra, se guarde la cos-
tumbre y estilo que ha habido hasta ahora: y que á los religiosos de la
Compañía que doctrinan los veinte y dos pueblos de estas Reducciones, se
les pague enteramente el sínodo de todas ellas, que por Cédulas reales está
ordenado, de los mismos tributos de los indios de ellas: y que la cantidad
que tributaren todos los que no estén exentos á razón de ocho reales al
año, se entere en mis cajas reales, según y como hasta aquí se ha hecho,
para que de ellas se paguen dichos sínodos. En cuanto á la duda que pro-
puso eldicho don Diego Ibáñez de Faria, de si al Cura del pueblo de San
Ignacio se había de pagar el sínodo como á los demás, es mi voluntad, que,
pues hay en él indios encomendados, y el encomendero goza de los
tributos, pague éste el estipendio (como todos los demás lo hacen) de los
que le tocaren: y que mi Real Hacienda sólo haya de pagar por los indios
que allí tributan á mi Corona, rata por cantidad:
»ToDO LO CUAL haréis se guarde y cumpla sin contravención alguna, y
que se cuide mucho de la enseñanza y buen tratamiento de todos los indios,
y particularmente de los que fueron fugitivos de la doctrina de
Itacurubí,
que se hallaban en las tres Reducciones referidas, en todo lo que sea posi-
ble, para que se conserven en nuestra santa fe, y se aumenten y tributan
- 524 -
como los demás: que en este punto encargo mucho al Superior de estas
Doctrinas por otro despacho de la fecha de éste el cuidado que debe poner

en ello. Fecha en Lerma á dos de Noviembre de mil seiscientos y setenta
— —
y nueve años. Yo el Rey. Por mandado del Rey nuestro Señor. - Fran-
cisco Núñez de Madrigal.»
(B. A. Col de doc. Impr por Trelles).

ARMAS DE FUEGO

Nüm. 8.

1640-C. R. Resuelva el Virrey

«El Rey— Marqués de Mancera, pariente, de mi Consejo de guerra,


gentilhombre de mi Cámara, mi Virrey, Gobernador y Capitán general
de las provincias del Perú:
»PoK PARTE DE Antünio Ruiz, déla Compañía de Jesús, Procurador de
la provincia del Paraguay y Río de la Plata en nombre de los indios nue
vamente reducidos que están á cargo de la dicha Compañía, se me ha hecho
relación, que en su conversión se ha entendido con el cuidado que acostum-
bran sus religiosos, observando las Cédulas y órdenes dadas para este
efecto y sus poblaciones; y que por estar cien leguas distantes de las de
españolea, y cerca de naciones gentiles, de quien por no tener armas reci-
ben en ocasiones mucho daño, como también de los portugueses de la villa
de San Pablo del Brasil, captivándolos, y llevándolos á vender y haciendo
otras vejaciones y molestias, desórdenes que piden pronto remedio, como
más en particular lo entenderéis por la copia del Memorial inclusa, que
sobre esto se me dio:
¡"Suplicóme fuese servido de concederles algunas armas de fuego como
se ha hecho con otras naciones:
» Y VLSTO por los de mi Consejo Real de las Indias:

»He tenido pük bien de remitiros lo que á ésto toca; para que, habiendo
oído á los gobernadores confinantes, sobre el armarse los dichos indios para
su defensa, dispongáis lo que más convenga, conforme al estado de las
cosas, á que os asistirá el Presidente y Audiencia de los Charcas, á quien
escribo en esta conformidad. Y de lo que hiciéredes me avisaréis. Fecha
en Madrid, á veinte y uno de Mayo de mil y seiscientos y cuarenta años.

Yo el Rey Por mandado del Rey nuestro Señor: Don Fernando Ruiz de
Contreras.»
(B. A. leg. «Compañía de Jesús Cédulas Reales, 1 .»)
,
- 5'J5 —

Núm. 9.

1642-C. R. Resuelva el Virrey

«El Rey— Marqués DE Mancera, pariente, de mi Consejo de guerra,


gentil hombre de mi Cámara, mi Virrey, Gobernador y Capitán general
de las provincias del Perú:
^Antonio Ruiz ue Montoya, de la Compañía de Jesús, ha hecho rela-
ción es muy conveniente que todos los indios de las provincias del Río de
la Plata y Paraguay, que fueren antiguos cristianos, de cuya lealtad no
hay duda, y estuvieren en frontera de los portugueses del Brasil, se ejer-
citen en el manejo de las armas de fuego, por la falta que hay de españoles,
para que se puedan defender de los irreparables daños que la experien-
cia ha mostrado han recibido aquellas Reducciones de los portugueses de
la villa de San Pablo, quedando la mayor parte de ellas destruidas, sus
indios cautivos, y como tales vendidos en el Brasil, ó muertos en los cami-
nos; y porque ésto se ejecute con tan buena forma y ajustamiento, que no
se puedan recelar las alteraciones é inconvenientes que por parte de los
habitadores de las dichas provincias se han representado se seguirían, de
habilitarse en el manejo de dichas armas, ha propuesto que la cantidad de
ellas y de las municiones que se permitieren en las dichas Reducciones 3'
para su defensa, estén á cargo y en poder de los religiosos que los doctri-
naren, teniendo para hacerlo algunos legos; y que éstos cuiden de adiestrar
los indios en el manejo de estas armas, no entregándoles más de las que
necesitaren para el intento, recogiéndolas luego; y que si llegare la ocasión
de defender la Reducción, y para ello se entregaren, todas las vuelvan des
pues á recoger y guardar; y que en cada una no haya más pólvora y muni-
ciones, de las que los religiosos juzgaren son bastantes para la ocasión que
se temiere; y que si quisiesen tener más de repuesto, hayan de estar en la
ciudad de la Asunción; y lo uno y lo otro lo puedan comprar de las limos-
nas que Yo les mando dar, ó de otros efectos que no sean gravosos á los
indios; y que para adiestrarlos en ellas, puedan llevar del reino de Chile
algunos hermanos que hayan sido soldados, sin que entren para esto en las
Reducciones españoles algunos á residir ni vivir, según está dispuesto por
diferentes Cédulas y Ordenanzas; y que los gobernadores que fueren de
dichas provincias no consientan poner impedimento alguno en la ejecución
de lo referido, antes den para ello todo el favor y ayuda necesaria;
» Y HABiÉNDOSp TRATADO de ésta y otras proposiciones que hizo el dicho

Antonio Ruiz de Montoya, en una Junta particular que mandé formar de


diferentes ministros míos, y consultádoseme lo que pareció sobre ellas:
»Remití este punto á la Junta de guerra de Indias, para que dijese lo
que en razón de él se le ofreciese;
»Y HABIÉNDOLO HECHO, v Considerado las conveniencias é inconvenien-
- 526 -
cias que esto puede tener; y los accidentes que han sobrevenido con las
alteraciones de Portugal;
»He rksuelto el remitiros V COMETEROS lo que á ésto toca, como por
la presente os lo remito y cometo, para que 03'endo sobre la materia á mis
Audiencias Reales de los Reyes y de los Charcas, y á los gobernadores de
las dichas provincias del Río de la Plata y Paraguay, y tomando de ellos
las noticias necesarias de lo que convendrá hacer en razón de esto, si con-
forme al estado de las cosas no halláredes inconvenientes en permitir que
los indios se ejerciten en las dichas armas, y que las haya en sus Reduc-
ciones; antes reconociéredes puede ser de la importancia que se repre-
senta; dispongáis en cuanto á esto lo que tuviéredes por mejor, así para la
conservación y aumento de aquellas provincias, como para la defensa de
ellas, poniendo la que se requiere en las del Paraguay, y para evitar la
entrada de los portugueses, que tan dañosa es para los indios; y aplicando
el remedio que convenga para que no padezcan opresión, pues siempre
deben ser amparados, á que habéis de acudir como una de las cosas más
principales de vuestra obligación. Y de lo que en ello se hiciere me avisa-
réis. Fecha en Zaragoza á veinte y uno de Noviembre de mil y seiscientos
— —
y cuarenta y dos años. Yu el Rey. Por mandado del Rey nuestro
Señor: Don Gabriel de Ocaña y Alarcón.»
(B. A. leg. Cédulas Reales, Compañía de Jesús / 1.)

Núm. 10.

1644— Memorial del Padre Montoya

«Petición— ExcMO. Sr.: El Padre Antonio Ruiz de Montova, de la


Compañía de Jesús, Procurador de la provincia del Paraguay, dice:
»Que él y sus compañeros fundaron con licencia de S. M. muchas pobla-
ciones de indios infieles, reduciéndolos á pueblos á costa de la sangre que
derramaron siete compañeros suyos con atroces martirios que les dieron
los gentiles; y habiéndolos ya pacificado, reducido y bautizado, y estando
pacíficamente doctrinándolos, fueron invadidos hostilmente por los portu-
gueses del Brasil, y hallando casi ninguna resistencia en los indios, porno
tener otras armas que flechas frágiles de cañuelas, deshicieron en la pro-
vincia de Guayrá, Obispado del Paraguay, once Reducciones de á setecien-
tos, y de á ochocientos, y de á mil indios; y en la provincia de Tape, juris-
dicción de Buenos Aires, destruyeron otras tantas, descuartizando indios
con alfanjes y machetes, pasando mucha cantidad de indios infantes á
cuchillo en los mismos pechos de sus madres, dando con otros en las puer-
tas y árboles, hiriendo malamente á dos religiosos de la Compañía; mata-
ron á pelotazos uno que era Comisario del Santo Oficio y Superior de los
demás religiosos que tenían á su cargo aquellas iglesias, quemaron los
templos, desterrando de ellos el venerabilísimo Sacramento del Altar; y
para mayor mofa de nuestra sagrada Religión, las sacristías y los mismos
- 527 -
altares, donde por muchos años se había celebrado el sacrificio de la Misa,
destinaron para lugar de sus inmundicias corporales, haciendoy cometiendo
otros delitos tan enormes, que dieron claro testimonio de ser judíos
y
herejes:
»Y HABIENDO ACUDIDO en nombre de su provincia á los pies de S. M. con
informaciones jurídicas, que puso en sus Reales manos, con cartas del señor
Don Juan de Lizarazu, Presidente entonces de las Charcas, de los señores
Obispos y Gobernadores, que apretadamente pedían el remedio, cautelando
los inconvenientes que hoy se experimentan: Y vistos y examinados estos
papeles por una junta particular que para el caso se señaló; eligió S. M.
para el remedio un nuevo Obispado y una Inquisición en la ciudad de Río
Janeiro en el Brasil, de donde emanaban todos estos daños; mandó ejecutar
todos los medios que él propuso, con otros que á la dicha Junta pareció
añadir; ordenando en largos capítulos de una carta que S. M. mandó despa-
char al Sr. D. Jorge Mascareñas, que entonces era Virrey del Brasil, la
ejecución de todo:
»Y ESTANDO YA el nuevo Sr. Obispo é Inquisidor de Lisboa para hacer
su viaje á su Iglesia, á poner en ejecución las órdenes y mandatos reales, y
él de partida para la dicha ciudad, para ir acompañando al dicho señor
Obispo, para que con su autoridad y la del Sr. Yirrey se le entregasen
todos los indios que dichos portugueses habírai llevado cautivos, sucedió la
revolución y alzamiento de Portugal; con que no tuvieron efecto dichas
órdenes:
»A cUYA CAUSA VOLVIÓ á la corte y pies de S. M. instando se diesen
arbitrios para el remedio; y uno de ellos y más eficaz fué que S. M. man-
dase se diesen armas de fuego á los indios que la Compañía había escapado
de tan pernicioso enemigo y declarado: y pusiese presidio de los mismos
indios, que en veinticinco poblaciones tenían, y hacen una buena provincia;
á los que les era necesario usasen de dichas armas, así para su defensa,
como para poder impedir el paso al enemigo, que _va con el nuevo alza-
miento pretendían conquistar toda la provincia del Paraguay, y por allí
bajar al puerto de Buenos Aires (lo cual habían ya empezado á hacer en
tiempo que se reputaban vasallos de S. M., seis años antes del alzamiento)
destruyendo la provincia del Guaira, en que asolaron tres ciudades de
españoles. Ciudad Real, la ciudad de Jerez y la \'illa Rica, de donde se
llevaron muchos pueblos de indios que servían á las dichas ciudades, v gran
parte de los vecinos que llevaron por trofeo, dejando toda aquella latísima
tierra yerma, á cu3^a causa el gobierno y Obispado de la provincia del Para-
guay, ya reducida, con la pérdida de dichas tres ciudades, á sola la ciudad
de la Asunción y un lugar pequeño, en que se juntaron algunos vecinos de
las ciudades destruidas, cuyo número no llegaba á quinientos (y de esos
muchos inútiles para la guerra, y no pocos de ellos portugueses):
«La CUAL PROPOSICIÓN, vista y examinada por una Junta particular,
por la Junta de guerra de Indias, y por el Consejo, se sirvió S. M. de
remitirlo á V. E., para que en esta razón se ejecutase lo que más convi-
niese ásu real servicio, la cual tiene V. E. en su poder.
»Y HABIENDO VUELTO DICHOS portugueses en número de quinientos
con dos mil Tupís indios, contra dichas reducciones, y visto por el Gober-
nador del Paraguay la poca ó ninguna defensa que tenían, les dio algunas
- 528 -
escopetas, y con otras pocas que en tan cortas tierras pudieron hallar los
Padres, se pusieron en defensa, acaudillándolos el hermano Antón Bernal,
religioso de la Compañía, que en Chile, siendo soldado, ocupó por su valor
muy honrosos puestos, y otros religiosos legos, que pusieron sus vidas á tan
conocidos riesgos: mataron catorce y prendieron diez, que á todos llevaron
al Gobernador: quitaron cerca de dos mil almas gentiles, que ya habían cau-
tivado para llevar á vender al Brasil: y constó en la corle que de dichos qui-
nientos portugueses, no habían escapado con la vida más que treinta, porque
atemorizados, se acogieron huyendo á los montes, donde perecieron:
»De que D. Pedro Esteban Dávila, caballero del Orden de San-
tiago, Gobernador que fué del Puerto de Buenos Aires, llevaba relación á
Su Majestad, en que claramente consta de este suceso, y utilidades de estas
armas: y se han experimentado en otras ocasiones en que volvieron dichos
portugueses, y principalmente en la última entrada que hicieron á la ven-
ganza de sus malos sucesos pasados, en que les mataron los indios sesenta
portugueses, y puestos los demás en huida, no siguieron los indios
el alcance por haberles faltado municiones, y les quitaron todos los
indios que traían en su ayuda: De que S. M., teniéndose por bien servido,
les ha concedido que en diez años no pagasen tributo ni sirvan; con que
están muy favorecidos y deseosos de acudir á su real servicio. Y teniendo
aviso de los religiosos de aquella provincia, que dichos portugueses venían
unánimes de apoderarse de la ciudad de la Asunción, confiados de hallar en
ella gente de su nación que les ayudase, donde no se duda se harían seño-
res de toda la tierra, y de la de Tucumán, donde están recogidos todos los
portugueses de aquella tierra:
«A V. E. Pide y suplica se sirva de ver este negocio con la atención
que pide su gravedad, deque depende el logro y quietud de estos reinos;
sirviéndose de mandarles dar las armas necesarias para resistir á dos mil
portugueses y á dos mil Tupíes, que también muchos manejan las armas
de fuego, y mande que por ahora, vista la apretura y falta de ellas, por
haber V. E, socorrido tantos presidios y armado tantos soldados, se les den
quinientos cañones (sic, por bocas de fuego) setenta botijas de pólvora}'
otros tantos quintales de plomo, ó lo que V. E. fuere servido, para que por
Santiago de Chile se pueda pasar á la dicha provincia; si no es que sea de
menos costa que en Jujuí se dé el plomo y en Tucumán la pólvora: y asimis-
mo que los Oficiales reales le den el avío necesario, hasta ponerlo en la dicha
provincia del Paraguay. Que en ello serán servidas ambas Majestades.
Antonio Ruiz de Montoya.>
(Buenos Aires, Arch. gen. / leg. Compañía de Jesús /Céd.s reales/
Inserta en el núm. 12.)

Nüm. 11.

1644— Informe del Gobernador Lugo

«ExcMO. Sr. — D. Pedro de Lugo y Navarra, caballero del hábito de


Santiago: Visto el Memorial presentado por el Padre Antonio Ruiz de
- 529 -
Montoya, de la Compañía de Jesús y decreto
á él proveído, desuso conte-
nido, dice: Que
atento al nuevo y grande alzamiento y revolución de
Portugal, que sucedió pocos meses antes que dejase el gobierno del Para-
guay, y á que el dicho gobierno confina con el estado del Brasil, que es
de la corona de Portugal, y pretender los portugueses que el dicho Para-
guay pertenece á la dicha corona y demarcación: será muy forzoso y
conveniente el socorrer aquella provincia con armas y municiones, como
se ha hecho con el Puerto de Buenos Aires, pues milita la misma razón y
conveniencia, pues el dicho punto es frontera marítima del Brasil, y el
Paraguay lo es mediterránea; y será de grande consideración y seguridad
de la Asunción, cabeza de dichas provincias del Paraguay, haya docien-
tos soldados con sus oficiales pagados, que con eso se podrá acudir con
seguridad, brevedad y presteza á socorrer toda la provincia: porque todos
los vecinos, excepto cuál y cuál, son tan pobres, que apenas tienen posi-
bles para sembrar un poco de maíz y raíces con que sustentarse, y ansí
mismo por el accidente, razones y motivos dichos. V porque el mayor riesgo
y peligro amenaza por la parte de las provincias del Uruguay y Paraná,
donde los Padres de la Compañía de jesús tienen sus Reducciones, por
acostumbrar los portugueses venir á aquellas partes á sus certones y
malocas, para poder estorbar aquella entrada, podrá V. E. permitir que
los Padres y Hermanos de la Compañía y algunos indios de los de más
seguridad y satisfacción, tengan ciento y cincuenta bocas de fuego poco más
órnenos, y usen de ellas, para que tengan al portugués, si hiciere alguna
invasión por aquella parte, en el inter que llega la fuerza y socorro de la
ciudad de la Asunción, y ser los indios tan pobres, que no los tendrá para
socorrerlos [sic] Principalmente que el presidio había de ser de muchos
soldados para poder resistir y repeler un enemigo en aquellas partes tan
poderoso como es el portugués. Esto se ofrece, según el estado presente de
las causas, que informar á V. E. V. E. podrá mandar lo que más convenga
al real servicio. Suplico á V. E. se sirva de mandarme dar el testimonio ó
testimonios que pidiere de estos autos, para guarda de mi derecho. En los
Reyes, en veinticuatro de Noviembre de mil y seiscientos y cuarenta y
cuatro años.
Don Pedro de Lugo y Navarra.»
(Buenos Aires, Arch. gen. / leg. Compañía de Jesús ,
Céd.s reales /

Inserta en el núm. 12.)

Ntim. 12.

1644 y 1645. - Provisión del Virrey y Acuerdos de Justicia y Hacienda


sobre dar armas á los indios

«Don Pedro de Toledo y Leyva, Marqués de Mancera, señor de las


cinco villas y su jurisdicción, Comendador de Esparraguera en la orden
de Alcántara, gentilhombre de la Cámara de S. M., de su Consejo de gue-

34 Organización Social dk las Doctrinas Guaraníes.


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rra, Virrey, Lugarteniente, Gobernador y Capitán general en estos reinos
y provincias del Perú, Tierra Firme y Chile, etc.
»A Vos el Capitán de la sala de armas de esta ciudad:
»Sabed que ante mí se ha presentado un Memorial, que su tenor y lo
á él decretado, Cédula que se refiere, Acuerdo real de justicia adonde lo
remití por voto consultivo, Informe que en él se mandó hacera D. Pedro
de Lugo, Gobernador que fué de la provincia del Paraguay, y lo resuelto
en el Acuerdo general de Hacienda donde se mandó llevar, es como sigue:
«Petición:
[Aquí el n.o 10.]
»LiMA, ocho de Noviembre de mil seiscientos cuarenta y cuatro.
Júntese este Memorial con la real Cédula de veinticinco de Noviembre de
mil y seiscientos y cuarenta y dos que trata de la materia, y todo se llevará
al Acuerdo con voto consultivo. — V'entukiel.
[Aquí el n "9.]
«Decreto: Visto este Memorial y Cédula que en él se cita en el Real
Acuerdo de Justicia, en que se halló S. E. y los señores D. Andrés de
Villela, D. Antonio de Calatayud, D. Fernando de Saavedra, D. García
Carrillo, D. Luis de Loma Portocarrero, Oidor de esta Real Audiencia,
presente el Sr. D. Gabriel de Sarreda, Fiscal de lo civil:
«Pareció, que, atento á hallarse en esta ciudad D. Pedro de Lugo,
Gobernador que acaba de ser de la provincia del Paraguay, informe por
escrito lo que se le ofrece en esta materia, y hable y confiera en razón de
ello con el Sr. D. Antonio de Calatayud, y hecho, se vuelva á este Real
Acuerdo para que se tome resolución. Y S. E., se conformó con lo mismo,
y mandó se haga así. Y lo rubricó con los dichos señores— D. Pedro de
Quesada.
«Informe.»
[Aquí eln.°n.]
«Acuerdo: En la ciudad de los Reyes, en veintitrés de Marzo de mil
seiscientos y cuarenta y cinco años.
»ViiTOs ESTOS Autos en Acuerdo general de Hacienda, en que se
hallaron S. E. y los señores D. Andrés de Villela, D. Antonio de Calata-
yud, D. García Carrillo y Aldrete, D. Luis de Loma Portocarrero, Oidores
de esta Real Audiencia, D. Augustín de Medina, Fiscal, Hernando de
Santa Cruz y Padilla, Contador del Tribunal de Cuentas, Factor D. Pedro
Jarava, Contador Bartolomé Astete de UUoa, Tesorero Juan de Quesada,
Jueces Oficiales Reales:
»Pakeció que, atento el estado en que se hallan las provincias del
Paraguay y las Reducciones de los indios, y el daño que podría seguirse de
cualquiera dilación, es conveniente que manejen armas de fuego para su
defensa contra portugueses los dichos indios:
»QuE SEGÚN EL NÚMERO de las armas de fuego que hay en esta ciudad,
y las que hubiere en la ciudad de la Plata, S E. ordene que de una ó otra
parte, donde fuere más cómodo para la conducción, se remitan á la provin-
cia del Paraguay hasta ciento y cincuenta bocas, asimismo setenta botijas
de pólvora, y setenta quintales de plomo, en las partes que propone el
Padre Antonio Ruiz, para que todo esté á disposición y custodia de los
Padres Religiosos de la Compañía que doctrinan los indios de aquellas
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Reducciones, en la forma que lo suplicaron á Su Majestad en la Real
Cédula presentada, dando para todo las órdenes convenientes en el gasto
que fuere necesario de la Real Hacienda. Y S. E. lo señaló y los dichas
.señores — D. Josef de Cáceres y Ulloa.»
(Buenos Aires, Arch. gen. leg. Compañía de Jesús /Cédulas reales./

Núm. 13.

1G46— Memorial del P. Montoya

«Excelentísimo Sr.: El P. Antonio Ruiz de Montoya, de la Com-


pañía de Jesús y Procurador general de la del Paraguay, Dice: que
V. E. con parecer del Acuerdo general de Hacienda de veinte y tres de
Marzo del año pasado de seiscientos y cuarenta y cinco, fué servido de
ordenar se dé hasta ciento y cincuenta bocas de fuego, setenta botijas de
pólvora, y setenta quintales de plomo, para que se lleve á las provincia-^
del Paraguay, y para la defensa de aquellos indios, que tan afligidos se
hallan de los portugueses del Brasil. Y porque de la detención de este
despacho puede resultar á dichos indios muy gran perjuicio, por hallarse
indefensos como es notorio, y correr riesgo sus personas y sus vidas:
»A V. E. PIDE y suplica que en conformidad de lo resuelto en el dicho
Acuerdo general, se sirva de mandar despachar provisión para que de la
sala de armas de esta ciudad, ó del puerto del Callao, se saquen las bocas
de fuego que á V. E. pareciere, y que se embarquen en un navio que de
próximo está de partida para el puerto de Arica, juntamente con las
setenta botijas de pólvora: y que vaya registrado y consignado á poder de
los Oficiales Reales del dicho puerto de Arica, para que, recibido que lo
hayan, remitan las dichas bocas de fuego en los cajones que se hicieren
para ellas: y que la pólvora la despachen en la forma que lo hicieron en la
ocasión que V. E. fué servido de remitir estos géneros para el socorro de
Buenos Aires: y que guarden el mismo orden para lo tocante á las dichas
bocas de fuego y pólvora, fletándolo á costa de la Real Hacienda, hasta
que se entregue á los Oficiales reales de Potosí: y ellos hagan lo mismo
hasta ponerlo en las Reducciones de la Compañía de Jesús del Paraguay.
» Y otrosí suplica á V. E. se sirva de despachar provisión
para que en
la ciudad de la Plata se saquen las bocas de fuego que faltaren de entregar
en cumplimiento de las ciento y cincuenta que se han de dar, de las que
por cuenta de S. M. están en la dicha ciudad, y que los Oficiales de Potosí
las despachen con las demás bocas de fuego referidas: y que asimismo los
Oruro remitan á los de Potosí los setenta quintales
Oficiales de la villa de
de plomo que están mandados dar, para que todo se remita en la forma
referida á poder de los dichos Padres de la Compañía, como está mandado
por el dicho Acuerdo.
»En lo cual h\rá V. E. muy gran servicio á Dios nuestro Señor y

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á S. M., y el suplicante recibirá la merced que espera de la grandeza
de V. E.
«Antonio Ruiz de Montoya.»
^BufíNOS AiKEs: Arch. gen. / / Con el núm. 14).
leg. Céd^. reales

Núm. 14.

1646— Provisión final del Virrey. Dense las armas para los indios

¡>LiMA. quince de Enero de mil seiscientos cuarenta y seis.— El capitán


de la Sala de armas de esta ciudad entregue al capitán D, Juan del Soto,
que lo es del mar, y maestre del patache nombrado Nuestra Señora de la
Antigua, que está de partida para el puerto de Arica á llevar los azogues,
setenta y cinco bocas de fuego, las setenta y tres arcabuces con sus frascos
y frasquillos, y las dos restantes mosquetes con sus horquillas y frascos
encajonados. Y en la Sala de armas se le entreguen setenta botijas de
pólvora, para que con las dichas bocas de fuego las entregue á los Oficia-
les Reales de dicho puerto de Arica: los cuales lo remitirán á los de Potosí,
fletándolo en recua de muías por cuenta de la Real Hacienda. Y de las
bocas de fuego que hay de S. M. en la ciudad de la Plata, se remitirán
otras setenta y cinco, las setenta y tres arcabuces con sus frascos y fras-
quillos, y las dos mosquetes con sus horquillas y frascos, á poder de los
Oficiales reales de Potosí, para que con las que se enviaren de Arica, y la
pólvora referida, y más setenta quintales de plomo, que los Oficiales reales
les han de remitir á costa de la Real Hacienda, lo envíen todo á la Pro-
vincia del Paraguay, remitido á los Padres de la Compañía de Jesús, á
cuyo cargo están las Reducciones de indios de aquellas provincias, para la
defensa de dichos indios, en conformidad de lo resuelto por el Acuerdo
general de Hacienda. Y despáchense para ello las provisiones y órdenes
que fueren menester en esta conformiJad.— El Marqués de Mancera —
Por orden de S. E.: Diego Ruiz de Venturiel.
í>En cuya conformidad di la presente, por la cual os mando veáis el
decreto suso incorporado, y le guardéis, cumpláis y ejecutéis según y como
en él se contiene y declara, sin ir contra su tenor y forma en manera
alguna; que con esta provisión, y recibo del capitán D. Juan de Soto,
habiéndose tomado la razón en el Tribunal de Cuentas, se os pasarán en
ellas los arcabuces, frascos y frasquillos y horquillas que ansí le entrega-
redes en la que diéredes de vuestro cargo. Fecha en los Reyes, en diez y
nueve de Enero de mil y seiscientos y cuarenta y seis años.— El Marqués

de Mancera Por mandado del Virrey— D. Josef de Cáceres y Ulloa

Concuerda con su asiento D. Josef de Cáceres y Ulloa.»
(B. A. leg. «Compañía de Jesús / Cédulas reales /
1'')
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Núm. 15.

1661— C. R. Quítense las armas á los indios

«El Rev— Do.v Juan Blásquez de Valverde, Oidor de mi Audiencia


Real de la ciudad de la Plata ea la Provincia de los Charcas, y mi Gober-
nador y Capitán general de las provincias del Paraguay, ó la persona que
-os sucediere en esos cargos:
»PoR LA INSTRUCCIÓN que mandé despachar en diez de Junio del año
pasado de mil y seiscientos y cincuenta y cuatro en razón de lo que
habíades de ejecutar en esas provincias, os mandé entre otras cosas que en
cuanto á las armas de fuego de que se decía usaban ios indios de las Reduc-
ciones que tiene en ellas la religión de la Compañía de Jesús, y estaban
instruidos por los mismos religiosos, tomásedes las noticias convenientes
de los autos que cerca de ello hubiese en mi Audiencia de los Charcas,
para lo que conviniese prevenir en orden á evitar los daños que de ello
podían seguirse: y por reconocerse por preciso que todas las armas que
había en ese gobierno y los capitanes y oficiales que hubiese en él, depen-
diesen únicamente del Gobernador, y no de otra persona, mandé que
tuviésedes vos la plena jurisdicción y autoridad que habían tenido todos
los Gobernadores y capitanes generales que habían sido de esas provin-
cias, y tenían los demás de las Indias: y que toda la gente militar estuviese
á vuestra disposición únicamente, y asimesmo las armas en esa tierra: y
sin vuestra orden no se pudiesen mover á ninguna facción, aunque fuese
en defensa de los mismos indios: y ésto lo hiciésedes notorio á las personas
que fuese necesario para que lo cumpliesen y ejecutasen:
»Y EN CARTA DE 15 DE Enero DE MIL Y seiscientos y cincuenta y ocho,
decís que el principio y origen de habérseles permitido á los Religiosos de
la Compañía de Jesús tener las dichas armas de fuego en sus Reducciones,
fué el remediar el daño que los indios infieles y nuevamente reducidos
padecían con los portugueses de las provincias de San Pablo y el Brasil,
que pasaban á esas y los cogían y llevaban á trabajar en sus minerales y
ingenios; y que para el remedio de ésto, el marqués de Mancera, siendo
mi Virrey del Perú, remitió á esas provincias, en virtud de orden mía y
por cuenta de mi Real Hacienda, ciento cincuenta arcabuces y mosquetes,
setenta botijas de pólvora, y setenta quintales de plomo, con calidad de que
estuviesen á disposición de dichos Religiosos. Yque en la visita que hicis-
teis á las Reducciones, hallasteis repartidas ochocientas
bocas de fuego,
arcabuces mosquetes: y averiguasteis que las ciento y cincuenta de ellas
y
eran las que se enviaron por cuenta de mi Real Hacienda, y que las demás
las habían juntado los Religiosos con su industria por diferentes
medios.

Y en cuanto al uso y manejo de ellas y de las demás armas de que los


indios usaban y de su guarda y custodia, se observaba la forma
que dio el
dicho Virrey, Marqués de Mancera, teniéndolas dichos Religiosos en
una
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s liade armas, que para e^te efecto est \h\ señalada en cada Reducción: y
astmisin) la pólvora y demás municiones, sacándolas en las ocasiones que
se ofrecían de defenderse ó formar sus alardes los días que para ello tenían
señalad) dos hermanos legos de la Compañía, que los adiestraban y ense-
ñaban: y que no os había parecido conveniente hacer novedad en ello, sino
que se continuase como hasta entonces: así por la forma que habían dado
y aprobado mis Virreyes, como por otras causas. Y
ponderáis las que os
representaban los vecinos de la ciudad de la Asunción para que se les pro-
hibiese el manejo de las dichas armas.
» Y H ABIÉXDOSE VISTO por los de mi Consejo de las Indias, y consulta

doseme sobre ello,


»He tknído por bien de ordenaros y mandaros (como lo hago) que
luego que recibáis esta Cédula, dispongáis que todas las armas que tienen
los religiosos de la Compañía de Jesús de esas provincias en sus Reduccio-
nes, y las que hubieren repartido á los indios de ellas, os las entreguen sin
réplica ni dilación alguna, para que estén debajo de vuestra orden: y se
pueda usar de ellas sólo en aquellas cosas que se ofrecieren de mi servicio:
y que de aquí en adelante no las tengan á su disposición, ni se entrometan
á ejercitar á los dichos indios en los alardes, ni en el manejo de ellas, ni en
ninguna acción política ni militar. Lo cual advertiréis al Provincial
y demás Superiores de la dicha religión, dándoles á entender que de lo
contrario me daré por tan deservido, que se pasará á ejercitar con ellos
todas las acciones necesarias que miraren á la defensa, quietud y sosiego
de esas provincias, como os ordeno lo hagáis, en caso que los dichos reli-
giosos se opongan al cumplimiento de lo referido (1). Y si no hubiere lugar
conveniente para guarda y custodia de las dichas armas, dispondréis tam-
bién que se fabrique á costa de la misma religión, en la parte donde os
pareciere más apropósito y conveniente para el uso y conservación de
ellas, en conformidad del ofrecimiento que Jacinto Pérez, Procurador
general de la dicha religión en las Indias, ha hecho por escrito, allanán-
dose á que se entregaran con efecto todas las dichas armas á disposición
de mi Gobernador de esas provincias: y que la dicha religión fabricará
á su costa una casa capaz en que estén recogidas, y guardadas, para
cuando convenga usar de ellas (2). Y como quiera que en otra Cédula mía
de la misma fecha dirigida al Provincial de la dicha religión, que se os
remite con ésta, para que se la entreguéis, le advierto la forma que deben
observar en razón de lo referido: todavía me ha parecido mandaros les
digáis y amonestéis que si no lo hicieren con la puntualidad que deben

(1) De esta disposición es de la que dice la Cédula grande, punto 4.°: «esta
providencia resultó de haberles sindicado á los Padres haberse introducido en la
j irisdicción eclesiástica y secular, lo que resulta ser incierto: y jii'»tificádose
lo contrario por tantos medios». Y otro tanto se habrá de decir de las demás pro-
videncias y de las amenazas.
(2) El ofrecimiento del Procurador general mostraba la obediencia de los
jesuítas; y al mismo tiempo la ignorancia de las condiciones topográficas del
país de las Reducciones. Puestas las armas en la Asunción, como manda la
Cédula, de ciento á ciento treinta leguas de los pueblos que podía invadir el ene-
migo paulista, habiendo de moverse las armas cuando lo ordenase el Goberna-
dor, antes que éste tuviera noticia de la invasión ya estarían destruidos los pue-
blos, y los enemigos de vuelta en sus tierras.
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y conviene, se pasará con ellos á todo lo que puedo y debo mandar ejecu-
tar para la justa defensa, paz, sosiego y quietud de esas provincias, por
ser tan del servicio de Dios y mío el mantener en ella á los naturales
y habitantes de ellas.
» Y PARA QUE SK GUARDE TODO l.l) QUK ORDENO POR ESTA MI Cédula
y laS
demás que en ella se citan, sin omisión ni contravención alguna, dispon-
dréis que se les notifique al dicho Provincial y demás Superiores que en
esas provincias tuviere la dicha religión.— Y de lo que en cumplimiento
de todo lo referido fuereis obrando, y resultare de ello, me daréis cuenta
en el dicho mi Consejo. Fecha en Madrid, á diez y seis de Octubre de mil
y seiscientos y sesenta y un años.— Yo el Rey— Por mandado del Rey
nuestro señor: Juan de Subiza.»
(Ind. 122. 3. 2. tom. 7, fol. 13- Asunción. XLV^ 31).

Nüm. 16.

1668-No se ejecute la C. R. de 1661

»La Reina Gobernadora: venkkable y devoto P. Provincial de la


Compañía de Tesús de la provincia del Paraguay en las del Río de la
Plata:
»PoR Cédula de diez y seis de Octubre del año pasado de mil seiscien-
tos sesenta y uno, se envió á mandar al Doctor D. Juan Blásquez de Yal-
verde, estando gobernando la dicha provincia, dispusiese que todas las
armas que esa religión tenía en las Doctrinas de ella, y las que hubiese
repartido á los indios de que se componen, se le entregasen, para que estu-
viesen á orden suva, y se pudiese usar de ellas sólo en las ocasiones del
real servicio: y que de allí en adelante no estuviesen á disposición de su
religión, ni se entrometiesen los religiosos á ejercitar los indios en el
manejo de ellas, ni en los alardes, ni otra acción política ni militar: y si no
hubiese casa donde estuviesen guardadas, la hiciese fabricar á costa de esa
religión en la parte que le pareciese más apropósito, en conformidad de lo
que en esta Corte había ofrecido el Procurador general de ella: y que os
diesen el despacho que para vos se le remitió, en el cual se os encarga el
cumplimiento de lo referido, advirtiéndoos que de allí en adelante los
dichos religiosos no ejerciesen el oficio de Protectores de las Doctrinas de
su cargo, como parecía lo habían hecho; porque le había de servir el que
para ello el Rey mi señor (que santa gloria haya) señalase, ó quien tuviese
facultad para hacerlo en su real nombre: y que dieseis las órdenes conve-
nientes para que los dichos religiosos no se introdujesen más que en pre-
dicar y confesar á los indios, como más particularmente se contiene en las
dichas Cédulas, á que me refiero:
»Y AHORA POR PARTE DE Peüro Bermudo, Procurador general de esa
Religión, se ha representado que, como quiera que Andrés de Rada, Visi-
tador de ella en esa provincia, hizo ejecutar lo dispuesto por el despacho
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referido, se había omitido en los Informes que le motivaron el origen
y facultad Real con que se tenían dichas armas; siendo así que se ordenó
al Virrey del Perú y á la Audiencia de los Charcas que las permitiesen

y proveyesen, por el cuidado que dieron las entradas que hacían portugue-
ses y otras naciones por San Pablo del Brasil: pues aun antes de haberse
alzado Portugal, habían sitiado y destruido en aquella frontera diferentes
ciudades y pueblos de indios, cautivando en veces trescientos mil; y des-
pués que se había usado de los arcabuces, no se había recibido ningún daño
de los enemigos, antes han resultado muy buenos efectos, así en lo espiri-
tual, como en lo temporal: Y de lo contrario, se volvería á incurrir en los
mismos inconvenientes que antes se padecieron. Y que el haber mandado
el Virrey se encerrasen los arcabuces por esa Religión, fué por no haber
almacén en aquellas partes tatí retiradas, ni cabo español de quién harías:
y que ninguno de la Religión industriaba en las armas á los indios: y el
haberlo hecho tal vez un religioso lego fué forzado de la defensa natural;
pero que no parece se les querrá excusar de la obligación de hallarse con
los indiosen las ocasiones, para asistir al bien de sus almas, y á la cura
que necesitaren: y que tampoco usará esa Religión el cargo de protector
de ellos: pues con eso cesarían las emulaciones que de ello se le han
seguido:
»S0BRE QUE SE ME HAN PRESENTADO DIFERENTES INFORMES, Suplicán-
dome que atendiendo á lo referido, me
dé por bien servida de los indios
y sus Doctrineros, así en haber tenido dichos arcabuces, como en el modo
con que han usado de ellos y los dejan ahora: y mande poner presidio de
españoles en la frontera, por cuya cuenta corra la defensa y seguridad de
esa provincia: y señale á los dichos indios un protector desinteresado, cris-
tiano y celoso del servicio de Dios y bien universal:
»Y HABIÉNDOSE VISTO en mi Consejo Real de las Indias, con los demás
papeles tocantes á esta materia: y lo que sobre todo dijo y pidió el Fiscal
en él:
»PoR CÉDULA MÍA DE LA FECHA DE ÉSTA, mando al maestre de campo
Don Josef Martínez de Salazar, Gobernador y Capitán general de las pro-
vincias del Río de la Plata, y Presidente de la Audiencia de ellas, ó á la
persona que sirviere estos cargos, que luego que la reciba, envíe á llamar
dos religiosos de los más antiguos y de mayor autoridad que hubiere en
esa provincia, las del Paraná y Uruguay, y Doctrineros de las Doctrinas
que esa religión tiene á su cargo, para que juntándose con ellos, y dos
Oidores de aquella Audiencia, confieran entre todos lo que cerca de las
armas referidas conviniere y fuere más de servicio de Dios y de mi hijo,
y bien común de los indios:
»Y DE LO QUE SE DISPUSIERE y acordare en esta Junta, me informen
con claridad y distinción en la primera ocasión que se ofrezca: para que
con vista de ello, se tome la resolución que convenga:
»Y QUE EN EL ÍNTERIN NO SE HAGA NOVEDAD EN CUANTO Á QUITAR
y recoger las armas que esa religión tiene en las Doctrinas de su cargo,
sin embargo de lo que se mandó por la Cédula de diez y seis de Octubre
de seiscientos y sesenta y uno:
»Y QUE ESTO CORRA EN LA MISMA FORMA QUE SE HACÍA ANTES QUE SE
DESPACHASE:

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->De que se os da aviso para lo que tengáis entendido y lo hagáis eje-
cutar en la parte que os tocare:
»Y HN CUANTO Á LOS RELIGIOSOS QUE SE OCUPAN en las dichas Doctri-
nas, estoy asegurada de sus procedimientos, y lo bien que cumplen con su
obligación y de que lo harán con todo desvelo, así en lo que mira al apro-
vechamiento espiritual y buena enseñanza de los dichos indios (que es lo
principal de su ministerio) como en entrañar en ellos el amor y fidelidad
que deben tener al Rey mi hijo, imitando el ejemplo que fío hallarán en
vos para ésto.— Fecha en Madrid, á treinta de Abril de mil y seiscientos
y sesenta y ocho años.— Yo la Rkina- Por mandado de S. M.— D. Juan
del Solar».
(Inserta en el núm. 19).

Núm. 17

1669— Desaprueba la Audiencia de Buenos Aires la entrega de armas


á los indios

«Don Carlos, por la gracia de Dios Rey de Castilla, de León, de


Aragón, de las dos Sicilias, de Jerusalén, de Portugal, de Navarra, de Gra-
nada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cer-
deña, de Córdoba, de Córcega, de Jaén, de los Algarbes, de Algeciras, de
Gibraltar, de las islas de Canaria, de las Indias Orientales y Occidentales,
Islas y Tierra Firme del mar Océano, Archiduque de Austria, Duque de
Borgoña, de Brabante, de Milán, Conde de Abspurg, de Flandes, Tirol y
Barcelona; Señor de \'izcaya, y de Molina, etc., y La Reina Doña Maria-
na DE Austria, Madre y Totora, como Gobernadora de dichos Reinos y
Señoríos
»A Vos EL Padre Provincial de la Compañía de Jesús de las Provin-
cias del Tucumán, y Paraguay y Río de
la Plata, y á cualquiera de vos
ante quien ésta nuestra Carta ó Provisión Real fuere presentada y de ella
pedido cumplimiento, salud y gracia:
»Sabed QUE habiéndose VISTO en el Real Acuerdo de nuestra Audien-
cia y Chancillería Real que reside en la ciudad de la Trinidad, Puerto de
Buenos Aires, provincia del Río de la Plata, ciertos autos que remitió á
ella el Gobernador de la provincia del Paraguay sobre recoger las armas
de fuego, peltrechos y municiones que paraban en poder de los Padres de
la Compañía de Jesús de las provincias de las Doctrinas del Paraguay y
Uruguay, se determinó se recogiesen, y que en todo y por todo se ejecutase
la Cédula Real del Rey mi señor y padre (que santa gloria haya) sobre que
fueron despachadas nuestras provisiones Reales en virtud de las cuales
entregasteis dichas armas, de que dio cuenta dicho Gobernador.
»Y ahora parece remitir otros autos por los cuales parece que por
Marzo del año pasado de sesenta y siete, entregó de dichas armas á dichos
Padres ciento v veinte bocas de fuego; mosquetes sesenta; arcabuces cin-
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cuenta, y escopetas diez; veintiuna arrobas y diez y siete libras de pólvora
y diez arrobas de balas, que todo fué entregado al P. Tomás Deonvidas;
«Y AGORA NUEVAMENTE PARECE que con Hucvos pretextos pretendieron
demás trescientas bocas de fuego y la pólvora que les corresponde; y sobre
si se han de entregar ó no, dicho gobernador dio cuenta á nuestro Presi-

dente y Oidores;
»Y JUNTAMENTE UNA NUESTRA CÉDULA SU data en Madrid, á treinta de
Abril de mil y seiscientos y sesenta y ocho, sobre la Junta conforme que se
ha de hacer cerca de las armas que la Compañía de Jesús tiene en las Doc-
trinas del Paraguay; y que en el ínterin corra esto como antes que se man-
dase recoger; y todo lo demás que verse convino;
«Proveyeron un auto cuyo tenor es el siguiente:
«Auto — E.V LA CIUDAD DE LA TRINIDAD, PuERTO DE BuENOS AlRES, Cn
veinte y tres días del mes de Diciembre de mil y seiscientos y sesenta y
nueve, los señores Presidente é Oidores de esta Real Audiencia, estando
en Acuerdo de Justicia particular, dijeron: Que habiéndose mandado
por S. M. que Dios guarde, y repetidas Provisiones de nuestra dicha Real
Audiencia, que todas las armas de fuego que tenían los Padres de la Com-
pañía de Jesús en las Reducciones del Paraguay y Urugua_v, se entregasen
al Gobernador de la provincia del Paraguay, con más las piezas de artille-
ría, municiones y pólvora y que en su ejecución se entregaron con efecto á
Don Juan Diez de Andino, Gobernador de dicha provincia:
»Y AHORA HAN tenido NOTICIA de que dicho Gobernador entregó ciento
y veinte bocas de fuego, mosquetes, arcabuces y escopetas, y pólvora y
balas; y por cuanto dicho Gobernador excedió en haberlas entregado, y á
quien se le manda las vuelva á recoger; y para que cada uno de su parte
ponga el cuidado conveniente para su puntual ejecución;
«Mandaron que se despachase Provisión Real exhortatoria y de
ruego y encargo para que el Provincial y Vice-Provincial de la Compañía
de Jesús y Superior de las Misiones, luego vuelvan á entregar dichas bocas
de fuego balas y pólvora, á dicho Gobernador. Los señores Presidente Don
Josef Martínez Salazar, caballero de la Orden de Santiago, Gobernador y
Capitán general de estas provincias: señor Doctor D. Alonso de Solórzano
y Velasco, Oidor más antiguo; estando presentes los señores Licenciado
Don Diego Portales, Oidor, que ha hecho oficio de Fiscal. Licenciado Don
Diego Ibáñez de Faria, Fiscal de S. M. actual—Juan Francisco de Lezcaro.
»En cuya conformidad fué acordado que debíamos mandar dar esta
nuestra Carta ó Provisión Real para vos y cada uno de vos en la dicha
razón; y Nos tuvímoslo por bien. Por la cual os exhortamos, rogamos y
encargamos veáis el Auto suso encorporado, proveído por los dichos seño-
res de nuestra dicha Real Audiencia, y lo guardad, cumplid y ejecutad en
todo y por todo según y como en él se contiene y declara; y contra su tenor
y forma no paséis ni consintáis ir ni pasar en manera alguna, pena de la
nuestra merced, y que procederemos á lo más que hubiere lugar en derecho;
y estad advertidos que por otra de la fecha de ésta enviamos á mandar á
dicho Gobernador recoja dichas armas;
»Y so la dicha pena mandamos á cualquiera nuestro escribano
público ó Real, y por su falta, á cualquiera persona que sepa leer y escribir,
que por ante dos testigos os la lea é intime y notifique, y de ello dé fe, para
- 539 -
que conste, y Nos sepamos cómo se cumple nuestro mandato. Dada en la
ciudad de la Trinidad, Puerto de Buenos Aires, en veintitrés días del mes
de Diciembre de mil y seiscientos y sesenta y nueve años—Juan Francisco
Lescaro, Escribano del Rey nuestro Señor, de su Cámara, la mandé escri-
bir, por su mandado en Acuerdo de su Presidente y Oidores— Registrada-
Alonso Muñoz de Gadea—
^Intimación— En la ciudad de la Trinidad, Puerto de Buenos Aires, en
tres de Enero de mil y seiscientos y setenta años, yo, el Escribano de
Cámara, leí y notifiqué esta Real Provisión A Muy Reverendo Padre Pro-
vincial de la Compañía de Jesús, Agustín de Aragón, el cual la tomó en
sus manos, y puso sobre su cabeza, como á Carta de su Rey y señor natu-
ral, que Dios guarde, y dijo la obedecía y obedeció, y que le dará entero
cumplimiento. Y lo firmó.
» Agustín de Aragón— Juan Francisco de Lezcaro»
(B.' A." leg. «Compañía de Jesús» Cédulas Reales).

Nüm. 18.

1672 -C. R. Ejecútese la Cédula de 1661

«La Rkina Gobernadora:


»DoN Felipe Rege Gorbalán, Gobernador y Capitán general del
Paraguay: Por Cédula del Rey mi señor (que santa gloria haya) de diez y
seis de Octubre de mil y seiscientos y sesenta y uno, se mandó á D. Juan
Blásquez de Valverde, estando sirviendo esos cargos, dispusiese que todas
las armas que los religiosos de la Compañía de Jesús de esa provincia
tenían en sus Reducciones, y las que hubiesen repartido á los indios de
ellas, se le entregasen para que estuviesen á orden suya, y se pudiese usar
de ellas sólo en las ocasiones del Real servicio; y que de allí en adelante
no quedasen á disposición de dichos religiosos, ni se entrometiesen á ejerci-
tar los indios en el manejo de las armas, ni ninguna acción política ni mili-
tar. Y si no hubiese casa conveniente donde guardarlas, la hiciese fabricar
á costa de la misma Religión, en la parte que pareciese más apropósito para
el uso y conservación de ellas, en conformidad del ofrecimiento que cerca
de esto hizo el Procurador general de ella;
»Y DESPUÉS POR Cédul V Mí A DE TREINTA DE Abril DE mil y seiscieu-
tos sesenta y ocho, mandé al Gobernador y Capitán general de las provin-
cias del Río de la Plata que, juntándose con dos religiosos de dichas Doc-
trinas y dos Oidores de la Audiencia que había en Buenos Aires, confiriese
lo que cerca de estas armas fuese más conveniente, é informase de lo que
se acordase, para que se tomase resolución sobre ello; y en el ínterin no se
hiciese novedad en cuanto á recogerlas, como más particularmente se con-
tiene en las Cédulas referidas:
» Y ahora Manuel de Villabona, de la Compañía de Jesús, Procurador

general de las provincias de Indias, ha dado Memorial representando que,


— 540-
aunque se había pedido ante el dicho Gobernador de Buenos Aires el cum-
plimiento de la Cédula de treinta de Abril de seiscientos y sesenta y ocho,
no se le había dado con diferentes pretextos;
»SuPLícóMb: que, atendiendo á que su Religión había entregado las armas
referidas, y que sólo le movía á desear tenerlas más prontas lo que esto
importa al Real servicio y seguridad de esas provincias, fuese servida de
mandar lo que conviniere cerca de que las tenga ó no;
»Y HABIÉNDOSE VISTO en el Consejo Real de las Indias, con lo que
escribieron la Audiencia que había en Buenos Aires, en carta de seis de
Diciembre de seiscientos y sesenta y siete, y Don Juan Diez de Andino,
vuestro antecesor en esos cargos, en otra de once de Enero de seiscientos y
sesenta y seis, sobre las diligencias que se habían hecho para el entrego de
dichas armas, y fábrica de la casa donde han de estar; y los demás papeles
de la materia, y lo que en razón de ello dijo y pidió el Fiscal:
»Ha PARtíCiDO MANDAROS que, sin embargo de lo que se ordenó en la
dicha Cédula de treinta de Abril de seiscientos y sesenta y ocho, no hagáis
novedad en lo que cerca de esto se mandó por la antecedente de diez y seis
de Octubre de mil y seiscientos sesenta y uno; y en caso que no se le haya
dado cumplimiento, haréis se ejecute precisa y puntualmente como en ella
se contiene. Fecha en Madrid, á quince de Noviembre de mil y seiscientos
y sesenta y dos años.— Yo la Reina— Por mandado de S. M.: Don Gabriel
Bernardo de Quiros.»
(Asunción XLV . 31.).

Núm. 19.

1679— C. R, Aprueba definitivamente las armas de fuego

«El rey: Muy reverendo en Cristo Padre Don Melchor de Liñán


y Cisneros, Arzobispo de la Iglesia metropolitana de la ciudad de los Reyes
en las provincias del Perú, de mi Consejo, mi Virrey, Gobernador y Capi-
tán general de ellas en ínterin:
»El Rey mi Señor y Padre, (que santa gloria haya) y la Reina mi
señora Madre, mandaron dar }• dieron dos Cédulas, una de veinte y cinco
de Noviembre de mil y seiscientos y cuarenta y dos: y la otra de treinta de
Abril de mil y seiscientos y sesenta y ocho, cuyo tenor es el siguiente:
[Aquí el n.° 9.]
[Aquí eln.° 10.]
»Y ahora don Felipe Rege Gokbalán, ejerciendo elcargo de mi
Gobernador y Capitán general de la dicha provincia del Paraguay, en
carta de veinte de Octubre del año pasado de mil y seiscientos y setenta
y siete, me dio cuenta de las hostilidades que los enemigos habían ejecu-
tado en ella, y de todo lo que se le ofrecía, refiriendo (entre otras cosas)
que por las pocas bocas de fuego que allí había, le fué preciso valerse de
Las que por orden mía se habían recogido de las Doctrinas de los religiosos
-541
de la Compañía de Jesús, y halló en poder del Teniente de Oficiales reales
de aquellas provincias, que eran ochocientas; y entre ellas más de dos-
cientas que no eran de provecho entre arcabuces, mosquetes y escopetas.
Y que el Cabildo de la Asunción sacó de poder del dicho Teniente ciento
y ochenta bocas de fuego, hallándose el dicho Gobernador ausente de ella,
para entregar á los dichos religiosos, por haberlas pedido para defender
sus Doctrinas, cuando fueron los portugueses del Brasil á invadir la Villa
Rica del Espíritu Santo: y más les dio catorce arrobas de pólvora y seis de
balas: y después que volvió á aquella ciudad, le instaron por un exhorta-
torio los dichos religiosos les volviese las armas que habían restituido, con
motivo de haber llegado al Puerto de Buenos Aires por Febrero de aquel
año una zumaca del Brasil, con pretexto de averiguar los daños que habían
ejecutado los portugueses Mamelucos de San Pablo, y que había dado el
capitán de ella noticia de haber salido nuevamente de aquel lugar nove-
cientos hombres y cuatro mil indios tupís, con designio de llevarse los que
había en las Doctrinas que estaban á su cargo espiritual: por cuya causa
se determinó á darles cuarenta y siete délas que estaban desaliñadas,
para que las hiciesen aderezar y tuviesen de manifiesto para cuando se las
volviesen á pedir: con que en todas se les habían dado doscientas y veinte
y siete: y las demás á cumplimiento de las dichas ochocientas, paraban en
poder del Teniente de Oficiales reales; aunque tan maltratadas, que no
podían servir: y que así mismo habían entregado dichos religiosos con las
armas referidas doscientas y diez y ocho arrobas de pólvora, y cuarenta
de plomo: y habiendo reconocido estaba de mala calidad la más parte
de la pólvora, por la humedad de la tierra, y ser de muchos años:
ordenó que si algunos vecinos quisiesen comprarla, se les vendiese
á los precios que corría, y que su procedido se remitiese á las provincias
otra de
del Río de la Plata donde era más barata, para que se comprase
mejor calidad, y se reintegrase la que se repartía á los vecinos: de que
resultaron doscientas veinte y ocho arrobas de tabaco, setenta y dos cueros
que
de suelas y unas baquetas: que todo importaría más de mil pesos: con
arro-
sólo habían quedado diez y siete botijas, que pesarían á seis y siete
bas, poco más: y siete barriles, que los dos dellos tenían á
nueve, y los
demás á dos, todo en bruto: que uno con otro sumaría ciento cincuenta
arrobas: y doce de plomo reducido á balas:
»Y asimismo se me ha representado por parte de Cristóbal de
Grijalva, Procurador general de la dicha Compañía de Jesús por la dicha
provincia del Paraguay, las hostilidades que los dichos portugueses
hacen
naciones de indios, llevan
en y que habían asolado muchas y dilatadas
ella,
de
dose pueblos enteros, aprisionados en colleras de hierro, que pasaban
centenares de millares, despoblando ciudades de españoles, y pasando
á diferentes Misiones, y á los dilatados ríos del Paraná y Uruguay,
lleván-

dose tras sí los indios reducidos como los gentiles, matando á los que se
dos religiosos, el uno Superior de las
resistían, como lo hicieron con
Reducciones, y el otro Doctrinero.Y que, reconociendo los crecidos daños,
no se halló otro reparo, que industriar álos indios en las armas de fuego

para su defensa: lo cual se había ejecutado con tanta destreza, que,


volviendo otra vez los portugueses, fueron rechazados con muerte de
que
muchos: con que no se atrevían á llegar á los pueblos donde sabían
— 542 —
había armas, y sólo lo hacían donde sabían que no las había, como lo
hicieron en la provincia de los Itatines, donde mataron un religioso, y cap-
tivaron otro, y se llevaron los moradores indios y familias de dos pueblos
muy populosos. Yúltimamente invadieron la Villa Rica del Espíritu
Santo, y destruyeron cuatro pueblos de indios, que pasarían de cuatro mil
almas, y se despobló la villa de los españoles. Y que el uso de las armas
estaba concedido á los dichos indios por las Cédulas citadas y por otras.
Y que, noticiosos los enemigos de San Pablo de que los indios no tenían
armas, se había sabido disponían ir más de novecientos con cuatro mil
indios tupís. Y para oponerse á ellos pidió el Superior de la Compañía en
las dichas Reducciones les diese las ochocientas armas referidas, que en
virtud de la orden citada en la Cédula del año de seiscientos y sesenta
y ocho habían entregado, pues aquella era la ocasión para que las tenían
guardadas: y que sólo les había dado las dichas doscientas y veinte y siete:
y habiendo ocurrido á mi Gobernador y Capitán general de la ciudad de la
Trinidad y Puerto de Buenos Aires, les socorrió con otras ciento, como
constaría de sus informes: y que el peligro era evidente: y la defensa en
los indios derecho natural y divino, y el servicio que me hacían, grande,
pues conservaban aquellas provincias en mi dominio, pretendiendo los
portugueses pertenecerá la corona de su Reino: y en caso de tener gue-
rra, estando destruidas las Reducciones y Doctrinas, tenían paso franco
y sin estorbo al Perú. Y en algunas ocasiones se habían valido los Gober-
nadores de los dichos indios, por estar ejercitados en las armas para defen-
derse de los infieles: presentando para su justificación diferentes instrumen-
tos. Yque no se había podido disponer la Junta que se mandó hacer para la
restitución de las armas, por haber faltado los ministros de la Audiencia de
Buenos Aires. Y aunque sobre su cumplimiento se había ocurrido al Virrey
conde de Castellar, tampoco se pudo ejecutar, así por no haberse hallado
la Cédula original que sobre ello se despachó, como por la distancia en
que estaban las personas que la habían de formar. Con que se iría dila-
tando el entrego. Y cada día estaban más necesitados los indios, y expues-
tos á invasiones y á la total perdición con los portugueses:
»Sui'LicÁNU0ME que, con atención á todo, fuese servido determinar lo
más conveniente:
» Y HABIÉNDOSE VISTO por los de mi Junta de guerra de Indias, con otras
cartas y papeles tocantes á esta materia: y lo que sobre ello dijo y pidió mi
Fiscal:
«Apruebo despachos y Cédulas que están dadas para que los dichos
los
indios de las Reducciones del Paraná y Uruguay que están á cargo de los
religiosos de la Compañía de Jesús tengan y usen las armas de fuego: y
especialmente la Cédula arriba inserta de veinte y cinco de Noviembre del
año pasado de mil y seiscientos y cuarenta y dos, que fué dirigida al
Virrey marqués de Mancera y lo en su virtud obrado y ejecutado, así por el
dicho Virrey, como por la Audiencia Real de esa ciudad de los Reyes:
Y ES MI voluntad qük se LEh RESTITUYAN á los dichos indios y religiosos
de la Compañía que los Doctrinan las ochocientas bocas de fuego, la pól-
vora y demás municiones que en virtud de la Cédula que se despachó en
diez y seis de Octubre del año pasado de mil y seiscientos y sesenta y uno
entregaron en la dicha ciudad de la Asunción del Paraguay, así de las que
- 543 -
hubiere en ella, como de las que se remitieren de nuevo: dando recibo de
ellas, para que estén á su cuidado con algunos legos, como antecedente-
mente se previno, y con cargo de mantenerlas hasta que otra cosa se
mande, bien dispuestas y acondicionadas: y que de su poder pasen al de
los indios en las ocasiones que parezca conveniente para industriarse v
manejarlas: y se las vuelvan á recoger luego: y estén prontas, y ellos
hábiles; y que cuando se ofrezca el defenderse, lo puedan hacer,y asistir
al resguardo de aquella provincia, seyún las órdenes que les diere mi
Gobernador de ella: y que fenecida la facción, se las vuelvan á quitar,
y tener los religiosos á su cargo: pues así no les será tan libre el uso de
ellas á los indios: de que se podría recelar algún alboroto contraía paz
y obediencia que tienen dada, ni tampoco les faltarán para lo más urgente,
que es su defensa y quietud. Y para la restitución y entrego de las dichas
ochocientas bocas de fuego, se han de contar las doscientas y veinte y siete
que tienen recibidas, y les dio la ciudad y el Gobernador del Paraguay:
y más ciento que les dio el Gobernador de Buenos Aires con obligación de
que las restituirían si no lo aprobase; cuyo entrego apruebo y les doy por
libres de la obligación que para ello hicieron. Con que las que faltan de
entregar á cumplimiento de las dichas ochocientas bocas de fuego son cua-
trocientas y setenta y tres. Las cuales, como queda dicho, es mi voluntad
seles den délas que se hubieren remitido ó remitieren á aquella provin
cia. Y que por la pólvora y demás municiones que se les hubieren de vol-
ver, reciban en cuenta lo que seles hubiere entregado de estos géneros.
Y así os mando deis las órdenes que fueren necesarias, para el cumpli-
miento y ejecución de todo lo referido. Y de lo que obraredes en esta mate-
ria, me daréis cuenta en la primera ocasión que se ofrezca. Fecha en
Madrid, á veinte y cinco de Julio de mil y seiscientos y setenta y nueve
años.— Yo EL Rkv— Por mandado del Rey nuestro Señor, Don Francisco
Fernández de Madrigal.»
(B. A. leg. «Compañía de Jesús Cédulas reales 1»)
..

-544

Núm.

1768. — «Razón del número de Ganados que se encontraron en las estancias


las copias simples de los Inventarios, que paran en esta Administración

.Muías
Cría de
Vacas de Vacas Vacas y caballos
chuca-
PUEBLOS COI ral alzadas Torus
y muías
ras(I) y
mansas

Candelaria. . 13 662 nn Sr 860 501


contal on
San Cosme . 23 344 1357 564
Santiago .... 23 000 702
Santa Rosa . 60 645 1 166 1078
Santa María de Fe 40 231 912
Trinidad .... 17 134 118 35
San Ignacio guazú 11000 110
Jesús. 45 000 170 290
Santa Ana. 33 796 433 3 053
Itapúa 47 108 4.580 1573
Loreto 30 000 63
San Ignacio nuri. 33 925 3 571 628
Corpus 12 292 618 1396
Santa María la Mayor 12 000 2 471 716
Apóstoles .... 3811 40 000 5 120 492
San Carlos. . 10 000 15 000 950
Santos Mártires. 7 741 136 868 227
Concepción . 10 000 445
San José .... 3112 30 000 740
San Javier. . 8 389 5 806 253
La Cruz 32 000 140
Santo Tomé . / 345 18 396 180
San Nicolás . T9 299 206
San Luis .... 6 374 b32 125
San Lorenzo . 206 4 300 152
San Miguel . 19 648 164
San Juan 305 2 400 102
Yapeyú 48 119 4 294

SUMA 227 879 85 115 415 ó07 18 234 20 031

»En los pueblos de San Miguel y Yapeyú, no se pudo inventariar el ganado,


los inventarios de los pueblos de San Borja y San Ángel, por no haberse

(1) Cerriles.
(2) Reservados para la procreación.
(3) A medio domar.
545 —

20.

de veinte y ocho pueblos, cuando la expulsión de los Jesuítas, según consta de


genera], sin incluir las dos estancias grandes de San Miguel y Yapeyu.
.

546 -

»Resumen General

»Vacas de corral 227,873 y

ídem alzadas 85,115,728,635


Vacas y toros 415,647'
Cría de caballos y muías 18,234
Caballos mansos y redomones 42,174
Muías chucaras y mansas 20,031
Potros 3,765
Yeguas 30,179
Burros hechores 1,753
Burros ordinarios . '
13,222
Bueyes mansos 41,268
Ovejas y cabras 238,141
Yeguas, cría de potros 10,276

Suma. . . . 1.147,678

(Buenos Aires, Arch. gen. leg. Misiones / Varios añosj

Núm. 21.

«Memoria para las generaciones venideras, de los indios misioneros del


pueblo de Yapeyú

»En 28 de Setiembre de 1657, el Cura del pueblo de Yapeyú, P. Fran-


cisco Ricardo, y suAyudante el P. Fernando Odiega, caminaron hacia el
Miriñay, y fundaron la iglesia [¿estancia?] de San Andrés, dotándola con
562 cabezas de ganado vacuno al cargo del capataz Alonso Mandaré, del
sargento Fernando Mandaré, y peones indios. Después de algún tiempo,
apartaron de dicha estancia mil cabezas, y las pasaron á la Banda Oriental
del Uruguay y con ellas fundaron la primera estancia de Yapeyú en esta
Banda.
»En el año 1692 fué Cura del pueblo de Yapeyú el P. Santiago Ruiz, y
su ayudante el P. Antonio Céspedes. En este año no se fundó otra estancia,
pero permanecía la de Santiago:
» A fines del año
1694, el P. Jerónimo Delfín, vino á componer la iglesia
y llevó individuos del Cabildo á la Banda Oriental para ver el
[¿estancia"-']

Cuarey, le vieron, y les agradó la posición del lugar, y después que regre-
saron al pueblo, dieron relación de la rinconada, muy aparente para una
estancia, al cuerpo del Cabildo, proponiéndole que fundarían una estancia
en el Cuarey con tropas de ganado que traerían del Para [el traductor
- f)47 -
juzga que el Para son las costas del Río Grande], con las que el P. Jeró-
nimo Delfín uniría algunas de la ya fundada estancia de Santiago, con el
fin de aumentar sus ganados para ocurrir á las necesidades de los indios.
Oída esta relación en el cuerpo del Cabildo, tomó la palabra el Corregi-
dor Don José Catuari y dijo: Sea muy enhorabuena que se efectúe lo que
nuestro Padre ha proyectado: pues es visto que á más del cuidado que
tiene de nuestras almas, también nos procura la conservación de nuestras
vidas proporcionándonos el sustento. Se efectuó la marcha al Para:
y cuando volvieron las tropas con el ganado, el Corregidor, prevenido por
el Padre, fué á mandar que las tropas parasen en el Cuarey, y allí se con-
tase el ganado que se había traído con el fin de fundarse la estancia del
Cuarey; lo que efectuado, el capataz Andrés Cheresay dio la orden para
que sus peones quedaran á cuidary sujetar cuatro mil cabezas hasta un mes:
y cumplido, llegó otro capataz con cuatro mil cabezas más traídas del
Para, las que se reunieron á las cuatro mil anteriores: y con estas ocho
mil cabezas se fundó la estancia del Cuarey proyectada por los PP. San-
tiago Ruiz, Jerónimo Delfín y Antonio Becerra.
»A mediados del año 1699 entró á ser Cura del pueblo de Vapeyú el
Padre Adriano González, y su ayudante el P. Andrés Egidiano. En este
intervalo no hubo suceso notable; pero en el mes de Agosto de 1700, una
fuerza armada invadió á los infieles. El P. Superior, Bernardo de la Vega,
y el P. Pablo Restivo, fueron con un crecido número de soldados: y enton-
ces se sacaron por primera vez ,500 cabezas para el consumo de la fuerza
en sus marchas.
»En el año 1701 se expedicionó por segunda vez contra los infieles con
un número crecido de soldados que llevó el P. Superior Bartolomé Jimé-
nez. Entonces el Hermano José Brasaneli y el hermano Egidio sacaron de
la estancia de San José 1.400 cabezas para la división armada. Después
el P. Superior Bartolomé Jiménez escribió de la campaña al Cura Adriano
González, pidiéndole más ganado, y le envió 2.500 cabezas, que condujo el
Alcalde Melchor Caguá. Entonces se abandonaron las estancias, reunién-
dose peones y familias en el pueblo con el P. Adriano; y no habiendo
quienes recogiesen el ganado entablado, se esparció y alejó por entre que-
bradas, cuchillas y bosques, llegando ya algunas puntas del ganado hasta
Caaibaté, por donde tenían sus tolderías los infieles: y á mediados de este
año de 1701 entró á ser Cura el P. José Tejeda, y su ayudante el P. José
Yegros.
»En el año 1702 se pensó en fundar nuevamente las estancias, y el Padre
Cura comunicó este pensamiento al Cabildo. El Corregidor, tomando la
palabra, dijo que se efectuara, y en seguida dispuso que dos tropas cami-
nasen al Para á tomar ganado silvestre, teniendo el cargo de capataz
Benito Guebó en una tropa, y en la otra Javier Guarí. Estos trajeron cua-
tro mil cabezas del Para, y á su regreso el Cura José Tejeda fué á encon-
trarlos en el Cuarey para contar allí el ganado y separarlo. Separó dos mil
cabezas de Javier Guarí, y las dejó en San Juan; y las otras dos mil en San
Marcos.
»En el año 1703 caminaron dos tropas al Para á traer ganado, á cargo
del capataz Juan Guiraragué y Benito Guebó. Estos volvieron á un
tiempo con cuatro mil cabezas, y el Cura hizo repartir 2.500 cabezas para
-548-
rasarlas á la Banda occidental del Uruguay en San Pedro; dejando las

l.ñOO en la estancia de San Tose. Se multiplicó tanto el ganado, que


ocupaba ya leguas de la campaña.
»En el año 1705 ya llegaban hasta las serranías algunas puntas de
ganado; y asimismo de las que habían multiplicado en San Marcos, llega-
ban hasta el Itacorá y cabeceras del Ibirapitá: con este motivo el P. Cura
dispuso que el Procurador Pascual Yariyú fuese á reparar estos ganados
alzndos.
»En elaño 1706 el P. Cura Tejedas movió la tropa armada á San
r.abriel, para hacer la guerra á los infieles, escribiendo al mismo tiempo
al P. Martín Yegros, que residía en el pueblo de Yapeyú, para que le man-
dase gente que había de recoger ganado del Para. En esta virtud el
Corregidor Don Tomás Tamandé envió 42 indios del pueblo; y después
que éstos habían sujetado dos mil cabezas, fueron acometidos por los infie-
les. Siete indios murieron en el rodeo acá del paso Piray. Entonces el
Padre Juan Yegros fué á verse con el Cura Tejeda> en San Gabriel: éste
le hizo volver inmediatamente para hacer recoger y contar el ganado,

y halló las dos mil cabezas. En seguida el P. Juan Yegros recibió el


encargo del Cura José Tejedas por la gente que había llegado, que era
saber de su salud, y de que se repartiese el ganado que recién habían
traído del Para. Entonces el Corregidor Don Tomás Tamandé ordenó lo
que el Cura encargaba, y dejaron 1.300 cabezas, llevándose al pueblo las
800 para que el P.Juan Yegros determinase de este ganado. El Corregi-
dor D. Tomás Tamandé hizo pasar las 800 cabezas á la estancia de San
José, y las 1.300 que se multiplicaron ocuparon los campos hasta el Baca-
caí, llegando á entreverarse con las que se habían aumentado en el Yara-
peay, y recostádose;al Yu-mirí, se entreveraron con las del Cuarey.
»En el año 1707 entró á ser Cura del Yapeyú el P. Jerónimo Álvarez,
y en este mismo año hizo la guerra á los Minuanes, dirigiéndose á Santa
iMaría, estancia del pueblo déla Cruz; pasó en el Ibicui guazú al Ibicui-
pita, avanzando por el Saica, estancia de Jesús María, de donde fueron
á pasar el Ibicui-mirí: en estas marchas no hallaron ganado alguno, aun el
de las estancias: caminando por campos desiertos y malezales los soldados,
hasta que dieron con los Minuanes en el Ibicui-mirí y los atacaron,
muriendo en el ataque Don Benito Tamurá, y se retiraron por las cabece-
ras del Piraí; que costearon hasta llegar á San Gabriel, que había sido
arruinado, y se encaminaron hasta Santo Domingo Soriano. Aquí Juan
Guiraragué les previno á los de su mando que no hiciesen mal uso de '-'00
cabezas que pacían en el paso del Piraí y sus costas, resto de las 1.300
cabezas que el P. Jerónimo había apartado para cederlas á los soldados:
siguieron marchando por el cerro de las Palomas hasta llegar á la costa
del mar, y volvieron costeando el Yí y el Caraguataí hasta el paso del
Piraí por el Yaguarí, Tacuarembó-guazú, Mbatobí y cabezas del Yu-mirí.
En estas marchas no hallaron ganado alguno, y pasaron algunos días sin
comer hasta llegar al Curucangua, en donde ya vieron puntas de ganado,
que erándola estancia de San José, propia del pueblo de Yapeyú, desde
donde caminaron viendo multitud de ganadt) hasta el pueblo de Yapeyú
que los poseía.
> En el año 170S, el P. Jerómino volvió á marchar contra los Minuanes
-549-
por la costa del Uruguay, el Igarapeay y Vacacay, lle^'andi) hasta el paso
de Piraí, por donde pacía el ganado de Yapeyú, y pasaron hasta las cabe-
ceras del Piraí-guazú. Allí derrotaron á los Minuancs del cacique \'agua-
reté, y volvieron por el Guaruí hasta el paso del Piraí: costearon el Cara-
guatai, Yaguariy y Tacuarembó-guazú, el Mbatobí y puntas del Vu-niirí,
en donde ya hallaron puntas de ganado entre los Sarandís, las que reco-
nocidas por el P. Jerónimo, dijo ser el ganado de las estancias de N'apeyú.»
«Esta memoria, que se halló en poder de un cacique indio Guaraní
escrita en su idioma, fué traducida por el Vicario general de las Misiones
delegado en 1826.»

Núm. 22.

1785— Minas en Misiones

«ExcMO. SEÑOR [Virrey]:— señor: En cumplimiento de lo que V. E. me


manda en su oficio de 10 del presente mes, que entere á V. E. del servicio
de que trata D. Julián de Lara en el Memorial que original acompaña,
y también del actual estado de las minas de los pueblos de Misiones, lo
ejecuto con toda individualidad desde su origen. El deseo de que V. E. se
entere de este importante asunto de minas disculpará la prolijidad.
«Mientras vino á esta capital el capitán del regimiento de Mallorca
Don Juan Francisco de la Riva Herrera, á quien al tiempo del extraña-
miento nombró el Excmo. Sr. D. Francisco de Paula Bucareli Goberna-
dor interino de veinte pueblos de los de Misiones, se puso por S. E. en
Candelaria para que gobernase aquellas Misiones D. Carlos Josef de
Añasco, vecino de la ciudad de Corrientes. Este, p^r las noticias que
adquirió de los indios, de unas minas de cobre de adonde sacaban este
metal en tiempo de los Jesuítas, dio parte á S. E., remitiendo algunas pie-
dras metálicas de la mina del Aguapey, distrito del pueblo de Santa Ana,
que le descubrió Francisco Javier Chequá, Corregidor de aquel pueblo:
á quien por este servicio se le concedió por el Sr. Capitán general en vir-
tud de la ley 15. tít. 19. lib. 4. de Indias, excepción de tributos: y así está
anotado en el empadronamiento que se hizo en el año de 1772. También
remitió Añasco unos ramitos de cobre naturales, que se sacaban de la
capilla de San Antonio, de la otra banda del Paraná, territorio de Cande-
laria.
«Habiendo determinado el Excmo. Sr. Bucareli que quedase un solo
Gobernador de los treinta pueblos de Misiones, con tres Tenientes de
Gobernador á sus órdenes, según consta de su auto de 27 de Diciembre
de 1769; me nombró por Gobernador interino, ampliándome á todos ellos
el antecedente título que me había expedido, mandándome que pasase
luego á Candelaria, á que se retirase D. Carlos josef de Añasco, según
solicitaba, y cuando me entregase de mando, me manifestase de aquellas
minas que había noticiado. Así lo ejecuté, pasando un día personalmente
— 550 -
con dicho Añasco al paraje del Aguape}^ y allí vi las excavaciones no
profundas de donde se habían sacado las dichas muestras: y se extrajeron
otras piedras metálicas de cobre, con asistencia del Corregidor Francisco
Javier Chequá y el Cabildo de Santa Ana, y otras personas que asistie-
ron. También otro día pasé al otro lado del Paraná con el mismo Añasco
á la capilla de San Antonio, y allí vi de dónde se sacaban los ramitos de
cobre, que era entre la unión ó veta de unas piedras muy duras. De todo
lo que había visto y reconocido informé á S. E.
»Después desde Corrientes pasó á esta capital D. Carlos Josef de
Añasco con algunas muestras que trajo de aquellos metales, siendo ya
Gobernador y Capitán general de estas provincias el Excnio. Sr. D. Juan
Josef de Vértiz, y en virtud de ellas y las esperanzas que prometía Añasco»
se formó una compañía de minas para ir á trabajar en Misiones, en la que
al público entraron D. Manuel Trocornal, D. Benito Gómez de la Fuente

y D. Juan de l^asala, vecinos de esta ciudad, y D. Carlos Josef de Añasco


como descubridor, y por minero D. Julián de Lara, á quien se le dio en
Acuerdo de Real Hacienda facultad de trabajar en aquellas minas y des-
cubrir otras.
»Con este despacho, y órdenes que me llevó del Sr. Capitán general,,
pasó á Misiones el expresado Lara, y se aplicó desde luego á laborear la
mina del Aguapey, dándosele los auxilios de víveres é indios que pedía.
Allí se situó: y en la excavación que hizo, llegó á sacar cortado de una
veta el pedazo de cobre que dice del peso de nueve libras. Pero luego dio en
agua aquella excavación y se anegó: con lo que no pudo proseguirla, y se
aplicó á arrancar algunas piedras que llamaba papas, y decía que por fun-
dición se sacaría de ellas cobre, las que hacía moler. Y aunque esta faena
duró largo tiempo, no llegó el caso de haber fundido todas ]a.s pap.is. Con
lo que S. M. no tuvo derecho alguno de este trabajo; y los interesados gas-
taron algún caudal, que procuraron restaurar de algún modo, reduciendo
en Corrientes los efectos que llevaron para fomento de las minas á ganado
vacuno, y vendiéndolo á los pueblos.
«También de esta compañía fueron á trabajar en la mina de la capilla
de San Antonio de Candelaria. La dureza de las piedras entre las que se
crían aquellos ramos de cobre no la podían vencer con combos y barretas:
por lo que cesaron de ella. Eso fué lo que se sacó de esta compañía de
minas: y yo algunas altercaciones sobre el tratamiento de los indios y sala-
rios, y pretender estar exentos del Gobernador de Misiones.
»De lo expuesto se demuestra que D. Julián de Lara no fué descubri-
dor de aquellas minas, sino que fué á trabajarlas como minero, en virtud
del ajuste que hizo en la contrata con D. Carlos Josef de Añasco y com-
pañía.
»E1 ruido de estas minas, y el hallarse en varios parajes muestras de
cobre, hizo formar otra compañía de minas, en que entró D. Antonio Gar-
cíaÁlvarez con Cristóbal Julves, platero. Gastaron, según dicen, más de
cinco mil pesos en salarios, víveres y herramientas en las excavaciones
y catas: y no sacaron utilidad alguna, ni hubo de qué atribuir derechos
á S. M. por sus quintos.
»D. Julián de Lara, después que se retiró de las minas, porque los de
la compañía no quisieron gastar más: por ser hombre trabajador, como lo
- 551 -
acreditó en las chacras que plantó en el Aguapey, estuvo un poco de
tiempo de Administrador interino en el pueblo de San Borja, por haber
muerto el que cuidaba aquel pueblo: al que dirigió y adelantó según el
tiempo que estuvo. Dio sus cuentas, y se le pagó su sueldo.
«Después pasó á la provincia del Paraguay, y volvió á Misiones;
y habiendo, según dice, ido hasta la mina del Aguapey, procuró sacar de
allí algunas piedras metálicas, que cuando llegó á esta capital me trajo una

de cobre que entregué á V. E. para que viese aquella producción: y ahora


dos pedazos pequeños del mismo cobre de las piedras de Aguapev, que
dice fundió en Yapeyú, y unos ramitos del cobre de la capilla de San Anto-
nio de Candelaria, adonde también dice pasó, y que para ablandar las pie-
dras de su criadero dice lo hizo á fuerza de fuego, por no tener pólvora
para darle barrenos.
»E1 cobre de la mina del Aguapey muestra serlo de buena calidad,
y pudiera tener alguna mezcla de oro. Para ver si la tenía, procuré se
hiciera la separación de metales: y no se halló la tuviese: ó porque no se
hizo bien la operación, ó porque sólo se ejecutó la experiencia en cosa de
una onza de dicho cobre.
»E1 pataje de donde se sacan estas piedras en el Aguapey no es cerro
ó monte alto, sino una loma alta 3' extendida: por lo que nunca me parece
se puedan seguir las vetas hondas, porque al profundizar las excavaciones
han de dar en agua, como sucedió con la que hizo Lara.
»Es cierto que en varias partes de Misiones se hallan piedras con vetas
de cobre. En el patio de la casa principal del pueblo de Itapúa reparé en
el empedrado en que caen las aguas del tejado haber varias piedras con
pintas de cobre. Allí decían que los Jesuítas hicieron fundición de metales
en hornallitas. El Visitador P. Antonio Garriga puso precepto que no se
trabajasen las minas de cobre en Misiones: evidencia de que las hay y que
trabajaban: lo que acreditan las muchas campanas, algunas bien grandes,
que hay en las torres y campanarios de las iglesias; y en los pueblos,
peroles grandes y fundos de fundición, que sirven para cocer la miel de
caña y otros menesteres.
»En el pueblo de Itapúa, en un cerro que está sobre el Paraná á dis-
tancia de una legua viniendo de Itapúa á Candelaria, al que llaman ¡ta-
ibiti, por noticias que me dieron los indios que de allí sacaban piedras los

jesuítas, fui á reconocerlo con algunas herramientas: y en un lado con una


barreta mandé quebrar una piedra: y el pedazo que se partió tenía pintas
visibles de plata.Y de otra piedra del mismo cerro, que de en medio de él
en mi presencia sacó un negro esclavo mío, por parecerme metálica, la
hice moler, y con azogue se recogió de ella dos ó tres adarmes de plata. La
piedra que recogí y tenía pintas de plata, la dejé en Itapúa en el cuarto en
que habitaba mientras iba al empadronamiento: y cuando volví ya no
estaba: y después no tuve tiempo ni lugar de volver á aquel cerro á hacer
sacar otras piedras.
»Fierro hay en abundancia en Misiones. Muchos cercados de las huer-
tas de los colegios ó casas principales son de piedras á vena de fierro.
Cuando estuve en Misiones la primera vez en el año de 1749, siendo
Teniente de dragones, en una conversación con los Padres en el pueblo
de San Miguel, se descuidó el Compañero en decir que se había hecho fie-
-552 -
rro: y advertí que el P. Cura no aprobaba que su Compañero hubiera dicho
aquello: con lo que calló: y el Cura prosiguió diciendo que cuando no
venía á tiempo el fierro que pedían al P. Procurador de Misiones, de esta
capital, porque del todo no parasen las faenas y labranzas por falta de
herramientas, alguna vez se había hecho algún poco de fierro: pero que,
considerado el trabajo, les salía más caro que el comprado: y que nunca
era tan bueno como el de Vizcaya.
»Del cerro de San Miguel del pueblo de Ntra. Sra. de Fe en el Tebi-
cuarí, siendo Visitador de los pueblos D. Antonio García Álvarez, por
noticia que le dieron los indios de unas excavaciones del tiempo de los
Jesuítas, me trajo unas piedras verdosas, y resbalosas. Habiéndolas hecho
moler él mismo en un almirez, lavando aquel polvo, quedó en el fondo de
la vasija una puntita, muestra pequeña de metal amarillo, que valuó por
oro (el que pudo ser metal del mismo almirez) con cuya noticia mandé de
aquellas piedras al Excmo. Sr. Bucareli: y avisé según me habían infor-
mado de dónde eran, y que decían tenían oro. Después mandé traer otra
porción de aquellas piedras: y cuando vino D.Julián de Lara á los pue-
blos, le di una porción de ellas para que viese el metal que contenían,
expresándole lo que me habían informado: y según me dijo, por el beneficio
de molerlas y lavarlas, no dejaron señal de metal alguno. Después,
habiendo venido á los pueblos desde esta capital D. Josef Coene, vecino
del Paraguay, que era uno de los compañeros de Lara, para ver aquellos
trabajos, y pagar lo que se debía, le mostré aquellas piedras, reparando en
lo resbaloso de ellas, á mi presencia estregó un medio real, y quedó sua-
vizado: con lo que dijo que podrían tener azogue: y que un catalán pla-
tero, llamado Francisco de Torres, que tenía en la mina por inteligente
en metales, las reconocería y haría algún ensayo ó experiencia, con lo que
me conformé. En efecto, este platero á mi vista en el pueblo de Itapúa
hizo una hornalla, y alambique, y allí moldas, amasando de aquel polvo
unas bolitas, las puso en el alambique: y á fuerza de fuego, sacó de ellas
algún azogue, que vi destilar. Con el que se recogió, me presentó Coene
un pedimento jurado, en vista del cual le adjudiqué que por su medio se
había descubierto el azogue que contenían aquellas piedras.
»E1 frasquito con el azogue que me presentó Coene, lo remití al Exce-
lentísimo Sr. D. Juan Josef de Vértiz, dando parte de este descubrimiento.
Su Excelencia me mandó le remitiese una porción de aquellas piedras, lo
que ejecuté: y S. E. remitió el frasquito de azogue y las piedras de aquel
mineral al Excmo. Sr. Bailío D. Fr. Julián Arriaga, que entonces era
Secretario de Estado de Indias, lo que consta de la adjunta copia simple,
que hice copiar de una que tenía D. Julián de Lara.
"De esta mina de azogue se volvió á tratar cuando estuvo aquí un tal
Don Josef Ramírez, minero que vino de Lima, que pretendió ir á traba-
jarlo: y aquí de unas piedras que le remití á D. Juan de Lasala, hizo
ensayo: y sacó de ellas azogue en presencia de varios que comisionó el
señor D. Manuel Fernández, Intendente. Fl minero D. Josef Ramírez,
porque no se le dieron auxilios, con testimonio de los autos, se embarcó
para España. No sé su paradero, ó si se ha muerto.
»Después que D. Josef Coene me presentó el azogue que se había saca-
do en Itapúa, se me presentó D. Antonio García Alvarez con una limetila
.

- 553 -
de azogue, jurando lo había extraído de las piedras del mencionado cerro,
de que me había traído la muestra y dado noticia, pretendicndu le decla-
rase descubridor del azogue, á lo que le respondí que esta presentación
y descubrimiento lo había ya ejecutado Coeno, y tenía dado parte: lo que
refiero por ser este hecho corroborante de que las piedras de aquel corr..
son de mineral de azogue.
^Sentado que en Misiones hay minerales de metales y azogue, v que
aunque se ha ido á trabajar aquellas minas, más ha sido el deseo de utili-
zarse, que la pericia de los operarios; si viniesen inteligentes mineros,
como se prometen en la nueva Ordenanza, nu dudo que las minas de
Misiones podrían producir utilidades al Real Erario y al público sin per-
juicio de sus naturales.
»Es lo que debo informar á \". E., cuya superior inteligencia determi-
nará lo que halle por conveniente al servicio de S. M. y al público.

»Xuestro Señor guarde á V. E. muchos años. Buenos Aires, á l5 de
Octubre de 1785.
»Exc.\io. Sr. Virrey: Bruxo Fr.a.nxisco de Zavala.»
(B. A. leg. Misiones '

Varios años / 2)

Núm. 23.

1596— Real Cédula sobre la lengua castellana y el idioma


de los indios

«El Rey -Mi Gobernador de las provincias del Río de la Plata: Porque
se ha entendido que en la mejor y más perfecta lengua de los indios no se
pueden explicar bien ni con propiedad los misterios de la fe, sino con
grandes ábsonos y imperfecciones; y que aunque están fundadas cátedras
donde sean enseñados los sacerdotes que hubieren de doctrinar á los
indios, no es remedio bastante, por ser grande la variedad de las lenguas;
y que lo sería introducir la castellana, como más común y capaz: os mando
que con la mejor orden que se pudiere, y que á los indios sea de menos
molestia, y sin costa suya, hagáis poner maestros para los que voluntaria-
mente quisieren aprender la lengua castellana: que ésto parece podrían
hacer bien los sacristanes, así como en estos reinos en las aldeas enseñan
á leer y escribir y la doctrina. Y asimismo teméis muy particular cuidado
de procurar se guarde lo que está mandado cerca de que no se provean los
curatos si no fuere en personas que sepan muy bien la lengua de los indios
que hubieren de enseñar: que ésta, como cosa de tanta obligación y escrú-
pulo, es la que principalmente os encargo, por lo que toca á la buena ins-
trucción y cristiandad de los indios. Y de lo que en lo uno y en lo otro
hiciéredeis, nos avisaréis. Fecha en Toledo á siete de Julio de mil y qui-
nientos y noventa y seis años.— Yo el Rey— Por mandado del Rey nuestro
Señor: Juan de Ibarra.»
(Sevilla: Arch. delnd.)
554

Nüm. 24.

1683-Carta del Gobernador Herrera sobre la Sindicación de comerciar


hecha contra los Misioneros del Paraguay

«Señor— Por las noticias de que son muchos los que hablan contra los
Religiosos de la Compañía de Jesús en esta provincia de Buenos Aires,
llegando hasta el Real Consejo las declaraciones, según consta de Cédulas
despachadas estos últimos años: en la duda de si el maestre de campo Don
José de Garro mi antecesor habría hecho la averiguación que se le ordenó
en la última de 26 de Enero de 1680, me he movido á inquirir extrajudicial-
mente lo que sucede, sólo a fin de apurar la verdad, según la obligación
del gobierno en materias que tanto conducen al bien público, que tanto
cela V. M.
á los Religiosos de la Compañía en estas provincias como á
«Condenan
negociantes que no observan los sagrados cánones y Bulas de nuestro
santo Padre Clemente IX: lo cual hallo ser ajeno de verdad. Porque de
los particulares Religiosos, ninguno tiene un real en toda la provincia. Ni
los Superiores me parece que sacan utilidad alguna de los oficios: que-
dando después de su gobierno tan pobres como los demás. Y sólo los Pro-
curadores venden los frutos de sus colegios, para comprar los géneros
necesarios á todos los Religiosos, á sus casas y iglesias. Algunas veces
sucede que por la suma falta de moneda que hay en esta tierra, les pagan
los dichos frutos en todo ó en parte con géneros que no les sirven, muy
contra su voluntad, por verse obligados á vender dichos géneros ó con-
mutarlos por otros que les sean de utilidad.
«También por ser éste el único puerto de estas provincias, concurren
aquí de todas las Doctrinas y colegios de las comarcas con sus frutos y
dinero, para que se compren con comodidad los géneros de que necesitan,
cuando hay navios de permiso.
»De aquí nace que el Procurador general que tienen aquí para este
efecto, se ve obligado á comprar cantidades que para un seglar fueran
grandes: pero para repartir en tantas casas y Doctrinas, son muy tasadas.
»No se les ha averiguado que compren cosa alguna haciendo granjeria
de ella: ni esto se lo permiten sus Superiores, que lo tienen prohibido, aun
antes que llegase la dicha Bula á estas provincias, con gravísimos precep-
tos, que inviolablemente observan: de forma que si acaso algún Procu-
rador hace alguna acción que tenga especie de negociación, se lo castigan
luego, según estoy informado de los más noticiosos.
»Los gastos que tienen son mayores que los de otra religión alguna:
porque dan á todos sus religiosos cuanto h^m menester, sin darles lugar á
que busquen para sí cosa alguna. Fuera de esto, tienen sus casas muy bien
cercadas y fabricadas: y en particular sus iglesias con el mayor adorno y
decencia. Todo lo cual no puede hacerse, si no es buscando los medios
referidos: que no parecen negociación prohibida.
— ooo —
»Eii otro puntoque suelen culpar :i estos religiosos, y particularmente
á Curas de Doctrinas que administran en este Gobierno y en el del
los
Paraguay, por la yerba y géneros que traen los indios á Santa Fe y á esta
ciudad, no les hallo más culpados: porque son hoy más de sesenta mil indios
los que tienen en dichas Doctrinas, que pagan más de diez mil pesos cada
año, y necesitan de muchos géneros para el culto divino de sus hermosos
templos, y para la conservación de dichos indios y conversión de otros
muchos que tienen á la vista.
Para ésto envían los pueblos sus géneros, que venden por medio de
Procuradores de la Compañía, que se encargan de ello, por la incapacidad
de los indios, que todo lo disipan: y no hay otro medio para conservar
aquella cristiandad. Y por esta disposición y buena obra, padecen muchas
mortificaciones en la murmuración de los envidiosos, émulos y personas
mal informadas. Pero alo que entiendo, no adquiere para sí la Compañía
interés alguno de dichos indios: pues consta que cualquier indio que les
sirve en algo, le pagan aún más que los seglares: y todos sus negocios,
aunque sea en defensa ó útil de los indios, se los costea la Compañía, por
verlos tan necesitados y faltos de capacidad, y perseguidos de los que qui-
sieran'servirsede dichos indios. Que juzgo es la raíz de tantas calumnias que
padece en estas provincias la Compañía, siendo aún más que en otras de la
misma Compañía la ejemplar observancia con que atienden á sus obliga-
ciones, solicitando por cuantos medios pueden el promover á todos los
fieles al servicio de Dios y de V. M.: hallándose en sus colegios los medios
para la paz común, los aciertos con el consejo para la administración de
justicia, la común enseñanza de todas las letras, las continuas misiones
en los dilatados campos de estas provincias. Por lo cual son dignos de
que V. M. los ampare con su Real providencia: pues en tan gran religión
consiste hoy la mayor felicidad de estas remotas provincias. En cuyo conoci-
miento, tengo por temeraria la sospecha de los que dicen que comercian:
cuando, demás de no haberse podido averiguar, conociendo que faltan á
Dios, si faltan á observar los preceptos de los Sumos Pontífices, no he de
creer de hombres capaces y doctos que afanan por la redención de lodos,
y ponen en precipicio la suya. Guarde Dios la Real y Católica persona
de \^. M., como la cristiandad ha menester.
«Buenos Aires y Enero 9 de 1683.
¡Don Tose de Hkrrera y Soiomayor.»
(Rúbrica.)
(Sevilla: Arch. de Indias: 4. 6. 40.)

Núm. 25.

1689— Capítulos de una carta del Gobernador del Paraguay


sobre la yerba

«Señor— Habiendo obedecido la Real Cédula de V. M. del año pasado


de 1688, representé á V. M. lo que se me ofreció tocante á el Memorial que
— 556 —
dio á V. M. Diego de Altamirano, Procurador de la Compañía de Jesús
por esta provincia, pidiendo no se obligase á los indios de los pueblos de
San Ignacio, Nuestra Señora de Fe y Santiago á que vayan á beneficiar
la yerba. Tengo por preciso representar á V. M. no es la falta de ella la
causa del miserable estado de la Provincia: la sobra de ella sí, 3' el azote
continuado de esta guerra, como lo muestra la experiencia con evidencia:
pues en el tiempo que se conservaba la Villa Rica del Espíritu Santo,
antes que los portugueses la acabasen y apresasen los indios de su distrito,
eran sólo ellos los que hacían la yerba: y para conducirla á esta ciudad, se
armaban balsas, las cuales bajaban por el río Curuguatí al del Para-
guay, y venía la Flota que Unmaban cada dos años: y por la falta de agua
en el río Curuguatí, lo ordinario era detenerse tres, y algunas veces cua-
tro. La cantidad de yerba que regularmente bajaba la flota, era de
treinta á cuarenta mil arrobas: de que resultaba el subido precio que tenía:
y de aquí nació el haber propuesto á V^. M. D. José Martínez de Salazar
se impusiesen los cuatro reales en cada arroba, porque se vendía en Santa
Fe á ocho reales de á ocho, y en Potosí á veinte y cinco: y no lia dos años
que murió un mercader en esta ciudad que me dijo varias veces la pagó en
aquel tiempo en ella á cuatro pesos en plata. Pero con la pérdida de la
Villa Rica del Espíritu Santo y sus pueblos, se abrió el camino para que
beneficiasen la yerba los del distrito de esta ciudad: y como el interés
que de ella se sacaba era tan crecido, se fué excediendo en la cantidad, que
superabundó de manera, que no ha pasado de á ocho reales la arroba desde
que entré á gobernar esta Provincia, no obstante el haber quitado dos
beneficios generales y el simple, en que se hubieran hecho doscientas mil
arrobas, por reconocer la ruina de la Provincia, si no se atajaba el daño.
Y lo mismo ha instado el Cabildo de esta ciudad en fe de este conoci-
miento...
»En el discurso de cuatro años han bajado más de doscientas cuarenta
mil arrobas, como consta por la visita de la carga de los barcos: con que
excedie.ido como excede el género al consumo, de necesidad se ha de seguir
el menosprecio,..
»Lo acomodado de la ropa en lo pasado, y lo subido de precio ahora es
con tanto exceso, que no le queda al que va á beneficiar para costear un
vestido. Y aunque este daño es tan grande, son sin comparación ma_yores
los que se siguen: como el de minorarse algunos indios, sin cuya conser-
vación parece imposible que permanezca la Provincia, así por el trabajo
que padecen, como por la ausencia de sus pueblos, que constando de diez
meses en el beneficio general de cada año, es consiguiente el padecimiento
de sus mujeres y atraso en su aumento. A este perjuicio se sigue el gran
consumo de vacas, muías y caballos, para su sustento y trasporte de la
yerba: con que los medios más precisos para la guerra se destruyen en los
yerbales...
[Fnuncia luego varias peticiones: Que se mande suprimir el beneficio
simple y guardar las Ordenanzas, con lo que se restablecería la prospe-
ridad del país.]
»En esta forma se harían cada año en esta Provincia cincuenta mil
arrobas de yerba, que es la cantidad que se discurre se consumirá en ella y
en las demás .. Que no salga hacienda en carretas ni balsas, que es lo que
-557-
dejó casi yermos los pueblos de indios: y quo á las Diclrinas do los Padres
de la Compañía se les conserven el que beneficien y bajen las doce mil
arrobas que tienen licencia para paga de los tributos, decencia de los tem-
plos y gastos precisos de aquellos pueblos, sirviéndose V. M. mandar no
re exceda de esta cantidad: porqueaunque me consta no han bajado ni aun
ocho mil arrobas al año en mi tiempo, sería bien se haga saber á todos ser
estala Real voluntad de V. M...— Asunción del Paraguay, 4 de Noviembre
de 168^\
»DoN FrAN'CISCO Dli MONFORTE.»
(Sevilla: Arch. de Indias: 74. 6. 40.)

Nüm. 26.

1567— Breve de San Pío V. En Indias son párrocos los Regulares


sin colación ni licencias del Obispo, por sola la disposición
del Superior religioso

«Plus Papa Quintus.


Carissime in Christo Fili noster [Philippe, Rex Hispaniarum]:
Expoxi NoBis nuper fecit Tua Maiestas regia, quod iuxta Sacri oecu-
menici Concilii Tridentini decreta, nuUa matrimonia nisi praesente
Parocho, aut de illius licentia contrahi; nullusque religiosus absque
Episcopi licentia verbum Dei praedicare, ac saecularium personarum con-
fessiones audire; Episcopi vero novas Parochias in locis ab invicem longe
distaatibus constituere possint. — Quia tamen in partibus Indiarum Maris
Oceaui, Religiosi, propter Presbyterorum defectum, hactenus officio Paro-
chi functi fuerunt; et id quod ad conversionen Indorum attinet exercue-
ruat et exercent: ex quo non módicos, sed máximos fructus, eiiam verbum
Dei eisdem Indis praedicando et explicando, ac confessiones audiendo ad
fidei Catholicae propagationem fecerunt:
»Dl^TA MAIESTAS TUA NOBIS HUMILITKR SUPPL ICARI FECIT quatenUS ipsis
Religiosis, ut illi ad uberiores fructus in dicta conversione Indorum repor-
tandum incitentur, in locis eis assignatis et assignandis, officium Parochi
matrimonia celebrando, et sacramenta ecclesiastica ministrando, prout
hactenus consueverunt, exercendi, et ab eorum Superioribus in Capitulis
provincialibus obtenía licentia, verbum Dei praedicandi, et saecularium
confessiones, de suorum Superiorura licentia, audiendi facultatem conce-
deré, aliasque in praemissis opportune providere de benignitate Apostó-
lica dignaremur:
»Nos iGiTUR, qui singulorum, praesertim Calholicorum Regum votis,
ad divini cultus augmentum et animarum salutem tendentibus, libenter
annuimus, huiusmodi supplicationibus inclinati:
»Omnibus et singulis RELIGIOSIS quorumcumque, etiam Mendicantium
Ordinum, in dictis Indiarum parlibus, et in eorumdem Ordinum Monas-
— 558 —
de illorum Superiorum licentia extra illa commorantibus: ut in
teriis, vel
locisipsarum partium assignatis et assignandis officium Parochi, huius-
modi matrimonia celebrando et ecclesiastica sacramenta ministrando,
prout hactenus consueverunt (dummodo ipsi in reliquis solemnitatibus
formam observent) exercere: et verbum Dei, ut praefertur,
dicti Concilii
quatenus Indorum illarum partium idioma intelligant, de
ipsi Religiosi
suorum Superiorum licentia, ut praefertur, in eorum Capitulis Provincia-
libus obtenía, praedicare, ac confessiones audire, Ordinariorum locorum,
et aliorum quorumcumque licentia minime requisita, libere et licite
valeant, licentiam et facultatem, auctoritate Apostólica, tenore praesen-
tium, concedimus et indulgemus.
»Er iNSUPER, ne in locis illarum partium in quibus sunt Monasteria
Religiosorum qui animarum curam exercent, aliquid per praedictos Epi-
scopos innovetur, eadem auctoritate et tenore statuimus et ordinamus.
»SiCQUE PER QUOSCUMQUE lüDiCRS et Commissarios, quavis auctoritate
fungentes, sublata eis et eorum cuilibet quavis aliter iudicandi et inter-
pretandi facúltate, iudicari et definiri deberé: ac quidquid secus super his
a quoquam, quavis auctoritate, scienter vel ignoranter, attentari contige-
rit, irritum et inane decernimus.

»Mandantes nihilominus dilectis filiis Curiae causarum Camerae


,

Apostolicae generali Auditori, et Beatae Mariae de Mercede, ac del Car-


men, extra et intra muros Hispalensium Monasteriorum, per Priores
gubernari solitorum Prioribus, quatenus ipsi, vel dúo aut unus eorum, per
se vel alium, seu alios eisdem Religiosis in praemissis efficacis defensio-
nis praesidio assistentes, faciant eis et eorum cuilibet, concessione,
indulto, statuto et ordinatione ac alus praemissis, paciñce frui et gau-
dere. Non permitientes eos per locorum Ordinarios et alios quoscumque,
contra praesentium tenorem, quomodolibet molestari, perturban aut
inquietan. Contradictores quoslibet et rebelles, per censuras ecclesiasticas,
ac etiam pecuniarias poenas, eorum arbitrio moderandas et applicandas.
appellatione postposita, compescendo: ac censuras ipsas, etiam iteratis
vicibus, aggravando: interdictum ponendo, invocato ad hoc, si opus fuerit,
auxilio brachii saecularis:
»NoN OBSTANTiBüS PRAEMISSIS, ac quibusvis Apostolicis, ac in Provin-
cialibus et Synodalibus Conciliis editis generalibus vel specialibus Cons-
titutionibus et Ordinationibus, ac Monasteriorum et Ordinum praedicto-
rum iuramento, confirmatione Apostólica, vel quavis firmitate alia robo-
ratis statutis et consuetudinibus, privilegiis quoque, indultis et litteris
Apostolicis Monasteriis et Ordinibus praedictis, eorumque Superioribus
et personis, sub quibuscumque tenoribus et formis, ac cum quibusvis clau-
sulis etdecretis, in contrarium quomodolibet concessis, approbatis et inno-
vatis: quibus ómnibus, etiamsi pro illorum derogatione, de illis, eorumque
totis tenoribus specialis, speciíica et expressa mentio habenda, aut aliqua
alia exquisita forma ad hoc servanda foret; tenores huiusmodi, ac si de
verbo ad verbum, nihil penitus omisso, et forma in eis tradita observata,
inserti forent, praescntibus, pro sufficienter expressis habentes, illis alias
in suo robore pcrmnnsuris, liac vice dumtaxat, spccialiter et expresse dero-
gamus contrariis quibusumque. Aut si aliquibus conmuniter vel divisim ab
eadem sit Sede indultum quod iníerdici, suspendí vel excommunicari non
- 55^ -
possint per littcras Apostólicas non íacientcs plcnaní el cxprcssam ac de
verbo ad verbum de indulto huiusmodi mentionem.
»Er QUiA DiFFiciLK KOKET praesentes litteras ad singula quaeque loca in
quibus de eis lides lorsan facienda foret, deferre: etiam volumus et
eadem auctoritate Apostólica decerniraus, quod illarum transsumptis,
manu Notarii publici subscriptis, et sigillo alicuius personae in dignitate
ecclesiastica constitutas munitis, in indicio et extra, ubi opus fuerit, eadem
fides adhibeatur, quac ipsis praesentibus adhiberetur, si forent exhibitae
vel ostensae.
»Datum romae, apud Sanctum Petrum, sub annulo Piscatoris,
die L'4Martii anno 1567, Pontificatus nostri anno secundo.»
[Chekubini, Bullarium, tom. 2, ed. Rom. 1638, p. 166].

Nüm. 27.

1587— C. R. Guárdese el privilegio de San Pío V

»El Rey: Presidente y Oidores de la nuestra Audiencia Real que


reside en la Plata de los Charcas, de las provincias del Perú:
»Sabeo que Su Santidad, á nuestra suplicación, ha concedido un Breve
por el cual da facultad para que los religiosos de las órdenes de Santo
Domingo, San Francisco y San Agustín, administren en los pueblos de
los indios de esa tierra los santos sacramentos como lo solían hacer antes
del Concilio de Trento, con licencia de sus Perlados, sin otra licencia,
como particularmente por el traslado del dicho Breve, autorizado
lo veréis
del Arzobispo Rosa, Nuncio de S. S. que en esta Corte reside, que con
ésta vos mandamos enviar, el original del cual queda en el nuestro Con-
sejo de las Indias. Y porque al servicio de Dios nuestro Señor y bien de
los naturales de esas partes conviene que el dicho Breve se guarde y cum-
pla, vos mando que luego que lo recibáis, lo hagáis saber al Obispo de esa
ciudad, y á los Obispos de los Obispados del distrito de esa Audiencia:
y proveáis que así ellos, como los religiosos de las dichas órdenes, guar-
den y cumplan el dicho Breve en todo y por todo como en él se contiene:
y contra el tenor y forma de él no vayan ni pasen, ni consientan ir ni pasar
en manera alguna. V para que así se cumpla, haréis dar el despacho nece-
sario.
»Fecha en Madrid, á veinte y siete de Setiembre de mil y quinientos
y setenta y siete años.— Yo el Rey— Por mandado de S. M.: Francisco
de Eraso.»
(Buenos Aires: Arch. gen. /CédsRs).

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Núm 28.

1633— CHARCAS, Provisión: No sean removidos los Jesuítas


de los pueblos donde están por el Breve de San Pío V

«En la ciudad de la Plata, en cinco días del mes de Octubre de mil


y seiscientos y treinta y tres años.
»Los SKÑOKEs Presidente y Oidores de esta Real Audiencia:
Habiendo visto los Autos del P. Francisco Díaz Taño, de la Compañía de
Jesús, Procurador general de las provincias del Paraguay, con el señor
Fiscal de S. M., sóbrela Provisión que pide para que el Reverendo
Obispo de las dichas provincias guarde y cumpla las Cédulas de Su Majes-
tad y buletos que se refieren,
«Mandaron se despache carta y Provisión real para que el Reve-
rendo Obispo las guarde y cumpla. Y lo señalaron. Proveyeron este auto
los dichos señores el día, mes y año en él contenido: y fueron jueces los
señores Licenciados D. Diego Muñoz de Cuéllar, D. Martín de Arrióla,
Antonio de Ovando y D. Antonio de Ulloa Chaves, Oidores. — Don Juan
de Cabrera Girón,»

[1633.— San Ignacio-mí y Loreto]

«En la ciudad de la Plata, en once de Octubre de mil y seiscientos


y treinta y tres años, los señores Presidente y Oidores de esta Real
Audiencia, habiendo visto los Autos del P. Francisco Díaz Taño, Procu-
rador general de la Compañía de Jesús de la provincia del Paraguay, con
el Fiscal de S. M.; sobre la provisión que pide para que el Reverendo
Obispo de las dichas provincias guarde y cumpla las Cédulas de Su Majes-
tad y buletos que en ellos se refieren; á que salió contradiciendo por lo
tocante á dos reducciones de San Ignacio y Nuestra Señora de Loreto de
Guayrá, cuyos indios bajaron huyendo de los portugueses, el sargento
Cristóbal de Mora, por sí, y como Procurador de la ciudad de Guayrá
y Villarrica, en la dicha provincia del Paraguay: Sin embargo de la dicha
contradicción:
«Mandaron se guarde lo proveído por auto de cinco de este pre-
sente mes, lo cual sea sin perjuicio de tercero. Y
si el señor Obispo de las

dichas provincias tuviere que pedir, ó el Gobernador, ú otra cualquier


parte, lo haga en esta Real Audiencia. Y lo señalaron. Proveyeron este
auto los dichos señores el día, mes y año en él contenido: y fueron jueces
los señores Licenciados D. Diego Muñoz de Cuellar, D. Martín de
Arrióla, Antonio de Ovando, y D. Antonio de Ulloa y Chaves, Oidores
Don )uan de Cabrera Girón».
:)()! -

1633. Provisión

«En CüVA CONFORMIDAD fuc acordado que debíamos mandar dar esta
nuestra Carta en dicha razón: y Nos tuvímoslo por bien; por la cual os
la
encargamos y exhortamos que, siendo con ella requeridos por parte del
dicho P. Francisco Díaz Taño, ú otra cualquier persona, ó que della os
conste en cualquiera manera, veáis las dichas reales Cédulas y búlelos en
esta nuestra Carta y Provisión insertos, y autos proveídos en esta razón:
y los guardéis, cumpláis y ejecutéis, hagáis guardar, cumplir y ejecutar,
como en ellos se contiene y en los dichos buletos. Y contra su tenor y forma
no vais ni paséis, ni consintáis ir ni pasar: lo cual así haced, cumplid
y ejecutad, so las penas contenidas en los dichos buletos y Cédulas. Y si
tuviéredes algo que pedir, ó el Gobernador, ú otra cualquier parte, lo
haced en esta nuestra Real Audiencia. Y mandamos á cualquiera nuestro
Escribano público ó real, y no lo habiendo, á cualquiera persona que sepa
leer y escribir, pena de quinientos pesos ensayados para la nuestra
Cámara, os la notifique y dé testimonio dello, dentro de segundo día, para
que Nos sepamos cómo se cumple nuestro mandato. Dado en la Plata
á veinte y cuatro días del mes de Octubre de mil y seiscientos y treinta
y tres años. Libráronla los señores Licenciados D. Juan de Carbajal
y Sande, D. Diego Muñoz de Cuéllar, D. Martín de Arrióla, Antonio de
Ovando, D. Antonio de UUoa y Chaves, Presidente y Oidores— Refrendóla
el secretario D. Juan Cabrera Girón— Registrada: Juan Vuelta Loren-
zana».
(B. A.) (Inserto el Breve de San Pío V, la Cédula núm. 27 y otros docu-
mentos).

Núm. 29.

1636— Dictamen fiscal sobre Patronazgo en Doctrinas

«El Fiscal de S. M. dich:: Que ha visto los autos y pedimento que con
ellos presenta el Procurador general del Paraguay, en razón de que se
hagan nominaciones y presentaciones de las Doctrinas de los Itatines, que
se mudaron y redujeron por la invasión y molestias de los portugueses, á
los ríos Ipané y Tepotí, que al presente están á cargo de los religiosos de
la Compañía de Jesús:
»Y PARECE QUE EL PRiiN'CiPAL INTENTO que por dichos autos se mani-
fiesta,no se reduce tanto á desear dar doctrina, predicación y enseñanza
á los dichos indios, cuanto á quererlas quitar á los dichos Religiosos de la
Compañía de Jesús: y despojarles, si así se puede decir, por este medio, del
derecho que tienen adquirido á la administración de las que han poblado,
reducido y convertido por medio de la predicación evangélica, que es el
principal de dichas conquistas, y por orden y disposición de los Concilios y
Reales Cédulas, y de la facultad que por ellas S. M. expresamente les con-
36 Orcanizacióx Social de las Doctrixas Giaraníks.
-562-
cede: y para cuyo fin los envía á costa de su Real Hacienda, y en confor-
midad de la facultad apostólica, de que en esta parte usa el Rey nuestro
Señor en virtud del privilegio apostólico que como á legado apostólico
está dado, con la misma subrogación y autoridad que el mismo Pontífice
pudiera:
»De que resulta que en esta parte, no sólo no se perjudica su Real
jurisdicción, sino que se usa de ella mejor forma que se debe: y más
en la
para tan santo y piadoso fin y ministerio: y por Religiosos que tienen fun-
dado el principal de su instituto en la conversión de las almas: y tantas
como en el discurso de breve tiempo se han ganado en aquellas reduccio-
nes y provincias, con tanto fruto dellas y de la Real Corona, en cuya
cabeza se han puesto y van poniendo algunas, y se esperan inuchas:
»Y CON ESTA ATENCIÓ.V, SU REAL VOLUNTAD V santo Celo, UO SÓlo lo
concede, sino antes encarga este intento á los dichos Religiosos, como lo
verifica su Real Cédula y capítulo de carta del año de quinientos y setenta
y tres, en conformidad délas dichas Bulas apostólicas, y en especial de las
de los pontífices Alejandro VI y Adriano \^1: De que se infiere que el dicho
privilegio más se puede juzgar por estaparte de S. M., que de los mismos
Religiosos, conforme al fin é inteligencia dellos, y á la que dan los autores
que lo explican. Con que concurre que los de la Compañía de Jesús lo
tienen asimismo ganado, no sólo por la disposición del derecho, y lo que el
canónico en semejantes casos dispone; sino por la posesión y costumbre, y
actos positivos, ejecutoriados en virtud de dichas Cédulas por Provisión de
esta Audiencia, como consta de la presentada en los autos, para que no
puedan ser removidos de dichas Doctrinas, sino que las administren y
sirvan como hasta aquí y antes del Concilio de Trento lo acostumbraban,
sin más licencia que la de sus propios perlados. Y como quiera que su fin
se reconoce tan desnudo de intereses humanos, y enderezado al mejor
servicio de Dios y bien de las almas: se reconoce también y debe reconocer
que los dichos indios consigueti y tienen por este medio no sólo en lo espi-
ritual, sino también en lo temporal. En que asimismo le consigue la Real
Hacienda: pues está relevada de la cantidad de los sínodos que se habían
de señalar á otros Curas, si se hubieran de nombrar para este efecto, y por
ésto no se excluye el haberse de poner en su Real Corona las dichas Reduc-
ciones: pues en cumpliéndose el tiempo que S. M. señala, lo han de quedar,
como hoy lo están las que lo han pasado y yo lo tengo pedido y advertido,
y lo estará por mi parte y por la obligación de mi oficio las veces que el
caso lo pida:
«Ni menos obsta al derecho del Real Patronazgo, cuya obser-
vancia debe ser irremisiblemente ejecutada y cumplida. Porque en el
caso presente, antes se observa, como está dicho, que se quebranta: pues
su disposicii)n entonces debe obrar, cuando S. M. no quisiere usar de otro
derecho. De que se sigue que, cuando usa del que las Bulas apostólicas le
conceden para nombrar y enviar ministros eclesiásticos y religiosos, como
en estos términos sucede, no es necesario el del Patronazgo, pues por esc
otro camino usa del uno y del otro. Y como quiera que así lo declara su
misma voluntad, ésa es la que en todo acaecimiento se debe guardar y
cumplir: y lo contrario, es querer contravenir á ella, y envolver en el fin
público los particulares, que mueven tan injusta diligencia y pretensión.
- 563 -
A que no se debe dar lugar, ni turbar por estos medios los projrresos de
tan acertados fines.
»En cuya consideración, y lo demás que para este efecto puede con-
ducir y de lo que hace ó hacer puede en favor de él, V. A. se ha de
servir
de mandar y ordenar lo en mayor servicio de Dios, de S. M., bien de aque-
llas provincias y conformidad de las Reales Cédulas, cuyo cumplimiento
y
ejecución en todo pido, y justicia, etc.—D. Sebastián de Alarcón.
»CoN LO CUAL sh: mandaron llevar los autos á la sala, y vistos en rela-
ción por los dichos nuestro Presidente y Oidores, proveyeron uno del tenor
siguiente: n

(Aquí el Auto final del núm. 30.)


(B. A. Col. de doc. impr. por Trelles).

Núm. 30.
1636 -Memorial del P. Taño y Prov. R. acerca de los Itatines

«Petición— M. P. S.— El P. Francisco Díaz Taño, Religioso de la


Compañía de Jesús, y su Procurador general de las Provincias del Para-
guay, Digo:
»QuE AYER SEIS DEsTE PRESENTE MES, en Audiencia pública, Pedro
Gómez, portugués, procurador que dice ser del Paraguay, presentó una
petición en que pide Provisión para que se pongan clérigos en las reduc-
ciones nuevas de los indios Itatines, que los Religiosos de la Compañía de
Jesús están doctrinando en conformidad del Real Patronazgo. Y que esta
causa está ya vencida en esta Real Audiencia en juicio contradictorio, y
mandado que los Religiosos de la dicha Compañía no sean removidos de
los puestos y pueblos de los indios que están, en conformidad de los privi-
legios, Bulas y Cédulas reales de S. M.: sobre que se mandó despachar
Carta y Provisión Real en esta razón: Por lo cual se debe denegar la pro-
visión que el dicho Pedro Gómez pide: porque solamente es ordenada á
querer inquietar á los dichos religiosos, y estorbarles la promulgación del
santo Evangelio en aquella provincia, y no por celo que tenga del servi-
cio de Dios y de S. M.^Por tanto:
» A V. A. Pido y suplico mande declarar no haber lugar lo que pide el

dicho Pedro Gómez: y juntamente se sirva mandar que para la vista de los
autos se lleve al relator el registro de la dicha Provisión, por la cual
consta estar esta causa vencida: En que pido justicia, y en lo necesario etc.
— Francisco Dia\ Taño.*
»Y VISTA por los dichos nuestro Presidente y Oidores, mandaron que la
Provisión referida en los autos, que es la que va al principio de esta nues-
tra sobrecarta, por no venir inserta en el dicho testimonio, se pusiese en
este registro de donde se había sacado, para mejor proveer en el caso lo
que fuere de justicia. Y
habiéndose puesto, y todo ello visto por nuestro
Fiscal, respondió lo siguiente:
Aquí el núm. 29.)
— 564 -
AUTO— «En LA CIUDAD DE LA Plata, en quince días del mes de Julio
de mil y seiscientos y treinta y seis años, los señores Presidente y Oidores
desta Real Audiencia, habiendo visto los autos del alférez Pedro Gómez,
procurador general de la ciudad de la Asunción, que sigue con el señor
Fiscal y Padres de la Compañía de Jesús, sobre la Provisión que pide para
que el Reverendo Obispo de la dicha provincia ponga edictos y nombre
Curas para las Doctrinas de los indios del Itatín, que se redujeron al río
del Ipané, y que por remisión del dicho Reverendo Obispo vinieron á esta
Real Audiencia, por la contradicción que los dichos Padres de la Compañía
hicieron:
»Mandaron que sobre este ARTÍCULO ocurran las partes al Real Con-
sejo de las Indias. Y en que por S. M. se provee otra cosa, no se
el ínterin
haga novedad por el Reverendo Obispo del Paraguay. Y lo rubricaron.
Pronunciaron este auto los dichos señores el día, mes y año en él conte-
nido: y fueron jueces S. S. del señor D. Juan de Lizarazu, Presidente,
D. Diego Muñoz de Cuéllar y D. Francisco de Sosa, Oidores.— Presente
Juan de Soria, á quien lo notifiqué: Pedro de Aibai.»
(B. A. Col. impresa por Trelles).

Núm. 31.

1654 -C. R. Patronazgo Real aplicado á las Doctrinas de los

Jesuítas del Paraguay

«El rey— presidente y oidores de mi Audiencia Real de la ciudad de


la Plata en la provincia de los Charcas:
»BiEN sabéis que el Rey mi señor y padre (que santa gloria haya) por
Cédula suya de nueve de Abril del año pasado de mil y seiscientos tres,
tuvo por bien de mandar se guardase lo dispuesto por el título y Cédula de
mi Patronazgo Real de las Indias, de doce de Junio del año de mil y qui-
nientos y setenta y cuatro, acerca de la forma en que se había de hacer la
provisión de los beneficios y Doctrinas de Indios que estaban á cargo de
religiosos de órdenes mendicantes de aquellas provincias: Y que para lo
que tocaba á que los Prelados pudiesen remover á los que ya estaban pre-
sentados, hubiesen de dar y diesen á mis V^irreyes y personas que goberna-
sen las causas que tuviesen para hacer cualquiera remoción, y el funda-
mento de ellas: y que también los Virrey^es y Gobernadores á quien tocase
la presentación de los dichos beneficios, diesen noticia á los dichos Prela-
dos de las que llegasen á entender: para que ambos se satisfaciesen; y
concurriendo los dos en que convenía hacerse la remoción, la ejecutasen
sin admitir apelación:
»Y POR OTRA Cédula mía de seis de Septiembre del año de mil y seis-
cientos3^ veinte y cuatro, mandé se guardase en todas las provincias del
Perú la que en ella iba inserta de veinte y dos de Junio del mismo año, en
que se ordenaba que los Arzobispos y Obispos dellas pudiesen visitar los
— 565 —
dichos religiosos en lo tocante al ministerio de Curas, y no en más, yendo
á las Visitas por sus personas, ó las que para ello á su elección y satisfac-
ción pusiesen ó enviasen, á las partes donde en persona no pudiesen ó no
tuviesen lugar de acudir; y en cuanto á los excesos personales de las eos
lumbres y vidas de los religiosos Curas, no quedasen sujetos á los dichos
Arzobispos y Obispos para que los castigasen por las Visitas, aunque
á título de Curas, sino que, teniendo noticia de ellos, sin escribir ni hacer
procesos, avisasen secretamente á sus Prelados regulares para que los
remediasen: y si no lo hiciesen, pudiesen usar de la facultad que les da el
santo Concilio de Trento:
»Y DESPUÉS POR OTRA MI CÉDULA de seis de Abril del año de mil v seis-
cientos y veinte y nueve, tuve por bien de mandar que siempre que se
hubiese de proveer algún religioso para las Doctrinas que tienen á su
cargo en las Indias, ahora fuese por promoción del que la servía, ó por
fallecimiento ó otra causa, el Provincial de la tal religión hiciese nomina-
ción de tres religiosos, los que pareciesen más convenientes para la tal
Doctrina, y la presentase ante el V^irrey, Presidente, Gobernador ó per-
sona que en mi nombre tuviese la gobernación superior de la provincia
donde la Doctrina estuviese, para que de los tales nombrados eligiese uno,
y esta elección la refiriese al /Vrzobispo ó Obispo de aquella Diócesis para
que hiciese la provisión, colación, y canónica institución de la dicha
Doctrina: Y que el religioso que fuere una vez examinado y aprobado por
el Prelado para una Doctrina, lo quedase para todas las demás de la
misma lengua á que fuese promovido después. Pero, siendo la Doctrina
á que su Provincial le presentase de lengua diferente, fueí-e de nuevo
examinado y aprobado en ella: y hasta tanto, no la pudiese servir:
»Y PORQUE LOS RELIGIOSOS DE LA CoMPAÑÍA DE Jksú.-í hasta ahora han
administrado las Doctrinas de la provincia del Paraguay con nombre de
Reducciones y Misiones; sin guardar la forma de mi Real Patronato que
por esa Audiencia ha sido observada:
»PoR LA PRKSENTE RESUELVO DECLARAR (como declaro) que de aquí
adelante se han de administrar aquellas reducciones y Misiones con nom-
bre de Doctrinas, proponiendo los Prelados regulares tres sujetos de toda
satisfacción para cada una, de los cuales mi Gobernador de la dicha pro-
vincia del Paraguay, á quien toca por la administración de mi Real Patro-
nazgo, nombre el que de cada uno de los tres tuviere por más apropósito:
para que en su virtud, el Obispo de aquella Diócesis le dé canónica insti-
tución, sujetándose en cuanto al oficio de Curas á la jurisdicción del
Obispo: el cual en el dicho ministerio y oficio de Curas, ha de poder
y pueda visitar los dichos religiosos que administran las Doctrinas, según
y por el orden que en las Cédulas antes referidas se declara: y también el
dicho mi Gobernador ha de poder visitar todo el distrito de que se compo-
nen las dichas Doctrinas, como por la presente mando lo haga siempre que
conviniere, en virtud de la jurisdicción y facultad que le tengo concedida
para el gobierno y administración de justicia de toda la dicha provincia:
»Y ES MI VOLUNTAD QUE EN LOS CASOS en que el Prelado regular de la
Compañía de Jesús en ella tuviese por conveniente remover á los religio-
sos que fueron Curas de tales Doctrinas, por causas que para ello tenga,
lo pueda hacer sin que sea obligado á manifestarlas ni proponerlas al
- 566 -
dicho mi Gobernador ni al Obispo de aquella provincia, cumpliendo con
volver á proponer otros tres sujetos en la forma que está ordenado: pues
aunque los dichos religiosos ejerciten el ministerio de Curas, deben estar
sujetos á su Prelado regular en cuanto á la observancia del instituto de su
religión, que es lo que se tiene por conveniente al servicio de Dios y mío:
»Y os MANDO QUE TODO LO REFERIDO hagáis que por lo que os toca, se
guarde y ejecute inviolablemente en la dicha provincia del Paraguay:
»Y ASIMISMO ORDENO Á MI GOBERNADOR que al présente es: y adelante
fuere de ella, y ruego y encargo al Reverendo en Cristo Padre Obispo de
aquella provincia y á los demás que le sucedieren, lo cumplan y observen
en todo y por todo como en esta mi Cédula se contiene y declara: sin
embargo de lo dispuesto por la de nueve de Abril de mil y seiscientos tres,
que queda referida, y de todas las demás que hubiere en contrario: porque
en cuanto á esto, las derogo por lo que toca á las dichas Doctrinas y Reduc-
ciones del Paraguay: quedando en su fuerza y vigor para todas las demás
provincias de las Indias. Fecha en Madrid á quince de Junio de mil y seis-
cientos y cincuenta y cuatro años.— Yo EL Rey -Por mandado del Rey
nuestro Señor— Juan Baptista Navarrete.»
(IND. 122. 3. 2. fol. 124).

Núm. 32.

1654— Disyuntiva que se puso en la Instrucción de Valverde

« Con esta ocasión [de entrar á visitarlas Doctrinas para indagar el


oro] «os será más fácil el asentar en las Reducciones, visitándolas por
vuestra persona misma, el derecho de mi Real Patronazgo, en la forma que
se dispone por la Cédula citada [la general del Patronato]: y como
quiera que se cree que por loque toca á esta universal observancia, los
religiosos de la Compañía de aquellas provincias no pondrán duda ni difi-
cultad en su cumplimiento; pero si todavía no se allanaren á ello,
»0s. MANDO que en las Doctrinas ó Reducciones donde no se allanaren
á lo dispuesto por el dicho Real Patronazgo, pongáis clérigos seculares
que las administren conforme á él: y en falta de ellos, pondréis religiosos
de otras Ordenes, con la misma obligación unos y otros de administrar las
que llaman Reducciones ó Misiones en calidad de Doctrinas, y con la obli-
gación de presentar para cada uno tres sujetos para elegir el uno, como se
dispone por las Cédulas. Porque no ha de quedar en la libre voluntad de
los religiosos de la Compañía practicar lo contrario de lo que pertenece al
derecho de mi Real Patronazgo: como asimismo se expresa en la Cédula
general que recibiréis con ésta.
»Pero en caso de ALLANARSE los religiosos de la Compañía á practi-
car y observar en todo lo que pertenece al derecho de mi Real Patro-
nazgo: tengo por convenientísimo que queden poseyendo y administrando
las Doctrinas que llaman Reducciones: pues de religión tan grande debo
-567
esperar los efectos que corresponden á su santo Instituto, para el bien de
las almas é instrucción de la fe católica con su doctrina.»
(IND. 122. 3. 2. fol. lis. sqq.)

Nüm. 33.

1658 y 1659— C. R. Cumplen los Jesuítas del Paraguay el Patronato


Son examinados, aprobados é instituidos por el Ordinario

«El Rey— Don Juan Blásquez de V^alverde, Oidor de mi Audiencia


de la Plata en la provincia de los Charcas, y mi Gobernador y Capitán
general de la del Paraguay:
»CoN CARTA DE quince de Enero del año pasado de mil y seiscientos
cincuenta y ocho remitisteis los autos hechos sobre el cumplimiento de lo
dispuesto por Cédula mía de quince de Junio de mil }' seiscientos y cin-
cuenta y cuatro, que trata de la forma que se había de tener en la presen-
tación de los religiosos de la Compañía de Jesús que han de ser Curas doc-
trineros en los pueblos que tienen fundados con nombre de Reducciones
en las provincias del Paraná, Uruguay y los Itatines:
»Y DECÍS que por haberse allanado el Provincial de la dicha Religión
á la observancia de lo dispuesto por la dicha Cédula, le habíades adjudi-
cado las Dichas Doctrinas, y os había propuesto para cada una tres reli-
giosos: y de ellos habíades presentado los sujetos que os habían parecido
más apropósito: y que en virtud de vuestra presentación, y habiendo pre-
cedido el examen de la suficiencia y los demás requisitos necesarios, les
había hecho Prelado eclesiástico colación y canónica institución de los
el
beneficios de dichas Reducciones, para que en lo de adelante las tuviesen
como Doctrinas, y pasadas por mi Real Patronazgo, como las demás de esa
provincia...
»Y HABIÉNDOSE VISTO por los de mi Consejo de las Indias, con lo que
en razón de ello dijo y pidió mi Fiscal en él:
»Ha PARECIDO DECIROS QUE ESTÁ BIEN el haberse ejecutado lo dispuesto
por dicha Cédula con la puntualidad que avisáis: y os mando procuréis que
en la continuación de su observancia pongáis todo cuidado y puntualidad,
sin permitir ninguna contravención. De Madrid á diez de Noviembre de
mil y seiscientos y cincuenta y nueve años.— Yo el Rey— Por mandado
del Rey nuestro señor—Juan Baptista Saenz Navarrete.»
(Ind. 122., 3., 2., fol. 226).

Núm. 34.
1727— Laudo acerca de los límites entre el Obispado del Paraguay
y el de Buenos Aires

«Los Padres José Insaurralde, Superior de las Misiones del Paraná


y Uruguay que están al cargo y cuidado de nuestra Compañía, y Anselmo
- 5ÓS -
de la Mata, Cura del pueblo de San Ignacio guazú, Jueces compromisarios
nombrados por los lUmos. y Rmos. señores Don Fray Pedro Fajardo,
Obispo de Buenos Aires y Don Fray José de Palos, Obispo del Paraguay,
á fin de reglar los límites de dichos Obispados por lo que toca á estos nues-
tros pueblos conforme á sus erecciones y posesión que hubiesen obtenido,
en obedecimiento de una Real Cédula del Rey nuestro señor (Dios le
guarde) fecha en Madrid en once de Febrero de mil setecientos veinte
y cuatro, dirigida á dicho señor Obispo del Paraguay, en que ordena Su
Majestad confieran entre sí ambos dichos señores Obispos la materia, se
compongan v ajusten de modo que queden decididas las jurisdicciones,
arreglándose á las erecciones de sus Iglesias, y posesión y costumbre que
hubiere, según consta de dicho Real Rescripto, á que nos referimos:
Y habiendo visto el compromiso de entrambos señores Obispos: que pro-
meten estar y pasar por lo que en esta materia juzgáremos y determináre-
mos, como Jueces compromisarios de sus Señorías lUmas., que asimismo
consta de los despachos originales del nombramiento de jueces en nuestras
personas que con el tanto de la Real Cédula están por cabeza de este
auto. Habiendo admitido ambos la comisión, usando de ella, y reco-
rriendo con todo acuerdo y cuidado los instrumentos que paran en el
Archivo de estas Misiones, las erecciones de los pueblos y territorios de
ambas provincias del Paraná y Uruguay, hallamos que los términos del
Obispado del Paraguay son é incluyen las vertientes todas del río Paraná:
y los del Obispado de Buenos Aires las del río Uruguay que son las divi-
siones de ambos Obispados. Y que los pueblos de Candelaria, San Cosme
y Santa Ana, sobre que es el litigio, se hallan en el territorio del Para-
guay (aunque se hallan sobre esta otra banda del Paraná) como los pue-
blos de Nuestra Señora de Loreto, San Ignacio mirí y Corpus: y que desde
la división de ambos Obispados, se han tenido y juzgado dichos pueblos
por pertenecientes á dicho Obispado del Paraguay: y como tales, han sido
visitados de los Obispos de dichas diócesis y sus Visitadores, sin contra-
dicción alguna de los señores Obispos de Buenos Aires, habiendo corrido
lo mismo en lo político, sin contradicción de los señores Gobernadores de
Buenos Aires. Y que el pueblo de la Trinidad está asimismo en el territo-
rio delObispado del Paraguay sobre el río Paraná; aunque hasta ahora se
ha tenido y reputado de la jurisdicción dsl Obispado de Buenos Aires
y como tal, visitado de dichos señores Obispos de Buenos Aires, por ser
originarios del pueblo de San Carlos, que es de la jurisdicción y territorio
de dicho Obispado de Buenos Aires. Y que el pueblo de San José (sobre
que también está el litigio) se halla en el territorio del Obispado de Bue-
nos Aires, y estuvo á dicha jurisdicción, y fué visitado por los señores
Obispos de Buenos Aires y sus Visitadores, por comenzar allí las vertien-
tes del río Uruguay: que aunque dista doce leguas de éste, y sólo siete del
Paraná, sus vertientes corren á dicho río Uruguay; y así desde la división
de ambos Obispados, tuvieron posesión de dicho pueblo los señores Obis-
pos de Buenos Aires, hasta que el año de mil seiscientos ochenta y cuatro,
el Illmo. Sr. Don Faustino de las Casas obtuvo Real Cédula de Su Majes-

tad en que le adjudicó á dicho Obispado: en virtud de la cual tomó pose-


sión: y así dicho pueblo ha sido visitado de ambos señores Obispos.
»Por lo cual, y por las poderosas razones que con maduro acuerdo
— r)()9

hemos conferido, usando de la autoridad que en virtud de dicho compro-
miso se nos ha conferido, pronunciamos y declaramos: Que los pueblos de
la Candelaria, San Cosme, Santa Ana y la Trinidad son y pertenecen á la
jurisdicción y Obispado del Paraguay, por estar fundados en el territorio
de dicho Obispado: sin que obste ser el pueblo de la Trinidad originario
del de San Carlos, que lo es del distrito del Obispado de Buenos Aires:
pues los pueblos no deben ser del territorio del origen, sino del en que
están fundados, como se ve en los pueblos de Santa María la Mayor y San
Lorenzo, que siendo oriundos y trasportados de Iguazú, jurisdicci(3n del
Obispado del Paraguay, por haber fundado en territorio de Buenos Aires,
son y han sido sin contradicción del dicho Obispado de líuenos Aires. ítem
declaramos que el pueblo de San José debe ser y pertenecer al Obispado
de Buenos Aires, por estar en su territorio, como San Carlos; pues aun-
que más distantes del río Uruguay que del Paraná, corren al Uruguay sus
vertientes: y así han sido siempre divisas y reputadas ambas provincias
del río Paraná y Uruguay en nuestra Compañía: y los Curas de dichos pue-
blos obtenían la canónica institución respectivamente de dichos señores
Obispos expresados, hasta que se movió litigio. Asimismo declaramos que
en caso de dividirse algunos pueblos y formarse colonias, sigan éstas, no
el territorio del origen, sino el de donde se fundaren, según los límites

y territorios expresados de ambos Obispados, Con lo cual cada uno de los


dos señores Obispos podrán visitar sus Obispados, sin necesidad de transi-
tar uno en el territorio y jurisdicción del otro. Así lo sentimos, pronuncia-
mos y decretamos. En este pueblo de Nuestra Señora de la Candelaria, en
ocho de Junio de mil setecientos veinte y siete años. Y lo firmamos de
nuestra mano. Y mandamos que esta determinación original, con los ins-
trumentos de la Real Cédula y comisión, que están por cabeza, queden en
el Archivo de estas Misiones; y se saquen dos tantos autorizados por el
Padre Secretario del Padre Provincial, que se halla presente en la Visita,
para despachar á dichos señores Obispos, y que les conste de nuestro obe-
decimiento y determinación».
«JOsÉ LVSAURRALDE» «ANSELMO DE LA MaTA»
(Buenos Aires: Arch. gen. Colección Trelles).

Núm. 35.

1648— Diezmos de Doctrinas

«El Rey— Oficiales de mi Real Hacienda de la ciudad de Buenos


Aires, en las provincias del Río de la Plata:
» Por DESPACHO de '28 de Diciembre de 1743 previne al Provincial de

la Compañía de Jesús de la provincia del Paraguay que confiriese con los


Doctrinarios de las Misiones que en ella y en esa de Buenos Aires están á
cargo de su Religión, el modo de establecer que los indios de ellas contri-
buyesen alguna cantidad por razón de diezmo:
- 570 -
i>E.v CUYO CUMPLIMIENTO, en carta de 30 de Enero del año pasado de
1746 me ha participado que, habiéndolo puesto en ejecución, les parecía á
los referidos Doctrinantes, que los expresados indios cumplían bastante-
mente con esta obligación, por las varias razones que por menor me ha
hecho presente el dicho Provincial: concluyendo que si no obstante ellas,
era mi Real ánimo el que dichos indios contribuyesen alguna porción de
diezmo además del peso de plata que cada uno me satisface por tributo,
sin embargo de las dificultades que los referidos Doctrineros tendrían que
vencer para establecerle, me ofrecían, por vía de composición de los frutos
que se cogen en la tierra, cien pesos por cada uno de los treinta pueblos
de que se componen las expresadas Misiones, que hacen anualmente tres
mil pesos: suplicándome me dignase aprobar y confirmar esta oferta en la
forma que proponía:
»Y AL MISMO TIEMPO, cou el motivo de habérsele mandado por otro des-
pacho de la propia fecha que pusiese en mi Real noticia todo aquello que
considerase digno de remedio para tomar las providencias que pareciesen
convenientes al bien de las Misiones: ha propuesto lo útil que sería el que
hubiese algún ramo de Real Hacienda pronto y únicamente destinado á las
nuevas conquistas de infieles y costo de ellas: y que ninguno como el de
los tres mil pesos referidos era conducente para el fin: porque muchas se
frustraban por falta de medios: pues habría más de dos años que su antece-
sor se había encargado de la Reducción de los indios Mocovís, poniendo
dos Misioneros para su cultivo en las cercanías de Santa Fe, los que per-
severan constantes en su labor con algún fruto: y aunque se había pedido el
sínodo necesario para su manutención, no se había conseguido: y como las
ciudades de las cercanías, aunque interesadas en la pacificación, no ayu-
daban en nada: ni los colegios de las provincias podían hacerlo por sus
atrasos, se arriesgaba la misma Reducción y pueblo: y por la misma causa
se frustraría también la conversión de los infieles pampas de la jurisdic-
ción de Córdoba, que con fervor le habían pedido Misioneros Jesuítas, los
cuales estaban prontos á emplearse en beneficio de aquellas pobres almas,
que perecen sin remedio en la sombra de la infidelidad: Y que si me sir-
viese de condescender á esta proposición, convendría disponerlo de modo
que no hubiera embarazo ó dificultad en el uso de su producto por parte de
mis Reales Ministros:
»Y HABIÉNDOSE VISTO lo referido en mi Consejo de las Indias, con los
antecedentes que en él había, y lo que cerca de todo dijo mi Fiscal en él,
y consultádoseme sobre ellos:
»He RESUELTO admitir por vía de mejor servicio el aumento de los
tres mil pesos anuales que me ha ofrecido el mencionado Provincial, al
respecto de ciento por cada pueblo de los que están á cargo de las Misio-
nes de su Religión en esa Provincia y la del Paraguay: y que esta cantidad
se entere en mis Cajas Reales, como se hace con el peso del tributo expre-
sado, con preciso destino á el gasto de las nuevas conversiones que van
citadas, establecimiento de pueblos que las faciliten, y demás cosas concer-
nientes á este fin.— Lo que os participo, para que cuidéis de que la enun-
ciada cantidad se entregue anualmente en las Cajas de vuestro cargo: y
que por ningún título ni pretexto se convierta en otro fin que el que viene
expresado, y para que únicamente la destino, pues lo contrario será de mi
- 571 -
Real desafrrado. Y de este despacho se tomará razón por los Contadores
de cuentas que residen en mi Consejo de las Indias.— De Buen Retiro, á
veinte y seis de Agosto de 1748.— Yo el Rey— Por mandado del Rey
nuestro Señor — D. José Joaquín Vá^que-{y Morales.»
(B. A. leg. Misiones / Varios años / núm. 58).

Núm. 36.

1599. 1604. 1628. 1682-Cartas de Jesuítas que piden las

Misiones de Ultramar

[P. Jerónimo Moranta]


« Jhs María ¡>

«Pax Christi, etc.»


«Por la grande confianza que tengo del paternal pecho de V. P., me
atrevo á escribir estos renglones, dando razón de mis antiguos deseos, que
por ser tan antiguos, y haber echado tan hondas raíces en mi corazón, me
parece haberme de quedar grande escrúpulo si no los propongo á V. P.—
Más de diez años ha que deseo ir á las Indias, para ayudar en lo que fuere
bueno á la salvación de las almas que allí viven: no espantándome traba-
jos, por graves y peligrosos que sean; antes animándome más, cuanto más
trabajos dicen padecer nuestros Padres que en él se emplean. Causará
por ventura admiración á V. P. que desee yo ir á las Indias de diez años á
esta parte, no habiendo más de cuatro años y medio que estoy en la Compa-
ñía. Pero loque pasa en realidad de verdad es que comencé á pedir la Com-
pañía seis años antes que entrase en ella: y luego que me determiné de en-
trar en la Compañía, mi principal motivo fué para ir á las Indias á emplear-
Y
me en lo que allí se emplean los Nuestros. de entonces acá no se ha apar-
tado de mi corazón un punto este deseo. Tenía yo no más de trece años, cuando
Dios me comenzó á dar un grande deseo de esta peregrinación: porque como
mis padres, (por haber sido mi abuela hermana del Padre Hierónimo
Nadal) me criaron toda mi vida en la Compañía, luego dende pequeño,
oyendo que los Padres referían cosas de edificación que en las Indias suce-
dían, y lo que allí los Nuestros padecían, aficióneme tanto á imitar á los
Padres en esta parte, y era tanto este mi deseo, estando aún en el siglo,
que me aconteció muchas veces hacer muchos actos de martirio y de pade-
cer grandísimos trabajos por amor de Dios, cuando encomendaba á Dios
esta mi entrada en la Compañía, diciendo con estas y con semejantes pala-
bras hablando con mi Señor Jesucristo: Oh mi Dios! si yo entrase en la
Compañía para padecer mucho por vuestro amor en la India, dando mi
sangre si fuere menester, por vuestro amor y por la salvaci ón de los indios:
yo no lo merezco, mi Dios. Esto decía yo, porque me parecía que en
habiendo entrado en la Compañía, me sería muy fácil alcanzar de los
Superiores me enviasen á esta peregrinación. Después que hube entrado
en la Compañía, á cabo de pocos meses, propuse este mi deseo al P. Pro-
vincial y al P. .Vlaestro de novicios, que agora es Provincial desta Provin-
cia: habiéndolo propuesto simplemente siendo novicio: y después otras
veces particularmente cuando se fué de aquí el Procurador la última vez.
Nunca he osado hacer mucha instancia: antes, después de haberlo pro-
puesto simplemente, no me curaba más; teniendo ésto por más perfición, y
procurando de ponerme con indiferencia antes y después de haberlo pro-
puesto. A lo cual me movió la indiferencia que pide y desea nuestro biena-
venturado Padre Ignacio para uno de la Compañía. Con todo eso, habiendo
vo comunicado estos mis deseos con mi Padre confesor, le ha parecido ser
muy justo que yo lo representase á V. P., para que, entendiendo mis anti-
guos deseos, disponga de mí V. P. como más fuere á gloria de Dios: porque
nihil mihi gratius quam vivere in ea mundi plaga ubi maius Dei obse-
quium et animaruin auxilium speratur.
»De Zaragoza, 30 Agosto lvo99.
i>Jekúnimo Morant.a.»

[P. Ju.AN Pastor]


«Días ha que V. P., para representarle los
deseaba escribir ésta á
deseos que el Señor es servido darme, de emplear mi vida y salud en ayu-
dar, conforme mi posibilidad, en la conversión de la gentilidad en cual-
quiera parte de las Indias; y lo he ido dilatando hasta agora, para enco-
mendarlo con muchas veras á nuestro Señor, y suplicarle se sirviese
declararme su santísima voluntad: porque no deseo en esto sino agradarle
más y servirle. Y para esto he hecho algunas disciplinas y ayunos, y ofre-
cido comuniones: y he experimentado lo que diré á V. P.: Que aunque
después que ha que estoy en la Compañía, que ha siete años, he sentido
particular voluntad y afecto para emplearme en la conversión de los gen-
tiles; pero de cuatro años á esta parte, es tan particular, que todas las
veces que oigo cosas de las Indias ó las pienso, se enciende mi corazón
para abrazar cualquier trabajo, aunque sea perder la vida en ayudar
á aquellas miserables gentes. Porque aunque es verdad que veo que la
virtud y partes que para ello se requieren son grandes, y las mías son muy
pocas ó nini>funas: pero confío de la misericordia de Nuestro Señor que,
pues me da estos deseos, me ha de dar fuerzas para ponellos en ejecución:
á.qu.e(sic) varias veces he da io cuenta á los Superiores de mis deseos: }'
agora me ha parecido debía representárselos á V. P., como á padre mío y
á quien tiene las veces de Dios, y suplicarle se sirva ordenar, si juzgare
ser de gloria de Nuestro Señor, sea yo uno de los que á las Indias van:
porque será de particularísimo consuelo de mi alma: y obligar ha este muy
indigno hijo de V. P. para que siempre suplique á Nuestro Señor se sirva
dar á V. P. el premio de su gran caridad. Mi salud es buena, gloria á Dios,
sin achaques ningunos: edad de veintidós años. Tengo el primer año de
Teulugía.

«Nuestro Señor guarde á \'. P. De Valencia, á 8 de Enero de 1604.
«JUAN Pastor».
- 573 -

[P. Antonio Manquiano]

«Pax xpi.
«Muchas veces y muchos años antes hubiera escrito á V. P. y no lo he
hecho. El P. Vico y otros Superiores me dijeron que ellos en las suyas
informaban á V. P. de mis deseos. Pero porque he sabido que con todas
las ocasiones, nunca se ha hecho mención de mí, hago ésta por consejo v
dirección del P. Provincial y del P. Marconi, descubriendo llanamente
á V. P. el encendido deseo de las Indias, el cual de cuando en cuando me
reconozco, concebí de sólo ver al santo mártir Campiano. Y éste fué el
motivo con el que Dios se dignó acogerme en la Compañía. El cual ha
hecho tan grande impresión en mí, que apenas puedo pensar otra cosa. Por
la cual suplico á V. P., por las llagas de Cristo, quiera dignarse conso-
larme: á lo menos darme licencia de hacer voto (hasta que sea tiempo do
ir) que cuanto es de mi parte, no sólo no lo impediré, antes procuraré con

todos los medios posibles alcanzar el ir á la parte donde haya mayor tra-
bajo: porque es tanto el amor que siento, que me parece será escrúpulo de
no hacer este voto: y así lo hago si fuere voluntad de V. P., delante de
Dios y de su santísima Madre. Los que conserven á V. P. con aumento de
gracias: en cuyos santos sacrificios y oraciones mucho me encomiendo.
»Cáller, y Febrero á veinte de 1628.
»JuAN Antonio Manquiano.»

[P. Antonio Sepp]


«Admodum Reverende in Christo Pater,
»Pax Christi.
»Eafil¡orum, siquidem genuini sint, consuetudo est, ut si novo cuipiam
muneri Praepositum Patrem suum videant, statim felicia eidem auspicia
apprecentur: quinetiam tune primum supplices ad eum manus tendunt:
nunquam citius quod petunt impetraturos se rati, quam si novis ductuní
dignitatibus Patrem habeant. Patrem te hactenus universi habuimus: nunc
etiam Praepositum nobis Te omnes gratulamur. Proinde, ne mirere, aman-
tissime Pater, si et ego, filiorum minimus, supplices Tibi manus tendam,
petitionemque unam a Te humiliter deprecer: ut silicet, Libro vitae me
etiam candidatum inscribas, hoc est, illis adnumeres, quos tuos agnoscis,
et aliquando in Indias mittendos aptos censueris. Dabit, si meis non deero
partibus, is qui vocat ea que non sunt tanquam ea quae sunt, gratiam
peccatori suam Deus, máxime si considerem infinitara eius misericordiam,
qua me iam olim in Angliam vocatum lucri vel Principum favoris aucu-
pandi gratia, Filium tamen suum, pauperem et despectum, in Societate
sua sequi maluit, quam ea quaerere quae mundi huius erant. Plura de his
Rdus. Pater lacobus Bosch: utpote arcanorum meorum Oeniponti non
postremus arbiter. Quem Deus, et máxime admodum Reverendum Patrem
meum tamdiu Societati suae conservet, doñee et ego canere possim: Nunc
dimittis. 19 Septembris 1682.
»Minimus in Christo filius
«Antomus Sepp.»
(Roma: Archivio di Stato: Fondo del Gesíi: Lidipetentes.)
-574-

Núm. 37.

1684— Exhortatorio al Superior de Doctrinas para que se encargue


de la Misión de infieles del Monday

«Nos EL Maestro Don Faustino de Casas, del Real Orden de Nue^5-


tra Señora de la Merced, Redención de cautivos, por la gracia de Dios y
de la Santa Sede Apostólica, Obispo del Paraguay, del Consejo de S. M.
que Dios guarde, etc.
«Por cuanto ha tiempo de seis años poco más ó menos que fueron
dichosamente descubiertos los indios infieles monteses que asisten sobre
el río Monday, jurisdicción de esta provincia del Paraguay, de los
cuales á los principios de su descubrimiento, salieron á los pueblos de
Yutí y Caazapá quinientas y treinta y cuatro almas, de entrambos sexos,
grandes y pequeños; las más de ellas por su propia voluntad y nativa pro-
pensión á vivir con los demás fieles de la Iglesia, y recibir el santo sacra-
mento del Bautismo; como lo consiguieron con efecto. Y después muchos
de ellos se volvieron á los montes á ejercitarse en los abusos y costumbres
antiguas que usaban en su infidelidad, como tenemos muy reconocido en
muchos que han salido á comunicar con los recién convertidos que tenemos
poblados; motivo principal para que el año pasado de ochenta y dos el
Gobernador Don Juan Diez de Andino _y Nos concurriésemos á visitar
dichos pueblos de Yutí y Caazapá, y por causas urgentes que los dichos
indios recién convertidos Nos representaron, con consulta de dicho Gober-
nador, nos hallamos obligados á sacarlos de los dichos pueblos, y reducirlos
en el paraje de Itapé, sitio muy ameno y acomodado para su población y
labranzas; donde han estado y están al presente los que quedaron, á cargo
de los religiosos del señor San Francisco. Yhabiendo experimentado des-
pués que repetidas veces los infieles de los montes venían en tropas á
comunicarse con los recién convertidos: y aun muchos de ellos pasaban á
la ciudad de la Asunción á que Nos los vistiésemos y regalásemos; y sin
embargo del agasajo que les hacíamos, invitándoles se quedasen con los
demás en dicha población de Itapé, no era posible conseguirlo, dando espe-
ranzas de que saldrían después de haber cogido sus cosechas. V porque
nunca llegaba el tiempo de cogerlas, y todas las veces que se retiraban, lle-
vaban algunos cristianos á los montes; Nos, atendiendo á reparar este
daño, y deseando la general conversión de las almas que viven en la infi-
delidad, sin reparar en nuestra ancianidad y achaques, ni en las incomodi-
dades de tan fragosos y dilatados caminos, nos movimos á salir de nuestra
ciudad al pueblo de Caazapá por el mes de Octubre de ochenta y tres, para
de allí despachar Misioneros á los montes, que solicitasen la conversión de
aquellas almas, como con efecto se puso en ejecución por medio del Padre
vSebastián de Vargas Machuca, Cura Rector de la santa Iglesia Catedral
de la Asunción; y del Padre Predicador Fr. Juan de Anguita, de la Orden
— 575 —
de San Francisco, Cura del pueblo de Itá; á quienes Nos hallamos obliga-
dos á sacar de sus beneficios, por no haber otros de su Religión que pudie-
sen hacer dicha Misión; porque los Curas que están en las Doctrinas que
tienen á su cargo, son únicos y sin compañero; por cuya causa n(js hallamos
obligados á poner en dicho pueblo del Itá un clérigo sacerdote, que susti-
tuyese la falta del dicho Padre Predicador Fr. Juan de Anguita; quien
habiendo entrado á los montes, que distan más de treinta leguas del dicho
pueblo de Caazapá, acompañado del dicho Padre Sebastián de N'argas
Machuca, á los veinte días de su viaje, sin embargo de haber interpuesto el
demonio muchas dificultades y estorbos, trajeron á nuestra presencia diez
y ocho indios infieles, y entre ellos cuatro Caciques, que afianzaban la con-
versión de todos los demás que quedaban en los montes, diciendo que en
ellos venían comprometidas las voluntades de todos; y Nos, con el gozo de
tantas esperanzas, resolvimos volvernos á la ciudad de la Asunción, lle-
vando algunos Caciques é indios de los infieles, los que Nos parecieron más
principales: á quienes después de haber catequizado y bautizado por nues-
tra misma mano, volvimos á despachar á los montes, por habernos dicho
que todos los demás sus compañeros se convertirían, como los poblásemos
en un campo llamado Ibarotig, que está en sus mesmas tierras; para lo cual
los llevó á su cargo el Doctor Don Josef Bernardino Cervín, Deán de la
santa Iglesia de la Asunción, nuestro Provisor y Vicario general, v Comi-
sario del Santo Oficio y de Cruzada, á quien acompañaron otros dos clé-
rigos sacerdotes para que en fe de lo que nos prometían, los catequizasen,
baptizasen y poblasen en el dicho campo del Ibarotig; y aunque en pocos
días con suma felicidad redujeron ciento y cuatro almas; y destas baptizado
algunas, con esperanzas de convertir las demás: Como el demonio, enemigo
de las almas, por todos caminos solicita su destrucción y daño, los pervirtió
de manera, que cuando menos pensaron, sin ser sentidos de los sacerdotes,
se retiraron á los montes, sin que pudiesen repararlos, ni valerse de otros
medios para atraerlas, por la mucha aspereza y densidad de dichos montes;
con que hallándose sin esperanzas de reducirlos, y no poder persistir en
.aquellos montes, porque ya les faltaba el bastimento que habían llevado
para sustentarse, se volvieron á la ciudad de la Asunción, habiéndonos
primero despachado aviso de el estado en que se hallaban; y Nos, viendo el
imposible, mandádoles se retirasen. De que resultó el sentimiento que
debíamos tener, llorando con lágrimas de nuestro corazón que por todos
caminos se desvaneciesen el remedio y conversión de aquellas pobres
almas, redimidas con sangre de nuestro Redentor Jesucristo, y que tanto
desea la piedad de nuestro Rey Católico. Porque nos vimos obligados á
emprender tercera vez la diligencia liltima á que puede recurrir nuestro
deseo; como lo hemos hecho por nuestra propia persona, sin embargo de
los rigores del invierno y muchos achaques que se nos han recrecido con la
continuación de los viajes, viniendo á las Doctrinas que están sobre el río
Paraná á cargo de la Compañía de Jesús, para que valiéndonos del celo
grande y suma caridad con que sus hijos se emplean en la conversión de
las almas de los infieles, arriesgando sus vidas en cuinplimiento de su apos-
tólico ministerio, para cuyo fin previene su cuidado en dichas Doctrinas
religiosos justos y doctos con los medios necesarios para hacer las conver-
siones; y porque tenemos entendido que los dichos religiosos de la Compa-
— 5/(1 —
nía de Jesús, temiéndose justamente de algunas inquietudes, disturbios y
discordias, que les pueden sobrevenir en los tiempos futuros por emplearse
en dicha conversión (según los motivos que algunos Nos han expresado) pre-
tenden desviarse de ella: Nos, atendiendo como debemos atender, á que se
ejecute y cumpla lo que fuere del servicio de Dios y salud de las almas, y
que se haga lo que S. M. encomienda, sin reparar en conveniencia propia
ni humanos respetos:
»Por la presente, en nombre de Dios nuestro Señor, como Obispo y
Pastor en su Iglesia en esta provincia, pido y encargo al Mu}^ Reverendo
Padre Superior de las Doctrinas, Juan Maranges. que no ponga reparo en
admitir dicha conversión de los infieles. Y porque Nos consta que tienen
natural inclinación y amor á los dichos religiosos de la Compañía de Jesús,
y que desean reducirse y estar al abrigo de su piedad:
»En virtud de una cláusula de Cédula Real que tenemos, fecha en
Madrid en siete de Noviembre de mil seiscientos y ochenta, de que parece
que es voluntad de S. M. que los indios infieles asistan con los sujetos á que
se inclinaren, cuyo tenor es como se sigue:
» Y en cuanto á los indios que se expresa i^edujeron los religiosos de S. Fran-
cisco cerca de sus y Caa^apá, proveeréis en su población y
Doctrinas de Yutí
Doctrina lo que sea más conceniente para conservarlos; ó sea con Curas secu-
lares ó con religiosos, como más se aquieten y apetezcan los indios; pues no es
justo dar lugar á poner á riesgo su fuga y levantamiento por quitar los reli-

giosos á quien ellos más se inclinaren:


»Por tanto, de parte de S. M. como uno de los de su Consejo, á quien
encarga la propagación de la fe y aumento espiritual de sus vasallos; y
porque por derecho Nos incumbe y toca poner á las almas sujetos idóneos
que las rijan y atraigan al rebaño de la Iglesia:
«Exhorto y Rkquiero al dicho M. R. P. Juan Maranges, vSuperior de
las Doctrinas de la Compañía de Jesús, que admita y tome á su cargo la
conversión de los indios monteses que están sobre el río del Monday y sus
adyacentes, y asimismo de los demás que se hallaren arriba del Paraná, y
en toda la jurisdicción de toda esta provincia que tenemos á nuestro cargo;
despachando á ellos todas las Misiones que parecieren necesarias, hasta
convertirlos y reducirlos al conocimiento de nuestra santa fe católica; y
habiéndolos convertido, por medio de los religiosos de dicha Compañía de
jesús, harán sus poblaciones en las partes que les parecieren convenientes,
dentro de la jurisdicción de dicha provincia, adonde tendrán á su cargo,
no sólo á los infieles que por su parte convirtieren, sino también á los cris-
tianos que hallaren con ellos ejerciendo sus costumbres; y los asistirán con
el pasto y cultivo espiritual que necesitaren para sus almas, enseñándoles
los misteriosde nuestra santa fe, predicándoles la doctrina evangélica, y
administrándoles los santos Sacramentos, en la misma forma y manera que
acostumbran hacerlo con los demás que han convertido; que para todo lo
dicho y lo á ello concerniente, les damos nuestra jurisdicción y facultad
amplia, toda la que podemos y por derecho se requiere, sin limitación
alguna; para que puedan obrar todo aquello que condujere á convertir,
poblar y reducir á dichos indios infieles, y á los demás cristianos que se
hallaren dentro de ellos. Y en caso de duda, se entienda ser esta nuestra
voluntad de parle de los dichos religiosos de la Compañía de Jesús, sin que
- 577 -
por falta de jurisdicción y facultad dejen de obrar lo que conviniere al útil
y provecho de la salud de las almas, que les encargamos, según y como se
contiene en este nuestro exhortatorio. Que es fecha en este pueblo de San
Ignacio, en veinte y ocho días del mes de Junio de mil seiscientos y ochenta
y cuatro años,
»Fkay Faustino, Obispo del Paraguay— Por mandado de S. S. I.: Fray
Juan de Astorga Tello, Secretario.
»En el pueblo de indios de San Ignacio del Paraguay, en veinte y ocho
días del mes de Junio de mil seiscientos y ochenta y cuatro años: Yo el
infrascripto Secretario, leí y notifiqué el exhortatorio de suso al M. R. Padre
Juan Maranges, Superior de las Doctrinas de la Compañía de Jesús, en su
persona, siendo testigo el Maestro Don Dionisio Granados, y el licenciado
Don Diego Riquelme de Guzmán, que se hallaron presentes. Y habiéndolo
oído y entendido, dijo y respondió:
»Que en nombre de su sagrada Religión, aceptaba la conversión y reduc-
ción de los indios infieles que están sobre el río Monday; y que en orden á
conseguirla, así su Paternidad muy Reverenda, como todos los demás hijos
de la Compañía de Jesús que al presente asisten y en adelante asistieren,
como ministros de Dios, y vasallos de S. M., obrarían todo lo que sus fuer-
zas alcanzasen; y dispondrían para este fin las más Misiones que pudiesen,
haciendo en todo según lo que contiene este exhortatorio.
» Y esto es lo que respondió, de que doy fe y verdadero testimonio. Fecho
en dicho día, mes y año.
»En testimonio de verdad
»Fr. Juan de Astorga Tello Secretario.»
(Río Jan. Col. Ángelis, XI. 14. Original).

Núm. 38.

1003_p. Aquaviva Instrucción para afervorizar en el ministerio

de los indios

«InsTRUCCIÓ.N para que se atienda con RlÁb CALOR AL MINISTERIO DE


LOS INDIOS.»
«Supuesto que el fin principal de la misión á esas partes es para el
empleo de los indios, y que la necesidad grande de ser ayudados de los
Nuestros es mayor cada día, nos ha parecido que debemos de nuevo acor-
dar y encargar seriamente lo que diversas veces hemos ordenado.
»1. Primeramente, encomendamos mucho á los Superiores que alien-
ten y favorezcan este ministerio, juntándose algunas veces al año,
así el

Provincial con sus Consultores, como los Rectores con los suyos, para con-

más trato de los indios, y de los medios para ayu-


ferir cómo se avivará el
Misiones,
darles en las cosas espirituales, y á qué partes se podrán hacer
que atiendan á la edificación
señalando personas de mucha satisfacción, y
ellas, cuanto la salud diere lugar.
y pobreza que se debe ejercitar en
37 .Organización social de las doctrinas guaraníes.
-578-
»2. Procuren los Superiores llevar adelante el socorrer á los indios en
sus necesidades, haciéndoles dar y dándoles limosna cada día á los que tue-
ren pobres, conforme á la posibilidad de la Residencia ó colegio; y cuando
el que estuviere enfermo enviare á pedir confesor (ultra de que en acudirle
luego para esto nunca se ha de faltar) será bien avisar al Superior si el

talenfermo tuviere necesidad: y juntamente decir al enfermo que envíe al


colegio ó residencia quién le lleve alguna limosna ó regalo.
»3. Adviertan asimismo que cuando los Nuestros respondieren á casos
de conciencia, vayan con el resguardo que no resulte perjuicio del bien
espiritual ó temporal de los indios cuanto fuere posible. Y los predicado-
res de los españoles (que no debn'an ser más de uno en cada colegio,
excepto de Lima, como tenemos ordenado) de cuando en cuando en los
el
sermones les den algún recuerdo, con prudencia, sobre los malos trata-
mientos y agravios que se hacen á los indios, para evitarlos y remediarlos.
»-!. Tenemos diversas veces ordenado que ninguno de los NN. se
ordene de sacerdote sin que primero sepa bien la lengua: y para facilitar
esto, que en tiempo de la tercera probación tengan tiempo señalado para
ello: y que si acaso por no perderla ocasión de ordenarse, fuera necesario
se ordenen antes de saberla, que no se ocupen en ministerios hasta saberla
bien. Volviendo á encargar de nuevo esto á V. R. para que se ejecute con
toda exacción, añado que los que estuvieren en 3.^ probación, y también
los estudiantes en el tiempo de sus estudios, para que no olviden la lengua
los que la supieren, prediquen en ella en el refitorio.
»5. Habiendo también ordenado que todos los NN., en lugar de los tres
años que leen latín en Europa antes de ocuparse en otros ministerios, se
ejerciten en este de los indios, y que asimismo empleen en ellos á todos
los NN. que van de Europa, que con el fervor de la vocación que desto llevan
se apliquen con más facilidad: añado ahora, para que esto se observe,
que si en algún caso raro el Provincial juzgare ser necesario dispensar en
este orden, nos avise luego déla persona con quién dispensó, y por qué
causa; y ultra desto, de aquí adelante, cuando se nos propusiere alguno
para la profesión ó grado firme, no se nos proponga antes de saber la len-
gua, ó se nos advierta de la causa porque no la aprendió, para que de acá
se ordene, como lo haremos, que no se ejecute su promoción hasta habella
aprendido bien, de manera que no sólo puedan confesar, sino catequizar.
»6. Porque el ejemplo de los Superiores anime á los demás á apli-
carse á un ministerio tan importante como éste; procuren no sólo poner la
diligencia que pudieren en que sepan la lengua los demás que están
á su cargo, mas también ellos aprendan alguna, para poderla ejercitar
alguna vez, cuando las ocupaciones forzosas de su oficio les dieren lugar,
hablando también esto con el Provincial y su compañero, en cuanto les
fuere posible; advirtiéndoles que será bien que por lo menos la mitad de
los Consultores del Provincial y Rectores, sean obreros antiguos de los
indios. Y cuando el Procurador que fuere elegido para Roma no fuere de
los obreros de indios, el compañero que trajere es bien que lo sea, para
que así nos dé plena noticia de lo que en esta parte de ministerios de
indios se ejecuta: y para que por todas vías le alentemos y favorezcamos:
pues con él se sirve tanto á Dios nuestro Señor. Y por ser negocio de tanta
importancia, que tantas veces le hemos encomendado, encargo con todas
579 —
veras á los Consultores, así del Provincial, como de los Superiores locales,
que hagan en esto su oficio, acordándoselo muchas veces, y avisándonos
siempre cómo esto se hace, con qué exacción se observa, y si hay falta
ó descuido.»

Núm. 39.

1604— P. Aquaviva— Modo de establecer residencias de Misiones

[Para el Brasil: comunicado en esta copia á Filipinas: y luego al


Paraguay].
«1. Bien debe V. R. de entender cuan solícitos nos tendrán las cosas
de esa Viceprovincia, en que Nuestro Señor se sirve tanto con tan poca
consolación humana, y con tanta suerte de peligros, y cuan deseosos esta-
remos de poner sus cosas en estado que los hijos de la Compañía que
atienden al prójimo lo hagan con mayor fruto y consuelo, pues con tanto
fervor de espíritu se privaron de lo que santamente en otras partes pudie-
ran tener, para que la Compañía, conservando siempre su buen nombre,
crezca en merecimientos para con Dios y su Iglesia, á cuyo servicio está
consagrada.
Por lo que otras veces ordenamos en esa V^iceprovincia lo que en
»2.
lasdemás transmarinas, que se pusiesen, en las residencias y aldeas en que
no pudiésemos dejar de estar, los más que se pudiese de los NN.: y que
éstos se retirasen de tiempo en tiempo á los colegios, para restauro y con-
suelo del espíritu,
»3. Al presente deliberando con otras ocasiones sobre esta materia,
y encomendándolo mucho á Dios nuestro Señor en tiempo que con los
Padres Asistentes nos retiramos dos meses á considerar más de espacio las
cosas de la Compañía, me pareció en el Señor ordenar de nuevo lo que
diré, para que de nuestra parte no faltemos á cosa que pueda ser de algún
servicio de nuestra mínima Compañía, conservación y consuelo de sus
hijos, Y á V. R. tocará con efecto, y luego, ejecutarlo, como le encarga-
mos que lo haga, avisándonos con el primero [correo] menudamente de
cuanto en esta parte habrá hecho, entendiendo que nos será de gran con-
solación saber que ha vencido las dificultades, que no dudamos se ofrece-
rán, y esperamos en la divina Bondad que el fruto compensará al trabajo.
»4. En cada aldea y residencia haya un Superior de losNN.: y éste
no sea el que exprofeso atienda á los indios, sino otro que mire por la disci-
plina religiosa, y cómo son ayudados los cristianos.
»5. Ultra de los Superiores de cada aldea y residencia, ponga V. R. un
Superintendente, que no haga otra cosa que visitar de continuo y diligen-
temente las aldeas y residencias más distantes de donde estuviere el Vice-
provincial.
»6. El oficio del dicho Superintendente será, como dicho es, andar en
perpetua visita y inspección de las aldeas, así en lo que toca á los NN., como
- 580 -
en laconversión y conservación de los indios ya convertidos, mirando cómo
se guardan las órdenes, reglas y disciplina religiosa: y que no sean ofen-
didas aquellas plantas nuevas, cuanto fuere posible, con tan continuas injus-
ticias: previniendo los males y trabajos con oración, vigilancia y pruden-
cia religiosa, siendo ellos la regla viva de la religión que los NN. han de
observar, fuera de la clausura y orden de los colegios y casas.
»7, Los Superiores de las aldeas y residencias serán en todo sujetos
á este Superintendente como á su inmediato Superior; no los podrá pero
mudar, ni poner el Superintendente sin orden del Viceprovincial, salvo en
caso urgente, y en tiempo que no se pudiese recurrir al Viceprovincial:
y entonces con consulta del Rector del colegio y sus Consultores. Pero
los demás subditos esparcidos por sus residencias, los podrá mudar de una
á otra, y aun enviarlos al colegio y pedir otros en su lugar.
»8. Escribirá el Superintendente al Viceprovincial como escriben los
Rectores de los colegios: y tanto más menudamente, cuanto más apartadas
estén las residencias, y con más necesidad y trabajo se gobiernen, y cuanto
menos veces podrá visitarlas y consolar el P. Viceprovincial, los que en
ellas vivieren: y el dicho Superintendente, cuando el Viceprovincial lle-
gare al colegio, le vendrá á dar cuenta de sus cosas y de los demás nego-
cios y personas que en ellas hay.
»9. Para estos oficios, que no tenemos por de menor, antes de más
importancia que el gobierno de los colegios, serán apropósito comúnmente
los que acaban otros gobiernos de Rectores ó Viceprovinciales, á los cuales
V. R. y sus sucesores dará los demás avisos y órdenes que para bien de
las almas juzgare ser necesarios, informándolos muy hiende lo que les
conviniere, para hacer oficio de tanta importancia.»

Núm. 40.

1699— Primera instrucción del P. Torres. Para el Guayrá

[Para los Padres José Cataldino y Simón Mazeta.]


Conforme á la primera regla de Misiones, procuren V" V. RR. alcan-
«1.
zar de Nuestro Señor una grande estima de la gloriosa empresa que les
ha encomendado, y hacerse aptos instrumentos suyos para la conversión
de tantos infieles. Para lo cual ayudará la exacta observancia de la
regla 26 y 27 de las Misiones, no sólo teniendo la oración, lección, exáme-
nes, letanías y demás ejercicios espirituales ordinarios nuestros; sino aña-
diendo que buenamente pudieren, así cada día, como tomando alguno de
lo
cuando en cuando (á lo menos cada mes y cada año ejercicios, conforme al
orden de N. P. General) para gastarle todo ó la mayor parte en la Misa
y oración, y algunas otras cosas espirituales, hasta alcanzar la familiaridad
y comunicación con Dios nuestro Señor, tan encomendada de N. B. P. Igna-
cio, y tan necesaria para semejantes Misiones. La materia de la oración
-581-
más frecuente sea de estos puntos: 1/' Quien me envía, que es Jesucristo,
Señor nuestro: Eccb ego mitto vos: sicut misit me vivens pater, et
EGO MiTTO vos: siendo la composición de lugar considerarme delante del
mismo Señor que desde la Cruz me dice esto y enseña cómo lo tengo de
obrar. 2." Quién es el enviado; que so}' yo, tan pecador, tan indigno, etc.
3.° A qué me envía: al oficio más alto, etc. A quiénes: ad gentem
CONVULSAM ET DiLACERATAM, etc: la más pobrc, desechada y bien dis-
puesta. 4.° Cómo obró la salud y remedio y redención de los hombres
Cristo nuestro Redentor. 5.^ Lo que hace por ellos y cómo los ama la Vir-
gen nuestra Señora. 6° Mirar en esto los ángeles de su guarda, cuyo ofi-
cio hago yo. 7.^ Cómo San Pablo y el P. Javier, y cómo los debo imitar.
La lección ordinaria, de su Vida y otros santos, y el P. Lucas Pinelo «De
la perfección religiosa», y cada mes las reglas y esta instrucción. El exa-
men particular será de no perder punto en aprender y estudiar la lengua
Guaraní, y ejercitarla con los indios fuera del tiempo de oración y ejerci-
cios espirituales, en todos los cuales, y principalmente en la Misa, los
encomendarán á Dios Nuestro Señor, la Compañía, esta provincia y nece-
sidades de la Santa Iglesia, y á mí, que yo haré lo mismo por
»2.
W RR.
Mirarán \'V. RR. por su salud, y cada uno por la de su compa-
.

ñero; y guarden la debida prudencia en los ayunos, vigilias y penitencias,


y en abrazar y acometer los peligros, sin faltar empero en lo necesario á la
confianza que deben tener en la divina Bondad y paternal Providencia
y en la intercesión de la soberana Virgen, y de los Angeles de guarda:
y del B. P. Ignacio de Acevedo, y sus compañeros, á los cuales va enco-
mendada en particular esta misión.
»3. En todas las iglesias que edificaren, procuren hacer capilla de Nues-
tra Señora de Loreto, de cuarenta pies de largo, veinte de ancho, y veinte
y cinco de alto: con el altar y lo demás como en ella está: y pongan una
reliquia con la mejor decencia que pudieren: y quede allí para llevar á los
enfermos. Y en el altar principal pongan imágenes de nuestros BB. Padres
Ignacio y Javier, aunque sean de estampas: y tengan alguna para los enfer-
mos: y tomando por patrones y testigos á los dos santos, renueven cada
día en la oración y Misa los votos y el propósito de gastar la vida entre los
indios, no lo estorbando la santa obediencia.
»4. Tengan cuenta de ir apuntando todas las cosas de edificación que
les sucedieren, para escribirlas al Superior de la Asunción, y á mí: lo cual

harán en todas ocasiones avisando de todo: y de las cosas necesarias: y al


Padre Superior de San Pablo, escriba el P. Josef cuando se ofreciere
comodidad: y algunas veces al P. Provincial del Brasil: con los cuales
haya toda buena correspondencia.
»5. Si acertasen á entrar por ahí los Padres del Brasil, que ha ofre-
cido N. P. General enviar á esta provincia: lo 1.^ VV. RR. los regalen de
su pobreza con toda caridad y amor: y ayuden á su mejor aviamiento hasta
la Asunción. Lo 2.", si al Padre que viniere por Superior, habiéndolo con-
sultado con sus compañeros, y con VV. RR., pareciese convenir dejar ahí
un Padre, ó á lo sumo dos, quede el uno con el Padre Josef, y el otro con
el P. Simón, como Superior; y así será tal que le pueda encomendar otra
misión: aunque yo más me inclino á que bajen todos á la Asunción: .v si
quedare alguno, sea uno que esté con VV. RR., para que con esto pueda
- 582 -
uno acudir á algunas necesidades con otro, y así siempre estén dos juntos,
y se pueda llevar el trabajo con más alivio.
»6. En los pueblos de Ciudad Real del Guayrá y Villarrica del Espí-
ritu Santo, publicarán el jubileo grande, por el orden y traza que pare-
ciere al licenciado Rodrigo Ortiz de Melgarejo: y acabadas las dos sema-
nas, se asiente la cofradía, con el parecer del dicho licenciado, el cual se
tome y procure seguir en todo con mucho amor y estimación: y haya con
él toda unión, y se le dé todo el gusto posible, como por tantas obligacio-
nes es justo.
»7. Habiéndose informado en los dos pueblos de personas desapasio-
nadas y de buen ejemplo adonde les parece que podrán hacer su asiento
y la principal reducción en la Tibajiba, llegarán allá y darán vuelta á la
tierra, y escogerán el puesto que tuviere mayor y mejor comarca y de
mejores caciques: y en el sitio más apropósito hagan la reducción y pobla-
ción, como por ventura será en la boca de la Tibajiva, ó cerca: advir-
tiendo primero que tenga agua, pesquería, buenas tierras, y que no sean
todas anegadizas, ni de mucho calor, sino buen temple, y sin mosquitos ni
otras incomodidades, en donde puedan mantenerse y sembrar hasta ocho-
cientos ó mil indios, en lo cual ellos mismos darán el mejor parecer:
y siguiendo el del licenciado Melgarejo, espero se acertará en esto, como
en todo lo demás. Un cacique llamado Hernando está allá como cuatro
ó cinco leguas, que dicen es el más capaz y el más temido de aquella tie-
rra, y que ayudará mucho á la Reducción y á todo: será necesario ganarle
y enseñarle bien para ayudarse mucho de él.
»8. El pueblo se trace al modo de los del Perú, ó como más gustaren
los indios y pareciere al licenciado Melgarejo, con sus calles y cuadras,
dando una cuadra á cada cuatro indios, un solar á cada uno, y que cada
casa tenga su huertezuela; y la Iglesia y casa de V^V. RR. en la plaza,
dando á la iglesia y casa el sitio necesario para cementerio: y la casa
pegada á la iglesia, de manera que por ella se pase á la iglesia: haciendo
ésto poco á poco y á gusto de los indios, habiendo ellos hecho primero
sus casas y una pequeña para W. RR., y una enramada que sirva para
decir Misa: esotra se haga cuando digo.
»9. En lo que toca á doctrinar los indios, quitarles los pecados públi-
cos y ponerles en policía, vayan muy poco á poco hasta tenellos muy gana-
dos. Y ni en esto ni en el sustento de VV. RR. les sean pesados ni cargo-
sos. Pero, en entrando, bauticen las criaturas enfermas, y catequicen los
adultos enfermos, de manera que grande ni chico se muera sin bautismo,
no sólo en su población, sino en toda la redonda, teniendo encomendado
á los indios de la comarca le avisen cuando ellos, ó sus hijos ó parientes
estuvieren enfermos; y el español que va con VV. RR. los cure á todos,
sangre y purgue, y haga dar a3^udas, y les dé los pocos regalos que
hubiere, y va^^a enseñando algún indio para lo mismo.
»10. Cuanto más presto se pudiere hacer, con suavidad y gusto de los
indios, se recojan cada mañana sus hijos á aprender la Doctrina: _v de ellos
se escojan algunos para que deprendan á cantar, y leer. Y si el licenciado
Melgarejo hallare cómo les hacer flautas para que deprendan á tañer, se
haga: procurando enseñar bien á alguno, que sea ya hombre, para que sea
maestro. Y todas las fiestas, y dos ó tres días á la semana, se junten los
-583-
demás á oir laDoctrina y Catecismo: y depréndanla de memoria los que
no fueren muy contentándose de éstos que perciban y entiendan
viejos,
bien los principales misterios de nuestra santa fe. Y á todos los adultos
que se bautizaren, y estuvieren casados, ratifiquen el matrimonio con la
primera mujer, guardando las amonestaciones y demás ceremonias santas
de la iglesia: y dispensando en los impedimentos que hubiere secretos
y públicos: dispensarán conforme á los privilegios, y á los indios ya cris-
tianos, darán la Extremaunción á su tiempo, habiéndoles declarado la vir-
tud de este Sacramento, administrándole, y los demás, siempre con toda
decencia y solemnidad: y en particular los Bautismos, y especialmente los
primeros, juntando la más gente adulta y bien catequizada: y lo mismo
hagan en los entierros; }• á las criaturas llevarán con guirnaldas. Y pro-
curen tengan toda reverencia á las cosas sagradas, y al agua bendita,
aplicándola á los enfermos, y dando orden la tengan con decencia en sus
casas, y con ella cruces en todas, especialmente en las de los cristianos,
delante de los cuales sólo digan la Misa, no consintiendo se hallen á ellas
los infieles sin causa grave.
»11. Póngase gran cuidado en el Catecismo, procurando que todos
vayan entendiendo y percibiendo todos los misterios de nuestra santa fe,
conforme á su capacidad: y siempre sean los sermones declarándoles algún
misterio, artículo ó mandamiento, repitiéndolo muchas veces y usando de
comparaciones y ejemplos. Y den orden como en sus casas repitan y con-
fieran unos con otros la Doctrina, y la enseñen, especialmente los niños
de la escuela: y que canten por las calles los cantarcicos santos que les
enseñaren: y que todos se saluden diciendo: Loado sea Jesuckisto nuestro
Señor y la Santísima Virgen María su Madre. Y hasta que sepan rezar
el Rosario suyo, enseñándoles á rezarle, repitiendo estas dos palabras:
O Jesús María: y que las digan en todas sus necesidades, y traigan los
Rosarios al cuello, ó á lo menos cruces que sirvan de insignia á todos los
cristianos: y procuren hagan Rosarios de las cuentas que en todas partes
nacen, agujereándolas cuando están verdes; y pongan cruces en sus cha-
cras, y en las entradas del pueblo.
»V2. Tengan mucho delecto en dar las cosas que llevan y se les envia-
rán: de manera que sólo sirvan de premio á los que mejor deprendieren
y á los que mejor ayudaren, y á los caciques: introduciendo á su tiempo la
limosna entre ellos: y que á todos los pobres impedidos que no puedan tra-
bajar, les hagan sus chacras: y siempre les ayuden con toda caridad.
»13. Señalen á su tiempo sacristán y fiscales, enseñándoles las obli-
gaciones de sus oficios: y que el Fiscal haga el suyo con prudencia, ente-
reza y suavidad: y á los indios el respeto 3^ obediencia que han de tener
á los Padres Sacerdotes, y á los suyos naturales, y á los caciques y fisca-
les, á los cuales señalarán alguacilejos, que les ayuden á juntar la gente
á la Doctrina y saber de los enfermos, repartiéndolos por sus parciali-
dades.
»14. Tengan libros del Bautismo y Casamientos: y á su tiempo sienten
todos los de confesión aparte, y hagan su señal cada año que se confiesan:
y en el mismo libro pueden hacer catálogo general de toda la gente por
sus parcialidades, caciques, marido, mujer é hijos: todo lo cual dirá el
licenciado Melgarejo cómo se hace: y borrarán siempre los que murieren:

-584-
y harán una señal en los ausentes:y ainonestaránlos que no se ausenten
lejos sin licencia delPadre que es Superior: y si salieren á alguna mita
de los pueblos de españoles, ó á rescatar, procuren no sea á los principios,
y que vuelvan á su tiempo: y cuando tardaren, hagan diligencia: y lo
mejor es que por dos ó tres años no salgan, hasta saber bien las cosas de
su salvación.
»15. Con todo el valor, prudencia } cuidado posible se procure que los
españoles no entren en el pueblo: y si entraren, que no hagan agravios
á los indios, y salgan con brevedad; y en ninguna manera les dejen sacar
piezas: y en todo los defiendan, como verdaderos Padres y protectores:
y séanlo de toda la comarca: y de manera que todos los indios lo entien-
dan, y de donde quiera acudan á socorrerlos en sus necesidades como ver-
daderos padres: y los pleitos de entre sí pacifíquenlos con todo amor y cari-
dad: y reprendan á los culpados en esto y en los demás pecados públicos
con amor y entereza, y á su tiempo los corrijan y castiguen, especialmente
á los hechiceros, de los cuales procuren tener noticias: y no se enmen-
dando, los destierren del pueblo, porque son muy perjudiciales.
»16. Si vinieren los caciques de otras partes á oír las cosas de Dios
y tratar de ser cristianos, persuádanlos se reduzcan cerca de la primera
reducción y pueblo: y así vuelvo á encargar mucho el delecto y acierto en
el sitio: porque es de suma importancia, suponiendo que ha de venir á ser
la casa y Doctrina fija de la Compañía, á donde habrán de habitar con el
tiempo cinco ó seis de los Nuestros: y asi, cuanto mayor fuere, será más
á propósito, aunque sea de mil y quinientos indios: porque de allí se acu-
dirá á lasdemás partes,
»17. Es menester á su tiempo dar traza como se apliquen á hacer sus
chacras, á tejer, sembrar algodonales, frutales y todas legumbres: para
que no les falten el sustento y vestido: á que críen puercos, gallinas y
palomas: á que hagan lagunas de pescado y se apliquen á granjerias, res-
cates y policía: pasando algún tiempo y gustando de ello los indios,
hagan VV^. RR. para sí alguna chacra y huerta de cuantas legumbres

pudieren, _v críen gallinas y puercos, así para su sustento, como para los
que les sirvieren, y dar á los pobres y pasajeros. Cuando tengan con qué,
hagan cada día una buena olla de mote y legumbres ó lo que pudieren,
para dar cada día á los pobres de la puerta.
»18. En la casita de V\'. RR. no entren mujeres por ningún respeto,
y no reciban en ella huéspedes, si no fuese algún religioso ó clérigos: pero
darán á todos de lo que tuvieren: guardando desde luego toda clausura en
casa, y haciendo señal con la campanilla á levantar, oración, exámenes,
comer, cenar y acostar: y adelante, cuando haya puertas, se pondrá su
campanilla porque ayude esta orden, no solo para nuestro bien, sino á la
edificación de los mismos indios. Lo demás enseñará el Señor y la expe-
riencia, y se avisará con la noticia que VV. RR. nos dieren. El les dé su
copiosa bendición. Si alguno de W. RR. muriere, quédese con él el
licenciado Melgarejo: y si éste se hubiere venido, quédese con él el espa-
ñol, y escriban luego etc. Diego de Torres. >
(Lozano, Hist. de la Comp. tom. 2. pág. 137.)
- 585

Núm. 41.

1610— Segunda instrucción del P. Torres— Para todos los misioneros,

de Guayrá, Paraná y Guaycurús

»1. En primer lugar, debemos pretender á nuestro aprovechamiento,


persuadiéndonos aquella verdad tan cierta: quid prodest homini etc. Y que
cuanto más cuidáremos de nuestra perfección, tanto nos haremos más aptos
instrumentos de alcanzar la de nuestros prójimos, su salvación, y conver-
sión de los indios, la cual principalmente habernos de negociar con oracio-
nes continuas, sacrificios, y penitencias, y ejemplo de vida: 5íc //¿cea/ /«x
vestra etc. Aesta causa seremos muy observantes de nuestras reglas y de
no faltar punto en la oración, preparación de la Misa, gracias de media
hora, ó por lo menos un cuarto, exámenes, lección espiritual, la cual sería
bien tener juntos de reglas, Instrucciones, cosas de la Compañía, vidas de
nuestros santos Padres Ignacio y Javier: y libros del P. Alonso Rodrí-
guez, leyéndolos desde el principio todos por su orden: en tener cada año
los Ejercicios espirituales por diez días, y tomando cada quince días una
mañana entera para Misa y oración, y dando á ésta todo el tiempo que las
ocupaciones forzosas dieren lugar, y el saber la lengua.
»2. A ésta se atienda con sumo cuidado siempre, no se contentando
con saberla como quiera, sino con eminencia: persuadiéndose que depende
en segundo lugar de ello la conversión de los indios y agradecimiento al
Señor: al cual en esto ofreceremos un sacrificio de sumo contento; y así es
muy buen ejemplo para las quietes y entre día tratar de la lengua y hablar
siempre en ella, con que también ganarán los indios más que con otro
maestro alguno, después del buen ejemplo y oración.
»3. Procuren, cuanto fuere posible, no se apartarlos compañeros, ni
salir uno solo, porque demás de que el Señor nos enseñó esto en sus Após-
toles y Discípulos: mittens illos binos~et vae soli, guia cuín ceciderit non habet
sublevmitem — et frater qui adiuvatur a fratre, quasi turris fortissima: hánoslo
mandado el mismo Señor á nosotros por N. P. General en diversas orde-
naciones.
»4. Por este respeto y otros muchos, en ninguna manera se admita
Doctrina que tenga anejos, sino de un pueblo solo, al cual reduzcan todos
los indios que buenamente pudieren: y así se haga de presente en las Doc-
trinas que tenemos, procurando suaviler et fortiter que se reduzcan los
pueblos á uno: á cuya causa, cuando no fuere posible ejecutar esto, entien-
dan que mi intención es que sólo seamos Curas del pueblo principal: y que
á éste se atienda de obligación de justicia, y á los demás de caridad,
cuando buenamente se pudiese, y en casos forzosos; procurando con los
Prelados les provean Curas: que entiendan no lo somos nosotros: y si con-
viniese que la Compañía se encargase del tal pueblo, avisen y den cuenta
de ello al P. Provincial.
— :)8h —
»5. Por esta razón y otras muchas, moderen el fervor y celo de hacer
muchas reducciones: procurando en la que tuvieren á cargo asentar el
pie y cultivarla muy despacio, como si en ella tuviesen que morir: como
quien ha de dar cuenta de aquellas almas que el Señor le ha encomendado:
y teniendo por cierto que con eso ayudarán mucho á las demás naciones
y gente, que con el buen olor que dará la que tuvieren bien cultivada se
convertirán, y procurarán Padres, y gozar del bien de sus vecinos. No se
quita por eso el enviar sus mensajeros y dádivas á los Caciques, y procu-
rar vengan á oir las cosas de Dios, y que envíen sus hijos á que se los
críen, y si se quisieren reducir al propio pueblo, acomodarlos de chacras:
y si á otro sitio, acudiendo los dos ó alguno por poco tiempo, y con buen
compañero, á enderezarles en la reducción, y alguna vez en misión ó caso
forzoso: y avisarán, como está dicho, al Superior.
»En la cultura, trato y ayuda de los indios se guardará lo
siguiente:
»1. Antes de fundar el pueblo, se considere mucho el asiento de él que
sea capaz para muchos indios, de buen temple, buenas aguas, apropósito
para tener sustento, con chacras, pescas y cazas: en lo cual se deben infor-
mar muy despacio de los mismos indios, principalmente de los caciques,
teniendo atención de que estén apartados de otros, con quien traigan
guerras.
»2. Funden el pueblo con traza }' orden de calles, y dejando á cada
indio el sitio bastante para su huertezuela.
»3. Poniendo nuestra casa y la iglesia en medio, y las de los caciques
cerca: la iglesia capaz con buenos fundamentos y cimientos: y pegada con
nuestra casa: la cual se ha de cercar cuanto más presto fuere posible,
y hacerle puerta con campanilla: y á la iglesia también, por la guarda
y decencia: y para que en ella se ponga el Santísimo Sacramento á su
tiempo.
»4. Ayudaránlos y enderezaránlos á que hagan chacras de maíz, man-
dioca, batatas y otras comidas: y algodonales para vestirse: paralo cual
procuren bueyes.
»5. Y en todo les ayuden como padres y pastores: y les curen en las
enfermedades, con todo cuidado y amor.
»6. Y den limosna á los pobres de nuestra pobreza: y exhorten á los
que más tienen á hacer lo mismo.
»7. En lo espiritual, pongan luego la escuela de niños: en la cual uno
de los compañeros les enseñará la Doctrina, la cual dirán al entrar y salir
de la escuela mañana y tarde, hasta saberla muy bien: después bastará al
salir. La cual y algunos cantarcicos, enseñarán á sus padres
y parte de su
casa, señalando premio al que mejor lo hiciere, y corrigiendo al que fal-
tare: y también dirán, cuando entran en la escuela ó en su casa, ó topan
alguno: Loado sea JESÚS. También les enseñarán á leer y escribir, cantar
y tañer, habiendo comodidad: y oirán la primera Misa, y todos deprendan
á ayudarla: y á la noche canten las letanías de Nuestra Señora ó los
sábados.
»8. Acabada la primera Misa, se junten todos los muchachos, y los
indios grandecillos que no son de escuela, á deprender la Doctrina, apar-
tadas las muchachas: y la enseñarán los que mejor la supiesen: y lo mismo
— 587 —
á los muchachos y otros, lo mismo se haga á las tardes media hora antes
de la oración.
»9. Todos los indios é indias que con más fervor piden ser bautizados,
acudan todas las mañanas á deprender la Doctrina, las mujeres con las
muchachas y los indios con los muchachos; á lo cual asista el Superior.
Y todos los domingos y fiestas se enseñe á todos antes de Misa; y á la
tarde se haga por el pueblo la procesión: y en la iglesia ó cementerio se
predique algún artículo ó mandamiento bien repetido: y los domingos en
la iglesia: y cuando estén bien instruidos, se predicará declarando el
Evangelio. Mucho ayuda decirles algún ejemplo de la materia que se trata:
y en la cuaresma es bien un día ó dos en la semana decírsele por la tarde
y exhortarlos á la disciplina cuando se hallare en ellos capacidad: y que
la hagan: pero nunca de sangre en manera alguna.
»10. Bauticen los adultos con mucha prudencia y recato, estando bien
catequizados é instruidos, y teniendo prendas de que perseverarán en la
Reducción: y á los principios sea con solemnidad, juntándose algunos que
hayan de ser bautizados. Confiésense cada año: y en la muerte se les dé la
Extremaunción, y á los más provectos el Santísimo Sacramento, teniendo
como lo llevar con decencia. A los niños bautice el uno de los compañe-
ros, mientras el otro asiste en la Doctrina los domingos. Y cuando se
supiere que algún infiel está enfermo, acúdase con todo cuidado á cate-
quizarle y regalarle: y á los que murieren cristianos, entierren con la
solemnidad que fuere posible, no consintiendo en ello ni en otra cosa
superstición alguna, desterrándolas todas con gran celo y prudencia.
»11. Tres veces al día se taña á la oración: y de noche á las ánimas:
y salgan dos muchachos á exhortar las encomienden á Dios, por el pueblo:
y tengan un Fiscal ó dos, conforme al número de gente; y denles algunos
muchachos grandes que los ayuden, y algún otro al sacristán: y señalen
seis ú ocho cantores con que se solemnicen las fiestas y Misas, y Salves de
sábado y fiestas principales. Tinieblas y lo demás que se acostumbra.
«12. Tengan cuidado de salir los dos compañeros juntos cada tercer
día por el pueblo, ó de cuando en cuando, para que no haya borracheras:
y los Fiscales y niños de escuela avisarán de ellas y de los enfermos,
teniéndolo muy encargado, y dando premio al que mejor lo hiciere. Y
aunque con los infieles se debe ir en el remedio de las borracheras y demás
pecados con tiento: en los cristianos es necesaria entereza: precediendo
los medios suaves de amonestación y reprensión. Pero á los caciques no
conviene castigarlos: y especialmente en público; y de nuestra mano, á
nadie: ni aun dando á un muchacho un bofetón: que además de ser regla,
tiene varios inconvenientes.
»13. Con sumo cuidado se procure no ser cargosos ni molestos á los
indios, especialmente con nuestras cosas: y no se les pida cosa sino es
necesaria, y ésa, pagándosela; y por sacramentos y entierros, en ninguna
manera por agora: y cuando en adelante pareciese convenir, sea ponién-
dolo en despensa aparte para los pobres, ó repartiéndoselo luego. Y menos
se reciba por Misas, antes diga cada semana cada Padre una por los
indios: y cuando alguno muriere, le dirán otra.
»14. A nuestro sustento y vestuario se acudirá lo primero con lo que
dé S. M., en cuya cabeza se han de ir poniendo los indios que se convier-
ten y reducen. Y primero, el Superior tenga cuidado de avisar con tiempo
al Procurador general de Buenos Aires, en qué se empleará la dicha

limosna. 2. Procuren hacer chacra de maíz y legumbres, pagando muy
bien á los indios y procurando sea sin pesadumbre suya; y para más faci-
litar esto, procuren tener bueyes y arados: y habiendo lugar, hagan
chacras de algodón para vestir los indios, que serán los menos que fuere
posible: y para la iglesia, y vestirse los mismos Padres. 3. —
Tengan huerta
y hortelano, á quien paguen bien. Procuren criar algún ganado mayor y
menor, si fuere fácil: que ayudará para tener con qué favorecer y regalar
á todos los pobres y enfermos, y á los españoles pobres que acudieren.
»15. Con los españoles se proceda con toda prudencia, procurándolos
ganar á todos, así por el bien de sus almas, como porque no nos impidan y
hagan daño á los indios: y los agravios sean menos; pero entiendan tam-
bién que no los consentiremos, y que avisaremos por lo mismo á quien lo
remedie. Cuando vinieren á nuestras Reducciones, recíbanles con amor,
y convídenles cuando parezca; pero no consientan se detengan muchos
días, ni hagan agravios ni vivan mal; y en ninguna manera cooperen
los NN. á que se saquen indios; antes, cuando los sacaren, pídanles el
orden de la justicia: y no le trayendo, ó deteniendo mucho á los indios, escri-
ban al P. Rector de esta casa, para que dé aviso al Teniente general y
procure el remedio. Y cuando se asiente la tasa, procuren poner medios y
dar industria á los indios cómo paguen la tasa sin salir de sus pueblos: y
saliendo por ése ú otros respetos, procuren que los que quedan les hagan
su chacra: y lo mismo á las viudas, enfermos y viejos, prestando para ello
los bueyes y arado: y que sea por medio de los caciques.
»16. En lo que toca á confesar españoles, que podrán acudir á nuestras
Reducciones, ó cuando se fuere á sus pueblos, sea con mucho tiento: y
especialmente si son vecinos encomenderos ó maloqueros, ó que han
llevado indios á la yerba, ó la toman, ó el peten, procurando que hagan
satisfacción debida los que la tienen y pueden hacer: y proponiendo la
enmienda con veras.
i>17. Cuando alguno de los compañeros faltare en alguna cosa sustan-
cial ó grave, el otro se lo avise con todo amor y caridad algunas veces: y
no bastando, y sabiéndolo fuera de confesión, avise con gran recato al
Superior de la Asunción: y si en confesión, haga su oñcio, como enseña la
Teología: bien que espero no será menester, sino que el Señor los terna
de su mano, que los llamó á tan gloriosas empresas.
»18. Con todas ocasiones escriban al Superior de la Asunción y al
Provincial, al cual enviarán el anua cada año de lo que el Señor se
hubiere dignado obrar, y noticias que tengan.
»19. Para el último aviso de esta instrucción he guardado lo que Nues-
tro Redentor dejó como por testamento á sus Apóstoles en el remate de su
vida santísima: Haec mando pobis, iit diligatis invicem siciit dilexi vos. Y en el
mismo tiempo pidió ésto al Padre: Ut sint iitiiim sicut et nos uniim siimiis.
No parece que pudo encarecer más el Señor lo que importa el amor y
unión de los Apóstoles y de los que les suceden en el oficio, que fué tal,
que aun de los primeros cristianos se dice: erat cor unión et anima una.
Ayudará el tener oración algún día de la semana de estos tres puntos: y el
cuarto puede ser del encarecimiento con que la encomendó N. S. P. Lo
- 589 -
segundo pedirlo alSeñor. Lo 3.° considerarle á El en el compañero como
dice la regla. Lo 4."
confesarse ad invicem cada día, ó á lo menos el ter-
cero. 5.*^ Mirar cada uno mucho por la salud del otro. 6." Que el Superior
no haga cosa de importancia sin parecer del compañero y su gusto. 7.° Que
cada uno renuncie y mortifique el propio gusto por darlo al Señor en el
compañero. Este es el hábito é insignias de los Apóstoles y hombres apos-
tólicos.»
«Diego dií Torres.
[Lozano: Hist. de la Comp. tomo 2. pág. 248]

Núm. 42.

1637— Reglamento de Doctrinas hecho por la 6/^ Congregación


provincial del Paraguay y aprobado por el P. General Mucio Vitelleschi

<rjhs.

«Ad maiorem Dei gloriam eiusque Genitricis Mariae»


»Ordenes que Hizo la deputación que se señaló por orden de nues-
tro P. General para el gobierno de las Reducciones del Paraguay, apro-'
badas de la Congregación Provincial.
"En un Memorial que llevó el P. Juan Bautista Ferrufino, Procurador
general de esta Provincia, se propuso á nuestro Padre lo siguiente:
i'Que siendo el gobierno de las Reducciones diferentísimo que el de los
colegios y demás casas de la Compañía, se hagan reglas é instrucciones
comunes que todos hayan de guardar. A lo cual respondió Nuestro Padre
así: En la primera Congregación provincial se nombren dos ó tres Padres
deputados de los más experimentados en las Misiones de las Reducciones,
y que juntamente sean personas de caudal, prudencia y celo: y á ellos se
les encomiende que dispongan las órdenes que juzgaren por convenientes,
para que se guarden en las dichas Reducciones. Estos se vean en la dicha
Congregación: y trátese si será bien que se entablen. Y en aprobándolos
allá, se nos remitan: que _vo veré si es bien confirmarlos. En el ínterin se
observen los que los Padres Provinciales han dejado en las V^isitas. Y
habiéndose nombrado por deputados en la Congregación que se comenzó
este año de 1637 en 18 de Julio á los Padres Antonio Ruiz, Claudio Ruyer,
Miguel de Ampuero y Francisco Díaz Taño, les pareció hacerlos órdenes
siguientes:
»1 , Aunque el oficio del Superior de todas las Reducciones y su modo
de gobierno es diferentísimo del de los colegios; con todo eso, nuestro Padre
General en una de 30 de Noviembre, dice así al P. Provincial: Vuestra R.
publique que el Superior de las Reducciones, aunque no tenga patente
mía de su oficio, pero que para con sus subditos tiene plena y entera
potestad interior y exterior, como la gozan los Rectores con los suyos.
»2. Porque el Superior de las Reducciones pueda acudirá todas las
-590-
Reducciones, así de la Sierra, como del Paraná, y responder fácilmente á
los Superiores inmediatos, y Padres de las Misiones: asista de ordinario
en la Reducción del Caro ó Candelaria: donde puede con facilidad tener
aviso de todas partes y ordenar lo que conviniere al buen gobierno de
las Misiones.
»3. El Superior de las Misiones visitará todas las Reducciones una
vez al año: si no es que ocurra algún caso urgente: y ésta basta no más.
»4. En las V^isitas que el Superior hiciere de las Reducciones, con-
viene que no sea de paso, sino que va_va de propósito y esté en cada una
de las Reducciones el tiempo que fuere necesario para ver cómo se ejerci-
tan nuestros ministerios y administran los santos Sacramentos: y vea por
ojos la distribución de tiempo de cada Reducción, y cómo se guardan las
reglas y Instituto: y que si hubiere alguna falta la remedie.
»5. Entable el dicho Superior de las Reducciones la uniformidad en
todo en todas las Reducciones, así en la administración de los Sacramen-
tos, como en celebrar las fiestas: y para esta uniformidad, disponga el
Padre Provincial un modo uniforme en todas las Reducciones, el cual
modo procurará el P. Superior de las Reducciones se entable en ellas.
»6. En toias las Reducciones se señalen cuatro personas de espíritu,
celo y prudencia, los cuales sean Consultores del dicho P. Superior de las
Misiones: y estos mismos serán Padres espirituales de todos: á los cuales
podrán escribir cartas tocantes á su consuelo espiritual sin ser registradas,
llevando en el sobrescrito dos CC por señal. Y los dichos Padres espiri-
tuales, cuando se juntan en las fiestas de alguna Reducción, pueden acudir
personalmente al consuelo de los Padres.
»7. El Superior de todas las Reducciones no podrá mudar á ningún
Superior inmediato de los que fueren señalados por el Provincial, sin con-
sultarlo con los Consultores del distrito donde estuviere la Reducción, y
avisar primero al P. Provincial de la causa de la mudanza, esperando
la respuesta: si no fuere en caso tan urgente, que no se pueda esperar,
avisando luego dello al P. Provincial.
»8. El Superior de las Reducciones mirará por la autoridad de cada
uno de los Superiores inmediatos, para que los indios de cada Reducción
tengan al Superior inmediato della el respeto, sujeción y obediencia que
conviene. Y así, lo que el Superior de las Reducciones hubiere de hacer
ó mudar en cada Reducción, será por medio del Superior inmediato de
la misma Reducción, y de modo que entiendan los indios han de tener
recurso al Superior de todas las Reducciones.
»9. Los Superiores inmediatos de las Reducciones procuren con sua-
vidad cada uno en su Reducción entablar alguna cosa de comunidad, en la
cual los indios tengan alguna cosa propia suya, con que puedan acudir
á las necesidades comunes de su pueblo, y tengan con que comprar miel,
sal, lana, algodón, y cosas con que vestirse, y acudir á los enfermos

y pobres, y enterar sus tasas: y con que puedan comprar algunas cosas
para sus iglesias, como se usa en el Perú. Y porque no en todas las Reduc-
ciones hay una misma cosa en que se pueda entablar esta comunidad,
vean la que conviene, avisando al P. Provincial para que lo confirme
ó modere: y lo que se juntare, se ponga aparte, con cuenta y razón de
entrada y salida, para que en todo tiempo conste.
-591-
»10. El Superior de todas las Reducciones no podrá sacar lo que es
propio de una Reducción para dar á otra, ni lo que los indios compran con
cosas propias, ó ofrecen de limosna, como N. P. lo ordena en una de 30 de
Enero de 633; sino que el Superior inmediato de la Reducción lo distri-
buya con los pobres y... [ilegible] de su Reducción.
»11. Para que se eviten los inconvenientes que suelen resultar de
casarse en unas Reducciones los indios que se han reducido á otras, y se
aclaren las dudas que suele haber en materia de matrimonios y otros
Sacramentos, ningún Padre, aunque sea Superior inmediato, casará indio
ó india que haya estado en otra Reducción, aunque sea infiel, sin avisar
primero al Superior inmediato de la Reducción donde primero estaba. Y si
hubiere alguna duda, antes de casar los dichos indios, se avise al Superior
de todas las Reducciones, el cual, consultando á sus Consultores, y á otras
personas de ciencia y prudencia que juzgare, ordene lo que conviniere:
y ésto se ejecute. Y lo mismo se haga en otras dudas tocantes al buen
gobierno y administración de todos los Sacramentos.
»12. Para que se guarde lo que Nuestro Padre manda en una de 8 de
Agosto de 634 acerca de la limosna que da S. M. á los Padres Misioneros,
en la cual dice así: La administración de la limosna que da el Rey á las
Misiones, y de la hacienda que está aplicada á ellas, tenga á su cargo el
Superior de las dichas Reducciones: v él se entienda con los Procuradores
de la Provincia y otros colegios para que le remita lo necesario para sus
subditos, sin que para ello haya menester aguardar orden del Provincial,
como hace cualquier Rector en su colegio, que sin dependencia del dicho
Provincial tiene cuidado de proveer su casa de lo que necesita, y es admi-
nistrador de los bienes de su colegio: el Superior de todas las Reducciones
envíe orden y memoria á los Procuradores de lo que le han de comprar
para las Reducciones, y tome cuentas cada año de lo que se ha cobrado
y gastado: y los Procuradores se las den.
»13. Para que con tiempo se avise al Procurador que está en Buenos
Aires de lo que ha de comprar para los Padres, el Superior de las Reduc-
ciones, cuando las visitare, vea lo que los Padres han menester, ó les avise
por escrito si fuese necesario antes, le den por escrito de lo que cada Supe-
rior inmediato tiene necesidad para su Reducción: para que vistas todas
las memorias particulares, haga una memoria que envíe al Procurador:
el que no comprará cosa alguna que no fuere en la memoria del Superior
y con orden suya. Y procúrese que esta memoria se envíe con tiempo al
Procurador al Puerto, antes que entren los navios, para que no se pierda
ocasión.
»14. Y
por cuanto N. P. ordena por una de 30 de Enero de 1633, que
desta limosna que da S. M. (y lo mismo se ha de entender de otra cual-
quiera que se dé á las Reducciones, se acuda á todos los Padres, así de las
Reducciones que tienen señalada limosna por S. M., como de las que no
la tienen:y en el modo que hasta agora ha habido en la distribución della,
dando á los Padres lo que habían menester cuando ellos lo pedían sola
mente, se han experimentado muy grandes inconvenientes, y padecido ios
Padres grandes necesidades: el que se juzga ser más acertado, y la expe-
riencia lo ha enseñado, es que en llegando la limosna empleada en espe-
cies conforme las memorias, el Superior de todas las Reducciones saque
- 592 -
del montón lo que es necesario precisamente para comprar vino, sal, miel,
azúcar y algunos dulces para las Reducciones: y lo demás lo reparta entre
todas las Reducciones, así nuevas como antiguas, rata por cantidad lo que
á cada una alcanzare, entrando el Superior de todas en esta distribución
como una Reducción para los gastos comunes y en sus caminos, etc.: con
esta advertencia, que como le consta por las memorias particulares que le
han dado los Superiores inmediatos de cada Reducción lo que han menes-
ter cada una, y muchas veces unos habrán menester una cosa y otros otra,
que la cantidad que se le ha de dar á cada uno sea en aquéllo que ha
menester. Para lo cual ayudará mucho que el P. Procurador, todas las
veces que enviare ropa, y las demás cosas que ha comprado, envíe memo-
ria con los precios á que se pagó cada cosa.
»15. Con esto no se quita que si algún Superior inmediato alguna vez
pidiere, y juzgare que lo que le cabe aquel año, ó parte dello, se le libre en
plata, para comprar alguna cosa para la iglesia, y culto divino, constando
que tiene en su Reducción lo necesario para aquel año para sí y su Com-
pañero, el Superior de las Reducciones le dé libranza para el P. Procura-
dor, para que le compre lo que le juzgare convenir para su Reducción,
enviando la memoria de lo que pide, la cual vaya registrada por el Supe-
rior de todas las Reducciones y firmada de su nombre.
»16. Y porque algunos años sucede que no se cobra la limosna ente-
ramente, sino parte della, y á veces en cantidad que no se puede comprar
lo que han menester todas las reducciones, y se pide en la memoria; se
advierta al P. Procurador que no pierda ocasión de ir llenando la memo-
ria en lo que pudiere: después de llena, habiendo cobrado lo demás, se
remita todo para que se reparta entre todos conforme á la necesidad
que hay.
«Laureano Sobrino, Secretario.»

Núm. 43.

1689— Reglamento general de Doctrinas enviado por el Provincial

P. Tomás Convidas, y aprobado por el General P. Tirso

«Ordenes para todas las Reducciones, aprobados por N. P.


General.
»1. Aunque sea día de confesiones ó reconciliaciones, no se abrirá la
puerta de la iglesia hasta que con la luz del día se puedan conocer las per-
sonas. Y
las llaves de la iglesia y portería, todo el tiempo que han de estar
cerradas las puertas, han de estar en el aposento del Padre que cuida de la
Doctrina: al cual toca visitar todas las noches dichas puertas. Y dispón-
gase que desde la iglesia ó calle no se vean nuestros aposentos ni ofici-
nas, poniendo siquiera un cancel que impida la vista.
»2. La cerca de la casa y huerta ha de ser por lo menos de tres varas
en alto.
- 593 -
»3. Nunca se hable á mujer alguna sin que esté delante alguno de los
Nuestros, ó dos indios de toda satisfacción.
»4. Ninguno saldrá de noche sin linterna encendida, y acompañado de
algún enfermero, y otros dos indios de satisfacción. Y de día llevarán el
mismo acompañamiento. Y á los indios, industríeseles que estén siempre
á la vista del Padre: y si el rancho estuviere oscuro, se encenderá la can-
dela que para este efecto se llevará siempre preparada.
»5. Cada quince días, si no hubiere plática, habrá una conferencia,
ó lección de algún libro apropósito, como el P. Alonso Rodríguez, etc.
Y la semana que no hay esta plática ó conferencia, se leerá algo del Insti-
tuto, ó de los Ordenes, etc. La conferencia de casos será cada ocho días,
ó en su lugar se leerá algún libro de Moral que el Superior señalare, para
lo cual se tocará la campana á ella.
»6. No se permitan cuelgas, etc.: ni que los Padres tengan caballos,
ni sillas, ni muías, como cosa propia, ni las lleven consigo cuando se
mudan.
»7. Cuando hiciere ausencia el Cura, le dejará al Compañero la llave
de su aposento, y de las oficinas. Y si lo hiciere el Compañero, le dejará la
de su aposento. Y ninguno innove en lo que hallare entablado, así en lo
espiritual como en lo temporal, de la Doctrina, especialmente en materia
de estancia, chácara ó huerta; ni introducirá usos nuevos, ni hará obra
alguna sin licencia del Superior, fuera de los reparos necesarios, como
retejar, etc.
»8. Los Padres que cuidan de la Doctrina tienen facultad para contra-
tos que no excedan el valor de 20 arrobas de yerba, y para dar á otras Doc-
trinas lo que no excediere del valor de seis pesos. Lo cual no ha de ser ni
tantas veces, ni de los géneros que se siga daño considerable á la Doc-
trina, ni dé qué notar á los indios.
»9. El P. Superior tendrá cuatro Consultores en el Paraná: y otros
cuatro el P. Vicesuperior en el Uruguay: y asimismo un Admonitor cada
uno de los Superiores. Y cuando como á tales se les escribiere alguna cosa
tocante á su oficio, se pondrá al pie del sobrescrito de la carta ó billete
una A mayúscula: y el Superior ó Vicesuperior no las podrán leer.
»10. Para los casos urgentes de guerra habrá cuatro Superintenden-
tes señalados por el P. Provincial: uno en el Uruguay hacia arriba: otro
en el mismo río hacia abajo: otro de la otra banda del Uruguay: y otro por
el Paraná arriba. Y cada uno de ellos tendrá dos Consultores para las
cosas de guerra.
»11. No se despache balsa ni canoa alguna sin licencia del Superior:
y los Padres que cuidan de las Doctrinas de Itapúa y Yapeyú visitarán
todas las balsas y canoas: y si hallaren cartas encubiertas que no estén
selladas con el sello del P. Superior, las embargarán y remitirán al Supe-
rior. Y las cartas que á dichos Padres se remitieren abiertas, las registra-
rán, y no hallando inconveniente, las cerrarán y dejarán pasar.
»12. Así el Cura como el Compañero tienen licencia de ir de una Doc-
trina á otra, y podrán dormir una noche en ella. Mas nunca se ha de dejar
la Doctrina sin Padre que pueda satisfacer á los ministerios.
»13. No se convide Padre de otra Doctrina antes de tener para ello
licencia del Superior.

38 — Organización social de las Doctrinas Guaraníes.


— 594 -
»I4. En el celebrar las fiestas, las Doctrinas de Loreto, Corpus, y San
Ignacio se corresponderán entre sí y no con otras. Las de Santa Ana, Can-
delaria é Itapúa se corresponderán entre sí y no con otras. Las de San
Javier, los Mártires y Santa María se comunicarán entre sí y no con otras.
Los Apóstoles se corresponderá con la Concepción y no con otras. San
Nicolás, San Luis y San Miguel se corresponderán entre sí y no con otras.
Asimismo Santo Tomé y San Borja se corresponderán entre sí y no con
otras: y lo mismo La Cruz y Yapeyú.
»15. No
se conviden para las fiestas los acólitos ni los músicos de otras
Doctrinas, sino solas dos ó tres voces buenas, si la Doctrina en que se cele-
bra la fiesta carece de ellas. Los Corregidores y gente principal de las
Doctrinas que se corresponden se podrán convidar; pero no se permita que
alguno de ellos se asiente en el presbiterio, ni en silla, y menos que se le
dé la paz. Ni al Alférez: al cual se le podrá dar silla fuera del presbiterio.
Ni se permitan entremeses ni comedias en especial de noche, fuera de casa,
donde concurran indias. Tampoco se permitirá que de cada Doctrina lleve
el Padre más que tres indios de razón que le acompañen. Y ni en estas
ocasiones ni entre año, duerman los indios grandes con los muchachos, ni
estén despacio en nuestros aposentos; en que se excusarán hurtillos, etc.
Nuestra comida, en esta y otras semejantes fiestas, no excederá á lo que
se suele dar en los días de Pascua en nuestros refectorios.
»16, En la administración de los Sacramentos, se observará el Ritual
romano, como lo manda la 9.''^ Congregación general, decreto 19, canon 22.
»17. Ninguno case á persona de otra Doctrina sin tener testimonio in
scriptis del Cura de ella.
»18. Los bautizados por algún indio ó india, se han de rebautizar sub
conditione. Y haya siempre en cada pueblo dos ó tres viejos señalados para
que ellos solos sean padrinos en los Bautismos.
»19. En las Cuaresmas, se trocarán los Padres de las Doctrinas, por-
que sus feligreses se puedan confesar con más libertad.
»20. Los casamientos de los indios, comúnmente hablando, no se harán
hasta que los varones tengan diez y siete años y las hembras quince, si no
hubiere cosa que obligue á anticipar el casamiento á juicio del Superior.
»21. Haya aparte cementerio cercado y cerrado, para que se conserve
la iglesia con la debida decencia.
»22. Los cantores en ninguna Doctrina pasarán de cuarenta; y procú-
rese minorar este número, especialmente en los pueblos pequeños. Los
monaguillos no pasarán de seis, de diez á quince años; y sean virtuosos. Y
para las fiestas, etiam mayores, bastan estos seis, y no más.
»23. También serán seis y no más los muchachos que sirvan en casa.
Los cuales tendrán aparte su dormitorio; y fuera de él no dormirá alguno
dellos. Tendrá también cada uno su hamaca de por sí. Y tendrán todas las
noches vela encendida que pueda durar hasta la mañana. Y visíteseles
algunas veces después de acostados, sin tener día ni hora fija, porque no
se aseguren. Y procúrese que siempre tengan que hacer, como también los
oficiales de casa; y no se tenga en ella indio que no sea de buenas costum-
bres.
»24. Los que están en las estancias y chácaras, aunque estén lejos,
acudirán á oir Misa á su Doctrina ó á la más cercana de la estancia; repar-
- 595 -
tiéndese de manera, que acudan unos días los unos, y otros días los otros.
»25. No se obligue á trabajar á los indios, aunque sean de poca edad,
en los días que son de fiesta para los españoles.
»26. Las danzas en ninguna fiesta pasarán de cuatro; y no entrarán en
ellas mujeres, ni muchachas, ni varones en traje de mujeres.
»27. Los enfermos que hubiere de peligro se han de visitar todos los
días por alguno de los Padres. Y
en casa todos los días se hará una buena
olla para repartir á los enfermos con un buen pedazo de pan.
»28. No se hagan presentes á personas de fuera, como parientes, ami-
gos, etc., de los géneros que adquieren ó hacen los indios para sí ó para el
común de sus pueblos. Y
ni el Superior ni el Provincial permitirán seme-
jantes dádivas, que pueden ocasionar murmuración ó descrédito de nuestras
Doctrinas.
»29. Los entierros de los indios se hagan con solemnidad, yendo por el
difunto á su casa, ó á algún sitio de la plaza aparejado para ello, poniendo
cuatro velas encendidas alrededor del féretro; y de ninguna manera se
traigan á la puerta de la iglesia, sino en caso de necesidad, etc.
»30. A
los caciques principales no se castigue en público, y precedan
algunas amonestaciones: á los cuales se procure mostrar estimación, hon-
rándolos con oficios, y en el vestido con alguna singularidad más qae sus
vasallos. Yá los Corregidores y Alcaldes, no se podrá castigar sin licen-
cia del Superior. A los cuales sin su orden no se ha de despojar de sus ofi-
cios; praecipue cuando están confirmados por los Gobernadores.
»31. Tenga cada Reducción un libro donde se escriban los Ordenes
generales y particulares; y otro donde se escriban las alhajas de las sacris-
tía y casa; y otro en la iglesia donde se asienten con distinción los Bautis-
mos, casamientos y catálogo de los difuntos.
el
»32. La Visita de los Obispos y Visitadores en lo tocante á Sacramen-
tos, pila, cofradías y cosas tocantes al oficio de Curas, nadie se las puede
quitar, por ser de derecho. Pero si quisieren visitarnos de vita et moribus, no
se ha de permitir, sino estorbarlo con todos los requirimientos posibles en
virtud de nuestros privilegios y Cédula de S. M. Pero si persistiesen en
publicar el auto con dichas circunstancias, de inoribus et vita, se aconsejará
á nuestros indios que de ninguna manera les den avío ninguno para pasar
adelante en la V^isita de nuestras Doctrinas.
»33. Acerca de la paga de los indios, se observe lo siguiente: Por la
iglesia, por sumptuosa que sea, no se debe pagar, porque se debe hacer á
costa suya, y no del Cura. Tampoco se debe de la casa del sacerdote; por
general costumbre de las Indias por ordenación Real; y así no se pagará.
Como ni tampoco de los viajes que hacen los indios en pro de la Reducción,
porque todo lo manda el Padre haciendo las veces del Corregidor y Justi-
cia, que había de mandar aquello para el bien común. Aunque para mayor
edificación es justoque en las tales obras se les dé algo con que tenerlos
contentos; procuren los Padres no acostumbrarlos á pagar de antemano,
3"

ni hacerlos tan interesados que no se meneen sin paga; porque es bien criar-
los más políticamente; pues todo lo que tenemos y trabajamos es para ellos.
»34. Cada sacerdote dirá una Misa cada mes por el Rey nuestro Señor,
como tan gran benefactor de nuestras Reducciones.
»35. No se pida limosna á los indios, cuando van por yerba, para obra
-596-
pública, aunque sea para iglesia, sin licencia del Superior, con quien comu-
nicará... el Cura lo que ha de hacer. Ni tampoco se pedirá cosa á persona
de fuera, ni á los Procuradores y Rectores de los colegios; ni se insinúe
que hay necesidad, sin expresa licencia del Superior y con su firma.
»36. Los ejercicios espirituales tengan el primer lugar, y se antepon-
gan á cualquiera otra ocupación temporal. Y para que la lección espiritual
y Rosario tengan su lugar, no se abra la puerta después de mediodía
el
hasta las dos. Y para que haya concierto en la distribución, el que cuida
de la Doctrina tocará á levantar y acostar, y el Compañero á entrar y salir
de oración, vel e contra. Y los Ejercicios anuales se tengan de Resurrec-
ción á Setiembre; por parecer este tiempo más acomodado. Los cuales Ejer-
cicios se tendrán en la propia Doctrina, ó con licencia del Superior donde
mejor pareciere.
»37. Cúidese mucho de la clausura en nuestras casas, de suerte que se
eche de ver que lo son de la Compañía; y no entre mujer ninguna de la
puerta adentro; ni se les dé á besar la mano; ni nadie castigue por su pro-
pia mano, ni asista ocularmente á castigo de mujer, ni en el lugar donde
se hace el castigo, por la indecencia; dándose á venerar y respetar como
dice su regla: Omnis se integritatis et gravitatis exemplum praebeat.
»38: Haya especial vigilancia en que los Congregantes de Nuestra
Señora y Cantores, que más inmediatamente sirven al altar, vivan vir-
tuosa y honestamente. Y si dieren escándalo, y castigados y corregidos
algunas veces no se enmendaren, los echarán de la Congregación ó Música;
sin que vuelvan á ella sin orden del Superior, que con notable enmienda,
la podrá dar; y si aconteciere que algún indio Maestro vaya á alguna
Reducción nueva, sea de conocida virtud, á elección del mismo Superior;
y si diere mal ejemplo, lo volverá á su pueblo (sin aguardar más) el Padre
que cuida de la Reducción.
»39. Si algún indio diere escándalo notable en otra Reducción, el que
la tiene á su cargo, con parecer de su compañero, le puede castigar con-
forme al delito, para quitar el escándalo. Pero no haga castigo grave, sin
convenir en él ambos compañeros; _v no conviniendo, se recurrirá al Supe-
rior.
»40. No haya más varas de Justicia que las que tienen los Cabildos
españoles; y no sean muchachos los que se eligen; y mucho menos los fis-
cales de las mujeres.
»41. A los niños de la Doctrina se les dé con facilidad licencia para ir
con sus padres á las chácaras, en tiempo de carpición y de la cosecha de
maíz. Y cuando llegaren á edad de diez y seis años, y saben la Doctrina,
no se les obligará á que entren á ella más que sábado y domingo. Pero si
no la saben, se les obligará á que entren todos los días.
»4'2. Podrá haber cuatro asuetos en el año, de tres á tres meses; en el
cual pueden los Padres de las Doctrinas más inmediatas señalar puesto en
el camino, ó juntarse en alguna de las cercanas; previniendo siempre
cualquier peligro que pueda haber.
»43. Alguna diferencia suele haber entre los Padres por causa de los
indios que habitan en otra Reducción, dejando la suya. Y así, para que
haya toda conformidad, se observe lo siguiente: Si el marido vive en una
parte y la mujer en otra (porque suelen dividirse), la mujer debe ir donde
— 597 —
el marido tiene su propia habitación, y los hijos que todavía están debajo
de la tutela de sus padres, han de ir con ellos; y así aquel lugar es su domi-
cilio. Mas á los gentiles, se les ha de dejar ir á la Reducción que gustaren,
aunque los traigan los Padres. Pero á los indios asentados ya en una parte,
habiendo tenido un año de habitación en ella, se procuren conservar allí. Y
cuando se van á otras Reducciones ó pueblos, cooperarán los Padres á que
vuelvan.
»44. Si á nuestras Reducciones vinieren indios ó indias de otras ó de
los pueblos de los españoles, se les persuada que se vuelvan á sus tierras.
Y en caso que se quede alguno ó alguna, muestren los Padres gusto que
los lleven sus Doctrineros ó encomenderos.
»45. Ninguno escriba al Rey ó Consejos contra Obispos ó Gobernado-
res, ni contra alguna otra persona, sin enviar las cartas al Provincial.
»46. En las Reducciones nuevas donde no hay cristianos, ó donde ha}'
pocos, no haya castigo de ningún género; y disimulen con paciencia, por
no hacer odiosa la fe á estos infieles. Y
en las Reducciones antiguas, si
están en provincia de infieles, donde se espera su conversión, no haya cas-
tigos sin dirección del Superior de las Reducciones. Y
procuren los Nues-
tros cuando los ha3'a, ganar nombre de padres amorosos, templando la jus-
ticia con la misericordia en los castigos ordinarios.
»47. Los Padres Compañeros están y deben estar á la obediencia de
los que cuidan por Curas de las Doctrinas, y tienen obligación de obede-
cerles, sin haber en esto igualdad, pero no mandarán cosa con precepto.
Mas si el Compañero dijere al Cura la palabra no quiero, está declarado
por caso reservado: porque N. P. General les da á los Curas lo mismo que
tienen los Ministros en este particular.
»48. El beneficio de la yerba se acabará por todo el mes de Abril, por
los daños que ocasionan los fríos á los indios.
»49. Guárdese el Catecismo Limense aprobado por el Sínodo del Para-
guay.
»50. No vayan los indios á hacer contratos con los infieles sin expresa
licencia del P. Superior.
»51. El precio de los caballos que se compran á los infieles será á
peso por cabeza, después de invernados.
»52. El precio de legumbres sea: Maíz, tres pesos fanega: y todo
género de Cumandás, á cuatro pesos. De trigo, se podrán socorrer ad invi-
cem dando veinte hanegas de limosna. Y si pasare de ahí la necesidad, se
concertarán en la paga, á juicio del Superior.
»53. Los castigos de los indios se asignen del modo siguiente. Por el
nefando y bestialidad, siendo bien probado el delito, tres meses de ence-
rramiento, sin salir más que á Misa; y en dichos tres meses se les den
cuatro vueltas de azotes de á veinte y cinco por cada vez: y estará todo
este tiempo con grillos. El que diere yerbas venenosas v polvos, si al
paciente se le siguiese la muerte, será puesto en cárcel perpetua como el
que cometió homicidio. Pero si no se le siguiere la muerte, llevará la pena
arriba dicha. En los demás delitos de incestos, así de consanguinidad, y de
entenados con madrastras y suegras, etc., y aborto procurado, se les ence-
rrará por tiempo de dos meses, en grillos, y en este tiempo se les darán
tres vueltas de azotes. Y nunca se pasará de este número. Y á los que
-598-
incurrieren en esto, se les privará totalmente de oficios. Y á las mujeres
se les dará el castigo proporcionado á su sexo, exceptuando á las preñadas,
que por ningún caso se las castigará mientras lo están. Y nunca se les
cortará el cabello, sin que primero haya licencia del P. Superior.
»54. A los tejedores se les pague por su trabajo, por cada pieza que
llegare ó pasare de 150 varas, cuatro varas de lienzo.
»55. A los indios que trabajan en otros pueblos, ó van á hacer reta-
blos ó otra cosa semejante; sólo sea obligado el pueblo que pidió el tal
oficial, á pagarle su trabajo á él y á su familia, que debe tener consigo.
Pero si el dicho oficial hiciere tanta falta en su pueblo, que por su ausen-
podrá el P. Superior señalar alguna
cia pierde el pueblo notables intereses,
recompensa que pague el pueblo en cuya obra se ocupa á aquél de donde
vino, según mayor ó menor fuere el interés que pierde su pueblo por su
ausencia.
»56. Todos los sábados por la mañana habrá Doctrina cuando en el
siguiente domingo ha de haber sermón, para que por lo menos una vez la
haya cada ocho días á todo el pueblo.
»57. No se permita que nuestros indios tengan en su casa armas de
fuego, ni usen de ellas como suyas, y si alguno tuviere alguna, recójase
y póngase en la armería común. Y cuando van á algún viaje, no las lleva-
rán sin licencia del Padre que cuida de la Doctrina ó del Superior.
»5S. La renovación del Señor se hará en tiempo de invierno cada
quince días; y en verano, cada ocho días. Y á los enfermos se llevará en
público dos veces al mes, si hubiere ocasión para ello.»

Núm. 44.

1732— Instrucción sobre pleitos

«Por todos los medios se debe solicitar entre los pueblos la unión, paz,
y cristiana caridad, y quitar de raíz los pleitos entre ellos; pues regu-
larmente son el origen de las discordias, con otras no pequeñas faltas;
y queriendo yo en cumplimiento de mi oficio concurrir en cuanto pueda
á este fin, conformándome con lo dispuesto por mi antecesor de b. m. el
Reverendo P. Tirso González en sus despachos de 21 de Octubre de
1691 de 12 de Abril de 1699, y 4 de Marzo de 1702, y añadiendo una,
,

ú otra cosa, que me ha parecido necesaria; para que los pleitos de pre-
sente pendientes entre algunos de los pueblos, y los que en adelante se
suscitaren ó en ellos, ó entre otros cualesquiera que sean, en puntos de
términos, tierras, ó hacienda, cuanto antes se terminen, y no se hagan
eternos, ordeno las cosas siguientes, y que á la letra se observen»:
«1.*^ Cada Provincial con su Consulta, al principio de su oficio, nombre
tres sujetos de los más antiguos, y inteligentes en las Doctrinas del
Paraná, y otros tres en las del Uruguay, para que conozcan estos pleitos,
y sean jueces en ellos. 2." Los jueces señalados en el Paraná conozcan,
»

- 599 -
y juzguen todos, y solos los pleitos de la especie ya referida, que hubiere
ó de presente, ó en lo venidero en las Doctrinas del Uruguay; y al
contrario, los jueces señalados en las Doctrinas del Uruguay, en la misma
forma conozcan y juzguen todos y solos los pleitos que hubiere en las del
Paraná. Y si sucediere haber algún pleito entre dos pueblos, uno de las
Doctrinas del Paraná, y otro de las del Uruguay: entonces sean los jueces
uno de aquellas Doctrinas, otro de éstas, y el tercero el P. Superior, que
como P. de las unas y las otras, á todas las mirará, como supongo, con
igual paternal amor: y si por algún justo motivo se juzgare conveniente
que su R. no lo sea, séalo el que por mayor número de votos del Provin-
cial y sus ce. se juzgare más indiferente, y apropósito.»
«3." La sentencia dada por los jueces, inmediatamente se notificará
á las partes, á las cuales se les concede dos meses de término peren-
torio, y que en manera alguna da lugar á otro término mayor, contados
desde el día de la notificación, para que si tuvieren, en prueba de su dere-
cho, otros nuevos fundamentos ó documentos que presentar, todo en
escrito lo entreguen al P. Superior, para el fin que inmediatamente se
explicará. 4." El P. Superior, pasado que sea aquel término, con per-
sona segura, original, cerrado, y sellado, remita al P. Provincial (y si no
está su R. en Córdoba, á quien ha señalado en su lugar), la sentencia
que los jueces dieron; los fundamentos, instrumentos, y pruebas que las
partes alegaron, y los que en el término concedido hubieren nuevamente
alegado. 5.° El P. Provincial, ó si no está en Córdoba, quien allí está en

su lugar, con los PP. CC. de Provincia ordinarios, y ad graviora, todos
con voto decisivo en este punto, vean, y juzguen segunda vez esta causa;
y la sentencia, que diere el mayor número devotos, esa sea definitiva,
y irrevocable; ni se pueda por los PP. Provinciales ni por los Visitadores,
ni por algún otro, revocar, mudar, ni alterar, e//aw per iñam concordiae:
exceptuando solamente el caso de que ciertamente conste que es injusta:
y ésto, avisándome primero las razones y fundamentos, que hacen cierto
el agravio de la parte contra quien se dio sentencia, y esperando mi
respuesta.»
«Fíe dicho ciertamente para excluir probabilidades, aunque sean muy
,

fundadas, á las cuales si se da lugar, serán los pleitos interminables.


Añado, que cuando no estén en Córdoba todos los Consultores señalados,
ó cuando, por legítimo impedimento, no pudiere alguno ver y juzgar la
causa, quiero que entonces entren con voto decisivo hasta llenar el
número de los siete, PP. Procuradores de Provincia, y Maestros de
Teología del Colegio máximo.
»6." Dada la sentencia, original, cerrada y sellada la remitirá el
Padre Provincial ó quien está en su lugar con la primera sentencia de
los tres jueces, y demás papeles, que se le imbiaron, á el P. Superior de
las Doctrinas, y éste al P. Cura del pueblo en cuyo favor definitivamente
se ha juzgado; y todo se conservará en su Archivo, para que siempre
conste, y no vuelva más semejante pleito á suscitarse. V. R. avisará de
mi determinación á todos los PP. Curas, y que la noten entre los demás
Órdenes de los PP. Generales, para que siempre tenga el cumplimiento
que con intensión deseo: ni dejará á los transgresores sin las penas
correspondientes.
-600

Núm. 45.

1830. 1737— Precios de varios géneros en Doctrinas

«1, Para que en adelante no haya diferencia en las conducciones


compran y venden, se observará lo
y precios de los géneros y cosas que se
siguiente:
«Primeramente, por el flete de los géneros que se traen del Paraguay
para los pueblos de abajo, dos reales por cada arroba, y lo mismo por con-
ducirlos desde dichos pueblos á la ciudad.
»2. La yerba de palos, puesta en la Candelaria ó en Itapúa, se pagará
á doce reales la arroba neta.
»3. Las burras y burros ordinarios se pagarán á cuatro pesos; y los
burros hechores, á ocho pesos.
»4. Las ovejas y carneros se venderán á cuatro reales.
»5. El P. Superior pagará ocho reales por la conducción de cada botija
de vino desde Buenos Aires hasta Santa Fe á estas Doctrinas: y por otros
géneros que vinieren, pagará dos reales por arroba, }" por la conducción
de cada botija de vino desde Santo Tomé á la Candelaria, pagará un peso.
»6. Los montes del Corpus arriba desde el Pirapó exclusive, serán
comunes á todos para cortar madera.
»7. El paso de la Candelaria será común, como lo ha sido siempre,
á todos los que necesitaren pasar sus vacas por si mismos; y caso que los
de la Candelaria las pasen, no se les darán veinticinco cabezas por asegu-
rar setenta y cinco en la otra banda.
»8. Los cuatro pueblos de abajo, á más del tributo, pagarán 150 pesos
más á la comunidad en yerba, ó azúcar, ú otros géneros que no sea lienzo,
que esto sólo deben darlo por el tributo á ocho reales vara.
»9. El lienzo de cordoncillo se pagará á ocho reales vara, como está
determinado, pero si fuere teñido de negro, se añadirá medio real más por
razón de la tintura.
»10. Por el flete y conducción de los géneros de las Doctrinas á San-
ta Fe, sólo se pagarán cuatro reales por arroba; y cinco por su conducción
á Buenos Aires, sin añadir el real que por algún tiempo se ha pagado por
la escota que no ha habido.
»11. Atendiendo al bien común de estas Misiones, y á evitar los gas-
tos que hasta ahora han hecho algunos pueblos, siendo casi los únicos en
llevar y traer á los Padres Provinciales, Obispo, 3^ en otilas ocasiones
semejantes (por excusarse algunos pueblos de este gasto y trabajo que
debe ser común), ordeno con el parecer de los Padres que asistieron á algu-
nas juntas, que si los Padres señalados por el P. Superior se excusaren
con pretexto de no tener canoas, ó por otro motivo semejante, pague dicho
pueblo 250 pesos en Buenos Aires al pueblo que en su defecto diere la
balsa para el efecto dicho.
-601 -
»V2. Los tributos se pagarán en Santa Fe ó Buenos Aires, como
mejor estuviere á los pueblos.
»13. Los Padres Curas visitarán dos veces al año las estancias por sí
ó por medio de su Compañero: y si ni de la una manera ó de la otra pudie-
ren, darán parte al P. Superior para que dé la providencia conveniente.
(Madrid: Bibl. Nac. MSS, núm. 6976, pág. 254: «Ordenes del P. Jeró-
nimo Herrán para estas Doctrinas en la Visita de 22 de Mayo de 1730.)

»6. Aunque se ha tratado en las juntas sobre los precios de varias


cosas, sólo ha parecido determinar lo siguiente:
»1. Que los novillos no domados tengan el mismo precio que los toros
y las vacas: y éstas tengan el precio en que las puso el P. Visitador Anto-
nio Garriga, en que revocó mi disposición en Visita antecedente á favor
del Yapeyú y la Cruz.
»2. La arroba de sebo en pan tendrá el precio de cuatro reales en sí
mismo.
»3. La vara de tabla de cedro de media vara de ancho y cuatro dedos
de grueso, tendrá el precio de tres reales: y á esta proporción las demás.
»4. El metal fundido en campanas y otras cosas, no pasará de doce
reales libra: cinco por la materia, y siete por la forma.
»5, La obra de plata que no fuere de filigrana, nunca pasará su
hechura de diez pesos por cada marco.

»9. Todo el lienzo de algodón que se vende arrollado, ó en piezas,


padece grandes fallas, al medirlo, por lo que es la costumbre de destararlo,
esto es, dar ciento y tres varas en rollo para que se paguen ciento. Así se
hará en adelante.
»10. Los fletes por el Uruguay á Buenos Aires, y de allá para acá, se
regularán como de la Candelaria á Santa Fe y de Santa Fe á la Cande-
laria».
(Madrid: ibid. pág. 261. «Memorial del P. Provincial Jaime de Agui-
lar para el P. Superior en segunda Visita de 1737.)
ÍNDICE DEL TOMO I

pAgs.

Razón de obra y de sus fuentes


la v
Abreviaturas usadas al citar los Archivos y algunos manuscritos
especiales x
Títulos completos de las obras utilizadas en este trabajo. . . . xi

Introducción.— Bosquejo histórico de las doctrinas

1. I. La provincia del Paragua}^ 3


2. II. Principios de las Misiones 5
,3. III. Fundaciones en el Paraná y Uruguay 8
4. IV. Fundaciones en el Guaira 9
5. V. Fundaciones en el ttatín 12
6. VI. Fundaciones en el Tape 13
7. VIL Situación definitiva de las Doctrinas 16
8. VIII. Enemigos descubiertos 20
9. IX. Disturbios del limo. Sr. Cárdenas 22
10. X. Persecución de los encomenderos 24
11. XI. Disturbios de Antequera 26
12. XII. El tratado de límites de 1750 28
13. XIII. Expulsión de los Jesuítas 32

LIBRO PRIMERO
La obra de los Jesuítas

Capítulo I. —Concepto del indio

14. I. Error primero: duda de si los indios pertenecían á la


especie humana -^
15. II. Segundo y tercer error, y origen de los errores por
"^^
defecto
16. III. Error por exceso: el indio capaz de equipararse en
breve con el europeo 49
17. IV. Las leves de Indias: condición legal del indio ... 52
18. V. La Iglesia 58
19. VI. Dotes del cuerpo y del ánimo en los Guaraníes. . .
63
20. VII. Antropofagia de los Guaraníes 70
21. VIII. Borracheras y otros vicios 73
22. IX. Una teoría sobre la condición moral de los Guaraníes. . 76
.

604

PAGS.

23. X. Religión de los Guaraníes 79


24. XI. Resumen y conclusión 82

Capítulo II.— La familia

25. I. La familia guaraní en el gentilismo 84


26. II. La familia guaraní de las Doctrinas 87
27. III. Los hijos 90
28. IV. Celebración del matrimonio 97
29. V. El traje 98
30. VI. Habitaciones 100

Capítulo III.— El Municipio: C.'\bildo

31. I. Traza del pueblo de Misiones 105


32. II. Composición del Cabildo 107
33. III. Las elecciones 108
34. IV. Atribuciones del Cabildo 110
35. V. Los Caciques 112
36. VI. Policía 115
37. VIL (Corregidores españoles 117
38. VIII. Los pleitos 120
39. IX. Los castigos 122
40. X. Puntos de derecho 125

Capítulo R"". —Subordinación al gobernador

41 I. Jurisdicción gubernativa á que pertenecía cada Doctrina 130


42. II. Subordinación en tiempo de paz 132
43. III. Obediencia en tiempo de guerra 135
44. I\''. Las Visitas. Recepción del Gobernador 137

Capítulo V.— Vasallaje al Rey: el tributo

45. I. Circunstancias del tributo: Cantidad: Personas: Materia. 143


46. II. En qué tiempo habían de empezar á tributar las Doc-
trinas 147
47. III. Impónese el tributo á las Doctrinas 150
48. IV. Trámites para ejecutar el decreto de 1649 .... 153
49. V. La forma de recaudar el tributo 158
50. VI. Efectos de la resolución de Valverde 161

Capítulo VI. — Vasallaje al Rey: la milicia

51. I. Si los Guaraníes tenían dotes militares 167


52. II. Las armas 170
53. III. Las armas de fuego 171
54. IV. Razones que hicieron necesarias las armas de fuego . 178
55. V. Los ejercicios militares 183
56. VI. Oficiales de milicia 189
— 60o —

PÁGS.

Capítulo MI. — Régimen económico: la agricultura


1^-^
57. I. Plantas cultivadas
Orden del cultivo 196
58. II.
La yerba 1^^
59. III.
60. IV. Modo como se beneficiaba la yerba 200
61. V. Ganadería 203
62. VI. El Abambaé 207
VIL El Tupambaé 209
63.
La propiedad en las Doctrinas 211
64. VIII. .

65. IX. Una dificultad, y la resolución del P. Muriel ... 216

Capítulo VIII. -Régimen económico: la industria



^^^o
66. I. Artes mecánicas
67. II. La imprenta ^^
Las minas 226
68. III.
Hallazgo de hierro en las Doctrinas 232
69. IV.
Industria de tejidos -^^
70. V.

Capítulo IX.— Régimen económico: el comercio

71. I. Comercio interior -^


Comercio con las ciudades 239
72. H.
243
73. III. Los pueblos de abajo
Incomunicación de los pueblos de indios según las leyes. 244
74. IV.
251
75. V. Incomunicación de las Doctrinas de la Compañía . .

-^•*
76. VI. El idioma guaraní •

77. VIL Fundamento de las leyes que prescribieron el idioma


castellano -f^^
261
78. VIH. Si los Misioneros ejercían comercio
Informes del Gobernador Robles 268
IX.
79.
80. X. Informes del Gobernador Rege Gorbalán .... 272
274
81. XI. Si eran ó no ricas las Doctrinas .

Capítulo X.- Gobierno religioso


280
82. I. La Reducción
284
83. II. Las Doctrinas
-^^
84. III. La iglesia
•291
85. IV. Artes nobles
301
86. V. La música
303
87. VI. Danzas
305
88. VIL Ministros de la iglesia
89. VIII. El domingo .307
90. IX. Congregaciones ^^
^^^
91. X. Semana Santa
92. XI. Corpus ^^^
31/
93. XII. Fiesta del Santo
-606-
PÁGS.

94. XIII. Establecimientos de caridad 320


95. XIV. El Cura y el Compañero 322
96. XV. Calidad canónica de las Reducciones hasta 1655. . . 32-1

97. XVI. Calidad canónica de las Doctrinas desde 1655 en ade-


lante 327
98. XVII. Cómo los Jesuítas estuvieron á punto de abandonarlas
Doctrinas 329
99. XVIII. Si las Doctrinas pueden llamarse Reducciones y Misio-
nes 333
100. XIX. La Visita del Obispo 335
101. XX. Diezmos de los Guaraníes 340

Capítulo XI.— Personal de los Jesuítas en las Doctrinas

102. I. El Misionero individualmente 343


103. II. Elección de las personas . . 346
104. III. Vida de los Misioneros 349
105. IV. Mártires 351
106. V. Hermanos coadjutores 354
107. VI. El Superior 361
108. VIL Misioneros sobre sus feligreses.
Influjo de los . . . 364
109. VIII. Causas del influjo 367
110. IX. El Procurador á Europa 372
111. X. La expedición 375

Capítulo XII.— Proceder seguido en las conversiones

112. I. Beneplácito de las autoridades religiosa y civil . . . 380


113. II. Modo más ordinario como se entablaba una Reduc-
ción 383
114. III. Otras Reducciones 391
115. JV. Varios otros modos como se reducían los infieles en el
Paragua}' 395
116. V. Qué influjo haya tenido el temor en la fundación y con-
servación de las Reducciones. 398
117. VI. Reducción por las armas y reducción por el Evan-
gelio 401

Capítulo XIII.— Orígenes del régimen de las Doctrinas

118. I. Las primeras Reducciones 406


119. II. Constituciones de la Compañía 413
120. III. Las leyes de Indias en cuanto á conversión .... 419
121. IV. Las leyes de Indias y el Gobierno del pueblo reducido. 423
122. V. El P. Claudio Aquaviva 427
123. VI. Las Instrucciones del P. Torres 429
124. VIL La Doctrina de Juli 432
125. VIII. El Reglamento general de Doctrinas 437
126. IX. Falsos y verdaderos orígenes 440
— 607
PÁGS.
Capítulo XIV.— La cédula grande de 1743

127. I. 1733.Memorial del P. Rodero 446


128. II.
129. III.
1743.Texto de la Cédula Real
Primera Cédula al Provincial, elogiando
....... el buen gobier-
466

no espiritual y temporal de las Doctrinas . . . 4%


130. IV. Segunda Cédula al Provincial, agradeciendo el esplen-
dor del culto divino 496
131 . V. Cláusulas de la Cédula de 1716 en favor de los Guaraníes 497
132. VI. Certificación de D. Bruno de Zavala en favor de los
Guaraníes 499
133. VIL Informe del Illmo. Peralta 501

APÉNDICE
Documentos y aclaraciones
Núm. 1. — 1607. — Los indios convertidos sin armas no tributen en
diez años 511
Núm. 2.— 1636. — Auto del Presidente de la Audiencia para nombrar
Protector de indios al Provincial del Paraguay. 511
Núm. 3.— 1643. — C. R. Indios convertidos del Paraguay, no tribu-
ten en veinte años . 513
Núm. 4. —
1647. —C R. Sean aliviadas de tributos las Reducciones
por sus servicios militares 514
Núm. 5. — —
1649.— Tributo de un peso en plata. Decláranse los Gua-
raníes guarnición de frontera 515
Núm. 6. —
1661.— C. R. Pónganse en la Corona Real todos los indios
de Reducciones.— Paguen tributo de un peso
los de catorce á cincuenta años 516
Núm. 7.— 1679. -C. R. definitiva sobre tributo 519
Núm. 8.— Armas de fuego.— 1640.— C. R. Resuelva el Virrey. . 524
Núm. 9.— 1642. -C. R. Resuelva el Virrey 525
Núm. 10. —1644.— Memorial del P. Montoya 526
Núm. 11.— 1644.— Informe del Gobernador Lugo 528
Núm. 12. — 1644 y 1645.— Provisión del Virrey y Acuerdos de Justi-
cia y Hacienda sobre dar armas á los indios . 529
Núm. 13.— 1646.— Memorial del P. Montoya 531
Núm. 14. — 1646. — Provisión final del Virrey. Dense las armas para
los indios 532
Núm. 15. — 1661. — C. R. Quítense las armas á los indios .... 533
Núm. 16.— 1668.— No se ejecute la C. R. de 1661 535
Núm. 17. — 1669. — Desaprueba la Audiencia de Buenos Aires la en-
trega de armas á los indios 537
Núm. 18.-1672.— C. R. Ejecútese la Cédula de 1661 53Q
Núm. 19.— 1679.— C. R. Aprueba definitivamente las armas de fuego. 540
Núm. 20.— 1769.— Ganado que dejaron los Jesuítas en Doctrinas . 544
Núm. 21.— Memoria para las generaciones venideras, de los indios
misioneros del pueblo de Yapeyú .... 546
— 008

Núm. 22.— 1785.— Minas en Misiones 549


Núm. 23. — 1596. — Real Cédula sobre la lengua castellana y el idioma
de los indios 553
Núm. 24.— 1683. — Carta Gobernador Herrera sobre la sindica-
del
ción de comerciar hecha contra los Misioneros
del Paraguay 554
Núm, 25. — 1689. — Capítulos de una carta del Gobernador del Para-
gua}^ sobre la yerba 555
Núm. 26. — 1567.— Breve de San Pío V. En Indias son párrocos los
Regulares sin colación ni licencias del Obispo,
por sola la disposición del Superior religioso . 557
Núm. 27. — 1567.— C. R. Guárdese el privilegio de San Pío V . . 559
Núm. 28.— 1633.— Charcas, Provisión: No sean removidos los Je-
suítas de los pueblos donde están por el Breve
de San Pío V 560
Núm. 29. — 1636. — Dictamen sobre Patronazgo en Doctrinas
fiscal . 561
Núm. 30. — 1636. — Memorial del P. Taño y Prov. R. acerca de los
Itatines 563
Núm. 31. — 1654.— C.R. Patronazgo Real aplicado á las Doctrinas
de los Jesuítas del Paraguay 564
Núm. .32.-1654. —
Disyuntiva quesepuso en la Instrucción de Val-
verde 566
Núm. 33. —
1658 y 1659. — C. R. Cumplen los Jesuítas del Paraguay
el Patronato. Son examinados, aprobados é ins-
tituidos por el Ordinario 567
Núm. —
34.— 1727. Laudo acerca de los límites entre el Obispado del
Paraguay y el de Buenos Aires 567
Núm. 35. —
1648. —
Diezmos de Doctrinas 569
Núm. 36. —
1599-1604-1628-1682.— Cartas de Jesuítas que piden las
Misiones de Ultramar 571
Núm. 37. — 168-1.— Exhortatorio al Superior de Doctrinas para que se
encargue de la Misión de infieles del Monday . 574
Núm. 38. — 1603.— P. Aquaviva.— Instrucción para afervorizar en el
ministerio de los indios v577
Núm. 39. —
1604. — —
P. Aquaviva. Modo de establecer residencias de
Misiones 579
Núm. —
40. 1609.— Primera Instrucción del P. Torres. Para el Guayrá. 580
Núm. 41.— 1610. — Segunda Instrucción del P. Torres.— Para todos
Misioneros de Guayrá, Paraná y Guaycurús.
los .585
Núm. 42. — 1637.— Reglamento de Doctrinas hecho por la 6.''^ Congre-
gación provincial del Paraguay y aprobado por
el P. General Mucio Vitelleschi .... 589
Núm. 43.— 1689.— Reglamento general de Doctrinas enviado por el
Provincial P. Tomás Don vidas, y aprobado por
General P. Tirso 592
Núm. 44.— 1732.— Instrucción sobre pleitos 598
Núm. 45.— 1730-1737.— Precios de varios géneros en Doctrinas . . 600
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