Santiago López-Ríos. Es Necesario Algo Más. Cómo Enseñar Literatura Según Américo Castro. Bulletin of Hispanic Studies, 100.1 (2023), Pp. 47-60.
Santiago López-Ríos. Es Necesario Algo Más. Cómo Enseñar Literatura Según Américo Castro. Bulletin of Hispanic Studies, 100.1 (2023), Pp. 47-60.
Santiago López-Ríos. Es Necesario Algo Más. Cómo Enseñar Literatura Según Américo Castro. Bulletin of Hispanic Studies, 100.1 (2023), Pp. 47-60.
1 (2023)
SANTIAGO LÓPEZ-RÍOS
Universidad Complutense de Madrid
Resumen
Este artículo analiza el ensayo de Américo Castro ‘La enseñanza de la literatura’,
aparecido en 1922 en Revista de Pedagogía, una publicación dirigida por Lorenzo
Luzuriaga. Subrayando la fuerte influencia del pensamiento institucionista, en este
estudio se resalta la modernidad de las propuestas educativas de Castro. Destaca su
encendida defensa de desterrar todo ejercicio memorístico en las clases de literatura
en escuelas e institutos para dejar paso a lo más importante: leer bien los textos,
entenderlos, pensar, hablar, escribir sobre ellos y disfrutar de su belleza. Aunque
Castro opinaba que el progreso del país exigía que los jóvenes leyeran a los clásicos,
su intención en este ensayo no era aprovechar las clases de literatura para inculcar la
adhesión a una identidad española determinada. Algunas reflexiones de Castro sobre
las pésimas escuelas españolas del Norte de África en esta época arrojan luz también
sobre el papel transcendental que para él tenía la educación primaria y secundaria
en la sociedad.
Abstract
This article analyses a forgotten essay by Américo Castro, ‘La enseñanza de la litera-
tura’, published in 1922 in Revista de Pedagogía, a periodical edited by the educator
Lorenzo Luzuriaga. While emphasizing the strong influence of institucionista thought,
this study highlights the modernity of many of Castro’s educational proposals.
What stands out are his fierce defence of banishing rote learning in literature
classes in Spanish schools and institutos and making way for the most important
thing according to Castro: reading texts well, understanding, thinking about and
discussing them, while enjoying their beauty. Although he considered that progress
in Spain demanded that young generations read the Spanish classics, his intention in
his essay was not to take advantage of literature classes to indoctrinate an adherence
to a particular Spanish identity. Some of Castro’s reflections on the dismal state of
Spanish schools in North Africa at this time shed light on his views of the importance
of primary and secondary education in any society.
1 Quizás la broma sobre el modelo educativo anglófilo entre Castillejo y Castro venía de muy
atrás. Escribiendo desde Granada, el 2 de marzo de 1908, Castillejo le comentaba a Cossío:
‘Américo Castro es una adquisición. Tiene aún una flexibilidad y blandura que le hacen
capaz de todo. Y parece enterado de sus cosas de literatura. Habrá que procurar que no se
50 Santiago López-Ríos bhs, 100 (2023)
más partidario de lo que Luis de Zulueta, para reivindicar que el legado de Giner
de los Ríos traspasara los muros de la sede del Paseo del Obelisco y adquiriera vida
propia, bautizó como la ‘Institución difusa’:
En el último rincón de España vive, a lo mejor ignorado de todos y casi de sí mismo,
un maestro, un médico rural, que conoció a Giner o quizás tan solo a alguno de sus
amigos, y que ahora, en la aldea, reúne a las gentes para intentar con toda modestia
una obra de cultura o mejoramiento.
Esa es la Institución difusa, Ecclesia dispersa. Ningún estatuto la junta, ningún
convenio la mantiene, ningún vínculo jurídico la liga.
Esta Institución, comunidad espiritual, es el natural complemento de la otra, de
la Institución escuela. Toda escuela que tenga interna vida, producirá espontánea-
mente, tan espontáneamente como el hogar irradia calor, un movimiento general en
torno suyo. (Zulueta 1969: 125)
Castro opinaba con conocimiento de causa también por otras razones. Curso
tras curso, constataba el bajo nivel de sus estudiantes al llegar a la universidad
(Castro 1920b). Además, tenía la experiencia de formar parte de tribunales exami-
nadores en institutos. En 1925, otra vez en Revista de Pedagogía, contó algunas
anécdotas presenciadas en estos exámenes de literatura:
Una muchacha escogió la Sonatina, de Rubén, por ser eso lo que había preparado
en su colegio. Vamos allá.
La princesa está triste…
y mudo está el teclado de su clave sonoro.
Intentamos que nos explique eso del ‘clave sonoro’. Imposible. Decimos que el clave
es como un piano. A pesar de la aclaración, tardamos mucho en que la niña se diera
cuenta del sentido de ese verso. Pero, al fin, la luz se hizo en su cabeza, y con atinada
expresión dice: ‘¡Ah!, ya sé. Que la princesa no toca el piano porque está triste’. Tal vez
por primera vez en su vida comprendía aquella criatura que lo que se lee en el colegio
es algo que tiene sentido fuera del libro, y que la finalidad de aquellas páginas no
era sólo la de ser recitadas mecánicamente. […] Y de realidades tan concretas como
éstas debemos partir si queremos corregir eficazmente nuestra pedagogía. (Castro
1925: 484)
donde se deriva una exigente responsabilidad para el que enseña estas materias:
Todos los días, a hora fija, hay que vivir el mundo de emoción que vibra en torno a
los temas que tratemos; como el tesoro de la propia sensibilidad y de las ocurrencias
personales no es ilimitado, puede suceder que los juicios ajenos, las fórmulas hechas,
mecanizadas y aun triviales, reemplacen lo que debiera ser intenso reflejo de los
mejores momentos en la vida de los mejores. La enseñanza de una técnica científica
tolera que el maestro inhiba su ser más íntimo: el profesor de arte, si lo hace, decae
gravemente en el cumplimiento de su menester. (1922b: 163)
3 Para un panorama sobre distintas corrientes pedagógicas en la España del primer tercio del
siglo XX que pretenden una educación integral del niño, es muy importante la aportación
de Kendrick (2020).
bhs, 100 (2023) ‘Es necesario algo más’ 53
elegía a Francisco Giner de los Ríos (Machado 1994: 235–36). Por todo esto, Castro
en su ensayo invita a esforzarse ‘por percibir esa especial luz ultravioleta que
circunda la obra literaria’ (1922b: 162) y cita el ejemplo de la capacidad seductora
del misterioso verso final del romance del conde Arnaldos (‘Yo no digo esta mi
canción sino a quien conmigo va’), ante el cual es inútil apelar a la erudición histó-
rica o filológica. Imagina, en cambio, que cualquier estudiante puede conectar en
su interior con el poema, proceso que evoca con un lenguaje poético permeado
de espiritualidad:
Nada impide que hagamos a los alumnos aprender de memoria el pequeño romance
o relatar su fugaz asunto. Pero si no contamos con algo más, la delicada composición
pasará por la mente y la fantasía de quien la aprenda como el rayo de sol por el
cristal. Puede, en cambio, suceder que, sin maestro alguno, influyendo condiciones
propicias, alguien, con instintiva delicadeza, sorprenda un buen día el sutil destello
que condensa todo el encanto de nuestra poesía.
Quizá aconteció el hallazgo en plena naturaleza, junto al mar, cuando el espíritu,
dispuesto al vago ensueño, unió a las mágicas nubes del poniente el recuerdo de
aquella incitación a abandonarlo todo para lanzarnos en pos de lo inefablemente
bello: ‘Yo no digo esta canción sino a quien conmigo va’. También el Cristo exigía una
entrega total para seguirle en la gloriosa senda. (Castro 1922b: 162)
Este espiritualizado lirismo se conjuga con una voluntad práctica muy insti-
tucionista de facilitar pautas concretas para modificar una penosa situación.
Castro, predispuesto siempre a ser útil, ataca el problema en su raíz, la deficiente
formación de los futuros maestros y profesores, un asunto que preocupó mucho
a Cossío:
La reforma, mejor dicho, la instauración en la escuela de la enseñanza literaria
debería prepararse con esmero en las normales; a su vez, los profesores de normal
tendrían que formarse en la universidad. ¡Pero qué enseñanza literaria damos en la
universidad! Rutina, librito de texto aprendido de memoria; en los mejores casos, una
labor fugaz y fragmentaria, con alumnos mal preparados, que apenas guardan huella
4
de lo poco que recibieron. (Castro 1922b: 165)
4 La palabra ‘rutina’ formaba parte del vocabulario habitual de los institucionistas (Laín
Martínez 2005).
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impertinente y el fuerte eco del Romancero. Con nada se reemplaza su lectura, en nada
mejor se emplea el tiempo en la clase de literatura que en leer, y en hablar y escribir
sobre lo leído. (Castro 1922b: 168)
los hechos, si la inmensa mayoría de los que hablan catalán quisieran constituir un grupo
nacional aparte; en este caso ninguna conciencia honrada podría apelar a la violencia para
forzar a un grupo de ciudadanos a permanecer donde no quieren estar’ (Castro 1922a: 101).
7 Pozo Andrés (2000) aborda con rigor el complicado asunto de la identidad nacional y la
escuela pública en la España del primer tercio del siglo XX.
8 Estudia la iniciativa ministerial del Libro de la Patria de Pozo Andrés (2000: 215–18).
56 Santiago López-Ríos bhs, 100 (2023)
En fin, obra verdaderamente patriótica sería impedir que en pleno Madrid haya
unos 40.000 muchachos que no tienen forma de recibir la menor instrucción, por no
tener el Estado bastantes maestros ni escuelas que puedan dársela. (Castro 1921b: 5)
Castro sí profesaba un intenso amor a su país y, en ese sentido de ‘adhesión
cordial a una comunidad de hombres’, era un verdadero patriota, pero a la manera
krausista.9 En el fondo, la reforma pedagógica que anhela en este ensayo responde
a un intento de trasladar a las generaciones más jóvenes la esencia del resul-
tado del trabajo (no la erudición filológica) del Centro de Estudios Históricos por
recuperar y conocer mejor la cultura española, empezando por su lengua común
y su literatura. El que, para ilustrar sus argumentaciones, acudiera al romancero
viejo es, ya de por sí, paradigmático. Si la literatura para Castro ‘es índice de la
civilización de un pueblo’ (1922b: 163), el progreso de España para él pasaba por
que sus niños y jóvenes leyeran a sus clásicos, tal y como se hacía en Francia,
Italia, Alemania o Inglaterra. Siendo él un filólogo especializado en literatura
española y heredero del legado institucionista, veía que esto le incumbía como un
deber moral. Recuérdese aquí cómo le hablaba a Menéndez Pidal, el director del
Centro de Estudios Históricos, de su preocupación por ‘las cosas públicas’ (Castro
1924). Este ‘patriotismo’ no tiene nada que ver con un nacionalismo exaltado y,
por puesto, para él no habría mayor aberración que subordinar la literatura a
dicho objetivo. Lo dijo con claridad en 1925: ‘[Es] inmoral […] usar a los niños para
fines de política nacionalista, según suele hacerse en casi todas partes olvidando
la bella admonición de Juvenal, magna debetur puero reverentia’ [al niño se le debe
el mayor respeto] (Castro 1972b: 134). Todo lo contrario, en el más genuino estilo
krausista, al hablar de enseñanza literaria en la escuela, repite varias veces el
adjetivo esencial: ‘libre’.10
Aporta información sobre los matices del patriotismo pedagógico de Castro
un artículo suyo en el periódico progresista La Libertad en 1921. Adelantando una
idea crucial en su pensamiento histórico de posguerra (las funestas consecuen-
cias de construir una identidad nacional desde la religión), denunciaba una real
orden que presionaba a profesores judíos y musulmanes a examinarse de religión
católica si querían ejercer en escuelas españolas en el Norte de África (Castro
1921a), una denuncia que es exponente claro de una españolidad nada excluyente.
Tampoco lo era el reconocer las deudas de España con el hispanismo extranjero,
tema muy habitual en sus escritos y hacia el que se desvía en el párrafo que cierra
su ensayo sobre la enseñanza de la literatura:
El tiempo que el profesor gasta en conferencias seudouniversitarias o a tomar la
lección, sería infinitamente mejor que lo dedicara a explicar a cada chico lo que no
haya entendido de sus lecturas. Es realmente absurdo que ante el tesoro artístico de
nuestras letras vengan interponiéndose sistemáticamente, a modo de compacta tela-
No hay queja aquí de que España estuviese sufriendo una suerte de colonia-
lismo cultural por parte de hispanistas extranjeros. Castro siempre apreció lo
que se debía a los grandes especialistas en lengua y literatura españolas de otros
países. Sin embargo, le dolía que, exceptuando lo que se hacía desde la JAE, dichos
estudios tuvieran en España un nivel más bajo que en el extranjero. Le indignaba,
asimismo, que no se estudiasen lenguas y literaturas extranjeras en la universidad
española, de la misma forma que florecía el hispanismo en Europa y EE.UU. La
comparación con el exterior funcionaba para él como acicate constante, en parti-
cular en lo relativo a cuestiones educativas:
Cuando comparamos nuestros míseros centros de formación de la juventud con los
del resto de Europa, sentimos una gran vergüenza. Pero cuando esa sensación toma
caracteres intensos es cuando comparamos, uno junto al otro, nuestro menguado
bachillerato con el tipo europeo. (Castro 1922d)
11 Comparando el despilfarro que suponía la política colonial en Marruecos con la escasa finan-
ciación de las escuelas españolas, escribirá en 1925: ‘¿No cuesta un millón diario mantener
el compromiso internacional de Marruecos? ¿Y no merecían los millones de niños españoles
que gastásemos en ellos dos o tres millones de pesetas?’ (Castro 1925: 486).
58 Santiago López-Ríos bhs, 100 (2023)
demoledora (‘Ni entonces, ni antes, ni luego…’ [1972a: 76]). Y está muy claro lo
que él siente: vergüenza. Asimismo, debe apreciarse que en ningún momento
habla de ‘desplazar’ la lengua y cultura locales, para ‘imponer’ el español. Habla
de ‘adoptar’ [la lengua y cultura españolas] ‘junto a las arábigo-musulmanas’ y deja
clarísimo que a España le incumbía la responsabilidad de haber dado la impresión
de que ‘adoptar’ dicha lengua y cultura merecía la pena, empresa en la que se
fracasó.
El hecho de encontrar estas reflexiones pedagógicas en un libro publicado en
México el mismo año de su muerte (1972a) pone de relieve cómo mantuvo Castro
la coherencia con sus valores hasta el final de sus días. Firme creyente en el poder
taumatúrgico de una educación buena y eficaz, estaba convencido de que cultivar
en niños y adolescentes la sensibilidad literaria y la afición a los clásicos era casi
sagrado, pues les dotaba de algo espiritualmente valiosísimo: una vida interior. El
amor a la patria, en este sentido, pasaba a un segundo plano: ‘Para mí la patria
no es el ideal absoluto; el amor a ella me parece que debe estar condicionado,
como todo en el mundo, por motivos de índole racional y elevada’ (Castro 1922a:
84–85). ‘Motivos de índole racional y elevada’ –y no otros– fueron justamente
los que animaron a Américo Castro a escribir su ensayo sobre la enseñanza de la
literatura, que, leído un siglo después, debe ser estimado como uno de sus textos
más memorables.12
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12 Agradezco a Isabel Pérez-Villanueva Tovar y Carlos Sanz Simón sus comentarios a una
versión preliminar de este trabajo. Asimismo, doy las gracias por sus sugerencias a Anna
Kathryn Kendrick y Parker Lawson, editores de este número monográfico del Bulletin of
Hispanic Studies en el año del centenario de esta benemérita revista. Que dicho aniversario
prácticamente coincida con los cien años de la publicación del artículo de Castro ‘La ense-
ñanza de la literatura’, donde no falta el reconocimiento al hispanismo internacional, no
deja de ser simbólico.
bhs, 100 (2023) ‘Es necesario algo más’ 59
—, 1922a. La enseñanza del español en España (Madrid: Victoriano Suárez), reimpr. Hacia la mejor
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