Apuntes
Apuntes
Apuntes
Control de lectura
Por su parte, la forma indígena de entender a los seres sagrados y las obligaciones para con ellos
es esencialmente diferente a la cristiana, pues es común encontrar la concepción de reciprocidad
en la relación con lo divino, una reciprocidad semejante a la existente en sus relaciones sociales al
interior del pueblo. A Cristo, la cruz, la Virgen, los santos, los aires, los cerros, se les da —en la
ofrenda— y eso crea cierta obligación en quien recibe. A su vez, la gente cuando da, está dando de
lo recibido en la cosecha y otras actividades, donde reconoce el apoyo recibido por los seres
sobrenaturales. En este sentido, la ofrenda indígena no tiene el sello de sumisión y desinterés que
reclama el cristianismo tradicional.
El papel de los santos como intermediarios entre Dios y los hombres, interpretación propia de la
ortodoxia católica, no es un elemento que destaque en cómo los santos se han integrado a la vida
de muchas comunidades indígenas, las cuales han valorado sus imágenes como miembros activos
de la sociedad humana, que reciben del pueblo, pero también deben corresponder, pues son parte
de él. Así, la figura del santo es mucho más que una simple imagen, es un personaje en sí mismo,
que vive y participa en la vida del pueblo. Tiene poderes sobrehumanos, con los cuales puede
ayudar o castigar al hombre y, en su calidad de ente divino, tiene la capacidad de relacionarse de
manera intrínseca con otros seres numinosos
Ya sea una cruz, un Cristo, una Virgen o un santo cualquiera, todos son los santos o santitos, como
cariñosamente los nombran en los pueblos. No hay distinción nominal para referirse a Cristo, la
Virgen, una Santísima Trinidad, un arcángel, san José, santa Catarina o san Juan, todos son
genéricamente referidos como santos o santas Tales personajes se adhieren a la vida comunitaria,
respondiendo a una incorporación local que estos pueblos han hecho de sus imágenes a su
contexto cultural, resignificándolas, conservando una coherencia con su tradición religiosa
ancestral y conviviendo —en mayor o menor medida— con la religión
El culto a los santos fue uno de los tantos vehículos que facilitaron el proceso de evangelización, ya
que, a través de las imágenes religiosas, los entes divinos se encuentran presentes, tangiblemente,
en las actividades humanas, amparando, además de su trabajo, a los animales domésticos,
plantaciones, entre otros. A la vez, protegen contra las enfermedades, catástrofes y peligros y son
eficaces patronos de los pueblos, gracias a sus características y cualidades respecto de los
fenómenos naturales requeridos para el ciclo agrícola. Todas estas razones los hacen muy
populares y apreciados, aunque también temidos. Por otro lado, la manera como se trata a los
santos en los pueblos campesinos de origen indígena denuncia cierta concepción del mundo, de
trascendencia y de lo
De acuerdo con la tesis agustina, los dioses mexicanos fueron mostrados por los evangelizadores
como entidades del mal que alejaban de la “reli- Procesiones y santuarios, sus santos y sus jerarcas
31 gión verdadera” a los indígenas. Este movimiento hegemónico se realizó al mismo tiempo que
se imponían las nuevas devociones, fundamentalmente centradas en los santos patronos. Pero la
dialéctica que marcó este proceder colonial implicó no solamente la desacralización de las
divinidades autóctonas; se fundamentó en la conceptualización del mal como una amenaza
entronizada en el otro, fantasía perversa cuyas secuelas de discriminación y etnocidio son
omnipresentes en la historia de México. La llamada conquista espiritual propició la enajenación de
las culturas indígenas, proceso al que es inherente el autodesprecio a las lealtades comunitarias y
una profunda ambivalencia respecto a las identidades étnicas. En la óptica retrospectiva es
evidente, como lo indicara Charles Gibson, que el castigo y la fuerza tuvieron en la conversión de
los indios “un papel mucho más importante del que se les atribuye generalmente”. Intolerancia,
fantasías y perversiones (en tanto falseamiento de realidades y corrupción de costumbres) fueron
ingredientes fundamentales del quehacer evangelizador en su obsesivo afán por ampliar el poder
de la Corona Española, contribuyendo así a extender el dominio de la Iglesia y, supuestamente, el
Reino de Cristo (Báez-Jorge 2000a: 39
Desde esta lógica local, la relación entre los hombres y los santos es compleja y profunda. Se
enraíza no sólo en la necesidad vital de contar con seres poderosos que ayuden a enfrentar los
embates de la vida y la fragilidad humana o las fuerzas de la naturaleza y sus fenómenos, también
hunde sus raíces en las creencias que ya existían en el tiempo precolombino, las cuales se
ajustaron, de algún modo, a la realidad que trajeron los conquistadores.
En este sentido, bien podemos apreciar que el tipo de devoción popular que se estila en Taxco se
vincula con algunos puntos del catolicismo oficial, como la Semana Santa y sus oficios litúrgicos
canónicos, además de las misas y bendiciones, que son muy valoradas; sin embargo, no todo
proviene de esa instancia, pues las procesiones en sí mismas, la actividad de los penitentes y el
trato que se le da a las imágenes religiosas disgusta, con mucha frecuencia, a los clérigos, que ven
estas expresiones, prácticas, torcidas y desvirtuadas, muy lejos de la razón teológica que
resguardan.
La preponderancia agustina en esta región es digna de destacarse, pues recordemos que cada
orden tenía su propia especificidad catequética, siendo la de éstos agustinos, una enseñanza
prioritariamente cristocéntrica, lo cual resulta muy significativo si consideramos la importancia
que en la religiosidad de estos pueblos en la actualidad, tienen los cristos –en sus más variadas
advocaciones- y todas las festividades que rodean a la Semana Santa.