Tesis 6 Moral Social
Tesis 6 Moral Social
Tesis 6 Moral Social
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MORAL SOCIAL
SÍNTESIS DE TEOLOGÍA MORAL
Tanto para Jesús como para cada uno de los bautizados durante toda la historia de la Iglesia, lo
sociopolítico de su época, ha constituido un desafío ineludible para la experiencia de la fe y una
cuestión que exige una respuesta clara y contundente para quien se ha empeñado en el proyecto del
Reino.
Más aún, en el Pueblo de Israel, desde sus orígenes en los tiempos de los patriarcas, existía ya una
conciencia de ser colectivo, más allá que la sumatoria de los miembros. El Pueblo Elegido era ya una
categoría teológica desde la cual se empezó a regular la convivencia y las relaciones humanas al
interior de esa colectividad, congregada desde la fe en el Dios de Israel.1
Ya en el Nuevo Testamento, encontramos en los textos de los evangelios a Jesús, quien vive en un
contexto sociopolítico con unos ánimos e intereses bastante caldeados, con un vínculo de sujeción clara
al Imperio Romano, en manos de los emperadores Augusto y Tiberio. No obstante, la acción pública de
Jesús nunca se vio interesada en asumir un liderazgo político propiamente dicho o en la organización
de alguna suerte de revuelta que cambiara el statu quo vigente en la época.
Sin embargo, en Jesús y su proyecto del Reino sí encontramos enseñanzas que van claramente en
contra de elementos socio-culturales de su época y de la nuestra. De esta manera, para Jesús el dinero
no puede constituirse en otro Señor, el amor a Dios, a sí mismos como a los hermanos se constituye en
el primero y más importante de los mandamientos, mientras que predicaba que para Dios-Abbá los
primeros eran aquellos que eran tenidos por últimos en su ambiente social.2
Posteriormente, también en la época apostólica y patrística los seguidores de Jesús tuvieron que hacer
frente, entre otras realidades sociopolíticas, a la tiranía de los gobernantes, al trato no siempre digno de
los esclavos, la acumulación de riquezas de algunos, en contraste con la pobreza de otros, las
persecuciones sistemáticas, la elección de actividades laborales acordes con la fe cristiana, el trato de
población vulnerable (por ejemplo las viudas), la comprensión evangélica de la justicia, el juicio a las
riquezas obtenidas por medios injustos, la propiedad privada, los préstamos con interés, la usura y la
construcción de una sociedad que, libre de las consecuencias del pecado, pudiera reflejar los valores del
evangelio.3
Un poco más adelante, durante la Edad Media, enriquecida por la reaparición y reapropiación de los
textos de Aristóteles y su cristianización a través del trabajo teológico de Tomás de Aquino, la Iglesia
tuvo que afrontar una nueva situación socio-político-cultural en Europa. Luego de que se hubiese
desmoronado el antiguo Imperio Romano, la economía rural empezó a dar paso a un amplio sistema de
compra-venta, reagrupaciones de tierras y consolidación de grandes terratenientes (Señores Feudales)
que poco a poco vieron surgir una clara desigualdad cívica entre clases sociales. Allí había comenzado
1
Cf. Fernández, Aurelio. Compendio de Teología Moral, 491.
2
Ibíd, 499.
3
Ibíd, 518.
2
entonces la lucha entre los poderes temporales de los emperadores y reyes, por un lado, y los del Papa
por otro.4
En ese contexto medieval, a partir de la enseñanza del doctor Angélico, se salvaguarda la sociabilidad
del hombre como una condición humana básica, postulándose el bien privado es anterior en relación al
bien común, de la misma forma que el hombre es anterior a la familia y la familia a la ciudad. 5 Así
entendida la cuestión social, el ejercicio de la autoridad será comprendido como un servicio al bien
común, haciéndose necesario un orden político que ordene los unos a los otros y que ubique a cada cual
de acuerdo a su lugar en el entramado social.
Este siglo XIII fue el escenario de surgimiento de las conocidas órdenes mendicantes. En un ambiente
europeo donde la riqueza y el comercio se iban tecnificando y convirtiendo en valores de la sociedad,
surge en el seno de la Iglesia algunas formas distintas de relación con los bienes, negando su valor y
reconsiderando su lugar en la sociedad. Tomás de Aquino, por su parte, defenderá la propiedad privada,
el uso de las riquezas pero con justicia y ejerciendo la caridad.6
No obstante, llegada la edad moderna con sus industrializaciones y dudas sobre los cimientos del
pensamiento medieval, afrontando situaciones tan complejas como la peste que redujo de manera
drástica la población mundial y el descubrimiento de las tierras del Nuevo Continente; pensadores, en
su mayoría españoles, empiezan a producir comentarios sobre las obras de Tomás de Aquino, los
cuales se han conocido como tratados de iustitia et iure. En estos libros, de importancia capital para la
moral social de la época, se buscaba zanjar cuestiones comola distribución de tierras, el préstamo de
dinero, el funcionamiento ético de los bancos, las relaciones injustas entre amo-criado. Sin embargo, es
evidente que dichos manuales olvidaron sistemáticamente recoger las graves injusticias sociales que
acontecían en estos tiempos y que conocemos por otras fuentes históricas.7
Llegados a los albores del siglo XIX, el magisterio eclesial pontificio y solemne, junto al de un buen
número de teólogos, se empeñó en la producción de una nueva forma de enseñanza moral en términos
sociales: la doctrina social de la Iglesia. A través de ella, se ha buscado formular juicios éticos sobre
una gran diversidad de temas sociales, generados todos ellos a partir de la revolución industrial.8 Éste
será nuestro objeto de estudio en el presente apartado.
I.1 Naturaleza de la doctrina social de la Iglesia: sujeto, origen, razón y definición
Sobre la base de la revelación vetero y neotestamentaria que guarda relación directa con los temas
sociales, teniendo como antecedentes la enseñanza patrística y los tratados de iustitia et iure, la
naturaleza de la Doctrina Social de la Iglesia (en adelante DSI), desarrollada con amplitud a partir del
siglo XIX como consecuencia de la industrialización mundial y la revolución francesa, encuentra su
fundamento en la irrenunciable traducción del mensaje evangélico en la vida relacional de los seres
humanos.
Dicha traducción no puede darse sino en términos de acción y orientación de situaciones
contingenciales que per se son cambiantes y que desafían en todas partes al cuerpo eclesial, quien está
4
Ibíd, 523.
5
Ibíd, 527.
6
Ibíd, 532.
7
Ibíd, 548.
8
Ibíd, 549.
3
llamado siempre a responder desde principios que permanecen e iluminan todas las épocas y
situaciones sociales.9
En ese sentido, se afirma que el sujeto de la DSI es la persona que, por su dignidad proveniente del
imago Dei, dotadas de libertad y relacionalidad son activas y responsables de la vida social. De esta
manera, cualquiera que sea el orden sociopolítico de una colectividad humana, siempre ha de tener en
cuenta la naturaleza de la persona humana, de sus actos, de su dignidad y de su condición de co-
responsabilidad frente a los demás.
Así pues, teniendo la DSI su origen inmediato en el desafío que supone para la Iglesia el afrontamiento
de los profundos cambios socio-políticos y culturales producto de la revolución francesa e industrial, su
razón de ser se fundamentará en la búsqueda del supremo bien, el fin último y fundamental de la
condición humana, lo cual requerirá un profundo por un lado un conocimiento profundo de la fe
revelada y por otro del contexto en el que los cristianos están llamados a vivir y anunciar la salvación
acontecida en la persona de Cristo.
En consecuencia de ello, podemos definir la DSI propiamente dicha como “el magisterio eclesiástico
en ámbito social”10, el cual guarda una profunda relación con la Teología Moral en sentido estricto, ya
que de ésta se alimenta en sus conceptos, principios y elaboraciones, con el fin de ofrecer las directrices
evangélicas oportunas y argumentadas desde la revelación en el orden social humano.
I.2 Los grandes principios y valores
Partiendo de la base clara que ofrece la antropología teológica cristiana, la DSI parte de tres grandes
principios que deben iluminar cualquier realidad o problemática socio-política y cultural que se
presente. Estos principios son:
1.2.1. Principio del bien común: alude a la dimensión social y comunitaria del bien moral. Teniendo
como base la verdad y la justicia, se debe buscar siempre que el conjunto de las condiciones que ofrece
la vida social posibiliten a cada uno de sus miembros “el logro más pleno y fácil de la propia
perfección”11.
1.2.2 Principio de solidaridad: consiste en el deber humano de cooperar y contribuir con sus semejantes
al bien común en todos los niveles. Se fundamenta en la sociabilidad natural de la persona humana y la
común dignidad e igualdad de derechos.12
1.2.3 Principio de subsidiariedad: Las sociedades o sistemas sociales superiores deben ayudar a las
inferiores, sin absorberlas o destruirlas. De esta manera, todo cuerpo intermedio tiene algo que ofrecer
a la comunidad y por ello la ayuda que ofrece el estado no puede extenderse más allá de lo
estrictamente necesario. Por ello, la asociación y participación de las personas en la vida cultural y
social es un deber de todos, el cual debe ser cumplido con responsabilidad y en aras del bien común.
Junto a estos principios, se encuentran una serie de valores que, con su presencia y defensa, se facilita
el cumplimiento de los principios anteriormente mencionados. Estos valores fundamentales de la DSI
son: verdad, libertad, justicia (conmutativa, distributiva y legal, social), los cuales conducen al criterio
9
Vadillo, Eduardo, Breve síntesis académica de teología, 423.
10
Bolaños, Alexander, Doctrina Social de la Iglesia. Documento inédito, 8-9.
11
Vadillo, Eduardo, Breve síntesis académica de teología, 423
12
Ibíd, 424.
4
supremo y trascendente de toda la ética social que los cristianos encontramos, por revelación, en la
caridad.
I.3 Principales problemas que afronta y documentos más significativos
A partir del siglo XIX hasta nuestros días, la DSI ha tenido que afrontar diversas problemáticas a nivel
mundial. Las más significativas tienen que ver con la dignidad del trabajo y las relaciones laborales en
el mundo industrializado, el liberalismo, la lucha de clases 13 y la brecha creciente entre ricos y pobres,
los postulados comunistas, los ejercicios autoritarios del poder político, entre otros.
Los documentos más significativos a nivel magisterial en el ámbito que concierne a la DSI son:
Carta Encíclica Rerum Novarum, publicada por el papa León XIII el viernes 15 de mayo de
1891, fecha en que suele celebrarse el nacimiento de la DSI.
Constitución Apostólica Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II.
Carta Encíclica Quadragesimo anno del papa Pio XI.
Discurso titulado “La solennitá” del papa Pio XII
Carta Encíclica Mater et Magistra del papa San Juan XXIII.
Carta Encíclica Pacem y terris de San Juan XXIII,
Carta Apostólica Octogesima Adveniens del papa San Pablo VI.
Carta Encíclica Popolorum progressio del papa San Pablo VI.
Carta Encíclica Sollicitudo rei sociales, Laborem Exercens y Centesimus annus del Papa San
Juan Pablo II.
Carta Encíclica Caritas in Veritate, del papa Benedicto XVI.
Carta Encíclica Amoris Laetitia, del papa Francisco.
Carta Encíclica Laudato Sii, del papa Francisco.
Por ejemplo, “con frecuencia presentamos el matrimonio de tal manera que su fin unitivo, el llamado a
crecer en el amor y el ideal de ayuda mutua, quedó opacado por un acento casi excluyente en el deber
de la procreación”27, lo cual, combinado con nuestro poco empeño en realizar un buen acompañamiento
a los matrimonios en sus primeros años, con propuestas pastorales asequibles a ellos en tiempos y
lenguajes, ha contribuido a la presentación de “un ideal teológico del matrimonio demasiado abstracto,
casi artificiosamente construido, lejano de la situación concreta y de las posibilidades efectivas de las
familias reales”28. Así, se idealiza la vivencia de la vocación matrimonial, no se despierta a través de las
acciones pastorales la confianza en la gracia y, como consecuencia tenemos que la vida en el
matrimonio y la familia no se convierte para muchos cristianos en una propuesta deseable, sino algo de
lo que se debe huir a toda costa.
En síntesis, es posible afirmar que la DSI desde sus orígenes ha postulado el lugar central que tiene la
familia en el entramado social y para la consecución del bien común; lo cual obliga a los estados y a
todas las estructuras sociales a proteger al sistema familiar constituido desde el matrimonio exclusivo,
indisoluble y abierto a la vida. Sin embargo, la situación actual de la familia a nivel mundial está
17
Ibíd, No. 52.
18
Ibíd, No 53; Vadillo, Eduardo, Breve síntesis académica de teología, 425
19
Vadillo, Eduardo, Breve síntesis académica de teología, 426.
20
Francisco, Papa, Carta Encíclica Amoris Laetitia, No. 49.
21
Ibíd, No. 50.
22
Ibíd, No. 51.
23
Ibíd, No. 53.
24
Ibíd, No. 54
25
Ibíd, No. 6.
26
Ibíd, No. 36.
27
Ibíd.
28
Ibíd.
6
desafiando también a la Iglesia misma en un ejercicio autocrítico sobre su responsabilidad pastoral con
los matrimonios y las familias de manera que, no se renuncie a los valores para estar a la moda o por
sentimientos de inferioridad, ya que “Estaríamos privando al mundo de los valores que podemos y
debemos aportar”.29
Teniendo como eje de la vida social la institución familiar, sobre la cual deben girar todos los esfuerzos
políticos, sociales, económicos y culturales de una colectividad, constatamos que en la actualidad existe
un cambio de condiciones laborales que afectan de manera directa a la familia como célula básica de la
sociedad humana.
En términos del Papa Francisco, las nuevas condiciones de desocupación, inestabilidad, precariedad y
estrés laboral, dificultan la posibilidad real de que los jóvenes, dado el contexto, puedan optar por una
vida de permanente estabilidad matrimonial 30. De igual manera, es fácilmente constatable que el ritmo
de trabajo, especialmente en las ciudades, genera que los trabajadores no dispongan de tiempo de
calidad para ofrecer a su familia31.
Frente a ello, la Iglesia afirma que “el Estado tiene la responsabilidad de crear condiciones legislativas
y laborales para garantizar el futuro de los jóvenes y ayudarlos a realizar su proyecto de formar una
familia”32 De esta manera, la DSI encuentra conexión directa entre la familia y la experiencia cristiana
del trabajo, entendiendo así los derechos y los deberes que posee todo trabajador.
Cuando sucede que las leyes promulgadas están en contra de la moral natural, el católico debe oponerse
y no está obligado a reconocer y obedecer dichas legislaciones. La legitimidad del derecho a la libertad
religiosa, defendido ya en el Concilio Vaticano II, no es aquí un cese del imperativo moral a buscar la
verdad o la bendición magisterial de un supuesto “derecho al error” o equiparación de religiones, sino
42
Ibíd.
43
León, XIII, Carta Encíclica Rerum Novarum, No. 6.
44
Vadillo, Eduardo, Breve síntesis académica de teología, 428.
45
Vaticano, Catecismo de la Iglesia Católica, No. 1901.
46
Ibíd, 429.
47
Ibíd.
9
que se trata de salvaguardar a la persona humana en su libertad, frente a cualquier tipo de coacción que
la conduzca a abrazar un credo religioso concreto.48
V. EPÍLOGO
Son muchas las situaciones nuevas, vertiginosamente cambiantes y retadoras que, en nuestro mundo de
las redes, las comunicaciones, de la globalización, el neoliberalismo económico y la democratización
de la post-guerra propone a los cristianos. Frente a ello es importante reconocer que en el presente
trabajo de síntesis NO se ha pretendido realizar un estudio exhaustivo de todas las problemáticas que
atañen a la moral cristiana desde el ámbito sociopolítico, lo cual excedería completamente los límites y
desbordaría los objetivos propuestos.
Lo que aquí se ha pretendido es realizar una visión panorámica de la DSI, su historia, sus principios,
valores y apuestas fundamentales en el mundo de hoy, quedando sujeta a posteriores elaboraciones por
parte del magisterio eclesial y por las aportaciones de los teólogos, en orden a la comprensión e
intervención cristiana en las realidades concretas de las distintas sociedades. Para cerrar de forma
conveniente, deténgase el lector en el primer numeral de la Constitución Pastoral Gaudium et Spes del
Concilio Vaticano II, encontrando allí las directrices fundamentales de relación entre cristianismo y
sociedad humana.
Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo
de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los
discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La
comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu
Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para
comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de
su historia.
(GS, 1).
48
Ibíd.
10
VI. Referencias
Vadillo, Eduardo. Breve Síntesis Académica de Teología. Instituto San Ildefonso: Toledo, 2010.
11