En Busca Del Don Celestial Joseph Fielding Mcconkie

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En Busca del
Don Celestial

Joseph Fieiding McConkie

Traducido al Español por el Dr.Arturo De Hoyos

Editorial Zarahemla S.A. México, D.F. 1988

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CREDITOS

El Autor queda agradecido a James A.Moss, su


colega en la universidad de Brigham Young, y a
su hermano Mark McConkie, por importantes
sugerencias en la preparación de esta obra.

A mi padre, Elder Bruce R. McConkie,


le agradezco su genial consejo y su constante
ánimo.

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CONTENIDO

CRÉDITOS ............................................................................. 2

PROLOGO .............................................................................. 4

Puedo Saber con Certeza? ..................................................... 6

Manifestación o Confirmación? ............................................... 18

¿Cómo Aprendió Cristo el Evangelio? .................................... 27

La Preparación Espiritual de José Smith................................. 37

El Proceso del Crecimiento Espiritual ..................................... 51

¿Cuando Recibo Yo una Revelación? ................................... 58

¿Cómo Viene la Revelación? .................................................. 67

Pedir y Recibir ......................................................................... 76

Cuando la Respuesta no Llega ............................................... 83

Características de un Testimonio Válido ................................. 88

Caracterísaticas de la Revelación Verdadera ......................... 96

La Independencia Espiritual y Una Carta de Derechos .......... 103

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PROLOGO

Lo que cuesta barato


se aprecia poco. Lo de valor
siempre tiene un precio justo.
El cielo sabe muy bien que precio
poner a sus bendiciones

n una conversación con Brigham Young, un hombre de


E ciencia, deseoso de mostrar la ignorancia del profeta, le
preguntó que cuántos elementos básicos había. Brigham Young
contestó que ni él ni el cientifico sabían por seguro, pero que la
diferencia entre ellos dos era que el cientifico suponía que sabia.
En igual manera, aqui, al principio de este libro, deberíamos decir,
que nuestro conocimiento, sobre las muchas y variadas
operaciones del Espíritu, por más que sepamos, es muy limitado.
Ilustrando ese punto, José Smith dijo:

" Creemos que Dios ha creado al hombre con una mente que
puede aprender, y con facultades que pueden crecer según el
hombre ponga atención y acepte la luz que el cielo comunica al
intelecto; y que mientras más se acerca el hombre a la
perfección,más claro es su entendimiento, y más grande su gozo,
avanzando asi hasta vencer todo mal en su vida y hasta perder
todo deseo de pecar; y como lo hicieron algunos de los antiguos,
lograr ese grado de fe que lo puede envolver en el poder y la gloria
de su Creador, y arrebatarlo para vivir con El. Pero sabemos que
eso no se logra de un día para otro: el hombre tiene que ser
instruido en el gobierno y las leyes de ese reino, grado por grado,
hasta que su mente pueda comprender la justicia, la igualdad, la
relevancia y la naturaleza de tan exaltada condición ( History of The
Church 2:8)
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Ni el Salvador mismo trató de definir el proceso del
crecimiento espiritual. Pero si dijo: " El viento sopla de donde
quiere, y oyes su sonido, mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde
va; asi es todo aquel que es nacido del espíritu " (Juan 3: 8)
Aunque no podemos ver el viento, podemos escuchar su sonido, y
podemos sentir cuando nos empuja o nos golpea la cara; aún asi,
no sabemos " de dónde viene, ni adónde va. " Esa fue la
descripción de Cristo del origen del despertamiento espiritual. Lo
sentimos cuando nos da ánimo, y cuando erramos, lo sentimos que
nos hiere la conciencia, sin embargo, no entendemos
completamente de dónde viene o a dónde nos lleva. " Como tú no
sabes cuál es el camino del viento, o cómo crecen los huesos en el
vientre de la mujer encinta, asi ignoras la obra de Dios, el cual hace
todas las cosas. "( Eclesiastés 11: 5 ) Como se ha dicho en verdad,
la habilidad para definir y explicar no es necesaria para sentir o
saber

Asi es que cuando subimos la montaña de la fe y


contemplamos el mundo desde ese punto de vista, nos embarga el
panorama y nos sentimos humildes al percibir el desafio de cimas
todavía futuras

Esperamos que esta pequeña obra sea de ayuda a los que


quieran tomar ese camino.

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¿PUEDO SABER CON CERTEZA?

Y ocurrió que cuando oyeron esta voz,


y percibieron que no era una voz de trueno,
ni una voz de un gran ruido tumultuoso,
mas he aquí, era una voz apacible
de perfecta suavidad,
cual si hubiese sido un susurro,
y penetraba hasta el alma misma...
(Helamán 5:30.)

H ay dos principios en los que se fundamenta el contenido de este


libro: primero, que podemos conocer la realidad de Dios; y
segundo, que hasta cierto grado ya conocemos esa realidad, aunque
estemos solo vagamente conscientes de ello. Puede que esto suene raro,
pero sabemos más de lo que sabemos que sabemos. Tal como lo testificó
Amulek: "...sabía concerniente a estas cosas, sin embargo, no quería
reconocerlas..." (Alma 10:6.) Fue Brigham Young quien dijo que la verdad
de cada revelación existe independientemente dentro de la misma
revelación. (J D 9:149) El Presidente Marión G. Romney explicó que nadie
queda justificado al rechazar las enseñanzas del evangelio de Jesucristo
"por el supuesto motivo de que no sabe que son verdaderas, pues todo
cuanto el Señor hace o dice, lleva dentro de sí la evidencia de su veracidad;
y toda persona está divinamente capacitada para hallar esa evidencia y
saber por sí misma que es verdadera." (C R, abril de 1976, pp. 120, 121.)
Cristo mismo lo testificó:

"Decía también a la multitud: Cuando veis la nube que sale del


poniente, luego decís: Agua viene; y así sucede.

Y cuando sopla el viento del sur, decís: Hará calor; y lo hace.

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¡Hipócritas! Sabéis distinguir el aspecto del cielo y de la tierra; ¿y
cómo no distinguís este tiempo?

¿Y por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo?" (Lucas


12:54-57.)

Al recordarles a sus oyentes que poniendo atención a las señales


podían predecir el tiempo, Jesús les preguntó por qué se negaban a
discernir igualmente las señales de los tiempos. Les enseñó que aun si no
podían ver las señales de los tiempos, si tan sólo prestaban atención a la luz
que llevaban dentro, sabrían que El era el Mesías prometido.

En este mundo todos nacemos con la luz de Cristo. (D. y C. 84:46.)


Esta luz es como una brújula personal para que podamos saber, como dijo
Moroni, "con perfecto conocimiento", el curso que debemos tomar.
(Moroni 7:15, 16.) Si no fuera por esa luz que se da a todos los hombres,
un Dios justo no podría responsabilizarlos de sus acciones, porque el
conocimiento debe preceder la responsabilidad. El hecho mismo de que
Dios tiene a los hombres por responsables de sus acciones es para nosotros
una evidencia de que los hombres tienen la capacidad innata de distinguir
entre el bien y el mal, entre la verdad y el error. Por ejemplo, Pablo dijo
que: "...los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la
ley...mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones..."; de modo que
"su conciencia" rige su conducta. (Romanos 2:14, 15.)

Todos los hombres tienen la propensión innata de adorar a Dios,


aceptar la verdad y vivir rectamente; a este deseo innato se le ha llamado el
Espíritu de verdad, la luz de Cristo, nuestra conciencia, o como lo llamó el
Presidente Kimball, "una Liahona personal". (C R, octubre de 1976, pp.
116, 117.) El propósito de ese deseo innato es acercar a los hombres cada
vez más a la fuente de la luz. Si lo hacen, son guiados al mensaje del
evangelio, y a la aceptación del nuevo y sempiterno convenio. (D. C.
84:46-48.)

Ampliando este principio, Brigham Young dijo:

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"Ni por un momento creo que ha habido un hombre o mujer sobre
la faz de la Tierra, desde los días de Adán hasta hoy, que no haya sido
iluminado, instruido y enseñado por las revelaciones de Jesucristo. ¿Aun el
pagano ignorante? Sí, todo ser humano de mente sana. Estoy lejos de
creer que a los hijos de los hombres se les ha rehusado el privilegio de
recibir el Espíritu del Señor para distinguir la verdad del error. Sin
importar cuales fueron las tradiciones de sus padres, aquellos que fueron
honrados ante el Señor, y vivieron rectamente, según el mejor
conocimiento que tuvieron, podrán entrar al reino de Dios. Creo que los
hijos e hijas de Adán tuvieron ese privilegio, y de ellos descendió, hasta
todas las generaciones." (J D 2:139.)

Si por conversión entendemos el adoptar o aceptar nuevas ideas o


creencias, hay relativamente pocos conversos dentro de la Iglesia. Muchos
se han convertido en el sentido de volverse a la rectitud y la fe, pero
comparativamente pocos afirman haber cambiado en sus puntos de vista
personales o ideologías. Su experiencia se describe mejor como un
despertar de los recuerdos del espíritu. Su así llamada conversión no
consiste tanto en cambiar, sino en reconocer o clarificar los sentimientos
que siempre tuvieron.

Pocas personas, por ejemplo, ven a Dios como una esencia gaseosa
que llena la inmensidad del espacio, aunque así lo han definido los credos
religiosos. Cuando los misioneros predican a un Dios que es un Ser
personal, que tiene un cuerpo, partes y pasiones; que es un Padre amoroso
a cuya imagen fuimos creados literalmente, quienes los escuchan
responden invariablemente: "Siempre he creído eso." Y efectivamente lo
han creído, aunque difiera radicalmente del dogma de sus iglesias.

Es significativo que en nuestras lecciones misionales damos por


hecho la existencia de Dios. Y podríamos preguntarnos, que justificación
existe para que hagamos eso, cuando esa creencia es el fundamento de todo
lo que enseñamos. La respuesta es sencilla: dentro de toda alma está el
conocimiento innato de que Dios vive. Todos tuvimos ese conocimiento
antes de esta vida, y aunque nuestros recuerdos se han obscurecido al
nacer, ese conocimiento y esos sentimientos son herencia natural de toda
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alma que viene a este mundo.

Algunos de los primeros miembros de la Iglesia notaban enseguida


las imperfecciones de José Smith, y por ello dudaban de su llamamiento
profético. El Profeta había tenido una educación formal muy limitada, y
varios de sus seguidores mejor educados se creían mejor calificados que él
para expresar en forma escrita las revelaciones. El Señor, que conoce el
corazón y la mente de los hombres, habló a los que se pensaban sabios, y
les dijo: "Vuestros ojos han estado sobre mi siervo José Smith, hijo; y su
lenguaje y sus imperfecciones habéis conocido, y en vuestro corazón
habéis procurado conocimiento para poder expresaros en lenguaje superior
al suyo. Esto también lo sabéis." El Señor ¡os desafió entonces a buscar la
menor de las revelaciones dadas a José Smith, y nombrar al más sabio de
entre ellos para que escribiera una igual. Y haciendo más extenso el
desafío, el Señor invitó a que cualquiera de ellos que pensara que podía
"hacer una semejante", lo hiciera. Si podían hacerlo, el Señor dijo que
entonces quedarían justificados al decir que no sabían que las revelaciones
eran verdaderas. Pero si no podían, estaban bajo condenación si no
testificaban de la veracidad de las revelaciones recibidas por medio de José
Smith. (D. C. 67:6-8.)

El Señor no ha revocado el desafío. Hoy día, cualquier persona que


dude del llamamiento profético de José Smith, el Profeta, (o ponga en tela
de juicio su propio testimonio de José Smith) está invitado a igualar sus
obras, con la promesa del Señor de que si puede hacerlo, queda justificado
en retener sus dudas. Mas si no puede igualar las obras del profeta-escritor
más prolífico del mundo, entonces está bajo condenación si no testifica de
la veracidad de estas cosas.

No es casualidad que al dar testimonio, casi siempre el Espíritu del


Señor desciende sobre la persona, confirmándole que sus palabras son
verdaderas. Así como la flor nace de la semilla, del testificar emana un
testimonio. Brigham Young ilustró ese principio con el siguiente relato:

Una vez un hermano, recientemente bautizado, se encontraba de


paso en una ciudad. Cuando se dieron cuenta que era mormón le pidieron
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que predicara y que les contara del profeta. Este hermano, aunque conocía
personalmente a José Smith, no tenía todavía la convición de que era un
profeta. En esa reunión, que estaba llena de gente ansiosa de oir al
mormón, este hermano se sintió acorralado. ¿ qué iba a decir de José
Smith? Pensó en solo decir una oración y sentarse, porque no estaba
seguro que podía decir que José Smith era un profeta. La situación era para
él como estar frente a un león a quien ni podía rodear ni brincar y lo único
era hacerle frente. No podía mencionar a José Smith sin decir si era o no
era un profeta. Tan pronto como logró decir "José", lo que le siguió fue:
"es un profeta"; y a partir de ese momento se desató su lengua, y siguió
hablando casi hasta el anochecer. El Señor derrama su Espíritu sobre el
hombre que testifica lo que el Señor le da que testifique. Desde ese día, ese
hermano jamás tuvo dificultad en decir que José era un profeta." (J D
6:280.)

El Señor les ha hablado a muchos que no han oído. La historia de la


conversión de Oliverio Cowdery es una ilustración interesante de este
principio. Mientras era maestro en la escuela de Palmyra, se enteró de la
obra de traducción en la que José estaba ocupado en ese tiempo. Para
entonces, José y su esposa Emma se habían visto forzados a huir a
Harmony, Pensilvania, para poder escapar de los intentos frecuentes de
interrumpir la obra y robarle las planchas.

Al enterarse del asunto, Oliverio empezó a reflexionar en él. Sintió la


impresión de que tendría el privilegio de escribir para José, y finalmente se
decidió a ir a Harmony y ofrecerle sus servicios. (History of Joseph Smith,
by His Mother, p. 139.) El ofrecimiento de ayuda fue aceptado con gratitud
de parte de José Smlth, y unos días después de su llegada, Oliverio ya
estaba escribiendo las palabras del Profeta. A petición de Oliverio, José le
preguntó al Señor sobre él. En respuesta, el Señor dijo: "...bendito eres por
lo que has hecho; porque me has consultado, y he aquí, cuantas veces lo
has hecho, has recibido instrucción de mi Espíritu." (D. y C. 6:14.)

Así fue que Oliverio recibió una revelación, ¡ cuyo propósito


principal era asegurarle que ya había estado recibiendo revelación! Como
evidencia de que él había seguido las indicaciones del Espíritu, la
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revelación dice: "De lo contrario, no habrías llegado al lugar donde ahora
estás."

Oliverio había obedecido los susurros del Espíritu, sin darse cuenta.
A manera de explicación adicional, el Señor dijo: "...tú sabes que me has
preguntado, y yo te iluminé la mente; y ahora te digo estas cosas para que
sepas que te ha iluminado el Espíritu de verdad..." (D. y C. 6: 15.) Y para
que Oliverio quedara sin motivos para dudar de esta revelación, el Señor
continuó: "De cierto, de cierto te digo: Si deseas más testimonio, piensa en
la noche que me imploraste en tu corazón, a fin de poder saber tocante a la
verdad de estas cosas. ¿No hablé paz a tu mente en cuanto al asunto?" Y
para mayor claridad, el Señor le preguntó: "¿Qué mayor testimonio puedes
tener que es de Dios?" Al hacer referencia a esa ocasión que sólo Oliverio
conocía, en que fervientemente buscó al Señor en oración secreta, y fue
envuelto en un espíritu de paz, el Señor le estaba afirmando a Oliverio que
José Smith realmente era su portavoz, pues José no pudo haber sabido de
esas cosas, excepto por revelación. De ese modo Oliverio obtuvo la
seguridad de que sus oraciones habían sido contestadas.

Al igual que Oliverio Cowdery, muchos de nosotros deseamos


alguna especie de manifestación celestial que nos confirme que el camino
que hemos tomado es aprobado por el Señor. Como en el caso de Oliverio,
el Señor ya ha hablado paz a nuestras mentes, ha iluminado nuestras almas,
y nos ha guiado al lugar en que ahora estamos, sin que estemos plenamente
conscientes de ello.

Aun cuando el evangelio es enseñado por un buen maestro, muchos


rehusan reconocer los susurros del Espíritu. Un ejemplo excelente de eso
se da en el relato de Lucas sobre los dos hombres que iban de Jerusalén a
Emaús. Mientras viajaban una distancia de unos doce o trece kilómetros,
los dos discípulos iban conversando sobre el ministerio de Cristo, su
crucifixión y los informes de su resurrección. Mientras hablaban, "Jesús
mismo se acercó, y caminaba con ellos," Reteniendo su gloria dentro de sí,
para que no lo reconociesen mientras iba con ellos, "comenzando desde
Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las
Escrituras lo que de El decían." (Lucas 24:13-27.)
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Imaginemos qué experiencia tan extraordinaria debe haber sido:
tener a Dios mismo, el autor de ¡as Escrituras, como maestro personal.
Ningún par de hombres ha tenido jamás un maestro más capacitado o
competente. Aun así, mientras El les enseñaba, ellos no de daban cuenta de
la magnitud de su experiencia. Fue hasta el final de la jornada, cuando se
sentaron a comer y Cristo partió el pan y lo bendijo, que "les fueron
abiertos los ojos, y le reconocieron". Hasta entonces voltearon a verse el
uno al otro, diciendo: "¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos
hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?" (Lucas 24:31,
32.)

Como sucede a menudo, para esos discípulos el recapacitar el pasado


era considerablemente más fácil que entender el presente. Su experiencia
en el camino a Emaús fue tan natural que no percibieron las calladas y
discretas operaciones del Espíritu. Podría decirse de ellos lo que Cristo dijo
de los lamanitas convertidos por Ammón y sus hermanos: fueron
"bautizados con fuego y con el Espíritu Santo.,.y no lo supieron." (3 Nefi
9:20.)

Las Escrituras se refieren al conocimiento de las cosas de Dios como


"tesoros escondidos". (D. y C. 89:19.) Implícitos en esta frase hay dos
conceptos: primero, las cosas del Espíritu no son aparentes a simple vista,
sino que están escondidas para los que no desean buscarlas; y segundo, una
vez que se encuentran, son de gran valor.

Pablo usó la expresión "sabiduría oculta" para describir el evangelio


de Jesucristo. (1 Corintios 2:7.) Los principios del evangelio, explicó, no
pueden conocerse y comprenderse en la misma manera que obtenemos el
conocimiento de ¡as cosas terrenales o mundanas. El conocimiento de las
cosas espirituales sólo puede enseñarse y aprenderse por medio del
Espíritu. "Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu
de Dios", dijo Pablo, "porque para él son locura, y no ¡as puede entender,
porque se han de discernir espiritualmente." (1 Corintios 2:14.)

Se necesita un gran esfuerzo para lograr fluidez en el lenguaje del


Espíritu. Algunos que no están dispuestos a hacer el esfuerzo para aprender
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el lenguaje, justifican su pereza espiritual negando la realidad de tales
cosas. Para ellos los tesoros o sabiduría del evangelio siguen escondidos.
Su ignorancia de esas verdades no afecta la realidad de las mismas, del
mismo modo que el ciego que niega la existencia de la luz no amenaza la
realidad de la luz, o el sordo que niega la existencia del sonido no amenaza
la realidad del sonido.

Pablo declaró:

"Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni
han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los
que ¡e aman.

Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu
todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios.

Porque, ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el
espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de
Dios, sino el Espíritu de Dios.

Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el espíritu


que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo
cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana,
sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo
espiritual." (1 Corintios 2:9-13.)

Si deseamos encontrar las cosas del Espíritu, debemos buscar en el


ámbito espiritual. La verdadera religión no puede emanar de ninguna otra
fuente. La verdadera religión se centra en el sentimiento, y ya que los
sentimientos no pueden sujetarse a un sistema de medidas concretas, es
difícil describírselos a quien no es espiritual. Y, una vez más, nuestra
incapacidad para describir esos sentimientos no niega su realidad. La
capacidad de un bebé para sentir la realidad del amor de sus padres, no
depende de su capacidad para explicar esos sentimientos. El conocer la
verdad por medio del sentimiento, aunque no pueda explicarse o
defenderse con argumentos racionales, es una experiencia común a todo el
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género humano.

La esencia de nuestro testimonio, que se basa en la revelación


personal, abarca la realidad de la existencia de Dios, la veracidad de la
Iglesia, y de los profetas vivientes. Al testificar no nos sentimos obligados
a probar nada a nadie. Al pagar mis deudas no me siento obligado a probar
que mi dinero "es genuino; usted puede creer que es falso y negarse a
aceptarlo, mas si lo hace, es suya la responsabilidad de probarlo, o tal vez
arriesgar una demanda por difamación." (Hugh Nibley, An Approach to the
Book of Mormon, p.11.)

El intentar probar la realidad de cualquier verdad a alguien que no


quiere aceptarla es un esfuerzo estéril. Los escribas, fariseos y saduceos de
la antigüedad constantemente exigían que Jesús les diera una prueba, y
cuando la tuvieron ante ellos con abundancia abrumadora, siguieron sin
creer. Al ser desafiado a mostrar una señal, Cristo respondió a sus
enemigos: "Cuando anochece, decís: Buen tiempo; porque el cielo tiene
arreboles. Y por la mañana: Hoy habrá tempestad; porque tiene arreboles el
cielo nublado. ! Hipócritas! que sabéis distinguir el aspecto del cielo, ¡ mas
las señales de los tiempos no podéis!" (Mateo 16:2, 3.) "Cuando un hombre
pide una prueba, podemos estar bien seguros que esa prueba es lo último
que quiere." (Nibley, op cit, p.2.)

Nuestra primera responsabilidad es sobre nosotros mismos. Nosotros


mismos debemos aprender el evangelio y obedecerlo. Ni siquiera de
misioneros estamos obligados a contestar a toda pregunta u objeción que
otros puedan tener. Tarde o temprano, el hombre tiene que entender que la
fe es su última trinchera . (Ezra Taft Benson, C R, abril de 1975, p. 95.)
Dios jamás se ha sentido obligado a contestar todas nuestras preguntas o
decirnos todo lo que sabe. Ciertamente no necesitamos tomar esa
responsabilidad al actuar como sus agentes.

No es raro que alguien afirme que en el proceso de investigar el


evangelio, él mismo se ha convencido de que es verdadero, en lugar de
recibir un testimonio independiente de su validez por medio del Espíritu.
Tal afirmación se basa en la correcta idea de que la conversión es
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únicamente el resultado de la necesidad de creer.

Con relación a esto, debe observarse que tos elementos básicos de la


necesidad de creer son casi los mismos de la necesidad de no creer que
proclaman los incrédulos. Después de todo, toda creencia o falta de
creencia se funda, al menos en parte, en la necesidad. El hecho de no creer
depende tanto de la necesidad personal como cualquier otra decisión que la
persona pueda tomar. Es tan fácil que una persona se convenza de no creer,
como que se convenza de creer. Pero no hay justificación para ver a la
necesidad de creer como algo negativo. Todo lo contrario; esa necesidad es
innata, y se originó en los cielos.

Mientras testificaba ante un grupo de fariseos modernos, fui


interrumpido con el anuncio de que no querían "oír sobre esas cosas que lo
hacen a uno sentirse bien". Pues, ¿qué ciase de religión es aquella que no
puede hacer que uno se sienta bien? Aparentemente, esas personas
necesitaban una religión que no los hiciera sentirse bien, pero su necesidad
tan peculiar no afectó la verdad de mi creeencia No hay espacio vacío. El
Espíritu del Señor está en todas las cosas. Brigham Young dijo que pagaría
gustosamente para que le informaran dónde no está Dios. Se puede hacer
una fortuna, decía él, vendiendo esa información a los malvados, pues así
tendrían un lugar para esconderse de la ira de Dios. (J D 3:279.)

Aunque Dios está "en todas las cosas, y en medio de todas las cosas,
y circunda todas las cosas", es obvio que hay lugares en que su Espíritu es
más abundante y se encuentra más fácilmente, que en otros. Es una
experiencia desagradable visitar un hogar donde hay discordia y peleas.

Seguramente el Espíritu del Señor estaría deseoso de salir de un lugar


así tanto como nosotros. Nosotros procuramos asociarnos con quienes nos
sentimos más a gusto; el Espíritu del Señor actúa del mismo modo.

Un grupo de ministros de la Iglesia de Escocia, enojados por lo que


llamaban una "invasión" de misioneros mormones en su país, desafiaron al
Presidente de la Misión con la pregunta: "¿Qué derechos tienen los
mormones sobre Escocia?" En su respuesta, el Presidente indicó que él
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entendía que en el mundo había dos poderes o influencias, y que toda
bondad, amor fraternal, benevolencia y virtudes semejantes venían de una
de esas fuentes, a saber, Dios. Preguntó a los ministros si estaban de
acuerdo en eso y, por supuesto, estuvieron de acuerdo. Luego dijo:
"También entiendo que el rencor, el odio, el resentimiento y otros
sentimientos semejantes vienen de la otra fuente, que es Satanás. ¿Están de
acuerdo?" De nuevo estuvieron de acuerdo. "Entonces", continuó el
Presidente, "si cualquiera de ustedes tiene en su corazón alguno de esos
sentimientos hacia mí o hacia la Iglesia que represento, ¿dónde los
obtuvo?" Con gran mortificación reconocieron el origen de sus
sentimientos de rencor.

Moroni y su padre Mormón enseñaron que "toda cosa que es buena


viene de Dios, y lo que es malo viene del diablo" (Moroni 7:12.) En pocas
palabras, la luz y las tinieblas nunca se juntan; Cristo y Satanás nunca se
estrechan las manos. Es así de simple. Lo que invita y persuade a hacer el
bien es de Dios, y lo que seduce a hacer el mal es de Satanás. Cristo y
Satanás son enemigos declarados; ninguno de los dos está donde está el
otro. Satanás libra una guerra incesante e inflexible contra todo lo que es
bueno, y nadie puede evitar la lucha. El Espíritu de Cristo se da a todo
hombre que viene al mundo, para que pueda distinguir entre las dos
fuerzas. Uno puede discernir entre estas dos fuerzas contrarias mediante
una prueba sencilla: aquello que nos invita a hacer el bien y nos persuade a
creer en Cristo "es enviado por el poder y el don de Cristo", mientras que
lo que "persuade a los hombres a hacer lo malo, y a no creer en Cristo, y a
negarlo, y a no servir a Dios, entonces podréis saber, con un conocimiento
perfecto, que es del diablo..." (Moroni 7:16, 17.)

De la misma manera que no podemos beber agua potable


directamente del mar, no podemos esperar hallar al Espíritu del Señor en la
desobediencia, o entre los desobedientes. Ni podemos buscarlo con buen
resultado entre los que menosprecian la pureza personal, carecen de fe, se
burlan del creyente, ridiculizan las obras de justicia, violan los convenios,
o hablan mal de los ungidos del Señor.

E! Señor ha declarado: "Si no guardáis mis mandamientos, el amor


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del Padre no permanecerá con vosotros; por tanto, andaréis en tinieblas."
(D. y C. 95:12.) El siguiente principio es eterno y constante: "Porque la
inteligencia se allega a la inteligencia; la sabiduría recibe a la sabiduría; la
verdad abraza a la verdad; la virtud ama a la virtud; la luz se allega a la luz;
la misericordia tiene compasión de la misericordia y reclama lo suyo; la
justicia sigue su curso y reclama lo suyo..." (D. y C. 88:40.) Todas las
cosas producen según su especie: el resultado de la fe es más fe, el
resultado de la incredulidad es incredulidad. "Allegaos a mí, y yo me
allegaré a vosotros", es la promesa del Señor. (D. y C. 88:63.) "Buscadme
diligentemente, y me hallaréis", nos ha prometido a todos (D. y C. 88:63.)

La semilla de la fe está plantada en las almas de los hijos de Dios.


Alimentada por la luz de Cristo, se hincha y brota. Cultivada por las obras
de justicia, protegida de las hierbas de la incredulidad, y sostenida con
paciencia, la plantita empieza a crecer con gracia serena. Casi de inmediato
vivifica el alma e ilumina el entendimiento. Si se cuida adecuadamente,
echa raíces y, en las palabras de Alma, llega a ser "un árbol que brotará
para vida eterna". (Alma 32:26-41.)

Es en el terreno de la vida que se deben afianzar las raíces de la fe. El


árbol de la vida, y sus frutos, son evidencia de sus raíces. Aunque éstas no
se pueden ver ni medir, son fuente de fuerza durante las tormentas, y de
nutrientes para el crecimiento.

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¿MANIFESTACIÓN
O CONFIRMACIÓN?

Sólo hay una senda segura para


los Santos de los Últimos Días,
y ésa es el cumplimiento del deber;
no el testimonio;
no una manifestación maravillosa;
ni el saber que el evangelio es verdadero;
no el saber realmente
que el Salvador es nuestro Redentor;
sino el guardar los mandamientos de Dios,
y vivir como Santos de los Últimos Días.
(Heber J. Grant.)

D ios no otorga manifestaciones espirituales para satisfacer al.


curioso. Wilford Woodruff relató la ocasión en que un miembro
del Consejo de los Doce le dijo: "He orado por mucho tiempo para que el
Señor me envíe la ministración de un ángel. Lo he deseado con mucha
fuerza, pero mis oraciones no han sido contestadas." El Eider Woodruff,
que había tenido muchas experiencias de esa clase, comentó que si ese
hombre "orara por mil años, pidiéndole ese don al Dios de Israel, nunca le
sería concedido, a menos que el Señor tuviera un motivo para enviarle un
ángel. Le dije que el Señor nunca ha enviado ni enviará un ángel sólo para
cumplir el deseo que alguien tiene de ver un ángel". Seguramente la labor
de los ángeles es más importante que el satisfacer la curiosidad ociosa; ni
visitan a los que son espiritualmente pobres. Wilford Woodruff explicó que
"si el Señor le envía un ángel a alguien, es para efectuar una obra que no se
puede realizar de otra manera". (Deseret Weekly, noviembre 7 de 1896.)

José F. Smith dijo: "Mostradme Santos de los Últimos Días que


tienen que nutrirse con milagros, señales y visiones a fin de conservarse
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firmes en la Iglesia, y os mostraré miembros de la Iglesia que no son rectos
ante Dios, y que andan por caminos resbaladizos. No es por
manifestaciones milagrosas que seremos establecidos en la verdad, sino
mediante la humildad y la fiel obediencia a los mandamientos y leyes de
Dios." (Doctrina del Evangelio, p. 7.)

Las experiencias espirituales vienen a aquellos que han ganado el


derecho de recibirlas. La mayordomía de tesoros sagrados se concede
solamente a los siervos de confianza. Por medio de la revelación se nos
recuerda que "lo que viene de arriba es sagrado, y debe expresarse con
cuidado, y por constreñimiento del Espíritu". (D. y C. 63:64.) Con toda
seguridad se aplica la misma norma para que se puedan conceder tales
cosas. Fue el Maestro mismo quien aconsejó: "No deis lo santo a los
perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos..." (Mateo 7:6.) Alma
expresó muy adecuadamente este principio en las siguientes palabras: "A
muchos les es concedido conocer los misterios de Dios; sin embargo, se les
impone un mandamiento estricto de que no han de impartir sino de acuerdo
con aquella porción de su palabra que El concede a los hijos de los
hombres, conforme al cuidado y diligencia que le rinden." (Alma 12:9.)

Cristo se apareció a muchos después de su resurrección. Pablo nos


indica que se apareció "a más de quinientos hermanos a la vez". (1
Corintios 15:6.) Es interesante notar que entre ellos no había ningún
incrédulo. Moroni nos explica que "fue por la fe que Cristo se manifestó a
nuestros padres, después que El hubo resucitado de los muertos; y no se
manifestó a ellos sino hasta después que tuvieron fe en El; por
consiguiente, fue indispensable que algunos tuvieran fe en El, puesto que
no se mostró ai mundo". (Éter 12:7.) Muchas veces podemos aprender de
lo que Cristo no hizo, tanto como de lo que hizo. Lo que no hizo fue volver
a la corte Judía, donde se había armado el debate sobre sus obras y
testimonio. No volvió a Caifás, a Pilato, a Herodes, a los escribas, los
saduceos, o los fariseos, para manifestarse y probarles que había dicho la
verdad. La conversión y la fe no se originan en esas experiencias, y el Dios
del cielo no complace a los malvados de esa manera. Lo que hizo el Señor
fue volver a los que habían creído, cumpliendo la promesa de que las
señales seguirían a sus buenas obras. Es "la generación mala y adúltera",
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declaró Cristo, la que "demanda señal". (Mateo 16:4.) José Smith afirmó
que por medio de revelación se le hizo saber que esas palabras del
Salvador debían interpretarse literalmente: cuando alguien viene pidiendo
una señal, podemos saber con certeza que ha participado del espíritu de
lujuria y es culpable de adulterio. Para ilustrar el punto, José Smith habló
de una reunión en la que estaba predicando, y un hombre lo interrumpió
demandando una señal. Señalándolo, el Profeta dijo: "Ese hombre es
adúltero." Otro hombre de la congregación alzó la voz y dijo: "Es cierto,
porque yo lo sorprendí en el hecho." Más tarde, el hombre se arrepintió,
confesó su pecado y fue bautizado en la Iglesia. (H C 5:268.)

George A. Smith, uno de los primeros líderes de la Iglesia, y


Consejero de Brigham Young, contó el interesante relato que se da a
continuación:

"Cuando se acababa de fundar la Iglesia de Jesucristo de los Santos


de los Últimos Días, veíamos a personas que se levantaban y decían: '¿Qué
señal nos muestran para que podamos creer?' Recuerdo a un predicador
campbellita que vino a ver a José Smith; creo que se apellidaba Hayden.
Llegó y se presentó con José, y dijo que había recorrido una distancia
considerable para convencerse de la verdad. 'Sr. Smith', le dijo, 'quiero
saber la verdad, y una vez convencido, dedicaré mis talentos y mi tiempo a
defender y predicar la doctrina de su religión, y quiero que sepa que al
convencerme yo, se convencerá mi congregación, que suma unas
setecientas personas.' José empezó a hablarle del surgimiento de la Iglesia,
y de los primeros principios del evangelio, pero el Sr. Hayden exclamó:
'No, ésa no es la evidencia que yo quiero; lo que deseo es un milagro;
quiero ver una manifestación del poder de Dios, un milagro; y si usted
puede hacerlo, entonces creeré con toda mi alma y mi corazón, y ejerceré
toda mi influencia y poder para convencer a otros; pero si no hace un
milagro, me convertiré en su peor enemigo.' 'Bien', dijo José, '¿qué quiere
que haga; que lo vuelva ciego, o sordo; que lo convierta en un paralítico, o
con una mano seca? Escoja lo que quiere, y se hará en el nombre del Señor
Jesucristo.' 'No es ésa la clase de milagro que yo quiero', dijo el predicador.
'Entonces, señor', replicó José, 'no voy a hacer ninguno; no voy a dañar a
nadie para convencerlo a usted. Pero le diré a quién me recuerda: a la
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primera persona que le pidió una señal al Salvador, pues en el Nuevo
Testamento está escrito que Satanás vino al Salvador en el desierto,
después que El había ayunado cuarenta días y tenía hambre, y le dijo: 'Si
eres hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan.' Y los hijos del
diablo y sus siervos han estado pidiendo señales desde entonces; y cuando
en aquel tiempo la gente le pedía señales para probar la verdad del
evangelio que predicaba, el Salvador respondía: 'La generación mala y
adúltera demanda señal...'" (George A.Smith, J D, 2: 326, 327.)

Se nos ha mandado que busquemos diligentemente los mejores


dones. (D. y C. 46:8.) Ese proceso requiere fe y dedicación. Se funda en
deseos y anhelos justos de prestar mayor servicio en el reino de Dios. Ese
curso contrasta notablemente con el espíritu burlón de los que demandan
una señal antes de comprometer su lealtad en el programa del Señor. A los
tales el Señor ha dicho:
"Cuídese el inicuo, y el rebelde tema y tiemble, y selle sus labios el
incrédulo, porque el día de la ira les sobrevendrá como torbellino, y toda
carne sabrá que yo soy Dios.
Y aquél que buscare señales verá señales, mas no para salvación.
En verdad os digo que hay entre vosotros quienes buscan señales, y
los ha habido aun desde el principio..."
Pero esa no es la fuente de la fe, pues el Señor explicó que:
"La fe no viene por las señales, mas las señales siguen a los que
creen.
Sí, las señales vienen por la fe, no por la voluntad de los hombres, ni
como les place, sino por la voluntad de Dios.
Sí, las señales vienen por la fe para producir obras poderosas, porque
sin fe ningún hombre agrada a Dios; y con el que Dios está enojado, no
está bien complacido; por tanto, a éstos no muestra señales, sino en ira para
su condenación." (D. y C. 63:6-11.)

Para poder cosechar los ricos frutos del evangelio, primero debemos
plantar y cultivar las semillas de la fe. Es una ley eterna: "..no recibís
ningún testimonio, sino hasta después de la prueba de vuestra fe." (Éter
12:6.) Dios no puede violar sus propias leyes; la fe debe preceder al
milagro. Si no hay fe no puede haber milagros. Y si hay fe, necesariamente
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le siguen las señales. Siempre ha sido así, y siempre será así; la siembra
precede a la cosecha, las obras preceden a la confirmación; la confirmación
precede a la manifestación. Muy pocas plantas se desarrollan hasta la
madurez en un día. El proceso es gradual, casi imperceptible. Lo mismo
sucede con el desarrollo espiritual. José F. Smith lo describió de esta
manera:

"Cuando me inicié en el ministerio en mi juventud, frecuentemente


iba y le pedía al Señor que me manifestara alguna cosa maravillosa, a fin
de poder recibir un testimonio. Y el Señor no me concedió milagros, pero
me mostró la verdad línea por línea, precepto por precepto, un poco aquí y
un poco allí, hasta que me hizo saber la verdad desde la coronilla hasta las
plantas de los pies, y hasta que fui completamente depurado de la duda y
del temor. No tuvo que enviar a un ángel de los cielos para hacerlo, ni tuvo
que hablar con trompeta de arcángel. Mediante el susurro de la voz quieta
y delicada del Espíritu del Dios viviente, El me dio el testimonio que
poseo; y por este principio y poder dará a todos los hijos de los hombres un
conocimiento de la verdad que permanecerá con ellos y los hará conocer la
verdad como Dios la conoce, y cumplir con la voluntad del Padre como
Cristo la cumple; y ningún número de manifestaciones maravillosas
realizará esto jamás. Es la obediencia, la humildad y sumisión a los
requisitos del cielo y a ese orden establecido en el reino de Dios sobre la
Tierra, lo que establecerá a los hombres en la verdad. Estos podrán recibir
visitas de ángeles; podrán hablar en lenguas, sanar a los enfermos mediante
la imposición de manos; podrán tener visiones y sueños; pero a menos que
sean fieles y puros de corazón, serán fácil presa para el adversario de sus
almas, el cual los conducirá a las tinieblas y a la incredulidad con mayor
facilidad que a otros." (Doctrina del Evangelio, p.7.)

David O. McKay habló de una lucha con sentimientos semejantes.


Siendo un joven, también él creía que no tendría un testimonio hasta haber
tenido una experiencia como la de José Smith en la Arboleda Sagrada, o
como la de su padre, a quien habló la voz del Señor. Con el sentimiento de
que nada sería de mayor valor para él que un testimonio, David O. McKay
lo buscó fervorosamente:

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"Recuerdo haber cabalgado en las colinas una tarde, pensando en
esas cosas, y concluí que esas colinas donde reinaba el silencio serían el
mejor lugar para recibir un testimonio. Detuve mi caballo, le solté las
riendas y me retiré a unos cuantos pasos de allí, y me arrodillé al lado de
un árbol.

El aire era limpio y fresco, el sol, delicioso; el aroma de las flores


perfumaba el ambiente, y lo adornaba el verdor de los árboles y el pasto;
mientras recuerdo el incidente ahora, casi puedo ver de nuevo ese cuadro.
Me arrodillé, y con todo el fervor de mi corazón derramé mi alma ante
Dios y le pedí un testimonio de su evangelio. Creí que se produciría una
manifestación, que yo tendría una experiencia que me dejaría sin ninguna
duda.

Me levanté, monté en mi caballo, y mientras éste comenzaba el


camino de regreso, recuerdo haber reflexionado, analizando mis
sentimientos, e involuntariamente sacudí la cabeza, y me dije: "No, no
hubo ningún cambio en mí; sigo siendo el mismo muchacho que era antes
de arrodillarme.' No se produjo la manifestación deseada. Y no fue ésa la
única ocasión que la busqué. No obstante, finalmente la recibí, pero no
como la esperaba. Recibí incluso la manifestación del poder de Dios
y la presencia de sus ángeles, pero cuando sucedió, fue solamente una
confirmación, no un testimonio."

El Presidente McKay testificó que recibió el testimonio que buscaba,


pero no como lo esperaba. Siendo un joven misionero en Inglaterra, recibió
una de las muchas confirmaciones que recibió posteriormente. Fue en una
reunión del sacerdocio, en la que un hombre se puso de pie y dijo:
"Hermanos, hay ángeles en este salón." El Presidente McKay notó que esa
declaración no lo impresionó mucho, pero lo que sí lo impresionó fue el
Espíritu que estaba presente. Entonces el Presidente Jacobo L. McMurrin
se levantó y dijo: "Sí, hay ángeles en el salón", y empezó a profetizar.
Volviéndose al Eider McKay, parafraseó las palabras del Salvador a Pedro,
y le dijo: "Déjeme decirle, hermano David, que Satanás desea zarandearlo
como a trigo, pero el Señor lo cuida a Ud.." Y añadió: "Si guarda la fe,
llegará el día en que se sentará en concilio con los dirigentes de la Iglesia."
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Posteriormente el Presidente McKay dijo: "Supe que había recibido
la respuesta a mi oración de niño." Y con entendimiento inspirado, añadió:
"Pero el testimonio de la divinidad de esta obra, a pesar de ser glorioso y
grande, no había venido por medio de una manifestación extraordinaria,
sino mediante la obediencia a la voluntad de Dios, en armonía con la
promesa de Cristo: 'El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la
doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta.' " (Juan 7:17.)
(Improvement Era, septiembre de 1962, pp. 628, 629.)

El intento de Oliverio Cowdery de traducir las planchas de las que


recibimos el Libro de Mormón, es tal vez el ejemplo que se usa con mayor
frecuencia para mostrar nuestra responsabilidad individual en el proceso de
recibir revelación. Oliverio recibió la promesa del Señor de que podría
traducir; creyó en esa promesa; no había razón para pensar que el Espíritu
del Señor no lo bendeciría en sus esfuerzos de traducir. No obstante,
Oliverio no comprendía todavía como obra el Espíritu, y para su sorpresa
descubrió que, a pesar de la promesa del Señor, no podía traducir.
Frustrado, le pidió a José Smith que le preguntara al Señor por qué había
fracasado en sus esfuerzos. En respuesta, el Señor le dijo a Oliverio que no
había comprendido, pues había supuesto que las respuestas se dan con sólo
pedirlas. El sistema del cielo no funciona así. "Debes estudiarlo en tu
mente", se le dijo a Oliverio, y que cuando sintiera que había encontrado la
solución del problema, debía preguntar, y si la solución era correcta, "haré
que tu pecho arda dentro de ti; por tanto, sentirás que está bien". (D. y C.
9:8.)

Hasta entonces Oliverio no había apreciado debidamente el esfuerzo


que José hacía para traducir, ni se había dado cuenta que el Señor desea
que usemos todos los medios de que disponemos para resolver nuestros
problemas, y que busquemos la respuesta antes de poder recibir su
confirmación. Más adelante se le explicó que si sus conclusiones no eran
correctas, no sentiría el ardor en su pecho, sino que experimentaría "un
estupor de pensamiento" que lo haría olvidar la cosa errónea. (D. y C. 9:9.)

Tal como el acero templado, los principios correctos mantienen su


forma; no se tuercen o se doblan según las circunstancias. Así es que
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vemos al hermano de Jared aprendiendo que la responsabilidad del
individuo para investigar y resolver un problema, se aplica tanto a la
construcción de barcos como a la traducción de anales antiguos.

Después de construir las naves, como se le había mandado, el


hermano de Jared fue ante el Señor con dos problemas: la carencia de luz y
de aire fresco dentro de los barcos. Debido a que el problema de la
ventilación de los barcos quedaba fuera de los límites de la experiencia
humana, el Señor dio las instrucciones sobre ese asunto; sin embargo, no
respondió a la pregunta sobre cómo iluminar los barcos. El hermano de
Jared de nuevo se dirigió al Señor y formuló su pregunta. Esta vez el Señor
respondió con otra pregunta: "¿Qué quieres que yo haga para que tengáis
luz en vuestros barcos?"

En ese momento el hermano de Jared percibió que el problema era


suyo; que el Señor ayudaría, pero que al menos la responsabilidad de
recomendar una solución era suya. Es claro que el Señor deseaba que fuera
tan independiente como fuera posible. Tras una seria consideración,
formuló una solución: fundiría de la roca dieciséis piedras transparentes;
junto con ellas ascendió al monte, donde de nuevo clamó al Señor, y le
pidió que tocara cada una de las piedras con su dedo, para que pudieran
emitir luz. Respetando la solución que su siervo propuso, el Señor tocó las
piedras una por una, para que pudieran emitir luz. (Éter 2:19-25; 3:1-6.)

Luego de repasar estos ejemplos y otros similares, el Elder Bruce R.


McConkie resumió y definió la fórmula para recibir revelación:

"Si aprendéis a usar el libre albedrío que Dios os ha dado, y tratáis


de hacer vuestras propias decisiones, y si llegáis a conclusiones que son
acertadas, v habláis con el Señor y recibís su sello aprobatorio sobre las
conclusiones a que habéis llegado, entonces habréis recibido
revelación." (BYU Soeeches of the Year. febrero 27 de 1973)

Son más las revelaciones que se reciben conforme a este modelo que
las que se dan de alguna otra manera.

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Heber J. Grant nos dio el ejemplo perfecto de la aplicación de estos
principios al describir el proceso por el que se recibió la revelación sobre el
Plan de Bienestar. Se afirma que dijo:

"Nos habíamos estado reuniendo todas las mañanas durante varios


meses, y desarrollamos un plan. Luego de desarrollarlo, me dirigí al Señor
en oración especial, y le pedí fervientemente que me hiciera saber si el
plan merecía su aprobación. Como respuesta vino sobre mí, desde la
coronilla hasta la planta de los pies, un espíritu tan dulce, y un fuego
interior, por lo que supe que Dios estaba de acuerdo." (Citado por
William E. Berrett en un discurso ante maestros de Seminario e Instituto,
BYU, junio 27 de 1956.)

La fuerza espiritual es el resultado natural del esfuerzo espiritual. Ese


proceso da evidencia de la sabiduría de Dios. Se nos da lo que estamos
preparados para recibir, comprendemos a medida que nos preparamos para
comprender. La mansión de la fe debe edificarse ladrillo a ladrillo.

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¿COMO APRENDIO CRISTO
EL EVANGELIO?

Jesús, como todos los jovencitos judíos, recibió


la enseñanza familiar sencilla pero efectiva
que se acostumbraba en su tiempo.
Ya que las Escrituras eran el único libro de
texto, sus palabras eran el material didáctico
en el hogar.
El proceso de educar la mente con ese material
empezaba a una edad temprana.
Es bien conocido el celo de los padres
en enseñar a sus hijos esa sabiduría sagrada.
(Henry Kendall Booth.)

E I Señor nunca ha alabado la indolencia o la ignorancia. Eso se


pone en claro si examinamos la manera en que ha procurado
educar a sus profetas. Empecemos con la vida de Cristo, ya que es nuestro
ejemplo y modelo en todas las cosas.

En su forma actual, el Nuevo Testamento ha preservado sólo un


borroso bosquejo de los primeros años y educación de Cristo. De los
escritores de los Evangelios, sólo Mateo y Lucas cuentan la historia de su
nacimiento. Mateo habla del ángel del Señor que le mandó a José que
tomara por esposa a María; de la visita de los magos un tiempo después del
nacimiento de Cristo; y de la huida posterior de la Sagrada Familia a
Egipto, a causa de la orden de Herodes de matar a todos los niños de Belén
y sus alrededores; y el regreso de la familia para establecerse en Nazaret.
Lucas nos narra el nacimiento de Juan; la visita de Gabriel a María,
anunciándole que sería la madre del Hijo de Dios; la visita de María a
Elisabet; el viaje de María y José a Belén; el nacimiento de Cristo; el coro
de los ángeles; la visita de los pastores, la bendición de Simeón al pequeño
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jesús, y el testimonio de Ana.

Si combinamos estos relatos, el resultado es la historia del


nacimiento de Jesús, y un breve resumen de las experiencias de la familia
durante los primeros dos o tres años de su vida. A partir de allí, y hasta que
Cristo empezó su ministerio formal, lo cual equivale a unos veintisiete o
veintiocho años, la Biblia guarda un silencio casi absoluto. Lucas nos
informa que "el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y ¡a
gracia de Dios era sobre El". (Lucas 2:40.) Luego habla brevemente de
cuando Cristo conversó con los doctores de la ley en el templo, a los doce
años de edad; y termina con la observación de que "Jesús crecía en
sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres". (Lucas
2:41-52.) Nada se menciona de los siguientes dieciocho años de la vida de
Cristo.

Son esos años "perdidos" de la vida de Cristo los que deseamos


reconstruir. Si podemos descubrir la manera en que se preparó para el
ministerio, seguramente aprenderemos mucho en cuanto a cómo debemos
prepararnos para nuestras propias misiones terrenales. En nuestro intento
necesitamos ejercer la prudencia, pues como lo indicó James E. Talmage,
los escritores inspirados guardaron "reverente silencio" sobre la juventud
de Cristo. El que inventemos situaciones o embellezcamos la historia que
ya tenemos, como lo hicieron los escritores de los libro apócrifos, por
ejemplo, no es un honor para Cristo, ni para nosotros. (Jesús el Cristo, p.
117.) Entramos al santuario de esos años desconocidos sólo bajo la
invitación de guías autorizados. Con alegría descubrimos que si nos
preparamos apropiadamente para el viaje, nuestros guías están dispuestos a
llevarnos más allá y mostrarnos más de lo que ve regularmente el turista de
las Escrituras los domingos por la mañana.

Cristo nació como nacen todos los niños, enteramente dependiente de


otros. Preordenado a ascender a lo más alto, era necesario que primero
descendiera a lo más bajo . (D. y C. 122:8.) "Me inclino a pensar que fue
uno de los niños más débiles que han nacido jamás", dijo Brigham Young,
"uno de los más desvalidos al nacer; tanto, que es posible que se haya
pensado que no podría llegar a la madurez". (J D 3:366.)
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Cristo nació en una cueva, compartida tal vez con las bestias del
campo, de una mujer campesina, y con un padre adoptivo. Sus comienzos
fueron de lo más humilde. Nació mientras sus padres viajaban a Belén. Las
Escrituras no dicen que no había lugar en el mesón, sino que no había lugar
"para ellos" en el mesón. (Lucas 2:7.) Si María no hubiera estado a punto
de dar a luz; si no hubieran sido galileos, a quienes los habitantes de Judea
miraban con desprecio, quizá las cosas hubieran sido diferentes. En la
Versión Inspirada, José Smith cambió el versículo para que dijera: "...nadie
les daba lugar en los mesones." Así nos enteramos que fueron varios
mesoneros, no sólo uno, o unas cuantas personas aisladas, ios que les
negaron el albergue a José y María." (Bruce R. McConkie, Doctrina! New
Testament Commentary, 1:92) Ese rudo rechazo fue sólo el preludio de lo
que vendría después.

Es seguro que Pablo hablaba literalmente cuando dijo: "...lo débil del
mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo...para
deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia." (1 Corintios
1:27-29.) Siglos antes, Isaías había descrito al joven Cristo como
"renuevo...y como raíz de tierra seca..." Isaías lo vio no como árbol
majestuoso en un fértil bosque, sino como humilde planta tratando de
sobrevivir en suelo árido. De su apariencia física, Isaías dijo: "..no hay
parecer en El, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le
deseemos." (Isaías 53:2.)

Como sucede con todos los hombres, a Jesús se le quitó el


conocimiento de ¡a vida premortai cuando su espíritu entró a su
tabernáculo mortal. Y estuvo sujeto a los malestares, sufrimientos y
dolores que son comunes ai género humano. Isaías lo describe
"despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores,
experimentado en quebranto". (Isaías 53:3.) Seguramente esas expresiones
no se refieren exclusivamente al tiempo de su ministerio. ¿Acaso podemos
suponer ingenuamente que su encuentro con Satanás, luego de su ayuno de
cuarenta días en el desierto, fue la primera ocasión que el padre de las
mentiras intentó desviarlo de su sagrado llamamiento?

Al meditar en la manera en que Cristo se preparó para su ministerio,


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¿pensaremos que su visita al templo, a los doce años de edad, fue la única
ocasión de su juventud que traspasó esos portales en un tiempo sagrados?
¿Creeremos que esa fue la única vez que El visitó la Ciudad Santa, o
conversó con los sabios, o habló pública y abiertamente de los principios
del evangelio? A menos que su vida abarcara las luchas normales de la
juventud, el proceso gradual para asimilar conocimiento, y el desarrollo
hacia la madurez, no tendría valor como ejemplo para el resto del género
humano.

Las personas más importantes, y por tanto, los maestros que


influyeron más en la vida de Cristo, fueron José y María. El concepto de
que los padres son responsables de enseñar el evangelio a sus hijos no es
una idea especial para estos últimos días. Es el eterno orden de las cosas.
José era un hombre visionario, un hombre experimentado en las cosas del
Espíritu, un hombre que había tenido sueños, recibido la visita de ángeles,
y que tenía plena confianza en todas las instrucciones que venían del trono
de Dios. Era riguroso en su observancia de la ley de Moisés. Como nos
dice Mateo, "era justo". (Mateo 1:19.) La función que José desempeñó fue
mucho más que sólo enseñarles un oficio a sus hijos. No se necesita mucha
imaginación para suponer que, al estar trabajando, y a la hora de la comida
familiar, relataba la historia de sus antepasados, "costumbre que se originó
en tiempos del patriarca Abraham, unos dos mil años antes José también le
enseñó a su hijo los deberes que se requerían de todo israelita devoto".
(Great People of the Bibie and How They Lived, p. 324.)

Al terminar el día, es posible que José debió haber estado


acostumbrado a asistir a la sinagoga para la reunión de la noche. Jesús y
sus hermanos, al cumplir la edad, deben haber asistido con él. Sus pláticas
se centraban en las Escrituras y en las promesas hechas a Israel. No hay
ninguna duda de que José era un hombre que conocía las Escrituras, amaba
el evangelio, creía en sus promesas, y guiaba a su familia como patriarca
inspirado.

María, la madre del pequeño Jesús, fue conocida y descrita por


profetas, siglos antes de su nacimiento. Alma habla de ella como de "un
vaso precioso y escogido". (Alma 7:10.) Nefi, quien la vio en visión
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seiscientos años antes del nacimiento de su primogénito, la describió como
"sumamente hermosa y blanca...una virgen, más hermosa y pura que toda
otra virgen". (1 Nefi 11:13, 15.) Puesto que hay solamente un Cristo, hay
solamente una María. Entre todas las huestes preexistentes, no había mujer
más grande que ella.

Cuando Jesús nació, María "lo envolvió en pañales, y lo acostó en un


pesebre". (Lucas 2:7.) De modo que, aparentemente, el nacimiento tuvo
lugar sin la ayuda de otras personas. Ni siquiera se menciona a José. Así
que en el crecimiento de Cristo, como niño, hubo eso que solo María con
su amor de madre pudo haber logrado Fue María misma quien tomó al
niño recién nacido, lo envolvió en pañales y lo puso en el pesebre. Los
pañales eran tiras de lino con las que se envolvía al niño tan ajustadamente,
que no podía mover los brazos ni las piernas. "Esta antigua costumbre se
basaba en la creencia de que las extremidades del niño no crecerían rectas
y fuertes si no se les sujetaba de tal modo que no se pudieran mover
libremente al menos durante seis meses." (Great People of the Bible..., p.
320.) Correcta o no, la costumbre puede considerarse como un símbolo de
los brazos amorosos de este "vaso precioso y escogido", quien modelaría el
carácter de su pequeño hijo para que llegara a ser "recto y fuerte".

Es significativo que cuando José y María regresaron a Jerusalén para


buscar a su hijo de doce años de edad —que ya era capaz de confundir a
los hombres más sabios—, sin protestar El regresó con ellos a Nazaret,
donde "estaba sujeto a ellos". (Lucas 2:51.) Su vida proporciona un
ejemplo adecuado para todos los hijos, en la manera en que Cristo, desde
temprana edad, obedeció a sus padres. En la Versión Inspirada se nos
restaura un importante fragmento de los años desconocidos de la vida de
Jesús. En los versículos que el Profeta añadió al capítulo tres de Mateo,
dice que "Jesús crecía junto con sus hermanos", y que "servía bajo su
padre". (JST, Mateo 3:24, 25.) Siendo el hijo mayor de una familia grande,
aprendió a compartir y a tener responsabilidad. Disfrutó la convivencia con
primos, tías, tíos, y tal vez abuelos. (Lucas 2:44.)

El conocimiento que tenemos de la cultura judía de esos tiempos,


justifica nuestra conclusión de que "el Niño recibió amplia instrucción
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sobre la ley y las Escrituras, porque así era la regla". La tradición mandaba
que fuera "enseñado a trabajar, porque la ociosidad era tan aborrecida en
aquella época" como debería serlo hoy; "y a todo jovencito judío, fuera
hijo de carpintero, campesino o rabino, le era exigido aprender y seguir una
carrera práctica y productiva". (James E. Talmage, Jesús el Cristo, p. 118.)
Jesús debe haber comenzado a asistir a la escuela a ios seis años. Las
clases se daban en la sinagoga seis días a la semana, y se requería que
asistieran todos los niños varones. Las pruebas y desafíos de Cristo, como
sucede con todos los jóvenes, empezaron mucho antes de su misión. Sería
demasiado ingenuo suponer que creció en un vacío, sin dolores,
sufrimiento, o tentación.

Concebido "según la carne" (1 Nefi 11:18.), Cristo "no socorrió a los


ángeles", dijo Pablo; más bien, "socorrió a la descendencia de Abraham.
Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos...Pues debido a que
El mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son
tentados". (Hebreos 2:16-18.)

El ejemplo de Cristo carecería de significado si no hubiera estado El


también sujeto a todas las tentaciones de la carne, "semejante a sus
Hermanos". A nadie se le ha prometido que la vida le será fácil. Cristo no
estuvo exento de las pruebas, frustraciones, congojas o dificultades de la
uventud. Las tuvo todas, pues ése es el propósito de la mortalidad. Sus
experiencias fueron experiencias humanas; su porción, la misma de todo el
género humano; El estuvo sujeto a lo mismo que nosotros; experimentó o
mismo que nosotros. (Hebreos 2:14.)

Sufrió, para poder socorrer a los que sufren; fue tentado, para poder
fortalecer a los que son tentados. "Porque no tenemos un sumo sacerdote
que no pueda compadecerse de nuestras debilidades...puesto que El
también está rodeado de debilidad..." (Hebreos 4:15; 5:2.) Por lo tanto,
Pablo nos asegura que "aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la
obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna
salvación para todos los que le obedecen..." (Hebreos 5:8, 9.)

En el Libro de Mormón, el profeta Alma nos enseña los mismos


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principios. Dice:

"Y El saldrá, sufriendo dolores, aflicciones y tentaciones de todas


clases; y esto para que se cumpla la palabra que dice: Tomará scbre sí los
dolores y enfermedades de su pueblo.

Y tomará sobre sí la muerte, para poder soltar las ligaduras de !a


muerte que sujetan a su pueblo; y sus enfermedades tomará El sobre sí,
para que sus entrañas sean llenas de misericordia, según la carne, a fin de
que según la carne, pueda saber cómo socorrer a los de su pueblo, de
acuerdo con las enfermedades de ellos.

Ahora, el Espíritu sabe todas las cosas; sin embargo, el Hijo de Dios
padece según la carne, a fin de poder tomar sobre sí los pecados de su
pueblo, para poder borrar sus transgresiones según el poder de su
redención; y he aquí, éste es el testimonio que hay en mí." (Alma 7:11-
13.)

Isaías vio que Cristo era "despreciado y desechado entre los hombres,
varón de dolores, experimentado en quebranto", menospreciado, y sin la
estimación de sus semejantes. (Isaías 53:3.) Esos sentimientos no eran
nuevos para Cristo cuando empezó su ministerio mortal, pues las
experiencias de su juventud lo había fortalecido grandemente en
preparación para lo que vendría después.

Además de la declaración hecha por Lucas, de que Jesús aumentaba


en sabiduría y gracia para con Dios, tenemos el testimonio de Juan el
Bautista, quien afirmó haber visto que Cristo no recibió "de la plenitud a!
principio, mas recibía gracia sobre gracia; y no recibió de la plenitud al
principio, sino continuó de gracia en gracia hasta que recibió la plenitud; y
por esto fue llamado el Hijo de Dios, porque no recibió de la plenitud al
principio". (D. y C. 93:12-14.) Su progreso fue "de una gracia a otra, no de
un estado sin gracia a uno de gracia"; fue "de lo bueno a lo mejor, no de lo
malo a lo bueno; de gracia para con Dios a una gracia mayor, no de una
separación por causa del pecado a una reconciliación por medio del
arrepentimiento y la propiciación". (Talmage, Jesús el Cristo, p. 118.)
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Por ahora no podemos decir con seguridad si el testimonio de Juan
de que Cristo avanzó de gracia en gracia, fue obtenido exclusivamente por
medio de revelación, o si la revelación se sumó a los años de asociación
personal. Pero en todo caso la conclusión es la misma: Cristo avanzó en las
cosas del Espíritu tal como nosotros tenemos que hacerlo, de gracia en
gracia.

Cristo declaró que "la plenitud de las Escrituras" constituye "la llave
del conocimiento". (JST, Lucas 11:53.) Las Escrituras fueron una fuente
fundamental de sus enseñanzas durante su ministerio. A los que ponían en
duda su testimonio de ser el Mesías prometido, los desafió a escudriñar las
Escrituras (Juan 5:39.), pues ese escrutinio conduciría al investigador
sincero al conocimiento de que efectivamente El era el Cristo. Su dominio
de las Escrituras da fe de una juventud usada provechosamente en el
estudio. "Repetidamente leemos en los Evangelios que El contestaba la
superioridad insolente del escriba y del rabino con una cita de las
Escrituras, precedida de la pregunta : '¿No habéis leído?' " (Mateo 12:3;
19:4; 21:16; 22:31; Marcos 2:25; Lucas 6:3.) (Henry Kendall Booth, The
World of Jesús, p. 35.)

Lucas nos informa que la manera habitual en que El enseñaba el


evangelio era entrando a las sinagogas en el día de reposo, donde leía y
enseñaba las Escrituras. (Lucas 4:16.)

Imaginar a Jesús como "un artesano ignorante e inculto, " que el


cielo dotó de sabiduría suficiente como para poder confundir desde la edad
de doce años a los hombres más sabios, sería cometer una injusticia en su
contra. Sería, como lo indicó un escritor, "como si un predicador montañés
que nunca terminó la escuela primaria se pusiera de pie en un púlpito,
abriera la Biblia al azar, y por pura inspiración divina predicara un
grandioso sermón 'mediante el poder del Espíritu Santo', que convirtiera
hasta a los profesores del ateísmo que lo hubieran escuchado por simple
curiosidad." (Charles Francis Potter, The Lost Years of Jesús Revealed, pp.
39, 40.)

Las instrucciones del Señor a Hyrum Smith, de que no intentara


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predicar el mensaje del evangelio sin que primero procurara obtenerlo,
tenían igual aplicación en tiempos antiguos. Cristo obtuvo "el poder de
Dios para convencer a los hombres" tal como Hyrum Smith, mediante una
preparación adecuada. (D. y C. 11:21, 22.)

En realidad es sencillo determinar cómo aprendió Cristo el evangelio


y se preparó para su ministerio. Tan sólo necesitamos saber qué fue lo que
nos pidió que hiciéramos, y entonces sabremos qué fue lo que El hizo.
Puesto que nos mandó que escudriñáramos las Escrituras, sabemos que El
las escudriñó; puesto que nos ha mandado buscar conocimiento "tanto por
el estudio como por la fe", sabemos que El buscó conocimiento de la
misma manera; puesto que nos ha mandado familiarizarnos con "cosas
tanto en el cielo como en la Tierra, y debajo de la Tierra; cosas que han
sido, que son y que pronto han de acontecer; cosas que existen en el país,
cosas que existen en el extranjero; las guerras y perplejidades de las
naciones, y los juicios que se ciernen sobre el país; y también el
conocimiento de los países y los reinos", para poder prepararnos para
magnificar nuestros llamamientos y la misión con la que nos ha
comisionado, ¿no deberíamos de suponer que El se preparó igualmente?
(D. y C. 88:79, 80.)

Los judíos que frecuentemente se asombraban de los conocimientos


de Cristo, preguntaban: "Cómo sabe éste letras,( versado en la sagrada
Escritura), sin haber estudiado?" (Véase Juan 7:15.) Cierto, Jesús no fue
adiestrado como lo eran los rabinos, o como lo son los ministros sectarios
de nuestra época. No se graduó de un seminario teológico, ni sus
enseñanzas tenían nada que ver con credenciales académicas. Su
conocimiento era tan diferente al de los hombres como los cielos difieren
de la Tierra. (Isaías 55:8, 9.)

En el relato de la Versión Inspirada sobre la ocasión en que fue


hallado con los sabios en el templo, en lugar de decir que sus padres lo
encontraron "sentado en medio de los doctores de la ley, oyéndoles y
preguntándoles", se nos dice que los doctores "le oían, y le hacían
preguntas". (JST, Lucas 2:46. Las cursivas son nuestras.) El concepto de
que El salió para enseñar y no para que se le instruyera (D. y C. 43:15)
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también se encuentra en la Versión Inspirada, donde dice: "Y servía bajo
su padre, y no hablaba como los demás hombres, ni se le podía enseñar,
porque no necesitaba que nadie le enseñase". (JST, Mateo 3:25.) Aunque
sus padres eran maestros excelentes, y aunque El era un estudiante
talentoso —sin igual— de la Escrituras; y aunque acumuló conocimiento
por el estudio, obtuvo la sabiduría que salva mediante la oración, la
meditación y la acción. La fuente principal de su conocimiento era por
necesidad —como debe serlo con todos los hombres— la revelación, pues
ésta es el fundamento en el cual descansa el reino de Dios.

Cristo fue instruido por la vida, que a veces es una maestra severa. El
estuvo también sujeto a los implacables bofetones de Satanás. La escuela
de Cristo no fue una escuela privada, Y como se nos invita a caminar por
donde El caminó; podemos entonces ver lo que El vio; debemos hacer lo
que El hizo; y seremos bendecidos como lo fue El. También seremos
sostenidos en los momentos de prueba, tal como El; y podremos lograr el
éxito, como lo logró El.

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LA PREPARACIÓN ESPIRITUAL
DE JOSÉ SMITH

He aquí, soy Dios, y lo he declarado;


estos mandamientos son míos,
y se dieron a mis siervos en su debilidad,
según su manera de hablar,
para que pudieran alcanzar conocimiento.
Y en cuanto errasen,
pudiera ser manifestado;
y en cuanto buscasen sabiduría,
se les pudiera instruir; y en cuanto pecasen,
se les pudiera castigar para que se
arrepintieran; y en cuanto fuesen humildes,
pudieran ser hechos fuertes y
bendecidos de lo alto,
y recibir conocimiento de cuando en cuando.
(D. y C. 1:24-28.)

D ios llama e instruye a sus profetas. Algunos creen que junto con
el llamamiento al oficio profético viene una investidura de
capacidad espiritual, entendimiento y poder que no se tenía previamente, y
que sobrepasa lo que los hombres en general poseen. Contrario a esa idea,
el Elder Bruce R. McConkie ha dicho que de por sí, el llamamiento a una
posición de liderismo "le da poco conocimiento o poder de discernimiento
al individuo, aunque toda persona que es llamada a una posición en la
iglesia, aumenta en gracia, conocimiento y poder si magnifica el
llamamiento que se le ha dado". (Mormon Doctrine, p. 309.)

Podríamos preguntarlo de otra manera: ¿Se llama primeramente a los


profetas, y son después investidos con las habilidades necesarias para
magnificar su llamamiento? ¿O primero son preparados para su oficio, y
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entonces son llamados? Al repasar brevemente la historia de los
llamamientos al oficio profético, recordamos a Moisés y la zarza ardiente;
a Cristo, diciendo a Pedro y a los otros apóstoles: "Sigúeme"; a Saulo en el
camino a Damasco; a José Smith en la Arboleda Sagrada. Pero, ¿fueron
esos llamamientos a servir, o llamamientos para prepararse para servir?

La naturaleza fragmentaria de los relatos en las Escrituras, nos ofrece


solamente unos cuantos detalles sobre eventos de gran interés. La
preparación espiritual que recibió Moisés durante cuarenta años, de manos
de su suegro Jetro, de quien recibió el sacerdocio, debe haber sido
considerable. Por medio de José Smith nos enteramos que antes de que
Moisés regresara a Egipto, fue arrebatado a una montaña muy alta, donde
vio a Dios y conversó con El. A esta experiencia le siguió una
confrontación personal con Satanás. Luego de mandarle a Satanás que se
retirara, el poder de Dios descendió sobre Moisés, por lo que pudo ver cada
partícula de la Tierra y a todos sus habitantes. Basta con decir que su
misión en Egipto fue precedida por una preparación mucho mayor de lo
que se supone generalmente. (Moisés 1.)

Los tres años del ministerio de Cristo se dedicaron en gran parte a


capacitar a los Doce para que pudieran dirigir la Iglesia después de su
ascensión. No sabemos que preparación recibieron antes de su llamado a
seguir a Cristo como apóstoles, pero es solo natural pensar que primero se
entrenaron en las cosas del reino siendo llamados como elderes. En cuanto
a Pablo, estamos malinterpretando su experiencia en el camino a Damasco
si suponemos que en ella fue llamado a servir. Pablo fue llamado a
arrepentirse, y fue enviado a Damasco a esperar el llamado del Señor. Allí,
bajo la dirección de Ananías, sería bautizado para la remisión de pecados,
y se le enseñaría el evangelio con todo cuidado. Su llamado a servir se le
extendería en un tiempo futuro.

De igual modo, la Primera Visión no le dio ninguna autoridad a José


Smith. Tal como una bendición patriarcal, representaba un llamamiento
para prepararse, más que un llamamiento para actuar como profeta del
pueblo. Todavía habrían de pasar otros diez años antes que la Iglesia fuera
organizada, antes de que José Smith fuera sostenido para presidir sobre la
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pequeña iglesia. El tiempo que transcurrió entre esos dos eventos fue de
preparación y pruebas intensas; tiempo en el que José Smith recibió
instrucciones de ángeles, y los bofetones de los demonios. Esas
experiencias eran necesarias para fortalecerlo para lo que habría de venir, y
prepararlo al grado que pudiera decir un día:

"Soy como una enorme piedra áspera que viene rodando desde lo
alto de la montaña; y la única manera en que puedo pulirme es cuando una
de las orillas de la piedra se alisa al frotarse con otra cosa, como cuando
pega fuertemente contra la intolerancia religiosa, se topa con las
supercherías de los sacerdotes, abogados, doctores, editores mentirosos,
jueces y jurados sobornados, y choca contra la autoridad de oficiales
perjuros, respaldados por los populachos, por los blasfemos y por hombres
y mujeres licenciosos y corruptos; todo este coro infernal le allana esta
aspereza acá y ésta otra más allá. Y así llegaré a ser dardo pulido y terso en
la aljaba del Todopoderoso, el cual me dará dominio sobre todos ellos sin
excepción, cuando les falle su asilo de mentiras y les sea destruido su
escondite, mientras que estas piedras lisas contra las que voy chocando, se
harán ásperas." (Enseñanzas del Profeta José Smith, p. 370.)

Ya que podemos analizar el período histórico en que vivió José


Smith con mayor exactitud que si lo hiciéramos con las dispensaciones
pasadas, estudiemos la manera en que creció espiritualmente, buscando
conclusiones que tengan aplicación en nuestras vidas.

El Señor le dijo al profeta José Smith: "...esta generación [época o


dispensación] recibirá mi palabra por medio de ti..." (D. y C. 5:10.) El
Profeta estableció los fundamentos teológicos del mormonismo. Ha
quedado como el maestro doctrinal más grande de nuestra dispensación.
"Ha dado al mundo de nuestros días más Escritura sagrada que cualquier
otro profeta que ha vivido jamás; ha preservado para nosotros más de la
mente, la voluntad y la voz del Señor, que la suma de los doce escritores
sagrados más prolíficos del pasado." (Bruce R. McConkie, CR, abril de
1976, p. 142.)

La pregunta es: ¿Hasta qué punto necesitó José Smith estudiar,


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esforzarse y reflexionar en su búsqueda de conocimientos; y hasta qué
punto recibió las respuestas por inspiración o revelación? Para poder
responder a esta pregunta, recordemos primero la experiencia que tuvo al
traducir el Libro de Mormón, y el proceso involucrado.

Aunque la familia de José Smith no era muy instruida, estaba


formada por personas muy trabajadoras e inteligentes. Era común en ellas
un interés profundo por las cosas espirituales; oraban juntos, cantaban
juntos, y juntos leían la Biblia. A pesar de eso, el padre de José Smith, y el
abuelo, Asael Smith, eran considerados por sus vecinos como rebeldes
religiosos. Ninguno de los dos quiso unirse a las sectas predominantes de
su tiempo, pues sentían que las enseñanzas de esas iglesias no concordaban
con las Escrituras, ni con la razón. José Smith, padre, luchaba por "el orden
antiguo" establecido por Cristo y sus apóstoles. Asael Smith declaró
proféticamente que uno de sus descendientes promulgaría una obra que
"sacudirá el mundo de la fe religiosa". (E. Cecil McGavin, The Family oí
Joseph Smith, p. 9.) José, padre, era un hombre visionario, que en varias
ocasiones tuvo sueños que !o guiaron en su búsqueda de la verdad antes de
la Restauración. (History of Joseph Smith, by His Mother, pp. 46-49, 64-
66, 68.) La madre del profeta José, Lucy Mack, luchó con lo que ella llamó
"ansiedad intelectual" en su búsqueda religiosa. Escribió: "Pasé mucho
tiempo leyendo la Biblia y orando", mas su afán de encontrar la verdad se
veía frustrado. Si no se unía a ninguna iglesia, decía ella, las personas
religiosas dirían que era del mundo; y si se unía a una de las iglesias, las
otras dirían que estaba en error. "Ninguna de las iglesias pensará que estoy
en lo correcto, excepto aquella a la que me una. Todos testifican contra
todos y ¿cómo puedo hacer una decisión en este caso, mientras veo que
todas son diferentes a la Iglesia de Cristo, tal como existió antiguamente?"
(History of Joseph Smith, p. 31.) Al no poder encontrar la religión que
buscaba, decidió estudiar la Biblia y tomar como guía a Cristo y a sus
discípulos. (Ibid., p. 36.)

Tal fue el ambiente en el que José Smith sintió nacer dentro de sí el


deseo de buscar las cosas espirituales. Se le había enseñado a confiar en el
Señor, a ser perspicaz, a plantear preguntas, y a buscar respuestas. En un
registro de la Primera Visión que fue encontrado recientemente él indica
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que la búsqueda que lo condujo a la Arboleda Sagrada fue precedida por
tres años de reflexionar, estudiar, asistir a reuniones y escuchar a otros.
(Dean C. Jessee, "The Early Accounts of Joseph Smith's First Vision",
BYU Studies, Fall,1969, p. 279.)

No fue por un capricho pasajero que José Smith llegó a la Arboleda


Sagrada. La preparación había antecedido a su cita con el destino, y faltaba
mucha preparación antes que le fueran confiadas las llaves del reino de
Dios y se le mandara organizar ese reino otra vez sobre la Tierra.

José nunca explicó la manera en que tradujo el Libro de Mormón. En


una ocasión, su hermano Hyrum le cedió la palabra en una reunión pública
para que dijera cómo se realizó la obra. Como respuesta, José dijo que no
estaba en el plan decirle al mundo todos los pormenores sobre la aparición
del Libro de Mormón", y que no era "oportuno" que él relatara esas cosas.
(HC 1:220.)

A causa de que no se nos han confiado los detalles de la obra de


traducción, se han ofrecido varias explicaciones que son claramente
contrarias a lo que las Escrituras dicen de esa labor. En las Escrituras se
establecen los hechos siguientes:
1. La capacidad para traducir es un don de Dios. (D. y C. 8:4, 6.)
2. El don de traducir está sujeto a una obediencia estricta, y se retira
como consecuencia de la desobediencia. (D. y C. 10:1, 2.)
3.El Señor también le dio al Profeta "poder de lo alto para
traducir...por los medios [el Urim y Tumim] preparados de
antemano..." (D. y C. 20:8.)
4. Aparte de los recursos divinos que se le otorgaron al Profeta, se
esperaba que él contribuyera mucho al proceso, a través del estudio
intenso. (D. y C. 9:1-9.)
5. En la obra de la traducción también se necesita el espíritu de
revelación. (D. y C. 8:1-3.)

La tarea de José Smith fue mucho mayor que la de actuar como


escribiente. Si lo que el Señor necesitaba para sacar a luz el Libro de
Mormón hubiese sido un secretario, fácilmente hubiera encontrado uno
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más capacitado que José Smith. Ejemplificando la importancia del papel
del traductor, Brigham Young opinó que si el Libro de Mormón fuera
"escrito otra vez, diferiría de la traducción actual en muchas de sus partes".
(JD 9:311.) Ninguna traducción de esa magnitud, a menos que fuera
dictada directamente por Dios, podría ser igual en forma, aunque sería
idéntica en principio, contenido y espíritu.

También es claro que el Señor sabía que Martín Harris perdería


posteriormente las primeras 116 páginas que tradujo José Smith, y que no
sería posible traducirlas de nuevo. (1 Nefi 9:5, 6; Palabras de Mormón 1:5,
6; D. y C. 10.) La traducción de esas 116 páginas resultó ser una
experiencia preparatoria, que le permitiría al Profeta desarrollar sus
habilidades como traductor. Sirvió como una escuela de preparación para
la gran obra de la traducción.

Como nota histórica, es interesante observar que, mientras hacía la


traducción, José Smith descubrió que no conocía bien el idioma inglés. La
primera edición del Libro de Mormón contenía aproximadamente dos mil
errores gramaticales. Para la segunda edición, que se imprimió en 1837, el
Profeta mismo había hecho todas las correcciones.

Hasta donde podemos reconstruir la obra de la traducción, parece que


guardó un equilibrio entre la fe y las obras, que reconocemos como
esencial en otros aspectos del evangelio. Dios no haría por José o por
Oliverio algo que ellos, por medio de un esfuerzo disciplinado, podían
lograr por sí mismos. Sin embargo la ayuda divina siempre estaba allí
cuando la tarea sobrepasaba sus habilidades naturales.

La función de José en el proceso de la traducción, requería que se


esforzara por comprender el contenido de las planchas concepto por
concepto, principio por principio, pensamiento por pensamiento, y
entonces expresara esas verdades a satisfacción del Señor. (D. y C. 9:9.) En
el proceso, que exigía una concentración completa, obtuvo la comprensión
de sus doctrinas. Así ganó tanto el conocimiento como el testimonio de la
"plenitud del evangelio" (D. y C. 20:9) que contiene el Libro de Mormón.

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La obra de traducción fue su primer curso de estudio extenso y
sistemático de los principios del evangelio. Le proporcionó la oportunidad
de adquirir un entendimiento de los principios básicos del evangelio que se
enseñan en el Libro de Mormón con mayor sencillez y claridad que en
cualquier otro registro de Escrituras. La fe, el arrepentimiento, el bautismo,
la recepción del Espíritu Santo, la perseverancia hasta el fin, el origen
divino de Cristo, la expiación, la congregación de Israel, la revelación
continua, todos esos principios y muchos otros se desplegaron ante él de un
modo más completo al que se encuentran en la Biblia. La continuidad del
evangelio, que Dios es el mismo ayer, hoy y para siempre, que los
principios del evangelio son eternos —tanto como las bendiciones que de
ellos emanan—, todo se desenvolvió ante él al estar trabajando con este
gran libro de Escrituras antiguas. Las 116 páginas perdidas le dieron la
oportunidad de ganar destreza para traducir; a partir de ese momento su
atención podría centrarse más en el contenido, en la substancia del
mensaje, mientras lo traducía.

Las doctrinas del Libro de Mormón son el cimiento en que se funda


la restauración del evangelio. Son los principios esenciales de la salvación,
y como tales, para José Smith se convirtieron en la base de la comprensión
del evangelio, a través del proceso de traducción.

Al definir el espíritu de revelación, José Smith dijo: "Una persona


podrá beneficiarse si percibe la primera Impresión del espíritu de
revelación. Por ejemplo, cuando sentís que la inteligencia pura fluye en
vosotros, podrá repentinamente despertar en vosotros una corriente de
ideas, de manera que por atenderlo, veréis que se cumplen el mismo día o
poco después...y así, por entender y aprender el Espíritu de Dios, podréis
crecer en el principio de la revelación hasta que lleguéis a ser perfectos en
Cristo Jesús." (Enseñanzas del Profeta José Smith, p. 179.) En esta
declaración, José Smith identifica claramente que la reacción al Espíritu de
Dios puede aprenderse, y que podemos crecer en el espíritu de la
revelación. La experiencia de José Smith ilustra que aunque los dones
espirituales se reciben de Dios, el hombre debe desarrollarlos.

El Urim y Tumim fue indispensable en la traducción del Libro de


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Mormón. Cuando se le quitó al Profeta el Urim y Tumim por un tiempo, a
causa del incidente en que Martín Harris perdió las 116 páginas, la obra de
la traducción se detuvo. Sólo hasta después que se regresaron los sagrados
instrumentos pudo reanudarse la obra. Aunque José Smith tenía que ejercer
todas sus facultades mentales y espirituales para poder traducir, en esa
etapa de su vida no podía hacerlo sin la ayuda de las piedras. Además de la
parte que desempeñó el Urim y Tumim en la traducción del Libro de
Mormón, por medio de ese instrumento se recibió, antes de la organización
de la Iglesia, la mayoría de las revelaciones que se encuentran en Doctrina
y Convenios. No obstante, el Profeta no siempre recibió las revelaciones
por ese medio. Al ir creciendo en poder espiritual empezó a depender cada
vez menos del Urim y Tumim, hasta que hubo aprendido y crecido en su
habilidad de recibir la voluntad del Señor al grado que ya no dependía de
ayudas externas. Antes de la organización de la Iglesia y después que se
terminó la traducción, el Urim y Tumim fue devuelto al ángel Moroni, y a
partir de ese momento el Profeta recibió revelación sin la ayuda de las
piedras sagradas.

Los sentidos espirituales pueden desarrollarse y fortalecerse sólo a


través del uso. Eso queda ilustrado en el relato de Philo Dibble sobre la
manera en que José Smith y Sidney Rigdon recibieron la gran revelación
de los grados de gloria, contenida en la sección 76 de Doctrina y
Convenios. El Eider Dibble informa que él y un grupo de otros hermanos
se hallaban presentes cuando se recibió la revelación. Dice que vio la gloria
y sintió el poder, pero no vio la visión. Registró la conversación que tuvo
lugar entre el Profeta y Sidney Rigdon, de la manera siguiente:

"José decía, a intervalos: '¿Qué veo?', tal como diría alguien que
estuviera asomándose hacia afuera por la ventana, y viera algo que los
demás que están en la habitación no pueden ver. Entonces describía lo que
había visto, o que estaba viendo. Entonces Sidney contestaba: 'Yo veo lo
mismo'. Luego Sidney decía: '¿Qué veo?', y repetía lo que había visto o
estaba viendo, y José respondía: 'Yo veo lo mismo'.

Esta especie de conversación se repitió a intervalos breves hasta el


final de la visión, y durante todo ese tiempo ninguna otra persona dijo una
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palabra. Nadie hizo un sonido o movimiento, sino José y Sidney, y me
pareció que no movieron un dedo durante el -tiempo que estuve allí, que
pienso que fue más de una hora, hasta que terminó la visión.

José estaba calmadamente sentado todo el tiempo en medio de una


gloria magnífica, mas Sidney estaba sentado con gran dificultad y pálido,
aparentemente algo descompuesto, y al notarlo José, dijo sonriendo:
'Sidney no está tan acostumbrado como yo'. " (Hyrum Andrus, Joseph
Smith, the Man and the Seer, p. 111.)

Poco después de que se organizó la Iglesia, se le mandó a José Smith


que iniciara una empresa de tan monumentales proporciones, que hasta el
día de hoy ha quedado incompleta. La tarea consistía en traducir o revisar
la Biblia. La naturaleza de esa obra, que comprendía tanto el Antiguo como
el Nuevo Testamento, en general se ha malinterpretado. Muchos piensan
que la tarea consistió en hacer una lectura crítica y una corrección de textos
de la Biblia, basados en el dominio que el Profeta tenía del evangelio. Pero
no fue así. El propósito de esa labor era, en gran medida, la continuación
del aprendizaje sistemático de los principios eternos, que el Profeta había
iniciado al traducir el Libro de Mormón.

Esa obra de traducción abarcaba el estudio concienzudo de los textos


de la Biblia, esforzándose por entender su verdadero significado, y
aclararlos o restaurarlos donde fuera necesario. La labor requería cierta
actitud de ignorancia de su parte, más que entendimiento pleno. A medida
que buscaba el conocimiento, y preguntaba al Señor, llegaban las
respuestas. Dicho en forma sencilla, José Smith tomó un curso de estudio
de la Biblia, en el que el Espíritu del Señor era el maestro. La experiencia
fue semejante a la que describió cuando él y Oliverio se bautizaron y
fueron llenos del Espíritu Santo. Sobre esa ocasión escribió:
"Encontrándose ahora iluminadas nuestras mentes, empezamos a
comprender las Escrituras, y nos fue revelado el verdadero significado e
intención de sus pasajes más misteriosos de una manera que hasta entonces
no habíamos logrado, ni siquiera pensado". (JS-Historia 74.)

Muchas de las revelaciones importantes de doctrina que tenemos hoy


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a nuestra disposición en Doctrina y Convenios, se dieron como respuesta a
la súplica ferviente del Profeta para recibir conocimiento, mientras se
esforzaba por comprender los textos de la Biblia. Ese esfuerzo fue como un
semillero del que nacieron las siguientes revelaciones notables:

La sección 45, que trata de los últimos días y contiene explicaciones


y un comentario inspirado sobre Mateo 24, en donde el Salvador enumera
las señales que precederán su segunda venida.

La sección 74, que contiene una explicación de 1 Corintios 7:14.

La sección 76, una revelación sobre los grados de gloria que se


originó por el afán de José Smith por entender Juan 5:29. (D. y C. 76:15.)

La sección 77, una serie de preguntas y respuestas entre José Smith y


el Señor, sobre el libro de Apocalipsis.

La sección 84, que traza el linaje del sacerdocio desde Moisés hasta
Adán, y habla del orden de las cosas en la Iglesia del Antiguo Testamento,
invitando a los poseedores del sacerdocio a convertirse en los hijos de
Moisés y Aarón.

La sección 86, en la que el Señor explica la parábola del trigo y la


cizaña tal como se encuentra en Mateo 13:26-30.

La sección 88, que trata principalmente del tema de la resurrección, y


desarrolla conceptos que se derivan del discurso de Pablo que sobre ese
mismo tema se encuentra en 1 Corintios 15.

La sección 91, en la que se manda ai Profeta que no traduzca los


libros apócrifos, aun cuando en ellos se encuentran muchas cosas
verdaderas.

La sección 93, que contiene parte de un escrito de Juan el Bautista, y


promete que se restaurará por completo en el futuro.

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La sección 107, en la que se explica el antiguo orden del sacerdocio,
junto con un breve relato de la reunión que se realizó en Adán-ondi-
Ahmán, tres años antes de la muerte de Adán; también contiene la promesa
de que en el futuro recibiremos el libro de Enoc.

La sección 113, que consiste en una serie de preguntas y respuestas


entre José Smith y el Señor, sobre Isaías 11.

La sección 132, que se dio en respuesta al deseo de José Smith de


entender cómo se justificaba ante el Señor que los profetas del Antiguo
Testamento tuvieran varias esposas.

Sin duda, el mayor beneficio que recibió la Iglesia por la labor que
hizo el Profeta al producir la Versión Inspirada, no fue la Versión inspirada
misma, sino el entendimiento que él obtuvo durante el proceso, las
revelaciones que ahora tenemos y que no sólo son comentarios inspirados
de los textos bíblicos, sino también comentarios claros sobre principios
eternos. A esa obra de traducción se le ha llamado apropiadamente "la
educación espiritual del Profeta". (Robert J. Matthews, Joseph Smith's
Translation of the Bible, p. 53.)

Al principio José Smith no era un buen orador. Reconociendo sus


propias limitaciones en esos primeros años, descargaba la tarea de la
predicación pública en oradores más refinados, como Oliverio Cowdery,
Sidney Rigdon y Parley P. Pratt. El día que se organizó la Iglesia, por
ejemplo, el Profeta se contentó con pedirle a Oliverio Cowdery que diera el
primer discurso de esta dispensación, a pesar de que la congregación era
muy pequeña.

La falta de talento de José como orador fue profetizada. Lehi, al


repetir una profecía que hizo José el que fue vendido en Egipto, comparó al
José de los últimos días con Moisés. (JST, Génesis 50:29-33; 2 Nefi 3:15,
18.) Se recordará que Moisés era "tardo en el habla y torpe de lengua".
(Éxodo 4:10.) De él, el Señor dijo: "...no desataré su lengua para que hable
mucho...y prepararé a uno que hable por él." (2 Nefi 3:17.) En manera
semejante, Lehi declaró que el Señor le proporcionaría un portavoz a José
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Smith, para lo cual se llamó a Sidney Rigdon por revelación. (D. y C.
100:9.)

Al ir pasando el tiempo e ir aumentando la confianza de José,


disminuyó su dependencia de Sidney, y acabó por completo en 1839,
mientras José, Sidney y otros estaban en Washington, D.C., para presentar
su petición de desagravio por la expulsión que los santos habían sufrido en
Misuri. Mientras estaban allí, fueron invitados a hablar ante un grupo de
unas tres mil personas en una de las iglesias más grandes de Filadelfia.
Primero tomó la palabra el Eider Rigdon. Temeroso de la reacción que la
gente pudiera tener al oír el mormonismo puro, defendió la Restauración
con pasajes de la Biblia, evitando cuidadosamente toda referencia a la
visita de ángeles, visiones y otras experiencias espirituales extraordinarias
en las que se basa la Restauración. Según Parley P. Pratt, la timidez de
Sidney Rigdon molestó tanto a José Smith, que:

"Cuando hubo terminado [Sidney Rigdon], el hermano José se


levantó como león rugiente, y estando lleno del Espíritu Santo, habló con
gran poder, dando testimonio de las visiones que había visto, el ministerio
de ángeles que lo había atendido, y la manera en que encontró las planchas
del Libro de Mormón, y que las tradujo por el don y el poder de Dios.
Comenzó diciendo: 'Que Si nadie más tenía el valor de testificar de un
registro tan glorioso, él sentía la urgencia de hacerlo como acto de justicia
a los presentes, y que dejaba el resultado en las manos de Dios.'

Toda la congregación quedó asombrada, como electrizada, y


dominada por la verdad y el poder con que él habló, y las maravillas que
relató. La impresión fue perdurable; se unieron al rebaño muchas almas. Y
doy testimonio de que él, con su testimonio fiel y poderoso, limpió su
vestido de la sangre de ellos." (Autobiography of Parley Parker Pratt, pp.
298, 299.)

De esa manera, José Smith combinó su rudimentaria elocuencia con


el poder de Dios, para convertirse en un gran orador. Parley P. Pratt
describió la habilidad de José Smith como orador, adquirida con grandes
esfuerzos, en estas palabras:
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"Su trato era suave y familiar...y su lenguaje abundaba en original
y estudiada elocuencia, no suavizado por la educación ni refinado por el
arte, sino brotando en su propia sencillez natural y plena en una variedad
de temas y maneras. Interesaba y edificaba al mismo tiempo que divertía y
entretenía a su público, y ninguno que le escuchara se cansaba de su
plática. Sé que ha mantenido unida a una congregación de ansiosos oyentes
por horas en medio del frío, el sol, la lluvia o el viento, quienes reían en
un momento y lloraban al siguiente. Hasta sus más enconados enemigos
por lo general quedaban subyugados una vez que él lograba que le
escucharan." (Ibid., pp. 45, 46.)

Al revisar las experiencias de José Smith, hemos querido descubrir


cómo y cuándo prepara el Señor a sus profetas. Hemos pretendido saber
hasta qué punto su preparación espiritual es resultado del esfuerzo y
disciplina personales, y hasta qué punto es un don del cielo. Al estudiar la
vida del Profeta, parece surgir un modelo. Vemos que nada se le otorgó sin
que él hiciera un esfuerzo grande y diligente, pero ese esfuerzo, solo, nunca
fue suficiente por sí mismo, por más grande que fuera. El Profeta dependía
de la ayuda divina. No pudo traducir las planchas de oro sino sumando su
esfuerzo personal al "don y poder de Dios". La respuesta parece estar en el
equilibrio de esos dos elementos esenciales.

Ese mismo principio tuvo aplicación en su progreso como orador. Al


principio dependía mucho de la ayuda de otros, pero con el paso de los
años, y al ir aumentando en conocimiento, comprensión y fe, también
aumentó su habilidad como orador. Una vez más, su grandeza como orador
manifestaba la suma de su preparación personal y el poder de Dios, y
ambos elementos eran absolutamente esenciales. El principio sigue vigente
si analizamos la manera en que llegó a dominar el conocimiento de los
principios del evangelio. Vemos que el Señor lo hizo tomar extensos
cursos de estudio, primero con el Libro de Mormón, y luego con el
Antiguo y Nuevo Testamentos y otros documentos relacionados. Línea
sobre línea, el evangelio se desplegó ante él.

Vemos así que se requirieron del Profeta grandes esfuerzos, tanto


antes como después de su llamado al oficio profetice Su educación en la
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esfera de las cosas espirituales fue un proceso continuo que demandaba un
equilibrio entre sus propios esfuerzos disciplinados y el derramamiento del
Espíritu del Señor. Si hemos de pensar que el Señor es el mismo en sus
tratos con los hijos de los hombres, la conclusión lógica es que El requerirá
la misma disciplina y esfuerzo intenso de nosotros, como los ha requerido
de sus profetas. Los requisitos para el curso de excelencia espiritual son los
mismos para todos los alumnos.

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EL PROCESO DEL
CRECIMIENTO ESPIRITUAL

No hay veredas
cortas hacia un testimonio.
(Marión G. Romney.)

N o hay nada que se imite o falsifique más a menudo que la


espiritualidad. El mundo ofrece una variedad ilimitada de
vulgaridades con el nombre de religión, que van desde la piedad disfrazada
hasta la burda obscenidad. La mentira se disfraza de verdad y la hipocresía
se viste como sinceridad tan a menudo que hasta los entendidos pueden
confundirse.

Mostrando su propia inmadurez espiritual, algunos de los primeros


miembros de la Iglesia acusaron a José Smith de carecer de humildad. Les
contestó que él era "manso y humilde de corazón", y que lo ejemplificaría
personificando a Cristo por un momento. Entonces gritó en alta voz: "¡Ay
de vosotros, doctores; ay de vosotros, escribas, fariseos e hipócritas!"
Luego les hizo ver a sus críticos que nunca encontrarían un lugar donde lo
hubieran alojado y donde él hubiera criticado la comida, o se hubiera
quejado del hospedaje que le hubieran ofrecido, e indicó que eso era lo que
significaba la mansedumbre y humildad de Jesús. (Enseñanzas del Profeta
José Smith, p. 331.)

En otra ocasión, un par de hombres devotos, miembros del clero,


interrogaron extensamente al Profeta, con la esperanza de encontrarle
alguna falta. Cuando salieron de la casa para irse, José trazó con su zapato
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una raya en el suelo, e invitó a sus visitantes a colocarse sobre la raya y
brincar y ver si podían ganarle. Se enojaron , asombrados de que alguien
que profesaba ser un hombre de Dios les propusiera tal actividad en el día
de reposo. Al preguntársele al Profeta por qué lo había hecho, respondió
que ellos habían venido para buscar alguna falta en él, y no quería ver que
se fueran decepcionados. (Andrus, Joseph Smith, the Man and the Seer, p.
111.)

Los afanes de tales personas por evaluar la verdadera espiritualidad


regularmente fracasan, igual que su intento de imitarla. Para algunos, la
espiritualidad es una lista sagrada de lo que se debe o no se deba hacer.
Para otros, es un desfile religioso. Muchos se conforman con darle nuevo
título espiritual a lo que hacían antes. Y para otros más, es asistir con
regularidad a determinados servicios religiosos, u obedecer algún otro
mandamiento. Algunos miden la espiritualidad por el celo con que
expresan ciertos dogmas y ataques implacables contra las creencias de los
demás. Para otros, la espiritualidad tiene la forma de masoquismo o
autonegación; y están aquellos que la usan para esconderse de las
realidades de la vida. Pero dejando de lado todo eso, veamos si usando las
Escrituras podemos trazar un retrato hablado que pueda dejar en nuestra
mente una impresión adecuada de qué es la verdadera espiritualidad y
cómo se obtiene.

Isaías declaró que "el efecto de la justicia será paz; y la labor de la


justicia, reposo y seguridad para siempre". (Isaías 32:17.) Tal como se
espera que las buenas obras se hagan en secreto, las recompensas
espirituales que resulten llegarán discretamente. Dios no es un actor, y los
alardes ostentosos alejan rápidamente su Espíritu. El comportamiento
ruidoso e indecoroso contrasta dramáticamente con el reposo y seguridad
que Isaías indicó que sería característica de aquellos cuyas vidas habían
sido tocadas por el Espíritu.

Uno de los más impresionantes pasajes que se refieren al proceso de


obtener entendimiento espiritual, se encuentra en Doctrina y Convenios
98:12, que dice: "Porque El dará a los fieles línea sobre línea, precepto tras
precepto..." Y el Señor añade: "...y en esto os juzgaré y probaré." Este
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pasaje da a entender que el conocimiento de las cosas espirituales está
limitado a los fieles, e indica que se requiere un proceso —que
indudablemente abarca un período de tiempo considerable— y sugiere que
este proceso didáctico del Señor será en sí mismo una prueba de fe. La fe,
como cualquier otro talento espiritual, se desarrolla gradualmente y se
fortalece con el uso. En un capítulo posterior estudiaremos con más detalle
la manera en que se concede la revelación; pero ahora podemos mencionar
que el Señor ha dicho que en el sistema por el que se manifiesta su
voluntad, se da "línea por línea, precepto por precepto, un poco aquí y un
poco allí". (2 Nefi 28:30.) Quienes muestran interés y son obedientes a este
proceso, son recompensados con mayores dones espirituales, mientras que
aquellos que afirman estar satisfechos con su estado presente —y no
desean seguir adelante— pierden la luz y conocimiento que una vez
tuvieron. En ambos casos el proceso es gradual y callado.

Además, el Señor ha dicho que aquellos que vivan los principios del
evangelio "aprenderán sabiduría; pues a quien reciba, le daré más; y a los
que digan: Tenemos bastante, les será quitado aun lo que tuvieren". (2 Nefi
28:30.) En ello podemos distinguir dos conceptos: primero, que la llave del
conocimiento es el conocimiento. Es decir, el obtener conocimiento
aumenta nuestra capacidad para obtener todavía más conocimiento.
Regularmente aprendemos al relacionar unas cosas con otras,
identificando sus semejanzas o diferencias; por tanto, el aumento de
conocimiento es como un círculo que se extiende constantemente.

Segundo, al llegar al punto en que decimos: "Tenemos bastante",


empezamos a perder conocimiento. Por ejemplo, el Presidente Harold B.
Lee dijo que George Washington fue un hombre educado porque nunca fue
a la escuela, y por lo tanto, nunca dejó de aprender. A nivel espiritual,
cualquier religión que diga que los cielos están sellados y que el Señor ya
no habla con el hombre, comienza, como el alumno que cierra sus libros
durante las vacaciones, a olvidar o perder lo que ya tenía. En el sentido
espiritual, los ricos se vuelven más ricos, y los pobres se vuelven más
pobres.

La fe nace de la rectitud. El Espíritu Santo sólo se allegará a los que


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son limpios. En la medida que nos santificamos, comenzamos a recibir los
poderes e influencias que se han reservado para los puros de corazón.
"Pero ningún hombre posee todas las cosas, a menos que sea purificado y
limpiado de todo pecado. Y si sois purificados y limpiados de todo pecado,
pediréis cuanto quisiereis en el nombre de Jesús y se cumplirá." (D. y C.
50:28, 29.) El Señor ha dicho que sus ojos están sobre nosotros, y que El
está en medio de nosotros, aunque no lo podemos ver, "pero pronto vendrá
el día en que me veréis, y sabréis que yo soy; porque el velo de tinieblas en
breve será rasgado, y el que no esté purificado no soportará el día". (D. y
C. 38:8.)

En nuestro crecimiento espiritual, lo más importante es la higiene


espiritual. "Deja que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente",
escribió el Profeta, "...entonces tu confianza se hará fuerte en la presencia
de Dios", y el Espíritu Santo se convertirá en nuestro "compañero
constante". (D. y C. 121:45, 46.)

Si nuestra fe es diferente a la del mundo, nuestras obras lo serán


también. Puesto que las obras se originan en la fe, si nuestras obras son
buenas, nuestra fe es buena. La afirmación de que tenemos fe como los
antiguos, solamente se justifica si produce los mismos resultados. Si ellos
tuvieron sueños, nosotros podemos tenerlos; si vieron visiones, nosotros
podemos verlas; si ellos recibieron visitas de ángeles, podemos recibirlas;
si ellos tuvieron profetas vivientes y revelación, también nosotros podemos
tenerlos. Si la fe los convirtió en un pueblo peculiar, de igual manera
nosotros podemos llegar a serlo.

La fe es la raíz de las obras Un sistema religioso que no produce


obras de justicia es como un árbol cuyas raíces se secaron; fácil de
desarraigar por cualquier viento de doctrina o tormenta ideológica que
caiga sobre él. Por eso las Escrituras nos enseñan que podemos conocer el
evangelio sólo al grado que lo vivamos. La salvación consiste en llegar a
ser como Dios; lo lograremos al aprender a pensar como El piensa, creer lo
que El cree, y hacer lo que El haría. (Bruce R. McConkie, CR, abril de
1972, p. 134.)

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Habiendo ya considerado el modo en que Cristo avanzó de gracia en
gracia, veamos ahora lo que esa doctrina significa en lo que al hombre
concierne. Tres veces en el mismo párrafo se nos dice que Cristo no recibió
"de la plenitud al principio", sino que recibió la plenitud avanzando "de
gracia en gracia". (D. y C. 93:12-14.) A continuación, la revelación nos
explica que se nos enseña el proceso por el cual Cristo logró la perfección
para que podamos comprender cómo y qué adorar, para que en el debido
tiempo nosotros también podamos recibir de la plenitud del Padre.
Entonces, la salvación consiste en que avancemos según la manera en que
Cristo avanzó. Su salvación no consistió en alguna manifestación de poder
divino, ni se centró en algún otro evento en particular. El labró su
salvación "con temor y temblor" a lo largo del tiempo, haciendo las obras
del Padre, tal como a nosotros se nos ha mandado hacerlo.

Cristo nos mostró el camino, la senda que debemos tomar. Debemos,


como El, saber la voluntad del Padre y hacerla, yendo de gracia en gracia,
de las buenas obras a obras mayores, de los desafíos a desafíos mayores,
del servicio a un servicio mayor, de la esperanza a la fe, de la fe al poder,
siendo como El en todas las cosas. La adoración verdadera debe tener la
forma de obras. Y así llegamos a ser, en las palabras de Pedro,
"participantes de la naturaleza divina" (2 Pedro 1:4), o, en las de José
Smíth, " asimilados a su semejanza" (.Discursos Sobre la Fe 7:16 p. 82.)

El testimonio, la fuerza espiritual, la salvación misma, son el


producto de las cosas que hacemos, y no de alguna experiencia especial
que nos asegure que seremos salvos, como el mundo suele decirnos.

Dios, en su sabiduría, nos otorga sólo aquello que estamos


preparados para recibir. No tendría caso que bajaran ángeles de las cortes
celestiales para predicar y enseñar en nuestras reuniones, si hablaran un
lenguaje celestial o enseñaran principios que no comprendiéramos. Si un
ángel va a comunicarse en forma efectiva con un hombre, debe hablar en el
lenguaje del hombre, y según su entendimiento. Cualquier otra forma de
comunicación sería estéril. La revelación, si ha de ser de provecho, no
puede traspasar lo que estamos preparados para recibir. Si nuestra
preparación y entendimiento son minúsculos, las revelaciones que
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recibiremos serán minúsculas. No podemos esperar que el Señor nos diga
más sobre cosas que no hemos obedecido. "¿A quién se enseñará ciencia, o
a quién se hará entender doctrina?", dice la Escritura. Y se nos contesta: "A
los destetados; a los arrancados de los pechos. Porque se dará
mandamiento tras mandamiento, mandato sobre mandato, renglón tras
renglón, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá..." (Isaías 28:9,
10.)"1

1 Nota del Traductor: En la versión inspirada de la Biblia, en la que ambos


versículos forman un pensamiento continuo, la idea es que doctrina fuerte se
puede enseñar sólo a los que están preparados, a los que ya hayan avanzado en
entendimiento. La segunda línea se da sólo a los que ya hayan aceptado la
primera. La Biblia en español no tiene el pensamiento completo

El crecimiento espiritual no se puede programar. No puede el hombre


ponerle horarios o fijarle fechas al Espíritu. El Señor ha puesto en claro
que las bendiciones espirituales se dan "en su propio tiempo y en su propia
manera, y de acuerdo con su propia voluntad." (D. y C. 88:68.) El Señor
nos ha asegurado que si pedimos, recibiremos Dero que las bendiciones
prometidas llegarán según el horario de El, no del nuestro. La
confirmación, el conocimiento, la seguridad, todo vendrá línea por línea,
precepto por precepto, un poco aquí y un poco allí, de acuerdo con la
voluntad de El. "Revelación tras revelación", es la promesa,

"conocimiento sobre conocimiento, a fin de que puedas conocer los


misterios y las cosas apacibles, aquello que trae gozo, aquello que trae la
vida eterna. Preguntarás, y te será revelado en mi propio y debido
tiempo..." (D. y C. 42:61, 62.)

Es imposible programar tanto el crecimiento espiritual, como


programar el crecimiento físico. Imaginemos la insensatez de un padre que
llama a todos sus hijos y fija metas para cada uno, estableciendo cuánto
deben crecer en los siguientes seis o doce meses, y que luego ¡os
recompensa o castiga de acuerdo con la forma en que cumplieron las metas
que les impuso. Nadie pone en duda que la alimentación , el ejercicio y el
descanso adecuados facilitarán el crecimiento, pero no podemos exigirlo,

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no podemos programarlo. Así como Cristo esperó hasta que el Padre lo
llamó a Su ministerio, nosotros también debemos aprender la paciencia, y
hacer todo lo que podamos para facilitar la llegada de esas bendiciones, sin
pensar que tenemos el derecho de exigirlas

El crecimiento espiritual exige un esfuerzo. El desarrollo de los


sentidos espirituales lleva tiempo. Mientras nos esforzamos en el proceso,
lo que aprendemos hoy será una gran ventaja para nosotros mañana.
Mientras más sepamos, mayor será nuestra capacidad para aprender. Los
principios del evangelio no se dominan en unos cuantos días, semanas, o
aun meses. Pensar de otra manera es asemejarse al niño ingenuo que cree
que su educación ya está completa luego de un breve período en la escuela.

El velo que separa al hombre de los cielos no desaparece en un día;


más bien, se va descorriendo gradualmente.

El refinamiento de cualquiera de nuestros sentidos requiere tiempo y


esfuerzo. Es interesante notar que normalmente la gente compensa la
pérdida de alguno de sus sentidos desarrollando el resto más allá de lo
acostumbrado. La capacidad de desarrollar los otros sentidos siempre
estuvo presente, pero permaneció latente hasta que se presentó la
necesidad. De igual forma, en el alma de los hombres descansa una
multitud de sentidos espirituales. Esos talentos espirituales en estado
latente esperan con ansia el día en que decidamos desarrollarlos.

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¿CUANDO RECIBO YO
UNA REVELACIÓN?

Desde el tiempo
en que Adán recibió el primer mensaje de Dios,
hasta el tiempo en que Juan,
recibió su mensaje en la isla de Patmo
o que JoséSmith vio los cielos abiertos,
siempre se necesitaron nuevas revelaciones,
adaptadas a las circunstancias particulares
en que se hallaba la iglesia
o los individuos.
(John Taylor.)

N o podemos salvarnos por las revelaciones recibidas por otros, ni


por la justicia de otros. Las revelaciones que Adán recibió no le
enseñaron a Noé cómo construir el arca; las revelaciones de Noé no le
indicaron a Lot que saliera de Sodoma; ni todas ellas le mostraron a
Moisés cómo liberar a los hijos de Israel de su cautiverio en Egipto; y
Cristo y sus discípulos nunca dependieron de ninguna de ellas. La
revelación necesita ser constante, como lo es el cambio en las
circunstancias en que se encuentra el hombre. Dios es Dios de vivos, no de
muertos, y habla y dirige los asuntos de los hombres actualmente con la
misma facilidad que lo hizo en la antigüedad. Y como dijo Nefi.el hecho
que Dios haya hablado antes, no quiere decir que no puede hablar otra.vez.
(2 Nefi 29:9.)

Así como estos principio son verdaderos en relación al conocimiento


que forman la doctrina de Cristo, así también son verdaderos en relación a
ios testimonios individuales de sus miembros. También ellos deben
encontrar sus raíces, la escencia de su fe, en la revelación personal; pues

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como lo enseñó José Smith, sin revelación no hay salvación (HC, 3:389.),
y no es la Iglesia sino el individuo a quien Dios desea salvar.

A pesar de que los integrantes de la nación judía profesaban ser


creyentes, solamente unos pocos escucharon y creyeron las palabras de
Jesús. Fueron los líderes religiosos, los fariseos y los saduceos, los que
enconadamente se opusieron a Cristo y sus enseñanzas. Los saduceos
profesaban creer en La Tora, (conjunto de los cinco libros de Moisés), y
sostenían que era absoluta, inmutable y cerrada a toda nueva
interpretación. Los fariseos también aceptaban La Tora, pero le añadían su
creencia en las tradiciones de sus padres. Las dos sectas rechazaban el
principio de profetas vivientes y revelación continua. Para ellos los cielos
estaban sellados, y se oponían vigorosamente a cualquiera que pensara
diferente. Mataron a Cristo y amenazaron la vida de Sus seguidores.
Esteban fue apedreado hasta la muerte bajo el pretexto de que rechazaba a
Moisés, aunque su testimonio antes de morir fue que aceptaba a Cristo
porque Moisés había profetizado de él. (Hechos 6:9-15; 7:1-53.)

Así es en nuestros días. Los nombres de las sectas han cambiado,


pero la "guerra de palabras y tumulto de opiniones" siguen siendo las
mismas. Mientras que el así llamado mundo cristiano profesa devotamente
su lealtad hacia la Biblia, pocos la han leído y menos la han creído.

La Biblia no pretende ser una apología extensa, exhaustiva o al


menos sistemática del evangelio, y no lo es. Tal como lo testificó Pablo:
"...nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino
también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre..." (1
Tesalonicenses 1:5.) Todo lo que la Biblia profesa ser, es un registro de
algunos de los tratos de Dios con algunos de sus hijos en algunas de las
épocas pasadas. La esencia de su mensaje es que siempre que Dios ha
tenido un pueblo con quien ha hecho convenio le comunicó su voluntad
por medio de la revelación, tanto en forma personal como a través de sus
profetas. Bien pudieran los modernos, que, como los saduceos de la
antigüedad, tienen a la Biblia como absoluta e inmutable, recordar que las
experiencias que los apóstoles compartieron con Cristo durante los tres
años de su ministerio mortal, y de las que hemos recibido sólo un relato
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fragmentario, no fueron suficientes para convertirlos completamente. Su
conversión se debió en gran medida a las enseñanzas y experiencias
sagradas que compartieron con Cristo después de su resurrección,
experiencias que consideraron demasiado sagradas como para compartirlas
con nosotros.

¿Cómo podemos entonces convertirnos por medio de un registro


parcial de las experiencias que no convirtieron a los apóstoles?

Uno de los principales creyentes de la Biblia en nuestros tiempos,


que escuchó y respondió a su mensaje, fue José Smith. Pronto supo que
"los maestros religiosos de las diferentes sectas interpretaban los mismos
pasajes de las Escrituras de un modo tan distinto que destruía toda
esperanza de resolver el problema recurriendo a la Biblia". Al tratar de
resolver esas dificultades, llegó en sus lecturas al libro de Santiago, primer
capítulo y quinto versículo: "Y si alguno de vosotros tiene falta de
sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche,
y le será dada."

"Finalmente", dijo, "llegué a la conclusión de que tendría que


permanecer en tinieblas y confusión, o de lo contrario, hacer lo que
Santiago aconsejaba, esto es, recurrir a Dios." (JS-Historia 10-13.) José
Smith acudió a Dios y, a pesar de las protestas de los saduceos y fariseos
modernos, descubrió que los cielos podían abrirse. Fiel a su promesa, Dios
respondió al joven José, como declaró que lo haría con cualquier hombre
que lo pidiera.

"La voz del Señor habla hasta los extremos de la Tierra, para que
oigan todos los que quieran oír..." (D. y C. 1:11.) Se promete que "el que
tuviere fe para oír, oirá". (D. y C. 42:50.) La habilidad para oír y así
recibir, es un proceso continuo. "El que recibe luz", dijo el Señor, "y
persevera en Dios, recibe más luz, y esa luz aumenta más y más en
resplandor hasta el día perfecto". (D. y C. 50:24.) "Pues a quien reciba, le
daré más; y a los que digan: Tenemos bastante, les será quitado aun lo que
tuvieren." (2 Nefi 28:30.)

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Las formas en que se recibe revelación son innumerables. No está en
nosotros el poner límites a los cielos y especificar cómo y cuándo puede
Dios comunicarnos su voluntad. Las formas más comunes en que se recibe
la revelación incluyen tanto la palabra hablada como la inaudible, visitas
de ángeles, sueños, visiones, ráfagas de ideas, impulsos, y sentimientos de
certeza que vienen del Espíritu Santo.

Elias experimentó varias formas de revelación, al huir al desierto


para escaparse de la orden de matarlo que Jezabel había dado. Sostenido
por la ayuda de un ángel, viajó y se alojó en una cueva del Monte Horeb.
Allí le habló el Señor directamente, diciéndole: "¿Qué haces aquí, Elias?"
Elias le explicó su aprieto, y se le mandó que saliera y se pusiera "en el
monte delante de Jehová. Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y
poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de
Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto;
pero Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero
Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado".
(I Reyes 19:11, 12.)

El huracán, el terremoto, los relámpagos, fueron todos señales o


manifestaciones del poder de Dios, pero en ninguna se reveló tan
completamente, tan convincentemente, como en la caima apacible que
siguió a la tempestad, pues como le dijo a Oliverio Cowdery: "¿No hable
paz a tu mente...? ¿Qué mayor testimonio puedes tener...?" (D. y C. 6:23.)

Incluso aquellos que han percibido la voz de Dios en forma audible,


han necesitado hacer esfuerzos para oír y comprender. Al recordar el relato
de la aparición de Cristo a los habitantes justos del continente americano,
vemos que las primeras dos veces que el pueblo oyó la voz del Padre
presentando al Hijo, "no !a entendieron". Fue hasta la tercera vez que el
Padre les habló, que "aplicaron el oído para escucharla".

En la descripción de la voz, se nos dice que no era "una voz fuerte;


no obstante, y a pesar de ser una voz suave...les penetró hasta el alma
misma, e hizo arder sus corazones". (3 Nefi 11:3-6.)

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Tal es la voz que uno oye al leer las Escrituras bajo la guía del
Espíritu. La experiencia de José Smith cuando leyó la promesa de Santiago
de que Dios daría al que pidiera, es una ilustración clásica de este
principio. El dijo: "Ningún pasaje de las Escrituras jamás penetró el
corazón de un hombre con más fuerza que éste en esta ocasión, el mío.
Pareció introducirse con inmenso poder en cada fibra de mi corazón. Lo
medité repetidas veces..." (JS-Historia 12.) Todo el que ha leído las
Escrituras con sinceridad, ha experimentado hasta cierto grado los mismos
sentimientos. Un pensamiento, una idea, una expresión, llega hasta el alma
y le hace sentir un fuego interior. Una y otra vez vuelve el mismo
pensamiento, como si una fuerza invisible lo metiera hasta el fondo del
alma. En una revelación dada a ¡os Doce Apóstoles, el Señor dijo: "Estas
palabras no son de hombres, ni de hombre, sino mías; por tanto,
testificaréis que son de mí, y no de hombre. Porque es mi voz que os las
declara; porque os son dadas por mi Espíritu, y por mi poder las podéis leer
los unos a los otros; y si no fuera por mi poder, no podríais tenerlas. Por
tanto, podéis testificar que habéis oído mi voz y que conocéis mis
palabras." (D. y C. 18:34-36.) De modo significativo, el Señor dijo a los
Doce que podían testificar de haber oído su voz al leer sus palabras, si lo
hacían bajo la guía de su Espíritu. Esa revelación se recibió en 1829, unos
seis años antes del llamamiento de los Doce. Así aprendemos que lo que
nos califica para testificar que hemos oído la voz del Señor no es
precisamente cuándo la revelación, fue dada sino cómo la hemos leído.
Siendo que todos los principios de salvación que se aplican a los Doce, se
aplican también a los miembros de la Iglesia, todos los que leen bajo la
guía del Espíritu son herederos de esa promesa.

Tengo un vivo recuerdo de una reunión misional en la que un apóstol


se puso de pie y dijo: "El Espíritu Santo está presente en esta reunión."
Entonces dio instrucciones a cada uno de nosotros de que escribiéramos a
nuestros padres y les dijéramos que habíamos estado en la presencia del
Espíritu. Aunque sentimos el Espíritu en la reunión, pocos de nosotros
como jóvenes misioneros nos dábamos cuenta de que en realidad
estábamos en la presencia del Espíritu Santo. E! Presidente Harold B. Lee
dijo: "Una persona no está verdaderamente convertida hasta que haya visto
el poder de Dios sobre los líderes de esta Iglesia, y hasta que a él mismo el
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espíritu le llegue a su corazón como un fuego." (CR, abril de 1972, p.
118.)

Sucede muy a menudo que sentimos ese fuego sin identificar su


origen y propósito.

Cuando se le informó a Moisés que dos varones estaban profetizando


en el campamento de Israel, uno de los jóvenes ayudantes del profeta le
habló y dijo: "Señor mío Moisés, impídelos." A lo que Moisés respondió:
"¿Tienes tú celos por mí? Ojalá todo el pueblo de Jehová fuese profeta, y
que Jehová pusiera su espíritu sobre ellos." (Números 11:28, 29.) En todas
las dispensaciones ha sido el deseo del Señor que la Iglesia de Jesucristo
sea un "reino de sacerdotes" (Éxodo 19:6), o como lo dijo a José Smith,
"que todo hombre pueda hablar en el nombre de Dios el Señor, el Salvador
del mundo..." (D. y C. 1:20.)

La estructura de la Iglesia es tal que continuamente somos llamados a


instruirnos, inspirarnos, aconsejarnos y bendecirnos el uno al otro. Al
hacerlo, nos convertimos en un medio para que sea escuchada la voz del
Señor. La interdependencia espiritual está asociada con los dones
espirituales, ya que, como lo declaran las Escrituras, "no a todos se da cada
uno de los dones; pues hay muchos dones, y a todo hombre le es dado un
don por el Espíritu de Dios. A algunos les es dado uno y a otros otro, para
que así todos se beneficien". (D. y C. 46:11, 12.) Hay un gran número de
dones. Algunos hermanos tienen una capacidad maravillosa para dar
testimonio de que Jesús es el Cristo o que José Smith fue un profeta. Lo
hacen con mayor poder y efecto que los demás miembros de la Iglesia en
general, y pueden, por el poder de su testimonio, elevar el nivel espiritual
de una reunión. Otros tienen un don especial para enseñar o predicar.
Todos estarán de acuerdo en que no todo fiel Santo de los Últimos Días es
un maestro inspirador o predicador talentoso. Mientras que algunos tienen
el don de conocimiento, otros tienen el don de sabiduría. Los demás
constantemente acuden a esas personas, en busca de consejo o ayuda. Hay
otros que tienen el don de sanar, de juicio, de exhortación, profecía, ver
ángeles, discernir espíritus, etc.

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Estos dones son parte de la herencia natural de la casa de fe. Entran
en acción entre los miembros fieles y activos de la Iglesia. Mediante el uso
de esos dones podemos alentamos, iluminarnos e inspirarnos el uno al otro.
La operación y manifestación de uno o varios de los dones en nuestra vida,
es evidencia de que el curso que seguimos en la vida es aprobado por el
Señor, que nuestros pecados han sido perdonados, y que el Espíritu Santo
es nuestro compañero.

Dios tiene un interés personal en cada uno de nosotros pero, como


hizo notar el Presidente Kimball, "es regularmente a través de otras
personas que El satisface nuestras necesidades". (Ensign, diciembre de
1974, p. 5.) Por eso, explicó el Presidente, es tan importante que seamos
activos en la Iglesia, pues por medio de esa actividad recibimos y también
ayudamos a otros a recibir la guía del Señor. Sea que la guía que
necesitamos venga por voz del Señor mismo o por voz de uno de sus
siervos, se nos ha dicho que "es lo mismo". (D. y Ó. 1:38.)

Entre los fieles Santos de los Últimos Días son comunes las
experiencias en las que han recibido ayuda para realizar cosas que están
más allá de sus habilidades naturales. Ese tipo de experiencias constituye
una de las formas de revelación más frecuentes. El Presidente Heber J.
Grant nos proporciona un ejemplo clásico de una de esas experiencias.
Durante una reunión en el Tabernáculo de Lago Salado, vio que entre la
congregación se hallaba su hermano, quien nunca había mostrado gran
interés en la Iglesia y sí mucha indiferencia. El Eider Grant inclinó su
cabeza y oró, pidiendo que si lo llamaban a tomar la palabra, pudiera tener
el espíritu de revelación de tal manera que pudiera tocar el corazón de su
hermano, y que se hiciera de tal modo que su hermano tuviera que
reconocer que había predicado por encima de su habilidad natural, y que
había sido inspirado por el Señor. El Eider Grant dijo: "Me di cuenta que si
él reconocía esas cosas, yo podría hacerle ver que Dios le había dado un
testimonio de la divinidad de esta obra."

El Eider Grant fue invitado a tomar la palabra, y lo hizo con gran


poder. Al terminar sus palabras, el Presidente Angus M. Cannon, quien
estaba dirigiendo la reunión, pidió que George Q. Cannon ocupara el
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tiempo que quedaba. George Q. Cannon contestó que no deseaba hablar. El
hermano Angus no quiso aceptar su negativa. Por fin, George Q. Cannon
accedió y se dirigió al estrado, y dijo en esencia: "Hay ocasiones que el
Señor Todopoderoso inspira a un orador por medio de las revelaciones de
su Espíritu, y lo bendice tan abundantemente con su inspiración, que es un
error que alguien tome la palabra después de él. Hoy ha sido una de esas
ocasiones, y deseo que esta reunión se termine sin comentarios
adicionales", y se sentó.

Continuando con su relato, Heber J. Grant añadió: "A la mañana


siguiente, mi hermano vino a mi oficina y me dijo: 'Heber, ayer estuve en
una de las reuniones y te oí predicar'.
Yo le dije: 'Me imagino que es la primera vez que oyes predicar a tu
hermano'.
'No', dijo él, 'te he oído muchas veces'.
Y le contesté: 'Nunca antes te vi en una reunión'.
'No', me dijo, 'regularmente llego tarde y me siento en la galería; y
muchas veces me salgo antes de que termine la reunión. Pero nunca habías
hablado como lo hiciste ayer. Predicaste por encima de tu habilidad
natural. Fuiste inspirado por el Señor'. Sus palabras eran idénticas a las que
yo había dicho en mi oración el día anterior...
Le pregunté: '¿Sobre qué prediqué ayer?'
Contestó: 'Sabes bien sobre qué predicaste'.
Le dije: 'Bien, dímeio tú'.
'Predicaste sobre la misión divina del profeta José Smith'.
Entonces le dije: 'Y fui inspirado por encima de mi habilidad natural;
y nunca había hablado —de las veces que me has oído— como lo hice
ayer. ¿Esperas que el Señor tome un garrote y te dé con él? ¿Qué mayor
testimonio quieres del evangelio de Jesucristo que un hombre hablando por
encima de sus habilidades, inspirado por Dios, mientras testifica de la
misión divina del profeta José Smith?' Al siguiente domingo me pidió que
lo bautizara." (CR, octubre de 1922, p. 1 88-190.)

El testimonio crece cuando somos constantes en vivir los principios


del evangelio. Es bueno que de vez en cuando se nos recuerde que si"casi"
vivimos los mandamientos, "casi" recibiremos las bendiciones. Nuestros
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convenios con el Señor no se anulan cuando el tiempo o la temperatura
cambian. Qué agradecidos debemos estar de que Dios no abandone su
preocupación por nosotros durante los días festivos o las vacaciones de
cada año. Pero nos ha advertido que si somos lentos en escuchar su voz, El
será lento en escuchar nuestras oraciones, aun en tiempos difíciles. (D. y C.
101:7.) Y a la inversa, nos ha prometido que si dejamos que "la virtud
engalane" nuestros pensamientos "incesantemente", nuestra "confianza se
hará fuerte" en su presencia, el conocimiento celestial "destilará" sobre
nuestras almas "como rocío del cielo", y el Espíritu Santo será nuestro
compañero constante. (D. y C. 121:45, 46.)

La confianza en la presencia de Dios y las bendiciones que emanan


de esa asociación, se reciben por vivir completa la ley del evangelio. Por
ejemplo, las promesas que se dan a los que viven la Palabra de Sabiduría,
están limitadas a los santos que viven en "obediencia a los mandamientos".
(D. y C. 89:18.) Hay en el mundo muchas personas que tienen y obedecen
leyes estrictas de salud, y exhiben gran sabiduría en lo que comen y beben,
pero no han recibido de! Señor ninguna promesa de que "hallarán sabiduría
y grandes tesoros de conocimiento, sí, tesoros escondidos; y...el ángel
destructor pasará de ellos..." Esas promesas son solamente para los santos
que viven en obediencia a todos los mandamientos del Señor. El Señor ha
dicho: "Escudriñad diligentemente, orad siempre, sed creyentes, y todas las
cosas obrarán juntamente para vuestro bien, si andáis en la rectitud",
recordando siempre guardar los convenios que hemos hecho. (D. y C.
90:24.) Para quienes lo hacen, los cielos están y estarán siempre abiertos.

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¿COMO VIENE
LA REVELACIÓN?

¿A quién se enseñará ciencia,


o a quién se hará entender doctrina?
A los destetados;
a tos arrancados de los pechos.
Porque mandamiento tras mandamiento,
mandato sobre mandato,
renglón tras renglón,
línea sobre línea,
un poquito allí, otro poquito alla...
(Isaías 28:9, 10.) 1

A sí como la luz del amanecer precede a la gloria del mediodía, la


luz celestial hace desaparecer silenciosamente las sombras de la
duda y la incertidumbre. José Smith lo expresó así: "¡Como rocío del
Carmelo descenderá sobre ellos el conocimiento de Dios!" (D. y C.
128:19.) Una y otra vez volvemos a recordar que estamos hablando de un
proceso, no de un acontecimiento. La espiritualidad es una forma de vida,
no una experiencia; y debe encontrarse donde estamos, no en otros lugares
que esperamos llegar a visitar. Igual que virtualmente todas las cosas
dignas de valor, tenemos que trabajar para alcanzarla, y nuestros esfuerzos
dan fruto sólo con el paso del tiempo. Dicho en forma sencilla, la mayor
parte de la revelación viene poco a poco, y lo mismo pasa con nuestro
entendimiento de ella. Vayamos a las Escrituras en busca de ejemplos.

Después de la visita de los magos, se apareció a José un ángel del


Señor en un sueño, y le mandó que tomara al niño y a María, y huyera a
Egipto, porque Herodes trataría de matar al niño. Las instrucciones que
recibió José fueron que permaneciera allá hasta que el ángel le dijera otra
cosa. El ángel pudo haberle mandado que permaneciera en Egipto por un
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tiempo determinado y luego regresara, pero no lo hizo. Obedientemente, la
Sagrada Familia salió en la obscuridad de la noche hacia Egipto, donde
estuvo hasta que José recibió otra vez la visita de un ángel. Después de la
muerte de Herodes, le apareció el ángel a José y le dijo: "Levántate, toma
al niño y a su madre, y vete a la tierra de Israel..." De acuerdo con el plan
divino, deberían dirigirse a Nazaret, pero el ángel sólo les dijo que fueran
"a la tierra de Israel". Para el ángel no hubiera sido ningún problema darles
la información adicional, pero no lo hizo. Sería raro que nosotros le
mandáramos a alguien que fuera a cierto país sin mencionarle un pueblo o
ciudad determinada, sobre todo si el pueblo o ciudad en que debía residir
era un detalle importante, como lo era en este caso.

Al regresar la familia a la nación israelita, se enteraron de que


Arquelao, el hijo de Herodes, reinaba en lugar de su padre. José y María
sintieron que el niño no estaría seguro en la región de Judea. José buscó la
ayuda de Dios sobre el asunto, y se le avisó que fuera hasta Nazaret de
Galilea. (Véase Mateo 2:13, 23.)

Esta historia es de interés extraordinario, primero: porque María, la


madre del pequeño Cristo, y por tanto, la más honorable de todas las
mujeres, capaz de tener sueños y recibir visitas de ángeles, no fue quien
recibió las manifestaciones celestiales a que nos referimos. Aunque era una
mujer maravillosa, no era su mayordomía presidir o proteger a la familia.
Obviamente, los ángeles respetaban la responsabilidad de José. Segundo:
es interesante por el modo gradual en que José fue recibiendo las
instrucciones. Fue como si el Señor le dijera: "Sal con toda fe, probándote
a ti mismo, y cuando se necesiten instrucciones adicionales te las daré."

Tenemos razones para creer que Lehi era un viajero experimentado,


y quizá comerciante de profesión. Cuando el Señor le mandó que tomara a
su familia y saliera de Jerusalén, no tuvo dificultad en determinar qué
provisiones necesitaría, y parece que tenía a la mano tiendas y demás
equipo. (1 Nefi 2:2.) A pesar de que sólo disponemos de un relato
abreviado de su viaje por el desierto, se muestra que él hizo los planes
adecuados, y que él y su familia estaban bien preparados. Con gran interés
vemos que fue solamente hasta después que habían entrado en el desierto,
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que el Señor habló de nuevo y mandó que los hijos de Lehi volvieran a
Jerusalén para conseguir las planchas de bronce de Labán. (1 Nefi 3:2, 3.)
El Señor sabía, si acaso Lehi no, que esos registros serían de vital
importancia para la familia, y El lo supo desde antes que Lehi saliera de
Jerusalén. Uno se puede preguntar por qué el Señor no les dijo que llevaran
las planchas antes de salir de la ciudad , evitando así tener que regresar por
ellas.

Poco después de que los hijos de Lehi regresaron trayendo las


planchas, el Señor le habló otra vez, ahora mandándole que enviara a sus
hijos otra vez de regreso a Jerusaién para persuadir a Ismael y a su familia
a que los acompañaran, teniendo así mujeres con quienes se casaran sus
hijos. De nuevo la pregunta de por qué no se arregló ese asunto antes de su
primera salida de Jerusalén, o cuando volvieron por las planchas. Si a Lehi
no se le hubiera ocurrido la idea de que sus hijos necesitarían esposas, se le
hubiera ocurrido a Saríah, o a alguno de los hijos. (1 Nefi 7:1, 2.)

Puesto que se nos ha dicho que la casa del Señor es una casa de
orden, no podemos sino concluir que hubo una razón y un propósito en el
tiempo y orden en que se dieron esas revelaciones. Lograron que se
aprendieran grandes lecciones y claramente dieron la oportunidad de que
Laman, Lemuel, Sam y Nefi demostraran sus caracteres. Recordamos esa
espléndida declaración de Nefi sobre su plan de ataque, mientras se dirigía
a obtener las planchas: "Iba guiado por el Espíritu, sin saber de antemano
¡o que tendría que hacer." (1 Nefi 4:6.)

Nuestros profetas buscan constantemente la guía divina para escoger


a los que serán nuestros líderes en la Iglesia. El modelo tradicional para
hacer la selección se estableció en tiempos antiguos. A manera de ejemplo,
consideremos cómo fue escogido David para ser el sucesor de Saúl en
Israel. El profeta Samuel, afligido por la rebelión de Saúl, le suplicó al
Señor que le hiciera saber qué debía hacerse, y se le mandó que llenara su
cuerno de aceite y fuera a la casa de Isaí de Belén pues, dijo el Señor, "de
sus hijos me he provisto de rey".

Trasladando la historia a tiempos modernos, podemos compararla


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con la ocasión en que una de las Autoridades Generales es enviada para
reorganizar una estaca, salvo que en este caso Samuel tenía un problema
adicional que no tendríamos hoy día, es decir, Saúl. Samuel pensó que si
Saúl se enteraba de lo que estaba haciendo, lo mataría. Al hablar con el
Señor sobre el problema, se le mandó que llevara consigo una becerra, y
dijera que iba a Belén a ofrecer un sacrificio. Una vez allí, invitaría a Isaí al
sacrificio, y entonces, dijo el Señor, "te enseñaré lo que has de hacer; y me
ungirás al que yo te dijere".

En la mente del Señor no había ninguna duda sobre quién iba a ser el
nuevo rey de Israel, pero es obvio que no tenía la intención de decírselo a
Samuel antes de que éste hiciera lo que se le había mandado.

Siguiendo con nuestra analogía, la Autoridad General que es enviada


a reorganizar una estaca, va sin ninguna decisión hecha de antemano en
cuanto a quién será el llamado a dirigir; de hecho, en la mayoría de los
casos, como sucedió con Samuel, llama a alguien que previamente no
conocía.

Después de ofrecer el sacrificio, Samuel le pidió a Isaí que hiciera


pasar a sus hijos delante de él. Se presentó Eliab, el hijo mayor de Isaí, y
Samuel quedó impresionado con su apariencia y estatura. Tenía aspecto de
líder. Samuel le pidió al Señor que confirmara su elección, pero se le negó.
Se le recordó a Samuel que el Señor no estaba interesado en el aspecto de
los hombres, sino en su corazón. Pasaron siete de los hijos de Isaí, y
ninguno fue escogido.

Entonces Samuel le preguntó a Isaí: "¿Son éstos todos tus hijos?" Isaí
confesó que había otro más, uno del que tal vez se avergonzaban un poco,
y que habían enviado a apacentar las ovejas. Samuel insistió que lo
trajeran. Cuando llegó David, el Señor habló y diio: "Levántate y úngelo,
porque éste es". {Véase 1 Samuel 16:1-12.)

Al analizar esta historia, es evidente que el Señor fácilmente pudo


haberle dicho a Samuel desde el principio: "Ve a Belén, a la casa de isaí, y
ordena a su hijo menor, David, para que sea mi rey", pero no era ésa la
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manera del Señor en la antigüedad, como tampoco es hoy. El no revela a
sus siervos hoy día quién debe presidir sobre una estaca antes de que ellos
vayan a esa estaca, entrevisten a sus líderes, hagan una decisión, y luego
pidan la confirmación espiritual de esa decisión.

A medida que vemos surgir el modelo de dirección divina, parece


que siempre va acompañado de pruebas de obediencia y fe, y la enseñanza
de grandes lecciones.

Al ejército de Israel se le aseguró la victoria en sus batallas contra los


habitantes paganos de Canaán, en tanto que guardaran sus convenios con
exactitud. Un mandamiento fundamental era que no tomaran los despojos
de la batalla, enfatizando que la victoria le pertenecía sólo a Dios. Cuando
sufrieron una humillante derrota en su batalla contra la ciudad-estado de
Hai, Josué rasgó sus vestidos y se postró afligido delante del arca del
convenio, implorando una explicación del Señor: "¡Ah, Señor Jehová! ¿Por
qué hiciste pasar a este pueblo el Jordán, para entregarnos en las manos de
los amorreos, para que nos destruyan? ¡Ojalá nos hubiéramos quedado al
otro lado del Jordán! ¡Ay, Señor! ¿qué diré, ya que Israel ha vuelto la
espalda delante de sus enemigos? Porque los cananeos y todos los
moradores de la tierra oirán, y nos rodearán, y borrarán nuestro nombre de
sobre la Tierra; y entonces, ¿qué harás tú a tu gran nombre?

Y Jehová dijo a Josué: Levántate...Israel ha pecado, y aun han


quebrantado mi pacto que yo les mandé; y también han tomado del
anatema, y hasta han hurtado, han mentido, y aun lo han guardado entre
sus enseres. Por esto los hijos de Israel no podrán hace frente a sus
enemigos, sino que delante de sus enemigos volverán la espalda, por
cuanto han venido a ser anatema; ni estaré más con vosotros, si no
destruyereis el anatema de en medio de vosotros."

Entonces se le mandó a Josué que por la mañana pasara delante de él


cada una de las doce tribus, y se le manifestaría a qué tribu pertenecía el
violador del convenio. Entonces esa tribu pasaría ante él, familia por
familia, para que fuera identificada la familia del culpable. Después,
pasaría la familia del culpable por grupos para que fuera identificado el
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grupo Y por último, el grupo debía pasar ante él, varón por varón, para que
pudiera hallarse al transgresor.

El proceso fue dramático; involucraba a todo Israel —cada hombre,


mujer y niño— e indudablemente pasaron varias horas antes de que se
identificara al hombre: Acán. Se le pidió que confesara, y lo hizo. Entregó
los tesoros escondidos, mientras todo Israel presenciaba su vergüenza. Por
mandato del Señor, fueron destruidos Acán, su familia y todo lo que
poseían. (Véase Josué 7.)

Si reflexionamos en esta historia, nos daremos cuenta de que hubiera


sido algo sencillo para el Señor revelarle a Josué la perfidia de Acán, aun
antes de que las tropas fueran derrotadas en Hai, y no hubiera habido
necesidad de que todo el pueblo de Israel pasara delante del profeta. Mas si
se hubiera hecho así, se hubiera desperdiciado la oportunidad para dejar
una gran enseñanza, y darle a todo Israel una importante lección. Josué,
quien tenía suficiente fe y poder en el sacerdocio para dividir las aguas del
Jordán, para que todo israel pudiera pasar por sobre tierra seca; y quien
podía hacer que el sol y la luna se detuvieran a una orden suya, también
necesitó hacer un esfuerzo en las cosas del espíritu, y adquirir el
conocimiento de !a voluntad del Señor "línea por línea".

Tal vez no ha habido una conversión a! evangelio más conmovedora


que !a de Pablo. Siendo un orgulloso y estricto fariseo, vino a ser un
fanático perseguidor de los cristianos. Yendo por el camino a Damasco,
donde buscaría a los seguidores de Cristo para traerlos presos a Jerusalén,
vio una luz y oyó una voz de! cielo. En medio de la luz oyó la voz que le
decía: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" Temblando, Pablo (entonces
Saulo) preguntó: "Señor, qué quieres que yo haga?" Se le mandó que
entrara en la ciudad de Damasco, donde recibiría la voluntad del Señor
concerniente a él. Una vez más vemos el mismo modelo. No se le dieron
instrucciones completas, sino una guía: Entra a !a ciudad y se te dirá más.

Cegado por la visión, tuvo que ser conducido por sus compañeros
hasta la ciudad. Allí estuvo, en tinieblas por tres días, sin comer ni beber,
esforzándose en oración mientras trataba de corregir el curso de su vida y
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recibir las instrucciones prometidas por el Señor. El Señor le mandó a
Ananías, el líder local de la Iglesia, y que sin duda estaba en la lista de los
que Pablo quería arrestar. Llegó hasta donde estaba Pablo, lo sanó de su
ceguera, le predicó los principios básicos del evangelio, y luego lo bautizó
y le confirió el don del Espíritu Santo. Después, Pablo estuvo "por algunos
días" con los discípulos de Damasco, aprendiendo los principios del reino
en preparación para el gran ministerio al que sería llamado. (Véase Hechos
9:3-19.)

Aun cuando fue una experiencia milagrosa la que Pablo tuvo camino
a Damasco, cuando vio una luz y oyó la voz del Señor, eso no le otorgó la
remisión de sus pecados; no le dio el don del Espíritu Santo, o el
conocimiento de los principios salvadores del evangelio; ni le confirió el
llamamiento de servir en la Iglesia y reino de Dios. Todas esas bendiciones
serían suyas, pero cuando las recibió, las recibió de manos de sus líderes
del sacerdocio. Pablo tuvo una experiencia maravillosa que lo puso en la
senda, y caminando por ella llegaría a tener un gran conocimiento y poder
de Dios, y finalmente, la vida eterna, Pero Pablo, como todos los hombres,
tenía que caminar por esa senda paso a paso, aprendiendo primeramente la
gran importancia que sus líderes de! sacerdocio tenían como fuente de
respuestas a su pregunta: "¿Qué quieres que yo haga?"

Una historia gemela a la de la conversión de Pablo es la del bautismo


de Cornelio, el centurión gentil. Se describe a Comelio como un hombre
piadoso y temeroso de Dios. Daba liberalmente a los pobres y era
respetado entre los judíos como un hombre justo, cosa que no se podía
decir de muchos soldados romanos. Presidía en justicia sobre su casa, y
oraba continuamente. Una tarde, mientras estaba orando, se le apareció un
ángel de Dios, y habiéndole por su nombre, le dijo: "Tus oraciones y tus
limosnas han subido para memoria delante de Dios. Envía, pues, ahora
hombres a Jope, y haz venir a Simón, el que tiene por sobrenombre
Pedro...él te dirá lo que es necesario que hagas." (Véase Hechos 10:1-6.)

A Cornelio se le mandó buscar la respuesta a sus preguntas sobre lo


que debía hacer por medio del hombre que el Señor había llamado para
estar a la cabeza de su Iglesia y ser su portavoz ante todo el mundo en esa
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época.

El común denominador de todas nuestras historias se hace más


evidente. Por supuesto que el Señor podía responder las preguntas de
Cornelio, igual que el ángel que le trajo el mensaje, pero no es ése el
modelo ni la manera del Señor. El había establecido su reino, y había
nombrado a su vocero. Su propósito no era darle a Cornelio una
experiencia que lo volviera independiente del profeta, o de la Iglesia, sino
llevarlo a ella. De ahí su mandato de dar oído a su portavoz terrenal,
porque "él te dirá lo que es necesario que hagas".

En la experiencia de Cornelio podemos encontrar el criterio para


juzgar todas las experiencias que afirman tener quienes no forman parte de
la Iglesia y reino de Dios. La prueba consiste sencillamente en preguntar:
¿Qué propósito tiene? Si su propósito es encaminar al que la recibió a
prestar oído al profeta del Señor, y buscar su consejo y autoridad y una
bendición de su mano, entonces viene de Dios. De lo contrario, si su
propósito es ponerlo en posición de rechazar a los profetas del Señor,
alegando que él es especial por haber recibido alguna experiencia
sobrenatural, entonces no viene de Dios.

Para concluir nuestra historia, Cornelio mandó traer a Pedro, y Pedro


vino. Cornelio reunió a su familia y amigos con él, invitándolos a escuchar
el mensaje de Pedro. El Espíritu se manifestó en gran abundancia. "El
Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso", y hablaron en
lenguas, y siguiendo las instrucciones de Pedro, se bautizaron. (Véase
Hechos 10:44-48.)

De los casos que hemos estudiado en las Escrituras, aprendemos que


la revelación va precedida de trabajo, fe, obediencia y un propósito
justificado. Aprendemos que viene a través del orden establecido y que el
Señor nunca ha dicho que alguien se salvará independientemente de ese
orden. Aprendemos que El muestra un gran respeto por sus líderes del
sacerdocio, y espera que hagamos lo mismo. Ellos son la base a la que
hemos de dirigirnos para saber el curso que debemos seguir.

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Hemos visto que la revelación viene poco a poco, y que, como todo
conocimiento, se nos da de acuerdo con nuestra preparación. Aprendemos
solamente en relación a lo que sabemos. Mientras más sabemos, mayor es
nuestra capacidad para aprender. Así es que vemos al Divino Maestro
revelando o racionando la luz del cielo de acuerdo con nuestro nivel de
madurez espiritual. Casi siempre el proceso es callado, natural y gradual.
Las respuestas llegan conforme nos preparamos para ellas. Los principios
se enseñan "línea por línea" para que podamos aceptarlos según nuestra
capacidad. A los preceptos siguen los preceptos, y nuestra fe es
recompensada "un poco aquí y un poco allí".

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PEDIR
Y
RECIBIR

Pedid al Padre en mi nombre,


creyendo con fe que recibiréis,
y tendréis ai Espíritu Santo,
que manifiesta todas las cosas que son convenientes
a los hijos de los hombres.
(D. y C. 18:18.)

E l Dios viviente es un Dios que habla. En las Escrituras no hay


promesa que se repita más a menudo que la que asegura que
podemos pedir a Dios, y recibir. Esa promesa maravillosa, que reafirma el
principio de la revelación continua, no implica que debemos cruzarnos de
brazos. La promesa de riquezas espirituales nunca se ha dado
incondicionalmente. Esa promesa, por ejemplo, no nos releva de la
responsabilidad de estudiar, orar y obedecer. Cuando Laman y Lemuel
afirmaron que el Señor no les hacía saber las cosas a ellos, Nefi dirigió su
atención a las Escrituras de que disponían, y les dijo: "¿No recordáis las
cosas que el Señor ha dicho: Si no endurecéis vuestros corazones, y me
pedís con fe, creyendo que recibiréis, guardando diligentemente mis
mandamientos, de seguro os serán manifestadas estas cosas?" (1 Nefi
15:11.) Por la falta de diligencia de Laman y Lemuel en guardar los
mandamientos, la promesa no podía cumplirse.

Así fue desde el principio. Dios le enseñó el mismo principio a Adán


en estas palabras: "Si te vuelves a mí y escuchas mi voz, y crees y te
arrepientes de todas tus transgresiones, y te bautizas en el agua, en el
nombre de mi Hijo Unigénito, lleno de gracia y de verdad, el cual es
Jesucristo, el único nombre que se dará debajo del cielo, mediante el cual
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vendrá la salvación a los hijos de los hombres, recibirás el don del Espíritu
Santo, pidiendo todas las cosas en su nombre, y te será dado cuanto
pidieres." (Moisés 6:52.)

La fe, el arrepentimiento, y la recepción del Espíritu Santo han sido


los requisitos de esta promesa en todas las generaciones de los hombres. A
los que tienen hambre y sed de justicia se les ha prometido que serán
llenos. De la Versión Inspirada de la Biblia aprendemos que es del

Espíritu Santo que serán llenos. (JST, Mateo 5:8.) De la misma


fuente aprendemos también que las promesas contenidas en las
Bienaventuranzas no fueron hechas a la multitud, sino a los apóstoles, a
quienes se les dijo: "Benditos son los que crean en vuestras palabras, y
desciendan a lo profundo de la humildad, y se bauticen en mi nombre,
porque serán visitados con fuego y con el Espíritu Santo, y recibirán una
remisión de sus pecados." (JST, Mateo 5:4.) Fue entonces que los
discípulos fueron enviados a enseñar a otros a "pedir a Dios", con la
promesa de que recibirían si obedecían los mismos principios eternos.
(JST, Mateo 7:1, 12.)

El verdadero espíritu de la oración es aquel en el que buscamos la


voluntad de Dios y no nuestros deseos personales. En una revelación a José
Smith, se definió así: "El que pide en el Espíritu, pide según la voluntad de
Dios; por tanto, es hecho conforme a lo que pide." (D. y C. 46:30.) Y
también: "...sabed esto, que os será indicado lo que debéis pedir..." (D. y C.
50:30.) A ello podríamos añadir el testimonio de Juan el Amado, quien
dijo: "Y ésta es la confianza que tenemos en El, que si pedimos alguna
cosa conforme a su voluntad, El nos oye." (1 Juan 5:14.)

La ciave para recibir es pedir cosas correctas. El Señor nunca permite


que ni la fe ni los deseos de los hombres justos y devotos anulen sus
propósitos. El Salvador mismo suplicó: "Abba, Padre, todas las cosas son
posibles para ti; retira de mí esta copa". Y para evitar orar por lo que no
debía, se apresuró a añadir: "...mas hágase tu voluntad y no la mía". (JST,
Marcos 14:40.) Hay un principio eterno que dice que no podemos "ejercer
una fe contraria al plan de! cielo". (HC 2:15.)
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José Smith relató una ocasión en la que aparentemente oró pidiendo
un conocimiento que no estaba en su derecho tener: "En una ocasión estaba
orando con mucha diligencia para saber la hora de la venida del Hijo del
Hombre, cuando oí una voz que me repitió ¡o siguiente: José, hijo mío, si
vives hasta tener ochenta y cinco años de edad, verás la faz del Hijo del
Hombre; por tanto, sea esto suficiente para ti, y no me importunes más
sobre el asunto." El Profeta dijo que no sabía si eso se refería al comienzo
del Milenio, a una aparición de Cristo antes del Milenio, o a que vería la
faz de Cristo al morir y salir de esta existencia mortal. (D. y C. 130:14-16.)
A pesar de que José tenía las llaves de todas las bendiciones espirituales, y
el derecho de recibir los misterios del cielo, no pudo recibir la respuesta a
esa pregunta. (D. y C. 107:18, 19.) Sin embargo, lo que sí recibió fue esta
promesa y consejo en cuanto a lo que debemos pedir en oración:
"Cualquier cosa que le pidáis a! Padre en mi nombre os será dada, si es
para vuestro bien; y si pedís algo que no os es conveniente, se tornará para
vuestra condenación." (D. y C. 88:64, 65.)

Enseñando el mismo principio a la nación nefita, Cristo dijo:


"...cualquier cosa que pidáis al Padre en mi nombre, creyendo que
recibiréis, si es justa, he aquí, os será concedida". (3 Nefi 18:20.) En igual
manera, Nefi, quien buscó con éxito "ver, oír y saber" las grandes cosas
que se habían manifestado a su padre, testificó que Dios dará liberalmente
si no pedimos "impropiamente". (1 Nefi 10:17; 2 Nefi 4:35.) Santiago
explicó que algunos pedían en vano porque su deseo era erróneo. En los
escritos de los profetas se aclara que los cielos no se abrirán para satisfacer
la simple curiosidad.

Cercano a una carretera principal se encuentra un elevado anuncio de


neón, que dice: "Cristo es la respuesta." Al pasar por ese lugar, a veces
pienso: "Pero, ¿cuál es la pregunta?" Son las peticiones correctas las que
reciben contestaciones correctas. Se contestan las oraciones de aquellos
que tienen la sabiduría e inspiración para pedir las cosas indicadas, cosas
conforme a la voluntad de Dios y las leyes del cielo. "Si permanecéis en
mí, y mis palabras permanecen en vosotros", dijo Cristo, "pedid todo lo
que queréis, y os será hecho". (Juan 15:7.)

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Se dice que en una supuesta entrevista con Brigham Young, el
diminutivo Tom Thumb mencionó que en el mormonismo había cosas que
no podía entender. Brigham Young contestó: "No te preocupes; cuando yo
era del mismo tamaño, tampoco [las] entendía." (Neis Anderson, Desert
Saints, p. 390.)

Se necesita cierta estatura espiritual para ver y comprender muchas


cosas de la esfera espiritual. John Taylor dijo que nuestra mente necesita
estar constantemente expandiéndose hacia las cosas de Dios". (J D 1:368.)
Nuestra mente se expande viviendo el evangelio; y así, al ir creciendo
nuestra comprensión, crece nuestra rectitud. Es por medio de ese proceso
que aprendemos a pedir cosas correctas, y se cumple la promesa de que las
recibiremos.

La revelación nace del estudio y la oración. A los que meditan las


cosas del Espíritu, el Señor les ha dicho: "...hablaré a tu mente y a tu
corazón por medio del Espíritu Santo que vendrá sobre ti y morará en tu
corazón." Más adelante indica que eso es "el espíritu de revelación". (D. y
C. 8:2, 3.) Entre las más grandes manifestaciones espirituales que se han
dado a los hombres, están la experiencia de Nefi, la visión de José Srnith
sobre los grados de gloria, y la visión de José F. Smith sobre la redención
de los muertos. Cada una de esas manifestaciones surgió a partir de una
situación en la que el hombre estaba meditando o reflexionando sobre las
enseñanzas de los profetas. (Véase 1 Nefi 10:17-22; 11:1; D. y C. 76:19;
138.) A través del proceso de la meditación o reflexión, viene la mayor
parte de las revelaciones.

Meditar es pensar profundamente. Requiere que mente y espíritu se


unan en estudio y oración. Por ese proceso logramos que el Espíritu guíe
nuestro estudio para poder encontrar los tesoros del Espíritu y obtener
comprensión; y la verdadera comprensión del evangelio no puede
obtenerse de otra manera. Para la nación nefita no fue suficiente el tener
como maestro al Cristo resucitado. Al concluir las enseñanzas del día, el
Sefíor les mandó que regresaran a sus hogares, donde podrían meditar lo
que les había enseñado, y pedir al Padre en su nombre que les diera
entendimiento. Solamente de esa manera podían prepararse para recibir
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enseñanzas adicionales de El. (3 Nefi 17:3.) Una cosa es tener una visión, y
otra cosa es comprenderla. Nefi dijo: "...mi corazón medita continuamente
las cosas que he visto y oído." (2 Nefi 4:16.) Únicamente por ese proceso
podemos obtener el entendimiento que buscamos.

El consejo de Moroni a los que desean conocer la veracidad del


Libro de Mormón, es que primero mediten su mensaje. Es en ese proceso,
nos dice Moroni, que podemos encontrar el testimonio de su veracidad.
(Moroni 10:3-5.) Al meditar concerniente al Libro de Mormón, nos
enfrentamos con numerosas evidencias internas de su veracidad. La
principal, entre ellas, es la doctrina que enseña. El Libro de Mormón no
tiene igual en su enseñanza de la Caída, la Expiación, y la necesidad de un
Redentor. La claridad con la que testifica que Jesús es el Cristo no tiene
comparación en ningún otro libro de Escrituras. Ni hay otro registro de
Escrituras que lo iguale al exponer a los enemigos de Cristo, y confundir a
las falsas doctrinas. Una y otra vez, mientras leemos ese sagrado volumen
y meditamos su grandioso mensaje, nos preguntamos: ¿Pudo haber escrito
este libro José Smith? El Espíritu afirma repetidas veces que no es la obra
de un hombre.

Si fuéramos a desechar del libro de Doctrina y Convenios todas las


revelaciones que recibió José Smith en respuesta a sus preguntas, nos
quedaríamos con relativamente pocos versículos. Qué maravilloso es que
José Smith haya tomado literalmente la exhortación de "preguntar". Pero
aún los que son dignos de recibir revelación no siempre la han recibido,
sencillamente porque no la desean. Cristo dijo a sus ovejas del Viejo
Mundo que El tenía otras ovejas aparte de ellos, a los que visitaría. (Juan
10:16.) Puesto que ellos no preguntaron sobre el asunto, El no les ofreció
mayor información. Al visitar a los nefitas, les explicó que ellos eran a los
que se había referido en el Viejo Mundo. Y a sus seguidores del Nuevo
Mundo les dijo que había todavía otros más a los que visitaría, refiriéndose
específicamente a las tribus perdidas. Les mandó a los nefitas que
escribieran esa información para que hubiera un registro, por si acaso los
de Jerusalén no preguntaban sobre el asunto. (3 Nefi 16:4.)

Las Escrituras identifican la indisposición de orar como un síntoma


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de enfermedad espiritual. Diagnosticando el origen de esos sentimientos,
Nefi declaró: "...el espíritu malo no enseña al hombre a orar, sino le enseña
que no debe orar." (2 Nefi 32:8.) La receta que dio Brigham Young para
ese malestar es la oración. Orar hasta que sintamos deseos de orar, fue su
consejo. Un apetito espiritual voraz es signo de buena salud espiritual.
Estar espiritualmente sano es tener hambre y sed de las cosas del Espíritu.

El Espíritu del Señor no le teme a la verdad. Nunca le enseña ai


hombre a evitar la oración o rehuir la investigación espiritual en cualquier
forma. "Examinadlo todo", aconsejó el Apóstol Pablo, y "retened lo
bueno". (1 Tesaionicenses 5:21.) No es difícil identificar la fuente de
inspiración de los que rechazan el mensaje de la Restauración sin haberlo
oído. Y los que hacen obra misional ven que eso pasa a menudo. Por
ejemplo, uno de mis estudiantes platicó que su familia le había dado un
ejemplar del Libro de Mormón a un amigo, con el desafío de leerlo. El
amigo salió y compró un libro antimormón, el cual sí leyó, y basado en esa
evidencia decidió que el Libro de Mormón no podía ser verdadero. Como
sucede con la mayoría de los críticos del Libro de Mormón, esa persona no
creyó necesario leerlo para rechazarlo. Si la misma persona hubiera
recibido un ejemplar del Nuevo Testamento, ¿habría ido en busca de un
libro escrito por Caifas, o algún otro miembro del jurado que condenó a
muerte a Cristo? ¿Rechazaría a Cristo y sus enseñanzas por el testimonio
de sus enemigos? Eso es exactamente lo que algunos están haciendo al
rechazar el Libro de Mormón.

¿Habían acaso analizado el mensaje en oración los que se opusieron


y rechazaron a Cristo? ¿Hubiera sido una buena idea orar con humildad
cuando supieron que el indocto galileo se asociaba con publícanos y
pecadores? ¿No era por todos conocido que era "cometón, y bebedor de
vino"? (Mateo11:19.)

El Señor declaró que los que procuraban confundir a José Smith, lo


hacían "porque sus hechos son malos; por tanto", dijo El, "no recurren a
mí". (D. y C. 10:21.) El espíritu que hace que el hombre se niegue a
escuchar y rehuse orar es el mismo que se opuso a Cristo y sus profetas en
todas las épocas pasadas.
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Tres años después de la muerte de José Smith, Brigham Young lo vio
y conversó con él en un sueño. Enseñándole al Presidente Young cómo
podían los santos conocer e identificar el Espíritu del Señor, José dijo que
éste susurraría "paz y gozo a sus almas", desterraría de sus corazones la
malicia, el odio, la discordia y la maldad en todas sus formas, y les daría un
deseo de hacer lo bueno y trabajar para adelantar el reino de Dios.
(Relatado por Marión G. Romney, Conference Report, abril de 1944,
pp.140, 141.) Antes de la organización de la Iglesia, el Señor le dijo a
Hyrum Smith: "Pon tu confianza en ese Espíritu que induce a hacer lo
bueno, sí, a obrar justamente, a andar humildemente, a juzgar en rectitud",
pues, dijo el Señor, "éste es mi Espíritu" Se le aseguró a Hyrum que la
asociación con ese Espíritu iluminaría su mente, le traería gozo, y podría
conocer todas las cosas que corresponden a la rectitud. (D. y C. 11:12-
14.)

El Eider Boyd K. Packer señaló que una vez le oyó decir a Marión G.
Romney: "Yo sé cuando estoy hablando bajo la inspiración del Espíritu
Santo, pues siempre aprendo algo de lo que yo mismo digo." (Enseñad
Diligentemente, p. 312.) También eso es una manera apropiada para
identificar la presencia del Espíritu del Señor en nuestro estudio y reflexión
personales. El Espíritu Santo es un maestro, y en nuestra relación con él,
aprendemos, nos sentimos inspirados, y somos elevados.

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CUANDO LA RESPUESTA
NO LLEGA

Hermanos míos,
tomad como ejemplo
de aflicción y de paciencia
a los profetas
que hablaron en nombre del Señor.
(Santiago 5:10.)

C on frecuencia sucede que algunas decisiones para las que


buscamos guía espiritual tienen que ser hechas dentro de un
plazo definido.. Nos preguntamos qué debemos hacer cuando ese plazo se
llega y todavía no sabemos que hacer, es decir no hemos recibido la
confirmación espiritual que buscamos. En esas ocasiones nos preguntamos
por qué no hemos recibido una respuesta, y hasta empezamos a dudar si
somos dignos, o nos preguntamos por qué el Señor nos ha olvidado.

Consideremos algunas posibles respuestas a esa pregunta.


Empezaremos por suponer que la forma en que hemos vivido nos da
derecho a la inspiración; es decir, que vivimos rectamente, y que con
nuestro mejor entendimiento hemos estado haciendo las cosas que Él Señor
espera que hagamos para poder recibir revelación divina. Esto incluye
haber estudiado el problema en nuestra mente, haber hecho una decisión, y
haber buscado la confirmación espiritual de esa decisión. Pero a pesar de
nuestros esfuerzos, la respuesta que esperamos no llega y el plazo se acaba

Siendo que el no decidirnos es, en sí, una decisión, si deseamos


mantener control sobre nuestra vida, no debemos evitar las decisiones.. Por
supuesto que al decidir, sabemos que debemos también afrontar las
consecuencias En ese caso lo más acertado es tomar la mejor decisión que
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podamos. Si hacemos nuestro mejor esfuerzo , con fe, esperando que sea
aceptable al Señor, El nos bendecirá y la confirmación que buscamos
vendrá a su tiempo. Por otra parte, si el curso que hemos escogido no es el
apropiado a los ojos del Señor, y ya que seguimos buscando hacer su
voluntad, debemos tener fe en que El intervendrá y evitará las situaciones
que a la larga no sean para nuestro bien.

Sin embargo la pregunta permanece de por qué no podemos recibir


una respuesta que nos evite esa angustia y dificultad. A eso sólo podemos
contestar que la vida es una maestra que nos enseña algunas lecciones
difíciles, y no son las intenciones del Señor que, solo porque tenemos fe,
quedemos exentos de las pruebas difíciles de la vida . Es casi axiomático
que las mejores lecciones de la vida surgen de sus problemas más grandes.
En el ocaso de su vida, el Eider Hugh B. Brown hizo la observación de que
había "aprendido más con los golpes que con las adulaciones" La fe, la
sabiduría, el buen juicio, todos tienen sus raíces en tales experiencias. Así
como el niño debe aprender a sostenerse por sí mismo y a caminar solo,
también nosotros debemos aprender a sostenernos por nosotros mismos y a
caminar solos al enfrentar ios mayores desafíos de la vida.

El Señor le dijo a José Smith: "Un hombre puede recibir el Espíritu


Santo, y éste puede descender sobre él y no permanecer con él". (D. y C.
130:23.) Eso no quiere decir que el espíritu se aleja porque el hombre no es
digno, sino que hay ocasiones en que el Señor deja que nos las arreglemos
solos, con nuestro propio entendimiento. El Eider McConkie explicó que
"hasta las personas justas quedan a menudo a merced de sus propios
recursos, y no siempre disfrutan de la revelación y luz del Espíritu Santo".
(Mormon Doctrine, p. 313.) "El Espíritu Santo en persona puede visitar a
los hombres", explicó el Presidente José F. Smith, "y visitará a los que son
dignos, y dará testimonio de Dios y de Cristo a su espíritu, pero puede ser
que no permanezca con ellos." Esas visitas dijo el Presidente Smith que
vendrían "de cuando en cuando". (Doctrina del Evangelio, p. 59.)

La promesa que el Señor ha dado consiste en que los que son lo


suficientemente humildes, pueden ser "bendecidos de lo alto, y recibir
conocimiento de cuando en cuando". (D. y C. 1:28.) Necesariamente habrá
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veces en que las respuestas no llegarán, y debemos usar nuestro mejor
juicio, confiando en la Divina Providencia.

Mientras la Iglesia se hallaba todavía en su infancia, el Señor indicó


que no era propio que El nos dirigiera en todos los aspectos de nuestra
vida. (D. y C. 58:26.) Eso resultaría en la pérdida de nuestra agencia y
mayordomías, y nos privaría de la oportunidad de crecer en sabiduría y
entendimiento. La instrucción del Señor fue que nos dedicáramos con toda
diligencia a los diversos aspectos de nuestra vida, sin esperar revelaciones
sobre cada decisión o deber, pero siempre buscando en oración (D. y C.
58:25.) En el ámbito de la rectitud, con frecuencia existen varias
alternativas. Las decisiones que se hacen con ánimo espiritual reciben la
aprobación y bendición del Señor. Por eso Nefi aconsejó que "nada debéis
hacer en el Señor, sin que primero oréis al Padre, en el nombre de Cristo,
para que él os consagre vuestra acción, a fin de que vuestra obra sea para el
beneficio de vuestras almas." (2 Nefi 32:9.)

"Es cosa grave inquirir de Dios o allegarse a su presencia", declaró


José Smith, "y sentimos temor de acercarnos a El sobre temas que son de
poca o ninguna importancia..." (Enseñanzas del Profeta José Smith, p. 20.)
De varias revelaciones aprendemos que los primeros misioneros de esta
dispensación tenían la tendencia de preguntarle al Señor concerniente a
cosas que debían decidirse por su propio criterio.

En 1831 el Señor mandó que determinados elderes acompañaran a


José Smith a su regreso del Condado de Jackson, Misuri, a Kirtland, Ohio.
Al tener que decidir el medio por el que viajarían, pidieron que el Profeta
preguntara al Señor si debían comprar un barco, o fabricarlo. La
contestación del Señor fue: "...a mí me es indiferente..." (D. y C. 60:5.) Al
ir viajando estos élderes por el Río Misuri, se les presentaron varios
peligros, de modo que otra vez le pidieron al Profeta que le preguntara al
Señor si debían continuar el viaje por agua, o si sería mejor hacerlo por
tierra. Una vez más, la contestación del Señor fue: "...me es indiferente...",
instruyéndoles que lo hicieran de acuerdo con su propio criterio. (D. y C.
61:22.) Durante su viaje se encontraron con varios élderes que iban camino
al Condado de Jackson. Por revelación el Profeta les mandó cumplir sus
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misiones en Jackson y luego retornar al este. De regreso a Ohio se les
indicó que viajaran en un solo grupo, o de dos en dos, lo que les pareciera
más apropiado pues, dijo el Señor: "...no importa; solamente sed fieles..."
en la misión de declarar el evangelio. (D. y C. 62:5.)

Es notorio que la fe y el celo con el que esos hermanos salieron hacia


sus misiones, y la manera en que declaraban el evangelio era de gran
importancia para el Señor. El medio en que viajarían y las decisiones que
tendrían que hacer en el camino se dejaron a su juicio. Quizá se ilustra
mejor este principio en el llamamiento de Esteban Burnett a servir como
misionero. El mandamiento que el Señor le dio fue que saliera entre el
mundo a predicar "bien sea al norte o al sur, al este o al oeste, no importa,
porque no podréis errar". (D. y C. 80.) La revelación continuaba diciéndole
que y cómo debía enseñar.

Aparentemente, lo importante para el Señor era que el Eider Burnett


trabajara, no dónde trabajara. Como pasa muchas veces, no importaba
dónde sirviera, sino cómo. Y muchas veces pasa lo mismo con nosotros.
Para el Señor importa más cómo trabajamos que dónde lo hacemos; qué
hacemos, y no dónde lo hacemos.

José Smith enseñó que no debemos pedir revelación al Señor, a


menos que no tengamos nada que nos oriente sobre nuestro problema. (HC
1:339.) Una vez que se ha revelado la Palabra de Sabiduría, la ley del
diezmo, o cualquier otro principio del evangelio, no hay ninguna necesidad
de que el Señor las dé otra vez a cada profeta o generación siguiente.
Tenemos un ejemplo clásico de ello en el orden de sucesión en la
Presidencia de la Iglesia. E¡ Eider Bruce R. McConkie explicó que a la
muerte de Harold B. Lee no se necesitó ninguna revelación para que el
Consejo de los Doce supiera la intención y voluntad del Señor. Para
entonces ya era un principio establecido que el apóstol de mayor
antigüedad dentro del Quórum se convirtiera en el portavoz del Señor. Dijo
el Eider McConkie: "No se requirió ni se necesitó que el Señor diera una
revelación, o que se dieran instrucciones especiales. La ley ya estaba
establecida y ordenada. Dios no se asoma cada mañana y dice: 'Que salga
el sol' El ya ha establecido la ley, y ha puesto ai sol en el firmamento, y el
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sol sale en armonía con la ley establecida en cuanto a sus funciones. Y así
fue con la sucesión de la presidencia del Presidente Lee ai Presidente
Kimball." (BYU Speeches of the Year, enero 8 de 1974.)

No tenemos derecho a recibir revelación sobre asuntos que ya se han


revelado claramente. Si la buscamos, nos parecemos al muchacho que
quiso disculpar su tardanza a la hora de la comida diciendo que no había
oído las primeras dos veces que lo llamaron. Antes de buscar nuevas
revelaciones, sugirió Brigham Young, debemos vivir las que ya tenemos.
(J D 6:319.)

No hay mejor evidencia de la madurez espiritual que la paciencia.


Tal como dijo Santiago en la antigüedad: "Mas tenga la paciencia su obra
completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna."
(Santiago 1:4.) La paciencia siempre ha sido atributo de los hombres de fe.
En ocasiones, la confirmación que buscamos no viene porque no hemos
completado el proceso de análisis o estudio necesario. En otras, puede ser
que estemos pidiendo consejos en asuntos que debemos decidir por
nosotros mismos. Y en otras más, el desarrollo de los atributos de santidad
puede ser más importante que recibir guía y respuestas inmediatas. Así que
habrá ocasiones que será necesario que actuemos con el mejor criterio que
tengamos, pues solamente aplicándolo en las decisiones que hacemos se
aclarará la respuesta que buscamos. Aunque podemos sentir angustia y
frustración, se cumplirá la promesa de "que todas estas cosas te servirán de
provecho, y serán para tu bien". {D. y C. 122:7.)

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CARACTERISTICAS
DE UN TESTIMONIO VALIDO

La competencia de un testigo
se basa en su conocimiento.
(henry d. moyle.)

I magine que es usted llevado a un tribunal, acusado de un crimen


atroz. Suponga también que los abogados de la parte acusadora no
presentan ninguna evidencia. En lugar de eso, llaman a una persona tras
otra para testificar que ellos "creen" que usted es culpable. A la primera
oportunidad, usted argumentaría que ese sistema judicial sería injusto si
permitía que un hombre fuera declarado culpable de algún crimen
simplemente porque sus acusadores "creían" que era culpable, o porque
tenía la desgracia de parecer un delincuente. Este ejemplo nos ayuda a
enfocar el hecho de que el creer algo no convierte a nadie en testigo
competente.

Orson Pratt declaró que "una persona no puede ser testigo de aquello
que solamente cree". (J D 16:209.) Supongamos, por ejemplo, que usted
testifica que Jesús es el Cristo, utilizando como evidencia el hecho de que
ha estudiado la Biblia cuidadosamente, y que ésta así lo afirma. Cualquier
otra persona tendría derecho a testificar que Jesús no era el Cristo,
basándose en el hecho de que también había estudiado diligentemente la
Biblia, y al hacerlo se había convencido de que Cristo no era el Mesías
prometido. Usted y su antagonista podrían averiguar en vano sobre el tema.
Ni la convicción ni el conocimiento se derivan de ese proceso.

En igual forma, suponga que un científico renombrado adopta la


causa, y declara que nadie puede negar la existencia de Dios, debido a la
multitud de evidencias que hay en la naturaleza, y luego comienza a
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justificar su testimonio con una serie de ejemplos. ¿No tendría derecho otro
científico a presentar su lista de contradicciones en contra de todos los
argumentos del primer científico? ¿No podría, con cierta justificación,
como lo han hecho algunos, decir: "Disponemos de la misma evidencia que
tú, y a partir de la evidencia hemos llegado a conclusiones diferentes."?

En ambos casos, el problema es que los participantes están usando


creencias en lugar de conocimiento. Puesto que no están hablando de algo
que hayan visto, oído, o experimentado personalmente, su testimonio no es
válido. La mayoría de las discusiones sobre las cosas espirituales se
centran en la clase de evidencia que los tribunales llaman cuento, los
participantes sencillamente no son competentes como testigos. El Eider Le
Grand Richards nos relata la siguiente experiencia:

"Hace unos cuantos años, un grupo de ministros estaba de paso en


Lago Salado rumbo a Los Angeles para asistir a una convención pastoral.
Pasaron la noche en Lago Salado. Querían hacer algunas preguntas sobre
nuestras enseñanzas, y se hicieron arreglos para que se reunieran con uno
de los Doce en el salón de conferencias del Edificio de las Oficinas de la
Iglesia. Luego que el apóstol contestó a sus preguntas, dio su solemne
testimonio de que él sabía que Jesús era el Cristo, que José Smith era su
profeta, que el Libro de Mormón era verdadero. Lo sabía con certeza, y no
por cuentos. Entonces, al terminar su testimonio, preguntó a los ministros:
'¿Quién de ustedes puede testificar que sabe que tienen la verdad?' Tras una
breve pausa, el director del grupo dijo: 'Pues esperamos estar en lo cierto.' "
(CR, abril de 1968, p. 121.)

¿Podríamos imaginar que la Iglesia enviara misioneros a los confines


de la Tierra para testificar que esperamos estar en lo cierto, que esperamos
que el Libro de Mormón sea verdadero, y que esperamos que José Smith
haya sido un profeta de Dios? La verdadera religión abarca la esperanza,
pero ciertamente no está fundada sobre ella.

El profeta José Smith, parafraseando en forma poética algunos


versículos de la visión de los grados de gloria, describió al mundo sectario
con estas palabras:
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Estos son los que dicen ser de Apolos y de Pablo; de Cefas y de
Jesús, con todo tipo de esperanzas; de Enoc y de Moisés, de Pedro y de
Juan; de Lutero y de Caivino, y del Papa mismo.

Y nunca recibieron el evangelio de Cristo ni el espíritu profético que


vino del Señor; ni tampoco el convenio, mismo que tuvo Jacob; siguieron
su propio camino, y reciben su propia recompensa. —Times and Seasons
4:85,

Discutiendo el principio de la revelación en una muy astuta crítica de


lo que el mundo llama "cristiandad", Thomas Paine señaló que "es una
contradicción de términos y de ideas el llamar revelación a cualquier cosa
que nos llega por medio de terceros, ya sea verbal o escrita". Su
razonamiento fue que si algo se revela a una persona y no a otra, entonces
eso es revelación solamente para la primera persona. Si de la primera
persona pasa a una segunda, y de la segunda, a una tercera, o a una cuarta o
quinta, deja de ser revelación para esas personas. "Es revelación sólo para
la primera persona, y cuento para cada una de las demás; en consecuencia,
no están obligadas a creer.

Cuando Moisés dijo a los hijos de Israel que había recibido las dos
tablas de los mandamientos de las manos del Señor, ellos no estaban
obligados a creerie, porque no tenían otra autoridad para hacerlo que la
palabra de él.

Cuando se me dice que el Corán fue escrito en el cielo, y que un


ángel se lo trajo a Mahoma, el relato se asemeja a la misma clase de
cuentos y autoridad de terceros del ejemplo anterior. No fui yo quien vio el
ángel, y por ello no tengo evidencia para creerlo.

Cuando se me dice también que una mujer llamada la Virgen María


dijo que estaba esperando un hijo sin cohabitación de por medio, y que
José, su prometido, dijo que un ángel se lo comunicó, tengo derecho de
creerlo o no; tal acontecimiento requeriría mucha mayor evidencia a su
favor que la palabra sola; pero no disponemos ni siquiera de eso, pues ni
José ni María escribieron nada al respecto; tan sólo se nos informa lo que
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otros dijeron, así que es cuento sobre cuento, y prefiero no basar mi
creencia en evidencias de esa clase." Thcmas Paine (The Age oí Reason,
pp. 5, 6. Cusivas agregadas.)

El argumento de Thomas Paine es válido: no hay salvación en una


religión de cuentos; no hay poder en ella y no tenemos la obligación de
creer en ella. Se necesitó a José Smith y la religión revelada para responder
adecuadamente a esos argumentos. "Escudriñad las revelaciones", dijo el
Profeta, y luego "pedid a vuestro Padre Celestial, en el nombre de su Hijo
Jesucristo, que os manifieste la verdad; y si lo hacéis con el solo fin de
glorificarlo, no dudando nada, El os responderá por el poder de su Santo
Espíritu". No estaremos en medio de una religión de cuentos, pues, como
lo explicó José Smith: "Notendréis entonces que depender del hombre para
saber de Dios, ni habrá lugar para la especulación." Sólo de esa manera
podemos saber cuáles de las promesas divinas de épocas pasadas nos
pertenecen a nosotros, y cuáles pertenecen a Sos santos de la antigüedad.
El Profeta continuó:

"Indudablemente vosotros estaréis de acuerdo con nosotros, y diréis


que no tenéis derecho de reclamar lo que se prometió a los habitantes
antes del diluvio; que no podéis fundar vuestra esperanza de la
salvación en la obediencia de ios hijos de Israel cuando bajaban en el
desierto, ni podéis creer que las bendiciones pronunciadas por los
apóstoles sobre la iglesia de Cristo hace mil ochocientos años eran para
vosotros. Además, si las bendiciones de otros no son vuestras, sus
maldiciones tampoco lo son; por consiguiente, así como todos los que han
sido antes de vosotros, sois vuestros propios agentes, y seréis juzgados de
acuerdo con vuestras obras." (Enseñanzas del Profeta José Smith, p. 7.)

Toda Escritura testifica que siempre que el Señor ha tenido un pueblo


que ha tenido fe en El, le ha revelado su voluntad. Por tanto, en la
revelación sobre el matrimonio eterno se le hizo saber a José Smiih que
todo lo que Abraham recibió del Señor, lo recibió por revelación, y que
esas revelaciones incluían "promesas en cuanto a su posteridad". El Señor
le declaró a José Smith que él era descendiente de Abraham, por lo cual
esas promesas también le pertenecían a él. (D. y C. 132:29-31.) Nefi nos da
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un ejemplo clásico de este principio ai desear "ver, oír y saber" las cosas
que su padre había experimentado; y sabiendo que tenía el don del Espíritu
Santo, y que el Espíritu Santo es un revelador, buscó y recibió la misma
experiencia espiritual que su padre tuvo. Nefi testificó de un Dios que "es
siempre el mismo ayer, hoy y para siempre", un Dios que descubrirá ¡os
misterios de ios cielos a aquellos que lo buscan diligentemente, "lo mismo
en estos días como en tiempos pasados, y lo mismo en tiempos pasados
como en ios venideros; por tanto, la vía del Señor es un giro eterno". (1
Nefi 10:17-19.)

Las Escrituras nos dicen que los testimonios que damos se escriben
en el cielo. (D. y C. 62:3.) Quienes han testificado de las verdades eternas
con toda diligencia serán bendecidos por haberlo hecho; y a la inversa,
quienes han testificado falsamente, serán tenidos por responsables de su
perjurio. La mentira no será aprobada en los tribunales eternos, aunque
nazca de la ignorancia; no hay salvación en el error y la falsedad.

Siendo un joven misionero, Jedediah M. Grant tenía una gran


reputación por su habilidad de ponerse al frente de una congregación e
improvisar su discurso. Al ir aumentado su reputación, un grupo de
personas quiso poner a prueba sus habilidades. Le propusieron darle un
tema en el momento en que él se parara al frente del auditorio, para ver si
era capaz de desarrollarlo apropiadamente. Se acordó la hora y el lugar. El
lugar era el edificio de la corte, y cuando se llegó la hora no quedaba un
asiento vacío. Se le dio ¡a palabra al Eider Grant, y le pasaron un papelito;
lo desdobló para leer el tema...y vio que estaba en blanco. Sin vacilar un
momento, el Elder Grant comenzó su discurso:

"Amigos míos, me encuentro hoy aquí para predicar sobre el tema


que estos caballeros iban a escoger. Lo tengo aquí en mi mano.

No quisiera que se ofendan, pues estoy bajo la promesa de predicar


sobre el tema designado; y si se ha de culpar a alguien, se debe culpar a los
que lo escogieron. Yo no tenía ni idea sobre el tema que escogerían, pero
de todos los temas, éste es mi favorito. Ustedes pueden ver que el papelito
está en blanco (mostrándolo para que pudieran verlo). Ustedes los sectarios
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creen que Dios creó todas las cosas de la nada, y ahora quieren que yo haga
un discurso de la nada, pues este papelito está en blanco. Y creen en un
Dios que no tiene cuerpo, partes o pasiones. A un Dios así yo lo veo como
un espacio vacío, como pueden ver que está el papelito. Creen en una
iglesia sin profetas, apóstoles, evangelistas, etc. Una iglesia así estaría en
blanco, comparada con la Iglesia de Cristo, y coincide con mi tema. Han
situado al cielo más allá de los límites del tiempo y el espacio; no existe en
ninguna parte, y en consecuencia, su cielo está en blanco, igual que mi
papelito."

El Eider Grant continuó examinando todos los principios básicos de


la religión de sus oyentes, contrastándolos en gran poder con los principios
del evangelio. Los de la congregación, impresionados con su discurso
pasaron un sombrero en el que colectaron suficientes fondos para que se
comprara un traje nuevo, un caballo, una silla y un freno. (Andrew Jenson,
The Latter-day Saints Biographical Encyclopedia 1:57.)

Es en estas verdades fundamentales que deben centrarse nuestra fe y


testimonio, pues, tal como lo declaró Alma, no podemos ejercer fe en cosas
que no son verdaderas. (Alma 32:21.) "¡A la ley y ai testimonio!", dijo
Isaías, "si no os dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido".
(Isaías 8:20.)

Pablo dijo que "nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu
Santo" (1 Corintios 12:3.) José Smith afirmó que debía traducirse: "Nadie
puede saber que Jesús es el Señor, sino por el Espíritu Santo." (HC 4:602.)
También explicó que nadie puede recibir el Espíritu Santo sin recibir
revelaciones, porque el Espíritu Santo es un revelador. (Enseñanzas del
Profeta José Smith, p. 405.) Un testimonio válido se basa en el principio de
la revelación que se recibe por medio del Espíritu Santo. No hay otra
manera. Si ese conocimiento se obtiene de alguna otra fuente, o de alguna
otra manera, las Escrituras declaran que "no es de Dios". (D. y C. 50:18.)

Cuando Cristo preguntó a sus apóstoles: "¿Quién dicen los hombres


que es el Hijo del Hombre?", Pedro testificó por el poder del Espíritu
Santo, diciendo: "Tú eres el Cristo, el Hijo de! Dios viviente." Honrando
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ese testimonio, Cristo dijo: "Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás,
porque no te lo reveló carne ni sangre [es decir, el hombre mortal, o los
argumentos humanos], sino mi Padre que está en los cielos." (Mateo 16:13-
17.) Ese es, por supuesto, el modelo perfecto, pues, tal como lo testificó
Moroni, "por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de
todas las cosas". (Moroni 10:5.)

En nuestra época hay tres verdades que son esenciales en un


testimonio válido: primero, que Jesús es el Cristo; segundo, que José Smith
es un profeta de Dios; y tercero, que la Iglesia de Jesucristo de los Santos
de los Últimos Días es la única iglesia verdadera y viviente sobre la faz de
la Tierra. Todo testimonio válido debe incluir la convicción espiritual de
que Jesús es el Cristo, ya que "no hay otro camino, ni nombre dado debajo
del cielo por el cual el hombre puede salvarse en el reino de Dios". (2 Nefi
31:21.) No podemos pretender aceptar a Cristo y rechazar a los profetas
que vienen en su nombre. "Quien me recibe a mí, recibe a los de la Primera
Presidencia, a quienes he enviado, a quienes te he puesto por consejeros,
por causa de mi nombre." (D. y C. 112:20.) Puesto que José Smith fue el
profeta que restauró a la Tierra la verdad de Cristo y la autoridad necesaria
para efectuar las ordenanzas de salvación, es razonable afirmar que nadie
hoy día puede salvarse independientemente del conocimiento y testimonio
de que José Smith es un profeta de Dios, ni independientemente de la
organización eclesiástica donde descansa la autoridad para realizar esas
ordenanzas. Como ejemplo de este principio, consideremos este testimonio
de Brigham Young:

Permítanme decirles, mis oyentes, hermanos y visitantes, que no hay


nadie aquí presente, que pueda verdaderamente decir que Jesús es el Cristo
y que ai mismo tiempo niegue que José Smith fue un profeta del Señor.

No hay ser humano que haya oido el evangelio de salvación tal como
está escrito en el Nuevo Testamento, y en el Libro de Mormón, y en el
libro de Doctrina y Convenios, y que afirme que Jesús vive,y que Su
evangelio es verdadero, y al mismo tiempo pueda decir que José Smith no
fue un profeta de Dios. (Lo que estoy diciendo es duro, pero es verdad) .
Nadie puede decir que este libro (poniendo su mano en la Biblia) es
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verdadero, que es la palabra del Señor.que es el camino, y el documento
por el que puede aprender la voluntad de Dios, y al mismo Jiempo decir
que el Libro de Mormón es falso, si ha tenido la oportunidad de leerlo, o de
oír que alguien lo lee, y enterarse de sus doctrinas. No existe sobre la faz
de la Tierra la persona que haya tenido el privilegio de aprender el
evangelio de Jesucristo de estos dos libros, que pueda decir que uno es
verdadero y el otro es falso. Ningún Santo de los Últimos Días, ningún
hombre o mujer puede decir que el Libro de Mormón es verdadero, y al
mismo tiempo decir que la Biblia es falsa...Si Jesús vive y es el Salvador
del mundo, José Smith es un profeta de Dios...y nadie sobre la Tierra
puede decir que Jesús vive y al mismo tiempo negar mi afirmación sobre
José Smith. Este es mi testimonio, (y yo sé que es algo duro.)" (J D 1:38.)

Un testimonio sin obras que evidencien su veracidad, no tiene ningún


valor. Un testimonio válido siempre se manifiesta por medio de acciones.
La prueba de la palabra está en los frutos que da. No podemos tener el
testimonio de que Jesús es el Cristo sin una evidencia observable en
nuestra vida. Santiago enseñó que el creer en Dios sin tener buenas obras
no nos hace mejores que los demonios. José Smith amplió esa enseñanza al
establecer que profesar una creencia en Dios sin las obras correspondientes
es llegar a ser semejante a los demonios. (JST, Santiago 2:19.) La idea de
que uno puede tener la fe y el testimonio que nace de la fe, sin las obras, se
originó en Satanás mismo.

Todo testimonio válido tiene ciertas características. Primero se centra


en la verdad. Uno no puede dar testimonio legítimo de algo que no es
verdadero. Segundo: siempre se originará en la revelación; las cosas de
Dios se conocen por revelación y de ninguna otra manera. Tercero: tendrá
vida en sí mismo; no será resultado de cuentos o evidencia presentada por
terceros. Cuarto: valientemente atestiguará que Jesús es el Cristo, que José
Smith es el profeta de la Restauración, y que la Iglesia de Jesucristo de los
Santos de los Últimos Días es la única iglesia verdadera y viviente sobre la
Tierra. Quinto: se hará evidente por lo que lo acompaña: el testimonio
válido siempre apoyará otros principios de verdad, y mostrará mediante las
buenas obras que es de Dios, y siempre sostendrá a los profetas vivientes.

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CARACTERÍSTICAS DE LA
REVELACIÓN VERDADERA

Todas las revelaciones de Dios


enseñan, en esencia, esto:
Hijo, hija, sois la obra
de mis manos;
caminad y vivid con rectitud delante de mí;
sean castas vuestras conversaciones;
vuestra conducta diaria
sea conforme a mi ley;
sean vuestros tratos con vuestros hermanos
con justicia y equidad; sea mi carácter sagrado para vosotros,
y no profanéis mi santo nombre
ni mi autoridad; no menospreciéis mis palabras
porque mi dignidad es eterna
(Brigham Young.)

T odo principio de verdad tiene su falsificación correspondiente.


Toda experiencia espiritual ha sido imitada. Cuando la Iglesia
estaba todavía en su infancia, el Señor advirtió a los santos que evitaran el
engaño, recordándoles que "Satanás anda por la Tierra engañando a las
naciones". (D. y C. 46:7, 8; 52:14.) El Gran Imitador no trabaja solo en su
afán de engañar y confundir. Hablando del origen de las mentiras, el Señor
dijo que "unas son de los hombres y otras de los demonios", pero que
ambas son "una abominación a su vista". (D. y C. 46:7; JS-Historia 19.)
José Smith dijo que la ignorancia de los hombres en cuanto al poder e
influencia de los espíritus engañadores era suficiente para que el diablo se
burlara a carcajadas "El mundo", dijo el Profeta, "siempre ha tomado a los
falsos profetas por verdaderos, y los que fueron enviados por Dios fueron
considerados falsos". (HC 4:574.) A éstos maltrataron, echaron en la
cárcel, mataron, o hicieron huir para buscar refugio "por los desiertos, por
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los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra". (Hebreos 11:38.)
El mundo, dijo el Profeta, prefiere a los bribones, vagabundos, hipócritas e
impostores en lugar de los profetas. "En la Iglesia de Jesucristo de los
Santos de los Últimos Días también ha habido falsos espíritus." (HC
4:580.) A causa de esas "abominaciones en la Iglesia" que se hacen en el
nombre del Señor, El ha mandado: "...cuídese cada hombre, no sea que
haga lo que no es recto y verdadero ante mí." (D. y C. 50:4, 9.)

A cada miembro de la Iglesia se le ha prometido uno o varios dones


espirituales. Esos dones son para nuestra edificación personal, y para
capacitarnos para influir y bendecir las vidas de otros con mayor facilidad.
Entre los santos hay una gran diversidad de dones. Uno de ellos es el don
de discernimiento de espíriius. (D. y C. 46:23.) Este don comprende un
talento o habilidad espiritual especial para identificar ¡o que es
espiritualmente genuino y detectar lo que es embuste espiritual. Lo poseen
muchos, y lo tienen prometido los que tienen el llamamiento de presidir,
para que puedan asegurarse de que, en el área de su mayordomía particular,
la casa del Señor siga siendo de orden. El Presidente de la Iglesia siempre
posee ese don en su sentido más completo. (D. y C. 46:29.)

Junto con el don de discernimiento, el Señor ha establecido un


número de leyes espirituales mediante las cuales podemos discernir entre la
verdad y el error. Esas leyes, o principios absolutos espirituales, son los
cánones que se usan para pesar o medir el grado de exaciitud espiritual de
una doctrina. Siendo que las Escrituras están llenas de esas leyes, se les ha
llamado "libros canónicos". Ese título implica apropiadamente que
contienen las normas o cánones mediante los cuales podemos distinguir
entre la "apariencia de piedad" y las verdades eternas.

El Dios del cielo es un Dios de verdad y de orden. Posee todos los


atributos de la Divinidad en su perfección y, como lo enseñó José Smith,
"nunca cambia, por lo que su carácter y atributos permanecen los mismos
para siempre". Por lo que podemos ejercer la misma fe en El que tuvieron
los Santos de los Primeros Días, y esperar los mismos resultados.
(Discursos Sobre la Fe 4:19 p.56 ) Este Dios perfectamente consistente e
inmutable nos ha dado la certeza absoluta de que nunca permitirá que el
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hombre que está a la cabeza de su reino terrenal desvíe a la Iglesia.
Podemos seguir siempre al profeta con plena fe. También hemos recibido
la certeza de que podemos tener la misma confianza en el consentimiento
común o unánime de los quórumes dirigentes de la Iglesia. Y más todavía,
por ser un Dios respetuoso de la ley, nunca se apartará del orden que ha
establecido al manifestar su voluntad a su pueblo a través de su portavoz
escogido. De modo que todos los asuntos que vienen de Dios a su pueblo,
se recibirán a través de los canales que El ha señalado. Las doctrinas y
profetas verdaderos siempre estarán en armonía y sujeción a estos
principios, y la salvación nunca ha estado ni estará condicionada a otros
principios diferentes.

Aunque la familia de la verdad es grande, en ella hay perfecta


unidad. Una verdad nunca contradice a otra. El Espíritu que testifica que
Jesús es el Cristo nunca lo llamará "anatema". (1 Corintios 12:3.) El
Espíritu que motiva a los hombres a prestar oído atento a los profetas del
Señor, no justificará a los que siguen en el camino de la obstinación o
rebelión contra los ungidos del Señor. Si el Señor llama a trabajar a un
hombre, sería inconsistente que El diera una revelación de que ese trabajo
lo realizara otro. "Es contrario al sistema de Dios", enseñó José Smith,
"que un miembro de la Iglesia, o cualquier otro, reciba instrucciones para
los que poseen una autoridad mayor que la de él.." (Enseñanzas del Profeta
José Smith, p. 18.) José F. Smith sugirió que "abrigar cualquier idea
semejante sería acusar de inconsistencia al Todopoderoso, y de ser el autor
de confusión, discordia y división". (J D 24:189.) Todo lo que el cielo
revela demuestra el orden de ese reino. Una verdad del evangelio siempre
apoya a otra, y los cielos siempre acatan el orden que han instituido.

El aceite para la lámpara de la revelación es la rectitud. El Espíritu


Santo es maestro en la escuela de los profetas, no en la de los inicuos.
Quienes han sido limpiados por las aguas del bautismo están invitados a
ingresar a esa escuela. El Presidente Harold B. Lee enseñó este principio,
relatando que, una vez, un miembro inactivo afirmaba haber recibido una
revelación contraria a la decisión tomada por la Presidencia de Estaca y el
Sumo Consejo en un tribunal de la Iglesia. El Presidente Lee, quien
entonces era el Presidente de la Estaca, le dijo al hombre que "quince de
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los hombres más dignos de la estaca oraron" en unión en cuanto al asunto.
Luego le preguntó al hombre por qué se imaginaba que alguien que no
estaba guardando los mandamientos hubiera recibido una respuesta
diferente. El hombre reconoció que esa respuesta no podía haber venido
del Señor. "Recibimos la respuesta", declaró el Presidente Lee, "de la
fuente de poder que queremos obedecer". (Stand Ye in Holy Places, pp.
136-138.) Dios no "saca cosas puras de hombres impuros". (Osear W.
McConkie, The Holy Ghost, p. 15.)

Una cosa es recibir una revelación, y otra enteramente diferente es


comprenderla. Al aconsejar a Timoteo, Pablo dijo: "...el Espíritu dice
claramente...", indicando que hay ocasiones en que el Espíritu habla sin ese
mismo grado de "claridad". (1 Timoteo 4:1.) "La revelación no siempre
viene con la misma fuerza y poder", observó el Eider Bruce R. McConkie.
(Doctrinal New Testament Commentary 3:85.) Al registrar una revelación,
José Smith escribió: "...así dice la voz quieta y apacible que a través de
todas las cosas susurra y penetra, y a menudo hace estremecer mis huesos
mientras me manifiesta..." (D. y C. 85:6.)

Igual que con todo conocimiento, la comprensión de la revelación


viene con el tiempo y el estudio, y debe ser enseñada por el Espíritu.
Hablando de sus experiencias, Nefi dijo: "...mi corazón medita
continuamente las cosas que he visto y oído." (2 Nefi 4:16.)

El Señor condenó la actitud de quienes no querían entender con el


corazón. (Mateo 13:15.) Y de las revelaciones que se han dado a nuestra
dispensación, el Señor dijo: "...os dejo estas palabras para que las meditéis
en vuestro corazón..." (D. y C. 88:62.) La verdadera religión debe
experimentarse y sentirse. El Presidente Lee lo enseñó mediante una
experiencia:

"Hace unos cuantos años se unió a la iglesia un prominente profesor


universitario. Le pedí que hablara ante un grupo de hombres de negocios
de Nueva York, y explicara por qué había ingresado a la Iglesia de
Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y les dijo: 'Les diré por qué
me uní a esta Iglesia. Llegué a un punto de mi vida en que mi corazón me
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dijo cosas que mi mente no sabía. Entonces supe que el evangelio era
verdadero.'

Cuando entendemos con nuestro corazón, más de lo que sabemos con


nuestras mentes, entonces está obrando en nosotros el Espíritu del Señor.

En una ocasión recibí la visita de un joven sacerdote católico que


venía de Colorado con un misionero de estaca. Le pregunté por qué había
venido, y contestó: 'Vine a verlo a usted.'

'¿Para qué?', le pregunté.

Contestó: 'Pues he estado en busca de ciertos conceptos que no he


podido encontrar. Pero creo que los estoy encontrando en la
comunidad mormona.'

Eso nos condujo a una conversación que duró media hora. Le dije:
'Padre, cuando su corazón empieza a decirle cosas que su mente
desconoce, entonces está usted recibiendo el Espíritu del Señor.'

Sonrió y dijo: 'Creo que ya me está sucediendo eso.'

'Entonces no espere demasiado tiempo', le dije.

Pocas semanas después recibí una llamada telefónica suya. Me dijo:


'El próximo sábado me voy a bautizar en la Iglesia, porque mi corazón me
ha dicho cosas que mi mente desconocía.'" (Stand Ye in Holy Places, pp.
92. 93.)

Las Escrituras se dirigen más al corazón del hombre que a su mente.


Al describir la experiencia que tuvieron los nefitas con el Cristo resucitado
al escucharlo orar al Padre, las Escrituras dicen: "..se abrieron sus
corazones, y comprendieron en sus corazones las palabras que El oró. No
obstante, tan grandes y maravillosas fueron las palabras que oró, que no
pueden ser escritas, ni tampoco puede el hombre proferirlas." (3 Nefi
19:33, 34.) En el corazón hay una capacidad de comprensión que excede al
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de la mente. Aunque la revelación se da tanto a la mente como al corazón,
es en el corazón donde mora el Espíritu Santo. (D. y C. 8:2.)

Las Escrituras hablan del sentimiento de paz que acompaña la visita


del Espíritu Santo. A los que viven dignos de esas visitas se les ha
prometido que pueden disfrutar la compañía constante de ese miembro de
la Trinidad. (D. y C. 121:46.) No se espera que vivamos de los recuerdos
de las experiencias espirituales, a pesar de lo maravilloso que son, pero sí
se espera que nuestra asociación con el Espíritu de revelación sea continua.
Todas las verdades espirituales están sujetas a una confirmación. (D. y C.
50:31.) Eso no significa que el Señor se sienta obligado a repetir todo
constantemente, sino que tenemos el derecho de recibir periódicamente la
confirmación de que el curso que seguimos es aprobado por El. No se
pretende que cada uno de nosotros tome su propio camino, pensando que
porque tuvimos una experiencia espiritual ya somos salvos, o que siempre
brillará sobre nosotros la luz del cielo. El mandamiento del Señor es que
debemos reunimos a menudo. Lo hacemos para inspirarnos mutuamente,
para recordar a Cristo y su sacrificio expiatorio, para renovar nuestros
convenios de servirle, y nuestro deseo de guardar los mandamientos. Esas
son las razones por las que participamos de la Santa Cena. Al hacerlo,
recibimos de nuevo la promesa de que si seguimos en la senda, podremos
tener siempre su Espíritu con nosotros. (D. y C. 20:75-79.)

En los cielos hay un orden completo, y la armonía que existe entre


las verdades celestiales muestra ese orden. Esas verdades nunca se
contraponen. Van unidas y marcan un curso determinado. Ofenden a la
maldad, y son ofendidas por ella. Hay dos grandes pruebas por las que
siempre se pueden identificar los principios celestiales. La primera es la
prueba de la verdad. Por sincero que un hombre pueda ser, no puede tener
crecimiento espiritual sin la verdad. Uno no puede acercarse a Dios por
medio de! error. La segunda prueba es la de la conducta. Juan dijo,
ilustrando este principio: "El que dice que está en la luz, y aborrece a su
hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en
la luz, y en él no hay tropiezo. Pero el que aborrece a su hermano está en
tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le
han cegado los ojos." (1 Juan 2:9-11.) La luz celestial nunca justificará un
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curso de injusticia.

Lo que profesa ser revelación siempre debe dar respuestas positivas a


preguntas como las siguientes:

1. ¿Cuando alguien recibe una revelación, ahora que la iglesia ya está


establecida, tiene esa persona el llamamiento para recibirla?

2. ¿Cuando una revelación viene a alguien, apoya esa revelación al


profeta y al orden establecido en el Reino de Dios sobre la tierra?

3. ¿Se sujeta la nueva revelación a la apacible confirmación del


Espíritu?
4. ¿Conduce la nueva revelación a la rectitud?

Aquello que viene de Dios eleva y edifica. El Espíritu de revelación


puede describirse como la influencia que hace buenos a los hombres malos,
y a los buenos, mejores. La luz del cielo nutre y fortalece. Cuando brilla,
las tinieblas huyen de ella.

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LA INDEPENDENCIA ESPIRITUAL
Y UNA CARTA DE DERECHOS

El poder está en ellos,


y en esto vienen a ser
sus propios agentes.
(D. y C. 58:28.)

H ace unos años, un alumno de seminario me informó que


abandonaría los estudios para ingresar a la Marina. Contestando
mi pregunta sobre sus motivos, dijo: "Porque estoy cansado de que otros
me digan lo que tengo que hacer."

Dudo mucho que este joven haya encontrado la independencia que


estaba buscando. Como muchos otros, buscaba en otra parte lo que sólo
podía encontrar dentro de sí mismo. Su búsqueda inútil puede compararse
a la del anciano que buscaba su sombrero...teniéndolo puesto.

Los logros espirituales tienen sus raíces dentro del alma. No importa
cuán larga y difícil sea la búsqueda, las cosas del Espíritu seguirán siendo
"tesoros escondidos" hasta que el peregrinaje se dirija hacia adentro. Una
joven mujer vino a mi oficina aparentemente en busca de consejo para
salvar su matrimonio. Luego de preguntarle si había pedido el consejo de
su obispo y de otros en quienes podía buscar la orientación apropiada,
contestó: "Sí, pero todos quieren que yo cambie." Mientras ella siga
buscando la contestación fuera de ella, su matrimonio seguirá con
problemas.

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No fuimos creados para ser juguetes o títeres de las circunstancias.
Aunque no podamos controlar nuestro destino, podemos controlarnos a
nosotros mismos. Dentro de nuestras almas se encuentra la habilidad y el
poder de pensar nuestros propios pensamientos, hablar nuestras propias
palabras, escoger a nuestros propios amigos, determinar nuestras propias
actitudes, y realizar nuestras propias obras. Nadie más puede salvarnos en
el reino de Dios y ninguna otra fuerza o influencia puede combinarse para
impedir nuestra salvación sin nuestro consentimiento.

En los primeros días de la Iglesia, muchos conversos que se unían al


grupo de los santos esperaban encontrar una utopía espiritual. Frustrados al
ver que las comunidades de los santos estaban llenas de gente que no eran
mejor que ellos, algunos de esos inmigrantes expresaron su desilusión y
abandonaron la Iglesia. Habían imaginado una Sión en la que podrían
disfrutar de la luz espiritual día y noche. Anhelando alimentarse de
revelaciones, milagros y manifestaciones de poder divino, buscaban el
cielo en la Tierra. No se daban cuenta de que la madurez espiritual a
menudo viene lentamente, y que muchos, como ellos mismos, se habían
congregado con los santos con la esperanza de también poder encontrar el
aliento y la fuerza necesarios para vencer sus propias debilidades.

A personas así Brigham Young solía preguntarles: "¿Qué les impide


gozar de todo lo que quieren? Si no son lo que desean ser, si no sienten el
espíritu tanto como lo desean, ¿en dónde está la falla?" Coniestando su
propia pregunta, el Presidente Young explicaba que era un error suponer
que otros pueden evitarnos gozar de la luz de Dios en nuestra alma. "Ni
todo el infierno", decía él, "puede impedirme que goce de Sión en mi
corazón, si mí voluntad individual rinde obediencia a los requisitos y
mandatos de mi Maestro celestial." (J D 1:311.)

Brigham Young declaró que él era el único hombre en el cielo, en la


Tierra, o en el infierno, responsable por Brigham Young. Y afirmó que la
misma doctrina se aplicaba igualmente a todos ios Santos de los Últimos
Días. La salvación es un asunto individual. "Yo soy la única persona que
puede salvarme", dijo él. No podemos salvarnos con la fe de otros. Nadie
puede aceptar o rechazar la salvación a nombre de otra persona. No es el
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objeto o propósito del evangelio el crear una dependencia espiritual.

De quienes constantemente desechan su propia responsabilidad para


confiar en otros que ellos suponen tienen mayor sabiduría que ellos, el
Presidente Young dijo que "nunca serán capaces de entrar en la gloria
celestial y ser coronados, como lo desean; nunca serán capaces de llegar a
ser Dioses". Ellos no pueden gobernarse a sí mismos, mucho menos
gobernar a otros. Son espiritualmente como los niños que necesitan guía a
cada paso. "No pueden controlarse a sí mismos en lo más mínimo, sino que
Santiago, Pedro, o algún otro debe controlarlos. No pueden nunca llegar a
ser Dioses, ni ser coronados como gobernantes con gloria, inmortalidad y
vidas eternas." "¿Quién lo será?", preguntó el Presidente Young. "Aquellos
que son valientes e inspirados por la verdadera independencia del cielo,
que se adelantarán intrépidamente para servir a su Dios, dejando que otros
hagan lo que les plazca, decididos a hacer lo justo aunque todo el genero
humano a su alrededor tome el curso contrario." (Ibid, p. 312.)

Lo mismo que todos los principios del evangelio, la doctrina de la


responsabilidad individual se deriva del sacrificio expiatorio de Cristo. Al
enseñar esos principios, Nefi testificó que somos salvos por gracia, pero
solamente "después de hacer cuanto podamos". (2 Nefi 25:23.) Es por la
gracia de Cristo que recibimos los materiales de la vida con los que
podemos edificar, pero Dios no hará el edificio por nosotros. La
responsabilidad de construir es nuestra, usando esos materiales. En gran
medida, el Plan de Salvación es un proyecto del tipo "hágalo usted
mismo".

No es posible que tengamos la esperanza de salvarnos mediante los


esfuerzos de otros, como no lo es el que saciemos nuestra hambre cuando
los alimentos los come otro. Cuando Cristo nos enseñó a orar por nuestro
pan de cada día, no tenía en mente que nos sentáramos a la sombra de un
árbol, o sobre una roca en el desierto, a esperar que nos lo trajera un ángel
de! cielo. Nuestras obras deben Igualar a nuestra fe. Dios puede bendecir
nuestras cosechas, pero nosotros debemos plantar la semilla. Brigham
Young dijo que preferiría ir al cementerio a tratar de levantar a ¡os
muertos, antes que tratar de bendecir a las personas que no quieren hacer
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por sí mismas todo lo que está a su alcance. Si los enfermos pedían una
bendición del sacerdocio cuando podían curarse con remedios caseros
sencillos, se preguntaba el Presidente Young, por qué no pedían también
que el Señor les plantara y cosechara sus cultivos. (J D 4:24, 25.)

La doctrina de la responsabilidad individual de ninguna manera


restringe la función de la Iglesia, pues sólo dentro de la Iglesia pueden
efectuarse las ordenanzas de salvación. Además de las ordenanzas
salvadoras, tenemos en la Iglesia a los oráculos vivientes y del sacerdocio,
mediante los cuales se nos señala el camino que debemos seguir. Y la
Iglesia provee una estructura social para compartir nuestros talentos y
llevar el mensaje del evangelio a todos los pueblos de la Tierra.

Por eso los argumentos que sugieren que no es necesario estar


constantemente activos en la Iglesia no tienen mérito

Algunos afirman que serían hipócritas si estuvieran activos mientras


no hayan dominado sus pecados. Ese razonamiento es semejante al del
hombre que decidió no meterse al agua hasta que hubiera aprendido a
nadar. Otros pretextan no necesitar de la Iglesia. Se parecen al ciego que
estaba analizando el color. No ven nada que los atraiga. Ni lo verán hasta
que abran sus ojos.

Tal como la resolución de un hombre se fortalece mediante el apoyo


de su esposa, la fe de los santos aumenta mediante la unidad. Las
Escrituras nos mandan que "los miembros de la Iglesia se reúnan con
frecuencia" (D. y C. 20:55, 75.) sencillamente porque en la unidad hay una
fuerza que no se logra de ninguna otra manera. Se ejemplifica en la
ordenanza de la unción de los enfermos. Si hay algún enfermo entre
nosotros, se nos ha dicho que llamemos a los élderes, quienes han de ungir
con aceite al enfermo, y bendecirlo. (Santiago 5:14, 15.) La razón por la
que llamamos a los élderes y no a un élder es que la unión de su fe les
otorga mayor confianza ante el Señor que la que se tiene generalmente en
forma individual. Y el Señor dijo: "Porque donde están dos o tres
congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos." (Mateo
18:20.) No porque no podamos recibir su Espíritu en forma individual, sino
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porque nuestra fe se incrementa más rápidamente al asociarnos con
personas de la misma fe.

El gobierno de los cielos se funda sobre el principio del libre


albedrío. No hay un defensor más grande de la autodeterminación que
nuestro Padre Celestial, quien ha legado el don del libre albedrío a cada
uno de sus hijos espirituales desde el momento de su nacimiento espiritual.
Jamás en el transcurso de todas las eternidades ha violado Dios ese don, ni
le ha concedido a nadie el derecho de hacerlo. Por ningún lado en la
historia del mundo encontramos el momento en que los cielos hayan
autorizado que un hombre tenga el derecho de controlar a otro. El reino de
los cielos opera "sin compulsión alguna". Los poderes de ese reino sólo se
pueden ejercer "conforme a los principios de justicia". Los principios
esenciales del gobierno de ese reino son la persuasión, longanimidad,
benignidad, mansedumbre, bondad y conocimiento puro. El control, el
dominio y la compulsión no tienen cabida en esa sociedad celestial. La
práctica de esas influencias ofende al Espíritu del Señor, y junto con todos
sus poderes se retira de los ofensores. (D. y C. 121:34-46.)

Nuestra sociedad terrenal es competitiva, y en ella a menudo la


victoria de un hombre significa la derrota de otro. Incluso en el salón de
clases en ocasiones los alumnos participan de esa competencia.

Afortunadamente ese sistema no funciona en el reino del Señor. Las


bendiciones del cielo no se reparten sin mérito individual, ni el éxito de un
hombre limita o estorba las oportunidades de otro. Puesto que "Dios no
hace acepción de personas" (Hechos 10:34), las bendiciones del cielo no se
otorgan de acuerdo con la posición social, riqueza, logros intelectuales, o
atractivo físico.

La obediencia es el factor que atrae las bendiciones. Así se decretó


mucho antes de nuestro nacimiento en esta vida. (D. y C. 130:20; 132:5.) Y
desde entonces supimos que a nadie se le negaría la posibilidad de alcanzar
la salvación. (2 Nefi 26:24.) "Creemos", escribió José Smith, "que por la
Expiación de Cristo todo el género humano puede salvarse, mediante la
obediencia a las leyes y ordenanzas del evangelio". (Tercer Artículo de
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Fe.) Como lo señaló Nefi, Cristo nunca mandó a nadie que se apartara de
El, ni que saliera de sus casas de adoración. Nefi testificó: "...todo hombre
tiene tanto privilegio como cualquier otro, y nadie es vedado". (2 Nefi
26:25-28.)

Hay una multitud de ideologías en el mundo que compiten por ganar


nuestra lealtad y participación. Sus promesas son ¡numerables.
Reclutadores celosos y elocuentes marchan portando sus banderas,
entablando una guerra de palabras para lograr nuestro apoyo. Y no
podemos pensar en evitar la contienda, pues es sobre nosotros que ellos
contienden. Entre sus armas tienen la sofistería de la publicidad moderna,
que en esta guerra ilimitada no reconoce barreras. Prometen galardones sin
esfuerzo; ofrecen irresponsabilidad disfrazada de libertad, y salvación con
sólo pedirla. Nos ofrecen un sin fin de panaceas para satisfacer igualmente
un sin fin de necesidades. Quedamos en medio de todo ese "tumulto de
opiniones", preguntándonos, como José Smith: "¿Cuál de todos estos
partidos tiene razón; o están todos en error? ¿Si uno de ellos es verdadero,
¿cuál es, y cómo podré saberlo?" (JS-Historia 10.)

De una cosa podemos estar seguros: el cambiarle de nombre a una


acción no modifica el resultado de esa acción. Podemos plantar maíz y
llamarlo como queramos, pero ¡a cosecha será la que ha sido siempre.
Podemos llamar "amor" a la lujuria, pero lo que producirá será siempre tan
desagradable como la semilla de la que salió. Podemos llamar
"estimulantes de ¡a mente" a las drogas, pero eso no cambiará en nada el
modo en que debilitan y consumen la mente y el alma. Podemos llamar
"liberación" al abandono de la virtud , pero el fruto del libertinaje es
siempre el mismo. Si nos rendimos podemos decir que hemos triunfado,
pero ¡a esclavitud que resultará no será menos real.

Los resultados de los principios eternos no cambian por mandato


popular o por capricho. Se aplican igualmente a todos los hombres, ricos o
pobres, esclavos o libres. La Iglesia podría votar para abrogar la Palabra de
Sabiduría, la ley del diezmo, la del ayuno, o cualquier otro principio, pero
tal acción no podría alterar nunca los resultados de desobedecer el
principio en cuestión. La libertad tanto para los individuos como para las
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naciones, nace únicamente de la semilla del autodominio y la moderación.
No podemos carecer de autodominio y ser libres al mismo tiempo, como
no podemos ser israelitas y filisteos a la vez. Y a pesar de que muchos
pueden afirmar estar liberados, el título sin nada que lo respalde es como
un pozo sin agua: en lugar de apagar la sed, la aumenta. Muy a menudo la
mediocridad encuentra un refugio en la popularidad del grupo. Pero
debemos recordar que en ¡a Iglesia no hay ordenanzas en grupo. Todos los
convenios se hacen en forma personal. No importa lo que otros crean o
hagan; seremos juzgados tan sólo por lo que nosotros creemos y hagamos.
La torpeza de los promedios de grupo se muestra en el relato del padre que
tenía cinco hijas. Para su gran consternación, se llegó el momento en que
las cinco saldrían a pasear con jóvenes en la misma noche. El padre y su
esposa estaban preocupados porque no conocían a tres de los muchachos
que saldrían con sus hijas; (y estaban más preocupados todavía porque sí
conocían a los otros dos.) Como cabría esperar, antes de la gran noche el
padre juntó a sus hijas y repasó con ellas las normas de la familia.
Concluyó anunciándoles la hora a la que debían regresar a casa, y les
informó que las estaría esperando despierto. Cuando llegó la hora señalada,
sólo habían llegado a casa tres de las hijas. Bastante satisfecho, se dirigió a
su habitación para dormir. Su esposa, sin poder ocultar su desesperación, !e
preguntó si no estaba preocupado por las jóvenes que no habían llegado.
"No", respondió el padre, "ya están aquí tres de las cinco que son, que
viene siendo un sesenta por ciento, y eso es el doble del promedio en esta
ciudad".

La salvación no se obtiene a base de lo que otros hacen o hicieron. El


mandato de las Escrituras es: "...ocupaos en vuestra salvación..."
(Filipenses 2:12), y nadie puede hacer eso por nosotros.

Nosotros no podemos establecer los principios eternos, ni


modificarlos. Nuestra responsabilidad es aplicarlos.. Y a medida que los
integramos a nuestra persona, formamos nuestro propio pian de salvación,
un plan que reconoce con toda honradez en qué punto nos encontramos y
nos desafía a avanzar sistemáticamente a partir de ese punto, como lo dicen
las Escrituras, "de gracia en gracia". El primer paso que debemos dar
podría llamarse apropiadamente "una declaración personal de
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independencia", que reconozca que nuestras obras deben ser las que nos
conduzcan a la independencia espiritual; que reconozca ios derechos
especiales que tenemos como hijos de Dios y miembros de su reino
terrenal. Para ese fin se da la siguiente declaración de independencia y
carta de derechos.

Declaración de Independencia

Como Santos de los Últimos Días, consideramos que son evidentes


estas verdades: que la salvación está ai alcance de todos los hombres
mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del evangelio, y que el
Creador ha otorgado a todos los hombres ciertos derechos inalienables; que
entre éstos está la vida eterna, la libertad espiritual, y la búsqueda sin fin de
la felicidad. Que para garantizar estos derechos, se ha establecido otra vez
entre ios hombres el reino de Dios, derivando sus poderes de los principios
de justicia. Que siempre que cualquier poder o influencia atente contra
estos fines, es el derecho de los Santos modificar o abolir esa influencia
mediante la fe y el arrepentimiento, e instituir nuevamente su convenio con
Dios, basándose en los principios que a ellos les parezca que afectarán su
mejor interés eterno.

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Carta de Derechos

La obediencia a los principios del evangelio produce las mismas


bendiciones en todas las épocas. Por tanto, nosotros los Santos de los Últimos
Días tenemos derecho a las mismas bendiciones que gozaron los santos de los
tiempos bíblicos. La fe que salvó a los hombres de la antigüedad es la fe que salva
a los hombres de hoy. La fe por la que levantaron a sus muertos, dieron vista a los
ciegos, sanaron a los enfermos, y echaron fuera a los demonios en el meridiano de
los tiempos, es la misma fe que se necesita para realizar esas mismas obras en
nuestros tiempos. Los resultados de la fe son ios mismos para los hombres de
todas las épocas. Tenemos el mismo derecho a esa fe y a esperar los mismos
resultados que cualquier otro pueblo en cualquier otro tiempo pasado, presente, o
futuro. (1 Nefi 10:17-19.)

II

AI ejercer la fe, podemos, a través del arrepentimiento y el bautismo,


obtener una remisión de nuestros pecados. "Si vuestros pecados fueren como la
grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí,
vendrán a ser como blanca lana." (Isaías 1:18.) Mediante el proceso divinamente
instituido de fe, arrepentimiento y bautismo, es el derecho de todos los hombres
recibir el cumplimiento de la promesa del Señor, de que sus pecados ya no serán
recordados "más". (D. y C. 58:42.)

III

Tras haber recibido una remisión de los pecados y la consiguiente paz de


conciencia, es nuestro derecho ahora recibir el Espíritu Santo. El don del Espíritu
Santo se otorga mediante la imposición de manos. Con ese don viene el derecho
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de recibir revelación, guía, luz, y verdad del Espíritu. El profeta José Smith dijo:
"Ningún hombre puede recibir el Espíritu Santo sin recibir revelaciones. El
Espíritu Santo es un revelador." (Enseñanzas del Profeta José Smith, p. 405.)

IV

El Espíritu Santo concede dones y privilegios, y a los fieles da talentos


espirituales especiales. "No a todos se da cada uno de los dones; pues hay muchos
dones", pero ''a todo hombre le es dado un don por el Espíritu de Dios", y a todos
se nos aconseja buscar diligentemente los mejores dones, "recordando siempre
para que son dados". (d. y C. 46:8-11.)

Todas las bendiciones espirituales se basan en la obediencia a determinadas


leyes. (D. y C. 130:20, 21.) El que cumple la ley recibe la bendición. Por lo tanto,
el Señor ha dicho que El está obligado cuando hacemos lo que nos dice, pero
cuando fallamos en hacerlo, no tenemos ninguna promesa. (D. y C. 82:10.)

En la esfera de las cosas espirituales los límites los fija el individuo. Y este
principio se aplica a todos los atributos de santidad. La espiritualidad no es un
oficio. La fe no es un oficio. El conocimiento no es un oficio. La sabiduría no es
un oficio. Los atributos de santidad no dependen de los llamamientos a servir, ni
están necesariamente asociados con la edad, ni pertenecen exclusivamente a los
hombres, o a las mujeres. La fuerza espiritual viene por las obras de justicia.

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VIl

Se ha dado a los hombres ¡a capacidad de hacer mucho bien y efectuar


mucha justicia. Al grado que lo hagan, "de ninguna manera perderán su
recompensa". (D. y C. 58:27, 28.)

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