El Nuevo Pueblo de Dios

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El nuevo pueblo de Dios: Lección 15 del curso historia de la

salvación
Al final del escrito el audio de esta lección

Como fruto máximo de la muerte y resurrección de


Cristo, el Espíritu Santo, la tercera Persona de la
Santísima Trinidad, se derrama a todos los hombres
para ser introducidos en el misterio de salvación. Este
acontecimiento es el que nos constituye como Iglesia
de Cristo, el medio que Cristo ha dejado para conducir
a los hombres a la salvación. Por el Espíritu Santo
todos los bautizados formamos una Iglesia viva y
dinámica, decidida por instaurar el Reino de Dios.

Esta lección nos ayudará a comprender ¿Qué es la


Iglesia en sus líneas esenciales?, y ¿cómo es que
nosotros los bautizados formamos parte de ella? ¿Cuál
es nuestra responsabilidad? Descubriremos
definitivamente que el Espíritu Santo es el alma de la
Iglesia, sin el cual no podrá existir.
Para empezar nuestra lección rezamos el Salmo 111
que presenta a Israel como el pueblo elegido en el que
Dios se complace para realizar sus maravillas. Hoy en
día, este pueblo es su Iglesia que como veremos a lo
largo de la lección es creada por Cristo para que los
hombres de todos los tiempos lleguen a su
conocimiento y experimenten su salvación. Después
de rezado el Salmo, hacemos la siguiente oración:
«Señor, tú que te has dignado por medio del Bautismo
concedernos tu Santo Espíritu, haz que nos sintamos
cada vez más integrados a tu Iglesia y al mismo
tiempo más responsables de la misión de salvación
que tú le has encomendado» (Padre nuestro, Ave
María y Gloria).
Veamos:
PENTECOSTÉS
Hech 1, 14
Conforme a las instrucciones de Jesús, los apóstoles
no se apartaron de Jerusalén (cfr. Lc 24, 49) donde
debían permanecer hasta que fueran revestidos de la
fuerza que viene de arriba o sea el Espíritu Santo. El
evangelista san Lucas que también es autor de los
«Hechos» señala que además de los apóstoles había
«alrededor de 120 hermanos» (Hech 1, 15).
«Todos ellos perseveraban siempre en la oración»
La oración es indispensable para la recepción del
Espíritu Santo. Esta actitud de los apóstoles muestra a
todos los seguidores de Cristo que si queremos
cumplir con la misión encomendada tenemos que
recibir el Espíritu Santo. Por ello tenemos que
disponernos mediante una oración profunda y deseosa
de este don máximo. Nunca el Espíritu Santo llega a
un alma floja y comodina, ni es fruto de la casualidad;
como todo don de Dios, es preciso acogerlo con fe y
pedirlo con insistencia. Recordemos el episodio
evangélico del amigo inoportuno (cfr. Lc 11, 3- 13).
«En compañía de María, la madre de Jesús»
La presencia de María en medio de la comunidad
apostólica es determinante para el Pentecostés. Ella
indisolublemente ligada a Cristo, el Señor, por ser su
madre, une a todos los creyentes. Su confianza
absoluta en el resucitado, su paciencia y esperanza
comunica a los discípulos la fortaleza en la oración.
Ella es el espejo que atrae los rayos del sol para hacer
posible el incendio del Espíritu Santo.
Las cualidades de María como la dulzura y la humildad
la hacen particularmente fuerte a la tentación del tedio
y del desánimo. Por ello, todo aquel que se acoge a
María encuentra el modo de permanecer vivo en el
Espíritu. María es la garantía para la posesión del
Espíritu Santo y para la marcha de la Iglesia. También
hoy en la Iglesia los hombres recibimos la vocación y
misión de no abandonar la ciudad y de permanecer en
oración para que unidos a María, la madre de Jesús,
esperamos la promesa del Padre, que nos hará
testigos de Jesús hasta los confines de la tierra.
Hech 2, 1- 4
El Espíritu Santo irrumpe con fuerza en la comunidad
cristiana, al modo de un «bautismo de fuego» (cfr. Lc
3, 16). El ruido, el viento, las lenguas de fuego,
expresan el «soplo» de Dios que comunica la vida a
aquella comunidad reunida para hacerla una Iglesia
dinámica.
El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. Su presencia
empuja al hombre a anunciar a todo el mundo las
maravillas de Dios. Sin Él la Iglesia sólo sería un grupo
social y el Evangelio una teoría.
Los elementos que rodean este acontecimiento
revelan al Espíritu de Dios como la fuerza capaz de
generar el movimiento necesario para la extensión del
Reino de Dios. El ruido venido del cielo nos hace
entender que cuanto sucede viene de Dios, al modo de
la voz que Jesús escuchó en su Bautismo (Lc 3, 22).
El fuego tiene sentido de purificación de todo miedo y
reserva; indica la presencia del Dios de amor que
enciende los corazones para lanzarlos a la misión
evangelizadora. Las lenguas simbolizan que los
apóstoles quedan constituidos servidores de la
Palabra, tanto proclamadores como oyentes.
El versículo primero «reunidos en un mismo lugar»
también evoca una unión de sentimientos y
voluntades, que pone en evidencia que Pentecostés es
un hecho esencialmente comunitario, por el que la
Iglesia naciente se pone al servicio de una misión
universal. La tarea que Cristo confía no es para
individuos aislados sino para una comunidad llena del
Espíritu Santo.
Hech 2, 5- 13
Pentecostés puede ser considerado dentro de la
Historia de la Salvación como un acontecimiento
inverso al episodio de la Torre de Babel. Aquella
historia explica por qué un solo pueblo planeado en la
mente de Dios por soberbia del hombre fue deshecho
en muchos grupos de habla distinta. Ahora, por virtud
del Espíritu Santo, todos los pueblos pueden entender
en su propia lengua las maravillas de Dios (v. 8).
Lo portentoso de Pentecostés está en que los
apóstoles pudieron comunicar de modo comprensible
el primer mensaje de salvación. Esta es la dimensión
universal confiada a la Iglesia que hasta nuestros días
sigue siendo un gran desafío: Hablar de Dios a
hombres de lenguas y culturas variadas de modo que
puedan entender y sentirse cuestionados y
comprometidos.
Podemos distinguir pues, en la fuerza impulsora del
Espíritu Santo un doble movimiento como el que se
encuentra en un cuerpo que gira alrededor de un
punto. Por un lado una fuerza llamada centrípeta que
acerca al cuerpo hacia su centro de giro. Para
nosotros sería la comunión o unión entre los mismos
cristianos y por otro lado la fuerza centrífuga que
representa al empuje misionero. Un grupo eclesial o
una persona que ha sido renovada y llena del Espíritu
Santo se reconoce por su ansia de comunicar el
evangelio. El cincelazo No. 789 nos dice: «Cuando no
se tiene el Espíritu Santo, no se puede difundir la
Palabra de Dios».
Hech 2, 13- 41
El Espíritu Santo transforma la vida personal de todo
hombre. Los apóstoles son los primeros en
experimentar el fuego abrasador del Espíritu que los
quema e impulsa a testimoniar con valentía a Jesús
resucitado. Es así como Pedro es transformado en un
predicador vehemente de la palabra evangélica que
encuentra el modo de hablar y comportarse ante la
multitud. El Espíritu Santo es la fuente especial de
valentía y ánimo del predicador que garantiza eficacia
para la misión.
Todo creyente convertido y renovado en el Espíritu es
capaz de hablar de Dios. Pedro era un hombre de
poca cultura y preparación pero en Pentecostés recibió
muchas cualidades como la franqueza, la lealtad y
valentía y otras muchas habilidades necesarias para la
extensión del Reino. Los evangelios presentan al
Espíritu Santo como un viento que no podemos ver
pero sí sentir sus efectos en nuestra vida. La alegría y
el entusiasmo misionero manifiesta la presencia
amorosa de Dios. Sólo el amor generado por el
Espíritu garantiza un servicio entusiasta en la
evangelización. «Si alguien no se lanza porque no
quiere o no le importa, es porque no cuenta con la
fuerza del Espíritu Santo» (Czo. No 790).
LA PRIMERA COMUNIDAD CRISTIANA
Hch 10, 34- 46; 2,39
«Verdaderamente reconozco que Dios no hace
diferencias entre las personas» (Hch 10, 34) fueron las
palabras de Pedro al observar que el Espíritu Santo se
derramaba igual en judíos que en paganos. Dios ama
a todos los hombres y quiere que se salven. Por ello
envía su Espíritu para que podamos lograrlo. Es el
fruto máximo que Cristo nos otorga por su muerte y
resurrección (cfr. Jn 19, 33- 34).
El Espíritu Santo es un don que alcanza a todos los
que lo piden y desean; no tiene distinciones ni
fronteras de ninguna especie.
Muchas veces el encerramiento y egoísmo de algunos
grupos apostólicos, les hacen pensar que el Espíritu es
privilegio de almas selectas; lo cual es un soberano
error. Todavía hoy seguimos sorprendiéndonos al ver
como «Dios regala y derrama el Espíritu Santo sobre
los paganos». Uno de los peligros que afronta la
Iglesia es cerrarse sobre sí misma y caer en sus
prejuicios conservadores, dejando de ser católica, es
decir, «universal» e impidiendo la extensión de la
misión.
La primitiva comunidad cristiana, fortalecida y llena del
Espíritu nos da la pista para saber cuál era su
«secreto».
*Acudían asiduamente a la enseñanza apostólica
Los apóstoles se encargaban de transmitir la Palabra
de Dios que desde aquel tiempo tuvo lugar de honor
en la asamblea comunitaria. Un cristiano que no se
acerca a la Palabra de Dios permanece ajeno al
acontecimiento salvífico. Hoy como ayer, como decía
san Jerónimo: «Ignorar las Escrituras es ignorar a
Cristo».
*La convivencia
Hemos aprendido que la recepción del Espíritu Santo
es en esencia un hecho comunitario; nunca se da en
plano individual o egoísta. La fraternidad o unión de
corazones es consecuencia de la presencia del
Espíritu Santo y viceversa,. Sin vivencia de comunidad
no hay Pentecostés verdadero. Lo dice el cincelazo No
803: «El egoísmo impide llenarnos del Espíritu Santo».
*La fracción del pan
Podemos entender la expresión «fracción del pan»
como un banquete o convivencia, pero más
seguramente se refería ya, a la Eucaristía que es el
punto culminante en la renovación espiritual de la
comunidad cristiana pues en ella está todo el
dinamismo. La lección anterior ¿Por qué nos dormimos
en Misa?, quiso subrayar que por desconocimiento de
la celebración eucarística, ésta no es aprovechada
plenamente.
*Las oraciones
Por exagerado que parezca, el afirmar: «Quien no ora
no tiene el Espíritu Santo»: Es una realidad. El Espíritu
Santo se da sólo a las almas de oración, lo cual no es
un recuerdo de que Dios existe, sino la súplica
constante que sale de nuestro corazón para implorar
su presencia.
Hech 2, 46- 47
Lo característico de la comunidad cristiana es la
convivencia fraterna en un ambiente de alegría y
sencillez. ¡No hay alegría sola! La auténtica y
contagiosa felicidad es la que brota del encuentro con
Cristo que se comparte con los demás y acrecienta la
caridad fraterna. Quizá la razón por la cual hay tantas
deserciones de la Iglesia es que hemos dejado de ser
la comunidad pujante y atractiva que transformó al
mundo; las celebraciones se han convertido en actos
formales y fríos que alejan a los que buscan al Señor.
Hay muchos católicos tristes que nos confirman que la
crisis de la Iglesia católica es la ausencia del Espíritu
Santo.
LA MISIÓN
Hech 9, 1- 6: 27, 1-44
Se dice que el libro de los Hechos de los apóstoles es
el evangelio del Espíritu Santo ya que éste se nos
revela como el protagonista de la misión
evangelizadora. En el libro gira todo al rededor del
Espíritu que inspira, mueve, convierte y empuja la obra
de la conversión de los hombres, los cuales funcionan
como instrumentos. Un ejemplo de ello es la
conversión de san Pablo que de perseguidor de los
cristianos pasó a ser el gran apóstol de los paganos.
Es un error pensar que Pablo era un hombre malo y
sin corazón que se convierte de golpe y porrazo al
caer del caballo. Pablo es un judío piadoso y militante
decidido que cree estar haciendo el bien librando al
pueblo de una «secta peligrosa». Pero al encontrarse
con Cristo camino a Damasco descubre su soberbia y
orgullo. No obstante, Dios lo había elegido desde
siempre a ser un «instrumento valioso» (v. 15).
Al quedar «lleno del Espíritu Santo» Pablo será apóstol
porque Cristo le ha encomendado la tarea de anunciar
el Reino de Dios a los pueblos paganos. Su amor a
Cristo y su personalidad vigorosa le hicieron vencer de
modo extraordinario las numerosas pruebas por las
que pasan los enviados de Cristo. Su respuesta
generosa a los planes de Dios que le revelaba el
Espíritu Santo que se fundaron numerosas
comunidades que eran fermento de vida cristiana. No
hay que dejar de leer sus cartas que nos revelan su
profunda vivencia del evangelio. Es el modelo del
apóstol que proclama la fe y nunca deja de contar su
propia experiencia con Cristo resucitado.
TAREA mandarla al correo:
[email protected]
1.- Explica brevemente qué papel desempeña el
Espíritu Santo en la Iglesia.
2.- ¿Cuál es el «secreto» de la comunidad cristiana
primitiva para permanecer llena del Espíritu Santo?
3.- ¿Cuál es la misión que Cristo confió a san Pablo?
4.- Lee y comenta una de las cartas de san Pablo.

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