Wayne Grudem - Prosperidad en Busca Del Verdadero Evangelio

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¿Prosperidad?

En busca del verdadero evangelio


Publicado por Africa Christian Textbooks Registered Trustees. Copyright ©2015 Todos los
derechos reservados.
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recuperación, o transmitida de ninguna forma ni por ningún medio –ya sea electrónico,
mecánico, fotocopias, grabación u otros- sin el previo permiso por escrito de la editorial, excepto
breves citas incluidas en artículos y reseñas.

ISBN Impreso: 978-1946-5845-4-0


ISBN ePub: 978-1-946584-55-7
ISBN Mobi: 978-1-946584-56-4

La misión de Africa Christian Textbooks (ACTS) es fortalecer la iglesia en África proveyendo


literatura evangélica, relevante y económica para que los líderes cristianos y estudiantes de la
Biblia puedan promover la causa de Cristo. www.actskenya.org | [email protected]

La librería principal de ACTS en Kenya está ubicada en Africa International University (AIU),
Karen, Nairobi.
Contacte ACTS en Nigeria en la librería ACTS, International HQ, TCNN, PMB 2020, Bukuru
930008, Plateau State, Nigeria.
www.acts-ng.com | [email protected]

Traducido por Proyecto Nehemías,


www.proyectonehemias.org
Traducción por Guillermo Mac Mackenzie
Publicado en asociación con Coalición por el Evangelio
www.thegospelcoalition.org

Diseño del libro por Beau Walsh,


The Cultural North | www.culturalnorth.us
ÍNDICE
Prefacio
Introducción: Un evangelio falso – Mbugua

Capítulo 1: Malinterpretar la Biblia– Mbugua

Capítulo 2: Prosperidad verdadera y falsa– Otieno

Capítulo 3: La vida del evangelio – Mbugua

Capítulo 4: El sufrimiento – Mbugua

Capítulo 5: El verdadero evangelio – Mbewe

Capítulo 6: Las bendiciones del verdadero evangelio– Otieno

Apéndice I: Doce súplicas a los predicadores de la prosperidad– Piper

Apéndice II: El dinero – Grudem

Apéndice III: Predicadores de la prosperidad

Apéndice IV: Lectura adicional: Otros libros sobre la enseñanza de la prosperidad


PREFACIO

Este libro ha sido publicado como resultado de un acuerdo entre Coalición por el Evangelio y
Africa Christian Textbooks Registered Trustees (Kenya).
El libro se basa sobre el fundamento del anterior título Gaining the World, Losing the Soul
que fue publicado en 2012. Durante los últimos años se añadieron nuevos capítulos y se
actualizaron y revisaron los capítulos originales.
Este libro se ha escrito para contrarrestar el gran daño que está haciendo el llamado evangelio
«de la prosperidad» o «de la salud y la riqueza» en África y en todo el mundo. Algunos
predicadores están haciendo promesas de prosperidad terrenal a hombres y mujeres y alejándolos
del Señor Jesucristo y el genuino evangelio que encontramos en la Biblia. Esta falsa enseñanza
está tan diseminada que muchas personas pueden incluso no darse cuenta de que han sido
influenciadas por ella.
Nuestra tarea en este libro es abordar los principios e ideas centrales de esta enseñanza sobre
la prosperidad, en vez de discutir con predicadores en particular. Pero hay muchas personas
influyentes que tenemos en mente quienes, de diferentes maneras, han articulado y diseminado
este evangelio de la prosperidad (mencionamos algunos ejemplos en el Apéndice III). Más que
nada, alentamos a los lectores a examinar la predicación que escuchan a la luz de la Biblia. Este
libro procura ayudarle a hacerlo.
Por medio de este libro, nuestro deseo es que aquellos que han sido engañados o confundidos
por la predicación de la prosperidad lleguen en cambio a amar el evangelio de la Biblia y
encontrar la salvación en Jesucristo. También esperamos que este libro prepare a los cristianos
para expresar su oposición a la falsa enseñanza que escuchan proclamar en muchos púlpitos.
Oramos que quienes enseñan la prosperidad lean este libro. Creemos que algunos de ellos
necesitan arrepentirse de sus errores y someterse y aceptar a Jesucristo como su Salvador,
mientras que otros necesitan aprender a manejar adecuadamente la Biblia como la Palabra de
Dios.
Este es un tema extremadamente serio y publicamos este libro con cierto sentido de urgencia.
Sabemos que Pedro usó palabras fuertes en su segunda carta para condenar maestros arrogantes
y codiciosos que se aprovechaban de los cristianos. Al ver hoy a nuestro alrededor maestros que
hacen descarriar a las personas con promesas impías y contrarias a la Biblia, no podemos
quedarnos parados sin hacer nada. Con este libro te mostramos a nuestro Dios soberano y su
perfecto evangelio. En esto nos basamos en contra del evangelio de la prosperidad.
Agradecemos a Michael Otieno Maura, Ken Mbugua y Conrad Mbewe por dar de su tiempo y
energía para escribir estos capítulos así como también a sus iglesias por permitirles dedicar ese
tiempo y energía a esta tarea.
Agradecemos a Baker Publishing Group por permitir la publicación de los capítulos de John
Piper y Wayne Grudem.
También agradecemos a Caleb Nakina por su revisión de todo el libro y por su edición.
Una vez más, nuestro amigo David Reynolds nos ha salvado, pues reunió todo al final y
completó la última edición. Este libro fue posible gracias al arduo trabajo que hizo David en
Gaining the World, Losing the Soul en 2012. ¡Gracias David!
Ha sido un privilegio asociarnos con Coalición por el Evangelio en este proyecto. Ha sido un
gusto trabajar con Bill Walsh y también con su hijo Beau, quien diseñó la tapa del libro y
formateó los capítulos. Estamos muy agradecidos por el liderazgo y la paciencia de Bill.
Este libro no podría haber sido publicado sin las donaciones generosas de muchas personas.
Estamos agradecidos y alabamos a Dios.
Africa Christian Textbooks Registered Trustees Coalición por el
Evangelio
INTRODUCCIÓN

Un evangelio falso
Kenneth Mbugua
Me asombra que tan pronto se hayan alejado ustedes del que los llamó por la gracia de
Cristo, para seguir un evangelio diferente. No que haya otro evangelio, sino que hay
algunos que los perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. Pero si aun
nosotros, o un ángel del cielo, les anuncia otro evangelio diferente del que les hemos
anunciado, quede bajo maldición. Como antes lo hemos dicho, también ahora lo repito:
Si alguno les predica un evangelio diferente del que han recibido, quede bajo maldición.
¿Busco acaso el favor de la gente, o el favor de Dios? ¿O trato acaso de agradar a la
gente? ¡Si todavía buscara yo agradar a la gente, no sería siervo de Cristo! Pero les
hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí no sigue criterios humanos,
pues yo no lo recibí ni lo aprendí de nadie, sino que Jesucristo me lo reveló (Gálatas 1:6-
12).

Aun si un ángel predica un evangelio contrario a la palabra de Dios está bajo maldición. No
existe cristiano en el mundo que no necesite considerar seriamente las palabras de Pablo a los
gálatas. El evangelio es el regalo más precioso de la iglesia, la cual debe amarlo, protegerlo y
transmitirlo. Así que como cristianos, y especialmente como predicadores, nunca debemos dejar
de verificar lo que creemos y predicamos y luego hacer la pregunta: ¿es este el evangelio? ¿Es
este el evangelio que Dios nos ha revelado en la Biblia? Eso es lo que intentamos hacer en este
libro.
Este libro no se basa en nuestras ideas. No es personal; no nos estamos enfrentando a otros
predicadores en una competencia de egos. Al igual que Pablo, no buscamos predicarnos a
nosotros mismos, sino a Cristo (2Co 4:5). Trabajamos para fundamentar todo lo que escribimos
sobre la autoridad de la Palabra de Dios revelada en la Biblia. Nos esforzamos para no torcerla en
beneficio de nuestros propios propósitos, sino usarla con fidelidad (2Co 4:2).
Y al leer cuidadosamente el evangelio que hemos recibido en la Biblia, hemos llegado a la
conclusión de que existe un evangelio falso –el evangelio de la prosperidad– que se está
extendiendo en nuestro continente. En toda África, hay muchas iglesias predicando este falso
evangelio. Se trata de una mentira peligrosa empaquetada con un envoltorio de religión. Quienes
son afectados por este evangelio son alejados de la buena noticia de Dios y guiados a un engaño
centrado en el ser humano. Pablo no tomó nada tan en serio como el peligro de un evangelio
diferente y nosotros pensamos lo mismo. No hay nada más serio; nuestras almas dependen de
esto.
Escribimos este libro para dirigirnos a quienes predican este falso evangelio, y a quienes han
sido convencidos por ellos, orando que Dios nos otorgue paciencia, bondad, sabiduría y
amabilidad al intentar humildemente corregir el error, sometiéndonos a todos a la autoridad de la
Palabra de Dios.
No endulzaremos la verdad. Pablo usaba toda la firmeza y toda la agudeza al lidiar con
aquellos que estaban corrompiendo el evangelio. De igual forma, nosotros queremos urgir a los
creyentes a rechazar un «evangelio diferente» que no es el evangelio. Para muchos será difícil oír
este mensaje. Y una de las razones de esa dificultad es que este falso evangelio recibe apoyo de
hombres influyentes y de confianza.
Pero lo importante no son los grandes nombres. Las grandes congregaciones, las celebridades
y la gran influencia nunca han sido la marca de lo que es verdad. Debemos pararnos firmemente
sobre la revelación de la Escritura y no moldear nuestro evangelio de acuerdo a la aprobación de
la multitud. Pablo advirtió a los gálatas que no creyeran a nadie que predicara un evangelio
diferente de aquel que Cristo le entregó –ni siquiera un ángel. Esa es también nuestra
preocupación. Les rogamos en amor; reciban humildemente la Palabra de Dios. Puede salvar su
alma (Stg 1:21).
¿Qué es el evangelio de la prosperidad? Es un «evangelio» que asegura que podemos ser
libres de la enfermedad, la pobreza y todo sufrimiento sobre la base de la muerte de Cristo en la
cruz. Prometiendo bendiciones materiales, físicas y visibles para todos los que lo reciben, el
evangelio de la prosperidad insiste en que la voluntad de Dios para todos sus hijos es prosperar
aquí y ahora. Pero este evangelio de la prosperidad contiene cuatro distorsiones fundamentales
que difieren del evangelio bíblico. Proclama un Dios pequeño; no logra identificar la mayor
necesidad del ser humano; vacía el evangelio de su poder; y le roba la gloria a Dios.

Primera distorsión: un Dios pequeño


¿Qué es lo que más anhelas? La respuesta a esta pregunta te ayudará a identificar cuál es tu
dios. Los predicadores del evangelio de la prosperidad invitan a las personas a venir a Jesús. Pero
las motivaciones que ofrecen a las personas son salud, riqueza, esposos, esposas, trabajos y
ascensos. En este evangelio falso, no se nos persuade a anhelar, buscar o apreciar a Jesús. En
cambio, se considera a Jesús solamente como la forma de obtener las cosas materiales que
nuestros corazones mundanos ansían. Y aquello que tu corazón desea más que a Dios se ha
vuelto tu dios.
La Escritura es clara al decir que el objetivo de nuestra salvación es Dios, no el oro. Los
propósitos que la Biblia nos plantea son conocerlo, estar unidos a él y reconciliarnos con él.
«Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para
llevarnos a Dios» (1P 3:18). Notemos la palabra para en este versículo; nos ayuda a entender
para qué Cristo sufrió y murió. Él sufrió y murió para llevarnos a Dios.
Jesucristo mismo resumió perfectamente el corazón y el propósito de nuestra salvación en su
oración al Padre: «Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a
Jesucristo, a quien has enviado» (Jn 17:3). Cuando Pablo enseñó a los colosenses acerca de la
gloria de la obra de Dios en nosotros, se centró en nuestra unión con Cristo. «A quienes Dios
quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los no judíos, y que es Cristo
en ustedes, la esperanza de gloria» (Col 1:27).
El evangelio se trata de un Dios infinitamente grande que nos ofrece el mejor regalo que
podamos imaginar: él mismo. Esa es la increíble belleza del evangelio: los pecadores pueden
conocer a Dios y disfrutar de él para siempre. El pueblo de Dios a través de los siglos ha
entendido que no hay nada mejor. Pero el evangelio de la prosperidad reduce a Dios como si
fuera un viejo rico cuando considera las dádivas materiales como el propósito del evangelio. Los
beneficios temporales de prosperidad material no son aquello por lo cual murió Jesús.
Jesús murió para traernos nuevamente a Dios. Y el corazón de la salvación que adquirió para
nosotros es que podamos conocer a Dios de una forma profunda y personal. ¿Puedes ver por qué
un mensaje que intercambia la palabra Dios en estas declaraciones por riqueza, salud y
prosperidad nos está ofreciendo un Dios pequeño que no es Dios en absoluto? La riqueza, la
salud y la prosperidad no son la gloria del evangelio, no son el propósito por el cual murió
Cristo, y son dádivas inferiores comparadas con la comunión con el Dios Todopoderoso. Estas
son las cosas que el mundo persigue; son dioses falsos. Predicar que las bendiciones temporales
y materiales son el propósito de nuestra salvación convierte al cristianismo en idolatría y permuta
la gloria de Dios por un sustituto barato.

Segunda distorsión: nuestra mayor necesidad


Cuando visitas un hospital por causa de una enfermedad, la tarea más importante del médico
es diagnosticar la causa de tus síntomas. Si entiende erróneamente el origen de tu problema,
entonces su solución también estará errada. Además, tal «solución» podría conllevar un mayor
sufrimiento. Para bendecir realmente a las personas, nosotros también necesitamos diagnosticar
correctamente su mayor necesidad.
¿Cuál es la mayor necesidad de la humanidad? ¿Qué problema enfrentó Dios al enviar a su
único hijo a morir? El predicador de la prosperidad señala a las personas que sus luchas físicas,
económicas y relacionales son el principal problema que necesitan arreglar. Entonces se predica
a Cristo solamente como un medio para solucionar esos problemas, aunque la Biblia es clara con
respecto al mayor problema del ser humano. Es mucho peor que estar en bancarrota o
hambriento.
Uno de los milagros más famosos ocurrió cuando Jesús alimentó a cinco mil personas con
cinco panes y dos pescados. Pero muchas personas no saben lo que ocurrió después que la
multitud fuera alimentada. Asombrados por lo que habían visto, la multitud decidió que
necesitaban liderar un golpe de estado y proclamar a Jesús como rey (Jn 6:15). ¿Tenían una idea
correcta del evangelio? No según Jesús. La multitud buscaba con entusiasmo a Jesús al punto de
saltar a las barcas para seguirlo al otro lado del lago (Jn 6:22-24). Pero finalmente cuando lo
encuentran, él no los elogió. Jesús vio sus motivaciones y los reprendió severamente:

De cierto, de cierto les digo que ustedes no me buscan por haber visto señales, sino
porque comieron el pan y quedaron satisfechos. Trabajen, pero no por la comida que
perece, sino por la comida que permanece para vida eterna, la cual el Hijo del Hombre
les dará; porque a éste señaló Dios el Padre (Jn 6:26-27).

Ellos estaban siguiendo a Jesús por conveniencia material. Jesús realizó señales y maravillas
para que las personas creyeran en él y recibieran vida eterna (Jn 20:30-31). Pero estas personas
estaban más interesadas en un almuerzo gratis. Pensaban que el Mesías les daría todo lo que
quisieran en esta vida, pero se estaban perdiendo un ofrecimiento incomparablemente mejor. Si
estás siguiendo a Jesús por beneficios materiales, no has logrado identificar tu mayor necesidad.
Así que Jesús es claro; la salud y la riqueza no son nuestras mayores necesidades. ¿Pero cuál
lo es? Para entender esto, tenemos que volver a lo básico: ¿quién es Dios y quiénes somos
nosotros? En Romanos 1, se nos recuerda que Dios es justo y nosotros somos pecadores. Y por
causa de la justicia de Dios y nuestra maldad, su justo juicio se levanta contra nosotros. Si yo
entiendo que el Dios todopoderoso y santo está enojado conmigo, entonces mis problemas
económicos, tensiones relacionales, y ambiciones profesionales ya no pueden ser mi primera
prioridad. Mi problema con el pecado se vuelve la prioridad.
¿Qué es exactamente este problema del pecado? Nuevamente, Romanos 1 nos ofrece ayuda.
Explica que aunque conocemos a Dios, en nuestra naturaleza corrupta no lo glorificamos como
deberíamos. En cambio, la gloria que pertenece al creador se la damos a lo creado (Ro 1:22-23).
Esta idolatría es el corazón del pecado. Nuestra mayor necesidad es arreglar el problema del
pecado.
Cuando entendamos que todos los dolores de la vida son síntomas de nuestra verdadera
enfermedad, nuestro pecado que desafía a Dios, buscaremos un evangelio que aborde no
solamente los síntomas sino la raíz que los causa. Necesitamos que Dios perdone nuestros
pecados, aparte su ira de nosotros, y nos haga justos en su presencia. Esto es lo que necesitamos
ahora y por la eternidad. Cuando el predicador, como un doctor espiritual, diagnostica
erróneamente el problema, trata a sus pacientes con un falso evangelio que, al igual que el
medicamento equivocado, solo empeora las cosas.

Tercera distorsión: vaciar el evangelio de su poder


Cuando Pablo le escribió a la iglesia en Corinto, estaba corrigiendo problemas que vemos a
nuestro alrededor hoy en día. Los corintios habían recibido el evangelio puro de boca del apóstol
Pablo (1Co 15:1-4), pero con el tiempo sus predicadores habían cambiado el mensaje para
conformar a la audiencia. Y al modificar el mensaje del evangelio, no cambiaron solamente su
énfasis; vaciaron el evangelio de su poder.
Las iglesias que predican el evangelio de la prosperidad cometen un error similar. Puede ser
que sus predicadores mencionen la cruz en su predicación e incluso digan que Cristo murió por
nuestros pecados. Pero dicen que el propósito de la muerte de Cristo fue nuestra sanidad y
prosperidad. Por supuesto, este es un tema importante para cualquier congregación. Muchas
personas están sufriendo y luchando con temas económicos y de salud. Todos tenemos
necesidades y deseos materiales. Es un mensaje atrayente: ven a Jesús y recibe tu mejor vida
ahora. Pero es un mensaje inferior porque carece del poder que tiene el verdadero evangelio para
salvar a hombres, mujeres y niños de sus pecados (Mat. 1:21).
A nadie le gusta que le digan que es un pecador miserable cuyo destino es el infierno.
Preferimos escuchar acerca de cómo podemos lograr un ascenso en el trabajo, salir adelante en el
mundo, y conseguir soluciones rápidas para nuestros problemas terrenales. Por tanto, un
evangelio que no enfatiza estas cosas no tiene sentido para muchas personas (1Co 1:18). Y eso
es, naturalmente, porque estamos espiritualmente ciegos y no entendemos el sentido de la belleza
eterna de Dios. Pero en vez de poner en práctica el evangelio que Dios usa para despertar a los
pecadores hacia la gloria, belleza y salvación de Dios, los predicadores de la prosperidad
abandonan el evangelio y buscan solamente satisfacer los deseos impíos. Su mensaje no salva y
no puede salvar. La predicación de la prosperidad intercambia el poder del evangelio por un
mensaje sin poder.
Si crees que Cristo te salva para darte prosperidad en esta vida, entonces has puesto tu
esperanza en un mensaje sin poder. A diferencia de la buena noticia de Dios que se nos revela en
la Biblia, el evangelio de la prosperidad no puede salvar tu alma (Ro 1:16) ni darte vida (2Ti 1:9-
10). No puede concederte la paz con Dios (Ro 5:1), ni reconciliarte con él (2Co 5:18-20). El
evangelio de la prosperidad no puede incorporarte a la familia de Dios (Jn 1:12-13), ni darte
esperanza para la eternidad (Col 1:21-23), ni asegurar tu resurrección a la vida (Jn 11:25-27).
Pero el poder del evangelio es que Dios puede salvarte para siempre cambiando tu estado de ser
un sujeto de ira destinado al infierno a ser un hijo de Dios eternamente justificado. Eso es poder.
Si has dejado de predicar la cruz, te has alejado del único mensaje que tiene poder para salvar
del pecado a cualquier persona. Cristo tuvo que morir porque era la única manera de pagar el
precio de nuestro pecado. ¿Es necesaria la muerte del Hijo de Dios para obtener esa nueva casa,
automóvil o trabajo? El evangelio de la prosperidad podría parecer importante y ciertamente es
popular, pero al enfocarse en bendiciones materiales pasa por alto la esencia del evangelio y le
roba al mensaje evangélico su propósito esencial y su poder.

Cuarta distorsión: robarle la gloria a Dios


El error más básico que toda persona ha cometido es pensar: yo soy el centro del universo.
Cuando leemos la Biblia, nos damos cuenta no solo de que Dios lo creó todo, sino también de
que la creación se trata de él. La Biblia y el evangelio mismo nos señalan incansablemente hacia
Dios. Y cuando pensamos sobre la realidad de Dios en el mundo y en la Biblia, la palabra que
usamos más frecuentemente es gloria. No podemos entender ni la seriedad del pecado ni el
diseño y propósito del evangelio mientras no comprendamos la gloria de Dios.
La gloria de Dios es su naturaleza y carácter desbordante e incontenible. Su gloria incluye sus
atributos infinitos de santidad, rectitud, amor, justicia, gracia, misericordia, pureza, belleza, poder
y sabiduría. Y el feliz deber que conlleva el estar vivo en este mundo que Dios creó por y para su
gloria es glorificarlo. El propósito de nuestras vidas es enfocarnos en, hacer notar, vivir para y
deleitarnos en la gloria de Dios. Dios merece esto de nuestra parte. Cuando le robamos a Dios su
gloria, no significa que Dios se vuelva menos glorioso; eso es imposible. Significa que fallamos
en glorificarlo como debiéramos.
Cuando hablamos de la mayor necesidad del hombre, vimos que la renuencia a glorificar a
Dios, al mismo tiempo que glorificamos lo que él ha creado, está en el corazón del pecado que
nos separa de nuestro hacedor. Cuando el evangelio de la prosperidad oscurece este
entendimiento del pecado, no logra señalarnos hacia la gloria de Dios como el enfoque perdido
de nuestras vidas.
Cuando los predicadores de la prosperidad enfatizan las necesidades materiales, no guían a
las personas al arrepentimiento porque su mensaje no lleva a las personas a asombrarse con esa
gloria. En vez de enseñarnos lo que Dios merece de nuestra parte, la predicación de la
prosperidad nos alienta a pensar en aquello que obtendremos de Dios. Saltar de alegría por cómo
Dios te hará rico y fuerte no es adorar a Dios. Una definición errónea del mayor problema del ser
humano le roba a Dios su gloria.
Por tanto, el evangelio de la prosperidad también le roba a Dios su gloria al malinterpretar el
plan del evangelio. Pablo explicó el propósito y el plan del evangelio en Efesios 1:3-14. En
Cristo, hemos sido escogidos por Dios antes de la fundación del mundo (1:4), predestinados para
ser adoptados como hijos (1:5), redimidos mediante su sangre, perdonados (1:7), iluminados
(1:9), sellados con el Espíritu Santo (1:13), y se nos ha garantizado una herencia celestial (1:14).
Con razón se le llama buenas noticias. Y desde el comienzo hasta el final este evangelio de Dios
es «para alabanza de su gloria» (1:6, 12, 14).
El evangelio nos reconcilia con Dios. Remueve los obstáculos que nos mantienen alejados de
Dios, permitiéndonos entrar en una relación íntima con Dios en la cual podemos glorificarlo por
siempre. Y el Padre ha dispuesto estas bendiciones para nosotros en su Hijo (observa la frase «en
Cristo» o sus equivalentes en Efesios 1). Ninguna de estas bendiciones puede ser disfrutada fuera
de Cristo porque son su perfecta vida y su obra en la cruz las que obtuvieron estas bendiciones
para nosotros. En todo momento, el plan del evangelio nos previene de glorificarnos a nosotros
mismos (Ef. 2:8-9) y nos señala hacia la gloria de Dios como nuestra esperanza y propósito.
El evangelio glorifica a Dios. Todas las bendiciones del evangelio que mencionamos (ser
elegidos, adoptados, redimidos, perdonados, etc.) nos llevan a Dios. Y estas bendiciones se
reciben solamente mediante el Hijo de Dios, compradas por él de una manera que magnifica la
misericordia y el amor gratuitos de Dios. Esas bendiciones no se pueden ganar; solo se pueden
recibir, para que reconozcamos adónde pertenece la gloria. Al mirar exclusivamente a Cristo para
recibir las bendiciones eternas que nosotros nunca podríamos conseguir, no tenemos a nadie a
quien glorificar excepto a Dios (1Co 1:30-31).
Pero el evangelio de la prosperidad le roba a Dios su gloria en todo momento. Lo hace
redefiniendo las bendiciones que recibimos en Cristo. Aquellos que oyen su mensaje vuelven a
su hogar deseando tesoros terrenales en vez de la comunión con Dios. Cuando se desea más el
tesoro terrenal que a Dios, el tesoro recibe la gloria que solo Dios merece. En la parábola del
tesoro escondido en Mateo 13:44, el hombre vende todas sus posesiones terrenales para obtener
el reino de los cielos. El evangelio de la prosperidad nos ofrece el trato opuesto.
El evangelio de la prosperidad va más allá en el robo de la gloria de Dios al alejar a su
audiencia de la suficiencia de Cristo. En vez de hablar solamente de Cristo, los predicadores de la
prosperidad publicitan muchos métodos para obtener bendición como el aceite de la unción,
«plantar una semilla», «el agua sagrada», y oraciones del «hombre de Dios». Este falso
evangelio minimiza la suficiencia de Cristo afirmando que los rituales y los hombres son canales
de bendición de parte de Dios aparte de Jesucristo. Tal mensaje niega que él esté en el centro y le
roba a Dios su gloria.
Cuando buscamos bendiciones por fuera de Cristo que no glorifican a Dios, también
quitamos la cruz del corazón de la Biblia. La Escritura nos enseña que el plan maestro de Dios
para traer gloria a su nombre tiene la cruz como su centro. El Antiguo Testamento está lleno de
señales y tipos que nos apuntan a Cristo y su obra en la cruz (Lc 24:27). El sistema sacrificial nos
enseña nuestra mayor necesidad y nos prepara para Cristo (Heb 9). Los profetas profetizaron su
venida y sus sufrimientos (1P 1:10-12). Y por la eternidad nunca dejaremos de recordar y
glorificar el sacrificio de Jesús (Ap 5:6 y 12).
La cruz está en el centro del plan de Dios para mostrar y compartir su gloria para siempre.
Pero los predicadores de la prosperidad recorren la Biblia subrayando todas las bendiciones
terrenales que disfrutó el pueblo de Dios. Y, en conflicto directo con la forma en que Cristo usó la
Escritura (p. ej., Lc 24:27), ellos hacen de estas bendiciones terrenales el punto central de la
Biblia. Esto aleja a las personas de la centralidad de la cruz de Cristo y le roba a Dios su gloria.
Por lo tanto, no hay acusación más seria contra un mensaje: le quita la gloria a Dios.

Conclusión
El evangelio de la prosperidad es un mensaje peligroso porque mientras finge traer buenas
noticias, ofrece un falso evangelio que lleva a las personas a alejarse de Dios. Presenta a un Dios
pequeño que es valorado como un medio para obtener beneficios materiales. Diagnostica
erróneamente nuestro mayor problema –el pecado y la separación de Dios– y no logra identificar
y abordar nuestra mayor necesidad. Este supuesto evangelio no tiene poder para salvarnos
porque desvía nuestra atención de la gloria de Dios hacia las invenciones humanas y bendiciones
temporales. El evangelio de la prosperidad glorifica al ser humano y las cosas de este mundo en
vez de glorificar a Dios. Eso lo hace un falso evangelio.
CAPÍTULO 1

Malinterpretar la Biblia
Kenneth Mbugua
Entre ellas hay algunas [cosas] que son difíciles de entender y que los ignorantes e
inconstantes tuercen, como hacen también con las otras Escrituras, para su propia
perdición. Pero ustedes, amados hermanos, que ya saben todo esto, cuídense de no ser
arrastrados por el error de esos malvados, para que no caigan de su firme postura (2
Pedro 3:16-17).

La falsedad del evangelio de la prosperidad está enraizada en una errónea interpretación de la


Biblia. La palabra de Dios ha sido torcida, con y sin intención, y el resultado es un mensaje
engañoso y artificial. Si estás buscando genuinamente la verdad y te estás acercando
humildemente a su palabra, Dios puede hacerte libre de las mentiras de este falso evangelio vacío
y darte vida en él. Mi confianza se apoya en la promesa de Cristo en Juan 8:31-32: «Si ustedes
permanecen en mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la
verdad los hará libres».
Dios nos ha revelado la verdad en la Biblia. Pero esta verdad tiene mucha competencia:
nuestros corazones engañosos (Jer 17:9), el diablo que «engaña a todo el mundo» (Ap 12:9), y
un mundo lleno de mentiras. Como cristianos, constantemente debemos recordar que la verdad
no está determinada por un voto, un punto de vista, o un concurso de popularidad. Dios nos ha
revelado la verdad y nosotros debemos esforzarnos por entender lo que nos está diciendo.
¿Cómo podemos hacer esto?
Debemos acercarnos a la Biblia preguntando: «¿Qué pretende comunicar Dios a través de
este pasaje?». Esa es la pregunta que hacemos cuando leemos las cartas y los mensajes de textos
que otros nos mandan. Leemos el mensaje completo, intentamos determinar lo que el autor quiso
decir, recordamos otras cosas que esa persona nos ha escrito, y tratamos de entender mejor las
palabras desconocidas. Cuando comprendemos el significado del mensaje, respondemos
adecuadamente.
Pero muchos predicadores tratan las palabras de Dios con menos cuidado que un mensaje de
texto de un amigo. Los predicadores del evangelio de la prosperidad frecuentemente se acercan a
la palabra de Dios como si pudiera significar lo que ellos decidan que significa. Quitan las
oraciones de su contexto, ignoran el resto de la Biblia, y tuercen las palabras. Si las personas leen
nuestras cartas y mensajes de texto de la misma manera, nosotros también seríamos
malinterpretados. No podemos permitirnos cometer este error con el mensaje más importante. No
te pierdas el evangelio de Dios por estar demasiado ocupado intentando elaborar tu propia
versión de las buenas noticias.
Si asistes a una iglesia donde has oído el evangelio de la prosperidad, te resultará difícil creer
que ese no es el evangelio. Después de todo, habrás memorizado versículos de la Biblia que
parecen confirmar esta teología de la prosperidad. Pero el problema no está en los versículos que
aprendes sino en la manera en que los predicadores de la prosperidad los están malinterpretando.
En este capítulo, queremos abordar algunas de las malinterpretaciones comunes de la Biblia
que los predicadores usan para proclamar el evangelio de la prosperidad. Queremos buscar
aquello que Dios realmente nos está diciendo en estos textos estudiando sus contextos y
deduciendo el significado desde los textos, en vez de imponer nuestras propias interpretaciones
sobre ellos. Necesitamos tratar las palabras de Dios con reverencia y cuidado.

Su pobreza y nuestras riquezas


Comencemos con 2 Corintios 8:9: «Pues ustedes ya conocen la gracia de nuestro Señor
Jesucristo que, por amor a ustedes, siendo rico se hizo pobre, para que con su pobreza ustedes
fueran enriquecidos». Los predicadores de la prosperidad utilizan este versículo para proclamar
que Cristo murió para que nosotros podamos ser ricos. Pero si lees el contexto de 2 Corintios 8,
pronto descubres que se trata de cristianos que dan de lo que tienen a otros. Además, Pablo
estaba pidiendo a los corintios que imitaran la donación sacrificial que hacían otros cristianos que
eran muy pobres.

Hermanos, también queremos contarles acerca de la gracia que Dios ha derramado


sobre las iglesias de Macedonia, cuya generosidad se desbordó en gozo y en ricas
ofrendas, a pesar de su profunda pobreza y de las grandes aflicciones por las que han
estado pasando (2Co 8:1-2).

Pablo está mencionando, como un ejemplo de piedad, a los cristianos pobres de Macedonia
que incluso se sacrificaban para satisfacer la necesidad de otros. Luego en el versículo 9 del
capítulo, para expresar su idea, Pablo los comparó con el ejemplo más grande de aquel que se
sacrificó por nuestro bien.
Por tanto, es completamente erróneo leer este capítulo y concluir que se trata de que nosotros
nos hagamos ricos. Por el contrario, dándonos dos ejemplos a seguir, Dios nos está enseñando a
través del apóstol Pablo que deberíamos vivir de manera sacrificial y generosa. El gozo de los
macedonios y de Cristo no venía de la riqueza, sino del amor de Dios que les permitía dar
excesivamente para las necesidades de los demás.
¿Pero entonces cuáles son las riquezas que según este versículo Cristo cedió y los cristianos
poseerán? ¿Acaso Cristo cedió la riqueza material para llegar a ser nuestro salvador? La Biblia, y
la lógica básica, claramente nos muestran que esto no es lo que Cristo cedió.

No busque cada uno su propio interés, sino cada cual también el de los demás. Que haya
en ustedes el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús, quien, siendo en forma de Dios, no
estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo y
tomó forma de siervo, y se hizo semejante a los hombres (Fil 2:4-7).

Cristo ciertamente fue pobre mientras estaba en esta tierra, como lo muestran frecuentemente
los evangelios (Lc 9:58). Pero, como lo explica este texto, Cristo se despojó al dejar el cielo y la
íntima comunión espiritual y la gloria con su Padre que disfrutaba allí para venir a este mundo
como un hombre. Esto es mucho más grande que la riqueza material. Las riquezas que Cristo
cedió (temporalmente) por nosotros eran riquezas celestiales y espirituales. Y, en última instancia,
estas son las riquezas que Cristo obtuvo para nosotros a través de su muerte: la reconciliación y
la comunión con Dios (Jn 17:24).
Pero en la era venidera, según Apocalipsis 21, habrá calles de oro en la Nueva Jerusalén
(21:21). ¿Entonces es esa una motivación para que el cristiano quiera estar en esa ciudad?
Continúa leyendo y dos versículos más adelante verás que la gloria del Padre y el Cordero
iluminarán la ciudad en el cielo (21:23). Ciertamente, eso será mucho más emocionante para el
cristiano.
Si dudas del énfasis de la Biblia, busca referencias a bendiciones materiales en el libro de
Apocalipsis y luego busca referencias a la gloria y la adoración de Dios. El corazón que ama a
Dios anhela el día cuando será cautivado en alabanza y adoración a él. Y los santos que están
satisfechos en Dios querrán dar de manera sacrificial como hicieron los macedonios y como hizo
Jesucristo, en vez de preocuparse por lo que pueden acumular en el presente.

Salud y sanidad
Un versículo usado con frecuencia para sugerir que Dios nos dará salud es Isaías 53:5: «Pero
él será herido por nuestros pecados; ¡molido por nuestras rebeliones! Sobre él vendrá el castigo
de nuestra paz, y por su llaga seremos sanados». Primero, notemos que este versículo y los
versículos a su alrededor describen el sufrimiento del Mesías y su muerte sacrificial por nosotros.
¿Por qué sufrió y murió Cristo? El versículo explica claramente que murió por nuestras
transgresiones e iniquidades —nuestros pecados. Si murió por nuestros pecados, ¿cuál es
entonces la naturaleza de la sanidad que su muerte trae? El significado claro del texto es que el
sacrificio de Cristo nos ha sanado de nuestra culpa pecaminosa.
Como dijo el apóstol Pedro: «Él mismo llevó en su cuerpo nuestros pecados al madero, para
que nosotros, muertos ya al pecado, vivamos para la justicia. Por sus heridas fueron ustedes
sanados» (1P 2:24). Morir al pecado y vivir en justicia; esa es la eterna y asombrosa sanidad que
el sacrificio de Cristo obtuvo para nosotros.
También es cierto que, como lo explica la Biblia, la obra de Cristo en la cruz tiene
consecuencias respecto de todo sufrimiento. Al lidiar con nuestro pecado, él se aseguró de que
también fueran removidas las consecuencias de nuestro pecado que ha corrompido al mundo,
incluyendo el sufrimiento. Pero Dios también deja claro en su palabra que este cumplimiento
glorioso de la obra de redención no ocurrirá hasta que él vuelva y haga finalizar esta presente era
(Ro 8:18-25 y 1Co 15:20-28). Los beneficios de la obra de Cristo no se disfrutarán todos en esta
tierra.
Un día nuestros cuerpos serán glorificados y la tierra será restaurada y no habrá más llanto.
La fe en ese futuro seguro nos da fuerzas para soportar los dolores de este mundo: «Las
aflicciones del tiempo presente en nada se comparan con la gloria venidera que habrá de
revelarse en nosotros» (Ro 8:18). No habrá escape del sufrimiento mientras vivamos en nuestros
cuerpos corrompidos en un mundo quebrantado, pero esperamos con confianza el tiempo
cuando todo será justo.
¿Pero hay ahora señales de esperanza que nos recuerdan que el sufrimiento será
completamente removido debido a la obra de Cristo? Sí, absolutamente. Existe una razón por la
cual el escritor del evangelio describió la sanidad física como un cumplimiento de Isaías 53:4 (Mt
8:17). Y existe una razón por la que Jesús se ocupó de sanar los cuerpos así como de perdonar
los pecados. John MacArthur nos ayuda a establecer la conexión entre la sanidad, el sufrimiento
de Cristo y nuestro sufrimiento:

Isaías estaba diciendo que el Mesías cargaría con las consecuencias de los pecados de
los hombres, a saber, las penas y los pesares de la vida… Mateo encontró un
cumplimiento análogo de estas palabras en el ministerio de sanidad de Jesús porque la
enfermedad viene del pecado por el cual el Siervo pagó con su vida (vv. 7, 8; cf. 1P
2:24). En la eternidad, toda enfermedad será removida, así que en última instancia está
incluida en los beneficios de la expiación i.

El ministerio de sanidad de Cristo cumplió la profecía, demostró su poder, y probó que él es


Dios. Pero sanar los cuerpos no era el propósito; era un medio para otro fin. El fin era que
nosotros creyéramos en Cristo para el perdón de nuestros pecados y nos reconciliáramos con
Dios (Jn 20:30-31). Nuestro Dios todavía sana enfermedades. Dios todavía hace milagros. Y
podemos estar seguros de que un día no habrá más enfermedades ni sufrimiento. Pero no
abusemos de la Biblia para proclamar promesas que Dios no ha hecho.
Dios no ha prometido una vida sin sufrimiento en el presente. Pero nos ha prometido su
gracia en el sufrimiento (2Co 12:9-10) y un bien supremo a través de nuestro sufrimiento (Ro
8:28). Al igual que el apóstol Pablo, en el sufrimiento nos tomamos de la esperanza de la
resurrección (Fil 3:10-11). Ponemos nuestra fe en el evangelio y nos aferramos a la confianza
que tenemos en Cristo que superará cualquier dolor que tengamos en esta vidaii.

Nuestras oraciones y las promesas de Dios


Cuando los cristianos enfrentan las dificultades de la vida, oran a Dios para recibir fortaleza,
guía y ayuda. La oración es una parte esencial de la vida de todo creyente y de toda iglesia. Pero
la salud de una vida de oración no está determinada por la cantidad de palabras. Aquello por lo
cual oramos revela nuestros corazones. Las iglesias que predican el evangelio de la prosperidad
frecuentemente incluyen prolongados servicios de oración —y eso es algo bueno. Pero la
sustancia de nuestras oraciones es más importante que su duración.
Los predicadores de la prosperidad alientan a las iglesias a basar sus oraciones en promesas
malinterpretadas y a hacer esas oraciones con las motivaciones equivocadas. La promesa de que
los cristianos pueden pedir cualquier cosa al Padre y que él se lo dará se encuentra en varios
lugares en los evangelios. Es una de las promesas más increíbles en la Biblia, y es mucho mejor
de lo que alcanzan a ver los predicadores del evangelio de la prosperidad.
Dios promete responder las oraciones de sus hijos. Eso es lo que dicen los versículos y eso es
lo que significan. Pero eso no es todo lo que dicen y significan esos versículos. Observemos más
de cerca Juan 15:7: «Si permanecen en mí, y mis palabras permanecen en ustedes, pidan todo lo
que quieran, y se les concederá».
El versículo comienza con una condición: si permanecen en mí, y mis palabras permanecen
en ustedes. Si uno quita esta condición de la oración, inevitablemente malinterpretará la promesa.
Si vivimos en Jesucristo y sus palabras viven en nosotros, entonces será un placer para Dios
proveer aquello que pidamos. La Palabra de Dios es la voluntad de Dios que nos ha sido
revelada. Y al sumergirnos en Jesús, de la manera en que la Palabra de Dios lo ha revelado, al
punto en que sus deseos son nuestros deseos, entonces nuestra voluntad se conformará a su
voluntad. Cuando esto haya ocurrido, verdaderamente desearemos y oraremos por lo que Dios
quiere.
Esta es la misma lógica que vemos en otro versículo malinterpretado: «Sabemos que Dios
dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman» (Ro 8:28). ¿Significa esto que Dios me
da cualquier cosa que yo quiera? Lee nuevamente. Las personas a las que se refiere este
versículo son aquellas que lo aman. Si amas a Dios, deseas la gloria de Dios y su voluntad en tu
vida más que cualquier cosa. Y este es un deseo que Dios está ansioso por cumplir y está
dispuesto a hacerlo. Jesucristo mismo demostró esto cuando oró: «Padre mío, si es posible, haz
que pase de mí esta copa. Pero que no sea como yo lo quiero, sino como lo quieres tú» (Mt
26:39). En su humanidad, quería escaparse del sufrimiento. Pero había algo que quería aun más
que eso: la voluntad y la gloria de su Padre. Este es el tipo de oración que Dios se deleita en
recibir.
La Biblia enseña claramente que Dios hace lo que le place: «El Señor hace todo lo que él
quiere, en los cielos y en la tierra, en los mares y en los abismos profundos» (Sal. 135:6). Pero en
Jesucristo, su deseo y el nuestro se unen. Cuando sumergimos nuestras vidas en su palabra, Dios
nos transforma por su Espíritu y moldea nuestros deseos, valores y pasiones para que sean como
los suyos. Estas cosas definen nuestra voluntad, la cual damos a conocer a Dios en oración.
¿Esto hace que la promesa de Juan 15 sea menos extraordinaria? Por el contrario, el Dios
soberano ha escogido llevar a cabo su voluntad a través de las oraciones de los cristianos:
«Porque Dios es el que produce en ustedes lo mismo el querer como el hacer, por su buena
voluntad» (Fil 2:13). Él ha escogido hacer que tus oraciones sean poderosas. Dios no dice: «No
te molestes en orar porque yo haré lo que sea mejor sin ti». En cambio, se deleita haciendo lo que
es mejor a través de nuestras oraciones. Él cambia corazones para que las personas quieran su
perfecta voluntad y cuando los cristianos oran sus deseos piadosos, él ama entrar en acción.
La Biblia está llena de buenos ejemplos del pueblo de Dios orando la voluntad de Dios. Por
ejemplo, observemos cómo las oraciones de Daniel estaban fundamentadas en la Palabra de
Dios. En Daniel 9, leemos que él descubrió la profecía de Dios de que la desolación de Jerusalén
concluiría luego de setenta años; un tiempo que se aproximaba rápidamente. ¿Eso hizo que
Daniel fuera complaciente? No, lo inspiró a orar. La respuesta de Daniel fue ayunar y orar a Dios
que hiciera su voluntad. Dios se complació en oír a Daniel y responder sus oraciones mientras los
exiliados regresaban a su hogar. Así es como Dios obra y así es como deberíamos orar.
Necesitamos tener cuidado de interpretar Juan 15 y textos similares a la luz de lo que la Biblia
nos enseña sobre cómo Dios lleva a cabo su soberana voluntad a través de nuestras oraciones.
Cuando nuestros corazones estén sumergidos en la Palabra de Dios, desearemos la voluntad y la
gloria de Dios por sobre las nuestras de manera que oraremos como Cristo en el jardín del
Getsemaní. Pero si perdemos de vista la voluntad de Dios y nos obsesionamos con nuestros
propios deseos profanos, entonces no estamos viviendo en Jesucristo. Y no podemos reclamar la
ayuda de Dios mientras nos oponemos a su voluntad. Dios tiene un gran propósito para la
oración; no queremos pasarlo por alto en una malinterpretación egoísta de su Palabra.

Sembrar y cosechar
Uno de los conceptos más malinterpretados en la Biblia ha sido el de sembrar y cosechar. En
muchas iglesias se lo promociona como el «principio de sembrar y cosechar». Dos de los
versículos más usados para apoyar ese principio son 2 Corintios 9:6 («El que poco siembra, poco
cosecha; y el que mucho siembra, mucho cosecha») y Gálatas 6:7 («No se engañen. Dios no
puede ser burlado. Todo lo que el hombre siembre, eso también cosechará»). ¿Cuál es el mensaje
de estos versículos?
Primeramente deberíamos notar que estos versículos son sencillos de entender. Significan lo
que dicen y están diseñados para motivar nuestra siembra con la perspectiva de nuestra cosecha.
Así es como funciona la vida. Todos queremos vivir de una manera que produzca beneficios. No
tiene sentido sembrar, si no tenemos la esperanza de cosechar. El problema con los predicadores
del evangelio de la prosperidad no es que esperen que después de la siembra venga la cosecha,
sino que su idea de lo que debe cosecharse es demasiado pequeña. Ellos piensan en un
beneficio temporal cuando se les ofrece un beneficio permanente. Se enfocan en beneficios que
no satisfacen y se pierden una bendición profundamente satisfactoria. Y predican acerca de
tesoros monetarios cuando tienen ante ellos un regalo invaluable.
El principio de sembrar y cosechar del evangelio de la prosperidad se desvía de la enseñanza
de la Biblia de muchas maneras particulares. Desafía la perspectiva celestial que la Biblia nos
anima a tener. Esta perspectiva celestial debería regular cómo sembramos nuestro tiempo,
energía, talentos y dinero.

No acumulen ustedes tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido corroen, y donde los
ladrones minan y hurtan. Por el contrario, acumulen tesoros en el cielo, donde ni la
polilla ni el óxido corroen, y donde los ladrones no minan ni hurtan. Pues donde esté tu
tesoro, allí estará también tu corazón (Mt 6:19-21).

La idea aquí es que el tesoro es algo bueno, por lo cual deberíamos aspirar un tesoro eterno
en vez de un tesoro oxidado y apolillado que no puede perdurar. Qué pobre es aquel evangelio
que nos ofrece un mero tesoro terrenal. En cambio, el pueblo de Dios ha reconocido que su
tesoro está en el cielo y eso les ha permitido soportar la persecución y arriesgar su tesoro terrenal.
Como testifica el escritor a los Hebreos acerca de sus lectores creyentes: «Gozosos soportaron el
despojo de sus propios bienes, sabedores de que en los cielos tienen una herencia mejor y
permanente» (Heb 10:34). Esa es la siembra y la cosecha que Dios ofrece a su pueblo: siembra
espiritual y cosecha eterna.
El evangelio de la prosperidad también promueve un amor por el dinero, mientras que la
Biblia es clara acerca de los peligros de esta aproximación a la vida. La enseñanza del apóstol
Pablo sobre esto no puede ser más clara:

Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual algunos, por codiciarlo, se
extraviaron de la fe y acabaron por experimentar muchos dolores. Pero tú, hombre de
Dios, huye de estas cosas y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia y la
mansedumbre (1Ti 6:10-11).

Gran parte de lo que se llama practicar el principio de sembrar y cosechar es simplemente una
forma de encubrir el amor al dinero. Pero sin importar cómo lo llamemos, si solo nos enfocamos
en las cosas materiales solo podemos esperar beneficios materiales, no espirituales.
Efectivamente se cosecha lo que se siembra. De hecho, muchas personas han terminado
cosechando tristeza y dolor por su práctica de lo que pensaron que era un principio bíblico. Si
amamos el dinero, algo que Dios nos ha advertido específicamente que no hagamos, es posible
que recibamos algunos placeres momentáneos y beneficios temporales. Pero como el dinero no
puede satisfacer nuestras almas o sanar nuestros corazones, al final esta siembra desobediente
cosechará tristeza y muerte.
Además, la idea que presenta el evangelio de la prosperidad sobre sembrar y cosechar
contradice la Biblia sugiriendo que Dios no tiene problema en ser reemplazado por los ídolos.
¿Qué quiero decir? Cuando usamos la Biblia para justificar nuestra búsqueda idolátrica de dinero,
hacemos de Dios el proveedor voluntario de nuestro ídolo favorito. Pero la ira de Dios se
enciende contra las personas que colocan su hermosa gloria en segundo lugar para seguir a otros
dioses. El pueblo de Dios busca el tesoro que es Dios mismo.

Pero todo lo que para mí era ganancia, lo he estimado como pérdida, por amor de
Cristo. Y a decir verdad, incluso estimo todo como pérdida por la excelencia del
conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por su amor lo he perdido todo, y lo veo como
basura, para ganar a Cristo (Phil. 3:7-8).
Este versículo no tendría ningún sentido para cualquiera que practique el principio de sembrar
y cosechar del evangelio de la prosperidad. Pablo está diciendo que las mismas cosas por las
cuales los predicadores de la prosperidad nos alientan a venir a Dios son las cosas que él ha
perdido para tener a Dios. ¿Qué prefieres: abundancia y riquezas o a Dios? ¿Dónde está tu
tesoro?
Observemos también específicamente algunos de estos textos que usan los predicadores de la
prosperidad para justificar su enfoque sobre sembrar y cosechar. 2 Corintios 9:6 está ubicado en
el mismo pasaje que estudiamos anteriormente, en el cual Pablo estaba halagando a los
macedonios por su generosa ofrenda económica a la iglesia en Jerusalén, a pesar de su propia
pobreza. ¿Qué dice Pablo que estos dadores generosos deberían esperar recibir y ver en respuesta
a su generosidad?
Cuando los cristianos siembran en generosidad, cosechan gloria y honor para Dios. Y no
existe mejor cosecha. Continúa leyendo 2 Corintios 9 y ves que Pablo escribió que su
generosidad «produce acción de gracias a Dios» (9:11). Al suplir las necesidades del pueblo de
Dios, ellos han inspirado abundantes «acciones de gracias a Dios» (9:12). Y aquellos que han
recibido la donación «glorifican a Dios por la obediencia de ustedes» (9:13). Como también
Jesucristo enseñó: «Que la luz de ustedes alumbre delante de todos, para que todos vean sus
buenas obras y glorifiquen a su Padre, que está en los cielos» (Mt 5:16). El mensaje es claro:
nuestra acción de dar hace que Dios sea glorificado. Cuando sembramos para Dios, cosechamos
la enorme bendición de glorificarlo y honrarlo.
Pero, aunque no era su enfoque, Pablo también mencionó beneficios materiales. ¿De qué
manera o con qué propósito Pablo describió las bendiciones materiales para los dadores
generosos? Pablo dijo que aquellos que dan recibirán de Dios lo suficiente para que puedan
seguir bendiciendo a otros: «Y Dios es poderoso como para que abunde en ustedes toda gracia,
para que siempre y en toda circunstancia tengan todo lo necesario, y abunde en ustedes toda
buena obra» (2Co 9:8). No les promete lujos, sino lo suficiente. Y el propósito de lo que reciben
no es acumular riquezas, sino dar: «Para que sean ustedes enriquecidos en todo, para toda
generosidad» (9:11). Si piensas que este texto se trata de nuestro beneficio monetario, no has
entendido el punto central. Dios promete a sus hijos lo suficiente para servirlo, no lujos para
ignorarlo.
Respecto a Gálatas 6:7, estudiar su contexto también nos muestra que Pablo enseñó algo muy
diferente al énfasis del evangelio de la prosperidad. El texto no habla de recibir sino de dar. Los
cristianos deberían «sobrellevar los unos las cargas de los otros» (6:2), compartir «toda cosa
buena al que lo enseña» (6:6), no cansarse «de hacer el bien» (6:9), y hacer «bien a todos»
(6:10). La acción de sembrar en este capítulo es claramente bendecir a otros. ¿Entonces cuál es la
cosecha?
Pablo mencionó el principio de sembrar y cosechar aquí como una advertencia sobre las
consecuencias de negarse a hacer el bien. Pablo advirtió a los gálatas: «El que siembra para sí
mismo, de sí mismo cosechará corrupción; pero el que siembra para el Espíritu, del Espíritu
cosechará vida eterna» (Gál. 6:8). Observar realmente el pasaje nos hace ver que en vez de
apoyar el evangelio de la prosperidad, Pablo lo reprendió severamente. Aquellos que siembran
para Dios cosechan bendición espiritual.
Si das a otros con la motivación de un beneficio económico para ti mismo, estás sembrando
para la carne. Aquellos que andan en la carne no heredarán el reino. Pero bendecir
desinteresadamente a otros es evidencia de la obra del Espíritu. La cosecha para los piadosos es
la vida eterna y los gálatas fueron alentados a seguir adelante porque un día recibirían el fruto de
sus labores. Dios nos da para que podamos dar a otros y nuestra recompensa no es material y
terrenal, sino espiritual y eterna.
La teología de la «palabra de fe»
Otro mensaje popular de muchos predicadores de la prosperidad en la actualidad es la
teología de la «palabra de fe». Ellos enseñan que nuestras palabras tienen poder para crear una
realidad. Se dice que podemos hacer que exista salud y prosperidad declarando con seguridad
nuestros deseos. Una vez más, esta falsa enseñanza se basa en una malinterpretación
fundamental de varios versículos de la Biblia.
La fe que se ejerce en esta enseñanza no es tanto una fe en Dios sino fe en la propia fe. Se
nos alienta a vernos como amos de nuestro propio destino. Si uno tan solo cree y pide con
confianza, puede trazar su propio futuro y obtener los deseos de su corazón. Cuando aquello que
pedimos y creemos no se materializa, la culpa está en nuestra falta de fe.
Aunque muchos de estos predicadores no intentan basar sus enseñanzas en la Escritura, a
veces citan Hebreos 11:1 como evidencia. El escritor a los Hebreos dice que «tener fe es estar
seguro de lo que se espera». Aprovechando la palabra «seguridad» (que otras versiones traducen
«certeza» o «sustancia»), los predicadores usan este versículo para declarar que la fe crea
sustancia. Si ese fuera el caso, Dios no sería el único creador; nosotros también crearíamos
declarando la existencia según nuestra voluntad.
La repuesta a esta malinterpretación nuevamente puede encontrarse tratando la Biblia con
respeto y observando el contexto de donde se saca este versículo. Al abrir el libro de Hebreos,
queda claro que el autor no está enseñando a sus lectores a usar el poder de la fe para cambiar
las circunstancias que los rodean. Unos pocos versículos más arriba, se elogia a los lectores
porque «soportaron los sufrimientos de una gran lucha» (10:32) y «gozosos soportaron el
despojo de sus propios bienes» (10:34). Luego, en el versículo 35, el escritor los exhorta a
continuar con la misma confianza que habían demostrado en esas nefastas circunstancias. ¿Cuál
era esa confianza?
Primeramente, era una fe que se sustentaba en la paciencia, no en un sentido de
merecimiento. «Lo que ustedes necesitan es tener paciencia; para que, una vez que hayan hecho
la voluntad de Dios, reciban lo que él ha prometido darnos» (10:36). Quedó demostrado que la fe
de los cristianos hebreos era real cuando soportaron el sufrimiento, no cuando lo evitaron:
«Nosotros no somos de los que se vuelven atrás y se pierden, sino de los que tienen fe y salvan
su alma» (10:39). Además, se trataba de una confianza enfocada en cosas eternas, como queda
claro en la afirmación: sabiendo «que en los cielos tienen una herencia mejor y permanente»
(10:34). Su «gran recompensa» no tenía nada de temporal, como la sanidad de un cuerpo que
morirá o de las posesiones que quedarán atrás.
La fe de Hebreos 10 y 11 permitió que estos cristianos, más allá del sufrimiento que estaban
soportando, pudieran ver la realidad de la eternidad preparada para ellos. Esta confianza en su
futura herencia les dio la fuerza para soltar sus posesiones terrenales. Mientras que el mundo
vive por lo que puede obtener en el presente, los cristianos tienen una motivación totalmente
diferente.
Por tanto, los ejemplos de fe que se mencionan a continuación en Hebreos 11 no son
ejemplos del poder de la fe que cambia las circunstancias (Dios cambia las circunstancias, no la
fe). Por el contrario, son ejemplos de personas que actúan sobre la base de una futura realidad
que solamente podría verse y obtenerse por fe porque no era material o terrenal. Incluye
creyentes que fueron torturados, golpeados, encarcelados, o incluso asesinados. Su fe les
permitió soportarlo y, luego de su muerte, recibir la meta y la recompensa de su fe; la eterna
gloria que les estaba esperando. «Ellos anhelaban una patria mejor, es decir, la patria celestial»
(Heb 11:16).
Es un gran pecado enseñar a los creyentes, quienes son llamados a resistir en vista de una
recompensa eterna, que más bien deberían buscar y reclamar las recompensas ahora. Esta falsa
enseñanza mantiene a los santos que sufren lejos de la gracia y la esperanza que contiene la
verdadera fe. El mensaje de la palabra de fe, cuando se expone como una mentira, también ha
alejado a algunas personas de la iglesia y del cristianismo. Que todos los que tienen la
responsabilidad y el privilegio de predicar la palabra de Cristo recordemos las palabras de Cristo
mismo: «A cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, más le
valdría que le colgaran al cuello una piedra de molino, y que lo hundieran en el fondo del mar»
(Mt 18:6).

Conclusión
El evangelio de la prosperidad se apoya en malinterpretaciones de la Biblia que distorsionan
completamente su claro significado. De esta manera, desvía a los cristianos para que en vez de
servir a Dios se alaben a sí mismos y confíen en un falso evangelio. Debemos tratar la Palabra de
Dios honestamente y con cuidado para conocer la verdad y ser liberados por ella.
Cuando nuestro Señor Jesucristo dejó el cielo y se hizo hombre, no cedió ni nos prometió
beneficios materiales. Él cedió riquezas celestiales, la gloria y el amor que compartía con su
Padre, para venir al mundo para que nosotros pudiéramos participar de estas bendiciones con él
para siempre. Cuando Cristo vivió una vida de sufrimiento y luego murió en la cruz, su castigo
fue diseñado para sanar nuestra herida más profunda: nuestra pecaminosidad. Así que Dios nos
promete algo mucho más importante y valioso que la salud y la riqueza presentes. Gracias a su
muerte y resurrección, Jesús promete a su pueblo la reconciliación permanente con Dios y una
vida libre de pecado en la era venidera.
Cuando el pueblo de Dios experimenta la salvación que se encuentra en Jesús, ellos quieren
la gloria de Dios por encima de cualquier otra cosa. Y el plan de Dios es tan grande que entonces
él usa los deseos justos de su pueblo, expresados en oración, para hacer su voluntad. Por tanto,
no debería sorprendernos que la Biblia nos aliente también a mostrar generosidad en nuestras
obras por motivos espirituales. Al hacerlo, él nos promete una cosecha eterna preparada para
nosotros en el cielo.

________________
i The MacArthur Study Bible, ed. John MacArthur, Jr., ed. electrónica (Nashville: Word, 1997),
Is. 53:4.
ii Estudiaremos este tema con mayor detalle en el capítulo sobre el sufrimiento.
CAPÍTULO 2

Prosperidad verdadera y falsa


Michael Otieno Maura
Entonces edificó una ciudad, y llamó a esa ciudad Enoc, como el nombre de su hijo
(Génesis 4:17).

También a Set le nació un hijo, al que puso por nombre Enós. Desde entonces
comenzó a invocarse el nombre del Señor (Génesis 4:26).
En África, hoy las personas están hablando de prosperidad. El tema domina nuestras
imaginaciones y permea nuestras conversaciones. Y al apoderarse de nuestra cultura, también
está penetrando en nuestros púlpitos. Hay muchos predicadores que están predicando un
evangelio de prosperidad material. Pero esta prosperidad que se apodera de los corazones y
mentes de hombres y mujeres, desde las calles hasta las iglesias, es una prosperidad falsa. Es una
falsa prosperidad contra la cual la Biblia nos advierte repetidas veces.
Ya desde Génesis 4:17-26 encontramos un contraste entre la familia impía de Caín y la familia
piadosa de Set. La familia de Caín podía hacer alarde de grandes logros y prosperidad material.
Parecían ser exitosos, pero sus logros eran alcanzados sin ninguna referencia a Dios. Alejados de
Dios, su prosperidad era temporal y fugaz; de este mundo y para este mundo. La familia de Set
no tenía tales logros materiales que exhibir. Pero invocaban el nombre del Señor; esa era su
gloria. Esta familia conocía una prosperidad verdadera y duradera que estaba fundamentada en
Dios.
En muchos de nuestros púlpitos, hoy la predicación está centrada en el éxito terrenal y la
prosperidad material; casas y automóviles, éxito en los negocios, dinero, salud y felicidad. Tal
predicación entra en conflicto directo con la Palabra de Dios desde Génesis hasta los evangelios
y las epístolas. Nuestra predicación debería llevar a los pecadores a invocar el nombre del Señor.
Debería guiar a las personas a clamar por misericordia y salvación por medio del Señor Jesucristo
en arrepentimiento y fe, dependiendo de las promesas de Dios y esperando una herencia futura.

Dos ciudades
Caín estaba edificando una ciudad (Gn 4:17). Externamente podría decirse que estaba
prosperando. A los ojos de este mundo, Caín estaba progresando y logrando grandes cosas.
Al igual que muchos de nosotros, Caín sintió que necesitaba seguridad. Después que Caín
mató a su hermano, Dios lo alejó de su presencia y lo condenó a una vida fugitiva. Pero para
ayudar a Caín cuando tuviera miedo de sufrir el destino de Abel, por gracia Dios lo marcó para
que tuviera protección. Pero a pesar de la bondad de Dios, Caín tomó el asunto en sus propias
manos. ¿Qué nos dice esto sobre Caín y lo que estaba edificando?
Caín estaba trabajando con extremo ahínco para establecerse en la tierra. Sus pensamientos y
su energía se centraban en esta vida. Ansiaba honor familiar y le puso a una ciudad el nombre de
su hijo. Y estaba haciendo todo esto en un tiempo de gran cambio social. Notemos todas las
cosas que ocurrían por primera vez en estos versículos: el primer hombre en cultivar la tierra de
forma científica; el comienzo de la música y las artes; y progreso en el trabajo y la tecnología con
el metal. Esta era una comunidad emprendedora y exitosa. Pero estaban viviendo sin Dios. Caín
se había alejado de la presencia de Dios y estaba trabajando para sí mismo.
Aún hoy, hombres y mujeres están luchando y trabajando arduamente para alcanzar el éxito
aquí en la tierra. Las personas se dicen a sí mismas: si consigo un buen empleo, si encuentro una
esposa o un esposo, si vivo cómodamente, entonces estaré feliz y contento. Este es el camino de
Caín y debemos cuidarnos de él. Las cosas pueden verse bien externamente, pero espiritualmente
podemos estar en gran peligro. La historia de Caín nos demuestra que tener una ciudad o una
casa grande no es evidencia de que una persona está en una buena relación con Dios. Lo que es
importante es la riqueza espiritual que se obtiene mediante un cambio radical en nuestro ser
interior. Así es como lo dice el Señor Jesús: «Es necesario que ustedes nazcan de nuevo» (Jn
3:7).
La ciudad de Caín fue edificada para la gloria del hombre. Su desacertado celo por establecer
su nombre en la tierra se repite a lo largo de las edades hasta llegar a nuestra era materialista.
Trabajo, posesiones, entretenimiento, fama; nuestro mundo nos asegura que este es el camino
hacia la plenitud. Estos son los materiales con los que están construidas nuestras ciudades. Y es
la gloria del hombre la que nos inspira a construirlas. Pero el camino de Caín lleva a la
destrucción, porque «si el Señor no edifica la casa, de nada sirve que los edificadores se
esfuercen. Si el Señor no protege la ciudad, de nada sirve que los guardias la vigilen» (Sal
127:1).
Pero Dios está edificando una ciudad diferente; una ciudad que es para su gloria. Aquellos
que lo aman están esperando esta ciudad celestial. Acerca de los héroes de la fe leemos que
«anhelaban una patria mejor, es decir, la patria celestial. Por eso Dios no se avergüenza de
llamarse su Dios; al contrario, les ha preparado una ciudad» (Heb 11:16). La realidad es que «no
tenemos aquí una ciudad permanente, sino que vamos en pos de la ciudad que está por venir»
(Heb 13:14). Pablo escribió: «Pero nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también
esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo» (Fil 3:20).
Es trágico que muchos predicadores ya no estén predicando acerca de esta ciudad celestial.
En cambio, están ocupados volviendo nuestros ojos a la ciudad terrenal de Caín. Ya no predican
sobre la seguridad y esperanza cierta del cristiano, que es una «herencia incorruptible,
incontaminada e imperecedera… reservada en los cielos» (1P 1:4). En cambio, motivan a las
personas a buscar éxito terrenal, felicidad y plenitud en esta corta vida.
Mi querido predicador, hay dos ciudades. ¿De cuál estás predicando? Mi querido creyente,
¿cuál ciudad estás buscando de todo corazón?
La ciudad de Caín no era permanente; no duró mucho tiempo. Algunos comentadores incluso
sugieren que Caín nunca terminó de edificarla. Quienes buscan plenitud en las cosas que ofrece
este mundo al final serán decepcionados. Se encontrarán alienados de Dios por toda la eternidad.
Pero la familia de Set invocaba el nombre del Señor. Ellos conocían la verdadera prosperidad,
creían en las promesas de Dios, y esperaban la ciudad eterna y celestial. Los verdaderos
creyentes se apoyan sobre la esperanza de la vida eterna con Dios y no serán decepcionados.

La poligamia no es prosperidad
La historia de Caín y su familia tiene otra advertencia para nosotros. Fue un descendiente de
Caín, Lameci, quien introdujo la poligamia en el mundo. Algunas personas hoy ven la poligamia
como una señal de prosperidad. En África, tener muchas esposas puede estar asociado con la
riqueza, el poder y la fama. Cuando era joven, si veía a un hombre que se casaba con otra
esposa, sabía que él había conseguido un ascenso en su trabajo. Solía decirse que un hombre con
una sola esposa tenía un solo ojo. Recientemente, un líder africano se casó con su quinta esposa
y en esa ceremonia hubo danzas y celebración. Hemos visto hombres desfilando a sus mujeres
para mostrar a los demás cuán prósperos y poderosos son. Incluso hay un predicador que dijo
que Dios se le apareció y le dijo que se casara con otra esposa; ahora está promoviendo la
poligamia.
Sin embargo, en Génesis 4:19 vemos que fue Lamec, un descendiente impío de Caín, quien
corrompió por primera vez la institución del matrimonio con la poligamia. Génesis 2:24
claramente nos enseña que solamente un hombre y una mujer debían llegar a ser una carne.
Lamec violó la clara instrucción dada por Dios. Como Dios creó el matrimonio para que fuera
entre un hombre y una mujer (Mt 19:4-5), la poligamia no es una señal de prosperidad como
nuestra cultura quiere que creamos; es un pecado. Si estás casado con una mujer, la voluntad de
Dios es que seas fiel a ella. Si estás considerando casarte, te suplico en el nombre del Señor, que
no sigas el camino de Lamec.
Algunos de ustedes ya son polígamos y yo los insto a venir al Señor tal como están, porque la
Biblia dice que «Cada uno debe permanecer en la condición en que estaba cuando fue llamado»
(1Co 7:20). No deberías abandonar a ninguna de tus esposas. Algunas iglesias erróneamente le
niegan la membrecía en la iglesia y la Cena del Señor a los polígamos. Sin embargo, los
polígamos no deberían llegar a ser líderes en la iglesia (1Ti 3:2). Quienes son salvos y están en la
iglesia no deberían abandonar a sus esposas con quienes se casaron antes de ser salvos, pero
tampoco deben promover la poligamia de ninguna manera.
La poligamia no es prosperidad, sino una transgresión de la ley de Dios, y la Biblia deja
claras sus consecuencias. Muchas mujeres hicieron que el corazón de Salomón se alejara del
Señor (1R 11:4). La poligamia le causó dolor a Rebeca y a Isaac (Gn 26:35); provocó celos entre
esposas (Gn 30:1, 1S 1:6); y problemas entre los hijos (Gn 37, Jue 9). Yo provengo de una
familia polígama y entiendo bien el asunto. Cuando muere el padre de la familia, aun antes del
entierro, las peleas y rivalidades pueden separar a la familia. La poligamia no es prosperidad.

No envidies al impío
Caín y sus descendientes sin duda serían considerados exitosos en la actualidad: propiedades,
sofisticación cultural, tecnología y múltiples esposas. La lógica del evangelio de la prosperidad
lleva a muchas personas a suponer erróneamente que los equivalentes modernos de la familia de
Caín son bendecidos. Pero aun para los creyentes que se niegan a basar su esperanza en las
posesiones terrenales, también hay tentaciones que vencer. La envidia nos distrae constantemente
de la búsqueda perseverante de la ciudad de Dios.
Cuando observamos la prosperidad y los logros de las personas impías quedamos perplejos
como el salmista: «En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies; poco faltó para que mis pasos
resbalaran. Y es que tuve envidia de los arrogantes, al ver cómo prosperaban esos malvados»
(Sal 73:2-3). Luego el salmista enumera algunas características, similares a las que vimos en la
familia de Caín, que ahora son exaltadas por los predicadores modernos del evangelio de la
prosperidad. El salmista escribe que los malvados parecen no tener luchas, sus cuerpos son
saludables y fuertes, están orgullosos y relajados, y aumentan sus riquezas.
Pero mientras que la Biblia reconoce que somos tentados, también abre nuestros ojos para
ayudarnos a luchar contra la tentación. Dios le mostró al salmista que las personas ricas que son
arrogantes e insensibles están paradas al borde del abismo. El destino de estas personas es la
destrucción (Sal 73:17-20) y necesitamos tenerles compasión y advertirles en vez de envidiarlas.
La presencia y la sabiduría de Dios cambiaron la perspectiva del salmista sobre los impíos
prósperos. Debemos pensar y vivir a la luz de la eternidad.
Los descendientes de Caín no fueron conocidos por su adoración sino por sus logros y
prosperidad terrenales. No conocían a Dios y sus logros no pudieron cubrir su rechazo de aquel a
quien más necesitaban. Por supuesto, las cosas materiales no son necesariamente malas. Pero si
vivimos para la prosperidad y el éxito material, entonces estamos construyendo nuestra casa
sobre la arena. Los descendientes de Caín estaban parados sobre terreno resbaladizo y su destino
era el juicio. Ellos pensaron que habían logrado mucho, pero no habían construido nada que
pudiera perdurar.
Dios le ha declarado a su pueblo: «No busques para ti grandes cosas» (Jer 45:5). Repetidas
veces advirtió a los hijos de Israel que no se jactaran de su sabiduría, fortaleza y riqueza (Jer
9:23). Y sin embargo, los predicadores de la prosperidad quieren que vivamos para estas mismas
cosas. Vemos una y otra vez que lo más importante en la vida es tener una íntima y correcta
relación con Dios. Como Dios ha declarado: «Quien se quiera vanagloriar, que se vanaglorie de
entenderme y conocerme» (Jer 9:24).

La verdadera prosperidad
¿Pero exactamente de qué se trata esta prosperidad espiritual que Dios quiere que
busquemos? Después de mostrarnos el mal ejemplo de la familia de Caín, Génesis 4 nos señala la
dirección correcta: «Desde entonces comenzó a invocarse el nombre del Señor» (Gn 4:26). Para
estos primeros creyentes, Dios estaba donde debía estar: en el centro de sus vidas. Ellos
confiaban, buscaban y adoraban a Dios. Y el hombre fue hecho para adorar a Dios; como lo
expresa el Catecismo Menor de Westminster: «El fin principal del hombre es glorificar a Dios, y
gozar de él para siempre».
Desde los descendientes de Set hasta los primeros cristianos, el pueblo de Dios se ha
distinguido como adoradores. El pueblo de Dios es diferente al mundo porque el nombre, honor,
gloria y reputación de Dios los anima más que todo lo que el mundo puede ofrecer. La familia de
Set adoraba al que hacía promesas y podía cumplirlas; a aquel que había prometido un salvador.
Los cristianos hoy adoran al mismo Dios fiel; aquel que ha cumplido su promesa y ha enviado al
Señor Jesucristo. Ellos creen en las promesas de Dios y esperan con gran gozo el regreso del
Señor Jesucristo y los nuevos cielos y la nueva tierra.
El evangelio de la prosperidad desvía a las personas de la verdad del evangelio centrada en
Dios. Aparta su atención de la muerte del Señor Jesús en el Calvario. Aleja de la expiación
sustitutiva, la vida crucificada, y la santidad. Oscurece la gran esperanza futura del regreso de
Cristo y la era venidera cuando estaremos con él.
Dios no nos salva principalmente para bendecirnos con cosas materiales, sino para
cambiarnos para que seamos como Cristo. Pablo escribe: «No adopten las costumbres de este
mundo, sino transfórmense por medio de la renovación de su mente» (Ro 12:2). La iglesia
cristiana a través de las edades ha reconocido que la expiación, que el Señor Jesús obtuvo en la
cruz del Calvario, es el tema central del mensaje cristiano (Is 53:5, Jn 1:29, 2Co 5:21, 1Jn 4:10).
Pero esto se opone a lo que estamos escuchando en la actualidad cuando el tema central es el
hombre y lo que Dios puede hacer por él. Incluso las canciones están dominadas por coros que
repiten «que Dios me bendiga». Necesitamos regresar al mensaje central de la Biblia. Aquellos
que conocen al Señor y lo adoran como el centro de sus vidas tienen verdadera prosperidad.
La prosperidad espiritual por sobre la prosperidad temporal
Las consecuencias de dedicarse la falsa prosperidad son mortales para nuestra fe. Una vez
que hemos quitado a Dios del centro, y lo hemos reemplazado con cosas materiales, rápidamente
aparecen nuevos errores. Primero, olvidamos la fuente de toda bendición. Y segundo, omitimos
la realidad de que, aun en esta tierra, las bendiciones espirituales son infinitamente superiores a
las materiales. El apóstol Pablo nos ayuda a corregir estos errores: «Bendito sea el Dios y Padre
de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los
lugares celestiales» (Ef. 1:3). Estas bendiciones espirituales vienen de Dios. No vienen de los
obispos, los reverendos, los pastores o las iglesias.
Muchos predicadores del evangelio de la prosperidad incluso quieren que creamos que las
bendiciones vienen del aceite de la unción, el acto de caerse hacia atrás, o el agua bendita.
Algunos han llegado más lejos y venden escobas y sal con las cuales, según declaran, los
demonios son barridos y los cristianos son protegidos de sus ataques. Pero la Biblia nos dice
claramente que nuestras bendiciones vienen de Dios.
Pero tal vez preguntes, ¿cómo recibimos estas bendiciones? ¿Cómo hace Dios para
entregarnos sus bendiciones? Nuevamente, Efesios 1:3 nos da la respuesta. Se reciben en y a
través de Cristo solamente. Todas las bendiciones de Dios el Padre nos llegan a través de Cristo.
No permitas que las personas te engañen para creer que tienen poder en sí mismos para bendecir
a otros.
Así como Set y sus descendientes prestaron más atención a las cosas espirituales que a los
logros externos, el apóstol Pablo nos asegura que Dios ha bendecido a su pueblo con toda
bendición espiritual. Las bendiciones se llaman espirituales porque vienen de Dios y son
invisibles a los ojos humanos. No se relacionan principalmente con nuestras circunstancias
externas aquí en este mundo. Son eternas. Pablo nos muestra que las bendiciones que ya tenemos
en Cristo, las que Cristo obtuvo para todo el pueblo de Dios, son de mayor valor que cualquier
cosa material que podamos poseer:

En él, Dios nos escogió antes de la fundación del mundo, para que en su presencia
seamos santos e intachables. Por amor nos predestinó para que por medio de Jesucristo
fuéramos adoptados como hijos suyos, según el beneplácito de su voluntad, para
alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado. En él
tenemos la redención por medio de su sangre, el perdón de los pecados según las
riquezas de su gracia, la cual desbordó sobre nosotros en toda sabiduría y
entendimiento, y nos dio a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el
cual se había propuesto en sí mismo, para que cuando llegara el tiempo señalado
reuniera todas las cosas en Cristo, tanto las que están en los cielos, como las que están
en la tierra.

En él asimismo participamos de la herencia, pues fuimos predestinados conforme a los


planes del que todo lo hace según el designio de su voluntad, a fin de que nosotros, los
primeros en esperar en Cristo, alabemos su gloria. También ustedes, luego de haber oído
la palabra de verdad, que es el evangelio que los lleva a la salvación, y luego de haber
creído en él, fueron sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es la garantía de
nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su
gloria (Ef 1:4-14).
Observa el listado de las maravillosas bendiciones espirituales de un cristiano: elegido,
predestinado, amado, adoptado, aceptado, redimido, iluminado, perdonado, y sellado por el
Espíritu Santo para garantizar una herencia divina. Estas son bendiciones eternas que no pueden
ser destruidas y, por tanto, también pueden proveer un mayor gozo, un deleite más puro, y un
contentamiento más firme ahora que cualquiera de las bendiciones en las cuales los predicadores
de la prosperidad nos instan a poner nuestra esperanza.
El pueblo de Dios posee un gozo y un contentamiento que está más allá del alcance de la
dificultad y la tristeza que experimentamos. Si son una pareja casada sin hijos, no permitan que
nadie los menosprecie. Son bendecidos y su matrimonio está completo con o sin hijos. Si has
nacido de nuevo, nacido de Dios, has sido ricamente bendecido ya sea que estés viviendo en una
choza o en una mansión. Un hombre puede vivir en pobreza material toda su vida y no obstante
tener una mejor situación que un empresario rico porque su tesoro está en el cielo donde la
polilla y el óxido no destruyen (Mt 6:19). Una mujer cristiana puede resistir una enfermedad por
muchos años y sin embargo ese sufrimiento no le roba las bendiciones de Efesios 1 y puede
saborear la promesa del cielo donde ya no habrá más llanto ni dolor (Ap 21:4). Puedes ser
perseguido, pero Jesús dijo que eres bendecido porque el reino de los cielos es tuyo (Mt 5:10).

Oración y prosperidad
Hemos visto que Dios nos advierte sistemáticamente que no nos enfoquemos en el honor y
las bendiciones temporales que solo duran tanto como esta vida. Y con la misma firmeza, Dios
nos señala hacia las bendiciones eternas centradas en Dios que él nos ha prometido y dado en
Cristo Jesús. ¿Cómo podemos evaluar dónde nos hallamos en esta lucha? ¿Existen señales
advirtiéndonos que estamos abandonando la prosperidad que viene de Dios e intercambiándola
por el sustituto inferior de este mundo? Según Jesús, la manera en que oramos señala nuestras
prioridades y nuestra relación con Dios.
El evangelio de la prosperidad ha cambiado la forma en que las personas oran. Muchas
oraciones hoy se enfocan en cosas terrenales más que espirituales —solo necesitas buscar en tu
radio o TV y escucharás la evidencia. A menudo estas oraciones materialistas se basan en
versículos bíblicos que han sido completamente sacados de contexto. Si hoy oras por cosas
espirituales, puede que incluso descubras que algunos miembros de la iglesia comenzarán a
quejarse. ¿Así que cómo deberíamos orar? En Colosenses vemos que la prioridad se da a la
prosperidad espiritual:

Por eso nosotros, desde el día que lo supimos, no cesamos de orar por ustedes y de pedir
que Dios los llene del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia
espiritual, para que vivan como es digno del Señor, es decir, siempre haciendo todo lo
que a él le agrada, produciendo los frutos de toda buena obra, y creciendo en el
conocimiento de Dios; todo esto, fortalecidos con todo poder, conforme al dominio de su
gloria, para que puedan soportarlo todo con mucha paciencia. Así, con gran gozo,
darán las gracias al Padre, que nos hizo aptos para participar de la herencia de los
santos en luz; y que también nos ha librado del poder de la oscuridad y nos ha
trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el
perdón de los pecados (Col. 1:9-14).

¿Cuál es la oración de Pablo por los cristianos de Colosas? Pablo no ora para que sean ricos
materialmente; no ora para que sean exitosos en sus negocios; no ora para que puedan comprarse
una mejor casa; no ora para que siempre estén saludables; no ora para que nunca mueran. En
cambio, Pablo pide en oración que Dios los llene con el conocimiento de su voluntad mediante la
sabiduría y el entendimiento espiritual.
Ora así para que puedan vivir una vida digna del Señor y lo agraden en todo. Y Pablo nos
muestra lo que significa vivir una vida digna del Señor, que contrasta con el enfoque de los
predicadores de la prosperidad. Una vida digna del Señor es una vida que produce fruto en toda
buena obra, creciendo en el conocimiento de Dios, siendo fortalecida por el poder de Dios para
resistir, y dando gracias con gozo al Padre. ¿Es así como tú oras por otros y por ti mismo? ¿O
cuando oras solo te concentras en ascensos, automóviles y comodidad? Podemos y debemos orar
por nuestras necesidades físicas (Lc 11:3), pero tales oraciones no deben hacer a un lado ni
dominar las oraciones por nuestras necesidades espirituales y el reino de Dios (Lc 11:2-4).
Nuestras oraciones deben dar prioridad a las cosas espirituales.

Conclusión: la gran división


Desde la caída ha habido una gran división: quienes rechazan a Dios, como Caín, y quienes
invocan el nombre del Señor, como Set. Existe una línea divisoria entre quienes acumulan y
viven por los tesoros en esta vida, y aquellos que acumulan tesoros en el cielo. El conflicto entre
estos dos lados no es nuevo; pero cuando el evangelio de la prosperidad se difunde entre
nuestras iglesias, debemos confrontarlo con la sabiduría de Dios en la clara enseñanza de la
Biblia.
Cuando somos bombardeados con la falsa prosperidad de lo terrenal, necesitamos aferrarnos
a la verdadera prosperidad de la piedad. Debemos rechazar la ciudad de Caín que existe para la
gloria del hombre y va camino al olvido, con el objetivo de buscar la ciudad que es mejor,
celestial y eterna, que Dios ha preparado para su pueblo. Como parte de esto, Dios nos llama a
alejarnos del pecado de la poligamia y adoptar el matrimonio como Dios lo ha creado: un
hombre y una mujer. Y aunque a veces los beneficios momentáneos de la ciudad de Caín nos
causen envidia, Dios llama nuestra atención hacia el panorama completo; los impíos prósperos
están destinados a la destrucción.
La verdadera prosperidad la disfrutan quienes se enfocan en Dios. En todas las edades, el
pueblo de Dios ha sido definido, distinguido y bendecido por su adoración a él. Su adoración
está llena del conocimiento de que solo Dios es la fuente de toda bendición en y mediante
Jesucristo. Y es profundizada por la verdad de que las bendiciones espirituales que Dios da están
seguras frente a cualquier cosa o cualquier persona en este mundo. Es por esto que sus oraciones
están dominadas por deseos espirituales. Vivimos en un mundo materialista, pero Dios llama a su
pueblo a algo mucho mejor.

________________
i Este es otro Lamec, diferente de aquel que descendió de Set y fue el padre de Noé.
CAPÍTULO 3

La vida del evangelio


Kenneth Mbugua
«Entren por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que
lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella. Pero estrecha es la puerta y
angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la encuentran. Cuídense de los
falsos profetas, que vienen a ustedes disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos
rapaces. Ustedes los conocerán por sus frutos, pues no se recogen uvas de los espinos, ni
higos de los abrojos. Del mismo modo, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol
malo da frutos malos. El buen árbol no puede dar frutos malos, ni el árbol malo dar
frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que
ustedes los conocerán por sus frutos. No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en
el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos»
(Mateo 7:13-21).

En el pasado, cuando no había aparatos para identificar los billetes falsos, los bancos solían
enseñar a sus cajeros a acostumbrarse a sentir el dinero verdadero en sus manos. La idea era que
la mejor manera de reconocer algo falso es conocer íntimamente lo que es real. Nosotros
pretendemos seguir este método. Pasar tiempo con el evangelio en la Palabra de Dios implica que
cuando nos encontramos con un evangelio falso, podemos ver realmente de qué se trata.
Observaremos la vida de Cristo, los apóstoles y también personajes selectos en la historia de
la iglesia para ver si las vidas de nuestros predecesores en el evangelio coinciden con el mensaje
del evangelio de la prosperidad y el estilo de vida que sus predicadores promueven. Esto nos
preparará con el conocimiento que necesitamos para olfatear los evangelios falsos y los maestros
rebeldes.
El estilo de vida de muchos predicadores del evangelio de la prosperidad se define por la
opulencia y la extravagancia. Y ellos predican que Dios quiere que todos los cristianos vivan
como ellos. Como lo explica el teólogo y pastor Gordon Fee, aunque este error surge de una
interpretación equivocada de la Biblia, su manifestación es una vida materialista defendida
mediante la repetición de esta falsa afirmación:

Dios desea la prosperidad económica de cada uno de sus hijos, y por tanto que un
cristiano sea pobre está fuera de la voluntad intencional de Dios; implica estar viviendo
una vida derrotada por Satanás. Y usualmente detrás de esta afirmación se esconde una
segunda: Como somos hijos de Dios (los niños del Rey, como les gusta decir a algunos)
siempre deberíamos viajar en primera clase –siempre deberíamos tener lo más grande y
lo mejor, un Cadillac en vez de un Volkswagen, porque solo esto le da gloria a Diosi.

¿Se sostiene esta premisa central del evangelio de la prosperidad a la luz de la Escritura?
¿Enseña la Biblia que por ser hijos de Dios siempre deberíamos tener lo mejor de este mundo?
¿Qué nos muestran los ejemplos de nuestro Señor y sus discípulos que deberíamos buscar en esta
vida?
Jesucristo
La Biblia nos enseña que Jesucristo fue una de las personas más ricas de su época. Vivió en
una gran mansión en el Monte de los Olivos y tuvo toda una hueste de siervos para cumplir sus
mandatos con el chasquido de sus dedos. Como era el Hijo de Dios, obviamente nunca conoció
sufrimiento o dolor. Todos lo amaban porque Dios incluso hizo que sus enemigos se volvieran
sus amigos. Cuando iba a las sinagogas, se enfocaba en la prosperidad material y la buena vida
que las personas podían tener. La Biblia también nos dice que prometió a todos los que lo
siguieran que esperaran una vida sin problemas como la suya. ¿Correcto?
Los evangelios nos informan que esto es lo contrario a la realidad. Cristo vivió una vida
marcada por las luchas y el dolor. Tomaremos un tiempo para observar textos que describen esa
vida. La verdad sobre la vida y la misión de Jesús en estos versículos resulta esencialmente
evidente. Nuestra intención es exponerte a ella y permitir que te familiarices con esa verdad para
prepararte para compararla y contrastarla con los ejemplos y las enseñanzas de los predicadores
del evangelio de la prosperidad.
¿Qué tipo de vida vivió el Hijo de Dios en la tierra y qué nos dice sobre la vida que sus
seguidores deberían esperar para sí mismos? En Mateo 10:24-25, Cristo aseguró a aquellos que
lo seguían que debían esperar una vida como la suya:

El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su señor. Al discípulo debe
bastarle con ser como su maestro, y al siervo como su señor. Si al dueño de la casa lo
han llamado Beelzebú, ¿cuánto más a los de su familia? (Mt 10:24-25).

Al usar el simple principio de que un siervo no es más que su maestro, Cristo nos muestra que
si un maestro sufrió, el siervo no debería esperar otra cosa. Si al maestro lo llamaron demonio,
los siervos deberían esperar lo mismo y peor. Al observar la vida del maestro, se hará evidente
que algunos supuestos siervos están buscando ser más que su maestro.
Comencemos con el contexto de su hogar. Lucas 2 nos ofrece un indicio sobre el estatus
social de los padres terrenales de Jesús. Cuando fueron al templo, ofrecieron un sacrificio por el
nacimiento del primer hijo varón de la familia que estaba reservado para quienes no podían pagar
un cordero.

Y cuando se cumplieron los días para que, según la ley de Moisés, ellos fueran
purificados, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo ante el Señor… para ofrecer
un sacrificio en cumplimiento de la ley del Señor, que pide «un par de tórtolas, o dos
palominos» (Lucas 2:22, 24).

Como María y José no podían pagar un cordero para un sacrificio tan importante, es seguro
suponer que había muchas cosas que no podían pagar mientras Jesús crecía; el mismo Jesús que
nació en un pesebre rodeado por el olor de los animales. Si una crianza modesta fue
suficientemente buena para el Hijo de Dios, ¿no estamos equivocados al predicar que, como
hijos de Dios, deberíamos esperar vivir una vida de primera clase aquí en la tierra? Un siervo no
es más que su maestro.
Pero tal vez eso solo haya sido durante su crianza. Posiblemente cuando creció dejó muy
atrás su humilde comienzo y empezó a disfrutar la buena vida. ¿Nos mostró Jesús la típica
historia desde los harapos a las riquezas, de modestos comienzos que llegan a la prosperidad
material? Lucas 9 sugiere lo contrario. Cuando un escriba local se ofreció para volverse uno de
los discípulos de Cristo, Jesús describió los términos y las condiciones: «Las zorras tienen
guaridas, y las aves de los cielos tienen nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar
su cabeza» (Lc 9:58). Cristo no vivió en una mansión sobre una colina como a algunos les
gustaría pensar hoy. Estaba contento con lo mínimo que necesitaba. Como escribió más tarde su
apóstol: «Si tenemos sustento y abrigo, contentémonos con eso» (1Ti 6:8). Si la pobreza fue
suficiente para el maestro, ¿deberían los siervos exigir más?
En última instancia, la cruz define la vida de Cristo. Nació para morir. Dios el Padre ordenó
que su vida fuera de sufrimiento. Si intentas explicar la vida de Cristo sin enfocarte en el
sufrimiento que vino a recibir en nuestro lugar, terminas en una ficción impía. La profecía
mesiánica de Isaías captura la vida de Jesucristo por nosotros en estas palabras:

Será despreciado y desechado por la humanidad entera. Será el hombre más sufrido, el
más experimentado en el sufrimiento. ¡Y nosotros no le daremos la cara! ¡Será
menospreciado! ¡No lo apreciaremos! Con todo, él llevará sobre sí nuestros males, y
sufrirá nuestros dolores, mientras nosotros creeremos que Dios lo ha azotado, lo ha
herido y humillado. Pero él será herido por nuestros pecados; ¡molido por nuestras
rebeliones! Sobre él vendrá el castigo de nuestra paz, y por su llaga seremos sanados (Is
53:3-5).

La misión de Jesús como Mesías estuvo llena de dolor y penas; despreciado, desechado,
hombre de sufrimientos, acostumbrado al padecimiento, no estimado, azotado, herido por Dios,
afligido, perforado, molido, y golpeado ii. El llamado a seguir a este Señor no es un llamado a
andar por un camino fácil. Isaac Watts resumió la diferencia entre el camino cristiano y nuestras
demandas egoístas cuando escribió: «¿Debo ser llevado a los cielos sobre cómodos lechos de
rosas? ¿Mientras otros lucharon por ganar el premio y navegaron en mares sangrientos?» iii.
Nuestro Señor que sufrió por nosotros nos llamó a estar listos para hacer lo mismo. «El que
no toma su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo» (Lc 14:27). Seguir a Cristo es estar
dispuesto a aceptar el dolor y el sufrimiento.
Al tiempo que Jesús nos mostró —y nos preparó para— una vida sencilla y dura, también
dejó claro que ni siquiera deberíamos desear ser ricos. «Manténganse atentos y cuídense de toda
avaricia, porque la vida del hombre no depende de los muchos bienes que posea» (Lc 12:15).
Jesucristo advirtió que la búsqueda de riqueza no era una meta piadosa sino un gran peligro a
evitar. Cuando enseñó a sus discípulos sobre la riqueza, no les enseñó los secretos para
obtenerla. En cambio, les dijo que dejaran de amarla. Abandonar la codicia de dinero es un
imperativo si quieres aferrarte a Jesús (Lc 16:13).
Jesús vivió una vida sencilla y humilde. Y nos enseñó a tener cuidado con la fascinación de
hacerse rico. Dijo que su pueblo debía esperar sufrimiento y no juzgar sus vidas según las cosas
materiales que posean. Ahora observemos la vida y la doctrina de los predicadores del evangelio
de la prosperidad. ¿Están predicando el mensaje de Jesús? El estilo de vida que promueven, ¿se
parece a la vida que Jesús vivió y predicó?

Los apóstoles
Si el evangelio de la prosperidad es verdad, entonces esperaríamos que los testigos y
predicadores originales del evangelio enseñaran y manifestaran este mensaje más que nadie. Los
famosos exponentes actuales del evangelio de la prosperidad viven en mansiones, poseen flotas
de automóviles lujosos, y viajan en aviones privados. Aquellos que no son tan famosos buscan
alcanzar esas alturas y mientras tanto hacen una gran demostración de su prosperidad. Pero
observemos la vida de los apóstoles. Verás un gran contraste; un contraste que expone a los
llamados apóstoles modernos como predicadores de un evangelio falsificado.
El ejemplo de los apóstoles es que los beneficios terrenales no son importantes. Así es como
Pablo definió las vidas de los apóstoles:

Lo que creo es que Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como si fuéramos lo
último, ¡como si estuviéramos sentenciados a muerte! Hemos llegado a ser el hazmerreír
del mundo, de los ángeles y de los hombres. Por amor a Cristo, nosotros somos los
insensatos, y ustedes los prudentes en Cristo; nosotros somos los débiles, y ustedes los
fuertes; ustedes son respetados, y a nosotros se nos desprecia. Hasta el momento
pasamos hambre, tenemos sed, andamos desnudos, nos abofetean, y no tenemos dónde
vivir. Trabajamos hasta el cansancio con nuestras propias manos; nos maldicen, y
bendecimos; nos persiguen, y soportamos la persecución; nos difaman, y no nos
ofendemos. Hemos llegado a ser como la escoria del mundo, como el desecho de todos (1
Co 4:9-13).

Pablo escribió esto para reprender a los cristianos que tenían una opinión demasiado elevada
de sí mismos. Mostró un contraste valioso entre su vanidad y la piadosa humildad de los
apóstoles.
El sufrimiento era fundamental para el entendimiento de Pablo sobre el servicio a Dios.
Cuatro veces en su segunda carta a Timoteo, Pablo enseñó a su hijo espiritual que esté preparado
para sufrir. En vez de escapar del sufrimiento, Pablo dijo que deberíamos «participar de las
aflicciones por el evangelio según el poder de Dios» (2Ti 1:8). «Sufrir penalidades», Pablo
enfatizó más tarde, no como una excepción, sino «como buen soldado de Jesucristo» (2Ti 2:3).
Y en caso de que queramos escapar de la naturaleza universal de su mensaje, Pablo declaró que
«todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución» (2Ti 3:12).
Vivir una vida piadosa significa aceptar el sufrimiento, no evitarlo. ¿Podría haber un contraste
más claro con la enseñanza de la salud y la riqueza? Pablo le mostró a Timoteo y nos recuerda a
nosotros (como lo hizo Jesucristo antes que él) que deberíamos esperar sufrimiento como un
resultado natural de ser cristianos. «Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de
evangelista, cumple tu ministerio» (2Ti 4:5). Sufrir es una parte esencial de ser un seguidor de
Jesucristo.
Cuando entendemos esto, no necesitamos avergonzarnos del sufrimiento. Observemos la
letanía de dolor de Pablo:

Cinco veces he recibido de los judíos treinta y nueve azotes; Tres veces he sido azotado
con varas; una vez he sido apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un
día he estado como náufrago en alta mar. Son muchas las veces que he estado de viaje
corriendo peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de mi propia gente, peligros de
los no judíos, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros
entre falsos hermanos. He pasado por muchos trabajos y fatigas; muchas veces me he
quedado sin dormir; he sufrido de hambre y de sed; muchas veces no he comido, y he
pasado frío y desnudez (2Co 11:24-27).

No perdamos de vista la razón por la que Pablo está relatando estas experiencias. Cuando
miramos el contexto, vemos que Pablo escribió esto como una evidencia de que era un siervo de
Cristo. Sus cicatrices daban testimonio de su autenticidad como un apóstol de su Salvador
sufriente. Cuando los predicadores de la prosperidad ofrecen la riqueza como prueba de su
fidelidad, pensemos en Pablo haciendo lo contrario. «Por eso, por amor a Cristo», concluyó
Pablo, «me gozo en las debilidades, en las afrentas, en las necesidades, en las persecuciones y en
las angustias; porque mi debilidad es mi fuerza» (2Co 12:10). Los cristianos humildes reorientan
su atención hacia su glorioso Dios. Aceptan el sufrimiento porque glorifica las riquezas de la
gracia de Dios.
¿Por qué se le da tanta atención al sufrimiento en el Nuevo Testamento? Ninguna de las
dificultades de Pablo lo tomó por sorpresa y Dios no quiere que nos tomen por sorpresa a
nosotros. Si los cristianos entienden que el sufrimiento es normal para un cristiano fiel, entonces
el dolor no puede sacudir su fe. Cuando Cristo llamó a Pablo, quería que conociera el costo
desde el principio: «Yo le voy a mostrar todo lo que tiene que sufrir por causa de mi nombre»
(Hch 9:16). Estudiar las vidas de los apóstoles nos ayuda a estar preparados para la dificultad y
saber que la bendición de Dios está en ella.
Pablo no fue la excepción. Jacobo fue ejecutado por orden de Herodes (Hch 12:2). Pedro fue
encarcelado (Hch 12:3) y la tradición de la iglesia sugiere que más tarde fue crucificado –una
muerte cruel para la cual Cristo lo había preparado (Jn 21:18-19). Los apóstoles fueron
golpeados por predicar (Hch 5:40-41) y Esteban fue apedreado a muerte (Hch 7:54-58). Y el
propio Pablo, antes de su conversión, se distinguía por sus ataques ardientes contra quienes
afirmaban que Jesús era Señor (Hch 8:3). Los apóstoles y los primeros cristianos sufrieron y
murieron por Jesús.
El testimonio de los apóstoles en la Biblia no se condice con las enseñanzas del evangelio de
la prosperidad. Estos siervos de Cristo, de quienes el mundo no era digno, no llevaban vidas de
primera clase aquí en la tierra y no esperaban hacerlo. Seguían a Cristo sabiendo que el
sufrimiento y el dolor no eran una posibilidad sino algo garantizado. Y al hacerlo demostraban el
linaje de fe que se remonta a Moisés, quien «consideró que sufrir el oprobio de Cristo era una
riqueza mayor que los tesoros de los egipcios. Y es que su mirada estaba fija en la recompensa»
(Heb 11:26). Los sufrimientos en y por Cristo son riquezas más grandes que cualquier
prosperidad que podríamos poseer en este mundo.

La iglesia perseguida
Hemos visto el dolor y la tristeza de nuestro Señor y el sufrimiento de los primeros apóstoles
mientras edificaban sobre los fundamentos que Cristo había establecido. Consideremos incluso el
ejemplo de los siervos más fieles de Dios antes de Cristo:

Otros fueron atormentados, y no aceptaron ser liberados porque esperaban obtener una
mejor resurrección. Otros sufrieron burlas y azotes, y hasta cadenas y cárceles. Fueron
apedreados, ase rrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de un
lado a otro cubiertos de pieles de oveja y de cabra, pobres, angustiados y maltratados.
Estos hombres, de los que el mundo no era digno, anduvieron errantes por los desiertos,
por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra (Heb.11:35-38).

¿Pero quedó todo eso en el pasado? ¿Ocurrió para que las futuras generaciones pudieran vivir
en comodidad? ¿El lujo y el confort son la manifestación subsiguiente de la obra y la presencia
de Dios? La historia de la iglesia responde esas preguntas de manera contundente. La difusión
del evangelio y la santificación de los cristianos siempre han sido marcadas por el sufrimiento.
En esta sección tomaremos de la historia de la iglesia algunos ejemplos de creyentes que
demuestran la presencia de Dios en el sufrimiento de su pueblo por la fe de ellos. Hay muchas
fuentes que pueden darte información sobre los cristianos perseguidos del pasado y del presente.
El Foxe’s Book of Martyrs es una compilación histórica que utilizaremos en esta sección. Visita
también los sitios web de organizaciones como Voice of the Martyrs (www.persecution.com) e
International Christian Concern (www.persecution.org) para encontrar muchos relatos de
cristianos que están sufriendo en la actualidad por Cristo en todo el mundo.
Muchos cristianos fieles están muriendo por Jesucristo; hermanos y hermanas cuyas vidas y
muertes traen gran gloria a Dios al afirmar el credo de Pablo: «El vivir es Cristo, y el morir es
ganancia» (Fil 1:21). ¡Qué burla contra estos santos es predicar que los cristianos no deberían
sufrir! Esto es predicar que los apóstoles, la iglesia primitiva, y la iglesia perseguida a través de
los años sufrieron en vano. Por el contrario, estos cristianos son las mejores expresiones del
espíritu de Cristo. Necesitamos aprender de sus vidas.
Comencemos con uno de los padres de la iglesia primitiva, Policarpo. Él fue el obispo de
Esmirna en el siglo II d. C. Aquí tenemos un relato de la conclusión de su juicio por parte de las
autoridades romanas en el cual se lo había acusado de ser un seguidor de Cristo:

El procónsul luego le insistió, diciendo: “Maldice, y te liberaré; niega a Cristo».


Policarpo respondió: «Ochenta y seis años le he servido, y nunca me ha decepcionado;
¿cómo, pues, voy a blasfemar de mi Rey, quien me ha salvado?» iv.

Este gran cristiano se sometió con calma a su ejecución en vez de traicionar a Cristo. La
historia del imperio romano incluye numerosos relatos similares. Por ejemplo, setenta años más
tarde, en Roma misma, había una mujer llamada Cecilia. Ella renunció a las comodidades de una
familia respetable, no solo creyendo en Cristo, sino también trayendo con entusiasmo a otros
hacia él, aun si eso podía ocasionar su muerte.

Ella convirtió a su esposo y su hermano, quienes fueron decapitados; y el Maximus, el


oficial que los llevó a la ejecución, al convertirse gracias a ellos, sufrió el mismo destino.
La mujer fue puesta desnuda en una bañera con agua hirviendo, y habiendo
permanecido allí un tiempo considerable, su cabeza fue cortada con una espada, 222 d.
C.v.

Cristianos fieles sufrieron castigos espantosos por Jesús en nuestra propia África amada.
«Saturnino, un sacerdote de Albitina, un pueblo de África, luego de ser torturado, fue enviado a
prisión, y allí murió de hambre. Sus cuatro hijos, luego de ser torturados de diversas formas,
compartieron el mismo destino que su padre» vi. Podríamos continuar indefinidamente con los
testimonios de cristianos que murieron por Cristo a lo largo de los años y en todo el mundo. Este
registro histórico requiere una respuesta de nuestra parte. ¿Estos santos estaban equivocados al
sufrir por el evangelio?
Mientras lees esto, muchos de tus hermanos y hermanas están sufriendo persecución por
causa de su fe en Cristo. Para millones de cristianos en Asia, Nigeria, Sudán y muchos estados
islámicos, la muerte por su fidelidad a Cristo es una posibilidad real. De hecho, el terrorismo
islámico ha llevado la posibilidad del martirio por Cristo a cualquier calle del mundo. Piensa en
los cristianos que fueron seleccionados y brutalmente asesinados en Garissa University College
recientemente en Kenia. Fue escalofriante escuchar que hermanos y hermanas, estando reunidos
para orar, fueron abatidos por gente malvada. Pero mientras anhelamos el día en que ya no exista
tal horror, no deshonremos a estos mártires cristianos olvidando que han obtenido muchísimo
más de lo que han perdido.
El autor de Hebreos escribió lo siguiente sobre tales hombres y mujeres:
Por la fe, todos ellos murieron sin haber recibido lo que se les había prometido, y sólo
llegaron a ver esto a lo lejos; pero lo creyeron y lo saludaron, pues reconocieron que
eran extranjeros y peregrinos en esta tierra. Porque los que dicen esto, claramente dan a
entender que buscan una patria; pues si hubieran estado pensando en la patria de donde
salieron, tiempo tenían para volver. Pero ellos anhelaban una patria mejor, es decir, la
patria celestial. Por eso Dios no se avergüenza de llamarse su Dios; al contrario, les ha
preparado una ciudad (Heb 11:13-16).

¿Qué tipo de enseñanza prepara a las personas comunes para permanecer firmes y enfrentar
ese final? La predicación de la prosperidad deja a los cristianos impedidos de entender el sentido
del lugar central del sufrimiento en la vida de aquellos que siguen a Cristo. Deja a hombres y
mujeres impotentes y confundidos frente a la pobreza y el dolor. Solamente la esperanza genuina
y la gloria del evangelio de Jesucristo permiten a los cristianos entender la persecución y el dolor
hoy. Como un mártir por el evangelio en el siglo XX, Jim Elliot, dijo esta famosa frase: «No es
tonto el que entrega lo que no puede guardar para ganar aquello que no puede perder».

Conclusión
Pensemos en los ejemplos de Jesucristo, los apóstoles y los cristianos que han sufrido a lo
largo de los siglos. Luego observemos el ejemplo y el mensaje de los predicadores del evangelio
de la prosperidad. Tenemos ante nosotros el billete genuino del evangelio de Cristo y sus siervos;
por tanto, podemos identificar y rechazar el fútil y falso evangelio de la prosperidad.

________________
i Gordon Fee, The Disease of the Health and Wealth Gospels (Regent College Publishing:
Vancouver, 2006), 8.
ii Si te han enseñado que este texto significa que la pobreza y el sufrimiento de Cristo nos han
comprado una vida en la cual no sufriremos, por favor lee el capítulo 1 sobre las
malinterpretaciones de la Biblia.
iii Este texto proviene del himno «Am I a Soldier of the Cross de Isaac Watts».
iv John Foxe, Foxe’s Book of Martyrs (Peabody: Hendrickson, 2004), 14.
v Ibíd., 19.
vi Ibíd., 36.
CAPÍTULO 4

El sufrimiento
Kenneth Mbugua
Por lo tanto, no nos desanimamos. Y aunque por fuera nos vamos desgastando, por
dentro nos vamos renovando de día en día. Porque estos sufri mientos insignificantes y
momentáneos producen en nosotros una gloria cada vez más excelsa y eterna. Por eso,
no nos fijamos en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las cosas que se
ven son temporales, pero las que no se ven son eternas (2 Corintios 4:16-18).

Vivimos en un mundo lleno de sufrimiento. Terremotos, huracanes, inundaciones, hambre y


guerra destruyen vidas, hogares, comunidades y naciones. A nivel personal, ¿quién no está
familiarizado con el dolor del rechazo, la traición y el conflicto? Diariamente somos vulnerables
a la amenaza del sufrimiento repentino: accidentes que pueden traernos pérdida y pesar en solo
un momento. Y vivimos expuestos al dolor de la enfermedad que lenta o repentinamente puede
llevarse nuestra vida y la vida de nuestros seres queridos. ¿Hay alguna duda de que vivimos en
un mundo quebrantado?
Desde que el sufrimiento entró en el mundo, hemos estado tratando de escapar. Hay pocas
búsquedas más naturales para los seres humanos que evitar el dolor y aumentar el placer.
Inventamos nuevos artefactos y estrategias con una promesa implícita: más placer, menos dolor.
Aspiramos a mejores empleos, más dinero, y mejor salud. Buscamos mejores relaciones, iglesias
más grandes, y pastores más motivadores. Nuestra búsqueda de más gozo y menos sufrimiento
está en la raíz de muchos aspectos de la actividad humana. ¿La Biblia condena esta búsqueda?
No, pero corrige nuestra comprensión del sufrimiento y nos provee el único camino al gozo,
mediante el sufrimiento.
La predicación de la prosperidad es popular porque apunta a este deseo humano más básico.
Pero ofrece una solución al sufrimiento que es contraria a la Biblia, engañosa y, en última
instancia, perjudicial para quienes la siguen. Y en vez de salvar personas, esta falsa solución deja
a muchos desanimados, desilusionados, y resentidos con Dios y su pueblo. El evangelio de la
prosperidad no es la solución que Dios ha dado para nuestro sufrimiento; no es la buena noticia.
En este capítulo observaremos específicamente lo que Dios nos enseña sobre el sufrimiento y
cómo esto contradice al atrayente pero fraudulento escape del evangelio de la prosperidad.

Entendamos el sufrimiento
Existen tres preguntas esenciales que harían los ganaderos africanos si encontraran una vaca
atrapada en una zanja: ¿cómo fue a parar la vaca ahí? ¿Cómo podemos sacarla? Y, ¿cómo
podemos impedir que la vaca vuelva a la zanja? De manera similar, para entender la solución que
provee Dios para el problema del sufrimiento, necesitamos entender por qué existe el
sufrimiento, cuál es la única manera de lidiar con él, y cómo podemos evitar la recurrencia.
Hubo un tiempo cuando no había sufrimiento, pero el pecado —nuestro rechazo a Dios—
introdujo el dolor en este mundo. Y en el futuro, habrá una era en la que nuevamente no habrá
sufrimiento. ¿Cuál es la bisagra de esta división? Cristo vino a lidiar con nuestro pecado y todas
sus consecuencias muriendo en la cruz, derrotando a la muerte en la resurrección, y ascendiendo
al cielo. Su sufrimiento físico y espiritual en la cruz por nosotros ha pagado totalmente la pena
por nuestro pecado, comprando nuestra completa redención junto con la restauración de la
creación. Su sangre ha conseguido todo lo necesario para la formación de un nuevo cielo y una
nueva tierra, eternamente libres de sufrimiento (Ro 8:18-25).
Si no entendemos por qué existe el sufrimiento, lo que Dios ha hecho acerca del tema, y lo
que significa para nosotros, seremos vulnerables a falsas soluciones. A un gran costo, Dios ha
provisto una solución eterna a nuestro problema del pecado y sus dolorosas consecuencias. Pero
esta buena noticia ha sido seriamente dañada y distorsionada por los predicadores del evangelio
de la prosperidad.

El origen del sufrimiento


Los primeros capítulos de la Biblia nos cuentan que Dios hizo todas las cosas de la nada. Él
fue el creador, diseñador y constructor. Y lo que hizo era muy bueno (Gn 1:31). Esa calidad de
bueno original incluía al ser humano como creación de Dios. El hombre y la mujer estaban en
paz con Dios, el uno con el otro, y con el resto de la creación. Todo estaba bien hasta que el ser
humano decidió que Dios no era suficiente.
En Génesis 3, Adán y Eva desobedecieron a Dios. Él les había dicho: «Puedes comer de todo
árbol del huerto, pero no debes comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, porque el
día que comas de él ciertamente morirás» (Gn 2:16-17). Dios había advertido claramente a Adán
y Eva que el resultado de elegir alejarse de él sería el sufrimiento. Pero, convencidos por la
serpiente de que podrían hallar satisfacción fuera de su relación con Dios, ignoraron la
advertencia de Dios y se lanzaron al pecado.
Fueron por más y encontraron que era menos. Se tomaron de la sabiduría y descubrieron que
era insensatez. Buscaron placer, pero hallaron dolor. El sufrimiento entró al mundo cuando el ser
humano buscó placer y propósito fuera de Dios. Inmediatamente después de que el hombre y la
mujer desobedecieran el mandato de Dios, su mundo se trastornó. Tenían miedo y estaban
avergonzados —sentimientos extraños que nunca habían tenido antes. Este fue el origen del
sufrimiento: entró en el mundo por la puerta del pecado.
Adán y Eva rompieron su comunión con Dios y en breve Dios les explicó algunas de las
consecuencias.

A la mujer le dijo: «Aumentaré en gran manera los dolores cuando des a luz tus hijos. Tu
deseo te llevará a tu marido, y él te dominará». Al hombre le dijo: «Puesto que accediste
a lo que te dijo tu mujer, y comiste del árbol de que te ordené que no comieras, maldita
será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Te
producirá espinos y cardos, y comerás hierbas del campo. Comerás el pan con el sudor
de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste tomado; porque polvo eres,
y al polvo volverás» (Gén. 3:16-19).

Observa los diferentes aspectos del sufrimiento involucrados aquí. Hay un dolor físico
intenso. Las luchas relacionales invaden la cooperación natural del hombre y la mujer. La obra
de la vida se vuelve una labor agobiante. La tierra misma compartirá la corrupción del hombre,
combatiendo los esfuerzos del hombre por ser productivo. Y, lo peor de todo, existe un final. Con
el pecado del hombre viene la muerte.
¿Qué solución podría haber para semejante maldición universal y demoledora? Uno de los
problemas de la solución del evangelio de la prosperidad es que es muy similar a la causa del
problema. Adán y Eva estaban insatisfechos con lo que tenían en Dios, y buscaron placer fuera
de su relación con Dios y aparte de lo que él les había prometido. De modo similar, el evangelio
de la prosperidad, en vez de proclamar que Dios es más que suficiente, nos invita a buscarlo para
obtener placeres materiales adicionales.
La fuente de placer en el evangelio de la prosperidad no es Dios mismo, sino las cosas que
Dios puede conseguirnos. Pero así como Adán y Eva buscaron placer y encontraron dolor, las
promesas de satisfacción del evangelio de la prosperidad terminan en un vacío. ¿Por qué? Porque
nos alejan de Dios para hallar satisfacción, así como el diablo alejó de Dios al primer hombre y la
primera mujer. Lo que perdieron ese día fue su relación con Dios; y estar separados de él es la
definición de la muerte. La reconciliación con Dios es lo que Jesús llama vida (Jn 17:3). No
puedes resolver el problema del sufrimiento repitiendo el pecado que lo causó.
Cuando Adán y Eva sintieron el aguijón de la vergüenza que su pecado había traído al
mundo, ¿qué hicieron al respecto? «En ese instante se les abrieron los ojos a los dos, y se dieron
cuenta de que estaban desnudos; entonces tejieron hojas de higuera y se cubrieron con ellas» (Gn
3:7). Intentaron cubrirse con su propia solución. Y esta es la deficiencia de los predicadores de la
prosperidad; solamente nos ofrecen soluciones terrenales. Nos dirigen a los mismos abrevaderos
y cisternas rotas que el mundo está buscando: empleos, casas, relaciones, salud, etc. (Jer 2:13).
Nos dicen que busquemos en los mismos abrevaderos, pero que beberemos de ellos a través de
Dios.
Que no te engañen. Las satisfacciones terrenales del evangelio de la prosperidad son como las
hojas de higuera de Adán y Eva que cubrieron temporalmente su vergüenza sin lidiar con ella.
Las soluciones materiales del ser humano son incapaces de lidiar con los problemas que provocó
su impiedad. Para lidiar adecuadamente con el problema del sufrimiento, uno tiene que lidiar con
el pecado y la alienación de Dios.
Ya en Génesis 3 podemos ver la solución de Dios al problema del pecado y sus
consecuencias. En medio de la caída del hombre, emergió el evangelio. Dios nos mostró en
Génesis 3 que el ser humano necesita un sacrificio, un sustituto, y un salvador para resolver su
problema del pecado y el sufrimiento. Cuando Dios maldijo a la serpiente, dijo: «Yo pondré
enemistad entre la mujer y tú, y entre su descendencia y tu descendencia; ella te herirá en la
cabeza, y tú le herirás en el talón» (Gn 3:15). Desde los comienzos del cristianismo, el pueblo de
Dios ha entendido esta promesa de la descendencia de Eva hiriendo la cabeza de la serpiente
como la primera profecía del Mesías.
¿Pero de qué manera podría un Mesías salvar al ser humano? «Luego Dios el Señor hizo
túnicas de pieles para vestir al hombre y a su mujer» (Gn 3:21). Al parecer Dios mató un animal
para que esta bestia sacrificada pudiera cubrir la vergüenza del hombre y la mujer, el resultado de
su pecado. Aquí vemos la primera señal del principio bíblico de que el problema del pecado es
tan grande que requiere una expiación sacrificial (Heb 9:22). Dios enviaría a su Hijo para nacer y
vivir como un hombre y morir como el sustituto sacrificial, cargando con la ira de Dios por
nuestro pecado sobre la cruz por nosotros. Esta es la solución de Dios al problema del pecado y
es perfecta. Es la única solución que funcionará.
La solución de Dios lidia con nuestro sufrimiento porque comienza con su causa: el pecado.
La solución a nuestro sufrimiento no se encuentra en cosas que conseguimos de Dios, se
encuentra en reconciliarnos con Dios. En la comunión con Dios hay un gozo completo (Sal
16:11); esto es lo que el pecado ha arruinado y lo que Cristo ha restaurado. Pero mientras
esperamos que se complete nuestra restauración en nuestros cuerpos resucitados en la era
venidera, ¿cómo podemos entender las consecuencias persistentes del pecado que aún
permanecen en este mundo quebrantado?

La promesa de Dios de restauración


Dios ha revertido la maldición. Merecidamente maldijo a las personas por causa de su
rebelión (Gn 3:16-19) y la maldición afecta nuestros cuerpos, relaciones, vocaciones, y el
ambiente. Pero el plan de restauración de Dios realizado en Cristo es tan completo como la
maldición. El plan perfecto de redención y restauración está casi terminado y nuestra fe en Dios
para completarlo puede sostenernos aun cuando sufrimos en esta era todavía no redimida y
rebelde.
Primero, la restauración venidera de nuestros cuerpos concede gozo a los cristianos que están
cerca de la muerte: «Pues así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán
vivificados» (1Co 15:22). Pablo reveló la naturaleza de este cuerpo restaurado. «Lo que se
siembra en corrupción, resucitará en incorrupción; lo que se siembra en deshonra, resucitará en
gloria; lo que se siembra en debilidad, resucitará en poder. Se siembra un cuerpo animal, y
resucitará un cuerpo espiritual» (1Co 15:42-44). Antes de que nuestros cuerpos sean restaurados,
Cristo actúa como el prototipo y la garantía de nuestra resurrección. Como él, en la muerte
entregamos lo temporal para recibir lo eterno.
Segundo, en Cristo podemos ver las primeras señales de la restauración de nuestras relaciones
mutuas. El pecado contamina el vínculo del matrimonio con egoísmo y celos. En la primera
familia, un hermano incluso asesinó a su hermano en un ataque de furia por envidia. Y así ha
sido desde entonces. Pero en Cristo podemos y debemos comenzar a reemplazar el orgullo con la
humildad y servirnos mutuamente (Fil 2:1-4). Cuando esto ocurre, es una señal de lo venidero.
Nuestro Mesías es el Príncipe de Paz y su reinado en la era venidera será definido por esa paz (Is
9:6-7). Así que mientras luchamos para vivir hoy en la paz de nuestro salvador en vez de seguir
nuestros corazones contenciosos, nos aferramos a las promesas de Dios cuyo reino venidero de
paz nunca terminará.
Además de prometer paz en el Antiguo Testamento, Dios continuamente promete restaurar el
destino de Israel. Por ejemplo, esta fue su promesa a través del profeta Amós :
Vienen días en que los que aran alcanzarán a los que siegan, y los que pisan las uvas
alcanzarán a los que siembran. Los montes destilarán mosto, y todas las colinas se
derretirán… Haré volver del cautiverio a mi pueblo Israel, y ellos reconstruirán las
ciudades destruidas y volverán a habitarlas; plantarán viñas, y de ellas beberán el vino,
y plantarán huertos, y de ellos comerán su fruto (Am 9:13-14).

Esta profecía vino luego de un mensaje aterrador de juicio y otorgó a sus oyentes originales
una idea real de cómo Dios restauraría a su pueblo. Pero el mensaje también es para el pueblo de
Dios a lo largo de la historia. Todavía falta que llegue el día de restauración total. Un día se
acabarán las luchas que el hombre ha tenido en su trabajo. Donde ha experimentado fracaso y
esfuerzo, experimentará éxito y placer. Esta es una de las promesas del reino venidero. Cuando
nuestros mejores esfuerzos en la tierra parecen fracasar, podemos recordar que nuestra lucha es
temporal pero la satisfacción gozosa que recibiremos jamás se acabará.
Como parte del plan de redención de Dios, toda la creación será restaurada de su actual
estado corrompido. El mundo será restaurado a una belleza que incluso superará la de su pureza
original. Y es el plan de Dios que la restauración de la creación surja de la salvación y la libertad
del pueblo de Dios en Cristo.
Porque la creación aguarda con gran impaciencia la manifestación de los hijos de Dios.
Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino porque así lo
dispuso Dios, pero todavía tiene esperanza, pues también la creación misma será
liberada de la esclavitud de corrupción, para así alcanzar la libertad gloriosa de los
hijos de Dios (Ro 8:19-21).

¿Por qué la Biblia está llena de promesas de Dios de restaurar y perfeccionar nuestros
cuerpos, relaciones, vocaciones y entorno? Él sabe que necesitamos esta esperanza segura, y las
señales que de ella vemos ahora, para sostenernos en la corrupción y el pecado que permanece.
La solución de Dios a nuestra lucha con el sufrimiento es la única completa y duradera. Al
perseverar fielmente a través de épocas de sufrimiento, comenzamos a experimentar las
bendiciones que serán nuestras en la era venidera. En el reino venidero de Cristo, prosperaremos
para siempre en su divina bendición y gloria. La solución de Dios no es un consuelo temporal,
sino un plan eterno en el que ha estado trabajando desde el comienzo de los tiempos. El pueblo
de Dios puede ver que él sigue desplegándolo, y saben que lo completará; el pueblo de Dios y el
mundo serán completamente restaurados.

El ya pero todavía no
Como puedes ver, las promesas de Dios a su pueblo son simultáneamente presentes y futuras.
Muchos predicadores del evangelio de la prosperidad usan algunos de los versículos
mencionados anteriormente para «demostrar» lo que los cristianos pueden tener ahora. El error
de su predicación no está en aquello que los cristianos recibirán, sino en cuándo lo recibirán.
Esos predicadores cambian la cronología de Dios y por tanto distorsionan el plan de Dios de
restauración.
Cuando Pablo escribió a la iglesia en Corinto, los reprendió por su malinterpretación de las
bendiciones en Cristo. «Ustedes ya están satisfechos. Ya son ricos, y aun sin nosotros reinan.
¡Pues cómo quisiera yo que reinaran, para que también nosotros reináramos juntamente con
ustedes!» (1Co 4:8). Pablo contrastó la actitud arrogante de ellos con la humildad y la pobreza de
los apóstoles. Los cristianos corintios estaban actuando como si las bendiciones que Dios ha
prometido para el mundo venidero ya les hubieran pertenecido.
Si estás en Cristo, entonces todas las promesas de Dios son tuyas en él (2Co 1:20). Pero como
vivimos entre la primera y la segunda venida de Jesucristo, todavía aguardamos la consumación
final del plan de Dios y, por tanto, la bendición completa de estar en Cristo. Cuando Pablo
escribe sobre la gloria que es nuestra en Cristo, él mira hacia el futuro. Él enseñó a los romanos
que «las aflicciones del tiempo presente en nada se comparan con la gloria venidera que habrá de
revelarse en nosotros» (Ro 8:18). En caso de que pasáramos por alto la orientación futura,
añadió: «Porque con esa esperanza fuimos salvados. Pero la esperanza que se ve, ya no es
esperanza, porque ¿quién espera lo que ya está viendo? Pero si lo que esperamos es algo que
todavía no vemos, tenemos que esperarlo con paciencia» (Ro 8:24-25). Seremos liberados de
todo sufrimiento en Cristo; es verdad. Pero recibiremos esta bendición al final de esta era y con el
cumplimiento del plan de Dios.
No existen soluciones completas para nuestro sufrimiento en este mundo. Pero tampoco hay
contradicción entre nuestro sufrimiento actual y nuestra seguridad de que Dios le pondrá fin a
todo nuestro sufrimiento.
Por lo tanto, no nos desanimamos. Y aunque por fuera nos vamos desgastando, por
dentro nos vamos renovando de día en día. Porque estos sufri mientos insignificantes y
momentáneos producen en nosotros una gloria cada vez más excelsa y eterna. Por eso,
no nos fijamos en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las cosas que se
ven son temporales, pero las que no se ven son eternas (2 Co 4:16-18).

El pueblo de Dios soporta el sufrimiento sobre esta tierra porque se aferra a la esperanza que
Dios ha puesto en ellos. Ellos son justificados, salvados y bendecidos ahora. Y esa seguridad les
permite regocijarse a través del sufrimiento porque saben que pronto Dios le pondrá fin a todo su
sufrimiento. Las bendiciones de Dios ahora nos aseguran una bendición mucho mayor que
todavía no tenemos.

El propósito de Dios para el sufrimiento


Por tanto, la afirmación de los predicadores de la prosperidad de que nuestro sufrimiento
nunca es la voluntad de Dios es refutada reiteradamente en la Biblia. No debemos permitir que el
sufrimiento lleve a las personas a temer y a dudar porque sus predicadores no las han preparado
para entenderlo. Los cristianos no necesitan tener miedo al sufrimiento no sólo porque un día
terminará, sino también porque Dios es soberano y lo usa para bendecir a sus hijos.
Observaremos más este tema en un capítulo posterior, pero notemos ahora algunas razones
por las cuales el sufrimiento no solo es temporal, sino también una bendición. Primero, Dios
aumenta nuestra fe en el sufrimiento. Pedro, explicando la futura orientación del pueblo de Dios,
enfatizó esto:

Por su gran misericordia y mediante la resurrección de Jesucristo nos ha hecho nacer de


nuevo a una esperanza viva, para que recibamos una herencia incorruptible,
incontaminada e imperecedera. Esta herencia les está reservada en los cielos a ustedes,
que por medio de la fe son protegidos por el poder de Dios, para que alcancen la
salvación, lista ya para manifestarse cuando llegue el momento final. Esto les causa gran
regocijo, aun cuando les sea necesario soportar por algún tiem po diversas pruebas y
aflicciones; pero cuando la fe de ustedes sea puesta a prueba, como el oro, habrá de
manifestarse en alabanza, gloria y honra el día que Jesucristo se revele (1P 1:3-7).

¿Ves cómo la actitud de todo-ahora del evangelio de la prosperidad en realidad rechaza la


sabiduría mucho mayor del plan de Dios? Al perseverar a través del sufrimiento, mirando hacia
el futuro, aumenta realmente nuestra fe de una forma que glorifica a Dios de manera perdurable.
Los cristianos no están exentos del sufrimiento; definitivamente lo experimentarán y deberían
alegrarse en él. Mira lo que Pedro continuó diciendo:

Amados hermanos, no se sorprendan de la prueba de fuego a que se ven sometidos,


como si les estuviera sucediendo algo extraño. Al contrario, alégrense de ser partícipes
de los sufrimientos de Cristo, para que también se alegren grandemente cuando la gloria
de Cristo se revele. ¡Bienaventurados ustedes, cuando sean insultados por causa del
nombre de Cristo! ¡Sobre ustedes reposa el glorioso Espíritu de Dios! (1P 4:12-14).

Participar en los sufrimientos de Jesucristo, como lo entendió Pablo, es participar en su


resurrección y gloria (Fil 3:10). Esto es lo que Jesús había enseñado en el Sermón del Monte (Mt
5:10-12) y sus discípulos pusieron en práctica posteriormente. Luego de ser azotados por
predicar el evangelio, salieron «felices de haber sido dignos de sufrir por causa del Nombre»
(Hch 5:41). El escape del sufrimiento ahora es un mensaje falso que desvía a los cristianos del
plan de Dios y su bendición. En vez de seguir el evangelio de la prosperidad, deberíamos seguir
la Palabra de Dios que nos alienta: «Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando estén
pasando por diversas pruebas. Bien saben que, cuando su fe es puesta a prueba, produce
paciencia. Pero procuren que la paciencia complete su obra, para que sean perfectos y cabales,
sin que les falta nada» (Stg 1:2-4).
Cuando los predicadores de la prosperidad enseñan que el sufrimiento nunca es la voluntad
de Dios, socavan todas las cosas que Dios puede hacer en nuestras vidas a través del dolor. Él
está en control de nuestro sufrimiento temporal en este mundo y lo usa para fortalecer nuestra fe.
Este sufrimiento es a tal grado parte de su buen plan para nosotros que Dios nos dice que nos
alegremos en él. Cuando sufrimos por Dios, mostramos nuestra comunión y participación con
Cristo Jesús. Eso realmente es motivo de gozo y un fundamento evangélico de esperanza segura
ofrecida.

Conclusión
En este mundo sufrimos por causa del pecado. Una vez que lo entendemos, no debemos
buscar soluciones al sufrimiento que evitan su raíz. Dios tiene un plan de redención en el cual ha
tratado para siempre el problema del pecado y sus consecuencias dolorosas. Jesucristo cargó con
el castigo que merecíamos por nuestros pecados cuando sufrió en la cruz para que nosotros no
tuviéramos que sufrir eternamente en el infierno.
Dios ha revertido la maldición y la ha reemplazado con restauración. Ahora vemos señales de
esta restauración, pero no estará completa hasta que Cristo regrese y finalice esta era para
llevarnos a la próxima. Nuestra seguridad en Cristo de que Dios removerá permanentemente el
sufrimiento nos da esperanza incluso en medio del dolor. De hecho podemos aun regocijarnos en
el sufrimiento porque aumenta nuestra fe y fortalece nuestra comunión con Jesucristo. Sufrir
ahora es parte del plan de Dios al llevarnos hacia el cumplimiento de su obra de restauración en
la cual nuestro sufrimiento cesará. Esta es la sabiduría de Dios y es una eterna buena noticia.
CAPÍTULO 5

El verdadero evangelio
Conrad Mbewe
Esta palabra es fiel y digna de ser recibida por todos: Cristo Jesús vino al mundo para
salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero (1 Timoteo 1:15).

Una de las mayores maravillas del mundo ha sido la difusión del cristianismo. Desafiando al
poder y la persecución, la fe cristiana se ha difundido y continúa difundiéndose alrededor de
todo el mundo, uniendo a personas de toda raza y cultura. Muchos otros movimientos han
comenzado en la historia y no han llegado a nada. Gamaliel esperaba que ocurriera lo mismo con
el cristianismo cuando dio su consejo al Sanedrín (Hch 5:34-39).
Pero la fe cristiana, que una vez fue el credo de unas pocas personas en Jerusalén y Judea, es
recibido y predicado en África, Corea y Sudamérica. Y esto está ocurriendo a pesar de la fuerte
oposición que los cristianos han soportado desde el primer siglo hasta el siglo XXI.
Particularmente, los misioneros y predicadores a menudo han pagado un alto precio por
compartir lo que conocen simplemente como la buena noticia. Sin duda, uno podría preguntar:
¿por qué es así? ¿Qué es lo que estimula este movimiento y lo hace imparable, contra toda
predicción?
La buena noticia ciertamente está en el corazón de esto. Los cristianos sabemos que tenemos
la mejor noticia, la más importante y la más gozosa en el universo: que «Cristo Jesús vino al
mundo para salvar a los pecadores» (1Ti 1:15). Evangelio es una antigua palabra que
simplemente significa buena noticia; eso significa la palabra usada en el Nuevo Testamento,
evangelion. Nuestro mensaje de salvación a través de Jesucristo es una buena noticia, y no
podemos ni debemos guardarla solo para nosotros.
Además, por nuestro bien y por el bien de quienes todavía no han creído, no nos atrevemos a
perder de vista el verdadero evangelio. En Jesucristo mismo se nos recuerda lo que hace que esta
noticia sea tan buena: su identidad, su interés y su intervención.

La identidad de nuestro Salvador


El mensaje cristiano es la mejor noticia en el universo, primero, por causa de la identidad del
Salvador. Jesucristo dijo: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por
mí» (Jn 14:6). No somos salvos por Mahoma, o Buda, o la Virgen María, o algún otro líder
religioso, incluso dentro del cristianismo. Tampoco es a través de un espíritu ancestral africano,
sino que solamente a través de Jesucristo podemos ser arrebatados del pecado y del infierno y en
su lugar recibir la gracia y el cielo. ¿Pero quién es este Jesús que hace una afirmación tan
formidable?
Primero, es el Mesías (Cristo) prometido sobre quien profetizaron y escribieron los profetas
del Antiguo Testamento —la esperanza para el pueblo de Israel y el mundo. Observa lo que dicen
el Salmo 2 y el 45 sobre el poder y la autoridad únicos del Mesías. Mientras tanto, Génesis 49:10
declara que nacería de la tribu de Judá en la nación de Israel. En Isaías 7:14 oímos el misterio de
que nacerá de una virgen, mientras que Miqueas 5:2 nos provee el lugar exacto de nacimiento:
Belén. Y en muchos pasajes de las Escrituras vemos que este Mesías será un miembro de la
familia de David (p. ej., Is 11). Lo más sorprendente es que Isaías 53 nos cuenta que sufriría
terriblemente, moriría por nosotros, y se levantaría de entre los muertos. Existe solo una persona
en la historia que cumplió todas estas profecías, escritas cientos de años antes de su
cumplimiento. Ese fue Jesucristo.
Los escritores de los evangelios en el Nuevo Testamento no quieren que pases por alto la
importancia de esto. Así escribió Mateo varias veces acerca del tiempo de Jesús en la tierra: «Esto
sucedió para que se cumpliera lo dicho por el profeta». ¡Increíble! Jesús mismo una vez se puso
de pie en una sinagoga, leyó del profeta Isaías, y anunció que el texto, de hecho, se trataba de él
(Lc 4:16-21).
Imaginen cuán impactante debió haber sido esto para quienes estaban escuchando. En otra
ocasión, Jesús reprendió a sus discípulos por no poder ver todo lo que el Antiguo Testamento
había dicho sobre él, incluyendo el hecho de que sufriría, moriría y sería levantado de entre los
muertos (Lc 24:25-27; 44-47). Pablo se refiere a este mismo Jesús cuando dice: «Cristo Jesús
vino al mundo para salvar a los pecadores». Él es la persona que está siendo proclamada al
mundo.
No pases por alto la importancia de esas tres palabras: vino al mundo. A diferencia de todos
los falsos mesías y líderes decepcionantes que prometen mucho y cumplen poco, Jesucristo no es
de este mundo. La Biblia enseña que este Jesucristo no solo es el mayor hombre, sino también es
Dios. Él es la encarnación de la segunda persona de la bendita Santa Trinidad, el Hijo de Dios.
Todos los evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) incluyen este mensaje y el apóstol Juan
comienza su evangelio con estas palabras:

En el principio ya existía la Palabra. La Palabra estaba con Dios, y Dios mismo era la
Palabra. La Palabra estaba en el principio con Dios. Por ella fueron hechas todas las
cosas. Sin ella nada fue hecho de lo que ha sido hecho… Y la Palabra se hizo carne, y
habitó entre nosotros, y vimos su gloria (la gloria que corresponde al unigénito del
Padre), llena de gracia y de verdad (Jn 1:1-3; 14).

En ambos extremos de la vida terrenal de Jesús, quedó muy claro que él es el Hijo de Dios.
Antes de que naciera, un ángel le dijo a María que aquel que nacería de su vientre sería el Hijo de
Dios (Lc 1:35). Y al final de su vida, cuando respiró por última vez y murió en la cruz, el soldado
que estuvo al lado y testificó de su muerte confesó: «¡En verdad, éste era Hijo de Dios!» (Mt
27:54). En caso de que pasáramos por alto el punto, Dios el Padre anunció dos veces desde el
cielo que Jesús era su Hijo (Mt 3:17 y 17:5).
¿Por qué la identidad de Jesucristo es una noticia tan buena? Más allá de cuán grande pueda
ser tu problema con el pecado, el Omnipotente ha venido al mundo para salvarte. Si Jesús fuera
un simple ser humano desespe raríamos porque ese salvador no sería suficientemente poderoso;
tendría sus propios pecados, faltas, y debilidades que superar antes de siquiera intentar
rescatarnos de nuestros pecados. Pero Cristo es el Hijo de Dios, santo, sin pecado y
todopoderoso. ¿Habrá algo demasiado difícil para él? (Lc 18:27). El que creó este vasto universo
de la nada y lo sostiene con su mano todopoderosa; ¿es incapaz de lidiar con las cadenas del
pecado que nos mantienen en esclavitud? No, él no es incapaz. Una vez que oye nuestro clamor
y entra en acción, las cadenas más fuertes del pecado ceden más rápido que las telarañas al
acercarse una llama. ¡Alabado sea el Señor!

El interés del Salvador


En segundo lugar, lo que hace que el mensaje cristiano sea la mejor noticia es el interés del
salvador. Como ya fue citado, Pablo escribió bajo inspiración del Espíritu que «Cristo Jesús vino
al mundo para salvar a los pecadores». Esto no es solo una gran noticia; es una noticia
impactante.
Nuestra conciencia nos dice que Dios es santo, así que, ¿cómo podría el Hijo de Dios venir al
mundo buscando comunión con pecadores? Esto es lo que confundió a los fariseos. Ellos
esperaban que Jesús (aunque pensaban que era solo un maestro) rechazara a los pecadores, pero
para su sorpresa los buscó y los recibió. Lucas nos cuenta: «Todos los cobradores de impuestos y
pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas comenzaron a
murmurar, y decían: “Éste recibe a los pecadores, y come con ellos”» (Lc 15:1-2). Sin embargo,
Jesús no se disculpó por esto. Más bien, respondió diciendo: «Los que están sanos no necesitan
de un médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar al arrepentimiento a los justos, sino a
los pecadores» (Lc 5:31-32).
El gran interés de Jesús en salvar pecadores también es sorprendente porque la ley que
quebrantamos cada vez que pecamos es de Dios mismo. Él es la parte ofendida. ¿Cuándo fue la
última vez que escuchaste de una persona ofendida que se desvía de su camino para ir a bendecir
a su ofensor? En mis años de pre-adolescente, a menudo me involucraba en travesuras infantiles.
Como resultado, recuerdo que a menudo entraba en pánico al ver un policía. Mi conciencia
siempre me hacía pensar que el policía me estaba mirando a mí; rápidamente encontraba una
manera de escaparme de su vista. Así es como debería reaccionar nuestra conciencia cuando
pensamos acerca del Hijo de Dios viniendo al mundo. Sabemos que merecemos su castigo por
todos los pecados que hemos cometido contra él. Pero, sorprendentemente, Jesucristo vino al
mundo, no para castigar a los pecadores, sino para salvarlos del pecado (Jn 3:17).
Permitamos que esta verdad penetre en nuestro ser. Jesús no vino por los justos. Vino por los
pecadores. La razón por la que Dios puede estar interesado en el bienestar de los pecadores es
que es misericordioso, amoroso y también lleno de gracia. La gracia está un poco más arriba que
la misericordia. La gracia es la misericordia mostrada por una parte ofendida hacia la persona que
la ha ofendido. Por ejemplo, si yo encontrara que una turba te está golpeando y luego yo te
rescatara de su ira, llamarías a eso misericordia. Es la empatía humana que me llevaría a ayudarte
a escapar de las garras de esa turba. Sin embargo, imaginemos que unos pocos días antes de este
evento desafortunado, tú habías venido a mi casa y habías roto todas mis ventanas con un bate
de cricket. Si luego yo te encontrara siendo golpeado por una turba, esperarías que yo me sumara
dándote una buena paliza. Sin embargo, si en cambio yo te rescato e incluso te llevo a un
hospital cercano y pago tus gastos médicos, eso es más que misericordia. Eso es gracia.
Dios actúa con gracia hacia los pecadores; incluso los peores pecadores. El apóstol Pablo se
presentó a sí mismo como un ejemplo de las personas que Jesucristo salva: «Cristo Jesús vino al
mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero» (1Ti 1:15). Pablo está
insistiendo en que él era el peor de los pecadores. Antes de su conversión, Pablo insultaba y
decía infamias contra Jesucristo, el Hijo de Dios. Hacía sufrir a los cristianos por causa de su fe
en el Señor Jesucristo. De hecho, cuando se convirtió, iba camino a Damasco para azotar y
apresar aún más cristianos.
Eso hacía que Pablo fuera un excelente ejemplo del interés de nuestro Salvador. «Pero por
esto fui tratado con misericordia, para que en mí, el primer pecador, Jesucristo mostrara toda su
clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna» (1Ti 1:16). Al tener
misericordia del mayor pecador, Dios quería alentar a otros pecadores a no huir de él sino a pedir
clemencia de una manera similar. Si Dios, en Cristo, puede perdonar a grandes pecadores como
Pablo, puede perdonar a pecadores como tú y yo.
Tal vez ese sea tu problema. En lo profundo, tú sabes que no se trata de más dinero o un
cuerpo saludable. Has pecado contra Dios profundamente y estás intentando evadir esa realidad.
Tal vez has asesinado a un bebé en tu vientre y tu conciencia te grita en la quietud de tu alma. Tal
vez hayas vivido una vida sexual inmoral y sabes que Dios conoce esto porque ve todo lo que
hacemos en secreto. Posiblemente has vivido tu vida defraudando a otras personas y esto vuelve
y te persigue, mientras miras insatisfecho todos tus bienes mal habidos.
Te preguntas: «¿Cómo puede Dios perdonar esto?». Ese es tu mayor problema. Bueno, la
buena noticia de la fe cristiana es que Dios está interesado en ti. Envió a su Hijo al mundo, no
para condenar al mundo, sino para que el mundo pudiera ser salvo a través de él (Jn 3:17).
¡Créelo! Él está interesado en tu salvación. Es por eso que esta es una noticia tan buena. Es casi
demasiado buena para ser verdad. Hay esperanza para ti a pesar de todos tus pecados. Aunque
merezcas el infierno, tú también puedes pasar la eternidad en el cielo.

La intervención del Salvador


Finalmente, el mensaje cristiano es la mejor noticia en el universo por causa de la
intervención del salvador. «Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores». Si una persona
necesita ser salvada, es porque está en problemas y no puede salvarse a sí misma. Alguien que
necesita salvación está imposibilitado y es incapaz de cambiar sus circunstancias. Sin alguien que
lo rescate, está abandonado a su destino.
Cuando pensamos en un rescate, podemos imaginarnos un equipo comando enviado al centro
del territorio enemigo a rescatar rehenes; o un helicóptero llevando salvavidas a alta mar para
rescatar individuos de un barco que se está hundiendo. Tal vez pensamos en un avión de las
Naciones Unidas que se dirige a una región azotada con hambruna para entregar comida e
insumos médicos básicos para familias hambrientas. En cada caso, las personas que reciben
ayuda no pueden ayudarse a sí mismas. Es imposible. Si no reciben el rescate, perecerán.
Jesucristo ha iniciado ese tipo de intervención. Pero el peligro no afecta solamente a asesinos
o ladrones; todos necesitamos ser rescatados de nuestro pecado. Justo al comienzo de la historia,
nuestros primeros padres, Adán y Eva, pecaron contra Dios al comer del árbol del que Dios les
había dicho que no comieran (Gn 3). Esta egocéntrica rebelión contra Dios tuvo consecuencias
que han llegado a todos y cada uno de sus descendientes, incluyéndote a ti y a mí. Desde
entonces, todos somos naturalmente pecadores.
Al igual que Adán y Eva, también nosotros hemos pecado, y «la paga del pecado es muerte»
(Ro 6:23). ¿Te ha salvado Jesús de las consecuencias de tu naturaleza pecaminosa y de tus
pecados? Si la respuesta es no, tu paga aún está pendiente. Es por eso que la Biblia dice: «Pero
los cobardes, los incrédulos, los abominables, los homicidas, los que incurren en inmoralidad
sexual, los hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde
con fuego y azufre, que es la muerte segunda» (Ap 21:8). Todos los pecadores no salvados
tendrán que pasar toda la eternidad en este lago de fuego.
El infierno es una separación permanente de Dios para aquellos que nunca se reconciliaron
con él. Nacemos egocéntricos y esclavizados a morales degradantes; estamos espiritualmente
muertos. Escribiendo a aquellos que recibieron la vida en Cristo, Pablo dice: «Estaban muertos en
sus delitos y pecados, los cuales en otro tiempo practicaron, pues vivían de acuerdo a la corriente
de este mundo… Hacíamos lo que nuestra naturaleza y nuestros pensamientos nos llevaban a
hacer. Éramos por naturaleza objetos de ira, como los demás» (Ef 2:1-3). Este es el estado de
pecado que nos hace necesitar tan desesperadamente un Salvador.
No podemos salvarnos a nosotros mismos. Si necesitáramos simplemente buena salud o una
abultada cuenta bancaria, podríamos habernos arreglado sin un salvador. Un maestro que enseña
buenos principios de higiene y economía a menudo ha resuelto el problema y, mediante esos
consejos, las personas han pasado de una salud arruinada a cuerpos saludables y de la pobreza a
la riqueza. ¿Crees que la pobreza y la enfermedad requerían una misión de rescate sacrificial del
Hijo de Dios? Necesitamos la intervención de un salvador porque sin ella sufriremos una muerte
eterna.
¿Cómo ha intervenido Jesucristo para salvarnos de esta situación desesperante? Fue mediante
su vida libre de pecado, su muerte sustitutiva en la cruz, y su triunfo sobre la muerte en la
resurrección. Este es el pináculo de la buena noticia de la fe cristiana. «A su debido tiempo,
cuando aún éramos débiles, Cristo murió por los pecadores» (Ro 5:6). Jesús, el Hijo de Dios,
vino a este mundo totalmente libre de pecado y obedeció perfectamente a Dios el Padre. La
muerte no tuvo absolutamente ningún derecho sobre él. Pero luego tomó sobre sí mismo nuestra
carga —nuestra culpa— y murió nuestra muerte sobre la cruz como nuestro sustituto. La Biblia
dice: «Al que no cometió ningún pecado, por nosotros Dios lo hizo pecado, para que en él
nosotros fuéramos hechos justicia de Dios» (2Co 5:21). Para mostrar que Dios estaba totalmente
satisfecho con su muerte en nuestro lugar, tres días más tarde, levantó a Jesús de entre los
muertos. Por eso, todos aquellos que creen en Jesús, aunque mueran, se levantarán nuevamente y
estarán con Dios para siempre. Su deuda ha sido totalmente pagada en la muerte de Cristo sobre
la cruz.
Dios ni siquiera terminó allí su misión de rescate. Cuando Jesús se levantó de entre los
muertos, ascendió al cielo junto al Padre, y enviaron al Espíritu Santo para que sea el consolador
y consejero de su pueblo. El Espíritu Santo viene a nuestro corazón y nos trae vida espiritual,
otorgándonos comunión con Dios y el poder para negarnos a nosotros mismos, para amar a
otros, y para amar y obedecer a Dios.
Por tanto, el evangelio de Jesucristo es «poder de Dios para la salvación de todo aquel que
cree» (Ro 1:16). Cambia a las personas, no de fuera hacia adentro como afirman los falsos
maestros, sino de dentro hacia afuera, preparándolos para la eternidad en la presencia de Dios.
Pablo se maravilla por esta transformación en proceso en los creyentes corintios. «No se
equivoquen: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se
acuestan con hombres, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los malhablados, ni los
estafadores, heredarán el reino de Dios». Hasta aquí parecen malas noticias, pero es la mejor
noticia: «Y eso eran algunos de ustedes, pero ya han sido lavados, ya han sido santificados, ya
han sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios» (1Co 6:9-
11).
Esta es la buena noticia, la cual es digna de aceptación total. Es lo que hace que la fe cristiana
sea un movimiento misionero imparable. Tenemos la mejor noticia del universo: «Cristo Jesús
vino al mundo a salvar a los pecadores». Dios mismo ha bajado a salvarnos. Así que, no importa
cuán profundamente estés esclavizado al pecado. Si reconoces tu situación desesperante y clamas
a Jesucristo para que te salve, él lo hará. Tus pecados serán lavados y tu corazón será
transformado para que comiences a vivir una vida que anteriormente era imposible. De este
modo, puedes mirar de frente a la muerte y no temblar porque sabes que su aguijón ha sido
removido en la muerte de Jesús tu salvador; lo único que puede hacer la muerte es llevarte a estar
con él en el cielo. Así que, como una persona abandonada en una isla que ve un helicóptero
sobrevolando cerca de él, clama al Señor Jesucristo y permite que te rescate de la muerte. ¡Él
puede hacerlo hoy mismo!
CAPÍTULO 6

Las bendiciones del verdadero evangelio


Michael Otieno Maura
Así, pues, justificados por la fe tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor
Jesucristo, por quien tenemos también, por la fe, acceso a esta gracia en la cual estamos
firmes, y nos regocijamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y no sólo esto, sino que
también nos regocijamos en los sufrimientos, porque sabemos que los sufrimientos
producen resistencia, la resistencia produce un carácter aprobado, y el carácter
aprobado produce esperanza. Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha
derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado (Romanos
5:1-5).

Hay algunas cosas que nunca deberían alejarse de una mente cristiana. Algunas de ellas son
las bendiciones del evangelio. Qué maravilloso tema. Nos inspira, nos alienta, nos humilla, y
pone en perspectiva las muchas experiencias de la vida. Recordar las bendiciones que tenemos
en Dios nos da una correcta visión sobre él. Nos alienta a vivir para la gloria de Dios y el honor
de Dios en esta vida. Pero hoy en nuestro país, la gente ha adquirido un concepto errado de las
bendiciones.
Por muchos años, estuve predicando en Massai. Y ahora que he venido a Nairobi, las
personas me dicen que estoy bendecido simplemente porque me mudé de una región rural a una
gran ciudad. Muchos cristianos tienen este concepto errado de la bendición que enfoca sus
corazones y sus mentes en beneficios terrenales y placeres pasajeros. Dios conoce nuestros
corazones y nos ha advertido sobre este error y nos ha corregido en la Escritura.
Pablo les escribió a cristianos que vivían en una de las ciudades más grandes y más poderosas
del mundo antiguo: Roma. Por todos lados deben haber visto alarde y exaltación de la riqueza, el
poder, y el estatus. Pero nada de esto le interesaba a Pablo. Su enfoque estaba en el evangelio. En
el capítulo 1, Pablo describe el evangelio como «poder de Dios para la salvación de todo aquel
que cree» (Ro 1:16). Y no solo eso, «en el evangelio se revela la justicia de Dios… tal como está
escrito: “El justo por la fe vivirá”» (Ro 1:17).
Pero para reconocer el poder y la gracia del evangelio, tenemos que ver nuestra situación real.
Así que en el versículo 18, Pablo proclama que «la ira de Dios se revela desde el cielo contra
toda impiedad y maldad». Esto es importante para todos nosotros porque, en el capítulo 2, Pablo
deja claro que todo el mundo es culpable ante Dios.
La mala noticia nos prepara para la buena noticia. En el capítulo 3, desde el versículo 21,
podemos ver la belleza de la justificación por la fe; que no somos declarados justos ante Dios
mediante algo que nosotros hagamos. Sino que somos declarados justos ante Dios solamente por
la fe en el Señor Jesucristo.
Este no es un concepto nuevo. En el capítulo 4, hay ejemplos de dos personas que fueron
justificadas, declaradas justas ante Dios, por la fe en él. Tanto Abraham como David fueron
justificados solamente por fe. Esta ha sido siempre la forma en que Dios ha trabajado.
Al comenzar el capítulo 5 con las palabras así pues, Pablo no quería que perdiéramos de vista
su argumento. Después de haber descrito la fe de Abraham, Pablo continuó: «Así, pues,
justificados por la fe tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo». Pablo quería
que viéramos que esta es la forma en que Dios salva. La justificación por fe es bíblica.
Así que permítanme clarificar y definir lo que significa la justificación por la fe. La
justificación por la fe es un acto de la libre gracia de Dios. Dios, por su propia iniciativa, perdona
e indulta todos nuestros pecados y nos declara justos ante él por causa de la justicia de Cristo que
nos es imputada. Y recibimos este regalo solo por fe en la obra terminada del Señor Jesucristo
solamente. Eso es la justificación por la fe.
A la gente le cuesta aceptar que no está a cargo. Todos quieren creer que son los héroes de su
propia historia. Pero Dios nos da la justificación gratuitamente; no podemos ganarla. Recuerda
que Lutero re-descubrió, leyendo Romanos 1:17, que el justo por la fe vivirá. Este
descubrimiento transformó su vida. El Espíritu Santo iluminó su mente y repentinamente el
hombre que había estado sudando y agonizando por ganar su salvación se dio cuenta de que el
hombre es justificado por la fe.
¿Estamos predicando esto? ¿Somos liberados por el mensaje de la justificación por la fe o
todavía pensamos que somos justificados a través de lo que hacemos? ¿Estamos recibiendo la
justificación por la fe con todo nuestro corazón y todas nuestras fuerzas? Necesitamos personas
que vayan y le hagan saber a África que Dios justifica mediante la fe.

Primera bendición: paz con Dios


Habiendo explicado la justificación por la fe, Pablo les escribió a los romanos acerca de los
beneficios y las bendiciones que trae. Este capítulo se trata de las bendiciones del evangelio de la
justificación por la fe. Podemos ver la primera bendición en ese primer versículo del capítulo
cinco: «Así, pues, justificados por la fe tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor
Jesucristo».
Recuerda lo que vimos en Romanos 1:18: todo el mundo es culpable. Este es un problema
que solamente Dios puede resolver. «Pero Dios muestra su amor por nosotros en que, cuando
aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros» (Ro 5:8). Este es el poder y el propósito de la
muerte de Cristo: «Cuando éramos enemigos de Dios fuimos reconciliados con él» (Ro 5:10).
Pablo no estaba hablando principalmente sobre la paz interior; una experiencia o un sentimiento.
Esto se trata de una relación quebrada con Dios que él ha restaurado.
Un pecador es un enemigo de Dios. Sin fe en Jesucristo, todavía estamos en guerra contra
Dios. ¿Por qué? Dios es santo y justo, pero nosotros hemos rechazado su justicia. Dios es excelso
sobre todo lo demás y mora en santidad, pero nosotros hemos elegido luchar contra su santidad
con nuestro pecado egocéntrico. Nuestro egocentrismo no nos lleva a ningún lado porque Dios
requiere nada menos que justicia. Y ninguno de nosotros es justo (Ro 3:9-18, 23).
Por tanto, necesitamos esta justificación para que podamos tener paz con Dios. Todos somos
pecadores por causa de nuestra naturaleza humana pervertida. El pecado de Adán nos fue
imputado a nosotros; somos los herederos de Adán, quien desobedeció a Dios e introdujo el
pecado en la raza humana. Por tanto, desde el nacimiento, estamos en guerra contra Dios. Él es
santo y requiere santidad, pero nosotros no alcanzamos esa santidad.
Cualquier evaluación honesta concluirá que nuestra naturaleza está corrompida. Nuestras
emociones, nuestro entendimiento, nuestras palabras, y nuestras acciones nos separan de Dios.
No podemos tener una buena relación con Dios mediante nuestros propios esfuerzos. No
solamente somos pecadores en Adán, sino que nosotros mismos también pecamos y deseamos el
pecado. Y Dios condena a los pecadores porque él es justo.
Entonces, ¿puedes entender que la paz con Dios es una bendición maravillosa? Nos debería
emocionar que un pecador —condenado, arruinado, merecedor de justicia— pueda ahora tener
paz con Dios. Si eres justificado por la fe, estás reconciliado; estás en paz con tu Hacedor. Esto es
lo que deberíamos estar diciendo cada domingo: el hombre puede tener paz con Dios. Los
cristianos ya no estamos en guerra contra Dios. Ahora estamos del lado de Dios.
¿Cuáles son las implicancias y las consecuencias de esta paz con Dios? Primero, no
necesitamos cuestionar nuestra relación con nuestro Dios. El castigo que debería caer sobre
nosotros, cayó sobre nuestro sustituto en la cruz del Calvario. Y la justicia del Señor Jesucristo
nos ha sido imputada a nosotros. Cuando Dios nos mira, ya no nos ve a nosotros; ve la justicia de
su Hijo y somos justos ante él.
Tengo una hija que está en la escuela primaria. Cuando llega la factura con la cuota, yo voy a
la escuela y le doy dinero al director. Así que cuando alguien pregunta en la clase cuántas
personas han pagado, ella levanta la mano, aunque ella no entregó el dinero. El dinero es mío,
pero se considera que ella ya pagó. Eso es lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo. Así que
cuando el diablo nos recuerda de nuestro pecado y nos hace dudar de nuestra relación con Dios,
tenemos una respuesta. La justicia de Dios nos ha sido acreditada a nosotros mediante el Señor
Jesucristo. Tenemos paz con Dios mediante Jesús.
Así que la paz que Jesucristo ha comprado entre nosotros y Dios también trae paz a nuestros
corazones. Nuestras conciencias ya no nos mantienen alejados de Dios. Cuando somos
justificados y se nos imputa la justicia de Cristo, nuestra conciencia ya no nos acusa. La justicia
de Dios ha quedado satisfecha en la muerte del Señor Jesucristo por nosotros. Satanás puede
acusarnos, pero no puede condenarnos porque hemos sido justificados por Dios mismo.
¿Estamos enseñando esto? Recuerdo a un joven que se me acercó hace algunos años y me
dijo: «Pastor, anoche recaí», y yo pregunté: «¿Por qué?» Él me dijo: «Soñé que estaba borracho,
así que perdí mi salvación». Esto es el resultado del hecho de que no estamos enseñando a la
gente los rudimentos de la verdad de que la salvación no depende de nosotros. La justificación
no depende de lo que hacemos; depende de lo que el Señor Jesucristo ha hecho y en su justicia.
Hay muchas personas que están preocupadas por su salvación y necesitan que vayamos y les
digamos que si estás justificado por la fe en Cristo Jesús, tienes paz eterna con Dios. «No hay
ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús» (Ro 8:1).

El único camino a la paz con Dios


Así que esa es la primera bendición: «Así, pues, justificados por la fe tenemos paz con Dios
por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Ro 5:1). Antes de avanzar a la siguiente bendición,
quiero enfatizar esa frase por medio de.
Algunas personas piensan y actúan como si la paz con Dios pudiera obtenerse de otras
formas. Pero Pablo dejó claro que la paz con Dios solo existe por medio del Señor Jesucristo. Él
es el único mediador entre el hombre y Dios. No existe otra forma de tener esta gran bendición
de paz con Dios. Debe ser por medio de Jesucristo.
Teníamos una oficina de correo muy pequeña donde yo vivía. Yo estaba en un pueblo
llamado Ugunja. Si nos escribías, debías poner en el sobre: Apartado de correos 13, Ugunja, vía
Siaya. Para que nos llegara, la carta tenía que pasar por Siaya. Y esta paz con Dios es vía
Jesucristo. No existe otra ruta. Es el Señor Jesucristo quien ha vivido una vida perfecta. Y su vida
perfecta cumplió la ley por nosotros. Solamente el Señor Jesucristo ha vivido una vida perfecta
sin pecado.
Jesucristo es quien hizo expiación por nuestro pecado mediante su preciosa sangre. Es el
único que ha satisfecho la ley moral de Dios. Es el único que ha alcanzado el nivel de perfección
de Dios. Y por tanto la paz con Dios es mediante Jesucristo. ¿Le estamos diciendo esto a la gente
cada domingo? ¿Nuestra vida diaria muestra que creemos que la paz con Dios es por medio del
Señor Jesucristo?
Puedes recibir una unción sobre tu cabeza o sobre tus pies o puedes nadar en una piscina. Eso
no puede traerte paz con Dios; no lo hará. Esa es la obra del paganismo y debe ser desechada.
Debemos ir y decirle a la gente: tú puedes tener paz con Dios por medio de Jesucristo y
solamente por medio de Jesucristo.
Uno de mis pasajes favoritos que subraya la suficiencia de Cristo para todo es 1 Corintios
1:30-31: «Pero gracias a Dios ustedes ahora son de Cristo Jesús, a quien Dios ha constituido
como nuestra sabiduría, nuestra justificación, nuestra santificación y nuestra redención, para que
se cumpla lo que está escrito: “El que se gloría, que se gloríe en el Señor”».
Como el joven rico en los evangelios, algunas personas se van tristes cuando predicamos
sobre las bendiciones eternas del evangelio. Pero la paz con Dios no viene a través de las
posesiones materiales. Piensa en los hombres que están predicando el evangelio en los rincones
rurales de esta tierra. Esos pastores que están trabajando sin calzado y sin bicicletas son
ricamente bendecidos. Ellos tienen paz con Dios y están proclamando esta paz con Dios por
medio de Jesucristo. Es en eso que debemos permanecer firmes.

Segunda bendición: acceso a Dios


Vemos la próxima bendición en el versículo dos de Romanos 5: «Por [Jesús] tenemos
también, por la fe, acceso a esta gracia en la cual estamos firmes». Ahora, como hemos sido
justificados y tenemos paz con Dios, también tenemos acceso a Dios. Hemos obtenido acceso,
que no merecemos, al trono de la gracia ante el cual ahora permanecemos firmes.
Solíamos ser rebeldes impedidos de entrar a la presencia de Dios. Permítanme compartir un
ejemplo. Durante las elecciones de Kenia en 1992, durante el tiempo del Presidente Moi, muchas
personas desertaron de sus partidos políticos para unirse a KANU (el partido de Moi). Estos
desertores fueron llevados al despacho del presidente. Allí disfrutaron de la comida y se
reunieron con el presidente. Y el presidente incluso comenzó a viajar en la campaña con ellos.
Solían oponerse al presidente, pero ahora tenían acceso al palacio de gobierno, un acceso
desbordante.
De manera similar, cada uno de nosotros era un rebelde contra Dios. Pero por haber sido
justificados por la fe, el Señor Jesucristo nos ha llevado a Dios mismo. Y ahora tenemos acceso.
Hemos sido guiados a la presencia de Dios. Su justificación nos trae seguridad y confianza ante
nuestro Dios.
La presencia de Dios siempre ha sido importante para el pueblo de Dios. Recordemos que el
Templo era una señal de la presencia de Dios con su pueblo. Pero incluso el Templo se dividía en
tres partes: el lugar santísimo, el lugar santo, y el atrio exterior. En el lugar santísimo estaba el
propiciatorio; solamente el sumo sacerdote podía entrar a ese lugar y lo hacía solo una vez por
año para hacer el sacrificio por los pecados del pueblo. Pero el sacrificio por nosotros ha sido
hecho una vez y para siempre. Por eso, ahora el Señor Jesús nos lleva a la mismísima presencia
del Dios Altísimo. Tenemos acceso a Dios.
El escritor del libro de Hebreos lo resumió bien en Hebreos 4:14-16:
Por lo tanto, y ya que en Jesús, el Hijo de Dios, tenemos un gran sumo sacerdote que
traspasó los cielos, retengamos nuestra profesión de fe. Porque no tenemos un sumo
sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado
en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado. Por tanto, acerqué monos
confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para
cuan do necesitemos ayuda.

Lo que tenemos en Jesucristo es mejor de lo que tenían los santos del Antiguo Testamento. En
el Señor Jesucristo, tú tienes un sumo sacerdote que te da acceso a Dios. Por tanto, ahora puedes
acceder al trono de gracia con valentía. Hemos obtenido acceso mediante Jesucristo y por eso
podemos entrar con confianza. Esto es una gran bendición.
Pero no debemos aceptar la idea errónea acerca de la confianza que podemos y deberíamos
tener en Jesús. Dios es un fuego consumidor. No nos atrevemos a jugar con Dios. En la Biblia
vemos el destino de quienes deshonran a Dios y no lo respetan. Él es santo y consagrado y
demanda nuestra reverencia. Cuando vamos a él, no vamos para discutir o exigir.
Esta confianza es nuestro conocimiento de que el acceso que Cristo ha obtenido para
nosotros, y que hemos recibido por fe, no está en duda. Dios lo ha hecho y es algo seguro.
Imagina que has sido invitado a un casamiento. Si te preguntaran a la entrada por qué deberías
tener permiso para entrar, tú mostrarías tu invitación. Estás invitado; no necesitas preocuparte. El
Señor Jesucristo nos ha invitado y nos ha otorgado su justicia. No nos acercamos con confianza
por causa de nuestros logros; sino que nos acercamos con confianza porque él nos ha lavado con
su sangre y su justicia nos ha sido dada. Es una confianza basada en lo que el Señor Jesucristo ha
hecho por nosotros.
A pesar del hecho de que tenemos acceso a Dios, algunas iglesias y predicadores intentan
poner una barrera entre los cristianos y Dios. No necesitamos un sacerdote que nos conceda el
acceso a Dios. Pero los sacerdotes católicos no son los únicos que se levantan como guardianes
del trono de gracia. Tenemos muchas iglesias que han caído en la tentación del culto al
personalismo. El pastor es el único que puede bendecirte. Si se va a un safari por Tanzania,
necesitas pedirle que haga una oración por ti por teléfono. Los cristianos necesitan aprender que
tienen acceso a Dios a través de Cristo.
En la mayoría de nuestras culturas, estamos acostumbrados a tener personas que nos
representan; personas que se colocan entre nosotros y Dios. Pero esto no es fruto del evangelio.
Todo creyente en el Señor Jesucristo ha obtenido acceso a Dios. Y esto no es por nuestra obra,
por el dinero que damos, por nuestra fuerza, por nuestras habilidades, ni por nuestro trasfondo.
Tenemos esta gran bendición del acceso a Dios simplemente porque Dios nos ha declarado justos
por mérito de su hijo.

Tercera bendición: gozo por la esperanza de la gloria de Dios


Pero hay más bendiciones por venir. La paz con Dios y el acceso a Dios en Cristo Jesús nos
brindan gozo por causa de la esperanza que nos dan. Observemos nuevamente Romanos 5:2:
«Por quien [Jesús] tenemos también, por la fe, acceso a esta gracia en la cual estamos firmes, y
nos regocijamos en la esperanza de la gloria de Dios».
Esta palabra regocijarse también se traduce como jactarse y si combinamos esas dos
palabras, obtenemos una buena idea de lo que Pablo quiere decir. Pablo está hablando de una
confianza entusiasta en algo hermoso i. Cuando sabemos que algo precioso —una persona, un
regalo, un tesoro— es nuestro de manera fidedigna, lo que experimentamos es gozo. En Jesús
estamos seguros de nuestro derecho a lo más excelente. Nos alegramos en la esperanza de la
gloria de Dios. Pablo le dijo a los romanos: Abraham fue justificado por la fe. David fue
justificado por la fe. Y la obra de expiación del Señor Jesucristo en el Calvario nos ha dado paz
con Dios. Nos ha dado acceso. Y por esto podemos ahora regocijarnos en la esperanza de
compartir la gloria de Dios.
Pero así como tenemos que ser cuidadosos al definir bendición, hoy las palabras gozo y
alegrarse también se usan erróneamente. Este gozo del que estamos hablando no llega como
resultado de lo que obtenemos exteriormente. Es un gozo que llega como resultado de ser
justificados por la fe en Cristo Jesús. El gozo no está definido por el ruido o la risa. He visto
personas riéndose toda la noche, afirmando que era el gozo del Señor. Esto no es el gozo del
Señor. El gozo del cual nos habló Pablo es un deleite en la certeza de la bendición eterna.
Estamos seguros de que vamos a compartir la gloria de Dios.
Esta no es una vaga esperanza, como esperar conseguir un buen trabajo o una linda casa en el
futuro. Esto implica estar seguros de que un día veremos la gloria de Dios quien nos ha
justificado. Sin ninguna sombra de duda sabemos que él nos ha salvado; nos ha rescatado, y
vamos a compartir su gloria. En Colosenses 1:27 dice: «Cristo en ustedes, la esperanza de
gloria». Si tienes al Señor Jesucristo en tu vida, entonces puedes tener la esperanza de gloria.
Y no esperamos algo que todavía no existe. Dios no nos está engañando. Su gloria ha estado
ahí desde el principio y sostiene al mundo. Un día cubrirá la tierra y tendremos parte en ella. Si
has asistido a una obra de teatro, sabes que hay un telón en el escenario. Antes que comience la
obra, el telón está cerrado. Pero los actores ya están ahí y la audiencia está esperando que se abra
el telón. Cuando se abre el telón, puedes ver todo lo que ya estaba ahí. La gloria de Dios está ahí
y un día aquellos que somos justificados por la fe no solo la veremos sino que también
tendremos parte en ella.
¿Has perdido interés en la gloria de Dios? El mundo intenta distraernos con el deseo del
pecado y algunas personas quieren intercambiar la gloria de Dios por lo que pueden tener aquí y
ahora. Pero tenemos algo más precioso que el oro, la plata, o cualquier otra cosa que este mundo
tenga para ofrecer. Tenemos la esperanza de la gloria de Dios. No se puede encontrar esta
bendición fuera del evangelio de Jesucristo.
Nuestro Señor Jesús sabe que ser partícipes de la gloria de Dios es una bendición
incomparable. Él desea con ansias que nosotros participemos, y ora por ello: «Padre, quiero que
donde yo estoy también estén conmigo aquellos que me has dado, para que vean mi gloria, la
cual me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo» (Juan 17:24).
Los cristianos tenemos la esperanza segura de participar en la gloria de Dios. Y esta esperanza les
da gozo.

Cuarta bendición: gozo en el sufrimiento


El mundo nos promete cosas que se disipan y se deshacen como el polvo. Las bendiciones
que tenemos en el evangelio duran para siempre. Así que otra bendición que tenemos es que, aun
en nuestro sufrimiento, podemos regocijarnos. «No sólo esto, sino que también nos regocijamos
en los sufrimientos, porque sabemos que los sufrimientos producen resistencia» (Ro 5:3).
Podemos deleitarnos en nuestros sufrimientos. Qué extraña bendición.
Si uno predica esto en algunas iglesias, las personas se ponen tristes. Había una iglesia en
Nairobi que tenía un gran cartel: «Pare de sufrir —únase a la Iglesia Universal de Cristo». La
Biblia no promete esto, sino que dice que podemos regocijarnos en nuestros sufrimientos.
¿Deberíamos quitar este versículo de la Biblia? No. Deberíamos inclinar nuestros rostros y
agradecer a Dios. Quienes han sido justificados, a pesar de enfrentar persecución, pueden
regocijarse y lo hacen. ¿Cómo puede ser?
Primero, el sufrimiento es un recurso vital para nuestra santificación. Podemos regocijarnos
en el sufrimiento porque la tribulación produce resistencia. (También existe el mal sufrimiento. Si
me castigan por robar; eso no es para la gloria de Dios y no es sufrimiento cristiano). Cuando
enfrentamos problemas por confiar en el Señor Jesucristo, Dios usa eso para fortalecer nuestra fe.
¿Has sido ridiculizado por tu fe? Cuando nos aferramos a Cristo a través de esas experiencias,
Dios las usa para fortalecer nuestra sujeción a él. Y cuando vuelve a suceder, nos aferramos a él
aún con más firmeza. El sufrimiento produce resistencia en la fe.
Y Pablo nos dice que la resistencia produce carácter. Un cristiano fiel es una persona que ha
pasado por dificultades que lo entrenaron y moldearon. Recuerda la experiencia de David y
cómo moldeó su carácter. Cuando Saúl le preguntó si sería capaz de pelear contra Goliat, David
tenía una respuesta preparada. Él cuidaba las ovejas de su padre y cuando un león o un oso
atacaban las ovejas, él mataba al atacante. Él había experimentado cómo Dios lo ayudaba cuando
era amenazado y esto edificó su carácter. Así que podía decir: «El Señor me ha librado de las
garras de leones y de osos, y también me librará de este filisteo» (1S 17:37). El sufrimiento
produce carácter.
También nos regocijamos en el sufrimiento porque revela el poder de Dios. Uno de mis
profesores, Martin Bussey, solía darnos un ejemplo de un misionero que fue a predicar a cierto
lugar y no había visto fruto por mucho tiempo. Luego uno de sus hijos se enfermó y al tiempo
murió. Este misionero, como hijo de Dios, no sufrió ni se acongojó a la manera que lo hace el
mundo (1Ts 4:13). Y las personas lo notaron. Vieron la forma en que enfrentó la enfermedad y la
muerte de su hijo y se preguntaron por qué era diferente. Al día siguiente las personas
comenzaron a venir. La manera en que un cristiano enfrenta el sufrimiento revela el poder de
Dios. El mundo puede ver el poder de Dios y la gracia de Dios en nuestras vidas. Y eso atrae
personas a nuestro Salvador.
El sufrimiento también nos prepara para ser útiles en el futuro. ¿Puedes imaginar un
predicador que no tiene empatía? A veces los predicadores necesitan experimentar sufrimiento
aun por el bien de otros. Cuando experimentamos sufrimiento, somos más capaces de tener
empatía y ministrar a aquellos que sufren.
Además, el ministerio de un cristiano que sufre conlleva un poder especial para alimentar
nuestras almas. Debo mencionar al difunto John Nkarithia en Maithene-Meru. Él experimentó
mucho sufrimiento y enfermedad y glorificó a Dios en ello. Si uno iba a visitarlo, pensaba que lo
animaría. Pero era uno el que salía del lugar animado. De hecho, antes de morir él incluso oró
para que yo fuera y predicara el evangelio. Glorificamos a Dios en nuestro sufrimiento cuando lo
usamos para enseñar a otros.
Por favor estemos listos para preparar a las personas para la muerte. No oremos solamente
para que las personas sean sanadas. Oremos y preparémoslas para la gloria. Yo le leía Romanos
8:18-39 a John Nkarithia: «No tengo dudas de que las aflicciones del tiempo presente en nada se
comparan con la gloria venidera que habrá de revelarse en nosotros» (Ro 8:18). Ha llegado el
momento de saber, como lo supo este hermano, que somos capaces de regocijarnos en nuestro
sufrimiento.
Y la esperanza que nos sostiene y nos santifica en nuestro sufrimiento no nos defrauda. El
amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones. Tenemos una esperanza que es cierta. De
hecho, escribiendo a Timoteo, Pablo dijo: «Jesucristo, que es nuestra esperanza» (1Ti 1:1). Jesús
es nuestra esperanza. La esperanza que viene del Señor Jesucristo no defrauda.
Conclusión
Vemos la Trinidad en las bendiciones del evangelio. Dios el Padre envió a Dios el Hijo a
recibir el castigo que nosotros merecemos para que podamos tener paz con Dios y acceso a él. Y
ha derramado amor, gozo y esperanza en nuestros corazones a través del Espíritu Santo que nos
ha dado. Este gozo de la esperanza de la gloria de Dios nos sostiene aun a través del sufrimiento,
que nos acerca a Dios y fortalece nuestra fe.
Estas son algunas de las bendiciones que tenemos a través del evangelio de la justificación
por la fe en Jesús. ¿Enseñamos estas bendiciones? ¿Estamos hablando sobre estas bendiciones?
¿Conocemos estas bendiciones? ¿Nos estamos regocijando en estas bendiciones? Gracias al gran
amor de Dios, que ha sido derramado en nuestros corazones, somos bendecidos con paz,
seguridad, esperanza y gozo que durarán para siempre.

________________
i Darrell Bock, The Bible Knowledge Word Study: Acts-Ephesians (Colorado Springs: Cook,
2006), 152.
APÉNDICE I

Doce súplicas a los predicadores de la


prosperidad
John Piper

No hagan el cielo más difícil


Jesús dijo: «¡Qué difícil es para los ricos entrar en el reino de Dios!». Sus discípulos se
asombraron, como deberían asombrarse muchas personas en el movimiento de la «prosperidad».
Pero Jesús siguió aumentando aún más su asombro diciendo: «Es más fácil que un camello pase
por el ojo de una aguja, a que un rico entre en el reino de Dios». Ellos respondieron con
incredulidad: «¿Entonces, ¿quién podrá salvarse?». Jesús dice: «Esto es imposible para los
hombres, pero no para Dios. Porque para Dios todo es posible» (Mr 10:23-27).
Esto significa que su asombro estaba justificado. Un camello no puede pasar por el ojo de una
aguja. Esto no es una metáfora de algo que requiere un gran esfuerzo o un sacrificio humilde. Es
algo que no puede ocurrir. Sabemos eso porque Jesús dijo: ¡Imposible! Esa fue su palabra, no la
nuestra. «Esto es imposible para los hombres». El punto es que el cambio de corazón que se
requiere es algo que el hombre no puede hacer por sí mismo. Dios debe hacerlo: «… pero no [es
imposible] para Dios».
No podemos, por nuestra propia cuenta, dejar de apreciar el dinero por sobre Cristo. Pero
Dios puede. Eso es una buena noticia. Y eso debería ser parte del mensaje que los predicadores
de la prosperidad proclaman antes de convencer a las personas de ser más como camellos. ¿Por
qué un predicador querría predicar un evangelio que alienta el deseo de ser rico y así confirma a
las personas en su incapacidad natural para el reino de Dios?

Salven a las personas del suicidio


El apóstol Pablo advirtió en contra del deseo de ser rico. Y por consecuencia, advirtió sobre
los predicadores que inducen el deseo de ser ricos en vez de ayudar a las personas a deshacerse
de ese deseo. Pablo advirtió:
Los que quieren enriquecerse caen en la trampa de la tentación, y en muchas codicias
necias y nocivas, que hunden a los hombres en la destrucción y la perdición; porque la
raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual algunos, por codiciarlo, se
extraviaron de la fe y acabaron por experimentar muchos dolores (1Ti 6:9-10).

Estas son palabras muy serias, pero no parecen resonar en la predicación del evangelio de la
prosperidad. No está mal que los pobres anhelen medidas de prosperidad para tener lo que
necesitan y puedan ser generosos y puedan dedicar tiempo y energía a tareas que exalten a Cristo
en vez de vivir con lo justo. No está mal buscar que Cristo los ayude en esta búsqueda. Él se
ocupa de nuestras necesidades (Mt 6:33).
Pero todos nosotros —ricos y pobres— estamos constantemente en peligro de poner nuestros
deseos (1Jn 2:15-16) y nuestra esperanza (1Ti 6:17) en las riquezas en lugar de en Cristo. Este
«deseo de ser rico» es tan fuerte y tan suicida que Pablo usa el lenguaje más fuerte para
advertirnos. Mi súplica es que los predicadores de la prosperidad hagan lo mismo.

Adviertan en contra de las inversiones poco sólidas


Jesús advierte en contra del esfuerzo de amontonar tesoros en la tierra; es decir, nos dice que
seamos dadores, no guardadores. «No acumulen ustedes tesoros en la tierra, donde la polilla y el
óxido corroen, y donde los ladrones minan y hurtan. Por el contrario, acumulen tesoros en el
cielo, donde ni la polilla ni el óxido corroen, y donde los ladrones no minan ni hurtan» (Mt 6:19-
20).
Sí, todos guardamos algo. Jesús lo presupone. Con la excepción de casos extremos, no espera
que nuestra dádiva implique que nunca más seremos capaces de dar. Puede haber un momento
en que daremos nuestra vida por alguien y por tanto ya no podremos dar más que eso. Pero
generalmente Jesús espera que vivamos de una manera en que haya un patrón constante de
trabajo y ganancia y vida sencilla y donación continua.
Pero dada la tendencia hacia la avaricia que todos llevamos dentro, Jesús siente la necesidad
de advertirnos acerca de «acumular tesoros en la tierra». Parece ganancia, pero solo lleva a la
pérdida («donde la polilla y el óxido corroen, y donde los ladrones minan y hurtan»). Mi súplica
es que la advertencia de Jesús resuene fuertemente en la boca de los predicadores de la
prosperidad.

Enseñen a las personas a ser dadores generosos


El trabajo no es para hacerse rico. Pablo dijo que no deberíamos robar. La alternativa era el
trabajo arduo con nuestras propias manos. Pero el propósito principal no era meramente
acumular, ni siquiera tener. El propósito era «tener para dar». «El que antes robaba, que no
vuelva a robar; al contrario, que trabaje y use sus manos para el bien, a fin de que pueda
compartir algo con quien tenga alguna necesidad» (Ef 4:28). Esto no es una justificación para ser
rico para poder dar más. Es un llamado a ganar más y acumular menos para poder dar más. No
hay razón para que una persona que prospera más y más en su emprendimiento deba aumentar
indefinidamente la suntuosidad de su estilo de vida. Pablo diría: limita tus gastos y dona el resto.
Yo no puedo determinar tu «límite». Pero en todos los textos que estamos leyendo en este
capítulo, hay un impulso hacia la sencillez y la generosidad abundante, no hacia las posesiones
abundantes. Cuando Jesús dijo: «Vendan lo que ahora tienen, y denlo como limosna» (Lc 12:33),
no parece haber insinuado que los discípulos eran ricos y podían dar de su sobrante. Parecía que
tenían tan poco activo líquido que tenían que vender alguna posesión para tener algo que dar.
¿Por qué los predicadores querrían alentar a las personas a pensar que deberían poseer
riquezas para ser dadores generosos? ¿Por qué no los alientan a tener vidas más simples y ser
dadores aún más generosos? ¿Eso no le agregaría a su generosidad un fuerte testimonio de que
Cristo es su tesoro, y no las posesiones?

Fomenten la fe en Dios
La razón por la cual el escritor a los Hebreos nos dice que estemos contentos con lo que
tenemos es que lo opuesto implica menos fe en las promesas de Dios. Él dice: «Vivan sin
ambicionar el dinero. Más bien, confórmense con lo que ahora tienen, porque Dios ha dicho:
“No te desampararé, ni te abandonaré”. Así que podemos decir con toda confianza: “El Señor es
quien me ayuda; no temeré lo que pueda hacerme el hombre”» (Heb 13:5-6).
Por un lado, debemos confiar en el Señor como nuestro ayudador. Él nos proveerá y
protegerá. Y en ese sentido nos dará una medida de prosperidad. «Su Padre celestial sabe que
ustedes tienen necesidad de todas estas cosas» (Mt 6:32). Pero, por otro lado, cuando dice:
«Vivan sin ambicionar el dinero. Más bien, confórmense con lo que ahora tienen» porque Dios
promete que nunca nos dejará, debe significar que fácilmente podemos dejar de confiar en Dios
para nuestras necesidades y comenzar a usar a Dios para nuestros deseos.
La línea entre «Dios ayúdame» y «Dios hazme rico» es real, y el escritor a los Hebreos no
quiere que la crucemos. Los predicadores deberían ayudar a su gente a recordar y reconocer esta
línea en vez de hablar como si no existiera.

Eliminen los peligros de ahogo


Jesús advierte que la Palabra de Dios, el evangelio, cuyo objetivo es darnos vida, puede ser
ahogada hasta la muerte por las riquezas. Dice que es como una semilla que crece entre los
espinos: «Son los que oyen, pero se alejan y son ahogados por… las riquezas… de la vida, y no
dan fruto» (Lucas 8:14).
Los predicadores de la prosperidad deberían advertir a sus oyentes que existe un tipo de
prosperidad financiera que puede asfixiarlos hasta matarlos. ¿Por qué querríamos alentar a las
personas a perseguir aquello que Jesús advierte que puede dejarlos sin fruto?

Conserven la sal y la luz


¿Qué es lo que hace que los cristianos sean la sal de la tierra y la luz del mundo? No es la
riqueza. El deseo de riquezas y la búsqueda de riquezas tienen el mismo sabor y aspecto del
mundo. Desear ser ricos nos hace parecidos al mundo, no diferentes. En el tema en que
precisamente deberíamos ser diferentes, tenemos la misma codicia insulsa que tiene el mundo. En
ese caso, no ofrecemos al mundo nada distinto de aquello en lo que ya cree.
La gran tragedia de la predicación de la prosperidad es que una persona no tiene que
despertar espiritualmente para recibirla; uno solo necesita ser codicioso. Hacerse rico en el
nombre de Jesús no es ser la sal de la tierra ni la luz del mundo. En esto, el mundo simplemente
ve un reflejo de sí mismo. Y si se «convierten» a esto, no han sido verdaderamente convertidos,
sino que solo le pusieron un nuevo nombre a una antigua vida.
El contexto de la enseñanza de Jesús nos muestra lo que significa ser sal y luz. Implica estar
alegremente dispuestos a sufrir por Cristo. Esto es lo que dijo Jesús:

Bienaventurados serán ustedes cuando por mi causa los insulten y persigan, y mientan y
digan contra ustedes toda clase de mal. Gócense y alégrense, porque en los cielos ya
tienen ustedes un gran galardón; pues así persiguieron a los profetas que vivieron antes
que ustedes. Ustedes son la sal de la tierra… Ustedes son la luz del mundo (Mt 5:11-14).
Lo que hará que el mundo saboree la sal y vea la luz de Cristo en nosotros no es que amemos
las riquezas de la misma manera que ellos lo hacen. Más bien, será la buena disposición y la
capacidad de los cristianos de amar a otros a través del sufrimiento, al mismo tiempo que se
alegran porque su recompensa está en el cielo con Jesús. «Gócense y alégrense [en la
adversidad]… Ustedes son la sal de la tierra». La salinidad es el sabor del gozo en la adversidad.
Esta es una vida inusual que el mundo puede saborear como algo diferente.
Tal vida es inexplicable en términos humanos. Es sobrenatural. Pero atraer personas con
promesas de prosperidad es simplemente natural. No es el mensaje de Jesús. Él no murió para
obtener eso.

No encubran el costo
Algo que falta en la mayor parte de la predicación de la prosperidad es el hecho de que el
Nuevo Testamento enfatiza la necesidad de sufrir mucho más que la noción de prosperidad
material.
Jesús dijo: «Acuérdense de la palabra que les he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si
a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán; si han obedecido mi palabra, también
obedecerán la de ustedes» (Jn 15:20). O, una vez más, dijo: «Si al dueño de la casa lo han
llamado Beelzebú, ¿cuánto más a los de su familia?» (Mt 10:25).
Pablo les recordó a los nuevos creyentes en sus viajes misioneros: «Para entrar en el reino de
Dios nos es necesario pasar por muchas tribulaciones» (Hch 14:22). Y les dijo a los creyentes en
Roma que sus sufrimientos eran una parte necesaria en su camino hacia la herencia eterna.

El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si somos
hijos, somos también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que
padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. Pues no
tengo dudas de que las aflicciones del tiempo presente en nada se comparan con la
gloria venidera que habrá de revelarse en nosotros. (Ro 8:16-18).

Pedro también dijo que el sufrimiento es el camino normal hacia la bendición eterna de Dios.

Amados hermanos, no se sorprendan de la prueba de fuego a que se ven sometidos,


como si les estuviera sucediendo algo extraño. Al contrario, alégrense de ser partícipes
de los sufrimientos de Cristo, para que también se alegren grandemente cuando la gloria
de Cristo se revele. ¡Bienaventurados ustedes, cuando sean insultados por causa del
nombre de Cristo! ¡Sobre ustedes reposa el glorioso Espíritu de Dios! (1P 4:12-14).
El sufrimiento es el costo normal de la piedad. «También todos los que quieren vivir
piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución» (2Ti 3:12). Estoy consciente de que estas
palabras sobre el sufrimiento van y vienen entre un sufrimiento más general como parte de la
caída (Ro 8:18-25) y el sufrimiento específico debido a las hostilidades humanas. Pero al tratarse
de los propósitos de Dios en nuestro sufrimiento no hay una diferencia sustancial.
Los predicadores de la prosperidad deberían incluir en sus mensajes la enseñanza sobre lo
que Jesús y los apóstoles dijeron acerca de la necesidad del sufrimiento. Este debe llegar, dijo
Pablo (Hch 14:22), y perjudicamos a los jóvenes discípulos si no se lo decimos tempranamente.
Jesús incluso lo dijo antes de la conversión para que los posibles creyentes consideraran el costo:
«Así también, cualquiera de ustedes que no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser mi
discípulo» (Lc 14:33).
Ratifiquen el valor del sufrimiento
El Nuevo Testamento no solo deja claro que el sufrimiento es necesario para los seguidores de
Cristo, sino que también se esfuerza por explicar por qué es así y cuáles son los propósitos de
Dios en el sufrimiento. Es crucial que los creyentes conozcan estos propósitos. Dios nos los ha
revelado para ayudarnos a entender por qué sufrimos y para ayudarnos a superar la adversidad
como el oro es pasado por el fuego.
Expuse estos propósitos en el libro ¡Alégrense las naciones!, en el capítulo sobre el
sufrimiento. Aquí solo los mencionaré y diré a los predicadores de la prosperidad: incluyan las
grandes enseñanzas bíblicas en sus mensajes. Los nuevos creyentes necesitan saber por qué Dios
dispone que sufran.
1. El sufrimiento profundiza la fe y la santidad.
2. El sufrimiento hace rebosar tu copa.
3. El sufrimiento es el precio por hacer a otros audaces.
4. El sufrimiento completa lo que falta en las aflicciones de Cristo.
5. El sufrimiento impone el mandamiento misionero de ir.
6. La supremacía de Cristo se hace manifiesta en el sufrimiento.

Enséñenles a ir
La venida de Cristo al mundo implicó un cambio fundamental. Hasta ese momento, Dios
había enfocado su obra redentora sobre Israel con obras ocasionales entre las naciones. Pablo
dijo: «En el pasado, Dios permitió que las naciones anduvieran por sus propios caminos» (Hch
14:16). Él lo llamó «tiempos de ignorancia». «Dios, que ha pasado por alto esos tiempos de
ignorancia, ahora quiere que todos, en todas partes, se arrepientan» (Hch 17:30). Ahora el
enfoque ha cambiado de Israel a las naciones. Jesús dijo: «El reino de Dios les será quitado a
ustedes [Israel], para dárselo a gente que produzca los frutos que debe dar [seguidores del
Mesías]» (Mt 21:43). Un endurecimiento ha venido sobre Israel hasta que se haya incorporado la
totalidad de las naciones (Ro 11:25).
Una de las principales diferencias entre estas dos eras es que en el Antiguo Testamento Dios
se glorifica principalmente bendiciendo a Israel para que las naciones puedan ver y conozcan
que el Señor es Dios. «Que [el Señor] proteja la causa de… su pueblo Israel, para que en todas
las naciones de la tierra sepan que el Señor es Dios, y que no hay otro» (1R 8:59-60). Israel
todavía no había sido enviado en una «Gran Comisión» a reunir a las naciones; más bien, Israel
era glorificado para que las naciones pudieran ver la grandeza y venir a él.
Así que cuando Salomón construyó el templo del Señor lo hizo con un lujo espectacular
revestido de oro.

El Lugar santísimo estaba en la parte interior del templo, la cual medía veinte codos de
largo, veinte codos de ancho y veinte codos de alto, y estaba recubierto con el oro más
puro; además, recubrió de oro el altar de cedro. Todo el interior del templo lo recubrió
con el oro más puro, y colocó cadenas de oro para impedir la entrada al santuario. De
modo que el interior del templo estaba recubierto de oro de arriba abajo, lo mismo que el
altar que estaba frente al Lugar santísimo (1R 6:20–22).

Y al agregar el mobiliario, el oro fue otra vez abundante.


Salomón mandó hacer también todos los utensilios necesarios para el templo del Señor:
un altar de oro, una mesa de oro sobre la que se colocaban los panes que se consagran
al Señor; cinco candeleros de oro puro para el lado derecho, y cinco más para el lado
izquierdo, frente al Lugar santísimo, más las flores, las lámparas y las tenazas. Todo era
de oro puro: los cántaros, las despabiladeras, las tazas, las cucharillas y los incensarios;
las bisagras de las puertas del Lugar santísimo y las de las puertas del templo. Todo era
de oro puro (1R 7:48-50).

Siete años le llevó a Salomón construir la casa del Señor. Luego le tomó trece años construir
su propia casa (1R 6:38-7:1). También era lujosa, llena de oro y piedras costosas (1R 7, 10).
Luego, cuando todo estuvo construido, se entiende el sentido de esta opulencia en 1 Reyes 10
cuando la reina de Sabá, representando a las naciones gentiles, viene a ver la gloria de la casa de
Dios y de Salomón. Cuando lo vio, «se quedó asombrada» (1R 10:5). Ella dijo: «¡Bendito sea el
Señor, tu Dios, que se agradó de ti y te puso en el trono de Israel! Yo sé que el Señor siempre ha
amado a su pueblo Israel. Por eso te puso como su rey» (1R 10:9).
En otras palabras, el patrón en el Antiguo Testamento es una religión de venga-y-vea. Hay un
centro geográfico del pueblo de Dios. Hay un templo físico, un rey terrenal, un régimen político,
una identidad étnica, un ejército para pelear las batallas terrenales de Dios, y un conjunto de
sacerdotes para hacer los sacrificios de animales por los pecados.
Todo esto cambió con la venida de Cristo. No hay un centro geográfico para el cristianismo
(Jn 4:20-24); Jesús ha reemplazado el templo, los sacerdotes, y los sacrificios (Jn 2:19; Heb 9:25-
26); no hay un régimen político cristiano porque el reino de Cristo no es de este mundo (Jn
18:36); y no peleamos batallas terrenales con carruajes y caballos o bombas y balas, sino batallas
espirituales con la Palabra y el Espíritu (Ef 6:12-18; 2Co 10:3-5).
Todo esto explica el gran cambio en la misión. El Nuevo Testamento no presenta una religión
de venga-y-vea, sino una religión de vaya-y-cuente. «Jesús se acercó y les dijo: “Toda autoridad
me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos en todas las
naciones, y bautícenlos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Enséñenles a
cumplir todas las cosas que les he mandado. Y yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin
del mundo”» (Mt 28:18-20).
Las implicaciones de esto son enormes para la manera en que vivimos y la manera en que
pensamos acerca del dinero y el estilo de vida. Una de las implicancias principales es que somos
«extranjeros y peregrinos» (1P 2:11) en la tierra. No usamos este mundo como si fuera nuestro
hogar principal. «Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador,
al Señor Jesucristo» (Fil 3:20).
Esto nos lleva a un estilo de vida de tiempos de guerra. Eso significa que no acumulamos
riquezas para mostrar al mundo cuán ricos puede hacernos nuestro Dios. Trabajamos arduamente
y buscamos una austeridad de guerra para la causa de difundir el evangelio hasta lo último de la
tierra. Maximizamos la generosidad para apoyar la guerra, no para las comodidades del hogar.
Criamos a nuestros hijos con una postura de ayudarlos a recibir el sufrimiento que costará
concluir la misión.
Así que si un predicador de la prosperidad me pregunta sobre todas las promesas de riqueza
para las personas fieles en el Antiguo Testamento, mi respuesta es: lee cuidadosamente tu Nuevo
Testamento y fíjate si encuentras el mismo énfasis. No lo encontrarás. Y la razón es que las cosas
han cambiado drásticamente.
«Nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, si tenemos
sustento y abrigo, contentémonos con eso» (1Ti 6:7-8). ¿Por qué? Porque el llamado a Cristo es
un llamado a «sufrir penalidades como buen soldado de Jesucristo» (2Ti 2:3). El énfasis del
Nuevo Testamento no está en las riquezas que nos atraen al pecado, sino en el sacrificio de ser
enviados.
Una confirmación providencial de que Dios procuró esta distinción entre una orientación
venga-y-vea en el Antiguo Testamento y una orientación vaya-y-cuente en el Nuevo Testamento
es la diferencia entre el lenguaje del Antiguo Testamento y el lenguaje del Nuevo. El hebreo, el
lenguaje del Antiguo Testamento, no era compartido con ningún otro pueblo del mundo antiguo.
Era único de Israel. Este es un contraste asombroso con el griego, el lenguaje del Nuevo
Testamento, que era el lenguaje comercial del mundo romano. Así que las lenguas del Antiguo
Testamento y del Nuevo Testamento señalan la diferencia en la misión. El hebreo no era
adecuado para la misión al mundo antiguo. El griego era perfectamente adecuado para la misión
en el mundo romano.

Distínganse de los comerciantes


El apóstol Pablo nos dejó un ejemplo de lo mucho que se preocupaba de no dar la impresión
de estar en el ministerio por el dinero. Él decía que los ministros de la Palabra tienen derecho a
vivir del ministerio. Pero luego, para mostrarnos el peligro de eso, se niega a usar plenamente ese
derecho.

En la ley de Moisés está escrito: «No pondrás bozal al buey que trilla». ¿Quiere decir
esto que Dios se preocupa de los bueyes, o más bien lo dice por todos nosotros? En
realidad, esto se escribió por nosotros; porque tanto el que ara como el que trilla deben
hacerlo con la esperanza de recibir su parte de la cosecha. Si nosotros sembramos entre
ustedes lo espiritual, ¿será mucho pedir que cosechemos de ustedes lo material? Si otros
participan de este derecho sobre ustedes, ¡con mayor razón nosotros! Sin embargo, no
hemos hecho uso de este derecho, sino que lo toleramos todo, a fin de no presentar
ningún obstáculo al evangelio de Cristo (1Co 9:9-12).

En otras palabras, él renunció a un legítimo derecho para no dar a nadie la impresión de que
el dinero era la motivación de su ministerio. Él no quería el dinero de los que se convertían:
«Como ustedes bien saben, nosotros nunca usamos palabras lisonjeras, ni hay en nosotros
avaricia encubierta. Dios es nuestro testigo» (1Ts 2:5).
Él prefirió trabajar con sus manos en vez de dar la impresión de estar vendiendo el evangelio:

Nunca he codiciado la plata ni el oro ni el vestido de nadie. Bien saben ustedes que mis
manos me han servido para ganar lo que nos faltaba a mí y a los que están conmigo.
Siempre les enseñé, y ustedes lo aprendieron, que a los necesitados se les ayuda
trabajando como he trabajado yo, y recordando las palabras del Señor Jesús, que dijo:
«Hay más bendición en dar que en recibir» (Hch 20:33-35).

Él sabía que había vendedores de la palabra de Dios que pensaban que «la piedad [es] una
fuente de ganancia» (1Ti 6:5-6). Pero se negó a hacer cualquier cosa que pudiera ponerlo en esa
categoría: «Nosotros no somos como muchos, que negocian con la palabra de Dios, sino que
hablamos de Cristo con sinceridad, como enviados por Dios, y en la presencia de Dios» (2Co
2:17).
Demasiados predicadores de la prosperidad no solo dan la impresión de estar «negociando
con la palabra de Dios» y hacen de la «piedad una fuente de ganancia» sino que realmente
desarrollan una teología fraudulenta para justificar sus extravagantes ostentaciones de riqueza.
Pablo hizo exactamente lo contrario.

Exalten a Cristo como ganancia


Mi mayor preocupación sobre los efectos del movimiento de la prosperidad es que este
minimiza a Cristo y lo hace menos central y menos satisfactorio que sus dádivas. Ser el dador de
riquezas no es lo que más engrandece a Cristo. Lo que más lo engrandece es satisfacer el alma de
quienes se sacrifican para amar a otros en el ministerio del evangelio.
Cuando exaltamos a Cristo como aquel que nos hace ricos, glorificamos las riquezas, y Cristo
se vuelve un medio para el fin que realmente queremos, a saber, riqueza, salud y prosperidad.
Pero cuando exaltamos a Cristo como aquel que satisface nuestra alma por siempre —aun
cuando no hay salud, riqueza y prosperidad— entonces Cristo es engrandecido como más
precioso que todos aquellos dones.
Vemos esto en Filipenses 1:20-21. Pablo dice: «Conforme a mi anhelo y esperanza de que…
Cristo será magnificado en mi cuerpo, ya sea por vida o por muerte. Porque para mí el vivir es
Cristo, y el morir es ganancia». Honramos a Cristo cuando lo atesoramos tanto que morir es
ganancia. Porque morir significa «partir y estar con Cristo» (Fil 1:23).
Esta es la nota que falta en la predicación de la prosperidad. El Nuevo Testamento apunta a la
gloria de Cristo, no a la gloria de sus dádivas. Para dejarlo claro, pone toda la vida cristiana bajo
la bandera de la abnegación gozosa. «Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su
cruz, y sígame» (Mr 8:34). «Con Cristo estoy juntamente crucificado» (Gá 2:20).
Pero aunque la abnegación es un camino duro que lleva a la vida (Mt 7:14), es el más gozoso
de todos los caminos. «El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo.
Cuando alguien encuentra el tesoro, lo esconde de nuevo y, muy feliz, va y vende todo lo que
tiene, y compra ese campo» (Mt 13:44). Jesús dice que encontrar a Cristo como nuestro tesoro
hace que todas las otras posesiones sean gozosamente prescindibles. «Muy feliz, va y vende todo
lo que tiene, y compra ese campo».
No quiero que los predicadores de la prosperidad dejen de llamar a las personas al máximo
gozo. Por el contrario, yo les suplico que dejen de alentar a las personas a buscar su gozo en las
cosas materiales. El gozo que Cristo ofrece es tan grande y tan duradero que nos permite perder
prosperidad y aun así regocijarnos. «Gozosos soportaron el despojo de sus propios bienes,
sabedores de que en los cielos tienen una herencia mejor y permanente» (Heb 10:34). La gracia
para tener gozo en la pérdida de prosperidad: ese es el milagro que deberían buscar los
predicadores de la prosperidad. Eso sería ser la sal de la tierra y la luz del mundo. Esto exaltaría a
Cristo como sumamente valioso.
APÉNDICE II

El dinero
Wayne Grudem
El dinero es esencialmente bueno y provee muchas oportunidades para glorificar a Dios, pero
también muchas tentaciones para pecar.
Las personas a veces dicen que «el dinero es la raíz de todos los males», pero la Biblia no
dice eso. Pablo dice en 1 Timoteo 6:10 que el amor al dinero es la raíz de todo tipo de mal, pero
eso se refiere al amor al dinero, no al dinero en sí mismo.
De hecho, el dinero es esencialmente bueno porque se trata de una invención humana que
nos diferencia del reino animal y nos permite sojuzgar la tierra produciendo de la tierra bienes y
servicios que traen beneficio a otros. El dinero permite que toda la humanidad sea productiva y
disfrute los frutos de esa productividad de manera mucho más extensiva de lo que podría hacerlo
si ningún ser humano tuviera dinero, y solo pudiéramos hacer trueques.
Sin dinero, yo solo tendría una cosa con la cual negociar, y eso serían las copias de mis
libros. Tendría cientos de copias de mi libro Teología Sistemáticai, por ejemplo, pero en un
mundo sin dinero no sabría si un ejemplar tendría el valor de un pan, o dos camisas, o una
bicicleta, o un coche. Y el almacenero podría no estar interesado en leer mi libro, ¡así que quizá
no intercambiaría una canasta de comestibles ni por 100 libros! Pronto incluso los mercaderes
que aceptaran mi libro a cambio no querrían otro más, o un tercero, y yo terminaría con pilas de
libros y sin posibilidad de encontrar más personas que quisieran negociar con ellos. Sin dinero,
pronto me vería forzado a volver a una vida de subsistencia plantando una huerta y criando
vacas y pollos, y tal vez negociando algunos huevos de vez en cuando. Y lo mismo te ocurriría a
ti, con cualquier cosa que pudieras producir.
Pero todos están dispuestos a intercambiar bienes con dinero, porque es aquello con lo cual
todos los demás están dispuestos a intercambiar bienes. Con un sistema de dinero,
repentinamente sé cuánto vale un ejemplar de mi libro. Vale USD40, porque eso es lo que miles
de personas han decidido que están dispuestas a pagar por él.
El dinero también conserva el valor de algo hasta que yo lo uso para otra cosa. Cuando recibo
los $40, ese dinero conserva temporalmente el valor de mi libro hasta que puedo ir a la tienda y
decir al almacenero que quiero intercambiar los $40 por algunos comestibles. El mismo
almacenero que no habría querido intercambiar comestibles por un libro de teología ahora acepta
con gusto mis $40 en dinero, porque sabe que puede usar ese dinero para cualquier cosa en el
mundo que él quiera y que cueste $40.
Así que el dinero es simplemente una herramienta para nuestro uso, y podemos agradecerle a
Dios que en su sabiduría dispuso que lo inventáramos y lo usáramos. Es simplemente un «medio
de intercambio», algo que hace posible los intercambios voluntarios. Es un producto… que está
establecido legalmente como algo intercambiable equivalente a todos los otros productos, como
bienes y servicios, y se usa como una medida de sus valores comparativos en el mercado ii.
El dinero hace que los intercambios voluntarios sean más justos, con menor despilfarro, y
mucho más extensivos. Necesitamos dinero en el mundo para ser buenos mayordomos de la
tierra y glorificar a Dios usándolo sabiamente.
Si el dinero fuera malo en sí mismo, entonces Dios no tendría nada de dinero. Pero él dice:
«La plata y el oro son míos. Palabra del Señor de los ejércitos» (Hag 2:8).
Todo le pertenece a Dios, y él nos lo confía para que lo glorifiquemos a él.
El dinero provee muchas oportunidades para glorificar a Dios: invirtiendo y expandiendo
nuestra mayordomía imitando así la soberanía y la sabiduría de Dios; satisfaciendo nuestras
propias necesidades imitando así la independencia de Dios; dando a otros imitando así la
misericordia y el amor de Dios; o dando a la iglesia y al evangelismo trayendo así a otras
personas al reino.
Pero dado que el dinero conlleva tanto poder y tanto valor, es una gran responsabilidad, y
presenta constantes tentaciones a pecar. Podemos ser atrapados por el amor al dinero (1Ti 6:10),
y este puede alejar nuestros corazones de Dios. Jesús advirtió: «Ustedes no pueden servir a Dios
y a las riquezas» (Mt 6:24), y advirtió acerca de acumular demasiado de manera que acaparemos
y no lo usemos para el bien:

No acumulen ustedes tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido corroen, y donde los
ladrones minan y hurtan. Por el contrario, acumulen tesoros en el cielo, donde ni la
polilla ni el óxido corroen, y donde los ladrones no minan ni hurtan. Pues donde esté tu
tesoro, allí estará también tu corazón (Mt 6:19-21).

Pero las distorsiones de algo bueno no deben hacernos pensar que la cosa en sí misma es
mala. El dinero es bueno en sí mismo, y nos provee muchas oportunidades para glorificar a Dios.

________________
i Wayne Grudem, Teología sistemática: una introducción a la doctrina bíblica (Miami: Vida,
2007).
ii The American Heritage Dictionary of the English Language (Boston: Houghton Mifflin, 1992),
1166.
APÉNDICE III

Predicadores de la prosperidad
Nuestra tarea en este libro ha sido abordar los principios e ideas centrales de la enseñanza de
la prosperidad, más que discutir con predicadores puntuales. Pero hay muchas personas
influyentes que tenemos en mente que, de diferentes maneras y formas, han articulado y
difundido este evangelio de la prosperidad.
Por ejemplo, podríamos hacer referencia a Duncan Williams, Benson Idahosa, David
Oyedepo (fundador de Winners Chapel), John Praise, Kenneth y Gloria Copeland, Kenneth
Hagin, Marilyn Hickey, Morris Cerullo, John Avanzini, Robert Tilton, Benny Hinn, Charles
Capps, Joel Osteen, y T.D. Jakes.
Sin embargo, más que cualquier otra cosa, alentamos a los lectores a examinar la predicación
que oyen a la luz de la Biblia. Esperamos que este libro te haya ayudado a hacerlo.
APÉNDICE IV

Lectura adicional: Otros libros sobre la


enseñanza de la prosperidad
No es suficiente lo que se ha escrito sobre este tema si consideramos el impacto que está
teniendo en iglesias alrededor del mundo. Nos gustaría alentar a pastores y teólogos a enfrentar
esta falsa enseñanza en sus escritos.
Aquí presentamos algunos libros valiosos como lectura adicional:

Adeleye, Femi, Preachers of a Different Gospel (Hippo Books,


2011).
Este autor nigeriano busca examinar las afirmaciones del evangelio de la prosperidad,
exponiendo las maneras en que este contradice la Biblia. Su libro es una advertencia sobre las
maneras sutiles en que esta falsa enseñanza se ha infiltrado en la iglesia.

Fee, Gordon, The Disease of the Health and Wealth Gospels


(Vancouver: Regent College, 2006).
Con su trasfondo como erudito del Nuevo Testamento, la exégesis de Fee le permite evaluar
específicamente los enfoques populares cristianos a los temas de la salud, la riqueza y la
prosperidad. Este útil librito le señala al lector una postura fiel a la Biblia.

Hanegraaf, Hank, Christianity in Crisis: The 21st Century


(Nashville: Thomas Nelson, 2009).
Hanegraaf amplía su influyente libro del año 1993 con un nuevo esfuerzo por detallar y
exponer los principales errores del cristianismo contemporáneo, al tiempo que provee respuestas
bíblicas para cada caso.

Jones, David y Russell Woodbridge, Health, Wealth & Happiness


(Grand Rapids: Kregel, 2011).
Jones y Woodbridge regresan a las Escrituras para exponer un entendimiento verdaderamente
bíblico sobre la riqueza, la pobreza, el sufrimiento y la acción de dar. Ellos identifican cinco
áreas cruciales de error relacionadas con el movimiento del evangelio de la prosperidad. Este
libro desafía a los lectores a redescubrir el verdadero evangelio de Jesús.

McConnell, Dan, A Different Gospel: Updated Edition (Peabody:


Hendrickson, 1995).
Con corazón de pastor y ojo de erudito, McConnell investiga la base de la teología «lo pides
y lo tienes». Al hacerlo, demuestra los peligros de su enseñanza anti-bíblica. Títulos asociados

Ferdinando, Keith, The Battle is God’s (ACTS, 2012).


Abordando la guerra espiritual en un contexto africano, este libro trata el tema del dolor y el
sufrimiento.

Rees, Stephen, Jesus: Suffering Saviour, Sovereign Lord (ACTS,


2012).
Esta colección de artículos se enfoca en los cánticos del siervo en Isaías y Filipenses capítulo
2. Estos sermones, predicados en varias conferencias alrededor del mundo, están llenos de Cristo.
Son ejemplos excelentes de cómo entender correctamente la Palabra de Dios, para que la voz de
Dios sea verdaderamente oída. Tales ejemplos son muy necesitados hoy, cuando tantos
predicadores tuercen la Biblia para tratar de hacerla decir lo que ellos quieren que diga.

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