Mujeres en La Cima Del Mundo Lucy Anne Holmes

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Mujeres

en la
cima del
mundo

LO QUE PIENSAN LAS MUJERES MIENTRAS PRACTICAN


SEXO

EDICIÓN A CARGO DE
LUCY-ANNE HOLMES

CON ILUSTRACIONES DE
CHRISSIE HYNDE, JENNY ECLAIR, ALPHACHANNELING
Y UN LARGO ETCÉTERA

TRADUCCIÓN DE
LIBRADA PIÑERO
MUJERES EN LA CIMA DEL MUNDO
LO QUE PIENSAN LAS MUJERES MIENTRAS
PRACTICAN SEXO
Lucy-Anne Holmes

CINCUENTA Y UNA MUJERES REVELAN SUS


PENSAMIENTOS MÁS ÍNTIMOS Y PRIVADOS SOBRE
EL SEXO.

Mujeres en la cima del mundo es una colección de cincuenta y un


testimonios en primera persona de cincuenta y una mujeres de todo
el mundo, de todas las edades y de todas las condiciones sociales.
Profundamente honestos, revelan sus pensamientos y sentimientos
más íntimos sobre el sexo a la escritora Lucy-Anne Holmes. El
resultado es un increíble compendio de verdaderas revelaciones
que son divertidas y tristes, impactantes y tiernas. Cada experiencia
es diferente, única y fascinante.

Hay mujeres heterosexuales, mujeres homosexuales, mujeres


bisexuales, mujeres queer, mujeres monógamas, mujeres
poliamorosas, aquellas que se identifican como mujeres no binarias
y transgénero. Hay sexo hermoso, sexo aburrido, autosexualidad,
sexo loco, sexo tántrico, sexo triste y sexo que se vive como colores
y caramelo derretido.

Bellamente ilustrado por artistas de gran talento y vanguardia de


todo el mundo, tanto hombres como mujeres, que tienen una visión
positiva del sexo y que transmiten la variedad de emociones
contenidas en estas revelaciones íntimas.

El resultado es un libro asombroso que va más allá de los límites,


que ayudará a saciar la sed de narrativas para mujeres escritas por
mujeres sobre sus viajes de autodescubrimiento sexual.

ACERCA DE LA AUTORA

Lucy-Anne Holmes es escritora, actriz y activista que vive en


Sussex. Es autora de tres novelas anteriores que se publicaron en
diez países, y de Don't Hold My Head Down, su divertida y
reveladora odisea sexual personal. Cuando no está trabajando en
Mujeres en la cima del mundo, Lucy-Anne está en un curso de
capacitación para convertirse en una sacerdotisa sexual sagrada.

ACERCA DE LA OBRA

«Sumamente honesto. Una obra hermosa e importante.»


VANITY FAIR

«Un testimonio brillante para aquellas que reclaman su poder


sexual.»
RUBY RAR
A todas las mujeres que han hablado conmigo para este
libro, gracias.
Creo que este es un agradecimiento del que se harán
eco muchas mujeres y muchos hombres de todo el
mundo.
Compartir secretos íntimos con una extraña no es algo
que ocurra todos los días. Aun así, hablasteis conmigo
con una generosidad de espíritu y un amor por el
género femenino absolutos.
Hablasteis para compensar los siglos de vergüenza,
miedo, violencia y silencio en torno a la sexualidad
femenina y para compartir con entusiasmo vuestros
descubrimientos en materia de placer y
empoderamiento.
Sois valientes y brillantes, y me inclino ante todas y
cada una de vosotras.

Lucy-Anne x
A menudo, durante el sexo, me preocupaba
si estaba haciendo algo mal o si estaba
haciéndolo bien, pero casi nunca parecía
haber diferencia entre una cosa y la otra.

— MELODIE
MELODIE

— 19 —
REINO UNIDO

Antes de empezar a tener relaciones sexuales pensaba que era algo


maravilloso, extraordinario. Por lo que había leído en los libros y oído decir
a la gente, creía que sería espectacular. No tenía ni idea de lo complicado
que sería en realidad.
Casi siempre era mi exnovio quien tomaba la iniciativa, y a mí ya me iba
bien: prefiero que sea mi pareja quien lleve la voz cantante. Normalmente
empezaba con tocamientos, al principio ligeramente por las tetas y, si había
suerte, por la vulva. Si ese día estaba más atrevido, lo hacíamos en la ducha.
El sexo en la ducha suena estupendo en la teoría, pero con superficies y
cuerpos resbaladizos cuesta no caerse. ¡Por no hablar del frío que pasas
cuando no estás justo bajo el chorro del agua!
Me metía los dedos desde todos los ángulos menos cuando estaba
tumbada boca arriba, que es la postura que prefiero. No había manera de
que me encontrara el clítoris, así que una vez se me ocurrió guiarle para
ayudarle y le puse los dedos encima para que supiera dónde estaba.
Consiguió frotarlo un par de veces, después se le escapó y empezó a
frotarme la zona de los labios de alrededor. No tenía ni idea de que ya no
estaba sobre el clítoris. No pude evitar reírme.
A veces tenía la sensación de que me estaba haciendo una exploración,
no dándome placer. Estaba claro que él no sabía lo que hacía y la mayoría
del tiempo yo estaba allí tumbada pensando: «Dios, esto es muy incómodo,
¿cuándo vamos a follar?». Supongo que habría sido más agradable si
hubiera podido tener unos preliminares en los que él hubiera prestado
atención a lo que me gustaba y a lo que no. Que te den como un martillo
neumático nunca es bueno.
Me hizo sexo oral exactamente una vez y fue horrible. Mientras lo hacía
iba parando a beber agua fría y después volvía a ponerse a ello. ¡Una lengua
fría no es nada agradable! Yo era demasiado insegura y no supe cómo
reaccionar. Todo aquello fue rarísimo. Yo le hice sexo oral unas cuantas
veces. Me gusta hacerlo de vez en cuando, pero para disfrutarlo tiene que
apetecerme, si no es como una obligación.
Siempre se ponía lubricante antes de penetrarme. El sexo en sí estaba
bien. A veces dolía, sobre todo al entrar, pero el lubricante ayudaba.
Después de todo lo otro, la penetración estaba bien.
Una vez su madre estuvo a punto de entrar mientras estábamos en plena
faena. Él se vistió a la desesperada para ir a abrir la puerta y yo tuve que
esconderme bajo la colcha y fingir que tenía frío. Era verano. Es imposible
que no se diera cuenta pero por suerte no dijo nada.

Para cuando lo tuvo atado ya se le había pasado el interés y


tuve que quedarme allí sentada charlando, incómoda, durante
un rato antes de que me desatara.

Nunca he tenido un orgasmo, ni entonces ni después. No sé muy bien por


qué. Cosas como la masturbación no me funcionan. Intento decirme que a
algunas personas no les funciona o que es porque todavía no he encontrado
la forma adecuada de hacerlo, pero me siento bastante insegura al respecto.
Me preocupa que haya algo que no me funcione bien.
Mientras me hacía mayor no aprendí casi nada sobre sexo. Hacia los
catorce empecé a tener curiosidad por saber qué era el BDSM, y de hecho
fue a través de la comunidad BDSM como aprendí la mayoría de cosas que
sé sobre el sexo. Leyendo foros públicos aprendí lo que es el
consentimiento: estar de acuerdo con entusiasmo, no limitarse a asentir o a
balbucear un «supongo». También aprendí sobre las infecciones, por
ejemplo, y que las cosas pueden ir mal muy fácilmente; fue gracias a ellos
como supe que tenía que hacer pis después del sexo cuando finalmente
empecé a practicarlo a los dieciocho. Y como supe qué era una infección de
orina cuando tuve la primera, de modo que no creí que me había roto por
dentro y supe qué hacer.
Teníamos una palabra de seguridad, «rojo», que acordamos al empezar a
practicar sexo, aunque nunca la utilizamos. Me pareció que sería incómodo
hablar de algo como aquello, pero la conversación fue muy tranquila y
relajada. Por lo general éramos muy convencionales, pero compró una
cuerda de bondage y una vez intentó atar un arnés. Cogió un tutorial de
YouTube y tuve que sentarme allí completamente desnuda mientras él daba
vueltas entre el arnés y yo intentando ver por dónde tenía que pasar la
cuerda. Para cuando lo tuvo atado ya se le había pasado el interés y tuve
que quedarme un rato allí sentada charlando, incómoda, antes de que me
desatara.
A menudo, durante el sexo, me preocupaba si estaba haciendo algo mal o
si estaba haciéndolo bien, pero casi nunca parecía haber diferencia entre
una cosa y la otra.

Natalie Krim es una artista que reside en California, Estados Unidos. Sus dibujos
lineales eróticos y confesionales comparten su viaje de autoestima y su lucha por los
derechos de la mujer. Le gusta utilizar colores pastel y la simplicidad del lápiz.
@nataliejhane
ILUSTRACIÓN DE NATALIE KRIM
Cuando tengo un orgasmo veo números y
colores.

— TULIPÁN BLANCO
TULIPÁN BLANCO

— 22 —
JAPÓN

La última vez que tuve relaciones sexuales fue hace medio año, con un
amigo con derecho a roce.
Pillamos bebida en un izakaya y él dijo que fuéramos a su casa. A mí me
pareció bien.
Cuando estábamos en su sofá, nos miramos a los ojos y entonces empezó
a besarme. Yo quería que fuera muy despacio pero también muy rápido,
para llegar a la parte de la penetración.
Me quitó el sujetador y fue muy emocionante. Estoy muy orgullosa de
mis tetas.
—Las has echado de menos, ¿eh? —le dije.
—Ya te digo —contestó él.
No le dejaba tocármelas. Cuando lo intentaba, le decía:
—Eh, eh, todavía no.
Me gusta ser juguetona. Si se lo tiene que trabajar, se esforzará más por
impresionarme. En su cabeza es ropa fuera, segunda base, tercera base y
sexo. Pero yo pienso: «¡No! Voy a jugar contigo». Así es más espontáneo.
A mí me gusta que haya muchos preliminares: besos, abrazos, besos en el
cuello, tocamientos, cosas divertidas… porque llevan a una conexión en la
que las dos personas se convierten en una.
Empecé a hacer cosas que sé que le gustan: jugueteé con sus orejas, se las
chupé y le pellizqué los pezones. Cuando llegó al punto álgido dijo:
—Déjame hacerte algo, por el amor de Dios.
—Vale —contesté—. Puedes hacerme lo que quieras.
Me encantó que jugueteara con mis pechos; tengo los pezones sensibles.
Pensé: «Hostia, qué pasada».
Lo que más rabia me da es cuando los chicos pretenden hacer lo que ven
en el porno. No me gusta nada, así que si se empieza a poner rollo estrella
del porno, digo: «¡Eh, tío, tranquilito!». En el sexo es importante que
aprendas lo que te gusta pero también que enseñes a quien está contigo.
Este chico en concreto me ha enseñado a hacer mamadas. En lugar de
dedicarme a chupar por todas partes y ya, hay un sitio, un corazón invertido
hacia la parte alta de la polla, que le da mucho placer, y me aseguro de
pasar más por esa zona.
Durante mucho tiempo no quise que nadie me comiera. Las mujeres
meamos, cagamos y tenemos la regla, todo por ahí abajo; y además oyes
hablar de candidiasis, pérdidas de orina, olores y sabores raros. Pero
entonces un día conocí a una persona que me dijo: «Quiero hacértelo, por
favor». Fue INCREíBLE. Ahora estoy muy abierta: «Si yo te lo hago a ti, tú
me lo haces a mí. ¡Igualdad de oportunidades!».
Yo le había ido calentando durante mucho rato y él hizo lo propio. Me
gusta cuando el pene está a las puertas y de un empujón podrías tenerlo
dentro pero lo aguantan fuera un poco más.
Me encanta la penetración. Todo tu cuerpo está conectado, es sexy y
erótico, pero también me provoca casi una sensación de vergüenza; es muy
personal, quedas muy expuesta.

Suena cursi pero quiero que las mujeres japonesas sepan que
son sus vidas y sus cuerpos, y que les está permitido crear su
propio destino.
Mi postura favorita es cuando estoy encima del hombre, cara a cara. Mis
pechos le quedan a la altura de la cara, así que puede hacer lo que quiera
con ellos, y nuestras caras no están demasiado lejos y podemos besarnos.
Me da sensación de control.
Cuando tengo un orgasmo veo números y colores. Cuando me masturbo
veo un tres o un seis y colores fríos: azul, violeta, verde, a veces blanco.
Pero cuando lo hago con una pareja son más naranjas, rojos, rosas y veo un
siete o un ocho. Creo que inconscientemente escalo en intensidad.
Cuando practico sexo con ese amigo es una experiencia positiva, pero he
tenido experiencias negativas con otros hombres.
Una vez, en la universidad, salí de fiesta y conocí a un chico. Fuimos a
un hotel del amor. Me dijo que podía descansar porque tenía que levantarme
pronto por la mañana, pero se aprovechó de que estaba dormida. Fue una
violación. Me quedé embarazada. Decidí no tener el bebé porque no
contaba con la estabilidad económica para hacerlo, así que fui a una clínica.
En aquella época me parecía que había sido culpa mía. No dejaba de
pensar que si no hubiera ido a aquella discoteca, si no hubiera ido al hotel
con aquel hombre, si me hubiera despertado y hubiera tomado el control de
la situación, entonces no habría tenido que tomar aquella decisión. Sin
embargo, tras mucho pensar, me di cuenta de que no era justo, de que la
víctima había sido yo, y si dejaba que aquello me atormentara para siempre
entonces habría ganado mi atacante. Fue ahí cuando empecé recuperar el
control sobre mi sexualidad.
Suena cursi pero quiero que las mujeres japonesas sepan que son sus
vidas y sus cuerpos, y que les está permitido crear su propio destino.

MariNaomi, caricaturista queer estadounidense de origen japonés, hace cómics sobre


su vida amorosa, las amistades, la compasión y la condición humana. Es fundadore y
administradore de las bases de datos Cartoonists of Color, Queer Castoonists y
Disabled Cartoonists, y coanfitrione del podcast Ask Bi Grlz. www.MariNaomi.com
ILUSTRACIÓN DE MARINAOMI
Todo lo que sé sobre sexo lo he aprendido
yo sola.

— CAL
CAL

— 23 —
REINO UNIDO

No me identifico como mujer pero sí con la feminidad.


El sexo significa mucho para mí, y estoy segure de que también para
otras personas trans. Compartimos nuestros cuerpos con otra persona de un
modo muy íntimo. Es un espacio emocional. Es uno de los únicos espacios
en los que tengo la sensación de que me ven tal como soy.
Me gusta ser la persona que abraza pero al principio no tomo la
iniciativa. Creo que es cosa de mujeres butch o de personas masculinas de
centro; estamos cargadas de vergüenza y no quiero representar la
masculinidad tóxica ni tratar a las mujeres como veo que lo hacen muchos
hombres.
Hay conversaciones que he de tener con mis amantes. La primera es:
«Yo soy no-binarie, y mi pronombre es elle. No quiero que utilices
palabras femeninas, como “bonita” o “preciosa”».
Las primeras veces que practico sexo con alguien, lo hago solo con mi
cuerpo tal cual es. Después de haber dormido tres o cuatro veces con
alguien, empiezo a hablar de utilizar un consolador con arnés (strap-on).
Muchas mujeres queer usan strap-ons, pero yo los llamo «polla» y no los
veo como un juguete. A muchas personas con las que he estado los hombres
les han hecho mucho daño, y yo quiero ser un lugar seguro para las
personas con las que estoy: utilizar palabras como «polla» o «vamos a
follar» puede ser extraño para ellas.
Mi polla preferida es brillante y tiene una galaxia morada en espiral. Es
de un material gomoso y la punta es bastante grande. Me la ato a unos
calzoncillos que tienen un bolsillito en la parte delantera. Si alguien me toca
la polla cuando la llevo puesta, es como si me tocaran íntimamente.
Con un rollo suelo tener sexo más duro: no vas a estar mirando a alguien
intensamente a los ojos si os acabáis de conocer. Pero para mí el mejor sexo
es cuando estoy enamorada y el sexo es íntimo y muy muy lento, dos horas
y media por lo menos. Quiero excitar a esa persona, demostrarle cuánto la
quiero y me importa, sin palabras. Aunque también me gusta mirar a los
ojos mientras la toco y decirle que la quiero o qué cosas me gustan de esa
parte de su cuerpo. Y me encanta que me digan que soy guape.
Empiezo haciendo algo bastante suave, como besar los labios. Mucho de
lo que nos cuentan sobre el sexo es duro y rápido, pero la verdad es que
cuando te empiezas a excitar cualquier mínima sensación en el cuerpo de la
otra persona puede ser muy poderosa. Me gusta besar las mejillas, la frente,
la nariz y la barbilla. Quiero que sienta que amo todas las partes de su
cuerpo. Incluso le beso los brazos, los hombros o las pantorrillas; aunque no
se me dan bien los pies; ¡no quiero besarlos!

A veces me dicen: «¿Me follas?».

Cuando está bien excitada, no es solo la vagina, sino que todo alrededor
de esa zona empieza a ponerse sensible. El punto clave de lo que hago es
besarla durante un buen rato por todas partes menos en el clítoris. Le beso
los labios, los lados, la ingle. Después, cuando por fin le beso el clítoris,
quiero que lo sienta como un momento realmente especial. Supongo que
entonces debería dejar de andarme por las ramas, calentarla, pero le vuelvo
a besar los muslos.
A veces estamos haciéndolo y digo: «Creo que me apetece. ¿Qué te
parece?». Otras veces me piden: «¿Me follas?». Entonces me tumbo sobre
ellas, o se sientan sobre mí, o si me pongo el strap-on las follo desde atrás.
Me presiona el clítoris, así que es muy agradable, pero es intenso, un
entrenamiento en toda regla.
Todo lo que sé sobre sexo lo he aprendido yo sole. Antes leía cosas sobre
sexo en Scarleteen y en Autostraddle, un blog de mujeres queer. No se
centraban en el acto específicamente, sino más bien en el respeto, en la
dulzura, en poner límites, en lo que te parece bien y lo que no, y en lo que te
excita. Creo que eso es lo que te enseña a practicar buen sexo, no conocer
un centenar de posturas.

Bárbara Malagoli es una ilustradora mitad italiana, mitad brasileña que reside en
Londres. Su obra gira en torno a la composición, la forma, las texturas vibrantes y los
colores intensos. @bmalagoli
ILUSTRACIÓN DE BÁRBARA MALAGOLI
Cuando practico sexo, intento disociar el
acto y mi trauma del pasado, y eso dificulta
las cosas.

— AUDREY
AUDREY

— 23 —
ESTADOS UNIDOS

Siempre me ha fascinado el sexo. Al principio era como un enigma del que


se suponía que no había de querer saber más, así que, cómo no, quise saber
más.
Mi primer roce con el sexo fue hacia los cinco años, cuando tuve un
encuentro sexual desagradable con un compañero, y hasta hace bien poco
no empecé a darme cuenta de que había sido abuso.
Esa experiencia me generó desconfianza y miedo, y probablemente por
ello he tenido un número muy limitado de parejas. Me doy cuenta de que
cuando practico sexo intento disociar el acto y mi trauma del pasado, y eso
dificulta las cosas.
Siempre me siento mejor si soy yo quien pone la opción sobre la mesa,
porque así tengo un elemento de control. Puedo ser sutil y jugar con su pelo
o toquetearle el dobladillo de la camisa, o ser directa: una vez llamé a un
chico del trabajo y le pedí que se metiera en un lavabo para hacer sexo
telefónico.
Nunca me acuesto con nadie en mi cama ni en mi piso. Soy escritora y
trabajo desde casa, y para mí es importante preservar mi espacio y no
generar recuerdos vinculados a un lugar, ya que, en materia de sexo,
raramente se trata de buenos recuerdos.
Tengo una relación tan difícil con mi cuerpo que dejar que alguien me
toque es todo un tema. Una vez un chico quiso tocarme la barriga y me dio
asco porque es la parte de mi cuerpo que menos me gusta. De repente, el
hecho de que se estuviera fijando en ella hizo que me imaginara que había
un enorme elefante violeta mirándonos, y ya no pude hacer nada más.
Antes me daba una vergüenza tremenda que me hicieran sexo oral, pero
una vez tuve una pareja a la que se le daba de maravilla y eso me hizo
cambiar drásticamente de opinión sobre el tema. Ahora, cuando se hace con
comunicación y consideración, lo disfruto. También es porque es una de las
pocas veces en que puedo soltarme y salir de mi cabeza. Me pierdo y me
descubro haciendo ruidos que me sorprenden, teniendo en cuenta mi
personalidad. Me gusta esa sensación de escapar.
Cuando se trata de hacer yo sexo oral, los sentimientos son complicados.
A veces hay chicos que me empujan la cabeza hacia su entrepierna, cosa
que decididamente no está bien. Ha habido veces en que lo he disfrutado
porque, de nuevo, me ha dado una sensación de control que me gustaba
mucho; me daba confianza porque entendía cómo proporcionar placer a
alguien. Ahora bien, si me dijeran que nunca más iba a poder chupar una
polla, sin duda sobreviviría. A mi última pareja seria no le gustaba que le
hiciera sexo oral porque no podía evitar verlo un poco degradante para la
mujer y, en cierto modo, yo estaba de acuerdo. Pero hay tan poquitos
unicornios…

Mis mejores momentos sexuales casi nunca han tenido que ver
con la penetración. Me cuesta relajarme cuando alguien está
dentro de mí empujando. No puedo evitar pensar que es como
si me intentaran meter en la vagina un pavo al horno entero.

La penetración no es que me entusiasme. Mis mejores momentos


sexuales casi nunca han tenido que ver con ella. Me cuesta relajarme
cuando alguien está dentro de mí empujando. No puedo evitar pensar que es
como si me intentaran meter en la vagina un pavo al horno entero, y cuando
la cabeza se me va a esos pensamientos absurdos ya no puedo volver a
ponerme en situación.
Prefiero que se pasen horas tocándome, besándome, chupándome. Me
gusta que me traten con suavidad. No me tires del pelo, no me arañes el
culo, no me des cachetes en ninguna parte. Es delicioso cuando con la boca
me rozan ligeramente cerca del cuello o del pecho.
La gente que ha tenido experiencias terribles con el sexo, especialmente a
edad temprana, lo entienden de un modo diferente que quienes han tenido
una trayectoria más tradicional. Cuesta encontrar compañeros que
empaticen con eso, que dejen espacio para respirar a quienes intentan
reconstruir su relación con el sexo fuera del trauma. Creo que implica
mucho trabajo personal. Por supuesto que hablar ayuda, pero la verdad es
que el viaje hacia el placer sexual lo has de dirigir tú misma.

Arnelle Woker es ilustradora y reside en Londres. Le encanta traducir la belleza de la


figura femenina en mujeres curvilíneas, en nombre de la aceptación del cuerpo.
@arnellewoker
ILUSTRACIÓN DE ARNELLE WOKER
A veces, durante el sexo, me viene a la
cabeza mi padre.

— SALMA
SALMA

— 24 —
LÍBANO

Durante mucho tiempo tuve miedo a perder la virginidad.


Soy de un pueblo cristiano tradicional. Antes del matrimonio, los
hombres podían acostarse con cuantas mujeres quisieran, pero las mujeres
tenían que mantenerse vírgenes. En el Líbano se dan casos en que, en tu
noche de bodas, el hombre quiere ver sangre en las sábanas, o verte sangrar.
Es triste, pero nunca pensé que practicar sexo por primera vez pudiera ser
una creación hermosa entre dos personas.
Mi primer novio siempre me ponía los cuernos, después empecé otra
relación pero él era muy agresivo. Siempre estaba celoso; cualquier cosa le
molestaba. Confié en él y le di una foto de mis pechos, cosa que las chicas
hacemos a veces. Por suerte la borró, ya que dijo que no se fiaba de no
compartirla en un ataque de furia. En lugar de eso, me bombardeaba a
llamadas y me decía que era una puta. Llegó al punto en que un día, en el
colegio, tuve que denunciarle. Le expulsaron y después me envió un
montón de mensajes diciendo que si me volvía a ver me mataría.
Ahora trabajo en una organización que ayuda a las mujeres que sufren
violencia doméstica. Mi padre era violento con mi madre y me doy cuenta
de que ese patrón también se daba en mis primeras relaciones.
A veces, durante el sexo, me viene a la cabeza mi padre. La primera vez
que me pasó tuve miedo: miré a mi amante a los ojos y vi la cara de mi
padre. Fue siniestro y muy doloroso. Si me pasa ahora intento centrarme en
mi pareja. A veces le pido que pare y puede que comparta con él lo que me
pasa. Tuve una pareja que se lo tomaba mal pero mi pareja actual me ayuda
con ello. Nuestra relación se basa en la comunicación abierta, en la
confianza y en intentar desmontar los tabúes que aprendimos mientras nos
hacíamos mayores.
Cuando estoy muy excitada me gusta bailar la danza del vientre para él.
A veces me pongo una falda larga y un sujetador. Otras lo hago sin el
sujetador.
Me gusta que me bese en el cuello y me diga cosas cariñosas, y que eso
le lleve a besarme los pechos. Que me lama alrededor de los pezones y me
los chupe muy despacio mientras me mira a los ojos. Que después me siga
besando por el cuerpo hasta llegar a la vagina y al clítoris. Me gusta el sexo
oral, me excita mucho y me lleva al orgasmo.
Hemos trabajado que yo tenga orgasmos múltiples; es algo que él quiere
estimular en mí. Llego al orgasmo con el cunnilingus y después me penetra
y me vuelvo a correr.

Después del sexo me quedo relajada, o me entra mucha


hambre y quiero comer pizza. A veces libera emociones en mí y
lloro. Otras veces me genera un pensamiento efervescente y
me deja preguntándome: «¿Amo a esta persona?».

No me gusta mucho la posición del perrito: me hace pensar en el porno y


me siento como un objeto. Me encanta cuando hacemos la cucharita, los
dos de lado y él detrás de mí. Creo que es mi postura preferida. También me
gusta cuando él se estira y yo me siento encima mirando hacia sus piernas,
y cuando nos sentamos los dos y nos abrazamos fuerte.
A veces me imagino el aspecto que debo de tener vista desde fuera. O
finjo que nos observan unos cuantos hombres atractivos. A veces pienso en
una mujer.
Soy bisexual. Cuando era joven me encantaba explorar mi sexualidad con
chicas. La primera vez que pasó fue a los ocho o nueve años: una amiga y
yo nos besamos los pezones y nos tocamos nuestras partes íntimas la una a
la otra. Hubo muchas chicas con las que me sentí cómoda explorando ese
terreno. Al cabo de unos años me pilló mi madre. Sentí vergüenza, pero al
mismo tiempo había una parte de mí que no tenía la sensación de que
aquello estuviera mal. Aun así, después dejé de hacerlo, hasta hace unos
años.
Después del sexo me quedo relajada, o me entra mucha hambre y quiero
comer pizza. A veces libera emociones en mí y lloro. Otras veces me genera
un pensamiento efervescente y me deja preguntándome: «¿Amo a esta
persona?».

Nikki Peck es una artista que vive y trabaja en Vancouver, BC. Con la mirada queer en
primera línea, Peck examina en qué condiciones el acto de dibujar (en concreto a lápiz y
tinta) puede empoderar la sexualidad femenina en la sociedad actual.
@bonercandy69
ILUSTRACIÓN DE NIKKI PECK
Que dos parejas me hicieran gozar en
cuestión de veinticuatro horas fue genial;
me gusta rememorarlo cuando me
masturbo.

— JAYA
JAYA

— 25 —
ECUADOR/AUSTRIA

Cuando me hacía mayor tuve dos perspectivas diferentes sobre la


sexualidad. En Ecuador, el estilo de vida de mis padres era muy abierto. Mi
padre era un mexicano que defendía el amor libre y pertenecía a una
comuna Osho, y mi madre era artista. A menudo iban desnudos por casa y
estaban muy cómodos con sus cuerpos. A posteriori, estoy muy agradecida
por ello, aunque me los encontrara practicando sexo demasiado a menudo
para mi gusto…
Cuando tenía trece años se produjo una gran grieta porque mis padres se
separaron. Me mudé a Austria y empecé a ir a un colegio católico. En
Sudamérica estaba acostumbrada a una cultura muy de tocar en la que
abrazabas a tus amigos y les decías: «te quiero». Pero en Austria no se
tocaba. En mi clase había una distancia enorme entre chicas y chicos; si por
accidente tocábamos a alguien del sexo opuesto decíamos que había que
vacunarse. En clase de educación sexual se enseñaba a las niñas que si se
encontraban en una situación en la que alguien traspasaba sus límites y
había algo que no quisieran hacer no tenían que gritar «ayuda» sino
«fuego», mejor opción para atraer la atención de la gente y conseguir
escapar de aquella situación.
En los últimos años, me siento como una cebolla que se ha ido quitando
un montón de capas en lo relativo a la sexualidad, sobre lo que está bien, lo
que está mal y lo que es real.
Tengo una relación muy profunda y segura con mi pareja. Tras dos años
y medio juntos, sentí el impulso de tener una relación abierta. Había
asistido a un acto fuertemente inspirado por los principios del Burning Man
y había aprendido mucho sobre queerness, la no-monogamia y la expresión
personal sexual consentida. Fue en plan: «Hala, esto me ofrece la
posibilidad de unir cosas que van conmigo. No tengo que satisfacer ningún
estándar, deseo o papel que pensara que se esperase de mí». Esa revelación
me caló hondo pero también me asustó. Me di cuenta de que tenía que
entender mi sexualidad. «¿Qué quiero?» es una de las preguntas más
aterradoras y más liberadoras que hay.
Una de las cosas de las que me di cuenta fue de que me sentía atraída
tanto por otros hombres como por mujeres, y de que quería tener relaciones
sexuales con ambos sexos de un modo ligero y alegre, sin mentir a mi
pareja ni verles a sus espaldas. Presioné mucho para tener una segunda
relación que fuera en paralelo a la que ya tenía. Pensé: «Esto es lo que
quiero y voy a ir a por ello».
Tengo un nuevo amante y estoy en el proceso lentísimo de permitir que
vaya surgiendo algo con él. Es como una bella danza, porque él es de origen
católico y es muy tímido en lo que a sexualidad se refiere. Para mí nunca se
trata solo de sexo, sino mucho más de la conexión.

Presioné mucho para tener una segunda relación que fuera en


paralelo a la que ya tenía.

Hace unas semanas fue mi cumpleaños. Él estuvo hasta el final de mi


fiesta, hasta que solo quedamos nosotros dos. Estábamos hablando y le pedí
que se acercara más y fue como si nos fundiéramos el uno con el otro. Yo
estaba ardiendo, a punto. Me quitó la ropa y me hizo sexo oral, me dio
espacio para dedicarme a mi placer. Me encanta recordar aquella imagen de
él comiéndome, y de mí montando aquella ola sin preocuparme por qué
aspecto tenía ni cómo estaba.
Después le di placer con las manos y se corrió. Nos duchamos y fue una
ducha preciosa de dos cuerpos fusionándose el uno con el otro. Al principio
de una relación la unión es poderosísima, muy hermosa. Hace falta
confianza para conseguirla.
Después se fue y tuve la mañana para mí. Entonces llegó mi pareja y
saltamos el uno sobre el otro y echamos un polvete maravilloso. El
contraste entre la conexión súper tierna, dulce, suave, lenta que había tenido
la noche anterior y aquel sexo duro, rápido, fuerte, con penetración —en
alemán lo llamamos rammeln, follar como conejos— fue increíble. Confío
en él y sé que si es demasiado para mí puedo parar en cualquier momento
sin que eso le provoque decepción o enfado. En alguna ocasión ya hemos
parado a media faena si uno de los dos no estaba cómodo y es precioso
saber que si lo haces el otro no se sentirá herido ni montará un drama.
Aquello fue una explosión de orgasmos, arrancándonos la ropa y tirándola
por el suelo.
Que dos parejas me hicieran gozar en cuestión de veinticuatro horas fue
genial; me gusta rememorarlo cuando me masturbo.

Candy Payne es una arista visual y diseñadora que se crio en Liverpool y Nueva York.
Con un pasado como cantautora, ha colaborado con gente como David Byrne y Mark
Ronson. Su primera exposición en solitario, «The Age of a Flower», La edad de una flor,
tuvo lugar en la galería RedHouse Originals de Harrogate en 2019.
@candiepayne_artist
ILUSTRACIÓN DE CANDIE PAYNE
Por lo general, los penes me dan miedo.
Los penes de los hombres que me gustan
me dan igual, pero aparte de esos no
quiero ni ver, ni tocar ni coger ninguno.

— VI
VI

— 25 —
LA INDIA

Me siento cómoda con el sexo ocasional.


Vivo con mi familia en una ciudad densamente poblada, como la mayoría
de gente en la India, así que mi espacio social está bastante controlado. No
he tenido tantas relaciones sexuales como me gustaría pero aun así he
podido explorar esa parte de mí misma.
Un momento que me cambió la vida fue cuando escuché a Cardi B decir
en la MTV: «Si un hombre no hace que me corra, me hago correr yo». Me
di cuenta de que podía buscar placer en el sexo y decidí que a partir de
entonces mi goce iba a ser el centro de mi vida sexual, y que el dolor, a
menos que yo lo deseara, no tendría lugar en ella.
Antes pensaba que el dolor formaba parte del sexo. Mi novio y yo
habíamos probado la penetración varias veces antes de tener relaciones
sexuales completas, pero era una agonía. La noche que lo hicimos, le dije:
«Por mucho que te diga que me duele, por mucho que te diga que pares,
tenemos que hacerlo». Creo que mi pareja quedó traumatizada; se sintió
muy mal porque yo chillaba de dolor pero seguía diciéndole que no parara.
Me fui haciendo mayor, pero el dolor siempre estaba allí. Los hombres
jóvenes son bastante torpes, e incluso aquellos con los que queremos tener
sexo pueden acabar siendo violentos.
No tenía palabras para cuando no quería sexo con alguien. Recuerdo que
cuando me hacía mayor oí un dicho: «No hay que dejar a un hombre con los
huevos cargados». Tenías la presión de satisfacerle aunque no quisieras: si
le habías excitado, tenías la responsabilidad de ayudarle a eyacular.
También tenía trastorno de estrés postraumático como consecuencia de
abusos sexuales. La primera vez que abusaron de mí tenía nueve años.
Durante mi infancia sufrí una serie de abusos sexuales. Varias veces los
cometieron desconocidos; otras, personas en las que mi familia y yo
confiábamos. Como consecuencia de mi trauma por los abusos sexuales, me
gusta citarme solo con gente de mi edad. Los hombres mayores me
provocan repulsión y terror.
Me gusta llevar la iniciativa; me da mayor sensación de control. Diría
que me han rechazado el cincuenta por ciento de las veces pero siempre me
alegra que la otra persona esté lo bastante cómoda como para decir: «No
quiero hacer esto», y poder seguir adelante. Me gusta coquetear pero
también ser directa. Les pregunto si tienen condón, o cuándo se hicieron la
prueba del VIH. Si estoy lejos de casa, digo: «¿Quieres venir a mi
habitación?».

A mis parejas les dejo muy claro que en estos momentos estoy
embarcada en un viaje en el que quiero sentirme bien en el
sexo, y que no me centro tanto en ellos.

A mis parejas les dejo muy claro que en este momento estoy embarcada
en un viaje en el que quiero sentirme bien en el sexo, y que no me centro
tanto en ellos. Con mis tres últimas parejas tuve un sexo estupendo. Sabía
que quería tener orgasmos, así que les guiaba, les explicaba lo que me
gustaba, y si me dolía aunque solo fuera un poco les decía: «No podemos
hacer esta postura», o «Esto no va a funcionar, vamos a probar otra cosa».
Por lo general, los penes me asustan. Los penes de los hombres que me
gustan me dan igual, pero aparte de esos no quiero ni ver, ni tocar ni coger
ninguno. Estoy más cómoda practicando sexo que haciendo mamadas.
Cuando era joven busqué en internet cómo hacer mamadas y leí que el
único modo es disfrutándolo tú misma, así que si veo que no lo estoy
disfrutando entonces me permito decir: «No puedo hacerlo».
A menudo, mientras practico sexo, me disocio de mi cuerpo, incluso
cuando estoy con alguien en quien confío mucho. Mi primera pareja
siempre me preguntaba: «¿Dónde tienes la cabeza? No sé si estás aquí y
ahora conmigo».
Hace poco expliqué por fin a una pareja sexual que me pasa eso. Se
mostró muy comprensivo y después fue mejor y dejé de disociar. Siempre
me había sentido mal al explicar a mis parejas que llevaba una mochila muy
grande: creía que era algo de lo que me tenía que ocupar yo sola. Pero ahora
me doy cuenta de que si lo explico podemos tener mejor sexo.
Me gusta establecer normas para mí misma. Una de mis normas es que si
me acuesto con alguien quiero cogerle de la mano en público durante la
hora siguiente. Las últimas personas con las que me he acostado han estado
de acuerdo y nos hemos cogido de la mano. Ha sido muy agradable.

Anshika «Ash» Khullar es une ilustradore transgénero no binarie indie que reside en
Southampton, Inglaterra. Su arte se centra en relatos feministas interseccionales, con el
objetivo de exponer lo común como bello. @aorists
ILUSTRACIÓN DE ANSHIKA ‘ASH’ KHULLAR
Me gusta más el sexo con mujeres que con
hombres: conectan más emocionalmente.

— MARIA LIBRA
MARIA LIBRA

— 26 —
FILIPINAS

Me gusta más el sexo con mujeres que con hombres: conectan más
emocionalmente y saben dónde tocar para conseguir el placer que deseas.
Soy de Filipinas, donde hablar de sexo es un gran tabú. Ahora que vivo
fuera, en Tailandia, me siento más segura hablando de ello.
Nunca tuve una charla sobre sexo con mis padres. Si salían escenas de
besos en televisión, cambiaban de canal. Estudié en un colegio católico muy
estricto en el que no se enseñaba educación sexual de verdad. Así son las
cosas en mi país. Allí suena mal incluso la palabra «condón».
Aprendí sobre el sexo viendo porno. Tenía quince años y quería saber
cómo pasaba. Hice una simple búsqueda de «porno gratis» o «ver porno en
línea» y fui dando un vistazo a lo que tenía buena pinta. «Ah, ¡así que esto
es lo que pasa!» Para mí fue incómodo porque pensaba que ver porno era
algo muy malo, un pecado.
Empecé a tocarme mientras leía fan fiction por internet. Me llevaba la
mano ahí abajo y me preguntaba por qué le gustaba a la gente. No sabía
nada del placer del clítoris. Eso lo descubrí cuando estuve con mi novia.
Ella me ayudó a explorar mejor mi cuerpo.
Ahora vivimos juntas. Nos pasamos la mayor parte del tiempo desnudas.
Normalmente soy yo quien lleva la iniciativa en el sexo, pero no soy una
persona directa, así que le doy muestras mostrándome tierna con ella y
tocándola, puede que jugando con sus tetas. Antes de que me baje la regla
suelo estar más cachonda. Además, si veo una imagen sexy o un
espectáculo en el que hay escenas sexis, siento como si tuviera que hacer
sexo también. Hay días en que solo necesito afecto y amor.
Empiezo tocándola o besándola en sus zonas sensuales, las tetas o el
cuello, y sé que le gusta porque gime. Solo pienso en su placer y presto
atención a cómo reacciona.
Después le doy placer en el clítoris con los dedos. Primero jugueteo
alrededor y, si obtengo una respuesta positiva, lo toco directamente, trazo
formas, hago círculos, le doy golpecitos. O lo chupo. La dejo que gima a
gusto. Me centro en el momento. Nos miramos la una a la otra y eso nos
hace ver que estamos a salvo.
Cuando tocas demasiado el clítoris, hay un momento en que puede
hacerse demasiado placentero: ahí es cuando empiezo a follarla metiendo y
sacando los dedos. Uso entre uno y tres dedos; no uso más porque me da
miedo hacerle daño. O, si se hace cansado, le busco el punto G y le
presiono mucho la zona.

Me gusta un poco duro. Cuando estoy practicando sexo de


repente suelto que lo quiero más fuerte o más firme. Me folla
fuerte con los dedos y suele dolerme, pero no me puedo parar.

Cuando gime más fuerte sé que está a punto de correrse. Entonces dice:
«¡No pares!». Si me parece que se ha corrido, compruebo que esté bien; o,
si tengo ganas de jugar, continúo hasta que se vuelve a correr, de modo que
tiene más de un orgasmo. Cuando eso pasa, me invade una sensación de
éxito: «He sido capaz de conseguirlo».
Después me da placer ella a mí. Cuando me toca a mí recibir, soy más
demostrativa. «Quiero que me toques aquí y allá.» Lo que más placer me da
es el sexo oral, así que se lo pido mucho. Cuando me está comiendo pienso:
«Esto es lo que quiero».
Me gusta un poco duro. Cuando estoy practicando sexo de repente suelto
que lo quiero más fuerte o más firme. Me folla fuerte con los dedos y suele
dolerme, pero no me puedo parar. Cuando obtengo placer sexual noto que
necesito más y más. Después me doy cuenta de que me he hecho daño, pero
es culpa mía.
Antes, cuando estaba con chicos, no experimentaba el orgasmo al más
alto nivel. Ahora, en cambio, cuando tengo orgasmos, no sé cómo
expresarlo con palabras, es como si no me contuviera; es lo que quiero
realmente, algo que me satisface. Tengo la sensación de que cuando estaba
con chicos el sexo era mediocre, pero ahora es muchísimo mejor.

Kate Philipson es una ilustradora gráfica autónoma de Londres. Sus ilustraciones tienen
un estilo femenino marcado de trazos enérgicos y colores que explotan. Se inspira en la
cultura popular, la fotografía de moda y las novelas gráficas. @leopardslunch
ILUSTRACIÓN DE KATE PHILIPSON
Nunca se me ha ocurrido preguntarme si
he disfrutado. Puede que lo haga la
próxima vez.

— ROSE
ROSE

— 26 —
ESTADOS UNIDOS

Básicamente, siempre que me emborracho intento ligar con alguien. Me


acerco a un hombre y empiezo a bailar, refregando el culo contra él, y eso le
da pistas sobre lo que pasará después.
Empezamos enrrollándonos, besándonos y tocándonos. Me preocupo
mucho por si huelo a alcohol o a algo que haya comido ese día. Me
preocupo por si él está disfrutando. Me he enrollado con un montón de
gente, y aun así todavía pienso: «¿Estoy haciéndolo bien?» .
Para mí, cuando tienes un rollo de una noche, ha de ser muy
convencional: el misionero, puede que el perrito. Me gusta tomar el control,
morder, arañar y dar algún azote en las nalgas, pero no lo haría con alguien
a quien no conozco muy bien, así que me contengo un poco.
Normalmente nos quitamos la ropa y le hago una mamada. No es que me
excite pero creo que se me da bastante bien. Empiezo a bajar besándole y
lamiéndole el cuello, los pezones, el torso por los lados, la barriga y la cara
interna de los muslos. Después le chupo los huevos. Ahí se excita mucho y
empieza a gemir. Me meto el pene en la boca hasta donde da. Le echo
mucha saliva (a los hombres les gusta mucho), y uso la lengua y un poco las
manos. Le miro para comprobar que está disfrutando. Con frecuencia sé que
esa es probablemente la mejor mamada que le han hecho jamás. «Qué
buena soy en esto. ¡Apuesto a que no se había sentido tan bien en su vida!»
Sigo hasta que me aburro; unos cinco minutos.
Antes nunca dejaba que los hombres me hicieran sexo oral porque me
preocupo por muchas cosas. Me preocupa que haya algún olor extraño. En
función de la fase del ciclo en que estés, ahí abajo las cosas están diferentes,
y no sé qué es lo normal. No creo que las mujeres hablemos mucho sobre
eso.
Me recorto el vello púbico pero no me rasuro ni me depilo con cera.
Alguna vez me han pedido que me quitara el vello púbico completamente.
Los hombres miran porno y esperan que las mujeres tengamos el aspecto y
el comportamiento de las que aparecen allí. Cuando era más joven intentaba
imitarlas: gemía fuerte cada vez que ellos embestían, sin motivo alguno.
Ahora intento sentirme segura de mí misma y no fingir nada.
Durante el cunnilingus, a veces soy capaz de bloquear esas
preocupaciones durante cinco segundos, pero después regresa todo.
Me pregunto de dónde vienen todos esos complejos. Me crie en el
cinturón bíblico de Estados Unidos y nunca recibí mucha información sobre
sexo más allá de que era algo malo que no debías hacer hasta que te casaras.
La única educación sexual que recibí fue sobre la abstinencia. No nos
dejaban salir de clase hasta haber firmado un contrato en el que decía que
no practicaríamos sexo antes del matrimonio. A todas las chicas nos daban
unas pulseritas donde decía: «Merece la pena esperar».

Hay muchos hombres que alardean de lo mucho que pueden


aguantar. Yo soy lo contrario: con treinta segundos bastaría.

Disfruto con la penetración, pero solo me gusta muy poco tiempo, entre
cinco y diez minutos. Después empiezo a pensar: «¡Venga, va! ¡Que tengo
cosas que hacer!». Hay muchos hombres que alardean de lo mucho que
pueden aguantar. Yo soy lo contrario: con treinta segundos bastaría. Me
pongo a pensar: «¿Qué es lo más sexy que podría hacer ahora mismo para
que este acabe cuanto antes con esta mierda?». Y le respiro al oído,
contraigo los músculos de Kegel, suelto algún gemido suave, o susurro:
«Mmm, nene, qué bien…». A veces pienso: «¿Y si me doy la vuelta?».
Debe de gustarles mucho porque es como suele acabar. Se me corren en la
espalda, en el culo, en las tetas… Con tal de que se acabe, me da igual,
aunque no me gusta que se me corran en la cara.
Nunca jamás, en toda mi vida, he tenido un orgasmo estando con un
hombre. Me da la sensación de que he estado cerca pero después me he
puesto tensa. No pierdo la esperanza; leo mucho sobre mujeres que no
tienen orgasmos con el sexo.
Cuando se acaba, estoy contenta de haberlo hecho bien y de que haya
salido bien. Me hace sentir especial saber que he sido sexy y que él me
deseaba.
Nunca se me ha ocurrido preguntarme si he disfrutado. Puede que lo haga
la próxima vez.

Alice Skinner es una ilustradora y artista visual que reside en Londres. Crea imágenes
irónicas y digeribles como crónica social de la vida del siglo XXI. @thisisaliceskinner
ILUSTRACIÓN DE ALICE SKINNER
Trabajar como acompañante me ha abierto
un nuevo mundo de cosas que me gustan.

— GRACE
GRACE

— 26 —
AUSTRALIA

Cuando me iba haciendo mayor, me gustaban los personajes de las


trabajadoras sexuales que aparecían en las películas y el efecto que
causaban sobre los hombres. Eran mujeres independientes y poderosas a
quienes importaban una mierda las normas.
Trabajé de stripper, pero trabajar de noche era malo para mi salud mental
porque no acabas hasta las ocho de la mañana. Además, no me gustaba la
falta de honestidad de un sistema que básicamente les sacaba más y más
pasta a los tíos y los dejaba con los huevos cargados, insatisfechos.
Ahora trabajo como acompañante y dejo a los hombres entusiasmados,
no diciendo: «¡Oh, no! ¡No puedo permitirme pagar otra hora!».
Satisfacer a los hombres me proporciona mucho placer. Es agradable
sentir que eres capaz de hacer que una persona llegue a un estado en el que
puede soltarse y abrirse un poco. Siempre me he sentido atraída hacia la
gente cuando se muestra tal cual es; de hecho, eso me hace sentir bastante
relajada.
Para mí, el olor es lo más afrodisíaco que hay, o lo más repugnante. Me
pasa a menudo que veo al cliente joven y atractivo por la cámara del
interfono, al abrirle la puerta, y pienso: «Bien». Pero después no huele bien
y me cuesta trabajar. En cambio, si huele bien puedo ponerme muy
cachonda.
Me sorprendió la cantidad de gente que venía diciendo: «Solo quiero
hacértelo pasar bien». Pero eso es tan subjetivo… Con un tío puede
significar que quiero que esté muy muy cerca de mí y que me toque por
todas partes, pero con otro quiere decir: «No me mires y házmelo desde
atrás».
He de tener el control de la situación. No se trata de que yo me lo pase
bien. Si ocurre es una suerte y me llevo una alegría, pero la transacción
implica que mientras no me duela y proporcione placer a la otra persona, yo
lo haré.
Casi siempre hago sexo oral: es un modo útil de conocer el pene antes de
que me penetre. Cuando el pene entra hasta el fondo de la boca, la
lubricación que se produce es muy agradable. Pero hay días en que es muy
desagradable que te la metan hasta la campanilla.
Cuando me hacen sexo oral puede pasar que me vengan a la cabeza
pensamientos no deseados. A veces pienso en un tío que me gusta y me he
de contener para no correrme demasiado pronto, ya que tiene que durar lo
bastante como para que el cliente tenga la sensación de haber amortizado el
dinero. O puede que de repente me ponga a pensar en cenas familiares, cosa
que no quiero de ninguna manera, así que me arranco de ahí volando.
También puede resultar algo confuso el hecho de obtener sensaciones
agradables de una persona por la que no te sientes atraída en absoluto o por
la que sientes rechazo.

Por encima de todo, deseo profundamente conocer a alguien


con quien pueda conectar tanto a nivel físico como emocional.

La penetración suele ser el mejor momento, y el más fácil, porque me


puedo relajar; no tengo la sensación de que haya de hacer mucho. De algún
modo, que te penetren es suficiente. Me puedo excitar por la sensación que
me produce, independientemente del olor, el aspecto o el tacto de la
persona.
Me encanta que me penetren cuando estoy bocabajo con las piernas
juntas, haciendo el perrito. Cuando era más joven me gustaba ponerme
encima porque era como llegaba al orgasmo, pero ahora me frustra lo
rápido que me corro. Si tengo un orgasmo montando encima, después ya no
puedo tener uno de esos tan profundos y plenos. Me lo habré fundido todo
en un saldo.
Trabajar como acompañante me ha abierto un nuevo mundo de cosas que
me gustan. Antes no le habría pedido a nadie que me lamiera el ano, pero
un día llega un cliente, te lo hace y es bastante agradable. Claro que hay
otras cosas que me han enseñado a… iba a decir aguantar y poner buena
cara, pero no es tan dramático ni malo como eso.
Nunca he tenido una relación, y desde que trabajo como profesional del
sexo y dejé de beber ya no practico sexo ocasional. Normalmente no era
mucho mejor que el sexo por el que me pagaban, cuando no peor, así que a
la mañana siguiente me despertaba pensando: «No he ganado dinero y no
me he enamorado, así que ¿qué sentido tiene esto?».
Por encima de todo, deseo profundamente conocer a alguien con quien
pueda conectar tanto a nivel físico como emocional. Me siento
increíblemente cómoda estando desnuda y teniendo contacto físico con
personas a quien apenas conozco y que apenas me conocen. Pero lo que me
parece erótico, excitante, aterrador, nuevo y vulnerable es estar con alguien
que de hecho sí me conozca. Resulta que encontrar eso cuesta mucho más.

Regards Coupables es un ilustrador, diseñador gráfico, músico y camarógrafo que


reside en París. A través de sus ilustraciones sencillas y de trazo limpio, le gusta
expresar cierto sentido de sexualidad irónica que va directa al grano.
@regards_coupables
ILUSTRACIÓN DE REGARDS COUPABLES
Has de ser capaz de hablar de sexo
libremente, pero es un tema muy delicado.
Con los chicos pueden pasar dos cosas:
que les parezca sexy que te sientas segura
en ese tema, o que te llamen puta, o zorra,
o ramera.

— EMILY
EMILY

— 27 —
AUSTRALIA

Llevo casi seis años con mi pareja. Vivimos juntos y es maravilloso.


Últimamente el sexo es un poco más atrevido, lo cual es excitante.
Practicar sexo es importantísimo. Cuando no lo disfrutamos de veras, hay
que tener una conversación del tipo: «¿Qué hacemos?». Sin duda los gustos
cambian, o te aburres. Y después hay que ponerle pimienta al asunto,
porque si no dejas de querer practicar sexo y eso puede afectar a la relación
tanto física como emocional.
Últimamente, mi pareja y yo hemos comprado unos cuantos juguetes
sexuales y ha sido divertido. Al principio los utilizábamos sobre todo en mí,
pero ahora puedo usar algunos de ellos en él. Decididamente me encanta el
anillo vibrador para el pene, de verdad, es muy agradable en el clítoris. Me
gustan las esposas y las vendas en los ojos. Un tapón anal de vez en cuando
no está mal.
Lo de interpretar papeles requiere algo más de organización. Hemos de
hablarlo y preparárnoslos. Los dos somos un poco maniáticos del control y
nerds. Nos encantan Star Trek, La guerra de las Galaxias y la fantasía, y
tenemos un par de disfraces cada uno. Yo me convierto en la teniente Nyota
Uhura con uno de los diminutos disfraces originales.
Hay un papel de James Bond en el que él me salva. Se pone un traje y yo
me ahueco el pelo y me pongo un vestidito mínimo. Se recrea en el acento
británico y yo hago lo que puedo con el ruso: «Grrracias porrr salvarrrme.
Hay algo que pueda haserrr porrr usted», digo, pero siempre me sale fatal y
él se ríe de mí.
Me gusta que me den muchos besitos suaves y sugerentes por el cuello y
la oreja, aunque si me respiran al oído demasiado y demasiado pronto no
me gusta, me quita alegría interior. En ese momento resulta demasiado
estimulante, pero más adelante me encanta. Empezamos a liarnos, sin
demasiadas prisas ni agresividad. Nos tocamos un poco la cara, nos
agarramos el pelo, pero con suavidad; de lo contrario no me ayuda en
absoluto.
Nos miramos a los ojos para decidir rápidamente quién va hacer sexo
oral a quién primero. Nos estamos haciendo algo mayores y a veces a él le
duele la espalda, así que se lo hago yo, o a mí me duele el cuello y es él
quien me lo hace.
Empiezo a besarle por el cuello y después voy bajando lentamente, en
función de cuánto quiera calentarle. Normalmente le beso por los muslos,
después los huevos, después subo por el pene y bajo por él. Si estoy
especialmente provocativa, dejo el pene y vuelvo a las zonas circundantes.
Hay algo de poderoso en verlos reaccionar como quieres: si tocas aquí o
allá y se ponen como locos, es bastante divertido. Me gusta sentirme
poderosa en el dormitorio. Me fascina esa relación que hay entre el poder y
el disfrute.

Es agradable sentirse poderosa en el dormitorio. Me fascina


esa relación que hay entre el poder y el disfrute.

Me lo paso mejor haciendo sexo oral yo que cuando me lo hacen a mí.


Me gusta que me lo haga, pero, en vez de que él se pase mucho rato ahí
abajo, prefiero hacer el 69. A veces se entusiasma un poco: se excita
demasiado y no acierta el sitio. Hay veces, si en el trabajo le va todo bien,
en que se lo puedo decir sin problema. Pero si está preocupado por su
masculinidad, pese a tener un ego grande y maravilloso capaz de encajar
muchos golpes, se lo toma más como un ataque personal. Lo que sucede en
nuestro entorno inmediato nos puede afectar. Cuando me hizo notar eso
dije: «Vale, cariño, muy bien. Lo siento». Soy psicóloga, así que lo capto.
Tiene buena intención y se esfuerza muchísimo, y le quiero tanto…
Has de ser capaz de hablar de sexo libremente, pero es un tema muy
delicado. Con los chicos pueden pasar dos cosas: que les parezca sexy que
te sientas segura en ese tema, o que te llamen puta, o zorra, o ramera. A
algunos de mis ex les incomodaba mucho hablar de sexo, por eso ya no
forman parte de mi vida.

Elsa Rose Frere es ilustradora y reside en Bath. Trabaja principalmente en una mezcla
de pintura gouache, lápiz de color y edición digital, y aborda todos sus temas con el
dibujo a mano alzada texturizado. @elsarosefrere
ILUSTRACIÓN DE ELSA ROSE FRERE
A lo mejor estamos en la cumbre de la
excitación y casi aprieto los dientes de
rabia y le digo cuánto la quiero… A veces
casi le hago daño, no lo puedo evitar.

— ALESSANDRA
ALESSANDRA

— 28 —
ITALIA

Mi pareja y yo llevamos años juntas. Quizás sea porque me planteo nuestro


futuro juntas, pero últimamente fantaseo con la idea de ella embarazada.
Pienso, literalmente: «Solo quiero fecundarte», aunque sea anatómicamente
imposible para mí y para ella. Me centro en su cuerpo, imagino qué aspecto
tendría con una barriga de embarazada, cómo se le estiraría la piel y se le
hincharían los pechos, y eso me pone.
Estoy muy enamorada de ella. Me emociono solo de pensarlo. Me excita
cómo habla y lo atenta que es. Esa amabilidad es su cualidad más sexy. Me
siento muy atraída hacia ella.
A veces la veo fregando los platos, trabajando en el portátil o leyendo un
libro y me entran ganas de ir hacia ella y besarla. Siempre he sido yo quien
ha llevado la iniciativa de forma natural, y siento que eso me autoriza. Se
me ocurren ideas bastante juguetonas: «¿Le apetecerá hacerlo si…?» «¿Se
enfadará si…?», consciente de que lo peor que puede pasar es que me diga
que me pire. Entre nosotras hay una confianza implícita de que no intento
transgredir nada.
Empiezo besándola y tocándola, y me lo tomo con calma para
asegurarme de que le apetece al cien por cien. Nunca voy con prisas. Le
paso las manos por el pecho y la cintura. Voy viendo cómo reacciona a cada
paso, espero a tener pistas audibles antes de avanzar: cómo le cambia la
respiración por unos suspiros concretos.
Normalmente, cuando está casi desnuda me pide que me quite la ropa.
Eso me pone mucho. Es una sensación increíble, una sensación de
confirmación de que quiere ver mi cuerpo desnudo, disfrutar de él.
Me podría pasar todo el acto sexual mirándole los labios. Es muy verbal:
«¿Me puedes hacer eso más?» o «Me gusta eso que estás haciendo». Mola
mucho que confíe en mí lo bastante como para verbalizar lo que la
satisface, sin vergüenza, sin miedo, sin reservas.
Me gusta estar encima de ella observando cómo su cuerpo se mueve y se
convulsiona bajo el mío, mirándole los pechos. Hago un vaivén que emula
el movimiento del sexo heterosexual cuando el hombre penetra a la mujer.
Hay poder en ese movimiento; me visualizo con un pene, pensando que me
gustaría depositar mis genes dentro de su cuerpo.
Ella es eyaculadora y me aseguro de que pase cada vez que lo hacemos.
Me gusta tener una prueba visual de que se lo ha pasado bien. Antes casi le
daba vergüenza, y me alegro de haber sido capaz de tratarlo con ella. Me
encanta lo que le pasa a su cuerpo cuando tiene un orgasmo.

El contenido del porno lésbico es tan malo que cuando me


masturbo veo porno heterosexual. Es igual de malo pero
parece más natural y menos actuado. Me pregunto si esas
imágenes del hombre penetrando a la mujer y la mujer
disfrutándolo se habrán proyectado en mí mientras practicaba
sexo con mi pareja.

A mí tanto me da llegar al clímax o no, pero siempre llego. Sucede


cuando ella acaba de correrse y noto que su cuerpo se destensa. Entonces
noto que estoy a punto para correrme. Puede ser bien con ella
estimulándome, bien colocándome yo físicamente encima, con el clítoris
sobre su cuerpo.
El contenido del porno lésbico es tan malo que cuando me masturbo veo
porno heterosexual. Es igual de malo pero parece más natural y menos
actuado. Me pregunto si esas imágenes del hombre penetrando a la mujer y
la mujer disfrutándolo se habrán proyectado en mí mientras practicaba sexo
con mi pareja.
Igual estamos en la cumbre de la excitación y casi aprieto los dientes de
rabia y le digo cuánto la quiero. «Dios mío, esta persona es mía y la quiero
y quiero poseerla.» Eso se traduce en que me aferre a ella físicamente y
apriete mientras lo pienso. A veces casi le hago daño, no lo puedo evitar.

Sabrina Gevaerd es una ilustradora brasileña que reside en Londres. Le gusta explorar
la intersección que hay entre la vida y la magia, con elementos que van desde los
rasgos femeninos hasta los animales. @sabrinagevaerd
ILUSTRACIÓN DE SABRINA GEVAERD
Es verdaderamente nuevo para mí. Incluso
llevando tres años de relación, aún estoy
acostumbrándome a esa idea de «hacer el
amor» en lugar de «practicar sexo».

— LISA
LISA

— 29 —
AUSTRIA

Tengo una relación con un chico italiano. Para él no se trata de practicar


sexo sino de un deseo real de estar muy cerca de la persona a la que amas.
Eso es verdaderamente nuevo para mí. Incluso llevando tres años de
relación, aún me estoy acostumbrando a esa idea de «hacer el amor» en
lugar de «practicar sexo».
En el pasado, siempre estuve muy centrada en complacer a los hombres,
no pensaba en mí. Creo que era como consecuencia de un comentario que
oí de adolescente: «Si no hay buen sexo, la relación está acabada». Me han
martilleado que para conservar a un hombre tenía que hacer un buen papel.
Además, he estado con muchos hombres que habían visto demasiado porno,
y yo hacía lo que me parecía que les gustaba hacer, en lugar de decirles: «Si
vuelves a hacer eso creo que vomitaré».
A los hombres les parece buena idea cogerte la cabeza y empujártela
hacia ellos cuando les estás haciendo una mamada, porque es lo que aparece
en todas las pelis porno. La de veces que me vinieron arcadas y pensé que
iba a vomitar en cualquier momento, con lágrimas corriéndome por las
mejillas. Pero seguía porque pensaba que eso era lo que les daba placer a
ellos. Aunque después hubiera sexo, no había puta manera de que me
corriera porque estaba muy afectada por lo que había pasado antes.
Me sorprendió mucho que mi novio italiano no hiciera eso. Recuerdo la
primera vez que le hice una mamada; no se corrió como habían hecho todos
los demás. Pensé que estaba haciendo algo mal, pero él dijo: «No, quiero
verte, mirarte a los ojos. Estás haciendo algo por mí y quiero tocarte y verte.
No es un sube y baja mecánico». Ahora casi estoy un poco insegura por no
ser un objeto. He de descubrir quién soy en materia de sexo: antes hacía un
papel.
Normalmente soy yo quien lleva la iniciativa. Me acerco a él, me siento
encima suyo y le susurro alguna fantasía al oído. O me desnudo delante de
él, o salgo del lavabo y dejo caer la toalla. Pero a partir de ahí quiero que se
haga cargo él. Si no lo hace, o si no está de humor, me siento rechazada.
Dentro de mí hay una voz que pregunta: «¿Qué he hecho mal? ¿Soy lo
bastante buena en la cama? ¿No soy lo bastante atractiva?».
Cuando me hace sexo oral soy un poco reservada. No quiero ponerle en
una situación que pueda no gustarle, y me preocupa mucho cuánto pueda
tardar en correrme. Me preocupa que piense que no estoy disfrutando.

Soy una perfeccionista. Necesito hacerlo perfecto. Si nos


acostáramos y él no se corriera, sería una catástrofe para mí.
«¿Qué he hecho mal? ¿No me he afeitado suficiente?
¿Debería perder dos kilos más para estar más atractiva?»

Tuve un novio que nunca me hacía sexo oral. Decía que lo había probado
una vez y que no le gustaba. ¿Os imagináis que una mujer dijera eso sobre
hacer mamadas?
Durante el sexo pienso mucho. Lo que más me preocupa sigue siendo si
lo estoy haciendo bien y si estoy complaciendo a mi pareja. También pienso
si estoy disfrutando, aunque con menos frecuencia. No tengo tendencia a
perderme en el momento; dudo que alguien lo haga realmente. A veces
tanto pensar no me deja correrme.
Soy una perfeccionista. Necesito hacerlo perfecto. Si nos acostáramos y
él no se corriera, sería una catástrofe para mí. «¿Qué he hecho mal? ¿No me
he afeitado lo bastante? ¿Debería perder dos kilos más para estar más
atractiva?»
Ese tipo de pensamientos no deberían estar en la cabeza de una mujer.
Dudo que los hombres piensen así. La cantidad de veces que las mujeres no
se corren, dudo que los hombres se preocupen y piensen: «¿Debería
depilarme el pecho la próxima vez o hacer más ejercicio?». Siempre son las
mujeres las que piensan: «Ay, Dios, la culpa es mía».

Mattia Cavanna es un ingeniero italiano que reside en Washington, D.C. En su tiempo


libre, es un galardonado pintor especializado en pintura al óleo. @mattia_17771
ILUSTRACIÓN DE MATTIA CAVANNA
Pasé cinco o seis años imaginando que
padecía una enfermedad que me impedía
tener orgasmos. Después, a los
veinticuatro, tomé la decisión consciente de
explorar esa parte de mí porque la
sensación era que tenía una mano pero no
la utilizaba.

— OLGA
OLGA

— 29 —
RUSIA

Mi primera referencia sobre sexo fue a través de la película Titanic, la


escena en que están en el coche. Tenía ocho años y pensé: «Vaya, ¡así que la
cosa va de esto!». En Rusia no se daba educación sexual y mi madre me
tuvo de mayor, así que había una gran brecha generacional. No quería
hablarme de sexo ni de novios, de modo que me lo tenía que imaginar todo.
Perdí la virginidad a los diecinueve; me dio todo mucho miedo.
Pasé cinco o seis años imaginando que padecía una enfermedad que me
impedía tener orgasmos. Después, a los veinticuatro, tomé la decisión
consciente de explorar esa parte de mí porque la sensación era que tenía una
mano pero no la utilizaba.
Compré unos cuantos libros. Uno de ellos lo había escrito Samantha, el
personaje de Sexo en Nueva York. Estaba en la cuarentena y hasta aquel
momento no se lo había pasado demasiado bien. Pensé: «Dios, si una mujer
como esa tiene problemas de dormitorio, entonces no hay nada de malo en
que te cuestiones tu sexualidad». Escuchar las historias de otras mujeres
ayuda, y te das cuenta de que no hay cosas que estén bien o mal, en
absoluto.
A mí me encanta hablar. Antes de nada tenemos que estar tumbados en la
cama hablando, con las caras bien juntas. Por lo general, tras una media
hora nos quedamos callados y empezamos a besarnos. Me encanta besar. Si
por mí fuera, pasaría más tiempo besando. No me gusta demasiada lengua
pero me gusta de veras cuando nos mordemos los labios mutuamente.
Mi último novio me hacía sexo oral pero no quería que yo se lo hiciera a
él, decía que la tenía «demasiado sensible». Yo pensé: «Madre mía, he
encontrado al hombre perfecto». La primera vez que me hizo sexo oral fue
incómodo para mí. «¿Por qué estoy tardando tanto?» A veces me venían a
la cabeza pensamientos del todo irrelevantes: «¿He enviado aquel correo?».
Al cabo de cuatro semanas, me decidí: «Voy a decirle unas cuantas cosas
sobre el sexo». Le dije que me preocupaba tardar demasiado en correrme y
que no siempre me corría cuando practicaba sexo. Para mí, decir aquellas
cosas era inaudito. Recuerdo que me puse a temblar, pero seguramente fue
lo más valiente que he hecho en mi vida personal. Estoy muy contenta de
haberlo hecho porque entonces me dijo que a él también le pasaba una cosa
rara. Le encantaba que le apretaran los huevos muy fuerte; si se los
apretabas lo bastante fuerte era capaz de correrse, ¡cosa que nunca habría
descubierto sola! Fue un intercambio de impresiones increíble.
La mayoría de veces me corro con el cunnilingus. Me gusta que me
hagan muchos movimientos circulares en el clítoris y que me metan un
dedo mientras me pellizco los pezones. Eso lo aprendí de una pareja a quien
le gustaba el BDSM. Me ponía abrazaderas en los pezones. Al principio me
daba un miedo tremendo pero ahora me gusta, y cuando me las quitan
también me gusta, aunque por otro motivo.

Me gusta quedarme echada sobre él, con la cabeza sobre su


pecho, mucho rato después, con él todavía dentro. Ya no va a
haber más sorpresas, ya no esperas nada más; solo paz y
tranquilidad.

Después del cunnilingus le hago subir para que nos besemos y practicar
sexo con penetración. Me gusta ponerme encima porque puedo controlar
mejor mi orgasmo. Adoptar esa posición de poder me hace sentir muy sexy.
Lo veo todo desde fuera. Le veo a él y me veo a mí, con mi pelo largo, una
mujer capaz de tener placer.
Me muevo y me inclino sobre él, le toco el pecho o me echo hacia atrás y
le agarro los huevos. A veces me viene un pensamiento extraño; me cuesta
expresarlo con palabras… «¿Esto es todo? ¿Hay más?» En una relación,
cuando se llega al punto en que el sexo es bueno, ¿qué se hace para hacerlo
más excitante? Empiezo a pensar en maneras de ponerle un poco de
pimienta al asunto… interpretar papeles, o hacerlo en lugares diferentes,
como cuevas, campos, playas.
Me gusta quedarme echada sobre él, con la cabeza sobre su pecho,
mucho rato después, con él todavía dentro. Para mí, esa es casi la mejor
parte, como la mañana después de Navidad: has abierto todos los regalos, el
jaleo, el alboroto y la cena ruidosa se han acabado, y tú estás allí
disfrutando del momento. Ya no va a haber más sorpresas, ya no esperas
nada más, solo paz y tranquilidad.

Bárbara Malagoli es una ilustradora mitad italiana, mitad brasileña que reside en
Londres. Su obra gira en torno a la composición, la forma, las texturas vibrantes y los
colores intensos. @bmalagoli
ILUSTRACIÓN DE BÁRBARA MALAGOLI
Me pregunto si es racista tener
preferencias sexuales por determinadas
razas. Yo creo que sí lo es: la atracción
surge de alguna parte, no existe en una
burbuja.

— ELISIA
ELISIA

— 31 —
SINGAPUR

No he tenido ninguna relación desde los veintiséis años.


He intentado tener rollos de una noche pero me repugna practicar sexo
con alguien a quien no conozco. En tres ocasiones diferentes he acabado
saliendo por piernas de una habitación de hotel.
Ahora estoy muy necesitada de contacto. Toco a mis amigos: juego con
su pelo, les abrazo y les acaricio la piel. A veces me dicen: «Ayyy, qué
sobona eres, Elisia», y tan solo les he apretado el brazo. Ser táctil es casi un
tabú; creo que salgo indemne porque soy chica.
Normalmente me masturbo cada dos noches. Me unto las manos con
aceite de coco. No suelo usar estímulos adicionales, aunque había un
RSMA en Tumblr que me gustaba. La RSMA es una tendencia en la que
escuchas determinados sonidos o a personas hablando con suavidad y
disfrutas del agradable hormigueo que te produce. En aquel Tumblr había
chicos y chicas británicos que colgaban audios. Me gustaba cuando
hablaban de relaciones, como un chico que decía: «Eh, nena, ¿estás en
casa?».
Me invento toda una situación que siempre va dirigida a estar en una
relación en la que conozco bien a mi pareja, que, en función de mi estado de
ánimo, puede ser un hombre, una mujer o alguien intersexual.
Reconozco mi sexualidad como pansexual o demisexual. Puedo sentirme
atraída por una persona independientemente de si es hombre o mujer, trans,
hermafrodita o intersexual. Tanto da, siempre que conecte con su
personalidad.
Me imagino que esa persona está en una habitación de hotel y voy a
visitarla. Resulta muy halagador desde el principio, con contacto físico
constante. Él o ella me abraza, juega con mi pelo; nos sentamos en el
regazo del otro. Es dulce y hay conexión, pero también hay siempre
urgencia, una especie de: «Hace tanto tiempo… He echado mucho de
menos tocarte y que me tocaras», creo que porque hace mucho tiempo para
mí.
En los últimos dos meses he engordado un poco y si tengo los ojos
abiertos la cosa se complica algo más, ¡y eso no está nada bien porque
estamos en la era del feminismo! A veces la barriga se pone de por medio o
me rozo el muslo con la mano y pienso: «¡Puaj! ¡Qué blando!». Cuando
pasa eso, exagero aún más los halagos en mi fantasía o hago que mi pareja
se centre en esa parte con amor. En mi cabeza, puede que me dé un
mordisquito en la barriga o me arañe el muslo.
Tengo una fijación oral: a veces me muerdo los labios o me meto la mano
en la boca. Cuando estoy cerca del orgasmo, la boca se me pone
hipersensible y si me paso la lengua por los dientes no parece que sea mi
boca, sino la de otra persona, o el cuerpo de otra persona; y si me paso la
lengua por la cara interna de la mejilla casi puedo correrme.

Tengo una fijación oral: a veces me muerdo los labios o me


meto la mano en la boca.

Por lo general soy capaz de llegar al orgasmo antes de que la fantasía


llegue hasta la relación sexual completa o de que él o ella se corran. Para
mí, el orgasmo implica que se me agudicen todos los sentidos y se me
destensen todos los músculos, como un baño caliente.
Ocasionalmente, quizás solo el diez por ciento de las veces, en mi
fantasía doy placer a la otra persona, pero para que eso pase me han de
suplicar.
Fui a la universidad en el extranjero y salí con un chico durante un año y
medio; no quería comprometerse pero perdí la virginidad con él. Aquella
relación desarrolló una dinámica de poder: el hecho de que el chico blanco
me deseara me otorgaba poder. Estaba colonizando al colonizador; cuando
me deseaba, yo sentía que estaba ganando.
Era una ciudad pequeña muy exclusiva. En mi residencia había una mesa
asiática y allí era donde se sentaban los asiáticos. La gente me decía: «Ay,
una nueva asiática que se nos une». En toda mi vida, jamás me habían
identificado como asiática. ¡Asia es enorme de la hostia!
Mis amigos y yo sufrimos un par de ataques racistas cuando salíamos por
ahí, nada manifiestamente físico, pero sí que nos tiraron huevos y agua de
fregar platos. Mientras practicaba sexo con mi pareja, recordaba esas cosas
y pensaba: «Sí, sí, que te den por culo», lo cual está fatal.
Me pregunto si es racista tener preferencias sexuales por determinadas
razas. Yo creo que sí lo es: la atracción surge de alguna parte, no existe en
una burbuja.

Tina Maria Elena Bak es una artista franco-danesa que vive en Dinamarca. Trabaja la
acuarela y está especializada en arte sensual y erótico desde la perspectiva de la mujer.
ILUSTRACIÓN DE TINA MARIA ELENA BAK
Tenía problemas con mi imagen corporal;
no me sentía lo bastante mujer ni lo
bastante humana. Había decidido que no
podía explicar a nadie que me habían
practicado la ablación y que el matrimonio
no era para mí. No recuerdo estar
enfadada; era más bien una aceptación
apática del destino que también notaba en
otras facetas: «Mi vida y yo, en muchos
sentidos, estamos malditas».

— WAMBUI
WAMBUI

— 32 —
KENIA

La mutilación genital femenina (MGF) te afecta toda la vida. Te deja


mutilada, te hace sentir menos humana.
Me practicaron la ablación en el año 2000 como parte de un rito de
iniciación. «Ya no tienes clítoris, ahora eres una mujer.» Pero no me dieron
ningún consejo; nadie habló conmigo sobre el tema. Ni siquiera ahora,
nunca he oído a ningún miembro de mi familia pronunciar la palabra
«sexo».
Cuando tenía diecisiete años, había una persona cercana que me acosaba
sexualmente. Me bajaba los pantalones, me enseñaba el dedo y lo meneaba
diciendo que me lo iba a meter dentro. Yo ni siquiera sabía qué era eso de
meter el dedo. No me violó, pero me metía las manos por debajo de las
bragas y me amenazaba. El año en que cumplí los dieciocho estaba tan
agobiada que intenté suicidarme.
Tenía problemas con mi imagen corporal; no me sentía lo bastante mujer
ni lo bastante humana. Había decidido que no podía explicar a nadie que me
habían practicado la ablación y que el matrimonio no era para mí. No
recuerdo estar enfadada; era más bien una aceptación apática del destino
que también notaba en otras facetas: «Mi vida y yo, en muchos sentidos,
estamos malditas».
Al final conocí a alguien y nos casamos. Sexualmente él era amable e
intentaba hacerme sentir cómoda, pero aun así a mí me costaba mucho. Él
sabía que no me sentía lo bastante mujer. Me decía: «Solo quiero que te
tumbes en la cama, quiero mirarte», pero nunca pude hacerlo. No soportaba
abrir las piernas y que alguien me mirara porque la primera vez que había
ocurrido me habían mutilado. No podía practicar sexo de día, solo en la
oscuridad y bajo las sábanas. No quería mirar mi cuerpo, y mucho menos
que lo mirara otra persona.
Practicábamos sexo con penetración pero yo no estaba mojada y su
cuerpo me rozaba contra la cicatriz. Apretaba la mandíbula con fuerza
esperando a que se acabara. Tres meses después de que nos casáramos se
mató en un accidente de coche. Una de las cosas que pensé fue: «Uf, al
menos ya no tengo que hacer más sexo», y eso me rompió el corazón.
Después decidí evaluar la situación. Tenía solo veintiocho años. Sabía
que tenía un trauma psicológico, así que me puse a buscar asesoramiento;
pero también sabía que lo que me habían arrebatado físicamente era una
parte importante del sexo y me preguntaba si había alguna solución para la
MGF.
En 2017 me sometí a cirugía reconstructiva. El paquete incluía también
terapia y varias sesiones con un sexólogo.

Me sometí a cirugía reconstructiva… Fue un renacimiento, un


cambio inmediato, como si me devolvieran mi sexualidad en
un sobre.

Fue un renacimiento, un cambio inmediato, como si me devolvieran mi


sexualidad en un sobre. El poder que lo acompañaba también derribó los
muros de las restricciones y creencias religiosas. «Esto me va a gustar»,
pensé.
Cuando volvía de trabajar, me ponía frente al espejo y me miraba.
Pensaba: «Quiero ver esta hermosura».
Ahora mismo llevo siete meses en una relación y cada vez que
practicamos sexo lo disfruto.
El sexo oral ha sido la mayor lección de humildad para mí. Antes solo me
habían hecho sexo oral una vez. No lo aceptaba porque implicaba que
alguien pusiera la cara ahí abajo. Ahora ya no me da miedo que me vean y
abro las piernas como un paraguas. «Tómame. Tómame entera. Obra tu
poder.»
Mi pareja sabe lo mucho que disfruto el sexo oral y, viendo el entusiasmo
con que me lo proporciona, puedo decir que solo quiere que sea feliz. Me
gusta tanto que intento no correrme demasiado rápido; cuanto más aguanto,
más tiene que trabajárselo él. «¡Quiero quedarme aquí el resto de mi vida!»
Mis orgasmos son como fuegos artificiales: son explosivos, una
convulsión tras otra y tras otra, como si me electrocutara, hasta que llega la
más grande, y entonces me da la sensación de que me voy a morir.
Mi pareja alterna el sexo oral con la penetración, así que estoy muy
excitada y mojada. Es mágico. Estoy en mi propio mundo de Alicia en el
País de las Maravillas, viendo burbujas: no pensamientos, solo placer puro
y duro. Es una especie de vacío y de estar en ese momento que nunca había
experimentado.
Esta ha sido una época de asimilar completamente lo que la MGF me
había arrebatado y lo que podría haberme perdido el resto de mi vida. Pero
me entristece que haya mujeres que pasen por la vida con tantas
dificultades. Sé que la historia de la horrible vida sexual que tenía antes es
la historia de muchas mujeres.

Kim Thompson es una ilustradora comercial y artista de impresión que vive en


Nottingham. Inspirada por el folclore, la cultura pop y la estética retro kitsch, la obra de
Kim se centra en la mujer y en el empoderamiento. @kim_a_tron
ILUSTRACIÓN DE KIM THOMPSON
El sexo me parece divertido. Cuando me
corro, me río; cuanto mayor el orgasmo,
más descontrolada la risa.

— NOÉMIE
NOÉMIE

— 33 —
FRANCIA

El sexo me parece divertido. Cuando me corro, me río; cuanto mayor el


orgasmo, más descontrolada la risa. A menudo eso sorprende a mis parejas,
normalmente para bien. Creo que me pasa porque para mí el orgasmo es
como una explosión de alegría en el cuerpo.
Aún estoy soltera. Siempre estoy en relaciones que suelen durar unos
cuantos meses o años. No es la situación que deseo. Por desgracia, la
mayoría de veces utilizo el sexo para mantener el interés de mi pareja,
aunque no quiero seguir haciéndolo.
Tengo mucho apetito sexual, cosa que se ha confundido con «ser fácil».
En francés hay una palabra, coquine, que significa pícara, y me lo han
llamado más de una vez. A veces soy más discreta con los hombres porque
creo que cuando ven lo mucho que me gusta el sexo me pierden el respeto.
He llegado a sentir que cuanto más daba desde el punto de vista sexual más
se desapegaba el hombre; esto ha sucedido en las pocas ocasiones en que he
tenido sexo anal. Me parece muy triste e injusto que las mujeres tengan que
reprimir su relación con el sexo, especialmente con la parte de «dar», para
que las respeten. Eso me ha hecho pensar que, bueno, pese a las apariencias,
aún vivimos en una sociedad predominantemente masculina. Los hombres
aún tienen problemas con la imagen de Madonna/puta.
Crecí en una familia muy liberal y me enseñaron que el sexo y la
desnudez eran buenos y naturales. Casi me sentía culpable por no hablar de
mi sexualidad o de mi cuerpo con mi familia.
Perdí la virginidad a los dieciséis años y lo disfruté desde el principio.
Siempre he practicado sexo con chicos a los que he amado. ¡Con
veintipocos años quería conquistar a tantos chicos como pudiera! Pero
nunca fui capaz de acostarme con desconocidos o de tener rollos de una
noche: era demasiado romántica.
Con todo, aunque crecí con la idea de que el sexo era sano, en mis
primeras experiencias sexuales pasó una cosa que me hizo creer que una
mujer tenía que satisfacer sexualmente a un hombre para que él la amara.
No estoy segura de por qué. Probablemente porque tuve un padre muy
liberal pero muy dominante y eclipsante. Ahora justo empiezo a salir del
patrón de «Conmigo vas a tener el mejor sexo de tu vida y por eso me
querrás más» y centrarme en disfrutar del sexo, pedir lo que me gusta y
respetar mis límites.
Mientras practico sexo, por mi cabeza pasan un montón de imágenes.
Normalmente solo me corro con el cunnilingus porque me permite
trasladarme al mundo de la fantasía. A menudo tengo una fantasía lesbiana,
o recuerdo grandes escenas de sexo buenísimo con mis exparejas (no es a
menudo, pero ha sucedido), o imagino una situación de sexo con un
desconocido. A veces, si el sexo es realmente genial, no necesito nada y
puedo perderme en el momento.

Creo que soy una mujer insegura en un mundo de hombres que


disfruta mucho del sexo e intenta sentirse más empoderada.

Me gusta que el sexo sea suave y delicado pero también apasionado. La


velocidad me resta excitación, incluso en el sexo oral: si es demasiado
rápido o violento, desconecto. A veces también disfruto si me tiran del pelo
y con algún pequeño azote. Me han dicho que soy más «fogosa» que la
imagen que proyecto, que es angelical, dulce y delicada.
Me gusta la penetración aunque para mí no es la parte más importante del
sexo, ya que no es como mejor llego al orgasmo. No disfruto con la
penetración rápida o brusca. Soy bastante sensible y sangro con facilidad
dependiendo de la brusquedad del acto o del tamaño del pene. Para mí, creo
que se trata más de una sensación de confianza con la pareja. Cuando puedo
confiar y soy capaz de soltarme, puedo correrme cuando me penetran,
aunque normalmente requiere más «trabajo».
Después me siento relajada, feliz y quiero besos y abrazos. A veces me
pongo triste si sé que la relación no va a ninguna parte. En cuanto el sexo es
muy bueno con un hombre, siento apego por él y me preocupa que él no
sienta lo mismo.
Creo que soy una mujer insegura en un mundo de hombres que disfruta
mucho del sexo e intenta sentirse más empoderada.

Regards Coupables es un ilustrador, diseñador gráfico, músico y camarógrafo que


reside en París. A través de sus ilustraciones sencillas y de trazo limpio, le gusta
expresar cierto sentido de sexualidad irónica que va directa al grano.
@regards_coupables
ILUSTRACIÓN DE REGARDS COUPABLES
No creo que se hable lo bastante sobre
sexualidad y discapacidad.

— HOPE
HOPE

— 33 —
CANADÁ

No creo que se hable lo bastante sobre sexualidad y discapacidad.


Mis padres dejaron que lo descubriera por mí misma, pero ojalá me
hubieran dicho: «No empieces a salir con el primero con el que te
acuestes», porque eso fue lo que hice.
De pequeña siempre me decían que era fea, así que pensé que mejor
quedarme con lo que pudiera conseguir. Si era discapacitada y fea, entonces
mejor salir con gente que quisiera salir conmigo. Me mezclaba con
personas que no eran demasiado buenas conmigo y siempre me sentía
culpable por tener relaciones sexuales fuera del matrimonio.
A los quince años besé a un chico que era muy popular, pero yo no lo era.
Ambos sabíamos que si los demás se enteraban su reputación quedaría
dañada. Se lo confié a una persona en la que creía poder confiar y ella se lo
explicó a todo el mundo. Todo el colegio se enteró, pero él lo negó y todo el
mundo creyó que me lo había inventado. Recibí correos electrónicos de
odio de personas a las que ni siquiera conocía. La reputación de él era más
importante que mis sentimientos y que la verdad. Tardé bastante en
recuperarme de aquello, pero ahora ya casi lo estoy.
Me masturbo para ayudarme a conciliar el sueño. Utilizo un vibrador
Hitachi que va muy bien. Siempre lo tengo enchufado a la pared. Lo
anuncian como masajeador de espalda. Al principio lo compré porque tenía
un dolor de espalda muy fuerte, y de hecho es una muy buena herramienta
de masaje con vibración para utilizarla en el cuello o en el hombro, pero
también sabía que era un juguete sexual, así que empecé a usarlo también
para eso. Normalmente lo utilizo por encima de la ropa interior, ya que
sobre la piel puede ser un poco intenso.
Fantaseo con mi exnovio, a quien no veo desde hace ocho años. La
verdad es que cuando estábamos juntos no tenía tiempo para mí,
literalmente. La última vez que le vi tenía un tiempo límite y no paraba de
mirar el móvil y el reloj. Ojalá hubiéramos podido tener una experiencia en
la que él no pensara en las otras cosas que tenía que hacer, o no saliera
corriendo hacia su siguiente cita. En mi fantasía, él saca tiempo para mí, no
solo por mí, sino porque realmente lo desea, y me penetra y no me duele.
El sexo siempre me ha dolido. Tengo una endometriosis intensa y el útero
en retroversión, lo que significa que mi útero descansa sobre el recto, no
sobre la vagina, pero hasta el año pasado no me lo diagnosticaron. Creo que
nunca he tenido una relación sexual sin dolor.

Solo he tenido una pareja que fuera amable conmigo, que se


preocupara por mí y que me escuchara cuando le decía «Ya
basta», pero aun así el sexo me dolía.

Solo he tenido una pareja que fuera amable conmigo, que se preocupara
por mí y que me escuchara cuando le decía «Ya basta», pero aun así el sexo
me dolía. Fue entonces cuando me di cuenta de que quizás tuviera algún
problema médico. Una de cada diez mujeres sufre endometriosis y una de
cada cinco tiene el útero en retroversión pero, por muy amable y servicial
que fuera mi ginecólogo, se limitó a decir: «Busca una postura sexual que
no te duela». Y todavía no la he encontrado.
No salgo con nadie. Hace unos años mi madre me preguntó por qué no lo
hacía. Le respondí: «Porque me rechazan por fea». A lo que ella me
contestó: «Pues sal con un chico feo».
Con los años me he dado cuenta de que cuando paso una época triste
hago una excepción con alguien. Me pasó hace un par de meses. No quería
pensar en lo que estaba pasando; quería pensar en otra cosa. Contacté con él
por internet. No tenía ningún interés en conocerle. En el mensaje puse que
era solo sexo.
Pero se convirtió en una agresión sexual, la cuarta que he sufrido, y la
peor. Fue muy brusco conmigo y no bajó el ritmo cuando le dije: «Ve con
cuidado, por favor, más despacio, que me duele».
El modo en que me hablaba me dolió aún más que la agresión física.
Todo era una orden. Haz esto. Haz lo otro. Yo no había consentido que me
hablara en un tono tan humillante. Decía cosas como: «Escúpeme en la
polla», cosa que tampoco haría nunca.
Mucha gente cree que las personas discapacitadas o no pueden tener sexo
o no son sexuales. Vi una TED Talk de Danielle Sheypuk, una terapeuta que
va en silla de ruedas, en la que decía: «Tenemos unos círculos sociales
fabulosos, unas carreras estupendas y unas familias que nos quieren. Pero
cuando se trata de nuestra autoestima, de nuestra autoestima a la hora de
salir con alguien, hay que buscarla en la alcantarilla».
En mi caso, ese aspecto de mí todavía me cuesta mucho.

Rachel Gadsden es una artista británica que expone en todo el mundo y que trabaja
entre los sectores artísticos convencionales y los de la discapacidad. Su obra explora
las nociones de fragilidad, supervivencia y esperanza. Gadsden sufre una enfermedad
pulmonar crónica hereditaria, así como discapacidad visual, y lleva incorporada una
bomba que le inyecta cada minuto los medicamentos que necesita para poder respirar.
@rachelgadsden
ILUSTRACIÓN DE RACHEL GADSDEN
Soy una soltera poli(amorosa). Me acuesto
con varias personas y cuento con el amor y
el apoyo de una novia y un novio. Es pura
magia.

— LINDA
LINDA

— 33 —
REPÚBLICA CHECA

Lo que más me gusta es ir a hoteles. Los hoteles son para follar.


Si no tengo suficiente tiempo, si sé que solo hay un lapso de dos horas, o
si hay alguien en casa, pienso: «No vale la pena ir para hacer una chapuza
deprisa y corriendo». Hace poco me pasó justo eso con un tipo.
Soy una soltera poli(amorosa). Me acuesto con varias personas y cuento
con el amor y el apoyo de una novia y un novio. Es pura magia.
Cuando practico sexo me gusta ser realmente libre y juguetona: me gusta
tocar música y hacer un montón de fotos. Soy muy visual. Me gusta
ponerme saltos de cama y probar juguetes, solo para hacer el tonto. Pero he
de pensar en cosas muy prácticas como: «¿Voy a estar cómoda mientras
practique sexo? ¿Tengo suficientes toallas para poder mojar la cama?».
Cuando tenía trece años descubrí por accidente que era capaz de
eyacular. Veía las cintas VHS en las que mis padres tenían grabado porno
de los años setenta; se iban a hacer la compra y yo me lo ponía. Hombres
con bigote y calcetines blancos haciendo doble penetración, cosa que me
resultaba fascinante. «Vaya, ¿cómo puede ser posible?» Un día cogí de la
cocina un cucharón que tenía el mango bien redondeado y pensé: «Esto
servirá». Me puse en cuclillas sobre él mientras miraba el porno y eyaculé.
Ya desde jovencita aprendí a tener siempre una toalla a mano.
A los veintidós años me formé como masajista tántrica. Aprendes que
cada polla es diferente y que ir cambiando es lo que mejor funciona. Es
bueno variar lo que haces; diferencia inesperada en la forma de tocar,
diferencia de velocidad, diferencia de intensidad. A mí, como mujer, no es
lo que me funciona. Yo soy más del palo: «Pásate media hora haciéndome
lo mismo».
Me encanta dar placer a un chico con la boca. A la mayoría de hombres
les gusta mucho que les hagan mamadas; no pueden más que entregarse.
Creo que cuando nos entregamos accedemos a un lugar mágico y quiero
que la gente lo experimente. Es veneración. Pienso: «Vaya, es todo un
honor que me hayas dejado hacerte esto».
A mí me cuesta entregarme con el cunnilingus. Cuando me lo hacen, lo
primero que pienso es una cosa que me pasó cuando tenía once años. Mi
hermana tenía un novio muy majo y a veces me sentaba en su regazo y nos
abrazábamos. Si mis padres no estaban en casa, él me desnudaba y me
chupaba. Yo pensaba que teníamos una relación y que estaba avanzando
hacia convertirme en una adulta. Sabía que tenía que mantenerlo en secreto
porque él era el novio de mi hermana. Durante mucho tiempo no supe que
aquello era abuso sexual. Más adelante me di cuenta de que mi depresión,
mi trabajo, mi gran sexualidad desde muy jovencita, todo estaba
relacionado.

Con la penetración, sin duda siento el poder de la feminidad…


De todo lo que nuestros coños son capaces de hacer: ser
follados, dar a luz bebés, tener la regla. Cuando lo pienso,
estoy orgullosísima de ser mujer y de experimentar esa
intensidad.

Mi novia me chupa de un modo muy diferente a como lo hace un


hombre. Lo hace dejando espacio, con suavidad, y no hay orden del día.
Eso me gusta. La primera vez que me corrí del clítoris fue con ella.
Al haber visto mucho porno en VHS, la doble penetración era sin duda
una de mis fantasías. Ahora bien, cuesta encontrar dos hombres que se
sientan cómodos haciéndola. La primera vez que lo probé fue hace más o
menos un año, pero no funcionó: uno de los hombres tenía problemas de
erección y se le salía la polla todo el rato. Probamos todo tipo de posturas.
Al día siguiente no podía caminar.
El sábado pasado, mi amante hombre me dijo: «¿Y si me pongo tu
consolador con correa y uso también la polla?». Bebimos Prosecco,
probamos y ¡funcionó! Le tuvimos que poner el arnés alto para que no le
chafara la polla y los huevos. El consolador me entraba en el coño mientras
él me follaba el culo. Fue en plan: «¡Funciona! ¡Se puede hacer!». Fue muy
emocionante.
Con la penetración, sin duda siento el poder de la feminidad. De que
podemos recibir mucho y estar bien. De todo lo que nuestros coños son
capaces de hacer: ser follados, dar a luz bebés, tener la regla. Cuando lo
pienso, estoy orgullosísima de ser mujer y de experimentar esa intensidad y
ese gran abanico de emociones.

Sofie Birkin es una artista queer británica que en la actualidad reside en Denver,
Estados Unidos. Crea personajes atrevidos y diversos en ilustraciones contemporáneas
alegres que pretenden empoderar. Es la ilustradora de dos libros publicados: Sex Ed y
The Art of Drag. @sofiebirkinillustration
ILUSTRACIÓN DE SOFIE BIRKIN
Creo que no he disfrutado del sexo en
mucho tiempo… Supongo que está de capa
caída por muchos factores, pero sobre todo
porque me cuesta aparcar a la «mamá»
para ser la «amante».

— HOLLY
HOLLY

— 35 —
INGLATERRA

Creo que no he disfrutado del sexo en mucho tiempo. Al principio de estar


con mi marido tenía un gran deseo sexual. Jugábamos a representar papeles,
nos disfrazábamos, utilizábamos juguetes, cosas así. El sexo era algo
importante entre nosotros. Pero todo aquello ha quedado en la cuneta.
Supongo que está de capa caída por muchos factores, pero sobre todo
porque me cuesta aparcar a la «mamá» para ser la «amante».
Al final del día, me he entregado a tantas personas que estoy hecha polvo
y solo pienso en irme a dormir. Normalmente me acuesto de espaldas a él,
mirando a la cuna del bebé. Aún llevo los pijamas de cuando usaba la talla
60; son muy grandes, lo cubren todo, tipo tienda de campaña. Van genial
para dar el pecho pero no me siento nada atractiva con ellos.
Cuando me pasa el brazo por encima o me empieza a acariciar la pierna,
me tenso y me pregunto qué excusa puedo inventarme. Seguramente
tenemos relaciones sexuales cada semana. Ahora mismo hace más de una
porque la semana pasada tuve la regla. El tiempo corre. A menudo, después
del sexo, pienso: «Esto es una prórroga de unos cuantos días», lo cual es un
pensamiento horrible.
A veces hace algo en broma para tomar la iniciativa pero a mí eso me
quita cualquier excitación que pueda sentir. El otro día me miró y me dijo:
«Venga, quítate las bragas». Dice que lo hace porque le duele cuando le
digo que no.
Nos besamos lo mínimo. Ahora lleva barba y la verdad es que no me va.
Debería ser sincera y decírselo.
Antes le hacía sexo oral, pero ahora ya no tanto. Tengo complejos. En el
colegio, los chicos solo me consideraban su amiga. No era una posición
fácil, y aún le doy vueltas en la cabeza. En los últimos dos años de
secundaria estaba enamorada de un chico pero él no sentía lo mismo por mí.
Un día, en una fiesta, nos enrollamos en un lavabo y le hice sexo oral. En la
siguiente fiesta, uno de sus amigos me dijo: «¿Quieres venir a esa
habitación?»; fuimos y volvió a pasar lo mismo. En otra fiesta, una chica
me dijo: «¿Sabes? Todos hablan de ti y de lo que pueden conseguir de ti».
Lo hizo con mala intención pero para mí fue una epifanía. En mi cabeza,
con mi marido, me siento como aquella alumna de secundaria de diecisiete
años. Es extraño que esté saliendo ahora.
Él va directo a hacerme el sexo oral. A veces me ayudo con los dedos
para llegar al orgasmo. Si lo hago, entonces le atraigo hacia mí y lo quiero
dentro.

La penetración me pone sensible hasta el punto de llorar…


Siento una cantidad abrumadora de emociones de golpe.

A menudo me dice que me ponga encima o me abraza y me hace rodar


sobre él. No me gusta nada cómo me siento en esa postura porque me
permite verme y tengo mucha piel fofa y fláccida. Estéticamente, no me
gusta mi cuerpo y no veo por qué los demás lo habrían de encontrar
atractivo. Ha estado sometido a cambios constantes: tuve un bebé, sufrí
mucho con la depresión posparto, y al cabo de dos años me sometí a una
derivación gástrica. Perdí setenta kilos y entonces volví a quedarme
embarazada. Estoy asombrada de lo que mi cuerpo es capaz de hacer: ha
desarrollado y alimentado a dos criaturas maravillosas. A menudo cierro los
ojos para no verlo, pero entonces tampoco veo a mi marido, y es una
lástima.
La penetración me pone sensible hasta el punto de llorar. Cuando me
penetra, se me llenan los ojos de lágrimas, pero giro la cara para que no se
dé cuenta. Si aun así las ve, le resto importancia. Siento una cantidad
abrumadora de emociones de golpe: me doy cuenta de que le quiero de
veras; me siento culpable porque no sea mi máxima prioridad ahora que
están los niños y por no hacer lo bastante por él; eso mezclado con el
resentimiento que también tengo.
Su actitud hacia mí es muy diferente al día siguiente de habernos
acostado: está mucho más demostrativo y amoroso, me dice que me quiere.
«¿A que es guapa vuestra madre?», les dice a los niños. Tiene la sensación
de que no soy la reina de hielo. En general, me muestro muy distante con él;
lo hago por supervivencia, para que no piense que tiene una oportunidad.
A mí me encantaría que me hiciera arrumacos y ya, pero él no viene a
abrazarme porque sí: solo lo hace si eso conduce al sexo.

Jasmine Chin es una galardonada ilustradora que reside en Londres. Sus ilustraciones
son alegres y poco convencionales, y están inspiradas en la cultura popular.
@this_is_jasmine_chin
ILUSTRACIÓN DE JASMINE CHIN
Tengo sueños en los que me masturbo. En
algunos me corro pero en otros no puedo:
me masturbo y me masturbo pero no puedo
llegar al orgasmo y es muy frustrante.
Normalmente estoy escondida, mi madre
está por allí cerca y tengo muchas ganas
de correrme.

— MÓNICA
MÓNICA

— 36 —
ESPAÑA

Solo me he corrido una vez con un chico. Normalmente lo finjo: respiro


algo más rápido, hago un poco de ruido y digo: «Sííí, he llegado».
La última vez que me acosté con alguien fue hace un año, con mi ex, el
Tío de los Cinco Minutos. En cinco minutos se corría; después se tumbaba
y se ponía a mirar el móvil. No se dedicaba en absoluto a mí. Cada vez que
pasaba eso, yo me sentía como una imbécil. «¿Pero qué coño estoy
haciendo?» Después él me decía: «¿Quieres correrte o no? ¿Estás bien?». Y
yo pensaba: «¿Se puede saber qué clase de pregunta es esa? ¡Esa no es
manera de preguntar, joder!».
En mi familia nunca se hablaba de sexo. No se podían hacer preguntas;
como si se supusiera que habías nacido sabiéndolo todo. Tenía que esconder
a mis novios. Pero ahora estoy entusiasmada por estar abriéndome y
liberándome. Tengo un amigo, el Tío Orgías, que está muy liberado, y un
día me dijo: «Siempre he sido muy sexual, me gusta jugar y hacer que la
gente se sienta bien». Eso me inspiró.
Tengo mucho apetito sexual. ¡¿Quieres ver mi consolador?! Es un conejo
rosa rampante. Me encanta mi conejito. Hay semanas en que no quiero salir
de mi habitación.
Me imagino a los chicos con los que me envío mensajes. Estoy en Tinder.
Es horrible; la primera vez que lo abrí me pasé el día riéndome. Es un
mercado de carne. Se puede pasar muy rápido de decir hola a enviar fotos
tuyas desnuda.
Tuve un sueño caliente con un chico con el que me enviaba mensajes. Se
lo expliqué y me envió dos fotos en las que se le veía el pecho y un poquito
del pene. Tenía un lenguaje corporal supersexy. Me puso cachonda.
Después me envió una foto de la polla y pensé: «A la mierda, voy a enviarle
fotos. Quiero hacerlo. Todo el mundo lo hace; no quiero ser la rara».
Me puse mi camisón sexy; me excitaba dejarme puesto algo de ropa. Me
hice la foto después de masturbarme, con la corrida aún en los dedos. En
otra jugué con los espejos para que no se me viera la cara, solo toda la
espalda y el culo. Y había una de mí boca abajo en una pose sexy con el
consolador al lado. Me sentó de maravilla hacerlo. No sé por qué me había
puesto tantas trabas al respecto hasta entonces.
Un tío me ha explicado que es un cornudo; quiere ver cómo me acuesto
con otro. No parece un pervertido inquietante. Me ha enviado unas cuantas
historias y vídeos porno para que vea lo que le pone. Me parece muy
interesante y excitante, y tengo muchas ganas de probarlo. Creo que me
ayudará a abrirme.

Un tío me ha explicado que es un cornudo; quiere ver cómo


me acuesto con otro. No parece un pervertido inquietante. Me
ha enviado historias y vídeos porno para que vea lo que le
pone. Me parece muy interesante y excitante. Tengo muchas
ganas de probarlo.

Con el cornudo también soñé. Yo llevaba un vestido sexy y estaba


sentada en una silla subiendo y bajando sobre mi consolador mientras él
miraba. Se lo expliqué y entonces vino a verme y lo hicimos. También le
puse el consolador entre las piernas y lo chupé. «Esto me pone», me dijo, y
yo respondí: «Sí, a mí también». Me corrí con el consolador.
A veces veo porno. Entro en Pornhub y cosas por el estilo; me pone
cachonda pero me parece una mierda. Todo lo que hay tiene que ver con lo
que a los hombres les parece que es el sexo. Es como si estuviera con el Tío
de los Cinco Minutos.
Me gusta el porno japonés. Los tíos ni siquiera practican sexo con la
chica, sino que pasan mucho rato con ella utilizando juguetes y obtienen
placer al proporcionárselo a ella. O veo vídeos de sexo a la fuerza en
lugares públicos, aunque evidentemente no es sexo a la fuerza real.
Aunque lo que más utilizo es la fantasía: soy capaz de imaginar cosas
mucho mejores que el porno barato.
El consolador es intenso. Lo utilizo en el clítoris por encima de la ropa
interior, ya que directamente sobre la piel puede ser demasiado fuerte, sobre
todo cuando cambio las pilas. Cuando tengo un orgasmo es como si fuera a
explotar. Lo siento una vez, y otra, y otra. Me corro, me corro, me corro. Un
orgasmo puede durar todo un minuto.
Tengo sueños en los que me masturbo. En algunos me corro pero en otros
no puedo: me masturbo y me masturbo pero no puedo llegar al orgasmo y
es muy frustrante. Normalmente estoy escondida, mi madre está por allí
cerca y tengo muchas ganas de correrme.

Bárbara Malagoli es una ilustradora mitad italiana, mitad brasileña que reside en
Londres. Su obra gira en torno a la composición, la forma, las texturas vibrantes y los
colores intensos. @bmalagoli
ILUSTRACIÓN DE BÁRBARA MALAGOLI
No creo que haya nadie que no disfrute
cuando le hacen sexo oral. ¡Sí, sí, sí, por
favor!

— SOPHIE
SOPHIE

— 36 —
IRÁN

Cuando era adolescente, el sexo era un tabú. No nos enseñaban educación


sexual y no había internet. Las chicas mayores explicaban historias a las
más jóvenes, que escuchaban asustadas cosas como que si te tocas dejas una
marca en tus partes íntimas y nadie se casará contigo.
En la ducha, apuntaba a mi vagina con el agua a presión templada y me
corría.
Antes de casarme salí con varios chicos y tuve rollos de una noche.
Practicaba sexo simplemente para disfrutar de él y me mostraba muy activa
aprendiendo nuevas posturas y estilos para descubrir qué me gustaba.
Incluso me hice ropa sexy cosiendo cintas juntas o poniéndole mangas a un
sujetador, ya que no era nada fácil encontrar ese tipo de artículos en mi país.
Era todo sexo espontáneo. Por lo general, dejaba que el chico llevara la
iniciativa. Lo consideraba algo cultural, pero si él no empezaba le enviaba
indirectas: le miraba profundamente a los ojos o me quedaba mirándole los
labios unos segundos mientras me hablaba. Entonces él empezaba a
tocarme, me acariciaba con suavidad la mano, el brazo o las mejillas. La
mayoría de chicos pedían permiso para el siguiente paso, besar, y después
pasaban rápido a quitar la ropa.
Mi vida sexual cambió drásticamente después de casarme.
Tuve que practicar sexo de reconciliación, sexo para quedarme
embarazada, sexo programado. No siempre resulta placentero, pero así es la
vida. La etapa difícil de mi matrimonio llegó cuando dejé de sentir deseo
por mi marido, y con el período sin sexo en el que ninguno de los dos sabía
cómo empezar porque no lo habíamos hecho en mucho tiempo. Ahora, en
las malas épocas, programamos el sexo, y claro, no es lo más placentero,
pero evita que nuestra vida sexual vaya cuesta abajo en nuestra relación
monógama.
Cuando llega el momento, nos preparamos, nos damos una ducha rápida,
nos lavamos los dientes y preparamos mi vibrador, el lubricante y pañuelos
de papel. Me pongo un modelito sexy, nos tumbamos en la cama el uno
junto al otro y empezamos a besarnos directamente.
Yo soy extremadamente sensible al tacto. Me encanta cuando su cuerpo
roza el mío. La espalda y los muslos son las partes que tengo más sensibles.
Cuanto más suave la caricia, más me gusta; lo complicado es hacer entender
a mi pareja el grado de delicadeza que quiero que tenga.
No creo que haya nadie que no disfrute cuando le hacen sexo oral. ¡Sí, sí,
sí, por favor! Una caricia suave y húmeda con la lengua es mucho más
deseable en tus partes íntimas que un tío de dedos ásperos que piensa:
«Cuanto más rápido, mejor».
Cuando me hacen sexo oral, pienso: «Dios, este tío es el más atractivo y
encantador del mundo». Un pensamiento absurdo, puesto que lo he tenido
sobre todos y cada uno de los chicos que me lo han hecho, aunque, teniendo
en cuenta lo sensible que soy al tacto, supongo que no es tan raro.

Cuando me pongo un modelito sexy no es para impresionar al


chico, sino para excitarme yo. A menudo utilizo espejos para
intentar verme desde los mismos ángulos en que me ve él.

A menudo ocurre que disfruto del sexo más lentamente de lo que


desearían los tíos. Me gusta estudiar todos los huecos, recovecos y curvas
de su cuerpo, qué sensación me produce tocarlo. Quiero tener tiempo
suficiente para devorarlo y grabarlo en mi memoria. Desgraciadamente, la
mayoría de tíos no tienen tanta paciencia.
No puedo decir que haya disfrutado absolutamente siempre que le he
hecho sexo oral a alguien. Depende del chico y de cómo reacciona. Si me
ayuda a hacerlo mejor y muestra su excitación, disfruto haciéndolo, pero
cuando es con hombres pasivos que se tumban allí, impasibles, solo lo hago
a cambio de que me lo hagan a mí también.
He llegado al orgasmo prácticamente todas las veces que he practicado
sexo, aunque me ayudo activamente para hacerlo. Si no podemos hacerlo de
ninguna otra manera, tengo un vibrador que dejo que el chico utilice
conmigo. Para mí, llegar al orgasmo de una manera o de otra no representa
un gran problema.
Por lo general, me gusta mucho más la parte en la que no hay
penetración: tocar con suavidad, chupar… Durante la penetración me
vienen a la cabeza todo tipo de pensamientos que me distraen y que nunca
aparecen en otras fases del sexo. Ha habido muchas veces en que he
deseado que el tío se corriera más rápido y me soltara.
Durante el sexo, me deleito con mi cuerpo. Cuando me pongo un
modelito sexy no es para impresionar al chico, sino para excitarme yo. A
menudo utilizo espejos para intentar verme desde los mismos ángulos en
que me ve él. Hubo una época en que pensaba: «Quizás sea bisexual».
Probé con unas cuantas mujeres y llegué a la conclusión de que, aunque me
gusta el sexo con mujeres, soy hetero al noventa por ciento.
Creo que la liberación sexual es empoderadora.

Jemima Williams es una artista galesa que vive en Londres. Trabaja con pintura, tejido y
soportes digitales. También es escritora y sombrerera. @jemimatheillustrator
ILUSTRACIÓN DE JEMIMA WILLIAMS
A los chicos que no saben dar placer a una
mujer se les ha de explicar. Cuando estaba
con chicos que no me tocaban bien, les
cogía la mano y les mostraba cómo
hacerlo. Les decía: «Tienes que tocarme
así».

— ZAYE
ZAYE

— 36 —
MALASIA

Una vez, uno de mis amigos me llamó ninfómana porque me gusta mucho
el sexo.
—Tienes que hacértelo mirar porque siempre tienes tantas ganas… —me
dijo.
—Que las mujeres seamos sexualmente activas no es malo, y no tenemos
por qué avergonzarnos de ello —respondí.
En tanto que malaya musulmana, aprendí que no debía haber sexo antes
del matrimonio porque llevaría la vergüenza a mi familia. Ellos creen que el
sexo es algo precioso y que solo debería darse con la única persona a la que
amas. Pero, conforme iba haciéndome mayor, les decía a mis amigas que
quería descubrir lo que me gustaba; si no exploraba, ¿cómo iba a saberlo?
Mi novio y yo llevamos ocho años juntos. La gente nos pregunta por qué
no estamos casados ni vivimos juntos, a lo que respondemos: «¿Por qué
habríamos de hacerlo si así nos llevamos tan bien?». Nunca nos hemos
aburrido. ¡Supongo que los dos tenemos la libido alta!
Me encanta mirarle. Cuando me pregunta por qué le miro, respondo:
«Porque tengo mucha suerte. Me encanta mirar cada centímetro de ti». Le
quiero de veras.
Cuando tengo ganas de sexo, se me escapa una risita. O lo suelto sin
avisar.
—¡Pero si es mediodía! —me dice él.
—¿Y qué? —respondo yo.
Nos enviamos muchos mensajes sexuales: «Tú estás en tu cama y yo en
la mía, así que uno de los dos está en la cama equivocada», o le hago una
foto a mi ropa interior y escribo: «Me la he quitado. ¿Cuándo vienes?».
Que un hombre no sepa besar y acariciar bien a una mujer, despacio y
con suavidad, como si la adorara, debe de ser horrible. Besar y acariciar son
la clave. Mi novio da unos besos muy dulces. Me encanta cuando me besa y
me va acariciando lentamente hasta bajar a mis pechos. Disfruto de todas
sus caricias.
Cuando ya me ha puesto cachonda y húmeda, me toca el clítoris o me
come. ¡Cuando me come tengo todos los orgasmos del mundo! A veces me
dice: «Yo aún no he acabado», y eso me pone mucho pero le aparto y le
digo: «Ahora me toca a mí». Entonces le voy besando y voy bajando hacia
su pene, disfrutando de sus puntos débiles: los lóbulos de las orejas, los
pezones y la barriga. Cuando le acaricio la cara interna de los muslos, gime:
«Dios…» y entonces me lo como hasta que ya no puede aguantar. Me
encanta. A veces tengo que decirle: «Ya vale. ¡Estoy deseando tenerte
dentro!».
Ha habido veces, y nos reímos de ello, en que voy tan liada en el trabajo
que cuando le hago una mamada me pongo a pensar en eso. Yo se lo
cuento: prefiero ser sincera y decirle que tiene que distraerme.

Me dije que no puedo cambiar el pasado. Soy como soy. Estoy


muy agradecida por haber tenido a mi lado a los mejores
amigos y a la mejor hermana y haber recibido su apoyo.

La comunicación es la clave imprescindible de una buena relación.


Hablamos de lo que le gusta a él y de lo que me gusta a mí. A los chicos
que no saben dar placer a una mujer se les ha de explicar. Cuando estaba
con chicos que no me tocaban bien, les cogía la mano y les mostraba cómo
hacerlo. Les decía: «Tienes que tocarme así».
Cuando me mira a los ojos la primera vez que empuja para penetrarme,
siento que soy la chica más especial del mundo. Me gusta cuando nos
tomamos nuestro tiempo, sin prisas, sin ir a ninguna parte en concreto.
Antes de correrse, siempre se asegura de que yo me corra tantas veces
como quiera, así que tengo un montón de orgasmos, sobre todo cuando me
pongo encima y cuando juega con mis pechos. Para mí es muy fácil
excitarme y llegar al orgasmo, aunque solo con él; con los chicos con los
que estuve anteriormente no me pasaba.
Hemos hablado de si quizás soy tan activa sexualmente porque estuve
expuesta desde muy pequeña. Abusaron sexualmente de mí de los siete a
los doce años. Mi propio hermano me tocaba, decía que me estaba
enseñando. Me di cuenta hace tan solo un par de años; me vino un
flashback y empecé a temblar. He tenido que ir a terapia durante un año.
Debía sacarlo y solucionarlo. Le dije a mi hermano que recordaba lo que
había hecho y me pidió perdón. Supongo que lo hemos superado.
Me dije que no puedo cambiar el pasado. Soy como soy. Estoy muy
agradecida por haber contado con el apoyo de los mejores amigos y de la
mejor hermana que se puedan tener.

El arte de Alphachanneling es una exaltación holística de la sexualidad. Este artiste


anónime, que reside en California, Estados Unidos, describe su obra como «carnal,
explícita y provocativa, pero del modo más suave, elegante y reverencial».
@Alphachanneling
ILUSTRACIÓN DE ALPHACHANNELING
Si voy a darme placer, me gusta ducharme
y puede que fumar hierba para ponerme a
tono.

— MARY
MARY

— 36 —
KENIA

Mi padre nos enseñó a mis hermanas y a mí que podíamos hacer cualquier


cosa que pudieran hacer los chicos. Era una concepción bastante inusual en
un keniano y ahora lo recuerdo con gratitud porque me hizo fuerte y segura
de mí misma.
Mis padres eran feligreses estrictos, así que nadie me habló de sexo. Sin
embargo, ya desde muy jovencita tuve sensaciones: sensaciones sexuales,
calientes, y no sabía qué hacer con ellas. En muchos sentidos, era como si
llevara buscando muchos años, intentando entender de qué trataban. Era
intrépida y quería explorar aquellas sensaciones pero los chicos de mi edad
aún no estaban interesados en ello. Sin embargo, los hombres mayores sí
que estaban interesados en mí.
Una vez, de muy jovencita, cuando todavía estaba en el instituto, fui a
casa de un hombre a la hora de comer. Quería explorar aquello con él pero
cuando llegué allí fue muy mal. Se mostró muy insistente. Por suerte no
pasó nada y me fui. Me alejé pensando que probablemente debería esperar a
ser algo mayor para hacer aquel tipo de cosas. Cuatro años después oí que
aquel hombre tenía el VIH. Sentí un gran alivio por haber escapado aquel
día, porque en aquella época yo no habría estado al tanto de usar condón y
habría acabado enferma también.
No sé si todos los hombres africanos tienen mucho apetito sexual pero
mis novios kenianos querían hacerlo cada día o cada dos días y si yo no
quería me hostigaban para que lo hiciera o me forzaban a hacerlo.
Mi marido es europeo y nos repartimos al cincuenta por ciento quién
lleva la iniciativa, aunque tenemos maneras muy diferentes de hacer el
acercamiento. Él se toma su tiempo preparándolo todo: saca el aceite de
masaje, enciende velas y después se ofrece a hacerme un masaje. Por mi
parte, soy más del ardor del momento: me lanzo a por ello tocándole o
besándole de un modo concreto.
Si me dice que está cansado, siempre lo entiendo. Recuerdo cómo me
sentía cuando estaba cansada y me hostigaban para que practicara sexo. Si
está cansado, voy a buscar mi juguete sexual. Tuve mi primer orgasmo con
treinta y un años, con un juguete sexual y, guau, fue una sensación de
satisfacción enorme.
Si voy a darme placer, me gusta ducharme y puede que fumar hierba para
ponerme a tono. Después veo porno. Mis gustos varían: ahora mismo
disfruto viendo películas homosexuales; la semana pasada era BDSM. Uso
mi vibrador. Puedo llegar al orgasmo fácilmente tumbada boca arriba,
aunque cuando me pongo a cuatro patas los orgasmos son increíbles.

Ha sido divertido iniciar a mi marido en el mundo de los


juguetes sexuales. Cuando los sacamos, sabemos que ninguno
de los dos va a salir vivo de esa. ¡Es a vida o muerte!

Ha sido divertido iniciar a mi marido en el mundo de los juguetes


sexuales. Cuando los sacamos, sabemos que ninguno de los dos va a salir
vivo de esa. ¡Es a vida o muerte! Me sentí muy atraída hacia él porque en la
cama era muy atrevido y porque me respeta; nunca cruzará mis límites.
Tenemos una gran conexión interna; en el amor y el sexo, hablamos el
mismo idioma.
Me gusta el sexo oral, pero prefiero recibirlo. Aunque no de un tío que
espere que cumplas unas expectativas. Tuve una pareja que no hacía más
que decir: «Voy a hacer que eyacules, voy a hacer que te corras», y así no
me podía relajar. Solo lo disfruto cuando me siento libre y relajada con mi
pareja.
Siempre insisto en que hagamos sexo oral antes porque no me gusta
mucho la penetración. La hago porque se supone que es lo que has de hacer,
aunque podría pasar fácilmente sin ella. Pero somos dos y has de tener en
cuenta a la otra persona.
Estar a punto del orgasmo sí que me pone a mil. Mi marido juega con mi
clítoris, me lleva hacia el clímax y después se detiene, y va haciendo eso
una y otra vez: me lleva al límite y para.
Hace un tiempo fui a hacerme un masaje tántrico con final feliz. ¡La
manera como me tocó aquella persona fue una auténtica pasada! Aquello
me impactó muchísimo. Cuando estoy al filo siempre lo rememoro, aunque
en mi fantasía siempre me lo hace mi marido. Una vez apareció en la
fantasía la persona que me había hecho el masaje pero perdí todo interés.
Cuando he acabado, tengo la sensación de que podría dormir ocho horas
seguidas.

KaCeyKal! es un artista que reside en Detroit, Estados Unidos. En sus obras plasma lo
que considera que es la belleza de la forma humana a través de ilustraciones y pinturas
que crean unas composiciones que además buscan inspirar a la mujer negra.
@kaceykal
ILUSTRACIÓN DE KaCeyKal!
Debo de funcionar mal.
Debo de estar mal hecha.

— MAI
MAI

— 36 —
GALES

Debo de funcionar mal. Debo de estar mal hecha.


Tengo problemas ginecológicos que me han llevado a no tener nada de
libido. Me hace sentir muy sola, como si fuera la única persona del mundo
que no practica sexo y se siente fenomenal, que se pierde lo que hace que
gire el mundo y que tanto vende.
Llegué al sexo bastante tarde, a los veintitrés o veinticuatro años. Me
dolió, pero pensé que la primera vez tenía que ser así. Después tuve una
infección tremenda de las vías urinarias: orinaba sangre, vomitaba por la
calle… Nadie me había dicho nunca que después del sexo tienes que hacer
pis. Llamé a mi madre y me dijo: «Ay, sí. Antes lo llamaban síndrome de la
luna de miel. Me lo dijo la yaya».
Cuando practico sexo noto un escozor y una quemazón en el vestíbulo
vaginal como si lo tuviera en carne viva, y también un dolor más profundo
que debe de estar conectado, o podría estarlo, con mi estado de tensión. Me
he pasado años yendo a médicos en el Reino Unido y me decían que no me
pasaba nada. «Está todo en tu cabeza», «De verdad, solo has de tener más
confianza», «Prueba a beberte una botella de vino antes de tener
relaciones».
Al final, en Estados Unidos, me diagnosticaron vulvodinia. Puede que me
la provocara la píldora, o una falta de hormonas que causó que se atrofiara
una zona determinada, o quizás haya mujeres que nazcan con más
terminaciones nerviosas en la zona. Incluso podría tener un componente
psicológico.
Me ofrecieron varios tratamientos, como una crema hecha a base de
chiles que acribilla las terminaciones nerviosas con tanto dolor que se
quedan atontadas durante un rato. El bótox, que relaja los músculos pero
puede provocar incontinencia («Tal vez te vaya bien llevar un par de
compresas en el bolso»), o una cirugía total, que era carísima. Mi marido
dijo: «¿Estas son las opciones que tienes? ¡Pero si son todas horribles!».
El año pasado di a luz. Desde entonces no hemos probado mucho lo de
practicar sexo. Ni que decir tiene que estoy agotada, pero ha llegado un
punto en que es casi una fobia. Ha habido veces en que mi marido me ha
besado y yo me he puesto muy nerviosa, me he sentido acorralada. A veces
se da cuenta, y debe de ser horrible que al acercarse a su esposa vea el
pánico en sus ojos. Y es que me preparo para el dolor, aunque también para
la vergüenza y la decepción.
Mi marido es maravilloso pero a veces se enfada conmigo y está
resentido. Ya hace años que vivimos esta situación. Y no le culpo. Siempre
ha sido increíblemente sexual; el sexo le interesa incluso desde un punto de
vista intelectual. Nuestra tercera cita fue en el club sexual El Jardín de las
Torturas.

Cada vez hay un pequeño atisbo de esperanza de que será


diferente, pero después llega esa decepción demoledora.

En el mejor de los casos una vez por semana, pero por lo general una vez
cada dos o tres semanas, nos tocamos el uno al otro y solemos llegar al
orgasmo. La mayoría de veces no me va mal que me toque el clítoris, y los
pechos y los pezones me dan placer. Pero, aunque haya sido agradable,
después siempre pienso: «Pero no es sexo de verdad. Seguramente él quiera
sexo de verdad. Seguramente piensa que está fatal que no sea sexo de
verdad». Siempre miro hacia donde debería estar o hacia donde tengo la
esperanza de poder llegar a estar, en lugar de centrarme en lo que he
progresado.
Si llegamos al punto de practicar sexo con penetración del pene en la
vagina es porque nos hemos enrollado y yo lo he querido, pero la fantasía y
la realidad no tienen nada que ver. Cada vez hay un pequeño atisbo de
esperanza de que será diferente, pero después llega esa decepción
demoledora. Estoy en mitad del sexo y me siento literalmente como una
mierda. La mayor parte del tiempo pienso: «Ojalá se acabe pronto, ojalá se
corra pronto; que no dure mucho».
Quiero encontrar la manera de criar a mi hija para que tenga una visión
positiva de la sexualidad, en el sentido de que el sexo es importante pero no
tanto como para que no pueda divertirse con él y experimentar. Quiero que
entienda que es una cosa seria pero que eso no le suponga un peso, porque
creo que ahí es donde me he equivocado yo.
Pero voy a seguir intentándolo una y otra vez hasta que las cosas mejoren
al menos un poco. Estoy en un viaje personal: leo libros e intento seguir
explorando esa faceta de mi vida. Solo espero no estar atascada en el barro
y con las ruedas patinando.

Naomi Vona es una artista italiana que reside en Londres. Combina la fotografía con los
collages y la ilustración, y utiliza bolígrafos, papel, cinta washi y pegatinas para dar
nueva vida a cada imagen. @mariko_koda
ILUSTRACIÓN DE NAOMI VONA
Me dan mucha rabia los hombres que se
aprovechan de las mujeres o que utilizan su
tendencia «dominante» para ser egoístas y
brutos, y a veces me pregunto si esa rabia
no será hacia mí misma, hacia el tipo de
hombre que quizás sería yo.

— JESSICA
JESSICA

— 36 —
CANADÁ

Antes me preocupaba que si me acostaba con un chico demasiado pronto no


me fuera a respetar. Ahora bromeo diciendo a mis amigas que acostarme en
la primera cita es mi estrategia para deshacerme del tipo de hombres a los
que no quiero volver a ver. He adoptado el término «zorra ética».
Me crie en la Canadá rural, en el seno de una familia muy religiosa. El
sexo siempre fue un tema bochornoso y se evitaba la educación sexual.
Descubrí el sexo cuando tenía unos siete años; mi primo de diez años me
habló de él y quiso probar conmigo. Recuerdo que me resistí y que él
continuó presionándome, y después ya no recuerdo qué pasó. Siempre me
ha perturbado no acordarme de nada.
Cinco años después me enteré de que estaba acosando y violando a mis
hermanas menores. Me sentí culpable muchos años por no haber dicho
nunca a nadie que lo había intentado conmigo. Al confesarlo y compartirlo
con otras mujeres del mundo, por fin me estoy poniendo oficialmente la
etiqueta de víctima, no de responsable, que es lo que me sentí durante
muchos años.
Dejando esto a un lado, creo que siempre he tenido una actitud bastante
abierta hacia el sexo desde que probé a masturbarme con el chorro de la
ducha cuando tenía unos diez años y aluciné.
Me encanta que me acaricien el pelo y la nuca, que me toquen los pies, y
mi barriga es casi tan sensual como mis pechos. Últimamente he empezado
a darme cuenta de que también me gusta que el sexo sea un poco más duro:
que me azoten en el culo, que me pongan las manos alrededor del cuello y
aprieten, ese tipo de cosas.
Antes me hacía enfadar que un hombre simplemente se identificara como
dominante; ahora me voy dando cuenta de que me siento muy atraída por
los hombres dominantes. No obstante, me siento muy dividida ante esta
idea. Aunque me gusta someterme, pago un precio emocional, y eso
comporta dar demasiado de mí misma. Para mí todo es bastante nuevo y el
instinto me dice que vaya en otra dirección, que no me adentre por ese
camino. Pese a todo, el tema me fascina.
Cuando empiezo a hacer sexo oral me excita mucho pero al cabo de un
rato empiezo a pensar: «Vale, a ver si se corre rápido. Que me está cogiendo
rampa en la pierna; ¿se corre ya o qué? Venga, hombre, córrete ya, por el
amor de Dios». Yo digo que el límite legal debería estar en los siete
minutos.
Cuando era más joven no disfrutaba con el cunnilingus: no podía dejar de
pensar en si olía bien, en si tenía buen gusto, en si se acercaba demasiado al
ano. Ahora sí que disfruto, siempre que me lo hagan bien. A menudo,
cuando me lo hacen, solo intento correrme. Voy pensando en fantasías para
ayudarme a correrme más rápido. Cuando ellos tardan demasiado yo me
impaciento, y asumo que ellos piensan lo mismo.

Una cosa que a veces me preocupa es que algunas de mis


fantasías son un poco inquietantes.

Sin duda disfruto con la penetración, aunque depende de la postura. Si mi


clítoris no recibe estimulación, ni siquiera es tan placentero y me entran
ganas de que se corra rápido para poder ir a hacerme un té. Si estoy en una
postura en la que el clítoris está involucrado, puede que cierre los ojos y
tenga fantasías más sexys que lo que estoy practicando en ese momento. Si
el sexo es bueno de verdad, me quedo presente allí, no fantaseo con nada
más.
Una cosa que a veces me preocupa es que algunas de mis fantasías son
un poco inquietantes. A veces soy el hombre, tengo pene, y me estoy
acostando con una chica. No soy gay, ni siquiera bisexual; es solo que la
fantasía de tener pene hace que me corra más rápido. Es bonito: primero le
doy placer y después hago sexo con ella.
Otras veces la fantasía se vuelve bastante oscura: la chica es muy
vulnerable y yo soy bruta con ella. He tenido una fantasía en la que estoy en
lo alto de una torre de agua muy alta con una chica preciosa. Le estoy
dando desde atrás y ella está muerta de miedo, inclinada sobre la barandilla
a mucha altura del suelo. Una vez, en la vida real, probé a subir a una torre
de agua, pero me dio miedo y tuve que bajar. No tengo ni idea de por qué
eso acabó en mi biblioteca de fantasías. Me dan mucha rabia los hombres
que se aprovechan de las mujeres o que utilizan su tendencia «dominante»
para ser egoístas y brutos, y a veces me pregunto si esa rabia no será hacia
mí misma, hacia el tipo de hombre que quizás sería yo.

Emily Marcus es ilustradora y vive en Massachusetts, Estados Unidos. Le interesa


contar historias que exploren la naturaleza y construir lugares fantásticos que existan
más allá de la realidad. Trabaja principalmente en guache, arcilla y formato digital.
@emilplee
ILUSTRACIÓN DE EMILY MARCUS
A veces me centro en la luz de la
habitación. Entonces cierro los ojos, la
llevo al interior de mi cuerpo y la
transporto hasta mi vagina.

— CELESTE
CELESTE

— 38 —
COLOMBIA

Soy una persona muy intensa, con mucha energía y pasión.


Estoy casada, pero desde el principio tuve la sensación de que la nuestra
era una relación abierta y natural.
Después de nacer nuestra hija, yo tenía tanto miedo de volver a quedarme
embarazada que no quería que me tocaran ni practicar sexo. Durante dos
años fui como una monja. Al convertirme en madre experimenté tal
despersonalización que no creía tener fuerza suficiente para volver a
hacerlo. Le dije a mi marido: «No te cierres a las oportunidades que te
surjan de empezar una relación con alguien». Yo sabía que no era la única
que podía hacerle feliz; al contrario, a veces le he hecho desgraciado.
Además, mi cuerpo ya no era el mismo: tenía algunos músculos de la
vagina dañados porque mi hija había sido demasiado grande para nacer por
parto natural. Ahora ya llevo tiempo haciendo ejercicios de suelo pélvico
para recuperar la zona y he decidido que también me operaré para disminuir
el tamaño de la cavidad.
Ahora mismo, tengo dos maneras de vivir mi vida sexual; es como si mi
vida tuviera dos caras. En una de ellas, voy a fiestas BDSM en Berlín,
donde básicamente tengo amantes de juegos. En ese tipo de relaciones hago
realidad fantasías y exploro diferentes roles. Antes tenía un patrón en el que
siempre era sumisa y recibía, pero en mi primer Xplore fui a un patio de
juegos para adultos y descubrí que era una dominatrix nata; parte de mi
personaje dice lo que quiere y cómo lo quiere.
En Colombia no hay fiestas de ese tipo y encontrar amantes es muy
diferente, de modo que aquí es donde vivo mi otra cara, y lo hago a través
de la danza. Latinoamérica es muy católica, pero con las telenovelas, los
boleros y la salsa también tenemos una fuerte influencia del drama tipo «el
amor apasionado solo hace daño».
En la salsa te dejas llevar y te entregas al otro. Está coreografiado: has de
seguir las reglas y los pasos, y es muy patriarcal, ya que siempre lleva el
hombre. Pero a veces puedes cambiar ese patrón y proponer un giro para
que él entienda que tú también sabes llevar. Si bailo con soltura con alguien
y nos volvemos uno en el baile, intuyo que también podríamos entendernos
en la cama. El olor de un compañero de salsa también puede ponerme muy
cachonda. Intento agarrarlo para que se dé cuenta de que le deseo y de que
no soy tímida ni escondo nada.
Una vez conocí a un chico muy guapo bailando. Me daba la sensación de
que estar conmigo le ponía nervioso. Era enorme, pero cuando lo vi
desnudo en una habitación de hotel, le dije: «Vaya, qué delicado eres…», a
lo que respondió: «Soy un hombre negro de dos metros de altura y nunca
nadie me había dicho eso, pero temo decepcionarte». Creo que le excitó que
fuera tan sincera con él.

Si bailo con soltura con alguien y nos volvemos uno en el


baile, intuyo que también podríamos entendernos en la cama.

La verdad todo lo cura. Esa es mi plegaria ahora y así es como quiero


gestionar todas mis relaciones. En la vida se pueden erigir muchas máscaras
y mentiras.
Uno de los momentos clave de mi viaje sexual fue con una mujer. Que te
toque y te valore otra mujer es maravilloso. No sabía que mi vagina pudiera
sentir tanto. A veces pienso en ella cuando practico sexo: trajo tantos
recuerdos hermosos a mi cuerpo… Antes de estar con ella no tenía
orgasmos con los hombres. Rompimos porque yo no era lesbiana. Aún
buscaba a los hombres. No podía darle lo que ella esperaba y eso solo
conlleva frustración.
Cuando practico sexo, pienso en mi cuerpo llenándose de luz. A veces
me centro en la luz de la habitación; entonces cierro los ojos, la llevo al
interior de mi cuerpo y la transporto hasta mi vagina. Si la otra persona
tiene marcas de nacimiento o lunares, los examino y los recuerdo, e
imagino que ellos también me recuerdan a mí, y cuando cierro los ojos los
veo como una constelación de estrellas.
O bien intento crear una esfera de luz imaginaria y moverla por todo mi
cuerpo. Una vez lo hice en una masturbación guiada colectiva con
doscientas personas. En realidad era una meditación. Nos corrimos todos a
la vez. Fue uno de los momentos más bonitos de mi vida. Me sentí amada y
aceptada, y tan libre.
Creo que, si eres consciente de ello, el sexo puede ser una meditación y
cada relación con un amante puede ofrecerte una medicina en concreto.

Sabina Gevaerd es una ilustradora brasileña que reside en Londres. Le gusta explorar
la intersección que hay entre la vida y la magia, con elementos que abarcan desde los
rasgos femeninos hasta los animales. @sabrinagevaerd
ILUSTRACIÓN DE SABRINA GEVAERD
Llevamos casados Dios sabe cuántos años.
Cuando nos entra el deseo, no tardamos
mucho: ¡tenemos que hacer limpieza!

— LING LING
LING LING

— 38 —
CHINA

Antes de tener a mi hijo, yo estaba en la cima del mundo, con un empleo de


jornada completa, con éxito, con la vida bajo control y segura de mí misma.
Ahora intento ser madre y hacerme una nueva vida pero no he logrado
entender quién soy. He perdido muchísima confianza y eso ha afectado a mi
vida sexual de un modo bastante negativo. Es como si estuviera dentro de
una concha y no quisiera que me encontraran.
Llevamos casados Dios sabe cuántos años. Cuando nos entra el deseo, no
tardamos mucho: ¡tenemos que hacer limpieza! Va según demanda: el otro
día lo hicimos dos veces en un día, pero después pueden pasar varias
semanas entre una vez y la siguiente.
A menudo lo necesito durante el día, cuando tengo más energía física.
Noto una comezón, me pongo cachonda, y deseo la penetración y la
liberación que proporciona el orgasmo. No sé qué lo desencadena pero sí sé
que he de estar de buen humor. Antes pensaba que lo reservaría para otro
momento, pero después cuando llega ese momento no te apetece, así que
ahora en cuanto me entran ganas me pongo a ello.
Mi modo de tomar la iniciativa es diciendo: «Quiero sexo ahora mismo».
Soy muy directa. Llevo veinte años viviendo en el Reino Unido y todavía
no entiendo tanto marear la perdiz. Yo funciono siguiendo una
programación, literalmente en tramos de cinco minutos: siguiente tarea
acabada, hecho. Soy directa con lo que quiero y necesito.
No me gusta el besuqueo. Lo veo en las películas pero no sé por qué lo
hacen. A veces lo hago porque creo que es lo que se supone que has de
hacer. Se lo he dicho a mi marido; a él no le gusta nada que lo diga y me
siento mala persona, pero lo de besarse es como una secadora que no para
de girar.
Si estamos en el sofá, él se baja los pantalones a media pierna y yo lo
monto a horcajadas completamente desnuda. Me gusta que me toque las
tetas y que me abrace fuerte. Antes hacíamos preliminares pero diría que no
hemos hecho nada parecido desde que di a luz.
Bastante a menudo me vienen a la mente situaciones en que imagino que
me sexualizan, quizás que me hacen retroceder hacia un rincón o me violan.
Puede que sea una trabajadora sexual, o una colegiala de la que se
aprovecha un profesor, o un hombre de negocios japonés. Nunca me he
preguntado por qué tengo esas fantasías ni he pensado si está bien o mal
tenerlas; sencillamente me ayudan a disfrutar del sexo.
Ya no practicamos sexo oral. De todos modos, nunca me gustó que mi
marido me lo hiciera porque pensaba demasiado en ello y mis pensamientos
superaban el placer. Yo se lo hacía a él, y seguramente seguiría
haciéndoselo si él quisiera o si me apeteciera.

Cuando era muy jovencita dejé que se me corriera en la boca


unas cuantas veces, pero no lo soporto, no lo soporto, de
verdad que no.

Cuando era muy jovencita dejé que se me corriera en la boca unas


cuantas veces, pero no lo soporto, no lo soporto, de verdad que no. Me
parece que está fatal. No hay igualdad. Seguramente no vuelva a hacerlo
jamás. Si lo hiciera me estaría denigrando. Me sentiría como si estuviera en
Tailandia dándole a alguien un masaje con final feliz, y para mí ese no es un
buen pensamiento. No juzgo a las mujeres que lo hacen, pero yo tendría que
haber tocado fondo en la vida para hacer algo así. Pensaría que no estamos
a la misma altura, y en mi vida sexual necesito tener una relación de igual a
igual.
Llego al orgasmo en unos segundos y puedo tener varios a la vez. El
orgasmo me sale de dentro y es alucinante. Veo la luz del sol. Por un
momento no puedo pensar en nada: ni pensamientos buenos, ni malos, solo
puro placer.
Cuando era joven y tenía un montón de orgasmos, siempre me consideré
una afortunada. Creo que es probable que mi madre no tenga orgasmos.
Imagino que habrá muchas mujeres como ella, para las que quizás el sexo
sea algo meramente para el hombre.
Nunca he oído hablar de sexo a personas chinas… nunca. Fui a uno de
los mejores institutos de mi ciudad y todo el mundo estaba centrado en
estudiar y ser el primero de la clase; no había ni una sola conversación
sobre quedadas de chicos y chicas. No recibí educación sexual alguna y no
había ningún lugar donde investigar sobre el tema. Y no iba a preguntar a
mis padres.
Para mi generación, la generación de mi madre y las anteriores, es algo
de lo que no se habla. Pero eso está cambiando: últimamente he oído
podcasts en los que se habla de sexo.

Jasmine Chin es una galardonada ilustradora que reside en Londres. Sus ilustraciones
son alegres y poco convencionales, y están inspiradas en la cultura popular.
@this_is_jasmine_chin
ILUSTRACIÓN DE JASMINE CHIN
No querría que nadie, por el hecho de
tener una relación conmigo, tuviera menos
amor del que desee.

— JENNIFER
JENNIFER

— 39 —
ESTADOS UNIDOS/REINO UNIDO

Hace unos años que estoy en la fase médica de mi transición. Mi


testosterona está suprimida a base de medicación, así que está más baja que
en la media de mujeres cisgénero, aunque aún no me he sometido a ninguna
operación.
Me gusta mucho la bajada de la testosterona. Ahora no tengo un estímulo
hormonal que me ponga cachonda, sino que cuando pasa es por la sensación
de sentirme segura con alguien, con muchos abrazos, besos y risas, y eso
me gusta. Tengo muchas menos relaciones sexuales pero cuando las tengo
es una experiencia realmente especial: dura más y es sensible y emocional.
La verdad es que no echo de menos cómo practicaba sexo antes.
Tengo una pareja con la que llevo cuatro años y otra con la que va a hacer
dos. También tengo unos cuantos colegas con los que nos abrazamos;
también son parejas, pero de un modo más afectuoso y platónico. Es una
familia escogida en la que todo el mundo está interconectado. Soy
poliamorosa desde hace quince años; no querría que nadie, por el hecho de
tener una relación conmigo, tuviera menos amor del que desee.
Y me encanta cuando hay más de dos personas en la intimidad: toda esa
energía y felicidad compartida es muy bonita. Significa que me puedo
relajar, que puedo acariciar o besar a alguien, o hacerle sexo oral, pero en
un rol sexual más calmado o lánguido.
Me gusta mucho que haya una progresión lenta de caricias suaves, una
larga danza que vaya avanzando hacia hacerle una mamada a alguien.
Besarle la parte baja de la barriga, la curva de la cadera, la parte baja de la
espalda. Me gusta abrazar a la persona mientras se la estoy haciendo; quiero
que se sienta abrazada y querida. Oír su voz me pone mucho, que alguien te
diga lo que quiere que le hagas o con qué está disfrutando. Por mi parte,
emito muchos gemiditos de satisfacción.
Siempre me he visto un poco como mi madre, alguien que cuida de la
gente. No se me da bien desear cosas para mí misma o sentirme con
derecho a ellas, y en el sexo eso significa que he tenido tendencia a ser yo
quien da y a estar algo incómoda cuando me prestan una atención
desmesurada.
Me gustan las caricias suaves en el trasero, los costados, la cara interna
de los muslos, la barriga, el cuello, la clavícula y las tetas. Me he pasado la
mayor parte de mi vida sin tetas y ahora que por fin las tengo estoy
entusiasmada. Como diría mi pareja, me he unido a la comisión de las
tetitas pequeñitas.
Ahora, cuando me hacen sexo oral, la sensación física es muy diferente;
es delicada pero no siempre placentera por naturaleza. Necesito oír dentro
de mi cabeza una historia conmovedora que se base en sentirme deseada,
atractiva y cómoda con alguien, y he de centrarme en eso. Llegar al
orgasmo es un proceso largo que requiere mucho de ese pensamiento, pero
si estoy nerviosa o agobiada no puedo.

Para las mujeres trans, hablar del pene cuesta bastante… Por
lo general, si quiero tener una erección me he de medicar.

Para las mujeres trans, hablar del pene cuesta bastante, a menos que
hablen entre ellas. La gente cree que se trata exactamente del mismo órgano
que para un chico cisgénero, pero no es así. Por lo general, si quiero tener
una erección me he de medicar. Con el tiempo, el pene de una mujer tiende
a hacerse pequeño y empieza a oler o a saber más como la vagina de una
persona ciscégenero.
Siempre he tenido dificultades para utilizar el pene. Tenía una extraña
desconexión, la sensación de que no funcionaba bien, pero también de que
en realidad no quería que funcionase. A muchos chicos les encanta hacer
mamadas a las mujeres trans, pero yo no quería eso; no me daba la
sensación de que se viera la energía femenina que había en mí. Hacían
resaltar la parte de mí que yo consideraba el trocito masculino, y eso no me
gustaba.
Sin embargo, con el tiempo me desnudé en varias fiestas y vi a mujeres
con pene, entablé amistad con ellas y hablamos sobre su identidad de
género. Ellas no lo veían como una parte masculina: una amiga llamaba al
suyo «doña polla», otra «señora verga» y otra decía que tenía el clítoris
grande.
En la actualidad existe mucho odio hacia las personas trans. Yo soy muy
consciente de cómo me ve la gente, y me da mucho miedo y mucha
vergüenza. Creo que es mi respuesta a las reacciones asqueadas y agresivas
de la gente ante algo que les parece raro.
Sin embargo, tengo una comunidad extraordinaria que me rodea. Creo
que debo de ser una de las mujeres trans más afortunadas del país.

Chrissie Hynde es la cantante y compositora de la banda The Pretenders. En su tiempo


libre pinta coloridas naturalezas muertas, retratos y obras abstractas expresivas.
www.chrissiehynde.com
ILUSTRACIÓN DE CHRISSIE HYNDE
Existe un gran respeto por el matrimonio.
Todo el mundo quiere que su matrimonio
salga adelante, que no fracase. Cuando
una pareja tiene problemas en su
matrimonio y se hace de dominio público,
la gente dice: «¡¿Acaso no recibieron las
enseñanzas?!».

— PRISCILLA
PRISCILLA

— 40 —
TANZANIA

Cuando me vino la regla por primera vez, trajeron a mis abuelas para que
nos explicaran a mí y a algunas de mis primas en qué consistía la
menstruación. También nos dijeron que tendríamos que modificarnos los
genitales para prepararnos para el sexo.
No todas las tribus hacen las mismas cosas. En las tribus de mi padre y
de mi madre no se corta nada, pero se espera que te estires la piel de la base
de la vagina y la frotes con un polvo negro de hierbas. Eso te alarga los
labios y se supone que da placer sexual al hombre. Antiguamente, y en
algunos casos incluso hoy en día, en las negociaciones del matrimonio, la
familia del esposo puede preguntar: «¿Está la chica del todo preparada para
nuestro hijo?», y los hay que incluso piden hacer la comprobación.
Al ser yo la pequeña diva, la pequeña feminista, dije: «¡Un momento!
¿Por qué gira todo en torno al hombre?». En mi cultura no se espera que
cuestiones a los mayores, solo que escuches y obedezcas. Mis otras primas
hicieron lo que les pedían pero yo me negué y alguien se lo dijo a mi padre.
Él estaba al caso de aquella práctica, cómo no, porque mi madre la había
seguido, pero dijo: «Me parece que no es más que una patraña; mi hija no lo
hará».
Mi padre me crio para que tuviera confianza en mí misma, para que fuera
valiente y alcanzara las estrellas. Él marcó la diferencia. Era un hombre
abierto y honesto. Un día me dijo: «Si vas a practicar sexo, asegúrate de
usar protección, lo ideal es que ames a la persona, y entérate de si tiene el
VIH, de si se ha hecho la prueba». En el sur de África, las tasas de positivos
en VIH pueden llegar a ser de una de cada cuatro personas. He perdido a
muchos familiares por esa enfermedad.
Para que me resulte placentero, el sexo ha de significar algo para mí.
Creo que los hombres y las mujeres se excitan de forma diferente. Para los
hombres, al final se convierte en algo emocional, pero por lo general es
físico; para mí siempre ha sido emocional.
Mi marido y yo tenemos vidas ajetreadas que giran básicamente
alrededor de nuestros hijos, así que siempre estamos cansados. Bromeamos
al respecto: «Hoy no, colega, estoy fuera de servicio». No practicamos sexo
a menudo pero cuando lo hacemos es muy sentido y apasionado porque
nuestro amor es más profundo.
Antes yo tenía mucho apetito sexual, pero disminuyó después de dar a
luz por primera vez. Creo que cuando tengo hijos, sobre todo durante el
primer año, no me siento nada sexual; me pasa especialmente durante el
tiempo en que doy el pecho. Siento que me debato entre pertenecer al bebé
y pertenecer a mi marido.
Cuando practicamos sexo, suele ser de madrugada, entre las 4 y las 8,
antes de que se despierten los niños. Me gusta tocarle la cara y las orejas;
me parece íntimo, consigo estar cerca y expresar lo que siento por él.
Intento estar presente en ese momento, observar sus reacciones; si se
espabila y me corresponde, sé que estoy haciéndolo bien.

No sé cómo explicar mi orgasmo. Es como si se fuera


acumulando agua dentro de mí y estuviera a punto de reventar,
pero un reventón bueno.

Los preliminares son muy importantes; ayudan a mi cuerpo a prepararse


para la penetración. Si no, duele. Cuando me besa los pechos y me toca el
clítoris al mismo tiempo… me mata, me encanta, pero no me gusta llegar al
orgasmo antes del coito. Cuando estoy mojada y a punto, se lo digo o le
hago un gesto. En ese punto estoy muy arriba y él me penetra despacio. A
veces expresamos nuestro amor diciendo «Te quiero» o «Te aprecio».
No sé cómo explicar mi orgasmo. Es como si se fuera acumulando agua
dentro de mí y estuviera a punto de reventar, pero un reventón bueno.
Cuando acabamos nos hacemos arrumacos o nos abrazamos un buen rato.
Me siento cansada pero también satisfecha, afortunada, feliz, todas esas
emociones en una.
Antes de casarnos, recibimos las enseñanzas matrimoniales tradicionales.
A mí me enseñaron mujeres y a mi marido, hombres. Algunas de las
enseñanzas fueron muy útiles: cómo llevar la casa, cómo llevar las
discusiones, qué hacer cuando llegan los hijos. Me hablaron sobre el sexo, y
sobre cómo moverse para dar placer al hombre: mucho de ello tiene que ver
con agitar la cintura y moverse lentamente arriba y abajo. A veces utilizo
esos movimientos. Funcionan.
Existe un gran respeto por el matrimonio. Todo el mundo quiere que su
matrimonio salga adelante, que no fracase. Cuando una pareja tiene
problemas en su matrimonio y se hace de dominio público, la gente dice:
«¡¿Acaso no recibieron las enseñanzas?!» .
Nunca podría engañar a mi marido. Espero que él lo sepa. Me destrozaría
emocionalmente, y físicamente no podría hacerlo. Hasta ahora he aprendido
que la manera como conduces la relación con tu pareja también va ligada a
la relación sexual que tenéis. Si podéis estar conectados en todas las áreas
de vuestra relación, entonces seguro que la del sexo también estará sana.

Ojima Abalaka es ilustradora y reside en Abuja, Nigeria. Sus obras exploran el reposo,
las personas y la identidad en el contexto de la vida diaria. @ojima.abalaka
ILUSTRACIÓN DE OJIMA ABALAKA
En Zimbabue, por tradición cultural, a
cierta edad se lleva aparte a las jóvenes y
se les dice que se alarguen los labios
vaginales y se pongan hierbas en la vagina
para que esté más firme para el hombre; de
ahí que tengamos las tasas más elevadas
de cáncer de cuello uterino.

— RUDO
RUDO

— 41 —
ZIMBABUE

Estoy en medio de una ruptura.


En una relación, las presiones del hogar pueden echar a perder el amor y,
en consecuencia, el sexo. Las cosas del día a día se convierten en todo
cuanto ves de tu pareja, hasta que ya no puedes imaginar acostarte con ella
porque no ha fregado los platos. No tenía ni idea de que las cosas pudieran
romperse hasta ese punto.
Con él he tenido el mejor sexo de mi vida. Al principio, mis orgasmos me
hacían sentir como si estuviera flotando por encima de mi cuerpo. Era
extraordinario. En retrospectiva, ahora sé que no era tanto una cuestión de
pericia como de la unión de dos personas entre las que había química.
Pero el sexo acabó convirtiéndose en algo muy aburrido y repetitivo.
Disfrutaba cuando me tocaba sin estar en actitud sexual, pero cuando le
dominaba la lujuria se volvía muy tosco. Lo que ocurría venía a ser esto: él
tomaba la iniciativa y empezaba a tocarme, pero no era tierno ni me
acariciaba; en mitad de la oscuridad, yo ponía los ojos en blanco, cansada
como estaba, y pensaba: «Me has despertado y he de levantarme pronto».
Tardé un tiempo en verbalizarlo y explicarle que me gustaban las caricias
suaves, los besitos, que la cosa fuera subiendo de intensidad poco a poco.
Pero entonces me decía: «Lo intento, intento hacerlo como me dijiste, pero
es que no reaccionas». Creo que él lo intentaba pero a mí no me daba la
sensación de que estuviera poniéndole corazón. Era como si fuera algo que
tuviera que hacer antes de meterme el pene. Yo quería que le dedicara
tiempo e iniciativa, que leyera sobre el tema, que investigara. ¡Google es
gratis! Pero no se tomó el tiempo para hacerlo. Aún intento digerirlo.
Se negaba a hacerme sexo oral, pero en cambio sí que esperaba que yo se
lo hiciera a él. Al principio yo no me lo planteaba demasiado, pero después
pensé: «¡Eh, un momento!». Cuando saqué el tema, dijo que sí, que sí, pero
después no lo hacía. El sexo oral es algo muy occidental; creo que es un
fenómeno que se ha ido introduciendo a través del porno. En la mayoría de
los casos, para las mujeres de Zimbabue no es una opción que esté sobre la
mesa. Solo lo practica la gente de clase media o superior; si eres de clase
baja, se considera de mal gusto. Si eres de clase baja estás menos expuesto
a las ideas occidentales y el conocimiento que tienes del sexo suele venir a
través de tus mayores y tus tías, no tanto de la cultura popular. Cuando eres
de clase media o media alta, como yo, no vives en un espacio rural ni en un
espacio con identidad de pueblo y no tienes cerca a tus tías para darte una
charla sobre sexo; aprendes a través de las películas, de tus amigos y de
vídeos porno.

Según mi experiencia, cuanto mayor es el pene, peor es el


hombre en la cama porque se cree que le ha tocado la lotería y
que todas quedarán contentas.

A los hombres zimbabuenses no les enseñan a dar placer a las mujeres.


Hemos pasados cientos y miles de años siendo nosotras quienes
proporcionábamos placer. En Zimbabue, por tradición cultural, a cierta edad
se lleva aparte a las jóvenes y se les dice que se alarguen los labios
vaginales y se pongan hierbas en la vagina para que esté más firme para el
hombre; de ahí que tengamos las tasas más elevadas de cáncer de cuello
uterino. Yo no tuve que hacerlo, pero recuerdo que cuando éramos
jovencitas mi prima se me acercó y me dijo: «Eh, quiero enseñarte una
cosa». Y cuando lo vi dije: «¿Cómo? Esto es absurdo».
A los hombres zimbabuenses les enseñan que si tienen el pene grande
solo han de empujar a muerte y la mujer quedará contenta. Con todo, según
mi experiencia, cuanto mayor es el pene, peor es el hombre en la cama
porque se cree que le ha tocado la lotería y que todas quedarán contentas.
Pero la cosa no funciona así.
A mí me empotraban. Me dolía, porque no estaba lubricada, y pensaba:
«¿Por qué sigue pasando esto?».
Cuando era más joven abusaron de mí varias personas. Me da mucha
rabia que la gente no entienda lo vulnerables que son los niños. Llevé el
peso de aquello durante mucho tiempo. Pasaba por la calle y me acosaban
sexualmente; me silbaban y me decían cosas, y yo me asustaba mucho.
Después hubo un compañero de trabajo que se pasó de la raya. Informé
de ello y al cabo de una semana me despidieron, pero los llevé a juicio y
gané. Desde entonces siempre me he sentido más dueña de mi sexualidad y
de mi cuerpo, como si pudiera decir «no» por la niña que llevo dentro y que
no pudo decirlo en el pasado.
Ahora quiero algo más, a alguien que no esté atorado en ese concepto
binario hombre-mujer, alguien que esté embarcado en un viaje de
descubrimiento, de sexualidad. No sé si llegaré a encontrar a esa persona,
pero es algo con lo que he empezado a soñar. Quién sabe.

Destiny Darcel es una artista que reside en Atlanta, Estados Unidos. En la actualidad
compagina su trabajo como ingeniera de software con el diseño y la ilustración, donde
se centra en homenajear a la mujer negra. @destinydarcel
ILUSTRACIÓN DE DESTINY DARCEL
De muy niña, quizás con siete años,
recuerdo montar en bicicleta y notarme
excitada, y pensar: «¡Esto puedo
hacérmelo yo!».

— BOUDICEA
BOUDICEA

— 42 —
REINO UNIDO

Me hice la promesa de que no dormiría con nadie a menos que le quisiera


de veras. Llevo cinco años sin tener ninguna relación sexual.
Siempre me ha parecido que las relaciones son difíciles. Mi madre crio a
tres hijos ella sola. Le gustara o no, era la típica madre antillana, y se tuvo
que convertir en una mujer fuerte porque su marido la abandonó.
Nos educaron en el catolicismo e íbamos a la iglesia cada domingo. Iba a
decir que «sexo» era una palabra sucia, pero de hecho mi madre estaba muy
cómoda diciéndonos que no tuviéramos relaciones sexuales. Yo debía de
tener seis o siete años cuando nos dio la charla sobre sexo, y no hubo
divagaciones ni eufemismos: dijo «pene» en la «vagina» y «no os queréis
quedar embarazadas porque yo he hecho muchos sacrificios». Ese mensaje,
«no tengas relaciones sexuales, no te quedes embarazada», sustentó siempre
mi manera de abordar las relaciones.
Creo que he salido con todos los tipos de hombre que hay, aunque solo
con dos o tres tuve una conexión emocional. Valoro mucho eso: la
conversación fácil y el sexo cariñoso, solícito y divertido, y el hecho de que
me vieran como soy. Más de una vez me he sentido como la novedad:
«Nunca he salido con una chica negra», «¿Todos los chicos negros tienen el
pito grande?». Era como si me estuvieran poniendo a prueba.
De muy niña, quizás con siete años, recuerdo montar en bicicleta y
notarme excitada, y pensar: «¡Esto puedo hacérmelo yo!». Me toco desde
los trece años, puede que desde antes; es como si el «hazlo tú misma»
siempre hubiera formado parte de mi vida.
Seguramente lo hago más cuando me tiene que venir la regla. Empiezo
mi rutina de noche habitual, pongo un poco de aceite esencial, enciendo la
lámpara de sal y me meto en la cama.
No duermo desnuda porque no me gusta pasar frío y tengo un miedo del
todo irracional a que se me cuele algo por ahí abajo. Además, tengo las
tetas grandes, así que me pongo un sujetador de dormir. Si busco un apaño
rápido saco el vibrador, pero si quiero tomarme mi tiempo doy rienda suelta
a mi fantasía y me toco. Cuando no uso vibrador me resulta más fácil
correrme por delante que por detrás.
A veces pienso que tengo demasiadas fantasías, aunque tengo bastante
claro que nunca se tienen demasiadas.
Recurro mucho a una en la que cuatro hombres me dan placer. Podemos
estar en una casa, en un hotel, al aire libre, donde sea, no me escandalizo.
No les veo la cara; son más los cuerpos, lo que hacen y cómo utilizan las
manos y el pito. En cuanto al físico, los chicos han de estar bien definidos
pero no ser culturistas. Yo estoy bastante saludable y voy al gimnasio, así
que tiene sentido que los hombres de mis fantasías también se cuiden.
Tienen el culo prieto, ¡y otras cosas! No deja de ser interesante que suela
haber más blancos que negros.

A veces pienso que tengo demasiadas fantasías, aunque tengo


bastante claro que nunca se tienen demasiadas.

Tengo una fantasía en la que aparecen muchos más hombres y ahí sí que
hay mezcla de blancos y negros. En esa fantasía soy una importante
ejecutiva y me llevan a casa en mi limusina. Mi personal es todo masculino
y sus únicas instrucciones son que yo me corra. Cuando llego a casa, están
todos en fila en las escaleras, desesperados por ayudar y ser quien me
satisfaga. A veces elijo a uno; otras vienen todos hacia mí.
Me penetran vaginal y analmente. Una rutina habitual sería jugar con los
agujeros: primero en la vagina, después en el ano, después en ambos. Digo:
«Soy una puta guarra», o «Fóllame fuerte». Los clichés clásicos.
Mi vibrador es diminuto y un poco patético. Un día quiero darme el
capricho de uno bien bonito. Con gusto me gastaría 150 o 200 libras,
porque sé que le sacaría mucho partido. Me lo planteo como una cuestión
de cuidado de mí misma, de autoestima: a los treinta y tantos me di cuenta
de que, holísticamente, uno ha de amarse.
El orgasmo me recorre el cuerpo con un hormigueo y una vibración. Lo
noto por todas partes, pero a veces es muy fuerte en la zona del corazón. Es
una sensación agradable, reconfortante y vivificante.
El cuerpo de la mujer es maravilloso. Por muchas cuestiones sociales y
religiosas que rodeen al sexo, es nuestro mayor poder.

Kim Thompson es una ilustradora comercial y artista de impresión que vive en


Nottingham. Inspirada por el folclore, la cultura pop y la estética retro kitsch, la obra de
Kim se centra en la mujer y en el empoderamiento. @kim_a_tron
ILUSTRACIÓN DE KIM THOMPSON
Llevo muchos años con mi marido y
nuestra vida sexual ha experimentado un
crecimiento muy bonito.

— KATE
KATE

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NUEVA ZELANDA

Llevo muchos años con mi marido y nuestra vida sexual ha experimentado


un crecimiento muy bonito.
Cuando nuestros hijos eran pequeños, nuestra vida sexual era bastante
triste. Mi marido se me acercaba cuando yo estaba a punto de dormirme y
presionaba la polla dura contra mí. «No tengo ganas», le decía yo. Él se
daba la vuelta pero a la mañana siguiente no había taza de té. Si pasábamos
demasiado tiempo sin sexo, se enfurruñaba y se ponía gruñón. Cuando eres
madre, te tocan el cuerpo a todas horas, y al final del día piensas: «Estoy
agotada, lo último que quiero es otro cuerpo del que cuidar».
Yo era consciente de que su apetito sexual era más fuerte que el mío, pero
solo cuando para mí era sexo de estar por casa. Cuando lo disfrutaba, era
más probable que fuera yo quien lo deseara y llevara la iniciativa.
Empezamos a esforzarnos más, a salir a cenar los dos solos y a apagar
Netflix.
A mi marido le excita que me ponga la ropa interior preciosa,
pequeñísima y sexy que me compra. A mí me divierte, pero no me pone, así
que pensé: «¿Qué es lo que necesito yo?». Y la respuesta fue: «Que
hablemos un montón». Quiero saber qué pasa por su cabeza. Así que me
inventé un juego en el que primero metemos preguntas en un cuenco,
después tenemos que responder a una, y tiramos un dado que te dice lo que
has de hacer, como quitarte una pieza de ropa o bailar. Así yo conseguía esa
intimidad profunda que anhelaba y él me tenía un rato dando vueltas por la
habitación.
Poder escapar de aquel darse la vuelta en la cama ha sido tremendo.
Ahora a veces pone una peli supercursi de James Bond y hace un estriptis
sexy y muy loco. Se quita los pantalones y debajo lleva un microtanga de
estríper; me hace reír a más no poder.
O a veces a las 10 de la noche me dice: «Voy a hacerme una paja», y
siempre me parece bien. Me encanta tumbarme junto a él y notar su cuerpo
bien tenso. Es muy intenso, me sacude de arriba abajo. A veces mira porno
o nos explicamos fantasías.
Me gusta entrar en un estado de fantasía. Suelen estar ambientadas en
lugares cálidos, como una playa con palmeras en una isla. Aparecen
cuerpos hermosos desnudos, a menudo dos chicos; a veces, no siempre, uno
de ellos es mi marido, ¡aunque a él siempre le digo que lo es! El centro de
atención siempre soy yo, sexual, poderosa y admirada.
Me encanta tocarle el cuerpo, el pecho, el culo, la piel suave de debajo de
los huevos, oír cómo reacciona a mis caricias, notar cómo se pone caliente y
sudoroso. A veces me gusta meterme la polla en la boca cuando aún está
blanda y notar cómo se le va poniendo dura.

A veces saco el vibrador y nos tumbamos a masturbarnos el


uno junto al otro.

En cuanto a mí, me gusta que me acaricien mucho el cuello y que me den


besitos suaves por todo el cuerpo. El problema es que me alejo mentalmente
bastante y me encuentro pensando en cosas irrelevantes como las
fiambreras de los niños. Intento mantenerme presente pensando: «Vuelve
aquí».
A veces saco el vibrador y nos tumbamos a masturbarnos el uno junto al
otro. A menudo acabamos practicando sexo.
Soy incapaz de llegar al orgasmo sin un vibrador. Había decidido que era
porque mi cuerpo no funcionaba bien, pero ahora me pregunto si puede ser
que no haya conectado bien con las sensaciones que me genera. Hace poco
oí una charla de Peter Levine sobre la curación sexual en la que proponía un
ejercicio de tocarse libremente. Cuando lo hago es como si sintiera bien mi
cuerpo por primera vez en la vida. Creo que ese estado de rechazo de mi
cuerpo podría estar relacionado con unos tocamientos no deseados que sufrí
de niña.
Cuando era pequeña, mi abuelo nos pasaba las manos por encima de la
camiseta y nos tocaba. Yo nunca quería saludar al abuelo. Cuando tenía
once años, me puse un mono y una sudadera por encima porque sabía que
me tocaría el pecho y que no estaba bien decir que no. Al pasar las manos y
no notar nada debajo exclamó indignado y me sentí victoriosa. Fue la
última vez que intentó hacerlo.
Me crie en una familia católica muy conservadora en la que estaba mal
incluso pensar en el sexo. A los catorce años tuve la fantasía de que me
violaban. Hace poco pensé en ello: ¿por qué imaginaría algo tan horrible? Y
llegué a la conclusión de que debía de ser porque si una botella me violaba
y me penetraba, ya no era elección mía, así que no estaba pecando.

Alice Skinner es una ilustradora y artista visual que reside en Londres. Crea imágenes
irónicas y digeribles como crónica social de la vida del siglo XXI. @thisisaliceskinner
ILUSTRACIÓN DE ALICE SKINNER
Me enamoré y me casé. Practicamos
mucho sexo que, en mi opinión, era una
auténtica mierda. A él le servía, pero a mí
no. Llegué a pensar que mi cuerpo no
funcionaba bien.

— JASMINE
JASMINE

— 43 —
PALESTINA

Durante mi infancia y adolescencia, en televisión estaban censurados


incluso los besos.
La primera vez que vi un beso en los labios le pregunté a mi madre si ella
se había dado alguno con mi padre, y me contestó: «No, no, no es bueno;
puedes pillar algo». Lo de «puedes pillar algo» y «desconocido: peligro»
estaba a la orden del día, incluso conmigo misma. Mi madre y los
profesores del colegio recomendaban que te cambiaras lo más rápido
posible en caso de que te encontraras desnuda.
Tenía quince o dieciséis años cuando una amiga me explicó que el sexo
tenía que ver con que el pene entrara en la vagina. Aquello me repugnó y
perdí el respeto por mi madre: «¡Deja que mi padre le meta dentro su pito
asqueroso!». Tuve otro arranque parecido cuando me enteré de lo que eran
las mamadas: «¡Ninguna mujer que se respete a sí misma haría eso!».
Cuando tenía seis años me raptaron por unas horas. El hombre me bajó
las braguitas y me tocó la vulva; después se puso nervioso y me devolvió a
casa. Aquello no me angustió demasiado, pero había pasado fuera un par de
horas y cuando regresé fui testigo de la ira y el pánico de mi madre. Creo
que aquel fue el mayor trauma que he vivido.
—¿Te ha tocado? —me preguntó.
—No. —Tenía demasiado miedo como para explicarle lo que me había
hecho.
—No vuelvas a hablar de ello nunca más.
Cargué con ello mucho tiempo. Ahora que soy mayor, entiendo el pánico
de mi madre: la virginidad es un gran negocio y ese tipo de cosas daña las
perspectivas de una mujer, aunque sea porque la raptaron de niña.
Me enamoré y me casé. Practicamos mucho sexo que, en mi opinión, era
una auténtica mierda. A él le servía, pero a mí no. Llegué a pensar que mi
cuerpo no funcionaba bien. Le dije: «Vamos a terapia sexual, quizás tengan
algún remedio para mí». Pero él es musulmán palestino como yo y nunca
accedió.
Nunca le dejaba hacerme sexo oral: no quería que bajara a mi zona
asquerosa. A él le encantaban las mamadas, así que yo pensaba: «Le quiero
tanto que lo haré por él», pero temía que se me fuera a correr en la boca, y
una parte muy joven de mí pensaba: «Por aquí es por donde mea». Le hacía
mamadas a condición de que siguiera unas normas muy estrictas. En los
últimos años de matrimonio, cuando ya le quería menos, incluso le hacía
ponerse un condón.
Ahora estamos divorciados y ya no vivo en Oriente Medio.

Soy fuerte y llevo dentro una luchadora. He roto una cadena y


es magnífico.

Hace cuatro años que tengo un amante a media jornada. Tengo algún
bloqueo acerca de cuánto merezco el amor y, en lo que a los niños atañe,
acerca de cuánto espacio tengo para un hombre. Además, quiero a mi padre,
y si él viera algún indicio de que practico sexo fuera del matrimonio
seguramente le daría un ataque al corazón. A veces pienso que no podré
tener una relación oficial con nadie mientras viva mi padre. Es una idea
macabra: ¿estoy esperando a que se muera?
Con mi amante tenemos un repertorio físico reducido pero siempre
parece sorprendente y extenso. A ambos nos encanta la penetración: cuanto
más simple, mejor. El misionero está bien cuando el corazón nos late al
unísono. A veces le digo: «Para, no hagas nada y respírame al oído». Nos
abrazamos mucho tanto antes de la penetración como durante y después de
ella, y también nos hacemos caricias tiernas e increíblemente delicadas.
Cuando me penetra, siento que no estoy sola. Hay muchas cosas que
caen: no soy la niña de mi padre, no soy la madre de mis hijos. Todas las
máscaras han caído y simplemente estoy allí, en mi sensacional desnudez,
con él. Es tan, tan íntimo… Estoy satisfecha. Me encanta quererle.
Quizás esto suene un poco loco o demasiado filosófico, pero también
siento un punto de adoración o de devoción, como si yo fuera la Madre
Tierra y él fuera el Padre Cielo. Es el paraíso.
Tengo una hija y estoy orgullosa de lo positivos que somos en casa en
cuanto al sexo y el cuerpo. Su despertar sexual ha tenido lugar en un
entorno que realmente lo incentivaba. Por triste que resulte, fue el divorcio
lo que lo hizo posible.
Soy fuerte y llevo dentro una luchadora. He roto una cadena y es
magnífico.

Arnelle Woker es ilustradora y reside en Londres. Le encanta traducir la belleza de la


figura femenina en mujeres curvilíneas, en nombre de la aceptación del cuerpo.
@arnellewoker
ILUSTRACIÓN DE ARNELLE WOKER
No fue hasta que mi hijo menor tuvo unos
dos años cuando mi cuerpo empezó a
excitarse físicamente de nuevo. «¡Menos
mal que has vuelto!»

— MAGGIE
MAGGIE

— 44 —
AUSTRALIA

Mi marido pasa fuera la mitad del tiempo: está en casa dos semanas y
después trabaja otras dos. Me da la impresión de que lo que hace que
nuestra vida sexual sea genial es el hecho de que sea poco frecuente.
Los dos sabemos que cuando él está en casa y los niños están en el
colegio, pasará.
—¡Adiós, niños!
—¡Adiós, cielitos, os queremos!
En cuanto se cierra la puerta de la calle, ya nos estamos besando en el
recibidor. Bastante a menudo nos duchamos juntos, nos enjabonamos y nos
secamos mutuamente, y después pasamos a la cama. Normalmente me
recorre el cuerpo a besos. Me encanta que me bese por el cuello, el pecho y
después los pechos y los pezones.
Siempre empezamos con él encima, con bastante suavidad, con calma.
Hace poco me recordó que la primera vez que nos enrollamos le dije: «No
vuelvas a sacarte el pene y a metérmelo de golpe; duele mucho». Me dijo
que lo había hecho siempre, que lo había visto en el porno y que creía que a
las chicas nos gustaba.
Lo hacíamos por toda la habitación y me encantaba por detrás. Ahora no
se me ocurre nada peor. Desde que llegaron los niños, por ahí abajo está
todo cambiado. El sexo ha de ser más suave, con más cuidado; de lo
contrario me duele, y ninguno de los dos quiere que eso pase.
Cuando los niños eran pequeños, yo podría haber pasado sin sexo
perfectamente; mi cuerpo no tenía respuesta sexual alguna y no creí que
volviera a tenerla nunca más. El nacimiento de mi primer hijo fue muy
traumático, y fue de mal en peor. Sufrió daño cerebral y acabamos
demandando al hospital por negligencia humana. También me desgarré de
la vagina al ano y al coserme me cerraron demasiado la abertura vaginal.
No pude operarme a través del sistema sanitario público para arreglarlo. El
médico dijo: «Mejor esperar a tener otro hijo y ya te desgarrará él».
No fue hasta que mi hijo menor tuvo unos dos años cuando mi cuerpo
empezó a excitarse físicamente de nuevo. «¡Menos mal que has vuelto!»
Me da mucha rabia que digan que puedes practicar sexo seis semanas
después de dar a luz, porque pone mucha presión sobre la mujer. Recuerdo
que mi marido me dijo: «Ya han pasado seis semanas. ¿Estás lista?». Y yo
contesté: «¡Ni de coña!».
Mi formación para dar clases de yoga también contribuyó a curarme.
Aprendí técnicas de respiración. Cuando volvimos a practicar sexo después
de que naciera mi hijo, la respiración lenta y profunda y el sexo prolongado
me ayudaron a pasar del dolor al placer. Disminuir el ritmo y salir de mi
cabeza para meterme en mi cuerpo con la ayuda de la respiración me ayudó
mucho. Pero también tuve que plantearme mis pensamientos y sentimientos
acerca del sexo. A veces me molestaba mucho con mi pareja porque tuviera
ganas de sexo y descubrí que era porque estaba celosa: para él no había
cambiado nada, mientras que mi cuerpo había pasado un calvario para tener
a nuestros hijos.

Las mujeres deberían enviar la energía del corazón hacia


abajo, hacia la raíz, y los hombres deberían enviar la energía
de la raíz hacia arriba, hacia el corazón.
La conexión que tenemos a través del sexo se plasma en todas las facetas
de nuestra vida en común. Sin duda valió la pena trabajar ese aspecto. Hace
siglos una persona me dijo que, en lo tocante al sexo, las mujeres nos
centramos en el corazón y los hombres en la raíz. Así que las mujeres
deberían enviar la energía del corazón hacia abajo, hacia la raíz, y los
hombres deberían enviar la energía de la raíz hacia arriba, hacia el corazón.
Yo lo hago visualizando una luz verde que se vuelve amarilla, naranja y
finalmente roja. Empujo esa energía hacia abajo. Si en algún momento voy
a la deriva y me pongo a pensar en lo que vamos a hacer el resto del día o
en que mi hijo estaba enfadado cuando se ha marchado, esta práctica
siempre me devuelve a mi yo.
Vamos lentos y seguros, con él sobre mí, hasta que la cosa se calienta y él
está a punto de correrse. Entonces me pongo yo encima. No lo alargo diez
minutos porque en esa postura acabaría hecha polvo. Engancho los tobillos
bajo sus pantorrillas y él suele apretarme los pezones, y entonces le llevo
las manos sobre mis caderas para poder moler mejor. En ese punto, ya no
pienso; solo siento.
Me encanta cuando nos corremos al mismo tiempo; normalmente nos
miramos. Creo que somos afortunados por tener eso. Él es la única persona
en todo el mundo con quien lo hago, y eso me parece genial.
A veces, cuando hemos acabado y estamos tumbados, abrazados, nos
felicitamos.
—Qué buena eres, nena. ¿Te ha gustado? A mí me ha gustado mucho.
—Ha sido una pasada.

El arte de Alphachanneling es una exaltación holística de la sexualidad. Este artiste


anónime, que reside en California, Estados Unidos, describe su obra como «carnal,
explícita y provocativa, pero del modo más suave, elegante y reverencial».
@Alphachanneling
ILUSTRACIÓN DE ALPHACHANNELING
Llevo cinco años sin mantener relaciones
sexuales. Pasé mucho tiempo sin querer
que nadie me tocara lo más mínimo.

— JENNY
JENNY

— 45 —
ESCOCIA

Llevo cinco años sin mantener relaciones sexuales.


Pasé mucho tiempo sin querer que nadie me tocara lo más mínimo. Mi
exmarido siempre había tenido un lado algo agresivo, desde el punto de
vista verbal y también un poco físico. Cuando tuvimos hijos, la cosa
empeoró. Una noche me tiró sobre el sofá, me retorció el brazo a la espalda
y me empezó a estrangular con la mano. Antes nunca había llegado tan
lejos. Hubo algo que hizo clic. Llamé a un teléfono de ayuda para la
violencia doméstica y dije: «Ya sé que no es tan malo comparado con lo que
pasan otras». La mujer que había al otro lado de la línea respondió: «Jenny,
esto es maltrato, es malo». A partir de aquel momento ya no pude ser
cariñosa con él, había algo que había cambiado totalmente.
Entonces quedé con una amiga y me tiró los tejos. Fue genial, pero las
repercusiones fueron espantosas.
Así que había dos personas que me habían tocado y me sentía traicionada
por ambas. Después de aquello, en lo que a intimidad se refiere, no quería
saber nada de nadie. Siempre he disfrutado dándome placer yo misma, así
que no tenía la sensación de estar perdiéndome nada.
Recuerdo que cuando tenía unos trece años me senté en el váter y me
pregunté qué habría dentro de mí. Me metí los dedos en la vagina y la noté
muy cálida y agradable, pese a tener la sensación de que lo que estaba
haciendo estaba mal, de que era pecado.
Cuando sé que necesito desfogarme sexualmente, preparo la habitación
con velas y música, aunque no demasiado relajante porque me duermo. Me
ducho y me doy un masaje en los pechos. Cuando me crecieron los pechos,
sentí como si no debiera tenerlos, como si al convertirme en mujer estuviera
disgustando a mis padres. Tengo los pechos y los pezones bastante grandes,
así que me daba un poco de vergüenza, la verdad. Tocármelos en la ducha
ha cambiado la visión que tenía de ellos. Me ha hecho disfrutar de su
mullida jugosidad. Los tengo un poco caídos por haber dado de mamar a
mis hijos, pero me gusta porque es parte de su historia. Tengo los pezones
muy sensibles: siempre me ha gustado que me los toquen y me los chupen.
Me tumbo desnuda en la cama, sensible al ambiente, a esa sensualidad
que tiene estar desnuda. A veces uso un huevo de jade y puede que haga un
ejercicio del curso de huevo de jade de Layla Martin. Con el huevo de jade
se pueden ejercitar los músculos. Le atas un hilo a la punta y enganchas
bolas de Kegel o una bolsita de arroz. Después te pones de rodillas y
aprietas el huevo dentro de ti, de manera que el peso sube y baja. Es como
yoga para los músculos de tu yoni. Fui a un retiro de Layla Martin en
México y éramos cuarenta mujeres haciendo eso, con nuestras bolsitas de
arroz balanceándose.

Me pierdo, en medio de esas sensaciones desconecto; estoy en


la habitación pero sobre algún tipo de manta del placer.

Me gusta ir sintiendo esa zona de mi cuerpo poco a poco. Siempre me


tomo mi tiempo. Me encanta el clítoris. Mucho de lo que hago es
estimularlo. Me abro los labios y aumento la intimidad con mi cuerpo.
Normalmente estoy bastante húmeda; a veces los dedos se me cuelan hacia
dentro. Noto mi interior… mi cueva siempre es cálida y agradable. A veces
finjo que estoy practicando sexo, metiendo y sacando los dedos, o me
acaricio un poco el punto G.
Me pierdo, en medio de esas sensaciones desconecto; estoy en la
habitación pero sobre algún tipo de manta del placer. O puedo estar en mi
país de las fantasías. Últimamente mi favorita es una en la que soy una reina
que está en un palacio magnífico en un lugar cálido, y tengo a un montón de
gente a mi disposición. Elijo a alguien para que se venga conmigo. Puede
ser una de mis sirvientas; o un criado; o quien sea, un chico, joven o mayor.
Antes era al revés; era yo la criada a quien elegía el hombre de la casa, pero
ahora disfruto del poder de una reina que piensa: «¿A quién tendré hoy?».
Últimamente disfruto fantaseando con penes, cosa que me demuestra que he
avanzado. Por lo general fantaseo para llegar al orgasmo. Después me
siento ligera, viva y completa.
El sexo es un tabú enorme. Cuando se habla de ello, la gente empieza a
hacer tonterías y a soltar risitas. Y, en cambio, es una parte fundamental de
quienes somos. Somos seres sexuales, y eso es lo que hacemos.

Bárbara Malagoli es una ilustradora mitad italiana, mitad brasileña que reside en
Londres. Su obra gira en torno a la composición, la forma, las texturas vibrantes y los
colores intensos. @bmalagoli
ILUSTRACIÓN DE BÁRBARA MALAGOLI
Tenemos un ritual en el que llamo a los
ángeles y a nuestros guías. A menudo hago
una pregunta para cada uno de nosotros, y
después tomamos las cartas de los ángeles
y recibimos mensajes de respuesta.

— MATYLDA
MATYLDA

— 46 —
POLONIA

Polonia es un país muy católico. Aunque no seas practicante, la tradición


continúa siendo muy fuerte. Está por todas partes.
Mis padres no eran especialmente religiosos, pero durante mucho tiempo
aún continuaron bien arraigadas en mí todas las marcas de una educación
católica, sobre todo la culpa por disfrutar del sexo. Cuando tenía relaciones
sexuales me sentía como una puta. Por suerte fui capaz de transformarlo
simplemente siendo consciente de ello.
Conozco las fases de mi libido. Después de la menstruación me siento
sexy durante dos semanas, pero en la última semana del ciclo me atrae más
una intimidad suave, como abrazos y mimos. Sin embargo, dos días antes
de que me venga la regla, me pongo muy cachonda.
En casa tenemos un salón enorme con un gran colchón en el centro, y
poco más. Cada noche, después de poner a nuestro hijo a dormir, nos
sentamos en él.
Me gusta ducharme antes y entonces preparo el espacio encendiendo
velas y palosanto o salvia. Tenemos un mandala pintado en la funda del
colchón y nos sentamos en el centro con un pequeño altar. Normalmente
llevamos puestas túnicas.
Tenemos un ritual en el que llamo a los ángeles y a nuestros guías. A
menudo hago una pregunta para cada uno de nosotros, y después sacamos
las cartas de los ángeles y recibimos pequeños mensajes. Después, si vamos
a hacerlo, esnifamos rapé. Es una planta de tabaco sagrada originaria de
Sudamérica. Es buenísima para limpiar la energía y deshacerse del exceso
de actividad mental después de un día movido. También te aporta un
subidón de energía, a veces muy fuerte, otras muy relajante.
Nos abrazamos y nos quedamos notando los efectos, que duran unos diez
minutos. Después no quitamos la túnica, nos tumbamos y nos hacemos
arrumacos. Hablamos de cómo nos sentimos y también tenemos un ritual en
el que decimos tres cosas que nos encantan del otro y tres cosas que nos
encantan de nosotros mismos. Es una introducción muy buena; toda esa
conversación profunda desde el corazón me excita mucho.
Al principio tengo los ojos cerrados, pero después voy alternando entre
abrirlos y cerrarlos. Cuando los cierro estoy más conmigo misma y cuando
los abro estamos más juntos. Mi marido hace lo mismo.
Cuando estoy haciendo el amor me siento bonita y suave, como si
hubiera luz y vibración en todos los rincones de mi cuerpo, y soy más
grande que mi cuerpo, más grande que yo. La energía de nuestra burbuja es
más de lo que somos.
Todo es muy tranquilo. El mundo no existe; es como si no importara
nada. Nunca pienso en que mi hijo se vaya a despertar. Evidentemente,
alguna vez se ha despertado, pero forma parte de la vida, no pasa nada.

Muy a menudo se da el caso de que las mujeres no dan


prioridad a su sexualidad.

No hablamos mucho. Puede que nos riamos si por accidente nos damos
un codazo. Aunque si tenemos fantasías con otro hombre, con otra mujer o
con un trío, compartimos esos deseos, a veces durante la penetración.
Ayer yo notaba una energía sexual fuerte y mi marido me preguntó si me
podía poner la mano en el yoni. Lo hizo. No hubo mucha acción; fue a
cámara lenta, muy intenso, pero suficiente para ponerme muy caliente. Para
mí, menos es más. Me sentía muy cerca de él; notar su deseo me excitaba
más aún. Me tocó por todo el cuerpo. Me encanta cuando me toca los
pechos y la cara. Tuve que reprimirme para no llegar al orgasmo enseguida
porque estaba excitadísima.
Quería sentirle dentro. Me gusta ponerme encima porque así puedo
controlar lo que pasa en mi cuerpo y, al controlar las sensaciones, las hago
durar más. No me gusta correrme demasiado pronto. Me encanta que mi
marido sea capaz de tener orgasmos sin eyacular, porque así sé que me
puedo correr tantas veces como quiera y él seguirá teniendo el nivel de
energía alto.
En mi trabajo ayudo a mujeres y a parejas. Muy a menudo se da el caso
de que las mujeres no dan prioridad a su sexualidad. Antes tienen que
hacerlo todo: servir a los hijos, al marido, a la suegra, a los padres… y, al
estar tan metidas en ese ciclo de servidumbre, les cuesta practicar sexo si no
han lavado los platos. Lo que intento mostrarles es que si se nutren y
dedican tiempo a la energía más fuerte que tenemos en esta vida, en
realidad estarán generando más tiempo y energía en su vida.

Sarah B. Whalen es una ilustradora, pintora y bordadora que vive en los alrededores de
Nueva York, Estados Unidos, y que está especializada en retratos sobre sexo e
intimidad humana. @sarahbwhalen
ILUSTRACIÓN DE SARAH B. WHALEN
Con la penetración siento alivio en el
corazón. Siento como si hubiera devorado
a mi pareja. «De aquí no te escapas.»

— REHANA
REHANA

— 48 —
REINO UNIDO

Hace poco tuve problemas para llegar al orgasmo. Me notaba bloqueada.


Pero no era porque mi pareja estuviera probando una cosa diferente en mi
vagina; notaba que tenía el corazón cerrado. Le pedí que me acariciara el
pecho en la zona del corazón y, en cuanto lo hizo, algo cambió en mí y me
puse a llorar. Lo hablamos. Cuando más placer obtengo en el sexo es
cuando estoy conectada y abierta, y la conexión y la apertura tienen que ver
con la comunicación, con sentir y amar, con lo que ha pasado entre tu pareja
y tú desde la última vez que os visteis o que os acostasteis, todo eso.
Tenemos una relación a larga distancia y nos vemos durante períodos de
tiempo cortos e intensos, así que cuando estamos juntos es como si
estuviéramos de vacaciones.
Me parece muy atractivo. Tiene una fuerza vital muy vibrante; todo en él
desprende mucha energía. A veces me excito solo con oírle la voz; es como
sirope de arce.
La otra noche le dije: «A veces, cuando me besas, me alteras. En cuestión
de veinte segundos todo mi cuerpo se ablanda y estoy a la vez dentro y
fuera de mi cuerpo». Noto mucho en la zona del vientre, la vagina y el
corazón. Estoy abierta.
Su sexualidad tiene como un «fuego que está a punto de engullirme», y
pienso: «¿Quiero escapar e ir más despacio o quiero dejar que el fuego me
atrape?». Los besos me hacen desear tenerle dentro. Entre los besos y el
sexo puede pasar muy poco tiempo; me pone la punta caliente justo a la
entrada, pero yo lo ralentizo. Me encanta esperar a estar absolutamente
hambrienta, en el punto de suplicar «fóllame ya».
Con la penetración noto alivio en el corazón. Siento como si hubiera
devorado a mi pareja. «De aquí no te escapas.» Tiene una naturaleza
tranquila. Podría recibir una penetración casi sin movimiento, apenas el
suficiente para mantener la polla firme durante mucho tiempo, hasta una
hora, solo para hacer durar esa sensación de plenitud.
Cuando estoy verdaderamente abierta dejo de ser un ser pensante y me
convierto más en un ser de sensaciones. Estamos muy acostumbrados a
tener la conciencia en el cerebro pensante, pero, en esa sensualidad
expandida, es más bien que toda sensación es inteligencia. A veces le
describo las sensaciones a él y eso lleva a alguna charla juguetona sobre lo
que está sucediendo.
Una vez le sorprendí al decir: «Ahora mismo, tal como me estás follando,
es como si se me hubiera medio derretido un tofe en la boca». «¡¿Cómo?!»,
exclamó él. Pero es que era justamente así: tenía una mitad de la vagina
derretida y llena de dulzura, sin aristas, mientras que la otra mitad notaba la
plenitud de su polla.

La gente no tiene suficiente tiempo para el sexo o para la


sensualidad. Sin embargo, en el sexo viven todas las partes de
la psique.

Me encanta besar y que me toquen los pezones al mismo tiempo. Soy una
fanática de la sobrecarga sensorial; me gustaría tener todos los orificios
llenos y que me besaran los pezones al mismo tiempo. Creo que el número
ideal de amantes sería tres a la vez, para que haya suficientes penes y manos
para activártelo todo. ¡Esa es mi fantasía!
En el porno he visto que las mujeres se tocan ellas mismas, pero si me
tomo la molestia de practicar sexo con alguien, pienso: «Venga, va, ¡esto es
trabajo tuyo!». Le cojo la mano y se la dirijo hacia la zona. Cuando estás en
medio de la excitación te conviertes en una tirana.
Me encanta el cunnilingus. Me parece una de las cosas más sensacionales
del mundo. Me gusta que me lo hagan despacio, con pausas y con dulzura.
Me gusta que me toquen y que me agarren, que me abran un poco y que me
acaricien. Que me besen las rodillas un poco, que me besen los muslos. Un
cunnilingus divagador, por favor.
Digo mucho: «Oh, Dios». Resulta muy interesante que digamos «Oh,
Dios» durante el sexo. Intentamos hablar con el mayor conjunto de
existencia, con el más amplio, porque estamos en ese estado de viveza
amplificada.
La gente no tiene suficiente tiempo para el sexo o para la sensualidad.
Sin embargo, en el sexo viven todas las partes de la psique.

Sabrina Gevaerd es una ilustradora brasileña que reside en Londres. Le gusta explorar
la intersección que hay entre la vida y la magia, con elementos que van desde los
rasgos femeninos hasta los animales. @sabrinagevaerd
ILUSTRACIÓN DE SABRINA GEVAERD
Para él, es sencillo en el sentido de que si
echa un polvo cree que estamos bien, cerca
el uno del otro, y si no tiene la sensación de
que no lo estamos. Para mí la proximidad
no es solo el sexo, pero ya he dejado de
intentar mostrarme cercana a él de
cualquier otra manera; estoy harta.

— EMMA
EMMA

— 48 —
SUIZA

Para mí, la atracción ha desaparecido. El sexo es algo que hago por él; ya
no lo hago por mí.
Tenemos una gran amistad y nos reímos mucho. Es nuestro sentido del
humor lo que mantiene la relación, incluso en situaciones que no son
divertidas. Ahora bien, aparte de eso, no estoy segura de qué más tenemos.
Sé que él es maravilloso, pero es que ya no le admiro, y además tenemos
problemas económicos, lo cual no ayuda.
Durante la semana tenemos algo de tiempo sin nuestro hijo y ahí es
donde suele haber sexo. Normalmente es él quien toma la iniciativa, sin
demasiadas sutilezas. Se me acerca con la intención de besarme de una
determinada manera o me dice: «Dame un beso». Uf, me saca de quicio.
Me digo: «Vamos a hacerlo y así me dejará en paz de una vez», lo cual es
horrible.
Para prepararme, me visualizo practicando sexo, preguntándome si
quiero un polvo rápido en la ducha o si me apetece algo más largo. Un
polvo rápido en la ducha empieza con una mamada o desnudos besándonos
y acariciándonos. Lo complicado es excitarse con el agua cayéndonos por
encima.
Me gustan las mamadas, tienen algo picante y muy sexual. Cuando las
hago me siento empoderada porque soy yo quien está al mando. Se pone
dura y pienso «Hala». Me fascina. Ya no dejo que me haga el cunnilingus:
me parece más íntimo que la penetración. No quiero entregarme ni pasar
más tiempo del necesario.
Cuando he acabado y estoy a punto para el coito, me pongo de pie y dejo
que me penetre. Me coge de una pierna, de manera que tengo una en el
suelo y la otra en el aire. Físicamente ya no tenemos veinte años y él no es
un hombre fuerte, así que al final me doy la vuelta y dejo que me la meta
por detrás. Eso suele pasar cuando se le sale o cuando veo que corremos el
riesgo de rompernos la crisma. «¿Cómo te moriste?» «Pues mira, estábamos
practicando sexo ¡y me soltó!»
A veces me centro en las sensaciones y digo: «Mmm, qué bien, sigue
haciendo eso», pero a veces pienso en otras cosas, como lo que tengo
pendiente de hacer en el jardín. Me he dado cuenta de que durante la
penetración puedo empezar a hablar sobre cosas totalmente diferentes,
porque es cuando tengo toda su atención: no hay teléfono, así que está allí
conmigo. Tengo toda una lista de cosas de nuestra vida y de la casa que
quiero decirle, y lo hago mientras me penetra.
Acabamos cuando él eyacula. Yo no llego al orgasmo pero disfruto. Por
lo general no tengo orgasmos al practicar sexo en pareja, aunque sí que
llego cuando me estimulo el clítoris yo misma. Nunca he encontrado la
manera de integrar ese tocarme yo misma y el sexo con otra persona.

Cuesta deshacer algo que llevas años haciendo. Creo que si


hablamos sobre el tema no volveremos a estar juntos nunca
más, y no estoy preparada para eso.

Recuerdo masturbarme con ocho años y preguntarle a mi madre sobre el


sexo, cosa que la incomodaba mucho.
Mi padre engañaba a mi madre con prostitutas. Era un dramón que mi
madre compartía conmigo, pero no con mis hermanos. Y mis dos hermanos
me contaban sus historias sexuales, aunque yo fuera virgen y mucho más
joven que ellos. Antes de ser sexualmente activa ya pasaba todo eso a mi
alrededor. Entonces, cuando tenía diecinueve años, pensé: «Tengo que
practicar sexo», pero fue doloroso.
Ya en la treintena, me hice una elevación de senos y me dije: «Voy a
experimentar mi nuevo cuerpo».
A veces me pregunto si necesito un amante que me ayude a reencontrar
mi fuego. Conocí a una mujer que me dijo que pagaba a una persona para
que le diera auténtico placer. Una vez, mi pareja y yo hablamos de hacer un
curso de tantra, pero, si soy sincera, creo que antes me he de encontrar a mí
misma, comulgar con la tierra y descubrir lo sagrado femenino que hay en
mí.
Para él, es sencillo en el sentido de que si echa un polvo cree que estamos
bien, cerca, y si no tiene la sensación de que no lo estamos. Para mí la
proximidad no es solo el sexo, pero ya he dejado de intentar mostrarme
cercana a él de cualquier otra manera; estoy harta.
Cuesta deshacer algo que llevas años haciendo. Creo que si hablamos
sobre el tema no volveremos a estar juntos nunca más, y no estoy preparada
para eso.

Frances Cannon es una artista queer multidisciplinaria que reside en Melbourne,


Australia. Trabaja principalmente el dibujo y la pintura en tinta, guache y acuarela.
@frances_cannon
ILUSTRACIÓN DE FRANCES CANNON
Utilizo su polla, eso es lo que hago. Utilizo
su polla para darme placer. Si él obtiene
algún placer con ello, me alegro, pero esto
es para mí.

— ANGELA
ANGELA

— 48 —
REINO UNIDO

Mi relación con el sexo no ha sido fácil. Mi primera experiencia de


penetración fue cuando me violaron tres hombres a los quince años. Se
suponía que tenía que ir a un concierto de U2, pero me gustaba mucho un
chico y él estaba en una fiesta, así que me fui a la fiesta. No apareció, me
emborraché y abusaron de mí.
Al cabo de unos meses había un chico a quien le gustaba mucho y que
quería tratarme bien. Le convencí para que lo hiciéramos. Fuimos a su
aparcamiento subterráneo, un lugar horrendo. No había lubricación y él no
sabía lo que se hacía. Intenté meter a la fuerza una cosa dentro de otra que
no estaba preparada. Fue espantoso. Al día siguiente no me dirigió la
palabra, así que me inventé un rumor sobre su polla. Solo necesitaba
interponer otra cosa entre lo sucedido y yo.
Al año siguiente empecé a verme con un chico. La primera vez que
tuvimos relaciones sexuales se fue corriendo de mi habitación cuando
estábamos a medias porque al parecer yo estaba bloqueada. Pero yo no
sabía que lo estuviera.
Me han pasado cosas horribles, pero soy muy sexual.
Tengo muchas fantasías y casi nunca desconecto de ellas. De adolescente,
mis fantasías tenían que ver con Morten Harket, el cantante de A-ha. Era el
hombre de mis fantasías sexuales. Me imaginaba que estaba en un callejón
y que había pasado algo malo; él me encontraba y se portaba muy bien
conmigo, y se sentía tan atraído hacia mí que acabábamos besándonos y en
actitud sexual. Ahora me doy cuenta de que era un mecanismo de
supervivencia porque estaba traumatizada por las violaciones.
Mi mecanismo de supervivencia actual es que casi nunca tolero
tocamientos que no quiero. Mi manera de conseguirlo es pidiendo que bajen
el ritmo o diciendo que no estoy preparada.
Pasé una etapa en la que me negaba a que entrara nada en mi vagina.
Decía: «No me la metas, ni se te ocurra intentar metérmela sin pedirme
permiso explícito verbalmente» y «En vez de follarme tú, quédate quieto y
te follo yo a ti; te envolveré».
Entonces pensé que por qué no lo hacíamos con sexo anal. Lo de «Tú te
quedas quieto y te follo yo con el culo», fue un punto de inflexión. Al
principio me estimulan analmente con los dedos, la boca, la lengua, los
labios… y después, puesto que es a mí a quien penetran, digo cuándo estoy
lista y controlo lo que ocurre y la profundidad. Al principio la penetración
es como un masaje con un tapón anal, pero cuando has entrado unos
cuantos centímetros es cuando empieza el placer para mí. No me gusta
especialmente el mete-saca continuo porque con tanto movimiento se me
suelta el esfínter.

Para disfrutar verdaderamente del sexo anal te has de


entregar y has de confiar.

Con el sexo anal el gran problema que hay es que la persona a la que
penetran está a merced de la persona que la folla y si esta no sabe lo que se
hace, o incluso sabiéndolo, no sabe cómo te sientes o en qué estado están tu
culo, tu esfínter, tu dieta. Creo que analmente estás mucho más expuesta
que vaginalmente.
Para disfrutar verdaderamente del sexo anal te has de entregar y has de
confiar. No puedes fingirlo porque el esfínter interno reacciona al sistema
nervioso. Si estás nerviosa estará contraído o suelto, hará lo que le dé la
gana.
«Te quiero dentro y quiero que te quedes dentro, eso es lo que quiero.»
Yo soy quien se mueve, quien cambia el ritmo, la profundidad y la
intensidad. Soy capaz de regular mi sistema, estar increíblemente relajada,
respirar profundamente y abrirme. Recuerdo una vez en que pasó todo a la
vez: estaba tumbada boca arriba y él estaba dentro de mi ano; tenía mi
Magic Wand en los labios, el monte de Venus y el clítoris. Me encantaba
que ni su condenada polla ni su cuerpo estuvieran por en medio apartando a
empujones el vibrador.
Utilizo su polla, eso es lo que hago. Utilizo su polla para darme placer. Si
él obtiene algún placer con ello, me alegro, pero esto es para mí. Tomar es
realmente sano. Me parece que la mayoría de mujeres casi nunca lo
experimentan y eso me jode.

Jasmine Chin es una galardonada ilustradora que reside en Londres. Sus ilustraciones
son alegres y poco convencionales y están inspiradas en la cultura popular.
@this_is_jasmine_chin
ILUSTRACIÓN DE JASMINE CHIN
Mi conejito es muy bueno. Cuando tiene las
pilas cargadas va muy rápido, brrrrrrrrr, y
el orgasmo me llega como una explosión
enorme.

— MARÍA
MARÍA

— 50 —
ESPAÑA

No disfruté del sexo hasta que cumplí los treinta y cinco y conocí a mi
marido. Teníamos una relación sexual increíble, pero hace ocho años tuve
un cáncer.
Cuando te dicen que tienes cáncer, tu vida cambia por completo. Tenía un
hijo de seis años, así que le dije al cirujano: «Corte todo lo que haga falta
para que pueda vivir, porque necesito ver a mi hijo hacerse un hombre». Me
hicieron una mastectomía completa, quimioterapia y radioterapia. El cuerpo
y el espíritu se te van agotando cada vez más. Intenté recuperar la energía,
sonreír y hacer arrumacos, pero no era capaz de practicar mucho sexo.
Llevo años medicándome desde entonces, cosa que ha hecho caer mi libido
por el suelo.
En estos momentos nuestra relación sexual es casi nula; lo hacemos
puede que una vez cada seis meses o cada año.
Me sabe muy mal por mi marido. Es un hombre de cincuenta y dos años
que está perfectamente sano y por supuesto quiere estar conmigo
sexualmente. Intenta ponerme a tono diciéndome lo bonita que soy, lo
bonito que es mi cuerpo. Cuando hace eso me agobio mucho porque él
quiere que reaccione a sus palabras y sentimientos, pero no lo hago; al
contrario, me invento mil excusas. Eso me deprime mucho, me hace sentir
como si le estuviera fallando.
Con todo, esta mañana ha pasado.
Por la noche había soñado con tener relaciones sexuales con él. Al
principio no sabía que era él. Estaba en una casa con un hombre; no le veía
la cara pero era muy gruñón. Estábamos discutiendo en la cocina y él decía:
«¿No te das cuenta de que no sé cómo acercarme a ti y de que te quiero?».
Entonces empezaba a besarme y veía que era él. Entonces lo hacíamos con
mucha ternura.
En la vida real me estaba despertando, aún medio dentro del sueño, y
estaba abrazando a mi marido. Le he mirado con insolencia y él me ha
mirado como preguntándose: «¿Será éste mi día de suerte?» .
Ha sido muy delicado. Antes no lo era tanto; antes era más fogoso. Me
gusta besarle y cómo me toca por todo el cuerpo. Tanto da qué parte toque,
siempre hace que se me erice el vello.
Me encanta cómo me acaricia los pechos. A algunas personas puede que
les provoque rechazo ver los pechos de una mujer tras una mastectomía,
pero a él no le pasa. Me hace sentir que no importa cómo sea mi cuerpo,
que él experimentará lo mismo con o sin mis pechos, y yo soy capaz de
alcanzar lo mismo con o sin ellos.
Me encanta que me toque el clítoris. En cambio, no me gusta que me
meta los dedos en la vagina. Lo único que soporto y disfruto en la vagina es
su pene. No sé si es por lo que me ocurrió de niña.

Después del sexo te sientes diferente. Hay una proximidad que


dura todo el día.

Cuando tenía trece años mi tío me violó. Me llevaba en coche a alguna


parte, aparcó y de pronto me vi con sus manos y su aliento por todo el
cuerpo. Cuando se lo conté a mi madre me dijo que estaba mintiendo y nada
de lo que le dije hizo que me creyera. Fue el peor momento de mi vida.
Pasó hace treinta y siete años y aún no he podido superarlo. Cada vez que
me viene a la cabeza he de intentar pensar en las cosas positivas de mi vida
para cambiar de humor.
Al haber dejado de tener relaciones sexuales, cuando esta mañana lo
hemos hecho después de mi sueño, mi marido se ha corrido rápido, pero
entonces ha sacado nuestro conejito vibrador para ayudarme.
Mi conejito es muy bueno. Cuando tiene las pilas cargadas va muy
rápido, brrrrrrrrr, y el orgasmo me llega como una explosión enorme. Mi
marido es traviesillo y me lo deja ahí puesto, y entonces tengo otro, y otro
más. Un día me quedé afónica de tanto orgasmo y excitación. No dejaban
de venirme, como si no pudieran parar. Fue una pasada. Me encanta mi
conejito.
Después del sexo te sientes diferente. Hay una proximidad que dura todo
el día. Esta mañana, nos mirábamos con mucha conexión porque habíamos
estado completamente expuestos el uno al otro. Me he sentido completa con
él, como un todo redondo, como una burbujita que daba saltos: «Qué
contenta estoy, qué contenta estoy».

Nikki Peck es una artista que vive y trabaja en Vancouver, BC. Con la mirada queer en
primera línea, Peck examina en qué condiciones el acto de dibujar (en concreto a lápiz y
tinta) puede empoderar la sexualidad femenina en la sociedad actual.
@bonercandy69
ILUSTRACIÓN DE NIKKI PECK
Creo que hago unas fotos artísticas
sensuales geniales, y entonces él
contraataca con su polla en medio de la
pantalla, en plan BUM.

— TEREZA
TEREZA

— 50 —
BRASIL

Estoy casada, pero en este momento estamos atravesando una crisis.


Antes me gustaba cómo se me acercaba sexualmente mi marido, la
extrema suavidad con que tocaba mi cuerpo, y que siempre se asegurara de
que sintiera placer.
En cambio, si era yo quien tomaba la iniciativa, me decía: «No, no», o
«No me presiones». Tenía que esperar a que él mostrara interés, cosa que
me parecía un tanto sexista. Pero un buen día dejó de acercarse a mí de
aquella manera, no estoy segura de por qué: quizás porque fuma mucha
marihuana, pero también creo que de alguna manera empezó a sentir
decepción hacia mí y eso hizo que ya no le excitara. En lugar de eso,
empezó a criticarme constantemente.
Le dije: «Me está costando. No es que desee a otras personas, pero como
no te tengo a ti, ¿qué voy a hacer?». Me siento muy fiel a mi pareja pero al
mismo tiempo necesito el sexo. El sexo es como la comida, ¡y tengo
hambre! Él se molestó y yo me obsesioné con mis necesidades sexuales no
satisfechas. Nos fuimos distanciando y ahora dormimos en habitaciones
separadas.
Hace unos meses, un viejo amigo contactó conmigo por internet y me
dijo que llevaba treinta años enamorado de mí. También está casado y no
nos hemos visto, pero sí que nos hemos enviado fotos.
Jamás en mi vida me había hecho fotos sensuales, pero he descubierto
que me hace sentir muy sexy. Me he comprado lencería nueva y a veces le
enseño un poquito del sujetador y el canalillo, o me hago fotos en la bañera.
Una vez hice unas fotos de mi sombra que eran maravillosas. Cada vez
intento cambiar el tema y la lencería.
Creo que hago unas fotos artísticas sensuales geniales y entonces él
contraataca con su polla en medio de la pantalla, en plan BUM. O dice:
«Quiero verte los labios». La mente de un hombre y la de una mujer están
en lugares completamente distintos. ¡Este hombre solo quiere ver mi
agujero! Me parece que las mujeres necesitamos más fantasía, atenciones,
flores. Aunque sean flores virtuales.
Hace poco me envió una película porno. La vi, claro está, y me puso
caliente, claro que sí, pero al mismo tiempo era una película carente de
sentimiento. Aquella noche tuvimos un encuentro sexual virtual pero a la
mañana siguiente pensé: «¿Por qué me envía estas cosas? ¡¿Es que quiere
que sea su puta?!».
En nuestros intercambios, nos masturbamos mientras nos enviamos
mensajes de texto y nos hacemos fotos con la otra mano. Me hago muchas,
escojo la mejor y se la envío por Instagram messenger, pero a los pocos
segundos la borro.

Han pasado treinta años y solo he estado con una persona.


Tengo la sensación de que vuelvo a ser virgen.

Siempre intentamos corrernos a la vez. Cuando le digo que me he


corrido, me dice: «Vale, ¡adiós!», y yo pienso: «Bueno, eres ese tipo de
hombre, de los que consiguen lo que quieren». Supongo que tiene que
volver al dormitorio con su mujer. Y al cabo de unos tres días vuelvo a
tener noticias suyas. Ese es el patrón.
Esta mañana he pensado: «Voy a enviarle un mensaje para decirle que
adiós, que se ha acabado, que no vuelva a contactar conmigo», pero no he
sido capaz de hacerlo. Él está centrado solo en el sexo y quizás a mí me
gustaría que estuviera más interesado en mí y en quién soy.
No creo que debamos encontrarnos en persona: no quiero alterar su vida.
Pero entonces me pregunto si deberíamos vernos una vez para vivir la
experiencia antes de cortar. Aunque no estoy segura de si yo sería capaz de
hacerlo; me preocupa el grado de implicación que podría llegar a tener. He
visto a mujeres humillarse con hombres casados, y no quiero eso.
Estos podrían ser mis últimos años sexuales. Sé que a medida que las
mujeres se van haciendo mayores empiezan a tener sequedad y no tienen
tanta libido. Tengo la sensación de que esta es mi última oportunidad y he
de cogerla y disfrutarla. ¡Tengo este cuerpo tan bonito! Y con tanta
excitación… ¡No me lo quiero perder!
Han pasado treinta años y solo he estado con una persona. Tengo la
sensación de que vuelvo a ser virgen.

Destiny Darcel es una artista que reside en Atlanta, Estados Unidos. En la actualidad
compagina su trabajo como ingeniera de software con el diseño y la ilustración, donde
se centra en el homenaje a la mujer negra. @destinydarcel
ILUSTRACIÓN DE DESTINY DARCEL
La historia a la que recurro a menudo es
una fantasía cuyo personaje principal es la
exnovia de un mago. También es un
súcubo, un demonio femenino que se
alimenta de sexo. Él es el amo de un harén
llamado La Casa del Placer. Conocen a
una doncella elfa lesbiana y hay sexo a
raudales.

— LILY
LILY

— 50 —
SUECIA

A veces me paso semanas sin masturbarme y otras lo hago cinco veces al


día. Lo uso para dejar de pensar, como cuando practico mindfulness. Es una
manera de conectar conmigo misma.
Hace seis meses descubrí que puedo eyacular. Lo ensucias todo pero es
divertido. Me compré un juguete nuevo, un estimulador clitorial de aire. Por
el aspecto, lo tendrías en el lavabo o en la cocina pero yo nunca había
tenido nada por el estilo; cumple su cometido «en menos de un minuto». En
mi opinión, el sexo con un compañero está muy bien si te tomas tu tiempo,
pero si estoy sola lo que quiero es ir al grano.
Cierro la puerta por dentro porque nunca sabes lo que puede hacer mi
madre, que vive cerca. Doblo una toalla en cuatro o cinco pliegues, me
tumbo en la cama y me tapo. A veces me desnudo de cintura para abajo.
Cojo el iPad. Mi perro se sube a la cama, como siempre. Leo un poco para
ponerme a tono: me encantan las historietas y las novelas eróticas.
No me gusta el porno por una razón de justicia. Me enseñaron educación
cívica, política, sociología y economía, como a todos los niños suecos hasta
que se gradúan. Vi una página web llamada The Truth About Porn. En ella
hay entrevistas de dos minutos con todo tipo de gente afectada por el porno.
Hará cinco años comprendí hasta qué punto el porno depende de las
víctimas de la trata. Y bueno, no me pone. En cambio, los cómics son otra
cosa.
Hay que investigar un poco porque el sexo de los cómics siempre es un
poco misógino y los japoneses, donde los personajes parecen niños y niñas,
no son adecuados. A mí me gustan las historietas en las que aparecen
mujeres activas que participan. La historia a la que recurro a menudo es una
fantasía cuyo personaje principal es la exnovia de un mago. También es un
súcubo, un demonio femenino que se alimenta de sexo. Él es el amo de un
harén llamado La Casa del Placer. Conocen a una doncella elfa lesbiana y
hay sexo a raudales.
Leo un rato y después enciendo el aparato. Cuando empiezo tengo la
cabeza metida en la historia, pero al poco las sensaciones se apoderan de
mí.
Creo que cuanto mayor me hago, más orgásmica soy. Conozco mejor mi
cuerpo. Cuando miro atrás, hacia mi juventud, pienso: «¿Por qué no hacía
esto? ¿Por qué no hacía aquello?». En aquella época era muy susceptible: lo
que quería era tener buen aspecto; el sexo en sí tanto daba. Ahora tanto me
da el aspecto que tenga.

Ahora soy misexual, pero me gustaría ser otrosexual. Es una


pena con la que cargo.

Cuando voy por el tercer orgasmo más o menos noto un cosquilleo bajo
el clítoris. Cuando pasa eso, expulso, como haría cuando hago pis. Es un
líquido inodoro y da la sensación de que proviene de unas glándulas que se
llenan. Es muy diferente de un orgasmo normal; va directo a mi cerebro.
Después de un orgasmo normal, me puedo levantar y marcharme, pero
después de este tengo que recomponerme. Me quedo respirando en silencio
unos minutos, con la mente libre de pensamientos.
Soy consciente de que con mi último novio, cuando se acabó la intimidad
entre nosotros, intenté intercambiarla por sexo. No quería sexo pero
necesitaba una manera de comunicarme íntimamente con él. Ahora cargo
con ese trauma.
Su matrimonio se había roto. Cuando sus hijos eran pequeños, su mujer
había dejado de querer tener relaciones sexuales. Obviamente, él se sentía
rechazado y quería sentirse visto, escuchado y amado. Sin embargo, no lo
expresó así, sino que dijo que mientras hubiera sexo, por él ya estaba bien.
Pero resultó que no lo estaba en absoluto.
Recuerdo que la última vez que lo hicimos casi le obligué. Le había
comprado un anillo de plástico para el pene que vibraba y parpadeaba. Era
un juguete de placer y se corrió en tres segundos. Me llevé una decepción
enorme: normalmente se preocupaba por mí y hacía cosas, pero a aquellas
alturas ya solo quería quitárseme de encima.
Creo que si aquello se lo hubiera hecho un hombre a una mujer habría
sido una violación. Creo que le violé. Fue horrible. Eso pasó hace seis años,
pero todavía pienso bastante en ello.
Ahora soy misexual, pero me gustaría ser otrosexual. Es una pena con la
que cargo.

Kate Philipson es una ilustradora gráfica autónoma de Londres. Sus ilustraciones tienen
un estilo femenino marcado de trazos enérgicos y colores que explotan. Se inspira en la
cultura popular, la fotografía de moda y las novelas gráficas. @leopardslunch
ILUSTRACIÓN DE KATE PHILIPSON
Antes el orgasmo era importantísimo para
mí, pero ya no. Estaría encantada de
proporcionarme placer yo misma unas
cuantas veces al mes.

— DEARBHLA
DEARBHLA

— 53 —
IRLANDA

Vivimos de alquiler y en cuarenta años los propietarios no han hecho ni una


mejora en la casa. Sé que tengo mucha suerte de tener una casa donde vivir,
pero cuando entro en ese dormitorio es como un anticonceptivo; es
horrendo, joder. Y encima las paredes son finas, hay eco, y los niños están
en casa, así que si no vamos con cuidado lo oyen todo.
Soy la única mujer de la casa. Tengo a mi compañero y dos hijos; incluso
el perro es macho. Yo mantengo toda la casa: hago la compra, cocino, hago
la colada, limpio…
Debemos de tener relaciones sexuales una o dos veces al mes, aunque yo
podría pasar el mes entero sin ellas. Deseo una vida sexual activa y feliz
pero he acabado estando enfadada y resentida por el hecho de que he de ser
yo quien haga el esfuerzo. Estoy cansada. Antes el orgasmo era
importantísimo para mí, pero ya no. Estaría encantada de proporcionarme
placer yo misma unas cuantas veces al mes.
Amo a mi pareja, es un hombre estupendo, y nos llevamos muy bien. Por
suerte no me siento presionada por él para mantener relaciones. Es sensible:
espera a que surja la oportunidad de conectar conmigo, y cuando me
muestro abierta a ello, está completamente allí para encontrarse conmigo.
El viernes pasado hicimos un avance y estoy contenta por ello. Yo había
hecho una hora de meditación en solitario y después me sentía de maravilla,
relajada y expandida. Bajé y le dije: «Esta noche estaría bien que
hiciéramos el amor».
Subió, nos desnudamos y me preguntó: «¿Nos conectamos?». Así es
como lo llamamos cuando mete su lingam, la palabra tántrica para pene,
dentro de mí y no nos movemos mucho.
Me he dado cuenta de que cuando hablo con él a veces mi lenguaje puede
ser algo violento, a veces ladro, pero esta vez suavicé mis palabras y dije:
«No estoy preparada para eso, pero lo que me gustaría es que me pusieras la
mano en el yoni». Al principio, tener que explicar lo que quería me apartó
de la experiencia, pero continué y le pedí que me tocara con más suavidad,
hasta que la mano prácticamente volaba por encima de la zona. Soy muy
sensible al tacto y a la energía; si su mano vuela a unos centímetros de mi
piel, noto algo.
Demostró mucha intuición y empezó a subir las manos por mi cuerpo, y
me gustó. Me acarició los pechos, me chupó los pezones; fue increíble.
Entonces nos dispusimos a conectarnos.

Una amiga y yo acabamos de formar un círculo de mujeres en


el que apoyarnos e inspirarnos las unas a las otras para
conseguir sexo gourmet y una vida íntima satisfactoria.

Me estimulé el clítoris mientras él entraba en mí suavemente. Cuando


nos conocimos estudiamos tantra juntos durante años, y últimamente he
escuchado a una terapeuta sexual llamada Kim Anami. He descubierto que,
en lugar de ir directa a por el orgasmo, puedo sobrevolar un estado
orgásmico que dura un rato y va en aumento, de manera que cuando llega el
orgasmo es aún mejor. Cuando alcanzo el siete en una escala del uno al diez
en la que diez es el orgasmo, me paro ahí durante un rato por medio del
control de la respiración. Inhalo mientras cuento hasta cuatro, aguanto la
respiración durante otros cuatro y exhalo contando hasta seis. Voy
aumentando mi excitación gradualmente, a tramos. Puede llegar al punto de
que no sepamos distinguir cuál es el yoni y cuál el lingam.
Volviendo al viernes pasado en el dormitorio, tuve un orgasmo que
estuvo bien, aunque no hizo temblar el suelo. A veces el trayecto es mejor
que el destino. Después de estar unos minutos tumbados, me entraron ganas
de besarle, que es una cosa que le encanta pero que a mí había dejado de
gustarme del todo. Me da la sensación de que estoy dando, y ya doy mucho
al cabo del día. Pero aquel día tuve ganas de hacerlo. Entonces le cogí el
lingam entre las manos y después me lo metí en la boca; me pareció bien
tragármelo, que es algo que rara vez hago.
La noche siguiente me dijo: «Aún me dura la animación de anoche».
Hablar de mi sexualidad para este libro ha sido una gran experiencia para
mí. Me he dado cuenta de que deseo ese tipo de sexo gourmet y estoy
decidida a trabajar por conseguirlo. Pero quiero hacerlo con un clan de
mujeres. Una amiga y yo acabamos de formar un círculo de mujeres en el
que apoyarnos e inspirarnos las unas a las otras para conseguir sexo
gourmet y una vida íntima satisfactoria.

Cris Ruiz es una artista que reside en Barcelona. Está especializada en pósteres
murales del movimiento psicodélico de finales de la década de 1960 que celebran la
liberación sexual. @goldendaze_illustration
ILUSTRACIÓN DE CRIS RUIZ
La mayoría de la gente se sorprende de que
esté dispuesta a hablar tan abiertamente de
sexo y de violencia doméstica. Aún nos
domina mucho el «qué dirán».

— ANITA
ANITA

— 55 —
INDIA

Estoy divorciada.
La relación sexual que tenía con mi marido no era genial. Era muy
rápido, mete-saca. Vivimos en la tierra del maldito Kamasutra, con sus 108
posturas, ¡y no probamos ni una de ellas!
El sexo oral no era un problema siempre y cuando fuera yo quien se lo
hiciera a él. Dudo que los hombres indios sepan hacer sexo oral. Te acaban
magullando o haciendo daño y no hay manera de que acierten el sitio. Es
una pérdida de tiempo, sobre todo porque se supone que si te lo hacen estás
en deuda con ellos.
Una vez tuve una relación de cuatro años y le pregunté a mi novio por
qué no me hacía sexo oral, a lo que respondió: «No es limpio. Es tu tracto
urinario». «¡¿Y qué me dices de tu puto tracto urinario?!», respondí yo.
Soy un poco rebelde. Mi padre murió cuando yo era muy pequeña y
entonces me enviaron a un internado. Cuando tenía nueve años abusaron de
mí sexualmente. El tipo no pudo penetrarme porque creo que era inexperto
pero aun así fue una experiencia muy traumática para una niña. En la India,
la mayoría de gente esconde este tipo de sucesos bajo la alfombra. He
hablado con muchos amigos, tanto chicas como chicos, que sufrieron
abusos parecidos y los adultos no quisieron escucharles. Cuando era
adolescente siempre estaba enfadada, quizás por esas cosas que me
moldearon.
A los quince años me casaron con un hombre veinte años mayor que yo.
La primera vez que practicamos sexo de verdad, con penetración, a mí me
daba miedo cuánto me iba a doler. Las chicas éramos muy inocentes, no
teníamos ni idea de que se suponía que habíamos de experimentar placer.
Uno de los motivos por los que le dejé era que me pegaba. Durante el
sexo no me hacía daño deliberadamente, pero si veía que estaba incómoda
se excitaba. Le gustaba a lo bruto.
La primera vez que experimenté placer durante el sexo fue la primera vez
que me puse encima de él. Fue una sensación increíble. No sabía que
alguien pudiera sentirse de aquella manera. Noté una especie de hormigueo
por todas partes, una descarga eléctrica que te hace sentir todos los dedos de
las manos y de los pies. La dicha absoluta. ¡Quería aquello siempre! Mi
marido me dejaba ponerme encima muchas veces, pero a menudo quería
autoafirmarse, así que se ponía encima él.
La sociedad india está muy dominada por el hombre; las mujeres estamos
oprimidas. No se contempla que tengamos deseos y desde luego no se
contempla que queramos tener orgasmos.
He explorado mi placer. Sé lo que me gusta, pero has de encontrar el
compañero adecuado. Me gusta besar, pero depende de si él sabe lo que se
hace. ¡No me gustan las babas! ¡Ni que los dientes se choquen! Las zonas
que más me gusta que me toquen son la nuca, los lados del cuello, las orejas
y los pezones. Me gusta que me toquen los pezones, incluso que me los
chupen, y el clítoris.

La sociedad india está muy dominada por el hombre; las


mujeres estamos oprimidas. No se contempla que tengamos
deseos y desde luego no se contempla que queramos tener
orgasmos.
Si puedo fiarme de que sabe lo que se hace, entonces no me importa que
me haga sexo oral. Me gusta cuando los dos hacemos sexo oral a la vez, me
pone mucho. Me pongo encima, con la cabeza entre sus piernas, y él
también pone la cabeza entre mis piernas.
Si tuviera que dar consejos sexuales a los hombres indios, les diría:
1. Más despacio: sé suave, ve despacio.
2. Conoce el cuerpo de la mujer: pregúntale qué le gusta; eso no va a
hacer que seas menos hombre.
3. ¡Enséñale lo que te gusta!
Tuve un novio, le llamaremos Sr. A, al que le gustaba que le metiera un
dedo en el ano. Tampoco sabía hacerme sexo oral, pero me proporcionaba
muchísimo placer ser capaz de excitarle hasta aquel punto.
La mayoría de la gente se sorprende de que esté dispuesta a hablar tan
abiertamente de sexo y de violencia doméstica. Aún nos domina mucho el
«qué dirán». Sin duda ha controlado mi vida. Incluso mi madre dice aún:
«¿Qué dirán los vecinos?». A lo que yo respondo: «¿Es que nos pagan ellos
las facturas?».
Con todo, esa realidad está cambiando. Las mujeres cada vez son más
valientes y están aprendiendo a reafirmarse.

Anshika «Ash» Khullar es une ilustradore transgénero no binarie indie que reside en
Southampton, Inglaterra. Su arte se centra en relatos feministas interseccionales, con el
objetivo de exponer lo común como bello. @aorists
ILUSTRACIÓN DE ANSHIKA ‘ASH’ KHULLAR
Básicamente, el mal sexo ya no merece la
pena. Demasiado engorro; ¿para qué coño
molestarse?

— ODILE
ODILE

— 56 —
HOLANDA

«Vamos al Templo.»
Cuando me dice eso es algo muy prosaico, pero por dentro pienso:
«¡Bien!».
Tenemos una cabaña-templo en el jardín, un lugar sagrado en el que están
muy presentes las deidades con las que trabajamos. Las de él son deidades
yidam budistas, mientras que yo trabajo principalmente con la diosa
Rhiannon y el Dios Astado. Nos quitamos los zapatos, encendemos velas e
incienso y después nos desnudamos. Podemos ir allí específicamente para
llevar a cabo unas prácticas determinadas o podemos encontrarnos como
amantes.
Si nos encontramos como amantes, hacemos una visualización.
«Nuestras deidades están aquí, los seres elementales están aquí, los
ancestros están aquí, los grandes guías están aquí», y entonces empezamos
a hacer el amor. Es una forma de oración.
Las religiones patriarcales han hecho del sexo algo pecaminoso, muy
restrictivo o en gran medida prohibido, mientras que el camino pagano, y en
especial el camino de la Diosa, se centra mucho más en lo sagrado de la
sexualidad y el cuerpo.
A veces hago una ceremonia tántrica con la que aumento la energía
sexual de mi cuerpo. Para ello muevo sensualmente la cavidad pélvica,
después respiro en el yoni, el clítoris, las partes internas del yoni, la entrada
del cuello del útero, el espacio del útero. Visualizo el espacio del templo de
mi cuerpo, lo preparo para la llegada del dios en forma del lingam, la varita
mágica.
O podemos hacer juntos un círculo de respiración, una práctica tántrica
muy básica pero muy bella para hacer circular la energía. Respiramos
energía en el yoni, después subimos hacia el útero/vientre, y después al
corazón, de mi corazón pasamos al suyo, bajamos hasta el lingam y
pasamos del lingam al yoni.
Tiene la polla bonita. Y me encanta tenerla en todas partes. Me encanta
abrirme a un hombre. Me encanta que me penetre la presencia amorosa que
es la polla del amado. Qué bonita es. No sé por qué no se habla de ella más
en estos términos excitantes.
Puesto que me está cambiando el cuerpo, a veces estoy ahí
energéticamente pero físicamente no estoy tan húmeda como solía estarlo
antes. En esas ocasiones, usamos lo que denominamos «jugo del placer», un
buen lubricante, para que sea suave y fácil. No es problema; es una unción.
Nuestras relaciones sexuales pueden ser muy energéticas, pero suelen ser
muy sutiles, sin demasiado movimiento. Dejamos que la energía sexual se
mueva por nuestros cuerpos, nos rendimos a ella en lugar de hacer nada.
Eso no significa que estemos allí tumbados como dos muertos: yo hago
muchos sonidos y a veces mi cuerpo tiembla.

La menopausia ha sido una gran puerta de acceso… Ahora


eres dueña de tu cuerpo; ya no es para otras cosas.

No hay ningún objetivo. Es una práctica de no pensar, de simplemente


ser y de no estar separado del otro. Es una expansión, y eso me encanta. Por
supuesto, hay cosas que te sacan de la concentración, como si me tiro un
pedo o algo por el estilo, pero ¿y qué? Te echas unas risas y continúas. No
es tan grave.
Me encanta tenerle dentro. Si entro en mi blandura, el poder blando de lo
femenino, todo mi cuerpo es orgásmico: tenemos muchísimas zonas
erógenas. Pero no es tanto un «llegar a» como un «relajarse para», y
alcanzar algo que ya es y a lo que das más vida dentro de ti.
Para mí, los orgasmos del clítoris son maravillosos, la entrada al templo
del yoni es maravillosa, los orgasmos del punto de la Diosa son
maravillosos, alucinantes. Los orgasmos del punto A son maravillosos; los
orgasmos de todo el cuerpo, de los pezones, de las axilas, de las muñecas,
de las palmas de las manos, de los costados del cuello, de la boca y de los
ojos, son maravillosos. Olas oceánicas que pueden durar mucho rato.
La menopausia ha sido una gran puerta de acceso. Desde la adolescencia,
yo siempre había estado muy en sintonía con mi cuerpo, mis ciclos lunares
y mi fertilidad. Entonces la arpía dice: «¿Quieres tener un conocimiento
más profundo? Pues tendrás que desaprender todo lo que has aprendido».
Ahora eres dueña de tu cuerpo; ya no es para otras cosas. No es para tener
bebés ni para complacer con nuestra juventud a la masculinidad
distorsionada de nuestra sociedad, porque esa juventud ya ha pasado.
No me gusta el hecho de estar menos cachonda y excitada que antes, pero
creo que, si bien la intensidad de la energía sexual es menor, resplandece
más. Es más sutil y cuando se alza es muy placentera.
Básicamente, el mal sexo ya no merece la pena. Demasiado engorroso;
¿para qué coño molestarse?

Sabrina Gevaerd es una ilustradora brasileña que reside en Londres. Le gusta explorar
la intersección que hay entre la vida y la magia, con elementos que van desde los
rasgos femeninos hasta los animales. @sabrinagevaerd
ILUSTRACIÓN DE SABRINA GEVAERD
La primera vez que viví con un hombre le
hice una ensalada de huevo duro. Pelé los
huevos y me los metí en la vagina antes de
servírsela. Nunca le conté que lo había
hecho, y disfruté de veras viendo cómo se
la comía.

— ANJA
ANJA

— 58 —
ALEMANIA

Quiero un auténtico dominante.


No soy sumisa con nadie, pero sí que lo soy con quienes saben valorar mi
sumisión. La devoción de una mujer o un hombre es un regalo muy
especial.
Si quedo con una persona y vamos a una cervecería al aire libre, no digo
nada; espero. Quiero que él diga: «Bueno, vamos a esa esquina», y «Yo me
quiero sentar aquí; tú vas ahí». Incluso podría decir: «Ve al baño, quítate las
bragas si es que llevas y siéntate sin bragas», y yo lo haría. Eso me pondría
mucho.
El BDSM es un estado mental, un vínculo entre dominante y sumiso. Es
una interacción de sabiduría y bienestar, un secreto que se comparte y del
que los demás no tienen conocimiento. No hay que hacer demasiado: tiene
que ver con la atención que recibo y la atención que le presto, con estar a
punto para sus deseos. Para mí es como un capullo en el que me siento
protegida, y esa sensación es muy bonita.
Mi expareja y yo alquilábamos durante cuatro horas un estudio con
muebles de BDSM. En el BDSM, cuando estás cuatro horas jugando tienes
la sensación de que ha pasado media.
Recuerdo especialmente una sesión. Me tapó los ojos y me inmovilizó
con los brazos por encima de la cabeza y las piernas abiertas. Sacó el
material después de haberme tapado los ojos, así que yo no sabía qué estaba
pasando. Al no ver nada, las sensaciones eran más intensas. Me puso pinzas
en los pezones, que ya de por sí son sensibles. Yo tenía miedo porque no
sabía qué me iba a hacer después y porque sabía que era un dominante-
sádico. Me había contado que el BDSM era su oportunidad de dejar salir al
monstruo que llevaba dentro y vivir sus agresiones en una forma de
brutalidad supuestamente aceptada. Eso es bastante inquietante. Tal vez
aquello hizo emerger algún sentimiento que ya tenía hacia él. Allí no había
nadie más; si ocurría algo contra mi voluntad, estaba totalmente sola.
Empecé a gritar de puro terror. Guau…
Se sorprendió de que tuviera miedo. Hasta entonces no nos había pasado
nunca. Me abrazó y me tranquilizó. «Respira. Vamos a parar un rato.»
Cuando lo retomamos, me pegó con la mano en el culo, que es una cosa
que me encanta porque es íntima y precisa. Pura sensación y excitación a
través del dolor. Una caricia fuerte. Plaf. Me encanta como suenan los
azotes, es un sonido pleno y sexy. Se te pone el culo caliente. La mano está
en contacto un momento pero la ola generada por el impacto llega a todo el
cuerpo. Puede doler mucho, sobre todo si pega mucho rato en el mismo
lugar, y a veces lloro.
Los azotes forman parte de la fase de calentamiento, así que estaba a la
expectativa de lo que vendría después.

La gente que no está en el BDSM me parece aburrida; no son


lo bastante sexys ni abiertos para mí.

Me hizo apoyarme sobre una caja, de nuevo mostrando el culo, y metió


una pierna entre las mías para que las abriera más. Ese movimiento es muy
sexy. Dice: haz lo que quiero. Entonces utilizó un látigo. En un momento
dado me dijo que cambiara de postura. Yo era tan sumisa que me sentía
como si fuera su esclava, como si no pudiera moverme ni un centímetro de
donde me había colocado. Durante estas sesiones, la mayoría del tiempo no
pienso, pero aquel día pensé: «Joder, esto de hoy es bastante fuerte.
Realmente estoy bajo su control». Me fascinaba aquel poder.
Tenía cincuenta años cuando empecé a preguntarme: «¿Qué es lo que me
gusta? ¿Cuáles son mis preferencias?».
Me crie en un entorno tenso. No tuve una infancia fácil, ya que mis
padres eran enfermos crónicos. A veces era muy deprimente para mí.
Parecía una mierda de guerra, con padres y abuelos traumatizados.
Nunca me enseñaron nada sobre el sexo, así que cuando tenía catorce
años empecé a ir a la biblioteca a leer cuanto pudiera. Empecé con los
textos de Masters y Johnson, que me proporcionaron un modo científico de
entender la sexualidad que era fascinante.
Solía orinar en el suelo del salón: me ponía, y hacer algo prohibido y
diferente me daba sensación de libertad. Creo que ese fue mi comienzo en
el BDSM. Y recuerdo que la primera vez que viví con un hombre le hice
una ensalada de huevo duro. Pelé los huevos y me los metí en la vagina
antes de servírsela. Nunca le conté que lo había hecho, y disfruté de veras al
ver cómo se la comía.
Con lo que sé sobre sexualidad, la gente que no está en el BDSM me
parece aburrida; no son lo bastante sexys ni abiertos para mí y no están en
contacto con su poder y su energía sexuales.
Creo que la gente necesita saber que la sexualidad femenina es una
realidad.

Miranda Lorikeet es una ilustradora que reside en Sídney y dibuja mujeres desnudas,
paisajes y naturalezas muertas exclusivamente con Microsoft Paint.
@mirandalorikeet
ILUSTRACIÓN DE MIRANDA LORIKEET
Para mí era muy importante que un chico
me diera amor y me dedicara su atención,
y el sexo era una manera de conseguirlo.
Ahora que soy más consciente de eso, me
pregunto: «¿Qué es este vacío que
siento?».

— JOY
JOY

— 58 —
PORTUGAL

Antes el sexo era muy importante para mi marido y para mí. Dice que era
virgen hasta que me conoció, ¡así de bien se me daba! Pero hace tres años
me operaron y desde entonces es complicado.
Una de las operaciones fue en la vagina: cortaron la pared que separa la
vagina del recto porque el tejido estaba dañado y los excrementos se
filtraban a la vagina. El año siguiente a la operación tuve muchos dolores.
Ni siquiera ahora es como antes, así que creo que inconscientemente
bloqueo los sentimientos hacia el sexo.
Por su parte, él tuvo cáncer de próstata y le trataron con radioterapia.
Empecé a tener miedo por la radiación. Hablé con el médico, que me dijo
que no había ningún problema, pero no me quedé convencida. Ahora no
tiene esperma. Sale una cosa, pero ni huele ni sabe igual.
Mi marido siempre tiene ganas de sexo conmigo. Lo hacemos dos o tres
veces por semana, pero por mí lo haría cada quince días. Le amo y no
imagino mi vida sin él, pero ahora cuando se me acerca y me toca porque
busca sexo, pienso: «Ay, Diosss…». Pruebo a decir: «No me encuentro
bien» o finjo que estoy demasiado cansada. A veces piensa que ya no me
gusta, pero no es verdad; es solo que mi cuerpo no quiere hacerlo.
Por lo general lo entiende, pero a veces el hombre piensa con el pene. El
pene es muy importante. Cuando tuvo el cáncer, le dijo al médico: «No
quiero vivir si no puedo tener relaciones sexuales». Y eso que tiene sesenta
y nueve años. Me da la impresión de que en Portugal los hombres creen que
lo son porque tienen pene.
A veces me apetece hacerlo, o no me importa hacerlo. Vamos rápido
hacia la penetración. Para mí no es problema porque siempre estoy húmeda.
Tengo siete hernias, así que no puedo estar boca arriba con él encima.
Siempre hacemos el perrito, aunque a él no le gusta tanto porque quiere
mirarme. Pero yo no puedo hacerlo porque me duele mucho.
Durante el sexo me toco el clítoris. Antes era capaz de tener uno, dos o
tres orgasmos de clítoris cada vez; era muy fácil. Ahora cuesta más. No sé
si tendría que tomar hormonas.

Suelo tener una fantasía en la que dos chicos hacen el amor


ante mí.

Siempre he tenido fantasías, tanto mientras me masturbo como durante el


sexo. Suelo tener una fantasía en la que dos chicos hacen el amor ante mí.
Hacen sexo oral y anal. Una vez, hace mucho tiempo, vi en televisión una
buena película sobre la historia de amor de dos chicos. No era porno, de
hecho no se veía nada sexual, pero sí que se les veía besarse en la bañera.
Se me quedó en la cabeza. Creo que la homosexualidad entre dos hombres
es bella. Para mí, la mejor parte de la fantasía es el momento en que uno le
mete el pene al otro. Tenía una fantasía en la que estaba tumbada sobre una
mesa con diez chicos a mi alrededor besándome, tocándome y haciendo
sexo conmigo. Ahora ya no la tengo. ¡Con uno basta!
Antes el sexo duraba una hora; ahora dura entre cinco y diez minutos.
Cuanto más gritamos las mujeres, más rápido se corren ellos. Después no
me siento mal, como me pasaba con mi primer marido. En aquel
matrimonio había violencia doméstica. En los últimos tres años de relación
yo no quería tener relaciones sexuales con él pero me violaba; decía que era
mi obligación. Era muy intenso. Mi cuerpo se cerraba y me dolía mucho.
Ahora estoy casada con otra persona, un hombre que me respeta, pero a
veces la sensación de obligación continúa ahí.
Creo que en mis primeros años de vida sexual practicaba mucho sexo
porque necesitaba amor y atención. Mi padre siempre estaba lejos; su
relación con mi madre no era demasiado buena y le teníamos mucho miedo.
Para mí era muy importante que un chico me diera amor y me dedicara su
atención, y el sexo era una manera de conseguirlo. Ahora que soy más
consciente de eso, me pregunto: «¿Qué es este vacío que siento?».

Frances Cannon es una artista queer multidisciplinaria que reside en Melbourne,


Australia. Trabaja principalmente el dibujo y la pintura en tinta, guache y acuarela.
@frances_cannon
ILUSTRACIÓN DE FRANCES CANNON
Quizás sienta algo menos de deseo que
antes, pero todavía soy muy sexual, sobre
todo si me tomo unas cuantas copas.
Pienso en el sexo, veo porno y tengo un
vibrador maravilloso.

— CORAL
CORAL

— 64 —
CANADÁ

He tenido algunos amantes rarísimos. El último no tenía nada de


autocontrol. Se corría a la primera de cambio.
Una vez le dije: «Tío, tienes que hacerte pajas, tienes que practicar esa
mierda. Puedes apretarte junto a las pelotas».
Creo que le dio vergüenza no saber de esas cosas, así que fue al médico a
que le recetara Viagra. Se tomaba medio comprimido porque es bastante
cara, cuarenta dólares ocho pastillas, pero la Viagra es mejor si el hombre
no tiene otros problemas de salud, y aquel tío tenía diabetes tipo 2 y el
colesterol alto, y se medicaba para ello. La Viagra le provocaba rubor
constante y palpitaciones. Después del sexo quedaba extenuado y con no
demasiado buen aspecto.
Se pensaba que si conseguía tenerla más dura durante más tiempo sería
capaz de satisfacerme. De lo que no se daba cuenta era de que lo que a mí
me gusta más es lo que precede al sexo. Me gusta que me toquen. Le decía:
«Pásame el brazo por el hombro, cógeme la mano… eso me llena. No tienes
que estar follándome para excitarme». Pero no escuchaba; le daba igual.
Yo llegaba después de hora y media conduciendo y él iba directo a
besarme y a magrearme las tetas. Le decía: «¿Puedo al menos ir al lavabo y
tomarme una copa antes?». Incluso así se pasaba el rato mirándome los
pechos y refunfuñando.
Le gustaban mis tetas. Uso una talla 100E y aún las tengo bastante
firmes. Nunca he dado de mamar, así que para un hombre tenerlas delante
es algo puramente sexual, ya que nunca he tenido ese sentimiento de
amamantar. Pero tampoco es que me las tocara muy bien… A menudo le
decía: «Son bastante delicadas. Piensa en ellas como si fueran tus pelotas,
no unas tetas de goma».
No le gustaba el cunnilingus. Decía que era ateo, pero a mí me parece
que por ahí todavía había algo de catolicismo reprimiéndolo a la hora de
experimentar y expresarse. Yo siempre le hacia un montón de sexo oral. Me
gustaba excitarle; ¡para mí era como chupar una piruleta! Siempre tuve la
esperanza de que me devolviera el favor, o de que al menos me diera alguna
confirmación verbal de que le encantaba, pero cuanto decía era: «Ah, todo
bien».
Intentaba penetrarme, pero yo siempre quería estar más excitada. Le
decía que aún no estaba lista y entonces le veía echar mano del lubricante
en lugar de intentar hacer que me humedeciera naturalmente. La verdad es
que no era nada romántico. Para mis adentros me preguntaba por qué
continuaba prestándome a hacer aquello.

Aquel hombre destruyó mi espíritu y ahora estoy


recomponiéndome de nuevo.

Desde la menopausia tengo problemas de atrofia. Estoy muy seca,


aunque si me lubrico bien no está mal. La atrofia también afecta a las
mujeres al hacer pis: los labios se enroscan y te mojas las piernas y por
todas partes. Son cosas de vieja, y lo odio. También gané barriga, así que no
me siento tan cómoda estando desnuda, y eso que a mí me encantaba estar
desnuda. También he perdido sensibilidad en el pezón izquierdo; noto
mucho más con el derecho. Quizás sienta algo menos de deseo que antes,
pero todavía soy muy sexual, sobre todo si me tomo unas cuantas copas.
Pienso en el sexo, veo porno y tengo un vibrador maravilloso.
Con todo, me encanta notar el olor y el peso de un hombre, y eso no se
consigue con el vibrador. Me gusta la penetración, tener al hombre sobre
mí, o estar al borde de la cama, o sentada encima de él. Con mi ex, cuando
sabía que él estaba a punto de correrse, cambiaba de postura para que las
cosas se calmaran un poco y ver si me podía satisfacer yo misma. Casi
nunca llegaba al orgasmo, a menos que fuera un poco cargadita tras
haberme comido un brownie de marihuana y estuviera muy relajada.
Era una amante tan descontenta… Después él se dormía y yo me
levantaba pensando: «Joder». Estaba tan decepcionada… Decepcionada por
no estar satisfecha, decepcionada conmigo misma por ponerme en aquella
posición, decepcionada por haber repetido la historia otra vez. Yo dejaba
que me tratara de aquella manera, la culpa no era solo suya.
Aquel hombre destruyó mi espíritu y ahora estoy recomponiéndome de
nuevo.

Bárbara Malagoli es una ilustradora mitad italiana, mitad brasileña que reside en
Londres. Su obra gira en torno a la composición, la forma, las texturas vibrantes y los
colores intensos. @bmalagoli
ILUSTRACIÓN DE BÁRBARA MALAGOLI
Creo que las mujeres somos más fuertes
que la mayoría de los hombres. Los
hombres no tienen amigos como las
mujeres tenemos amigas, así que cuando
conocen a alguien quieren que esa persona
sea su todo.

— VIVIAN
VIVIAN

— 70 —
ESTADOS UNIDOS

Quiero lo que quiero cuando lo quiero.


Antes conocía a los hombres en los bares. Tuve mi época salvaje, antes
del sida, cuando me iba de la barra acompañada por dos tipos. Ahora tengo
citas por internet, pero no pienso gastar mucho tiempo en mensajes para
aquí y para allá, porque cuando los lees lo haces tal como te gustaría oírlos,
no como quizás los hayan escrito. Es mejor ir directa al grano: «O
quedamos o no quedamos».
Si en su perfil ponen: «Solo quiero vivir ese último amor», pienso:
«Madre mía… ¡Bueno, ya te digo que no voy a ser yo!». Para mí, eso suena
como: «Necesito que me cuiden, quiero a alguien que me haga la cama, me
lave la ropa y me cocine».
No quiero un marido. Ni siquiera creo que quiera pasar un fin de semana
entero con alguien. Ahora estoy pensando en un exnovio y en si tal vez
podríamos ser amigos con derecho a roce.
Creo que las mujeres somos más fuertes que la mayoría de los hombres.
Los hombres no tienen amigos como las mujeres tenemos amigas, así que
cuando conocen a alguien quieren que esa persona sea su todo.
Al principio, los hombres se sienten muy intimidados por mí porque no
me ando con rodeos. ¿Qué sentido tendría? No nos queda mucho tiempo.
Cuando empiezo a quedar con alguien, probablemente me acuesto con él
antes de lo que lo harían la mayoría de mujeres de mi edad. Nunca he
follado en la primera cita pero tampoco tengo que esperar a nada, ni al
anillo de compromiso ni a la cuarta cena.
He descubierto que tengo mucha más libido que la mayoría de hombres
de mi edad y eso se traduce en insatisfacción. A esta edad, los hombres
están cansados siempre. Y yo digo: «¿Cómo? Pero si no has hecho nada en
todo el día. ¡Yo he cortado el césped, que parecía una jungla!». Además,
cada vez más son incapaces de aguantar la erección. Siempre me muestro
muy compasiva sobre el tema, pero a ellos los mortifica, así que no puedes
insistir mucho al respecto a menos que seas muy mala persona.
Ya no practicamos sexo salvaje por toda la casa. La mayoría de los
hombres son demasiado refinados o les da miedo hacerlo. Todo pasa en la
cama. A veces les digo: «Tengo ganas de sexo», o directamente les salto
encima. Cuando estoy encima de alguien y él no quiere, me quedo ahí hasta
que consigo lo que quiero. Hago bromas, le hago reír y al final se da por
vencido. Entonces le agarro el pene o intento hacerle una mamada.
Creo que, en general, la mayoría de gente tiene ganas de sexo; siempre
que sea algo fresco y excitante, no te has de esforzar mucho para
persuadirles. Si realmente veo que no están interesados, lo acepto y dejo
que me abracen o me hagan arrumacos.

Para la penetración, me gustan diferentes posturas, aunque a


medida que te vas haciendo mayor se hace cada vez más
difícil, por las articulaciones.

Los momentos no son todos iguales y a veces me apetecen cosas


diferentes. Dependiendo de qué humor esté en ese momento, haré sexo oral
o no. A veces no quiero que nadie me toque los pechos o me pegue en el
culo, pero en cambio otras veces lo pido. Disfruto cuando me hacen sexo
oral pero al cabo de un rato pienso: «Ya basta. Vamos a hacer otra cosa. ¡No
me aburras!». Sobre todo, no me gusta que las cosas se conviertan en una
rutina.
Para la penetración, me gustan diferentes posturas, aunque a medida que
te vas haciendo mayor se hace cada vez más difícil, por las articulaciones.
¡Ay, mis rodillas! Me gusta estar encima, o con ellos encima, y me gusta
desde atrás. Antes practicaba sexo anal, y me gustaba, pero después siempre
tenía infección de orina. A la tercera o cuarta vez pensé: «Ya no lo vuelvo a
hacer».
Si pienso en alguna otra cosa aparte de en el sexo que estoy practicando
en ese momento, seguramente será en por qué no volveré a hacerlo nunca
más con esa persona.
Después del sexo, si he tenido todo lo que quería, estoy relajada y lista
para irme a dormir. Puede que diga: «Venga, a dormir. Gracias, hasta
mañana. ¡Estate preparado!».
También me gusta practicar sexo por la mañana.
Conforme te vas haciendo mayor, el ideal va cambiando. Hace años
pensaba que el ideal era estar enamorada. Ahora solo quiero lo que quiero
cuando lo quiero.

Jenny Eclair es monologuista cómica y novelista superventas. En su tiempo libre se


dedica a la pintura al acrílico. @jennyeclair
ILUSTRACIÓN DE JENNY ECLAIR
Estuvimos casados trece años, hasta que
me enteré de sus aventuras. Cuando nos
divorciamos, todos los que intentaban ligar
conmigo eran hombres casados.
Bienvenida al mundo real.

— LUCY
LUCY

— 74 —
NUEVA ZELANDA

Tengo muchos recuerdos de mi vida sexual satisfactoria y de haberme


sentido amada. Es maravilloso. Voy caminando por la calle, pienso en una
persona y me invade una agradable sensación de calidez.
A veces me masturbo cuando quiero sentirme especial. Me lo planteo
como un cuidado que me dispenso; es mejor que ir con alguien con quien
no tengo ganas de ir. Los motivos pueden variar: puede que me sienta un
poco sola, o que piense que me ayudará a dormirme. Me toco el clítoris. No
siempre llego al orgasmo, a veces basta con sentirme bien. De vez en
cuando decido dormir desnuda porque me gusta notar las sábanas en
contacto con la piel.
Tengo buena imaginación. Recuerdo momentos. Imagino a mi ex
tocándome por todo el cuerpo, nuestros cuerpos fundiéndose. Él se burlaba
de la espiritualidad, así que sé que si se lo hubiera dicho le habría parecido
ridículo, pero, piel sobre piel, nos fundíamos el uno con el otro. Una vez él
estaba cansadísimo y tomé yo la iniciativa. Le toqué y le excité, fue muy
suave. Después me preguntó: «¿Tú te has tocado?».
Y una vez pasó una cosa muy divertida. Estábamos en la cama y sonó el
teléfono. Era mi madre. «¿Qué tal?», me dijo, a lo que yo contesté:
«¡Mamá, ¿alguna vez has tenido que hablar con tu madre mientras te están
tocando?! Tengo que colgar».
Intenté dejarle muchas veces pero era como una droga porque el sexo con
él era bueno y abundante. Después de hacerlo yo brillaba, me sentía
motivada y con energía. Nunca me puso en un pedestal. Nunca se preocupó
demasiado por mí. Nunca me compró regalos. La verdad es que no hizo
demasiado por mí. Sin embargo, yo me sentía increíblemente amada.
Estuvimos juntos veinte años.
Si él quería hacer el amor y yo tenía la regla, me decía: «No pasa nada; lo
dejamos para otro día». Había llegado a decir que tenía la regla para oírle
decir «No pasa nada», porque era encantador. Siempre le estaba poniendo a
prueba; era un jugador nato. Si me decía que le gustaba cómo llevaba el
pelo, yo iba y me lo cambiaba.
Aquella relación debería haber acabado mucho antes. Mi conclusión es
que las aventuras con hombres casados son una situación de lo más insana
porque nunca puedes ser espontánea; tienes que reprimir los sentimientos.
Muchas mujeres dicen que ellas no lo harían, pero, en mi caso, había
conocido a muchos hombres y no me sentía atraída por ninguno de ellos.
Estaba sola, sin nadie que me abrazara. Nunca digas «de este agua no
beberé»; nunca se sabe qué haría uno en determinadas circunstancias.

Con los años me he dado cuenta de que si no me implico


emocionalmente no disfruto del sexo; cuando amo a la
persona, el sexo me encanta.

Sigo esperando que alguien se cruce en mi camino. Estaría abierta porque


todavía soy joven. Pero no me interesa a menos que haya una conexión
realmente buena. Con los años me he dado cuenta de que si no me implico
emocionalmente no disfruto del sexo; cuando amo a la persona, el sexo me
encanta.
Al principio me gusta que me toquen despacio y con suavidad. Besos en
los pechos, los muslos, los párpados, caricias en la espalda, dedos entre el
pelo. Incluso me gusta el sexo de aquí te pillo, aquí te mato, siempre que
esté de humor y haya mucha atracción; de lo contrario me siento como si
me estuvieran atacando.
Cuando empecé era una ignorante absoluta. Mi futuro marido y yo
empezamos a tener relaciones sexuales cuando yo debía de tener unos
dieciocho años. Ninguno de nosotros lo había hecho con nadie antes y
queríamos ver cómo era. Él no sabía nada y yo tampoco. Recuerdo que
pensaba: «No me quedaré embarazada. A mí no me pasará».
Evidentemente, me quedé embarazada. No me encontraba bien y mi
madre dijo: «Habrá que hacer algo con esta gripe. Tendrás que ir al
médico». Fue mi hermana quien dijo: «¡Está embarazada!». Y yo pensé:
«Madre mía, si ni yo misma lo sabía». Mi madre se me quedó mirando:
«¿Es que no usasteis nada?». Aquello se me quedó grabado. Me enfadé
mucho con ella, aunque no lo exterioricé. «¡Hombre, no te explican nada y
se supone que lo has de saber todo sobre el tema!»
Estuvimos casados trece años, hasta que me enteré de sus aventuras.
Cuando nos divorciamos, todos los que intentaban ligar conmigo eran
hombres casados. Bienvenida al mundo real.

Alice Skinner es una ilustradora y artista visual que reside en Londres. Crea imágenes
irónicas y digeribles como crónica social de la vida del siglo XXI. @thisisaliceskinner
ILUSTRACIÓN DE ALICE SKINNER
© 2021 Lucy-Anne Holmes

Se han cambiado los nombres y detalles identificativos para preservar la privacidad de las
personas.

Ilustraciones: © Natalie Krim; © MariNaomi; © Bárbara Malagoli; © Arnelle Woker; © Nikki


Peck; © Candie Payne; © Anshika Khullar; © Kate Philipson; © Alice Skinner; © Regards
Coupables; © Elsa Rose Frere; © Sabrina Gevaerd; © Mattia Cavanna; © Tina Maria Elena
Bak; © Kim Thompson; © Rachel Gadsden; © Sofie Birkin; © Jasmine Chin; © Jemima
Williams; © Alphachanneling; © 2021 KaCeyKal!; © Naomi Vona; © Emily Marcus; ©
Chrissie Hynde; © Ojima Abalaka; © Destiny Darcel; © Sarah B. Whalen; © Frances Cannon;
© Golden Daze Illustration; © Miranda Lorikeet; © Jenny Eclair

Primera edición en este formato: enero de 2022

© de la traducción: 2022, Librada Piñero


© de esta edición: 2022, Roca Editorial de Libros, S.L.
Av. Marquès de l’Argentera 17, pral.
08003 Barcelona
[email protected]
www.rocalibros.com

Composición digital: Pablo Barrio

ISBN: 9788418014710

Todos los derechos reservados. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita
de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total
o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el
tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamos
públicos.

Si necesitas ayuda o simplemente más información, puedes ponerte en contacto


con las siguientes organizaciones sin ánimo de lucro:
Colegas defiende los derechos LGBT en todos sus ámbitos y fomenta una
sociedad libre y diversa.
www.colegas.lgbt

Asociación Deméter por la igualdad es una ONG que tiene como objetivo
ofrecer atención e intervención integral a niñas y niños desfavorecidos que han
vivido experiencias de violencia de género, ayudar en la erradicación de la
violencia de género y detener la transmisión intergeneracional de la violencia y la
normalización de las conductas aprendidas.
www.asociaciondemeter.org

Openheartsayuda.org ofrece ayuda y guía a víctimas de violencia de género,


acoso escolar y laboral, homofobia, xenofobia, racismo, adicciones o cualquier
otra situación de exclusión o marginación, o con problemas de marginación y
maltrato.
www.openheratsayuda.org

Fundación Kirira es una ONG que tiene como objetivo la erradicación de la


mutilación genital femenina.
www.fundacionkirira.es

La Asociación Bienestar y Desarrollo (ABD) es una ONG que defiende los


derechos de las personas en situación de fragilidad social (drogas y salud,
desigualdad, infancia y familia, dependencia y personas mayores, discapacidad
intelectual, igualdad de género). Les acompañan en diferentes momentos de sus
trayectorias vitales individualmente o en grupo y actuando en la comunidad. Se
esfuerzan por generar autonomía personal y convivencia social desde unos
principios éticos, de proximidad y de calidad.
www.abd.ong
Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14
Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33
Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

Capítulo 50

Capítulo 51

Capítulo 52
Capítulo 53

Capítulo 54

Capítulo 55

Capítulo 56

Capítulo 57

Capítulo 58

Capítulo 59

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