Los Ecosistemas de La Localidad.
Los Ecosistemas de La Localidad.
Los Ecosistemas de La Localidad.
Dependiendo del lugar donde vivas podrás encontrar diferentes ecosistemas que serán
muy fácil de identificar, ya que poseen características de fácil reconocimiento.
A grandes rasgos se habla de tres tipos de ecosistemas, que a su vez contienen otros
ecosistemas de acuerdo a su entorno. Entre ellos tenemos:
Los ecosistemas acuáticos y terrestres comparten otros ecosistemas que son mixtos y
los podrás encontrar en: costas y humedales.
Tipos de ecosistemas
A continuación veremos los principales tipos de ecosistemas, con sus variaciones
climáticas, biológicas y orográficas.
1. Ecosistema marino
Se trata del mayor tipo de ecosistema, ya que cubre la mayor parte de la superficie
terrestre: el 70%, aproximadamente. A pesar de que grandes extensiones de los
diferentes océanos tienen poca concentración de vertebrados, el agua rica en minerales
que contiene bulle de vida por prácticamente todos lados.
Por otro lado, la diversidad de formas de vida también depende del nivel de profundidad
en el que nos encontremos Aunque algunos animales están presentes casi en cualquier
profundidad (destaca el caso de ciertas ballenas), por lo general en las zonas abisales
hay sobre todo organismos pequeños, dado que la materia orgánica disponible es
escasa.
Destacan los pastos marinos de algas, los arrecifes de coral y las fumarolas de las
grandes profundidades marinas.
A su vez, hay diferentes subtipos de ecosistemas de agua dulce: los sistemas lenticos,
los loticos y los humedales. Los primeros están compuestos por lagos y estanques, y en
ellos el agua se mueve muy lentamente. Los segundos, en cambio, están formados por
ríos, en los que el agua se desliza con rapidez a causa de la gravedad y el relieve del
paisaje. En los humedales, los elementos del ecosistema están saturados de agua.
Los cactus y ciertos arbustos de hoja fina son plantas típicas de los desiertos, mientras
que los reptiles, algunas aves y mamíferos de talla mediana o pequeña también pueden
llegar a adaptarse bien al clima, o al mejor a los bordes del desierto, que no quedan muy
lejos de fuentes de agua y de comida.
Por otro lado, los desiertos no tienen por qué ir de la mano siempre de unas
temperaturas altas; en ciertos casos, en ellos predomina el frío.
4. Ecosistema montañoso
Los relieves muy pronunciados forman montañas y altiplanos cuya verticalidad forma
otra clase de ecosistema a causa de las condiciones climáticas y atmosféricas
características de estas áreas. En estas zonas la vida animal suele ser muy notoria en
zonas bajas y medias, aunque no en los picos escarpados. En estas últimas suele existir
menos biomasa y menos diversidad de animales y plantas, debido al cambio radical de
temperaturas en relativamente poco espacio, entre otras cosas.
Animales como los rebecos, los íbices y ciertos tipos de lobo, así como las aves rapaces
como los buitres y las águilas, suelen ser frecuentes en este hábitat. Por otro lado, en
zonas nevadas la biodiversidad se reduce, y las formas de vida deben procurar
camuflarse.
5. Ecosistema forestal
Este tipo de ecosistema se caracteriza por la densidad de árboles o de flora en general.
Puede dividirse en selva, bosque seco, bosque templado y taiga. En los casos en los
que hay muchos árboles juntos, la diversidad de especies animales suele ser muy alta,
dado que hay muchos nichos ecológicos que pueden ser cubiertos por diferentes formas
de vida. Diferentes especies de árboles permiten tener cerca distintas fuentes de
comida, diferentes tipos de refugios, maneras de moverse por el suelo o por las ramas,
etc.
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que la altura juega un papel importante en la
presencia de flora. En muchos lugares. Por encima de los 2500 metros sobre el nivel
del mar no crecen árboles.
Los bosques son extensiones arboladas en las que prima la presencia de unas pocas
especies de árbol.
6. Ecosistema artificial
El ecosistema artificial es aquél en el que la acción del ser humano ha creado espacios
radicalmente distintos a los que existían hasta hace unos pocos milenios.
Relación entre los flujos de calor sensible (QH) y los flujos de calor latente (QE)
para diferentes ambientes naturales
Menos del 2% de la radiación neta es fijada fotosintéticamente por las plantas u
organismos fotosintéticos. No obstante esta proporción tan pequeña, en comparación
con los flujos antes mencionados, la energía fijada por esta vía constituye la principal
fuente de alimento para el resto de los organismos del ecosistema. Un parte de esta
energía fijada, que se denomina productividad primaria bruta, es consumida por los
propios organismos fotosintéticos para mantener su metabolismo. El resto es
almacenada en sus tejidos o biomasa y constituye lo que se denomina como
productividad primaria neta, de la cual dependen los organismos no fotosintéticos del
ecosistema ( i.e. los heterótrofos).
Tanto los desechos de los organismos como sus restos después de morir, terminan
incorporándose al suelo o a los lechos lacustres o marinos, constituyéndose así en la
fuente principal de energía para una gran diversidad de microorganismos. Estos
descomponedores, como se les conoce colectivamente, constituyen redes tróficas que
llegan a ser, incluso, más complejas que las que se aprecian con especies menores por
encima del suelo.
En última instancia, toda esta energía fijada fotosintéticamente es consumida por los
organismos del ecosistema y regresada a la atmósfera en forma de calor metabólico.
Sin embargo, no toda la energía regresa a la misma velocidad, ya sea porque se
almacena como biomasa, o porque se deposita en forma de materia orgánica del suelo.
Los almacenes de energía por estas vías pueden ser cuantiosos y varían dependiendo
de los ecosistemas. Por ejemplo, en ecosistemas fríos como la tundra, el almacén más
importante de energía lo representa la materia orgánica edáfica, mientras que en
ecosistemas tropicales húmedos el principal almacén se halla en la biomasa por encima
del suelo (tallos, troncos, ramas y hojas).
Ciclos biogeoquímicos
Además de agua y energía, los componentes del ecosistema almacenan e intercambian
materiales en una gran diversidad de tipos, formas y composiciones químicas. Éstos
incluyen desde formas iónicas simples, tales como el amonio, el calcio y los sulfatos,
hasta complejos compuestos orgánicos como: los alcaloides, los carbohidratos y las
proteínas. Estos materiales pueden estar en forma libre y moverse disueltos o
suspendidos en el agua y el aire. O bien, pueden formar parte de grandes complejos o
agregados, ya sean orgánicos (organismos completos o sus partes) o inorgánicos
(rocas, suelo o fracciones de éstos) (Schlesinger 1991).
La fuente principal de los elementos minerales, que circulan en el ecosistema, es el
basamento o substrato geológico sobre el cual éste se desarrolla. A través de procesos
físicos, químicos y biológicos el substrato se intemperiza, liberando elementos minerales
al suelo. El tipo y la cantidad de los minerales liberados depende de factores como su
composición química, su textura, los ciclos de humedecimiento y secado, la dinámica
térmica, los tipos de organismos presentes, etc. Hay substratos jóvenes y muy ricos que
liberan una gran cantidad de elementos minerales, como el material de arrastre que se
acumula en los valles aluviales o las cenizas volcánicas. También hay substratos viejos
y muy pobres que prácticamente no liberan elementos minerales, como las arenas del
desierto, o los suelos fuertemente intemperados de algunas partes del Amazonas
(Jordán 1985).
Aunque en mucha menor cantidad que los procesos relacionados con la intemperie, la
lluvia también incorpora elementos minerales al ecosistema. Su importancia relativa
depende del grado de fertilidad del suelo. En suelos pobres, por ejemplo, la lluvia
constituye una importante fuente de elementos minerales para el ecosistema. Para el
caso de los ecosistemas acuáticos, la mayor cantidad de nutrientes ingresa al sistema
vía el agua y los materiales arrastrados por sus afluentes.
Las plantas absorben elementos minerales del suelo a través del torrente de
evapotranspiración. Esto es, si las plantas no transpiran, no se alimentan. Es por ello
que hay una correlación positiva entre la transpiración del ecosistema y su
productividad. Las plantas también incorporan materiales, particularmente carbono y
oxígeno, mediante un intercambio gaseoso con la atmósfera a través de los estomas.
Sin embargo, cuando las plantas del ecosistema se encuentran bajo estrés hídrico,
cierran sus estomas como una estrategia para evitar la pérdida de agua por
transpiración, pero con ello no sólo disminuyen la entrada de nutrientes vía absorción,
sino también aquellos que ingresan por intercambio gaseoso.
Las plantas liberan minerales a través del intercambio gaseoso, pero también por
lixiviados o exudados de las raíces. Sin embargo, la vía más importante la constituye la
caída de hojas y la mortandad de raíces finas. En ecosistemas con poca fertilidad en el
suelo, y particularmente para el caso de elementos como el nitrógeno y el fósforo, las
plantas mueven elementos minerales de sus tejidos viejos y senescentes hacia los tallos
o las hojas jóvenes. Este mecanismo de reciclaje dentro de la planta, conocido como
translocación de nutrientes, constituye un importante ahorro en su economía energética
y nutricional (Aerts 1996).
Año con año el suelo recibe grandes cantidades de materia orgánica proveniente de la
caída de hojarasca y la producción de raíces finas. Todo ese material constituye el
alimento de una infinidad de organismos del suelo, desde pequeños vertebrados, hasta
hongos y bacterias, pasando por insectos, nematodos, moluscos y muchos otros.
Finalmente, todo este material es descompuesto hasta formas más simples de
minerales, por lo que al proceso se le conoce como mineralización y en su mayoría está
controlado por los microbios.
A semejanza de lo que se expuso líneas arriba respecto de la energía, en algunos
ecosistemas como los bosques tropicales húmedos del Amazonas, el almacén más
importante de elementos minerales es la biomasa vegetal. Sin embargo, comúnmente
es el suelo el principal banco o almacén de minerales en el ecosistema. En el suelo, no
todos los minerales están igualmente accesibles o disponibles para el resto de los
componentes del ecosistema. Los más móviles son aquéllos que se encuentran
disueltos en el agua edáfica, estando más accesibles para ser absorbidos por las
plantas, pero también para ser arrastrados a horizontes más profundos y fuera del
alcance del sistema radicular. De los diferentes componentes del suelo, las superficies
de las partículas más finas (humus y arcillas) constituyen los almacenes más
importantes. Como estas superficies están cargadas eléctricamente, los nutrientes en
forma iónica se adhieren a estos coloides, lo que evita su arrastre (o lixiviación). Sin
embargo, las raíces y los microorganismos del suelo son capaces de extraer estos
nutrientes adheridos eléctricamente a las partículas del suelo. También están los
nutrientes inmovilizados por los microbios, o almacenados en los tejidos de organismos
que sólo están disponibles para las plantas una vez que éstos mueren y los liberan a la
solución del suelo. Finalmente hay elementos minerales que forman parte estructural de
componentes muy resistentes a la intemperización y mineralización, que, aunque están
presentes en el ecosistema, se encuentran muy poco disponibles.
A diferencia del carbono, el hidrógeno y el oxígeno, que son relativamente abundantes
y disponibles para las plantas en forma de agua y bióxido de carbono, el nitrógeno y el
fósforo son muy escasos, lo cual limita la productividad del ecosistema. El nitrógeno es
abundante en la atmósfera, pero en una forma química que las plantas no pueden
asimilar. Las bacterias del género Rhizobium son capaces de transformar el nitrógeno
en forma disponible para las plantas y son las responsables de una buena parte del
nitrógeno que circula en los ecosistemas. El fósforo es muy poco abundante en el suelo
y, cuando está presente, se encuentra fuertemente fijado o atrapado químicamente, por
lo que tampoco está muy disponible para las plantas. Sin embargo hay
microorganismos, como los hongos, capaces de extraer este fósforo. Muchas raíces han
generado asociaciones simbióticas con bacterias (nódulos) y hongos (micorrizas), lo que
les permite tener más fácil acceso al nitrógeno y al fósforo (Haber y Melillo 1991).
Los diferentes componentes del ecosistema se hallan acoplados tan eficientemente que,
a través de sus interacciones y procesos, mantienen una cerrada dinámica de elementos
minerales, particularmente de nitrógeno y fósforo, estableciendo lo que se conoce como
los ciclos biogeoquímicos. Este reciclaje constituye una propiedad emergente que opera
a nivel de todo el ecosistema, y le confiere una gran estabilidad.