Los Ecosistemas de La Localidad.

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LOS ECOSISTEMAS DE LA LOCALIDAD

¿Qué es ecosistema de mi localidad?


El ecosistema es un lugar donde viven los seres vivos (bióticos) y los elementos no vivos
(abióticos); se relacionan con todo lo que les rodea. Por ejemplo, en el ecosistema de
un bosque, los pájaros, los árboles y los demás seres vivos se relacionan e interactúan
permanentemente con el medio.

¿Qué tipo de ecosistemas podemos encontrar en nuestra localidad o cerca de


ella?
Ecosistemas: es el conjunto de seres vivos en los que sus procesos vitales se
encuentran relacionados.

Dependiendo del lugar donde vivas podrás encontrar diferentes ecosistemas que serán
muy fácil de identificar, ya que poseen características de fácil reconocimiento.

A grandes rasgos se habla de tres tipos de ecosistemas, que a su vez contienen otros
ecosistemas de acuerdo a su entorno. Entre ellos tenemos:

Ecosistema Acuático: los seres vivos que se desarrollan en este ecosistema


pertenecen al agua. Y los podrás encontrar a cada uno con características específicas
en los mares, ríos y lagos.

Ecosistemas terrestres: los podrás encontrar en la superficie de la tierra llamada


biosfera. Y los podrás encontrar en: desiertos, selvas, bosques, matorrales.

Los ecosistemas acuáticos y terrestres comparten otros ecosistemas que son mixtos y
los podrás encontrar en: costas y humedales.

Y por último el tercer gran grupo es el ecosistema aéreo, considerado como el


ecosistema de transición ya que ningún ser vivo lo habita permanentemente, sino que
tiende a la tierra para descansar; algunos pueden ser ubicados en el ecosistema
terrestre.

¿Qué tipo de ecosistemas podemos encontrar en nuestra localidad o cerca de


ella?
Los tipos de ecosistema que podemos encontrar en la localidad o cerca de ella es de
tipo montañoso , y también un ecosistema marino ya que el mundo está compuesto por
un 70% de agua, es decir que estamos rodeados de ella.
Cubre la mayor parte de la superficie terrestre.

Los 6 tipos de ecosistemas:


Los diferentes hábitats que encontramos en la Tierra
La naturaleza se caracteriza por encontrar siempre una manera de adaptarse a las
circunstancias. Sin embargo, no lo hace de manera homogénea, ni a través de un solo
elemento. En la superficie de nuestro planeta, por ejemplo, las principales unidades que
muestran variaciones en el paisaje y las formas de vida que lo habitan se llaman
ecosistemas.
Los ecosistemas son mucho más que simples “estilos” con los que la superficie terrestre
se ornamenta. De hecho, no solo propician la aparición de uno u otro tipo de especie de
animal, vegetal o microorganismo, sino que además hay teóricos que señalan que han
influido radicalmente en el desarrollo de las diferentes culturas y civilizaciones humanas:
el modo en el que desarrollaron hábitos y formas de pensar, y también la manera con la
que ganaron o perdieron poder.

Tipos de ecosistemas
A continuación veremos los principales tipos de ecosistemas, con sus variaciones
climáticas, biológicas y orográficas.

1. Ecosistema marino
Se trata del mayor tipo de ecosistema, ya que cubre la mayor parte de la superficie
terrestre: el 70%, aproximadamente. A pesar de que grandes extensiones de los
diferentes océanos tienen poca concentración de vertebrados, el agua rica en minerales
que contiene bulle de vida por prácticamente todos lados.

Por otro lado, la diversidad de formas de vida también depende del nivel de profundidad
en el que nos encontremos Aunque algunos animales están presentes casi en cualquier
profundidad (destaca el caso de ciertas ballenas), por lo general en las zonas abisales
hay sobre todo organismos pequeños, dado que la materia orgánica disponible es
escasa.

Destacan los pastos marinos de algas, los arrecifes de coral y las fumarolas de las
grandes profundidades marinas.

2. Ecosistemas de agua dulce


Los lagos y los ríos también se basan en el agua, pero son ecosistemas muy distintos a
los de los mares y océanos.

A su vez, hay diferentes subtipos de ecosistemas de agua dulce: los sistemas lenticos,
los loticos y los humedales. Los primeros están compuestos por lagos y estanques, y en
ellos el agua se mueve muy lentamente. Los segundos, en cambio, están formados por
ríos, en los que el agua se desliza con rapidez a causa de la gravedad y el relieve del
paisaje. En los humedales, los elementos del ecosistema están saturados de agua.

En esta clase de ecosistema predominan tipos de vertebrados de tamaño medio o


pequeño, dado que no hay mucho espacio en el que desarrollarse. Algunos de los
animales más grandes que podemos encontrar son peces de la talla del siluro o del
esturión, ciertos tiburones que remontan ríos (como el tiburón toro), rayas y una especie
de foca que habita en los lagos de Finlandia.
3. Ecosistema desértico
Los desiertos se caracterizan por la bajísima frecuencia con la que hay precipitaciones.
Ni la fauna ni la flora son muy variadas, ya que pocas formas de vida grandes pueden
subsistir en condiciones tan duras, y por eso alteraciones en una especie produce
efectos en cadena muy severos.

Los cactus y ciertos arbustos de hoja fina son plantas típicas de los desiertos, mientras
que los reptiles, algunas aves y mamíferos de talla mediana o pequeña también pueden
llegar a adaptarse bien al clima, o al mejor a los bordes del desierto, que no quedan muy
lejos de fuentes de agua y de comida.

Por otro lado, los desiertos no tienen por qué ir de la mano siempre de unas
temperaturas altas; en ciertos casos, en ellos predomina el frío.

4. Ecosistema montañoso
Los relieves muy pronunciados forman montañas y altiplanos cuya verticalidad forma
otra clase de ecosistema a causa de las condiciones climáticas y atmosféricas
características de estas áreas. En estas zonas la vida animal suele ser muy notoria en
zonas bajas y medias, aunque no en los picos escarpados. En estas últimas suele existir
menos biomasa y menos diversidad de animales y plantas, debido al cambio radical de
temperaturas en relativamente poco espacio, entre otras cosas.

Animales como los rebecos, los íbices y ciertos tipos de lobo, así como las aves rapaces
como los buitres y las águilas, suelen ser frecuentes en este hábitat. Por otro lado, en
zonas nevadas la biodiversidad se reduce, y las formas de vida deben procurar
camuflarse.
5. Ecosistema forestal
Este tipo de ecosistema se caracteriza por la densidad de árboles o de flora en general.
Puede dividirse en selva, bosque seco, bosque templado y taiga. En los casos en los
que hay muchos árboles juntos, la diversidad de especies animales suele ser muy alta,
dado que hay muchos nichos ecológicos que pueden ser cubiertos por diferentes formas
de vida. Diferentes especies de árboles permiten tener cerca distintas fuentes de
comida, diferentes tipos de refugios, maneras de moverse por el suelo o por las ramas,
etc.

Hay que tener en cuenta, sin embargo, que la altura juega un papel importante en la
presencia de flora. En muchos lugares. Por encima de los 2500 metros sobre el nivel
del mar no crecen árboles.

Los bosques son extensiones arboladas en las que prima la presencia de unas pocas
especies de árbol.

6. Ecosistema artificial
El ecosistema artificial es aquél en el que la acción del ser humano ha creado espacios
radicalmente distintos a los que existían hasta hace unos pocos milenios.

La presencia de edificios, rascacielos y grandes extensiones cubiertas por luces,


cemento y pavimento hace que algunas especies se adapten a estos entornos y otras
no. Algunos ejemplos claros de estos animales pioneros son las palomas y las cotorras
argentinas de muchas grandes ciudades del mundo, así como los gatos. Estos animales
se benefician de la abundancia de comida y de la relativa ausencia de depredadores
que se deriva de la presencia de humanos en las proximidades. Por otro lado, algunos
animales van colonizando regiones en las que antes nunca habrían podido vivir gracias
al hecho de tener las ciudades como lugares de paso.
Componentes y propiedades de los ecosistemas
Desde principios del siglo pasado los naturalistas reconocían que la naturaleza estaba
estructurada conformando grupos de plantas y animales. Sin embargo el término
ecosistema fue propuesto por Tansley hasta 1935, quien enfatizó que la distribución de
especies y su ensamblaje estaban fuertemente influidos por el ambiente asociado, y por
tanto la comunidad biótica constituía una unidad integral junto con el ambiente físico
(Golley 1993). En sus orígenes, el concepto no fue bien recibido por la comunidad de
biólogos, quienes cuestionaban el carácter teleológico (es decir, vinculado al
cumplimiento de un propósito final) que parecía dársele al ecosistema. Como se verá
más adelante, esa visión “superorganísmica” de los ecosistemas ha sido desechada por
completo.
A diferencia del enfoque analítico y reduccionista que predominó en el pensamiento
ecológico del siglo pasado, el enfoque sistémico parte del axioma de que “el todo es
más que la suma de sus partes” por lo que propone que el estudio y manejo de la
naturaleza debe hacerse en conjunto y no como la suma de sus componentes
individuales. Esto tiene implicaciones importantes cuando uno intenta entender, usar,
conservar o recuperar a la naturaleza y sus recursos. Por ejemplo, más que en
poblaciones y comunidades, los ecólogos de ecosistemas centran su atención en el
ecosistema completo, y así, al atacar los problemas de conservación, en vez de parques
zoológicos o jardines botánicos proponen el establecimiento de reservas naturales. Al
buscar la recuperación de un ecosistema, más que reforestar buscan restaurar los
procesos funcionales. El problema de manejar los recursos naturales no se reduce a la
utilización de unas cuantas especies, sino al ecosistema en su conjunto, incluyendo los
servicios ambientales que este ofrece a la sociedad. Más que la obtención de una alta
productividad y rendimiento agrícola, debe buscarse una cosecha sustentable y con bajo
impacto en el ambiente.
La mejor manera de definir un ecosistema es describiendo sus características y
propiedades (Maass y Martínez-Yrízar 1990). En primer lugar, hay que pensar en los
ecosistemas como sistemas, esto es, en un conjunto de elementos, componentes o
unidades relacionadas entre sí. Cada uno de sus componentes puede estar en
diferentes estados o situaciones; el estado seleccionado del sistema, en un momento
dado, es producto de las interacciones que se dan entre los componentes.
Los componentes del ecosistema son tanto bióticos como abióticos. Los componentes
bióticos incluyen organismos vivos como las plantas, los animales, los hongos y los
microorganismos del suelo (figura 1). Los componentes abióticos pueden ser de origen
orgánico, como la capa de hojarasca que se acumula en la superficie del suelo (mantillo)
y la materia orgánica incorporada en los agregados del suelo. De igual forma, los
componentes abióticos incluyen elementos no orgánicos, como las partículas de suelo
mineral, las gotas de lluvia, el viento y los nutrientes del suelo.
Cuando se estudia un ecosistema no se analiza cada uno de sus componentes por
separado, sino más bien el sistema en su conjunto, analizando las interacciones que se
dan entre componentes, e identificando aquellos mecanismos o procesos que controlan
al sistema. Los dispositivos de control incluyen mecanismos de retroalimentación
positivos y negativos. Los mecanismos de retroalimentación positiva son aquéllos que
sacan al ecosistema del estado particular en el que se encuentra, por ejemplo una lluvia,
la caída de un árbol o la ocurrencia de una sequía. Los mecanismos de
retroalimentación negativa son aquellos que tienden a regresar al ecosistema al estado
previo a la perturbación, por ejemplo, los mecanismos de restauración que se disparan
después de un incendio, la evaporación del agua del suelo después de una lluvia o la
formación de suelo nuevo que compensa aquél que se pierde por erosión.

Modelo conceptual de un ecosistema (modificado de Aber y Melillo 1991).


Hojarasca
Conjunto de hojas secas caído de árboles y plantas y que cubre el suelo.
"el abundante cúmulo de hojarasca en el suelo aporta un fértil humus a la tierra"

Dinámica hidrológica del ecosistema


El agua es un compuesto abundante, esencial e indispensable para la vida. Sus
propiedades físicas y químicas, tales como su alto calor específico, su alto coeficiente
dieléctrico, su carácter bipolar, sus altos puntos de ebullición y de congelamiento, su
alta cohesividad, entre otros, hacen del agua uno de los compuestos químicos más
versátiles de la naturaleza.
El funcionamiento de los ecosistemas resulta controlado, en gran medida, por su flujo
hidrológico. Este es una especie de sistema circulatorio del ecosistema, pues disueltos
en el agua viajan nutrientes de un componente a otro. Además, el movimiento de agua
en el sistema consume enormes cantidades de la energía disponible. Es por ello que la
disponibilidad de agua es uno de los factores más determinantes en la capacidad
productiva de los ecosistemas.
La fuente principal de agua para un ecosistema terrestre es la precipitación pluvial.
Tanto su cantidad anual como su distribución a lo largo del año determinan los patrones
fenológicos y productivos del ecosistema. El patrón de humedad atmosférica, aunque
de menor magnitud en términos de lo que representa la cantidad de agua que aporta al
sistema, también juega un papel relevante al controlar las tasas y demandas de
evapotranspiración por parte de la vegetación.
No toda el agua de lluvia llega a infiltrarse en el suelo, ya que una parte importante es
interceptada por el dosel de la vegetación y el mantillo. Esta agua interceptada, que
puede llegar a representar una buena proporción (en ocasiones más del 50%) del agua
que se precipita, regresa a la atmósfera en forma de vapor de agua. El grado de
intercepción (captación) depende de factores biológicos como la densidad del follaje, el
índice de área foliar, la forma de las copas de los árboles, y el tamaño y forma de las
hojas. Asimismo, factores meteorológicos como baja intensidad de la lluvia, altas
temperaturas del aire y fuertes vientos pueden incrementar enormemente la
intercepción.
El agua que cruza el dosel o escurre por los troncos llega al suelo modificada, en su
composición química y en su energía. Por un lado, el agua de lluvia lava el dosel
acarreando partículas de polvo y lixiviados de las hojas hacia el suelo. Además, el paso
por el dosel modifica el tamaño y velocidad de las gotas de agua y por tanto su energía
cinética. Esto es importante pues no obstante que la energía cinética de las gotas de
agua es muy pequeña, es lo suficientemente fuerte como para romper los agregados
del suelo. Cuando esto sucede las partículas de suelo tapan los micros poros,
generando una costra impermeable al paso del agua. Al no infiltrarse, el agua viaja por
la superficie del suelo generando escorrentía que lo erosiona. La presencia de mantillo
sobre el suelo absorbe esta energía cinética de las gotas de agua, cancelando su efecto
erosivo. Así es que, bajo condiciones naturales, el agua se infiltra normalmente a menos
que la intensidad de la lluvia rebase las tasas de infiltración, lo cual ocurre durante
fuertes tormentas.
El agua que alcanza a cruzar la barrera superficial del suelo es percolada hacia
horizontes más profundos y aquélla que no es retenida en la matriz del suelo, sale del
ecosistema por diversas rutas dependiendo de la topografía del terreno y su
conductividad hidráulica. Como la porosidad del suelo es mayor cerca de la superficie,
el agua sub-superficial viaja más rápidamente pendiente abajo. El agua que sigue una
vía más profunda recarga los mantos acuíferos y tarda más tiempo en volver a aparecer
en escena.
No toda el agua que se infiltra viaja horizontes más profundos, hasta salir del
ecosistema. Una buena parte se almacena en el suelo, dependiendo de la textura y su
contenido de materia orgánica. El agua almacenada en el suelo representa la fuente
hídrica más importante para las plantas. Suelos arcillosos y con altos contenidos de
materia orgánica almacenan más agua que los arenosos y bajos en materia orgánica.
Sin embargo es importante resaltar que los suelos con texturas muy finas retienen
fuertemente el agua; tanto así, que puede ser difícil para las plantas acceder a ese
recurso (Brady 1974).
El agua almacenada en el suelo es absorbida por las plantas, lo cual acarrea elementos
minerales a sus tallos y hojas. El agua finalmente es expulsada por los estomas
mediante el proceso de transpiración. Las pérdidas de agua por transpiración pueden
representar la vía más importante de salida de agua del ecosistema. Esto generalmente
sucede más intensamente en climas subhúmedos con altas temperaturas. Como
veremos más adelante, la transpiración es uno de los procesos que consume mayor
energía en los ecosistemas. En ecosistemas sin limitaciones de agua, como los bosques
tropicales húmedos, la evapotranspiración puede consumir entre el 75% y 90% del total
de la energía disponible. En ecosistemas subhúmedos, las tasas de evapotranspiración
están muy por debajo de las que potencialmente se podrían alcanzar, considerando a
la energía disponible para el proceso.
Balance de energía, productividad y dinámica trófica del ecosistema
La fuente principal de energía de los ecosistemas es el Sol. La radiación solar no
solamente alimenta el proceso de fotosíntesis, sino que además calienta el ambiente y
mantiene en movimiento al aire y al agua en sus diferentes estados. En algunos
ecosistemas la incorporación de materia orgánica en forma de fragmentos de plantas o
desechos de animales constituye también una fuente importante de energía. Tal es el
caso de los ríos, algunos lagos y los fondos marinos, que dependen de esta fuente de
energía para mantener a sus comunidades de heterótrofos.
No toda la radiación solar que llega al ecosistema es utilizada por el mismo. Una
importante proporción se refleja y se pierde de regreso a la atmósfera sin ser
aprovechada. El albedo, como se conoce a este proceso, depende de las características
de la superficie del ecosistema, particularmente de su color. Los suelos obscuros tienen
menor albedo que los suelos claros, y un ecosistema nevado alcanza un albedo superior
al 90%. Las nubes reducen significativamente la entrada de radiación solar al
ecosistema pues poseen altos porcentajes de albedo (Oke 1978).
Del total de energía solar que llega a incorporarse al ecosistema, denominado radiación
neta, una gran proporción (más del 80%) se consume en calentar el aire (flujos de calor
sensible) y/o en evaporar el agua (flujos de calor latente, figura 4).
En ecosistemas acuáticos o con alta disponibilidad de agua, como los bosques
tropicales húmedos, los flujos de calor latente predominan sobre los flujos de calor
sensible. En el caso de los ecosistemas más áridos, los flujos de calor sensible son los
dominantes (figura 5).
Los flujos de calor en el suelo constituyen entre un 10% y 20% de la energía disponible.
Durante el día el suelo se calienta y durante la noche éste irradia el calor de regreso a
la atmósfera. Estos flujos de calor son claves en la dinámica funcional del ecosistema,
pues controlan el ambiente térmico del suelo, sitio de una gran actividad microbiana.

Componentes del balance energético de un ecosistema. Los porcentajes


representan las proporciones de los diferentes flujos, los cuales varían entre
ecosistemas

Relación entre los flujos de calor sensible (QH) y los flujos de calor latente (QE)
para diferentes ambientes naturales
Menos del 2% de la radiación neta es fijada fotosintéticamente por las plantas u
organismos fotosintéticos. No obstante esta proporción tan pequeña, en comparación
con los flujos antes mencionados, la energía fijada por esta vía constituye la principal
fuente de alimento para el resto de los organismos del ecosistema. Un parte de esta
energía fijada, que se denomina productividad primaria bruta, es consumida por los
propios organismos fotosintéticos para mantener su metabolismo. El resto es
almacenada en sus tejidos o biomasa y constituye lo que se denomina como
productividad primaria neta, de la cual dependen los organismos no fotosintéticos del
ecosistema ( i.e. los heterótrofos).
Tanto los desechos de los organismos como sus restos después de morir, terminan
incorporándose al suelo o a los lechos lacustres o marinos, constituyéndose así en la
fuente principal de energía para una gran diversidad de microorganismos. Estos
descomponedores, como se les conoce colectivamente, constituyen redes tróficas que
llegan a ser, incluso, más complejas que las que se aprecian con especies menores por
encima del suelo.
En última instancia, toda esta energía fijada fotosintéticamente es consumida por los
organismos del ecosistema y regresada a la atmósfera en forma de calor metabólico.
Sin embargo, no toda la energía regresa a la misma velocidad, ya sea porque se
almacena como biomasa, o porque se deposita en forma de materia orgánica del suelo.
Los almacenes de energía por estas vías pueden ser cuantiosos y varían dependiendo
de los ecosistemas. Por ejemplo, en ecosistemas fríos como la tundra, el almacén más
importante de energía lo representa la materia orgánica edáfica, mientras que en
ecosistemas tropicales húmedos el principal almacén se halla en la biomasa por encima
del suelo (tallos, troncos, ramas y hojas).

Ciclos biogeoquímicos
Además de agua y energía, los componentes del ecosistema almacenan e intercambian
materiales en una gran diversidad de tipos, formas y composiciones químicas. Éstos
incluyen desde formas iónicas simples, tales como el amonio, el calcio y los sulfatos,
hasta complejos compuestos orgánicos como: los alcaloides, los carbohidratos y las
proteínas. Estos materiales pueden estar en forma libre y moverse disueltos o
suspendidos en el agua y el aire. O bien, pueden formar parte de grandes complejos o
agregados, ya sean orgánicos (organismos completos o sus partes) o inorgánicos
(rocas, suelo o fracciones de éstos) (Schlesinger 1991).
La fuente principal de los elementos minerales, que circulan en el ecosistema, es el
basamento o substrato geológico sobre el cual éste se desarrolla. A través de procesos
físicos, químicos y biológicos el substrato se intemperiza, liberando elementos minerales
al suelo. El tipo y la cantidad de los minerales liberados depende de factores como su
composición química, su textura, los ciclos de humedecimiento y secado, la dinámica
térmica, los tipos de organismos presentes, etc. Hay substratos jóvenes y muy ricos que
liberan una gran cantidad de elementos minerales, como el material de arrastre que se
acumula en los valles aluviales o las cenizas volcánicas. También hay substratos viejos
y muy pobres que prácticamente no liberan elementos minerales, como las arenas del
desierto, o los suelos fuertemente intemperados de algunas partes del Amazonas
(Jordán 1985).
Aunque en mucha menor cantidad que los procesos relacionados con la intemperie, la
lluvia también incorpora elementos minerales al ecosistema. Su importancia relativa
depende del grado de fertilidad del suelo. En suelos pobres, por ejemplo, la lluvia
constituye una importante fuente de elementos minerales para el ecosistema. Para el
caso de los ecosistemas acuáticos, la mayor cantidad de nutrientes ingresa al sistema
vía el agua y los materiales arrastrados por sus afluentes.
Las plantas absorben elementos minerales del suelo a través del torrente de
evapotranspiración. Esto es, si las plantas no transpiran, no se alimentan. Es por ello
que hay una correlación positiva entre la transpiración del ecosistema y su
productividad. Las plantas también incorporan materiales, particularmente carbono y
oxígeno, mediante un intercambio gaseoso con la atmósfera a través de los estomas.
Sin embargo, cuando las plantas del ecosistema se encuentran bajo estrés hídrico,
cierran sus estomas como una estrategia para evitar la pérdida de agua por
transpiración, pero con ello no sólo disminuyen la entrada de nutrientes vía absorción,
sino también aquellos que ingresan por intercambio gaseoso.
Las plantas liberan minerales a través del intercambio gaseoso, pero también por
lixiviados o exudados de las raíces. Sin embargo, la vía más importante la constituye la
caída de hojas y la mortandad de raíces finas. En ecosistemas con poca fertilidad en el
suelo, y particularmente para el caso de elementos como el nitrógeno y el fósforo, las
plantas mueven elementos minerales de sus tejidos viejos y senescentes hacia los tallos
o las hojas jóvenes. Este mecanismo de reciclaje dentro de la planta, conocido como
translocación de nutrientes, constituye un importante ahorro en su economía energética
y nutricional (Aerts 1996).
Año con año el suelo recibe grandes cantidades de materia orgánica proveniente de la
caída de hojarasca y la producción de raíces finas. Todo ese material constituye el
alimento de una infinidad de organismos del suelo, desde pequeños vertebrados, hasta
hongos y bacterias, pasando por insectos, nematodos, moluscos y muchos otros.
Finalmente, todo este material es descompuesto hasta formas más simples de
minerales, por lo que al proceso se le conoce como mineralización y en su mayoría está
controlado por los microbios.
A semejanza de lo que se expuso líneas arriba respecto de la energía, en algunos
ecosistemas como los bosques tropicales húmedos del Amazonas, el almacén más
importante de elementos minerales es la biomasa vegetal. Sin embargo, comúnmente
es el suelo el principal banco o almacén de minerales en el ecosistema. En el suelo, no
todos los minerales están igualmente accesibles o disponibles para el resto de los
componentes del ecosistema. Los más móviles son aquéllos que se encuentran
disueltos en el agua edáfica, estando más accesibles para ser absorbidos por las
plantas, pero también para ser arrastrados a horizontes más profundos y fuera del
alcance del sistema radicular. De los diferentes componentes del suelo, las superficies
de las partículas más finas (humus y arcillas) constituyen los almacenes más
importantes. Como estas superficies están cargadas eléctricamente, los nutrientes en
forma iónica se adhieren a estos coloides, lo que evita su arrastre (o lixiviación). Sin
embargo, las raíces y los microorganismos del suelo son capaces de extraer estos
nutrientes adheridos eléctricamente a las partículas del suelo. También están los
nutrientes inmovilizados por los microbios, o almacenados en los tejidos de organismos
que sólo están disponibles para las plantas una vez que éstos mueren y los liberan a la
solución del suelo. Finalmente hay elementos minerales que forman parte estructural de
componentes muy resistentes a la intemperización y mineralización, que, aunque están
presentes en el ecosistema, se encuentran muy poco disponibles.
A diferencia del carbono, el hidrógeno y el oxígeno, que son relativamente abundantes
y disponibles para las plantas en forma de agua y bióxido de carbono, el nitrógeno y el
fósforo son muy escasos, lo cual limita la productividad del ecosistema. El nitrógeno es
abundante en la atmósfera, pero en una forma química que las plantas no pueden
asimilar. Las bacterias del género Rhizobium son capaces de transformar el nitrógeno
en forma disponible para las plantas y son las responsables de una buena parte del
nitrógeno que circula en los ecosistemas. El fósforo es muy poco abundante en el suelo
y, cuando está presente, se encuentra fuertemente fijado o atrapado químicamente, por
lo que tampoco está muy disponible para las plantas. Sin embargo hay
microorganismos, como los hongos, capaces de extraer este fósforo. Muchas raíces han
generado asociaciones simbióticas con bacterias (nódulos) y hongos (micorrizas), lo que
les permite tener más fácil acceso al nitrógeno y al fósforo (Haber y Melillo 1991).
Los diferentes componentes del ecosistema se hallan acoplados tan eficientemente que,
a través de sus interacciones y procesos, mantienen una cerrada dinámica de elementos
minerales, particularmente de nitrógeno y fósforo, estableciendo lo que se conoce como
los ciclos biogeoquímicos. Este reciclaje constituye una propiedad emergente que opera
a nivel de todo el ecosistema, y le confiere una gran estabilidad.

Servicios ambientales que proporcionan los ecosistemas naturales


El hombre, como todas las especies, obtiene materiales y recursos energéticos de la
naturaleza para llevar a cabo sus actividades. Sin embargo, a diferencia del resto de los
organismos del planeta, la especie humana ha desarrollado tecnologías que le permiten
apropiarse de una enorme cantidad de recursos (y usualmente con gran rapidez), al
punto que muchos de ellos se han agotado por completo. Se ha calculado que el hombre
utiliza un 40% de la productividad primaria neta del planeta, y un equivalente de los
recursos hídricos disponibles (Vitousek et al. 1986, Postel et al. 1996). Se ha
documentado la desaparición de un gran número de especies como resultado de la
sobreexplotación de sus poblaciones. Sin embargo, la causa más seria de extinción de
especies no es una acción directa producto de la captura y extracción de los organismos,
sino más bien una consecuencia de la destrucción de sus ámbitos naturales. Más aún,
varios autores coinciden en aseverar que más que un problema de escasez de recursos
naturales, el problema es la disminución en la calidad de vida de la gente, lo que está
determinando las necesidades de conservación de la naturaleza (Jordán 1995). El
argumento es que, como mencionamos al comienzo del escrito, al transformar los
ecosistemas naturales se pierden también servicios ambientales esenciales para el
mantenimiento del sistema de soporte de vida del planeta. Así, por ejemplo, la calidad,
la cantidad y la temporalidad del agua que llega cuenca abajo, dependen de una
infinidad de procesos funcionales que se dan en el ecosistema, por lo que si este es
modificado, se altera el recurso hidrológico que brinda.
Se ha clasificado a los servicios ecosistémicos en categorías como: de provisión, de
regulación, culturales y de soporte. Los servicios de provisión son aquellos bienes
tangibles, recursos finitos aunque renovables, de apropiación directa, que se pueden
medir, cuantificar e incluso poner precio. Tal es el caso del agua que extraemos de un
pozo, las nueces que colectamos de un nogal, o el suelo en el que cultivamos (Daily et
al. 1997).
Además de los servicios de provisión directa, los ecosistemas en su conjunto nos
proveen de mecanismos de regulación de la naturaleza que benefician al entorno en el
que se desarrolla la población humana. Se trata de propiedades emergentes de los
ecosistemas, tales como el control de inundaciones, la resistencia a los ciclos e
incendios, y el control del albedo (Daily et al. 1997)
También están los bienes intangibles cuya importancia surge de la percepción individual
o colectiva de su existencia. Estos servicios que dependen fuertemente del contexto
cultural, son fuentes de inspiración para el espíritu humano. Aunque es muy difícil, y en
ocasiones imposible, asignarles un precio, son fácilmente identificables, como por
ejemplo, la belleza escénica de un cuerpo de agua (arroyos, cascadas, humedales,
piletas u otros), el aire fresco y limpio, el olor a tierra mojada después de una lluvia o la
sombra de un ahuehuete milenario.
Finalmente, están una larga lista de servicios ambientales, poco conocidos y entendidos,
pero sumamente importantes pues dan soporte al resto de los servicios (culturales, de
regulación y de provisión). Se trata de los procesos ecológicos básicos que mantienen
al ecosistema funcionando. Estos servicios no necesariamente tienen un beneficio
directamente tangible por la sociedad, pero de manera indirecta le resultan sumamente
beneficiosos. Estamos hablando de procesos hidrológicos, como el acarreo de
nutrientes y el transporte de materiales, la retención y almacenamiento de nutrientes en
el suelo, la regulación de poblaciones de plantas, animales, hongos y otros, y el
mantenimiento de una concentración de gases favorable en la atmósfera.
El concepto de servicios ambientales incorpora una nueva perspectiva al problema del
manejo de recursos naturales. Estando los procesos ecológicos tan vinculados unos con
otros, el manejo de la naturaleza, sus recursos y sus servicios debe hacerse de manera
integrada. Asimismo, al reconocer que los procesos ecológicos son en realidad servicios
que benefician al hombre, la tarea de conservarlos y manejarlos adecuadamente se
hace más fácil, pues es claro el beneficio que ello conlleva. Los economistas consideran
que la mejor manera de conservarlos es dándoles un valor que les permita incorporarlos
al mercado. Sin embargo, eso no ha sido fácil, sobre todo cuando se trata de los
servicios culturales y de sostén. Una alternativa ha sido crear incentivos económicos y
subsidios para proteger dichos servicios, tales como los bonos de carbón y el pago por
conservar áreas con vegetación natural.

El manejo de ecosistemas (explotación, conservación y restauración ecológica)


El hombre, al apropiarse de los recursos que la naturaleza le brinda, cambia el estado
de algunos de los componentes del ecosistema. Dadas las relaciones funcionales que
ocurren entre los diferentes componentes, al cambiar el estado de unode ellos se afecta,
en mayor o menor grado, al resto de los componentes del sistema. Frecuentemente el
impacto de las actividades humanas no se ve de manera inmediata. Más aún, algunas
veces el impacto se da en lugares muy distantes al sitio en donde se efectuó la actividad
humana. Esto dificulta asociar un impacto en el ambiente con su fenómeno causal.
La respuesta de un ecosistema a la intervención humana varía enormemente
dependiendo de la intensidad, la frecuencia y el área afectada por la perturbación
(Jordan 1985). Así, por ejemplo, no es lo mismo tumbar árboles con un hacha que
derribarlos con un buldózer. Tampoco tendrá el mismo impacto un incendio que ocurre
cada 20 años que una quema año tras año. Asimismo, la respuesta del ecosistema a
una transformación de unos cuantos metros cuadrados será muy diferente a la de una
deforestación de cientos de hectáreas.
No todos los ecosistemas tienen la misma vulnerabilidad a la intervención humana. Una
misma perturbación tendrá un efecto muy diferente bajo condiciones de clima,
topografía, suelo y vegetación diferentes. Así, por ejemplo, la pérdida de cobertura
vegetal tendrá un impacto menor en una zona plana que en una zona con pendiente
pronunciada, pues en esta última la erosión será mucho más acelerada. De igual forma,
un suelo con agregados estables, resistirá mejor a la compactación por el paso de la
maquinaria agrícola, que un suelo sin agregados.
Es importante distinguir entre la resistencia y la resiliencia de un ecosistema (Holling
1973). La primera hace referencia a la capacidad que éste tiene para absorber los
efectos de una perturbación. La resiliencia, en cambio, se refiere a la capacidad que
tiene el ecosistema para regresar lo más posible a su estado previo a la perturbación.
Por ejemplo, la gruesa corteza de los pinos les permite resistir al fuego, mientras que la
capacidad de rebrote de algunas especies es más bien una propiedad de resiliencia. La
estabilidad de un ecosistema es el resultado de estas dos propiedades. Ante
perturbaciones de baja magnitud, el ecosistema generalmente se recupera sin muchos
problemas. Sin embargo, ante eventos de gran magnitud, la recuperación del sistema
se vuelve más difícil. En algunos casos la transformación del ecosistema es de tal
severidad que, aun cesando la perturbación, éste ya no regresa a un estado similar al
original.
La ecología enfocada a ecosistemas está aportando herramientas conceptuales muy
útiles para disminuir el impacto negativo de las actividades humanas sobre los
ecosistemas naturales. Estos principios, que de manera muy resumida han sido
discutidos en el presente trabajo, están ayudando a encontrar formas más sustentables
de manejar a los ecosistemas, ya sea para explotar sus recursos y servicios, o para
restaurarlos o mantenerlos como sitios de conservación. Christensen et al. (1996)
definieron el manejo de ecosistemas como «el manejo guiado por metas explícitas,
ejecutado mediante políticas, protocolos y prácticas específicas, y adaptable mediante
un monitoreo e investigación científica basada en nuestro mejor entendimiento de las
interacciones y procesos ecológicos necesarios, para mantener la composición,
estructura y funcionamiento del ecosistema”.
Stanford y Poole (1996), proponen que un programa de manejo debiera comenzar con
una evaluación y síntesis del conocimiento base sobre los procesos que estructuran y
mantienen funcionando al ecosistema (figura 6).
Esta primera fase permite definir el ecosistema, identificando claramente qué procesos
ecológicos y qué componentes del ecosistema son los más relevantes en el control y/o
mantenimiento de la integridad estructural y funcional del mismo. Asimismo, permite
establecer las escalas espaciales y temporales en las que se dan estos procesos
funcionales. La definición de objetivos permite desarrollar una estrategia de manejo para
alcanzarlos, en la cual, mediante un proceso iterativo con los diferentes sectores
sociales involucrados, tanto objetivos como estrategias se afinan hasta lograr un
esquema consensuado con la población y, por tanto, con mayor factibilidad de
implementación exitosa.

Pasos a seguir en el manejo de ecosistemas


Es importante enfatizar que la complejidad de los ecosistemas, aunada al hecho de que
aún se sabe poco sobre su funcionamiento y exacerbado todo ello con la amenaza del
cambio global, hace que normalmente se trabaje bajo condiciones de alta incertidumbre.
Esto es, los esquemas de manejo se elaboran sin tener plena certeza sobre los posibles
impactos que éstos tendrán en el ecosistema. Es por ello que el impacto de un programa
de manejo en el corto mediano y largo plazo debe ser evaluado continuamente, a fin de
corregir cualquier desviación generada, ya sea por una mala implementación o por la
aparición de efectos no previstos. Al incorporar un proceso de investigación y monitoreo
en los esquemas de manejo de ecosistemas, se establece un mecanismo que permite
retroalimentar el proceso de manejo en su fase inicial. Este mecanismo, de adaptar el
esquema de manejo a las nuevas condiciones, se conoce como «manejo adaptativo»
(Holling 1978, Walters 1986).
Un elemento central en el proceso de manejo de ecosistemas es el de identificar
claramente el objetivo de manejo. Para ello, es de suma importancia incorporar a los
diferentes sectores sociales en el proceso de identificación de objetivos, en un ejercicio
participativo. No sólo aquéllos que participan directamente en el programa de manejo,
sino también aquéllos que tienen injerencia o que se ven afectados indirectamente por
el proceso.

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