Textos Literarios Románticos 4 de Eso
Textos Literarios Románticos 4 de Eso
Textos Literarios Románticos 4 de Eso
1º.- Fragmento del Capítulo IV, Frankenstein o el Prometeo moderno de Mary Shelley
A partir de aquel día, las ciencias naturales y más particularmente la química, se convirtieron casi en mi
única ocupación. Leía con ardor los libros llenos de genio, inteligencia y sabios conceptos, que los modernos
investigadores han escrito sobre estos temas. [...]
Uno de los fenómenos que más había llamado mi atención era la composición del cuerpo humano, y en
general la de cualquier ser vivo. Me preguntaba con demasiada frecuencia de dónde podía proceder el principio de
la vida. Aquella era una osada pregunta, cuya respuesta había permanecido siempre en el incógnito más riguroso;
son numerosos los secretos que el temor y la falta de cuidado obligan a
permanecer en el misterio. Cuando llegué a esta conclusión, decidí dedicarme
especialmente a la rama de las ciencias naturales que estudiaba la fisiología. De
no estar animado por un entusiasmo casi sobrehumano, mi afición por estos
estudios hubiera sido en extremo fatigosa, por no decir insoportable. Para
examinar las causas de la vida es preciso estudiar antes la muerte; así es que
me dediqué al estudio de la anatomía. Pero esto no me bastó, y me vi obligado a
concentrarme en el estudio del marchitamiento y la corrupción del cuerpo
humano después de la muerte. [...]
En el curso de mi educación familiar, mi padre había hecho todo lo posible para que mi mente no fuese
impresionada por prejuicios sobrenaturales, y no recuerdo haber temblado nunca por causa de ningún cuento
fantasmagórico o supersticioso. La oscuridad no afectaba para nada mi imaginación, y en un cementerio no veía
yo otra cosa que un lugar donde se depositan los cuerpos humanos privados de vida, para ser pasto de los
gusanos. Pues bien, ahora, al dedicarme a examinar las causas y las etapas de esa descomposición, me veía
obligado a permanecer días enteros en panteones y osarios, es decir, en lugares y con fines que por lo general
son considerados desagradables para la delicadeza de los sentimientos humanos. Comprobé cómo la belleza del
hombre y su armonía se descomponían hasta convertirse en desechos despreciables; observé cómo el rojo color
de las mejillas era sustituido por la coloración pálida de la muerte, y cómo un simple gusano se alimentaba de las
maravillas que son los ojos y el cerebro. Analicé con todo detalle las causas por las que se produce el paso de la
vida a la nada y de la muerte a la vida, hasta que de aquella oscuridad salió una luz que iluminó mi espíritu,
desconcertándome, como es lógico, al saberme el único descubridor de un secreto perseguido con avidez por
tantos hombres de genio.
[...] Después de días y noches de trabajo sin reposo, conseguí descubrir las causas que generan la vida, y,
todavía más, me sentí capaz de dar vida a una materia inanimada.
Así fue como, dominado por estas sensaciones, me lancé a la creación de un ser humano. Dado que
algunas partes del cuerpo son de muy minúsculas dimensiones, lo cual representaba un obstáculo para progresar
con rapidez, resolví dejar a un lado mi idea inicial y hacer un ser de proporciones gigantescas, que midiese ocho
pies de alto. Tras haber tomado esta determinación y dedicado algunos meses a recoger y preparar todo lo
necesario, comencé mi tarea. [...]
Cuando creía haber alcanzado el éxito, caía en el más rotundo fracaso; pero nada podía hacerme desistir
de creer que al momento siguiente, o quizá unos días después, acabaría por conseguirlo. El secreto que yo poseía
se había convertido en el fin al cual dedicaba por completo mi existencia, y la luna era la compañera de mis arduos
trabajos nocturnos, con los que tan decidido estaba a perseguir a la naturaleza hasta su más hermético refugio.
Nadie podría sentir el horror de mis esfuerzos, llevados a cabo en el más riguroso de los secretos, cuando me
salpicaba el barro de las tumbas o torturaba a un animal vivo para dar vida precisamente a la materia inerte. [...]
Llegué a profanar a los sepulcros en busca de huesos, violé con mis sacrílegos dedos los secretos más
profundos de la constitución del hombre ...
En una solitaria habitación -quizá sería mejor decir una celda- tenía yo mi taller. Allí, en lo alto de la casa
donde vivía y separado de los demás por un pasadizo y una escalera, me dedicaba al repugnante estudio de los
materiales que obtenía, muchos de ellos facilitados por la sala de disección y el matadero. Más de una vez le fue
imposible a mi naturaleza humana dominar el asco que aquel trabajo me producía, aunque no por eso dejé de
proseguir con mis trabajos para llegar a alguna conclusión.
Fragmento de Un reo de muerte de Mariano José de Larra
[…] Llegada la hora fatal, entonan todos los presos de la cárcel, compañeros de destino del sentenciado, y
sus sucesores acaso, una salve en un compás monótono, y que contrasta singularmente con las jácaras y coplas
populares, inmorales e irreligiosas, que momentos antes componían, juntamente con las preces de la religión, el
ruido de los patios y calabozos del espantoso edificio. El que hoy canta esa salve se la oirá cantar mañana.
Enseguida, la cofradía vulgarmente dicha de la Paz y Caridad recibe al reo, que, vestido de una túnica y
un bonete amarillos, es trasladado atado de pies y manos sobre un animal, que sin duda por ser el más útil y
paciente es el más despreciado; y la marcha fúnebre comienza.
Un pueblo entero obstruye ya las calles del tránsito. Las ventanas y balcones están coronados de
espectadores sin fin, que se pisan, se apiñan y se agrupan para devorar con la vista el último dolor del hombre.
- ¿Qué espera esa multitud? - diría un extranjero que desconociese las costumbres -¿Es un rey el que va
a pasar, ese ser coronado que es todo un espectáculo para el pueblo? ¿Es un día solemne? ¿Es una pública
festividad? ¿Qué hacen ociosos esos artesanos? ¿Qué curiosea esta nación?
Nada de eso. Ese pueblo de hombres va a ver morir a un hombre.
-¿Dónde va?
-¿Quién es?
-¡Pobrecillo!
- Merecido lo tiene.
-¡Ay, si va muerto ya!
-¿Va sereno?
-¡Qué entero va!
He aquí las preguntas y expresiones que se oyen resonar en derredor. Numerosos piquetes de infantería y
caballería esperan en torno del patíbulo (...) ¡Siempre bayonetas en todas partes! ¿Cuándo veremos una sociedad
sin bayonetas? ¡No se puede vivir sin instrumentos de muerte! Esto no hace, por cierto, el elogio de una sociedad
ni del hombre (...)
Un tablado se levanta en un lado de la plazuela: la tablazón desnuda manifiesta que el reo no es noble.
¿Qué quiere decir un reo noble? ¿Qué quiere decir garrote vil? Quiere decir indudablemente que no hay idea
positiva ni sublime que el hombre no impregne de ridiculeces.
Mientras estas reflexiones han vagado por mi imaginación, el reo ha llegado al patíbulo (...) Las cabezas
de todos, vueltas al lugar de la escena, me ponen delante que ha llegado el momento de la catástrofe; el que sólo
había robado acaso a la sociedad, iba a ser muerto por ella; la sociedad también da ciento por uno; si había hecho
mal matando a otro, la sociedad iba a hacer bien matándole a él. Un mal se iba a remediar con dos. El reo se
sentó por fin. ¡Horrible asiento! Miré el reloj: las doce y diez minutos; el hombre vivía aún... De allí a un momento,
una lúgubre campanada de San Millán, semejante al estruendo de las puertas de la eternidad que se abrían,
resonó por la plazuela.
El hombre no existía ya; todavía no eran las doce y once minutos. “La sociedad, exclamé, estará ya
satisfecha: ya ha muerto un hombre”.
Gustavo Adolfo Bécquer. Rimas y leyendas.
Rima LXXVII
Dices que tienes corazón, y sólo
lo dices porque sientes sus latidos.
Eso no es corazón...; es una máquina,
que, al compás que se mueve, hace ruido.
Rima LII
Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre la sábana de espumas,
¡llevadme con vosotras!
Ráfagas de huracán que arrebatáis
del alto bosque las marchitas hojas,
arrastrado en el ciego torbellino,
¡llevadme con vosotras!
Nube de tempestad que rompe el rayo
y en fuego ornáis las sangrientas orlas,
arrebatado entre la niebla oscura,
¡llevadme con vosotras!
Llevadme, por piedad, a donde el vértigo
con la razón me arranque la memoria.
¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme
con mi dolor a solas!
Rima LIII
Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.
Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
¡esas... no volverán!.
Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.
Pero aquellas, cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
¡esas... no volverán!
Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.
Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido...; desengáñate,
¡así... no te querrán!
Rima LXVI