Safranski, Rüdiger - Romanticismo. Una Odisea Del Espíritu Alemán
Safranski, Rüdiger - Romanticismo. Una Odisea Del Espíritu Alemán
Safranski, Rüdiger - Romanticismo. Una Odisea Del Espíritu Alemán
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Nació en 1945 en Rottweil, Baden-Württen-
berg (Alemania). Filósofo, ensayista y autor
de prestigiosas biografías dedicadas a grandes
personajes de la cultura alemana, estudió filo
sofía, historia, germanística e historia del arte
en Frankfurt del Meno y Berlín. Desde 2002
modera, junto al también filósofo Peter Slo-
terdijk el popular programa televisivo «Das
Philosophische Quartett». Sus obras le han va
lido premios como el Friedrich Márker 1995,
el Ernst Robert Curtius 1998 y el Friedrich
Nietzsche 2000. Además de los ensayos El mal
y éCuánta globalización podemos soportar Tus-
quets Editores ha publicado sus célebres bio
grafías tituladas Un maestro de Alemania. Hei-
deggery su tiempo-, Nietzsche. Biografía de supen
samiento-, SchiUer o La invención del idealismo ale
mán-, Schopenhauery los años salvajes de lafiloso
fía y Goethey Schiller. Historia de una amistad.
La magistral traducción de Romanticismo, de
bida a Raúl Gabás, ha merecido el Premio
Ángel Crespo 2011.
ccéV
Rüdiger Safranski
en Fábula
181. Nietzsche
Biografía de su pensamiento
209. Un maestro de Alemania
Martin Heidegger y su tiempo
246. El mal
329.Schopenhauer
y los años salvajes de la filosofía
333. Schiller
o La invención del idealismo alemán
341. Romanticismo
Una odisea del espíritu alemán
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Rüdiger Safranski
Romanticismo
Una odisea del espíritu alemán
Traducción del alemán de Raúl Gabás
FÁBULA
tusQ uets
Título original; Romantik. Eine deutsche Affare
1.* edición en colección Tiempo de Memoria: mayo de 2009
1.* edición en Fábula: febrero de 2012
© Cari Hanser Veriag, Munich - Viena, 2007
© de la traducción: Raúl Gabás Pallás, 2009
Diseño de la colección: adaptación de FERRATERCAMPINSMORALES
de un diseño original de Pierluigi Cerri
Ilustración de la cubierta: A u f dem (1818-1819), de Gaspar David Friedrich, óleo sobre lienzo,
71 X 56 cm. © de la fotografía: The State Hermitage Museum, San Petersburgo.
Reservados todos los derechos de esta edición para
Tusquets Editores, S.A. - Gesare Gantü, 8 - 08023 Barcelona
www.tusquetseditores.com
ISBN: 978-84-8383-386-5
Depósito legal: B. 420-2012
Impresión y encuademación: Liberdúplex, S.L.
Impreso en España
Queda rigurosamente prohibida cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transfor
mación total o parcial de esta obra sin el permiso escrito de los titulares de los derechos de explotación.
índice
Prólogo............................................................................................... 13
Primera parte: El Romanticismo
1 19
Comienzo romántico: Herder se hace a la mar - Inventar de nuevo la
cultura - Individualismo y las voces de los pueblos - Sobre al balan
ceo de las cosas en el torrente del tiempo
2 30
De la revolución política a la estética - Impotencia política y auda
cia poética - Schiller incita al gran juego - Los románticos preparan
su entrada en escena
3 47
El siglo manchado de tinta - Despedida de la sobriedad ilustrada -
De lo extraordinario a lo prodigioso - Friedrich Schlegel y la carre
ra de la ironía - El bello caos - La hora de los dictadores críticos -
Convertir el mundo en una obra de arte
4 66
Fichte y el placer romántico de ser un yo - Exuberancia del corazón
- Creaciones de la nada - La sociabilidad romántica - La legendaria
comunidad de morada en Jena - Vuelos a las alturas y miedo a la
caída
5 82
Ludwig Tieck - En la fábrica de literatura - Los excesos del yo en
William Lovell - Sátiras literarias - El virtuoso de la pluma se en-
cuentra con un Wackenroder devoto del arte - Dos amigos a la bús
queda de la realidad de sus sueños - Noche mágica bajo el resplan
dor de la Luna y la época de Durero - El Monte de Venus en el cre
púsculo - Las peregrinaciones de Franz Sternbald
6 ....................................................................................................... 100
Novalis - Amistad con Schlegel - Junto al lecho de Schiller enfermo
- Sophie von Kühn - Amor y muerte - Sobre el placer de trascen
der - Himnos a la noche - Al descubierto, subterráneo - Los miste
rios de la montaña - La cristiandad o Europa - Allí donde no hay dio
ses, acechan los fantasmas
7 121
Religión romántica - Inventar a Dios - Experimentos de Schlegel -
La entrada en escena de Friedrich Schleiermacher: religión es senti
do y gusto para lo infinito - Religión más allá del bien y del mal -
Eternidad en el presente - Redención por la belleza del mundo - En
torno a la vida de un virtuoso de la religión
8 136
Lo bello y la mitología - El más antiguo programa de un sistema
del idealismo alemán - Mitología de la razón - De la razón del fu
turo a la verdad del origen - Corres, Creuzer, Schlegel y el descu
brimiento del Oriente - La otra antigüedad - Los dioses de Holder-
Un - Su presente y su pasado - Desaparecer en la imagen
9 155
Política poética - De la revolución al orden católico - Idea román
tica del imperio - Schiller y Novalis sobre la nación cultural - La na
ción de Fichte - Del yo al nosotros - La sociedad como seno ma
terno - Adam Müller y Edmund Burke - Lo popular - Romanticismo
de Heidelberg - Guerra de liberación - Romanticismo en armas -
Odio a Napoleón - Kleist como genio del odio
10 174
Malestar romántico por la normalidad - Desencanto ilustrado - Lo
racional y lo instrumental - Orgullo y sufrimiento de los artistas -
Kreisler - Crítica de los filisteos - Pérdida de la diversidad - Espíri
tu de la geometría - Aburrimiento - El dios romántico contra el gran
bostezo - El lírico «como si»
11 .................................................................................... 189
Marchas e interrupciones románticas - EichendorfF - Viaje sin rum
bo - Cantos de sirenas - Confianza en Dios - En la ventana - El
poeta y sus compañeros - Poesía de la vida - Ironía piadosa - Tu
nante - El loco en Cristo - E.T.A HofiFmann: con mano suave - Sin
arraigo firme - El jugador - Estética del terror - El paraíso está al lado,
pero también el infierno - La princesa Brambilla y la gran risa - So
ñador escéptico
Entre los «talentos forzados», de los que Goethe hablaba con cier
ta condescendencia, el más «forzado» era sin duda Ludwig Tieck, Mien
tras al principio los hermanos Schlegel se limitaban a desarrollar las
doctrinas románticas, el joven Tieck creó entre 1795 y 1800, con in
creíble rapidez y facilidad, una serie de obras que en realidad eran tan
románticas como los teóricos se las habían imaginado. Friedrich Schle
gel, cuando lo conoció personalmente en 1798, lo calificó de «hombre
muy corriente». Poco más tarde lo proclamó genio.
En el joven Tieck se encuentra ya todo lo que va unido al Ro
manticismo.
Noche mágica con Luna esplendorosa,
mi sentido bajo tu fuerza está cautivo,
un prodigioso mundo de mil hechizos
con el antiguo esplendor asciende ahora
(El emperador Octaviano,
A ello hay que añadir el nihilismo romántico de su novela episto
lar William Lovell (1795) y la ironía romántica de las comedias satíricas
El gato con hotos y El mundo al revés. Tieck escribe el primer cuento ro
mántico, El rubio Eckbert (1797), y con sus relatos sobre Tannhauser fun
da un mito romántico que influye poderosamente hasta Wagner y las
fantasías del Monte de Venus en el siglo XX. Junto con Wackenroder, es
el inventor del Romanticismo de Nuremberg, de la veneración rendida
a Durero y de la religión del arte en los rafaelitas. Más tarde los naza
renos seguirán las huellas de Tieck. Su obra Las peregrinaciones de Franz
Stemhald (1798) es el modelo de la novela romántica de artista, que No-
valis y otros tomarán como norma. Tieck participó esencialmente en el
nuevo descubrimiento de los antiguos libros populares de Alemania, de
la canción de los Nibelungos y de la canción europea de amor cortés,
no sólo en el plano filológico, sino también en el poético. En la bús
queda de lo romántico antes del Romanticismo, descubrió la olvidada
literatura inglesa y española. De su traducción del Quijote dirá Thomas
Mann que muestra «la lengua germana en su nivel más dichoso».
Ludwig Tieck pone en práctica lo que Friedrich Schlegel esboza
teóricamente: la «progresiva poesía universal». Domina casi todos los gé
neros literarios, juega con pensamientos y temples de ánimo, encanta
con tonos líricos. Todo le sale con suma facilidad; y precisamente esto
se convertirá en un problema para él.
Había nacido en Berlín en 1773. Era hijo de un maestro cordelero
relativamente acaudalado en relación con su oficio. El padre se distin
guía por hacendoso, práctico y ávido de formación, algo que hay que
agradecer a la Ilustración popular en Berlín. Envió a su dotado hijo
al Friedrichs-Gymnasium. Ludwig era considerado un niño prodigio.
A los cuatro años leía la Biblia, a los diez aprendió de memoria el dra
ma de Goethe Gótz von Berlichingen. A los catorce años había leído ya
la estantería de libros de su padre. Luego llegó el tumo de las biblio
tecas de préstamo. Sencillamente, lo leía todo, y lo mezclaba todo de
forma salvaje, las historias de bandoleros de Vulpius, las piezas teatra
les de Lessing, las novelas de Grosse, con argumentos basados en ligas
secretas, las Confesiones de Rousseau, las novelas caballerescas de Spiess,
el Werther y los relatos de viajes de Nicolai. Tenía seis años cuando vi
sitó un teatro por primera vez. A los doce escribía obras para títeres
y las representaba ante Friedrich, su hermano menor, que más tarde
llegó a ser un escultor importante. Como alumno de sexto curso de
bachillerato tradujo dos veces la Odisea, primero en prosa y luego en
hexámetros. En una húmeda tarde otoñal leyó en el parque el Hamlet
de Shakespeare. Se había hecho con el ejemplar de un compañero y en
el camino de regreso a casa desde la escuela quería simplemente repa
sar con rapidez el índice de personajes, pero ya no pudo despegarse
del texto. Leyó la pieza sin respirar y plenamente absorto en ella; cuan
do hubo terminado, se encontró empapado y tieso de frío junto a las
tristes farolas de aceite, que ya estaban encendidas. Fue la vivencia de
un despertar. Luego leyó todo Shakespeare en la traducción en prosa
de Eschenburg. Se mantuvo el encanto, pero creció también la per
suasión de que era necesario emprender un nuevo ensayo de traduc
ción. Siendo todavía alumno, inició la traducción y el comentario de
La tempestad. Saltó de alegría cuando más tarde aparecieron las nuevas
versiones de A.W. Schlegel, y a la muerte de éste, él mismo terminará
la empresa. Al padre, poco amigo de todo lo salvaje, le inquietaba la
pasión del hijo por Shakespeare: «¡Sólo ha faltado esto para volverte
completamente loco!».
Los profesores en la escuela no sólo lo promovieron, sino que tam
bién lo utilizaron. August Ferdinand Bernhardi, que más tarde sería su
cuñado, y Friedrich Rambach, ambos tan sólo un poco mayores que
su alumno, habían puesto en marcha una fábrica de literatura. Com
ponían novelas sensacionaHstas, novelas de ladrones y de caballería
para el gusto de las masas. Aprovechaban la colaboración del dotado
alumno, que podía mejorar y complementar ciertas escenas. Se le da
ban tan asombrosamente bien las descripciones de paisajes, de temples
de ánimo, de estados psicológicos, que a la postre los profesores con
fiaron al inteligente alumno escenas enteras, y, en especial, el impor
tante asunto de los desenlaces. Con increíble rapidez, Tieck aprendió
cómo se puede hacer literatura a partir de la literatura y cómo acertar
con el gusto del público.
Ludwig Tieck pertenecía a la generación que en Werther y Rous
seau aprendió a «sentirse a sí mismo», como se decía entonces. Y por eso
le atormentaba el hecho de que, con tanta literatura, se le escapaba el
propio yo, que concebía como algo nuclear. Dominaba la descripción
de escenas horribles y sentimentales, y, sin embargo, apenas había ex
perimentado nada. Sabía manejarse a la perfección en descripciones de
estranguladores, espadachines y muchachas nobles, pero no pasaba
de ser un joven pubescente, aunque muy capacitado. Así, el arte y la vida
se hallaban en él en una peligrosa desproporción. En una carta com
paró su vida sentimental con el movimiento de las nubes en el cielo.
Éstas forman figuras con rápidos cambios, que no pueden agarrarse,
pues carecen de sustancia. Ahora bien, mientras que las nubes descu
bren un sonriente cielo azul cuando se retiran, los sentimientos litera
rios, al desaparecer, dejan un vacío absoluto y acongojante. Con febril
productividad intenta escapar de este vacío y, sin embargo, nunca pue
de deshacerse por entero del sentimiento de nulidad, roborado por el
desdén que le merece el gusto de las masas, a las que sirve. En instan
tes despiadados nota que se desprecia a sí mismo, aun cuando su ra
pidez en el trabajo le atraiga el reconocimiento de ambos profesores y
algo de dinero.
De estos sentimientos de nulidad, vacío y desprecio de sí mismo
trata su primera novela, William Lovell, escrita durante su época de es
tudios y que ya no fue concebida para la fábrica de literatura de Ram-
bach. El horror ante unos sentimientos puramente literarios, que no
contienen suficiente realidad se advierte con claridad en esta novela
epistolar sobre un joven inglés de familia acaudalada, cuya inconsis
tencia interna lo convierte en víctima de un refinado plan de seduc
ción. William Lovell escribe a su amigo:
¿No me muevo por esta vida como un sonámbulo, como un ciego con
los ojos abiertos? Todo lo que me sale al paso es una quimera de mi fan
tasía interior. [...] Desierto y caótico yace todo a mi alrededor [...]. Como
con una varilla mágica golpea el hombre en el desierto, y de pronto
saltan juntos los elementos enemigos, todo fluye para compenetrarse en
una imagen clara. Pasa a través de todo ello, y su mirada, que no puede
volver atrás, no percibe cómo a sus espaldas todo se separa de nuevo y se
hace pedazos.
Tieck escribe estas palabras antes de conocer la filosofía del yo de
Fichte y su construcción del mundo a partir de la imaginación. La pro
pia experiencia y la propia duda de sí mismo en la producción de una
pseudovida literaria bastaban para poder escribir: «Sólo a mí enfrente
me encuentro, / en los espacios vacíos de un desierto». Tieck verá con
firmadas sus anteriores experiencias con los abismos de la imaginación
cuando finalmente conozca en Jena a Fichte en el año 1799. En él, el
poeta file más rápido que el filósofo.
Cuando Tieck escribe la novela William Lovell, todavía es un estu
diante, y su padre se muestra indignado con él porque se niega a ter
minar unos estudios que le permitan ganarse el pan. En Halle, Gotin-
ga, Erlangen y de nuevo en Gotinga visita las bibliotecas, lee y escribe
sin cesar, cuando no acude a tertulias, donde es bien recibido. Todavía
no es nada, escribe en una ocasión, pero es capaz de todo. Y la nove
la epistolar lo demostrará. Envía a su protagonista Lovell a través del
cielo y del infierno, y lo describe como un joven enamorado de su yo,
que experimenta cimas y valles en sus sentimientos, que se observa in
cesantemente a sí mismo y reflexiona, para notar al final cuán estéril y
vacío está, y cómo su yo, que se las da de tan grande y poderoso, no
es más que un títere en manos de poderes extraños. Por tanto, es un
jugador que no nota cómo otros juegan con él, cómo se sirve de él
una sociedad secreta, de acuerdo con el gusto de la época. El creci
miento del sentimiento de sí mismo es la constante aspiración de Lo-
vell. Cuando se enamora o entabla amistades, no se preocupa de los
demás hombres, sino de sus propios sentimientos, que lo rodean como
un capullo del gusano de seda y lo separan de la realidad. Eso con
duce a un furtivo proceso de descomposición y consunción de los sen
timientos. También los pensamientos acechan, y al final ya no sabe
quién es y qué piensa en él. Anda confundido en una incurable mul
tiplicación de su yo. Primero goza de este estado, pero luego se deses
pera por su causa: «¡Ay!, ¿qué es en el hombre persuasión y verdad?
[...]. Que nadie en el futuro me hable de hombres que simulan. ¿Qué
es en nosotros sinceridad?». Al final de la novela cae un juicio aniqui
lador sobre el tramoyista secreto:
Hasta ahora te has tenido por un ser sumamente admirable y singular, y
lo cierto es que lo eres [...]. También finges haber padecido revolucio
nes violentas en tu interior, pero en verdad todo esto es mera ficción [...].
Lo has invertido todo en ello, para llegar a ser un mentecato filosófico
sin ningún género de coherencia.
Por tanto, los excesos del yo de Wiüiam Lovell son ruido para nada.
La novela tiene aspectos espeluznantes, abismales. El horror del vacío,
la angustia, el aburrimiento, la sospecha de que no hacemos sino in
ventar donde creemos encontrar. La desaparición de la fe y la con
fianza, el desamparo metafísico, son elementos que juegan allí un pa
pel y con los que se juega. Así pues, ya a principios del Romanticismo
se muestra el problema del nihilismo romántico como la cara sombría
de la euforia del yo. Tieck escribe retrospectivamente sobre el trabajo
en esta novela:
Es el mensajero, el mausoleo de muchos sufrimientos y errores acaricia
dos y amados, pero, una vez hecha la construcción, el dibujante y traba
jador estaba ya libre de este sufrimiento; cuando escribí este libro me en
contraba casi siempre muy alegre, pero todavía sentía complacencia en el
desconcierto.
Friedrich Schlegel había exigido a la poesía romántica la «bella con
fusión». En esta novela la encontramos; y también encontramos en ella
el gusto irónico por la destrucción y la aniquilación. William Lovell
exclama: «Vuela conmigo, ícaro, a través de las nubes, fraternalmente
queremos lanzar gritos de júbilo en la destrucción».
Tieck había aprendido también la ironía en la fábrica de literatura.
No es que aquellas novelas triviales hubiesen previsto la ironía. Así,
cuando Rambach da a su serie el título de Acciones y finezas defamosos
genios enfuerza y maña, no estaba poniendo en juego un sentido iróni
co. Pero Tieck era demasiado inteligente y ocurrente para manejarse sin
ironía con el esquema exigido. El joven Tieck ya la practicaba antes de
que Friedrich Schlegel exigiera doctrinalmente la «fluctuación» iróni
ca del autor sobre la materia poética. Sólo así podía elevarse sobre las
depresiones. En una ocasión tenía que describir las acciones irónicas de
un bávaro llamado Hiesel, un difamado cazador furtivo y ladrón. Ram
bach había anunciado el retrato de Hiesel como descripción del cami
no vital de un genio de la fuerza que ha sido deformado a través de
«las circunstancias, la situación y la convención». Tieck condujo la na
rración dentro de esta línea, aunque dejando notar cada vez más cla
ramente hacia el final cuánto le había desagradado dar a este tipo la
apariencia de un héroe, pues en el fondo no es otra cosa que un vul
gar bribón. Tieck sabía mantener fluctuante esta réplica del narrador,
de modo que los lectores, y también Rambach, no sabían muy bien a
qué atenerse.
De semejante riña cuerpo a cuerpo en la fábrica de literatura cre
ció el gran arte irónico de Tieck, que luego se mostró, sobre todo, en
su comedia satírica El gato con botas, en la que se propuso una burla del
gusto teatral berlinés. La obra juega con un público que quiere ver en
escena ricos decorados, y en ellos, héroes con coraza, amas de casa, mu
chachas caídas en desgracia, pero no un gato, y menos todavía un gato
con botas. Mucho antes de Pirandello, Tieck introduce con habilidad
la obra dentro de la obra, pues aparece un público también en el es
cenario, y los protagonistas de la obra critican a su autor y se ponen
del lado del público en el escenario. Pero éste también hace mucho rui
do y se queja de que a la pieza le falta el «punto de vista fijo» y de que
es imposible introducirse en una «ilusión racional». Llaman al autor
al proscenio. Intenta calmar las oleadas de indignación y al final no
encuentra otra salida que la de citar al escenario al campanillero de
La flauta mágica, que viene acompañado de osos danzantes. Al princi
pio del tercer acto el telón se levanta demasiado pronto y el autor es
sorprendido en conversación con el tramoyista dentro del escenario.
Entre el autor dramático y el público del escenario trituran el todo, el
cuento cómico del gato que quiere proporcionar a su propietario un
reino y una bella esposa. En una escena del cuento, el sabio cortesa
no Leander afirma que en la «pieza recientemente aparecida, Elgato con
botas, el público está bien diseñado», ante lo cual exclama indignado
el público de la escena: «En la pieza no aparece ningún público».
Leander mira desconcertado por encima del público de la escena al
público real.
Estamos ante un escenario entregado al juego, que como una tra
vesura mueve las piezas del público real y del imaginario, del autor, de
la ficción y la realidad, de los actores y de las fiinciones de la obra.
Friedrich Schlegel alabó el texto, al que, junto con su propia novela
Lucinde, consideraba como un modelo de ironía romántica. Y esa obra
teatral que rompe las ilusiones e introduce la obra dentro de la obra,
ha seguido siendo un modelo hasta la actualidad, hasta el Insulto alpú
blico, de Peter Handke.
El motivo del miedo ante el vacío, que hemos conocido en Wi-
Uiam Lovell, muestra su efervescencia también en esta pieza. El públi
co quiere que lo diviertan; sería malo que el escenario quedara vacío,
y ocasionalmente el autor dramático amenaza con ello. En tal caso se
acabaría el juego y terminaría la vida. Eso no puede ser. Silban al autor,
se necesita una nueva pieza. Tieck poseía sorprendentes dotes de in
vención, sin ninguna preparación podía improvisar obras enteras. En
cierta ocasión sugirió en una tertulia que le dieran un tema; un aficio
nado se exhibió como orangután. En media hora inventó una com
plicada obra de intrigas, en la que él actuaba con diversos papeles. El
simio sigue un breve programa de educación y al final tiene tan bue
nos modales, que se le puede otorgar como mujer una distinguida mu
chacha burguesa. Al final de esta improvisación figura la frase: «Se pone
el fijndamento para una generación que une todas las ventajas del mun
do animal con las excelsas y nobles actitudes que en nuestros días se
muestran en la humanidad culta».
Tieck no sólo tenía un sorprendente talento de improvisación, era
además un actor agraciado. Brentano lo alababa como el gran «talen
to mímico entre aquellos que jamás han pisado el escenario». Más tar
de se hicieron famosas sus veladas de lectura en voz alta, en las que se
vestía con todos los registros de papeles y voces. Esto equivalía, en el
plano de la representación, al virtuosismo con el que podía imitar di
versos estilos literarios o introducirse en ellos con gran empatia. Tam
bién esto pertenece a la romántica «poesía universal».
Tieck, el veloz jugador literario, en estos primeros años contó con
la dicha de tener como contrapeso a un amigo que encarnaba un tipo
completamente diferente, un condiscípulo y luego compañero de afi
ción para el que el arte no era un simple juego, sino que revestía una
seriedad sagrada, para el que el arte se convirtió en una religión que le
deparaba tanto gozo como sufirimiento. Se trataba de Wilhelm Hein-
rich Wackenroder, cuyo padre, miembro del tribunal militar y síndico
de justicia de Berlín, enseguida planificó para su único hijo una carre
ra relacionada con el mundo de la justicia. Aquel entusiasta del arte
pereció con estas cadenas. Murió en 1798, pero antes tuvo tiempo to
davía de llevar al papel sus confesiones y su religión del arte, tituladas
Efluvios cordiales de un monje amante del arte (1797). Ludwig Tieck, un año
después de la muerte del amigo, editó la obra y la amplió con textos
propios: Fantasías sobre el arte para los amigos del arte.
Wackenroder estaba unido a su amigo con tierno amor, admiraba
su productividad, pero criticaba también la fiigacidad de su rápido es
cribir y le exhortaba a no profanar el arte sagrado. El joven, educado
en el sobrio protestantismo de la Ilustración, anhelaba un santuario
rico en imágenes y vigorosos sentimientos. Lo que él quería y espera
ba del amigo era «arrodillarse ante el arte y ofrecerle el homenaje de
un amor eterno e ilimitado».
Wackenroder estaba henchido de una devoción sin igual por el arte.
Los temas habían de ser piadosos. Las vírgenes de Rafael eran para él
un prototipo de la trascendencia artística. La mirada añorante a Italia
no tenía nada que ver con la seducción erótica que en las nuevas ge
neraciones suscitaba ArdingheUoy las islas afi)rtunadas, una novela de tema
italiano, escrita por Wilhelm Heinse, aparecida en 1787. También la ac
titud del artista tenía que ser devota. Se entrega a su arte, le sirve. Para
él eran pecado la presunción, la vanidad, el efectismo y la mirada de
reojo al favor del público. Se podía pecar, pues, contra el fervor. Pero
todo se hizo más complicado por el hecho de que en Wackenroder se
guía actuando con fuerza el poder del principio de realidad, que se en
camaba en el padre. Por eso el fervor iba acompañado también por
una mala conciencia, por el sentimiento de pecar contra las exigencias
terrenales, civiles, de su círculo vital. En Fantasías sobre el arte leemos:
El arte es un fruto seductor, prohibido. Quien ha gustado una vez su jugo
más íntimo y dulce, está perdido irremediablemente para el mundo acti
vo, para el mundo vivo. Cada vez se arrastra más estrechamente en su pro
pio disfiaite, y su mano pierde por completo la fuerza de extenderse acti
vamente hacia otro hombre.
Wackenroder se encontraba desgarrado entre las exigencias del arte
y las de una vida normal en la sociedad civil. Y además no podía sus
traerse a la sospecha de que en él la voluntad artística sólo conducía al
disfrute del arte, y no a la producción real. El verdadero artista, pen
saba, sirve a su obra sin contemplaciones, no se deja tentar; la evi
dencia de su creación lo transporta más allá de los escrúpulos burgue
ses. El artista cabal, escribe en sus Efluvios cordiales^ logra entretejer «con
audacia y firmeza sus elevadas fantasías [...] en esta vida terrenal como
un pliegue consistente».
Pero quizá la tensión entre arte y vida burguesa sería menor si la
vida terrenal, contra lo que sucedía en el prosaico Berlín, estuviera lle
na de espíritu artístico. A la búsqueda de un mundo que abrigue sen
timientos amistosos hacia el arte, Wackenroder descubre, aunque pri
mero sólo en la fantasía, el Renacimiento alemán y el Nuremberg de
Durero. ¿No eran tiempos hermosos aquellos en los que la solidez bur
guesa, la devoción y el sentido del arte formaban una unidad amisto
sa? «Efectivamente, en tiempos anteriores era costumbre considerar la
vida como un oficio o actividad [...]. Dios era visto como un maestro
de obras.» En este mundo de la artesanía divina los artistas podían ha
llar refugio.
Para ellos su arte tenía que ser una imagen misteriosa de la vida, aun cuan
do no lo supieran. No lo practicaban con tono distinguido como una afi
ción para superar el aburrimiento (como ahora acostumbra suceder), sino
con laboriosa diligencia, como un artesano.
Así, en el Berlín ilustrado de los años noventa del siglo XVIII, sur
gió el sueño de un antiguo Romanticismo alemán.
En el verano de 1793 ambos amigos salieron a la búsqueda de la
realidad de sus sueños. Estudiaron en Erlangen y caminaron desde allí
hacia Bamberg, Pommersfelden, Bayreuth y Nuremberg. Podemos de
cir sin miedo a exagerar que fiieron Tieck y Wackenroder los que en
aquel verano transfiguraron por primera vez como tierra prometida del
Romanticismo alemán aquella Franconia con sus ciudades medievales,
sus bosques, ruinas de castillos, residencias y minas. Entonces, narra el
anciano Tieck, en una noche de luna en Bischofsgrün (Franconia), se
le abrió el prodigio de la «fascinante noche con resplandor lunar»,
cuando el «aire hizo llegar a sus oídos los tonos de una trompa de
caza». Los amigos veían Nuremberg, con sus numerosas torres y los al
tos pináculos, como una soberbia nave de muchos mástiles, varada en
medio del paisaje. El toque vespertino del campanario les transmitía
un melancólico temple de ánimo. Por el día se regocijaban en el va
riopinto trajín de los estrechos callejones entre las casas con paredes
entramadas y en las plazas. Se sentían trasladados realmente a la épo
ca de Durero. Y luego, en contraste con la digna seriedad de la anti
gua ciudad imperial, la risueña residencia episcopal en Bamberg. Asen
tían con gusto al dicho de que «se puede vivir bien bajo el báculo». Es
un mundo católico en el que las jóvenes muchachas les evocan las vír
genes de las iglesias y los conventos. Reina por todas partes un clima
devoto, pero también sensual. Los cultos religiosos y las festividades
eclesiásticas desarrollan todavía una vistosa pompa barroca. Incluso los
cortejos fúnebres ofrecen una imagen pintoresca: la mujer de un di
funto invoca en los callejones retumbantes el nombre del finado. Aflu
ye el pueblo, hacen acto de presencia las muchachas, vestidas de os
curo con enormes lazos en las cofias. Cuando el viento las sacude,
parecen grandes pájaros inquietos. En Eljoven carpintero, novela entre
verada de matices autobiográficos escrita algunos decenios más tarde,
Tieck recuerda sus impresiones en esta ciudad e insinúa indirectamen
te por qué razón el mundo católico siguió ejerciendo sobre él su fuer
za de atracción.
Mi bienintencionado padre me había exhortado antes de mi viaje a que
no riera durante las fiestas en las ciudades católicas [...]. Menos mal
que no estaba presente, pues sin duda habría soltado su ira contra la ido
latría, tal como él denominaba los usos católicos, y más todavía contra
mí, si hubiese visto mi devoción y elevación en las procesiones, al escu
char la música, las trompetas y los cantos corales, ante los altares adorna
dos en las calles, a la vista de la muchedumbre popular en oración, todo
lo cual me entusiasmaba hasta derramar lágrimas.
En las anotaciones marginales del Phantasus (posterior a 1810)
Tieck advierte con satisfacción que ahora el Romanticismo de Heidel-
berg está en vías de explorar los antecedentes del Romanticismo en la
«patria alemana». Y podía sentirse pionero, pues, cuando en aquella
época emprendió su viaje con Wackenroder, para él «la patria era tan
desconocida por doquier 1...] como un reino no descubierto todavía
en Asia o en África, acerca del cual circulan leyendas inseguras [...]».
Habían descubierto un mundo prodigioso, cuya atmósfera indujo a
Tieck a escribir los relatos de El rubio Edibert, Tannhauser y El monte de
las runas.
El rubio Eckbert tiene como tema las delicias y los horrores de una
«soledad del bosque», que Tieck había experimentado por primera vez
en Fichtelgebirge. Recabando un relato de la madre, emerge además la
imagen de aquella anciana y terrible mujer que vivía con un perro en
una soledad huraña. De ahí extrajo Tieck en 1796 este cuento, que hizo
escuela.
En «Crepúsculo», un poema de Eichendorff, podrán leerse algunos
años más tarde los versos:
Quiere el crepúsculo sus alas levantar,
mueven los árboles las copas con horror;
si de terrestre amigo gozas el favor,
en esta hora no te puedes confiar;
ten gran cuidado y tus ojos vigilantes
por seres perdidos en la noche caminantes.
El rubio Eckbert trata de cómo es mejor que algunas cosas queden
perdidas en la noche y de cuánto infortunio se produce si salen a la
luz del día y llegan a comunicarse. Bertha, que vive solitaria en el cas
tillo con el caballero Eckbert, su marido, acarrea una terrible vengan
za por hacer confidencias a Walther, un amigo, contándole su historia
prodigiosa y casi fabulosa. Los recuerdos de niñez adquieren siempre
rasgos fabulosos, y eso sucede de manera muy especial en el presente
caso. Maltratada en su casa, la pequeña Bertha había huido y tras errar
por los bosques, encontró un feliz refiigio en la morada de una ancia
na, que vivía en un claro del bosque con un pájaro hablador y un pe
rro. Compartió esta vida solitaria con la anciana, el perro y el pájaro,
que cada día cantaba la canción de la «soledad del bosque» y ponía un
huevo con una perla en su interior. Tiene motivos para estar conten
ta, pero crece su curiosidad por el mundo. Abandona en secreto este
paraíso de la niñez. Deja atrás al perro, cuyo nombre olvida, y lleva
consigo el pájaro y las perlas. Traiciona, pues, la «soledad del bosque»,
lo cual es el pecado original; el pájaro la acompaña como una mala
conciencia, hasta que lo mata. Luego vive perturbada y retirada, in
cluso después de avenirse al matrimonio con el rubio Eckbert. Aquí
podría terminar la historia de la antigua dicha de Bertha en la «soledad
del bosque» si Walther, al que se la cuenta, no le pusiera fin con esta
observación: «Me puedo imaginar muy bien cómo [...] alimentáis al
pequeño Strohmian». Bertha había olvidado el nombre del perro, y
Walther sabe ese nombre. ¿Quién es este Walther? Aquí el pasado fa
buloso se trueca en horror actual. Bertha es presa del horror y muere.
Eckbert, inficionado por la desconfianza y la desesperación de Bertha,
mata a Walther, este terrible consabidor. Pero lo perseguirá todavía
bajo diversas figuras. A la postre, Eckbert ya no puede distinguir entre
delirio y realidad; al final se encuentra con la anciana del recuerdo de
la infancia de Bertha y ésta le dice que ella no es otra que Walther, y él,
Eckbert -que en realidad es el hermano de Bertha-, muere mientras
el pájaro, que ahora súbitamente ha reaparecido, canta su canción de
la «soledad del bosque».
Este cuento romántico, que juega con un espanto muy moderno,
aborda la imponderabilidad de la comunicación, del desconcierto en
la necesidad de la comunicación, de los peligros de la intimidad y los
secretos, que es mejor mantener ocultos. Hay que callar o cantar acer
ca de aquello sobre lo que no es posible hablar. Es suficiente la can
ción de la «soledad del bosque». La conciencia romántica protege el
misterio por mor de la posibilidad de vivir. En las anotaciones margi
nales del Phantasus leemos:
¿No te has arrepentido nunca de una palabra que en la hora más confiden
cial has dicho al amigo más confidencial? No es que tú lo pudieras tener por
un traidor, lo que pasa es que un secreto del ánimo fluctuaba en un ele
mento que fácilmente podía volverse en contra con su naturaleza ruda.
Interrumpamos aquí el comentario de El rubio Eckbert, que los ro
mánticos consideraban como la mejor narración de Tieck.
En sus caminatas a través de Franconia los amigos habían visitado
minas, y las impresiones son tan fiiertes que también ellas dejan hue
llas claras en la obra de Tieck, por ejemplo, en el relato El monte
de las runas. Una vez incluso entró en la montaña: «Era como si hu
biese de ser recibido en alguna sociedad secreta, en una liga misterio
sa, o como si fiiese llevado ante un juicio secreto. Recuerdo que en los
años de infancia, en sueños vi a veces tales pasadizos largos, estrechos,
sombríos». Con la visita de Tieck y Wackenroder a la mina comienza
el Romanticismo subterráneo, que Novalis y E.T.A. Hoffmann conti
nuaron de forma tan penetrante y que muestra sus efectos en Hof-
mannsthal.
También el relato titulado Elfiel Eckarty Tannhduser proviene de los
estímulos que Tieck recibe en las caminatas a través de Franconia. La
obra contiene diversas leyendas populares. Una de ellas es la del fiel
Eckart, que previene a Dietrich von Bern fi-ente a los Nibelungos. Esto
da pie a la figura del guardia emplazado ante la montaña de Venus.
Con esta materia legendaria enlaza Tieck la leyenda del cazador de ra
tas de Hamelín, que como flautista atrae a los niños del lugar con sus
sonidos mágicos. Se conservan en el texto recuerdos de la Cruzada
de los Niños. Pero Tieck ha unido la leyenda con el mito de Venus y
la figura de Tannháuser, un trovador de la época de los Hohenstaufen.
A Tannháuser pronto se le adhirió un especial tono erótico; se decía
de él que estaba ebrio de belleza y amor y que condujo a otros a la em
briaguez. Se hizo de él un Dioniso nórdico. Una canción popular, que
luego file recogida en la colección El cuerno maravilloso del muchacho,
narra cómo Tannháuser, atormentado por el arrepentimiento, huye del
reino de Venus y suplica la absolución papal. Pero como se la niega
-el Papa capitula ante el poder de eros-, Tannháuser vuelve a la mon
taña de Venus.
El relato de Tieck sobre los atractivos de la montaña de Venus se
convirtió en una cantera para posteriores elaboraciones, sobre todo la
de Wagner. Pero ante todo, Tieck ha continuado un motivo presente en
El rubio Eckbert, a saber, la experiencia de que hay secretos que es me
jor dejar «perdidos en la noche». En Tannhduser el secreto se refiere al
embrujo peligroso cuando se unen el arte y el erotismo. Hay instantes
extáticos a los que no se sobrevive porque después la vida cotidiana se
hace ya insoportable. A este respecto Nietzsche usará la expresión
«cumbres de arrobamiento». Tannháuser, según la redacción de Tieck,
intenta contar este asunto a su amigo Friedrich. Hace una pausa y besa
al amigo. A la mañana siguiente su mujer está muerta y Tannháuser ha
desaparecido. Pero aquel beso ha dejado a Friedrich fiaera de sí:
Corrió a escapar con incomprensible prisa, para buscar la montaña mági
ca y a Tannháuser, y desde entonces no lo volvieron a ver. La gente de
cía que quien recibe un beso de alguien de la montaña es presa de una
atracción irresistible, que con poder mágico lo arrastra a los abismos sub
terráneos.
Tieck acabó este relato en la mañana posterior a la noche memo
rable del verano de 1799 en que comenzó su amistad con Novalis en
la casa de August Wilhelm Schlegel en Jena. En su vejez Tieck describe
así la escena:
Cayeron las barreras de la vida cotidiana, y mientras tintineaban los va
sos bebieron amistad. Había llegado la medianoche; los amigos salieron
a la noche veraniega. De nuevo descansaba la luna llena; la antigua ami
ga del poeta desde los días de la niñez rebosaba de magia y encanto so
bre las colinas en torno a Jena.
Durante una parte del camino Tieck acompaña a Novalis, que ha
de volver a Weissenfels aquella misma noche. Promete al amigo que
antes de expirar la noche terminará su Tannhauser. Y de hecho, en las
horas del amanecer pudo mostrar el relato terminado, que le leyó a su
amigo en Jena, al anochecer del mismo día.
En Tannhauser la montaña atrae con secretos eróticos. En El monte
de las runas, escrito tres años más tarde, a la atracción erótica se añade
la del dinero y el oro. Tieck había descubierto la filosofía de la natu
raleza de Schelling y de Ritter, y encontró en ella confirmada su idea
de que la propia naturaleza interna se revela en el espejo de los abis
mos de la exterior. Y la naturaleza interior incluye también la codicia,
este magnetismo de tesoros escondidos. Ahora bien, mientras que, para
Schelling, en el espíritu humano la naturaleza entra en la conciencia
clara de sí misma, a Tieck le fascina lo oscuro, lo espantoso de «esta
noche de bodas en el seno de la tierra».
Wackenroder ya había muerto cuando empezó la amistad entre
Tieck y Novalis. «La suerte de haberte conocido», escribe Novalis a Tieck
después del primer encuentro, «inicia un nuevo libro en mi vida [...].
Has producido en mí una impresión profunda, encantadora. Nadie
hasta ahora me había conmovido como tú de una forma tan suave y
a la vez tan amplia.»
En aquel momento, Tieck había terminado las dos primeras partes
de Las peregrinaciones de Franz Stembald, un texto que originariamen
te había querido escribir junto con Wackenroder y que pertenece al
género de la novela de artista.
La novela, aparecida en 1798, llamó poderosamente la atención de
la generación romántica y provocó una adhesión entusiasta. Friedrich
Schlegel alaba la «plenitud fantástica y la agilidad», y continúa: «Aquí
todo está claro y transparente, y el espíritu romántico parece fantasear
alegremente acerca de sí mismo». Y todavía para E.T.A. Hoffmann era
«un verdadero libro de artistas».
Tiempo atrás, el Wilhelm Meister de Goethe había proporcionado
un gran prestigio al género novelístico. Esta obra incitó en la segunda
generación de poetas la ambición de escribir también una obra narra
tiva que uniera la exposición de la evolución de un individuo inte
resante, el estudio de problemas del mundo artístico y una imagen
conjunta de la sociedad. Después del Wilhelm Meister la novela era con
siderada como un género universal de creación poética en el que todo
podía tener lugar; descripción de la naturaleza, diversos escenarios y
conflictos, teoría del arte, ofrecido todo eso en diálogos y reflexiones.
Con la novela querían abordarlo todo.
Tieck escribió su Franz Stembald emulando el Wilhelm Meister. Pero,
a diferencia de lo que sucede en la obra de Goethe, Tieck no hace que
al final triunfe el mundo burgués y noble, sino el de los artistas. Así
lo quería el espíritu romántico, por lo cual esta novela gozó de una
feliz acogida, mientras que Goethe se mostraba indignado. Envió a
Schiller el ejemplar que le había sido dedicado con una observación
sobre la increíble «vaciedad del Hndo recipiente».
La novela, subtitulada Una historia de la antigua Alemania^ se desarro
lla en la época de Alberto Durero, ya evocada también en los Efluvios
cordiales, de Wackenroder. En la imagen de Sebastián, el colega pintor,
que Franz Sternbald deja en Nuremberg, se retrata al amigo difunto.
El nombre alude además al santo mártir. ¿No sufrió también Wacken
roder por el arte y en el arte?
Al principio de la novela leemos: «Franz ha dejado Nuremberg, ha
salido hoy de este amistoso lugar de residencia, para ampliar su cono
cimiento en la lejanía y luego, después de un fatigoso peregrinaje, vol
ver como un maestro en el arte de la pintura». Toda la historia aparece
narrada en estas páginas. Las estaciones de esta peregrinación son: Ho
landa, donde Sternbald visita al pintor Lucas von Leyden; Estrasbur
go, cuya catedral es alabada una vez más, tal como lo habían hecho
antes el joven Goethe y Herder; e Italia, donde el piadoso joven llega
a conocer y estimar el erotismo y el placer de los sentidos junto con
el arte de Rafael.
Pero ni siquiera en esta novela sumamente exigente puede negar
Tieck los ecos de su trabajo en la fábrica de literatura, pues, lo mismo
que en una novela trivial (aunque también en Wilhelm Meister), una
mano invisible dirige los destinos del héroe. Según un plan que al fi
nal no se llevó a cabo, Sternbald tenía que encontrar en Italia a su ver
dadero padre, que era quien lo había engarzado todo, y reconocía a su
hermano real en su amigo y acompañante Ludovico. Una bella desco
nocida, con la que se encuentra en el camino, le recuerda una escena
de la niñez. En adelante, esta mujer se convertirá en el norte de su
amor, que también halla su cumplimiento en Italia.
El hilo tenuemente anudado de la narración recorre escenarios re
pletos de castillos, conventos, fortalezas, praderas atravesadas por ríos
y bosques, donde comparecen carboneros, caballeros, condesas, ermi
taños y monjes, y donde suena incesantemente la corneta de posta, la
trompa de caza, o la flauta pastoril. Más adelante, las novelas román
ticas incluirán variaciones sobre estos pasajes. Entre esos escenarios se
intercalan las instrucciones que proporciona el maestro de arte y las
conversaciones sobre arte, en las que aparecen una y otra vez las pre
guntas: ¿para qué el arte?, ¿qué utilidad tiene en el mundo burgués?
Al principio de sus caminatas, Franz Sternbald todavía se descon
cierta fácilmente debido a consideraciones utilitaristas. En primer lu
gar, un artesano se manifiesta en tono negativo sobre la escasa utilidad
práctica del arte; luego, el ama le recomienda una profesión sólida, y
por último un hombre de negocios se burla de los artistas como si fue
ran unos pobres diablos. Pero Sternbald supera estos instantes de ten
tación y en un gran discurso, que luego los románticos citarán com
placidos, defiende la sublime inutilidad del arte:
¿Y qué entiendes tú con la palabra utilidad? ¿Ha de orientarse todo a la
comida, la bebida y el vestido? O el hecho de que yo conduzca mejor
una nave, invente máquinas más cómodas, ¿ayuda a comer mejor? Lo
digo una vez más: lo verdaderamente elevado no puede ser útil; esta uti
lidad es totalmente extraña a la naturaleza divina de lo excelso, y exigirla
significa envilecer lo sublime y rebajarlo al nivel de las necesidades ordi
narias de la humanidad. Es verdad que el hombre tiene necesidad de mu
chas cosas, pero no ha de rebajar su espíritu a la condición de siervo del
siervo, del cuerpo. Debe tomar precauciones como un buen señor de casa,
pero el curso de su vida no ha de cifrarse en este cuidado por la mera su
pervivencia. Y así considero el arte como una garantía de nuestra inmor
talidad...
Por una parte, Franz Sternbald es un artista verdadero y, por otra,
también tiene validez para él lo que Wackenroder escribió en sus Eflu
vios cordiales sobre el músico Joseph Berglinger: «¿Debo decir que qui
zás él estaba más hecho para gozar del arte que para ejercerlo?». El
Sternbald de Tieck no sólo es un artista, sino que además, y en mayor
medida, se encarna en él la aspiración al arte. Al principio lo encon
tramos en los talleres artísticos, lo vemos trabajar en obras nítidamen
te delimitadas. Pero siente el impulso hacia lo indeterminado y lo
monstruoso; desea «producir por encanto una obra que sea en cierto
modo una imagen de la infinitud». De ahí que le atraiga la lejanía, pues
también su voluntad de arte amenaza con perderse en lo lejano e in
comprensible. Sternbald es plenamente consciente del peligro que sub-
yace en ello, y así escribe en una carta al amigo: «Me gustaba realizar
lo todo, y a la postre nada podré hacer contra esto».
En la exuberante sensualidad de una Italia que recuerda el Ardin-
ghello de Heinse, Sternbald, junto con la embriaguez artística, experi
menta también otra dimensión erótica. Está a punto de desertar del ho
nesto ideal del arte de Durero, cuando ante el Juicio final de Miguel
Ángel experimenta de nuevo una conversión al rigor artístico.
El plan no ejecutado de Tieck preveía un regreso de Sternbald a
Alemania y una purificación en el sepulcro de Durero. Por tanto,
Sternbald había de ser conducido desde la añoranza disolvente de la
obra a la añoranza configuradora de la obra. Pero como la novela no
se terminó, ésta se quedó en la añoranza indeterminada, que no ha
encontrado todavía el lugar adecuado, ni la obra que trae la consu
mación.
Esta imposibilidad de realización desde el presentimiento y la año
ranza hizo escuela. Algunos pasajes de Sternbald ejercieron un efecto
seductor en jóvenes pintores como Runge, en poetas como Novalis y
Hoffmann; por ejemplo, aquel donde el amigo de Sternbald exclama
a la vista de un arrebol:
Si vosotros los pintores fuerais capaces de pintarme una cosa semejante
[...], con gusto renunciaría allí a la acción, la pasión, la composición y
todo, si vosotros, de acuerdo con lo que hace hoy la naturaleza bonda
dosa, me pudierais abrir con rosada llave la patria donde habitan las pe
nas de la niñez, el país radiante [...]. ¡Oh, amigos míos, si vosotros pu
dierais atraer a vuestra pintura esta música admirable que hoy el cielo
compone!
Después de Sternbald, la producción de Tieck comenzó a paralizar
se, para reanudarse de nuevo en los años tardíos, pero ahora de forma
realista. Como si quisiera concluir una fase, desde 1810 reunió en la
colección Phantasus sus relatos, cuentos y obras teatrales de tipo ro
mántico. El prólogo, dirigido a A.W. Schlegel, tiene un tono elegiaco;
«Fue una bella época de mi vida aquella en que te conocí a ti y a tu
hermano Friedrich; y fiie más bello todavía el tiempo en que nosotros
y Novalis vivíamos juntos para el arte y la ciencia, y compartíamos
múltiples aspiraciones. Ahora el destino nos ha separado desde hace
muchos años...».
La añoranza romántica se había trocado en la congoja de la retros
pección. El Romanticismo siguió con vida, pero Tieck estaba dispues
to a despedirse de él.
Capítulo 6
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