Realidad y Apariencia Resumen
Realidad y Apariencia Resumen
Realidad y Apariencia Resumen
El tema del ser, de la realidad y la apariencia, parece demasiado abstracto y alejado de los intereses
cotidianos. Es el tema filosófico por excelencia, pero también el que ocasiona que la filosofía se
considere un conjunto de disquisiciones inútiles y alejados de los intereses vitales y cotidianos. Sin
embargo, el que el ser humano se haya planteado cómo son las cosas en realidad, frente a su apariencia,
es algo de vital trascendencia para su adaptación al mundo. Es más: es la raíz de esa adaptación,
abarcando todo el ámbito de la ciencia y la tecnología. Comencemos por lo más simple: abstrayendo lo
común y creando conceptos, el hombre del paleolítico puede reconocer un animal o un fruto como
comestible, peligroso, venenoso… aunque sea la primera vez que lo vea, porque ha conocido otros con
apariencia similar y le asigna así las cualidades que aún no ha percibido en él. Si ve un león, por ejemplo,
sabe que tiene que huir, porque puede devorarle. Sabe que el sol que nace y muere en un día es el
mismo que aparece el día siguiente, y sabe que volverá a hacerlo. Va aprendiendo que todos los años
habrá primavera y verano, otoño e invierno; que la caza se comportará de un modo similar, que volverá
a migrar; que si una semilla se plantó en otoño y creció en primavera otras semillas se comportarán
igual…Va aprendiendo que las cosas similares (de las que ya tiene conceptos) se comportan de modo
similar, que la naturaleza posee una regularidad. Va así descubriendo sus leyes, desarrollando la ciencia,
que le permitirá transformar esa naturaleza. Aprende que la materia (concepto ya bastante abstracto)
es materia y puede especular sobre su comportamiento en otras partes del universo. Aprende que la
distancia que aparentan las estrellas, incluso su luz, puede no ser “real”. Distinguir entre apariencia y
realidad le posibilita desarrollar una ciencia y conocerse a sí mismo como ser que se abre al mundo con
sus sentidos tanto como con su razón.
Podríamos preguntarnos por qué esa dualidad. ¿Por qué la realidad no es una? ¿Por qué el
conocimiento no es siempre verdadero? Una pista nos la puede dar la palabra que los griegos utilizaban
para referirse a la verdad: alétheia. Alétheia significa la acción de des ocultar, de descorrer el velo que
oculta la realidad. Por eso para los griegos la verdad era desvelamiento. Pero ¿por qué la verdad se nos
oculta tras el velo de la apariencia? ¿Por qué no se nos manifiesta tal como es? ¿No podemos conocer
las cosas reales por su apariencia? A esto cabe responder diciendo que la relación que mantenemos con
las cosas que nos rodean es muy compleja. No nos basta una sola imagen. Fijémonos en un ejemplo. Me
encuentro con una casa. ¿Qué es lo primero que hago? Mirarla. Pero puedo mirarla de muchas maneras:
puedo fijarme en la portada, en la fachada posterior o en las fachadas laterales; puedo entrar dentro y
fijarme en su distribución, etc. En definitiva, puedo obtener de mi relación con la casa múltiples
imágenes. La casa se me aparece, así, de múltiples maneras, pero es siempre la misma casa. ¿Qué quiere
decir esto? Que además de las imágenes he elaborado un concepto, el concepto de casa. Si tuviera una
relación simple, me bastaría la imagen. Siguiendo el ejemplo, podría suceder que, yendo en autobús o
en coche, viera la fachada de una casa, pero como está en restauración y todo lo demás ha sido
derruido, no hay otra cosa detrás, no existe una casa propiamente dicha. El resultado es que creo haber
visto una casa, pero no hay tal, la apariencia me ha engañado. Si no tengo mayor interés, la apariencia
me basta; si quiero saber algo más, la apariencia me es insuficiente.
Lo mismo sucede con el concepto de sustancia. Si en las diversas imágenes en las que se me aparece una
cosa, ya sea una planta, un árbol, un animal o cualquier artefacto construido por el hombre, siempre
aparece una serie de características invariables, a la coexistencia de tales características llamo sustancia.
Es lo que nos sucede con todos los objetos que nos rodean, a los que consideramos reales. Por tanto, la
imagen nos da la apariencia y el concepto nos permite acceder a la realidad; pero sin la apariencia no es
posible establecer la realidad.
Entre apariencia y realidad hay normalmente colaboración, ayuda mutua. Sin las imágenes no es posible
la mayoría de los conceptos y sin los conceptos no podemos entender las imágenes. Las imágenes son
por sí mismas limitadas: están ancladas en el espacio y en el tiempo. Sólo en cierta manera la pintura y
más recientemente la fotografía nos ha permitido la ilusión de fijar la imagen; y hablo de ilusión, porque
la imagen pintada y la imagen fotografiada no son la imagen auténtica, la que yo tengo de los objetos
que veo: no son tridimensionales y varían cromáticamente respecto a la imagen percibida. Esta es por
definición huidiza: veo un paisaje y, al darme la vuelta, dejo de percibirlo. Asimismo, es parcial: lo que
veo de un paisaje es solo una parte de él, nunca puedo ver la totalidad. Por el contrario, el concepto es
mucho más fijo, aunque no totalmente como se suele creer. Y esa invariabilidad hace que superemos las
limitaciones espacio-temporales: las imágenes son particulares y concretas, mientras que el concepto es
universal y aplicable en muy diversos momentos y circunstancias.
Otras veces no hay colaboración sino más bien oposición. Y es esta oposición la que convierte la relación
entre apariencia y realidad en un problema filosófico. Realidad y apariencia no conviven en armonía,
sino más bien están enfrentadas, de tal manera que lo que es real no coincide con la apariencia. Sucede
cuando nos admiramos de algo o cuando tratamos de investigar un acontecimiento, porque lo que
vemos no nos parece claro, no lo entendemos.
Admirarse no es lo mismo que admirar. Admirar es contemplar con deleite, sentir estima hacia algo.
Admirarse es mucho más: es tratar de buscar una explicación que no se tiene. Nuestros antepasados
contemplaron con deleite el cielo estrellado, es decir, lo admiraron; pero algunos también se admiraron
y trataron de explicarse el universo. Los primeros se quedaron en la imagen, en la apariencia; los
segundos trataron de ir más allá elaborando diversas teorías explicativas, es decir, buscaron la realidad,
aunque esas teorías contradijeran la imagen perceptiva. Cuando Galileo demostró que los cuerpos caen
con una aceleración constante y no por su peso, estaba contradiciendo la imagen que todos tenemos de
un objeto en caída libre. Si observamos la caída de una hoja de papel y la comparamos con la de un
objeto contundente, como una bola de acero, comprobamos que la segunda cae mucho antes que la
primera. Eso es lo que nos da la apariencia, pero la realidad es muy distinta, porque no se ha tenido en
cuenta la resistencia del aire.
Vivimos una época plagada de imágenes, que no son solo percibidas, sino fabricadas y transmitidas por
los medios audiovisuales. También son imágenes con frecuencia manipuladas. A estas imágenes se
añade una nueva retórica, que no necesariamente tiene que coincidir con el bien hablar: palabras
usadas repetidamente como mantras con el fin de ocultar la realidad.
Nos venden como algo maravilloso lo que en realidad no vale nada. Se trata de forzar el consumo a
costa de lo que sea. Lo mismo sucede con la propaganda política. Los políticos prometen con frecuencia
lo que saben que no van a cumplir. ¿Y por qué lo prometen? Porque quieren persuadirnos para que los
votemos. Después, una vez conseguido el poder, hacen lo que les apetece hasta que se acercan las
próximas elecciones.
Una de las manifestaciones más curiosas del poder engañoso de la apariencia es el lenguaje
políticamente correcto. Quien no lo use, no estará bien visto. Pero se trata de un lenguaje ambiguo que
trata de ocultar la realidad. Ejemplos de ese lenguaje son cambiar la palabra “pobre” por la de
“desfavorecido”, usar el término “género” en lugar de “sexo”, hablar de “violencia de género” en vez de
“violencia entre sexos”, llamar a los negros “hombres de color” o “afroamericanos”, reemplazar la
palabra “prostituta” por el eufemismo de “trabajadora sexual”, etc. En todos ellos se busca edulcorar la
apariencia tratando de esconder la cruda realidad. Todo el mundo sabe a qué se refiere, pero no quiere
reconocerlo.
¿Cómo superamos el uso engañoso de la apariencia? Se trata de una pregunta que se desdobla en dos:
a) ¿cómo superamos el uso engañoso de las imágenes? y b) ¿cómo superamos el uso engañoso del
lenguaje? En ambos casos tenemos que recurrir a los conceptos; y ello de dos formas. La primera es
contrastar las imágenes con los conceptos. Tengo que averiguar si las imágenes perceptivas de algo
coinciden con la idea que se tiene de ese algo. La segunda consiste en analizar el lenguaje: ¿coincide el
uso que se hace de las palabras con su significado?, ¿estamos usando las palabras para referirnos a algo
totalmente diferente?
Hay, además, otro proceso que se añade a las dos formas anteriores. Se trata de comparar un concepto
con otro, una idea con otra, viendo sus diferencias y semejanzas hasta obtener su significado más
profundo. La dialéctica se refiere a un método de razonamiento que implica la confrontación y la
interacción de ideas opuestas o contradictorias para llegar a una una comprensión más completa de la
verdad. Practicando la dialéctica de esta manera, obtendremos conceptos como el de democracia, no
solo más completos sino más profundos y desarrollados. Solo así podremos avanzar en el conocimiento
de la realidad.
Por su especial dificultad el ejercicio de la dialéctica no debe estar en manos de simples discutidores. Su
conocimiento y práctica debe formar parte esencial de la educación. Sólo así podremos conseguir
ciudadanos dignos de vivir en sociedad.