Elyse Fitzpatrick - Por Que Él Me Ama (Como Cristo Transforma Nuestra Vida) .PDF Versión 1
Elyse Fitzpatrick - Por Que Él Me Ama (Como Cristo Transforma Nuestra Vida) .PDF Versión 1
Elyse Fitzpatrick - Por Que Él Me Ama (Como Cristo Transforma Nuestra Vida) .PDF Versión 1
Prefacio
Reconocimientos
1. Recordando su amor
4. El veredicto
5. Tu herencia
6. ¡Mira y vive!
7. Sé quien eres
8. Yo te limpiaré
9. Anden en amor
“Elyse Fitzpatrick nos ha dado un libro útil, alentador y vivificante que nos
muestra el impacto práctico del gran amor de Dios para Su pueblo en cada
aspecto de la vida cristiana. Su rico entendimiento de la verdad revelada de
Dios, cuando es entendida y aplicada, ciertamente equipará e inspirará a los
cristianos para que cumplan de la mejor manera su fin principal: ¡glorificar
y gozar de Él por siempre!”.
“Elyse Fitzpatrick nos recuerda por qué el evangelio es tan buena noticia—
no solo cuando lo escuchamos por primera vez, sino aún después de
pasarnos toda una vida oyendo el mismo mensaje. Esta es una exposición
conmovedora de la verdad del evangelio, mostrando cómo el contenido
doctrinal de nuestra fe no es algo seco y académico, sino una verdad
maravillosamente personal y práctica. Y el mensaje del evangelio no es solo
el fundamento de nuestra nueva vida en Cristo, sino que también constituye
los ladrillos y el mortero. Por tanto, no solo es relevante al principio de
nuestro caminar con Cristo, sino cada día a partir de ahí. Esa verdad simple,
pero crucial, suele olvidarse hoy en día en las iglesias”.
– Philip R. Johnson, director ejecutivo de Gracia a Vosotros
– Pastor Lance y Beth Quinn, The Bible Church of Little Rock, Little
Rock, Arkansas
A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas han sido tomadas de
La Santa Biblia, Nueva Versión Internacional (NVI) © 1986, 1999, 2015
por Biblica, Inc. Las citas bíblicas marcadas con la sigla NTV han sido
tomadas de La Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente © 2010 por
Tyndale House Foundation; las marcadas con la sigla NBLH, de La Nueva
Biblia Latinoamericana de Hoy ©2005 por The Lockman Foundation; las
marcadas con la sigla RVC, de La Santa Biblia, Versión Reina Valera
Contemporánea © 2009, 2011 por Sociedades Bíblicas Unidas; las
marcadas con las sigla RV60, de La Santa Biblia, Versión Reina Valera
1960 © 1988 por Sociedades Bíblicas Unidas; las marcadas con la sigla
TLA, de la Traducción en Lenguaje Actual © 2000 por Sociedades Bíblicas
Unidas
Poiema Publicaciones
[email protected]
www.poiema.co
SDG
Dedicado a
Prefacio
Uno de los medios específicos que el Señor usó para revelarme más de Él
fue el material que Elyse presenta aquí en Porque Él me ama. Primero lo
escuché en un seminario para mujeres que precedía una conferencia de
consejería bíblica. Durante la conferencia, lo presentó de nuevo, solo que
un poco más resumido y adaptado a consejeros. Ella demostró cómo el
mensaje del evangelio, en cinco partes —la encarnación, la vida perfecta de
Jesús, Su crucifixión, resurrección y ascensión —podía ser aplicado
prácticamente a una variedad de escenarios de consejería, como a los casos
de adolescentes con anorexia o de esposos cristianos adictos a la
pornografía. Fue en ese momento que el Señor abrió los ojos de mi corazón
para que pudiera ver con toda claridad que el mensaje del evangelio
realmente es la respuesta a todo problema y a todo pecado. Yo conocía esas
verdades desde hace años, pero fue en ese instante que Dios las convirtió en
una realidad absoluta en mi corazón.
— Jody Hogan
Reconocimientos
Durante una conversación que tuve recientemente con una amiga que
preguntaba acerca de mis escritos, le dije algo así como: “Este mensaje será
el único mensaje que tendré de ahora en adelante. No hay nada más
importante que decir”. Ella respondió: “Que bendición que Dios haya hecho
que tantos caminos en tu vida converjan en ese mismo lugar”. Estuve de
acuerdo.
A Iain y Barbara Duguid, por abrir mis ojos al evangelio que creí que
conocía. Al pastor Tim Keller, quien abrió sus ojos y después, a través de
sus estudios bíblicos, también abrió los míos. Al pastor John Piper, por abrir
mis ojos a la supremacía de Dios en todas las cosas.
A Paul David Tripp, por hablar y escribir acerca del Redentor y por
compartir conmigo su sabiduría acerca de la identidad.
A mi querido esposo, Phil, quien una vez dijo muy gentilmente: “También
vivo aquí, ¿sabes?”—cuando su llegada a casa interrumpía mis
pensamientos y me irritaba. Gracias, mi amor. Cualquier fruto que el Señor
traiga de esto también te pertenece, por tu fidelidad al orar, tu gentileza al
liderar, tu amor al animar, y por tu incansable paciencia.
Introducción
¿Alguna vez has tenido esa sensación incómoda de que se te está olvidando
algo importante, pero sencillamente no eres capaz de acordarte de lo que
es? Yo tuve esa experiencia hace unas semanas, cuando mi esposo y yo
salíamos de la iglesia el domingo por la mañana. Sabía que algo se me
estaba olvidando, pero no tenía ni idea de lo que era. ¿El bolso? No. ¿La
Biblia? La tengo. Al rato, cuando ya íbamos por la calle principal que
llevaba hacia la autopista, de repente empecé a gritar: “¡Los niños! ¡Los
niños! ¡Se nos olvidaron los niños!”. Como podrás imaginarte, mi esposo le
dio la vuelta al carro inmediatamente y voló de regreso a la iglesia. Yo salté
del carro y corrí a buscarlos. Se me había olvidado que mi hija me había
pedido que me llevara a los nietos a casa, y después que supo que por poco
los dejamos, estoy segura de que se lo pensó dos veces antes de pedírnoslo
de nuevo. Me imagino que esto es algo con lo que muchos de ustedes se
pueden identificar, ¿no? Todos sabemos lo que es olvidarnos sin querer de
alguien que amamos.
Creo que muchas veces somos como los padres de Jesús. Permíteme
explicar lo que quiero decir. Se supone que, como cristianos, celebramos
con gozo nuestro Cordero de Pascua (la salvación que tenemos en Jesús),
pero después, al igual que Sus padres, regresamos ansiosamente a nuestro
Nazaret (a tratar de vivir nuestra fe sin ser conscientes de Su presencia). Por
supuesto, asumimos que no está lejos, pero ni nos hemos dado cuenta de Su
ausencia porque estamos demasiado pendientes de vivir para Él.
Tal vez otra faceta, y una más ofensiva, de nuestro abandono del Salvador,
es que aunque todos los creyentes ortodoxos ven la salvación como una
obra Suya, creemos que vivir la vida cristiana es una que es exclusivamente
nuestra. Sí, pensamos que la salvación es un gran regalo, pero ahora
tenemos que concentrarnos en vivir la vida cristiana.
•¿Estás más enfocado en lo que haces por Él o en lo que Él ya hizo por ti?
•Al final del día, ¿sientes paz en tu alma gracias a Él, o estás lleno de culpa
y prometiéndote que mañana “lo harás mejor”?
•¿Todavía sientes la necesidad de probar que no eres “tan malo”? ¿Te enojas
cuando la gente te critica o te ignora?
Mientras trabajamos juntos con las respuestas a estas preguntas, quiero que
estés animado. Este es un esfuerzo que le apasiona a tu Salvador. Sus
grandes logros, que tanto le costaron, no deben ser relegados a un curso
introductorio que luego se guarda en un cajón junto con otros viejos
recuerdos. No, el deber de todos los que nos beneficiamos de Su obra es
meditar en ella constantemente y regocijarnos en ella todos los días de
nuestra vida.
Así que pidámosle que nos ilumine ahora que nos embarcamos en nuestro
viaje de regreso a Jerusalén, en busca del Hijo amado. A diferencia de Sus
padres, no tendremos que buscar como locos. No, Él está esperándote con
gozo y paciencia para recordarte Su amor, y para hacer que Su presencia sea
lo más relevante de tu vida. Pasemos un tiempo pensando acerca de nuestro
Salvador, y en cómo lo que Él ha hecho está destinado a ser la característica
más significativa de nuestra fe y de la vida que le dedicamos a Él.
Capítulo uno
Recordando Su amor
— Juan 3:16
Antes de empezar, es vital que sepas hacia dónde vamos con este libro, así
que, en caso de que te hayas saltado la introducción, por favor tómate un
momento para leerla. ¡Gracias!
¿Qué debemos recordar? Simplemente que Dios nos ama tanto que aplastó
a Su Hijo para que fuéramos Suyos, y que Su amor no se basa en nuestro
mérito o en nuestro desempeño. Su amor no cambia dependiendo del día.
Se fijó en ti desde antes de la fundación del mundo. Dios nos ha hablado
acerca de Su amor y del evangelio en Juan 3:16: “Porque tanto amó Dios al
mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para que todo el que cree en Él no se
pierda, sino que tenga vida eterna”. ¿Crees que ese amor puede transformar
la forma en que vives hoy? Se supone que sí, pero ¿cómo funciona esto
exactamente?
Sé que puedes estar pensando: “Ah sí, el amor de Dios y el evangelio. . . sí,
sí, sé todo acerca de eso. Es cierto que amo esa historia, y es bueno
recordarla para compartirla con mis amigos inconversos, pero si ya soy
salvo, ¿no se supone que debería de pasar a otro nivel? Es decir, el
evangelio es maravilloso para los que están empezando la vida cristiana,
pero creo que ya lo entendí. Después de todo, ¡soy cristiano! ¿Quieres decir
que hay algo más que debo considerar?”. Sí, de hecho estoy diciendo que si
olvidas centrarte en el amor de Dios por ti a través de Cristo, tu cristianismo
pronto se reducirá a un programa de superación personal —uno de los
muchos métodos que te ayudan a poner tu vida en orden. Y aunque eso
suene bien, no tiene nada que ver con el verdadero cristianismo. El
cristianismo no es un programa de superación personal; es el
reconocimiento de que se necesita más que una mera superación personal.
Se necesita muerte y resurrección: predicar el evangelio, edificar sobre el
evangelio, ser motivado por el evangelio, creer en el poder del evangelio y
en el amor de un Redentor.
Para ilustrar lo que quiero decir en cuanto a nuestra necesidad de recordar el
amor de Dios en el evangelio, hice una lista extensa de versículos que
contienen este mensaje. Como asumo que ya estás familiarizado con estos
pasajes, con su contexto y lo que significan, no los voy a explicar. Más bien,
dejaré que te hablen directamente. Así que, por favor, resiste la tentación de
solo echarles un vistazo porque crees que ya te los sabes. En lugar de esto,
pídele al Espíritu que avive tu corazón por medio de estos versículos.
Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido
en las regiones celestiales con toda bendición espiritual en Cristo. Dios nos
escogió en Él antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin
mancha delante de Él. En amor nos predestinó para ser adoptados como
hijos Suyos por medio de Jesucristo, según el buen propósito de Su
voluntad, para alabanza de Su gloriosa gracia, que nos concedió en Su
Amado (Ef 1:3-6).
La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por
naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué
aferrarse… haciéndose semejante a los seres humanos (Fil 2:5-7).
¡Te saludo, tú que has recibido el favor de Dios! El Señor está contigo (Lc
1:28).
No tengan miedo. Miren que les traigo buenas noticias que serán motivo de
mucha alegría para todo el pueblo. Hoy les ha nacido… un Salvador, que es
Cristo el Señor (Lc 2:10-11).
Jesús tenía unos treinta años cuando comenzó Su ministerio. Era hijo, según
se creía, de José… hijo de Adán, hijo de Dios (Lc 3:23, 38).
El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar
buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a los
cautivos y dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a
pregonar el año del favor del Señor (Lc 4:18-19).
Vino a lo que era Suyo, pero los Suyos no lo recibieron (Jn 1:11).
… anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que estaban oprimidos
por el diablo, porque Dios estaba con Él (Hch 10:38).
Como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así también tiene que ser
levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en Él tenga vida
eterna (Jn 3:14-15).
“Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, afirmó Simón Pedro.
“Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás”, le dijo Jesús, “porque eso no te lo
reveló ningún mortal, sino mi Padre que está en el cielo” (Mt 16:16-17).
“Aunque tenga que morir contigo”, insistió Pedro con vehemencia, “jamás
te negaré”. Y los demás dijeron lo mismo (Mr 14:31).
“Es tal la angustia que me invade, que me siento morir”, les dijo.
“Quédense aquí y manténganse despiertos conmigo” (Mt 26:38).
Se postró sobre Su rostro y oró: “Padre mío, si es posible, no me hagas
beber este trago amargo. Pero no sea lo que Yo quiero, sino lo que quieres
Tú” (Mt 26:39).
Padre mío, si no es posible evitar que Yo beba este trago amargo, hágase Tu
voluntad (Mt 26:42).
Cuando volvió, otra vez los encontró dormidos, porque se les cerraban los
ojos de sueño (Mt. 26:43).
Eres tú quien dice que soy Rey. Yo para esto nací, y para esto vine al
mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que está de parte de la
verdad escucha Mi voz (Jn 18:37).
Los soldados llevaron a Jesús al interior del palacio (es decir, al pretorio) y
reunieron a toda la tropa. Le pusieron un manto de color púrpura; luego
trenzaron una corona de espinas, y se la colocaron. “¡Salve, Rey de los
judíos!”, lo aclamaban. Lo golpeaban en la cabeza con una caña y le
escupían. Doblando la rodilla, le rendían homenaje (Mr 15:16-19).
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? (Mt 27:46).
Ahora bien, si hemos muerto con Cristo, confiamos que también viviremos
con Él (Ro 6:8).
Sino que uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante
le brotó sangre y agua (Jn 19:34).
Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador,
para que en Él recibiéramos la justicia de Dios (2Co 5:21).
… pues ustedes han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios
(Col 3:3).
“No se asusten”, les dijo. “Ustedes buscan a Jesús el nazareno, el que fue
crucificado. ¡Ha resucitado! No está aquí. Miren el lugar donde lo pusieron”
(Mr 16:6).
En otro tiempo ustedes estaban muertos en sus transgresiones y pecados…
Pero Dios, que es rico en misericordia, por Su gran amor por nosotros, nos
dio vida con Cristo, aun cuando estábamos muertos en pecados. ¡Por gracia
ustedes han sido salvados! (Ef 2:1, 4-5).
Confiamos que también viviremos con Él. Pues sabemos que Cristo, por
haber sido levantado de entre los muertos, ya no puede volver a morir; la
muerte ya no tiene dominio sobre Él. En cuanto a Su muerte, murió al
pecado una vez y para siempre; en cuanto a Su vida, vive para Dios (Ro
6:8-10).
Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a
Cristo Jesús… (Ro 8:1).
¿Quién nos apartará del amor de Cristo? (…) Pues estoy convencido de que
ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo
por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la
creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo
Jesús nuestro Señor (Ro 8:35, 38-39).
… dichosos los que no han visto y sin embargo creen (Jn 20:29).
Habiendo dicho esto, mientras ellos lo miraban, fue llevado a las alturas
hasta que una nube lo ocultó de su vista (Hch 1:9).
… Dios nos resucitó y nos hizo sentar con Él en las regiones celestiales,
para mostrar… la incomparable riqueza de Su gracia, que por Su bondad
derramó sobre nosotros en Cristo Jesús (Ef 2:6-7).
Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre
todo nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el
cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que
Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre (Fil 2:9-11).
A los que predestinó, también los llamó; a los que llamó, también los
justificó; y a los que justificó, también los glorificó (Ro 8:30).
Luego el ángel me mostró un río de agua de vida, claro como el cristal, que
salía del trono de Dios y del Cordero… Ya no habrá maldición. El trono de
Dios y del Cordero estará en la ciudad. Sus siervos lo adorarán; lo verán
cara a cara, y llevarán Su nombre en la frente. Ya no habrá noche; no
necesitarán luz de lámpara ni de sol, porque el Señor Dios los alumbrará. Y
reinarán por los siglos de los siglos (Ap 22:1, 3-5).
¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede
estar en contra nuestra? (…) ¿Quién acusará a los que Dios ha escogido?
Dios es el que justifica (Ro 8:31, 33).
Por esta razón me arrodillo delante del Padre… Y pido que, arraigados y
cimentados en amor, puedan comprender, junto con todos los santos, cuán
ancho y largo, alto y profundo es el amor de Cristo; en fin, que conozcan
ese amor que sobrepasa nuestro conocimiento, para que sean llenos de la
plenitud de Dios (Ef 3:14, 17-19).
Así manifestó Dios Su amor entre nosotros: en que envió a Su Hijo
unigénito al mundo para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el
amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y
envió a Su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de
nuestros pecados (1Jn 4:9-10).
Por favor, detente para que puedas reflexionar por un momento. ¿Qué
pensabas mientras leías los versículos anteriores? Permíteme sugerir
algunas posibilidades:
•¡¿Otra vez?! Sé que debería estar agradecido por el amor de Dios por mí,
pero la verdad es que me siento demasiado culpable. Esta historia no me
recuerda Su amor por mí, solo me recuerda la forma en que siempre le fallo.
Francamente, esta historia me aterra.
•Soy diferente a los demás. Antes valoraba esa historia, pero he tenido una
vida difícil. Supongo que sé que Jesús me ama, pero necesito una persona
con brazos reales que me abrace y alivie mi dolor. El amor de Dios es muy
bonito, pero no es lo suficiente real para mí en estos momentos.
•He tratado de vivir la vida que sé que Dios quiere que viva, pero no he
podido. En verdad, no veo cómo la historia del amor de Dios en Cristo tiene
que ver con mi lucha con la preocupación (o las apuestas, la glotonería, la
pornografía, el orgullo o los chismes). Estoy buscando algo que me haga
una mejor persona para dejar de lastimar a la gente y vivir una vida sana y
productiva.
•Lo siento, estoy demasiado ocupado para leer. ¿Me puedes dejar un
mensaje? ¡Tengo que irme!
Ah, y algo más que debes saber. Estaré usando el término evangelio muy
frecuentemente en este libro, así que quiero definirlo ahora. La lista de
versículos fue una especie de resumen del evangelio. Es la encarnación,
vida perfecta, muerte sustitutiva, sepultura, resurrección corporal, ascensión
y Reino eterno del Hijo de Dios, Jesucristo. Voy a estar utilizando el
término evangelio como resumen de todas estas verdades, y también voy a
ayudarte a ver cómo dichas verdades deben impactar visiblemente cada
faceta de tu vida hoy.
Así que, ya que tienes una idea de hacia donde nos dirigimos, permíteme
darte unas palabras de ánimo. Si estás en Cristo, la promesa de Dios en
cuanto a tu relación con Él y tu identidad en Él está arraigada en Su amor
eterno: Te he amado tanto que envié a Mi Hijo amado para atraerte hacia
Mí, para que creyendo esto pudieras tener una relación eterna conmigo. Yo
seré tu Dios, tú serás Mi hijo. Descansa y regocíjate en todo lo que Mi
amor ha hecho para transformarte. Si no estás seguro de ser cristiano,
¿podrías pasar al Apéndice en este momento? Así entenderás lo que quiero
decir cuando hablo del amor de Dios por nosotros y de cuál debería ser
nuestra respuesta. ¡Gracias!
3.Cita Juan 3:16. ¿Es una verdad que afecta tu vida diaria?
4.Mi argumento para este libro es que muchos de nosotros estamos tan
enfocados en vivir la vida cristiana que hemos olvidado a Jesús. ¿Estás de
acuerdo o en desacuerdo? Explica tu respuesta.
Capítulo dos
Olvidando
nuestra identidad
Precisamente por eso, esfuércense por añadir a su fe…; el que no las tiene
es tan corto de vista que ya ni ve, y se olvida de que ha sido limpiado de sus
antiguos pecados.
— 2 Pedro 1:5, 9
Antes de su muerte en 1963, el Pastor A. W. Tozer predicó una serie de
sermones llamando a su iglesia a adoptar una alabanza más centrada en
Dios. En el cuarto mensaje, tocó un tema inusual:
Una de las más grandes tragedias que encontramos, aun en la era más
informada de todas las eras, es el hecho de que millones de hombres y
mujeres nunca llegan a descubrir por qué nacieron.
•Nuestro propósito: ¿Para qué estamos aquí? ¿Para qué nacimos? ¿Qué le
da propósito a nuestra existencia?
Así que la primera pregunta que quiero hacerles en este momento es:
¿Sabes quién eres? Te la digo de otra manera: Específicamente, ¿cómo te ha
definido o moldeado el evangelio? La mayoría de los cristianos saben que el
evangelio debe afectar sus vidas diarias de una forma significativa, pero
aparte de tener un entendimiento básico de que de alguna forma le
pertenecen a Dios y de que van al cielo, no ven la importancia de la
encarnación, de la resurrección, ni de la ascensión. La mayoría de nosotros
probablemente tenemos alguna idea de lo que significan palabras como
elección, justificación, redención, reconciliación, propiciación, santificación
y glorificación; pero si somos honestos, no nos parece que tengan mucho
que ver con pañales sucios, cáncer o huracanes. A pesar de que muchos de
nosotros amamos y creemos las buenas noticias acerca de Jesucristo,
raramente las aplicamos a nuestras vidas particulares.
Estas son solo algunas de las maneras (entre millones como estas) en que
olvidamos quiénes somos: hombres y mujeres incalculablemente pecadores,
amados inmensamente por un Dios que es infinitamente santo. También se
nos olvida la forma en que somos llamados a responder: en obediencia y
agradecimiento. No respondemos de esa manera porque se nos ha olvidado
el consuelo del evangelio: hemos sido acogidos, purificados y hechos
aceptables por la intervención directa y amorosa de Dios. Por tanto, caemos
en la trampa de creer que tenemos que pelear por lo que creemos que
necesitamos. Todo lo que se tenía que hacer por nosotros, ha sido hecho. No
tenemos que pelear para ganarnos Su amor y Su aceptación.
Pedro está diciendo que una de las razones por las que no crecemos en
obediencia y agradecimiento es porque tenemos amnesia; nos hemos
olvidado de que fuimos limpiados de nuestros pecados. En otras palabras, él
está diciendo que el fracaso continuo en la santificación (el proceso lento de
cambio que nos lleva a parecernos a Cristo) es el resultado directo de no
recordar el amor de Dios por nosotros en el evangelio. Si no contamos con
el consuelo y la seguridad que vienen de entender Su amor y Su perdón,
nuestros fracasos nos atarán a los pecados del pasado, y no tendremos la fe,
el valor, ni la capacidad para luchar contra ellos. Por favor, nota la
importancia de la declaración de Pedro. Si no recordamos nuestra
justificación, redención y reconciliación, tendremos problemas con nuestra
santificación.
Desearemos ser devotos a Dios porque desearemos ser como Él; nuestros
deseos serán transformados cuando nuestros ojos estén puestos en Su
santidad. ¿Por qué querríamos ofender al que nos amó tanto que, por medio
de Su vida y muerte, nos limpió sacrificialmente del pecado?
Él nos ha dicho: “Sé mío”. Si eres Su hijo, Él quiere que estés seguro de Su
amor inmutable por ti y de lo que eres en Él incluso ahora mismo. Podemos
responderle con la plena seguridad que Él realmente nos ama, que
realmente nos ha recibido y nos ha hecho Suyos. Le encantaría que
viniéramos a Él y que confiáramos en Él, tanto como a un padre amoroso le
encanta saber que sus hijos confían en él y que les encanta estar con él.
Para que puedas tener una mayor conciencia de ti mismo y de tu Dios, por
favor tómate el tiempo de completar el ejercicio que está debajo.
4.2 Pedro 1:9 dice: “En cambio, el que no las tiene es tan corto de vista que
ya ni ve, y se olvida de que ha sido limpiado de sus antiguos pecados”.
Cuando te detienes a analizar tu vida, ¿notas algunos atributos de Cristo en
tu vida? ¿Has visto crecimiento en este sentido? Sé que es muy difícil
juzgarte a ti mismo de esta forma (ya que algunos de nosotros somos tan
duros con nosotros mismos que nos olvidamos de la gracia de Dios, y otros
son tan indulgentes consigo mismos que piensan que hay crecimiento,
¡cuando no lo hay!), así que ¿por qué no le preguntas a un amigo cercano lo
que ha visto en tu vida en estos últimos años? Cuando haces algo que no es
conforme al carácter de Cristo, ¿te recuerdas a ti mismo el evangelio, que
has sido amado y limpiado de tus pecados pasados? ¿Dirías que este
recordatorio te empuja hacia la santidad o a seguir pecando?
Capítulo tres
El regalo de
nuestra identidad
Con todo y que no me gustan mucho los comerciales, tengo que admitir que
de vez en cuando la gente de Madison Avenue se inventan algunos que son
bastante divertidos, como aquellos de Citibank que advierten acerca del
robo de identidad. Uno de los que más disfruto es el del viejito desaliñado
que habla como si fuese una chica presumida, diciendo: “Primero vacié la
cuenta corriente y luego me fui al centro comercial. Y ahí, en la vitrina,
estaba ese conjuntito sexy, y ay-mi-madre…”.1 Aunque da mucha risa,
definitivamente no sería muy divertido vivirlo, ¿verdad?
•“Cuando hago una cita, ¡llego a tiempo! Si este técnico sabía que iba a
llegar tarde otra vez, ¡lo mínimo que podía hacer era llamar! No seré
perfecto, ¡pero por lo menos soy más responsable que él!”.
•“Más vale que te vaya mejor en tu próximo examen de ortografía! ¡Me da
vergüenza que repruebes así!”.
•“¡Soy un fracasado! Aquí estoy, atrapado en este empleo sin futuro, en esta
estúpida autopista, yendo a ninguna parte, pecando como siempre lo he
hecho. Supongo que esto es lo que me merezco. Soy un perdedor”.
Cuando siento que he perdido toda una tarde esperando a un técnico, puedo
moderar mi respuesta a la luz de las realidades celestiales, pensando:
Nuevamente, Pablo escribió: “Ya que han resucitado con Cristo, busquen
las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios.
Concentren su atención en las cosas de arriba, no en las de la tierra, pues
ustedes han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando
Cristo, que es la vida de ustedes, se manifieste, entonces también ustedes
serán manifestados con Él en gloria” (Col 3:1-4).
Al leer el pasaje de arriba, ¿qué fue lo que más te llamó la atención? Para
muchos de nosotros, lo que más resalta son los mandatos en estos
versículos: “… busquen las cosas de arriba… Concentren su atención en las
cosas de arriba”. Aunque estos mandatos son importantes, casi nunca nos
damos cuenta de que gran parte del pasaje no tiene nada que ver con
nuestras obras, sino con las de Él. Como nos saltamos los hechos que
creemos saber, no recibimos el poder transformador que necesitamos.
Pablo escribe esto porque estamos escondidos con Cristo en Dios y Él es
nuestra vida, debemos poner nuestra mente y deseos en las cosas de arriba,
donde estamos —incluso en este mismo momento— sentados con Él (Col
3:1). Cuando fallamos en responder como Cristo a las decepciones de la
vida, usualmente es porque nos hemos olvidado de todo lo que Él ha hecho
por nosotros. Se nos olvida que esa vieja persona que demandaba respeto y
comodidad fue crucificada con Él. Murió, y una nueva persona ha nacido en
su lugar. Así como Cristo fue vivificado por el Espíritu, nosotros también
hemos sido vivificados. Debido a que ahora somos uno con Él en Su vida de
resurrección, vivificados por el mismo Espíritu, las cosas del mundo que
antes nos dominaban han perdido su poder. Se nos ha dado ojos nuevos que
nos dan el valor de vernos a nosotros mismos como realmente somos, y la
fe para creer que Él nos está recreando para que seamos como Él. Pablo nos
habla del “ya” y del “todavía no”: en este mismo momento, estamos
completamente vivos en Él; estamos sentados con Él en el cielo, pero esta
vida de resurrección está confinada a nuestros cuerpos mortales, por lo que
todavía tenemos que ser intencionales en “buscar” y “concentrarnos”.
Esta nueva identidad es nuestra ahora mismo, pero también tenemos que
crecer en ella, así como mis nietos están creciendo en el entendimiento de
lo que significa ser parte de nuestra familia. Parte de este proceso de
maduración es la capacidad de identificar y dar muerte a las motivaciones
egocéntricas que antes enmarcaban nuestras vidas. Así que Pablo continúa
diciéndonos que caminemos en la compasión, amabilidad, humildad,
mansedumbre y paciencia que caracterizaban la vida de Jesús. Podemos
caminar en esta nueva vida porque Él vive en nosotros a través del Espíritu.
Podemos soportarnos unos a otros y perdonarnos unos a otros porque Él nos
ha perdonado. “Por encima de todo, vístanse de amor, que es el vínculo
perfecto” (Col 3:12-14).
El error de Lucifer
Agustín escribió que el error de Lucifer fue que no quiso ninguna otra
fuente de bondad que no fuese él mismo. “Trató de ser su propia fuente y
por eso cayó. Esta negación básica de nuestra dependencia es lo que nos
arruina”.3 El problema con tratar de construir nuestra propia identidad por
nosotros mismos es que Aquel que nos creó, que nos ama y que tiene total
autoridad sobre nosotros, ya nos dijo quiénes somos, lo que necesitamos y
hacia dónde vamos. Él ha determinado nuestra individualidad, nuestro lugar
de pertenencia, nuestro propósito y nuestra permanencia. Él ha respondido a
nuestra falibilidad.
El evangelio nos dice que solo en Cristo podremos hallar nuestra nueva
identidad. Pero olvidamos que somos pecadores, que somos falibles y que
no merecemos respeto. También nos olvidamos de que hemos sido amados
y acogidos por la única Persona cuya opinión realmente importa. Hemos
olvidado el amor de Dios por nosotros en el evangelio. Nuestro problema
fundamental no es nuestra historia, nuestro ambiente, los químicos de
nuestro cerebro, ni siquiera nuestras malas decisiones. Nuestro problema es
que tenemos una identidad funcional que va en contra de las verdades del
evangelio. Hemos ignorado y descuidado el hecho de que Cristo nos ha
dado Su identidad: Él es nuestra vida.
A la luz de estas verdades del evangelio, ¡la profundidad del amor de Dios
es asombrosa! La verdad que muchos de nosotros hemos olvidado y que
necesitamos recordar urgentemente es que el cristianismo no es
esencialmente un programa para ayudar a la gente moralista a ser mejor.
No, es una relación basada en la premisa de que no somos buenos ahora, y
de que nunca seremos lo suficientemente buenos en esta vida. Necesitamos
a alguien que sea bueno en nuestro lugar, que haya sufrido lo que
merecemos sufrir y haya vivido la vida justa que debimos vivir. ¡Nuestro
Redentor ha tomado nuestra identidad pecaminosa para que podamos
recibir Su identidad, que es perfectamente santa! ¿Entiendes por qué Cristo
tiene que ser el único que defina todo lo que éramos, somos o seremos? ¡Él
es nuestra vida! ¡Él es nuestra identidad!
La maravillosa noticia
Ciertamente, el evangelio es una buena noticia, ¿verdad? No es
simplemente que hemos sido salvados del infierno por un Dios que nos está
tolerando, manteniéndose a distancia, concediéndonos una salvación que no
le haya costado mucho. Él envió a Su único Hijo a morir en nuestro lugar
para atraernos a Sí mismo. Tal era Su determinación de transformarte. En la
noche en que fue traicionado, Él oró que supiéramos que somos amados por
el Padre con la misma intensidad que Él ama a Su Hijo amado (Jn 17:23).
El estilo de vida que nos identifica… no es de este mundo, sino del cielo…
Esta ciudadanía incluye la historia de nuestros orígenes y de nuestro
destino: vivimos con la esperanza de que un día nuestro Salvador vendrá
cabalgando por las puertas para rescatar a Su pueblo del exilio. Al
encontrarnos y recuperarnos, transformará nuestros cuerpos mortales y
decadentes para que sean como Su glorioso cuerpo resucitado y ascendido.5
Esta nueva identidad nos debe definir y transformar hoy. Nuestra vida ya no
está atada a la inconstancia del caos que vivimos a diario, aunque el técnico
llegue tarde, nuestros hijos tengan mala ortografía o estemos atascados
detrás de un camión que llena nuestro carro de humo. Por fin podemos
desmantelar nuestras tantas exigencias y descansar en la verdad de que no
merecemos misericordia, pero hemos sido declarados inocentes en Cristo.
Su amor ha vencido todas nuestras demandas inútiles de que “se haga
justicia”, por medio de Su encarnación, vida, muerte, resurrección y
ascensión. ¿Dónde está la justicia en el evangelio?
El evangelio es una buena noticia para nosotros, sí, pero la principal bondad
de esta noticia no somos nosotros ni nuestra nueva identidad. Es una buena
noticia acerca de Él: de Sus bondades, Su fidelidad, Su santidad y Su
sacrificio expiatorio. Es un reporte acerca de Su gran condescendencia al Él
intercambiar Su gloriosa identidad por la vergüenza de la nuestra. Es acerca
de Su carácter infalible y Su compasión infinita. Aunque Él se ha
convertido en nuestra vida, el énfasis le pertenece a Él, no a nuestra
identidad, nuestro pecado, nuestra posición, nuestros éxitos, ni nuestras
alegrías. Por más maravilloso que sea el regalo de una identidad
completamente nueva y limpia, eso no es lo que vamos a estar celebrando
por toda la eternidad. Nos vamos a pasar la eternidad regocijándonos en Él.
Cantaremos: “¡Digno es el Cordero, que ha sido sacrificado, de recibir el
poder, la riqueza y la sabiduría, la fortaleza y la honra, la gloria y la
alabanza!”. Nuestras bocas y todo el cielo estarán llenos de este resonante
coro: “¡Al que está sentado en el trono y al Cordero, sean la alabanza y la
honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos!” (Ap 5:12-13).
Jesucristo, y no nosotros —independientemente de lo que hayamos hecho
por Él— será el tema central de la alabanza en el cielo. Cristo es nuestra
vida ahora, y seguirá siendo nuestra vida mientras le cantemos gozosamente
por toda la eternidad.
»Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha
pasado, ha llegado ya lo nuevo! (2Co 5:17).
»He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en
mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios,
quien me amó y dio Su vida por mí (Gá 2:20).
El veredicto
Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a
Cristo Jesús…
— Romanos 8:1
Estábamos condenados
¿Alguna vez has pensado en qué tan parecidos somos todos al joven rico
que vino a Jesús buscando ser elogiado? Estaba tan seguro de su justicia
ante Dios que se jactó de haber cumplido todos los mandamientos de Dios
desde su juventud. No matarás —listo. No cometerás adulterio —obvio que
no. No mentirás, no robarás, honra a tus padres —cumplido, cumplido,
cumplido. Pero Jesús pudo demostrarle que era culpable ante el Juez de los
cielos, quien mira el corazón. El joven pensó que este Profeta quedaría
impresionado con su bondad. En lugar de eso, descubrió que había estado
haciendo todas sus buenas obras mientras esperaba su ejecución en el
corredor de la muerte. No amaba a Dios, ni a su prójimo.
“Todavía te falta una cosa: vende todo lo que tienes y repártelo entre los
pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme”. Cuando el
hombre oyó esto, se entristeció mucho, pues era muy rico (Lc 18:22-23).
No solo se nos manda que amemos a Dios sobre todas las cosas, sino que
también debemos amar a nuestro prójimo de la forma en que nos amamos a
nosotros mismos. ¿Cómo se ve nuestro amor propio? Nos amamos a
nosotros mismos al darnos siempre el beneficio de la duda, al creer siempre
lo mejor de nuestras motivaciones y acciones, y al esforzarnos por obtener
lo que sea que queramos.
Como Juan escribe que es imposible amar a Dios y a la vez odiar a nuestro
hermano (1Jn 4:20), cuando no amamos a los demás, desobedecemos los
dos mandamientos de Jesús a la vez. Y si acaso pensamos que en realidad
no hemos sido tan malos, Santiago nos dice que si fallamos en un solo
punto de la ley, la quebrantamos toda (Stg 2:10).
Él era inocente
Por otro lado, aquí está el récord de nuestro Salvador, Cristo Jesús. Fíjate en
todas las veces que obedeció voluntariamente las leyes que Él mismo
decretó. Nota que Su obediencia no era una mera conformidad externa. Fue
una demostración de Su santa pasión por obedecer a Su Padre. No obedeció
porque tenía que hacerlo; no, Él quería obedecer porque amaba a Su Padre.
Él dijo: “…siempre hago lo que le agrada” (Jn 8:29); “… pero el mundo
tiene que saber que amo al Padre, y que hago exactamente lo que Él me ha
ordenado que haga” (Jn 14:31); “Mi alimento es hacer la voluntad del que
me envió y terminar Su obra” (Jn 4:34); “… no busco hacer Mi propia
voluntad, sino cumplir la voluntad del que me envió” (Jn 5:30); “La gloria
humana no la acepto…” (Jn 5:41); “Porque he bajado del cielo no para
hacer Mi voluntad, sino la del que me envió” (Jn 6:38); “… he obedecido
los mandamientos de Mi Padre” (Jn 15:10); “… he llevado a cabo la obra
que me encomendaste” (Jn 17:4); “Y por ellos me santifico a Mí mismo,
para que también ellos sean santificados en la verdad” (Jn 17:19); “… que
se amen los unos a los otros. Así como Yo los he amado…” (Jn 13:34); “…
nos conviene cumplir con lo que es justo” (Mt 3:15).
Cristo es el único que tiene la autoridad para decirnos que amemos al Padre
y a nuestro prójimo, porque ese fue Su testimonio durante toda Su vida. Si
somos fieles a nuestro amor por la justicia, el veredicto que deberíamos
pronunciar sobre Él es “inocente”. No solo se trata de que nunca quebrantó
la ley, sino de que Su obediencia activa siempre fue impulsada por
motivaciones puras: amor por el Padre y por los que el Padre le había dado.
No amó para que otros pensaran bien de Él o para evitar problemas. No, Él
era santo porque amaba la santidad y a Su santo Padre. ¿Cuál es la justa
sentencia que debemos pronunciar sobre Aquel que es libre de culpa?
“¡Libertad! ¡Bendición! ¡Vida!”.
El gran intercambio
¿Cómo podía el Dios que dijo que era una abominación castigar al inocente
o liberar al culpable, predestinar3 lo que parece ser la mayor injusticia de
todas? La única forma de hacerlo justamente era poniendo todo nuestro
pecado sobre el Inocente, quien estuvo dispuesto a cargarlo, y luego
condenándolo por ese pecado. Si queremos disfrutar plenamente de la
libertad que Él nos aseguró a un precio tan alto, es vital que reflexionemos
tanto en nuestra desobediencia como en Su castigo. Tenemos que entender
que Él cargó todo nuestro pecado sobre Sí mismo y luego sufrió en carne
propia todo el castigo que El Padre en Su justicia demandaba. Él lo cargó
todo —el pecado que cometimos en nuestra juventud, el pecado que
cometimos antes de nuestra conversión, el pecado que cometimos hoy, y el
pecado que cometeremos mañana. No solo recibió el castigo por las veces
que tratábamos de ser buenos y terminamos haciéndolo a medias. Él cargó
con la ira de Dios por cada vez que sabíamos que no debíamos hablar de
cierta forma, y lo hicimos de todas formas. El recibió la justa sentencia por
cada palabra, obra o pensamiento nuestro que haya sido cruel, lujurioso,
egoísta, iracundo, avaro, apático, vanidoso, orgulloso, deshonesto o
perverso. El Padre derramó toda Su ira sobre Su Hijo. No queda nada más
para ti o para mí. Ahora no te va a condenar, porque condenar a un inocente
es una abominación para Él, y Él dice que eres inocente. No te castigará por
tus pecados porque hacerlo sería injusto; alguien ya pagó por esos pecados,
y sería injusto castigar a otra persona por los mismos pecados.
Hoy en día hay mucha gente que lucha con sentimientos de condenación y
culpabilidad porque nunca han entendido realmente lo que Jesús hizo por
ellos en la cruz. Piensan que su relación con Dios descansa sobre el hecho
de que en realidad no son tan malos, y luego se preguntan si Dios todavía
los ama cuando luchan continuamente con el pecado. Se preguntan si
realmente han creído en Él y si le pertenecen. No ven la magnitud del
pecado que Cristo cargó en su lugar, por lo que no pueden comprender la ira
justa que soportó por ellos ni las riquezas de la gracia que les ha sido dada.
Te estoy animando a que, ahora mismo, aceptes completamente tu
pecaminosidad por una simple razón: que puedas creer plenamente en este
gran intercambio, nuestra justificación.
•“Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha
pasado, ha llegado ya lo nuevo! Todo esto proviene de Dios, quien por
medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo… en Cristo, Dios estaba
reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus
pecados… Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató
como pecador, para que en Él recibiéramos la justicia de Dios” (2Co 5:17-
19, 21). Eres completamente nuevo, y eso no va a cambiar; ¡tienes la
justicia de Dios!
•“Porque Cristo murió por los pecados una vez por todas, el justo por los
injustos, a fin de llevarlos a ustedes a Dios” (1P 3:18). Cristo Jesús sufrió la
muerte y el castigo que merecías por una razón: para que disfrutaras de una
comunión dulce e íntima con Él por toda la eternidad.
Aquí está la realidad del gran intercambio: nuestro récord pecaminoso pasó
a ser Suyo, y Él sufrió el castigo que merecíamos. Pero eso no es todo lo
que ha hecho. Si lo fuera, igual sería una increíble bendición. Ser inocente
—volver al mismo estado en que estuvieron nuestros primeros padres en el
jardín— sería verdaderamente maravilloso. Pero no nos ha dejado allí
donde comenzó Adán. Por medio del segundo Adán, Él ha hecho aún más
por nosotros; nos ha justificado. Como probablemente sabes, a este
concepto del gran intercambio a menudo se le llama justificación. Algunos
han dicho que la palabra justificado significa “como si nunca hubiera
pecado”. Y aunque esto es cierto, no es una definición completa. No es solo
que empezamos con la cuenta en blanco como lo hizo Adán, sino que en esa
cuenta ahora hay algo tan maravilloso que apenas puedo creerlo: el récord
perfecto de Jesús ahora es nuestro. Debido a que Dios te ha acreditado o
imputado la obediencia perfecta de Jesús, cuando Dios te mira, te ve como
una persona perfecta que…
•vive de tal forma que la gente a su alrededor sabe que ama a su Padre
celestial sobre todas las cosas;
•procura obedecer cada mandamiento para que se haga justicia.
Según Dios (¡y Su opinión es la única que importa!), ese es tu récord hoy.
En una ocasión, durante una conversación acerca de estas verdades, una
amiga me preguntó: “¿No está Dios engañándose a Sí mismo?”. Me alegré
de oír esa pregunta porque me hizo entender que ella estaba luchando con
todas las implicaciones de la gracia y la justificación. Y es que estas
verdades deberían asombrarnos.
Sé que no he podido ser el tipo de madre que Él quiere que sea, pero es por
eso que necesito un Salvador, y es por eso que mis hijos también lo
necesitan. Gracias Señor por haberme dado un récord perfecto, y porque
aun cuando peco, sigo siendo perfectamente justa delante ti. Por favor,
perdóname y ayúdame a responder a este regalo tan maravilloso con una
obediencia agradecida. Confío en que sigues obrando en mí.
En mi propia vida, suelo tener que orar de esta forma muchas veces antes de
poder silenciar la terrible insistencia de mi orgulloso corazón. Tengo que
recordarme una y otra vez que ahora Su rectitud es mía, y que la forma en
que mi corazón me atormenta es más bien una manifestación de mi orgullo
y de mi deseo de ser autosuficiente, más que un deseo sincero de ser
piadosa. Si la piedad fuera lo que yo realmente quisiera, entonces un solo
vistazo a la cruz y a la tumba vacía serían suficientes. Pero puedo darme
cuenta de que suelo estar más preocupada de aprobarme a mí misma que
por recordar el hecho de que ya estoy aprobada delante de Él. En mi
pecado, anhelo poder ver mi vida y sentirme bien acerca de mis logros
personales —¡Miren qué buena madre soy!— y ese es el deseo que
engendra la culpa destructiva. La única forma de silenciar mi corazón y
encontrar consuelo es recordarme a mí misma continuamente mi nueva
identidad en Cristo y que eso sea lo único que me satisfaga. Si busco
satisfacción en mis propios logros o identidad, nunca conoceré el consuelo
que Él prometió. “Vengan a Mí todos ustedes que están cansados y
agobiados, y Yo les daré descanso. Carguen con Mi yugo y aprendan de Mí,
pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su
alma. Porque Mi yugo es suave y Mi carga es liviana” (Mt 11:28-30).
Cuando venga a Él en mansedumbre, aprenderé la diferencia entre un
orgullo autocondenatorio (que trata de mí) y una humilde convicción de
pecado (que trata de Él, de Su gracia y de Su ley). Su yugo es fácil; Su
carga es ligera. Puedo venir a Él y encontrar descanso para mi alma, pero
debo hacerlo en humildad y quebrantamiento (1P 5:5).
Capítulo cinco
Tu herencia
— 1 Corintios 2:12
Día tras día les aseguraba que nunca iban a escapar de su calabozo y que al
final los destruiría, tal como había hecho con los otros viajeros extraviados.
Se debilitarían en esta prisión fría y húmeda hasta que finalmente
sucumbieran a una muerte aterradora. Angustiado y completamente
desesperanzado, el pobre Cristiano comenzó a contemplar la posibilidad de
suicidarse.
Gozándote en tu herencia
Por otro lado, sé que muchas familias no ven nada bien que se hable acerca
de la herencia mientras la persona está viva. Pero la perspectiva de Dios
respecto a tu herencia es todo menos típica. De hecho, el deseo generoso de
tu Padre es que pelees por tu herencia con todas tus fuerzas porque eso le da
gloria a Él.
Como ahora vamos a ver una pequeña parte de nuestra hermosa herencia,
déjame animarte a que te tomes unos momentos para pedirle al Espíritu que
te ayude a entender lo que por Su gracia Él nos ha concedido” (1Co 2:9-10).
Estas verdades del evangelio son necedad para el hombre natural, pero para
los que se nos ha dado la mente de Cristo, son magníficas. “‘Ningún ojo ha
visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente humana ha concebido lo
que Dios ha preparado para quienes lo aman’. Ahora bien, Dios nos ha
revelado esto por medio de Su Espíritu” (1Co 2:9-10). ¿Qué ha preparado
Dios para ti?
Entendiendo tu herencia
Felicidad eterna en Él
¿Alguna vez te has preguntado qué es lo que hace que las buenas noticias
(el evangelio) sean buenas noticias? ¿Son buenas más que nada porque a
través de ellas recibes una de las tarjetas para “Salir de la cárcel, GRATIS”?
No, son “buenas nuevas”4 porque a través de ellas estás unido una vez y
para siempre a Aquel quien puso en tu corazón el deseo por la felicidad. Él
te hizo desearle, y Él ha cumplido tu deseo.
¿Por qué están contentas las personas “cuyo Dios es el Señor”(Sal 144:15)?
Están contentas porque tienen acceso a Su presencia. Esto es lo que hace
que las buenas noticias sean buenas. Esta es la mejor y la máxima herencia
que tienes, pues como escribe John Piper:
Todos los eventos y todas las bendiciones salvíficas del evangelio son
medios para eliminar obstáculos del camino, para que podamos conocer y
disfrutar plenamente a Dios. La propiciación, la redención, el perdón, la
imputación, la santificación, la liberación, la sanidad, el cielo —ninguna de
esta cosas son buenas noticias a no ser por una razón: nos llevan a Dios para
que le disfrutemos eternamente.5
Por favor, no te confundas. Es cierto que la paz que Dios nos ha dado le da
tranquilidad a nuestras almas, pero eso no es lo principal. Es el fin de la
hostilidad entre nosotros, los rebeldes, y un gobernante justo y omnipotente.
Al darnos paz, nos está diciendo que aunque una vez fuimos Sus enemigos,
Él ha eliminado la oposición que tenía hacia nosotros. Los que una vez
fuimos objetos de Su ira (Ef 2:3), ahora hemos sido acercados a través de la
sangre de Cristo (Ef 2:13). Los que una vez estábamos “alejados de Dios” y
éramos “Sus enemigos”, ahora hemos sido reconciliados “en el cuerpo
mortal de Cristo mediante Su muerte” (Col 1:21-22). Él proveyó el pago
que Él mismo demandó. No es como los dioses paganos, que demandan un
sacrificio de sangre para aplacar su ira caprichosa. No, Él es un Rey santo
que ha sido profundamente ofendido por nuestra rebelión, pero que ha
tomado el castigo que demandó por ese pecado y lo ha puesto todo sobre Sí
mismo. Por esta razón, ya no necesitamos temer al acercarnos a Él con
nuestro pecado. Toda la ira justa que sentía hacia Sus hijos rebeldes fue
derramada sobre Su Hijo. Ahora podemos acercarnos a Él confiadamente,
sin temor y con confianza. Cuando nos acercamos a Él, nos extiende Su
cetro de paz y nos da la bienvenida.
Antes de que nuestro Padre nos redimiera, éramos esclavos del pecado (Jn
8:34). Conscientes de ello o no, pasábamos nuestra vida haciendo cosas
inútiles, caminando sobre la pendiente, yendo a ningún lado, produciendo
nada de valor, esperando el castigo eterno. No importaba qué tan lindo
decoráramos nuestra caminadora o que tanto tratáramos de sobresalir en la
caminata; todo nuestro esfuerzo no disminuía nuestra deuda en lo más
mínimo. De hecho, la estábamos aumentando.
Parte de tu herencia es que a pesar de que alguna vez fuiste esclavo del
pecado, Cristo pagó la deuda para obtener tu libertad. Él prometió: “Así
que, si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres” (Jn 8:36). Al
pagar la deuda que no podías pagar, Él te ha liberado de la esclavitud al
pecado, y ahora no eres simplemente un esclavo o sirviente de alguien más,
sino ¡un hijo de Dios! La deuda que le debías a un Dios santo por haber
violado Su ley justa no ha sido ignorada; ha sido pagada por completo. La
sangre de Cristo fue el pago por medio del cual fuimos liberados de la
esclavitud al pecado y de toda consecuencia de esa esclavitud. Así que, tal
como escribió el puritano William Cowper: “El hombre libre es aquel que
ha sido libertado por la verdad, y todos los demás son esclavos”.8 ¡Ya no
eres esclavo del pecado! ¡Ahora eres un hijo!
Aunque la situación del Foster Care es alarmante, existe una realidad aún
más trágica: muchos de nosotros vivimos como si Dios nos hubiera
adoptado temporalmente. Aunque no tenemos dudas de que hemos sido
adoptados en la familia de Dios, nos cuesta creer que Su compromiso de ser
nuestro Padre no depende en ninguna manera de nuestro comportamiento
diario.
Puedes saber si estás viviendo como un hijo temporal por la forma en que
respondes al pecado y al sufrimiento. Cuando pecas, ¿tu primera reacción
es ir a la cruz o hacer un análisis de tu récord? ¿Tu pecado te lleva a estar
agradecido por Jesús? ¿Te hace amarlo más o alejarte de Él? ¿Te arrepientes
rápidamente o te escondes, esperando compensarlo y hacerlo mejor la
próxima vez? ¿Alguna vez has dicho algo como: “Sé que metí la pata
aquella vez, pero si me das otra oportunidad lo haré mejor”? Si es así,
entonces sigues viviendo como un hijo temporal.
Aunque Dios nos disciplina o nos entrena como el Maestro de maestros que
es (Heb 12:5-13), Su obra en nuestras vidas nunca es punitiva; siempre es
redentora. Esto quiere decir que no nos castiga por nuestro pecado, más
bien, por Su gran amor, nos libra de las mentiras, ideas erróneas e idolatrías
que nos cautivan y esclavizan nuestro corazón. Él nunca nos castiga con ira
porque ya no le queda nada de ira. Cada gota de Su ira fue derramada sobre
Su Hijo.
Los hijos temporales (o los hijos de abusadores) son los que suelen creer
que su posición en la familia depende de su rendimiento diario, y que si
fallan serán víctimas de la crueldad o el abandono. Si piensas que las
pruebas en tu vida son castigos que vienen de las manos de un Dios
iracundo, el evangelio ha perdido su impacto en tu alma. Se te ha olvidado
que has sido adoptado por el Padre santo, amoroso y puro que se ha
comprometido contigo y que ha sellado ese compromiso con sangre.
Hemos heredado grandes riquezas, ¿no? Ahora tenemos una nueva vida que
nos prepara para el cielo, pero ese no es el mayor gozo que se nos ha dado.
El mayor gozo de todos es tener a Dios para nosotros mismos. Dios mismo
ha declarado: “Yo seré Su Dios, y ellos serán Mi pueblo” (Jer 31:33).
Todos tenemos momentos en los que necesitamos que nos recuerden las
riquezas de nuestra herencia. Quizás lo que tienes que recordar es que lo
que Dios ha prometido darte es a Sí mismo. Esta es la mejor noticia que
podrías escuchar. Eres bienvenido en Su presencia, ¡Él es tuyo! Aunque una
persona amada te haya abandonado o algún amigo te haya traicionado, tu
pariente más cercano es la Fuente de todo gozo, y Él ha prometido que
nunca jamás te abandonará (Heb 13:5).
2.A.W. Tozer escribió: “El hombre que tiene a Dios como tesoro tiene todas
las cosas en una. Podrán negarle muchos tesoros ordinarios, o si se le
permite tenerlos, el disfrute de ellos será tan moderado que nunca serán
necesarios para su felicidad. O si acaso debe despojarse de ellos, uno detrás
del otro, apenas sentirá una sensación de pérdida, pues al tener a la Fuente
de todas las cosas, tiene toda la satisfacción, todo el placer, todo el deleite
en Uno solo”.11 Responde a esta reflexión.
4.En este breve capítulo no consideramos el hecho glorioso de que Dios nos
llama ¡Su herencia! Somos Su posesión (1P 2:9), Su tesoro. Somos
llamados a vivir para la “alabanza de Su gloria” (Ef 1:12; ver también Is
62:3, Zac 9:16). ¿Cuál es la herencia que tiene en ti? ¿Por qué te llamaría
Su tesoro?
Capítulo seis
¡Mira y vive!
Como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así también tiene que ser
levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea en Él tenga vida
eterna.
— Juan 3:14-15
“De veras te aseguro que quien no nazca de nuevo no puede ver el Reino de
Dios”, dijo Jesús (Jn 3:3).
Nicodemo, casi tartamudeando, respondió algo como: “¿Qué dices? No
entiendo. ¿Cómo podría hacer eso? No querrás decir…”.
Pero, ¿cómo? Las palabras de Cristo eran tan impactantes que Nicodemo
debe haberse sentido como si se hubiera caído de cabeza en un torbellino de
confusión, en el que cada una de las creencias que tanto valoraba había sido
arrancada de raíz, y donde todo suelo firme se había hundido bajo las aguas
turbulentas. “Sé que este hombre es de Dios porque he visto lo que puede
hacer. No está loco, pero ¿de qué habla? ¿Me volví loco? ¿Cómo puedo
nacer de nuevo? ¿Cómo podría…?”.
Esto es algo que solo el Espíritu puede hacer. “Tú eres maestro de Israel,
¿y no entiendes estas cosas?” (v 10). El Pescador de Hombres, con la
destreza que le caracterizaba, puso el anzuelo dentro del alma de Nicodemo.
Nicodemo, aquel erudito piadoso, estaba indefenso. Producir vida eterna en
su corazón era igual de imposible para él que lograr su propia concepción
en el vientre de su madre. Necesitaba una ayuda externa —desde una
Fuente que aún no conocía.
“Como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así también tiene que ser
levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea en Él tenga vida
eterna” (vv 14-15).
Serpientes en el desierto
Como abuela, me dan escalofríos de solo pensar el terror de ver a mis hijos
o a mis nietos siendo mordidos por serpientes furiosas. No hubiera
descansado hasta encontrar una cura. Los hubiera abrazado fuertemente y
tratado de consolarles. “¡Oh Dios, oh Dios, ayúdanos!”. Hubiera esperado
contra toda esperanza que la fuerza abrumadora de mi amor fuera suficiente
para curarlos. “¡Por favor Señor, por favor, ayúdanos!”. Al verlos retorcerse
de dolor, hubiera enviado a mi esposo a hablar con Moisés: “¡Ruégale que
ore por nosotros! Dile que estamos arrepentidos de tanto quejarnos. ¡Pídele
que se lleve toda enfermedad! ¡Corre, por favor, corre! ¡Encuentra un cura,
trae liberación!”.
Pero quizás una de mis nietas escucharía las extrañas palabras que estaban
siendo reportadas, y gritaría: “¡Ayúdenme! ¡Cárguenme para que pueda
verla! No puedo voltear mi cabeza. Voltéenme hacia el asta. Sé que si tan
solo puedo verla me voy a curar”. Y luego, en medio de mi desesperación,
voltearía su cabecita y estaría maravillada al ver sus músculos relajarse,
hasta que estuviera completamente sana.
La fe, entonces, es simplemente creer que hay un Dios que nos ama, a pesar
del veneno del pecado que afecta nuestra alma. Es creer que Él nos ama a
pesar de que, al igual que los israelitas, no tenemos nada que ofrecerle más
que maldad, enfermedad y una quejumbrosa miseria. Es creer que Él nos
invita a mirarle, a confiar en Él, y confiar que Él hará lo que dijo que iba a
hacer. Es creer que si quitamos la mirada de nosotros mismos y la ponemos
en Él, nos dará vida. El Señor Jesús caracteriza la simplicidad y la certeza
de la fe salvífica, diciendo que Su Padre quiere darle vida eterna a todos los
que le miren y crean en Él. “Porque la voluntad de Mi Padre es que todo el
que reconozca al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna, y Yo lo resucitaré en
el día final” (Jn 6:40).
Deja de leer por un momento. Levanta la mirada y fija tus ojos en otra cosa,
y luego regresa a tu lectura. En un sentido, eso es todo lo que Él quiere que
hagas. Quitar tus ojos de esta página y moverlos hacia otro objeto no
requiere una gran habilidad, un profundo entendimiento ni una fuerza
monumental. Simplemente requiere el deseo de hacerlo. Eso es tener fe:
dejar de mirarte a ti mismo para mirar a Otro.
Aunque esa es una definición verdadera de la fe, hay que ampliarla un poco
más. Para ayudarte a entender lo que es la verdadera fe, pensemos de nuevo
en esa niñita en el desierto. Si ella hubiera mirado a la serpiente de bronce
con cinismo, o solo la hubiese ojeado con curiosidad, no hubiese sido un
agente de sanidad para ella, ¿cierto? No tenía poderes mágicos en sí
misma.2 En ese sentido, estoy muy segura que había gente parada a los pies
de la cruz, viendo al Señor morir, y que no heredaron automáticamente la
vida eterna. No, la serpiente de bronce y el Hijo crucificado son agentes de
sanidad solo cuando nuestra mirada evidencia nuestra fe en que Dios nos
dará todo lo que sea bueno para nuestra alma. La fe, entonces, es la
confianza en el amor y la misericordia de Dios. Es esperar por una
misericordia que no se ve; es la convicción de que Dios desea bendecirnos
(Heb 11:1).
Levanta la mirada del libro una vez más y enfócate en ese otro objeto por
un momento. Cuando miraste a otro lado, ya no podías leer esta página,
¿verdad? De la misma forma, el Señor nos pide que fijemos los ojos en Él y
no en las otras toxinas del pecado que hay en nuestro corazón (Is 45:22;
Miq 7:7).5 Nos invita a que miremos fuera de nosotros mismos y nuestras
necesidades, y que nos enfoquemos en Su abundante provisión, o como dijo
claramente A. W. Tozer: “Deja de perder el tiempo mirando tu alma y mira
hacia Aquel que es perfecto”.6
Es fácil ver por qué Pablo dijo que la cruz era una piedra de tropiezo para
los religiosos santurrones e insensatez para los hedonistas profanos (1Co
1:23), ¿no? Si somos demasiado introspectivos y excesivamente conscientes
de nuestros fracasos, o ciegamente orgullosos y autosuficientes, el
evangelio nos reta a quitar nuestra mirada de nosotros mismos y a mirar a
Otro en fe.
Así que emprendió el viaje y se fue a su padre. Todavía estaba lejos cuando
su padre lo vio y se compadeció de él; salió corriendo a su encuentro, lo
abrazó y lo besó. El joven le dijo: “Papá, he pecado contra el cielo y contra
ti. Ya no merezco que se me llame tu hijo”. Pero el padre ordenó a sus
siervos: “¡Pronto! Traigan la mejor ropa para vestirlo. Pónganle también un
anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero más gordo y
mátenlo para celebrar un banquete. Porque este hijo mío estaba muerto,
pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos
encontrado”. Así que empezaron a hacer fiesta (Lc 15:20-24).
“El Señor recorre con Su mirada toda la tierra, y está listo para ayudar a
quienes le son fieles. Pero de ahora en adelante tendrás guerras, pues
actuaste como un necio” (2Cr 16:9). Dios está en una constante búsqueda,
atento a los ojos que se vuelvan hacia Él en fe. ¿De qué se trata esta
“fidelidad” que Dios ama bendecir? ¿Es un récord perfecto de piedad
disciplinada? No. Es una simple dependencia de Él y un rechazo de todas
las otras fuentes de apoyo (ver 2Cr 16:7-9). Es creer que la justificación que
Dios requiere tiene se obtiene por medio de la fe y no por nuestros propios
esfuerzos (Ro 9:32).
Es típico del Señor hacer que la fe sea tan fácil como echar un simple
vistazo, ¿no es así? Pensaríamos que la salvación y todas las riquezas que la
acompañan deberían requerir un esfuerzo herculino de nuestra parte —un
salto gigantesco hasta los cielos para llegar a Cristo y hacerlo descender
hasta nosotros, o un salto al abismo para rescatarlo de la muerte. Pero la fe
salvífica no se trata de eso.
Al igual que la primera niña, que estaba tan afectada por la mordida de la
serpiente que no podía ni siquiera volver sus ojos hacia el agente de
liberación que Dios había provisto, nos enfrentamos con un terrible dilema.
Se nos ha dicho que nos esperan grandes riquezas cuando miremos a Él en
fe, pero somos incapaces de lograr un movimiento tan simple como este.
Así que, una vez más, Él nos muestra Su compasión abrumadora y nos
provee lo que nosotros mismos no podíamos producir. Nos da el regalo de
la fe salvífica. “Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe;
esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios” (Ef 2:8).
No tenemos que tener una gran fe; solo se nos manda que creamos que Dios
va a hacer lo que dice que va a hacer. ¿Cuál es esta fe que necesitamos? Es
la seguridad de que Dios es demasiado bueno para mentirnos, y de que si
respondemos a Su llamado de venir a Él, nunca nos va a rechazar (Jn 6:37).
Aumentando tu fe
•“El mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden; en cambio,
para los que se salvan, es decir, para nosotros, este mensaje es el poder de
Dios” (1Co 1:18).
•“… deseen con ansias la leche pura de la Palabra, como niños recién
nacidos. Así, por medio de ella, crecerán en su salvación, ahora que han
probado lo bueno que es el Señor” (1P 2:2-3).
¿Cómo sucede esto? Sucede por la gloriosa gracia de Dios, por supuesto,
pero es la gracia la que nos llama a mirarle con fe y gratitud, creyendo que
finalmente triunfaremos sobre el pecado porque Él ha prometido terminar
Su obra en nosotros. Él nos llama a la fe. ¿Levantarás tu mirada hacia Él
hoy? ¿Pondrás toda tu confianza en Él y creerás que Aquel que no escatimó
a Su único Hijo para salvarte, también te dará cosas buenas en abundancia?
El amante Salvador que fue colgado en una cruz por Nicodemo y le dio fe
para creer, está buscando tu mirada. Mírale; cree en Su amorosa provisión y
vive.
2.A.W. Tozer escribió: “La fe es la mirada del alma a un Dios que salva…
La fe es la más humilde de las virtudes. Por naturaleza, es casi inconsciente
de su propia existencia. Como el ojo que ve todo lo que está delante de él y
nunca se ve a sí mismo, la fe está ocupada con el objeto sobre el cual
descansa y no se presta atención a sí misma en lo absoluto”.9 ¿Esta
definición de la fe difiere de lo que antes pensabas? ¿En qué manera?
Capítulo siete
Sé quien eres
Ya que han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está
Cristo sentado a la derecha de Dios.
— Colosenses 3:1
Lo que vamos a hablar ahora se puede resumir en una simple frase: “Sé
quien eres”. Cuando los teólogos hablan de las dos categorías que vamos a
discutir, a veces usan estas palabras: el indicativo y el imperativo. Como
pienso que estas dos palabras serán muy útiles en nuestro estudio, déjame
definirlas. Cuando uso el término indicativo estoy hablando de lo que ya se
ha indicado o declarado acerca de ti. El indicativo nos informa sobre una
acción ya realizada. Este sería un ejemplo de una declaración indicativa:
“Dios te ha perdonado en Cristo”.
Ya que han resucitado con Cristo [el indicativo], busquen las cosas de
arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. Concentren su
atención en las cosas de arriba [un imperativo positivo], no en las de la
tierra [un imperativo negativo], pues ustedes han muerto y su vida está
escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, que es la vida de ustedes, se
manifieste, entonces también ustedes serán manifestados con Él en gloria
[el indicativo]. Por tanto, hagan morir todo lo que es propio de la naturaleza
terrenal [un imperativo negativo]… Por lo tanto, como escogidos de Dios,
santos y amados, revístanse [un imperativo positivo] de afecto entrañable y
de bondad, humildad, amabilidad y paciencia, de modo que se toleren unos
a otros y se perdonen si alguno tiene queja contra otro [un imperativo
positivo]. Así como el Señor los perdonó [el indicativo], perdonen también
ustedes [un imperativo positivo] (vv 1-5, 12-13).
Espero que este breve estudio del indicativo y el imperativo haya servido
para ayudarte a entender mejor la relación entre quien ya eres y cómo Él te
ha llamado a vivir, y que sea una herramienta que puedas usar cuando
estudies la Escritura en el futuro.
He dicho que tanto las declaraciones del evangelio (indicativos) como sus
obligaciones (imperativos) son esenciales en nuestro crecimiento para llegar
a ser las personas que ya somos. Déjame darte dos ejemplos de cómo esta
verdad se lleva a cabo en nuestras vidas diarias.
Por supuesto, el problema que debe enfrentar el moralista feliz es que toda
su conformidad a regulaciones meramente externas “de nada sirven frente a
los apetitos de la naturaleza pecaminosa” (Col 2:23). El corazón
pecaminoso nunca se transforma por medio de la conformidad a los
imperativos, sino exclusivamente a través de su relación con Aquel que
limpia los corazones. Nada de ese cumplimiento externo de la ley trata con
la fuente de su pecado —los deseos de su corazón. De hecho, sus supuestos
éxitos solo sirven para cegarle ante sus debilidades y para hacerle sentir
orgulloso por sus logros. El joven rico era un moralista feliz, hasta que
conoció al Cristo que destruyó su autoestima y le mostró su necesidad. La
autocomplacencia en la que inevitablemente caerá el moralista feliz es
simplemente una manifestación externa de su supuesta autosuficiencia, pero
no podemos mantener las apariencias por mucho tiempo antes de caer. La
única protección en contra de la autocomplacencia es no confiar en uno
mismo, bajo ninguna circunstancia.
Al igual que el moralista feliz, esta alma infeliz será tentada continuamente
a caer en la autocomplacencia, quizás dedicándole horas y horas a la
introspección, a la autorecriminación y a lo que se conoce como depresión o
ansiedad. Comparará su caminar al de otros, y en vez de menospreciar a los
demás, se menospreciará a sí mismo. Es el cristiano estresado que asegura
conocer la gracia de Dios, pero que nunca parece tener la libertad de servir
a Cristo con una obediencia agradecida, porque cree que su obediencia
nunca es lo suficientemente perfecta. Necesita darse cuenta de que Jesús es
más grande que su pecado, más grande que las opiniones que tiene de sí
mismo. Necesita la humildad que trae la verdadera aceptación de la
depravación total, y la seguridad que produce la verdadera aceptación de la
soberanía de Dios sobre su santificación.
Así que, mis queridos hermanos, como han obedecido siempre, no solo en
mi presencia sino mucho más ahora en mi ausencia, lleven a cabo su
salvación con temor y temblor, pues Dios es quien produce en ustedes tanto
el querer como el hacer para que se cumpla Su buena voluntad (Fil 2:12-
13).
Aquí, muy claramente, “la obra de Dios es el incentivo para la obra del
hombre”.9 Pablo no contrasta la obra de Dios con la del hombre, más bien
dice que todas nuestras obras son posibles únicamente porque Dios ya ha
obrado en nosotros. Así que, ¿Quién está obrando? ¿Es Dios quien obra o es
el hombre? La respuesta, de acuerdo con la lógica asombrosa del cielo, ¡es
un rotundo “sí”! Dios ha dicho que nos ha dado un nuevo corazón, con
nuevas motivaciones y nuevas habilidades, debemos procurar la santidad de
todo corazón, siempre asumiendo que es la voluntad de Dios que le
obedezcamos. Al decir esto, no estoy afirmando que nuestra obra es
independiente de la obra de Dios, sino que, a la vez que descansamos en la
obra que Él ha hecho, consideremos y procuremos seriamente llevar a cabo
todos los imperativos. De nuevo, sabemos que no llegaremos a hacerlo
perfectamente, y que si tenemos algún éxito, es por Su obra previa en
nosotros.
Esta perspectiva nos libera y nos da confianza en nuestra santificación
futura porque Dios dice que Él continúa, por medio de Su Espíritu,
dándonos la disposición y la capacidad para hacer el bien que nos ha
ordenado que hagamos.10 Esto es lo que significa caminar por fe y no por
vista (2Co 5:7). Mi fe me dice que Cristo está en mí. Estoy segura de que el
Señor que resucitó y ascendió vive en mi cuerpo mortal en este momento, y
Él me da la confianza que necesito para continuar imitando a Cristo.
Aunque mi obediencia no sea perfecta y mis motivaciones no sean
completamente puras, todavía creo que los pasos tambaleantes de bebé que
estoy dando son provocados por Él y agradables a Él. Debido a que Él ha
conquistado la muerte y el pecado, y está gobernando sobre cada faceta de
mi vida, tengo fe para esforzarme por cumplir las obligaciones del
evangelio que vienen con mi nueva identidad.
Sin la confianza de que esta semilla nos va a cambiar, podemos ser tentados
a desanimarnos y darnos por vencidos, porque todo lo que vemos es nuestro
cuerpo, que se está desgastando, y la poderosa influencia de nuestra vieja
naturaleza. Pero en lugar de agobiarnos y de dejarnos aplastar por nuestras
debilidades, fracasos y dudas, nuestra fe nos recuerda esta verdad: “Por
tanto, no nos desanimamos. Al contrario, aunque por fuera nos vamos
desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día” (2Co 4:16).
Nuestro exterior realmente se está pudriendo, pero hay otra verdad más
significativa que tenemos que creer por fe: Estamos siendo cambiados;
nuestro interior está siendo renovado. Esta vida nueva, esta nueva
naturaleza, esta semilla poderosa, madurará hasta llegar a ser una persona
transformada que refleje fielmente Su imagen (Ro 8:30). ¿Cómo podemos
estar seguros de que esto va a suceder? ¡Porque el Cristo resucitado lo
garantiza! Él nos precedió, presentándose como las primicias de la cosecha
que Él le va a presentar al Señor de la Cosecha. “Cristo se hizo uno de
nosotros y luego se convirtió a Sí mismo en las primicias de todo lo que
llegaremos a ser”.12
Así como el Señor habló de Su creación y decretó que todo daría fruto
según su especie (Gn 1:11), ha hablado de nuestras vidas: es imposible que
tengamos Su vida en nuestro interior y que no haya evidencia alguna de
cambio en nosotros. Puede que ese cambio sea minúsculo, pero esta semilla
siempre producirá fruto.13
Hacemos el bien porque Cristo, por medio de Su Espíritu, también nos está
renovando para ser como Él, para que en toda nuestra vida podamos
demostrar que estamos agradecidos con Dios por todo lo que ha hecho por
nosotros, y para que sea alabado a través de nosotros. Y hacemos el bien
para poder estar seguros de nuestra fe por sus frutos, y para que por
nuestra vida de santidad podamos ganar a nuestros prójimos para Cristo.15
1.Sé quien ya eres. Cristo ya te hizo nuevo; camina en esta novedad de vida.
Ahora estás en Él; Su Espíritu vive en ti. Su resurrección fue el primer fruto
de una ofrenda dada a Dios, y tú eres parte de esa cosecha garantizada.
Procura ser la persona que Él ya dice que eres, recordando que Él ya ha
garantizado tu crecimiento al ordenar buenas obras para que las realices.
2.Sé agradecido por quien ya eres. Cristo te ha hecho nuevo; haz que tu
vida rebose de gratitud por Su bondad. Esta gratitud motivará y purificará tu
respuesta a las obligaciones que Él te ha asignado. Hablarte a ti mismo
acerca del amor que Él siente por ti te llenará de la valentía que necesitas
para procurar la santidad, incluso cuando tus fracasos sean muchos.
Amo a mis nietos. ¿Los he mencionado antes? Los observo y puedo ver el
comienzo de las personas que llegarán a ser. Puedo ver cómo se parecen al
resto de la familia y puedo imaginar lo que pronto serán. Son mis amores.
Capítulo ocho
Yo te limpiaré
Los rociaré con agua pura, y quedarán purificados. Los limpiaré de todas
sus impurezas e idolatrías.
— Ezequiel 36:25
Sin embargo, antes de que comencemos, permíteme recordarte una vez más
que estas obligaciones están ancladas a las declaraciones que discutimos en
la primera sección de este libro. En Romanos, el tratado magistral acerca
del evangelio escrito por Pablo, el primer imperativo no aparece sino hasta
el capítulo 6, y se trata de un mandato a recordar y aplicar: “De la misma
manera, también ustedes considérense muertos al pecado, pero vivos para
Dios en Cristo Jesús” (Ro 6:11). Así que tomémonos un momento para
hacer eso.1
Por la obra del Padre en Cristo, nuestra antigua vida de pecado está muerta:
ya no estamos bajo el dominio del pecado. A la iglesia como cuerpo y a
nosotros como individuos se nos ha dado un “nuevo criterio para juzgarnos
a nosotros mismos”.2 Si ya no vamos a vivir en pecado, debemos
“entendernos a nosotros mismos por fe”.3 Estamos muertos al pecado, y no
solo estamos muertos al poder del pecado, sino que también hemos sido
vivificados para Dios, “habiendo sido traídos bajo Su dominio. Cuando
pasamos a estar en Cristo, nos debe caracterizar un nuevo estilo de vida…
Debemos pelear nuestra batalla con la certeza de que nuestro enemigo ha
sido vencido”.4 Sí, el pecado ha sido vencido, y es por esa victoria de
Cristo que podemos pelear esta batalla.
Lo que esta nueva vida significa es que estamos confiados en que el cambio
va a suceder. Podemos pelear valientemente para “quitarnos” el pecado que
todavía mora en nuestros cuerpos mortales. No estamos solos; no, estamos
en Él, y Él mismo nos sacó de esa tumba de pecado y muerte. Nos ha
presentado junto a Él, completamente vivos en la presencia del Padre.
Aunque sabemos que esto es verdad, puede haber ocasiones,
particularmente cuando estamos luchando contra nuestro pecado, en que
nos cuesta trabajo creerlo. Y es entonces cuando tenemos que volver al
mandato que nos llama a recordar. En otras palabras, debemos quitar la
mirada de nuestro pecado y ponerla en Su obra consumada en la cruz.
Al igual que los gálatas, necesitamos que nos recuerden estas verdades,
especialmente cuando somos tentados a volver a caer en el desánimo que
surge del moralismo y de la justicia propia. Aprópiate de las declaraciones
personales de Pablo en Gálatas 2:20-21; aplícalas por fe a tu lucha contra el
pecado: “He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo
vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de
Dios, quien me amó y dio Su vida por mí”.
Nuestra vieja naturaleza ha sido crucificada con Él. La persona que una vez
fuimos está muerta, y ahora hay un espíritu diferente habitando en nuestros
cuerpos, el Espíritu del Cristo resucitado. Por supuesto, debemos
apropiarnos de esto una y otra vez por fe, y creer obstinadamente que el
Hijo de Dios no nos puede abandonar. Nos ama tanto que dio Su vida por
nosotros.
En cuanto a creer que Él resucitó de los muertos, es cierto que aún estamos
caminando por fe y no por vista, pero nos anima el confiable testimonio de
aquellos que en realidad vieron al Señor resucitado. Sabemos que su
testimonio es verdad porque muchos de ellos escogieron morir antes que
negar lo que habían visto. Estuvieron dispuestos a sacrificarlo todo porque
habían visto algo que cambiaba absolutamente todo. Ellos habían visto al
Señor, a Aquel que resucitó y ascendió. Así que aun cuando estaban siendo
martirizados, su testimonio se mantuvo firme. “¡Veo el cielo abierto”, gritó
Esteban, “y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios!” (Hch 7:56).
Por el hecho de que estamos en Cristo, y de que Él pasó por la muerte y
está viviendo en plena comunión con Su Padre, nuestro crecimiento en
santidad está garantizado.
Así como el Cristo vivo sostuvo a estos primeros creyentes, Él está, en este
momento, sosteniéndonos a nosotros. Nuestra fe en la obra que ya hizo y
que continúa haciendo nos anima a procurar nuestra santificación con
devoción. “Por tanto, que los creyentes aprendan a confiar en Él, no solo
para la justificación, sino también para la santificación, pues Él nos ha sido
dado para ambos propósitos”.5 Así que, recíbele, descansa en Él, y
acuérdate de Él, sobre todo ahora que veremos más detalladamente ese
pecado que amenaza (pero solo amenaza) con abrumarnos.
Además, por el amor adoptivo del Padre, somos librados de los frutos de la
preocupación: envidia, tacañería, ambición despiadada y protección
personal. Podemos ser generosos, podemos gozarnos en el éxito de otros, y
podemos vivir en paz porque le hemos experimentado y hemos aprendido
que es en Su gloria donde encontramos el verdadero tesoro. No tenemos
que luchar por construir nuestro propio reino ni establecer nuestra propia
justicia, porque Dios ya nos ha provisto generosamente de ambas cosas en
Cristo. Y cuando consideremos esto, estaremos satisfechos con Él y
motivados a buscar Su reino y Su justicia, en lugar de los nuestros.
Contrario a lo que muchos asumen, no creo que la Biblia enseñe que haya
algo malo con el deseo de ser feliz. De hecho, el Señor utiliza este deseo
para motivarnos, pues Él promete la felicidad como la recompensa a todos
los que ponen su confianza en Él (Sal 144:15). Nuestros fracasos no se
derivan de la falta de deseo por la felicidad. De hecho, esa es la motivación
que está detrás de todo lo que hacemos. El filósofo cristiano del siglo
diecisiete llamado Blaise Pascal escribió: “Todos, sin excepción, buscan la
felicidad. Aunque usan métodos diferentes, todos se esfuerzan para lograr
este objetivo. Es por eso que algunos van a la guerra y otros hacen otras
cosas. Así que esta es la motivación para todo lo que hacen los hombres,
incluyendo a los que se ahorcan”.9
Buscando tu felicidad en Él
•Pídele a Dios que cambie tus afectos para que Él sea tu mayor gozo.
“Deléitate en el Señor, y Él te concederá los deseos de tu corazón” (Sal
37:4). Mientras más le contemples —Su amor, Su misericordia y paciencia
— más grande será tu gozo en Él. Descubrirás la verdadera felicidad porque
Él se deleita en darse a Sí mismo a ti y ponerle fin a tu búsqueda de
satisfacción.
»Recordar que ya he sido perdonada por este pecado, así que no estoy
condenada a cometerlo una y otra vez. “Ningún pecado puede ser
crucificado, ni en la vida ni en el corazón, a menos que primero haya sido
perdonado en nuestra conciencia, y eso solo es posible en Jesús. Si la culpa
no ha sido eliminada, no se podrá vencer el poder del pecado”.12
»Recordar que el Espíritu del Cristo vivo está en mí, y que Él me ha dado
todo lo que necesito para vencer el pecado y ser feliz por toda la eternidad.
Sé que estos pasos pueden parecer simples, pero nuestra respuesta a las
obligaciones del evangelio no tiene que ser complicada, ¿cierto? La
obediencia motivada por la gracia, la cual comienza con un arrepentimiento
por nuestra incredulidad y un apartamiento de los ídolos, no tiene por qué
ser un trabajo arduo, pues Dios mismo está comprometido con nuestra
santidad. Él promete:
Los rociaré con agua pura, y quedarán purificados. Los limpiaré de todas
sus impurezas e idolatrías. Les daré un nuevo corazón, y les infundiré un
espíritu nuevo; les quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen, y les
pondré un corazón de carne. Infundiré Mi Espíritu en ustedes, y haré que
sigan Mis preceptos y obedezcan Mis leyes. Vivirán en la tierra que les di a
sus antepasados, y ustedes serán Mi pueblo y Yo seré su Dios (Ez 36:25-
28).
¿No te da esperanza este pasaje? Espero que sí. No podemos volver a crear
nuestros propios corazones, pero Él sí puede. No podemos cambiar nuestros
espíritus, pero Él puede poner Su Espíritu en nosotros. Sin Su obra, nuestros
corazones seguirán siendo de piedra, y seguiremos haciendo nuestra
voluntad. Sin Su Espíritu santificador, siempre estaré enojada cuando me
interrumpan.
Así dice el Señor omnipotente: “Voy a actuar, pero no por ustedes sino por
causa de Mi santo nombre... Daré a conocer la grandeza de Mi santo
nombre... y las naciones sabrán que Yo soy el Señor. Lo afirma el Señor
omnipotente (Ez 36:22-23).
4.¿Puedes explicar por qué la santificación nos parece tan difícil? ¿Cuáles
son las promesas que te animan en medio de tu lucha contra el pecado?
Capítulo nueve
Anden en amor
Sean, pues, imitadores de Dios como hijos amados; y anden en amor, así
como también Cristo les amó y se dio a Sí mismo por nosotros, ofrenda y
sacrificio a Dios, como fragante aroma.
Por favor, lee los versículos que están arriba y déjame hacerte un par de
preguntas. Sin volver a leerlos ahora, ¿de qué te acuerdas? ¿Eres más
consciente de lo que el versículo te manda a hacer (imitar a Dios y andar en
amor), de lo que dice el versículo acerca de quién eres (un hijo amado), o de
lo que Cristo ya ha hecho (amarte y darse a Sí mismo como una ofrenda y
sacrificio a Dios)? Aunque sé que este ejercicio es algo forzado y que ya
hemos abordado este tema antes, pienso que dice mucho acerca de nuestra
tendencia natural a enfocarnos exclusivamente en nuestras obligaciones.
Supongo que muchos de nosotros nos enfocamos en el imperativo: debemos
imitar a Dios; debemos andar en amor. Y aunque estos mandamientos son
válidos y obligatorios, no es lo único que el pasaje nos está diciendo. No, de
una forma muy significativa, se nos dice que somos los hijos amados de
Dios. No somos hijos temporales indeseados. No, somos Sus hijos amados.
Leemos el libro juntos y los tesoros salen corriendo por el pasillo —como
truchas por una corriente, azafranes en un jardín, o veleros por el mar— y la
mamá conejo (yo) los persigue, trayéndolos de nuevo a sí misma. Son sus
pequeños conejitos. Al final, los pequeños conejitos deciden quedarse en
casa, cómodamente saboreando zanahorias, porque el amor de su Mimi es
tan fuerte que no pueden escapar de él.
Volvamos a leer pasaje del principio. En él, Dios declara que tú eres Su hijo
amado. Eres muy especial para Él; te ama. Eres Su tesoro, y Él fielmente
impedirá todo intento de alejarte de Él. Te ama con la misma intensidad y
pureza con que ama a Su Hijo (Jn 17:23). Jesús es Su tesoro y tú también lo
eres. El amor que sentimos por nuestros familiares y amigos más cercanos,
el amor que siento por mis tesoros, no se puede comparar con el gran amor
que el Padre siente por nosotros.
Eres Su tesoro
Piensa por un momento en la persona que más amas en este mundo. ¿Crees
que el amor que el Padre siente por ti opaca este preciado amor hasta lo
sumo? Nuestra incredulidad natural siempre nos hace dudar de Su amor por
nosotros. Lo único que nos equipará para pelear la guerra contra el pecado
es la conciencia de Su amor. Si no llegamos a entender realmente la
magnitud de Su amor, nunca podremos imitarlo. No nos acercaremos a Él si
le tenemos miedo a Su juicio. Si no creemos que nuestro pecado no altera
Su amor por nosotros, en lo absoluto, no nos arrepentiremos ni
procuraremos la santidad. Si creemos que Su amor es pequeño, mezquino,
censurador y severo, no querremos ser como Él. Y nunca seremos llenos de
Su plenitud hasta que empecemos a comprender la grandeza de Su amor (Ef
3:19). Como miembro de Su familia, eres la niña de Sus ojos, el hijo que Él
ama bendecir. Eres Su tesoro.
¿Cómo sabemos que el Padre siente este tipo de amor por nosotros? ¿Cómo
pueden nuestros corazones estar confiados ante Él? Simplemente porque Su
amado Hijo nos amó y se entregó a Sí mismo por nosotros. Él se convirtió
en la ofrenda que debimos dar en agradecimiento. Él fue el sacrificio que
teníamos que ofrecer por nuestro pecado. Si Él no escatimó a Su propio
Hijo, sino que entregó a Su tesoro por nosotros, ¿cómo nos atrevemos a
dudar de Su amor? ¡Qué amor tan glorioso!
Cada vez que veo algo que otros tienen y me pregunto: “¿Por qué no puedo
tener eso?”, no estoy amando. En lugar de envidiar la bendición que les ha
sido dada, el amor se regocijaría por su gozo (Ro 12:15), sabiendo que las
buenas dádivas que tienen les han sido dadas por el mismo Padre que me
ama y me da buenas dádivas a mí. El amor vería esa bendición y celebraría
la generosidad de nuestro Padre.
La gente que es amada como nosotros hemos sido amados debe tener vidas
marcadas por una gratitud y una alegría extremas por la misericordia y la
generosidad de nuestro Rey. Si tenemos este tipo de gozo en nuestros
corazones, no tendremos que recurrir al tipo de chistes groseros y
conversaciones inmundas que caracterizan los corazones de aquellos que
buscan la felicidad en un mundo falto de gracia. Andar en amor no es tanto
un asunto de cuáles palabras se pueden usar y cuáles no, sino de entender
que Su amor es tan maravilloso y tan abrumador, que desecha la queja (para
lo que más se usan las palabras groseras) y la crueldad. Este tipo de
lenguaje surge de un deseo de venganza, o por el amor a uno mismo y el
deseo de ser considerado inteligente, osado o chistoso. El imperativo de
Pablo es que evitemos este tipo de palabras porque “no son apropiadas”.
“No son apropiadas” porque no tenemos que luchar para hacernos de un
nombre, ni depositar nuestra esperanza en que alguien nos ame, nos dé lo
que creemos necesitar, o nos considere inteligentes. Somos libres de esta
esclavitud porque hemos sido amados por Dios de una forma inmensurable,
y nuestro currículum ya ha sido escrito; somos más malvados e imperfectos
de lo que jamás nos hubiéramos atrevido a creer, pero más amados y
acogidos de lo que jamás nos hubiéramos atrevido a imaginar.
•ha crecido en la fe en Sus promesas, creyendo que Dios siempre será fiel a
Su palabra y que es posible que su vida cambie drásticamente. Cuando nos
enfrentamos a un dolor físico constante o cuando la batalla contra el pecado
parece interminable, podemos creer que Dios nos está diciendo la verdad.
Somos verdaderamente Suyos; el mismo Espíritu que levantó a Jesús de los
muertos está dándole vida a nuestros cuerpos mortales en este instante (Ro
8:11). No tenemos que maldecir nuestro dolor o la ineptitud del
establecimiento médico; no tenemos que maldecir nuestros fracasos ni
hacer chistes acerca de nuestro pecado. Tenemos algo mejor que hace que
nuestros corazones quieran adorar: Su promesa de que vendrá un día en que
todas nuestras tristezas, pecados y enfermedades desaparecerán y seremos
completamente libres. Mientras tanto, podemos descansar confiadamente en
Su gracia sustentadora, orar por sanidad y santidad, y llenar nuestras bocas
con acciones de gracias porque hay algo que se acerca que es más real que
nuestro dolor actual y que nuestros fracasos.
Pablo escribe que, “por obra del Espíritu y mediante la fe”, estamos
aguardando con ansias la justicia que es nuestra esperanza (Gá 5:5). Nuestra
obediencia “evangelizada” debe estar arraigada en la creencia de que Su
justicia realmente nos ha sido imputada. En este preciso momento, somos
completamente perfectos delante de Él. Nuestra confianza en esta realidad
es lo que nos da la fe, la esperanza y el valor para esforzarnos cada día por
caminar en la justicia que tanto deseamos. Esta es la razón por la que no
debemos olvidar a Jesús cuando procuramos la santidad. Con solo saber que
ya hemos sido completamente justificados delante de Él, seremos capaces
de responder en santidad cuando nuestros hijos se rebelen, cuando nuestros
cónyuges nos falten el respeto, o cuando nuestros empleadores nos
despidan. La única motivación que es lo suficientemente poderosa como
para convertir una penitencia egoísta en obediencia impulsada por el
evangelio es esta: “Por lo mucho que Dios me ha amado, ahora, en este
tiempo difícil, puedo responder en amor”.
La conformidad externa a la ley “de nada sirve” a los ojos de Dios (Gá 5:6
NTV). Si decidimos ser obedientes porque creemos que tendremos una vida
más fácil, nos aceptaremos a nosotros mismos o recibiremos recompensas
de Dios, nos será inútil. Por eso Pablo decía que todo aquello en lo que
antes se gloriaba llegó a ser como basura para él (y él tenía bastantes logros
religiosos que presumir). Todo lo que logremos o tratemos de lograr para
poder presumir o para sentirnos seguros está destinado a ir a la basura. Se
trata de una penitencia, y ese concepto no pertenece al cristianismo porque
va en contra del evangelio. La única obediencia que tiene valor es la que es
impulsada por el evangelio, “la fe que obra por amor” (Gá 5:6 NBLH). Así
que, si vamos a “ponernos” la santidad del evangelio, esta debe empezar
por los afectos, por nuestros corazones. Toda buena obra que no surge de
una fe impulsada por un amor responsivo, es sencillamente basura
moralista.
•¿Y qué tal con la oración? ¿Amas pasar tiempo en la presencia de tu Padre
o ves la oración como una tarea más en tu lista? ¿Disfrutas el hecho de que
a Él le encanta pasar tiempo contigo, o te sientes culpable porque no oras lo
suficiente?
•¿Sientes un amor genuino hacia Él, especialmente durante la adoración,
durante los sacramentos y mientras escuchas Su Palabra siendo predicada?
¿Estás hambriento y sediento de Él? ¿Te deleitas en los tiempos de alabanza
porque te dan la oportunidad de expresar los pensamientos que cautivan tu
alma, o ir a la iglesia es una de esas obligaciones que haces a
regañadientes?
Les hablo así, hermanos, porque ustedes han sido llamados a ser libres; pero
no se valgan de esa libertad para dar rienda suelta a sus pasiones. Más bien
sírvanse unos a otros con amor. En efecto, toda la ley se resume en un solo
mandamiento: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’.
Sin ir más allá de todo lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo,
tenemos que hacernos esta pregunta continuamente: ¿Que es lo más
amoroso que puedo hacer en este momento? Como usualmente nos cuesta
encontrar la respuesta, la ley de Dios nos puede ayudar. No olvidemos que
si queremos obedecer la ley de Dios para establecer nuestra propia justicia,
estamos destinados al fracaso. Nunca podremos obedecerla perfectamente,
pero en fe y por Su amor hacia nosotros, nos esforzamos por cumplirla, y
ella nos ayuda a determinar cuál es el mejor curso de acción. Pablo escribe:
No tengan deudas pendientes con nadie, a no ser la de amarse unos a otros.
De hecho, quien ama al prójimo ha cumplido la ley. Porque los
mandamientos que dicen: ‘No cometas adulterio’, ‘No mates’, ‘No robes’,
No codicies’, y todos los demás mandamientos, se resumen en este
precepto: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’. El amor no perjudica al
prójimo. Así que el amor es el cumplimiento de la ley (Ro 13:8-10).
•Sabiendo que tengo una deuda de amor con mi Padre y con mi prójimo,
¿estoy pagando esa deuda por medio de esta obra, o la estoy ignorando y
enfocándome en lo que egoístamente quiero?
•¿Estoy tomando para mí misma algo que le pertenece a otro —su vida, su
reputación, su cónyuge, sus pertenencias, sus bendiciones? ¿O estoy
procurando más bien ser extremadamente generosa con mi tiempo, recursos
y amor?
“El amor de Cristo nos obliga, porque estamos convencidos de que uno
murió por todos, y por consiguiente todos murieron. Y Él murió por todos,
para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos
y fue resucitado” (2Co 5:14-15).
¿Cómo hemos de vivir esta vida de servicio amoroso? Dejando que el amor
de Cristo nos controle y concluyendo que Su muerte por nosotros significa
que ya no vivimos para nosotros, sino para Aquel que murió por nosotros y
fue resucitado. Por ejemplo, cuando soy tentada a chismear de alguien que
me ha despreciado, tengo que:
•ser transformada en mi actitud. Jesús nos ama, y este amor es tan
deliberado, comprometido y poderoso que le llevó a morir en mi lugar. Pero
también ha resucitado, lo que significa que en este momento, cuando soy
tentada a decir algo desagradable acerca de otro, soy capaz de rechazar este
deseo malvado porque Él conquistó el pecado en mi vida, clavándolo en la
cruz. Ya no tengo que vivir para mí misma, tratando de impresionar a otros.
No, en lugar de eso, puedo recordar que vivo para Él.
Capítulo diez
— Mateo 9:2
Jesús vio que el paralítico tenía una necesidad más urgente que su evidente
necesidad física. No se trataba simplemente de un inválido que necesitaba
una corrección en su médula espinal. No, se trataba de un cobarde que
necesitaba fe, un huérfano que necesitaba un padre, un pecador que
necesitaba un Salvador. Así que Jesús le dijo: “¡Ánimo, hijo; tus pecados
quedan perdonados!”. Con estas seis palabras, Jesús transformó su
identidad y su vida.
El Señor lo llama “hijo”. Esta palabra indica que hay una relación,
asegurándole a todo el que escuchaba que el Señor lo veía como una
persona, y una persona que Él conocía. Para Jesús, él no era simplemente
un extraño, un forastero rogándole un favor a alguien a quien no le
interesaba. No, era un hijo de Dios aunque aún no lo supiera.
Quizás, después de oír estas primeras palabras, el hombre pensó que su
sanidad estaba asegurada. Pero luego Jesús dijo algo que seguramente lo
maravilló, confundió y decepcionó, todo a la vez. Le dijo: “Tus pecados
quedan perdonados”. ¿Te imaginas lo que significaron esas palabras para
este pobre hombre, que no solo estaba paralítico, sino también ciego a su
necesidad espiritual? ¿Te imaginas lo que puede haber pasado por su
mente? “¿Que mis pecados quedan perdonados? ¡Pero si yo necesito ser
sanado!”. Y en ese sentido, quizás nos parecemos más a él de lo que
pensaríamos. Venimos a Jesús esperando que nos ayude a perder peso o que
nos haga negociantes exitosos; esperando que nos envíe una pareja o que
haga que otros nos traten como queremos ser tratados. Pero Jesús tiene algo
diferente que decirnos, algo mucho más importante. Jesús nos dice: “Ten fe
en Mí, te amo y te he hecho mío. He sufrido por tu pecado y has sido
completamente perdonado.”
La encarnación
El hecho de que Dios se hizo hombre le dice a ella que Él sabe lo que es ser
humano, vivir en la carne. Él no es un espíritu sin cuerpo; sabe lo que se
siente comer y estar cansado. Tener un cuerpo no es algo malo; es algo
bueno porque Dios ha tomado uno para Sí mismo, para siempre. Belén
también le cuenta acerca de un amor tan infinito que Jesús estuvo dispuesto
a confinar Su naturaleza humana a un cuerpo de carne para poder traerla a
Sí mismo como Su esposa.
Su vida perfecta
Debido a que Jesús vivió una vida sin pecado, obedeciendo cada
mandamiento en su lugar, ahora Julia no tiene que tratar de obedecer por sí
sola. Puede dejar de entretejer hojas de higuera, porque Él ya la ha revestido
con “mantos de justicia”.
La crucifixión
Aunque Julia está llena de incredulidad e idolatría, y de todos los pecados
que surgen de ambas, Cristo ya llevó (y continúa llevando) cada uno de esos
pecados en su lugar. Sí, su pecado merece la ira de Dios, pero toda Su ira ha
sido completamente derramada sobre Su Hijo. Ella ha sido totalmente
perdonada por todo su amor propio y egocentrismo, y por todo su miedo,
deshonestidad, palabras groseras, comparaciones, vanidad y egoísmo.
La resurrección
Debido a que Jesús fue levantado de entre los muertos, ella puede estar
segura de dos cosas: primero, el sacrificio de Cristo fue aceptado por Dios y
Él la ha perdonado. Segundo, ya los pecados de la incredulidad, el amor
propio y la autoexaltación no tienen poder sobre su vida. Ella puede tener fe
para continuar luchando contra estos pecados porque Jesús ha ido delante
de ella y le asegura su futura glorificación. Aunque estos pecados parezcan
más poderosos que su fe, ella puede estar segura de que ahora vive una vida
nueva, fortalecida por el Hijo de Dios, quien ha resucitado.
La ascensión
Debido a que Jesús ahora está sentado a la diestra del Padre, en carne pero
glorificado, el cuerpo de Julia no puede repugnarle al Padre. De hecho, Él la
ama y eventualmente la llevará en cuerpo y alma a Su presencia. Dado que
ella es realmente hermosa para Él, ella puede comenzar a disfrutar su
cuerpo, en lugar de verlo como un enemigo o como su identidad. Además,
su Salvador está intercediendo por ella ante el Padre, orando por ella,
enviándole Su Espíritu, y concediéndole la gracia y la fe que necesita.
A la luz de todas estas maravillosas declaraciones, ella puede acercarse a
los imperativos en fe y esforzarse para “ponerse” una obediencia
agradecida. La humildad que automáticamente fluye de una verdadera
conciencia del evangelio le dirá lo que ella necesita saber: sí, ella es
malvada e imperfecta, pero su pecado no empieza ni termina con sus
hábitos alimenticios. Ella es una idólatra, una adoradora de sí misma; está
esforzándose para obtener su propia justicia, construyendo su propio reino,
y queriendo que otros la adoren.
Pero eso no es todo lo que el evangelio dice acerca de ella. También dice
que ella ha sido amada y acogida. Estos pecados ya han sido pagados en su
totalidad, y Jesús ya ha vivido perfectamente su lugar. Él solo procuró la
aprobación de Su Padre, y la obtuvo; demostró lo que era la verdadera
justicia, por dentro y por fuera; entregó Su cuerpo por el alma y el cuerpo
de Julia, y construyó el Reino de Su Padre para Su gloria. Todas estas
perfecciones son suyas en Él.
La ansiedad de Jorge
Muchos dirían que la vida de Jorge es el mejor ejemplo de una vida exitosa.
Tiene una hermosa mansión en uno de los vecindarios más codiciados del
mundo. Está como nunca en su vida: director de marketing de la compañía
de software en la que ha estado trabajando durante décadas. Sus hijos ya
son mayores de edad y van bien; su esposa es dulce y amorosa. Él dice ser
cristiano, y que su cristianismo es importante para él, pero su esposa diría
que su trabajo es más importante que cualquier otra cosa. Y aunque a estas
alturas él ya debería de estar más relajado y disfrutando el fruto de su
trabajo, puede que su empresa pierda un pleito judicial y termine en
bancarrota. Todo aquello por lo que ha trabajado está a punto de esfumarse,
y lo que es peor, algunos de los accionistas están insinuando que la
demanda tuvo que ver con negligencia de su parte. Ahora comenzó a beber
en exceso y se despierta por las noches lleno de pánico. Siente que no puede
relajarse ni por un momento porque, si lo hace, todo se le puede “escapar de
las manos”. Se siente irritable, confundido, y se pregunta qué habrá hecho
para merecerse esto. Se pregunta cómo todo su trabajo arduo puede
terminar siendo un fracaso. Se pregunta por qué Dios no está protegiendo su
puesto. ¿Cómo puede el evangelio ayudar a Jorge?
La encarnación
Su vida perfecta
La buena noticia para Jorge es que Cristo Jesús vivió la vida que Jorge
debió estar viviendo. Jesús dejó Su palacio celestial y rechazó la
autopromoción, buscando única y continuamente la gloria de Su Padre (Jn
5:41-44). Él nació en un establo. Trabajó haciendo labores domésticas con
Sus manos: tallando madera, pescando. No tuvo lugar donde recostar Su
cabeza y fue despreciado por los ricos. Trabajó para obtener verdaderas
riquezas —para que Jorge nunca sintiera su bancarrota espiritual— y dio Su
vida por Su esposa.
La crucifixión
Jorge ha estado luchando durante toda su vida para probarle a otros que es
exitoso, pero nunca ha visto la cruz por lo que realmente es: una acusación
y condena por su miserable fracaso. Ha ignorado las cosas en las que debió
haberse concentrado, pero su Salvador cargó con toda la ira del Padre en su
lugar. Cada palabra desagradable, cada gota de alcohol usada para
anestesiar el alma, cada vez que ignoraba las súplicas de su esposa, fue
puesta sobre el Salvador que sufrió por él. Jorge tiene que entender que es
un miserable fracasado, pero su fracaso no se debe simplemente a que
podría perder su riqueza material; ha fracasado por su falta de amor a Dios
y a su prójimo. Pero Jesucristo sufrió la agonía que Jorge merecía.
La resurrección
La ascensión
La depresión de María
Si juzgamos por las apariencias, María parece tener una buena vida. Por eso
todos se sorprendieron al descubrir que tenía una semana sin salir de la
cama y que incluso hablaba de suicidarse. El esposo de María es un buen
proveedor, y aunque luchan económicamente, él trata de ser buen esposo y
padre. Sus hijos, de siete y nueve años, son niños normales. Hace poco se
descompuso el calentador de la casa, y su auto ya está en las últimas, así
que su esposo está haciendo horas extras en el trabajo para tratar de arreglar
todo. Así que, ¿por qué María se siente tan infeliz? Se siente infeliz porque
siempre creyó que si servía al Señor, Él le proveería una buena casa para
poder demostrarle a su mamá y a su hermana que ella no es la fracasada que
siempre han dicho que es.
La encarnación
Al igual que Jorge, María necesita ver la forma en que Jesús se despojó de
Sus riquezas por el bien de otros. Aunque ella dice que no quiere ser “rica”,
la verdad es que su amor por el dinero está llenando toda su alma de
oscuridad (Mt 6:19-24). Su Salvador se volvió pobre para que ella pudiera
disfrutar de las verdaderas riquezas, y retenerle las comodidades de la vida
es una manifestación más de Su amor. Aunque Él siempre ha sido amado y
adorado en el cielo, Su vida en la tierra fue marcada por traición, malos
entendidos y falsas acusaciones. Un día le adoraban y arrojaban palmas
delante de Él. Al día siguiente, le insultaban y gritaban: “¡Crucifícale,
crucifícale!”. Ya sea que su familia apruebe de ella o no, su Salvador tomó
la forma de un humilde siervo por su bien, y es por esa razón que ella puede
abrazar su rol de sierva y pelear contra el deseo de ser adorada.
Su vida perfecta
La vida de su Redentor fue marcada por Su obediencia humilde, cuyo único
propósito era darle gloria a Su Padre. No pensó que sería protegido del
sufrimiento por Su obediencia; de hecho, fue todo lo contrario. El enojo y la
autocompasión que han alimentado los pensamientos suicidas de María
surgen de su creencia de que se ha esforzado tanto que merece mucho más
de lo que tiene. Por supuesto, su perspectiva en cuanto a lo que ella cree que
se merece no es real, pero la maravillosa noticia es que aun así, ella tiene el
récord perfecto de otro.
La crucifixión
En la cruz, Cristo Jesús cargó con la ira que María merecía justamente por
no vivir para la gloria de Dios. Él fue aplastado por su orgullosa creencia de
que ella podía ser lo suficientemente buena como para ganarse algo de parte
de Dios. Recibió los golpes que ella merecía por pensar que Dios era injusto
y malo. Fue abandonado por Su Padre porque ella había abandonado a su
Salvador, prefiriendo amar y adorar a las riquezas.
La resurrección
María puede levantarse cada día y luchar, ya sea que el día esté lleno de las
críticas de su familia o que se le descomponga la lavadora. Ella puede
enfrentar estas cosas porque tiene a un Salvador que sufrió en su lugar,
comprando su aceptación ante Dios, y también porque su adopción a la
familia de Dios es segura. En esa familia, todos los miembros tienen el
mismo récord: pecador amado. También está comprometida para casarse
con el Señor resucitado, y ese compromiso es el factor más importante de
su identidad.
La ascensión
Su Prometido celestial está vigilando cada detalle de su vida, proveyendo
todo lo que ella realmente necesita, como el amante Esposo que es. La está
llamando para que se levante y venga a Él en fe, para que crea que lo que Él
dice acerca de ella es más importante que lo que dice su madre, para que
confíe en Su cuidado providencial.
Lo atractivo de la tentación
La encarnación
La vida perfecta
La crucifixión
En la cruz, el Redentor de Miguel sufrió por todo el adulterio que Miguel ya
ha cometido en su corazón. Aunque salir “a tomar café” con esta otra mujer
le traería gran sufrimiento a su familia, Miguel ya le causó agonía a su
Salvador por sus deseos lujuriosos. Aun así, Jesucristo cargó con toda la ira
de Su Padre por todos los pecados de Miguel, y Miguel ha sido
completamente justificado ante Él.
La resurrección
La ascensión
Por supuesto, hay mucho más que decir acerca de cada uno de estos
problemas. Esta sección no tiene la intención de decirte todo lo que debes
decir o hacer, sino de darte una introducción de cómo se ve la aplicación del
evangelio a la vida diaria.
No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren
a los demás como superiores a ustedes mismos. Cada uno debe velar no
solo por sus propios intereses sino también por los intereses de los demás.
La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por
naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse.
Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo
y haciéndose semejante a los seres humanos. Y al manifestarse como
hombre, se humilló a Sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y
muerte de cruz! Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre
que está sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda
rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese
que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre (Fil 2:3-11).
A la luz del evangelio, Julia, Jorge, María y Miguel necesitan aplicarse este
pasaje a sí mismos. El vano egoísmo de Julia debe ser aniquilado por el
despojo total de Cristo. La ambición y avaricia de Jorge deben
transformarse en un servicio humilde, y su amor por el dinero y el poder en
un amor por el Salvador, quien “aunque era rico, por causa de ustedes se
hizo pobre, para que mediante Su pobreza ustedes llegaran a ser ricos” (2Co
8:9). La autocompasión de María debe ser eliminada por el gozo de tener un
Salvador glorificado, quien le ha provisto todo lo que ella necesita a un alto
costo para Sí, y quien es digno de toda adoración. El lujurioso egocentrismo
de Miguel debe ser ahogado por un amor desinteresado por su esposa e
hijas, de la misma manera en que sus deseos ahogaron la coexistencia de
Cristo con Dios.
Así que ahora, antes de enfocarte en las formas en que debes cambiar, pasa
un buen rato contemplando el evangelio. Tienes una nueva identidad: eres
un hijo adoptado de Dios. Tienes un récord perfecto; no tienes que tratar de
probar nada acerca de ti mismo ni tienes que buscar seguridad en otro lugar.
La justicia perfecta de Cristo es tuya. Por esta razón, tienes una relación
eterna con el Gozo de Toda la Tierra; esta relación nunca terminará porque
fuiste hecho partícipe de Su vida y has sido completamente redimido y
reconciliado con Él. Todo esto se te ha dado por fe, la cual también te fue
dada.
4.¿Qué significa para ti que Cristo Jesús haya dicho: “Ánimo, tus pecados
quedan perdonados”?
Capítulo once
Relaciones centradas
en el evangelio
Luego Dios el Señor dijo: ‘No es bueno que el hombre esté solo’.
— Génesis 2:18
Hace algunos años, mi esposo y yo tuvimos la maravillosa oportunidad de
vacacionar en Europa. En unas tres semanas y media, visitamos trece
países. Cuando entrábamos en un país, nos estampaban nuestros pasaportes,
cambiábamos monedas, aprendíamos frases clave, y nos íbamos a visitar a
los nativos. Paseábamos por los mercados en las calles, explorábamos los
museos, probábamos la comida. Intercambiábamos cortesías con la gente
local, nos sentábamos en las escaleras de las catedrales, tomábamos unas
cuantas fotos, comprábamos alguna cosita para recordar nuestro tiempo allí,
y después nos íbamos. Tuvimos unas vacaciones maravillosas. Nuestras
cortas visitas no cambiaron nuestros corazones de una forma significativa,
pero es que esa no era la intención. Éramos turistas.
Por favor, no asuman que estoy diciendo que es malo reunirse los domingos
o durante la semana para estudiar la Biblia juntos. No estoy diciendo eso.
Estoy completa y gozosamente comprometida con las reuniones de nuestra
iglesia. Creo que se nos ha ordenado reunirnos para ser instruidos, ofrecer
sacrificios de alabanza, usar nuestros dones para servir, y para recibir gracia
a través de los sacramentos. No estoy diciendo que no debemos reunirnos
de esta forma, lo que estoy diciendo es que nos estamos perdiendo una parte
importante de lo que implica una vida cristiana normal. Una vida cristiana
normal tiene que ver más que nada con relaciones: con Cristo y con otros
por medio de Él.
La naturaleza de tu Dios
No solo tiene una comunidad dentro de Sí, sino que también nos busca para
que formemos parte de Su comunidad y Su familia. Él murió para comprar
una esposa. Nos llama Sus hijos. Nos invita a que le conozcamos y a ser
conocidos por Él (1Co 13:12). Se nos revela (1Co 2:10) y escudriña hasta lo
más profundo de nuestro ser (Ap 2:23). Él nos une a Sí mismo eternamente,
sin pedirnos que renunciemos a nuestra individualidad. Así como Él no
pierde Su individualidad al ser tres personas en una, nosotros tampoco
perdemos la nuestra al unirnos espiritualmente a Él (1Co 6:17). Nos sigue
llamando por nombre.
Pablo escribió:
Más bien, al vivir la verdad con amor, creceremos hasta ser en todo como
Aquel que es la cabeza, es decir, Cristo. Por Su acción todo el cuerpo crece
y se edifica en amor, sostenido y ajustado por todos los ligamentos, según la
actividad propia de cada miembro (Ef 4:15–16).
Esposos, amen a sus esposas, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó
por ella para hacerla santa. Él la purificó, lavándola con agua mediante la
Palabra, para presentársela a Sí mismo como una iglesia radiante, sin
mancha ni arruga ni ninguna otra imperfección, sino santa e intachable (Ef
5:25-27).
En este pasaje, vemos el amor que nuestro Salvador tiene por nosotros. Él
ama a la iglesia, Su novia. Él se entregó a Sí mismo por nosotros para que
seamos santificados y purificados. Él lavó a Su novia con Su Palabra con el
propósito y por el placer de presentársela a Sí mismo, en toda su belleza,
pureza y santidad. El pasaje continúa, diciendo: “Así mismo el esposo debe
amar a su esposa”. Aunque este pasaje está dirigido a los esposos, nos
enseña una verdad más amplia: Jesús utiliza a pecadores para preparar a
Su esposa. Los usa para purificarla, para lavarla con la Palabra, para
prepararla para el día de su boda. Esta purificación y preparación fluyen de
Su amor y Su celo por ella, pero se llevan acabo principalmente por medios
ordinarios: esposos amando a sus esposas, esposas ministrándole a sus
esposos, hermanos ayudándose unos a otros a través de la comunión
impulsada por el evangelio.
…Jesús… que sabía que el Padre había puesto en Sus manos todas las
cosas, y que había salido de Dios, y que a Dios volvía, se levantó de la
cena, se quitó Su manto y, tomando una toalla, se la sujetó a la
cintura; luego puso agua en un recipiente y comenzó a lavar los pies de los
discípulos, para luego secárselos con la toalla que llevaba en la
cintura. Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: “Señor, ¿Tú me lavas los
pies?”. Respondió Jesús y le dijo: “Lo que Yo hago, no lo entiendes ahora;
pero lo entenderás después”. Pedro le dijo: “¡Jamás me lavarás los pies!”. Y
Jesús le respondió: “Si no te los lavo, no tendrás parte conmigo”. Simón
Pedro le dijo: “Entonces, Señor, lávame no solamente los pies, sino también
las manos y la cabeza”. Jesús le dijo: “El que está lavado, no necesita más
que lavarse los pies, pues está todo limpio. Y ustedes están limpios, aunque
no todos”. (…) Después de lavarles los pies, Jesús tomó Su manto, volvió a
la mesa, y les dijo: “¿Saben lo que he hecho con ustedes? Ustedes me
llaman Maestro, y Señor; y dicen bien, porque lo soy. Pues si Yo, el Señor y
el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies
unos a otros. Porque les he puesto el ejemplo, para que lo mismo que Yo he
hecho con ustedes, también ustedes lo hagan (Jn 13:3-10, 12-15 RVC).
Piénsalo. El sublime Rey del cielo lavó los pies sucios de Sus amigos. Este
acto de humillación siempre será un ejemplo de amor y servicio humilde.
Ahora yo te pregunto: ¿Crees que Jesús —al lavar sus pies y decirles que
siguieran Su ejemplo— estaba simplemente instituyendo otro ritual para
Sus seguidores? Aunque seguro no hay nada malo en tener un servicio de
“lavado de pies”, pienso que si limitamos nuestra imitación de Él a la
celebración de una ceremonia de este tipo un par de veces al año, no
estamos entendiendo el punto.
Este es el punto que creo que Jesús nos está enseñando. Él ya ha limpiado
espiritualmente a cada uno de Sus hijos de su pecado —completamente.
Pero si ya estamos completamente limpios, ¿por qué nos anima a seguir Su
ejemplo? Tenemos que lavarnos unos a otros porque, en nuestro paso por
este mundo, nos manchamos de todo tipo de pecado, incredulidad e
idolatría. Muchas veces esa mugre encuentra una pequeña grieta (o una
enorme herida) donde incubarse y, si no tenemos cuidado, puede llegar a
infectarse.
Nuestros pies son uno de esos lugares que no alcanzamos a ver muy bien, a
menos que seamos muy flexibles o tengamos menos de 5 años. Hace poco
estuve caminando con una amiga en la playa. Era por la tarde, estábamos
descalzas, y yo no podía ver muy bien por donde estaba caminando. En
algún momento, pisé algo puntiagudo que se sintió como una picadura de
abeja, y para cuando regresé a mi auto ya me picaba y me dolía. Por más
que trataba, no lograba verla muy bien. Finalmente, cuando llegué a casa,
tuve que decirle a Phil que lo viera. Necesitaba sus ojos para que me
ayudaran a ver lo que terminó siendo una pequeña espina a la que
aparentemente era alérgica. No creo que sea irrelevante que Jesús haya
hablado de ese tema mientras lavaba los pies de los discípulos. Tenemos
que lavarnos unos a otros, para poder examinarnos, limpiarnos,
desinfectarnos y sanarnos unos a otros, y esto es algo que no podemos hacer
solos. Necesitamos los ojos y las manos de otros.
Antes que nada, permíteme animarte a que empieces poco a poco. Nuestro
Salvador tenía doce discípulos, pero también tenía tres amigos cercanos y
un mejor amigo. Comienza por ahí. Comienza con dos o tres que estén
dispuestos a reunirse para una tener comunión bíblica una vez por semana.
Me imagino que ya te reúnes con tus amistades frecuentemente. Así que
¿por qué no convertir uno de estos tiempos, o al menos parte del mismo, en
un tiempo de verdadera comunión bíblica? Si estás muy ocupada con niños
pequeños o pasas mucho tiempo atascado en el tráfico, ¿Por qué no te
comprometes a hablar por teléfono con alguien por lo menos una vez a la
semana, con el compromiso de reunirse en persona por un par de horas una
vez al mes?
Si piensas que reunirte con amistades es algo que te gustaría hacer, podrías
decirles algo así:
Sí, pero…
La segunda objeción más común tiene que ver con el miedo, sobre todo el
miedo a ser rechazado al tratar de ayudar a alguien con su pecado. Todos
somos muy conscientes de los límites apropiados de las conversaciones
educadas, y la comunión bíblica los ignora por completo. No estoy diciendo
que seamos maleducados, pero sí estoy diciendo que debemos resistirnos a
aceptar un “¡Bien, gracias!” superficial como respuesta, preguntando una y
otra vez, insistiendo en que haya una verdadera transparencia. Por eso te
estoy animando a que comiences hablando con amistades cercanas y
dejándoles saber que quieres buscar este tipo de relación con ellas. De esta
forma evitarás que se asusten o se desencanten cuando empieces a hacer
preguntas indagatorias para que se abran.
»Juan 13:33-34
»Romanos 12:10, 16
»Efesios 4:2, 32
»Santiago 5:16
2.Al considerar tus relaciones con otros cristianos, ¿dirías que eres más
como un turista, como un estudiante, o como un miembro de una familia?
¿En qué basas tu respuesta?
3.¿Hay alguien en tu vida con quien tengas una comunión impulsada por el
evangelio? Si lo hay, ¿quién es? ¿Hay formas en que pudieras ser más
intencional durante sus tiempos juntos? Si no tienes ese tipo de comunión
con alguien, ¿cuál es la razón? ¿Qué te impide buscar este tipo de relación?
¿Cómo cambiaría tu perspectiva en cuanto a las relaciones si recordaras el
evangelio (“Soy más malvado e imperfecto de lo que jamás me hubiera
atrevido a creer, pero más amado y acogido de lo que jamás me hubiera
atrevido a imaginar”)?
Capítulo doce
— Colosenses 1:23
Por favor, no dejes de ver el conflicto que hay aquí. Centrar tu vida en Su
gloria hará que cambie todo acerca de ti, y eso es lo único que tu enemigo
odia más que cualquier otra cosa. ¿Por qué? Porque él quiere que te
enfoques en él, y si no logra que lo hagas, entonces estará contento con que
te enfoques en ti mismo, en tu rendimiento, en la importancia de tus buenas
obras, o en cómo estás o no cambiando.
No abandones tu esperanza
En los días en que sientas que nunca lo lograrás, que nunca le agradarás,
que eres un fracaso, debes recordar el mejor regalo: Su gran corazón
bombeó sangre por Sus venas, sangre que luego salió por sus heridas para
poder bendecirte. Esta sangre perfecta corrió por Su cuerpo y cayó sobre la
tierra, haciendo charcos bajo sus pies. Fue pisoteada por aquellos que se
burlaban. Se mezcló con la tierra que Él mismo había creado, y de ella
surgió tu esperanza. Y entonces, en los días en que creas que finalmente lo
estás logrando, que finalmente le estás agradando, cuando piensas que
puedes estar satisfecho con tu bondad, tendrás que ver la sangre más
detalladamente. Trasládate al Calvario y permanece allí hasta que tus
buenas obras parezcan lo que realmente son: lodo vil limpiado únicamente
por Su manantial purificador.
Por más ridículo que parezca, todos somos tentados y con frecuencia nos
alejamos del evangelio. ¿Por qué haríamos una cosa tan tonta?
Pero gracias a Él ustedes están unidos a Cristo Jesús, a quien Dios ha hecho
nuestra sabiduría —es decir, nuestra justificación, santificación y redención
— para que, como está escrito: ‘Si alguien ha de gloriarse, que se gloríe en
el Señor’ (1Co 1:30-31).
Porque todas las cosas proceden de Él, y existen por Él y para Él. ¡A Él sea
la gloria por siempre! Amén (Ro 11:36).
Tu primer amor
Jesús le envió una carta a Su iglesia desde Su trono en el cielo. Esta carta
contiene instrucciones específicas para Sus seguidores. A la iglesia en Éfeso
le dijo:
Admito que solía ver a los nuevos creyentes casi que con menosprecio.
“Míralos”, pensaba con desdén. “Todos contentos y llenos de entusiasmo.
Deja que pasen unos meses. Ya veremos qué tan contentos están después”.
Pensamientos de odio, hasta satánicos, ¿verdad? ¿De dónde surgieron estos
pensamientos? Surgieron del abandono de mi primer amor. ¿Y por qué
abandoné mi primer amor? Lo abandoné porque había olvidado el
evangelio y me había enfocado en mí misma y en vivir la vida cristiana.
Hace poco estuve hablando con una querida hermana cristiana que es seria,
estudiosa y piadosa. No es perezosa cuando se trata de su fe, y ha dedicado
toda su vida al servicio de Dios. Cuando le dije que iba a escribir acerca del
amor de Dios por nosotros en el evangelio, me dijo: “Debo admitir que el
amor de Dios no me conmueve demasiado. No sé por qué, pero me gustaría
que lo hiciera”. Por pasarse años sin pensar seriamente en el evangelio,
perdió el fervor de su primer amor.
¡Ay, cómo lucha mi corazón contra ese mensaje! Cuando viajo para dar
conferencias, siempre quiero estar segura de que parezca como que sé lo
que estoy haciendo. No quiero parecer débil, pecadora, necesitada. Por
supuesto, no quiero restarle importancia al mensaje de la cruz con
desorganización, pero debo aprender a poner toda mi confianza en Su
mensaje y dejarle los resultados a Él. ¿Y tú qué tal? Quizás no des
conferencias, sino que simplemente tratas de llevar a tus hijos al Señor. ¿Te
ven como la que lo tiene todo bajo control o ven tu dependencia de un
Salvador crucificado? ¿Y qué tal en el trabajo? ¿La gente reconoce que
confías en la bondad de Otro, o piensan que tu preocupación principal es tu
reputación?
Así que una vez más te pregunto: ¿Has determinado confiarle toda tu vida al
Cristo crucificado? Solo podremos hacerlo si cada día vamos a Belén, al
Calvario y a Jerusalén. Los dioses de nuestra cultura nos dicen que seamos
fuertes, que tratemos de impresionar a la gente, que cubramos nuestro
pecado, que mantengamos a la gente a distancia. Pero ese no es el consejo
del Salvador. Por nosotros se hizo débil, por nuestras almas lavó pies, por
nuestra salvación fue despojado, por nuestra relación fue abandonado. Cada
día, cada día —solo el evangelio, solo el Cristo que fue crucificado, resucitó
y ascendió.
Ahora que nos acercamos al final de nuestro tiempo juntos, quiero dejarlos
con dos pensamientos sencillos. El primer pensamiento es que cuando nos
alejamos del evangelio, nos privamos de una gran felicidad. Quizás no
sabemos exactamente cómo articular la forma en que cada una de sus
facetas transforma el alma, pero sí conocemos Su nombre. Permíteme
proponerte que empieces hoy mismo a entretejer ese nombre en todo lo que
haces. Ya sea que estés lavando los platos, lavando el carro, o
humildemente lavando los pies de tu pareja, deja que Su nombre brote
desde tu interior. No te preocupes de que suene simple, después de todo, el
apóstol Pablo se propuso no saber de cosa alguna, excepto a Jesús
crucificado. Calvino citó a Bernard cuando dijo: “Toda conversación en la
que no se escuche Su nombre es inútil”. Ay, cuántas conversaciones inútiles
e insípidas hemos tenido —¡aun con otros creyentes! ¿Cuántos libros y
canciones y sermones nos han dejado ansiosos, débiles y hambrientos?
¿Cuántas sesiones de consejería fueron vacías porque el énfasis estuvo
solamente en tus deberes, y el evangelio ni siquiera se mencionó?
“¡Una mano como esta abrirá las puertas de una nueva vida para ti!”. Al
entrar en el cielo, seremos llevados por una mano humana. Seremos
recibidos por una cara —la cara de Jesús— la cual tiene una forma que
vamos a reconocer. La encarnación continúa, y por eso hemos sido
incluidos en la vida de Dios… No nos ha dejado solos. Jesús ha ido delante
de nosotros por un camino que podemos seguir, por medio del Espíritu
Santo que Él mismo envió, porque el camino está en Su carne, en Su
humanidad. Jesús mismo es ese camino nuevo y vivo. Aquel que es
completamente humano fue más allá del velo en nuestro nombre, e incluso
en nuestra piel. Unidos a Él por medio del Espíritu, al que permanece unido
a nosotros, podemos seguirle por donde Él ya ha ido.4
Padre, quiero que los que me has dado estén conmigo donde Yo estoy. Que
vean Mi gloria, la gloria que me has dado porque me amaste desde antes de
la creación del mundo (Jn 17:24).
La mejor noticia
del mundo
No fue hasta el verano antes de cumplir los veintiún años que empecé a
entender el evangelio. Aunque había asistido a la iglesia de vez en cuando
durante mi infancia, reconozco que nunca me impactó de manera
significativa. Me solían llevar a las clases de escuela dominical, en las que
escuchaba historias sobre Jesús. Sabía, sin comprender realmente, la
importancia de la Navidad y de la Pascua. Recuerdo ver los hermosos
vitrales, donde se mezclaban el rojo arándano y un profundo azul cerúleo, y
donde veía a Jesús tocando la puerta de un jardín. Tenía la sensación de que
ser religioso era algo bueno, pero no tenía la más remota idea acerca de lo
que significaba el evangelio.
Aquí fue cuando Julia entró en mi vida. Era mi vecina de al lado y era
cristiana. Fue muy amable conmigo y nos hicimos amigas enseguida. Tenía
una calidad de vida que me atraía y siempre me hablaba de su Salvador,
Jesús. Me hizo saber que estaba orando por mí, y a menudo me animaba a
ser “salva”. Aunque había escuchado acerca de la salvación en la escuela
dominical, lo que ella me decía era completamente diferente a todo lo que
recordaba haber oído. Me dijo que necesitaba “nacer de nuevo”.
Dicho de la manera más sencilla, ¿qué necesitas creer para ser cristiano?
Necesitas saber que necesitas salvación, ayuda y liberación. No debes
intentar reformarte ni decidir que vas a convertirte en una persona moral
para impresionar a Dios. Debido a que Él es completamente santo, es decir,
perfectamente moral, tienes que renunciar a cualquier idea de que puedes
ser lo suficientemente bueno como para cumplir con Su estándar. Esta es la
buena mala noticia. Es una mala noticia porque te dice que estás en una
situación imposible que no puedes cambiar. Pero también es una buena
noticia porque te liberará de los ciclos continuos de autosuperación que
siempre terminan siendo fracasos.
También debes confiar en que lo que no puedes hacer —vivir una vida
perfectamente santa— Él ya lo ha hecho por ti. Esta es la buena buena
noticia. Este es el evangelio. Básicamente, el evangelio es la historia de
cómo Dios escogió un pueblo para Sí y lo amó desde antes de la fundación
del mundo. Más adelante, a Su tiempo, envió a Su Hijo al mundo para que
se hiciera completamente igual a nosotros. Esta es la historia que escuchas
en Navidad. Este bebé creció hasta convertirse en un hombre, y a los treinta
años decidió revelarse y comenzó a mostrarle a la gente quién Él era. Lo
hizo haciendo milagros, sanando a los enfermos, resucitando a los muertos.
También demostró Su deidad enseñándole a la gente lo que Dios
demandaba de ellos, y continuamente les anunciaba Su muerte y
resurrección. E hizo algo más: afirmó ser Dios.
Como Él decía ser Dios, los líderes religiosos y los poderes políticos de la
época lo condenaron a morir injustamente. Aunque nunca había hecho nada
malo, lo golpearon, se burlaron de Él, y lo ejecutaron vergonzosamente en
una cruz. Él murió. A pesar de que parecía que había fracasado, la verdad es
que este era el plan de Dios desde el principio.
Te dije que hay dos cosas que debes saber y creer. La primera es que
necesitas una ayuda que ni tú ni ninguna otra persona humana pueden dar.
La segunda es que Jesús, el Cristo, es la persona que te puede dar esa
ayuda, y si vienes a Él, no te rechazará. No necesitas entender mucho más
que eso, y si realmente crees estas verdades, tu vida será transformada por
Su amor.
… pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios… (Ro 3:23).
Porque la paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida
eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor (Ro 6:23).
Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador,
para que en Él recibiéramos la justicia de Dios (2Co 5:21).
Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha
pasado, ha llegado ya lo nuevo! (2Co 5:17).
Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a
Cristo Jesús… (Ro 8:1).
Si quieres, puedes orar algo así:
Dios, admito que no entiendo todo acerca de esto, pero creo estas dos cosas:
que necesito ayuda y que quieres ayudarme. Confieso que soy como Elyse y
que prácticamente te he ignorado durante toda mi vida, excepto cuando
estaba en problemas o simplemente quería sentirme bien conmigo mismo.
Sé que no te he amado a Ti ni a mi prójimo, así que es verdad que merezco
ser castigado y que realmente necesito ayuda. Pero también creo que me has
traído hasta aquí, a leer esta página en este momento porque estás dispuesto
a ayudarme, y que si te pido ayuda, no me enviarás con las manos vacías.
Estoy empezando a entender cómo castigaste a Tu Hijo en mi lugar y cómo,
por Su sacrificio por mí, puedo tener una relación contigo.
En segundo lugar, otro factor que te ayudará a crecer en esta nueva vida de
fe es comenzar a leer lo que Dios ha dicho sobre Sí mismo y sobre nosotros
en Su Palabra, la Biblia. En el Nuevo Testamento (el último tercio de la
Biblia), hay cuatro Evangelios, o narraciones, sobre la vida de Jesús. Te
recomiendo que empieces con el primero, Mateo, y que luego leas los otros
tres. Te recomiendo que compres una buena traducción moderna, como la
Nueva Versión Internacional, pero puedes obtener cualquier versión
(aunque evita las paráfrasis) con la que te sientas cómodo, y así comenzar a
leer de inmediato.
Notas de texto
4.Creo que esta definición del evangelio es del pastor Tim Keller.
Capítulo 4: El veredicto
1.Matthew Henry, Matthew Henry’s Commentary on the Whole Bible
[Comentario de Matthew Henry acerca de toda la Biblia], Nueva edición
moderna. (Peabody, MA: Hendrickson, 1991), 2:36-40.
2.Íbid.
3.Hch 4:28.
Capítulo 5: Tu herencia
1.Juan Bunyan, The Pilgrim’s Progress [El progreso del peregrino] (New
Kensington, PA: Whitaker, 1981), 137-38, 140-41.
2.Íbid.
4.Is 52:7.
5.John Piper, God Is the Gospel: Meditations on God’s Love as the Gift of
Himself [Dios es el evangelio: meditaciones acerca del amor de Dios al
darse a Sí mismo como regalo] (Wheaton, IL: Crossway Books, 2005), 47.
8.Albert Barnes, Barnes’s Notes on the Old and New Testament [Las notas
de Barnes sobre el Antiguo y el Nuevo Testamento] (Biblesoft, 1997, 2003).
9.“El informe No. 13 de AFCARS para el año fiscal 2005”, Departamento
de Salud y Servicios Humanos de los Estados Unidos; Administración para
Niños y Familias; Administración para Niños, Jóvenes y Familias;
Departamento Infantil (http://www.acf.hhs.gov/programs/cb).
11.A. W. Tozer, The Pursuit of God [La búsqueda de Dios] (Camp Hill, PA:
Christian Publications, 1993), 19.
4.2R 5:10-27.
6.A. W. Tozer, The Pursuit of God: The Human Thirst for the Divine [La
búsqueda de Dios: la sed humana por lo divino] (Camp Hill: PA, 1993), 85.
2.“El imperativo está basado sobre la realidad que se ha dado junto con el
indicativo porque es la que hace que sea posible”. Herman Ridderbos, Paul,
An Outline of His Theology [Pablo: un bosquejo de su teología], trad. John
Richard DeWitt (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1975), 255.
4.Íbid.
5.Iain Duguid fue la primera persona que escuché hablar acerca de estas
categorías.
6.“Si con Cristo ustedes ya han muerto a los principios de este mundo, ¿por
qué, como si todavía pertenecieran al mundo, se someten a preceptos tales
como: ‘No tomes en tus manos, no pruebes, no toques’? Estos preceptos,
basados en reglas y enseñanzas humanas, se refieren a cosas que van a
desaparecer con el uso. Tienen sin duda apariencia de sabiduría, con su
afectada piedad, falsa humildad y severo trato del cuerpo, pero de nada
sirven frente a los apetitos de la naturaleza pecaminosa” (Col 2:20-23).
9.Íbid., 122.
10.Aquí están algunas frases de uso común que sirven para demostrar la
confusión en la mente de muchas personas acerca de la relación entre la
obra de Dios y la nuestra:
•“Su mente está tan enfocada en lo celestial que no sirve de nada aquí en la
tierra”. Me imagino que lo que se quiere decir es que estas personas pasan
todo su tiempo en las nubes, pensando y soñando, y realmente nunca llegan
a vivir su fe.
Los cristianos necesitan entender que es Dios quien está obrando en ellos,
haciendo que ellos deseen trabajar duro para agradarle.
11.Ef 2:1-9: “En otro tiempo ustedes estaban muertos en sus transgresiones
y pecados, en los cuales andaban conforme a los poderes de este mundo. Se
conducían según el que gobierna las tinieblas, según el espíritu que ahora
ejerce su poder en los que viven en la desobediencia. En ese tiempo
también todos nosotros vivíamos como ellos, impulsados por nuestros
deseos pecaminosos, siguiendo nuestra propia voluntad y nuestros
propósitos. Como los demás, éramos por naturaleza objeto de la ira de Dios.
Pero Dios, que es rico en misericordia, por Su gran amor por nosotros, nos
dio vida con Cristo, aun cuando estábamos muertos en pecados. ¡Por gracia
ustedes han sido salvados! Y en unión con Cristo Jesús, Dios nos resucitó y
nos hizo sentar con Él en las regiones celestiales, para mostrar en los
tiempos venideros la incomparable riqueza de Su gracia, que por Su bondad
derramó sobre nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia ustedes han sido
salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de
Dios, no por obras, para que nadie se jacte”.
3.Íbid.
4.Íbid.
10.C. S. Lewis, The Weight of Glory and Other Addresses [El peso de la
gloria y otros discursos](San Francisco: HarperSanFrancisco, 2001), 26.
11.“Nos has hecho para Ti, y nuestros corazones estarán inquietos hasta que
encuentren su descanso en Ti… ¡Qué caminos tan tortuosos los que he
caminado! ¡Ay de mi alma temeraria, que pensaba que abandonándote,
Señor, encontraría algo mejor! Daba vueltas, yendo de un lado a otro, pero
se dio cuenta de que no hallaría paz en ningún otro lugar —solo Tú eres mi
descanso. Y he aquí, estás cerca, y nos libras de nuestro miserable
vagabundeo, y nos asientas en Tu propio camino. Y nos consuelas,
diciendo: ‘Corre, Yo te llevaré; sí, Yo te guiaré hasta el final de tu travesía,
y allí también te sostendré’”. Agustín, Restless Till We Rest in You: 60
Reflections from the Writing of St. Augustine [Inquietos hasta que
descansemos en Ti: 60 reflexiones de los escritos de San Agustín], comp.
Paul Thigpen (Ann Arbor, MI: Servant Publications, 1998), 18-19.
12.William Romaine, The Life, Walk and Triumph of Faith [La vida, el
camino y el triunfo de la fe] (London: James Clarke, 1970), 280.
2.Esto no quiere decir que nuestro deseo de ser amados es neutro, como si
fuese una especie de vaso de amor que necesita ser llenado. No, significa
que convertimos las cosas buenas que Dios nos da en ídolos; las queremos
tanto que estamos dispuestos a pecar con tal de conseguirlas.
3.William Romaine, The Life, Walk and Triumph of Faith [La vida, el
camino y el triunfo de la fe] (London: James Clarke, 1970), 165.
6.Íbid., 182. Citado de Juan Calvino, The Deity of Christ and Other
Sermons [La deidad de Cristo y otros sermones], trad. Leroy Nixon
(Audubon, NJ: Old Paths Publications, 1997), 238–39.
1.John Stott, “The Cross of Christ” [La cruz de Cristo], en Rowan Williams,
Eucharastic Sacrifice [Sacrificio eucarístico] (Downers Grove, IL:
Intervarsity, 1986), 272 (cursivas añadidas).
2.Ver Mateo 14:27; Marcos 6:50. También lo usa en Juan 16:33: “Yo les he
dicho estas cosas para que en Mí hallen paz. En este mundo afrontarán
aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo”.
3.Al sacar algunas de estas conclusiones, no estaba pensando en una
persona particular, aunque sí estoy basándome en mi experiencia como
consejera.
1.John Piper, “How Christ Enables the Church to Build Itself Up in Love”
[Cómo Cristo capacita a la iglesia para que se edifique a sí misma en amor]
(17 de septiembre de 1995), sermón de la biblioteca de recursos de Desiring
God (http://www.desiringGod.org.).
2.Para una explicación más profunda de este tema, favor ver mi libro
llamado Helper by Design: God’s Perfect Plan for Women in Marriage
[Ayudadora por diseño: el plan perfecto de Dios para las mujeres en el
matrimonio] (Chicago: Moody Press), 2003. Por supuesto que hay
momentos en que es bueno apartarse por temporadas cortas para buscar al
Señor. También hay momentos en que la soledad no puede evitarse: cuando
estás lejos de casa, cuando estás enferma. Estos tiempos son
particularmente difíciles porque no fuimos creadas para estar solas. Sería
terrible vivir en una isla desierta aunque haya comida y agua abundante.
1.David Brainard:
Cuando ayunaba, oraba y obedecía, pensaba que lo hacía para la gloria de
Dios, pero estaba haciendo todo para mi propia gloria —para sentir que era
digno. Mientras estuve haciendo todo esto para ganar mi salvación, no hacía
nada para Dios, ¡todo era para mí! Me di cuenta de que todo mi esfuerzo
por ser digno era una forma de adorarme a mí mismo. La verdad es que
estaba tratando de evitar a Dios como salvador y de ser mi propio
salvador… No estaba adorándolo, sino usándolo… Aunque a menudo le
confesaba a Dios que, por supuesto, no me merecía nada, seguía teniendo la
esperanza secreta de poder recomendarme a Dios por todas estas obras y
toda esta moralidad. En otras palabras, estaba tratando de salvarme a mí
mismo con mis obras.
George Whitefield: