La Divina Liturgia
De San Juan Crisóstomo
La Divina Liturgia
Dice la profecía de Malaquías: “Porque desde donde el sol nace hasta donde
se pone, es grande mi nombre entre las naciones, y en todo lugar se ofrece a
mi nombre incienso y ofrenda limpia.” (Mal 1:11) Esta Ofrenda pura es Cristo,
nuestra Pascua, ofrecida por la Santa Iglesia por todo y por todos.
En aquella noche que se entregó por la vida del mundo, nuestro Señor
Jesucristo encomendó a sus santos Apóstoles celebrar este sagrado rito de
“Partir el Pan” en memoria de Él; rito que conmemora su sacrificio redentor,
pues, he aquí el Cordero de Dios quita los pecados del mundo está en la Mesa
de la Cruz y se muestra como nuestro verdadero alimento derramando vino.
Jesucristo mismo lo había ordenado tiempo atrás, diciendo: “El que come mi
carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (San Juan 6:56). Desde
entonces, la Iglesia ha celebrado los Santos y Divinos Misterios de Cristo; la
Sagrada Eucaristía ha sido la fuente de salud, de amor y unidad de los cristianos.
En la Eucaristía todos nos hacemos uno con Dios en Su Hijo y Espíritu Santo,
porque los cristianos hemos sido establecidos como reyes y sacerdotes. Sin
embargo, en esa misma noche en el marco de la Cena Mística, el Señor
constituyó el sacerdocio ministerial, que poseen aquellos que ministran al Señor
ofreciendo sacrificios espirituales y repartiendo la palabra de verdad. Tras los
Santos Apóstoles, han sido los obispos y presbíteros, quienes han sido los
encargados de ofrecer este incruento rito junto con el pueblo fiel de Cristo,
constituyéndose en sacerdotes ministeriales del Gran Dios y Rey.
El sacerdocio es más que conocimientos y vestiduras, es un honor que traspasa
los cielos, una vocación de amor sin fingimiento y entrega a Dios y al prójimo,
es sin duda, la participación de la vida divina y celestial. Dice San Juan
Crisóstomo: “Porque el sacerdocio se ejercita en la tierra, pero tiene la clase de
las cosas celestiales, y con razón. Porque no ha sido algún hombre, ni ángel, ni
arcángel, ni alguna otra potestad creada, sino el mismo Paráclito el que ha
instituido este ministerio. Y el que nos ha persuadido, a que, permaneciendo
aun en la carne, concibiésemos en el ánimo el ministerio de los ángeles.” (Sobre
el sacerdocio, libro 3).
Por tanto, el sacerdote como obrero de Dios, tal como enseña el Apóstol, debe
presentarse ante Dios de no tener nada de qué avergonzarse, usando bien la
palabra de verdad. Por ello, la Iglesia con la guía del Espíritu Santo ha
consignado por escrito las palabras litúrgicas e himnos de los Santos que en
todo tiempo han agrado a Dios, y han ofrecido un culto espiritual no sólo con
sus labios sino con su propia vida. Estos servicios han sido legados de generación
en generación para anunciar la Muerte de Cristo hasta su segundo glorioso
advenimiento.
“Bueno es alabarte, oh Señor,
y cantar salmos a tu nombre, oh Altísimo.” (Salmo 92:1)
Comisión Diocesana para la Edición de Textos Litúrgicos
LA DIVINA LITURGIA DE NUESTRO PADRE ENTRE LOS
SANTOS, JUAN CRISÓSTOMO, ARZOBISPO DE
CONSTANTINOPLA
LITURGIA LOS CATECUMENOS
Diácono: Bendice, señor.
El sacerdote, elevando el libro de los Evangelios, hace con él la
señal de la Cruz y exclama:
Bendito el Reino del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,
eternamente, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
LA GRAN LETANÍA
El diácono, en su lugar delante de las puertas santas:
En paz al Señor roguemos.
Coro: Señor, ten piedad.
Por la paz que de lo alto viene y por la salvación de nuestras
almas, al Señor roguemos.
Coro: Señor, ten piedad.
Por la paz del mundo entero, por el bienestar de las santas
Iglesias de Dios y por la unión de todos, al Señor roguemos.
1
Coro: Señor, ten piedad.
Por esta santa casa y por todos los que en ella entran con fe,
devoción y temor de Dios, al Señor roguemos.
Coro: Señor, ten piedad.
Por nuestro señor, su Beatitud, el Metropolitano N., por nuestro
señor, el Reverendísimo Obispo N., el honorable presbiterio, el
diaconado en Cristo, por todo el clero y todo el pueblo, al Señor
roguemos.
Coro: Señor, ten piedad.
Por el Presidente de la República, por toda autoridad civil y por
las fuerzas armadas, al Señor roguemos.
Coro: Señor, ten piedad.
(Para que les ayude, subyugue bajo sus pies a todo enemigo y
adversario, al Señor roguemos.
Coro: Señor, ten piedad.)
Por esta ciudad, por toda ciudad y país y por los fieles que en
ellos habitan, al Señor roguemos.
Coro: Señor, ten piedad.
Por estaciones favorables, abundancia de los frutos de la tierra y
por tiempos pacíficos, al Señor roguemos.
Coro: Señor, ten piedad.
Por los viajeros y los navegantes, por los enfermos y los afligidos,
por los presos y por su salvación, al Señor roguemos.
Coro: Señor, ten piedad.
Para que seamos libres de toda tribulación, ira, peligro y
necesidad, al Señor roguemos.
Coro: Señor, ten piedad
Socórrenos, sálvanos, ten piedad de nosotros y guárdanos. Dios,
por tu gracia.
Coro: Señor, ten piedad.
2
Conmemorando a la santísima, inmaculada, bendita, gloriosa
Señora nuestra Teótokos y siempre Virgen María, con todos los
Santos, encomendémonos nosotros mismos, unos a otros y toda
nuestra vida a Cristo Dios.
Coro: A ti. Señor.
El diácono, habiendo hecho una reverencia, se coloca delante del
icono de Cristo, teniendo el orario con tres dedos de la mano
derecha. Y el sacerdote recita:
LA ORACIÓN DE LA PRIMERA ANTÍFONA
Señor, Dios nuestro, cuyo poder es indecible, cuya gloria es
incomprensible, cuya misericordia es infinita y cuyo amor a los
hombres es inefable, míranos. Señor, con ternura, a nosotros y a
esta casa y concédenos y a los que rezan con nosotros las riquezas
de tu misericordia y de tu compasión.
Exclamación del sacerdote
Porque te pertenecen toda gloria, honor y adoración, a ti.
Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de
los siglos.
Coro: Amén. Y canta:
LA PRIMERA ANTÍFONA
Bendice, alma mía, al Señor. Bendito eres, Señor. Bendice, alma
mía, al Señor, y todas mis entrañas su santo nombre. Bendice,
alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios. El
que perdona todas tus transgresiones, el que sana todas tus
dolencias. El que rescata tu vida del sepulcro, el que te corona
de favores y misericordias. Compasivo y misericordioso es el
Señor, sufrido y grande en misericordia. Bendice, alma mía, al
3
Señor, y todas mis entrañas su santo nombre. Bendito eres,
Señor.
Al concluir la antífona, el diácono vuelve al centro y haciendo una
reverencia, recita:
LA LETANÍA MENOR
Una y otra vez en paz al Señor roguemos.
Coro: Señor, ten piedad.
Socórrenos, sálvanos, ten piedad de nosotros y guárdanos, Dios,
por tu gracia.
Coro: Señor, ten piedad.
Conmemorando a la santísima, inmaculada, bendita,
gloriosa Señora nuestra Teótokos y siempre Virgen María, con
todos los Santos, encomendémonos nosotros mismos, unos a
otros y toda nuestra vida a Cristo Dios.
Coro: A ti, Señor.
El diácono se coloca ante el icono de Cristo y el sacerdote recita:
LA ORACIÓN DE LA SEGUNDA ANTÍFONA
Señor, Dios nuestro, salva a tu pueblo y bendice tu heredad;
conserva la plenitud de tu Iglesia; santifica a los que aman la
hermosura de tu casa. En cambio, tú mismo glorifícalos por tu
divino poder, y no abandones a los que esperamos en ti.
Exclamación del sacerdote:
Porque tuyo es el dominio y tuyos son el reino, el poder y
la gloria, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, ahora y siempre
y por los siglos de los siglos.
Coro: Amen. Y luego:
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LA SEGUNDA ANTÍFONA
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Alaba, alma mía, al
Señor. Alabaré al señor en mi vida. Cantaré salmos a mi Dios
mientras viviere. No confiéis en príncipes, ni en hijo del hombre;
porque no hay en él salud. Saldrá su espíritu, tornará a su polvo;
en aquel día perecerán sus pensamientos.
Reinará el Señor para siempre, tu Dios, oh Sión, por generación
y generación.
Ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.
El himno de la Ortodoxia
H
ijo Unigénito y Verbo de Dios, tú que eres inmortal, por
nuestra salvación quisiste encarnar de la Santa Madre
de Dios y siempre Virgen María, y sin mutación te hiciste
hombre; fuiste crucificado, Cristo Dios nuestro,
hollando la muerte por la muerte. Tú eres uno de la Santa
Trinidad, glorificado con el Padre y el Espíritu Santo, sálvanos.
El diácono vuelve al centro y recita:
LA LETANÍA MENOR
Una y otra vez en paz al Señor roguemos.
Coro: Señor, ten piedad.
Socórrenos, sálvanos, ten piedad de nosotros y guárdanos, Dios,
por tus gracias.
Coro: Señor, ten piedad.
Conmemorando a la santísima, inmaculada, bendita gloriosa
señora nuestra Teótokos y siempre Virgen María, con todos los
santos, encomendémonos nosotros mismos, unos a otros y toda
nuestra vida a Cristo.
Coro: A ti, Señor.
5
El diácono vuelve al santuario por la puerta meridional, va al trono
y se vuelve inclinándose hacia sacerdote. El sacerdote recita:
LA ORACIÓN DE LA TERCERA ANTÍFONA
Tú que nos has concedido estas comunes y unánimes oraciones y
prometes que cuando dos o tres están reunidos en tu Nombre,
concederás sus peticiones, cumple ahora las súplicas de tus
siervos como les convenga, concediéndonos en el siglo presente el
conocimiento de tu verdad y en el venidero, la salvación.
Exclamación del sacerdote
Porque tú eres Dios bueno que amas a los hombres, y te
glorificamos a ti, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y
por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Se abren las puertas santas para la Entrada menor. El coro canta
la Tercera Antífona o las Bienaventuranzas (si es domingo)
LA TERCERA ANTÍFONA
En tu Reino, acuérdate de nosotros, oh Señor, cuando
vengas en tu reino.
Bienaventurados los pobres en espíritu, porque en ellos es
el reino de los cielos.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán
consolación.
Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la
tierra en heredad.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,
porque ellos serán hartos.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos
alcanzarán misericordia. Aquí se intercala el primer estiquio
propio del tono.
6
Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán
a Dios. Estiquio.
Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán
llamados hijos de Dios. Estiquio
Bienaventurados los que padecen persecución por causa
de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Estiquio
Bienaventurados sois cuando os vituperaren y os
persiguieren, y dijeren todo mal por mi causa mintiendo. Estiquio
Gozaos y alegraos, porque grande es vuestra recompensa
en los cielos. Estiquio
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Estiquio
Ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Estiquio
Cuando el coro entona Gloria al Padre... el sacerdote y el diácono,
colocados ante la santa mesa, hacen tres reverencias. El
sacerdote tomando el santo Evangelio se lo da al diácono. Los dos
se dirigen hacia la puerta septentrional, pasando por detrás del
altar y saliendo por ella, hacen la Entrada Menor. Luego, estando
en el centro, inclinan la cabeza y el diácono dice:
Al Señor roguemos.
Y el sacerdote dice en secreto:
LA ORACIÓN DE LA ENTRADA
Maestro, Señor Dios nuestro, que has establecido en los cielos
órdenes y ejércitos de ángeles y arcángeles para el servicio de tu
gloria, haz que con nuestra entrada haya una entrada de santos
ángeles sirviendo con nosotros y glorificando con nosotros tu
bondad. Porque te pertenece toda gloria, honor y adoración a ti,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de
los siglos. Amén
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LA ENTRADA MENOR
Al terminar la oración el sacerdote, el diácono, teniendo el orario
como de costumbre, señalando al oriente dice al sacerdote:
Bendice, señor, la santa entrada.
El sacerdote bendiciendo dice:
Bendita sea la entrada de tus santos, ahora y siempre y
por los siglos de los siglos. Amén.
Entonces el diácono presenta el Evangelio al sacerdote para que
lo bese. Y cuando el coro termina el último tropario, el diácono de
frente al sacerdote, alza las manos un poco para mostrar el
Evangelio y dice en voz alta:
Sabiduría. Estemos de pie.
Después de esta exclamación el clero (o el coro) canta:
V
enid, adoremos y postrémonos ante Cristo; sálvanos, Hijo
de Dios, que eres maravilloso en tus santos (en días
ordinarios), que de los muertos resucitaste (en domingos)
por las intercesiones de la Teótokos, (en las fiestas de la
Santísima Virgen) a los que te cantamos: Aleluya.
8
Mientras se canta, el diácono, habiendo hecho una reverencia,
entra en el santuario, seguido del sacerdote, depositando el libro
de los Evangelios sobre la santa mesa. El sacerdote bendice al
pueblo. Enseguida los troparios correspondientes son cantados y
el sacerdote, durante el canto dice:
LA ORACIÓN DEL HIMNO TRISAGIO
Santo Dios, que descansas entre tus Santos, que eres ensalzado
por los Serafines con el canto del Trisagio, y que eres glorificado
por los Querubines, adorado por toda potencia celestial, Tú que de
la nada todo lo has traído a la existencia, que has creado al
hombre a tu imagen y semejanza, y le has adornado con tus
dones; que das al que suplica sabiduría e inteligencia, y que no
desechas al que ha pecado, sino que has dispuesto el
arrepentimiento para la salvación, que has concedido que
nosotros, humildes e indignos siervos tuyos, estemos ahora ante
la gloria de tu santo Altar y que ofrezcamos debida adoración y
gloria, tú mismo, Maestro, acepta aún de la boca de nosotros
pecadores el himno Trisagio y visítanos en tu bondad. Perdónanos
toda ofensa voluntaria e involuntaria; santifica nuestras almas y
cuerpos, y concede que te sirvamos en santidad todos los días de
nuestra vida, por las intercesiones de la santa Teótokos y de todos
los Santos que desde los siglos te han agradado. Porque eres
santo, Dios nuestro; te rendimos gloria a ti, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Cuando el coro llega al último tropario, el diácono inclinado y
teniendo el orario como de costumbre dice al sacerdote:
Bendice, Señor, la hora del Trisagio.
Acercándose a las puertas santas el diácono dice:
Al Señor roguemos.
Coro: Señor, ten piedad.
El sacerdote, habiendo signado al diácono, exclama:
9
Porque eres santo, Dios nuestro; te rendimos gloria a ti,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre.
El diácono, señalando primero el icono de Cristo con el orario, dice:
Oh, Señor, salva a los piadosos y escúchanos.
Coro: oh, Señor, salva a los piadosos y escúchanos.
El diácono, volviéndose hacia el pueblo y señalándole con el orario
dice:
Y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén. Enseguida el canto del Trisagio.
EL TRISAGIO
Santo Dios, Santo Fuerte, Santo inmortal, ten piedad de
nosotros. Tres veces.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre
y por los siglos de los siglos. Amén.
Santo Inmortal, ten piedad de nosotros.
Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de
nosotros.
El sacerdote y el diácono recitan lo mismo haciendo tres
reverencias ante la santa mesa. El diácono dice al sacerdote:
Manda, Señor.
Y van al trono, diciendo el sacerdote:
Bendito eres en el trono glorioso de tu reino, tú que te sientas
sobre los Querubines, eternamente, ahora y siempre y por los
siglos de los siglos. Amén.
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El sacerdote no sube al trono ni se sienta en él, sino que se coloca
a un lado de él hacia el sur. Al concluir el canto del Trisagio, el
diácono acercándose a las puertas santas dice:
EL PROQUÍMENO
Atendamos.
El sacerdote exclama: Paz a todos.
Lector: Y a tu espíritu. Diácono: Sabiduría.
Lector: Proquímeno en el tono...
Diácono: Sabiduría.
Y el lector anuncia el título de la lectura de los Apóstoles:
Lectura de los Hechos de los Apóstoles (de la Epístola de...)
LA EPÍSTOLA
Diácono: Atendamos.
Cuando se acaba de cantar el proquímeno, o al principio de la
Epístola, el diácono, habiendo recibido la bendición del sacerdote,
inciensa la santa mesa alrededor, al santuario entero y al
sacerdote. (Esta incensación se hace en algunas iglesias durante
el canto del Aleluya). A la conclusión de la Epístola el sacerdote
dice:
Paz a ti, lector
Lector: Y a tu espíritu.
Diácono: Sabiduría.
Lector: Aleluya en el tono..., con sus estiquios
El sacerdote, estando ante la santa mesa, dice esta oración:
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ORACIÓN DEL EVANGELIO
Ilumina nuestros corazones, Maestro amante del hombre, con la
luz incorrupta de tu divino conocimiento, y abre los ojos de nuestra
mente a la comprensión de la predicación de tu Evangelio; inclina
en nosotros también el temor de tus santos mandamientos, para
que reprimiendo todo deseo carnal, sigamos una vida espiritual,
pensando y obrando cuanto es de tu agrado. Porque tú eres el que
ilumina nuestras almas y cuerpos; te rendimos gloria Cristo Dios,
a ti con tu Padre, que es sin origen y con tu Santísimo Espíritu
bueno y vivificador, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Amén.
El diácono habiendo colocado el incensario en su lugar, se acerca
al sacerdote, y los dos hacen tres reverencias ante el altar. El
sacerdote toma el libro de los evangelios y se lo da al diácono,
quien sale al ambón para leer el Evangelio y dice:
Bendice, Señor, al que proclama el Evangelio del Santo
Apóstol y Evangelista N.
El sacerdote le bendice diciendo:
Que Dios, por las intercesiones del santo glorioso y alabadísimo
Apóstol Evangelista N. te conceda a ti que proclamas el
Evangelio, la palabra con gran poder al cumplimiento del
Evangelio de su amado Hijo nuestro Señor Jesucristo.
Diácono:
Sabiduría. Estemos de pie. Escuchemos el Santo Evangelio.
Sacerdote:
Paz a todos
Coro: Y a tu espíritu.
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EL SANTO EVANGELIO
Diácono: Lectura del Santo Evangelio según N.
Coro: Gloria a ti, Señor, gloria a ti.
Sacerdote: Atendamos.
Al terminar el diácono el Evangelio, el sacerdote dice:
Paz a ti que proclamaste el Evangelio.
Coro: Gloria a ti, Señor, gloria a ti.
El diácono se acerca a las puertas santas y le da el Evangelio al
sacerdote, quien bendice con él al pueblo. Se cierran las puertas
santas, y el diácono en el centro recita:
LA LETANÍA DE LA FERVIENTE SÚPLICA
Digamos todos con toda nuestra alma y con todo nuestro
espíritu, digamos:
Coro: Señor, ten piedad.
Señor omnipotente, Dios de nuestros padres, te suplicamos que
nos escuches y tengas piedad.
Coro: Señor, ten piedad.
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Ten piedad de nosotros, Dios, según tu gran piedad, te
suplicamos que nos escuches y tengas piedad.
Coro: Señor, ten piedad. Tres veces
De nuevo te suplicamos por los devotos cristianos ortodoxos.
Coro: Señor, ten piedad. Tres veces
De nuevo te suplicamos por nuestro señor, su Beatitud, el
Metropolitano Nombre, por nuestro señor, el reverendísimo
Obispo, Nombre, y por todos nuestros hermanos en Cristo.
Coro: Señor, ten piedad. Tres veces
El sacerdote dice en secreto:
LA ORACIÓN DE LA FERVIENTE SÚPLICA
Señor Dios nuestro, recibe la ferviente súplica de tus siervos y
ten piedad de nosotros según la plenitud de tus mercedes y envía
tu compasión sobre nosotros y sobre todo tu pueblo, que espera
de ti una grande y rica piedad.
De nuevo te suplicamos por (el Presidente o título de la autoridad
civil más alta), por toda autoridad civil, y por las fuerzas armadas.
Coro: Señor, ten piedad. Tres veces
De nuevo te suplicamos por nuestros hermanos: los sacerdotes,
los hieromonjes, los hierodiáconos y por toda nuestra fraternidad
en Cristo.
Coro: Señor, ten piedad. Tres veces
De nuevo te suplicamos por los bienaventurados y siempre
recordados santísimos patriarcas ortodoxos, por los fundadores
de esta santa iglesia (o monasterio) y por todos nuestros padres
y hermanos difuntos predecesores de nosotros que aquí y en todo
lugar descansan, los ortodoxos.
Coro: Señor, ten piedad. Tres veces
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De nuevo suplicamos por piedad, vida, paz, salud, salvación,
visitación, perdón y remisión de los pecados del siervo de Dios
Nombre, y de nuestros hermanos de este santo templo.
Coro: Señor, ten piedad. Tres veces
De nuevo suplicamos por los benefactores y bienhechores de este
santo y venerable templo, por sus servidores y sus cantores, y
por todo el pueblo presente que espera de ti una abundante y
rica piedad.
Coro: Señor, ten piedad. Tres veces
Exclamación del sacerdote:
Porque eres Dios misericordioso que amas a los hombres te
rendimos gloria a ti Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre
y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Si hay ofrendas por los difuntos, el sacerdote o el diácono dice
esta letanía incensando:
LETANÍA POR LOS DIFUNTOS
Ten piedad de nosotros, Dios, según tu gran piedad, te
suplicamos que nos escuches y tengas piedad.
Coro: Señor, ten piedad. Tres veces
De nuevo suplicamos por el reposo del alma del siervo (a) (de los
siervos) de Dios Nombre (es), difunto (a, os, as) a fin de que le(s)
sean perdonadas todas sus ofensas voluntarias e involuntarias.
Coro: Señor, ten piedad. Tres veces
Que el Señor Dios sitúe su alma donde reposan los justos.
Coro: Señor, ten piedad. Tres veces
Las misericordias de Dios, el reino celestial y la remisión de sus
pecados, pidamos a Cristo nuestro Rey inmortal y Dios nuestro.
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Coro: Concédelo, Señor.
Al Señor roguemos.
Coro: Señor, ten piedad.
El sacerdote recita:
LA ORACIÓN POR LOS DIFUNTOS
Dios de los espíritus y de toda carne, que has vencido la muerte y
has derrocado al demonio, y que has dado a tu mundo la vida, Tú
mismo, señor, concede el reposo al alma de tu(s) siervo(s) difunto(s)
Nombre (es), en lugar de luz, en lugar de refrigerio, en lugar de
descanso, de donde toda enfermedad, dolor y gemido han huido.
Perdona todo pecado que haya(n) cometido de palabra, obra o
pensamiento, porque eres Dios bueno que amas a los hombres,
porque no hay hombre que viva y no peque, porque sólo Tú eres
sin pecado y tu justicia es eterna y tu palabra es verdad.
Exclamación del sacerdote:
Porque eres la Resurrección, Vida y Reposo de tu(s) siervo(s)
Nombre(s), Cristo Dios nuestro, te rendimos gloria a ti,
juntamente con tu Padre que eres sin origen, y con tu Santísimo
Espíritu Bueno y vivificador, ahora y siempre y por los siglos de
los siglos.
Coro: Amén.
LA LETANÍA DE LOS CATECÚMENOS
Rogad al señor, catecúmenos.
Coro: Señor, ten piedad.
Fieles, rogad por los catecúmenos.
Coro: Señor, ten piedad.
A fin de que el Señor tenga piedad de ellos.
Coro: Señor, ten piedad.
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Para que les instruya en la Palabra de la verdad
Coro: Señor, ten piedad.
Para que les revele el Evangelio de la justicia.
Coro: Señor, ten piedad.
Para que les una a su Santa Iglesia Católica y Apostólica.
Coro: Señor, ten piedad.
Sálvalos y ten piedad de ellos, socórrelos y guárdalos, Dios por
tu gracia.
Coro: Señor, ten piedad.
Inclinad vuestras cabezas ante el Señor, Catecúmenos.
Coro: A ti, Señor.
LA ORACIÓN POR LOS CATECÚMENOS.
Señor Dios nuestro, que moras en las alturas y consideras a los
humildes, que has enviado para la salvación del género humano
a tu hijo unigénito y Dios nuestro, Jesucristo, mira hacia tus
siervos los catecúmenos que ante ti han doblado la cerviz;
concédeles la plenitud del tiempo, el baño de regeneración, la
remisión de pecados y la vestidura de incorruptibilidad, únelos a
tu Santa Iglesia Católica y Apostólica y cuéntalos entre el número
de tu rebaño sagrado.
Exclamación del sacerdote
A fin de que con nosotros ellos glorifiquen tu honorabilísimo
y magnífico nombre, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,
ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
El sacerdote desdobla el antimensio. El diácono dice:
Todos los catecúmenos, salid.
Si hay dos diáconos, exclama el segundo:
17
Catecúmenos, salid.
Y otra vez el primero:
Todos los catecúmenos, salid. Que ningún catecúmeno
permanezca. Todos los fieles, una y otra vez en paz al Señor
roguemos.
Coro: Señor, ten piedad.
Si hay un solo diácono, o si celebra un sacerdote sin diácono, dice:
Todos los catecúmenos, salid. Catecúmenos salid. Todos los
catecúmenos, salid. Que ningún catecúmeno permanezca. Todos
los fieles, una y otra vez al Señor roguemos.
Coro: Señor, ten piedad.
LA PRIMERA ORACIÓN DE LOS FIELES
Te damos gracias, Señor Dios de los poderes, porque nos has
concedido estar ahora ante tu santo Altar y postrarnos implorando
tu compasión por nuestros pecados y por las ignorancias de tu
pueblo. Recibe, oh Dios, nuestras plegarias y haznos dignos de
ofrecerte oraciones, súplicas y sacrificios incruentos por todo tu
pueblo. Capacítanos a los que has colocado en este tu ministerio,
por el poder de tu Santo Espíritu, para que, irreprensibles y sin
ofensa, en testimonio de limpia conciencia, te invoquemos en todo
tiempo y lugar; a fin de que, escuchándonos nos muestres
misericordia por la grandeza de tu bondad.
Socórrenos, sálvanos, ten piedad de nosotros y guárdanos, Dios,
por tu gracia.
Coro: Señor, ten piedad.
Diácono: Sabiduría.
Exclamación del sacerdote:
Porque te pertenecen toda gloria, honor y adoración, a ti,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de
los siglos.
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Coro: Amén.
Diácono:
Una y otra vez en paz al Señor roguemos.
Coro: Señor, ten piedad.
Si el sacerdote celebra solo, no dice las peticiones que siguen:
Por la paz que de lo alto viene, y por la salvación de nuestras
almas, al Señor roguemos.
Coro: Señor, ten piedad.
Por la paz del mundo entero, por el bienestar de las santas
Iglesias de Dios y por la unión de todos, al Señor roguemos.
Coro: Señor, ten piedad.
Por esta santa casa y por todos los que en ella entran con fe,
devoción y temor de Dios, al Señor roguemos.
Coro: Señor, ten piedad.
Para que seamos libres de toda tribulación, ira, peligro y
necesidad, al Señor roguemos.
Coro: Señor, ten piedad.
LA SEGUNDA ORACIÓN DE LOS FIELES
Siempre y muchas veces nos postramos ante ti y te suplicamos,
ya que eres bueno y amas a los hombres, que consideres nuestra
petición y que limpies de toda mancha carnal y espiritual nuestras
almas y cuerpos, que nos permitas estar sin culpa ni condenación
ante tu santo Altar. Concede, además, oh Dios, a los que oran con
nosotros, aumento de vida, de fe y de entendimiento espiritual.
Concédeles adorarte siempre con temor y amor, participar de tus
santos misterios sin culpa ni condenación, para ser dignos de tu
reino celestial.
Socórrenos, sálvanos, ten piedad de nosotros y guárdanos, Dios
por tu gracia.
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Coro: Señor, ten piedad.
Diácono: Sabiduría
Exclamación del sacerdote:
Para que siendo guardados siempre bajo tu potencia te
rindamos gloria a ti Padre, Hijo, y Espíritu Santo, ahora y
siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Se abren las puertas santas y el coro canta:
EL HIMNO QUERÚBICO
A
los Querubines místicamente representamos y con ellos
el himno Trisagio cantamos a la vivificadora Trinidad.
Desechemos en este momento todo afán temporal.
Luego, mientras se canta el Himno Querúbico, el diácono, tomando
el incensario con incienso, se acerca al sacerdote, y habiendo
recibido la bendición, inciensa la santa mesa alrededor, el
santuario entero, el iconostasio, y al sacerdote, a los coros y al
pueblo. Recita al incensar, el Salmo 50 y los troparios
penitenciales que quiera. Mientras tanto el sacerdote dice esta
oración en secreto:
LA ORACIÓN DEL HIMNO QUERÚBICO
Ninguno de los que estamos esclavizados por los deseos y
placeres carnales es digno de venir o de acercarse a ti, o de
servirte, Rey de gloria, pues el servirte es cosa grande y temible
aún para las potestades celestiales. No obstante, por causa de tu
inefable e inmenso amor a los hombres, te has hecho hombre sin
sufrir cambio ni alteración, y has tomado el nombre de nuestro
Sumo Sacerdote, y nos has entregado este rito sacerdotal del
sacrificio litúrgico e incruento, porque tú eres Maestro de todo. Sólo
tú, Señor Dios nuestro, tienes dominio sobre lo celestial y lo
terrestre, Tú que estás sentado sobre el trono de los Querubines,
Tú que eres Señor de los Serafines, sólo tú eres Santo y reposas
entre los santos. Por tanto, te imploro a ti, que sólo eres bueno y
20
presto para escuchar, mírame a mí, siervo tuyo, pecador e inútil, y
limpia mi alma y mi corazón de mala conciencia; y por el poder de
tu Santo Espíritu hazme digno, ya que estoy investido de la gracia
del sacerdocio, para estar ante tu Santa Mesa y administrar el
sagrado rito de tu santo e inmaculado cuerpo y preciosa sangre.
Porque a ti me acerco e inclinando la cabeza, te ruego, no apartes
de mí tu rostro, ni me eches de entre tus hijos, antes bien hazme
digno a mí tu siervo pecador e indigno, de ofrecerte estos dones.
Porque tú mismo eres quien ofrece y es ofrecido, quien recibe y es
distribuido, Cristo Dios nuestro te rendimos gloria a ti, juntamente
con tu Padre que es sin origen, y con tu Santísimo Espíritu Bueno
y Vivificador, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Después de concluir la oración, y la incensación, el sacerdote y el
diácono, estando ante la santa mesa, recitan el Himno Querúbico
tres veces, y cada vez hacen una reverencia:
Sacerdote:
A los Querubines místicamente representamos y con ellos
el himno Trisagio cantamos a la vivificadora Trinidad.
Desechemos en este momento todo afán temporal.
Diácono:
Para recibir al Rey de todo, por las huestes angelicales
invisiblemente escoltado. Aleluya. Aleluya. Aleluya.
Luego besan el altar, pidiéndose perdón uno a otro. El diácono va
a la prótesis y el sacerdote se vuelve inclinándose hacia el pueblo
y dice: Perdonadme, hermanos míos. Va a la prótesis e inciensa
los santos dones rezando así:
Dios, purifícame a mí, pecador. Tres veces
El diácono dice al sacerdote:
Eleva, Señor.
El sacerdote, elevando el aer, lo coloca sobre el hombre izquierdo
del diácono, diciendo: Elevad vuestras manos al santuario y
bendecid al Señor.
21
Luego, tomando el discario, se lo da al diácono, quien lo lleva a la
altura de la cabeza con todo temor y devoción. El diácono mientras
tanto tiene el incensario con un dedo de la mano derecha. El
sacerdote mismo toma el santo cáliz en las manos.
LA ENTRADA MAYOR
El sacerdote y el diácono, llevando el cáliz y el discario, salen por
la puerta septentrional. Cuando llegan al centro, rezan así, cara al
pueblo, en voz alta.
Diácono:
El Señor Dios se acuerde de nosotros en su reino
eternamente, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Sacerdote:
De nuestro señor, su Beatitud, el Metropolitano N., y de
nuestro señor el Reverendísimo Obispo N., el Señor Dios se
acuerde en su reino eternamente, ahora y siempre y por los siglos
de los siglos.
Diácono:
Del Presidente de la República, de toda autoridad civil y de
las fuerzas armadas, el señor Dios se acuerde en su reino
eternamente, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
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Sacerdote:
De todos vosotros, cristianos ortodoxos, el Señor Dios se
acuerde en su reino eternamente ahora y siempre y por los siglos
de los siglos.
Y el coro completa el Himno Querúbico:
Amén. Para recibir al Rey de todo, por las huestes angelicales
invisiblemente escoltado. Aleluya. Aleluya. Aleluya.
El diácono habiendo entrado por las puertas santas toma su lugar
a la derecha y cuando entra el sacerdote le dice:
El Señor Dios se acuerde de tu sacerdocio en su reino.
El sacerdote le dice:
El Señor Dios se acuerde de tu diaconado en su reino,
eternamente, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
El sacerdote coloca el cáliz sobre la santa mesa y tomando el santo
discario de la cabeza del diácono, lo coloca en la santa mesa
diciendo:
El noble José, habiendo bajado tu inmaculado cuerpo del
Madero, lo envolvió en lino puro y especias, y lamentándose, lo
colocó en una tumba nueva.
En el sepulcro corporalmente, mas en el infierno con el alma
cual Dios, en el Paraíso con el ladrón y en el trono estuviste tú,
Cristo con el Padre y el Espíritu, llenándolo todo, tú mismo
siendo incircunscrito.
¡Cual vivificante, como el Paraíso más hermoso, y en verdad
más espléndido que el tálamo de un rey se revela tu sepulcro!
¡Oh Cristo, fuente de nuestra resurrección!
Luego quitando los velos del santo discario y del santo cáliz,
los coloca a un lado de la santa mesa; luego tomando el aer del
hombro del diácono, y habiendolo incensado, cubre los santos
dones con él, diciendo:
23
El noble José, habiendo bajado tu inmaculado cuerpo del
Madero, lo envolvió en lino puro y especias, y lamentándose, lo
colocó en una tumba nueva.
Y tomando el incensario de la mano del diácono, inciensa los
santos dones tres veces, diciendo:
Haz bien, Señor, con tu benevolencia a Sion; edifica los
muros de Jerusalén. Entonces te agradarán los sacrificios de
justicia, oblaciones y el holocausto; entonces ofrecerán sobre tu
altar becerros. (Salmo 50)
Y devolviendo el incensario e inclinando la cabeza, le dice al
diácono: Acuérdate de mí, hermano y concelebrante.
Y el Diácono le dice: El Señor Dios se acuerde de tu sacerdocio
en su reino.
Y el sacerdote le dice: Ruega por mí, concelebrante mío.
Luego el diácono, inclinando la cabeza, teniendo el orario entre
tanto como de costumbre, dice al sacerdote: El Espíritu Santo
vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te hará sombra.
El sacerdote: El Espíritu mismo celebrará con nosotros todos
los días de nuestra vida.
Y el diácono le dice: Acuérdate de mí, santo señor.
El sacerdote:
El Señor Dios se acuerde de ti en su reino eternamente, ahora y
siempre y por los siglos de los siglos.
Diácono: Amén.
Y habiendo besado la mano derecha del sacerdote, sale por la
puerta septentrional y toma su lugar acostumbrado en el centro y
dice:
24
LA LETANÍA DE LA PRÓTESIS
Completemos nuestra oración al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Por los preciosos dones ya ofrecidos, al Señor roguemos.
Coro: Señor, ten piedad.
Por esta santa casa y por todos los que en ella entran con fe,
devoción y temor de Dios, al Señor roguemos.
Coro: Señor, ten piedad.
Para que seamos libres de toda tribulación, ira, peligro y
necesidad, al Señor roguemos.
Coro: Señor, ten piedad.
LA ORACIÓN DE LA PRÓTESIS
Señor Dios todopoderoso, el solo Santo, que recibes el sacrificio de
alabanza de los que a ti claman con todo el corazón, recibe
también la súplica de nosotros pecadores y llévala a tu santo altar,
y haznos dignos de ofrecerte dones y sacrificios espirituales por
nuestros pecados y por las ignorancias del pueblo; y concédenos
hallar gracia en ti, para que nuestro sacrificio te sea acepto, y que
el buen Espíritu de tu gracia more en nosotros, en estos dones
presentados y en todo tu pueblo.
Socórrenos, sálvanos, ten piedad de nosotros y guárdanos Dios,
por tu gracia.
Coro: Señor, ten piedad.
Que este día entero sea perfecto, santo, pacífico y sin pecado, al
Señor pidamos.
Coro: Concédelo, Señor.
Un Ángel de paz, guía fiel y custodio de nuestras almas y
cuerpos, al Señor pidamos.
Coro: Concédelo, Señor.
25
Perdón y remisión de nuestros pecados y ofensas, al Señor
pidamos
Coro: Concédelo, Señor.
Cuanto es bueno y útil para nuestras almas y la paz del mundo,
al Señor pidamos.
Coro: Concédelo, Señor.
Que el tiempo restante de nuestra vida se concluya en paz y
penitencia, al Señor pidamos.
Coro: Concédelo, Señor.
Un fin cristiano de nuestra vida, exento de dolor y de vergüenza,
pacífico, y una buena defensa ante el temible tribunal de Cristo,
pidamos.
Coro: Concédelo, Señor.
Conmemorando la santísima, inmaculada, bendita, gloriosa
Señora nuestra, Teótokos y siempre Virgen María, con todos los
santos, encomendémonos nosotros mismos, unos a otros y toda
nuestra vida a Cristo Dios.
Coro: A ti, Señor.
Exclamación del sacerdote:
Por las misericordias de tu Hijo Unigénito con el cual eres
glorificado, juntamente con tu Santísimo Espíritu Bueno y
Vivificador, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Sacerdote: Paz a todos.
Coro: Y a tu espíritu.
Diácono:
Amémonos unos a otros para que confesemos unánimemente;
Coro:
Al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, Trinidad consubstancial e
indivisible.
26
Y el sacerdote hace tres reverencias, diciendo en secreto:
Amarte he, Señor, fortaleza mía; el Señor es mi apoyo, mi refugio
y mi libertador. Tres veces
EL ÓSCULO DE LA PAZ
Besa los santos dones, todavía cubiertos, así: primero el santo
discario, luego el santo cáliz y después el borde de la santa mesa
ante sí mismo. Si hay dos sacerdotes o muchos, todos besan los
santos dones y unos a otros en el hombro.
El celebrante dice: Cristo está entre nosotros. Y el que recibe el
ósculo de paz responde: Está y estará.
Los diáconos, si hay dos o tres, besan cada uno su orario donde
está labrada la cruz, y unos a otros en el hombro, diciendo lo
mismo que han dicho los sacerdotes. El diácono, de la misma
manera, hace reverencia estando en su lugar, besa su orario
donde está labrada la cruz, y luego exclama:
¡Las puertas! ¡Las puertas! Con sabiduría atendamos.
El sacerdote eleva el aer y lo agita sobre los santos dones. Si hay
varios sacerdotes concelebrantes, todos juntos agitan el aer sobre
los santos dones, diciendo para sí el símbolo de la fe:
EL CREDO
C
reo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del
cielo y de la tierra y de todas las cosas visibles e
invisibles. Y en un Señor Jesucristo, Hijo Unigénito de
Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos; Luz de
Luz, Verdadero Dios de Dios Verdadero, engendrado, no hecho,
consubstancial con el Padre, por quien todas las cosas fueron
hechas. Quien por nosotros los hombres y por nuestra salvación
bajó de los cielos, y se encarnó del Espíritu Santo y María la
27
Virgen, y se hizo hombre. Y fue crucificado también por nosotros
bajo Poncio Pilatos, y padeció y fue sepultado. Y al tercer día
resucitó, según las Escrituras. Y subió a los cielos y está sentado
a la diestra del Padre; y otra vez ha de venir con gloria a juzgar a
los vivos y a los muertos. Y su reino no tendrá fin. Y en el Espíritu
Santo, Señor, Dador de vida, que del Padre procede, que con el
Padre y el Hijo es juntamente adorado y glorificado, que habló
por los profetas. Y en la Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica.
Confieso un solo bautismo para la remisión de los pecados.
Espero la resurrección de los muertos, y la vida del siglo
venidero. Amén.
Diácono:
Estemos bien, Estemos con temor. Atendamos para ofrecer en
paz la santa oblación.
Coro: Misericordia de paz, sacrificio de alabanza.
El diácono, habiendo hecho una reverencia, entra en el santuario
por la puerta meridional, y tomando un flabelo, lo agita
devotamente sobre los santos dones. Si no hay flabelo, emplea
uno de los velos. El sacerdote, habiendo quitado el aer de los
santos dones, lo besa, lo coloca a un lado y dice, volviéndose hacia
el pueblo:
28
LA ANÁFORA
La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios
Padre y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros.
Coro: Y con tu espíritu.
El sacerdote, cara al este, elevando las manos dice:
Elevemos los corazones.
Coro: Los tenemos hacia el Señor.
Sacerdote:
Demos gracias al Señor.
Coro: Digno y justo es adorar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Trinidad consubstancial e indivisible.
Sacerdote:
Digno y justo es cantarte, bendecirte, alabarte, darte gracias y
adorarte en todos los lugares de tu dominio, porque Tú eres Dios
inexpresable, inconcebible, invisible, incomprensible, sempiterno,
eternamente inmutable, Tú y tu Unigénito, y tu Espíritu Santo, Tú
de la nada nos has traído a la existencia, y cuando hubimos caído
nos levantaste nuevamente, y no has dejado hacer todo hasta
traernos el cielo, y nos has otorgado tu reino venidero. Por todas
estas cosas te damos gracias a ti y a tu Hijo Unigénito y a tu
29
Espíritu Santo, por todas las cosas conocidas y desconocidas, por
los beneficios manifiestos o sin manifestar que nos has hecho. Y
te damos gracias por esta liturgia que has concedido aceptar de
nuestras manos, aunque tienes ante ti miles de arcángeles y
millares de ángeles, los Querubines y Serafines de seis alas y
múltiples ojos que ciernen alados.
Y el diácono, levantando la santa estrella del santo discario, hace
la señal de la cruz sobre él, la besa y la coloca a un lado.
Exclamación del sacerdote:
Cantando el himno de victoria, proclamando, clamando y
diciendo:
Coro:
Santo, Santo, Santo Señor Sabaoth, llenos están el cielo y la
tierra de tu gloria, Hosanna en las alturas. Bendito el que viene
en el nombre del Señor. Hosanna en las alturas.
Luego el diácono va a tomar su lugar a la derecha, y tomando el
flabelo en las manos, lo agita quietamente con toda atención y
temor sobre los santos dones para que no vengan a pararse en
ellos moscas ni otros insectos.
El sacerdote reza:
Con estas bienaventuradas potestades nosotros también,
Maestro, Amante del hombre, clamamos y decimos: Santo eres y
Santísimo Tú y tu Hijo Unigénito y tu Espíritu Santo; Santo eres y
santísima y magnífica tu gloria, que de tal manera amaste al
mundo que diste a tu Hijo Unigénito, para que todo aquel que en
Él cree no se pierda, mas tenga la vida eterna, el cual después de
haber venido y de haber cumplido toda la dispensación por
nosotros, en la noche en que fue entregado –o más bien se entregó
por la vida del mundo– tomó pan en sus santas, puras e
inmaculadas manos, y dando gracias, lo bendijo, lo santificó, lo
partió y lo dio a sus Discípulos y Apóstoles diciendo:
Exclamación:
30
Tomad, comed, este es mi Cuerpo, que por vosotros es
partido para la remisión de los pecados.
Coro: Amén.
Cuando se dice esto, el diácono señala el santo discario al
sacerdote, teniendo el orario como de costumbre con tres dedos de
la mano derecha. Asimismo, al decir el sacerdote, Bebed todos de
él..., le señala el santo cáliz.
El sacerdote, en secreto:
Del mismo modo, después de haber cenado, tomó el cáliz
diciendo:
Exclamación:
Bebed todos de él; esta es mi Sangre del Nuevo
Testamento, que por vosotros y por muchos es derramada
para la remisión de los pecados.
Coro: Amén.
El sacerdote reza:
Conmemorando por lo tanto este mandamiento salvador y cuanto
se ha verificado por nosotros: la Cruz, el Sepulcro, la Resurrección
al tercer día, la Ascensión a los cielos, el sentarse a la Diestra y el
Segundo y Glorioso Advenimiento.
El diácono habiendo puesto el flabelo a un lado, cruzando los
brazos, toma el santo discario y el santo cáliz y los eleva, al
exclamar el sacerdote:
Lo tuyo de lo tuyo te ofrecemos por todo y por todos.
Coro: Cantámoste, bendecímoste, dámoste gracias, Señor,
y suplicámoste, Dios nuestro.
El sacerdote reza:
31
Volvemos a ofrecerte este razonable e incruento culto y te
invocamos, te rogamos y te suplicamos: envía tu Santo Espíritu
sobre nosotros y sobre estos dones aquí presentes.
El sacerdote y el diácono hacen tres reverencias ante la santa
mesa, al decir:
Sacerdote: Señor, que a la hora tercia enviaste a tu Santo
Espíritu sobre tus Apóstoles, no lo retires de nosotros, oh Bueno,
mas renuévanoslo como te lo suplicamos.
Diácono: Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio; y renueva el
Espíritu recto dentro de mí.
Sacerdote: Señor, que a la hora tercia enviaste a tu Santo
Espíritu sobre tus Apóstoles, no lo retires de nosotros, oh Bueno,
mas renuévanoslo como te lo suplicamos.
Diácono: No me eches de delante de ti; y no quites de mí tu Santo
Espíritu.
Sacerdote: Señor, que a la hora tercia enviaste a tu Santo
Espíritu sobre tus Apóstoles, no lo retires de nosotros, oh Bueno,
mas renuévanoslo como te lo suplicamos.
Luego el diácono, inclinando la cabeza y señalando el santo pan
con el orario dice:
Bendice, señor, el santo pan.
El sacerdote, incorporándose, hace la señal de la cruz sobre el
santo pan y dice:
Y haz de este pan el precioso Cuerpo de tu Cristo.
Diácono: Amén.
Y otra vez el diácono:
Bendice, señor, el santo cáliz.
Y el sacerdote bendiciendo, dice:
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Y de lo que está contenido en este cáliz, la preciosa Sangre de tu
Cristo.
Diácono: Amén.
Y otra vez el diácono, señalando ambos dones, dice:
Bendice ambos, Señor.
Y el sacerdote bendiciendo ambos dones dice:
Transmutándolos por tu Espíritu Santo.
Diácono: Amén, Amén. Amén.
E inclinando la cabeza el diácono dice al sacerdote:
Acuérdate de mí pecador, santo señor.
Sacerdote: El Señor Dios se acuerde de ti en su reino
eternamente, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Diácono: Amén.
El diácono va a tomar su lugar como antes, toma el flabelo como
antes y lo agita sobre los santos dones.
El sacerdote reza:
A fin de que sean para los que participen de ellos purificación del
alma, remisión de los pecados, comunión de tu Santo Espíritu,
plenitud del reino de los cielos, confianza en ti y no motivo de juicio
o condenación. Te ofrecemos también este razonable culto por los
que descansaron antes de la fe: antecesores, padres, patriarcas,
profetas, apóstoles, predicadores, evangelistas, mártires,
confesores, ascetas y por todo espíritu justo perfeccionado en la
fe.
Tomando el incensario el sacerdote exclama:
33
Especialmente por nuestra santísima, inmaculada,
bienaventurada, gloriosa Señora, Teótokos y siempre Virgen
María.
E inciensa antes la santa mesa tres veces. Luego el diácono
inciensa alrededor de la santa mesa y conmemora a cuantos vivos
y difuntos desee.
El Coro canta:
D
igno es en verdad bendecirte, oh Teótokos, siempre
bienaventurada y exenta de pecado, Madre de nuestro
Dios. Más honorable que los Querubines e
incomparablemente más gloriosa que los Serafines, Tú
que sin mancha has engendrado a Dios el Verbo, verdadera
Madre de Dios, te magnificamos.
O en vez de Digno es..., el Himno de la novena oda del canon de
la fiesta.
El sacerdote reza:
Por el santo Profeta, Precursor y Bautista Juan, por los santos
gloriosos y alabadísimos Apóstoles, por San N., cuya memoria
celebramos, por todos tus Santos, por cuyas súplicas visítanos, oh
Dios.
También acuérdate de todos los que se han dormido en la
esperanza de resurrección a la vida eterna, NN., y dales descanso
donde los vigila la luz de tu rostro.
Te invocamos, Señor, acuérdate de todo el episcopado ortodoxo,
que reparte rectamente la palabra de tu verdad, de todo el
presbiterio, del diaconado en Cristo y todo el orden sacerdotal.
También te ofrecemos este culto razonable por el mundo entero,
por la santa Iglesia Católica y Apostólica, por cuantos continúen
en pureza de vida y por toda autoridad civil. Concédeles tiempos
pacíficos, para que nosotros también en su tranquilidad pasemos
una vida tranquila y quieta en toda piedad y sobriedad.
Y después del megalinario, el sacerdote exclama:
34
Primeramente, acuérdate, Señor, de nuestro señor, su Beatitud,
N., Arzobispo de... y Metropolitano de toda América y el Canadá,
y de nuestro señor, el Reverendísimo N., Obispo de..., a quienes
te pedimos conserves para tus santas Iglesias en paz, seguridad,
honor, salud, largos días y que repartan rectamente la palabra
de tu verdad.
El diácono conmemora a los vivos que desee y el Coro canta: Y de
todos y de todas.
El sacerdote reza:
Acuérdate, Señor, de esta ciudad en que vivimos, de toda ciudad
y país y de los fieles que en ellos viven. Acuérdate, Señor, de los
que viajan por tierra, aire y mar, de los enfermos y los que sufren,
de los cautivos y su salvación. Acuérdate, Señor, de los
benefactores y bienhechores de tus santas Iglesias y de los que se
acuerdan de los necesitados; y sobre todos nosotros envía tu
misericordia.
Exclamación del sacerdote:
Y concédenos que con una sola boca y un solo corazón
glorifiquemos y cantemos tu honorabilísimo y magnífico nombre,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de
los siglos.
Coro: Amén.
El sacerdote, volviéndose hacia el pueblo y bendiciendo, dice:
Y que las misericordias del gran Dios y Salvador nuestro
Jesucristo sean con todos vosotros.
Coro: Amén.
El diácono, tomando permiso del sacerdote, sale y toma su lugar
en el centro y dice:
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LA LETANÍA ANTES DEL PADRE NUESTRO
Habiendo conmemorado a todos los santos, una y otra vez en paz
al Señor roguemos.
Coro: Señor, ten piedad.
Por los preciosos dones ofrecidos y santificados, al Señor
roguemos.
Coro: Señor, ten piedad.
Que nuestro Dios, Amante de los hombres, recibiéndolos sobre
su santo, celestial y místico Altar como olor de fragancia
espiritual, envíe sobre nosotros en cambio la gracia divina y el
don del Espíritu Santo, roguemos.
Coro: Señor, ten piedad.
Para que seamos libres de toda tribulación, ira, peligro y
necesidad, al Señor roguemos.
Coro: Señor, ten piedad.
LA ORACIÓN ANTES DEL PADRE NUESTRO
A ti encomendamos toda vida y esperanza, Maestro, Amante del
hombre. Te invocamos, te pedimos y suplicamos: concédenos
participar de tus celestiales y terribles misterios, de esta sagrada
mesa espiritual, con una conciencia limpia para la remisión de
nuestros pecados, para el perdón de las ofensas, para comunión
del Espíritu Santo, para herencia del Reino de los cielos y para
confianza ante ti, que no sea motivo de juicio o condenación.
Diácono:
Socórrenos, sálvanos, ten piedad de nosotros y guárdanos, Dios
por tu gracia.
Coro: Señor, ten piedad.
Que este día entero sea perfecto, santo, pacífico y sin pecado, al
Señor pidamos.
36
Coro: Concédelo, Señor.
Un Ángel de paz, guía fiel y custodio de nuestras almas y
cuerpos, al Señor pidamos.
Coro: Concédelo, Señor.
Perdón y remisión de nuestros pecados y ofensas, al Señor
pidamos.
Coro: Concédelo, Señor.
Cuanto es bueno y útil para nuestras almas y cuerpos y la paz
del mundo, al Señor pidamos.
Coro: Concédelo, Señor.
Que el tiempo restante de nuestra vida se concluya en paz y
penitencia, al Señor pidamos.
Coro: Concédelo, Señor.
Un fin cristiano de nuestra vida, exento de dolor y de vergüenza,
pacífico y una defensa ante el temible tribunal de Cristo pidamos.
Coro: Concédelo, Señor.
Habiendo pedido la unión de la fe y la comunión del Espíritu
Santo, encomendémonos nosotros mismos, unos a otros, y toda
nuestra vida a Cristo Dios.
Coro: A ti, Señor.
El sacerdote exclama:
Y concédenos, Maestro, que con confianza y sin
condenación podamos atrevernos a llamarte, Dios celestial y
Padre, y a decirte:
37
PADRE NUESTRO
El pueblo dice:
P
adre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu
nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad así
en la tierra como en el cielo. El pan nuestro de cada día
dánosle hoy, y perdónanos nuestras deudas, así como
nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos dejes caer
en la tentación, mas líbranos del mal.
Exclamación del sacerdote:
Porque tuyos son el reino, el poder y la gloria, del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de
los siglos.
Coro: Amén.
Sacerdote: Paz a todos
Coro: Y a tu espíritu.
Diácono: Inclinad vuestras cabezas ante el Señor.
Coro: A ti, Señor.
El sacerdote reza:
Te damos gracias, rey invisible, que con tu poder sin medida has
formado todas las cosas, y en la multitud de tus misericordias has
traído todo de la nada a la existencia, Tú mismo, Maestro, mira
desde el cielo sobre los que han inclinado ante ti la cabeza, porque
no la han inclinado ante la carne y la sangre, sino ante ti, Dios
temible. Por lo tanto, Maestro, Tú mismo distribuye estas cosas
aquí presentadas a todos nosotros para el bien, según la
necesidad peculiar de cada uno. Viaja con los que viajan por aire,
por tierra y por mar. Sana a los enfermos, oh Médico de nuestras
almas y cuerpos.
Exclamación del sacerdote:
Por la gracia, compasión y amor a los hombres de tu Hijo
Unigénito, con el cual eres bendito, juntamente con tu Santísimo
38
Espíritu Bueno y Vivificador, ahora y siempre y por los siglos de
los siglos.
Coro: Amén.
El sacerdote reza:
Atiende, Señor Jesucristo Dios nuestro, desde tu santa morada y
desde el trono de la gloria de tu reino, y ven a santificarnos, Tú
que estás sentado con el Padre en lo alto, y que estás aquí
presente invisiblemente con nosotros. Y concede, por tu poderosa
mano, distribuirnos tu inmaculado Cuerpo y tu preciosa mano, y
por nuestro medio, a todo el pueblo.
Cuando se dice esta oración, el diácono, estando ante las puertas
santas, se ciñe el orario en forma de cruz. Luego el sacerdote y el
diácono en el lugar donde están, se inclinan y dicen tres veces:
Dios, purifícame a mí pecador y ten piedad de mí.
Y cuando el diácono ve que el sacerdote extiende la mano para
tocar el Santo Pan para la elevación, exclama:
LA ELEVACIÓN
Atendamos.
El sacerdote, elevando el Santo Pan exclama:
Lo Santo para los santos.
Se cierran las puertas santas y el coro canta:
Uno es santo, Uno es el Señor, Jesucristo, en la gloria de Dios
Padre. Amén.
39
Y los coros cantan la Comunión del día o del Santo. El diácono,
después de decir, Atendamos entra en el santuario y tomando su
lugar a la derecha del sacerdote, dice:
Parte, señor, el Santo Pan.
El sacerdote, partiéndolo luego en cuatro trozos con atención y
con reverencia, dice:
Partido y dividido es el Cordero de Dios. Partido, más no desunido.
Siempre comido, jamás consumido. Pero que santifica a los que de
él participan.
El sacerdote debe saber que, al partir el Cordero, ha de colocarlo
en el santo discario con el sello hacia abajo y con la parte cortada
hacia arriba, como antes, cuando fue sacrificado. La parte IC,
entonces, la coloca al lado superior del discario hacia el este; XC,
entonces al lado inferior, es decir, al oeste, y la NI, al lado norte y
la KA al lado sur, de este modo:
IC
NI KA
XC
Tomando la parte IC, completa el santo cáliz, XC se divide entre
los sacerdotes y diáconos, y las dos partes, NI y KA, se dividen en
trocitos pequeños suficientes para los comulgantes. El diácono,
luego, señalando el santo cáliz con el orario, dice:
Completa, Señor, el santo cáliz.
El sacerdote, tomando la parte IC, hace con ella la señal de la cruz
sobre el santo cáliz, diciendo:
Plenitud del cáliz, de la fe y del Espíritu Santo.
Y lo deja caer en el santo cáliz.
Diácono: Amén
Y tomando el agua caliente, dice el diácono al sacerdote:
40
Bendice, señor, el agua caliente.
Y el sacerdote la bendice diciendo:
Bendito sea el fervor de tus Santo eternamente, ahora y
siempre y por los siglos de los siglos. Amén
Y el diácono vierte un poco de agua en el cáliz en forma de cruz
diciendo: fervor de fe, pleno del Espíritu Santo. Amén.
Y dejando a un lado el agua caliente, queda un poco aparte. Y
luego dice el sacerdote:
Acércate diácono.
Y el diácono, habiéndose acercado, hace una profunda reverencia,
pidiendo perdón. El sacerdote, tomando el santo Pan, se lo da al
diácono. Y el diácono, habiendo besado la mano que se lo ha dado,
recibe el santo Pan, diciendo:
Dame, señor, el precioso y sagrado Cuerpo de nuestro Señor Dios
y Salvador Jesucristo.
Y el sacerdote:
A ti, N. diácono, se te da el precioso y sagrado e inmaculado
Cuerpo de nuestro Señor Dios y Salvador Jesucristo para el perdón
de tus pecados y para la vida eterna.
Y el diácono se retira detrás de la santa mesa, e inclinado la
cabeza, reza así como el sacerdote diciendo:
Creo, Señor, y confieso...véase abajo.
El precioso y santísimo Cuerpo de nuestro Señor Dios y Salvador
Jesucristo se me da a mí, sacerdote, N., para el perdón de mis
pecados y para la vida eterna.
E inclinando la cabeza, reza:
41
Creo, Señor, y confieso que en verdad eres el Cristo, el Hijo de Dios
vivo, que has venido al mundo a salvar a los pecadores, de los que
yo soy el primero. También creo que este es tu inmaculado Cuerpo
y que esta es tu preciosa Sangre. Por eso, te imploro, ten piedad
de mí y perdona mis culpas voluntarias e involuntarias, las de
palabra o de obra, a sabiendas o en ignorancia, y hazme digno sin
condenación de participar de tus inmaculados misterios para el
perdón de mis pecados y para la vida eterna.
A tu cena mística, Hijo de Dios, recíbeme hoy como participante,
pues no hablaré de tu misterio a tus enemigos. Ni te daré un beso
como Judas, sino que como el ladrón te confesaré, acuérdate de
mí, Señor, en tu reino.
No sea motivo de mi juicio y mi condenación la comunión de tus
santos misterios, Señor, sino de curar mi alma y mi cuerpo. Amén.
Así participan lo que tienen en la mano con temor y con todo
cuidado. Luego el sacerdote, irguiéndose toma el santo cáliz en las
manos con el velo y participa de él tres veces, diciendo:
De la preciosa y sagrada Sangre de nuestro Señor Dios y
Salvador Jesucristo, yo, siervo de Dios, N., sacerdote, participo
para el perdón de mis pecados y para la vida eterna.
Luego enjugándose los labios y el borde del cáliz con el velo
que tiene en las manos, dice:
Ha tocado mis labios y quitará mis iniquidades y limpiará mis
pecados.
Luego invita al diácono diciendo:
Acércate de nuevo, diácono.
Y el diácono se acerca y hace una reverencia diciendo:
He aquí, me acerco a nuestro Rey inmortal y Dios. Dame,
Señor, la preciosa y sagrada Sangre de nuestro Señor Dios y
Salvador Jesucristo para el perdón de mis pecados y para la vida
eterna.
Y el sacerdote le dice:
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A ti, el siervo de Dios, N., diácono, se te da la preciosa y
sagrada Sangre de nuestro Señor Dios y Salvador Jesucristo para
el perdón de tus pecados y para la vida eterna.
Y habiendo participado el diácono, el sacerdote dice:
Ha tocado tus labios y quitará tus iniquidades y limpiará tus
pecados.
Luego el sacerdote divide las dos partes, es decir, la NI y la KA en
trocitos pequeños para que haya suficientes para todos los
comulgantes. Los pone en el santo cáliz y cubre éste con el velo.
Luego se abren las puertas santas y el diácono, haciendo una
reverencia, toma el cáliz de manos del sacerdote con devoción, se
acerca a las puertas y, elevando el santo cáliz lo enseña al público
diciendo:
43
Sacerdote: Con temor de Dios, con fe y amor acercaos.
Coro: Bendito el que viene en el nombre del Señor. Dios es
Señor y se nos ha revelado.
Los que desean comulgar ahora se acercan. Vienen uno por uno y
hacen una reverencia con toda contrición y temor, teniendo
cruzadas las manos sobre el pecho. Así participan de los Divinos
Misterios. Al comulgar a cada uno, el sacerdote le dice:
El siervo de Dios N., participa del precioso y sagrado Cuerpo
y Sangre de nuestro Señor Dios y Salvador Jesucristo para el
perdón de los pecados y para la vida eterna.
Y el diácono le enjuga los labios con el velo. El comulgante luego
besa el cáliz, hace una reverencia y se retira. Y así todos
comulgan. Después de la comunión, el sacerdote entra en el
santuario y coloca los santos Dones sobre la santa mesa. Luego el
diácono vierte en el cáliz todo lo que queda en el santo discario,
diciendo estos himnos de resurrección:
Habiendo visto la resurrección de Cristo, postrémonos ante
al Santo Señor Jesús, el único sin pecado. Adoramos tu Cruz,
Cristo, y cantamos y glorificamos tu santa resurrección, porque
res nuestro Dios y no conocemos otro aparte de ti, clamamos a
tu nombre.
Venid, fieles todos, adoremos la santa resurrección de Cristo,
porque he aquí que por la Cruz ha venido el regocijo a todo el
mundo. Siempre bendiciendo al Señor, cantemos su
resurrección. Habiendo sufrido la Cruz por nosotros, por su
muerte ha abolido la muerte.
¡Brilla, brilla, Nueva Jerusalén, ¡porque la gloria del Señor se
ha levantado sobre ti! ¡Baila y regocíjate, Sión, y tú, purísima
Teótokos, exúltate en la resurrección del que de ti nació!
¡Grande y Santísima Pascua, Cristo! ¡Sabiduría, Verbo de
Dios y Poder, ¡concédenos participar verdaderamente de ti en el
día sin ocaso de tu reino!
44
Con atención y devoción, enjuga el discario cuidadosamente con
la sagrada esponja, diciendo estas palabras:
Lava, Señor, los pecados de todos los que aquí han sido
conmemorados por tu preciosa Sangre, por las oraciones de tus
Santos.
El sacerdote bendice al pueblo exclamando:
Salva, Dios, a tu pueblo y bendice a tu heredad.
Volviéndose hacia la santa mesa, el sacerdote la inciensa
tres veces, diciendo:
Ensálzate sobre los cielos, oh Dios, y tu gloria sobre toda la
tierra.
El coro canta:
Hemos visto la verdadera Luz. Hemos recibido el Espíritu
celestial. Hemos encontrado la verdadera Fe, adorando la
Trinidad indivisible, porque nos ha salvado.
El sacerdote entonces, tomando el santo discario, lo pone
sobre la cabeza del diácono, y éste, tomándolo con reverencia mira
hacia las puertas sin decir nada, y va a la mesa de la Prótesis,
donde lo deposita. Y el sacerdote, habiendo hecho una reverencia
toma el santo cáliz, se vuelve entonces hacia las puertas y
mirando hacia el pueblo, dice en secreto:
Bendito sea nuestro Dios.
Y exclama:
Eternamente, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Y va a la mesa de la Prótesis y allí deposita los santos Dones.
Coro:
45
Llénese nuestra boca de alabanza, Señor, para cantar tu gloria,
porque nos has hecho dignos de participar de tus santos
Misterios inmortales y vivificadores. Consérvanos en tu santidad
para que todo el día meditemos tu justicia. Aleluya. Aleluya.
Aleluya.
El diácono, habiendo desceñido el orario, sale por la puerta
septentrional y, en su lugar acostumbrado, dice:
LA LETANÍA DE ACCIÓN DE GRACIAS
Estemos de pie. Habiendo participado de los santos, divinos e
inmaculados Misterios de Cristo, demos dignas gracias al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Socórrenos, sálvanos, ten piedad de nosotros y guárdanos, Dios,
por tu gracia.
Coro: Señor, ten piedad.
Habiendo pedido que el día entero sea perfecto, santo, pacífico y
sin pecado, encomendémonos nosotros mismos, unos a otros y
toda nuestra vida a Cristo Dios.
Coro: A ti, Señor.
LA ORACIÓN DE ACCIÓN DE GRACIAS
Dámoste gracias, Señor, Amante de los hombres, Benefactor de
nuestras almas, porque nos has concedido este día presentar tus
celestiales e inmortales Misterios. Endereza nuestro camino.
Establécenos a todos en tu temor. Guarda nuestra vida. Afianza
nuestros pasos, por las oraciones y súplicas de la gloriosa
Teótokos y siempre Virgen María y de todos los Santos.
El sacerdote, habiendo doblado el antimensio y teniendo vertical
el libro de los Evangelios, hace con él la señal de la Cruz sobre el
antimensio y exclama:
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Porque Tú eres nuestra santificación Te rendimos gloria a ti,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de
los siglos.
Coro: Amén.
Sacerdote: En paz salgamos.
Coro: En el nombre del Señor.
Diácono: Al Señor roguemos.
Coro: Señor ten piedad.
LA ORACIÓN DE DETRÁS DEL AMBÓN
El sacerdote besa el altar y sale por las puertas santas al centro
de la iglesia, al pie del ambón y recita:
Señor que bendices a los que te bendicen y santificas a los que
ponen en ti su confianza, salva a tu pueblo y bendice tu heredad,
conserva la plenitud de tu Iglesia, santifica los que aman la
hermosura de tu casa. Glorifícalos en cambio por tu divino poder
y no abandones a los que ponemos en ti nuestra confianza. Da
la paz a tu mundo, a tus Iglesias, a los sacerdotes, a toda tu
autoridad y a todo tu pueblo, porque toda buena gracia y todo
don perfecto es de lo alto y desciende de ti, Padre de las luces y
te rendimos gloria, gracias y adoración a ti Padre, Hijo y Espíritu
Santo, ahora siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén. Y
Bendito sea el nombre del Señor desde ahora y para siempre.
Tres veces y el Salmo 33:
Bendeciré al Señor en todo tiempo; Su alabanza estará de
continuo en mi boca.
En el Señor se gloriará mi alma: Oirán los mansos, y se
alegrarán.
47
Engrandeced al Señor conmigo, Y ensalcemos a una su
nombre.
Busqué yo al Señor, y él me oyó, Y me libró de todos mis
temores.
A él miraron y fueron alumbrados: Y sus rostros no fueron
avergonzados.
Este pobre clamó, y lo oyó el Señor, Y lo libró de todas sus
angustias.
El ángel del Señor acampa en derredor de los que le temen,
Y los defiende.
Gustad, y ved que es bueno el Señor: Dichoso el hombre que
confiará en él.
Temed al Señor, vosotros sus santos; Porque no hay falta para
los que le temen.
Durante la oración, el diácono se queda ante el icono de Cristo,
teniendo el orario, inclinada la cabeza. Al terminar, el sacerdote
entra por las puertas santas, y el diácono por la puerta
septentrional. Este se inclina al lado izquierda del altar y mientras
el coro canta el Bendito sea el nombre... y el salmo, y el sacerdote
lo bendice, diciendo esta oración:
Tú que eres cumplimiento de la Ley y de los Profetas, Cristo Dios
Nuestro, que cumpliste toda la dispensación del Padre, llena
nuestros corazones de regocijo y de alegría, eternamente, ahora y
siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Sacerdote:
La bendición del Señor sea con vosotros por su gracia y amor
a los hombres, eternamente, ahora y siempre y por los siglos de
los siglos.
Sacerdote:
Gloria a ti, Cristo Dios, Esperanza nuestra, gloria a ti.
48
Coro: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y
siempre y por los siglos de los siglos. Amén, Señor, ten piedad
(tres veces), Bendice.
Sacerdote:
Si es domingo:
El que resucitó de entre los muertos, Cristo verdadero Dios
nuestro, por las intercesiones de su inmaculada Madre, de los
santos gloriosos y alabadísimos Apóstoles, de nuestro Padre
entre los Santos, Juan Crisóstomo, Arzobispo de Constantinopla,
de San (nombre del Santo del Templo y del día), y de todos los
Santos, tenga piedad de nosotros y nos salve, porque es bueno y
ama a los hombres.
Coro: Amén. Y Por muchos años.
49
Oraciones de acción de gracias después de la
Comunión
T
e doy gracias, Señor mío, porque no me has
rechazado a mí pecador, sino que me has hecho
participante de sus Santos Dones. Te doy gracias,
porque me has concedido a mí, que soy indigno,
participar de tus Dones inmaculados y celestiales. Mas,
Maestro, Amante del hombre, que por nosotros moriste y
volviste a levantarte, y nos otorgas estos tus temibles y
vivificantes Misterios, para provecho y santificación de
nuestras almas y cuerpos, concede que me sean eficaces
para la cura del alma y del cuerpo, para evitar todo
adversario, para iluminación de los ojos de mi corazón,
para la paz de mis fuerzas espirituales, para fe exenta de
vergüenza, para amor sin hipocresía, para
perfeccionamiento de sabiduría, para guardar tus
mandamientos, para aumento de la vida de gracia, para
alcanzar tu reino; a fin de que, guardado por ellos en tu
santidad, me acuerde de tu gracia y no viva jamás para
mí mismo, sino para Ti, Dueño y benefactor nuestro. Y
así terminada esta vida en la esperanza de la vida eterna,
pueda yo llegar al reposo eterno, donde no cesa nunca la
voz de los que te festejan, e interminable es la
bienaventuranza de los que contemplan la inefable
belleza de tu rostro. Porque eres el verdadero anhelo y la
dicha inexpresable de todos los que te aman, Cristo Dios
nuestro, y toda la creación te alaba por los siglos de los
siglos. Amén.
2. Oración de san Basilio el Grande
50
S
eñor, Cristo Dios, Rey de los siglos y Autor de todas
las cosas, te doy gracias por todo lo bueno que me
has otorgado y por la comunión de tus
inmaculados y vivificantes Misterios. Te ruego, por eso,
Bondadoso, Amante del hombre, que me guardes bajo tu
amparo y a la sombra de tus alas y que me concedas
participar dignamente de tus santos Dones con
conciencia limpia hasta mi último suspiro, para la
remisión de mis pecados y para la vida eterna. Porque Tú
eres el Pan de la vida, la fuente de la santidad, el dador
de lo bueno, y te damos gloria a ti, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.
3. Oración de san Simeón Metrafrastes
T
ú que por tu propia voluntad me das tu cuerpo
como alimento, que eres fuego que quema a los
indignos, no sea yo consumido, Hacedor mío;
más bien, entra Tú en todos mis miembros, en todas mis
coyunturas, venas y corazón. Quema las espinas de
todas mis iniquidades; purifica mi alma, santifica mis
pensamientos. Fortalece mis rodillas y mis huesos.
Ilumina la sencillez de mis cinco sentidos. Afiánzame
enteramente a tu temor; siempre ampárame, guárdame
y consérvame de toda obra y palabra que pueda
corromper el alma. Límpiame, purifícame y entóname.
Embelléceme, dame entendimiento, ilumíname.
Manifiéstame como morada de tu único Espíritu, y ya no
la morada del pecado, a fin de que, habiéndome hecho
tu tabernáculo por la recepción de la comunión pueda
huir, como del fuego, de todo mal, de toda pasión carnal.
4. Otra oración
51
S
ea para mi vida eterna tu sagrado cuerpo, Señor
Jesucristo, Dios nuestro, y para remisión de
pecados tu preciosa Sangre. Y sea esta eucaristía
mi gozo, mi salud, y mi alegría. Y en tu temible segundo
advenimiento hazme a mi pecador, digno de estar a la
diestra de tu gloria, por la intercesión de tu inmaculada
Madre y de todos los santos. Amén.
5. Oración a la Santísima Teotókos
S
antísima Señora Deípara, luz de mi oscurecida
alma, mi esperanza, mi amparo, refugio, consuelo,
gozo, te doy gracias porque, aunque indigno, me
has hecho digno de ser participante del inmaculado
Cuerpo y de la preciosa Sangre de tu hijo. Mas, tú que
diste luz a la verdadera Luz, ilumina con entendimiento
los ojos de mi corazón. Tú que llevaste en tu seno a la
Fuente de la inmortalidad, vivifícame a mí que yazgo
muerto en el pecado. Madre de Dios misericordioso, tú
que eres llena de compasión, ten piedad de mí y
concédeme contrición y compunción de corazón y
humildad en mis pensamientos y la liberación de mi
razón de su cautividad. Y hazme digno, hasta mi último
suspiro, sin incurrir en la condenación, de recibir la
santificación de los inmaculados Misterios, para cura de
mi alma y cuerpo, y concédeme lágrimas de
arrepentimiento y de confesión, a fin de que pueda
alabar y glorificar todos los días de mi vida a tu amado
Hijo, porque Él es bendito y glorificado por todos los
siglos. Amén.
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