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REVISTA SEMINARIOS 201-202_REVISTA SEMINARIOS 25/11/11 11:18 Página 141

LA PATERNIDAD ESPIRITUAL DEL SACERDOTE


EN TIEMPOS DE TRIBULACIONES, SEgÚN EL
MAESTRO ÁVILA
JUAN DEL RÍO MARTÍN1

DOI: https://doi.org/10.52039/seminarios.v57i201-202.334

«Muchos son los frentes y muy gastada está la cristiandad», esta descripción
de la Iglesia del siglo XVI pertenece al apóstol, predicador, reformador y teólogo
español san Juan de Ávila. La respuesta a tantos desafíos pasaba por la reforma
del clero, porque «así como son los pastores de igual manera será la grey», de
ahí que el sacerdote ante todo debía ser «hombre de Dios que gana hijos para
Dios». El argumento de la paternidad espiritual es central en su pensamiento
sobre el sacerdocio católico y eso hoy tiene mucha actualidad.
Han pasado cinco siglos y en el umbral del siglo XXI la «barca de Pedro» se
ve sacudida por graves escándalos sexuales del clero, por una sociedad que
vive ya de espalda a Dios y por una cultura que reniega de sus raíces cristianas.
Al igual que en tiempos del apóstol de Andalucía, la Iglesia tiene que responder
a difíciles retos, cuya superación pasa por la santidad del clero.
Al abordar este estudio no nos mueve ningún afán de arqueología espiritual
o teológica, sino el convencimiento de que el Patrono del clero secular español,
su figura y escritos, continúa siendo un Maestro para los sacerdotes que han
de ejercer su ministerio en un mundo secularizado. Desde el principio decimos
que nos situamos ante un tema clásico, de siempre, y que es urgente y nece-
saria su recuperación en la espiritualidad sacerdotal de hoy. De hecho, su rela-
ción con la vida afectiva es abordada en la Instrucción de la Congregación para
la Educación Católica, que a este respecto dice: «el sacerdote, en efecto, re-
presenta sacramentalmente a Cristo Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia. Por
razón de esta configuración con Cristo, la vida toda del ministro sagrado debe
estar animada por la entrega de su persona a la Iglesia y por la auténtica caridad
pastoral. El candidato al ministerio ordenado debe, por tanto, alcanzar la madu-
rez afectiva. Tal madurez lo capacitará para situarse en una relación correcta
con hombres y mujeres, desarrollando en él un verdadero sentido de la paterni-
dad espiritual en relación con la comunidad eclesial que le será confiada»2.

1. Arzobispo Castrense de España. Doctor en Teología por la Pontificia Universidad gre-


goriana con una tesis sobre la eclesiología en el pensamiento reformador de Juan de Ávila.
2. C.E.C., Sobre los criterios de discernimiento vocacional en relación con las personas
de tendencias homosexuales antes de su admisión al Seminario y las Órdenes Sagradas, Ro-

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Nuestra reflexión se va a centrar en los elementos teológicos y espirituales


de la paternidad sacerdotal como núcleo de la identidad sacerdotal según san
Juan de Ávila. Damos por conocidos y asumidos los presupuestos de orden hu-
mano, psicológico y afectivo que están en la base de este tema y que serían ob-
jeto de otra exposición. Pero antes que nada, tengamos como «telón de fondo»
esta breve comparación entre las dos épocas.

PARALELISMOS ECLESIALES

Recordando la vida de nuestro Patrón

San Juan de Ávila (1499? - 1569) nace en Almodóvar del Campo (Ciudad
Real) y muere en la ciudad cordobesa de Montilla. Por sus venas corre sangre
de nuevos cristianos. Estudia en Salamanca y Alcalá. Tiene profesores como
Domingo de Soto en Artes y Juan de Medina en Teología. Heredero de muchas
concepciones teológicas del Medievo y de los predicadores populares tales co-
mo Vicente ferrer. Sin embargo, fue un hombre de vanguardia en su tiempo,
que lee y recomienda la lectura de Erasmo, aunque con cautela, antiluterano
convencido, pero que sabe llamar «hermanos conjuntos» a los que se separaron
de Roma. Y por si fuera poco, debelador de los engaños de los alumbrados.
Propulsor de la frecuencia de los sacramentos y de la lectura asidua de la Es-
critura. Amante de una espiritualidad litúrgica y de la oración mental. Será pro-
motor de múltiples iniciativas docentes y catequéticas para elevar la cultura de
«las gentes y eclesiásticos». Y como buen representante de la época no le fal-
tará la faceta de inventor de física y mecánica3.

La Iglesia del siglo XVI

La Iglesia en que vivió el Apóstol de Andalucía es la que va del renacimiento


a la reforma católica. En ella se debatía la lucha de una Iglesia que, anclada en
muchas concepciones medievales, no estaba en sintonía con los deseos de re-
forma «in capite et in membris» que concilios, reyes, sacerdotes religiosos y fieles
pedían desde mucho tiempo atrás. Las altas jerarquías: Papas, Obispos, y digni-
dades sacerdotales aparecían más unidas a los «negocios seculares» que a los
oficios de predicación y santificación del pueblo de Dios, además de la abundan-

ma 2005, 1. Pastores dabo vobis afirma: «El sacerdote está llamado a ser imagen viva de Je-
sucristo Esposo de la Iglesia… Por tanto, está llamado a revivir en su vida espiritual el amor
de Cristo Esposo con la Iglesia Esposa. Su vida debe estar iluminada y orientada también por
este rasgo esponsal, que le pide ser testigo del amor de Cristo como Esposo», PDV 22.
3. Cf. gARCÍA-VILLOSLADA, R., «La figura del Beato Ávila», Manresa 17 (1945) 255ss; DE
LA fUENTE, A., «El Beato Ávila, alma de la verdadera reforma de la Iglesia española», Semana
Avilista (1952) 231-250.

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cia de clérigos ignorantes, los tan conocidos «ordenados para Misas», y la rela-
jación de las órdenes religiosas. Para el Apóstol de Andalucía, la increencia y
todo tipo de males en los fieles derivan de la negligencia de los pastores, de quie-
nes se apacientan a sí mismos, buscan sus intereses y no cuidan de sus ovejas.
Sin la reforma del clero, es imposible la regeneración de la Iglesia.
En medio de este panorama, la Iglesia tiene que enfrentarse con los plan-
teamientos del humanismo renacentista, con la doctrina dogmática y disciplinar
que levantaba el «huracán de Lutero», como dice el P. garcía-Villoslada, junto
con los diversos focos de alumbrados y el Nuevo Mundo que había que evange-
lizar. A esos males ¿qué respuesta hubo entonces? Dice Herbert Jedin que la
de «Trento vendría a significar una respuesta interesante pero tardía». Por ello,
prestigiosos historiadores no dudarán en presentar a San Juan de Ávila como fi-
gura insigne de la verdadera reforma española marcada por el elemento espiritual
que incide en el cambio de vida del clero y en la reforma de las estructuras, cuyo
movimiento es de «adentro hacia fuera». Ciertamente que se adelanto a los tiem-
pos y tuvo su importante repercusión en el aula conciliar de Trento y en la espi-
ritualidad sacerdotal posterior. Un sacerdote que vivió tiempos de reformas, cam-
bios culturales y concilio bastante similares a los nuestros, ha de dar mucha luz
en la búsqueda de la identidad espiritual del sacerdote que ha de ejercer su mi-
nisterio en esta sociedad plural y secular del siglo XXI.

El cambio cultural y su incidencia en el tema sacerdotal

La vida y misión del sacerdote actual se desenvuelve en una cultura marcada


por el nihilismo, el inmanentismo y el relativismo moral. Si en el siglo pasado el
existencialismo se preguntaba ¿qué es el hombre? y para el marxismo lo impor-
tante era saber ¿para qué sirve el hombre? Sin embargo, con la caída del muro
de Berlín en 1989 y la crisis ideológica, surge con fuerza la llamada postmoder-
nidad donde ya no hay preguntas ni sobre Dios, ni sobre el hombre, ni interesa
las respuestas de aquellas que despectivamente llama metarrelatos. Esta actitud
supone la consagración del pensamiento de Nietzsche, tras constatar el fracaso
de Marx y la superación del análisis freudiano. Todo ello ha dado origen a una
sociedad no ya postcristiana, sino anticristiana, como lo demuestra el fenómeno
de la cristianofobia tan abundante en los ambientes mediáticos occidentales y
llegando a la persecución por el fanatismo radical islámico.
Hoy, la Iglesia se ve interpelada o amenazada por la autosuficiencia del tiempo
moderno que trae consigo el secularismo y el laicismo exacerbados, intentando
secar las raíces cristianas de nuestro pueblo. Es un intento de destruir las bases
judeocristianas de la cultura occidental. Por otra parte, este «humus cultural» des-
cristianizador ha entrado en algunos sectores pastorales, y el mismo sacerdocio
católico es llevado con frecuencia a la «picota» en los medios de comunicación
social. A esta situación, conocida de todos, hay que añadir que en nombre de un

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pluralismo religioso y de una tolerancia interesada se orqueste «una ingeniería


social» para arrinconar al máximo la presencia social de la Iglesia Católica. Estos
desafíos, repercuten en la vida personal y pastoral del sacerdote, que como se
está viendo, afectas a su misma identidad. Sabemos que en una sociedad como
la nuestra, aquellos colectivos que pierden sus raíces y su consistencia funda-
mental son atrapados por la mentalidad secularista dominante.
Los hechos pastorales hablan por sí solos. Ahí están los escándalos sexuales
de clérigos, la continua sangría del abandono del sacerdocio, las faltas de ener-
gías y celo apostólico, la sequia vocacional que no se remonta. En fin, tantas
cosas como están sucediendo. Surgen muchos interrogantes como estos: ¿qué
le pasa hoy al sacerdote católico? ¿Por qué esa «cruzada» mediática y cultural
contra el celibato? ¿Es tanta la corrupción en la Iglesia o más bien hay «cam-
paña» orquestada por los enemigos del cristianismo, que se aprovechan de los
pecados y delitos de unos pocos? Todo esto y otros muchos elementos ponen
de manifiesto la crisis de identidad sacerdotal de una parte del clero, de la cual
todo el mundo habla en sentido descriptivo, pero son muy pocos los que se ocu-
pan de decirnos en qué consiste el núcleo específico que configura esa identidad
y cómo se ha de vivir en cualquier tiempo y lugar.
Lo primero que debemos tener presente es cómo en estos momentos actua-
les, las figuras o referencias al «padre, al maestro, al director de almas», están
en crisis debido al tipo de sociedad y cultura que hemos descrito. Lo que hoy se
cotiza es hablar de: «amigo, compañero, enseñante» que de alguna manera ex-
presen horizontalidad en las relaciones y en los principios, quedando diluido
cualquier elemento aglutinador o de autoridad. Es más, hablar de paternidad
espiritual es para algunos como querer volver a concepciones paternalistas del
ministerio sacerdotal que infantilizan a los fieles. Pues bien, nunca más lejos de
la realidad porque aquellos que han abordado el tema de la paternidad espiritual
sacerdotal han sido los santos y los místicos que son los más comprometidos
con el pueblo y los que verdaderamente han llevado en el seno de la Iglesia la
llamada «revolución de Dios» (Benedicto XVI).
Además, la revitalización de la vida cristiana pasa por la santidad de sus pas-
tores y esta tiene su eje en el Misterio de la Eucaristía de la cual son constituidos
ministros, ya que desde la Eucaristía, brota la transmisión de la fe, la celebración
del misterio cristiano, y el servicio al mundo en la caridad (lex credendi, lex oran-
di, lex vivendi). Somos conocedores de que al sacerdote le ha sido dada una
«potestad espiritual» en orden a llevar a los hombres a la «madurez cristiana»
(PO 6) y también sabemos que eso necesariamente tiene que ver con el corazón
de la vida eclesial que es la Eucaristía. Por eso decimos que la felicidad sacer-
dotal, la vitalidad apostólica depende en gran medida de la toma de conciencia
de que la identidad sacerdotal está basada esencialmente en la paternidad es-
piritual del pastor y no en el puro activismo social como en tantas ocasiones pu-
so de manifiesto Juan Pablo II y actualmente el mismo Benedicto XVI.

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Dejemos ahora hablar al Maestro Ávila para que nos diga cómo ha de ser el
sacerdote de todos los tiempos capaz de superar los momentos de tribulaciones
cultural, social y eclesial que estamos pasando.

ORIgEN DEL SER Y qUEHACER SACERDOTAL

El sacerdote, según el apóstol de Andalucía, se define por ser el hombre que


testimonia el amor divino, lo celebra y lo proclama, de tal manera que «sienta
como propios suyos los trabajos y pecados ajenos, representándolos delante del
acatamiento de la misericordia de Dios con afecto piadoso y paternal corazón; el
que debe tener el sacerdote con todos a semejanza del Señor, y también de San
Ambrosio, que decía que no menos amaba a los hijos espirituales que tenía que
si los hubiera engendrando de legítimo matrimonio; y San Juan Crisóstomo dice
que aún se deben amar mucho más. Y así, el nombre de padre que a los sacer-
dotes damos les debe de amonestar que, pues no es razón que lo tengan en va-
no y mentira, deben de tener dentro de sí el afecto paternal y maternal para apro-
vechar, orar y llorar por sus prójimos»4. De manera que para Ávila, si «Dios nos
ama con amor de padre, madre y esposo»5, el ministerio sacerdotal ha de ser la
presencia privilegiada de ese amor de Dios a los hombres6.

Desposado con la misión del «Dios Humanado»

Toda la vida sacerdotal arranca del significado que tiene la encarnación del
Verbo. Es aquí donde el sacerdocio de Cristo aparece como unos desposorios
con la humanidad para que, por «amor y sacrificio», ésta sea agradable al Pa-
dre. De esta manera, nuestro autor, explicita maravillosamente la entrega total
del Sumo Sacerdote Cristo a la misión encomendada por el Padre. De igual mo-
do, los sacerdotes por la participación en el sacerdocio de Cristo se han despo-
sado con la misión de «encaminar las ánimas para el cielo. Sicut misit me Pater,
et ego mitto vos»7. La vida del sacerdote está sellada por el sentido del misterio
de la encarnación del Verbo, ellos serán instrumentos de la gracia y de la san-
tidad que ha venido a comunicarnos el Dios Humanado. Y así, ellos (los sacer-
dotes) ofrecen su «fragilidad y Dios su grandeza»8.

4. Obras Completas de San Juan de Ávila, Nueva edición crítica, 4 vols., Madrid 2000-
2003. Citaremos de la manera siguiente: catalogación o título del escrito (si hay duplicidad se
indica entre paréntesis con cifra arábiga), luego con números romanos señalamos el volumen,
y, por último, la página en arábiga. Tratado sobre el sacerdocio, I, 917.
5. Tratado del amor de Dios, I, 951.
6. «El sacerdote, como Orígenes dice, es faz de la Iglesia; y como en la faz resplandece
la hermosura de todo el cuerpo, así la clerecía ha de ser la principal hermosura de toda la
Iglesia»: Tratado sobre el sacerdocio, I, 917.
7. Pláticas, I, 852; Cf. Carta 35, IV, 190.
8. Cf. Ib. 787- 788.

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Con razón, la espiritualidad sacerdotal avilista puede ser llamada «espiritua-


lidad de la encarnación», ya que el sacerdote es «un desposado con las almas»
a imitación de la entrega del Verbo humanado. Así, en la contemplación de la
donación de la interioridad sacerdotal del Hijo en el acontecimiento de su en-
carnación, hay una criatura privilegiada que es María. Ella es considerada, por
Ávila, como Madre y Esposa de Cristo Sacerdote y a la vez aparece como Madre
de los sacerdotes. Es el modelo espiritual de respuesta y colaboración en el sa-
crificio redentor de Cristo. La misión de ser «coadiutores Dei» se aplica tanto a
María como a los sacerdotes9. De aquí se deriva la fuerte nota mariana que im-
pregna la paternidad de los sacerdotes, porque, como se diría en términos ac-
tuales, María representa para Ávila «el rostro materno de Dios»10.

Sed padres a semejanza del Señor

La tarea sacerdotal es similar a la de un padre que engendra, ayuda a crecer,


educa y alimenta a su prole. Así, la paternidad espiritual sacerdotal nace del oficio
eucarístico para el cual hemos sido ordenados y que es «fuente y culmen de toda
evangelización» (PO 5). En nuestra ordenación sacerdotal se nos entregó el pan
sobre la patena y el cáliz con el vino, y se nos dijo: «Recibe la ofrenda del pueblo
santo. Para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conme-
moras y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor»11.
El concilio de florencia (1438-1445) afirma que el sacerdote «recibe la po-
testad de ofrecer el sacrificio en la Iglesia, por los vivos y por los difuntos» (DS
701). Trento habla del presbiterado en relación con la potestad de «consagrar y
ofrecer el verdadero cuerpo y sangre del Señor y de perdonar los pecados» (DS
961). El Vaticano II plantea las funciones del presbítero como ministro de la Pa-
labra, de los sacramentos y de la eucaristía, y como rector del pueblo de Dios
(PO 4-6). Así, el sacerdote participa de la autoridad de Cristo en «hacer crecer,
santificar y gobernar el propio cuerpo» (PO 2). Actuando en «nombre de Cristo,
cabeza de la Iglesia», «modela y dirige al pueblo sacerdotal, efectúa el sacrificio
eucarístico ofreciéndolo a Dios en nombre de todo el pueblo» (Lg 10).
En el pensamiento avilista, la idea de sacerdote es esencialmente dinámica,
como reflejan estos concilios. Proyecta el misterio de Cristo Sacerdote en el obrar
y vivir de quienes han sido constituidos sacerdotes por el «único Pontífice»12.

9. «Mirémonos de pies a cabeza, ánima y cuerpo, y vernos hechos semejables a la sacra-


tísima Virgen María, que con sus palabras trujo a Dios a su vientre… Y el sacerdote le trae con
las palabras de la consagración»: Pláticas, I, 790. «Ella engendró a Cristo pasible, mortal y que
venía a vivir en pobreza, humildad y desprecio; y ellos consagran a Cristo glorioso, resplande-
ciente, inmortal, impasible… se viene a encerrar en la pequeñez de la hostia y a las manos del
sacerdote por medio de las palabras de la consagración»: Tratado sobre el sacerdocio, I, 908.
10. Ib., 928.
11. PONTIfICAL ROMANO, Ordenación de presbíteros (versión española), Madrid 1997, 135.
12. Pláticas, I, 804.

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La misión de Cristo Sacerdote era la gloria de Dios y la salvación de las al-


mas. Esto mismo queda impreso en el ministro de la Iglesia mediante el carácter
sacerdotal que recibe en la Ordenación. De forma que «los sacerdotes… en la
Misa nos ponemos en el altar en persona de Cristo a hacer el oficio del mismo
Redentor, y hacémonos intercesores entre Dios y los hombres para ofrecer sa-
crificio»13. Para el Apóstol de Andalucía, el estar sacramentalmente «configura-
do» con Cristo y ser «signo» de Él ante los hombres, hace que ello sea fuente
de actitudes básicas para el sacerdote.
La «repraesentatio Christi» no es un privilegio personal, sino que ha de estar
integrada en el cuerpo social de la Iglesia. Es así que «la clerecía ha de ser la
principal hermosura de toda la Iglesia»14, «de manera que si está el lego en pe-
cado, ha de ser el eclesiástico tantos rayos de luz que alumbre las tinieblas de
aquel cristiano que está en pecado»15. Y ello porque «oficio público tenéis, no
tengáis corazón particular… no es el pueblo ordenado para vuestro provecho,
mas vosotros para el pueblo»16. De aquí se deriva que el tan tratado tema de la
dignidad sacerdotal no lo entienda como sinónimo de privilegio de clase, que
reflejase una teología del «sacerdote-señor», sino todo lo contrario: es un re-
clamo a la santidad de vida y a una entrega a la misión encomendada. quienes
olvidaron la dignidad que conlleva la paternidad sacerdotal «muchos males han
traído a la cristiandad»… Estos tales entendieron que la dignidad era «apacen-
tarse a sí mesmo, buscando sus intereses y regalos, sin tener cuidado de curar
las ovejas enfermas… dice que no había pastor; porque, para el pueblo, todo
es uno no haberlo y ser descuidado»17.
Así como la fe en Dios Padre que nos ama en Cristo Sacerdote lleva al esta-
blecimiento de una fraternidad universal, de igual modo la paternidad espiritual
del sacerdote ha de crear la comunión fraterna entre los cristianos, de los sacer-
dote entre sí y de éstos con sus obispos pues que estos han de ser modelo de la
paternidad espiritual del sacerdote: «pues prelados con clérigos son como padres
con hijos y no señores con esclavos, prevéanse el Papa y los demás en criar a
los clérigos como hijos, con cuidado que pide una dignidad tan alta como ha de
recibir, y entonces tendrán mucha gloria en tener hijos sabios y muchos gozo y
descanso en tener buenos hijos, y gozar a toda la Iglesia con buenos ministros…
Y éste es el punto principal del negocio y que toca en lo interior de él; sin lo cual

13. Tratado sobre el sacerdocio, I, 916.


14. Ib. Su concepción del sacerdote está fuertemente vinculada a la eclesiología, cosa
que para algunos autores falta en Trento a la hora de abordar el sacramento del Orden.
15. Lecciones sobre 1S. Juan (1), II, 129.
16. Obsérvese que este texto dirigido a los gobernantes de Utrera (Sevilla) encierra tal
visión teológica, que se puede aplicar a los eclesiásticos: Carta 86, IV, 366.
17. Causas y remedios de las herejías, II, 528. Véase la influencia de S. AgUSTÍN, Sermón
46, 3-30: PL 38, 273-288. Muy lejos de la concepción medieval que acentúa el sistema bene-
ficial: «offitium-benefitium». Para Ávila, como para Domingo de Soto, el «offitium» era lo sus-
tancial y nunca debía ocupar el primer plano del pastoreo sacerdotal el «benefitium» de la grey.

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todo trabajo que se tomare cerca de la reformación será de muy poco provecho,
porque será, o cerca de cosas exteriores, o, no habiendo virtud para cumplir las
interiores, no dura la dicha reformación por no tener fundamento»18.
De esa paternidad episcopal y presbiteral dimana la clave de la auténtica re-
forma del clero y del mismo pueblo de Dios, de tal manera que «cabeza y miem-
bros nos juntamos a una en Dios, seremos tan poderosos, que venceremos al
demonio en nosotros y libraremos al pueblo de los pecados… Así hizo Dios tan
poderoso el estado eclesiástico, que, si es el que debe, influye en el pueblo toda
virtud, como el cielo influye en la tierra»19.
Ahora bien, esa figura del sacerdote como padre, pastor, esposo y amigo de
la grey está repleto de elementos agapetónicos, ya que para Ávila, «todo es ne-
gocio de amor» y, por tanto, cuando los sacerdotes están «revestidos del amor»,
saben crear comunión a todos los niveles y hacen realidad «creciendo cada uno,
todos crecemos; y, aprovechando uno, todos aprovechan crecemos por la her-
mandad que todos tenemos»20.

La paternidad sacerdotal en el ejercicio del triple «munus»

En los años en torno a Trento, abundaban los escritos sobre el ejercicio del
ministerio y la santidad sacerdotal, como exigencia para una renovación ecle-
sial21. Como otros reformadores de su tiempo, en Ávila encontramos amplia-
mente tratada la santificación de los sacerdotes en el ejercicio de su triple fun-
ción que siglos más tarde se vería consagrado en el Vaticano II22. Desde la
teología de Cristo Sacerdote, Buen Pastor, va a ir explicado cada uno de los ofi-
cios del sacerdote, el cual no ha de actuar como «funcionario», sino que, con
«corazón de padre y madre», ha de apacentar a los fieles «en los pastos de
ciencia y doctrina… y aunque sea con derramar sangre y dar la vida, como hizo
Cristo, y dijo que éste tal es el Buen Pastor»23.
El eminente predicador de Andalucía se sentía llamado para una doble mi-
sión: «humillar al hombre y glorificar a Cristo»24. Esto lo realizará mediante el
ministerio de la Palabra, para ello será «pregonero», «mensajero», «notario» y
«embajador» del único misterio salvador que es Cristo Sacerdote. «Así como

18. Memorial primero al concilio de Trento, II, 487.


19. Pláticas, I, 795.
20. Lecciones sobre 1San Juan (2), II, 357.
21. ESqUERDA BIfET, J., Diccionario de San Juan de Ávila, Burgos 1999, 816.
22. Para ver la actualidad de la doctrina de nuestro autor puede compararse la triple fun-
ción de la que habla el Vaticano II (Lg, 28; PO, 1-2), con la que desarrolla el Maestro Ávila.
Se podrá observar una gran coincidencia de planteamientos.
23. Advertencias al concilio de Toledo, II, 650. «Y porque hubiese más voces que predi-
casen y más médicos que curasen las ánimas, aunque Él solo lo podía hacer, quiso tomar
ayudadores… para curar ánimas… entrañas de padres…»: Sermón 81, III, 1084.
24. DE gRANADA, L., Vida del Padre Maestro Juan de Ávila y las partes que ha de tener un
predicador del evangelio, Barcelona 1964, 76.

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nos hizo hijos siendo Él Hijo, y sacerdote siendo Él Sacerdote, hízonos Él… pa-
labra viva y eficaz para dar vida a los que la oyeren»25.
Para el anuncio de tan gran Misterio, el predicador ha de estar «templado an-
tes de subir al púlpito», con particular «disposición y santificación», «pues el oficio
de predicador es de mayor peligro y pide mayor santidad»26. Porque no se «en-
gendra hijos con palabra pomposa y compuesta», más bien ofreciendo la vida a
Dios por aquellos que escucharan su «voz», cuyo «sonido» es el «amor vivido»27.
La espiritualidad sacerdotal avilista tiene un fuerte acento eucarístico; no en
vano, nuestro autor es conocido como el «apóstol de la eucaristía». Esto lo vemos
en el ejercicio de la paternidad sacerdotal en el segundo «munus». Su quehacer
como «un buen padre de una familia» es «amansar a Dios cuando estuviese eno-
jado con su pueblo»28, mediante «la oración santa y el consagrar y ofrecer el cuer-
po de Jesucristo»29. Por ello, es un oficio que pide «particular trato y amistad»
con el Señor como «ejercicio, costumbre, apartamiento de cuidados y santidad
de vida»30. A pesar de esta insistencia en la santidad de los ministros, Ávila afirma
que la gracia no depende de los «administradores de las cosas santas», pues
«estaría en gran manera incierta la Iglesia, si hubiera de estar atada a saber si el
ministro estaba en gracia o no, para hacer lo que su oficio demanda»31. El «amor
del buen Padre Dios» está por encima de las deficiencias de sus ministros.
El deber de orar por los hombres no sólo deriva de la particular configuración
con Cristo Sacerdote, sino también en cuanto el presbítero ha sido constituido
en «atalaya» y «ojos de la Iglesia». De ahí que su «oficio sea llorar los males
que vienen al cuerpo»32. Es decir, todas las preocupaciones y problemas de los
«espirituales hijos» son asumidos por el «corazón de madre de los sacerdotes»33.
La función de «ordenar y gobernar» a la grey es un servicio ante todo en la
caridad. Por ello dirá: Sacerdotes, «mirad las pisadas del pastor» porque «las
veces tenéis de Aquél que, por ser Buen Pastor, murió por el pro de sus ovejas;
pareced en el amor a Él, pues parecéis en la dignidad»34. Cristo es la «caridad
del Padre» que «ha trasplantado esta caridad del cielo a la tierra»35. La caracte-

25. Carta 1, IV, 5ss. dirigida a fr. Luis de granada, O.P.


26. Reformación del estado eclesiástico, II, 494.
27. Carta 1, IV, 7-8. Cf. gALLEgO PALOMERO, J. J., San Juan del Ávila, modelo de praxis mi-
nisterial, en URÍBARRI, g., dir., El ser sacerdotal. Fundamentos y dimensiones constitutivas, Ma-
drid 2010, 401-403.
28. Pláticas, I, 793.
29. Tratado sobre el sacerdocio, I, 911.
30. Pláticas, I, 805. Cf. Tratado sobre el sacerdocio, I, 918-919.
31. Lecciones sobre 1 San Juan (2), II, 352.
32. Tratado sobre el sacerdocio, I, 915
33. Ib., 917.
34. Carta 86, IV, 369. La imagen del Buen Pastor es riquísima en el Maestro Ávila y es la
base teológica de sus Memoriales para Trento, llevados por el Arzobispo de granada Pedro
guerrero al aula conciliar.
35. Lecciones sobre 1 San Juan (2), II, 352.

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rística del pastoreo de Jesucristo es el amor sin medida, en cuanto que es «co-
razón del Padre» y ha sido constituido en «Médico y Pastor amoroso» que, con
«el rocío de su gracia», «obra en sus ovejas todo lo que obró por las calles, pla-
zas y templo de Jerusalén… sanando lo enfermo, esforzando lo flaco, guardando
lo sano, buscando lo perdido y trayéndolo al rebaño». «Este Señor, por ser Dios,
es dueño de las ovejas, pues las crió con el Padre y con el Espíritu Santo. Y llá-
mese siervo del Padre en cuanto hombre, porque le sirvió y obedeció en la obra
de la Redención de los hombres»36. Ésta es la caridad que deben encarnar aque-
llos que han recibido de la Iglesia la misión de «apacentar el rebaño de Cristo».
Para ello se requiere en el pastor «ferviente y eficaz oración y también santi-
dad»37. Esta tarea ha de llegar a todos, pero especialmente a los más pobres
porque no derramó Cristo su sangre «más por el rico que por el pobre, ni por el
rey que por el esclavo; igualmente derramó la sangre por todos»38.

Paternidad sacerdotal y consagración por vida

Por el sacramento del Orden, el sacerdote ha quedado todo entero consa-


grado al Señor, tanto en el ser, como en el obrar y en el sentir, de manera que la
vida de un presbítero ha de ser «un holocausto quemado en honor de Dios»39.
De ahí que la paternidad del sacerdote no es «hoy sí, pero mañana no», o algo
accidental en un determinado momento pastoral, sino que deviene de la acción
del Paráclito que opera en el sacramento recibido e introduce en el corazón del
ordenado «la forma y similitud suya, que es la caridad y gracia, con que nos en-
ciende y santifica»40. Aquellos que han sido sacramentalmente configurados con
Cristo Sacerdote han de llevar una vida semejante a la de Él, de tal manera que
sean «carta de Cristo», «buen olor suyo», «hermosura de la Iglesia», ya que la
paternidad espiritual del sacerdote, a semejanza de la de Dios Padre es:
Carta que la saben y leen todos, porque cualquier gente, por bárbara que sea,
aunque no entiende el lenguaje de la palabra, entiende el lenguaje del buen ejem-
plo y virtud, que ve puesto por obra, y de allí vienen a estimar en mucho al que
tales discípulos tiene41.

El Verbo humanado se despojó de su rango y se hizo «carne limpia», «amador


de pobreza» y «varón obediente», igualmente quienes participan de su Sacerdo-
cio ministerial han de estar marcados en su forma de vida, porque se han «des-

36. Sermón 54, III, 707.


37. Tratado sobre el sacerdocio, I, 941.
38. Lecciones sobre 1 San Juan (1), II, 183.
39. Pláticas, I, 800.
40. Dialogus inter confessarium et paenitentem, II, 785. «¿De qué manera? Vive en mí
Jesucristo por humildad, por caridad y por gracia, y donde esta gracia llega, hace mudar al
hombre al revés de como estaba»: Sermón 32, III, 403.
41. Audi filia (2), I, 612.

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La paternidad espiritual del sacerdote

posado» en pobreza, castidad y obediencia, «de tal manera que, de día y de no-
che, todos sus pensamientos, amor y deseos no se ejerciten sino en Cristo»42.
Así, como Dios se entregó totalmente a la humanidad, el sacerdote ha de estar
consagrado enteramente a «las cosas santas» y «al bien de las ánimas».
El presbítero es verdaderamente pobre como Cristo cuando es de «hecho y
de corazón»43, cuando su elección de las personas y de las cosas no ha sido
según los cánones del mundo44. La pobreza, tanto personal como comunitaria,
será para Ávila un arma para enfrentarse a las herejías de su tiempo y a la vez
un estímulo para todos «a ser santos como el Padre celestial es Santo»45.
El celibato y la castidad son «dádiva graciosa de Dios»46 que viene reclamada
por la novedad del sacerdocio inaugurado en Cristo. Son requeridos no solamen-
te por la relación con la Eucaristía, sino también por la misión, porque «mal po-
drían militar a Dios y a negocios seculares… , ¿qué harían si cargasen de los
cuidados de mantener mujer y hijos, casarlos, y dejarles herencia?»47.
Mientras que el voto de castidad «limpia el corazón de la afición carnal», la
obediencia «limpia el alma de las desordenadas aficiones espirituales»48. Las re-
laciones de obediencia en la Iglesia están marcadas por la caridad «pues prela-
dos con clérigos son como padres con hijos y no señores con esclavos»49. «Por-
que el mandar es cosa fácil y sin caridad se puede hacer; mas llevar a cuestas
flaquezas ajenas con perseverante corazón de las remediar e hacer fuerte al que
era flaco, pide riqueza de caridad»50. Por parte del sacerdote a su obispo ha de
haber «humildad» y «buen obedecer». Pues para que haya «un buen obedecer»
ha de haber «unos superiores que trabajen para que sus súbditos sean tales»51,
ya que «quien a hombres ha de regir, más que hombre ha de ser»52.

42. Cartas 224, IV, 715. Siguiendo la línea patrística (Ireneo, Cipriano, Ambrosio…) pedirá
una amplia gama de virtudes (simplicidad, esperanza, caridad…), pero sobre todo en la pure-
za: inocencia, conciencia pura, conducta íntegra e intachable, limpieza de alma y cuerpo.
43. Cf. Carta 224, IV, 715-716.
44. «Por cierto, hermanos, si lo que el mundo escoge es lo mejor, Jesucristo se engañó
y escogió lo peor. Él no puede ser engañado… pues Él no puede errar y escogió la pobreza,
trabajos y cruz, que aquello es lo mejor, y lo contrario, por mucho que el mundo elija y lo apre-
cie, es lo peor»: Sermón 71, III, 976.
45. Cf. Reformación del estado eclesiástico, II, 500-502; Causas y remedios de las here-
jías, II, 608-612. Trento no olvidó el tema de la pobreza de los eclesiásticos que tanto preocupó
a nuestro autor. Así en el primer canon de reforma (18 de noviembre de 1563), se trató la in-
fluencia positiva que la austeridad de vida de los pastores ejerce en los fieles: CT 9, 1033.
46. Audi filia (1), 1, 415.
47. Causa y remedios de las herejías, II, 608-612.
48. Carta 224, IV, 721.
49. Reformación del estado eclesiástico, II, 487.
50. Ib., II, 487.
51. Ib., II, 486.
52. Carta 11, IV, 73. En esta interesante carta acerca del ejercicio de gobernar dice en
otro lugar: «El oficio público cruz es, y desnudo de todos los afectos propios y vestido del amor
de los muchos ha de estar el que en esta cruz hubiera de subir, para imitar al Hijo de Dios y
que su cruz sea provechosa para sí y para los otros» (Ib., 77).

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SER ECLESIAL, PERO NO CLERICAL

Juan de Ávila es un hombre de matices que hay que saber descubrir en sus
escritos para no caer en valoraciones reduccionistas. Su concepción del sacer-
dote está fuertemente vinculada a la eclesiología, cosa que para algunos autores
falta en Trento a la hora de abordar el sacramento del Orden. Así, solamente
desde la primacía del amor en la vida cristiana y sacerdotal, es como se adquie-
re el verdadero sentido de Iglesia, y se entiende en su justo término las normas
o consejos ascéticos de nuestro autor.
… porque hay una Compañía, la cual llamamos Iglesia, en la cual todos los bienes
son comunes… tienen fundamento que son los apóstoles… Tienen capitán, que
es Jesucristo… , llamase también esta Compañía Cuerpo… , nunca crece la Igle-
sia sino en caridad… A esto vino el Hijo de Dios del cielo, a trasplantar esta caridad
del cielo a la tierra53.

Por eso mismo, no podemos olvidar que la paternidad espiritual del sacerdote
se da en el seno de una comunidad llamada Iglesia. En toda circunstancia y en
la actualidad mucho más, la Iglesia resulta incómoda al mundo porque ésta lla-
ma a los hombres a la verdad y recuerda que ninguna forma de poder puede
ser la respuesta adecuada a las exigencias más profundas del corazón humano.
Los sacerdotes son los predicadores de la verdad de Cristo frente a la mentira
del mundo, por eso mismo ellos son en muchos casos los primeros que reciben
el rechazo de esta «sociedad sin padre». Ellos, por el sacramento del orden,
han sido constituidos en servidores de la paternidad de Dios y de la maternidad
de la Iglesia. Por eso para el Maestro Ávila hay que vivir el sacerdocio en clave
del verdadero discipulado donde: «ningún siervo es superior a su señor. Si el
mundo os odia, recordad que primero me odió a mí. Si pertenecierais al mundo,
el mundo os amaría como cosa propia; pero yo os elegí y os saqué de él, por
eso el mundo os odia» (Jn 15, 18-20), pero «¿quién es el que vence al mundo,
sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Todo el que ha nacido de Dios
vence al mundo; y ésta es la fuerza victoriosa que ha vencido al mundo: nuestra
fe» (1 Jn 5, 4-5). La dimensión eclesial de la espiritualidad sacerdotal avilista es
una consecuencia lógica de su marcado cristocentrismo. La «repraesentatio
Christi», como ya hemos dicho, no es un privilegio personal, sino que ha de
estar integrada en el cuerpo social de la Iglesia54. De ahí, que «oficio público te-
néis, no tengáis corazón particular… No es el pueblo ordenado para vuestro
provecho, mas vosotros para el del pueblo»55.

53. Lecciones sobre 1 San Juan (2), II, 350-357.


54. Cf. Tratado sobre el sacerdocio, I, 916.
55. Obsérvese que este texto dirigido a los gobernantes de Utrera (Sevilla) encierra tal
visión teológica que se puede aplicar a los eclesiásticos: Carta 86, IV, 369.

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La paternidad espiritual del sacerdote

El ser eclesial del presbítero se manifiesta en primer lugar en su actitud vigi-


lante sobre la heredad del pueblo apacentado: «porque vendrá el tiempo en que
los hombres no soportarán la sana doctrina, sino que llevados de su propia con-
cupiscencia, se rodearán de multitud de maestros que les dirán palabras hala-
gadoras, apartarán los oídos de la verdad y se volverán a las fábulas» (2 Tim 4,
3). Esta vigilancia no sólo en la «sana doctrina» (lex credendi), sino también en
el tesoro que significa la «Divina Liturgia» (lex orandi) para que el pueblo vuelva
a los templos a gustar su riqueza en la celebraciones de «los santos misterios»
realizados como la Iglesia quiere y desea celebrar, evitando una liturgia hecha
a desgana y dejadez o bien convertida en algo redundante y excesivo pensando
que con ello hay más misterio o espiritualidad56.
Un segundo aspecto sería iniciar al cristiano en el gusto por aquellos textos o
lecturas de la tradición cristiana que a lo largo de la historia han forjado los grandes
testigos del evangelio y que son piezas claves para la vida espiritual. El sacerdote
es como el padre de familia que sabe sacar lo antiguo y lo nuevo del arca para
alimentar a los fieles que ha de pastorear en el conocimiento y degustación de
los testimonios de los Padres de la Iglesia, de los grandes pensadores y teólogos,
de los santos y los mártires que dieron la vida por Jesucristo. Para llevar esto a
cabo fundará colegios especiales para formar buenos predicadores de la palabra
que «engendre» hijos espirituales por la predicación y la enseñanza57.
Por último, para el Maestro Ávila la educación en la vida comunitaria, que no
se agota en una formula o modelo pastoral. Participando en los gestos comuni-
tarios, la persona es introducida sin darse cuenta en una forma de vida neta-
mente cristiana (lex vivendi). En fin, en esta compañía llamada Iglesia quienes
sientan el deseo o la necesidad del consejo espiritual, podrá encontrar en el
sacerdote la referencia más sacramental que la Iglesia a puesto para el bien
y la salvación de las almas: el sacramento de la Penitencia. Este sacramento
de la Reconciliación ha de estar integrado en la vida personal de cada presbí-
tero. El sacerdote que no se siente asiduamente penitente y celebra sacramen-
talmente el Perdón, difícilmente será un verdadero padre y pastor. El Patrono
del clero secular es un gran ejemplo a seguir, por ello decía Luis Muñoz: «Al ter-
minar su sermón, que de ordinario duraba dos horas, cansado y muchas veces
enfermo, sin tomar alimento se iba derecho al confesionario y escuchaba pacien-

56. Cf. Sermones 35-37, III, 429-512; Pláticas, I, 855-862; Advertencia al concilio de To-
ledo, II, 717-722; Cartas 217 y 233, IV, 689; 745-747; Advertencia al Concilio de Toledo, II,
721-722; Miscelánea breve, II, 861-865; Causa y remedios de las herejías, II, 600-603; Ser-
mones 35 al 37, III, 429-512; Causas y remedios de las herejías, VI, 170-171; Reformación
del estado eclesiástico, II, 510; Causas y remedios de las herejías, II, 597-598; Cartas 11 y
179, IV, 83-84; 593-595; Causas y remedios de las herejías, II, 578-588; Advertencia al Concilio
de Toledo, II, 688-689; Causas y remedios de las herejías, II, 599-601.
57. Véase Tratados de reformas; Carta 1, IV 5-14. Cf. gALLEgO PALOMERO, J.J. Sacerdocio
y oficio sacerdotal en San Juan de Ávila. Córdoba 1988, 227-229; DEL CAMPO gUIRALTE, M.,
«San Juan de Ávila, catequista», Toletana 10 (2004) 119-124.

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temente a cuantos se le acercaban, continuando en esta ocupación sin preocu-


parse de la comida hasta las 5 o 6 de la tarde, sin mostrar cansancio y recibién-
dolos con gran afabilidad y dulzura»58.
Cuando él Apóstol de Andalucía habla del «desprecio del mundo» tiene pre-
sente el significado joánico de «la soberbia de la vida, codicia de la carne y co-
dicia de los ojos». Por lo tanto, la entrega absoluta a la salvación de las almas
lleva al sacerdote-apóstol a situarse en su exacta medida ante el mundo, sin
caer por un lado en ningún angelismo sobre la condición humana, pero por otro
lado, tampoco sucumbir en un pesimismo sobre la creación. Cristo es la «caridad
del Padre» que «ha trasplantado esta caridad del cielo a la tierra»59.
Como ya hemos visto, en la doctrina avilista encontramos el axioma de que
«según el sacerdote, así el pueblo». El testimonio de vida es, para Ávila, casi un
«munus» sacerdotal, ya que el presbítero con la honestidad y santidad en su mi-
nisterio ha de «provocar a otros servir a Dios». frente al fideísmo protestante
que por aquel entonces comenzaba a despuntar, para el Patrono del clero dio-
cesano español no hay testimonio de vida sacerdotal que no pase por la unión y
cooperación con el «sucesor de Pedro» y con «los sucesores de los apóstoles».
El Maestro Ávila afirmará que no basta decir que seguimos a Cristo, sino que es
menester ir detrás del hombre señalado por Él, puesto para «confirmar la fe a
todos los otros», para «fundar leyes y mandar costumbres, que con los tiempos
se mudan». «quién de los eclesiásticos osará vivir como quiere viendo a su prín-
cipe vivir vida de cruz por bien de la Iglesia»60. Y esto lo afirmaba en una situación
eclesial en que Papas y Obispos y demás dignidades dejaban mucho que desear.
Así sus biógrafos inmediatos (fr. Luis de granada y Lic. Luis Muñoz) nos relatan
cómo se dio en Ávila y sus discípulos esta unión y cooperación con el obispo
y entre los sacerdotes, de modo que podemos hablar de la llamada «escuela
sacerdotal avilista», cuyos miembros se distinguían por su fuerte vida interior,
por el gran celo apostólico y por una estrecha «communio ecclesialis», siendo es-
tos sacerdotes estímulo de santidad para el pueblo de Dios61.

A MODO DE CONCLUSIÓN: DECÁLOgO PARA VIVIR LA PATERNIDAD ESPIRITUAL DEL SACER-


DOTE EN CUALqUIER TIEMPO Y LUgAR

1. El sacerdote ha de poseer un propio conocimiento de lo que él es62.


2. Ha de tener una triple mirada: a Dios, a los hombres, y así mismo63.

58. Biografía, I, 245ss.


59. Lecciones sobre 1 S. Juan (2), II, 352.
60. Causas y remedios de las herejías, II, 565-569.
61. Cf. ESqUERDA BIfET, J., «Escuela sacerdotal española del siglo XVI: Juan de Ávila
(1499-1569)», Anthologica Annua 17 (1969) 45-55.
62. «De la gran maldad de nuestro corazón y la raíz de nuestros males», Sermón 69 III, 933.
63. Cf. Audi filia (1), I, 462.

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3. Deberá apreciar el haber sido elegido para tan «alto oficio»64.


4. Recordará e imitará la Pasión de Cristo en su vida65.
5. Sentirá con la Iglesia, porque es «guardián de la viña»66.
6. La «sana doctrina» que dará al pueblo será fruto de la oración y del cono-
cimiento de las Escrituras, de los Padres y de la Teología67.
7. En la comunión eclesial se requiere siempre «humildad y obediencia»68.
8. Llevará una vida austera, ya que el sacerdote «holgado no es de Cristo»69.
9. Se despojará de afectos humanos y de la búsqueda de honra e intereses
personales70.
10. Testimoniará con su vida las obras del Espíritu, para así mejor «ganar
almas a Dios»71.

gran razón tenía el Papa Pablo VI cuando el día de la canonización de nues-


tro autor declaró que: «San Juan de Ávila es un sacerdote, que bajo muchos
aspectos podemos llamar moderno». Siguiendo su modelo y doctrina los sacer-
dotes del siglo XXI vivirán con alegría lo esencial de su sacerdocio que no es
otra cosa que ser «hombres de Dios que engendran como padres almas para
Cristo». Esto será el mejor revulsivo para superar la crisis sacerdotal que vivimos
en esta época de turbaciones.

64. «Pues, cuando nosotros entendamos que está sobre nuestros hombros la carga de
nuestros pecados… y la de nuestro pueblo, y, la de todo el mundo, entonces comenzaremos
a sentir qué cosa es sacerdote», Pláticas, III, 392.
65. «Los que predican reformación de Iglesia, por predicación e imitación de Cristo cru-
cificado lo han de hacer y pretender», Pláticas III, 409-410; Cf. Audi filia (2), I, 750; Lecciones
sobre 1 S. Juan (1), IV, 237-251; DE VILLAR, B. La abnegación en los escritos del Beato Juan
de Ávila, Madrid 1959.
66. Causas y remedios de las herejías, VI, 94.
67. Cf. Ib., 108. 144-166.
68. Pláticas, I, 794-795.
69. Sermón 73, III, 994; Cf. Pláticas, I, 852; Cartas 178, IV, 591.
70. Cf. Sermón 81, III, 1084-1085; Pláticas, I, 899; Cartas 182, IV, 601.
71. Cf. Sermones 60, 62, 75, III, 801, 822, 1001.

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