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DOI: https://doi.org/10.52039/seminarios.v57i201-202.334
«Muchos son los frentes y muy gastada está la cristiandad», esta descripción
de la Iglesia del siglo XVI pertenece al apóstol, predicador, reformador y teólogo
español san Juan de Ávila. La respuesta a tantos desafíos pasaba por la reforma
del clero, porque «así como son los pastores de igual manera será la grey», de
ahí que el sacerdote ante todo debía ser «hombre de Dios que gana hijos para
Dios». El argumento de la paternidad espiritual es central en su pensamiento
sobre el sacerdocio católico y eso hoy tiene mucha actualidad.
Han pasado cinco siglos y en el umbral del siglo XXI la «barca de Pedro» se
ve sacudida por graves escándalos sexuales del clero, por una sociedad que
vive ya de espalda a Dios y por una cultura que reniega de sus raíces cristianas.
Al igual que en tiempos del apóstol de Andalucía, la Iglesia tiene que responder
a difíciles retos, cuya superación pasa por la santidad del clero.
Al abordar este estudio no nos mueve ningún afán de arqueología espiritual
o teológica, sino el convencimiento de que el Patrono del clero secular español,
su figura y escritos, continúa siendo un Maestro para los sacerdotes que han
de ejercer su ministerio en un mundo secularizado. Desde el principio decimos
que nos situamos ante un tema clásico, de siempre, y que es urgente y nece-
saria su recuperación en la espiritualidad sacerdotal de hoy. De hecho, su rela-
ción con la vida afectiva es abordada en la Instrucción de la Congregación para
la Educación Católica, que a este respecto dice: «el sacerdote, en efecto, re-
presenta sacramentalmente a Cristo Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia. Por
razón de esta configuración con Cristo, la vida toda del ministro sagrado debe
estar animada por la entrega de su persona a la Iglesia y por la auténtica caridad
pastoral. El candidato al ministerio ordenado debe, por tanto, alcanzar la madu-
rez afectiva. Tal madurez lo capacitará para situarse en una relación correcta
con hombres y mujeres, desarrollando en él un verdadero sentido de la paterni-
dad espiritual en relación con la comunidad eclesial que le será confiada»2.
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PARALELISMOS ECLESIALES
San Juan de Ávila (1499? - 1569) nace en Almodóvar del Campo (Ciudad
Real) y muere en la ciudad cordobesa de Montilla. Por sus venas corre sangre
de nuevos cristianos. Estudia en Salamanca y Alcalá. Tiene profesores como
Domingo de Soto en Artes y Juan de Medina en Teología. Heredero de muchas
concepciones teológicas del Medievo y de los predicadores populares tales co-
mo Vicente ferrer. Sin embargo, fue un hombre de vanguardia en su tiempo,
que lee y recomienda la lectura de Erasmo, aunque con cautela, antiluterano
convencido, pero que sabe llamar «hermanos conjuntos» a los que se separaron
de Roma. Y por si fuera poco, debelador de los engaños de los alumbrados.
Propulsor de la frecuencia de los sacramentos y de la lectura asidua de la Es-
critura. Amante de una espiritualidad litúrgica y de la oración mental. Será pro-
motor de múltiples iniciativas docentes y catequéticas para elevar la cultura de
«las gentes y eclesiásticos». Y como buen representante de la época no le fal-
tará la faceta de inventor de física y mecánica3.
ma 2005, 1. Pastores dabo vobis afirma: «El sacerdote está llamado a ser imagen viva de Je-
sucristo Esposo de la Iglesia… Por tanto, está llamado a revivir en su vida espiritual el amor
de Cristo Esposo con la Iglesia Esposa. Su vida debe estar iluminada y orientada también por
este rasgo esponsal, que le pide ser testigo del amor de Cristo como Esposo», PDV 22.
3. Cf. gARCÍA-VILLOSLADA, R., «La figura del Beato Ávila», Manresa 17 (1945) 255ss; DE
LA fUENTE, A., «El Beato Ávila, alma de la verdadera reforma de la Iglesia española», Semana
Avilista (1952) 231-250.
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cia de clérigos ignorantes, los tan conocidos «ordenados para Misas», y la rela-
jación de las órdenes religiosas. Para el Apóstol de Andalucía, la increencia y
todo tipo de males en los fieles derivan de la negligencia de los pastores, de quie-
nes se apacientan a sí mismos, buscan sus intereses y no cuidan de sus ovejas.
Sin la reforma del clero, es imposible la regeneración de la Iglesia.
En medio de este panorama, la Iglesia tiene que enfrentarse con los plan-
teamientos del humanismo renacentista, con la doctrina dogmática y disciplinar
que levantaba el «huracán de Lutero», como dice el P. garcía-Villoslada, junto
con los diversos focos de alumbrados y el Nuevo Mundo que había que evange-
lizar. A esos males ¿qué respuesta hubo entonces? Dice Herbert Jedin que la
de «Trento vendría a significar una respuesta interesante pero tardía». Por ello,
prestigiosos historiadores no dudarán en presentar a San Juan de Ávila como fi-
gura insigne de la verdadera reforma española marcada por el elemento espiritual
que incide en el cambio de vida del clero y en la reforma de las estructuras, cuyo
movimiento es de «adentro hacia fuera». Ciertamente que se adelanto a los tiem-
pos y tuvo su importante repercusión en el aula conciliar de Trento y en la espi-
ritualidad sacerdotal posterior. Un sacerdote que vivió tiempos de reformas, cam-
bios culturales y concilio bastante similares a los nuestros, ha de dar mucha luz
en la búsqueda de la identidad espiritual del sacerdote que ha de ejercer su mi-
nisterio en esta sociedad plural y secular del siglo XXI.
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Dejemos ahora hablar al Maestro Ávila para que nos diga cómo ha de ser el
sacerdote de todos los tiempos capaz de superar los momentos de tribulaciones
cultural, social y eclesial que estamos pasando.
Toda la vida sacerdotal arranca del significado que tiene la encarnación del
Verbo. Es aquí donde el sacerdocio de Cristo aparece como unos desposorios
con la humanidad para que, por «amor y sacrificio», ésta sea agradable al Pa-
dre. De esta manera, nuestro autor, explicita maravillosamente la entrega total
del Sumo Sacerdote Cristo a la misión encomendada por el Padre. De igual mo-
do, los sacerdotes por la participación en el sacerdocio de Cristo se han despo-
sado con la misión de «encaminar las ánimas para el cielo. Sicut misit me Pater,
et ego mitto vos»7. La vida del sacerdote está sellada por el sentido del misterio
de la encarnación del Verbo, ellos serán instrumentos de la gracia y de la san-
tidad que ha venido a comunicarnos el Dios Humanado. Y así, ellos (los sacer-
dotes) ofrecen su «fragilidad y Dios su grandeza»8.
4. Obras Completas de San Juan de Ávila, Nueva edición crítica, 4 vols., Madrid 2000-
2003. Citaremos de la manera siguiente: catalogación o título del escrito (si hay duplicidad se
indica entre paréntesis con cifra arábiga), luego con números romanos señalamos el volumen,
y, por último, la página en arábiga. Tratado sobre el sacerdocio, I, 917.
5. Tratado del amor de Dios, I, 951.
6. «El sacerdote, como Orígenes dice, es faz de la Iglesia; y como en la faz resplandece
la hermosura de todo el cuerpo, así la clerecía ha de ser la principal hermosura de toda la
Iglesia»: Tratado sobre el sacerdocio, I, 917.
7. Pláticas, I, 852; Cf. Carta 35, IV, 190.
8. Cf. Ib. 787- 788.
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todo trabajo que se tomare cerca de la reformación será de muy poco provecho,
porque será, o cerca de cosas exteriores, o, no habiendo virtud para cumplir las
interiores, no dura la dicha reformación por no tener fundamento»18.
De esa paternidad episcopal y presbiteral dimana la clave de la auténtica re-
forma del clero y del mismo pueblo de Dios, de tal manera que «cabeza y miem-
bros nos juntamos a una en Dios, seremos tan poderosos, que venceremos al
demonio en nosotros y libraremos al pueblo de los pecados… Así hizo Dios tan
poderoso el estado eclesiástico, que, si es el que debe, influye en el pueblo toda
virtud, como el cielo influye en la tierra»19.
Ahora bien, esa figura del sacerdote como padre, pastor, esposo y amigo de
la grey está repleto de elementos agapetónicos, ya que para Ávila, «todo es ne-
gocio de amor» y, por tanto, cuando los sacerdotes están «revestidos del amor»,
saben crear comunión a todos los niveles y hacen realidad «creciendo cada uno,
todos crecemos; y, aprovechando uno, todos aprovechan crecemos por la her-
mandad que todos tenemos»20.
En los años en torno a Trento, abundaban los escritos sobre el ejercicio del
ministerio y la santidad sacerdotal, como exigencia para una renovación ecle-
sial21. Como otros reformadores de su tiempo, en Ávila encontramos amplia-
mente tratada la santificación de los sacerdotes en el ejercicio de su triple fun-
ción que siglos más tarde se vería consagrado en el Vaticano II22. Desde la
teología de Cristo Sacerdote, Buen Pastor, va a ir explicado cada uno de los ofi-
cios del sacerdote, el cual no ha de actuar como «funcionario», sino que, con
«corazón de padre y madre», ha de apacentar a los fieles «en los pastos de
ciencia y doctrina… y aunque sea con derramar sangre y dar la vida, como hizo
Cristo, y dijo que éste tal es el Buen Pastor»23.
El eminente predicador de Andalucía se sentía llamado para una doble mi-
sión: «humillar al hombre y glorificar a Cristo»24. Esto lo realizará mediante el
ministerio de la Palabra, para ello será «pregonero», «mensajero», «notario» y
«embajador» del único misterio salvador que es Cristo Sacerdote. «Así como
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nos hizo hijos siendo Él Hijo, y sacerdote siendo Él Sacerdote, hízonos Él… pa-
labra viva y eficaz para dar vida a los que la oyeren»25.
Para el anuncio de tan gran Misterio, el predicador ha de estar «templado an-
tes de subir al púlpito», con particular «disposición y santificación», «pues el oficio
de predicador es de mayor peligro y pide mayor santidad»26. Porque no se «en-
gendra hijos con palabra pomposa y compuesta», más bien ofreciendo la vida a
Dios por aquellos que escucharan su «voz», cuyo «sonido» es el «amor vivido»27.
La espiritualidad sacerdotal avilista tiene un fuerte acento eucarístico; no en
vano, nuestro autor es conocido como el «apóstol de la eucaristía». Esto lo vemos
en el ejercicio de la paternidad sacerdotal en el segundo «munus». Su quehacer
como «un buen padre de una familia» es «amansar a Dios cuando estuviese eno-
jado con su pueblo»28, mediante «la oración santa y el consagrar y ofrecer el cuer-
po de Jesucristo»29. Por ello, es un oficio que pide «particular trato y amistad»
con el Señor como «ejercicio, costumbre, apartamiento de cuidados y santidad
de vida»30. A pesar de esta insistencia en la santidad de los ministros, Ávila afirma
que la gracia no depende de los «administradores de las cosas santas», pues
«estaría en gran manera incierta la Iglesia, si hubiera de estar atada a saber si el
ministro estaba en gracia o no, para hacer lo que su oficio demanda»31. El «amor
del buen Padre Dios» está por encima de las deficiencias de sus ministros.
El deber de orar por los hombres no sólo deriva de la particular configuración
con Cristo Sacerdote, sino también en cuanto el presbítero ha sido constituido
en «atalaya» y «ojos de la Iglesia». De ahí que su «oficio sea llorar los males
que vienen al cuerpo»32. Es decir, todas las preocupaciones y problemas de los
«espirituales hijos» son asumidos por el «corazón de madre de los sacerdotes»33.
La función de «ordenar y gobernar» a la grey es un servicio ante todo en la
caridad. Por ello dirá: Sacerdotes, «mirad las pisadas del pastor» porque «las
veces tenéis de Aquél que, por ser Buen Pastor, murió por el pro de sus ovejas;
pareced en el amor a Él, pues parecéis en la dignidad»34. Cristo es la «caridad
del Padre» que «ha trasplantado esta caridad del cielo a la tierra»35. La caracte-
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rística del pastoreo de Jesucristo es el amor sin medida, en cuanto que es «co-
razón del Padre» y ha sido constituido en «Médico y Pastor amoroso» que, con
«el rocío de su gracia», «obra en sus ovejas todo lo que obró por las calles, pla-
zas y templo de Jerusalén… sanando lo enfermo, esforzando lo flaco, guardando
lo sano, buscando lo perdido y trayéndolo al rebaño». «Este Señor, por ser Dios,
es dueño de las ovejas, pues las crió con el Padre y con el Espíritu Santo. Y llá-
mese siervo del Padre en cuanto hombre, porque le sirvió y obedeció en la obra
de la Redención de los hombres»36. Ésta es la caridad que deben encarnar aque-
llos que han recibido de la Iglesia la misión de «apacentar el rebaño de Cristo».
Para ello se requiere en el pastor «ferviente y eficaz oración y también santi-
dad»37. Esta tarea ha de llegar a todos, pero especialmente a los más pobres
porque no derramó Cristo su sangre «más por el rico que por el pobre, ni por el
rey que por el esclavo; igualmente derramó la sangre por todos»38.
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posado» en pobreza, castidad y obediencia, «de tal manera que, de día y de no-
che, todos sus pensamientos, amor y deseos no se ejerciten sino en Cristo»42.
Así, como Dios se entregó totalmente a la humanidad, el sacerdote ha de estar
consagrado enteramente a «las cosas santas» y «al bien de las ánimas».
El presbítero es verdaderamente pobre como Cristo cuando es de «hecho y
de corazón»43, cuando su elección de las personas y de las cosas no ha sido
según los cánones del mundo44. La pobreza, tanto personal como comunitaria,
será para Ávila un arma para enfrentarse a las herejías de su tiempo y a la vez
un estímulo para todos «a ser santos como el Padre celestial es Santo»45.
El celibato y la castidad son «dádiva graciosa de Dios»46 que viene reclamada
por la novedad del sacerdocio inaugurado en Cristo. Son requeridos no solamen-
te por la relación con la Eucaristía, sino también por la misión, porque «mal po-
drían militar a Dios y a negocios seculares… , ¿qué harían si cargasen de los
cuidados de mantener mujer y hijos, casarlos, y dejarles herencia?»47.
Mientras que el voto de castidad «limpia el corazón de la afición carnal», la
obediencia «limpia el alma de las desordenadas aficiones espirituales»48. Las re-
laciones de obediencia en la Iglesia están marcadas por la caridad «pues prela-
dos con clérigos son como padres con hijos y no señores con esclavos»49. «Por-
que el mandar es cosa fácil y sin caridad se puede hacer; mas llevar a cuestas
flaquezas ajenas con perseverante corazón de las remediar e hacer fuerte al que
era flaco, pide riqueza de caridad»50. Por parte del sacerdote a su obispo ha de
haber «humildad» y «buen obedecer». Pues para que haya «un buen obedecer»
ha de haber «unos superiores que trabajen para que sus súbditos sean tales»51,
ya que «quien a hombres ha de regir, más que hombre ha de ser»52.
42. Cartas 224, IV, 715. Siguiendo la línea patrística (Ireneo, Cipriano, Ambrosio…) pedirá
una amplia gama de virtudes (simplicidad, esperanza, caridad…), pero sobre todo en la pure-
za: inocencia, conciencia pura, conducta íntegra e intachable, limpieza de alma y cuerpo.
43. Cf. Carta 224, IV, 715-716.
44. «Por cierto, hermanos, si lo que el mundo escoge es lo mejor, Jesucristo se engañó
y escogió lo peor. Él no puede ser engañado… pues Él no puede errar y escogió la pobreza,
trabajos y cruz, que aquello es lo mejor, y lo contrario, por mucho que el mundo elija y lo apre-
cie, es lo peor»: Sermón 71, III, 976.
45. Cf. Reformación del estado eclesiástico, II, 500-502; Causas y remedios de las here-
jías, II, 608-612. Trento no olvidó el tema de la pobreza de los eclesiásticos que tanto preocupó
a nuestro autor. Así en el primer canon de reforma (18 de noviembre de 1563), se trató la in-
fluencia positiva que la austeridad de vida de los pastores ejerce en los fieles: CT 9, 1033.
46. Audi filia (1), 1, 415.
47. Causa y remedios de las herejías, II, 608-612.
48. Carta 224, IV, 721.
49. Reformación del estado eclesiástico, II, 487.
50. Ib., II, 487.
51. Ib., II, 486.
52. Carta 11, IV, 73. En esta interesante carta acerca del ejercicio de gobernar dice en
otro lugar: «El oficio público cruz es, y desnudo de todos los afectos propios y vestido del amor
de los muchos ha de estar el que en esta cruz hubiera de subir, para imitar al Hijo de Dios y
que su cruz sea provechosa para sí y para los otros» (Ib., 77).
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Juan de Ávila es un hombre de matices que hay que saber descubrir en sus
escritos para no caer en valoraciones reduccionistas. Su concepción del sacer-
dote está fuertemente vinculada a la eclesiología, cosa que para algunos autores
falta en Trento a la hora de abordar el sacramento del Orden. Así, solamente
desde la primacía del amor en la vida cristiana y sacerdotal, es como se adquie-
re el verdadero sentido de Iglesia, y se entiende en su justo término las normas
o consejos ascéticos de nuestro autor.
… porque hay una Compañía, la cual llamamos Iglesia, en la cual todos los bienes
son comunes… tienen fundamento que son los apóstoles… Tienen capitán, que
es Jesucristo… , llamase también esta Compañía Cuerpo… , nunca crece la Igle-
sia sino en caridad… A esto vino el Hijo de Dios del cielo, a trasplantar esta caridad
del cielo a la tierra53.
Por eso mismo, no podemos olvidar que la paternidad espiritual del sacerdote
se da en el seno de una comunidad llamada Iglesia. En toda circunstancia y en
la actualidad mucho más, la Iglesia resulta incómoda al mundo porque ésta lla-
ma a los hombres a la verdad y recuerda que ninguna forma de poder puede
ser la respuesta adecuada a las exigencias más profundas del corazón humano.
Los sacerdotes son los predicadores de la verdad de Cristo frente a la mentira
del mundo, por eso mismo ellos son en muchos casos los primeros que reciben
el rechazo de esta «sociedad sin padre». Ellos, por el sacramento del orden,
han sido constituidos en servidores de la paternidad de Dios y de la maternidad
de la Iglesia. Por eso para el Maestro Ávila hay que vivir el sacerdocio en clave
del verdadero discipulado donde: «ningún siervo es superior a su señor. Si el
mundo os odia, recordad que primero me odió a mí. Si pertenecierais al mundo,
el mundo os amaría como cosa propia; pero yo os elegí y os saqué de él, por
eso el mundo os odia» (Jn 15, 18-20), pero «¿quién es el que vence al mundo,
sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Todo el que ha nacido de Dios
vence al mundo; y ésta es la fuerza victoriosa que ha vencido al mundo: nuestra
fe» (1 Jn 5, 4-5). La dimensión eclesial de la espiritualidad sacerdotal avilista es
una consecuencia lógica de su marcado cristocentrismo. La «repraesentatio
Christi», como ya hemos dicho, no es un privilegio personal, sino que ha de
estar integrada en el cuerpo social de la Iglesia54. De ahí, que «oficio público te-
néis, no tengáis corazón particular… No es el pueblo ordenado para vuestro
provecho, mas vosotros para el del pueblo»55.
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56. Cf. Sermones 35-37, III, 429-512; Pláticas, I, 855-862; Advertencia al concilio de To-
ledo, II, 717-722; Cartas 217 y 233, IV, 689; 745-747; Advertencia al Concilio de Toledo, II,
721-722; Miscelánea breve, II, 861-865; Causa y remedios de las herejías, II, 600-603; Ser-
mones 35 al 37, III, 429-512; Causas y remedios de las herejías, VI, 170-171; Reformación
del estado eclesiástico, II, 510; Causas y remedios de las herejías, II, 597-598; Cartas 11 y
179, IV, 83-84; 593-595; Causas y remedios de las herejías, II, 578-588; Advertencia al Concilio
de Toledo, II, 688-689; Causas y remedios de las herejías, II, 599-601.
57. Véase Tratados de reformas; Carta 1, IV 5-14. Cf. gALLEgO PALOMERO, J.J. Sacerdocio
y oficio sacerdotal en San Juan de Ávila. Córdoba 1988, 227-229; DEL CAMPO gUIRALTE, M.,
«San Juan de Ávila, catequista», Toletana 10 (2004) 119-124.
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64. «Pues, cuando nosotros entendamos que está sobre nuestros hombros la carga de
nuestros pecados… y la de nuestro pueblo, y, la de todo el mundo, entonces comenzaremos
a sentir qué cosa es sacerdote», Pláticas, III, 392.
65. «Los que predican reformación de Iglesia, por predicación e imitación de Cristo cru-
cificado lo han de hacer y pretender», Pláticas III, 409-410; Cf. Audi filia (2), I, 750; Lecciones
sobre 1 S. Juan (1), IV, 237-251; DE VILLAR, B. La abnegación en los escritos del Beato Juan
de Ávila, Madrid 1959.
66. Causas y remedios de las herejías, VI, 94.
67. Cf. Ib., 108. 144-166.
68. Pláticas, I, 794-795.
69. Sermón 73, III, 994; Cf. Pláticas, I, 852; Cartas 178, IV, 591.
70. Cf. Sermón 81, III, 1084-1085; Pláticas, I, 899; Cartas 182, IV, 601.
71. Cf. Sermones 60, 62, 75, III, 801, 822, 1001.
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