+lola Toro - Los Besos de Candela
+lola Toro - Los Besos de Candela
+lola Toro - Los Besos de Candela
Derechos de autor
LOS BESOS DE CANDELA
DEDICATORIA
Primera parte
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
SEGUNDA PARTE
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
TERCERA PARTE
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
CAPÍTULO 46
CAPÍTULO 47
CAPÍTULO 48
CAPÍTULO 49
CAPÍTULO 50
EPÍLOGO
NOTA DE LA AUTORA
LOS BESOS DE CANDELA
LOLA TORO
DEDICATORIA
CANDELA
CANDELA
Me pasé el resto del día mirando la puerta cerrada que estaba tras mi mesa y
agradecí que él no me hubiese despedido todavía, o eso esperaba. Me lo
habrían dicho, ¿no?
Había pasado todo el día esperando que me llamaran de recursos
humanos diciéndome que no había superado el primer día de trabajo, ni
siquiera había querido salir a comer con Magda y le pedí que me trajese un
sándwich de la cafetería, ya que quería acabar el informe de la reunión de
esa mañana. Aunque mi estómago se retorcía de manera dolorosa por los
nervios.
Me quedé sola en la oficina cuando todos los demás se fueron al acabar
la jornada laboral y me encontré apretándome las manos de manera
nerviosa antes de coger el valor y llamar a su puerta para decirle que, si no
necesitaba nada más, me marchaba a casa yo también. No tenía sentido
alargar más ese suplicio. Si me iba a despedir era mejor saberlo cuanto
antes.
Había cogido el bolso y me estaba dando valor mental para llamar a la
puerta cuando esta se abrió de repente y él me miró unos segundos antes de
decirme un escueto:
—Entra.
Lo seguí en silencio y me quedé mirando su ancha espalda mientras él
miró unos segundos las luces de la ciudad por el ventanal que había tras su
escritorio. Se había quitado la chaqueta y aflojado la corbata, y llevaba las
mangas de la camisa almidonada remangadas hasta los codos. Tenía el
portátil encendido sobre el escritorio y otra pantalla de ordenador a su lado
con unos gráficos sobre los que parecía haber estado trabajando hasta ese
momento.
—Contéstame a una sola pregunta —me dijo con seriedad sin volverse a
mirarme.
Tragué saliva y lo miré sin amilanarme.
«Allá vamos» «Ahora era cuando me despide» pensé, tan nerviosa que
no podía controlar el temblor de mis manos.
—¿Por qué te acercaste anoche a mí?
Se volvió para mirarme y clavó sus ojos claros en los míos para intentar
averiguar si pensaba mentirle.
¿Cómo podía decirle que me gustó su manera de mirarme? Era un
hombre que irradiaba confianza en sí mismo y esos hombres solían ser
buenos en la cama. No me equivoqué en ninguna de mis teorías.
Que era bueno en la cama me lo recordaba mi sexo, que me había
dolido todo el día mientras estaba sentada.
Mi abuela me dijo una vez que, si no te dolía el coño después de una
buena sesión de sexo, era porque el polvo no había merecido la pena. Y el
tiempo, a ella, siempre le había dado la razón. Incluso anoche.
—¿Qué puedo decirle? —le dije mirándolo a los ojos con valentía.
Porque había que reconocer que decirle a tu jefe que lo habías elegido
para follar porque tenía pinta de saber hacerlo bien, no era cosa de
cobardes.
—Quiero la verdad. ¿Sabías quién era?
Abrí los ojos sorprendida ¿Cómo podía ser tan gilipollas?
—Por supuesto que no —le dije muy digna —. ¿En qué cabeza puede
caber que elija follarme a mi jefe, al que tengo que ver todos los días?
Necesito este trabajo —le dije antes de darme cuenta de mis palabras—, y
creo que no hay un motivo más surrealista que te despidan porque tu jefe se
ha corrido en tu boca.
Por un segundo creí ver un atisbo de sonrisa en su perfilada boca de
labios sexis.
—Entonces, ¿por qué yo?
¿De verdad esperaba que le contestase a eso? Noté cómo el calor subía
por mi cuello y sentía que la punta de mis orejas me ardía, así que imaginé
el color que debía tener mi rostro.
Odiaba mi manera de sonrojarme tan escandalosa, y lo peor de todo era
que me solía pasar bastante a menudo.
—Estoy esperando. —Levantó un poco la voz y yo me sobresalté—,
deberías saber que no me gusta que me hagan esperar.
De pronto recordé que la noche anterior también me había dicho que le
gustaba que las mujeres le obedecieran en el sexo.
—Estaba solo —dije por si ese motivo le valía—, y anoche no me
apetecía demasiada gente en la cama.
—Había más hombres solos —me recordó Dimas. Era un hombre muy
conocido en el mundo de los negocios. Todo un lobo de wall Street si
estuviésemos en Nueva York, claro estaba.
—¿Qué puedo decirle? —le dije sonriendo de repente por lo surrealista
que me parecía todo—, tengo debilidad por los pelirrojos. Si vas a
despedirme lo entiendo —dije con seriedad de repente, tuteándolo—. Me da
mucha rabia haber tenido tan mala puntería anoche.
Y no me di cuenta de que, al parecer, había dicho esas palabras en voz
alta.
Dimas no apartó los ojos de mi cara, que aún seguía de un rojo
encendido que, al parecer, le resultaba encantador.
DIMAS
CANDELA
Me erguí aún más para intentar llegar a su altura, cosa imposible porque era
algo más alto que yo, aun con mis tacones, para intentar contestarle como se
merecía.
¿Cómo se atrevía a dudar de mi discreción? ¿Acaso pensaba que iba por
ahí contándole a todo el mundo con quién me acostaba por la noche?
—Por supuesto que soy discreta —le dije, mirándolo con furia—.
Espero que no le guste jugar al parchís —le solté sin pensarlo demasiado.
Me miró sin entender el comentario.
—Los hombres soléis follaros a una mujer y contar veinte —le aclaré
ante su cara de disgusto por mi comentario.
—Márchate a casa y mañana intenta ser puntual —ordenó, cogiendo su
chaqueta para ponérsela mientras apagaba el ordenador.
—¿No va a despedirme? —No pude evitar la pregunta.
—¿Por chupármela como nunca me la habían chupado? No. Quédate
tranquila. Pero te estaré vigilando con lupa a partir de hoy.
Me sonrió en venganza por mi comentario, sabiendo que me sonrojaría
aún más. Sentí cómo me volvía a poner más roja todavía y su sonrisa se
intensificó.
—Será mejor que olvidemos lo sucedido —le dije, dirigiéndome a la
puerta para marcharme.
—No creo que pueda olvidarme de tu boca en mi polla, ni del sabor de
tu coño —me dijo con seriedad —, de hecho, creo recordar que tenemos
una cita el sábado que viene en el mismo sitio. No faltes.
CAPÍTULO 3
CANDELA
CANDELA
CANDELA
Intenté concentrarme en el italiano que tenía metido entre las piernas. Tenía
una boca que había conseguido arrancarme algunos estremecimientos de
placer por lo bien que se le daba el sexo oral, pero reconocí que la decisión
que había tomado de meterme en ese reservado con él, en vez de con quien
había quedado, Dimas, no me dejaba concentrarme en lo que estaba
haciendo, o me estaban haciendo, para ser más exactos.
Dejad que os cuente lo que pasó.
Me había pasado todo el sábado con algo de resaca por el vino que me
bebí, y después de levantarme en casa de Magda, cuando aún dormía, y
desayunar con Peter mientras hablamos de cosas triviales, me había
marchado a mi casa donde el exceso de energía por los nervios de lo que me
esperaba esa noche, me había tenido todo el día haciendo limpieza a fondo.
¡No podía evitarlo! ¡Los nervios me daban por limpiar!
Tenía tantas dudas de lo que hacer esa noche sobre asistir o no a la cita
con Dimas, que decidí salir a correr por El Retiro, cosa que hacía muy
pocas veces. Hacer ejercicio intenso no era lo mío, pero era incapaz de
quedarme quieta cinco minutos mientras veía el tiempo pasar con lentitud.
Pensar en él, en su cuerpo atlético vestido siempre con esos trajes
hechos a medida que no conseguían ocultar lo que guardaba debajo… Sus
ojos del color del caramelo líquido y ese pelo y barba casi pelirrojos no se
borraban de mi cabeza. Era un hombre impresionante, que irradiaba
testosterona por cada poro de su piel. Olía para morirse y follaba como me
gustaba a mí el café: caliente e intenso. Se me hacía la boca agua cada vez
que pensaba en él.
Su voz grave y sexi hablando en mi oído… conseguía que mi sexo se
humedeciera casi de inmediato.
No podía negar lo mucho que deseaba volver a sentir su lengua en mi
coño y su voz gimiendo en mi oído… Necesitaba volver a follármelo,
quizás así conseguiría dejar de pensar en él.
Ya que me había asegurado que no iba a mezclar el sexo con el trabajo,
estaba dispuesta a darle una oportunidad y que me lo demostrara.
Me vestí con medias de seda y con un vestido de tirantes, muy corto y
rojo, con un escote en la espalda que me llegaba hasta la cintura. Me subí a
mis tacones, también rojos, que siempre me daban seguridad. Me maquillé
con cuidado, algo que no solía hacer a menudo porque reconocía tener un
cutis que no necesitaba demasiado maquillaje y porque nunca me levantaba
con tiempo suficiente para poder maquillarme por las mañanas, todo había
que decirlo.
Me recogí el pelo en una cola de caballo, como solía hacer siempre, el
pelo suelto en el sexo no era demasiado práctico para ir a sitios como ese.
Me puse mi abrigo de paño del mismo color rojo que el vestido y me puse
en marcha. No me sorprendió que, al entrar en el local con música ambiente
y luces atenuadas, fueran ya las doce de la noche casi en punto.
Saludé al portero con la cabeza y me guiñó el ojo con una sonrisa
abriéndome la puerta.
Dejé el abrigo en el guardarropa y me guardé la ficha en el bolso. Me
acerqué a la barra a pedirme una copa.
Cuando me volví para ver lo concurrido que estaba el local esa noche,
me quedé sorprendida cuando vi a una mujer rubia de unos treinta y pocos
años, igual que yo, que se acercó a la barra completamente desnuda, solo
con las zapatillas de baño que daban con la taquilla para dejar la ropa,
cuando ibas al jacuzzi.
No tenía ningún complejo con mi cuerpo, de verdad que no, pero había
que echarle un par de narices pasear por la sala de un bar, a por una copa,
estando completamente desnuda, sin importarte las miradas de curiosidad
que atraía sobre tu cuerpo, tanto de hombres como de mujeres.
La mujer en cuestión, tras pedirse una copa se acercó a hablar con
Dimas, que estaba en un extremo de la barra vestido con traje y camisa
oscura, pero sin corbata. Estaba elegantemente vestido completamente de
negro, como un caballero oscuro…y pelirrojo, que supuse que había tenido
una cena formal antes de venir aquí. La rubia comenzó a hablar con él y
Dimas le contestó, sonriendo, a lo que fuera que le había preguntado.
No sé si me había visto llegar o no, porque no lo vi cuando pasé por ese
lado de la barra, pero algo se me retorció dentro cuando lo vi seguirla al
interior del local sin dirigirme ni una sola mirada.
Me quedé boquiabierta al verlo irse con ella al pasillo de las
habitaciones y me volví hacia la copa que había dejado sobre la barra sin
poder evitar la vergüenza de que hubiese pasado de mí para irse con la
rubia, aunque nadie de allí supiera que se suponía que tenía una cita
conmigo. Me bebí lo que me quedaba en la copa pensando en marcharme a
casa, ya que de repente se me había quitado el calentón que traía. Un
hombre se colocó junto a mí en la barra y me volví a mirarlo, algo
decepcionada de que no fuera Dimas, y un rubio bastante cachas con los
ojos verdes me sonrió y me preguntó con acento italiano si quería entrar con
él en un reservado. Por unos segundos me planteé negarme y marcharme a
casa, pero en el último momento decidí aceptar y lo seguí por el pasillo por
donde minutos antes había desaparecido Dimas.
El lugar parecía estar bastante concurrido esa noche, porque solo
encontramos una habitación de las que eran para grupos y que ni siquiera
tenía puerta, ya que estaba pensada para que la gente que quisiera pudiera
verte manteniendo sexo. No me apasionaba especialmente que me mirasen
mientras mantenía relaciones sexuales, pero, en definitiva, esa noche estaba
estropeada ya, así que no puse pegas para entrar allí. Cuál no fue mi
sorpresa cuando vi a Dimas dirigirse hacia donde iba a entrar con el rubio,
con cara tan seria dirigirse hacia mí, que no supe bien porqué, me paré en la
puerta de la habitación a esperarlo.
—¿Dónde se supone que vas?
Observé su rostro serio y sus ojos miraron un segundo dentro de la
habitación para volver a mirarme con frialdad al comprobar que ya había
elegido acompañante esa noche.
—Pensé que te habías ido con la rubia —le aclaré, algo turbada por la
mirada intensa que me había echado al verme con otro hombre.
—He quedado contigo, Candela —me susurró enfadado—. Había
entrado un minuto con la rubia por algo que me había dicho, pero no
pensaba liarme con ella.
¡Vaya metedura de pata! ¿Y ahora qué le digo al rubio?
—Pues siento la confusión —le dije en un susurro, porque el italiano me
estaba mirando desde la habitación con curiosidad, preguntándose con
quién estaba hablando en la puerta.
—Dile que has cambiado de opinión —me soltó recorriéndome el
cuerpo con ojos hambrientos.
—No puedo hacer eso —le susurré apurada.
—Llevo toda la semana esperando este momento, Candela —me
recordó de nuevo, intentando hacerme cambiar de opinión.
—Puedes entrar con nosotros —le dije en voz baja.
—Esta noche te quiero para mí solo. No quiero compartirte con ningún
otro.
Y como no sabía muy bien cómo solucionar el tema sin molestar al
italiano, decidí ignorar lo que mi cuerpo me pedía, que era irme con él, a
dónde quisiera llevarme.
¡Quizás fuera mejor así!
—Pues lo siento, pero ya tengo compañía.
Entré en la habitación y entonces vi que la rubia, que aún seguía
desnuda, se le echó encima y lo abrazó para intentar llevarlo consigo a la
sala grande donde estaba el jacuzzi. Esta vez, sin volver a mirarme, se fue
con ella, yo dejé de pensar en él y decidí concentrarme en mi acompañante
de esa noche que ya se estaba quitando la ropa.
Tras ponerle un condón al rubio lo animé a que se tumbara en la cama y me
puse a horcajadas sobre él para clavarme poco a poco en su polla. Gemí
cuando la tuve metida hasta el fondo y me mantuve unos segundos
disfrutando de sentirme llena por entero. Estaba arrodillada de cara a la
puerta, dándole la espalda al italiano y cuando comencé a moverme sobre él
me sorprendí al ver aparecer a Dimas, desnudo como Dios lo trajo al
mundo, y se quedó en la puerta viéndonos a nosotros mantener sexo.
No tenía ni idea de lo que había hecho con la rubia con la que estaba,
pero su sexo hinchado y erecto me indicó con claridad el deseo que sentía
en ese momento.
Aunque no me gustaba especialmente que me vieran mientras follaba,
verlo allí quieto, comiéndome con la mirada, me estaba poniendo muy
caliente y comencé a moverme con más intensidad para sentirlo más dentro
de mí y no pude evitar fantasear de que era él quien me estaba follando sin
descanso.
El italiano comenzó a gemir por mi cabalgada intensa y supe que no iba
a durar mucho más sin correrse, así que cerré los ojos para dejarme llevar y
conseguir tener mi segundo orgasmo de la noche, hasta caer rendida sobre
la cama, apartándome de él, que se levantó y se quitó el preservativo tras
darme un beso en la espalda antes de desaparecer en el baño.
—¿Quieres unirte a nosotros? —le pregunté a Dimas al verlo aún
asomado a la puerta.
Él me miró con intensidad, preguntándome en silencio si quería que se
uniera a la fiesta y sentí mi sexo palpitar de anticipación al saber lo que me
esperaba.
Lo animé con la cabeza y le tendí la mano. Él entró en la habitación
mientras del baño salía el italiano con la esponja y el agua para lavarme las
zonas íntimas de nuevo. Por la mirada que le echó al pene de Dimas
imaginé que también le gustaban los hombres. Se me vino una imagen a la
cabeza que me hizo gemir de anticipación.
—Me gustaría haceros una petición —les dije a los dos hombres cuando
acabé de asearme.
—¡Tú dirás! —me dijo el italiano—. Eres una diosa del sexo y esta
noche estoy a tu entera disposición.
Miré a Dimas, que elevó una ceja preguntándome con la mirada qué me
traía entre manos.
—Lo que quieras —me susurró.
—Quiero ver cómo le das placer a él —señalé a Dimas, que abrió los
ojos, sorprendido, y el rubio le miró la polla erecta y se relamió con una
sonrisa.
—Encantado.
DIMAS
Debería haberme quedado con la rubia que me había estado chupando la
polla bastante bien, pero no podía quitarme de la cabeza que Candela estaba
a solo unas habitaciones de distancia divirtiéndose con otro hombre. No
había podido correrme todavía, pero al acercarme a la habitación de ella y
oír el sonido de unos cuerpos follando y saber lo que me iba a encontrar, me
había puesto tan duro que comenzaron a dolerme las pelotas por la tensión.
Me quedé en la puerta mirándolos y al verla allí desnuda,
despreocupada de quién podía verla y disfrutando del sexo sin complejos ni
culpas, decidí entrar con ellos y unirme a la fiesta. No pensaba marcharme a
mi casa sin follármela esa noche. Había estado toda la puta semana
imaginándome como me la iba a follar allí mismo en la oficina, sobre mi
mesa, o en el suelo, que había tenido que hacerme una paja todas las noches
antes de poder irme a dormir.
Todas las noches de toda la maldita semana, así que ahora que la tenía
allí mismo, desnuda y dispuesta, no iba a permitir que el mal humor que me
había entrado al verla entrar con otro al reservado me estropeara la noche de
sexo que pensaba tener esa noche.
¿Y ahora me pedía que tuviera sexo con otro hombre?
La miré sin entender bien a dónde quería llegar. Nunca me había follado
a un hombre ni me llamaba la atención y no era esa la idea que tenía en
mente esa noche, pero por la mirada que me dirigió el rubio entendí lo que
quería que hiciéramos.
Me la quedé mirando y pude ver en sus ojos… ¿Qué? ¿Diversión? Noté
sus pezones erectos y sus pupilas dilatadas, y me di cuenta de que era
morbo lo que le daba la petición. Dejar que otro hombre me chupara la
polla sería algo totalmente nuevo para mí.
¿Por qué no? Decidí de repente que haría lo que fuera esa noche si
luego me dejaba a mí hacerle lo que quisiera.
—Pero luego harás lo que queramos —le advertí sin quitarle la vista de
encima.
Ella asintió, se relamió por la anticipación y mi polla dio un salto en
respuesta.
¡Sí, sin lugar a duda, Candela me ponía muy caliente! Iba a disfrutar
mucho follándomela de todas las maneras que se me antojaran.
El italiano se sentó en la cama y me tendió la mano para que me
acercara a él. Lo hice con gesto serio. Me lavó la polla con agua templada y
la secó con cuidado antes de besarme la punta.
Cerré los ojos y me concentré un poco en las sensaciones. Si no veías
quién te acariciaba podías imaginar que era una mujer quien lo hacía, pero
saber que era un hombre lo hacía aún mucho más morboso
—Tienes una polla preciosa —me dijo el italiano antes de bajar a
lamerme los testículos con la lengua.
Mi erección se acentuó aún más y coloqué las manos en mis riñones
porque no sabía bien dónde ponerlas.
«Luego me vengaré de ti por esto, Candela» pensé.
—Mírame —oí decir a Candela en un susurro.
Abrí los ojos y los clavé en ella, que estaba sentada con las piernas
cruzadas como los indios, justo a mi lado. Desde mi altura poda ver su sexo
depilado, brillando por la humedad y un poco hinchado por la excitación.
Saber que luego yo iba a poder comerme ese exquisito manjar me hizo
soltar un gemido.
El otro hombre comenzó a pasarme la lengua por el glande,
estimulándomelo un poco y mi polla saltó para intentar colarse en su boca.
¡Dios, las sensaciones comenzaban a ser increíbles! Estaba totalmente
excitado por verla a ella así, desnuda y abierta para mí, y eso hacía que mi
polla estuviese mucho más receptiva a la boca del otro hombre que al
parecer no era la primera vez que chupaba una, porque sabía bien lo que
hacía.
Cuando se metió en la boca más de la mitad y subió acariciándomela
con la lengua tuve que mover mis caderas para recrearme más en la
sensación.
—Más adentro —le pedí sin pudor alguno.
El italiano sonrió, lascivo, pero se obligó a metérsela entera, hasta el
fondo de su garganta para chuparla por entero hasta sacarla de nuevo. Yo
gemí en respuesta y él repitió el proceso.
—¿Te gusta? —me preguntó ella fascinada por lo que estaba viendo.
—Me encanta. —Tuve que reconocer que era verdad.
No sabía bien por qué, si porque ella me miraba, por el morbo de que
me estuviese chupando la polla un tío o por todo un poco, que estaba tan
excitado que podría llegar a correrme sin demasiado trabajo.
Cuando el italiano aceleró el ritmo tuve que cambiar de opinión
pensando que no me costaría tanto correrme si seguía haciendo un trabajo
tan bueno. Comencé a mover las caderas para adentrarme por completo en
su boca y llegar hasta la garganta, y él empezó a acariciarme los testículos
para animarme a correrme. Comencé a gemir sin control y a bombear
mucho más fuerte. Le sujeté la cabeza con las manos para ayudarlo a
marcar el ritmo que estaba imponiendo y con el que sentía que podía
correrme. Sabía que le estaban dando arcadas de metérsela tan adentro, pero
como no hizo nada por evitarlo aumenté el ritmo sintiendo el conocido
cosquilleo en las pelotas antes de correrme.
Candela había abierto las piernas y comenzó a masturbarse sin perder
detalle del placer que se debía estar reflejando en mi cara por la felación
que me estaban haciendo.
Oí ruidos en la puerta y miré un poco sorprendido de encontrarme a dos
hombres que se estaban masturbando mientras veían cómo me la estaban
chupando a mí.
Esa imagen me llevó al límite.
—¡Voy a acorrerme! Dios…, me corro —avisé al hombre desesperado
por si quería soltarme antes de que eyaculase en su boca. Pero, para mi
sorpresa, me agarró del culo y me sujetó para que no pudiera moverme.
Comencé a vaciarme en su boca entre gemidos de placer.
—Sí… Sí… Dios…, sí.
El italiano se enganchó a mi glande y se puso a absorber como si
mamara de un biberón, lo que hizo que me vaciase aún más en su boca…
Una vez y otra hasta que ya no me quedó más semen que echar. Oí los
gritos de éxtasis de los hombres que había en la puerta y vi cómo se corrían
también los dos, casi sincronizados conmigo.
¡Joder, qué gusto! Había eyaculado un cubo de semen.
El italiano por fin me soltó y se relamió los labios por los que se le
había derramado algo de semen.
—Exquisito —me dijo y me dio un último beso en la punta de mi polla
que estaba semi erecta todavía, señal inequívoca de que no estaba ni mucho
menos satisfecho sexualmente.
—Ni se te ocurra correrte —avisé a Candela.
Me acosté en la cama para meterme entre sus piernas y comenzar a
comerle el coño, que tenía húmedo y resbaladizo por el deseo.
«¡Esto sí que es un manjar!» pensé antes de centrarme en su clítoris y
arrancarle un grito de placer.
La noche iba a ser muy larga y a mí me había entrado mucha hambre.
CAPÍTULO 6
CANDELA
No sé cómo lo hacía, pero por más que lo intenté el lunes no conseguí llegar
en hora a la oficina, y eso que solo tenía que coger un autobús para llegar al
inmenso edificio donde estaban las oficinas de la constructora. No me
preocupa demasiado llegar tarde porque sabía que el jefe estaba en una
reunión en el Ayuntamiento de Madrid toda la mañana. Luego tenía una
comida de negocios y otra reunión por la tarde con unos futuros clientes y
así iba a estar todo el día.
¡Menos mal! Me gustaba estar en la oficina sabiendo que no iba a
encontrármelo en cualquier sitio ni que tenía que entrar en su despacho diez
veces al día para recordarle la agenda.
No podía dejar de pensar en él, y menos después de lo sucedido en el
local el sábado por la noche. Aún se me aflojaban las piernas cuando me
acordaba.
—¿Quieres que te lleve a casa?
Nos habían dado casi las cinco de la mañana follando como conejos. Yo
había terminado sin poder tener más orgasmos. Totalmente agotada y
satisfecha, y él no parecía estar mucho mejor que yo, de hecho, le había
costado mucho llegar al quinto orgasmo de la noche.
Nos quedamos tumbados en la cama, exhaustos y desnudos. Él
bocarriba y yo tumbada de lado apoyada en su hombro, en una postura
muy íntima, ¡lo sabía! Pero estaba tan a gustito allí, acariciándole el pecho
desnudo y sus abdominales algo marcados, que no había querido quitarme
de ahí. Y a él no parecía molestarle demasiado que lo estuviese acariciando
de manera distraída.
Él, por su parte, me acariciaba la espalda mientras miraba mi rostro,
que no dejaba de observar lo guapo que era.
—He venido en taxi —le aclaré antes de decidir que era hora de
marcharme a casa.
—No voy a dejar que cojas un taxi a estas horas —me dijo sentándose
en la cama mientras yo cogía mi ropa y me iba al baño a ducharme para
irme.
—¿Te ofreces llevar a su casa a las mujeres con las que te acuestas
aquí? —Me volví desde la puerta del baño a mirarlo con curiosidad. Me
miró sin responderme, por lo que supe la respuesta—. Ya me parecía.
Cogeré un taxi —le repetí antes de entrar al baño.
Cuando salí de la ducha no estaba en la cama. Oí la ducha de la
habitación de al lado, y como no se veía a nadie por allí, supuse que se
había metido a ducharse. Cuando llegó mi taxi, me subí y me fui sin mirar
atrás.
¡Por muy bueno que fuera en la cama, no quería intimar con él, lo
mismo que no había querido nunca intimar con ningún otro hombre!
No lo oí acercarse.
Estaba tan concentrada organizando las mesas para la cena de la fiesta
que no me había dado cuenta de que me había quedado la última en la
oficina.
—¿Aún estás aquí? Son más de las nueve.
Miré a Dimas unos segundos y casi se me cayó la baba al verlo con un
elegante traje gris oscuro de tres piezas y camisa blanca que le quedaba
como un guante. Es lo que tienen los trajes a medida.
—Me he enterado hoy de que hay una fiesta el viernes y tengo un
montón de cosas que acabar de organizar.
Me volví a rascar el antebrazo derecho sin darme cuenta, ante mi gesto
de dolor, Dimas me miró el brazo con curiosidad.
—¿Qué te ha pasado?
Me lo miré sin percatarme de que me había subido la manga y estaba
destrozándome una zona muy lastimada después de estar todo el día
haciéndomelo polvo… Bueno, desde que se marchó Magda, porque con ella
delante había conseguido evitarlo. De todas maneras, mi antebrazo
izquierdo parecía que se había peleado con un gato rabioso. Me intenté
bajar la manga ante la mirada seria de él.
—No es nada.
No me hizo caso y se acercó para volver a subirme la manga del jersey.
No ocultó la mirada horrorizada por cómo lo tenía en algunos sitios; había
comenzado a salirme sangre.
—¿No es nada?
Sus ojos preocupados consiguieron avergonzarme por mi
comportamiento, pero no conseguí deshacerme de su mano
—Cuando me pongo muy nerviosa mi cuerpo reacciona provocándome
una especie de urticaria en los antebrazos —le expliqué de mala gana.
—¿Hay algo que puedas echarte? ¿Algo con lo que mejoren los picores?
—Me relaja mucho el agua fría y tengo que… ¿Qué estás haciendo?
Me obligó a levantarme sin dejarme acabar la frase y se encaminó
conmigo, con paso decidido, al baño de mujeres. Las luces se encendieron
al detectar la presencia y él abrió el grifo del agua fría, me subió más la
manga, para que no se me mojase la ropa, y metió mi brazo arañado bajo el
chorro del agua fría. El alivio fue inmediato.
Dejó el agua correr unos segundos y yo sentí cómo se calmaba mi piel
poco a poco
—¿Has venido aquí antes?
Negué con la cabeza, porque había estado tan liada que ni siquiera había
querido perder el tiempo en ir a comer. Decidí no contestarle. Sabía que me
estaba mirando con frialdad y preferí quedarme mirando el agua sobre mi
piel que enfrentarme a sus ojos del color del oro líquido.
—Ni siquiera has ido a comer, ¿me equivoco?
Yo no le contesté y decidí sacar el brazo del agua y cambiarlo por el
otro. Dimas cogió la toalla de papel del dispensador y me la pasó con
cuidado por la zona para secarla. Tenerlo tan cerca revolucionaba mis
sentidos. Olía tan bien como siempre y mis fosas nasales se derretían con su
olor a perfume caro. Debería estar prohibido que un hombre oliera de esa
manera. Yo seguí concentrada en el otro antebrazo que masajeé con cuidado
bajo el agua fría. Sentí un alivio tan inmediato que suspiré con fuerza.
—¿Mejor?
Me acercó otro pañuelo de papel para secarme el otro brazo.
—Candela —me dijo con suavidad—, ninguna fiesta es tan importante
como para que te dejes los brazos así.
—Es mi trabajo. —Me volví a mirarle y bajé las mangas del jersey. Él
por fin me soltó y yo di un paso atrás, intentando librarme del influjo sexual
que sentía cada vez que lo tenía cerca.
«¡Joder! ¿Qué coño tiene este hombre que me hace perder la cabeza?»
pensé, enfadada conmigo misma.
—Aun así.
—Estará todo listo para el viernes —le aseguré saliendo del baño, él me
siguió tras unos segundos.
Me observaba sin apartar la mirada.
—Estoy seguro de ello. Mañana quiero que te pases por la enfermería,
la que hay en la tercera planta —me indicó, por si no sabía que había una en
el edificio—. Y le dices a Arantxa qué medicamento tienes que tomar en
este caso concreto, para que se encargue de conseguirlo y tenerlo en el
botiquín de emergencia.
Lo miré sorprendida y él me sonrió divertido.
—Algo me dice que vas a necesitar mucha medicación a partir de hoy y
quiero que estemos preparados. Espero no volver a verte con los brazos así,
¿está claro?
Estaba a punto de decirle que me ponía los brazos como me daba la real
gana, pero cuando me dispuse a decírselo, levantó una ceja de manera
intimidante, me lo pensé mejor y me callé.
—Buena chica —Me tocó la nariz en un gesto cariñoso—, ahora tienes
cinco segundos para apagar el ordenador e irte a casa o te llevaré yo
mismo… Y sé que no vas a querer esa opción.
Me dio un ligero empujón hacia mi mesa y me encargué de cerrar todos
los archivos antes de apagarlo y coger el bolso para salir de allí con un
escueto «buenas noches» como si mi vida corriera de repente mucho
peligro.
CAPÍTULO 7
CANDELA
—Pasaré a recogerte a las ocho y media —me dijo Dimas el martes a las
cinco de la tarde al pasar por mi mesa, de camino a la puerta de salida.
Parecía que tenía prisa por salir, ya que normalmente era el último en
irse.
—¿Qué? ¿De qué hablas?
Me quedé mirándolo sin saber de lo que estaba hablando.
—De la cena de esta noche —me aclaró con seriedad.
—¿La cena? —repetí como un autómata.
—Candela, tienes que venir a la cena de esta noche con los dueños de
Forjados y Cerramientos. Hiciste tú la maldita reserva la semana pasada,
¿recuerdas?
Su tono impaciente me puso todavía más nerviosa.
—Sé qué cena tienes esta noche —le aclaré, intentando aclararme un
poco y ganar algo de tiempo.
—Tenemos esta noche —aclaró él con lentitud, como si le hablase a una
niña pequeña.
—No pienso ir a ninguna cena —solté sin darme cuenta.
Su cara se volvió seria de repente.
¡Mierda! ¡Bronca seguro!
—Te recuerdo que tu trabajo incluye asistir a cenas de empresa, ferias
internacionales y a todo lo que yo considere oportuno, ¿está claro?
Lo miré unos segundos sin querer decirle lo que pensaba al respecto. ¡O
se lo suelto!
—Te aconsejo que pienses bien lo que vas a decir —me susurró.
Algo se revolvió dentro de mí al ver su mirada amenazante. Mejor me
callaba.
—¿A qué hora hay que estar allí? —murmuré bajando la cabeza para
que él no pudiera saber lo que pensaba.
—Te recogeré a las ocho y media —repitió.
—Soy muy capaz de llegar sola —le recordé, levantando la vista para
clavarla en sus ojos.
Tenía una mirada como si se estuviese divirtiendo con nuestro duelo
verbal.
—Estoy seguro de ello, pero al ser trabajo, te recogeré y te acercaré a tu
casa cuando acabe la cena, para asegurarme de que llegas sana y salva.
—¿Alguna ropa en particular? ¿Etiqueta? Dime que no tengo que vestir
de etiqueta.
Esperaba de verdad que no fuese de etiqueta porque si era así, iba a
tener que ir de compras de manera urgente.
—Un vestido de cóctel estará bien. Te veré esta noche. —Cuando
comprobó que no iba a preguntarle nada más ni volver a quejarme, se fue.
—¡Pues qué bien!
CANDELA
Hasta el viernes por la mañana no volvió Dimas por la oficina. Miró con
detenimiento la rosa que yo tenía en un jarrón sobre mi escritorio, luego me
miró con intensidad durante unos segundos, pero no dijo ni una palabra al
respecto. Así que me quedé con la duda de saber quién demonios me la
había mandado.
Estuve todo el día al teléfono terminando de ultimar los detalles de la
fiesta de esa noche y a media tarde, Tania volvió a la oficina con intención
de pasar al despacho de Dimas. Esta vez no pensaba cometer el mismo
error. Colgué el teléfono con un “te llamo luego” a la florista con la que
hablaba y me levanté para ponerme delante de la puerta en el momento en
que la otra mujer intentó pasar por mi lado.
—Lo siento, pero tengo que anunciarla primero.
—Ya sabe que vengo —me indicó con una sonrisa fría evaluando mi
cambio de actitud hacia ella.
—Aun así, no puede pasar nadie sin que el señor García lo autorice.
Me estiré cuán larga era, que no era mucho ya que ese día llevaba botas
planas y la miré intentando saber cómo le había sentado la noticia.
—Voy a despedirte por esto —me gritó acercándose a mi cara de
manera amenazadora—. ¿Es que no sabes quién soy?
—Sé quién es —le dije llamando al despacho de Dimas mientras la
miraba por el rabillo del ojo. Estaba tan enfadada por no dejarla pasar que,
si se pudiese provocar la combustión espontánea con una mirada, yo ya
estaría ardiendo.
—Estoy ocupado —oí que decía Dimas al coger el teléfono.
—Lo sé. Está aquí Tania.
«Y no le gusta que la hagan esperar» pensé, mirándola de reojo.
—Dile que estoy reunido y que no puedo atenderla.
—Pero…
No pude decir nada más porque me colgó el teléfono al decirme eso.
¿Y ahora qué hacía yo con ella?
—Lo siento, pero no puede atenderla.
Me miró con tal cara de sorpresa que a punto estuve de soltar una risita.
—No es cierto —me soltó alzando la voz—, no te ha podido decir eso.
El resto de mis compañeros miraban hacia nosotras con curiosidad ante
los gritos de ella.
—Lo siento…
—Voy a pasar a hablar con él, quieras tú o no.
—Lo siento, pero me ha pedido que no se le moleste.
—¡Que se joda! —gritó dando un paso al frente para intentar pasar,
como le bloqueé la puerta con mi cuerpo, no dudó un segundo en
empujarme y hacerme caer sobre la silla con la que tropecé y caí al suelo
con un tremendo escándalo.
¡Esa mujer estaba loca! Sentí un dolor en el costado donde me había
golpeado con el filo de la silla y ella se alzó sobre mí sin pizca de
remordimiento.
—A partir de ahora mismo estás despedida, ¿me oyes? ¿Quién coño te
has creído tú que eres para intentar detenerme a mí?
Yo la miré desde el suelo y cuando empecé a levantarme, la puerta que
había detrás de nosotras se abrió con rapidez. Al parecer se lo había
pensado mejor y sí iba a dejarla entrar después de todo. ¡Bien podía
habérselo pensado antes!
—¿Qué cojones te crees que estás haciendo? —le gritó al verme tirada
en el suelo. Me ayudó a levantarme y me miró disculpándose con la mirada
—. ¿Estás bien?
Yo me sujeté la costilla, que me dolía cuando respiraba, y asentí, más
avergonzada que dolorida porque me hubiese encontrado en una situación
tan vergonzosa.
—Quiero hablar contigo y esta estúpida no me dejaba pasar —dijo
Tania mirándome como si yo fuese un insecto—. Le he dicho que está
despedida, por supuesto.
Dimas la miró con tanta furia que yo me encogí de manera inconsciente.
Como si ese mal humor estuviese dirigido a mí y no a ella.
—Tú no puedes despedir a mis empleados —le dijo cogiéndole la mano
y tirando de ella para meterla en su despacho, cerrando la puerta con fuerza
tras él.
Yo recoloqué la silla tumbada y me senté con cuidado intentando
respirar hondo. Marta, la chica sentada más cerca de mí y que pertenecía al
equipo de informática se acercó para preguntarme si estaba bien.
—Sí, eso creo.
Me levanté la camisa con cuidado y vi el golpe en la costilla que estaba
de color rojo. Al día siguiente iba a tener un precioso hematoma.
—Esa mujer está loca —me dijo Marta mirando la puerta cerrada con
rabia y se marchó luego a su mesa a seguir trabajando.
—Sí, muy cuerda no está —reconocí en voz baja.
Comenzaron a oírse gritos dentro y yo me apiadé de ella unos segundos.
No soportaba los gritos ni las peleas, así que terminé de hacer la llamada
que me quedaba y decidí marcharme unos minutos antes, sin importarme
que él pudiera necesitar algo. Me fui al hotel donde se iba a celebrar la
fiesta para hacer los últimos preparativos desde allí.
CANDELA
CANDELA
Intenté dejar ese día todo mi trabajo acabado para poder dedicarme en el
viaje solo y exclusivamente a hacerle de intérprete. Saqué toda la
información que tenía sobre las reuniones a las que iríamos e intenté
mantenerme lo más informada posible sobre la reunión a las que teníamos
que asistir y las empresas con las que nos reuniríamos. Para eso, tuve que
pedirle a Dimas que me pasase toda la información que tenía él. Volví a
llamar al hotel para reservar otra habitación y me dieron justo la que estaba
junto a la suya, ya que el resto de las habitaciones estaban ocupadas por la
afluencia de gente que iría a la misma feria a la que asistíamos nosotros.
Le mandé un mensaje para que supiese lo que le iba a costar llevarme a
París, pensando que, quizás, solo quizás, decidiera dejarme aquí, pero no
tuve tanta suerte.
CANDELA
DIMAS
No sabía por qué estaba tan inquieto. Siempre me había gustado salir con
Marie, era una mujer fría y ambiciosa, con las ideas muy claras y muy
ardiente en la cama, que no solía hacerle ascos a nada, como yo. Así que
esa noche había estado con la cabeza en otra parte, pensando en qué estaría
haciendo Candela en su habitación.
Sabía que intentaba dejar nuestra relación en un plano laboral y
reconocía que era lo mejor que podíamos hacer, pero me negaba en redondo
a dejar de tener encuentros sexuales con ella cada vez que pudiera. ¡Joder!
¡Me apetecía follármela sobre la mesa de mi despacho! Y, conociéndome,
sabía que no iba a parar hasta conseguirlo, pero aún tenía que lograr que se
relajase conmigo y se diese cuenta de que negarse a que siguiéramos
viéndonos solo conseguía alargar el momento de que se rindiese
completamente a mí y se decidiese a que nuestra relación sexual se volviera
más continua. Si podía hacerlo sin tener que aclararle mi supuesta relación
con Tania, mejor. Pero tampoco tenía demasiados problemas en contárselo
si eso conseguía que se relajara un poco y dejase de ponerle tantas pegas a
que nos viésemos con más frecuencia.
Que no quisiera hablar sobre su vida personal me tenía bastante
intrigado. Suponía que no tenía pareja ni marido y que había algún tipo de
historia trágica tras eso, pero pensaba darle tiempo a que se acostumbrase
más a mí y cogiera la suficiente confianza para que me lo contase ella
misma.
Me imaginé su boca de labios carnosos besándome y me puse aún más
duro. Esa petición suya de que no la besase reconocía que me hacía soñar
con poder hacerlo hasta la extenuación.
Unos dientes acariciando mi prepucio de manera sensual me hizo soltar
un gruñido y volví a la realidad para mirar a Marie, desnuda y arrodillada a
mis pies mientras me acariciaba los testículos como solo ella sabía hacerlo,
mientras se metía mi polla en la boca hasta el fondo. Me hizo gemir de
nuevo y centrarme en lo que me estaba haciendo.
Le sujeté la cola de caballo para que no pudiera esquivar mis envites al
fondo de su garganta y no pude evitar soltar mi mal humor con Candela, por
negarse a venir a mi habitación esa noche, pensando que era ella la que me
la estaba chupando hasta intentar dejarme seco. Comencé a follarle la boca
con brusquedad mientras le sujetaba el pelo con más fuerza. La oí gemir al
notar lo excitado que estaba, pero esa noche no estaba para muchas
sutilezas, así que seguí moviéndome en su boca hasta que un orgasmo
intenso hizo que mis músculos se tensasen y eyaculé en su boca sin
importarme nada más. Los ojos azules de ella me buscan mientras salía de
su boca y sonrió al verme aún medio empalmado. Al parecer, pensar en
Candela solo conseguía excitarme aún más.
«¡Bien, creo que va a ser una noche muy larga!» pensé, viéndola
relamerse los labios.
—Creo que vamos a disfrutar mucho esta noche —le dije poniéndola a
cuatro patas sobre la cama mientras buscaba un preservativo que ponerme
con rapidez. Miré la pared que separaba mi cuarto del de Candela, como si
así pudiese verla a ella, y sonreí con perversidad mientras me colocaba
entre las piernas de Marie y volvía a cogerle la coleta para que no pudiese
alejarse de mí—. La noche no ha hecho más que empezar.
Entré en ella con un profundo empellón que le hizo soltar un grito.
—¡Así, grita para mí! —le susurré en su oído mientras volvía a mirar la
pared, deseando que pudiera oírnos—. Me encanta oírte gemir.
Seguí follándomela, asegurándome de que gimiera lo suficientemente
alto para que mi arisca secretaria pudiera oírnos.
Dimas: «Espero que hayas oído nuestra fiesta esta noche… Te prometo
que mañana tú y yo lo haremos aún mejor. Recógeme en mi habitación a las
ocho, bajaremos juntos a desayunar».
CANDELA
CANDELA
DIMAS
CANDELA
CANDELA
DIMAS
Desperté con la luz del amanecer que entraba por la ventana. Miré
desorientado la habitación sin recordar exactamente dónde estaba y
entonces sentí que tenía a alguien abrazado a mi cuerpo. Miré la cabeza de
Candela, que estaba de nuevo sobre mi hombro y sus piernas enlazadas con
las mías. Estaba visto que a ella le gustaba dormir acurrucada sobre mi
cuerpo y esa costumbre suya me sacó una sonrisa. Me quedé quieto para no
despertarla y le aparté el pelo revuelto de la cara para poder contemplarla
mejor mientras dormía.
Estaba relajada y sus labios un poco entreabiertos me tentaban a que la
besara para poder disfrutar por fin del sabor de sus besos. Después de
pensárselo un segundo, decidí respetar su deseo y me dije que ya iría ella a
pedirme un beso, aunque fuese lo último que consiguiese de ella.
Mi erección mañanera despertó por completo al sentirla así, abandonada
sobre mi cuerpo, y por un segundo pensé en darle los buenos días
desayunándome su sexo, pero recordé que había estado enferma y que hacía
pocas horas que habíamos caídos rendidos de tanto follar, así que me moví
un poco en la cama para buscar una postura más cómoda sin despertarla y le
besé la coronilla que tenía bajo mi mentón.
No sabía lo que esperaba de esta relación, pero tenía claro que la quería
en mi vida tanto en lo laboral, que estaba demostrando ser de una gran
valía, como en lo sexual, porque estaba claro que no íbamos a tener nunca
una relación personal.
Ella les tenía pánico como un gato al agua caliente, supuse que algún
exnovio cabrón le había jodido bien jodida para que estuviese tan cerrada
en banda para, ya no tener una relación íntima con ningún hombre, sino
para contar algo de su vida personal, por insignificante que pudiera ser el
dato.
Suponía que intentaba proteger su corazón al mantenerse al margen de
cualquier hombre que pudiese estar interesado en ella.
A mí me venía perfecto la relación que teníamos basada en el sexo, no
quería una relación seria, pero cada vez me intrigaba más saber cosas de su
pasado y que se abriese un poco más.
Pensaba llevar esa relación sexual tan placentera entre ambos a otro
nivel más íntimo y personal. La quería como amante. La quería en mi cama
más a menudo y, sobre todo, quería conocerla más a fondo y saber más
cosas de ella.
Por supuesto no iba a decírselo ni a pedírselo porque se negaría
abiertamente, pero pensaba utilizar todas las armas a mi alcance para
obligarla a pasar más tiempo juntos.
No sabía bien lo que me pasaba, pero cada vez me gustaba más
despertar con ella en mis brazos. Y quería más.
Cerré los ojos y me relajé intentando volver a dormirme de nuevo. Era
muy temprano para molestarla con lo que mi cuerpo me estaba pidiendo.
CANDELA
CANDELA
«Qué haces?»
«Voy a salir».
«Vas al Susurros?
Y a continuación, añadió:
«¿Sin mí?»
(Caritas de risas)
Respondió de inmediato:
«¿Estás celosa?
(Carita de estar pensando)
«Más quisieras».
(Carita riéndose)
«Bueno, como ninguno va a follarte
como yo… vas a pasarte la noche
pensando en mí».
(Caritas sonrientes)
Eran más de las doce cuando entré en el local saludando al portero con un
gesto de cabeza mientras me abría la puerta.
El interior estaba como siempre, con las luces atenuadas y la barra en un
extremo con varias parejas y algunos grupos algo más numerosos alrededor.
Le entregué mi abrigo a la chica que estaba en el guardarropa y me guardé
la ficha en el bolso mientras me dirigía a la barra sin hacer caso de algunas
miradas curiosas que me seguían por el local, hasta que me senté en un
taburete en un extremo de la barra, sin mirar a nadie en concreto. Sabía que
la gente que estaba en la barra se iría desplazando a otras salas según
recogieran sus bebidas y, mientras me pedía un ron con limón, ya que me
gustan las bebidas algo dulces, se me acercó una pareja de unos cuarenta
años. Una rubia explosiva con un precioso pelo largo, vestida con un
minúsculo vestido rojo que dejaba poco a la imaginación, y un moreno
risueño con ojos de un azul muy bonito que me miró con lascivia.
—Hola, preciosa. —No apartó los ojos de mi escote.
¡Ya estamos!
Estaba claro que todos los que estábamos allí íbamos a lo mismo, pero
eso no quitaba que la gente fuera educada y tuviera un poquito de buen
gusto.
—Hola.
Le respondí mirando a la mujer, que parecía algo avergonzada; yo
también lo estaría de tener una pareja así.
—¿Estás sola? —me preguntó ella mirando a mi alrededor con
curiosidad. Parecía que no le cuadra mucho que las mujeres estuviésemos
allí solas.
—Sí.
No tenía sentido mentirle.
—¿Quieres hacer un trío?
No me apetecía mucho follar con un tío como él, pero cuando me volví
un poco para negarme alguien se acercó a mí y me cogió por la cintura
colocándose a mi lado. Me volví para decirle algo a la persona que tenía la
cara dura de acercarse así, cuando me encontré la cara de Dimas a escasos
centímetros de la mía. Lo miré sorprendida.
—¡Hola! —saludé—. ¿Qué haces tú aquí?
El tipo lo miró molesto porque supo que a su lado tenía poco que hacer.
Su mujer, que lo miraba con la boca abierta, creo que pensó lo mismo.
—Te echaba de menos.
Mi corazón golpeó tan fuerte por la sorpresa de verlo, que pensé que
todos los que estábamos en la barra podían oírlo.
—¡Oiga! ¡La chica está con nosotros!
Dimas lo miró de tal manera que el tipo se calló de inmediato.
—¿Quieres hacer un trío con ellos o vienes conmigo?
Me dio pena la mujer, pero estaba claro que no me iría con ellos ahora
que estaba él aquí.
—Lo siento.
Se marcharon con cara de haber chupado un limón.
—Podía ser divertido —le dije sonriendo mientras él se pedía una copa
en la barra.
—Entraremos con alguien más si quieres compañía.
Se volvió hacia mí en la barra para mirarme con detenimiento. Me había
hecho una cola alta e iba vestida de rojo pasión. Un vestido de ante con
tirantes y cuerpo entallado que me llegaba justo a medio muslo.
Él llevaba unos vaqueros negros y camisa también negra que le quedaba
perfecta. Su perfume invadió mis fosas nasales y suspiré de gusto por lo
mucho que me gustaba ese olor. Mi pulso se aceleró aún más al sentir sus
ojos claros recorriéndome con la mirada.
—Eres tan bonita que soy la envidia de todos los hombres de esta sala
ahora mismo.
Me sorprendí mucho por sus palabras, ya que no era un hombre
detallista ni cariñoso. Parecía ser que el haber estado sin vernos casi un mes
lo había ablandado un poco.
—Y por cómo te miran las mujeres creo que soy la envidia de todas las
que te miran con lascivia.
—¿Prefieres un hombre o una mujer? —me preguntó de repente y se
volvió para mirar a la gente reunida en el salón.
—¿Tienes ganas de jugar o estás cansado?
Sus ojos me miraron ofendidos y me reí divertida.
—¿Quieres jugar con una mujer? —Su voz ronca consiguió
estremecerme.
—No, quiero que tú juegues con otra mujer —le dije con una voz que
debía reconocer que me salía más sensual cuando hablaba con él.
Dimas me examinó unos segundos antes de asentir. Cogió mi mano para
dirigirnos a una mujer que también estaba sola en la barra. Habló con ella
unos segundos para que nos siguiera en silencio.
Reconocí que yo tampoco me negaría a un hombre como él.
Entramos en una habitación de las que tenían una cama de matrimonio
gigante y poco más.
Dimas miró a la mujer que nos había acompañado, que era delgada y
con el pelo negro, muy corto, que enfatizaba aún más sus rasgos de duende
y sus enormes ojos negros. Era muy bonita.
Por la expresión corporal de Dimas pude ver que nos miraba como un
depredador analiza a sus presas y eso siempre me ponía a cien.
Soltamos nuestras copas en la mesa que había junto a la cama.
—Primero voy a desnudarte a ti —dijo recorriendo mi cuerpo de arriba
abajo con mirada lasciva.
Tragué con dificultad y mi pulso se aceleró ante sus ojos dorados. Me
mordí el labio inferior, lo que atrajo su mirada a mi boca y sus pupilas se
dilataron por el deseo.
—Me matas cuando haces eso. Ni te imaginas las ganas que tengo de
poder morderte esa boca pecaminosa que tienes.
Se colocó a mi espalda y me desabrochó el vestido con lentitud. Mordió
mi cuello provocándome un escalofrío mientras sus manos recorrían los
laterales de mis pechos y me bajaba el vestido, que cayó a mis pies,
dejándome solo con las medias, el tanga de encaje negro y los tacones.
Se colocó frente a mí, se arrodilló y me bajó las medias mirando mis
ojos en el proceso. Me quité los tacones y me las bajó con cuidado para
ponerlas junto al vestido en un batiburrillo de ropa que la otra chica cogió y
colocó en el respaldo de una silla, le sonreí como agradecimiento. Dimas
me mordió el pubis. Aún llevaba el tanga y eso hizo que mi vagina se
contrajese con fuerza y mi deseo por él aumentase de manera exponencial.
—Voy a quitarte esto, vas a sentarte en ese sillón con las piernas
abiertas y permanecerás quieta mientras esta belleza… —Miró a la chica
morena unos segundos y ella le sonrió con mirada provocativa.
La mirada lasciva de él consiguió que mi entrepierna se humedeciese
aún más imaginándome la escena.
—¿Solo voy a mirar? —le pregunté mientras me bajaba el tanga y me
dejaba gloriosamente desnuda ante ellos, que aún estaban completamente
vestidos.
—Ya veré lo que hago contigo.
Me empujó hacia un sillón que había frente a la cama, el cuál supuse
que estaba allí con la intención de que, quien se sentase, tuviese una
panorámica formidable de lo que sucedía en la cama.
—Abre las piernas.
¡Joder!
Cómo me ponía cuando me hablaba así.
Dimas me miró situado justo frente a mí y sonrió cuando pudo
contemplarme expuesta y desnuda a su gusto.
—No te muevas de esa postura —me ordenó con firmeza—. Querías
verme jugar y eso es justo lo que voy a hacer.
Se volvió hacia la otra chica que lo miraba embelesada. No me extrañó.
Tenía una apariencia sexi y peligrosa que rara vez pasaba desapercibida.
Emanaba testosterona por cada poro de su piel y sabía perfectamente el
poder que ejercía en las mujeres.
—¿Puedo desnudarte? —le preguntó a la morena, que asintió con la
cabeza como respuesta.
Se colocó tras ella y la ayudó a salir del vestido que llevaba. Era
delgada y tenía los pechos pequeños y erguidos, como dos mandarinas
maduras. Dimas le lamió la línea de la columna hasta llegar al tanga que le
bajó con lentitud, dejándola desnuda ante él.
—Preciosa —susurró antes de entrar al baño y salir con la manopla para
lavarla antes de intimar.
Ella suspiró cuando le mojó el sexo y él sonrió con esa media sonrisa
que me volvía loca.
Dejó los artículos de aseo en la mesa, al lado de las copas y regresó
junto a la mujer para sentarla en la cama formando un ángulo de 90 grados
con mi cuerpo, para que pudiera tener así completa visibilidad de lo que
hacían allí.
Me miró unos segundos antes de sentarse junto a ella.
La mujer se lanzó a besarlo en la boca, cosa que me sorprendió mucho
ya que pensaba que él tampoco besaba a nadie.
Ella enredó las manos en su pelo cobrizo y se acercó más a su cuerpo
para profundizar el beso. Luego gimió en su boca.
De repente no me gustaba lo que estaba viendo. El juego había dejado
de ser divertido, no me preguntéis por qué, pero verlo besando a otra mujer
había despertado algo en mí parecido al dolor, y no sabía muy bien cómo
gestionarlo. Estaba pensando en levantarme y marcharme. Ya no quería
seguir viendo eso. De repente, la noche acababa de perder todo su atractivo.
Dimas se separó de ella y me miró unos segundos, no supe muy bien
para qué. No dijo ni una palabra, pero, al parecer, supo ver lo rara que me
sentía en esos momentos porque dejó de besarla y metió su cabeza entre las
piernas de la chica, que las abrió para darle cabida en ellas.
Cuando la mujer comenzó a gemir y a sujetarle el pelo para que no se
moviera de donde estaba, yo comencé a imaginarme que era a mí a quién
lamía a conciencia y noté cómo mi sexo se humedecía todavía más.
Dimas era un experto en el sexo oral y yo lo sabía muy bien. Al poco
tiempo oí cómo los gemidos de la mujer se acentuaban hasta que se corrió
entre jadeos mientras Dimas seguía lamiendo y alargando su éxtasis.
Levantó la cabeza y me miró con ojos salvajes por el deseo. Mi sexo se
contrajo de manera dolorosa y gemí sin poder evitarlo. Estaba expuesta y
era vulnerable en esa postura. Solo deseaba que viniese hacia mí y me
follase de una vez.
Negó con la cabeza, por lo que supe que me había entendido
perfectamente, pero se levantó y se desnudó con rapidez entrando al baño
para lavarse. Volvió unos minutos después y no necesitó decirle nada a la
chica, porque se arrodilló en el suelo dejando que él se sentara en la cama,
dejando su sexo a la altura de su boca.
Ella se lo metió en la boca y lo chupó cuan largo era mientras lo lamía
con mimo. Él gimió y volvió a clavar sus ojos en mí. Estaba claro que
quería que pensase que era yo quién lo chupaba.
Nunca había estado tan caliente sin que me hubiesen tocado todavía. Me
moví en el sillón un poco y vi que Dimas volvió a negar con la cabeza.
Mensaje recibido: «¡Quietecita donde estás!»
«¿Es que a este hombre no se le escapa nada?» pensé.
La mujer aceleró el movimiento de su boca y él le sujetó la cabeza para
indicarle el ritmo que le gustaba más.
Sabía que no iba a tardar en correrse. Parecía que la mujer estaba
haciendo un buen trabajo, porque cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás
olvidándose de todo menos del placer que le estaban dando.
Me sentía huérfana sin su mirada. Quería que se corriera mirándome a
los ojos para que viera cuánto me estaba gustando ver el placer que le
daban.
Volvió a gemir más alto y noté cómo su cuerpo se tensaba con fuerza y
gritó cuando eyaculó en la boca de ella, que no se apartó.
Se quedó así, desmadejado y relajado bajo su boca, que aún lo lamía
una vez más para no dejarse nada.
Abrió los ojos y le sonrió. Ella le devolvió la sonrisa.
—¿Te ha gustado?
—Ha sido fantástico —respondió él, levantándose y encaminándose a
sus pantalones, de donde sacó un preservativo.
Lo miré expectante, deseando que viniera a follarme a mí. Pero se
arrodilló a mis pies y me levantó las rodillas para ponerlas en los brazos del
sillón, dejándome con el pubis levantado y apuntando a su cara
directamente. No dije una sola palabra. Se lanzó a lamerme el coño con
lengüetazos rápidos que me sobresaltaron por el placer que me hacía sentir
de repente. Feroz y letal.
Gemí sin control y él me succionó el clítoris acercándome al orgasmo
de manera alarmante. Entonces se retiró, dejándome perdida sin sus labios y
terriblemente insatisfecha.
—Aún no —susurró el hijo de puta, que se levantó y se dirigió a la
cama para ponerse el condón sobre su enorme erección. Al parecer, lo que
me había hecho volvió a excitarlo. Puso a la otra mujer en la cama a cuatro
patas para follársela por detrás. Entró en ella de un empellón que le arrancó
un grito de placer.
—Voy a follarte sin parar —le susurró. Ella no podía hacer más que
gritar por sus acometidas—. Estoy tan caliente que creo que voy a follaros
hasta que amanezca. —Se sujetó a su cintura y comenzó a moverse con un
ritmo castigador que a mí me estaba volviendo loca y que a ella le arrancó
otro orgasmo casi de inmediato, aunque eso no hizo que se detuviera, sino
que se la siguió follando sin descanso hasta que ella lo arrastró a otro
orgasmo cuando ya no pudo aguantar más, y su cuerpo decidió rendirse a su
asalto implacable.
Conseguir tres orgasmos en poco menos de una hora no era moco de
pavo, pero yo estaba tan caliente que pensé que iba a entrar en combustión
espontánea de un momento a otro.
Salió de la mujer y se quitó el preservativo para atarlo. Se sentó en la
cama y me miró con intensidad cuando la mujer se fue al baño.
—¿He jugado ya suficiente con ella? —Asentí y sonrió lascivo—. Bien.
Ahora te toca a ti. Ven aquí.
CAPÍTULO 19
CANDELA
La semana siguiente pasó volando y el jueves por la tarde fui con Dimas al
hotel rural donde íbamos a celebrar la jornada de convivencia, que
empezaba el viernes.
Habíamos quedado con el dueño después de comer para que nos diese
tiempo a comprobarlo todo antes de que se nos hiciera de noche.
—Joder, Dimas, no pasa nada porque nos veamos allí. Tú puedes
marcharte cuando quieras sin tener que estar esperando a mis
comprobaciones de última hora.
Lo miré exasperada, no sabía por qué estaba de tan mal humor todo el
día. Normalmente no me importaba que fuese tan quisquilloso y no le solía
hacer caso a su sempiterno mal humor. No permitía que me arrastrase a él.
Pero ese día estaba más impertinente de lo normal. Lo miré sin querer
perder la paciencia que me quedaba y él entrecerró los ojos evaluando mi
reacción, pero no me iba a dejar amedrentar. Quería irme en mi coche y
volver cuando acabase de comprobarlo todo, y no iba a permitir que me
mangonease ni que me obligase a hacer lo que no quería. Ya me conocía lo
suficiente como para saber que no conseguiría ninguna concesión más de
mi parte.
Suspiró exasperado.
—Iré justo detrás de ti.
Se montó en su coche y esperó a que yo lo hiciera en el mío. Me siguió
todo el camino hasta llegar al hotelito rural de la sierra.
El aire allí era bastante más fresco por estar en plena sierra de Madrid y
también se podía percibir que el aire era más limpio al respirarlo.
Estacioné en los aparcamientos que había en el enorme descampado que
tenían habilitado para los clientes y miré la construcción principal rodeada
de cabañitas de madera oscura muy cuquis.
Me centré en una pista de tenis que había en el otro extremo, junto a una
piscina cubierta que parecía deshabilitada por no ser aún época de bañarse.
Dimas había visto mi mirada.
—¿Sabes jugar al tenis?
Acomodó sus pasos a los míos, bastante más cortos.
—Sí, fui una promesa del tenis juvenil hasta que me lesioné la rodilla.
Me miró sorprendido.
—Si quieres echar una partida…
—No quisiera avergonzarte dándote una paliza.
Se lo dije en broma, pero ya debería conocerlo lo suficiente para saber
que no iba a dar una batalla por perdida.
—Tienes mi permiso para machacarme si tan segura estás de ganarme.
No supe por qué, pero de repente me apetecía mucho arrastrar su
enorme ego por el fango un poquito. Una cura de humildad le vendría muy
bien para bajar a la tierra como el resto de los mortales. Pero, por supuesto,
entonces no sería Dimas García Valdecasas San Martín.
—Bien, luego no digas que no te he advertido.
Un hombre alto, vestido con ropa de marca y el pelo rubio muy
repeinado, salió a nuestro encuentro.
Dimas lo saludó con un fuerte apretón de manos y unas sonoras
palmadas en la espalda que el rubio le devolvió con las mismas ganas.
Estaba claro que ya se conocían.
—Gracias por aceptar mi invitación. —El rubio se giró para mirarme y
sus ojos me recorrieron de arriba abajo, pero extrañamente a lo que solía
pasarme ante miradas así, la suya no me molestó—. ¿Eres Candela?
—Te presento a mi asistente personal —le dijo Dimas, ajeno a la
miradita que me acababa de lanzar el anfitrión—. Candela, te presento a
Lucas Saura, nos conocemos desde la Universidad.
—¿Eres arquitecto? —le pregunté tras darle dos besos, después de todo,
íbamos a vernos mucho en los próximos dos días.
—Empecé arquitectura y me di cuenta de que tantos planos y
construcciones no eran para mí. Me fui a hacer una ADE, que está visto que
se me da mejor, pero dejadme que os enseñe cómo ha quedado esto. Tengo
que reconocer que este jefe tuyo es un genio —dijo con una sonrisa—. No
esperaba que este viejo cuchitril pudiese quedar tan espléndido.
Recorrimos todo el recinto mientras los dos hombres seguían charlando
animadamente.
Me fijé en las cabañitas de madera que estaban justo en la zona de las
barbacoas que ese fin de semana estarían ocupadas por la gente de nuestra
empresa. Había sido toda una proeza meter a los ocupantes de dos en dos
sin que se mataran al enterarse de quiénes serían sus compañeros de
habitación.
—Tuviste una gran idea —decía Lucas cuando entrábamos al interior.
Me quedé enamorada de los techos pintados con ramos de flores en
cada esquina y de la madera oscura que abundaba por todas partes, dándole
un ambiente rústico y antiguo. Había que reconocer que había quedado
realmente precioso.
—¿Cuándo llegaréis vosotros?
Nos miró a ambos con atención mientras nos enseñaba las que serían
nuestras habitaciones, que también había reservado yo, pero que, por
supuesto, no las había visto por dentro.
Como había habitaciones suficientes para todos, decidí elegir una
individual para mí, no me apetecía compartirla, y Magda, que también tenía
una individual, me lo agradeció cuando se lo comenté. Las enormes camas
con dosel me fascinaron, era como haber saltado a la edad media
directamente.
—Mañana a media tarde, en cuanto pueda salir de la oficina.
Mientras Dimas hablaba con Lucas, me dediqué a mirar el hotel por
dentro. Estábamos en la planta alta, que era donde estaban situadas las
habitaciones interiores. Se subía por una inmensa escalera que se abría a
derecha e izquierda, donde estaban las habitaciones, dejando una especie de
patio interior en el centro que llenaban el recinto de mucha luz. Las pinturas
de los ramos de flores en el techo me habían enamorado por completo. Todo
el techo estaba pintado de igual manera, con una especie de guirnalda de
hojas verdes entrelazadas que acababan en los ramos coloridos de los
extremos, entrelazando así de una manera maravillosa todas las
habitaciones.
—Bien, mañana llega el personal del catering contratado para ello.
Lucas nos acompañó al exterior cuando dimos la visita por concluida.
Dimas volvió a mirar la pista de tenis antes de volver a hablarme.
—Que no se te olvide la raqueta mañana.
Me guiñó un ojo antes de despedirse de Lucas y montarnos cada uno en
nuestro coche para marcharnos a casa.
No tenía claro que me apeteciera pasar un fin de semana entre
desconocidos, al fin y al cabo, mi puesto de trabajo me tenía prácticamente
al margen de relacionarme con los compañeros. Hablé con casi todos ellos
por teléfono o por email, pero no ponía cara a casi ninguno de ellos. Era un
momento tan bueno como cualquier otro para intentar relacionarme un poco
y ampliar mi círculo social.
Desde que pillé a Damián con Sandra, la que iba a ser mi dama de
honor y la cual creía que era una de mis mejores amigas, me cerré en banda,
ya no salía de fiesta y me negué en redondo a conocer a nadie más. Estaba
emocionalmente rota y desencantada de todo y todos. Había caído en un
enorme pozo de desesperación y humillación, y dejé de preocuparme
incluso de vivir.
Gracias al apoyo y a la insistencia de Magda, empecé de cero y poco a
poco volví a encauzar mi vida. Conseguí encontrar un trabajo nuevo,
después de que me despidieran del anterior por haberme negado a
incorporarme cuando consideraron que ya había pasado tiempo suficiente
para que se curaran mis heridas. Descubrí que podía disfrutar del sexo de
una manera impersonal y diferente, y conseguí mantenerme a flote. Pero
sabía que mi vida emocional seguía rota pero lo peor es que no me
importaba, de hecho, quería seguir estando así. De esa manera me
aseguraba de que nadie se acercaba lo suficiente para que me hiciese daño
de nuevo. Dimas era una curiosa casualidad y no tenía claro dónde
encajarlo.
Como era un hecho que no quería relación seria con nadie, me sentía
relativamente segura con él y con la relación sexual que teníamos. Esperaba
que las cosas no cambiaran entre nosotros. Él era un hombre muy deseable
y estaba segura de que encontraría a alguna mujer con la que mantener otra
relación y entonces lo de nosotros volvería a ser de nuevo una relación
laboral jefe, empleada. Hasta entonces, estaba dispuesta a seguir
disfrutando de lo que teníamos sin preguntarme nada más.
No me imaginaba lo pronto que las cosas iban a cambiar.
Llegar a un sitio en el que apenas conocías a nadie siempre era para mí
un gran desafío.
Llegué a la casa rural después de comer porque tenía que asignar a mis
compañeros las habitaciones según fueran llegando al hotel y quería estar
para recibirlos.
Una mujer pelirroja, de nombre Samantha, aunque me pidió que la
llamara Sam, era la encargada del catering, y amiga personal de Lucas, el
dueño del hotel desde hacía tiempo, según me contó la mujer de cuerpo
menudo y labios eternamente rojos y sensuales, en cuanto me presenté ante
ella como la asistente personal de Dimas.
—¿Cómo es nuestro empresario del año? He oído hablar mucho de él.
La miré unos segundos antes de contestarle. ¿Qué podía decirle?
—Hostil no es la palabra exacta que lo defina —aclaré sin faltar a la
verdad—, pero no es un hombre amigable. Puntilloso hasta decir basta y
excesivamente controlador.
—Es decir, que necesita un buen polvo para relajarse un poco.
Mi carcajada espontánea hizo que algunos de los compañeros que ya
habían llegado nos miraran con curiosidad.
«Si tú supieras».
No pensaba decirle que su humor no cambiaba al echar un polvo,
precisamente. Ni cinco polvos, ya puestos.
—No es un hombre accesible ni de trato amable, pero tú misma.
¿Me había molestado su comentario sobre Dimas?
No pude pensarlo mucho más tiempo cuando el susodicho apareció ante
nosotros vestido con vaqueros negros y polo también negro, acompañado de
ese ceño fruncido suyo tan característico, como si ya estuviese viendo
defectos en todas partes.
—Hablando del rey de Roma…
—¡Menudo bombonazo! —soltó Sam antes de que Dimas se me
acercase y se lo presentare a la otra mujer, que no puso reparo alguno en
desnudarlo con la mirada.
«¿En serio?» me dije, algo molesta porque de repente él le sonrió con
esa sonrisa de perdonavidas que tenía reservada para cuando salía de caza.
—Si me disculpáis…
No me molesté en quedarme para oír lo que decían y me acerqué a
algunos compañeros que acababan de llegar y miraban todo con alucinación
de tan bonito que estaba.
—¿Nos indicas dónde están nuestras habitaciones? —me preguntó un
chico moreno y delgado como el palo de una escoba que iba acompañado
de dos chicas gemelas, tan idénticas que pensé que ni sus madres podían
distinguirlas.
—Claro. —Me acerqué a ellos con una sonrisa de bienvenida—.
Decidme vuestros nombres.
Cuando empezó a anochecer encendieron unas antorchas en el suelo
para alumbrar los diferentes caminos y tuve que reconocer que el sitio era
una verdadera preciosidad.
Comprobé que había llegado todo el mundo y me felicité por no haber
tenido casi ningún encontronazo con nadie por el reparto de las
habitaciones, un logro personal, ya que en total éramos más de ochenta
personas.
Mi trabajo había acabado ya ese fin de semana, a partir de entonces solo
me quedaba divertirme. Me disponía ir donde sonaba la música y las voces
de la gente que estaba distribuida a un lateral de la entrada, junto a las
barbacoas, que ya estaban encendidas. Todos estaban ubicados de pie, en
pequeños grupos alrededor de mesas altas donde ponían las copas y
esperaban a que se sirviese la cena.
Algunos habían tenido más suerte y estaban sentados en sillones de
mimbre rodeando mesitas de café.
Me acerqué a donde estaba sentada Magda con Antonella, Mario,
Miguel y Damián, y me alegré de que hubiesen decidido ir todos. Estaban
riendo por algo que estaba contando Miguel. Mario sonrió cuando me
acerqué a ellos y me senté en un hueco del sillón que me dejaban junto a
Magda y Mario.
Noté unos ojos seguirme todo el trayecto y no me hizo falta volverme
para imaginar a quién pertenecían.
Cuando me senté, me lo encontré justo frente a mí, hablando aún con
Sam y con Lucas, que me saludó con la cabeza cuando nuestros ojos se
encontraron.
—Creo que el jefe ha pescado este fin de semana o, mejor dicho, lo han
pescado a él. Esa Samantha es una mujer de armas tomar.
Miré a Miguel, que era el que había hablado y me negué a decir nada al
respecto.
—Fíjate que creo que no está interesado —soltó Magda mientras me
miraba con una sonrisa.
—¿Y eso por qué?
Mario los miró unos segundos para cerciorarse de que seguían hablando
ajenos a nuestras miradas.
—Creo que a él le gusta cazar y no ser cazado.
Miré a Magda, que bebía un trago de cerveza sin decir nada más y no
me quedó otra que estar de acuerdo con ella, aunque supuse que dejarse
querer de vez en cuando tampoco estaba mal, sobre todo si era una mujer
tan espectacular como Sam.
—¿No estás de acuerdo? —me preguntó la muy puñetera, sonriéndome
con la mirada.
—Yo no sé nada, que le aproveche si es lo que quiere.
—Hola, no he podido saludarte en toda la tarde.
Me levanté a regañadientes para saludar a Lucas, que se había acercado
a nuestra mesa a saludarme.
—He estado algo ocupada. —Le di dos besos y le presenté a todos los
que estábamos allí sin que los ojos de Dimas se separasen de mí en ningún
momento.
No sabía bien si sentirme halagada o acosada, y no entendía lo que
quería. Pero tenía claro que necesitaba divertirme y era lo que pensaba
hacer ese fin de semana.
CAPÍTULO 20
CANDELA
Lucas se nos acopló para la cena. Consistía en un bufé libre situado junto a
las barbacoas. Estas llevaban toda la noche funcionando, asando
hamburguesas y todo tipo de carnes. Era un hombre muy atractivo. Tenía
algunos años más que yo, que iba a cumplir los treinta. Se conservaba bien,
vestía de manera muy elegante y parecía un hombre culto y educado,
incluso era divertido y amigable. Se había adaptado al grupo con facilidad,
sentándose y comiendo con nosotros como si nos conociéramos de toda la
vida. Antonella comenzaba a ponerle ojitos, pero no parecía demasiado
interesado por ella. Lo traté con cordialidad, sin embargo, intenté dejarle
claro que no estaba interesada en nada serio con nadie.
—¿Estás casado, Lucas? —Mario parecía haberse percatado del interés
de su amiga Antonella y decidió echarle una mano.
—No, me divorcié hará ahora dos años.
—¿Tienes novia, amante, follamiga o algo así?
Miré a Miguel, el responsable de la pregunta, y cerré los ojos
avergonzada del interrogatorio al que estaban sometiendo al pobre, pero él
no parecía incómodo con las preguntas, de hecho, parecía divertido por
haber suscitado tanto interés.
—Nada serio, no he conocido a ninguna mujer lo suficientemente
interesante desde entonces.
Mis alarmas se encendieron cuando me miró a mí mientras contestaba y
yo me hice la desentendida mirando hacia otro lado.
—¿Y tú? ¿Estás casada o prometida, Candela?
«¡Mierda, mierda!»
—Candela no quiere nada serio con nadie —dijo alguien a mi espalda, y
por su tono de voz parecía estar de mal humor.
«¿Y a este qué coño le pasaba ahora?»
Nos volvimos para mirar a Dimas. Se había acercado a nosotros dejando
sola a Sam, que por el momento había desaparecido de escena.
—Bueno, supongo que tampoco ha conocido a nadie interesante todavía
—Lucas me miró sonriendo mientras se acababa la cerveza que se había
pedido para cenar.
—Ni está interesada en conocer a nadie.
Dimas cogió una silla vacía de la mesa de al lado y se sentó en nuestro
círculo, lo que nos obligaba a casi todos a movernos para hacerle un hueco.
«¿De verdad va a quedarse aquí?» «¡Genial!»
—Bueno, es una mujer muy bonita. Seguro que cambia de opinión
cuando conozca a alguien que le interese.
La tensión alrededor de ellos se intensificó y todos los demás me
miraban a mí, como si yo fuese la culpable de la disputa entre ambos.
—Disculpadme, necesito ir al baño.
Me levanté sin dejar que ninguno dijera nada más.
—Te acompaño.
Magda se levantó y me siguió con rapidez. Entramos en el hotel para
dirigirnos al baño que había en la planta baja, al final del pasillo, junto a la
recepción.
—No puedo creerme que Dimas haya venido a marcarte como alguien
de su propiedad para indicarle a Lucas que no se acerque a ti.
Miré sorprendida a mi amiga porque eso era justo lo que me había
parecido a mí, pero creía que no era objetiva con Dimas, así que no quería
pensar cosas raras.
—¿De verdad ha hecho eso? —La miré unos segundos antes de entrar
en un aseo que estaba vacío y Magda entró en el siguiente.
—No me digas que no ha sido evidente.
—Pero si lleva toda la tarde con Sam, difícilmente ha pensado en nada
más esta noche.
—No te ha quitado el ojo de encima y ha venido corriendo en cuanto ha
tenido la oportunidad para dejarle claro a Lucas que no se le ocurra
acercarse a ti.
Me quedé callada porque no sabía qué decirle a Magda, ella era una
romántica empedernida y le encantaba hacer de alcahueta siempre que tenía
la oportunidad. Así que dudaba que su opinión fuera también demasiado
objetiva.
—Bueno, lo que ha dicho es cierto, no me importa demasiado si así
evita que Lucas diga una tontería este fin de semana.
—Está visto que le gustas y Dimas está celoso.
Magda salió del baño sonriendo encantada y se acercó al lavabo a
lavarse las manos.
—¿Te resulta divertido? —le repliqué, molesta por la sonrisita.
«¡Será mala pécora la tía!» ¡Pues ¿no que se estaba riendo de mí la
puñetera?!
—Venga ya, es de lo más romántico.
—¿Dimas es romántico?
Le pregunté sabiendo bien lo que me iba a contestar sobre él.
—La situación es muy romántica, aunque tú no quieras verla. —Me
miró sonriendo y esperando a que yo me lavase las manos—. Acuérdate que
este fin de semana van a pasar cosas interesantes.
—Define interesante.
Miedo me daba, de verdad. No quería que las cosas cambiasen, no
quería tener enamorados de ningún tipo. Deseaba que me dejasen en paz,
pero presentía esos cambios, como bien me había hecho notar Magda.
Salimos juntas del baño, donde nos encontramos con Dimas, que
parecía estar esperando algo en el pasillo. Por lo visto a mí.
—Ya lo verás.
Magda me guiñó un ojo y se alejó cuando vimos que Dimas se dirigía a
mi encuentro.
—¿Puedo hablar contigo?
No me gustó su tono serio, y su mirada fría aún menos.
—Claro, ¿sucede algo?
—Te recuerdo que Lucas es un cliente —soltó a bocajarro.
Lo miré con curiosidad porque no sabía bien lo que quería decir con
eso, no creía que fuera lo que estaba pensando.
—Lo sé. ¿Y qué quieres decirme?
—Que deberías guardar las distancias con él.
Abrí los ojos sorprendida porque no podía creerme que me estuviese
diciendo eso. ¿De verdad pensaba que estaba interesada en él de alguna
manera?
—¿Yo? ¿Por qué me dices eso?
—Si de verdad no buscas una relación, no deberías alentar a Lucas.
«¡Alucino!»
Noté mi mal humor encendiéndose por segundos.
«¡Será gilipollas!» pensé «¿Quién coño se cree que es para decirme
justamente eso?»
—Ante todo debo decirte que no es asunto tuyo —le solté acercándome
a él. Tan cerca, que su perfume inundó mis fosas nasales, vi cómo sus
pupilas se dilataban por el mal humor ante mis palabras y apretó la
mandíbula con fuerza. ¡Qué se jodiera!—. Y segundo, no he hecho nada
para atraer a un hombre que no me interesa en absoluto. Deberías aplicarte
el cuento con Sam.
Estaba tan enfadada que me cogí las manos para no golpearlo, que era
lo que deseaba. Él me siguió mirando con frialdad sin inmutarse por mi mal
humor.
—Pues no es eso lo que parecía.
—No me importa lo que te parezca, pero, de todas formas, te recuerdo
que no es de tu incumbencia.
—Te quiero en mi habitación esta noche.
No pude resistirme, de verdad que no y aunque sabía que no le iba a
gustar mi respuesta no pude callarme.
—Vete a la mierda.
Me fui dejándolo allí, mirándome con sus ojos claros echando humo.
«¡Ya sabía que no iba a gustarle mi respuesta»
Volví a la mesa y me senté para seguir comiendo, deseando que él no
volviese a aparecer por allí. ¿De verdad pensaba que iría a follar con él, con
la posibilidad de que todos en el trabajo se enterasen?
—¿Hay algún problema? —Lucas, que seguía sentado con nosotros, me
miró con intensidad al ver que mi humor no era el mismo al volver del
baño.
—No, estoy un poco cansada. —
Me di cuenta de que era verdad. Mis continuos enfrentamientos con
Dimas consiguieron agotarme psicológicamente.
—¿Puedo preguntarte algo?
Nos acabábamos de quedar solos porque todos habían ido a la barra a
por una copa después de cenar. Yo le había pedido a Magda que me trajera
la mía, porque no me apetecía levantarme otra vez. En ese momento me
arrepentía de no haberlo hecho. Estaba acorralada y él lo sabía, así que no
podía más que asentir con la cabeza. Me obligué a recordar que era un
cliente muy importante y amigo personal de Dimas, así que pensé que
estaba en un lío dijese lo que le dijese.
—¿Llevas mucho tiempo trabajando con Dimas?
No era la pregunta que esperaba, pero la agradecí porque consideré que
era una neutral.
—No, casi dos meses, solo.
Me miró evaluando mi cara, pensé que intentaba leer la verdad en ella.
—¿Sabes el tipo de hombre que es?
—Si te refieres a un jefe controlador y maniático… Sí, me hago una
idea.
Le sonreí confiando en que dejase el tema así.
—¿Conoces a su prometida?
Esa pregunta sí que me sorprendió.
—¿A Tania? Sí.
Ante mi mirada de sorpresa, aclaró:
—Los conozco a los dos desde la universidad, y aunque ahora tengo
algo menos de trato con Dimas, hemos sido buenos amigos desde hace
mucho.
Permanecí en silencio porque no sabía muy bien a dónde quería ir a
parar.
—Se han utilizado mutuamente para beneficiarse, ella necesitaba
escapar de un prometido impuesto por su padre y él necesitaba que las
mujeres casaderas lo dejaran en paz. Aunque lo respeto mucho en el nivel
profesional, y creo que es el mejor en las construcciones ecológicas, es un
mujeriego y no quisiera que te usara como hace con todas y luego te dejara
tirada como una colilla.
No sabía si había cerrado la boca o la había dejado abierta por la
sorpresa. Pero no me esperaba esas palabras de un hombre al que no
conocía de nada.
—Conozco esa faceta de él —Quizás demasiado—, te agradezco que te
preocupes por mí, pero no hace falta.
—No sé bien qué tienes, pero me caes genial. —Me sonrió de manera
tranquilizadora y consiguió que me sintiese bien con él, después de todo—.
Si alguna vez necesitas algo… me gustaría que me consideraras tu amigo.
No sabía muy bien qué decir a eso, porque creía que era una petición
envenenada, sus palabras posteriores me lo terminaron por aclarar.
—Ya sé que has dicho y reiterado que no buscas pareja ni nada por el
estilo y lo voy a respetar, pero quiero que sepas que estaré esperando si
necesitas algo de mí.
Le tomé la mano agradecida por sus palabras, de verdad que parecía un
gran tipo.
—Me gustas, Candela, no voy a negarlo, pero no voy a acosarte ni a
nada por el estilo, solo me encantaría poder ser tu amigo, aunque sé de uno
al que le va a dar un buen ataque de cuernos este fin de semana.
Se rio por lo bajo y preferí quedarme sin decir nada.
—Lo conozco tan bien que sé que siente algo por ti o no me miraría
como lo lleva haciendo toda la noche.
—Creo que estás equivocado.
¿Lo estaba diciendo en serio?
—Supongo que sabes lo que os traéis entre manos, pero ten cuidado con
él, ya que le gusta salirse siempre con la suya y no dudará en jugar sucio
para conseguirlo. No quiero que te haga daño. Y estás en una posición muy
delicada.
—Lo sé. —No me quedaba otra que asentir ante eso, porque tenía toda
la razón.
—Entonces ¿me dejas que le demos celos y que sufra un poquito este
fin de semana?
No le contesté a eso y solo sonreí, porque sabía que tenía razón en todo.
—Le bastará con que me vea cerca de ti.
—Solo espero que no te confundas conmigo.
—Tranquila, preciosa. Está todo claro como el agua.
—Deberías mirar más a tu alrededor… Podrías llevarte una sorpresa.
No quería decirle con claridad el interés de Antonella en él. Al fin y al
cabo, no era cosa mía.
Me guiñó un ojo y la miró con interés cuando la vio acercarse a la mesa.
—Está todo controlado.
Sonreí divertida.
¡Hombres! ¡Y yo que lo estaba subestimando!
El resto de la noche la pasamos entre copas y risas. Había un DJ
poniendo música en directo y la gente se lo estaba pasando genial.
Dimas se había sentado en la mesa con algunos de contabilidad, que no
sabía por qué eran los más viejos de la empresa. Vi sus ojos en mí cada vez
que nuestras miradas se encontraban y aún desde lejos, podía ver el enfado
en ellos y en su expresión corporal.
—Espero que sepas a lo que estás jugando.
Me dirigí con Magda a la barra libre que había en un rincón de la
terraza. Donde estaba la mayoría de la gente en ese momento.
Me acerqué a su oído para que pudiera oírme por encima de la música.
—No sé a qué te refieres.
—No está precisamente contento con tu nuevo amiguito.
—Que se joda.
Levantó la ceja en respuesta y rio divertida.
—No sé por qué, pero creo que los celos no los va a llevar bien.
—No soy de su propiedad —susurré, algo enfadada también al recordar
sus palabras del baño—, tengo vida propia y no debo rendirle cuentas a
nadie.
—Lo sé, solo te digo que Dimas es un enemigo difícil de enfrentar y tú
lo sabes mejor que nadie.
—Quizás esto le valga para que recuerde el tipo de relación que
tenemos.
—Quizás, pero, de todas maneras, ten cuidado con él. Aunque tú no
quieras nada con nadie, te digo yo que él no piensa igual.
Me dispuse a divertirme y dejar de pensar en Dimas y su manera de
tenerme controlada todo el rato sin quitarme la vista de encima.
Estuvimos bailando en una pista improvisada y perdí la cuenta de
cuántos cubatas me bebí durante toda la noche. Tuve que reconocer que
Antonella, Miguel y Mario, junto con Magda, hacían un grupo muy
divertido, Damián se perdió cuando comenzó a sonar la música y no
volvimos a verlo durante la noche.
—Creo que he bebido demasiado —le susurré a Miguel, que había
vuelto de la barra trayéndome otra copa. No tenía ni idea de la hora que era,
pero la pista de baile y la barra estaban casi vacías, así que supuse que era
tarde. No estaba demasiado borracha para no saber lo que hacía, pero sí lo
suficiente como para que, desde hacía ya bastante tiempo, me importara lo
más mínimo que Dimas me siguiera con la mirada.
—¿Estás bien?
Lucas me miraba sonriendo, había estado un rato desaparecido y en ese
momento volvía con la sonrisa aún más ancha y los ojos chispeantes. Que
Antonella apareciese justo en ese momento también me dio que pensar, así
que le sonreí.
—Estoy de maravilla. Veo que has decidido ampliar tus miras, después
de todo.
Me guiñó un ojo divertido y supe que me había entendido
perfectamente. Me sujeté a su brazo cuando la tierra se movió bajo mis pies
de repente y me eché a reír como una tonta.
—Creo que he bebido demasiado.
Los que estaban a nuestro alrededor también comenzaron a reírse al
verme tan perjudicada. No estaba acostumbrada a beber tanto porque no
solía salir de fiesta.
—No pensarás irte a dormir ya, ¿no?
—Bueno, luego voy a necesitar que me acuestes tú —le solté a Magda
divertida.
Más risas de todos.
—Te llevo donde haga falta
Todos volvimos a reírnos, porque era más que evidente que Magda
estaba igual de perjudicada que yo, o incluso más todavía.
—Y si no te acuesta ella te acostamos entre todos.
—Más quisierais. Necesito ir al baño urgentemente —murmuré echando
casi a correr por el jardín ante las risas de todos de nuevo.
Tanto líquido me había dado ganas de hacer pis urgentemente. Rogué
porque los baños no estuviesen ocupados.
No encontré a casi nadie por el camino por lo que pude sentarme a mear
tranquilamente, esperando que se me pasase un poco el pedo que llevaba.
Al día siguiente iba a querer morirme, pero me lo estaba pasando genial. De
repente, Dimas apareció en mi mente mirándome con tanta seriedad que me
pregunté qué era lo que había estado pensando toda la noche para mirarme
de esa manera. No creí que estuviese celoso de Lucas, él sabía que no tenía
interés en nadie como tan bien se lo había indicado a Lucas él mismo.
Repetí sus palabras en mi mente y sonreí como una tonta.
¡Cómo me excitaba cuando salía su lado arrogante! Me preguntaba qué
cara pondría si de verdad se me ocurriese ir a su habitación para follármelo.
«¡Estás muy borracha Candela!» Apoyé la cara en la puerta del baño
para subirme los vaqueros ajustados que llevaba, para mantener el
equilibrio y no caerme de boca.
Empecé a sentirme realmente mal, así que cuando acabé de vestirme
salí del baño a trompicones para avisar a mis amigos de que me iba a
acostar ya. No era capaz de pensar en beber nada más sin vomitar hasta la
primera papilla.
—¡Oh, venga ya, no seas aguafiestas!
Mario intentaba sujetarme para que no me fuera a acostar. Yo me
escabullí entre risas y entré en el hotel del brazo de Lucas, que se había
ofrecido a acompañarme a mi habitación. Decidí sujetarme a él para que me
ayudase a subir las escaleras.
Tuvimos la mala suerte de encontrarnos también a Dimas subiendo la
escalera, que no pudo disimular su odio al vernos subir juntos.
—¡Oh, mierdas, el que faltaba!
Me eché a reír de manera escandalosa, lo cual hizo que me mirase aún
más enfadado.
—No le hagas caso —le pidió Lucas, sujetándome para evitar que me
cayese de bruces al tropezarme con los escalones al reírme tanto—, ha
bebido demasiado.
—No deberías aprovecharte de eso —le soltó a Lucas de malos modos.
Mi risa aumentó al darme cuenta de que pensaba de verdad que iba a
meter a Lucas en mi habitación. No podía estar más equivocado, pero no
pensaba sacarlo de su error.
—No es asunto tuyo —le solté sin consideración.
Lucas lo miró con cautela antes de contestarle. Supuse que para no
caldear más los ánimos ante su mal humor.
—Solo la estoy acompañando a su habitación y me encargo de que llega
sana y salva, ¿por quién demonios me has tomado?
Dimas nos observó en silencio y subió las escaleras que le faltaban sin
decirnos nada más.
¡Grosero!
—Si las miradas matasen…
—Muchas gracias por acompañarme, mañana te veo.
—Buenas noches, Candela.
Esperó a que entrase en la habitación y dio media vuelta para bajar
rápidamente sin decir nada más.
En el último segundo antes de entrar en mi cuarto decidí decirle algunas
cosas al estúpido arrogante de mi jefe.
¡Me iba a oír!
CAPÍTULO 21
DIMAS
CANDELA
CANDELA
DIMAS
CANDELA
CANDELA
¿Os habéis levantado alguna vez pensando en que vuestra vida está a punto
de dar un giro de ciento ochenta grados? Pues yo me levanté así a la
mañana siguiente, deseando de corazón que lloviese a cántaros o que
hubiese un terremoto y tuviéramos que huir o se desatase cualquier otro
desastre natural.
¡Era una cobarde, lo sabía!
Pero me aterraba cambiar mi relación con él. Ya me gustaba lo
suficiente como para volverme loca de vez en cuando sin apenas
conocernos mucho.
Miré el día que hacía fuera y pude ver un sol espléndido brillando
alegremente, hasta el astro rey parecía conspirar contra mí.
Me fui a la ducha directamente después de entrarme un wasap de
Magda diciéndome que me esperaba fuera para desayunar.
Me vestí con la ropa deportiva, ya que no tenía demasiado sentido tener
que entrar a cambiarme una hora después. Además, esperaba que, al estar
ya preparada para enfrentarme a él desde primera hora, mi mente se
sugestionaría lo suficiente como para no poder perder el partido.
—¡Tienes mala cara! ¿Una mala noche?
Magda me sonrió y pidió un café solo al camarero que nos había venido
a atender con la cafetera en la mano.
—Yo quiero un capuchino, por favor.
Agradecí que nuestros compañeros no estuviesen a la vista para poder
hablar a solas.
—Dimas estuvo hablando conmigo anoche.
Levantó la ceja en una muda interrogación, sin decir nada más,
esperando que se lo contara todo.
—Se le ha metido la idea en la cabeza de que tengamos una relación
normal entre nosotros. ¿Te lo puedes creer?
—¿Y te sorprende?
«¡Mira la otra!»
—Claro que me sorprende, no quiero salir con él.
—¿No te gusta? —me preguntó sorprendida—. Porque nadie lo diría
por la manera que tienes de mirarlo.
—No es eso.
—Candela —Me cogió la mano para que atendiera a lo que me iba a
decir—, está claro que le gustas y es un hombre sincero contigo, no puedes
estar huyendo toda la vida de una nueva relación. Él no es Julio ni se le
parece en absoluto, y lo sabes.
—¿Qué pensará la gente de mí? No tengo este trabajo por acostarme
con él.
—Por supuesto que no. Podéis llevarlo con discreción un tiempo, no
hace falta que nadie lo sepa hasta que no veáis cómo evoluciona la relación,
si te quedas más tranquila.
¿Por qué parecía tan fácil?
—No es eso.
—¿A qué tienes tanto miedo?
Miré sus ojos azules, que intentaban sondear los míos.
—A que vuelvan a hacerme daño.
—El amor es así, nadie sabe lo que puede pasar mañana. Pensé que te
gustaba Dimas. Es un portento de hombre…
—Ya sabes que me gusta Dimas —reconocí en voz baja para que nadie
más pudiera enterarse.
—Pues entonces no seas tonta y daros una oportunidad. Tu trabajo no
corre peligro pase lo que pase entre vosotros, a la vista está. Solo tú lo
llamas gilipollas delante de todo el mundo sin que te arranque la cabeza.
Reconocí que tenía razón en que hasta ese momento habíamos tenido
una relación bastante profesional entre nosotros, aun acostándonos de vez
en cuando.
¡Madre mía! Solo de pensar en que podría estar con él fuera del trabajo,
hacía que mis pulsaciones se me disparasen y me dieran taquicardias.
«¡Cálmate, Candela!»
—Mira, ahí viene —me indicó Magda, señalando la puerta por donde
acababa de aparecer el rey de Roma.
También venía vestido con el pantalón corto deportivo y polo negro.
Mira que estaba guapo el jodío se pusiese lo que se pusiese, y desnudo
estaba mucho mejor.
«¡Relájate un poco, Candela!»
—Buenos días, chicas —saludó cuando llegó a nuestra mesa. Me
recorrió las piernas desnudas con la mirada y sus ojos dorados se
iluminaron—. ¿Puedo sentarme con vosotras?
—Creo que Sam está por allí.
¿Por qué coño había dicho eso?
Dimas me miró unos segundos y no cayó en la provocación; se sentó sin
entrar al trapo. Ya conocía mi mal humor mañanero.
—Prefiero sentarme con vosotras. —Me miró un segundo, curioso—.
¿Nerviosa por el partido?
—¿Yo? ¿Por qué? Voy a darte la paliza de tu vida. —Le sonreí con
chulería y él no pudo evitar soltar una carcajada.
—Me encantas, Candela, de verdad —soltó sin esperármelo, y sus
palabras hicieron sonreír a Magda tras su taza de café para disimular—.
Siento desilusionarte, pero me juego demasiado para perder este partido.
Su tono serio repentino me borró la sonrisa de la cara.
—Aun así.
—Te daría el gusto de que me ganaras si no estuviese nuestro futuro en
juego. —¿De verdad había dicho eso? ¡Joder!—. Espero que seas buena
perdedora.
—No cantes victoria tan pronto —solté con acidez—, quizás me juegue
demasiado yo también para perder este partido.
—No entiendo por qué lo haces todo tan difícil. —Me estudió con
detenimiento.
—No me fio de ti —solté de repente haciendo que Magda se atragantase
con su café y tosiera de manera desesperada, mirándome con los ojos como
platos.
—Lo sé. —Ni se inmutó, dándole a Magda algunos golpes en la espalda
para ayudarla con el atragantamiento—, y por eso quiero que me conozcas
mejor, para que se te quite ese pánico que tienes a las relaciones… y a mí.
En el fondo soy un buen chico.
Decidí no contestarle y me levanté a coger del bufé el resto de mi
desayuno. Se me había quitado el hambre, pero así tenía la oportunidad de
respirar un poco y despejar mi cabeza tras sus palabras.
Dimas se terminó el café y se levantó para marcharse.
No conseguí relajarme en el resto de la mañana. Apenas había probado
bocado de lo que había cogido de las mesas para el desayuno, pensando en
el ejercicio de después.
Y en ese momento estaba mirando a Dimas, pensando en lo mucho que
me jugaba en ese partido.
—Bien —nos dijo Juan, que repetía siendo el juez de silla—, quiero un
partido limpio y justo. —Me miró con seriedad—. He apostado por ti, así
que tienes que ganar.
Dimas lo miró sonriente, no parecía demasiado afectado porque casi el
cien por cien de la gente hubiese apostado por mí, más bien parecía
divertido.
—A estas alturas, deberías saber hacer apuestas seguras—le indicó
sonriendo.
—Creo que ella es una apuesta segura —contestó Juan, divertido.
—Yo también.
La mirada de Dimas me indicó que ya no se estaba refiriendo solo al
partido y eso hizo que mi estómago se me retorciera y me rasqué el
antebrazo con fuerza.
—¡Candela, para! —me regañó preocupado.
Ya debía saber que si me ponía nerviosa me rascaba, era lo que había.
Me obligó a dejar de rascarme y me dirigí a mi zona de saque.
Jugaríamos al mejor de tres sets.
¡Allá íbamos!
Sacaba yo, porque Dimas me había cedido el primer saque intentando
acallar su conciencia, suponía. Me daba igual, porque no le iba a dar un
respiro.
Saqué con toda la potencia que pude y me apunté el primer saque
directo del día.
—¡Machácalo! —oí a Miguel alto y claro, y sonreí al ver a Dimas
mirarlo fijamente y apuntarle con el dedo.
—¡Te he oído!
Todos rieron divertidos y yo sonreí también, mientras botaba la pelota
amarilla un par de veces para concentrarme.
El segundo saque fue otro saque directo.
—Vamos, Candela, que ya lo tienes.
Como era algo tan exagerado, todos volvieron a reír. ¡Ojalá fuese tan
fácil!
—¿Nadie ha apostado por mí? —preguntó Dimas entre divertido y
extrañado.
Se oyeron algunos «yo» entre las gradas.
—Hoy vais a forraros —les dijo él dándose por ganador.
Era tan irritantemente prepotente que volví a marcar otro saque directo
y él me miró sorprendido.
—¡Vale ya, ¿no?! ¿No me vas a dejar jugar?
Todo el mundo rompió a reír y eso me desconcentró lo suficiente para
fallar el siguiente saque, que se me fue fuera.
—Ya eres mía —gritó, haciendo reír a todo el mundo.
Reconocí que era un hombre divertido, aun jugándose una relación,
como decía él. Ese pensamiento me puso tan nerviosa que perdí la
concentración y mandé la bola a la red, ante el «¡oh!» de todo el mundo.
—Ahora te vas a enterar.
Me obligué a centrarme en el partido y tuve que reconocer que el juego
de Dimas varió mucho de cuando sacaba a cuando recibía, así que gané el
primer set por un ajustado 6-5 gracias a mi saque.
Cuando comenzó a sacar él, cambió por completo y consiguió ganarme
ese set con otro 6-5.
Yo era más rápida, pero él era más grande y tenía mucha más fuerza, así
que el ganador ya no estaba tan claro.
En el tercer set los dos jugamos de manera menos agresiva, y nos
dedicamos a pelotear de lado a lado de la pista esperando que uno se
cansase o cometiera un error. Estaba visto que Dimas tenía una forma física
envidiable y parecía que no se agotaría nunca. Yo comencé a sudar y mis
energías se gastaban a pasos agigantados. Demasiado alcohol en los últimos
días, en cambio a él no parecía haberle afectado el fin de semana de excesos
que llevábamos.
Jugamos un empatadísimo partido. Un set para cada uno y ese juego,
que lo llevamos 30-30.
El sol calentaba con fuerza y sentía que mi cerebro se me comenzaba a
derretir con tanto calor. Deseé acabar ya, y con mis prisas mandé una bola
fuera.
La sonrisa de Dimas, sintiéndose ganador, me mosqueaba y le devolví la
pelota con tanta fuerza, que no me había dado cuenta de que se la había
lanzado al cuerpo, a la entrepierna exactamente, y se puso la raqueta delante
para evitar el pelotazo, por supuesto la bola rebotó fuera y me quedé muy
seria mirando cómo me estudiaba con ojos curiosos, evaluando por qué
había jugado tan sucio.
—¡¡Eh!! —gritó sorprendido por ese pelotazo al cuerpo.
Me acerqué a la red, arrepentida.
—Lo siento —le grité para que me oyera, y miré a Juan que evaluaba en
silencio mi cara consternada—, no lo he hecho a propósito.
—No seas mala y gánale jugando limpio, que sabes y puedes hacerlo —
susurró para que nadie más pudiera oírlo.
—Ese punto es suyo —indiqué a todo el mundo para intentar enmendar
mi error.
Si esa bola le hubiese dado, podía haberle hecho daño y no había sido
mi intención.
Dimas me estudió unos segundos antes de acercarse a la red.
—Damos el juego por empatado.
Salió del campo sin decir nada más.
La gente empezó a quejarse.
—Que os devuelvan el dinero a todos; hoy no hay ganador —le gritó al
público para hacerse oír y siguió su camino sin decirle nada más a nadie.
Yo me quedé parada sin saber bien qué era lo que había pasado. Lo
seguí hasta que entró en el hotel y lo perdí de vista.
—¿Qué ha pasado? —me preguntó Juan, extrañado.
Lo miré totalmente desconcertada.
—No tengo ni idea.
—¿No quería que ganaras? —me preguntó, intentando sacar en claro lo
sucedido.
Pero algo me decía otra cosa.
—Mas bien parece que no ha querido ganarme él a mí.
Y eso me desconcertaba aún más, sabiendo lo que teníamos apostado
entre nosotros.
Estaba claro que iba a tener que hablar con él para enterarme de lo que
había pasado.
CAPÍTULO 26
CANDELA
CANDELA
Volvimos justo a las cuatro de la tarde, sin querer darle ningún motivo para
que pudiera reclamarnos que llegábamos tarde. La puerta estaba cerrada
cuando me senté en mi silla, pero el teléfono de mi mesa no tardó ni un
segundo en sonar. Era él, por lo que supuse que debió oírme llegar.
—Candela, pasa a la oficina.
—¿Cojo la libreta para tomar apuntes?
—Ahora. —Y colgó.
«¡Joder con la mala hostia! ¿Qué le pasa ahora?»
Entré sin llamar y lo encontré sentado ante su ordenador, sin chaqueta y
con la camisa blanca remangada y la corbata algo floja.
¡Qué guapísimo estaba!
Levantó la vista y clavó sus ojos en mí. Podía ver con claridad que
seguía enfadado, pero como no pensaba que fuera por mi culpa, pasé de su
mal humor.
—¿Qué quieres?
Levantó una ceja ante mi tono de voz irritado y me recorrió con la vista.
—Acércate.
Me acerqué con cuidado por lo extraño de la petición. Normalmente me
sentaba en la silla frente a su mesa.
—Ven hasta aquí, Candela, no voy a morderte.
Me acerqué sin fiarme demasiado hasta él, que me cogió de la mano
para colocarme entre sus piernas y poder abrazarme.
—Llevo toda la semana queriendo volver para poder hacer esto.
Me sujetó la cara como ya comenzaba a ser su costumbre. Se apoderó
de mi boca en un largo beso que hizo que me olvidara de todo lo que
sucedía a nuestro alrededor. Cuando por fin nos separamos, me quedé
mirando sus ojos claros y le toqué la mejilla con la mano. Su barba de una
semana me hacía cosquillas en los dedos.
—Pensaba que estabas enfadado —le solté cuando por fin recuperé mi
voz, aún tenía las piernas débiles por semejante besazo que me acaba de
dar… en la oficina.
—Ni te imaginas la mala leche que me ha entrado cuando te he visto
agarrada a Lucas y me has dicho que te ibas a comer con él y no te
quedabas conmigo.
—Si mal no recuerdo has dicho que estabas ocupado, ¿cómo voy a
saber que quieres comer conmigo?
—Te quería solo para mí, para poder hacer justo esto. —Y volvió a
besarme, pero esa vez con dulzura—. Llevo toda la semana soñando con
volver a besar tu boca de caramelo. No he sabido gestionar lo que he
sentido al verte con él, sabiendo que le gustas.
—Está con Antonella —le dije para intentar aplacar un poco sus celos,
que no sabía por qué, pero me resultaban graciosos.
—Pero no puede evitar la manera que tiene de mirarte y no me gusta
demasiado.
—A mí no me gusta la gente celosa sin motivos —le aclaré para que
supiera a lo que atenerse.
—No me consideraba un hombre celoso hasta que te he conocido a ti —
me contó en un susurro como si fuese un descubrimiento también para él—.
Aún estoy intentando gestionarlo y voy a necesitar un poco de tiempo,
¿vale? Siento haberte incomodado antes.
—¿Has comido?
No pude evitar preocuparme por él. Parecía cansado y aproveché para
cambiar de tema.
—Aún no, estoy acabando un correo urgente y ahora iba a pedir algo a
la cafetería.
—Bajo al italiano y te traigo algo de pasta y ensalada. No puedes comer
solo un sándwich e hincharte a café.
Me miró un segundo sopesando mis palabras y al final asintió con la
cabeza y sonrió conciliador.
—Vale, tráeme algo de pasta y una Coca Cola muy fría. Voy a seguir
con esto, que me gustaría llegar a casa temprano y descansar, llevo una
semana de locos.
Lo dejé trabajar y bajé de nuevo al italiano a por su comida. No podía
borrar la sonrisa idiota que llevaba en la cara.
Volví a verlo cuando acabamos de trabajar, a las cinco de la tarde, y
debía estar verdaderamente cansado porque salió de su oficina a esa hora,
cosa muy extraña en él, que no salía del despacho casi ningún día antes de
las ocho de la noche.
El viernes, al acabar el trabajo, nos reunimos en el bar de la esquina,
donde solíamos quedar para tomar una copa. Siempre éramos los mismos:
Miguel, Mario, Damián y Antonella. Magda fue conmigo al baño.
—¿Has quedado con el jefe para este fin de semana?
La miré mientras entrábamos al cubículo de los aseos. Ella pasó al que
estaba al lado del mío.
—No hemos hablado nada de ese tema hoy.
—¿Te das cuenta de que estás saliendo con uno de los solteros de oro
del país?
No supe qué decirle, porque suponía que tenía razón.
—Preferiría que no fuese quien es —le dije tras pensarlo un momento, y
lo pensaba de corazón. Que fuera tan conocido y perteneciera a una de las
familias más ricas del país solo podía traerme dolores de cabeza y
problemas. Todo sería mucho más fácil si fuese un trabajador normal y
corriente.
—Venga ya, que sea quien es, es lo que da más morbo.
—Yo pienso que todo su dinero solo nos separará.
—¡Hija, mira que eres negativa! ¿Por qué no puedes pensar que todo va
a ir como la seda entre vosotros? El primer impedimento, o sea, tú, ya lo
habéis salvado.
Me lavé las manos al salir del cubículo y miré a Magda, que también
vino a lavárselas.
—Pues de verdad creo que nuestros problemas no han empezado
todavía.
Dimas:
Acabo de llegar a mi casa, te mando la ubicación. Ven cuando quieras… Te
espero.
(Emoticono de la cara dando besos).
Yo:
Estoy con los compañeros de trabajo tomándonos una copa en el bar de
siempre. Tengo que llegar a casa y coger algo de ropa.
Dimas:
Trae un bikini y ropa deportiva (emoticono de cara guiñando un ojo)
Yo:
¿Bikini, para qué? ¿Y ropa deportiva? ¿Qué piensas hacer este fin de
semana? Te recuerdo que solo son dos días.
(emoticono de cara pensando)
Dimas:
Es una sorpresa
(emoticono de cara quiñando un ojo)
Yo:
No me gustan demasiado las sorpresas…, pero te haré caso. Te avisaré
cuando vaya a salir de mi casa.
(emoticono de beso de carmín)
Dimas:
Estoy deseando besarte de nuevo. No tardes.
(emoticono de cara dando besos)
CANDELA
Salir de Madrid hacia cualquier lugar un viernes por la tarde era una
aventura que podía tardar un tiempo indeterminado; todo el mundo lo sabía.
A mí no me había llevado demasiado tiempo llegar a ese pueblo donde
Google Maps me había llevado al meterle la ubicación de su casa.
Miré el recinto por fuera. Parecía un chalé normal y corriente con una
valla que estaba formada por una hilera de setos y no me dejaban ver el
interior.
Había oído hablar de su casa, al fin y al cabo, estaba diseñada por él y
construida por su empresa. Era una de las más prestigiosas del país en
arquitectura domótica y geodésica, las más modernas que había.
Nada me había preparado para lo que me encontré cuando me abrió la
puerta de entrada para que metiera el coche y vi cuál era su casa.
Que me quedé alucinando en colores era quedarme corta.
Resultaba ser una construcción enorme, que parecía a simple vista de
madera con todo un lateral de cristaleras enormes y el resto de las paredes
parecían un panal de abejas, con innumerables ventanas y claraboyas para
dejar pasar la luz.
El tejado era, sin lugar a duda, lo que más me impresionó. Estaba
diseñado a diferentes aguas y se alternaban entre placas solares en unas y
césped plantado en otras.
Cuál sería mi cara de alucine, que Dimas me miraba junto al coche
esperando que dijera algo.
—¿Te gusta?
No pude evitar la broma.
—No sabía que eras fan de Los Hobbits.
Soltó una carcajada, divertido por mis palabras, pero como en mi cara
podía leerse que me encantaba, se relajó bastante y me echó el brazo por
encima para dirigirme a donde quería.
—Deja que te la enseñe.
Estuvimos rodeando la casa y me explicó todo lo que tenía de domótica,
los ventanales con los cristales pivotantes para refrescar la casa cuando
subiera la temperatura más de veinticuatro grados. El techo con el césped
vivo que ayudaba a regular la temperatura. Los materiales geodésicos que
también ayudaban a refrescar el ambiente.
Todas las construcciones del exterior, el cobertizo donde tenía
guardadas herramientas de bricolaje y latas de pintura, como cualquier ser
humano normal, y la casita de invitados eran como enormes champiñones
de madera, lo que me hacía sonreír todo el tiempo.
Tenía una piscina climatizada que desprendía vapor ante el relente que
comenzaba a caer al anochecer en la sierra de Madrid.
El interior me fascinó, directamente.
Era casi todo de madera, los suelos, los techos, las puertas… El salón
era un gran espacio con grandes ventanales que estaban cerrados, pero que
tenían unas vistas increíbles del pueblo situado algo más abajo, ya que la
casa estaba en la alto de una colina. La cocina estaba separada del salón por
una simple barra americana, que lo hacía todo más diáfano y luminoso.
En la planta baja solo había un despacho y las escaleras que bajaban a
un enorme gimnasio perfectamente equipado. Ya entendía lo de la ropa
deportiva y el bikini.
En la planta alta había tres habitaciones con enormes ventanales y, lo
que más me gustó de todo, era una especie de ático que en realidad resultó
ser una biblioteca con una inmensa pared llena de libros y todas las demás
eran de cristales, incluido el techo. Había algunos sillones distribuidos por
los rincones para aprovechar mejor la luz y el calor del exterior en invierno.
«¡Madre mía, podría quedarme a vivir en esta habitación!» pensé.
—Cuidado con lo que deseas o te tomaré la palabra.
—¿Lo he dicho en voz alta? —pregunté sorprendida.
—Sí, y no te imaginas lo que me encanta que te guste tanto.
—Ahora entiendo por qué hablan tanto de esta casa. Es una verdadera
preciosidad. Luminosa, espaciosa y sencillamente maravillosa. Felicidades.
—Lo miré, sonriéndole orgullosa—. He oído que la diseñaste y te
encargaste personalmente de algunas de las partes.
—Gracias. Sí, bueno, fue una apuesta personal cuando decidí
independizarme de mis padres. Pensé que una construcción así sería mi
mejor carta de recomendación y no me equivoqué.
—No, es preciosa.
—Ven, cojamos la maleta y la subimos a la habitación, así aprovecho
para enseñártela también.
Bajamos a por ella y me quedé sin palabras al ver la habitación, que era
totalmente de cristales. Todas las paredes menos la de la cabecera de la
cama.
—¿Pueden vernos desde fuera?
—No tengo vecinos cerca —me dijo sonriéndome divertido—. Mira.
Le dio a un botón y el techo se desplazó, dejando también un cristal a la
vista, pudiendo verse el firmamento sobre nuestras cabezas.
—¡Vaya! —dije sorprendida, mirando las estrellas que empezaban a
brillar tímidamente en el cielo.
—Sí, vaya.
Pero él no miraba el cielo sobre nuestras cabezas, sino a mí, tan
intensamente que le sonreí algo nerviosa.
—Dormir bajo un cielo de estrellas en tu caso es literal, ¿no?
—Y ver caer la lluvia también es muy relajante —me explicó
sonriendo, y pasamos al baño, que tenía un enorme jacuzzi y un plato de
ducha doble. Todo en acero y gres blanco. Muy moderno y elegante.
—Te pediré que me invites un día que llueva.
—Espero que pases aquí más de un día lluvioso —Se acercó a mí y me
besó en los labios con suavidad.
Sus palabras consiguieron que mi corazón se derritiera y tenía que
reconocer que ver su casa me hacía aún más consciente del tipo de hombre
que era.
«¿Dónde te estás metiendo, Candela?»
No lo sabía, solo quería que me siguiera besando así.
—¿Tienes hambre?
Se separó de mí y me besó la punta de la nariz en un gesto tierno.
—Bueno, yo siempre tengo hambre, ya lo sabes.
Él rio divertido por mis palabras.
—Me encantas, Candela. —Me dio la mano y ordenó que se apagasen
las luces según íbamos saliendo del cuarto—. Voy a preparar la cena.
—Si también me dices que sabes cocinar…
—Lote completo. —Me sentó en un taburete que había en la isla que
separaba la cocina del salón—. Abriré una botella de vino mientras preparo
la cena.
—¿Puedo ayudarte?
No tenía idea de qué pensaba preparar, pero también me defendía bien
en la cocina.
—Como eres mi invitada, cocinaré yo, cuando estemos en tu casa lo
harás tú. ¿Te parece?
Lo miré sin decirle nada. Si quería hacerlo él…, que lo hiciera. Para eso
estaba en su casa, ¿no?
—Déjame impresionarte un poco.
El comentario me hizo reír.
—Vale, impresióname, pero creo que después de tu casa, nada podrá
impresionarme más.
—Bueno, sé que va a ser algo difícil, pero lo intentaré.
Me besó el pelo. Me sorprendió que fuera un hombre tan cariñoso y que
tuviese esa necesidad continua de estar besándome o tocándome. Yo llevaba
tanto tiempo escondiéndome de los hombres y de los sentimientos que me
resultaban extrañas tantas muestras de cariño.
No sabía qué cara había puesto, pero lo vi mirándome con intensidad
frente a mí, buscando mis ojos.
—Candela, soy una persona bastante cariñosa a la que no le avergüenza
demostrar afecto en público. Si te incomodo o te sientes agobiada solo
tienes que decírmelo, ¿de acuerdo? No quiero que te sientas incómoda por
mi culpa.
—De acuerdo. —Le sonreí para borrar la preocupación de sus ojos—.
No estoy acostumbrada a tantas muestras de afecto, es todo. Solo necesito
un poco de tiempo para acostumbrarme a ti.
Asintió y abrió un botellero que tenía en un lateral de la cocina para
sacar una botella de vino blanco.
—¿Te gusta el atún?
Asentí. ¿Iba a cocinar atún?
—Mientras no sea sushi…
—Me has matado —dijo con pesar, poniendo una mano en su corazón
como si le doliera.
—Lo siento, pero me gusta el pescado cocinado.
—Oído cocina…
Abrió la botella con rapidez, sacando dos copas y sirviéndolas,
metiendo luego la botella en la nevera para que se mantuviese fría.
—Te dejo el vino.
Cogió de un armario un bote de aceitunas de las que sacó unas pocas y
las sirvió en un cuenco.
—No quiero poner muchos entrantes para que nos comamos el atún.
Cogió la copa para que brindásemos.
—Por nosotros. Para que dejes de mirarme como si me fuera a
abalanzar sobre ti en cualquier momento.
Me reí y probé el vino, que estaba delicioso.
—¿No vas a hacerlo? ¡Qué desilusión!
Él colocó su copa junto a la mía y encendió el fogón de la cocina. Puso
una parrilla para que se fuera calentando. Luego cogió una bolsa de
ensalada lavada y la sirvió en un bol. Preparó con rapidez la salsa. Cuando
la parrilla estuvo caliente puso el atún encima y vino de nuevo a la barra a
hablar conmigo.
—No me miras con deseo. Sé que todo esto es nuevo para ti. —Hizo
una señal con la mano, indicando la cocina y la cena—. No deseo que hagas
nada que no quieras hacer o decir. Tienes todo el tiempo del mundo, no
quiero que te agobies por nada, ¿vale?
Me quedé mirándolo con una sonrisa en la cara. ¿Podía ser más
encantador?
—Sé que soy algo intenso —reconoció sonriendo—, pero sabes
ponerme en mi sitio como poca gente sabe hacerlo. —Me miró sorprendido
—. ¿De verdad me llamaste gilipollas delante de todo el mundo?
No quería reírme, de verdad que no, pero no pude evitarlo al ver su cara
de alucine.
—Lo siento, no llevo bien que me griten y me avergüencen delante de
los demás. Ni siquiera me di cuenta de a quién se lo decía.
Dimas comenzó a reírse también y fue a darle la vuelta al pescado.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
Su cara seria me puso sobre aviso. Ya me suponía lo que me iba a
preguntar. Tal y como estaba nuestra relación, no tenía demasiado sentido
seguir ocultándoselo.
—Dime.
—Siempre puedes no contestármela —me aclaró muy serio—, pero no
me insultes, por favor.
Sonreí ante sus palabras.
—Dime, intentaré no descuartizarte con el cuchillo del pescado.
Me miró sorprendido por un segundo y luego se rio de mis palabras.
—¿Me cuentas lo que pasó para negarte a tener relación alguna con los
hombres?
Ante mi mirada seria, añadió atropelladamente:
—Le he dado mil vueltas al asunto, de verdad…, me mata la curiosidad,
pero prefiero que me lo cuentes tú.
—Pillé a mi prometido en la cama con mi dama de honor, pocos días
antes de la boda.
Ya estaba. Problema resuelto. Era justo que se enterase por mí y ya no
tenía demasiado sentido seguir ocultándoselo
Abrió mucho los ojos, asombrado, y de repente se dio la vuelta y apagó
el fuego cuando retiró el atún y lo sirvió en dos platos planos.
—¡Qué hijo de la gran puta!
Aliñó la ensalada con rapidez y la puso en el medio de la isla. Sacó los
cubiertos y los colocó frente a cada uno de nosotros. Puso un plato delante
de mí y se sentó en un taburete justo frente a mí.
—¿Te has vengado de él?
Lo miré sorprendida por sus palabras.
—No, anulé la boda, por si eso te sirve de consuelo.
—No es suficiente castigo. ¿Podemos hacerle daño de algún modo?
¿Lo estaba diciendo en serio?
¿Daño? ¿A qué se estaba refiriendo? Por un momento pensé que estaba
de broma, pero parecía que lo estaba diciendo totalmente en serio.
—Claro, no puede joderte la vida y marcharse de rositas, merece sufrir
mucho por lo que te hizo.
Lo estudié en silencio analizando sus palabras. ¿De verdad haría algo
así por mí? ¿Quería hacerle ese tipo de daño? Pensar en él ya no me dolía
como me dolió cuando sucedió. Pisoteó mi amor propio y se rio de mis
sentimientos como si no valiesen nada. Pero no quería vengarme de él. Con
no volver a verlo en la vida me conformaba.
—No quiero hacerle daño, Dimas. Ya no me importa, ni siquiera me
duele pensar en él.
«No mucho, por lo menos».
—Tenlo presente. Puedo amargarle la vida con solo hacer un par de
llamadas.
Mi mirada sorprendida debió indicarle con claridad lo que pensaba al
respecto.
—Solo quería que lo supieras. Ahora come antes de que se enfríe.
Ese comentario me hizo ver que Dimas no era un hombre al que se
pudiera tener de enemigo.
Cenamos hablando de otros temas, gracias a Dios que había dejado el de
mi prometido al margen, y nos bebimos la botella de vino blanco, que
estaba espectacular.
De postre había sacado un plato con fresas que había lavado
tranquilamente mientras lo observaba sentada en el taburete de la isla donde
habíamos cenado, y lo vi sacar un bote de nata montada de la nevera.
Por su manera de mirarme, despacio, supe que algo estaba tramando con
el postre.
—¿Te gustan las fresas?
—Claro, no conozco a nadie a quien no le gusten las fresas.
—Bien.
No dijo nada más. Se acercó a mí, despacio, y me indicó que me
levantase, ya que tenía las manos ocupadas.
—Para comernos el postre va a ser mejor que subamos a la habitación.
¡Madre mía, mi tanga se me bajó de la impresión!
—Apagad luces —dijo cuando nos dirigíamos a la habitación que
estaba en la planta alta. Las luces se iban apagando de golpe dejando el
salón tenuemente iluminado con algunos focos de emergencia,
estratégicamente situados.
—¡Qué pasada! —murmuré maravillada de la domótica de la casa—.
Cuando pueda comprarme un terreno, te contrataré para que me hagas una
casa como esta.
—Estaré encantado de construirte lo que tú quieras —me dijo divertido
—, vamos arriba.
Pidió «luces» en la planta alta y el pasillo se fue encendiendo según
íbamos pasando por él en dirección a la habitación situada al fondo.
Yo tuve que sonreír encantada, porque era realmente curioso que todo se
fuera iluminando a tu paso.
—Esto es realmente maravilloso —dije mirándolo, encantada con lo
que estaba viendo.
Él me sonrió divertido por lo ilusionada que estaba ante la tecnología de
su casa. Pensaría que era una cateta de pueblo, y no me importaba en
absoluto. La casa era realmente preciosa.
—Pensarás de mí que soy una boba por mostrar tanto entusiasmo.
—No tienes ni idea de lo que estoy pensando ahora mismo de ti —
respondió mirándome con ternura.
Pero sus ojos me decían que no parecía estar pensando eso
precisamente.
Su sonrisa me avergonzó un poco, y volví la cara para que no notara mi
sonrojo.
La habitación se iluminó de manera muy tenue cuando entramos, lo
suficiente para poder vernos en la oscuridad. Se veía la claridad que ofrecía
las luces del interior de la piscina, así que el cuarto quedaba suficientemente
iluminado.
—¿Quieres ver las estrellas?
Asentí emocionada y miré hacia arriba cuando noté que el techo de
madera se desplazaba dejando sobre nuestras cabezas solo un cristal desde
el que se podía contemplar el cielo con un sinfín de estrellas desde la
habitación.
—¡Vaya! —murmuré con los ojos como platos, y me senté en la cama
mirando el cielo cuajado de estrellas.
—Pensaba que te gustaría ver el cielo así —susurró él, soltando la nata
y las fresas junto a la mesita de noche.
—Gracias, es perfecto.
—¿Música?
Lo miré intrigada y volví a asentir. Esperando ver cómo pondría la
música.
—Pon música —dijo en voz alta, y la estancia se llenó de una voz grave
de mujer a la que no reconocí, acompañada de los acordes de un piano.
—¿Está todo a tu gusto?
Me miró y sonreí mirando el cielo. Podía pasarme así el resto de mi
vida, mirando las estrellas desde la cama.
—Está perfecto. —Sonreí encantada—. Tienes la conquista hecha solo
con estas vistas.
La sonrisa se borró de su cara.
—Eres la primera mujer que traigo a mi casa.
¿En serio? ¿Y por qué?
—No te creo. —Mi sonrisa ya no era tan divertida.
—¿Por qué iba a mentirte?
«Eso Candela, ¿por qué iba a mentirte?»
—No me creo que no hayas traído aquí a tus conquistas.
Al fin y al cabo, era una casa maravillosa.
—A mis conquistas las llevo una noche a un hotel, Candela, no tengo
necesidad de traerlas a mi casa.
Se sentó en la cama junto a mí y me acarició la mejilla con el pulgar.
—¿Entonces… yo…?
No entendí la necesidad de haber ido ahí.
—Tú no eres un polvo de una noche, quiero estar contigo el fin de
semana y conocernos mejor, ya te lo he dicho.
Me lo quedé mirando porque, ante eso, no sabía muy bien qué decirle.
—Y ahora tú y yo vamos a comernos el postre.
CAPÍTULO 29
CANDELA
DIMAS
CANDELA
Bajé las escaleras un rato después, porque el olor del café recién hecho
había conseguido hacerme rugir las tripas.
Miré el reloj del móvil y comprobé que apenas eran las diez y media de
la mañana, sorprendida por lo mucho que nos había cundido la mañana del
sábado.
Me encontré a Dimas terminando de hacer torrijas en la cocina, el olor
de la miel me hizo la boca agua.
—¿Estás haciendo torrijas? —Aluciné viendo la bandeja con los dulces
recién hechos que acababa de poner en la isla, apagando el fuego y
sentándose frente a mí, ante una taza grande de café.
—Llegas en el momento justo. ¿Prefieres desayunar aquí o quieres salir
al jardín?
Tenía tanta hambre que pensé que no podía esperar más tiempo a sacar
la comida al jardín. Cogí una torrija y le di un gran bocado, gimiendo de
placer, sus ojos se oscurecieron al oírme.
—Comamos aquí. —Me acabé la primera rebanada lamiéndome un
dedo que se me había pringado de miel. Lo miré sorprendida—. Está
buenísima.
—Me enseñó mi madre —dijo, cogiendo una también y dándole un
enorme mordisco—. Le gustaba hacerlas algunos domingos cuando
desayunábamos todos juntos.
—Eres una caja de sorpresas.
Bebí un trago de mi café y me sorprendí de que fuese un capuchino con
extra de cacao y mucha espuma, como sabía que me gustaba, porque
habíamos desayunado juntos muchas veces en los meses que llevábamos
trabajando juntos.
—¿Está bueno?
Sonrió divertido al verme dar un largo trago por lo mucho que me
gustaba.
—¿Bromeas? Está buenísimo. No sabía que también sabes hacer cafés
especiales.
—El café es mi gran vicio, ya lo sabes. —Le dio un trago al suyo sin
apartar sus ojos de mí—. Aprendí hace tiempo a prepararme los cafés que
me gustan, es más rápido aprender a hacerlos y disfrutar de un buen café
siempre que quieras, a tener que ir a un bar a beberte uno.
Seguimos desayunando con tranquilidad cuando, de repente, llamaron a
la puerta.
—¿Y ahora quién coño es? —gruñó acabándose el café antes de
levantarse y dirigirse a la puerta. Miró por la cámara que tenía y maldijo en
voz alta.
—¿Algún problema?
No tenía idea de quién podía ser un sábado por la mañana sin avisarle.
Pensé que quizás no quería que me viesen en su casa
—¿Quieres que suba?
—No te muevas de ahí —susurró cuando se acercó a saludar a una
mujer de cabello pelirrojo, más oscuro que el suyo, que le dio un beso al
entrar.
—Hola, hermanito, vengo a pedirte que me acompañes a comer, tengo
que discutir algo importante contigo.
—Lo siento, pero hoy estoy ocupado.
Me señaló con la mano y la recién llegada me miró con curiosidad mal
disimulada.
—No sabía que tuvieras visita. —Se acercó a mí mientras me recorría
con la mirada—. Hola, yo soy Paola, la hermana de Dimas.
—Yo soy Candela. —Nos dimos dos besos cuando se acercó a
saludarme.
—¿Quieres un café? —invitó su hermano, cerrando la puerta tras ella y
volviendo a sentarse frente a mí.
—No, quería que me acompañaras a comer.
—Te dije que este fin de semana estaba ocupado —le recordó él sin
hacerle demasiado caso.
La mirada de ella, culpándome de entretener a su hermano, era más que
evidente.
—Por mí no tienes que cambiar los planes —le aclaré, acabándome el
café y deseando quitarme de en medio por lo mal que me estaba
comenzando a sentir bajo su mirada de ojos verdes—, también tengo cosas
que hacer.
Mentí, pero ellos no tenían que saberlo, no iba a quedarme allí y hacer
que se enfrentasen los hermanos.
—Tú no vas a ninguna parte —ordenó muy serio—. Lo que mi hermana
tenga que decirme, estoy seguro de que puede esperar.
—La verdad es que no —soltó ella sin darse por vencida.
—Os dejo solos —dije, cogiendo el café para tomármelo fuera—.
Estaré en el jardín.
—Dame un minuto, que esta pesada se va ya.
Dimas miró a su hermana con curiosidad. Lo que fuera que iba a
contarle había conseguido intrigarlo.
Me alejé cuanto pude, me senté en una tumbona al sol, intentando no
enterarme de lo que hablaban dentro.
—No sabía que ahora te traías a tus amantes a casa.
Dimas no se dio por aludido.
—¿Qué quieres, Paola?
—¿Quién es?
Sentí que me observaban, pero no iba a mirarlos. Podía oírlos desde ahí,
porque ella parecía más que dispuesta a que yo oyera la conversación por su
tono de voz tan alto.
—Candela, ya te lo he dicho.
—No la conozco. —Volvió a estudiarme con curiosidad—. No parece
una de tus amiguitas.
—No lo es. Es mi asistente personal —le aclaró.
—¿Te estás follando a tu secretaría? —preguntó, echándose a reír
después ¡Vale, ahora si estaba gritando!—. ¿Has dejado a Tania por tener un
lío con tu secretaría? ¿Te has vuelto loco?
—Cuidado, Paola —le advirtió con voz fría—, para empezar, mi
relación con Tania ni con Candela son asunto tuyo.
—¡Oh, no me vengas con esas! —le gritó su hermana—. Fóllate a la
buscona esta, si quieres, pero haz el favor de no avergonzarnos y mantener
tu compromiso con Tania.
¡Que me insultasen sí que no iba a aguantárselo, ni a ella ni a nadie!
Sentía la furia bullendo en mis venas ¿Quién coño se había creído que era?
—Te repito que mis relaciones no son asunto tuyo, y no te voy a
permitir que vengas a mi casa a insultar a Candela.
—Esa puta solo te quiere por tu dinero, ¿acaso no lo ves?
—No necesito su maldito dinero —le solté al entrar en el salón y pasar
por su lado sin detenerme. No iba a permitir que me insultasen. Decidí
callarme lo que pensaba de ella, porque si no, Dimas no me lo perdonaría
en la vida y me gustaría seguir manteniendo mi trabajo.
—¡Ya basta! Si no la vas a tratar con respeto, te pido por favor que te
vayas.
Al verme subir las escaleras como si me persiguiese el demonio, Dimas
se olió mi mal humor
—Candela, ¿puedes esperar un momento? ¡Por favor!
No pensaba quedarme allí para que su hermana me siguiese insultando,
de hecho, iba a marcharme lo más rápido posible.
¿Cómo había podido pensar que podíamos tener una relación normal?
Los oí discutir en la planta baja mientras comenzaba a meter mi ropa en
la maleta con rabia y la cerré con furia. Repasé el baño para cerciorarme de
que no me dejaba nada allí. La puerta de la calle se cerró de un fuerte
portazo.
Los pasos de Dimas acercándose a la habitación no me frenaron para
salir como un toro por la puerta de chiqueros y Dimas frenó en seco,
sorprendido al verme salir echa una furia con la maleta en la mano.
Supuse que no se esperaba que reaccionara así a las palabras de su
hermana.
—Candela —suspiró e intentó cogerme por el antebrazo para que me
parase a su lado.
—Ni Candela ni hostias.
—Siento lo que ha dicho la idiota de mi hermana.
Intentó volver a cogerme y yo me solté de un tirón, bajando las
escaleras de dos en dos. Me faltaba tiempo para salir de allí lo más rápido
posible.
«Se acabó la aventura con el jefe. ¿En qué coño estabas pensando?» me
recriminé a mí misma. «¿Desde cuándo la gente como él va a aceptar que
tenga una relación con su secretaría? Serás el hazmerreír de todo el
mundo».
Yo me quería mucho para ser el blanco de las críticas de sus conocidos.
«¡Que les den a todos!»
—¿En serio te lo vas a tomar así?
Me siguió por las escaleras y en el último momento recordé que mis
zapatillas estaban aún en un lateral de la piscina, donde las había dejado
para que se secasen.
Como no le respondí me siguió hasta allí.
—Candela, por favor, detente y habla conmigo.
Estaba tan furiosa que parecía una tetera puesta al fuego, porque hervía
literalmente de rabia.
—No tengo nada que decirte. Creo que tu hermana lo ha dejado todo
claro.
—Pues entonces para y déjame que hable yo.
Se paró delante de mí, intentando que me quedase quieta de una vez y
poder hablar conmigo.
—No lo entiendes, ¿verdad? No quiero oír absolutamente nada de lo
que me quieras decir. Esto era una locura desde el primer momento —le
aclaré, mirándole unos segundos para que se diese cuenta de lo dolida que
estaba por lo que había dicho sobre mí—. Me alegro de que tu hermana nos
lo haya hecho ver y no sigamos con esta tontería más tiempo.
—¿Eso es lo único que tienes que decir sobre lo nuestro? —Parecía
igual de enfadado que yo, pero eso no me iba a detener—. ¿Quee es una
tontería o una equivocación?
—Eso es lo que todo el mundo dirá de lo nuestro. Y no voy a quedarme
a esperar que me sigan llamando puta, buscona ni muerta de hambre, así
que será mejor dejarlo aquí antes de que pase más tiempo y las cosas
empeoren.
—No te creía tan cobarde para que te echaras atrás ante el primer
inconveniente.
—Claro, —Me reí sin ganas pasando junto a él para marcharme—,
porque no es a ti al que van a insultar, ¿verdad?
—Candela, por favor, no te vayas y hablemos.
—No tengo nada más que hablar.
Salí por la puerta sin molestarme en volver a mirar atrás, por mucho que
Dimas me siguiera llamando desde el interior.
—Esto no ha terminado. Hablaremos con calma cuando se te pase la
mala hostia.
Arranqué el coche y recordé justo a tiempo que tenía un sensor cerca de
la puerta que abría automáticamente el garaje para no tener ni que bajar del
vehículo.
Me largué cagando leches sin molestarme en mirar hacia atrás para ver
si me había seguido hasta el jardín.
No quería saber nada de él. Había sido una idiota si había pensado
alguna vez que podíamos tener un nosotros. Como nos compenetrábamos
tan bien en la cama, había pensado que quizás, solo quizás, podía funcionar
algo entre él y yo. ¿Cómo había podido ser tan idiota?
Con las prisas ni siquiera había pensado dónde ir y no me apetecía
marcharme a mi casa. No sabía por qué pensaba que Dimas podía ir a
buscarme allí, aunque después de huir despavorida de su casa, no creí que le
hubiesen quedado ganas de ir a buscarme.
Al menos ese día.
Decidí ir a casa de Magda y hablar con ella y con Peter. Hablar con
ellos siempre me calmaba. Pensaba que ella había tenido mucha suerte de
encontrar un hombre como él. Tranquilo, paciente, cariñoso y fiel, todo lo
que a mi parecer deberían tener los hombres.
¡Que fueran buenos en la cama también era importante para mí! Y en
eso Dimas iba sobrado. Respecto a todo lo demás…
Me sentía tan frustrada que podía ponerme a gritar. ¿Cómo había estado
de colada por él, que me dejé convencer para empezar una relación que
estaba destinada al fracaso?
Y aunque funcionase, ¿cómo se me había podido olvidar quién era él y
quién era yo?
Sabía de sobra que, aunque él no le diese importancia a nuestras
diferencias sociales, su entorno no lo iba a ver de la misma manera, y de
verdad que los entendía.
Las clases sociales tenían sus propias reglas y nunca me iban a ver
como una igual, sino como una buscona que había ido a por su jefe y su
dinero. Aunque me resultaba muy triste que pudieran ser tan cortos de miras
que no entendiesen que te puedes enamorar de una persona sin importarte el
dinero que tenga.
¿Qué iba a hacer ahora?
Me encantaba mi trabajo y no tenía ni idea de lo que Dimas pensaría
hacer.
Me había asegurado que no mezclaría el trabajo con las relaciones
personales, pero aun así…
¡Joder!
Aparqué en la calle de al lado del bloque donde vivía Magda y caminé
hasta su piso con paso lento.
Cuando llamé a la puerta y me abrió la propia Magda, me miró
sorprendida de encontrarme allí, porque sabía que ese fin de semana lo iba a
pasar con él.
—¿Qué ha pasado?
SEGUNDA PARTE
Proverbio hebreo
CAPÍTULO 32
CANDELA
Que tu mejor amiga te conociera mejor que tú misma siempre era una
suerte.
Había ido allí a buscar consuelo. No sabía bien cómo me sentía…
Bueno, sí. Estaba más enfadada que nunca. Ni siquiera había soltado una
lágrima al pensar que la relación se había roto, solo estaba terriblemente
enfadada por los comentarios de su hermana.
¿Cómo había sido tan idiota de dejarme engañar por un ricachón sin
escrúpulos acostumbrado a que nadie le llevase la contraria?
No era un juguete en sus manos, sin embargo, así era como me sentía en
esos momentos, como si me hubiesen utilizado y tirado sin mirar atrás.
Aunque para ser sinceros, lo de ser utilizada por él me había gustado
mucho.
¡Por Dios, qué bien follaba!
Ahora entendía un poco más a los hombres que se negaban a que yo los
utilizara en la cama sin querer volver a saber nada más de ellos.
Así que Magda me había acogido en su casa desde hacía ya unas horas
y me había sentado en el sillón del salón, donde me había dejado hablar y
desahogarme durante todo el tiempo que quise insultarlo y maldecirlo con
una variopinta lista de insultos que habían sorprendido al pobre de Peter en
más de una ocasión, sacándole un hermoso rubor a sus mejillas al
escucharme maldecir peor que un camionero.
—¿Puedo deciros algo sin temor a que me desterréis de la casa? —Las
dos lo miramos a la vez.
Que Peter quisiese tomar partido en nuestras conversaciones era algo
sumamente raro, de ahí que hubiese acaparado nuestra atención con su
pregunta.
—Claro, por favor —le dije, pensando que se pondría de mi parte—. Tú
eres un hombre sensato y sabes que siempre escucho tus consejos.
—Para luego hacer lo que te da la real gana —me dijo, sentándose ante
mí en el sillón.
Yo me moví un poco hacia Magda para dejarle hueco a mi lado.
Le sonreí divertida porque esas palabras eran una gran verdad.
—¿Qué ha dicho Dimas de las palabras de su hermana?
Lo miré evaluando si sus palabras tenían pinta de que me iban a dar la
razón más tarde, pero no sabía a dónde quería ir a parar, así que lo miré,
suspicaz.
—Que no se meta en sus relaciones.
—¿Y tú por qué te has enfadado?
—¿Es que no has escuchado nada de lo que nos ha contado en estas dos
horas?
Magda lo miró enfadada. Él hizo caso omiso a sus palabras y siguió
mirándome fijamente.
—Calla, cariño, le he preguntado a ella.
—Estoy enfadada —Me callé un momento para aclarar en mi mente lo
que quería transmitirle con exactitud—, porque se ha empeñado en que
mantengamos una relación entre nosotros, sabiendo de antemano lo que su
familia va a decir sobre eso.
—¿Ha dicho que le importe lo que piensa su hermana?
No sabía adónde quería ir a parar, aunque lo intuía.
—Te ha pedido que tengas una relación normal con él, ¿es así?
Asentí con la cabeza y me quedé mirándolo con seriedad. Lo
consideraba como un hermano mayor y siempre oía sus consejos, aunque
casi nunca les hacía caso, sobre todo porque solían ser relacionados a mi
manera de disfrutar del sexo sin querer relacionarme con los hombres más
de lo necesario. Decía que yo era un hombre sin pene.
—Sí, y no entiendo para qué tenía necesidad de hacerlo sabiendo lo que
iba a pasar entre nosotros.
—Candela, no tenía que pasar esto entre vosotros. Si a él no le importa
lo que piense su familia, ¿por qué tiene que importarte a ti?
—Me han insultado, ¿acaso no tiene que molestarme?
Me encaré con él, que me seguía mirando como un profesor a un
alumno que no se enteraba de nada.
—¿Te sientes identificada con la persona que creen que eres?
Abrí los ojos sorprendida por su pregunta.
—Por supuesto que no.
—Pues si tú no eres así y él, que es la otra persona de la relación, no te
ve así, ¿por qué te importa lo que piense su hermana?
—Porque cuando se entere todo el mundo, pensarán eso de mí.
—Pero eso ya lo sabías cuando empezó lo vuestro, no eres tonta,
Candela. Salir con un tío con tanta pasta siempre despertará habladurías y
comentarios hirientes en los demás. Lo que no entiendo es por qué has
dejado que te afecte, si no te importa lo que nadie piense de ti.
Lo miré en silencio repasando sus palabras, él no apartó sus ojos de mí.
—¿Qué te ha dicho Dimas cuando te has ido de allí hecha un basilisco?
—quiso saber mi amiga.
—Que teníamos que sentarnos y hablar sobre ello… cuando se me
pasase el mosqueo.
—Chico listo. Ya sabes lo que te toca. —Magda me puso un mechón de
pelo detrás de la oreja con cariño antes de besarme en la mejilla—. Ya sabes
que él no se va a dar por vencido hasta que no haya conseguido hablar
contigo. Así que vete preparando.
Dimas:
Te quiero el lunes a primera hora en mi despacho.
Esto no va a quedar así.
Sabía el poder que ejercía sobre mí, ante el que no podía negarme; el de ser
mi jefe.
Así que cogí mi agenda, el café y llamé a la puerta, entrando segundos
después sin esperar respuesta. La mayoría de las veces me lo encontraba
hablando por teléfono y me tenía dicho que entrase sin esperar invitación.
Como suponía, estaba hablando por teléfono, pero clavó sus ojos claros
en mí con tanta seriedad que me estremecí. Mis ojos recorrieron su cuerpo
con rapidez. Vestía un traje de tres piezas, aunque tenía quitada la chaqueta
y las mangas de la camisa celeste arremangadas.
No me quitaba el ojo de encima, así que para disimular di un trago a mi
café, que me había traído conmigo, y casi me achicharré la lengua por las
prisas.
—No, te he dicho que no… Arréglalo de inmediato… Marie, joder,
hazlo.
Le colgó el teléfono móvil y lo tiró con fuerza sobre la mesa, lo que me
indicó el humor que tenía.
¡Madre mía la mala hostia que gastaba tan temprano!
—¿Tú no tienes nada que decirme? —me ladró, mirándome con ojos
furiosos, y ante su grito yo me sobresalté aún más.
¡Si empezamos con los gritos mal empezamos!
—Si estás enfadado con Marie, no lo pagues conmigo —le solté sin
medir bien las palabras.
—¿Con Marie?
De dos zancadas se acercó a mí y me quitó el vaso de las manos. Lo
dejó sobre la mesa sin cuidado y me cogió la cara con las manos para que
pudiera ver la furia en su cara.
—No estoy enfadado con Marie —Me aclaró clavando sus ojos dorados
en los míos—, con quién estoy furioso es contigo, joder.
Y se abalanzó sobre mi boca con tanta fuerza que nuestros dientes
chocaron al encontrarse. Su lengua se abrió paso y se enlazó con la mía, que
salió a recibirla sin importarle la manera tan brusca de tratarme.
¡Oh, sí!
Siguió asolando mi boca sin darme un descanso. Perdí la cabeza y ya no
sabía dónde estaba. Solo que necesitaba que me siguiera besando de esa
manera. Era lo único que me importaba.
Se separó de mí y cogió aire con brusquedad, lo imité como si hubiese
estado buceando mucho tiempo y me senté en la silla que estaba junto a mí,
porque mis piernas habían dejado de sostenerme.
—Ahora ya te haces una idea de lo frustrado que he estado desde que te
fuiste sin dejarme hablar contigo.
Se quedó mirándome con seriedad. Yo levanté la vista sin decirle nada.
¿Todo esto era por haberme marchado el sábado?
—Consigues volverme loco, Candela —aclaró ante mi mirada de duda
—, jamás me he sentido como me siento contigo, y no te haces a la idea de
lo frustrante que es.
Por su manera tan salvaje de besarme, sí me hacía una pequeña idea de
cómo había debido sentirse todo el fin de semana.
—¿Ahora vas a escucharme o volverás a huir como el sábado, sin
dejarme decir ni una palabra?
Como no podía huir eternamente, me lo quedé mirando sin decirle nada.
Él se sentó junto a mí en la otra silla y me cogió una mano con suavidad, lo
que hizo que mirase sus ojos, que parecían tristes de repente, ni rastro de su
mal humor.
—Candela, no me importa lo que mi hermana ni nadie piense de lo
nuestro, pensaba que a ti tampoco te importaba.
—No voy a dejar que nadie me insulte —le dije en voz baja.
—No voy a permitir que nadie te insulte —aclaró con ferocidad—. A
mi hermana ya le ha quedado muy claro que me acuesto con quien me da la
gana, sin dar explicaciones a nadie, te garantizo que no se le va a olvidar
con facilidad.
Recordé el portazo que dio al salir y sentí pena por ella. Un segundo
muy pequeño. Sabía el genio que gastaba cuando estaba enfadado.
—Te pedí que mantuviésemos una relación normal sabiendo las
consecuencias que tendría en todo el mundo, Candela, pero pensaba que tú
también lo sabías y que tampoco te importaba.
Recordé las palabras de Peter del sábado, que me había dicho justo lo
mismo.
—No va a funcionar si tenemos a todo el mundo en contra —le susurré
mirándolo con seriedad porque no sabía si tenía claro lo que iba a pasar.
—Candela, solo me importa lo que pienses tú. Todos los demás pueden
irse al infierno.
Sus ojos mostraban cansancio. Estaban enrojecidos por la falta de
sueño, al parecer a él también le había afectado nuestra desavenencia del
sábado.
—No podemos enfrentarnos a todo el mundo. —Intenté aclarárselo para
que lo entendiese de una vez.
—No sabes a quién estoy dispuesto a enfrentarme por defender a quien
me importa.
¡Toma ya lo que acababa de decirme!
Entonces recordé las palabras de Magda sobre él.
«Es un hombre muy poderoso y nunca teme enfrentarse a quien crea
oportuno para salirse con la suya».
¿De verdad le importaba tanto? ¿Y él a mí?
Lo miré unos segundos para contestarme a mí misma. No sabía lo que
sentía por él ni lo que él podía sentir por mí, pero si estaba dispuesto a
luchar por mí, no iba a ser yo quien se lo impidiese.
Supuse que al final de todo me tocaría arrepentirme, ya veríamos.
—Posiblemente nos arrepintamos de esto.
—Me encanta lo positiva que eres. —Me besó los labios con extrema
suavidad para acallarme y yo le devolví el beso aferrándome a su cuello
para obligarlo a que se acercase más y profundizase el beso.
Al final nuestras lenguas se enredaron y yo gemí intentando acercarme
más a su cuerpo.
—Prométeme que la próxima vez hablarás conmigo en vez de salir
huyendo como hiciste el sábado.
Apoyó su frente en la mía intentando que se calmasen los latidos
desbocados de nuestros corazones y me miró con sus ojos dorados llenos de
felicidad.
—No lo tengo tan claro.
¿Para qué iba a mentirle? Sabía que en cuanto alguien volviera a
enfrentarse conmigo volvería a dudar. Yo era así. No confiaba en nadie, ni
siquiera en mí. Tras lo sucedido con Julio no tenía ninguna confianza en las
relaciones personales.
—Dime por lo menos que hablarás conmigo. —Me dio un toque en la
punta de la nariz que me hizo sonreír.
Era muy difícil negarle algo, y el puñetero lo sabía.
—Bien. —Se separó de mí cuando comprobó que no iba a poner más
pegas y se irguió volviendo a su sitio detrás de la mesa. Lo miré embelesada
por ser tan guapo. Me apetecía lanzarme sobre él y lamerle el cuerpo entero
—. Vuelves a deberme un fin de semana para nosotros solos. Espero que
este tampoco tengas planes.
—Consultaré mi agenda —le dije divertida.
Sonrió conmigo.
—Hazlo y anula todo lo que tengas porque te quiero para mí solo. Y
ahora, repasemos mi agenda de hoy porque después de besarte así, no sé
dónde he dejado la cabeza. Solo estoy pensando en si tengo tiempo de
follarte sobre la mesa del despacho, como llevo soñando hacer contigo
desde el primer día que te vi en la sala de reuniones y te reconocí como la
mujer que mejor me ha chupado la polla de toda mi vida.
No podía estar más escandalizada de oírle reconocer eso en voz alta.
Al final solté una carcajada avergonzada.
¡Será animal!
—Me gusta oírte reír —me dijo, mirándome con cariño—, empecemos
a trabajar de una vez. ¿Qué teníamos hoy?
CAPÍTULO 33
CANDELA
CANDELA
CANDELA
CANDELA
DIMAS
¡Maldita Candela!
Llevaba toda la maldita semana deseando poder hablar con ella.
De verdad esperaba que cambiase de opinión sobre venir a comer el
domingo a casa de mis padres.
No me imaginaba que se negaría y además de manera tan abierta. No
estaba acostumbrado a que nadie me dijera que no y me llevase la contraria,
y eso era justo lo que ella hacía, con irritante frecuencia, además. Sabía que
después de lo que pasó con mi hermana estaba muy susceptible y la
entendía, pero quería que entendiera que me importaba, que quería
mantenerla en mi vida y que tendía que conocer a mi familia tarde o
temprano.
Habíamos hablado todas las mañanas para organizar mi agenda e
informarme de todas las cosas urgentes que debía encargarme, aun estando
fuera, y maldije porque no se me ocurriera llevarla conmigo a Roma.
Aún recordaba nuestro viaje a París y si la hubiese tenido conmigo esa
semana, podríamos haber hablado y solucionado el maldito problema.
Había esperado a que me dijese algo y al ver que en nuestras llamadas
de trabajo mantenía un terco silencio sobre el problema, decidí hacer lo
mismo y limitar mis llamadas a temas laborales, con lo que me estaba
jodiendo hacerlo. Pero se suponía que el ofendido era yo e iba a tener que
aprender a ceder más a menudo si quería solucionar nuestros pequeños
encontronazos.
¡Qué cabezota era esa mujer!
¡Y a mí me tenía totalmente enganchado de las pelotas! ¡Cuanto más lo
pensaba, más me gustaba esa mujer! ¡Rebelde, terca y fiera como una
guerrera medieval!
Me había extrañado recibir el jueves un wasap de Magda avisándome de
que se encontraba enferma, y me había estado debatiendo todo el día si
llamarla o no.
Al final, cuando lo hice, ya de noche, me encontré su teléfono apagado
y no sabía por qué, pero empecé a preocuparme.
El viernes por la mañana también estuvo apagado y supuse que seguía
enferma, así que no quise molestarla con la llamada de trabajo que
hacíamos todas las mañanas desde la empresa. Sabía que no tenía nada
nuevo que hacer, así que decidí acabar en Roma y coger un avión para
volver a casa esa noche en vez de al día siguiente.
No se me quitaba de la cabeza que algo estaba pasando con ella para
tener ese malestar repentino que la tenía fuera de circulación.
Antes de embarcar llamé a recursos humanos y me informaron de que
estaba con jaqueca desde la tarde anterior.
Volví a llamarla preocupado, y su teléfono volvía a estar apagado o
fuera de cobertura.
¡Mierda!
Llamé a Magda y tampoco me lo cogió, y ya comenzaba a preocuparme
de verdad… Tanto, que en cuanto el avión aterrizó, decidí ir a su casa
directamente. Solo eran las diez de la noche, así que esperaba pillarla
despierta y si seguía sin encontrarse bien, me quedaría en su casa con ella.
O la llevaba al médico si hacía falta.
¡Dios, cuánto la había echado de menos!
Tenía suerte de que una chica estuviese saliendo cuando llegué al portal,
porque pude entrar sin llamar al portero, así le daría una sorpresa.
Llamé al timbre y sentí una rara energía…, como una premonición, me
quedé totalmente a cuadros cuando un tipo más o menos de mi edad, rubio,
con vaqueros y sudadera y con cara seria, me abrió la puerta y me miró con
curiosidad.
¿Y ese quién coño era? ¿Su hermano?
El tío me estudió en silencio y su gesto se endureció al instante, pareció
que no le gusté demasiado y el sentimiento fue mutuo.
—Pregunto por Candela —le dije muy serio. No sabía quién coño era
ese tipo, pero una sensación muy rara me retorcía las tripas y no quería
pensar que podían ser celos.
¿Se había llevado a un tío de los que se ligaba por ahí a su casa,
aprovechando que yo no estaba? ¿De verdad? ¿Y yo no tenía nada que decir
sobre eso?
—¿Y tú quién eres?
¿De verdad iba a ser así?
Noté cómo mi mala leche subía hasta límites de querer entrar y partirle
la cara al rubito de un puñetazo. ¿Y ella dónde coño estaba?
—Soy su novio —le ladré molesto, entrando en el piso dándole un
empujón para poder pasar—. ¿Y tú quién coño eres?
—Soy Julio —contestó, recorriéndome con la mirada de nuevo, como si
antes no me hubiese visto bien. Me obligué a respirar hondo para intentar
calmar mi mal humor—, su exnovio.
Abrí los ojos por la sorpresa al conocerlo. ¿Desde cuándo se estaba
viendo de nuevo con ese gilipollas? ¿y por qué coño yo no sabía nada de
eso?
—¿Qué coño haces aquí? —le solté cogiéndolo por el frontal de la
sudadera y acercándomelo a la cara peligrosamente. Mis deseos de
golpearlo al recordar lo que tuvo los santos cojones de hacerle, aumentó
unos grados más—. ¿Acaso no la jodiste ya bastante?
Julio me miró sorprendido por mi arrebato y pude ver miedo en sus
ojos…
«Eso es, témeme porque no tienes ni idea de lo que soy capaz de hacerte
por hijo de puta».
—¿Dónde está Candela?
—Está enferma —me dijo en voz baja, y miró hacia la habitación.
Seguí su mirada yo también y al ver la puerta cerrada volví mis ojos
furiosos hacia él de nuevo. Él se intentó soltar de mis manos, que aún le
sujetaban la ropa con fuerza.
—Cómo le hayas echo daño…
No me dejó terminar de hablar.
—Tiene un ataque de jaqueca, y de los malos —me dijo cuando lo solté
de malas ganas—. La encontré en la puerta cuando vine a hablar con ella.
Solo la ayudé a que se acostara y le di las pastillas que sé que toma desde
hace tiempo.
No sabía si creerle, así que decidí asomarme a la puerta de la habitación.
La abrí para verla profundamente dormida. El nudo de mis tripas se aflojó
un poco.
—No quería irme porque a veces le duran un par de días y no quería
dejarla sola. Si te vas a quedar aquí me voy más tranquilo. Tiene que
tomarse las pastillas de nuevo a las nueve de la mañana e intenta que coma
algo, porque hoy sé que no ha comido nada.
Entró en la cocina un segundo y luego volvió a salir.
—Te las he dejado sobre la encimera para que sepas cuáles son.
Que él supiera esas cosas y yo no, me ponía de más mala leche. Aunque
tenía que agradecerle que se preocupase y no la dejase sola.
—Lárgate —le dije sin querer apartar mis ojos de ella.
—Dile que volveré otro día.
Lo miré intentando averiguar lo que se podía traer entre manos para
volver a acercarse a Candela, porque sabía que desde que pasó lo de su
boda no había vuelto a saber de él.
—Si te acercas de nuevo y le vuelves a hacer daño, acabaré contigo. ¿Te
has enterado?
Me sostuvo la mirada con valentía.
—No te tengo miedo. He venido a hablar con ella y tú no vas a
impedírmelo.
—Si se negara a hablar contigo vas a respetar sus deseos y a dejarla en
paz. ¿Estamos?
Se quedó mirándome desde la puerta y no me contestó.
—Lo de no tenerme miedo, deberías replanteártelo. No vuelvas por aquí
si ella no quiere volver a verte.
—Ya veremos.
Se largó cerrando la puerta con cuidado de no hacer ruido. No tuve más
que agradecerle el detalle.
Que hubiera estado en su piso, desde no sabía qué hora, teniendo libre
acceso a Candela y a sus cosas, me dejaba muy mal sabor de boca.
Decidí apagarlo todo y meterme en la cama con ella. No iba a dejarla
sola, de hecho, solo quería quedarme allí y mirarla descansar. Su rostro
dormido estaba relajado y solo deseaba que ese dolor tan intenso que
parecía tener, por la tarde se le hubiese aliviado.
Cogí ropa interior limpia de mi maleta, que me la había subido por si
me quedaba en su casa el resto del fin de semana, mira tú por donde, y me
metí en el baño para darme una ducha y poder acostarme ya.
La abracé acercándola un poco más a mi cuerpo con cuidado de no
despertarla, y antes de poder pensar otra vez sobre lo que Julio podía querer
de ella, me quedé dormido.
CAPÍTULO 38
CANDELA
Sentí que alguien me estaba despertando con suavidad. Abrí los ojos con
cuidado y comprobé que el cuarto seguía estando en penumbra, al parecer
habían bajado las persianas, ¡gracias a Dios! Busqué a quien fuera que
estuviese conmigo y de repente me acordé de que Julio estaba en la puerta
de casa cuando llegué con el peor ataque de jaqueca que me había dado
últimamente.
Me seguía doliendo la cabeza, por suerte no tanto como el día anterior y
miré sorprendida a Dimas, que me había traído un enorme vaso de zumo de
naranja y croissants recién hechos que olían de maravilla.
—Tienes que tomarte las pastillas y comer algo.
—¿Qué haces aquí? ¿Cómo has entrado en mi casa? —Miré la puerta
abierta como si pudiese ver a alguien más y averiguar cómo había entrado.
—Tu amigo me abrió la puerta anoche.
Podía notar en su voz y en sus gestos que estaba molesto, pero no quería
tener esa conversación con él.
Me quedé mirándolo sin decirle nada y parecía que se apiadó de mí,
supuse que seguía teniendo mala cara porque él cambió su expresión.
—Desayuna un poco, anda.
—No tengo hambre.
—¿Y tu cabeza?
—Aún me duele.
Me tomé las pastillas con el zumo y me pensé si podría comerme el
dulce sin vomitarlo.
No quería pararme a pensar en que Dimas estaba en ropa interior y
parecía que había estado durmiendo conmigo.
—¿Has estado conmigo toda la noche?
Asintió y me acercó el croissant para tentarme.
—¿Crees que puedes comer un poco? Creo que ayer no comiste nada.
Él se bebió también un zumo de naranja que tenía y le dio un gran
mordisco a su croissant. Envidié que tuviese ese apetito en aquel momento.
—Aún tengo un poco de nauseas, creo que prefiero dormir otro rato.
¿De dónde has sacado el desayuno?
—Uno tiene sus recursos. —Me sonrió pícaro.
Yo también sonreí. No podía estar más contenta de despertar con él a mi
lado.
Dimas me tapó y se quedó sentado en su lado de la cama, mirándome
con atención.
—¿Vas a contarme qué ha pasado? El jueves me enteré de que estabas
enferma y como no pude contactar contigo ni jueves ni viernes, adelanté el
viaje. Me abrió Julio cuando llamé a la puerta y me dijo lo que pasaba y qué
medicación debía darte cuando despertaras esta mañana. Me acosté contigo,
porque de ninguna manera iba a dejar que te quedaras sola estando enferma.
Yo asentí con la cabeza y pude notar cómo el sueño provocado por las
pastillas volvía irreal todo lo que había a mi alrededor.
—Cuando te encuentres mejor hablaremos de tu ex —sentenció.
—Vale.
Me dormí de inmediato dejando una conversación pendiente.
Y desperté un rato más tarde. Mi dolor de cabeza había desaparecido
por completo y me desperecé agradeciendo por fin no tener ningún dolor.
Recordaba haber visto a Dimas por la mañana desayunando conmigo y
al estar el cuarto a oscuras me pregunté si no lo habría soñado.
Sabía que era un hombre atento y cariñoso, a veces. Y sabía que, si
estaba, y si fue Julio quien le abrió la puerta, iba a tener muchas preguntas
que hacerme y yo no tenía ningunas ganas de contestarle ninguna.
Porque no tenía ninguna respuesta para mis propias preguntas.
Me levanté, abrí la persiana del cuarto y comprobé que fuera estaba
lloviendo.
¡Genial!
Me metí en el baño para darme una ducha y segundos más tarde oí que
llamaban a la puerta con suavidad.
—Pasa.
Me estaba desnudando porque aún llevaba la ropa del día anterior, y el
botón de mis vaqueros ajustados me estaba haciendo polvo la barriga.
Dimas asomó la cabeza por la puerta y me recorrió el cuerpo con sus
ojos claros, parándose en mi rostro, intentando averiguar si seguía teniendo
dolor.
—¿Estás mejor? Tienes mejor cara. —Me sonrió aliviado y le devolví la
sonrisa.
—Ya no me duele la cabeza.
—Bien. —Entró en el baño y me sujetó la cara para darme un suave
beso en los labios—. ¿Tienes hambre?
Asentí en silencio y él volvió a sonreír.
—Es la hora de comer —Miró su reloj de pulsera—, pediré que nos
traigan la comida mientras te duchas, ¿vale?
—Perfecto.
Antes de que saliese por la puerta volví a llamarlo.
—Dimas…, gracias.
Cuando salí de la ducha había cuencos con sopa de pollo que habían llenado
el salón de un olor delicioso. Él estaba terminando de poner la mesa y de
sacar de la bolsa del restaurante los platos que había pedido. Había también
pasta y ensalada. Vi en el sillón su portátil abierto y supuse que había estado
trabajando desde mi casa.
—¿Has estado aquí toda la mañana?
Me sorprendí mucho con la noticia, porque no me lo esperaba. Al
parecer estaba en mi casa desde que llegó de Roma el día anterior, que no
sabía a qué hora fue, pero tenía que estar Julio para poder abrirle la puerta.
—Claro, no iba a dejarte sola sin saber si te encontrarías mejor al
despertar o no. Tenía pensado llevarte al médico si no estuvieses aquí
levantada y con ganas de comer algo.
Me acerqué a él y lo abracé. Obligándolo a dejar en la mesa el cuenco
que tenía en las manos y me abrazó con fuerza. Yo me acomodé bajo su
barbilla y olí su olor corporal que tanto me gustaba, a perfume caro y a él,
inhalé con fuerza como si pudiese así robarle un poco de su esencia para
quedármela y olerla cuando la necesitase. Yo no era una mujer cariñosa. No
estaba acostumbrada a dar abrazos y casi nunca besaba a nadie de forma
voluntaria. Pero en ese momento deseé abrazarlo con fuerza para
agradecerle sin palabras todo lo que estaba haciendo por mí.
—No tenías que hacerlo.
—Estaba preocupado por ti —reconoció en voz baja, y me besó la
coronilla con cariño. Si estaba sorprendido por mis muestras de afecto, no
lo demostró—. Ahora ponte a comer y cuéntame por qué me voy cinco días
y cuando vuelvo me encuentro a tu exnovio en tu casa, cuidando de ti, de
unos males que ni siquiera sabía que tenías. ¿Qué está pasando?
Me senté a comer y él se sentó junto a mí. Me puse a tomarme la sopa,
que me encantaba, así, caliente y cremosa. No tenía ni idea de dónde la
había pedido, pero quería saber dónde la había comprado.
Cuando vio que no le contestaba se me quedó mirando con curiosidad.
—¿Candela? ¿No vas a contestarme?
Suspiré y recorrí su rostro preocupado con mis ojos verdes.
¿De verdad estaba preocupado por mí?
—No sé qué es lo que quiere de mí.
—¿En serio?
Por su manera de mirarme supe que no me creía y suspiré fastidiada. De
verdad que no quería profundizar en eso todavía. Empecé a rascarme el
antebrazo, que no recordaba tener tan hecho polvo hasta que se me escapó
un gesto de dolor. Dimas me tomó la mano y me subió la manga de la
camiseta de estar por casa que me había puesto. Su rostro se volvió serio al
ver el antebrazo lleno de verdugones de no haber dejado de rascármelo en
varios días.
—Candela, dime qué es lo que está pasando para que tengas los brazos
así, por favor.
—No sé lo que quiere —repetí en voz baja, avergonzada, y cuando vi
que seguía sin creerme añadí—: Empezó a llamarme el jueves por la
mañana y como no quiero saber nada de él apagué el teléfono. Aún sigue
apagado —le aclaré para que supiera que ni le mentía ni le estaba ocultando
nada—. Me lo encontré en la puerta del apartamento el viernes a media
tarde, cuando me vine de la oficina con jaqueca y no sé nada más. No he
hablado con él —añadí mirándolo con sinceridad, faltó el «todavía»—. Y si
fuese posible no hablaría con él nunca más.
—No tienes que hacerlo si no quieres.
Me pasó los dedos por las heridas de mi antebrazo con cuidado de no
hacerme daño.
—Hablaré con él si hace falta para que no vuelva a acercarse a ti, si te
duele tanto enfrentarlo como para llegar a hacerte esto.
No me extrañó que él me entendiera tan bien. Lo miro unos segundos y
solté la cuchara, ya se me había quitado el hambre que tenía.
—Después de verlo el otro día en mi casa, ayudándome, creo que lo
mínimo que puedo hacer por él es escucharlo. Ya no me duele verle. —Me
obligué a pensar que era verdad—. Creo que ya no tiene ningún tipo de
poder sobre mí.
Dimas no parecía muy convencido. Comenzó a comer, aunque veía que
me observaba de refilón.
—De todos modos, hablaré con él.
¿Él por qué?
—No creo…
—De todos modos, hablaré con él —repitió. No me dejó acabar de
quejarme—, para que sepa que debe tener cuidado con lo que te diga. Y que
lo aplastaré sin ningún tipo de remordimiento si intenta hacerte daño de
algún modo.
—Sé defenderme sola, ¿sabes?
No me dijo nada, solo señaló con la mirada mi antebrazo y tuve que
callarme porque tenía razón respecto a lo mucho que me afectaba todavía.
—De todos modos, hablaré con él.
Seguimos comiendo en silencio y cuando estábamos con el postre le
sonó el teléfono, que había dejado en el sillón. Suspiró antes de cogerlo, por
lo que la llamada no debía llegar en buen momento, de quien quiera que
fuese.
—¿Mamá? ¡Hola! Sí estoy bien, llegué anoche de Roma. —La
escuchaba con atención—. No lo sé. Candela ha estado unos días con un
fuerte ataque de jaqueca y no sé si mañana se encontrará bien para ir a la
comida. ¿Si estoy con ella ahora? —Me miró con curiosidad—. Sí, no he
querido dejarla sola y estoy en su casa desde ayer. ¿Ahora? ¡Claro! ¡Espera,
que te la paso!
Me dio el teléfono pidiéndome disculpas en silencio por lo que fuera
que su madre me quisiera decir. No me quedó otra que cogerlo. Ya le
cortaría las pelotas más tarde.
—¿Diga?
—¿Candela? Hola, soy Silvia, la madre de Dimas.
—Hola, Silvia, encantada. —¿Qué más podía decirle?
¿A qué venía todo eso?
—¿Te encuentras mejor? Dimas me ha dicho que has estado con
jaqueca y sé lo mal que se puede pasar.
—Estoy mejor, gracias por preguntar. —Miré a Dimas preguntándole a
qué venía todo eso, y él solo me indicó con la mano que hablase con ella.
—Bien, si estás mejor, mañana es el cumpleaños de su padre y
estaremos encantados de que vengáis a comer con nosotros. Será solo una
reunión de amigos y me encantaría de corazón que lo acompañaras.
¿Qué podía decir? Era tan amable que no podía negarme, aunque
presintiera que podía ser un gran fracaso.
—No sé cómo me encontraré mañana, aún no estoy del todo recuperada.
—Lo sé, y no nos importará que os paséis a comer y os marchéis en
cuanto quieras, si no te encuentras bien, de verdad. Pero nos encantaría que
paséis el día aquí con nosotros. Vemos tan poco a Dimas…
¡Y yo era la culpable de entretenerlo los fines de semana!
—Bien, no le prometo nada, lo intentaré, y si no, Dimas no se lo
perderá, le doy mi palabra de que asistirá a la comida mañana.
—Sí, sé que el vendrá, pero nos encantará que lo acompañes, ¿vale? No
te entretengo más. Nos vemos mañana.
Le pasé el teléfono a Dimas sabiendo de quién había heredado esa
personalidad arrolladora a la que no se le podía decir que no.
Cuando colgó me miró con suspicacia, intentando averiguar por mi cara
el humor que tenía y tuve que reconocer que no tenía sentido alargarlo más.
No podía con más frentes abiertos en ese momento.
—Si es un maldito desastre, te mataré.
Soltó una carcajada, feliz y me besó en el pelo. Anda que se preocupó
por mi amenaza, la Virgen.
—Saldrá todo genial, ya verás.
Durante la mañana del domingo no dejaba de rondarme la idea de que era
todo muy precipitado. Convencí a Dimas de que me encontraba mejor, y era
verdad, se fue a su casa a deshacer la maleta con la ropa del viaje a Roma,
ya que ni siquiera se había pasado por ahí cuando volvió.
Yo estaba cansada, como si la jaqueca me hubiese robado toda la
energía, así que preferí quedarme en casa el resto del fin de semana en vez
de irme a la de Dimas, que era lo que quería que hiciera.
Como me negué en redondo, porque de verdad necesitaba quedarme
sola y recuperarme a mi propio ritmo, que solía ser lento después de un
ataque tan intenso como el que me había dado, y que hacía tiempo que no
me daba, Dimas se marchó quedando en venir a recogerme a mi
apartamento al día siguiente sobre las doce del mediodía.
Del regalo a su padre me prometió encargarse él, que sinceramente creía
que era lo mínimo que tenía que hacer, ya que era su padre. Si hubiese sido
al revés, yo me hubiese encargado del regalo de la mía.
El caso es que en ningún momento se me quitó la idea de la cabeza de
que algo iba a pasar en esa reunión del domingo.
Pero como todo el mundo se empeñaba en que fuese como una
integrante más de la familia…, pues no iba a hacerles el feo.
No nos podíamos imaginar el desastre que se avecinaba y que cambiaría
mi vida por completo.
CAPÍTULO 39
CANDELA
CANDELA
Hoy nos han dado la gran noticia de que el empresario del año, Dimas
García Valdecasas San Martín, se casa con la que ha sido su novia de toda
la vida: Tania Suárez Villaescusa. La ceremonia se celebrará el próximo
mes según nos lo han indicado la feliz pareja esta misma mañana.
Había una foto de ellos dos posando para la revista muy sonrientes.
—¡No es verdad!
Fue lo único que pude decir sin apartar los ojos de la revista.
—¡Qué hijo de puta, por eso no coge el teléfono en toda la semana! —
soltó Antonella alucinada, mientras cogía la revista para leer el artículo al
completo.
—Debe haber una explicación para eso, ¿verdad? —Era todo tan
surrealista que me pellizqué por si estaba soñando poder despertar.
Lucas me miró de nuevo sin poder ocultar la preocupación en sus ojos.
—No es verdad —repetí sin poder creerme la noticia, cuando el pellizco
me dolió y recordé oír en algún sitio que cuando estás dormido, en tus
sueños no sientes dolor, supe que no podía seguir engañándome más. Esa
era la realidad me gustase o no.
Dimas iba a casarse con otra.
—Candela… —Magda me cogió la mano para intentar darme fuerzas.
—Si es cierto va a tener que decírmelo a la cara.
Me levanté dispuesta a conseguir las respuestas que necesitaba. Estaba
segura de que tenía que haber una explicación para todo lo que estaba
pasando. Él no la quería. Su relación había sido una farsa desde siempre. Él
me había demostrado por activa y pasiva lo muy interesado que estaba en
mí.
—¿A dónde vas?
Magda intentó detenerme. Me conocía lo suficiente como para saber
que haría lo que hiciese falta para enterarme de lo que estaba pasando.
—Voy a ir a su casa para que me diga a la cara si esta mierda es verdad.
Cogí la revista, arrancándosela a Antonella de las manos, que me miró
molesta. Al parecer estaba muy interesante lo que ponía.
—Voy contigo.
Miré a Magda, que se había levantado para acompañarme.
—No vas a conducir en ese estado —dijo, para que me diese cuenta de
que lo decía en serio.
—Vamos todos contigo.
Antonella y Lucas se levantaron también para acompañarme.
Me daba igual lo que hiciesen, siempre que no me impidiesen ir a por
mis respuestas.
Durante todo el camino no me podía quitar de la cabeza ese maldito
artículo.
¡No podía ser verdad! Las cosas no podían haber cambiado tanto en tan
solo dos días. Había tenido que pasar algo muy gordo y eso era lo que
esperaba que me contara.
Podía sentir las miradas preocupadas de todos sobre mí, sobre todo de
Antonella y Lucas, que iban en el asiento de atrás.
—¡Hay que joderse con la casita!
Todos los del coche se amontonaron en las ventanillas para mirar la
impresionante casa que se vislumbraba tras el seto.
No había caído en que, para poder entrar, tenía que llamar al timbre.
No era un bloque de edificios donde te podías colar al portal y
aporrearle la puerta a alguien hasta que te abría.
Tenía que llamar a la puerta y esperar a que quisiese abrirme para poder
hablar con él.
—¿Te esperamos aquí? —me preguntó Magda al verme salir del coche
y llamar al portero, colocándome bien a la vista para que no tuviese ninguna
duda de que era yo la que llamaba. Además, cogí la revista para poder
enseñarle las huellas del delito y lanzársela a la cara si fuese necesario.
¡No quería creerme que iba a casarse con ella! Pensaba de verdad que lo
nuestro estaba funcionando, y muy bien, de hecho. El dolor que sentía en el
pecho, que apenas me dejaba respirar, me indicaba lo mucho que me iba a
doler si resultaba que era cierto.
¡Por favor, que no sea cierto! ¡No podía ser cierto!
Cuando ya pensaba que no había nadie o que no me pensaba abrir, oí el
pitido de la puerta peatonal al abrirse.
—Pasa.
Miré a mis amigos una última vez para coger valor y respiré hondo
preparándome para lo que fuera que me tuviese preparado.
Empujé la puerta con fuerza y entré cerrándola tras de mí.
Dimas me estaba esperando en la puerta de la casa. Llevaba vaqueros y
camiseta, estaba descalzo como le gustaba estar normalmente y parecía
desaliñado y ojeroso.
No me dio ni pizca de pena, así que me planté ante él y lo miré furiosa.
—No esperaba que vinieras aquí —me soltó con voz ronca y me
recorrió con esos ojos del coñac añejo de arriba abajo, parándose en mi
cara, como si quisiese gravar mis rasgos.
—Y yo no esperaba que fueras tan cobarde de no dar la cara.
Me miró dolido por mis palabras y no pude evitar lanzarle la revista a la
cara, que cazó al vuelo antes de golpearlo y me miró sorprendido.
—Dime que es mentira.
Él miró la revista un segundo y volvió de nuevo sus ojos a mí. El pesar
que vi en ellos me dio la respuesta que me había estado negando reconocer.
—No puedo.
Me tambaleé cuando lo oí, como si el suelo se hubiese movido, pero no
iba a darle el gusto de que viese lo mucho que me dolía.
—¿Cuándo pensabas decírmelo?
Me miró fijamente evaluando mi nivel de enfado. Sus ojos estaban
apagados y tristes, pero yo no era capaz de entender lo que había pasado
para que me cambiase por ella de la noche a la mañana.
—No lo sé —concedió en voz baja, y se pasó las manos por el pelo
despeinándoselo aún más de lo que ya lo tenía—, ha sido una semana de
locos.
—¿Me vas a explicar el por qué?
Debió notar mi tono roto y me maldije por estar a punto de echarme a
llorar.
«¡No merece tus lágrimas!» me dije para intentar hacerme fuerte. «Es
un cabrón desconsiderado y mentiroso que solo te ha utilizado mientras ha
podido antes de casarse con la que siempre ha sido su prometida».
—¿Qué quieres que te diga? Ella ha sido mi novia toda la vida y he
decidido que al fin y al cabo es la mujer a la que quiero.
Lo miré alucinada. Parecía desolado. Su aspecto era desaliñado y él
nunca, nunca iba así. Algo tenía que haber pasado para volver con ella así
de repente. No podía creerme que me hiciera esto.
¿Quererla a ella? Le había explicado hasta la extenuación que no la
quería y que su relación había sido siempre un acuerdo entre los dos. ¿Y
ahora me decía que la quería a ella?
—¡Mientes! Nada que me digas me hará creer eso. Eres un puto cobarde
y un mentiroso que no tiene huevos de decirme la verdad.
Me miró furioso por mis palabras y eso me alegro un poco, quería que
se sintiese tan mal como me estaba sintiendo yo.
—¿Qué quieres que te diga? ¿Que solo me he acercado a ti para
divertirme un rato? —me soltó mirándome con furia, casi con tanta furia
como lo miraba yo—. ¿De verdad pensabas que iba a prometerme con mi
secretaría, Candela? ¿Y ser el hazmerreír de todo el mundo? ¡Solo te he
buscado porque follas de lujo!
Que se riera al soltarme eso fue lo que consiguió romper el autocontrol
que me había impuesto.
No pude ni quise evitarlo. Me acerqué a él y le di el guantazo más fuerte
que había dado a alguien en mi vida, tan fuerte que la mano me dolió
horrores y le volví la cara para atrás.
—Lárgate de mi casa —siseó furioso, y me sujetó la mano cuando
pensaba volver a darle otra, se la mereciera o no—. Ni se te ocurra volver a
golpearme.
—Tendrás mi renuncia irrevocable en tu correo dentro de media hora.
Era lo que esperaba tardar en llegar a mi casa.
Y me fui sin que se dignase a decirme nada más.
Acababa de cerrar de manera definitiva mi relación con Dimas. Por mí
podían irse los dos al infierno y pudrirse en él.
TERCERA PARTE
«BIEN AIME, QUI NÓUBL
“BIEN AMA, QUIEN NUNCA OLVIDA».
Proverbio Francés.
CAPÍTULO 41
CANDELA
Hay gente que cuando tienen un revés en el amor se deprime. Creo que es
lo normal, ¿no? Después de todo, tu vida tiene que seguir sin tener a tu lado
a esa persona que tenías hasta hacía poco, el que se suponía que era la
persona con quien estabas compartiendo tu vida y a la que se suponía que
querías más que a nadie en el mundo.
Yo no.
Yo había entrado en una espiral de rabia y solo deseaba poder golpear
algo repetidas veces…, hasta que me quedara sin energía. A poder ser, la
cara del gilipollas de Dimas otra vez, que el tortazo de hacía varias noches
me había sabido a poco.
Prohibí que me hablaran de él en ningún sitio y bajo ningún concepto. Y
mi cara de mala leche aconsejaba a mis amigos que me hicieran caso.
Quedarme en casa sin hacer nada, solo dar vueltas todo el día como un
animal enjaulado, no era lo más aconsejable. Pero poco más podía hacer.
El tiempo parecía que se había puesto de acuerdo con mi estado de
ánimo y llevaba lloviendo desde la misma noche que hablé con Dimas, por
lo que poder salir para hacer deporte estaba totalmente descartado.
Magda me pidió venirse a mi casa para acompañarme, pero no quería
compañía, deseaba venganza…
No conseguía entender lo que había pasado para ese cambio tan
repentino. Mi orgullo de mujer no soportaba que volvieran a dejarme tirada
por otra mujer. ¿Qué coño pasaba conmigo? ¿De verdad había vuelto con
ella después de insistirme tanto en que comenzásemos una relación normal
y corriente Yo no quería involucrarme sentimentalmente con nadie, pero ahí
estaba de nuevo…
¡No podía entenderlo!
Por más vueltas que le daba al asunto, y mira que le daba vueltas al
cabo del día, no podía entenderlo ni creérmelo.
Me extrañó que Jordi, el de recursos Humanos de la Empresa, me
llamara al día siguiente de mandar mi renuncia para ofrecerme otro puesto
de trabajo en la misma empresa, pero en otro departamento. Por supuesto,
me negué. ¡A orgullo no me ganaba nadie!
Pensé que quizás al gilipollas del jefe le remordía la conciencia de haber
hecho las cosas tan mal conmigo.
¡Que se jodiera a ver si reventaban los dos! Eso era lo que les deseaba
una semana después de haber roto conmigo.
El sábado siguiente sonó mi telefonillo.
Había decidido apagar el teléfono después de que me llamaran de
RRHH, temiendo que Dimas me llamase para decirme cualquier cosa, vete
tú a saber. Como no quería hablar ni ver a nadie, que el teléfono estuviese
apagado era lo mejor que podía hacer. Si pasaba algo realmente urgente,
siempre podían venir a mi casa para avisarme, o mejor que se olvidara todo
el mundo de mí, hasta que fuese capaz de volver a ser persona otra vez.
—¿Quién es?
—Somos nosotras, abre.
Abrí al oír la voz de Magda, aunque no tenía idea de quién era ese
nosotras.
Magda, Antonella y Lucas, entraron con churros y chocolate, todos con
el pelo y parte de la ropa mojados por la lluvia, al parecer habían aparcado
algo lejos de mi casa.
Los besé a los tres, porque de verdad me alegraba de verlos a todos.
—¿Qué es esto?
Miré la comida cuando mis tripas sonaron como si tuviesen vida propia.
Ya no recordaba desde cuándo no hacía una comida en condiciones.
—Tenemos cosas que proponerte, por eso hemos venido todos —me
dijo Antonella ante mi mirada de curiosidad.
Pusimos la comida en la mesa y nos sentamos a comer churros, que me
encantaban.
—Vosotros diréis… ¡Qué ricos! —El primer bocado me supo a gloria.
No hice caso de la mirada que me echó Magda antes de mirar a
Antonella con intención. Tenía claro que, si iban a sacarme el tema de
Dimas, las echaría de mi casa sin contemplaciones. Y Magda sabía que lo
haría sin que me temblara el pulso.
—Cande, ¿desde cuándo no comes?
¡Ya estábamos!
—Desde anoche. —Era mentira, pero ellos no tenían que saberlo.
Levanté la vista y los miré a los tres con detenimiento. Lucas comía en
silencio sin querer entrar al trapo. ¡Chico listo! Y las chicas me miraban con
cara entre lástima y resignación que me dio absolutamente igual.
—¿No teníais algo urgente que decirme?
—Él lo tiene —dijeron las dos a la vez, y miraron a Lucas, que se
chupaba un dedo manchado de chocolate antes de enfrentarse a mi mirada
curiosa y, por qué no decirlo, desconfiada.
—Tú dirás.
Me crucé de brazos, preparándome a lo que pensaba decirme.
—Quiero ofrecerte un trabajo.
Lo miré sin querer demostrar nada en mi cara, hasta saber mejor de
quién parecía ser la idea de que pensaran que si necesitaba un trabajo, no
era capaz de encontrarlo yo sola.
—Te escucho. —No perdía nada por hacerlo.
Había conseguido que me entrara curiosidad.
—Ya que actualmente no estás trabajando… —Me miró con seriedad—.
Porque no estás trabajando, ¿verdad?
Negué con la cabeza y seguí mirándolo casi sin pestañear.
—Como te comenté cuando nos conocimos, el hotel rural abría sus
puertas a finales del mes pasado, hace ahora poco más de un mes.
Asentí en silencio. Lo recordaba.
—Alex, el hombre que tenía contratado de director del hotel, ha tenido
que marcharse de repente dejándome en la estacada. Necesito a alguien que
haga esa función de manera urgente… y he pensado en ti.
—Yo no tengo idea de organizar un hotel —aclaré, porque no sabía por
qué pensaba que sí podía hacerlo.
—No puede ser peor que llevar la agenda del gran jefe —me dijeron los
tres a la vez.
—Tienes que organizar las entradas y salidas del hotel, los turnos del
personal y el pedido de los proveedores, no es nada del otro mundo.
Me lo quedé mirando unos segundos, intentando averiguar por qué de
repente ese gesto de buen samaritano conmigo.
—¿Por qué?
—Porque eres mi amiga, necesitas salir de aquí y hacer cosas —me dijo
con seriedad—, y yo necesito a alguien urgentemente. Estoy seguro de que
nos podemos ayudar mutuamente.
—¿Puedo pensármelo?
—Claro. —De repente parecía aliviado de que hubiese sido tan fácil
negociar conmigo. Se puso muy serio—. Otra cosa más.
Levanté una ceja y él sonrió.
—Tendrás que venir a vivir allí. Normalmente el director se queda allí
por si surge algún problema nocturno. Te cederé una de las cabañas del
jardín, hay una más grande y totalmente equipada para que la ocupen los
directores. —Ante mi silencio, añadió—: ¿Algún problema con eso? Pensé
que cambiar de aires un tiempo podría venirte bien.
—Vale, en principio eso no sería ningún problema. Posiblemente sea
verdad que cambiar de aires me puede venir bien.
Quedé con él que en unos días le daría la respuesta.
Decidí que cambiar de aires y dejar la capital en estos momentos me
podía venir muy bien.
Aires nuevos, trabajo y casa nuevos.
No estaba tan mal.
Ya conocía el sitio. En verano debía ser agradable vivir en la sierra y
tener una piscina para uso particular cuando quisiera. No, la verdad era que
la idea no estaba del todo mal.
Esa tarde tuve otra inesperada visita.
Una que de verdad no me esperaba para nada.
A media tarde sonó el telefonillo de casa. Me había quedado dormida en
el sillón mientras veía una película y el sonido del portero me sobresaltó,
sacándome del sueño húmedo que estaba teniendo con Dimas.
¡Dios, cuando dormía eran lo peor de todo! Ese maldito hombre se
metía en mis sueños para hacerme recordar vívidamente todo lo que solía
hacerme y cuánto me hacía disfrutar.
Cuál fue mi sorpresa al ver ante la cámara a Julio, mi ex.
«El que faltaba», pensé.
Pensé en no contestarle para que creyera que no estaba. Pero aún
recordaba lo que había hecho por mí el día que tan mal me encontró en la
puerta de mi casa y aunque no tenía ningunas ganas de verlo ni hablar con
él, una vocecita interior me dijo que al menos se merecía que le diera las
gracias por lo que hizo por mí.
Así que sin importarme una mierda mi apariencia física ni la ropa que
llevaba puesta, la de estar por casa, cómoda y gastada, ni mi pelo, que
necesitaba un lavado urgente…, le abrí la puerta deseando que la visita
fuera muy corta.
Esperé a que el ascensor subiera a mi planta, y cuando oí pasos fuera le
abrí la puerta sujetándola, por si necesitaba cerrarla en sus narices. No
estaba de humor para aguantar tonterías de nadie, y menos de él, que me
dejó tirada sin pedirme ni una puñetera disculpa por todo lo que me hizo.
—Candela. —Se quedó parado en la puerta y me miró abriendo mucho
los ojos, sorprendido.
Supuse que mi aspecto le sorprendía ya que estaba acostumbrado a
verme siempre arreglada como un pincel.
No lo invité a pasar, así que nos quedamos los dos mirándonos como
dos boxeadores estudiando al contrincante.
—¿Estás bien?
No hizo falta que me dijese nada sobre mi aspecto, su mirada lo decía
todo.
—Más o menos, ¿querías algo?
Podía sentir su incomodidad por el recibimiento que le estaba dando,
estaba segura de que nunca esperaría encontrarme así.
—Me gustaría poder hablar contigo un momento. ¿Podemos salir a
tomar un café? —Estaba claro que me volvió a estudiar con atención,
porque añadió en voz baja—: Creo que no es buen momento, puedo volver
otro día si no te encuentras bien.
—No quiero que vuelvas otro día —le aclaré con frialdad—. Te he
dejado entrar para poder agradecerte lo que hiciste por mí cuando estuve
enferma.
—No tiene importancia.
—Claro que la tiene.
—¿Quién es el tipo que vino de noche?
Así que ese era el motivo de su vuelta; curiosidad sobre mi vida. No
tenía ningún problema en informarle.
—Mi exnovio.
—Ya decía yo que ese hombre no te pegaba nada.
—¿Y tú sí? —le solté malhumorada—. A ver si resulta que después de
lo que me hiciste, piensas venir a darte de digno. Precisamente tú.
Agachó la cabeza avergonzado.
¡Bien! Ya era hora de decirle cuatro verdades al tonto este también.
—Dime lo que quieras decirme y, por favor, lárgate.
—Quería disculparme contigo por lo que pasó.
Eso sí me sorprendió.
—Ahora, ¿después de tantos años?
—Me he dado cuenta de que me equivoqué contigo. Nunca debí dejarte.
—¿Eso significa que te ha dejado ella?
El sonrojo de su cara me dio la respuesta que buscaba.
—Espero que te haya dolido tanto como me dolió a mí la puñalada
trapera que me disteis.
—Lo tengo más que merecido. He aprendido la lección.
—Bien, no sabes cuánto me alegro.
—He vuelto porque me he dado cuenta de que aún te sigo queriendo y
me gustaría que, si no estás con nadie, podamos volver a salir juntos de vez
en cuando.
—¡Esto es lo más surrealista que me ha pasado nunca! —Miré a mi
alrededor por si aparecía una cámara por algún sitio y, cuando iba a volver a
pellizcarme por si estaba soñando, recordé el morado que tenía en el muslo
de la última vez que lo hice, por lo que decidí no hacerlo más.
—¡Me alegro de poder sorprenderte todavía!
Me tuve que reír, no pude evitarlo. Julio se echó a reír conmigo, más
sorprendido de que me estuviese riendo del asunto que otra cosa.
Me di cuenta de que ya no me dolía, quizás porque un nuevo dolor me
atenazaba el corazón desde hacía una semana, y hacía que lo suyo fuese
agua pasada. Ya no me importaba nada. No sabía si podía volver a ser su
amiga, pero me alegraba de que, por lo menos, hubiese conseguido pasar
página con él de una vez por todas.
CAPÍTULO 42
DIMAS
—Entonces ¿ya no tienes que casarte con ella? —Toni me miraba desde
detrás del protector que tenía puesto mientras practicábamos boxeo, como
cada mañana.
Me dieron la noticia el día anterior de que Tania hubiera ingresado, por
fin, en una clínica psiquiátrica para que la trataran del desorden psicológico
que tenía desde hacía tiempo y que se le había descontrolado por completo
hasta haber intentado suicidarse, cortándose las venas en su casa la tarde del
cumpleaños de mi padre, cuando me vio con Candela anunciando nuestro
compromiso a los cuatro vientos.
Al parecer eso fue lo que provocó que lo hiciera. Y todos consiguieron
hacerme sentir tan culpable por lo que le sucedió, como si de verdad lo
nuestro hubiese sido de real y yo la hubiese dejado por otra, que me
comprometí a casarme con ella si era necesario, dejando a Candela de la
peor manera que se podía dejar a una mujer. Y yo me maldecía todos los
días por ello.
Me hubiese gustado explicárselo con calma, pero era tan complicado
que sabía que ella no lo iba a entender. Ni ella ni nadie.
¿Qué puedes explicarle a una mujer cuando le dices que vas a casarte
con otra? ¿Qué te espere? ¿Esperar a qué? ¿A que se muriera y me quedara
viudo o le propongo propusiera hacer un trio todas las noches en la cama
con mi mujer?
Apenas había podido dormir desde que pasó lo de su intento de suicidio.
Se salvó por los pelos. El médico dijo que no había sido un intento de
llamar la atención, como sucedía con mucha gente. Ella se había abierto las
venas de ambas muñecas con un cuchillo de cocina, llegando hasta el
hueso. Una verdadera carnicería.
Yo era amigo de su familia, nuestros padres eran socios y se suponía
que había sido mi prometida casi diez años, y no podía quedarme al margen
sin intentar hacer algo por ella. Aunque ese algo significase engañar a
Candela para dejarla de la peor manera posible.
Jamás me iba a perdonar lo que le había dicho, fuera por los motivos
que fueran.
—¿Dimas?
Toni me soltó un derechazo por estar distraído y me hizo gruñir por el
golpe que me hizo ver las estrellas.
—¿Vas a contestarme?
—¿Qué quieres que te diga? —No sabía lo que iba a pasar, así que no
tenía nada que decirle.
—Creo que deberías ir a hablar con tu novia, la de los impresionantes
ojos verdes que estuvo aquí en tu casa. Seguro que lo entiende.
—¿Entenderlo? —Me reí sin ganas—. Si hubiese sido al revés, yo no la
perdonaría en la vida por lo que le dije, no voy a arrastrarme para pedir un
perdón que no merezco.
—Eso solo debería decírtelo ella, ¿no crees?
No le contesté. No la merecía y punto. Me había portado como un
cabrón y no era capaz de mirarla a la cara.
—Lo que pasa es que tienes miedo. Creo que nunca te había gustado
tanto una mujer y no sabes bien cómo actuar.
¿Era verdad que me gustaba tanto Candela?
Tal vez si me dejaba guiar por las noches que no podía dormir por lo
mucho que la echaba de menos, tenía la respuesta.
¿Y qué iba a pasar ahora?
¿Podía perdonarme si iba a disculparme y contarle lo sucedido?
Debería habérselo contado la noche que pasó el accidente, y no haberme
estado escondiendo de ella en mi casa hasta que vino a pedirme
explicaciones por haber leído la noticia en los periódicos. No quería dejarla,
esa había sido la pura verdad. Me gustaba Candela y me gustaba mucho lo
que teníamos, y sabía que ella no hubiese entendido que yo hubiese querido
sacrificarme por intentar ayudarla. Y mucho menos después de lo que le
dijo Tania.
¡Me maldecía una y mil veces cada vez que recordaba lo que le dije de
que no tendría nada serio con ella, porque sería el hazmerreír de todo el
mundo por atreverme a mantener una relación con mi secretaría! ¿Se podía
ser más animal?
Pude ver el dolor en sus ojos verdes, como si le clavasen un puñal en el
corazón. Cada vez que cerraba los ojos recordaba su cara y su gesto de
dolor por mis palabras.
Si quería perderla para siempre, le había dicho las palabras correctas.
—Creo que nunca la he cagado tanto con una mujer. Y conociendo a
Candela, sé que no me va a perdonar nunca.
—Bueno, el «no» ya lo tienes, pero si no hablas con ella y lo aclaras,
nunca te perdonarás no haberlo intentado.
—Dejó el trabajo —le dije al recordarlo de repente—, ya ni siquiera sé
por dónde se mueve.
—Siempre puedes ir a su casa.
Sí, siempre podía ir a su casa e intentar hablar con ella.
CANDELA
CANDELA
DIMAS
CANDELA
Yo:
«¿Estás aquí?»
Dimas:
«Define aquí» (carita pensativa)
Yo:
«En Madrid»
Dimas:
«He llegado hace un rato de
Oslo, ¿por qué?»
Dimas:
«¿Sigues ahí?»
Yo:
«¿Te viene bien si nos vemos
luego en el Susurros?»
Dimas:
«¿¿¿¿????»
Era normal que se extrañara que quisiera quedar con él allí, pero tenía
que reconocer que enfrentarme con él cara a cara en otro sitio y sacarle el
tema, no estaba preparada para eso todavía.
Dimas:
«No me malinterpretes, sabes
que estoy encantado de volver
a quedar contigo donde quieras.
Es solo que me ha extrañado tu
petición después del claro rechazo
del fin de semana».
Dimas:
«¿Los croissants han surtido el efecto deseado?»
Sabía que era coña, pero esa excusa era tan válida como cualquier otra.
Yo:
«Algo así».
Dimas:
«De acuerdo.
¿Podemos ir a cenar antes?»
Yo:
«Hoy no».
Dimas:
«De acuerdo.
Nos vemos allí a las 12.
¿Te parece bien?»
Yo:
«Perfecto».
Dimas:
«Candela, no se te ocurra estar
con ningún tío cuando llegue.
Esta noche te quiero para mí».
CANDELA
CANDELA
Despertar entre sus brazos era algo que había echado muchísimo de menos.
Apenas recordaba cómo llegué a la cama la noche anterior. Creo que volví a
quedarme dormida en el coche y Dimas se molestó en subirme a la
habitación, desnudarme y meterme en la cama junto a él. Desperté ya por la
mañana, entrelazada, como siempre hacía, a las largas extremidades de
Dimas, que me abrazaba con fuerza, quizás temiendo que desapareciera
durante la noche.
No pensaba irme a ningún sitio. Solo me acurruqué de nuevo sobre él,
que murmuró algo ensueños apretándome un poco más, y seguí durmiendo
entre sus brazos, sintiéndome feliz, como hacía mucho que no me sentía.
Algo me hacía cosquillas en la nariz y consiguió sacarme del sueño
plácido que tenía.
—Despierta, bella durmiente.
La voz suave de Dimas en mi oído me despertó.
Comenzó a darme suaves besos por la cara haciéndome reír.
—Menos mal, ya pensaba que iba a tener que comerme todo esto yo
solo.
Mi estómago rugió de hambre cuando abrí los ojos y lo vi con unos
pantalones cortos y nada más. La bandeja que traía en las manos con café,
zumo de naranja y tostadas, me terminó de espabilar.
—Cómo. ¿No hay cruasanes? —pregunté sonriendo
Él río conmigo, recordando que llevaba una semana mandando los
dulces al hotel todos los días
—He pensado que preferías cambiar de desayuno por un día.
Me senté en la cama para que se acomodara junto a mí y poder
desayunar allí.
¡Qué lujo desayunar en la cama!
—Voy a traerte una camiseta —dijo, soltando la bandeja sobre mis
piernas desnudas—, no puedo concentrarme si te tengo desnuda en mi
cama.
Se fue al vestidor anexo a la habitación para volver con una camiseta de
manga corta y mi tanga, que me quitó la noche anterior.
—¿Por qué estoy desnuda? —le pregunté divertida mientras me ponía la
ropa que me había traído.
Se sentó junto a mí y se bebió el zumo de naranja en dos enormes tragos
antes de contestarme.
—No podía acostarte con ese minivestido que llevabas puesto. Preferí
desnudarte. —Me miró con tanta pasión que me secó la boca y le di un
trago a mi zumo yo también—. ¿Tienes hambre?
Se puso a ponerle mantequilla a una tostada.
—Mucha.
—¿La quieres con mantequilla o aceite? —Me mostró la tostada que
tenía en la mano.
—Mantequilla.
Me dio la primera que untó y se puso a untar la siguiente mientras me
miraba comer de reojo.
—¿Ya me has perdonado? —Me miró con verdadera curiosidad y
¿anhelo, quizás?
Ante mi mirada silenciosa, añadió:
—Siento de corazón lo que te dije, de verdad. Sabes de sobra que no
sentía ninguna de mis palabras, de echo esas habían sido las mismas
palabras que tú me dijiste y a las que no quise hacer ningún caso. No tenía
demasiado sentido que fuera yo luego el que te las restregara por la cara
como lo hice.
—Entonces, ¿por qué?
Aunque ya sabía lo que había pasado, gracias a la conversación con su
madre, quería saber sus sentimientos.
—Tania se cortó las venas la misma noche del cumpleaños de mi padre.
—Me quedé mirando sus ojos color miel casi sin pestañear mientras
hablaba—. Siempre ha sido una mujer débil y enfermiza. Parece ser que
descubrir que de verdad lo nuestro se había acabado y que yo te presentaba
a mi familia, hizo que se precipitara hacia una honda depresión y se intentó
suicidar. Me avisaron porque de verdad pensaban que se moría, aunque al
final consiguieron estabilizarla. Su madre me suplicó por los años de
amistad que había entre las familias, que volviera a fingir ante ella que
volvíamos a estar juntos y que había roto contigo, por lo menos hasta que se
encontrara mejor.
Me tomó la mano y me la besó.
—No quería hacer eso, Candela, y por eso me alejé de ti y de la empresa
todos esos días, intentando evitar que te enteraras. No quería romper
contigo ni siendo de mentira. Sabía que tú no lo entenderías y yo sabía que
no podía pedirte algo así, porque no era justo para ti. Y menos cuando me
enteré de que lo había filtrado a la prensa con fecha de boda incluida.
Cuando viniste a pedir explicaciones no pude contarte nada, porque para
Tania tenía que ser verdad nuestra relación… y sabía que ella se daría
cuenta de que era todo mentira.
—¿Qué ha cambiado desde entonces?
—Acepté casarme con ella de verdad una vez supe que te había perdido
—murmuró con tristeza—, y mi madre habló con su madre para que la
ingresaran en un psiquiátrico. Decía que por mucho cariño que nos
tuviéramos las dos familias, no iba a permitir que sacrificara mi felicidad
contigo, por ella. Al final la han convencido para ingresarla y ponerla en
tratamiento, así que ya no tenía sentido nuestro falso compromiso y decidí
que te quiero lo suficiente como para arrastrarme todo lo que quisieras para
recuperarte.
Me besó la mano que tenía tomada.
—Te quiero, Candela. Como jamás pensé que pudiera querer a alguien.
Eres más importante en mi vida que cualquier otra cosa. Por favor,
perdóname. Sé el daño que te hice con mis palabras y si pudiese dar marcha
atrás en el tiempo, lo haría sin dudar un instante. Jamás quise hacerte daño.
—Lo sé.
—Sé qué es difícil entender mis motivos, pero creía que le debía a su
familia intentar ayudar a Tania en un momento tan difícil. No quería
sacrificarte, eres lo único que me importa. Cuando pensé que te había
perdido, ya todo me daba igual. Me sacrificaría casándome con una mujer a
la que no quiero. Nada me importa lo suficiente si no te tenía a ti.
Me enternecí con sus palabras. No pude evitarlo. ¿Quién sacrificaría su
vida por ayudar a otra persona solo por ser amigo de la familia?
—Siento no haber pensado en ti primero, pero no encontraba otra forma
de hacerlo.
Le acaricié la mejilla con la palma de la mano, había tanta pena en sus
palabras que intenté consolarlo un poco
—No había otra forma de hacerlo —susurré contra sus labios antes de
darle un dulce beso.
—No merezco a una mujer como tú. Gracias por entenderlo. Lo que no
sé es el por qué has querido que te lo cuente ahora y no me has dejado
acercarme a ti en todas estas semanas.
No iba a contarle nada de la visita de su madre.
—Te echaba demasiado de menos y cuando me enteré de que no había
boda, supuse que debías tener un motivo poderoso para hacer lo que hiciste.
—Entonces, ¿me perdonas?
—¿Quién me dice que no harás lo mismo si dentro de un mes ella
vuelve a tener un brote psicótico?
—No habrá fuerza en el mundo que vuelva a separarme de ti por ningún
motivo, Candela, eres lo más bonito que me ha pasado en la vida.
Quería creerle, de verdad que sí, necesitaba pensar que por una vez en la
vida yo era lo más importante en la de alguien. No podía soportar que de
nuevo antepusieran la felicidad de otro a la mía. Y lo de ella era tan grave
que no podía creerme que no volviera a pasar.
—Deja de darle vueltas. —Me cogió la mano y me miró, con tanto
amor, que estuve a punto de fundirme en esos ojos dorados—. Quiero que
vengas a vivir aquí conmigo. — Ante mi mirada de sorpresa añadió—.
Cuanto antes.
—No voy a venir a vivir contigo. Ahora mismo mi casa está en el hotel
—le recordé con seriedad—. No pienso recorrer dos horas de coche para ir
a trabajar y volver todas las noches.
—También quiero que vuelvas a trabajar conmigo, Candela, no quiero
otra persona de secretaria que no seas tú.
¡Esto olía a problemas! Dimas estaba más que acostumbrado a
conseguir todo lo que quería y yo sabía que no llevaba demasiado bien que
le llevaran la contraria.
—No voy a dejar ese trabajo, Dimas, Lucas me ofreció una salida
cuando me dejaste de esa manera tan rastrera —le solté, para que
comprendiera mi punto de vista, no me importó que sus ojos se llenaran de
dolor por mis palabras, al fin y al cabo, era verdad lo que le estaba contando
—. Me ofreció trabajo y vivienda, y da la casualidad de que me encanta
trabajar allí.
—No me importa lo que quiera Lucas —me soltó con arrogancia—. Te
quiero en la mesa de la oficina el lunes, a ser posible. Te doblaré el sueldo
que te paga él si es necesario.
¡Ya salía el gilipollas que llevaba dentro!
—No necesitas doblarme el sueldo —Él sonrió pensando que me había
convencido con el dinero, qué equivocado estaba conmigo—, porque no
voy a volver a trabajar contigo ni por el doble del sueldo ni por todo el
dinero del mundo
No me afectó en absoluto que su rostro se ensombreciera por el enfado.
—Si es necesario, compraré el maldito hotel.
Lo miré tan alucinada de lo que había dicho, que decidí callarme y no
decirle lo gilipollas que era. Me levanté y me fui al baño sabiendo que mi
ropa estaba allí. El portazo que di debió indicarle lo enfadada que estaba
por sus palabras.
—Candela… —No le hice ni caso. ¿Quién coño se creía que era? ¿eso
era todo lo que apreciaba a sus amigos?—. Estoy hablando contigo —me
recordó molesto.
¡Que le den! No pensaba sentarme a escucharle decir tonterías.
Cuando llamó a la puerta y no le abrí, pude sentir crecer su enfado
desde dentro de la habitación.
—No me gusta que me ignoren, ¿no lo sabías?
—Me importa una mierda lo que te guste o no.
Lo oí bufar tras la puerta. Hubiese sonreído si no estuviese tan enfadada
por sus palabras.
—Sal de ahí y hablemos como personas civilizadas.
Abrí la puerta con fuerza cuando salí del baño ya vestida. Él me
esperaba apoyado contra el marco de la puerta, con los brazos cruzados y el
enfado pintado en su rostro.
—¿Vas a marcharte?
Su mirada dolida no me achantó.
—No pienso quedarme aquí oyéndote decir tonterías.
Por lo visto se lo pensó mejor, porque suspiró y cuando volvió a
mirarme ya no parecía tan enfadado
—Escucha, he pensado que te había perdido para siempre, así que no
puedes culparme por intentar tenerte a mi lado hasta que me asegure de que
no volveré a perderte.
Esa declaración me sorprendió tanto viniendo de él, que no pude evitar
enternecerme un poco. Solo un poco, porque en cuanto le dejabas un
momento volvía a relucir su lado más gilipollas y arrogante.
—Vas a tener que confiar en mí, porque ni vendré a vivir contigo ni
dejaré mi trabajo.
—Por favor —Su mirada suplicante estuvo a punto de hacerme cambiar
de opinión—, prométeme que, por lo menos, te lo vas a pensar.
Se acercó a mí y me abrazó con fuerza. Estuve a punto de ponerme a
ronronear del gusto que me dio volver a sentir sus fuertes brazos abrazarme
así, cómo me gustaba que me abrazara.
—Pensé que íbamos a pasar el día juntos. —Me miró con ojos
suplicantes—. No te enfades y pasa el día aquí conmigo. Prometo no insistir
con el tema.
—Entro a trabajar a las tres de la tarde.
Sus ojos volvieron a demostrar contrariedad, pero asintió con la cabeza.
—Te llevaré al trabajo, pero, por favor, pasa la mañana aquí conmigo.
No podía negarme cuando me pedía las cosas así.
CAPÍTULO 49
CANDELA
Intentar manejar a Dimas las semanas siguientes era igual que intentar
domar a un león en la selva.
Sabía que a él le gustaba hacer las cosas a su ritmo, sin que nadie se lo
marcara. Nunca había llevado bien hacer lo que los demás esperaban de él y
estaba demasiado acostumbrado a salirse con la suya. Es lo que tenía ser un
hombre tan poderoso.
No me fui a vivir con él. Primero, porque necesitaba hacer las cosas a
mi manera y no dejarme avasallar por él. Segundo, porque era cierto que el
trabajo me gustaba y no iba a dejar tirado a Lucas, que se había preocupado
tanto por mí, y el lugar donde estaba ubicado el hotel hacía incompatible
vivir en la ciudad. Y tercero, porque no me fiaba de él después de lo que
había hecho a la primera de cambio.
Pareció entenderlo porque no insistió en el tema de irnos a vivir juntos.
Yo llegué a un acuerdo con Lucas en el trabajo. Doblaba algunos turnos
durante la semana y el fin de semana lo tenía libre desde el viernes, así que
me iba a pasar con Dimas los fines de semana.
Era una especie de tregua. Ambos ganábamos con el acuerdo y ninguno
cedía del todo, en el fondo era nuestro orgullo lo que intentábamos
mantener intacto.
Con el tema del trabajo no fue tan permisivo.
Me quería en su empresa y quería que fuese la que trabajara con él día a
día, y no pensaba ceder.
—Candela, ¿por qué no vuelves a trabajar con él? Va a volverme loco,
te lo juro —se quejaba Lucas un lunes cuando llegué a trabajar por la
mañana, después de pasar con Dimas el fin de semana.
—Pensé que estabas contento con mi trabajo —le dije, confusa por sus
palabras.
—No tengo quejas con tu trabajo y lo sabes. El problema es que Dimas
no va a dejar de acosarme hasta que cedas. —Sonrió malévolo—. Eso no
quiere decir que no disfrute viéndolo arrastrarse por el fango un poco para
que te rescinda el contrato. Pero, en el fondo, lo entiendo. Y no quiero
tenerlo respirando en mi oreja todo el tiempo.
—¿Me estás diciendo que te da pena?
Se rio divertido.
—Soy un mal amigo por reconocer esto, pero me encanta. Pero no se va
a contentar con esta situación, ya lo conoces.
—No tengo claro que sea buena idea volver a trabajar con él.
—Bueno, Antonella dice que está de peor humor y que ya se han
marchado dos secretarias desde que hablasteis del tema.
En el fondo me dieron pena las pobres chicas. Era un tirano y lo sabía, y
suponía que lo estaba haciendo a propósito.
—Es peor que un crío chico —reconocí molesta.
—Ya lo conoces, nunca va a darse por vencido.
—Ya se cansará —dije, dándole un trago a mi capuchino—, no pienso
volver hasta que no esté totalmente convencida de que es lo que quiero
hacer.
Me quedé helada cuando vi a Marisa, la camarera de turno,
acompañando a una Tania casi irreconocible hacia la mesa donde estábamos
desayunando en la terraza.
—¿Esa no es…? —susurró Lucas, cuando reconoció a la mujer que
venía directa a nosotros.
—Eso parece.
—¿Y qué puede querer de ti?
Eso mismo me pregunté yo. ¿Qué coño hacía allí la ex de Dimas?
Un escalofrío me corrió por la columna vertebral. Que ella fuese a
verme solo podía significar una cosa: problemas.
Lucas se bebió el café y se levantó para dejarnos intimidad.
—Si me necesitas, estaré en el despacho. Ten cuidado con ella.
Asentí con la cabeza sin apartar los ojos de Tania, que me contemplaba
con fijeza cuando llegó a la mesa.
—Te buscaba —dijo la camarera—. ¿Le traigo algo para beber?
Tania negó con la cabeza sin decir nada, Marisa se fue con un
encogimiento de hombros.
Me la quedé mirando fijamente cuando se sentó sin apartar sus ojos de
mí. Ya no era la belleza de antes. Estaba muy desmejorada, no iba pintada y
la ropa le venía grande. Pero la expresión perdida de sus ojos era lo que más
me impactó.
¡Esa mujer no está bien!
—¿Qué quieres, Tania? —No tenía paciencia para conversaciones
educadas.
No la quería cerca de mí ni de Dimas.
—Que te alejes de mi prometido.
¿Otra vez con esa historia?
—Te recuerdo que hace mucho que no es tu prometido. Tú misma lo
dijiste ante la prensa.
—No es cierto. Nosotros íbamos a casarnos —siseó, furiosa—, y no voy
a permitir que me alejes de él.
—Mira, ¿sabes qué? Que yo no tengo que hablar contigo de este tema.
Me levanté para marcharme. Me estaba dando muy mala espina y no
pensaba quedarme allí escuchándola decir cómo lo quería.
—Si no se casa conmigo, no dejaré que se case con nadie más.
Esas palabras me hicieron parar en seco. Sabía reconocer una amenaza
cuando la oía y la de ella había sido alta y clara.
—No puedes obligar a nadie a quererte, lo sabes, ¿verdad?
—Él me quiere —me dijo, levantándose de la silla para enfrentarse a mí
directamente, sus ojos estaban enrojecidos y tenían una mirada perdida, de
loca, que me heló la sangre—. Se habría casado conmigo si no te hubieses
metido en medio. Eres una zorra.
—Voy a pedirte que te marches de aquí.
Los gritos que empezó a darme consiguieron que todo el personal del
hotel se asomara para ver qué estaba pasando, entre ellos, Lucas, que al
parecer no se había alejado demasiado.
—Es mío. Mío, ¿me oyes? Y no voy a dejar que me lo quites, ni tú ni
nadie. Antes de verlo contigo prefiero verlo muerto.
Cuando vio que el personal del hotel se acercaba a nosotros se dio la
vuelta y se fue con la misma rapidez con la que había venido, dejándome
totalmente alucinada.
Lucas se acercó a la mesa cuando vio a Tania salir del hotel.
—¿Qué ha ocurrido? Se oían los gritos desde la recepción.
Se sentó junto a mí en la mesa, mirándome con la preocupación pintada
en el rostro.
—Esa mujer está enferma. —No podía quitarme de la mente su rostro
desquiciado y sus ojos de loca—. Me ha amenazado. Dice que, si Dimas no
es para ella, prefiere verlo muerto.
—¿No me jodas? ¿Crees que intentará hacerle daño?
—No lo sé. —Me abracé a mí misma, pues los brazos se me habían
quedado helados por la impresión—. Lo que está claro es que esa mujer
está enferma y creo que es un peligro, tanto para ella como para los demás.
—¿Avisarás a Dimas? Creo que debería de saberlo, ¿no?
Asentí con la cabeza antes de coger el teléfono para llamarlo. No me
fiaba un pelo. Quién podía asegurar que no intentaría hacer otra tontería
para llamar la atención de él.
—Que también sepa que ha venido a amenazarte.
Cuando me vio coger el teléfono se levantó de nuevo.
—Ahora vuelvo.
Esperaba impaciente a que el teléfono diera tono. Solo quería hablar con
Dimas y poder decirle lo que había pasado con Tania. Miedo me daba su
reacción.
La primera llamada no la cogió.
«¡Cógelo, cógelo, cógelo!»
Volví a llamarlo e igual.
«¡Mierda!»
«¿Y ahora qué?»
«¡Piensa, joder, piensa!»
Llamé a Magda, ella podía darle el mensaje.
«El teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura».
«¡Joder! ¡Cómo odiaba esa vocecita!»
Volví a llamarlo y pasó lo mismo.
«¡Antonella!» recordé de repente.
—¿Has hablado con él?
Lucas volvió a acercarse casi corriendo.
—No me lo coge —le contesté mientras marcaba el teléfono de
Antonella—. Con Magda me salta el buzón y estoy llamando a Antonella.
—Está en el ayuntamiento.
—Mierda.
Colgué de nuevo. No tenía sentido llamarla si no podía darle a Dimas el
mensaje en el momento.
—¿A quién podemos llamar de la empresa?
Lucas me miró con preocupación y eso hizo que me pusiese más
nerviosa todavía.
—No lo sé. Todo el mundo tiene números de empresa y son todos
extensiones. No me sé los números reales del resto del personal.
Nos miramos los dos mientras decidía lo único que me faltaba por
hacer.
—Voy para allá y hablaré con él en persona.
—Te acompaño.
No iba a discutir con él. Podía conducir más rápido mientras yo seguía
intentando contactar con alguien que pudiera pasarme con Dimas.
—Vamos.
No perdimos tiempo. Nos montamos en su deportivo y salimos hacia el
centro de Madrid cagando leches.
—Sigue sin cogérmelo —le dije perdiendo la paciencia.
Deseé lanzar el teléfono por la ventanilla del coche.
Tenía una rara premonición que apenas me dejaba respirar. Tania estaba
loca y era totalmente imprevisible. No quería que le pasase nada a nadie,
pero desde luego lo que no quería era que se acercase a Dimas, pues sería
capaz de atacarlo. Estaba muy mal y era peligrosa. Si se mataba ella, que se
jodiese, pero no soportaría que fuera capaz de hacerle daño a Dimas.
—Acelera —le dije con nerviosismo.
—No puedo correr más, Candela —me miró un segundo antes de volver
sus ojos a la carretera—, esta carretera de montaña no deja ir más rápido sin
ponernos en peligro. Demasiadas curvas, ¿recuerdas?
Resoplé impaciente y volví a intentar hablar con Dimas, que seguía sin
cogérmelo.
—No entiendo para qué coño quiere un teléfono si no va a cogerlo.
—Suele pasar.
No dijimos nada más hasta estar en la puerta de la oficina. Me bajé del
coche corriendo y entré mientras Lucas buscaba aparcamiento en los
alrededores.
El pánico absurdo que no me dejaba respirar no me había abandonado
en todo el camino.
Solo esperaba haber llegado a tiempo.
CAPÍTULO 50
CANDELA
DIMAS
FIN
NOTA DE LA AUTORA
@lolatoroLT
@lolatoro_alexiablue