+lola Toro - Los Besos de Candela

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Derechos de autor © 2023 Lola Toro

Título original: Los besos de Candela


©Lola Toro, 2023

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Primera edición: noviembre 2023


por Hic Sic · Servicios editoriales | www.hicsic.com | @edicioneshicsic
Contenido

Derechos de autor
LOS BESOS DE CANDELA
DEDICATORIA
Primera parte
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
SEGUNDA PARTE
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
TERCERA PARTE
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
CAPÍTULO 46
CAPÍTULO 47
CAPÍTULO 48
CAPÍTULO 49
CAPÍTULO 50
EPÍLOGO
NOTA DE LA AUTORA
LOS BESOS DE CANDELA

LOLA TORO
DEDICATORIA

Quiero dedicarle esta novela a mi madre, que fue la culpable de que yo


adorara los libros y las novelas románticas.
Aunque hace ya más de 20 años que no estás conmigo, sé que tengo en
el cielo un ángel que siempre cuida de mí.
Daría lo que fuera por volver a abrazarte de nuevo, como no puedo…,
me lo imagino.
A todas las mujeres del mundo que no se avergüenzan de disfrutar de su
sexualidad.
A mi sobrina Candela, por ser simplemente ella.
Primera parte

«No hay segunda oportunidad


para una primera impresión».
CAPÍTULO 1

CANDELA

Me acerqué a la barra para pedirme una copa mientras observaba a las


personas que estaban allí.
Sabía que los hombres me miraban y no me importó en absoluto.
Quería que me admiraran y que me viesen bien. Al fin y al cabo, había
ido a ese local de intercambios de parejas para eso.
Para pasar un buen rato con algún desconocido.
Había ido sin nadie, como solía hacer siempre. No ponían ninguna pega
a las mujeres que iban solas, ya que eran muy solicitadas para que hicieran
tríos con alguna de las parejas que iban allí y buscaban experiencias
sexuales nuevas que dieran vida a unos matrimonios que, por regla general,
ya habían perdido esa chispa sexual de los primeros años o que,
simplemente, les gustaba disfrutar del sexo de otra manera.
A mí ya me conocían por ser una clienta que acudía desde hacía algunos
años.
Siempre sola.
Tan sola como me sentía en lo más profundo de mi ser desde que mi
pareja me abandonó para irse con mi mejor amiga.
No había vuelto a confiar en ningún hombre desde ese día, ni dejaba
que nadie se acercara lo suficiente para que volviesen a hacerme daño. Ya
había aprendido la lección de la peor manera posible.
Cogí mi copa y me di la vuelta en la barra para mirar a la gente que
sabía que me miraban también. Era consciente de lo que verían.
Tenía menos de treinta años y poseía un cuerpo que conseguía que los
hombres se volviesen a mirarme. Era alta y voluptuosa. Mis huesos eran lo
suficientemente grandes para que no pudiese entrar en la categoría de
delgada. Tenía unas piernas largas y proporcionadas conseguidas por
machacarme en el gimnasio todos los días. Y mi rostro en forma de corazón
con labios gruesos, y ojos de un verde muy claro, hacían que no pasase
nunca desapercibida. Mi cabello, de color chocolate, lo llevaba recogido en
una cola de caballo.
Esa noche llevaba un vestido negro de licra, ajustado como una segunda
piel, medias también negras y subida a unos tacones impresionantes.
No podía negarlo. Los zapatos me perdían.
Dirigí mis ojos a un extremo de la barra cuando sentí que me miraban
con intensidad.
Al tipo que había allí no lo había visto nunca y tenía que reconocer que
era un hombre impresionante.
Alto y delgado, con barba de una semana de color rojizo y pelo corto y
bien peinado. Sus ojos penetrantes, que desde la distancia no podía ver el
color, me miraban de tal manera que consiguió arrancarme un escalofrío y
mi sexo comenzó a humedecerse por la anticipación. Lástima tener que
descartarlo esa noche, porque un hombre como ese seguro que venía
acompañado. Los más guapos ya tenían pareja o eran homosexuales. Era
una norma socialmente conocida por todas las mujeres.
Le sostuve la mirada dándole a entender que si él quería…, por mí de
acuerdo. Pero si tenía pareja… No había ninguna mujer a su alrededor, así
que…
Me llevé mi copa conmigo y me acerqué al tipo que no me quitaba la
vista de encima, recorriéndome el cuerpo con esos ojos de color caramelo.
Sí, sus ojos indudablemente eran de un color casi dorado, preciosos.
—Si estás solo, estaré en la habitación número cinco —le indiqué con
una sonrisa lasciva y una mirada provocativa.
Y me alejé de él para entrar en la habitación que le había indicado.
Conocía el sistema de las habitaciones del local. Las había grandes con
camas inmensas para poder hacer orgías, y algunas más pequeñas para
parejas o tríos. También había varios jacuzzis repartidos por diversos
lugares estratégicos, habitaciones oscuras para que nadie pudiese ver al
resto de los que entraban allí, y algunos otros habitáculos a la vista de
todos, donde había columpios para juegos sexuales y potros para atar a
quien le gustara un poco jugar al sadomasoquismo.
A locales como este venía gente con distintos gustos sexuales.
La habitación que le había indicado era de las que había destinadas a
parejas o tríos. Disponía de una cama redonda y de un baño con ducha. No
necesitaba nada más para esa noche.
Para lo que iba a hacer con ese hombre, del que ni siquiera quería
conocer su nombre, me bastaba una habitación sencilla como esa.

Me gustaba la variedad en el sexo. Me consideraba heterosexual,


aunque tenía que reconocer que algunas mujeres me habían hecho pasar
unos ratos memorables.
Contemplé la habitación que estaba casi en penumbra y puse música
suave de fondo con mi móvil, cosa que siempre me gustaba hacer para una
noche de sexo, mientras esperaba a mi acompañante de esta noche.
Me volví a mirar la puerta cuando oí que esta se abría y vi entrar al
hombre de la barra con su bebida en la mano. Por el color del líquido del
vaso supuse que era whisky. Me gustaba el whisky y el sabor que dejaba en
la boca. Me relamí en silencio mientras observé al hombre que cerró la
puerta y se acercó a la mesa para dejar su vaso. Era más alto de lo que me
había parecido a primera vista y mucho más impactante también. Me miró
con intensidad, como un felino acechando una presa, y esa mirada intensa
me consiguió arrancar un escalofrío.
Desprendía testosterona por todos los poros de su piel.
Me gustaban mucho los hombres seguros de sí mismos que sabían lo
que querían y no tenían ningún problema en decirlo. Al menos en el sexo…
En mi vida privada me cuidaba muy mucho de hombres así. Hombres
peligrosos que solo podían traerte problemas.
Para ser sincera, en mi vida no quería a hombres de ningún tipo.
—Tengo una petición que hacerte antes de empezar —le aclaré,
mirándolo atentamente para poder ver su expresión.
—Tú dirás. —Me observó con curiosidad como si estuviese intentando
descifrar un crucigrama.
—No quiero saber tu nombre ni nada más sobre ti y jamás beso a un
hombre en la boca.
El desconocido me contempló unos segundos antes de asentir.
—Por mí, bien. —Cuando comprobó que no iba a decirle nada más, se
acercó a mí y me tomó la barbilla con suavidad para poder mirar mis ojos.
Podía sentir el fuego que había en los suyos—. Me gustan las mujeres que
saben lo que quieren —me susurró al oído.
Su aliento en mi oreja me puso los pelos de punta y el puñetero olía para
morirse. A perfume caro y whisky.
—Esta noche te quiero a ti —le dije sin ningún tipo de rubor.
Y mi sexo se contrajo de nuevo. Calentando motores.
La sonrisa lobuna que se dibujó en su boca me puso a cien.
—Bien, si está todo aclarado, date la vuelta. —Ante mi mirada
dubitativa me aclaró—. Me gusta mandar en el sexo, espero que no sea un
problema. —Levantó una ceja esperando mi respuesta.
—Hoy no —le indiqué con claridad.
A mí también me gustaba mandar en el sexo, aunque no me importaba
dejarle el mando esa noche.
Me ayudó a girarme poniendo una mano en mi espalda, se acercó y
pegó su boca a mi cuello desnudo, mordiéndome con suavidad. Me arrancó
un escalofrío.
«La noche promete» pensé cuando cogí aire con fuerza y llené mi nariz
del olor de su perfume, a cítricos y algo más que no logré descifrar, pero
que debía saber seguro lo mucho que gustaba a las mujeres.
—Eres una mujer muy hermosa —susurró en mi oído, tan cerca, que su
aliento me acarició el lóbulo de la oreja.
Podía sentir su sonrisa en la cara.
—Vamos a divertirnos mucho esta noche —me prometió mientras
comenzaba a bajarme la cremallera trasera del vestido con lentitud.
—Eso espero —le susurré sin despegarme de su espalda.
Él estaba tan pegado a mí que podía sentir su erección presionando
sobre mi cintura. Aun llevando tacones de más de diez centímetros, apenas
le llegaba por la barbilla. Comenzó a besarme el cuello según iba bajando el
vestido. Lo dejó caer y quedó hecho un pequeño montón de ropa a mis pies.
Su barba me acariciaba la piel y lo oí suspirar con fuerza cuando comprobó
que no llevaba sujetador y sus manos se cerraron, cada una de ellas sobre
mis pechos mientras me comenzaba a mordisquear el hombro desnudo con
sensualidad.
El olor de su perfume me inundó las fosas nasales de manera muy sutil,
me dejé caer sobre su pecho para dejarle mejor acceso a mis pezones. Los
cogió entre sus dedos pulgar e índice y comenzó a hacerlos rodar con
suavidad.
Consiguió arrancarme un gemido y lo miré a través del espejo que había
sobre el techo de la cama. Nuestros ojos se encontraron en él y pude
comprobar una mirada feroz en los de ese hombre. Contempló con lascivia
la parte delantera de mi cuerpo desnudo de cintura para arriba. En la parte
de abajo aún tenía puestas las medias y un pequeño tanga, también de color
negro.
Me di la vuelta entre sus brazos y me dirigí a la cama con decisión.
Cuando intenté tocarlo por encima de sus vaqueros, sus ojos dorados me
miraron hambrientos.
—Esta noche quiero que me dejes hacer con tu cuerpo lo que quiera.
Lo miré unos segundos antes de responderle.
—No soy sumisa en el sexo —le aclaré, por si le quedaba alguna duda.
—Lo sé —dijo, sonriéndome conciliador—, pero esta noche vas a
dejarme llevar el control. —Y para que no pudiera quejarme, añadió—: Por
favor…, prometo volverte loca de placer.
Ante esas palabras no pude negarme.
Me considero una mujer activa en la cama y me gusta llevar la
iniciativa, pero tampoco tengo problema en dejarme llevar… de vez en
cuando.
—Soy muy exigente en la cama, así que vas a tener que esforzarte
mucho.
Él sonrió de una manera muy sexi, pero su mirada ardiente no se apartó
de mi cuerpo semidesnudo.
Se agachó para quitarme las medias
—Quítate los zapatos —me pidió.
Terminó de quitarme las medias y las puso, junto con mi vestido, sobre
la silla que había en un rincón. Quitó la ropa del suelo. Ese pequeño detalle
me gustó.
La mayoría de los hombres se olvidaban de la ropa cuando me veían
desnuda, y no me gustaba dejarla tirada en el suelo en un sitio así, aunque
las medidas higiénicas eran algo que la mayoría de la gente respetaba de
manera escrupulosa.
—Ahora túmbate en la cama y espérame un segundo.
Hice lo que me pedía y lo oí trajinar con el grifo del baño. Volvió con
una pequeña palangana y una esponja, de un solo uso, que sacó de una
bolsa herméticamente cerrada que había en las habitaciones para el uso
íntimo de los clientes.
Sabía lo que iba a hacerme en ese momento y lo que pensaba hacerme
después y mi vagina se contrajo… otra vez.
Me quitó el tanga y me pasó la esponja por mi sexo con suavidad
mientras no dejaba de mirarme con lujuria.
El agua tibia sobre mi vulva solo consiguió excitarme mucho más.
Cerré los ojos deleitándome en la sensación de esa esponja suave sobre mi
clítoris. Ahogué un gemido y él sonrió como si supiese exactamente lo que
me estaba sucediendo.
Soltó la palangana en un rincón en el suelo y se arrodilló a los pies de la
cama, obligándome en esa postura a abrir las piernas. Que él estuviese
todavía vestido solo hizo que mi sangre se calentase aún más.
—Estoy deseando que te corras en mi boca —me susurró antes de que
su lengua se lanzara a lamerme el sexo arrancándome un gemido de placer.
Podía ver sus ojos en el espejo del techo y me miró con tanta pasión que a
punto estuvo de hacerme tener un orgasmo.
Su lengua no me daba tregua. Siguió lamiéndome con pasadas largas y
lentas, y luego se dedicó a atormentar mi clítoris haciendo pequeños
círculos en él, sin darme un segundo de tregua.
Mi cuerpo comenzó a hablar por mí. Le sujeté la cabeza para que no
moviera su lengua de ese punto en el que estaba chupando con fruición.
—Dios, espera… —No quería correrme todavía, pero mi sangre rugía
por mis venas y mi vagina comenzó a prepararse para el orgasmo
—Volverte loca de placer —dijo él levantando la cabeza para sonreírme
lascivo. Estaba claro que era todo un experto en masturbar a las mujeres.
Sabía que estaba a punto de correrme y levantándome las caderas metió un
dedo en mi interior para volver a lamer ese botoncito que amenazaba con
lanzarme a las estrellas. Cuando inclinó el dedo en mi interior y se puso a
frotarme en mi vagina el famoso punto G, me hizo gritar por la oleada de
las sensaciones, comenzó a lamerme aún con más intensidad y consiguió
que todo mi interior comenzara a tensarse de manera dolorosa. Metió un
segundo dedo para seguir atormentándome y ya no pude contenerme más.
Exploté en su boca, y esos dedos que habían obrado una magia en mi
interior, seguían frotándome sin parar… y yo seguí estremeciéndome de
placer en un larguísimo orgasmo una vez y otra, y otra, hasta quedar
totalmente desmadejada sobre las sábanas de la cama. Me siguió lamiendo
para beberse los fluidos de mi orgasmo.
Creía que nunca me había corrido tan rápido practicando el sexo oral.
¿De dónde había salido ese hombre?
Se irguió ante mí y comenzó a desvestirse con lentitud sin quitarme la
vista de encima.
—¿Estás bien?
«¿Bien? ¡Madre mía!»
Le sonreí satisfecha mientras miraba con lascivia la parte del cuerpo que
iba quedando desnuda, según se seguía quitando la ropa. Cuando quedó
desnudo ante mí, miré su sexo, grueso y largo, erguido y dispuesto a seguir
con la fiesta.
Me lamí los labios, saboreando el placer de la anticipación.
—Luego —me prometió mientras rompía el envoltorio de un
preservativo y se lo puso con rapidez —. Ven aquí y ponte de rodillas
mirando a la pared.
Me acerqué sin decirle nada y vi sus ojos, que me miraban de manera
feroz. Mi vagina se contrajo de nuevo ante esa mirada. Pidiéndome más.
Me coloqué como me pidió y le di la espalda, colocándome a cuatro
patas sobre la cama. Me mordió un hombro sin demasiado cuidado mientras
restregaba su pene entre mis piernas para mojarse con mis fluidos.
—Ahora voy a follarte fuerte, y si luego quieres más, te dejaré que me
chupes la polla hasta que me corra de nuevo.
No esperó mi respuesta cuando comenzó a entrar en mi vagina. La tenía
bastante grande, por lo que tenía que adentrarse con cuidado para que mi
cuerpo lo pudiera acoger por entero. Me arrancó un hondo gemido en el
proceso.
—¿Estás bien? —Se quedó quieto en mi interior para que me adaptase a
su tamaño. Podía sentirlo totalmente hundido en mí, y me llenaba por
completo. Me sentía totalmente invadida por ese extraño, y eso no hacía
más que darme mucho más morbo, mi vagina se contrajo de manera
involuntaria y él gimió en voz baja, en completa sintonía.
—Me encanta que seas tan estrecha. —Volvió a mordisquearme el
cuello. Me hacía cosquillas con su barba y volví a contraerme de nuevo en
respuesta.
Allá vamos…
Comenzó a moverse dentro de mí, mientras me cogía por las caderas
para marcar mejor el ritmo.
En esa postura no podía hacer nada más que dejarme hacer y adaptarme
a su tamaño y a su ritmo.
—Joder —dije sin poder controlar el sinfín de sensaciones que me hacía
sentir cuando se enterraba hasta el fondo.
—¿Te hago daño?
—No.
Y para que se hiciera cargo de lo que me hacía sentir volví a contraer mi
vagina cuando lo tenía metido hasta el fondo. Gimió en respuesta.
—Dios, me vuelves loco cuando haces eso —comenzó a acelerar el
ritmo, lo que me hizo gemir sin control.
«Está claro que este hombre sabe lo que se hace».
Pensé que nunca me habían follado tan bien como lo estaba haciendo
ese hombre.
—No pares, no pares… —le pedí cuando sentí que me vagina
comenzaba a prepararse para tener un nuevo orgasmo.
—Vamos. —Volvió a acelerar el ritmo y soltó un gemido entre dientes
—. Quiero que vuelvas a correrte. —Me cogió la coleta y tiró sin
demasiado cuidado mientras comenzaba a gruñir entre dientes,
preparándose él también para tener un orgasmo.
Ese ritmo machacador que estaba usando me estaba llevando al borde
del abismo de nuevo. Cuando lo sentí contraerse empujando dentro de mí,
con fuerza, me corrí de manera escandalosa, dejándome caer sobre la cama
cuando el orgasmo desmadejó mi cuerpo como si fuese una muñeca, con él
pegado a mí mientras gruñía llegando orgasmo conmigo.
Se retiró de mí y se tumbó en la cama a mi lado, cuando los espasmos
del placer se calmaron un poco, me miró con esos ojos claros llenos de
lascivia.
—¿Te ha gustado?
Miré esos ojos de color caramelo que me miraban fijamente y eso
consiguió sacarme una lenta sonrisa.
«¡Qué guapo era el jodío!»
Él sonrió conmigo.
—No ha estado mal. —Tenía que reconocer que era muy bueno en la
cama. Pero algo me decía que estaba muy acostumbrado a que lo halagasen,
y me negaba a dorarle la píldora.
—¿No ha estado mal? —preguntó sorprendido—. Creo que no he oído
muchas quejas. De hecho, me ha encantado oírte gemir cuando te corrías.
Y cuando me miró con ojos feroces, algo dentro de mí se estremeció.
—Creo que tendré que esforzarme un poco más.
Volvió a coger un preservativo.
Y volvió a la carga.
«Madre mía».
CAPÍTULO 2

CANDELA

—¡¡¡Llegas tarde!!! —me indicó mi amiga Magda pasándome una carpeta y


un bolígrafo para empujarme a la puerta cerrada donde se oían algunas
voces amortiguadas.
Solté mi bolso en la que era la nueva silla de la oficina de mi nuevo
trabajo y me estiré un poco la falda corta del traje que me había puesto esa
mañana para ir a mi primer día de trabajo.
—Lo sé, lo siento —murmuré aturrullada.
No había oído el maldito despertador del móvil y todo por culpa del
extraño que me dejó tan sexualmente agotada la noche anterior, que tuve
que arrastrarme literalmente a la cama cuando llegué, después de haber
tenido la sesión de sexo más impresionante de toda mi vida.
—La reunión acaba de empezar —me indicó mi amiga para intentar
darme ánimos.
—¿Ha preguntado por mí? —le pregunté en un intento de averiguar
algo sobre mi nuevo jefe.
—¿Tú que crees?
—¡Mierda, mierda! —susurré pasándome la mano por el moño informal
que llevaba para intentar hacer mi aspecto aceptable. Aunque supuse que
llegar tarde no iba a mejorar su imagen de mí, por muy peinada que me
presentase. ¡Digo yo! ¿No?
Respiré profundamente y di unos toques suaves en la puerta antes de
abrirla sin esperar respuesta. Entré en la sala de reuniones y vi seis pares de
ojos que se volvieron hacia mí con curiosidad.
—Siento la tardanza —dije a nadie en particular. Porque, para ser
sincera, ni siquiera sabía quién era mi jefe de todos los hombres que había
en la habitación.
—Se lo dejaré pasar por ser el primer día —oí una voz a mi derecha—.
Que no vuelva a suceder —dijo con tono frío.
—Lo siento —murmuré de nuevo sentándome en la primera silla que vi
vacía y abrí la carpeta para sacar una libreta y tomar notas. Hice como que
no veía la sonrisita de algunos de los que estaban sentados en la mesa junto
a mí, para evitar ponerme más nerviosa de lo que ya estaba. Era muy patosa
cuando me ponía nerviosa, y creí que ya había llamado demasiado la
atención para ser el primer día.
—Inma, ponla en antecedentes —oí que decía el que se suponía que era
mi jefe, que todavía no se había dignado mirarme. Eso era bueno, ¿no?
Una mujer de unos cuarenta años, sentada al final de la mesa y vestida
de negro, me resumió en un momento lo que habían estado hablando hasta
que llegué yo. Poca cosa, porque era cierto que acababan de empezar. Le
sonreí agradecida cuando acabó.
—Seguimos.
Miré al que se suponía que era mi jefe, que era el que estaba hablando, y
se encontraba mirando por la ventana, con las manos en los bolsillos del
pantalón del traje oscuro que llevaba. Tenía que reconocer que le quedaba
genial. Era alto y tenía el pelo de un color castaño rojizo bajo la luz del sol.
No podía verle la cara porque estaba dándome la espalda, pero algo se agitó
dentro de mí. Algo de su postura consiguió llamar mi atención, como si lo
conociera, y en ese momento llegó a mí un perfume que hacía muy pocas
horas que había olido más de cerca.
«¡No puede ser!»
La verdad era que había hecho mucho más que olerlo… Había pasado la
noche follando con él y comiéndole la…
«¡NO, no, no! ¡Joder, joder, qué mala suerte!» ¿Cómo era posible que
de todos los hombres que había en esa maldita ciudad, tuviera que haberme
encontrado a mi jefe en un lugar así?
Él parecía que no me había visto todavía, y supuse que mirar la foto de
la que iba a ser su nueva secretaría no entraba en sus tareas diarias, porque
estaba claro que él tampoco me había reconocido la noche anterior.
«¿Cómo puedo ser tan golfa?» me recriminé angustiada. Ese era el
trabajo que siempre había soñado. Trabajar de secretaría en esta empresa
era el sueño de mi vida y le debía el favor a mi amiga Magda, que era la
abogada de la empresa, porque había intercedido por mí cuando la
secretaría de Dimas García Valdecasas San Martín, que así se llamaba mi
nuevo jefe, se había jubilado, dejando el puesto vacante.
«Cuando le cuente lo que ha pasado, me va a matar».
No podía apartar la mirada del hombre que seguía dándome la espalda.
Pensaba desesperada si podía ser posible que me hiciera invisible cuando él
se volviera, porque no quería ver su cara cuando lo hiciera y comprobara
que su nueva secretaría era la misma mujer a la que había estado follando la
mitad de la noche anterior y que se había corrido en su boca hacía apenas
unas horas.
¡Por Dios, qué desastre!
«¿Y si me levanto y salgo de la oficina simulando sentirme mal?» pensé
desesperada. No era mentira. Estaba cada vez más nerviosa y pensaba que
podía vomitar de un momento a otro.
Cuando él se volvió, intenté encogerme en el sitio y hacerme pequeñita
para que no me viera. Evidentemente no podía hacerlo y vi cómo se
abrieron sus ojos por la sorpresa al reconocerme y la palabra «tú» se formó
en sus labios, aunque no emitió ni un solo sonido. Solo me miró sin poder
creérselo.
«¿Qué pasaría si le dijera…¡¡SORPRESA!!?» me pregunté en un
momento de histeria.
¿Qué debía hacer ahora? ¿Me levantaba y me iba sin decirle nada a
nadie? Estaba claro que él tampoco estaba precisamente contento de verme.
—Seguimos con la reunión —indicó, sentándose en la cabecera de la
mesa y apartando sus ojos de mí. Aproveché para respirar tranquila unos
segundos. Por lo menos hasta que terminó la reunión y él salió del despacho
a grandes zancadas sin decir ni una sola palabra más.

Me pasé el resto del día mirando la puerta cerrada que estaba tras mi mesa y
agradecí que él no me hubiese despedido todavía, o eso esperaba. Me lo
habrían dicho, ¿no?
Había pasado todo el día esperando que me llamaran de recursos
humanos diciéndome que no había superado el primer día de trabajo, ni
siquiera había querido salir a comer con Magda y le pedí que me trajese un
sándwich de la cafetería, ya que quería acabar el informe de la reunión de
esa mañana. Aunque mi estómago se retorcía de manera dolorosa por los
nervios.
Me quedé sola en la oficina cuando todos los demás se fueron al acabar
la jornada laboral y me encontré apretándome las manos de manera
nerviosa antes de coger el valor y llamar a su puerta para decirle que, si no
necesitaba nada más, me marchaba a casa yo también. No tenía sentido
alargar más ese suplicio. Si me iba a despedir era mejor saberlo cuanto
antes.
Había cogido el bolso y me estaba dando valor mental para llamar a la
puerta cuando esta se abrió de repente y él me miró unos segundos antes de
decirme un escueto:
—Entra.
Lo seguí en silencio y me quedé mirando su ancha espalda mientras él
miró unos segundos las luces de la ciudad por el ventanal que había tras su
escritorio. Se había quitado la chaqueta y aflojado la corbata, y llevaba las
mangas de la camisa almidonada remangadas hasta los codos. Tenía el
portátil encendido sobre el escritorio y otra pantalla de ordenador a su lado
con unos gráficos sobre los que parecía haber estado trabajando hasta ese
momento.
—Contéstame a una sola pregunta —me dijo con seriedad sin volverse a
mirarme.
Tragué saliva y lo miré sin amilanarme.
«Allá vamos» «Ahora era cuando me despide» pensé, tan nerviosa que
no podía controlar el temblor de mis manos.
—¿Por qué te acercaste anoche a mí?
Se volvió para mirarme y clavó sus ojos claros en los míos para intentar
averiguar si pensaba mentirle.
¿Cómo podía decirle que me gustó su manera de mirarme? Era un
hombre que irradiaba confianza en sí mismo y esos hombres solían ser
buenos en la cama. No me equivoqué en ninguna de mis teorías.
Que era bueno en la cama me lo recordaba mi sexo, que me había
dolido todo el día mientras estaba sentada.
Mi abuela me dijo una vez que, si no te dolía el coño después de una
buena sesión de sexo, era porque el polvo no había merecido la pena. Y el
tiempo, a ella, siempre le había dado la razón. Incluso anoche.
—¿Qué puedo decirle? —le dije mirándolo a los ojos con valentía.
Porque había que reconocer que decirle a tu jefe que lo habías elegido
para follar porque tenía pinta de saber hacerlo bien, no era cosa de
cobardes.
—Quiero la verdad. ¿Sabías quién era?
Abrí los ojos sorprendida ¿Cómo podía ser tan gilipollas?
—Por supuesto que no —le dije muy digna —. ¿En qué cabeza puede
caber que elija follarme a mi jefe, al que tengo que ver todos los días?
Necesito este trabajo —le dije antes de darme cuenta de mis palabras—, y
creo que no hay un motivo más surrealista que te despidan porque tu jefe se
ha corrido en tu boca.
Por un segundo creí ver un atisbo de sonrisa en su perfilada boca de
labios sexis.
—Entonces, ¿por qué yo?
¿De verdad esperaba que le contestase a eso? Noté cómo el calor subía
por mi cuello y sentía que la punta de mis orejas me ardía, así que imaginé
el color que debía tener mi rostro.
Odiaba mi manera de sonrojarme tan escandalosa, y lo peor de todo era
que me solía pasar bastante a menudo.
—Estoy esperando. —Levantó un poco la voz y yo me sobresalté—,
deberías saber que no me gusta que me hagan esperar.
De pronto recordé que la noche anterior también me había dicho que le
gustaba que las mujeres le obedecieran en el sexo.
—Estaba solo —dije por si ese motivo le valía—, y anoche no me
apetecía demasiada gente en la cama.
—Había más hombres solos —me recordó Dimas. Era un hombre muy
conocido en el mundo de los negocios. Todo un lobo de wall Street si
estuviésemos en Nueva York, claro estaba.
—¿Qué puedo decirle? —le dije sonriendo de repente por lo surrealista
que me parecía todo—, tengo debilidad por los pelirrojos. Si vas a
despedirme lo entiendo —dije con seriedad de repente, tuteándolo—. Me da
mucha rabia haber tenido tan mala puntería anoche.
Y no me di cuenta de que, al parecer, había dicho esas palabras en voz
alta.
Dimas no apartó los ojos de mi cara, que aún seguía de un rojo
encendido que, al parecer, le resultaba encantador.

DIMAS

No había conseguido reponerme aún de la impresión de verla en mi sala de


reuniones esa mañana y había estado todo el día revisando su currículum
buscando un motivo para poder despedirla, porque por más surrealista que
era lo sucedido entre nosotros, no podía despedirla por ese motivo. Tenía
que hacerlo por incompetencia laboral, si quería ser justo. Ninguno tenía la
culpa de lo sucedido la noche anterior.
Si era cierto lo que me había dicho, y parecía ser que no tenía ningún
motivo para mentirme, el habérmela estado follando la noche anterior no
era un motivo justificado para quitármela de encima. No solía mezclar
negocios con placer, pero ya era demasiado tarde para evitar que pasase eso
entre nosotros. Ahora solo quería pensar que era lo suficientemente madura
como para guardar silencio de lo ocurrido la noche anterior.
—Supongo que sabrás ser discreta.

CANDELA

Me erguí aún más para intentar llegar a su altura, cosa imposible porque era
algo más alto que yo, aun con mis tacones, para intentar contestarle como se
merecía.
¿Cómo se atrevía a dudar de mi discreción? ¿Acaso pensaba que iba por
ahí contándole a todo el mundo con quién me acostaba por la noche?
—Por supuesto que soy discreta —le dije, mirándolo con furia—.
Espero que no le guste jugar al parchís —le solté sin pensarlo demasiado.
Me miró sin entender el comentario.
—Los hombres soléis follaros a una mujer y contar veinte —le aclaré
ante su cara de disgusto por mi comentario.
—Márchate a casa y mañana intenta ser puntual —ordenó, cogiendo su
chaqueta para ponérsela mientras apagaba el ordenador.
—¿No va a despedirme? —No pude evitar la pregunta.
—¿Por chupármela como nunca me la habían chupado? No. Quédate
tranquila. Pero te estaré vigilando con lupa a partir de hoy.
Me sonrió en venganza por mi comentario, sabiendo que me sonrojaría
aún más. Sentí cómo me volvía a poner más roja todavía y su sonrisa se
intensificó.
—Será mejor que olvidemos lo sucedido —le dije, dirigiéndome a la
puerta para marcharme.
—No creo que pueda olvidarme de tu boca en mi polla, ni del sabor de
tu coño —me dijo con seriedad —, de hecho, creo recordar que tenemos
una cita el sábado que viene en el mismo sitio. No faltes.
CAPÍTULO 3

CANDELA

El resto de la semana la pasé intentando ponerme al día con el trabajo.


Aunque entraba en el despacho de Dimas varias veces al día para pasarle la
agenda diaria y tomar notas de todo lo que tenía que ir haciendo, no había
vuelto a sacar el tema. No obstante, su manera de mirarme intensamente
con esos ojos de color caramelo siempre me provocaba escalofríos. Me
encantaría saber lo que estaba pensando… ¡O mejor no!
Estaba comiendo con Magda en la cafetería de la empresa, situado en la
planta baja del edificio, cuando lo vi acercarse con dos hombres más a la
barra y quedarse allí hablando con ellos mientras les servían unos cafés.
No podía despegar mis ojos de él. Era como si una poderosa fuerza
magnética me obligara a seguirlo con la vista cuando lo veía. Era de lo más
molesto. Además, no podía evitar pensar en lo que pasó en la habitación.
Recordar su cuerpo sin ropa… ¡Dios, era una completa locura!
De repente, sus ojos se alzaron de la taza de café y se encontraron con
los míos, que estaba situada en la otra esquina de la cafetería, y fue como si
el mundo se detuviera de repente y solo estuviéramos nosotros dos.
—No te aconsejo que lo mires mucho, si no quieres que Tania te
arranque el pelo —murmuró Magda cuando se dio cuenta de a quién estaba
mirando.
Despegué los ojos de él y la miré con curiosidad.
—¿Quién es Tania?
—La hija de su socio y su prometida, o al menos eso es lo que ella
cuenta.
No pude evitar sonreír ante esas palabras.
—¿Él no está de acuerdo con eso?
—Digamos que se deja querer —murmuró mi amiga en voz baja para
que no la oyeran los de las mesas vecinas, que también trabajaban con
nosotros. Al parecer, la cafetería estaba frecuentada principalmente por
gente de la empresa que prefería comer allí antes de perder el tiempo
alejándose para ir a algún restaurante de la calle.
Justo como estábamos haciendo nosotras.
Esas palabras me hicieron recordar lo vivido entre nosotros el domingo
por la noche. No parecía un hombre que estuviese comprometido, y si era
así, estaba claro que ella no lo acompañaba a ese lugar.
No pude evitar recordar las palabras de él recordándome que teníamos
una cita el sábado por la noche en el mismo lugar.
¿De verdad esperaba que volviese a ir a follar con él sabiendo quién
era? Era cierto que antes de despedirnos el domingo me dijo que le apetecía
volver a quedar conmigo en ese sitio el sábado por la noche. Eso
garantizaba que solo estábamos interesados en tener sexo y no en una
relación fuera de ese recinto, pero ya teníamos una relación profesional. Me
gustaba mi trabajo y no estaba dispuesta a ponerlo en peligro por volver a
quedar con él, ni allí ni en ningún otro sitio. Por muy bueno que fuera
follando.

Una rubia espectacular vestida de Versace se acercó al despacho de


Dimas mirándome a mí, que estaba sentada en mi mesa junto a la puerta de
su oficina, como si fuese un insignificante insecto.
Caminaba con aire de saberse irresistible para los hombres, y si yo
tuviera un cuerpo como el suyo también me sentiría así.
Me estudió con seriedad mientras se acercaba a mi mesa contoneando
las caderas, como si estuviese desfilando. Siempre me había preguntado si
no se sentirían ridículas andando de esa manera. Sus ojos azules me
estudiaron con frialdad y recorrieron mi cuerpo con una mirada de desdén
que me hizo lamentar no haberme arreglado más esa mañana. Pero como
siempre me pasaba, me levanté con el tiempo justo de vestirme y
arreglarme el pelo, sin poder dedicar más tiempo a mi maquillaje, casi
inexistente. Un poco de rímel y lápiz labial. El gloss de los labios hacía
mucho que había perdido la suntuosidad.
No parecía que le gustara mucho lo que vio, ya que sonrió divertida y
yo deseé que se cayese con esos zapatos maravillosos que llevaba y se
rompiese los dientes en el suelo, así no sería tan espectacular.
¡Vengativa que soy, no lo puedo negar!
—Tú debes ser la nueva. —Me quedé mirándola sin decir nada ante
algo tan obvio—. No hace falta que me anuncies —me dijo con voz melosa
—, me está esperando.
Así supuse que debía ser la tal Tania.
Asentí con la cabeza porque no me dio tiempo a hacer nada más y ella
entró sin llamar. Por las voces que oí en pocos segundos, pareció que él no
está muy contento con la visita.
Salieron segundos después y por la mirada fría que él me dedicó antes
de desaparecer en el ascensor con ella, me dio a entender que estaba metida
en un lío.
¡Mierda! ¿Qué había hecho?
Me pasé la mañana nerviosa, mirando la puerta sin parar, esperando que
mi jefe llegase y me echase una bronca por dejar entrar a esa tipeja sin
avisarle de su llegada. Pero ¿qué iba a saber yo que no se alegraba de verla?
No apareció en el resto de la mañana, así que había supuesto que se
habían ido a comer al restaurante que parecía que a él tanto le gustaba y al
que solía llevar a sus citas de negocios. Lugar del que ya me sabía hasta el
teléfono por las veces que había llamado en esa semana.
¿Con cuántas personas te podías reunir en tan poco tiempo? Yo había
perdido ya la cuenta de las citas que Dimas había tenido en pocos días.
Estaba en la fotocopiadora cuando Dimas regresó después de comer.
Esperaba que la comida le hubiese aplacado el carácter, pero cuando sus
ojos me buscaron, pude leer en ellos la ira contenida y en sus gestos
corporales también se notaba que no estaba precisamente contento.
«¡La comida no ha calmado a la fiera!» pensé apartando la mirada por si
así conseguía que se olvidase de mí.
¡No tuve tanta suerte!
—Pasa a mi despacho —rugió cuando pasó por mi lado.
—Acabo estas…
—¡¡Ahora!!
¡Joder con la mala hostia!
Solté los papeles con cuidado y me dirigí a su despacho en silencio, casi
arrastrando los pies, como un preso cuando va a la silla eléctrica. Vi los ojos
de los compañeros que trabajaban en esta planta clavados en mí,
preguntándose qué había podido hacer ya para mosquear al jefe de esa
manera.
—Cierra la puerta.
Entré tras él, que se quedó asomado a la ventana dándome la espalda.
Las vistas tenían que ser apasionantes porque me lo encontraba mirándolas
varias veces al día. Estuve a punto de asomarme yo también. Podía sentir su
enfado desde la puerta, y de verdad que me hubiera encantado saber qué era
lo que lo había puesto de tan mal humor.
—¿Te he dicho que puede entrar alguien a mi despacho sin que me
avises? —me ladró soltando su enojo.
¡Así que era por eso! ¡Bueno, eso no había sido culpa mía! ¿Verdad?
—Ella me ha dicho que la estabas esperando.
—¿Sabes quién es? —se giró para mirarme. Mantenía la mandíbula
apretada y sus ojos despedían chispas que podía sentir desde el otro lado de
la habitación. Si hubiese podido ver sus manos, que mantenía dentro de los
bolsillos del pantalón, estarían cerradas en puños por la ira.
—He oído hablar de ella —murmuré, manteniéndole la mirada sin
demostrarle que estaba acojonada. No podía evitarlo. Llevaba muy mal que
la gente me gritase. Hacía que me sintiera insignificante y no podía
soportarlo. Pero intentaba ser valiente y afrontarlo.
—Nunca vuelvas a dejar entrar en el despacho a nadie sin mi permiso.
¿Puedes hacer eso? ¿o es muy difícil de entender?
«¡Será idiota el tío!»
Me mordí la lengua para evitar contestarle al insulto.
—¿Ella también? —le pregunté con toda la intención.
—¿Qué parte de a todo el mundo no has entendido? —me ladró sin
apartar los ojos de los míos.
—Quizás debas decírselo a ella —me atreví a decirle, lo que conseguí
que entrecerrara los ojos preparándose para saltarme a la yugular.
¿Por qué coño había dicho eso?
—¡Te lo estoy diciendo a ti! —me gritó tan alto que me sobresalté—.
No creo que sea tan difícil de entender, al fin y al cabo, para eso te pago.
Le sostuve la mirada pensándome si decirle lo gilipollas que era, pero al
final decidí que seguramente ya lo sabía.
Asentí con la cabeza y me tragué las lágrimas de vergüenza que me
asaltaron en un momento.
¡Que no se llevase bien con ella no era culpa mía! Y me sentía herida
porque me culpase a mí de algo que no había sido mi culpa. Aunque tenía
razón en recordarme que me pagaba para avisarle de las visitas, entre otras
muchas cosas.
—No volverá a pasar —susurré, deseando poder marcharme a mi mesa
y quitarme de su vista.
Dimas se quedó mirándome unos segundos más y al final se pasó una
mano por la cara y se despeinó su pelo pelirrojo. Suspirando en voz alta.
—Puedes marcharte.
Salí con rapidez y me fui al baño para intentar tranquilizarme un poco.
Pensaba que ojalá pudiese hacerle vudú y clavarle un par de agujas, seguro
que me sentiría mejor después.
«¡No seas tan vengativa!» me recriminé a mí misma mientras me lavaba
las manos y la cara. Me miré en el espejo y observé mi cara, que ya no tenía
maquillaje alguno, excepto el rímel waterproof, y decidí volver a pintarme
los labios para no parecer tan pálida. Miré de nuevo la hora y me lamenté
de que solo fueran las cinco de la tarde. Aún me quedaba una hora de
trabajo y algunos correos que mandar, pero estaba cansada y solo me
apetecía irme a mi casa y ponerme a leer el libro que compré hacía tiempo y
que por fin me animé a empezarlo. Me estiré la camisa negra que llevaba
entallada y me recogí algunos mechones de pelo que se me habían salido
del recogido que me hice por la mañana y me daban un aire informal que no
me gustaba tener en el trabajo.
Oí que sonaba el teléfono de mi mesa y me apresuré a salir del baño.
—¿Te vienes a tomar algo cuando salgamos del curro? —me preguntó
Magda al otro lado de la llamada.
—¿No venía tu novio esta noche?
Su novio trabajaba en Barcelona durante toda la semana y volvía a
Madrid para pasar los fines de semana con ella. También era abogado.
¡Dios los cría y solitos se juntan! Aunque Peter me caía muy bien.
—Le avisaré de dónde estamos por si quiere venir a acompañarnos. —
Me puse a hacer dibujos geométricos en un Post-it mientras la oía hablar—.
¡Será divertido! Tengo a varios compañeros del gabinete de prensa que
quieren conocerte.
—¿A mí? ¿Por qué? —le pregunté desconfiada.
No tenía ningún interés en encontrar pareja y ella lo sabía. Así que, por
norma general, tenía reducidas mis salidas nocturnas.
—No seas mal pensada. Solo tienen curiosidad por conocer a la nueva
secretaría del gran jefe. Por cierto ¿cómo te ha ido esta semana?
—Bien —le contesté de inmediato, porque entre otras cosas era verdad.
Sin contar con el tirón de orejas de hacía unos minutos y de que ella no
sabía lo sucedido entre nosotros el fin de semana anterior… ¡Me iba a matar
cuando se enterase!
Pero no había encontrado las fuerzas suficientes para contárselo todavía
y eso que habíamos comido juntas casi todos los días.
—¿Es como te lo imaginabas? Ya sabes lo que dicen de él.
Me recordó que habíamos estado leyendo en una revista financiera un
reportaje que hicieron sobre él y la constructora de obras públicas y
viviendas residenciales que dirigía, que era una de las más grandes del país.
—Bueno, es cierto que tiene una gran capacidad para llevar mil cosas a
la vez y que es el primero que llega todos los días y de los últimos que se va
por las noches, pero es más joven de lo que esperaba —le reconocí bajando
la voz por si él pudiese oír la conversación desde su despacho.
—Y bastante más guapo —añadió ella riendo.
—Eso también —dije yo, riendo también.
De repente oí abrirse la puerta detrás de mí y me sobresalté. Lo último
que esperaba era que me oyera hablando de él.
—Tengo que dejarte —dije apresuradamente—, luego te llamo.
Colgué y me quedé muy seria sin moverme de la silla.
—¿Puedes pasar un momento?
Su tono de voz me indicó que ya no parecía seguir enfadado. ¡Menos
mal! Cogí mi libreta de notas y lo seguí al despacho.
—Cierra la puerta, por favor.
Lo hice y me volví a observarlo. Estaba sentado en su mesa mirando la
pantalla del móvil, un segundo antes de levantar la vista y clavar sus ojos
claros en mí.
Yo tragué saliva, nerviosa. Algo me decía que esa mirada no tenía nada
que ver con su enfado anterior, ni con el trabajo.
—¿Qué tal tu primera semana trabajando conmigo?
Ese «conmigo» me trajo de repente imágenes a la mente, de su cuerpo
desnudo, y cerré los ojos algo azorada para intentar borrar la imagen de ese
cuerpo de infarto que tenía. A punto estuve de mirarle la polla que sabía que
escondía bajo el pantalón del traje ese tan formal y caro que llevaba puesto.
—Bien —dije intentando que mi voz sonase profesional, aunque el pito
que me salió creí que no lo engañó a él tampoco.
—¿Demasiado trabajo? —Me miró con intensidad antes de continuar
hablando—. Sé que con la marcha de Toñi el trabajo se ha acumulado
bastante, pero pareces muy capaz de apañarte bien.
—Eso intento.
Se levantó y se acercó a mí con lentitud sin apartar sus ojos de los míos
y recorrió mi cuerpo con la mirada, lo que me hizo contener el aliento.
¡Madre mía! Esa mirada sí que no tenía nada que ver con el trabajo. Mi
sexo comenzó a palpitar de manera dolorosa y sentí cómo mojaba mis
braguitas. Ese hombre era morbo puro y mi cuerpo ya reconocía su cuerpo
y lo que era capaz de hacer con él… y con su lengua.
—Me gusta tu nombre… Candela. Suena a fuego y nosotros ya hemos
probado el fuego que tienes bajo esa apariencia serena y profesional,
¿verdad?
Lo miré sin decirle nada, porque no sabía muy bien lo que podía decirle
al respecto.
—Nunca mezclo trabajo con placer —me aclaró como si lo hablara
consigo mismo—, pero nosotros ya lo hemos mezclado, así que ya no
podemos evitar saltarnos esa norma.
No tenía idea de adónde quería ir a parar. Me mantuve mirando sus ojos
sin parpadear casi. Esperando ver a dónde quería llegar.
—Y quiero proponerte que sigamos viéndonos en Susurros. —Así se
llama el lugar de intercambio de parejas.
Mis ojos se abrieron por la sorpresa y él se acercó a mí con lentitud,
hasta colocarse justo delante, tan cerca, que podía oler su perfume con
claridad. Levantó una mano y pasó un dedo por mi mentón con suavidad,
con una caricia tan lenta como una pluma, pero que a mí me quemaba como
si su dedo estuviese al rojo vivo. Me estremecí y él sonrió.
¡El muy zorro sabía el efecto que causaba en mí!
—Me gustó mucho lo que hicimos el fin de semana pasado y quiero que
sigamos viéndonos allí de vez en cuando. Separando el trabajo del placer.
—Creo que no es buena idea —dije sin saber bien cómo iba a
tomárselo.
—Es una gran idea. Aquí seguimos siendo jefe y empleada, pero allí
solo somos tú y yo. Sin necesidad de tener una relación sentimental ni nada
por el estilo. Solo sexo. Y te prometo que nuestros encuentros sexuales no
interferirán en tu trabajo.
—¿Y tu prometida?
Su cara se transformó bajo una capa de frialdad.
—Ella no es de tu incumbencia —me aclaró con brusquedad—, lo
mismo que a mí no me importa si estás casada o si tienes novio. Solo es
sexo.
Me quedé mirándolo sin decirle nada. Estaba tan cerca que podía
tocarlo si levantaba la mano. Me las cogí para evitar que las subiera para
acariciarle el pelo, que no era algo demasiado profesional que digamos.
Pero sabía que era suave y abundante y me moría por volver a acariciarlo.
¿Cómo podía un hombre oler tan bien?
—Me gusta mi trabajo y no quiero perderlo por esto —le dije para
intentar que lo entendiera—, puedes acostarte con cualquiera allí e incluso
fuera de allí, no creo que tengas problemas para hacerlo con quién quieras.
—Por supuesto que no —me dijo ofendido—, pero no necesito
problemas sentimentales en este momento. Me gustó follar contigo —
confesó de repente—, y quiero volver a hacerlo. Es así de simple.
—¿No importa lo que yo quiera? —le dije comenzando a perder la
paciencia
Él sonrió con lascivia y me miró hambriento. Podía ver el deseo en sus
ojos con facilidad.
—Contéstame a una pregunta, y quiero que seas sincera.
—Tú dirás. —Aunque no tenía muy claro que quisiera oírla.
—Si no fuera tu jefe, ¿volverías a acostarte conmigo si me encontraras
allí?
—No suelo repetir con los hombres que encuentro allí —dije para
intentar convencerlo de que no era buena idea.
—¿Por qué no? —Parecía muy interesado por la respuesta.
—No quiero que ningún hombre piense lo que no es. —Y ante la duda
que seguía habiendo en sus ojos, aclaré—: No estoy interesada en ninguna
relación de ningún tipo, si repites mucho con alguien, puede equivocarse y
pensar lo que no es.
—Como yo —dijo él, triunfal—, pero sabiendo que solo es sexo, ¿te
gustó lo de la otra noche?
No tenía sentido que lo negara después de haber tenido tres orgasmos
esa noche.
—Sí.
—Entonces te veo mañana a las doce. Te esperaré en la barra. No
llegues tarde.
Y me empujó hacia la puerta sin darme opción de que me pudiera negar
de nuevo.
—Márchate a casa. Ya está bien de trabajo por esta semana.
CAPÍTULO 4

CANDELA

Me encontré en el bar que me había indicado Magda a cinco personas que


estaban sentados en una mesa al fondo. Tres hombres y una mujer pelirroja
con unos rizos preciosos y la cara llena de simpatiquísimas pecas del color
encendido del pelo. Me dio dos besos cuando se presentó como Antonella,
una italiana de treinta años enamorada de Madrid y que llevaba junto a
Magda el gabinete legal. Los tres hombres eran Mario, de contabilidad,
enjuto y seco con gafas de pasta y una sonrisa contagiosa en su cara
angulosa. Y dos de los ingenieros que resultaba que eran Miguel y Damián,
trabajaban con Dimas cuando cogió las riendas de la empresa tras jubilarse
su padre hacía ya algo más de cinco años. Todos rondaban los treinta años.
Magda se pidió un vino blanco y nos sentamos con ellos para entretenernos
un rato.
No conseguí sacarme de la cabeza la conversación con Dimas de hacía
un rato y no tenía ni idea de lo que iba a hacer la noche siguiente.
—¿Tienes novio o marido? —me preguntó Antonella dándole un largo
trago a su cerveza mientras sus ojos verdes me estudiaban con atención.
—No. —No quise decir nada más.
—¿Cómo es trabajar con el jefe y verlo de cerca todos los días? —
insistió, cambiando de tema al ver que no quería hablar de mi vida privada.
—Cansado —reconocí al darme cuenta de que era verdad. Me mantenía
en un estado continuo de tensión, sobre todo, por lo sucedido entre nosotros
y el miedo a que él cambiara de opinión y me despidiera después de lo que
me dijo el primer día.
—Bueno, sabemos que es un hombre incansable con el trabajo —
reconoció Damián levantando la mano para indicarle a la camarera que
volviera a llevar a la mesa otra ronda de lo mismo que estaban bebiendo—,
no dejes que te avasalle y consigue que respete los horarios —me aconsejó
volviendo sus ojos casi negros a mí de nuevo—. Toñi lo enseñó bien y no
solía echar ni cinco minutos de más.
—Vale —accedí dándole a la camarera mi copa de vino vacía para
tomar otra llena. Podía sentir el frescor del líquido a través de la copa.
¡Odiaba el vino caliente!
—¿Tienes algo para poder picar? ¿Patatas fritas, frutos secos o algo? —
pidió a la camarera—, si sigo bebiendo vino así, voy a acabar borracha —
indicó a los demás que la secundaron con los entrantes.
—Hemos oído que has tenido un encontronazo con la «mamachicho».
Todos rieron por el mote que le puse a Tania, su prometida, y que todos
parecían conocer ya.
—Bueno, para ser sincera, con ella apenas he tenido unas palabras, el
problema lo he tenido cuando ha vuelto Dimas para reprenderme haberla
dejado entrar sin avisarlo a él antes.
Todos rieron ante la noticia.
—Me hubiese gustado ver su cara cuando se coló en su oficina. —
Antonella se arrellanó en su silla y dio un largo trago a su cerveza—. Esa
bruja sabe que es terreno vetado, ha debido aprovechar que eres nueva y ha
supuesto que no lo sabías.
—No tiene gracia —dije algo ofendida porque todos se rieron de mí—.
Bueno, un poco sí —reconocí riéndome yo también.
De repente mis ojos reconocieron a Dimas, que entró por la puerta para
dirigirse a la barra y pedir algo que resultó ser un botellín pequeño de agua.
Todos los demás se giraron para ver a quién miraba con atención, que al
estar de cara a la puerta lo había visto en cuanto había entrado.
Magda y los chicos lo saludaron con la mano y él asintió con la cabeza
sin apartar sus ojos de mí. Salió del bar en cuanto pagó la botella de agua
sin mirar más en mi dirección.
—¿Y esa miradita? —preguntó la pelirroja mirándome con atención.
—Me lo he encontrado de frente y me ha sorprendido verlo aquí, eso es
todo —dije para intentar restarle importancia al tema.
—Cuídate de Tania —dijo Damián—, es una mujer tremendamente
celosa y si se imagina que miras a su novio dos segundos más de lo normal,
puedes tener un problema con ella
—Ella ya me ha echado una buena mirada esta mañana y creo que no
me considera rival. Y es verdad —reconocí con el orgullo algo herido—,
solo soy una secretaría, no estoy interesada en quitarle el novio a nadie.
—Más te vale —dijo Magda.
—¿A qué hora llega Peter? —pregunté para poder cambiar de tema.
—Me mandó un mensaje hace un rato avisándome de que iba a llegar
más tarde, así que no tenemos prisa por volver a casa. —Chocó su botellín
de cerveza con todos los demás.
—Brindo por eso —murmuró Mario, guiñándome un ojo de manera
divertida. No me quedó más que reírme.

—Tengo algo que contarte


Magda me miró con curiosidad, supuse que por el tono de voz tan serio
que me había salido de repente. Yo ya estaba algo borracha, pero pensaba
que debía contarle el secreto que llevaba carcomiéndome toda la semana.
Al fin y al cabo, era mi mejor amiga y nosotras nos lo contábamos todo.
Aunque sabía la bronca que me iba a echar cuando se enterara de lo
sucedido y lo peor de todo, por qué no se lo había contado antes.
Al final, acabamos las dos en su casa, después de que cada mochuelo
hubiera volado a su olivo con algunas cervezas más de la cuenta, y mi
amiga y yo nos fuéramos a su piso, que es, por supuesto, mucho mayor que
el mío. Peter había llegado hacía ya un rato, pero alegó estar muy cansado y
se había ido a dormir nada más llegar. O eso, o había preferido quitarse de
en medio y dejarnos a nosotras con nuestras charlas. Nos conocía
demasiado bien para saber que podían ser eternas.
Cogí un trozo de pizza que acababa de llegar y la mordí con ganas
quemándome la lengua con el queso caliente. Me agobié sin saber bien qué
hacer con el trozo, si escupirlo o no. Decidí beber un largo trago de la copa
de vino que tenía y conseguí refrescar un poco el calor de mi boca.
Pensé que me había achicharrado la lengua, pero la pizza me podía y
nunca tenía suficiente paciencia para esperar a que se enfriara.
—¿Qué has hecho ahora? —me preguntó Magda, mirándome con ojos
algo turbios por beber tanta cerveza. Mi tono serio la había alarmado lo
suficiente como para saber que lo que tenía que decirle era importante.
¡No se imaginaba cuánto!
—Ante todo quiero que sepas que yo no lo sabía cuando lo conocí —le
dije de manera apresurada para intentar evitar la que se me echase encima
con los reproches.
—¿Has conocido a alguien y no me lo has contado, cacho puta? —su
tono divertido y su manera de llamarme me hizo gracia y me reí eliminando
así el nudo que tenía en el estómago cada vez que pensaba lo que le iba a
contar.
—El Domingo pasado estuve en Susurros —solté de repente.
Me miró sin saber bien cuál era la noticia. Ella sabía que iba a ese lugar
desde que pillé a mi novio con su hermana Bea, Magda no se hablaba con
ella desde entonces, y aunque no lo compartiera, respetaba mi manera de
conseguir sexo fácil y seguro.
—¿Algún tío interesante?
«¡No te lo imaginas!» pensé.
—La verdad es que sí.
Pero no me atrevía a contarle nada más.
—¿Qué? —Me miró entrecerrando los ojos, sin saber a dónde quería ir
a parar—. ¿Lo conozco? —aventuró, intentando hacerme hablar.
—La verdad es que sí —susurré bajando la voz como si alguien de la
empresa pudiera oírme allí dentro.
—Me estás poniendo nerviosa —murmuró soltando su trozo de pizza
para coger la cerveza y darle un largo trago—. ¿Vas a contarme a quién te
encontraste allí que se supone que yo también conozco?
La miré unos segundos sin decirle nada, y levantó una ceja de manera
muy elocuente, lo que me hizo reír de nuevo y lo solté. Las malas noticias
decían que había que soltarlas de golpe, ¿no? Pues ala. Allá iba.
—A Dimas.
Me callé esperando su respuesta. Primero me miró como si no hubiese
entendido bien lo que le había dicho.
—¿Dimas? —repitió sorprendida—. ¿Nuestro Dimas?
Sus ojos se abrieron sin poder creérselo y de repente rompió a reír a
carcajadas.
—Te lo has tomado mejor de lo que pensaba —le dije, suspirando
aliviada. Sonreí porque no hubiese sido tan malo como esperaba.
—Me imagino la cara que puso cuando te encontró allí, sabiendo que
eras su nueva secretaría. Menudo marrón.
Al parecer no había entendido la gravedad del asunto. Cogí aire para
aclarárselo de una vez.
—Ninguno de los dos sabíamos quién era el otro.
—Entonces te fijaste en él por ver a un tío tan guapo….
Cuando se calló y me miró horrorizada, yo me tapé la cara avergonzada
sin saber dónde meterme.
—Espera, espera, no me estarás diciendo que te metiste en un reservado
con él, ¿no?
Como no lo negué, se levantó sin saber qué hacer y luego volvió a
sentarse y me cogió las manos para que la mirara a la cara.
—¿Te has acostado con nuestro jefe? —casi gritó.
Y como ya no pude negarlo más, solté:
—Sí. Pero no sabía que era él. Lo juro y lo siento —añadí avergonzada.
—¿Que lo sientes? —Me miró intentando hacerme ver lo que había
hecho, como si yo no lo supiera ya—. Me estás diciendo que te follaste a
Dimas… Te lo follaste, ¿no? —Me miró expectante para asegurarse de que
no se perdía ninguna palabra más.—. ¿Y te enteraste de que era él, el lunes
por la mañana?
—Sí —dije en voz baja.
De repente rompió a reír. Se sentó y al final se tumbó en el sillón
riéndose a carcajada limpia. Tanto se reía que las lágrimas empezaban a
correrle por la cara.
—Eres mi héroe, de verdad —me dijo dándome un beso en la cara
mientras se limpiaba las lágrimas que le corrían por la mejilla—. Cuéntame
lo que te dijo cuando te vio el lunes por la mañana… Espera, espera, ¿le has
comido la polla? —me preguntó cuando al parecer esa pregunta fue más
importante que todas las demás.
—Sí, hicimos de todo, ¿vale? Follamos, me hizo sexo oral y le comí la
polla, hasta las cuatro de la mañana, ¿estás contenta? —le solté enfurruñada
por saber que se estaba divirtiendo a mi costa.
—¿Cómo la tiene de grande?
—¡Oh! ¡Venga ya! —le dije incrédula—. ¿Eso es lo único que te
importa?
Se acomodó en el sillón y cogió un trozo de pizza. Le dio un gran
mordisco antes de contestarme, mirándome con seriedad.
—Bueno, es un bombonazo, es normal que sienta curiosidad y más si
tengo información de primera mano… Bueno, si es un picha corta no
quiero saberlo. ¡Qué desilusión!
Me tuve que reír sin poder evitarlo. Esta Magda no tenía remedio.
—No es un picha corta —le confesé entre risas—, de hecho, está muy
bien dotado.
—No, no me digas nada. —Se tapó la cara y se puso a simular que
lloriqueaba—. No me lo cuentes o ahora cada vez que hable con él me fijaré
en su… Ya sabes. —Ambas terminamos riéndonos tiradas en el sillón—. Si
es que, lo que no te pase a ti…
—Bueno, ya me conoces. —Cogí otro trozo de pizza que se nos había
enfriado con tanto cachondeo—. Si hay alguna manera de que yo pueda
meter la pata, lo haré sin duda.
—¿En qué ha quedado vuestra aventura? —me preguntó mientras
miraba a contraluz lo que le quedaba a su botellín de cerveza. Hizo un gesto
de pena cuando vio que se la había acabado entero. Miró a la cocina, como
pensando en lo que tardaría en levantarse e ir a la nevera por otra, pero se lo
pensó mejor y bebió de mi copa de vino, que también debía haberse
calentado ya.
—En que no mezclaremos trabajo con placer y que guardaremos el
secreto, así que más te vale no dejar entrever que lo conoces.
—Bueno, no es tan pequeño, según tú.
Ambas volvimos a reírnos, ya completamente borrachas después de
estar toda la tarde bebiendo.
De mi cita de la noche siguiente, preferí no decirle nada.
CAPÍTULO 5

CANDELA

Intenté concentrarme en el italiano que tenía metido entre las piernas. Tenía
una boca que había conseguido arrancarme algunos estremecimientos de
placer por lo bien que se le daba el sexo oral, pero reconocí que la decisión
que había tomado de meterme en ese reservado con él, en vez de con quien
había quedado, Dimas, no me dejaba concentrarme en lo que estaba
haciendo, o me estaban haciendo, para ser más exactos.
Dejad que os cuente lo que pasó.
Me había pasado todo el sábado con algo de resaca por el vino que me
bebí, y después de levantarme en casa de Magda, cuando aún dormía, y
desayunar con Peter mientras hablamos de cosas triviales, me había
marchado a mi casa donde el exceso de energía por los nervios de lo que me
esperaba esa noche, me había tenido todo el día haciendo limpieza a fondo.
¡No podía evitarlo! ¡Los nervios me daban por limpiar!
Tenía tantas dudas de lo que hacer esa noche sobre asistir o no a la cita
con Dimas, que decidí salir a correr por El Retiro, cosa que hacía muy
pocas veces. Hacer ejercicio intenso no era lo mío, pero era incapaz de
quedarme quieta cinco minutos mientras veía el tiempo pasar con lentitud.
Pensar en él, en su cuerpo atlético vestido siempre con esos trajes
hechos a medida que no conseguían ocultar lo que guardaba debajo… Sus
ojos del color del caramelo líquido y ese pelo y barba casi pelirrojos no se
borraban de mi cabeza. Era un hombre impresionante, que irradiaba
testosterona por cada poro de su piel. Olía para morirse y follaba como me
gustaba a mí el café: caliente e intenso. Se me hacía la boca agua cada vez
que pensaba en él.
Su voz grave y sexi hablando en mi oído… conseguía que mi sexo se
humedeciera casi de inmediato.
No podía negar lo mucho que deseaba volver a sentir su lengua en mi
coño y su voz gimiendo en mi oído… Necesitaba volver a follármelo,
quizás así conseguiría dejar de pensar en él.
Ya que me había asegurado que no iba a mezclar el sexo con el trabajo,
estaba dispuesta a darle una oportunidad y que me lo demostrara.
Me vestí con medias de seda y con un vestido de tirantes, muy corto y
rojo, con un escote en la espalda que me llegaba hasta la cintura. Me subí a
mis tacones, también rojos, que siempre me daban seguridad. Me maquillé
con cuidado, algo que no solía hacer a menudo porque reconocía tener un
cutis que no necesitaba demasiado maquillaje y porque nunca me levantaba
con tiempo suficiente para poder maquillarme por las mañanas, todo había
que decirlo.
Me recogí el pelo en una cola de caballo, como solía hacer siempre, el
pelo suelto en el sexo no era demasiado práctico para ir a sitios como ese.
Me puse mi abrigo de paño del mismo color rojo que el vestido y me puse
en marcha. No me sorprendió que, al entrar en el local con música ambiente
y luces atenuadas, fueran ya las doce de la noche casi en punto.
Saludé al portero con la cabeza y me guiñó el ojo con una sonrisa
abriéndome la puerta.
Dejé el abrigo en el guardarropa y me guardé la ficha en el bolso. Me
acerqué a la barra a pedirme una copa.
Cuando me volví para ver lo concurrido que estaba el local esa noche,
me quedé sorprendida cuando vi a una mujer rubia de unos treinta y pocos
años, igual que yo, que se acercó a la barra completamente desnuda, solo
con las zapatillas de baño que daban con la taquilla para dejar la ropa,
cuando ibas al jacuzzi.
No tenía ningún complejo con mi cuerpo, de verdad que no, pero había
que echarle un par de narices pasear por la sala de un bar, a por una copa,
estando completamente desnuda, sin importarte las miradas de curiosidad
que atraía sobre tu cuerpo, tanto de hombres como de mujeres.
La mujer en cuestión, tras pedirse una copa se acercó a hablar con
Dimas, que estaba en un extremo de la barra vestido con traje y camisa
oscura, pero sin corbata. Estaba elegantemente vestido completamente de
negro, como un caballero oscuro…y pelirrojo, que supuse que había tenido
una cena formal antes de venir aquí. La rubia comenzó a hablar con él y
Dimas le contestó, sonriendo, a lo que fuera que le había preguntado.
No sé si me había visto llegar o no, porque no lo vi cuando pasé por ese
lado de la barra, pero algo se me retorció dentro cuando lo vi seguirla al
interior del local sin dirigirme ni una sola mirada.
Me quedé boquiabierta al verlo irse con ella al pasillo de las
habitaciones y me volví hacia la copa que había dejado sobre la barra sin
poder evitar la vergüenza de que hubiese pasado de mí para irse con la
rubia, aunque nadie de allí supiera que se suponía que tenía una cita
conmigo. Me bebí lo que me quedaba en la copa pensando en marcharme a
casa, ya que de repente se me había quitado el calentón que traía. Un
hombre se colocó junto a mí en la barra y me volví a mirarlo, algo
decepcionada de que no fuera Dimas, y un rubio bastante cachas con los
ojos verdes me sonrió y me preguntó con acento italiano si quería entrar con
él en un reservado. Por unos segundos me planteé negarme y marcharme a
casa, pero en el último momento decidí aceptar y lo seguí por el pasillo por
donde minutos antes había desaparecido Dimas.
El lugar parecía estar bastante concurrido esa noche, porque solo
encontramos una habitación de las que eran para grupos y que ni siquiera
tenía puerta, ya que estaba pensada para que la gente que quisiera pudiera
verte manteniendo sexo. No me apasionaba especialmente que me mirasen
mientras mantenía relaciones sexuales, pero, en definitiva, esa noche estaba
estropeada ya, así que no puse pegas para entrar allí. Cuál no fue mi
sorpresa cuando vi a Dimas dirigirse hacia donde iba a entrar con el rubio,
con cara tan seria dirigirse hacia mí, que no supe bien porqué, me paré en la
puerta de la habitación a esperarlo.
—¿Dónde se supone que vas?
Observé su rostro serio y sus ojos miraron un segundo dentro de la
habitación para volver a mirarme con frialdad al comprobar que ya había
elegido acompañante esa noche.
—Pensé que te habías ido con la rubia —le aclaré, algo turbada por la
mirada intensa que me había echado al verme con otro hombre.
—He quedado contigo, Candela —me susurró enfadado—. Había
entrado un minuto con la rubia por algo que me había dicho, pero no
pensaba liarme con ella.
¡Vaya metedura de pata! ¿Y ahora qué le digo al rubio?
—Pues siento la confusión —le dije en un susurro, porque el italiano me
estaba mirando desde la habitación con curiosidad, preguntándose con
quién estaba hablando en la puerta.
—Dile que has cambiado de opinión —me soltó recorriéndome el
cuerpo con ojos hambrientos.
—No puedo hacer eso —le susurré apurada.
—Llevo toda la semana esperando este momento, Candela —me
recordó de nuevo, intentando hacerme cambiar de opinión.
—Puedes entrar con nosotros —le dije en voz baja.
—Esta noche te quiero para mí solo. No quiero compartirte con ningún
otro.
Y como no sabía muy bien cómo solucionar el tema sin molestar al
italiano, decidí ignorar lo que mi cuerpo me pedía, que era irme con él, a
dónde quisiera llevarme.
¡Quizás fuera mejor así!
—Pues lo siento, pero ya tengo compañía.
Entré en la habitación y entonces vi que la rubia, que aún seguía
desnuda, se le echó encima y lo abrazó para intentar llevarlo consigo a la
sala grande donde estaba el jacuzzi. Esta vez, sin volver a mirarme, se fue
con ella, yo dejé de pensar en él y decidí concentrarme en mi acompañante
de esa noche que ya se estaba quitando la ropa.
Tras ponerle un condón al rubio lo animé a que se tumbara en la cama y me
puse a horcajadas sobre él para clavarme poco a poco en su polla. Gemí
cuando la tuve metida hasta el fondo y me mantuve unos segundos
disfrutando de sentirme llena por entero. Estaba arrodillada de cara a la
puerta, dándole la espalda al italiano y cuando comencé a moverme sobre él
me sorprendí al ver aparecer a Dimas, desnudo como Dios lo trajo al
mundo, y se quedó en la puerta viéndonos a nosotros mantener sexo.
No tenía ni idea de lo que había hecho con la rubia con la que estaba,
pero su sexo hinchado y erecto me indicó con claridad el deseo que sentía
en ese momento.
Aunque no me gustaba especialmente que me vieran mientras follaba,
verlo allí quieto, comiéndome con la mirada, me estaba poniendo muy
caliente y comencé a moverme con más intensidad para sentirlo más dentro
de mí y no pude evitar fantasear de que era él quien me estaba follando sin
descanso.
El italiano comenzó a gemir por mi cabalgada intensa y supe que no iba
a durar mucho más sin correrse, así que cerré los ojos para dejarme llevar y
conseguir tener mi segundo orgasmo de la noche, hasta caer rendida sobre
la cama, apartándome de él, que se levantó y se quitó el preservativo tras
darme un beso en la espalda antes de desaparecer en el baño.
—¿Quieres unirte a nosotros? —le pregunté a Dimas al verlo aún
asomado a la puerta.
Él me miró con intensidad, preguntándome en silencio si quería que se
uniera a la fiesta y sentí mi sexo palpitar de anticipación al saber lo que me
esperaba.
Lo animé con la cabeza y le tendí la mano. Él entró en la habitación
mientras del baño salía el italiano con la esponja y el agua para lavarme las
zonas íntimas de nuevo. Por la mirada que le echó al pene de Dimas
imaginé que también le gustaban los hombres. Se me vino una imagen a la
cabeza que me hizo gemir de anticipación.
—Me gustaría haceros una petición —les dije a los dos hombres cuando
acabé de asearme.
—¡Tú dirás! —me dijo el italiano—. Eres una diosa del sexo y esta
noche estoy a tu entera disposición.
Miré a Dimas, que elevó una ceja preguntándome con la mirada qué me
traía entre manos.
—Lo que quieras —me susurró.
—Quiero ver cómo le das placer a él —señalé a Dimas, que abrió los
ojos, sorprendido, y el rubio le miró la polla erecta y se relamió con una
sonrisa.
—Encantado.

DIMAS
Debería haberme quedado con la rubia que me había estado chupando la
polla bastante bien, pero no podía quitarme de la cabeza que Candela estaba
a solo unas habitaciones de distancia divirtiéndose con otro hombre. No
había podido correrme todavía, pero al acercarme a la habitación de ella y
oír el sonido de unos cuerpos follando y saber lo que me iba a encontrar, me
había puesto tan duro que comenzaron a dolerme las pelotas por la tensión.
Me quedé en la puerta mirándolos y al verla allí desnuda,
despreocupada de quién podía verla y disfrutando del sexo sin complejos ni
culpas, decidí entrar con ellos y unirme a la fiesta. No pensaba marcharme a
mi casa sin follármela esa noche. Había estado toda la puta semana
imaginándome como me la iba a follar allí mismo en la oficina, sobre mi
mesa, o en el suelo, que había tenido que hacerme una paja todas las noches
antes de poder irme a dormir.
Todas las noches de toda la maldita semana, así que ahora que la tenía
allí mismo, desnuda y dispuesta, no iba a permitir que el mal humor que me
había entrado al verla entrar con otro al reservado me estropeara la noche de
sexo que pensaba tener esa noche.
¿Y ahora me pedía que tuviera sexo con otro hombre?
La miré sin entender bien a dónde quería llegar. Nunca me había follado
a un hombre ni me llamaba la atención y no era esa la idea que tenía en
mente esa noche, pero por la mirada que me dirigió el rubio entendí lo que
quería que hiciéramos.
Me la quedé mirando y pude ver en sus ojos… ¿Qué? ¿Diversión? Noté
sus pezones erectos y sus pupilas dilatadas, y me di cuenta de que era
morbo lo que le daba la petición. Dejar que otro hombre me chupara la
polla sería algo totalmente nuevo para mí.
¿Por qué no? Decidí de repente que haría lo que fuera esa noche si
luego me dejaba a mí hacerle lo que quisiera.
—Pero luego harás lo que queramos —le advertí sin quitarle la vista de
encima.
Ella asintió, se relamió por la anticipación y mi polla dio un salto en
respuesta.
¡Sí, sin lugar a duda, Candela me ponía muy caliente! Iba a disfrutar
mucho follándomela de todas las maneras que se me antojaran.
El italiano se sentó en la cama y me tendió la mano para que me
acercara a él. Lo hice con gesto serio. Me lavó la polla con agua templada y
la secó con cuidado antes de besarme la punta.
Cerré los ojos y me concentré un poco en las sensaciones. Si no veías
quién te acariciaba podías imaginar que era una mujer quien lo hacía, pero
saber que era un hombre lo hacía aún mucho más morboso
—Tienes una polla preciosa —me dijo el italiano antes de bajar a
lamerme los testículos con la lengua.
Mi erección se acentuó aún más y coloqué las manos en mis riñones
porque no sabía bien dónde ponerlas.
«Luego me vengaré de ti por esto, Candela» pensé.
—Mírame —oí decir a Candela en un susurro.
Abrí los ojos y los clavé en ella, que estaba sentada con las piernas
cruzadas como los indios, justo a mi lado. Desde mi altura poda ver su sexo
depilado, brillando por la humedad y un poco hinchado por la excitación.
Saber que luego yo iba a poder comerme ese exquisito manjar me hizo
soltar un gemido.
El otro hombre comenzó a pasarme la lengua por el glande,
estimulándomelo un poco y mi polla saltó para intentar colarse en su boca.
¡Dios, las sensaciones comenzaban a ser increíbles! Estaba totalmente
excitado por verla a ella así, desnuda y abierta para mí, y eso hacía que mi
polla estuviese mucho más receptiva a la boca del otro hombre que al
parecer no era la primera vez que chupaba una, porque sabía bien lo que
hacía.
Cuando se metió en la boca más de la mitad y subió acariciándomela
con la lengua tuve que mover mis caderas para recrearme más en la
sensación.
—Más adentro —le pedí sin pudor alguno.
El italiano sonrió, lascivo, pero se obligó a metérsela entera, hasta el
fondo de su garganta para chuparla por entero hasta sacarla de nuevo. Yo
gemí en respuesta y él repitió el proceso.
—¿Te gusta? —me preguntó ella fascinada por lo que estaba viendo.
—Me encanta. —Tuve que reconocer que era verdad.
No sabía bien por qué, si porque ella me miraba, por el morbo de que
me estuviese chupando la polla un tío o por todo un poco, que estaba tan
excitado que podría llegar a correrme sin demasiado trabajo.
Cuando el italiano aceleró el ritmo tuve que cambiar de opinión
pensando que no me costaría tanto correrme si seguía haciendo un trabajo
tan bueno. Comencé a mover las caderas para adentrarme por completo en
su boca y llegar hasta la garganta, y él empezó a acariciarme los testículos
para animarme a correrme. Comencé a gemir sin control y a bombear
mucho más fuerte. Le sujeté la cabeza con las manos para ayudarlo a
marcar el ritmo que estaba imponiendo y con el que sentía que podía
correrme. Sabía que le estaban dando arcadas de metérsela tan adentro, pero
como no hizo nada por evitarlo aumenté el ritmo sintiendo el conocido
cosquilleo en las pelotas antes de correrme.
Candela había abierto las piernas y comenzó a masturbarse sin perder
detalle del placer que se debía estar reflejando en mi cara por la felación
que me estaban haciendo.
Oí ruidos en la puerta y miré un poco sorprendido de encontrarme a dos
hombres que se estaban masturbando mientras veían cómo me la estaban
chupando a mí.
Esa imagen me llevó al límite.
—¡Voy a acorrerme! Dios…, me corro —avisé al hombre desesperado
por si quería soltarme antes de que eyaculase en su boca. Pero, para mi
sorpresa, me agarró del culo y me sujetó para que no pudiera moverme.
Comencé a vaciarme en su boca entre gemidos de placer.
—Sí… Sí… Dios…, sí.
El italiano se enganchó a mi glande y se puso a absorber como si
mamara de un biberón, lo que hizo que me vaciase aún más en su boca…
Una vez y otra hasta que ya no me quedó más semen que echar. Oí los
gritos de éxtasis de los hombres que había en la puerta y vi cómo se corrían
también los dos, casi sincronizados conmigo.
¡Joder, qué gusto! Había eyaculado un cubo de semen.
El italiano por fin me soltó y se relamió los labios por los que se le
había derramado algo de semen.
—Exquisito —me dijo y me dio un último beso en la punta de mi polla
que estaba semi erecta todavía, señal inequívoca de que no estaba ni mucho
menos satisfecho sexualmente.
—Ni se te ocurra correrte —avisé a Candela.
Me acosté en la cama para meterme entre sus piernas y comenzar a
comerle el coño, que tenía húmedo y resbaladizo por el deseo.
«¡Esto sí que es un manjar!» pensé antes de centrarme en su clítoris y
arrancarle un grito de placer.
La noche iba a ser muy larga y a mí me había entrado mucha hambre.
CAPÍTULO 6

CANDELA

No sé cómo lo hacía, pero por más que lo intenté el lunes no conseguí llegar
en hora a la oficina, y eso que solo tenía que coger un autobús para llegar al
inmenso edificio donde estaban las oficinas de la constructora. No me
preocupa demasiado llegar tarde porque sabía que el jefe estaba en una
reunión en el Ayuntamiento de Madrid toda la mañana. Luego tenía una
comida de negocios y otra reunión por la tarde con unos futuros clientes y
así iba a estar todo el día.
¡Menos mal! Me gustaba estar en la oficina sabiendo que no iba a
encontrármelo en cualquier sitio ni que tenía que entrar en su despacho diez
veces al día para recordarle la agenda.
No podía dejar de pensar en él, y menos después de lo sucedido en el
local el sábado por la noche. Aún se me aflojaban las piernas cuando me
acordaba.
—¿Quieres que te lleve a casa?
Nos habían dado casi las cinco de la mañana follando como conejos. Yo
había terminado sin poder tener más orgasmos. Totalmente agotada y
satisfecha, y él no parecía estar mucho mejor que yo, de hecho, le había
costado mucho llegar al quinto orgasmo de la noche.
Nos quedamos tumbados en la cama, exhaustos y desnudos. Él
bocarriba y yo tumbada de lado apoyada en su hombro, en una postura
muy íntima, ¡lo sabía! Pero estaba tan a gustito allí, acariciándole el pecho
desnudo y sus abdominales algo marcados, que no había querido quitarme
de ahí. Y a él no parecía molestarle demasiado que lo estuviese acariciando
de manera distraída.
Él, por su parte, me acariciaba la espalda mientras miraba mi rostro,
que no dejaba de observar lo guapo que era.
—He venido en taxi —le aclaré antes de decidir que era hora de
marcharme a casa.
—No voy a dejar que cojas un taxi a estas horas —me dijo sentándose
en la cama mientras yo cogía mi ropa y me iba al baño a ducharme para
irme.
—¿Te ofreces llevar a su casa a las mujeres con las que te acuestas
aquí? —Me volví desde la puerta del baño a mirarlo con curiosidad. Me
miró sin responderme, por lo que supe la respuesta—. Ya me parecía.
Cogeré un taxi —le repetí antes de entrar al baño.
Cuando salí de la ducha no estaba en la cama. Oí la ducha de la
habitación de al lado, y como no se veía a nadie por allí, supuse que se
había metido a ducharse. Cuando llegó mi taxi, me subí y me fui sin mirar
atrás.
¡Por muy bueno que fuera en la cama, no quería intimar con él, lo
mismo que no había querido nunca intimar con ningún otro hombre!

El teléfono me devolvió a la realidad


—Oficina del señor García Valdecasas.
¡Ya podía llamarse García a secas u Ortiz, como la mayoría de los
mortales!
—Candela —susurró en mi oído Dimas.
Reconocería esa voz sensual en cualquier parte.
—Dimas… Digo, señor García Valdecasas —me recriminé por mi
metedura de pata, él se rio al otro lado.
—Puedes llamarme Dimas, no necesitas nombrar mi apellido completo
cuando hables conmigo.
Prefería no hacerlo
—¿Quería algo?
Silencio al otro lado. No supe si el hecho de que no lo tuteara era el
motivo.
—Necesito que mandes unas flores a esta dirección. —Me la dijo junto
con el nombre de la mujer.
—¿Qué tipo de flores? ¿Quiere que lleve tarjeta? ¿Dónde quiere que las
compre? No sé, ¿puede darme más detalles? ¿Es para un entierro? —se me
ocurrió preguntar, porque sí, porque yo era así de bocazas.
—Por supuesto que no es para un entierro —me dijo sorprendido.
¡Yo qué sabía! La bola de adivinación la había dejado en mi casa esa
mañana, ¡no te jode!
—Quiero que lleve una tarjeta que ponga: para la más hermosa de todas.
Ante su silencio, volví a preguntar.
—¿Qué tipo de flores y a qué floristería quiere que llame?
Él suspiró exasperado. Mucha paciencia tampoco tenía.
—¿De verdad crees que me importa una mierda qué flores mandes?
—Pues deberías —solté sin darme cuenta.
—Pues no me importa —contestó con brusquedad—, busca por alguna
parte en qué floristería compraba Toñi las flores. No esperes que haga yo tu
maldito trabajo.
¿Me había colgado el muy gilipollas?
Miré el teléfono fijo como si pudiese verlo a él por el aparato y me
quedé unos segundos en silencio, rumiando mi mal humor y maldiciéndolo
en los diferentes idiomas en los que aprendí a insultar cuando estaba en la
universidad.
—¿Problemas con el gran jefe?
—Sin comentarios.
Magda me vio buscar en la agenda, repasando una hoja tras otra sin
encontrar lo que buscaba.
—¿Qué buscas? —Se sentó en el pico de la mesa y se inclinó sobre mí
para comprobar lo que hacía.
—Intento encontrar cuál es la floristería dónde compraba Toñi las flores
—le aclaré sin mirarla—. Tengo que mandar un ramo y no tengo ni idea de
qué tipo de flores quiere ni de cuánto dinero ni nada… Bingo, aquí está —
dije, señalando la hoja de la agenda en la que estaban esos datos.
Magda vio la anotación que había hecho en el Post-it sobre la dirección
a la que había que mandar las flores.
—Al parecer ha vuelto con su prometida.
La miré sin saber cómo había podido llegar a esa hipótesis.
—Es la dirección de su casa —aclaró ante mi mirada curiosa.
—¿Y tú cómo sabes eso? —le pregunté mientras llamaba a la floristería
—Todo el mundo sabe que las cosas andan mal entre ellos desde hace
tiempo. —Se calló unos segundos mientras hablaba con la florista y aclaré
quién era y lo que quería. La mujer me indicó que mandaría algo parecido a
lo que solía mandar normalmente y que se encargaría de mandarme la
factura… Como siempre. Le dije lo que debía poner en la tarjeta y colgué,
prestándole toda mi atención de nuevo—. Que ella viniese a la oficina el
viernes y que hoy le mande flores…
¿En serio?
—No creo que eso baste para…
—Ha salido en las noticias sensacionalistas —me cortó, divertida—, al
parecer, cenó con ella el sábado por la noche.
«Y luego se vino a follar conmigo casi hasta el amanecer» pensé con
tristeza.
Por eso no quería tener nada más que ver con el sexo opuesto. En ese
momento tomé la decisión que desde hacía tiempo llevaba pensando.
Mantener el contacto con él solo de manera profesional. Las cosas ya
habían llegado demasiado lejos, y seguir tentando al diablo solo iba a
conseguir traerme problemas.
—Bien —dije intentando cambiar de tema—, ¿querías decirme algo?
—¡Ah, sí! Que me disperso. —Sonrió divertida—. Venía a preguntarte
qué te vas a poner para la fiesta del viernes.
—¿Fiesta? No sé nada sobre una fiesta.
La miré totalmente desconcertada.
—El viernes es la fiesta trimestral que realizamos para incentivar al
personal —me aclaró con paciencia—, pensé que ya lo sabías.
—No, no tenía ni idea, además… —No me apetecía ir a ninguna fiesta
—, acabo de llegar, así que supongo que nadie espera que asista.
—No seas tonta, todo el mundo tiene que venir. Y te recuerdo que eres
la encargada de organizarla.
—¿Quién? ¿Yo? Estarás de coña, ¿no? —La miré horrorizada—. A mí
nadie me ha dicho que tenga que organizar una fiesta.
Empecé a ponerme histérica. ¿Una fiesta para ese viernes? ¿Por qué
nadie me había avisado? ¿Cómo coño esperaban que yo organizase algo si
nadie me lo había dicho?
—Escucha —Mi amiga sonrió ante mi cara de susto–, sé que Toñi lo
tenía casi todo organizado ya. Solo tendrás que comprobar los últimos
detalles.
De repente recordé una carpeta del ordenador con el nombre «fiesta», la
abrí rezando para que fuera lo que estaba buscando. Encontré un montón de
notas y archivos al respecto.
¡Y yo que pensaba que podía ser el archivo de algunas fotos de alguna
fiesta pasada!
Menús, catering, organización de las mesas, hotel, animación, flores y
un montón de archivos más que de repente consiguieron que me entrase un
ataque de ansiedad y me pusiese a hiperventilar. Cada vez que me ponía tan
nerviosa mi cuerpo reaccionaba de una manera extraña y empezaban a
salirme ronchones en los antebrazos que no podía dejar de rascarme
desesperadamente.
—Joder, joder… —Me rasqué con una mano un antebrazo y luego el
otro sin poder controlarme y sin poder decidir cuál me picaba más—.
Tenías que habérmelo dicho —le recriminé casi a punto de echarme a llorar
por la frustración. Seguí destrozándome los brazos. De hecho, me levanté el
jersey para poder hacerlo sin que la ropa me privase de ese placer. Mis
antebrazos ya estaban poniéndose en carne viva.
—Para, Cande, para. —Intentó cogerme las manos para evitarlo y la
miré reprochándoselo con la mirada, ella no se amedrantó y me bajó las
mangas del jersey con decisión—. Cogeré una silla y me pondré contigo a
revisar la fiesta y concretar los detalles que falten, ¿vale?
La miré tan esperanzada que ella me dio un beso en la frente para
intentar reconfortarme.
—¿Harías eso por mí?
Me sonrió de manera tranquilizadora.
—Con la condición de que no vuelvas a hacerlo. Y solo lo que queda de
esta mañana. Por la tarde tengo una reunión urgente con el jefe y unos
clientes.
—De acuerdo. —Suspiré y vi cómo se acercó al almacén a por una silla
para sentarse conmigo y ayudarme a terminar de organizar la puñetera
fiesta.

No lo oí acercarse.
Estaba tan concentrada organizando las mesas para la cena de la fiesta
que no me había dado cuenta de que me había quedado la última en la
oficina.
—¿Aún estás aquí? Son más de las nueve.
Miré a Dimas unos segundos y casi se me cayó la baba al verlo con un
elegante traje gris oscuro de tres piezas y camisa blanca que le quedaba
como un guante. Es lo que tienen los trajes a medida.
—Me he enterado hoy de que hay una fiesta el viernes y tengo un
montón de cosas que acabar de organizar.
Me volví a rascar el antebrazo derecho sin darme cuenta, ante mi gesto
de dolor, Dimas me miró el brazo con curiosidad.
—¿Qué te ha pasado?
Me lo miré sin percatarme de que me había subido la manga y estaba
destrozándome una zona muy lastimada después de estar todo el día
haciéndomelo polvo… Bueno, desde que se marchó Magda, porque con ella
delante había conseguido evitarlo. De todas maneras, mi antebrazo
izquierdo parecía que se había peleado con un gato rabioso. Me intenté
bajar la manga ante la mirada seria de él.
—No es nada.
No me hizo caso y se acercó para volver a subirme la manga del jersey.
No ocultó la mirada horrorizada por cómo lo tenía en algunos sitios; había
comenzado a salirme sangre.
—¿No es nada?
Sus ojos preocupados consiguieron avergonzarme por mi
comportamiento, pero no conseguí deshacerme de su mano
—Cuando me pongo muy nerviosa mi cuerpo reacciona provocándome
una especie de urticaria en los antebrazos —le expliqué de mala gana.
—¿Hay algo que puedas echarte? ¿Algo con lo que mejoren los picores?
—Me relaja mucho el agua fría y tengo que… ¿Qué estás haciendo?
Me obligó a levantarme sin dejarme acabar la frase y se encaminó
conmigo, con paso decidido, al baño de mujeres. Las luces se encendieron
al detectar la presencia y él abrió el grifo del agua fría, me subió más la
manga, para que no se me mojase la ropa, y metió mi brazo arañado bajo el
chorro del agua fría. El alivio fue inmediato.
Dejó el agua correr unos segundos y yo sentí cómo se calmaba mi piel
poco a poco
—¿Has venido aquí antes?
Negué con la cabeza, porque había estado tan liada que ni siquiera había
querido perder el tiempo en ir a comer. Decidí no contestarle. Sabía que me
estaba mirando con frialdad y preferí quedarme mirando el agua sobre mi
piel que enfrentarme a sus ojos del color del oro líquido.
—Ni siquiera has ido a comer, ¿me equivoco?
Yo no le contesté y decidí sacar el brazo del agua y cambiarlo por el
otro. Dimas cogió la toalla de papel del dispensador y me la pasó con
cuidado por la zona para secarla. Tenerlo tan cerca revolucionaba mis
sentidos. Olía tan bien como siempre y mis fosas nasales se derretían con su
olor a perfume caro. Debería estar prohibido que un hombre oliera de esa
manera. Yo seguí concentrada en el otro antebrazo que masajeé con cuidado
bajo el agua fría. Sentí un alivio tan inmediato que suspiré con fuerza.
—¿Mejor?
Me acercó otro pañuelo de papel para secarme el otro brazo.
—Candela —me dijo con suavidad—, ninguna fiesta es tan importante
como para que te dejes los brazos así.
—Es mi trabajo. —Me volví a mirarle y bajé las mangas del jersey. Él
por fin me soltó y yo di un paso atrás, intentando librarme del influjo sexual
que sentía cada vez que lo tenía cerca.
«¡Joder! ¿Qué coño tiene este hombre que me hace perder la cabeza?»
pensé, enfadada conmigo misma.
—Aun así.
—Estará todo listo para el viernes —le aseguré saliendo del baño, él me
siguió tras unos segundos.
Me observaba sin apartar la mirada.
—Estoy seguro de ello. Mañana quiero que te pases por la enfermería,
la que hay en la tercera planta —me indicó, por si no sabía que había una en
el edificio—. Y le dices a Arantxa qué medicamento tienes que tomar en
este caso concreto, para que se encargue de conseguirlo y tenerlo en el
botiquín de emergencia.
Lo miré sorprendida y él me sonrió divertido.
—Algo me dice que vas a necesitar mucha medicación a partir de hoy y
quiero que estemos preparados. Espero no volver a verte con los brazos así,
¿está claro?
Estaba a punto de decirle que me ponía los brazos como me daba la real
gana, pero cuando me dispuse a decírselo, levantó una ceja de manera
intimidante, me lo pensé mejor y me callé.
—Buena chica —Me tocó la nariz en un gesto cariñoso—, ahora tienes
cinco segundos para apagar el ordenador e irte a casa o te llevaré yo
mismo… Y sé que no vas a querer esa opción.
Me dio un ligero empujón hacia mi mesa y me encargué de cerrar todos
los archivos antes de apagarlo y coger el bolso para salir de allí con un
escueto «buenas noches» como si mi vida corriera de repente mucho
peligro.
CAPÍTULO 7

CANDELA

—Pasaré a recogerte a las ocho y media —me dijo Dimas el martes a las
cinco de la tarde al pasar por mi mesa, de camino a la puerta de salida.
Parecía que tenía prisa por salir, ya que normalmente era el último en
irse.
—¿Qué? ¿De qué hablas?
Me quedé mirándolo sin saber de lo que estaba hablando.
—De la cena de esta noche —me aclaró con seriedad.
—¿La cena? —repetí como un autómata.
—Candela, tienes que venir a la cena de esta noche con los dueños de
Forjados y Cerramientos. Hiciste tú la maldita reserva la semana pasada,
¿recuerdas?
Su tono impaciente me puso todavía más nerviosa.
—Sé qué cena tienes esta noche —le aclaré, intentando aclararme un
poco y ganar algo de tiempo.
—Tenemos esta noche —aclaró él con lentitud, como si le hablase a una
niña pequeña.
—No pienso ir a ninguna cena —solté sin darme cuenta.
Su cara se volvió seria de repente.
¡Mierda! ¡Bronca seguro!
—Te recuerdo que tu trabajo incluye asistir a cenas de empresa, ferias
internacionales y a todo lo que yo considere oportuno, ¿está claro?
Lo miré unos segundos sin querer decirle lo que pensaba al respecto. ¡O
se lo suelto!
—Te aconsejo que pienses bien lo que vas a decir —me susurró.
Algo se revolvió dentro de mí al ver su mirada amenazante. Mejor me
callaba.
—¿A qué hora hay que estar allí? —murmuré bajando la cabeza para
que él no pudiera saber lo que pensaba.
—Te recogeré a las ocho y media —repitió.
—Soy muy capaz de llegar sola —le recordé, levantando la vista para
clavarla en sus ojos.
Tenía una mirada como si se estuviese divirtiendo con nuestro duelo
verbal.
—Estoy seguro de ello, pero al ser trabajo, te recogeré y te acercaré a tu
casa cuando acabe la cena, para asegurarme de que llegas sana y salva.
—¿Alguna ropa en particular? ¿Etiqueta? Dime que no tengo que vestir
de etiqueta.
Esperaba de verdad que no fuese de etiqueta porque si era así, iba a
tener que ir de compras de manera urgente.
—Un vestido de cóctel estará bien. Te veré esta noche. —Cuando
comprobó que no iba a preguntarle nada más ni volver a quejarme, se fue.
—¡Pues qué bien!

Cuando llamaron al portero de mi bloque de apartamentos, di un respingo,


sobresaltada.
—Voy —dije sin dejarle decir nada a quién estuviese en el porterillo.
Cogí mi abrigo rojo, me repasé bien las horquillas que sujetan mi
estricto moño y metí el móvil en el bolso para salir. Cerré con la llave y bajé
por las escaleras para que me diese tiempo a acostumbrarme a la idea de
que iba a volver a verlo. Inconscientemente me volví a rascar el antebrazo
izquierdo, que era el que tenía más dañado, el derecho casi no me picaba ya.
«¡Resulta que ahora me va a dar urticaria!» pensé molesta por tener que
ir a una cena con gente que no conocía de nada, en vez de poder quedarme
en casa tirada en el sillón viendo algo en la tele.
Me quedé pasmada, pero pasmada de verdad cuando lo vi junto a la
puerta trasera, que mantenía abierta para que yo me subiera, de una
impresionante limusina negra.
Clavé los ojos en él y la boca se me hizo agua, como solía pasarme
siempre. Estaba vestido completamente de negro y no llevaba corbata.
Pantalones, camisa negra y chaqueta también oscura.
—¿No hay un coche algo más discreto? —dije algo turbada por tanto
glamour.
Me pregunté de repente si estaría a la altura de las circunstancias.
—Digamos que esta noche intentamos impresionar a nuestro futuro
cliente.
Entré en el coche. Dimas se sentó junto a mí y un chófer uniformado se
encargó de cerrar la puerta tras él.
—¿Y qué se espera de mí, entonces? —le pregunté con nerviosismo.
Me llevé la mano al pelo para comprobar de nuevo si el moño se mantenía
en su sitio.
—Estás preciosa —dijo para intentar tranquilizarme—. Y siempre me
gusta ir preparado. —Fue la única explicación que me dio y no me dejó
precisamente más tranquila.
De manera inconsciente volví a rascarme el antebrazo y Dimas me
sujetó la mano para evitarlo.
—No hagas eso —me recriminó con suavidad, pero no me soltó la
mano—. Todo va a salir bien. Puedes estar tranquila. Solo tienes que
enumerarle nuestras medidas de seguridad, de menor a mayor.
Di tal respingo al oír eso que el muy canalla comenzó a reír a
carcajadas.
—No he podido evitarlo…, lo siento —susurró aún entre risas.
—Muy gracioso —me quejé.
Pero tuve que reírme a mi pesar y eso consiguió tranquilizarme un poco
más.
—¿Han mejorado tus nervios? —Me miró con tal intensidad que tuve
que tragar saliva con trabajo y mirar por la ventanilla para disimular lo que
sentía al tenerlo tan cerca.
«¿Pero qué cojones te pasa? ¡Céntrate, Candela! Pero que bien huele,
por Dios».
No tardamos demasiado hasta llegar al iluminado edificio donde estaba
el restaurante.
El chófer nos abrió la puerta y bajamos en silencio.
Subimos en ascensor hasta la última planta.
Dimas quedó en avisar al chófer cuando necesitásemos el coche para
irnos, y lo seguí cuando entramos en un restaurante con un pianista que
tocaba en directo para amenizar la velada.
Nos condujeron a una mesa en cuanto Dimas dijo el nombre de la
reserva. En el trayecto pude comprobar lo concurrido que estaba el
restaurante. Decorado de manera minimalista. Tenía una luz atenuada para
crear ambiente. Nos dirigimos a una mesa apartada en un rincón frente a
unas cristaleras con unas espectaculares vistas del cielo de Madrid.
—Bonito, ¿verdad? —me preguntó un hombre con pelo entrecano que
vestía un traje de rayas y que se levantó cortésmente para presentarse
cuando llegamos a la mesa.
—La verdad es que sí. —Le sonreí con timidez.
Me resultaba algo raro que aún se levantasen los hombres cuando te
acercabas a una mesa, casi tanto como que te abrieran una puerta.
—Rodrigo Ortiz, te presento a Candela Salas, mi secretaría.
—Un placer —dijo el hombre con ojos azules de mirada desconfiada y
sonrisa lasciva. Me saludó con dos besos en la mejilla.
—Tienes buen gusto con el personal. —Le guiñó un ojo a Dimas y se
sentó de nuevo.
—Y este es nuestro abogado —me dijo Dimas, y me acerqué a saludar a
un hombre rubio de aspecto serio y ojos oscuros que también me dio dos
besos y me sonrió de manera tranquilizadora—. Juan Valdés y ahórrate el
chiste —me avisó Dimas divertido—, ella es Candela.
—La nueva secretaría. —Me senté entre él y Dimas, como si
hiciésemos frente común contra Rodrigo—. Ya era hora de que Toñi se
jubilara.
—¿Tú eres nuestro abogado? —Lo miré unos segundos confusa—. ¿Y
Magda?
—Magda es penal y Juan es fiscal —me aclaró Dimas en un segundo—.
¿Conoces a Magda?
Me lamenté en silencio por mi metedura de pata. Se suponía que no
debo decir que fue ella la que me indicó que se quedaba vacío el puesto.
—¿Cuántos abogados tienes? —le pregunté en voz baja, sin darme
cuenta de que todos me estaban oyendo.
—Muchos. —Todos se rieron ante mi pregunta.
—Créeme —me dijo Rodrigo en voz baja, aunque por supuesto todos lo
podían oír—, no te conviene tener un enemigo tan poderoso como Dimas.
Yo preferí no decir nada más.
—¿Pedimos el vino?
Avisaron al sumiller.
Yo me quedé contemplando las vistas de la ciudad mientras empezaba la
cena.
Seguía sin tener muy claro la necesidad que había de que yo tuviera que
estar presente en esa cena. Pero bueno, al fin y al cabo, estaba también el
abogado fiscal, que, de hecho, me miraba de vez en cuando con una sonrisa,
supuse que intentando hacer que me sintiera cómoda.
Me puse a comer en silencio. Nunca había estado en ese restaurante,
aunque sí conocía de oídas el precio de su cocina. Que no estaba al alcance
de los bolsillos de cualquiera, es lo que había oído decir por Madrid.
Tenía que reconocer que lo que había comido, que no sabía muy bien lo
que era, estaba muy bueno. Creo recordar que Dimas había pedido el menú
degustación Royal que constaba de un disparate de platos. Aunque por el
tamaño de los mismos no me extrañaba que fueran tantos.
—¿Cómo es trabajar para el gran Dimas García Valdecasas San Martín?
Rodrigo me miró con curiosidad y yo miré a mi vez a Dimas, que
también me miró con cara de curiosidad mal disimulada.
«¿Qué se supone que tengo que decir a eso?»
—Bueno, teniendo al jefe delante no deberías tomarte muy a pecho lo
que te diga.
Ese comentario hizo que todos se rieran, que era lo que esperaba, pero
los ojos de Dimas no se apartaron de mi cara y supe que de verdad quería
saber lo que opinaba del trabajo.
—Supón que el jefe no te oye —dijo en voz baja.
Pero sus ojos me miraban de tal manera que algo comenzó a despertar
en mí. Vestido así, completamente de negro, tenía un aire peligroso y muy,
muy sexi. Y sabía perfectamente el efecto que causaba en mí.
—¡Oh, no! No voy a ser tan ingenua. —Me reí poniéndome cada vez
más nerviosa, así que comencé a rascarme sin darme cuenta.
—Insisto —dijo él y me cogió la mano para que dejara de hacerlo. La
puso sobre la mesa, sin importarle demasiado la mirada que nos lanzó Juan.
¡Perfecto! ¡Que se pusieran a hablar de mí en la empresa era justamente
lo que necesitaba!
—Bueno —dije mirándolo divertida. ¡Allá iba! Si quería mi opinión, se
la iba a dar—, es el jefe más trabajador que he conocido nunca. Suele llegar
el primero e irse el último, algo verdaderamente admirable, y está
demasiado acostumbrado a conseguir lo que quiere. —Miré a Rodrigo con
una sonrisa y me acerqué a él para hablarle en voz baja—. Deberías tener
cuidado de trabajar con un hombre así. Esperará más de ti, que tú mismo.
—Todos se rieron con mi comentario—. También es tremendamente
perfeccionista y un completo tirano.
Juan terminó riendo.
—Es la mejor definición que han hecho nunca de ti —le dijo a Dimas
—. Lo de tirano me ha gustado, fíjate. —Me guiñó el ojo divertido.
—Ella no sabe aún lo muy tirano que puedo llegar a ser.
Y me miró de tal manera que mis braguitas se comenzaron a humedecer
y yo me removí molesta, cosa que al parecer no pasó desapercibido para él,
que me sonrió de manera peligrosa.
¡Joder!
—Deja de amenazar a la pobre chica… —Rodrigo me miró con
seriedad y me di cuenta de que, de verdad, quería saber la opinión que yo
tenía de Dimas—. De hecho, me ha gustado mucho su manera de definirte.
Si quieres venir a trabajar conmigo te doblaré el sueldo que este tirano te
paga. Mi secretaría no me definiría así ni aunque le pagaran por ello.
—Mi secretaria no busca cambiar de empresa —dijo Dimas sonriendo,
pero sus ojos se mantuvieron serios y me pregunté si me estaba perdiendo
algo.
—Bueno, no te creas —le dije intentando caldear el ambiente que se
había creado de repente entre los dos hombres—, todo depende de la oferta
que me hagan.
Juan nos miró a los tres con una sonrisa divertida, mientras Rodrigo y
Dimas se retaban sin palabras.
—Tú ya estás muy bien pagada —murmuró con frialdad y su tono de
voz me dijo claramente que no se refería al trabajo—. Te doblaré el sueldo
que él piense pagarte, pero te quiero conmigo.
La necesidad de darle una bofetada por bocazas fue tan intensa que me
sujeté las manos en el regazo para evitar la tentación.
«¿De verdad ha sido capaz de decir algo así?»
Yo había podido entender en sus palabras la connotación sexual, así que
supuse que los demás también habían podido notarlo.
Se me quitó el hambre de repente aun cuando ni siquiera habíamos
llegado al postre, y sentí la necesidad de irme al baño a calmarme.
—Disculpadme unos segundos.
Me excusé y me levanté con rapidez para quitarme de en medio.
Necesitaba unos minutos a solas y comencé a rascarme de manera
desesperada.
¡Quería irme a mi casa! No sabía muy bien qué era lo que había pasado,
pero ese comentario me avergonzó. Comenzaba a conocerlo lo suficiente
como para saber que no era especialmente cuidadoso con sus comentarios,
de ahí que la mitad de las veces lo odiase a muerte por ser tan gilipollas.
¿Pero ese comentario? ¿Estaban meando para ver quién la tenía más larga?
¿O por qué me había parecido justamente eso? Me había asegurado de que
nuestra actividad sexual no influiría nunca en sus decisiones laborales y lo
creí…, pero ahora no lo tenía tan claro. Quería ese trabajo porque se me
valoraba como profesional, no por lo bien o mal que la chupara. Y por
supuesto no iba a dejar que nadie se imaginase que tenía este trabajo
justamente por eso, porque no era verdad.
Unos golpes en la puerta me sobresaltaron y me quedé a cuadros cuando
lo vi entrar en el baño de mujeres como si tal cosa.
—¿Qué haces en el baño de mujeres? ¿Te has vuelto loco?
Aluciné cuando comprobé que pensase de verdad que estaba por encima
del bien y del mal y que le bastase desear algo para que todos estuviesen
deseando contentarle.
Me rasqué porque ya no soportaba más tanta tensión, me levanté la
manga del vestido para dejar la piel expuesta y poder rascarme con ganas.
—No hagas eso —me dijo desde la puerta, sin atreverse a entrar del
todo. Miró a los lados para comprobar si alguien podía verlo.
—Hago lo que me da la gana —le solté dándome ya igual todo—,
quiero marcharme ahora. No entiendo qué pinto en esta reunión, pero no
voy a dejar que negociéis sobre mí.
—Siento las palabras de antes —dijo, mirándome el antebrazo con
atención—. Por favor no te hagas eso en el brazo.
—Eres un gilipollas —le solté por fin.
¡Qué a gusto me había quedado!
Parecía que no estaba muy acostumbrado a que lo insultasen sus
empleados, porque me miró con frialdad.
—Cuidado, Candela.
—Ni cuidado ni hostias. —Me eché agua fría en el brazo porque me lo
estaba haciendo polvo y ya no controlaba mi mal humor—. Voy a salir y
voy a marcharme ahora.
—De acuerdo, avisaré al chófer para que venga a recogerte. —Me miró
con cautela, como si de repente no conociera a la persona que tenía delante.
—No quiero tu puto coche —le solté aún rabiosa—, soy muy capaz de
coger un taxi o de marcharme andando si es necesario.
—Solo intentaba dejarle claro a Rodrigo que no eres el juguete de nadie.
Está muy acostumbrado a pelear por todo lo que le gusta como si las
personas fuesen sus juguetes particulares.
—Mira, justo lo que has hecho tú hace unos minutos —le indiqué
porque, al parecer, él no se había dado cuenta.
—Solo intentaba protegerte. —Miró a su alrededor temiendo que alguna
mujer decidiera entrar en el baño—. ¿Puedes salir de aquí antes de que
alguien me vea y se piense que estoy acosando a mi secretaría?
—Porque es justo lo que estás haciendo. —Aunque sabía que no era
cierto, estaba tan enfadada que necesitaba intentar hacerle daño, justo como
me lo había hecho él antes.
—No es cierto. Solo he venido a disculparme por haberte metido en
nuestra lucha personal —aclaró muy digno—. Siento no haberlo hecho con
más tacto. —Me miró con seriedad antes de volverse para salir del baño—.
Márchate si quieres. No voy a decirte nada más. Ya estás suficientemente
irritada y no quiero que te dañes más el brazo. No sabía que tuvieras tanto
carácter —añadió en voz baja, como si hablara para sí.
Salió por la puerta en silencio.
Al poco rato salí yo indicando que algo no me había sentado bien y cogí
el bolso para irme sin mirar a ninguno de los hombres allí reunidos. Permití
que el restaurante me pidiera un taxi que esperé en la puerta para no volver
a ver al gilipollas de Dimas, sin importarme el frío que hacía en el exterior.
CAPÍTULO 8

CANDELA

A la mañana siguiente Dimas no estaba en la oficina. Sabía que, como


ingeniero jefe de la empresa, visitaba todas las obras, sin excepción. Así
que sabía que iba a estar fuera todo el día.
Respiré tranquila y de verdad agradecí no encontrármelo esa mañana.
Un repartidor con una solitaria rosa roja de tallo largo apareció cerca del
mediodía. Entrecerré los ojos con suspicacia cuando comprobé que no traía
tarjeta. Y ya no pude evitar pasarme el día dándole vueltas al admirador
anónimo.
—¿Un admirador? —me soltó Magda cuando vino a mi mesa para que
bajásemos a comer juntas.
Me sorprendí al ver que venía acompañada por Juan, que sonreía al ver
la rosa en mi mesa.
—Se han podido equivocar —dije, no demasiado convencida mientras
bajábamos todos por el ascensor.
—¿Te encuentras mejor?
Miré a Juan, que me observaba con atención, como si supiese que lo de
anoche solo había sido una excusa.
—Sí —dije sin prestarle demasiada atención—, algo no debió sentarme
bien —me excusé.
«Posiblemente el gilipollas de tu jefe», me faltó decirle.
—Demasiada testosterona suele ser indigesta.
Lo miré con curiosidad y me sostuvo la mirada con sus ojos oscuros
como el chocolate caliente. Tenía una sonrisa sincera y vestía con traje gris.
No pude evitar compararlo con Dimas. Aunque era un hombre bastante
atractivo, no me hacía tragar saliva nerviosa cuando lo veía ni el traje le
quedaba igual de bien que a él.
Cuando salimos a la calle, el cielo gris y triste amenazaba con ponerse a
llover de un momento a otro. Juan añadió al comprobar que yo no decía
nada al respecto:
—Rodrigo intenta medir sus fuerzas con Dimas con fastidiosa
asiduidad. A él parece divertirle y suele seguirle el juego, pero anoche
parece que no le gustó mucho que se fijase en ti.
—Sé cuidarme sola.
—Aun así, ten cuidado con él y no te dejes engañar. No es trigo limpio.
—¿Por qué mantiene tratos con él si no es de fiar?
—Se conocen desde hace muchos años. —Entramos con rapidez en el
restaurante de la acera de enfrente. Habíamos decidido cambiar de aires y
salir a comer fuera de la cafetería de nuestro edificio—. No es la primera
vez que trabajan juntos. Se conocen demasiado bien y anoche fue la primera
vez que Dimas le paró los pies.
Lo miré con curiosidad porque no sabía exactamente lo que pasó
cuando me fui.
Juan sonrió mientras se sentaba a la mesa. Magda nos miraba a ambos
sin decir nada.
—Le dejó claro que no se acercara a ti.
—Puedo decidir sola con quién quiero trabajar —le indiqué para que
Juan también lo tuviese claro.
No me iba a dejar manejar por nadie.
—¡Créeme, no te gustará trabajar con él!
—Bueno, tengo hambre —añadí para cambiar de tema de una vez, no
me gustaba saber que había sido el centro de conversación entre dos
hombres poderosos—. ¿Qué vais a pedir?

Hasta el viernes por la mañana no volvió Dimas por la oficina. Miró con
detenimiento la rosa que yo tenía en un jarrón sobre mi escritorio, luego me
miró con intensidad durante unos segundos, pero no dijo ni una palabra al
respecto. Así que me quedé con la duda de saber quién demonios me la
había mandado.
Estuve todo el día al teléfono terminando de ultimar los detalles de la
fiesta de esa noche y a media tarde, Tania volvió a la oficina con intención
de pasar al despacho de Dimas. Esta vez no pensaba cometer el mismo
error. Colgué el teléfono con un “te llamo luego” a la florista con la que
hablaba y me levanté para ponerme delante de la puerta en el momento en
que la otra mujer intentó pasar por mi lado.
—Lo siento, pero tengo que anunciarla primero.
—Ya sabe que vengo —me indicó con una sonrisa fría evaluando mi
cambio de actitud hacia ella.
—Aun así, no puede pasar nadie sin que el señor García lo autorice.
Me estiré cuán larga era, que no era mucho ya que ese día llevaba botas
planas y la miré intentando saber cómo le había sentado la noticia.
—Voy a despedirte por esto —me gritó acercándose a mi cara de
manera amenazadora—. ¿Es que no sabes quién soy?
—Sé quién es —le dije llamando al despacho de Dimas mientras la
miraba por el rabillo del ojo. Estaba tan enfadada por no dejarla pasar que,
si se pudiese provocar la combustión espontánea con una mirada, yo ya
estaría ardiendo.
—Estoy ocupado —oí que decía Dimas al coger el teléfono.
—Lo sé. Está aquí Tania.
«Y no le gusta que la hagan esperar» pensé, mirándola de reojo.
—Dile que estoy reunido y que no puedo atenderla.
—Pero…
No pude decir nada más porque me colgó el teléfono al decirme eso.
¿Y ahora qué hacía yo con ella?
—Lo siento, pero no puede atenderla.
Me miró con tal cara de sorpresa que a punto estuve de soltar una risita.
—No es cierto —me soltó alzando la voz—, no te ha podido decir eso.
El resto de mis compañeros miraban hacia nosotras con curiosidad ante
los gritos de ella.
—Lo siento…
—Voy a pasar a hablar con él, quieras tú o no.
—Lo siento, pero me ha pedido que no se le moleste.
—¡Que se joda! —gritó dando un paso al frente para intentar pasar,
como le bloqueé la puerta con mi cuerpo, no dudó un segundo en
empujarme y hacerme caer sobre la silla con la que tropecé y caí al suelo
con un tremendo escándalo.
¡Esa mujer estaba loca! Sentí un dolor en el costado donde me había
golpeado con el filo de la silla y ella se alzó sobre mí sin pizca de
remordimiento.
—A partir de ahora mismo estás despedida, ¿me oyes? ¿Quién coño te
has creído tú que eres para intentar detenerme a mí?
Yo la miré desde el suelo y cuando empecé a levantarme, la puerta que
había detrás de nosotras se abrió con rapidez. Al parecer se lo había
pensado mejor y sí iba a dejarla entrar después de todo. ¡Bien podía
habérselo pensado antes!
—¿Qué cojones te crees que estás haciendo? —le gritó al verme tirada
en el suelo. Me ayudó a levantarme y me miró disculpándose con la mirada
—. ¿Estás bien?
Yo me sujeté la costilla, que me dolía cuando respiraba, y asentí, más
avergonzada que dolorida porque me hubiese encontrado en una situación
tan vergonzosa.
—Quiero hablar contigo y esta estúpida no me dejaba pasar —dijo
Tania mirándome como si yo fuese un insecto—. Le he dicho que está
despedida, por supuesto.
Dimas la miró con tanta furia que yo me encogí de manera inconsciente.
Como si ese mal humor estuviese dirigido a mí y no a ella.
—Tú no puedes despedir a mis empleados —le dijo cogiéndole la mano
y tirando de ella para meterla en su despacho, cerrando la puerta con fuerza
tras él.
Yo recoloqué la silla tumbada y me senté con cuidado intentando
respirar hondo. Marta, la chica sentada más cerca de mí y que pertenecía al
equipo de informática se acercó para preguntarme si estaba bien.
—Sí, eso creo.
Me levanté la camisa con cuidado y vi el golpe en la costilla que estaba
de color rojo. Al día siguiente iba a tener un precioso hematoma.
—Esa mujer está loca —me dijo Marta mirando la puerta cerrada con
rabia y se marchó luego a su mesa a seguir trabajando.
—Sí, muy cuerda no está —reconocí en voz baja.
Comenzaron a oírse gritos dentro y yo me apiadé de ella unos segundos.
No soportaba los gritos ni las peleas, así que terminé de hacer la llamada
que me quedaba y decidí marcharme unos minutos antes, sin importarme
que él pudiera necesitar algo. Me fui al hotel donde se iba a celebrar la
fiesta para hacer los últimos preparativos desde allí.

A las nueve de la noche me encontraba en el salón que teníamos reservado


para la reunión de la empresa, lleno hasta los topes. Había contratado una
orquesta para que amenizara el ambiente y me moví por el salón saludando
a todo el mundo. Me alegraba saber que a la gente le gustaba lo que había
conseguido teniendo tan poco tiempo para haberlo contratado todo. Creía
que lo tenía todo controlado y me dispuse a disfrutar de la fiesta. Se suponía
que no me necesitaban esa noche para nada más. Sabía que una chica de
recursos humanos era la encargada de dar los premios a los ganadores del
esfuerzo laboral de ese trimestre. Pensé que, si todos los meses iban a hacer
una reunión igual, me encargaría de tenerlo todo controlado con algo más
de tiempo.
Cogí una copa de champán y me reuní con Magda, que hablaba con
Mario, Miguel y Damián junto a una mesa alta colocada para que la gente
pudiese soltar las copas. Antonella pululaba por los alrededores saludando a
todo el mundo, como una abeja buscando miel.
—Reconocemos que te has lucido este año —indicó Mario señalando
con la mano a la orquesta que estaba en un lateral ambientando la noche.
—Una fiesta no es una fiesta sin una buena orquesta. —Me acerqué a
ellos para hablarles de manera confidencial—. Me han dicho que después
de la cena se transforman. Así que espero que tengáis ganas de bailar.
Los ojos de Magda se animaron de repente.
—Me encanta bailar. Y a ti no se te ocurra escabullirte —me avisó
señalándome con el dedo.
Sus ojos miraron la puerta con interés.
—Mira quién acaba de llegar.
No necesité volverme a mirar para suponer de quién hablaba, ya que
todas las cabezas de los alrededores se giraron a la vez. Aun así, fue
superior a mis fuerzas. Era como si una fuerza magnética me uniese a ese
hombre y tuve que volverme a mirarlo, como todos los demás.
Desde mi posición solo alcancé a ver su cara entre la gente, pero
nuestros ojos se encontraron solo un segundo y supe sin necesidad de seguir
mirándolo que se dirigía hacia mí.
—Viene hacia aquí —dijo Magda sin dirigirse a nadie en particular.
Yo di un trago a mi bebida y le di la espalda, intentando controlar mi
estómago que siempre daba un inoportuno vuelco cada vez que lo veía.
—Buenas noches —saludó a mi espalda.
—Buenas noches —saludaron todos los que estábamos allí.
Eso me hizo tener que volverme. Después de lo sucedido esa tarde en la
oficina no me apetecía demasiado volver a verlo.
Estaba guapísimo, como siempre, o al menos a mí me lo parecía.
Llevaba vaqueros oscuros, camisa blanca y americana. Su pelo castaño
rojizo lo llevaba repeinado como solía hacer y me dieron unas ganas
absurdas de meter mis dedos en su pelo y despeinarlo, como hacía siempre
que lo tenía en mis manos, o entre mis piernas.
¡Maniática que es una, oye!
—Quería felicitarte en persona por tu trabajo. —Miró alrededor dejando
la vista algo más de tiempo en la orquesta y me miró con una ceja
levantada, la diversión en sus ojos era evidente—. Veo que el que sea
viernes te ha animado a cambiar un poco la idea de lo que debe ser una
reunión de trabajo.
No pensaba recular, sabía a lo que me podía enfrentar si metía la
orquesta en el presupuesto.
—Bueno, después de la cena y la entrega de premios, no deja de ser fin
de semana. Creo que se han ganado un poco de diversión.
Me miró con tal intensidad, que supe exactamente lo que estaba
pensando sobre divertirse un fin de semana.
—Estoy de acuerdo contigo…, por esta vez.
Y se marchó a saludar a la gente que se moría por hablar con él.
¡Panda de lameculos!
—¡Oh! Ya los irás conociendo. Siempre hay gente que prefiere ascender
intentando hacer amigos que por su valor como profesional.
Mario se rio por el comentario.
—¿Has contratado una orquesta sin que él diese el visto bueno? —
Miguel se acabó la cerveza que se estaba bebiendo y cogió otra que le
acercó una camarera del catering
—Bueno, me dijo que tenía carta blanca para contratar lo que
considerara oportuno. Un poco de fiesta también es oportuno. No va a ser
todo trabajar.
Y lo decía yo, que le había dedicado a los preparativos de esa noche
muchas de mis horas de sueño de esa semana.
CAPÍTULO 9

CANDELA

La cena fue un éxito. Había sentado a la gente en mesas de unas ocho


personas, y había intentado mezclarlos en vez de sentarlos por secciones,
así que en todas las mesas había gente de recursos humanos con
comerciales, ingenieros, abogados etcétera, y los obligaba un poco a que
todos se conocieran mejor y se relacionaran entre ellos. No sabía si al final
de la noche habría gente que quisiera asesinarme, seguramente sí, pero
como bien me acababa de recordar mi jefe, seguía siendo una reunión
laboral hasta después de los premios, que se iban a entregar en ese
momento.
Yo había conseguido sentar a Dimas en la mesa más alejada de la mía.
Necesitaba tenerlo lo más lejos posible.
Habíamos pasado todos al salón de la orquesta donde se iban a entregar
los premios y todo el mundo estaba amontonado en un rincón del salón,
viendo como iban llamando a los compañeros para entregarles el incentivo
ganado ese trimestre. Una box experience para dos. Así que quien la ganara,
podía irse de fin de semana de aventuras, romántico o gastronómico.
Se entregaba un premio al ganador de cada sección, a todas y cada una
de ellas. Y eran muchas. Yo acababa de llegar, así que no esperaba
sorpresas en la sección de Administración a la que pertenecía. Sentí que
alguien se colocaba justo tras de mí, muy pegado, ya que en ese rincón
dónde estaba casi junto a la pared no cabía nadie más. O eso pensaba. Iba a
mirar quién era, cuándo lo olí y no tuve necesidad de mirarlo. Mi cuerpo
reaccionó al instante, el muy traidor, y sentí cómo mis sentidos se
agudizaban al máximo, como si presintiesen el peligro. Mis pezones se
pusieron erectos, recordando lo que podía hacerles y mi respiración se
aceleró… Todo eso sin necesidad de decir nada.
Estaba colocado tan cerca, que podía reclinarme en él si quisiera, y
como sabía que se había colocado ahí para torturarme, ya que parecía
haberse dado cuenta que llevaba toda la noche evitándolo, decidí vengarme
de él, a ver si aprendía de una vez a guardar las distancias. Me pegué más a
él y saqué un poco el trasero para provocarlo. Lo sentí coger aire con fuerza
y sonreí perversa al sentir su erección presionando en mis nalgas.
«¡Sufre un poco!», pensé.
Sus manos me sujetaron por la cintura con discreción para pegarme a él
todavía más y poder sentirlo más cerca.
—No te vuelvas —me susurró en la oreja.
Yo miré de manera nerviosa a mi alrededor para ver si alguien nos podía
estar mirando y respiré aliviada cuando comprobé que todos estaban
colocados algo más adelantados a nosotros y que si no miraban para atrás,
nadie podía ver sus manos en mi cintura.
Debían dolerle los huevos de la enorme erección que sentía en mis
nalgas, pero algo en mi interior se alegraba de que fuera yo quién conseguía
ponerlo tan caliente.
—¿De qué te ha servido evitarme toda la noche? —me susurró tan cerca
del oído que mi piel se erizó con el calor de su aliento—. Al final siempre
terminas entre mis brazos.
Intenté apartarme de él y solo conseguí que me sujetara con más fuerza.
Ya no podía simular que no me importaba, mi corazón palpitaba
descontrolado y podía sentir mis braguitas humedeciéndose. Solo con su
cercanía había conseguido ponerme tan caliente como estaba él. Restregué
mi culo por su erección sin vergüenza y el gruñó en mi oído e impulsó las
caderas hacia mí para que pudiera sentirlo mejor. Sentí que una de sus
manos se colaba por entre mis piernas y me subía el vestido según iba
subiéndola. Yo me sujeté la falda del vestido por delante para intentar
mantenerla en su sitio y miré de nuevo a mi alrededor para comprobar que
todos miraban al escenario.
Respiré aliviada cuando comprobé que nadie se interesaba por nosotros.
Sus dedos apartaron mi tanga y comenzaron a acariciarme y comprobar
lo húmeda que me tenía. Tuve que dejarme caer sobre su cuerpo porque mis
piernas comenzaron a aflojarse cuando metió un dedo en mi interior
—No digas una palabra —susurró mientras comenzaba a mover el dedo
con maestría.
Me mordí la mejilla mientras comenzaba a moverme sobre su mano.
Él gimió en mi oído.
—Vamos al baño de mujeres —susurró entre dientes.
Negué con la cabeza.
¿Se había vuelto loco?
Ante mi negativa, metió otro dedo dentro de mí dispuesto a torturarme,
esta vez en serio. No iba a poder mantener el tipo más tiempo allí sin que se
dieran cuenta, y el muy cabrón lo sabía. Abrí un poco más las piernas para
darle mejor acceso a mi cuerpo y me recliné sobre él.
¿Podía haber algo más erótico que tener a tu impresionante jefe
masturbándote en una sala llena de gente?
«¡He perdido la cabeza!» me dije en un segundo de lucidez.
—Vamos al baño, no quiero dar un espectáculo en el salón —me gruñó
al oído y de repente sacó sus dedos de mí, dejándome vacía y desconsolada,
me bajó la falda para colocarla en su sitio y se abrió paso para marcharse
con rapidez por el pasillo que se abría a la derecha. No lo pensé demasiado.
Mi cuerpo solo deseaba encontrarse con él de nuevo y que acabara lo que
estaba haciendo, tan bien, hacía solo unos segundos.
Me dirigí al baño con piernas temblorosas y entré sin saber bien si él
estaría allí o no. O si me encontraría con alguna otra mujer allí dentro.
No había ninguna mujer, solo Dimas, que me cogió de una mano y se
introdujo con rapidez en el último cubículo para ponerme contra la pared
mientras él se bajaba sus pantalones. Me mordió el cuello desnudo,
poniendo el pelo suelto a un lado, con no demasiado cuidado
—Eres peligrosa para mi salud —me dijo al oído mientras seguía
bregando con su ropa—. Te huelo por la mañana cuando llegas y ya estoy
empalmado todo el día. Solo soy capaz de pensar en cuándo voy a poder
follarte sobre la mesa de mi despacho o en cualquier otro sitio.
Oí cómo rasgaba un condón y me pregunté absurdamente si este hombre
solo llevaba condones en los bolsillos del traje. Me abrió las piernas y se
coló en mí de un empellón que nos hizo gemir a ambos.
—Solo pienso en follarte a todas horas. —Comenzó a moverse con
rapidez y con brusquedad, cada vez más rápido. Yo solo podía apoyar las
manos en la pared y sacar el culo para amortiguar un poco sus embestidas.
—No podemos seguir haciendo esto —solté entre gemido y gemido.
—No, no debemos —gruñó él, pero siguió empujando dentro de mí sin
compasión—. Voy a ser rápido, no podemos faltar mucho tiempo.
De repente sentí la necesidad de recordarle algo para que no se llevara a
engaño conmigo:
—No soy tu puta particular, no te engañes conmigo.
Se paró un segundo y me volvió la cara para que pudiera mirarlo.
—¿De qué estás hablando? Por supuesto que no eres mi puta… No sé lo
que eres ni lo que tienes, pero no puedo alejarme de ti. —Me besó la sien
un segundo en el único gesto cariñoso que había tenido conmigo en todo
este tiempo—. Me tienes pillado por las pelotas, Candela, y no me importa
en absoluto, últimamente solo pienso en estar dentro de ti.
Siguió moviéndose con más rapidez y yo empezaba a sentir que mi
vagina se preparaba para el orgasmo.
—No puedo aguantar mucho más —susurró en mi oído y gimió con
intensidad cuando contraje mi vagina ante sus estocadas—. Dios, voy a
correrme, Candela…
Yo me corrí entre gemidos y sentí cómo se tensaba a mi espalda y se
corría también con un hondo gemido mientras me aprisiona con fuerza entre
sus brazos.
—¿Estás bien? —Salió de mí y yo me quedé unos segundos
recuperándome del intenso orgasmo—. Candela… —Su tono preocupado
me hizo volverme para mirarlo. Me enseñó el preservativo manchado de
sangre—. ¿Te he hecho daño? —Me miró preocupado y abatido de repente,
pensando en que había podido hacerme daño por el sexo tan brusco que
acabábamos de tener.
Yo sentí mis ovarios doloridos y negué con la cabeza. Llevaba varios
días esperando que me bajara la regla y ahí estaba la puñetera, fija como un
reloj.
—No me has hecho daño. —Le acaricié la mejilla, que raspaba un poco
por su barba de unas semanas, para intentar borrar la preocupación de su
rostro—. Me está bajando la regla.
Su mirada cambió en un instante por la comprensión y se agachó para
acabar de vestirse.
—¿Necesitas algo?
El tono indeciso de su voz me enterneció y como no quería sentir
simpatía por él ni por nadie, me obligué a cambiar mi tono.
—No, solo un poco de intimidad para limpiarme.
—Claro. —Salió del cubículo tras comprobar que no había nadie en el
baño y después lavarse las manos, salió con rapidez mientras yo me
limpiaba los comienzos de la regla y me tomaba unos segundos para
aclararme un poco.
«¿Qué coño estás haciendo, Candela?» «¡Nada de sexo en el trabajo!»
me reproché a mí misma mientras me colocaba un tampón y me arreglaba
para salir a la fiesta.
Y la parte insensata de mí, que es una parte muy grande, pensó triunfal:
«Para ser sinceros ya no estamos en la jornada laboral».

Cuando volví a la fiesta estaban acabando con la entrega de premios y


Dimas no estaba por ninguna parte, cosa que agradecí. Busqué a Magda y la
vi subiendo al escenario para decirle algo a la encargada de los premios, de
la cual solo sabía que se llamaba Olga.
—Bueno, me dicen que nuestro jefe quiere decirnos unas palabras antes
de que empiece la verdadera fiesta.
La gente silbó y Dimas apareció en escena con un ramo de rosas y un
enorme peluche con forma de oso panda que era una preciosidad.
«¡Me encantan los peluches! ¡Cuanto más grandes mejor!» «¿Quién
será la afortunada?» pensé con cierta envidia.
—Quiero agradeceros a todos la labor que estáis haciendo, aunque sea
uno solo el que pueda ganar un premio.
La gente comenzó a silbarle, como gesto de simulado disgusto. Él
sonrió.
—Seguid haciendo tan buen trabajo como hasta ahora. —Su mirada se
puso a buscar entre la gente y yo me escondí tras el grupo que tenía delante
de manera instintiva—. Quiero dar un último regalo esta noche a una
persona que, aunque lleva poco tiempo con nosotros, ha demostrado estar
totalmente involucrada en la empresa y es capaz de organizar algo como lo
que ha hecho esta noche y de trabajar sacrificando sus horas de descanso.
Mi pulso se paró… «No puede estar pasando esto» me dije. Miré a
Magda, que estaba junto a él y que sostenía al peluche, y vi que me guiñaba
un ojo.
¡Traidora!
—Quiero un fuerte aplauso si estáis de acuerdo en que está siendo la
mejor fiesta de entrega de incentivos de la historia.
La gente se volvió loca aplaudiendo y Mario, Jaime y Miguel me
sonrieron desde unos metros de distancia. Vi también a Juan en un extremo
mirándome divertido.
—Quiero que mi nueva secretaría Candela Salas suba a recoger el
premio a la mujer que es capaz de hacer de una entrega de incentivos, una
fiesta por todo lo alto con tan solo una semana de tiempo.
La gente se volvió a mirarme silbando y aplaudiendo como locos.
«¿Cuánto han sido capaces de beber ya para estar tan fuera de sí? ¡Si la
verdadera fiesta aún no ha empezado!» me dije sin querer subir al escenario
avergonzada.
Miré a Dimas y vi que me sonreía desde el escenario. Me tendió una
mano para animarme a subir, y yo me quería morir de vergüenza. Odiaba
ser el centro de atención. Odiaba que la gente me mirara más de dos veces y
odiaba lo que ese hombre pelirrojo conseguía hacerme desde la distancia.
La gente me hizo un pasillo para animarme a que subiera y no me quedó
más remedio que avanzar lentamente, sin tenerlo demasiado claro.
—No seas tímida —soltó Magda cuando me coloqué a su lado.
La gente me silbaba y me aplaudía y yo solo pensaba en salir corriendo.
Dimas me pasó el micrófono y me miró divertido ante mi cara de terror.
—Quiero que nos expliques cómo has sido capaz de organizar todo esto
en tan solo una semana.
Lo miré sin saber muy bien qué decirle. Solo era capaz de recordar lo
que habíamos estado haciendo en el baño solo media hora antes.
—Vamos, no seas tímida —me dijo Dimas mirándome divertido. Estuve
segura de que el muy cabrón estaba disfrutando con mi vergüenza
—Bueno, Toñi ya tenía casi todo organizado —murmuré intentando
quitarme toda la importancia que todos se habían empeñado en darme.
—No me creo que Toñi haya sido la encargada de buscar una orquesta
—soltó él para que todos los demás se rieran.
Me hubiese encantado conocer a esa mujer.
—Bueno, si os ha gustado hasta ahora, la noche no ha hecho más que
empezar.
Él se rio y me entregó las flores que puse en un brazo mientras me
acercaba a su cuerpo para darme dos besos en las mejillas, muy cerca de la
comisura de la boca, con lentitud. Su olor corporal consiguió que se me
hiciera la boca agua, como me pasaba siempre con él. Magda me entregó el
peluche y supe que habían hablado entre ellos para que hubiera decidido
regalarme el enorme oso que apenas podía coger con la otra mano.
—Felicidades por tu trabajo y bienvenida a mi empresa —murmuró
mientras me miraba con intensidad.
—Que empiece la fiesta.
Fue lo único que se me ocurrió decir y la orquesta se puso a tocar de
inmediato el «Bienvenidos» de Miguel Ríos y la gente se volvió
literalmente loca. Me sorprendí de que, para ser una empresa que llevaba
tanto tiempo en el mercado, ya que la levantó su padre con el progenitor de
la famosa Tania, la mayoría de la plantilla la conformaban personas entre
los veinte y los cuarenta años, salvo algunas excepciones, que estaban en la
barra sonriendo a los jóvenes que habían tomado la pista para bailar como
locos.
Me bajé del escenario con Magda de la mano, que me empujaba hacia la
barra para pedirnos una copa.
No volví a hablar con él en el resto de la noche. Aunque de vez en
cuando sentía sus ojos claros mirándome desde la distancia.
CAPÍTULO 10

CANDELA

Me pasé el fin de semana entre la cama y el sillón por lo mucho que me


dolían los ovarios por la maldita regla. Tenía pensado ponerme al día con
las labores de la casa y limpiarla a fondo, cosa que no podía hacer ahora
que no me encontraba bien.
Me gustaba mi casa, situada en uno de los mejores barrios de Madrid, y
tan solo a unas manzanas de la oficina. Era un ático precioso con una gran
terraza donde me gustaba tomar el sol en verano y cenar bajo la luz de la
luna. Aunque en el mes de febrero en el que estábamos no apetecía
demasiado salir a tomar el fresco.
Era cierto que con mi sueldo no podía pagar para vivir en semejante
sitio, pero resultaba que el inmueble fue un regalo de bodas de mis
padres…, con el que tenía que haber sido mi marido y con el que no llegué
a casarme porque lo pillé en la cama con una de las que tenía que haber sido
mi dama de honor. Por supuesto cancelé la boda y decidí quedarme con la
casa, que me encantaba y que solo me recordaba al cabrón de mi ex en
algunos momentos.
Por eso me negaba a mantener ningún otro tipo de relación con los
hombres que no fuera puramente sexual o como amigos. Porque quedé tan
jodida después de esa puñalada trapera, que no podía evitar desconfiar de
todos los que se acercaban a mí con intenciones románticas.
No volvería a tropezar dos veces con la misma piedra.
A partir de entonces solo buscaba sexo cuando me apetecía y luego cada
uno a su casa. Así no había manera de que ningún otro hombre se
equivocase conmigo.
Había vivido llevando ese tipo de relaciones casi tres años, desde que
pasó lo de Julio y lo llevé bastante bien, aunque a mi amiga Magda se la
llevaran los demonios cada vez que salía el tema.
No quería regalos de cumpleaños ni cenas románticas ni que me
acurrucaran en la cama mientras oímos la lluvia caer. Ni pasear los
domingos por el retiro, y por supuesto me negaba en redondo a tener hijos y
formar una familia.
No necesitaba ni quería a ningún otro hombre en mi vida y darle la
oportunidad de que cogieran mi corazón y lo pisotearan como hizo mi
prometido.
Me negaba en redondo.
Me acurruqué con el peluche que dejé sobre el sillón, cuando llegué el
viernes tras la fiesta, y no pude evitar pensar en Dimas y en la relación tan
extraña que había entre nosotros.
Cierto que la relación con él era totalmente diferente por la casualidad
que hizo que nos encontráramos el primer día en el local de intercambio de
pareja.
Si me hubiesen dicho que iba a terminar follándome a mi jefe varios
días a la semana, los hubiese tildado de locos, porque, de hecho, evitaba
tener cualquier tipo de relación personal con los hombres fuera de ese sitio.
Reconocía que mi jefe era un hombre muy extraño. Se suponía que tenía
prometida, aunque no parecía nunca estar contento de verla. De todos
modos, un hombre con novia rara vez va a ese tipo de sitios solo, así que él
conseguía descuadrarme por completo. Coincidíamos en que lo que
estábamos haciendo era una locura, pero no parecía que tuviese ninguna
intención de dejar la relación sexual que teníamos, tan increíblemente
placentera.
Era pensar en él y mi corazón se aceleraba, y me excitaba como nadie
había conseguido excitarme antes. Era morboso y peligroso hasta decir
basta. Conseguía volverme loca cuando vi esas cejas eternamente fruncidas
en un rictus de seriedad y esa barbilla orgullosa y altanera. Su boca seria y
sus ojos claros con esa mirada de estar siempre por encima del bien y del
mal, conseguía ponerme a cien. Y saber lo que me hacía con lo que
guardaba en los pantalones…
Mi vagina se contrajo y mis ovarios protestaron en voz alta, así que me
obligué a poner la tele y buscar algo que pudiera ver que me hiciera
olvidarme del demonio hecho hombre que era la encarnación de mi jefe.

Para mi consternación, coincidimos el lunes en el ascensor. Subimos los


dos solos y le entregué el café para llevar que le acercaba todas las
mañanas.
—Buenos días.
Me observó con tanta intensidad que me moví nerviosa. El aire del
ascensor parecía crepitar a nuestro alrededor. Llevaba un traje de tres piezas
en un gris precioso y un abrigo de paño de color más oscuro, casi negro,
que le sentaba como si fuese un maldito actor de cine.
Me jodía un montón que siempre pareciera que iba a salir en un anuncio
en la tele, cuando yo me sentía como si acabase de levantarme, estuviese sin
peinar y todavía llevase el pijama puesto.
—Buenos días —le contesté sin poder disimular mi mal humor
mañanero que solía llevar de serie todos los días.
Él sonrió enseñando sus perfectos dientes blancos, lo que consiguió
molestarme aún más.
—¿Una mala noche?
Decidí no contestarle y le di un trago a mi café, que me quemó la boca y
la garganta sin ninguna piedad, lo que empeoró mi humor varios grados
más.
—Deberías tener cuidado antes de beberlo tan alegremente. —Con la
mirada que le lancé, él levantó las manos, divertido, en señal de rendición.
—¿Siempre te levantas de tan mal humor?
Silencio.
—No te va a gustar mi respuesta —le solté cuando salí del ascensor y
me dirigí a mi mesa con paso rápido para coger la agenda y acompañarlo al
despacho para recordarle todas sus citas del día—, así que agradece que no
te conteste.
Lo seguí al despacho y se quitó el abrigo mientras esperaba que se
encendiera su ordenador.
—No me importa tu mal humor mañanero —me soltó de repente,
mirándome para ver mi reacción—, solo siento no poder besarte hasta
conseguir borrar de tu boca ese rictus severo que pones cuando estás
enfurruñada.
«¡Joderrrrr! ¡Lo que me faltaba esta mañana!»
—No doy besos, ni por la mañana ni a ninguna hora —le recordé, no
supe muy bien por qué.
—Lo sé. —Me siguió mirando con atención para poder ver mi reacción
—, y me encantaría saber por qué, o mejor, que te olvidases de esa estúpida
norma.
Levanté la mirada sorprendida por sus palabras, pero no sabía muy bien
qué decirle.
—¿Podemos empezar a trabajar ya o va a pasarse más tiempo diciendo
tonterías?
Vi cómo su gesto se ensombreció y se inclinó sobre la mesa como si
quisiera alcanzarme desde allí.
—Cuidado, Candela…, no olvides nunca con quién hablas.
Esa mañana no estaba para flirteos de ningún tipo, los ovarios me
estaban matando y no me gustaba nada que se tomase confianzas en el
trabajo.
—No tiene ningún derecho a hacerme preguntas personales en el trabajo
—le solté sin ningún cuidado.
Él suspiró y se acomodó de nuevo en su asiento. La mirada feroz de sus
ojos desapareció y la cambió por curiosidad.
—Tienes razón, discúlpame.
Asentí con la cabeza para dejarlo estar y lo miré un segundo intentando
averiguar qué estaba pensando. Me di por vencida y abrí la agenda
recordándole todo lo que tenía organizado para ese día.
—Mañana tiene un viaje a París —le recordé—. Ya he hecho su reserva
del hotel, en el mismo de siempre.
—Reserva otra habitación —me dijo levantando la vista de la pantalla
del ordenador.
Lo miré, curiosa por sus palabras, esperando que me aclarase lo que
pensaba hacer. Entonces añadió:
—Como sé que hablas bien francés, vendrás conmigo.
—¿Qué? —¡Lo que me faltaba!—. No, no, no.
Dimas se levantó con rapidez y se acercó a mí, mirándome con rostro
serio.
—No es negociable. —Sus palabras sonaron frías—. Necesito un
intérprete y tú lo hablas con fluidez.
—No puedo volar mañana. —Mi pánico debió notarse en mi voz porque
me miró entrecerrando los ojos, preguntándose el porqué de mi negativa.
—¿Por qué?
¿Qué podía decirle? ¿Me daba miedo volar? ¡No quería pasar tiempo
con él fuera del horario laboral! Era absurdo porque en el contrato ponía
que tenía que hacer viajes al extranjero, por ferias, convenciones o
reuniones. Así que no tenía ningún motivo válido que poder decirle.
—Motivos familiares —me inventé de repente, aunque debía leer la
mentira en mi rostro, porque se sentó en el filo de la mesa para mirarme con
atención.
Yo tuve que reacomodarme en el asiento para que nuestras piernas no se
rozasen. Me jodía un montón que me mirara como si pudiese leer en mi
interior.
—¿En serio?
Yo decidí aferrarme a esa excusa que de repente esperaba que me
sirviera y él la aceptase. Por supuesto no lo hizo. Hubiese sido demasiado
bueno.
—Arréglalo —soltó sin dedicarme más tiempo, así que se levantó y me
dio la espalda dando por terminada la charla—. No hace falta que vengas a
la oficina mañana, te recogeré en tu casa a las ocho de la mañana.
Cuando iba a quejarme, añadió con frialdad:
—No quiero oír más excusas. Este trabajo te mantendrá fuera del país a
menudo, vete acostumbrando.
Salí arrastrando los pies, sintiendo que la semana no podía empezar
peor.

Intenté dejar ese día todo mi trabajo acabado para poder dedicarme en el
viaje solo y exclusivamente a hacerle de intérprete. Saqué toda la
información que tenía sobre las reuniones a las que iríamos e intenté
mantenerme lo más informada posible sobre la reunión a las que teníamos
que asistir y las empresas con las que nos reuniríamos. Para eso, tuve que
pedirle a Dimas que me pasase toda la información que tenía él. Volví a
llamar al hotel para reservar otra habitación y me dieron justo la que estaba
junto a la suya, ya que el resto de las habitaciones estaban ocupadas por la
afluencia de gente que iría a la misma feria a la que asistíamos nosotros.
Le mandé un mensaje para que supiese lo que le iba a costar llevarme a
París, pensando que, quizás, solo quizás, decidiera dejarme aquí, pero no
tuve tanta suerte.

«No me importa lo que cueste la habitación, Candela, ¡deja de


buscar excusas!»

No me gustaba volar; nunca me había gustado. Y las veces que había


tenido que hacerlo, había sido tomando los suficientes tranquilizantes como
para que no me importara nada de lo que sucedía a mi alrededor.
Evidentemente no podía aparecer colocada ante mi jefe, así que me levanté
sin apenas haber dormido, y me dispuse a arreglarme lo suficiente como
para parecer una mujer de negocios, fría y profesional, aunque tuviese el
estómago revuelto y mi cara pálida cantase por bulerías lo mal que me
encontraba.
A las ocho de la mañana en punto llamaron al porterillo y bajé dispuesta
a enfrentarme a lo que fuera que se esperaba de mí durante esos tres días,
que era el tiempo que íbamos a estar fuera.
—¿Estás lista? —preguntó mientras me cogía la maleta y la colocaba en
el portamaletas del Mercedes todoterreno negro, al mismo tiempo que yo
me subía en el asiento del acompañante esperando a que él se sentase junto
a mí.
Asentí con la cabeza sin querer decirle nada más. Lo observé cuando
subía al coche y pude oler su caro perfume, que extrañamente consiguió que
mis nervios se relajasen un poco. Me observó al sentarse a mi lado y asintió
con la cabeza antes de arrancar el coche e incorporarse al tráfico de esas
horas de Madrid, que era igual de malo que siempre.
Condujo en silencio, atento a la carretera, y me sorprendí al llegar a un
aeródromo y entonces recordé que la empresa de Dimas disponía de jet
privado para visitar sus distintas delegaciones a lo largo y ancho del mundo.
¡Qué asco de tío!
Paró el coche justo al lado de un avión con el nombre de la empresa en
un lateral y me sorprendí mirándolo embelesada. No sabía por qué, pensaba
que un avión privado iba a ser mucho más pequeño.
Dos azafatas uniformadas saludaron a Dimas con una sonrisa de
bienvenida, junto a las escaleras, cuando sacamos las maletas del coche y
subimos al avión. Tenía varias filas de asientos a cada lado de un pasillo
central con una mesita delante de cada asiento en madera noble. Miré
nerviosa los asientos de piel de color crema y observé la puerta pensando si
aún tenía tiempo de dar media vuelta y marcharme antes de que los motores
se pusieran en marcha.
—¿Nerviosa?
Dimas me dirigió a un asiento y se sentó junto a mí, colocando el
maletín del ordenador sobre la pequeña mesa que teníamos delante, supuse
que para terminar de repasar los datos para la reunión que teníamos dentro
de tres horas en la oficina que la sucursal de la empresa tenía en París.
—No me gusta demasiado volar —le contesté mirando el avión para
intentar asegurarme de que todo iría bien.
—¿Por eso has puesto tantas pegas en venir a París? —Sus ojos claros
me miraron curiosos.
¿Qué podía decirle? No era solo por el miedo a volar, sino porque no
quería pasar tiempo con él fuera de la seguridad de la oficina. Me ponía
demasiado nerviosa y sabía que solía jugar sucio para conseguir lo que
quería, además de que parecía conocer muy bien lo que me hacía sentir en
las distancias cortas.
—Algo así —susurré en voz baja para no tener que decirle la verdad.
—¿Quieren tomar un café? ¿Té? ¿Algo para desayunar?
Miró a la azafata que se había acercado a nosotros observando a Dimas
con una sonrisa lasciva. Que él no se diese por aludido me hizo sentir un
perverso placer. «¿Es que no hay ninguna mujer que no se sienta atraída por
este hombre?» me pregunté molesta conmigo, y no pude evitar mirar a la
azafata de malos modos. ¡Pobrecita! Ella no tenía la culpa de que yo
estuviese nerviosa como un flan y también me sintiera irremediablemente
atraída hacia este hombre poderoso, que sabía perfectamente el poder que
ejercía su masculinidad en las féminas. Y estaba decidida a pasar con él tres
días en París sin conseguir que su sex appeal me atrapase de nuevo bajo su
influjo y acabar en su cama, como todas las veces que me había acercado a
él fuera de la oficina.
«¡Mantente firme, Candela!» me dije a mí misma para intentar darme
ánimos.
—Ya estoy demasiado nerviosa, como para tomar más cafeína —
susurré.
Dimas me sonrió intentando tranquilizar mis crispados nervios.
—¿Prefieres un zumo de naranja?
Asentí, agradecida, pensando que quizás me ayudase a calmar un poco
mis nervios.
—Bien. —Levantó la vista hacia ella sin hacer caso de su sonrisa
coqueta—. Tomaremos dos zumos de naranja, un café solo para mí, algo de
bollería para los dos y fruta fresca.
—Por supuesto, se lo traeré todo en cuanto despeguemos.
En ese momento se escuchó la voz del capitán por la megafonía
indicándonos que nos pusiésemos los cinturones porque íbamos a despegar
ya, el tiempo que tardaríamos en llegar y algunos datos más sobre la
temperatura exterior, la altitud a la que volaríamos y otros datos más que
solo consiguieron estresarme más de lo que ya estaba.
Cerré los ojos cuando el avión se puso en movimiento y apreté los
dientes intentando controlar mis nervios. Comencé a respirar hondo, como
me indicó la psicóloga a la que fui para intentar controlar mi fobia a las
alturas.
—Tranquila…, despegaremos en seguida.
Sentí su voz junto a mi oído para hacerse oír a través del ruido de las
turbinas de los motores, mientras me cogía la mano que tenía apoyada en el
reposabrazos. Me aferré a ella apretando su mano con la fuerza suficiente
como para que mi jefe me mirase preocupado por mi reacción.
Él me apretó la mano indicándome que estaba conmigo.
—¿Tienes familia?
La pregunta soltada así de repente me hizo mirarlo a la cara
olvidándome por unos segundos del miedo que sentía un momento antes.
Aunque supuse que para eso me la había hecho, para intentar distraerme.
—Nada de preguntas personales, ¿recuerdas? —le solté de manera
bastante grosera mientras seguía sujetándome a su mano como si me fuera
la vida en ello.
—¿Hay alguna ley que prohíba que tenga una conversación con mi
secretaria cuando está a punto de tener un ataque de pánico?
Podía oír la curiosidad debajo del tono divertido con el que me hacía la
pregunta, y lo miré de reojo sin saber bien si contestarle o no.
—¿Y tú? —le solté de repente, lo que lo hizo sonreír levantando una
comisura del labio. Por supuesto eso lo hizo aún más sexi de lo que
normalmente era.
—Sí, mis padres y mi hermana pequeña viven en Madrid, y tengo tíos y
primos repartidos por todo el territorio nacional. Algunos incluso en el
extranjero, por Edimburgo, creo.
Lo narró con tal soltura que me obligó a sonreír e intentar dejar de ser
tan capulla con él.
—Soy hija única —dije como único dato.
Dimas me miró con intención de quejarse y al final decidió callarse,
aunque no por mucho tiempo.
—¿Estás casada o prometida? ¿Tienes hijos?
—¿Y tú?
—No creas que contestar mis preguntas con otra pregunta te valdrá
siempre. — Estudió mi cara antes de continuar—. Te lo dejaré pasar solo
por ahora. Normalmente me gusta que la gente conteste a mis preguntas.
—¿Y si no lo hago?
No sabía por qué lo retaba así, pero me jodía un montón que se creyese
que por ser mi jefe tenía que contestar todo lo que me preguntase.
Odiaba las preguntas personales y hablar de mí, porque
irremediablemente esas preguntas llevaban a tener que hablar de mi ex
prometido y de mi boda que no se celebró, de lo que pasó a solo dos días
del enlace, y no me daba la gana tener que recordarlo.
Lo volví a mirar de reojo intentando ver lo que pensaba, cuando noté
que el avión se estabilizaba por fin en el aire. Solté un sonoro suspiro, tan
hondo, que pensé que me habían oído los pilotos en la cabina.
—¿Ves? ¡Ya está! Ahora podrás relajarte y dejar de apretarme la mano
como si estuvieras de parto.
Solté una carcajada cuando lo vi abrir y cerrar la mano que le tenía
sujeta, con evidente gesto de dolor en la cara.
—¿Has apretado muchas manos en la sala de partos?
Sabía que no tenía hijos, pero normalmente no estaba tan comunicativo
y decidí aprovecharme un poco de la situación para enterarme de algunos
cotilleos.
—Todavía no, pero eso dicen, ¿no? —Me miró sonriendo para ponerse
serio de repente—. No creas que se me ha olvidado que no has contestado a
mi pregunta.
—Tú tampoco. —Lo miré de la misma manera.
Sus ojos claros recorrieron mi cara con detenimiento antes de suspirar
exasperado.
—No, no tengo mujer ni hijos.
—Pero sí estás comprometido con Tania —le recordé en voz baja.
No esperaba su cambio de actitud ni la frialdad con la que me miró de
repente.
¡A la mierda el buen rollo!
—Mi compromiso no es de tu incumbencia. Pongámonos a trabajar.
«¡Será borde el tío!» pensé.
De verdad que no había quien entendiera a este tío ni sus cambios de
humor.
CAPÍTULO 11

CANDELA

El día lo pasamos entre reunión y reunión, y apenas nos tomamos un


pequeño descanso para comer algo a mediodía.
Nos acompañaba Marie, que era la jefa de la oficina en París. Por su
manera de mirar a Dimas pensaba que esos ya habían estado liados antes.
Respiré aliviada.
Si la franchute quería sexo esa noche, esperaba que lo entretuviese lo
suficiente como para que Dimas se olvidara de mí esos días, ya que tenerlo
tan cerca, trabajando juntos codo con codo, estaba haciendo añicos mi
intención de mantenerlo lejos de mí a toda costa. Y, por otro lado, cada vez
que la veía poniéndole ojitos, me entraban unas ganas de cogerla del moño
y arrastrarla por el inmaculado pasillo de las oficinas centrales, que me
sorprendía hasta yo de la mala leche que me entraba.
Como no quería absolutamente ninguna relación personal con mi jefe ni
con ningún otro hombre, no conseguía entender qué cojones me pasaba, y
ese cacao mental que tenía conseguía ponerme de peor humor, si eso era
posible.
Dimas me miraba de reojo de vez en cuando, con seguridad evaluando
mi cara de mala leche, y consiguió joderme un montón cuando una de las
veces que lo pillé haciéndolo, me levantó una ceja preguntándome qué se
suponía que me ocurría. Yo bajé la mirada sin contestarle y evité fijarme en
que la franchute le había puesto una mano sobre la pierna y se la acariciaba
de manera lasciva, sin cortarse un pelo porque yo estuviese delante. Y él se
dejaba querer, lo que me confirmaba mis sospechas de que entre ellos había
o hubo mucho más que una relación puramente profesional.
¡Menudo picha brava internacional estaba hecho el señorito!

La tarde la pasamos de nuevo reunidos con unos futuros clientes, y para el


final de la reunión, casi a las siete de la tarde, yo me encontraba agotada.
Mi cabeza iba lenta y mis pensamientos eran un barullo de ideas
entremezcladas que no conseguía aclarar. Solo deseaba meterme en la cama
y dormir una semana entera.
Había dormido muy poco en los últimos días. Estuve molesta con la
regla y mis nervios deshechos por tener que viajar. Además, me pasé todo el
día traduciendo del francés al español todo lo que se dijo en la reunión para
que Dimas lo entendiera, aunque algo me decía que entendía el idioma
mejor de lo que me dijo, acabando con casi todas mis energías y solo
deseaba tumbarme un rato.
Fui al baño cuando acabó la reunión y me refresqué la cara para intentar
espabilarme un poco. Marie entró en con esa sonrisa de suficiencia que
solía mostrarme cuando me veía, como si supiese algo que yo desconocía, y
consiguió irritarme de nuevo.
Tenía que reconocer que era una mujer muy sexi, de pelo rubio y cuerpo
delgado y esbelto. Era muy segura de sí misma, cosa que me jodía mucho
en algunas personas, como si se creyeran por encima de todos los demás.
Para ser sinceros, Dimas lo estaba por ser quien era; un empresario
ambicioso, poderoso y joven, lo que suponía que aún podía conseguir
grandes cosas a nivel profesional. Encima era guapo como el pecado y tenía
un cuerpo de infarto que el maldito sabía muy bien la sensación que
causaba en las mujeres… Pero ella… suponía que se sentía especial porque
había conseguido meterse en la cama del gran jefe, que en el fondo era lo
que intentaba hacerme ver a mí durante todo el día, como si no fuese más
que evidente.
No podía evitar ver las diferencias entre nosotras. Yo intentaba que
nuestra relación sexual no saliese a la luz y nadie se enterase, para que
nadie pudiera recriminarme que mi puesto en la empresa era por meterlo en
mi cama, y ella hacía justamente lo contrario: presumir, sin ningún reparo,
de que se había metido en su cama. Pero era tan déspota con todo el que
trabajaba para ella, según había podido comprobar en lo que llevaba de día
por el trato a sus trabajadores, que no le importaba lo más mínimo lo que
los demás pudieran pensar de ella, incluida yo.
No sé por qué pensaba que ella me creía su rival, pero no tenía ningún
problema en aclararle que no estaba interesada en él. ¡Todo para ella si lo
quería!
Reconocía que era un hombre impresionante en la cama, pero mi
instinto me decía que no iba a poder manejarlo a mi antojo como intentaba
hacer hasta ahora, porque era demasiado poderoso para dejarse manejar por
nadie, y él lo sabía. Por lo tanto, necesitaba alejarlo de mí y de mi seguridad
mental y emocional, así que me venía perfecto que esos días se centrase en
Marie y se olvidase de mí.
—Dimas y yo vamos a ir a cenar a un lugar muy íntimo y especial para
nosotros.
La miré mientras me secaba las manos y me retocaba el maquillaje que,
de todas maneras, no podía ocultar mi cara de cansancio. La miré a través
del reflejo del espejo, ya que estaba junto a la salida y podía verla
perfectamente desde mi posición.
—¿Y? —No pude evitar molestarla un poco.
—Que no deberías venir y jodernos la velada.
Ahí estaba, más claro que el agua. Yo sonreí sin hacerle ver que me
molestaba lo que me decía. Estaba completamente segura de que lo había
dicho con esa intención.
—Que os aproveche. —Pasé junto a ella con la intención de salir para
poder marcharme al hotel de una vez—. Pero quizás Dimas no opine lo
mismo que tú.
—Pues invéntate algo y déjalo tranquilo por una vez.
—¿Yo? —Le sonreí solo por el placer de molestarla—. Quizás es que tú
no le interesas y no has querido verlo todavía.
Me siguió hasta la puerta y nos encontramos cara a cara con Dimas, que
salía también del baño de los hombres.
Nos miró a ambas con detenimiento como queriendo averiguar lo que
pasaba entre nosotras.
—¿Nos vamos? —dijo mirándome a mí. Me sonrió, lo que hizo que
Marie frunciera el ceño, molesta—. Pareces cansada. Podemos cenar en el
hotel, si quieres.
—De hecho —añadió ella acercándose a él para colocarse delante y
obligarme a hacerme a un lado—, he reservado en la trattoria que tanto te
gusta. —Me miró con gesto triunfal—. Candela acaba de decirme que está
muy cansada para acompañarnos.
Dimas la miró a ella y luego a mí con intensidad, para él debía ser más
que evidente lo que Marie estaba tramando.
—¿En serio no quieres acompañarnos? —Por su tono de voz supe que
no se había creído nada. Pero era una excusa muy buena, porque entre otras
cosas era verdad que lo último que me apetecía esa noche era
acompañarlos.
—Estoy muy cansada, cenaré algo en el hotel y me iré a dormir pronto.
Subimos los tres en el ascensor que, a esa hora de la tarde, estaba ya
vacío. Dimas se puso a mí lado y Marie se colocó frente a nosotros.
—Puedo pasar por tu hotel si quieres —le dijo ella para obligarlo a
aceptar la cena.
Dimas me miró intentando descifrar mi cara y al final suspiró y asintió
con Marie.
—De acuerdo.
—Pasaré a las ocho a recogerte.
Se montó en su coche y nosotros esperamos al taxi, que al parecer había
pedido para que nos llevase al hotel, ya que se había negado a que Marie
nos acercase.
—No te creas que no sé lo que estás intentando —me soltó cuando me
subí al taxi a su lado—. Te quiero en mi habitación esta noche.
Lo miré sorprendida y su mirada encendida me dijo lo que ya suponía
de ese viaje. Él no iba a darse por vencido, pero yo tampoco, o eso
esperaba; no ceder con él. Se aflojó la corbata y ese movimiento llenó mis
fosas nasales de su olor corporal lo que me hizo recordar lo que sus manos
y su boca eran capaces de hacerle a mi cuerpo.
—Estoy segura de que Marie estará encantada de acompañarte esta
noche.
—Pero no quiero follar con Marie, sino contigo.
Me cogió una mano y me besó los nudillos, lo que hizo que mi piel se
erizase ante su contacto
—No he venido para eso —le solté, liberado mi mano de golpe.
Dimas me miró algo enfadado por mi negativa.
—Pero yo sí quiero tenerte en mi cama por las noches, Candela, y estoy
seguro de que tú también quieres.
Al llegar al hotel, bajé del taxi con rapidez y lo dejé pagando al taxista.
Quise aprovechar esos segundos para dirigirme a la cafetería. Había
decidido que después de todo, pediría un bocadillo y me lo subiría a la
habitación para comérmelo cuando me entrase hambre.
Dimas me siguió con la mirada cuando entró al hotel y al ver que no
quería seguir hablando con él sobre dónde iba a pasar la noche, se dirigió al
ascensor con paso rápido y mirada asesina.
Algo me decía que no iba a dejarlo pasar.

Al final no me acosté temprano como pensaba hacer, así que esperando a


que me entrase sueño, me puse a ver pelis en francés que me ayudasen a
desconectar. No quería mirar la hora porque eso hacía que tuviese que
reconocer que no hacía más que pensar en lo que estarían haciendo en esos
momentos y me jodía un montón tener que reconocer que estaba celosa de
Marie y del plan que tenía con mi jefe para esa noche.
—¡Todo es culpa tuya! —me recriminé en voz alta—. Te ha dicho con
claridad lo que quería esta noche y te has negado, ¡así que ahora te
aguantas!
Sin poder remediarlo miré la hora: las once y media, tiempo más que
suficiente de haber terminado de cenar y haber vuelto. Deseé de corazón
que se hubiese ido a la casa de ella y no fuesen a su habitación del hotel,
porque lo último que necesitaba era oírlos follar toda la noche. Y como el
karma tenía sentido del humor, unas risas en el pasillo me pusieron en
tensión al reconocer a Marie. La puerta contigua abriéndose y cerrándose
luego de un portazo, me acababa de indicar que lo que temía hasta hacía
unos segundos estaba a punto de suceder.
¡Mierda!

DIMAS

No sabía por qué estaba tan inquieto. Siempre me había gustado salir con
Marie, era una mujer fría y ambiciosa, con las ideas muy claras y muy
ardiente en la cama, que no solía hacerle ascos a nada, como yo. Así que
esa noche había estado con la cabeza en otra parte, pensando en qué estaría
haciendo Candela en su habitación.
Sabía que intentaba dejar nuestra relación en un plano laboral y
reconocía que era lo mejor que podíamos hacer, pero me negaba en redondo
a dejar de tener encuentros sexuales con ella cada vez que pudiera. ¡Joder!
¡Me apetecía follármela sobre la mesa de mi despacho! Y, conociéndome,
sabía que no iba a parar hasta conseguirlo, pero aún tenía que lograr que se
relajase conmigo y se diese cuenta de que negarse a que siguiéramos
viéndonos solo conseguía alargar el momento de que se rindiese
completamente a mí y se decidiese a que nuestra relación sexual se volviera
más continua. Si podía hacerlo sin tener que aclararle mi supuesta relación
con Tania, mejor. Pero tampoco tenía demasiados problemas en contárselo
si eso conseguía que se relajara un poco y dejase de ponerle tantas pegas a
que nos viésemos con más frecuencia.
Que no quisiera hablar sobre su vida personal me tenía bastante
intrigado. Suponía que no tenía pareja ni marido y que había algún tipo de
historia trágica tras eso, pero pensaba darle tiempo a que se acostumbrase
más a mí y cogiera la suficiente confianza para que me lo contase ella
misma.
Me imaginé su boca de labios carnosos besándome y me puse aún más
duro. Esa petición suya de que no la besase reconocía que me hacía soñar
con poder hacerlo hasta la extenuación.
Unos dientes acariciando mi prepucio de manera sensual me hizo soltar
un gruñido y volví a la realidad para mirar a Marie, desnuda y arrodillada a
mis pies mientras me acariciaba los testículos como solo ella sabía hacerlo,
mientras se metía mi polla en la boca hasta el fondo. Me hizo gemir de
nuevo y centrarme en lo que me estaba haciendo.
Le sujeté la cola de caballo para que no pudiera esquivar mis envites al
fondo de su garganta y no pude evitar soltar mi mal humor con Candela, por
negarse a venir a mi habitación esa noche, pensando que era ella la que me
la estaba chupando hasta intentar dejarme seco. Comencé a follarle la boca
con brusquedad mientras le sujetaba el pelo con más fuerza. La oí gemir al
notar lo excitado que estaba, pero esa noche no estaba para muchas
sutilezas, así que seguí moviéndome en su boca hasta que un orgasmo
intenso hizo que mis músculos se tensasen y eyaculé en su boca sin
importarme nada más. Los ojos azules de ella me buscan mientras salía de
su boca y sonrió al verme aún medio empalmado. Al parecer, pensar en
Candela solo conseguía excitarme aún más.
«¡Bien, creo que va a ser una noche muy larga!» pensé, viéndola
relamerse los labios.
—Creo que vamos a disfrutar mucho esta noche —le dije poniéndola a
cuatro patas sobre la cama mientras buscaba un preservativo que ponerme
con rapidez. Miré la pared que separaba mi cuarto del de Candela, como si
así pudiese verla a ella, y sonreí con perversidad mientras me colocaba
entre las piernas de Marie y volvía a cogerle la coleta para que no pudiese
alejarse de mí—. La noche no ha hecho más que empezar.
Entré en ella con un profundo empellón que le hizo soltar un grito.
—¡Así, grita para mí! —le susurré en su oído mientras volvía a mirar la
pared, deseando que pudiera oírnos—. Me encanta oírte gemir.
Seguí follándomela, asegurándome de que gimiera lo suficientemente
alto para que mi arisca secretaria pudiera oírnos.

¡No quería oírlos, de verdad que no!


Golpeé la almohada con rabia y miré la pared que separaba nuestras
habitaciones, que por el ruido que podía oírse a través de ella, parecían de
papel en vez de hormigón armado.
Me arrepentí un montón de no haberme ido a dormir cuando lo intenté
la primera vez, en vez de pensar una y otra vez en lo que podían estar
haciendo.
¡Follar como conejos! Era lo que estaban haciendo desde hacía ya
algunas horas. Miré el móvil para asegurarme de la hora que era: las dos de
la mañana y los gritos empezaron sobre las doce, así que llevaban ya dos
horas follando y yo ahí, escuchándolos con un ataque de cuernos
impresionante.
Tenía tan mala hostia en ese momento que a punto estuve de llamar a
recepción y quejarme de los gritos, a ver la cara que ponía el macho man de
mi jefe si lo llamaban de recepción por una queja de la vecina de al lado.
Pero en el fondo sabía que eso era lo que quería; que yo los oyera para que
supiera lo bien que se lo estaban pasando.
Me quedé mirando la pared al oír los gemidos que subían de intensidad
y velocidad, justo antes de… eso, de correrse ambos de manera bastante
escandalosa.
«¡A la mierda!»
Salí de la habitación deseando que se les cayese el techo encima o se les
rompiese la cama, y me fui al salón anexo a la suite, gracias a la
generosidad y al obsesivo control de mi jefe que me quería cerca, justo para
que pasara lo que estaba pasado.
Me tumbé en el enorme sofá intentando controlar mi genio, porque
sabía que no podría dormir si no me calmaba un poco. Desde allí no podía
oír nada, no sabía si porque ya habían acabado o porque había distancia
suficiente para evitar los molestos gemidos y gritos de la escandalosa de
Marie.
Cuando comenzaba a quedarme dormida me entró un mensaje que me
sobresaltó por la hora. Miré el móvil, alarmada y vi que era un mensaje de
Dimas.
«¿Es que este hombre no descansa nunca?»

Dimas: «Espero que hayas oído nuestra fiesta esta noche… Te prometo
que mañana tú y yo lo haremos aún mejor. Recógeme en mi habitación a las
ocho, bajaremos juntos a desayunar».

Me quedé mirando el móvil alucinando de que tuviese la poca


vergüenza de regodearse. Y agradecí que no pudiera oír en ese momento lo
que pensaba de él, de Marie y de la casta que los parió a los dos.
Solo entonces conseguí relajarme lo suficiente para poder dormir.
Antes de dormirme pensé que el día siguiente iba a ser un muy largo.
CAPÍTULO 12

CANDELA

A las ocho en punto estaba en la puerta de la habitación de mi jefe, como


me pidió.
Si mi mal humor mañanero era fácilmente reconocido, el de ese día era
sencillamente legendario, así que esperaba que prefiriera dejarlo estar
porque no estaba segura de poder controlar mi lengua para callarme todo lo
que sentía en esos momentos. Al gran jefe le gustaba sacarme de quicio,
algo que solía hacer con bastante facilidad, pero como también sabía que
me costaba callarme cuando estaba tan enfadada, no estaba segura de que le
gustase enterarse de lo que pensaba de él esa mañana.
«Cálmate, Candela, y respira, ¡que te conoces!»
Respiré hondo y llamé con los nudillos a la puerta. No se oía ningún
sonido dentro, así que no sabía si se había quedado dormido, cosa que sería
muy raro en él ya que jamás, desde que trabajaba para él hacía ya varias
semanas, tampoco tanto, había dejado de llegar a la oficina el primero.
Volvía llamar a la puerta, esa vez algo más fuerte y puse especial
atención a cualquier ruido que se pudiese oír dentro de la habitación. Nada
—¿Y ahora qué se supone que tengo que hacer? —Miré el pasillo del
lujoso hotel con tenues luces encendidas para respetar el descanso de los
huéspedes y me dispuse a volver a llamar a la maldita puerta, esa vez con
más fuerza.
De repente la puerta se abrió, y a punto estuve de darle con los nudillos
en la cara, cuando dejé la mano en el aire, cerca de su rostro y lo miré
despertándome completamente al observarlo de ese modo, completamente
desnudo y mojado, excepto por una toalla negra con el logo del hotel que
tenía anudada a la cintura.
¡Madre mía!
Me sonrojé por la impresión y de repente no sabía bien dónde poner mis
ojos, porque encontrarme con Dimas desnudo y mojado ante mí a esas
horas, era sencillamente la mejor visión que una mujer podía tener recién
levantada.
«¡Toda una alegría para la vista, oye!»
—Pasa —me dijo, dándose la vuelta y entrando, esperando que lo
siguiese al interior de la habitación.
¡Ni buenos días ni leches!
Cerré la puerta con cuidado y miré su ancha y musculosa espalda
mientras buscaba en el ropero el traje oscuro que iba a ponerse.
—¡Buenos días para ti también! —le dije con ironía.
No había dormido mucho así que no pude evitar molestarlo un poco por
ser el culpable de que yo tampoco hubiese podido hacerlo.
Miró en mi dirección y me dio unos secos «Buenos días» sin dejar de
sacar cosas de la maleta.
—Puedo esperarte abajo —le dije, sintiendo la irremediable atracción
que su cuerpo ejercía sobre mis sentidos y sobre los de cualquier mujer que
se encontrase en una franja de edad entre los doce y los ochenta años. Y no
estuviese muerta todavía.
¡Joder, qué espécimen de hombre!
No pude evitar quedarme mirándolo embobada mientras seguía
buscando algo en la maleta. Sus anchos hombros y ese montón de músculos
fuertes moviéndose mientras rebuscaba lo que fuera que estaba buscando
me estaba poniendo cardíaca.
Su pecho aún estaba húmedo y tenía una pequeña hilera de vello casi
pelirrojo que rodeaba los pezones y bajaba por sus abdominales algo
marcados, y con los oblicuos formando esa uve tan sugerente bajo su
vientre, que parecían indicar dónde tenía el premio gordo. De repente lo vi
mirándome con una sonrisa socarrona dibujada en los labios desde donde
estaba en la habitación y supe que me había pillado mirándolo de manera
descarada.
¡Vaya pillada!
No se lo pensó demasiado. Se quitó la toalla y se quedó como Dios lo
trajo al mundo. Observé fascinada que al parecer anoche no tuvo suficiente
porque su sexo se alegraba de verme, ya que estaba comenzando a
hincharse y a ponerse en posición de combate.
—Pero ¿qué coño…?
Lo oí reírse ante mi turbación y sentí que me sonrojaba como si hubiese
sido culpa mía que él se hubiese quitado la maldita toalla.
¡Lo hacía para provocarme!¡Estaba segura!
—No tienes que avergonzarte de nada, ya me has visto desnudo —me
recordó el desgraciado—, y este… —De repente lo tenía justo delante y me
obligó a levantar la mirada para que pudiera verle la cara. Él se miró la
polla que ya había crecido cuan larga era y sus ojos de mirada salvaje, como
ascuas encendidas, se clavaron en mí de nuevo—, se alegra de verte a
cualquier hora del día.
Sentía demasiado calor para seguir en esa habitación y pensé que sería
mejor que me fuese antes de no poder reprimir las ganas que tenía de
recrearme en ese cuerpo desnudo y en esa polla gloriosa que me ofrecía el
mayor de los placeres. Solo tenía que tocarlo para darle carta blanca sobre
mi cuerpo, y él me estaba provocando, sabiendo bien lo que conseguía
hacerle al mío.
—Creo que te voy a esperar en la cafetería.
Tragué con dificultad al notar mi boca seca y podía sentir en mi interior
lo que su cuerpo desnudo estaba despertando en el mío. Sentía el placer
calentando mi sangre y cerré las piernas de manera instintiva para dejar de
sentir que me estaba humedeciendo poco a poco.
Dimas me acarició la mejilla y bajó la mano por mi cuello con suavidad.
Noté el cosquilleo de mis dedos por el deseo de tocarlo y suspiré ante el
roce suave de su mano. Acercó su boca a la mía, tan cerca que sentía el
aliento sobre mis labios. Imaginé unos segundos cómo sería besar esos
labios sensuales y cerré los ojos entreabriendo mi boca y pasándome la
lengua por los labios, en un gesto instintivo que lo hizo gemir en voz baja.
Levanté mis ojos y lo encontré mirándome la boca entreabierta con
mirada salvaje y hambrienta.
Instintivamente di un paso atrás y aparté la mirada.
¡De besos nada! Me obligué a recordar que no deseaba ningún tipo de
relación romántica con otro hombre, aunque el hombre en cuestión fuese
más guapo que el mismísimo diablo y tuviese un cuerpo que más quisiera el
de los bomberos.
—Candela, no sirve de nada negar lo que sienten nuestros cuerpos —me
susurró con voz ronca.
Le había oído esa voz tan erótica solo cuando manteníamos relaciones
sexuales y eso consiguió hacerme recordar lo que se sentía entre sus brazos
y al tenerlo entre las piernas.
Volvió a acercarse a mí y me tomó la mano para besarme la punta de los
dedos, uno a uno y me succionó con suavidad la yema del dedo gordo, lo
que me hizo pegar un respingo por las sensaciones que comenzaban a tener
el control sobre mi cuerpo.
—Déjame darte los buenos días como te mereces —me susurró al oído,
pegando su cuerpo al mío para que pudiera sentir su erección más de cerca.
Mi autocontrol se hizo pedazos cuando le puse la mano en el culo para
poder acercármelo más a mi propio sexo y abrí las piernas para intentar
darle mejor cabida a su cuerpo entre ellas. Mi boca se acercó a su pecho y
lamí algunas de las gotas de agua que resbalan en él, que eran las culpables
de hacerme perder mi autocontrol.
Todo se desató en cuestión de segundos.
Lo oí gruñir y me dio la vuelta con rapidez para dejarme contra la
puerta mientras me mordisqueaba el lóbulo de la oreja, su mano se metía
bajo mi camisa para acariciarme la piel desnuda del vientre y agarrarse a
uno de mis pechos desnudos. No suelo usar sujetador excepto cuando no
tengo más remedio, que son pocas veces.
—Me vuelves loco —me dijo al oído mientras yo sacaba el culo para
poder tener mejor fricción contra su sexo, que palpitaba en mi trasero como
si estuviese nervioso por querer entrar en acción.
—Tienes una reunión esta mañana —le recordé, intentando poner algo
de control entre los dos.
Pero esperaba que no me fuese a dejar con el calentón. Cuando sus
manos se dirigieron al botón del pantalón de mi traje chaqueta para soltarlo
y bajármelos con rapidez, supe que no iba a poder parar y sonreí aliviada.
—Voy a follarte ahora para quitarnos un poco las ganas y esta noche
prometo resarcirte del todo.
No me quejé más, estaba cansada de negarme a lo que me hacía sentir y
por fin había decidido rendirme.
—Date prisa —fue lo único que se me ocurrió decirle.
Me bajó el tanga con rapidez y metió los dedos entre mis pliegues para
comprobar lo mojada que estaba. Gimió de satisfacción al comprobar lo
mucho que lo deseaba.
—Me encanta cómo me pones. —Me mordió el lóbulo de la oreja y
puso mi piel erizada—. Inclínate un poco sobre la puerta y sujétate. No voy
a ser delicado —me dijo mientras colocaba su polla en la abertura de mi
vagina y la movió de arriba abajo para mojarla con mis fluidos, lo que me
hizo gemir por la anticipación—. Pero sé que te gusta el sexo así —se clavó
en mí de una fuerte embestida y gemí en voz alta—, y no te imaginas lo que
siento cuando estoy dentro de ti.
Comenzó a moverse dentro de mí mientras me sujetaba por los hombros
para evitar que me desplazase y me separara de él por sus empellones.
—Dímelo —me pidió en el oído mientras comenzaba a moverse más
rápido. Yo, en esa postura, solo podía dejarme hacer y apoyarme en la
puerta con las manos—. Dímelo —me pidió de nuevo.
—¿El qué?
Mi mente era un torbellino de placer y me veía incapaz de coordinar dos
ideas seguidas.
—Dime lo mucho que te gusta que te folle así.
No podía negarlo, sobre todo porque mi interior se había ido calentando
con cada acometida y mi vagina se preparaba para romperse en mil pedazos
de placer.
—Me gusta cómo me follas —le grité totalmente entregada, sentía
cómo el orgasmo se preparaba para asolarme y en ese momento supe que le
prometería todo lo que quisiera.
—Y dime que no vas a volver a negarte a acostarte conmigo cada vez
que los dos queramos.
Me mordió la base del cuello mientras el orgasmo me arrasaba y me
rompía en pedacitos de placer que me dejaron totalmente a la deriva y
desorientada. Lo oí gemir con fuerza cuando salió de mí y se apartó para
correrse apoyado también en la puerta
Ni siquiera me había dado cuenta de que no se había puesto un condón.
¡Madre mía!
—Lo siento —me dijo algo turbado cuando se recuperó —me vuelves
tan loco que no me he dado cuenta del condón.
—No puede volver a pasar —le dije mientras entraba al baño a asearme
un poco.
—Lo sé.
Volvió a meterse en la ducha mientras yo lo esperaba para bajar a
desayunar.

Habíamos llegado a la reunión justo a tiempo y pasamos toda la mañana


en la maldita sala de juntas, ya que el cliente era bastante escéptico y
tuvimos que esmerarnos para conseguir el proyecto.
Me di cuenta de que Dimas era muy tenaz con sus clientes o futuros
clientes y que rara vez se le escapaba uno. Era un completo encantador de
serpientes, no sabía muy bien cómo lo hacía. Debía ser su encanto personal
lo que conseguía que todo el mundo hiciera lo que él quería.
Me lo encontré mirándome con intensidad en varios momentos y, al
parecer Marie también, ya que había perdido la sonrisa de suficiencia que
tenía esa mañana cuando llegamos. Había pasado a mirarme con frialdad y
a él con suspicacia.
—He pensado que podemos ir esta noche a algún lugar a celebrarlo —
nos dijo Marie a la hora de la comida. Nos habíamos quedado en el
restaurante de la esquina donde estaban las oficinas, porque teníamos otra
reunión en poco más de media hora.
—Ya tengo planes con Candela para esta noche —le soltó Dimas sin
ningún tipo de tacto.
La franchute me miró con furia y yo le sonreí dulcemente sabiendo que
eso la mosquearía aún más.
—Pero, Dimas, tenemos que ir…
—¡Te he dicho que no!
Mira que era grosero y borde cuando quería, aunque en este caso no
podía más que alegrarme de que le dejara las cosas claras. ¡Qué tía más
pesada!
Él siguió comiendo mientras volvía a enfrascarse en el portátil sin
hacernos caso a ninguna de las dos.
La mirada de odio de Marie no abandonó sus ojos el resto del día.
Deseé que pasase el día siguiente para volver a España. Ya había tenido
suficiente de París. Además, no había salido del hotel y no pude ver nada de
la ciudad, supuse que tendría que volver a ir expresamente a hacer turismo
como la mayoría de los turistas del mundo.

No me encontraba demasiado bien para cuando estaba a punto de acabar la


última reunión del día. Mi estómago me pesaba y tenía escalofríos. Bebí
agua de una botellita que siempre me gustaba llevar conmigo, esperando
que se me pasase, pero para mi consternación, mi malestar estomacal
empeoró.
Los clientes se retiraron y yo me quedé sentada en el mismo sitio
esperando que se me pasase el malestar que tenía.
—¿Te encuentras bien? —Dimas se agachó junto a mí y me miró
preocupado—. Tienes mal aspecto.
No pude contestarle ya que tuve que salir corriendo al baño a vomitar la
comida que apenas había digerido todavía. Las arcadas eran tan violentas
que creí que se me iba a salir el estómago por la boca. Alguien había
entrado en el baño tras de mí y supuse que había sido Marie, aunque me
extrañaba que ella se preocupase por alguien más que no fuese ella misma.
Me senté en el suelo del baño cuando acabé de vomitar porque sentía
una gran debilidad y los escalofríos no cesaban.
«¿Qué coño me pasa?» pensé. «¿Son las almejas del mediodía?» Era
extraño porque ellos también las comieron y parecían encontrarse bien.
No solía ponerme enferma, y mucho menos encontrarme tan mal como
me encontraba en ese momento.
—¿Estás mejor?
¿Por qué no me extrañaba que hubiese entrado Dimas en el baño de
mujeres? Pensé que no había nada que pudiese parar a ese hombre.
Dimas me acercó la botella de agua que había traído consigo cuando me
siguió y yo aproveché para enjugarme la boca y beber un poco, intentando
asentar mis tripas, que seguían muy revueltas.
—No te quedes en el suelo. Levántate, Candela.
Me cogió con cuidado de la cintura para ayudarme a levantar y tuve que
apartarlo porque de nuevo volví a vomitar la poca agua que me acababa de
tomar hasta que ya no tuve nada más que echar. Me sentía enferma y
terriblemente débil.
—Vamos a un hospital —me dijo Dimas cuando por fin pude
levantarme del suelo.
Me cogió la cara con las manos y me miró con intensidad sin poder
disimular su preocupación por mí.
—No seas exagerado —le dije, intentando quitarle importancia al
asunto.
Pero me sentía tan débil que no me apetecía ponerme a discutir con él.
Me sostuvo pasándome el brazo por la cintura y yo apoyé la cabeza en
su hombro sintiendo de repente la necesidad de tumbarme un poco.
—Recogeremos los abrigos y los portátiles, y le diré a Anie que nos
pida un taxi.
Recordé que era la secretaría de Marie.
—Quiero ir al hotel no a ningún hospital —me quejé con no demasiada
autoridad.
—Mírate, Candela, apenas te sostienes en pie.
—Debo haber comido algo que me ha sentado mal, es solo eso.
No creí que mis palabras lo hubiesen convencido, pero al final asintió y
nos fuimos al hotel, donde tuve que correr para llegar a mi habitación
porque las náuseas volvieron aún más intensas que antes.
¡Vaya mierda!
CAPÍTULO 13

CANDELA

Estaba tumbada y acurrucada en la cama de Dimas. Había venido el médico


al hotel ya que lo mandó llamar de urgencia y al parecer tenía un maldito
virus que pululaba por ahí.
Sinceramente, creo que cuando no sabían qué era lo que una persona
tenía con seguridad, te diagnostican un virus que al parecer abarcaba casi
cualquier síntoma que no se pareciera a un infarto.
Dimas mandó a alguien del hotel para que fuese a por las medicinas que
me había recetado y reconocí que las náuseas habían menguado un poco
después de tomarme la medicación.
También tenía que seguir tomándome cada cierto tiempo una especie de
suero fisiológico que estaba asqueroso, pero que me ayudaría a no
deshidratarme, y por la manera en que Dimas controlaba el móvil, creía que
tenía el tiempo estudiado para cuando tuviese que tomarme el siguiente
trago.
Y encima me había obligado a que fuese a su habitación para tenerme
vigilada. Decía que de ninguna manera iba a dejarme sola estando enferma.
Como si no fuera capaz de cuidar de mí misma desde los dieciocho años,
que me independicé para irme a Madrid a estudiar.
Me estaba entrando fiebre, que también había dicho el médico que era
un síntoma normal, pero eso no quitaba que me sintiese como una mierda.
Al final sí que agradecía que alguien me cuidase. Que fuera mi jefe no
dejaba de resultarme muy raro, en especial por tener el tipo de relación que
teníamos entre nosotros, que no sabía ni como catalogarla, pero que tanto
como había estado luchando este tiempo para dejarla estrictamente como
laboral, no me había servido absolutamente de nada. De hecho, creía entre
gemidos que ese día había accedido a verme con él cada vez que a los dos
nos viniese bien. Estaba visto que jugaba en el sexo igual de sucio que lo
hacía en los negocios. Que estuviese tan interesado en mí, no dejaba de
hacer que me marease un poco por las sensaciones, ya que estaba visto que
podía tener a las mujeres que quisiera.
Miré a Dimas, que estaba hablando por teléfono en ese momento. No
sabía qué pensaba hacer al respecto, pero él tenía una reunión muy
importante en Madrid al día siguiente a la que no podía faltar.
Cuando colgó, cogió el bote con la medicación, que era como un bote
de suero, y se acercó a mí para ofrecérmelo.
—Te toca beber un poco. —Observó mi cara con atención unos
segundos y me puso la mano en la frente—. ¡Te está subiendo la fiebre!
Cogió algo más del lugar donde estaban las medicinas y me pasó una
pastilla con una botella de agua del minibar.
—Joder, ¿tengo que tomarme todo esto?
Como no solía estar enferma me empezaba a agobiar con tener que
tomarme tantas cosas.
—¿Tú que crees? Ya has oído al doctor. —No parecía que le afectase en
absoluto mi tono quejoso.
Prefería tomarme la pastilla con el agua y me quedé mirando el bote con
el sabor asqueroso, sin atreverme a tomármelo.
¡Qué asquito, por Dios!
—Candela, no es para que te lo quedes mirando, sino para que te lo
bebas de una vez.
Lo miré enfurruñada por su tono impaciente. Si esperaba un poco de
compasión por su parte me había dejado claro que no la tendría.
Bueno, llevarme a su cuarto para poder cuidarme sí había sido un
detalle.
—¿Nos iremos mañana a primera hora? —Me bebí un trago del bote y
se lo entregué de nuevo mientras me volvía a tumbar en la cama, que me
parecía en ese momento la más cómoda del mundo.
—Mañana no iremos a ninguna parte. —Volvió a sentarse delante del
ordenador para seguir haciendo eso que estuviese haciendo. Trabajar,
seguramente. Este hombre no sabía hacer otra cosa. Bueno, sí, follar
también se le daba de maravilla.
Se me escapó una sonrisita tonta al recordar lo sucedido esa mañana.
«¡Estás enferma, Candela! ¿Cómo puedes pensar en follar?»
Me quité la imagen de la cabeza y me obligué a pensar en la
conversación que teníamos antes de que me pusiera a divagar.
—Pero tú tienes…
—Estás enferma —me cortó sin delicadeza—, no viajaremos hasta que
te encuentres mejor.
Me incorporé de nuevo intentando hacerle ver que no quería que
cambiase sus planes por mí.
—Dimas, nos ha costado mucho conseguir esa reunión de mañana, no
puedes anularla por mí. Viajaremos mañana, aunque…
—Ya he hablado personalmente con el cliente. —Señaló el teléfono con
la cabeza. ¡Así que era eso lo que hacía unos segundos antes!—. Le he
explicado la situación y hemos vuelto a quedar para comer el viernes de la
semana que viene. No volaremos hasta que te encuentres mejor. —Me miró
con severidad—. ¿Qué tipo de monstruo crees que soy? No puedo obligarte
a volar, con lo poco que te gusta, cuando apenas te tienes en pie.
—También puedes marcharte tú, y yo volver cuando esté mejor.
—No nos iremos ninguno de los dos hasta que estés mejor. Intenta
descansar un poco.
Vi que se había hecho de noche y supuse que era la hora de cenar, más o
menos. Lo cierto era que con todo el jaleo de los males no sabía ni la hora
que era.
—¿No vas a cenar?
Dimas miró en mi dirección unos segundos y me contempló en silencio.
No tenía ni idea de la imagen que podía estar dándole, aunque apenas se me
podía ver la cabeza en la almohada.
—Luego. —Se acercó a la cama y apagó las luces de la cabecera para
sumir el cuarto en la semioscuridad. Encendió otra en el otro extremo de la
habitación para alumbrarle a él y poder seguir trabajando—. Intenta dormir
y cállate un poco, que me distraes y no puedo trabajar.
Ante esas palabras pensé que ya no me quedaba nada que decirle y me
acurruqué aún más en la cama para dormirme.

DIMAS

Desperté sobresaltado cuando sentí que Candela se había subido


prácticamente sobre mi cuerpo por completo hasta despertarme, para
hacerme notar que solo llevaba una camiseta mía y que se le había subido lo
suficiente como para que no hubiese entre nuestros cuerpos nada más que
nuestra ropa interior. Era insuficiente, al parecer, para que mi polla palpitase
de manera dolorosa al sentirla acostada encima de mí.
—Candela. —Alargué el brazo para encender la luz de la mesita. Por lo
poco que había podido tocar, su piel estaba ardiendo, así que intenté
incorporarme y despertarla para darle la medicación que le recetaron para la
fiebre.
Ella me ignoró y solo bufó molesta por la luz, pero no abrió los ojos. Se
recostó aún más sobre mi cuerpo. Quería pensar que tenía frío y había
venido buscando mi calor corporal.
Miré el cabello enmarañado que le tapaba casi toda la cara y me
pregunté qué tenía esa mujer para tenerme tan enganchado con el sexo y
hacer que me saltase todas mis reglas de no relacionarme con compañeras
de trabajo, o empleadas, ya puestos… Aunque con Marie ya me había
saltado esa norma hacía tiempo.
Sin embargo, Candela era otro cantar. No conseguía quitármela de la
cabeza y me pasaba el día deseando verla y poder quedar con ella a
cualquier precio. El deseo por ella crecía en vez de menguar, como esperaba
que pasara después de las primeras veces, pero el morbazo que tenía la
situación en la que nos encontrábamos, además de su férrea negativa a
seguir con nuestros encuentros sexuales, no había hecho más que
emperrarme con ella hasta límites insospechados.
Mi cuerpo no entendía otra cosa que no fuera follármela sin descanso en
cuanto podía poner mis manos sobre ella.
—Candela… —Intenté moverme un poco y quitármela de encima—,
despierta y tómate el antipirético.
—Déjame —murmuró entre sueños y se agarró a mi cuello con fuerza
para evitar que la moviera de la postura tan cómoda que parecía haber
encontrado encima de mí.
No la despertaría si no fuese evidente que necesitaba tomarse la
medicación, así que, aunque me daba mucha pena, conseguí deshacerme de
sus manos y me incorporé en la cama intentando llegar a la medicación que
había dejado sobre la mesita al alcance de la mano.
Intenté pasar por alto que sus senos sin sujetador, podía sentirlos
apretados contra mi torso y tenía apoyada su pelvis justo sobre mi polla,
que no dejaba de palpitar de manera dolorosa.
Mis ganas de hundirme en ella me obligaron a respirar hondo y pensar
en otra cosa.
«¡Joder con dormir con ella!»
Esa no era la idea que tenía cuando la metí en mi cama para poder estar
pendiente de ella sin tener que ir de una habitación a otra cuando cayó
enferma. Ni muchísimo menos la idea que tenía de dormir con ella todos
esos días de viaje en los que decidí inventarme que necesitaba intérprete en
mis reuniones de trabajo para obligarla a que viniese conmigo.
Conseguí por fin coger la caja de las pastillas haciendo verdadero
contorsionismo en la cama y luego la botella de agua, y la dejé también
sobre la cama; todo esto sin conseguir que se despertase por completo.
¿Cómo podía una persona dormir de esa manera?
—Toma. —Le acerqué la pastilla a la cara y le retiré primero todo el
pelo revuelto que tenía, que apenas me dejaba ver más que la nariz
respingona y la boca enfurruñada que conseguía hacerme sonreír—.
Despierta de una vez y tómate la medicación.
Esa vez impuse seriedad a mi tono y eso consiguió que abriera los ojos
y se diese cuenta de que me había estado usando de almohada. Tuve que
reconocer que no me molestaba demasiado si luego podía satisfacerme de lo
que había despertado en mí su sensual cuerpo, y no que iba a dejarme con
un calentón del quince.
—Lo siento —murmuró soñolienta. Se bajó de encima de mi cuerpo y
se incorporó hasta quedar sentada en la cama, imitando mi propia postura.
Cogió la pastilla y le dio un trago al agua para devolverme la botella, ahora
casi vacía.
—¿Cómo te encuentras?
La miré preocupado. Tenía las mejillas sonrosadas y los ojos
adormecidos y vidriosos, también por la fiebre.
—Me está subiendo la fiebre y tengo frío —reconoció antes de
levantarse para entrar en el baño y cerrar la puerta para tener algo de
intimidad.
Aproveché para mirar la hora: las cuatro de la mañana. Miré por la
ventana para ver la silueta iluminada de la Torre Eiffel, que se veía desde la
habitación. Respiré hondo para calmarme e intentar controlar la erección
mientras ella volvía a la cama tras darle a la cisterna del baño
—¿Has vuelto a vomitar?
La tapé con el pluma de la cama, apagué la luz tapándome yo también y
volviéndome hacia ella en la cama. Solo veía el perfil de su cara en la
oscuridad.
—No…, me sigue doliendo mucho el estómago, pero no he vuelto a
vomitar. Ahora tengo mucho frío.
La sentía tiritar a mi lado y me apiadé de ella, aunque sabía que me iba
a costar mucho dormir así.
—Es por la fiebre — le toqué la frente para comprobar que seguía
ardiendo—. Ven, acércate que te dé un poco más de calor, si quieres.
Pensé que se negaría, pero me equivoqué cuando la sentí volver a
acercarse a mí, colocó su cabeza sobre mi hombro y entrelazó su pierna con
la mía suspirando satisfecha.
Podía sentir los escalofríos de su cuerpo y le pasé el otro brazo por la
espalda para acercarla un poco más a mi cuerpo. Mi sexo volvió a quejarse
por no darle alivio y yo me obligué a pensar en nieve fría y cubitos de hielo
para intentar refrescarme.
Minutos después la oí respirar profundamente y supe que había vuelto a
quedarse dormida otra vez sobre mi cuerpo. Para mi sorpresa, poco después
me quedé dormido yo.

Un rato después la oí quejarse en voz baja y sentí que me destapaban por


completo. El frío de antes del amanecer me clavó los dientes en el pecho
desnudo. Me desperté sobresaltado preguntándome qué demonios pasaba.
—Tengo mucho calor.
Esas palabras me despertaron por completo y la vi con la claridad del
amanecer que entraba por la ventana, completamente destapada. Al quitarse
la ropa de la cama de encima, me había destapado a mí también.
—Candela, ¿qué demonios estás haciendo?
Ya no podía simular el enojo de mi voz. Menuda noche me estaba
dando.
—Me he destapado porque hace mucho calor —aclaró ella sin
inmutarse por dejarme a mí también destapado.
—Te está bajando la fiebre —le dije, cogiendo el edredón y volviendo a
taparnos a los dos con él—. No te destapes o vas a pillar una pulmonía.
—No puedo dormir con tanto calor, estoy sudando —me dijo indignada,
y sentí cómo volvía a destaparnos a los dos de nuevo sin remordimientos.
Me senté en la cama enfadado de verdad. ¿Es que no podía dormirse y
estarse quieta de una vez?
—¡Ya basta! —le dije con mi tono más autoritario—. Te he dicho que te
está bajando la fiebre, por eso tienes calor, pero no puedes destaparte ahora
y ni se te ocurra volver a destaparme a mí. ¿Quieres que cojamos una
pulmonía?
El silencio que se hizo de golpe en la habitación me indicó que estaba
buscando las palabras que quería decirme, porque ni loca se iba a mantener
callada. Si ya empezaba a conocerla...
—No puedo dormir sudando así.
Pero ya no nos destapó más.
—Te bajará la fiebre más rápido si estás abrigada, ¿no lo sabías?
La oí bufar enfadada y no pude más que sonreír disipando parte de mi
mal humor de antes.
—Duerme otro rato más, cuando pasen unos minutos ya no sudarás
tanto.
—Pero es asqueroso —murmuró algo avergonzada.
—Candela, te recuerdo que tú y yo hemos sudado juntos en más de una
ocasión.
Esperaba que el comentario la tranquilizase y no pensase de verdad que
me molestaba que estuviese sudando en la cama.
—Ya…, pero…
—Estás enferma, Candela, lo que te suceda estos días son circunstancias
extraordinarias. No puedes culparte por ello, ¿de acuerdo?
Ante su silencio murmuré, apartándole el pelo de la frente que tenía un
poco sudado, pero no tan desagradable como ella pensaba:
—Duérmete, que aún es temprano.
Ambos volvimos a dormirnos minutos después.
CAPÍTULO 14

CANDELA

—¿Se puede saber qué coño estás haciendo?


Di un respingo ante el tono enfadado de Dimas, que me gritó justo a mi
espalda.
¡Joder, qué susto! ¿No estaba en la ducha?
—Tengo que mirar el correo y quiero revisar tu agenda para ver qué
cosas hay que aplazar. —Me giré para mirarlo y lo vi de nuevo recién salido
de la ducha y con una toalla en la cadera.
«¡Por Dios, que estoy malita, no me provoques así!» pensé compungida
sin poder apartar mis ojos de ese cuerpazo de Adonis que tenía.
—¿Tengo que recordarte que has estado vomitando hace apenas quince
minutos? Estás enferma. —Me cerró el portátil de mala manera y yo me
giré para enfrentarme a él.
¿Quién coño se creía que era para decirme lo que podía o no hacer?
¿Cómo se había enterado de mis vómitos vespertinos? ¿No estaba
durmiendo?
—Dimas, hay cosas urgentes que quiero mirar, no puedo quedarme de
brazos cruzados toda la mañana. —Intentaba controlar mi mal humor
cuando me quitó el portátil de las manos.
Se lo llevó y lo metió en su mochila, que resultaba que tenía un candado
con código numérico que, por supuesto, no sabía y no podía abrir.
«¿En serio?»
—Soy muy capaz de mirar mi agenda y anular todo lo que estaba
programado para hoy.
Se volvió hacia mí y cogió la medicación, el suero asqueroso para que
volviera a beber de él. Me había puesto de tan mal humor que a punto
estuve de decirle lo que podía hacer con el dichoso suero. O por dónde se lo
podía meter, ya puestos.
No parecía afectarle mi cara de mala leche ya que levantó una ceja en
muda interrogación.
—Puedes mirarme como quieras —me dijo sin inmutarse—. Mientras
estemos en mi habitación y sigas enferma, no te dejaré trabajar
absolutamente nada. —Me miró con severidad para hacerme ver que lo
estaba diciendo en serio—. Pensé que ayer te lo había dejado bastante claro.
Y ahora bebe de una vez.
Nos retamos con la mirada y al ver que no pensaba cambiar de opinión
me resigné a tomar un trago.
—Esto está asqueroso. —Hice una mueca y lo miré haciéndolo culpable
de obligarme a beberme ese menjunje.
—En cuanto dejes de vomitar podremos pasar a que tomes líquidos y
comida blanda, Candela.
—Estoy cansada de tomar esta porquería. —Había conseguido despertar
mi vena rebelde. ¡Se iba a enterar!—. Voy a llamar al servicio de
habitaciones y pedir que me traigan una manzanilla o algo así.
Ante su mirada de asombro por mis palabras, añadí para intentar
molestarlo:
—No creas que voy a aguantar que me estés dando órdenes.
Cogí el teléfono y de repente lo sentí a mi espalda. Me quitó el aparato
de las manos y lo colgó con furia.
—Ni se te ocurra volver a levantar el puto teléfono —siseó furioso a
escasos centímetros de mi cara—. Vas a atenerte a las órdenes del médico,
aunque tenga que obligarte a ello.
—¿Y si no? —Lo miré con chulería. Si se creía que iba a hacer lo que
quisiera, iba listo—. ¿Qué vas a hacer? ¿Despedirme?
—No seas cría —me recriminó, plantándose ante mi cuan largo era—.
Cuanto antes mejores antes podremos volver a casa, ¿no lo has pensado?
Cogí aire y pensé en lo que decía porque sabía que tenía razón, aunque
me costase dársela. No soportaba a los hombres arrogantes que intentaban
obligarme a hacer lo que no quería.
«¡Él es tu jefe!» me dijo una vocecita interior.
Bufé molesta porque sabía que tenía razón y odiaba tener que dársela.
Ante mi gesto, sonrió divertido.
—Ya me preguntaba si estabas tan enferma como para que no saliera a
relucir tu mal humor mañanero.
Lo miré con seriedad y al final tuve que sonreír sin más remedio.
¡Este hombre era un caso!
—No tientes a la suerte —le dije volviéndome a la cama y tumbándome
mientras lo observaba; él buscaba en su maleta la ropa que iba a ponerse.
—Candela. —Levanté la mirada y vi que me miraba entre exasperado y
divertido. Al parecer se había percatado de que me lo estaba comiendo con
la vista. Todo ese pecho desnudo y mojado me estaba poniendo cachonda.
¡Joder!
—¿Qué?
—No me mires así, ¿quieres?
Me hice la desentendida.
—Así ¿cómo?
—Como si quisieras quitarme la toalla y follarme sobre la alfombra.
Sonreí a mi pesar, porque tenía toda la razón, eso era justamente lo que
estaba pensando.
—¡Lo siento! No quería incomodarte.
Siguió vistiéndose. Unos vaqueros negros y un jersey de pico, también
negro, que le quedaba de vicio.
¡Joder, al parecer nunca tenía bastante de este hombre!
—No me incomodas, de hecho, creo que es justo que te diga que aquí
en el suelo, sobre esta alfombra, será el primer lugar donde follemos en
cuanto te recuperes un poco.
¡Madre mía!
Mis bragas se bajaron solas.
—¿Puedo hacerte una pregunta… personal?
Me miró unos segundos subiéndose los vaqueros y mirándome con
atención.
—Solo si luego me dejas a mí que también te haga una pregunta
personal.
Algo en su tono me advirtió de que no me iba a gustar lo que quisiera
saber, así que decidí que tampoco era tan importante. Ya me enteraría otro
día.
—Entonces no.
Lo sentía, pero mi hermetismo sobre mi vida privada era lo que me
protegía del pasado y no quería volver a enfrentarme a él ni mucho menos
ponerme a discutirlo con mi jefe.
—Si ibas a preguntarme sobre mi relación con Tania, puedo decirte que
no es mi prometida.
¡Toma ya! ¿Y ahora qué se suponía que tenía que decirle? ¿Por qué
estaban engañando a todo el mundo con esa idea?
No le dije nada, aunque mi cara debía ser todo un poema.
Se acercó a mí, descalzo y con los vaqueros sin abrochar, el pelo rojizo
despeinado por la ducha y sus ojos claros brillando bajo la luz de la
mañana.
¿Se podía ser más sexi?
—Si tuviese una prometida, ¿crees que me dedicaría a follar por ahí con
todas la que quisiera? —Se sentó en la cama junto a mí y me acarició la
mejilla con el dedo corazón antes de apartarme el pelo de la cara con
delicadeza—. ¿Por qué tipo de hombre me has tomado? Me encanta el sexo,
pero si estuviese prometido lo practicaría y me divertiría con ella, y si
decidiera ir a divertirme a un club de intercambios, lo haría con ella para
que lo disfrutáramos juntos.
—Entonces no lo entiendo.
Me siguió mirando con atención y esa mirada me estaba poniendo
nerviosa.
Ahora tenía que cambiar todo lo que pensaba de él. Cuando resultaba
que parecía que empezaba a conocerlo un poco… Pues no.
—Conozco a Tania desde hace muchos años, su padre y el mío forjaron
la empresa. Uno de nuestros clientes se encaprichó con ella y fingimos un
compromiso para que viera que estaba fuera de su alcance sin tener que
perder al cliente.
Lo miré mientras digería lo que me decía. No sabía si él se daba cuenta
de que la actitud de ella no era la de una novia ficticia.
¡Que tampoco me importa nada!
—Creo que ella no opina como tú.
Supuse que ya lo sabía, pero bueno era recordárselo.
—Lo sé. En principio no me importa demasiado porque también me
beneficio de que todos crean que estoy comprometido.
—Te sirve para quitarte a las mujeres de encima.
Le solté sin demasiado tacto. La risa en sus ojos me dio la respuesta.
—Más o menos.
—¿Por qué me lo cuentas?
Necesitaba preguntárselo porque no lo entendía bien. A mí en particular
me daba igual que estuviese comprometido o casado, de hecho, lo prefería
así. Eso me garantizaba que no se fijaban en mí ni me iban a pedir más de
lo que estaba dispuesta a dar. Nada.
—Porque no quiero que pienses de mí que soy un tipo de hombre que
no soy.
Lo miré seriamente. Sus ojos se clavaron en mi boca, que de repente se
me secó.
«No pensará besarme, ¿verdad?»
Debió ver la alarma en mis ojos, porque me pasó el dedo pulgar por el
labio inferior, como si quisiera comprobar su textura.
Mi corazón golpeó mi pecho con tanta fuerza que creía que podía oírme.
«¡Peligro!» Era lo único que me indicaba mi mente, y me aparté de él con
rapidez.
«Pronto» creí oír cuando se levantó de la cama para volver a la mesa y
ponerse a trabajar de nuevo.

El resto del día lo pasé en la habitación entre cabezada y cabezada. Cuando


por fin dejé de vomitar, convencí a Dimas de que podía comenzar a tomar
líquidos y con su comida me pidió una manzanilla.
Estaba de coña, ¿no?
Lo vi comiendo pasta y pasé mis ojos de mi bebida al plato que se
estaba comiendo sin inmutarse.
Gruñí para mí porque ahora que se me había asentado el estómago,
empezaba a tener hambre y si tenía mal humor cuando me levantaba por la
mañana, cuando tenía hambre era aún peor.
¡Tengo mal carácter, qué le voy a hacer!
Dimas me miró divertido, al parecer lo de pensar en gruñir se me había
ido de las manos y lo había hecho demasiado alto.
—¿Tienes hambre?
—No tiene gracia —le solté sentándome en la repisa de la ventana para
poder ver las calles de París tras el cristal.
—Supongo que no, pero creo que eres la única mujer que conozco que
disfruta de verdad de una buena comida.
—¿Me estás llamando gorda? —¡Lo que me faltaba para empeorar mi
mal humor!
—¡Dios me libre! —murmuró, sonriendo divertido—. Si esta noche
estás mejor, prometo llevarte a cenar donde quieras. ¿Qué te gusta de París?
Lo conoces, ¿no?
—Claro que lo conozco, estuve aquí dos años perfeccionando el idioma
—le dije mientras le veía terminarse su plato de pasta con una envidia que
me moría. Pensé en lo que me había preguntado sobre gustarme comer en
París—. Vale, quiero ir a comer croissants.
—¿En serio? —Se acercó y se sentó a mi lado en la repisa de la
ventana. Hacía mucho frío fuera, y el cristal de la ventana estaba helado al
tacto, pero yo seguía mirando la Torre Eiffel, fría y majestuosa—. ¿De todo
lo que te puede ofrecer París, solo quieres comer croissants?
—¿Qué puedo decirte? El dulce me pierde.
—Bien, si te gusta tanto prometo llevarte a la mejor pastelería de París
para que comas todos los dulces que quieras.
—¿Vienes mucho por París?
Aunque sabía que tenía oficinas ahí, no sabía si tendríamos que ir a
menudo o no. Quizás Marie fuera un aliciente para venir de vez en cuando.
—Solo por trabajo y cuando es imprescindible.
Se quedó mirando la calle, plantado allí, junto a mí en la ventana.
Aunque era un hombre con carácter, no era demasiado difícil llevarse bien
con él. Era un jefe puntilloso, maniático de la puntualidad e incansable
laboralmente. Con una mente ágil, brillante y despiadada para los negocios
y una hoja en blanco a nivel personal. En esos días con él, a veces no sabía
qué faceta suya era la que estaba viendo, ya que la línea que las separaba
era tan fina que creía que la íbamos cruzando de un lado a otro de manera
continua, y eso me tenía bastante desconcertada.
—¿Te apetece un paseo por París? —Apagó el ordenador y se acercó de
nuevo. Esa vez a la cama, donde estaba viendo mis redes sociales y
contestando algunos wasaps a Magda que me preguntaba cómo me había
ido el viaje a París.
—¿En serio?
Lo miré con atención y ojeé por la ventana para ver que se estaba
poniendo el sol. Me moría por salir de esa habitación y poder dar un paseo.
Aunque no me encontraba demasiado fuerte todavía.
—Cogeremos un taxi en la puerta del hotel —me aclaró antes de que le
preguntase—, no creo que te haga daño pasear en coche y tomar un poco el
aire. Así que ponte ropa de abrigo mientras aviso de que nos pidan un taxi y
hago una reserva para cenar en un restaurante que conozco.
Me levanté con rapidez y corrí hacia mi maleta para buscar unos
vaqueros y un jersey de lana de los que llegan por debajo de las caderas.
Mis botas planas de piel, mi pluma negro y unos guantes de lana creía que
me abrigarían suficiente.
—Creo que puede nevar de un momento a otro —dijo Dimas,
abrochándose su abrigo negro y cerrando la puerta de la habitación tras
nosotros para bajar en el ascensor y dar el paseo que me había prometido
por París.

Pasear por París, aunque ya lo conocieras, siempre era una maravilla.


Creía que nunca me cansaría de ver el Arco del triunfo, Notre Dame o
los Campos Elisios, aunque fuera desde el coche.
Dimas me iba contando algunas anécdotas curiosas de algunos edificios
según los veíamos por la ventanilla del taxi.
—Un día entré en las catacumbas —le dije intentando impresionarlo.
Viví dos años en Francia y me llamaba mucho la atención ver ese edificio
en concreto. Cuando vi que me miraba esperando que le contase más, le
sonreí mientras seguía con la historia—. Tuve que ir sola porque mi
compañera de piso me dijo que era un lugar muy tétrico para ver. Yo había
visto el lugar en fotos en internet, pero no me esperaba para nada lo que me
encontré. ¿Lo conoces?
—No, no he sentido nunca la necesidad de meterme bajo tierra para ver
un cementerio y un montón de huesos.
Me miró como si de repente me hubiese convertido en un bicho raro.
—No lo olvidaré jamás. Nos avisaron de que podía provocar
claustrofobia, esa escalera que parece que baja al infierno y esas galerías
llenas con ese montón de huesos… —Me recorrió un escalofrío al recordar
la sensación—. Creo que lo han dejado demasiado preparado para los
turistas y de hecho la gente decía que la mitad de los cráneos de allí eran
sintéticos.
Saqué el móvil y le enseñé las fotos que había. Vi que las miraba con
seriedad antes de devolverme el móvil.
—Eres una mujer muy rara, ¿lo sabías? —me soltó sonriendo, como si
le gustara la nueva faceta que acababa de conocer de mí.
Seguimos recorriendo París en el taxi. Se negó a que bajásemos y
montásemos en uno de los barcos que hacían recorrido por el Sena.
—Hace muchísimo frío, Candela. Solo falta que te constipes también.
Bajaremos en el restaurante para comer.
Decidí no insistir y seguí mirando París visto desde sus ojos. Tenerlo
como guía turística no estaba tan mal. Podía pasarme la vida oyéndolo
hablar con esa voz ronca y sexi que tenía. Seguro que no había ningún guía
turístico tan guapo como él.
Por fin, cuando empezó a oscurecer, el taxi se paró delante de un
restaurante que había en el lateral de un hotel. Y mis tripas rugieron con
furia cuando me bajé del coche y olí los aromas que salían del restaurante.
—Bien —dijo Dimas apoyándome la mano en la espalda e invitándome
a entrar en él mientras sonreía divertido—, veo que tienes hambre. Creo que
el sitio te gustará.
CAPÍTULO 15

CANDELA

La cena estuvo genial. El restaurante era pequeño, caro y estaba alumbrado


de manera tenue que daba un ambiente romántico y acogedor. Extrañamente
el metre saludó a Dimas y estuvieron hablando unos minutos mientras nos
acompañaban a la mesa. Como yo se suponía que estaba aún convaleciente,
Dimas se negó a pedir vino y estuvimos cenando con agua. Un pescado al
horno que estaba riquísimo servido con verduras a la plancha y patatas.
Dimas resultó ser una compañía bastante agradable, contándome
anécdotas de algunos de sus viajes por las muchas obras que tenía alrededor
del mundo.
No podía evitar preguntarme si había una amante en cada una de ellas
como tenía ahí en París, aunque, conociéndolo, creí que era bastante
probable. Como yo no conté nada de mi vida privada, nos centramos en
hablar de trabajo y de una jornada de convivencia que se hacía en la
empresa el mes siguiente. Como siempre, me enteraba en el último minuto.
—Hemos terminado la reforma del hotel rural de la sierra de Madrid, y
Lucas, que es el dueño, me la ha ofrecido un fin de semana antes de abrirla
al público. —Me miró mientras me acababa el postre que me había pedido.
—¿Iremos todos?
Aún recordaba el montón de trabajo que tenía organizar la entrega de
incentivos trimestrales y fue cosa de un par de horas. Así que llevar a más
de cincuenta personas de fin de semana no iba a ser tarea fácil. Por lo
menos teníamos ya el lugar cerrado que, al fin y al cabo, era lo más
importante, todo lo demás era cosa de ultimar detalles.
—Sabes que cuanto más intentas esconderte, más visible te haces, ¿no?
Lo miré sorprendida por ese comentario tan directo.
—Yo no intento esconderme —le solté mirándolo a los ojos—, es solo
que a nadie le interesa mi vida privada. Ni siquiera a ti.
—No hace falta ser Einstein para ver en ti el daño de algún ex, Candela.
—Pues si tan fácil es de ver, ya no hace falta que te cuente nada, ¿no?
—No te imaginas las ganas que tengo de besarte. Poder morderte esos
labios tan sexis que tienes. —Me miró con ojos hambrientos y yo me derretí
un poco más por dentro—. Que no pueda besarte te hace mucho más
tentadora.
No dije nada porque no tenía nada que decirle. Besar a alguien era para
mí algo muy personal, y como solo buscaba sexo y no me solía encontrar
con ninguno de mis amantes, no iba regalando besos tan alegremente.
—¿Lo haces para tenerme enganchado de las pelotas?
—¿Qué? —Lo miré sorprendida de que pudiera pensar que lo hacía para
provocarle o algo por el estilo—. No, no quiero cogerte por las pelotas ni
nada parecido. Es solo que besar es algo muy personal e íntimo…
Me callé porque no sabía bien cómo decirle que no consideraba que
nuestra relación fuera nada más que el sexo que nos dábamos y que por eso
no le besaba.
—¿Es más íntimo que comerle la polla a un hombre?
Abrí los ojos sorprendida por su pregunta y miré a nuestro alrededor
esperando que no nos hubiesen oído en las mesas vecinas. Todo parecía
tranquilo, así que me acerqué a él por encima de la mesa para contestarle
sin que se enterasen los de alrededor.
—Comerle la polla a alguien entra dentro del sexo que se comparte,
pero besar a alguien entra dentro de mi vida privada y de mis sentimientos,
creo que son cosas totalmente diferentes.
—O sea, que no vas a besarme hasta que te enamores de mí. ¿Es eso?
Me reí por su pregunta, intentando quitarle importancia al asunto, pero
Dimas me miró con tanta seriedad que pensé que estaba ofendido, cosa muy
extraña porque ese fue el primer y único requisito que puse el día que nos
conocimos. No tenía de qué extrañarse.
—Dimas, lo nuestro es solo sexo, y ya se habría acabado si no te
empeñaras en seguir adelante con esta situación tan, tan… rara.
Asintió con la cabeza, pero por su manera de mirarme pensaba que no
estaba muy de acuerdo con mi decisión.
—¿Has terminado?
Cuando asentí, pidió la cuenta al camarero para poder marcharnos.
—Si ya te encuentras bien, esta noche voy a follarte hasta que no
puedas sentarte en una semana.
¡Oh, sí… por favor! Las bragas se me cayeron de la impresión y lo miré
con lascivia mientras el taxi nos llevaba de vuelta al hotel. Su mano se
paseó por mi rodilla de manera casual, aunque a mí me estaba poniendo
nerviosa. Lo conocía lo suficiente para saber que no hacía nunca nada que
no fuese intencionado. Lo miré y lo encontré observando por la ventanilla,
muy concentrado.
Le dejó propina al taxista y cogió mi mano para subir en el ascensor
donde daba la casualidad de que no había nadie dentro.
Me empujó de cara a la pared cuando se cerró la puerta y me mordió el
cuello con deseo mientras se pegó a mi cuerpo para poder sentir su
excitación por encima de los vaqueros.
—Me vuelves completamente loco, ¿lo sabías? —me susurró al oído y
me mordisqueó el lóbulo de la oreja hasta hacerme estremecer.
—Igual que tú a mí —susurré excitada mientras metía en mi boca su
dedo corazón y comencé a succionarlo con fuerza, lo que consiguió hacerlo
gemir.
—No vamos a llegar a la cama. —Me cogió de la mano y casi echó a
correr por el pasillo para entrar en la habitación.
Dios, ¿por qué hacía tanto calor de repente? Mi sexo palpitaba por la
anticipación a lo que sabía que Dimas era capaz de hacerme sentir.
Me pegó contra la puerta.
—No te muevas de aquí —susurró con brusquedad.
Me quitó el abrigo de un tirón y le siguió mi jersey de lana. No tenía
nada debajo y lo oí gemir cuando volvió a pegarse a mí espalda. Me cogió
los pechos con las manos para atormentarme los pezones con los dedos
hasta dejármelos deseando más atenciones.
Comenzó a lamerme la columna con lentitud mientras una mano se
colaba entre mis vaqueros y la otra seguía atendiendo mis pezones que ya
estaban erectos y muy sensibles.
—Voy a follarte aquí.
Sus manos me desabrocharon el pantalón y me lo bajaron con rapidez
junto a mis braguitas de encaje, que se quedaron amontonadas en mis pies.
Como no podía tocarlo por estar de cara a la puerta, le saqué el culo
empujando contra su erección. Volvió a gruñir en mi oído.
—No seas impaciente. —Me lamió la oreja y el cuello mientras su
mano se metía entre mis piernas para ver lo mojada que estaba—. No te
imaginas lo que me pone sentirte así de excitada por mí.
—Me pasa lo mismo —le dije, sacando más el culo y restregándome sin
pudor contra su sexo, que sentía palpitar bajo sus vaqueros—. Date prisa y
fóllame ya.
—Eres muy exigente —aseguró mientras lo sentía a mis espaldas que se
bajaba los vaqueros y la ropa interior, le oí rasgar el plástico de un
preservativo. Se colocó desnudo entre mis piernas y buscó con su sexo la
abertura de mi vagina.
—Ya lo sabes —le susurré mirando a la pared bastante frustrada por no
poder tocarle, pero en contraste me excitaba mucho más esa frustración de
tener que esperar a lo que él quiera hacerme—. Me gusta que me follen
bien.
Se coló dentro de mí con un fuerte empellón que casi consiguió
levantarme los pies del suelo. Un hondo gemido salió de mi garganta.
—Voy a follarte tan bien que no vas a olvidar esta noche con facilidad.
—A ver si es verdad —le dije moviendo mis caderas al compás de sus
vaivenes—. Ya sabes lo exigente que soy en la cama.
—Te aseguro que no vas a quejarte de mí.
Se metió tan adentro y llevaba un ritmo tan machacador, que empezaba
a sentir en mi interior esa sensación reconocida del orgasmo preparándose
dentro de mí.
—Joder, voy a correrme —le avisé sin poder contenerme, solo unos
minutos después.
—Lo sé —susurró en mi oído. Aceleró el ritmo y cuando iba a correrme
contraje mi vagina con fuerza. Tuve un glorioso orgasmo mientras sentía
que él se corría conmigo hasta llenar el preservativo que se puso antes de
entrar en mí.
«¡Joder con los polvos rápidos!» pensé cuando mis piernas apenas me
sostenían de la debilidad que me entró.
—Esto no ha hecho más que empezar, espero que no estés cansada.
Salió de mí y se quitó el preservativo para hacerle un nudo. Me cogió en
brazos y se encaminó conmigo al baño para que nos duchásemos juntos.
Me sentó en la taza del váter para quitarme las botas y los pantalones
que tenía alrededor de los tobillos. Se quitó sus zapatos y vaqueros, que se
había subido para poder moverse bien, pero que ni siquiera se había
abrochado. Le dio al agua caliente de la ducha y me cogió la mano para
meterme con él.
—No te imaginas las ganas que tengo de que nos duchemos juntos y sin
prisas.
Me abrazó mientras el agua caliente caía sobre nosotros. Yo me apoyé
contra su cuerpo de lo relajada que estaba.
Cogió gel de baño y se lo puso en las manos para sacar espuma y
empezar a acariciar mi cuerpo con lentitud. Se recreó en enjabonar mis
pechos mientras me miraba con ojos hambrientos. Miré su sexo, que
empezaba a crecer otra vez y de repente deseé probarlo y follármelo con la
boca. Me arrodillé en la ducha para comenzar a besarle la polla mientras
sentía el agua caliente cayendo sobre mi espalda. Él se recostó contra los
azulejos para poder disfrutar de mi felación.
—Dios, Candela, me encanta cómo me la chupas.
Lo miré a los ojos mientras me la metía entera en la boca y comencé a
acariciarle los testículos al tiempo que subía y bajaba la cabeza hasta
conseguir que cerrase los ojos por el placer. Le pasé los dientes con
suavidad para atormentarlo un poco.
—Joder, no pares.
Me cogió del pelo para poder follarme la boca a conciencia y se dejó
llevar por el placer mientras gemía con fuerza ante sus envites, que me
llegaban hasta el fondo de la garganta. Al estar tan bien dotado, metértela
entera era algo complicado, pero sabía que él disfrutaba mucho cuando la
metía hasta el fondo.
Aceleró sus acometidas.
—Voy a correrme, Candela —me avisó minutos después, suponía que
para que me retirase si no quería tragarme el semen, pero le cogí el culo
para que no se apartara y sentí su líquido caliente en mi boca mientras se
corría con un gruñido de satisfacción. Se vació por entero y se quedó
apoyado en la pared del baño, relajado y con los ojos cerrados por la dicha
post coital.
Me levanté y me lavé el pelo, ya que se me había mojado por completo
y él me miraba en silencio mientras se recuperaba del orgasmo.
—Vas a matarme cualquier día de estos. —Me ayudó enjuagándome el
pelo y me dio una toalla para que me la colocase como un turbante. Nos
envolvimos el cuerpo con otra toalla y me cogió en brazos para tumbarme
en la cama tras poner en ella su toalla para que no se mojase el edredón.
—Voy a secarte con mi boca —dijo antes de cogerme un pie y
comenzar a lamerme los dedos uno a uno. Era tan sensual, que consiguió
que me retorciera de placer a los pocos segundos de empezar a hacerlo—.
Tienes que quedarte quietecita, no seas impaciente.
Continuó con su labor obviando mi sexo, que era la zona donde más
necesitaba su boca.
—No te saltes lo mejor. —No pude evitar quejarme porque estaba tan
caliente que creía que iba a entrar en combustión espontánea—. Mi coño te
necesita.
—Lo mejor para el final. —Se entretuvo en mi ombligo y subió por mis
pechos para lamer con suavidad los pezones, primero uno y después el otro
—. Prometo que va a gustarte.
Tironeó de mis pezones con los dientes y yo grité de la impresión y
levanté mis caderas en una muda invitación de lo que de verdad necesitaba.
Cuando metió la cabeza entre mis piernas estaba tan a punto del orgasmo
que cuando se centró en lamer mi clítoris y metió dos dedos en mi vagina,
me catapultó a un orgasmo liberador que intentó prolongar mientras
succiona mi clítoris con fuerza. Cuando los espasmos menguaron se puso
otro preservativo con rapidez y se coló con suavidad. Un poco más cada
vez, en cada embestida lenta que sentía en la piel sensibilizada de mi
vagina.
—Creo que necesito un descanso —mascullé sin poder creerme que
empezara a despertar el placer de nuevo dentro de mí.
—No lo creo —susurró entre dientes.
Me levantó una pierna para colocarla sobre su hombro. En esa postura
aún podía colarse más adentro y yo no podía hacer nada en absoluto,
excepto sentir de nuevo ese maravilloso cosquilleo que nacía dentro de mí y
se iba expandiendo como una onda expansiva por todas mis terminaciones
nerviosas. Dimas debía sentirlo de nuevo porque gimió y comenzó a
acelerar el ritmo ante mis gemidos de placer, que no podía disimular.
Era un dios del sexo, de eso no había ninguna duda.
—Córrete de nuevo, Candela, vamos —aceleró el ritmo y cerró los ojos
para centrarse en su propio placer—. Córrete conmigo. —Soltó un hondo
gemido mientras se vaciaba de nuevo en mi interior y yo me corría otra vez
entre gritos de placer.
—Lo dicho, vas a matarme —soltó cuando se desplomó sobre mi
cuerpo.
Me soltó la pierna para que tuviese una postura más cómoda.
—Vamos a secarte ese montón de pelo —dijo minutos después entrando
al baño de nuevo y saliendo con el secador y un cepillo del pelo
—¿Vas a secarme el pelo? —le pregunté, enternecida por ese gesto.
¡Qué mono!
CAPÍTULO 16

DIMAS

Desperté con la luz del amanecer que entraba por la ventana. Miré
desorientado la habitación sin recordar exactamente dónde estaba y
entonces sentí que tenía a alguien abrazado a mi cuerpo. Miré la cabeza de
Candela, que estaba de nuevo sobre mi hombro y sus piernas enlazadas con
las mías. Estaba visto que a ella le gustaba dormir acurrucada sobre mi
cuerpo y esa costumbre suya me sacó una sonrisa. Me quedé quieto para no
despertarla y le aparté el pelo revuelto de la cara para poder contemplarla
mejor mientras dormía.
Estaba relajada y sus labios un poco entreabiertos me tentaban a que la
besara para poder disfrutar por fin del sabor de sus besos. Después de
pensárselo un segundo, decidí respetar su deseo y me dije que ya iría ella a
pedirme un beso, aunque fuese lo último que consiguiese de ella.
Mi erección mañanera despertó por completo al sentirla así, abandonada
sobre mi cuerpo, y por un segundo pensé en darle los buenos días
desayunándome su sexo, pero recordé que había estado enferma y que hacía
pocas horas que habíamos caídos rendidos de tanto follar, así que me moví
un poco en la cama para buscar una postura más cómoda sin despertarla y le
besé la coronilla que tenía bajo mi mentón.
No sabía lo que esperaba de esta relación, pero tenía claro que la quería
en mi vida tanto en lo laboral, que estaba demostrando ser de una gran
valía, como en lo sexual, porque estaba claro que no íbamos a tener nunca
una relación personal.
Ella les tenía pánico como un gato al agua caliente, supuse que algún
exnovio cabrón le había jodido bien jodida para que estuviese tan cerrada
en banda para, ya no tener una relación íntima con ningún hombre, sino
para contar algo de su vida personal, por insignificante que pudiera ser el
dato.
Suponía que intentaba proteger su corazón al mantenerse al margen de
cualquier hombre que pudiese estar interesado en ella.
A mí me venía perfecto la relación que teníamos basada en el sexo, no
quería una relación seria, pero cada vez me intrigaba más saber cosas de su
pasado y que se abriese un poco más.
Pensaba llevar esa relación sexual tan placentera entre ambos a otro
nivel más íntimo y personal. La quería como amante. La quería en mi cama
más a menudo y, sobre todo, quería conocerla más a fondo y saber más
cosas de ella.
Por supuesto no iba a decírselo ni a pedírselo porque se negaría
abiertamente, pero pensaba utilizar todas las armas a mi alcance para
obligarla a pasar más tiempo juntos.
No sabía bien lo que me pasaba, pero cada vez me gustaba más
despertar con ella en mis brazos. Y quería más.
Cerré los ojos y me relajé intentando volver a dormirme de nuevo. Era
muy temprano para molestarla con lo que mi cuerpo me estaba pidiendo.

Desperté cuando el sol me comenzaba a dar en la cara y abrí los ojos


sintiéndome descansada y relajada. Al recordar las sesiones de sexo de la
noche anterior entendí el porqué. Me desperecé con un gran bostezo y miré
el otro lado de la cama, que estaba vacío. Se oía el agua de la ducha y supe
dónde estaba Dimas. Miré la hora en el móvil y me sorprendí al ver que
eran casi las diez de la mañana.
¡Madre mía, las diez!
Me levanté con rapidez pensando en lo que el estricto de Dimas habría
pensado de mi hora de levantarme para ponerme a trabajar. Recordé que él
aún tenía mi ordenador en su mochila y que no podía hacer nada hasta que
me lo devolviera. Fui hasta mi maleta para sacar la ropa que pensaba
ponerme. Todavía estaba desnuda, pero esperaba ponerme algo antes de que
saliese el jefe de la ducha. Supuse que volveríamos a España ese mismo día,
ya que me encontraba bastante mejor. Tendría que esperar a ver lo que
decidía él.
—Buenos días.
Me volví con rapidez y lo encontré detrás con una mini toalla atada a la
cintura. Mis ojos traicioneros lo recorrieron con mirada lasciva, otra vez.
—Candela… —me regañó mirándome entre exasperado y divertido.
—Es culpa tuya por salir así del baño. No soy de piedra, ¿sabes?
Cuando él me recorrió con la mirada con toda la intención de
recordarme que estaba desnuda, me sonrojé e intenté pasar por su lado con
rapidez para entrar en el baño.
—¿Dónde vas con tanta prisa? —Me atrapó cuando pasé por su lado y
me abrazó acercándome a su pecho húmedo.
Sus ojos me miraron divertidos y una chispa de lujuria se encendió en
ellos.
—Necesito ducharme. —Intenté soltarme de sus brazos, que me
apretaron todavía más fuerte.
—Todavía no te he dado los buenos días. —Enterró su nariz en mi
cuello e inhaló profundamente.
¡Dios, cómo me ponía cuando hacía eso! Era un acto muy erótico que
me ponía a mil, sobre todo cuando, como en ese instante, me miraba con
mirada feroz. Podía ver el deseo dibujado en ellos de nuevo.
¿En serio? ¿Después de los tres asaltos de anoche?
—Sí lo has hecho, hace un segundo —le recordé, algo turbada por su
escrutinio.
—No, no lo he hecho como quiero hacerlo desde que he despertado
contigo entre mis brazos y acostada prácticamente sobre mi cuerpo.
«¿En serio duermo acostada sobre él?» pensé. «¡Qué vergüenza!»
Me cogió en brazos sin problema, perdiendo su toalla en el proceso y
tumbándome de nuevo sobre la cama deshecha.
—Mira la hora que es —le recordé entre risas porque me caían gotas de
su pelo mojado en mi pecho desnudo, que me ponían la piel de gallina.
—La hora ideal para volver a hacerte el amor antes de irnos.
Ya no tuve ningún pensamiento racional más hasta un buen rato
después. Hacía mucho tiempo que nadie me daba los buenos días de una
manera tan apasionada.

Salí de la ducha un rato después y volví a ponerme la ropa de la noche


anterior, algo cómodo para viajar. Dimas había decidido adelantar el vuelo
para antes de comer, en vez de por la tarde como había previsto esa mañana,
ya que había comenzado a nevar y se esperaba una tormenta en el fin de
semana.
París estaba preciosa con las calles cubriéndose de blanco. Lástima que
no pudiésemos quedarnos más días ahí, pero si iba a haber tormenta el fin
de semana, quizás no podíamos viajar en los próximos días, y tenía un
montón de trabajo y reuniones la semana siguiente.
Cuando salí del baño me encontré con que había pedido el desayuno al
servicio de habitaciones y se olía el café recién hecho en la habitación. Para
mi sorpresa, había una caja con croissants que parecían recién hechos y que
llenaban el aire de un olor que me hizo la boca agua.
—¡Vaya! —Lo miré sorprendida mientras él leía el periódico en el
móvil tranquilamente. Levantó la mirada y me sonrió cuando comprobó que
me encantaba la sorpresa. Era tan raro verlo sonreír, ya que normalmente
tenía el ceño fruncido, que esa sonrisa me desarmó y me hizo aletear el
corazón de manera absurda y molesta—. ¿Y esto? —No pude evitar la
pregunta mirando los croissants encantada y sorprendida a partes iguales.
—No puedo permitir que te vayas de París sin haber comido croissants,
¿no? —La sonrisa ladeada seguía asomando de su boca e iluminó el mundo
entero.
—Sería un delito.
Me senté junto a él intentando mostrar indiferencia y me serví un café
con leche, cogiendo un croissant para pegarle un gran mordisco.
—El secreto está en la mantequilla —dijo él, mordiendo también el que
estaba en su plato y volviendo al teléfono, que en ese momento le sonó.
Miró la pantalla unos segundos antes de decidirse a cogerlo y lo observé
con curiosidad por la cara que puso.
¿Quién sería?
—Tania, buenos días.
Se levantó para salir de la habitación y hablar en el saloncito anexo con
más intimidad.
«¡La super novia!» recordé molesta al oír su nombre y repasé
mentalmente nuestros dos encontronazos hasta el momento. Estaba claro
que no nos gustábamos en absoluto.
Seguí comiendo, intentando enterarme de su conversación.
—Sí, vuelo en un par de horas… Sí, estaré en tu casa esta noche como
te aseguré… Sí… No me importa en absoluto, ya he te dicho que he estado
muy ocupado… Vale, hablaremos esta noche. Hasta luego.
Volvió a sentarse junto a mí y siguió con su desayuno como si nunca lo
hubiesen interrumpido. Yo continué con el mío intentando hacer lo mismo.
Estaba claro que no tenía problemas para pasar de una cama a la otra,
aunque ahora que sabía que no estaban prometidos, sentía aún más
curiosidad por el tipo de relación que tenían en realidad.
—Si has terminado, recoge tus cosas que nos marchamos al aeropuerto,
te espero en la recepción.
Salió con su maleta sin decirme ni una palabra más. Con el gesto serio y
el ceño fruncido que solía llevar normalmente.
¡Ya volvió el jefe autoritario y gilipollas!
Asentí y terminé de desayunar con rapidez. Entré al baño a cepillarme
los dientes y repasé las cosas de mi maleta para asegurarme de que no me
faltase nada. Di un vistazo a la habitación antes de salir en silencio tras él.
Suspiré cansada. Necesitaba alejarme de él lo máximo posible. El tipo
de relación que teníamos me abrumaba demasiado. Necesitaba volver a
tener control en mi vida sin que nadie ni nada me afectase, y Dimas me
desconcertaba demasiado para mi tranquilidad. Era un hombre encantador
cuando soltaba el don de mando unos minutos y yo necesitaba aferrarme a
la relación jefe-empleada, que era la que me proporcionaba la seguridad
emocional.
Había algo en su manera de tratarme esos días que me encogía el
corazón. Era un cambio muy sutil, pero algo me decía que era el principio
de todo, y ese todo era el que me asustaba y no quería cambios de ninguna
de las maneras.
Era una suerte que ninguno de los dos quisiera nada más de lo que
teníamos; sexo y nada más.
O eso deseaba yo, por lo menos.
Dejamos las llaves en la recepción y salimos cuando la recepcionista,
que miró a Dimas con ojos tiernos, nos indicó que el taxi que esperábamos
acababa de llegar.
Fuera hacía un frío impresionante. Seguía nevando y las calles estaban
milagrosamente tranquilas y silenciosas. Eso conseguía la nieve cuando
caía con fuerza; que la gente se resguardase en casa igual que si estuviese
lloviendo o incluso más aún, por lo peligrosa que puede volverse una
calzada nevada con los riesgos de resbalones si se hacían placas de hielo.
El taxista nos indicó en un francés cerrado que, si continuaba nevando
con esa fuerza, la ciudad se bloquearía en pocas horas y que teníamos suerte
de tener un vuelo reservado ya, porque las noticias habían avisado de que
posiblemente cerrasen los aeropuertos por la tormenta.
Contemplé las calles nevadas en silencio mientras Dimas hacía lo
mismo por su ventanilla del taxi.
—¿Estás bien? —Me miró con curiosidad cuando bajamos del vehículo.
Los tripulantes del avión esperaban a Dimas junto al aparato.
—Claro. —Le entregué mi maleta a él, que se la dio a su vez a la
tripulación para que la subieran después de saludarlos a todos.
—Estás muy callada.
Decidí sentarme frente a él en vez de a su lado. Necesitaba mantener las
distancias. Él me estudiaba con atención y supuse que se había dado cuenta
de que prefería mantener las distancias, aunque no dijo nada al respecto,
cosa que agradecí.
Cerré los ojos con fuerza cuando comenzó el despegue y me relajé algo
más cuando por fin se estabilizó el avión en el aire.
El vuelo era bastante corto y cuando nos bajamos en el aeródromo de
Madrid volví a hablar con él. Apenas era mediodía y aunque no me apetecía
ir a la oficina se lo pregunté de todas maneras.
—¿Me dejas en la oficina?
Me miró sorprendido.
—No vas a trabajar más esta semana, Candela. Quiero que descanses
hasta el lunes por la mañana. Ya hemos trabajado bastante, ¿no crees?
Como sabía que la pregunta llevaba doble intención prefería no
contestarle.
—¿Vas a ir al Susurros este fin de semana? —Antes de que le contestase
añadió—: Me gustaría verte allí.
Sus ojos dorados me miraban con curiosidad y tenía el ceño fruncido,
cómo no, que le hacía una arruga en el entrecejo, muy típica de él y de su
semblante serio. No pude evitar acariciarle la barba cuidada de unas
semanas e intentar borrar la arruga de su frente, él no dejó de mirarme con
intensidad.
—Creo que no. Creo que ya nos hemos visto suficiente estos días, ¿no?
No esperé su respuesta. Me monté en su coche, que alguien del personal
del aeródromo había dejado junto al avión y me abroché el cinturón
deseando llegar a mi casa y olvidarme un poco de Dimas y de la influencia
que ejercía sobre mí.
Se montó después de coger nuestras maletas y arrancó el coche en
silencio sin decir nada más.
CAPÍTULO 17

CANDELA

La semana siguiente apenas lo vi, cosa que agradecí un montón. Necesitaba


recuperar la perspectiva de esa relación y no podía hacerlo si lo tenía tan
cerca de mí, que me hacía olvidar todas las barreras que me había
empeñado en poner todos estos años.
El martes cené con Magda en un italiano que nos gustaba a las dos. Al
final le conté todo lo que sucedió entre el jefe y yo; primero porque era mi
amiga desde hacía muchos años, iba a ser una de las damas de honor de mi
boda, antes de pillar a mi prometido follándose en mi cama a la otra dama
de honor. Sabía que era muy típico, pero ¡a mí me dejó totalmente
destrozada, con pánico a los hombres y a las relaciones que pensaba que
nunca superaría! Y segundo porque necesitaba poder contarle a alguien lo
que me estaba sucediendo y me ayudase a buscar la perspectiva correcta.
—Pues fíjate que te envidio. —Le dio un enorme mordisco a la pizza de
pepperoni que habíamos pedido, que era la que más me gustaba, y ese día
me tocaba pedirla a mi gusto, ya que la última vez eligió ella.
La miré sin tener claro a dónde quería ir a parar y me chupé el dedo
porque se me había manchado de la salsa de la pizza.
—Sí, claro, como que esta situación es la más ideal de todas.
Magda bebió de su vino blanco y se acercó a mí por encima de la mesa
para que pudiera oírla sobre el murmullo de las voces de la gente que
llenaba la pizzería esa noche.
—Escucha, conozco a Dimas y sé que no va a mezclar vuestro trabajo
con el sexo. Es decir… —añadió cuando vio que iba a replicarle—, más de
lo que ya está. Así que tienes un amante rico y sexi como el demonio que te
pone a cien. A ti y a todas las mujeres que lo miran, pero que se empeña en
buscar momentos a solas contigo para disfrutar de sexo desenfrenado y
morboso como no te ha dado nadie nunca… —Me miró sonriendo divertida
—. Me encantaría estar en una situación así, que lo sepas. Es ideal, aunque
te obligues a buscarle pegas.
—¿Has pensado lo que sucederá cuando me canse y no le dé lo que
quiere?
Esa era la idea que me atormentaba desde el primer día. Era cierto que
teníamos una relación rara y morbosa, precisamente por ser quien era, pero
también me provocaba muchísimas dudas al respecto.
Antes porque pensaba que estaba prometido y aunque no era mi
problema, no quería que le hicieran a ninguna mujer lo que me hicieron a
mí y que era el principal motivo de que estuviese metida en ese lio. Ahora
resultaba que no estaba prometido, aunque seguía simulando estarlo y no
sabía por qué, pero algo me decía que, si Tania se oliese algo al respecto,
iba a arder Troya otra vez. A mí no es que me asustase esa pija canija, pero
si se ponía a airear lo nuestro, no iba a dejarme en muy buen lugar, ni a él
tampoco. Y estaba segura de que Dimas no iba a estar contento de que todo
ese asunto nos estallase en la cara.
—Escucha, cuando no quieras seguir con él se lo dices y punto. Es un
hombre adulto y maduro, y estoy segura de que aceptará lo que decidáis. Y
Si no, pues te dirá lo que opina, pero la última palabra siempre la tienes tú.
—Volvió a beber hasta acabarse su copa y nos sirvieron a las dos de la
botella de la cubitera que habían dejado junto a nuestra mesa—. ¿Besa
bien?
Supe que lo preguntaba porque ella conocía mi norma de no besar a
nadie desde hacía mucho tiempo.
—No me ha besado. —Bebí un trago para evitar sus ojos azules, que me
miraban con gran curiosidad.
—¿Aún no?
—No quiero hacerlo, ya lo sabes.
—No puedes negar el morbo que dan esos labios tan sensuales
recorriendo tu cuerpo desnudo.
—Ya he tenido esos labios sensuales recorriendo mi cuerpo, lo que no
ha hecho todavía es besarme, aunque creo que lo ha pensado más de una
vez.
Le conté nuestra conversación en París y el «pronto» que creí oír.
—¿En serio dijo eso? —Se rio con perversidad—. Lo dicho, tienes
muchísima suerte. Es una pena que esté prometida y adore a Peter, que
sino…
—Debo mantenerlo lo más alejado posible de mí, lo último que necesito
es que me diga que se ha enamorado o que quiere profundizar más en la
relación o algo así.
—¿Qué harías si fueses tú la que se enamora de él?
—Eso no va a pasar, ya lo sabes.
Magda me miró muy seria y guardó silencio, cosa que le agradecí.
¿Cómo podías evitar enamorarte de un hombre como Dimas? Esperaba
de verdad poder mantenerlo fuera de mi corazón como hasta ahora.
Reconocía que era un gilipollas engreído la mayoría de las veces, pero
también tenía un lado desconocido por la gente que era bastante más
cercano y que complementaba muy bien con el de creerse por encima del
bien y del mal, el cual no soportaba.

El viernes al mediodía levanté la cabeza de mi mesa cuando oí unos tacones


acercarse a con rapidez. Dimas estaba en una reunión en el Ayuntamiento y
no creí que volviera en todo el día, cosa que me aportaba una gran
tranquilidad. Prefería que estuviese lejos y no saber que estaba detrás de
una puerta justo a mi espalda, por el montón de ideas locas que se me
ocurrían cuando lo tenía tan cerca.
Me quedé de piedra al ver a Tania con cara de mala leche acercándose a
mi mesa como una locomotora sin frenos.
¡Problemas!
«¿Y esta qué quiere ahora?»
—El señor García Valdecasas no está. —Me obligué a llamarlo por su
apellido para que ella no pudiera imaginarse el tipo de intimidad que había
entre nosotros.
¡Lo que le faltaba a esa loca!
—Lo sé —me soltó con una sonrisa envenenada, como si estuviese
disfrutando de algo que solo ella supiese—. Vengo a buscarte a ti
—¿A mí, para qué?
De repente se me encendieron todas las alarmas. No me gustaba esa
mujer y me daba muy mala espina la manera tan fría de mirarme, como si
me odiase por encima de todas las cosas.
—Para decirte que estás despedida. Recoge tus cosas y lárgate de mi
empresa.
Me quedé tan sorprendida que no supe muy bien qué hacer. No tenía ni
idea de si ella tenía o no algún tipo de mando o poder en la empresa, aparte
de ser la hija del dueño. Y no tenía ni idea de si podía despedirme como
acababa de hacer, pero no pensaba irme sin hablarlo antes con Dimas, al fin
y al cabo, fue el que me contrató.
—¿Y eso por qué? —Intenté mantener la sangre fría y enterarme de qué
era lo que esa mujer pretendía. Parecía que me odiaba, pero creía que
tampoco le había dado ningún motivo para ello.
—Porque esta empresa es de mi padre y tengo todo el derecho del
mundo a despedirte.
—Vas a tener que hablarlo con Dimas —le solté—. No pienso irme a
ningún lado sin que él lo sepa.
—¿Quién crees que me lo ha pedido? Él no te quiere de secretaría, cree
que eres una trepa y que intentas manipularlo para que se fije en ti. Así que
me ha pedido personalmente que te despida en su nombre. —Me miró con
tal sonrisa de suficiencia que consiguió hacerme creer por un momento que
Dimas era el que estaba detrás de todo eso. Ahí estaba el motivo del que le
hablaba a Magda hacía dos noches.
—Pues, si quiere despedirme, que venga y me lo diga en persona.
Me crucé de brazos con obstinación sin querer creerme lo que me estaba
pasando.
Ella se sentó en el borde de mi escritorio y cogió el teléfono para llama
a alguien de la empresa por la marcación rápida que había hecho.
—¡Sí, Miguel… soy Tania! Bien, bien, quiero que prepares los papeles
del despido inmediato para Candela… Sí, la ayudante personal de Dimas,
sí. Sé que él no te ha dicho nada todavía porque ha debido de pasársele,
pero me ha pedido a mí que lo haga sin demora. Bien, hazlo cuanto antes.
Esperamos los papeles en la mesa de ella, manda a alguien aquí con ellos
para que los firme de inmediato.
Ya no supe muy bien lo que pensar, pero, visto lo visto, no iba a
quedarme ahí pasando la vergüenza de que ella me despidiese en persona.
Retuve las lágrimas porque a esas alturas todos los compañeros de la sala
habían dejado de trabajar y estaban pendientes de nosotras dos. Estaba visto
que se habían enterado de lo que sucedía. Había muchas miradas de
preocupación y de odio hacia ella, pero me daba igual lo que pudieran
pensar de Tania. Me levanté, cogí mi abrigo y mi bolso para dirigirme a la
salida con paso decidido.
Intenté salir del despacho antes de encontrarme con más gente que
conociera y choqué en mi huida, nada más y nada menos que con Dimas,
que acaba de salir del ascensor. Me sujetó evitando que cayese al suelo.
—¿Candela?
Me miró sorprendido y yo bajé la cabeza para intentar subirme al
ascensor y quitarme de su vista antes de romper a llorar.
¡Cómo coño había podido hacerme eso?
Al ver que no le contestaba miró hacia mi mesa y debió ver a Tania,
porque me avisó antes de dirigirse hacia ella:
—Ni se te ocurra moverte de aquí, ¿me oyes?
Yo no le hice caso y lo empujé para que se quitase de en medio. «¿En
serio lo has empujado, Candela?» me recriminé. Subí al ascensor sin
hacerle caso a su cara de sorpresa y apreté el botón de la planta baja para
que me llevase a la salida antes de volver a encontrarme con él.
¡Vamos, vamos, vamos!
Comencé a rascarme de manera desesperada el antebrazo derecho. El
nivel de ansiedad que tenía en ese momento no era el más adecuado para el
picor de mis brazos.
¡A la mierda todo!
No quería verlo ni volver a saber nada más de él. Sabía que esa relación
no iba a darme más que disgustos.
No acabé de salir a la calle cuando el teléfono empezó a sonarme en el
bolso. Llamé a un taxi que pasaba por delante de las puertas de la oficina y
me monté con rapidez cuando se detuvo ante mí con un chirrido de frenos.
Le di la dirección de mi casa y cogí el móvil, que no había dejado de
sonar en todo el tiempo. ¡Dimas! Decidí apagarlo para no tener que oírlo
más. No acababa de creerme las palabras de Tania, pero, aun así, yo no
estaba dispuesta a que esa mujer viniese a atormentarme y a montarme un
pollo cada vez que le diese la gana, y aunque supuse que Dimas no tenía
culpa de eso, no iba a quedarme en el trabajo para seguir aguantando lo
mismo una y otra vez.
Llegué a mi casa sin haber derramado una lágrima todavía y me
enorgullecí de ello, ya que me había empeñado en no llorar, aunque hubiese
perdido un trabajo que me encantaba y que ahora no tenía ni idea de lo que
iba a hacer con mi vida de nuevo.
¡A la mierda!
Estaba tan nerviosa que no ponía quedarme quieta, así que entré en mi
habitación para cambiarme de ropa. Me quité el pantalón pitillo que llevaba
y me puse mi pijama rojo de corazones blancos que me encantaba y que era
super calentito, aunque fuese casi tres tallas más grande que yo.
Comenzaron a llamar al portero de manera continua. Me sobresalté y
me acerqué a preguntar quién era.
—Soy yo, abre la puerta.
¡Oh, mierda!
Volví a rascarme como si mil insectos me picaran a la vez.
Di un respingo al ver a Dimas parado ante la puerta de mi telefonillo
mirando la cámara con cara de mala leche.
—Lárgate.
Colgué el telefonillo sin intención de abrirle y empezó a sonarme el
teléfono fijo de mi casa. Lo cogí intentando olvidarme de la persona que
estaba en mi puerta.
¿Quién coño le había dado mi dirección? ¿Y qué hacía en mi casa?
—Candela, Dimas va para tu casa, te aconsejo que hables con él.
Miré el teléfono como si pudiera ver a mi amiga Magda por el auricular.
—¿Has sido tú la que le ha dado mi dirección? ¡Perfecto!
Resoplé enfadada y decepcionada por igual. No me esperaba que ella se
chivase precisamente a él y menos después de lo sucedido minutos antes.
—¿De qué hablas? Él ya conocía tu dirección. Te recogió en tu casa la
noche de la cena. Pero, de todos modos, cuando Dimas se enfada es mejor
no ponerse en su camino. Solo he querido avisarte para que estés preparada.
No está de buen humor, bueno es que lo sepas.
—¡Oh, venga ya, Magda!
—Escúchale por lo menos, Cande, no pierdes nada por eso.
Le dije un escueto «¡vale!» y colgué el teléfono, preguntándome por
qué no había vuelto a sonar el telefonillo. ¿Se había marchado? Aunque no
me creía que hubiese sido tan fácil deshacerse de él. Por supuesto que no lo
era. De repente empezó a sonar el timbre de mi puerta de manera aún más
insistente que en el telefonillo. Como no despegaba el dedo supe que al
final terminaría quemándolo.
—Candela, abre la maldita puerta.
Decidí ignorarlo y entré en la cocina para prepararme un café que me
hiciera entrar en calor, ya que el piso estaba helado. Me planteé seriamente
coger una botella de alcohol y bebérmelo de un golpe para olvidarme de la
mierda de día que llevaba.
El timbre no había parado de sonar un segundo y me estaba poniendo de
los nervios.
—Vete de una vez —le grité a través de la puerta—, no quiero hablar
contigo.
—O abres la puerta o la tiro abajo —Empezó a golpearla con lo que
supuse era su puño—, tú eliges.
Supe que era muy posible que lo hiciese. Que fuera tan engreído
viniendo a mi casa pensando que tenía obligación de abrirle y ponerme a
hablar con él como si no hubiese pasado nada, me hacía ponerme casi de
tan mal humor como parecía estar él.
Abrí la puerta plantándome ante él con los brazos en jarra. Si pensaba
que iba a dejarlo entrar iba listo.
Me miró muy serio y cuando se fijó en mi pijama de corazones, una
sonrisa bailó en sus labios y parecía que su enfado se había disuelto un
poco, pero el mío no.
—¿Qué coño haces en mi casa? —le solté sin importarme que los
vecinos pudieran oírme.
—¿Puedo entrar un momento?
Miró a su alrededor temiendo justamente lo mismo que yo, que los
vecinos nos oyesen, pero yo no quería hablar con él ni verle ni nada. No
pensaba perdonarle por lo sucedido en la empresa, aunque ni siquiera
hubiese sido culpa suya.
—No, no tengo nada que hablar contigo.
—Quiero disculparme —susurró. Que un hombre tan arrogante como él
viniese a disculparse a mi casa me sorprendió bastante, pero, aun así, no iba
a perdonarlo.
¡No lo quería en mi casa y punto!
—Bueno, pues ya lo has hecho. —Intenté cerrar la puerta, pero la sujetó
con una mano y para mi consternación la empujó, abriéndola de nuevo—.
Largo de mi casa.
—Candela, he venido hasta aquí para hablar contigo y no voy a
marcharme hasta que lo haga.
Volvió a mirarme con el ceño fruncido y pude ver el enfado en sus ojos.
Parecía que se le había pasado la sorpresa de mi super pijama. Me imaginé
las pintas que debía tener en ese momento con el pelo recogido en un moño,
el pijama de corazones que era varias tallas más grandes que yo y los
calcetines gruesos que me ponía para andar descalza. Pero no me importó
en absoluto que me viese así. Al fin y al cabo, ya ni siquiera trabajaba para
él, así que me importaba muy poco lo que opinase.
—Candela —Su tono de voz me sorprendió—, ¡por favor!
Ante esas dos simples palabras me desinflé como un globo pinchado y
me hice a un lado para que entrase. Me imaginé lo difícil que había tenido
que ser para un hombre tan orgulloso como él, ir a mi casa a disculparse por
algo que ni siquiera había sido culpa suya.
Se quedó mirando el salón adornado con su sofá lleno de cojines de
colores y las plantas colgantes que tenía en las estanterías. Sabía que no era
muy grande, pero para mí era fantástico.
—¡Tú dirás!
No pude evitarlo y me planté ante él, que me observó con atención
después de repasar con la vista el salón y la cocina americana que podía
verse desde la entrada.
De repente sonrió cuando volvió a posar sus ojos en mí.
—¿Qué?
Levanté una ceja para que supiese que no me importaba en absoluto lo
que pensase de mí.
—Estás preciosa con ese pijama.
Como no me imaginaba esas palabras que me sorprendieron casi tanto
como debieron de haberle sorprendido a él, sonreí muy a mi pesar.
—Ya me supongo. Eres un gran mentiroso. Que lo sepas.
—¿Huele a café?
—Está recién hecho. —Me volví para entrar en la cocina sabiendo lo
mucho que le gustaba el café—. ¿Lo quieres solo?
—Por favor.
Lo oí detrás de mí y me entretuve poniéndole el café y sacando
magdalenas caseras con pepitas de chocolate.
Sus ojos se iluminaron al verlas. Era de los pocos hombres a los que
conocía que le gustase el dulce casi tanto como a mí.
—¿Nos sentamos?
Puse los cafés en la mesita del salón que había delante del sillón, el
plato con las magdalenas, y me senté animándolo a que hiciera lo mismo.
—Tú dirás.
Cogió su café y le dio un trago con cuidado de no quemarse. Me
observó con tranquilidad, como queriendo hacerme ver que no iba a darse
ninguna prisa por mucho que yo intentase apresurarlo.
—Quiero disculparme por lo sucedido con Tania.
—Eso ya me lo has dicho, no tenías que venir hasta aquí para eso.
—No hubiese tenido que venir si te hubieses quedado en la empresa
como te pedí —me recriminó con rapidez mientras le quitaba el papel a una
de las magdalenas y la mordía con ganas. Sus ojos se cerraron un segundo
por el placer del dulce—. ¡Qué rica! ¿Las has hecho tú?
Negué con la cabeza, divertida.
—La pastelería de la esquina tiene el honor.
Terminó de comerse la magdalena y volvió a mirarme con esos ojos casi
dorados que tenía. Lo hizo tan intensamente que comencé a removerme
nerviosa en el asiento.
—Hablé con Tania cuando llegué y me contó lo sucedido. Ella no tiene
ningún poder para hacer lo que hizo.
—Pues no es lo que parece, y parece que ella no lo tiene claro.
—Te aseguro que no se le olvidará de ahora en adelante.
No supe muy bien qué pensar sobre eso, ya me suponía que ella no
podía despedirme, pero no quería volver a vivir nada tan desagradable.
—Escucha, no quiero que tengas problemas con ella por mi culpa, al fin
y al cabo, es tu prometida.
—Ya no, hablé con ella el viernes pasado y se lo dejé bien claro. Lo
nuestro se ha acabado para siempre. Por supuesto, he hablado con su padre
y le he dejado claro que no voy a permitir que venga a la empresa a
molestarte a ti ni a nadie.
—No quiero que tengas problemas por mí, de verdad.
—Candela, tú te quedas y no se hable más.
No pude decirle nada más. Me quedó claro que nada lo haría cambiar de
opinión.
CAPÍTULO 18

CANDELA

Estuvo fuera casi tres semanas después de nuestra charla en mi casa.


No volví a tener visitas imprevistas de Tania en la oficina y poco a poco
había vuelto a relajarme.
La primavera estaba a la vuelta de la esquina y el buen tiempo hacía que
me pusiera de buen humor.
Quedaban dos semanas para el fin de semana de convivencia. Lo hablé
con Magda.
—Las jornadas de convivencia se llaman así por eso, porque se realizan
en una sola jornada —le dije tras acabar de apuntar a todos los que iban a
asistir a nuestro fin de semana, porque no era solo una jornada, no, lo
nuestro iba a ser un fin de semana completo en un hotelito rural que
acabábamos de restaurar y que el dueño se había empeñado en que lo
probásemos nosotros durante un fin de semana completo, de ahí la idea de
Dimas de aceptar esa invitación para realizar el fin de semana de
convivencia.
—Él es así, ya deberías de conocerlo. ¿No lo has visto en todo este
tiempo?
Estábamos comiendo en la cafetería de la empresa porque se nos había
hecho tarde para salir a comer fuera. Miré a nuestro alrededor y saludé con
la cabeza a algunos compañeros de trabajo que me saludaban al verme.
Ya conocía a casi todo el mundo, al fin y al cabo, todos los que iban a ir
al fin de semana de convivencia habían tenido que hablar conmigo por
teléfono o por correo electrónico para confirmar la asistencia.
—Verlo no, hablamos casi todos los días por teléfono y sé dónde está a
cada segundo del día, por su agenda —le aclaré mientras me terminaba de
comer el postre que me había pedido.
Me callé para no decirle que, por supuesto, no sabía lo que hacía por las
noches. Conociéndolo, seguro que se estaba follando a todas las que podía o
a alguna mujer de la empresa que no le hiciera ascos a relacionarse con uno
de los jefes. Prefería no saberlo. Aunque tenía que reconocer que lo echaba
de menos. No había vuelto al club desde que volví de mi viaje a París, y me
apetecía una noche de sexo salvaje. Decidí que iría ese fin de semana.
—¿Cuándo vuelve el gran jefe?
—Creo que el lunes próximo. Había una feria de construcción en
Boston este fin de semana y creo que me dijo que se pasaría por allí. Tiene
programado el vuelo para el lunes, pero ya sabes que es totalmente
imprevisible.
—¿Qué haces este fin de semana?
—Viene Peter, ¿no? —le pregunté a mi vez.
—Sí, llega mañana viernes, y tú… ¿tienes planes?
Aún no lo sabía. Estaba teniendo unas semanas de mucho trabajo.
—Si me animo mañana es posible que vaya al Susurros, pero no lo sé.
—¿No te asusta a quién podrías encontrarte cualquier día?
Magda era de las mujeres que seguían pensando que teníamos que ir
acompañadas por un hombre a todos los sitios para estar seguras y a salvo.
—Cariño, las personas que van allí van a por sexo y si te he visto no me
acuerdo. Ya te lo he dicho, ¿no?
—Pero tú te mereces algo mejor.
Me cogió la mano con cariño. Había sido, era y sería la amiga más
incondicional que podía desear. Para ella yo era la mejor persona, la más
guapa, la mejor amiga, la más cariñosa, la mejor en todo… y la quería
muchísimo por ello, pero también me hubiera gustado que viera mis
defectos, que eran muchos y muy variados.
—¿Tan bueno y perfecto como era Damián? —Me miró sobresaltada
por el sarcasmo de mi voz—. No quiero novio nuevo ni prometido, ni
siquiera a un follamigo —le volví a aclarar sin saber a ciencia cierta cuántas
veces se lo había recordado ya.
Se lo había repetido hasta la saciedad, pero estaba visto que no quería
enterarse.
—Que ese cabronazo sea un hijo de la gran puta no significa que todos
los hombres lo sean.
—Es cierto, pero no voy a ser yo la que se ponga a buscar al bueno, que
vete tú a saber dónde está. —Le apreté la mano que aún tenía entre las mías
—. El único hombre bueno que queda lo tienes tú, ya lo sabes. Cuídalo
mucho y disfrútalo por si acaso.
—Me encanta tu optimismo.
—¿Verdad que sí? —le dije divertida, levantándome para volver a la
oficina—. A mí también.

El viernes por la noche me entró un WhatsApp de Dimas. Algo muy


extraño porque no solía hablar conmigo los fines de semana.

«Qué haces?»

Pensé si contestarle o no, pero me dije que si estaba hablando conmigo


era porque no estaba haciendo otra cosa. Decidí atormentarlo un poco. ¡Qué
mala era!

«Voy a salir».

Estaba totalmente segura de que sabía a dónde iba a ir.

«Vas al Susurros?

Y a continuación, añadió:

«¿Sin mí?»
(Caritas de risas)

Las caritas de risas con lágrimas me hicieron reír a mí también.

«Estoy segura de que te has divertido estas semanas con alguna


americana sin acordarte de mí»

Respondió de inmediato:

«¿Estás celosa?
(Carita de estar pensando)
«Más quisieras».
(Carita riéndose)
«Bueno, como ninguno va a follarte
como yo… vas a pasarte la noche
pensando en mí».
(Caritas sonrientes)

No pensaba entrarle al trapo, entre otras cosas, porque posiblemente


fuera verdad lo que me había dicho, no que pensase en él, pero sí de que
pocos me iban a follar tan bien.
«Buenas noches».

«Buenas noches, Candela.


Pásalo bien».

Eran más de las doce cuando entré en el local saludando al portero con un
gesto de cabeza mientras me abría la puerta.
El interior estaba como siempre, con las luces atenuadas y la barra en un
extremo con varias parejas y algunos grupos algo más numerosos alrededor.
Le entregué mi abrigo a la chica que estaba en el guardarropa y me guardé
la ficha en el bolso mientras me dirigía a la barra sin hacer caso de algunas
miradas curiosas que me seguían por el local, hasta que me senté en un
taburete en un extremo de la barra, sin mirar a nadie en concreto. Sabía que
la gente que estaba en la barra se iría desplazando a otras salas según
recogieran sus bebidas y, mientras me pedía un ron con limón, ya que me
gustan las bebidas algo dulces, se me acercó una pareja de unos cuarenta
años. Una rubia explosiva con un precioso pelo largo, vestida con un
minúsculo vestido rojo que dejaba poco a la imaginación, y un moreno
risueño con ojos de un azul muy bonito que me miró con lascivia.
—Hola, preciosa. —No apartó los ojos de mi escote.
¡Ya estamos!
Estaba claro que todos los que estábamos allí íbamos a lo mismo, pero
eso no quitaba que la gente fuera educada y tuviera un poquito de buen
gusto.
—Hola.
Le respondí mirando a la mujer, que parecía algo avergonzada; yo
también lo estaría de tener una pareja así.
—¿Estás sola? —me preguntó ella mirando a mi alrededor con
curiosidad. Parecía que no le cuadra mucho que las mujeres estuviésemos
allí solas.
—Sí.
No tenía sentido mentirle.
—¿Quieres hacer un trío?
No me apetecía mucho follar con un tío como él, pero cuando me volví
un poco para negarme alguien se acercó a mí y me cogió por la cintura
colocándose a mi lado. Me volví para decirle algo a la persona que tenía la
cara dura de acercarse así, cuando me encontré la cara de Dimas a escasos
centímetros de la mía. Lo miré sorprendida.
—¡Hola! —saludé—. ¿Qué haces tú aquí?
El tipo lo miró molesto porque supo que a su lado tenía poco que hacer.
Su mujer, que lo miraba con la boca abierta, creo que pensó lo mismo.
—Te echaba de menos.
Mi corazón golpeó tan fuerte por la sorpresa de verlo, que pensé que
todos los que estábamos en la barra podían oírlo.
—¡Oiga! ¡La chica está con nosotros!
Dimas lo miró de tal manera que el tipo se calló de inmediato.
—¿Quieres hacer un trío con ellos o vienes conmigo?
Me dio pena la mujer, pero estaba claro que no me iría con ellos ahora
que estaba él aquí.
—Lo siento.
Se marcharon con cara de haber chupado un limón.
—Podía ser divertido —le dije sonriendo mientras él se pedía una copa
en la barra.
—Entraremos con alguien más si quieres compañía.
Se volvió hacia mí en la barra para mirarme con detenimiento. Me había
hecho una cola alta e iba vestida de rojo pasión. Un vestido de ante con
tirantes y cuerpo entallado que me llegaba justo a medio muslo.
Él llevaba unos vaqueros negros y camisa también negra que le quedaba
perfecta. Su perfume invadió mis fosas nasales y suspiré de gusto por lo
mucho que me gustaba ese olor. Mi pulso se aceleró aún más al sentir sus
ojos claros recorriéndome con la mirada.
—Eres tan bonita que soy la envidia de todos los hombres de esta sala
ahora mismo.
Me sorprendí mucho por sus palabras, ya que no era un hombre
detallista ni cariñoso. Parecía ser que el haber estado sin vernos casi un mes
lo había ablandado un poco.
—Y por cómo te miran las mujeres creo que soy la envidia de todas las
que te miran con lascivia.
—¿Prefieres un hombre o una mujer? —me preguntó de repente y se
volvió para mirar a la gente reunida en el salón.
—¿Tienes ganas de jugar o estás cansado?
Sus ojos me miraron ofendidos y me reí divertida.
—¿Quieres jugar con una mujer? —Su voz ronca consiguió
estremecerme.
—No, quiero que tú juegues con otra mujer —le dije con una voz que
debía reconocer que me salía más sensual cuando hablaba con él.
Dimas me examinó unos segundos antes de asentir. Cogió mi mano para
dirigirnos a una mujer que también estaba sola en la barra. Habló con ella
unos segundos para que nos siguiera en silencio.
Reconocí que yo tampoco me negaría a un hombre como él.
Entramos en una habitación de las que tenían una cama de matrimonio
gigante y poco más.
Dimas miró a la mujer que nos había acompañado, que era delgada y
con el pelo negro, muy corto, que enfatizaba aún más sus rasgos de duende
y sus enormes ojos negros. Era muy bonita.
Por la expresión corporal de Dimas pude ver que nos miraba como un
depredador analiza a sus presas y eso siempre me ponía a cien.
Soltamos nuestras copas en la mesa que había junto a la cama.
—Primero voy a desnudarte a ti —dijo recorriendo mi cuerpo de arriba
abajo con mirada lasciva.
Tragué con dificultad y mi pulso se aceleró ante sus ojos dorados. Me
mordí el labio inferior, lo que atrajo su mirada a mi boca y sus pupilas se
dilataron por el deseo.
—Me matas cuando haces eso. Ni te imaginas las ganas que tengo de
poder morderte esa boca pecaminosa que tienes.
Se colocó a mi espalda y me desabrochó el vestido con lentitud. Mordió
mi cuello provocándome un escalofrío mientras sus manos recorrían los
laterales de mis pechos y me bajaba el vestido, que cayó a mis pies,
dejándome solo con las medias, el tanga de encaje negro y los tacones.
Se colocó frente a mí, se arrodilló y me bajó las medias mirando mis
ojos en el proceso. Me quité los tacones y me las bajó con cuidado para
ponerlas junto al vestido en un batiburrillo de ropa que la otra chica cogió y
colocó en el respaldo de una silla, le sonreí como agradecimiento. Dimas
me mordió el pubis. Aún llevaba el tanga y eso hizo que mi vagina se
contrajese con fuerza y mi deseo por él aumentase de manera exponencial.
—Voy a quitarte esto, vas a sentarte en ese sillón con las piernas
abiertas y permanecerás quieta mientras esta belleza… —Miró a la chica
morena unos segundos y ella le sonrió con mirada provocativa.
La mirada lasciva de él consiguió que mi entrepierna se humedeciese
aún más imaginándome la escena.
—¿Solo voy a mirar? —le pregunté mientras me bajaba el tanga y me
dejaba gloriosamente desnuda ante ellos, que aún estaban completamente
vestidos.
—Ya veré lo que hago contigo.
Me empujó hacia un sillón que había frente a la cama, el cuál supuse
que estaba allí con la intención de que, quien se sentase, tuviese una
panorámica formidable de lo que sucedía en la cama.
—Abre las piernas.
¡Joder!
Cómo me ponía cuando me hablaba así.
Dimas me miró situado justo frente a mí y sonrió cuando pudo
contemplarme expuesta y desnuda a su gusto.
—No te muevas de esa postura —me ordenó con firmeza—. Querías
verme jugar y eso es justo lo que voy a hacer.
Se volvió hacia la otra chica que lo miraba embelesada. No me extrañó.
Tenía una apariencia sexi y peligrosa que rara vez pasaba desapercibida.
Emanaba testosterona por cada poro de su piel y sabía perfectamente el
poder que ejercía en las mujeres.
—¿Puedo desnudarte? —le preguntó a la morena, que asintió con la
cabeza como respuesta.
Se colocó tras ella y la ayudó a salir del vestido que llevaba. Era
delgada y tenía los pechos pequeños y erguidos, como dos mandarinas
maduras. Dimas le lamió la línea de la columna hasta llegar al tanga que le
bajó con lentitud, dejándola desnuda ante él.
—Preciosa —susurró antes de entrar al baño y salir con la manopla para
lavarla antes de intimar.
Ella suspiró cuando le mojó el sexo y él sonrió con esa media sonrisa
que me volvía loca.
Dejó los artículos de aseo en la mesa, al lado de las copas y regresó
junto a la mujer para sentarla en la cama formando un ángulo de 90 grados
con mi cuerpo, para que pudiera tener así completa visibilidad de lo que
hacían allí.
Me miró unos segundos antes de sentarse junto a ella.
La mujer se lanzó a besarlo en la boca, cosa que me sorprendió mucho
ya que pensaba que él tampoco besaba a nadie.
Ella enredó las manos en su pelo cobrizo y se acercó más a su cuerpo
para profundizar el beso. Luego gimió en su boca.
De repente no me gustaba lo que estaba viendo. El juego había dejado
de ser divertido, no me preguntéis por qué, pero verlo besando a otra mujer
había despertado algo en mí parecido al dolor, y no sabía muy bien cómo
gestionarlo. Estaba pensando en levantarme y marcharme. Ya no quería
seguir viendo eso. De repente, la noche acababa de perder todo su atractivo.
Dimas se separó de ella y me miró unos segundos, no supe muy bien
para qué. No dijo ni una palabra, pero, al parecer, supo ver lo rara que me
sentía en esos momentos porque dejó de besarla y metió su cabeza entre las
piernas de la chica, que las abrió para darle cabida en ellas.
Cuando la mujer comenzó a gemir y a sujetarle el pelo para que no se
moviera de donde estaba, yo comencé a imaginarme que era a mí a quién
lamía a conciencia y noté cómo mi sexo se humedecía todavía más.
Dimas era un experto en el sexo oral y yo lo sabía muy bien. Al poco
tiempo oí cómo los gemidos de la mujer se acentuaban hasta que se corrió
entre jadeos mientras Dimas seguía lamiendo y alargando su éxtasis.
Levantó la cabeza y me miró con ojos salvajes por el deseo. Mi sexo se
contrajo de manera dolorosa y gemí sin poder evitarlo. Estaba expuesta y
era vulnerable en esa postura. Solo deseaba que viniese hacia mí y me
follase de una vez.
Negó con la cabeza, por lo que supe que me había entendido
perfectamente, pero se levantó y se desnudó con rapidez entrando al baño
para lavarse. Volvió unos minutos después y no necesitó decirle nada a la
chica, porque se arrodilló en el suelo dejando que él se sentara en la cama,
dejando su sexo a la altura de su boca.
Ella se lo metió en la boca y lo chupó cuan largo era mientras lo lamía
con mimo. Él gimió y volvió a clavar sus ojos en mí. Estaba claro que
quería que pensase que era yo quién lo chupaba.
Nunca había estado tan caliente sin que me hubiesen tocado todavía. Me
moví en el sillón un poco y vi que Dimas volvió a negar con la cabeza.
Mensaje recibido: «¡Quietecita donde estás!»
«¿Es que a este hombre no se le escapa nada?» pensé.
La mujer aceleró el movimiento de su boca y él le sujetó la cabeza para
indicarle el ritmo que le gustaba más.
Sabía que no iba a tardar en correrse. Parecía que la mujer estaba
haciendo un buen trabajo, porque cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás
olvidándose de todo menos del placer que le estaban dando.
Me sentía huérfana sin su mirada. Quería que se corriera mirándome a
los ojos para que viera cuánto me estaba gustando ver el placer que le
daban.
Volvió a gemir más alto y noté cómo su cuerpo se tensaba con fuerza y
gritó cuando eyaculó en la boca de ella, que no se apartó.
Se quedó así, desmadejado y relajado bajo su boca, que aún lo lamía
una vez más para no dejarse nada.
Abrió los ojos y le sonrió. Ella le devolvió la sonrisa.
—¿Te ha gustado?
—Ha sido fantástico —respondió él, levantándose y encaminándose a
sus pantalones, de donde sacó un preservativo.
Lo miré expectante, deseando que viniera a follarme a mí. Pero se
arrodilló a mis pies y me levantó las rodillas para ponerlas en los brazos del
sillón, dejándome con el pubis levantado y apuntando a su cara
directamente. No dije una sola palabra. Se lanzó a lamerme el coño con
lengüetazos rápidos que me sobresaltaron por el placer que me hacía sentir
de repente. Feroz y letal.
Gemí sin control y él me succionó el clítoris acercándome al orgasmo
de manera alarmante. Entonces se retiró, dejándome perdida sin sus labios y
terriblemente insatisfecha.
—Aún no —susurró el hijo de puta, que se levantó y se dirigió a la
cama para ponerse el condón sobre su enorme erección. Al parecer, lo que
me había hecho volvió a excitarlo. Puso a la otra mujer en la cama a cuatro
patas para follársela por detrás. Entró en ella de un empellón que le arrancó
un grito de placer.
—Voy a follarte sin parar —le susurró. Ella no podía hacer más que
gritar por sus acometidas—. Estoy tan caliente que creo que voy a follaros
hasta que amanezca. —Se sujetó a su cintura y comenzó a moverse con un
ritmo castigador que a mí me estaba volviendo loca y que a ella le arrancó
otro orgasmo casi de inmediato, aunque eso no hizo que se detuviera, sino
que se la siguió follando sin descanso hasta que ella lo arrastró a otro
orgasmo cuando ya no pudo aguantar más, y su cuerpo decidió rendirse a su
asalto implacable.
Conseguir tres orgasmos en poco menos de una hora no era moco de
pavo, pero yo estaba tan caliente que pensé que iba a entrar en combustión
espontánea de un momento a otro.
Salió de la mujer y se quitó el preservativo para atarlo. Se sentó en la
cama y me miró con intensidad cuando la mujer se fue al baño.
—¿He jugado ya suficiente con ella? —Asentí y sonrió lascivo—. Bien.
Ahora te toca a ti. Ven aquí.
CAPÍTULO 19

CANDELA

Haber tenido una sesión exhaustiva de sexo después de irse la chica y


haberme corrido tantas veces que había perdido la cuenta, debería haberme
dado sueño, pero ahí estábamos los dos todavía, sentados en la barra del
Susurros tomándonos una última copa.
Cuando Dimas se quitaba el traje de implacable hombre de negocios era
bastante agradable charlar con él. No perdía ese aire arrogante tan
característico en él ni se le borraba la cara de mala leche que solía tener,
pero lo conocía lo suficiente como para saber que venía con esa tara de
serie y ya no me impresionaba tanto como al principio.
Me sorprendió que nuestra acompañante anterior se acercara a pedirle a
Dimas su número de teléfono. Estaba visto que le había gustado su manera
de follársela. ¡No era tonta, no! Pero él no tuvo reparo alguno en aclararle
que no quería tener ningún trato con ella fuera de esa habitación.
Aunque solían ser las normas de todo el mundo allí dentro, estaba claro
que pensaba que a él le había gustado lo suficiente como para intentar que
se las saltara. No pude evitar sonreír al verla marcharse bastante ofendida
por el rechazo.
¡Sigo siendo mala persona, lo sé!
Pero qué le iba a hacer, me gustaba saber que no tenía ni quería pareja.
—Deberías marcharte a casa —me dijo, rozándome la mandíbula con el
pulgar y mirándome con ternura —. Parece que te han follado bien hasta
dejarte exhausta.
Solté una carcajada tan espontánea, que las pocas personas que
quedaban en el local me miraron curiosas, sonriendo. Dimas también lo
hizo. Ahora que lo tenía relajado, sentado ante mí, podía ver el cansancio en
sus ojos. Acababa de recordar que él había volado desde Boston y parecía
que acababa de llegar cuando vino al Susurros a encontrarse conmigo. O no
había tenido mucho sexo durante esas dos semanas o verdaderamente me
había echado de menos.
«¡Qué más te da, Candela! ¡Déjalo estar y vete a dormir ya!»
—Bueno, no estás demasiado desencaminado —reconocí,
terminándome la bebida que ya no me apetecía—. Voy a pedir un taxi.
—Te acerco a casa. —Sacó un billete de cien euros y pagó las bebidas,
dejando la vuelta de propina ante el agradecimiento del camarero.
—No hace falta. —Le cogí la manga de la camisa para intentar frenarlo,
pero no me hizo caso y se levantó, ayudándome a bajar del taburete donde
estaba sentada. Me puso la mano en la espalda para dirigirme al
guardarropa a recoger nuestros abrigos.
—Dimas, no voy a irme contigo.
Cogí mi abrigo y lo miré mientras se colocaba el suyo. Me cogió la
mano para llevarme al exterior con él.
—No voy a dejar que te marches sola a las cinco de la mañana, ¿me
oyes? Así que ahórrate las quejas. Cuanto antes te montes, antes te dejaré en
tu casa.
Como supe que tenía razón y que no iba a conseguir nada quejándome,
lo seguí hasta su coche y me monté cuando me abrió la puerta del copiloto
con galantería.
Puso la calefacción al arrancar, porque, aunque estábamos a marzo, las
madrugadas seguían siendo muy frías. No supe si era por el aire calentito
que me daba en los pies o por la hora que era, pero me dormí sin darme
cuenta.
Sentí una caricia en mi cara y en mi boca, y supuse que estaba soñando
cuando Dimas me sujetó por el hombro y me llamó.
—Candela, despierta, estamos en tu casa.
Abrí los ojos y miré desconcertada a mi alrededor para ver que
estábamos parados en doble fila ante la puerta de mi bloque de
apartamentos.
—Vale —le dije aún dormida.
Me quité el cinturón y bajé del coche trastabillando con los enormes
tacones cuando apoyé los pies en el suelo.
—Candela…
Se bajó del coche con rapidez y me cogió en brazos para dirigirse a mi
casa, como si no pesara nada. ¡Pensaba quejarme, de verdad que sí! Pero se
estaba tan a gustito en sus brazos y olía tan bien, que suspiré, aún
adormilada, y dejé que hiciera conmigo lo que quisiera. Cuando sentí que
estaba acostada y que me estaba tapando con mi edredón, no pregunté cómo
coño había entrado en mi casa ni le di las gracias por las molestias. En ese
momento solo quería seguir durmiendo. Sentí de nuevo una caricia suave en
mis labios.
—Buenas noches, Candela.

La semana siguiente pasó volando y el jueves por la tarde fui con Dimas al
hotel rural donde íbamos a celebrar la jornada de convivencia, que
empezaba el viernes.
Habíamos quedado con el dueño después de comer para que nos diese
tiempo a comprobarlo todo antes de que se nos hiciera de noche.
—Joder, Dimas, no pasa nada porque nos veamos allí. Tú puedes
marcharte cuando quieras sin tener que estar esperando a mis
comprobaciones de última hora.
Lo miré exasperada, no sabía por qué estaba de tan mal humor todo el
día. Normalmente no me importaba que fuese tan quisquilloso y no le solía
hacer caso a su sempiterno mal humor. No permitía que me arrastrase a él.
Pero ese día estaba más impertinente de lo normal. Lo miré sin querer
perder la paciencia que me quedaba y él entrecerró los ojos evaluando mi
reacción, pero no me iba a dejar amedrentar. Quería irme en mi coche y
volver cuando acabase de comprobarlo todo, y no iba a permitir que me
mangonease ni que me obligase a hacer lo que no quería. Ya me conocía lo
suficiente como para saber que no conseguiría ninguna concesión más de
mi parte.
Suspiró exasperado.
—Iré justo detrás de ti.
Se montó en su coche y esperó a que yo lo hiciera en el mío. Me siguió
todo el camino hasta llegar al hotelito rural de la sierra.
El aire allí era bastante más fresco por estar en plena sierra de Madrid y
también se podía percibir que el aire era más limpio al respirarlo.
Estacioné en los aparcamientos que había en el enorme descampado que
tenían habilitado para los clientes y miré la construcción principal rodeada
de cabañitas de madera oscura muy cuquis.
Me centré en una pista de tenis que había en el otro extremo, junto a una
piscina cubierta que parecía deshabilitada por no ser aún época de bañarse.
Dimas había visto mi mirada.
—¿Sabes jugar al tenis?
Acomodó sus pasos a los míos, bastante más cortos.
—Sí, fui una promesa del tenis juvenil hasta que me lesioné la rodilla.
Me miró sorprendido.
—Si quieres echar una partida…
—No quisiera avergonzarte dándote una paliza.
Se lo dije en broma, pero ya debería conocerlo lo suficiente para saber
que no iba a dar una batalla por perdida.
—Tienes mi permiso para machacarme si tan segura estás de ganarme.
No supe por qué, pero de repente me apetecía mucho arrastrar su
enorme ego por el fango un poquito. Una cura de humildad le vendría muy
bien para bajar a la tierra como el resto de los mortales. Pero, por supuesto,
entonces no sería Dimas García Valdecasas San Martín.
—Bien, luego no digas que no te he advertido.
Un hombre alto, vestido con ropa de marca y el pelo rubio muy
repeinado, salió a nuestro encuentro.
Dimas lo saludó con un fuerte apretón de manos y unas sonoras
palmadas en la espalda que el rubio le devolvió con las mismas ganas.
Estaba claro que ya se conocían.
—Gracias por aceptar mi invitación. —El rubio se giró para mirarme y
sus ojos me recorrieron de arriba abajo, pero extrañamente a lo que solía
pasarme ante miradas así, la suya no me molestó—. ¿Eres Candela?
—Te presento a mi asistente personal —le dijo Dimas, ajeno a la
miradita que me acababa de lanzar el anfitrión—. Candela, te presento a
Lucas Saura, nos conocemos desde la Universidad.
—¿Eres arquitecto? —le pregunté tras darle dos besos, después de todo,
íbamos a vernos mucho en los próximos dos días.
—Empecé arquitectura y me di cuenta de que tantos planos y
construcciones no eran para mí. Me fui a hacer una ADE, que está visto que
se me da mejor, pero dejadme que os enseñe cómo ha quedado esto. Tengo
que reconocer que este jefe tuyo es un genio —dijo con una sonrisa—. No
esperaba que este viejo cuchitril pudiese quedar tan espléndido.
Recorrimos todo el recinto mientras los dos hombres seguían charlando
animadamente.
Me fijé en las cabañitas de madera que estaban justo en la zona de las
barbacoas que ese fin de semana estarían ocupadas por la gente de nuestra
empresa. Había sido toda una proeza meter a los ocupantes de dos en dos
sin que se mataran al enterarse de quiénes serían sus compañeros de
habitación.
—Tuviste una gran idea —decía Lucas cuando entrábamos al interior.
Me quedé enamorada de los techos pintados con ramos de flores en
cada esquina y de la madera oscura que abundaba por todas partes, dándole
un ambiente rústico y antiguo. Había que reconocer que había quedado
realmente precioso.
—¿Cuándo llegaréis vosotros?
Nos miró a ambos con atención mientras nos enseñaba las que serían
nuestras habitaciones, que también había reservado yo, pero que, por
supuesto, no las había visto por dentro.
Como había habitaciones suficientes para todos, decidí elegir una
individual para mí, no me apetecía compartirla, y Magda, que también tenía
una individual, me lo agradeció cuando se lo comenté. Las enormes camas
con dosel me fascinaron, era como haber saltado a la edad media
directamente.
—Mañana a media tarde, en cuanto pueda salir de la oficina.
Mientras Dimas hablaba con Lucas, me dediqué a mirar el hotel por
dentro. Estábamos en la planta alta, que era donde estaban situadas las
habitaciones interiores. Se subía por una inmensa escalera que se abría a
derecha e izquierda, donde estaban las habitaciones, dejando una especie de
patio interior en el centro que llenaban el recinto de mucha luz. Las pinturas
de los ramos de flores en el techo me habían enamorado por completo. Todo
el techo estaba pintado de igual manera, con una especie de guirnalda de
hojas verdes entrelazadas que acababan en los ramos coloridos de los
extremos, entrelazando así de una manera maravillosa todas las
habitaciones.
—Bien, mañana llega el personal del catering contratado para ello.
Lucas nos acompañó al exterior cuando dimos la visita por concluida.
Dimas volvió a mirar la pista de tenis antes de volver a hablarme.
—Que no se te olvide la raqueta mañana.
Me guiñó un ojo antes de despedirse de Lucas y montarnos cada uno en
nuestro coche para marcharnos a casa.
No tenía claro que me apeteciera pasar un fin de semana entre
desconocidos, al fin y al cabo, mi puesto de trabajo me tenía prácticamente
al margen de relacionarme con los compañeros. Hablé con casi todos ellos
por teléfono o por email, pero no ponía cara a casi ninguno de ellos. Era un
momento tan bueno como cualquier otro para intentar relacionarme un poco
y ampliar mi círculo social.
Desde que pillé a Damián con Sandra, la que iba a ser mi dama de
honor y la cual creía que era una de mis mejores amigas, me cerré en banda,
ya no salía de fiesta y me negué en redondo a conocer a nadie más. Estaba
emocionalmente rota y desencantada de todo y todos. Había caído en un
enorme pozo de desesperación y humillación, y dejé de preocuparme
incluso de vivir.
Gracias al apoyo y a la insistencia de Magda, empecé de cero y poco a
poco volví a encauzar mi vida. Conseguí encontrar un trabajo nuevo,
después de que me despidieran del anterior por haberme negado a
incorporarme cuando consideraron que ya había pasado tiempo suficiente
para que se curaran mis heridas. Descubrí que podía disfrutar del sexo de
una manera impersonal y diferente, y conseguí mantenerme a flote. Pero
sabía que mi vida emocional seguía rota pero lo peor es que no me
importaba, de hecho, quería seguir estando así. De esa manera me
aseguraba de que nadie se acercaba lo suficiente para que me hiciese daño
de nuevo. Dimas era una curiosa casualidad y no tenía claro dónde
encajarlo.
Como era un hecho que no quería relación seria con nadie, me sentía
relativamente segura con él y con la relación sexual que teníamos. Esperaba
que las cosas no cambiaran entre nosotros. Él era un hombre muy deseable
y estaba segura de que encontraría a alguna mujer con la que mantener otra
relación y entonces lo de nosotros volvería a ser de nuevo una relación
laboral jefe, empleada. Hasta entonces, estaba dispuesta a seguir
disfrutando de lo que teníamos sin preguntarme nada más.
No me imaginaba lo pronto que las cosas iban a cambiar.
Llegar a un sitio en el que apenas conocías a nadie siempre era para mí
un gran desafío.
Llegué a la casa rural después de comer porque tenía que asignar a mis
compañeros las habitaciones según fueran llegando al hotel y quería estar
para recibirlos.
Una mujer pelirroja, de nombre Samantha, aunque me pidió que la
llamara Sam, era la encargada del catering, y amiga personal de Lucas, el
dueño del hotel desde hacía tiempo, según me contó la mujer de cuerpo
menudo y labios eternamente rojos y sensuales, en cuanto me presenté ante
ella como la asistente personal de Dimas.
—¿Cómo es nuestro empresario del año? He oído hablar mucho de él.
La miré unos segundos antes de contestarle. ¿Qué podía decirle?
—Hostil no es la palabra exacta que lo defina —aclaré sin faltar a la
verdad—, pero no es un hombre amigable. Puntilloso hasta decir basta y
excesivamente controlador.
—Es decir, que necesita un buen polvo para relajarse un poco.
Mi carcajada espontánea hizo que algunos de los compañeros que ya
habían llegado nos miraran con curiosidad.
«Si tú supieras».
No pensaba decirle que su humor no cambiaba al echar un polvo,
precisamente. Ni cinco polvos, ya puestos.
—No es un hombre accesible ni de trato amable, pero tú misma.
¿Me había molestado su comentario sobre Dimas?
No pude pensarlo mucho más tiempo cuando el susodicho apareció ante
nosotros vestido con vaqueros negros y polo también negro, acompañado de
ese ceño fruncido suyo tan característico, como si ya estuviese viendo
defectos en todas partes.
—Hablando del rey de Roma…
—¡Menudo bombonazo! —soltó Sam antes de que Dimas se me
acercase y se lo presentare a la otra mujer, que no puso reparo alguno en
desnudarlo con la mirada.
«¿En serio?» me dije, algo molesta porque de repente él le sonrió con
esa sonrisa de perdonavidas que tenía reservada para cuando salía de caza.
—Si me disculpáis…
No me molesté en quedarme para oír lo que decían y me acerqué a
algunos compañeros que acababan de llegar y miraban todo con alucinación
de tan bonito que estaba.
—¿Nos indicas dónde están nuestras habitaciones? —me preguntó un
chico moreno y delgado como el palo de una escoba que iba acompañado
de dos chicas gemelas, tan idénticas que pensé que ni sus madres podían
distinguirlas.
—Claro. —Me acerqué a ellos con una sonrisa de bienvenida—.
Decidme vuestros nombres.
Cuando empezó a anochecer encendieron unas antorchas en el suelo
para alumbrar los diferentes caminos y tuve que reconocer que el sitio era
una verdadera preciosidad.
Comprobé que había llegado todo el mundo y me felicité por no haber
tenido casi ningún encontronazo con nadie por el reparto de las
habitaciones, un logro personal, ya que en total éramos más de ochenta
personas.
Mi trabajo había acabado ya ese fin de semana, a partir de entonces solo
me quedaba divertirme. Me disponía ir donde sonaba la música y las voces
de la gente que estaba distribuida a un lateral de la entrada, junto a las
barbacoas, que ya estaban encendidas. Todos estaban ubicados de pie, en
pequeños grupos alrededor de mesas altas donde ponían las copas y
esperaban a que se sirviese la cena.
Algunos habían tenido más suerte y estaban sentados en sillones de
mimbre rodeando mesitas de café.
Me acerqué a donde estaba sentada Magda con Antonella, Mario,
Miguel y Damián, y me alegré de que hubiesen decidido ir todos. Estaban
riendo por algo que estaba contando Miguel. Mario sonrió cuando me
acerqué a ellos y me senté en un hueco del sillón que me dejaban junto a
Magda y Mario.
Noté unos ojos seguirme todo el trayecto y no me hizo falta volverme
para imaginar a quién pertenecían.
Cuando me senté, me lo encontré justo frente a mí, hablando aún con
Sam y con Lucas, que me saludó con la cabeza cuando nuestros ojos se
encontraron.
—Creo que el jefe ha pescado este fin de semana o, mejor dicho, lo han
pescado a él. Esa Samantha es una mujer de armas tomar.
Miré a Miguel, que era el que había hablado y me negué a decir nada al
respecto.
—Fíjate que creo que no está interesado —soltó Magda mientras me
miraba con una sonrisa.
—¿Y eso por qué?
Mario los miró unos segundos para cerciorarse de que seguían hablando
ajenos a nuestras miradas.
—Creo que a él le gusta cazar y no ser cazado.
Miré a Magda, que bebía un trago de cerveza sin decir nada más y no
me quedó otra que estar de acuerdo con ella, aunque supuse que dejarse
querer de vez en cuando tampoco estaba mal, sobre todo si era una mujer
tan espectacular como Sam.
—¿No estás de acuerdo? —me preguntó la muy puñetera, sonriéndome
con la mirada.
—Yo no sé nada, que le aproveche si es lo que quiere.
—Hola, no he podido saludarte en toda la tarde.
Me levanté a regañadientes para saludar a Lucas, que se había acercado
a nuestra mesa a saludarme.
—He estado algo ocupada. —Le di dos besos y le presenté a todos los
que estábamos allí sin que los ojos de Dimas se separasen de mí en ningún
momento.
No sabía bien si sentirme halagada o acosada, y no entendía lo que
quería. Pero tenía claro que necesitaba divertirme y era lo que pensaba
hacer ese fin de semana.
CAPÍTULO 20

CANDELA

Lucas se nos acopló para la cena. Consistía en un bufé libre situado junto a
las barbacoas. Estas llevaban toda la noche funcionando, asando
hamburguesas y todo tipo de carnes. Era un hombre muy atractivo. Tenía
algunos años más que yo, que iba a cumplir los treinta. Se conservaba bien,
vestía de manera muy elegante y parecía un hombre culto y educado,
incluso era divertido y amigable. Se había adaptado al grupo con facilidad,
sentándose y comiendo con nosotros como si nos conociéramos de toda la
vida. Antonella comenzaba a ponerle ojitos, pero no parecía demasiado
interesado por ella. Lo traté con cordialidad, sin embargo, intenté dejarle
claro que no estaba interesada en nada serio con nadie.
—¿Estás casado, Lucas? —Mario parecía haberse percatado del interés
de su amiga Antonella y decidió echarle una mano.
—No, me divorcié hará ahora dos años.
—¿Tienes novia, amante, follamiga o algo así?
Miré a Miguel, el responsable de la pregunta, y cerré los ojos
avergonzada del interrogatorio al que estaban sometiendo al pobre, pero él
no parecía incómodo con las preguntas, de hecho, parecía divertido por
haber suscitado tanto interés.
—Nada serio, no he conocido a ninguna mujer lo suficientemente
interesante desde entonces.
Mis alarmas se encendieron cuando me miró a mí mientras contestaba y
yo me hice la desentendida mirando hacia otro lado.
—¿Y tú? ¿Estás casada o prometida, Candela?
«¡Mierda, mierda!»
—Candela no quiere nada serio con nadie —dijo alguien a mi espalda, y
por su tono de voz parecía estar de mal humor.
«¿Y a este qué coño le pasaba ahora?»
Nos volvimos para mirar a Dimas. Se había acercado a nosotros dejando
sola a Sam, que por el momento había desaparecido de escena.
—Bueno, supongo que tampoco ha conocido a nadie interesante todavía
—Lucas me miró sonriendo mientras se acababa la cerveza que se había
pedido para cenar.
—Ni está interesada en conocer a nadie.
Dimas cogió una silla vacía de la mesa de al lado y se sentó en nuestro
círculo, lo que nos obligaba a casi todos a movernos para hacerle un hueco.
«¿De verdad va a quedarse aquí?» «¡Genial!»
—Bueno, es una mujer muy bonita. Seguro que cambia de opinión
cuando conozca a alguien que le interese.
La tensión alrededor de ellos se intensificó y todos los demás me
miraban a mí, como si yo fuese la culpable de la disputa entre ambos.
—Disculpadme, necesito ir al baño.
Me levanté sin dejar que ninguno dijera nada más.
—Te acompaño.
Magda se levantó y me siguió con rapidez. Entramos en el hotel para
dirigirnos al baño que había en la planta baja, al final del pasillo, junto a la
recepción.
—No puedo creerme que Dimas haya venido a marcarte como alguien
de su propiedad para indicarle a Lucas que no se acerque a ti.
Miré sorprendida a mi amiga porque eso era justo lo que me había
parecido a mí, pero creía que no era objetiva con Dimas, así que no quería
pensar cosas raras.
—¿De verdad ha hecho eso? —La miré unos segundos antes de entrar
en un aseo que estaba vacío y Magda entró en el siguiente.
—No me digas que no ha sido evidente.
—Pero si lleva toda la tarde con Sam, difícilmente ha pensado en nada
más esta noche.
—No te ha quitado el ojo de encima y ha venido corriendo en cuanto ha
tenido la oportunidad para dejarle claro a Lucas que no se le ocurra
acercarse a ti.
Me quedé callada porque no sabía qué decirle a Magda, ella era una
romántica empedernida y le encantaba hacer de alcahueta siempre que tenía
la oportunidad. Así que dudaba que su opinión fuera también demasiado
objetiva.
—Bueno, lo que ha dicho es cierto, no me importa demasiado si así
evita que Lucas diga una tontería este fin de semana.
—Está visto que le gustas y Dimas está celoso.
Magda salió del baño sonriendo encantada y se acercó al lavabo a
lavarse las manos.
—¿Te resulta divertido? —le repliqué, molesta por la sonrisita.
«¡Será mala pécora la tía!» ¡Pues ¿no que se estaba riendo de mí la
puñetera?!
—Venga ya, es de lo más romántico.
—¿Dimas es romántico?
Le pregunté sabiendo bien lo que me iba a contestar sobre él.
—La situación es muy romántica, aunque tú no quieras verla. —Me
miró sonriendo y esperando a que yo me lavase las manos—. Acuérdate que
este fin de semana van a pasar cosas interesantes.
—Define interesante.
Miedo me daba, de verdad. No quería que las cosas cambiasen, no
quería tener enamorados de ningún tipo. Deseaba que me dejasen en paz,
pero presentía esos cambios, como bien me había hecho notar Magda.
Salimos juntas del baño, donde nos encontramos con Dimas, que
parecía estar esperando algo en el pasillo. Por lo visto a mí.
—Ya lo verás.
Magda me guiñó un ojo y se alejó cuando vimos que Dimas se dirigía a
mi encuentro.
—¿Puedo hablar contigo?
No me gustó su tono serio, y su mirada fría aún menos.
—Claro, ¿sucede algo?
—Te recuerdo que Lucas es un cliente —soltó a bocajarro.
Lo miré con curiosidad porque no sabía bien lo que quería decir con
eso, no creía que fuera lo que estaba pensando.
—Lo sé. ¿Y qué quieres decirme?
—Que deberías guardar las distancias con él.
Abrí los ojos sorprendida porque no podía creerme que me estuviese
diciendo eso. ¿De verdad pensaba que estaba interesada en él de alguna
manera?
—¿Yo? ¿Por qué me dices eso?
—Si de verdad no buscas una relación, no deberías alentar a Lucas.
«¡Alucino!»
Noté mi mal humor encendiéndose por segundos.
«¡Será gilipollas!» pensé «¿Quién coño se cree que es para decirme
justamente eso?»
—Ante todo debo decirte que no es asunto tuyo —le solté acercándome
a él. Tan cerca, que su perfume inundó mis fosas nasales, vi cómo sus
pupilas se dilataban por el mal humor ante mis palabras y apretó la
mandíbula con fuerza. ¡Qué se jodiera!—. Y segundo, no he hecho nada
para atraer a un hombre que no me interesa en absoluto. Deberías aplicarte
el cuento con Sam.
Estaba tan enfadada que me cogí las manos para no golpearlo, que era
lo que deseaba. Él me siguió mirando con frialdad sin inmutarse por mi mal
humor.
—Pues no es eso lo que parecía.
—No me importa lo que te parezca, pero, de todas formas, te recuerdo
que no es de tu incumbencia.
—Te quiero en mi habitación esta noche.
No pude resistirme, de verdad que no y aunque sabía que no le iba a
gustar mi respuesta no pude callarme.
—Vete a la mierda.
Me fui dejándolo allí, mirándome con sus ojos claros echando humo.
«¡Ya sabía que no iba a gustarle mi respuesta»
Volví a la mesa y me senté para seguir comiendo, deseando que él no
volviese a aparecer por allí. ¿De verdad pensaba que iría a follar con él, con
la posibilidad de que todos en el trabajo se enterasen?
—¿Hay algún problema? —Lucas, que seguía sentado con nosotros, me
miró con intensidad al ver que mi humor no era el mismo al volver del
baño.
—No, estoy un poco cansada. —
Me di cuenta de que era verdad. Mis continuos enfrentamientos con
Dimas consiguieron agotarme psicológicamente.
—¿Puedo preguntarte algo?
Nos acabábamos de quedar solos porque todos habían ido a la barra a
por una copa después de cenar. Yo le había pedido a Magda que me trajera
la mía, porque no me apetecía levantarme otra vez. En ese momento me
arrepentía de no haberlo hecho. Estaba acorralada y él lo sabía, así que no
podía más que asentir con la cabeza. Me obligué a recordar que era un
cliente muy importante y amigo personal de Dimas, así que pensé que
estaba en un lío dijese lo que le dijese.
—¿Llevas mucho tiempo trabajando con Dimas?
No era la pregunta que esperaba, pero la agradecí porque consideré que
era una neutral.
—No, casi dos meses, solo.
Me miró evaluando mi cara, pensé que intentaba leer la verdad en ella.
—¿Sabes el tipo de hombre que es?
—Si te refieres a un jefe controlador y maniático… Sí, me hago una
idea.
Le sonreí confiando en que dejase el tema así.
—¿Conoces a su prometida?
Esa pregunta sí que me sorprendió.
—¿A Tania? Sí.
Ante mi mirada de sorpresa, aclaró:
—Los conozco a los dos desde la universidad, y aunque ahora tengo
algo menos de trato con Dimas, hemos sido buenos amigos desde hace
mucho.
Permanecí en silencio porque no sabía muy bien a dónde quería ir a
parar.
—Se han utilizado mutuamente para beneficiarse, ella necesitaba
escapar de un prometido impuesto por su padre y él necesitaba que las
mujeres casaderas lo dejaran en paz. Aunque lo respeto mucho en el nivel
profesional, y creo que es el mejor en las construcciones ecológicas, es un
mujeriego y no quisiera que te usara como hace con todas y luego te dejara
tirada como una colilla.
No sabía si había cerrado la boca o la había dejado abierta por la
sorpresa. Pero no me esperaba esas palabras de un hombre al que no
conocía de nada.
—Conozco esa faceta de él —Quizás demasiado—, te agradezco que te
preocupes por mí, pero no hace falta.
—No sé bien qué tienes, pero me caes genial. —Me sonrió de manera
tranquilizadora y consiguió que me sintiese bien con él, después de todo—.
Si alguna vez necesitas algo… me gustaría que me consideraras tu amigo.
No sabía muy bien qué decir a eso, porque creía que era una petición
envenenada, sus palabras posteriores me lo terminaron por aclarar.
—Ya sé que has dicho y reiterado que no buscas pareja ni nada por el
estilo y lo voy a respetar, pero quiero que sepas que estaré esperando si
necesitas algo de mí.
Le tomé la mano agradecida por sus palabras, de verdad que parecía un
gran tipo.
—Me gustas, Candela, no voy a negarlo, pero no voy a acosarte ni a
nada por el estilo, solo me encantaría poder ser tu amigo, aunque sé de uno
al que le va a dar un buen ataque de cuernos este fin de semana.
Se rio por lo bajo y preferí quedarme sin decir nada.
—Lo conozco tan bien que sé que siente algo por ti o no me miraría
como lo lleva haciendo toda la noche.
—Creo que estás equivocado.
¿Lo estaba diciendo en serio?
—Supongo que sabes lo que os traéis entre manos, pero ten cuidado con
él, ya que le gusta salirse siempre con la suya y no dudará en jugar sucio
para conseguirlo. No quiero que te haga daño. Y estás en una posición muy
delicada.
—Lo sé. —No me quedaba otra que asentir ante eso, porque tenía toda
la razón.
—Entonces ¿me dejas que le demos celos y que sufra un poquito este
fin de semana?
No le contesté a eso y solo sonreí, porque sabía que tenía razón en todo.
—Le bastará con que me vea cerca de ti.
—Solo espero que no te confundas conmigo.
—Tranquila, preciosa. Está todo claro como el agua.
—Deberías mirar más a tu alrededor… Podrías llevarte una sorpresa.
No quería decirle con claridad el interés de Antonella en él. Al fin y al
cabo, no era cosa mía.
Me guiñó un ojo y la miró con interés cuando la vio acercarse a la mesa.
—Está todo controlado.
Sonreí divertida.
¡Hombres! ¡Y yo que lo estaba subestimando!
El resto de la noche la pasamos entre copas y risas. Había un DJ
poniendo música en directo y la gente se lo estaba pasando genial.
Dimas se había sentado en la mesa con algunos de contabilidad, que no
sabía por qué eran los más viejos de la empresa. Vi sus ojos en mí cada vez
que nuestras miradas se encontraban y aún desde lejos, podía ver el enfado
en ellos y en su expresión corporal.
—Espero que sepas a lo que estás jugando.
Me dirigí con Magda a la barra libre que había en un rincón de la
terraza. Donde estaba la mayoría de la gente en ese momento.
Me acerqué a su oído para que pudiera oírme por encima de la música.
—No sé a qué te refieres.
—No está precisamente contento con tu nuevo amiguito.
—Que se joda.
Levantó la ceja en respuesta y rio divertida.
—No sé por qué, pero creo que los celos no los va a llevar bien.
—No soy de su propiedad —susurré, algo enfadada también al recordar
sus palabras del baño—, tengo vida propia y no debo rendirle cuentas a
nadie.
—Lo sé, solo te digo que Dimas es un enemigo difícil de enfrentar y tú
lo sabes mejor que nadie.
—Quizás esto le valga para que recuerde el tipo de relación que
tenemos.
—Quizás, pero, de todas maneras, ten cuidado con él. Aunque tú no
quieras nada con nadie, te digo yo que él no piensa igual.
Me dispuse a divertirme y dejar de pensar en Dimas y su manera de
tenerme controlada todo el rato sin quitarme la vista de encima.
Estuvimos bailando en una pista improvisada y perdí la cuenta de
cuántos cubatas me bebí durante toda la noche. Tuve que reconocer que
Antonella, Miguel y Mario, junto con Magda, hacían un grupo muy
divertido, Damián se perdió cuando comenzó a sonar la música y no
volvimos a verlo durante la noche.
—Creo que he bebido demasiado —le susurré a Miguel, que había
vuelto de la barra trayéndome otra copa. No tenía ni idea de la hora que era,
pero la pista de baile y la barra estaban casi vacías, así que supuse que era
tarde. No estaba demasiado borracha para no saber lo que hacía, pero sí lo
suficiente como para que, desde hacía ya bastante tiempo, me importara lo
más mínimo que Dimas me siguiera con la mirada.
—¿Estás bien?
Lucas me miraba sonriendo, había estado un rato desaparecido y en ese
momento volvía con la sonrisa aún más ancha y los ojos chispeantes. Que
Antonella apareciese justo en ese momento también me dio que pensar, así
que le sonreí.
—Estoy de maravilla. Veo que has decidido ampliar tus miras, después
de todo.
Me guiñó un ojo divertido y supe que me había entendido
perfectamente. Me sujeté a su brazo cuando la tierra se movió bajo mis pies
de repente y me eché a reír como una tonta.
—Creo que he bebido demasiado.
Los que estaban a nuestro alrededor también comenzaron a reírse al
verme tan perjudicada. No estaba acostumbrada a beber tanto porque no
solía salir de fiesta.
—No pensarás irte a dormir ya, ¿no?
—Bueno, luego voy a necesitar que me acuestes tú —le solté a Magda
divertida.
Más risas de todos.
—Te llevo donde haga falta
Todos volvimos a reírnos, porque era más que evidente que Magda
estaba igual de perjudicada que yo, o incluso más todavía.
—Y si no te acuesta ella te acostamos entre todos.
—Más quisierais. Necesito ir al baño urgentemente —murmuré echando
casi a correr por el jardín ante las risas de todos de nuevo.
Tanto líquido me había dado ganas de hacer pis urgentemente. Rogué
porque los baños no estuviesen ocupados.
No encontré a casi nadie por el camino por lo que pude sentarme a mear
tranquilamente, esperando que se me pasase un poco el pedo que llevaba.
Al día siguiente iba a querer morirme, pero me lo estaba pasando genial. De
repente, Dimas apareció en mi mente mirándome con tanta seriedad que me
pregunté qué era lo que había estado pensando toda la noche para mirarme
de esa manera. No creí que estuviese celoso de Lucas, él sabía que no tenía
interés en nadie como tan bien se lo había indicado a Lucas él mismo.
Repetí sus palabras en mi mente y sonreí como una tonta.
¡Cómo me excitaba cuando salía su lado arrogante! Me preguntaba qué
cara pondría si de verdad se me ocurriese ir a su habitación para follármelo.
«¡Estás muy borracha Candela!» Apoyé la cara en la puerta del baño
para subirme los vaqueros ajustados que llevaba, para mantener el
equilibrio y no caerme de boca.
Empecé a sentirme realmente mal, así que cuando acabé de vestirme
salí del baño a trompicones para avisar a mis amigos de que me iba a
acostar ya. No era capaz de pensar en beber nada más sin vomitar hasta la
primera papilla.
—¡Oh, venga ya, no seas aguafiestas!
Mario intentaba sujetarme para que no me fuera a acostar. Yo me
escabullí entre risas y entré en el hotel del brazo de Lucas, que se había
ofrecido a acompañarme a mi habitación. Decidí sujetarme a él para que me
ayudase a subir las escaleras.
Tuvimos la mala suerte de encontrarnos también a Dimas subiendo la
escalera, que no pudo disimular su odio al vernos subir juntos.
—¡Oh, mierdas, el que faltaba!
Me eché a reír de manera escandalosa, lo cual hizo que me mirase aún
más enfadado.
—No le hagas caso —le pidió Lucas, sujetándome para evitar que me
cayese de bruces al tropezarme con los escalones al reírme tanto—, ha
bebido demasiado.
—No deberías aprovecharte de eso —le soltó a Lucas de malos modos.
Mi risa aumentó al darme cuenta de que pensaba de verdad que iba a
meter a Lucas en mi habitación. No podía estar más equivocado, pero no
pensaba sacarlo de su error.
—No es asunto tuyo —le solté sin consideración.
Lucas lo miró con cautela antes de contestarle. Supuse que para no
caldear más los ánimos ante su mal humor.
—Solo la estoy acompañando a su habitación y me encargo de que llega
sana y salva, ¿por quién demonios me has tomado?
Dimas nos observó en silencio y subió las escaleras que le faltaban sin
decirnos nada más.
¡Grosero!
—Si las miradas matasen…
—Muchas gracias por acompañarme, mañana te veo.
—Buenas noches, Candela.
Esperó a que entrase en la habitación y dio media vuelta para bajar
rápidamente sin decir nada más.
En el último segundo antes de entrar en mi cuarto decidí decirle algunas
cosas al estúpido arrogante de mi jefe.
¡Me iba a oír!
CAPÍTULO 21

DIMAS

Me sorprendí cuándo oí que llamaban a la puerta de la habitación.


Aún estaba enfadado por haber visto a Lucas acompañando a Candela a
su habitación y odiaba cómo me hacía sentir. No entendía qué coño me
estaba pasando con esa mujer. Debería dejar de importarme lo que hiciera
con su vida, pero me había dado cuenta de que estaba celoso como si fuese
un maldito quinceañero.
¡Seré gilipollas!
Me había puesto en evidencia delante de ella y de Lucas, que hacía
muchos años que nos conocíamos como para saber que estaba haciendo el
idiota. Solo me había faltado liarme a puñetazos con él por ponerse a ligar
con Candela.
Me quedé mirando la puerta preguntándome quién podía ser a esas
horas. Seguramente fuera alguien que se había equivocado de habitación.
Esperaba que no fuera Sam, porque no quería follar con ella. Sabía que
estaba más que dispuesta y en cualquier otro momento no me lo habría
pensado siquiera…, pero en ese no me apetecía. Me gustaría llamar a la
puerta de Candela y follármela contra la pared o sobre cualquier otra
superficie plana que nos viniese bien.
¡Joder! ¿Cómo había podido colgarme de ella? Entre nosotros estaba
todo claro y ninguno quería una relación con nadie. De hecho, ella se lo
había dejado claro a Lucas para que no se llevase un chasco, pero aun así…
deseaba besarla hasta que se nos cayesen los labios a pedazos. ¡Joder, cómo
la deseaba!
Volvieron a llamar a la puerta y me acerqué a abrir, colocando una toalla
en mis caderas desnudas.
¿No han podido dejar que me duchase tranquilo? ¡Qué inoportunos!
—¿Te has perdido? —dije a la puerta cerrada antes de abrirla.
Me quedé mudo cuando, al abrir la puerta, encontré a Candela que casi
se cayó sobre mí al haber estado apoyada en la puerta. La sujeté para que no
cayese al suelo y apoyó sus manos en mis hombros desnudos.
—¡Candela! —Miré tras ella sorprendido porque la última vez que la vi
estaba con Lucas.
—Eres un idiota, ¿lo sabías?
Levantó la cabeza para mirarme y se estiró, apartándose un poco de mi
cuerpo semidesnudo, pero dejó sus manos sobre mis hombros. No pude
evitar sonreír como un idiota aunque hubiese venido a insultarme. Estaba
preciosa y algo borracha, pero estaba sola y había preferido venir a mi
habitación después de todo, en vez de pasar la noche con cualquier otro.
—¿Te has olvidado de con quién estás hablando?
Simulé seriedad en el tono y la metí dentro de la habitación cerrando la
puerta tras ella con rapidez para asegurarme de que nadie la viese.
—Con el idiota de mi jefe.
Se le trababa un poco la lengua y tuve que reírme, pero simulé una tos
porque de repente me había mirado con su cara de mala leche que ya
comenzaba a conocer un poco mejor.
—Voy a pasar por alto tu insulto, porque tienes razón en que hoy he
sido un idiota toda la tarde.
—¿Qué cojones te pasa?
La miré y por un segundo deseé decirle lo que me pasaba, pero quería
tener esa conversación con ella cuando tuviese claro que me entendía
perfectamente y no se pudiese escudar tras los efectos del alcohol.
Estaba loco por ella, eso me pasaba, pero estaba seguro de que no le iba
a hacer gracia cuando se lo dijese.
—Nada, Candela. Llevo un día muy raro, no me hagas caso.
Y era verdad que llevaba un día en el que no me reconocía ni yo.
—Has estado a punto de descubrir lo nuestro, Lucas me ha pedido que
tenga cuidado contigo.
—¿Eso te ha dicho? —De repente me volvieron a entrar ganas de ir a
partirle la cara—. Parece que os habéis hecho muy amigos en tan solo unas
horas, ¿no?
Su mirada desconfiada me encantó.
—¿Qué estás insinuando? —Me encantaba que tuviese la osadía de
enfrentarse a mí irguiéndose para plantarme cara. Evité reírme porque iba a
empeorarlo todo, pero me encantaba que no me tuviese ningún miedo. Ni
respeto, ya puestos. Era la única persona que cuando salíamos de la oficina
se olvidaba completamente de quién era, y eso cada vez me gustaba más.
—Que para ser un hombre a quien no conoces, pareces haber hecho una
gran amistad —le aclaré, para que tuviese claro que no me gustaba en
absoluto, aunque sabía que tampoco le iba a importar nada lo que yo
pensase al respecto.
—¿Estás celoso?
La sorpresa de su voz me indicó que ella no parecía haberse dado cuenta
de lo que para todo el mundo parecía ser tan obvio.
—¿Qué pasaría si lo estuviera?
La abracé y la acerqué más a mi cuerpo. Ella suspiró apoyando su
cabeza en mi hombro y aspirando con fuerza en mi cuello. Como si le
gustara mi olor.
Ese gesto me puso a cien.
—No he venido a follar contigo —me dijo, separándose de mí.
La solté con cuidado cuando me aseguré de que podía mantenerse
erguida.
—No estás en condiciones de follar esta noche.
Era una completa pena porque estaba preciosa con el pelo suelto y esos
vaqueros oscuros que le hacían las piernas interminables.
—No voy a follar porque eres un idiota que no parece recordar nuestras
condiciones previas.
—Las condiciones pueden cambiar en un momento, Candela. De hecho,
creo que vamos a tener una charla tú y yo sobre esas condiciones a las que
te aferras como si te fuera la vida en ello.
La estudié intentando evaluar lo que pensaba, pero parecía que no me
había oído porque me miró con curiosidad.
—¿Por qué estás desnudo?
No parecía haberme oído bien o se hizo la desentendida, pero como
pensaba mantener esa charla con ella lo más pronto posible, no quería
insistirle en el tema.
Su mirada lasciva me calentó aún más. Estaba tan empalmado que
necesitaba poner distancia con su cuerpo para calmarme un poco.
—Acabo de ducharme, me has interrumpido.
De repente miró la enorme cama y sonrió de manera tan dulce que me
dio un maldito vuelco el corazón.
—Me encanta esta cama, ¿puedo quedarme a dormir aquí?
Me sorprendía su petición, pero antes de poder asentir, ya se había
tumbado y no tardó ni un minuto en quedarse dormida.
¡Maldito alcohol!
Le quité los vaqueros para que durmiera más cómoda y le puse una
camiseta mía para taparla con cuidado, ya que la habitación estaba bastante
fría. Me puse el bóxer y apagué todas las luces acostándome junto a ella,
acercándola a mi cuerpo para poder abrazarla.
Era muy raro que me resultase tan cómodo dormir con ella, ya que
nunca lo hacía con nadie. Recordé con nostalgia las noches que pasamos en
París con una sonrisa en la cara.
Cuando mantuviese con ella la conversación que tenía pendiente no
tenía ni idea de lo que iba a suceder entre nosotros. Pero no pensaba darme
por vencido y nunca aceptaba un no por respuesta. Con esa idea me quedé
dormido de inmediato.

Cuando desperté por la mañana aún la tenía dormida junto a mí en la


misma postura en la que la acosté. Le besé la coronilla, que tenía justo bajo
mi barbilla, y la acerqué un poco más a mí. Mi erección mañanera me
indicó que no era buena idea tenerla tan cerca y supe que se iba a levantar
con una resaca considerable. Así que me aparté de ella con cuidado para
dejarla dormir más tiempo y me metí en la ducha. Intenté pensar una
manera de plantearle el cambio que quería en la relación. No estaba
dispuesto a aceptar una negativa por su parte y haría lo que fuera necesario
para conseguirlo. Sabía que me deseaba y sabía que le gustaba lo suficiente
para venir a la cama conmigo de manera continuada, así que esperaba que
no lanzase el grito cielo cuando le pidiera tener una relación normal de
pareja. Sabía que creía que me ocultaba lo que le pasó con su prometido,
pero hacía tiempo que lo sabía. Suponía que su negativa a besar a nadie
venía de ese mismo problema. Yo no había sido ni sería ningún santo, pero
creía haber encontrado la mujer que había estado esperando tanto tiempo.
Ella era perfecta para mí. Lo difícil sería hacérselo ver.
Salí de la ducha dispuesto a acorralarla para poder hablar con ella sin
oídos indiscretos y me encontré la cama vacía.
Ni rastro de ella ni de su ropa.
¡Mierda! ¿A dónde había ido esa mujer?
CAPÍTULO 22

CANDELA

¿De verdad me había acostado con él la noche anterior?


Abrí los ojos quejándome en voz alta del dolor de cabeza que tenía y me
quedé mirando con desconcierto la habitación.
No era la mía y de repente recordé que había estado hablando con
Dimas antes de volver a mi dormitorio.
No recordaba nada de lo que habían hablado, pero despertar vestida con
una camiseta que no era mía y con la ropa interior puesta, me dio seguridad
de que no me habían follado la noche anterior. Pero ¿qué demonios hacía en
su cama, entonces?
Por un segundo pensé que podía estar en el cuarto de Lucas y me
levanté espantada buscando mi ropa para poder marcharme.
Una pantalla de móvil se encendió en la mesita de noche y suspiré
aliviada cuando reconocí el iPhone de mi jefe, que debía tenerlo en silencio
y por eso no sonaba.
Oí ruidos en la ducha y se apresuré a ponerme mi ropa para salir del
cuarto, asegurándome de que nadie me veía salir de la habitación del jefe.
No me apetecía nada enfrentarme a él a esa mañana.
¿Para qué coño había ido a verlo estando borracha?
Por más que intentaba recordar lo sucedido la noche anterior, no podía.
Me duché hasta que volví a sentirme dueña de mi cuerpo. Me tomé dos
analgésicos para el dolor de cabeza y me vestí para bajar a desayunar.
Llamé a Magda por teléfono, pero no me lo cogió, así que bajé sola.
Me moría por un buen café caliente y cargado, y escudriñé la terraza
donde servían el desayuno tipo buffet como la cena del día anterior.
Me acerqué donde un camarero hacía huevos con beicon a quien
quisiera y me pedí un completo para ver si se me asentaba un poco el
estómago.
Una camarera me sirvió una humeante taza de café caliente y le di un
trago tan necesitado que casi me quemé la lengua.
Vi acercarse a Magda con rostro pálido y enorme gafas de sol. Tras ella
venía Antonella, Mario, Miguel y Damián. Todos con mala cara.
Se sentaron a mi lado y pidieron café para despertarse.
—¿De verdad puedes comerte todo eso a estas horas? —Magda miró el
plato, asqueada, como si estuviese lleno de comida podrida—. Me da asco
solo de verlo.
Apartó la vista para centrarla en su café.
—Yo también voy a ir a por un desayuno de esos. —Mario se levantó
sin esperar más comentarios que le quitaran el apetito.
—Aquí viene el jefe —susurró Antonella, que estaba sentada de cara a
la puerta del hotel, por lo que veía quién entraba y salía—. ¿Por qué parece
estar enfadado tan temprano?
—Ya sabes que esa es su cara habitual —murmuró Miguel divertido. Le
saludó con la cabeza cuando se acercó a nuestra mesa.
—Buenos días. ¿Estás preparada para nuestro partido de tenis o aún
estás borracha?
Sé que lo dijo para chincharme por haberme marchado de la habitación
sin decirle nada, pero su mirada de perdonavidas me mosqueaba, como
siempre que el idiota me miraba así.
Conseguía hacerme voltear el estómago y querer golpearlo con saña en
el mismo segundo. Era verdaderamente increíble los sentimientos tan
extremos y contradictorios que me hacía sentir.
—No quisiera darte una paliza tan temprano —le solté con chulería.
Magda soltó una risita sin importarle que el jefe la oyera, al fin y al
cabo, era sábado y nadie le debía nada al jefe en el fin de semana.
—¿Estás segura de poder ganarme? —Clavó sus ojos claros en mí y
pude ver la diversión en ellos.
¡Pobre, qué poco le iba a durar!
—Estoy segura de arrastrarte por el fango si es eso lo que quieres.
¡Ahí lo llevaba!
—Bien, en ese caso nos vemos en la pista de tenis a las doce en punto,
creo que es tiempo suficiente para que te lo pienses mejor. Entenderé que te
eches atrás.
Pero ¿de qué coño iba?
—Allí estaré.
—Bien.
Se alejó a la mesa del buffet y yo aparté la mirada para seguir comiendo
tranquilamente.
—¿De verdad vas a jugar contra Dimas?
Miré a Antonella, que me observaba alucinada.
—Ya lo habéis oído. Se ha levantado con ganas de que le arrastren un
poquito ese super ego por el fango.
Miguel se rio divertido.
—Esto no me lo pierdo. Voy a ver si la gente quiere apostar.
Se marchó a una mesa cercana para ponerse a hablar con un chico rubio
que asintió. Ambos se levantaron para hablar con la gente de la mesa de al
lado.
Así fue como a los pocos minutos todo el mundo se había enterado de la
partida y habían hecho las apuestas oportunas.
Curiosamente, creía que las apuestas estarían a mi favor, cosa que no
sabía si al gran jefe le gustaría mucho. ¡Él se lo había buscado!
Nos quedamos charlando en la mesa tranquilamente después de
desayunar hasta que se acercó la hora del partido. Entonces entré a
cambiarme de ropa y a coger mi raqueta.
Mi dolor de cabeza había mejorado bastante, pero aún me sentía
cansada y torpe. No me apetecía mucho jugar, aunque no sabía por qué
sentía un perverso placer por ganarle el juego y humillarlo un poco.
Me lo encontré justo cuando iba a entrar en mi cuarto y él salía del
suyo.
—¿Estás lista para perder?
Lo miré recreándome en su pantalón corto y su camiseta de manga
corta, dejando ver sus brazos fuertes y musculosos y sus piernas largas.
Iba tan conjuntado que no pude evitar mirarlo divertida. ¡Era un esnob!
¡Pero estaba guapísimo!
—No pienso perder.
—¿Estás dispuesta a apostarte algo? —Me reí en voz baja porque
recordé que me habían dicho que habían apostado por mí casi todos—. Sí,
ya sé que las apuestas son favorables para ti, pero esto es algo entre tú y yo.
Mis tripas se encogieron ante sus palabras y su manera de mirarme…
—¿Qué quieres apostar?
—Estarás un fin de semana entero a mi disposición. —Sonaron todas
mis alarmas—. Pero como estás tan segura de ganarme…
Supe que lo decía para engatusarme, pero era cierto que era muy buena
jugando y no pensaba perder.
—Hecho.
—¿Y tu apuesta?
Me miró con curiosidad y yo fingí pensármelo unos segundos. No tenía
ni idea de qué pedirle si ganaba, pero seguro que algo se me ocurriría.
—Ya lo pensaré. ¿O te da miedo no saber a lo que te enfrentas? Como
estás tan seguro de ganarme…
—No me importa lo que quieras apostar, porque de antemano te diré
que voy a ganar este partido y tú lo sabes.
—Eso ya lo veremos.
Entré en mi habitación a cambiarme de ropa y ponerme mi faldita de
tenis celeste de la suerte y mi polo a juego.
Salí a enfrentarme a Dimas en, quizás, el partido más importante de mi
vida, aunque aún no lo supiese.

Me sorprendí al bajar y encontrarme a todo el mundo sentado en las mesas


y hasta en el suelo alrededor de la pista para vernos jugar.
Dimas estaba hablando animadamente con Lucas, al que no había visto
esa mañana por ningún lado. Llevaba ropa informal y me sonrió asintiendo
con la cabeza para saludarme.
¿De dónde había salido tanta gente? ¿De verdad iban a quedarse a ver el
partido?
—¡Queremos ver sangre, Candela! —gritó un chico, haciendo reír a
todo el mundo. Dimas lo miró con su eterno ceño fruncido, sorprendido por
el comentario, lo que consiguió que la gente riera aún más.
—Te he oído, Toni —le dijo en voz alta, lo que consiguió que el chico
se sonrojara algo avergonzado y los demás se burlasen.
—Hemos apostado por ti, Candela —gritó otro chico. Dimas también
miró en esa dirección, vi que el chaval en cuestión se tumbaba en el suelo
para que Dimas no lo viese en el grupo de gente con el que estaba.
Al final, Dimas comenzó a reírse divertido. Yo pensaba que se
molestaría al ver que la mayoría de sus trabajadores habían apostado contra
él.
—¿Tú también has apostado?
Lucas se rio divertido por su pregunta y me miró a mí, que estaba a
unos pasos de ellos en mi lado del campo, esperando que empezase la
partida,
—Lo siento, colega, pero tú no tienes esas piernas largas que me
vuelven loco.
La gente comenzó a silbar y a reír por el comentario que había dicho en
voz alta y los más cercanos a la pista habían oído. Dimas me miró fijamente
recorriéndome entera con la mirada antes de llegar a mi cara. Sonrió a
Lucas, con esa sonrisa de depredador que tan bien conocía, sin apartar sus
ojos de los míos.
—Es cierto. Yo también apostaría por ella y por sus larguísimas piernas
si estuviera en tu lugar.
Resultó que Mateo, el serio y taciturno Mateo, era al que habían elegido
para que fuera el juez de silla. Se acercó a la red pidiéndonos que nos
acercásemos a él como si fuese un partido profesional.
—No aceptaré juego sucio —nos dijo muy serio, la gente comenzó a
abuchearle y él los recorrió con la mirada, divertido—. No vale tirar bolas
al cuerpo y aceptaréis mis decisiones sean las que sean.
Dimas lo miró sorprendido y cuando fue a quejarse añadió, volviendo a
la seriedad:
—Lo siento, jefe, pero he apostado a que gana ella.
Le guiñó un ojo y todos los que estaban en la grada se partieron de la
risa. Más gritos y silbidos.
—Nosotros también hemos apostado por ella.
Oímos gritar a lo lejos.
—Yo he apostado por Dimas, espero que no me hagas perder mi dinero.
Nos volvimos a mirar a Sam, que se había acercado al borde de la pista
para hablar con Dimas, el cual le sonrió.
«Eres una mala pécora» dije para mí. Por eso has apostado por él, para
llamar su atención.
—Bien, si ganas el partido también ganarás mucho dinero —le informó
Mario con seriedad, haciendo reír a todos de nuevo—, que empiece el
partido.
Dimas se acercó a la red para darme la mano y la retuvo un poco más de
la cuenta. Ese simple contacto me puso la piel de gallina. Estaba
impresionante con el pantalón deportivo y el polo de manga corta, todo de
blanco. Su cabello pelirrojo brillaba espeso y rebelde bajo la luz del sol.
Hacía un día espléndido, soleado y sin viento, como si quisiera anunciar
que la primavera estaba a la vuelta de la esquina.
—Aún puedes echarte atrás si quieres. Lo entenderé. No es un buen
momento para que te dé una paliza. —Me indicó con la cabeza el montón
de gente que guardaba silencio intentando enterarse de lo que decíamos en
voz baja.
—Estás tú muy seguro de ganarme, ¿verdad? No voy a tener piedad,
que lo sepas.
—Me gustan las mujeres agresivas —susurró.
Me arrancó una sonrisa. Tenía una confianza en sí mismo envidiable.
Aunque era un hombre con un gran éxito profesional y sabía que no se
rendía con facilidad, eso era algo que escapaba por completo a su control.
Pero ahí estaba, decidido a comerse el mundo como hacía siempre. A veces
pensaba que me podía ir muy bien que se me pegase algo de su super ego.
—Ya me lo dices después.
Sacaba yo.
Había decidido darme ventaja pensando que la podía necesitar. Acepté
gustosa y me dirigí al fondo de la pista para sacar.
Metí el primer saque directo sin que se moviera del sitio ante los
aplausos y la sorpresa de todo el mundo.
—¡La hostia! —dijo una chica entre la gente.
Dimas entrecerró los ojos y me miró con sorpresa, como si me viese por
primera vez.
El segundo saque también lo anoté sin que lo viese siquiera.
—Madre mía, qué paliza le va a meter al jefe.
Intenté que los comentarios de la gente no me distrajeran. Dimas me
miraba concentrado sin perder detalle de mi próximo saque. Intenté
colocarla tanto que di en la red. La gente se quejó y Dimas sonrió. El
siguiente saque me lo devolvió con una fuerza que me sorprendió y
comenzamos a pelotear de un lado a otro de la pista tanteándonos con los
golpes.
Me había cogido el punto y ahora me costaba más sorprenderlo con los
saques. Estaba visto que él también jugaba al tenis, aunque no tan bien
como yo.
Su ventaja era ser bastante más alto y tener mucha más fuerza, por lo
que comenzaba a defenderse bastante bien de mis pelotas y me las devolvía
haciéndome correr por la pista.
Gané el primer set 6-3.
En ese momento le tocaba a él y aunque no me sorprendió con su saque,
sí que me di cuenta de que no iba a ser un rival fácil de ganar.
El segundo set estuvo más reñido, yo era más técnica jugando, pero él
tenía más potencia y era más alto por lo que le favorecía llegar a todas las
bolas.
Lo ganó él, 6-5.
El tercero lo volví a ganar yo, 6-5, y comenzaba a estar cansada. El
alcohol del día anterior comenzaba a pasarme factura, eso y el calor
agobiante que hacía en el sol.
Él también estaba sudando, pero no parecía tan echo polvo como yo.
El cuarto lo ganó él, 6-3, y por un minuto vi que íbamos a pasarnos así
todo el día.
—Propongo que demos el partido por empatado —gritó Mario, que
también parecía cansado de estar sentado en la silla, al parecer su resaca
también era importante, casi igual que la mía.
—Mañana, si queréis, jugáis al desempate al mejor de 3 sets, por
ejemplo.
Respiré aliviada y Dimas me miró preguntándome si estaba de acuerdo.
Asentí, agradecida y salí de la pista buscando una Coca Cola o algo que
estuviese frío y tuviese azúcar.
—Buen partido.
Era Dimas, que me había seguido y había cogido un botellín de cerveza
de la barra. Se lo había bebido casi entero de un trago. Yo esperaba a que
me trajeran la Coca Cola que había pedido.
—Gracias, te defiendes bien.
Me sonrió de medio lado con esa sonrisa que me encantaba y
mosqueaba por igual.
—Tú te lo tenías bien guardado. Aun así, no te lo he puesto nada fácil.
—Tienes razón, no es fácil ganarte. Mañana veremos.
—Ya conozco tus trucos. —Se acabó la cerveza y me miró antes de
darse la vuelta para marcharse, supongo que a ducharse—. Mañana serás
mía.
Su manera de decirlo provocó que mi piel se erizase de anticipación.
¡Joder, cómo me ponía!
—Más quisieras.
—¡Ya lo verás! Te quiero un fin de semana para mí solo, ve haciéndote
a la idea.
Miré a mi alrededor para comprobar que no nos escuchaba nadie.
—Ya sabes que esas no son mis normas. —Necesité recordárselo porque
me extrañaba que las hubiese olvidado de repente—. Nada de trato
personal, ¿recuerdas?
—Bueno, está visto que no concuerdo con esas normas y vamos a tener
que renegociarlas de nuevo.
—No quiero renegociar nada. —Comenzó a dolerme el pecho con una
punzada intensa y me empezó a picar todo. Me rasqué el antebrazo sin
darme cuenta, y él me cogió la mano para que no lo hiciese.
—Candela, no te hagas eso. Pasar un fin de semana los dos solos
tampoco será tan malo ¿No?
—Aún tienes que ganarme en el partido de mañana —le recordé,
intentando liberar mi mano que me soltó a regañadientes.
—Me juego demasiado para perder.
Se marchó y me quedé mirándolo con la sensación de que mi vida
tranquila y ordenada, sin sobresaltos, estaba a punto de cambiar.
CAPÍTULO 23

CANDELA

Volví al jardín, después de ducharme, con las palabras de Dimas


rondándome la cabeza.
Ya no estaba tan tranquila, porque me di cuenta de que no iba a ser tan
fácil ganarle como me imaginaba. Después de lo que me dijo un rato atrás
de lo que iba a apostarse conmigo, me dejó totalmente descolocada. No
quería relaciones con nadie, ni serias ni de ningún tipo y él lo sabía. Y no
me gustaba nada que intentase cambiar las reglas del juego.
Ahora más que nunca tenía que obligarme a ganar el puñetero partido
del día siguiente.
—Ha sido un gran partido —soltó Mario según me acercaba a ellos, que
estaban sentados en el mismo sillón de la noche anterior.
Juan, el abogado, debía haber llegado hacía poco, porque estaba
hablando con Dimas y Lucas en una mesa cercana. Dimas me miró con
mala cara cuando vio que me sentaba con ellos. Aún desde esa distancia,
sentía el poder que sus ojos tenían sobre mí. Mi corazón se aceleró, mi boca
se secó de repente y sentía mi piel erizarse como reacción a sus ojos
dorados clavados en ella.
—Ya me gustaría que me mirase como lo hace contigo.
Magda me había estado observando todo el rato, me preocupé de que se
hubiese dado cuenta de cómo me miraba nuestro jefe, porque si ella lo
había visto mirarme así, significaba que cualquier otra persona había podido
notarlo también.
—Tengo algo que contarte —le dije sorprendiéndola, porque la sujeté
de un brazo y me la llevé a la barra buscando un sitio donde poder hablar
tranquilas y alejadas de oídos indiscretos.
—¿Qué pasa? —Sus ojos me miraban llenos de preocupación.
—Es ese estúpido partido de tenis.
Su sonrisa se ensanchó.
—Pensaba que estabas segura de poder ganarle.
—Ya, pues es mucho más duro de roer de lo que parece.
—Claro, es Dimas —aclaró sonriéndome—, con él nunca estás segura
de nada y ya sabes que jamás se da por vencido. ¿Cuál es el problema?
—Tenemos una maldita apuesta —le dije sin saber muy bien cómo
contárselo.
Sus ojos se iluminaron como un árbol de navidad.
—¿En serio? ¿Qué te has apostado?
La miré molesta porque no entendía muy bien dónde veía ella la
emoción del tema.
—Yo nada todavía, porque no sé muy bien lo que quiero pedirle.
—¿Y él?
—Me ha dicho que tengo que pasar un fin de semana completo con él.
Se quedó mirando mi cara de preocupación, intentando ver en ella lo
que pensaba sobre eso.
—Vaya. ¿Dónde está el problema? No lo entiendo.
—El problema es que no quiero estar con él en mi tiempo libre.
—Bueno, vas y te lo follas cada vez que puedes, no me digas ahora que
te preocupa estar con él fuera de la oficina.
—No es lo mismo. —No entendía cómo no veía la diferencia.
—Explícamelo.
—Ese no era nuestro trato —dije tras pedirle una Coca Cola al
camarero.
—Bueno, él es un experto negociador, ya lo sabes, no te extrañe que
cambie las reglas del juego según le interese.
—Pero yo no quiero cambiar las reglas del juego —le recordé agobiada.
—Candela, si pudieses ver la manera en la que te mira cuando cree que
nadie lo ve, te darías cuenta de que lo vuestro hace tiempo que dejó de ser
sexo esporádico y sin ataduras.
No le pude decir nada porque me había quedado sin palabras.
«¿En serio?»
—¿Qué voy a hacer ahora?
Nos volvimos a la mesa donde seguían de charleta todos los demás.
—Intentar ganar el partido.
Como si fuese tan fácil.
Me pasé el día intentando quitarme de la cabeza sus palabras. Hacía un
día espléndido de primavera, al fin y al cabo, solo faltaban diez días para
que llegase. Lucía un sol radiante sin nubes y sin viento. Solo se oían los
trinos de los pájaros en los árboles del recinto. Tenía que reconocer que era
un sitio precioso y así se lo dije a Lucas cuando se acercó a nosotros
después de comer.
Sam volvía a acaparar a Dimas desde hacía un rato y yo no podía evitar
rascarme cuando notaba sus ojos sobre mí.
Magda me cogió la mano para evitar que me rascase. Me estaba
comenzando a agobiar y necesitaba dar un paseo por los alrededores para
dejar de sentir sus ojos claros sobre mí.
—¿Hay rutas de senderismo por aquí cerca?
—Claro, hay una que sale justamente del camino de entrada. Bordea un
pequeño río que hay aquí cerca. ¿Quieres verla?
—Me encantaría, necesito caminar un rato.
—Se lo podemos proponer a la gente por si también les apetece —
decidió Magda y salió disparada para decírselo al resto.
Muchos habían decidido unirse a nosotros y nos agrupamos para
marcharnos. Dimas nos observaba desde la distancia. Al parecer, prefería
quedarse hablando con Sam, que no se apartaba de su lado ni un segundo.
¡Qué mujer más pesada!
El camino era una simple vereda abierta en la maleza de tanto pasar por
allí. Nos alejamos del hotel mientras Lucas contaba un poco sobre la fauna
y la flora que íbamos encontrando.
—¿Hace mucho que tienes el hotel?
Iba delante con él, el resto de la gente que nos habían seguido, venían
un poco más relajados. Se les oía reírse por detrás nuestro.
—Lo compré hace seis meses a unos ingleses que lo tenían y hablé con
tu jefe para que lo rehabilitara. Reconozco que ha hecho un gran trabajo.
No podía evitar sentir un intenso orgullo porque se le reconociera el
gran trabajo que hacía.
—¿Qué tal con Antonella?
Me sonrió divertido y miró hacia atrás para verla con los compañeros
—Bueno, nos estamos conociendo. ¿Vas a contarme lo que hay entre
Dimas y tú? —Lo miré sorprendida—. Lo conozco desde hace mucho y sé
cuándo está interesado en una mujer.
—Soy su secretaria.
—No me tomes por tonto, Candela. No te mira como yo puedo mirar a
mi secretaria.
Volví a rascarme y Lucas me miró el brazo con curiosidad.
—Es una manía que tengo —le expliqué algo avergonzada y me obligué
a dejar de rascarme.
—Vas a hacerte polvo el brazo.
—Ya. —Saltó una rama que había cruzada en el camino. Me extrañaba
mucho lo fácil que me resultaba hablar con él—. Intento no rascarme, pero
a veces no me doy cuenta de que lo hago.
—¿Puedo preguntarte por qué no quieres una relación? Eres una mujer
muy bonita y tienes los ojos verde agua más hermosos que he visto en mi
vida. Debes quitarte a los hombres de encima como las moscas.
Me reí con su comentario.
—Bueno, no se me acercan demasiado porque saben que no estoy
receptiva.
Lucas me observó con intensidad un momento antes de seguir hablando
—¿Un mal matrimonio?
Pensé si contestarle o no, al fin y al cabo, él no estaba interesado en mí y no
me importaba tanto su opinión.
—No llegué a casarme, encontré a mi novio en la cama con mi dama de
honor dos días antes de la boda.
—Menudo cabrón.
Su rostro mostró el enojo que sentía en esos momentos.
—Justo eso.
—Creo que estás mejor sin él. Mejor que te pasara antes de casarte y no
después.
Era cierto lo que me decía. Mejor que me pasara antes, que una vez
casados.
—Ya, pero es difícil de asimilar.
—Sí, ya me lo supongo. ¿Hace mucho tiempo de eso?
—Dos años.
—Tiempo suficiente para empezar de nuevo.
Volvió a mirar hacia atrás cuando le sonó el teléfono.
—Disculpa un momento.
Se paró a un lado del camino para tener algo de intimidad mientras
contestaba.
Yo seguí caminando a paso tranquilo. Me encantaba el paisaje que se
extendía ante mí. Habíamos llegado a un río caudaloso y el camino lo iba
bordeando. Paré a esperar a los demás que venían a paso de tortuga,
ninguno parecía tener prisa.
—Qué guay está esto, ¿no? —Me dije a mí misma. Volví a contemplar
el cauce del río y reconocí que sí estaba bonito. Habíamos andado poco más
de una hora y no tenía ni idea de lo lejos que quedaba el hotel
—Nosotros hemos decidido dar la vuelta —me informó Miguel, que
parecía ser el portavoz del resto del grupo.
—¿En serio? Esto está muy chulo.
Volví a mirar a mi alrededor intentando que viesen lo bonito que era
todo para que pudiésemos seguir paseando. No me apetecía volver todavía.
—He oído que iban a poner un karaoke esta tarde y no me lo quiero
perder.
Eso fue lo que animó a todos a darse la vuelta. Yo me lo pensé un poco
más.
—Voy a seguir un poco por el camino este del río y ahora voy.
—¿Vas a quedarte aquí sola?
—Bueno. —Miré a mi alrededor y luego a Magda, que quería volver
con ellos —. El camino no tiene pérdida, es todo recto —le indiqué para
que se quedase tranquila. Ahora vuelvo
—De acuerdo, no te acompaño porque me están rozando los zapatos. —
Miró sus botas planas, que no eran las más adecuadas para andar por el
monte.
—Vuelve con ellos. Doy una vuelta por aquí y vuelvo en un momento.
—¿Estás segura de que quieres quedarte aquí más tiempo? —Antonella
se acercó y miró el paisaje con detenimiento—. La verdad es que es muy
bonito.
—Marchaos ya, yo vuelvo en un momento.
—De acuerdo, ten mucho cuidado. ¿Llevas el móvil?
—Sí. —Se lo enseñé para que se quedase tranquila—. márchate con
ellos, pesada, un momento a solas me vendrá bien.
—De acuerdo. No te alejes mucho.
Miré cómo se iban todos. Pidieron que no me quedase mucho rato. En el
fondo me agradaba que mis compañeros se preocupasen por mí, aunque
apenas nos conociéramos.
Seguí el cauce del río y empecé a hacer fotos de los alrededores con el
móvil sin preocuparme demasiado en seguir el camino.

DIMAS

Sonreí cuando vi a todos los de la excursión volver. Venían riéndose de algo


que estaba contando Miguel. Seguí hablando con Sam, que no se había
despegado de mí ni un segundo. En principio me venía bien. Me gustaba la
mirada molesta que Candela me lanzaba de vez en cuando, cuando pensaba
que no la veía. Que estuviese celosa me extrañaba mucho de ella, pero eso
me indicaba que no le era tan indiferente como quería hacerme creer.
Volví a mirar el grupo, que se habían acercado a la barra libre a por
bebidas. Algunos estaban apuntándose para el karaoke que habían montado
en el exterior. En el mismo sitio donde se habían organizado todas las
actividades del fin de semana. Se estaba tan bien allí fuera que había que
agradecer el tiempo tan bueno que había hecho el fin de semana.
No había visto a Candela. Supuse que habría entrado cuando no estaba
mirando.
—¿Tienes pareja, Dimas?
Miré a Sam y le sonreí porque llevaba tiempo pensando lo que tardaría
en lanzarse a preguntármelo.
Era una mujer muy bonita y me había dejado claro que estaba más que
dispuesta a meterse en mi cama, pero resultaba que no me apetecía follar
con ella. Desde que volví de Estados Unidos no había deseado follar con
nadie más que con Candela, y eso no dejaba de mosquearme. Que me
hubiese colgado de ella no estaba en los planes, y sabía que ella no iba a
estar encantada cuando se lo dijera, pero así estaban las cosas y quería ver a
dónde nos podían llevar.
—Algo hay.
No quise entrar en detalles porque esperaba que esas simples palabras le
valiesen para darse por vencida y dejar de insistirme.
Me miró evaluando si le estaba contando la verdad y antes de que dijese
nada más, decidí hablar con Lucas, que sabía que iba con ellos en la
excursión, ya que hacía mucho rato que no veía a Candela y estaba
empezando a preocuparme.
—Hola, ¿sabes dónde está Candela? Hace mucho que no la veo. ¿Sabes
si se ha ido a descansar un rato?
No era propio de ella, pero tampoco la conocía demasiado y podía ser
muy probable que estuviese en su habitación después de la excursión.
—¿Candela? —Miró a nuestro alrededor extrañado—. Hace tiempo que
no la he visto.
—¿No iba de excursión contigo?
—Sí, pero he vuelto antes porque me han llamado por un problema con
uno de los congeladores.
De repente comencé a preocuparme y decidí hablar con Magda, que
seguro que sabía dónde estaba. La busqué entre los compañeros y la
encontré junto al improvisado escenario viendo a Antonella, que estaba
dándolo todo con el karaoke.
—¿Has visto a Candela?
Me miró sonriendo y miró alrededor por si la veía.
—¿No ha vuelto todavía?
—¿Volver de dónde? ¿No iba con vosotros?
Se me secó la boca por la preocupación.
«¿Dónde coño se ha metido?» pensé.
—Se quedó en el río cuando nos volvimos. Prometió no tardar mucho.
—Volvió a mirar a su alrededor preocupada—. Ya debería haber vuelto.
Lucas se acercó a nosotros, supuse que interesado por dónde estaba
Candela.
—¿Se quedó en el río? —pregunté alarmado—. ¿Sola?
Miré el camino que habían seguido antes, esperando que ella apareciese
de repente.
—Sí, nos dijo que no quería volver todavía, que iba a seguir un rato más
paseando y que volvía enseguida.
Magda también miró por donde tenía que llegar y se la veía preocupada.
Comenzaba a oscurecer.
—¿Está muy lejos el río?
—No, no está lejos, a unos tres kilómetros o así, pero no debería
haberse quedado sola sin conocer los alrededores. —Lucas también empezó
a preocuparse.
—¿Hay riesgo de perderse? ¿Es peligroso?
¡Joder! ¿Por qué coño se había quedado sola sin conocer esa zona?
—Voy a llamarla —dijo Magda, que sacó su teléfono y marcó—. No
hay cobertura.
¡Qué sorpresa!
—¡Hay que joderse!
—Dimas, no te preocupes —intentó quitarle importancia Lucas, pero
también podía ver la preocupación en su voz—. Estará bien. Ya es una
mujer adulta. El camino no tiene pérdida si no te sales de él.
Como sus palabras no me tranquilizaron decidí llamarla yo también.
Que el teléfono no tuviese cobertura no consiguió aplacar el nudo de
preocupación que tenía en las tripas.
—Voy a buscarla.
—Espera, tú tampoco conoces la zona —advirtió Lucas, intentando
hacer que me olvidase de la idea. Buena suerte—. Dimas, estará bien. No
puedes ir a buscarla sin tener ni idea de por dónde ha ido, solo faltaría que
te perdieras tú también… Mira, ahí viene —soltó aliviado.
Vi cómo se acercaba y suspiré aliviado, cuando se me pasó la
preocupación me di cuenta de lo enfadado que estaba por ser tan
irresponsable de quedarse sola en el bosque. Me acerqué a ella con rapidez
sin saber bien lo que iba a decirle. Sabía que a mí no me importaba lo que
hacía, pero eso no me iba a callar de decirle lo que pensaba de su acto tan
irresponsable.
—¿Eres idiota o qué? ¿Cómo coño se te ocurre quedarte sola en el
bosque?
Se sobresaltó por mis palabras y miró a su alrededor, avergonzada. Al
parecer todo el mundo se había enterado al gritarle tan fuerte. ¡Que les den
a todos! ¡No podía ser tan cabeza hueca, podía haberle pasado algo!
—Solo he ido a dar una vuelta. —Podía ver la furia y la vergüenza en
sus ojos por mis gritos.
¿Se había enfadado ella también? ¡Perfecto!
¡Perfecto, Dimas, estropéalo aún más!
—Te recuerdo que no tengo que darte ninguna explicación, gilipollas.
Vete a gritarle a otra —me contestó también a gritos.
Me rodeó y se dirigió al interior con paso apresurado, supuse que para
escapar de las risitas que se oyeron tras sus palabras.
¿Había tenido el valor de llamarme gilipollas delante de todo el mundo?
¡Eso no iba a quedar así!
Eché a andar tras ella sin importarme que todo el mundo me siguiera
para intentar enterarse de lo que sucedía entre nosotros. ¿Acaso no tenían
nada mejor que hacer?
—¡¡¡Candela!!!
No se paró ante mi grito y eso me enfureció todavía más. Aligeré el
paso para alcanzarla antes de que se metiese en su habitación.
¡Me iba a escuchar!
CAPÍTULO 24

CANDELA

Lo oí llamarme y no pensé parar. Era un idiota. ¿Quién coño se creía para


gritarme delante de todo el mundo? No era una niña pequeña, joder. Tenía
casi treinta años y sabía cuidarme sola. Todo el mundo sabía que me iba a
quedar más rato, además, ¿a él que coño le importaba dónde pasase mi
tiempo?
Llegué a mi habitación y abrí con rapidez. Cuando iba a cerrarla, Dimas
la empujó con tanta fuerza que me arrastró con ella. Tuve que apoyarme en
la puerta para sujetarme y no caerme al suelo.
—Pero ¿a ti qué coño te pasa? ¿Te has vuelto loco?
Cerró con un fuerte portazo que hizo temblar las jambas y me empujó
contra la pared para lanzarse sobre mí y apresar mis labios en un beso
arrollador que borró de mi cabeza todo pensamiento racional. Me quedé tan
sorprendida que tardé en reaccionar. Hacía más de dos años que nadie me
besaba y ya se me había olvidado lo que era la sensación de sentir que
alguien se quería apoderar de tu cuerpo y de tu alma con un simple beso. Se
había pegado a mi cuerpo y me sujetaba la cara con las manos para que no
pudiera eludir su boca, hambrienta, sobre la mía.
Creía que todo era por mis palabras de antes, pero si él estaba
enfadado, yo también, porque seguía siendo un gilipollas controlador.
—Bésame, Candela —susurró contra mi boca, sin apartarse ni un
centímetro. Ese tono, como si sufriera, disipó mi mal humor—. Con lengua,
por favor.
Volvió a lanzarse a mi boca, pero entonces comenzó con besos suaves y
tiernos, tentándome a que le devolviese el beso. Atrapó mi labio inferior,
tiró de él y luego lo lamió con suavidad, y ese gesto me volvió loca. Me
acerqué más a él y fui yo la que me lancé a besarlo. Le puse las manos en el
pelo y entrelacé mi lengua con la suya para poder saborearlo a gusto.
Siempre me había preguntado cómo serían sus besos.
A pecado, igual que el resto de su cuerpo.
Nos sorprendimos cuando alguien llamó a la puerta.
¿En serio nos habían seguido hasta mi habitación?
Nos separamos mirándonos a los ojos con intensidad. Los dorados de él
tenían un brillo feroz que ya reconocía. Estaba excitado. Si no me lo dijesen
sus ojos podía sentir su erección empujando contra mi vientre.
—Esto no ha acabado todavía —murmuró, dándome un último beso con
suavidad en los labios antes de apartarse definitivamente de mí. Tocó su
erección, que era más que visible bajo sus vaqueros y luego clavó sus ojos
en mí—. Mira lo que me has provocado.
—¿Por qué lo has hecho? —Necesitaba que me lo dijera.
—Porque me moría por besarte y me has mosqueado tanto con tus
palabras que he perdido la cabeza. No busques una disculpa, porque no me
arrepiento de besarte. Solo me arrepiento de no haberlo hecho antes. —Me
soltó sin pizca de arrepentimiento—. Y que sepas que insultarme delante de
todo el mundo no te lo voy a permitir.
—¿Candela, estás bien?
La voz de Magda detrás de la puerta me obligó pensar en otra cosa.
—Sí, dame un segundo y te abro. Tú también me has gritado delante de
todo el mundo, así que creo que estamos en paz.
Nos miramos un instante y asentimos. Estábamos en paz. Aunque
reconocía que, al ser el jefe, insultarlo así se me había ido de las manos.
—Ya conoces mis normas.
Supuse que no tenía mucho sentido recordárselas ahora que las había
roto, pero no quería que pensase que lo nuestro iba a cambiar por un beso.
—Las normas están para cambiarlas, Candela, y yo acabo de hacerlo.
Volveré esta noche para hablar contigo.
No me dejó decirle nada más. Abrió la puerta, saludó a Magda
tranquilamente y se marchó en dirección a su habitación.
Mi amiga entró en silencio y cerró detrás de ella, alucinada sin decirme
nada.
—¿Qué? —le dije por su mirada de sorpresa.
—Veo que ya habéis arreglado vuestras diferencias —soltó divertida—.
Si llego a saber que os interrumpiría te hubiese dejado con él. Veo que
aplacar a la fiera se te da bastante bien.
Me tuve que reír en voz baja por sus palabras.
—No tienes ni idea.
—Ya, he visto su tienda de campaña cuando ha abierto, y estoy viendo
tu boca, que no puede negar que ha sido bien besada, así que…
—Parece ser que insultarlo delante de todos lo ha mosqueado y ha
perdido los papeles.
—¡Qué huevos tienes de insultarlo así! ¿En qué estabas pensando?
Me senté en la cama, porque tenía que reconocer que su beso
desesperado me había dejado con las piernas temblando. Magda se sentó a
mi lado y me contempló divertida por lo que acababa de pasar.
—Bueno, él me ha gritado primero. Ya sabes que no llevo bien que la
gente me grite.
Asintió porque sabía bien de lo que le hablaba.
—¿Besa bien?
—¡Oh! ¡Venga ya! Eso es lo único que te importa.
—Bueno, no has dejado que te bese nadie en más de dos años, no
puedes esperar que no tenga curiosidad.
—Este hombre nunca hace lo que se le dice.
—Por eso es un triunfador. No se llega a donde ha llegado en los
negocios haciendo lo que le dicen los demás.
—No entiendo lo que quiere de mí, de verdad.
—Bueno, eso solo va a poder contestártelo él. ¿Salimos? Quiero que
cantes conmigo en el karaoke.
Tuve que reírme por sus palabras y salimos de nuevo donde estaba todo
el mundo.
—Eres nuestra heroína —gritó alguien a quien no conocía cuando nos
vieron salir juntas.
—¿Ves? La gente te admira por ser capaz de gritarle al jefe.
—Bueno —Sonreí divertida—, se supone que este fin de semana es un
compañero más, no estamos aquí en calidad de jefe y empleados.
—Ya, bueno —aceptó ella mirándome de reojo porque iba caminando
algo más adelantada que yo—, incluso así.
—Es lo primero que me ha advertido —le confesé en voz baja, porque
no podía ocultarle nada que tuviese que ver con él, al fin y al cabo,
necesitaba de sus consejos para poder seguir el rumbo que creía que era el
mejor para tratar con un hombre como Dimas—, que no va a permitirme
que lo insulte delante de los demás.
—Suerte tienes de que haya decidido comerte la boca en vez de tomar
medidas más drásticas. Cuando lo vimos correr detrás de ti me temí lo peor,
por eso fui a tu habitación, para comprobar que estabas bien.
Mi amiga era así, incondicional ante todo y todos, y yo no podía
quererla más. Le di un fuerte abrazo y hablamos con el encargado de
apuntar a la gente en el karaoke para coger el turno.
Llegó la hora de los cafés y yo me moría por un capuchino con mucho
cacao. Buscamos una mesa para sentarnos y se nos unieron con rapidez
todos nuestros amigos, Miguel y Damián, que habían bebido ya alguna copa
de más, Antonella, que venía con Lucas hablando los dos muy animados, y
Mario, que venía del karaoke habiéndonos dejado a todos sorprendidos por
la voz de tenor tan impresionante que tenía.
—Que sepas que con esa canción me has enamorado —le dije cuando
se sentó junto a mí en el sillón.
Él sonrió de medio lado, algo avergonzado.
—¿Qué ha pasado antes con el jefe? —Se animó a preguntarme Miguel
sin preocuparse de que lo pudiesen oír los demás.
—Nada.
—¿Nada? —preguntó Antonella, sorprendida—, si me hubiese seguido
a mí con la cara de mala leche que llevaba detrás de ti, me hubiese muerto
de miedo.
—¡Qué exagerados sois todos!
Pero supe que el rubor de mi cara me delataba.
—¿De verdad le has llamado gilipollas?
Lucas no podía ocultar lo que le divertía todo lo que estaba pasando.
—Bueno, él me gritó primero —dije, intentando justificar mis palabras,
y di un trago al café para intentar que dejasen de hacerme tantas preguntas.
—Recordaré no gritarte si en algún momento me enfado contigo —me
soltó Antonella muy seria haciendo que todos rompiesen a reír.
—Hay pasteles —murmuré cuando vi que estaban sacando bandejas de
pasteles variados y los miré embelesada porque se me hacía la boca agua
solo de verlos.
Cuando iba a levantarme a por pasteles vi a Dimas, que salía del hotel
con el pelo mojado, y sonreí al recordar su enorme erección al salir de mi
habitación. Me quedé entre mis amigos hasta ver a dónde se dirigía.
Se acercó a la barra a por un café, y me miró con fijeza desde allí, al ver
lo que estaba mirando sonrió, fue a la mesa de los pasteles para coger varios
platos y vino a nuestra mesa, con su café encima del plato de los pasteles
haciendo equilibrio y con otro plato de pasteles en la otra mano.
—El jefe viene hacia aquí —murmuró Mario, que lo veía dirigirse
nuestra mesa—. Creo que todavía no te libras de que te despidan —añadió,
haciéndonos reír a todos.
Mi corazón iba a mil por hora al recordar su boca sobre la mía,
arañándome con sensualidad con esa barba de varios días que siempre
llevaba. No recordaba que besar a alguien pudiese ser tan sumamente
erótico. Intenté relajarme, ya que mi corazón latía tan fuerte que pensé que
podían oírlo todos los que estaban en la mesa sentados.
—Como sé que os gustan los dulces os traigo un plato variado antes de
que se acaben.
No me miró directamente, pero supe que lo decía por mí y ese gesto tan
sencillo me hizo aletear el corazón.
—¿Quieres sentarte?
Magda le hizo un hueco en el sillón, pero él negó con la cabeza.
—No, gracias. Me han dicho que Sam me estaba buscando para hablar
conmigo. Que os aprovechen los dulces
Se dio la vuelta y fue a buscar a la otra mujer para hablar con ella. Que
cada vez le estuviese cogiendo más asco no le extrañaba a nadie, ¿verdad?
—¿Alguien le ha dicho al jefe que le gustan los pasteles? —preguntó
Antonella sorprendida. Yo me hice la desentendida y me abalancé sobre el
plato cogiendo el que más me gustaba.
—¡Qué asco de tía! —soltó Magda, mirándome con envidia—. Y no
engorda, oye. A mí me engorda hasta respirar.
—Qué exagerada eres, si no te privas de nada —le dije cuando la vi
pillar un pastel que se comió en dos bocados, relamiéndose los dedos luego.
—Eso es verdad. Pero tú comes más.
Y mientras los demás se ponían a hablar de pasteles y comidas, yo me
quedé mirando cómo la idiota de Sam no dejaba de toquetear a Dimas una y
otra vez. Él debió presentir que lo miraba, porque alzó la vista de repente y
me pilló comiéndomelo con los ojos de manera descarada.
—Sam no tiene nada que hacer con él —me susurró Lucas al oído.
—Puede ligarse a quien quiera —susurré para asegurarme de que no me
oyeran los demás.
—Si te sirve de consuelo, yo no te cambiaría por ella, Candela.
Ante eso no tuve nada más que decirle. No quería que se desviara de
intentar ligarse a Antonella.
No tenía claro lo que quería en mi vida después del revés de esa tarde.
Algo me decía que Dimas no iba a aceptar ningún acuerdo entre nosotros
que no fuera lo que él quisiera y yo comenzaba a estar en una situación que
no tenía claro lo que quería.
Que me gustaba Dimas mucho más de lo que en principio esperaba era
más que evidente. Y lo mismo parecía pasarle a él conmigo. Nos
conocíamos de nuestro trabajo del día a día, juntos. Yo sabía que era un
hombre impaciente, arrogante hasta decir basta, con una adoración al
trabajo que rallaba la obsesión, mujeriego por devoción, aunque con esa
cara y ese cuerpo que tenía, no me extrañaba en absoluto. Tenía una manía
enfermiza con la puntualidad y no le gustaba nada no conseguir lo que
quería, hasta ser capaz de hacer lo que fuera necesario para conseguirlo, sin
importarle demasiado jugar todo lo sucio que pudiera para conseguir sus
objetivos Que en su punto de mira estuviese yo, hacía que mi interior se
revelara; no me fiaba de él. No me convencía demasiado estar en el objetivo
de un egocéntrico, maniático, arrogante e infantil que no se preocupaba
nunca de los sentimientos de los demás, por muy irresistible que fuera.
Estaba empezando a encauzar mi vida después de haber estado escondida
dos años lamiendo mis heridas e intentando levantar mi maltrecho ego. No
estaba dispuesta a ser el juguete de ningún niño rico. Me gustaba Dimas por
muchos motivos, aun sabiendo el montón de defectos que tenía, y que me
pusiera cardíaca solo con verlo, era un motivo para tener en cuenta y
desequilibrar la balanza a su favor.
Que estuviese toda la tarde noche sin apartarse de Sam, incluso habían
cenado juntos, sentándose ambos en una mesa alta sin tener en cuenta nada
más, estaba poniéndome de mala leche.
Y no podía dejar de recordar su beso desesperado de esa tarde. Aún se
me doblaban las piernas al recordarlo y por poco que me gustara, creía que
habíamos pasado un punto de no retorno en nuestra relación. Temía que iba
a haber un antes y un después en nuestra extraña relación después de ese
primer beso.
—Si sigues mirándolo así, no va a tener dudas de lo mucho que te gusta.
Miré a Magda sorprendida de que se hubiese dado cuenta, ya que
pensaba que lo hacía cuando nadie me miraba.
—Puede pasar la noche con quien quiera —dije algo acalorada—. Y
tengo que reconocer que Sam es tenaz como un perro con un hueso.
—No me digas que no va a molestarte que se acueste con ella esta
noche después de lo que ha pasado esta tarde.
—Si hace algo así, solo me ayudará a reconocer el tipo de hombre que
sé que es.
—Bueno, eso es cierto —murmuró Magda dándole un largo trago al
cubata que nos habíamos pedido después de cenar—, tú ya sabes qué tipo
de hombre es.
Habían contratado un grupo flamenco para que amenizase el ambiente
por la noche, y todos estaban desatados bailando en cualquier hueco libre
que pudieran pillar. Había que reconocer que para animar a la gente no
había nada mejor que el flamenco.
A mí, por ejemplo, me encantaba.
Me pasé la noche bailando y riéndome, hasta llegar al punto de que me
daba igual lo que hacía Dimas y decidí divertirme y pasármelo bien.
Reconocí que estaba siendo un fin de semana muy divertido. Estaba
conociendo a un montón de compañeros a los que no les había puesto cara
todavía, y me estaba divirtiendo con muchos de ellos.
Decidí marcharme a mi habitación cuando eran ya más de las cuatro de
la mañana y me dolían los pies de tanto bailar y reírme. No estaba tan
borracha como acabé la noche anterior. No me apetecía despertarme otra
vez con resaca. Si seguíamos teniendo un partido pendiente, quería
levantarme fresca como una rosa y darle a mi jefe una paliza que no
olvidara con facilidad y que le ayudase a bajar un poco ese super ego que
tenía.
—Me marcho a dormir —le dije a Antonella, que estaba bailando muy
animada con Lucas.
Recordé que Magda hacía rato que se despidió de todos para marcharse
a su cuarto también.
—Buenas noches —me desearon los que quedaban de mis amigos allí
bailando—. Descansa, que mañana tienes que machacar al jefe.
—Me va a encantar verlo —reconoció Lucas, sonriendo divertido.
—Es un hueso duro de roer —aclaré, y me di cuenta de que era verdad,
en todos los sentidos.
—Claro, por eso es Dimas.
Me fui a mi cuarto sin escuchar nada más.
Encontré a Dimas justo en la entrada del hotel, hablando con alguien en
la recepción. Sus ojos me siguieron cuando me vio aparecer y mi corazón
comenzó a palpitar con fuerza bajo esa mirada ardiente.
—Candela, espera.
¡Ya estamos!
Esperé a que acabase de hablar con el hombre de recepción, atendiendo
las peticiones de todas las habitaciones durante ese fin de semana. Me
estudió mientras se dirigía a donde estaba parada, apoyada en la pared,
esperándolo.
—Vamos a mi habitación.
Levanté la ceja ante sus palabras.
¿De verdad pensaba que iba a seguirlo cuando llevaba todo el fin de
semana tonteando con otra mujer?
—Quiero hablar contigo, ya te lo dije.
Me tomó de la mano, supuse que para evitar que pudiera negarme a su
petición. Lo conocía lo suficiente como para saber que hasta que no hablase
conmigo como pensaba hacer, no iba a dejarme en paz. Así que, si lo seguía
hasta su habitación, era posible que me dejase en paz cuando terminase de
decirme lo que fuera que quisiera decir.
—¿Por qué me miras con esa cara de susto?
Me abrió la puerta de su habitación, que estaba junto a la mía. Entré y él
me siguió, cerrando la puerta tras nosotros.
—No tengo ni idea de lo que quieres decirme a estas horas que no
pueda esperar a mañana.
—De hecho, ya te lo dije anoche, pero creo que no estabas demasiado
pendiente de lo que te estaba contando.
Sonreí al recordar que me quedé durmiendo en su cama, demasiado
borracha como para poder irme a la mía.
Lo miré con suspicacia, algo me decía que ese interés que tenía de
hablar a esas horas, no me iba a gustar demasiado.
¿Y si pensaba en despedirme después de todo?
«¡No seas tonta, Candela! ¡Lo hubiese hecho esta tarde en vez de darte
el impresionante morreo que te dio!» «De hecho, parece bastante interesado
en tu reacción a sus palabras».
—Me estás poniendo de los nervios con tanto misterio.
Que sonriera de medio lado, con esa sonrisa lobuna, solo consiguió
preocuparme más.
—Quiero avisarte de que las reglas de nuestro juego acaban de cambiar.
Lo miré asombrada tras sus palabras.
«¿De verdad? ¿Y yo no tengo nada que decir sobre esto?»
—¿En serio? ¿Y eso quién lo decide? ¿Tú?
—Bueno —me dijo, acercándose a mí con lentitud como un gato
acechando a un ratón—, como soy el que tiene que acatarlas, creo que tengo
todo el derecho a decidir si quiero seguirlas o no.
Lo pensé un segundo y entendí que no quisiera acatar mis normas. Era
Dimas, no me extrañaba que no quisiera seguir las normas que le dictase
nadie.
—Me parece bien. ¿Entonces?
—Entonces creo que vas a querer saber cuáles van a ser nuestras
normas a partir de hoy.
—Te escucho. —No pensaba cumplir ni una sola, pero escucharlo no
me haría daño.
De verdad tenía mucho interés en enterarme de lo que estaba tramando.
—Quiero que nos veamos más a menudo. —No dije nada, solo me lo
quedé mirando—. De hecho, quiero que pasemos juntos los fines de semana
que podamos cuadrarlo y que nos venga bien a los dos, como una pareja
normal.
—Pero nosotros no somos una pareja normal. —¿De verdad se lo tenía
que recordar otra vez? ¡Qué pereza!
—Pues es hora de que lo seamos, ¿no crees?
—Dimas, te recuerdo que no quiero una relación seria.
—Candela, quiero conocerte mejor, ¿vale? Me gustas mucho. Podemos
vernos más y ver a dónde nos lleva esta relación. A lo mejor resulta que si
nos conocemos más nos damos cuenta de que no nos soportamos fuera de la
cama, o que esta pasión que sentimos el uno por el otro se enfría de una vez
por todas y podemos mantener una relación jefe- empleada normal y
corriente. ¿Lo has pensado?
No le contestaba porque estaba evaluando sus palabras una a una.
¿Mantener una relación entre nosotros?
—Escucha, no pertenezco a tu mundo. ¿Qué crees que pensará tu
familia si se entera de que sales con tu secretaría? ¿Y qué coño va a pensar
la gente de mí?
—Hace mucho que dejó de importarme la opinión de mi familia. No te
preocupes por eso.
—¿Y si yo no quiero que nuestra relación cambie?
—Bueno, es justo que sepas que voy a hacer todo lo posible por que
aceptes que debe cambiar. No tengo suficiente con lo que tenemos. Quiero
conocerte. Saber por qué te niegas a que te bese cuando sabes que me
muero por hacerlo…
Lo miré tan seriamente que se acercó a mí y me pasó su dedo pulgar por
los labios en un gesto tan sensual que me erizó la piel.
—No te equivoques, Candela. Puedo enterarme de todo lo que esté
relacionado contigo en cuanto quiera. Me basta con hacer una llamada de
teléfono. —¿Se podía ser más prepotente?—. Pero prefiero que seas tú la
que me lo cuente. Que confíes lo suficientemente en mí como para que me
confieses tus secretos.
—Pensaba que no querías nada serio con nadie.
Le repetí porque no me podía creer sus palabras.
—Ya te he dicho que las reglas han cambiado.
—Pero pensaba que solo nos ataba el sexo y que disfrutabas de la
variedad.
—Nadie ha dicho que no podamos seguir divirtiéndonos cuando
queramos. Es solo que también quiero follarte en mi casa o en cualquier
otro sitio.
—No va a salir bien —dictaminé intentando hacérselo ver. Porque
estaba muy a gusto con la relación que teníamos.
—Me gustaría intentarlo. —Me miró muy serio antes de acariciarme el
mentón con el pulgar—. Al menos dime si te gusto lo suficiente como para
querer conocerme mejor.
Pensé en tener que dejar de verlo y aunque mi corazón se quejase,
también tenía claro que mantener una relación más seria con mi jefe solo
iba a traerme problemas.
—Eres un hombre increíble. Pero te conozco lo suficiente como para
saber que me vas a hacer daño, y no quiero sufrir por ti. Creo que será
mejor dejarlo como está.
—Candela, no quiero causarte ningún daño. Creo que, si mantenemos
una relación sincera entre nosotros con la intención de conocernos mejor,
nadie tiene que salir herido.
—Ya, eso dices tú.
Di un paso atrás, porque había dejado la mano en mi cuello y ese simple
gesto me estaba poniendo de los nervios.
Él sonrió de manera arrogante, sabiendo bien lo que provocaba en mi
cuerpo con un simple gesto.
—Bien, ya que parece que necesitas un pequeño empujoncito para que
aceptes mis condiciones, creo que el partido de mañana será decisivo para
eso.
—No puedes jugarte una relación en un partido de tenis.
—Te sorprendería lo que la gente es capaz de apostarse en cosas más
absurdas todavía.
Me sonrió con esa sonrisa de perdonavidas que sabía que me encantaba,
y seguramente al resto de las mujeres también.
—Dimas, no.
—Escucha —Volvió a dar un paso hacia mí—, nuestra apuesta sigue
siendo la misma de antes. Si pierdes pasarás un fin de semana completo
conmigo.
—¿Y si gano?
—Puedes pedirme lo que quieras.
—¿Lo que quiera? —le pregunté con curiosidad.
—Claro.
—¿Y si quiero que la relación siga como está?
—Pues entonces tendré que esforzarme en ganar el partido de mañana,
¿no crees?
Decidí marcharme sin decir nada más. No insistió en que me quedase y
yo se lo agradecí. Necesitaba estar sola y poder pensar en todo lo que me
acababa de proponer.
En una sola palabra: ¡Problemas!
CAPÍTULO 25

CANDELA

¿Os habéis levantado alguna vez pensando en que vuestra vida está a punto
de dar un giro de ciento ochenta grados? Pues yo me levanté así a la
mañana siguiente, deseando de corazón que lloviese a cántaros o que
hubiese un terremoto y tuviéramos que huir o se desatase cualquier otro
desastre natural.
¡Era una cobarde, lo sabía!
Pero me aterraba cambiar mi relación con él. Ya me gustaba lo
suficiente como para volverme loca de vez en cuando sin apenas
conocernos mucho.
Miré el día que hacía fuera y pude ver un sol espléndido brillando
alegremente, hasta el astro rey parecía conspirar contra mí.
Me fui a la ducha directamente después de entrarme un wasap de
Magda diciéndome que me esperaba fuera para desayunar.
Me vestí con la ropa deportiva, ya que no tenía demasiado sentido tener
que entrar a cambiarme una hora después. Además, esperaba que, al estar
ya preparada para enfrentarme a él desde primera hora, mi mente se
sugestionaría lo suficiente como para no poder perder el partido.
—¡Tienes mala cara! ¿Una mala noche?
Magda me sonrió y pidió un café solo al camarero que nos había venido
a atender con la cafetera en la mano.
—Yo quiero un capuchino, por favor.
Agradecí que nuestros compañeros no estuviesen a la vista para poder
hablar a solas.
—Dimas estuvo hablando conmigo anoche.
Levantó la ceja en una muda interrogación, sin decir nada más,
esperando que se lo contara todo.
—Se le ha metido la idea en la cabeza de que tengamos una relación
normal entre nosotros. ¿Te lo puedes creer?
—¿Y te sorprende?
«¡Mira la otra!»
—Claro que me sorprende, no quiero salir con él.
—¿No te gusta? —me preguntó sorprendida—. Porque nadie lo diría
por la manera que tienes de mirarlo.
—No es eso.
—Candela —Me cogió la mano para que atendiera a lo que me iba a
decir—, está claro que le gustas y es un hombre sincero contigo, no puedes
estar huyendo toda la vida de una nueva relación. Él no es Julio ni se le
parece en absoluto, y lo sabes.
—¿Qué pensará la gente de mí? No tengo este trabajo por acostarme
con él.
—Por supuesto que no. Podéis llevarlo con discreción un tiempo, no
hace falta que nadie lo sepa hasta que no veáis cómo evoluciona la relación,
si te quedas más tranquila.
¿Por qué parecía tan fácil?
—No es eso.
—¿A qué tienes tanto miedo?
Miré sus ojos azules, que intentaban sondear los míos.
—A que vuelvan a hacerme daño.
—El amor es así, nadie sabe lo que puede pasar mañana. Pensé que te
gustaba Dimas. Es un portento de hombre…
—Ya sabes que me gusta Dimas —reconocí en voz baja para que nadie
más pudiera enterarse.
—Pues entonces no seas tonta y daros una oportunidad. Tu trabajo no
corre peligro pase lo que pase entre vosotros, a la vista está. Solo tú lo
llamas gilipollas delante de todo el mundo sin que te arranque la cabeza.
Reconocí que tenía razón en que hasta ese momento habíamos tenido
una relación bastante profesional entre nosotros, aun acostándonos de vez
en cuando.
¡Madre mía! Solo de pensar en que podría estar con él fuera del trabajo,
hacía que mis pulsaciones se me disparasen y me dieran taquicardias.
«¡Cálmate, Candela!»
—Mira, ahí viene —me indicó Magda, señalando la puerta por donde
acababa de aparecer el rey de Roma.
También venía vestido con el pantalón corto deportivo y polo negro.
Mira que estaba guapo el jodío se pusiese lo que se pusiese, y desnudo
estaba mucho mejor.
«¡Relájate un poco, Candela!»
—Buenos días, chicas —saludó cuando llegó a nuestra mesa. Me
recorrió las piernas desnudas con la mirada y sus ojos dorados se
iluminaron—. ¿Puedo sentarme con vosotras?
—Creo que Sam está por allí.
¿Por qué coño había dicho eso?
Dimas me miró unos segundos y no cayó en la provocación; se sentó sin
entrar al trapo. Ya conocía mi mal humor mañanero.
—Prefiero sentarme con vosotras. —Me miró un segundo, curioso—.
¿Nerviosa por el partido?
—¿Yo? ¿Por qué? Voy a darte la paliza de tu vida. —Le sonreí con
chulería y él no pudo evitar soltar una carcajada.
—Me encantas, Candela, de verdad —soltó sin esperármelo, y sus
palabras hicieron sonreír a Magda tras su taza de café para disimular—.
Siento desilusionarte, pero me juego demasiado para perder este partido.
Su tono serio repentino me borró la sonrisa de la cara.
—Aun así.
—Te daría el gusto de que me ganaras si no estuviese nuestro futuro en
juego. —¿De verdad había dicho eso? ¡Joder!—. Espero que seas buena
perdedora.
—No cantes victoria tan pronto —solté con acidez—, quizás me juegue
demasiado yo también para perder este partido.
—No entiendo por qué lo haces todo tan difícil. —Me estudió con
detenimiento.
—No me fio de ti —solté de repente haciendo que Magda se atragantase
con su café y tosiera de manera desesperada, mirándome con los ojos como
platos.
—Lo sé. —Ni se inmutó, dándole a Magda algunos golpes en la espalda
para ayudarla con el atragantamiento—, y por eso quiero que me conozcas
mejor, para que se te quite ese pánico que tienes a las relaciones… y a mí.
En el fondo soy un buen chico.
Decidí no contestarle y me levanté a coger del bufé el resto de mi
desayuno. Se me había quitado el hambre, pero así tenía la oportunidad de
respirar un poco y despejar mi cabeza tras sus palabras.
Dimas se terminó el café y se levantó para marcharse.
No conseguí relajarme en el resto de la mañana. Apenas había probado
bocado de lo que había cogido de las mesas para el desayuno, pensando en
el ejercicio de después.
Y en ese momento estaba mirando a Dimas, pensando en lo mucho que
me jugaba en ese partido.
—Bien —nos dijo Juan, que repetía siendo el juez de silla—, quiero un
partido limpio y justo. —Me miró con seriedad—. He apostado por ti, así
que tienes que ganar.
Dimas lo miró sonriente, no parecía demasiado afectado porque casi el
cien por cien de la gente hubiese apostado por mí, más bien parecía
divertido.
—A estas alturas, deberías saber hacer apuestas seguras—le indicó
sonriendo.
—Creo que ella es una apuesta segura —contestó Juan, divertido.
—Yo también.
La mirada de Dimas me indicó que ya no se estaba refiriendo solo al
partido y eso hizo que mi estómago se me retorciera y me rasqué el
antebrazo con fuerza.
—¡Candela, para! —me regañó preocupado.
Ya debía saber que si me ponía nerviosa me rascaba, era lo que había.
Me obligó a dejar de rascarme y me dirigí a mi zona de saque.
Jugaríamos al mejor de tres sets.
¡Allá íbamos!
Sacaba yo, porque Dimas me había cedido el primer saque intentando
acallar su conciencia, suponía. Me daba igual, porque no le iba a dar un
respiro.
Saqué con toda la potencia que pude y me apunté el primer saque
directo del día.
—¡Machácalo! —oí a Miguel alto y claro, y sonreí al ver a Dimas
mirarlo fijamente y apuntarle con el dedo.
—¡Te he oído!
Todos rieron divertidos y yo sonreí también, mientras botaba la pelota
amarilla un par de veces para concentrarme.
El segundo saque fue otro saque directo.
—Vamos, Candela, que ya lo tienes.
Como era algo tan exagerado, todos volvieron a reír. ¡Ojalá fuese tan
fácil!
—¿Nadie ha apostado por mí? —preguntó Dimas entre divertido y
extrañado.
Se oyeron algunos «yo» entre las gradas.
—Hoy vais a forraros —les dijo él dándose por ganador.
Era tan irritantemente prepotente que volví a marcar otro saque directo
y él me miró sorprendido.
—¡Vale ya, ¿no?! ¿No me vas a dejar jugar?
Todo el mundo rompió a reír y eso me desconcentró lo suficiente para
fallar el siguiente saque, que se me fue fuera.
—Ya eres mía —gritó, haciendo reír a todo el mundo.
Reconocí que era un hombre divertido, aun jugándose una relación,
como decía él. Ese pensamiento me puso tan nerviosa que perdí la
concentración y mandé la bola a la red, ante el «¡oh!» de todo el mundo.
—Ahora te vas a enterar.
Me obligué a centrarme en el partido y tuve que reconocer que el juego
de Dimas varió mucho de cuando sacaba a cuando recibía, así que gané el
primer set por un ajustado 6-5 gracias a mi saque.
Cuando comenzó a sacar él, cambió por completo y consiguió ganarme
ese set con otro 6-5.
Yo era más rápida, pero él era más grande y tenía mucha más fuerza, así
que el ganador ya no estaba tan claro.
En el tercer set los dos jugamos de manera menos agresiva, y nos
dedicamos a pelotear de lado a lado de la pista esperando que uno se
cansase o cometiera un error. Estaba visto que Dimas tenía una forma física
envidiable y parecía que no se agotaría nunca. Yo comencé a sudar y mis
energías se gastaban a pasos agigantados. Demasiado alcohol en los últimos
días, en cambio a él no parecía haberle afectado el fin de semana de excesos
que llevábamos.
Jugamos un empatadísimo partido. Un set para cada uno y ese juego,
que lo llevamos 30-30.
El sol calentaba con fuerza y sentía que mi cerebro se me comenzaba a
derretir con tanto calor. Deseé acabar ya, y con mis prisas mandé una bola
fuera.
La sonrisa de Dimas, sintiéndose ganador, me mosqueaba y le devolví la
pelota con tanta fuerza, que no me había dado cuenta de que se la había
lanzado al cuerpo, a la entrepierna exactamente, y se puso la raqueta delante
para evitar el pelotazo, por supuesto la bola rebotó fuera y me quedé muy
seria mirando cómo me estudiaba con ojos curiosos, evaluando por qué
había jugado tan sucio.
—¡¡Eh!! —gritó sorprendido por ese pelotazo al cuerpo.
Me acerqué a la red, arrepentida.
—Lo siento —le grité para que me oyera, y miré a Juan que evaluaba en
silencio mi cara consternada—, no lo he hecho a propósito.
—No seas mala y gánale jugando limpio, que sabes y puedes hacerlo —
susurró para que nadie más pudiera oírlo.
—Ese punto es suyo —indiqué a todo el mundo para intentar enmendar
mi error.
Si esa bola le hubiese dado, podía haberle hecho daño y no había sido
mi intención.
Dimas me estudió unos segundos antes de acercarse a la red.
—Damos el juego por empatado.
Salió del campo sin decir nada más.
La gente empezó a quejarse.
—Que os devuelvan el dinero a todos; hoy no hay ganador —le gritó al
público para hacerse oír y siguió su camino sin decirle nada más a nadie.
Yo me quedé parada sin saber bien qué era lo que había pasado. Lo
seguí hasta que entró en el hotel y lo perdí de vista.
—¿Qué ha pasado? —me preguntó Juan, extrañado.
Lo miré totalmente desconcertada.
—No tengo ni idea.
—¿No quería que ganaras? —me preguntó, intentando sacar en claro lo
sucedido.
Pero algo me decía otra cosa.
—Mas bien parece que no ha querido ganarme él a mí.
Y eso me desconcertaba aún más, sabiendo lo que teníamos apostado
entre nosotros.
Estaba claro que iba a tener que hablar con él para enterarme de lo que
había pasado.
CAPÍTULO 26

CANDELA

Antes de entrar a mi habitación para ducharme, decidí seguir a Dimas a la


suya y enterarme de lo que había pasado, porque no entendía nada.
Llamé a la puerta y abrió casi de inmediato, iba sin camiseta y descalzo,
solo con los pantalones deportivos. Miré su pecho desnudo sin disimulo.
—Candela —se sorprendió y se hizo a un lado para que entrase—, ¿vas
a pasar? No me gusta hablar en los pasillos.
Lo seguí al interior, admirando su espalda desnuda casi salivando. ¿Se
podía tener una espalda más sexi que la suya? Ese montón de músculos
largos y poderosos, y ese trasero terso y apretado que le tapaban los
pantalones deportivos. ¡Lástima!
—Tú dirás.
Se volvió hacia mí y sonrió al darse cuenta de que le estaba mirando el
culo. ¿Qué pasa, que solo nos lo pueden mirar los hombres a nosotras?
—¿Qué ha pasado ahí fuera?
Intenté averiguar en su cara lo que había podido ocurrir para que actuara
tan raro, a lo mejor había cambiado de idea sobre mí y por unos momentos
me sentí decepcionada.
—No ha pasado nada.
—Tenías el partido ganado.
Miró mi cara sudada antes de responderme.
—Me he dado cuenta de que, lo que quiero de ti, no quiero ganarlo en
un partido de tenis.
Levanté las cejas por la impresión, ya que eso no era lo que yo tenía
entendido.
—¿No querías ganar la apuesta?
—Te quiero a ti, Candela, lo sabes, y quiero que vengas a mi porque
también estés interesada en una relación conmigo, no porque te sientas
obligada por perder una apuesta.
¡Toma ya! ¿Y yo que tenía que responder a eso? Nada de nada.
—¿Y si no lo estoy?
También quería saber cuáles iban a ser mis opciones.
—Tendré que hacerte cambiar de opinión, pero sin juegos ni
obligaciones, sino porque también quieras conocerme mejor y no puedas
estar lejos de mí.
¡Oh, Dimas! ¿Dónde estaba ese lado tierno? Normalmente no percibía
en él ese tipo de sensibilidad que me estaba demostrando en los últimos
días.
—Siento el pelotazo —le dije, porque prefería cambiar de tema—, no lo
he hecho a propósito.
Él sonrió divertido.
—Tengo intención de ser padre algún día, se me había olvidado la mala
leche que tienes algunas veces.
—No sé lo que me ha pasado, de verdad.
—Ya está, no le des más vueltas. Lo sé.
Que de repente me mirara con esos ojos dorados de depredador
consiguió que mi corazón diera un vuelco.
—¿Quieres ducharte conmigo?
¡Joder lo que me apetecía de repente eso, y lo que sabía que íbamos a
hacer en la ducha! Aunque pensé que no era el lugar ni el momento.
—Ya me gustaría —Sonreí con pena—, pero no tengo muda de ropa
aquí.
No supe lo que había pensado, pero se dio la vuelta y cogió algo de
encima de su cama, una muda de ropa limpia y sus zapatos, me cogió del
brazo y me dio la vuelta para abrir la puerta, asomarse y salir juntos deprisa
para que nadie nos viera.
Tuve que reírme cuando abrí la puerta de mi habitación y entramos de
manera atropellada. Él cerró y tiró su ropa sobre la cama. Luego se dirigió
de nuevo a mí. Me estaba riendo todavía por su locura y tuve que reconocer
que no me importaba demasiado que nos hubiesen visto entrar en mi
habitación a la carrera.
En este momento solo me importaba él… y su manera de mirarme, que
hacía que se me derritiesen todos los huesos.
Se acercó de manera lenta, me sujetó la cara con sus manos grandes y
suaves, y miró fijamente mi boca. Sabía lo que quería hacerme y en este
momento era lo que más deseaba en el mundo.
—¿Puedo besarte ya? —preguntó en un susurro. Lo tenía tan cerca que
notaba su respiración en mis mejillas sudadas—. No puedo pensar en otra
cosa desde ayer.
Asentí en silencio y acerqué mi boca a la suya cerrando los ojos para
poder recrearme en la sensación.
Me besó con mucha suavidad, solo un pequeño roce, como las alas de
una mariposa que me hicieron suspirar queriendo más. Abrí los labios
invitándolo a que me besase más y tomase de mi todo lo que quisiera.
Pensaba estar preparada para lo que sentiría, pero cuando Dimas atacó
de verdad mi boca, el mundo dejó de girar y solo era consciente de él, de su
lengua danzando con la mía, de su sabor y del calor que me recorría entera,
como un volcán a punto de estallar.
Me abracé a su cuello y pegué mi cuerpo al suyo queriendo más.
Exigiendo más. Dimas gimió y me levantó en volandas rumbo a la ducha
sin apartar su boca de la mía ni un segundo.
Me separé para coger aire y para ayudarlo a desvestirme, ya que no
podía hacerlo si no nos separábamos. Tuve que coger una profunda
inspiración de aire como si hubiese estado sumergida mucho tiempo bajo el
agua.
¿Podía sentir todo eso con tan solo un beso?
Dimas me quitó la ropa con rapidez y lo ayudé a bajarse las calzonas
deportivas, que era lo único que llevaba. Sujeté su pene ya erecto y lo
acaricié de arriba abajo con lentitud, haciéndolo gemir en el proceso.
—Debes estarte quieta. —Me cogió la mano para que dejase de
masturbarlo y le sonreí traviesa.
—¿No te gusta?
—Quiero disfrutar de ti mucho rato. —Fue lo único que me dijo antes
de abrir el grifo del agua y meternos a los dos bajo el chorro. Primero salía
fría, haciéndome pegar un respingo por la impresión, él sonrió y me cogió
la cara de nuevo para volver a besarme, como si temiese que, si no me
sujetaba así, pudiese salir corriendo.
Me dejé caer contra los azulejos de la pared y él se separó de mi boca
para coger el bote de gel y echárselo en la mano para hacer espuma, y
comenzó a enjabonar mi cuerpo con lentitud bajo el chorro de agua, que ya
salía templada, a una temperatura muy agradable.
No podía dejar de besarlo, era como si fuese una droga que necesitaba
para respirar. Dimas gimió bajo el asalto de mi lengua en su boca mientras
bajaba su mano enjabonada a mi entrepierna y comenzaba a frotar allí
despacio, de delante atrás y eso me hizo gemir en voz alta. Necesitaba
tocarlo y hacerle sentir lo mismo que sus manos y su boca estaban
provocando en mí.
Cogí su polla y tras volver a acariciarla de arriba abajo, esta vez con
más rapidez, Dimas me levantó del suelo.
—Sujétate con las piernas a mi cintura —me pidió casi con un gruñido,
separando su boca un segundo para decirlo y volver a lanzarse de nuevo a
mordisquearme los labios sin descanso, mientras dirigía su sexo a mi vagina
con lentitud.
Gemí hondo cuando me dejó caer y se coló en mi con rapidez.
—¡Joder, Candela! Me vuelves loco.
Volvió a asolarme la boca con otro largo beso mientras comenzaba a
moverse en mi interior. Pensé que iba a morirme con las sensaciones que
me estaba provocando al follarme así. No podía hacer nada en esa postura,
excepto aceptar las acometidas que me iban a catapultar al orgasmo de un
momento a otro. Sentía el cosquilleo subirme por los dedos de los pies.
—¡Voy a correrme ya, Candela! ¡Joder! —gruñó en mi oído antes de
comenzar a bombear de manera más rápida en mi interior, hasta
provocarme un maravilloso orgasmo que me hizo gritar su nombre mientras
le mordía un hombro con fuerza. Dimas gimió en mi oído y se corrió
también casi a la par, mientras me abrazaba con fuerza y nos dejábamos
caer sobre el suelo de la ducha, desmadejados por el placer.
—¿Puedes cerrar el agua? —le pedí momentos después, porque me
daba en la cara y era muy molesto.
Él estiró el brazo y cerró los grifos para volver a abrazarme sin salir aún
de mí. Me besó el pelo mojado y buscó mis labios, donde depositó un tierno
beso antes de retirarse, se levantó, abrió las puertas de la mampara y cogió
una toalla que se lio en la cintura. Cogió otra para mí. Me dio la mano para
ayudarme a levantarme.
—¿Estás bien? —Me miró unos segundos antes de envolverme en la
toalla con cuidado y volver a besar mis labios—. Son lo más dulce que he
besado nunca —susurró mientras salíamos del baño de la mano para poder
vestirnos—. Que sepas que no pienso dejar de hacerlo. No puedes alejarme
de este manjar.
Sonreí como una tonta porque su lado tierno cuando hacía el amor me
ganaba. Era un amante cariñoso y considerado, y bastante generoso, cosa
que no dejaba de sorprenderme un poco. Desde luego como amante era todo
un portento y el puñetero lo sabía. Más cosas para sumar al grandísimo ego
que tenía ya. Pero esa medalla la tenía más que merecida.
—Espero que estés tomando la píldora —soltó de repente mirándome
con preocupación—, porque acabo de percatarme de que no hemos usado
condón.
—No te preocupes. Llevo años tomando la píldora, lo de usar condón es
para evitar contagios.
—Estoy limpio —confesó, ayudándome a secarme el pelo con la toalla
que se había quitado de su cintura para quedarse desnudo—, me hago un
chequeo dos veces al año, por precaución, aunque nunca follo sin condón,
por el mismo motivo que tú.
Asentí con la cabeza y se levantó para vestirse, mientras me terminaba
de secar el pelo y empezaba con mi cuerpo bajo su atenta mirada.
—Si estamos sanos, Candela, quiero dejar de utilizar condón contigo.
—Ante mi mirada inquisitiva añadió—: Prefiero follarte así. Es muchísimo
más placentero, odio esos chismes.
Como reconocía que también era mucho más sensual sentirlo
plenamente en vez de con el condón, asentí.
—Por cierto, tengo algo que proponerte.
Se sentó en la cama para atarse las deportivas. Si estaba guapo con el
traje de tres piezas que solía llevar, con vaqueros y camiseta sencillamente
estaba irresistible.
—Tú dirás.
Me puse el tanga y vi cómo sus pupilas se dilataban de nuevo. Le sonreí
traviesa. ¿Otra vez?
—No seas perversa, que no quiero llamar demasiado la atención sobre
lo que estamos tardando y encima faltamos los dos. Si empezamos con otro,
no llegaremos ni a la comida.
Seguí vistiéndome, porque sabía que tenía razón. No sabía qué tenía ese
hombre que me tenía en un estado continuo de excitación, y al parecer le
pasaba lo mismo conmigo.
—Estaré fuera, en Barcelona, toda la semana.
—Lo sé. —Lo miré con atención, porque no sabía muy bien a dónde
quería ir a parar.
Y porque sí, porque era un placer para la vista.
—Quiero volver el viernes después de comer y estar en casa a media
tarde o así.
Me miraba evaluando mi reacción. Podía ver en sus ojos… ¿Qué?
¿Miedo? ¿Expectación?
—Si ganaba la apuesta iba a pedirte pasar el fin de semana conmigo en
mi casa, los dos solos. —Lo miré sorprendida, aunque ya suponía que iba a
ir por ahí—. Ahora quiero que vengas, pero sin apuestas de por medio.
Simplemente porque quieras pasar más tiempo conmigo.
Me lo quedé mirando sin saber qué decirle. Las cartas estaban sobre la
mesa. Él había dicho lo que quería y ahora me tocaba a mí decidir darle una
oportunidad o no.
—Sé que te rompe todos tus esquemas mentales, Candela, pero de
verdad que quiero que nos veamos sin que sea el sexo o el trabajo lo único
que nos una. ¿Nos vas a dar esa oportunidad?
—Quiero que me digas qué quieres de mí y qué relación quieres que
tengamos. ¿Abierta? ¿Clásica? ¿Qué?
—Escucha, solo quiero que nos conozcamos más, tú y yo. Si quieres
seguir divirtiéndote con otros hombres, siempre podemos ir a Susurros a
jugar, pero luego quiero que el resto sea entre tú y yo, y veamos a dónde
nos puede llevar esto que comenzamos a sentir el uno por el otro. Confía en
mí. —Me cogió la cara para que lo mirase, sus ojos me pedían que confiara
en él y no supe por qué decidí hacerlo. Solo esperaba no tener que
arrepentirme de eso.
—De acuerdo. Solos tú y yo, pero te voy a pedir sinceridad, nada de
secretos ni mentiras, ¿de acuerdo?
—Te lo prometo. —Me volvió a besar en los labios con mucha ternura
—. Te mandaré la ubicación de mi casa cuando llegue el viernes de
Barcelona. Ahora creo que será mejor que salgamos antes que vengan a
buscarnos y nos pillen a los dos juntos.
Cuando llegó a la puerta se volvió un segundo para lanzarme una
enorme sonrisa, como un niño con zapatos nuevos.
—Te prometo que no te arrepentirás.
Se fue y yo solo pude sonreír como una idiota.

—No sé qué planes tenéis vosotros, pero yo quiero irme después de


comer.
Miré a todos los que estábamos en la mesa comiendo la paella que
habían hecho el domingo para despedirnos del fin de semana de
convivencia.
Mis ojos fueron a la mesa donde Dimas estaba sentado, comiendo
también, mientras hablaba con el personal de contabilidad.
—Yo también me voy —me dijo Magda, bebiendo de su copa de vino
—, quiero pasar la tarde con Peter, que mañana vuelve a irse y no lo he
visto este fin de semana.
—Anda que no tienes suerte con tu pareja —le dijo Antonella,
comiendo de su plato de paella sin mirar a nadie en particular.
—La verdad es que sí que he tenido mucha suerte con él.
—Voy a por el postre. —Me levanté para acercarme al buffet y ver la
variedad de postres que habían sacado después de la paella.
Estaba llena, pero hacer el amor con Dimas me había dado mucha
hambre.
—Voy contigo, espera.
Magda se acabó los últimos granos de arroz de su plato y se levantó
apresurada para acompañarme a por los postres.
—¿Tienes algo que contarme?
La miré sin saber bien a lo que se refería, no era posible que supiera lo
que había pasado con Dimas en mi habitación.
—Supongo que has hablado con el jefe para que te explique lo que ha
pasado en el partido. Ha sido todo de lo más extraño.
—Bueno... —Me centré en la variedad de postres y me decidí por una
porción de tarta tres chocolates. Miré a Magda, que estaba pensando qué
postre coger—, la verdad es que sí he hablado con él. Dice que lo que
quiere de mí, desea que lo haga yo de buena voluntad y no obligada por
perder una apuesta.
—¿En serio? —Sus ojos brillaron emocionados—. ¿Y qué le has dicho?
¡Por favor, dime que le has dicho que sí a lo que sea que te haya pedido que
hagas!
Le sonreí enternecida por su ilusión.
—He accedido a pasar con él el fin de semana que viene en su casa. No
sé si te refieres a eso.
—¿En serio?
El grito que dio hizo que todo el mundo alrededor nos mirase con
curiosidad, incluido Dimas.
—Cállate o se enterará todo el mundo —le susurré mientras nos
dirigíamos de nuevo a la mesa con los demás.
—Me encanta tu plan para el próximo fin de semana.
¡Ya veríamos si no me tenía que arrepentir!
CAPÍTULO 27

CANDELA

La semana siguiente pasó con bastante rapidez.


El jueves al mediodía recibí una visita inesperada; Lucas decidió
presentarse a la hora de la comida.
—Hola. —Me levanté para darle dos besos cuando se acercó a mi mesa.
Iba vestido con traje oscuro y debía reconocer que era un hombre muy
atractivo—. ¿Qué haces tú por aquí?
—Venía a comer con Antonella, pero acaba de darme plantón porque
está liada con un contrato de un cliente desde esta mañana.
—Sí, pensaba volver a media mañana, pero ha habido no sé qué
problema con el otro abogado y aún están liados.
—Y Dimas tampoco está, ¿no? —Miró la puerta abierta, que indicaba
que el gran jefe no estaba.
—Tampoco, está en Barcelona visitando las obras de un nuevo hotel.
Creo que vuelve mañana.
—Pues qué suerte tengo —lamentó pesaroso—. ¿Te apetece comer
conmigo? Si ya tenías planes lo entiendo, no pasa nada.
—Suelo comer con Magda.
—Dile que venga con nosotros, no hay problema.
—Mira, por aquí viene —indiqué cuando la vimos bajar por la escalera
y encaminarse por el pasillo hacia mi mesa.
—Hola. —Le dio dos besos—. ¿Vienes a comer con nosotras?
—Ya que me han dado plantón, no tengo mejor plan que comer con dos
bellezas como vosotras.
—No hace falta que nos hagas la pelota —le dije riendo, cogiendo el
bolso y apagando el ordenador.
—Espero que tengáis hambre, porque yo estoy famélico. He estado
reunido toda la mañana en el ayuntamiento y no he tenido tiempo para nada
más que tomarme un café corriendo esta mañana.
—Nosotras siempre tenemos hambre —le dije a Lucas mientras las dos
enlazábamos nuestros brazos con el suyo y nos fuimos directos a la calle.
Cuál fue nuestra sorpresa, que nos encontramos a Dimas entrando en la
oficina en ese momento. Su mirada al vernos a los tres con los brazos
entrelazados indicó que no estaba precisamente contento.
Yo estaba tan feliz de verlo, que le sonreí sin querer hacer caso a su
mirada de hielo.
—Hola, qué rápido has vuelto, ¿no?
—He conseguido acabar antes la inspección.
—Había venido a invitarte a comer, pero como no estabas, he
secuestrado a estas dos preciosidades para que me acompañen. ¿Quieres
venir con nosotros? Creo que estoy en desventaja, tío —le dijo, sin hacerle
caso a la mirada que nos dirigía a todos.
¿Qué le pasa para estar de mal humor?
—Estoy ocupado —soltó sin demasiado tacto.
—Ven, comeremos algo rápido y volveremos —me animé a decirle para
intentar pasar un poco de tiempo con él.
—He dicho que estoy ocupado, divertíos.
Y entró sin decir nada más.
—Desde luego, qué carácter —repliqué molesta, porque no conseguía
entender cómo podía ser un idiota la mitad de las veces y un hombre
encantador la otra mitad.
—Creo que verte conmigo no le ha hecho ninguna gracia —contestó
Lucas, mirando la puerta cerrada.
—¡Oh, venga ya! ¿Y Magda no cuenta? —repliqué molesta porque no
me daba la gana darle la razón.
—Es posible que esté ocupado —murmuró Magda sin querer entrar en
polémica—, ya sabemos que Dimas solo vive para el trabajo cuando está en
la oficina.
—Bueno, que haga lo que quiera, pero yo tengo hambre.
Y sin hablar más sobre el tema, nos fuimos al italiano de la esquina a
comer.

Volvimos justo a las cuatro de la tarde, sin querer darle ningún motivo para
que pudiera reclamarnos que llegábamos tarde. La puerta estaba cerrada
cuando me senté en mi silla, pero el teléfono de mi mesa no tardó ni un
segundo en sonar. Era él, por lo que supuse que debió oírme llegar.
—Candela, pasa a la oficina.
—¿Cojo la libreta para tomar apuntes?
—Ahora. —Y colgó.
«¡Joder con la mala hostia! ¿Qué le pasa ahora?»
Entré sin llamar y lo encontré sentado ante su ordenador, sin chaqueta y
con la camisa blanca remangada y la corbata algo floja.
¡Qué guapísimo estaba!
Levantó la vista y clavó sus ojos en mí. Podía ver con claridad que
seguía enfadado, pero como no pensaba que fuera por mi culpa, pasé de su
mal humor.
—¿Qué quieres?
Levantó una ceja ante mi tono de voz irritado y me recorrió con la vista.
—Acércate.
Me acerqué con cuidado por lo extraño de la petición. Normalmente me
sentaba en la silla frente a su mesa.
—Ven hasta aquí, Candela, no voy a morderte.
Me acerqué sin fiarme demasiado hasta él, que me cogió de la mano
para colocarme entre sus piernas y poder abrazarme.
—Llevo toda la semana queriendo volver para poder hacer esto.
Me sujetó la cara como ya comenzaba a ser su costumbre. Se apoderó
de mi boca en un largo beso que hizo que me olvidara de todo lo que
sucedía a nuestro alrededor. Cuando por fin nos separamos, me quedé
mirando sus ojos claros y le toqué la mejilla con la mano. Su barba de una
semana me hacía cosquillas en los dedos.
—Pensaba que estabas enfadado —le solté cuando por fin recuperé mi
voz, aún tenía las piernas débiles por semejante besazo que me acaba de
dar… en la oficina.
—Ni te imaginas la mala leche que me ha entrado cuando te he visto
agarrada a Lucas y me has dicho que te ibas a comer con él y no te
quedabas conmigo.
—Si mal no recuerdo has dicho que estabas ocupado, ¿cómo voy a
saber que quieres comer conmigo?
—Te quería solo para mí, para poder hacer justo esto. —Y volvió a
besarme, pero esa vez con dulzura—. Llevo toda la semana soñando con
volver a besar tu boca de caramelo. No he sabido gestionar lo que he
sentido al verte con él, sabiendo que le gustas.
—Está con Antonella —le dije para intentar aplacar un poco sus celos,
que no sabía por qué, pero me resultaban graciosos.
—Pero no puede evitar la manera que tiene de mirarte y no me gusta
demasiado.
—A mí no me gusta la gente celosa sin motivos —le aclaré para que
supiera a lo que atenerse.
—No me consideraba un hombre celoso hasta que te he conocido a ti —
me contó en un susurro como si fuese un descubrimiento también para él—.
Aún estoy intentando gestionarlo y voy a necesitar un poco de tiempo,
¿vale? Siento haberte incomodado antes.
—¿Has comido?
No pude evitar preocuparme por él. Parecía cansado y aproveché para
cambiar de tema.
—Aún no, estoy acabando un correo urgente y ahora iba a pedir algo a
la cafetería.
—Bajo al italiano y te traigo algo de pasta y ensalada. No puedes comer
solo un sándwich e hincharte a café.
Me miró un segundo sopesando mis palabras y al final asintió con la
cabeza y sonrió conciliador.
—Vale, tráeme algo de pasta y una Coca Cola muy fría. Voy a seguir
con esto, que me gustaría llegar a casa temprano y descansar, llevo una
semana de locos.
Lo dejé trabajar y bajé de nuevo al italiano a por su comida. No podía
borrar la sonrisa idiota que llevaba en la cara.
Volví a verlo cuando acabamos de trabajar, a las cinco de la tarde, y
debía estar verdaderamente cansado porque salió de su oficina a esa hora,
cosa muy extraña en él, que no salía del despacho casi ningún día antes de
las ocho de la noche.
El viernes, al acabar el trabajo, nos reunimos en el bar de la esquina,
donde solíamos quedar para tomar una copa. Siempre éramos los mismos:
Miguel, Mario, Damián y Antonella. Magda fue conmigo al baño.
—¿Has quedado con el jefe para este fin de semana?
La miré mientras entrábamos al cubículo de los aseos. Ella pasó al que
estaba al lado del mío.
—No hemos hablado nada de ese tema hoy.
—¿Te das cuenta de que estás saliendo con uno de los solteros de oro
del país?
No supe qué decirle, porque suponía que tenía razón.
—Preferiría que no fuese quien es —le dije tras pensarlo un momento, y
lo pensaba de corazón. Que fuera tan conocido y perteneciera a una de las
familias más ricas del país solo podía traerme dolores de cabeza y
problemas. Todo sería mucho más fácil si fuese un trabajador normal y
corriente.
—Venga ya, que sea quien es, es lo que da más morbo.
—Yo pienso que todo su dinero solo nos separará.
—¡Hija, mira que eres negativa! ¿Por qué no puedes pensar que todo va
a ir como la seda entre vosotros? El primer impedimento, o sea, tú, ya lo
habéis salvado.
Me lavé las manos al salir del cubículo y miré a Magda, que también
vino a lavárselas.
—Pues de verdad creo que nuestros problemas no han empezado
todavía.

Un mensaje a mi wasap me distrajo de la disputa que mantenían Miguel


con Antonella sobre la importancia que empezaba a tener en el consumo
todo lo que llevara el nombre de ecológico.

Dimas:
Acabo de llegar a mi casa, te mando la ubicación. Ven cuando quieras… Te
espero.
(Emoticono de la cara dando besos).

Yo:
Estoy con los compañeros de trabajo tomándonos una copa en el bar de
siempre. Tengo que llegar a casa y coger algo de ropa.

Dimas:
Trae un bikini y ropa deportiva (emoticono de cara guiñando un ojo)

Yo:
¿Bikini, para qué? ¿Y ropa deportiva? ¿Qué piensas hacer este fin de
semana? Te recuerdo que solo son dos días.
(emoticono de cara pensando)

Dimas:
Es una sorpresa
(emoticono de cara quiñando un ojo)

Yo:
No me gustan demasiado las sorpresas…, pero te haré caso. Te avisaré
cuando vaya a salir de mi casa.
(emoticono de beso de carmín)

Dimas:
Estoy deseando besarte de nuevo. No tardes.
(emoticono de cara dando besos)

—Bien —dije, dejando el móvil sobre la mesa sin hacerle caso a la


mirada expectante con la que me Magda me observaba. No pensaba decirle
nada delante de todos los demás—, ¿por dónde íbamos?
—Estamos discutiendo si la calidad-precio de los productos ecológicos
vale la pena o es todo un timo.
—No es un timo, conozco a un amigo que trabaja en eso y la gente
comienza a estar muy concienciada con el tema, cada vez más.
—Me resulta un poco ridículo lo de las gallinas estresadas y todo eso —
dijo Miguel divertido.
—Bueno, tengo que reconocer que hay algunas campañas que no
ayudan demasiado a ese colectivo concienciado con lo ecológico. Pero es
un hecho que la mentalidad predominante es esa, la de consumir productos
libres de sustancias tóxicas y de animales criados en semilibertad.
—Pues fíjate, que yo voy a mirar a partir de ahora las etiquetas.
—Lo notarás en el sabor. —Ante la mirada de Antonella, añadí—: Y en
el bolsillo también, pero menos. Cada vez hay menor diferencia de precios
entre lo ecológico y lo convencional.
Miré la hora, pensando que aún tenía que llegar a casa, ducharme y
hacer la maleta, y no tenía ni idea de dónde estaba la casa de Dimas. A lo
mejor estaba a varias horas de camino y yo seguía ahí tan tranquila.
—Chicos, tengo que irme.
Saqué un billete de diez euros para pagar una ronda de cervezas, que era
lo que estábamos bebiendo todos.
—Os dejo pagada una ronda, ¿vale?
Magda me guiñó el ojo y siguió hablando con los demás.
—Descansa el fin de semana. Nos vemos el lunes.
Salí mirando el móvil de nuevo para comprobar la ubicación de su casa.
Vale, ¡estaba en Hoyo de Manzanares! No quedaba demasiado lejos. Al
noroeste de Madrid, a unos treinta y cinco kilómetros o así, media hora de
coche si no cogía ningún atasco.
CAPÍTULO 28

CANDELA

Salir de Madrid hacia cualquier lugar un viernes por la tarde era una
aventura que podía tardar un tiempo indeterminado; todo el mundo lo sabía.
A mí no me había llevado demasiado tiempo llegar a ese pueblo donde
Google Maps me había llevado al meterle la ubicación de su casa.
Miré el recinto por fuera. Parecía un chalé normal y corriente con una
valla que estaba formada por una hilera de setos y no me dejaban ver el
interior.
Había oído hablar de su casa, al fin y al cabo, estaba diseñada por él y
construida por su empresa. Era una de las más prestigiosas del país en
arquitectura domótica y geodésica, las más modernas que había.
Nada me había preparado para lo que me encontré cuando me abrió la
puerta de entrada para que metiera el coche y vi cuál era su casa.
Que me quedé alucinando en colores era quedarme corta.
Resultaba ser una construcción enorme, que parecía a simple vista de
madera con todo un lateral de cristaleras enormes y el resto de las paredes
parecían un panal de abejas, con innumerables ventanas y claraboyas para
dejar pasar la luz.
El tejado era, sin lugar a duda, lo que más me impresionó. Estaba
diseñado a diferentes aguas y se alternaban entre placas solares en unas y
césped plantado en otras.
Cuál sería mi cara de alucine, que Dimas me miraba junto al coche
esperando que dijera algo.
—¿Te gusta?
No pude evitar la broma.
—No sabía que eras fan de Los Hobbits.
Soltó una carcajada, divertido por mis palabras, pero como en mi cara
podía leerse que me encantaba, se relajó bastante y me echó el brazo por
encima para dirigirme a donde quería.
—Deja que te la enseñe.
Estuvimos rodeando la casa y me explicó todo lo que tenía de domótica,
los ventanales con los cristales pivotantes para refrescar la casa cuando
subiera la temperatura más de veinticuatro grados. El techo con el césped
vivo que ayudaba a regular la temperatura. Los materiales geodésicos que
también ayudaban a refrescar el ambiente.
Todas las construcciones del exterior, el cobertizo donde tenía
guardadas herramientas de bricolaje y latas de pintura, como cualquier ser
humano normal, y la casita de invitados eran como enormes champiñones
de madera, lo que me hacía sonreír todo el tiempo.
Tenía una piscina climatizada que desprendía vapor ante el relente que
comenzaba a caer al anochecer en la sierra de Madrid.
El interior me fascinó, directamente.
Era casi todo de madera, los suelos, los techos, las puertas… El salón
era un gran espacio con grandes ventanales que estaban cerrados, pero que
tenían unas vistas increíbles del pueblo situado algo más abajo, ya que la
casa estaba en la alto de una colina. La cocina estaba separada del salón por
una simple barra americana, que lo hacía todo más diáfano y luminoso.
En la planta baja solo había un despacho y las escaleras que bajaban a
un enorme gimnasio perfectamente equipado. Ya entendía lo de la ropa
deportiva y el bikini.
En la planta alta había tres habitaciones con enormes ventanales y, lo
que más me gustó de todo, era una especie de ático que en realidad resultó
ser una biblioteca con una inmensa pared llena de libros y todas las demás
eran de cristales, incluido el techo. Había algunos sillones distribuidos por
los rincones para aprovechar mejor la luz y el calor del exterior en invierno.
«¡Madre mía, podría quedarme a vivir en esta habitación!» pensé.
—Cuidado con lo que deseas o te tomaré la palabra.
—¿Lo he dicho en voz alta? —pregunté sorprendida.
—Sí, y no te imaginas lo que me encanta que te guste tanto.
—Ahora entiendo por qué hablan tanto de esta casa. Es una verdadera
preciosidad. Luminosa, espaciosa y sencillamente maravillosa. Felicidades.
—Lo miré, sonriéndole orgullosa—. He oído que la diseñaste y te
encargaste personalmente de algunas de las partes.
—Gracias. Sí, bueno, fue una apuesta personal cuando decidí
independizarme de mis padres. Pensé que una construcción así sería mi
mejor carta de recomendación y no me equivoqué.
—No, es preciosa.
—Ven, cojamos la maleta y la subimos a la habitación, así aprovecho
para enseñártela también.
Bajamos a por ella y me quedé sin palabras al ver la habitación, que era
totalmente de cristales. Todas las paredes menos la de la cabecera de la
cama.
—¿Pueden vernos desde fuera?
—No tengo vecinos cerca —me dijo sonriéndome divertido—. Mira.
Le dio a un botón y el techo se desplazó, dejando también un cristal a la
vista, pudiendo verse el firmamento sobre nuestras cabezas.
—¡Vaya! —dije sorprendida, mirando las estrellas que empezaban a
brillar tímidamente en el cielo.
—Sí, vaya.
Pero él no miraba el cielo sobre nuestras cabezas, sino a mí, tan
intensamente que le sonreí algo nerviosa.
—Dormir bajo un cielo de estrellas en tu caso es literal, ¿no?
—Y ver caer la lluvia también es muy relajante —me explicó
sonriendo, y pasamos al baño, que tenía un enorme jacuzzi y un plato de
ducha doble. Todo en acero y gres blanco. Muy moderno y elegante.
—Te pediré que me invites un día que llueva.
—Espero que pases aquí más de un día lluvioso —Se acercó a mí y me
besó en los labios con suavidad.
Sus palabras consiguieron que mi corazón se derritiera y tenía que
reconocer que ver su casa me hacía aún más consciente del tipo de hombre
que era.
«¿Dónde te estás metiendo, Candela?»
No lo sabía, solo quería que me siguiera besando así.
—¿Tienes hambre?
Se separó de mí y me besó la punta de la nariz en un gesto tierno.
—Bueno, yo siempre tengo hambre, ya lo sabes.
Él rio divertido por mis palabras.
—Me encantas, Candela. —Me dio la mano y ordenó que se apagasen
las luces según íbamos saliendo del cuarto—. Voy a preparar la cena.
—Si también me dices que sabes cocinar…
—Lote completo. —Me sentó en un taburete que había en la isla que
separaba la cocina del salón—. Abriré una botella de vino mientras preparo
la cena.
—¿Puedo ayudarte?
No tenía idea de qué pensaba preparar, pero también me defendía bien
en la cocina.
—Como eres mi invitada, cocinaré yo, cuando estemos en tu casa lo
harás tú. ¿Te parece?
Lo miré sin decirle nada. Si quería hacerlo él…, que lo hiciera. Para eso
estaba en su casa, ¿no?
—Déjame impresionarte un poco.
El comentario me hizo reír.
—Vale, impresióname, pero creo que después de tu casa, nada podrá
impresionarme más.
—Bueno, sé que va a ser algo difícil, pero lo intentaré.
Me besó el pelo. Me sorprendió que fuera un hombre tan cariñoso y que
tuviese esa necesidad continua de estar besándome o tocándome. Yo llevaba
tanto tiempo escondiéndome de los hombres y de los sentimientos que me
resultaban extrañas tantas muestras de cariño.
No sabía qué cara había puesto, pero lo vi mirándome con intensidad
frente a mí, buscando mis ojos.
—Candela, soy una persona bastante cariñosa a la que no le avergüenza
demostrar afecto en público. Si te incomodo o te sientes agobiada solo
tienes que decírmelo, ¿de acuerdo? No quiero que te sientas incómoda por
mi culpa.
—De acuerdo. —Le sonreí para borrar la preocupación de sus ojos—.
No estoy acostumbrada a tantas muestras de afecto, es todo. Solo necesito
un poco de tiempo para acostumbrarme a ti.
Asintió y abrió un botellero que tenía en un lateral de la cocina para
sacar una botella de vino blanco.
—¿Te gusta el atún?
Asentí. ¿Iba a cocinar atún?
—Mientras no sea sushi…
—Me has matado —dijo con pesar, poniendo una mano en su corazón
como si le doliera.
—Lo siento, pero me gusta el pescado cocinado.
—Oído cocina…
Abrió la botella con rapidez, sacando dos copas y sirviéndolas,
metiendo luego la botella en la nevera para que se mantuviese fría.
—Te dejo el vino.
Cogió de un armario un bote de aceitunas de las que sacó unas pocas y
las sirvió en un cuenco.
—No quiero poner muchos entrantes para que nos comamos el atún.
Cogió la copa para que brindásemos.
—Por nosotros. Para que dejes de mirarme como si me fuera a
abalanzar sobre ti en cualquier momento.
Me reí y probé el vino, que estaba delicioso.
—¿No vas a hacerlo? ¡Qué desilusión!
Él colocó su copa junto a la mía y encendió el fogón de la cocina. Puso
una parrilla para que se fuera calentando. Luego cogió una bolsa de
ensalada lavada y la sirvió en un bol. Preparó con rapidez la salsa. Cuando
la parrilla estuvo caliente puso el atún encima y vino de nuevo a la barra a
hablar conmigo.
—No me miras con deseo. Sé que todo esto es nuevo para ti. —Hizo
una señal con la mano, indicando la cocina y la cena—. No deseo que hagas
nada que no quieras hacer o decir. Tienes todo el tiempo del mundo, no
quiero que te agobies por nada, ¿vale?
Me quedé mirándolo con una sonrisa en la cara. ¿Podía ser más
encantador?
—Sé que soy algo intenso —reconoció sonriendo—, pero sabes
ponerme en mi sitio como poca gente sabe hacerlo. —Me miró sorprendido
—. ¿De verdad me llamaste gilipollas delante de todo el mundo?
No quería reírme, de verdad que no, pero no pude evitarlo al ver su cara
de alucine.
—Lo siento, no llevo bien que me griten y me avergüencen delante de
los demás. Ni siquiera me di cuenta de a quién se lo decía.
Dimas comenzó a reírse también y fue a darle la vuelta al pescado.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
Su cara seria me puso sobre aviso. Ya me suponía lo que me iba a
preguntar. Tal y como estaba nuestra relación, no tenía demasiado sentido
seguir ocultándoselo.
—Dime.
—Siempre puedes no contestármela —me aclaró muy serio—, pero no
me insultes, por favor.
Sonreí ante sus palabras.
—Dime, intentaré no descuartizarte con el cuchillo del pescado.
Me miró sorprendido por un segundo y luego se rio de mis palabras.
—¿Me cuentas lo que pasó para negarte a tener relación alguna con los
hombres?
Ante mi mirada seria, añadió atropelladamente:
—Le he dado mil vueltas al asunto, de verdad…, me mata la curiosidad,
pero prefiero que me lo cuentes tú.
—Pillé a mi prometido en la cama con mi dama de honor, pocos días
antes de la boda.
Ya estaba. Problema resuelto. Era justo que se enterase por mí y ya no
tenía demasiado sentido seguir ocultándoselo
Abrió mucho los ojos, asombrado, y de repente se dio la vuelta y apagó
el fuego cuando retiró el atún y lo sirvió en dos platos planos.
—¡Qué hijo de la gran puta!
Aliñó la ensalada con rapidez y la puso en el medio de la isla. Sacó los
cubiertos y los colocó frente a cada uno de nosotros. Puso un plato delante
de mí y se sentó en un taburete justo frente a mí.
—¿Te has vengado de él?
Lo miré sorprendida por sus palabras.
—No, anulé la boda, por si eso te sirve de consuelo.
—No es suficiente castigo. ¿Podemos hacerle daño de algún modo?
¿Lo estaba diciendo en serio?
¿Daño? ¿A qué se estaba refiriendo? Por un momento pensé que estaba
de broma, pero parecía que lo estaba diciendo totalmente en serio.
—Claro, no puede joderte la vida y marcharse de rositas, merece sufrir
mucho por lo que te hizo.
Lo estudié en silencio analizando sus palabras. ¿De verdad haría algo
así por mí? ¿Quería hacerle ese tipo de daño? Pensar en él ya no me dolía
como me dolió cuando sucedió. Pisoteó mi amor propio y se rio de mis
sentimientos como si no valiesen nada. Pero no quería vengarme de él. Con
no volver a verlo en la vida me conformaba.
—No quiero hacerle daño, Dimas. Ya no me importa, ni siquiera me
duele pensar en él.
«No mucho, por lo menos».
—Tenlo presente. Puedo amargarle la vida con solo hacer un par de
llamadas.
Mi mirada sorprendida debió indicarle con claridad lo que pensaba al
respecto.
—Solo quería que lo supieras. Ahora come antes de que se enfríe.
Ese comentario me hizo ver que Dimas no era un hombre al que se
pudiera tener de enemigo.
Cenamos hablando de otros temas, gracias a Dios que había dejado el de
mi prometido al margen, y nos bebimos la botella de vino blanco, que
estaba espectacular.
De postre había sacado un plato con fresas que había lavado
tranquilamente mientras lo observaba sentada en el taburete de la isla donde
habíamos cenado, y lo vi sacar un bote de nata montada de la nevera.
Por su manera de mirarme, despacio, supe que algo estaba tramando con
el postre.
—¿Te gustan las fresas?
—Claro, no conozco a nadie a quien no le gusten las fresas.
—Bien.
No dijo nada más. Se acercó a mí, despacio, y me indicó que me
levantase, ya que tenía las manos ocupadas.
—Para comernos el postre va a ser mejor que subamos a la habitación.
¡Madre mía, mi tanga se me bajó de la impresión!
—Apagad luces —dijo cuando nos dirigíamos a la habitación que
estaba en la planta alta. Las luces se iban apagando de golpe dejando el
salón tenuemente iluminado con algunos focos de emergencia,
estratégicamente situados.
—¡Qué pasada! —murmuré maravillada de la domótica de la casa—.
Cuando pueda comprarme un terreno, te contrataré para que me hagas una
casa como esta.
—Estaré encantado de construirte lo que tú quieras —me dijo divertido
—, vamos arriba.
Pidió «luces» en la planta alta y el pasillo se fue encendiendo según
íbamos pasando por él en dirección a la habitación situada al fondo.
Yo tuve que sonreír encantada, porque era realmente curioso que todo se
fuera iluminando a tu paso.
—Esto es realmente maravilloso —dije mirándolo, encantada con lo
que estaba viendo.
Él me sonrió divertido por lo ilusionada que estaba ante la tecnología de
su casa. Pensaría que era una cateta de pueblo, y no me importaba en
absoluto. La casa era realmente preciosa.
—Pensarás de mí que soy una boba por mostrar tanto entusiasmo.
—No tienes ni idea de lo que estoy pensando ahora mismo de ti —
respondió mirándome con ternura.
Pero sus ojos me decían que no parecía estar pensando eso
precisamente.
Su sonrisa me avergonzó un poco, y volví la cara para que no notara mi
sonrojo.
La habitación se iluminó de manera muy tenue cuando entramos, lo
suficiente para poder vernos en la oscuridad. Se veía la claridad que ofrecía
las luces del interior de la piscina, así que el cuarto quedaba suficientemente
iluminado.
—¿Quieres ver las estrellas?
Asentí emocionada y miré hacia arriba cuando noté que el techo de
madera se desplazaba dejando sobre nuestras cabezas solo un cristal desde
el que se podía contemplar el cielo con un sinfín de estrellas desde la
habitación.
—¡Vaya! —murmuré con los ojos como platos, y me senté en la cama
mirando el cielo cuajado de estrellas.
—Pensaba que te gustaría ver el cielo así —susurró él, soltando la nata
y las fresas junto a la mesita de noche.
—Gracias, es perfecto.
—¿Música?
Lo miré intrigada y volví a asentir. Esperando ver cómo pondría la
música.
—Pon música —dijo en voz alta, y la estancia se llenó de una voz grave
de mujer a la que no reconocí, acompañada de los acordes de un piano.
—¿Está todo a tu gusto?
Me miró y sonreí mirando el cielo. Podía pasarme así el resto de mi
vida, mirando las estrellas desde la cama.
—Está perfecto. —Sonreí encantada—. Tienes la conquista hecha solo
con estas vistas.
La sonrisa se borró de su cara.
—Eres la primera mujer que traigo a mi casa.
¿En serio? ¿Y por qué?
—No te creo. —Mi sonrisa ya no era tan divertida.
—¿Por qué iba a mentirte?
«Eso Candela, ¿por qué iba a mentirte?»
—No me creo que no hayas traído aquí a tus conquistas.
Al fin y al cabo, era una casa maravillosa.
—A mis conquistas las llevo una noche a un hotel, Candela, no tengo
necesidad de traerlas a mi casa.
Se sentó en la cama junto a mí y me acarició la mejilla con el pulgar.
—¿Entonces… yo…?
No entendí la necesidad de haber ido ahí.
—Tú no eres un polvo de una noche, quiero estar contigo el fin de
semana y conocernos mejor, ya te lo he dicho.
Me lo quedé mirando porque, ante eso, no sabía muy bien qué decirle.
—Y ahora tú y yo vamos a comernos el postre.
CAPÍTULO 29

CANDELA

No podía resistirme cuando me miraba con esos ojos de deseo. Como si yo


fuese un postre suculento y él tuviese mucha hambre.
Se acercó a mí con cuidado sin levantarse de la cama. Me sujetó la cara
con las manos, cosa que parecía haber cogido por costumbre para besarme.
Me miró los labios con lujuria sin decirme nada y me besó con infinita
ternura, apenas una suave caricia haciéndome cerrar los ojos por la
impresión del roce de su barba en mis labios.
—Eres tan bonita —susurró acariciándome la mejilla con el pulgar.
Que fuese cariñoso conmigo no dejaba de sorprenderme y abrí los ojos
para verlo observarme como si quisiese aprender mis rasgos de memoria.
—Tus ojos tienen el verde agua más impresionante que he visto nunca
—Una sonrisita tonta se me pintó en la cara y él sonrió al verme—, y te
deseo como nunca había deseado a una mujer.
Se lanzó de nuevo a besarme y su lengua acarició mis labios con
sensualidad. Gimió en mi boca antes de adentrarse en ella y tumbarme en la
cama con el peso de su cuerpo sobre mí. Asoló mi boca con tanto ímpetu
que nuestros dientes chocaron en el proceso y mi corazón se aceleró como
si estuviese corriendo una larga distancia.
—Vuelvo en un segundo.
Se levantó con rapidez y entró en una puerta contigua a la habitación,
que supuse era su vestidor. Apareció con un pañuelo oscuro.
—Para comernos el postre no necesitas ver nada.
Abrí los ojos sorprendida y lo vi erguido sobre mi cuerpo con la
intención de taparme los ojos.
—¿Confías en mí?
Me hice la misma pregunta en silencio y me vinieron a la mente algunas
de las veces que habíamos mantenido sexo. Era cierto que es muy intenso y
completamente imprevisible, pero jamás me había hecho daño ni nada
parecido, de hecho, recordé los días en los que estuve enferma en París y
estuvo cuidándome sin tener ninguna obligación.
¡Sí, por supuesto que confiaba en él!
Asentí y sonrió con esa sonrisa de medio lado que guardaba para
momentos como ese.
—Prometo que vas a disfrutar mucho.
Me ató el pañuelo cerciorándose de que no viese nada a través de él.
Sentí que la cama se movía y supuse que se había vuelto a levantar.
Al no poder verle, el resto de mis sentidos se agudizaron y me resultaba
todo tan sensual que noté que mi entrepierna se humedecía.
—No queremos que se te manche la ropa con el postre —susurró en mi
oído. Su aliento en mi piel conseguía que se me erizase el bello de todo el
cuerpo.
Comenzó quitándome las botas altas que llevaba. Bajó una cremallera y
la sacó con lentitud, dejándola caer al suelo con un sonido inconfundible.
Luego sentí que lo hacía con la otra.
—Levanta el culo para bajarte los vaqueros —susurró de nuevo.
Sentí sus ágiles dedos desabotonando el pantalón y bajándomelo, no sin
poco trabajo por lo estrechos que eran.
—Estás preciosa. —Me dio un beso suave sobre el tanga de encaje que
tenía puesto, haciéndome sobresaltar por la sorpresa.
—Ahora vamos a quitar la camisa esa tan sexi que llevas.
Comenzó a desabotonarla despacio, uno a uno. Iba dejando un reguero
de dulces besos en cada tramo de piel que iba quedando expuesta y yo
suspiré por la anticipación. Me incorporó un poco en la cama para sacarme
las mangas y me dejó de nuevo tumbada, solo con la ropa interior negra.
Ese día llevaba sujetador y Dimas me lo desabotonó y quitó con rapidez.
—Así está mucho mejor.
Comenzó a pasar su mano desnuda desde uno de mis pies, subiendo por
mi pierna con lentitud. Besaba y lamía una de mis rodillas unos segundos
antes de continuar subiendo. Sentía la presión y el cosquilleo de su barba
por el interior de mis muslos y lamió con suavidad mi ombligo, lo que hizo
dar un respingo.
¿Se había saltado lo mejor?
Lo oí reír por lo bajo. Se movía en la cama sobre mí, y podía notar que
aún estaba vestido, menos los zapatos, que sabía que se los quitó antes de
subir a la planta alta. Me ponía mucho un hombre descalzo. Y Dimas sabía
perfectamente el efecto que tenía sobre mí.
Sentí algo rozándome uno de los pezones, estaba frío y supuse que
había empezado a jugar con una de las fresas
—No puedes moverte, ¿de acuerdo?
Asentí e intenté quedarme quieta mientras comenzaba a pasarme la fruta
por el lateral del cuello hasta llegar a mi boca.
—Abre —me pidió en voz baja.
Obedecí y sentí que sus labios se posaban en los míos para dejarme en
la boca un trozo de fruta que mordí para comérmela. No esperaba comer de
su boca, pero me resultaba tan sexi que se me escapó un jadeo involuntario.
—¿Quieres más? —me preguntó juguetón.
Asentí en silencio y noté que esa vez me acercó la fruta para que la
mordiera directamente. Cuando me la comí, acercó su boca y me besó
enlazando su lengua, que sabía a fresa, con la mía y esta vez fue él a quien
saboreo, consiguiendo arrancarle un gemido.
—Se nos ha olvidado la nata.
¡Madre mía! Mi vagina se tensó por la anticipación a lo que supuse que
quería hacerme.
—No puedes moverte —me recordó.
Noté la nata sobre uno de mis pezones y su boca comenzó a lamerla con
lentos lametones alrededor de mi pezón para acabar metiéndoselo en la
boca y succionando de él con delicadeza.
No pude evitarlo, gemí y levanté las caderas de manera provocativa.
—No, no —me riñó simulando estar enfadado—, sin moverte,
¿recuerdas? Esto no ha hecho más que empezar. Voy a comerme mi postre y
luego dejaré que te lo comas tú. ¿De acuerdo?
Asentí de nuevo imaginándome que tenía su cara justo ante la mía, y
levanté la mano con intención de acariciarlo. Me la tomó y la volvió a poner
sobre la cama.
—Luego —me prometió, y su voz ronca consiguió sacarme una sonrisa.
Así que estaba excitado él también. ¡Bien!—. Ahora debes quedarte quieta,
que tengo hambre.
Repitió la misma operación con el otro pezón, pero esa vez lo lamió
mucho más tiempo y yo comencé a desear que me follase de una vez.
—No seas impaciente.
—Por favor —le pedí sin saber bien lo que quería. ¿Que lo repitiera?
¿Que parase?
—Aún tengo hambre, Candela. —Comenzó a bajarme el tanga con
lentitud y yo volví a gemir. Comenzaba a sentir mi cuerpo en llamas. Mis
pezones estaban erguidos y sensibles, y mi vagina se estremecía por el
deseo—. No te muevas o mancharás la cama y tendré que castigarte.
Me abrió las piernas un poco y sentí cómo me untaba el monte de
venus. Intenté no moverme porque sabía que al final pondríamos la cama
perdida. Cuando puso su boca sobre la nata y comenzó a lamerme, pensé
que no iba a poder aguantar mucho más. La sangre de mis venas corría
como lava caliente. Tenía mis terminaciones nerviosas super sensibles hasta
molestarme la ropa de la cama sobre la que estaba tumbada. Gemí y elevé
mis caderas, cosa que Dimas aprovechó para atraparme entre sus brazos y
sujetarme con fuerza para no poder evadir su lengua, que me lamía hasta
mucho después de haberse acabado la nata. Comenzó a acariciarme el
clítoris con el pulgar y metió un dedo dentro de mí, buscando mi punto G.
Era raro el hombre que supiese dónde lo teníamos y él era capaz de
encontrarlo con rapidez. Mi cuerpo comenzó a tensarse bajo su boca y elevé
la pelvis para darle mayor acceso. Cuando succionó mi clítoris, me rompí
en un intenso orgasmo que él alargó sin dejar de lamerme una y otra vez.
—Sí, joder, Dimas… Joder…
—Eso es, preciosa. Disfruta. —Me sostuvo mientras me estremecía
entre sus brazos por el placer.
Cuando mi pulso se tranquilizó me quitó la venda de los ojos y sonrió
de tal manera que consiguió que el corazón me diese un vuelco.
—¿Ya es mi turno?
Me sonrió perverso asintiendo mientras comprobaba que aún estaba
completamente vestido.
—¿Aún estás así?
—Créeme si te digo que necesitaba tener ropa puesta para no
abalanzarme sobre ti y follarte como llevo queriendo hacer desde que
llegaste a mi casa.
—¿Te vas a poner en mis manos?
Sus ojos brillaron con deseo y asintió.
—Solo si me prometes no mancharme la…
Y se miró la zona en cuestión algo consternado, lo que me hizo soltar
una carcajada divertida.
—Prometo limpiarte luego. —Me lancé a su boca para caer los dos
sobre la cama. Todavía sabía a nata y a mí, cosa que me resultaba muy
erótica.
—Tienes demasiada ropa —susurré cuando separé mi boca para poder
coger aire. Comencé a desabotonarle el vaquero negro que llevaba y el
jersey de pico, que también me apresuré a quitarle dejándole solo el bóxer
donde se apreciaba la enorme erección que tenía. No pude evitar mirarla y
sonreírle. Me miró muy serio evaluando mis movimientos.
—No te imaginas el hambre que tengo ahora mismo.
Vi su nuez de Adán subir y bajar, y le sonreí lasciva.
—No te imaginas cómo me pones cuando me miras así —dijo él, sin
apartar sus ojos claros de los míos. Comencé a reptar por su cuerpo
lamiendo la piel a mi paso y le bajé la ropa interior con la boca, haciendo
que diese un respingo excitado por la expectación.
—¿Puedo taparte los ojos? —le pregunté de repente.
Me miró un poco sorprendido y asintió.
—Bien, no te imaginas las ganas que tengo de tenerte en mis manos. —
Cogí el pañuelo y le tapé los ojos con cuidado. Soltó un suspiro, no supe si
de nervios—. ¿Puedes verme?
Negó con la cabeza y para comprobarlo me senté a horcajadas sobre su
pecho y acerqué mi boca a la suya hasta que nos separaban solo unos
centímetros. Supe que por la postura sabía dónde estaba, tumbada sobre su
pecho, pero me sentía poderosa sabiendo que tenía el control sobre su
cuerpo.
Le di un casto beso en los labios que él intentó alargar, pero me bajé de
su cuerpo y fui a por la nata.
—Ahora voy a comer yo —le dije seria.
Dimas seguía con su cabeza siguiendo mis ruidos, imaginándose dónde
estaba en ese momento. Estaba tan mono así, tumbado y expectante…
Le eché nata a las fresas superiores en el cuenco, cogí una y me la comí
saboreándola. Exquisita.
—Qué buena está la nata —le dije, echando más en otra fresa y
comiéndomela también sin apartar mis ojos de él.
—En tu coño está mucho más buena —me soltó de repente, haciéndome
negar con la cabeza, divertida.
—Bueno, tendré que probarla en tu cuerpo para poder comparar. —
Mordí otra fresa con nata y esta vez me lancé a su boca para que se la
comiese conmigo. Le lamí la comisura de la boca.
—Me encanta —le dije antes de coger el bote de la nata y echarle un
poco sobre un pequeño pezón para lamerlo mientras Dimas se retorcía e
intentaba tumbarme sobre él para poder besarme.
—¡Eh, eh, quietecito, que yo he estado quieta!
—Candela, si vuelves a hacerme eso voy a correrme así, y estoy segura
de que prefieres que te folle antes, ¿no?
—Me arriesgaré. —Y sin darle ninguna otra opción me llené la boca de
nata y me metí su polla en la boca para saborearla junto con el postre.
Dimas gruñó, entre molesto y encantado, porque al final lo había
pringado todo y yo comencé a chupársela para limpiar los restos de nata que
le quedaban.
—¡Joder, Candela!
Levantó las caderas para tener mejor acceso a mi boca y yo me aparté
un poco.
—¿No te ha gustado? —le pregunté haciéndome la sorprendida.
—¿Tú que crees?
Me la volví a meter en la boca entera y comencé a subir y bajar con
lentitud acariciando con la lengua toda su longitud.
Dimas me sujetó la cabeza y comenzó a bombear en mi boca sin
descanso.
—No te muevas de ahí… Voy a correrme ya, cariño.
Yo abrí más la boca para intentar darle mejor cabida y él comenzó a
bombear para adentrarse hasta mi garganta, donde se corrió vaciándose
entre gemidos.
Me relamí cuando acabó y se levantó para quitarse el pañuelo con
rapidez. Me puso a cuatro patas sobre la cama y pasó su mano sobre mi
sexo para ver si estaba suficientemente lubricada para follarme.
—Se acabó el juego —me dijo colocándose bien entre mis piernas para
entrar en mí de una fuerte estocada que nos hizo gemir a los dos—. Ahora
vamos a follar en serio. Espero que no tengas sueño, porque la noche no ha
hecho más que empezar.
CAPÍTULO 30

DIMAS

Desperté cuándo oí que alguien me llamaba desde la planta baja.


¿Quién coño había entrado en mi casa un sábado por la mañana?
Abrí los ojos, desconcertado, y recordé que era Toni, mi entrenador
personal al que no había avisado de que no viniese.
Tenía a Candela, de nuevo, acostada casi por entero sobre mi cuerpo y
no pude más que sonreír al recordar la noche que habíamos pasado. Hacía
apenas unas horas que nos habíamos rendido al sueño después de haber
estado follando sin descanso desde que terminamos de cenar.
¡Era una máquina sexual! Y yo volví a empalmarme al recordar todo lo
que habíamos hecho dentro y fuera de la bañera esa noche.
¡Joder con Candela!
—¿Te has quedado dormido? —me preguntó Toni desde el salón y me
obligué a levantarme para reunirme con él antes de que decidiera ir a mi
cuarto a levantarme.
Llevaba muchos años conmigo, de ahí que tuviese llave de mi casa para
ir a entrenar. Ya era más un amigo que un trabajador, aunque le pagase un
buen sueldo a final de mes.
—Ya bajo —dije, lo suficientemente alto como para que me oyese y
temiendo que mi bella durmiente despertara con los gritos.
¡Nada! Seguía durmiendo como una bendita.
Me apetecía que viniese a hacer deporte con nosotros esa mañana y
decidí intentar despertarla, aunque luego nos echásemos una siesta después
de comer para compensar lo poco que habíamos dormido esa noche.
—Candela, despierta, hora de levantarse.
¡Ni se inmutó! Lo intenté de nuevo con más ganas, a ver si lo conseguía
¿Cómo podía una persona dormir así de profundo?
—Candela. —Le retiré el pelo de la cara. Nada—. ¿Candela?
¡Despierta!
—¿Vas a bajar hoy o no? —gritó el otro de nuevo.
¡Joder, qué estrés!
—Que ya voy… Vete al gimnasio y espérame allí —le grité a Toni,
perdiendo la paciencia y dándome igual que la bella durmiente se
despertase también, al fin y al cabo, era lo que quería.
—Candela —La moví un poco para no sobresaltarla demasiado, pero
seguía sin despertarse y yo comencé a perder la paciencia pensando que
Toni era capaz de subir al cuarto si no bajaba de inmediato, y me negaba a
que la viese desnuda—, voy a levantarme a hacer deporte al gimnasio —le
dije, dudando mucho de si me estaba oyendo o no.
—Vale —susurró sin moverse de encima de mí.
La miré unos segundos para comprobar si estaba o no despierta y
comprobé que seguía con los ojos cerrados. Decidí dejarla ya por imposible.
Tendría que hacer deporte yo solo.
Intenté bajarla de encima de mí y la dejé sobre la cama desmadejada y
gloriosamente desnuda. Mi pene se quejó de no disfrutarla un poco antes de
irnos.
—Si te animas a sudar un rato estaremos en el gimnasio que hay junto a
la piscina —dije en su oído, le di un rápido beso en los labios y me obligué
a salir de la cama antes de cambiar de opinión y quedarme con ella, que era
lo que de verdad me apetecía.
Me metí en el vestidor y me puse ropa de deporte, decidido a hacer
ejercicio hasta que mi bella durmiente diera señales de vida.
Una hora más tarde ya estaba cansado de sudar y de que Toni me
machacase boxeando, que era lo que habíamos decidido hacer ese día.
Estaba cansado, apenas había dormido y me moría por volver a la cama
para ver si era capaz de despertar a mi bella durmiente.
Un puñetazo contra el protector que llevábamos en la cara, más fuerte
de lo normal por no estar atento, me hizo gruñir en voz alta.
—¿Qué coño estás haciendo, tío? ¡Vaya mañana que llevas! ¡Mereces
que te dé más fuerte por estar vete tú a saber dónde!
Le di un puñetazo como respuesta y vi de reojo a Candela, que entró en
el gimnasio con unas mallas cortas negras y una camiseta de tirantes de
color rosa chicle. Llevaba el pelo recogido en una cola alta y nos miró
desde la puerta un poco cortada.
—Buenos días.
Toni la miró y se quedó boquiabierto sin saber que ella estaba en casa.
—Mira la ninfa que se te ha colado en casa, tío.
—Buenos días, preciosa —le dije, deseando acercarme y darle un
besazo, miré a Toni que la seguía observando boquiabierto.
—Hola, ¿os interrumpo?
—Ahora entiendo que te olvidaras de mí antes. —Me guiñó un ojo
divertido y yo preferí no hacerle caso.
—Por supuesto que no, ¿qué prefieres hacer? Mi gimnasio está a tu
disposición.
Ella miró todo lo que había y se decidió por la cinta de correr. Se acercó
a ella y se puso unos auriculares diminutos, trasteó en su móvil, suponiendo
que buscando música y luego puso la cinta en marcha sin mirarnos ni una
sola vez más.
—¿Seguimos? —le dije a Toni, que seguía mirándola mientras ella
empezaba a trotar en la máquina, ajena a nuestras miradas.
—¿No vas a decirme quién es? —me preguntó con interés.
—No.
Le di un puñetazo en el estómago, lo suficientemente fuerte como para
que se diese cuenta de que no iba a contarle nada sobre ella.
—Qué calladito te lo tenías. —Entendió que no iba a hablarle de ella y
seguimos con nuestro entrenamiento mientras Candela comenzaba a correr
más rápido.
La observé correr en la cinta después de que Toni se hubiese ido, sacándolo
casi a rastras de mi casa, y yo me había tirado en el tatami, estirando un
poco, mientras hacía tiempo para que ella acabase. Saltaba a la vista que
estaba en buena forma, porque llevaba casi una hora corriendo en la cinta a
una velocidad importante. La vi sudar desde donde estaba tumbado,
estirando mis abdominales. Al final me senté en el tatami y me dediqué a
observarla directamente sin disimular lo mucho que me gustaba mirarla,
como había estado haciendo todo ese tiempo.
Ella acabó y bajó la velocidad de la cinta hasta poder ir andando a paso
tranquilo para estirar sus piernas un poco. Se quitó los auriculares y me
miró con atención.
—Vas a coger frío si te quedas ahí sentado todo sudado.
—Lo sé —le dije, levantándome porque se me acababa de ocurrir una
idea.
Soltó los auriculares y el móvil en el hueco que tenía la cinta de correr
para apoyar los objetos y paró la máquina completamente para estirar sus
isquiotibiales, luego los cuádriceps y gemelos.
—¿Has acabado? —le pregunté impaciente, acercándome a ella para
cogerla desprevenida, me la eché al hombro como si fuese un saco de
patatas. Se rio divertida y yo tuve que sonreír pensando en ver cómo le
sentaría lo que le tenía preparado.
¡Soy un cabrón, lo reconozco!
—Quítate los zapatos —le dije cuando salí con ella del gimnasio y me
dirigí a la piscina, de la que salía vapor. Ella vio mis intenciones de repente.
—¡Ni se te ocurra tirarme!
Comenzó a patalear y le sujeté las piernas evitando que me golpease un
lugar sensible que tenía intención de usar inmediatamente.
—Quítate las zapatillas si no quieres que se te mojen.
Y me acerqué más a la piscina.
—No lo hagas, por favor…, tiene que estar fría —me dijo para que me
apiadase de ella, cosa que no pensaba hacer por ningún motivo.
—Te prometo que está muy buena, si no te vas a quitar las zapatillas,
luego no te quejes. Coge aire —avisé antes de lanzarme de pie, con ella aún
sujeta sobre mi hombro.
La solté cuando el agua templada nos rodeó por completo y la vi subir
con rapidez a la superficie como una sirena de piernas largas.
—Eres un idiota —dijo enfadada y escupiendo agua—, se me han
mojado las zapatillas.
Me acerqué a ella y la abracé con fuerza, me golpeó el pecho, pero no le
hice caso. Me abalancé sobre su boca para darle el beso de buenos días que
llevaba toda la mañana deseando darle. Ella me golpeó el pecho y luego se
agarró a mi cuello para acercarse más a mí y poder besarme mejor.
—Te he avisado de las zapatillas —le recordé, acariciándole el labio
inferior con mi dedo pulgar. Lo que de verdad deseaba era volver a
follármela allí, sobre las escaleras de la piscina.
La atraje hacia mí y volví a besarla, esa vez poniendo en el beso todas
las ganas que tenía de ella y cuando me mordió el labio y su mano se puso a
buscar, colándose por la cinturilla elástica del pantalón, supe que estaba tan
cachonda como yo. La empujé hasta la pared de la piscina y me puse a
bajarle su pantalón deportivo con rapidez, intentando evitar que cambiase
de opinión y me dejase con el calentón que llevaba. Me mordió los labios
con no demasiado cuidado y le quité la camiseta de tirantes y el sujetador
deportivo mientras ella saboreaba mi boca con su lengua apremiándome
para que me la follase ya.
Se agarró a mi pene, erecto, cuando lo liberé de la ropa y le rompí el
tanga porque ya no tenía más paciencia para seguir desvistiéndola. Tenía
que impulsarme con las piernas para no hundirme y me agarré al pasamanos
de la piscina para anclarme con ella allí, y evitar a así que nos hundiésemos.
—Sujétate a mí y yo lo hago al pasamanos o terminaremos
ahogándonos los dos.
¡Iba a follármela ahí, aunque los dos nos ahogásemos en el intento!
Me envolvió las caderas con sus piernas. Yo me clavé en ella con un
hondo gemido, anclándola con mi cuerpo para que no se hundiese mientras
me sujetaba con las manos a la pasarela y me hundí en ella una y otra vez.
Follar así era como hacer malabarismos, pero todo eso me estaba dando
mucho más morbo todavía y seguí bombeando dentro de ella, guiándome
por sus gritos en mi oído, lo que me indicaba que estaba disfrutando tanto
como yo.
Le mordí un pezón que sobresalía del agua y se lo succioné con
cuidado, ella en respuesta contrajo su vagina y yo gruñí por el placer
extremo que me hacía sentir. Repetí el proceso, pero más fuerte, y ella en
respuesta me mordió los labios con ferocidad y volvió a contraer la vagina
en una guerra sin rehenes, solo dedicados a darnos placer el uno al otro.
Perdí el control por completo cuando me clavé en ella y eyaculé hasta
vaciarme entero entre gemidos, sintiendo cómo se corría ella también.
Sentir cómo su vagina me aprisionaba de manera rítmica hizo que me
vaciase por completo dejándome saciado y totalmente agotado.
¡Dios, qué polvo más rico!
Me separé de ella y me di una ahogadilla para refrescarme, saliendo
unos metros más alejado. La vi subir las escaleras para salir de la piscina
con un paso no demasiado firme.
Sonreí divertido. Ahora ya estaba saciado y listo para afrontar todo lo
que me deparase el día.
¡No había nada mejor que un buen polvo mañanero!
Me acerqué a ella, que se había sentado en las escaleras fuera de la
piscina y se había quitado las zapatillas intentando sacarles el agua. Me
miró enfurruñada y yo solté una carcajada, divertido. Candela se río
conmigo.
—Espero que tengas hambre, porque yo estoy hambriento.
—Sí, eres especial abriéndole el apetito a las mujeres.
La seguí fuera del agua y entré de nuevo en el gimnasio para coger
toallas que tenía allí, para secarnos un poco y no entrar en la casa
chorreando, a ella también le di una pequeña para que se envolviese el pelo.
—No hace falta —Negó con la cabeza—, voy a subir a lavármelo.
Se lio la toalla al busto, tapando su desnudez, y me miró mientras me
secaba y me la ataba en la cintura.
Ambos fuimos a la planta alta a ducharnos. Cuando se entretuvo con el
pelo le di un beso en la espalda y salí de la ducha.
—¿Prefieres dulce o salado para desayunar?
—Un café largo y algo dulce, o si no, tostadas. Me muero de hambre —
reconoció algo avergonzada.
—Tostadas francesas, entonces, no tardes. Te espero en la cocina.
Me fui al vestidor secándome el pelo con una toalla, para vestirme y
prepararle el desayuno a mi preciosa invitada.
Una sonrisa tonta se me quedó en la cara mientras recordaba el polvazo
que acabábamos de echar en la piscina.
CAPÍTULO 31

CANDELA

Bajé las escaleras un rato después, porque el olor del café recién hecho
había conseguido hacerme rugir las tripas.
Miré el reloj del móvil y comprobé que apenas eran las diez y media de
la mañana, sorprendida por lo mucho que nos había cundido la mañana del
sábado.
Me encontré a Dimas terminando de hacer torrijas en la cocina, el olor
de la miel me hizo la boca agua.
—¿Estás haciendo torrijas? —Aluciné viendo la bandeja con los dulces
recién hechos que acababa de poner en la isla, apagando el fuego y
sentándose frente a mí, ante una taza grande de café.
—Llegas en el momento justo. ¿Prefieres desayunar aquí o quieres salir
al jardín?
Tenía tanta hambre que pensé que no podía esperar más tiempo a sacar
la comida al jardín. Cogí una torrija y le di un gran bocado, gimiendo de
placer, sus ojos se oscurecieron al oírme.
—Comamos aquí. —Me acabé la primera rebanada lamiéndome un
dedo que se me había pringado de miel. Lo miré sorprendida—. Está
buenísima.
—Me enseñó mi madre —dijo, cogiendo una también y dándole un
enorme mordisco—. Le gustaba hacerlas algunos domingos cuando
desayunábamos todos juntos.
—Eres una caja de sorpresas.
Bebí un trago de mi café y me sorprendí de que fuese un capuchino con
extra de cacao y mucha espuma, como sabía que me gustaba, porque
habíamos desayunado juntos muchas veces en los meses que llevábamos
trabajando juntos.
—¿Está bueno?
Sonrió divertido al verme dar un largo trago por lo mucho que me
gustaba.
—¿Bromeas? Está buenísimo. No sabía que también sabes hacer cafés
especiales.
—El café es mi gran vicio, ya lo sabes. —Le dio un trago al suyo sin
apartar sus ojos de mí—. Aprendí hace tiempo a prepararme los cafés que
me gustan, es más rápido aprender a hacerlos y disfrutar de un buen café
siempre que quieras, a tener que ir a un bar a beberte uno.
Seguimos desayunando con tranquilidad cuando, de repente, llamaron a
la puerta.
—¿Y ahora quién coño es? —gruñó acabándose el café antes de
levantarse y dirigirse a la puerta. Miró por la cámara que tenía y maldijo en
voz alta.
—¿Algún problema?
No tenía idea de quién podía ser un sábado por la mañana sin avisarle.
Pensé que quizás no quería que me viesen en su casa
—¿Quieres que suba?
—No te muevas de ahí —susurró cuando se acercó a saludar a una
mujer de cabello pelirrojo, más oscuro que el suyo, que le dio un beso al
entrar.
—Hola, hermanito, vengo a pedirte que me acompañes a comer, tengo
que discutir algo importante contigo.
—Lo siento, pero hoy estoy ocupado.
Me señaló con la mano y la recién llegada me miró con curiosidad mal
disimulada.
—No sabía que tuvieras visita. —Se acercó a mí mientras me recorría
con la mirada—. Hola, yo soy Paola, la hermana de Dimas.
—Yo soy Candela. —Nos dimos dos besos cuando se acercó a
saludarme.
—¿Quieres un café? —invitó su hermano, cerrando la puerta tras ella y
volviendo a sentarse frente a mí.
—No, quería que me acompañaras a comer.
—Te dije que este fin de semana estaba ocupado —le recordó él sin
hacerle demasiado caso.
La mirada de ella, culpándome de entretener a su hermano, era más que
evidente.
—Por mí no tienes que cambiar los planes —le aclaré, acabándome el
café y deseando quitarme de en medio por lo mal que me estaba
comenzando a sentir bajo su mirada de ojos verdes—, también tengo cosas
que hacer.
Mentí, pero ellos no tenían que saberlo, no iba a quedarme allí y hacer
que se enfrentasen los hermanos.
—Tú no vas a ninguna parte —ordenó muy serio—. Lo que mi hermana
tenga que decirme, estoy seguro de que puede esperar.
—La verdad es que no —soltó ella sin darse por vencida.
—Os dejo solos —dije, cogiendo el café para tomármelo fuera—.
Estaré en el jardín.
—Dame un minuto, que esta pesada se va ya.
Dimas miró a su hermana con curiosidad. Lo que fuera que iba a
contarle había conseguido intrigarlo.
Me alejé cuanto pude, me senté en una tumbona al sol, intentando no
enterarme de lo que hablaban dentro.
—No sabía que ahora te traías a tus amantes a casa.
Dimas no se dio por aludido.
—¿Qué quieres, Paola?
—¿Quién es?
Sentí que me observaban, pero no iba a mirarlos. Podía oírlos desde ahí,
porque ella parecía más que dispuesta a que yo oyera la conversación por su
tono de voz tan alto.
—Candela, ya te lo he dicho.
—No la conozco. —Volvió a estudiarme con curiosidad—. No parece
una de tus amiguitas.
—No lo es. Es mi asistente personal —le aclaró.
—¿Te estás follando a tu secretaría? —preguntó, echándose a reír
después ¡Vale, ahora si estaba gritando!—. ¿Has dejado a Tania por tener un
lío con tu secretaría? ¿Te has vuelto loco?
—Cuidado, Paola —le advirtió con voz fría—, para empezar, mi
relación con Tania ni con Candela son asunto tuyo.
—¡Oh, no me vengas con esas! —le gritó su hermana—. Fóllate a la
buscona esta, si quieres, pero haz el favor de no avergonzarnos y mantener
tu compromiso con Tania.
¡Que me insultasen sí que no iba a aguantárselo, ni a ella ni a nadie!
Sentía la furia bullendo en mis venas ¿Quién coño se había creído que era?
—Te repito que mis relaciones no son asunto tuyo, y no te voy a
permitir que vengas a mi casa a insultar a Candela.
—Esa puta solo te quiere por tu dinero, ¿acaso no lo ves?
—No necesito su maldito dinero —le solté al entrar en el salón y pasar
por su lado sin detenerme. No iba a permitir que me insultasen. Decidí
callarme lo que pensaba de ella, porque si no, Dimas no me lo perdonaría
en la vida y me gustaría seguir manteniendo mi trabajo.
—¡Ya basta! Si no la vas a tratar con respeto, te pido por favor que te
vayas.
Al verme subir las escaleras como si me persiguiese el demonio, Dimas
se olió mi mal humor
—Candela, ¿puedes esperar un momento? ¡Por favor!
No pensaba quedarme allí para que su hermana me siguiese insultando,
de hecho, iba a marcharme lo más rápido posible.
¿Cómo había podido pensar que podíamos tener una relación normal?
Los oí discutir en la planta baja mientras comenzaba a meter mi ropa en
la maleta con rabia y la cerré con furia. Repasé el baño para cerciorarme de
que no me dejaba nada allí. La puerta de la calle se cerró de un fuerte
portazo.
Los pasos de Dimas acercándose a la habitación no me frenaron para
salir como un toro por la puerta de chiqueros y Dimas frenó en seco,
sorprendido al verme salir echa una furia con la maleta en la mano.
Supuse que no se esperaba que reaccionara así a las palabras de su
hermana.
—Candela —suspiró e intentó cogerme por el antebrazo para que me
parase a su lado.
—Ni Candela ni hostias.
—Siento lo que ha dicho la idiota de mi hermana.
Intentó volver a cogerme y yo me solté de un tirón, bajando las
escaleras de dos en dos. Me faltaba tiempo para salir de allí lo más rápido
posible.
«Se acabó la aventura con el jefe. ¿En qué coño estabas pensando?» me
recriminé a mí misma. «¿Desde cuándo la gente como él va a aceptar que
tenga una relación con su secretaría? Serás el hazmerreír de todo el
mundo».
Yo me quería mucho para ser el blanco de las críticas de sus conocidos.
«¡Que les den a todos!»
—¿En serio te lo vas a tomar así?
Me siguió por las escaleras y en el último momento recordé que mis
zapatillas estaban aún en un lateral de la piscina, donde las había dejado
para que se secasen.
Como no le respondí me siguió hasta allí.
—Candela, por favor, detente y habla conmigo.
Estaba tan furiosa que parecía una tetera puesta al fuego, porque hervía
literalmente de rabia.
—No tengo nada que decirte. Creo que tu hermana lo ha dejado todo
claro.
—Pues entonces para y déjame que hable yo.
Se paró delante de mí, intentando que me quedase quieta de una vez y
poder hablar conmigo.
—No lo entiendes, ¿verdad? No quiero oír absolutamente nada de lo
que me quieras decir. Esto era una locura desde el primer momento —le
aclaré, mirándole unos segundos para que se diese cuenta de lo dolida que
estaba por lo que había dicho sobre mí—. Me alegro de que tu hermana nos
lo haya hecho ver y no sigamos con esta tontería más tiempo.
—¿Eso es lo único que tienes que decir sobre lo nuestro? —Parecía
igual de enfadado que yo, pero eso no me iba a detener—. ¿Quee es una
tontería o una equivocación?
—Eso es lo que todo el mundo dirá de lo nuestro. Y no voy a quedarme
a esperar que me sigan llamando puta, buscona ni muerta de hambre, así
que será mejor dejarlo aquí antes de que pase más tiempo y las cosas
empeoren.
—No te creía tan cobarde para que te echaras atrás ante el primer
inconveniente.
—Claro, —Me reí sin ganas pasando junto a él para marcharme—,
porque no es a ti al que van a insultar, ¿verdad?
—Candela, por favor, no te vayas y hablemos.
—No tengo nada más que hablar.
Salí por la puerta sin molestarme en volver a mirar atrás, por mucho que
Dimas me siguiera llamando desde el interior.
—Esto no ha terminado. Hablaremos con calma cuando se te pase la
mala hostia.
Arranqué el coche y recordé justo a tiempo que tenía un sensor cerca de
la puerta que abría automáticamente el garaje para no tener ni que bajar del
vehículo.
Me largué cagando leches sin molestarme en mirar hacia atrás para ver
si me había seguido hasta el jardín.
No quería saber nada de él. Había sido una idiota si había pensado
alguna vez que podíamos tener un nosotros. Como nos compenetrábamos
tan bien en la cama, había pensado que quizás, solo quizás, podía funcionar
algo entre él y yo. ¿Cómo había podido ser tan idiota?
Con las prisas ni siquiera había pensado dónde ir y no me apetecía
marcharme a mi casa. No sabía por qué pensaba que Dimas podía ir a
buscarme allí, aunque después de huir despavorida de su casa, no creí que le
hubiesen quedado ganas de ir a buscarme.
Al menos ese día.
Decidí ir a casa de Magda y hablar con ella y con Peter. Hablar con
ellos siempre me calmaba. Pensaba que ella había tenido mucha suerte de
encontrar un hombre como él. Tranquilo, paciente, cariñoso y fiel, todo lo
que a mi parecer deberían tener los hombres.
¡Que fueran buenos en la cama también era importante para mí! Y en
eso Dimas iba sobrado. Respecto a todo lo demás…
Me sentía tan frustrada que podía ponerme a gritar. ¿Cómo había estado
de colada por él, que me dejé convencer para empezar una relación que
estaba destinada al fracaso?
Y aunque funcionase, ¿cómo se me había podido olvidar quién era él y
quién era yo?
Sabía de sobra que, aunque él no le diese importancia a nuestras
diferencias sociales, su entorno no lo iba a ver de la misma manera, y de
verdad que los entendía.
Las clases sociales tenían sus propias reglas y nunca me iban a ver
como una igual, sino como una buscona que había ido a por su jefe y su
dinero. Aunque me resultaba muy triste que pudieran ser tan cortos de miras
que no entendiesen que te puedes enamorar de una persona sin importarte el
dinero que tenga.
¿Qué iba a hacer ahora?
Me encantaba mi trabajo y no tenía ni idea de lo que Dimas pensaría
hacer.
Me había asegurado que no mezclaría el trabajo con las relaciones
personales, pero aun así…
¡Joder!
Aparqué en la calle de al lado del bloque donde vivía Magda y caminé
hasta su piso con paso lento.
Cuando llamé a la puerta y me abrió la propia Magda, me miró
sorprendida de encontrarme allí, porque sabía que ese fin de semana lo iba a
pasar con él.
—¿Qué ha pasado?
SEGUNDA PARTE

«Quien salva una vida


salva al mundo entero».

Proverbio hebreo
CAPÍTULO 32

CANDELA

Que tu mejor amiga te conociera mejor que tú misma siempre era una
suerte.
Había ido allí a buscar consuelo. No sabía bien cómo me sentía…
Bueno, sí. Estaba más enfadada que nunca. Ni siquiera había soltado una
lágrima al pensar que la relación se había roto, solo estaba terriblemente
enfadada por los comentarios de su hermana.
¿Cómo había sido tan idiota de dejarme engañar por un ricachón sin
escrúpulos acostumbrado a que nadie le llevase la contraria?
No era un juguete en sus manos, sin embargo, así era como me sentía en
esos momentos, como si me hubiesen utilizado y tirado sin mirar atrás.
Aunque para ser sinceros, lo de ser utilizada por él me había gustado
mucho.
¡Por Dios, qué bien follaba!
Ahora entendía un poco más a los hombres que se negaban a que yo los
utilizara en la cama sin querer volver a saber nada más de ellos.
Así que Magda me había acogido en su casa desde hacía ya unas horas
y me había sentado en el sillón del salón, donde me había dejado hablar y
desahogarme durante todo el tiempo que quise insultarlo y maldecirlo con
una variopinta lista de insultos que habían sorprendido al pobre de Peter en
más de una ocasión, sacándole un hermoso rubor a sus mejillas al
escucharme maldecir peor que un camionero.
—¿Puedo deciros algo sin temor a que me desterréis de la casa? —Las
dos lo miramos a la vez.
Que Peter quisiese tomar partido en nuestras conversaciones era algo
sumamente raro, de ahí que hubiese acaparado nuestra atención con su
pregunta.
—Claro, por favor —le dije, pensando que se pondría de mi parte—. Tú
eres un hombre sensato y sabes que siempre escucho tus consejos.
—Para luego hacer lo que te da la real gana —me dijo, sentándose ante
mí en el sillón.
Yo me moví un poco hacia Magda para dejarle hueco a mi lado.
Le sonreí divertida porque esas palabras eran una gran verdad.
—¿Qué ha dicho Dimas de las palabras de su hermana?
Lo miré evaluando si sus palabras tenían pinta de que me iban a dar la
razón más tarde, pero no sabía a dónde quería ir a parar, así que lo miré,
suspicaz.
—Que no se meta en sus relaciones.
—¿Y tú por qué te has enfadado?
—¿Es que no has escuchado nada de lo que nos ha contado en estas dos
horas?
Magda lo miró enfadada. Él hizo caso omiso a sus palabras y siguió
mirándome fijamente.
—Calla, cariño, le he preguntado a ella.
—Estoy enfadada —Me callé un momento para aclarar en mi mente lo
que quería transmitirle con exactitud—, porque se ha empeñado en que
mantengamos una relación entre nosotros, sabiendo de antemano lo que su
familia va a decir sobre eso.
—¿Ha dicho que le importe lo que piensa su hermana?
No sabía adónde quería ir a parar, aunque lo intuía.
—Te ha pedido que tengas una relación normal con él, ¿es así?
Asentí con la cabeza y me quedé mirándolo con seriedad. Lo
consideraba como un hermano mayor y siempre oía sus consejos, aunque
casi nunca les hacía caso, sobre todo porque solían ser relacionados a mi
manera de disfrutar del sexo sin querer relacionarme con los hombres más
de lo necesario. Decía que yo era un hombre sin pene.
—Sí, y no entiendo para qué tenía necesidad de hacerlo sabiendo lo que
iba a pasar entre nosotros.
—Candela, no tenía que pasar esto entre vosotros. Si a él no le importa
lo que piense su familia, ¿por qué tiene que importarte a ti?
—Me han insultado, ¿acaso no tiene que molestarme?
Me encaré con él, que me seguía mirando como un profesor a un
alumno que no se enteraba de nada.
—¿Te sientes identificada con la persona que creen que eres?
Abrí los ojos sorprendida por su pregunta.
—Por supuesto que no.
—Pues si tú no eres así y él, que es la otra persona de la relación, no te
ve así, ¿por qué te importa lo que piense su hermana?
—Porque cuando se entere todo el mundo, pensarán eso de mí.
—Pero eso ya lo sabías cuando empezó lo vuestro, no eres tonta,
Candela. Salir con un tío con tanta pasta siempre despertará habladurías y
comentarios hirientes en los demás. Lo que no entiendo es por qué has
dejado que te afecte, si no te importa lo que nadie piense de ti.
Lo miré en silencio repasando sus palabras, él no apartó sus ojos de mí.
—¿Qué te ha dicho Dimas cuando te has ido de allí hecha un basilisco?
—quiso saber mi amiga.
—Que teníamos que sentarnos y hablar sobre ello… cuando se me
pasase el mosqueo.
—Chico listo. Ya sabes lo que te toca. —Magda me puso un mechón de
pelo detrás de la oreja con cariño antes de besarme en la mejilla—. Ya sabes
que él no se va a dar por vencido hasta que no haya conseguido hablar
contigo. Así que vete preparando.

El lunes a primera hora solté el abrigo en mi silla y encendí el ordenador.


Sabía que Dimas estaba en el despacho porque la puerta estaba cerrada.
Como hacía siempre cuando estaba dentro trabajando.
Miré el café para llevar que tenía en la mano, y sabía que no iba a ganar
nada alargando lo inevitable. No podía seguir huyendo de él.
No le había cogido el teléfono en todo el fin de semana y supuse de qué
humor me lo iba a encontrar, pero cuanto antes le hiciese frente, antes
podría seguir con mi trabajo.
Su único mensaje de wasap del domingo, cuando se dio por vencido de
que no iba a cogerle el teléfono después de llamarme innumerables veces,
aún me resonaba en la cabeza.

Dimas:
Te quiero el lunes a primera hora en mi despacho.
Esto no va a quedar así.

Sabía el poder que ejercía sobre mí, ante el que no podía negarme; el de ser
mi jefe.
Así que cogí mi agenda, el café y llamé a la puerta, entrando segundos
después sin esperar respuesta. La mayoría de las veces me lo encontraba
hablando por teléfono y me tenía dicho que entrase sin esperar invitación.
Como suponía, estaba hablando por teléfono, pero clavó sus ojos claros
en mí con tanta seriedad que me estremecí. Mis ojos recorrieron su cuerpo
con rapidez. Vestía un traje de tres piezas, aunque tenía quitada la chaqueta
y las mangas de la camisa celeste arremangadas.
No me quitaba el ojo de encima, así que para disimular di un trago a mi
café, que me había traído conmigo, y casi me achicharré la lengua por las
prisas.
—No, te he dicho que no… Arréglalo de inmediato… Marie, joder,
hazlo.
Le colgó el teléfono móvil y lo tiró con fuerza sobre la mesa, lo que me
indicó el humor que tenía.
¡Madre mía la mala hostia que gastaba tan temprano!
—¿Tú no tienes nada que decirme? —me ladró, mirándome con ojos
furiosos, y ante su grito yo me sobresalté aún más.
¡Si empezamos con los gritos mal empezamos!
—Si estás enfadado con Marie, no lo pagues conmigo —le solté sin
medir bien las palabras.
—¿Con Marie?
De dos zancadas se acercó a mí y me quitó el vaso de las manos. Lo
dejó sobre la mesa sin cuidado y me cogió la cara con las manos para que
pudiera ver la furia en su cara.
—No estoy enfadado con Marie —Me aclaró clavando sus ojos dorados
en los míos—, con quién estoy furioso es contigo, joder.
Y se abalanzó sobre mi boca con tanta fuerza que nuestros dientes
chocaron al encontrarse. Su lengua se abrió paso y se enlazó con la mía, que
salió a recibirla sin importarle la manera tan brusca de tratarme.
¡Oh, sí!
Siguió asolando mi boca sin darme un descanso. Perdí la cabeza y ya no
sabía dónde estaba. Solo que necesitaba que me siguiera besando de esa
manera. Era lo único que me importaba.
Se separó de mí y cogió aire con brusquedad, lo imité como si hubiese
estado buceando mucho tiempo y me senté en la silla que estaba junto a mí,
porque mis piernas habían dejado de sostenerme.
—Ahora ya te haces una idea de lo frustrado que he estado desde que te
fuiste sin dejarme hablar contigo.
Se quedó mirándome con seriedad. Yo levanté la vista sin decirle nada.
¿Todo esto era por haberme marchado el sábado?
—Consigues volverme loco, Candela —aclaró ante mi mirada de duda
—, jamás me he sentido como me siento contigo, y no te haces a la idea de
lo frustrante que es.
Por su manera tan salvaje de besarme, sí me hacía una pequeña idea de
cómo había debido sentirse todo el fin de semana.
—¿Ahora vas a escucharme o volverás a huir como el sábado, sin
dejarme decir ni una palabra?
Como no podía huir eternamente, me lo quedé mirando sin decirle nada.
Él se sentó junto a mí en la otra silla y me cogió una mano con suavidad, lo
que hizo que mirase sus ojos, que parecían tristes de repente, ni rastro de su
mal humor.
—Candela, no me importa lo que mi hermana ni nadie piense de lo
nuestro, pensaba que a ti tampoco te importaba.
—No voy a dejar que nadie me insulte —le dije en voz baja.
—No voy a permitir que nadie te insulte —aclaró con ferocidad—. A
mi hermana ya le ha quedado muy claro que me acuesto con quien me da la
gana, sin dar explicaciones a nadie, te garantizo que no se le va a olvidar
con facilidad.
Recordé el portazo que dio al salir y sentí pena por ella. Un segundo
muy pequeño. Sabía el genio que gastaba cuando estaba enfadado.
—Te pedí que mantuviésemos una relación normal sabiendo las
consecuencias que tendría en todo el mundo, Candela, pero pensaba que tú
también lo sabías y que tampoco te importaba.
Recordé las palabras de Peter del sábado, que me había dicho justo lo
mismo.
—No va a funcionar si tenemos a todo el mundo en contra —le susurré
mirándolo con seriedad porque no sabía si tenía claro lo que iba a pasar.
—Candela, solo me importa lo que pienses tú. Todos los demás pueden
irse al infierno.
Sus ojos mostraban cansancio. Estaban enrojecidos por la falta de
sueño, al parecer a él también le había afectado nuestra desavenencia del
sábado.
—No podemos enfrentarnos a todo el mundo. —Intenté aclarárselo para
que lo entendiese de una vez.
—No sabes a quién estoy dispuesto a enfrentarme por defender a quien
me importa.
¡Toma ya lo que acababa de decirme!
Entonces recordé las palabras de Magda sobre él.
«Es un hombre muy poderoso y nunca teme enfrentarse a quien crea
oportuno para salirse con la suya».
¿De verdad le importaba tanto? ¿Y él a mí?
Lo miré unos segundos para contestarme a mí misma. No sabía lo que
sentía por él ni lo que él podía sentir por mí, pero si estaba dispuesto a
luchar por mí, no iba a ser yo quien se lo impidiese.
Supuse que al final de todo me tocaría arrepentirme, ya veríamos.
—Posiblemente nos arrepintamos de esto.
—Me encanta lo positiva que eres. —Me besó los labios con extrema
suavidad para acallarme y yo le devolví el beso aferrándome a su cuello
para obligarlo a que se acercase más y profundizase el beso.
Al final nuestras lenguas se enredaron y yo gemí intentando acercarme
más a su cuerpo.
—Prométeme que la próxima vez hablarás conmigo en vez de salir
huyendo como hiciste el sábado.
Apoyó su frente en la mía intentando que se calmasen los latidos
desbocados de nuestros corazones y me miró con sus ojos dorados llenos de
felicidad.
—No lo tengo tan claro.
¿Para qué iba a mentirle? Sabía que en cuanto alguien volviera a
enfrentarse conmigo volvería a dudar. Yo era así. No confiaba en nadie, ni
siquiera en mí. Tras lo sucedido con Julio no tenía ninguna confianza en las
relaciones personales.
—Dime por lo menos que hablarás conmigo. —Me dio un toque en la
punta de la nariz que me hizo sonreír.
Era muy difícil negarle algo, y el puñetero lo sabía.
—Bien. —Se separó de mí cuando comprobó que no iba a poner más
pegas y se irguió volviendo a su sitio detrás de la mesa. Lo miré embelesada
por ser tan guapo. Me apetecía lanzarme sobre él y lamerle el cuerpo entero
—. Vuelves a deberme un fin de semana para nosotros solos. Espero que
este tampoco tengas planes.
—Consultaré mi agenda —le dije divertida.
Sonrió conmigo.
—Hazlo y anula todo lo que tengas porque te quiero para mí solo. Y
ahora, repasemos mi agenda de hoy porque después de besarte así, no sé
dónde he dejado la cabeza. Solo estoy pensando en si tengo tiempo de
follarte sobre la mesa del despacho, como llevo soñando hacer contigo
desde el primer día que te vi en la sala de reuniones y te reconocí como la
mujer que mejor me ha chupado la polla de toda mi vida.
No podía estar más escandalizada de oírle reconocer eso en voz alta.
Al final solté una carcajada avergonzada.
¡Será animal!
—Me gusta oírte reír —me dijo, mirándome con cariño—, empecemos
a trabajar de una vez. ¿Qué teníamos hoy?
CAPÍTULO 33

CANDELA

Estuvimos toda la semana trabajando y reconocí que se me había pasado


super rápida.
Comimos juntos un día al salir de una reunión que tuvo en el despacho
de uno de sus clientes y decidió pararse a comer de camino a la oficina.
Estaba siempre tan ocupado que raro era el día que no tenía una comida de
trabajo.
Me había pedido que volviera a pasar con él ese fin de semana y ahí
estaba, terminando de recoger mi mesa del despacho para marcharme a casa
a hacer otra vez la maleta.
Dimas aún estaba en el despacho y no sabía bien si marcharme sin
decirle nada. No tenía ni idea de a qué hora quería que fuese a su casa…,
así que me decidí a entrar y preguntarle directamente.
Estaba de espaldas a la puerta hablando por teléfono. Desde ahí vi su
portátil y la pantalla grande que tenía justo al lado, encendida todavía. Tenía
una pasión por el trabajo muy difícil de igualar. ¡Bueno sí, pensaba que le
gustaba tanto trabajar como follar!
Lo observé en silencio sin atreverme a hacerle ver que había entrado.
Tenía puesto un traje de tres piezas, como solía llevar siempre para
venir a la oficina y le miré el culo respingón que tan bien se le notaba bajo
este pantalón de vestir. Su espalda ancha y fuerte me hacía tragar saliva.
Tenía la camisa con las mangas arremangadas por lo que sus antebrazos
fuertes y musculosos estaban a la vista.
Era mirarlo y ponerme cachonda. ¡No conseguía saber cuál era la
atracción sexual que ejercía sobre mí tan poderosa! Era como si
desprendiese feromonas que me atraían como una hembra ante su macho en
celo.
En ese momento se volvió y me vio mirándolo embobada desde la
puerta.
Debió imaginarse lo que estaba pensando, porque se despidió con
rapidez de la persona con la que hablaba, quedando en volver a llamarla el
lunes.
Me miró con tanta pasión que consiguió secarme la boca en el acto.
—Candela…, entra y cierra la puerta.
Lo hice sintiéndome nerviosa de repente. Lo vi acercarse lentamente,
recorriendo mi cuerpo sus ojos dorados, como un depredador a su presa,
desde la falda por encima de las rodillas hasta mi camisa de seda,
desnudándome con la mirada
—Solo venía a decirte que he acabado por hoy y preguntarte si siguen
en pie los planes para el fin de semana.
—¿Tú que crees?
Se acercó a mí despacio, tan cerca que nuestros cuerpos casi se rozaban.
Yo me apoyé en la puerta cuando mis piernas amenazaron con no
sostenerme por seguir mirándome de ese modo. Echó el pestillo a la puerta,
para asegurarse de que nadie nos iba a interrumpir.
—¿Qué haces? —le pregunté entre divertida y preocupada por lo que
fuera que estuviera pensando hacer para tener que cerrar la puerta.
—Lo que llevo fantaseando hacer contigo desde el primer día que te
conocí.
Me sujetó la cara para besarme con pasión y me sujeté a sus brazos para
devolverle el beso sin importarme nada más en ese momento.
Solo su boca sobre la mía y su cuerpo aprisionándome contra la puerta.
Me pegué más a él y comencé a desabrocharle con rapidez el botón del
pantalón. No necesité que se quitase todos los botones de la parte de arriba
de su ropa, no tuve paciencia para esperar tanto.
Él me levantó en brazos y me acercó a la mesa con rapidez sin despegar
su boca de la mía. Nuestras lenguas enlazadas en un duelo mortal,
intentando grabarnos el sabor del otro en el alma.
Dimas me tumbó sobre la enorme mesa, con cuidado de no clavarme
nada en la espalda y me levantó la falda hasta la cintura mientras yo me
seguía peleando con su ropa interior para liberar su polla del bóxer. Ya
estaba erguida y lista para participar en la fiesta.
Metió los dedos en el tanga y acarició mi sexo para atormentarme un
poco. Me gustaba mordisquearle los labios con impaciencia.
Sentí cómo me rompía el tanga y me levantó las piernas con
brusquedad.
—Espero que no le tuvieras mucho apego a las bragas.
Ni siquiera me dio tiempo a contestarle cuando colocó su sexo en la
entrada de mi vagina para colarse por entero con una fuerte embestida que
nos hizo gemir a los dos.
—¡No grites! —me susurró al oído mientras empezaba a mecerse con
fuerza, sujetándome las piernas dobladas para poder tener mejor acceso a
mi interior.
Gemí en su oído, intentando controlar un poco las sensaciones que me
hacía sentir mientras él seguía entrando y saliendo de mí cada vez más
rápido. El miedo de que nos descubrieran me daba aún más morbo que estar
follando en su despacho.
—Dimas, espera… Más despacio, voy a correrme… joder.
No me hizo ni puñetero caso, de hecho, se posicionó más cerca y siguió
bombeando dentro de mí a un ritmo infernal.
Solo sentía la madera de la mesa en mi espalda y bajo mi culo.
—Candela, córrete conmigo, vamos, nena…, vamos.
Yo sentía cómo el orgasmo se apoderaba de mí desde la punta de los
pies y me tensaba entera, aprisionando su sexo en mi vagina con fuerza,
haciéndolo gruñir en respuesta. Se vació dentro de mí en un intenso
orgasmo que nos dejó desmadejados sobre la mesa.
¡Ya entendía por qué todos los jefes follaban en el despacho! ¡Madre
mía, qué morbo saber que hacías algo prohibido tan cerca de los demás!
—Ahora sí he acabado la jornada laboral —murmuró divertido sobre
mis labios. Me dio un tierno beso mientras se separaba de mí y se subía el
bóxer y el pantalón.
Yo me quedé algo desconcertada, ya que me había dejado sin ropa
interior. Me bajé la falda e intenté recuperar mi dignidad. Dimas me acechó
como un depredador desde detrás de su mesa, donde había ido a apagar los
ordenadores.
—Sal de aquí antes de que vuelva a abalanzarme sobre ti, ahora que sé
que no llevas ropa interior.
—Por tu culpa. Pervertido —le susurré divertida, él sonrió y se guardó
los restos del tanga en el bolsillo interior de su chaqueta.
¿En serio?
—Mi nuevo talismán.
Lo miré sorprendida y el sinvergüenza se rio de mi cara.
—Llegaré a casa sobre las ocho, antes quiero ir a comprar unas cosas
para el fin de semana. ¿Nos vemos luego allí?
Asentí y quité el seguro a la puerta con cuidado para abrir y marcharme
a casa, sin que se notase que había perdido las bragas en el camino. No
quedaba nadie trabajando en el despacho… Menos mal, porque creí que mi
cara postcoital me delataba en esos momentos.
Eran las ocho de la tarde cuando entré de nuevo en su chalé, y esperé
que esa vez el fin de semana no tuviera sobresaltos.
Me abrió la puerta, y lo vi descalzo, con los vaqueros despintados y un
jersey de pico que se amoldaba a su pecho.
Solo me faltaba salivar… ¡Cómo me ponía un hombre descalzo!
Cogió mi bolsa de viaje y la puso junto a la escalera para subirla luego.
Me tomó la mano para dirigirme al jardín, donde había una botella de
champán rosado en una cubitera junto a las hamacas que había en la zona
chill out. Se estaba poniendo el sol, al estar ya en primavera, los días eran
más largos y apetecía estar en el exterior disfrutando de una maravillosa
puesta de sol.
—Quiero que este fin de semana sea especial.
Abrió el champán y lo sirvió con elegancia en las dos copas mientras se
sentaba junto a mí., entregándome la mía y mirándome con adoración.
—Bueno, no solemos estar mucho tiempo juntos sin que nos tiremos los
trastos a la cabeza —le recordé divertida.
—Tienes un carácter… —dijo, chinchándome.
—¿Yo? Tú me irritas —me rebelé, siguiéndole la broma.
—¿Qué yo te irrito? Te conviertes en Cruella de Vil por las mañanas y
eso no es culpa mía.
—Y tú tienes un genio endiablado que deberías hacértelo mirar —le
solté para que estuviésemos en paz.
—Lo sé.
Sorprendentemente lo reconoció algo consternado y se acercó a darme
un suave beso en los labios.
Bebí del champán, que estaba frío, y disfruté de las burbujas en mi
lengua.
¡Exquisito!
—¿Te gusta?
Miré la botella intentando identificarla. Era absurdo, estaba claro que no
había probado algo tan bueno en la vida.
—Me encanta. —Di otro largo trago mirando el sol escondiéndose en el
horizonte.
Dimas se quedó mirando también el precioso atardecer y me sorprendió
que el silencio entre nosotros no fuera incómodo. De hecho, cada vez me
sentía más a gusto con él.
Bebió de su copa en silencio y me miraba de vez en cuando, no
necesitaba decirle nada, en ese momento estaba feliz y tranquila, y me daba
cuenta de que no necesitaba mucho más para ser feliz.
¿Me había enamorado de él?
Me quedé pensando en ello y decidí que, si tenía que pensar tanto en si
amaba a una persona, es por qué no lo estabas, ¿no? Creo que, si algo se
debe tener claro en la vida, son tus sentimientos hacia los demás, fueran del
tipo que fuesen.
—¿Tienes hambre?
El sol se había ocultado por completo, la noche llena de estrellas que
comenzaban a lucir en el cielo me hizo suspirar. Era hora de preparar la
cena, así que le di la mano para que me ayudara a levantarme. ¿De verdad
habíamos estado casi una hora en silencio sin decirnos casi nada?
—La verdad es que sí.
Estaba famélica, solo tomé un sándwich a la una de la tarde y mis tripas
rugieron avergonzándome en ese momento.
—Ya lo veo, ya. —Soltó una risita, divertido, y cogió la cubitera para
meterla dentro—. Coge tu copa y acompáñame a la cocina mientras preparo
la cena, no quiero perderte de vista un segundo, no vayas a desaparecer de
repente.
Aunque lo decía sonriendo sabía que en el fondo era el temor que tenía,
que volviera a asustarme y decidiera salir corriendo.
Prefería no decirle nada y me senté en la isla de la cocina para verlo
cocinar mientras seguía bebiendo aquel champán tan rico. Me había gustado
tanto que preferí beberlo mientras cenaba, en vez de vino.
—Recordare tener botellas de este champán para ti, ahora que sé que te
gusta tanto.
—No hace falta, beberé cualquier cosa.
No quería que intentase contentarme con detalles de ese tipo. No quería
privilegios ni nada parecido… Bueno, estaba claro que con él aún no sabía
lo que quería.
—Aunque no haga falta, las tendré para cuando las quieras.
Me dio un suave beso en los labios, que atrapé e intenté profundizar
para que me besase como Dios manda.
Él no necesitó nada más.
Metió las dos copas vacías en la cubitera, cogió otra botella de champán
rosado de la nevera, me dio la cubitera en silencio y me cogió en brazos
como si no pesara nada para subir conmigo a la habitación.
Todo se oscureció cuando murmuró:
—Apagar luces.
Desperté durante la noche porque oí caer la lluvia sobre el techo y miré
hacia arriba, maravillada. Cuando nos acostamos había desplazado el techo
de madera para que pudiésemos ver las estrellas mientras hacíamos el amor
sin descanso, y ahora, en la oscuridad de la noche, veía los surcos que el
agua de la lluvia dejaba sobre el techo transparente del material del que
estuviese hecho los techos de la casa. ¿Metacrilato? ¿Policarbonato? Ni
idea. Suspiré y me acurruqué acercándome más a su pecho, que tenía
pegado a mi espalda. Me di cuenta de que nunca me había sentido más a
gusto que así, entre sus brazos mientras dormía plácidamente. Me abrazó un
poco más fuerte y murmuró palabras inconexas en mi oído.
Sonreí como una tonta.
No quería enamorarme de él. No quería volver a sufrir por nadie. Pero
notaba cómo mis defensas ante las que escondía mi corazón para que no
volvieran a hacerle daño, comenzaban a resquebrajarse y a desmoronarse
poco a poco. Era muy fácil enamorarse de Dimas cuando se quitaba el traje
de jefe capullo del año y se quedaba desnudo, mostrándose como realmente
era, cariñoso y considerado.
Bostecé y me sujeté mejor a sus brazos, volví a quedarme dormida de
nuevo con el sonido de la lluvia sobre nuestras cabezas, como una preciosa
canción de cuna.
Estaba soñando que Dimas me hacía el amor tiernamente y se me
escapó un gemido bien alto cuando sentí que estaba a punto de tener un
orgasmo… y que no era un sueño.
Tenía a Dimas metido entre mis piernas lamiéndome con tantas ganas
que pensé que la noche anterior se acostó con hambre, pero de sexo.
—Dimas —susurré excitada, sujetándole la cabeza para que no se
moviera y siguiera chupando ese punto justo para volverme completamente
loca. Se rio bajito sin levantar la cabeza y metió un dedo en mi interior para
atormentarme, moviéndolo en círculos y comenzando a meterlo y sacarlo
como si me estuviese follando con él.
—Por favor —le dije sin saber bien qué era lo que quería, que parase o
que siguiera.
Cuando metió otro dedo en mi interior y succionó mi clítoris con más
énfasis, me corrí intensamente en su lengua y sus dedos magistrales.
Siguió lamiéndome hasta que dejé de estremecerme y cuando notó que
me había calmado, levantó la cabeza y me dedicó una sonrisa inmensa.
—Buenos días, ¿te ha gustado?
Me relamí los labios porque se me había quedado la boca seca.
—Creo que nunca he despertado mejor.
Me di cuenta de que lo decía en serio. Había sido el mejor despertar de
mi vida.
—Prometo despertarte así siempre que pueda.
—Ahora quiero mi postre —murmuré, tirándole del brazo para que se
tumbase junto a mí.
—¿No has tenido bastante? —me dijo sonriendo, pero podía ver la
pasión en sus ojos mientras me hacía caso y se tumbaba junto a mí en la
cama.
Me apoderé de su polla que ya estaba erecta y lista para jugar.
—Ahora quiero el postre relleno de nata. —Me lancé a por él, mientras
Dimas cerraba los ojos y comenzaba a gemir por el asalto de mi boca.
CAPÍTULO 34

CANDELA

Fuimos al Susurros por la noche.


Me había contado durante nuestra pequeña siesta después de comer, que
tenía la fantasía sexual de verme follando con otro hombre.
Me gustaba de él que no se hubiese cerrado a que siguiéramos jugando
con otras personas en el Susurros.
Allí se iba a follar, sin importar nada más ni querer mantener contacto
con las personas con las que practicabas sexo.
Yo había puesto una única condición y era que nadie podía besarme en
la boca.
Solo él, claro estaba. Para mí seguía siendo algo muy personal e íntimo.
Así que, con todas las cosas claras, decidimos volver los dos juntos a
divertirnos un rato.
—¿Has hecho sexo anal? —me preguntó cuando nos acercamos a la
barra a pedir una copa.
Asentí mirándolo con curiosidad.
¿Qué se proponía?
—¿Te gustó?
—Sí.
—Bien. —Me lanzó esa sonrisa de medio lado que ya sabía lo que
significaba.
Mi entrepierna se humedeció por la anticipación.
Nos quedamos charlando en la barra con la copa en la mano y se puso a
observar a la gente que nos rodeaba.
—¿Quieres jugar con hombre o mujer? —preguntó, mirándome unos
segundos antes de volver la vista al local.
Yo me di la vuelta y también observé a los que nos rodeaban.
Pensé unos segundos en lo que me apetecía hacer esa noche y lo miré de
reojo, estaba tan guapo como siempre.
Su pelo pelirrojo pulcramente peinado como le gustaba llevarlo brillaba
bajo las luces del local. Se había puesto vaqueros oscuros y una camisa
blanca que llevaba por fuera de los pantalones; le daba una pinta informal y
sexi que hacía que se me secase la boca solo de mirarlo.
—Quiero verte a ti disfrutar con otra mujer.
Sus ojos claros me miraron un segundo antes de sonreír de medio
lado… otra vez.
—No es eso a lo que hemos venido —me recordó y volvió sus ojos
dorados hacia la gente, buscando con quien divertirnos esa noche.
—Ya, bueno…, pero me gusta mirarte.
—Y a mí me gusta follarte, coge la copa.
Se dio la vuelta, hice lo que me pidió y lo seguí diciéndome que, si iba a
hacer lo que le diera la gana, para qué carajos me lo preguntaba entonces.
Se dirigió a una pareja que estaba sentada alrededor de una mesa alta.
Habló con ambos y se giraron para mirarme. Asintieron y se levantaron
para seguirlo a un reservado.
Empezaba la fiesta.
Entramos en una de las habitaciones más grandes donde la cama era
gigantesca.
Los cuatro nos quedamos mirándonos un poco cortados.
—Antes que nada, quiero avisaros de que no nos besamos con nadie,
¿vale? Solo entre nosotros. Espero que no sea un problema —indicó Dimas,
mirándolos un segundo antes de poner su copa en la mesa que había junto a
la cama.
—Vale, nosotros tampoco —aclaró él, mirando a la mujer que asintió en
silencio.
Soltamos todas las copas y Dimas se acercó a mí y me tomó la mano.
—¿Estás segura de que quieres hacer esto? —me susurró para que los
demás no nos oyeran.
Yo miré a la otra pareja unos segundos.
El hombre era moreno, algo mayor que nosotros, con una bonita sonrisa
y un cuerpo cuidado. Ella tenía el pelo rubio cortado de manera desigual,
con el flequillo más largo por delante. Miró a Dimas con lascivia, como si
supiese ya lo muy bien que sabía follar.
—Sí, quiero que disfrutemos de ambos.
Él me guiñó un ojo y se acercó a ella en silencio
—¿Puedo?
La mujer asintió. Dimas se colocó detrás para ayudarla a salir del
vestido rojo sangre que llevaba y que le quedaba como un guante.
El hombre se acercó a mí y me sonrió, intentando romper un poco el
hielo
—Eres una mujer muy hermosa —me susurró al oído, y me abrazó por
detrás para comenzar a morderme el cuello mientras sus manos subían
desde mis piernas hasta posarse en mis senos.
Aún estaba vestida, pero parecía que el tío sabía lo que quería y no tenía
reparo en tomarlo. Me puso cachonda de inmediato.
Me dejé caer en su pecho y sentí cómo crecía su erección en mi culo.
Mientras me lamía el lóbulo de la oreja sus manos volvieron a bajar y esta
vez me levantaron el vestido mientras subían impacientes por mis muslos.
Estaba viendo a Dimas, que se había desnudado, igual que ella, ambos
frente a mí. La mujer se había arrodillado en el suelo y estaba chupándole la
polla con bastantes ganas. Él tenía los ojos cerrados y le sujetaba la cabeza
para ayudarla a metérsela bien adentro, como sabía que le gustaba. Ella lo
miraba desde donde estaba arrodillada y se esmeró aún más en darle placer
hasta hacerlo gemir cuando bajó a lamer sus testículos.
Verlo así, tan abandonado al placer, consiguió que me subiera más la
temperatura, el hombre metió las manos por mi tanga y gimió al notar mi
sexo tan mojado. Empezó a acariciar mi clítoris con los pulgares.
—¿Te gusta cómo mi mujer se lo folla con la boca? Me encanta que
estés tan mojada. No te imaginas lo que vamos a disfrutar tú y yo.
Abrí más las piernas y él metió un dedo en mi interior, lo que me
arrancó un hondo gemido.
—Eso es preciosa, gime para mí —me dijo al oído.
Metió otro dedo en mi interior mientras seguía acariciándome el clítoris
de tal manera que se me doblaban las piernas de placer.
Dimas me miró al oírme gemir. Podía ver sus ojos dilatados por el
deseo. Los clavó en mí, mientras comenzaba a bombear con fuerza dentro
de la boca de la mujer.
Sabía lo que estaba pensando, sus ojos me decían lo mucho que le
gustaba lo que veía. Supe que se imaginaba que era mi boca la que se estaba
follando.
—No quiero que te corras así —me dijo el hombre.
Se separó de mí para llevarme a la cama.
Me desnudó en un momento y se quitó la ropa con impaciencia,
mientras miraba cómo su mujer se la seguía chupando a Dimas, que estaba
a punto de correrse.
—Espera, no quiero correrme todavía… Espera —le dijo a ella, que no
le hizo caso y comenzó a masajearle los testículos, él gimió más fuerte y
comprendiendo que ella no iba a parar, se corrió en su boca entre gemidos,
echando la cabeza hacia atrás y abandonándose por completo al placer de su
lengua y sus manos en los testículos.
—Eso es, cariño, dale placer.
Le sonrió a su marido y se relamió los restos de semen que se le habían
quedado en la comisura de la boca.
Me tumbó en la cama y se metió entre mis piernas para comenzar a
lamerme como si fuera un helado, con largos lametazos lentos, que hacían
que me encogiera de placer y gimiera en voz alta.
Dimas empujó a la mujer a la cama. Él se tumbó pegado a mí y animó a
la mujer a que se sentara sobre su cara, dejando su sexo justo sobre su boca,
mientras me cogía un pezón y comenzaba a jugar con él dejándomelo
sensible y palpitante.
Sabía lo concienzudo que era con el sexo oral y me imaginé lo que ella
debía estar disfrutando. Reconocí que al tipo que estaba comiéndome el
coño con lentitud tampoco se le daba nada mal. Cuando metió un dedo en
mi interior y comenzó a acariciarme el punto G, un inmenso calor en mi
interior me indicó que me preparaba para tener mi primer orgasmo de la
noche. Sentía los dedos de Dimas en mis pezones arrancándome
sensaciones que sentía en mi entrepierna, que el hombre intensificó cuando
me soplaba el clítoris, me lo lamía y lo mordisqueaba sin dejar de
masajearme el interior de mi vagina.
Era demasiado y comencé a retorcerme de placer. El hombre intensificó
los lametazos centrándose solo en mi clítoris y su dedo en mi interior me
estaba volviendo loca.
Oí a la mujer gemir mientras se mecía sobre la boca de Dimas. Él soltó
mi pezón y la agarró por las caderas para que no pudiera alejarse de su
lengua, y siguió atormentándola sin piedad.
Los gemidos de ella cuando se corrió de manera escandalosa y el
hombre que metió otro dedo en mi interior para atormentarme aún más, me
hicieron tener un intenso orgasmo que consiguió hacer que me olvidase de
todo, excepto de esa boca mágica y esos dedos maravillosos.
Cuando dejé de estremecerme, el hombre se levantó a coger un
preservativo que se puso con rapidez.
Dimas debió entrar al baño porque ya no lo veía. La mujer esperaba en
la puerta para entrar también.
—Ahora voy a follarte —me dijo el hombre, poniéndome a cuatro patas
sobre la cama.
Dimas salió del baño gloriosamente desnudo y me miró unos segundos
para asegurarse de que me encontraba bien. Volvía a estar empalmado y
supuse que era por lo mucho que le gustaba lo que estaba viendo.
El hombre se coló dentro de mí con un fuerte empellón que me hizo
gemir en voz alta.
—¿Estás disfrutando? —Dimas se acercó a la cama y me cogió de la
cola que llevaba para que lo mirase.
—Sí —dije, gimiendo de nuevo—. Ven aquí —le pedí mirando su polla,
que ya estaba lista de nuevo, pero ahora quería probarla yo.
Me miró con lascivia y cogió su polla para que me la metiera en la boca
y comenzara a chupársela al vaivén de las acometidas del otro hombre.
Le arranqué el primer gemido cuando me la metí hasta el fondo y la
recorrí con la lengua para sacarla y volver a metérmela de nuevo.
—Joder, Candela, que bien la chupas.
Cerró los ojos y se dedicó a disfrutar cogiendo mi cabeza y follándose
mi boca con fuerza como sabía que le gustaba.
Hasta en la cama le gustaba tener el control.
—Dios, tienes un coñito precioso —gimió el hombre, que seguía
bombeando en mi interior sin descanso. Mi cuerpo despertó de nuevo.
Sentía mi vagina contraerse y el hombre volvió a gemir, acelerando las
acometidas preparándose también para el orgasmo.
Yo apreté la polla que tenía en la boca y aceleré un poco el ritmo con la
boca para que Dimas perdiera un poco de ese control que le gustaba tanto
tener. El hombre que estaba a mi espalda bombeó más rápido y se clavó en
mí, gimiendo mientras se corría con fuerza. Yo me corrí con él y Dimas se
vació también en mi boca con un fuerte gemido.
Vaya tres.
Necesitaba un momento para recuperarme, ese segundo asalto había
sido intenso. Dimas me cogió en brazos y me llevó a la ducha para asearnos
un poco.
—¿Estás bien?
Su mirada entre divertida y preocupada me enterneció. Le sonreí
totalmente satisfecha.
—Yo estoy genial. ¿Y tú?
—Esa tía hace unas mamadas fantásticas —me soltó divertido—,
aunque prefiero follarme tu boca —añadió, como si yo pudiera ponerme
celosa porque otra tía se la chupara bien y a él le gustase.
—El tío folla como los ángeles —añadí divertida.
—Eso he visto.
Nos aseamos un poco en la ducha. Todas las habitaciones tenían un
baño individual, y tanto a Dimas como a mí nos gustaba asearnos entre
orgasmo y orgasmo.
—¿Lista para el siguiente asalto?
Asentí con la cabeza y lo seguí a la habitación.
¡Lista!
Nos encontramos al matrimonio follando de nuevo. Al parecer ese tío
era igual de insaciable que Dimas. Eso me gustaba.
Sabía que Dimas metido en faena también era incansable y le había
bastado entrar en la habitación y ver a la mujer cabalgando al marido para
volver a empalmarse. Se acercó a ellos y les preguntó algo en voz baja, la
mujer asintió y él se acercó a sus pantalones para coger un preservativo y
por su mirada ardiente al mirarme sabía lo que iba a hacer con ellos.
¡Madre mía!
Cogió un bote de lubricante de la mesita, donde estaban los artículos
que el local ofrecía gratis a los usuarios y se lo echó en la polla colocándose
con cuidado detrás de la mujer que se inclinó hacia el pecho de su marido
dejándole el culo a su alcance.
Yo había hecho sexo oral, pero aun haciendo tríos, nunca me habían
follado dos hombres a la vez como iban a hacerle a ella.
Sentí cómo mi sexo se humedecía de nuevo por la anticipación y por el
morbo que me daba lo que iban a hacer los tres.
Dimas comenzó a estimularle el ano con cuidado. La mujer se había
quedado quieta sobre su marido, que también esperaba a que ella lo
acogiera en su interior. Vi cómo comenzaba a adentrarse en su ano con
cuidado y la oí gemir en voz alta.
Parecía que le gustaba.
—¿Cariño, estás bien?
La mujer asintió y besó a su marido instándolo a que se moviese de
nuevo. Dimas lo hizo también y la cogió por la cintura para mantenerla
sujeta a su cuerpo. Cuando comprendió que no le hacía daño, ambos
comenzaron a follársela a la vez y ella empezó a gemir con fuerza.
Contemplé a Dimas, que había cerrado los ojos para centrarse en el
placer que estaba recibiendo, los gemidos que soltaban los tres empezaban a
subir de intensidad y a mí me estaba poniendo muy cachonda todo esto.
Me tumbé en la cama desde donde tenía un primer plano de los tres
follando como locos y comencé a masturbarme. Estaba tan caliente que
pensé que iba a tener otro orgasmo de inmediato.
—Candela —Dimas me miraba con lascivia mientras seguía
follándosela sin parar un segundo—, no hagas eso. Pienso follarte de nuevo
y te quiero muy cachonda.
Iba a quejarme y decirle que no era justo, pero sus ojos me prometían
mucho placer, así que me obligué a bajar las manos y esperar a que
acabasen.
Ella fue la primera en correrse con un grito no muy discreto que me
hizo sonreír. Su marido se corrió casi de inmediato y Dimas se clavó en ella
con fuerza y se corrió también segundos después.
Yo solté el aire que había estado conteniendo casi sin darme cuenta.
—¿Estás bien? —le preguntó Dimas cuando salió de ella y se quitó el
condón para ir al baño de nuevo.
Ella asintió y se tumbó en la cama a descansar un poco. No me
extrañaba, había recibido sesión doble de placer y debía estar exhausta.
El marido también se levantó y se dirigió al baño, lanzándome una larga
mirada y sonriendo con lascivia antes de marcharse.
¿Esos no se cansaban nunca?
CAPÍTULO 35

CANDELA

—¡Oh, cariño! ¡Mira cómo estás! —observó Dimas, acostándome junto a


mí en la cama y pasándome los dedos por mi sexo para comprobar lo
mojada que estaba.
Sacó los dedos y mirándome fijamente se los llevó a la boca y los lamió.
¡Joder! ¿De verdad había hecho eso?
—¡Exquisita! —me dijo al oído.
Me besó casi con ferocidad. Nuestras lenguas se enredaron y nuestro
aliento se entremezcló. Le sujeté la cabeza para que me besase más.
—¿Quieres hacer sexo anal? —me preguntó, separándose unos
segundos para ver mi reacción.
—Quiero hacer lo que quieras —le dije totalmente entregada.
—Me va a encantar follarme ese culito que tienes —soltó el otro
hombre en mi oído, y Dimas me miró esperando una respuesta.
Cuando asentí con la cabeza Dimas se tumbó en la cama y me animó a
que me subiera a horcajadas sobre él y me sentase sobre su sexo. Sentirlo
palpitante y caliente dentro de mí me hizo gemir.
—Túmbate sobre mí —me pidió Dimas, y cuando lo hice sentí unos
dedos mojados acariciando mi ano para lubricarlo. Era una sensación
extraña y placentera a la vez. Sentía a Dimas completamente quieto dentro
de mí y al sentir los dedos introduciéndose en mi ano, contraje la vagina
con fuerza para contrarrestar el placer y Dimas gimió en mi oído.
—Si no te gusta nos lo dices —dijo el otro hombre, sacando los dedos
que había metido y comenzando a empujar con la polla.
Por instinto contraje el esfínter y eso hizo que el hombre gimiera en mi
oído
—No, no, tienes que relajarte y abrirte para mí —me susurró
adentrándose un poco más en mi interior.
Gemí y me obligué a relajarme más cuando sentía que se colaba por
entero dentro de mi ano y me sujetó por la cintura para no salirse de ahí.
—Ahora sí —dijo en voz alta—, eres perfecta.
Yo gemí con fuerza y miré a Dimas intentando demostrarle todo lo que
estaba sintiendo.
—¿Estás bien? —me preguntó el hombre que se había quedado muy
quieto esperando que le diese carta blanca para empezar a moverse en mi
interior.
—¿Candela? —La preocupación en la voz de Dimas me obligó a
contestarle.
—Sí —dije casi en un siseo y comencé a moverme sobre Dimas lo que
obligó al hombre que tenía detrás a moverse también, a casi salir de mí y
volver a entrar.
La sensación era rarísima y se me escapó un gemido.
—Nosotros nos moveremos, Candela —murmuró Dimas—, tú quédate
quieta y disfruta.
Y eso hice.
Dimas comenzó a bombear dentro de mí sin necesidad de moverme y el
hombre que tenía a mi espalda empezó a moverse de dentro afuera sin salir
del todo, y las sensaciones juntas comenzaron a volverme loca.
Cerré los ojos y me apoyé en el pecho de Dimas, que no apartaba sus
ojos de mi cara, intentando ver si sufría dolor en algún momento.
Comencé a moverme con suavidad sobre Dimas intentando conseguir
mayor fricción y solo conseguí que la sensación de tener una polla dentro
de mi ano se intensificara. Solté un hondo gemido y comencé a dejarme
llevar por las sensaciones. Los hombres, al comprobar que no me dolía,
comenzaron a moverse también con más libertad. Dimas bombeaba más
rápido y más profundo y yo me sujeté a su pecho dejándome hacer mientras
sentía las acometidas del hombre en mi ano. Ya no tenía cuidado. Entraba y
salía de mí con fuerza, yo me mordía los labios al sentir algo que
comenzaba a rozar el dolor. Gemí con fuerza y aprisioné la polla de Dimas,
que también seguía bombeando dentro de mí. No podía parar. No supe si
me dolía o era placer lo que sentía, pero por nada del mundo quería que
terminara. Me derrumbé sobre Dimas dejando mi culo aún más expuesto y
el hombre a mi espalda me sujetó con fuerza, bombeando tan fuerte que
comencé a gritar de la impresión. Tenía mi culo a su alcance y esa postura
le daba más libertad de movimiento. Estaba sintiendo tanto placer que se
abandonó por completo y dejó de tener cuidado mientras me follaba con
fuerza sin importarle nada más. El orgasmo me llegó tan de sorpresa que me
arrancó un fuerte grito mientras me corría sobre Dimas totalmente
desconectada de todo, excepto del intenso placer que sentía. Había sido
diferente a todo lo que hubiese sentido anteriormente. Dimas me sujetó
contra su cuerpo y también se corrió con fuerza vaciándose en mi interior
mientras sentía cómo el otro hombre se quedaba muy quieto dentro de mi
culo, corriéndose también entre gemidos.
¡Dios…, Dios!
Me había quedado tumbada sobre Dimas, sin poder moverme y sin tener
constancia de nada de lo que sucedía a mi alrededor.
Abrí los ojos minutos después y vi que Dimas me miraba con cariño. Su
pene, ya sin la erección, había salido de mí. Ahora sí parecía que estuviese
saciado de sexo por esa noche.
Ni idea de dónde estaba el otro hombre.
Yo, por supuesto, estaba satisfecha como un gato con los bigotes llenos
de leche.
—¿Te ha gustado?
Asentí porque no tenía fuerzas de decir nada más. Solo quería dormirme
sobre el pecho de mi novio.
¿Lo había llamado así?
Esa noche no me importaba.
—Ha sido lo más intenso que he sentido nunca.
—Bueno, me alegra que te hayamos podido dar tanto placer. Lo tendré
en cuenta para el futuro.
Oímos ruidos a nuestro lado y me volví para ver que el otro matrimonio
estaba follando de nuevo a cuatro patas junto a nosotros.
Yo negué divertida y noté a Dimas empalmarse de nuevo.
¿Aún no habían tenido bastante?
—¿Te importa si participo?
Negué con la cabeza, porque esa noche ya no me importaba nada más.
Entró al baño a quitarse el preservativo. Cuando salió se acercó a ella, que
lo miraba con lascivia.
—¿Quieres más?
La mujer asintió y le volvió a meter la polla ya erecta en la boca para
que volviera a chupársela.
¿De verdad aún estaba así?
Yo necesitaba un pequeño respiro para reponerme.
Me quedé dormida en el coche de vuelta a casa, saciada de tanto sexo, y
apenas desperté cuando me cogió en brazos y me subió a la habitación para
desnudarme despacio y acostarse junto a mí, abrazándose a mi espalda.
—Buenas noches, preciosa.

Que te despertaran un domingo para traerte el desayuno a la cama, era una


cosa que debería ser de obligado cumplimiento en una relación.
Había dormido tan profundamente y despertado tan descansada, que
Dimas bromeó por no haber despertado de mal humor como acostumbraba.
—A ver si va a resultar que solo necesitas una buena ración de polvos
todas las noches antes de irte a la cama.
Tuve que reírme porque quizás tuviese razón.
Le di un trago a mi espectacular capuchino y unté mantequilla en el
croissant aún calentito, que al parecer había pedido a alguien que nos
trajera.
¡Qué mono era!
—¿Tienes hambre?
Él estaba junto a mí en la cama, bebiendo su café tranquilamente
mientras me observaba con atención.
—Mucha. —Famélica era la palabra exacta.
Estaba visto que practicar sexo daba hambre, porque él también estaba
comiéndose su croissant con apetito.
—¿Qué te gustaría hacer hoy? —me preguntó mientras cogía otro
croissant y le daba un enorme bocado.
—¿Podemos quedarnos sin hacer nada?
Estaba algo dolorida y no me apetecía tener que arreglarme para salir.
Solo quería quedarme tumbada en el sillón sin hacer nada.
—¿Estás cansada? —preguntó divertido, y yo le sonreí también
divertida.
—Me duele el culo —reconocí algo avergonzada.
El sinvergüenza soltó una carcajada y se acercó a darme un beso en el
pelo.
—Sí, creo que hoy deberíamos descansar un poco de tanto sexo. Quiero
hacer unas llamadas —dijo, acabándose el café y levantándose.
Ya se había vestido con vaqueros y sudadera, y volvía a estar descalzo.
Hum, ¡cómo me ponía!
—Puedo irme un rato a la biblioteca a leer, si no te molesta.
—Candela —Se giró desde la puerta de la habitación—, puedes hacer lo
que quieras, estás en tu casa. Ya lo sabes.
Le sonreí agradecida.
—Estaré en la puerta que hay junto al salón.
Ahí estaba su despacho en casa.
—Vale, yo voy a ducharme y me asomo a la biblioteca a ver qué libros
tienes.
—Si hay alguno en particular que quieras leer, apúntamelo y los traerán
para que estén aquí cuando vuelvas.
¿En serio?
Me quedé sorprendida de que quisiera hacer eso. También podía
comprar yo el libro que quisiera leer, ¿no? Pero preferí dejarlo así.
—Miraré lo que tienes. Seguro que hay algo que me guste.
—Bien.
Salió de la habitación y yo me metí en la enorme ducha de hidromasajes
que había en el baño.
Pasamos el resto del día en su casa. Yo leyendo un rato por la mañana
en la biblioteca y él trabajando, como hacía siempre que no tenía otra cosa
que hacer. La tarde decidimos pasarla viendo la tele, acurrucados los dos en
el sillón. Yo me quedé dormida casi de inmediato y desperté cuándo lo oí
hablar por teléfono en el jardín.
—No se me ha olvidado, mamá, pero no sé si habré vuelto para
entonces. No, estaré fuera toda la semana y creo que volveré el sábado por
la mañana… Sí, si llego a tiempo me paso a comer con vosotros. No,
mamá. No creo que sea buena idea… Mira lo que pasó con Paola la semana
pasada.
Miró hacia dentro a ver si estaba levantada ya, y yo decidí quedarme
tumbada, no sabía si porque creía que hablaban de mí y me gustaría poder
enterarme de lo que decían.
¡Vale, sé que está mal oír conversaciones ajenas, pero quería enterarme
si habla de mí con su madre!
—Mamá, esto también es nuevo para mí. Quiero conocerla. Candela me
gusta mucho y creo que es hora de cerrar esa etapa de mi vida. Tú sabes que
nunca la amé, solo nos beneficiamos de las circunstancias un tiempo, pero
eso ya pasó.
Se quedó oyendo a su madre al otro lado del teléfono.
—Va a tener que aceptarlo porque no voy a dejarla solo para
contentarlos a ellos. Te digo algo el sábado. Si llego a tiempo, iré con ella.
Vale, adiós.
Cuando acabó la conversación entró de nuevo en el salón y yo simulé
despertarme en ese momento.
¿De verdad iba a llevarme a conocer a su familia? ¿Sabiendo lo que
algunos pensaban de mí?
¡No lo creía!
—Siento haberme quedado dormida. —Él se sentó junto a mí en el
sillón—. ¿Con quién hablabas?
¡Qué mala era algunas veces, pero la curiosidad me podía!
—Con mi madre. —Me miró para ver mi reacción—. El domingo es el
cumpleaños de mi padre y mi madre ha organizado una comida.
Lo miré sin decirle nada, solo asentí con la cabeza.
—Yo estaré fuera toda la semana —me recordó, como si lo hubiese
olvidado—. Le he dicho que si llego a tiempo nos pasaremos un rato y
comeremos con ellos.
¡Peligro!
—No, tú te pasarás a comer con ellos, a mí no me metas.
Intenté hacer la gracia para ver cómo se lo tomaba. Por su manera de
mirarme con seriedad, no demasiado bien.
—Candela, quiero que vengas conmigo a conocerlos el domingo.
—¿Y si ya tengo planes para el domingo?
—¿Los tienes?
No los tenía, pero no quería que diese nada por sentado. Además, a mí
no me apetecía ir a conocerlos.
No podía mentirle, pero no iba a dar mi brazo a torcer. Apenas nos
conocíamos nosotros todavía y no quería meter a más gente en nuestra
reciente relación.
Como no le había contestado, me miraba con seriedad.
—Si los tienes los puedes cancelar, quiero pasar el domingo contigo.
Me reí porque quería pensar que lo decía de coña. ¿Verdad?
—Lo estoy diciendo en serio.
¿Y que se suponía que tenía que decir a eso?
Al final me comencé a mosquear yo también. No llevaba bien las
órdenes ni los gritos ni los enfrentamientos, ya puestos.
—No los tengo, pero si así fuera no los iba a cambiar.
¿De verdad se pensaba que iba a hacer lo que él me dijera?
—Candela, no voy a verte en toda la semana, quiero pasar el domingo
contigo y me gustaría que me acompañaras.
—Dimas, no voy a ir a conocer a tus padres el domingo.
¡Ala, hazte a la idea!
Entrecerró los ojos y me observó con atención. Lo conocía lo suficiente
como para saber que comenzaba a mosquearse. Supuse que no estaba
acostumbrado a que le dijeran que no.
—¿Por qué cojones no?
—Por los míos —le solté, igual de molesta que él.
¿Quién coño se creía que era para darme órdenes?
Que me pusiera chula no se lo esperaba. Pero estaba claro que no iba a
darse por vencido.
—Candela, ¿por qué no? —Sabía que por las malas no conseguiría nada
de mí, y cambió de estrategia. Aun así, no me iba a convencer.
—No quiero ir a donde no se me quiere. Tú ve a verlos y pasa el día con
ellos, pero no es buena idea meterme a mí en tu relación familiar.
—No seas tonta, por supuesto que quieren conocerte.
—Bueno, ya me conocerán en otro momento. Dimas, no insistas, no
creo conveniente ir a comer el domingo.
Sabía que no estaba acostumbrado a que le llevasen la contraria, pero yo
también podía ser muy terca si me lo proponía.
—¿Y si yo quiero que vengas conmigo?
¿Así iba a ser la cosa?
—¿Y si yo no quiero ir?
Ante su mirada dolida decidí ceder un poco y explicárselo.
—¿No tuvimos bastante con saber lo que piensa tu hermana de mí?
—Candela, eres mi novia y quiero presentarte a mi familia. Ya
hablamos de esto. Nadie va a decir nada sobre nosotros.
—Bueno, incluso así, no creo que sea conveniente ir este domingo.
Sabiendo que no iba a hacerme cambiar de opinión, cambió de tema.
—Volveremos a hablar sobre esto cuando vuelva el sábado del viaje,
¿de acuerdo?
—Hablaremos todo lo que quieras, pero no voy a cambiar de opinión.
Evidentemente, tras esa discusión, y aunque lo intentamos, no
conseguimos relajar el ambiente el resto de la tarde.
Decidí volver a casa a la hora de cenar y Dimas esa vez no puso
ninguna pega.
CAPÍTULO 36

CANDELA

Dimas estaba fuera toda la semana.


Normalmente hablábamos todas las mañanas para organizar su agenda e
informarle de las cosas urgentes que iban surgiendo a lo largo de la semana.
Debía seguir dolido con el tema del domingo, porque solo se ponía en
contacto conmigo por las mañanas para hablar de trabajo, el resto del día
guardaba un terco silencio.
Lo que quizás ignoraba era que podía ser igual de cabezota que él y
después de quedarme la noche del lunes esperando a que me llamara para
poder hablar un poco con él y demostrarme que me echaba de menos,
aunque fuera un poco, decidí hacer cosas por las tardes para no quedarme
en casa pensando en él. Al final, martes y miércoles quedé con Magda y
salimos a cenar.
Lo que fuera con tal de no darme cuenta de lo silencioso que estaba mi
teléfono todo el día.
¡Ni un puñetero mensaje ni una llamada ni nada! Y eso solo consiguió
encerrarme más en mis trece y no dar mi brazo a torcer.
—¿De veras vas a pasar de él toda la semana?
—Es lo mismo que está haciendo conmigo —le recordé a Magda el
miércoles, mientras cenábamos en su casa.
Al final se había apiadado de mí.
Me soltó que parecía un alma en pena, todo el día mirando el puto
teléfono esperando una llamada o un mensaje que sabía que no iba a llegar.
—Candela, yo te entiendo, pero creo que estás siendo algo exagerada.
En algún momento tendrás que ir a conocerlos y creo que un cumpleaños
familiar es el mejor momento.
La miré unos segundos antes de contestarle.
—Lo sé.
—¿Entonces?
—No me gusta que me dé órdenes.
Mi amiga rio divertida.
—Madre mía, Cande, es Dimas, ya lo conoces. Lleva toda la vida dando
órdenes a todo el mundo.
—No soy su maldita empleada.
—¿No lo eres?
No soportaba que se burlase de mí con este tema.
—Ya sabes lo que quiero decir.
—Te pidió que hablaras con él cuando tuvieras algún problema —me
recordó, acabándose su copa de vino.
—Ordenarme lo que tengo que hacer no es hablar las cosas.
—¿Por qué no hablas de nuevo con él y se lo haces ver?
—Me lo pensaré.
No estaba dispuesta a dar mi brazo a torcer.
—Madre mía, eres aún más cabezota que él. —Le sonreí divertida,
porque sabía que tenía razón—. También puedes llamarlo tú, ¿sabes? Esos
aparatos no funcionan solo en un sentido.
—Si quisiera hablar conmigo ya lo hubiese hecho, ¿no crees?
—Te llama todas las mañanas, ¿te lo tengo que recordar?
—Para ponerse al día con el trabajo, no hemos tenido ni una palabra
fuera de repasar su agenda en toda la semana.
—Bueno, creo que el ofendido en este caso es él y que te va a tocar dar
tu brazo a torcer.
—Ya veré lo que hago.

El jueves por la mañana, estando en la oficina, recibí una llamada de


teléfono y yo tan felizmente pensaba que podía ser Dimas, que por fin
dejaba su orgullo a un lado, ese tan gigantesco que tenía, y se decidía a
hablar conmigo, pero me quedé totalmente de piedra cuando vi el nombre
de mi ex en la pantalla.
«Julio».
Estaba tan sorprendida que me había quedado mirando el teléfono sin
saber qué hacer durante todo el tiempo que estuvo sonando. Mi cerebro se
quedó bloqueado, como si todas mis neuronas hubiesen dejado de
funcionar.
Me vino a la mente lo que sentí el día que entré en mi casa para dejar el
traje de novia colgado del ropero, para que no se arrugara, y me encontré en
mi cama al que era mi prometido, con el que llevaba conviviendo tres años,
el que iba a ser mi marido dos días después, follándose a mi mejor amiga,
después de Magda, y que también era mi dama de honor.
Mi corazón se rompió de tal manera que aún pienso que seguía estando
roto, y no era capaz de recomponerlo para que funcionase como debía
hacerlo.
No había vuelto a confiar en los hombres desde entonces. Nunca más
dejé que ninguno se me acercase lo suficiente como para poder cogerle
cariño y empezar una relación de cualquier tipo.
—¿Candela? ¿Qué ocurre? Parece que has visto un fantasma.
Miré a Magda, que había bajado a la oficina para que nos fuésemos a
comer, como todos los días.
Estaba tan perdida en mis recuerdos que no me había enterado de que
estaba ante mi mesa y llevaba un rato hablándome.
Comencé a rascarme el antebrazo izquierdo con fuerza y me observó
horrorizada por la brutalidad con la que empecé a rascarme.
—¡Eh, eh, no hagas eso! ¿Qué coño ha pasado? ¿Has hablado con
Dimas?
¿Dimas? No, no había sabido nada de él, pero es que ahora mismo no
quería saber nada de nadie, solo me apetecía salir corriendo y esconderme
en un agujero lo suficientemente oscuro como para que nadie me
encontrase.
Me seguí rascando sin importarme la cara de consternación de ella.
—Candela, me estás asustando, ¿qué coño ha pasado?
En ese momento mi teléfono sonó de nuevo y yo lo miré aterrada de que
volviese a ser él.
«¿Qué coño quiere?»
Llevaba sin intentar hablar conmigo desde que se fue de la casa cuando
anulamos la boda. Me negué a volver a verle desde lo que pasó. Me dejó
tranquila después que todo el mundo le dijera que no quería volver a saber
nada de él, que no quería volver a verlo en mi vida, y parece que respetó mi
decisión en esos momentos. Entonces, ¿qué coño quería?
Le enseñé el teléfono a Magda y se lo dejé en la mano para volver a
rascarme.
—Hostia puta.
Fue lo único que dijo antes de colgarle la llamada. Me miró preocupada.
—¿Sabes qué es lo que quiere?
Negué con la cabeza. Mi corazón se me había acelerado y me puse la
mano intentando controlar sus latidos, que iban a mil por hora. ¿Podía
darme un infarto por algo así?
Ya veía mi epitafio: Muere a causa de un infarto por la llamada de su ex.
No me encontraba bien. Apenas podía respirar y mis antebrazos
empezaban a arderme como si le estuviesen prendiendo fuego.
El teléfono volvió a sonar y yo gemí como un animal herido. Magda me
miró consternada y cogió el teléfono para volver a colgarle.
—¿Vas a hablar con él?
Negué con la cabeza apagando el ordenador a la carrera y cogiendo el
bolso para irme a mi casa. Miré a todos lados asustada, como si me lo fuera
a encontrar en cualquier momento.
—No quiero verlo ni saber nada de él. Estoy pensando en irme a mi
casa.
—No tienes buen aspecto, Candela. Será lo mejor.
La miré preocupada.
—¿Qué le digo a Dimas? No quiero que se entere de esto.
El teléfono seguía sonando sin parar.
—Escucha, voy a bloquearlo para que no pueda volver a llamarte,
¿vale?
Asentí y ella lo bloqueó mientras salimos del edificio. Estaba claro que
no iba a dejar de llamarme hasta conseguir hablar conmigo.
—Yo hablo con Dimas, no te preocupes. No tienes que hablar con él si
no quieres hacerlo, ¿vale?
Yo asentí deseando creerla y decidí marcharme a casa. No quería hablar
con Dimas de él ni de nadie. En este momento solo deseaba irme a casa,
olvidarme de todo lo que pasó y de él.
Sabía que era una actitud exagerada y cobarde, pero no estaba preparada
para enfrentarme a él en estos momentos. No tenía ganas de decirle
absolutamente nada. No quería remover el pasado. No quería hablar con él,
punto.
Me fui a casa.
Había empezado a dolerme la cabeza. Magda me acompañó y me había
preparado algo de sopa caliente que sabía que me gustaba para animarme a
comer un poco. Yo estaba tan hecha polvo que no pude probar bocado.
Decidí apagar el teléfono para que nadie me molestase.
Me tumbé en el sillón porque sabía que, aunque me acostase, no iba a
poder dormirme.
Mi cabeza era un sinfín de imágenes a cámara lenta que me hacían
recordar el dolor que sentí por la traición de las dos personas que tanto
quería.
Escuché a Magda hablar con alguien por teléfono y supuse que hablaba
con recursos humanos para avisar de que iba a faltar al trabajo esa tarde.
Intenté recordar el trabajo que tenía pendiente no era capaz de pensar en
nada que no fuera en que Julio me estaba llamado y no conseguía adivinar
qué era lo que podía querer de mí.
Magda se quedó conmigo el jueves y avisó que trabajaría desde mi casa,
con mi ordenador, se negaba a dejarme sola y yo se lo agradecía de corazón.
No quería estar sola.
Se marchó a su casa por la noche cuando le garanticé que me
encontraba mejor, y era verdad. Peter había llegado de viaje y sabía que
llevaban una temporada no muy buena. Así que la obligué a que se
marchase con él. Yo no necesitaba su compañía, aunque la agradecía, pero
como sabía que el teléfono no iba a sonar porque estaba apagado, poco a
poco me había ido tranquilizando y le prometí que iba a meterme en la
cama en cuanto se fuera e iba a obligarme a dormir y a intentar descansar.
Seguro que por la mañana veía las cosas de otra manera, ¿no?
Apenas conseguí dormir unas pocas horas. Estuve en un duermevela
nervioso que me había dejado cansada y con una incipiente jaqueca que
prometía empeorar si no me tomaba las cosas con calma.
Me obligué a ir a la oficina y extrañamente Dimas no me había llamado,
supuse que lo tenía todo controlado y yo agradecí no tener que hablar con
él. No encendí mi móvil y me pasé la mañana mirando nerviosa a la puerta
de la calle temiendo que Julio apareciera en cualquier momento. Sabía que
era absurdo y exagerado reaccionar así, pero no podía evitarlo.
A media mañana decidí tomarme algo para mi jaqueca que, como me
temía cuando me levanté, empeoró hasta hacer que mi cabeza palpitase de
manera angustiosa ante cualquier movimiento que hacía.
Los brazos prefería no mirármelos. Tenía los antebrazos tan arañados
como si me hubiese peleado con un gato furioso.
No salí a comer, me encontraba tan mal que supe que si intentaba comer
algo vomitaría. Apenas había visto a Magda porque supe que iba a estar
reunida casi todo el día con unos clientes. Así que sobre las cuatro llamé a
recursos humanos y les avisé que me marchaba a casa con un fuerte ataque
de jaqueca.
El camino andando hasta mi casa fue un completo suplicio. No sabía
por qué pensaba que caminar podría hacerme algún bien. Pero mi cabeza
me palpitaba tanto ante el sonido de las bocinas de los coches que casi
había tenido que arrastrarme para obligarme a llegar y no tumbarme en la
calle, haciéndome un ovillo, pidiendo a quién quisiera escucharme, que por
favor me aliviaran el dolor o me mataran rápido para no seguir sufriendo.
Me encontraba tan mal que no me importó lo más mínimo llegar a mi
casa y encontrarme a Julio esperándome en la puerta de la calle.
Que cara no tendría en esos momentos, que se acercó a mí con rapidez
—Candela, deja que te ayude.
No pude quejarme, no tenía fuerzas.
¡Dios, me dolía tanto, que estaba a punto de echarme a llorar!
—¿Es la cabeza?
Solo pude gemir. Me sostuvo por debajo de los hombros, me ayudó a
abrir la puerta y a entrar en el apartamento. Corrí a vomitar al baño y luego
me obligué a llegar a la habitación que encontré a oscuras, bendito fuera.
Me dio dos pastillas de las que tomaba para la jaqueca con un vaso de agua,
y me tumbé en la cama, quitándome solo los zapatos y dejándome con la
ropa que tenía puesta. Me arropó y no supe qué había hecho luego ni me
importaba. Me daba igual si se quedaba o base iba. Cuando se me aliviara el
dolor de cabeza me enfrentaría a él y a lo que fuera que quisiera hablar
conmigo después de tres años desaparecido.
No me importaba nada… Solo deseaba poder cerrar los ojos y rezar
para que se me aliviara el dolor o que el sueño viniera a buscarme y me
llevara consigo.
Bendita inconsciencia.
CAPÍTULO 37

DIMAS

¡Maldita Candela!
Llevaba toda la maldita semana deseando poder hablar con ella.
De verdad esperaba que cambiase de opinión sobre venir a comer el
domingo a casa de mis padres.
No me imaginaba que se negaría y además de manera tan abierta. No
estaba acostumbrado a que nadie me dijera que no y me llevase la contraria,
y eso era justo lo que ella hacía, con irritante frecuencia, además. Sabía que
después de lo que pasó con mi hermana estaba muy susceptible y la
entendía, pero quería que entendiera que me importaba, que quería
mantenerla en mi vida y que tendía que conocer a mi familia tarde o
temprano.
Habíamos hablado todas las mañanas para organizar mi agenda e
informarme de todas las cosas urgentes que debía encargarme, aun estando
fuera, y maldije porque no se me ocurriera llevarla conmigo a Roma.
Aún recordaba nuestro viaje a París y si la hubiese tenido conmigo esa
semana, podríamos haber hablado y solucionado el maldito problema.
Había esperado a que me dijese algo y al ver que en nuestras llamadas
de trabajo mantenía un terco silencio sobre el problema, decidí hacer lo
mismo y limitar mis llamadas a temas laborales, con lo que me estaba
jodiendo hacerlo. Pero se suponía que el ofendido era yo e iba a tener que
aprender a ceder más a menudo si quería solucionar nuestros pequeños
encontronazos.
¡Qué cabezota era esa mujer!
¡Y a mí me tenía totalmente enganchado de las pelotas! ¡Cuanto más lo
pensaba, más me gustaba esa mujer! ¡Rebelde, terca y fiera como una
guerrera medieval!
Me había extrañado recibir el jueves un wasap de Magda avisándome de
que se encontraba enferma, y me había estado debatiendo todo el día si
llamarla o no.
Al final, cuando lo hice, ya de noche, me encontré su teléfono apagado
y no sabía por qué, pero empecé a preocuparme.
El viernes por la mañana también estuvo apagado y supuse que seguía
enferma, así que no quise molestarla con la llamada de trabajo que
hacíamos todas las mañanas desde la empresa. Sabía que no tenía nada
nuevo que hacer, así que decidí acabar en Roma y coger un avión para
volver a casa esa noche en vez de al día siguiente.
No se me quitaba de la cabeza que algo estaba pasando con ella para
tener ese malestar repentino que la tenía fuera de circulación.
Antes de embarcar llamé a recursos humanos y me informaron de que
estaba con jaqueca desde la tarde anterior.
Volví a llamarla preocupado, y su teléfono volvía a estar apagado o
fuera de cobertura.
¡Mierda!
Llamé a Magda y tampoco me lo cogió, y ya comenzaba a preocuparme
de verdad… Tanto, que en cuanto el avión aterrizó, decidí ir a su casa
directamente. Solo eran las diez de la noche, así que esperaba pillarla
despierta y si seguía sin encontrarse bien, me quedaría en su casa con ella.
O la llevaba al médico si hacía falta.
¡Dios, cuánto la había echado de menos!
Tenía suerte de que una chica estuviese saliendo cuando llegué al portal,
porque pude entrar sin llamar al portero, así le daría una sorpresa.
Llamé al timbre y sentí una rara energía…, como una premonición, me
quedé totalmente a cuadros cuando un tipo más o menos de mi edad, rubio,
con vaqueros y sudadera y con cara seria, me abrió la puerta y me miró con
curiosidad.
¿Y ese quién coño era? ¿Su hermano?
El tío me estudió en silencio y su gesto se endureció al instante, pareció
que no le gusté demasiado y el sentimiento fue mutuo.
—Pregunto por Candela —le dije muy serio. No sabía quién coño era
ese tipo, pero una sensación muy rara me retorcía las tripas y no quería
pensar que podían ser celos.
¿Se había llevado a un tío de los que se ligaba por ahí a su casa,
aprovechando que yo no estaba? ¿De verdad? ¿Y yo no tenía nada que decir
sobre eso?
—¿Y tú quién eres?
¿De verdad iba a ser así?
Noté cómo mi mala leche subía hasta límites de querer entrar y partirle
la cara al rubito de un puñetazo. ¿Y ella dónde coño estaba?
—Soy su novio —le ladré molesto, entrando en el piso dándole un
empujón para poder pasar—. ¿Y tú quién coño eres?
—Soy Julio —contestó, recorriéndome con la mirada de nuevo, como si
antes no me hubiese visto bien. Me obligué a respirar hondo para intentar
calmar mi mal humor—, su exnovio.
Abrí los ojos por la sorpresa al conocerlo. ¿Desde cuándo se estaba
viendo de nuevo con ese gilipollas? ¿y por qué coño yo no sabía nada de
eso?
—¿Qué coño haces aquí? —le solté cogiéndolo por el frontal de la
sudadera y acercándomelo a la cara peligrosamente. Mis deseos de
golpearlo al recordar lo que tuvo los santos cojones de hacerle, aumentó
unos grados más—. ¿Acaso no la jodiste ya bastante?
Julio me miró sorprendido por mi arrebato y pude ver miedo en sus
ojos…
«Eso es, témeme porque no tienes ni idea de lo que soy capaz de hacerte
por hijo de puta».
—¿Dónde está Candela?
—Está enferma —me dijo en voz baja, y miró hacia la habitación.
Seguí su mirada yo también y al ver la puerta cerrada volví mis ojos
furiosos hacia él de nuevo. Él se intentó soltar de mis manos, que aún le
sujetaban la ropa con fuerza.
—Cómo le hayas echo daño…
No me dejó terminar de hablar.
—Tiene un ataque de jaqueca, y de los malos —me dijo cuando lo solté
de malas ganas—. La encontré en la puerta cuando vine a hablar con ella.
Solo la ayudé a que se acostara y le di las pastillas que sé que toma desde
hace tiempo.
No sabía si creerle, así que decidí asomarme a la puerta de la habitación.
La abrí para verla profundamente dormida. El nudo de mis tripas se aflojó
un poco.
—No quería irme porque a veces le duran un par de días y no quería
dejarla sola. Si te vas a quedar aquí me voy más tranquilo. Tiene que
tomarse las pastillas de nuevo a las nueve de la mañana e intenta que coma
algo, porque hoy sé que no ha comido nada.
Entró en la cocina un segundo y luego volvió a salir.
—Te las he dejado sobre la encimera para que sepas cuáles son.
Que él supiera esas cosas y yo no, me ponía de más mala leche. Aunque
tenía que agradecerle que se preocupase y no la dejase sola.
—Lárgate —le dije sin querer apartar mis ojos de ella.
—Dile que volveré otro día.
Lo miré intentando averiguar lo que se podía traer entre manos para
volver a acercarse a Candela, porque sabía que desde que pasó lo de su
boda no había vuelto a saber de él.
—Si te acercas de nuevo y le vuelves a hacer daño, acabaré contigo. ¿Te
has enterado?
Me sostuvo la mirada con valentía.
—No te tengo miedo. He venido a hablar con ella y tú no vas a
impedírmelo.
—Si se negara a hablar contigo vas a respetar sus deseos y a dejarla en
paz. ¿Estamos?
Se quedó mirándome desde la puerta y no me contestó.
—Lo de no tenerme miedo, deberías replanteártelo. No vuelvas por aquí
si ella no quiere volver a verte.
—Ya veremos.
Se largó cerrando la puerta con cuidado de no hacer ruido. No tuve más
que agradecerle el detalle.
Que hubiera estado en su piso, desde no sabía qué hora, teniendo libre
acceso a Candela y a sus cosas, me dejaba muy mal sabor de boca.
Decidí apagarlo todo y meterme en la cama con ella. No iba a dejarla
sola, de hecho, solo quería quedarme allí y mirarla descansar. Su rostro
dormido estaba relajado y solo deseaba que ese dolor tan intenso que
parecía tener, por la tarde se le hubiese aliviado.
Cogí ropa interior limpia de mi maleta, que me la había subido por si
me quedaba en su casa el resto del fin de semana, mira tú por donde, y me
metí en el baño para darme una ducha y poder acostarme ya.
La abracé acercándola un poco más a mi cuerpo con cuidado de no
despertarla, y antes de poder pensar otra vez sobre lo que Julio podía querer
de ella, me quedé dormido.
CAPÍTULO 38

CANDELA

Sentí que alguien me estaba despertando con suavidad. Abrí los ojos con
cuidado y comprobé que el cuarto seguía estando en penumbra, al parecer
habían bajado las persianas, ¡gracias a Dios! Busqué a quien fuera que
estuviese conmigo y de repente me acordé de que Julio estaba en la puerta
de casa cuando llegué con el peor ataque de jaqueca que me había dado
últimamente.
Me seguía doliendo la cabeza, por suerte no tanto como el día anterior y
miré sorprendida a Dimas, que me había traído un enorme vaso de zumo de
naranja y croissants recién hechos que olían de maravilla.
—Tienes que tomarte las pastillas y comer algo.
—¿Qué haces aquí? ¿Cómo has entrado en mi casa? —Miré la puerta
abierta como si pudiese ver a alguien más y averiguar cómo había entrado.
—Tu amigo me abrió la puerta anoche.
Podía notar en su voz y en sus gestos que estaba molesto, pero no quería
tener esa conversación con él.
Me quedé mirándolo sin decirle nada y parecía que se apiadó de mí,
supuse que seguía teniendo mala cara porque él cambió su expresión.
—Desayuna un poco, anda.
—No tengo hambre.
—¿Y tu cabeza?
—Aún me duele.
Me tomé las pastillas con el zumo y me pensé si podría comerme el
dulce sin vomitarlo.
No quería pararme a pensar en que Dimas estaba en ropa interior y
parecía que había estado durmiendo conmigo.
—¿Has estado conmigo toda la noche?
Asintió y me acercó el croissant para tentarme.
—¿Crees que puedes comer un poco? Creo que ayer no comiste nada.
Él se bebió también un zumo de naranja que tenía y le dio un gran
mordisco a su croissant. Envidié que tuviese ese apetito en aquel momento.
—Aún tengo un poco de nauseas, creo que prefiero dormir otro rato.
¿De dónde has sacado el desayuno?
—Uno tiene sus recursos. —Me sonrió pícaro.
Yo también sonreí. No podía estar más contenta de despertar con él a mi
lado.
Dimas me tapó y se quedó sentado en su lado de la cama, mirándome
con atención.
—¿Vas a contarme qué ha pasado? El jueves me enteré de que estabas
enferma y como no pude contactar contigo ni jueves ni viernes, adelanté el
viaje. Me abrió Julio cuando llamé a la puerta y me dijo lo que pasaba y qué
medicación debía darte cuando despertaras esta mañana. Me acosté contigo,
porque de ninguna manera iba a dejar que te quedaras sola estando enferma.
Yo asentí con la cabeza y pude notar cómo el sueño provocado por las
pastillas volvía irreal todo lo que había a mi alrededor.
—Cuando te encuentres mejor hablaremos de tu ex —sentenció.
—Vale.
Me dormí de inmediato dejando una conversación pendiente.
Y desperté un rato más tarde. Mi dolor de cabeza había desaparecido
por completo y me desperecé agradeciendo por fin no tener ningún dolor.
Recordaba haber visto a Dimas por la mañana desayunando conmigo y
al estar el cuarto a oscuras me pregunté si no lo habría soñado.
Sabía que era un hombre atento y cariñoso, a veces. Y sabía que, si
estaba, y si fue Julio quien le abrió la puerta, iba a tener muchas preguntas
que hacerme y yo no tenía ningunas ganas de contestarle ninguna.
Porque no tenía ninguna respuesta para mis propias preguntas.
Me levanté, abrí la persiana del cuarto y comprobé que fuera estaba
lloviendo.
¡Genial!
Me metí en el baño para darme una ducha y segundos más tarde oí que
llamaban a la puerta con suavidad.
—Pasa.
Me estaba desnudando porque aún llevaba la ropa del día anterior, y el
botón de mis vaqueros ajustados me estaba haciendo polvo la barriga.
Dimas asomó la cabeza por la puerta y me recorrió el cuerpo con sus
ojos claros, parándose en mi rostro, intentando averiguar si seguía teniendo
dolor.
—¿Estás mejor? Tienes mejor cara. —Me sonrió aliviado y le devolví la
sonrisa.
—Ya no me duele la cabeza.
—Bien. —Entró en el baño y me sujetó la cara para darme un suave
beso en los labios—. ¿Tienes hambre?
Asentí en silencio y él volvió a sonreír.
—Es la hora de comer —Miró su reloj de pulsera—, pediré que nos
traigan la comida mientras te duchas, ¿vale?
—Perfecto.
Antes de que saliese por la puerta volví a llamarlo.
—Dimas…, gracias.

Cuando salí de la ducha había cuencos con sopa de pollo que habían llenado
el salón de un olor delicioso. Él estaba terminando de poner la mesa y de
sacar de la bolsa del restaurante los platos que había pedido. Había también
pasta y ensalada. Vi en el sillón su portátil abierto y supuse que había estado
trabajando desde mi casa.
—¿Has estado aquí toda la mañana?
Me sorprendí mucho con la noticia, porque no me lo esperaba. Al
parecer estaba en mi casa desde que llegó de Roma el día anterior, que no
sabía a qué hora fue, pero tenía que estar Julio para poder abrirle la puerta.
—Claro, no iba a dejarte sola sin saber si te encontrarías mejor al
despertar o no. Tenía pensado llevarte al médico si no estuvieses aquí
levantada y con ganas de comer algo.
Me acerqué a él y lo abracé. Obligándolo a dejar en la mesa el cuenco
que tenía en las manos y me abrazó con fuerza. Yo me acomodé bajo su
barbilla y olí su olor corporal que tanto me gustaba, a perfume caro y a él,
inhalé con fuerza como si pudiese así robarle un poco de su esencia para
quedármela y olerla cuando la necesitase. Yo no era una mujer cariñosa. No
estaba acostumbrada a dar abrazos y casi nunca besaba a nadie de forma
voluntaria. Pero en ese momento deseé abrazarlo con fuerza para
agradecerle sin palabras todo lo que estaba haciendo por mí.
—No tenías que hacerlo.
—Estaba preocupado por ti —reconoció en voz baja, y me besó la
coronilla con cariño. Si estaba sorprendido por mis muestras de afecto, no
lo demostró—. Ahora ponte a comer y cuéntame por qué me voy cinco días
y cuando vuelvo me encuentro a tu exnovio en tu casa, cuidando de ti, de
unos males que ni siquiera sabía que tenías. ¿Qué está pasando?
Me senté a comer y él se sentó junto a mí. Me puse a tomarme la sopa,
que me encantaba, así, caliente y cremosa. No tenía ni idea de dónde la
había pedido, pero quería saber dónde la había comprado.
Cuando vio que no le contestaba se me quedó mirando con curiosidad.
—¿Candela? ¿No vas a contestarme?
Suspiré y recorrí su rostro preocupado con mis ojos verdes.
¿De verdad estaba preocupado por mí?
—No sé qué es lo que quiere de mí.
—¿En serio?
Por su manera de mirarme supe que no me creía y suspiré fastidiada. De
verdad que no quería profundizar en eso todavía. Empecé a rascarme el
antebrazo, que no recordaba tener tan hecho polvo hasta que se me escapó
un gesto de dolor. Dimas me tomó la mano y me subió la manga de la
camiseta de estar por casa que me había puesto. Su rostro se volvió serio al
ver el antebrazo lleno de verdugones de no haber dejado de rascármelo en
varios días.
—Candela, dime qué es lo que está pasando para que tengas los brazos
así, por favor.
—No sé lo que quiere —repetí en voz baja, avergonzada, y cuando vi
que seguía sin creerme añadí—: Empezó a llamarme el jueves por la
mañana y como no quiero saber nada de él apagué el teléfono. Aún sigue
apagado —le aclaré para que supiera que ni le mentía ni le estaba ocultando
nada—. Me lo encontré en la puerta del apartamento el viernes a media
tarde, cuando me vine de la oficina con jaqueca y no sé nada más. No he
hablado con él —añadí mirándolo con sinceridad, faltó el «todavía»—. Y si
fuese posible no hablaría con él nunca más.
—No tienes que hacerlo si no quieres.
Me pasó los dedos por las heridas de mi antebrazo con cuidado de no
hacerme daño.
—Hablaré con él si hace falta para que no vuelva a acercarse a ti, si te
duele tanto enfrentarlo como para llegar a hacerte esto.
No me extrañó que él me entendiera tan bien. Lo miro unos segundos y
solté la cuchara, ya se me había quitado el hambre que tenía.
—Después de verlo el otro día en mi casa, ayudándome, creo que lo
mínimo que puedo hacer por él es escucharlo. Ya no me duele verle. —Me
obligué a pensar que era verdad—. Creo que ya no tiene ningún tipo de
poder sobre mí.
Dimas no parecía muy convencido. Comenzó a comer, aunque veía que
me observaba de refilón.
—De todos modos, hablaré con él.
¿Él por qué?
—No creo…
—De todos modos, hablaré con él —repitió. No me dejó acabar de
quejarme—, para que sepa que debe tener cuidado con lo que te diga. Y que
lo aplastaré sin ningún tipo de remordimiento si intenta hacerte daño de
algún modo.
—Sé defenderme sola, ¿sabes?
No me dijo nada, solo señaló con la mirada mi antebrazo y tuve que
callarme porque tenía razón respecto a lo mucho que me afectaba todavía.
—De todos modos, hablaré con él.
Seguimos comiendo en silencio y cuando estábamos con el postre le
sonó el teléfono, que había dejado en el sillón. Suspiró antes de cogerlo, por
lo que la llamada no debía llegar en buen momento, de quien quiera que
fuese.
—¿Mamá? ¡Hola! Sí estoy bien, llegué anoche de Roma. —La
escuchaba con atención—. No lo sé. Candela ha estado unos días con un
fuerte ataque de jaqueca y no sé si mañana se encontrará bien para ir a la
comida. ¿Si estoy con ella ahora? —Me miró con curiosidad—. Sí, no he
querido dejarla sola y estoy en su casa desde ayer. ¿Ahora? ¡Claro! ¡Espera,
que te la paso!
Me dio el teléfono pidiéndome disculpas en silencio por lo que fuera
que su madre me quisiera decir. No me quedó otra que cogerlo. Ya le
cortaría las pelotas más tarde.
—¿Diga?
—¿Candela? Hola, soy Silvia, la madre de Dimas.
—Hola, Silvia, encantada. —¿Qué más podía decirle?
¿A qué venía todo eso?
—¿Te encuentras mejor? Dimas me ha dicho que has estado con
jaqueca y sé lo mal que se puede pasar.
—Estoy mejor, gracias por preguntar. —Miré a Dimas preguntándole a
qué venía todo eso, y él solo me indicó con la mano que hablase con ella.
—Bien, si estás mejor, mañana es el cumpleaños de su padre y
estaremos encantados de que vengáis a comer con nosotros. Será solo una
reunión de amigos y me encantaría de corazón que lo acompañaras.
¿Qué podía decir? Era tan amable que no podía negarme, aunque
presintiera que podía ser un gran fracaso.
—No sé cómo me encontraré mañana, aún no estoy del todo recuperada.
—Lo sé, y no nos importará que os paséis a comer y os marchéis en
cuanto quieras, si no te encuentras bien, de verdad. Pero nos encantaría que
paséis el día aquí con nosotros. Vemos tan poco a Dimas…
¡Y yo era la culpable de entretenerlo los fines de semana!
—Bien, no le prometo nada, lo intentaré, y si no, Dimas no se lo
perderá, le doy mi palabra de que asistirá a la comida mañana.
—Sí, sé que el vendrá, pero nos encantará que lo acompañes, ¿vale? No
te entretengo más. Nos vemos mañana.
Le pasé el teléfono a Dimas sabiendo de quién había heredado esa
personalidad arrolladora a la que no se le podía decir que no.
Cuando colgó me miró con suspicacia, intentando averiguar por mi cara
el humor que tenía y tuve que reconocer que no tenía sentido alargarlo más.
No podía con más frentes abiertos en ese momento.
—Si es un maldito desastre, te mataré.
Soltó una carcajada, feliz y me besó en el pelo. Anda que se preocupó
por mi amenaza, la Virgen.
—Saldrá todo genial, ya verás.
Durante la mañana del domingo no dejaba de rondarme la idea de que era
todo muy precipitado. Convencí a Dimas de que me encontraba mejor, y era
verdad, se fue a su casa a deshacer la maleta con la ropa del viaje a Roma,
ya que ni siquiera se había pasado por ahí cuando volvió.
Yo estaba cansada, como si la jaqueca me hubiese robado toda la
energía, así que preferí quedarme en casa el resto del fin de semana en vez
de irme a la de Dimas, que era lo que quería que hiciera.
Como me negué en redondo, porque de verdad necesitaba quedarme
sola y recuperarme a mi propio ritmo, que solía ser lento después de un
ataque tan intenso como el que me había dado, y que hacía tiempo que no
me daba, Dimas se marchó quedando en venir a recogerme a mi
apartamento al día siguiente sobre las doce del mediodía.
Del regalo a su padre me prometió encargarse él, que sinceramente creía
que era lo mínimo que tenía que hacer, ya que era su padre. Si hubiese sido
al revés, yo me hubiese encargado del regalo de la mía.
El caso es que en ningún momento se me quitó la idea de la cabeza de
que algo iba a pasar en esa reunión del domingo.
Pero como todo el mundo se empeñaba en que fuese como una
integrante más de la familia…, pues no iba a hacerles el feo.
No nos podíamos imaginar el desastre que se avecinaba y que cambiaría
mi vida por completo.
CAPÍTULO 39

CANDELA

No tenía idea de qué se ponían los pijos para celebrar un cumpleaños,


aunque fuese en su casa.
Conocía a Dimas lo suficiente para saber que, si le preguntaba por algo
así, solo me miraría con esa mirada condescendiente y esa ceja enarcada tan
típica de su expresión: «¿de verdad me estás preguntando eso?»
Me arriesgué poniéndome un vestido suelto de color granate por encima
de las rodillas y botas altas, que era lo suficientemente elegante para
ponérmelo en cualquier evento. Ya fuera de negocios, salir de cena con las
amigas… Menos para ir a una boda o a la playa, valía para todo lo demás.
Dimas llegó tan puntual como siempre y la mirada apreciativa que me
dirigió me hizo ganar confianza en mí misma.
Él llevaba vaqueros oscuros, camisa blanca y americana, e iba tan
elegante como solía ir siempre. Su pelo cobrizo brillaba bajo la luz del sol,
y su barba del mismo color se veía cuidada y limpia. Estaba tan guapo que
no pude resistirme en ir a darle un sabroso beso en la boca antes de
montarme en el coche para marcharnos.
Él no perdió oportunidad de abrazarme más fuerte y responderme al
beso con ganas.
—¿Y esto?
Sus ojos de mirada lasciva me indicaron que le había gustado que lo
sorprendiera así. Creo que era de los pocos besos espontáneos que le daba
desde que estábamos saliendo. Siempre respondía a sus besos o se los daba
como preliminares del sexo, y era de las pocas veces que me apetecía
besarlo así, sin venir a cuento, por el mero hecho de poder besarlo y decirle
lo guapo que estaba, y lo excitada que me ponía cuando lo miraba.
—Estás tan guapo que no he podido contenerme. Te he extrañado
mucho esta semana.
Su sonrisa se alargó un poco más y me miró con cariño.
—Bueno, intentaremos volver pronto para que no tengas que extrañar
mis besos más tiempo.
Me subí en el lugar del copiloto, él me cerró la puerta y se montó en su
sitio.
—¿Qué le has comprado?
—Aunque mi madre lo odia, a él le gusta fumar en pipa, y aunque sé
que no debería, le he regalado una que me dijo hace un tiempo que se
quería comprar.
—¿Te has dado cuenta de que no sé nada de tu familia?
Me miró unos segundos antes de volver a mirar el tráfico de Madrid de
un domingo a mediodía.
—Mi padre fundó la empresa con Justin, el padre de Tania, hace
muchos años, eran amigos desde la universidad y se animaron a montar una
constructora juntos, los dos eran arquitectos y han sido grandes
trabajadores. Ambos se jubilaron hace tres años, que fue cuando me puse al
frente. Justin solo tiene una hija y Tania prefiere dedicarse a la moda,
aunque en teoría tiene la mitad de las acciones de la empresa, justo como
yo. A mi hermana le compré su parte de la empresa el año pasado, que
quiso montarse por su cuenta un salón de belleza. Y mi madre es médica
jubilada también. A ambos les encanta viajar y yo aprovecho para verlos en
contadas ocasiones que vienen a descansar un poco entre viaje y viaje.
Lo escuchaba absorta. Él tenía esa voz ronca, tan sexi, y a mí me
encantaba oírle hablar. No tenía pudor alguno en quedarme mirándolo
embobada. Él conseguía que sus llamadas telefónicas fuesen el mejor
momento del día, aunque no fueran para tener sexo telefónico.

La comida no fue como esperaba. Me recibieron con miradas cálidas, besos


educados y mucha curiosidad.
Agradecí que nadie dijese una palabra hasta que después de comer. Para
la hora del café apareció Tania con sus padres, que al fin y al cabo eran
amigos y socios desde hacía muchos años, y aunque habían tenido una
comida ineludible, palabras textuales de ellos, no habían querido perderse
su sesenta y ocho cumpleaños.
Ellos, cuando Dimas me presentó, no disimularon sus malas caras. Al
fin y al cabo, le había quitado a su hija el novio que querían para ella y al
que pensaban que tenía más que atado desde hacía muchos años.
—Fíjate que no me creo que Dimas me haya sustituido por una mujer
como tú.
Ahí estaba lo que yo había estado temiendo todo el tiempo. Que alguno
olvidara su educación y estuviese dispuesto a montar una escena, después
de todo.
No quise entrarle al trapo.
—No eres más que su secretaría —me soltó con una fingida sonrisa—.
Ya tienes que chuparla bien para que se haya dignado a salir contigo.
—¡Tania, por Dios bendito!
Marisa, su madre, parecía realmente abochornada. Sus mejillas
sonrosadas, y no por el colorete, lo demostraban.
—¡Discúlpate ahora mismo! —exigió su padre furioso.
—No hace falta, de verdad.
No quería montar una escena. Ya conocía su carácter y lo que ella
pensaba de mí, así que sus palabras no me extrañaban. Por muy inoportuno
que hubiese sido el momento de decirme lo que pensaba de mí.
—Escucha, Tania, no estás siendo justa con ella y lo sabes.
Que Dimas mostrase su enfado por sus palabras sí me extrañó. La miró
con tanta furia en su rostro, y yo sabía lo que era verlo enfadado, que me
extrañó que ella no se amilanara ante él.
—Si ella no hubiese aparecido no habrías roto conmigo —le gritó
enfadada, perdiendo por completo los papeles—. Todo iba genial entre
nosotros hasta que apareció ella.
—Eso no es cierto, y lo sabes. Lo nuestro, como tú lo llamas, hace
muchos años que terminó, solo estábamos siguiendo un papel, aunque te
niegues a recordarlo.
—Pero yo te quiero.
¡Mal asunto! La entendía perfectamente, pero su mirada de odio me
asustaba.
¡Esa chica no estaba bien!
Nadie en su sano juicio se pone en evidencia delante de tanta gente,
incluidos sus padres.
—Tania, no vuelvas con eso otra vez, ya lo hemos hablado mil veces.
Dimas intentaba tener paciencia con ella, pero no iba a darse por
vencida con facilidad.
—¿Qué tengo que hacer para que vuelvas conmigo?
—¡Tania, ya basta!
Su padre la sujetó para que se alejara de él, pues se había acercado y lo
cogió por las solapas de la chaqueta para poder mirarlo a la cara y ver su
reacción ante sus palabras.
—No voy a darme por vencida. Lo sabes, ¿verdad?
—Dimas…
No necesité decirle nada más. Se levantó y yo lo imité con rapidez.
Quería salir de allí y no haber visto ni oído lo que ella le había dicho. Es
muy difícil oír que otra mujer dice amar a tu novio.
—Nos vamos, mamá.
Sus padres, aún sorprendidos por cómo había terminado la velada, se
levantaron y nos acompañaron a la puerta.
—Nosotros también nos vamos —anunció Justin, saliendo
apresuradamente delante de nosotros, llevando a su hija con ellos casi a
rastras—, siento mucho el espectáculo.
—No te preocupes. —su madre, aún con cara de no entender nada, los
disculpó y los vio marcharse con rapidez.
—Siento mucho todo esto —me dijo cuando me dio dos besos para
despedirme.
—No sabíamos que iba a venir con ellos —dijo su padre con tono triste
—, espero que volváis pronto por aquí.
Le dio un beso a su hijo y nos montamos en el coche sin decir palabra.
No iba a decirle «te lo dije», porque no era justo, Tania no era un
miembro de su familia.
—Siento mucho lo que se ha formado, Candela.
Me cogió una mano, mirándome unos segundos antes de volver a mirar
la carretera.
—No ha sido culpa tuya.
Y era verdad, no era culpa suya que las mujeres se engancharan tanto a
él.
—¿Quieres venir un rato a mi casa?
Lo miré unos segundos y luego miré nuestra mano unida, que aún no
me había soltado. No me apetecía irme a casa y darle una y mil vueltas a lo
que había pasado esa tarde.
—Tengo que darte todos los besos que no te he dado esta semana,
¿recuerdas?
Cuando se llevó mi mano, la que aún me tenía cogida, a los labios, supe
que entre sus brazos era sin duda el mejor sitio para acabar esa tarde.
—De acuerdo, son muchos besos los que he echado de menos.
Su sonrisa torcida, esa de perdonavidas que me resultaba tan sexi,
prometiéndome sexo sin límites, me derritió un poquito más.
Casi no llegamos a su casa.
Nos comenzamos a besar en el coche, en cuanto la puerta del garaje se
cerró tras nosotros. Nos lanzamos a besarnos como si hiciese años que no
nos veíamos.
Enlacé mi lengua a la suya y comencé a acariciarlo por encima de la
camisa blanca que llevaba, anhelando tocar su cuerpo perfecto debajo de la
ropa.
Me aprisionó en el asiento del coche, besándome el cuello y lamiéndolo
con impaciencia. Cuando intenté desabrocharle los botones de los vaqueros
gimió bajo mi boca en voz alta, como si sufriera.
—Aquí no puedo moverme, joder.
Intentó tumbar el asiento para tener más maniobra sobre mi cuerpo y se
chocó con la palanca de cambios, maldiciendo frustrado.
Yo me reí divertida.
—Salgamos y deja que te folle en casa, hay mil rincones donde quiero
follarte con más comodidad que aquí.
Se separó de mí y salió del coche con rapidez.
Yo cogí aire intentando calmarme, mis piernas temblaban de excitación
y estaba tan impaciente y cachonda como él.
—Vamos dentro.
Abrió la puerta y me tomó de la mano para ayudarme a salir del coche.
Emprendió un paso rápido, casi corriendo, que me hizo reír divertida,
parecíamos dos adolescentes en nuestra primera vez.
Me lanzó contra la puerta de la entrada en cuando entramos al salón y
me levantó el vestido buscando mi sexo bajo la ropa interior. Metió un dedo
bajo mis bragas mientras se lanzaba a mi boca de nuevo sin darme un
respiro.
Yo intenté desabrocharle los vaqueros, y me encontré un botón tras otro.
—¿Qué te has puesto que no encuentro más que botones? —solté en
cuanto pude coger aire para respirar.
Dimas río bajito y me levantó una pierna para tener mejor acceso a mi
sexo.
—Voy a follarte contra esta puerta hasta que me grites piedad.
—Jamás pido piedad en el sexo, ya deberías saberlo.
Le mordí un hombro y él volvió a gemir bajándose los pantalones con
impaciencia.
—Bien.
Fue lo único que me dijo antes de bajarme el tanga que llevaba.
Su teléfono comenzó a sonar en ese momento, aunque ninguno de los
dos le hizo demasiado caso, entretenidos como estábamos en arrancarnos la
ropa.
Se coló en mi interior de una estocada y gemí al sentirlo tan adentro,
palpitante, duro y caliente.
—¡Oh, sí! No pares —supliqué aferrándome a sus hombros.
Me alzó en el aire y yo enrosqué mis piernas a su cintura mientras
comenzaba a bombear dentro de mí con fuerza.
Su teléfono volvió a sonar de nuevo.
—¡Mierda!
—Qué inoportunos, no pares —le pedí frustrada porque se había
quedado quieto dentro de mí.
—Me llaman de mi casa —dijo extrañado.
Hacía apenas media hora que habíamos vuelto.
Debía conocer el tono que le había puesto al teléfono cuando lo
llamaban de su casa.
—¿No puedes llamarlos luego?
Lo había echado tanto de menos que sabía que me correría casi de
inmediato si seguía follándome en esa postura.
El teléfono paró de sonar y él decidió seguir a lo nuestro.
—Esta noche voy a comprobar cuantas veces soy capaz de hacer que te
corras.
Comenzó a moverse de nuevo dentro de mí, esta vez con suavidad,
dentro, fuera, dentro fuera. Tan lento que parecía una tortura.
El teléfono comenzó a sonar de nuevo.
Dimas apoyó la cabeza sobre la mía suspirando frustrado.
—Esto ya no es normal, debo cogerlo.
Salió de mí para buscar en el bolsillo de sus vaqueros, que tenía aún en
los tobillos, y se alejó unos pasos subiéndose los pantalones.
¡Adiós a mi tarde de sexo!
—Papá, ¿qué ocurre?
La tensión de su cuerpo de inmediato me indicó que sí había pasado
algo.
—¿Dónde estáis? Voy para allá.
No supe descifrar su mirada en ese momento, pero sus gestos me
indicaban que lo que fuera que pasaba era grave.
—Vístete, tengo que irme.
Me subí las bragas, que era lo único que me había quitado, y lo miré
vestirse con rapidez. Su cara concentrada mientras pensaba, vete tú a saber
qué, me preocupó.
—¿Qué ha pasado?
Lo acompañé fuera de la casa con rapidez y me asustó de verdad que no
me lo contara.
—Una emergencia. —Fue lo único que me dijo mientras conducía con
rapidez para llevarme a mi casa
—Dimas.
No me contestó, de hecho, ni siquiera me miró cuando lo llamé.
¿Qué coño había pasado?
—Dimas, ¿no vas a contármelo?
Mi tono preocupado no pareció importarle porque siguió conduciendo
en silencio con cara preocupada.
—Dimas, por favor, me estás preocupando.
Me miró con tanto dolor en sus ojos que supe que fuera lo que fuera, era
lo suficientemente importante como para alejarlo de mí.
—Te llamaré en cuanto pueda.
Eso fue todo lo que me dijo cuando me dejó delante de la puerta de mi
casa.
Vi el coche alejarse con un dolor en mi corazón que me supo a
despedida.
CAPÍTULO 40

CANDELA

No me llamó esa tarde ni me cogió el teléfono cuando intenté llamarlo. A


las doce de la noche, cuando me fui a dormir, seguía sin saber nada de él.
Por la mañana me fui a trabajar esperando poder verlo en la oficina y
enterarme de una vez de lo que había pasado.
No fue a trabajar en todo el día y su teléfono estaba apagado o fuera de
cobertura.
Comencé a preocuparme de verdad.
Jamás había faltado al trabajo por ningún motivo, así que supe que algo
gordo había pasado. Posiblemente a su familia. Después de la impresión
que se llevaron sus padres por lo sucedido con Tania, no me extrañaba
demasiado que les hubiese sucedido algo, quizás un infarto a su padre o a su
madre, pero es no explicaba que no me cogiese el maldito teléfono.
Por la tarde estaba poniéndome histérica.
Magda también lo había llamado por temas laborales durante el día y
tampoco le había cogido el teléfono.
—Seguramente se haya encontrado algún amigo de la universidad y se
haya ido de borrachera —intentó justificar ella al verme tan preocupada—.
Vale, sé que es totalmente improbable siendo Dimas, pero seguro que hay
una explicación lógica.
Con esa idea en la cabeza me fui a dormir el lunes.
El martes tampoco apareció ni cogió el teléfono ni contestó a ningún
mensaje de ninguno de los que intentamos ponernos en contacto con él.
—A lo mejor le han robado el puñetero móvil, o lo ha abducido un
extraterrestre, o algo, ¡yo qué sé!
En ese caso era Antonella la que había colgado el teléfono el miércoles
a mediodía, cuando tampoco le había cogido el teléfono a ella.
—Debe haber una explicación lógica a todo esto.
Entró Lucas en el restaurante donde había quedado para comer con
nosotras y traía un periódico en la mano. Su manera de mirarme me indicó
que algo sabía que no me iba a gustar.
—¿Y a ti que te pasa que traes esta cara? —le preguntó Antonella
curiosa.
Él se sentó en la silla que quedaba vacía en nuestra mesa y puso la
revista encima de la mesa mirándome con pesar.
—Lo siento, Candela, pero no tengo otra manera de decírtelo.
—¿Decirme el qué?
Se me heló la sangre cuando leí el titular de la revista de corazón.

¡¡EL SOLTERO DE ORO SE CASA!!

Hoy nos han dado la gran noticia de que el empresario del año, Dimas
García Valdecasas San Martín, se casa con la que ha sido su novia de toda
la vida: Tania Suárez Villaescusa. La ceremonia se celebrará el próximo
mes según nos lo han indicado la feliz pareja esta misma mañana.

Había una foto de ellos dos posando para la revista muy sonrientes.
—¡No es verdad!
Fue lo único que pude decir sin apartar los ojos de la revista.
—¡Qué hijo de puta, por eso no coge el teléfono en toda la semana! —
soltó Antonella alucinada, mientras cogía la revista para leer el artículo al
completo.
—Debe haber una explicación para eso, ¿verdad? —Era todo tan
surrealista que me pellizqué por si estaba soñando poder despertar.
Lucas me miró de nuevo sin poder ocultar la preocupación en sus ojos.
—No es verdad —repetí sin poder creerme la noticia, cuando el pellizco
me dolió y recordé oír en algún sitio que cuando estás dormido, en tus
sueños no sientes dolor, supe que no podía seguir engañándome más. Esa
era la realidad me gustase o no.
Dimas iba a casarse con otra.
—Candela… —Magda me cogió la mano para intentar darme fuerzas.
—Si es cierto va a tener que decírmelo a la cara.
Me levanté dispuesta a conseguir las respuestas que necesitaba. Estaba
segura de que tenía que haber una explicación para todo lo que estaba
pasando. Él no la quería. Su relación había sido una farsa desde siempre. Él
me había demostrado por activa y pasiva lo muy interesado que estaba en
mí.
—¿A dónde vas?
Magda intentó detenerme. Me conocía lo suficiente como para saber
que haría lo que hiciese falta para enterarme de lo que estaba pasando.
—Voy a ir a su casa para que me diga a la cara si esta mierda es verdad.
Cogí la revista, arrancándosela a Antonella de las manos, que me miró
molesta. Al parecer estaba muy interesante lo que ponía.
—Voy contigo.
Miré a Magda, que se había levantado para acompañarme.
—No vas a conducir en ese estado —dijo, para que me diese cuenta de
que lo decía en serio.
—Vamos todos contigo.
Antonella y Lucas se levantaron también para acompañarme.
Me daba igual lo que hiciesen, siempre que no me impidiesen ir a por
mis respuestas.
Durante todo el camino no me podía quitar de la cabeza ese maldito
artículo.
¡No podía ser verdad! Las cosas no podían haber cambiado tanto en tan
solo dos días. Había tenido que pasar algo muy gordo y eso era lo que
esperaba que me contara.
Podía sentir las miradas preocupadas de todos sobre mí, sobre todo de
Antonella y Lucas, que iban en el asiento de atrás.
—¡Hay que joderse con la casita!
Todos los del coche se amontonaron en las ventanillas para mirar la
impresionante casa que se vislumbraba tras el seto.
No había caído en que, para poder entrar, tenía que llamar al timbre.
No era un bloque de edificios donde te podías colar al portal y
aporrearle la puerta a alguien hasta que te abría.
Tenía que llamar a la puerta y esperar a que quisiese abrirme para poder
hablar con él.
—¿Te esperamos aquí? —me preguntó Magda al verme salir del coche
y llamar al portero, colocándome bien a la vista para que no tuviese ninguna
duda de que era yo la que llamaba. Además, cogí la revista para poder
enseñarle las huellas del delito y lanzársela a la cara si fuese necesario.
¡No quería creerme que iba a casarse con ella! Pensaba de verdad que lo
nuestro estaba funcionando, y muy bien, de hecho. El dolor que sentía en el
pecho, que apenas me dejaba respirar, me indicaba lo mucho que me iba a
doler si resultaba que era cierto.
¡Por favor, que no sea cierto! ¡No podía ser cierto!
Cuando ya pensaba que no había nadie o que no me pensaba abrir, oí el
pitido de la puerta peatonal al abrirse.
—Pasa.
Miré a mis amigos una última vez para coger valor y respiré hondo
preparándome para lo que fuera que me tuviese preparado.
Empujé la puerta con fuerza y entré cerrándola tras de mí.
Dimas me estaba esperando en la puerta de la casa. Llevaba vaqueros y
camiseta, estaba descalzo como le gustaba estar normalmente y parecía
desaliñado y ojeroso.
No me dio ni pizca de pena, así que me planté ante él y lo miré furiosa.
—No esperaba que vinieras aquí —me soltó con voz ronca y me
recorrió con esos ojos del coñac añejo de arriba abajo, parándose en mi
cara, como si quisiese gravar mis rasgos.
—Y yo no esperaba que fueras tan cobarde de no dar la cara.
Me miró dolido por mis palabras y no pude evitar lanzarle la revista a la
cara, que cazó al vuelo antes de golpearlo y me miró sorprendido.
—Dime que es mentira.
Él miró la revista un segundo y volvió de nuevo sus ojos a mí. El pesar
que vi en ellos me dio la respuesta que me había estado negando reconocer.
—No puedo.
Me tambaleé cuando lo oí, como si el suelo se hubiese movido, pero no
iba a darle el gusto de que viese lo mucho que me dolía.
—¿Cuándo pensabas decírmelo?
Me miró fijamente evaluando mi nivel de enfado. Sus ojos estaban
apagados y tristes, pero yo no era capaz de entender lo que había pasado
para que me cambiase por ella de la noche a la mañana.
—No lo sé —concedió en voz baja, y se pasó las manos por el pelo
despeinándoselo aún más de lo que ya lo tenía—, ha sido una semana de
locos.
—¿Me vas a explicar el por qué?
Debió notar mi tono roto y me maldije por estar a punto de echarme a
llorar.
«¡No merece tus lágrimas!» me dije para intentar hacerme fuerte. «Es
un cabrón desconsiderado y mentiroso que solo te ha utilizado mientras ha
podido antes de casarse con la que siempre ha sido su prometida».
—¿Qué quieres que te diga? Ella ha sido mi novia toda la vida y he
decidido que al fin y al cabo es la mujer a la que quiero.
Lo miré alucinada. Parecía desolado. Su aspecto era desaliñado y él
nunca, nunca iba así. Algo tenía que haber pasado para volver con ella así
de repente. No podía creerme que me hiciera esto.
¿Quererla a ella? Le había explicado hasta la extenuación que no la
quería y que su relación había sido siempre un acuerdo entre los dos. ¿Y
ahora me decía que la quería a ella?
—¡Mientes! Nada que me digas me hará creer eso. Eres un puto cobarde
y un mentiroso que no tiene huevos de decirme la verdad.
Me miró furioso por mis palabras y eso me alegro un poco, quería que
se sintiese tan mal como me estaba sintiendo yo.
—¿Qué quieres que te diga? ¿Que solo me he acercado a ti para
divertirme un rato? —me soltó mirándome con furia, casi con tanta furia
como lo miraba yo—. ¿De verdad pensabas que iba a prometerme con mi
secretaría, Candela? ¿Y ser el hazmerreír de todo el mundo? ¡Solo te he
buscado porque follas de lujo!
Que se riera al soltarme eso fue lo que consiguió romper el autocontrol
que me había impuesto.
No pude ni quise evitarlo. Me acerqué a él y le di el guantazo más fuerte
que había dado a alguien en mi vida, tan fuerte que la mano me dolió
horrores y le volví la cara para atrás.
—Lárgate de mi casa —siseó furioso, y me sujetó la mano cuando
pensaba volver a darle otra, se la mereciera o no—. Ni se te ocurra volver a
golpearme.
—Tendrás mi renuncia irrevocable en tu correo dentro de media hora.
Era lo que esperaba tardar en llegar a mi casa.
Y me fui sin que se dignase a decirme nada más.
Acababa de cerrar de manera definitiva mi relación con Dimas. Por mí
podían irse los dos al infierno y pudrirse en él.
TERCERA PARTE
«BIEN AIME, QUI NÓUBL
“BIEN AMA, QUIEN NUNCA OLVIDA».

Proverbio Francés.
CAPÍTULO 41

CANDELA

Hay gente que cuando tienen un revés en el amor se deprime. Creo que es
lo normal, ¿no? Después de todo, tu vida tiene que seguir sin tener a tu lado
a esa persona que tenías hasta hacía poco, el que se suponía que era la
persona con quien estabas compartiendo tu vida y a la que se suponía que
querías más que a nadie en el mundo.
Yo no.
Yo había entrado en una espiral de rabia y solo deseaba poder golpear
algo repetidas veces…, hasta que me quedara sin energía. A poder ser, la
cara del gilipollas de Dimas otra vez, que el tortazo de hacía varias noches
me había sabido a poco.
Prohibí que me hablaran de él en ningún sitio y bajo ningún concepto. Y
mi cara de mala leche aconsejaba a mis amigos que me hicieran caso.
Quedarme en casa sin hacer nada, solo dar vueltas todo el día como un
animal enjaulado, no era lo más aconsejable. Pero poco más podía hacer.
El tiempo parecía que se había puesto de acuerdo con mi estado de
ánimo y llevaba lloviendo desde la misma noche que hablé con Dimas, por
lo que poder salir para hacer deporte estaba totalmente descartado.
Magda me pidió venirse a mi casa para acompañarme, pero no quería
compañía, deseaba venganza…
No conseguía entender lo que había pasado para ese cambio tan
repentino. Mi orgullo de mujer no soportaba que volvieran a dejarme tirada
por otra mujer. ¿Qué coño pasaba conmigo? ¿De verdad había vuelto con
ella después de insistirme tanto en que comenzásemos una relación normal
y corriente Yo no quería involucrarme sentimentalmente con nadie, pero ahí
estaba de nuevo…
¡No podía entenderlo!
Por más vueltas que le daba al asunto, y mira que le daba vueltas al
cabo del día, no podía entenderlo ni creérmelo.
Me extrañó que Jordi, el de recursos Humanos de la Empresa, me
llamara al día siguiente de mandar mi renuncia para ofrecerme otro puesto
de trabajo en la misma empresa, pero en otro departamento. Por supuesto,
me negué. ¡A orgullo no me ganaba nadie!
Pensé que quizás al gilipollas del jefe le remordía la conciencia de haber
hecho las cosas tan mal conmigo.
¡Que se jodiera a ver si reventaban los dos! Eso era lo que les deseaba
una semana después de haber roto conmigo.
El sábado siguiente sonó mi telefonillo.
Había decidido apagar el teléfono después de que me llamaran de
RRHH, temiendo que Dimas me llamase para decirme cualquier cosa, vete
tú a saber. Como no quería hablar ni ver a nadie, que el teléfono estuviese
apagado era lo mejor que podía hacer. Si pasaba algo realmente urgente,
siempre podían venir a mi casa para avisarme, o mejor que se olvidara todo
el mundo de mí, hasta que fuese capaz de volver a ser persona otra vez.
—¿Quién es?
—Somos nosotras, abre.
Abrí al oír la voz de Magda, aunque no tenía idea de quién era ese
nosotras.
Magda, Antonella y Lucas, entraron con churros y chocolate, todos con
el pelo y parte de la ropa mojados por la lluvia, al parecer habían aparcado
algo lejos de mi casa.
Los besé a los tres, porque de verdad me alegraba de verlos a todos.
—¿Qué es esto?
Miré la comida cuando mis tripas sonaron como si tuviesen vida propia.
Ya no recordaba desde cuándo no hacía una comida en condiciones.
—Tenemos cosas que proponerte, por eso hemos venido todos —me
dijo Antonella ante mi mirada de curiosidad.
Pusimos la comida en la mesa y nos sentamos a comer churros, que me
encantaban.
—Vosotros diréis… ¡Qué ricos! —El primer bocado me supo a gloria.
No hice caso de la mirada que me echó Magda antes de mirar a
Antonella con intención. Tenía claro que, si iban a sacarme el tema de
Dimas, las echaría de mi casa sin contemplaciones. Y Magda sabía que lo
haría sin que me temblara el pulso.
—Cande, ¿desde cuándo no comes?
¡Ya estábamos!
—Desde anoche. —Era mentira, pero ellos no tenían que saberlo.
Levanté la vista y los miré a los tres con detenimiento. Lucas comía en
silencio sin querer entrar al trapo. ¡Chico listo! Y las chicas me miraban con
cara entre lástima y resignación que me dio absolutamente igual.
—¿No teníais algo urgente que decirme?
—Él lo tiene —dijeron las dos a la vez, y miraron a Lucas, que se
chupaba un dedo manchado de chocolate antes de enfrentarse a mi mirada
curiosa y, por qué no decirlo, desconfiada.
—Tú dirás.
Me crucé de brazos, preparándome a lo que pensaba decirme.
—Quiero ofrecerte un trabajo.
Lo miré sin querer demostrar nada en mi cara, hasta saber mejor de
quién parecía ser la idea de que pensaran que si necesitaba un trabajo, no
era capaz de encontrarlo yo sola.
—Te escucho. —No perdía nada por hacerlo.
Había conseguido que me entrara curiosidad.
—Ya que actualmente no estás trabajando… —Me miró con seriedad—.
Porque no estás trabajando, ¿verdad?
Negué con la cabeza y seguí mirándolo casi sin pestañear.
—Como te comenté cuando nos conocimos, el hotel rural abría sus
puertas a finales del mes pasado, hace ahora poco más de un mes.
Asentí en silencio. Lo recordaba.
—Alex, el hombre que tenía contratado de director del hotel, ha tenido
que marcharse de repente dejándome en la estacada. Necesito a alguien que
haga esa función de manera urgente… y he pensado en ti.
—Yo no tengo idea de organizar un hotel —aclaré, porque no sabía por
qué pensaba que sí podía hacerlo.
—No puede ser peor que llevar la agenda del gran jefe —me dijeron los
tres a la vez.
—Tienes que organizar las entradas y salidas del hotel, los turnos del
personal y el pedido de los proveedores, no es nada del otro mundo.
Me lo quedé mirando unos segundos, intentando averiguar por qué de
repente ese gesto de buen samaritano conmigo.
—¿Por qué?
—Porque eres mi amiga, necesitas salir de aquí y hacer cosas —me dijo
con seriedad—, y yo necesito a alguien urgentemente. Estoy seguro de que
nos podemos ayudar mutuamente.
—¿Puedo pensármelo?
—Claro. —De repente parecía aliviado de que hubiese sido tan fácil
negociar conmigo. Se puso muy serio—. Otra cosa más.
Levanté una ceja y él sonrió.
—Tendrás que venir a vivir allí. Normalmente el director se queda allí
por si surge algún problema nocturno. Te cederé una de las cabañas del
jardín, hay una más grande y totalmente equipada para que la ocupen los
directores. —Ante mi silencio, añadió—: ¿Algún problema con eso? Pensé
que cambiar de aires un tiempo podría venirte bien.
—Vale, en principio eso no sería ningún problema. Posiblemente sea
verdad que cambiar de aires me puede venir bien.
Quedé con él que en unos días le daría la respuesta.
Decidí que cambiar de aires y dejar la capital en estos momentos me
podía venir muy bien.
Aires nuevos, trabajo y casa nuevos.
No estaba tan mal.
Ya conocía el sitio. En verano debía ser agradable vivir en la sierra y
tener una piscina para uso particular cuando quisiera. No, la verdad era que
la idea no estaba del todo mal.
Esa tarde tuve otra inesperada visita.
Una que de verdad no me esperaba para nada.
A media tarde sonó el telefonillo de casa. Me había quedado dormida en
el sillón mientras veía una película y el sonido del portero me sobresaltó,
sacándome del sueño húmedo que estaba teniendo con Dimas.
¡Dios, cuando dormía eran lo peor de todo! Ese maldito hombre se
metía en mis sueños para hacerme recordar vívidamente todo lo que solía
hacerme y cuánto me hacía disfrutar.
Cuál fue mi sorpresa al ver ante la cámara a Julio, mi ex.
«El que faltaba», pensé.
Pensé en no contestarle para que creyera que no estaba. Pero aún
recordaba lo que había hecho por mí el día que tan mal me encontró en la
puerta de mi casa y aunque no tenía ningunas ganas de verlo ni hablar con
él, una vocecita interior me dijo que al menos se merecía que le diera las
gracias por lo que hizo por mí.
Así que sin importarme una mierda mi apariencia física ni la ropa que
llevaba puesta, la de estar por casa, cómoda y gastada, ni mi pelo, que
necesitaba un lavado urgente…, le abrí la puerta deseando que la visita
fuera muy corta.
Esperé a que el ascensor subiera a mi planta, y cuando oí pasos fuera le
abrí la puerta sujetándola, por si necesitaba cerrarla en sus narices. No
estaba de humor para aguantar tonterías de nadie, y menos de él, que me
dejó tirada sin pedirme ni una puñetera disculpa por todo lo que me hizo.
—Candela. —Se quedó parado en la puerta y me miró abriendo mucho
los ojos, sorprendido.
Supuse que mi aspecto le sorprendía ya que estaba acostumbrado a
verme siempre arreglada como un pincel.
No lo invité a pasar, así que nos quedamos los dos mirándonos como
dos boxeadores estudiando al contrincante.
—¿Estás bien?
No hizo falta que me dijese nada sobre mi aspecto, su mirada lo decía
todo.
—Más o menos, ¿querías algo?
Podía sentir su incomodidad por el recibimiento que le estaba dando,
estaba segura de que nunca esperaría encontrarme así.
—Me gustaría poder hablar contigo un momento. ¿Podemos salir a
tomar un café? —Estaba claro que me volvió a estudiar con atención,
porque añadió en voz baja—: Creo que no es buen momento, puedo volver
otro día si no te encuentras bien.
—No quiero que vuelvas otro día —le aclaré con frialdad—. Te he
dejado entrar para poder agradecerte lo que hiciste por mí cuando estuve
enferma.
—No tiene importancia.
—Claro que la tiene.
—¿Quién es el tipo que vino de noche?
Así que ese era el motivo de su vuelta; curiosidad sobre mi vida. No
tenía ningún problema en informarle.
—Mi exnovio.
—Ya decía yo que ese hombre no te pegaba nada.
—¿Y tú sí? —le solté malhumorada—. A ver si resulta que después de
lo que me hiciste, piensas venir a darte de digno. Precisamente tú.
Agachó la cabeza avergonzado.
¡Bien! Ya era hora de decirle cuatro verdades al tonto este también.
—Dime lo que quieras decirme y, por favor, lárgate.
—Quería disculparme contigo por lo que pasó.
Eso sí me sorprendió.
—Ahora, ¿después de tantos años?
—Me he dado cuenta de que me equivoqué contigo. Nunca debí dejarte.
—¿Eso significa que te ha dejado ella?
El sonrojo de su cara me dio la respuesta que buscaba.
—Espero que te haya dolido tanto como me dolió a mí la puñalada
trapera que me disteis.
—Lo tengo más que merecido. He aprendido la lección.
—Bien, no sabes cuánto me alegro.
—He vuelto porque me he dado cuenta de que aún te sigo queriendo y
me gustaría que, si no estás con nadie, podamos volver a salir juntos de vez
en cuando.
—¡Esto es lo más surrealista que me ha pasado nunca! —Miré a mi
alrededor por si aparecía una cámara por algún sitio y, cuando iba a volver a
pellizcarme por si estaba soñando, recordé el morado que tenía en el muslo
de la última vez que lo hice, por lo que decidí no hacerlo más.
—¡Me alegro de poder sorprenderte todavía!
Me tuve que reír, no pude evitarlo. Julio se echó a reír conmigo, más
sorprendido de que me estuviese riendo del asunto que otra cosa.
Me di cuenta de que ya no me dolía, quizás porque un nuevo dolor me
atenazaba el corazón desde hacía una semana, y hacía que lo suyo fuese
agua pasada. Ya no me importaba nada. No sabía si podía volver a ser su
amiga, pero me alegraba de que, por lo menos, hubiese conseguido pasar
página con él de una vez por todas.
CAPÍTULO 42

DIMAS

—Entonces ¿ya no tienes que casarte con ella? —Toni me miraba desde
detrás del protector que tenía puesto mientras practicábamos boxeo, como
cada mañana.
Me dieron la noticia el día anterior de que Tania hubiera ingresado, por
fin, en una clínica psiquiátrica para que la trataran del desorden psicológico
que tenía desde hacía tiempo y que se le había descontrolado por completo
hasta haber intentado suicidarse, cortándose las venas en su casa la tarde del
cumpleaños de mi padre, cuando me vio con Candela anunciando nuestro
compromiso a los cuatro vientos.
Al parecer eso fue lo que provocó que lo hiciera. Y todos consiguieron
hacerme sentir tan culpable por lo que le sucedió, como si de verdad lo
nuestro hubiese sido de real y yo la hubiese dejado por otra, que me
comprometí a casarme con ella si era necesario, dejando a Candela de la
peor manera que se podía dejar a una mujer. Y yo me maldecía todos los
días por ello.
Me hubiese gustado explicárselo con calma, pero era tan complicado
que sabía que ella no lo iba a entender. Ni ella ni nadie.
¿Qué puedes explicarle a una mujer cuando le dices que vas a casarte
con otra? ¿Qué te espere? ¿Esperar a qué? ¿A que se muriera y me quedara
viudo o le propongo propusiera hacer un trio todas las noches en la cama
con mi mujer?
Apenas había podido dormir desde que pasó lo de su intento de suicidio.
Se salvó por los pelos. El médico dijo que no había sido un intento de
llamar la atención, como sucedía con mucha gente. Ella se había abierto las
venas de ambas muñecas con un cuchillo de cocina, llegando hasta el
hueso. Una verdadera carnicería.
Yo era amigo de su familia, nuestros padres eran socios y se suponía
que había sido mi prometida casi diez años, y no podía quedarme al margen
sin intentar hacer algo por ella. Aunque ese algo significase engañar a
Candela para dejarla de la peor manera posible.
Jamás me iba a perdonar lo que le había dicho, fuera por los motivos
que fueran.
—¿Dimas?
Toni me soltó un derechazo por estar distraído y me hizo gruñir por el
golpe que me hizo ver las estrellas.
—¿Vas a contestarme?
—¿Qué quieres que te diga? —No sabía lo que iba a pasar, así que no
tenía nada que decirle.
—Creo que deberías ir a hablar con tu novia, la de los impresionantes
ojos verdes que estuvo aquí en tu casa. Seguro que lo entiende.
—¿Entenderlo? —Me reí sin ganas—. Si hubiese sido al revés, yo no la
perdonaría en la vida por lo que le dije, no voy a arrastrarme para pedir un
perdón que no merezco.
—Eso solo debería decírtelo ella, ¿no crees?
No le contesté. No la merecía y punto. Me había portado como un
cabrón y no era capaz de mirarla a la cara.
—Lo que pasa es que tienes miedo. Creo que nunca te había gustado
tanto una mujer y no sabes bien cómo actuar.
¿Era verdad que me gustaba tanto Candela?
Tal vez si me dejaba guiar por las noches que no podía dormir por lo
mucho que la echaba de menos, tenía la respuesta.
¿Y qué iba a pasar ahora?
¿Podía perdonarme si iba a disculparme y contarle lo sucedido?
Debería habérselo contado la noche que pasó el accidente, y no haberme
estado escondiendo de ella en mi casa hasta que vino a pedirme
explicaciones por haber leído la noticia en los periódicos. No quería dejarla,
esa había sido la pura verdad. Me gustaba Candela y me gustaba mucho lo
que teníamos, y sabía que ella no hubiese entendido que yo hubiese querido
sacrificarme por intentar ayudarla. Y mucho menos después de lo que le
dijo Tania.
¡Me maldecía una y mil veces cada vez que recordaba lo que le dije de
que no tendría nada serio con ella, porque sería el hazmerreír de todo el
mundo por atreverme a mantener una relación con mi secretaría! ¿Se podía
ser más animal?
Pude ver el dolor en sus ojos verdes, como si le clavasen un puñal en el
corazón. Cada vez que cerraba los ojos recordaba su cara y su gesto de
dolor por mis palabras.
Si quería perderla para siempre, le había dicho las palabras correctas.
—Creo que nunca la he cagado tanto con una mujer. Y conociendo a
Candela, sé que no me va a perdonar nunca.
—Bueno, el «no» ya lo tienes, pero si no hablas con ella y lo aclaras,
nunca te perdonarás no haberlo intentado.
—Dejó el trabajo —le dije al recordarlo de repente—, ya ni siquiera sé
por dónde se mueve.
—Siempre puedes ir a su casa.
Sí, siempre podía ir a su casa e intentar hablar con ella.

Cuando me encontré con que nadie me abrió la puerta esa tarde, no me


extrañó. Al fin y al cabo, podía estar trabajando. Sabía que era una mujer
muy capaz de conseguir cualquier trabajo, así que decidí esperarla en el
coche.
Esa noche me marché después de comprobar que no volvía a su casa. La
había esperado hasta más de la una de la mañana y no la había visto volver.
Sabía que me tenía bloqueado en todas partes desde ese mismo día que
le dije las sandeces que le solté sin pararme a medir las consecuencias,
como el burro que era siempre.
Me tenía bloqueado también en las redes sociales, en todas, así que no
podía ver ni enterarme de nada que tuviese que ver con ella.
Volví al día siguiente y estuve casi todo el día esperándola en el coche;
tampoco volvió.
No había ido por la oficina desde ese día, me pasaba el día trabajando
desde casa porque no quería ver ni enfrentarme con Magda ni Antonella, ni
a nadie que la conociera y supiese lo mal que me había portado con ella.
Pero viendo que no parecía estar en su casa a ninguna hora, iba a tener
que tirar de artillería pesada.
Después de estar tres días esperándola en su puerta y no verla aparecer,
fui a la oficina y mandé llamar a Magda a mi despacho. Sabía que ella tenía
que saber dónde se encontraba y aunque no pensaba utilizar a los contactos
ni amigos comunes…, empezaba a estar preocupado por ella y esperaba que
eso fuese suficiente para que se apiadaran de mí.
Magda llamó a la puerta porque aún no había buscado sustituta para el
puesto de ayudante personal. No tenía ni pizca de ganas de ponerme a
enseñar a gente nueva en el trabajo. Me gustaba cómo trabajaba Candela e
iba a hacer lo imposible por conseguir que volviese a mi empresa y a mi
vida.
—Pasa, Magda.
Su mirada calculadora no me pasó inadvertida. Suponía que estaba
pensando qué era lo que quería de ella para mandarla llamar, si no tenían
temas laborales urgentes que tratar.
—¿Querías algo?
No iba a ganar nada yéndome por las ramas así que…
—¿Dónde está Candela?
Sus ojos azules me miraron sorprendidos y luego no hicieron nada por
ocultar el odio hacia mí. Lo tenía más que merecido.
—No lo sé.
—Escucha —No me importaba arrastrarme un poco si así conseguía
que me ayudaran a encontrarla—, necesito hablar con ella y aclarar un
asunto importante.
No creyó ni una palabra, de hecho, se cruzó de brazos en actitud
defensiva. No iba a colaborar conmigo por las buenas, por mucho que fuese
su jefe y le pagase el sueldo todos los meses.
—Ya, pero no lo sé.
—Eres su amiga —le recordé, intentando hacerle ver que sabía que me
estaba mintiendo.
—Por eso mismo no lo sé.
Me pasé las manos por la cara frustrado. Directa al grano.
—Magda, necesito disculparme con ella.
—No quiere tus disculpas —soltó muy seria. Por lo que sabía dónde
estaba y lo que pensaba de mí—. De hecho, no quiere ni oír hablar de ti, así
que… No, no sé dónde está para ti.
—Aun así, necesito verla y hablar con ella.
—Pues lo siento, pero no sé dónde está.
Comencé a perder la paciencia y la miré con seriedad.
—Será tu amiga, pero yo soy el que te paga y si te digo que quiero
hablar con ella, te aconsejo que me contestes.
Ahí estaba yo en todo mi esplendor. Haciendo lo que hiciese falta para
conseguir mis respuestas, como hacía siempre.
—Se lo haré saber y te haré saber lo que me diga. —Se volvió para
marcharse.
—Llevo tres días esperándola en su puerta, Magda —le solté a la
desesperada—. Si sabes dónde está…, por favor…, empiezo a estar muy
preocupado.
Se volvió a mirarme desde la puerta del despacho unos segundos.
Supuse que mi cara llevaba los signos de lo mal que lo estaba pasando
últimamente porque pareció apiadarse de mí.
—No está en su casa. Ha encontrado trabajo fuera y se ha marchado.
—¿Qué?
El mundo se abrió a mis pies, pero a Magda no pareció importarle
porque abrió la puerta y se marchó sin decirme nada más.
Aún con la sorpresa que acababa de llevarme, no pensaba darme por
vencido; no iba a renunciar a ella bajo ningún concepto.
Sabía que iba a ser muy difícil que Candela me perdonara, pero no
perdía nada por intentarlo. Estaba acostumbrado a que siempre, siempre,
conseguía lo que quería, y la quería a ella.
Ni siquiera me había percatado de que era cierto que la amaba. Me
gustaba todo de ella.
Sus impresionantes ojos verdes, tan claros como las aguas de un lago
profundo. Su cuerpo esbelto y delgado con sus piernas interminables. La
manera de besarme hasta dejarme sin aliento al mordisquearme los labios
con lujuria. Su forma de acogerme en su interior, dándome la sensación de
estar en casa… Joder quería perderme dentro de ella para el resto de mi
vida.
No me extrañaba que me estuviese empalmando solo de pensar en ella y
en su manera de acoger mi polla en su interior, como si fuese el lugar al que
pertenecía.
Me gustaba su sonrisa capaz de iluminar el mundo entero. Me gustaba
su manera de fruncir la boca cuando se enfadaba conmigo, incluso su forma
terca de enfrentarse a mí, demostrándome que no me tenía miedo y que no
iba a cambiar ni un ápice sus palabras cuando llevaba la razón, por mucho
que me molestase.
No, no iba a renunciar a ella sin pelear.
Descolgué el teléfono.
Tenía un gabinete de detectives privados en nómina para investigar a
todos mis posibles clientes y no encontrarme ninguna sorpresa desagradable
en los negocios, Ya iba siendo hora de que se ganaran el sueldo en algo
realmente importante.
—Hola, sí, quiero que investigues a alguien, apunta…
—Déjame que coja papel y lápiz. Dime quién es.
—Se llama Candela Belmonte, encuéntrala, es muy urgente —aclaré
para que se diese prisa y dejara de centrarse en cosas menos importantes—.
Ha trabajado para mí hasta hace una semana y luego ha desaparecido. —No
sabía bien por qué le estaba diciendo todo eso, supongo que para que
comenzase a buscar cuanto antes. Esperaba que así ganase tiempo y la
encontrase antes.
—Vale. ¿Qué más sabemos de ella? ¿Su teléfono?
—Sí, te paso su número de teléfono y sus redes sociales, intenta
esconderse de mí…
—¿En serio?
—Es una larga historia… Bien, avísame cuando la hayas encontrado.

Miré a Lucas cuando entró en el restaurante donde habíamos quedado para


comer. Vestía con traje azul y su mirada recelosa solo consiguió ponerme de
peor humor del que tenía desde que me enteré de que estaba trabajando con
él en la casa rural. El muy hiena no había perdido el tiempo en intentar
hincarle el diente. Lo miré muy serio y le estreché la mano con frialdad.
Debía olerse algo porque me sostuvo la mirada sin curiosidad por un
trato tan frío, así que supuse que él ya sabía que yo lo sabía.
—No te creía tan rastrero —le solté de repente, y tuvo el descaro de
sonreír divertido.
—¿Qué tal tu boda? ¿Cuándo era?
—No hay boda —le solté de sopetón, y me alivió poder decirlo en voz
alta—, te ha faltado tiempo para lanzarte a su yugular.
Esas palabras le borraron la sonrisa de golpe.
—Aunque no lo creas, es amiga mía, no tengo intenciones románticas
con ella porque me lo dejó muy clarito en la reunión de hace unos meses.
Además, para que lo sepas, estoy empezando una relación con Antonella.
—¿Con mi Antonella? —Era la primera noticia que tenía, pero aun así
me alegraba mucho que no fuese detrás de Candela.
—No es tu Antonella —me dijo molesto, y lo entendí—, pero sí, con
esa Antonella.
—¿Cómo está? —no pude dejar de preguntarle por ella, me moría de
ganas de volver a verla y poder abrazarla muy fuerte.
—¿Cómo crees que está después de lo que le hiciste? No se puede ser
más despreciable.
Y tenía toda la razón, no me había portado bien con ella y me merecía
todo lo que me dijeran, además, él parecía preocupado por ella también, al
fin y al cabo, le había dado un trabajo y la había quitado de en medio,
supuse que para ayudarla a olvidarse de mí.
¡Maldita sea!
—Escucha, no fue una decisión fácil para mí, ¿sabes? —No iba a
contárselo ni a él ni a nadie.
Tania y su familia merecían un respeto ahora que tampoco lo estaban
pasando bien.
—No sé qué coño pasó, pero se lo podías haber explicado a ella y no
dejar que se enterara por la prensa. No te creí tan cobarde.
—Cuidado, Lucas.
No estaba de humor para aguantarle reproches ni insultos a nadie, por
muy amigo mío que fuera.
—Ni cuidado ni hostias.
No me esperaba que Lucas se exaltara así, y eso aumentó mi mal humor
unos grados más
—Desapareciste sin decirle ni una puta palabra y cuando se enteró de
que te ibas a casar con otra, tuviste los huevos de decirle que si de verdad
pensaba que ibas a tener algo con ella por ser tu puta secretaria. —Llegados
a ese punto, sus ojos me miraron tan furiosos que tuve que aplacar las ganas
que me dieron de darle un puñetazo por atreverse a decirme lo mal que lo
había hecho con ella—. ¿En serio se puede ser más hijo de la gran puta?
—Ya basta, Lucas. No estoy orgulloso de lo que hice ni dije, pero te
aconsejo que te guardes un poco tu mala hostia. Hoy no estoy de humor
para aguantar tus reproches, ya me machaco yo lo suficiente, gracias por
recordarme lo gilipollas que soy.
Estaba intentando aclarar las cosas con ella.
Debía verme realmente jodido porque tras mirarme unos segundos,
pareció que su carácter se calmaba un poco.
El camarero debía habernos oído discutir porque se había quedado a una
distancia prudencial, mirándonos sin atreverse a acercarse a la mesa. Chico
listo.
—¿Comemos?
CAPÍTULO 43

CANDELA

Cuando comenzabas en un trabajo era como si la rueda de la vida se pusiese


otra vez en marcha.
Ilusiones por aprender otras cosas, por conocer gente diferente y en este
caso hasta una casa nueva.
Me estaba costando mucho olvidarme de lo pasado y de Dimas.
Aunque siempre tuviese dudas sobre nuestra relación, las mismas que
me echó en cara aquella tarde y que me dolía tanto cada vez que pensaba en
ese momento, eso no significaba que no me doliese saber que iba a casarse
con otra. No podía entender cómo demonios podía pasarme lo mismo por
segunda vez.
¿Tan mala persona era?
No conseguía dejar de preguntarme eso una y otra vez, porque no podía
entender cómo podía haber tropezado dos veces con la misma piedra, y con
dos hombres tan diferentes.
Fuera como fuese, el dolor de mi amor propio no iba a curarse tan
fácilmente después de las palabras de Dimas.
Debería haber seguido follando como había estado haciendo en un
principio, sin importarme nada ni nadie. Sin complicaciones con hombres
falsos y mentirosos
No podía creérmelo, ese mismo día habíamos ido a comer a casa de sus
padres, ¡él había insistido hasta la saciedad! Y solo unas horas después
desaparecía para decirme que iba a casarse con la que siempre había sido su
prometida, y me había dicho una y otra vez que en realidad nunca la había
querido, que todo había sido un acuerdo entre ellos para que ningún
cazafortunas les diera problemas.
¡No lo entendía ni me lo creía! Pero ya había llorado lo suficiente por él
y me negaba a seguir pensando lo mismo una y otra vez.
«¡Pasa página Candela! ¡Va a casarse con otra y no merece ninguna de
tus lágrimas!»
Y aunque sabía que era verdad, era mucho más fácil decirlo que
hacerlo.
Me había volcado en el trabajo para dejar de pensar, el hotel funcionaba
muy bien y me mantenía todo el día con la cabeza ocupada, aunque las
noches eran lo peor.
Estaba desayunando en el comedor del hotel antes de las siete de la
mañana, que era cuando empezaba mi jornada laboral. A esa hora los
huéspedes dormían y podía disfrutar de un desayuno tranquilo. La cocina
estaba ya funcionando y podía pedirme lo que quisiera para comer, pero a
esas horas no quería más que un capuchino muy caliente y dulce que
preparaban.
Miré extrañada a Lucas, que entró en el comedor con cara de cansancio.
Se sentó junto a mí y le pidió un desayuno completo a Ariadna, la
camarera que estaba en turno de mañana.
—¿Una mala noche?
Me sonrío desganado.
—¿Solo vas a desayunar un café?
Miró mi taza con reprobación, sabía que comía poco desde que rompí
con Dimas y siempre estaba animándome a que comiese algo más. No le
hice caso.
—Es demasiado temprano para comer nada, luego tomaré algo más.
—Quiero preguntarte algo. —Por su tono de voz ya supuse sobre quién
era la pregunta—. ¿Qué sabes de Dimas?
Le di un sorbo a mi café intentando no quemarme en el proceso. No
quería hablar con él de ese tema, y lo sabía, así que algo había pasado para
que me sacara ese tema otra vez.
—Que se va a casar con otra —solté con frialdad—. ¿Se ha casado ya?
—No pude evitar la pregunta, aunque sabía que no debía hacerla porque no
quería oír la respuesta.
Mi corazón latió de manera dolorosa esperando la respuesta.
—No van a casarse —me soltó, mirándome con curiosidad, y no pude
evitar soltar el aire que había estado conteniendo en mis pulmones, casi sin
darme cuenta.
—Que hagan lo que quieran, no me importa. —Y era verdad, pero no
podía evitar que sí me importase y sí quisiese enterarme de todo lo que
pudiera sobre esa boda tan extraña.
¿Qué coño había pasado?
—Sé que no es cierto. —Agradeció que llegara su plato en ese momento
y le dio un sorbo a su café solo, como se lo tomaba todos los días—. Por
eso voy a contarte lo que pasó ayer a la hora de comer.
Lo miré entrecerrando los ojos sin saber de verdad si quería enterarme
de lo que fuese que sabía sobre Dimas.
—Dimas te ha estado buscando, como no te encontraba, ha pedido a sus
detectives que te busquen. Ayer me pidió que comiésemos juntos para
decírmelo. Pensaba que te había contratado para mantenerte cerca de mí y
poder tirarte los tejos sin que nadie se interpusiera. Le aclaré que te ofrecí el
trabajo porque somos amigos y porque de verdad necesitaba un director del
hotel.
—¿Qué es lo que quiere?
Me miró de manera tan seria que pensé que no iba a gustarme su
respuesta…, y no me gustó.
—A ti.
—A mí ya me perdió, no pensará que vaya a convertirme en su amante
mientras se casa con la estúpida de Tania o con cualquier otra.
—No va a casarse con nadie —me aclaró sin quitarme los ojos de
encima para poder ver mi reacción—, quiere explicarte por qué hizo y te
dijo todo eso.
Me levanté de la silla sin terminarme el café, de repente no quería
seguir sentada.
—No necesito que me explique nada. No me importa con quién se
quiera casar, no quiero volver a verlo. Dimas se acabó ese día para mí. Está
borrado de mi vida.
—Pues ve haciéndote a la idea porque no creo que tarde mucho en venir
a buscarte, no ha venido todavía por que le pedí tiempo para poder decírtelo
yo primero. Quería que lo supieras.
Me sentí tan impresionada por la noticia que me di cuenta de que no
podía respirar y comencé a rascarme el antebrazo de manera convulsiva, no
quería volver a verlo, no quería oír sus mentiras… ni volver a caer bajo su
embrujo. Sentí mi pecho cerrarse al pensar que iría a verme para intentar
tenerme a su merced, como si no hubiese pasado nada. Como si no hubiese
cogido mi corazón y lo hubiese pisoteado junto con mi orgullo, como si no
tuviesen ningún valor.
—Candela… —me cogió la mano para que dejase de rascarme.
—¿No puedes evitar que entre en el hotel o algo?
Lucas sonrió con tristeza, sabía por todo lo que había pasado y supuse
que quería que me fuera preparando para encontrarme otra vez con él. No
estaba lista para hacerlo de nuevo. No me gustaban los enfrentamientos.
Cuando tenía un problema intentaba olvidarme de él y seguir con mi vida
como si nunca hubiese pasado, pero lo conocía lo suficiente como para
saber que no iba a poder esconderme de Dimas eternamente.
—Sabes que no, nadie puede parar a Dimas cuando quiere algo. Tú
deberías saberlo mejor que nadie.
—No quiero hablar con él, Lucas —le dije, intentando que lo entendiera
—. ¿Tan difícil es de entender?
—Cuanto antes hables con él, antes podrás seguir con tu vida. Piénsalo,
¿vale?
Me pasé el resto del día nerviosa. Saltaba cuando sonaba el teléfono,
aunque suponía que no me llamaría por teléfono, sino que lo haría en
persona. No me equivoqué.
—Candela, te buscan.
Cerré los ojos con fuerza y respiré hondo para intentar tranquilizarme.
Mi despacho estaba en una habitación anexa al mostrador de recepción,
y Emma, la chica que estaba en la recepción esa mañana, fue la que entró a
llamarme con una sonrisa bobalicona en el rostro.
¡Sí, era Dimas quien había venido a verme!
Salí molesta por no poder negarme a verle, aunque estaba más que
dispuesta a quitármelo de encima cuanto antes.
Lo encontré apoyado en una pared, con las piernas cruzadas y mirando
el móvil atentamente. Seguía tan guapo como siempre, aunque su aspecto
parecía más descuidado. Llevaba vaqueros y camisa blanca, con las mangas
enrolladas en los antebrazos. Comenzaba a hacer calor en marzo, a solo
unos días de la primavera. Estaba más delgado y tenía su pelo cobrizo más
largo de lo que lo solía tener normalmente. Como si hubiese dejado de
importarle su aspecto de repente. Eso le daba un aire más peligroso todavía.
Levantó la vista del teléfono al verme aparecer y me recorrió de pies a
cabeza con avidez. Aun con mis pitillos negros y mi camisa roja, me sentí
desnuda bajo sus ojos.
—Candela, estás preciosa.
Me paré ante él sin hacer nada por saludarle, ni siquiera la mano, y me
miró con gesto dolido. No pensaba ceder un ápice.
—¿Qué quieres, Dimas?
Sabía que la recepcionista no apartaba los ojos de él y eso me estaba
poniendo de peor humor.
—Quería hablar contigo, ¿podemos tomarnos un café? —me preguntó,
mirando al jardín donde había clientes desayunando tranquilamente.
Hacía un día muy agradable, aunque desde mi despacho no pudiera
disfrutarlo.
—Tienes cinco minutos —le dije para que supiera de antemano que no
pensaba ceder ante él.
—En el jardín se debe estar bien.
Hacia allí nos dirigimos, yo más tiesa que un palo, incómoda y molesta
por tener que hacer algo para lo que no me sentía preparada y él serio,
amoldando sus largas zancadas a las mías.
Nos sentamos en una mesa apartada para intentar tener más intimidad,
fuera de oídos indiscretos.
—Estás más delgada —observó serio, cuando por fin nos sentamos y
pedimos los cafés al camarero.
Obvié la observación y lo miré de manera que mis ojos no demostraran
nada de todo lo que estaba sintiendo en esos momentos.
Mi corazón sangraba desgarrado de tenerlo tan cerca. Recordaba su olor
corporal, ese que no había podido olvidar aun haciendo casi un mes que no
lo veía. Mis dedos me picaban por la necesidad de acariciar su cara y
perderme en la suavidad de su pelo cobrizo, que brillaba bajo el sol.
—Estoy segura de que no has venido aquí a decirme eso. Tu tiempo
sigue corriendo —le indiqué para que cambiase de tema y fuera al grano de
una vez.
—Quiero disculparme contigo.
Intenté que mi corazón siguiese latiendo a un ritmo normal, pero se
saltó un latido ante la noticia y luego comenzó a correr desbocado.
—Bueno, si era para eso estás disculpado. ¿Puedo irme ya?
«¡Por favor, quiero irme ya! ¡No puedo quedarme aquí sentada como si
no pasara nada!»
—Candela, por favor… —Me cogió la mano leyendo las intenciones
que tenía de levantarme y salir corriendo de allí.
—¡¿Por favor… qué, Dimas?! ¡¿Qué es lo que quieres de mí?!
Levanté la voz sin darme cuenta, aunque no pareció importarle.
—Quiero que me perdones y que empecemos de nuevo.
Me reí sin ganas, quizás para evitar ponerme a llorar, que era lo que de
verdad sentía en esos momentos. Mi corazón seguía destrozado y pensaba
que iba a ser muy difícil conseguir que sanara.
—Te he perdonado —Me di cuenta de que era verdad—, pero jamás
voy a olvidarlo.
Me puse de pie dando por terminada la conversación. Si tenía que
quedarme más tiempo, acabaría lanzándome a sus brazos, que era lo que de
verdad me apetecía.
—Déjame que te cuente lo que pasó. Solo así podrás comprenderlo
todo.
—No, Dimas. No me importa lo que pasó. Nada justifica las palabras
que me dijiste —le solté, a punto de echarme a llorar—, pero ¿sabes qué?
Que después de todo, eran las mismas que te dije yo. Siempre supe que lo
nuestro era imposible, así que, después de todo, me hiciste un gran favor al
abrirme los ojos antes de que pasara más tiempo.
Se levantó conmigo y me volvió a sujetar por el brazo. Esa vez la gente
nos comenzó a mirar con curiosidad.
—¡Por favor, Candela! Déjame que te explique lo que pasó. No sentía
nada de lo que te dije. Solo lo hice para ponértelo más fácil y que me
dejaras, porque yo no era capaz de dejarte.
—Pues te funcionó a las mil maravillas. ¡Felicidades! —le grité con
ironía e intenté soltarme de su mano dando un tirón.
—¿No vas a dejar que te lo explique? Lo verás todo diferente después
de eso.
—Es que no quiero verlo diferente, Dimas. Entiéndelo. Solo quiero que
me dejes en paz y poder olvidarme de ti para siempre.
Él cerró los ojos ante mis palabras, pero no me soltó.
—¿Me sueltas? Por favor. Tu tiempo se ha acabado.
—No pienso darme por vencido.
Esa vez sí me soltó, y yo me di prisa por volver al despacho sin
importarme lo que él hiciese en el jardín.
CAPÍTULO 44

CANDELA

Si me preguntáis lo que pensaba hacer, no tenía ni idea, y eso es lo que


justamente le dije a Lucas cuando volví a la oficina.
Me miró con fijeza, como si me hubiese estado esperando para ver mi
reacción.
Yo no conseguía calmar a mi corazón, que seguía empeñado en latir de
manera desbocada.
Extrañamente no sentía alegría por volver a verle después de casi un
mes, ni por saber que al final no iba a haber boda, aunque no hubiese
querido escuchar sus motivos.
Tenía unas inmensas ganas de echarme a llorar porque no había
conseguido olvidarle, después de todo el daño que me había hecho, aun
obligándome a mí misma a no fiarme de él ni de una relación con un
hombre como él, que tenía tatuada la palabra peligro en cada poro de su
piel.
—¿Cómo ha ido?
Me lo preguntó sin ganas y en voz baja, como si de verdad no quisiera
hacerlo para no afligirme más dolor del que me había estado haciendo en el
último mes.
—Podía haberse ahorrado el viaje.
Por su cara de sorpresa, creí que él esperaba una respuesta diferente a la
que le di.
—¿No has hablado con él?
Levanté la mirada de la nada donde la había llevado hacía solo unos
segundos, por si allí mi corazón decidía darme un respiro y no dolerme
tanto, pero fracasé estrepitosamente, ya que lo sentía a punto de romperse
en más pedazos de los que ya eran.
Todo eso me producía volver a verlo de nuevo.
—No quería hablar con él —le recordé para justificar mi actitud—, le
he perdonado lo que hizo, pero jamás lo olvidaré y ahora él lo sabe, por si
en algún momento había pensado que se me podía haber olvidado.
—¿No te ha contado lo que pasó?
Negué con la cabeza, abatida, para ser sincera, ni siquiera quería tener
curiosidad.
—No quiero saber lo que pasó. —Me senté delante Lucas para mirarlo
de frente. Sabía que se preocupaba por mí y que también era amigo suyo
desde mucho antes de ser amigo mío, pero, aun así, quería que lo entendiese
—. Conozco a Dimas y sé que algo muy grave tuvo que pasar para que
cambiase de actitud de un día para otro. Pero nada de lo que pasara
entonces podía justificar lo que me dijo.
—Ya, Candela, pero…
—Me hizo un favor, que conste —le recordé cortando su explicación—,
lo nuestro estaba destinado al fracaso desde el primer día, y ha sido mucho
mejor darme cuenta ahora que dentro de seis meses.
—¿Sabes que está enamorado de ti?
—Dimas no conoce el significado de esa palabra. Si me hubiese
querido, aunque fuera un poco, no hubiera hecho las cosas de la manera en
que las hizo.
—Creo que te equivocas con él. Deberías oír sus motivos y luego juzgar
su acción con toda la información sobre la mesa.
Esas palabras se me quedaron rondando en la cabeza los días siguientes.
¿Estaba enamorado de mí?
¿Un hombre como él? Poderoso, egoísta, acostumbrado a que todo el
mundo le bailara el agua y a conseguir todo lo que quisiese, sin importarle
lo más mínimo a quién pisoteaba en el camino.
Tenía que reconocer que con él me sentía yo, por completo. Él me hacía
sentir poderosa y sexi, y me había cuidado hasta la saciedad en los meses
que llevábamos juntos, pero no tenía claro que esa fuese su manera de
querer a alguien.
¿Me había enamorado yo de él? ¿Había sido tan idiota de enamorarme
de un hombre tan implacable como Dimas? ¿Todo el dolor que sentía por lo
sucedido era motivo de un ego otra vez pisoteado, o era algo más? ¿De
verdad me había colgado de un playboy como Dimas?
Era cierto que lo nuestro había empezado con el sexo. El mejor que
nadie me había dado nunca. Yo era una mujer muy ardiente, reconocía que
me encantaba el sexo puro y duro, sin tapujos y sin vergüenza. Y él era un
amante increíble con el que había tenido los mejores orgasmos de mi vida,
aun así…No quería seguir pensando en él. Dimas me dolía mucho y pensar
en él solo hacía que recordármelo aún más y, me gustara o no, lo echaba
terriblemente de menos.
Fuera como fuere, esperaba que hubiese aceptado mi negativa a volver a
verle y dejase las cosas como estaban.
Que tonta fui.
Ya debería conocerlo lo suficiente como para saber que Dimas jamás
daba una batalla por perdida.
Su presencia comenzó a hacerse notar mandando un ramo de flores
semanalmente a la oficina. Todos los lunes, como un reloj. Sabía que me
gustaban los lirios y todos los lunes, a las siete de la mañana, me llegaba un
precioso ramo de lirios. Como me negaba tenerlos en el despacho, Lucas
decidió ponerlo en el mostrador de recepción y aprovechar algo tan bonito.
Por supuesto para que yo no pudiese olvidarme de él cada vez que lo veía,
unas cien veces al día. Puesto allí sobre el mostrador, recordándome al
hombre que lo había mandado y que intentaba ganarse mi perdón por
encima de todas las cosas
Yo pensaba que ya se cansaría.
Por supuesto me equivoqué.
Al fin y al cabo, era Dimas.
Decidí volver al Susurros.
La vida seguía después de todo, y yo no iba a permitir que Dimas
interfiriera en mi ella más de lo que ya lo había hecho. Así que un viernes
por la tarde, después de trabajar, me bañé, me perfumé y busqué el vestido
más sexi que tenía para irme a follar con el tío más guapo que encontrara
esa noche.
Llevaba sin sexo desde que nos peleamos y me negaba a perderme algo
que tanto me gustaba practicar.
No descartaba encontrarme allí a Dimas, pero eso solo iba a servir para
que se diera cuenta de lo que se iba a perder a partir de ahora.
Entré subida a mis taconazos con un cortísimo vestido negro que atrajo
las miradas de toda la gente del local cuando me vieron, mujeres incluidas,
y reconocí que lo había echado de menos. Esas miradas lascivas y esa
sensación morbosa de sentirse deseada por todos. Me acerqué a la barra y
pedí una copa, me apetecía algo dulce y me pedí un ron con Coca Cola.
—¡Cuánto tiempo!
Sonreí al camarero de la barra, que sabía que conocía a Dimas porque lo
había visto hablando con él otras veces.
—¿Vienes sola? —me preguntó extrañado, y solo asentí sin querer dar
más explicaciones.
Que se las pidiera a su amigo cuando lo viera.
Respiré aliviada cuando no lo vi por ninguna parte.
No podía evitar sentirme nerviosa. Hacía tiempo que no iba sola y había
estado pensando todo el tiempo que iba a encontrarme a Dimas allí.
Vi entrar a dos hombres que al parecer venían juntos, cosa bastante rara.
Me miraron desde la puerta y uno de ellos me sonrío.
No tuve reparos en devolverle la sonrisa y vinieron a la barra, justo a mi
lado, recorriéndome el cuerpo con mirada apreciativa.
—¿Estás sola?
Los miré a ambos de la misma manera y asentí.
—¿Y vosotros?
—Sí.
—Es toda una suerte que una preciosidad como tú haya venido sola —
me dijo el más alto de los dos. Tenían unos cuerpos de infarto. Eran
musculosos y altos, uno de pelo negro, algo largo, y el otro de pelo castaño
casi rapado, de sonrisa fácil. Me cayeron bien al momento. Me gusta la
gente que sabe lo que quiere y no tiene ningún reparo en decirlo.
—Bueno, espero que la suerte sea para todos.
—¿Podemos acompañarte al interior?
Le di un trago a la bebida y le sonreí coqueta.
—Será un placer.
Se pidieron una bebida cada uno y nos quedamos hablando en la barra
un poco más.
—¿Vienes por aquí a menudo?
—Hace un tiempo que no.
No iba a decirles nada más. No solía contestar preguntas allí dentro. No
había ido a ligar, sino a follar. Sin florituras ni cortejos. Y si te he visto, no
me acuerdo.
Iba a hacerme otra pregunta el de pelo rapado y le corté.
—Mira, no me gusta contestar preguntas personales. No quiero volver a
ver a nadie fuera de estas paredes. He venido a follar y ya está, si tenéis
algún problema…
—Ninguno, nosotros también hemos venido a follar —me dijo el
moreno intentando calmarme.
—Pues perfecto. ¿Entramos?
Esa vez elegí una de las habitaciones especiales que estaba libre. En ella
además de una cama gigantesca, había un columpio sexual. Apenas lo había
utilizado una vez hacía algún tiempo, pero me apetecía hacer algo diferente
y los columpios sexuales podían ser divertidos.
—¿Hay alguna cosa que no te guste hacer? —me preguntó el moreno de
pelo más largo —. ¿Sexo anal? ¿Tragar semen? No sé.
Le sonreí lasciva, pensando en lo mucho que prometía la noche.
—No beso en la boca.
Ellos asintieron y fueron a soltar sus copas en la mesa que había en la
habitación para eso. Me quitaron la mía, mientras el del pelo rapado me
abrazaba por detrás y comenzaba a mordisquearme el cuello hasta llegar al
lóbulo de la oreja, que mordisqueo también.
Mi piel se erizó como me pasaba siempre que me mordían el cuello, era
una zona muy erógena para mí, y comencé a sentir mi entrepierna
humedecerse en respuesta.
Saqué el culo para frotarme contra su pene, que sentía crecer bajo sus
pantalones y sus manos comenzaron a subir por mis costados hasta posarse
sobre mis dos pechos, donde se agarró para magreármelos un poco.
—Creo que tienes puesta demasiada ropa todavía. ¿Puedo?
Asentí y le dejé que me quitara el vestido, quedándome solo con el
tanga y los tacones.
—¡Dios, eres una diosa! —susurró a mi oído antes de agacharse a
lamerme un pezón que dejó erecto, suplicando más caricias.
El otro hombre se acercó a nosotros y ya estaba desnudo. Miré su polla,
larga, gruesa y erecta, que él masajeaba para terminar de empalmar.
Se me hizo la boca agua pensando en el festín que me iba a dar.
—Te queremos completamente desnuda —dijo el rapado, y me bajó el
tanga con cuidado, arrodillado a mis pies mientras me miraba con ojos
hambrientos desde esa posición.
Me quedé desnuda mirando sus ojos oscuros mientras oía como el otro
hombre se desnudaba a mi espalda.
Metió la mano entre mis piernas y me acarició el sexo con largos dedos
para comprobar lo mojada que estaba.
Ahogué un gemido cuando sacó la mano y se llevó los dedos a la boca
para lamerlos.
¡Buf, cómo me ponía que hicieran eso!
—Exquisita, creo que voy a empezar ya con el aperitivo.
Me guio hacia el columpio y me tumbé en él boca abajo, dejándome el
culo fuera, cosa que él aprovechó para abrirme las piernas y comenzar a
lamerme con maestría.
Gruñí en respuesta y solo conseguí que me sujetara por el culo para que
no me moviese demasiado mientras seguía lamiéndome el clítoris en
pequeños círculos y metía un dedo dentro de mí.
—Luego voy a follarte desde aquí, ni te imaginas las vistas que estoy
teniendo de tu coñito mojado.
El otro hombre se acercó a mí por delante. Su polla era menos gruesa,
pero también tenía un tamaño considerable.
Le pedí que se acercara a mí para metérmela en la boca y comenzar a
follármelo así. Lo bueno de estos columpios es que te dejan en una postura
ideal para todo lo que quieras hacer y que te hagan.
Me empeñé en que disfrutara con mi felación. Me estaba volviendo loca
con su lengua en mi coño y quería darles el mismo placer que me estaban
dando a mí en ese momento.
Oírlo gemir en voz alta me indicó que estaba disfrutando y seguí
metiéndomela bien adentro para poder chupársela entera, cosa que al
parecer le estaba volviendo loco a él también.
Cuando el que me lamía me metió un segundo dedo gemí más alto,
sabiendo que iba a llegar al orgasmo de un momento a otro.
No supe quién empezó a mover el columpio con suavidad, solo sabía
que su polla me llegaba más adentro con el movimiento y que sus dedos se
clavaban más en mí y así, meciéndome en un columpio de placer, llegué al
orgasmo mientras el hombre al que se la mamaba se derramaba en mi boca
entre gemidos.
Lo solté mientras él y yo recuperábamos la respiración.
Seguía con los ojos cerrados y sujetaba las cuerdas del columpio con
fuerza, posiblemente ni se había dado cuenta. Abrió los ojos y me sonrío,
plenamente satisfecho.
—Cuando te dije que eras una diosa, no me había equivocado. Vamos a
volverte loca entre los dos.
Se marchó al baño a limpiarse.
La noche prometía.
CAPÍTULO 45

DIMAS

Entré en el local de mal humor.


Sabía que no era buena idea ir a buscarla allí sabiendo lo que iba a
encontrarme, pero la echaba tanto de menos que necesitaba verla, aunque
fuese mientras se follaba a otro.
No me consideraba un hombre celoso. De hecho, había ido al Susurros
con Candela, y era la única novia medio seria que había tenido.
¡Maldita sea! Cada vez que pensaba en ella recordaba lo mal que lo
había hecho todo.
Sabía que debería haberle aclarado lo que había pasado con Tania. Aun
así, no era justo para ella la decisión que tomé, pero si por lo menos hubiese
sido completamente sincero, que era lo mínimo que me merecía, ahora…
Ir allí a intentar acercarme a ella por medio del sexo sabía que podía ser
una bomba de relojería, pero cuando Alexis me llamó para decirme que mi
palomita había llegado allí sola, no pude evitar ducharme e ir hacia allá
cagando leches.
No estaba en el salón principal y algo dentro de mí se retorció al saber
que había entrado con alguien a follar despreocupadamente.
¡Todo por mi culpa!
Me acerqué a la barra y me pedí un whisky mientras saludaba a Alexis,
el camarero.
—¿Qué tal, Dimas?
Sabía que sus ojos podían ver la desesperación en mi rostro demacrado,
indicándole con claridad que no estaba en mi mejor momento. Entre lo que
pasó con Tania y luego la bronca con Candela, llevaba unas semanas de
mierda, que para mí se quedaban.
—Aquí, intentando distraerme un rato.
No iba a decirle nada más. Que pensase lo que quisiera.
—Tu amiga está en la sala roja con dos chicos.
¿Con dos? ¡Me cago en la puta!
Mi mal humor empeoró unos grados más. Maldije en voz baja, porque
si había entrado con dos tíos, estaba claro que no iba a poder unirme a la
fiesta. Aun así, no iba a marcharme sin verla.
—Gracias.
—Intenta no armar jaleo, ¿vale?
Eso debió decirlo por la cara de mala hostia que llevaba en ese
momento. Me obligué a sonreír y calmar mis nervios.
—No te preocupes.
Me fui con la copa en la mano para dar una vuelta por el local. No me
iba a ser difícil encontrar compañía para esa noche. Pero antes quería ver a
Candela.
Sonreí a dos rubias que parecían gemelas y que me hicieron ojitos al
verme pasar por su lado. Ya tenía planes para luego si el mío con Candela
no salía como esperaba, que parecía ser lo más seguro.
Me asomé al salón rojo, como lo llamaban. Cada uno tenía un color para
diferenciarlos. Según el color que tenían, más juguetes sexuales podías
encontrar. Después del rojo solo estaba el morado y era el que utilizaba la
gente a la que le gustaba el sadomasoquismo. Había potros para atarse,
fustas y ese tipo de objetos sexuales destinados a recibir y dar placer.
Respiré hondo antes de atreverme a abrir la puerta y mirar dentro.
Candela estaba tumbada boca abajo en un columpio, sabía que esa
habitación tenía uno porque ya lo había usado algunas veces yo también,
aunque nunca con ella. Tenía a un tío follándosela tras ella, y otro se follaba
su boca mientras se mecía con suavidad.
Mi polla saltó en los pantalones al verla disfrutando así, queriendo que
me uniera a la fiesta.
Me los quedé mirando, esperando que ella me viese. Tenía los ojos
cerrados y gemía con fuerza mientras el tío que tenía tras ella comenzaba a
bombear más rápido para llegar al orgasmo.
Ella seguía chupándosela al otro hombre que bombeaba en su boca sin
parar.
La escena era tan erótica que no dudé en bajarme los pantalones y
hacerme una paja ante ellos. Podía imaginarme que era a mí a quién
chupaba y cerré los ojos para recrearme en esa sensación.
Oír los gemidos del hombre hizo que mi mano aumentase el ritmo para
poder correrme poco después. Cuando abrí los ojos, Candela me miraba con
seriedad, recorriendo mis manos que seguían agarradas a mi polla. Estaba a
punto de correrme yo también. Lo había presentido porque había negado
con la cabeza a mi silenciosa pregunta de poder unirme a la fiesta, así que
cerré los ojos y me corrí entre gemidos, recordando de nuevo su lengua
chupándome la polla.
El hombre que se follaba su boca se corrió también.
—Hemos tenido un espontáneo —bromeó uno de los hombres que
estaban con ella, mirándome con curiosidad.
—Ya se va —dijo ella sin dejar de mirarme.
Así que sabiendo que no tenía nada que hacer allí, me metí en el baño a
limpiarme, me arreglé la ropa y salí sin mirar atrás.
Cuando vas a un local así está claro que vas a follar. Y que la gente que
estaba allí también iba a lo mismo. Yo esperaba poder pillar a Candela y si
no podíamos hablar y arreglar lo nuestro, esperaba por lo menos poder
entrar con ella a algún reservado y divertirnos.
No sabía qué era lo que tenía, pero follar con ella siempre había estado a
un nivel diferente que follarse a cualquier otra persona. Supuse que darme
cuenta de que estaba enamorado de ella tendría algo que ver en la ecuación.
Pero aun así…
Salí al pasillo y volví a encontrarme a las dos gemelas de antes en la
sala. Dos rubias preciosas, tan iguales como dos gotas de agua y que estaba
seguro de que ni su madre podía distinguirlas.
La sonrisa lasciva que me lanzaron consiguió que desapareciera el mal
sabor de boca que se me había quedado después de su rechazo. Todavía
estaba empalmado por haberla visto follando con los dos, y mi mal humor
aún rondaba muy adentro, cociéndose a fuego lento.
No pensaba dejar que me amargase la noche. Había ido a divertirme y
eso era lo que pensaba hacer, con Candela o sin ella.
—¿Queréis divertiros un poco?
Las rubias asintieron y nos metimos los tres en una de las primeras salas
que seguían vacías. Tenía una cama redonda, una mesa para las copas y un
baño.
Para lo que iba a hacer con ellas no necesitaba nada más.
—Desnudaos.
Lo hicieron mirando cómo lo hacía yo a mi vez. Despacio y sin
quitarles los ojos de encima.
—No beso en la boca, ¿de acuerdo?
No supe muy bien por qué había dicho eso. Supuse que era la fuerza de
la costumbre con Candela. Y para ser sinceros, no me apetecía besar a
ninguna otra que no fuera ella.
Me tumbé en la cama mientras una de las rubias se arrodillaba entre mis
piernas y se puso a chuparme la polla con ganas.
Animé a la otra hermana, que se sentó sobre mi cara para poder lamerle
el coño con lametazos largos y lentos que la obligaban a mecerse sobre mi
boca para seguir el ritmo de mi lengua.
Estaba totalmente depilada y sabía como una fruta madura. Me
encantaba y me disponía a darme todo un festín, intentando olvidar la
imagen de Candela que me atormentaba de vez en cuando
«¡Déjame en paz, maldita sea! ¡Disfruta de tu trío y sal de mi cabeza!»
Mi mal humor hizo que sujetase a la rubia sobre mi boca para
atormentarla mientras metía mi lengua en su vagina una y otra vez
torturando su clítoris con mi pulgar.
La otra hermana se la metía muy adentro y consiguió hacerme gemir.
¡Joder! Comencé a bombear en su boca con más fuerza. Oía a mi rubia
gemir a su vez. Le seguí atormentando el clítoris sensible e hinchado hasta
que la sentí correrse en mi boca, llenándola de fluidos que chupé con
fruición, como un manjar derramado. ¡Qué bien sabía!
Estaba a punto de correrme yo también. La otra hermana me agarró la
base de la polla y acompañó el movimiento de su mano al de su boca.
¡Dios, iba a correrme ya! Sí, sí…
Bombeé aún más fuerte para correrme en su boca. Ella se apartó con
rapidez y me corrí con un gruñido frustrado, ya que me gustaba mucho
correrme en la boca, y ella no había querido.
—Mi turno —. dijo la que me había hecho la mamada. Se fue a la mesa
a coger un preservativo que me puso con rapidez, sin molestarse en limpiar
mi pene de semen. Volví a empalmarme al verla con tantas ganas y se subió
sobre mí para sentarse, metiéndose la polla hasta el fondo con suavidad.
Ambos gruñimos con deleite.
¡Sí!
Iba a ser una noche memorable.
Le agarré las caderas y la ayudé a subir y a empalarse con fuerza
cuando bajaba. Ella cerró los ojos para disfrutar de la sensación. Le agarré
las tetas y comencé a torturarle los pezones hasta hacerla gemir más fuerte.
Su hermana, que había ido al baño a limpiarse, se colocó junto a su
hermana para comenzar a toquetearme los testículos, estimulándome aún
más.
La rubia que tenía sobre mí se tumbó en mi pecho y la otra mujer
comenzó a lamerme los huevos sorprendiéndome y arrancándome un hondo
gemido. Su mano comenzó a toquetearme el ano y aunque nunca había
mantenido relaciones sexuales con hombres, no tenía pudor en que
buscasen y encontrasen mi punto g, por muy escondido que estuviese. Abrí
las piernas y las elevé un poco facilitándole la entrada a un dedo curioso.
Parecía saber muy bien lo que hacía porque deslizó el dedo y comenzó a
masajear una zona tras mis testículos que me hizo dar un respingo por la
sorpresa.
—Relájate y disfruta.
Y lo hice.
Le di mayor acceso a mi culo y me concentré en bombear sobre la rubia
a la que me estaba follando, que seguía con los ojos cerrados.
Empezaba a ser demasiado.
Me estaban lamiendo los testículos mientras estimulan mi punto G y me
follaba a su hermana con fuerza.
—¡Joder, sí! —solté entre dientes, concentrándome solo en las
sensaciones—. No pares, no pares… Voy a correrme —le dije a la rubia
mientras sentía cómo su hermana se corría y me aprisionaba rítmicamente
la polla, lo que me hizo alcanzar un intenso orgasmo que me dejó sudoroso
y satisfecho.
La hermana sacó el dedo de mi culo y me sonrió con una sonrisa de
suficiencia.
No me importaba lo más mínimo.
De hecho, me estaba pensando mantener alguna vez sexo con un tío y
ver lo que se sentía. Si se parecía en algo a lo que me había hecho ella…
—¿Dónde has aprendido a hacer eso?
—Tengo algunas sorpresas más, por si quieres que te las enseñe.
Me levanté de la cama para ir al baño.
—Espérate que vuelva del baño para que me lo enseñes todo.
Un buen rato después vi por el rabillo del ojo que alguien se asomaba a
la habitación donde aún estábamos los tres follando.
Candela se me quedó mirando con seriedad.
Algo dentro de mí me hizo sentir culpable, hasta que recordé que no
dejó que me acercase a ella de ninguna de las maneras.
No sabía lo que su cabeza podía estar pensando en ese momento, pero
no quería apartar mis ojos de ella mientras seguía bombeando con fuerza
sobre una de las hermanas. La otra creo que estaba en el baño.
Quería que viese lo que se estaba perdiendo. Sabía lo mucho que le
gustaba el sexo y recordé lo bien que lo habíamos pasado juntos todos esos
meses. No me resistía a que las cosas acabasen entre nosotros.
—Candela —le tendí una mano, invitándola a que se acercase.
Ella miró mi mano extendida y por unos instantes pensé que iría hasta
mí. Sentí que me puse aún más duro de lo que estaba y la rubia a la que me
estaba follando comenzó a gemir más fuerte. Parecía ser que también lo
había notado…
Candela la miró unos segundos y negó con la cabeza, dando media
vuelta, saliendo de la habitación sin decir nada más.
¡Mierda!
Mi decisión de no darme por vencido se afianzó aún más. Tendría que
buscar otra manera de acercarme a ella.
CAPÍTULO 46

CANDELA

—Candela, haz el favor de quedar con él y aclarar lo vuestro de una vez,


esto no puede ser bueno.
Lucas entró con la cuarta caja de croissants que nos habían mandado esa
semana.
Lo miré a él, que había abierto la caja para contemplar los dulces con
deleite.
El aroma impregnó el despacho y se quedó en el ambiente, haciendo
que mis tripas rugieran en respuesta.
Él sonrió divertido.
—Salgamos a por un café y comámonoslos antes de que se enfríen.
Me dejé arrastrar al jardín donde ya no había nadie desayunando, por
suerte para nosotros, ya que desayunar croissants no estaba en el menú del
hotel.
Nuestra camarera nos trajo el café que siempre nos tomábamos a esa
hora del día.
—¿Qué tal está Antonella?
Prefería cambiar de tema antes de que él sacase el de Dimas. No quería
hablar de él. No quería recordar lo apunto que estuve el sábado de
acostarme en la cama donde él se estaba follando a otra. No me importó que
lo hiciera, al fin y al cabo, yo había hecho justo lo mismo.
No podía negar lo mucho que lo echaba de menos.
—Parece que está mejor del constipado. El cambio de tiempo en
Noruega con el que hace aquí la ha rematado.
Asentí deseando poder estar con ella y con Magda en Oslo. Habían ido
con Dimas a cerrar un importante negocio. Llevaban allí toda la semana y
volvían el fin de semana.
Supuse que él había dejado contratada la entrega de los croissants todas
las mañanas antes de irse de viaje.
La entrada de la madre de Dimas en el jardín, seguida de nuestro
recepcionista que parecía estar guiándola a donde nos encontrábamos
nosotros, nos dejó mudos por la sorpresa.
Lucas se levantó de inmediato a saludarla.
—¡Silvia! ¡Qué agradable sorpresa! No te esperaba por mis dominios —
le dijo sin poder disimular su asombro—. ¿Va todo bien?
Se dieron dos besos y recordé que se conocían de los años de
universidad de Dimas.
—Sí, he venido a hablar con Candela.
Los dos me miraron fijamente y yo me levanté a saludarla también. No
podía ocultar mi desconcierto.
—Estábamos acabando de desayunar. ¿Te apetece tomar algo? ¿Té,
café? Tenemos los mejores croissants de la ciudad. —Pero no le dijo quién
nos lo había traído.
—Un café con leche estará bien, gracias.
Nos saludamos con dos besos y se sentó frente a mí.
—Voy a pedirte el café y aprovecho para dejaros solas.
Cogió otro croissant antes de desaparecer.
—No puedo resistirme, lo siento.
Ambas nos reímos y lo vimos entrar en la recepción.
—¿Sucede algo?
No pude evitar la pregunta. Sabía que él estaba en Noruega, pero no
podía entender lo que ella podía querer conmigo.
—Está todo bien, pero quería hablar contigo.
Llegó la camarera con él café y dejamos de hablar esperando para
quedarnos a solas.
La miré fijamente intentando adivinar lo que podía querer hablar
conmigo. Apenas nos conocíamos, solo del día de la comida en el que todo
se fue a la mierda.
—Creo que no has hablado con Dimas desde su anuncio de matrimonio,
¿me equivoco?
No le contesté, porque no me esperaba para nada sus palabras.
—Mira, Candela, Dimas es un hombre adulto que toma sus propias
decisiones desde hace mucho, me gusten o no.
Asentí sin decir nada más.
—Él no sabe que he venido a hablar contigo y te pediría por favor que
nunca le digas nada, ¿vale?
Ahora sí que estaba intrigada.
—No te preocupes, no sabrá por mi boca nada de lo que hablemos.
—Para ponerte en antecedentes te diré que sé del no compromiso que ha
mantenido con Tania todos estos años, porque ambos se beneficiaban
mutuamente de aparecer ante los medios de comunicación como personas
comprometidas. Él nunca ha tenido nadie serio en todos estos años, por el
simple motivo de no haber anunciado a la prensa que ese compromiso
ficticio se rompía…, hasta que apareciste tú.
Me removí incómoda en la silla sin saber bien qué decirle. Todo eso lo
sabía, lo que no sabía era el porqué de su necesidad de romper lo nuestro.
—Es un hombre excesivamente responsable en todas las facetas de su
vida, siempre lo ha sido. Hemos estado unidos a la familia de Tania desde
hace más de veinte años y todos nos tenemos muchísimo cariño. Tania no
está bien. Parece que no asumió bien la supuesta ruptura del compromiso
con Dimas y la tarde que te conocimos, intentó suicidarse.
Me quedé helada porque no sabía nada de eso. ¿Por qué nadie me había
contado lo que había pasado?
—Sus padres, como es normal, estaban desolados, el médico nos dijo
que no debíamos darle malas noticias y Dimas decidió ofrecerse de nuevo a
ser su prometido, incluso lo anunció a la prensa. —Me miró con seriedad—.
Se hubiese casado con ella si hubiese sido necesario, con tal de no hacer
daño ni a Tania ni a sus padres.
—Joder.
Fue lo único que fui capaz de decir.
—Quiero que sepas que eso no significa que le importes menos, solo
quiero que entiendas el nivel de sacrificio que puede llegar a tener.
Pero yo no podía olvidar lo que me dijo.
—Silvia, puedo entender lo que dices, pero lo que me dijo…
—Escucha, no voy a dejar que sacrifique su felicidad con una mujer a la
que no ama solo por ayudar a su familia. Sé lo que te dijo —soltó de
repente y me ruboricé de vergüenza.
Esas palabras aún me dolían cuando las recordaba.
—Estuvo unos días sin querer decirte nada porque no quería perderte,
Candela. Sabía que no ibas a perdonar su decisión ni a esperarlo, porque yo
tampoco lo hubiese hecho. Y decidió ser cruel pensando que así sería todo
mucho más fácil. Hacerte daño para alejarte de él y poder hacer lo que
pensaba que su familia se merecía por tantos años de amistad. —Volvió a
mirarme con los ojos del mismo color que su hijo—. Sé que no es fácil lo
que ha pasado entre vosotros. Tania se ha recuperado y ha entendido que él
no puede sacrificarse de esa manera por ella. Que merece ser feliz con
alguien a quien quiere.
No pude decirle nada.
—Candela, mi hijo te quiere.
—Lo sé.
No pude obviar la realidad y yo también lo quería por mucho que
hubiese querido esconderme y negarme la verdad.
—Te pido que, si lo quieres también, le des una oportunidad.
No le contesté.
—Ahora tengo que marcharme. Te pido, por favor, que lo pienses bien.
Se marchó con la misma rapidez con la que había venido, dejándome
totalmente fuera de juego.
Por más que intentaba concentrarme en el trabajo, las palabras de Silvia
volvían a mi mente una y otra vez sin poder evitarlo.
Llegó el fin de semana.
Magda y Antonella habían vuelto de Oslo, y por lógica supuse que
Dimas había vuelto también.
No sé muy bien por qué, pero el viernes por la tarde me encontré
mandándole un mensaje a Dimas.
No tenía valor para llamarlo.

Yo:
«¿Estás aquí?»

Minutos después vi los puntos suspensivos que indicaban que estaba


escribiendo después de haber leído mi mensaje.

Dimas:
«Define aquí» (carita pensativa)

Tuve que sonreír ante su sentido del humor.

Yo:
«En Madrid»

Dimas:
«He llegado hace un rato de
Oslo, ¿por qué?»

Me pregunté de nuevo si era capaz de quedar con él y ponernos a hablar


de una vez por todas. Para ser sinceros, yo era la que me había negado a
hacerlo con él durante todo ese tiempo. Enterarme de lo que había pasado y
de lo que estuvo a punto de hacer por ayudar a Tania y a su familia…, no
podía estar más orgullosa de él, aunque aún me doliesen mucho las palabras
que me dijo, que no eran otras que las mismas que le había dicho yo, días
antes, y que él me había rebatido hasta dejarme sin argumentos.

Dimas:
«¿Sigues ahí?»

Supuse que quedarme en silencio de repente le debió extrañar.

Yo:
«¿Te viene bien si nos vemos
luego en el Susurros?»
Dimas:
«¿¿¿¿????»

Era normal que se extrañara que quisiera quedar con él allí, pero tenía
que reconocer que enfrentarme con él cara a cara en otro sitio y sacarle el
tema, no estaba preparada para eso todavía.

Dimas:
«No me malinterpretes, sabes
que estoy encantado de volver
a quedar contigo donde quieras.
Es solo que me ha extrañado tu
petición después del claro rechazo
del fin de semana».

No pensaba aclarar lo que había pasado por mensajes.

Dimas:
«¿Los croissants han surtido el efecto deseado?»

Sabía que era coña, pero esa excusa era tan válida como cualquier otra.

Yo:

«Algo así».

Dimas:
«De acuerdo.
¿Podemos ir a cenar antes?»

Yo:
«Hoy no».

Dimas:
«De acuerdo.
Nos vemos allí a las 12.
¿Te parece bien?»

Me daba tiempo a cenar y a pensar bien lo que le iba a decir

Yo:
«Perfecto».

Dimas:
«Candela, no se te ocurra estar
con ningún tío cuando llegue.
Esta noche te quiero para mí».

La suerte estaba echada.


No podía cambiar de idea.
CAPÍTULO 47

CANDELA

Ya estaba allí cuando llegué.


Su presencia llenaba la estancia, como si se hiciese más pequeña. Iba
vestido con camisa y vaqueros, como siempre que se quitaba el traje. Tenía
el ceño fruncido en ese eterno gesto suyo, como si intentara resolver los
misterios del mundo. Parecía cansado y triste, y recordé que había volado
desde Oslo hacía solo unas horas.
Conociéndolo, habría estado trabajando esa semana muchas más horas
que la mayoría de la gente.
El camarero, Alexis, que nos conocía a ambos y que debió ser el que lo
llamó la semana anterior, pululaba por su alrededor sin atreverse a romper
su concentración.
Me hubiera encantado saber en qué estaba pensando.
Levantó la vista cuando me acerqué a él. No supe si por el repiqueteo de
los tacones o por ese instinto que nos atraía como si nos tiraran de un hilo
invisible cuando estábamos uno cerca del otro.
Como el macho reconociendo el olor de su hembra.
Me miró con tanta intensidad que se me secó la boca de pronto, y se me
aflojaron las rodillas.
¡Madre mía!
—Reconozco tu olor en cualquier parte —me dijo, contestando la
pregunta que yo me estaba haciendo—. A veces me despierto de noche con
tu olor en la nariz y tu sabor en mi boca, esperando tenerte en la cama junto
a mí.
Algo muy dentro de mí se resquebrajó un poco ante sus palabras. No
sabía lo que podíamos sacar en claro de la conversación pendiente que
teníamos, pero estar a su lado, mirándome de ese modo, conseguía cerrar un
poco la herida que tenía desde sus palabras en su casa hacía ya más de un
mes.
Saludé al camarero con la cabeza y se alejó al otro dado de la barra para
dejarnos intimidad.
Me acerqué a él para saludarlo y darle un beso en la mejilla.
Mi boca se quedó a escasos centímetros de sus labios cuando giró un
poco la cabeza y me miró con ternura.
No supe bien qué decirle para romper el hielo y me rasqué el antebrazo.
Él siguió el movimiento y me cogió la mano para evitarlo.
—Si te pone tan nerviosa hablar conmigo, creo que deberíamos dejar la
charla para después e intentar relajarnos un poco antes.
Le sonreí agradecida porque me moría de ganas de que me abrazase de
nuevo.
Negó con la cabeza a una pareja que se acercó a nosotros para pedirnos
que los acompañáramos a un reservado, y me alegré en silencio de que
quisiera que estuviéramos los dos solos.
—Lo siento, pero esta noche la quiero solo para mí.
Me besó los nudillos de la mano que aún no me había soltado.
Me llevó al final del pasillo, a la habitación donde estaban los jacuzzis,
que a esa hora de la noche aún estaban vacíos, cosa que agradecí.
—¿Quieres meterte conmigo en uno?
Sus ojos dorados me prometían todos los placeres del mundo y por
supuesto que no me iba a negar. Ya hablaríamos de lo que me había llevado
allí más tarde.
Asentí.
—Bien, ve a cambiarte.
Él entró en el vestuario de hombres anexo a la sala y yo entré en el de
mujeres, comprendiendo que estaba más nerviosa de lo que esperaba.
Me desnudé de prisa y guardé mi ropa en una taquilla. Me puse un
albornoz limpio de la taquilla y unas zapatillas de esas de usar y tirar de los
hoteles, y me acerqué de nuevo al jacuzzi, donde vi a Dimas metido dentro,
esperándome tranquilamente y relajándose con las burbujas y el agua
caliente. Estaba más delgado que la última vez que lo vi.
Me siguió con la mirada cuando me vio acercarme, como un depredador
a su presa, y me tendió una mano para que me metiera con él. Me quité el
albornoz y lo puse junto al suyo, ya que seguíamos allí solos.
—Estás más delgada —me dijo con tono de reproche cuando me metí a
su lado en el jacuzzi—. Si sigues perdiendo peso temo que desaparezcas del
mapa.
—Tú también. —Le acaricié la mejilla, esa barba arreglada pelirroja
que tenía y que me cosquilleaba la punta de los dedos. Él apretó la mejilla a
mi mano, como un gato exigiendo mimos.
—Te he echado de menos. —Me acercó a su cuerpo y me abrazó con
suavidad, apresando mis piernas bajo el agua y pegándome más a su
cuerpo.
—Yo también —reconocí en voz baja, dejándome abrazar y
descansando mi mejilla en el hueco de su hombro.
—No sé lo que te ha hecho cambiar de opinión —me dijo al oído. Sus
labios me acarician el lóbulo de la oreja y la piel de mi cuerpo se erizó en
respuesta—, pero sea lo que sea…, gracias.
Asentí sin decir nada, porque me sentía tan bien entre sus brazos que no
quería romper la magia de ese momento.
—Pero te dije que no hablaríamos de eso todavía. Ahora solo quiero
darte tanto placer que no puedas pensar en nada más que eso.
Me acercó más a su cuerpo, hasta que sentí su polla erguida, caliente y
dura sobre mi abdomen. Estuve a punto de gemir por la anticipación.
Sus labios comenzaron a lamerme el lóbulo de la oreja y a
mordisqueármelo, sabiendo que eso me arrancaría un escalofrío que no
pude evitar. Él rio por lo bajo y me acercó más a su cuerpo hasta que pude
sentir el latido poderoso de su corazón bajo sus costillas.
—No puedes imaginarte lo mucho que te he echado de menos —susurró
en mi oído y me fue besando el cuello en movimiento descendente,
mientras una de sus manos jugaba con uno de mis pezones que se puso
erecto en respuesta.
—Quiero besarte, Candela. —Me separó la cara para mirar mi rostro y
esperar mi respuesta—. No he vuelto a besar a nadie desde que rompimos
—me dijo en un susurro y eso me enterneció aún más—. Solo había
deseado volver a besarte a ti. Para mí no existe nadie más que tú, casi desde
el primer día que nos encontramos aquí. ¿Recuerdas esa noche?
—Sí. Dimas —no sabía qué decirle—, no sé lo que va a pasar con
nosotros, pero es cierto que también he echado mucho de menos tus besos.
—Por favor —susurró, acariciándomelos con suavidad. Solo un
pequeño roce que me hizo suspirar—, me muero por volver a besarte.
Me tanteó acercándome la boca con lentitud.
No pude resistirme y le sujeté del cabello para acercarlo a mi boca, que
abrí bajo la suya para que pudiera asolarla por completo.
El roce de su lengua con la mía me volvía loca y me acerqué aún más a
él para poder tocarlo. Bajé mi mano y le sujeté la polla para comenzar a
acariciársela con fuerza, de arriba abajo, hasta que gimió.
Me encantaba el poder que sabía que tenía sobre él. Y sabía que
difícilmente él dejaba a ninguna mujer que tomase el control en el sexo.
—Candela —Se separó de mi boca y me miró con ojos de estar
sufriendo, su pelvis comenzó a moverse al compás de mi mano y gimió de
nuevo—, no seas mala. Baja el ritmo. —Cerró los ojos y comenzó a respirar
de manera superficial—. No quiero correrme aquí —dijo divertido mirando
alrededor, aunque seguía sin haber nadie—. No quiero dejar a mis
soldaditos nadando por aquí, que se tiene que bañar más gente.
El comentario me arrancó una carcajada y me apiadé de él, soltándolo.
—Eres perversa, ¿lo sabías?
Su mirada acusadora me hizo reír más fuerte.
—Pensé que te gustaba eso de mí —le dije provocativa.
—Y me encanta.
Metió una de sus manos entre mis piernas y sin previo aviso comenzó a
acariciarme antes de meter dos dedos dentro de mí para comprobar lo
mojada que estaba, y no por estar dentro del agua precisamente.
—A este juego podemos jugar todos —gruñó entre dientes, mirando mis
ojos verdes con diversión—. Dios, eres la mujer más bonita que he visto
nunca.
Yo gemí y abrí las piernas para darle mejor acceso a mi interior, lo que
lo hizo gemir a él también.
—No puedo esperar más para follarte.
Me soltó y me dio la vuelta cambiando nuestras posiciones. Él se colocó
a mi espalda y me inclinó el cuerpo fuera del jacuzzi.
—Sujétate fuerte y no te muevas.
Se metió dentro de mi vagina con un fuerte empellón y me sujetó del
pelo, una costumbre que tenía cada vez que follaba en esa postura para
evitar que pudiera moverme mucho. Yo gemí y él lo hizo entre dientes.
—Vamos a follar tanto esta noche, que vamos a quedarnos roncos de
tanto gritar.
Comenzó a demostrármelo con un ritmo castigador que sabía que a los
dos nos encantaba. El primer orgasmo llegó poco tiempo después, pero él
no paró… Supe que la noche iba a ser larga… y placentera.
No supe cuánto tiempo había pasado. Tras el polvo del jacuzzi nos
pasamos a una de las habitaciones sencillas que indicaba a los demás que no
queríamos intrusos, y seguimos amándonos durante el resto de la noche
hasta que se cumplió lo que Dimas había predicho que nos pasaría.
No sé la suya, pero mi garganta estaba irritada de tanto gemir y mi sexo
ardía como si estuviese marcado a fuego.
—Vas a acabar conmigo un día de estos, ¿lo sabías? Le estás sacando
punta a la polla.
—No me seas blandengue —le dije mientras le acariciaba
perezosamente el vientre chato en círculos lentos, por el mero hecho de
seguir tocando su piel desnuda. Que su pene no se irguiera ante la cercanía
de mi mano decía mucho del tute que llevábamos esa noche.
—Puedes tocar lo que quieras, por hoy estoy acabado.
Me dio un rápido beso en la coronilla, que era lo que tenía bajo su
mentón. Yo reí satisfecha y saciada. No pude ocultar un bostezo.
—Nos vamos, estás cansada y yo estoy muerto.
Me animó a levantarme y nos vestimos los dos en silencio.
Ya no quedaba casi nadie en el local y cuando salimos me di cuenta de
que faltaba poco para el amanecer.
—No llames a un taxi; vienes a casa conmigo —me avisó mientras
esperaba que el aparcacoches nos trajera su todoterreno.
—¿Qué voy a hacer en tu casa? —le pregunté sin saber bien si quería
hacer eso.
Aún no habíamos hablado de lo que había pasado, y aunque ya no tenía
demasiado sentido porque nada iba a cambiar nuestros sentimientos, quería
enterarme por él de lo que había pasado. Quería saber lo que él sintió con lo
que le pasó a ella y lo que pensó al tener que dejarme a mí por ella.
Demasiadas preguntas sin respuesta y ni siquiera sabía si me iban a
gustar sus respuestas.
—Vamos a dormir todo el tiempo que necesitemos y luego comeremos
algo y hablaremos. Después decidirás lo que quieres hacer, pero antes de
que hablemos, te quiero durmiendo en mi cama. Quiero despertar contigo
entre mis brazos, nena. Ni te imaginas lo mucho que te necesito.
Y con esas simples palabras me convenció para irme con él.
CAPÍTULO 48

CANDELA

Despertar entre sus brazos era algo que había echado muchísimo de menos.
Apenas recordaba cómo llegué a la cama la noche anterior. Creo que volví a
quedarme dormida en el coche y Dimas se molestó en subirme a la
habitación, desnudarme y meterme en la cama junto a él. Desperté ya por la
mañana, entrelazada, como siempre hacía, a las largas extremidades de
Dimas, que me abrazaba con fuerza, quizás temiendo que desapareciera
durante la noche.
No pensaba irme a ningún sitio. Solo me acurruqué de nuevo sobre él,
que murmuró algo ensueños apretándome un poco más, y seguí durmiendo
entre sus brazos, sintiéndome feliz, como hacía mucho que no me sentía.
Algo me hacía cosquillas en la nariz y consiguió sacarme del sueño
plácido que tenía.
—Despierta, bella durmiente.
La voz suave de Dimas en mi oído me despertó.
Comenzó a darme suaves besos por la cara haciéndome reír.
—Menos mal, ya pensaba que iba a tener que comerme todo esto yo
solo.
Mi estómago rugió de hambre cuando abrí los ojos y lo vi con unos
pantalones cortos y nada más. La bandeja que traía en las manos con café,
zumo de naranja y tostadas, me terminó de espabilar.
—Cómo. ¿No hay cruasanes? —pregunté sonriendo
Él río conmigo, recordando que llevaba una semana mandando los
dulces al hotel todos los días
—He pensado que preferías cambiar de desayuno por un día.
Me senté en la cama para que se acomodara junto a mí y poder
desayunar allí.
¡Qué lujo desayunar en la cama!
—Voy a traerte una camiseta —dijo, soltando la bandeja sobre mis
piernas desnudas—, no puedo concentrarme si te tengo desnuda en mi
cama.
Se fue al vestidor anexo a la habitación para volver con una camiseta de
manga corta y mi tanga, que me quitó la noche anterior.
—¿Por qué estoy desnuda? —le pregunté divertida mientras me ponía la
ropa que me había traído.
Se sentó junto a mí y se bebió el zumo de naranja en dos enormes tragos
antes de contestarme.
—No podía acostarte con ese minivestido que llevabas puesto. Preferí
desnudarte. —Me miró con tanta pasión que me secó la boca y le di un
trago a mi zumo yo también—. ¿Tienes hambre?
Se puso a ponerle mantequilla a una tostada.
—Mucha.
—¿La quieres con mantequilla o aceite? —Me mostró la tostada que
tenía en la mano.
—Mantequilla.
Me dio la primera que untó y se puso a untar la siguiente mientras me
miraba comer de reojo.
—¿Ya me has perdonado? —Me miró con verdadera curiosidad y
¿anhelo, quizás?
Ante mi mirada silenciosa, añadió:
—Siento de corazón lo que te dije, de verdad. Sabes de sobra que no
sentía ninguna de mis palabras, de echo esas habían sido las mismas
palabras que tú me dijiste y a las que no quise hacer ningún caso. No tenía
demasiado sentido que fuera yo luego el que te las restregara por la cara
como lo hice.
—Entonces, ¿por qué?
Aunque ya sabía lo que había pasado, gracias a la conversación con su
madre, quería saber sus sentimientos.
—Tania se cortó las venas la misma noche del cumpleaños de mi padre.
—Me quedé mirando sus ojos color miel casi sin pestañear mientras
hablaba—. Siempre ha sido una mujer débil y enfermiza. Parece ser que
descubrir que de verdad lo nuestro se había acabado y que yo te presentaba
a mi familia, hizo que se precipitara hacia una honda depresión y se intentó
suicidar. Me avisaron porque de verdad pensaban que se moría, aunque al
final consiguieron estabilizarla. Su madre me suplicó por los años de
amistad que había entre las familias, que volviera a fingir ante ella que
volvíamos a estar juntos y que había roto contigo, por lo menos hasta que se
encontrara mejor.
Me tomó la mano y me la besó.
—No quería hacer eso, Candela, y por eso me alejé de ti y de la empresa
todos esos días, intentando evitar que te enteraras. No quería romper
contigo ni siendo de mentira. Sabía que tú no lo entenderías y yo sabía que
no podía pedirte algo así, porque no era justo para ti. Y menos cuando me
enteré de que lo había filtrado a la prensa con fecha de boda incluida.
Cuando viniste a pedir explicaciones no pude contarte nada, porque para
Tania tenía que ser verdad nuestra relación… y sabía que ella se daría
cuenta de que era todo mentira.
—¿Qué ha cambiado desde entonces?
—Acepté casarme con ella de verdad una vez supe que te había perdido
—murmuró con tristeza—, y mi madre habló con su madre para que la
ingresaran en un psiquiátrico. Decía que por mucho cariño que nos
tuviéramos las dos familias, no iba a permitir que sacrificara mi felicidad
contigo, por ella. Al final la han convencido para ingresarla y ponerla en
tratamiento, así que ya no tenía sentido nuestro falso compromiso y decidí
que te quiero lo suficiente como para arrastrarme todo lo que quisieras para
recuperarte.
Me besó la mano que tenía tomada.
—Te quiero, Candela. Como jamás pensé que pudiera querer a alguien.
Eres más importante en mi vida que cualquier otra cosa. Por favor,
perdóname. Sé el daño que te hice con mis palabras y si pudiese dar marcha
atrás en el tiempo, lo haría sin dudar un instante. Jamás quise hacerte daño.
—Lo sé.
—Sé qué es difícil entender mis motivos, pero creía que le debía a su
familia intentar ayudar a Tania en un momento tan difícil. No quería
sacrificarte, eres lo único que me importa. Cuando pensé que te había
perdido, ya todo me daba igual. Me sacrificaría casándome con una mujer a
la que no quiero. Nada me importa lo suficiente si no te tenía a ti.
Me enternecí con sus palabras. No pude evitarlo. ¿Quién sacrificaría su
vida por ayudar a otra persona solo por ser amigo de la familia?
—Siento no haber pensado en ti primero, pero no encontraba otra forma
de hacerlo.
Le acaricié la mejilla con la palma de la mano, había tanta pena en sus
palabras que intenté consolarlo un poco
—No había otra forma de hacerlo —susurré contra sus labios antes de
darle un dulce beso.
—No merezco a una mujer como tú. Gracias por entenderlo. Lo que no
sé es el por qué has querido que te lo cuente ahora y no me has dejado
acercarme a ti en todas estas semanas.
No iba a contarle nada de la visita de su madre.
—Te echaba demasiado de menos y cuando me enteré de que no había
boda, supuse que debías tener un motivo poderoso para hacer lo que hiciste.
—Entonces, ¿me perdonas?
—¿Quién me dice que no harás lo mismo si dentro de un mes ella
vuelve a tener un brote psicótico?
—No habrá fuerza en el mundo que vuelva a separarme de ti por ningún
motivo, Candela, eres lo más bonito que me ha pasado en la vida.
Quería creerle, de verdad que sí, necesitaba pensar que por una vez en la
vida yo era lo más importante en la de alguien. No podía soportar que de
nuevo antepusieran la felicidad de otro a la mía. Y lo de ella era tan grave
que no podía creerme que no volviera a pasar.
—Deja de darle vueltas. —Me cogió la mano y me miró, con tanto
amor, que estuve a punto de fundirme en esos ojos dorados—. Quiero que
vengas a vivir aquí conmigo. — Ante mi mirada de sorpresa añadió—.
Cuanto antes.
—No voy a venir a vivir contigo. Ahora mismo mi casa está en el hotel
—le recordé con seriedad—. No pienso recorrer dos horas de coche para ir
a trabajar y volver todas las noches.
—También quiero que vuelvas a trabajar conmigo, Candela, no quiero
otra persona de secretaria que no seas tú.
¡Esto olía a problemas! Dimas estaba más que acostumbrado a
conseguir todo lo que quería y yo sabía que no llevaba demasiado bien que
le llevaran la contraria.
—No voy a dejar ese trabajo, Dimas, Lucas me ofreció una salida
cuando me dejaste de esa manera tan rastrera —le solté, para que
comprendiera mi punto de vista, no me importó que sus ojos se llenaran de
dolor por mis palabras, al fin y al cabo, era verdad lo que le estaba contando
—. Me ofreció trabajo y vivienda, y da la casualidad de que me encanta
trabajar allí.
—No me importa lo que quiera Lucas —me soltó con arrogancia—. Te
quiero en la mesa de la oficina el lunes, a ser posible. Te doblaré el sueldo
que te paga él si es necesario.
¡Ya salía el gilipollas que llevaba dentro!
—No necesitas doblarme el sueldo —Él sonrió pensando que me había
convencido con el dinero, qué equivocado estaba conmigo—, porque no
voy a volver a trabajar contigo ni por el doble del sueldo ni por todo el
dinero del mundo
No me afectó en absoluto que su rostro se ensombreciera por el enfado.
—Si es necesario, compraré el maldito hotel.
Lo miré tan alucinada de lo que había dicho, que decidí callarme y no
decirle lo gilipollas que era. Me levanté y me fui al baño sabiendo que mi
ropa estaba allí. El portazo que di debió indicarle lo enfadada que estaba
por sus palabras.
—Candela… —No le hice ni caso. ¿Quién coño se creía que era? ¿eso
era todo lo que apreciaba a sus amigos?—. Estoy hablando contigo —me
recordó molesto.
¡Que le den! No pensaba sentarme a escucharle decir tonterías.
Cuando llamó a la puerta y no le abrí, pude sentir crecer su enfado
desde dentro de la habitación.
—No me gusta que me ignoren, ¿no lo sabías?
—Me importa una mierda lo que te guste o no.
Lo oí bufar tras la puerta. Hubiese sonreído si no estuviese tan enfadada
por sus palabras.
—Sal de ahí y hablemos como personas civilizadas.
Abrí la puerta con fuerza cuando salí del baño ya vestida. Él me
esperaba apoyado contra el marco de la puerta, con los brazos cruzados y el
enfado pintado en su rostro.
—¿Vas a marcharte?
Su mirada dolida no me achantó.
—No pienso quedarme aquí oyéndote decir tonterías.
Por lo visto se lo pensó mejor, porque suspiró y cuando volvió a
mirarme ya no parecía tan enfadado
—Escucha, he pensado que te había perdido para siempre, así que no
puedes culparme por intentar tenerte a mi lado hasta que me asegure de que
no volveré a perderte.
Esa declaración me sorprendió tanto viniendo de él, que no pude evitar
enternecerme un poco. Solo un poco, porque en cuanto le dejabas un
momento volvía a relucir su lado más gilipollas y arrogante.
—Vas a tener que confiar en mí, porque ni vendré a vivir contigo ni
dejaré mi trabajo.
—Por favor —Su mirada suplicante estuvo a punto de hacerme cambiar
de opinión—, prométeme que, por lo menos, te lo vas a pensar.
Se acercó a mí y me abrazó con fuerza. Estuve a punto de ponerme a
ronronear del gusto que me dio volver a sentir sus fuertes brazos abrazarme
así, cómo me gustaba que me abrazara.
—Pensé que íbamos a pasar el día juntos. —Me miró con ojos
suplicantes—. No te enfades y pasa el día aquí conmigo. Prometo no insistir
con el tema.
—Entro a trabajar a las tres de la tarde.
Sus ojos volvieron a demostrar contrariedad, pero asintió con la cabeza.
—Te llevaré al trabajo, pero, por favor, pasa la mañana aquí conmigo.
No podía negarme cuando me pedía las cosas así.
CAPÍTULO 49

CANDELA

Intentar manejar a Dimas las semanas siguientes era igual que intentar
domar a un león en la selva.
Sabía que a él le gustaba hacer las cosas a su ritmo, sin que nadie se lo
marcara. Nunca había llevado bien hacer lo que los demás esperaban de él y
estaba demasiado acostumbrado a salirse con la suya. Es lo que tenía ser un
hombre tan poderoso.
No me fui a vivir con él. Primero, porque necesitaba hacer las cosas a
mi manera y no dejarme avasallar por él. Segundo, porque era cierto que el
trabajo me gustaba y no iba a dejar tirado a Lucas, que se había preocupado
tanto por mí, y el lugar donde estaba ubicado el hotel hacía incompatible
vivir en la ciudad. Y tercero, porque no me fiaba de él después de lo que
había hecho a la primera de cambio.
Pareció entenderlo porque no insistió en el tema de irnos a vivir juntos.
Yo llegué a un acuerdo con Lucas en el trabajo. Doblaba algunos turnos
durante la semana y el fin de semana lo tenía libre desde el viernes, así que
me iba a pasar con Dimas los fines de semana.
Era una especie de tregua. Ambos ganábamos con el acuerdo y ninguno
cedía del todo, en el fondo era nuestro orgullo lo que intentábamos
mantener intacto.
Con el tema del trabajo no fue tan permisivo.
Me quería en su empresa y quería que fuese la que trabajara con él día a
día, y no pensaba ceder.
—Candela, ¿por qué no vuelves a trabajar con él? Va a volverme loco,
te lo juro —se quejaba Lucas un lunes cuando llegué a trabajar por la
mañana, después de pasar con Dimas el fin de semana.
—Pensé que estabas contento con mi trabajo —le dije, confusa por sus
palabras.
—No tengo quejas con tu trabajo y lo sabes. El problema es que Dimas
no va a dejar de acosarme hasta que cedas. —Sonrió malévolo—. Eso no
quiere decir que no disfrute viéndolo arrastrarse por el fango un poco para
que te rescinda el contrato. Pero, en el fondo, lo entiendo. Y no quiero
tenerlo respirando en mi oreja todo el tiempo.
—¿Me estás diciendo que te da pena?
Se rio divertido.
—Soy un mal amigo por reconocer esto, pero me encanta. Pero no se va
a contentar con esta situación, ya lo conoces.
—No tengo claro que sea buena idea volver a trabajar con él.
—Bueno, Antonella dice que está de peor humor y que ya se han
marchado dos secretarias desde que hablasteis del tema.
En el fondo me dieron pena las pobres chicas. Era un tirano y lo sabía, y
suponía que lo estaba haciendo a propósito.
—Es peor que un crío chico —reconocí molesta.
—Ya lo conoces, nunca va a darse por vencido.
—Ya se cansará —dije, dándole un trago a mi capuchino—, no pienso
volver hasta que no esté totalmente convencida de que es lo que quiero
hacer.
Me quedé helada cuando vi a Marisa, la camarera de turno,
acompañando a una Tania casi irreconocible hacia la mesa donde estábamos
desayunando en la terraza.
—¿Esa no es…? —susurró Lucas, cuando reconoció a la mujer que
venía directa a nosotros.
—Eso parece.
—¿Y qué puede querer de ti?
Eso mismo me pregunté yo. ¿Qué coño hacía allí la ex de Dimas?
Un escalofrío me corrió por la columna vertebral. Que ella fuese a
verme solo podía significar una cosa: problemas.
Lucas se bebió el café y se levantó para dejarnos intimidad.
—Si me necesitas, estaré en el despacho. Ten cuidado con ella.
Asentí con la cabeza sin apartar los ojos de Tania, que me contemplaba
con fijeza cuando llegó a la mesa.
—Te buscaba —dijo la camarera—. ¿Le traigo algo para beber?
Tania negó con la cabeza sin decir nada, Marisa se fue con un
encogimiento de hombros.
Me la quedé mirando fijamente cuando se sentó sin apartar sus ojos de
mí. Ya no era la belleza de antes. Estaba muy desmejorada, no iba pintada y
la ropa le venía grande. Pero la expresión perdida de sus ojos era lo que más
me impactó.
¡Esa mujer no está bien!
—¿Qué quieres, Tania? —No tenía paciencia para conversaciones
educadas.
No la quería cerca de mí ni de Dimas.
—Que te alejes de mi prometido.
¿Otra vez con esa historia?
—Te recuerdo que hace mucho que no es tu prometido. Tú misma lo
dijiste ante la prensa.
—No es cierto. Nosotros íbamos a casarnos —siseó, furiosa—, y no voy
a permitir que me alejes de él.
—Mira, ¿sabes qué? Que yo no tengo que hablar contigo de este tema.
Me levanté para marcharme. Me estaba dando muy mala espina y no
pensaba quedarme allí escuchándola decir cómo lo quería.
—Si no se casa conmigo, no dejaré que se case con nadie más.
Esas palabras me hicieron parar en seco. Sabía reconocer una amenaza
cuando la oía y la de ella había sido alta y clara.
—No puedes obligar a nadie a quererte, lo sabes, ¿verdad?
—Él me quiere —me dijo, levantándose de la silla para enfrentarse a mí
directamente, sus ojos estaban enrojecidos y tenían una mirada perdida, de
loca, que me heló la sangre—. Se habría casado conmigo si no te hubieses
metido en medio. Eres una zorra.
—Voy a pedirte que te marches de aquí.
Los gritos que empezó a darme consiguieron que todo el personal del
hotel se asomara para ver qué estaba pasando, entre ellos, Lucas, que al
parecer no se había alejado demasiado.
—Es mío. Mío, ¿me oyes? Y no voy a dejar que me lo quites, ni tú ni
nadie. Antes de verlo contigo prefiero verlo muerto.
Cuando vio que el personal del hotel se acercaba a nosotros se dio la
vuelta y se fue con la misma rapidez con la que había venido, dejándome
totalmente alucinada.
Lucas se acercó a la mesa cuando vio a Tania salir del hotel.
—¿Qué ha ocurrido? Se oían los gritos desde la recepción.
Se sentó junto a mí en la mesa, mirándome con la preocupación pintada
en el rostro.
—Esa mujer está enferma. —No podía quitarme de la mente su rostro
desquiciado y sus ojos de loca—. Me ha amenazado. Dice que, si Dimas no
es para ella, prefiere verlo muerto.
—¿No me jodas? ¿Crees que intentará hacerle daño?
—No lo sé. —Me abracé a mí misma, pues los brazos se me habían
quedado helados por la impresión—. Lo que está claro es que esa mujer
está enferma y creo que es un peligro, tanto para ella como para los demás.
—¿Avisarás a Dimas? Creo que debería de saberlo, ¿no?
Asentí con la cabeza antes de coger el teléfono para llamarlo. No me
fiaba un pelo. Quién podía asegurar que no intentaría hacer otra tontería
para llamar la atención de él.
—Que también sepa que ha venido a amenazarte.
Cuando me vio coger el teléfono se levantó de nuevo.
—Ahora vuelvo.
Esperaba impaciente a que el teléfono diera tono. Solo quería hablar con
Dimas y poder decirle lo que había pasado con Tania. Miedo me daba su
reacción.
La primera llamada no la cogió.
«¡Cógelo, cógelo, cógelo!»
Volví a llamarlo e igual.
«¡Mierda!»
«¿Y ahora qué?»
«¡Piensa, joder, piensa!»
Llamé a Magda, ella podía darle el mensaje.
«El teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura».
«¡Joder! ¡Cómo odiaba esa vocecita!»
Volví a llamarlo y pasó lo mismo.
«¡Antonella!» recordé de repente.
—¿Has hablado con él?
Lucas volvió a acercarse casi corriendo.
—No me lo coge —le contesté mientras marcaba el teléfono de
Antonella—. Con Magda me salta el buzón y estoy llamando a Antonella.
—Está en el ayuntamiento.
—Mierda.
Colgué de nuevo. No tenía sentido llamarla si no podía darle a Dimas el
mensaje en el momento.
—¿A quién podemos llamar de la empresa?
Lucas me miró con preocupación y eso hizo que me pusiese más
nerviosa todavía.
—No lo sé. Todo el mundo tiene números de empresa y son todos
extensiones. No me sé los números reales del resto del personal.
Nos miramos los dos mientras decidía lo único que me faltaba por
hacer.
—Voy para allá y hablaré con él en persona.
—Te acompaño.
No iba a discutir con él. Podía conducir más rápido mientras yo seguía
intentando contactar con alguien que pudiera pasarme con Dimas.
—Vamos.
No perdimos tiempo. Nos montamos en su deportivo y salimos hacia el
centro de Madrid cagando leches.
—Sigue sin cogérmelo —le dije perdiendo la paciencia.
Deseé lanzar el teléfono por la ventanilla del coche.
Tenía una rara premonición que apenas me dejaba respirar. Tania estaba
loca y era totalmente imprevisible. No quería que le pasase nada a nadie,
pero desde luego lo que no quería era que se acercase a Dimas, pues sería
capaz de atacarlo. Estaba muy mal y era peligrosa. Si se mataba ella, que se
jodiese, pero no soportaría que fuera capaz de hacerle daño a Dimas.
—Acelera —le dije con nerviosismo.
—No puedo correr más, Candela —me miró un segundo antes de volver
sus ojos a la carretera—, esta carretera de montaña no deja ir más rápido sin
ponernos en peligro. Demasiadas curvas, ¿recuerdas?
Resoplé impaciente y volví a intentar hablar con Dimas, que seguía sin
cogérmelo.
—No entiendo para qué coño quiere un teléfono si no va a cogerlo.
—Suele pasar.
No dijimos nada más hasta estar en la puerta de la oficina. Me bajé del
coche corriendo y entré mientras Lucas buscaba aparcamiento en los
alrededores.
El pánico absurdo que no me dejaba respirar no me había abandonado
en todo el camino.
Solo esperaba haber llegado a tiempo.
CAPÍTULO 50

CANDELA

Entré en el edificio corriendo y el guardia de seguridad de la puerta me


miró sorprendido.
—Señorita Candela, ¿ocurre algo?
—¿Sabes si Dimas está en su despacho?
No me paré y seguí corriendo, él no había intentado detenerme porque,
al fin y al cabo, sabía quién era.
—Entró esta mañana y no lo he visto salir.
¡Gracias a Dios! Seguí corriendo sin decirle nada más y me metí en el
ascensor dándole al botón de cerrar la puerta para que fuese más rápido.
«¡Vamos, vamos, vamos!»
¿Por qué será que cuando tenemos tanta prisa parece que todo se mueve
a cámara lenta?
Salí corriendo del ascensor en dirección a su despacho y todos los que
en su momento fueron mis compañeros me miraron como si me hubiese
salido una segunda cabeza.
—¿Dónde está Dimas?
—En la sala de reuniones. ¿Qué ocurre, Candela?
No le contesté a Susana, que tenía la mesa de trabajo justo delante de la
mía cuando yo trabajaba aquí.
—Está reunido —gritó cuando vio que me dirigía allí, sin intención de
pararme.
No me importaba que estuviese reunido. Casi sollocé de alegría cuando
oí su voz amortiguada desde la puerta de la sala de reuniones.
Llamé con fuerza y abrí sin esperar a que nadie me diese permiso para
entrar.
Dentro se hizo un silencio sepulcral cuando cuatro cabezas se giraron
para ver quién había sido la que había interrumpido la reunión de esa
manera.
Dimas me miró, primero enfadado por la interrupción y luego
preocupado al ver mi nerviosismo. Estaba claro que podía ver mi agitación.
—¿Candela? ¿Ocurre algo?
—¿Puedo hablar contigo? —Para que no pensase en negarse, por lo
mucho que le molestaba que lo interrumpieran en el trabajo, añadí—: Por
favor, es muy importante.
—Claro, vuelvo en un segundo —aclaró a las personas que estaban
reunidas con él. Solo conocía a Juan, el abogado de la empresa, que no
podía ocultar la curiosidad en su rostro al verme aparecer por allí de esa
manera.
Salió detrás de mí y me llevó a su despacho con rapidez. Intenté llenar
de aire mis pulmones y me juré volver a hacer deporte de ahora en adelante.
Me miró preocupado al cerrar la puerta tras nosotros.
—¿Quieres contarme qué demonios ocurre?
—¿Sabes dónde está Tania?
—¿Tania? —Me miró como si me hubiese vuelto loca—. ¿Qué coño
tiene que ver Tania en todo esto?
—¿Sabes dónde está? —insistí.
Dimas se pasó las manos por su pelo impecablemente peinado y me
entraron ganas de despeinarlo, como solía hacerle siempre.
—Tania está internada en un centro psiquiátrico, ya te lo conté.
—¿Estás seguro? ¿No ha podido salir, escapar, ir de visita a su casa o
algo?
Me miró sin comprender nada.
—No la dejaban salir de permiso, Candela, estaba muy mal cuando la
ingresamos. Nadie mejora tanto en solo un mes. Va a estar mucho tiempo
ingresada.
—Ha estado en el hotel rural hace una hora o así —le solté de repente, y
me miró abriendo los ojos sorprendido.
—¿De qué estás hablando?
—Vino a advertirme de que te dejase en paz, y he salido corriendo para
avisarte.
—¿Tania ha ido a verte? ¿Estás segura…? ¡Claro que estás segura! —Se
pasó las manos por el pelo, despeinándoselo en un gesto nervioso—. ¿Qué
te ha dicho?
—Que me alejase de ti, que tú eras suyo y que antes de dejar que
estuvieses conmigo, te mataría.
—¡Joder! ¡Lo que faltaba!
—¿Dónde tienes el puto teléfono? —le solté aliviada al verlo sano y
salvo.
—Lo dejé aquí cargando. —Señaló el móvil, que estaba encima de la
mesa. Lo encendió y debió estar viendo mis llamadas perdidas—. ¿Has
venido a avisarme? —Me miró con curiosidad, pero podía ver la felicidad
en sus ojos.
—Está loca —le dije, acercándome a él, que cogió el teléfono para
llamar a alguien. Me miró con seriedad antes de hablar con quien fuera la
persona a la que había llamado
—Hola, ¿dónde está Tania? No, yo no la he visto, pero ha ido al hotel
donde trabaja Candela para amenazarla… Entiendo… No, deberías llamar a
la policía, es peligrosa y lo sabes. Me miró fijamente mientras seguía
hablando por teléfono, por la voz creí que hablaba con el padre de ella—.
Vale. No, no voy a dejarla sola hasta que la encuentres. Mantenme
informado, por favor.
Cuando colgó el teléfono, se acercó a mí y me levantó la barbilla con
suavidad.
—¿Estás preocupada por mí?
—Está loca, Dimas, es capaz de hacer cualquier cosa. Mira si nos
hemos preocupado, que hasta Lucas me ha traído para que pudiésemos
avisarte.
—Parece ser que se ha escapado del centro. Su familia la está buscando,
los avisaron esta mañana de que no estaba en su habitación cuando fueron a
llevarles el desayuno. Ha matado a un celador para poder fugarse. La
policía la ha puesto en busca y captura.
—Madre mía.
Está aún peor de lo que yo suponía.
—Vendrás a mi casa hasta que la encuentren.
Se metió el móvil en el bolsillo y cogió la chaqueta del traje que tenía
colocada en el respaldo de la silla.
—¿A tu casa? No tiene sentido que…
—Candela, no voy a perderte de vista hasta que la encuentren. No me
perdonaré nunca que pueda hacerte daño, ¿vale? No voy a quitarte los ojos
de encima, así que no discutas. Nos vamos a mi casa.
—El problema no soy yo, su objetivo eres tú —le recordé mientras
caminaba junto a él, rumbo al ascensor—. Tenías que haber visto su cara,
sus ojos… —Me estremecí cuando lo recordé—. Está loca, Dimas.
—Por eso mismo no vas a salir de mi casa hasta que la encontremos.
—¿Y tú que vas a hacer mientras tanto? —Entramos juntos en el
ascensor y me arrinconó en la pared del fondo para darme un beso húmedo
y sabroso que me dejó con ganas de más
—Teletrabajaré unos días desde casa, no te preocupes.
Nos encontramos a Lucas en la puerta del edificio, al parecer no había
encontrado aparcamiento hasta ese momento.
—¿Lo sabías?
Dimas lo saludó.
—Gracias por cuidar de ella —le dijo mientras salíamos todos del
edificio al soleado día del exterior—. No, no me he enterado de nada hasta
que ha llegado ella. Me la llevo a mi casa unos días —le avisó, sin intención
alguna de pedirle permiso—. No voy a perderla de vista hasta que la
encuentren, espero que puedas apañarte sin ella.
Lucas resopló, pero dijo que sí con la cabeza.
—Me las apañaré. Mantenedme informado, ¿vale?
Se despidió y volvió hacia su coche. La acera estaba en obras y nos
obligaba a todos a ir por medio de la calle, hasta el coche de Dimas,
aparcado más adelante.
Oímos el chirrido de unas ruedas en el asfalto y Dimas y yo nos
volvimos a la vez para ver quién hacía ese ruido. Un todoterreno negro se
acercaba a nosotros a toda velocidad.
—¿Qué coño hace?
Pensé que era un idiota de esos que había en todas partes, que se
pensaban que todas las calles eran circuitos de fórmula uno.
Nos dimos cuenta, todos a la vez, de que no iba a frenar y que se dirigía
hacia nosotros a toda velocidad. Solo podíamos intentar huir al otro lado de
la calle, por las vallas de la obra. Lucas corrió hasta la acera siguiente ante
el pitido molesto de los coches que circulaban en la otra dirección y
estuvieron a punto de atropellarlo. Yo no podía moverme tan rápido con los
tacones altos que llevaba y Dimas me intentó coger del brazo para
impulsarme con fuerza hacia fuera de la vía y, como no lo solté, sino que lo
empujé a mi vez para sacarlo de la calzada, lo vi caer con la suerte de que el
semáforo de enfrente estaba en rojo y el tráfico había parado. Ni siquiera
sentí el golpe del coche que me lanzó por el aire para caer de cabeza unos
metros más lejos.
El mundo dejó de girar a mi alrededor y se oscureció.
EPÍLOGO

DIMAS

—Debes despedirte de ella, Dimas, no va a despertar.


Me negué a mirar a Magda, la portadora de la noticia que no quería
escuchar. Se había sentado junto a mí en la cama del hospital donde estaba
tumbada Candela desde hacía casi un mes tras el fatal accidente. No había
despertado y los médicos esperaban que no lo hiciera. No podía dejar de
sujetar su mano, inerte entre la mía, y cerré los ojos con fuerza mientras las
lágrimas volvían a caer por mis mejillas. Pensaba que ya no me quedaban
más, pero ahí estaban de nuevo. Oía los pitidos de las máquinas a las que
estaba conectada, el respirador me ponía los pelos de punta cada vez que lo
escuchaba, junto con el aparato que controlaba su corazón, el único sonido
que me indicaba que seguía viva y luchando por volver conmigo.
¡No podía morir! No habíamos tenido tiempo de disfrutar nuestro amor.
¡No era justo!
—Dimas…, tienes que despedirte de ella y dejar que se vaya.
Negué con la cabeza sin atreverme a mirar a ninguno de los que estaban
en la habitación; mis padres, los suyos y Magda. Los médicos no habían
dejado que entrase más gente para que se despidieran de ella. Los
trabajadores más cercanos y amigos de ambos se habían ido acercando
durante todos esos días que había estado ahí, esperando a que hubiese un
milagro, que era lo único que podía hacer que Candela despertase del coma
profundo en el que estaba desde que la atropelló la loca de Tania.
—No me pidáis que haga eso —les rogué, aferrándome a su mano con
más fuerza, recordando muchos de nuestros momentos juntos, los buenos y
los no tan buenos.
—Escucha… —Magda se arrodilló junto ante mí para poder mirarme a
los ojos e intentar convencerme. Su cara estaba demacrada y tenía
profundas ojeras, señal inequívoca de que también estaba sufriendo mucho
por ella… y por mí.
Mi mundo se había hundido con ella y todos lo sabían. No podía
soportar que ahora que habíamos conseguido solucionar nuestros
problemas, sucediese algo tan injusto como eso.
—¡No es justo! —susurré angustiado.
—No lo es, estas cosas nunca lo son, pero ella no querría verte así. —
Mi madre intentaba consolarme, aunque ella también estaba llorando a
lágrima viva. Me sujetó la cara para que la mirase—. Los médicos han sido
claros; no va a recuperarse de una fractura craneal como la que tuvo. No ha
habido cambios en todas estas semanas…, tendría haber un milagro, y si
despertara…, no sabríamos si seguiría siendo la mujer que era.
—Eso no pueden saberlo —dije con ferocidad. Odiaba a los médicos, a
todos los que habían venido a decirme que difícilmente iba a salir del estado
en el que estaba.
—Tienes que dejarla ir —insistió mi madre.
Oía los sollozos de sus padres, que esperaban junto a la ventana, y eso
me hizo sentir más culpable.
Era yo el que tenía que estar en esa cama, no ella. Tania venía a por mí
y ella no tenía que haberme empujado, apartándome de la trayectoria de ese
coche maldito. Volví a maldecir a Tania, a la habían vuelto a ingresar tras el
intento de asesinato que provocó y que ni siquiera tenía que pagar por el
daño causado por tener la mente alterada cuando lo hizo.
¡Puta loca!
—No puedo —susurré, hipando y apretando su mano con fuerza,
intentando así hacerle ver el dolor que me embargaba—. No puedo, mamá.
Es la mujer de mi vida.
—Sé que es difícil —susurró su madre, sentándose junto a mí e
intentando sumar fuerzas con mi madre y Magda—, pero no se puede hacer
nada más por ella. Ya has oído a los médicos, solo nos quedaría un
milagro…
Y ninguno de los que estaban allí creían en los milagros, ya no.
—Esperaremos fuera para que te despidas de ella —susurró Magda,
apretándome el hombro en gesto de consuelo—. Sal cuando estés listo.
Oí que todos salían de la habitación arrastrando los pies y sollozando
por la pena.
—No es justo —murmuré, mirando su rostro ceniciento. Acaricié sus
cejas oscuras y sus labios suaves con el pulgar mientras mis ojos se volvían
a llenar de lágrimas, emborronándome la visión unos segundos.
—Por favor, lo nuestro no puede terminar así, ¿me oyes? No hemos
podido disfrutar de nuestro amor. No puedo dejarte ir. —La pena de mi
corazón era superior a todo lo que me rodeaba. No podía hacerme a la idea
de perderla para siempre—. ¡Por favor, cariño! ¡Por favor! Tienes que
despertar, vuelve conmigo. No puedo decirte adiós, no puedo… Despierta,
por favor, nena…
Cuando nuestras familias comprobaron que no iba a salir de la
habitación, sus padres y Magda volvieron a entrar para retirarme de sus
brazos con cuidado.
—Lo siento mucho, Dimas. —Su madre se abrazó a mí y lloramos
desconsolados. Oí a los médicos que habían venido a desenchufarla de las
máquinas. Sus padres habían decidido dejarla ir bajo su prescripción, ya que
no merecía la pena alargar su agonía y la de todos los que estábamos ahí
esperando su final.
—Dimas, vamos fuera.
Magda me sujetó y todos los familiares salimos de la habitación entre
sollozos. Su padre decidió quedarse allí con ella para darle su último adiós.
Me paré en la puerta y la miré por última vez. No era esa la última
imagen que quería llevarme de ella, pero no podía alejarme sin mirarla una
última vez. No podía soportar ver cómo la desenchufaban, apagando así la
única oportunidad de mantenerla con vida que me quedaba.
El tiempo se me hacía eterno. No sabía cuánto tardarían en… apagar a
alguien, pero yo no estaba por la labor de esperar más.
Mi corazón gritaba y la pena me consumía.
Desde el atropello, cuando entró en urgencias ya en coma por el golpe
de la cabeza, había esperado un milagro que estaba claro que no iba a
producirse. Había rogado a todo el que pudiera oírme que la ayudaran, y
estaba claro que nadie me había oído. Me volví a limpiar las lágrimas y me
dejé caer hasta el suelo sollozando, impotente, cuando comenzaron a pitar
aparatos en la habitación y entraron médicos apresurados.
¡Ya está! ¡Ese era su fin!
Seguía sin creerme que ese fuera el final para la mujer más increíble del
mundo, tan bonita, tan llena de vida…
—¡Silvia, Dimas, corred, entrad!
Que su padre saliera a avisarnos sabiendo que no queríamos presenciar
cómo le apagaban todas las máquinas, nos cogió de sorpresa.
Lo miramos sin entender bien lo que pasaba.
—¡Ha despertado!
Ahí estaba el milagro que necesitaba.

FIN
NOTA DE LA AUTORA

Nunca me había planteado escribir una novela erótica. Me la habían


pedido algunas conocidas y amigas, y pensé que no perdía nada por salir de
mi zona de confort para animarme a escribir la historia de Dimas y Candela,
y aquí tenéis el resultado, espero de corazón que esta historia os haya
gustado tanto como a mí.

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