Hebreos 10,19-36
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Hebreos 10:19-36
Programa No. 1006
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Hebreos 10:19-36
Continuamos hoy, amigo oyente, avanzando por esta epístola a los Hebreos. Y en esta sección
de la epístola, estamos viendo una de las grandes divisiones que hay en la Palabra de Dios. Es como
un gran abismo que se coloca ahora entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre el antiguo pacto y
el nuevo pacto. Debemos recordar que Dios dio ambos pactos.
Ahora, en el versículo 9, el escritor estaba diciendo en referencia al primer pacto: quita lo primero
para establecer lo último. Cuando el Señor Jesucristo murió en la cruz, allí sucedió algo. El velo fue
partido en dos. Los hombres ya no tienen que presentarse por medio del sacrificio de sangre de los
toros y machos cabríos, sino que el Señor Jesucristo ha hecho algo en Su propio cuerpo por usted y
por mí, amigo oyente. Y en el versículo 10, de este capítulo 10, de la epístola a los Hebreos, leemos:
10
En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez
para siempre. (Heb. 10:10)
El énfasis en este versículo está en que Él hizo este sacrificio sólo una vez y que los sacrificios
debían terminar. Ha sido algo interesante que desde la destrucción del templo en el año 70 después
de Jesucristo, llevada a cabo por Tito, no ha habido ningún sacrificio de sangre en ese lugar. En el día
de hoy no se ofrece ningún sacrifico tampoco. Y las perspectivas para que sean ofrecidos son bastante
bajas en este momento presente. Así es que, Él quitó lo primero, para establecer lo último.
No sabemos cómo darle el suficiente énfasis a todo esto. No creemos que esto pueda ser sobre
enfatizado en realidad. Amigo oyente, con el primer pacto se había dado ciertas reglas y normas que
debían cumplirse. Ese antiguo pacto se había hecho de la ley. Y la ley tenía muchos detalles. Por
ejemplo, tenemos la ley de las ceremonias; todos los detalles tenían que ver con los sacrificios. Luego
se tenía los diez mandamientos, y luego había otros mandamientos que habían sido dados también.
Y había también reglas, y usted sabe que la característica de la naturaleza humana es que eso le gusta,
es decir, que le gusta las reglas y las normas. Al hombre le agrada mucho esto de tener reglas o normas.
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La gente opina que es fácil obedecer las reglas, las leyes, y esa es la razón por la cual muchas personas
dicen hoy: “Ah, el sermón del monte es mi religión”. En realidad, esta gente no sabe lo que este sermón
dice, ni lo que eso significa; pero les gusta porque tiene reglas y se engañan a sí mismos creyendo que
las pueden seguir. Toda la historia del hombre demuestra eso, así como también los cultos, sectas y
religiones que están apareciendo en el presente, son hechas basadas en estas cosas, en reglas y
normas. Tienen que seguir cierto rito.
Ahora, lo que debemos tener en mente es que nosotros nos encontramos bajo un sistema
completamente diferente. Y lo interesante de esto es que el Apóstol Pablo lo mencionó anteriormente,
cuando él escribió la segunda epístola a los Corintios. Él les dijo a ellos allá en su Segunda epístola a
los Corintios, capítulo 3, versículo 6: El cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo
pacto, no de la letra, sino del Espíritu; porque la letra mata, mas el Espíritu vivifica.
Algunas personas muy raras han interpretado esto como si quisiera decir que uno no debe
estudiar la Palabra de Dios, y que es el Espíritu que le da la vida, que la letra aquí quiere indicar la
Palabra de Dios. Bueno, usted sabe que de eso no es de lo que el Apóstol Pablo está hablando en este
instante. Si usted lee el versículo que sigue, le presenta muy claramente lo que quiere decir por letra.
Y ahí dice: Y si el misterio de muerte grabado en letra en piedras fue con gloria. Por esto nos damos
cuenta pues, de lo que la letra es. Se refiere a los diez mandamientos. Él está diciéndole aquí que los
diez mandamientos eran el ministerio de muerte. En realidad, amigo oyente, la ley mata. La ley nunca
salvó a nadie. Puede darle muerte a usted porque le lleva a usted al juicio de Dios. Es el Espíritu el que
da la vida, y usted y yo estamos viviendo en este día cuando el Espíritu Santo es Aquel que regenera.
El Espíritu Santo es Aquel que nos guía; es Aquel que nos muestra la voluntad de Dios. Bien,
continuemos considerando esto en nuestro estudio de hoy, y tenemos ahora, ciertos privilegios.
Notemos lo que dice aquí el versículo 19, de este capítulo 10, de la epístola a los Hebreos:
19
Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de
Jesucristo, (Heb. 10:19)
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¿Cómo es que nosotros podemos entrar allí? Por medio de la sangre de Jesucristo. Y el versículo
20, dice:
20
por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, (Heb.
10:20)
¿Cuándo fue partido en dos ese velo? Fue cuando Cristo fue crucificado en la cruz, e indicaba
que el camino a Dios estaba abierto. Eso debe decirnos algo, amigo oyente. Esa palabra aquí se
traduce como carne, y se nos dice aquí: El camino nuevo y vivo que Él nos abrió a través del velo, esto
es, de su carne. Esa es la misma palabra que uno encuentra en el prólogo al evangelio de Juan, donde
Él dice: “El Verbo se hizo carne”. Pero Él no habló en cuanto a un camino nuevo y vivo hacia Dios,
porque la encarnación, la venida de Cristo, no salva a nadie. Se basa ahora en la muerte de Cristo. Es
a través del Verbo; es decir, de Su carne que nosotros entramos al lugar santísimo, por medio de la
sangre de Jesús.
Nuestro derecho de entrada no es por medio de la encarnación, sino que fue a través del
partimiento de ese velo, y este velo era Su carne, a través de Su muerte por usted y por mí, amigo
oyente, y así podemos adorar a Dios. No es a través de la encarnación, no es a través de la vida de
Cristo, sino a través de la muerte de Cristo por nosotros en la cruz. Un sacrificio nuevo. Los sacrificios
antiguos ya no le ayudan a nadie.
Llegamos ahora a algo que según opinamos nosotros es algo muy importante. Aquí se menciona
que nosotros tenemos privilegios nuevos. Él menciona aquí otros privilegios. Comencemos leyendo
el versículo 21:
21
y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, (Heb. 10:21)
Y este es un maravilloso privilegio que nosotros tenemos en el presente: “Abogado tenemos para
con el Padre, a Jesucristo el justo”. (1 Juan 2:1) Él vive para siempre para hacer intercesión por
nosotros. Esto es algo que nos da mucho ánimo a nosotros. Esto es algo muy importante. Tenemos
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ese privilegio. Esta no es sólo una invitación para los que son salvos, sino para los que no lo son. Hay
algunos que opinan que esto es primordialmente para los incrédulos. Nosotros pensamos que es para
ambas clases de personas; y es a través de este camino nuevo, esta ofrenda nueva, este sacrificio de
Cristo, que nunca envejece. Martín Lutero había dicho en cuanto a esto: “Parecería que fuera ayer que
el Señor Jesucristo murió en la cruz”. ¡Cuán maravilloso, amigo oyente! A través de ese velo, cuando
Cristo entregó Su Espíritu, el velo del Templo fue partido en dos. Y usted y yo, amigo oyente, tenemos
hoy un Sumo Sacerdote que está a la diestra de Dios. Y, ¿qué es lo que nosotros podemos hacer?
Bueno, leamos el versículo 22:
22
acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones
de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura. (Heb. 10:22)
Esto es en referencia a los sacerdotes que estaban dedicados a esta obra, en el sacerdocio de
Aarón. Ellos eran miembros de la tribu de Leví. Usted recuerda que Moisés hizo eso. Él los purificó a
ellos y lo hacía con el agua de la dedicación. Él lavó sus cuerpos. Tenían que ser lavados y esto indicaba
que ellos estaban separados para el servicio de Dios. Esto es algo maravilloso de notar de nuestra
parte, esta dedicación ahora a Dios, que nos permite acercarnos y con un corazón sincero, en plena
certidumbre de fe.
Ahora, esa plena certidumbre de fe no tiene nada que ver con la cantidad de fe, sino que tiene
mucho que ver con el objeto de la fe, y aquello que es una fe verdadera. Siempre es el objeto de la fe.
La fe puede ponerse en algo equivocado. Usted puede poner su fe en alguna persona aquí y luego
sufrir una desilusión. No es solamente el creer que existe un Dios. Eso no quiere decir nada, aparte de
que usted no es un ateo. Pero esto significa que usted no sólo tiene que tener un conocimiento de Él,
o de conocer el camino de justicia, sino que, por medio de la fe, usted obró de acuerdo a una fe
verdadera. Es decir, que usted ha recibido al Señor Jesucristo como su Salvador personal. Eso se nos
ha presentado muy claramente. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le
recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios, (Juan 1:11-12) –
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aun a aquellos que no hacen más que sencillamente creer en Su nombre. La fe en Cristo es el recibir a
Cristo. Eso es lo que quiere decir. Recibirle a Él. Es decir, la fe es una acción, un hecho basado en un
conocimiento. Dios nunca le pide a usted que salte en las tinieblas.
Estamos en desacuerdo con aquel teólogo que dijo que la fe es un salto en las tinieblas. Si es
eso, no salte, amigo oyente, porque usted puede encontrar que se cae en un abismo. No salte en las
tinieblas. Dios ha dado el conocimiento. La fe viene por el oír, y el oír por la Palabra de Dios. Dios ha
colocado un fundamento. En la primera epístola a los Corintios, capítulo 3, versículo 11, leemos:
Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Usted puede
colocarse en ese fundamento. Eso es conocimiento. Pero es la fe la que le coloca a usted allí. Fe es la
acción basada en el conocimiento. Y eso significa confiar en Cristo personal, individualmente como su
Salvador. Ahora, en el versículo 22, otra vez leemos:
22
acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones
de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura. (Heb. 10:22)
Esto nos indica que usted y yo hoy somos miembros de un sacerdocio. Una de las grandes
verdades que recobró Juan Calvino fue la del sacerdocio de los creyentes. Cada creyente es un
sacerdote, y usted puede entrar libremente a la presencia de Dios. Hay tantas personas que le piden
al predicador que ore por él. Ellos envían su solicitud de oración. Nosotros la seguimos porque
creemos en esto. Pero lo que queremos decir aquí es que usted también tiene acceso a Dios. Usted
tiene tanto derecho a entrar en la presencia de Dios como lo tenemos nosotros o cualquier otra
persona, porque nosotros entramos en el nombre de Cristo. Sólo podemos hacerlo por la sangre de
Jesucristo. Él es quien ha abierto este camino nuevo y vivo para nosotros. Es en base a eso que
nosotros podemos llegarnos, podemos acercarnos a Dios. Y ahora, el versículo 23, dice:
23
Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que
prometió. (Heb. 10:23)
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Nosotros debemos acercarnos. La fe aquí tiene ese pensamiento de esperanza. Acerquémonos
más a Dios, pero también, mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza. ¿Por
qué? Porque nosotros tenemos una esperanza. Y la esperanza es algo para el futuro. ¡Cuán maravilloso
es esto, amigo oyente! Encontramos aquí que nosotros podemos acercarnos a Dios “en plena
certidumbre de fe”. Y que también nosotros podemos mantener firme, sin fluctuar, la profesión de
nuestra esperanza. Tenemos una esperanza. ¿Por qué? Bueno, permítanos expresarlo de la siguiente
manera: “Tan cerca, tan cerca de Dios. No podemos más cerca estar. Porque en la persona de su Hijo,
estamos tan cerca como Él lo está. De tanta, tanta estima para Dios, de más estima no podemos ser.
Porque en la persona de Su Hijo, somos tan amados como Él lo es”. Ahora, debemos acercarnos más.
Debemos mantenernos firmes. Y ahora se nos presenta una tercera cosa aquí en el versículo 24, de
este capítulo 10, leamos:
24
Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; (Heb. 10:24)
¿Le estamos molestando, amigo oyente? Hay algunos que nos escriben y nos dicen: “Ustedes
están turbando mi consciencia”. Bueno, nosotros esperamos haber turbado su consciencia de tal
manera que usted llegue a hacer lo que se nos dice en este versículo, a estimularnos al amor, y que
usted haya quedado tan preocupado que llegue a hacer estas buenas obras para Dios. Luego, en el
versículo 25, de este capítulo 10, de la epístola a los Hebreos, leemos:
25
no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y
tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca. (Heb. 10:25)
Si hubo alguna ocasión cuando los creyentes debían reunirse, esa ocasión es hoy. En lugar de
tratar de derribarnos unos a otros, debemos reunirnos en amor alrededor de la persona de Cristo,
exhortándonos unos a otros y estudiando la Palabra de Dios juntos. Dios tiene algo para un grupo que
Él no da a alguna persona individualmente. Una de las razones por la cual nos gusta enseñar la Palabra
de Dios es porque Dios no nos permite a nosotros crecer en el conocimiento de Su Palabra a no ser
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que nosotros la compartamos. Y aquí dice: No dejando de reunirnos. Si usted tiene un estudio bíblico
en su iglesia, no deje de asistir a él, porque allí hay una bendición para usted, que no puede obtener
estudiando la Biblia por sí solo.
Queremos compartir algo que creemos es interesante. Nosotros debemos acercarnos a Dios en
fe, debemos acercarnos en esperanza; eso es para nosotros mismos. Y debemos mantener nuestra
profesión, debemos acercarnos en amor. Eso es para los demás. Así es que, aquí tenemos la fe, la
esperanza y el amor. ¡Cuán maravilloso es esto, amigo oyente!
Ahora, esta expresión: “Que aquel día se acerca”, creemos que se refiere a esta gente, a los
hebreos, en cuanto a la destrucción del templo. El templo iba a ser destruido. Y, ¿dónde iban ellos a
reunirse? Bueno, ellos habían estado yendo al templo. Aún Pedro y Juan iban al templo. Ellos se
encontraban allí en Pentecostés, y siguieron yendo a ese lugar después. Ellos se encontraron con ese
hombre paralítico en esa puerta del templo, llamada la Hermosa. Pero ¿dónde se van a reunir ahora?
Bueno, lo que Él está diciendo es: cuando vean que aquel día se acerca, y ya no tengan un lugar, sigan
reuniéndose juntos. Y a proposito, la iglesia comenzó en reuniones en los hogares.
Llegamos ahora a otra señal de peligro. Esta es la quinta señal de peligro que se nos presenta. Y
aquí tenemos el peligro de despreciar. Esta es una de las advertencias más solemnes de todas. Leamos
el versículo 26, de este capítulo 10, de la epístola a los Hebreos:
26
Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la
verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, (Heb. 10:26)
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sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del
santo mandamiento que les fue dado.
Es decir que algunas de estas personas solamente habían hecho una profesión de fe en Cristo.
Ellos no habían nacido de nuevo, solamente pretendían que sí lo habían sido, y para asegurase de esto
continuaban yendo al templo y ofreciendo sacrificios y Él va a decir cosas bastante serias a
continuación. En realidad, esta gente no estaba confiando en Cristo. Ellos estaban comportándose
como si ellos no hubieran sabido que Él vino y hubiera muerto en la cruz. Y como resultado, ellos son
culpables de incredulidad, y eso es pecar voluntariamente. Por tanto, esta gente no es creyente, es
decir que no hay nada entre el sacrificio de Cristo y Su venida, sino juicio. Él no viene a morir otra vez.
Escuchemos lo que dice el versículo 27:
27
sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los
adversarios. (Heb. 10:27)
Es decir que, si cuando Cristo vino y murió hace más de 2.000 años, y eso no fue algo adecuado,
entonces amigo oyente, no hay nada que sirva, y por tanto no hay ninguna otra cosa en este mundo
para usted sino el juicio. Y el versículo 28 dice:
28
El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere
irremisiblemente. (Heb. 10:28)
29
¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por
inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia? (Heb.
10:29)
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crucificar al Hijo de Dios. ¿Cómo? Bueno, tratan la muerte de Cristo como algo inadecuado para
arreglar el asunto del pecado, y ellos actúan como si Él no hubiera muerto. Tratan la sangre de Cristo
como algo despreciable. Amigo oyente, el privilegio crea cierta responsabilidad. Y si usted ha
escuchado el evangelio y le da la espalda a Jesucristo, bueno, alguien debería decirle que usted se
está dirigiendo al infierno. Eso es lo que la Palabra de Dios dice. No lo decimos nosotros, es la Palabra
de Dios la que lo dice. Ahora, el versículo 30, de este capítulo 10, de la epístola a los Hebreos, dice:
30
Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El
Señor juzgará a su pueblo. (Heb. 10:30)
Usted puede tomar nota de eso, amigo oyente; Dios juzgará. No interesa quien sea usted. Usted
tendrá que presentarse ante Dios en Juicio. Y ahora, en los versículos 31 y 32, leemos:
31
¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo! 32Pero traed a la memoria los días pasados,
en los cuales, después de haber sido iluminados, sostuvisteis gran combate de padecimientos; (Heb.
10:31-32)
Él está hablando aquí personalmente a esta gente, es una palabra o un mensaje personal a los
hebreos. Y él dice en los versículos 33 y 34:
33
por una parte, ciertamente, con vituperios y tribulaciones fuisteis hechos espectáculo; y por
otra, llegasteis a ser compañeros de los que estaban en una situación semejante. 34Porque de los
presos también os compadecisteis, y el despojo de vuestros bienes sufristeis con gozo, sabiendo que
tenéis en vosotros una mejor y perdurable herencia en los cielos. (Heb. 10:33-34)
Si usted va a tomar una posición por Cristo, entonces lo va a hacer por Él. La prueba de su fe está
en la vida que usted vive, eso lo demuestra. En el versículo 35, el escritor nos revela esto diciendo:
35
No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; (Heb. 10:35)
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Él está hablando aquí en cuanto a recompensas. Y esa confianza es intrepidez, ánimo,
resolución. Y el versículo 36, dice:
36
porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis
la promesa. (Heb. 10:36)
Nuevamente, debemos decir que este es un versículo maravilloso. Paciencia, él les está diciendo
a ellos que obren con paciencia.
Vamos a finalizar este capítulo, Dios mediante, en nuestro próximo programa y luego,
entraremos al capítulo 11, que es algo realmente glorioso y que muchos llaman “el Catálogo de los
Héroes de la Fe”. Nosotros tenemos otro nombre para esto, y lo veremos, Dios mediante, en nuestro
próximo estudio. Será pues, hasta entonces, ¡que el Señor le bendiga abundantemente, es nuestra
ferviente oración!
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