La Noche Infinita
La Noche Infinita
La Noche Infinita
Tras la caída del Instituto de Estudios Horológicos Avanzados, Cr∞n∞s está sumido en
una oscuridad aplastante que parece no tener fin. Habitantes de siglos y lugares distintos
coexisten en un Presente de Simultaneidad Indeterminada que desafía toda lógica;
docenas o cientos de versiones anteriores y futuras de una misma persona pueden llegar
a convivir en esta cruel realidad.
Los Cronopolios III. La noche infinita mantendrá a los lectores al borde de la emoción
en cada página, hasta un sorprendente desenlace donde un último y gran sacrificio será
inevitable.
Aquella masa oscura que desdibujaba toda posibilidad de horizonte continuó ganando
terreno. Las aguas oceánicas comenzaron a encresparse, como si la sombra proyectada
sobre ellas acarreara fuerzas invisibles que traían consigo discordia y nada más. Los
habitantes de la isla corrieron a sus viviendas. Las madres tomaron de los brazos a sus
hijos para interrumpir los juegos y enseguida resguardarlos de aquella nebulosa
preocupante.
Cuando por fin la oscuridad logró envolver a la isla entera, después de que cada
centímetro de luz había cedido su territorio ante la implacable conquista de la negrura,
Tannator, sin haber conseguido llegar a la costa o a uno de los tantos muelles de
Principia, golpeó dos veces la balsa con su remo para que se hundiera. La silueta
encapuchada desapareció por completo de la superficie. Lo último que sus cuencas
vacías contemplaron antes de sumergirse fue la cima de la Torre del Tiempo, desde
donde las Tejedoras divisaban el futuro más desesperanzador.
Las siluetas de cada una aparecieron recortadas en las aberturas del pináculo de planta
pentagonal que coronaba la torre, a través de las cuales se desbordaba el manto del
tiempo que tejían incesantemente. Contemplaron en absoluto silencio esa oscuridad que
ahora, sabían, lo definiría todo. Ellas mismas habían registrado en horas recientes las
catástrofes que cambiarían para siempre el Orden Natural de los Acontecimientos.
La horda de cronófagos que descendió sobre la Torre del Tiempo no se hizo esperar. Era
la primera vez que pisaban tierra sobre la Ciudad Origen, por lo que la mayor parte de
sus moradores desconocía la naturaleza perversa de estos seres. Quienes se negaron a
buscar refugio en sus viviendas, motivados por la curiosidad, resultaron ser las primeras
víctimas del ataque. El horror paralizó a más de uno al sentir los colmillos afilados de
sus agresores, sobre todo porque no comprendían lo que estaba ocurriendo debido a la
oscuridad imperante. Muy pronto los lamentos y alaridos derivados de aquella agonía,
que ni siquiera parecían escapar de gargantas humanas, salpicaron la negrura
permanente.
La masacre se prolongó durante varios minutos. Con cada mordida, los cronófagos
ganaban más fuerza. El vigor encapsulado en la sangre consumida los hacía rejuvenecer.
Los horólogos que laboraban en el vestíbulo de la torre cerraron de inmediato el acceso
principal para evitar la entrada del enemigo. Las lámparas de aceite y velas que
cargaban eran sus únicas fuentes de luz. Los gritos de las víctimas fuera de la torre
cesaron por completo. El silencio resultó más aterrador. Todo parecía haber vuelto a la
calma, pero los horólogos sabían que los cronófagos no eran seres capaces de mostrar la
menor compasión. Incluso si lograban saturarse con la sangre de sus víctimas, su apetito
de violencia no disminuiría.
Bastó un golpe más para hacer añicos ambas puertas. Una multitud de cronófagos entró
volando con la potencia de una ráfaga y enseguida comenzó una segunda oleada de
ataques contra los moradores de Principia. Una por una las lámparas de mano y las velas
fueron extinguiéndose hasta que los gritos de auxilio y los lamentos salpicaron una vez
más la oscuridad. Aunque lo intentaron, la reacción de los centinelas del tiempo no fue
ni certera ni veloz para doblegar al ejército de cronófagos que los dejó hechos pedazos
en cuestión de segundos.
—Llévame hacia ellos —dijo una figura de talla imponente después de levantar a un
horólogo lastimado.
El horólogo obedeció sin cuestionar la orden y lo guio, cojeando, hacia una entrada de
aspecto ceremonial, custodiada por media docena de centinelas del tiempo, que
segundos después quedaron convertidos en cadáveres.
En el interior del Tribunal de los Cronistas sólo era posible distinguir nueve rostros
iluminados con las flamas de nueve velas; nueve rostros que parecían flotar en aquella
negrura impenetrable.
—¿Y por qué no nos asesinas de una buena vez? Para eso estás aquí.
—Todo a su debido tiempo, Éxigus. Me sorprende que un hombre como tú se rinda tan
fácilmente.
—Necesito que influyan en la labor de las Tejedoras del Tiempo —dijo Malamentus
entre dientes, seriamente irritado.
Éxigus Pársifal se levantó de su silla y permaneció de pie detrás de ella. Sus carcajadas
retumbaron en el Tribunal de los Cronistas. Sus ocho colegas se unieron al coro de risas
desafiantes algunos segundos después.
—Llegaste demasiado tarde —respondió Éxigus Pársifal una vez que dejó de reír—.
¿Acaso no encontraste sus cadáveres al llegar?
Una por una, las cabezas de los ocho Cronistas que seguían sentados cayeron al suelo.
El gesto de espanto en ellas fue el común denominador. Éxigus Pársifal tragó saliva al
darse cuenta de que sus colegas aún estaban conscientes.