Guerras Mundiales

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Las guerras mundiales

2. La Segunda Guerra Mundial


Veamos en tres duraciones una síntesis de los hechos –como la elaboramos
para la Primera Guerra Mundial. Inscritos en una larga duración se encuentran los
antecedentes decimonónicos (e inclusive anteriores), como el imperialismo y el
Sonderweg o el “camino especial” de Alemania –que veremos más adelante. La
mediana duración parte del sistema de Versalles y la década de los 20. Ve a Hitler
y a los nazis como determinantes; continúa con la crisis de 1929 que terminó con
la mejoría económica y la estabilidad política, conduciendo a las potencias al
nacionalismo económico y a la autosuficiencia, además de producir extremismos
políticos. En la década de los 30, ante la pasividad de la Sociedad de las Naciones
y causando una crisis internacional, Japón invadió Manchuria en 1931, e Italia,
a Abisinia en 1935. Los nazis llegaron al poder en 1933 y mientras consolidaban
su poder en el interior, condujeron una política exterior moderada, en los mismos
lineamientos de la República de Weimar, por ejemplo, firmaron un Acuerdo Naval
con Inglaterra. Pero a mediados de la década se precipitaron las cosas. En 1936
ocuparon la zona desmilitarizada del Rhin y Francia se sintió desprotegida. En
marzo de 1938, invadieron a Austria. En el mismo año, la crisis por Checoslovaquia
condujo a que a los alemanes en la Conferencia de Munich, con el beneplácito de
Inglaterra y Francia, se les adjudicase la región de los Sudetes. Se trataba de la
política inglesa del appeasement o apaciguamiento, que ideada por Chamberlain
creía que a Hitler se le podía contener mediante concesiones territoriales. La corta
duración, por ejemplo, se refiere a coyunturas económicas que precipitaron la gue-
rra. Así, en septiembre de 1939, Alemania invadió Polonia.19 Muchos problemas
comenzaron a formularse. Nosotros los dividiremos, de nuevo, en dos grandes
grupos: la culpabilidad de Alemania y la responsabilidad compartida.20

2.1La responsabilidad de Alemania


Aunque no existió un debate tan fuerte en torno a la culpabilidad de Alema-
nia comparable al de la Primera Guerra Mundial –pues había un consenso en que
Alemania había protagonizado la escalada hacia la guerra–, numerosos autores
se han centrado desde diversas ópticas en las actuaciones alemanas. La discusión

19
Una buena síntesis de estos antecedentes en Philip Bell, “Hitlers War? The Origins of the Second
World War in Europe”, Themes in Modern European History, 1890-1945, por Paul Hayes (Londres/
Nueva York: Routledge, 1992) 227-248.
20
De variadas maneras se puede sistematizar la historiografía sobre Alemania. Véanse revisiones
bibliográficas en Ludger Mees, “La ‘catástrofe alemana’ y sus historiadores: El fin del régimen
nacionalsocialista 50 años después”, Historia contemporánea 13-14 (Bilbao, 1996): 465-484. Jane
Caplan, “The Historiography of Nationalsocialism”, Companion to Historiography, comp. Michael
Bentley (Londres/ Nueva York: Routledge, 1997) 545-590; Stanley Payne, Historia del fascismo
(Barcelona: Planeta, 1995) 553-659; Ulrich von Hehl, Nationalsozialistische Herrschaft (Munich:
Oldenbourg, 1986) 49-116.

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giraba alrededor de los criterios de continuidad o ruptura, es decir, sobre la larga o


mediana duración. ¿Representaron los nacionalsocialistas una continuidad en los
métodos y las propuestas? ¿Constituyeron una prolongación dentro de la historia
alemana o europea? O, ¿eran novedosos?
La tesis de la continuidad o larga duración se muestra en la biografía sobre Hitler
que escribió Alan Bullock: el nazismo tenía en Alemania largas y profundas raíces, y
era la lógica conclusión del militarismo, del nacionalismo, la exaltación del Estado y
el culto a la fuerza; Hitler concentró las fuerzas más siniestras de la historia alemana
en la “destructividad vengativa” y en el dominio.21
Igualmente, en la historiografía alemana proliferan las visiones autocríticas: se
trata de la tesis del Sonderweg o el “camino especial” del que hacen parte Kühnl,
Fischer y Wehler.22 Algunos han preguntado por la identidad de las élites alemanas
desde el Segundo Imperio, pasando por la República de Weimar, hasta llegar al Tercer
Reich y las constantes de sus políticas exteriores. Desde un punto de vista marxista
–haciendo un análisis de clase–, Kühnl señala que hay un camino directo desde el
Segundo Imperio hasta el Tercer Reich. Las clases dominantes de la época imperial
–las fuerzas feudales aristocráticas y las de la gran industria y la banca– pasaron
incólumes a través de la república y continuaron su existencia en el nazismo. Ellas
estaban presentes en las más diversas instituciones del Estado como también en la
prensa, en la educación, en la Iglesia y en las asociaciones y las confederaciones.
Es más, le dieron el poder a los nazis y estaban decididos “(...) a llevar adelante con
nuevos y más efectivos medios, es decir, con el apoyo fascista, la guerra abierta [sic]
en 1914 y perdida en 1918”.23
Fritz Fischer en sus obras clásicas acusaba a Alemania, tal como sus vencedores
lo habían hecho en ambas guerras. Mostró las dos arremetidas alemanas en sendas
guerras como un decidido expansionismo alemán, y señaló una continuidad tanto
en lo social, es decir, en la alianza entre el Führer y las élites tradicionales agrarias
e industriales desde el Segundo Imperio, como también en los deseos de conquista.
Se trataba de conservar las relaciones internas de la potencia. Al objetivo primario
21
Alan Bullock, Hitler: A Study in Tyranny (Londres: Odham, 1952).
22
El Sonderweg se pregunta por qué Alemania transitó por el fascismo o totalitarismo a diferencia
de los países al occidente y al norte que eran altamente desarrollados. La tesis tuvo sus orígenes
a finales del siglo XIX pero, en aquel momento, exaltaba la existencia de una Alemania distinta y
positiva. Después de la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, se le reinterpretó de forma crítica:
se mira atrás en la historia, en los siglos XVII y XVIII, para identificar todo aquello que obstaculizó el
desarrollo de la democracia liberal y que posibilitó el auge del nacionalsocialismo. Alemania tran-
sitó por un camino distinto a las demás potencias ya que contaba con una mezcla de un capitalismo
triunfante y modernización socioeconómica y unas relaciones de poder y culturales e instituciones
preindustriales que tensionaban la sociedad. La continuación de los elementos tradicionales a través
de la República de Weimar permitió en parte el auge del nacionalsocialismo; véase un crítica al res-
pecto en Jürgen Kocka, “German History before Hitler: The Debate about the German Sonderweg”,
Journal of Contemporary History 23 (1988): 3-16.
23
Reinhard Kühnl, La República de Weimar: Establecimiento, estructuras y destrucción de una
democracia (Valencia: Edicions Alfons El Magnànim, 1991) 324.

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conservador-defensivo hacia adentro correspondía uno expansivo-ofensivo hacia


afuera: “(...) la idea de una hegemonía, condición previa para que Alemania accediera
al rango de potencia europea, era el patrimonio espiritual de amplias capas sociales
en Alemania y el impulso predominante en los círculos dominantes del Estado, de la
economía y de la sociedad”. Fischer comparó los objetivos de Alemania en las dos
guerras: en 1914, Benthmann-Hollweg planeó la hegemonía sobre Mitteleuropa; Hitler
la llevó a cabo. En Brest-Litovsk Ludendorff logró conquistar grandes territorios de
Europa oriental, y Ucrania debería ser el granero de Alemania; Hitler conquistó este
territorio por un tiempo. Hay pues, un parecido entre el concepto de Lebensraum
(espacio vital), y los planes de la Liga Pangermánica de origen decimonónico.24
De la misma manera, Hans-Ulrich Wehler analizó una situación, aunque
haciendo aún más énfasis en lo interno, examinando la continuidad como la
manifestación de un “extremo imperialismo social” que a través de la expansión
intentaba frenar el progreso interno y distraer de la falta de libertad interna. No se
trataba tanto de intereses económicos sino de la primacía del imperialismo social
desde Bismarck hasta Hitler.
Las tesis de la ruptura o de la mediana duración parten del estudio del na-
zismo y lo ven como un fenómeno sui generis y, por lo consiguiente, el estallido
de la guerra como su producto. En los años posteriores a la guerra se le quiso ver
como un descarrilamiento, una aberración de la historia alemana, un régimen de
conquistadores venidos prácticamente de la nada que impusieron su voluntad, y a
Hitler como el “demonio” –descargando así la responsabilidad en un solo personaje.
Se trataba, en ocasiones, de la tesis de la culpabilidad de un solo hombre: Hitler era
singularmente perverso. La política exterior y la guerra no eran sino su producto
y, sobre todo, eran únicas. Hitler no hacía parte de Alemania.25
La discusión continuó, con ciertos de tonos de culpa moral, con “la tesis del
programa”. ¿Había Hitler realizado una política exterior de manera planificada?26 La
respuesta se inscribía en una mediana duración: “Rara vez, o tal vez nunca en la
24
Véase nota 4.
25
Golo Mann, A History of Germany since 1789 (Londres: Chatto & Windus, 1968); original en
alemán, 1958.
26
La bibliografía es inmensa: entre otros, Andreas Hillgruber, Germany and the Two World War
(Cambridge, Mass./ Londres: Harvard University Press, 1995); del mismo autor, “Gründzuge der
nationalsozialistischen Aussenpolitik 1933-1945”, Saeculum 24 (1973): 328-345; y Der Zweite
Weltkrieg 1939-1945: Kriegsziele und Strategie der grossen Mächte (Stuttgart/ Berlín: Kohlham-
mer, 1983), traducción al español, La segunda guerra Mundial: Objetivos de guerra y estrategia
de las grandes potencias (Madrid: Alianza, 1995), en donde combina elementos de continuidad
con los de ruptura. Señala que en categorías como potencia y hegemonía, así como también en la
preponderancia de soluciones y subjetividades militares en política exterior, hay una continuidad.
Esto explica la facilidad con que élites tradicionales se unieron al proyecto nacionalsocialista.
Pero hay un quiebre cuando se superponen estos componentes con los objetivos radicales raciales
ideológicos; Klaus Hilldebrand, Das Dritte Reich (Munich/ Viena: Oldenbourg, 1980); traducción
al español, El Tercer Reich (Madrid: Cátedra, 1988); William Shirer, The Rise and Fall of the Third
Reich (Nueva York: Crest, 1962).

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historia, antes de llegar al poder un gobernante había diseñado por escrito lo que
después realizó”.27 Según esto, el motivo esencial de la política fue un programa fijo
ideológico y racial. Hitler, cumpliendo una función activa, había planeado la guerra
desde los inicios de su carrera política. Citando a Mein Kampf, el Segundo Libro y
otros escritos, se señala que Hitler había diseñado una serie de etapas para lograr la
hegemonía continental. Pivote fundamental constituiría la alianza con la Gran Breta-
ña, la destrucción de la Unión Soviética, la disminución de Francia y la alianza con
Italia. La Gran Bretaña debería de mostrarse condescendiente porque, por un lado, la
amenaza bolchevique desaparecería y, por el otro, permanecería intacto su imperio,
pues Alemania no presentaría reivindicaciones coloniales. Se vincularon ideales ra-
cistas y antisemitas con la conquista del “espacio vital”: la adquisición de territorios
en Europa oriental constituía la base para llevar a cabo el programa racial.
La política exterior nacionalsocialista se analizó a la luz de esta tesis –la fuerza
motriz era la ideología hitleriana. Así, Hildebrand rechaza una línea directa de Bismarck
a Hitler, ve una ruptura en la conquista racial y dominación mundial y analiza las
crisis internacionales como producto del decidido rumbo emprendido por Alemania
hacia la guerra, el cual con el ataque a Polonia provocó la entrada de las potencias al
conflicto.28 Karl Dietrich Bracher agrega que hay que tener en cuenta aquellas “(...)
metas de dominio y expansión, que trascendían la política tradicional de poder (...)
[y] la radical coherencia con las que estas metas fueron perseguidas (...)”, que hacen
única a Alemania. Hitler “(…) poseía los atributos decisivos: la fijación en ideas radi-
calmente transformadoras, la decisión de realizarlas a cualquier precio y la capacidad
de movilizar medios y masas para lograrlo.29 Igualmente, Jacobsen plantea una brusca
transformación revolucionaria, visible no solamente en el violento reordenamiento
europeo de acuerdo a principios raciales, sino también en los métodos e instrumentos
a través de los cuales las viejas élites y sus instituciones fueron desposeídas.
Finalmente, mirando la guerra como producto de una coyuntura económica
alemana, haciendo un énfasis en lo interno y rechazando la planificación del
conflicto, Timothy Mason se cuestiona los orígenes y la función del inicio de la
guerra. Alemania estaba a punto de sufrir una crisis en el sistema económico y de
dominio. La preparación para la guerra desde la primavera de 1939 presentaba
indicios de una excesiva tensión de los recursos, que podía generar una inflación y
disturbios populares. Así, la política exterior de Hitler era limitada por la situación
interna económica y política. Tan sólo a través de la conquista de territorios, de
sus recursos y de su mano de obra, podía evitarse una crisis del sistema. La gue-
27
Eberhard Jäckel, Hitlers Weltanschauung: Entwurf einer Herrschaft (Stuttgart: Deutsche Verlags-
Anstalt, 1981) 7; del mismo autor, Hitler in History (Hannover/ Londres: Brandeis University Press,
1984), especialmente el capítulo “Hitler Wages War” 23-43.
28
Klaus Hilldebrand, Deutsche Aussenpolitik 1933-1945, Kalkül oder dogma? (Stuttgart: Kohlhammer,
1980).
29
Karl Dietrich Bracher, Controversias de historia contemporánea sobre fascismo, totalitarismo,
democracia (Barcelona/ Caracas: Alfa, 1983) 79.

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rra se constituyó, entonces, en una estrategia para evitar una crisis en el nivel de
vida, continuar el armamentismo y desviar los conflictos internos políticos hacia
una lucha patriótica contra un nuevo cerco. El resultado fue la Blitzkrieg o guerra
relámpago: guerras cortas que necesitaban menos armas y mantenían el nivel de
vida. Así se mantuvo la satisfacción material de las masas a través de la expansión.
Eran acciones improvisadas de un hombre que respondía a presiones estructurales
y funcionales y que había perdido el control de sus políticas.30

2.2Otros actores: la Gran Bretaña o la Unión Soviética


La investigación también se ha centrado en la controversial política de las otras
potencias, es decir, la pregunta se dirige a la manera directa o indirecta en que
las potencias permitieron el auge alemán o, por lo menos, no le pusieron ningún
obstáculo decisivo o, inclusive, lo provocaron. Un ejemplo de esto data de 1948:
en el contexto de la Guerra Fría se publicaron una serie de documentos sobre las
relaciones entre nazis y soviéticos que señalaban a Stalin y a Hitler como culpables
del inicio de la guerra.31
Pero mucho más famosa fue la interpretación de Ernst Nolte. Si bien él enlazó
las dos guerras –ambas tuvieron su origen en las mismas causas: los esfuerzos ex-
pansionistas del Imperio prusiano-alemán–, al mismo tiempo consideró la Segunda
Guerra Mundial como una respuesta al bolchevismo y a la Unión Soviética. Se trató
de una guerra civil europea cuyas líneas divisorias entre los frentes se entrecruza-
ban en casi todos los pueblos del mundo. Tomando como centro de la discusión
las relaciones entre comunistas y nacionalsocialistas y entre Alemania y la Unión
Soviética, planteó que todo comenzó en 1917 cuando Lenin, jefe y fundador de un
gran Estado y partido ideológicos, predicó una lealtad supranacional y convocó a
las masas a una guerra civil y a una rebelión armada. Como reacción a este desafío,
ascendieron al poder los nacionalsocialistas, quienes fundaron un segundo gran
Estado ideológico que también contaba con grandes apoyos supranacionales. Hitler
estaba convencido de haber hallado la mejor y más duradera respuesta al desafío
bolchevique –mejor que la de las democracias occidentales.32

30
Timothy Mason, “Some Origins of the Second World War”, Past and Present 29 (1964): 67-87; del
mismo autor “Innere Krise und Angriffskrieg“, Wirtschaft und Rüstung am Vorabend des Zweiten
Weltkrieges, comps. Forstmeier y H. E. Volkmann (Düsseldorf: Droste, 1975) 158-188; una variación
al tema en C. Bloch, “Die Wechselwirkung der nationalsozialistischen Innen- und Aussenpolitik
1933-1939”, Hitler, Deutschland und die Mächte, comp. M. Funke (Düsseldorf: Droste, 1976)
205-221; veáse el debate en Ian Kershaw, Der NS-Staat: Geschichtsinterpretationen im Überblick
(Hamburgo: Rowolt, 1988) 89-126; versión inglesa, The Nazi Dictadorship: Problems and Pers-
pectives of Interpretation (Londres: Arnold, 2000) 47-68.
31
United States, Department of State, “Nazi-Soviet Relations, 1939-1945”, Documents of the Archives
of the German Foreign Office (Washington D.C: 1948).
32
Ernst Nolte, Der Europäische Bürgerkrieg 1917-1945: Nationalsozialismus und Bolschewismus
(Francfort del Meno/ Berlín: Propyläen, 1989); existe traducción al español, La guerra civil europea,

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Otro ejemplo es el de la famosa y controversial política del appeasement.


Ya en aquella época Churchill, acusando de miope a Chamberlain y su obra, señaló
que la Gran Bretaña había intentado comprar paz a través de métodos no honorables
y desastrosos. No honorables porque condujeron a traicionar a pequeños estados
como Checoslovaquia en Munich, y desastrosos porque ocasionaron una guerra en
condiciones terribles cuando Alemania era ya demasiado fuerte.
La política del appeasement también ha sido calificada como una política
ambigua que Hitler interpretó como si los ingleses le estuvieran permitiendo la
expansión en Europa oriental. Se critica, por una parte, a la opinión pública inglesa
que veía con buenos ojos el apaciguamiento en vez de haber advertido los peligros
reales. Por otra, a Chamberlain, quien creyó erróneamente en la igualdad de fuer-
zas, y tanto en que Hitler hacía parte de una política revisionista y moderada en
la tradición de la República de Weimar, como en que el injusto orden establecido
en Versalles debía ser revisado. Pero el primer ministro británico nunca llegó a
comprender que los sistemas de valores de la democracia y de la dictadura eran
distintos: Hitler cuestionaba no solamente el status quo internacional sino todo el
sistema internacional. En 1938 no sólo no se debió ir a Munich, sino que se debió
luchar, pues Alemania, además, no estaba preparada para la guerra. Las democracias
eran, pues, culpables de la guerra.33

2.3La responsabilidad compartida


Otros autores ven el problema de los orígenes en aquello que ya hemos llama-
do la tesis de la responsabilidad compartida, inscrita, a su vez, en la continuidad
de la historia de Europa. En la inmediata posguerra, el ilustre historiador alemán
Friedrich Meinecke se convirtió en el primero que intentaba mirar contextos que
rebasaban la historia de Alemania –estudiando las condiciones alemanas y europeas
del régimen. Al régimen nazi lo veía como una variante de un fenómeno paneuropeo
que contenía similitudes y antecedentes en los sistemas de los países vecinos. Las
raíces de la “catástrofe alemana” se encontraban en las ilusiones optimistas de la
Ilustración y la Revolución francesa, en el racionalismo y en la democracia y en
el materialismo de la Europa moderna, es decir, en la búsqueda de beneficio. Al

1917-1945: Nacionalsocialismo y bolchevismo (México: FCE, 1996); del mismo autor, Después del
comunismo: Aportaciones a la interpretación de la historia del siglo XX (Barcelona: Ariel, 1995),
especialmente los capítulos “La guerra civil europea, 1917-1945” y “Alemania como Estado nacional
y la catástrofe de 1945”; y Die faschistischen Bewegungen: Die Krise des liberalen Systems und die
Entwicklung der Faschismen (Munich: DTV, 1975). Las dos primeras obras hacen parte de una gran
controversia que Nolte inició en 1986 y que se conoce como el Historikerstreit o “la querella de los
historiadores”. Nolte afirmaba allí una posición conservadora y revisionista de la historia de su país
y trataba de acabar con las manchas que el nacionalsocialismo todavía lanzaba sobre la Alemania
democrática –la cual fue duramente criticada por otros historiadores.
33
Anthony Adamthwaite, The Making of the Second World War (Londres: Allen and Unwin, 1977),
citado por Hörst Möller, Europa zwischen den Weltkriegen (Munich: Oldenbourg, 1998) 191-192.

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mismo tiempo, sin embargo, tenía en cuenta antecedentes del régimen nazi como
el militarismo de Prusia y del Segundo Imperio y su política.34
A finales de la década de los 40, Ludwig Dehio vio los lineamientos funda-
mentales de la historia germano-prusiana en la tendencia a la expansión desde
mediados del siglo XVII, pero en el contexto de una lucha por el “equilibrio o
la hegemonía” que él consideraba el motor del sistema de estados de la Europa
moderna. El Tercer Reich representaba, entonces, una nueva y última embestida
de una potencia continental. Así mismo, calificó las dos guerras mundiales cómo
“dos actos del mismo drama”, y los antecedentes y el transcurso de los conflictos
como una doble arremetida por la hegemonía en Europa.35
Pero la obra clásica y provocadora del mundo anglosajón provino de A.J.P.
Taylor (1961), quien contradijo las ideas que muchos compartían en ese momento.
Atacaba la tesis de la culpabilidad de Hitler planteando que el estallido de la guerra
fue “consecuencia de un accidente internacional”; que el conflicto no tuvo lugar
entre dictadura y democracia, sino entre tres potencias sobre el orden establecido
en Versalles; Alemania se comportaba, pues, como una potencia cualquiera, la
diferencia consistía en que era más codiciosa que otras. No se estudiaba el hitle-
rismo y su ideología sino el paralelo entre Guillermo II y Hitler como actores de
Alemania y de Europa. La esencia de la narración consistía en ver en la historia
contemporánea a una Alemania que deseaba ser hegemónica en el centro y oriente
europeos. Se argumentaba como si no hubiera habido una ruptura con el siglo XIX:
las continuidades estaban en un país que tenía planeado dominar a Europa central
y oriental. El tratamiento no era maniqueísta: se trataba de una interpretación de
la Realpolitik, pues no era un relato determinista en el que la lógica condujese a
Alemania a desencadenar una guerra, como tantos autores lo veían en aquel mo-
mento, ya que los hechos eran complicados y contradictorios. Hitler, continuaba
Taylor, era un político normal, un improvisador que supo responder a los eventos
en la medida en que iban ocurriendo, y supo beneficiarse de ellos. Su política ex-
terior era el producto de pequeñas intrigas y maquinaciones típicas del régimen.
La retórica hitleriana era cháchara sin sentido digna de una taberna de cerveza y
a la que no había que prestar atención. Taylor quería mostrar tanto la complejidad
de la historia, como los complejos intereses e ideologías que impulsaron hacia la
guerra.36

34
Friedrich Meinecke, Die deutsche Katastrophe: Betrachtungen und Erinnerungen (Wiesbaden:
Eberhard Brackhaus, 1946)
35
Ludwig Dehio, Gleichgewicht oder Hegemonie: Betrachtungen über ein Grundproblem der neuren
Staatengeschichte (Krefeld: Scherpe O. J., 1948).
36
A.J.P. Taylor, The Origins of the Second World War (Londres: Hamish Hamilton, 1961); para
una visión sobre la trascendencia de la obra de Taylor, véase Gordon Martel, comp., The Origins
of the Second World War Reconsidered: A.J.P. Taylor and the Historians (Londres/ Nueva York:
Routledge, 1999).

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Tanto Taylor como Dehio proponían la visión de una lucha entre potencias
como entes individualizados que se caracterizaban por su cohesión interna y su
aspiración a ejercer influencia sobre otras potencias. La guerra era considerada
como la última opción. Así, el juego por el poder en el escenario de la historia
tenía siempre un trasfondo en el que nunca se descartaba el recurso a las armas.
Era una lucha por el dominio y al mismo tiempo para mantener el equilibrio: la
primacía de la voluntad de poder.
En términos estrictamente políticos y teniendo como marco de referencia la
teoría del totalitarismo, Bracher argumenta que la guerra es la consecuencia de
la “política de los dictadores”, es decir, de una mentalidad terrorista dirigida al
exterminio de su enemigo político. Analizando las estructuras de la democracia
y del totalitarismo con el prisma de los tipos ideales, indica que la represión in-
terna contra el enemigo –típica del totalitarismo– se proyecta hacia el exterior. El
origen se encuentra en la Primera Guerra Mundial y está muy relacionado con la
inestabilidad de la época de entreguerras.37
Las propuestas marxistas son muy variadas y hacen hincapié en las causas
internas y sociales responsables del estallido de la guerra. Postulando una identi-
dad entre sectores socioeconómicos y el Estado, se argumenta que la guerra fue
el producto directo de los objetivos y esfuerzos de los sectores más chovinistas,
reaccionarios e imperialistas del capital financiero y agrario, y del militarismo y
del imperialismo prusianos que tenían como objetivo, inicialmente, el dominio
en Europa y después, la lucha por la supremacía mundial. Hitler no cumplía una
función activa, era el “agente” de la élite. Los marxistas señalaban una continui-
dad que se reflejaba en la tendencia inherente al sistema capitalista a la agresión
y a una nueva repartición del mundo. Desde el Segundo Imperio hasta el Tercer
Reich, el programa de estos sectores debería realizarse. No era una coincidencia
que los objetivos de la Segunda Guerra Mundial estuviesen ligados a los de la
Primera. Estas eran las tesis oficiales del bloque socialista y de muchas izquierdas
en el mundo.
Haciendo un recuento en muy largas duraciones de la historia de Alemania y
de Europa, Geiss indica que “(...) la arquitectura del sistema europeo (…) [da] (…)
la respuesta a la pregunta sobre por qué la expansión alemana destruyó el sistema
europeo en dos guerras mundiales”. La historia de los estados y del poder halla su
expresión en el auge y la caída cíclicos de los centros de poder y el subsiguiente
colapso en vacíos de poder. La larga historia de Europa muestra una pluralidad
de poderes que compiten y evitan una unidad imperial hegemónica. Pero además
Alemania tiene características propias: su posición central. Ningún país limita con

37
Karl Dietrich Bracher, La dictadura alemana: Génesis, estructura y consecuencias del nacionalso-
cialismo, 2 vols. (Madrid: Alianza, 1973); también como una gran representante de esta visión desde el
totalitarismo, Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, 3 vols. (Madrid: Alianza, 1968); ambos
autores estuvieron muy en boga durante las décadas de los 50 y 60.

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otros tantos como Alemania, y si se quiere expandir, como lo han querido hacer
las nuevas potencias, tiene que ser en detrimento de otras.38
En el mismo orden de ideas sobre la responsabilidad compartida, algunos han
planteado que el camino hacia la guerra se basó en una paulatina desestabilización
del orden internacional que permitió a los dictadores, sobre todo a Hitler, llevar a
cabo sus planes expansionistas. De acuerdo con esta visión, el sistema de Versalles
–en el sentido de la mediana duración del término– se puede considerar como una
de las causas principales de los desórdenes en las relaciones internacionales que
condujeron a la Segunda Guerra Mundial: los perdedores de la Primera Guerra
Mundial señalaban que la causa de sus angustias estaba en las determinaciones
políticas y económicas impuestas en Versalles. Así, se abrió el camino a las fuerzas
que preparaban una catástrofe –por ejemplo, a la Alemania castigada, que exigiría
una revancha, pues para ella se trataba de una paz impuesta.
La desestabilización desde una perspectiva política y mundial contiene aque-
llas fechas a las que ya nos referimos cuando hicimos una síntesis de los hechos
que ocasionaron la guerra. Agreguemos que continuó con la guerra civil española
(1936-1939), en la que las potencias no sólo no intervinieron, sino que nada hicie-
ron contra las intromisiones alemana e italiana. Seguirían la invasión a Austria y
la Conferencia de Munich en 1938. Aquí estarían las razones del “desplazamiento
del poder”. Hitler y Mussolini se sentían los señores de la situación: tomaban la
iniciativa debido a la pasividad de las potencias occidentales con respecto a España
y a la invasión italiana a Abisinia. Era el cambio en la situación internacional el que
estimulaba a Alemania a una política de expansión continental, siendo esto último,
además, una novedad, pues ya no se trataba del expansionismo decimonónico que
estaba dirigido a la adquisición de colonias.39
Desde la óptica de un problema amplio –un siglo signado por catástrofes o
“la era de los extremos”–, Hobsbawm interpreta las décadas entre las dos guerras
mundiales como la guerra de los treinta y un años. El Tratado de Versalles no cons-
tituyó la base para una paz duradera, estaba condenado al fracaso y, por lo tanto,
creó las condiciones para una nueva contienda. Así mismo, es erróneo considerar
la época de entreguerras en función del fascismo, pues hay que tener en cuenta
el contexto del declive y la caída del liberalismo, es decir, el hundimiento de los
valores e instituciones de la civilización liberal. Además, él, como muchos otros,
le da a la crisis económica de 1929 un papel definitivo, ya que forjó, tanto los
egoísmos nacionales, como la anarquía de los años de preguerra que provocaron
la pérdida del sentido de la cooperación internacional. Sobre todo, “(...) si no se
hubiera producido la crisis económica, no habría existido Hitler”.40

38
Imanuel Geiss, The Question of German Unification 1806-1996 (Londres/ Nueva York: Routledge,
1997).
39
Hermann Graml, Europa zwischen den Kriegen (Munich: DTV, 1976) 341.
40
Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX, 1914-1991 (Barcelona: Crítica, 1996) 93, 141.

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Así pues, por una parte, en la segunda mitad de la década de los 30 no había
un contrapeso al poder de Alemania –había un vacío de poder europeo. Por otra
parte, en las estructuras internas, muchos estados vivieron la derrota del Estado de
derecho y la democracia. Se trataba de un doble vacío de poder: en política interna
y en las relaciones internacionales.
A manera de crítica, señalemos que un coloquio de expertos organizado en
1989 por la Comisión Histórica Parlamentaria de Berlín y el Instituto de Historia
Contemporánea, concluyó que la posición revisionista que da por probadas las
acciones y reacciones relacionadas con una situación, es decir, la que rechaza la
planificación a largo plazo, no es sostenible. Las críticas se refieren, entre otros, a
un A.J.P. Taylor, quien calificara el estallido “como consecuencia de un accidente
internacional” y disminuyera la voluntad de guerra de Hitler.41
A los marxistas se les critica aquella estrecha identidad entre el Estado y la
economía, pues otros autores le han otorgado al Estado nazi, con diversas intensi-
dades, una autonomía relativa. Más aún, este enfoque no tiene en cuenta las espe-
cificidades del nazismo, como los objetivos independientes de la política exterior
y racial –lo que equivaldría a minimizar la agresividad específica de los nazis.42
Otros críticos han argumentado que las consideraciones estratégicas eran de
primer orden, es decir, que los factores económicos jugaron un papel, pero que
también lo hicieron los factores militares e ideológicos. En este orden de ideas, la
evidencia sugiere que las consideraciones económicas y sociales de corta duración
representaron un papel menor en la política exterior y que la economía alemana era
más fuerte que lo que opinaban sus críticos. Las preocupaciones de Hitler eran, más
bien, sobre política exterior y racial.43 A los apologetas de las tesis del totalitarismo
se les ha criticado su politización y su carácter maniqueo como defensores de la
democracia. Muchos defienden hoy por hoy los enfoques culturales.

3. A manera de conclusión
En términos históricos, para comprender los orígenes de las dos guerras mun-
diales hay que considerar toda una época, los siglos XIX y XX: una nueva Europa
estaba surgiendo. Signada por grandes transformaciones y continuidades de las que
hacían parte, con diversas intensidades, todos las potencias y en marcos de diversas
duraciones, se hallaban sistemas económicos, políticos, sociales y mentales en los
que hacían presencia el nacionalismo, la expansión y las rivalidades imperiales
nuevas y tradicionales, la política exterior y la interior, la industrialización, el
armamentismo, los personajes, la diplomacia y los discursos.

41
Möller 197-198.
42
Véase la discusión en Kershaw 95 ss, y en Marie-Luise Recker, Die Aussenpolitik des Dritten
Reiches (Munich: Oldenbourg, 1990) 87 ss.
43
R. J. Overy, War and Economy in the Third Reich (Oxford: Clarendon Press, 1994) 205 ss.

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Las guerras mundiales

Pero también es válido preguntarse por la especificidad de la historia de Alema-


nia, pues después de todo era un factor disruptivo fundamental. Hay que tener en
cuenta el dilema de su seguridad, su posición central geográfica y la responsabilidad
de sus dirigentes. Se hace indispensable, entonces, una historia que vincule la época
con la singularidad de Alemania.
En ambas guerras se responsabilizó a Alemania –aunque con distintas intensi-
dades, pues había un común acuerdo en que Hitler había desencadenado la Segunda
forzando a Europa a entrar en ella. Pero al mismo tiempo, se planteó la idea de la
repartición de las responsabilidades. La cuestión no es tan simple: de múltiples
maneras se ha presentado el debate sobre estos dos grandes temas.
Algunos enfoques han sido criticados y en la actualidad no son considerados.
Otros todavía señalan que la responsabilidad es alemana; por ejemplo, después de
hacer una revisión historiográfica, Hening llega a esa conclusión sobre la Primera
Guerra Mundial.44 Asimismo, también después de redactar otra revisión de ese tipo,
Möller concluye que si bien el desencadenamiento de la guerra está ligado a Hitler,
la gran pregunta pendiente es: ¿de qué manera él contribuyó a la inestabilidad y
creciente desestabilización de la época de entreguerras, que el aceleró, pero que
ya existía antes de su ascenso al poder?45 El debate continúa.
Reescribir ha sido una parte cardinal de la historia. Para reevaluar el pasado,
los historiadores han recorrido por diferentes caminos, utilizando nueva información
y adoptando nuevas perspectivas. Para algunos se trata de un lento camino hacia la
verdad, para otros, de un pasado atado al presente del que escribe. Unos terceros
unen ambas posibilidades. Nuestra conclusión, banal y eterna, es que la historia
es muy compleja y amplia pero la sabiduría reside en reconocer las complicadas
interrelaciones. Una historia que tenga en cuenta las múltiples posibilidades de
explicación estaría de acuerdo con la ampliación que la historia como disciplina
ha sufrido en las últimas décadas, pues una estricta separación de los problemas
conduce a versiones parciales de la totalidad. Una explicación monocausal no
debería hacer parte de la investigación actual. Así pues, no queremos jerarquizar
las múltiples variables que nos parecen apropiadas sino más bien integrarlas de
tal manera que reflejen la amplitud explicativa de la historia.

44
Ruth Hening, The Origins of the First World War (Londres/ Nueva York: Routledge, 1995).
45
Möller 198.

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