Guerras Mundiales
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Una buena síntesis de estos antecedentes en Philip Bell, “Hitlers War? The Origins of the Second
World War in Europe”, Themes in Modern European History, 1890-1945, por Paul Hayes (Londres/
Nueva York: Routledge, 1992) 227-248.
20
De variadas maneras se puede sistematizar la historiografía sobre Alemania. Véanse revisiones
bibliográficas en Ludger Mees, “La ‘catástrofe alemana’ y sus historiadores: El fin del régimen
nacionalsocialista 50 años después”, Historia contemporánea 13-14 (Bilbao, 1996): 465-484. Jane
Caplan, “The Historiography of Nationalsocialism”, Companion to Historiography, comp. Michael
Bentley (Londres/ Nueva York: Routledge, 1997) 545-590; Stanley Payne, Historia del fascismo
(Barcelona: Planeta, 1995) 553-659; Ulrich von Hehl, Nationalsozialistische Herrschaft (Munich:
Oldenbourg, 1986) 49-116.
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historia, antes de llegar al poder un gobernante había diseñado por escrito lo que
después realizó”.27 Según esto, el motivo esencial de la política fue un programa fijo
ideológico y racial. Hitler, cumpliendo una función activa, había planeado la guerra
desde los inicios de su carrera política. Citando a Mein Kampf, el Segundo Libro y
otros escritos, se señala que Hitler había diseñado una serie de etapas para lograr la
hegemonía continental. Pivote fundamental constituiría la alianza con la Gran Breta-
ña, la destrucción de la Unión Soviética, la disminución de Francia y la alianza con
Italia. La Gran Bretaña debería de mostrarse condescendiente porque, por un lado, la
amenaza bolchevique desaparecería y, por el otro, permanecería intacto su imperio,
pues Alemania no presentaría reivindicaciones coloniales. Se vincularon ideales ra-
cistas y antisemitas con la conquista del “espacio vital”: la adquisición de territorios
en Europa oriental constituía la base para llevar a cabo el programa racial.
La política exterior nacionalsocialista se analizó a la luz de esta tesis –la fuerza
motriz era la ideología hitleriana. Así, Hildebrand rechaza una línea directa de Bismarck
a Hitler, ve una ruptura en la conquista racial y dominación mundial y analiza las
crisis internacionales como producto del decidido rumbo emprendido por Alemania
hacia la guerra, el cual con el ataque a Polonia provocó la entrada de las potencias al
conflicto.28 Karl Dietrich Bracher agrega que hay que tener en cuenta aquellas “(...)
metas de dominio y expansión, que trascendían la política tradicional de poder (...)
[y] la radical coherencia con las que estas metas fueron perseguidas (...)”, que hacen
única a Alemania. Hitler “(…) poseía los atributos decisivos: la fijación en ideas radi-
calmente transformadoras, la decisión de realizarlas a cualquier precio y la capacidad
de movilizar medios y masas para lograrlo.29 Igualmente, Jacobsen plantea una brusca
transformación revolucionaria, visible no solamente en el violento reordenamiento
europeo de acuerdo a principios raciales, sino también en los métodos e instrumentos
a través de los cuales las viejas élites y sus instituciones fueron desposeídas.
Finalmente, mirando la guerra como producto de una coyuntura económica
alemana, haciendo un énfasis en lo interno y rechazando la planificación del
conflicto, Timothy Mason se cuestiona los orígenes y la función del inicio de la
guerra. Alemania estaba a punto de sufrir una crisis en el sistema económico y de
dominio. La preparación para la guerra desde la primavera de 1939 presentaba
indicios de una excesiva tensión de los recursos, que podía generar una inflación y
disturbios populares. Así, la política exterior de Hitler era limitada por la situación
interna económica y política. Tan sólo a través de la conquista de territorios, de
sus recursos y de su mano de obra, podía evitarse una crisis del sistema. La gue-
27
Eberhard Jäckel, Hitlers Weltanschauung: Entwurf einer Herrschaft (Stuttgart: Deutsche Verlags-
Anstalt, 1981) 7; del mismo autor, Hitler in History (Hannover/ Londres: Brandeis University Press,
1984), especialmente el capítulo “Hitler Wages War” 23-43.
28
Klaus Hilldebrand, Deutsche Aussenpolitik 1933-1945, Kalkül oder dogma? (Stuttgart: Kohlhammer,
1980).
29
Karl Dietrich Bracher, Controversias de historia contemporánea sobre fascismo, totalitarismo,
democracia (Barcelona/ Caracas: Alfa, 1983) 79.
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rra se constituyó, entonces, en una estrategia para evitar una crisis en el nivel de
vida, continuar el armamentismo y desviar los conflictos internos políticos hacia
una lucha patriótica contra un nuevo cerco. El resultado fue la Blitzkrieg o guerra
relámpago: guerras cortas que necesitaban menos armas y mantenían el nivel de
vida. Así se mantuvo la satisfacción material de las masas a través de la expansión.
Eran acciones improvisadas de un hombre que respondía a presiones estructurales
y funcionales y que había perdido el control de sus políticas.30
30
Timothy Mason, “Some Origins of the Second World War”, Past and Present 29 (1964): 67-87; del
mismo autor “Innere Krise und Angriffskrieg“, Wirtschaft und Rüstung am Vorabend des Zweiten
Weltkrieges, comps. Forstmeier y H. E. Volkmann (Düsseldorf: Droste, 1975) 158-188; una variación
al tema en C. Bloch, “Die Wechselwirkung der nationalsozialistischen Innen- und Aussenpolitik
1933-1939”, Hitler, Deutschland und die Mächte, comp. M. Funke (Düsseldorf: Droste, 1976)
205-221; veáse el debate en Ian Kershaw, Der NS-Staat: Geschichtsinterpretationen im Überblick
(Hamburgo: Rowolt, 1988) 89-126; versión inglesa, The Nazi Dictadorship: Problems and Pers-
pectives of Interpretation (Londres: Arnold, 2000) 47-68.
31
United States, Department of State, “Nazi-Soviet Relations, 1939-1945”, Documents of the Archives
of the German Foreign Office (Washington D.C: 1948).
32
Ernst Nolte, Der Europäische Bürgerkrieg 1917-1945: Nationalsozialismus und Bolschewismus
(Francfort del Meno/ Berlín: Propyläen, 1989); existe traducción al español, La guerra civil europea,
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1917-1945: Nacionalsocialismo y bolchevismo (México: FCE, 1996); del mismo autor, Después del
comunismo: Aportaciones a la interpretación de la historia del siglo XX (Barcelona: Ariel, 1995),
especialmente los capítulos “La guerra civil europea, 1917-1945” y “Alemania como Estado nacional
y la catástrofe de 1945”; y Die faschistischen Bewegungen: Die Krise des liberalen Systems und die
Entwicklung der Faschismen (Munich: DTV, 1975). Las dos primeras obras hacen parte de una gran
controversia que Nolte inició en 1986 y que se conoce como el Historikerstreit o “la querella de los
historiadores”. Nolte afirmaba allí una posición conservadora y revisionista de la historia de su país
y trataba de acabar con las manchas que el nacionalsocialismo todavía lanzaba sobre la Alemania
democrática –la cual fue duramente criticada por otros historiadores.
33
Anthony Adamthwaite, The Making of the Second World War (Londres: Allen and Unwin, 1977),
citado por Hörst Möller, Europa zwischen den Weltkriegen (Munich: Oldenbourg, 1998) 191-192.
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mismo tiempo, sin embargo, tenía en cuenta antecedentes del régimen nazi como
el militarismo de Prusia y del Segundo Imperio y su política.34
A finales de la década de los 40, Ludwig Dehio vio los lineamientos funda-
mentales de la historia germano-prusiana en la tendencia a la expansión desde
mediados del siglo XVII, pero en el contexto de una lucha por el “equilibrio o
la hegemonía” que él consideraba el motor del sistema de estados de la Europa
moderna. El Tercer Reich representaba, entonces, una nueva y última embestida
de una potencia continental. Así mismo, calificó las dos guerras mundiales cómo
“dos actos del mismo drama”, y los antecedentes y el transcurso de los conflictos
como una doble arremetida por la hegemonía en Europa.35
Pero la obra clásica y provocadora del mundo anglosajón provino de A.J.P.
Taylor (1961), quien contradijo las ideas que muchos compartían en ese momento.
Atacaba la tesis de la culpabilidad de Hitler planteando que el estallido de la guerra
fue “consecuencia de un accidente internacional”; que el conflicto no tuvo lugar
entre dictadura y democracia, sino entre tres potencias sobre el orden establecido
en Versalles; Alemania se comportaba, pues, como una potencia cualquiera, la
diferencia consistía en que era más codiciosa que otras. No se estudiaba el hitle-
rismo y su ideología sino el paralelo entre Guillermo II y Hitler como actores de
Alemania y de Europa. La esencia de la narración consistía en ver en la historia
contemporánea a una Alemania que deseaba ser hegemónica en el centro y oriente
europeos. Se argumentaba como si no hubiera habido una ruptura con el siglo XIX:
las continuidades estaban en un país que tenía planeado dominar a Europa central
y oriental. El tratamiento no era maniqueísta: se trataba de una interpretación de
la Realpolitik, pues no era un relato determinista en el que la lógica condujese a
Alemania a desencadenar una guerra, como tantos autores lo veían en aquel mo-
mento, ya que los hechos eran complicados y contradictorios. Hitler, continuaba
Taylor, era un político normal, un improvisador que supo responder a los eventos
en la medida en que iban ocurriendo, y supo beneficiarse de ellos. Su política ex-
terior era el producto de pequeñas intrigas y maquinaciones típicas del régimen.
La retórica hitleriana era cháchara sin sentido digna de una taberna de cerveza y
a la que no había que prestar atención. Taylor quería mostrar tanto la complejidad
de la historia, como los complejos intereses e ideologías que impulsaron hacia la
guerra.36
34
Friedrich Meinecke, Die deutsche Katastrophe: Betrachtungen und Erinnerungen (Wiesbaden:
Eberhard Brackhaus, 1946)
35
Ludwig Dehio, Gleichgewicht oder Hegemonie: Betrachtungen über ein Grundproblem der neuren
Staatengeschichte (Krefeld: Scherpe O. J., 1948).
36
A.J.P. Taylor, The Origins of the Second World War (Londres: Hamish Hamilton, 1961); para
una visión sobre la trascendencia de la obra de Taylor, véase Gordon Martel, comp., The Origins
of the Second World War Reconsidered: A.J.P. Taylor and the Historians (Londres/ Nueva York:
Routledge, 1999).
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Tanto Taylor como Dehio proponían la visión de una lucha entre potencias
como entes individualizados que se caracterizaban por su cohesión interna y su
aspiración a ejercer influencia sobre otras potencias. La guerra era considerada
como la última opción. Así, el juego por el poder en el escenario de la historia
tenía siempre un trasfondo en el que nunca se descartaba el recurso a las armas.
Era una lucha por el dominio y al mismo tiempo para mantener el equilibrio: la
primacía de la voluntad de poder.
En términos estrictamente políticos y teniendo como marco de referencia la
teoría del totalitarismo, Bracher argumenta que la guerra es la consecuencia de
la “política de los dictadores”, es decir, de una mentalidad terrorista dirigida al
exterminio de su enemigo político. Analizando las estructuras de la democracia
y del totalitarismo con el prisma de los tipos ideales, indica que la represión in-
terna contra el enemigo –típica del totalitarismo– se proyecta hacia el exterior. El
origen se encuentra en la Primera Guerra Mundial y está muy relacionado con la
inestabilidad de la época de entreguerras.37
Las propuestas marxistas son muy variadas y hacen hincapié en las causas
internas y sociales responsables del estallido de la guerra. Postulando una identi-
dad entre sectores socioeconómicos y el Estado, se argumenta que la guerra fue
el producto directo de los objetivos y esfuerzos de los sectores más chovinistas,
reaccionarios e imperialistas del capital financiero y agrario, y del militarismo y
del imperialismo prusianos que tenían como objetivo, inicialmente, el dominio
en Europa y después, la lucha por la supremacía mundial. Hitler no cumplía una
función activa, era el “agente” de la élite. Los marxistas señalaban una continui-
dad que se reflejaba en la tendencia inherente al sistema capitalista a la agresión
y a una nueva repartición del mundo. Desde el Segundo Imperio hasta el Tercer
Reich, el programa de estos sectores debería realizarse. No era una coincidencia
que los objetivos de la Segunda Guerra Mundial estuviesen ligados a los de la
Primera. Estas eran las tesis oficiales del bloque socialista y de muchas izquierdas
en el mundo.
Haciendo un recuento en muy largas duraciones de la historia de Alemania y
de Europa, Geiss indica que “(...) la arquitectura del sistema europeo (…) [da] (…)
la respuesta a la pregunta sobre por qué la expansión alemana destruyó el sistema
europeo en dos guerras mundiales”. La historia de los estados y del poder halla su
expresión en el auge y la caída cíclicos de los centros de poder y el subsiguiente
colapso en vacíos de poder. La larga historia de Europa muestra una pluralidad
de poderes que compiten y evitan una unidad imperial hegemónica. Pero además
Alemania tiene características propias: su posición central. Ningún país limita con
37
Karl Dietrich Bracher, La dictadura alemana: Génesis, estructura y consecuencias del nacionalso-
cialismo, 2 vols. (Madrid: Alianza, 1973); también como una gran representante de esta visión desde el
totalitarismo, Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, 3 vols. (Madrid: Alianza, 1968); ambos
autores estuvieron muy en boga durante las décadas de los 50 y 60.
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otros tantos como Alemania, y si se quiere expandir, como lo han querido hacer
las nuevas potencias, tiene que ser en detrimento de otras.38
En el mismo orden de ideas sobre la responsabilidad compartida, algunos han
planteado que el camino hacia la guerra se basó en una paulatina desestabilización
del orden internacional que permitió a los dictadores, sobre todo a Hitler, llevar a
cabo sus planes expansionistas. De acuerdo con esta visión, el sistema de Versalles
–en el sentido de la mediana duración del término– se puede considerar como una
de las causas principales de los desórdenes en las relaciones internacionales que
condujeron a la Segunda Guerra Mundial: los perdedores de la Primera Guerra
Mundial señalaban que la causa de sus angustias estaba en las determinaciones
políticas y económicas impuestas en Versalles. Así, se abrió el camino a las fuerzas
que preparaban una catástrofe –por ejemplo, a la Alemania castigada, que exigiría
una revancha, pues para ella se trataba de una paz impuesta.
La desestabilización desde una perspectiva política y mundial contiene aque-
llas fechas a las que ya nos referimos cuando hicimos una síntesis de los hechos
que ocasionaron la guerra. Agreguemos que continuó con la guerra civil española
(1936-1939), en la que las potencias no sólo no intervinieron, sino que nada hicie-
ron contra las intromisiones alemana e italiana. Seguirían la invasión a Austria y
la Conferencia de Munich en 1938. Aquí estarían las razones del “desplazamiento
del poder”. Hitler y Mussolini se sentían los señores de la situación: tomaban la
iniciativa debido a la pasividad de las potencias occidentales con respecto a España
y a la invasión italiana a Abisinia. Era el cambio en la situación internacional el que
estimulaba a Alemania a una política de expansión continental, siendo esto último,
además, una novedad, pues ya no se trataba del expansionismo decimonónico que
estaba dirigido a la adquisición de colonias.39
Desde la óptica de un problema amplio –un siglo signado por catástrofes o
“la era de los extremos”–, Hobsbawm interpreta las décadas entre las dos guerras
mundiales como la guerra de los treinta y un años. El Tratado de Versalles no cons-
tituyó la base para una paz duradera, estaba condenado al fracaso y, por lo tanto,
creó las condiciones para una nueva contienda. Así mismo, es erróneo considerar
la época de entreguerras en función del fascismo, pues hay que tener en cuenta
el contexto del declive y la caída del liberalismo, es decir, el hundimiento de los
valores e instituciones de la civilización liberal. Además, él, como muchos otros,
le da a la crisis económica de 1929 un papel definitivo, ya que forjó, tanto los
egoísmos nacionales, como la anarquía de los años de preguerra que provocaron
la pérdida del sentido de la cooperación internacional. Sobre todo, “(...) si no se
hubiera producido la crisis económica, no habría existido Hitler”.40
38
Imanuel Geiss, The Question of German Unification 1806-1996 (Londres/ Nueva York: Routledge,
1997).
39
Hermann Graml, Europa zwischen den Kriegen (Munich: DTV, 1976) 341.
40
Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX, 1914-1991 (Barcelona: Crítica, 1996) 93, 141.
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Así pues, por una parte, en la segunda mitad de la década de los 30 no había
un contrapeso al poder de Alemania –había un vacío de poder europeo. Por otra
parte, en las estructuras internas, muchos estados vivieron la derrota del Estado de
derecho y la democracia. Se trataba de un doble vacío de poder: en política interna
y en las relaciones internacionales.
A manera de crítica, señalemos que un coloquio de expertos organizado en
1989 por la Comisión Histórica Parlamentaria de Berlín y el Instituto de Historia
Contemporánea, concluyó que la posición revisionista que da por probadas las
acciones y reacciones relacionadas con una situación, es decir, la que rechaza la
planificación a largo plazo, no es sostenible. Las críticas se refieren, entre otros, a
un A.J.P. Taylor, quien calificara el estallido “como consecuencia de un accidente
internacional” y disminuyera la voluntad de guerra de Hitler.41
A los marxistas se les critica aquella estrecha identidad entre el Estado y la
economía, pues otros autores le han otorgado al Estado nazi, con diversas intensi-
dades, una autonomía relativa. Más aún, este enfoque no tiene en cuenta las espe-
cificidades del nazismo, como los objetivos independientes de la política exterior
y racial –lo que equivaldría a minimizar la agresividad específica de los nazis.42
Otros críticos han argumentado que las consideraciones estratégicas eran de
primer orden, es decir, que los factores económicos jugaron un papel, pero que
también lo hicieron los factores militares e ideológicos. En este orden de ideas, la
evidencia sugiere que las consideraciones económicas y sociales de corta duración
representaron un papel menor en la política exterior y que la economía alemana era
más fuerte que lo que opinaban sus críticos. Las preocupaciones de Hitler eran, más
bien, sobre política exterior y racial.43 A los apologetas de las tesis del totalitarismo
se les ha criticado su politización y su carácter maniqueo como defensores de la
democracia. Muchos defienden hoy por hoy los enfoques culturales.
3. A manera de conclusión
En términos históricos, para comprender los orígenes de las dos guerras mun-
diales hay que considerar toda una época, los siglos XIX y XX: una nueva Europa
estaba surgiendo. Signada por grandes transformaciones y continuidades de las que
hacían parte, con diversas intensidades, todos las potencias y en marcos de diversas
duraciones, se hallaban sistemas económicos, políticos, sociales y mentales en los
que hacían presencia el nacionalismo, la expansión y las rivalidades imperiales
nuevas y tradicionales, la política exterior y la interior, la industrialización, el
armamentismo, los personajes, la diplomacia y los discursos.
41
Möller 197-198.
42
Véase la discusión en Kershaw 95 ss, y en Marie-Luise Recker, Die Aussenpolitik des Dritten
Reiches (Munich: Oldenbourg, 1990) 87 ss.
43
R. J. Overy, War and Economy in the Third Reich (Oxford: Clarendon Press, 1994) 205 ss.
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44
Ruth Hening, The Origins of the First World War (Londres/ Nueva York: Routledge, 1995).
45
Möller 198.
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