Carta A Mi Padre Adanoswsky
Carta A Mi Padre Adanoswsky
Carta A Mi Padre Adanoswsky
error. Que Papá y Mamá eran las primeras palabras que podía pronunciar un bebé y que
llamar a sus padres así siendo adulto era mantener preso a sus hijos como niños. Tu que
me decías “no me llamo Papá, me llamo Alejandro, yo no te llamo adad, dada o adadá.”
Escribo esta carta públicamente porque quiero que el mundo sepa que el amor entre
padre e hijo existe.
Veo en el planeta cientos de casos con padres ausentes o que no aceptan a sus hijos
como son.
Por eso hoy quiero que el mundo sepa cual puede ser una verdadera relación de amor y
respeto. Espero le pueda servir a este planeta. Que sirva de ejemplo para que el mundo
se transforme en algo mejor y dejen de crear guerras que son productos de rabia
contenida.
¿Te acuerdas? Te sentabas al lado de mi, leyendo cuentos japoneses para iniciarme a
una filosofía de vida.
Has formado mi mente para prepararme como un guerrero a recibir los golpes de la
vida, a recibir discursos estúpidos, a recibir la imbecilidad humana. Pero me enseñaste
también a reconocer la belleza dentro de la fealdad.
Me acuerdo que un día me dijiste “te voy a enseñar a pensar”. Estábamos en España, de
vacaciones en una isla. Y todas las mañanas me dabas clases para pensar. Todo padre
debería enseñar a su hijo a pensar.
Un niño no es tonto, es como una esponja, lo que le enseñas le queda para toda la vida y
lo necesita. Gracias a eso, me marcaste para siempre.
“¿Qué es dios? ¿Qué es el universo? ¿Cual es nuestra finalidad en este universo? ¿De
donde vengo? ¿Hacia donde voy? ¿Soy un cuerpo con alma o un alma con un cuerpo?
Tu verdad es una verdad pero no la verdad…”
Cuando era niño me hablabas suavemente, como adulto y no me infantilizabas con voz
de dibujo animado. Los padres suelen hablar a sus hijos como si fuesen muñecos, pero
tu, me hablaste como un ser humano.
Luego, me ensañaste a comunicar con los otros y en lugar de afirmar algo en una
conversación, me enseñaste a decir antes de empezar una frase: “según lo que yo pienso
y me puedo equivocar”.
En una pelea, en lugar de acusar al otro, me enseñaste a decir lo que siento y qué me
produce esa discusión.
Nunca me hiciste parte de tus angustias económicas, para que el dinero no sea un peso
para mi.
He vivido en un paraíso. Un niño tiene que ver la vida como un paraíso. Lo contrario lo
convierte en un ser angustiado con miedo a enfrentar su existencia.
En lugar de reprimir mi creatividad, me comprabas pinceles para que pueda pintar en las
paredes de mi cuarto.
Podía hacer y preguntar de todo. Era un niño y se hablaba abiertamente de sexo, sin que
la moral religiosa nos haga creer que es algo insano. Cuando alguien tenía sexo en la
casa, el día siguiente se celebraba.
Creaste entre mis hermanos y yo una relación de amor. Sin competencia. Queriendo a
cada uno de manera diferente.
Un día nos paseamos por las calles en París buscando un par de zapatos, y hasta que no
encontraba el par perfecto, no nos íbamos a dejar vencer. Entramos en quince tiendas
ese día, hasta encontrar lo que realmente quería. Gracias padre de mi corazón, gracias a
eso hoy en día, hasta que no esté satisfecho con lo que estoy creando, no me dejo
vencer. Me enseñaste también que cuando no se logra algo, se puede tomar otro camino
que lleve a lo que deseas.
Cuando me tropezaba en la calle me decías “¡Samurai!” Para que cada paso, cada
mirada mía en este mundo sea consciente. El Samurai no se distrae nunca. Me siento
vivo Alejandro, tan vivo.
Nunca te vi deprimido, ¿te das cuenta? Nunca te quejaste ni te dejaste vencer por el
peso de la vida.
Nunca me hiciste parte de tus angustias. Me enseñaste a ser alegre, a pensar que la vida
era una fiesta. Me enseñaste a no fumar cuando los adolescentes empezaban a fumar,
me explicaste que yo era un niño seguro de mi mismo, que no necesitaba un cigarro
para seducir, ser adulto o ser aceptado por los otros. Me sentía fuerte, tan fuerte.
Te preocupas por mi sin invadir mi espacio. Pero me dices siempre que me amas. Todo
padre tendría que decir a su hijo que lo ama.
Cuando era niño y te ibas de viaje, pero me llamabas todos los días, aunque eran dos
minutos. Era nuestro trato. Sentí tu presencia. Siempre sentí que podía contar contigo.
Cuando decías algo, lo cumplías y no puedes saber lo importante que es para un niño
que su padre cumpla lo que diga.
Una vez me fui de vacaciones con la escuela, y me sentí tan mal con los niños, me sentí
tan diferente a ellos que te llamé llorando. En la noche misma llegaste con tu coche.
Hiciste 400 kilometros para sacarme del infierno. Y regresamos juntos la noche misma.
Cantando. Decías que un niño no debe sufrir, que sus primeros años son sagrados.
Siempre olías mi pelo y mi piel diciendo que olía maravillosamente bien. Siempre me
dijiste que iba a ser alto, que tenía talento, que era bello, que era un príncipe. Me
acariciaste, me tocaste, me abrazaste. Fui un ser amado.
En este momento estoy llorando de emoción porque nunca me había tomado el tiempo
de decirte todo esto. Eres un padre maravilloso. Mis lágrimas corren, esas lágrimas son
gotas de amor.
Hemos colaborado en teatro, en cine, en mis canciones. Qué maravilla poder crear algo
con su familia.
Cuando tenía una duda siempre estuviste presente. Tan presente que hoy en día si ya no
estuvieses a mi lado, escucharía tu voz en mi mente aconsejándome. Te tengo marcado
en mi como un tatuaje para siempre.
Me salvaste Alejandro, en este mundo tan cruel, en este caos que es la vida, en esta
locura donde vivimos, me mostraste lo más bello. Me alejaste de todo pensamiento
burgués, de toda ilusión, de todo pensamiento religioso, de toda moral, me ensañaste a
no tener límites. Me enseñaste que soy un ser libre. Libre de la locura humana, libre de
guerras, de miedos, me enseñaste que la realidad donde vivimos no es la única realidad,
me enseñaste que mi territorio no es una casa, un país o un mundo, sino el universo
entero, el infinito.
Nunca tuviste amigos inútiles, la única gente que entró en tu casa fue la que querías
ayudar o personas con talento. Poetas, filósofos, cantantes, doctores, zapateros, santos,
todo tipo de gente pero con alma y contenido. Nunca perdiste tu tiempo en
conversaciones vacías.
Te sentiste durante años un escritor fracasado, y mira lo que lograste. A los sesenta años
te liberaste de ese sentimiento y publicaste más de treinta libros, hoy tienes ochenta y
cinco años y eres un escritor completamente realizado. Todo eso por creer en ti. Qué
ejemplo. ¡Cuanta gente no cree en lo que es, buscando una salida, buscando felicidad
sin ver que todo el contenido está vibrando en ellos desde siempre!
Me hablaste de la vejez como algo bello y gracias a ti disfruto cada año que cumplo sin
temerle a la muerte. Gracias a ti veo que todo es posible en esta vida, en cualquier
momento.
Veo el amor que tienes en tus ojos, veo el amor en ti cuando me miras, me amaste y
diste tanto que te amo sin limites. Tu creaste ese ser que te está escribiendo. Tu creaste
mi amor hacia ti. Aplicaste perfectamente esa frase que escribiste y resultó ser
verdadera:
Lo que das te lo das, lo que no das te lo quitas.