Peter Pan Autor James Matthew Barrie
Peter Pan Autor James Matthew Barrie
Peter Pan Autor James Matthew Barrie
J. M. Barrie
Índice
Aparece Peter
La sombra
¡Vámonos, vámonos!
El vuelo
La isla hecha realidad
La casita
La casa subterránea
La laguna de las sirenas
El ave de Nunca Jamás
El hogar feliz
El cuento de Wendy
El rapto de los niños
¿Creéis en las hadas?
El barco pirata
«Esta vez o Garfio o yo»
El regreso a casa
Cuando Wendy creció
1. Aparece Peter
2. La sombra
3. ¡Vámonos, Vámonos!
4. El vuelo
-Sí.
Entonces Michael se echó a llorar e incluso
John sólo pudo hablar a trompicones, pues
conocían la reputación de Garfio.
-Era el contramaestre de Barbanegra -
susurró John roncamente-. Es el peor de to-
dos ellos, el único hombre al que temía Bar-
bacoa.
-Ése es -dijo Peter.
-¿Cómo es? ¿Es grande?
-No tanto como antes.
-¿Qué quieres decir?
-Le corté un pedazo.
-¡Tú!
-Sí, yo -dijo Peter con aspereza.
-No pretendía faltarte al respeto. -Bueno,
está bien.
-Pero, oye, ¿qué trozo?
-La mano derecha.
-¿Entonces ya no puede luchar?
-¡Vaya si puede!
-¿Es zurdo?
-Tiene un garfio de hierro en vez de la
mano derecha y desgarra con él.
-¡Desgarra!
-Oye, John-dijo Peter.
-Sí.
-Di «sí, señor».
-Sí, señor.
-Hay algo -continuó Peter- que cada chico
que está a mis órdenes tuvo que prometer y
tú también debes hacerlo. John se puso páli-
do.
-Es lo siguiente: si nos encontramos con
Garfio en combate, me lo debes dejar a mí.
-Lo prometo -dijo John lealmente.
Por el momento se sentían menos aterra-
dos, porque Campanilla estaba volando con
ellos y con su luz podían verse los unos a los
otros. Por desgracia no podía volar tan des-
pacio como ellos y por eso tenía que ir dando
vueltas y vueltas formando un círculo dentro
del cual se movían como un halo. A Wendy le
gustaba mucho, hasta que Peter le señaló el
inconveniente.
-Me dice -dijo- que los piratas nos avista-
ron antes de que se pusiera oscuro y han
sacado a Tom el Largo.
-¿El cañón grande?
-Sí. Y, por supuesto, deben de ver su luz y
si se imaginan que estamos cerca seguro que
abren fuego.
-¡Wendy!
-¡John!
-¡Michael!
-Dile que se vaya ahora mismo, Peter -
exclamaron los tres al mismo tiempo, pero él
se negó.
-Cree que nos hemos perdido -replicó
fríamente-, y está bastante asustada. ¡No
esperaréis que le diga que se vaya sola cuan-
do tiene miedo!
El círculo de luz se rompió momentánea-
mente y algo le dio a Peter un pellizquito ca-
riñoso.
-Entonces dile -rogó Wendy-, que apague
la luz.
-No puede apagarla. Eso es prácticamente
lo único que no pueden hacer las hadas. Se
apaga sola cuando ella se duerme, igual que
las estrellas.
-Entonces dile que duerma inmediatamen-
te -casi le ordenó John.
-No puede dormir más que cuando tiene
sueño. Es la única otra cosa que no pueden
hacer las hadas.
-Pues me parece -gruñó John-, que son las
dos únicas cosas que vale la pena hacer.
Entonces se llevó un pellizco, pero no cari-
ñoso.
-Si al menos uno de nosotros tuviera un
bolsillo -dijo Peter- la podríamos llevar con él.
Sin embargo, habían salido con tantas pri-
sas que ninguno de los cuatro tenía un solo
bolsillo.
Se le ocurrió una buena idea. ¡El sombrero
de John!
Campanilla aceptaría viajar en sombrero si
lo llevaban en la mano. John se hizo cargo de
ello, aunque ella había tenido la esperanza de
que la llevara Peten Al poco rato Wendy cogió
el sombrero, porque John decía que le daba
golpes en la rodilla al volar y esto, como ve-
remos, trajo dificultades, pues a Campanilla
no le gustaba nada deberle un favor a Wen-
dy.
En la negra chistera la luz quedaba com-
pletamente oculta y siguieron volando en
silencio. Era el silencio más absoluto que
habían conocido jamás, roto sólo por unos
lametones lejanos, que según explicó Peter lo
producían los animales salvajes al beber en el
vado y también por un ruido rasposo que
podrían haber sido las ramas de los árboles al
rozarse, pero él dijo que eran los pieles rojas
que afilaban sus cuchillos.
Incluso estos ruidos acababan por apagar-
se. A Michael la soledad le resultaba espanto-
sa.
-¡Ojalá se oyera algún ruido! -exclamó.
Como en respuesta a su petición, el aire
fue hendido por la explosión más tremenda
que había oído en su vida. Los piratas les
habían disparado con Tom el Largo.
El rugido resonó por las montañas y los
ecos parecían gritar salvajemente:
-¿Dónde están, dónde están, dónde están?
De esta forma tan violenta descubrió el
aterrorizado trío la diferencia entre una isla
inventada y la misma isla hecha realidad.
Cuando por fin los cielos volvieron a que-
dar en calma, John y Michael se encontraron
solos en la oscuridad. John caminaba en el
aire mecánicamente y Michael, sin saber có-
mo flotar, estaba flotando.
-¿Te han dado? -susurró John tembloro-
samente.
-Todavía no lo he comprobado -susurró a
su vez Michael.
Ahora sabemos que ninguno fue alcanza-
do. Sin embargo, Peter fue arrastrado por el
viento del disparo hasta alta mar, mientras
que Wendy fue lanzada hacia arriba sin otra
compañía que la de Campanilla.
Las cosas le habrían ido bien a Wendy si
en ese momento hubiera soltado el sombrero.
No sé si la idea se le ocurrió a Campanilla
de repente, o si lo había planeado por el ca-
mino, pero el caso es que inmediatamente
salió del sombrero y se puso a atraer a Wen-
dy hacia su destrucción.
Campanilla no era toda maldad: o, más
bien, era toda maldad en ese momento, pero,
por otro lado, a veces era toda bondad. Las
hadas tienen que ser una cosa o la otra, por-
que al ser tan pequeñas degraciadamente
sólo tienen sitio para un sentimiento por vez.
No obstante, les está permitido cambiar,
aunque debe ser un cambio total. Por el mo-
mento estaba celosísima de Wendy. Por su-
puesto, Wendy no entendía lo que le decía
con su precioso tintineo y estoy convencido
de que parte eran palabrotas, pero sonaba
agradable y volaba hacia adelante y hacia
atrás, queriendo decir claramente: «Sígueme
y todo saldrá bien.»
¿Qué otra cosa podía hacer la pobre Wen-
dy? Llamó a Peter, a John y a Michael y lo
único que obtuvo como respuesta fueron ecos
burlones. Aún no sabía que Campanilla la
odiaba con el odio feroz de una auténtica
mujer. Y por eso, aturdida y volando ahora a
trompicones, siguió a Campanilla hacia su
perdición.
6. La casita
7. La casa subterránea