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University of North Carolina at Chapel Hill for its Department of Romance Studies

Chapter Title: JUAN DE ESPINOSA MEDRANO, CULTURA BARROCA Y DEIXIS CRIOLLA

Book Title: Instable Puente


Book Subtitle: La construcción del letrado criollo en la obra de Juan de Espinosa
Medrano
Book Author(s): JUAN M. VITULLI
Published by: University of North Carolina Press; University of North Carolina at
Chapel Hill for its Department of Romance Studies

Stable URL: https://www.jstor.org/stable/10.5149/9781469637815_vitulli.4

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CAPÍTULO I
JUAN DE ESPINOSA MEDRANO, CULTURA BARROCA
Y DEIXIS CRIOLLA

1.1. UNA MIRADA A LA INTIMIDAD DEL LETRADO CRIOLLO

P ocos casos en la historia de las letras virreinales han sufrido


tantas transformaciones interpretativas como la obra y la figura
misma de Juan de Espinosa Medrano. A medida que las investiga-
ciones históricas han ido descubriendo nuevos datos sobre su vida,
se ha asistido a un proceso de reconstrucción y transformación de
este singular cusqueño. Explorar la vida de Espinosa Medrano re-
sulta una materia complicada aún hoy, a pesar del importante au-
mento de bibliografía específica sobre el tema. La escasez de docu-
mentos historiográficos, la pérdida o la destrucción de fuentes
primarias; sumado a esto el desprecio (explícito o implícito) que es-
te período de las letras americanas suscitó en muchas de las inteli-
gencias más importantes de nuestra historia, hacen del caso Espino-
sa Medrano un espacio incierto, donde el mito, el elogio y la
imaginación se entrecruzan reciamente.
Uno de los primeros documentos escritos con pretensiones de
veracidad fue un texto de Clorinda Matto de Turner titulado Don
Juan de Espinosa Medrano ó sea El Doctor Lunarejo, de 1887.1 Este
ensayo fue luego integrado en el libro de 1890 Bocetos al lápiz de

1
Matto de Turner escribe esta sucinta biografía, a la que encuadra dentro de
una serie de tradiciones (a lo Ricardo Palma). La autora se enfoca en la vida colonial
del Cusco, recuperando la figura del Lunarejo principalmente debido a su supuesto
origen indígena.

25

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americanos célebres. Allí la autora configura una imagen posible del


Lunarejo: indígena, estudiante precoz y brillante, que supo aunar
en su persona la tradición europea con la aborigen, fue traductor de
Virgilio al quechua, lector asiduo de los clásicos españoles y fiel se-
guidor de la oratoria barroca. Matto de Turner argumenta que su
estudio se basa en documentaciones de todo tipo, incluyendo tanto
fuentes escritas (como las Noticias cronológicas de la gran ciudad del
Cusco del deán Diego de Esquivel y Navia) como testimonios orales
de difícil comprobación. Su visión del Lunarejo será filtrada a partir
de una postura claramente indianista, donde el tipo social y étnico
que se representa funciona como una especie de tableaux vivant:
Espinosa Medrano servirá como un ejemplo clave para imponer
una figura del nativo americano que pudo absorber e integrar lo
más granado de las letras occidentales, destacándose en cada uno
de los campos en que participó (poesía, música, teología, oratoria).
El Apologético constituirá entonces, según la escritora peruana “ese
lazo de flores con que el hijo de las vírgenes selvas del Perú se ligó
con la madre del idioma castellano” (Bocetos 34), afirmación que,
aunque parezca curioso, subyace en muchos de los textos críticos
que, desde el presente, analizan la obra de Espinosa Medrano.
Ahora bien, a partir de los estudios de, principalmente, Luis Jai-
me Cisneros y Pedro Guibovich Pérez la imagen del Lunarejo ha
ido ganando en nitidez, y su lugar dentro de la ciudad letrada vi-
rreinal se ha hecho más preciso. El que se creía era un erudito indí-
gena deja paso al letrado criollo, que comienza a aparecer en toda
su complejidad. El genio precoz y excepcional que, de la mano de
un bondadoso clérigo, abandona el terruño paterno para descollar
dentro de los claustros académicos del Cusco, deviene en un activo
participante de la vida intelectual colonial en todos sus registros y
expresiones; el indígena que armoniza dos mundos antagónicos por
medio de la doctrina y la traducción, comienza a verse como perte-
neciente a ese anillo lingüístico que rodea la ciudad letrada y la
mantiene a salvo de la alteridad nativa.
La fecha de nacimiento de Espinosa Medrano no se conoce con
seguridad, sino que ha sido deducida a partir del “Prólogo” a la No-
vena Maravilla. Escribe Agustín Cortés de la Cruz quien fuera discí-
pulo y albacea del Lunarejo y se ocupó de publicar la recopilación
de sermones titulada La novena maravilla: “Premióle Dios con darle
muy buena muerte, y aunque no pudiéramos decir, que su vida por
no haber pasado de 60, poco más o menos, fue corta vida para tan-

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JUAN DE ESPINOSA MEDRANO, CULTURA BARROCA 27

to Fénix” (sin paginación en el original).2 Teniendo en cuenta que


la muerte del Lunarejo acaeció el 22 de noviembre de 1688, los in-
vestigadores sitúan el nacimiento entre los años de 1628 y 1630. El
lugar de nacimiento del Lunarejo aparece, en la tradición bibliográ-
fica, vinculado a su origen étnico. Aparentemente, fue Diego de Es-
quivel y Navia (¿1700?-1779) quien, por primera vez, menciona el
pueblo de Calcauso en la provincia de Aimaraes, en el obispado del
Cusco, como el lugar preciso del nacimiento. Frente a estas dudas,
se suma el hecho que en el Testamento tampoco se hallan referen-
cias a su origen y filiación; curiosidad que ya ha sido marcada por
Guibovich (“El testamento e inventario”) debido a que era habitual
en este tipo de documentos encabezarlos con la descripción genea-
lógica. La ausencia de toda mención a su origen familiar o linaje ét-
nico ha sido muchas veces tomado (erróneamente) como signo evi-
dente de su origen indígena, aseveración que aún hoy algunos
estudiosos del Lunarejo no revisan.3 Aunque es preciso aclararlo,
hoy en día la mayor parte de los estudiosos en el tema son cautos,
ya que es necesario sopesar mucha información, y de diversa índole,
que autorice cualquiera de las hipótesis más comunes (indio, mesti-
zo, hijo natural, etc.)
Si, por ejemplo, se investiga en torno a los primeros años de la
vida de Espinosa Medrano, tampoco se encontrarán datos suficien-
tes o esclarecedores. Se desconoce la fecha de ingreso al Colegio
cusqueño de San Antonio Abad. Guibovich y Cisneros, tratando de
rastrear cualquier indicio que ilustre sobre el joven estudiante, re-
cuerdan que las Constituciones del Seminario “establecían como
condiciones para ingresar ser naturales de este Obispado de Cusco
[...] de legítimo matrimonio [...] limpios de raça de moros ni judío”
(333). Estos datos, al menos, permiten conjeturar algunas de las
condiciones que sí reunía el joven Juan, si bien no logran informar-
nos demasiado sobre su posible pasado indígena. Según Raquel
Chang-Rodríguez (apoyándose en los estudios de Valcárcel) el Co-
legio de San Antonio Abad permitía el ingreso a sus claustros de
jóvenes de humilde condición, a diferencia del Colegio de San Ber-
nardo; si bien, es preciso aclarar que no todos los internos del pri-

2
Cito, en todos los casos, de La novena maravilla.
3
González Boixo en su edición del Apologético, si bien relativiza cualquier afir-
mación tajante en torno al origen indígena del Lunarejo, cree que no es descabella-
do asignarle este linaje (“Introducción”).

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mero pertenecían a este estamento. Según testimonio del padre fray


Francisco de Loyola Vergara, en 1645, el Lunarejo cursaba estudios
en el Seminario: este religioso afirma haber instruido al Lunarejo
por cuatro años, tanto como estudiante como asistente en la cate-
dral (Cisneros-Guibovich 337). Dentro de este clima de enseñanza,
probablemente regido por la pedagogía jesuita4 ordenada a partir
de la Ratio Studiorum de Acquaviva, quizás compuso Espinosa Me-
drano los llamados dramas juveniles en lengua quechua y en espa-
ñola.5 La comedia en lengua castellana Amar su propia muerte, co-
mo ya se verá más adelante, pudo haber sido un ejercicio de
retórica, que adquiere la forma de una comedia de tema bíblico es-
crita, quizás, para alguna festividad particular.
Según los datos del Archivo General de Indias, Audiencia de
Lima, citados por Guibovich y Cisneros, en el año 1650 comienza
Espinosa Medrano su actividad como catedrático de Artes y Teolo-
gía en el mismo seminario de San Antonio Abad. El 14 de julio de
1654, el Lunarejo logra su grado de Doctor en Teología en la Uni-
versidad de San Ignacio de Loyola. Este establecimiento, fundado
por los jesuitas en el año 1623, era el único colegio que poseía el
monopolio para otorgar los grados de bachiller, licenciado, maestro
y doctor algo que, como se verá en el capítulo 4 de este libro, man-
tenía en constante tensión a los estudiante que asistían a los colegios
dominicos. A partir de 1655 se registra la actividad parroquial de
Espinosa Medrano dentro de la parroquia del Sagrario.
La fama de orador culto del Lunarejo es uno de los tópicos más
recurrentes en los documentos biográficos, actividad que, se debe
recordar, fue de fundamental importancia en la cultura barroca tan-

4
Desde 1603 la Compañía de Jesús dirigía el Seminario debido a una disposi-
ción del Obispo de Cusco. Según Cisneros y Guibovich (“Un intelectual cusque-
ño”), las dos primeras décadas del siglo XVII fueron testigos de las constantes dis-
putas entre los jesuitas y el clero secular. Para un análisis más profundo de estas
tensiones en torno a las órdenes religiosas, consúltese Las promesas ambiguas de Ber-
nard Lavallé, fundamentalmente el capítulo “Evangelización y protocriollismo: la
cuestión de las doctrinas regulares en el siglo XVI” (63-77). El mejor estudio sobre
la intersección entre educación y poder en el Cusco es el ensayo de Pedro Guibo-
vich Pérez titulado “Como güelfos y gibellinos”; allí se explican las tumultuosas re-
laciones entre las distintas órdenes religiosas del Cusco y su capacidad o no de otor-
gar cargos universitarios. El Lunarejo, como explicaré en el capítulo IV de este
libro, se vio envuelto en este contexto de disputa casi permanente.
5
Una interesante descripción de los manuales, retóricas y métodos de estudios
de este tiempo se encuentra en el ensayo “Apuntes para un estudio de la tradición
retórica en Hispanoamérica en el siglo XVII” de Luisa López Grigera.

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JUAN DE ESPINOSA MEDRANO, CULTURA BARROCA 29

to peninsular como virreinal. Durante muchos años, la actividad


oratoria del Lunarejo no se interrumpirá; los registros se suceden
uno a otro, combinando las diversas celebraciones (políticas y reli-
giosas) que se dan en el Cusco a lo largo de su vida. Para junio de
1660, Espinosa Medrano ha acabado de escribir su Apologético,
obra que verá la luz, en Lima, dos años después. Según el testimo-
nio de Cisneros y Guibovich, durante el año 1664 se publican dos
escritos del Lunarejo: el Discurso sobre si en un concurso de oposito-
res a beneficio curado debe ser preferido caeteris paribus el beneficia-
do al que no lo es en la promoción de dicho beneficio (Lima, Impren-
ta de Juan de Quevedo y Zárate) y la Panegírica declamación por la
protección de las ciencias y estudios. Como puede apreciarse desde
los títulos mismos, Espinosa Medrano participa en los diferentes
ámbitos y registros de la cultura letrada virreinal, y deja claras
muestras de la polifacética actividad del letrado criollo, en quien se
reúnen la producción académica interclaustral (al tratar una cues-
tión puramente formal de elección de candidaturas escolásticas) y
su proyección externa, valorando la necesidad y el socorro que la
actividad intelectual presupone y requiere.
Según Cisneros y Guibovich, en el año 1668 el Lunarejo recibe
el cargo eclesiástico en la parroquia de Chincheros, dejando atrás su
tiempo en Juliaca. Aparentemente, ejerció esta labor a partir de
1669 hasta 1677. Este nuevo beneficio le aportará importantes rédi-
tos económicos que hasta no hace mucho tiempo permanecían des-
conocidos para la bibliografía en el tema. En el “Testamento” se
consigna la posesión de 300 o 400 cabezas de ganado ovino en ese
curato, suma importante que subraya una de las fuentes económicas
que usufructuaba el doctor Lunarejo que, propio de la actividad de
doctrinero, alternaba el trabajo pastoral de almas y ganado. Volvien-
do al año 1668, Cortés de la Cruz consigna que, mientras Espinosa
Medrano estaba en el Cusco, pasó por allí el Virrey Conde de Le-
mos, luego de trasladarse a Laicacota en ocasión de disturbios so-
ciales. Una vez aplacada la revuelta, el Conde y su séquito volvían a
Lima, donde la virreina ejercía momentáneamente el poder. Lemos
hace una parada en la ciudad del Cusco, reuniéndose con las dife-
rentes autoridades del lugar. El albacea del Lunarejo escribe: “El
señor conde de Lemos luego que oyó en el Cusco algunas obras de
Espinosa Medrano y versos con que celebró el Colegio de San An-
tonio, los hizo trasladar, sin que quedase papel que no fuesse digno
de su estimación, por darlos a la estampa en España. (“Un intelec-

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tual” 339-40) Desconozco cuáles pueden haber sido las composi-


ciones mencionadas en la anterior cita, obras que avalando este tes-
timonio también son mencionadas por Esquivel y Navia ya en el si-
glo XVIII, dando un dato más específico sobre el tipo de escrito:
“escribió varios poemas líricos y cómicos de lengua castellana y en
lengua quechua” (cito por Cisneros y Guibovich). Una autoridad
en el Lunarejo como Cisneros admite la posibilidad de hablar de
textos perdidos del Lunarejo (poesía, sermones, comedias) pero
desconoce cualquier tipo de documento impreso que avale lo referi-
do anteriormente. Las poesías de Espinosa Medrano por el reci-
bimiento de Lemos, lamentablemente, aún no han sido halladas.
Resulta interesante anotar que en unos de los apartados del “Testa-
mento”, donde se hace donación de la biblioteca del Lunarejo al
Colegio de San Antonio, también se mencionan

algunos papeles y quadernos en materias escolásticas y morales


expositivas quantas de hallaren hago donación de ellas a mis al-
baceas rogándoles que los escritos que se hallaren en verso que no
fueren mui morales y en loor de Dios y de sus santos las quemen
luego. (“El testamento e inventario” 16; itálica mía)

¿Serían estos las composiciones aludidas en los documentos? ¿Es


posible asociar aquellas poesías líricas y cómicas –mencionadas por
Navia– con estas no mui morales y en loor a Dios anotadas en el tes-
tamento por Espinosa Medrano? Claro está, es imposible afirmar
algo terminante con estos pocos datos que se tienen.
En los siguientes cinco años se registra la actividad habitual
del Lunarejo, repartida entre la prédica de sermones (muchas ve-
ces en la misma catedral del Cusco, otras veces hospitales y en el
monasterio de las Descalzas) y la enseñanza de Teología en el Se-
minario de San Antonio. Se le conferirá la propiedad del curato
de San Cristóbal durante los primeros meses del año 1679. Esta
última, es necesario aclararlo, era una de las “ocho parroquias de
indios de la ciudad de Cusco” (“Un intelectual” 341), lugar donde
seguramente el Lunarejo desempeñó con habilidad, política y eco-
nómica, su labor evangélica. En 1681 participa y triunfa en el con-
curso por la canonjía magistral de la Catedral del Cusco. Su des-
empeño estuvo, según anota Esquivel “lleno de lucimientos” y el
Colegio San Antonio mismo celebró con gran pompa la victoria
del antiguo colegial y actual profesor del seminario (citado en “Un

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intelectual” 342).6 Al año siguiente se encuentra la firma de Espi-


nosa Medrano en una carta memorial dirigida al obispo Mollinedo
donde “manifiestan su oposición a las pretensiones de los jesuitas
de hacerse cargo de la parroquia de San Sebastián” (“Un intelec-
tual” 342), este hecho parece vincularse con las disputas internas,
teológicas y políticas que existían entre las diferentes órdenes reli-
giosas, principalmente entre jesuitas y dominicos.
En la carrera eclesiástica del Lunarejo, 1684 será un año de im-
portancia debido a que recibe la orden de tomar el cargo de la ca-
nonjía magistral de la catedral del Cusco. Una vez asumido el cargo
en diciembre de ese mismo año, Espinosa Medrano participa de di-
ferentes actividades: asiste al Cabildo eclesiástico en calidad de ca-
nónigo, participa de la elección del secretario del cabildo, discute
asuntos tales como las capellanías de los prebendados. Su actividad
laica también se ve constantemente registrada en el año siguiente
(1685). Compra viviendas en la parroquia de San Cristóbal (a un in-
dio natural llamado Sebastián Abreu) y también recibe delegaciones
para fundar una capellanía. A finales de ese año los registros de los
libros de actas del cabildo eclesiástico anotan que Espinosa Medra-
no es promovido al cargo de tesorero de dicho organismo, partici-
pando en la designación de jueces de renta. En 1686 se le otorgará
el cargo de chantre de la catedral de la ciudad que, de acuerdo a
Esquivel, tomará posesión más adelante. Es importante marcar que
el Lunarejo dará un poder al dominico fray Leonardo Dávalos para
que este tramite la posibilidad de imprimir su famosa Philosophia
Tomística. En el trascurso de este año también se registran algunas
transacciones comerciales que el Lunarejo llevó a cabo, por lo visto,
necesitado de sirvientes ya que, con ese fin compra “un negrito
nombrado Pascual de edad de catorse o quinse (sic) poco más o
menos” por la suma de 550 pesos; y también contrata a un indio na-
tural del ayllu Hanansaya para su servicio por el período de un año.
Espinosa Medrano sumará a su ya importante riqueza algunas vi-
viendas ubicadas en la parroquia de San Cristóbal y también vende-
rá otras propiedades a indios naturales. La publicación en Roma de
la Philosophia Tomística se dará en el año 1688, año que registra
además el deceso del Lunarejo. Por muchos años, debido al escrito

6
Este sermón será analizado en detalle en el capítulo 4 de este libro y es de
gran importancia para entender el vínculo entre oratoria sagrada, educación y sub-
jetividad criolla.

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de Esquivel y Navia se supuso que la muerte había acaecido el día


13 de noviembre de ese año. Pero, gracias al descubrimiento del
Testamento, la fecha exacta debe ser el 22 del mismo mes.
Cuando en 1992, Guibovich Pérez publica un artículo titulado
“El testamento e inventario de bienes de Espinosa Medrano” se
abrió una puerta inédita hacia la intimidad de nuestro letrado crio-
llo. No sólo este hallazgo bibliográfico modificaba ciertos datos re-
lativos a la vida del Lunarejo (como ya comenté, en torno a la fecha
de su muerte y sus borrones) sino que además permitía asomarnos
con precisión al entorno material con el que convivió nuestro autor.
Espinosa Medrano en su última voluntad deja sus bienes a cargo de
dos albaceas, el ya mencionado Agustín Cortés de la Cruz (su pri-
mer biógrafo) y al canónigo Felipe Ramírez de Arellano: ambos for-
maban parte también de ese sector letrado que, al menos material-
mente, este testamento ilustra. Cuatro capellanías ordenó fundar el
Lunarejo, otorgando al Cabildo de la Catedral del Cusco el favor de
organizar y designar a los capellanes que debían regentearlas; esta
acción pía involucró un caudal de 16.000 pesos que provenían de
diferentes fuentes. Así mismo, deja dinero para que en la iglesia Ca-
tedral “se me diga una misa cantada solemne todos los años inde-
fectiblemente con su responso por mi ánima” (“El testamento e in-
ventario”12), como está escrito en ese documento. También se
asigna cierta cantidad de dinero destinada, entre otras cosas, a la
“redención de cautivos y santos lugares” (11).
La fortuna de Espinosa Medrano se basaba tanto en tierras, ga-
nado, esclavos, obras de arte (lienzos y esculturas), libros, ropa, pla-
tería, y dinero amonedado.7 Sobre este último punto se señala que
al momento de realizar el inventario del Lunarejo se dejó constancia
de una importante cantidad de 21.239 pesos en moneda. Comenta
Guibovich que

los registros notariales conservados en el Archivo Departamental


del Cusco muestran cuán involucrados estuvieron los canónigos
y otros prebendados de la Catedral en la compra y venta de ca-
sas, tierras, esclavos y otros productos, la minería y el comercio.
(“El testamento e inventario” 4)

7
El inventario de Espinosa Medrano se realizó el día 25 de noviembre de
1688, es decir, tres días después de su fallecimiento.

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JUAN DE ESPINOSA MEDRANO, CULTURA BARROCA 33

Se deduce de esta nota, que Espinosa Medrano no fue una excep-


ción a este modo de acumulación de riqueza. A lo que habría de su-
marle algunas de las ganancias obtenidas durante uno de sus cura-
tos, descrita por el Lunarejo como “una manada de ovejas que
tengo en dicho pueblo de Chinchero trescientas o quatrocientas po-
co más o menos”, ganado que se dispone o para los pobres de esos
pueblos o para un hospital situado en esa zona como un capital con
posibilidades de aumentar.
La plata labrada, los vestidos, las colgaduras y lienzos, y su bi-
blioteca dejan entrever que el doctor poseía en su aposento un nú-
mero importante de objetos suntuosos donde se reunían (como en
algunos de sus escritos) el placer por las formas y la vida devota, la
antigüedad pagana y la sacra teología, la literatura sacra y la no
“mui moral”, la cultura peninsular y la más joven voz virreinal. Su
colección pictórica puede leerse como un emblema de su afán de
coleccionista, claro está no sólo suyo, sino compartido por buena
parte del estamento letrado: los “liensos grandes de fábulas de pin-
tura primorosa” se encuentran registrados al lado de otros “quatro
liensos de los quatro doctores de la iglesia”; y los retratos de filóso-
fos antiguos se conjugan con imágenes de santos.8 La rica biblioteca
del Lunarejo, con sus estantes de esculturas, con más de trescientos
volúmenes –algunos de ellos eran propiedad del Colegio de San
Antonio y que debían devolverse– se destinó a la venta para costear
las “mandas y legados” como se registra en el documento testamen-
tario. Este hecho, lógicamente, provocó la dispersión de sus tan va-
liosos libros e impide el acceso a (hipotéticas) notas de lectura del
erudito cusqueño.
Los tomos inventariados dan cuenta de una selecta biblioteca,
donde se hallaban obras de diverso origen, son como una muestra
concreta del prodesse et delectare horaciano. Las letras profanas se
ven representadas por diversos autores. Si se piensa solamente en la
península ibérica en los siglos XVI y XVII, se hallará lo más granado
de su producción cultural. De Lope de Vega se encontró La Circe, y
dos tomos de Comedias. De Quevedo se halla el Parnaso (en un to-
mo), Covarrubias aparece con sus Emblemas, un Sousa (quizá el
portugués al que contestó Espinosa Medrano en su Apologético), un
tal Servantes [sic] con sus Novelas, un “Góngora comentado” (se-

8
La ortografía proviene de los testigos que relevaron sus posesiones. No corrijo
las erratas.

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guramente, la edición de Salcedo Coronel, ya que en otra entrada se


consigna por separado a Pellicer y sus Lecciones solemnes), un “es-
tebanillo guzmán” curioso acto fallido de condensación genérica del
escribano junto a La Celestina. También integraba su biblioteca Bal-
tasar Gracián y el jurisconsulto Alciato, tan citado y utilizado por
Espinosa Medrano. Esta biblioteca contiene un importante caudal
de libros que, como Teodoro Hampe Martínez ha demostrado, cir-
culaban en el territorio peruano: la posesión material del libro, un
objeto suntuoso en sí mismo, integra el conjunto de bienes acumu-
lados que le permiten al letrado criollo pertenecer a un segmento
preciso de la sociedad, como así también poder demostrar su mane-
jo del código simbólico del poder (“El eco de los ingenios” 80). La
biblioteca del Lunarejo es el último testimonio que quise presentar,
ya que ayuda a cerrar el retrato de su vida: el texto la vida de Espi-
nosa Medrano que compuse, tuvo como objetivo articular informa-
ción dispersa, o de difícil acceso. Reconozco que aún queda mucho
por explorar en la vida del Lunarejo y que, seguramente, nuevos
documentos saldrán a la luz en los próximos años.

1.2. UN DIÁLOGO INCONCLUSO

Durante el año 2009, en una de las más prestigiosas revistas de la


Modern Language Association se publicó un dossier dedicado a las
relaciones entre el estilo barroco en América Latina y sus distintas for-
mas de reciclaje cultural a través de la historia continental. La sección
especial de PMLA se abría con un ensayo de Lois Parkinson Zamora
titulado “New World Baroque, Neobaroque, Brut Barroco: Latin
American Postcolonialisms” donde la autora realiza una exploración
cultural de Latinoamérica siguiendo las evoluciones y transformacio-
nes de la cultura barroca en el continente y sus efectos desde los tiem-
pos coloniales hasta la actualidad post-colonial del siglo XXI. Al referir-
se al fenómeno del Barroco en América durante el siglo XVII,
Parkinson Zamora sostiene enfáticamente que es posible interpretar
esta producción cultural como una respuesta generada en América an-
te el avance colonizador de la Europa católica que, si bien mantenía el
poder territorial por medio de la fuerza, no podía controlar la progre-
siva apropiación que los habitantes americanos hacían del discurso ba-
rroco, provocando efectos culturales inesperados por la rígida estruc-
tura jerárquica del absolutismo monárquico Habsburgo:

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JUAN DE ESPINOSA MEDRANO, CULTURA BARROCA 35

During the Seventeenth century, the baroque was exported


wholesale to the areas of the world being colonized by catholic
Europe. It is one of the few satisfying ironies of European imper-
ial domination worldwide that the baroque worked poorly as a
colonizing instrument. Its visual and verbal forms are dynamic,
porous, and permeable, and in all areas colonized by Europe
during the seventeenth and eighteenth centuries, the baroque
was itself eventually colonized. (127)

Esta afirmación, si bien sugestiva, no puede sostenerse si se analizan


las bases históricas y sociales del mundo virreinal, donde el poder
político se impuso desde sus inicios a través de un proceso de vio-
lenta consolidación territorial y simbólica en los territorios coloni-
zados y se mantuvo por más de tres siglos con relativa facilidad. Por
otro lado, resulta interesante interrogarse acerca de quiénes son los
agentes que, según Parkinson Zamora, llevaron a cabo este proceso
de colonización del estilo barroco, ya que, como se ha demostrado
al analizar la producción letrada del Barroco de Indias, son los crio-
llos (no todos los habitantes de América) los que van a practicar el
código barroco constantemente sin intentar ningún tipo de reforma
o revuelta en las sociedades coloniales, más aún, por momentos pa-
recen exagerar en sus obras el celo ortodoxo que emana de las auto-
ridades metropolitanas con el fin de crear una figura de autoridad
para su heterogéneo colectivo social. Es preciso recordar que cuan-
do los letrados criollos lanzan ciertas críticas acerca de los prejui-
cios con que los peninsulares los caracterizaban, no lo hacen en
función de un corte abrupto con la estructura monárquica señorial
que los contiene, sino que buscan consolidar ese orden ofreciéndo-
se como los agentes con mayor capacidad para mantener el estatus
quo de cualquier tipo de amenaza externa o interna. Solamente con
leer el “Alboroto y motín” de Carlos Sigüenza y Góngora se podrá
poner en duda el juicio de Parkinson Zamora ya que busca crear
una lectura primitivista y exotista del pasado cultural americano sin
avanzar en análisis profundos de su estructura histórica concreta.9
Planteando una idea radicalmente opuesta, el crítico Zamir Be-
chara en su ensayo “Notas para una estética del Barroco de Indias”
propone la inexistencia de una variable americana de la cultural del

9
Los estudios de Solange Alberrro, Kathleen Ross, Josefina Muriel, entre tan-
tos otros, pueden consultarse para evaluar el grado de participación de Sigüenza y
Góngora como defensor del orden en la ciudad letrada colonial.

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36 INSTABLE PUENTE

Barroco afirmando que esta clasificación es más un invento de la


historiografía y la crítica literaria que el reflejo de un movimiento
artístico particular. Bechara asevera que

La convicción de que sí hay un tal barroco americano sustantivo


nace de una loable pero poco rigurosa creencia desiderativa por
prefigurar ya en la colonia una identidad hispanoamericana pro-
pia. En mi opinión, la principal característica de tal barroco radi-
caría mayormente en la continuidad del barroco español, a me-
nudo y no casualmente, anacrónica. (142)

Para Bechara, a diferencia de Parkinson Zamora, el estilo barroco


americano será un remedo servil de la estética europea que ha sido
valorado erróneamente como antecedente de la identidad america-
na, y debe clasificarse como un avatar más dentro de la evolución
del barroco ibérico.10 Su razonamiento se basa además en la caren-
cia, según su perspectiva, de ejemplos concretos que demuestren la
realidad de un conjunto de rasgos diferenciales en las obras produ-
cidas en los territorios virreinales que se opongan a las normas esté-
ticas peninsulares:

Así, pues, creo que la peculiaridad del barroco de la América


Hispánica no es más que meramente adjetiva, en la medida en
que consiste en la imitación / emulación de los modelos españo-
les, en extremar y acentuar unos rasgos en detrimento de otros,
en la intención didáctica de muchas composiciones y en el acen-
tuado detallismo de muchos de los cuadros poéticos. (“Notas”
158)

Esta proposición interpretativa es, sin lugar a dudas, una vuelta


atrás en los estudios culturales sobre el siglo XVII y comparte el mis-
mo tipo de perspectiva teórica que la mayor parte de los teóricos de
principios del siglo XX ya que, en primer lugar desconoce que la
“imitación / emulación de los modelos españoles” es la matriz crea-
tiva utilizada no sólo en los territorios americanos, sino a lo largo
del continente europeo desde el Renacimiento. En segunda instan-

10
Esta lectura también se puede encontrar en el ensayo de Leonardo Acosta
(Barroco de Indias) donde el autor, desde una perspectiva ideológica opuesta a la de
Becharacancela rechaza toda posibilidad de existencia del fenómeno cultural. Acos-
ta concibe al Barroco de Indias como una imposición imperial que busca reprimir,
contener y sostener las desigualdades promovidas por la cultura colonial.

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JUAN DE ESPINOSA MEDRANO, CULTURA BARROCA 37

cia, este juicio valorativo es en sí mismo anacrónico ya que analiza a


los creadores del siglo XVII utilizando categorías ajenas a su episte-
me al exigir un carácter de originalidad a obras que se regían por
otro tipo de coordenadas estéticas-culturales.
Estos dos casos recientes de interpretación de la cultura barroca
americana, claro está, no son los únicos pero sí tienen un valor
ejemplar ya que representan cuáles son los extremos interpretativos
que existen al momento de analizar el rol cultural que los criollos
asumieron durante el siglo XVII. Las lecturas de Parkinson Zamora y
de Bechara describen un mismo fenómeno (el Barroco de Indias)
pensado tanto como una variación liberadora de la cultura peninsu-
lar –es decir como una herramienta de contra-colonización ejercida
por los habitantes americanos ante el poder imperial– así como
también se lo presenta como un momento puramente pasivo y para
nada creativo en el desarrollo de la cultura americana. Para poder
indagar mejor esta producción cultural y ubicar al Lunarejo dentro
de este complejo período, resulta necesario repasar brevemente las
transformaciones más destacadas que el significante Barroco de In-
dias sufrió a medida que los estudiosos comenzaron a reparar en
sus características principales y allí ver, específicamente, la intersec-
ción con el problema de la subjetividad criolla en los virreinatos. Mi
propuesta se sostiene a partir del marco teórico brindado por los
estudios coloniales que abordaron el problema de la subjetividad
criolla en las últimas décadas. Es dentro de este marco que demues-
tro aquí que esta posición intermedia del letrado criollo fue crucial
durante este período histórico que analizo. El letrado criollo fun-
cionó como un agente cultural ambivalente ya que si bien nunca se
posicionó por fuera del marco político/legal del imperio, sí fue
construyendo una comunidad intelectual alternativa a la peninsular
que reclamaba un reconocimiento y una participación más activa en
el campo económico y cultural virreinal. Con la intención de poder
analizar en detalle este problema, es que propongo a la deixis crio-
lla como modo de interpretación que captura en toda su compleji-
dad las diferentes posiciones asumidas por los criollos ante la reali-
dad histórica que les tocaba experimentar. Esta forma de incidencia
y negociación del sujeto criollo demuestra cómo en su discurso se
percibe un efecto que a la vez se intenta disimular: hay un movi-
miento de apropiación del significante “americano” ejercido por el
letrado virreinal quien, usando una compleja retórica criolla (para
utilizar la fórmula que David A. Brading menciona en Orbe india-

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38 INSTABLE PUENTE

no), brinda a este significante una semántica suplementaria. Esta ac-


ción tiene como efecto crear una aparente sinonimia entre los dos
significantes (americano-criollo) que le permite al letrado criollo
presentar su programa desde un marco ideológico paradojal que se
adapta a su situación de enunciación y le brinda una ventaja episte-
mológica inédita. Ante la autoridad peninsular, el discurso criollo
aparece como una variable de continuidad de lo metropolitano,
mientras que ese mismo mensaje podrá descodificarse por sus pares
letrados criollos como una defensa, celebración y autorización de su
propia capacidad de gestión intelectual y material.
Esto último es efecto y consecuencia de lo que llamo pose crio-
lla, esto es una forma de construcción discursiva del yo que al mis-
mo tiempo activa y desactiva diferentes significantes (americano,
criollo, español, indígena) que contextualizan a este sujeto. La pose
forma parte de la teatralidad propia de la cultura barroca y se vin-
cula a las maneras en que los individuos creaban su propia subjeti-
vidad dentro de esta singular episteme del siglo XVII. Al hablar de
pose me refiero también a una forma de habitar un conjunto de
prácticas y disciplinas que crean las subjetividades del Barroco; pe-
ro al mismo tiempo rescato lo que permite al criollo manipular los
mecanismos de composición de esa subjetividad. Prestar atención a
las diferentes poses asumidas por los letrados criollo permite leer
los significantes sociales que circundan la construcción de la subje-
tividad de uno de los locus de poder más relevantes del siglo XVII
americano. La pose criolla le permitió a este tipo de agente social
moverse entre los ejes de la aceptación y la disidencia del orden es-
tablecido. En el caso específico del letrado criollo, el grado de disi-
dencia debe interpretarse a partir de las conexiones de la gestuali-
dad presente en la pose, es decir, a partir del uso de lo que he
llamado deixis criolla, en tanto manera de actualizar el significado
social, político e ideológico de esa gestualidad a través de los índi-
ces discursivos que construyen el lugar de enunciación del criollo.
Lo anterior contribuye aún más a situar a la figura de Espinosa
Medrano dentro de las coordenadas histórico-culturales de la ciudad
letrada en el período de estabilización colonial. Si pensamos en la
producción letrada de la colonia, tres géneros aparecen como centra-
les: la poesía, el teatro y el sermón. Estas tres prácticas de escritura
fueron decisivas a la hora de sostener, afirmar y reforzar los vínculos
entre los distintos grupos que detentaban el poder. La academia lite-
raria, el escenario y el púlpito se constituyen en espacios de transmi-
sión y actualización de productos culturales que se encuentran inmer-

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JUAN DE ESPINOSA MEDRANO, CULTURA BARROCA 39

sos en una ideología sobre la que descansaba el orden colonial. Este


hecho me permite desarrollar aún más la idea de la ejemplaridad de
este “señor barroco” (según la interesante caracterización hecha por
José Lezama Lima en La expresión americana) en el contexto del sur-
gimiento y consolidación de las subjetividades criollas. El Lunarejo es
un ejemplo cabal del letrado criollo en busca de su autoridad cultural
practicando los géneros literarios más divulgados de su tiempo. Espi-
nosa Medrano reflexionó en torno a los alcances y funciones de la pa-
labra poética en su Apologético, escribió una comedia de tema bíblico
siguiendo y desviándose de los preceptos estéticos y teológicos de la
Contra-Reforma y también fue uno de los más famosos oradores del
Cusco cuyos sermones fueron recogidos y publicados en España
cuando el Lunarejo ya había muerto. En otras palabras, la obra de
Espinosa Medrano es una breve suma del saber letrado virreinal,
donde puede investigarse el tipo de conexión no sólo con la cultura
metropolitana ibérica, sino también las similitudes y diferencias exis-
tentes en relación a la historia cultural de los otros virreinatos.

1.3. BARROCO DE INDIAS Y DEIXIS CRIOLLA: INTERSECCIONES


1.3. CULTURALES

Cualquier estudio que pretenda dar cuenta de la producción


cultural del llamado Barroco de Indias y su intersección con el sur-
gimiento de una comunidad criolla –que se piensa a sí misma desde
parámetros culturales inéditos en el mundo hispanohablante– se
encontrará, desde el principio, con un número importante de cam-
bios en la valoración de este fenómeno. El Barroco como signifi-
cante cultural en América Latina ha sido el objeto de diferentes
aproximaciones y reelaboraciones. La historia de este concepto se
desarrolla durante buena parte del siglo XX y en torno a él se deba-
tieron diferentes ideas acerca de la producción artística virreinal
condenando o defendiendo este tipo de documentos textuales. La
polémica captó la atención tanto de escritores como intelectuales de
diferentes países y perspectivas, tanto a finales del siglo XIX como
durante buena parte de la centuria posterior.11 Las posturas analíti-

11
Carmen Bustillo en su volumen Barroco y América Latina brinda un intere-
sante panorama acerca de la evolución de esta relación. Por otra parte, Mable Mo-
raña también explica los que ella llama “reciclajes” del Barroco en su artículo “Ba-
roque/Neobaroque/Ultrabaroque: Disrupting Readings on Modernity.”

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40 INSTABLE PUENTE

cas más destacadas presentaron al Barroco como momento clave en


la historia continental al reexaminar las relaciones culturales entre
la cultura metropolitana y la virreinal.
Es durante la segunda mitad del siglo XX que dos voces críticas
comienzan a recuperar la creación barroca de América. Mariano Pi-
cón-Salas funda, en 1944 lo que hoy llamamos el “Barroco de In-
dias”, mientras que Pedro Henríquez-Ureña, en su ensayo “Barroco
de América” (1940), distingue a este estilo como una de las corrien-
tes literarias distintivas del continente. Estos textos fundacionales
de la crítica latinoamericana hablan de un encuentro, de un diálogo
fructífero entre la metrópolis (España) y las colonias durante el si-
glo XVII. Igualmente, por más que se reconozca la existencia de este
fenómeno, los juicios sobre las obras siguen siendo ambiguos o de-
cididamente peyorativos. En otras palabras, salvo honrosas excep-
ciones (ya incorporadas al canon literario hispánico, como Sor Jua-
na Inés de la Cruz) los textos del Barroco de Indias seguían siendo
clasificados como débiles, faltos de fuerza literaria, cargados de un
ornato que sólo se leía como una exacerbación vacía, un mero rasgo
estilístico propio de una literatura joven. Igualmente, cabe destacar
que Picón Salas es el iniciador de un movimiento de revisión crítica
que examina al arte barroco americano a partir de la interacción ét-
nica y cultural de esta producción discursiva. El teórico va a anali-
zar las dependencias entre las esferas de las artes en general (arqui-
tectura, pintura, escultura, literatura) estableciendo vínculos en
todo el sistema representativo de esta época. La novedad y riqueza
de la visión de Picón Salas no se basa sólo en su conocimiento eru-
dito del campo cultural sino que además funda una forma de apro-
ximación al fenómeno que define la diferencia americana por me-
dio de una mirada amplia que incorpora tanto la sociología como la
antropología social del territorio. (De la conquista a la independen-
cia 88-108).
La conexión entre Barroco de Indias e identidad americana ha
sido observada, por ejemplo, a través de la lente del mestizaje o de
la modernidad del continente, es decir, su inserción dentro del or-
den mundial occidental. Cada vez que se debate en torno al carác-
ter del Barroco en América Latina se intenta realizar una arqueolo-
gía del término que pueda explicar el presente de la enunciación
histórica, tratando de encontrar en los letrados americanos del siglo
XVII signos que anticiparan las posturas estéticas y políticas que se
desarrollaron en la América de la post-independencia. Sin embargo,

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JUAN DE ESPINOSA MEDRANO, CULTURA BARROCA 41

como ya Antony Higgins lo señalara, es necesario revisar esta apa-


rente continuidad entre momentos históricos con epistemes distin-
tas, para evitar caer en el problema de pensar la historia cultural
americana como una serie uniforme y homogénea que evoluciona
naturalmente de un estilo al otro (Constructing 10-11). Justamente
el período cultural del Barroco de Indias muestra una cultura hete-
rogénea donde conviven alternadamente discursos diferentes bajo
estructuras sociales y políticas relativamente estables que contienen
a distintos colectivos sociales que pugnan por alcanzar un grado de
participación mayor. Esta especificidad histórica de la intersección
de las subjetividades criollas y el Barroco de Indias se percibe con
gran claridad, como el volumen editado por Ralph Bauer y José An-
tonio Mazzotti lo demuestra, a la luz de la evolución de los estudios
coloniales (Creole Subjects in the Colonial Americas 1-42) y ayudará
a entender mejor lo que he definido como un proceso de apropia-
ción de un significante (americano) llevada a cabo por los letrados
criollos y el subsiguiente efecto producido por esta sustitución. Esta
forma de intervención política y cultural de los letrados criollos
conlleva también el intento por borrar o disimular esta apropiación
simbólica del lugar de enunciación americano, creando una suerte
trompe l´œil discursivo donde es necesario afinar la visión para po-
der desentrañar los sentidos que residen en esta imagen. Esta forma
de construir su propio lugar de autorización letrada tiene su origen
en las distintas poses criollas, en las diferentes formas de autorre-
presentación discursiva con que los criollos forjaron su compleja
subjetividad. Esta conexión se encuentra irremediablemente anuda-
da con la compleja vida cultural virreinal americana y es necesario
hacerla dialogar con las formas de interpretación, con los artefactos
críticos propuestos desde los estudios coloniales contemporáneos
para poder captar con mayor claridad la especificidad de la deixis
criolla y su cruce con la obra del Lunarejo.
Como se ha señalado, a partir de la década del 70, y hasta fina-
les del siglo XX, se reexamina la idea del Barroco de Indias a la luz
de posturas interdisciplinarias que incluyen herramientas de la teo-
ría histórica, de la antropología, del análisis del discurso, el estudio
de la ideología, etc. Estas aproximaciones evitan, por un lado, jui-
cios de valor anacrónicos y por otro examinan estos textos como es-
pacios donde interrogar las primeras vacilaciones en torno a una
subjetividad criolla. De esta manera, el Barroco de Indias comienza
a hacerse visible como un momento más en la serie literaria latinoa-

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42 INSTABLE PUENTE

mericana, equiparable al romanticismo o al modernismo y que tiene


a los letrados criollos ubicados en una centralidad preponderante.
La apertura del canon y la incorporación de estas producciones han
posibilitado el surgimiento de un debate en torno a las letras barro-
cas americanas que dista mucho de haberse acabado. Dentro de es-
te importante corpus de los estudios actuales dedicados al Barroco
de Indias, es posible trazar una línea divisoria entre las tendencias
dominantes. Por un lado, una serie de proyectos se han dedicado a
establecer filológicamente los textos, a determinar su cronología, su
recepción y vincularlos, esencialmente, con las fuentes para subra-
yar sus vínculos textuales con el canon peninsular.12 Por otro lado, y
apropiándose en buena medida del valor descriptivo de los estudios
precedentes, otra corriente crítica ha puesto su interés en interrogar
las producciones del Barroco de Indias en tanto discursiva de una
subjetividad criolla que pugna por expresarse.13
Sin lugar a dudas, las producciones culturales de esta época se
encontraban enmarcadas en lo que Hernán Vidal llama el proceso
de estabilización colonial: un período que se inicia a finales de la
década de 1560 (el fin de la conquista territorial) y concluye duran-
te la primera mitad del siglo XVIII. Se habla de una estabilización a
partir de los siguientes datos: una minoría étnica (de origen euro-
peo) es capaz de implementar una política de control y explotación,
sobre las masas multiétnicas, estableciéndose como el nexo con la
cultura imperial (Socio historia de la literatura colonial tres lecturas
orgánicas X). En este período se destaca la producción intelectual
de los dos virreinatos más importantes: Nueva España y Nueva Cas-
tilla.
El particular interés despertado por esta forma de comprender
el mundo colonial fue el disparador de nuevos asedios interpretati-
vos sobre el ya mencionado Barroco de Indias. Las nuevas tenden-
cias críticas consideran relevante examinar la cuestión del emplaza-
miento y afianzamiento de la cultura letrada virreinal no sólo para
entender los tres siglos de dominación hispánica sino también para
captar el proceso de formación de las nuevas sociedades en el conti-

12
Los estudios de Luis Jaime Cisneros, Emilio Carilla, José Pascual Buxó, Au-
gusto Tamayo Vargas, entre otros, son ejemplos precisos de esta tendencia.
13
La nómina de estudiosos en el tema incluye a Jaime Concha, Mabel Moraña,
John Beverley, Alfredo Roggiano, Raquel Chang-Rodríguez y Roberto González
Echevarría, sólo para citar a los más difundidos.

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JUAN DE ESPINOSA MEDRANO, CULTURA BARROCA 43

nente, principalmente analizando los posicionamientos del sector


criollo letrado. Si aceptamos que la dominación política española
sobre las Indias se sostuvo, entre otros factores, debido a la organi-
zación administrativa a la que fueron sujetas, se podría además
agregar la importancia del proceso de traslación de las instituciones
y formas de cultura peninsulares en los territorios conquistados. Es-
te hecho produjo la formación de una cultura letrada que pretendía
reproducir las formas discursivas peninsulares, reordenando un es-
pacio y un tiempo bajo una férrea teleología imperial (Sonia Rose,
“La formación de un espacio letrado en el Perú virreinal” 7-13).
Este momento de fundación cultural es simultáneo a la apari-
ción del Barroco en la colonia que operó, en sus inicios, como un
proceso de erradicación y suplantación de la sociabilidad nativa. Se
estableció así una barrera semiótica, una muralla letrada para soste-
ner un orden discursivo dominante, al mismo tiempo que defender
el estatus quo de los asedios de la alteridad externa. Participar en la
cultura letrada significaba conocer el código discursivo dominante,
para poder ingresar en la compleja red del poder virreinal, cuya je-
rarquía estaba en manos de funcionarios ibéricos. Este esquema
mantiene la conexión unitaria de la colonia con la totalidad univer-
sal del imperio. Para Vidal la posición de los llamados sectores
criollos es muy importante ya que por su ubicación en el aparato
económico, político e ideológico, generarán relaciones complejas
con la ideología del imperio. Estos actores sociales, se deben a esa
totalidad y para tener noción de su valor e identidad diferenciadora
“se suman y practican rituales públicos que les dan acceso a esa
universalidad definida como civilizada, espiritual y cristiana. Su
conciencia se vuelca al exterior, a la metrópolis, desde la que se irra-
dia la universalidad, y censura y posterga la noción de lo interior”
(Socio-historia 107-08). Curiosamente, la complejidad de la lengua
barroca, su amplitud sémica y su alto carácter ambivalente fue el
modelo que emplearon los letrados criollos para gestar, con el paso
del tiempo y con un sentido de diferenciación de lo peninsular cada
vez más agudo, una expresión cultural criolla con características te-
máticas y formales particulares.
De aquí que pueda hablarse, siguiendo las ideas de Ángel Rama,
de la centralidad de la ciudad letrada barroca en este periodo histó-
rico. Como el crítico uruguayo explicó, la ciudad era un enclave po-
lítico y simbólico, que tenía tanto funciones ideológicas como admi-

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44 INSTABLE PUENTE

nistrativas. La ciudad letrada operaba como un artefacto ordenador


y restrictivo de la heterogénea realidad de la colonia. Este diseño ur-
bano privilegiaba el espacio céntrico de esa ciudad virreinal a la vez
que lo percibe como enclave asediado. La ciudad letrada mantiene
la conexión del foco colonial con otros enclaves imperiales, propi-
ciando fenómenos socio-históricos de similares características (La
ciudad letrada 23-38). Como Rama ha explicado, los letrados de las
capitales virreinales (religiosos, administradores, educadores, escri-
tores, etc.) componían el “anillo protector del poder y ejecutor de
sus órdenes” (25) haciendo de su función discursiva algo mucho más
complejo que una mera repetición de los modelos letrados peninsu-
lares, sino que en esta práctica del saber escriturario los letrados
contribuían al mantenimiento del estatus quo urbano que la monar-
quía buscaba. La vida cortesana y su correspondiente producción
cultural debe leerse, siguiendo a Rama y su interpretación, como una
forma de participación y de integración dentro de la estructura del
poder urbano virreinal. Los diferentes espacios públicos y privados
de la ciudad (el púlpito, el teatro, la cátedra, la administración, los
desfiles y las festividades) servían como eventos espectaculares para
promover un mensaje político amplio que buscaba afectar a todos
los habitantes del enclave colonial (La ciudad 27-29).
Cómo Rolena Adorno señalara en su ensayo “El sujeto colonial
y la construcción cultural de la alteridad” dentro del complejo cul-
tural virreinal es posible detectar diferentes focalizaciones discursi-
vas que participan en la construcción de la subjetividad colonial.
Según la investigadora, es necesario prestar atención a las distintas
variantes discursivas que participan de la construcción de identida-
des en el mundo colonial ya que la construcción del otro dentro del
marco de representación de esta sociedad conlleva proteicas formas
de clasificación y representación. Las relaciones entre identidad y
alteridad dentro de una sociedad compleja como la americana del
siglo XVII debe entenderse dentro del marco epistémico del mundo
virreinal que se organiza a partir de la circulación de discursos que
buscan construir y contener a los diferentes actores sociales en luga-
res específicos y así poder administrar el espacio material. Para
Adorno

Como proceso cultural, la creación de la alteridad parece ser una


exigencia y una inevitabilidad del sujeto, sea éste colonizador o

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JUAN DE ESPINOSA MEDRANO, CULTURA BARROCA 45

colonizado. Los discursos creados sobre –y por– el sujeto colo-


nial no nacieron sólo con el deseo de conocer al otro sino por la
necesidad de diferenciar jerárquicamente el sujeto del otro: el co-
lonizador de las gentes que había tratado de someter y, al contra-
rio, el colonizado de los invasores que querían sojuzgar. Vista así
la alteridad es una creación que permite establecer y fijar las
fronteras de la identidad. (66-67)

Estas fronteras de lo uno y lo otro señalan que el acceso o la mar-


ginación de los círculos de poder dentro de la ciudad letrada se da
a partir de ciertas premisas diferenciadoras que buscan establecer
los contornos visibles de las distintas formas de sociabilidad en
una cultura heterogénea, proteica y cambiante como la virreinal.
Es justamente dentro de este esquema de comprensión que los
criollos van a definirse desde un posicionamiento ambivalente en
lo que atañe a su discurso. Comienza entonces una forma progre-
siva de búsqueda de una identidad a partir de la reflexión constan-
te que los letrados criollos hacen de sí mismos y del conjunto con
el que se identifican. La reflexión sobre su rol en este diagrama de
poder muestra que la subjetividad criolla oscila entre lo uno y lo
otro, ya que si bien se identifica con el discurso colonizador, tam-
bién por momentos parece querer corregir los excesos del mismo.
Por otra parte, aunque forma parte del aparato burocrático y re-
presivo del mundo colonial, también el criollo es objeto de ese
mismo aparato que lo relega o no le otorga el espacio de poder
que él precisa o exige. El criollo descubre que se encuentra en un
espacio intersticial dentro del discurso imperial, siendo agente y
objeto de ese discurso, siendo propagador de la ratio imperial y al
mismo tiempo quien debe acatar lo propuesto por el centro de po-
der peninsular. En otras palabras es aliado y al mismo tiempo es
sujeto sospechado: su lealtad se necesita para mantener el orden
en la ciudad virreinal pero también es puesta en duda por las auto-
ridades imperiales. Utilizando una metáfora visual, el criollo ob-
serva su contexto y es observado también por aquel que lo margi-
na o al menos lo relega dentro del reparto de los puestos de poder
virreinal.
Esta situación crea un complejo espacio de enunciación desde el
cual el letrado criollo buscará representarse a sí mismo, utilizando
focalizaciones discursivas variadas y complejas que crean referentes
discursivos ambivalentes. La relación con el otro, en todas sus va-

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46 INSTABLE PUENTE

riaciones, será compleja en este tipo de discursos criollos ya que,


debido a su espacio intersticial en la sociedad virreinal, la subjetivi-
dad criolla cobrará un claro matiz relacional que se adaptará a las
condiciones de enunciación dentro de las cuales el letrado criollo se
encuentre. Lo que se ha llamado producción letrada barroca criolla
surge de este contexto situacional, y es imposible analizarla por fue-
ra de estas coordenadas que conectan a la ciudad letrada con uno
de sus actores de mayor incidencia en su mantenimiento y cuidado:
los letrados criollos. El historiador francés Bernard Lavallé ha sido
quien indagó con mayor profundidad el origen, la utilización y ex-
pansión del término criollo para referirse a los hijos de españoles
nacidos en las Indias. Para el investigador, la forma usual utilizada
en España para hacer referencia a estos sujetos era “indiano”, y an-
tes de la aparición de la palabra criollo en textos metropolitanos, se
utilizaban formulas perifrásticas tales como “hijos del reino, hijos
de la tierra, hijos y nietos de los conquistadores / encomenderos,
beneméritos” (17), todas estas palabras que, en muchos casos, se
usaban también para hablar de mestizos. Ya desde estas primeras
formulaciones se establece una tensión que ubica a la problemática
de lo criollo desde diferentes posicionamientos o locus de enuncia-
ción. Lo criollo surgirá rodeado de connotaciones peyorativas acer-
ca del mestizo, el ladino, el abandonado, pero también del “héroe”
de la conquista; entre un pasado que se quiere disimular (el hijo na-
tural, el mestizo) y un pasado que quiere inscribirse dentro de la ca-
dena de relatos que sostiene al imperio (los relatos de las “hazañas”
de la conquista). En este paradójico terreno germinará el problema
de nominación de lo criollo. Las primeras atestaciones que Lavallé
halló del término criollo se encuentran esparcidas en documentos
oficiales de la administración de la corona española a mediados del
siglo XVI. Este tipo de clasificación de los hijos de españoles nacidos
en las Indias, es preciso aclararlo, se daba dentro de un marco se-
mántico que creaba una imagen peyorativa de los criollos, superpo-
niendo prejuicios de natura también asociados con los defectos o
debilidades presentes en la población indígena. Lavallé especifica
que los primeros españoles que reflexionaron en torno a las caracte-
rísticas de los criollos los consideraban de carácter sórdido y varia-
ble, defecto este que hacía imposible anticiparse a sus acciones y
que los convertía en individuos cuya lealtad a la corona estaba siem-
pre en duda. Ser criollo, según este autor, tiene que ver con una pe-

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JUAN DE ESPINOSA MEDRANO, CULTURA BARROCA 47

culiar inserción social y con cierta mentalidad, forma de conciencia


o subjetividad. Lavallé escribe que ser criollo era un hecho que es-
taba más ligado a una forma de ser, a una adhesión a intereses loca-
les, que al nacimiento en tierra americana (Las promesas ambiguas
48). Un examen atento de sus expresiones discursivas revela la ca-
racterística ambigüedad del criollo ya que, si por un lado se procla-
ma plenamente español, leal súbdito de la corona, depositario legí-
timo de los códigos culturales y las opciones ideológicas propias de
la madre patria, afirma la pureza de su sangre ibérica y se precia de
su linaje nobiliario; al mismo tiempo, le enorgullece ser diferente y
proclama las bondades de su país, de sus ciudades y costumbres. El
criollo se apropia de los códigos y discursos imperiales hegemóni-
cos, pero al propio tiempo realiza una lectura propia, se vale de los
paradigmas oficiales para articular su propio discurso, para formu-
lar sus identidades y definir su identidad.
Las figuras letradas de este tiempo forman parte de este hetero-
géneo sector criollo, sector que experimentó un conflicto complejo
ya que si bien ocuparon posiciones dominantes en tanto latifundis-
tas, comerciantes y financieros, no pudieron trasladar este poder a
lo burocrático, político, administrativo, militar y educativo. Este he-
cho generó una serie de tensiones y respuestas de este sector que,
siendo fiel a la corona, pretendían hacer valer su preminencia sobre
los agentes burocráticos peninsulares. De allí que se observen, tanto
en el Perú como en México, fenómenos culturales similares en tan-
to negociaciones materiales y simbólicas con el poder metropolita-
no y con la alteridad nativa. En relación a su producción cultural, la
forma en que el discurso barroco se diseminó en las más importan-
tes urbes virreinales invita a pensar en este estilo tanto como el có-
digo simbólico/cultural que se impuso dentro de los territorios co-
lonizados con el fin de sostener el proyecto imperial, a la vez que
fue el sistema semiótico desde el cual los llamados criollos proyecta-
ron su anhelo de diferenciación de los sujetos peninsulares y de los
demás pobladores de la ciudad virreinal.14 Mi lectura demuestra

14
Tanto los estudios pioneros de Jaime Concha, como los de Mabel Moraña y
John Beverley, se interesan en las relaciones entre el poder virreinal y sus formas de
representación a través de la producción letrada americana. Esta concepción jánica
(siguiendo el planteamiento de Beverley) del discurso barroco permite articular un
importante conjunto de hipótesis acerca del entramado discursivo en la ciudad ba-
rroca colonial.

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48 INSTABLE PUENTE

que es necesario recuperar la deixis criolla presente en cada acto


comunicativo del letrado criollo para conectar su producción cultu-
ral con los referentes históricos, sociales, políticos y estéticos. Espi-
nosa Medrano construye su espacio de autoridad desde sus obras
donde presenta las distintas funciones que el letrado criollo asume
en la vida intelectual virreinal. Desde la deixis criolla puedo enten-
der mejor ese movimiento de apropiación del lugar de enunciación
americano por parte del letrado criollo quien busca establecerse él
mismo, como sinécdoque y epítome del agente privilegiado y capaz
de administrar los territorios ultramarinos del imperio.
Resulta visible que el problema de la enunciación criolla ha ge-
nerado un diálogo crítico heterogéneo a lo largo de las últimas dé-
cadas. Justamente a partir de la revalorización del Barroco de In-
dias como un discurso propio del ámbito americano pero que a la
vez mantiene lazos materiales y simbólicos explícitos con la cultura
barroca peninsular es que los estudios coloniales comenzaron a in-
dagar los distintos pliegues del discurso barroco virreinal cara a ca-
ra con el surgimiento y consolidación del colectivo criollo. Esta di-
versidad de aproximaciones se debe, en gran medida, a los
diferentes posicionamientos que el criollo asume al momento de ex-
presar su propia singularidad. Esta serie de poses criollas han gene-
rado un número amplio de interpretaciones donde se localiza, se
describe y se trata de capturar esa dualidad compleja del discurso
criollo. Los estudios coloniales han interpretado diferentes ejem-
plos de este tipo de discurso ambivalente que se produjeron en los
territorios virreinales americanos durante el siglo XVII y el XVIII. A
través de conceptualizaciones tales como conciencia criolla (Mabel
Moraña), agencia criolla (José Antonio Mazzotti), discourse of loyalty
(Jerry Williams), retórica del patriotismo criollo (David Brading), y
archivo criollo (Antony Higgins), los investigadores mencionados
han buscando el marco teórico afín a la heterogénea discursividad
que surge del locus de enunciación criollo. Todos estos artefactos crí-
ticos buscan interpretar, desde sus propias singularidades, aquello
que la pose criolla provoca con su deixis inestable y que condiciona
el significado político, ideológico y estético del discurso criollo.
Por ejemplo, para comenzar a distinguir las interacciones crio-
llas y sus aportes a esta cultura, Mabel Moraña sostiene la existencia
de un fenómeno de “imposición verticalizada” de los discursos do-
minantes y de contaminación de los valores y los principios de legi-
timación del sector hegemónico (Viaje al silencio 31) representado,

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JUAN DE ESPINOSA MEDRANO, CULTURA BARROCA 49

en su mayoría, por los grupos peninsulares. Este acontecimiento,


curiosamente, activará ciertos significantes en los sectores domina-
dos que, en un determinado momento de la historia, comienzan a
generar respuestas sociales diferenciadas al vector cultural domi-
nante hispánico-peninsular. Estas respuestas se originarían desde
dentro del grupo social denominado criollo y tienden, según Mora-
ña, a impugnar el discurso hegemónico y los principios de legitima-
ción en los que se apoya (religiosos, políticos, raciales). Debido a su
estar dentro del sistema expresivo del Barroco y al ubicarse dentro
del aparato político-social de la época, estas formas de conciencias
subalternas asumidas por los criollos son, según Moraña, de difícil
lectura ya que, muchas veces, utilizan el mismo lenguaje y retórica
de los sectores dominantes, mimetizándose con la visión del mundo
hegemónica, la remedan, la parodian o utilizan para sus propios fi-
nes. Moraña ha analizado también en detalle las complejas relacio-
nes entre la forma genérica de las apologías y defensas y su progre-
siva evolución que va desde el mero carácter celebratorio hasta
asumir la forma – siempre disimulada, siempre replegada – de in-
terpelación de los discursos hegemónicos (“Apologías y defensas”
45). A partir de textos que se generan en primera instancia como
alabanza o defensa del código en el que se inscriben (el Apologético
de Espinosa Medrano, la Respuesta de Sor Juana, o la Invectiva apo-
logética de Camargo) la autora percibe un movimiento sutil de críti-
ca a los mismos fundamentos ideológicos-políticos que sostienen
esa discursividad. Estos textos son pensados como atravesados por
los discursos de esa sociedad e indefectiblemente se enfrentan a los
problemas de la identidad y alteridad dentro de la cultura barroca
como otros de los productos culturales coloniales. Para Moraña, el
discurso de la defensa que se percibe en estos textos puede ser con-
siderado como

la transición hacia formas de conciencia que impugnan el espíritu


homogeneizante y preceptivo del mundo colonial, exponiendo a
través de la palabra escrita las instancias de la constitución de
identidades colectivas en el mundo colonial. (“Apologías y defen-
sas” 47).

Moraña cree que es por este proceso que los criollos hacen un uso
creativo y heterodoxo de las formas provistas por la tradición me-
tropolitana, y que es posible leer en estos textos como temas de una

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50 INSTABLE PUENTE

agenda política propia “los tópicos del retardo, la subalternidad y la


marginalidad, pugnando por contrarrestar la condición periférica
del mundo colonial a través de una racionalidad crítica y reivindica-
tiva” (48). Si bien la lectura de Moraña ha ayudado a percibir ciertas
voces marginales del canon literario del Barroco, sin embargo, es
necesario aclararlo, por momentos la autora parece igualar el signi-
ficante “criollo” con el de “americano” estableciendo una falsa con-
tinuidad léxica. En primer lugar, al igualar estos dos significantes en
su discurso crítico, la autora parece caer en lo que podría llamarse
uno de los efectos buscados por la palabra del criollo, esto es, la
ocupación y re-funcionalización de un espacio enunciativo (el espa-
cio de lo americano) llevada a cabo por un sector entre otros de los
habitantes de la ciudad letrada virreinal –el grupo criollo. La retóri-
ca criolla, de la que Juan de Espinosa Medrano será un ejemplo
crucial y fundacional, busca construir un espacio de autoridad inte-
lectual para el letrado criollo utilizando el archivo cultural penin-
sular pero, al mismo tiempo, afirmando su singular espacio enun-
ciativo. Ahora bien, este espacio enunciativo posee proteicas
características ya que le posibilita al letrado criollo apropiarse del
significante americano (significante de la pura heterogeneidad colo-
nial) para expresar los intereses parciales del sector criollo. Este he-
cho demuestra que estamos frente a lo que podría llamarse un des-
plazamiento, vaciamiento y re-semantización de un significante por
parte de un grupo social interesado en representar diferentes roles
sociales y discursivos: frente a la autoridad metropolitana es el me-
diador que posee el saber necesario para organizar la complejidad
virreinal; frente a la alteridad nativa, es el heredero de los conquis-
tadores que ganó el derecho a regir los destinos de los territorios
anexados y, frente a su propio grupo, es el representante cultural
que buscará el reconocimiento de sus pares.
Por otra parte, al intentar superar este tipo de categorización teó-
rica, José Antonio Mazzotti propuso el uso del término “agencia crio-
lla” al tratar de hallar una tipología más amplia y flexible que la de
sujeto. Con esto en mente, el crítico interroga ciertos aspectos ambi-
valentes de la cultura virreinal como por ejemplo las operaciones de
apropiación de la heterogeneidad ejercidas por la élite letrada. La
amplitud del concepto de agencia acarrea una observación detenida
de las prácticas de inserción del letrado criollo dentro de la cadena
significante imperial, permitiendo observar que la formación del dis-
curso criollo implica cierta heterogeneidad constitutiva en el interior

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JUAN DE ESPINOSA MEDRANO, CULTURA BARROCA 51

de este constructo ideológico. La agencia criolla propone también un


dispositivo teórico útil para percibir las estrategias de recodificación
no sólo de la lengua y la cultura del Imperio sino también de las figu-
ras y símbolos de los pueblos conquistados (“Introducción”14-15).
La operatividad de la agencia criolla se relaciona con la necesi-
dad de articular una diferencia cultural doble que implique no sólo
la distancia con la metrópoli sino también con el Otro interno de la
ciudad letrada. Se trata así de la emergencia de una subjetividad
multiforme y heterogénea que se desarrolla dentro de un ámbito
cultural complejo y de un tiempo histórico preciso. Se puede hablar
del surgimiento de una plurisubjetividad –en el sentido de que está
tomada por varios ordenes simbólicos– y de una multiposicionali-
dad –en el sentido de los desplazamientos subjetivos mediante las
mascaradas nominales, las citas de autoridad y la utilización del sí-
mil– que acontece en el interior de ciertos sectores particularizados
de esa sociedad de anillos concéntricos como la definió Rama (La
ciudad letrada 24-25); dentro de un orden barroco ligado a la exclu-
sividad de ciertas prácticas lingüísticas que se asocian a la morfolo-
gía institucional de la ciudad letrada: el púlpito, la cátedra, los cer-
támenes poéticos de la corte y la tertulia conventual.
Mi lectura del rol del letrado criollo en este contexto se apoya,
en gran medida, en los aportes críticos que Mazzotti y Moraña han
realizado, pero considero necesario señalar que mi propuesta se di-
ferencia de las anteriores ya que busca evitar leer como si fueran ca-
tegorías esenciales lo que en realidad son dos efectos producidos
por la retórica criolla en los receptores de sus mensajes. El primer
efecto de esta cambiante retórica, como lo he señalado, se refiere a
aquel enunciado que, producido desde el discurso criollo, iguala y
superpone lo americano con lo criollo. Mientras que el segundo
efecto –también creado por la retórica criolla– se refiere a un inten-
to por considerar la existencia de una identidad criolla en estado
puro, independiente de su oposición al indio, al negro o al español.
Como Dardo Scavino lo señala con precisión al estudiar la propues-
ta de la agencia criolla, “un sujeto, por consiguiente, no es, y no po-
dría ser nunca, un objeto dotado de ciertas cualidades, atributos o
maneras de ser anteriores a la interpelación que lo sitúa en un lugar
social, determinado.” (Narraciones 280-81) La agencia criolla, en-
tonces si bien ayuda a evitar caer en la tentación de hallar un origen
de la identidad americana en la palabra del criollo, sin embargo, no
percibe que el criollo mismo produce su identidad discursiva a par-

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52 INSTABLE PUENTE

tir de oposiciones con otros significantes que lo condicionan ya que


“ningún grupo tiene una identidad propia y susceptible de aislarse
de los demás, como si la oposición se confundiese con la separación
o como si la diferenciación fuese una ruptura.” (Scavino 281) De
esta manera, es necesario recordar que en las diferentes instancias
de enunciación que el criollo utiliza para manifestarse existe un de-
seo (a veces sutil, otras veces explícito) por construir una imagen
discursiva de sí mismo en tanto autoridad cultural privilegiada.
Esta construcción, claro está, busca afirmar cierto privilegio
epistemológico en la palabra del criollo que buscará traducirse o
verse materializado en un mayor control y poder de los centros ur-
banos virreinales. Este deseo por crear su autoridad letrada se per-
cibe con mayor claridad en lo que David A. Brading llamó la retóri-
ca del patriotismo criollo (Orbe indiano 340-41), que habita buena
parte de los documentos escritos por criollos durante el siglo XVII y
XVIII. Brading considera que los letrados criollos americanos crea-
ron una tradición intelectual que “por razón de sus compromisos
con la experiencia histórica y la realidad contemporánea de Améri-
ca, fue original, idiosincrásica, compleja y totalmente distinta de to-
do modelo europeo” (Orbe indiano 15-16). Esta forma de concebir
la producción cultural letrada criolla destaca la existencia de un
programa intelectual inédito pero que se desarrolla en diferentes es-
pacios, a distintos ritmos y con objetivos también heterogéneos. La
necesidad de conectar la autorrepresentación del sujeto autorizado
en los textos de los letrados criollos con sus referentes sociales y
culturales es imprescindible para entender los distintos grados de
negociación que los letrados criollos llevan a cabo en su preciso
momento de enunciación discursiva. No es posible comprender,
por ejemplo, las proteicas formas que adquiere en los textos de Es-
pinosa Medrano la figura del predicador criollo sin conectar esta re-
presentación textual con su contexto cultural. A nivel textual, es
posible recuperar aquellas autorrepresentaciones de la autoridad le-
trada criolla a partir de elementos performativos que construyen la
pose del letrado y su compleja gestualidad discursiva. Esta gestuali-
dad, de hecho, es necesaria para poder interpretar en profundidad
la ambivalencia y la dualidad del discurso criollo que se resignifica
constantemente de acuerdo al tipo de receptor de su mensaje. Al es-
tar el criollo en este espacio enunciativo intermedio no resulta ca-
sual que muchas de sus formas de participación en la cultura barro-
ca del siglo XVII adquieran esa apariencia paradojal que ya Brading

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JUAN DE ESPINOSA MEDRANO, CULTURA BARROCA 53

señalaba al referirse a la relación entre la queja criolla y las autorida-


des peninsulares (Orbe indiano 323-44).
Esta ambigua posición del letrado criollo ante el discurso de la
autoridad se constituye en el punto de partida para analizar las ne-
gociaciones simbólicas y materiales que produjo este grupo y que,
con el tiempo, fundará una discursividad diferenciada que pugna y
consigue su independencia. Los criollos establecieron distancias y
discrepancias también con la población no española que compartía
el territorio colonial. Es por eso que al hablar de una posición in-
tersticial de los sectores criollos en el proceso de emancipación con-
tra España, esto puede percibirse en la elasticidad conceptual de su
retórica donde se perciben mensajes ambivalentes entre la sumisión
y la rebeldía, la defensa del proyecto imperial y la vindicación del
estamento criollo. De allí que resulte indispensable analizar en deta-
lle la intersección cultural entre discurso barroco y subjetividad
criolla acontecida durante el siglo XVII y parte del XVIII para poder
interpretar cabalmente las formas que asume este agente cultural (el
letrado criollo) al momento de representarse en sus textos. Anali-
zando la obra de Pedro de Peralta Barnuevo, Jerry M. Williams ha
destacado también la singular situación de este letrado peruano del
siglo XVIII y la dificultad de clasificar su posicionamiento intelectual
e ideológico dentro de la estructura de poder y autoridad de la ciu-
dad virreinal. Gracias a la lectura de Williams podemos observar
que Peralta Barnuevo es otro ejemplo paradigmático de las comple-
jas formas en que se representaban, en la arena política y cultural,
las conflictivas relaciones entre poder y saber que atravesaban la vi-
da de los letrados criollos. Además, el caso de Peralta Barnuevo po-
ne en primer plano nuevamente la dificultad de comprender la si-
tuación enunciativa (y por ende, su situación política) del letrado
criollo a través de categorías de análisis binarias. Williams ha de-
mostrado que Peralta Barnuevo escribió su obra dentro del estatus
quo de la sociedad peruana de su tiempo y que de ninguna manera
intentó quebrar el sistema de producción y circulación del conoci-
miento en pos de una causa puramente americana. Aun así, la obra
de Peralta Barnuevo, como ejemplo de letrado criollo bajo la admi-
nistración borbónica, contiene un sentido adicional que lo vincula
con su situación histórica y con su espacio de enunciación diferen-
cial (Peralta Barnuevo and the Discourse of Loyalty 15-17). En efec-
to, lo que Williams claramente señala es que

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54 INSTABLE PUENTE

Peralta clearly identified with and defended monarchical sovereign-


ty and was demonstrably a Eurocentric dissertator, yet he was not
blinded to how he and his contemporaries struggled for scholarly
acceptance under the yoke of colonialism and Spanish dominance.
As the principle spokesperson and chronicler whom viceroys and
dignitaries relied on for writing their official view of history, Peralta
became a model of achievement within the viceregal court and liter-
ary societies. He used his defense of monarchical issues and the
written discourse of loyalty to control, order, and influence public
opinion. (Censorship and Art 101)

La escritura barroca, como bien lo analiza Williams, tiene efectos


que van más allá de ser un mero juego de ingenio, una vacua proli-
feración estética que sólo promete una satisfacción sensorial mo-
mentánea, sino que en realidad se puede hallar en estos textos ele-
mentos que vinculen la producción cultural del emisor del mensaje
con su complejo contexto de emisión. Además, esta producción es-
crita del letrado criollo contiene en sí misma trazos de la situación
social en la que éste vive. Constituirse en modelo de escritura den-
tro de la sociedad virreinal tiene efectos en las esferas más allá de lo
estético/formal. Al lograr ser él mismo alguien capaz de demostrar
la capacidad intelectual, insinúa Williams, Barnuevo es también un
ejemplo modélico de la compleja situación criolla: este letrado pe-
ruano demuestra su lealtad a las coordenadas políticas/culturales de
la monarquía y al mismo tiempo reconoce que debe competir por
alcanzar él mismo el estatus que desea y que por momentos sus pa-
res peninsulares no le reconocen. La escritura será entonces una
forma dual de reconocimiento del orden establecido (que no brinda
al letrado criollo el estatus que pretende) y una búsqueda de autori-
zación para la propia palabra de este letrado criollo.
Este marco de negociación material y simbólica entre criollos y
peninsulares debe, claro está, entenderse dentro de las singularida-
des del contexto colonial latinoamericano. Al describir las caracte-
rísticas diferenciales de la posición de los criollos y su relación con
las estructuras de poder imperial, Antony Higgins asevera que es
necesario prestar especial atención a la capacidad que los letrados
en tanto buscaban mantener el orden virreinal donde, por momen-
tos, asumían la posición de los más celosos guardianes del estatus
quo colonial (Constructing 14). La posibilidad de mantener la es-
tructura imperial estable dentro de una sociedad marcada por la

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JUAN DE ESPINOSA MEDRANO, CULTURA BARROCA 55

constante tensión social y étnica fue una de las bases donde se apo-
yaron los letrados criollos virreinales para defender su necesaria par-
ticipación en la jerarquía gubernamental. Este hecho se fundamenta
aún con mayor solidez, cuando se tiene en cuenta la estrecha rela-
ción entre saber, poder, autoridad y escritura. Afirma Higgins que

In New Spain and the other viceroyalties, the structure of an im-


perial and, at least nominally, theocratic regime remains largely in
place, albeit marked by a potentially destabilizing contingency
and heterogeneity vis-à-vis subsisting indigenous and African be-
lief systems. Instead, the salient features of a conjunctural tension
are located in the domains of authority and knowledge: first, in
the spheres of literature and culture; and, second, in the modes
of scientific knowledge that can be articulated within the tradi-
tional regime, so long as they do not threaten its own authority
and order. (Constructing 15)

Según esta interpretación, podemos leer en la esfera letrada las ten-


siones que surgen a medida que los criollos manifiestan su discon-
formidad con algunos elementos de su presente, íntimamente liga-
dos con el carácter secundario al cual eran relegados por las
autoridades metropolitanas. La producción letrada será utilizada
como una plataforma de expresión de las élites criollas desde la
cual proponen un complejo sistema de alianzas y negociaciones ma-
teriales y simbólicas con los diferentes agentes que constituyen el
poder ultramarino. Al demostrar un conocimiento vasto en lo que
respecta a los modelos literarios dominantes europeos, por ejemplo,
los letrados barrocos criollos dan cuenta de un intento por fundar
su propia autoridad en tanto son capaces de reelaborar las distintas
formas discursivas a través de las cuales la estructura del poder mo-
nárquico se expresa y sostiene. Higgins certeramente describe el rol
de los letrados criollos y su búsqueda de legitimación a través de la
practica del conocimiento ya que, como el crítico argumenta, “Crio-
llo intellectual culture absorbs the tools proffered by those modes
of knowledge, using them to elaborate practices and data that come
to provide a legitimating basis for the actions of American-born
whites within viceregal society” (Constructing 9). Esa búsqueda sin-
gular por legitimar su propio lugar de enunciación mediante la
construcción de un archivo criollo se realiza a partir de la clasifica-
ción de una serie de obras y autores que son el mejor ejemplo del

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56 INSTABLE PUENTE

grado de desarrollo alcanzado por los criollos tanto en el pasado


como en el presente. Pero esta forma de búsqueda de reconoci-
miento por parte del heterogéneo colectivo criollo no puede enten-
derse en profundidad si no se recupera el contexto histórico desde
donde surge esta forma de participación e interpelación cultural.
Según Higgins, lo que motiva este movimiento de autolegitimación
a través del archivo criollo es la asimétrica relación que existió entre
el relativamente amplio acceso al conocimiento que los criollos ex-
perimentaban y su consiguiente exclusión de las posiciones de po-
der durante el siglo XVIII. Frente a esta situación de desventaja en el
terreno administrativo que los criollos experimentaban, deciden cons-
truir una red de intelectuales e instituciones formativas que den
muestra del grado de desarrollo del pensamiento criollo y a la vez
funcionen cohesivamente al momento de negociar el espacio de po-
der reclamado (Constructing 9).
Esta posición señalada por Higgins, claro está, implica estable-
cer la validez epistemológica de los creadores virreinales a través de
una serie de estrategias discursivas que buscan un reconocimiento
dual que se dirige, primero, hacia la autoridad letrada peninsular
(en tanto busca demostrar su fidelidad al orden monárquico impe-
rial por medio de la aceptación de sus modelos culturales), para
luego dirigir su enunciación hacia dentro de la ciudad letrada ame-
ricana, buscando forjar los lazos (económicos y simbólicos) entre el
grupo cultural al cual representa, los criollos. Como Higgins ha de-
mostrado, en el virreinato de Nueva España y durante el siglo XVIII,
la construcción de la autoridad letrada virreinal se desarrolla dentro
de un contexto cultural ambiguo y, por momentos, contradictorio
donde el escritor criollo da cuenta de un bagaje de conocimientos
diversos y heterogéneos (tanto peninsulares como americanos) con
los cuales busca sostener su posición de autoridad dentro de las
complejas redes del conocimiento de la sociedad virreinal (Cons-
tructing 8-11). Este construcción del archivo criollo que Higgins
propone como clave para analizar el proceso de constitución de las
subjetividades criollas y su afianzamiento como agente de poder y
decisión en el marco de su situación colonial bajo la administración
de los Borbones, es, sin lugar a dudas, consecuencia de un proceso
anterior de autolegitimación del letrado criollo.15 Este proceso, co-

15
Como Higgins aclara su aporte se enmarca dentro de una situación histórica
y social diferente a la experimentada por Espinosa Medrano en la segunda mitad

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JUAN DE ESPINOSA MEDRANO, CULTURA BARROCA 57

mo aquí demuestro, encuentra en Juan de Espinosa Medrano un


ejemplo modélico donde se gesta esta ambigua forma de posiciona-
miento que el letrado criollo asume al momento de buscar la autori-
dad de su producción cultural.
Dardo Scavino en su libro Narraciones de la independencia. Ar-
queología de un fervor contradictorio, propone un sistema de inter-
pretación de la posición criolla donde se intentan explicar estos ras-
gos paradójicos en las producciones de escritura de los criollos.
Scavino da cuenta de un número importante de testimonios donde
encuentra un tipo de esquema narrativo recurrente en los textos es-
critos por criollos que buscan explicar su alteridad discursiva. Para
Scavino existe una voz criolla que, para hablar de su posición so-
cial, utiliza un discurso que contiene dos narraciones “hispanoame-
ricanas” que buscan explicar sus orígenes y su presente (Narracio-
nes 51). La primera de estas narraciones es llamada “epopeya
americana” que refiere a un elemento común en la visión criolla: su
pertenencia al suelo americano y su consiguiente primacía frente a
los administradores españoles afincados en territorio virreinal. La
segunda narración es nombrada por Scavino como “novela criolla”
a partir de la cual el letrado criollo señala que su vínculo con su
colectivo social está dado por su común origen europeo, hecho que
a la vez lo diferencia de los otros individuos que habitan la urbe
barroca. Scavino escribe que

Aunque ambas narraciones son hispano-americanas, cada una


parece privilegiar una mitad del gentilicio. Para la epopeya ame-
ricana, la fraternidad entre las diversas minorías proviene de su
hostilidad hacia el enemigo común: el invasor del suelo america-

del siglo XVII: “From the 1750s on, criollo families and individuals saw their power
and wealth threatened by Bourbon policies designed to reduce their participation in
political institutions and to extract taxes from them more aggressively. It is my hy-
pothesis that in the face of this turn of events, they came to see themselves as mem-
bers of an economic and political class with interests existing in a relationship of in-
creasing antagonism to those of the colonial bureaucracy. In spite of the control they
exerted over the greater part of the economic exploitation of the region, they were
repeatedly frustrated by administrative decisions that affected them negatively, pri-
marily as a result of the Bourbons’ attempts to reassert centralized control over the
viceroyalties (Pietschmann 46–59). This situation produced a breach between the
state and civil society, and a greater concentration of the activities of educated criol-
los in the latter sphere. It is within the context of this struggle that, I contend, criol-
los sought to achieve a level of authority in the intellectual sphere parallel to that
which they exerted in those of agriculture and trade” (Constructing 11).

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58 INSTABLE PUENTE

no. Para la novela criolla, la fraternidad sólo puede prevenir de la


herencia común: hispana y, en última instancia, europea. Alianza
y filiación: Hispanoamérica reúne, en cada caso, a los pueblos
que se rebelaron contra la opresión española y, por extensión,
contra la invasión europea; Hispanoamérica reúne, en el otro,
una serie de bastiones ultramarinos de Occidente. (51)

Esta nueva visión de las formas de expresión del criollo propuesta


por Scavino me permite atender a ciertos matices cuando se habla
del valor reivindicativo que el letrado virreinal lleva a cabo en sus
textos así como también la necesidad de reexaminar el espacio
enunciativo desde donde esos textos son producidos. La forma na-
rrativa que el criollo utiliza para referirse a sí mismo como miembro
de un grupo mayor se basa en la capacidad que su discurso tiene
para sustentar un enunciado que contiene perspectivas antagónicas
ante la situación histórica de la colonia. El letrado criollo será así
entendido como aquel capaz de edificar una narración que si bien
no busca cortar lazos con el orden metropolitano español, tampoco
intenta ser confundido con los habitantes originarios del nuevo
continente. Scavino culmina su indagación acerca de la posición del
criollo aseverando que

Criollos, indios, españoles son, en última instancia, significantes, y un


significante, si admitimos la célebre definición lacaniana, ‘es lo que
representa a un sujeto para otro significantes’. Si tomamos la oposi-
ción binaria entre criollos e indios, observamos que ambos son ame-
ricanos pero que el significante criollo representa a un sujeto hispano
para el otro significante, a saber: indio. Si tomamos en cambio la
oposición entre criollos y españoles, ambos son, esta vez, hispanos
aunque el significante criollo representa a un sujeto americano para
el otro significante: español. La doble identidad del criollo no es sino
el valor posicional del significantes criollo en una estructura (un sis-
tema de diferencias sin términos positivos). (Narraciones 75-76)

El significante criollo, entonces, cambiará su sentido de acuerdo a su


relación con algunos de los otros significantes que participan del dis-
curso imperial. Esta lectura contribuye en gran medida a desconstruir
las oposiciones binarias que buscan entender el fenómeno del Barroco
de Indias y su cruce con el colectivo criollo ya que la identidad de este
último no existe sino dentro de un sistema de relacional inestable y en
constante construcción. El letrado criollo utilizará en todas sus varian-

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JUAN DE ESPINOSA MEDRANO, CULTURA BARROCA 59

tes estas identidades posicionales ya que el mismo está definido dentro


de este marco regulatorio del sentido de identidad. Como lo anticipé
al discutir la propuesta de Mazzotti, no hay, para Scavino una “identi-
dad criolla, digamos, independiente de su oposición a indio, negro o
español” hecho que le permite afirmar que “la presunta identidad pu-
ra perdida no es sino un efecto retrospectivo de la sobredetermina-
ción estructural de una parte de la sociedad” (Narraciones 281). La ca-
rencia de un grado cero de la identidad criolla permite analizar en el
discurso del letrado criollo aquellos índices retóricos / discursivos que
contribuyen a esta “doble identidad” que se sostiene en el terreno tex-
tual en lo que he dado en llamar la deixis criolla.
En la introducción a este libro destaqué la necesidad de revisar los
textos de Espinosa Medrano buscando aquellos elementos que parti-
cipan en la construcción de una figura de autoridad intelectual creada
a partir de la pose criolla, es decir, a partir de su organización discursi-
va del tiempo, del espacio y de los vínculos con los otros (en todas sus
variantes: español, indio, negro) dentro de su creación letrada.16 Este
tipo de creación de una pose criolla se basa en su ubicación como in-
termediario entre diferentes cosmovisiones contrapuestas, es decir,
sostiene su identidad en tanto él es la autoridad intelectual que se en-
cuentra en un lugar privilegiado para relacionarse con los agentes del
poder metropolitano y con las masas explotadas. Esta posición inter-
media ha generado, como lo demostré al describir las diferentes valo-
raciones ideológicas en torno al Barroco de Indias, múltiples y disími-
les clasificaciones de su rol dentro de la evolución de la cultura
virreinal americana que, curiosamente, son consecuencia de esta dual
posición o, mejor dicho, del provecho que Espinosa Medrano ha saca-
do de la ambivalente deixis criolla. Al utilizar este tipo de perspectiva
de análisis en primer lugar evito caer en oposiciones tajantes que no
logran describir en su complejidad la posición asumida por el letrado
criollo dentro de la cultura trasatlántica. En segunda instancia, pensar
en la pose criolla como herramienta discursiva de autorización estética
y política contribuye también a recuperar el ambivalente modo que el
grupo criollo utilizó para relacionarse con los otros agentes sociales
que participaban en la vida virreinal. Mi postura complementa las in-
dagaciones teóricas previas que se hicieron para pensar las interaccio-

16
Al observar y describir las características de la deixis desde una perspectiva
lingüística, me refiero fundamentalmente a los estudios de Emile Benveniste, Ro-
man Jokobson, Jonathan Culler y Roland Barthes.

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60 INSTABLE PUENTE

nes culturales presentes en las obras del Barroco de Indias, y así poder
brindar una mirada más apropiada en torno a la obra de Juan de Espi-
nosa Medrano como representante indiscutible de la figura del letrado
barroco criollo.
Como ha sido definido por la lingüística y el análisis del discur-
so, un deíctico no es sino una palabra que recupera los elementos
del discurso que ya han sido enunciados dentro de la cadena signifi-
cante anterior; estos índices del lenguaje operan al señalar en el nivel
del discurso la identidad de los interlocutores, el lugar y el tiempo
en que se codifica el acto de habla. Una de las particularidades de
estos deícticos es que su referente cambia según el contexto de la
comunicación en el que son utilizados. Como ejemplos clásicos de
este tipo de recurso del lenguaje, se señalan los pronombres perso-
nales (yo, tú, nosotros, ellos), los pronombres demostrativos (esta,
esa, aquello, éste, etc.), y los adverbios de tiempo y lugar (hoy, ma-
ñana, aquí, allá, etc.) Los deícticos funcionan como un sistema de
referencias discursivas que contribuyen a crear la identidad del ha-
blante, su vínculo con la comunidad, su relación con el espacio, con
el tiempo y con los destinatarios de su acto enunciativo.17 Por otro
lado, la relación entre los deícticos y sus referentes es inestable de-
bido al uso que de esta deixis el sujeto puede realizar de manera
consciente o inconsciente de acuerdo a su relación con el “afuera”
del acto comunicativo. Al proponer la idea de deixis criolla busco
describir con mayor exactitud dos aspectos: en primer lugar locali-
zo la forma retórica precisa con la que el letrado criollo construye
su propia individualidad por medio de estos índices del lenguaje en
sus textos. Aquí será posible interpretar las relaciones entre la sub-
jetividad, el grupo social al que representa, los otros con los que
dialoga y a los que se dirige, su interpretación del pasado y del pre-
sente además de su situación geográfica. En segundo lugar, conecto
este fenómeno de inscripción textual del sujeto con su referente so-
cial, histórico y cultural. Claro está, este tipo de conexión no es
siempre igual ni homogénea, sino que, por el contrario, su singulari-
dad está anclada en la proteica capacidad que el letrado criollo po-
see para relacionarse con su contexto de producción cultural a tra-
vés del aprovechamiento de las cualidades de la deixis. En otras
palabras, la relación del letrado criollo con sus referentes de identi-

17
Fundamental para la comprensión de estas afirmaciones son los ensayos
“The Nature of Pronouns” y “Subjectivity in Language” ambos de Beveniste.

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JUAN DE ESPINOSA MEDRANO, CULTURA BARROCA 61

dad, de tiempo y de espacio (particularmente me interesa la forma


en que estos tres referentes ayudan a crear la identidad como grupo
de los criollos) constantemente se presenta como una construcción
variable e inestable basada en alianzas momentáneas y negociacio-
nes simbólicas y materiales dentro del escenario transatlántico.
Como es sabido, la deixis designa aquella situación lingüística
en la que ciertas formas remiten a algunos componentes del contex-
to comunicativo, sea la persona, el tiempo, el lugar o la parte del
discurso. Estas expresiones pueden tener cada vez un referente dis-
tinto según el contexto cambiante de la comunicación. Se distin-
guen deixis de persona, deixis temporal, deixis de lugar, deixis ana-
fórica y deixis catafórica. Al trasladar este sistema de referencias a
la situación del letrado criollo se abre un camino de exploración
muy interesante. La deixis de persona, que es definida como aque-
lla que indica por medio de los pronombres personales la identidad
de los interlocutores (yo, tú, nosotros, ellos), se presentará en los
textos de Lunarejo como el modo por el cual este escritor construye
su lugar de enunciación de representante del grupo criollo y su rela-
ción con otras instancias de identidad diferente (los españoles, los
indígenas, por ejemplo). Este lugar desde donde el Lunarejo emite
su palabra está enmarcado también por la deixis temporal que sitúa
su enunciación en el tiempo del discurso imperial mediante los ad-
verbios temporales (hoy, ahora, ayer, mañana) o mediante los tiem-
pos verbales (presente, pasado, etc.); permitiéndole al Lunarejo in-
terpretar los acontecimientos históricos tanto globales como
regionales desde su propia singularidad de criollo. Por otra parte, al
momento de reflexionar acerca de la relación entre metrópolis y vi-
rreinato, la deixis de lugar será la herramienta conceptual que le
permitirá mostrar las coordenadas locativas mediante demostrativos
(esto, eso, aquello, etc.) o adverbios de lugar (aquí, allí, etc.) que,
constantemente, intercambian sus puntos de referencias. El Lunare-
jo por momentos asumirá en su palabra un espacio geográfico alter-
nativo vinculado indudablemente con la realidad austral, pero tam-
bién en ocasiones su deseo por participar de la cultura europea lo
llevará a buscar tropos que vinculen estos dos espacios sin ir en de-
trimento de ninguna de las coordenadas locativas.
En resumen, el uso de la deixis criolla me permite describir có-
mo este letrado peruano habita tres espacios al mismo tiempo que,
en una primera lectura, parecerían contradictorios o decididamente
opuestos. Por su parte, el letrado criollo será capaz de cambiar su

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identidad de acuerdo al interlocutor con el que esté intercambiando


su palabra. Este hecho le permitirá ubicarse siempre en un espacio
epistemológico privilegiado: frente a los peninsulares asumirá el rol
de aquel sujeto nativo que, debido a su origen geográfico, posee el
conocimiento necesario para administrar el espacio virreinal; frente
a sus pares criollos la figuración discursiva que usará busca contri-
buir a un afianzamiento social y cultural de este grupo; por último,
frente a lo indígena, retomará una posición que lo iguala con sus
pares europeos y los señala como lo otro que debe subsumirse ante
el discurso imperial colonizador. El letrado criollo utilizará esta
ventaja posicional en busca de afianzar su espacio de poder, al defi-
nirse como el más apto para lidiar con la realidad de las Indias sin
ser ni la pura otredad indígena ni la externa visión europea. Es por
eso que él podrá contar una historia o describir una situación cultu-
ral que lo tiene en el centro de esa escena como emisor privilegiado
de un mensaje complejo.
La operatividad de la deixis criolla aplicada al estudio y análi-
sis de las obras del Lunarejo me permite aproximarme a la manera
singular en que este letrado utiliza el discurso criollo describiendo
los efectos ideológicos que este discurso busca provocar en su re-
ceptor desde su propia organización retórica; es decir, estudiando
los efectos que este lenguaje busca inducir en su público lector en
tanto constructos lingüísticos ambiguos y complejos. Esta funcio-
nalidad de mi concepto también reconstruye con mayor precisión
el complejo espacio de enunciación asumido por Espinosa Medra-
no en cada una de sus obras y compartido, en gran medida, por
sus pares letrados del Perú. Por otra parte, la deixis criolla en tan-
to herramienta analítica no sólo posee un grado de elasticidad
conceptual mayor que las categorías de conciencia criolla o agen-
cia criolla, sino que además permite indagar textualmente en los
pliegues discursivos que habitan la palabra del criollo sin perder
de vista el contexto histórico de donde ha surgido esta misma pa-
labra, algo que tanto Brading, como Williams y Higgins han de-
mostrado es esencial para el entendimiento de las ambivalentes
subjetividades criollas. Además, la deixis criolla se conecta mejor
con la episteme barroca que ordena la creación letrada de la se-
gunda mitad del siglo XVII destacando los vínculos trasatlánticos
que en este período gravitan en las poéticas (en sentido amplio)
que rigen la creación verbal, como por ejemplo, cuando analizo la
idea de imitatio en el Apologético. En definitiva, la deixis criolla

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JUAN DE ESPINOSA MEDRANO, CULTURA BARROCA 63

explica la forma en que Espinosa Medrano construye su imagen


de letrado criollo como sustento y base de su autoridad cultural,
autoridad que oscila entre la aceptación sin ambages de la jerar-
quía y el orden imperial y la progresiva conformación de un lugar
enunciativo distinto, en progresiva construcción, y que transita
zonas culturales diversas. Este nuevo lugar de enunciación no re-
presenta en su totalidad (como recurrentemente se ha pretendido
interpretar la producción del Barroco de Indias) al espacio ameri-
cano sino que afirma y sustenta el dominio del grupo criollo ante
la heterogeneidad del “Nuevo Mundo”. En otras palabras, al ras-
trear el uso de la pose criolla en el Lunarejo busco destacar cómo
el discurso criollo por momentos se apropia del significante “ame-
ricano” y lo hace suyo imponiéndole una significación suplemen-
taria al término creando un efecto retórico que utiliza una falsa re-
lación sinonímica entre dos palabras (criollo / americano) cuando
dirige su discurso a la autoridad peninsular pero que no duda un
instante en trazar las diferencias entre los dos significantes cuando
debe demarcar su dominio territorial y cultural dentro de la ciu-
dad letrada virreinal.
Para cerrar este capítulo y poder así explicar más gráficamente
este posicionamiento, me interesa citar un texto de un letrado
barroco peninsular, que compartió gustos y saberes con nuestro le-
trado cusqueño, y que ilustra sobriamente el diálogo ejercido entre
individuos y comunidades pertenecientes a zonas geográficas dis-
tantes. A mediados del siglo XVII, un letrado español llamado An-
drés de Cuesta reflexiona en torno al desarrollo de la historia pe-
ninsular. Cuesta fue discípulo de Gonzalo de Correas y Catedrático
de Menores en Griego en la Universidad de Salamanca. Entre sus
obras, figura un largo comentario a la Fábula de Polifemo y Galatea
de Luis de Góngora que nunca pudo acabar, como también un in-
tento de traducción del Polifemo gongorino al latín, empresa tam-
bién fracasada.18 En un cuaderno de notas este letrado escribió un
tipo de ensoñación que podría definirse como aquellas alegorías
melancólicas catalogadas por Walter Benjamin y que prefigura el ti-
po de relación que se establecerá entre el canon peninsular y los le-
trados criollos y de la cual Espinosa Medrano es su mejor represen-

18
Los datos biográficos de este letrado provienen del libro de Miguel Artigas
sobe la vida de Góngora y de la edición crítica de las Soledades a cargo de Robert
Jammes.

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64 INSTABLE PUENTE

tante. De manera severa y con un tono pesimista, Cuesta reflexiona


sobre su lugar de enunciación barroco y el espacio que la cultura
peninsular ocupa durante la segunda mitad del siglo XVII:

Está, pues, nuestra lengua en el estado que nuestro imperio. I si


no es que Dios, por ver que en España se conserva la pureza de
la fe hace milagro particular, es fuerza que así de imperio como
de lengua se sienta dentro de pocos años la declinación. Vendrán
gentes extranjeras como en los demás imperios ha sucedido. Procu-
rarán saber nuestras cosas i govierno de señorío tan grande, al
modo como agora nosotros ponemos cuidado en el conocimiento
de las griegas y latinas. Qué señores huvo en España, qué oficios
en Palacio: adonde avia Audiencias, qué ombres florecieron en
cada tiempo en armas y letras. Sobre todo habrá gramáticos y críti-
cos que pleiteen si este verso es de este u de aquel poeta, no menos
que agora procuramos restituir las obras griegas y latinas a sus
verdaderos dueños. (Artigas 279-80; itálica mía)

El párrafo, como puede verse, es complejo y rico en sugerencias. En


primer lugar, existe un intertexto obvio con las palabras liminares
de Antonio de Nebrija en su Gramática de la lengua castellana
(1492): Cuesta mantiene la codificada relación entre el desarrollo
de la lengua y la prosperidad del imperio, pero el presente de su
enunciación está afincado en la difícil situación política y económi-
ca del imperio español durante el siglo XVII, describiendo la futura
decadencia y “declinación” del poder peninsular. La fórmula de
Nebrija, asentada en la idea humanista de translatio studii/translatio
imperii, sirve de base para este razonamiento cargado de pesimismo
y desengaño. El tiempo, para Cuesta, es el agente destructor del es-
tado de cosas y, de la misma manera en que se inscribe en las alego-
rías, la historia se presenta como sinónimo de destrucción y pérdi-
da. En otras palabras, para el letrado español, la cultura peninsular
tiende irremediablemente hacia su propia caída, dejando en el ca-
mino signos, ruinas donde las “gentes extranjeras” intentarán desci-
frar el complejo entramado de la cultura del imperio español. Se
plantea así un posible y probable destino imperial, al mismo tiempo
que se comienza a avizorar la llegada de un otro, que a partir de
una mirada atenta y de la acumulación del saber letrado necesario,
intenta reconstruir la grandeza de la cultura ya perdida. Cuesta pa-
rece resumir en su visión alegórico / melancólica el sentido de crisis
propio del XVII ibérico, como así también, parece construir el tipo

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JUAN DE ESPINOSA MEDRANO, CULTURA BARROCA 65

de intercambio cultural que plantea el Barroco de Indias y del que


el Lunarejo es el mejor representante. El Apologético en favor de
don Luis de Góngora, por ejemplo, con su interés puntilloso en la
poesía gongorina, parece dedicado a hacer realidad la ensoñación
del doctor de Salamanca, encarnando la visión de un “extranjero”
tan lejano como próximo que discute la colocación de una palabra
en un verso, o que busca explicar la complejidad de una imagen
dentro de la obra gongorina.
En cada uno de sus registros textuales (poética, teatro y predi-
cación) Espinosa Medrano retoma, palabra por palabra, la anterior
cita, asumiendo su lugar de “gente extranjera” que examina las rui-
nas imperiales; que reconstruye el corpus letrado que declina y bus-
ca inscribir su propia sensibilidad en este discurso. El Lunarejo se
rige por una lógica interpretativa afín al discurso español, pero al si-
tuarse en las afueras del centro imperial, se constituye en el sujeto
apropiado para dotar de sentido los signos, se posiciona en el lugar
de esos “gramáticos y críticos que pleiteen si este verso es de este u
de aquel poeta”, como escribía Cuesta. Espinosa Medrano y Cuesta
coinciden de manera especular pero invertida: lo que para Cuesta
era la proyección catastrófica e irreversible de un futuro incierto, es
para el cusqueño el presente de la enunciación y el eje rector de su
participación en la dinámica de las polémicas metropolitanas. La
alegoría de la decadencia y caída del imperio, y su consiguiente exa-
men por ojos foráneos, en manos del Lunarejo se actualiza como un
agudo ataque a la preminencia europea desde los confines del im-
perio, por un sujeto que se inscribe en esa lógica como marca de al-
teridad, creando el espacio del sujeto que resignifica las ruinas y
que con este accionar busca fundar tanto su autoridad epistemoló-
gica como su preponderancia política y social dentro del heterogé-
neo campo cultural de la ciudad letrada barroca virreinal. Espinosa
Medrano lee las “ruinas” del canon letrado ibérico cuando examina
la poesía de Góngora en el Apologético, cuando reelabora las direc-
trices estéticas de la comedia nueva en su Amar su propia muerte, y
cuando pone a prueba la capacidad de la oratoria sagrada como he-
rramienta de creación de un nuevo tipo de predicador (el predica-
dor criollo).
Pero al hacer este análisis de la estructura profunda de la cultu-
ra del Barroco, el letrado cusqueño le suma su singular pose criolla
desarrollada explícitamente tanto a lo largo del Apologético, como
así también, presente implícitamente, en sus otros textos (drama y

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66 INSTABLE PUENTE

sermón). En estas obras, el letrado criollo reflexiona, practica y po-


ne a prueba el principio creativo que sostiene la episteme barroca:
el Lunarejo reflexiona sobre la idea de imitación, señala las cone-
xiones entre producción letrada, práctica de escritura y construc-
ción de una identidad, como así también construye distintas figura-
ciones discursivas que lo autorizan estética y políticamente. Este
carácter autorreflexivo propone una idea de la creación letrada en
tanto práctica de escritura que puede estudiarse y practicarse; al
mismo tiempo que muestra una gestualidad criolla compleja que se
percibe a través de la deixis. La escritura será entonces una techné
(según Beverley) o un ars inveniendi, parafraseando a Walter Benja-
min, es decir, un tipo de habilidad que puede aprenderse, enseñarse
y reproducirse dentro de coordenadas histórico-temporales preci-
sas. En resumen, las letras virreinales configuran un espacio que,
más adelante, será diferencial: un espacio de práctica, de experi-
mentación letrada, de búsqueda de una voz particular. La lección
del letrado americano será demostrar su capacidad de manejar el
código cultural a través del uso del ingenio.
El escritor del barroco americano trata de ahuyentar el fantasma
del simio, del papagayo, de la luna (instancias de mera repetición de-
gradada que aparecen en el Apologético, como imágenes ominosas
que el letrado criollo debe conjurar)19 como figuras tutelares de su
carácter secundario, derivativo. Para hacer esto –paradójicamente a
nuestros ojos modernos– no busca la originalidad por medio de un
rechazo del canon metropolitano, sino que actualiza las prácticas de
escrituras, apropiándose de un capital cultural y simbólico tan diver-
so como complejo. No está equivocado Beverley al afirmar que

La paradoja de la escritura del Barroco español, tanto en la metrópo-


lis como en las colonias, es que fue a la vez una técnica de poder de
una clase dominante en un período de reacción y una figuración de
la conciencia de los límites de ese poder. (Una Modernidad 27)

La obra de Espinosa Medrano puede entenderse como una instan-


cia precisa de esa figuración de los límites del poder. Su dinámica

19
Estas tres imágenes funcionan, según la interpretación Beverley, como ejes
rectores recurrentes en la imaginación letrada virreinal ya que contienen en sí mis-
mos los prejuicios aplicados a las producciones culturales virreinales desde los cen-
tros de poder administrativos imperiales.

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JUAN DE ESPINOSA MEDRANO, CULTURA BARROCA 67

de apropiación de los antecedentes literarios descansa, por ejemplo,


sobre el axioma clásico de la imitación a ultranza de los modelos
peninsulares, entendiendo a ésta última bajo la idea de imitar hasta
confundir y confundirse, imitar como modo de inclusión, autoriza-
ción y valoración del propio sujeto. El asombro que surge de la pro-
ducción barroca americana es la capacidad que tiene un sujeto que
habita los márgenes del imperio para imitar y superar a los mode-
los, para volverse uno más dentro de la cadena de autores, hasta de-
venir él mismo el modelo.

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