Tema 4 Restauracion
Tema 4 Restauracion
Tema 4 Restauracion
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Se conoce el interés coleccionista de altos dignatarios romanos, así como el conservar
objetos artísticos. Plinio y Vitruvio hablan del traslado de pinturas y mosaicos de
Grecia a Roma. Estos expolios desembocaron en las primeras reglamentaciones para
inventariar la riqueza artística, tanto la expoliada como la de su propia herencia cultural.
Habría que incluir en este afán coleccionista la copia de esculturas griegas, gracias a las
cuales se han perpetuado y conocido los originales.
La Edad Media comenzó con la destrucción de grandes obras del mundo antiguo y la
reutilización de otras para darles una nueva función y morfología en un nuevo contexto
simbólico. Restaurar era sinónimo de reutilizar. Sin embargo, sí existió una voluntad
de conservar, exenta de una valoración histórico-artística, pues sólo fue el pragmatismo
lo que llevó a convertir en iglesias cristianas edificios antiguos. A veces la reutilización
significaba la destrucción del edificio para obtener materiales de construcción.
Uno de los periodos más destructores fue el movimiento iconoclasta bizantino, donde
se arrasó con la práctica totalidad de obras de arte. En Roma se produjeron edictos para
proteger los restos romanos. En los Fueros Reales y en las Partidas se incluyeron
disposiciones y leyes para proteger los bienes de la iglesia y los monasterios. Al final de
la Edad Media se producen intervenciones para proteger pinturas del Trecento, según
Vasari. También se reparan frescos, aunque muchos retoques eran en realidad cambios
iconográficos de figuras.
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histórico. Ahora sólo interesaban las obras de la Antigüedad clásica. Nació el gusto por
coleccionar arte clásico. Hubo investigaciones y estudios de la Roma clásica y
excavaciones arqueológicas. Los objetos encontrados se estudian, se dibujan, se
restauran y se venden. Se editan muchos textos sobre el pasado romano.
Un documento excepcional que revela una nueva actitud del hombre renacentista en
materia de conservación es la Carta de Rafael al papa León X (1518), en la que
Rafael, expone al papa la situación en la que se encuentran los restos arqueológicos
romanos y la urgencia de tomar medidas para conservar los monumentos clásicos ya
que eran modelos para el presente. Se pretendía impedir las excavaciones incontroladas
y la reutilización de sus materiales para otras construcciones.
Para la arquitectura, los artistas del Renacimiento mantuvieron una actitud equívoca. Lo
normal fue adaptar los monumentos al nuevo estilo, pero si los edificios no se adaptaban
a las funciones requeridas se usaban como cantera (Coliseo y Foro romano). Otras veces
se destruía para reconstruir luego, como ocurrió con numerosas basílicas paleocristianas
(entre ellas San Pedro); mientras que en la Capilla Sixtina y en las Estancias Vaticanas
se eliminaron los frescos de Perugino para dejar paso a los de Miguel Ángel y Rafael.
Estas alteraciones de la obra original eran debidas a los nuevos gustos estéticos. De esta
forma se eliminaron la cúspide de algunos polípticos, se incorporan fondos paisajísticos
sobre los fondos de oro tardogóticos, etc. No obstante algunas actuaciones estuvieron
próximas a lo que hoy entendemos por conservación, pues se limpiaron tablas, se
trasladaron frescos de un lugar a otro y se trasladaron lienzos con embalajes especiales.
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El Concilio de Trento propició la alteración de los significados ideológicos y sus
valores en las artes plásticas en pro del «decoro». El ejemplo más paradigmático fueron
los repintes para ocultar los desnudos en la Capilla Sixtina. Otras veces fue la
Inquisición la que acabó destruyendo infinidad de obras, al igual que los reformistas y
su iconoclastia.
La costumbre de recortar o ampliar los lienzos y de completar las estatuas antiguas con
añadidos continuó durante el BARROCO. Con Felipe IV se adaptaron muchos
cuadros, incluido alguno Tiziano y Velázquez, para ubicarlos en el Alcázar. La
distribución de cuadros en las galerías originó unas prácticas muy relacionadas con la
restauración denominadas «arreglos», como la limpieza, el barnizado, el tensado de
lienzos, la fijación de soportes, añadidos cosidos, etc., destacando la transposición de un
material a otro como una de las grandes innovaciones restauradoras. En esta labor
destacó Maratta, un pintor que fue de los primeros restauradores al ocuparse del
mantenimiento de pinturas murales y de la restauración de los frescos de las Estancias
Vaticanas. Con él se iniciaron las primeras garantías para la conservación y restauración
de la pintura al fresco, al investigar las causas del deterioro.
En el XVII continúa la demanda de obras de arte por los coleccionistas y también las
falsificaciones, además se sigue con la práctica de las reintegraciones en escultura, lo
que generaba errores de interpretación y datación. En cuanto a los criterios de
intervención en la arquitectura, la restauración en el Barroco no consistió más que en la
adaptación al estilo imperante, lo que modificó muchos monumentos del pasado. Se
producen muchas inserciones como torres, linternas y sagrarios que transforman
sustancialmente la imagen y la decoración de la arquitectura religiosa.
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insistencia en los cambios de soporte y el traslado de pinturas para su mejor
conservación.
El francés Robert Picault (primera mitad del XVIII) puede considerarse el primer
restaurador de pintura. También en este siglo aparecen las primeras críticas hacia las
restauraciones mal hechas.
En España la actividad restauradora tiene lugar a partir del incendio del Alcázar
madrileño en 1734. Se encargó a los pintores de la corte reparar las pinturas dañadas.
Con Carlos III se sustituyó la figura del pintor de cámara, conservador de las
colecciones reales, por el de conservador del patrimonio real (encargado de controlar
todos los trabajos de conservación y restauración). De esta forma, Carlos III instauraría
una estructura administrativa encargada de la tutela y la protección del patrimonio, labor
que asumiría la recién creada Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1752.
Fue decisiva la llegada de viajeros del Grand Tour, aunque con ello los expolios a gran
escala, que culminarán en el siglo XIX con la promulgación de normas de protección.
Roma se organizó para acoger a los viajeros y mostrarles sus bellezas arqueológicas,
artísticas y monumentales, recogidas en los primeros museos del mundo: los
Capitolinos, los Vaticanos y los de las familias cardenalicias. La época de la Ilustración
será definitiva para el aprecio del objeto del pasado y para su valoración histórico-
artística. Se inicia un sentimiento de patrimonio cultural colectivo. Las colecciones de
las monarquías europeas irán asumiendo la idea de museo, a la par que se permitieron
las visitas a esas colecciones reales: British Museum (1753) y Louvre (1791).
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comportamiento de los materiales y su reversibilidad a la hora de restaurar.
Venecia fue importante en materia de restauración durante la segunda mitad del siglo
XVIII. Allí se creó el cargo específico en 1777 de «inspector para las pinturas de las
colecciones públicas» que asumió Edwards, que organizó la restauración de las
pinturas del Palacio Ducal y de los edificios públicos de Rialto. Restauró obras de los
grandes artistas italianos (Bellini, Veronés, Tiziano o Tintoretto), contribuyó a engrosar
la Galleria dell’ Academia y desarrolló una importante labor teórica mediante estudios
sobre conservación de pinturas, aunque también «mutiló» alguna que otra pintura para
adaptarla a la sala de exposición.
Durante la primera mitad del siglo XIX la restauración surgió como una disciplina
científica autónoma. A ello contribuyó el clima cultural de la segunda mitad del siglo
anterior, que favoreció la consolidación de la noción de monumento y el interés por
conservarlo y recuperarlo como testimonio material de la historia. En este periodo el
estilo artístico que recibía toda la atención en Francia era el gótico, como expresión de
la identidad nacional.
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Viollet-le-Duc (1814-1879), el precursor de la disciplina, entró en la administración
pública como conservador de monumentos en 1840. Uno de sus cometidos fue la
finalización de catedrales inacabadas. Se apoyó en una idea restauradora basada en la
unidad de estilo, que aplicó a todas sus intervenciones. Para él restaurar un edificio
no era mantenerlo, ni repararlo, ni rehacerlo; sino devolverlo a un estado ideal que
pudo no haber existido nunca. Es decir, indica que restaurar equivale a conseguir la
condición primitiva y originaria del monumento, pero también recuperar su estado ideal,
no tal como fue, sino tal como debería haber sido.
Sus prácticas fueron seguidas por muchos, pero también surgieron detractores que
tildaban sus restauraciones como «falsificaciones», pues no se distinguían las partes
originales de las añadidas y en las que se reconstruía con nuevos materiales (una de las
acciones más polémicas).
Sin embargo, su doctrina otorgó dos valores al monumento: el valor histórico al estilo
original y el valor de novedad tras la restauración. Además, planteó una metodología de
trabajo novedosa para el proceso de restauración, pues antes de cualquier intervención
era necesario un proyecto planimétrico, científico y documentado, con diseños gráficos.
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Las teorías conservacionistas de John Ruskin
La «restauración en estilo» de Viollet-le-Duc, imperante en Francia, tuvo una
alternativa totalmente opuesta en Inglaterra, donde se quiso impedir cualquier tipo de
intervención, hasta el punto de que se llegó a llamar antirrestauración.
Según él, todo arquitecto debía elegir bien los materiales y la forma de su obra, de tal
forma que perdurase. Creía que las obras de arte tenían una dimensión temporal, un
transcurso biológico de nacimiento (proyecto y ejecución), vida (transcurrir del tiempo)
y muerte (ruinas). Por ello había que respetar esa dimensión temporal del monumento,
signo de su autenticidad e individualidad. Antes que restaurar en el sentido defendido
por Viollet-le-Duc, Ruskin prefería que una obra se deteriorase y consumiese, algo para
él mucho más digno y objeto de contemplación y belleza.
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pintoresquismo. Para él, lo pintoresco era testimonio de la edad, la transformación y el
destino del monumento.
Un importante seguidor de las teorías de Ruskin fue William Morris, que en 1877 creó
la Society for the Protection of Ancient Building, primera sociedad de protección de
monumentos antiguos en Gran Bretaña, con el objeto de frenar las doctrinas de Viollet-
le-Duc en Inglaterra. En el manifiesto de dicha asociación se habla a favor de la
conservación, la tutela y el mantenimiento de los monumentos, rechazándose la
restauración en estilo, planteamientos que influirían especialmente en Venecia.
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4. LA RESTAURACIÓN VIOLLETIANA EN ESPAÑA
El núcleo más ortodoxo de arquitectos violletistas (Madrazo, De los Ríos, Küntz, etc.)
se centró en la Catedral de León, deteniendo su derrumbe, pero eliminando la cúpula
barroca, quitando el caserío que estaba a sus pies y modificando su fachada principal. Se
imitaron las formas originales con una rigurosa metodología.
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5. LA RENOVACIÓN DE LOS MÉTODOS RESTAURADORES. LUCCA
BELTRANI
Las teorías de Ruskin sólo arraigaron en Venecia, mientras que en el resto de Italia se
afianzaron las de Viollet-le-Duc, en el contexto histórico en el que el Risorgimento
(unidad política del país), que conllevaba la restauración de los monumentos
característicos de cada reino, región y ciudad. Las técnicas violletianas se aplicaron de
forma rigurosa, por lo que se realizaron muchos falsos históricos (especialmente en el
norte), hasta el punto de que se comenzó a rechazar la restauración estilística.
Por ello, desde el último tercio del siglo XIX se reafirmaron dos líneas de trabajo: la
derivada de la restauración estilística de Viollet, que ya no buscaba restaurar el
monumento en su forma ideal, sino tan sólo como se pensaba que había sido
originalmente; y la asunción de la individualidad histórica de cada edificio afirmada por
Ruskin, pero que a través de una investigación objetiva, por lo que la restauración es
diferente para cada obra de arte.
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Este método «histórico o analítico» tuvo cierta proyección en España de la mano de
Velázquez Bosco y su intervención en la Mezquita de Córdoba, donde eliminó
múltiples añadidos que la desfiguraban, rehaciendo yeserías, descubriendo puertas
exteriores e interiores y recuperando la Capilla de Villaviciosa. Para ello siguió un
criterio riguroso que partía de la investigación arqueológica, llegando a emplear
artesanos que conocieran específicamente el estilo califal. Otras de sus intervenciones
en este sentido tuvieron lugar en Medina Azahara, la Alhambra o en la Iglesia de
Santa Cristina de Lena de estilo prerrománico.
Su creador fue Camilo Boito, rechazaba tanto los falsos históricos como la visión
mortal del monumento. Para él la obra de arte era un documento histórico para
mantener, por lo que debía conservarse tal y como había llegado hasta el presente, como
explicó en su ensayo Nuestros viejos monumentos, ¿conservar o restaurar?.
Estableció criterios que debían guiar toda restauración y que exigían un riguroso
proceso de estudio previo del monumento, a partir de todas las fuentes disponibles
(documentos, análisis técnicos, dibujos, etc.). También quería que el restaurador
documentara todo el proceso llevado a cabo mediante fotografías y descripciones de las
diversas etapas y, después, publicar lo realizado en la intervención.
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medievales) y la belleza arquitectónica (para la arquitectura clasicista, recomendando
la restitución de lo perdido pero señalándolo).
Su influencia en Italia fue decisiva, elaboró una ley de monumentos en vigor durante
más de treinta años y una normativa clara y precisa para tratarlos. Sus principios se
resumen en una serie de intervenciones concretas que fueron presentadas en el IV
Congreso de Ingenieros y Arquitectos italianos (Roma, 1883) y en la Exposición
Nacional de Turín (1884). Las conclusiones se recogen en siete axiomas considerados
como la primera Carta del Restauro (libro, pág. 194).
Las Cartas de Restauración, desde entonces, son documentos que recogen una serie de
declaraciones de intenciones, que plantean los criterios y pautas para la restauración y
conservación que establecen la doctrina y que crean un marco general orientativo para
todos los países a la hora de intervenir.
Las doctrinas de Boito se fueron difundiendo durante los últimos años del XIX y
primeras décadas del XX. Fueron acogidas en la Conferencia Internacional de Atenas
(1931) gracias a la labor de Gustavo Giovannoni, la figura más importante del
pensamiento italiano sobre restauración durante la primera mitad del siglo XX. Sus
actas darían lugar a la conocida Carta de Atenas.
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Giovannoni consolidó la «restauración científica», plasmada en la Carta italiana del
Restauro de 1932. La idea esencial se encontraba en la definición que daba al
monumento arquitectónico: la de ser un documento que antes de ser restaurado debía
ser reparado, consolidado y conservado. Si fuese necesario una restauración se debe
realizar una exhaustiva documentación de archivo y de las fuentes históricas del
monumento, con todas sus vicisitudes y modificaciones realizadas en el tiempo.
La novedad de la Carta del Restauro fue que establecía una distinción conceptual de los
monumentos, al distinguirlos entre monumentos vivos y muertos. Los últimos son
aquellos que no tienen funciones utilitarias, como los restos arqueológicos; su intento
por reconstruirlos sería absurdo (si bien permite la anastilosis o la recomposición de
partes existentes disgregadas); los vivos sí pueden estar en uso (sea su función original
o no) si son debidamente conservados y cuya restauración no produzcan alteraciones
esenciales en el edificio.
Además, Giovannoni defendió por primera vez el ambiente como parte integrante del
monumento, lo que significaba dar un valor urbanista a la labor del restaurador. Esta
idea era radicalmente contraria al aislamiento, acometido en muchas catedrales
europeas.
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Atenas y la Carta del Restauro, la «restauración científica» tuvo una trascendencia
limitada, resultó un fracaso en su puesta en práctica en Europa tras la II Guerra
Mundial, pues la devastación impidió que se aplicasen estos métodos ante la magnitud
del desastre.
Emilio Moya, destaca por reconvertir edificios en museos (como el Colegio de San
Gregorio de Valladolid, que pasó a ser el Museo Nacional de Escultura en 1933).
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Torres Balbás el mejor representante de la idea de consolidar y reparar conforme a las
nuevas corrientes italianas y europeas. Desde joven denunció el estado de abandono en
el que se encontraba el patrimonio español: hacía falta inventariar como paso esencial
para conservar, critica la mala organización de la protección de los monumentos,
rechaza el «estilo español» de la restauración de Lampérez y los violletianos, y denuncia
la falta de nuevas leyes para proteger los bienes y prohibir su exportación.
Sostenía que había que conservar los edificios tal y como nos habían sido transmitidos,
sin completarlos ni rehacer partes inexistentes. Se muestra contrario a la restauración o
reconstrucción porque falsea los monumentos, tratando de borrar la acción del tiempo.
Para él, restaurar y conservar eran acciones bien diferentes, al igual que reparar y
consolidar, por lo que su pensamiento estaba en sintonía con el de Giovannoni.
Su acción más destacada tuvo lugar en la Alhambra a partir de 1923, donde se ocupó
de hacer que el monumento recuperara su estado original, sin imitaciones, invenciones y
modificaciones. Realizó una restauración que limitaba la intervención y respetaba las
partes constitutivas del edificio, como signos del paso del tiempo y parte de la memoria
del monumento.
Por otra parte, como ya hemos visto, la II República elaboró una Ley de Patrimonio
Histórico que reflejaría el triunfo de las tesis conservacionistas, trayectoria que sería
truncada abruptamente por la Guerra Civil. En ella, ambos bandos dieron importancia al
patrimonio artístico, siendo bien conocida la efectiva protección de la Biblioteca
Nacional, del Museo Arqueológico y del Museo del Prado frente a los ataques aéreos
de los sublevados. Sin embargo también es cierto que el conflicto propició un notable
expolio y un comercio de arte clandestino, muchas veces con la propia complicidad de
las autoridades.
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