El Canalla - Nicolas Marquez
El Canalla - Nicolas Marquez
El Canalla - Nicolas Marquez
Racista
cabal, escribió: “Los negros, los mismos magníficos ejemplares de la raza
africana que han mantenido su pureza racial gracias al poco apego que le
tienen al baño”. Sobre los indios anotará: “En este tipo de trenes hay una
tercera clase destinada a los indios de la región… la grey hedionda y
piojosa… nos lanzaba un tufo potente pero calentito”. A los aborígenes
mexicanos los definió como “la indiada analfabeta de México”.
Sobre el campesino boliviano subrayó: “Son como animalitos”. Ni su mujer,
Hilda Gadea, se salvó de sus humillaciones: “Hilda Gadea me declaró su
amor en forma epistolar y en forma práctica. Yo estaba con bastante asma, si
no tal vez hubiese cogido… lástima que sea tan fea”.
La homosexualidad será castigada por el Che en campos de concentración
que él dirigía en Cuba y definió al homosexual como un “pervertido sexual”.
Por su condición de asesino serial se autodefinió como “una máquina de
matar”; por su fanatismo enfermizo sostenía que la moderación es una de
“las cualidades más execrables que puede tener un individuo”; se
consideraba a sí mismo como “todo lo contrario de Cristo” y confesó sentir un
profuso “odio a la civilización” a la vez que enseñó que “la más fuerte y
positiva de las manifestaciones prácticas, es un tiro bien dado a quien se le
debe dar”.
El Che contribuyó a instalar en Cuba el más prolongado y brutal totalitarismo
de la historia moderna en América e intentó llevar adelante golpes de Estado
en el África y conspiró también contra Presidentes democráticos en la
Argentina y Bolivia.
Sus apologistas lo veneran alegando que “murió por un ideal”, cuando lo
trascendente en Guevara es que haya fusilado a mansalva por imponer sus
inhumanos dogmas comunistas. Lo esencial en Guevara no es cómo murió
sino cómo vivió.
Este libro, es la única biografía que destruye documentalmente la historieta
del Che Guevara real. Desenmascarado el mito, ha muerto el “santo laico” y
ha nacido EL CANALLA.
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Agradecimientos y dedicatoria
En los últimos seis años tuve la gran dicha y el privilegio de poder publicar cuatro
libros, cuyos enfoques insumisos no fueron fáciles ni de publicar ni difundir en
momentos tan difíciles para la libre expresión como los que vienen corriendo en la
Argentina contemporánea. Estas repetidas satisfacciones no hubiesen dado a luz de
no haber amigos, conocidos y desconocidos que de un modo u otro, directa o
indirectamente me manifestaron su afecto y apoyo para poder dar nacimiento a este
libro y los anteriores. Es por esto, que la gratitud es un intenso sentimiento que prima
en mi alma.
Por lo tanto y bajo riesgo de ser injusto (puesto que muchos que merecen ser
nombrados probablemente no lo estén, tanto sea por fallas en mi memoria como
porque la lista es tan grande que sería imposible reproducirla completa) no puedo
dejar de agradecer al Dr. Eduardo Marty (Director General de Junior Achievement
Argentina) por su infatigable labor en defensa y asistencia del pueblo cubano; al Dr.
Guillermo Hirschfeld (Coordinador de Programas para Iberoamérica de FAES
Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales) quien desde Madrid me facilitó
invalorables aportes para el libro; al escritor Plinio Apuleyo Mendoza por su
testimonio; al jurista e historiador Enrique Díaz Araujo (el argentino que de lejos más
conoce sobre el Che Guevara) por sus consejos oportunamente señalados; al abogado
y periodista Marcelo Gioffré por sus sugerencias bibliográficas; al pensador
argentino-cubano Armando Ribas (uno de los hombres que más saben en el mundo
acerca de la revolución cubana y sus mitos) no sólo por el material provisto al
respecto sino por prestigiar el trabajo presente con su prólogo; a María Werlaw
(Directora Ejecutiva del proyecto “Archivo Cubano”) por facilitarme el acceso a tan
rica documentación; a mis amigos Dr. Martín Simonetta y Dr. Gustavo Lazzari
(Fundación Atlas-1853) por su apoyo de siempre así como también a mi querido
confidente Dr. Humberto Bonanata (Director agencia NOTIAR www.notiar.com.ar)
por su infatigable labor periodística contra las dictaduras vigentes en América Latina;
al escritor Carlos Manuel Acuña por sus contribuciones periodísticas que
enriquecieron la documentación del presente trabajo; a todos aquellos que desde
diferentes lugares del mundo prestaron testimonio a grabador abierto para este libro;
al Dr. Vicente Massot (“mi intelectual” de consulta y cabecera) por sus certeros
comentarios brindados oportunamente; al Dr. Eneas Biglione (Director Ejecutivo
HACER Hispanic American Center for Economic Research en Washington DC) por
haber estado siempre aportando datos y documentos de manera desinteresada; a mi
hermano Aníbal por su permanente ayuda compilando y rastreando documentos y por
ser quien me sugirió y animó a encarar el ensayo presente; a María José Montenegro
por pulir y corregir mi narrativa; a periodistas “incorrectos” como Malú Kikuchi,
María Zaldivar o el destacado economista Roberto Cachanosky quienes siempre me
brindaron con generosidad sus espacios comunicacionales para comentar y mostrar
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mis trabajos; a los Dres. Emilio Cárdenas y Rosendo Fraga por alentar mis estudios
en el exterior; a Paul Dougherty por su gran apoyo desde el primer momento; Al Dr.
Florencio Varela (quien lamentablemente ya no está entre nosotros) por darme el
“empujonazo” inicial allá por el año 2003; al joven Agustín Laje cuyos trabajos
bibliográficos constituyen una firme promesa de futuro; y un agradecimiento especial
a Jorge Albertani, Ramón y mamina Florentín, Julio Delucchi, Cristina Saa, Luz
García Hamilton, Richard Bussi, el “negro” Ferreyra y Luis Allegrini por su ayuda de
siempre al permitirme mostrar y presentar mis modestas propuestas en diferentes
rincones del país; a mamá (Mecha) por vivir “a las corridas” atendiendo y
solucionando todo tipo de avatares y por estar siempre, absolutamente siempre
presente de manera oportuna (y a veces inoportuna); a Patricia Montenegro por un
sinfín de motivos imposibles de enumerar en una carilla; a Miguel Mateos cuya
música (mi música) me acompañó a lo largo de las incontables horas de trabajo
volcadas en mis escritos; y por último, toda mi gratitud a mis grandes amigos
(algunos ya son como hermanos a estas alturas): Martín, Cristian, Federico, Daniel,
Oscar, Gabriel y Rodrigo, por estar siempre al “pie del cañón” cada vez necesité de
ellos.
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Comentario preliminar
Una vez más Nicolás Márquez intenta rescatar la verdad histórica de la
tergiversación trascendental que de la misma, ha logrado hacer la izquierda. Como
bien señala Rush Limbaugh en su obra “Ves, Yo te lo Dije” (See, I Told You So) “la
izquierda habría superado el término políticamente incorrecto, y ha logrado hacer lo
que denomina ‘limpieza política”. O sea en lugar de hacer lo que se debía hacer en
Serbia con los musulmanes y que se denomina ‘limpieza étnica’, la izquierda en lugar
de eliminar a la gente tiene como mira la eliminación de ciertas ideas y puntos vista”.
Desde otra perspectiva igualmente trascendental, en su obra “La Visión de los
Ungidos” Thomas Sowell dice respecto del desacuerdo con la izquierda: “aquellos
que no estén de acuerdo con la visión prevaleciente, se la ve no sólo meramente que
están equivocados, sino que son pecadores”.
Ya Nicolás Márquez en sus anteriores obras “La Otra Para de la Verdad” y “La
Mentira Oficial” con valentía, precisión e información, había arrostrado el peligro de
desafiar a la visión de los ungidos y por ello ser igualmente eliminado. En aquellas
obras se refirió a la realidad ético política de la Argentina de la década del 70. Tomar
esa decisión frente a la visión de los ungidos actualmente dominante, no sólo en el
gobierno sino en gran parte de la oposición, Márquez se arriesgó a ser calificado
como un pecador. Pero Márquez ha sido igualmente consciente de los peligros que
entraña para la libertad la aceptación de esa visión supuestamente ética, por la cual
las víctimas son los victimarios, y los delincuentes las víctimas. Así se olvida el
dictum de David Hume cuando dijera: “aquellos que pretenden morir por sus ideales,
matan por sus ideales”. Así aparece la figura descollante y criminal del Che Guevara
que refleja la problemática actual de América latina.
Otra vez Márquez se percata del peligro existente. Tal como señalara Thomas
Sowell en la obra citada: “El peligro en una sociedad puede ser mortal, sin ser
inmediato”. Consecuentemente en su nueva obra “El Canalla La verdadera historia el
Che”, extiende su preocupación al continente, donde hoy más que nunca y en medio
de supuestas democracias, prevalece la mística de los derechos humanos frente al
imperialismo americano. Tanto así, que recientemente el director de la OEA, el Sr.
José Miguel Insulza, ha propuesto la reincorporación de Cuba a ese organismo.
En su nueva obra Márquez ataca fundamentalmente la figura del Che Guevara
con datos e información incontrastables. Describe las muertes llevadas a cabo por
este asesino serial, tanto por mano propia como por su orden. Igualmente relata la
realidad de la Revolución Cubana y la dictadura totalitaria de Fidel Castro. Resalta el
hecho pretendidamente desconocido de que fueron precisamente los americanos, con
Roy Rubbotton a la cabeza, los que determinaron la caída de Batista y la consecuente
llegada de la Revolución verde oliva (Patria o muerte). Seguidamente cuenta con
detalles la traición de JFK, a los cubanos en Bahía de Cochinos y más tarde al
Continente en la crisis de los misiles por la que entregó a Cuba a la órbita soviética.
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Asimismo el autor comenta detalladamente el enfrentamiento de la Revolución
con la Iglesia Católica. Así cuenta cómo se estatizaron los colegios católicos que
había en Cuba y se expulsaron numerosos sacerdotes. O sea, en un momento como el
actual en el que la hipocresía y el cinismo prevaleciente frente a la realidad
demagógica de la izquierda, la obra de Nicolás Márquez es un hito insoslayable para
salvar la libertad en este continente. Pensar que un país como Argentina que tiene en
su historia figuras trascendentales que determinaron su grandeza como Juan Bautista
Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento son ignoradas y el actual gobierno apela al
rescate no de los estadistas antedichos sino de la figura criminal del Che Guevara y al
amigo de Fidel Castro, Diego Maradona.
La obra presente mantiene una abundante información sobre la realidad de que se
trata, y pone de manifiesto que la mentira oficial se extiende más allá de las fronteras
argentinas. La información que provee Nicolás Márquez, permite que nos demos
cuenta del peligro que representa el Socialismo del Siglo XXI, por aquello de que
“dime con quién andas, y te diré quién eres”. Por tanto no puedo menos que
agradecer el empeño de Márquez para trasmitir la realidad que enfrentamos, así como
el sufrimiento de aquellos que la han padecido y siguen padeciendo. Confío en que el
público recogerá esta nueva obra no como una exégesis de la literatura, sino como
una verdadera admonición, y que su prédica represente una posibilidad de enfrentar
con éxito el aparente destino manifiesto de “aquellos que matan por sus ideales”.
A través de esta exposición, que revela el verdadero curso de la historia, podemos
recordar a Orwell en 1984 donde dice: “El que controla el presente controla el
pasado, y el que controla el pasado controla el futuro”. La imagen idealizada del Che
Guevara es el presente control del pasado por la izquierda marxista, hoy vigente en el
Continente. Ese control del pasado asegura el control del futuro, y su consecuencia es
la opresión y el totalitarismo.
La obra de Márquez es el intento magno de rescatar el pasado de la utopía, para
lograr un futuro de libertad. Y diría que esta obra ha llegado en el momento oportuno
en que el Armagedón histórico amenaza a nuestro continente.
ARMANDO RIBAS
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Capítulo I
Retrato de familia
Prólogo
Ernesto Guevara de la Serna, “el Che”, en tanto objeto de estudio, sin dudas fue y
es un personaje excepcional tanto para apologistas como para detractores. Decimos
que fue excepcional, no como adjetivo calificativo sino como fenómeno que se aparta
de la regla general. Vale decir, guerrilleros hubo (y sigue habiendo) por miles, pero
Che Guevara hay uno sólo.
No hubo entre sus pares de la época ni entre los que aparecieron después, un solo
guerrillero o revolucionario, por avezado que fuera, que haya disputado su
protagonismo, ni que se le acerque en vigencia, y mucho menos que sea tomado
como referente en proporciones similares.
¿Qué diferenció al Che de sus análogos? Sin dudas no fue su talento como
guerrillero (su desempeño fue más que modesto) sino un cúmulo de aspectos de su
enigmática personalidad, así como el hecho de que haya participado (muchas veces
como protagonista) en emprendimientos y episodios de relieve mundial, a lo que debe
sumarse el fastuoso marketing contemporáneo que vende su efigie a diestra y
siniestra colocándolo en la categoría de logotipo comercial.
Descendiente de las aristocracias más distinguidas de la Argentina, la intensa vida
pública del Che se reduce a diez años de acción (1957/1967) en los que alternó como
aventurero, médico, guerrillero (en varias oportunidades y latitudes), jefe mayor de
dos campos de concentración y exterminio a disidentes (La Cabaña y
Guanacahabibes), ideólogo amateur, Presidente del Banco Nacional de Cuba,
Ministro de Industrias de Cuba, embajador informal y escritor aficionado entre varias
otras incumbencias.
Portador de una personalidad despótica, desde muy joven forjó un temperamento
duro, cruel, temerario, y acarreó desde siempre una extraña propensión al suicidio
(tendencia que de alguna manera materializó).
Predicó y practicó el odio como factor de lucha. En sus escritos y alocuciones se
advierte un notable desprecio por los negros, los indios, los bolivianos, los
homosexuales (a quienes confinó en campos de trabajo forzado), los cubanos, sus
propias esposas (se casó dos veces) y hasta por los guerrilleros de su propia tropa, a
los que si por alguna causa no le simpatizaban, sin más, los fusilaba. Combinaba su
desprecio por la vida (propia y ajena) con un humor sarcástico y elegante, en donde
ponía de manifiesto su refinamiento y sólida formación cultural.
Lector voraz, ajedrecista intuitivo, impaciente en grado extremo, provocador
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contumaz, comunista tardío y fusilador sistemático (los muertos en su haber se
cuentan por centenas) son algunos de los tantísimos rasgos de este popular y a la vez
desconocido personaje.
Considerado como un inmaculado prócer en la Cuba castrista, el Che contribuyó a
instalar en la isla el más prolongado y brutal totalitarismo de la historia
contemporánea de las Américas, intentando además llevar adelante infructuosos
golpes de estado en el África y Latinoamérica, conspirando contra Presidentes
democráticos de la Argentina (durante el gobierno del Dr. Arturo Illia) y en Bolivia
(bajo la administración de René Barrientos).
Por su multifacético rol contó con varios apodos: “El Chancho” (dada su
enemistad con la higiene personal); “El Carnicero de la Cabaña” (en honor al campo
de exterminio “La Cabaña” que él comandó); “El Canalla” (tal como se acostumbra a
llamar a los hinchas del club de fútbol “Rosario Central”, al que él adhería); y “Che
Guevara” (tal el apodo con que mundialmente se lo conoce y cuyo origen del mismo
sigue siendo discutido).
Muchos de sus apologistas y acólitos lo veneran alegando que “el Che murió por
un ideal”. Frase que incluso es recogida con indolente aprecio hasta por aquellos que
no comparten el ideal de Guevara, pero indulgentemente le reconocen “haber
entregado su vida por ella”. Argumento efectista y efectivo aunque falaz, puesto que
lo trascendente en Guevara no es que “haya muerto por sus ideas” sino que haya
fusilado a mansalva por imponerlos. La muerte no es lo relevante en Guevara, dado
que él buscó afanosamente ese final y lo encontró en su ley. No murió “en defensa de
la paz” ni de los “Derechos Humanos”, sino atentando contra estos valores. Lo
esencial en Guevara no es cómo murió, sino cuánto mató cuando vivió y con qué
objetivos póstumos llevó adelante tamaña masacre. Pero ocurre que existe una
curiosa tendencia a juzgar a los ídolos de izquierda en función de sus objetivos
(supuestamente nobles) y no por sus resultados (comprobadamente desastrosos), que
en definitiva son lo único importante.
Hoy su efigie recorre el mundo en postales, banderas, adornos y remeritas, las
cuales son mostradas como símbolo de amor universal, tolerancia o libertad. Todos
valores que el Che combatió y despreció con el ejemplo personal. Una cosa es la
edulcorada imagen que el marketing actual y los filmes comerciales construyeron del
Che y otra bien distinta es la verdadera naturaleza que el Guevara real encarnó.
Pero hay elementos a favor del Che que es necesario poner de manifiesto: jamás
escondió sus valores, ni sus acciones, ni su esencia. Por su condición de irrefrenable
homicida se autodefinió como “una máquina de matar”; por su fanatismo enfermizo
consideraba la moderación como una de “las cualidades más execrables que puede
tener un individuo”; se consideraba a sí mismo “todo lo contrario a un cristo”;
confesó sentir un profuso “odio a la civilización” y enseñó que “la más fuerte y
positiva de las manifestaciones pacíficas, es un tiro bien dado a quien se le debe
dar”.
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En el presente trabajo no sólo nos detenemos en la persona del Che Guevara y sus
diversas acciones (guerrilleras o burocráticas), sino que abordaremos episodios
políticos de vital importancia directamente relacionados con el protagonista en
cuestión.
“El Canalla” constituye un enfoque totalmente distinto al que estamos
acostumbrados a escuchar, leer o mirar en la cinematografía mercantilista. Algunos
estarán a favor de lo aquí expuesto y otros en contra, lo cual es natural y sano que así
sea, máxime con un personaje que ha despertado tantísimas y acaloradas discusiones.
No siendo para más, e invitando al lector a ingresar en el libro despojado de todo
preconcepto, deseamos que este aporte fomente debate, polémica, consenso y
disenso, praxis enriquecedora y vital para el sano ejercicio intelectual, el cual hoy
podemos llevar adelante precisamente porque los dogmas del Che Guevara no
triunfaron ni gobiernan la vida en este lugar del planeta.
Génesis
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la Serna y Llosa, hermosa mujer, culta, refinada e insumisa, era descendiente del
general José de la Serna e Hinojosa, último Virrey del Perú. Celia había quedado
huérfana desde muy jovencita y a pesar de provenir de una familia de siete hermanos,
heredó una importante fortuna. El jurista e historiador Enrique Díaz Araujo,
probablemente el mejor biógrafo argentino de Guevara y que escribió varios ensayos
sobre este personaje, confirma que Celia “era tan aristocrática como su esposo y, al
igual que él, no tenía antecedentes de pobreza o injusticia de qué quejarse; había
nacido en medio de la opulencia y el prestigio, el último freno a su natural rebeldía
desapareció poco después (de 1918), cuando, en rápida sucesión, murieron su padre
y su madre y ella quedó en la más absoluta libertad y con mucho dinero para hacer
lo que le viniera en gana”.[3] La muchacha era ferviente católica y comulgaba
diariamente. Su devoción religiosa no era menor. Relata el destacado biógrafo francés
Pierre Kalfon, que Celia fue “graduada del decoroso colegio francés del Sagrado
Corazón, de Buenos Aires, Celia era muy piadosa, hasta el punto de martirizarse
colocando cuentas de vidrio en sus zapatos. Incluso pensaba tomar los hábitos…”.[4]
Pero a poco de conocer a Ernesto Guevara Lynch, se produjo el enamoramiento y el
proyecto de tomar los hábitos quedó en el olvido.
Ambos iniciaron una relación; a poco andar, Celia quedó embarazada (en pleno
noviazgo). Para tratar de morigerar el escándalo que este episodio generaría en los
ambientes católicos y aristocráticos de 1927, se forzó y apuró el casamiento
prematuro de Ernesto y Celia (con casi tres meses de embarazo) para el 20 de
diciembre de ese año. Este episodio relatado, el del embarazo prematrimonial, puede
considerarse para la mass media apenas un aspecto anecdótico según los usos y
costumbres del siglo XXI. Pero ochenta años atrás constituía un motivo grave de
vergüenza o ciertamente escandalizante. Muchos sacerdotes, amigos y personalidades
de ambientes que Celia frecuentaba, bien reprobaron su conducta o directamente le
dieron la espalda, episodio que le produjo un furioso resentimiento contra la Iglesia.
Virulenta animosidad anticristiana que le fuera transmitida luego al niño que por
entonces yacía en su vientre y al resto de la prole que no tardaría en llegar.
Apenas producido el enlace, el flamante matrimonio muda a la provincia norteña
de Misiones, en donde Ernesto Guevara Lynch acababa de comprar un yerbatal con
unos ahorros de Celia.
Cuando el parto era inminente, la pareja viaja a Buenos Aires y en el trayecto
efectúan fugaz escala en la ciudad de Rosario (provincia de Santa Fe) donde Celia da
a luz a su primer hijo, Ernesto, el 14 de junio de 1928. Destaca el biógrafo Mario
O’Donnell con respecto al parto, que “todo indica que se produjo un mes antes, y que
falsearon ese dato para ocultar la verdadera fecha del embarazo”.[5] Efectivamente,
años después, Celia de la Serna le confió a su amiga Julia Constela “Ernesto (padre)
arregló con un primo médico para que pariera en Rosario, llegamos justo a tiempo.
El 14 de mayo de 1928 nació nuestro primer hijo y le pusimos el nombre del padre.
Lo anotamos un mes después, siempre hablamos de un parto adelantado, cuestión de
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salvar las apariencias…”.[6]
Tanto sea por vía paterna como materna, por las venas del primogénito Ernestito
Guevara de la Serna, correría sangre del más distinguido linaje. Empero, la refinada
tradición se vería opacada por los desmanejos económicos del jefe del hogar, un
inconcluso estudiante de arquitectura y desteñido empresario, quien con motivo de su
mala visión para los negocios fue paulatinamente descapitalizándose, efectuando
emprendimientos a veces con éxitos modestos y otras incurriendo en fracasos
contundentes. Para tales proyectos utilizó primero su dinero y al agotarse éste, acabó
despilfarrando el de Celia, su mujer.
Según el biógrafo O’Donnell, esa doble condición de aristócrata venido a menos,
iría forjando en el niño Ernesto a lo largo de su infancia y adolescencia “la identidad
de ser ‘el pobre’ en un mundo de ricos” a la vez que “habrá fomentado su rencor
hacia los propietarios”.[7] Es justo decir que el empobrecimiento paulatino de la
familia, no sólo obedeció a la falta de tacto comercial de Don Ernesto, sino que como
causa concomitante aparece la crisis mundial de 1930. Fue entonces cuando la familia
se vio obligada a vender campos y propiedades, entre ella la estancia La Celia en Río
Quinto. El pueblo actualmente se llama La Celia.[8]
Queda claro entonces que Ernesto Guevara de la Serna, el Che, de los Guevara
Lynch heredó el odio a Estados Unidos y de los de la Serna su rechazo a toda
manifestación religiosa. En cuanto a la primera herencia “el barman de Sierras Hotel
(ubicado en Alta Gracia, Córdoba), que frecuentaba Ernesto padre antes y al que
volvía Ernesto hijo con sus amigos en algunas ocasiones, recuerda que nunca pedía
Coca-Cola y que cuando se la ofrecía, la rechazaba de manera vehemente: ‘Se ponía
frenético”[9] y siempre propenso a frases extravagantes agregaba “Prefiero ser indio
analfabeto a millonario norteamericano”.[10] Respecto de lo segundo, la
antirreligiosidad infundida por la madre a todos sus hijos fue tan aguda, que los niños
Guevara de la Serna hacían del deporte y el juego infantil no una sana distracción
sino una cruzada antirreligiosa. El hermano menor del Che, Roberto Guevara precisa
que “los partidos de fútbol adquirían a veces su carácter ‘ideológico’: La formación
que tuvimos fue de un anticlericalismo total… En el verano, se hacían los equipos de
fútbol de los que creían en Dios contra los que no creían en Dios. Famosos partidos
de fútbol. Los católicos nos llenaban de goles y se solazaban con la derrota de los
infieles”.[11] Su amiga de la infancia, Dolores Moyano Martín al respecto agrega:
“Nunca olvidaré cuando, siendo adolescentes, conversábamos sobre Nietzsche y la
significación de Cristo como salvador de los pobres… Ernesto perdió la paciencia y
dijo, alterado: ‘Les aseguro que si Cristo se cruzara en mi camino haría lo mismo
que Nietzsche: no dudaría en pisotearlo como un gusano baboso’… Nunca olvidaré
esa escena porque prefiguraba lo que Ernesto sería más adelante”.[12] Era natural
entonces que el refugio ideológico para canalizar estas fobias (tanto a Estados Unidos
como a Cristo) fueran las posiciones de izquierda, muy enraizadas en su madre por
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otra parte. Según el biógrafo Daniel James “Celia de la Serna fue siempre
izquierdista, aún por su propia tradición familiar. Su hermana Carmen y su cuñado
‘Policho’ (Cayetano Córdova Iturburu) fueron afiliados en otra época al Partido
Comunista”.[13] Efectivamente, el tío político del Che, Cayetano Córdova Iturburu,
nos cuenta un familiar íntimo “tenía gran influencia ideológica sobre él. Fue
corresponsal de guerra en la Guerra Civil española, era rojo y republicano y después
fue presidente del Partido Comunista. Era un izquierdista ‘paquete’”.[14] Este influjo
habría sido de tal intensidad, que su primo Fernando Córdova de la Serna señaló que
“Ernestito con su clásica rebeldía, cuando oyó a sus padres argumentar a favor de la
República Española, decidió declararse partidario de los nacionalistas y de
Franco… hasta que el influjo de las cartas, las fotografías, las revistas, los discos y
otros souvenirs enviados desde Madrid por Cayetano Córdova Iturburu, lo hizo
cambiar de posición”.[15]
Pero además de la ascendencia familiar, Ernestito Guevara se veía empapado de
izquierdismo en el plano de sus amistades puesto que “entre las influencias
detectables en el Guevara infantil y adolescente, además de las familiares, están tres
amigos… Pepe González Aguilar, Fernando Barral y Alberto Granados. Que fueran
sus tres amigos favoritos lo prueba, aparte de otras cosas, el hecho de que los tres se
fueron a vivir a Cuba invitados por el Che. Pues bien, Pepe y Fernando eran hijos de
españoles republicanos exiliados que se instalaron en Alta Gracia y que
naturalmente entraron a formar parte de un círculo en el que había izquierdistas y
comunistas españoles y también argentinos”.[16] Otro de los más destacados
biógrafos de Guevara, el mexicano Jorge Castañeda, sostiene que “La guerra de
España constituyó la experiencia política fundante de la infancia y adolescencia del
Che. Nada lo marcará políticamente en esos años como la lucha y la derrota de los
republicanos”.[17]
Cuenta Ernesto Guevara padre que poco antes de que Ernestito cumpliera dos
años, su mujer, Celia, nadadora de fuste, solía llevar a su hijo al Club Náutico de San
Isidro a las orillas del Río de La Plata y en 1930 “Una fría mañana del mes de mayo y
además con mucho viento, mi mujer fue a bañarse al río con nuestro hijo Ernesto.
Llegué al club en su busca para llevarlos a almorzar y encontré al pequeño en traje
de baño, ya fuera del agua y tiritando. Celia no tenía experiencia y no advirtió que el
cambio de tiempo era peligroso en esa época del año”.[18] Este episodio pareció dejar
en Ernestito una dramática secuela que lo acompañaría toda su vida: un asma garrafal
que sin dudas marcará a fuego parte de su personalidad.
Sus padres, en búsqueda desesperada de médicos y tratamientos infructuosos, por
recomendación de su pediatra decidieron marcharse a la ciudad de Alta Gracia,
provincia de Córdoba, en donde abundan la sierra y el clima seco, lo cual fue un
alivio parcial para el asma del niño Ernesto. Allí permanecerá desde los cuatro años y
medio (en 1933) y recién se marchará a los diecinueve años (1947), para estudiar
medicina en la universidad de Buenos Aires.
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Por un lado, su madre, sintiendo gran culpa por el asma de su hijo (contraído
presuntamente por su descuido) lo sobreprotegía obsesivamente. Su padre, en
cambio, lo sometería a riesgos irresponsables y a los tratos más descabellados a
efectos de que el niño “se fortalezca”. Cuenta el biógrafo argentino Hugo Gambini
que “Celia era algo descuidada, es cierto, pero él (su marido) tenía algunas manías
peligrosas. Por ejemplo, cuando bañaban a Ernestito, él lo ponía a secar al sol.
Decía que de esa forma se fortalecía físicamente y aprendería a soportar el frío… El
pobre chico se pescó una pulmonía que le engendró la bronquitis crónica y los
espasmos asmáticos de los que nunca se pudo liberar… Guevara padre, publicó una
de ellas, estaba decidido a dar a su hijo, prematuro y enfermizo, una crianza rígida, y
lo hacía tomar sol envuelto en un pañal en pleno invierno. El Che soportó baños
fríos de inmersión y duchas heladas”.[19] Con total naturalidad, Ernesto padre narra
que “Ernestito comenzaba a caminar. Como a nosotros nos gustaba tomar mate lo
mandábamos hasta la cocina, distante unos veinte metros de la casa, para que nos lo
cebara. Entre la cocina y la casa cruzaba una pequeña zanjita que ocultaba un caño.
Allí tropezaba el chico y caía con el mate entre sus manitos. Se levantaba enojado y
cuando volvía con otra cebada, volvía a caerse. Empecinado siguió trayendo y
volcando el mate una y otra vez hasta que aprendió a saltar la zanja”.[20] Esto pone
de manifiesto nuevamente, el énfasis que ponía Don Ernesto en inculcar a su hijo el
voluntarismo y la pérdida del miedo ante episodios riesgosos.
Los hábitos agresivos e irresponsables de su padre, se habían generalizado y
formaban parte de la convivencia corriente y doméstica de la familia. Por ejemplo,
sus hermanos, aprovechando el asma de Ernesto “cuando se peleaban con él,
llenaban una jarra con agua para volcársele encima y provocarle un espasmo
bronquial que lo paraliza…”.[21] Nos cuenta un familiar que compartió su infancia
con el Che que este “se vivía agarrando a piñas. Tenía los ojos como un puma en
cautiverio, una mirada penetrante y agresiva… Era una familia muy violenta, éramos
todos muy educados, pero al primer problema se arreglaba con violencia. Él tenía
esa actitud para demostrar que el asma no lo limitaba en nada. No le tenía miedo a
la muerte, a nada. Te desafiaba a caminar por una cuerda de una casa a otra a diez
metros de altura. Cierta vez ató un cable y fue y vino… Tenía tanta altanería y
autosuficiencia que quería pelear de igual a igual con Jesucristo”.[22]
Estas alocadas argucias, fueron forjando un modus vivendi signado por la
crueldad, la osadía y el riesgo incausado. Recuerda un entrañable amigo de Ernestito,
José Gonzalez Aguilar, que los Guevara “eran muy audaces en los juegos, en los
deportes, en todas esas cosas; nos tenían un poco atemorizados, a nosotros. A
Ernesto le gustaban mucho los juegos de riesgos y recuerdo también la imagen de su
hermano Roberto, en nuestra casa, saltando de un tercer piso a la casa de al lado,
sobre el vacío. Lo hacía por gusto, riéndose de nosotros porque no lo seguíamos”.[23]
El padre, Ernesto Guevara Lynch, relata cómo fue instigando a sus hijos a la
temeridad en reportaje concedido a la revista Gente (ejemplar del 16 de octubre de
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1967): “Los fui iniciando a mis hijos en los secretos y peligros de la vida, desde muy
temprano. Yo tenía la firme convicción de que debían ser libres, criarse en absoluta
libertad”.[24] El sociólogo de origen marxista Juan José Sebreli, quien efectuó
diversos estudios bibliográficos sobre el Che, destaca además que “A los cinco años
su padre le enseñó a tirar al blanco; desde entonces el revólver sería su juguete
preferido. La sola visión de las armas le provocaba verdadero éxtasis”.[25] El
anecdotario del Che Guevara niño no es baladí. Saben mejor que nadie los
psicólogos, que los primeros años de vida marcan personalidades para siempre.
Veremos luego que el Che, a poco de convertirse en estudiante universitario se
graduaría de trotamundos y aventurero llevando una vida nómada y errática que lo
acompañará hasta su muerte. Ese espíritu inestable no será casual. Habrá
antecedentes sobrados de inconstancia geográfica en su niñez: “Tras casarse, los
Guevara Lynch-de la Serna, por vocación o por obligación, llevarán una vida
trashumante: Misiones, Rosario, San Isidro, Palermo, Alta Gracia, Córdoba capital,
y finalmente Buenos Aires otra vez. También en Alta Gracia cambiarán de casa
debido a que dejaban de pagar o a que quienes les facilitaban el alojamiento a
precios irrisorios reclamaban su devolución: en un principio se alojaron en el hotel
La Gruta; en 1933 ocupan Villa Chichita; en 1934 Villa Nydia; en 1937 el chalet de
Fuentes; en 1939 el de Ripamonte y en 1940 otra vez Villa Nydia.”.[26] Parafraseando
a Baudelaire, Sebreli sostiene que el Che padecía de “horror al domicilio” y recuerda
una frase suya: “Lo único que hice fue huir de todo lo que me molestaba”. ¿Qué le
molestaba? se pregunta Sebreli, a lo que responde: “No era el peronismo dada su
indiferencia por la política, quizá fuera la situación familiar”.[27] El propio Che
Guevara confesará tempranamente: “Yo mismo no sé dónde dejaré los huesos”.[28]
Con lenguaje inelegante, Fernando Córdova de la Serna concluye que su primo
“Tenía hormigas en el culo”.[29]
La casa de los Guevara se caracterizó por ser un permanente desorden signado
además por la suciedad. Recuerda Carmen de la Serna (hermana mayor de Celia, la
madre del Che): “Aquella era una casa de dos pisos, tan mal construida que
presentaba grietas por todas partes. Había goteras, y cuando la perrita orinaba
arriba, el pis caía a la planta baja… El desorden gobernaba a todos y sólo hacían
grandes limpiezas cuando se festejaba algo…”.[30] Según el biógrafo Daniel James,
en la casa de los Guevara no había normas, ni orden, ni horarios: “Un amigo de la
familia que los frecuentó en Buenos Aires, dice que al llegar la hora de comer, Celia
se quedaba mirando a los muchachos y les preguntaba ¿Qué hay de comer? Uno de
ellos iba a alguna parte y en seguida regresaba, por ejemplo, con un paquetito de
macarrones o algo que no necesitaba mucho trabajo de preparación y lo echaba a
hervir en una olla de agua. Los muchachos ponían la mesa, si es que encontraban
alguna superficie libre… un periódico hace las veces de mantel, Dolores Moyano
Martín, que escribe sobre los Guevara con admiración, recuerda: ‘No había hora de
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comer; cada quien comía cuando tenía hambre’”.[31] Anota Pierre Kalfon que la
niñez de Ernestito en Alta Gracia transcurre “en una familia bohemia, desordenada,
libertaria de pies a cabeza y liberal casi en exceso. Todo el mundo entra o sale de la
casa a voluntad. Cada uno se las arregla, desde muy joven, casi solo, se hace la
cama o no se la hace. El ajetreo es tal que en casa de los primos Córdova, se ha
conservado la fórmula de la vieja criada para designar un completo desorden: ‘Es
digno de los Guevara’”.[32] Añade la empleada doméstica de los Guevara, Rosario
González que “El horario de la comida nunca era el mismo. Como el señor y la
señora frecuentaban el Sierras Hotel (club exclusivo de Alta Gracia), casi siempre
volvían de madrugada. Al otro día se levantaban a cualquier hora… En realidad, a
la cocina la dirigía yo porque la señora dormía hasta tarde y no podía esperar que se
levantara y me ordenara qué hacer”.[33] Sin embargo, el omnipresente caos era
fugazmente acomodado por Celia, quien en definitiva llevaba la voz cantante.
Recuerda un familiar que “Había un gran desorden en su casa, pero Celia
comandaba bastante bien. Pegaba tres gritos y ordenaba todo. Hasta Ernesto padre
se acobardaba”.[34]
Todos los estudios y testimonios sobre los padres del Che apuntan a una madre de
gran personalidad y a un padre desdibujado: “Ernesto, el padre del Che, como papá
era ‘ni chicha ni limonada’ (un cero a la izquierda)”[35] sentencia un familiar. Por su
parte, Tatiana Quiroga, amiga de los niños Guevara, lo recuerda como “un mujeriego
crónico. El padre tenía pretensiones de playboy… Pero era un playboy escandaloso,
porque cuando trabajaba y ganaba dinero, lo gastaba todo… En salidas con
jovencitas, ropa, estupideces, nada concreto… y su familia no recibía nada”.[36]
Sebreli agrega que “el frecuente abandono del padre, predispuso a Ernesto Guevara
a la rebeldía y a la búsqueda de la autoridad y el orden, contradicción que marcaría
luego su trayectoria política”.[37] Además de esa búsqueda de un orden disciplinario
del que careció en su casa (y que luego sustituiría por la rigidez del Castro-
comunismo), agrega Sebreli que el Che, de su padre “heredaría, sin embargo, la
vocación por los emprendimientos fabulosos destinados al fracaso”.[38] Daniel
James, adiciona que Ernesto padre “era un inadaptado; sus antecedentes y educación
como aristócrata le inducían a burlarse de la vida burguesa, mientras que la sangre
aventurera de sus antepasados parecía haberse disuelto en él. Se pasaba de
agradable, de simpático”.[39] La falta de autoridad de don Ernesto, es confirmada por
Dolores Moyano, amiga de la familia, quien lo recuerda en estos términos: “El padre
era un hombre simpático, bastante distraído, que hablaba con voz tonante y daba
órdenes que olvidaba enseguida, por otra parte, casi nadie las obedecía”.[40] En
cuanto al citado espíritu aventurero de Ernestito, vale aclarar que ya de niño sus
lecturas predilectas eran precisamente los libros de aventuras más clásicos: Julio
Verne (autor de La Vuelta al Mundo en 80 Días), Alejandro Dumas (autor de Los Tres
Mosqueteros) o Emilio Salgari (autor de Sandokán, el tigre de la Malasia). Este
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último, se constituyó en ídolo insustituible. Analiza Sebreli que dicha identificación
con el personaje de Salgari, surge porque “el pirata de la Malasia que luchaba, a su
manera, contra los colonialistas anglosajones… le transmitió a ese niño enfermizo el
atractivo de la vida aventurera, el peligro de la jungla salvaje y la acción al aire
libre. El pirata, descendiente como él de una aristocracia decadente, representó
también el primer modelo infantil del bandido, ejemplo de rebelde primitivo.
Asimismo tenían en común algunos rasgos personales: Sandokán y él eran
melancólicos, predispuestos tanto a ser generosos como crueles”.[41] Otra de las
obras que el Che niño levantó como estandarte fue el célebre Don Quijote, de Miguel
de Cervantes Saavedra, a lo que Sebreli dispara “Don Quijote es, a su manera,
también una novela del camino y el Che solía identificarse con el personaje. En una
carta a sus padres decía: ‘Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante,
vuelvo al camino con mi adarga al brazo’. ¿No advertía acaso que compararse al
Quijote era elegir el camino de la quimera que lo llevaría al fracaso?”.[42] Esta
tendencia al divague, también es señalada por Díaz Araujo quien sostiene que el Che
era un “Inepto para reconocer, previo a todo, el universo en que vivimos; pero muy
apto para el desenvolvimiento de las fantasías sin fundamento gnoseológico, y para
ensoñar Utopías febriles e inalcanzables”.[43]
Como alumno primario, Ernestito con frecuencia estudiaría en su casa con la
ayuda de su omnipresente madre, puesto que el asma muchas veces le impedía salir
de su hogar. No era un alumno destacado, pero obtenía las notas indispensables para
aprobar.
Costumbre característica de las aristocracias de la época, era el riguroso estudio
del idioma francés, que Ernestito aprendía a pie juntillas gracias a las enseñanzas de
su madre, quien lo hablaba con notable destaque. Julia Constela recuerda a Celia en
los actos públicos entonando “fervorosamente La Marsellesa y también cantaba
fragmentos de La Internacional, pero en francés”.[44] El Che incorporaría esta
elegante lengua manejándola de manera muy fluida.
Ya entrando en la pubertad, el joven Ernesto saciaría sus pulsiones sexuales
utilizando los oficios genitales de las mucamas y la servidumbre. Para más datos: “Su
hermano Roberto confesará a su primo Fernando Córdova que Ernestito había
gozado de los favores de todas las criadas que habían pasado por su casa”.[45] Nos
relata un familiar que si bien el Che “no era un ‘Don Juan’, tenía éxito con las
mujeres. Sabía quiromancia, grafología, todos esos ‘chiches’ que a las mujeres las
vuelven locas. Les tomaba las manos y les decía ‘acá en esta línea veo tal cosa’…
era un tipo de buen aspecto… cuando estaba prolijo”.[46] Su única novia de la época
fue María del Carmen “Chichina” Ferreyra, joven bella y distinguida, que pertenecía
a las familias destacadas de la época. Según un testimoniante “Chichina coqueteaba
con todos, y luego se puso de novia con Ernesto y creo que fue el cariño más fuerte
que tuvo dentro del mundo social que frecuentaba, porque después nada, andaba con
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mucamas y gente de otro nivel”.[47] Ya veremos que Guevara, a lo largo de toda su
vida, tanto en su faz afectiva, como guerrillero o como funcionario público en Cuba,
permanentemente se rodeará de gente de menor estrato social o intelectual que él.
Una forma de llevar la voz cantante y sobresalir entre su entorno. Probablemente, una
reacción o “revancha” tras haber pasado su infancia y adolescencia siendo “el
pariente pobre” de su ambiente. Es muy probable que el hecho de frecuentar un clima
de familiares y amigos de la más alta sociedad en calidad de pariente venido a menos,
haya generado en el Che una serie de complejos y resentimientos conscientes o
inconscientes. Anota Sebreli sobre Guevara que “Su adolescencia y primera juventud
fue la de un niño bien; frecuentaba los grupos de chicos ricos que eran sus familiares
y amigos. En tanto que pariente pobre disfrutaba de muchas de las ventajas de sus
familiares en clubes exclusivos —como el Lawn Tennis de Córdoba o el San Isidro
Club, dirigido por su tío—, invitaciones a fiestas exclusivas, partidas de bridge,
práctica de deportes —tenis, golf, esgrima, equitación— privativos de la clase alta.
En esa despreocupada vida entre paseos, juegos, bailes, noviazgos castos y sexo con
sirvientas, el Che sólo se destacaba de los otros niños bien por sus salidas
sarcásticas, por el escándalo que provocaba su suciedad y desaliño bohemio, a
manera de espantar a los burgueses. Al no poder ser un príncipe, le quedaba jugar al
mendigo romántico”.[48] Respecto a la calificación de “mendigo” endilgada por
Sebreli, muy probablemente el autor se refiere a otro elemento que caracterizó a
Guevara desde siempre, el cual fue su animadversión absoluta a la higiene personal.
Era un roñoso del derecho y del revés, lo que le valió el legítimo y justísimo apodo de
“el chancho Guevara”. Su vestimenta era caricaturesca. Su amigo Figueroa cuenta:
“A lo mejor íbamos a salir con alguna chica y era tal su aspecto que yo le decía ‘no
podés salir así, sos un chancho’”.[49] En los ambientes de clase alta, a la que Guevara
culturalmente pertenecía y frecuentaba, él mismo se ufanaba de portar una “infaltable
camisa de nailon originariamente blanca que con el uso se había vuelto gris, y a la
que llamaba ‘la semanal’ pues declamaba lavarla sólo una vez por semana, y sus
pantalones demasiado anchos y jamás planchados que algunas veces exhibieron una
banda adhesiva para tapar un corte”.[50] Su amor inconcluso, la citada Chichina
Ferreyra, recuerda: “su desparpajo en la vestimenta nos daba risa y, al mismo
tiempo, un poco de vergüenza. No se sacaba de encima una camisa de nylon
transparente que ya estaba tirando al gris, del uso. Se compraba los zapatos en los
remates, de modo que sus pies nunca parecían iguales. Éramos tan sofisticados que
Ernesto nos parecía un oprobio. Él aceptaba nuestras bromas sin inmutarse”.[51] Su
gran amigo Alberto Granado confiesa que el Che “Alardeaba de no lavarse a
menudo… Tenía varios nombres: le decían el loco y también el chancho (el cerdo).
Le gustaba ser un poco el enfant terrible y se jactaba de las pocas veces que se
bañaba. Decía por ejemplo: ‘Esta camiseta de rugby hace veinticinco semanas que
no la lavo’”.[52] Incluso, otro de sus entrañables amigos de viaje, Ricardo Rojo,
cuenta que estando en Guatemala, Guevara andaba con “un pantalón deformado por
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el uso, una camisa que algún día había sido blanca, y un saco sport con los bolsillos
reventados de cargar objetos diversos, desde el inhalador contra el asma, hasta los
grandes plátanos que muchas veces eran su único alimento” y agrega que el Che
“Aseguró que el calzoncillo que llevaba puesto, y que era el único desde hacía dos
meses, estaba tan impregnado de tierra del camino que podía quedarse parado sin
necesidad de sostenerlo. No lo creímos. Guevara se quitó los pantalones y tuvimos
que resignarnos… había ganado la apuesta, en medio de nuestras carcajadas”.[53]
Si la fama de Guevara como un sujeto enemigo de la higiene personal era famosa
cuando éste vivía en el marco de las comodidades urbanas de la aristocracia
argentina, mucho más se acrecentaría como guerrillero en los ambientes rurales
naturalmente antihigiénicos. Uno de los principales combatientes del ejército rebelde
en Cuba, Enrique Oltuski (quien tras la revolución cubana se convertiría en su mano
derecha en el Ministerio que luego presidiría), recuerda que en Sierra Maestra el Che
“Mientras comía, tomaba la carne con dedos sucios… Terminó de comer y salimos.
El Che repartió cigarros. Eran toscos, sin duda fabricados por un guajiro de la zona.
A mi lado el Che fumaba y tosía, una tos húmeda como si estuviera mojado por
dentro. Olía mal. Hedía a transpiración putrefacta. Era un olor penetrante, y lo
combatí con humo de tabaco”.[54] Un familiar de su círculo íntimo nos cuenta una
anécdota estrambótica que ratifica lo ya expuesto: “en la pileta de la facultad de
derecho de Buenos Aires un individuo peruano desafía batir el record de
permanencia en el agua en la pileta. Estuvo en la pileta sin salir unos 26 días
aguantando y batió el récord mundial. Nosotros que éramos estudiantes íbamos a
verlo. Los primeros días algunos se tiraban al agua para charlar y acompañarlo. A
medida que corrían los días, el agua de la pileta se tornaba un asco porque el
peruano orinaba y defecaba allí dentro y eso se iba acumulando. El agua estaba
cada vez más hedionda y sucia. Obviamente ya nadie se metía en la pileta y ni
siquiera se acercaba del olor que expedía. Y el Che dijo ‘a que yo me animo a
acompañarlo’ y se tiró de cabeza. Estuvo como dos horas en la pileta junto al tipo.
Obviamente que todo el mundo comentaba el suceso”.[55] Esta anécdota, además de
mostrar en Guevara el irrefrenable perfil vedetístico, nuevamente pone de manifiesto
lo cómodo y radiante que se sentía con la mugre y la podredumbre. En este caso,
sumergido alegremente en la reconcentrada y acumulada mezcolanza de orín y
estiércol ajeno.
Otro aspecto que veremos de manera permanente en el Che a lo largo del presente
trabajo será su obsesión por la muerte. Su voluntarismo y su infancia siempre
sometida y expuesta a riesgos desmedidos, sumándose a los ataques de asma que
siempre lo atormentaron, parecieran haberle quitado por completo el miedo a morir.
Para los adolescentes, la muerte suele presentarse como algo lejano y ajeno. Lo raro
en el joven Guevara, era que la muerte no sólo era un tema al que recurría a menudo,
sino que parecía que consciente o inconscientemente esperaba encontrarse con ella
cuanto antes. Una impaciente actitud de tinte suicida. A los diecinueve años, escribirá
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un extraño poema, impropio para su corta edad, el cual entre otras cosas rezaba:
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Su comentario es desopilante “El saber que un hombre va buscando el peligro, sin
tener siquiera ese vago aspecto heroico que entraña la hazaña pública, y a la vuelta
de una curva muere sin testigos, hace aparecer a este aventurero desconocido como
provisto de un vago fervor suicida”.[61] De su comentario, surge que el problema para
Guevara no era morir, sino morir “sin testigos” y desprovisto de contenido “heroico”.
Nótese que la temprana muerte de Guevara, fue conocida por el mundo entero (o sea
que testigos tuvo por millones), sus partidarios la consideran “heroica” y fue
“acribillado por las balas” (tal como reza textualmente su poema citado más arriba).
Nuevamente, sus cartas ponen de relieve a un Guevara que va anunciando su muerte
desde edad muy temprana y que siempre fue en búsqueda de ella. Pero no de una
muerte gris, opaca o desapercibida. Sino con las características señaladas. La muerte
que buscaba el Che, como dicen los italianos, tenía que ser “fuori serie”.
Además de sus numerosos escritos invocatorios de la muerte, aparecen otros
datos que parecen menores pero que no lo son. El Che, que de música no sabía nada y
sus amigos siempre señalaron su carencia total de “oído musical”, solía decir que su
tango preferido era aquel cuya letra rezaba “Yo quiero morir conmigo,/ sin confesión
y sin Dios,/ crucificao en mi penas,/ como abrazao a un rencor…”.[62] No conocía ni
la melodía, ni el nombre del tango, ni el autor, pero su letra apologética del suicido,
del rencor y del ateísmo, le despertaba una curiosa fascinación e identificación.
Cuenta el biógrafo James Daniel que “cuando estuvo en la Universidad de
Buenos Aires, Ernesto conoció lo que es trabajar para vivir. La desagradable
experiencia duró muy poco; hay que tener presente que el Che rara vez tuvo un
empleo de paga, hasta que prestó sus servicios al gobierno cubano… gracias a su
amistad con el intendente de Buenos Aires su padre le consiguió un empleo. Ernesto
Guevara Lynch no dudó en hacer lo que él y su familia condenaron tan
enérgicamente en los demás: recurrir a la influencia política para obtener puesto en
la nómina del odiado gobierno. Y el incorruptible hijo no dudó en aceptar el empleo
así obtenido, a pesar de admitir sin tapujos que era una sinecura”.[63] En materia
deportiva, vale mencionar el paso del Che por el rugby, deporte que lo apasionaba.
Tanto es así que además de practicarlo ofició de periodista amateur escribiendo
crónicas para la revista especializada Tackle. Jocoso con su merecida fama de roñoso,
firmaba sus notículas con un seudónimo achinado: “Chang-chong”.
Su inquietud por el rugby la atribuimos a dos elementos concretos. Por un lado,
era natural en los jóvenes de clases acomodadas este tipo de deportes. Por el otro,
encontramos siempre su obsesivo afán de probarse a sí mismo sus capacidades
físicas. El Che, tratando de doblegarle la apuesta a su asma, casi de manera
masoquista se sometía a actividades que requerían de notable esfuerzo y desgaste,
como practicar rugby nada menos, en donde naturalmente por sus problemas
pulmonares no podía llevar las de ganar y no logró el caro sueño de alcanzar la
primera división. Según James “Estos fracasos fueron los primeros de una larga
serie, que influirían en su vida y que, dado su orgullo, le producían resentimiento. Es
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muy probable que hayan contribuido a formar en él ese amargo sentido del humor
que sería un rasgo de su personalidad de hombre adulto”.[64]
Su avidez por someterse a esfuerzos imprudentes y desmedidos (algo que hizo
durante su vida de guerrillero), es confirmado por el siguiente testimonio: “Todo lo
que decía era desatinado, todas exageraciones, todos extremismos. Quería jugar al
rugby con el asma espantosa que tenía y terminaba tirado a un costado. Fue a jugar
Atalaya. Lo que en realidad le gustaba era la vida del rugby… Tenía un afán
desesperado por competir a todo. Íbamos a una pileta por ejemplo, corremos una
carrera entre primos de la misma edad, en la que todos nadábamos con destaque y él
dice:
—Quiero participar.
—Qué vas a participar vos si te morís ahogado como un chancho (le digo).
—Callate vos, pituto de mierda, (siempre decía eso).
Entonces éramos 4 en carrera. Todos muy parejos y Ernesto venía 10 metros
atrás.
Volvemos cabeza a cabeza y ahí nomás llegó Ernestito. Había remontado 10
metros!!!… se estaba muriendo, al llegar, se tiró a un costado de la pileta en un
solarium. Estaba azul…
—¿Pero para qué haces este esfuerzo? —le digo.
—Porque a mí no me van a ganar así nomás”.[65]
Sin embargo, en deportes de bajo esfuerzo físico se desempeñaba con excelentes
resultados. Del mismo testimoniante rescatamos que en el golf “tenía 8 o 9 puntos de
handicap, portaba rasgos rarísimos, geniales, por ejemplo en juegos de cartas donde
las pones dadas vuelta y hay que hacer parejas, él hacía 80 parejas y nosotros
hacíamos 40”[66] y en su otra gran pasión, el ajedrez “jugaba de tal manera que
empató dos veces con Mieczyslaw Najdorf (eso me lo dijo Najdorf en persona). Era
un gran ajedrecista que jugó en las Olimpíadas de Múnich y que venía a la
Argentina, ya murió. Me dijo, que el Che no sabía absolutamente nada de ajedrez,
era un intuitivo… tenía alguna noción de defensas u otras jugadas pero no sabía
nada. Pero el tipo te planteaba problemas que no eran fáciles de resolver. Una vez
empató con él en 10 simultáneas en el casino de Mar del Plata y otra vez empató en
La Habana en el torneo Capablanca. Era un tipo con una mentalidad extrañamente
lúcida. Así como sus sarcasmos. No era fácil polemizar con el”.[67] En el fútbol,
deporte por antonomasia en la Argentina, Guevara nunca sintió una pasión especial.
Cuando jugaba, lo hacía de arquero y si bien River Plate y Boca Juniors eran los
clubes que dividían al grueso de los hinchas argentinos, aun habiendo importantes
clubes de fútbol en Córdoba (donde el Che residía), en su ansia por diferenciarse de
los demás encontró en este popular deporte otro motivo para “dar la nota”. Como
sabemos, por azar nació en la ciudad de Rosario, (a la cual rara vez regresaría —salvo
por motivos fortuitos— y a la que absolutamente nada lo ligaba) pero siempre se
sintió cordobés (a pesar de que en la actualidad rosarina le fabrican monumentos y
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museos para entretenimiento de faranduleros como si Guevara fuese un patrimonio
autóctono). El Che advirtió que esta casualidad natal, le brindaba el marco para elegir
ser hincha de un club rosarino y diferenciarse entre sus amigos. En Rosario, ciudad
fervientemente futbolera hay dos equipos destacados que rivalizan acaloradamente:
“Newells Old Boys” y “Rosario Central”. A los primeros, se los apoda popularmente
“los leprosos”, a los segundos “los canallas”. Y Guevara, que racionalizaba todo, se
sintió fascinado a la par que plenamente identificado por este último sobrenombre. La
definición de “canalla” según la Real Academia Española es: “hombre ruin” o
“persona despreciable y de malos procederes”.[68] Sin vacilar, de ahora en adelante,
Ernesto se ufanaría de ser hincha de Rosario Central (aunque siquiera conocía los
colores de su camiseta). Así como exhibía orgulloso su condición de roñoso, también
alardeaba de ser un canalla.
Compendio de su personalidad
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Cuba se produjo un acalorado diálogo entre Guevara y estudiantes negros de Estados
Unidos que fueron invitados a Cuba para las festividades del 26 de julio de 1963:
“¿Por qué no se enseña en Cuba la historia de las culturas y la civilización africanas
en las escuelas? ¿Por qué hay tan pocos negros en las universidades?… Respuesta
tajante del comandante: ‘¿Qué quieren decir con historia africana? ¡La historia
africana no existe! …Lo que los negros de Cuba deben estudiar es marxismo-
leninismo’”.[71] Sobre los indios, el Che no se quedará atrás y anotará: “…en este tipo
de trenes hay una tercera clase destinada a los indios de la región; el vagón de que
se valen es uno simple de transportar ganado de la Argentina, solo que es mucho más
agradable el olor a excremento de vaca que el de su similar humano, y el concepto,
un tanto animal, que del pudor y la higiene tienen los indígenas… la grey hedionda y
piojosa… nos lanzaba un tufo potente pero calentito”.[72] En cuanto a los aborígenes
de América Latina, se había referido a los mexicanos autóctonos de manera harto
despectiva:“la indiada analfabeta de México”.[73] De los bolivianos autóctonos
escribirá en su cuaderno en 1967: “son como animalitos”.[74] Sus descalificaciones
eran repartidas de modos tan abundantes que ni los cubanos se salvaron: “¡Estos tipos
no tienen cura!… Estos fanfarrones son inaguantables. ¿No podrían hablar más
despacio? ¡Cómo aturden!” sin embargo algunos cubanos se libraron de estos
ataques generalizados: “Raúl Castro:‘Me parece que éste es distinto. Por lo menos
habla mucho mejor que los otros y no aturde; además, piensa’”.[75] De manera
similar le manifestó al “Patojo”, su amigo guatemalteco Cáceres Valle “Mirá
hermano, los cubanos… además de hablar fuerte y ligero, tienen también otro
defecto; no pueden ver las cosas en orden, tienen una especial devoción por el
quilombo…”.[76] Más adelante, también veremos el absoluto desprecio con que
tratará a su primera mujer, Hilda Gadea, peruana, sancionada por Guevara por sus
rasgos autóctonos: “Hilda Gadea me declaró su amor en forma epistolar y en forma
práctica. Yo estaba con bastante asma, si no tal vez la hubiese cogido. Le advertí que
todo lo que podía ofrecerle era un contacto casual, nada definitivo. Pareció muy
avergonzada. La cartita que me dejó al irse es muy buena, lástima que sea tan fea”.
[77] Comentarios similares esbozará luego sobre la hija que tuvo con ella, puesto que
heredaría dichas facciones. Con respecto a los judíos, Guevara dirá “El Alcalde, un
tal Cohen, de quien nos habían dicho que era judío pero buen tipo”.[78] En cuanto a
los homosexuales, el Che los combatirá bravamente confinándolos en los sufridos
campos de concentración que él dirigirá años después en Cuba (esto lo veremos en
detalle más adelante). Por lo pronto, sólo adelantaremos que el homosexual era
definido por Guevara como un “pervertido sexual”.[79] Resulta extraño que los
burócratas del INADI (Instituto Nacional Contra la Discriminación —órgano estatal
de Argentina—) levanten insistentemente la banderita del irrefrenable discriminador.
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Capítulo II
La mutación revolucionaria
El mochilero despreocupado
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enrarecido clima político, con motivo del “luto obligatorio” impuesto por la dictadura
de Juan Domingo Perón para glorificar a su mujer, Eva Duarte, que acababa de morir.
Resulta notable que un sujeto presumiblemente apasionado por la lucha política
(tal la imagen que se vende popularmente de Guevara), en uno de los momento más
tensos de la trajinada vida política argentina —cuando el peronismo y el
antiperonismo dividían con odio a la sociedad— no tomara la menor participación
aún desenvolviéndose en uno de los ambientes de mayor resistencia a la dictadura de
Perón, tal como lo era la universidad. Jamás haría una pintada, no repartiría un
panfleto, no tendría la menor militancia y no escribiría un solo renglón al respecto.
Sus pasiones eran el aventurerismo, la pereza, la falta de compromiso. Rasgos por
demás extraños en alguien que luego tendría protagonismo político a escala mundial.
El biógrafo Roberto Luque confiesa al respecto “Me sorprende y desconcierta la
abstención política en un momento como aquel de alguien como Ernesto Guevara. Es
un detalle incongruente”.[84] Sebreli agrega que “En su período porteño, el joven
Guevara se mantuvo ausente de las discusiones políticas de los estudiantes, así como
de la bohemia literaria de los cafés de las calles Corrientes o Viamonte de los años
cuarenta. Fue una carencia en la evolución de su pensamiento, ya que permaneció
ajeno a los debates en torno al marxismo, al surgimiento de una nueva izquierda no
estalinista, a la crítica del marxismo dogmático desde un Marx dialéctico y hegeliano
redescubierto desde diversos ángulos por Lukács, Gramsci, Sartre, Merleau-Ponty y
la escuela de Frankfurt… Recién en la lista de sus últimas lecturas aparecieron
algunos de los nuevos autores, pero ya era demasiado tarde”.[85] El biógrafo
mexicano Jorge Castañeda alega que por entonces “En las decenas de cartas escritas
a sus padres a partir de su primer viaje al extranjero… descuella la omisión radical
de comentarios o apreciaciones de cualquier signo frente a la coyuntura del
momento. Prevalece en este conjunto documental un completo vacío de reflexiones
críticas o laudatorias del Che, ya sea en relación con la actualidad noticiosa —las
reformas peronistas, el sufragio de las mujeres, el ascenso de Evita, la reelección del
general, la muerte de Evita, etcétera— o con procesos políticos más abstractos”.[86]
Su novia de la época, la ya mencionada Chichina alega “por lo menos a mí no me
comentada nada de política”.[87] Su hermana, Ana María Guevara de la Serna,
respecto a la postura del Che ante el peronismo confirma que “no tomó partido a
favor ni en contra. Se mantiene como al margen”.[88] Agrega Sebreli que “el joven
Guevara no participó de la agitación estudiantil a pesar de la efervescencia de esos
años, y ni siquiera estaba afiliado al centro de estudiantes. Lo acercó a la izquierda
la influencia de una compañera de estudios, Tita Infante —integrante de la Juventud
Comunista—, pero no consiguió su adhesión, hecho sintomático que muestra su poca
afición por la militancia política”.[89] El biógrafo californiano John Lee Anderson,
por su parte puntualiza: “A pesar de los intentos posteriores de hallar señales
tempranas de sus ideales socialistas en el adolescente Ernesto Guevara, casi todos
sus condiscípulos cordobeses recuerdan su falta de interés en la política. Según su
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amigo José María Roque, Ernesto no tenía ‘un ideal político definido’ en esa época.
‘A todos nos gustaba discutir de política, pero nunca vi a Guevara (asumir un
compromiso) en ningún sentido’”.[90]
Al parecer, el despolitizado Guevara era un provocador y un peleador hormonal.
Esa era su verdadera política. En palabras de una compañera: “En realidad no tenía
una definición política en cuanto a Perón… De pronto discutía con un peronista en
contra de Perón, o discutía y defendía a Perón con un antiperonista”.[91] Siguiendo
esta inteligencia, Anderson anota que “Cuando Ernesto expresaba una posición
política, generalmente era una provocación destinada a escandalizar a sus padres o
amigos”.[92] Todo indica que el Che llevaba el conflicto en la sangre, en su alma, en
su ser, no se sentía cómodo en el marco de la concordia sino en la discordia, en el
alboroto, en la pelea. ¿El motivo para la contienda?, eso era lo de menos.
La incipiente politización
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de la indigencia de su hijo y de que había vendido su único traje para subsistir, le
envió una misiva ofreciéndole dinero. Guevara, ya médico y acariciando la adultez,
se negó a vivir a costa de sus padres y contestó: “Supongo que a esta altura te darás
cuenta de que no te voy a pedir plata aunque me esté muriendo, y si no llega una
carta mía en el momento esperado tendrás que ser paciente y esperar, a veces ni
siquiera tengo para estampillas, pero siempre me las arreglo perfectamente para
sobrevivir… de ahora en adelante no voy a contestar un telegrama como ése…”.[94]
Pero Ernesto padre insiste y manda a confeccionar un elegante conjunto de traje, saco
y corbata y se lo envía. La respuesta de su hijo será implacable “¡Qué poco valor
tiene la ropa argentina: me dieron sólo cien dólares por lo que me enviaste!”.[95]
Si bien Guevara no era escritor y tan sólo tomaba aficionados apuntes, sus
anotaciones denotan una aguda originalidad. Al respecto Sebreli opina que “Los
aventureros suelen ser escritores que utilizan sus vivencias como materia prima de
sus obras: Lord Byron y la revolución italiana o la emancipación de Grecia; Thomas
Edward Lawrence y la guerra de los árabes; André Malraux y la guerra civil
española o la Segunda Guerra Mundial. El Che puede agregarse a esta nómina.
Aunque no tuvo tiempo para ser un escritor cabal, fue un ávido lector,
ocasionalmente escribía poemas y cuentos y, sin descanso, un diario personal desde
sus primeros viajes juveniles hasta sus dramáticas aventuras africana y boliviana.
Sentía necesidad de escribir lo que vivía, tal vez de vivir lo que merecía ser escrito”.
[96] Tras vagabundear por Centroamérica, finalmente el 24 de diciembre de 1953
Ernesto llega a Guatemala. Allí se encuentra con su amigo Ricardo Rojo quien le
presenta a Hilda Gadea, su futura esposa, peruana, activista del ala ultraizquierdista
del APRA. Hilda estaba en Guatemala apoyando al régimen filocomunista del
dictador Jacobo Arbenz, bravamente enemistado con sus opositores en medio de una
guerra civil. La joven agitadora no tardará en enamorarse de Ernesto. Éste acusa
recibo y escribe: “Hilda Gadea me declaró su amor en forma epistolar y en forma
práctica. Yo estaba con bastante asma, si no tal vez la hubiese cogido. Le advertí que
todo lo que podía ofrecerle era un contacto casual, nada definitivo. Pareció muy
avergonzada. La cartita que me dejó al irse es muy buena, lástima que sea tan fea.
Tiene veintisiete años”.[97]
Sin embargo, Guevara, carente de afecto, sin plata, con frecuentes ataques de
asma, encuentra como único refugio a Hilda, quien siempre solucionaba sus
problemas o lo contenía genitalmente. El radicalismo ideológico de Hilda irá forjando
la politización de Guevara hacia el marxismo.
Si bien desde pequeño el Che tuvo influencias familiares o amigos de cuño
izquierdista, en verdad, en sus años de juventud y facultad, como vimos la política le
pasaba inadvertida y su adhesión a las quimeras marxistas le llegarán de grande y
muchos señalarán que es en Guatemala, en donde Guevara definirá su ideología de
manera concreta. Antes, para el Che, la política le era ajena o de escaso interés.
El biógrafo cubano Enrique Ros sostiene que el Che “hasta llegar a Guatemala
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no tenía formación ideológica alguna. Era el aventurero aquel al que lo que le
interesaba era el juego de fútbol, la indiferencia y la fotografía… Allí conoce a Hilda
Gadea, una muchacha peruana con ideas comunistas, y es ella quien empieza a
formar ideológicamente a Guevara y quien lo presenta a una serie de figuras del
gobierno de Arbenz y hace contactos por ella también con Nico ‘el Flaco’ López, el
primer cubano que conoce en Guatemala”.[98] Es en ese escenario de la
convulsionada Guatemala, en donde Guevara es testigo de la guerra civil que estaba
viviendo ese país, el cual además estaba en conflicto con Estados Unidos, pues
Arbenz acababa de robarles a través del eufemismo de la “expropiación”, 84 000
hectáreas (tasadas en 15 millones de dólares) de la compañía americana United Fruit.
Asimismo, para defenderse de sus opositores el presidente Arbenz había comprado
armamentos a Europa Oriental[99] no para uso decorativo sino para fusilar en masa:
“Solamente en el último mes del Gobierno de Arbenz se ha calculado en más de mil
los asesinados por la cheka comunista policial”.[100] Sin embargo, son famosos los
reproches de Guevara hacia Arbenz por haber fusilado de manera insuficiente.
Lo cierto es que el 18 de junio de 1954 (el Che acababa de cumplir 27 años), el
general Castillo Armas al frente del Ejército de Liberación Nacional y en medio de
un bombardeo aéreo, entró a Guatemala con el propósito deliberado de derrocar a
Arbenz. Guevara lo presenció todo y así lo describió en carta a su madre “me divertí
como un mono durante esos días. Esa sensación mágica de invulnerabilidad… me
hacía relamer de gusto cuando veía la gente correr como loca apenas venían los
aviones… Aquí todo estuvo muy divertido con tiros, bombardeos, discursos y otros
matices”.[101] En medio de las muertes, las bombas, los mutilados, niños masacrados
y toda la infelicidad inherente a la guerra, Guevara se sentía el hombre más feliz y
dichoso del mundo. Estos extraños placeres y divertimentos confesados por el Che,
nos permiten catalogarlo como un sujeto que, en la hipótesis de mínima, raya en la
anormalidad, en el sentido negativo de la palabra.
Además, es también en ese contexto en donde Guevara comienza a manifestar su
enemistad con la libertad de prensa. Con horror, el Che anota que en Guatemala “Hay
cada diario… que si yo fuera Arbenz lo cierro en cinco minutos, porque son una
vergüenza y sin embargo dicen lo que se les da la gana”.[102] Lo cierto es que el día
que Castillo Armas entró en la ciudad, según anotó Ernesto Guevara “la gente lo
aplaudió mucho”.[103]
Finalmente Árbenz huye y se refugia en la Checoslovaquia comunista hasta que
en 1960 muda a la Cuba castrista en donde se instala definitivamente. Por los lugares
de residencia escogidos, resulta a todas luces evidente que Árbenz no se llevaba bien
con la libertad.
Cuenta el biógrafo O’Donnell que “A comienzos de 1955 la relación con Hilda se
había estabilizado. Ernesto la necesitaba para pedirle dinero de vez en cuando y,
según escribió, para satisfacer su ‘necesidad urgente de una mujer dispuesta a
coger’. Para fin de año le regaló un Martín Fierro con una dedicatoria cruel: ‘A
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Hilda, para que en el día de nuestra separación conserves un sentido de mi ambición
de nuevos horizontes y mi fatalismo militante. Ernesto. 20/01/55’. Tal
desvalorización tenía que ver, en parte, con haber nacido en una cultura y en una
clase social en las que el ideal de belleza femenina estaba a años luz de la genética
aindiada de Hilda”.[104] Un pariente íntimo del Che sostiene con crudeza: “él se casa
con la peruana porque necesitaba una enfermera para el asma. Y esta mujer sabía
algo de enfermería y la tomó. Cuando cierta vez la veo entrar en una estancia de la
familia (en Argentina), yo creí que era una mucama y la hice entrar por la puerta de
servicio. Era como una especie de momia caminante”.[105] De Guatemala, Guevara
viaja fugazmente a El Salvador y anota “medio a pata, medio a dedo y medio (que
vergüenza) pagando”.[106] Tras breve estadía, regresa a Guatemala no sin antes
insistir: “Persiste en mi el aroma de pasos vagabundos”.[107]
De Guatemala, el paso siguiente será viajar a México donde se relacionará con
activistas cubanos, muchos de los cuales habían participado del famoso Asalto al
Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953 en la ciudad de Santiago de Cuba, sitio en
que reside la jefatura del Primer Distrito Militar del país, con el intento de derrocar a
Fulgencio Batista, un presidente-militar de cuño populista y desacreditado.
Al parecer no resulta tan cierto que Guevara, quien a la sazón deambulaba por
México, había salido de Guatemala convertido en un “revolucionario empedernido”
tal como suelen resaltar algunos biógrafos. Sí es muy posible que en Guatemala haya
sido influido y adquirido una mayor politización, pero de ahí a asignarle al Che una
“conversión” nos parece una gran exageración. Por ejemplo, el biógrafo comunista
Paco Ignacio Taibo II, anota que el Che en ese momento en México es
“esencialmente un vagabundo, un fotógrafo ambulante, un investigador médico mal
pagado, un exiliado permanente y un esposo intrascendente; en una palabra un
aventurero de fin de semana”.[108]
Que en México el Che no tenía el menor ímpetu revolucionario, lo comprueba el
contenido de sus propias cartas dirigidas a sus padres y redactadas precisamente en
las tierras aztecas: “Mi norte inmediato es Europa y el mediato Asia ¿Cómo? Ese es
otro cantar”.[109] Pero esta no fue una frase aislada extraída de una epístola perdida.
Hasta tal punto su anhelo era no hacer revolución alguna sino marcharse a cualquier
parte en calidad de explorador autodidacta, que “En las cartas escritas a sus
familiares y amigos durante los dos años pasados en México hay ciento sesenta y una
referencias a viajes posibles o hipotéticos”.[110]
Y ese afán peregrino por sobre cualquier andanza revolucionaria era tan
preponderante, que para conseguir dinero para cumplir con sus renovados objetivos
turísticos, tras efectuar un desmedido esfuerzo interior, tomó la decisión de trabajar.
Consiguió empleo como fotógrafo para la Agencia Latina, financiada por Perón, que
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estaba cubriendo los Juegos Panamericanos. La paga tarda en hacerse. Pero cuando al
fin llegan los honorarios atrasados, cuenta Pierre Kalfon que ni lerdo ni perezoso
Guevara “Corre a la primera agencia de viajes y reserva un pasaje para España.
Lamentablemente sólo le abonarán tres mil pesos; la mitad de lo que le deben. Eso
no basta para cruzar el Atlántico”.[111]
Su frustrado viaje lo obliga a permanecer en México. Agrega Castañeda que “En
junio, el médico argentino extraviado es presentado a Raúl Castro, líder estudiantil
cubano recién salido de la prisión en La Habana. Días después, al llegar su hermano
a México, lleva al Che a conversar con él. Un día de julio de 1955, Ernesto Guevara
conoce a Fidel Castro y descubre el camino que lo conducirá a la gloria y a la
muerte”.[112]
Raúl Castro era un marxista radical (quien ya había estado capacitándose en
Moscú), y su hermano Fidel, un histriónico charlatán sin escrúpulos y con poca
formación ideológica, además de actor frustrado quien obró primeramente como extra
en dos películas rodadas en México. La primera, Holiday in Mexico, de George
Sidney (comedia musical de 1946); la segunda, del mismo año, la comedia Easy to
Wed, con Lucille Ball. Sus dotes no le alcanzaron para triunfar en el exigente mundo
actoral pero le sobraba juego para embaucar gente en el mundo político caribeño, en
donde se movía con notable astucia. Fidel, ya en los años ’50 era un militante del
“Partido Ortodoxo” de Cuba, el cual nada tenía que ver con el comunismo. De hecho,
el Partido Comunista en Cuba (el PSP) simpatizaba con Batista y había llegado a
colocar ministros y funcionarios en su gabinete.
Castro llegó a México el 7 de julio de 1955. El casi año y medio de prisión que
había cumplido, no lo amilanó ni a él ni a los suyos, y se dispusieron de inmediato a
reorganizar desde allí la lucha para redoblarle la apuesta al indulgente régimen de
Fulgencio Batista que los acababa de beneficiar con la libertad.
Muchos investigadores sostienen que la simpatía entre el Che y Fidel fue mutua e
instantánea. Escribirá Guevara: “Un acontecimiento político es haber conocido a
Fidel Castro, el revolucionario cubano, muchacho joven, inteligente, muy seguro de
sí mismo y de extraordinaria audacia; creo que simpatizaríamos mutuamente”.[113]
Sin embargo, otros tantos testigos directos sostienen que la simpatía entre el Che
y Fidel no fue provocada por generación espontánea, sino por el trato obsecuente y
adulón de Guevara hacia Fidel. Según cuenta Lázaro Guerra (militante en los
movimientos revolucionarios en Cuba quien también estuvo exiliado en México por
entonces): “Yo conocí a Guevara a mediados de 1956 en México, ahí en una cafetería
donde iban muchos revolucionarios… a mí me lo presenta Nico López, pero al otro
día Nico López viene y me dice, ‘este tipo al que te presenté no es como tú ni como
yo, este tipo es maquiavélico y es el que le lleva y trae a Fidel todo el trajín nuestro.
Es un tipo repugnante: Fidel llega y salía corriendo a donde estaba él y a Castro le
gusta que lo adulen’”.[114] Anécdota similar recuerda José L. Rasco, abogado que
fuera llamado por Castro dada su antigua amistad estudiantil para colaborar con la
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revolución cubana en 1959 una vez producida ésta, quien añade que cierto día “llega
el Che Guevara y le dice algo a Fidel, que había que proteger a un señor que estaba
acusado de que podía traicionar a la causa revolucionaria y que había que fusilarlo.
Entonces Fidel lo tomó por la solapa al señor Che Guevara y le dijo ‘Che, no seas
idiota, no te acobardes, si tú quieres lo fusilas, si te parece mejor lo pones en un
avión y lo mandas para el exilio o sino lo dejas que se pudra en la cárcel’. Esta
anécdota para mi juicio, retrata como era la sumisión del Che Guevara a Fidel
Castro en esa época ya. Siempre le tenía pánico… Podían discutir mucho pero al
final el Che siempre agachaba la cabeza”.[115]
El plan de Castro y sus cubanos exiliados en México, consistía en volver a Cuba y
dar guerra a las tropas de Batista y derrocarlo. El grupo rebelde se autodenominó
“Movimiento 26 de julio”, en honor al 26 de julio de 1953, fecha del asalto al citado
cuartel Moncada. Pero lo singular hasta aquí, es que Guevara horas atrás añoraba
peregrinar por Europa (cosa que no pudo hacer por falta de recursos) y momentos
después de conversar animadamente con Fidel, éste lo persuadió de que se alistara en
las filas guerrilleras rebeldes como médico. El Che, amante del riesgo y de lo
desconocido, no tardó en aceptar.
Guevara no creía en el triunfo que Castro prometía ni tampoco se enroló en el
ejército rebelde por cuestiones ideológicas, sino por causa de su exaltado espíritu
aventurero y por las posibilidades ciertas de morir de manera absurda, aunque
romántica, justiciera, poética y acribillada por las balas, tal su insistente anhelo. Todo
esto se desprende de una de sus cartas en donde confiesa: “La veía (la posibilidad de
triunfo) muy dudosa al enrolarme con el comandante rebelde, al cual me ligaba,
desde el principio, un lazo de romántica simpatía aventurera y la consideración de
que valía la pena morir en una playa extranjera por un ideal tan puro”.[116] Señala
Sebreli que Guevara “Se decidió, de pronto, a la acción política cuando surgió, por
mero azar, la oportunidad de intervenir en la excitante aventura de una revolución.
Lo impulsó, más que los principios, la necesidad imperiosa de hacer algo, de estar
en el centro del remolino. La política era demasiado gris y monótona para atraer a
ese joven romántico, fascinado, en cambio, por la turbulencia de la guerra
revolucionaria”.[117] Guevara no era ni político ni militante, y no tenía en su trajinada
vida antecedente alguno de haber siquiera repartido folletines para defender ninguna
consigna. El Che se suma a esta empresa con motivo de su desmedido e irreflexivo
afán de pasar a la posteridad inmortalizado en el bronce de los héroes. Destaca
Sebreli que “A diferencia del político que subordina su personalidad a la causa, el
aventurero toma la causa a la que se adhiere como un medio para justificar su
existencia, expresar su personalidad, vivir más intensamente, forjar su propio mito.
Lawrence hablaba de la ‘elección voluntaria del mal ajeno para perfeccionar el
propio yo’”.[118]
En el fragor de estas exóticas aventuras en cierne, Hilda Gadea le confiesa al Che
que está embarazada. Este no puede ocultar su pesar y anota: “Para otro tipo la cosa
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sería trascendental, para mí es un episodio incómodo. Voy a tener un hijo y me
casaré con Hilda en estos días. La cosa tuvo momentos dramáticos para ella y
pesados para mí, al final se sale con la suya, según yo por poco tiempo, ella tiene la
esperanza de que sea para toda la vida”.[119] Al igual que su padre, Ernesto Guevara
se casará de apuro el 18 de agosto de 1955 en el registro de Tepotzotlán. Meses
después nace una nena que se llamará Hilda Guevara. Ernesto le da la noticia a su
madre por medio de una carta fechada el 25 de febrero, en unos términos a través de
los cuales no sólo no manifiesta el menor signo de ternura para con la bebé, sino que
cierra la nota con inusitada arrogancia “La descendiente es realmente fea y no hace
falta más que mirarla para darse cuenta de que no es distinta de todas las niñas de
su edad, llora cuando tiene hambre, hace pis con frecuencia, la luz le molesta y
duerme todo el tiempo; así y todo hay una cosa que la diferencia inmediatamente de
cualquier otro bebé: su papá se llama Ernesto Guevara”[120] y con dudoso gusto
agrega que la niña “Ha salido igualita a Mao Tse Tung”.[121]
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Capítulo III
Situación institucional
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presidente y se consagró como tal el 24 de febrero de 1955 (su mandato vencería en
febrero de 1959). Durante estas últimas elecciones surge una polémica, puesto que
Grau San Martín, el candidato de la oposición, al advertir que no ganaba se retiró de
los comicios antes de que estos se celebrasen, pretextando que Batista no brindaba
garantías en cuanto a la pureza del acto electoral. Lo cierto es que Batista gobernó
legítimamente entre 1940 y 1944 e ilegítimamente dos años (entre 1952 y 1954).
Luego, sobre las elecciones de 1955, la ausencia de candidato opositor ensombreció
la elección y despertó polémicas acerca de la legitimidad de este último período
gubernamental que vencería en 4 años. En noviembre de 1958 se llamó nuevamente a
elecciones sin la participación de Batista (ya que la reelección era impedida por la
constitución cubana) y el Dr. Andrés Rivero Agüero sería entonces el ganador de los
comicios, aunque no llegaría a asumir la presidencia precisamente por la revolución
castro-guevarista del 1 de enero de 1959.
El sistema imperante en la Cuba prerrevolucionaria, aunque arbitrario y corrupto,
era, sin lugar a la más mínima duda, extremadamente mejor que el terrorismo de
estado de inspiración esclavista que imperó (e impera) en Cuba tras la estafa de la
revolución de 1959. Un ejemplo doméstico: Batista indultó a sus conspiradores. El
castrismo se cansó no de indultar sino de fusilar disidentes por miles, incluyendo
famélicos cubanos que escapaban de la isla en balsas tan artesanales como
desvencijadas.
Pero más allá de que Batista haya sido gobernante ilegítimo durante dos años,
luego llamaría a elecciones, aunque polémicas, eran elecciones al fin, con mandato
limitado a 4 años y sin posibilidad de reelección. Inversamente, Fidel Castro es
gobernante ilegítimo desde hace más de 50 años y la única elección que hubo en
Cuba desde entonces, la hizo él mismo con su dedo, al designar a su hermanito Raúl
como presidente de Cuba en el año 2008 a efectos de prolongar la dinastía detentada
por la familia Castro Ruz.
Sin embargo, los detractores de Batista alegarán que desde 1933 (año en que
Batista se consagraba jefe militar), él tenía más poder que el presidente formal. Puede
ser que esto sea cierto y forma parte del penoso panorama político que desde siempre
vivió el grueso de la desinstitucionalizada América latina. Empero, durante esos 17
años en los cuales presumiblemente Batista ejercería un poder en las sombras, abolió
la pena de muerte (reinstaurada por el castro-guevarismo a partir de 1959) y en mayo
de 1955 se decretó una amplia amnistía en favor de todos los presos políticos que
habían intentado derrocarlo un año atrás en el asalto a la Moncada. Batista no fue
bueno para Cuba. Pero siempre se puede estar peor.
Situación económica
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por la progresía latinoamericana pretende hacer creer que en 1959 Cuba era una
región compuesta por una paupérrima aldea habitada por menesterosos, cuyas
miserables chozas sólo contrastaban con suntuosos casinos y hoteles para que los
americanos ricos disfrutaran del juego y la prostitución. Este embuste, desmentido del
derecho y del revés por un sinfín de datos objetivos, no es más que otra de las
tantísimas engañifas fabricadas por el castro-guevarismo. Tanto es así que “El Atlas
de Economía Mundial de Ginsburg”, colocaba al finalizar la década de los cincuenta
a Cuba en el lugar 22 entre las 122 naciones escrutadas[123] constituyéndose en el
tercer país con mayor ingreso per cápita de Latinoamérica (después de Argentina y
Uruguay). Según lo señalaba el economista H. T. Oshima, de la Universidad de
Stanford, en 1953 el ingreso per cápita de los cubanos era semejante al de Italia,[124]
aunque las oportunidades personales parecían ser más generosas en la isla del Caribe
que en la península Europea. ¿Cómo demostrarlo?, pues en 1959 “en la embajada
cubana en Roma había doce mil solicitudes de otros tantos italianos deseosos de
instalarse en Cuba”[125] situación que en la actualidad se torna inimaginable.
Castañeda por su parte nos agrega que “la cubana era una sociedad con una clase
media urbana relativamente amplia… y, en términos latinoamericanos, más bien
próspera”[126] y esto es tan cierto, que la capacidad de importación per cápita de los
cubanos en 1958 era un 66% más elevada que en 1994[127] a lo que cabe agregar que
según “La Misión Económica y Técnica del Banco Internacional para la
Reconstrucción y el Desarrollo” (dependiente de la Secretaría de Comercio de los
EE.UU.) en 1951 informaba que en Cuba “los niveles de vida de los campesinos,
trabajadores agrícolas, obreros industriales, pequeños comerciantes e individuos de
otras categorías, son todos ellos más elevados que los de los grupos similares de
otros países tropicales y de casi todos los demás países de Latinoamérica” y “El
sistema de transportes y los mercados nacionales de Cuba eran los más
desarrollados de Hispanoamérica. En 1956 Cuba poseía tres veces más líneas de
ferrocarriles por kilómetro cuadrado que los Estados Unidos”.[128] Asimismo, cabe
destacar las estadísticas publicadas por la Organización Internacional del Trabajo en
Ginebra que informaban que en la Cuba de 1958 “el salario medio por jornada de
ocho horas era de 3 dólares… equivalía a 2,70 en Bélgica, 2,86 en Dinamarca, 1,74
en Francia, 1,73 en Alemania Occidental y 4,06 en los Estados Unidos. Las mismas
estadísticas de la OIT mostraban que los trabajadores cubanos percibían un 66,6%
del producto nacional bruto, comparado con el 57,2% en la Argentina, el 47,9% en
el Brasil y el 70,1% en los Estados Unidos”.[129]
En cuanto al divulgado mito de que antes de 1959 Cuba era un mero “satélite
financiero de EE.UU.” y que la isla estaba “asfixiada por inversiones americanas”
(como si dichas inversiones fuesen algo negativo) basta con enunciar que en 1958
“sólo el 5% del capital invertido en Cuba era norteamericano y, de una fuerza de
trabajo de aproximadamente dos millones de individuos, sólo poco más de setenta
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mil eran obreros y empleados permanentes de empresas norteamericanas”.[130]
Incluso, la tendencia hegemónica que iban teniendo los capitales autóctonos venía
creciendo a toda marcha desde antaño: “El control estadounidense de la industria
azucarera cubana descendió de un 70% aproximadamente, en 1928, al 35% en
1958”.[131] Con idéntica directriz “En 1935, de 161 centrales azucareras sólo 40 eran
de propiedad cubana. En 1958, 121 ya estaban en poder de los criollos. En ese
mismo año apenas el 14% del capital (y con síntomas de reducirse paulatinamente)
estaba en manos norteamericanas. En 1939 los bancos cubanos sólo manejaban el
23% de los depósitos privados. En 1958 ese porcentaje había aumentado al 61”.[132]
En 1957 “El conjunto de la pequeña burguesía se amplió hasta pasar a ser uno de los
mayores de Hispanoamérica” y “Entre mediados de 1952 y 1957 el ahorro y
depósitos a plazo fijo de los bancos se elevaron de 140 a 385.5 millones de dólares”.
[133] El crecimiento era tan auspicioso que en 1952 “la construcción privada sumaba
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1959 estaba entre los cinco primeros países de Iberoamérica en publicaciones de
prensa con una circulación diaria de 101 ejemplares por cada mil habitantes”.[141]
En materia de comunicaciones, antes de la revolución la situación era sobresaliente:
“Había un aparato de radio por cada cinco habitantes, un televisor por cada veinte,
un automóvil por cada veintisiete y un teléfono por cada veintiocho. Irónicamente el
elemento de la antigua prosperidad de Cuba heredado por Castro le ayudó a
mantener su dominio sobre el pueblo. Ninguna otra nación, a excepción de los
Estados Unidos, tenía tantos televisores per capita como Cuba. En comparación, la
Rusia Soviética tiene uno por cada mil habitantes y China sólo uno por cada diez
mil”.[142] En el campo de la sanidad pública, Cuba contaba con “el doble de médicos
y cirujanos en relación con la población (y el doble de maestros) y una tasa de
mortalidad infantil y general inferior a la de los Estados Unidos. La tasa de
mortalidad anual, de sólo el 15 por 1000, era excepcionalmente baja… Cuba tenía
una proporción de médicos y dentistas —entre ellos algunos de los mejores del
mundo— más elevada que la de ningún otro país de la zona del Caribe”.[143] A la vez
que en 1953 “países como Holanda, Francia, Reino Unido y Finlandia contaban
proporcionalmente con menos médicos y dentistas que Cuba, circunstancia que en
gran medida explica la alta longevidad de los cubanos de entonces y el bajísimo
promedio de niños muertos durante el parto o los primeros treinta días”.[144] Según
informe de las Naciones Unidas, la cantidad de médicos por habitantes en la Cuba de
1958 (con una población de 6,6 millones) duplicaba el número de médicos existentes
en el conjunto de las demás naciones del Caribe con notable escala ascendente,
aumentando de 3100 en 1948 a 6400 en 1958: más del doble en diez años. Otro dato:
la esperanza de vida en Cuba, antes de Castro, era de 62 años[145] superando a
principios de la década del ’50, a España, Portugal, Grecia y Japón y al de la mayoría
de las naciones latinoamericanas.[146] A modo de parangón, la expectativa de vida en
Brasil era entonces de 55 años.[147] ¿Qué demuestra todo esto?, que la salud y la
educación en Cuba eran dos institutos que ya antes de 1959 destacaban por su
excelencia. No fue la revolución de 1959 artífice de esos “logros”. Su único mérito
(en el caso de existir tal cosa) consistió en haber conservado esos excelentes
guarismos preexistentes al experimento revolucionario. Vale decir, en la hipótesis de
máxima la revolución de 1959 se encargó de no destruir el buen posicionamiento que
ya se tenía en estas dos materias. Algo que además es discutible tal como lo veremos
más adelante.
Pero queda claro que el problema de la Cuba batistiana no era de orden
económico, ni educacional, ni tecnológico ni de sanidad: sino de tinte institucional.
Cuba gozaba de gran prosperidad, sin dudas, pero estaba manejada por un
gobierno corrupto con inequívocos rasgos autoritarios (sobre todo en la segunda
administración de Batista) los cuales irritaban, con razón, a gran parte de la
población.
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Capítulo IV
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mismo, por otro, anota Sebreli que esta tendencia hay que buscarla en su niñez:
“Parte de su infancia transcurrió en la selva de Misiones, región cercana a la que
habría de morir. Las sierras de Córdoba, donde pasó gran parte de sus adolescencia,
y las temporadas de vacaciones en las estancias de los abuelos, lo habituaron a los
paisajes agrestes; en las ciudades se sentía un extraño”.[149] En cuanto a la incipiente
instrucción de los milicianos, relata Castañeda que los entrenamientos, al principio
eran “algo rudimentarios y frívolos —caminatas por la Avenida Insurgentes, remar
en el lago de Chapultepec; reducción de peso y ejercicio bajo la conducción de un
practicante de lucha libre, Arsacio Venegas—, luego más serios en las afueras de la
capital de la República, en el rancho Santa Rosa, municipio de Chalco, donde se
monta todo un campamento”.[150] A mediados de enero, el Movimiento 26 de julio
alquila “seis pequeñas casas donde se impone un régimen cuartelario, tan monástico
como compartimentados. Estudios de temas militares o revolucionarios, salidas
vigiladas, siempre en pareja, comidas a horas fijas. Nada de alcohol, nada de
llamadas telefónicas”.[151] Progresivamente el entrenamiento se tornaba cada vez más
rígido: “Toque de diana a las cinco de la mañana e intensas actividades teóricas y
prácticas hasta el anochecer. Todo el mundo duerme sobre suelo duro, cuando
duerme, pues las marchas nocturnas se multiplican, con cargas cada vez más
pesadas a la espalda. A veces la tropa se separa de dos bandos que fingen
enfrentarse, para reproducir mejor las condiciones de los combates que pueden
esperarlos en la sierra cubana”.[152] El 24 de junio el Che y varios de sus camaradas,
acusados de pergeñar una conspiración comunista para llevar adelante en Cuba,
caerían presos en una redada policial, aunque saldrían a los pocos días sin mayores
sobresaltos. Castro contestaría la imputación de “comunistas” que sobre ellos recaía
alegando que era una “acusación absurda” y envía al semanario Bohemia (de mayor
tirada en la Cuba de entonces), publicado el 15 de julio de 1956 un largo artículo
donde recuerda que, por el contrario, “fue Batista quien en las elecciones de 1940 fue
candidato oficial del partido comunista y que su gobierno actual incluye numerosos
comunistas”.[153] Como vemos, Castro en todo momento intenta despegarse de la
etiqueta comunista. Esta será una conducta reiterada en él, no sólo durante la lucha
contra Batista sino durante los primeros meses de su gobierno, una vez triunfada la
revolución.
Batista, como todo populista, era ambivalente. Si bien algunos lo sindican como
un militar derechista, lo cierto es que como bien lo denunciara Castro, en su
estructura de poder colaboraban muchos comunistas. En verdad, Batista era un
intervencionista con rasgos autoritarios sin demasiada carga ideológica. En cambio,
los rebeldes comandados por Castro que habían intentado derrocarlo en 1953 y ahora
renovaban la apuesta, se presentaban públicamente como demócratas antimarxistas
que pretendían reinstaurar la Constitución de 1940, el mecanismo republicano y el
sistema electoral sin sospechas de fraude.
En tanto Guevara, el 15 de julio, escribe una carta muy sincera a su madre, en
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donde brinda una autodefinición de su persona “No soy Cristo ni un filántropo, vieja,
soy todo lo contrario de un Cristo… Lucho por las cosas en las que creo, con todas
las armas de que dispongo, y trato de dejar muerto al otro… Lo que más me aterra es
tu falta de comprensión de todo esto y tus consejos de moderación… es decir las
cualidades más execrables que puede tener un individuo. No sólo no soy moderado
sino que trataré de no serlo nunca, y cuando reconozca que la llama sagrada en mi
interior se ha convertido en una tímida lucecita votiva lo menos que puedo hacer es
vomitar sobre mi propia mierda”.[154] Nuevamente se desprenden del tenor de la
carta su notable intransigencia, su grandilocuente capacidad de odiar, su irresistible
deseo de matar y como si esto fuera poco, confiesa ser un anticristo. Sus epístolas
poseen un contenido por momentos repugnante. Dicha repugnancia sólo será
superada por las criminales felonías que cometerá más adelante, cuando ya no sea un
ignoto terrorista epistolar sino un conspicuo terrorista fáctico.
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un naufragio”.[157]
Los guerrilleros debían llegar a destino el 30 de noviembre para unirse a
Crescencio Pérez, un campesino que los esperaba con cien hombres y algunos
camiones para marchar hasta Manzanillo. Cuenta el biógrafo Gambini que el plan
previsto tras desembarcar, incluía unirse “a otros contingentes rebeldes y juntos
atacarían por primera vez al ejército regular cubano. Simultáneamente, los
sublevados escondidos en otras zonas harían estallar bombas en Holguín, Matanzas
y Santiago, para despistar a los soldados de Batista. Una vez concluida la operación
y requisados los pertrechos del destacamento de Manzanillo, Pérez guiaría a los
rebeldes hasta un escondite en la Sierra Maestra, la cadena montañosa que crece en
dirección paralela a la costa cubana, en la provincia de Oriente. La huelga general
que los grupos opositores desatarían en La Habana y extenderían a toda la isla iba a
conducir, creía Castro, a la caída inevitable de Batista”.[158] A primera vista, la
empresa parecía absurda desde el punto de vista militar, puesto que dos o tres
centenas de guerrilleros precariamente preparados jamás podrían vencer a Batista,
quien contaba con treinta y cinco mil hombres, centenares de tanques, diez navíos de
guerra, quince guardacostas y setenta y ocho aviones de combate y transporte.[159]
Pero lo ocurrido en Cuba, ha tenido un sinfín de connotaciones excepcionales que
hoy se silencian por completo, pero que de no haber existido, Castro y su puñado de
hombres (por audaces que fueran) jamás podrían haber resistido más que un par de
escaramuzas. El mito del manojo de guerrilleros que con sólo aferrarse a la voluntad
le pueden ganar a un ejército profesional (que será analizado más adelante), es la
cabal versión historietística que se ha exportado desde La Habana tras la revolución y
que han comprado a libro cerrado las guerrillas de toda Latinoamérica en los fatídicos
años ’70 con resultados catastróficos.
En Santiago de Cuba (segunda ciudad del país), capital de ese oriente mulato
empapado de influencias africanas, haitianas y dominicanas, el líder rebelde que
operaba en el Llano (zona urbana), el joven maestro Frank País y sus hombres, no
imaginaron que Castro arribaría con dos días de demora y tal como estaba pactado, al
amanecer del 30 de noviembre de 1956, centenares de jóvenes vestidos con uniforme
verde olivo y portando un brazalete que los identifica como miembros del
“Movimiento 26 de Julio”, se lanzaron a tomar la ciudad atacando distintas
posiciones de la fuerza pública,[160] poniendo en marcha un levantamiento que debía
coincidir con el desembarco. Los guerrilleros incendiaron el cuartel de la policía
nacional, se apoderan de armas de la sede de la policía marítima y llevaron adelante
una prosecución de combates callejeros, que obligaron a Batista a decretar el estado
de sitio en Oriente. En esa fecha, lista para recibir a los combatientes del “Granma”
en las playas de Niquero, Celia Sánchez (quien más adelante sería una de las mujeres
de Fidel), movilizó camiones, guías, expertos y milicias rurales formadas por el
citado líder campesino del “Movimiento 26 de Julio” Crescencio Pérez. De haber
llegado en tiempo y forma Castro y sus hombres, hubiesen podido coordinar las
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acciones previstas con la organización urbana que los apoyaba y esperaba.
En tanto, Batista ya estaba alertado desde hacía varios días del eventual
desembarco del yate. Tanto es así que cuando al fin tocan tierra los rebeldes al mando
de Castro, un feroz ataque de las fuerzas batistianas genera un caos en las tropas
castristas. La desbandada fue generalizada, los guerrilleros caían como moscas. El
Che, recuerda este revés en su diario, apelando otra vez a la muerte (de la cual estuvo
realmente cerca): “Inmediatamente me puse a pensar en la mejor manera de morir en
ese minuto en que parecía todo perdido. Recordé un viejo cuento de Jack London
donde el protagonista, apoyado en un tronco de árbol, se dispone a acabar con
dignidad su vida al saberse condenado a muerte por congelación en las zonas
heladas de Alaska”.[161]
Las columnas rebeldes se habían perdido en el desordenado repliegue tratando de
ocultarse entre los cañaverales. Relata Castañeda que “El Che, ya para entonces en
condiciones físicas lastimosas, emprende la marcha hacia la Sierra Maestra con
cuatro compañeros, a los cuales se unirán tres más al día siguiente. Sin agua,
prácticamente sin comida, con armas raquíticas y poco parque, se dirigen hacia las
montañas para reunirse con los demás —si existían todavía— y esquivar una nueva
ofensiva del ejército. Entre los colegas del Che figuran Ramiro Valdéz, Camilo
Cienfuegos y Juan Almeida, todos destinados a cumplir funciones cruciales en los
meses y años por venir. Dieciséis días después, al cabo de tormentas inenarrables, de
sed, hambre, cansancio y depresión, arriban a la finca de un campesino de nombre
Mongo Pérez, en las inmediaciones de la cordillera del oriente cubano, donde se
reencuentran con los demás sobrevivientes”.[162] Anota Guevara que “En la
madrugada del día 5 (de diciembre de 1956), eran pocos los que podían dar un paso
más… después de una marcha nocturna interrumpida por los desmayos y las fatigas
y los descansos de la tropa, alcanzamos un punto conocido paradójicamente por el
nombre de Alegría del Pío”.[163]
Recién el 21 diciembre lograron reunirse con Fidel, y advirtieron que las fuerzas
de Batista les habían dado una paliza demoledora: del total de ochenta y dos
tripulantes del Granma habían sobrevivido sólo doce y pudieron recuperarse apenas
nueve fusiles. Entre los pocos guerrilleros que formaban la tropa, había vacilaciones,
dudas y desánimo. El golpe había sido fulminante. Pero Castro, debutó en Sierra
Maestra con sus dotes de conductor, de motivador, pero también de dictador:
“¡Quiero disciplina!… porque sin disciplina no vamos a ninguna parte. El primero
que sea sorprendido en estado de insubordinación, deserción o derrotismo, será
fusilado inmediatamente. ¿Entendido?”.[164]
Los alicaídos castristas se reorganizaron, reclutaron cinco campesinos, se
distribuyeron los cargos y montaron campamento en Sierra Maestra. Las arengas de
Castro eran complementadas con ese voluntarismo irracional de Guevara: “Somos
dieciocho boludos encaprichados en hacer una revolución. ¡Y la vamos a hacer,
carajo!”.[165]
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Sed de sangre en Sierra Maestra
Sierra Maestra era la zona más pobre de toda Cuba y muchos apologistas del
castro-guevarismo se han encargado de concentrar la descripción de la pobreza
imperante en esa región marginal y periférica, tratando de inducir al lector a creer que
Cuba era una suerte de Sierra Maestra gigante. Pero tal como acertadamente relata el
abogado y escritor cubano Mario Lazo: “en la zona de la Sierra Maestra, que abarca
una superficie de poco menos de 10 000 kilómetros cuadrados, vivían unos cincuenta
mil campesinos, sin duda los más pobres de Cuba… Para nadie era un secreto que
constituían la colectividad guajira más ignorante y atrasada del país, ajena a los
adelantos de la sociedad. No tenían radios, ni periódicos, ni electricidad, ni medios
de transporte, a excepción de mulas. No había más caminos que aquellos que
pasaban por las primeras estribaciones de la sierra, donde vivían la mayoría”.[166]
Recordemos que Cuba tenía más de 6 millones de habitantes y constituía el tercer
ingreso per cápita del continente. Sierra Maestra componía una triste y despoblada
aldea a la que había que asistir, sin dudas, pero ese no era el sentir ni el modo de vivir
del cubano promedio. Con tomar la decisión política de emplear una acción social
concreta, hubiese sido más que suficiente para mejorar la calidad de vida de ese
sector minoritario de una población cubana que, por entonces, en su mayoría, gozaba
de prosperidad y movilidad social ascendente.
En tanto, la minúscula guerrilla rural había puesto manos a la obra para su
reconstrucción. El guerrillero Faustino López fue el encargado de reanudar contactos
con las milicias rebeldes que estaban en el Llano (zonas urbanas) para recibir
abastecimiento. Guevara por su parte, para ganar simpatía entre los campesinos,
oficiaba de médico y revisaba eventuales dolencias de los pobladores. A pesar de no
tener conocimientos sólidos en medicina, la presencia de un “doctor” en aldeas
pobres ocasionaba adhesión entre los baquianos. Un ex combatiente de la Sierra,
recuerda cómo las prácticas de higiene de Guevara obrando de médico eran
lamentables: “Ni siquiera se lavaba las manos”[167] recuerda. Confirmando esto, en
el año 2009 Raúl Castro (devenido en presidente de Cuba por designio de su
hermano), le confesó a Cristina Kirchner (devenida en presidente de Argentina por
designio de su marido) que “A Ernesto, como guerrillero, no hay quien lo discuta.
Pero como médico, yo no me dejaba poner ni una inyección por él”.[168]
Además de médico precario, el Che nunca abandonaba sus escritos, y en carta
Hilda Gadea, su mujer, fechada el 28 de enero de 1957 expone: “Querida vieja: aquí
en la selva vivo sediento de sangre”.[169] ¿Qué episodios llevarían a un flamante
médico a vivir “sediento de sangre”?, ¿qué retorcidos conflictos internos arrastrarían
a un argentino a tomar las armas (para lo cual no estaba preparado) en un país ajeno y
lejano al suyo en pro de una repentina causa difusa? Estos interrogantes se tornan
más complicados si tenemos en cuenta que el Che estaba allí de casualidad; es decir,
por no haber podido comprar los anhelados boletos a España por razones económicas,
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lo que retrasó su estada en México y casi concomitantemente conoció a Fidel y lo
embarcó de inmediato en esta aventura.
Los enigmas son difíciles de resolver. Según la óptica de Castañeda, el amor por
la guerra y la intransigencia ideológica del Che, son atribuibles a su tortuoso asma:
“La vinculación entre la dilatación de los bronquios contraídos y la adrenalina
implica que situaciones que generan descargas endógenas de adrenalina —como el
combate, por ejemplo— pueden disuadir ataques… pueden desatar episodios
justamente por la ausencia de descargas endógenas de adrenalina. De resultar
acertada esta disquisición, coadyuvaría en gran medida a dilucidar la futura
inhabilitación del Che para aceptar la coexistencia simultánea de contrarios en su
vida”.[170] Lo cierto es que Guevara jamás tuvo ataques de asma en combates y nunca
aceptó posiciones intermedias de ninguna naturaleza. Recordemos lo que escribió a
su madre el 15 de julio de 1956: “No sólo no soy moderado sino que trataré de no
serlo nunca”,[171] o su confesión “mis amigos son amigos mientras piensen
políticamente como yo”[172] en otra carta a su progenitora fechada en julio de 1959.
Complementando el interesante enfoque de Castañeda, otros autores sostienen
que para Guevara la ideología era un pretexto para ir al combate, sea éste al servicio
del marxismo o de una causa justa. Lo que imperaba en el Che era el deseo de “dejar
muerto al otro” tal como rezan sus notas. La guerra no era un lamentable medio para
un fin noble ulterior, sino que la guerra era un fin en sí mismo. Anota Sebreli al
respecto que “Al Che le interesaba la acción sin preocuparse demasiado por llevar a
buen fin sus convicciones. Se podría suponer que la acción en sí misma hubiera
justificado en circunstancias diferentes cualquier tipo de valores, una ideología de
otro signo”.[173] Y para reforzar su análisis, Sebreli acude a confesiones escritas por
el mismísimo Guevara: “Todos esperábamos el combate como una liberación… todo
el mundo ansía ya de una vez la llegada de ese momento estelar de la guerra que es
el combate. Lo que lleva al paroxismo de la alegría es el combate, clímax de la vida
guerrillera”.[174] Como vemos, de las notas de Guevara no surge que la guerra sea un
medio horrible pero necesario, sino “el paroxismo de la alegría”.
En carta que fuera dirigida al escritor argentino Ernesto Sábato (fechada el 12 de
abril de 1960), Guevara anota: “No hay experiencia más profunda para un
revolucionario que el acto de guerra”.[175] Notamos por momentos que la relación
del Che con la guerra parecieran tener una extraña y morbosa connotación erótica:
habla de “clímax”, de “experiencia profunda”, de “paroxismo”, de “alegría”. Incluso,
en carta a su segunda esposa, Aleida March, nuevamente hace una insólita alusión
amorosa al narrar recordarla “bajo la renovada caricia de las balas”.[176] Añade
Sebreli que “La embriaguez por el olor a pólvora, por las armas, por los uniformes y
el combate lo acercaban a aquellos intelectuales fascistas. La reducción de los
hombres a amigos y enemigos respondía, por otra parte, al modelo
nacionalsocialista de Carl Schmit”.[177] Esta interesante reflexión no puede
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suscribirse a libro cerrado, porque hay un sinfín de detalles en la atormentada y
enfermiza psicología del Che que obviamente desconocemos. Empero hay un dato
que rescatamos y que nos resulta inobjetable: Guevara era un sujeto entristecido,
torturado, doliente, notablemente resentido. Sus escritos siempre remiten al odio, a la
muerte, al éxtasis por la pólvora, a la sed de sangre, a exterminar al prójimo. Las
únicas notas de alegría concreta y distendida que podemos rescatar de sus inacabables
epístolas, datan de cuando el Che se ve envuelto en un combate, o cuando en calidad
de testigo se halla en medio de un bombardeo aéreo, tal el caso de su carta en
Guatemala, fragmento que ya expusimos pero que vale la pena reiterar: “Me divertí
como mono durante esos días. Esa sensación mágica de invulnerabilidad… me hacía
relamer de gusto cuando veía la gente correr como loca apenas venían los aviones…
Aquí todo estuvo muy divertido con tiros, bombardeos, discursos y otros matices”.
[178]
Por lo hasta aquí expuesto, todo indica que el Che era una suerte de suicida
indirecto. Vale decir, no se inmolaba al estilo “talibán” ni se pegaba un tiro a secas,
pero incurría en aventuras en donde morir sería más que probable. Pero como dijimos
al principio, la muerte debería tener un velo romántico o heroico.
Guevara fue a buscar la muerte a Cuba, al Congo y a Bolivia. Como quien juega a
la ruleta rusa, los dos primeros disparos fueron fallidos. En el tercero, salió la bala.
De médico a fusilador
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del cinturón de la víctima. Según el propio Che relatara, el moribundo le dijo “con
una voz sin temblar, muy lejos del miedo: ‘Arráncala, chico, total’… eso hice y sus
pertenencias pasaron a mi poder”.[181]
Este macabro episodio no forma parte de un hecho aislado. A partir de entonces
fueron constantes los indiscriminados fusilamientos de Guevara a gente de su propia
tropa por el sólo hecho de no caerles en gracia o resultarles desconfiables. Relata
Castañeda que poco después, se produce el caso de “un campesino de nombre
Aristidio, un semibandido que se había incorporado a la guerrilla sin saber muy bien
por qué, y que presumía de su intención de desertar en cuanto se desplazaran las
fuerzas insurrectas. Guevara lo manda fusilar ‘tras una investigación sumarísima’”.
[182] El Che justifica este homicidio en los siguientes términos: “En mi carácter de
jefe del sector realizamos una investigación muy sumaria y Aristidio fue ejecutado”.
[183]
Para Guevara, la práctica del fusilamiento comenzaba a transformarse en un
simple hobbie de tinte tenebroso. De hecho, no hay casi registros en sus diarios de
haber matado a enemigos en combate y por el contrario, él confiesa haber fusilado en
persona a 14 guerrilleros que peleaban en su grupo, pero que a él no les inspiraban
confianza o simpatía.[184] Señala Sebreli que el Che sentía un profundo desprecio por
la individualidad de los demás: “A los trabajadores cubanos los consideraba ‘dientes
de una rueda’ y a los guerrilleros, ‘abejas de un colmenar’. Los seres humanos por sí
mismos no tenían valor: ‘Importa poco que el guerrillero individuo salga vivo o
no’”.[185] alegaba el Che.
Guevara fusilaba o mandaba fusilar por terceros a todo aquel con quien no
simpatizara. En cambio, cuando la antipatía no era muy aguda, el Che se entretenía
efectuando simulacros de fusilamiento. Así lo relata Castañeda: “Finalmente diseca
el caso —ultrajante por cruel e innecesario— de los ajusticiamientos simbólicos: los
simulacros de fusilamiento, sin que las víctimas sospecharan el carácter
exclusivamente ceremonial del paredón contra el cual se les colocaba. El Che
comenta que podría parecer un ejercicio ‘bárbaro’ cuya justificación residía de
nuevo en la falta de alternativas. Por un lado, no merecían morir; por el otro, se
carecía de castigos alternativos”.[186] El criterio utilizado por Guevara para
discriminar quién viviría y quién no, o a quién había que humillar y a quién tratar con
dignidad, según Sebreli, se basaba en que “La idea del bien y el mal se traducía en su
pensamiento en coraje y cobardía; así, trataba a sus propios compañeros con toda
crueldad y los humillaba si caían en la selva vencidos por el hambre, la sed, la fatiga
y las enfermedades; no había piedad para el débil”.[187] Testimonio muy similar nos
relatará más adelante el pensador marxista Régis Debray, quien pasaría varios días
enrolado en la guerrilla con el Che en Bolivia.
En cuanto a la naturalidad con la que Guevara fusilaba a los suyos por no
resultarles amables, cuenta otro de sus ex compañeros, Roberto Bismarck (capitán del
Ejército Rebelde) “Guevara llega a Las Villas… a hablar con nosotros… fuimos a la
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reunión aquella… no tenía ninguna intención idealista ni remotamente… un hecho
que me provocó mucho rechazo, hubo una pequeña operación militar en la cual se
logró apresar a algunas personas, algunos de ellos guajiros que supuestamente
habían estado colaborando (a mí no me constaba pero eso era lo que se le
adjudicaba), con el régimen de Batista. En forma arbitraria, yo fui testigo, de que el
Che Guevara… sin juicio previo (incluso contra el juicio nuestro de que no debía
acelerarse ningún tipo de acción contra la persona porque no había garantías para
quienes supuestamente estaban acusados), el Che Guevara dijo que no, que a esos
había que matarlos. Y a dos de ellos, fui testigo visual, de que con su pistola los
mató”.[188]
Otro testimonio sombrío, es manifestado por Luciano Medina, capitán del
Ejército Rebelde, quien estuvo bajo las órdenes del comandante Camilo Cienfuegos:
“Llevábamos tres días sin comer y acampamos en la finca La Otilia, y el Che nos
mandó a buscar un puerco y yo fui a lo de Carlos Socolombo que tenía una finquita
cerca, y compré un puerco que me costó 70 pesos, entonces toda la tropa estaba
comiendo y llega un señor y le dice al Che Guevara que tenía un chivato, que hay
que ver como se saca de ese hombre que se llama Juan Pérez, dueño de la Finca
Rancho Claro, cosechero de café. Entonces fueron a buscar al hombre, quien tenía
tres hijos chiquitos de 4, 5 y 6 años y los fusilaron a todos. Eso nos cayó mal a toda
la tropa”.[189] Estos fusilamientos efectuados por el Che que estamos rescatando, se
cuentan a borbotones y sólo hemos seleccionado algunos a modo de muestra. Más
adelante (sobre todo con el triunfo de la revolución), podremos apreciar de forma más
acabada el grado enfermizo de crueldad de quien hoy es presentado engañosamente a
las nuevas generaciones como “un pacifista que se inmoló en aras del amor
universal”.
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Capítulo V
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(nótese la envergadura del apoyo externo). Matos recuerda la reunión y el diálogo
con Figueres del siguiente modo “Matos —me dice Figueres—, voy a entregarles las
armas, pero recuérdele a sus hombres que esas armas son parte del pequeño arsenal
de Costa Rica y que yo se las cedo a ustedes porque quiero al pueblo de Cuba. No
puede haber infidencia alguna sobre mi actitud porque me pondría a mí como un
irresponsable ante los costarricenses y podría costarme hasta la misma presidencia;
además tiene que llevarse las armas antes de que termine el mes de marzo, es decir,
en un plazo de dos semanas. El coronel Marcial Aguiluz coordinará con ustedes la
operación… las armas esperan por usted, las tenemos en un depósito que está
justamente debajo de nuestros pies. Cuanto antes se las lleve, mejor será.
—Confíe en nosotros, señor presidente”.[192] Prosigue Matos “En la noche del 29
al 30 de marzo trasladamos armas y municiones, acompañados de un oficial de la
Guardia Civil costarricense, el coronel Vicente Elías. La presencia de Elías nos
asegura que no habrá inspecciones a los vehículos en los puestos de registro que el
gobierno ha establecido recientemente para controlar la plaga de la mosca del
Mediterráneo”.[193]
Los pilotos del avión que transportará las armas desde Costa Rica hacia Cuba
(donde los rebeldes improvisaron una pista de aterrizaje en zonas rurales) vinieron
desde México por orden de Castro. Pero este apoyo para los rebeldes cubanos
proveniente de Costa Rica no es el único que recibirán de dicho país. El destacado
dirigente sindical Luis Alberto Monge (futuro presidente de Costa Rica entre 1982 y
1986) financió la revista “Cuba Libre”, órgano de difusión del Movimiento 26 de
Julio en Centroamericana.[194] Por último, refiere Matos que “El costarricense Frank
Marshall nos facilita generosamente un buen número de fusiles con sus municiones”.
[195]
En tanto, el 13 de marzo de 1957 los grupos del Llano atacaron el palacio
presidencial en La Habana, donde vivía Batista con el fin de fusilarlo. La embestida
fue llevada a cabo por un grupo de jóvenes del “Directorio Revolucionario” en
alianza con un grupo del “Partido Auténtico”. El país estaba en expectativa. En tanto,
Fidel y los suyos aguardaban en la sierra. Resulta interesante poner de manifiesto la
acción insurgente de los que peleaban en el Llano (el ala urbana y más moderada de
la reacción antibatistiana), puesto que el historietismo vendido por el estado castro-
comunista, ha reducido toda la historia de la revolución cubana a la ecuación rural y
sus exóticos barbudos con prescindencia de todo otro episodio.
Promediando mayo, los guerrilleros recibieron dos noticias auspiciosas: “la
difusión de la película filmada por Bob Taber en Sierra Maestra, a través de los
canales de televisión norteamericanos, y el inminente arribo de un cargamento de
armas… El envío constaba de tres ametralladoras de trípode, tres de mano
(Madzen), nueve carabinas M-1, diez fusiles automáticos Johnson y seis mil tiros. El
Che recibió un Madzen… la alegría se le dibujó en el rostro”.[196] En tanto, el
coronel Bayo enviaba mensajes a Castro desde Nueva York (nótese el lugar de
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residencia y conspiración). Señala Gambini, que el acorralado Batista observaba con
gran preocupación que “sus aliados norteamericanos… comenzaban a encariñarse
con la figura del jefe barbudo… El número de Visión del 5 de julio traía en su tapa la
fotografía del líder rebelde. Al mismo tiempo, The New York Times afirmaba que el
desenlace cubano se acercaba a su fin”.[197]
En mayo de 1957 “los rebeldes descendieron de las montañas y atacaron un
pequeño y aislado aserrío próximo a la costa, consistente en dos edificios de madera
y tres pequeños puestos de guardia, cada uno con cabida de 3 o 4 soldados. En total
había cincuenta y tres hombres en el campamento, casi todos trabajadores
desarmados… Como de costumbre, Castro dio la señal de ataque disparando su fusil
de mirilla telescópica desde una loma distante. En la lucha que se entabló, los pocos
soldados combatieron encarnizadamente, matando a seis de los rebeldes e hiriendo a
nueve. Del grupo del campamento hubo catorce muertos, diecinueve heridos, seis
huyeron y catorce fueron hecho prisioneros”.[198] Si bien la escaramuza fue de poca
monta, la propaganda castrista vendió el tiroteo como una de las más grandes
epopeyas rurales de la revolución.
Batista no podía seguir inactivo ante las malas noticias. Lanzó una embestida en
la que cayó muerto Frank País, líder opositor del Llano, episodio que Castro vivió sin
congoja alguna, puesto que si bien tanto el Llano como el Movimiento 26 de julio
luchaban contra Batista, más adelante saltarían a la vista profundas diferencias
ideológicas y políticas entre ambas facciones revolucionarias. Empero, la muerte de
Frank País “produjo más excitación en el pueblo, que respondió con una huelga
espontánea. Todo el comercio de Santiago cerró sus puertas voluntariamente. El
funeral de País arrastró a una impresionante muchedumbre”.[199]
El apoyo de Estados Unidos a los rebeldes era incondicional, al punto tal que —
según confirma Kalfón— el flamante embajador americano en La Habana, Earl
Smith (quien llegó en julio de 1957): “Al día siguiente del asesinato de Frank País,
se dirige personalmente a Santiago y presenta una protesta contra el uso excesivo de
la fuerza por la policía… Más tarde, procurará que tres dirigentes del Movimiento 26
detenidos en Santiago, entre ellos Armando Hart, salven la vida. Tad Szulc asegura
incluso que un agente de la CIA, Robert Wiecha, que actuaba encubierto por el cargo
de vicecónsul de Estados Unidos en Santiago, proporcionó en varios pagos, a partir
de octubre de 1957 cincuenta mil dólares al Movimiento 26 de Julio”.[200]
La soledad de Batista se tornaba inversamente proporcional al creciente apoyo de
una guerrilla que, desde un principio fue vendida por Castro como una insurgencia
anticomunista y republicana. Hasta el comandante rebelde Huber Matos anotó el
hecho no menor de que estadounidenses procedentes de la Base Naval de
Guantánamo, se han unido al grupo.[201]
Cada uno de los elementos que vamos agregando pone de manifiesto que el mito
de “los escasos guerrilleros que le ganaron a un ejército profesional” es un exitoso
bluff exportado por el estado cubano y que fuera acatado graciosamente y a libro
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cerrado por la desinformada progresía mundial. Hasta tal punto la acción de la
guerrilla en Sierra Maestra fue un episodio menor en la revolución cubana, que el
propio Matos agrega que el “5 de septiembre de 1957, una semana después del
asesinato de Frank, la radio informa de una sublevación contra Batista en la base
naval de la marina, en Cienfuegos, provincia central de Las Villas. Según la
información, los marinos de la base, actuando en coordinación con elementos civiles
del 26 de Julio y de otro grupo revolucionarios de origen auténtico, han tomado el
control de la instalación militar y de algunas otras posiciones dentro del perímetro
de la ciudad”.[202] Vale decir: Batista ni siquiera controlaba a sus fuerzas armadas
puesto que se revelaban y sublevaban contra él.
Habían pasado varios meses desde el desembarco del Granma y la guerrilla
antibatista contaba con el respaldo de la prensa americana e internacional.
Corresponsales y cronistas de todo el mundo alababan al Che, a Castro y a su
presunta causa noble. Tanto el New York Times, Le Monde, Il Corriere Della Sera,
como los principales diarios de América Latina los apoyaban. La CBS los
propagandeaba a través de un documental emitido en USA en horario central. Los
dirigentes del Llano (la guerrilla urbana) por su parte, contaba con aceitados
contactos en la CIA —que repetidas veces desembolsó dólares para sostener la
rebelión.
Salvo Fidel Castro, su hermano Raúl, el Che y algunos poquísimos, el grueso de
los rebeldes (tanto los de Sierra Maestra como los del Llano) peleaban con objetivos
totalmente distintos a los que luego se impusieron a brazo de hierro a partir de 1959.
El engaño de Fidel, Raúl, y Guevara, consistía en mostrarse moderados para obtener
respaldo internacional y, por sobre todo, el apoyo del pueblo cubano. Este ardid les
permitió además reclutar campesinos en sus milicias (que naturalmente eran
anticomunistas) y ganarse la simpatía del cubano medio. Una vez asaltado el poder,
se mostraría el verdadero rostro de sus intenciones.
El marxismo silencioso
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edad, Castro perteneció a la organización terrorista de corte trotzkista “Unión
Insurreccional Revolucionaria”, inclusive estuvo detenido un tiempo por su
vinculación con un asesinato perpetrado por el grupo. Asimismo, Fidel fue agitador y
partícipe de la matanza en el famoso “Bogotazo” en 1948.[204]
Sendos antecedentes no son menores. En plena guerra fría, la CIA no podía darse
el lujo de soslayar tamaños “detalles”, pero el lujo se lo dio y se pagó carísimo las
consecuencias de tamaña desaprensión (sea esta culposa o dolosa). Recordemos que
en esos tiempos, los Estados Unidos eran gobernados por las administraciones de
Eisenhower primero y Kennedy después, a cuyas responsabilidades en el tema de
marras nos referiremos más adelante.
En cuanto al Che Guevara es dable señalar que, aunque entusiasta comunista, no
era un pensador del marxismo, sino un apresurado lector que manejaba conceptos
ciertamente panfletarios, los cuales fue radicalizando al extremo y cuyos cerrados
dogmas le brindaban un rumbo y un sustento ideológico a la desatada violencia que
éste practicaba. En carta a su madre reconocerá: “Antes, me dedicaba mal que bien a
la medicina y el tiempo libre lo dedicaba al estudio en forma informal de San Carlos
(Marx). La nueva etapa de mi vida exige también el cambio de ordenación; ahora
San Carlos es primordial, es el eje”.[205] Y en cuanto a que dichas lecturas le fueron
dando sentido a una vida que hasta entonces vagaba a la deriva, el Che le confiará a
su madre en otra carta fechada en julio de 1959 “soy siempre el mismo solitario que
va buscando su camino sin ayuda personal, pero tengo ahora el sentido de mi deber
histórico… me siento algo en la vida, no sólo una fuerza interior poderosa, que
siempre la sentí, sino también una capacidad de inyección a los demás y un absoluto
sentido fatalista de mi misión me quita todo miedo”.[206] Guevara no sólo localizó así
un puñado de consignas que le daban sentido a su existencia, sino que también
encontró “su misión fatalista” que tanto lo peocupaba. Como fuera señalado, durante
los años universitarios Guevara no participó en política ni dedicó tiempo alguno a
lecturas de ese género. De adulto tuvo que leer sobre marxismo a toda velocidad
intentando, deficientemente, ponerse al día.
El comandante Guevara
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esos días se produjo la primera deserción entre la tropa de Guevara: “El Che envió a
Baldo y a Ibrahim a perseguir al desertor con la orden de que lo mataran donde lo
encontraran. Poco después regresó Baldo y relató que Ibrahim también había
querido desertar, y por eso lo había matado de tres tiros. En su diario el Che cuenta
su reacción: ‘Reuní toda la tropa en la loma anterior al teatro del suceso macabro,
explicándole a nuestra guerrilla lo que iba a ver y lo que significaba aquello, por qué
se castigaría con la muerte la deserción y el por qué de la condena contra todo aquel
que traicionara a la revolución’”.[208] Seguidamente, cuando el guerrillero chino
Wong, osó desertar, Guevara lo mandó a secuestrar por dos subalternos; uno de ellos
fue fusilado de inmediato al negarse atrapar a su amigo. Fue entonces cuando el Che
hizo desfilar a su tropa en fila india ante el cadáver: “un campesino humilde…
naturalmente los tiempos eran duros y se dictaminó como ejemplar la sanción”,[209]
escribió en su diario.
El grado extremo de crueldad del comportamiento del Che hacia sus subordinados
era de insoportable magnitud. O’Donnell lo advierte, al señalar: “se hacía cada vez
más temible para los combatientes sospechosos de cobardes o de posibles desertores.
La dureza de sus sanciones provocó que no pocos de ellos pidieran ser trasladados a
otras columnas. Uno de sus hombres recordará una anécdota cuando dos
combatientes se trenzaron en una discusión acalorada en la que uno de ellos,
Antonio, hacía gala de su hombría. El comandante Guevara, disgustado, lo llama a
su presencia y le pide el fusil y le dice dos o tres frases; le señala un cuchillito que
traía Antonio y le ordena: ‘Tú te vas con ese cuchillito y me traes un guardia, o el
fusil o el guardia, porque si no, te fusilo’. Y Antonio hizo así y cogió el cuchillo,
entregó el fusil a otro compañero y salió caminando. No se conoce el resultado en
este caso, pero sí en otro que el mismo Che relata en su diario de campaña, cuando,
después de la batalla de Santa Clara, recorre un hospital y un moribundo le toca el
brazo y le pregunta si lo recuerda. Era un combatiente al que el argentino había
desarmado algunos días antes, en castigo por habérsele disparado accidentalmente
el arma, y lo había provocado a conseguirse otro fusil quitándoselo a un enemigo. El
joven guerrillero se había animado a hacerlo, pero entonces fue herido de gravedad.
‘Murió unos minutos después’” y agrega Guevara “creo que estaba contento por
haber demostrado su coraje”.[210] Otra vez, en sus escritos, aparece “la alegría” por
morir con coraje. Guevara no pensaba que su instinto suicida y su buscada “muerte
feliz” fueran un retorcido trauma suyo, sino que formaban parte del sentir del resto de
los seres humanos.
El Che sentía una macabra alegría con el uso de las armas y estaba embelesado
con la idea de matar a sangre fría, tanto es así que el armero de la guerrilla de Castro
en la Sierra Maestra recuerda que al Che “las armas… en verdad le fascinaban”.[211]
Fascinación que el propio Guevara confiesa en sus escritos cuando en mayo de 1957,
al llegar un ansiado cargamento con armamentos que reforzaban a las milicias
rurales, exultante, escribió “A la noche llegaron las armas, para nosotros aquello era
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el espectáculo más maravilloso del mundo; estaban como en exposición ante los ojos
codiciosos de todos los combatientes, los instrumentos de muerte”.[212]
Pero del uso indiscriminado “del espectáculo más maravilloso del mundo” no se
salvaron ni los animalitos. Mientras en el siglo XXI muchos guevaristas que
simpatizan con Greenpeace levantan su estandarte, en la Sierra Maestra de los años
60’, el Che le ordenó a su subordinado Félix que matara a un perrito que merodeaba
por la zona. Confiesa Guevara en su diario “Félix me miró con ojos que no decían
nada. Lentamente sacó una soga, la enroscó en el cuello del animal y empezó a
ajustarla. Los movimientos simpáticos de la cola del perro bruscamente se volvieron
convulsivos antes de morir gradualmente, acompañados por un lamento sostenido
que salía de su garganta a pesar del apretón firme… Tras un último espasmo
nervioso, el cachorro dejó de agitarse. Ahí quedó tendido con la cabeza sobre las
ramas”.[213]
Días después, anota O’Donnell, “los combatientes de la Cuarta Columna
presenciaron otro ejemplo de justicia sumaria al estilo Guevara. Será también
Enrique Acevedo quien dará testimonio de la escena: ‘Al amanecer traen a un
hombre grandote vestido de verde, la cabeza tapada como los militares, con bigotes
grandes: es (René) Cuervo, que está causando problemas en la zona de San Pablo de
Yao y Vega la Yua. Ha cometido abusos contra los campesinos diciendo que
pertenece al Movimiento 26 de Julio… El Che lo recibe en su hamaca… Al final el
Che lo aleja con un gesto desdeñoso de la mano. Lo llevan a una hondonada y lo
ejecutan con un rifle 22, por lo cual tienen que darte tres tiros. El lugar sería
bautizado como el Hoyo del Cuervo’”.[214]
El sadismo de Guevara generaba tal grado de tensión en su columna, que en los
diferentes escalafones empezaban a adoptarse medidas de similar severidad,
emulando o mimetizándose con las praxis de su comandante. Todos comenzaron a
vivir en exacerbado estado de nerviosismo, ansiedad, miedo y violencia apenas
contenida. Al respecto, Kalfon anota un episodio desopilante: “Cierto día, un
accidente provoca un verdadero motín. Lalo Sardiñas, capitán y ‘combatiente de
élite’, amenaza con su revólver a un hombre indisciplinado y le dispara… los amigos
de la víctima se indignan, reclaman la inmediata ejecución del oficial, arrojan sus
fusiles al suelo. La revuelta es tal que Guevara no consigue apaciguarlos. Fidel
acude en su ayuda y propone que se ponga a votación el castigo, insólita sugerencia
en cualquier ejército, por muy revolucionario que sea… los doscientos cuarenta y
seis guerrilleros depositan sus hojas de papel en un casco. Empate de votos a favor
de la muerte y en contra. A la luz de las antorchas de pino, el abogado Castro lanza
entonces un alegato de una hora a favor de Sardiñas, y obtiene una segunda
votación, muy ajustada, que perdona la vida del oficial”.[215] Ha de haber sido la
única vez en su vida que Fidel Castro llamó a elecciones consultando la voluntad
popular.
Entre el cúmulo de episodios truculentos, cabe sumar el protagonizado por el
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joven guerrillero Echevarría, cuyo hermano zarpó con el Che en el Granma. Al serle
adjudicado un presunto delito, Guevara ordena su ejecución y anota: “Echevarría
pudo haber sido un héroe de la revolución… pero le tocó la mala suerte de delinquir
en esa época y debió pagar en esa forma su delito… Sirvió de ejemplo, trágico es
verdad, pero valioso para que se comprendiera la necesidad de hacer de nuestra
Revolución un hecho puro y no contaminarlo con los bandidajes”.[216]
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Escambray, una sierra más pequeña que Sierra Maestra, de 80 kilómetros de largo y
unos mil metros de altura, compuesta por anticomunistas que si bien no dependían de
Castro, peleaban junto a él. Allí se encontraba batallando el Directorio
Revolucionario, comandado por de Faure Chomón y de Cubela. Sendos líderes
“Sienten cierta desconfianza hacia Fidel Castro… Hay una escisión por la derecha
del mismo Directorio, que ha adoptado el nombre de Segundo Frente del Escambray,
bajo la dirección de un español anticomunista… Eloy Gutiérrez Menoyo, hostil a
Castro. Menoyo recibe subsidios del antiguo presidente Prío Socarrás, instalado en
Miami…”.[221]
Los conflictos políticos e ideológicos entre Guevara, el Llano y todos los sectores
revolucionarios no comunistas, se acentuaron a medida que la posibilidad de triunfo
se avecinaba. Uno de los puntos en discordia antes del triunfo de la revolución fue el
proyecto de lo que sería la reforma agraria. Guevara había pergeñado un borrador de
inequívoca inspiración marxista en el que planeaba la consiguiente estatización de
empresas cubanas y extranjeras sin indemnización alguna a sus propietarios: “En las
discusiones finales sobre la Ley de Reforma Agraria… Guevara sentará las bases de
una alianza más sólida: con el PSP (Partido Comunista) y a favor de tesis más
radicales, contra el Llano y los liberales y las posturas más prudentes”.[222] Pero
Fidel, siempre haciendo uso de sus dotes de malabarista, se encargaba de recortar y
moderar el extremismo de Guevara. Es por ello que en primera instancia “Castro
tomó partido por el ala moderada del 26 de Julio, encabezada en esta materia por
Humberto Sori Marín, un abogado medianamente conservador que un par de años
después sería fusilado”[223] cuando la revolución mostrara su verdadero rostro y
masacrara cuanto disidente anduviese dando vueltas.
Guevara aceptaba a modo de medicina amarga estas decisiones de Castro, aunque
advertía que las mismas se constituían en pasos tácticos para luego ir paulatinamente
arrastrando el modelo hacia el comunismo. En definitiva, había que sumar a todos
para ganar la revolución: “después ya habrá tiempo de exterminar a los que no
piensen como yo” pensaba Guevara a sus adentros. Tal como luego ocurrió a
mansalva y más adelante lo veremos.
Lo que sí queda absolutamente claro y probado, es que cerca del 100% de todos
los que componían el ejército rebelde contra Batista eran abiertamente
anticomunistas[224] al igual que los inmensos sectores (tanto en Cuba como en el
orden internacional) que los apoyaban con generosos recursos de toda índole.
El discurso macartista
Señala Lazo que “las declaraciones públicas formuladas por Castro entre 1956 y
1958 parecían cada vez más moderadas. Casi siempre citaba en su apoyo la
Constitución de 1940. En una ocasión pidió el reconocimiento de los derechos de la
libre empresa y el capital invertido”.[225] A efectos de seguir sumando respaldos, el
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12 de julio de 1957 Castro emitió el difundido “Manifiesto de la Sierra Maestra”, el
cual declaraba que “los rebeldes luchaban por el establecimiento de un régimen que
garantizara la celebración de elecciones verdaderamente libres, democráticas e
imparciales, y que creara las condiciones propicias para conducir al país por la vía
de la legalidad democrática y constitucional. El gran ideal de los rebeldes —
afirmaba— era el de una Cuba libre, democrática y justa”.[226]
La prensa internacional seguía fascinada con los originales barbudos de Sierra
Maestra que presumían de libertarios. Incluso el New York Times, ya en 1958 titula:
“¿Podrá el Che cambiar el destino de América?”. Señala O’Donnell que el
embaucador Castro “aprovechaba cada reportaje para alejar la sospecha de
comunismo que enturbiaba su lucha. En un artículo publicado en la revista Coronet
con su firma, se declaró partidario de las inversiones extranjeras y opositor a las
nacionalizaciones”.[227] Es más, en mayo de 1958, en reportaje concedido a Jules
Dubois espetó el siguiente embuste: “Jamás estuve ni estoy por el comunismo…
Jamás el Movimiento 26 de Julio ha hablado de socializar o nacionalizar las
industrias. Este miedo a nuestra revolución es sencillamente estúpido…
Personalmente no aspiro a ningún cargo y considero que existen suficientes pruebas
de que lucho por el bienestar de mi pueblo, sin que ninguna ambición personal o
egoísta empañe mi conducta”.[228]
Por si faltara alguna ratificación del espíritu antimarxista que vendía Castro, en
Venezuela, el 20 de julio de 1958, Fidel (representando al Movimiento 26 de julio) y
el resto de las principales organizaciones opositoras a Batista firmaron “El Pacto de
Caracas”, el cual era un compromiso detallado para el regreso de la democracia a
Cuba. Tanto es así que los comunistas fueron excluidos de participar del acuerdo,
dadas las vinculaciones históricas de éstos con Batista.[229]
Sin embargo, los comunistas comenzaron “jugar a dos puntas”. Recuerda Huber
Matos que tras un combate, conversa con Fidel, quien le dice:
“—¿Cómo andan los heridos tuyos?
—No hay ninguno grave. Fui a despedirme y todos se mantienen con buen ánimo.
También me encontré con Carlos Rafael Rodríguez (alto dirigente comunista del
PSP).
No me deja continuar. Reflexivo primero y luego con un poco de mal humor,
señala:
—Sí, así es… mientras los nuestros mueren combatiendo, ése anda por la
retaguardia, en labor de proselitismo… Los comunistas me preocupan mucho. Debes
tener cuidado a la hora de elegir los oficiales que te secunden en la columna.
Cuídate mucho de esto”.[230]
En cuanto a Guevara, menos político que su jefe, no mentía con tanta alevosía,
sino que por lo general tanteaba la ideología de sus camaradas con espíritu
especulador. Si bien Huber Matos peleaba en un frente distinto del de Guevara y por
ende se frecuentaban poco, Matos cuenta que en uno de sus primeros encuentros con
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el Che en Sierra Maestra: “Guevara trata de sacarme lo que puede sobre mi posición
ideológica, la que explico sin entrar en detalles. Él por su parte, me expone la suya,
a veces con disimulo, a veces con mayor claridad. En sus palabras hay un alto grado
de contenido social dentro de una tendencia marxista que no comparto…
—¿Te consideras marxista? —le digo.
—Bueno… he leído bastante a Marx. Es posible que de algún modo lo sea, pero
no soy lo que puede llamarse un marxista propiamente dicho…
—Y ese pensamiento tuyo, ¿encaja en la Revolución que estamos haciendo?
—Sí —aclara—, porque esta es una Revolución que restablecerá la constitución
que ustedes los cubanos han tenido y respetado; una constitución liberal,
democrática, en la que obviamente habrá que hacer reformas.
Continúa diciéndome que cuando triunfemos la vida va a seguir en Cuba como
antes de la dictadura, pero con mejoras económicas y sociales. Que nada de lo que
se establezca se parecerá al sistema implantado en países totalitarios; menos aún al
soviético, donde no hay libertad alguna. Comenta sobre el sistema soviético diciendo
que el mismo está en contra de su sentido de la vida porque él nada más puede vivir
en un medio democrático, en el que haya pasión por solucionar los problemas más
acuciantes del pueblo, pues detesta la situación del hombre en un sociedad
totalitaria”.[231]
En tanto, la prensa americana seguía propagandeando a los rebeldes. Ese año, un
corresponsal del New York Times, Homer Bigart, fue enviado a la Sierra Maestra “lo
acompañó un periodista uruguayo, Carlos María Gutiérrez, que después se volverá
amigo y candidato a biógrafo del comandante”.[232] La maquinaria multimediática de
la que proseguía gozando el castro-guevarismo era tal, que Kalfon la describe en los
siguientes términos: “Los artículos del New York Times incitan a un equipo de
televisión del Columbia Broadcasting System a filmar in situ a la guerrilla de
aquellos Robin de los Bosques cubanos… la gente de la televisión compartirá
durante casi dos meses la vida de los guerrilleros… A partir de ese momento, la
epopeya romántica de los buenos justicieros, combatiendo en una espesa jungla
contra los soldados del malvado dictador, se convertía en frecuente tema de
reportajes. Sobre todo porque la aventura de Fidel Castro y sus boys no ha recibido
todavía la infamante etiqueta de comunista”.[233]
Asimismo, Castro, en renovado reportaje concedido al mencionado periodista
Herbert Matthews del New York Times declaró: “Puede tener la certidumbre de que
no abrigamos la menor animosidad contra los Estados Unidos o contra el pueblo
norteamericano” y Matthews se dio el gusto de caracterizar a su amado Fidel como
“un idealista, animado de firmes convicciones acerca de la libertad, la democracia,
la injusticia social y la necesidad de restablecer la Constitución y celebrar
elecciones”. En otra columna suya del mismo diario, Matthews no vaciló en celebrar
que el programa castrista traería una reforma “democrática y por lo tanto
anticomunista”.[234]
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La conjura continúa
Al finalizar el verano de 1958, las acciones contra Batista se multiplican por todo
el país: “La Habana conoce el 15 de marzo una noche de las cien bombas pero el
golpe más espectacular, de resonancia internacional, es el secuestro del campeón
mundial de automovilismo, el argentino Juan Manuel Fangio. Raptado el 23 de
febrero de 1958 en el hotel Lincoln, en el centro de la capital… que no lo liberan
hasta el día siguiente de la competición”.[235]
Para fortificar el apoyo de los antibatistianos que operaban en Estados Unidos,
Haydée Santamaría (veterana del Moncada) es enviada al país del norte (que después
de 1959 pasaría a llamarse “el imperialismo”) en donde es recibida con todos los
honores para coordinar y organizar una colecta a fin de obtener fondos de la colonia
cubana y diversas organizaciones americanas que, montando retaguardia en Estados
Unidos, conspiraba contra Batista desde distintas ciudades del vecino país aliado. Y
tan aliado era, que Washington determinó darle el golpe de gracia a Batista en marzo
de 1958, decretando un embargo de armas a Cuba con el fin de desabastecerlo por
completo y dejarlo sin municiones a corto plazo.
A finales de junio, en medio de un bombardeo aéreo de las fuerzas de Batista por
sobre las tropas rebeldes que estaban al mando de Raúl Castro (en el Segundo Frente
de la Sierra de Cristal), Raúl ejecutó un ingenioso ardid deteniendo amablemente a
cuarenta y nueve ciudadanos norteamericanos. ¿Con qué objetivo? Que Estados
Unidos presionara a Batista por el cese de los bombardeos a cambio de liberar a los
americanos secuestrados. Conclusión: “Estados Unidos pide inmediatamente al señor
Batista —que obedece— que cesen los bombardeos hasta la total liberación de los
rehenes”.[236] Nótese la ironía: Raúl lleva adelante una acción supuestamente
injuriante hacia ciudadanos estadounidenses, y EE.UU. en lugar de tomar represalias
contra los agresores, toma medidas contra Batista. Esta y no otra fue la posición del
gobierno de los Estados Unidos y la comunidad internacional contra el cada vez más
cercado régimen de Batista. Es más, contrariando la propaganda guevarista siempre
insistente en exaltar el carácter quijotesco de la “epopeya” revolucionaria, hasta un
autor como Kalfon, totalmente indulgente con Guevara (lo cual no le quita seriedad
ni mérito alguno a su extenso y documentado trabajo), reconoce que las tropas
“represivas” del general Cantilo (hombre clave en las milicias de Batista) poseían el
siguiente estado: “La moral de sus tropas es desastrosa. La mayoría, antes de
combatir, se mandan una volada con marihuana, tan fácil de encontrar en la sierra.
Algunos desertan, uniéndose a la causa fidelista. Otros, hechos prisioneros, sólo se
marchan con la Cruz Roja tras haber obtenido… un autógrafo de Fidel Castro, cuyo
carisma hace estragos. Por lo demás, un antiguo oficial de Batista de nombre muy
francés, Coroneaux, tras haberse unido a la rebelión en tiempos de Frank País,
realiza una jugarreta utilizando la frecuencia de radio de un tanque enemigo,
inmovilizado por los guerrilleros, para que la aviación bombardee a los soldados de
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Batista”.[237]
Mientras corrían turbulentos meses tanto en la Cuba urbana y como en la Sierra
Maestra, a diferencia de los relatos de los combatientes en esta y cualquier otra
contienda bélica, Guevara jamás recordaba ni se interesaba por su mujer ni su bebé.
Como marido, además del ya mencionado destrato hacia su esposa, era un padre
absolutamente ausente: “Desde su llegada a la Sierra, el Che había recibido varias
cartas de su esposa que rara vez respondía. El 15 de febrero de 1958, el mismo día
que su hija Hildita cumplía dos años, su mujer volvió a escribirle pidiéndole
autorización para trasladarse a Cuba, y acompañarlo en la lucha. Tardó cuatro
meses en contestarle y la respuesta fue un no rotundo”.[238] Complementando esto,
bien vale el testimonio de Agustín Alles Soberón, periodista de la revista Bohemia,
que pasó dos meses en la Sierra Maestra como corresponsal y cuenta que al reportear
a Guevara en su campamento, en marzo del 58 “entre las cosas que observé es que
tenía una personalidad despótica, dura, cruel. Por ejemplo le pregunto por su
primera esposa Gadea y me dice ‘bueno, no sé de ella ni me interesa’”.[239]
El 5 de mayo de ese año, el presidente cubano anunció un plan de ataque para
erradicar definitivamente la guerrilla. Anota Gambini que esta acción era para Batista
“Una victoria segura, según se calculó, porque se descontaba que trescientos
guerrilleros jamás podían ofrecer resistencia a un ejército”.[240] Parece que el
solitario Batista todavía no se había enterado de que su ejército no lo apoyaba, se le
sublevaba anexándose a los rebeldes o en el mejor de los casos se rendía ante la
posibilidad de cualquier tiroteo; además, su guerra no era contra 300 guerrilleros sino
contra toda la comunidad internacional.
Es por estos motivos y no otros, por los cuales finalmente fue derrocado.
Acertadamente, expone Sebreli que “Los éxitos militares de la guerrilla no fueron
resultado de la escasa fuerza —casi inexistente— de los guerrilleros, sino de la débil
voluntad de defensa del corrompido ejército de Batista. No se trataba todavía de una
revolución de izquierda, sino de la lucha contra una dictadura desacreditada,
contaba con el apoyo de un amplio sector de la burguesía y de las clases medias
cubanas, además de tener bases logísticas en México y Venezuela. Los otros
gobiernos latinoamericanos la veían con simpatía, incluso Estados Unidos
abandonaba al desprestigiado Batista”.[241] El citado pensador marxista Pablo
Giussiani, efectuando un inteligente y singular análisis sobre la revolución cubana,
por su parte atribuye el triunfo de la misma a un sinfín de causas ajenas a la guerrilla,
reduciendo el aporte de ésta a un miserable 15% en la hipótesis de mínima y a un
25% como guarismo exagerado.[242] Porcentuales que demuestran que la guerrilla en
Cuba sirvió modestamente para ayudar a empujar a Batista al precipicio, pero que en
modo alguno fue factor principal, ni determinante, ni protagonista. Agrega Sebreli
que “Los combates de la guerrilla cubana, más que batallas, fueron escaramuzas, y
más que escaramuzas, campañas de relaciones públicas internacionales de prensa.
Las entrevistas de The New York Times, Time, Life, Paris Match, Le Monde,
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Corriere della Sera y un documental de la CBS habían hecho famosos a los
guerrilleros en el mundo entero como los Robin Hood de Sierra Maestra”.[243] Esta
afirmación de Sebreli es tan cierta, que sumando las bajas entre los rebeldes y los
soldados de Batista (cuya cantidad de efectivos se acercaba a 40 000), entre ambos
bandos los muertos apenas sobrepasan los 800 caídos en toda la “guerra”.
Efectivamente: “Cuando Castro tomó el poder, el semanario Bohemia, órgano
marcadamente antibatistiano, publicó una lista de los supuestos muertos por ambos
bandos durante el último gobierno de Batista: en total sumaban 869”.[244] En
concordancia con esto, un agente de la CIA, experto en Cuba y la región le confió a
Mario Lazo que “la cifra total de muertos no excedía el millar”.[245] Quien por
entonces fuera el escriba de Castro, Carlos Franqui, director de la revista Bohemia,
concluye que “la dictadura (de Batista) cae no tanto por una derrota militar como
por una derrota política, pues el ejército, miles y miles de soldados, se rinden sin
pelear”.[246]
Volviendo al desamparado Batista, a modo de esfuerzo desesperado, trató de
persuadir a los Estados Unidos de que los guerrilleros eran comunistas y solicitaba
apoyo del Pentágono. Los americanos no creían en Batista y seguían ayudando a los
“libertarios de Sierra Maestra”. Anota Gambini que “Fulgencio Batista era el menos
indicado para estimular esas acusaciones, pues durante su anterior gobierno había
contado con el apoyo de los comunistas… nadie le creía… Estados Unidos se
disponía a ajustar su política exterior… y abandonar a los dictadores a su suerte…
Le interesaba ahora apoyar a determinados líderes políticos, con posibilidades de
triunfo, y rescatar las formas democráticas de gobierno, en lugar de seguir prestando
ayuda a personajes tan impopulares”.[247]
Las acusaciones de marxismo que Batista endilgaba a Castro y a sus
lugartenientes, contrastaban con las citadas declaraciones abiertamente antimarxistas
de Fidel. En cuanto al marxismo de Guevara (quien no lograba disimularlo), la CIA
de todos modos no lo tomaba en serio y en un informe de 1958 expresó que el Che
más que un agente marxista “es un aventurero, no un político profesional… Ha
estado buscando siempre algo con que darle sentido y significación a su vida y por el
momento la ha encontrado en Castro, no Castro el político sino Castro el perseguido,
un Castro luchando contra la tiranía”.[248] Las solitarias denuncias de Batista caían
en abstracto y su prédica era una voz en el desierto desoída incluso por los militares
cubanos quienes hacían caso omiso de sus órdenes.
Dos meses antes de la revolución, el olor a victoria deleitaba a Fidel Castro que
no quería descuidar el más mínimo detalle. Esto le valió una dura discusión con su
impaciente hermano Raúl “cuando éste secuestró a mineros de Moa y Nicaro, y a
marines de franco. Fidel intuía que era imprescindible mantener el embargo
norteamericano a la venta de armas a Batista. No había llegado el momento del
choque con el vecino del Norte, y no había que adelantar las vísperas. Castro regañó
a su hermano menor, quien liberó rápidamente a los presos, y el embargo prosiguió”.
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[249]
Batista ya había decretado elecciones presidenciales libres para el 3 de noviembre
de 1958, en las que él no participaría como candidato puesto que a tenor de lo
dispuesto en la Constitución de 1940 no se permitía la reelección. Sin embargo, la
consigna de las tropas rebeldes fue sabotear el proceso electoral acusado de “farsa”.
Cuenta el mismo Guevara que “Los días anteriores al 3 de noviembre fueron de
extraordinaria actividad: nuestras columnas se movilizaron en todas direcciones,
impidiendo casi totalmente la afluencia a las urnas, de los votantes en esas zonas”.
[250] La embestida antielectoral se forjó en un ambicioso plan consistente en “atacar
tres puntos: cada extremo de la isla y el centro. Castro mismo, con su hermano Raúl
y Almeida, se encarga de la provincia de Oriente y de Santiago de Cuba. Camilo
Cienfuegos debe llegar hasta la provincia de Pinar del Río, en el extremo oeste. Y se
encarga al Che que divida en dos la isla, atacando la región central de Las Villas
donde hay ya, en la Sierra del Escambray, diversos focos de resistencia y no sólo el
del M 26… El Objetivo final es hacer caer la dictadura, pero de momento se trata de
impedir las elecciones presidenciales de noviembre”.[251]
Cabe preguntarse, ¿cómo es eso de un ejército rebelde que tiene por ambición
tomar el poder para llamar a elecciones cuando en Cuba se estaban celebrando
elecciones y estos mismos las sabotean? La realidad es que más allá de las
ambiciones de Castro (que aunque públicamente dijera lo opuesto, sus objetivos nada
tenían que ver con reinstaurar un sistema electoral), el grueso de los cubanos no
confiaban en la pureza de los comicios, puesto que Batista se hallaba muy
desacreditado por sus mañas dictatoriales y por el golpe que él impartió en 1952. Los
logros económicos que gozaba Cuba, no alcanzaban para calmar a una sociedad que
solicitaba una reforma institucional acorde con el perfil de las grandes potencias
republicanas de occidente.
Los comicios sin embargo se llevaron a cabo aunque con escasa repercusión: “los
dos candidatos de la oposición eran el ex presidente Grau San Martín y el Dr.
Márquez Sterling… las elecciones generales se celebraron el 3 de noviembre de
1958, en condiciones que distaban mucho de ser normales. Desde las montañas
Castro incitó al asesinato de los candidatos, tanto del gobierno como de la
oposición. Las personas que acudieran a las urnas el día de las elecciones, amenazó,
serían ametralladas… Había pocas personas en las calles y el tráfico era escaso…
El candidato apoyado por el gobierno era el Dr. Andrés Rivero Agüero. Antes de la
media noche el gobierno anunció que había obtenido una aplastante victoria”.[252]
Pero el plan saboteador de las elecciones tuvo éxito. Si bien las mismas se llevaron a
cabo, sólo un 20% del padrón acudió a votar puesto que los rebeldes lograron
“paralizar la circulación, dinamitar los puentes, dividir la isla en dos, impidiendo
con ello el envío de refuerzos militares hacia Oriente”.[253] Por lo pronto, Rivero
Agüero (el candidato ganador), en teoría debería sustituir a Batista en 1959.
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El intendente conservador
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ametralladoras y 85 fusiles—. Un par de días después, capitula la ciudad de
Placetas, de nuevo con prisioneros y armas entregadas. Se acentúa la renuencia de la
tropa batistiana a seguir peleando. Los soldados se rinden aun en condiciones de
superioridad militar”.[259]
Finalizando el mes con algunas escaramuzas que hirieron a varios hombres del
Ejército Rebelde, relata Matos que “Cuando visito a los heridos en nuestro hospital
de campaña, recientemente instalado en Dos Bocas, un oficial me informa: —
Comandante, algo raro está pasando en las posiciones fortificadas del cuartel de El
Cristo. Hay un movimiento extraño al anochecer.
No espero más y salgo en esa dirección… ¿Qué encuentro? Una verdadera
desbandada… Los soldados están abandonando sus posiciones, incluyendo el
cuartel. Huyen escondiéndose en cañaverales y malezas”.[260] Como si estos relatos
fueran insuficientes, remata Matos comentando que muchos de los prisioneros
tomados al ejército “están en actitud de cooperación y trabajan como auxiliares de
nuestra tropa”.[261]
Batista tenía que pelear contra Estados Unidos (que no sólo le había bloqueado
todo apoyo armamentístico sino que financiaba a los rebeldes), contra las
sublevaciones de sus propios hombres, contra el entreguismo de sus soldados no
sublevados y contra el apoyo recibido por los rebeldes de países tales como México,
Costa Rica o Venezuela. Sus posibilidades de triunfo eran nulas. Sobre el apoyo
venezolano, agrega Matos: “El 9 de diciembre, después de varias horas en jeep me
encuentro a nuestro jefe… Fidel está eufórico… Me muestra, por otra parte, las
armas que acaba de recibir de Venezuela. Un buen cargamento traído en avión por
Díaz Lanz, el mismo piloto que nos trajo desde Costa Rica. Al parecer, el presidente
venezolano Wolfgang Larrazábal, con el respaldo del ex mandatario Rómulo
Betancourt, es el que ha proporcionado los pertrechos. Fidel me hace un buen regalo
de ese armamento: un fusil ametralladora brasileño”.[262] Pero el notable apoyo
armamentístico proveniente del extranjero, al parecer estaba demás, ya que no había
mucha necesidad de usar armas ante un enemigo que se mostraba renuente a todo
combate, tal como lo sigue relatando Matos: “En la noche del 14 de diciembre el
ejército, derrotado y en retirada, acampó junto a un cuartel ubicado en Melgarejo, a
la entrada de El Cobre, donde se encuentra el santuario de la Virgen de la Caridad,
patrona de Cuba. Oficiales de la Columna 10, persuadieron a los soldados a
entregar sus armas y retirarse a Santiago. Así lo hicieron… el enemigo está
atrincherado, sin el menor indicio de planes ofensivos”.[263]
Los pocos soldados de Batista que presumiblemente presentaban batalla, ni
siquiera revisaban el desvencijado armamento, que contaba con bombas que no
explotaban. Otros soldados batistianos, además aprovechaban la ocasión para vender
su armamento al ejército rebelde a cambio de unas monedas (nótese la crudeza de
“los represores”). Así lo confiesa Matos: “Utilizamos el material explosivo de las
bombas que lanzan los aviones y no estallan para fabricar nuestras minas. Es
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increíble que muchas bombas no hagan explosión y que esto se repita sin que la
fuerza aérea de Batista tome medidas… Se dan situaciones curiosas: hay marinos
que roban pertrechos, como las codiciadas balas de la calibre 50, y los venden por
poco dinero. Ese mercado negro también existe en el ejército y lo aprovechamos
negociando con algunos cabos y sargentos”.[264]
El 22 de diciembre, en el territorio comandado por Huber Matos quedaba aún por
atacar el cuartel de La Microonda. Las tropas rebeldes se acercan al lugar y se
produce una serie de tiroteos. Tras varias escaramuzas, desde el cuartel, recuerda
Matos: “Gritan reclamándonos una tregua para volver a conversar… Cuando los
nuestros dejan de disparar, vemos que los soldados se tiran por la ladera,
abandonando las trincheras en racimos humanos. Es una fuga espectacular. Buscan
irse por el lado de Santiago de Cuba. Lo de la tregua era una treta para iniciar la
huida. Otra desbandada, como la de El Cristo, al caer la noche”.[265]
Una semana antes de estas sistemáticas fugas batistianas, el 14 de diciembre de
1958 “la Secretaría de Estado intervino oficialmente para eliminar a Batista y
colocar a Castro. Cursó instrucciones al embajador Smith de que comunicara al
presidente que ya no contaba con el apoyo de los Estados Unidos y que debía
abandonar Cuba”.[266] Días después, el embajador americano Smith mantiene una
reunión con Batista en la que deliberadamente le manifiesta su apoyo al castro-
guevarismo y lo “invita” a renunciar. Los alcances del encuentro fueron relatados por
el propio Smith: “Batista aún rezumaba un aire de pujanza mientras permanecía
sentado en un extremo de su despacho sin dar la menor muestra de emoción…
Preguntó si podía trasladarse con su familia a su casa de Daytona Beach, y se le dijo
que primero debía pasar algún tiempo en España o cualquier otro país extranjero.
Preguntó de cuánto tiempo disponía y se le respondió que no debía retrasar su
marcha innecesariamente”.[267]
La determinación americana generó euforia entre los rebeldes. Fidel ordenó de
inmediato una reunión con Matos, y en la misma mintió en los siguientes términos
“—Escúcheme bien… La dictadura está derrotada. Ninguno de los comandantes que
tenemos mando de tropas debe formar parte del futuro gobierno. Nosotros seremos la
reserva de la Revolución, un grupo con autoridad moral para controlar las cosas…
Ni tú, Huber, ni yo, ni Raúl, ni el Che, ni Camilo; ni ninguno de los comandantes con
mando de tropa ocuparemos cargos en el aparato administrativo. Urrutia, que ha
venido de Venezuela a pedido mío, se hará cargo de la presidencia. Nombrará sus
ministros, los que ayudaremos a escoger. Las posiciones principales quedarán en
manos de gente de mucha confianza. Al Ejército Rebelde le corresponde la misión de
vigilarlo todo para que el programa de la Revolución se cumpla cabalmente”.[268]
La entrega de Cuba al comunismo promovida por las administraciones
americanas en manos de Dwight David Eisenhower (1953-1961) primero y John F.
Kennedy (1961-63) después no es una mera teoría, sino una realidad concreta y
confesada de manera taxativa por quien fuera el Embajador en Cuba encargado de
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comunicar a Batista su expulsión. Incluso, una vez pasada la revolución, Earl E. T.
Smith expuso ante el Subcomité del Senado sobre Seguridad Interior revelando datos
extraordinarios que ratifican por completo el papel determinante de los Estados
Unidos para la llegada de Castro al poder. Entre lo expuesto, Smith confirmó que: “El
régimen del presidente Eisenhower se empeñó en que Castro Ruz llegara al poder…
Es difícil de entender esta política desde un punto de vista norteamericano… He
demostrado que varias veces, cuando la ocasión era propicia y había oportunidades
de encontrar una solución sin Batista ni Castro, nuestro Departamento de Estado se
negó a dar su apoyo… Concediendo que Batista ya no fuera útil, la alternativa,
desde luego, no tenía que haber sido Castro, nuestro enemigo. Y es necesario
advertir que Castro no se habría encontrado en la situación de alcanzar el poder y
no hubiera podido crear el medio para tomarlo sin la buena voluntad del Cuarto
Piso (en donde funcionaban las oficinas de Asuntos Latinoamericanos del
Departamento de Estado americano)… era imposible que el subsecretario de Estado
Roy Rubottom, su compañero William Wieland y el Cuarto Piso no estuvieran
enterados de las aficiones comunistas de Fidel Castro. No existe la posibilidad de
que la CIA no lo supiera…” y Smith agrega que “Desde Florida salían soldados,
municiones y armas y corriente incesante, y se entregaban a los revolucionarios que
se hallaban en las montañas de la Sierra Maestra…”.[269]
Para más datos, el antecesor de Earl Smith en la Embajada americana en Cuba,
Robert C. Hill (quien culminó su mandato diplomático en julio de 1957), al traspasar
su cargo a Smith le vaticinó su pesar espetando “Earl lamento que vayas a Cuba… Te
envían a Cuba para presidir la caía de Batista. Se ha tomado la decisión de que
Batista tiene que desaparecer. Necesitas andar con mucho cuidado” (declaración del
embajador Robert C. Hill en el Senado, 12 de junio de 1961).[270]
Si la CIA tenía conocimiento sobre la filiación comunista de Castro y no reparó ni
se alarmó por el “detalle” no lo podemos suscribir. Tampoco podemos saber si por
inoperancia o impericia investigativa, la CIA fue efectivamente engañada por Castro
y sus insistentes declaraciones “macartistas” tal como sostienen muchos otros.
Empero, lo que sí es una verdad de a puño, es que el derrocamiento a Batista lo hizo
Estados Unidos y no un puñado de campesinos analfabetos.
Va de suyo que no es esto lo que se enseña en los colegios cubanos desde 1959 a
la fecha. Caso contrario, deberían cambiar la efigie de los idolatrados íconos de la
revolución cubana (Cienfuegos, Guevara, Castro y algunos otros barbudos más) por
la de los presidentes norteamericanos Eisenhower y Kennedy respectivamente.
El paseo final
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importancia estructural y la primera en importancia militar. Lejos de la cacareada
“batalla heroica”, la toma de Santiago de Cuba no distó mucho de asemejarse a un
alegre paseo turístico. La policía y las Fuerzas Armadas batistianas no sólo no
pelearon, sino que acordaron con los rebeldes en sublevarse contra Batista. Así lo
reconoce Matos, quien era el encargado de tomar la ciudad: “El comandante
Bonifacio Haza, jefe de la policía de la ciudad, me ha enviado un mensaje…
garantizado que sus fuerzas se pondrán a nuestras órdenes con todos los carros
patrulleros tan pronto yo le indique… La base naval de la marina en Punta Blanca
tiene gran capacidad defensiva, pero no nos preocupa. Tenemos informes de que la
marina se unirá a nosotros cuando las acciones alcancen intensidad… En la bahía
operan dos fragatas, la Antonio Maceo y la Máximo Gómez. La mayoría de la
oficialidad de esta última simpatiza con nosotros. Entre ellos hay una conspiración
bien extendida. Uno de estos oficiales, el capitán Trujillo, se ha incorporado a la
Columna 9. También tenemos varios de sus marinos. Estoy impulsando la
sublevación, contando con la inteligente intervención de dirigentes del 26 de julio en
Santiago. Ellos están al tanto de las garantías que Fidel les ha dado. Los oficiales de
la Máximo Gómez pueden comenzar a trabajar en la deserción de los oficiales de la
Antonio Maceo.
Hemos estado acumulando grandes cantidades de gasolina que nos entrega la
refinería Texaco durante la noche”.[271] Nótese que hasta las petroleras
multinacionales apoyaron el proyecto capitalista y republicano que supuestamente
ofrecía el castro-guevarismo.
Ni siquiera el paseo por Santiago de Cuba podría ser obstaculizado por la
infantería de marina de Cuba (probablemente el sector militar más profesional con el
que contaba Batista), puesto que tal como lo confiesa Matos “sus integrantes siempre
han tratado de demostrar que la hostilidad hacia las fuerzas revolucionarias es
forzadas por las circunstancias, y que existe una corriente de coincidencia entre ellos
y los barbudos”.[272]
Toda la coyuntura para la “toma” de la ciudad portadora del Distrito Militar más
importante de Cuba, se presentaba de manera más semejante a una distendida
caminata que a una batalla decisiva. El desfile sería encabezado por el comandante
Huber Matos. Sin embargo, la peregrinación se dilató unos días. Ocurrió que las
cosas fueron más fáciles aún. Cuenta el propio Matos que “El 28 de diciembre…
habrá una reunión muy seria y secreta entre Fidel y el general Eulogio Cantillo, jefe
de operaciones del ejército (de Batista)… Con la más absoluta reserva él y Fidel han
intercambiado recados, notas y cortesías… La reunión se celebra en el Central
Oriente. Los pocos que lo saben viven momentos de tensión. El resultado es un pacto
para poner fin a la guerra el primero de enero, con un reconocimiento del triunfo de
la Revolución y una alianza entre los militares y los rebeldes.
Tres horas después de concertado el acuerdo, llega Raúl Castro a la
comandancia de la Columna 9. Viene contento, con un mensaje verbal de Fidel: —
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Huber, vengo a buscarte —me dice entusiasmado—. Se ha logrado hoy un acuerdo
con Cantillo por el cual el primero de enero de 1959 termina definitivamente la
guerra. En la ejecución del plan tienes una importante participación. Fidel necesita
conversar contigo, te espera cerca de Palma Soriano… Fidel, Raúl y yo conversamos
en privado.
—Huber, como tú ya sabes, hemos llegado a un arreglo con Cantillo… El primero
de enero, a las tres de la tarde, tú estarás en el Cuartel Moncada representándome a
mí y al Ejército Rebelde. Irás con trescientos hombres escogidos de tu columna… Allí
se hará un pronunciamiento conjunto del Ejército Rebelde y del Ejército Nacional,
poniendo fin a la dictadura y a la guerra y proclamando el triunfo de la Revolución,
la unificación del ejército y la instauración de un gobierno civil… Desde Santiago se
le dirá a la nación que el Ejército Rebelde y el Ejército Nacional se han convertido
en una sola fuerza. Además, daremos lectura a los puntos principales sobre los que
se basa el acuerdo”.[273] Finalmente Cantilo dilató el evento cinco días más. ¿Por qué
razón?, pues para dar tiempo suficiente a que Batista preparase los detalles de la
retirada prevista para el 1 de enero que Estados Unidos le había ordenado.
En cuanto al citado comandante Bonifacio Haza Grasso (jefe de la Policía de
Santiago de Cuba que ofreció sus hombres al servicio de los rebeldes), fue fusilado
tras la revolución en 1959 cuando se advirtió que no adhería a las ideas comunistas.
[274]
Y a todo esto… ¿qué era de la vida del Che Guevara? Según la leyenda castrista
el Che encabezó “el golpe final” que fue “la batalla” de Santa Clara entre el 29 y 31
de diciembre de 1958.
Pero la realidad es que los guerrilleros del Segundo Frente Nacional del
Escambray (sector rebelde pero no castrista que venía dando batalla en las Sierras del
Escambray) ya habían conversado con los soldados de Batista y estos manifestaron
(al igual que en las mayorías de unidades y cuarteles militares) la total voluntad de no
pelear en Santa Clara.
Los soldados de Batista avisaron previamente a los rebeldes que llegarían en tren
y entregarían sus armas en el acto. Los laureles se los llevaría el Segundo Frente
Nacional del Escambray y no las tropas de Guevara que tenían la misma zona de
operaciones. Por añadidura, aquellos quedarían con mejor imagen y posicionamiento
político para gestionar o influir hacia una transición en consonancia con la
constitución de 1940. Pero esto opacaba de cabo a rabo los planes totalitarios castro-
guevaristas de alzarse con el poder e imponer el comunismo.
Ante esto, Guevara fue más allá y les ofreció a los ya rendidos militares de
Batista, dinero. Tras el pacto de rendición y soborno, el Che, no pudiendo con su
genio criminal y a sabiendas de que los soldados no iban a tirar una sola bala ni
estaban siquiera en posición de combate, ordenó a los suyos tirarles a mansalva
aprovechando que estaban totalmente desprevenidos. Recuerda Lázaro Asencio
(quien fuera comandante del Ejército Rebelde) que “el tren blindado fue una acción
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de traición del Che Guevara… el famoso tren blindado estaba dispuesto a entregarse
al Segundo Frente Nacional de Escambray, las condiciones eran muy sencillas, los
soldados del tren blindado iban a entrar por la zona del acueducto de Santa Clara y
allí nos iban a entregar las armas, con el compromiso de que ellos se quedaban ahí
sin pelear… pero por filtraciones que sucedieron, el Che se entera de esa posibilidad
y entonces ¿qué es lo que hacen ellos?, atacan al tren blindado, antes que se
entregara a nosotros”.[275]
Aunque los filmes comerciales pretendan hacer pasar la “Batalla de Santa Clara”
como una epopeya del Che, fue un episodio vergonzoso. Primeramente, el Segundo
Frente del Escambray había pactado con los batistianos la rendición; no habría
derramamiento de sangre ni tampoco dinero en juego. Guevara efectúa el innecesario
soborno y acto seguido, a traición, asesina a diestra y siniestra a los rendidos soldados
de Batista que conforme lo pactado, no estaban siquiera en posición de combate, pues
estaban preparados para la acordada entrega de armas y la consiguiente rendición.
Relata Castañeda que el Che “comprende que el quid de la batalla radica en
inmovilizar el tren blindado… El secreto se anida en la negativa del ejército a
pelear… El episodio del tren blindado va a resultar decisivo, ya que con el
armamento recuperado del ferrocarril, la columna del Che va a entrar en La Habana
días después con un poder de fuego muy superior al de cualquier otro grupo
opositor… Gutiérrez Menoyo insiste en una interpretación alternativa de los
hechos… El tren se encontraba bajo el mando de un teniente Rossel. Menoyo
recuerda cómo la primera persona con quien los militares se entrevistaron para
explorar la posibilidad de rendirse fue justamente con él. Menoyo ofreció garantías
para la tropa y un ascenso para el teniente Rossel; los batistianos resolvieron
entregarlo el tren al dirigente del Segundo Frente del Escambray. Después, según
recuerda Menoyo, ‘el hermano del Teniente Rossel habló con el Che Guevara, yo no
sé qué le ofreció Guevara que yo no le ofrecí, pero el hecho es que el tren se lo
entregaron a ellos. Siempre lo conmemoran como el heroico asalto al tren blindado,
pero ése fue un tren entregado… en dos o tres oportunidades lo comenté con Guevara
y le dije: Guevara, ¿qué tú le ofreciste que yo no le ofrecí?’. Él se echaba a reír y
nunca me lo confesó…”.[276] Más adelante en el tiempo, Fulgencio Batista confesó
que el tren efectivamente fue entregado por el coronel Rosell quien “‘desertó,
después de haber recibido 350 mil dólares, o un millón de dólares del Che Guevara’.
La captura del tren fue, según Batista, una venta… Ramón Barquín, el único alto
oficial de Batista encarcelado por conspirar contra el dictador, afirma que en efecto
se produjo un entendimiento previo entre el Che y los militares para entregar ese
tren”.[277]
Como si esta felonía fuera insuficiente, Jaime Costa (asaltante del Cuartel
Moncada, expedicionario del yate Granma y comandante del Ejército Rebelde),
recuerda que “el primero que entra en Santa Clara ciudad, es el Che, y Félix Torres,
un comunista de las villas, le dice ‘Che, tienen a los chivatos de Batista’ y el Che, sin
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más ni menos los va matando sin interrogar, en eso el segundo que entra en Santa
Clara es Camilo y entonces él tiene una expresión: ‘pero coño, aquí se han bañado
en vez de con agua con sangre, porque donde quiera hay un muerto tirado en la
esquina, han acabado con este pueblo!’”.[278]
El Che cometió una traición doble: a sus camaradas del Ejército Rebelde (del
Segundo Frente Nacional del Escambray) y a los soldados batistianos que ya habían
pactado la entrega. Conclusión: en un pacto donde no habría derramamiento de
sangre alguno, la “gesta” de Guevara tuvo un saldo mínimo de seis bajas por parte de
sus guerrilleros y ¡más de 300 muertos! fusilados pertenecientes al ejército de Batista
ya entregado, sobornado, desprevenido y rendido[279] y de cuya gigantesca masacre
Guevara participa entusiastamente fusilando a 23 soldados.[280] Resume Sebreli el
accionar del Comandante Guevara anotando que “El único triunfo del Che fue la
batalla de Santa Clara, que se redujo al asalto a un tren blindado, donde los
soldados de Batista se entregaron sin luchar”.[281]
Además de la “hazaña” del tren de Santa Clara, en dicha ciudad había un cuartel
bastistiano con 1300 hombres. Tal como fue habitual a lo largo de todas las
escaramuzas en Cuba, el cuartel se entregó sin mayores problemas y sólo manifestó
una pálida resistencia fugaz la estación de policías de la ciudad, la cual se rindió
momentos después. Mientras Guevara fusilaba a traición a los soldados sobornados
en Santa Clara, sin el disparo de una sola bala, Huber Matos paseaba turísticamente
con sus hombres por Santiago de Cuba. Mientras se producía el avance a La Habana,
los militares del ya exiliado Batista formaron una Junta Militar declarando que
pondrán sus tropas para apoyar a los rebeldes. El jefe del Distrito Militar de Santiago
de Cuba es el coronel José Rego Rubido. Este sin vacilar se pliega a favor de los
rebeldes. Recuerda Matos: “Le pido al coronel Rego poner en libertad
inmediatamente a todos los presos políticos. —Hoy mismo van para la calle todos los
de mi jurisdicción —me dice”.[282]
Los oficiales del ejército que parodiaban pelear a favor del exiliado Batista, llenos
de júbilo se reúnen con Fidel y este los llama “a una franca unión de los militares,
con o sin mando, para integrar con los rebeldes un solo ejército al servicio del país y
no de intereses mezquinos… Todavía más eufórico, alentado por las expresiones de
asentimiento de sus interlocutores, exclama: ‘…Ustedes estarán a nuestro lado, codo
con codo, industrializando el país y terminando con el monocultivo’… Agrega
algunas promesas sobre el futuro y finaliza su alocución dando vivas a la Revolución,
a la libertad de Cuba y a la esperanza común de crear entre todos una patria libre,
democrática y plena de derechos… Un acuerdo informal surge de la reunión: Rego
asume la nueva jefatura del Estado Mayor de las fuerzas armadas, reconociendo a
Fidel como comandante en jefe”.[283]
Así fue la “epopeya” de la toma de Santiago de Cuba al igual que la “proeza” de
Santa Clara. Antesalas indispensables para la entrada triunfal en La Habana.
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Capítulo VI
La revolución traicionada
La foto de la revolución
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padrino y promotor de esta ficción a través de sus notas: “Hemos demostrado que un
pequeño grupo de hombres armados, apoyado por el pueblo y sin miedo a morir si
fuera necesario, puede enfrentar a un ejército regular disciplinado y derrotarlo. Ésta
es lección fundamental”.[287] Asimismo, en su conocido cuadernillo titulado “Guerra
de Guerrillas”, la principal quimera consistía en la siguiente afirmación: “Primero,
las fuerzas populares pueden ganar una guerra contra el ejército; segundo, no
siempre hay que esperar a que se den todas las condiciones para la revolución, pues
el foco insurreccional puede crearlas; tercero, en la América subdesarrollada, el
terreno de la lucha armada debe ser fundamentalmente el campo”.[288] Pierre Kalfon
ataca el libreto de Guevara espetando “El Che basa su teoría revolucionaria en el
modelo matricial de una guerrilla de campesinos que prevalece sobre un ejército
profesional. Pero si no fueron los guerrilleros quienes ganaron sino el régimen
carcomido de Batista el que se hundió, entonces el malentendido es inmenso, y la
pasmosa hazaña de trescientos campesinos analfabetos venciendo a un ejército de
cincuenta mil hombres se reduce a un accidente de la historia”.[289]
Incluso, a poco de acaecida la revolución, intelectuales marxistas del mundo
comenzaron a cuestionar las simplificaciones guevarianas, puesto que advertían que
la tesis del Che era un soberano disparate y no se correspondía con la realidad. Fue
entonces cuando Guevara acusó el golpe, publicando en abril de 1961 una cartilla
titulada “Cuba: ¿Caso excepcional o vanguardia en la lucha contra el
colonialismo?”, en donde arremetía: “algunos sectores, interesadamente o de buena
fe, han pretendido ver en ella (la revolución cubana) una serie de raíces y
características excepcionales cuya importancia relativa frente al profundo fenómeno
histórico social elevan artificialmente hasta constituirla en determinantes” y agrega
que siempre existen condiciones objetivas para hacer una revolución y que tan sólo
“faltaron en América condiciones subjetivas de las cuales una de las más importantes
es la conciencia de la posibilidad de la victoria por la vía violenta” y
autoproponiéndose como ejemplo, prosigue “ahora se sabe perfectamente la
capacidad de coronar con el éxito, una empresa como la acometida por aquel grupo
de ilusos expedicionarios del ‘Granma’”; aferrándose al determinismo histórico
añade “las masas no sólo saben la posibilidad de triunfo: ya conocen su destino…
cuales quiera que sean las tribulaciones de la historia”.[290] No sabemos si el Che
respondió de esta manera en calidad de mentiroso o de delirante, pero en verdad, nos
inclinamos por la segunda opción.
Cuando Guevara tuvo que comandar la guerrilla en otras latitudes, sin el apoyo
del pueblo (porque ya conocían su filiación comunista), sin los requiebros de su
virtual agente de prensa Herbert Matthews y sus multimedios asociados, sin los
desembolsos monetarios de la CIA y el apoyo político del Departamento de Estado de
los Estados Unidos y sin el cálido favor de numerosos países de la región que le
brindaron logística, retaguardia, armamentos y dinero, el Che fue aplastado
contundentemente tanto en Salta, como en el Congo y en Bolivia. Lo que ratifica la
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insensatez de su argumento, reducido de un todo a un imaginario voluntarismo
campesino que, dicho sea de paso, fue justamente el sector social que no sólo jamás
apoyó a Guevara en sus aventuras sino que acabó denunciándolo.
La estafa comunista
Tanto sea por el progresivo desgaste y descrédito de Batista como por el halo
mítico y carismático que habían sabido ganar los rebeldes, gran parte de Cuba estaba
de fiesta. Nadie sospechaba lo que vendría después. La gente pensaba que estos
barbudos venían a llevar adelante un gobierno de transición, seguido de un inmediato
llamado a elecciones con la consiguiente reinstauración de la Constitución de 1940.
Castro llegó a La Habana el ocho de enero, acompañado de Huber Matos y
Camilo Cienfuegos. En medio de la euforia popular, por la noche, Fidel pronunció un
discurso por televisión en el que enfatizó que la revolución era nacionalista,
desterrando por completo cualquier sospecha de comunismo y evitando ponerse a la
población en contra (además se le brindó un guiño a los Estados Unidos, que tanto los
había apoyado).
Es más, en procura de consolidar el ardid, el 22 de enero, Fidel Castro brindó una
masiva conferencia ante cuatrocientos periodistas de todas partes del mundo. Allí
falseó a mansalva explicando que él se disponía a “asegurar al pueblo un régimen de
justicia social, basado en la democracia popular y en la soberanía política y
económica. Aseguró que se iban a dar elecciones libres” y que uno de los objetivos
era también “custodiar la democracia y evitar los golpes de Estado”.[291]
Mientras el carismático trío se alzaba con la gloria, Guevara, forzosamente
relegado, firmó la orden de fusilar a 12 policías que no adherían a la revolución. En
sus notas cuenta lo siguiente “No hice ni más ni menos que lo que exigía la situación,
la sentencia de muerte de esos doce”.[292]
Castro nombra un presidente títere, Manuel Urrutia y para despejar cualquier
temor acerca de un giro al comunismo, el político más pro norteamericano de la isla,
José Miró Cardona, fue nombrado primer ministro ¡nada menos! Narra O’Donnell
que “en el nuevo Gabinete casi todos eran anticomunistas”.[293] El pueblo cubano
desbordaba de alegría. En concordancia con lo expuesto, sostiene el biógrafo
socialista Gambini: “¿Qué significaba hacer la revolución? Para muchos era
simplemente sacar a Batista, establecer un régimen provisional y convocar a
elecciones libres… ¿No era eso, acaso, lo que había prometido Fidel desde la
Sierra? Pero había quienes no pensaban lo mismo”.[294] Complementa O’Donnell
sosteniendo “el Che no disminuía sus ínfulas revolucionarias a diferencia de muchos
dirigentes del 26 de Julio que, ahora gobernantes, actuaban como si el único
objetivo de la lucha hubiese sido expulsar a Batista y los suyos”.[295]
En verdad, sólo un minúsculo, casi inexistente, puñado de guerrilleros peleó
contra Batista por la instauración del comunismo. Más del 90% de los rebeldes tan
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sólo pretendía una reinstauración constitucional, un sistema de libertades individuales
y una vida normal al estilo occidental.
Esta política de engaño en donde inicialmente los comunistas estaban ausentes,
no era sólo una táctica para atraer la simpatía internacional sino que en Cuba, los
marxistas eran una ínfima minoría. Esto lo explica muy bien Kalfon “Castro, que
hasta ahora no tiene más cargo que el de comandante en jefe de un ejército al que
está reestructurando, ha cedido al presidente Urrutia la tarea de constituir un
gobierno competente y moderado. Los miembros del 26 de Julio son minoría en el
seno de una mayoría de notables liberales, reformistas, capaces de tranquilizar a una
población llena de desconfianza con respecto a los comunistas”.[296]
Sin embargo, es sabido que muchas veces coexisten un poder real y un poder
formal. En el caso de marras, el poder formal estaba encabezado por liberales y
moderados jubilosamente aceptados por el pueblo cubano. El real, era el que estaba
compuesto por Castro y su pandilla, la cual contaba con peligrosos agentes marxistas.
Pero eran estos los que en verdad tomaban decisiones. Al respecto, añade Kalfon que
había un “gobierno en la sombra”, y que “hay dos gobiernos paralelos… el único
que ejerce el poder es el de Castro.
La cosa es tan cierta que, el 13 de febrero, Miró Cardona, primer ministro en
ejercicio y decano del colegio de abogados, prefiere dimitir antes que seguir
haciendo comedia. Fidel Castro, que ha manifestado ya que el cargo le interesa, es
puesto enseguida —esta vez oficialmente— al frente del gabinete”.[297]
El primer objetivo de engañar a propios y extraños ya había sido logrado. En las
eufóricas reuniones de la “mesa chica” Guevara le dice a Fidel “‘—Hay que sacarse
de encima a todos los que sean un peligro’ —‘lo haremos, chico, lo haremos. Tú y
Raúl se encargarán de eso. Raúl queda nombrado desde hoy segundo jefe del 26 de
Julio y a ti te daremos los derechos ciudadanos para que trabajes tranquilo. A ver, tú,
soldado, comunícame con la presidencia enseguida’… Fidel Ordenó al presidente
Urrutia, más que sugerirle, que preparara un decreto para declarar al comandante
Ernesto Guevara, cubano de nacimiento, con todos los derechos y obligaciones”.[298]
En la repartija de cargos, Fidel le encomendó a Guevara dirigir “La Cabaña”, una
fortaleza militar (que a la sazón albergaba a tres mil soldados del régimen de Batista
que se habían rendido sin combatir) y que ahora bajo el yugo del Che, se
transformaría en un campo de exterminio, donde se ejecutó y masacró a civiles
disidentes en cantidades industriales durante dramáticos años.
Sin embargo, antes de que comenzaran a trascender las noticias que en Cuba se
había instaurado un totalitarismo exterminador, la CIA analizó el triunfo de la
revolución en estos términos: “Cuba sigue disfrutando una prosperidad económica
relativa, y una buena parte de la población, probablemente atemorizada de que la
revolución pondría en tela de juicio su bienestar, parece esperar que se produzca una
transición pacífica del autoritarismo a un gobierno constitucional”.[299]
Ahora que se tenía el poder, venía por delante una tarea no menos difícil:
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consolidarlo. Si bien el marxismo puede imponerse a base de tiros y represión, la
realidad es que se necesita aparejadamente cierta base de consenso, el cual no existía.
Para tal fin, el Che pretendía llevar a cabo un adoctrinamiento en masa, pero no
contaba con cuadros formados académica o ideológicamente para tan ambicioso
proyecto. Entonces fue cuando Guevara recurrió al PSP cubano (dependiente de la
URSS). Cuenta Díaz Araujo que “El Che estaba ya preocupado por la falta de
contenido ideológico (es decir, marxista-leninista) de la revolución y había concluido
que era necesario atraerse al PSP para que fuera él quien lo diera, a pesar de que su
historia era tan corrupta y maloliente como la de cualquiera de los demás partidos
burgueses… no le importó que este mismo hubiera sido el partido que durante años
había colaborado con Fulgencio Batista y de cuyas filas habían salido dos miembros
de su gabinete. Lo que le importaba al Che fue que adoctrinaran en la dialéctica del
marxismo-leninismo, que era la suya, a sus barbudos, y posteriormente… que
prestaran su experiencia en organización y administración al nuevo Estado… El
propio Castro recibió en la Sierra Maestra a Carlos Rafael Rodríguez, uno de sus
principales líderes. A pesar de que Rodríguez había servido en el gabinete de Batista,
Castro no vio ningún obstáculo de orden moral para llegar a un acuerdo con él”.[300]
Si bien la CIA y la comunidad internacional aún no advertían con claridad el
proceso comunista incipiente, uno de los organismos más lúcidos y que más
tempranamente comenzó a manifestar preocupación al respecto, fue la embajada
norteamericana en Cuba, la cual en marzo de 1959 elevó el siguiente informe: “La
embajada ha estado recibiendo informes cada vez más frecuentes durante las últimas
semanas sobre la penetración comunista en La Cabaña. Dichos informes se refieren
al personal que ha incorporado el comandante Ernesto Che Guevara, a la
orientación de los cursos de educación que se imparten, y al funcionamiento de los
tribunales revolucionarios”.[301] De manera similar, al mes siguiente, el 14 de abril,
la embajada estadounidense insiste y advierte sobre el incipiente lavado de cerebro e
infiltración marxista: “Buena parte del esfuerzo comunista en Cuba se dirige hacia la
infiltración de las Fuerzas Armadas. La Cabaña parece ser el principal bastión
comunista, y su nombre, Che Guevara, es la figura principal cuyo nombre aparece
vinculado al comunismo. Cursos de adoctrinamiento político se han establecido entre
la tropa bajo su mando en La Cabaña”.[302]
Ante la alarma sobre el giro comunista y el consiguiente cúmulo de denuncias por
violaciones a los DD.HH. que comenzaban a caer en plañidero, Castro acusa el golpe
y para suavizar las imputaciones se expone a un moderado reportaje en televisión el 2
de abril de 1959, en donde expresó “Ese miedo que parece tienen las minorías a que
en Cuba se desarrolle el comunismo no responde a nada real —enfatizó— ese miedo
yo, sinceramente no lo entiendo”.[303]
La consigna de Castro era que en los primeros tramos había que seguir
apaciguando los ánimos. Para tal fin, inició en el mes de abril una memorable gira por
Estados Unidos, que según Castañeda tenía el propósito de ir “tratando de convencer
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a la opinión pública y al establishment norteamericano de sus ‘buenas’ intenciones…
Fidel Castro, siendo un político mucho más hábil que su hermano y su lugarteniente
preferido, pensaba que si se enfrentaba a Estados Unidos antes de tiempo, hubiera
sido fatal. Por esa razón trataba de que todos creyeran que él seguía con su clásica
postura contraria a los comunistas”.[304]
Allí mantuvo múltiples reuniones. Entre ellas, se dio cita con la Sociedad de
Directores de Periódicos de Norteamérica: “El 15 de abril, antes de dirigirse a los
directores de diarios, pasó la mañana con algunos de los miembros de las comisiones
de Relaciones Exteriores del Senado y de la Cámara… los legisladores presentes
informaron que Castro había expresado su oposición al comunismo… El domingo
siguiente, en el programa de televisión Meet the Press, aseguró a los
norteamericanos: ‘No estoy de acuerdo con el comunismo’. Un día después se
apersonó en el almuerzo del Círculo Nacional de Periodistas y nuevamente denunció
el comunismo. Hablando de Kruschev, afirmó: ‘Cualquiera que sea la índole de la
dictadura —ya sea clasista, militarista u oligárquica— nos oponemos a ella. Por eso
estamos en contra del comunismo’”.[305] Dentro de su extravagante espectáculo
“macartista” incluyó en su periplo una conferencia ofrecida el 23 de abril en Nueva
York. En la misma, Castro, con inmutable cara de piedra afirmó: “Queremos
establecer en Cuba una verdadera democracia, sin ningún rastro de fascismo,
peronismo o comunismo. Estamos contra cualquier forma de totalitarismo”.[306]
Como si su pretendido “anticomunismo” no hubiera quedado del todo claro, el 28
de abril disparó: “El comunismo mata al hombre al privarle de su libertad”.[307] Un
mes después, atacó otra vez al comunismo exponiendo que “es un sistema que anula
las libertades públicas y sacrifica al hombre”[308] y como remate final “acusó a los
comunistas cubanos de hallarse confabulados con los contrarrevolucionarios”.[309]
Seguidamente, emprendió gira por América Latina. En Montevideo se valió de
otro de sus habituales artificios orales al espetar que lo que Cuba quiere es “pan y
libertad, pan sin terror. Ni dictadura de derechas, ni dictaduras de izquierdas: una
revolución humanista”.[310]
Incluso, desterrando el mito de que Estados Unidos “empujó a Cuba al
comunismo”, para recibir a Fidel en esa etapa de su gira, los americanos habían
preparado el mejor de los recibimientos, que incluía la oferta de blandos empréstitos.
Es más, Castro “Antes de salir para los Estados Unidos había declarado a su pueblo
que hacía el viaje a fin de obtener créditos del Banco Mundial y del Export-Import
Bank de Washington. Pero lo curioso es que no pidió nada… Los círculos oficiales y
privados de los Estados Unidos quedaron sorprendidos y desconcertados. No podían
o no querían imaginar que el glorificado peregrino abrigaba la intención de recurrir
a otros medios para obtener bienes y propiedades norteamericanas en mucha mayor
cuantía que la que le hubieran reportado los procedimientos bilaterales”.[311]
Muchos defensores del castro-comunismo, justifican las mentiras de Fidel y el
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Che alegando “que se embromen los yanquis si fueron burlados y no pudieron
adivinar la naturaleza comunista de la revolución”. Lo que no entienden los
apologistas del totalitarismo castrista, es que el problema no es que el engaño haya
burlado a los Estados Unidos, sino que la estafa fue dirigida contra el pueblo cubano,
que siempre fue anticomunista. Es por esa razón que la sociedad cubana apoyó a
Castro y a Guevara. De haber sido estos bandoleros sinceros acerca de sus verdaderos
propósitos, no habrían contado con la adhesión de un solo campesino. En todo caso,
Fidel y el Che solamente hubiesen contado con el apoyo de algunos militantes del
PSP, el cual era tan insignificante en votos, que tanto en 1940 (que llevó en la boleta a
Batista), como en las elecciones de 1944, 1948 y en las que se avecinaban en 1952, ni
siquiera presentaron candidatura propia (nótese el nulo caudal electoral del PSP), sino
que se anexaron en alianza con candidatos moderados a cambio de alguna mísera
concejalía.
La estafa comunista no debe verse como “una burla a la CIA”, sino al pueblo
cubano (en definitiva fueron los afectados directos). Por supuesto, Cuba se constituyó
además en una grave amenaza para la región (desde allí se entrenaba a los terroristas
que en los años ’70 ensangrentaron y desestabilizaron América Latina y parte de
África), además de haber sido una amenaza mundial al portar misiles soviéticos
apuntando a Washington, episodio al que luego nos referiremos.
Pero la política de engaños no era privativa de Castro. Hasta Guevara, quien
siempre ocasionaba problemas con sus declaraciones radicales, ante la pregunta
concreta acerca de si era comunista, el 4 de enero de 1959 le miente al diario La
Nación de Buenos Aires cuando responde: “Creo ser una víctima de la campaña
internacional que siempre se desata contra quienes defienden la libertad de
América”.[312]
Mientras tanto, Castro acumulaba todos los días cargos en el poder político. Ya
era primer ministro, jefe del Ejército, máxima autoridad del INRA (Instituto Nacional
de la Reforma Agraria) a la vez que proclamaba a los cuatro vientos que su
revolución era “verde olivo como las palmas cubanas”. Guevara, al ser consultado
por esta definición, no pudo con su genio. Rehén de su omnipresente verborrea,
agregó que su revolución se parecía a una sandía: “verde en la superficie y roja en su
verdad profunda”.
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presentó en su boda con su infaltable disfraz de guerrillero. Eso sí, dada la
importancia del acontecimiento, en notable muestra de amor, llevó a cabo un profuso
esfuerzo personal: se encargó de que su uniforme estuviera limpio y planchado. Sería
injusto no reconocerle el gesto.
Si bien su flamante mujer, de refinadas facciones europeas no padecerá el tono
despectivo que el Che dirigió para con su anterior esposa Hilda, peruana de fisonomía
aborigen, Aleida no se salvará del destrato y la humillación: recuerda el guerrillero
cubano Daniel Alarcón (nombre de guerra Benigno) que “Cuando ella daba una
opinión que a él no le gustaba, delante de todo el mundo la mandaba a callar con
brusquedad, humillándola”. Concluye Benigno que para Guevara las mujeres “eran
como un objeto del cual se servía”.[313]
De la nueva unión saldrán cuatro hijos reconocidos: Aleida, Camilo, Celia y
Ernesto.
Turista a la fuerza
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de “afianzar relaciones diplomáticas” (siendo que Guevara no era canciller ni sabía
nada de diplomacia). Este recurso será utilizado repetidas veces por Castro. Una
forma elegante de mantener a Guevara alejado de afirmaciones peligrosas. El Che,
aventurero hormonal, siempre aceptó gustoso sus eternas “misiones”. Para más datos,
en sus seis años como funcionario público en Cuba, el Che estaría destinado casi un
año (una sexta parte del tiempo) en viajes político-turísticos (más turísticos que
políticos). Cual niño inquieto al que había que entretener con un sonajero para calmar
su ansiedad, Castro le regalaba al Che su sonajero excursionista para que se
entretuviera peregrinando por el planeta y no perturbara con sus dichos presurosos
esa notable estafa (política e ideológica) que con dedicación artística venía
pergeñando Fidel desde los tiempos del Granma y Sierra Maestra.
Destaca Sebreli que esta notable diferencia de caracteres entre Fidel y el Che (y
que los llenará de conflictos durante toda su convivencia política) se explica a partir
de que “La tarea del político es lenta, discreta y paciente, se realiza cada día y a
través de los años, requiere esfuerzo, obstinación, perseverancia; además, necesita la
capacidad de transigir, negociar, consensuar, saber replegarse, establecer alianzas.
Fidel poseía esas cualidades; el Che, a la inversa, consideraba toda transigencia
como traición al ideal revolucionario, encarnaba al sectario izquierdista infantil
ridiculizado por Lenin, que negaba por principio todo acuerdo”.[317] Se encarga
Sebreli de aclarar que si bien a Guevara le repugnaba corromperse en impuras
transacciones políticas “no le temblaba la mano con el fusil, ajusticiando a sus
propios allegados u ordenando cientos de ejecuciones en masa de sus adversarios.
No quería ensuciarse las manos pero no le importaba mancharse de sangre: ‘Los
guantes rojos son elegantes’”,[318] afirmaba Guevara.
Antes de salir de paseo por el mundo en el tour que Castro le había preparado, el
Che escribe una epístola a su madre (fechada el 2 de julio de 1959) en los términos
siguientes: “Querida Vieja: Un viejo sueño de visitar todos los países se produce
hoy… Además, sin Aleida a quien no pude traer por un complicado esquema mental
de esos que tengo yo… Se ha desarrollado mucho en mí el sentido de lo masivo en
contraposición a lo personal: soy siempre el mismo solitario que va buscando su
camino sin ayuda personal, pero tengo ahora el sentido de mi deber histórico. No
tengo casa, ni mujer, hijos, ni hermanos; mis amigos son amigos mientras piensen
políticamente como yo y sin embargo estoy contento, me siento algo en la vida, no
sólo una fuerza interior poderosa, que siempre la sentí, sino también una capacidad
de inyección a los demás y un absoluto sentido fatalista de mi misión me quita todo
miedo”.[319] Por milésima vez, aparece su invencible intolerancia, su desinterés
absoluto por su nueva mujer (se negó a llevarla de viaje pese a que estaba recién
casado y siquiera fueron de luna de miel), su esencia de vagabundo incurable
(manifestaba alegría por recorrer el mundo pero no mencionaba nada de sus
obligaciones políticas o diplomáticas) y nuevamente, aparece su obsesión por la
muerte, aludiendo en este caso al “sentido fatalista de su misión”.
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En el marco de la gira, Guevara se reúne con Gamal Abdel Nasser, el mítico
mandatario egipcio. En la tertulia, el Che lo provoca con la siguiente pregunta:
“¿Cuántos refugiados tuvieron que irse del país? Cuando el presidente Nasser le
respondió que muy pocos, y que la mayoría eran egipcios ‘blancos’, personas de
otras nacionalidades naturalizados, el Che se molestó. ‘Eso significa, dijo, que no ha
pasado mucho en su revolución. Yo mido la profundidad de la transformación por el
número de gente afectada por ella y que sienten que no caben en la nueva sociedad’.
Nasser le explicó que pretendía ‘liquidar los privilegios de una clase pero no a los
individuos de esa clase’.[320] Nótese que del diálogo, surge otra vez la composición
mental de Guevara, en la cual el que no piensa como él debe padecer el fusilamiento
o el destierro. Esa gente “no cabe en la nueva sociedad”. Guevara propiciaba
posturas extremistas, en parte por su inherente prepotencia, y en parte porque adoraba
los conflictos y se sentía muy incómodo en tiempos de paz: “La presencia de un
enemigo estimula la euforia revolucionaria”[321] confesará.
La foto agujereada
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negativamente cuando Raúl Castro fue designado ministro de Guerra (puesto que
sendos episodios significaban un importante avance hacia el totalitarismo marxista).
Advirtiendo la estafa en ciernes, Matos envió a Castro una carta de renuncia.
Pero Castro, tirano del derecho y del revés, no podía aceptar tal “desplante” y
rechazó la dimisión. Matos insistió al respecto y Castro, enfermo de ira le ordenó al
comandante Camilo Cienfuegos (el otro líder revolucionario escogido por Fidel para
encabezar la entrada en La Habana) que lo encarcelara. Camilo, quien tampoco era
marxista y conocía la bonhomía de Matos, vaciló ante semejante orden y se la
cuestionó a Fidel. Este último insistió y a Camilo no le quedó más chance que
subordinarse y viajar a Camagüey a cumplir las instrucciones del barbado mandamás.
Al llegar y no encontrar cargos para encarcelar a Matos, Cienfuegos le comunicó su
apreciación a Castro argumentando sobre lo arbitrario de la detención. Fidel no
atiende explicaciones y le ordena tajantemente a Cienfuegos que encarcele a Matos
sin mayores trámites. Con gran conflicto interno y a sabiendas de la injusticia,
Cienfuegos detiene a Matos.
Huber Matos fue condenado a 20 años de prisión en condiciones paupérrimas
(que cumplió hasta el último día) por el delito de disentir con Castro. Cienfuegos, por
vacilante, días después es asesinado y se convierte en el primer desaparecido del
gobierno castrista.
Pero Cienfuegos no fue asesinado sólo por cuestionar la orden de Castro.
Numerosos testimonios apuntan a señalar que Camilo le hacía sombra en popularidad
a Fidel y este fue otro ingrediente que se sumó para tomar la decisión de matarlo.
Recuerda Agustín Alles (corresponsal de guerra para la revista Bohemia) que a
Cienfuegos “lo aplaudían tanto que cierta vez le dije ‘Camilo, tú eres tan popular
como Fidel’ —se paró, se detuvo y me dijo ‘si, ese es un problema grande que yo
tengo’”.[324]
La foto de la revolución triunfante entrando a La Habana, con Castro, Matos y
Cienfuegos, un puñado de meses después quedó agujereada en sus dos terceras partes
(Matos encarcelado y Cienfuegos asesinado). Sólo quedaba Castro con el poder
absoluto. Pero los agujeros de dicha foto serían emparchados con la imagen de
Guevara y Raúl como flamantes lugartenientes. La estafa ya estaba consumada y una
retocada foto se imponía en Cuba.
Recuerda Matos el terrible episodio, relatando que al llegar Camilo, este “deja a
sus hombres afuera y nos vamos a hablar a solas… Lo primero que hace es pedirme
disculpas porque tiene la orden de arrestarme, para eso lo han enviado. Su rostro
refleja preocupación y confusión:
—Huber, comprende que esto no es para mí nada agradable. Sabes que nosotros
mantenemos la misma posición respecto al comunismo. Creo que Fidel está actuando
equivocadamente, pero quiero que tú me comprendas.
Luego agrega:
—… Me siento abochornado en este momento, pero tengo que cumplir la orden.
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Vuelve a hacerse el silencio. Camilo está tenso, desconcertado. De pronto
exclama:
—Oye, ¿no se puede tomar un poco de café?
… Fidel llama por teléfono a Camilo, quien está sentado en la silla de mi
despacho, a poco más de un metro de donde estoy. Al parecer, Fidel le pregunta cómo
están las cosas y Camilo le responde:
—En el cuartel todo está en orden, pero los oficiales están muy disgustados.
Nosotros hemos creado el malestar… Aquí no hay traición ni sedición, ni nada de lo
que se dice. Deberíamos haberlo manejado de otra manera. Los capitanes estaban
molestos pero tranquilos; ahora están indignados y quieren renunciar. Lo que se ha
hecho es una metedura de pata.
Fidel seguramente lo interrumpe con algún reproche insolente, por la cara que
pone Camilo… Por lo visto y después de los insultos, Fidel le ordena seguir adelante
cumpliendo estrictamente sus instrucciones…
—Se hará como tú dices, pero lo que hemos hecho es una metedura de pata.
Camilo queda con el teléfono en la mano. Me parece que se ha arriesgado mucho al
cuestionar la disposición de Fidel… el 30 de octubre, en una nota con fecha 29, el
gobierno da a conocer la noticia de que Camilo Cienfuegos ha desaparecido cuando
viajaba en su avión”.[325]
Treinta y cuatro de los oficiales bajo el mando de Matos se solidarizaron con su
actitud. Matos les pidió que no dimitieran. No lo hicieron, pero de todos modos los
34 fueron encarcelados junto con él.
Corrían días de gloria para Raúl y el Che. Entre la encarcelación de Matos y el
asesinato de Cienfuegos, habían logrado erradicar a dos íconos anticomunistas de la
revolución.
Respecto de Matos, Fidel ordenó llevar adelante una campaña de prensa
acusándolo de “contrarrevolucionario”, y por tal motivo se lo mantuvo secuestrado
20 años en los campos de concentración castro-guevaristas. En cuanto a Camilo
Cienfuegos, Fidel montó el acongojado teatro de glorias y honores “lamentando” que
Camilo “hubiera muerto en un accidente aeronáutico”. Jamás se encontró nave
alguna de ninguna naturaleza ni mucho menos el cuerpo de Camilo. Según Kalfon:
“Para Castro cualquier dimisión por motivos políticos es un acto de traición…”.[326]
Ya poco antes, para no correr el riesgo del fusilamiento o el encarcelamiento
eterno, el comandante y aviador Díaz Lanz (quien había piloteado aviones trayendo
armas para Castro provenientes de Costa Rica primero y Venezuela después),
aterrado ante el giro totalitario y fusilador que estaban encarnando Fidel y Guevara,
dimitió y huyó a Miami no dando tiempo para ser atrapado por la represión
comunista.
Volviendo a la traición contra Matos y Cienfuegos, el guerrillero Daniel Alarcón,
nombre de guerra Benigno, quien será el compañero del Che hasta sus últimas horas
en Bolivia alega “que la desaparición de Camilo había sido planificada por Fidel y
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Raúl, porque Camilo ya sonaba más en Cuba que el propio Fidel”.[327] Juan Vives
por su parte agrega que “El nombramiento de Raúl Castro para Defensa fue muy mal
recibido por el ejército, que deseaba a Camilo Cienfuegos como ministro…
aprovechando el asunto Huber Matos, eliminaron a Camilo, matando así dos pájaros
de un tiro”.[328]
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Capítulo VII
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“derechos humanos” contemporáneos nos quieren hacer pasar por un justiciero que
luchaba por la paz en el mundo. Estos y no otros eran los pensamientos y acciones del
Che, felonías silenciadas o ignoradas por el grueso de la progresía mundial, la cual le
reza a “San Guevara” como si este fuese un amuleto de la suerte, o mejor dicho, de la
muerte.
Este acentuado rol de homicida en masa, le valió a Guevara el legítimo apodo de
“el carnicero de La Cabaña”. Allí pudo hacer catarsis desplegando su confesado
“odio a la civilización”, su rol de “máquina de matar” y su talante de “anticristo”, tal
como rezan sus autodefiniciones anotadas en sus cartas y cuadernillos. El Che
Guevara (probablemente el más temible criminal argentino del Siglo XX), al menos
solía manifestar lo que pensaba y actuaba en consecuencia. Tanto es así que sólo en
los primeros días “de trabajo”, los fusilamientos dirigidos por el homenajeado
justiciero alcanzaría la friolera e incipiente cifra de 550 disidentes masacrados.[335]
Guevara se radicalizó mutando del aventurerismo al ideologismo, de éste al
dogmatismo, de allí al fanatismo, luego a la guerrilla y finalmente al terrorismo de
estado. ¿Cuál era el parámetro guevariano para decidir quién vive y quién no? Es
difícil responder el enigma con precisión de centavo, pero vale la pena recordar el
sincero fragmento de una de sus epístolas: “mis amigos son amigos mientras piensen
políticamente como yo”. Quizás ahí tengamos alguna pauta sobre el basamento
criteriológico al que el Che acudía para disponer sobre la vida de los cubanos.
En tanto, con su habitual indulgencia, el propagandista oficial del castro-
guevarismo en los Estados Unidos, Herbert Matthews, desde las páginas del New
York Times reconoce la existencia de seiscientos fusilados, pero justificando la cifra,
agrega “No conozco ningún ejemplo de un inocente ejecutado”.[336]
¿Cómo sabe Matthews que no eran inocentes los ejecutados si el Che confesó de
manera expresa que fusilaba sin pruebas? Mario Lazo descree que el desembozado
apoyo de Matthews al castro-guevarismo obedezca a una grave desinformación
profesional, puesto que “Matthews, que por entonces tenía 57 años de edad, llevaba
35 en la plantilla del Times. Sus ideas, simpatías y prejuicios eran marcadamente
liberales… Obstinado hasta la arrogancia, políticamente ingenuo y presunto experto
en Hispanoamérica, se hallaba perfectamente condicionado para desempeñar el
desastroso papel que habría de representar”.[337] Vale aclarar que la etiqueta
“liberal” que Lazo endilga a Matthews, no tiene el mismo significado político e
ideológico con el que la identificamos en la Argentina. El “liberalismo”, según los
cánones norteamericanos, se halla compuesto por el dirigismo económico, la
complacencia para con el marxismo y el progresismo cultural. En Argentina, en
cambio, históricamente, un liberal es lo más parecido al conservador republicano
americano.[338]
Retomando a los fusilamientos a disidentes, estos se tornaron cuantitativamente
tan escandalosos, que el entonces presidente Urrutia “intenta poner fin a eso
expeditivos procedimientos. Castro hace oídos sordos… Hace incluso publicar un
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decreto que modifica sin más la Constitución de 1940, que excluía la pena de
muerte…”.[339] Guevara por su parte, defiende el exterminio que él dirige alegando
“La justicia revolucionaria es de verdad justicia… Cuando aplicamos la pena de
muerte lo hacemos correctamente”.[340] Agrega Kalfon que Guevara “exige que
todos los oficiales, incluso los que se desempeñan en cuestiones de intendencia, se
turnen para encargarse de las ejecuciones, con el fin de impedir la
profesionalización, hacer que la responsabilidad sea colectiva”.[341] Según
testimonia el sacerdote Bustos Argañaraz (quien se encargaba de brindar alivio
espiritual a las víctimas antes del fusilamiento) la crueldad del Che “llega hasta el
punto de obligar a los familiares que iban a recoger los cadáveres de los fusilados a
pasar por el famoso paredón manchado con la sangre fresca de las víctimas”.[342]
No sin justificación, Guevara se valió de numerosos apodos colocados por
quienes lo conocieron bien de cerca: “Carnicero de La Cabaña”, “sadomasoquista”,
“ángel exterminador”, metaforizaba Régis Debray o “asesino serial” acusaba el ex
guevarista Oscar del Blanco.[343]
La enfermiza cerrazón de Guevara alcanzaba tan elevada magnitud, que él mismo
afirmó que los padres, mujeres, hijos y amigos sólo deben ser tenidos en cuenta en
tanto y en cuanto se hallen en el marco de la revolución: “no hay vida fuera de ella”
escribió y definió al revolucionario como “verdadero sacerdote” y “asceta” en su
librito Guerra de guerrillas. Poco se diferenciaba el Che de un terrorista religioso,
siempre dispuesto a matar y matarse para imponer su arbitraria y maniquea visión del
mundo. Aunque con una diferencia que no es menor: el terrorista religioso sostiene
que con la inmolación se pasa a la vida eterna, en cambio, Guevara, profundamente
ateo, creía que con la muerte se terminaba todo. ¿Para qué inmolarse entonces (tal
como lo hizo en Bolivia)? ¿Cuál era el rédito de asesinar tanta gente en pos de una
superstición ideológica de suyo falible y con la cual el sólo había profundizado algo
recientemente?
Es dable agregar lo siguiente: Guevara se volvió hacia la política siendo ya adulto
y tras recibirse de médico, pues durante sus épocas de estudiante no tuvo
participación alguna y tan sólo había recibido una vaga influencia familiar de niño. Y
de las tres grandes corrientes del pensamiento político moderno: la marxista, la
nacionalista y la liberal (con sus respectivos derivados y matices), sólo leyó
presurosamente a los de tendencia marxista, de modo que jamás pudo confrontar ni
contrastar sus lecturas con autores opuestos. Vale decir, se fanatizó, fusil en mano,
con lo primero que encontró y lo incorporó como dogma exterminador dando sentido
a su infeliz existencia.
Probablemente, su conducta homicida al servicio de ideologías comunizantes
haya sido una forma de descargar el terrible tormento espiritual que lo azotaba. Una
verdadera válvula de escape para anestesiar su odio interior. Una suerte de “catarsis”
ante tanto desorden del alma.
Las víctimas de los fusilamientos guevarianos se cuentan por varias centenas
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(más adelante veremos los números totales más aproximados) y los testimonios
también. Algunos de estos últimos nos pueden ilustrar el modus operandi del Che
para con los desdichados que osaban no pensar como él. Recuerda el ex miembro del
“Movimiento 26 de julio” Napoleón Vilaboa (quien trabajó en la “Comisión
depuradora” en la fortaleza de La Cabaña): “estuve trabajando en la fortaleza de La
Cabaña a las órdenes del Che Guevara que era el jefe militar de esa fortaleza… La
Comisión depuradora es un organismo que crea el gobierno de Fidel Castro… el fin
era implantar el terror revolucionario en Cuba mediante los fusilamientos. Esos
fusilamientos eran arbitrarios, porque los infelices que llevaban ahí ya estaban
previamente sentenciados a muerte, como es el caso por ejemplo del primer teniente
José Castaño que había sido jefe del Brac y que fue asesinado personalmente por el
Che Guevara en su propia oficina. Y contra el cual no había ningún tipo de pretexto
legal para fusilarlo, porque este señor ni había matado, ni había torturado a nadie
durante el régimen de Fulgencio Batista”.[344] Recuerda Rolando Castaño, hijo del
citado teniente asesinado: “Mi padre fue asesinado por Ernesto Guevara el 7 de
marzo de 1959… Y él en su despacho primeramente lo interrogó, lo maltrataron
físicamente, y como no se ponían de acuerdo, el Che Guevara dándole una vuelta a
su oficina con su pistola le dio dos balazos en la cabeza”.[345] Otro testimonio
escalofriante brindado también por Vilaboa se refiere a otro preso pero de 15 años:
“Lo habían atrapado mientras pintaba una pared con consignas contra Fidel. El ex
asesor del Che recuerda que el comandante estaba muy preocupado porque la madre
del menor se veía desesperada y asegura que cuando un soldado se acercó a
informarle que el joven iba a ser fusilado en unos días, Guevara le ordenó que lo
hiciera de inmediato para que la madre no pase por la angustia de una espera
larga”.[346]
La ligereza de los “juicios” era tal, que José Vilasuso, abogado que trabajó a
partir de enero de 1959 bajo las órdenes del Che como instructor de expedientes de la
“Comisión depuradora” en La Cabaña, explica cómo funcionaba el plan sistemático
de exterminio a disidentes: “El Che tenía solamente una divisa: ‘ustedes están aquí
para pasar los expedientes rápidos, la comisión está trabajando muy lentamente y
tenemos que juzgar a estos criminales lo más rápido posible’… me dice ‘mira, este es
un tribunal muy sencillo, todo lo que tienen que hacer es instruir los expedientes, el
oficial investigador siempre tiene la razón, siempre dice la verdad. O sea no tenemos
más que aceptar, acogernos a lo que él dice en el informe. Y tú tienes que instruir,
organizar los expedientes y después los pasas al ministerio fiscal’… esas fueron más
o menos sus palabras. Y me dice ‘desde luego que vas a ver cosas muy sabrosas’.
Guardé silencio y al día siguiente comencé a trabajar… Yo preparando las
sentencias y él pues, dirigiendo el paredón. Fui al paredón, me acerqué al lugar, me
paré junto a los postes, me fijé bien el lugar donde se situaban a los reos, el paredón
estaba a las espaldas, y más o menos lo que era la altura del pecho o la cabeza pues
se veían los impactos de las balas. Era más o menos una línea recta. La sangre
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coagulada, porque se sacaba el cuerpo inmediatamente después de la ejecución pero
la sangre quedaba. Ahí estuve mucho rato, imaginando qué es lo que es un hombre
parado contra un poste y seis hombres que no lo conocen, a quienes nada le hizo…”.
[347] Para más datos acerca de las “garantías” de los ejecutados, explica Eduardo
Pérez (primer teniente del Ejército Rebelde) quien estuvo bajo las órdenes del Che
“Estoy en el despacho del jefe de regimiento de Santa Clara, que era Ramiro. Pero
Ramiro no estaba ahí… el que estaba era Olo Pantoja con quien tenía buena
relación… entonces entra un soldado y le da un papel y le dice ‘esos de las
crucecitas son los que van a fusilarse mañana’ y yo voy y me pongo detrás de él
porque había amistad, y le digo ‘¿a esa gente ya la juzgaron?’ y me dice ‘no a esa
gente la van a juzgar esta noche’. Pero cómo los van a juzgar si ya saben que los van
a fusilar mañana?’, ‘bueno, eso es así’”.[348]
Otro testimonio turbador, nos lo brinda Sergio García Muñiz, hermano de Rafael
García, fusilado por el sacrosanto Che Guevara: “En las gestiones que estábamos
haciendo para tratar de salvar a mi hermano, antes del juicio final, yo había ido a La
Cabaña con el ingeniero Viamonte que trabajaba conmigo en la compañía de
electricidad, a ver a Ernesto Guevara ya que él había estado alzado en la Sierra.
Entonces Guevara nos recibió… sin zapatos, con las patas arriba del escritorio,
rascándose los chicotes… A mí me causó muy mala impresión. Vi la cara de
hipócrita, de sinvergüenza que tenía, entonces el ingeniero le empezó a explicar y él
le dijo ‘no, aquí no hay toalla para nadie’”.[349]
Amo y señor en su campo de concentración, si el Che quería perdonar la vida de
alguien por algún atenuante de amiguismo o cualquier elemento subjetivo, va de suyo
que también lo hacía. Tal el caso de Roberto Martín Pérez, que en la infancia había
sido amigo de Aleida March (la segunda esposa de Guevara) y quien nos cuenta:
“Estando yo preso desde hacía unos quince días en La Cabaña, me llaman por los
altavoces del penal a la oficina. Me encuentro ahí con Aleida March y con Ernesto
Guevara. Ernesto Guevara caminando por todo aquel pasillo con las manos en la
espalda y yo sentado con Aleida March. Y de buenas a primeras ese individuo se me
para enfrente y me dice ‘a ti hay que fusilarte’. Yo tenía antecedentes de que en
muchas ocasiones Ernesto Guevara había sacado hombres presos y los había
fusilado sin un previo juicio. Así que no me extrañó nada esta bravuconada”.[350]
Finalmente, habiendo sido Roberto Pérez amigo de su esposa, Guevara, en gesto de
reflexión y ternura dimitió de la decisión de asesinarlo, privilegiándolo con una
“condena” a 28 años de cárcel.
Agrega Díaz Araujo que Guevara “lo mismo le metía un tiro a un barbudo
rebeldón que a un campesino traidor… La simple sospecha, como durante el régimen
jacobino de Robespierre, bastó para perder la vida… fueron el Che, junto con Raúl
Castro y otros extremistas, los que ordenaron la sangrienta purga… Por si fuera
poco, los juicios eran espectáculos públicos; recordaban a los antiguos circos
romanos; les faltó incluso el aspecto de tribunal que tuvieron los juicios de Moscú de
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los años treinta. El más espectacular de ellos fue el del mayor Jesús Sosa Blanco,
que fue juzgado en el lujosísimo Palacio de los Deportes construido por Batista, ante
una chusma de 17 000 personas. Llegaron a tanto, que una testigo presencial de esos
asesinatos, la periodista norteamericana Hart Phillips, fiel partidaria de Castro
hasta ese momento, escribió: ‘Todo procedimiento daba asco’”.[351]
Sin embargo, Guevara defendía metódicamente su depuración en conferencias de
prensa (tal la brindada el 27 de enero de 1959 en la sociedad Nuestro Tiempo) en
donde textualmente argumentó: “esta liquidación no se hace por venganza ni sólo
por espíritu de justicia, sino por necesidad de asegurar que todas esas conquistas del
pueblo puedan lograrse en un plazo mínimo”.[352]
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contra Santo Domingo… es ejecutado en La Cabaña, ‘porque soy —dice en su carta
de despedida— el último anticomunista con el grado de comandante del Ejército
Rebelde’”.[353] Sólo ese año (1961), las ejecuciones de “ex amigos” alcanzarían la
cifra de 995.[354]
Como ironía, nos encontramos con que una enorme cantidad de hombres que
acompañaron arriesgando sus vidas a Fidel Castro y al Che Guevara en la aventura
que los llevó a tomar el poder absoluto, fueron luego asesinados y/o encarcelados,
mientras que, paradójicamente, colocaron en lugares importantes como funcionarios
de la nueva tiranía a muchos de los enemigos de ayer, quienes tras la revolución
adulaban y halagan a los hombres de la nueva conducción para gozar de algunas
migajas de un poder que ellos no ayudaron a conquistar.
Pero el exterminio de guerrilleros del Ejército Rebelde no se produjo sólo al
distanciamiento tras advertir la estafa comunista de sus antiguos jefes, sino que el
patrón utilizado por Guevara para asesinar a sus ex compañeros de lucha, también
obedeció a la relación mantenida con ellos durante las andanzas guerrilleras. Es decir,
con aquellos camaradas del Ejército Rebelde con los cuales el Che había tenido algún
roce verbal (algo absolutamente normal en medio de tanta tensión y la convivencia
prolongada en los campamentos guerrilleros), Guevara en modo alguno olvidaba
aquellos episodios que, aunque fueran domésticos, osaron disentir con él (aun
teniendo el mismo rango militar que él). Ergo, el Che mandó a fusilar muchos de los
guerrilleros que pelearon junto a él, pero eventualmente pudieron haber tenido
diferencias de criterios. El caso más emblemático al respecto es el fusilamiento
ordenado por el Che del comandante rebelde Jesús Carreras. Cuenta el capitán del
Ejército Rebelde Elías Nazario que en el fragor de la lucha por la revolución, en la
provincia de las Villas se produjo una diferencia de razonamientos entre Guevara y el
comandante Jesús Carreras: “al entrar el Che Guevara a la provincia de Las Villas
nos encontramos con él allá, que estaba acampado con el Directorio Revolucionario
con el comandante Cubelas… él y el comandante tuvieron una buena discusión por
la zona que se estaban disputando… Y la discusión fue fuerte… porque Jesús
Carreras, le dijo ‘tu zona es la tuya y la mía es la mía, y si brincas a mi zona vamos a
tener problemas’. Guevara nunca le contestó, agachó su cabeza…”.[355] La venganza
no se hizo esperar, y Jesús Carreras, una vez producida la revolución y estando
Guevara al frente de La Cabaña lo hizo fusilar.
En resumidas cuentas, la nueva oligarquía gobernante en Cuba quedó reducida a
la pandilla conformada por Fidel, Raúl y el Che, secundados por arribistas de turno
(mayormente ex batistianos) y los viejos líderes comunistas (del PSP) que no sólo no
lucharon contra Batista, sino que lo llevaron en su boleta en las elecciones de 1940
ocupando secretarías y ministerios del demonizado gobierno depuesto.
A modo de muestra de lo afirmado más arriba, basta con mencionar que
absolutamente todos los guerrilleros que se jugaron la vida viajando en el Granma
apoyando a Castro y que lograron quedar en pie tras el combate inmediatamente
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posterior al desembarco (en el cual murieron 70 guerrilleros y sólo 12 sobrevivieron),
de esa docena, descontando a Raúl, el Che, el domesticado Juan Almeida y
obviamente Fidel, los ocho restantes fueron galardonados con los siguientes premios:
“Chanes Mario. Guarda prisión desde 1965.
Díaz Torres, Raúl. Comandante del Ejército Revolucionario. Se asiló en la
embajada de Ecuador en La Habana en marzo de 1962.
Gómez Calzadilla, Jesús. Comandante del Ejército Revolucionario. Se asiló en
octubre de 1963.
Gómez Hernández, César. Subsecretario del Trabajo en el Gobierno
Revolucionario. Se asiló en la embajada de Venezuela en La Habana en 1961.
Rodríguez Moya, Armando. Se asiló cuando se hallaba en México en una misión
oficial.
Sánches Amaya, Fernando. Funcionario del ministerio del Trabajo del Gobierno
Revolucionario. Delegado en 1959 a la Conferencia Internacional de la OIT. Guarda
prisión desde fines de 1959.
Santaya Reyes, Rolando. Encargado de negocios del Gobierno Revolucionario en
Varsovia en 1960 y en Montevideo en 1963. Se asiló en 1963”.[356]
Como vemos, en ese listado son siete y por ende nos falta uno. Claro, nos
olvidábamos del sobreviviente del Granma Camilo Cienfuegos, asesinado por el
castrismo en 1959 tras arrestar a Huber Matos.
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podemos destruir en veinticuatro horas”.[357]
Pero la implacable persecución religiosa en ciernes no sólo obedeció a que los
principios cristianos, por definición están en las antípodas del comunismo, sino a que
la comunidad cristiana comenzaba a reaccionar ante el peligroso giro del régimen.
Tanto es así que “El 9 de noviembre de aquel 1959 la Iglesia católica consigue reunir
un millón de personas en La Habana —¡el equivalente a la población de la ciudad!—
para pedir respeto a las libertades y a la propiedad”.[358] Asimismo, el 7 de agosto
de 1960, con la firma de todo el Episcopado se denunciaba “el creciente avance del
comunismo en nuestra nación”.[359]
En octubre de ese año, señala Kalfon que “El régimen ha prohibido ya las
procesiones y el uso de los campanarios de las iglesias. Meses más tarde, el
periódico católico La Quincena es clausurado, las escuelas y universidades católicas
nacionalizadas, y un centenar de sacerdotes expulsados”.[360] El 4 de diciembre se
dio a conocer una “Carta Abierta del Episcopado Cubano al Primer Ministro Dr.
Fidel Castro” la cual denunciaba que “El mismo día que fue publicada (la Circular
Colectiva), se detuvo a varios sacerdotes, por el delito de haberle dado lectura en las
Iglesias, y se amenazó a otros con represalias populares si se atrevían a leerla… Han
sido clausuradas casi todas las horas católicas de radio y televisión… Se ha
injuriado y calumniado a los obispos y a prestigiosas instituciones católicas por
medio de los periódicos y de las estaciones de radio, hoy casi totalmente bajo el
control del gobierno, y al mismo tiempo se ha impedido la publicación o difusión de
los documentos que en defensa de la Iglesia han suscrito las organizaciones seglares
católicas”.[361] El conflicto levantaba temperatura a tal punto, que Carlos Franqui
comenta que ya en 1961 “Fidel Castro expulsó de Cuba a la casi totalidad de los
sacerdotes católicos, monjas, cerró la Universidad Católica y los colegios religiosos
y la mayoría de las iglesias”.[362] Jean Pierre Clerc, por su parte anota que en “Las
visas de estadía de numerosos religiosos extranjeros no han sido renovadas en los
últimos meses. El 12 de mayo, ciento treinta y uno serán expulsados; otros ciento
cuarenta y siete, entre ellos el auxiliar monseñor Boza Masvidal, lo serán el 17 de
septiembre… Cerca de seiscientos eclesiásticos sobre un total de ochocientos,
dejarán la isla”.[363] Ya por 1970, señala Lazo que “La Universidad Católica de
Santo Tomás de Villanueva, en Marianao, ha sido cerrada durante nueve años y
actualmente se usa como almacén. La gran capilla del Colegio de Belén se emplea
para actividades seculares, funcionando ocasionalmente como cabaret… Antes de
Castro había en Cuba 1000 sacerdotes y 2700 monjas. Ahora hay menos de 125
sacerdotes y unas 100 monjas”.[364]
La persecución religiosa del régimen fue coherente con la tradición castro-
guevarista consistente en castigar a quienes los ayudaron a tomar el poder en 1959
(cuando nadie sospechaba que la dupla escondía un plan comunista). Recuerda Huber
Matos que durante la lucha contra Batista, los sacerdotes eran “muy atentos con todos
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y, de manera especial, afectuosos con Fidel”.[365] A punto tal, que el propio Castro
reconoció que “Los católicos de Cuba han prestado la cooperación más decidida a la
causa de la libertad”.[366] El historiador Thomas Hugs añade que “Los sacerdotes
hacían de tesoreros del Movimiento 26 de Julio… Muchos hombres de Iglesia
reaccionaron entusiastamente ante el triunfo de Castro”.[367] Efectivamente, la
Iglesia no sospechaba que el líder rebelde, educado desde niño por los Padres Jesuitas
y de cuyo cuello indefectiblemente colgaba una cadena con la imagen de la Virgen de
la Caridad del Cobre (Patrona de Cuba), fuera marxista y ateo y que una vez en el
poder, llevaría adelante una feroz represión religiosa fusilando católicos a raudales.
A partir de entonces, dentro de las masivas purgas a disidentes, el sector al que se
impartiría mayor crueldad serían los católicos, quienes diariamente eran fusilados por
su condición de tales. El desdichado comandante del Ejército Rebelde Huber Matos,
durante sus interminables jornadas detenido en los campos de concentración
recuerda: “Casi todas las noches, entre las nueve y las diez, nos toca vivir una
experiencia difícil; es la hora de los fusilamientos… Es la mejor gente de nuestro
país… En la lucha contra Batista nunca tuvimos tanta gente así… No podemos ver
los fusilamientos desde nuestros calabozos, pero seguimos momento a momento el
macabro ritual, a partir de los sonidos que lo acompañan. La cercanía nos obliga a
escuchar las órdenes, los intentos que hacen los presos por decir algo, la descarga de
los fusiles, el ruido de los cuerpos cuando los tiran sobre una gran bandeja de lata.
Los envuelven en una bolsa plástica para que la sangre no se riegue en el camino y
los meten en un carro, como si fueran mercancía… Fusilan a jóvenes cristianos que
en el paredón antes de la descarga de los fusiles, gritan: ¡Viva Cristo Rey!”.[368] Este
testimonio es ratificado por el afamado poeta Armando Valladares (quien cumplió 22
años de prisión, 8 de los cuales estuvo en silla de ruedas con motivo de su ausencia
total de asistencia médica) al narrar que cuando estuvo detenido en La Cabaña en
1961 “Todas las noches había fusilamientos. Los gritos de los patriotas de ‘Viva
Cristo Rey!’, ‘Abajo el comunismo’ estremecían los fosos centenarios de aquella
fortaleza…”[369] y agrega: “Ya en 1963 los condenados a muerte bajaban al paredón
amordazados. Los carceleros temían a esos gritos. No toleraban en los que iban a
morir ni siquiera una última exclamación viril”.[370] Otro testimonio similar agrega
que “La descarga mortal y el tiro o los tiros de gracia eran como un alivio para
todos, posiblemente también para el condenado. Los gritos de ‘Viva Cuba Libre’ y
‘Viva Cristo Rey’, que durante un tiempo pudieron gritar los condenados (a partir de
1963 los amordazaban) soltaban la tensión colectiva…”.[371]
Las purgas religiosas duraron varios años y finalizando los años 60 “a los niños
se los coaccionaba para que no fueran católicos; los jóvenes creyentes no podían
acceder ni a la universidad; se cerraban iglesias; los sacerdotes eran expulsados del
país, se habilitaban campos de concentración donde eran encerrados sacerdotes y
laicos de Acción Católica juntos con drogadictos y homosexuales”.[372]
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El Hombre Nuevo guevarista: subterfugio de totalitarismo
Como vimos, si bien una de las obsesiones del régimen era acallar, tanto sea por
medio del encarcelamiento o del fusilamiento toda manifestación escrita u oral que
no fuera complaciente para con éste, también sabían los comandantes de que las balas
y las torturas eran instrumentos necesarios pero no suficientes para disciplinar a la
desdichada comunidad cubana. Se tornaba imprescindible llevar adelante una profusa
tarea de lavado de cerebro vía estatal, a efectos de domesticar y amansar
psicológicamente a los cubanos por medio de la persuasión propagandística con el
consiguiente bombardeo de consignas y apotegmas.
Una de las alternativas previstas para alcanzar tal homogeneidad, era estructurar
ese gran mazazo unificador graciosamente llamado “Partido Único” y de esta forma
aplastar de cuajo cualquier pensamiento alternativo. Ya Guevara había advertido que
el “Partido Único” se impondrá cuando “las masas hayan alcanzado el nivel de
desarrollo de la vanguardia es decir cuando estén educados para el comunismo”.[373]
Es por ello que a modo de antesala, se crearon en 1961 las Organizaciones
Revolucionarias Integradas (ORI) y seguidamente se impuso el “Partido Único” en la
Constitución Nacional de Cuba. Vale decir que, como es propio en los regímenes
totalitarios, se oficializó la fusión del partido con el estado y cualquier creación de un
partido político distinto resulta inconstitucional e ilegal. Vale aclarar que la pena por
tamaña herejía (la de incurrir en el disenso) prevé actualmente una sanción mínima de
20 años de cárcel. En conversación personal en La Habana con Laura Poyán Toledo,
la presidente de Damas de Blanco (organización de esposas de presos cubanos por
cometer el delito de opinión) relató que su esposo Héctor Maseda, ya llevaba en el
año 2006 cinco años de prisión (sobre una condena de 20) en condiciones inhumanas
por haber cometido el delito penal de fundar un partido político (el Partido Liberal de
Cuba).[374] Indudablemente una atroz medida, máxime teniendo en cuenta que los
partidos políticos, en Cuba no cumplen ninguna función electoral, sino que, en la
hipótesis de máxima solo pueden hacer las veces de ateneo o foro de ideas, puesto
que las elecciones están prohibidas y el último comicio presidencial de que se tenga
memoria en Cuba lo celebró Batista en noviembre de 1958 (hace más de medio
siglo).
Combinando la propaganda por un lado y el terror represivo por el otro, Guevara
pensaba que aplicando sendos mecanismos a modo de tenazas sostenidamente en el
tiempo, iba a poder lograr un perfecto contralor y disciplinamiento social que, a la
postre iría transformando la naturaleza humana y por fin fabricar, cual Dr.
Frankestein, esa alucinógena criatura que Guevara llamaba el “Hombre Nuevo”. El
combinado funcionaría de esta manera: al aplicar medidas represivas brutales se iría
forjando un temperamento sumiso en la población. Como remate, se le sumaría el
bombardeo doctrinal para la imposición masiva de una estructura mental uniforme. Si
bien el emprendimiento parecía por demás difícil, el Che lo daba por descontado
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puesto que su fe en la superstición marxista era tan intensa, que en 1960 publicó
“Notas para el Estudio de la Ideología de la Revolución Cubana”, en cuyos
fragmentos además de precisar detalladamente el modo a través del cual se
instituirían los mecanismos totalitarios, se pueden apreciar afirmaciones disparatadas
que comparan al marxismo con las ciencias físicas: “Cuando se nos pregunta si
somos marxistas o no, nuestra posición es la que tendría un físico al que se le
preguntara si es newtoniano, o a un biólogo si es pasteuriano. Hay verdades tan
evidentes, tan incorporadas al conocimiento de los pueblos, que ya es inútil
discutirlas. Se debe ser marxista con la misma naturalidad con que se es newtoniano
en física, o pasteuriano en biología, considerando que si nuevos hechos determinan
nuevos conceptos, no se quitará nunca su parte de verdad a aquellos otros que hayan
pasado. Tal es el caso, por ejemplo, de la relatividad einsteniana o de la teoría de los
quarks de Plank… Nosotros, revolucionarios prácticos, iniciando nuestra lucha,
simplemente cumplíamos leyes previstas por Marx el científico y… al tener como
base de nuestra lucha la felicidad de ese pueblo, estamos simplemente ajustándonos
a las predicciones del científico Marx… las leyes del marxismo están presentes en los
acontecimientos de la Revolución Cubana, independientemente de que sus líderes
profesen o conozcan cabalmente, desde un punto de vista teórico, esas leyes”.[375]
Analizando estos y otros dislates, con acierto Díaz Araujo sostiene que el Che “creía,
literalmente en las bondades de la ‘ciencia’ marxista y por eso fue de traspiés en
traspiés… decía que una revolución se puede hacer aun sin conocer la teoría
marxista; pero ‘es claro —añadía— que el conocimiento adecuado de ésta simplifica
la tarea e impide caer en peligrosos errores, siempre que esa teoría enunciada
corresponda a la verdad! ¡Ahí estaba el problema! ‘¡Siempre que corresponda a la
verdad!’… Como esto era algo que él daba por sentado, por haberlo aprendido de su
madre, y por haberse movido toda su vida dentro de la órbita intelectual del
marxismo, no se le ocurrió nunca pensar que esa teoría podía no corresponderse con
la realidad. Por eso confió en los rusos, en los chinos, en los africanos, en Castro…
Por eso creyó que los campesinos bolivianos se iban a plegar a su empresa al primer
llamado. Por olvidarse de la naturaleza humana, por querer ver las cosas a través
del deformado prisma del marxismo, las cosas se vengaron de él y, como decía
Pascal, le saltaron al cuello”.[376] Lapidario y a la vez certero el juicio de Díaz
Araujo, quien remata sosteniendo que el Che “no era, en manera alguna, un gran
pensador; era sólo un lector apurado por hacer realidad sus teorías. Pero, como es
sabido, ése es un problema del marxismo. A partir de la Tesis XI sobre Feuerbach de
Marx, todos los marxistas que se sienten filósofos quieren transformar al mundo. Y,
normalmente, no tienen tiempo ni para filosofar ni para transformar nada. Pero, y
esto es más grave, se quedan siempre con la obsesión por teorizar todos sus actos y,
viceversa, por llevar a la práctica sus semielaborados pensamientos…”.[377] En el
mismo sentido, señala Juan José Sebreli (hombre sólidamente formado en el
marxismo) que Guevara no sólo no conocía en profundidad el pensamiento de Marx
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sino que en vida hizo todo lo contrario: “fue lo opuesto al pensamiento de Marx y del
socialismo clásico: sustituía la autoemancipación por la vanguardia iluminada y el
jefe carismático, la movilización de masas por el foco, la democracia social por la
dictadura política, el partido por la guerrilla, la lucha de clases por la lucha entre
naciones ricas y pobres, la clase trabajadora por el campesinado, las condiciones
objetivas por el voluntarismo, el socialismo, sólo posible en las sociedades
avanzadas, por el de los pueblos más pobres”.[378]
Aquí nos vemos obligados a efectuar una aclaración respecto a la última
afirmación de Sebreli. El socialismo, en cuanto ideología intrínsecamente perversa
(tanto sea en el plano teórico como en el práctico —sus resultados empíricos nos
eximen de abundar en comentarios—), no resulta provechoso ni en países avanzados
(tal como sugiere Sebreli) ni mucho menos en los subdesarrollados. En todo caso,
aquellos países que tienen gobiernos nominalmente llamados “socialistas” (tal el caso
de España o Chile por ejemplo), en materia económica hoy aceptan el mercado, la
propiedad privada y la libre iniciativa. De modo que si sus gestiones no fracasan, no
es porque en países desarrollados el socialismo “sirva”, sino precisamente porque
estas administraciones tiraron a la basura sus inútiles recetas de estatización y
adoptaron el capitalismo como forma de organización social. En todo caso, la
diferencia de estos partidos con los partidos conservadores o de derecha, radica en
que el socialismo meramente nominal, al resignar sus teorías primigenias, copió de la
derecha la organización económica, aunque en el plano cultural haya adoptado un
libreto progresista (promotor de la transgresión, de la sexualidad desde la
“perspectiva del género”, el crimen del aborto, la despenalización de la venta y
consumo de drogas, etc.). Vale decir: el llamado socialismo de los países
desarrollados es capitalista en lo económico y antiguevarista en lo cultural. Eso sí, en
sus actos partidarios, la banderita del Che es agitada y flameada inefablemente como
estandarte, para ganar la simpatía electoral tanto sea de la juventud desinformada
como de los comunistas nostálgicos.
Pero al margen de estos últimos comentarios, prosigamos analizando estos
apuntes de Guevara, en las que pergreñó las instituciones y mecanismos totalitarios
que oficiarían de maquinarias constructoras del alucinado “hombre nuevo”. Pues
anota Guevara en el citado cuadernillo que el cubano común, de ahora en adelante
tenía que dejar de ser un ciudadano con vida propia y pasar a transformarse en una
simple marioneta estatal: “En nuestro caso, la educación directa adquiere una
importancia mucho mayor. La explicación es convincente porque es verdadera”
(nótese el fundamentalismo) y agrega “no precisa subterfugios. Se ejerce a través del
aparato educativo del estado… La educación prende en las masas y la nueva actitud
preconizada tiende a convertirse en hábito; la masa la va haciendo suya y presiona a
quienes no se han educado todavía. Esta es la forma indirecta de educar a las masas,
tan poderosa como aquella otra… el individuo recibe continuamente el impacto del
nuevo poder social y percibe que no está completamente adecuado a él. Bajo el
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influjo de la presión que supone la educación indirecta, trata de acomodarse a una
situación… se autoeduca. En este período de construcción del socialismo podemos
ver el hombre nuevo que va naciendo”. Prosigue Guevara sentenciando que a partir
de ahora los hombres “Ya no marchan completamente solos por veredas extraviadas”
(es decir, por veredas no sometidas a la voluntad guevarista) “… Siguen a su
vanguardia, constituida por el Partido… El grupo de vanguardia (los conductores
del proceso de ideologización) es ideológicamente más avanzado que la masa; ésta
conoce los valores nuevos, pero insuficientemente: Mientras en los primeros se
produce un cambio cualitativo…; los segundos sólo ven a medias y deben ser
sometidos a estímulos y presiones de cierta intensidad; es la dictadura del
proletariado ejerciéndose no sólo sobre la clase derrotada sino también,
individualmente, sobre la clase vencedora”.[379] Como si esto fuera poco, “El
Hombre Nuevo” tiene que brindar un devoto culto a la personalidad de Fidel Castro,
a quien Guevara pareciera adjudicarle una serie de poderes telepáticos capaces de
saber, por obra y gracia de la magia, el sentir de la voluntad popular (aunque tal
voluntad jamás haya emitido un solo voto desde la Revolución de 1959). Prestemos
atención a la siguiente estulticia del Che: “La iniciativa parte en general de Fidel o
del alto mando de la Revolución y es explicada al pueblo, que la toma como suya” (y
sino “la toma como suya” tiene como alternativa la cárcel le faltó agregar) y
prosigue: “Utilizamos por el momento el método casi intuitivo de auscultar las
reacciones generales frente a los problemas planteados. Maestro en ello es Fidel…
Fidel y el pueblo comienzan a vibrar en un diálogo de intensidad creciente hasta
alcanzar el clímax”.[380] O sea que los extensos monólogos de no menos de cuatro
horas con los que Fidel Castro atormenta a la organizada muchedumbre que debía
escucharlo, eran para el Che “un diálogo de intensidad” en donde el bueno de San
Fidel “adivina” el sentir de la multitud con un método “casi intuitivo”. Este disparate,
el de suponer la existencia de un “diálogo entre Fidel y las masas”, según Sebreli
obedeció a que el Che “No advertía que las preguntas retóricas que hacía el orador
al público eran un recurso usado por los grandes demagogos como Mussolini y el
propio Perón, y que esos rituales multitudinarios fueron característicos de todo
régimen totalitario cualquiera que fuera su signo”.[381] Como si las mencionadas
tonterías guevaristas no bastaran, el etiquetado “justiciero de los pobres” prosigue su
divague apelando, como siempre, al fundamentalismo, a la violencia y como no podía
ser de otro modo, a la muerte: “en un final abrupto coronado por nuestro grito de
lucha y victoria… Nosotros, socialistas, somos más libres porque somos más plenos,
somos más plenos por ser más libres… Nuestra libertad y nuestro sostén cotidiano
tienen color de sangre y están henchidos de sacrificio…” y con fanatismo propio de
todo terrorista prohíbe tener vida de familia, amistades o cualquier actividad ajena a
la revolución: “Los dirigentes de la revolución tienen hijos, que en sus primeros
balbuceos, no aprenden a nombrar al padre, mujeres que deben ser parte del
sacrificio general de su vida para llevar la revolución a su destino; el marco de los
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amigos responde estrictamente al marco de los compañeros de revolución. No hay
vida fuera de ella… El revolucionario… se consume en esta tarea ininterrumpida que
no tiene más fin que la muerte”.[382] ¿No tiene más fin que la muerte?, ¿acaso la
finalidad de todo hombre de acción política (revolucionario o no) no debiera ser
mejorar la calidad de vida de las personas?
Para alcanzar tamaño (des)propósito, Guevara propone una serie de mecanismos
llamados “instituciones revolucionarias”, que no son ni más ni menos que brutales
maquinarias disciplinarias tal como él mismo lo expone: “En la imagen de las
multitudes marchando hacia el futuro, encaja el concepto de institucionalización
como el de un conjunto armónico de canales… de aparatos bien aceitados que
permitan esa marcha, que permitan la selección natural de los destinados a caminar
en la vanguardia y adjudiquen el premio y el castigo a los que cumplan o atenten
contra la sociedad en construcción”.[383] Luego, “el tolerante” San Ernesto, con
lenguaje stalinista, haciendo la apología del verticalismo social (que dicho sea de
paso es contraria al divulgado igualitarismo marxista) alega: “Así vamos marchando.
A la cabeza de la inmensa columna —no nos avergüenza ni nos intimida decirlo— va
Fidel, después, los mejores cuadros del Partido e, inmediatamente, tan cerca que se
siente su enorme fuerza, va el pueblo en su conjunto”.[384] Y todos felices y
comeremos perdices.
He aquí algunos fragmentos del aceitado aparato que el fusilador argentino tenía
pensado y escrito para armar una sociedad según su enfermiza psiquis y su prepotente
voluntad. Incluso, era tal el efecto sobrenatural que le adjudicaba a la revolución para
fabricar “el hombre nuevo”, que el propio Guevara creía que con el socialismo “Las
nuevas generaciones vendrán libres del pecado original”[385] y sostenía desatinos
tales como que la revolución era capaz de corregir las debilidades humanas llegando
a confesar la siguiente estupidez: “Tengo el carácter explosivo, y eso es un defecto
que se va corrigiendo con la Revolución”.[386]
Para tamaño sometimiento intelectual, era imprescindible intervenir la
Universidad, ámbito naturalmente enemigo del guevarismo. Luego, los docentes
acusados de no ser comunistas fueron expulsados y confinados. Anota Kalfon que
“Unas comisiones mixtas estudiantes-profesores organizan una depuración política
sistemática que empuja al exilio a excelentes cerebros. Mientras el rector es
sustituido por Juan Marinello, presidente del partido comunista, una nueva
asignatura, el estudio del materialismo histórico, se introduce en todas las
especialidades”.[387] Agrega Castañeda que “La Universidad se ve presionada para
alinearse con el gobierno; los profesores de abolengo y de criterio independiente
abandonan el país”.[388] El descontento entre los estudiantes universitarios no se hizo
esperar, puesto que no sólo se prohibió la libertad de cátedra sino también la libertad
de estudio y cada cubano sólo podía estudiar la carrera que el estado le ordenaba. Por
ejemplo, quien tenía grandes habilidades y pasiones por la poesía o la literatura, sin
Antes de entrar en materia (tanto del número de presos como de asesinados por el
castro-guevarismo), vale aclarar que entre las diversas fuentes consultadas existen
algunas diferencias numéricas. ¿A qué obedece esta leve disparidad? Precisamente a
que por ser Cuba un estado totalitario (que impide la entrada de comisiones de
DD.HH. o de la Cruz Roja para que lleven adelante informes pertinentes), los datos
más próximos a la verdad los tienen precisamente los servicios de inteligencia del
castrismo, cuyos ocultados guarismos quizás podamos conocer acabadamente el día
en que la longeva tiranía caiga en Cuba (si es que los archivos no son destruidos
previamente). Sin embargo, contamos con numerosos datos que nos pueden aportar
una aproximación interesante.
En cuanto a encarcelamientos, según las aminoradas cifras oficialmente
reconocidas por el gobierno castrista, hacia 1970 el número de presos políticos
ascendía a 20 mil e iban en aumento.[462] Como esta cifra pertenece oficialmente al
castrismo es plausible suponerla falsa, y es por ello que el historiador Thomas Hug,
rescatando datos obrantes de 1959 a 1970 afirma que “en 1965, el propio Castro
reconoció la existencia de 20 000 presos políticos; un pesimista podría sospechar
que la cifra se aproxima más a los 40 000”.[463] Sin embargo, hasta 1967, sí se tuvo
acceso fehaciente a cifras oficiales y reservadas del gobierno castrista “la cual fue
substraída de los archivos del ministerio de Gobernación y traída a los Estados
Unidos. Este documento indica la presencia de 69 315 prisioneros políticos en más
de 100 prisiones y campos de concentración”.[464] Pero como no faltarán
simpatizantes de la tiranía caribeña que afirmen que esas cifras no son más que una
“mentira de la CIA” (exactamente el mismo argumento que se utilizaba para negar las
matanzas de Stalin —luego reconocidas por el mandatario soviético Nikita Kruschev
La revolución cubana lleva más de 50 años y el Che estuvo en Cuba desde 1956 y
hasta 1959 en calidad de guerrillero, y desde 1959 hasta 1965 como funcionario
público. Los dos últimos años de vida (1966 y 1967) prácticamente repartió su
tiempo entre el Congo, Praga y Bolivia (permaneciendo en Cuba sólo en breves y
esporádicos intervalos). Asimismo, de los seis años en que se mantuvo en la isla de
manera estable, cinco años obró como funcionario público y en este rol se la pasó
viajando un año entero por el exterior (tal como luego veremos).
Luego, tenemos que hacer la siguiente disquisición: por un lado, están los
asesinatos del Che Guevara de manera directa (autor material del crimen) y por otro,
los asesinatos producidos por orden de Guevara (autor intelectual del crimen). Dentro
de los primeros, tenemos el siguiente cúmulo de homicidios.
Aristidio 10-57
Manuel Capitán 1957
Juan Chang 9-57
Bisco Echevarría Martínez 8-57
Eutimio Guerra 2-18-57
Dionisio Lebrigio 9-57
Juan Lebrigio 9-57
El Negro Nápoles 2-18-57
Chicho Osorio 1-17-57
Un maestro no identificado (“El Maestro”) 9-57
11-12. Dos hermanos, espías del grupo de Masferrer 9-57
Dos campesinos no identificados 4-57
El banquero Guevara
De fusilador a burócrata
Playa Girón
El ministro Guevara
En áreas vitales como el de la alimentación, Guevara iba sin dudas camino a crear
un hombre nuevo: “el desnutrido”.
PRODUCCIÓN AGROPECUARIA[591]
(en miles de toneladas)
PRODUCTOS
Carne
AÑO Café Tabaco Patatas Arroz
(buey)
1958 36,1 52,8 125 181,2 153,5
1960 34,9 52,2 104 140 170
1962 28 40 15 95,4 100
PRODUCTO[592]
Materias Legumbres/
AÑO Arroz Carnes Aves Mantequilla Leche
grasas Frutos agrios
1958
0,75 lbs. 2,5 lbs. 224 grs. 7 lbs. 1,5 lbs. 1,5 oz. 0,75 lts.
(Consumo libre)
1962
0,5 lbs. 1,5 lbs. 172 grs. 5,5 lbs. 0,5 lbs. 0,5 oz. 0,2 lts.
(Raciones concedidas)
¿Qué hacer ante tamaño malogro? Una medida sensata hubiese sido rectificar el
rumbo a tiempo, algo impensable para un fanático intransigente. Es por ello que
Guevara echaba culpas a los cubanos por su falta de voluntad y por su propensión a la
pereza. Para combatir tales debilidades (que obviamente no encajaban en la
concepción del “hombre nuevo”), el Che incurrió en un durísimo régimen
disciplinario de connotaciones esclavizantes, pretendiendo que sus inexpertos
funcionarios del ministerio se convirtieran en reguladas piezas de un perfecto
mecanismo de relojería. Para tal fin, el ministro sostenía que se debía llevar adelante
una reconversión psicológica del ser humano. Y en desopilantes arengas exhortaba
los pobres cubanos a “ser un buen comunista” instigándolos a “Hacer horas
suplementarias, servir de ejemplo, pasar su tiempo libre estudiando, realizar el
domingo trabajos voluntarios, olvidar cualquier vanidad, pensar sólo en trabajar,
participar en todos los movimientos de masas, etc…”.[593] En síntesis, a anularse a sí
mismos y a todo proyecto de vida individual para devenir en una anónima pieza de la
Aventuras en el Congo
Suicidio en Bolivia
Harto de tener por paradero un estado tribal, Guevara logró conseguir traslado y
alojamiento en una suntuosa casa en Praga, capital de Checoslovaquia, país en el cual
si bien imperaba el sistema comunista, no dejaba de estar habitado por blancos
poseedores de costumbres europeas y mejor confort. Cuatro meses más pasará el Che
allí haciendo catarsis y tratando de recomponerse de su enorme agujero interior. Pero
siempre se puede estar peor: Guevara comenzó a pergeñar un remozado intento
suicida consistente en instalar un foco guerrillero en Bolivia.
En el marco de sus delirios y declarándose virtualmente expulsado de Cuba, el
Che tenía in mente un esquema insólito: pretendía desde Praga preparar a una
guerrilla que se entrenaría en Cuba, para posteriormente encontrarse con ella en
Bolivia. A distancia (y vía telefónica suponemos), pensaba no sólo preparar a las
tropas en Cuba sino planificar la táctica y estrategia que luego se llevaría en el país
del Altiplano.
Si bien Castro ya había destruido políticamente a su “amigo”, al enterarse de que
este aventurero incurable pretendía dar curso a tamaña empresa, intentó al menos
convencerlo de que regresara a Cuba para desde allí preparar las milicias que irían a
Bolivia. Fidel intentaría darle a su “camarada” un salvavidas más (salvavidas de
plomo, dirán luego algunos) y envió emisarios para persuadir al Che de que preparar
una expedición guerrillera a distancia era un dislate y se le ofrecía regresar a Cuba
para organizarse desde allí. Además, Fidel se garantizaba de esta manera conocer y
controlar un poco más de cerca los alcances de este alocado experimento. Entre
comisionados que iban y venían, mensajes, contramensajes y vacilaciones, Guevara
al fin accede y retorna a Cuba.
Para el silencioso regreso, el Che viajó e ingresó en la isla con el rostro y
fisonomías totalmente transformadas. Su mutación y camuflaje estaban tan bien
logrados, que hasta se dio el lujo de portar una profusa calvicie artificial, escoltada
por un pelo entrecano y llamativos anteojos, que le brindaban una apariencia física
que lo hacía pasar por un hombre 20 años mayor que su edad real. Esto le permitió al
infatigable Guevara pasar inadvertido en los aeropuertos recorridos para su retorno.
Una vez de regreso en la tierra de José Martí, comenzó a preparar su aventura (o
desventura) final.
¿Por qué Castro, definitivamente enrolado con los soviéticos, aprobaría una
misión guerrillera en Bolivia? Analiza Kalfon al respecto: “Sea cual fuere el final de
la operación boliviana, supondría pocos riesgos para Castro. Si tiene éxito,
¡estupendo!, le correspondía la mayor parte de la gloria y algunas Cubas más en el
continente americano… Si es un fracaso, le bastará lamentarlo con vehemencia
recalcando que su responsabilidad nunca estuvo realmente comprometida en esa
aventura personal del camarada Guevara que, como se sabe, rompió todo vinculo
oficial con Cuba”.[676]
Con el mencionado camuflaje y en el más estricto secreto de estado, el Che
destinó tres meses (entre julio y octubre de 1966) a llevar una hermética vida de
riguroso entrenamiento junto a una quincena de guerrilleros meticulosamente
seleccionados. El régimen de entrenamiento impuesto por el Che será demoledor para
la tropa: “Despertar a las 5 de la madrugada; de 6 a 11, ejercicios de tiro, con la
amenaza de ser eliminado si el resultado está por debajo del 90%; de mediodía a las
6 de la tarde, caminata por las colinas con una mochila de más de veinte kilos a la
espalda”.[677]
¿Con 15 guerreros —por habilidosos que fueran— se pensaba hacer un golpe de
estado en Bolivia y derrocar al carismático presidente constitucional René Barrientos
que acababa de ser elegido por voto popular en julio de 1966? Visto desde esta
perspectiva, el emprendimiento era absurdo del derecho y del revés. Pero el Che
suponía que en Bolivia iba a contar con apoyo local y aquí comienza uno de los
melodramas y enredos más turbios de esta infeliz historia: Castro le dice al Che que
en Bolivia se contaba con el apoyo del Partido Comunista Boliviano (PCB), a la
sazón capitaneado por el dirigente Mario Monje. Pero como se sabe, los partidos
comunistas de América Latina dependían de la URSS y tenían por política no apoyar
los movimientos guerrilleros marxistas en la región (mucho menos si los encabezaba
Guevara). Sin embargo, Castro le dio a entender a Monje que Guevara no pretendía
quedarse en Bolivia, sino ir a pelear a la Argentina y que Bolivia sería tan sólo una
zona de tránsito para arribar a su país de origen. Lo que se le pidió a Monje, entonces,
fue apoyo o facilidades para llevar adelante el traspaso de Guevara de un país al otro.
En estos términos, Monje aceptó facilitar ese tránsito, con lo cual no estaba violando
de manera abierta las directivas soviéticas y al mismo tiempo conservaba buenas
relaciones con Castro. Vale decir, Monje no fue informado de que el verdadero
objetivo de Guevara y los suyos era instalarse en Bolivia y afianzar su guerrilla allí
mismo. Aquí se le tendió una trampa a Monje. Pero la trampa fue extendida por
Castro al propio Guevara, puesto que el Che (quien no sabía que a Monje se le habían
dicho las cosas a medias) “tenía entendido” que contaba con la retaguardia provista
por el PCB a la vez que se le sumarían combatientes de ese partido. El gran titiritero
de este esquema, naturalmente fue Fidel Castro.
La última guerrilla
Cavilaciones contemporáneas
Pero nada de esto les pasó desapercibido a los desdichados cubanos. A poco de
mostrar la revolución sus garras, el terror popular comenzó a desparramarse en Cuba
y el grueso de su clase media y alta empezó a huir por millares hacia el vecino estado
de Florida, en los Estados Unidos. La fuga masiva de cubanos aterrados fue y es tan
alarmante, que Castro se vio obligado a decretar la prohibición de salir de la isla y
virtualmente mantener secuestrados a todos los habitantes.
Pero Cuba desde hace medio siglo fue y sigue siendo noticia. Al momento de
escribir estas líneas (verano del 2009) se produjo un fenómeno mundialmente
televisado: el cincuentenario de la revolución cubana, y mientras consultados
intelectuales de izquierda aunque con tibieza y lucidez tardía comienzan a reconocer
el fracaso del indefendible sistema. Opinólogos multimediáticos, galanes de cine,
politiqueros progresistas, autodenominados “referentes de la cultura” y mandatarios
populistas, ratificando su precariedad enciclopédica y su falta de escrúpulos,
festejaron los cincuenta años de tiranía fusiladora en el marco de un colorido
carnaval. Tal el caso de la mujer de Néstor Kirchner, Cristina Fernández (al momento
de escribir estas líneas oficia de presidente-títere de la Argentina en calidad de
mandataria-consorte), quien viajó a La Habana en el citado aniversario para abrazarse
con los hermanos Castro y participar eufóricamente de la festividad totalitaria.
Allí, la esposa de Kirchner pronunció los siguiente piropos a la bestial autocracia:
“Creo que haber llegado al 50º aniversario de la revolución, es un reconocimiento de
todas las generaciones que contribuyeron a que Cuba pueda, pese a las
adversidades… llegar a un desarrollo científico, cultural, educativo realmente
ejemplar… solamente los mediocres se niegan a reconocer las cosas que hizo Cuba.
del fracaso en sí” y agrega: “El Che vive porque está muerto… lo que lo hace
destacar en nuestra época es que no pertenece a ella; en esencia es un
anacronismo”.[786]
Siendo el Che un sujeto cuestionable de medio a medio y no existiendo en su
haber triunfo alguno, cabe preguntarse: ¿cómo ha logrado sobrevivir en el tiempo no
sólo sin perder protagonismo sino agigantándolo? Aunque parezca un contrasentido,
y de hecho lo es, el Che vive gracias a los oficios del capitalismo mucho más que a
los del comunismo. ¿Cómo es eso? Pues ya en los años 80 y en plena Guerra Fría,
Díaz Araujo en un trabajo primigenio sobre el tema que nos ocupa se preguntaba con
ironía “‘¡El Che vive!’¿Vive? ¿Para quién? Cosa singular, la mitad del mundo quedó
imperturbable por la vida y muerte del Che. Esa mitad es el mundo comunista, a
cuya ideología sirvió tan fervientemente y lealmente hasta el final. Prácticamente lo
desconoce. No hay pancartas con ‘¡El Che vive!’ en las calles de Moscú, Varsovia,
Sofía, Berlín Oriental… ni tampoco en las capitales del Asia Roja con las que el Che
se identificó más: Pekín, Hanoi, Pyongyang… El Che ‘vive’ casi exclusivamente en el
occidente. Su llamamiento, su atracción, se constriñe casi del todo a las odiadas
naciones capitalistas”.[787] Efectivamente, el bloque soviético y los países de su
órbita lo ignoraron por completo (entre otras cosas porque lo detestaban) y su figura
se impuso como objeto de consumo en el mundo libre y capitalista: el mismo mundo
y sistema que Guevara quería destruir con guerra nuclear si fuera necesario.
El Che ha quedado reducido a la categoría de bien de mercado en calidad de
adorno doméstico, tentación consumista a lo que no escapó siquiera el destacado
biógrafo varias veces consultado Pierre Kalfón quien confiesa: “Las remeras, los
llaveros, las postales, todo eso es un negocio. Los cubanos mismos son los primeros
en hacer el comercio. Si estuviese vivo, el Che gritaría de enojo e indignación. El
gobierno cubano hasta reeditó para venderlo el billete de tres pesos firmado por el
Che, de cuando fue presidente del Banco Nacional. Tengo en casa un póster que se