Tema 55
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1. INTRODUCCIÓN
Sin embargo, este cambio de paradigma basado en la “manipulación técnica del mundo”
iba dejando a su vez de lado, o descuidando, la fundamentación axiomática de su mismo
propio proceder científico, abriendo con ello las puertas a la aparición de numerosas
corrientes de pensamiento, herederas de cierto aire aristotélico animista, como la
brujería o las primeros gremios de “albañiles” que darían lugar poco después al
ocultismo de las logias masónicas. Estas nuevas corrientes se acabarían filtrando
socialmente para producir múltiples doctrinas gnósticas situadas ahora como enemigas
de lo que, entonces, era ya una concepción mecanicista del universo, entendido gracias
sobre todo a Newton, como una gran máquina a la que tratarían de oponerle una
“nueva” concepción organicista del cosmos.
Será justamente este último fenómeno el que produzca una insatisfacción en René
Descartes (1549-1650) quien al término de sus estudios en el prestigioso colegio
francés jesuita de La Fleche, se confesaría decepcionado en lo que a su formación
humanística se refiere; incapaz ésta según él de proporcionar una herramienta potente e
infalible mediante la cual razonar y discriminar solventemente entre todo ese magma de
conocimiento esotérico y pseudo humanista en el siglo XVI. Así afirmará en el
Discurso 1, 83 “Me embargaban, en efecto, tantas dudas y errores que, procurando
instruirme, no había conseguido más provecho que el de reconocer más y más mi
ignorancia”. Por todo ello el conocimiento tal y como lo anhela el proyecto cartesiano
habrá de ser verdadero y evidente, mas sobre todo, útil, alejándose del ejercicio estéril
de la retórica y siendo capaz de ofrecer soluciones indubitables tanto a los problemas
epistemológicos de la propia ciencia como a los problemas de la vida práctica que, en
muchos casos, se veía truncada en todos aquellos que gnósticamente profesaban
doctrinas alejadas del campo científico. No es casualidad que la tradición escolástica
fuese vista por muchos como la culpable de haber reducido la filosofía a un conjunto de
tesis más o menos inconexas que tan sólo era capaz de dar con argumentaciones
verosímiles acerca de cualquier tema. Será pues, a través de la figura de Descartes, con
quien se “inicie” ya en el siglo XVI la filosofía moderna asociada al Renacimiento;
concretamente, esa corriente de pensamiento denominada “racionalismo” caracterizada
(con muchos matices) por la autonomía y confianza absoluta en la razón, la cual, no
será sólo el instrumento de conocimiento por antonomasia sino también la única capaz
de fundamentarlo. De alguna manera, si el filósofo francés ha sido calificado como el
padre del pensamiento moderno no es tanto por su novedad sino por afianzar
sistemáticamente y en casi todos los campos una metodología racionalista que ya se
venía arrastrando sin tanta difusión y coherencia interna en figuras como Montaigne,
Galileo u Ockham, a saber: el rechazo de todo argumento de autoridad como garantía
de verdad en cualquier doctrina, dando mucha más importancia al sujeto individual en la
búsqueda de la misma.
2. EL PROYECTO CARTESIANO
Descartes entiende por método “unas reglas ciertas y fáciles gracias a las cuales todos
los que observen exactamente los fenómenos no tomarán nunca por verdadero lo que es
falso y alcanzarán sin fatigarse con esfuerzos inútiles y acrecentado progresivamente
su saber, el conocimiento de todo aquello de que sean capaces” “Reglas, 4”. Por tanto,
este método, además de evitar el error (1º ventaja) permitirá aumentar los conocimientos
(ars inveniendi) y no sólo demostrar lo que ya se conoce como, según Descartes, hace la
lógica aristotélica (2º ventaja). Todas las reglas del método quedarán resumidas en el
“Discurso del método II” y expuestas en “Las Reglas” de la siguiente manera:
2. Análisis: Dividir cada una de las dificultades examinadas en tantas partes como fuese
posible hasta dar con las naturalezas simples, como son la extensión y el pensamiento,
dadas como evidentes a la intuición.
4. LA METAFÍSICA
Veamos ahora cómo Descartes sirviéndose del método expuesto, construye esa
metafísica que le servirá como “la raíz del árbol de la ciencia”. Así, toda vez que llegue
a una primera verdad absolutamente evidente de carácter metafísico podrá deducir
racionalmente todo lo demás sin miedo a error, así:
4.1 El Cogito.
El primer paso que dará Descartes en la puesta en marcha de su método será el camino
de la duda: dudar de todo para ver si queda algo que resista a toda duda; algo que
pondría de manifiesto un “resto” claro y evidente a partir del cual construir, “Discurso
del método, 4”. Ahora bien, esta duda será sólo un procedimiento metodológico que no
supone el escepticismo ni el relativismo en ningún momento: de aquí la noción
cartesiana de “duda metódica”. En otras palabras, el criterio de la duda se aplicará a
todas las creencias (es universal y teórica) especialmente a las que parecen más sólidas
y evidentes, de tal forma que si es posible dudar de ellas, deberán dejarse de lado
momentáneamente aunque se recuperen más tarde, fundamentadas ya, desde aquello de
lo que no hayamos podido dudar. Con ello lo único que se quiere poner de manifiesto es
que aquello de lo que se dude no puede servir como fundamento sólido metafísico desde
el que deducir todo lo demás.
En primer lugar, Descartes expone que es posible dudar de la información dada por los
sentidos ya que si es cierto que estos nos engañan a veces, se podría suponer también
que nos engañan siempre. En segundo lugar, es posible dudar incluso de la realidad del
mundo que nos rodea debido a la imposibilidad de distinguir la realidad de las ilusiones
propias del sueño. En tercer lugar incluso habría que dudar de ciertas verdades como las
matemáticas (por ejemplo, que los tres ángulos de un triángulo suman 180º) dado que
podría existir un genio maligno empeñado en engañarnos que nos muestra como
evidente lo que no lo es. Esta hipótesis del “genio maligno” es tan sólo otro recurso por
el cual Descartes supone en verdad que tal vez nuestro entendimiento sea de tal
naturaleza que se equivoca necesariamente cuando piensa en captar la verdad, por muy
perteneciente a las ciencias estrictas que aquella sea.
Así las cosas, cuando la duda parece haber eliminado todas las creencias surge de
pronto un resto que resiste a toda duda, a saber, el acto miso de dudar; o lo que es lo
mismo, el hecho mismo de “estar dudando de todo lo demás” o “la existencia del
propio sujeto que piensa y que duda”. De este modo, mi existencia como sujeto que
piensa (que se equivoca, etc) está exenta de todo error, algo que Descartes afirmaría
recogiendo la célebre sentencia ya presente previamente en otros autores (San Agustín
o Gómez Pereira) y que reza: “Pienso, luego existo”. He aquí el primer principio
absolutamente evidente de carácter innato.
Ahora bien, respecto a este cogito cabe hacer algunas aclaraciones: como puede
observarse lo que se dice es “pienso”, no “dudo, luego existo”. Y es que para Descartes
“pensamiento” o cogitatio es todo aquello que ocurre en nosotros: dudar, entender,
afirmar, negar, querer, imaginar, sentir, es decir, todo acto consciente del espíritu al
margen de su contenido. Por su parte lo pensado en la idea, es decir, el objeto del
pensamiento o cogitationes ya no son inmediatamente evidentes, lo cual implica una
postura subjetivista por la cual la evidencia se da sólo en el interior del sujeto
terminándose por identificar con el acto mismo de pensar en todas sus expresiones. Eso
sí, habrá que aclarar a su vez sobre esta sentencia que Descartes no afirma que sea una
deducción en sí misma, a pesar de ese “luego” de la fórmula, sino una intuición. O lo
que es lo mismo, una idea clara y distinta (no un razonamiento en el cual podría
ocultarse algún error). El cogito como pensamiento será identificado por lo tanto con el
“yo” o res cogitans, puesto que el camino de dudar habría sido empleado desde la propia
interioridad del individuo, mostrándose a sí mismo como inmediatamente existente en
dicho proceso. De esa existencia, el “yo” o cogito se convierte ahora en una substancia
que por su indubitabilidad permitirá levantar y fundamentar el resto de conocimientos a
modo de cimiento.
Sin embargo, y respecto a la naturaleza de las ideas dentro del cartesianismo, ya hemos
dicho que mientras el cogito me da la seguridad de que estas existen en mi pensamiento
como contenidos de los actos o cogitatios, no pueden darme por ellas mismas la
seguridad del valor real, extramental, de su contenido objetivo. En otras palabras “No
me dicen si los objetos que representan subsisten o no en la realidad”, “Meditaciones,
III”. Habrá pues que someter a las ideas a un análisis cuidadoso para tratar de descubrir
si alguna de ellas nos sirve para romper el cerco del pensamiento interior y salir a la
realidad extramental de forma segura, apoyándonos ya para ello, en la evidencia de la
existencia del yo. Descartes distingue, en aras de este propósito, tres tipos de ideas que
el yo tiene:
Es claro que ni las ideas adventicias ni las fácticas pueden servirnos de punto de partida
para la demostración de la existencia de la realidad extramental pues aún no hemos
salido del yo con seguridad. Analicemos, entonces, si tenemos otras ideas innatas que
nos permitan realizar dicha salida, ya que los modos del pensamiento (dudar, querer,
negar…) por muy verdaderos que sean, no pueden hacer esa incursión por sí mismos.
Entre las ideas innatas, Descartes descubre la idea de Infinito la cual se apresura a
identificar con la idea de Dios pero ¿de dónde procede tal idea y porque identifica
ambas nociones? Descartes probará en M.M la existencia de la divinidad en base a tres
argumentos muy concretos para, toda vez demostrada, permitir al yo, salir o mirar a un
exterior realmente existente:
1. Argumento basado en la Idea de un ser perfecto: toda idea como realidad objetiva
(contenido pensado) requiere de una causa real que debe tener al menos tanta perfección
como la representada por la idea. Por tanto, la idea de un ser infinito, por ejemplo,
requerirá de una causa infinita que la conforme: cosa que ni el yo ni tampoco los entes
del mundo parecen ser dada su finitud. En base a esto, hemos de concluir como
necesaria la existencia extramental de Dios como origen de esos atributos que definen la
idea que tenemos de él, como la de que sea algo infinito.
3. Argumento ontológico de San Anselmo: Descartes lo hace suyo para afirmar que
así como no es posible concebir un triángulo que no tenga ángulos internos iguales a
dos rectos, tampoco es posible concebir a Dios como no existente dado que la existencia
misma le pertenece con la misma necesidad que la propiedad del triángulo a dicha
figura. Así pues, pensar a Dios y suponer que no exista es contradictorio pues en su
misma esencia va implícita ya aquella (aquí se sirve de nuevo del tomismo para quien la
existencia es el predicado mismo en que consiste la esencia divina). Esta prueba se
diferencia de las dos precedentes porque considera la idea de Dios no en relación con el
hombre y su limitación sino a la idea en sí misma.
Ahora sí, toda vez reconocida la existencia de Dios se podrá demostrar a su vez la
existencia del mundo, en la medida en que si dicha divinidad existe por necesidad, habrá
de poseer y ser igualmente la causa perfecta de las ideas que sobre bondad y verdad
tenemos: por esto mismo y en base ahora a la tercera prueba, pensar que nos engañe
faltaría igualmente contra la definición de su propia esencia. O en otras palabras: dado
que el engaño es considerado por Descartes como una carencia no sería lícito pensar que
pueda existir un ser que nos engañe haciéndonos creer que el mundo existe
(entendimiento). Por esto mismo, el mundo habrá de existir necesariamente. Dios
aparece así como garantía de que a mis ideas les corresponde una realidad extramental
pero una realidad construida exclusivamente por extensión y el movimiento (cualidades
primarias) a partir de las cuales fundamentar deductivamente la física y sus leyes
generales del movimiento. Y es que cabe señalar, en lo que a las cualidades secundarias
se refiere, que estas no existen como tales en las cosas del mundo que las provocan. Así
afirma en su Tratado sobre el mundo o de la luz: “proponiéndome tratar aquí de la luz,
la primera cosa que deseo advertiros es que puede haber diferencia entre el sentimiento
que tenemos de ellas, es decir, la idea que se forma en nuestra imaginación por
mediación de nuestros ojos, y lo que hay en los objetos que produce en nosotros ese
sentimiento”. Esto queda también ilustrado en M.M II con el ejemplo pedazo de cera:
un pedazo de cera tiene ciertas propiedades sensibles, como su forma, el sonido que
hace al golpearse, su olor, rugosidad y sabor. Sin embargo, cuando la cera se derrite,
todas estas propiedades desaparecen, y Descartes reconoce de todas formas que se trata
de la misma cera.
4.4 Las tres sustancias y la concepción antropológica deducida a partir del método.
Conocidas y definidas las tres sustancias, la concepción cartesiana del hombre no podrá
ser más que dualista dado su carácter finito. Ahora bien, si como ya hemos dicho, el
alma y el cuerpo son sustancias que dependen de Dios para existir (pues las otras dos no
se ajustan a la definición dada de sustancia), podemos deducir que entre ellas tampoco
se necesitan para mantenerse en su ser; sin embargo esto no quiere decir que no tengan
una relación mutua de dependencia (garantizada por aquel): el cuerpo, como res extensa
y pasiva, necesita de algo que le imprima movimiento: el pensamiento, pues aquel por sí
mismo no puede empezar a moverse. Por su parte, el alma en tanto que pensamiento no
tiene consciencia de más realidad que no sea ella misma; por eso mismo necesita un
mundo extramental ya demostrado que le produzca las ideas con las que luego, de
nuevo, se refiere al mundo.
El problema con esta concepción del hombre radica en entender cómo algo que es
pensamiento y a la vez pura extensión, pueden llevar coordinadas ambas sustancias a
pesar de ser ontológicamente distintas e incluso opuestas (J.L Ontología gris: fantasma
que quiere mover la mesa) Sin embargo, se supone que nuestro cuerpo como parte del
mundo físico es capaz de transmitirnos sensaciones e ideas pero ¿cómo?, ¿de qué
manera y cuándo lo físico se convierte en pensamiento?, ¿cómo pueden producir en
nosotros las ideas que no son innatas?. Inversamente y por su parte la res cogitans ha de
ser capaz de impulsar el movimiento de un cuerpo que se supone ligado a ella de alguna
manera; ahora bien y de nuevo ¿dónde y cómo se transmite el movimiento de éste
cuando lo ordena la voluntad?, ¿se convierte la voluntad en movimiento?, ¿cómo?.
Será en el “Tratado de las pasiones” donde Descartes hable de la unión entre ambas
sustancias al mencionar la “glándula pineal” en su interacción con los movimientos de
espíritus animales, sin embargo con esto no hace sino resituar el mismo problema pero
sin solucionarlo, puesto que si tal glándula es también material ¿cómo contactan ambas
sustancias? El objetivo por el cual este problema toma importancia no es otro que el de
intentar explicar en última instancia la libertad humana para conseguir salvar al hombre
de la concepción mecanicista y determinista al que parecía abocar el cosmos de Newton.
Para ello, Descartes afirma que la libertad no consiste en una mera indiferencia (o
neutralidad total) ente las posibles alternativas que ofreciéndose a nuestra elección
pujan por ella: “la libertad de” todo nos llevará a no movernos. Y es que a juicio del
filósofo francés dicha indiferencia sólo supondría una imperfección e ignorancia del
entendimiento ante la razón de ser que tienen las cosas en el mundo. Más bien, la
libertad consistiría en que la voluntad elige aquello que el entendimiento le presenta con
claridad y distinción como lo bueno y lo verdadero. O en otras palabras: la libertad no
sería más que el sometimiento de la voluntad al entendimiento y, en tal caso, esta
libertad del hombre se ejerce o no en la medida en que aquel pueda equivocarse en su
conocimiento del mundo optando siempre por lo que cree verdadero o por lo que su
entendimiento cree como bueno en un momento dado.
Para lo que sí servirá esta idea de libertad en la que el sujeto está sujeto al
entendimiento, es para sostener en “Discurso, 4” que lo característico del hombre es su
alma (por más cuerpo que posea), no sólo porque este hecho le permite decir que no
somos máquinas (si se equivoca decimos que la voluntad no ha obrado conforme a una
verdad realmente evidente) sino también porque le permite distinguirnos de los
animales, a los que sí que seguirá entendiendo como meras máquinas sin alma
vegetativa y sensitiva que reaccionan de forma compleja como un engranaje más de la
correa de transmisión en que se manifiesta el universo.
Dicho esto, podemos decir ya que el universo para Descartes es concebido según el
“modelo” de la máquina, siendo aquí donde el francés coincide con los científicos de su
época toda vez que los fenómenos son capaces de reducirse a piezas más básicas y
elementales como la extensión o el movimiento que pueden medirse como magnitudes
en lenguaje matemático. Sin embargo, su concepción científica por la que todo el
cosmos es extensión y movimiento, introduce notables variaciones respecto a la
concepción Newtoniana donde dicho cosmos, reducido por éste a estas mismas
magnitudes, se entiende como organom sensorium de Dios:
1ª Ley: cada cosa permanece en el estado en que se encuentra si nada la cambia. De este
modo, Descartes formula explícitamente por primera vez el principio de inercia (antes
que Galileo).
2ª Ley: todo cuerpo que se mueve tiende a continuar su movimiento en línea recta.
Galileo, al contrario, hablaba pensando que los movimientos más naturales eran
circulares, aunque estos no pudieran darse por la imperfección de la materia para
producir formas perfectas; idea que como resto aún seguía funcionando por influencia
de neoplatónicos y pitagóricos.
3ª Ley: si un cuerpo que se mueve encuentra otro más fuerte que él, no pierde nada de
su movimiento y si encuentra otro más débil que pueda ser movido por él, pierde tanto
movimiento como transmite. He aquí la ley de conservación.
En definitiva, esta concepción del universo cartesiano, por cuanto supone un trabajo con
ideas innatas que fundamentan la verdad de los fenómenos descritos y predichos
posteriormente por la ciencia, es lo que explica (sin negar algunas similitudes) la
diferencia fundamental que sobre el proceder científico existe respecto al método
hipotético deductivo ejercido por Galileo, a saber: para el italiano las leyes científicas
eran inducidas desde los fenómenos pero nunca quedaban demostradas (cosa imposible
según dicho método) lo demostrado tan sólo se predicaba de las consecuencias y hechos
que se derivaban de aquellas. Para Descartes sin embargo, estas leyes sí que se podían
demostrar como verdaderas a priori por cuanto se pueden deducir convenientemente
según las reglas del método desde las ideas metafísicas (sustancias) previamente
establecidas.
Para terminar, eso sí, cabe señalar cierta continuidad entre la duda metódica cartesiana
con la figura de Sócrates, que llegando hasta nuestro días promovería en el terreno
práctico un cambio de actitud, atrevido, que invita al individuo a someter a crítica los
conocimientos adquiridos a fin de encajarlos coherentemente con las cosmovisiones
técnicas y científicas ya existentes que sirven de canon de verdad. Con esta especie de
autocrítica, Descartes pondría ya las bases para el lema ilustrado “sapere aude” (atrévete
a pensar) que, consustancial a una idea de persona que seculariza la idea de alma a
través de la idea del yo, fundamentará en última instancia, una idea de hombre
psicológico autónomo y crítico que cuestiona lo establecido para ser efectivamente
libre.
7. BIBLIOGRAFÍA
Marión, J.L (2008) Sobre la ontología gris de Descartes: ciencia cartesiana y saber
aristotélico en las Regule. Madrid: Escolar y Mayo.