Sirenas en El Folklore Neohelenico Nerei
Sirenas en El Folklore Neohelenico Nerei
Sirenas en El Folklore Neohelenico Nerei
Y te acercas y te vas
después de besar mi aldea;
jugando con la marea,
te vas pensando en volver,
eres como una mujer
perfumadita de brea
que se añora y que se quiere,
que se conoce y se teme...
En la Grecia moderna, esto nos lleva a una paradoja: mientras las sirenas stricto
sensu, las de la mitología antigua, han desaparecido por completo del folklore, la sirena
como tipo (azote de los marinos, a los que seduce, descarría y destruye) sigue
totalmente vigente con otros nombres: nereida, lamia o gorgona.
Puede decirse, pues, que estas criaturas han ocupado el espacio tipológico que
atribuimos a la sirena: pero, al mismo tiempo, la caracterización de cada una de ellas
presenta rasgos distintivos que exigen un tratamiento diferenciado.
Examinaremos, pues, por separado cada uno de estos tipos de sirena avant la
lettre que nos presenta el folklore griego moderno, de modo que el lector pueda valorar
por sí mismo las semejanzas y las diferencias tanto entre los tres tipos como entre cada
uno de ellos y las sirenas tanto de la mitología grecolatina como de otros folklores.
Las nereidas, bien conocidas en la mitología griega, eran ninfas hijas de Nereo,
dios del mar, y se las ubicaba en las olas. En este sentido, se trataba de mujeres marinas
sobrenaturales, cercanas a las sirenas tal como hoy las entendemos, si bien, a diferencia
de éstas, se las imaginaba en general enteramente antropomorfas 1 y no solía
atribuírseles culpa alguna en naufragios u otras catástrofes marinas.
1
Notemos, no obstante, que en su Historia Natural, 9.9, Plinio aprueba la idea de que las nereidas,
aunque de rostro humano, tienen el cuerpo escamoso.
En el folklore neohelénico, las nereidas son concebidas como exotiká,
literalmente «criaturas del exterior»: seres sobrenaturales generalmente hostiles al
hombre, y totalmente incompatibles con cualquier símbolo cristiano. Ya no moran sólo
en el mar: todos los espíritus femeninos de la naturaleza, habiten en agua salada o dulce,
en la montaña o en el bosque, son hoy considerados nereidas. Su reina ya no es Ártemis,
sino Kyra Kálo, «Doña Hermosura» (Kyriakidis 1965: 194-9) 2.
Se dice de las nereidas que son semidivinas, pero no inmortales: alcanzan a vivir
diez veces la vida de una mujer, y hasta su muerte permanecen siempre jóvenes y bellas.
No son malignas: sí caprichosas, y a veces crueles, al modo en que pueden serlo los
niños. Según decir popular, «las nereidas están mejor hechas que nosotros». Sólo de una
muchacha realmente hermosa puede llegar a decirse, como el mayor cumplido, que es
adorable como una nereida. Son altas y esbeltas, y tienen ojos almendrados, de roja
pupila según algunos. Su pelo, negro, rubio o verde, cae libre hasta los hombros: lo
cuidan con peine de oro, y a veces lo adornan con coronas de flores, perlas o coral.
Visten de un blanco inmaculado hasta los pies, uno de los cuales (si no los dos) resulta
ser de cabra o de burra. Aunque ésa es su forma habitual, pueden tomar muchas otras,
humanas o animales, para engañar a los hombres, y sólo los bobos nacidos un sábado
(alafroískioti savatogenniméni) pueden entonces reconocerlas. Avanzan ingrávidas,
como si no pisaran el suelo. Cantan y danzan con gracia sobrenatural, y dominan las
artes de la cocina, el barrido y el hilo, tal amas de casa a la antigua usanza. Para animar
sus bailes, raptan a veces a músicos (que aprenden mucho de ellas) y a guapos
muchachos que bailan y juegan con ellas. Se las ve sobre todo a mediodía 3 y
medianoche, y se las propicia con ofrendas de leche y miel. (Politis 1871: 90-1,100-2;
Rodd 1892: 173-85; Lawson 1910: 133-4; Nuáros 1932: 238-46; Kyriakidis 1965: 194-
9; Róheim 1969: 330-1; Blum 1970: 114).
(Las nereidas) toman varias formas cuando se presentan ante los hombres. Por
ejemplo, una de ellas vivía disfrazada como una muchacha hermosa que estaba casada
con un hombre. Vivían felices juntos y tuvieron hijos. Después de un tiempo, la nereida
2
El término ninfas, con que se designaba genéricamente a este tipo de espíritus en el folklore griego
antiguo, ha perdido este significado: en griego moderno, ninfa retiene únicamente el significado original
de novia.
3
Sobre la hora del mediodía y los espíritus que en ella se manifiestan v. González Terriza 1995.
4
Para otras versiones europeas de este cuento v. Rappoport 1928: 162, 167. En las Mil y una noches, la
esposa sobrenatural que se casa con un mortal y después lo abandona es, generalmente, una mujer pájaro
(Cansinos Asséns 1961: I 337-40): así, en la «Historia de Hasán, el joyero de Bazra», donde, sin embargo,
el marido logra recuperar a su esposa tras largas aventuras (Cansinos Asséns 1961: II 615-713). Tampoco
es raro que la historia se plantee al revés: la sirena o tritón toman una pareja mortal y se la llevan a vivir al
reino submarino, pero la nostalgia de su consorte por la vida terráquea hace que terminen perdiéndolo
(Rappoport 1928: 160-1, 165-6).
se cansó de la vida familiar y quiso dejar a su marido y a sus hijos para volver a sus
antiguas costumbres. Todo su poder estaba concentrado en su vestido, que su marido,
que conocía su verdadera naturaleza, guardaba en un lugar secreto. Ella le suplicó que le
dejara ponérselo sólo una vez, la última. Él terminó cediendo, y tan pronto se puso el
vestido volvió a su ser de nereida y desapareció. (Blum 1970: 115; cf. Rodd 1892: 177-
9, Nuáros 1932: 239-40).
Cuando Alejandro Magno dominó todo el mundo, fue también allí donde brota
el agua de la inmortalidad, y llenó dos botellitas para lavarse y volverse inmortal.
Cuando las llevó a casa, un oficial que le tenía ojeriza les dice a sus hermanas el secreto
y les anima a que se laven y beban, y echen otra agua en las botellitas. Ellas
inmediatamente cogieron el agua y la bebieron y se lavaron y derramaron el agua del
baño en el camino. Allí había una gallina y un gamón y se empaparon del agua de la
inmortalidad; y por eso la gallina revive cada año y se vuelve otra vez joven, y el gamón
no se seca, aunque se le arranque y se le cuelgue al aire.
De entre todas las nereidas, a las marinas (thalasinés neráides) no se las nombra
con demasiada frecuencia: son más populares las de tierra firme. Sin embargo, en 1826
un campesino de la Argólide pudo describir con conocimiento de causa a una de ellas:
su pelo, contaba, era verde, adornado con perlas y coral, y a menudo se la podía ver
danzando alegremente sobre el mar bajo la luz de la luna. Por el día, ponía a secar sus
vestidos sobre las rocas, cerca de los molinos de Lerna: molinos que aún se
consideraban encantados por las nereidas a principios del siglo XX (Lawson 1910: 146).
5
Más adelante veremos la vinculación de las gorgonas con Alejandro Magno.
Según Lawson, la zona más rica en tradiciones sobre nereidas marinas es Maina,
al sur del Peloponeso. Una tradición de esta zona explica así la presencia de una
palmera en la playa de Limeni, un pequeño puerto:
En esta zona de Maina, se dice que cada sábado, al anochecer, las nereidas del
mar se reúnen con las de la montaña y traban combate: a la mañana siguiente, según
quien haya vencido, sus protegidos, los habitantes de la montaña o los del puerto, sufren
las consecuencias: el bando perdedor se despierta con resaca, sin ganas de nada,
mientras los vencedores se sienten pletóricos (Lawson 1910: 147).
Para las madres y niñeras de la antigua Grecia y de Roma, Lamia cumplía las
funciones que hoy asignamos al Coco: hacerse cargo de los niños desobedientes. Al
mismo tiempo, también a los adolescentes inexpertos en lides amorosas se les avisaba
de que una mala Lamia podría seducirlos y sacarles hasta la última gota de sangre.
Esta ogresa, a veces seductora pero siempre letal, tenía conexiones importantes
con el mar: el poeta Estesícoro hizo de ella la madre del monstruo marino Escila, y
lamia como nombre común designaba a un peligroso tiburón temido por los marinos.
Lamia tenía, además, dos de los rasgos atribuidos generalmente a las sirenas:
aturdía a sus víctimas con un melodioso canto, y su cuerpo sólo en parte o en apariencia
era humano 6.
Las lamias del mar bailan y cantan y saltan sobre las olas, brincan alto por el aire y
de nuevo caen del aire al mar. Pero sobre todo, les gusta la tempestad, y encuentran muy
grato el extraviar los barcos que viajan. A veces con su cantos, a veces con sus gritos,
llevan a los marinos sin que se den cuenta a los escollos o trombas, donde al final de todo
no encuentran salvación. Aquéllos escuchan sus gritos y canciones y creen que vienen de
tierra firme, se dirigen allí, los gritos se oyen más cercanos, avanzan, avanzan, hasta que se
ahogan (Politis 1904: nº 821).
Todos los torbellinos se achacan a las nereidas, y todas las trombas de agua a su
fatídica reina. Cuando ven acercarse una de ellas, los marineros de las Cícladas murmuran
«Pasa la Lamia del mar», y a veces clavan un cuchillo de mango negro en el mástil como
talismán contra su poder (Lawson 1910: 172). El lugar donde vive la reina es secreto:
nubes perpetuas lo cubren (Politis 1871: 203-4).
6
Sobre Lamia en el folklore antiguo griego y romano v. González Terriza 1997b y 1998.
7
Sobre las lamias caracterizadas como sirenas en el folklore vasco v. Caro Baroja 1974: 45-8.
8
En la zona del Parnaso, esta tradición presenta algunos rasgos interesantes no recogidos en la canción: la
aparición de la Lamia tiene lugar cuando un mozo toca la flauta o canta a mediodía o a medianoche en la
playa. Promete al joven una vida feliz a su lado, en el mar: si el muchacho se niega, lo mata, y si
consiente, lo lleva consigo (probablemente, ahogándolo) (Lawson 1910: 172).
9
Sin embargo, Yoánnu 1996: 52-3 recoge una versión más optimista de la misma balada: en ella, tras
cuarenta y dos días tocando la flauta, el pastor vence a la Lamia y la desposa.
—
—
—⋅
⋅
(cit. en Politis 1871: 204, n. 2).
10
Se trata de un árbol aislado, solitario (monoéndri).
11
En la versión editada por Yoánnu, el árbol es un pino, y el pastor se sienta en su copa a tocar la flauta
(fluéra)
12
En la versión de Yoánnu, la Lamia advierte al pastor que lo devorará si gana el concurso.
La otra canción, de la zona del Epiro, nos muestra por el contrario a un mozo
espabilado, que sabe escapar de las garras de la Lamia:
⋅
⋅
—;
—
⋅
—
—
—
—
(cit. en Politis 1871: 196-7).
13
«Hijo de la viuda» (yiós tis jirás) es un apelativo habitual de los héroes en el folklore neogriego,
comenzando por el célebre Diyenís. Kafandaris 1988: I 76-83 recoge un cuento tradicional con este título.
Politis 1878: 348 n. 52 sugiere que se trata de un rasgo muy antiguo en la caracterización de los héroes, pues
ya en el himno décimo octavo del Rig Veda se llama hijo de la viuda a Indra. El epíteto cuadra también
perfectamente a Horus, hijo de Isis, y ha sido utilizado en la masonería para designar a los iniciados, en
recuerdo del mítico arquitecto Hiram (González Terriza 1997a: 309). En su famoso estudio psicoanalítico
sobre el mito del nacimiento del héroe, Otto Rank sugiere que la desaparición de la figura paterna se debe
al deseo inconsciente de establecer una relación lo más íntima posible entre la madre y el hijo,
cumpliéndose así el deseo edípico de eliminar al rival que puede entrometerse en dicha unión. En el mito,
la responsabilidad de la eliminación del padre se traslada a un tercero, de modo que el héroe, como en el
caso de Hamlet, se convierte en el vengador de su padre y el consuelo de su madre, viuda (Rank 1991:
95-7).
su copa cubre bruma gris y el tronco niebla blanca.
Se me cayó el anillo, que mi prenda era primera,
y el que entre por cogérmelo mi esposo amado sea.
De su belleza se prendó, su novia quiso hacerla.
—Adentro vaya, niña, yo, y a dártelo que vuelva.
Con un cordel lo descolgó, por que la prenda hallara.
y un nido de serpientes vio, de bichas enroscadas.
—Mi niña, tira, sácame, tira que no hallé nada,
que un nido de serpientes hay con bichas enroscadas
y hay una sierpe mala que tu anillo, sombra, guarda.
—Mocoso, allí de donde estás no hay vuelta ya que valga.
Yo soy la Lamia de la mar, que a los valientes traga.
—¡Y yo el hijo del rayo! ¡Voy a hacerte arder en llamas!
Del rayo vínole temor, de vuelta ya lo saca.14
3. Gorgonas.
De las gorgonas ha podido decirse que han usurpado por completo el papel de las
sirenas en el folklore neohelénico (Lawson 1910: 188). Sin pretender justificarlas, es justo
reconocer que su conexión con el mar es tan antigua como la de éstas: en el siglo VIII o
VII antes de Cristo, Hesíodo las hace hijas de Forcis y Ceto, deidades marinas, y coloca
su morada en el límite occidental del Océano (Teogonía, 270-5). Además, se nos cuenta
que la más famosa de ellas, Medusa, fue amada por Posidón, dios marino, pasando de
ser indeciblemente hermosa a una fealdad no menos extrema (Ovidio, Metamorfosis 4.
794-803; Apolodoro 2. 4. 3).
Por lo que se refiere a la iconografía, en dos vasijas áticas del siglo sexto
aparecen representadas gorgonas acompañadas por delfines (Lawson 1910: 188). Es
más: en la cerámica corintia del mismo siglo tenemos representada una gorgona con dos
colas de pez en lugar de piernas (Anderson 1984: 45), y en el museo de Olimpia se
conserva un escudo de bronce contemporáneo en el que luce aterradora una gorgona que
presenta a la vez patas de animal y cola de pez (Anderson 1984: 40).
Medusa causaba molestias a los marinos al menos desde época medieval: Politis
alude a una vieja tradición según la cual la cabeza del monstruo fue arrojada al mar en
el golfo de Atalía, entre Chipre y Rodas, provocando la aparición de unos peligrosos
bajíos (Politis 1878: 342).
cuenta Píndaro, Pítica XII, vv. 6 y ss., y 18 y ss., que, cuando Perseo mató a
Medusa, las otras dos gorgonas prorrumpieron en gemidos que lamentaban la muerte de
14
Para un estudio pormenorizado de ambos poemas, acompañado de una traducción algo distinta, v.
González Terriza 1997a. Cf. también el análisis de variantes de los mismos en González Serrano 1997.
su hermana; entonces, Atenea, para imitar el gemido de las gorgonas, creó la primera
flauta (Molina, en prensa; cf. el fascinante desarrollo de Vernant 1996: 75-84)
Las gorgonas son mujeres hermosas, pero desde la cintura hasta abajo tienen
cola de pez. Se encuentran en el Mar Negro, y muchas veces bajan también hasta
nuestras aguas. En los años sesenta, más o menos, un barco se encontró con ellas a la
salida de Tasos. Algunos dicen que aparecen sobre todo el sábado a medianoche.
Pero, sin embargo, si no aciertan los marineros y cometen el error de decir que
el rey Alejandro ha muerto, se enfada la gorgona, le da una al barco que lo hace volar
alto, y cuando cae se ahogan todos en el mar. O bien se va con lamentos y cantos
fúnebres y por sus llantos se levanta una tremenda tormenta que ahoga el barco y no se
salva nadie. (Politis 1904: nº 551. Cf. Politis 1871: 61-3, Politis 1878: 339-42, Lawson
1910: 185)
15
Anteriormente vimos que también las nereidas raptan a veces musicos, y éstos aprenden mucho
mientras acompañan sus bailes. También en Hungría y Ucrania se da esta tradición según la cual el canto
de las sirenas es el origen de todas las canciones. En Rusia se dice que proceden de Ludzie Morskie, la
gente del mar (Róheim 1969: 329).
Alejandro, Kali, se bebieron el agua de la inmortalidad que el monarca había
conseguido para sí en la tierra de los bienaventurados. Alejandro, encolerizado, expulsa
a su hija para siempre de entre los hombres, enviándola a los lugares deshabitados, junto
a los démones; al cocinero lo arroja al mar con una piedra al cuello, de modo que se
convierte en un demon de las profundidades 16. En la misma Grecia, se cuenta una
variante (que vimos anteriormente) en la que son dos hermanas de Alejandro quienes le
traicionan, convirtiéndose en las primeras nereidas (Politis 1889: 369; Politis 1904: nº
651) 17.
El rey Alejandro, cuando guerreó y se apoderó de todos los reinos del mundo y
temblaba ante él todo el mundo habitado, llamó a los magos y les preguntó: «Decidme
vosotros que poseéis las escrituras del destino, ¿qué puedo hacer para vivir muchos
años, para disfrutar el mundo una vez que lo hice mío por completo?». «Mi rey, así
vivas muchos años. Grande es tu poder», respondieron los magos, «pero lo que ha
escrito el destino no puede borrarse. Sólo hay una cosa que puede hacer que disfrutes tu
reinado y tu gloria, a saber, que quieras volverte inmortal para vivir lo mismo que las
montañas. Pero es difícil, muy difícil». «No os pregunto si es difícil, sólo si la hay», dijo
Alejandro. «¡Ay, mi rey, conforme a lo que mandas está el agua de la inmortalidad, que
aquel que la bebe no teme la muerte! Pero quien vaya a cogerla debe pasar entre dos
montes, que continuamente chocan el uno con el otro. Y ni el pájaro alado logra pasar.
¡Cuántos célebres príncipes e hijos de gobernantes no habrán perdido la vida en aquella
terrible trampa! Cuando pases los dos montes, hay un dragón que nunca duerme
custodiando el agua de la inmortalidad. Has de matar al dragón y cogerla.»
16
Una tradición similar pervive en Transilvania: cuando Alejandro se acercó al Paraíso, encontró allí al
rey Iván, que estaba sentado en su trono y tenía los pies en remojo en una fuente de agua hirviente. A
preguntas de Alejandro, Iván explicó que quien usara el agua de ese modo permanecería siempre joven.
El rey macedón hizo guardar un poco de agua para su uso personal, pero dos de sus criadas le traicionaron
y la utilizaron sobre sí mismas: por eso, hasta el día de hoy, son inmortales, y se aparecen a ambos lados
de cada bebé que nace para pronosticar su futuro. Se las llama las majestrele (Politis 1878: 347).
17
Según otra variante, de origen armenio, cuando Alejandro ve que su hija se ha bebido el agua de la
inmortalidad la persigue por su habitación con una espada para matarla: la muchacha se arroja por la
ventana al mar, y al tocar el agua la mitad de su cuerpo se convierte en pez. Desde entonces, se baña con
los peces y engendra hijas a su imagen y semejanza. Le gustan sobremanera los hombres, a los que
conquista con su gran belleza: se sienta de noche en una roca y se peina en silencio sus cabellos rubios,
con su cola de pez cubierta por una falda azul marino. Persigue a los barcos y a los nadadores, y cuando
arrojan al mar un cubo para sacar agua, lo agarra para tirar de él y apoderarse del que sujeta la cuerda. Sin
embargo, huye aterrorizada cuando le gritan: «¡Viene el rey Alejandro!» (Politis 1904: 298, comentario al
nº 552).
Pero ¡he aquí que rey, alabado sea, tan pronto como volvió a palacio no supo ser
precavido! Su hermana ve la botellita y sin pensárselo dos veces vierte el agua. Dio la
suerte de que cayó sobre una cebolla silvestre, y por eso las cebollas nunca se secan.
Dios le escuchó, y desde entonces quienes pasan en barco la ven mecerse en las
olas. Con todo, no odia a Alejandro: y si ve algún barco pregunta: «¿Vive Alejandro?».
Y si el patrón del barco es inexperto y responde: «Ha muerto», la muchacha, llevada por
su gran pesar, remueve con sus manos y con sus rubios cabellos sueltos el mar, y hunde
el barco. Los que están enterados, en cambio, responden: «Vive y reina»; y entonces la
sufrida muchacha se transforma en un corazón hermoso y canta alegre dulces canciones.
Allí aprenden los marineros las nuevas melodías y se las llevan consigo. (Politis
1904: nº 552).
Puesto que el rey maldijo a la mujer que le traicionó, se entiende bien que a
veces los pastores o marineros exorcicen a las gorgonas con las palabras «por el alma
del rey Alejandro, no me hagáis mal» (Politis 1878: 346-8; Politis 1889: 368; Politis
1904: nº 652; Lawson 1910: 189; Stewart 1991: 252). Lo que no se entiende tan bien es
que la gorgona se alegre al conocer que el rey vive, y se enfade al conocer su muerte.
Una explicación más coherente con la respuesta de la gorgona se encuentra en una
tradición distinta, según la cual el rey tenía como amante una nereida, y por ello fue
favorecido por éstas, que hicieron posibles sus hazañas. El afecto de las nereidas por
Alejandro es tal que nunca hacen mal a nadie que les diga que áun vive (Politis 1904: nº
652) 18. En este caso, gorgonas y nereidas aparecen como términos perfectamente
intercambiables.
18
En su comentario a la tradición nº 552 recoge aún Politis otra interesante variante, búlgara en este caso,
de la leyenda sobre Alejandro y la primera sirena: cuando el rey baja al fondo del mar, su hermana,
preocupada por su tardanza, se arroja al agua para salvarle, y pide a Dios que la convierta en pez, aunque
eso le cueste quedarse para siempre en el mar. Dios la convierte en pez de cintura para abajo, y le da la
inmortalidad; desde entonces, busca en vano a su hermano. Los marinos, que con frecuencia la ven, la
embroman a veces diciéndole: «Si buscas a Alejandro, muchacha, está con nosotros. Ven al barco para
verlo», y de ese modo acompaña al navío durante varios días, nadando a su lado, hasta que se cansa y lo
abandona. En algunas variantes, en vez de Alejandro se trata de Salomón. (Politis 1904: 297).
consiguió doblegarla, luchando con ella sobre cubierta, y le obligó a jurar por su madre
el mar y su padre el rey Alejandro que nunca más molestaría a hombre alguno. (Politis
1878: 348-9, Lawson 1910: 189).
Érase una vez una pareja, y no tenían hijos. Y eso les hacía muy infelices. El
marido era capitán y tenía un barco. Hacía muchos viajes. Una vez en un viaje estaban
cerca de un cabo. El viento era favorable y viajaban contentos. De repente el barco se
detuvo, no se movía de donde estaba. Mira el capitán, miran los marineros por aquí y
por allá, para ver por qué no marcha el barco, no fuera a ser que hubieranb dado con un
escollo o alguna otra cosa, pero no ven nada. Mira entonces el capitán desde proa, y ve
en medio del mar una gorgona que tenía sujeto el barco con la mano por la roda, y por
eso no se movía el barco de donde estaba. La gorgona es de cintura para arriba mujer,
de cintura para abajo pez. Le dice el capitán: «¿Qué mal te hemos hecho, que no nos
dejas seguir adelante?» «Ningún mal me habéis hecho», dice la gorgona, «lo único es
que me enterado que no tienes hijos, y vine para preguntarte si quieres tener uno». «Sí
que quiero», dice el capitán. Y le dice la gorgona: «toma este hueso y dásele a tu mujer
que lo coma, y quedará embarazada de un valiente. Lo único, que cuando tenga el niño
quince años, me lo traeréis aquí conmigo.» «Perfecto», dijo él. Cogió el hueso. La
gorgona se zambulló en el mar y desapareció. El barco volvió a moverse y siguieron su
viaje. (Kafandaris 1988: 358) 20.
19
Así, en el cuento extremeño «El castillo del demonio», donde el niño debe entrar al servicio del
Demonio al servir los veinte años (Rodríguez Pastor 1997: 63-80)
20
En una versión escocesa del mismo cuento, «La doncella Marina», la sirena da al hombre tres granos de
trigo para su esposa, tres para su perro y tres para su yegua (Rappoport 1928: 168-9).
21
En la versión escocesa, elementos disímiles cumplen las mismas funciones que encontramos en el
cuento griego: los animales agradecidos son, en este caso, el perro, el halcón y la nutria, y la princesa toca
el arpa para convencer a la sirena de que saque paulatinamente al héroe del agua. La sirena finalmente
muere cuando el protagonista, ayudado por los animales, logra capturar su alma (Rappoport 1928: 168-
70). Los Grimm recogen un cuento similar, «La ondina del lago» (Die Nixe im Teich): en él, la mujer que
Gorgona es, por otra parte, un insulto relativamente habitual, que se aplica a las
mujeres poco agraciadas y malévolas (Politis 1878: 341) 22. En Amorgos se aplica a la
mujer que aoja (Politis 1904: 292, comentario a la tradición nº 551). En Cythnos se
aplica también a las prostitutas (Lawson 1910: 185). Ya una de las versiones del
Fisiólogo, bestiario griego cuya primera redacción puede remontarse al siglo II d.C.,
asociaba a las gorgonas con las prostitutas, y les atribuía el canto: «Ella toca la flauta
con dulzura y canta con supremo encanto; por último, emite voz humana: "Venid,
saciad el deseo carnal, oh hombres, de mi belleza, y soy vuestra"» (cit. en Lawson 1910:
186; cf. Politis 1904: 292, comentario a la tradición nº 551) 23.
Este espíritu lujurioso halla su contrario natural en la Virgen María, la más casta
de las mujeres, a la que se encomiendan con frecuencia los marinos cuando creen
hallarse en peligro por obra de gorgonas o nereidas (Stewart 1991: 157). Sin embargo,
la mente asocia de forma natural a quien mueve las aguas y a quien las aquieta,
imaginando una única figura responsable del mar, que puede ser malévola o benévola
según se sepa tratarla. Y así, la gorgona y la Virgen se superponen en la figura
paradójica de la Gorgona Panayiá, la Virgen Gorgona o Sirena, objeto de no poca
devoción en Grecia 24. El escritor Stratís Mirivilis describe así esta figura peculiarísima,
en que lo más sagrado y lo más funesto confluyen:
Cuando los marineros y los habitantes del pueblo vieron por primera vez esta
imagen, permanecieron maravillados ante ella, pero no les pareció extravagante. Las
mujeres le dirigieron plegarias y le ofrecieron incienso, tal como hacían con los demás
iconos.
ha perdido a su amado en manos de la ondina consigue que aparezca progresivamente dejando a la orilla
del lago primero un peine, luego una flauta y por último una rueca (Grimm 1976: 104-11).
22
El gramático Herodiano escribe en el siglo II d.C. que se llama gorgona a la mujer de rostro monstruoso
(Partitiones, p. 17).
23
Por lo que toca a las sirenas, ya Servio, comentarista de Virgilio, había escrito en el siglo IV que se
trataba en realidad de meretrices (Servio, Aen. 5. 864). Reproducen el pasaje de Servio san Isidoro
(Etimologías 11. 3. 29) y Rábano Mauro en su De universo o De rerum naturis 7. 7, 280b. Cf. García
Fuentes 1973: 109.
24
La interpretación de María como señora o estrella del mar (Stella Maris), basándose en el latín mare
y/o en el hebreo yam, fue comunísima hasta fecha reciente. Para esta y otras conexiones de la Virgen con
el mar, v. Barb 1966: 13-4.
Se la llamó la Virgen Sirena, denominación que conserva hasta hoy, y de ella
tomaron nombre la capilla y el puerto. Nadie se paró a reflexionar que el día en que esta
Madonna fue concebida en la mente del viejo ermitaño, brotó como si lo hiciera de la
cabeza de Zeus y se estableció en esta roca única cercana a una isla del Egeo una nueva
deidad griega, que de forma milagrosa unía todas las épocas y todo el significado de la
raza: una raza que lucha con los elementos y las tempestades del mundo, con un pie en
tierra y otro en la mar, con el arado y la quilla, sujeta siempre a una divinidad guerrera,
mujer y virgen.
Los lugareños, los pescadores, los capitanes, miraron sin sorpresa a la Virgen
Sirena, porque ella ya habitaba en su alma, en la que el capitán Lías había buceado para
sacarla, y por tanto la conocían mucho antes de que él se la presentase en la pared de la
capilla. (cit. en Stewart 1991: 157-8, fig. 22).
4. Otras sirenas.
En sus Tradiciones, Politis recoge dos interesantes leyendas más sobre sirenas,
que tienen en este caso nombre propio: Vergona y Fokia:
Por ella vino lo de decir de las mujeres malas y corruptas y feas «es una
Vergona» o «es la Vergona de Atalia», o «es Laura», o «es Laura de Atalia». (Politis
1904: nº 553).
En el ombligo del mar, allí donde el agua da vueltas y hay un agujero, en mitad
del mismo se encuentra la Fokia, la madre de Alejandro. Del ombligo para arriba es una
mujer hermosísima, del ombligo para abajo es un pez de lo más horrendo. Se sienta en
el fondo del mar, pero cuando pasa algún barco por encima y le da sombra, hace ¡hop! y
sale a la superficie. Hace ¡hap! y coge el barco con la mano y lo detiene. Entonces llama
a gritos al capitán y le pregunta: «El rey Alejandro ¿vive y reina?». Tres veces lo
pregunta, y cuando el capitán le dice tres veces que vive y reina le deja en paz y vuelve
a sus labores. Si dice que no vive, lo hunde y lo ahoga. (Politis 1904: nº 554).
Vergona, cuya tradición se localiza en la isla Sime, parece una variante dialectal
de Gorgona, procedente tal vez por disimilación de Vorgona, nombre que se le da en
Cárpato, isla vecina. En Sime, Laura es sinónimo de gorgona o de strigla (otra criatura
sobrenatual maligna), y se llama laurí al niño que hace crujir los dientes por la noche
(Politis 1904: 300, comentario a la tradición 553).
En cuanto a Fokia, foca, su nombre da alas sin duda a quienes piensan que las
tradiciones referentes a mujeres marinas pueden explicarse a partir de la distorsión
fantástica de avistamientos de este animal, como sugiere el propio Politis (1904: 306,
comentario a la tradición nº 554). Es prudente, sin embargo, en esta ocasión como en
todas, recordar que tan importante o más que el material que da pie a la ensoñación es la
ensoñación misma, que sigue sus propias reglas y motivaciones, de modo que el punto
de partida no explica nunca el resultado final.
Conclusión
Cualesquiera que sean los materiales reales que dieron pie a la imaginación de
las sirenas, el interés relativo que tienen para nosotros es el de haber propiciado la
formación de estas leyendas, de modo no muy distinto a como la arena provoca el
surgimiento de una perla. En el folklore neohelénico, como hemos visto, los elementos
que comúnmente asociamos con las sirenas están presentes en mayor o menor medida
(el cuerpo mixto, el canto seductor), pero se entrelazan continuamente con motivos del
ciclo de leyendas referidas a Alejandro Magno, y se establece un fascinante hilo de
continuidad entre el canto de las sirenas y la canción popular griega. La ambivalencia de
la sirena, mujer y pez, prójimo y extraño «que se añora y que se quiere, / que se conoce
y se teme», tiene su punto culminante en su sorprendente fusión con su contrario, la
imagen de la Virgen María, en la Gorgona Panayiá o Virgen Sirena. Después de todo,
como escribiera Heráclito, «de los elementos dispares la harmonía más hermosa» (fr. 8
D-K = fr. 43 García Calvo). «La mar, agua la más pura y la más sucia: para los peces,
potable y salubre; para los hombres, imbebible y mortífera» (fr. 61 D-K = fr. 53 García
Calvo)
Bibliografía