Naturaleza y Cultura Del Paisaje

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Colección Estudios

NATURALEZA Y CULTURA DEL PAISAJE

Nicolás Ortega Cantero, editor

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DUQUES DE SORIA
Esta obra es el resultado del seminario organizado por la Fundación Duques de Soria, y celebrado
del 14 al 18 de julio de 2003, en Soria.

Esta publicación ha contado con la generosa colaboración de Caja Duero.

©2004 Fundación Duques de Soria.


Santo Tomé, 6. 42004 Soria.
www.fds.es // [email protected]

© 2004 Ediciones de la Universidad Autónoma de Madrid.


Ciudad Universitaria de Cantoblanco. 28049 Madrid.
www.uam.es // [email protected]

Reservados todos los derechos. Está prohibido, bajo las sanciones penales y resarcimiento civil previsto
en las leyes, reproducir, registrar o transmitir esta publicación, íntegra o parcialmente (salvo en este
último caso, para su cita expresa en un texto diferente, mencionando su procedencia), por cualquier
sistema de recuperación y por cualquier medio, sea mecánico, electrónico, magnético, electroóptico,
por fotocopia o cualquier otro, sin la autorización previa por escrito de Ediciones de la Universidad
Autónoma de Madrid.

Diseño de portada: Miguel Ángel Tejedor López


Imágen de portada: Ponts naturels d' Icononzo de Humboldt, 1810.

ISBN: 84-7477-920-0
Depósito Legal: GU-365/2004
Realiza: Print Autoedición, s.I.
Impreso en España
ÍNDICE

Nota preliminar 7

Naturaleza y cultura en la visión geográfica moderna del paisaje 9


Nicolás Ortega Cantero

El orden natural del paisaje 37


Julio Muñoz Jiménez

El paisaje de montaña. La formación de un canon natural


del paisajismo moderno 53
Eduardo Martínez de Pisón

Descubrimiento y. conformación histórica de los paisajes rurales 123


Antonio López Ontiveros

Paisaje y jardín: la plasmación de la idea de naturaleza 149


Josefina Gómez Mendoza

El paisaje urbano en la geografía española moderna 171


Francisco Quirós Linares

El paisaje en la geografía española actual 187


Valentín Cabero Diéguez

Naturaleza, cultura y paisaje en las Islas Canarias: el ejemplo


del bosque de Doramas 201
Guillermo Morales Matos y Daniel Marías Martínez
NOTA PRELIMINAR

Se recogen en este libro las ponencias presentadas en el Seminario que, con


el título de "Naturaleza y cultura del paisaje", se desarrolló, entre el 14 y el
18 de julio de 2003, en Soria, y que yo me ocupé de dirigir. Se incluye además,
tras las ponencias, una colaboración procedente de uno de los comentaristas.
Organizado por el Instituto del Paisaje de la Fundación Duques de Soria, en
cuya sede del Convento de la Merced se llevó a cabo, el Seminario comprendió
la presentación, con el consiguiente coloquio, de las siete ponencias aquí
incluidas, y la realización, a lo largo de la tarde del miércoles, de una excursión,
dirigida por el Profesor Muñoz Jiménez, hasta Tiermes, cuyas excavaciones se
visitaron. Junto a los ponentes, participaron también en el Seminario, como
comentaristas, los Profesores Felipe Fernández García, de la Universidad de
Oviedo, Guillermo Morales Matos, de la Universidad Carlos III de Madrid, y
Concepción Sanz Herráiz, de la Universidad Autónoma de Madrid. El resto de
los inscritos en el Seminario, entre los que había varios Licenciados y Profesores
de Geografía, presentaron, finalmente, en la mañana del viernes, algunas
comunicaciones conectadas con los asuntos allí tratados.
Las ponencias del Seminario, aquí recogidas, se dedican a reflexionar sobre
algunos aspectos característicos de la visión moderna del paisaje, teniendo en
cuenta su doble dimensión natural y cultural. El interés por el paisaje es, como
se sabe, uno de los rasgos más notables y fecundos de la tradición geográfica
moderna. Desde sus comienzos, a principios del siglo XIX, la geografía
moderna vio en el acercamiento al paisaje uno de los modos más valiosos de
descubrir el orden del mundo y el lugar que en él le corresponde al hombre.
Para el paisajismo geográfico moderno, directamente conectado con el horizon-
te romántico, el paisaje es la expresión visible de un orden natural que incluye
al hombre, y requiere, para ser entendido, aunar la explicación y la compren-
sión. La explicación se ocupa principalmente de la naturaleza del paisaje, de
su organización natural, mientras que la comprensión, atenta sobre todo a las
cualidades, a los valores y a los significados, se mueve en el terreno de la cultura
del paisaje.
La consideración de esas dos dimensiones, explicativa y comprensiva, en
ocasiones equilibrada y a veces sesgada hacia una de ellas, ocupa la atención
8 Nicolás Ortega Cantero

de los primeros trabajos incluidos en este libro. Se estudian después algunos


paisajes que cabe considerar, por diversas razones, modélicos en el panorama
del paisajismo moderno: el paisaje de montaña, en el que se ha visto la
expresión más acabada del orden de la naturaleza, el paisaje rural, con las
huellas que contiene de las relaciones entre la naturaleza y el hombre, y el
paisaje del jardín, en el que se plasma una cierta idea de la naturaleza. A todo
ello se añade luego la consideración del lugar que ocupa el paisaje en la
geografía española moderna, señalando las direcciones, los resultados y las
posibilidades de su estudio. Y, para terminar, se habla del caso concreto de un
paisaje canario, planteando las relaciones que en él se han dado entre sus
cualidades naturales y las valoraciones culturales de que ha sido objeto.
Los textos que se recogen aquí aportan un conjunto de reflexiones que puede
ayudar a entender mejor lo que el paisaje es y significa. Y a entender mejor
también el lugar que ha ocupado la geografía en la conformación y en el
sucesivo desarrollo del paisajismo moderno. De ese modo podrá mejorarse, en
suma, el conocimiento de los rasgos característicos de la visión moderna del
paisaje, y el conocimiento de lo que esa visión debe a las iniciativas y a los
puntos de vista de la tradición geográfica moderna.

Nicolás Ortega Cantero


NATURALEZA Y CULTURA EN LA VISION GEOGRÁFICA MODERNA
DEL PAISAJE

Nicolás Ortega Cantero


Universidad Autónoma de Madrid
Instituto del Paisaje (FDS)

El interés por el paisaje ha sido uno de los rasgos más característicos de


buena parte de la geografía moderna. Los geógrafos modernos vieron en el
paisaje una expresión fidedigna del conjunto de relaciones que constituye el
orden natural del mundo. Desde sus comienzos, a principios del siglo XIX, la
tradición geográfica moderna contribuyó decididamente a conformar un nuevo
modo de entender el paisaje, que, sin ignorar la perspectiva analógica y
subjetiva de cuño romántico, entrañaba la doble intención de explicarlo y de
comprenderlo. Porque, para la geografía moderna, el paisaje no es sólo una
configuración formal susceptible de explicación; es también un conjunto de
valores, cualidades y significados que, con todas sus dimensiones culturales,
requieren ser comprendidos.
La noción de paisaje acuñada por la tradición geográfica moderna remite
simultáneamente a dos tipos de consideraciones: de un lado, las de carácter
material y formal, que conciernen a los rasgos fisonómicos y visibles de la
superficie terrestre, y, de otro, las de índole valorativa, aquellas que se refieren
a la atribución, eminentemente cultural, de cualidades y significados al con-
junto (ordenado) de esos rasgos geográficos superficiales. Esa noción geográfica
de paisaje entraña siempre una dimensión cultural importante: comprende no
sólo la consideración de las formas, de las expresiones fisonómicas visibles de
la superficie terrestre, sino también la consideración de los modos de valorar
culturalmente esas formas y el orden que resulta de sus relaciones. Todo paisaje
es, al tiempo, una realidad formal y una imagen cultural. "Un paisaje -ha escrito
Eduardo Martínez de Pisón- no es sólo un lugar, es también su imagen. No reside
sólo en la naturaleza, en la historia, en la estructura social, sino también en la
cultura. Es, pues, un hecho, una forma geográfica, más su conocimiento, un modo
de relación con aquélla, de entenderla" 1 .

1 Martínez de Pisón, Eduardo: "El concepto de paisaje como instrumento de conocimiento ambiental",

en Martínez de Pisón, Eduardo (dir.): Paisaje y medio ambiente, Valladolid, Universidad de Valladolid
y Fundación Duques de Soria, 1998, pág. 17.
10 Nicolás Ortega Cantero

A diferencia de otras nociones empleadas también con cierta frecuencia en


el ámbito de la geografía moderna -como las de espacio o territorio-, la de
paisaje supone, cuando se emplea de forma congruente, la afirmación de la
dimensión cultural del conocimiento geográfico moderno. Hablar de paisaje es
aceptar lo que nuestra visión de la realidad geográfica tiene de traducción
cultural, de interpretación que representa esa realidad y la ordena, que le
atribuye valores, cualidades y significados. El paisaje es, para el geógrafo
moderno, materialidad y forma, pero es también, al tiempo, una representación
culturalmente ordenada y valorada de esa realidad material y formal. La visión
del paisaje vertebrada por la geografía moderna atina la perspectiva científica,
explicativa, y la perspectiva cultural, comprensiva, que se adentra en el mundo
de las cualidades, de los valores y de los significados. Naturaleza y cultura se
dan la mano en el paisajismo geográfico moderno.

ARTE Y CIENCIA EN LOS ORÍGENES DEL PAISAJISMO MODERNO

El paisaje, tal y como hoy lo entendemos, es un descubrimiento moderno,


directamente conectado con el movimiento cultural romántico, e inseparable
de las renovadas concepciones científicas ofrecidas por los naturalistas de
finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. Los nombres de Rousseau, Saussure
y Ramond están asociados a la fundación del paisajismo moderno. Surge
entonces el modo moderno de entender el paisaje, de conocerlo y de valorarlo,
que comporta percepciones y actitudes muy distintas de las precedentes, y que
responde a las nuevas relaciones, inquietudes e intenciones de la modernidad
inaugurada por el romanticismo. Veamos un poco más despacio cómo se gestó,
desde la segunda mitad del siglo XVIII, ese modo moderno de entender el
paisaje.
La conformación de la visión moderna del paisaje (y, principalmente, del
paisaje de montaña) está estrechamente asociada al surgimiento del movimien-
to romántico. A lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII, el renovado y
creciente interés por el paisaje supone, como ha advertido Numa Broc, la
existencia de "cambios profundos en las actitudes y las mentalidades colecti-
vas", y de "una verdadera revolución del sentimiento" 2 . Tales modificaciones
(de las actitudes, de las mentalidades, de la sensibilidad y del sentimiento), que
señalan el nacimiento y la progresiva presencia del horizonte romántico, son
inseparables, en efecto, de los nuevos modos de entender el paisaje que se abre
camino desde entonces.

2Broc, Numa: Les montagnes au siècle des lumières. Perception et représentation, Paris, Comité des Travaux
historiques et scientifiques, 1991, pág. 15.
Naturaleza y cultura del paisaje 11

1 - f, • -, i-i*vU-

Caspar David Friedrich: Paisaje al amanecer. Hacia 1805. Pincel y sepia.

En esa visión moderna del paisaje, con todos los cambios que entraña,
desempeña un papel muy importante la nueva valoración científica y estética
de la montaña. El modo de acercarse a la montaña, de conocerla y de apreciarla,
constituye la piedra angular de la nueva perspectiva paisajística, y expresa de
manera ejemplar la presencia de la nueva sensibilidad y el nuevo sentimiento
que arraigan, de la mano del romanticismo, en la Europa de la segunda mitad
del siglo XVIII. Aunque se produjeron, antes de ese momento, diversos
acercamientos a la montaña, algunos de ellos tan famosos y comentados como
el de Petrarca, no parece razonable establecer una línea de continuidad que los
enlace sin más con las experiencias modernas 3 . Se ha discutido con argumentos

3 Philippe Joutard aporta un ejemplo elocuente de afirmación de esa continuidad: en L'invention du


mont Blanc (Paris, Gallimard, Julliard, 1986, pág. 197), sostiene que el atractivo de la montaña no
procede de Rousseau y del clima romántico, sino que es más bien una expresión del carácter
conquistador de la modernidad de cuño renacentista, que se proyecta al tiempo, desde entonces, en
la conquista de nuevos mundos y de nuevos ámbitos europeos, de "espacios exteriores" y de "espacios
interiores", como ejemplifica con especial claridad la doble conquista, en 1492, de América y de la
cumbre del Mont Aiguille. " D e Petrarca a Coolidge, pasando por Leonardo da Vinci y Saussure
-concluye Joutard-, la continuidad es absoluta. Curiosidad científica, gusto del riesgo, nueva estética
uniendo sentimientos de horror y de belleza corren paralelos."
12 Nicolás Ortega Cantero

convincentes la opinión de quienes, como Jacob Burckhardt, han sostenido la


"modernidad" de la ascensión de Petrarca al Mont Ventoux, señalando, por el
contrario, su carácter eminentemente simbólico y espiritual, su alejamiento de
lo que en realidad significa el horizonte paisajístico moderno, y negando así
la posibilidad de establecer un nexo significativo entre esa aproximación a la
montaña y las que, siguiendo a Saussure, se suceden desde la segunda mitad
del siglo XVIII 4 .
Sin negar la importancia y el interés de los diversos acercamientos a la
montaña que se llevaron a cabo con anterioridad, y sin ignorar las novedades
que algunos de ellos aportaron en los terrenos del conocimiento y de la
sensibilidad, no parece exagerado afirmar que con la llegada del horizonte
romántico se produjeron cambios sustanciales en el modo de ver, de sentir y
de valorar el paisaje montañoso 5 . Y fueron precisamente esos cambios los que
señalaron el comienzo del paisajismo moderno, de la manera moderna de
relacionarse con el paisaje, de dialogar con él, de adentrarse en lo que es y en
lo que significa. La relación con la naturaleza y con el paisaje se modificó
profundamente con el romanticismo, adquirió valores y significados descono-
cidos hasta entonces, y todo ello constituyó el fundamento de la nueva

4 Véanse los comentarios que dedica Eduardo Martínez de Pisón, en el texto incluido en este libro ("El
paisaje de montaña. La formación de un canon natural del paisajismo moderno"), a la ascensión de
Petrarca al Mont Ventoux, en los que pone en entredicho su pretendida modernidad. Véase también,
en este sentido, la interpretación de Jean-Marc Besse: "Pétrarque sur la montagne: les tourments de
l'âme déplacée", en Voir la Terre. Six essais sur le paysage et la géographie, Arles, Actes Sud, ENSP, Centre
du Paysage, 2000, págs. 13-34.
5 Para valorar la importancia de ese cambio, conviene recordar que, antes de su descubrimiento
moderno, la montaña estaba lejos de ser apreciada, y solía provocar sentimientos de rechazo y temor.
Emilio Orozco consideró, por ejemplo, el generalizado "sentimiento de miedo o pánico" con que los
poetas medievales reaccionaron ante la montaña, y recordó además la tendencia que existía entonces
a relacionar los lugares montañosos con el pecado (Orozco Díaz, Emilio: "Sobre el sentimiento de la
naturaleza en la poesía española medieval (Notas sueltas para una introducción al tema)", en Paisaje
y sentimiento de la naturaleza en la poesía española, Madrid, Prensa Española, 1968, págs. 15-64). Numa
Broc ha hablado de "las repugnadas" hacia las montañas de los siglos anteriores al XVIII (Broc, Numa:
Les montagnes au siècle des lumières, op. cit., pág. 15). Eduardo Martínez de Pisón se ha referido a la
consideración de "paraje maldito" que tuvo la montaña hasta finales del siglo XVIII, actitud
despreciativa y de rechazo que llega hasta Ramuz, con El gran miedo en la montaña, de 1925 (Martínez
de Pisón, Eduardo: "Imagen de la naturaleza de las montañas", en Martínez de Pisón, Eduardo y Sanz
Herráiz, Concepción (eds.): Estudios sobre el paisaje, Madrid, Universidad Autónoma de Madrid y
Fundación Duques de Soria, 2000, pág. 19). Abundan los ejemplos de esas actitudes premodernas de
rechazo y temor a la montaña. En 1730, John Spence decía: " m e gustarían mucho los Alpes, si no fuera
por las montañas" (Spence, John: Anecdotes, Observations of Characters of Books and Men, cit. en Ortas
Durand, Esther: Viajeros ante el paisaje aragonés (1759-1850), Zaragoza, Institución Fernando el Católico
(C.S.I.C.), 1999, pág. 116). Y Leandro Fernández de Moratín, a fines del siglo XVIII, al pasar por Zurich,
tras hablar de "las montañas ásperas que dividen a Italia de la Suiza", comenta: "a otra parte [del lago]
la ciudad y el río, que la atraviesa; y a la del Sur montes altos, que me entristecen el ánimo al considerar
que he de pasar por ellos" (Fernández de Moratín, Leandro: Viaje de Italia. Prólogo de José Doval,
Barcelona, Laertes, 1988, págs. 29-30).
Naturaleza y cultura del paisaje 13

perspectiva paisajística moderna que se desarrolló desde entonces con fuerza


en las más variadas manifestaciones, desde las científicas a las artísticas, del
panorama cultural europeo.
Como ha señalado Broc, en la conformación, desde la segunda mitad del
siglo XVIII, del modo moderno de entender el paisaje, confluyeron dos factores
principales, conectados ambos con el romanticismo y relacionados entre sí. En
primer lugar, en el ámbito del arte, el surgimiento de un nuevo clima estético
y sentimental, que se proyectó con claridad y prontitud hacia el paisaje. Y, en
segundo lugar, en el ámbito de la ciencia, un importante desarrollo del
conocimiento de la naturaleza, vinculado a las ciencias naturales y a la geografía
física, y asociado en ocasiones al desarrollo de los grandes viajes de explora-
ción6. A ello hay que añadir el hecho de que se abren camino, además, nuevas
perspectivas conceptuales y epistemológicas respecto del mundo exterior: se
promueve una nueva visión científica de la naturaleza como totalidad ordena-
da, y del paisaje como expresión significativa de ese orden natural.

El ámbito del arte

En el primero de los ámbitos indicados, el del arte, fue sin duda Jean-Jacques
Rousseau (1712-1778) quien más contribuyó a acercar el paisaje de montaña al
sentimiento y a los gustos de su tiempo. En las obras de Rousseau había un
modo de sentir la naturaleza y el paisaje desconocidos hasta entonces. Se sintió
muy atraído por los Alpes, por la montaña alpina, y a través de sus obras
descubrió a los europeos de su tiempo la belleza y la grandeza de ese paisaje
y les animó a conocerlo y disfrutarlo personalmente. El paisaje suizo, el paisaje
de los Alpes, tiene una presencia decisiva en algunas de las obras de Rousseau.
Así sucede, sobre todo, en una de sus novelas más importantes y conocidas,
La Nueva Eloísa, de 1761, que, en palabras de Claire-Eliane Engel, hizo derramar
"lágrimas geográficas" a generaciones de almas sensibles, y que Henri Beraldi
ha considerado, no sin razón, como la "Declaración de los derechos de la
Montaña" 7 .
También en sus Ensoñaciones del paseante solitario, escritas en los últimos años
de su vida, entre 1776 y 1778, se manifiesta con claridad la nueva actitud del
autor ante la naturaleza, su nueva manera de dialogar con el paisaje, valorando
sus mejores cualidades: la belleza de sus formas, la soledad, el silencio, la
sonoridad natural. Las páginas de las Ensoñaciones, como las de La Nueva Eloísa,

6 Vease Broc, Numa: Les montagnes au siècle des lumières, op. cit., págs. 15-20.
7 Engel, Claire-Éliane: La littérature alpestre en France et en Angleterre aux XV11I' et XIX' siècles, 1930, pág.
26, y Beraldi, Henri: Les Pyrénées avant Ramond, 1911, pág. 140, cits, en Broc, Numa: Les montagnes au
siècle des lumières, op. cit., pág. 17.
14 Nicolás Ortega Cantero

son muy expresivas de la nueva sensibilidad, de las nuevas actitudes y


vivencias que estaban surgiendo en el panorama cultural europeo.

"Las orillas del lago de Bienne -escribe Rousseau- son más salvajes y
románticas que las del lago de Ginebra, porque los roquedos y bosques
se acercan más al agua, pero no son menos risueños. Si hay menos cultivo
de campo y viñedos, menos villas y casas, también hay más verdura
natural, más praderas, asilos sombreados de boscajes, contrastes más
frecuentes y accidentes más seguidos. Como no hay en estas felices orillas
carreteras cómodas para los coches, la región es poco frecuentada por los
viajeros; pero cuán interesante para los contemplativos solitarios que
gustan embriagarse a placer con los encantos de la naturaleza, y recogerse
en un silencio que no turba más ruido que el grito de las águilas, el gorjeo
entrecortado de algunos pájaros y el fragor de los torrentes que caen de
la montaña" 8 .

En las obras de Rousseau, como en Pablo y Virginia, de Bernardin de Saint-


Pierre, aparecida en 1788, se ofrecía una nueva manera de sentir la naturaleza,
de emocionarse ante el paisaje, que respondía al nacimiento de una nueva
sensibilidad, la sensibilidad romántica. Y su influencia fue muy notable.
Rousseau influyó en los escritores y en los pintores europeos del siglo XVIII
y del XIX, muchos de los cuales se acercaron, gracias a él, al paisaje alpino, e
influyó también en los naturalistas que inauguraron el conocimiento moderno
de las montañas de Europa: en Saussure, el estudioso (y apasionado) de los
Alpes, y en Ramond, el estudioso (y apasionado) de los Pirineos. Saussure lo
cita al hablar del lago de Ginebra, con "ese aspecto triste y salvaje que ha
descrito tan bien el autor de la Nueva Eloísa"9. Y, por otra parte, en el terreno
literario, Eduardo Martínez de Pisón ha recordado que Senancour fue a los
Alpes, en 1789, para ver el país de La Nueva Eloísa10.
Se fue conformando así, en la segunda mitad del siglo XVIII, a través de
obras como las de Rousseau, un nuevo clima estético y sentimental, de
acercamiento afectivo a la montaña, a la naturaleza y al paisaje, que se sitúa
a menudo en el origen de las vocaciones de los naturalistas de la época. La
mayor parte de esas vocaciones naturalistas se apoyaron, según Broc, en una

8 Rousseau, Jean-Jacques: Las ensoñaciones del paseante solitario. Prólogo y notas de Mauro Armiño,
Madrid, Alianza, 1979, págs. 83-84.
9 Saussure, Horace Benedict de: Voyages dans les Alpes, 1779-1796, cit. en Ortas Durand, Esther: Viajeros

ante el paisaje aragonés, op. cit., pág. 125.


10 Martínez de Pisón, Eduardo: "Imagen de la naturaleza de las montañas", op. cit., pág. 49.
Naturaleza y cultura del paisaje 15

C a s p a r D a v i d F r i e d r i c h : Paisaje con pueblo al amanecer (El árbol solitario). 1822. Óleo sobre
lienzo.

"revelación estética o sentimental" 11 . Afloró, en esos años, respecto de la


naturaleza y el paisaje, una sensibilidad romántica que afectó abiertamente a
diversos científicos y naturalistas. El caso de Saussure resulta, en este sentido,
ejemplar: fue su pasión por la montaña, aquella decidida pasión que confesaba
haber sentido desde su infancia por las altas montañas, lo que cimentó su
vocación naturalista. Y a lo largo de toda su obra no es difícil distinguir la
presencia de la nueva sensibilidad romántica que estaba fructificando en
Europa: una sensibilidad que le hace, por ejemplo, ser incapaz de ver el Mont
Blanc sin sentir "una especie de emoción dolorosa" 12 .

11 Broc, Numa: Les montagnes au siècle des lumières, op. cit., pág. 17.
12 Saussure, Horace Benedict de: Premières ascensions au Mont-Blanc, 1774-1787. Introduction de Roger
Canac, Paris, François Maspero, 1981, pág. 217.
16 Nicolás Ortega Cantero

La presencia de esa nueva sensibilidad romántica resulta decisiva para


caracterizar el modo moderno de acercarse al paisaje. Se halla, desde la segunda
mitad del siglo XVIII, en el mundo de las expresiones artísticas, pero se halla
también, a la vez, y esto no debe perderse nunca de vista, en el mundo de los
estudios naturalistas, en los que, junto a la visión más estrictamente científica,
aparece, hermanada con ella, una visión de índole más artística o poética,
directamente conectada con la emoción y el sentimiento, que procura llegar,
más allá de la explicación, hasta la comprensión de las cosas, de sus cualidades
y de sus valores. La participación de esa sensibilidad romántica en los trabajos
de quienes se interesaron por estudiar la naturaleza -geólogos, botánicos,
geógrafos- fue fundamental y constituyó, sin duda, una de las claves del modo
moderno de entender el paisaje. El paisaje era la expresión del orden natural
-y así lo veían desde Rousseau, Friedrich o Constable, hasta Saussure, Ramond
o Humboldt-, y, para entenderlo, era preciso explicar y comprender, acercarse
al mundo de las formas y al de los significados, aunar la razón y el sentimiento.
El modo moderno de acercarse al paisaje requiere ejercitar dos visiones
simultáneas y complementarias: la científica, la que describe y explica, por un
lado, y la artística y estética, la que siente y comprende, por otro. Sólo así puede
entenderse, sin mutilaciones inconvenientes, la doble dimensión, natural y
cultural, que la modernidad atribuye al paisaje. La convergencia de la razón
y del sentimiento, de la explicación naturalista y de la comprensión cultural,
es uno de los rasgos más sobresalientes del paisajismo moderno. Se da en
quienes proceden del ámbito científico, en los naturalistas y en los geógrafos,
pero se da también, aunque a veces pase más desapercibido, entre los artistas,
entre los que se acercan al paisaje con intenciones predominantemente estéticas,
literarias o pictóricas. Es bastante frecuente que el paisajismo literario y
pictórico de cuño moderno, conectado con el romanticismo, se muestre inte-
resado por el conocimiento de la naturaleza, del orden natural, que se expresa
a través del paisaje.
El escritor y el pintor sienten el paisaje, desde luego, pero también están
interesados en conocer, describir y explicar su caracterización natural, su
naturaleza. Los paisajes del artista romántico, por idealizados que puedan
parecer en ocasiones, están siempre conectados con la naturaleza, con la
realidad natural; no son creaciones alegóricas o ilustraciones teológicas, sino
expresión más o menos poetizada de la naturaleza, del orden natural que rige
el mundo, y al que pertenece el hombre. El artista romántico quiere conocer
la naturaleza, estudiarla y describirla, y al tiempo sentir su belleza y penetrar
en su sentido. Todo su arte gira en torno a la naturaleza. El paisajismo literario
o pictórico moderno, desde sus orígenes románticos, muestra una clara
inclinación naturalista, que se manifiesta no sólo en términos abstractos o
programáticos, sino también en el interés, mucho más frecuente de lo que a
veces se supone, por el estudio y el conocimiento de las realidades naturales
Naturaleza y cultura del paisaje 17

J. M. W. Turner: La carretera del San Cotardo entre Amsteg y Wassen. Hacia 1803-1804. Lápiz y
acuarela.

concretas que fundamentan las fisonomías paisajísticas. Friedrich afirmaba que


había que "estudiar la naturaleza en la naturaleza, y no en los cuadros" 13 . Y
Constable, tan atento siempre a los rasgos naturales de lo que veía y pintaba,
llegó a decir lo siguiente: "La pintura es una ciencia, y debería abordarse como
una investigación sobre las leyes de la naturaleza. ¿No podría considerarse la
pintura de paisaje como una rama de la física, y los cuadros como experimen-
tos?" 14 Todo el paisajismo moderno, tanto el de ascendencia científica, natura-
lista y geográfica, como el que procede del mundo del arte, de la literatura o
de la pintura, tiene un vigoroso fundamento naturalista.

13 Hinz, Sigrid: Caspar David Friedrich in Briefen und Bekenntnissen, 1968, cit. en Honour, Hugh: El
romanticismo. Version española de Remigio Gómez Diaz, Madrid, Alianza, 2 a éd., 1984, pág. 65.
Respecto de la consideración de la naturaleza en el paisajismo pictórico romántico alemán, son muy
interesantes las Cartas y anotaciones sobre la pintura de paisaje (Traducción de José Luis Arántegui.
Introducción de Javier Arnaldo, Madrid, Visor, 1992) de Cari Gustav Carus, naturalista y pintor, en
las que se expresa con claridad, entre otras cosas, el interés por llegar a conformar, a través de la pintura
de paisaje, un verdadero conocimiento naturalista.
14 ]ohn Constable's Discourses (ed. R. B. Beckett), 1970, cit. en Gage, John: "Le paysage est ma maîtresse",
en Constable. Le choix de Lucian Freud, Paris, Réunion des Musées Nationaux, 2002, pág. 39.
18 Nicolás Ortega Cantero

La convergencia entre la óptica naturalista y la óptica estética, entre la visión


explicativa y la comprensiva, entre la razón y el sentimiento, que constituye
una de las aportaciones más originales y renovadoras del horizonte romántico,
se distingue ya con bastante claridad en los primeros exponentes (artísticos y
científicos) del paisajismo moderno. Se ha hablado de ello a propósito de
Rousseau, particularmente interesado por la botánica, y se ha señalado cómo
en su obra "se aúna el examen detallado de la naturaleza con propósitos
científicos y la impresión personal ante lo contemplado" 15 . Y se puede ver con
claridad meridiana esa misma convergencia en la obra de los naturalistas
Saussure y Ramond. En todos ellos alienta la sensibilidad romántica, y la nueva
manera de entender el paisaje que esa sensibilidad promovió. Rousseau ha sido
valorado como el más alto exponente -junto a Bernardin de Saint-Pierre- del
primer momento del romanticismo (o, como prefieren decir algunos, prerro-
manticismo) francés. La dimensón romántica de Saussure, con su magistral
combinación de observación naturalista y contemplación del paisaje, ha sido
considerada y elogiada en numerosas ocasiones 16 . Y a Ramond, cuya escritura
admiraron Buffon, Chateaubriand y Sainte-Beuve, se le ha podido situar entre
los mejores prerrománticos franceses 17 .

El ámbito de la ciencia

Junto al nuevo clima estético y sentimental que surgió y se difundió en


Europa desde la segunda mitad del siglo XVIII, intervino también como factor
de la conformación del paisajismo moderno el notable desarrollo que experi-
mentó entonces, a veces gracias a las grandes exploraciones, el conocimiento
científico (naturalista y geográfico) de la naturaleza. No sólo avanzó el
conocimiento empírico, muy centrado en las montañas, a través de los diversos
viajes europeos y extraeuropeos que llevaron a cabo los naturalistas y geógra-
fos, sino que arraigaron además nuevas perspectivas conceptuales y epistemo-
lógicas, nuevas maneras de ver la naturaleza como totalidad ordenada, y de

15 Ortas Durand, Esther: Viajeros ante el paisaje aragonés, op. cit., pág. 121.
16 Véase, por ejemplo, Martínez de Pisón, Eduardo y Alvaro Lomba, Sebastián: El sentimiento de la
montaña. Doscientos años de soledad, Madrid, Desnivel, 2002, especialmente págs. 38-58. "Sensibilidad,
ciencia y, evidentemente, sentido del alpinismo -se lee en este libro (pág. 49)- están mezclados en
suficientes dosis en De Saussure como para que sea justo seguir situándolo en el puesto pionero que
se le ha venido adjudicando. Después de él la mirada del hombre sobre las montañas ya no volverá
a ser la misma". Por su parte, Philippe Joutard (L'invention du mont Blanc, op. cit., págs. 125 y 127) ha
recordado las influencias de Albrecht von Haller, Rousseau y el naciente romanticismo en Saussure,
y ha dicho que su pasión por la montaña se apoyaba en "una preocupación científica y un sentimiento
estético estrechamente mezclados".
17 Véase Broc, Numa: Les montagnes au siècle des lumières, op. cit., pág. 273.
N a t u r a l e z a y c u l t u r a del p a i s a j e 19

J. M . W. T u r n e r : La bahía de Nápoles y el Vesubio desde Capodimonte. 1819. Lápiz y acuarela.

entender el paisaje como la expresión, igualmente ordenada, naturalmente


ordenada, de esa totalidad. Y todo ello se relacionaba con la nueva visión
organicista que promovió el horizonte romántico, que, como ha señalado Jean-
Marc Besse18, entendió la naturaleza y el paisaje no como mecanismos, al modo
newtoniano, sino como organismos, como seres vivos, como conjuntos orde-
nados de relaciones. La naturaleza, decía Humboldt, es "la unidad en la
diversidad de los fenómenos", es "el Todo animado por un soplo de vida" 1 ".
El conocimiento científico se abrió así a la idea de una naturaleza ordenada,
de un orden natural, que se expresa fisonómicamente en el paisaje. Precisamen-
te por eso, por ser la expresión más fidedigna del orden de la naturaleza, por
ser el camino que permitía descubrir y entender el orden natural del mundo,
el paisaje pasó a ocupar un lugar destacado en el campo del conocimiento
naturalista y geográfico.

18 Véase Besse, Jean-Marc: "Entre modernité et postmodernité: la représentation paysagère de la


nature", en Robic, Marie-Claire (dir.): Du milieu à l'environnement. Pratiques et représentations du rapport
homme/nature depuis la Renaissance, Paris, Economica, 1992, págs. 104-114.
19 Humboldt, Alejandro de: Cosmos. Ensayo de una descripción física del mundo. Vertido al castellano por
Bernardo Giner y José de Fuentes, Madrid, Imprenta de Gaspar y Roig, Editores, 4 t., 1874-1875, t. 1,
pág. 3.
20 Nicolás Ortega Cantero

Todo ello puede comprobarse en la obra de Horace Bénédict de Saussure


(1740-1799), el gran estudioso de los Alpes, cuya exploración comenzó en los
años sesenta, que desempeñó, en la segunda mitad del siglo XVIII, un papel
tan importante e innovador como influyente en el campo del conocimiento
naturalista y, más concretamente, del conocimiento de las montañas y de su
consecuente valoración. Junto a sus importantes aportaciones empíricas, que
abrieron con solvencia el camino de la geología alpina, ofreció también algunas
otras reflexiones, más generales y teóricas, acerca del orden conjunto de la
naturaleza que estaba estudiando y del paisaje que estaba viendo. Las altas
montañas eran, para Saussure, "grandes objetos de admiración y de estudio" 20 ,
y ambos aspectos -la admiración y el estudio- estuvieron siempre presentes en
sus exploraciones alpinas. Desde la cima del Mont Blanc, "magnífico belvede-
re", ante un "espectáculo" de agujas y glaciares que le parecía al tiempo "el
más encantador y el más instructivo" 21 , ofrece Saussure visiones del paisaje en
las que se aúnan de forma modélica la emoción y el interés científico.

"Sin embargo -escribe Saussure- el gran espectáculo que tenía ante los
ojos me producía una viva satisfacción. Un ligero vapor suspendido en
las regiones inferiores del aire me impedía, a decir verdad, la vista de
los objetos más bajos y más alejados, tales como las llanuras de Francia
y de Lombardía; pero no lamentaba demasiado esta pérdida; lo que
alcanzaba a ver, y lo que vi con la mayor claridad, era el conjunto de todas
las altas cimas cuya organización deseaba conocer desde hacía tanto
tiempo. No creía a mis ojos, me parecía que era un sueño, cuando veía
bajo mis pies esas cimas majestuosas, esas agujas temibles, el Midi, el
Argentière, el Géant, cuyas mismas bases me habían ofrecido un acceso
tan difícil y tan peligroso. Captaba sus relaciones, sus conexiones, su
estructura, y una sola mirada resolvía dudas que no habían podido ser
aclaradas con años de trabajo" 22 .

Saussure advirtió que, para entender la naturaleza, no basta con estudiar


sus partes por separado, con someterla a análisis más o menos minuciosos, sino
que hay que considerar su organización conjunta, el orden que resulta de las
relaciones actuantes en cada caso. Hay que ver con visión integradora, no
separativa, para entender lo que es y lo que significa la naturaleza que tenemos
delante. Y esa visión se asocia, en Saussure, a la práctica excursionista, al
contacto directo, lejos de los caminos más convencionales, con la realidad
natural.

20 Saussure, Horace Bénédict de: Voyages dans les Alpes, 1779-1796, cit. en Joutard, Philippe: L'invention
du mont Blanc, op. cit., pág. 126.
21 Saussure, Horace Benedict de: Premières ascensions au Mont-Blanc, op. cit., págs. 208 y 215.
22 Ibidem, pág. 206.
N a t u r a l e z a y c u l t u r a del p a i s a j e 21

"La única finalidad de la mayoría de los viajeros que se dicen


naturalistas -escribe Saussure- es recoger curiosidades; andan o más bien
se arrastran, los ojos fijos en la tierra, recolectando aquí y allá trocitos,
sin poner la mira en observaciones generales. Recuerdan a un anticuario
que rascara la tierra en Roma, en medio del Panteón o del Coliseo, para
buscar allí fragmentos de vidrio coloreado, sin echar un vistazo a la
arquitectura de estos soberbios edificios. No es que recomiende descuidar
las observaciones de detalle; las veo, por el contrario, como la única base
de un conocimiento sólido; pero querría que al observar esos detalles no
se perdieran de vista las grandes masas y los conjuntos, y que el
conocimiento de los grandes objetos y de sus relaciones fuera siempre
el fin que todos se propusieran al estudiar sus partes pequeñas.
Pero, para observar esos conjuntos, no hay que contentarse con seguir
los grandes caminos (...); hay que abandonar las carreteras construidas
y trepar por las cimas elevadas desde las que el ojo pueda abarcar a la
vez multitud de objetos. Estas excursiones son enojosas, lo confieso; hay
que renunciar a los coches, incluso a los caballos, soportar grandes fatigas
y exponerse en ocasiones a peligros bastante grandes. A menudo el
naturalista, muy cerca de llegar a una cima que desea alcanzar vivamente,
duda todavía si las fuerzas consumidas le bastarán para llegar allí, o si
podrá franquear los precipicios que le impiden el acceso a ella; pero el
aire vivo y fresco que respira hace correr por sus venas un bálsamo que
lo restaura, y la esperanza del gran espectáculo del que va a disfrutar,
y las verdades nuevas que serán frutos de éste, reavivan sus fuerzas y
su valor. Llega: sus ojos deslumhrados y atraídos por todos los lados por
igual no saben al principio dónde fijarse; poco a poco se acostumbra a
esta gran luz; elige los objetos que deben ocuparle principalmente y
determina el orden que debe seguir al observarlos. ¡Pero qué expresiones
podrían devolver las sensaciones y pintar las ideas de las que estos
grandes espectáculos llenan el alma del filósofo!" 23

Las aportaciones naturalistas de Saussure fueron muy importantes para


la conformación del modo moderno de entender el paisaje. Permeables, como
vimos, a la nueva sensibilidad romántica que se estaba fraguando entonces en
Europa, los estudios de Saussure sobre los Alpes ofrecieron valiosos fundamen-
tos al paisajismo moderno. Tuvo una profunda influencia en el mundo
naturalista y geográfico coetáneo y posterior, y entre los que siguieron de cerca
sus pasos se encuentran figuras de la talla de Louis-François Ramond de
Carbonnières (1755-1827), el descubridor moderno de la naturaleza de los

23Saussure, Horace Benedict de: Voyages dans les Alpes, 1779-1796, cit. en Ortas Durand, Esther: Viajeros
ante el paisaje aragonés, op. cit., págs. 119-120.
22 Nicolás Ortega Cantero

J o h n C o n s t a b l e : Estudio de cielo y árboles. 1821. Óleo sobre papel.

Pirineos, que recorrió desde los años ochenta, y de Alexander von Humboldt
(1769-1859), fundador de la tradición geográfica moderna, que fue, según Broc,
"su verdadero heredero espiritual" 24 . El primero de ellos, Ramond, muestra, a
propósito del paisaje del Pirineo, las mismas actitudes científicas y las mismas
respuestas sentimentales que cabe encontrar, a propósito de los Alpes, en los
escritos de Saussure. Con Ramond nace en el Pirineo, "con el paisaje pirenaico
como escenario e incluso como protagonista", como ha señalado Eduardo
Martínez de Pisón, el "sentimiento de la montaña", y en sus escritos se
manifiesta con claridad, como sucede en Saussure, "el rostro bifaz de la
observación y la emoción, de la ciencia y el sentido de lo sublime, de la aventura
física y su procesado intelectual" 25 .

24 Broc, Numa: Les montagnes au siècle des lumières, op. cit., pág. 274.
25Martínez de Pisón, Eduardo: "Prólogo", en Ramond de Carbonnières, Louis: Viajes al Monte Perdido
y a la parte adyacente de los Altos Pirineos (Francia, 1801-1804). Traducción de José Luis Serrano Sánchez,
Madrid, Organismo Autónomo de Parques Nacionales, 2002, pág. XXII.
Naturaleza y cultura del paisaje 23

La influencia de Saussure no se detuvo en el terreno científico, en los límites


del estudio naturalista y geográfico. Traspasó esas fronteras y se dejó sentir
también con intensidad en círculos culturales más amplios. La doble influencia
de Rousseau y de Saussure hizo que creciera sensiblemente el interés por el
paisaje -y, en particular, por el paisaje alpino-, y contribuyó a que se iniciaran,
en la segunda mitad del siglo XVIII, los desplazamientos turísticos hacia Suiza.
El turismo suizo se desarrolló con bastante rapidez -"el viaje a Suiza se pone
de moda", decía en 1777 Mme. Roland 26 - y algo parecido ocurrió con el
excursionismo alpino y las ascenciones al Mont Blanc. "Se trazó en Europa
-escribía, en 1808, Laborde- una línea que todos los viajeros adoptaron
mecánicamente, siguiendo las diferentes razones que les llevaban fuera de sus
casas. Las gentes enfermas iban a Niza, a Montpellier; las más emprendedoras
a Pisa; los naturalistas seguían los pasos del Sr. Saussure, recorrían los glaciares
de Suiza y escalaban a la cima del Mont-Blanc" 27 .
Científicos, escritores y pintores recorrieron en número creciente los paisajes
suizos y alpinos. "La vanguardia de visitantes en los Alpes -ha escrito Martínez
de Pisón- estuvo formada [...] por los científicos, pero fueron los escritores
quienes difundieron el sentimiento benefactor de la vuelta a la naturaleza". Y
recuerda que Claire-Éliane Engel recogió, sólo acerca del Mont Blanc, citas de
casi noventa autores. Fueron muchos también los pintores que recorrieron los
Alpes desde los últimos decenios del siglo XVIII. Con todas esas aportaciones
-científicas, literarias, pictóricas- se ha ido construyendo, como advierte Mar-
tínez de Pisón, la imagen cultural moderna del paisaje montañoso de los
Alpes28. Todo ello es indicativo de la creciente importancia adquirida por el
paisaje (con el paisaje de montaña -alpino, sobre todo, y también pirenaico- en
primer término) en el panorama cultural y científico de Europa, desde la
segunda mitad del siglo XVIII, de la mano de la nueva sensibilidad promovida
por el romanticismo.

LA VISIÓN DEL PAISAJE EN LA PRIMERA GEOGRAFÍA MODERNA

En el horizonte que se acaba de describir, con sus componentes artísticos


y científicos, y con sus nuevas sensibilidades y orientaciones paisajísticas, se
ubica justamente el nacimiento de la geografía moderna. Sus fundadores,
Humboldt y Ritter, incorporaron con bastante fidelidad los renovados plantea-

26 Roland, Mme.: Oeuvres (ed. A. Champagneux), 1800, cit. en Ortas Durand, Esther: Viajeros ante el
paisaje aragonés, op. cit., pág. 122.
27 Laborde, Alexandre de: Itinéraire descriptif de l'Espagne, 1808, cit. en Ortas Durand, Esther: Viajeros
ante el paisaje aragonés, op. cit., pág. 123.
28 Martínez de Pisón, Eduardo: "Imagen de la naturaleza de las montañas", op. cit., págs. 48-49.
24 Nicolás Ortega Cantero

mientos que caracterizaron a ese horizonte, incluyendo su visión de la natu-


raleza y su interés por el paisaje (y, sobre todo, por el paisaje de montaña). La
geografía moderna recogió la perspectiva paisajística que comenzó a fraguarse,
con ingredientes artísticos y científicos renovados, en el marco de una nueva
sensibilidad de cuño romántico, en la segunda mitad del siglo XVIII, y participó
además muy activamente en la prolongación y el enriquecimiento de esa
perspectiva, haciendo del paisaje, de su conocimiento y de su valoración, una
de las finalidades principales de su estudio. Las aportaciones de Humboldt
-directamente conectadas, como se dijo, con la obra de Saussure, a quien
conoció personalmente en Ginebra, en 1795, durante un viaje por Italia y
Suiza 29 - son, en este sentido, sumamente elocuentes: su acercamiento al paisaje
responde en todo momento a la nueva sensibilidad de cuño romántico que
estaba arraigando en el ambiente cultural europeo, y a los nuevos modos de
entender las cosas, aunando explicación y comprensión, razón y sentimiento,
arte y ciencia, asociados a esa sensibilidad.
Pero Humboldt no se limitó a incorporar las nuevas perspectivas paisajís-
ticas, sino que contribuyó además decisivamente con su obra a desarrollar esas
perspectivas y a configurar, en el seno de la naciente geografía moderna, una
orientación paisajística vigorosa y fecunda. Sus Cuadros de la Naturaleza,
publicados por vez primera en 1808, ofrecen una acabada y valiosa muestra de
ese paisajismo geográfico moderno, de ese nuevo modo de entender geográ-
ficamente el paisaje. Allí están incorporadas y aplicadas con originalidad las
claves del paisajismo moderno, con sus dimensiones naturalistas y culturales,
y con todas las llamadas a la sensibilidad que entraña. El propio Humboldt
señaló, tanto en el prólogo de la primera edición de los Cuadros, como en el
que añadió en la tercera y definitiva, de 1849, que la doble finalidad de su libro
era "hacer más sensibles, con ayuda de pinturas vivas, los goces de la
naturaleza", y, al tiempo, descubrir, hasta donde los avances científicos permi-
tían hacerlo, "la acción conjunta y armoniosa de las fuerzas que animan el
mundo". Para lograrlo, añadía Humboldt, había procurado aunar la estética y
la historia natural, las intenciones literarias y los fines científicos, con "el deseo
de cautivar la imaginación y enriquecer la vida con ideas y conocimientos
nuevos" 30 .

29 Véase Beck, Hanno: Alexander von Humboldt. Traducción de Carlos Gerhard, México D.F., Fondo de
Cultura Económica, 1971, págs. 85-91.
30 Humboldt, Alexandre de: Tableaux de la Nature. Traduction de M. Ch. Galuski. Études et introductions

de Charles Minguet et Jean-Paul Duviols. Index bibliographique de Philippe Babo, Nanterre, Éditions
Européennes Erasme, 2 t., 1990,1.1, pág. 5. La traducción de Galuski, de la tercera y definitiva edición
alemana, publicada en París en 1866, fue aprobada por el propio Humboldt. En España, apareció
también, diez años después, una traducción de esa tercera edición, aunque sin sus dos prólogos:
Cuadros de la Naturaleza. Traducción de Bernardo Giner, Madrid, Imprenta y Librería de Gaspar,
Editores, 1876.
Naturaleza y cultura del paisaje 25

John Constable: Prados en Salisbury. 1820. Óleo sobre tela.

Humboldt quiere proporcionar a los lectores de sus Cuadros "una parte de


los goces que causa a toda alma sensible la contemplación inmediata de las
grandes escenas descritas en ellos". Esas son las intenciones que movieron a
Humboldt a escribir su libro, en el que recogió algunas de las experiencias
paisajísticas más destacadas de su viaje americano. Y, consciente de que la
naturaleza influye en la disposición moral de los hombres, de que existen, como
dijo en otra ocasión, "analogías misteriosas y morales armonías que ligan al
hombre con el mundo exterior" 31 , añade una dedicatoria en la que alienta con
fuerza la sensibilidad romántica. Dedica las páginas de sus Cuadros a "las almas
melancólicas", a quienes deseen escapar de "los reveses de la vida" y,
precisamente por ello, podrán seguirle gustosos "en las profundidades de los
bosques, a través de la inmensidad de las estepas y sobre las altas cumbres de
la cadena de los Andes", a todos los que quieran alejarse de las miserias
humanas y acercarse a los valores naturales. "En la montaña -recuerda
Humboldt- está la libertad" 32.

31 Humboldt, Alejandro de: Cosmos, op. cit., t. II, pág. 4.


32 Humboldt, Alexandre de: Tableaux de la Nature, op. cit., pág. 4.
26 Nicolás Ortega Cantero

A lo largo de las páginas de los Cuadros de la Naturaleza, Humboldt


demuestra sobradamente su capacidad para poner en práctica, con criterio
geográfico, los nuevos modos de ver y de valorar el paisaje promovidos por
la modernidad romántica. Supo aunar la explicación y la comprensión, herma-
nar la razón y el sentimiento, el arte y la ciencia, buscar en todo momento la
convergencia de la óptica naturalista y la óptica cultural -naturaleza y cultura-
en su visión geográfica del paisaje. Un buen ejemplo de ello es la imagen que
ofrece de las cataratas de Maipures, en el Orinoco, que visitó durante su
recorrido a lo largo de ese río, en 1800, junto a Bonpland, para estudiar su
discutida conexión con el Amazonas a través del Casiquiare 33.

"Hay allí un punto -escribe Humboldt-, desde el cual se descubre un


horizonte maravilloso. Abraza la vista una superficie de dos leguas
cubierta de espuma. Del centro de las olas levántanse negras rocas, como
el hierro, que parecen torres ya arruinadas. Cada isla, cada piedra, ostenta
gran número de árboles de vigorosa producción; espesa nube flota
constantemente sobre el cristal de las aguas y a través de este vapor
espumoso, asoman las altas copas de las palmeras Mauritia. Cuando ya
a la tarde los ardientes rayos del sol vienen a quebrarse en la húmeda
niebla, estos efectos de luz producen un espectáculo mágico. Arcos
coloreados aparecen y desaparecen sucesivamente, y sus imágenes
vaporosas se mecen a impulso de los vientos.
Alrededor, y sobre aquellas desnudas rocas, las murmuradoras aguas
han ido amontonando islas de tierra vegetal, durante la estación de las
lluvias. Adornadas de Melastomas y de Droseráceas, de Helechos y de
Mimosas de plateado follaje, forman estas islas alfombra de flores en
medio de las peladas rocas, despertando en el europeo el recuerdo de
aquellos trozos de granito, que llaman Courtils los habitantes de los Alpes,
y que en medio de los ventisqueros de la Saboya, aparecen cubiertos
aisladamente de flores.
Allá en el azulado horizonte, la vista descansa sobre la cadena de
Cunavami, formada por las crestas de montañas que a lo lejos se
prolongan, terminando repentinamente en cono truncado. Este punto,
que llaman los indios Calitamini, apareciósenos a la puesta del sol como
una masa incendiada. Fenómeno que se reproduce todas las tardes. No

33 Ese recorrido está descrito con bastante detenimiento en Humboldt, Alejandro de: Del Orinoco al
Amazonas. Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente. Traducción de Francisco Payarols,
revisada por Augusto Panyella, Barcelona, Guadarrama, 1982, págs. 184-315. Se traduce en este libro
la refundición alemana realizada por Adalbert Plott, en 1959, de la Relación histórica del Viaje a las regiones
equinocciales del Nuevo Continente, que Humboldt publicó inicialmente en francés (como el resto de los
treinta volúmenes resultantes del viaje americano), entre 1814 y 1825.
Naturaleza y cultura del paisaje 27

hay quien se haya aproximado a esta montaña. Quizá el brillo que ofrece
dependa de juegos de luz, que los reflejos del talco o del esquisto micáceo
produzcan" 34 .

Los Cuadros de la Naturaleza de Humboldt, que constituyen una especie de


manifiesto fundacional del paisajismo geográfico moderno, demuestran con
claridad meridiana que los puntos de vista de la geografía moderna respondían
fielmente al nuevo clima estético y sentimental y a las nuevas formas de conocer
y valorar la naturaleza que habían comenzado a fraguar en Europa en los años
precedentes. Humboldt incorpora plenamente el renovado horizonte artístico
y científico vinculado a la pujante sensibilidad romántica de su tiempo. En esas
coordenadas se mueve la primera geografía moderna, las primeras manifesta-
ciones significativas, debidas a Humboldt, de la visión geográfica moderna del
paisaje. Explicación naturalista y comprensión cultural se dan la mano en esa
primera geografía y en esas primeras visiones geográficas del paisaje.
La influencia del paisajismo geográfico de Humboldt fue notable, y llegó
hasta ámbitos muy dispares del panorama cultural decimonónico. Se dejó
sentir, por ejemplo, entre los pintores de paisaje, y no faltó, entre ellos, quien,
"fascinado" por la lectura de alguna de sus obras, se dedicó a viajar y a pintar
en tierras americanas siguiendo sus huellas35. Con sus Cuadros de la Naturaleza,
Humboldt abrió la puerta a un paisajismo geográfico moderno, de nuevo cuño,
conectado con la sensibilidad romántica de su tiempo y con las maneras de
entender el orden natural a ella asociadas, interesado al tiempo en explicar el
paisaje y en comprenderlo, en acercarse a lo que el paisaje es y a lo que significa,
atento en todo momento, sin disociarlas, a la dimensión natural y a la
dimensión cultural del paisaje. Esa es la visión del paisaje, el modo de entender
el paisaje, que adoptó la primera geografía moderna, y que después, tras las
contribuciones fundamentales de Humboldt, se prolongó en la tradición

34 Humboldt, Alejandro de: Cuadros de la Naturaleza, op. cit., págs. 227-228.


35 Es lo que hizo el pintor norteamericano Frederic Edwin Church (1826-1900), profundamente influido
por sus escritos geográficos, que recorrió y pintó en dos ocasiones las tierras americanas visitadas antes
por Humboldt. Véase García Felguera, María de los Santos: "Church y el paisaje tropical", en Explorar
el Edén. Paisaje americano del siglo XIX, Madrid, Museo Thyssen-Bornemisza, 2000, págs. 153-157. Se
habla también del interés de Church por Humboldt, y, en términos más generales, de la influencia
del segundo en la pintura de paisaje, en los artículos de Beatriz González ("La escuela de paisaje de
Humboldt", págs. 87-99), Filoteo Samaniego ("Humboldt y el paisaje cósmico de los Andes", págs.
103-111) y Alexandra Kennedy Troya ("La percepción de lo propio: Paisajistas y científicos ecuatorianos
del siglo XIX", págs. 113-127) incluidos en El regreso de Humboldt, Quito, Museo de la Ciudad de Quito,
2001. De la impresión que produjeron en algunos pintores las imágenes del paisaje de Humboldt,
puede dar idea el siguiente comentario de Carus: "¿Quién no ha sentido al narrador henchido de visión
directa por todos los costados cuando Humboldt [...] pinta con palabras ante nuestras almas sus
cuadros de las estepas y de las gigantescas cataratas de América?" (Carus, Cari Gustav: Cartas y
antotaciones sobre la pintura de paisaje, op. cit., pág. 126).
28 Nicolás Ortega Cantero

geográfica posterior, a lo largo de los siglos XIX y XX, constituyendo, sin lugar
a dudas, una de sus aportaciones más interesantes, valiosas y fecundas.

EXPLICACIÓN Y COMPRENSIÓN DEL PAISAJE

En consecuencia con los puntos de vista inicialmente propuestos por


Humboldt, el modo de entender el paisaje que arraiga en la tradición geográfica
moderna presenta algunos rasgos característicos que conviene tener en cuenta.
Como ya hemos comentado, esa visión del paisaje promovida por la geografía
moderna muestra, desde sus comienzos, una doble intención explicativa y
comprensiva. Esa doble pretensión, muy presente en la tradición geográfica
moderna, constituye sin duda un aspecto epistemológicamente importante. El
conocimiento geográfico debe estudiar el paisaje, debe ofrecer una imagen
inteligible del paisaje, y ello sólo será posible en la medida en que dé cuenta
de lo que el paisaje es y significa, sin mutilar la entidad que se le concede en
el horizonte cultural y científico de la modernidad. El paisaje es, para la
geografía moderna, la expresión del orden natural, y esa expresión se plantea
en dos ámbitos inseparables: el ámbito de las formas, de la materialidad visible,
de los hechos objetivables, y el ámbito de las cualidades y los significados, del
orden interno, de la atribución subjetiva de sentido. No deben separarse la
dimensión natural, formal, del paisaje, y su dimensión más perceptiva y
cultural. Naturaleza y cultura, objetividad y subjetividad, forma y sentido se
dan la mano en la visión geográfica moderna del paisaje. Y en esa doble
perspectiva reside una de las características más significativas del paisajismo
geográfico moderno.
A todo ello se refirió, a mediados del siglo pasado, Henri Baulig,
insistiendo en el interés geográfico de esa doble perspectiva y recordando cómo
se había plasmado modélicamente en los escritos de Vidal de la Blache. Decía
Baulig que "el geógrafo no se contenta con descomponer los complejos
naturales, con desmontarlos, desplegarlos (explicare); se propone también
captarlos, comprenderlos en su complejidad y describirlos como tales". Esos
complejos se le presentan "en forma de aspectos, de paisajes", y son precisa-
mente esos paisajes los que procura describir razonadamente, explicativamente,
la geografía, manteniendo la doble perspectiva -explicativa y comprensiva,
artística y científica- que adoptó desde sus comienzos modernos. Como
Humboldt, los mayores exponentes de la geografía posterior han descrito y han
evocado, han apelado a la "memoria" y a la "imaginación" de sus lectores. "En
su grado de perfección -escribe Baulig-, la belleza de la forma no hace más que
expresar la plenitud, la riqueza secreta del pensamiento. Perfección raramente
alcanzada, salvo en las más bellas páginas del Tableau de la géographie de la France.
En ese grado, la distinción arte o ciencia, ciencia o arte, se desvanece, de la
Naturaleza y cultura del paisaje 29

Carlos de Haes: Nieblas (Picos de Europa). Hacia 1874. Óleo sobre lienzo adherido a lienzo.

misma forma que en ciertos escritos filosóficos pensamiento y forma están


indisolublemente unidos, de la misma forma que en determinada obra de arte
pictórica la pureza de la línea recuerda las armonías matemáticas" 36 .
Ese modo de entender el paisaje, explicativo y comprensivo al tiempo,
característico de la tradición geográfica moderna fundada por Humboldt y

36 Baulig, Henri: "¿Es una ciencia la geografía? Traducción de Isabel Pérez-Villanueva Tovar, en Gómez
Mendoza, Josefina, Muñoz Jiménez, Julio y Ortega Cantero, Nicolás: El pensamiento geográfico. Estudio
interpretativo y antología de textos (De Humboldt a las tendencias radicales), Madrid, Alianza, 1982, pág.
309. Jules Sion expuso algunas reflexiones interesantes sobre las cualidades literarias de la escritura
de Vidal de la Blache, sobre su "arte de la descripción", su manera de mirar el paisaje sin ignorar su
"color" y su "vida". (Sion, Jules: "L'art de la description chez Vidal de la Blache", en Mélanges de
Philologie, d'Histoire et de Littérature offers à Joseph Vianey, Paris, Les Presses Françaises, 1934, págs. 479-
487). Más recientemente, Jean-Louis Tissier se ha referido a los procedimientos descriptivos y literarios
de la prosa de Vidal de la Blache: "Le voyage, filigrane du Tableau de la géographie de la France?", en
Robic, Marie-Claire (dir.): Le Tableau de la géographie de la France de Paul Vidal de la Blache. Dans le
labyrinthe des formes, Paris, Comité des Travaux historiques et scientifiques, 2000, págs. 19-31. Y Didier
Mendibil, por su parte, ha realizado algunas comparaciones muy ilustrativas entre las descripciones
ofrecidas por Vidal de la Blache y por Emmanuel de Martonne, señalando el carácter más vivo, más
animado, de las del primero, a propósito de las mismas fotografías geográficas: "De Martonne
iconographe", en Baudelle, Guy, Ozouf-Marignier, Marie-Vie y Robic, Marie-Claire (dirs.): Géographes
en pratiques (1870-1945). Le terrain, le livre, la Cité, Rennes, Presses Universitaires de Rennes, 2001, págs.
277-287.
30 Nicolás Ortega Cantero

Ritter, difiere sensiblemente de algunas otras concepciones paisajísticas, menos


integradoras, que han ido surgiendo en ciertos círculos académicos. Si, para esa
tradición geográfica, el paisaje es, como hemos visto, naturaleza y cultura,
requiere ser explicado y comprendido, otras concepciones se han distanciado
de esa doble perspectiva y han optado por tener en cuenta exclusivamente una
de ellas. En lugar de naturaleza y cultura, han visto en el paisaje una cosa u
otra, naturaleza o cultura, no ambas a la vez. Así ha sucedido, por ejemplo, en
el terreno de la geografía física, cuando se ha considerado el paisaje como un
hecho objetivo, susceptible de ajustarse a patrones formalmente científicos, y se
ha dado la espalda a sus dimensiones subjetivas, culturales, muy alejadas de
esos patrones37. En otros casos, generalmente vinculados al campo de la
geografía humana -y, en ocasiones, a ciertas corrientes de la geografía regional-,
se ha considerado el paisaje, ignorando sus componentes materiales o
formales, como algo subjetivo, como una mera representación estética o
cultural.
Siguiendo ese punto de vista, algunos círculos geográficos de nuestros días
opinan, como Stephen Daniels y Denis Cosgrove, que el paisaje es "una imagen
cultural, una manera pictórica de representar, ordenar o simbolizar lo que nos
rodea" 38 . Pero cabe advertir, frente a ese tipo de opiniones, que en la tradición
geográfica moderna existe una prolongada inclinación -muy patente, por
ejemplo, en las geografías francesa y española- a no reducir el paisaje, sin negar
lo que tiene de ello, a mera imagen cultural, a simple representación estética
del mundo exterior. Para la tradición geográfica moderna, el paisaje no es sólo,
como se dice ahora a menudo, una "construcción" o una "invención" cultural39.
Es algo más, y en esa consideración más amplia, menos restrictiva, reside, como
ya se ha señalado, una de las características más interesantes -e intelectualmente
más significativas- de la visión geográfica moderna del paisaje.

37 A esos planteamientos procedentes del campo de la geografía física se refiere, en este mismo libro,

Julio Muñoz Jiménez ("El orden natural del paisaje").


38 Daniels, Stephen y Cosgrove, Denis: "Introduction: iconography and landscape", en Cosgrove, Denis

y Daniels, Stephen (eds.): The iconography of landscape. Essays on the symbolic representation, design and
use of past environments, Cambridge, Cambridge University Press, 1988, pág. 1.
39 De "la invención del paisaje" ha hablado, por ejemplo, en el terreno de la literatura, Francisco Ayala,

planteando reflexiones como la siguiente: " N o vacilo en atreverme a afirmar por mi parte que el paisaje
natural, tal cual hoy lo concebimos y sentimos, fue, en verdad, una creación de la pintura de paisajes;
que son los paisajes pintados quienes inventan el paisaje natural; pues éste (el hermoso panorama que
tal vez contemplamos, el lugar ameno en que tal vez se recrea nuestra vista) está siendo construido
in situ por el ojo de un observador (el paseante ocasional acaso, acaso el turista ávido de sensaciones)
cuya sensibilidad ante ese entorno físico concreto es activada y funciona a través de una cierta tradición
pictórica". (Ayala, Francisco: "El paisaje y la invención de la realidad", en Villanueva, Darío y Cabo
Aseguinolaza, Fernando (eds.): Paisaje, juego y multilingüismo, Santiago de Compostela, Universidad
de Santiago de Compostela, 2 vols., 1996, vol. I, págs. 23-24). El mismo asunto ha sido tratado con
más detenimiento y precisión por Anne Cauquelin (L'invention du paysage, París, P.U.F., 2* éd., 2002),
que entiende el paisaje como configuración cultural de la modernidad.
N a t u r a l e z a y c u l t u r a del p a i s a j e 31

A l f r e d S i s l e y : Paisaje con casas. 1 8 7 3 . Ó l e o s o b r e lienzo.

Tanto Eduardo Martínez de Pisón, en España, a través de las numerosas


reflexiones que ha dedicado, desde hace tiempo, al asunto, como, después, Jean-
Marc Besse, en Francia, se han referido al carácter integrador de la visión
geográfica moderna del paisaje, y a las notables diferencias que manifiesta con
las ópticas que sólo prestan atención a los aspectos subjetivos o culturales. El
primero de ellos ha advertido, por ejemplo, que no debe confundirse el modo
geográfico de entender el paisaje, con todos los componentes que comprende,
que requiere lo que el autor denomina "un tratamiento abarcador", con los
planteamientos que, influidos por la pintura, sólo se ocupan de su aspecto
estético externo40. Jean-Marc Besse ha discutido también la idea, frecuente en
nuestros días, de no ver en el paisaje más que una "representación de orden
estético", una "construcción cultural", negando la posibilidad de entenderlo al
tiempo en términos científicos. Tal planteamiento supone, según el autor, entre

40Martínez de Pisón, Eduardo: "El concepto de paisaje como instrumento de conocimiento ambiental",
op. cit., especialmente págs. 23 y 27-28.
32 Nicolás Ortega Cantero

otras cosas, dar por buena una disociación entre conocer y sentir, entre ciencia
y arte, que no se corresponde con las conexiones que los puntos de vista
naturalistas y geográficos modernos han establecido entre esos dos ámbitos a
la hora de acercarse al paisaje41.
Como ha señalado Eduardo Martínez de Pisón, el paisaje es, para la
geografía moderna, la forma y los significados, el lugar y su imagen, el
panorama y sus interiores sucesivos. El paisaje es "la manifestación formal de
la realidad geográfica", es "la configuración que toma el espacio terrestre", y,
al tiempo, es un conjunto de cualidades, valores y significados de índole
cultural. El paisaje es "una forma estructurada", una forma que resulta de un
orden interno, de una organización subyacente, de una estructura geográfica
que está detrás (o dentro, en los sucesivos "interiores" a los que se refiere
Martínez de Pisón). Hay una relación estrecha entre la forma (externa) y la
estructura o norma (interna). "El paisaje -escribe Martínez de Pisón- es [...] la
misma realidad geográfica, la formalización del sistema, totalizada, que reposa
en una estructura espacial y que está nutrida por sus representaciones,
imágenes y sentidos" 42 .
La tradición geográfica moderna no reduce el paisaje a representación
subjetiva y cultural. Encuentra en él la expresión de un orden interno, de una
organización subyacente, inseparable de las formas exteriores y visibles. El
paisaje expresa fisonómicamente, a través de una fisonomía concreta, el orden
de la realidad geográfica. El paisaje no es sólo representación; es, ante todo,
expresión o fisonomía. Y conviene recordar, como hace Besse, la gran impor-
tancia que el concepto de fisonomía tiene en los planteamientos de la geografía
moderna, hasta el punto de que autores como Vidal de la Blache o Brunhes
hicieron de él "el fundamento objetivo del saber geográfico". Los geógrafos
modernos consideran que los hechos geográficos, tanto los naturales como los
humanos, dejan huellas en la superficie terrestre, configuran un conjunto de
signos, una especie de escritura, que el conocimiento geográfico debe leer e
interpretar. La realidad geográfica se identifica así, como advierte Besse, con
una fisonomía, con un paisaje, que el geógrafo debe saber ver y saber leer. El
hecho geográfico se muestra en la superficie terrestre, en suma, como una
escritura, y la superficie terrestre escrita, marcada por las huellas de los hechos
geográficos, es el paisaje43.

41 Besse, Jean-Marc: "La physionomie du paysage, d'Alexandre de Humboldt à Paul Vidal de La


Blache", en Voir la Terre, op. cit., especialmente págs. 95-101.
42 Martínez de Pisón, Eduardo: "El concepto de paisaje como instrumento de conocimiento ambiental",

op. cit., págs. 17-21.


43 Besse, Jean-Marc: "La physionomie du paysage, d'Alexandre de Humboldt à Paul Vidal de La

Blache", op. cit., págs. 102-107.


Naturaleza y cultura del paisaje 33

Aureliano de Beruete: La Venta del Macho en Toledo. 1911. Óleo sobre lienzo

Con todo lo anterior se relaciona otro aspecto interesante de la consideración


geográfica del paisaje: la gran importancia que adquiere en ella la observación,
la visión directa de las cosas. Manteniendo en esto también una conexión
estrecha con el horizonte cultural y científico promovido, desde la segunda
mitad del siglo XVIII, por la modernidad romántica, con el alto valor que
concedió a la vista como instrumento de conocimiento, tanto en el ámbito del
arte como en el de la ciencia, lo visual adquiere una destacada importancia en
la tradición geográfica moderna y, más concretamente, en su manera de
acercarse al paisaje. Puede decirse, siguiendo a Besse, que la geografía moderna
se presenta ante todo, aunque no se reduzca solamente a eso, como "un arte
de la percepción visual" 44 .
Esa importancia de lo visual es inseparable, como ha señalado Vincent
Berdoulay, de la atención prestada a las formas -y, por tanto, al método

44 Ibidem, pág. 111.


34 Nicolás Ortega Cantero

morfológico- en la perspectiva cultural y científica auspiciada por el romanti-


cismo. Las formas visibles, resultado y expresión de contenidos no visibles, del
orden interior subyacente, constituyen, en palabras de Berdoulay, "el mejor
medio de abordar la comprensión y la explicación del mundo", y por ello "el
método morfológico tendrá tanta popularidad a lo largo del siglo XIX, sirviendo
muy a menudo la fisonomía de metáfora inspiradora" 45 . En esa dirección se
mueve precisamente la geografía moderna y su orientación paisajística: como
una morfología -y como una morfología cultural- debe entenderse, como ha
recordado Eduardo Martínez de Pisón, el estudio geográfico moderno del
paisaje46. Y es la vista, la percepción visual de las formas, la que abre las puertas
de esa consideración morfológica.
Para entender geográficamente el paisaje, es necesario saber ver. El "espíritu
geográfico" consiste, según Jean Brunhes, en saber "abrir los ojos y ver", y esa
capacidad, lejos de estar al alcance de cualquiera, requiere un aprendizaje 47. Ese
saber ver, esa capacidad para percibir visualmente las formas de la superficie
terrestre, es una de las cualidades que distinguen a los mejores exponentes de
la tradición geográfica moderna. Es lo que sucede con meridiana claridad, por
ejemplo, en geógrafos como Humboldt, Reclus o Vidal de la Blache. Y también,
para añadir otras dos muestras elocuentes de esa sabiduría visual, en Jean
Brunhes o en Emmanuel de Martonne. Brunhes era, en palabras de Vidal de
la Blache, "un excelente observador, dotado de un sentido estético que parece
aguzar la sagacidad crítica" 48 . Y de De Martonne se ha dicho que era un maestro
consumado en dos instrumentos fundamentales de la geografía vidaliana: "el
ojo ejercitado o la mirada, y la representación que hace nacer la idea explica-
tiva". A "la precisión del ojo" añadía "la habilidad de la mano" 49 . Por todos los

45 Berdoulay, Vincent: "Le milieu, entre description et récit. De quelques difficultés d'une approche
de la complexité", en Berdoulay, Vincent y Soubeyran, Olivier (dirs.): Milieu, colonisation et développement
durable. Perspectives géographiques sur l'aménagement. Préface d'Anne Buttimer, Paris y Montréal,
L'Harmattan, 2000, pág. 33.
46 Véase Martínez de Pisón, Eduardo: "El concepto de paisaje como instrumento de conocimiento

ambiental", op. cit., pág. 20.


47 Brunhes, Jean: La Géographie humaine, 2 s éd., 1912, cit. en Besse, Jean-Marc: "La physionomie du
paysage, d'Alexandre de Humboldt à Paul Vidal de La Blache", op. cit., pág. 112. Las reflexiones de
Brunhes sobre el "espíritu geográfico" quedaron también recogidas en la versión abreviada de La
Géographie humaine que se publicó en 1942, y que apareció en español seis años más tarde: Brunhes,
Jean: Geografía Humana. Edición abreviada por Mme. M. Jean-Brunhes Delamarre y Pierre Deffontaines.
Traducción de Joaquina Comas Ros. Revisión de Salvador Llobet, Barcelona, Juventud, 1948, págs. 282-
308.
48 Cit. en Brunhes, Jean: Geografía Humana, op. cit., pág. 13. La valoración de Vidal de la Blache se
encuentra en las palabras que pronunció al presentar, en 1911, La Géographie humaine (1910) de Brunhes
en la Academia de Ciencias Morales y Políticas, recogidas en las páginas 12-14 de la traducción de
la edición abreviada.
49 Palsky, Gilles: "L'esprit, l'oeil et la main. Emmanuel de Martonne et la cartographie", en Baudelle,

Guy, Ozouf-Marignier, Marie-Vie y Robic, Marie-Claire (dirs.): Géographes en pratiques (1870-1945), op.
cit., pág. 269.
Naturaleza y cultura del paisaje 35

lugares por donde ha pasado, recuerda Robert Ficheux, De Martonne "ha


sabido ver, deprisa y bien" 50 . Como otros geógrafos destacados, De Martonne
hizo del saber ver, de la mirada debidamente educada, la clave de su quehacer.
"Para conocer una ciudad -decía, por su parte, Max. Sorre-, es necesario sentarse
en un banco y mirar" 51 .
De ese modo procura acercarse la geografía moderna al paisaje. Sabiendo
ver sus formas, y sabiendo además explicarlas y comprenderlas, mostrándose
capaz de entender lo que esas formas son y significan. La visión geográfica
moderna del paisaje es integradora, no separativa, quiere explicar y compren-
der al tiempo, prestar atención a la vez a la dimensión natural y a la dimensión
cultural del paisaje. Con esa doble perspectiva se ha desenvuelto, desde
principios del siglo XIX, el modo geográfico de entender el paisaje. En nuestros
días, cuando se están reconsiderando tantas cosas de la tradición geográfica
moderna, cuando se están estudiando con renovados criterios muchas de sus
aportaciones, no está de más prestar atención a lo que sin duda constituye uno
de sus logros más destacados: su modo de ver el paisaje, de entender lo que
el paisaje es y significa, de acercarse a él con mirada al tiempo explicativa y
comprensiva, abierta a la vez al mundo de la ciencia y al del sentido.

50 Ficheux, Robert: "M. Emmanuel de Martonne en Roumanie. Impressions et souvenirs", 1952, cit. en
Palsky, Gilles: "L'esprit, l'oeil et la main. Emmanuel de Martonne et la cartographie", op. cit., pág. 269.
51 Cit. en Loi, Daniel, Robic, Marie-Claire, Tissier, Jean-Louis: "Les carnets de Vidal de la Blache,

esquisses du Tableau?", Bulletin de l'Association de Géographes Français, LXV, 4, 1988, pág. 309.
EL ORDEN NATURAL DEL PAISAJE
Julio Muñoz Jiménez
Universidad Complutense de Madrid

En las primeras formulaciones de la Geografía moderna el orden natural se


entiende como la armonía de las fuerzas físicas o el poder de la Naturaleza que
se sienten ante la visión panorámica de un paisaje. A lo largo del siglo XX se
ha registrado un continuado esfuerzo por parte de los geógrafos por objetivar
y explicar en términos científicos e incluso por controlar o modificar este orden,
inicialmente percibido como un sentimiento o una impresión subjetiva. Ello ha
llevado a despojarlo progresivamente de sus connotaciones culturales y a
centrar el interés en la definición de las estructuras o sistemas naturales que
subyacen a la configuración visual de los territorios. De forma simultánea se
ha ido reduciendo el peso atribuido al orden natural del paisaje en la
interpretación y valoración de los territorios, salvo en el caso de los ámbitos
donde alcanza cualidades excepcionales, y ha cambiado de sentido su relación
con el orden cultural. Aunque nunca ha desaparecido y se ha revitalizado en
los últimos tiempos el entendimiento del orden natural como algo sentido y
percibido a través de una perspectiva cultural y se ha atribuido un valor
prioritario a la "naturalidad" como criterio de calidad paisajística, dentro de
la Geografía académica no se ha formulado en nuevos términos la integración
de las perspectivas científica y cultural en el tratamiento del orden natural del
paisaje.

EL ORDEN NATURAL Y EL SENTIMIENTO DE LA NATURALEZA EN LA


VISIÓN PAISAJÍSTICA DE LA GEOGRAFÍA DECIMONÓNICA

Bajo la influencia del idealismo y de la sensibilidad romántica la geografía


decimonónica parte de la idea de que el paisaje es ante todo la expresión visible
del orden natural del mundo; un orden en el que el hombre se integra de forma
indisociable y con cuyos componentes mantiene - o ha de mantener- una
relación armónica (Ortega Cantero, 2001a). Dada esta íntima y estrecha relación
con él, el geógrafo no puede contemplar el paisaje ni percibir el orden del
mundo que en él se manifiesta con distanciamiento o frialdad: desde Humboldt
38 Julio Muñoz Jiménez

hasta Reclus las presentaciones panorámicas de los paisajes de la Tierra tienen


la forma de narraciones personalizadas en las que el autor no sólo expone los
avances en el conocimiento de la Naturaleza que de ellas se derivan, sino
también da cuenta de los sentimientos y las sensaciones (con frecuencia de
gozo, sobrecogimiento o incluso de temor) que su contemplación suscita
(Martínez de Pisón y Alvaro, 2002). Puede decirse que en las mejores expre-
siones de este paisajismo geográfico moderno se manifiesta claramente una
perspectiva según la cual el hombre está esencialmente comprometido con el
orden de la naturaleza, ya que de éste depende el mantenimiento de sus
condiciones materiales de vida y la preservación de las cualidades, significados
y valores que dan un sentido positivo a su relación con el mundo. Aunque no
se diga de forma expresa, la naturalidad - e s decir, el nivel con que se manifesta
ese orden o con que se aprecia la integración armoniosa del hombre en él-
constituye el criterio básico de valoración de los paisajes y de los territorios
donde se observan.
En conformidad con este punto de vista calificable de naturalista y compro-
metido, el conocimiento geográfico no hace una referencia diferenciada al
paisaje humanizado o cultural y en él - c o m o dice Nicolás Ortega- convergen
y se combinan de forma equilibrada explicación y comprensión: "Para explicar
el paisaje el geógrafo estudia los componentes y las relaciones, tiene en cuenta
los nexos causales, delimita unidades..., caracteriza sus formas, define su
localización y establece comparaciones. Todo ello conforma la vertiente expli-
cativa del entendimiento geográfico del paisaje, su dimensión más sistemática
y formalizable. Junto a eso, para comprender el paisaje, el geógrafo debe acudir
a otras vías de conocimiento ... menos sistemáticas y formalizables que las otras
... donde las visiones analógicas y los lenguajes metafóricos adquieren mayor
importancia" (Ortega Cantero, 1998, 145-146).

LA OBJETIVACIÓN DEL ORDEN NATURAL DEL PAISAJE


EN LA GEOGRAFÍA POSITIVISTA: LA CIENCIA DEL PAISAJE

La coexistencia de las dos vías de conocimiento indicadas - l a que busca


"enriquecer el dominio de la inteligencia sobre las fuerzas físicas" y la que
pretende "aumentar nuestros goces por la contemplación de la Naturaleza"
(Humboldt, 1808)- se rompe dentro de la Geografía académica en los últimos
años del siglo XIX como consecuencia de la consolidación de la perspectiva
científica del racionalismo positivista. Desde esta perspectiva se considera que
las interpretaciones no distanciadas del orden natural -emotiva o interesada-
mente comprometidas con él- carecen de objetividad, están impregnadas de
ideas o creencias precientíficas y son impropias de una cultura avanzada en
la que se ha producido un elevado nivel de distanciamiento entre los fenómenos
Naturaleza y cultura del paisaje
39

naturales y el hombre y donde el aprovechamiento y el control efectivo de la


Naturaleza por éste priman ya sobre las primitivas ideas de sometimiento o
adaptación a ella. En consecuencia se invalida la vía de la comprensión y se
promociona como único camino válido para acceder al conocimiento objetivo
del paisaje el análisis explicativo, conforme a las normas de la ciencia positivista
(Muñoz Jiménez, 1989) . Ello conduce a la búsqueda y al desarrollo en
importantes escuelas geográficas de una Ciencia del Paisaje; una Landschaftkünde
o Landschaftovedenie dentro de la que no obstante el enfoque naturalista y la toma
en consideración prioritaria del orden natural siguen vigentes (Rougerie y
Beroutchachvili, 1991; Frolova, 2001).
Pero este planteamiento del paisaje en los términos de la cientificidad
positivista tiene unas consecuencias trascendentales en el entendimiento de este
orden y en su significado conceptual y metodológico. Ya no se entiende como
"orden universal" o "armonía del mundo" ni se piensa que es algo susceptible
de ser directamente percibido, sentido o intuido - y mucho menos valorado- en
la experiencia paisajística; ahora el orden natural se entiende como el conjunto
de relaciones e interacciones que rige la organización y el funcionamiento
armónico de los componentes y factores de los que se deriva la configuración
del paisaje y se considera que dicho sistema es algo subyacente a éste y que
en modo alguno se manifiesta de forma explícita a la sensibilidad humana. El
tratamiento científico del paisaje consiste precisamente en el descubrimiento de
ese orden o conjunto de relaciones que explican sus caracteres y su dinámica
(Muñoz Jiménez, 1981). De este modo, al tiempo que la percepción del hombre
no dotado del distanciamiento y la objetividad necesarias es rechazada como
fuente idónea de información o criterio fiable de valoración, se abre camino la
separación conceptual de paisaje y orden natural y la subordinación a nivel
metodológico de aquél a éste. Lo que interesa cada vez más a los geógrafos es
descubrir y explicar científicamente el orden no visible del complejo territorial
natural que subyace al paisaje visualmente perceptible y conseguir mediante
ello mayores grados de control de la Naturaleza y niveles más elevados de
capacidad para intervenir en la organización y ordenación de los territorios
(Beroutchachvili y Bertrand, 1978; Frolova, 2002).
Esta cientifización del paisaje, con la correlativa pérdida de su dimensión
subjetiva o cultural, se produce fundamentalmente en países donde por
diversas razones la geografía asume o se ve abocada a asumir una orientación
pragmática ante la creciente demanda de medios eficaces para la gestión de
nuevos espacios. Tanto en la geografía rusa como en la alemana la esencia
objetiva del paisaje, escondida detrás de las formas percibidas por el ojo del
observador, se constituye progresivamente en centro de la investigación y de
este modo se descubren en él y se incorporan a su conocimiento nuevos
aspectos o componentes que no entraban en el cuadro de la antigua concepción
del paisaje, ligada a la visibilidad. A diferencia del paisaje de Humboldt, el
40 Julio Muñoz Jiménez

Landschaft de los geógrafos rusos y alemanes de finales del siglo XIX y


comienzos del siglo XX adquiere cada vez más los rasgos de un modelo
científico abstracto, fundado en una mirada distanciada, neutral y objetiva de
los hechos naturales que hace posible relacionar el orden natural con un orden
pautado formado por normas o leyes inalterables y de validez general (Richtho-
fen, 1883); una mirada ajena desde todos los puntos de vista a las percepciones
subjetivas y a las valoraciones emotivas, los resultados de cuya aplicación se
exponen en serias monografías con un lenguaje frío y riguroso, voluntariamente
distinto del utilizado en los "cuadros de la Naturaleza" de la época anterior
(Fochlet-Hauker, 1953).

EL ENTENDIMIENTO DEL PAISAJE Y DEL ORDEN NATURAL EN


LAS CORRIENTES REGIONALES Y ECOLÓGICAS DE LA GEOGRAFÍA
CLÁSICA: LA ECOLOGÍA DE PAISAJES

Con la difusión de los nuevos conceptos ecológicos y el predominio de la


perspectiva regional clásica el tratamiento geográfico del paisaje y del orden
que lo sustenta cambia nuevamente de sentido y se diversifica: la configuración
paisajística de cada uno de los territorios que componen la superficie de la
Tierra pasa a concibirse como resultado o expresión, no sólo de la infraestruc-
tura y de las pautas funcionales impuestas por la Naturaleza, sino también del
género de vida desarrollado por las sociedades humanas para adaptarse diná-
micamente a ellas, por lo que el complejo de relaciones subyacente a los paisajes
tiene dos componentes, uno natural y otro cultural, que interactúan entre sí en
cada región y cuyo peso relativo varía según los casos. De este modo la Ciencia
del Paisaje evoluciona hacia una Ecología de paisajes (Landchaftôkologie), en la
que el orden natural deja de entenderse como sinónimo de orden global del
mundo (incluido el hombre), pasando a significar sólo el conjunto de caracteres
o factores no directamente relacionados con el hombre que constituyen el
ecotopo de éste e, interactuando con su género de vida o su cultura, dan razón
del aspecto visible de los territorios (Troll, 1950). Ello conduce, en la práctica,
a que de este subsistema natural y de los paisajes de las áreas donde, por lo
limitado de la presencia humana, tiene carácter dominante (paisajes naturales)
se ocupen los geógrafos más interesados por lo físico o las escuelas más
"naturocéntricas" (Troll, 1971), mientras que del subsistema antrópico y de los
paisajes de las áreas donde, dada la densidad de la ocupación y la intensidad
de la actuación humana, tiene carácter dominante (paisajes culturales) se ocupen
los geógrafos o los grupos de investigación más centrados en el hombre (Sauer,
1956).
En este contexto marcado por la asimilación de los conceptos de la nueva
Ecología y por un entendimiento de la superficie terrestre como espacio
Naturaleza y cultura del paisaje 41

discontinuo compuesto por unidades objetivamente diferenciadas aunque


taxonómicamente relacionadas (regiones o coras) el subsistema natural - e s decir,
la Naturaleza presente en cada territorio- se va haciendo sinónimo de medio
físico o medio ambiente (Rimbert, 1973; Richard, 1975) . Así, cada vez con más
frecuencia hablar de conservación del orden natural o de protección de la
Naturaleza se considera lo mismo que hablar de conservación o protección del
medio ambiente. Incluso, sobre todo al tratar de regiones escasamente antropi-
zadas, comienzan a utilizarse como sinónimos los términos paisaje, paisaje
natural, Naturaleza y medio ambiente.
Es también dentro de esta perspectiva en la que se va consolidando la idea
de identificar orden natural con orden primigenio, fuera del tiempo y de la
historia humanas y sólo conservado en paisajes excepcionalmente valiosos
propios de territorios donde la incidencia antrópica no lo ha podido alterar o
"corromper" (Ojeda Rivera et al., 2000). Esta idea significa una ruptura muy
significativa con la visión tradicional de la Geografía moderna: el hombre, lejos
de integrarse armónicamente en el orden natural así entendido, se contrapone
a él y la cultura desempeña un papel de antagonista esencial de la Naturaleza.
Surge así la necesidad de defender o proteger la Naturaleza frente a las
agresiones del hombre y de atribuir la máxima valoración - e incluso de poner
bajo protección legal- a los paisajes que conservan una configuración básica-
mente independiente de la presencia humana y ligada de forma casi exclusiva
al orden natural (Martínez de Pisón, 1998 y 2000b). Pero esta actitud de respeto
y defensa de los paisajes naturales más "puros" no impide que, como norma
general, los geógrafos físicos se dediquen a incrementar y a profundizar sus
conocimientos y sus métodos de análisis con la intención, no ya de explicar
científicamente el orden natural, sino de controlarlo, prevenir su comportamien-
to, neutralizar o contener sus componentes peligrosos e incluso sentar las bases
para su modificación a gran escala.

EL ORDEN NATURAL COMO MODELO ADIMENSIONAL SIN


REFERENCIA PAISAJÍSTICA: LA CIENCIA DEL GEOSISTEMA

Donde alcanza mayores niveles esta objetivación del paisaje y esta vincu-
lación de su estudio a la práctica de la prevención de riesgos naturales y a la
ordenación de territorios es en la escuela gegráfica soviética. Bajo la influencia
de la ideología marxista llevada al poder por la Revolución de 1917, en ella se
consolida y se hace prácticamente exclusiva la visión "naturocéntrica" y
aplicada que ya caracterizaba a la Landschaftovedenie rusa. Abandonando toda
referencia a los aspectos visuales y a los elementos culturales, el paisaje es
reducido a un sistema de componentes naturales en el que geomasas y
geoenergías interactuan conforme a leyes físicas y químicas en la superficie
42 Julio Muñoz Jiménez

terrestre. Se formula así el concepto de geosistema como modelo teórico general


del conjunto de elementos y procesos responsable del orden territorial natural
y se promueve la sustitución de la Ciencia del Paisaje por una ciencia nueva,
la Ciencia del Geosistema (Frolova, 2001); una "ciencia del paisaje no fundada en
el paisaje" capaz de llevar el conocimiento de dicho orden hasta el nivel
necesario para poder corregirlo, adaptarlo o modificarlo conforme a las
decisiones de la sociedad o del poder político y poner de este modo también
bajo control su expresión visible (Muñoz Jiménez, 1998).
Y es de destacar que esta nueva línea de investigación rompe totalmente con
la perspectiva regional o corológica de los estudios anteriores al partir de un
entendimiento de la superficie terrestre como espacio fundamentalmente
unitario y continuo sin límites internos que delimiten objetivamente dentro de
él compartimentos o unidades. Este espacio acoge un solo y único sistema
natural resultante de la interacción de la litosfera, la atmósfera, la hidrosfera
y la biosfera, el geosistema, cuyo estado y cuyo comportamiento definen el
equilibrio u orden natural en todo él o en cualquier sector del mismo que se
plantée como objeto estudio (Beroutchachvili y Mathieu, 1977). Ya no se trata,
pues, de conocer el orden natural o el medio natural de una determinada región
sino de conocer el orden o el medio natural en un ámbito territorial delimitado
convencionalmente y se considera que para ello la configuración paisajística de
éste no reúne las condiciones de objetividad necesarias para servir de fuente
de información o instrumento de generalización. Estrictamente adecuada a las
exigencias de la Teoría General de los Sistemas, la metodología que se propone
exige el mantenimiento de una red de control del campo del geosistema, cuyos
registros expresados en términos cuantitativos son los únicos datos manejados
en el análisis, el cual se centra sucesivamente en el contenido material y
energético, en la estructura, en el funcionamiento y en el comportamiento del
sistema natural en el territorio estudiado (Beroutchachvili y Panareda, 1977).
De este análisis sistémico no guiado por criterios fisionómicos puede derivarse,
al final de su desarrollo, la división del mismo en geocoras diferenciadas por
el estado en que el geosistema se encuentra y en las que el paisaje muestra
normalmente similitudes apreciables.
Podría decirse que con este enfoque, muy valorado e influyente en los años
sesenta y setenta del siglo XX, se invierte la relación metodológica entre el
paisaje percibido y el orden que le subyace: en las formulaciones anteriores "del
paisaje se parte" para llegar al conocimiento del sistema natural, mientras que
ahora "al paisaje se llega" partiendo del conocimiento en profundidad de dicho
sistema (Rougerie y Beroutchachvili, 1991). Con él igualmente el entendimiento
del orden natural llega al máximo grado de distanciamiento de la percepción
humana del paisaje -y de las sensaciones, emociones y significados que de ella
se derivan- y su valoración es más ajena a toda consideración cultural. En la
Ciencia del Geosistema la evaluación de la calidad natural de un área se basa
Naturaleza y cultura del paisaje 43

en criterios presuntamente objetivos, como el volumen o la diversidad de las


geomasas, la distribución de las mismas dentro del campo geosistémico, la riqueza
o el número de estados con que responde a las funciones de entrada de materia
y energía y la capacidad de comportarse adecuadamente ante estímulos previ-
sibles o impactos antrópicos incontrolados y voluntariamente planificados
(Frolova, 2001). Porque el conocimiento de su funcionamiento y de su compor-
tamiento hace posible y tiene como finalidad guiar la transformación del
geosistema - e s decir, la modificación del orden natural- de acuerdo con las
necesidades o los deseos de la sociedad, formalizados y traducidos en términos
científicos por el poder político (Beroutchachvili y Radvanyi, 1978).

EL ORDEN NATURAL ANTROPIZADO EN LAS MODERNAS


CORRIENTES DE GEOGRAFÍA FÍSICA GLOBAL:
EL ANÁLISIS INTEGRADO DE PAISAJES

La evidencia de que, debido a la necesidad de mantener una red de


estaciones de control global y sincrónico de los diversos parámetros naturales
en áreas extensas, la aplicación correcta de esta metodología estrictamente
sistémica era sumamente costosa (sólo viable de hecho en países con economía
centralizada en manos del Estado) y, sobre todo, la constatación en numerosos
trabajos concretos de que, pese a las voluminosas inversiones de recursos, la
capacidad de predicción obtenida de ella para abordar las transformaciones
deseadas no alzanzaba casi nunca niveles suficientes de habilidad ha llevado
en las últimas décadas a una revalorización del paisaje visualmente percibido
como fundamento del análisis global y de la ordenación del medio natural; un
medio en el que el hombre se hace siempre presente y en el que se integra de
una forma cada vez más explícita (Bertrand, 1968; Bertrand y Bertrand, 2002).
Dicha integración del hombre no se realiza sin embargo en tanto que compo-
nente del orden natural, armónicamente adaptado al mismo y capaz de
establecer con él un diálogo cargado de emociones, significados y valoraciones,
sino en tanto que factor o corresponsable material de dicho orden.
En las diverdad modalidades de Análisis integrado de paisajes que se han
venido desarrollando se conserva como referencia conceptual y metodológica
básica la Teoría General de los Sistemas, pero ya no se busca una adecuación
estricta a ella ni se admiten sus exigencias máximas de cuantificación; en
consecuencia se reducen expresamente las pretensiones de control y capacidad
de transformación del sistema territorial y se vuelve a un enfoque prioritaria-
mente explicativo, aunque abierto a la aplicación y a la posibilidad de que los
resultados obtenidos sirvan de base a la ordenación del medio natural en áreas
concretas (Bertrand, 1972a; Bertrand y Dollfus, 1973; Tricart y Kilian, 1982) . De
otro lado, pese a mantenerse con alto rango la noción de geosistema (desprovista
44 Julio Muñoz Jiménez

originariamente -como se ha dicho- de todo significado dimensional o coro-


lógico), se retorna a una visión de la superficie terrestre como espacio
discontinuo compuesto por unidades objetivamente delimitadas; pero éstas ya
no se entienden como regiones defindas por su peculiar (excepcional) forma
de interacción entre Naturaleza y cultura sino como individuos o asociaciones
integradas en una taxonomía corológica que va de la zona hasta el geotopo, cada
uno de los cuales se define como un sistema en el que interactúan tres
subsistemas - u n potencial abiótico, una explotación biótica y una acción
antrópica-, los caracteres y el estado del cual se expresan significativamente a
través de su configuración global o paisaje (Bertrand, 1968).
Se considera, sin embargo, que los sistemas territoriales mayores se expresan
en complejas asociaciones de paisajes dotados de analogías estructurales y
dinámicamente relacionados; sólo los sistemas correspondientes a los niveles
taxonómicos inferiores tienen su correlato perceptible en complejos paisajísticos
sencillos o en unidades elementales de paisaje (geofacies). Constituyen éstas el
dato fundamental y la fuente principal de información para el análisis integra-
do, a través del cual y con el apoyo del entramado taxonómico se puede acceder
al conocimiento del orden que caracteriza a la unidad territorial objeto de
estudio y plantear la valoración de éste en términos objetivos (Bertrand, 1968).
Pero dicho análisis se centra prioritariamente en el nivel taxonómico inmedia-
tamente superior al de las facies paisajísticas, compuesto por unidades coro-
lógicas algo mayores resultantes de la asociación de geofacies funcional y
dinámicamente articuladas, a las que se da el nombre de geosistemas (en plural
y con significado espacial limitado) y cuya asociación dentro de unos mismos
márgenes ecológicos y espaciales define regiones naturales (Muñoz Jiménez,
1998).
El análisis integrado de los paisajes, que consiste en la investigación por
sondeo directo del contenido material y la estructura de cada uno de ellos y
en el reconocimiento de sus relaciones espaciotemporales, se constituye de este
modo en punto de partida para acceder al conocimiento de la articulación
interna, el funcionamiento, el estado y el modo de asociación de los geosistemas
que componen las regiones naturales (o sectores de regiones naturales) objeto
de estudio y llegar a conocerlas en profundidad. En el planteamiento y
desarrollo de esta metodología se parte del postulado de que en una situación
teórica de mantenimiento del equilibrio natural a cada geosistema le corresponde
un único paisaje, por lo que las geofacies que se reconocen en su ámbito no
son sino expresión de distintas etapas de acercamiento o de alejamiento a dicho
paisaje de referencia, al que se atribuye en máximo valor. La proximidad
fisionómica y estructural a esta expresión óptima del orden natural propio de
cada geosistema y la importancia de las tendencias que conducen a ella se
convierten así en criterios básicos para la valoración de los paisajes (Muñoz
Jiménez, 1998).
Naturaleza y cultura del paisaje 45

En cada territorio existe pues un orden natural de referencia, resultante de la


interacción equilibrada de potencial abiótico, explotación biótica y acción
antrópica en los gesistemas que lo constituyen. Este orden óptimo tiene su
traducción en una configuración paisajística de referencia, que en el momento de
realizar el análisis puede existir o no y conservarse en un espacio más o menos
extenso. Desde esta perspectiva la calidad de un paisaje será tanto mayor cuanto
más se identifique o se acerque a dicha configuración de referencia, cuanto más
dinámicas de progresión hacia ella muestre y cuanto menos factores de regresión
naturales o antrópicos se aprecien en él. Y consecuentemente la calidad
paisajística de un territorio se medirá teniendo en cuenta la distribución de su
superficie entre paisajes en equilibrio, paisajes progresivos y paisajes regresivos
o "degradados" (Bertrand, 1972b).
Para los promotores del Análisis integrado el hombre, a través de las
acciones que realiza conforme a su cultura, es un componente y un factor del
orden natural del paisaje, pero mantienen que la valoración de éste no debe
basarse en sensaciones o sentimientos subjetivos, sino en métodos de recono-
cimiento científico adecuadamente organizados y en criterios objetivos adap-
tados en su mayor parte a las condiciones de cada territorio. No toman en
consideración por lo tanto el aprecio social o cultural a los paisajes ni se
plantean, al menos en teoría, unos criterios de calidad de validez general
(Muñoz Jiménez, 1981). Sin embargo de hecho, al definir lo que es el orden
natural equilibrado y establecer cuál es el paisaje que lo expresa, siempre tienden
a identificar el subsistema antrópico con el sistema de uso tradicional propio
de la cultura autóctona de cada lugar (en el que normalmente se registra el
máximo nivel de adecuación a la infraestructura abiótica y a la cubierta biótica
espontánea y el mínimo impacto sobre ésta), de modo que la "naturalidad"
combinada con la presencia viva de elementos o procesos relacionados con la
"cultura tradicional" viene a ser el carácter definitorio de los paisajes valiosos
(Ojeda Rivera et al., 2000). Por el contrario, la "artificialidad" y la presencia
creciente de impactos derivados de las "nuevas actividades antrópicas" - n o sólo
apreciables visualmente sino évaluables objetivamente por medio del método
de análisis propuesto- definen los paisajes "degradados" de escaso valor.

BALANCE Y ESTADO DE LA CUESTIÓN

De este repaso a las aportaciones en las que el orden natural se plantea desde
una perspectiva paisajística se deduce, en primer lugar, que la Geografía ha
pretendido sucesivamente sentirlo, comprenderlo, explicarlo, controlarlo, transfor-
marlo y ordenarlo/protegerlo. En segundo lugar se observa que los geógrafos
académicos desde muy pronto han pretendido enfrentarse con él desde
perspectivas no marcadas presuntamente por emociones subjetivas ni sesgos
46 Julio Muñoz Jiménez

culturales y han buscado métodos para analizarlo con la mayor objetividad


posible dentro de las normas del saber científico vigentes en cada etapa
(Martínez de Pisón, 2000c). Y resalta, en tercer lugar, la tendencia a reducir el
peso de la imagen procedente de la percepción sensorial directa frente a la
realidad profunda del paisaje, sólo accesible mediante un trabajo de investiga-
ción, para alcanzar el conocimiento de dicho orden. Como consecuencia de todo
ello el significado conceptual de orden natural, la vía para acceder a él y su
significado como criterio de valoración global de territorios han variado desde
la consolidación de la Geografía moderna a mediados del siglo XIX hasta el
desarrollo en las últimas décadas de la Geografía Física Global y los Análisis
Integrados de Paisajes (Frolova, 2000).
-Dentro del contexto de la Geografía decimonónica orden natural es sinónimo
de orden del mundo que confiere armonía y belleza al paisaje; el acceso a él
implica la puesta en juego, no sólo de la inteligencia y la razón, sino también
de la sensibilidad y el sentimiento; y los paisajes más valiosos son aquéllos en
los que dicho orden natural se revela forma más evidente y produce una mayor
sensación de correspondencia entre el mundo y la conciencia del observador.
-Desde la perspectiva positivista de la Ciencia del paisaje desarrollada por
los geógrafos a finales del siglo XIX y durante las primeras décadas del XX orden
natural es sinónimo de complejo territorial natural o sistema de relaciones e
interacciones que subyace al paisaje y es responsable de su configuración y su
dinámica; el acceso a su conocimiento se funda en la aplicación del método
científico, quitando todo validez a las percepciones sensoriales carentes de
distanciamiento y objetividad; y, aunque el objeto de los análisis científicos de
los paisajes es la explicación y no la valoración de este orden, la mayor calidad
se atribuye a los paisajes de los territorios donde el complejo natural se
encuentra mejor estructurado e incorpora de forma más armónica al hombre.
-Para la Geografía regional y la Ecología de Paisajes que dominan las
décadas centrales del siglo XX orden natural es sinónimo de subsistema natural
o de medio ambiente con el que, en cada región, el hombre armado de su cultura
interactúa, siendo el paisaje la configuración resultante de dicha interacción;
los caracteres que lo definen en cada unidad territorial corresponden sólo a
componentes, procesos o factores pertenecientes a la Naturaleza (ajenos al
hombre) y el modo correcto de conocerlo es el análisis monográfico de éstos
a partir del reconocimiento paisajístico visual; desde esta perspectiva, el paisaje
es tanto mejor cuanto mayor es el grado de conservación del medio ambiente
natural u originario que en él se manifiesta o, lo que es lo mismo, cuanto menos
afectado se encuentra por las acciones antrópicas.
-En la Ciencia del Geosistema que se formula en los años sesenta y setenta
del pasado siglo orden natural es sinónimo de geosistema (es decir, sistema
resultante de las interacción de las masas y las energías que entran en contacto
en la superficie terrestre) y se considera que su conocimiento no puede fundarse
Naturaleza y cultura del paisaje 47

en la observación de la configuración paisajística, ni mucho menos en las


sensaciones o emociones que de la misma puedan derivarse; la única vía para
acceder a su explicación y control es el análisis, basado en registros objetivos
y cuantificados, de su contenido, su estructura, su funcionamiento y su
comportamiento; y el criterio para valorar desde este punto de vista los
territorios estudiados es la capacidad que el geosistema tiene en cada uno de
ellos para mantener su nivel de organización y sus pautas de comportamiento
frente a los estímulos o los impactos que pueda recibir.
-Finalmente, en las modernas formulaciones de la Ecogeografía, la Geografía
Física Global y el Análisis Integrado de Paisajes orden natural es sinónimo de
estado de los geosistemas, entendidos como sistemas resultantes de la interacción
en cada unidad territorial de potencial abiótico, explotación biótica y acción
antrópica que subyacen a su configuración paisajística; el conocimiento de
dicho estado se basa en el reconocimiento y el análisis integrado de los paisajes
elementales (geofacies) y de las relaciones espaciotemporales existentes entre
ellos dentro del marco de una taxonomía corológica rigurosa; y -como se ha
dicho- el grado de equilibrio y la solidez de las relaciones entre los tres
subsistemas (abiótico, biótico y antrópico) se sitúa como criterio fundamental
para la valoración de los paisajes y de los territorios por ellos caracterizados.
Aunque cada una de estas formas de entender, interpretar y valorar el orden
natural se ha formulado en una época y en un contexto epistemológico distinto
y tiene rasgos diferenciales claros e incluso incompatibilidades con las restan-
tes, ninguna ha dejado de tener algún grado de vigencia y, de hecho, con mucha
frecuencia varias de ellas (casi todas) coexisten y se mezclan de modo
relativamente arbitrario en el bagaje de conocimientos que sirve de base a los
estudios, proyectos y decisiones de quienes participan en la defensa de la
Naturaleza, la conservación del paisaje o la ordenación territorial (Zoido, 1998
y 2002). Esta mezcla con frecuencia oportunista, que es muy difícil de evitar
y hace necesaria una permanente labor de aclaración conceptual y de exigencia
de rigor, ha llevado en algunos casos a promover el abandono por parte de los
geográfos de la dimensión naturalista del paisaje. De este modo, descartada con
anterioridad la dimensión cultural, parece que la única opción que le quedaría
a la Geografía académica sería la revitalización del interés por la dimensión
visual o perceptual del paisaje (Ortega Alba el al., 1994; Caparros et al., 2002).
En todo caso, es evidente que la comprensión y la valoración del orden natural
a partir de una experiencia del paisaje cargada de sentido estético, moral y
cultural no ha desaparecido nunca pese a su continuado rechazo por parte de
una Geografía Física permanentemente preocupada por justificar y remarcar
su carácter de disciplina científica. El sentimiento de la Naturaleza se ha
seguido cultivando y expresando, fuera muchas veces del ámbito académico
de la Geografía, en obras literarias, ensayos y trabajos de naturalistas e
ingenieros (Gómez Mendoza, 1992 y 2002; Gómez Mendoza et al., 1995;
48 Julio Muñoz Jiménez

Martínez de Pisón, 1998 y 2000a; Ortega Cantero, 1998, 2000a, 2000b, 2001a y
2001b; Zulueta, 1988), así como en formas de Geografía muy arraigadas pero
que progresivamente se han ido considerando marginales, como los libros y
las revistas de viajes, las guías o las obras geográficas de divulgación de ámbito
regional o local (López Ontiveros, 1988, 1997 y 2001; Ojeda Rivera et al., 2000;
Ortega Cantero, 1988 y 1990) . El creciente interés por estas aportaciones y por
su papel en la creación de imágenes culturales de paisajes o de modelos
paisajistas (donde la "naturalidad" y integración armónica del hombre en la
Naturaleza tienen una alta consideración) está dando paso a una revalorización
de las mismas (Rougerie y Beroutchachvili, 1991; Roger, 1997; Frolova, 2000;
C. y G. Bertrand 2002) y a la aparición de obras geográficas donde se vuelven
a combinar sin complejos el sentimiento, la comprensión y la explicación para
dar razón del orden natural de los paisajes (Martínez de Pisón, 2000d y 2002).
Naturaleza y cultura del paisaje 49

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EL PAISAJE DE MONTAÑA.
LA FORMACIÓN DE UN CANON NATURAL DEL PAISAJISMO MODERNO1
Eduardo Martínez de Pisón
Universidad Autónoma de Madrid
Instituto del Paisaje (FDS)

"Perdón si cuando quiero


contar mi vida
es tierra lo que cuento."
Pablo Neruda. Aún.

UNA PERCEPCIÓN Y UNA VALORACIÓN PROPIAS DE


UN DETERMINADO NIVEL HISTÓRICO

En nuestro continente y en nuestro desarrollo completo, hay que esperar a los


pasos de la historia reciente para que se despliegue el interesante proceso de
descubrimiento cultural y valoración de un paisaje que estaba sin embargo bien
próximo a los domesticados llanos y valles europeos: la montaña, sobre todo la
alta montaña.
Ese planteamiento cultural se superpone lentamente a las tradicionales perspec-
tivas -alejada, pragmática o mítica-. Los avances de atención y valoración en el
campo de la cultura proceden de los renacentistas, sobre todo desde Gesner y su
expresivo escrito De montium admiratione, más que de los tópicos Vinci, poco
decisivo, y Petrarca, de controvertible interpretación2. Pero no se desarrollan
realmente hasta las actitudes y aportaciones de los ilustrados y los románticos. Sólo
con éstos los europeos logramos ver como un paisaje -en lo formal y en su
representación- lo que hasta entonces casi únicamente se había estimado como un
áspero territorio o se había explicado mediante la leyenda.
Los escritos de Scheuchzer son el arranque de ese movimiento cultural continuo,
desde 1708 y 1723, al sugerir ya la lectura directa del mundo en los Alpes, más

' En este trabajo de síntesis se siguen con frecuencia datos e ideas ya expresadas por el autor en otras
publicaciones, particularmente en el libro en colaboración con S. Alvaro, El sentimiento de la montaña,
Madrid, Desnivel, 2002, en el artículo "Pirineístas", Sociedad geográfica española, nov. 2002, y en el
capítulo inicial del libro colectivo Montañas, Madrid, Lunwerg, 2002.
2 Desde Burckhardt hay numerosas aportaciones sobre estos momentos y cuestiones, que incluyen la

de nuestro maestro Manuel de Terán. Algo cité ya en este sentido en "Los conceptos y los paisajes
de montaña" en VV. Aa.: Supervivencia de la montaña, Madrid, Ministerio de Agricultura, 1981, y en
"Imagen de la naturaleza de las montañas" y "La protección del paisaje. Una reflexión", ambos en
Vv. Aa.: Estudios sobre el paisaje, Madrid, Fund. Duques de Soria y Universidad Autónoma de Madrid,
2000.
54 Eduardo Martínez de Pisón

elocuentes que las clásicas enseñanzas librescas, dentro de una propuesta general
de la experiencia directa frente a la petrificación del saber. Todas las montañas,
primero las europeas y luego hasta las más distantes, se van a contagiar de este
modelo perceptivo.
La percepción de la belleza y la valoración natural de las montañas no es, pues,
un hecho intemporal. Es un producto que se adquiere históricamente como un
avance cultural. Así, la conquista de esa representación y el ejercicio de la
sensibilidad consiguiente corresponden a unos niveles y a unas modalidades de
civilización.
Hay varias fuentes convergentes. Hay corrientes que nutren a la montaña de
contenidos desde fuera, ya sea desde perspectivas científicas propias -como medir
el peso del aire-, sociales -como refugio de un estado inocente-, culturales -como
canon estético y experiencia vital de lo sublime- o educativos -el aprendizaje de
la naturaleza, la formación al aire libre-. También la aventura y la exploración
alpinas conectan con los fondos de la epopeya polar, del océano solitario y de la
dura travesía del desierto3.
El sentimiento de la montaña confluye finalmente con el que es expresado en
los bosques, por ejemplo a mediados del siglo XIX, por Henry David Thoreau, y
con su significado ético de la naturaleza4. En este sentido son explícitas las líneas
rotundas con las que este autor abre su libro Walking: "quisiera hablar a favor de
la Naturaleza, de la libertad absoluta y lo agreste, en contraposición a la libertad
y la cultura meramente civiles, considerar al ser humano como un habitante o una
parte integral de la Naturaleza, más que como miembro de la sociedad". "Creo
en el bosque -añade luego-, en la pradera y en la noche en la que crece el grano".
"La vida coincide con lo agreste". Es la expresión de la percepción, inicialmente
contra corriente, disidente respecto al optimismo de la expansión antrópica, de la
frecuente superioridad del paisaje natural: "hoy en día, casi todo el llamado
progreso humano, como la construcción de casas y la tala de bosques y de todos
los grandes árboles, sencillamente deforma el paisaje y lo hace cada vez más dócil
y ordinario... la conservación del Mundo radica en la Naturaleza Salvaje". "A un
pueblo lo salvan tanto los bosques y pantanos que lo rodean como los hombres
que lo habitan". La Naturaleza es una necesidad de la civilización.
¿Cómo se vuelve cultura esta percepción de la Tierra? "¿Dónde está la literatura
que da expresión a la Naturaleza? -escribe Thoreau- Estaría representada por un
poeta capaz de poner a los vientos y arroyos a su servicio". No sería deseable, por

3 Es lo que crea unos ciclos literarios clásicos y tangentes. También lo señalé hace tiempo en "Ciclos
de viajes", Estudios Turísticos, 83, 1984, y en "Libros de viajes", Anales de Geografía de la Universidad
Complutense, 4, 1984.
4 Se pueden usar, por ejemplo, la edición de Walden en Everyman's Library, con varias reimpresiones

asequibles desde 1910, y las traducciones recientes de Colores de Otoño, Palma de Mallorca, Olañeta,
2002, y de Pasear, Palma, Olañeta, 1999.
Naturaleza y cultura del paisaje 55

todo ello, un mundo absolutamente cultivado: "tenemos una madre inmensa,


salvaje y rugiente, la Naturaleza, que se extiende a nuestro alrededor con tal belleza
y tal cariño por sus hijos como el leopardo". El esplendor de la naturaleza se da
por sí mismo, no requiere al hombre, no necesita espectadores para mostrarse, pero
la captación de esas calidades por el hombre es lo que permitió a Thoreau la
experiencia sensible y la transmisión literaria de su espléndido Autumnal Tints,
hasta el punto que "me podría pasar el crepúsculo del año cavilando entre los tallos
de hierba carmín y, tal vez, en medio de estos bosquecillos surgiría alguna nueva
escuela filosófica o poética". Pero, claro está, previamente hay que preparar la
mirada: "en el paisaje -afirma Thoreau- hay exactamente la belleza que uno está
preparado para apreciar, ni un gramo más. Lo que vea un hombre desde
determinada cumbre será tan diferente de lo que vea otro como lo son ambos entre
sí". La cultura de la naturaleza, como cualquiera de sus aspectos, también es un
esfuerzo y una capacidad personal.
La montaña resultará la clave más frecuente y profunda de estas expresiones.
Unas montañas ven nacer en sus paisajes tales conceptos y hasta pasiones y nutren
luego culturalmente a otras con manifestaciones de variedad regional y de la
montaña genérica mana en suma un flujo o se formaliza un modelo de entendi-
miento del escenario y de relación con el paisaje. Este flujo propio e influyente,
así como el sentimiento alpino del que deriva, constituyen por un lado un modelo
de entendimiento del escenario natural y de relación con el paisaje, por otro un
cuerpo de expresión cultural característico y también una referencia de amplia
propagación y aplicación. Es a este patrón cultural al que queremos referirnos aquí
en algunos de sus aspectos peculiares.

DEL MITO AL LOGOS

Utilizo esta expresión de Manuel de Terán en el mismo sentido que él le dio


al referirse al paso sustancial en el entendimiento de las montañas. Las
montañas, altas, alejadas, nubosas o heladas, han sido entendidas largo tiempo
como moradas con significados religiosos. O su desconocimiento y despobla-
miento han permitido que hayan sido objeto de frecuentes referencias míticas.
Son un ámbito bruscamente diferenciado, a veces estéril e incluso hostil,
peligroso, con otro ritmo del territorio y del tiempo, insumiso a las leyes
humanas. Son tanto infiernos de hielos y tormentas como paraísos blancos
donde habitan dioses. El Shanhai Jing las hace albergues de prodigios, territorios
enigmáticos donde cultivar el espíritu. En el Liber Cronicarum, de 1493, las
leyendas geográficas son más próximas pero también abundantes. La vida en
la montaña da lugar en todas partes a cuerpos mitológicos muy nutridos de
entes y de historias, de maldiciones, tesoros, mitificaciones de los astros y los
meteoros, presencia de genios de los elementos, dinámicas debidas a volunta-
56 Eduardo Martínez de Pisón

des de las cosas, fuentes y árboles sagrados. En nuestros Pirineos, por ejemplo,
la etnografía ha recogido un abundante cuerpo de interpretación de la natu-
raleza realmente rico en tal mitificación.
La fundación del sentimiento moderno de la montaña y de la aproximación
intelectual a su realidad en nuestra cultura, arranca en los Alpes en los
naturalistas del Renacimiento, a mediados del siglo XVI, entre otros con Conrad
Gesner, con Josias Simler, con Aretius o el De Montium Origene de Valerius
Faventies. Gesner estaba tan fascinado ya por la naturaleza de la cordillera que
en su De Montium Admiratione de 1541 decía que "los hombres discretos,
movidos por pasión noble, observarán con los ojos del cuerpo y los del espíritu
los espectáculos de nuestro paraíso terrestre. Y no son los menores las abruptas
y elevadas cumbres de las montañas, sus pendientes inaccesibles, sus enormes
flancos erguidos hacia el cielo..." Ciertamente se suele mencionar a Leonardo
de Vinci como precursor en el acercamiento europeo renovado al paisaje de
montaña por su más o menos verosímil ascensión al Monte Viso. Realmente,
además de pintar excelentes paisajes montañosos, entendió de forma temprana
el papel de la erosión de las aguas corrientes en la formación de los valles y,
por ello, M. de Terán en 1980 resaltaba con acierto su aportación a su defensa
de la teoría fluvialista clásica, lo que fue una razonable manera de aproximación
a las formas del paisaje, pero sin entrar en otros aspectos.
Según G. Mazzotti 5 estos sabios fueron incluso vox clamantis in deserto. Otros
dudan incluso de que su entorno intelectual y social estuviera suficientemente
poblado por conceptos positivos de la naturaleza; así, el historiador J. R. Hale
escribe que la mayoría de las impresiones cultas del campo se circunscribían
a los caminos o al entorno de las ciudades, que la mirada era más bien práctica
y que incluso el viajero Erasmo "hace el camino a regañadientes": "la naturaleza
es algo ante lo que se refunfuña -demasiada fatiga, excesivamente nublado,
demasiado frío, un mar demasiado encrespado- y con lo que no se obtiene
placer casi nunca. La naturaleza es un vasto pasillo desagradable que une las
cálidas viviendas de los hombres" 6 . Pero, pese a estas posibles pautas, ciertos
testimonios claros indican también que ya se está formando en Europa un
minoritario patrón cultural "alpino", a la larga influyente en la percepción,
primero culta y luego más generalizada, de la montaña no sólo alpina, con un
primer ascenso en el siglo XVI, un descenso relativo en el XVII y un remonte
imparable desde el XVIII.
El descubrimiento del paisaje o, mejor, de la belleza del paisaje, ha sido sobre
todo atribuido al movimiento italiano personificado en Petrarca; es cierto que
el gran poeta expresó el goce del pensamiento en la naturaleza, formado por

5 Su interesante libro Introducción a la montaña, Barcelona, Juventud, 1952, fue muy leído, al menos entre
montañeros, en su momento.
6 J. R. Hale: La Europa del Renacimiento. 1480-1520. Madrid, Siglo XXI, 1973.
Naturaleza y cultura del paisaje 57

una mezcla de amor a los libros y de placer por la estancia en los montes y
bosques y junto a los ríos7. Francisco de Asís, Dante y Boccaccio completarían
esa primera aproximación italiana al paisaje natural. Pero la interpretación
habitual se basa en que esta concepción moderna de la naturaleza y concre-
tamente de la montaña se expresaría principalemente en la reflexión de Petrarca
en 1336 en su ascensión al Mont Ventoux, relatada en su Familiarum rerum libri,
IV,I8: "Altissimum regionis huius montem, quem non immerito Ventosum
vocant, hodierno die, sola vivendi insignem loci altitudinem cuopiditate
ductus, ascendí". Sin embargo, una lectura de este escrito original produce otra
sensación, sobre todo cuando, en la montaña y ante el panorama, tras la lectura
de un párrafo de las Confesiones de San Agustín, reprime inmediatamente su
admiración por lo que le rodea, sin superar la dualidad exterior-interior del
hombre: "Et eunt homines admirari alta montium... et relinquunt se ipsos". El
relato de la ascensión de Petrarca no contiene especiales vivencias ni descrip-
ciones del paisaje. Más bien es una parábola conducida para llegar a una lección
moral, de sabor arcaico en el sentido paisajista. La innovación hace 667 años
está tal vez en el mismo hecho de subir a una cumbre. Pero es en el fondo un
cambio abortado, al no vencer Petrarca la dualidad interior-exterior: "Tune vero
montem satis videsse contentus, in me ipsum interiores oculos reflexi, et ex illa
hora non fuit qui me loquentem audire donee ad ima pervenimus".
Podría decirse que la historia de tal dualidad no se superará con franqueza
hasta Victor Hugo en 1843". Hasta el tuétano, pues, del alma romántica, cuando,
en el Pirineo escribe: "Peu à peu le paysage extérieur, que je regardais
vaguement, avait développé en moi cet autre paysage intérieur que nous
nommons la reverie. J'avais l'œil tourné et ouvert au-dedans de moi, et je ne
voyais plus la nature, je voyais mon esprit". No cabe duda que la continuidad
del proceso cultural Petrarca-Hugo, por alusiones, está invocada, que el mismo
reto cultural ante el paisaje está por fin vencido.
De hecho, hay una frase del relato de Petrarca que emparentaría mejor con
una de las metáforas religiosas de San Juan de la Cruz, en la que interviene
también la ascensión a la montaña. Cuando Petrarca escribe: "la vida que
llamamos bienaventurada está en un lugar elevado y es estrecho, según dicen,
el camino que lleva a ella", lo asociamos inmediatamente a la misma raíz de
la "senda estrecha de la perfección" de la subida al Monte Carmelo de San Juan
de la Cruz, en cuya cima "solo mora la gloria y honra de Dios".

7 Por ejemplo, no debemos cansarnos en repetir: "Interea utinam scire posses, quanta cum voluptate
solivagus ac liber, inter montes et nemora, inter fontes et ilumina, inter libros et maximorum hominum
ingenia respiro", ya citado por Burckhardt.
8 Recomendamos la traducción de este texto en Francesco Petrarca: La ascensión al Mont Ventoux, 26
de abril de 1336, Vitoria, ARTIUM, 2002.
9 Les Pyrénées, Paris, Encre, ed. de 1984.
58 Eduardo Martínez de Pisón

Por todo ello, la actitud de los naturalistas del Renacimiento y, en concreto,


la de Conrad Gesner, parece un paso más decidido, más moderno que el que
dio el poeta, al menos en el acercamiento a la naturaleza de la montaña y en
lo que Terán llamó la conquista explícita del "sentimiento estético del conoci-
miento" 10 .
En cuanto a la aportación naturalista de Leonardo de Vinci, frecuentemente
aludida, debería más bien entenderse como una temprana atención a la
hidráulica, donde destaca más su aportación que al estudio de las montañas
o que a la afición al ascensionismo. Ha habido dos modelos fundamentales que
han vinculado históricamente los ríos a las montañas: uno de ellos ha sido el
representado por el fluvialismo, cuya raíz está en Leonardo y bastante después
en D'Arcet en 1776 y Soulavie en 1783. El otro se encuentra en el pretendido
sistema de Philipe Buache en 1752 de un armazón del globo construido por una
red mundial de montañas-divisorias de aguas que encerrarían las cuencas
hidrográficas, cuencas que servirían geográficamente como las primeras regio-
nes naturales netamente delimitadas 11 .
En el marco, pues, del naciente fluvialismo, el papel morfológico de los ríos
erosivos será un elemento fundamental de entendimiento del relieve de las
montañas. Leonardo describió y dibujó los movimientos del agua que salta en
coronas de burbujas y en espirales como una cabellera densa de rizos ensor-
tijados. Explicó empírica e intuitivamente las alteraciones de las corrientes
fluviales, el comportamiento del fluido, sus deformaciones y formas cambian-
tes, es decir: la hidrodinámica, la mecánica del agua y lo que hoy llamamos
energía hidráulica. Y de ello derivó el poder excavador de la corriente: "L'acqua
che percuote nel suo ostaculo, dal mezzo delia percussione in giú si rivolta
inverso il fondo con moto incurva to e retroso, e percote il fondo e lo cava a
piedi delia base del predetto ostacolo". Así se explica la forma rodada de los
guijarros fluviales, añade, y su depósito a distintas alturas en las montañas 12 .
Esto es lo realmente importante de Leonardo respecto a la teoría de las
montañas, aparte de sus instrucciones para pintarlas y sobre todo de sus
imágenes mismas, que por supuesto son lo más admirable de su contribución
a este asunto.
Ciertamente en el siglo XVII hay algunas, pero contadas expresiones de
admiración ante las montañas, como las de F. Bernier en su Viaje al Gran Mogol.
H. Taine decía que cada siglo tiene su sentido de la belleza y que la valoración

10 Terán, M. de: Las formas del relieve terrestre y su lenguaje. Madrid,Real Academia Española, 1977.
11 He señalado ambos modelos respectivamente en "El Discurso de D'Arcet", Ería, 22, 1990, y en "El
origen de la inserción de la Geomorfología en la Geografía", Ería, 39-40, 1996.
12 Varias veces se han señalado estas observaciones de Leonardo, principalmente reunidas en el Códice

Leicester. Ver C. Zammattio: "La mecánica de la piedra y el agua" en L. Reti (éd.): El Leonardo desconocido.
Madrid, Taurus, 1975, y Leonardo da Vinci: Apuntes de Ciencias Naturales, Barcelona, Hacer, 1982.
Naturaleza y cultura del paisaje 59

del paisaje ha ido cambiando tanto como los gustos literarios. Cuanto más
regulada está la vida urbana, tanto más se desea lo imprevisible. Así, "en el
siglo XVII, nada les parecía más feo que una verdadera montaña"; en cambio,
a mediados del XIX, sus contemporáneos admiraban los mismos lugares
salvajes que se habían considerado aburridos doscientos años antes. En el título
del libro de C. E. Engel y Ch. Vallot, publicado en 1934, Ces Monts affreux...
(1650-1810)13, se acude a una expresión que fue común incluso en el siglo XVIII
para designar los Alpes y el Pirineo. Luego, en realidad, no hay tantos horrores
y su lectura permite asistir a un proceso de descubrimiento cultural de un
paisaje que, obviamente, llevaba mucho tiempo delante de los ojos de sus
pobladores y viajeros. Hay en el libro una selección de los pasos más
significativos de las diferentes tendencias culturales y personales reflejadas en
los escritores, de los cambios, en suma, en las miradas de los hombres, como
en tantas cosas.
Habrá, sin embargo, que esperar al siglo XVIII y sobre todo al XIX para que
el proceso de "sentir" las montañas en Europa tomara primero dinamismo,
luego forma de corriente minoritaria y, finalmente, carácter más extenso.
Entonces se encauzó como alpinismo y adquirió una entidad muy asociada a
esta práctica, pero enseguida se cruzó ya con el turismo y aquí es difícil
discernir quiénes sentían algo y quiénes nada.
En tal proceso hubo lógicamente también intención de hacer ciencia, por
ejemplo estudiando directamente los cráteres de los volcanes: una de estas
primeras aventuras fue realizada por A. Kircher14, quien, en 1638, estando en
erupción el Etna y el Estrómboli y con conatos de entrar en ese estado el
Vesubio, subió al primero y se asomó al interior del activo cráter del último
para observar el proceso desde dentro. Kircher quiso entrar en las mismas
fauces del misterio, para "contemplarlo directamente con peligro propio":
"encendido por que más el deseo de explorar todas las cosas..., subí al Etna,...,
para comprobar por propio experimento las maravillas que los historiadores
de todos los siglos habían escrito...".
Kircher veía la naturaleza como algo corpóreo, un organismo, y a éste como
una "inefable industria" cuyas oficinas y comunicaciones serían sus miembros
vitales, sus venas, etc.: "cuánta admiración ha invadido mi espíritu ante la
contemplación de estas cosas", concluía. En su obra más conocida, el Mundus
subterraneus (1665 y 1678) suponía -como otros autores de la época- la existencia
de un mar oculto en profundidad bajo los Alpes, del que manaban los grandes
ríos europeos, del mismo modo que los que existirían bajo cada una de las
distintas cadenas del globo, madres de aguas, así como una red de centros

13 C.-E. Engel y Ch. Vallot: Ces monts affreux, Paris, Delagrave, 1934, al que hay que añadir de los mismos
autores: Ces monts sublimes, Paris, Delagrave, 1936.
14 Entre otros, para una idea general, ver el libro de J. Godwin: Athanasius Kircher. Madrid,Swan, 1986.
60 Eduardo Martínez de Pisón

ígneos en el interior de la Tierra de los que nacerían los volcanes dispersos por
el mundo, los hogares de fuego. Este mundo, pensaba, es como un instrumento
musical, armónico como un órgano de la providencia. Es sabido que los
volcanes en actividad tienen un particular poder de fascinación, compartido
desde el nacimiento de la vocación de Buffon, que se dice que surgió al ver
"el espectáculo grandioso" de una erupción del Vesubio, hasta Darwin, que se
referirá al paisaje volcánico como dotado de una belleza superior: en la
apariencia del caos se revelan algunos de los patrones ocultos, las reglas
inteligibles del mundo.
Algún autor ocurrente escribía aún hacia 1730 que "amaría mucho los Alpes
si en ellos no hubiera montañas". Pero en el siglo XVIII J. J. Scheuchzer había
retomado la línea de Gesner tempranamente (1708) prefiriendo el libro del
mundo a los de las bibliotecas y llevando por primera vez a sus alumnos a los
Alpes a aprender directamente de la naturaleza, inaugurando así una línea
educativa que luego pasaría en el XIX por Tópffer, por Reclus y llegaría a
España con la Institución Libre de Enseñanza. Veía Scheuchzer 15 los Alpes
maravillado, como un museo vivo de la naturaleza que es preciso visitar y
enseñar, y de esa temprana actividad excursionista, didáctica y naturalista,
surgió en 1723 su obra Itinera per Helvetia Alpinas Regiones, puente entre lo
antiguo y lo nuevo, donde, pese a la observación directa en que se basa, todavía
aparecen dragones y misterios.
Un poema de A. de Haller16 que se divulgó en 1732, fue ya influyente en
la orientación de los gustos culturales de su época hacia la naturaleza y no sólo
hacia el refinamiento de los jardines: estos autores son descubridores de
paisajes que siempre habían estado delante de los ojos, de escenarios que las
miradas pragmáticas no habían dejado ver más allá de la necesidad o del
aprovechamiento. La sensibilidad anidará en otros niveles más cordiales del
hombre o en posos culturales formalizados y esparcidos en su primer momento
por los sabios y los poetas. El que explora la naturaleza aprende su belleza,
da nombre a cada cosa que la compone y reconoce en ella a su patria: "todo
lo más magnífico que la naturaleza ha formado -escribe De Haller- se descubre
con alegría siempre renovada desde la cumbre". Nadie duda de la importancia
de J. J. Rousseau en la apertura del gran peregrinaje hacia los Alpes, en busca
no sólo del paisaje y de las gentes, sino particularmente de la serenidad de
espíritu. Fue el escritor persuasivo. En realidad, la llamada es hacia los valles,
pero no poco de la atracción de las cumbres será también seguidora de aquel
temple. Para Rousseau el campo era su gabinete, pues es "entre los roquedales
y los árboles... cuando escribo en mi cerebro". Pero, como M. Ballerini17 ha

15 Johanes-Jacobus Scheuchzerus: Itinera per Helvetia Alpinas Regiones. Lyon, 1723.


16 Consultar la antología incluida en W . Aa.: Le sentiment de la montagne, Grenoble, Glénat,1998.
17 Ballerini, M.: Le roman de montagne en France, Paris, Arthaud, 1973.
N a t u r a l e z a y c u l t u r a del p a i s a j e 61

señalado, Rousseau fue más lejos: puso la montaña al servicio de sus teorías
sociales. En La Nouvelle Héloïse (1761) la montaña está al fondo como expresión
de la naturaleza, como refugio y también como albergue de una sociedad
cerrada, simple y honesta. Es la reserva de un ideal perdido en Europa. Es su
isla desierta y es la muestra, la figura de una teoría. Las gentes ilustradas que
sintieron inmediatamente la llamada de los Alpes acudieron, pues, al santuario
de la naturaleza, de los hombres y de las ideas.
Hay razones múltiples para que no se defraudaran. Pero la expresividad de
la convocatoria rousseauniana podría continuar funcionando: "la región es
poco frecuentada por los viajeros -escribe en uno de sus paseos-; pero cuán
interesante para los contemplativos solitarios que gustan embriagarse a placer
con los encantos de la naturaleza y recogerse en un silencio que no turba más
ruido que el grito de las águilas, el gorjeo entrecortado de algunos pájaros y
el fragor de los torrentes que caen de la montaña".
Y, a la admiración por lo habitado, sucederá pronto el entusiasmo por lo
inhabitable. Sus palabras anticipan a numerosos autores; ideas, sugerencias que
reaparecen en trasfondos o en relampagueos de Ramond, de Victor Hugo, de
Senancour o de Reclus. Hasta la Encyclopédie indicaba en 1765 que los sabios
deberán abandonar sus especulaciones de gabinete para ir a leer "el gran libro
de la naturaleza": "es escalando hacia la cima de las montañas escarpadas,
como arrancarán a la naturaleza algunos de sus secretos".
Pero, sin duda, la expresión del espíritu de las cumbres, que sube más allá
de los pueblos pintorescos, de las granjas apacibles, de las amables estaciones
termales, de los ambientes mágicos de los bosques, del espectáculo de las
cascadas y de los serenos escenarios de los lagos, es decir, la comunicación del
espíritu de los hielos suspendidos e inhabitables corresponde a Horace Benedict
de Saussure, en sus relatos y descripciones de sus viajes y las primeras
ascensiones al Mont Blanc (1786 y 1787). En el libro sobre el Mont Blanc de C.
Durier, de 188018, se escribía que, mientras otras eran montañas "santas", ésta
era sólo "la montaña símbolo", pues se la conoció muy tarde -pese a dominar
media Europa-, cuando ya habían pasado las adscripciones religiosas. Gracias
a ello, y con total justicia, en vez de cima sagrada vino a ser, así, la cima de
la razón. De esta forma el alpinismo se ligaría irremediablemente a las ideas
de ilustración. Las intenciones eran entonces subirla y medirla: es una cumbre,
pues, de nuestros tiempos. Pero además de los analistas, también tuvo
innumerables poetas. Símbolo, por tanto, de un cambio del espíritu de los
hombres. Un punto geográfico que va a representar la concordia de la razón
y la emoción.

18 Ch. Durier: Le Mont-Blanc. Paris, G. Fischbacher, 1880.


62 Eduardo Martínez de Pisón

Álvaro Cunqueiro comentaba en 1955 que había leído de joven los Viajes por
los Alpes19 y que, aunque los dioses de Saussure "se llamaban Linneo y Button",
se debería reunir su aportación ilustrada con la mirada romántica, diálogo que
le parecía particularmente interesante. Se ha indicado que movía a De Saussure
su pasión por la ciencia. No sólo a él sino a una peregrinación verdadera, a toda
una tradición de viajeros científicos en Chamonix desde 1741, a la que se
incorpora De Saussure en 1760, acudiendo solo o, mejor, con un compañero
inseparable: su barómetro. En fin, no olvidemos que esta pasión estaba extendi-
da20 y duró bastante: por ejemplo, a comienzos del siglo XIX L. Cordier subió
siete veces al Teide para medir su altitud con observaciones barométricas.
Todavía a mediados del siglo XVIII B. J. Feijoo anotaba que era "opinión común
que el Pico de Tenerife es el más alto del mundo" 21 , por lo que sus mediciones
tenían un sentido evidente. En cuanto a la fama de la altitud del Teide hay que
señalar que se le habían otorgado, entre otras cifras, hasta quince leguas en el
siglo XVI o diez mil toesas o veintisiete mil pies (todavía más de 8.000 metros)
en el XVII. Sin embargo, no se deducía tal elevación de los relatos de quienes ya
habían realizado su ascensión desde el siglo XVI. En 1704 Feuillée había puesto,
no obstante, la cota del Teide por debajo de la del Mont Blanc y el mapa de
Borda de 1766 le atribuía ya una altitud razonable (1.904 toesas o 3.713 metros).
En las mediciones de las altitudes de las montañas fue, pues, muy trascen-
dental la invención del barómetro de mercurio por Torricelli en 1643, pues
permitió su aplicación a esta finalidad. Pero fueron las experiencias de Pascal
poco después y, sobre todo, la ascensión que hizo su cuñado Périer en 1648 al
Puy de Dôme, midiendo sistemáticamente las distintas presiones de la atmós-
fera según iba subiendo a la montaña, lo que abrió la época de los barómetros,
del método de los registros del "peso del aire" y, con él, de las determinaciones
físicas directas de altitudes, que se sumarían a las obtenidas por otros
procedimientos perfeccionados en el siglo XVIII, como la nivelación geométri-
ca. Pero, como el uso correcto del barómetro requería multiplicar las observa-
ciones, de ello se derivó su fama de instrumento omnipresente en toda
ascensión. La medida de las altitudes constituyó así, en conjunto, el primer
proyecto de precisión de la geografía de las montañas 22 .

19 Una síntesis accesible y expresiva, aunque lógicamente incompleta, es la publicada como propia de

H. B. de Saussure, con el título: Premières ascensions au Mont Blanc. Paris, Maspero, 1979. El artículo
ingenioso de Alvaro Cunqueiro pertenece a su serie "Retratos y paisajes" y fue recogido en el libro
Viajes imaginarios y reales, Barcelona, Tusquets, 1986.
20 Son muchos los comentaristas históricos y científicos de las experiencias barométricas en las

montañas. Un bello libro con evocación de la época y un capítulo acertadamente titulado "La croisade
du baromètre", es el de G. Rébuffat: Mont Blanc, jardin féerique. Chamonix, Guérin, 1998. M. de Terán
abordó también esta historia en Del Mythos al Logos, Madrid, CSIC, 1987.
21 "Causas del atraso que se padece en España en orden à las Ciencias Naturales", Cartas eruditas, y
curiosas. Tomo II, Carta XVI de la edición de 1773.
22 Ver su contexto en A. R. Hall: La revolución científica. 1500-1750. Barcelona, Crítica, 1985.
N a t u r a l e z a y c u l t u r a del p a i s a j e 63

L a d i f u s i ó n d e la a s c e n s i o n al M o n t B l a n c p o r H . B . d e S a u s s u r e i n t r o d u j o la i m a g e n
d o m i n a n t e m e n t e g l a c i a r d e la alta m o n t a ñ a a l p i n a en la p e r c e p c i ó n c u l t u r a l ilustrada.

Donde los ingenuos ven figuras mágicas, De Saussure clasifica fósiles. Lo


que otros viajeros toman por una curiosidad, es objeto de su análisis. Las nieves
eternas que se atribuyen a una maldición son para él un campo de estudio. En
la cumbre, se entrega a sus observaciones. Si medita, ve en su mente los
acontecimientos de la formación del globo, construirse las montañas primitivas
desde el mar originario, elevarse sus edificios con poderosas fuerzas internas,
desaparecer las aguas con arrastres terribles, ve llegar luego las plantas... Pero
es evidente que también hay otra lectura de sus viajes, si dejamos hablar del
todo a sus escritos: "el espectáculo de la montaña excita en el alma una emoción
más profunda... ¡qué océano de pensamientos! Sólo los que se han entregado
a estas meditaciones sobre las cimas de los altos Alpes saben en qué medida
son más hondas, más extensas, más luminosas que las que surgen cuando
estamos encerrados entre los muros de un gabinete".
Tanto es así que, en un determinado momento de admiración, no puede ni
tomar notas: "me parecía injuriar a esta naturaleza sublime compararla con algo
diferente a ella misma". En otra ocasión, "la belleza del atardecer y la
magnificencia del espectáculo de la puesta de sol" le compensa de un
64 Eduardo Martínez de Pisón

experimento fallido y, en el profundo silencio del Mont Blanc, se deja llevar


por la imaginación, como si fuera el único habitante de un planeta helado y
muerto. Sensibilidad, ciencia y, evidentemente, sentido del alpinismo, están
mezclados en suficientes dosis en De Saussure como para que sea justo seguir
situándolo en el puesto pionero que se le ha venido adjudicando. Después de
él la mirada del hombre sobre las montañas ya no volverá a ser la misma.
En el sugerente libro de Nicolas Giudici La philosophie du Mont Blanc23 se
resalta el carácter identificativo de los glaciares como referencia paisajística de
una montaña que constituye el símbolo cultural de la naturaleza alpina. Si el
crecimiento de tales glaciares al inicio del siglo XVII, en la expansión de la
Pequeña Edad del Hielo, había constituido un motivo más de espanto en la
precaria economía de subsistencia de los montañeses -"a causa de nuestros
pecados", se escribirá en un documento-, con su consecuente identificación
negativa, también hay una progresiva atención geográfica a sus extensiones y
variaciones en 1618 o en 1642 (por ejemplo en el repertorio de la Topographia
Helvetiae... de M. Merian). Es ya en el XVIII cuando pasan los glaciares a
constituir parte sustancial del espectáculo de las "delicias de Suiza" y, pronto,
un elemento imprescindible en la moda viajera helvetista, en un paso cultural
que debe entenderse como un "progreso de la mirada" que contiene un control
científico de su entidad física y su "valorización" como paisaje. El efecto de esta
corriente incluso en el significado y en la transformación de alguna pequeña
población rural marginal, como el Chamonix de entonces, será intenso y
duradero, derivado en principio del símbolo otorgado al Mont Blanc en la
Ilustración por su misma constitución glaciar y de la consiguiente "mini-
revolución cultural" que hace de tal lugar su teatro, hasta convertirlo en un
producto mercantilmente aprovechable. Incluso hay un cambio de nombre
significativo: de la "Montaña Maldita" al "Monte Blanco". Lo desmesurado se
mide, lo incomprensible se comprende y lo terrible se admira, lo marginal
adquiere significado cósmico: la civilización, en suma, avanza. La teoría glaciar
de Agassiz nacida en los glaciares alpinos y en sus morrenas hace cambiar la
concepción de la historia ambiental de la Tierra. Los glaciares entran expresa-
mente en el menú del viajero, mediante la contemplación del observador o el
estudio del naturalista. Pero también siguen a los cambios científicos y a los
prestigios estéticos las nuevas modalidades productivas asociadas al turismo
y, así, al "alma austera" de las cumbres sucederá pronto, en palabras de Jules
Michelet, "su profanación". Una reinterpretación turística, una ideología inclu-
so, que Daudet simbolizaba burlescamente en la "Compañía", organización
empresarial superior y misteriosa del decorado del viaje alpino, se vuelve a lo
largo del siglo XIX patente y hasta dominante.

23 N. Giudici: La philosophie du Mont Blanc. Paris, Grasset, 2000.


Naturaleza y cultura del paisaje 65

El m a c i z o d e l M o n t B l a n c : u n p a i s a j e s i m b ó l i c o d e la a l t e r i d a d e n el t e r r i t o r i o e u r o p e o

En cualquier caso, lo "glaciar" ha sido lo identificativo, la identidad del


Mont Blanc y, en consecuencia, de la montaña símbolo. Lo que había estado
asociado a lo estéril, lo duro, lo incontrolable, alto y peligroso, a la catástrofe,
a la turbación social local incluso, con la Ilustación pasa a ser entendido, en
un claro cambio de estimación, como lo distinto, lo explorable, lo indómito y
fuerte. Los glaciares - y con ellos la montaña, la altitud- constituyen con la
Ilustración un nuevo elemento cultural. En 1786 se formaliza el proceso
mediante la acción de De Saussure, cuyo éxito abre o extiende a la mirada
europea, con un interés nuevo, un modo irreversible de percepción de la
montaña: el Mont Blanc es visto, se busca verlo. De un vacío sin paisaje ha
nacido un paisaje -dice Giudici-, asociado a una nueva estética y a una
renovación ética de relación con la naturaleza. El desarme del mito es rellenado
por una valoración cultural. Y ésta, finalmente, es aprovechada por una
economía, el turismo de la naturaleza, que la vuelve producto mercantil.
El filósofo Kant -que era además geógrafo- publicó en 1764 un ensayo
titulado Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime24, que contiene

24Hay traducción en una colección popular, Austral, de Espasa-Calpe, n° 612. Lectura imprescindible
en estos asuntos.
66 Eduardo Martínez de Pisón

una teoría estética expresiva del cambio hacia el romanticismo que se iba
operando en la actitud cultural europea ante la naturaleza y la montaña. Desde
el inicio del escrito sostiene que "la vista de una montaña cuyas nevadas cimas
se alzan sobre las nubes, la descripción de una tempestad furiosa... producen
agrado, pero unido a terror; en cambio, la contemplación de campiñas floridas,
valles con arroyos serpenteantes, cubiertos de rebaños pastando... proporcio-
nan también una sensación agradable, pero alegre y sonriente. Para que aquella
primera impresión ocurra en nosotros con fuerza apropiada debemos tener un
sentimiento de lo sublime; para disfrutar bien la segunda es preciso el sentimiento
de lo bello. Altas encinas y sombrías soledades son sublimes: platabandas de
flores, setos bajos y árboles recortados en figuras son bellos. La noche es sublime,
el día es bello... Lo sublime conmueve, lo bello encanta... Lo sublime ha de ser
siempre grande; lo bello puede ser también pequeño. Lo sublime ha de ser
sencillo; lo bello puede estar engalanado. Una gran altura es tan sublime como
una profundidad... Un largo espacio de tiempo es sublime... La inteligencia es
sublime; el ingenio, bello... la emoción de lo sublime es más poderosa que la
de lo bello".
Distingue, además, tres modos de manifestarse lo sublime: terrorífico (la
soledad profunda del desierto), noble (el asombro tranquilo ante las pirámides
egipcias o las grandes alturas) y magnífico (la belleza sumada a lo sublime,
como en la iglesia de San Pedro de Roma). El rebasamiento de lo sublime
terrible se desviaría para él a lo fantástico o "romántico". Pero este movimiento,
en el que la raíz del sentimiento de lo sublime es clave y, por ello, irá asociado
a la apreciación de los grandes paisajes montañosos, cuajará bastante más tarde
como una construcción cultural propia de notable entidad.
En esta línea de cambio de perspectiva cultural, se ha escrito también sobre
la existencia a fines del siglo XVIII y en el XIX de una afinidad de gustos entre
la contemplación de la alta montaña y el aprecio de las arquitecturas góticas,
ambas como formas asociables o como ruinas sublimes de otros espacios y otros
tiempos de la tierra. Incluso, el Museo Nazionale de la Montagna de Turin
celebró en 1997 unas jornadas interesantes sobre esta cuestión, que se publi-
caron al año siguiente en un libro titulado Alpi gotiche, l'alta montagna sfondo
del revival medievale25. E. Castelnuovo y C. Natta-Soleri escriben en él que, tras
largo tiempo sin que los Alpes fueran integrados en el panorama cultural
europeo, las transformaciones que se operaron en el siglo XVIII dieron lugar
a una nueva estética de lo sublime que unía un resurgimiento del gusto por
el arte gótico -catedrales, restos de castillos- al descubrimiento, más allá de los
campos cultivados, de la violenta naturaleza de la alta montaña, como un
binomio de arquitecturas que semejan montes y montes que parecen arquitec-
turas. Hay muestras de ello más que suficientes en la literatura, en la pintura

25 Publicado por el Museo Nazionale della Montagna "Duca degli Abruzzi", Torino, 1998.
Naturaleza y cultura del paisaje 67

y en la música, en las que no podemos extendernos aquí, aunque sí conviene


señalar que esa tendencia cultural se estableció a través de los dos modelos
básicos, el artístico y el científico.
Mediado ya el siglo XIX hay algunos autores que reúnen estos dos
componentes de modo expresivo y usan ambos para el acercamiento más
completo a los paisajes que admiran: el inglés John Ruskin 26 y su "alter ego"
el francés Eugene Viollet-le-Duc, los dos amantes a la vez del arte -particular-
mente del gótico- y de los Alpes, excelentes dibujantes de las montañas y de
los edificios e indagadores e intérpretes también de las estructuras arquitectó-
nicas que arman las formas de la cordillera, a través de su atento examen
geológico. Una reunión cultural de gran estilo. La idea de la existencia de un
orden geométrico en la misma masa rocosa que trasciende a sus formas, tan
bien expresada por le-Duc está ya explícita en en los Voyages au Mont Perdu de
Ramond de Carbonnières, de 180127. Ramond la consideró como el mismo
estudio de "l'ordonnnance", presente tras una aparente irregularidad, de los
altos Pirineos. Siguiendo una apreciación de De Saussure en los Alpes, constató
ya la importancia de la existencia de formas regulares, despejadas por una
erosión que abre las fisuras rocosas "selon les lois de leur structure".
En el Pirineo la fundación del sentimiento de la montaña es algo más tardía,
en seguimiento de la línea alpina, entonces ya nutrida, pero de singular grado
creativo. Aparece en 1787 con Ramond de Carbonnières -continuador a la vez
de Rousseau y de De Saussure-, pero con tal intensidad que se vuelve clave
en la historia literaria de tal sentimiento, al exponer, según decía A. Monglond 28 ,
sus ingredientes más característicos: alegría del descubrimiento, iniciación en
un mundo desconocido, gusto por el riesgo, pasión por vencer dificultades,
belleza de un paisaje y mezcla de emoción y de serenidad. Los escritos de
Ramond se han hecho clásicos con todos los méritos: nos hacen estar con él en
Tucarroya cuando describe el resplandor del glaciar en la cima, que parecía no
pertenecer a los brillos comunes en la tierra; el aparente caos que, sin embargo,
se ordenaba en estructuras armoniosas, en arquitecturas que semejaban pro-
ceder de un plan. Y vemos hasta los hielos que desbordaban en oleadas la gran
escalinata rocosa de la montaña, simulando columnas y pórticos.
Sus descripciones de Monte Perdido están tan magníficamente escritas que
se integran en la "gran literatura" de la época, conjuntamente, por ejemplo,
con las de los Alpes de Goethe en 1785, cuando éste decía que "esas cimas
preceden toda vida y están más allá de toda vida". O las de 1780, cuando el

26 Vv. Aa.: John Ruskin e le Alpi. Torino, Museo N. della Montagna, 1990. P. A. Frey y L. Grenier (dir.):
Viollet-Le-Duc et la montagne. Grenoble, Glénat, 1993.
27 Ver la traducción de L. Ramond de Carbonnières: Viajes al Monte Perdido y a la parte adyacente de los
Altos Pirineos (1801-1804). Madrid, Organismo Autónomo de Parques Nacionales, Serie Histórica, 2002.
28 A. Monglond: "La jeunesse de Ramond", en Ramond: Voyage dans les Pyrénées, Lyon, Landarchet,
1927.
68 Eduardo Martínez de Pisón

gran escritor pensaba que la vista de los glaciares alpinos y los "impenetrables"
pórticos rocosos que los enmarcaban, arrastraban hacia ellos tanto los ojos como
el alma, ¿para qué recurrir a las sensaciones de lo infinito -se preguntaba a
continuación-, si aquí "lo finito" basta para colmar el espíritu?
Louis-François-Elisabeth Ramond de Carbonnières vivió en Francia entre
1755 y 1827, en plena transición cultural entre la ilustración y el romanticismo, y
también en los cruciales momentos políticos de la Revolución, que condicionó y
perturbó su vocación pirineísta entre 1790 y 1794. En ese estilo entre dos tiempos
exploró y describió con calidad el Pirineo entre 1787 y 1802 e incluso hasta 1810,
con especial dedicación al macizo de Monte Perdido, cuya cima alcanzó en 1802
siguiendo el estilo de De Saussure en 1787 en el Mont Blanc. Su obra abre el
pirineísmo y transmite una atractiva mezcla de actividad montañera, de observa-
ciones naturalistas metódicas, de capacidad artística y, especialmente, de excelentes
dotes literarias.
La obra de Ramond dedicada a Monte Perdido consta de tres aportaciones
distintas: una de ellas, titulada Voyages au Mont-Perdu et dans la partie adjacente des
Hautes-Pyrénées (en Paris, chez Belin) y publicada en 1801, el año anterior a su
subida a la cumbre, es de propósito científico y se refiere sólo a sus aproximaciones
a la montaña. Otra, de menor extension, es la que narra directamente esa ascension
en dos versiones con el mismo contenido pero con forma distinta, que datan de
1803 y 1804, inmediatamente posteriores, pues, a su llegada a la cima. La primera
versión de este relato se leyó en sesión pública del 19 de Floréal del Año XI y
apareció en el nB 83 del Journal de Mines de Thermidor, año II, con el titulo de Voyage
au sommet du Mont Perdu. Par L. Ramond, membre de l'Institut national. La segunda
se tituló Voyage au sommet du Mont Perdu. Lu à la séance publique de la classe des sciences
physiques et mathématiques de l'Institut national de France. Par le citoyen Ramond, y se
publicó en los Annales du Museum d'Histoire naturelle. En sus Voyages de 1801,
Ramond se aproxima a Monte Perdido por estimar que su cima es la más alta del
Pirineo -el otorgamiento oficial de este carácter al Aneto, aunque se apuntó desde
fines del siglo XVIII, es del año 1817- y porque, siendo tal, está formada por capas
de "mármoles" y de "areniscas", con sus fósiles correspondientes, lo que, en las
teorías de entonces, resultaba bastante intrigante. En los relatos de su "viaje", el
verdadero, a la cumbre hay los detalles esperables en él de los componentes
naturales de la alta montaña explorada (torrentes, peñas y glaciares) por el flanco
oriental del pico, con observaciones y mediciones científicas, geológicas, glacioló-
gicas y botánicas, con algún testimonio muy interesante sobre el estado glaciar del
macizo en aquel momento, y, además, algunos hallazgos literarios de primer orden
que marcan un gran estilo, sobre todo al final del relato de 1804, cuando se refiere
a los grandiosos "extremos de la Tierra" donde el observador tiene sobre sí "la
inmensidad del espacio" y bajo él "la hondura de los tiempos". Además, hay
referencias al macizo de Monte Perdido en otros trabajos de Ramond. Concreta-
mente a Gavarnie, Marboré y la Brecha de Rolando y sus nieves y glaciares, en
Naturaleza y cultura del paisaje 69

sus juveniles Observations faites dans les Pyrénées pour servir de suite a des observations
sur les Alpes, insérées dans une traduction des lettres de W. Coxe sur la Suisse, publicadas
en 1789 (en Paris, chez Belin) y reeditadas luego en francés y en otras lenguas.
Ramond admiró a Goethe y a Rousseau, lo que le preparó artística e intelec-
tualmente, e hizo un viaje a Suiza en 1777 que le influyó de modo determinante.
Este viaje ha sido calificado por Mayoux como "iniciático" y Avocat habla incluso
del "mito del helvetismo", como una imagen de referencia en la que participa
Ramond29. Pero acudió al Pirineo por casualidad, al estar al servicio del cardenal
de Rohan, que en 1787 se retiró a la estación termal de Barèges. Ramond subió
entonces e hizo recorridos por Gavarnie y por la Maladeta. Trasladó sus experien-
cias a las Observations de 1789 y en ellas nació la expresión en el Pirineo del
sentimiento de la montaña, con el rostro bifaz de la observación y la emoción, de
la ciencia y el sentido de lo sublime, de la aventura y de la actitud artística e
intelectual. En 1797 subió a la brecha de Tucarroya y quedó maravillado por el
espectáculo resplandeciente frente a él de la cascada de hielo del glaciar de Monte
Perdido y por las caracterísiticas geológicas del macizo: "No he visto nada, incluso
en los Alpes, más magnífico, nada, ni siquiera en las aproximaciones al Mont Blanc.
El Monte Perdido es calizo, realmente calizo, secundario. Cuerpos marinos en la
cresta de los Pirineos, ¡maravilloso fenómeno!" Volvió un mes después, el 22 de
fructidor: "los glaciares brillaban y la cima de Monte Perdido, resplandeciente de
claridades celestes, parecía no pertenecer a este mundo".
Charles Avocat resumía la vida de Ramond en cinco cuadros sucesivos: 1,-
admiración por Goethe, 2.- descubrimiento de los Alpes,3.- descubrimiento del
Pirineo, 4.- tribulaciones políticas revolucionarias, 5.- plasmación de una
personalidad mixta de sabio, escritor y montañero. Al internarse en las áreas
desconocidas de la cordillera, al penetrar en la altitud, adquirió un conocimien-
to directo, desveló el orden natural de las cosas y despejó aquí también las
dudas formadas desde las llanuras.

EL RENUNCIANTE

Las primeras escenas del libro de Goethe Los años de peregrinación de Wilhem
Meister (escrito entre 1807 y 1829) son también apropiadas al nuevo sentimiento
de la montaña: un paisaje rocoso, imponente y severo, en el que un niño expresa
su deseo de vivir en los bosques y en el que se encuentra, retirado, un
naturalista, sólo dedicado, sin fin práctico, al conocimiento de aquellas rocas.
Para aprender bien las cosas es preciso estar en sus propios dominios, donde

29Ph. Mayoux: "Avant-propos" en L. Ramond de Carbonnières : Herborisations dans les Hautes-Pyrénées,


Toulouse, Club des 602, 1997. Ch. Avocat : " R a m o n d de Carbonnières", en Ramond : Voyages au Mont
Perdu..., Genève, Slatkine, 1978.
70 Eduardo Martínez de Pisón

S e n a n c o u r , el p r i m e r g r a n i n t é r p r e t e d e l l e n g u a j e d e la m o n t a ñ a .

éstas te rodean, como quien aprende una lengua en el lugar donde se habla.
Es sólo en medio de las montañas donde se puede alcanzar el conocimiento
de las montañas, descifrar en sus rasgos físicos las letras con las que forman
palabras y, paso a paso, reproducir la escritura de la naturaleza. Ello conduce
a ser "renunciante" de otros ambientes. Esta senda se sigue no sólo por método,
sino también por decepción de los hombres. Uno de los personajes pregunta:
"-Pero ¿por qué ese gusto extraño, esta inclinación, la más solitaria del
mundo?". Y el naturalista "renunciante" responde: "-Precisamente porque es
solitaria".
Es E. P. de Senancour 30, también lector de Rousseau y de De Saussure, el
primer gran intérprete literario -fue a Suiza ya en 1789 y lo reflejó desde 1799
y 1804- del lenguaje cifrado de la montaña: "sobre los montes salvajes una

30 Recomendable la lectura de J. Levallois: Un précurseur. Senancour. Paris, H. Champion, 1897. La


consulta también de J. Merlant y G. Saintville (eds.) de la edición de E. de Senancour: Rêveries sur la
nature primitive de l'homme. Paris, E. Droz, 1939-1940. La lectura indispensable, en fin, de Oberman, es
accesible en "Le livre de poche", n 2 5939.
Naturaleza y cultura del paisaje 71

especie de inmovilidad austera prolonga el tiempo y engrandece el pensamien-


to". Donde todo parece mudo hay, sin embargo, una voz que expresa la armonía
más sensible. El que busque lo verdadero, que suba, pues, hacia los altos valles
hasta donde nada haya hecho el hombre, hasta las vastas ruinas del invierno
eterno, donde todo dura, nieves, bosques y silencios. Donde nada se desea ni
se busca ni se imagina fuera de la naturaleza. Allí, los mismos obstáculos y
riesgos de una naturaleza difícil te engrandecen, puedes vivir tu vida real en
la unidad sublime proporcionada por las montañas desiertas. Es el lugar del
silencio, donde habita la fuerza del mundo, con tanta muerte y tanta vida en
su belleza, dirá P. B. Shelley del Mont Blanc tras su viaje a los Alpes de 1816.
Fue en principio el Oberman (también escrito luego Obermann), de Senancour,
una obra minoritaria, para adeptos, pero muy reconocida por escritores
exigentes como Sainte-Beuve, Sand, Balzac, Nerval, Vigny, Stendhal y nuestro
Unamuno, que lo consideraba uno de los libros más profundos que podrían
leerse, entre otras cosas porque hacía al paisaje "estado de conciencia",
mostrando "el sentimiento de la montaña como acaso no se ha expresado
mejor". Declaraba Senancour la existencia de una nueva referencia paisajística
que no era ya expresable en los términos, significados y conceptos habituales,
"en la lengua de las llanuras". Los viajeros alpinos de mayor calado lo tuvieron,
pues, como guía espiritual refinada, entre ellos por ejemplo Liszt. Ese mundo
nuevo en plena Europa, la alta montaña, tan tardíamente alcanzado por la
cultura, cargado con el valor de lo sublime, es el buscado complementariamente
en el siglo XIX por científicos que no renuncian aún a ser artistas y por artistas
que no abandonan todavía una mirada naturalista: es un itinerario cultural
preciso, con sus ritos y valores. Aún con mayor retraso lo recogerían aquí de
distinto modo de Prado, ciertos científicos, Unamuno, Giner de los Ríos y sus
discípulos, y luego las primeras sociedades montañeras, aunque entre una
indiferencia mucho más generalizada.
Un carácter común que se otorga desde Rousseau y Senancour al paisaje de
montaña, a su forma y a su experiencia, es el de su poder aumentativo, en una
vivencia "cultual", en expresión de Nicolás Ortega. Rousseau había escrito que
"sobre las altas montañas (se siente) más ligereza en el cuerpo, más serenidad
en el espíritu..., las meditaciones adquieren no sé qué carácter grande y
sublime, proporcionado a los objetos que nos impresionan". De Saussure había
reflexionado también en la cumbre del Mont Blanc: "Sólo aquellos que se han
entregado a estas meditaciones sobre las cimas de los altos Alpes saben en qué
medida son más profundas, más amplias, más luminosas". Oberman recordaba
que "sentía agrandarse mi ser, solo ante los obstáculos y peligros de una
naturaleza difícil", y añadía: "sobre esos montes desiertos, donde el cielo es más
inmenso, el aire más fijo, los tiempos menos rápidos y la vida más permanente,
allí la naturaleza entera expresa elocuentemente un orden más grande, una
armonía más visible, un conjunto eterno". Ramond en Monte Perdido, Hum-
72 Eduardo Martínez de Pisón

boldt en el Teide repiten la misma sensación: "la majestad del lugar -escribía
Humboldt- en la soledad profunda de estas altas regiones, en la extensión
inmensa que abarca el ojo desde la cima de la montaña... (las sensaciones)
actúan más en nosotros... por la inmensidad del espacio y por la grandeza".
Ruskin seguirá estas ideas hasta su límite: "cuanto más crece el carácter
montañoso de un lugar, más aumenta su belleza absoluta". En el Pirineo
Schrader sentirá allí con especial intensidad la soledad, el silencio, la luz, la
armonía, la grandeza, donde "toda concepción es sobrepasada".
¿No es ésta la línea que reaparece aquí y allá esporádicamente entre
nosotros, por ejemplo cuando Jovellanos escribe que en la montaña, donde "la
naturaleza es tan grande y vigorosa, todo contribuye a aumentar la sublimidad
de las escenas"? "El sol es aquí más brillante, los vientos más recios e
impetuosos, las mudanzas del tiempo más súbitas, las lluvias más gruesas y
abundantes, más penetrantes los hielos, y todo participa de la misma grande-
za... Todo es bello... Todo sublime, todo grande". Giner en el Guadarrama se
sumará a fines del XIX a la misma admiración y participará en el sentimiento
alpino de la montaña con la "impresión de recogimiento más profunda, más
grande, más solemne".
La vivencia de la naturaleza montañosa es una reunión de impresiones de
grandeza, de armonía, retiro, silencio, de quietud. La "armonía romántica"
expresada por Oberman se logra mediante una elección, la del retiro en los
"montes tranquilos", en la "calma absoluta" en la que parece que hasta el
mismo sonido "hubiera cesado de ser": "nunca el silencio ha sido conocido en
los valles tumultuosos: no es sino en las frías cimas donde reina esta inmovi-
lidad, esta solemne permanencia que ninguna lengua expresará, que la ima-
ginación no alcanzará". El lugar donde reside "una permanencia que nos
confunde". Allí, escribe Senancour en sus Rêveries de 1809 (R. XL), nada hay
que el hombre haya hecho.
En sus Rêveries, Senancour vuelve de diversos modos sobre las mismas ideas.
En la edición de 1799 (R. XVIII), recuerda directamente la conveniencia de la
severidad inmutable de los paisajes de la naturaleza alpina y la sencillez del
hombre entre ellos. El reposo salvaje, la paz, el sonido de los torrentes y el
silencio inexpresable, el fragor de los glaciares que funden, de las rocas que
caen y de la vasta ruina de los inviernos. En la edición de 1802 (R. XVII), vuelve
a la majestuosidad de las cimas alpinas entre las que puede encontrarse el mejor
asilo apacible bajo el cielo de Europa. Lugar para la paz del corazón y el encanto
de la imaginación, de formas austeras e inmensas, de pueblos antiguos y libres:
allí, donde todo es grande, nos aguarda una "aspereza sublime y a veces
deliciosa, sobre todo en la desgracia". Senancour escribe aquí como también
lo hará Humboldt en el mismo arranque de sus Cuadros de la Naturaleza31, al

31 Accesible es la edición en Barcelona, Iberia, 1961.


N a t u r a l e z a y c u l t u r a del p a i s a j e 73

referirse al placer obtenido ante tales paisajes: "a las almas entristecidas, de
preferencia, se dirigen estas páginas. El hombre que ha escapado de las
tormentas de la vida gustará de seguirme en lo profundo de los bosques, a
través de los desiertos sin límites y por la cordillera elevada de los Andes...
¡La libertad está en las montañas!" El inicio del libro de Reclus sobre la montaña
en 1880 está en la misma línea.
Senancour es consciente de que, más allá de cierto círculo, escribe aún contra
corriente, porque "muchas gentes tratan el gusto por las montañas como si
fuera una manía salvaje" y ven con indiferencia cualquier lugar, pensando sólo
en que les depare o no fortuna.
En la amenaza a lo permanente tiene también Senancour un momento de
desasosiego temprano. Porque tal vez llegue un día incluso no muy lejano,
piensa, en que esa naturaleza robusta pueda dejar de existir y todo suelo sea
modelado por la industria humana, un momento en que se altere la compo-
sición vegetal de la Tierra, se la esterilice y se debiliten las especies animadas;
y hasta es concebible que los ambientes naturales cambien por sí mismos hacia
la sequía o el frío y con ellos queden afectados los seres vivos, quede dañada
la armonía natural y se pueda alcanzar la muerte del globo. Recordemos que
estamos en 1802.
Humboldt viajó con el libro de De Saussure bajo el brazo y Darwin lo hizo
luego con el de Humboldt. Escribió el fundador de la geografía moderna en
su obra Cosmos32 sobre el sentimiento de la naturaleza frases hondas y firmes,
en las que desfilaban ya todos los grandes paisajes del mundo y que llegaron
a todos los hombres cultos: las nubes al pie del Teide, los bosques del Himalaya,
los hielos de los Andes, los volcanes, las mesetas o los relámpagos. Su fin era
buscar la unidad de leyes en la inmensidad de objetos naturales; como escribiría
antes de su expedición: "recolectaré plantas y fósiles, y realizaré observaciones
astronómicas. Pero éste no es el objetivo principal de la expedición. Intentaré
descubrir cómo interaccionan entre sí las fuerzas de la naturaleza y cómo
influye el ambiente geográfico en la vida animal y vegetal. En otras palabras,
he de buscar la unidad de la naturaleza". Los viejos mitos o la información
imprecisa serían sustituidos por los datos y razonamientos aportados por
quienes como Humbolt buscaban con rigor las leyes del mundo natural; como
lo había expresado Schiller en 1795, "el polo inmóvil en la eterna fluctuación
de las cosas creadas". Para ello indagó hasta la última piedra, la última planta.
Pero no era una mera actitud científica. En el campo de las letras, el escritor
Stendhal, a comienzos del siglo XIX se preguntaba también a sí mismo por qué
era tan extremadamente sensible a los paisajes.

32 En español, la traducción de Bernardo Giner y José de Fuentes: Cosmos. Ensayo de una descripción
física del mundo. Madrid, Gaspar y Roig, 1874 f P I).
74 Eduardo Martínez de Pisón

Cráter del Vesubio (1800).

Los escritos de William Wordsworth están vinculados a la lluviosa Región


de los Lagos y la influencia de este paisaje romántico llegó hasta el punto de
denominar un estilo que se llamó "poesía lakista". Unamuno utilizó esta
expresión como equivalente a literatura paisajista. Complementariamente a la
montaña, son aquí los bosques los maestros. Si la ciencia te decepciona, si la
ilustración fracasa, mira la sabiduría en el musgo del mismo borde del sendero,
en el alma de los lugares solitarios. Busca la amada hermandad con los
elementos naturales, la luz de las cosas; no puedes detener al ojo que ve ni al
oído que oye ni al cuerpo que siente: "ven y tráete un corazón que vigile y
reciba". Wordsworth contempló el Mont Blanc con reverencia y un poeta afín
a él, S. T. Coleridge, se acercaría más a las altas montañas, llegando a hacer
un himno al amanecer en Chamonix, en el que expresa el gozo espiritual que
le provoca la imagen grandiosa del pico, aún compañero de las estrellas y ya
heraldo del día.
La montaña es expresada, pues, al máximo nivel literario y el elevado
sentimiento que provoca en tales autores se difunde como algo propio de la
alta cultura. No olvidamos la música: Schumann interpreta el panorama de la
Jungfrau, Liszt evoca "el valle de Obermann", Wagner se inspira en los paisajes
alpinos (la lista completa sería larga, pero recordemos de paso también a
Schubert, Strauss, Honegger...) Ello va a contribuir a formar un cuerpo cultural
completo nutrido por poetas, prosistas -da lugar a un género literario-, por
pintores, compositores y científicos, al tiempo que aparece también como una
producción propia y natural del alpinismo, extraño deporte con filosofía,
Naturaleza y cultura del paisaje 75

pedagogía, estética, arte y ciencia. Es cierto que toda la aventura en la


naturaleza ha dado abundante literatura -el mar, el desierto, las regiones
polares, las selvas...- y que ésta encamina los sueños de los hombres al
encuentro de las experiencias y los sentimientos ya expresados por ella.
En el montañismo naciente en la segunda mitad del siglo XVIII hay un
ingrediente especialmente necesario y activo: la percepción del paisaje. No sólo
intelectual, artística o contemplativa, sino en la acción. La participación en el
escenario, incluso con los sentidos, oyendo, viendo, oliendo, tocando, transcu-
rriendo por él con esfuerzo y habilidad, sintiendo frío o calor, lluvia, viento,
brisa o calma. Es una experiencia, un ejercicio e incluso un proyecto, que
necesita imperiosamente del paisaje, pues se trata de recorrerlo. Se ha dicho
que el alpinismo es libre y creativo. Es decir, por un lado, que necesita un
territorio donde pueda ejercer esa libertad, fuera de restricciones, de controles,
de los caminos trillados. Y, por otro, donde pueda innovarse, no imitar ni
repetir, ir más allá o de otro modo. Cada vez quedan en el mundo menos sitios
donde sea posible actuar así. Los hombres no sólo habitan sus territorios, los
aprovechan o sobreviven en ellos, también sueñan los sitios en los que viven
y, por ello, los lugares tienen espíritu. Además, jugamos con las cosas, gozamos
y nos emocionamos con ellas, sufrimos por las cosas, nos proyectamos en ellas.
El sentimiento de la montaña crece con el romanticismo en el siglo XIX. Tiene
tres claves este desarrollo: la poética, la geográfica y la moral. La primera es
evidente, por ejemplo, en Victor Hugo. A un paso de Hugo está otro de los
especiales poetas de las montañas, John Ruskin, discípulo de Wordsworth, que
las tomará como las catedrales de la tierra, "el comienzo y el fin de todos los
paisajes". Se podrían generalizar estas dos posiciones dentro de la profunda
e innovadora manera de entender la naturaleza que fue propia del movimiento
romántico.
Las obras del pintor Caspar Wolf, en el último cuarto del siglo XVIII, se
internan ya en la montaña, con racionalismo y precisión, pero sin intención
subjetiva, mientras los cuadros de Caspar David Friedrich o los de J. M. W.
Turner33 son representaciones que crean impresiones trascendentes o transmi-
ten una belleza estrictamente artística. Ha comentado Hugh Honour 34 que los
paisajes de Friedrich producen al observador la sensación de estar mirándolos
como si "estuviera suspendido en el aire". Es decir, como se ven desde la
montaña, sobre una cumbre o en un balcón natural. Esto se aprecia de manera
particularmente clara en su famosa pintura del viajero contemplando el mar
de nubes. La similitud de este proceso con el paso de los montañeros de
barómetro a los de directa vivencia (como el pirineísta Russell) no es forzada.

33 Es interesante el trabajo de R. Paulson: Literary landscape: Turner and Constable. New Haven-London,
Yale Univ. Press, 1982.
34 H. Honour: El Romanticismo. Madrid, Alianza, 1981.
76 Eduardo Martínez de Pisón

Hay unos soberbios cuadros de Turner de comienzos del siglo XIX, que
representan uno la caída de un alud y otro una tormenta de nieve, ambos en
los Alpes: tanto los temas como los efectos son dinámicos -un estado violento
de la naturaleza- y expresan una belleza artística propia -y magistral-, inspirada
en la montaña.
La segunda clave romántica, la geográfica, enlaza de hecho con la poética.
Por un lado, siguiendo una tradición científica de fines del siglo XVIII, que veía
las montañas como el lugar idóneo para estudiar la historia de la naturaleza,
el famoso geólogo francés Élie de Beaumont escribía: "Buscando coordinar los
elementos del vasto conjunto de caracteres por los cuales la mano del tiempo
ha grabado la historia del globo sobre su superficie, se ha hallado que las
montañas son las letras mayúsculas de este inmenso manuscrito, y que cada
sistema de montañas encierra un capítulo".
Pero, además, la mirada puesta en las cumbres sigue esa correspondencia
romántica paisaje-alma con un máximo de intensidad incluso fuera de la
literatura: también, así, la cima de un geógrafo como E. Reclus35 se despega de
la tierra, "inmutable en su reposo como si perteneciera a otro mundo", gigante
de anchos hombros cubiertos de hielo. Esta imagen antropomorfa enlaza
voluntariamente con la cultura clásica, que veía la metamorfosis de Atlas en
montaña con su barba y cabellera haciéndose bosques, sus huesos piedras, sus
hombros contrafuertes y su cabeza cumbre. El geógrafo que sube por las rocas
entre la niebla ve brillar repentinamente las gotas en suspensión con luz intensa;
mira a lo alto, donde la nube se ha desgarrado, y ve una cima que parece
despegada de la tierra, con una cresta que aparenta de plata por la nieve que
la cubre y de oro por el sol que la perfila.
Luego, como todos sabemos, buena parte de la geografía dejó de mirar a
lo alto, pero la influencia del talante de Reclus fue extensa y aún continúa viva.
Tuvo una formación alemana, se adscribió a la peregrinación científica por la
naturaleza, al estilo de Humboldt, subió al Pirineo como lo había hecho
Ramond, estaba emparentado con el gran pirineísta y también geógrafo
Schrader y ejerció con sus escritos, muy conocidos, un eficaz magisterio no sólo
sobre la faz de la tierra sino sobre la educación en el esfuerzo, en la justicia,
en la armonía de la naturaleza, en la solidaridad con el mundo.
En uno de sus libros comentaba en 186936 que los sabios se habían hecho
nómadas y que la tierra entera era ya su gabinete de estudio, desde los Pirineos
al Himalaya, porque para apreciar la montaña "hay que recorrerla en todos los
sentidos, subir a todos los peñascos". Pero, incluso, la experiencia final es mayor
porque "el escalador tiene más amor a la montaña cuanto más expuesto ha

35 E. Reclus: Histoire d'une montagne. Paris, Hetzel, 1880.


36 E. Reclus: La Terre. Paris, Hachette, 2 tomos, 1869-1870.
Naturaleza y cultura del paisaje 77

estado...". Reclus continúa su camino, "con difíciles pasos, nieves, grietas,


obstáculos de todo género", que aparecerá así como una imagen del "penoso
camino de la virtud". Y, una vez allá arriba, se deja impregnar por ese "nuevo
mundo", intimará con su "ritmo soberbio" hasta decir: "amaba la montaña por
sí misma... hasta el musgo amarillo o verde que crece en la roca, hasta la piedra
que brilla en medio del césped". La participación de Reclus en el entorno
montañoso no es, por tanto, pasiva. Incluso, el alpinista se realiza con la
experiencia de la tormenta. Por eso, concluye Reclus: "la verdadera escuela
debe ser la naturaleza libre, con sus hermosos paisajes para contemplarlos, con
sus leyes para estudiarlas, pero también con su obstáculos para vencerlos" 37 .
El historiador del arte H. Honour, antes citado, dedicó un capítulo de su libro
sobre el romanticismo a la "moral del paisaje". La montaña potencia la
"sublimidad" de la naturaleza (cataratas, bosques, hielos, abismos, soledades
inaccesibles, cumbres invioladas), más allá incluso del bucolismo pastoril de
Rousseau y, sobre todo, del ruralismo del pintor Constable, que consideraba
a los cuadros paisajistas como experimentos de historia natural.
Reproduce Honour una cita de una típica experiencia de la nueva sensibi-
lidad en un escenario natural en plena vida, precisamente de un científico de
la primera mitad del siglo XIX, H. Davy, para marcar el contraste que existe
entre la implicación romántica de la vivencia en el paisaje y esa forma de pensar
de aséptico objetivismo: "todo estaba vivo, y yo mismo formaba parte de la serie
de impresiones visibles: me hubiera dolido tener que arrancarle una hoja a
alguno de los árboles". Friedrich añade un significado, un símbolo y un
sentimiento; en sus cuadros hay hombres dentro, aparecen con frecuencia
gentes de espaldas que también miran el mismo paisaje que nosotros: ¿están
ellos fuera del cuadro o somos nosotros los que ya estamos en su interior? En
las pinturas antes comentadas de Turner y especialmente en su representación
de una tempestad de nieve, el pintor o el observador de la obra parecen incluirse
más que en el paisaje en la belleza de la acción de los elementos naturales. Es
como la descripción de la tormenta por Reclus, que participa en su dinamismo
al atravesarla, o el sentido de comunicación con el entorno expresado por tantos
autores posteriores.
El escritor J. Michelet38 expone en 1867 con especial contundencia, finalmen-
te, esa fuerza moral benéfica propia del paisaje mineral al aconsejar: "calláos;
terminad vuestros sermones y dejad hablar a los Alpes". Las montañas han

37 Era una práctica escolar habitual a lo largo del siglo XIX el contacto directo con la naturaleza alpina.
En la edición de Garnier de los Voyages en Zigzag de R. Topffer, los editores indicaban que "en Suiza
está bastante generalizado que los colegios aprovechen las semanas de vacaciones para hacer un
recorrido por los cantones y los que hemos visitado este bello país hemos podido cruzarnos en las
gargantas o bajo los collados de los Alpes con alguna de esas alegres bandas de adolescentes".
38 Hay traducción casi contemporánea de J. Michelet: La Montaña. Barcelona, La Anticuaría, 1877,
segunda edición.
78 Eduardo Martínez de Pisón

T u r i s t a s e n el V e s u b i o a i n i c i o s d e l s i g l o X I X .

despertado, bastante antes de llegar el siglo XX, ideas de grandeza y de


excelencia, por lo que el diálogo del hombre con ellas ha adquirido un rango
cultural de verdadera entidad. Así, este modo de entender nuestra relación con
los espacios naturales es, de hecho, nada menos que una de las maneras más
características de manifestarse nuestra civilización.
Como consecuencia de este profundo aprecio al marco natural alpino y de
la conciencia de riesgo de pérdida de sus calidades, se produce la expresión
de su necesidad de conservación. Aparte del precedente ejemplar de los
parques norteamericanos, en el medio cultural que venimos comentando no era
extraña tampoco la defensa de la naturaleza. Incluso el poeta Wordsworth se
opuso en 1844 al trazado de un ferrocarril que afectaría negativamente a los
bellos paisajes de la Región de los Lagos, defensa que continuaría Ruskin en
1876, también encendido cantor de la pureza superior de los altos Alpes: éstos
eran para él escuelas, catedrales, manuscritos y claustros donde aprender lo que
es el comienzo y el fin de todos los paisajes, donde sobraría hasta el exhibi-
cionismo de determinados alpinistas.
Reclus señalaba, en cambio, los abordajes realmente temibles con claridad.
Frente a la montaña agreste, educadora en la belleza, el esfuerzo y el riesgo,
formadora de hombres, se extendía ya, cuando este geógrafo escribe, una
montaña velozmente domesticada. En este proceso, igual que el hombre puede
dar su espíritu a la naturaleza y embellecerla, también puede entregarle sus
N a t u r a l e z a y c u l t u r a del p a i s a j e 79

defectos y afearla. No debe, pues, ese hombre edificar rompiendo sus líneas,
borrando su color, disminuyendo su belleza, sino abstenerse o, al menos, buscar
su concordia con el paisaje. "Hay cimas -escribe- que profanaría toda arista de
monumento, todo saliente de construcciones humanas, y se siente una impre-
sión de verdadera repugnancia cuando arquitectos insolentes, pagados por
hosteleros sin pudor, edifican enormes guaridas, bloques rectangulares donde
se hallan inscritos los rectángulos de mil ventanas y en los que sobresalen cien
humeantes chimeneas frente a glaciares, montañas nevadas, cascadas o frente
al océano".
Pero ya se sube a las montañas en ferrocarril, añade, y se construirán
carreteras "para facilitar la ascensión hasta a los hombres ociosos y estragados...
se establecerán ascensores mecánicos junto a las paredes de los montes
inaccesibles en otro tiempo, y los que viajan por recreo se harán subir a lo largo
de los vertiginosos muros fumándose un cigarro y hablando de cosas escan-
dalosas". Y, al llegar a la cumbre, "el viajero que va en busca de emociones
encuentra allí bizcochos, licores y poesías a la salida del sol". Efectivamente,
desde mediados del siglo XIX algunos paisajes de los Alpes habían sufrido
fuertes modificaciones para retener industrialmente el turismo, arriesgando por
exceso de mercantilismo el mantenimiento del atractivo de esos lugares. A
principios del siglo XX se llegó incluso a proyectar nada menos que un teleférico
a la cumbre del Cervino, lo que provocó un enérgico movimiento social en
defensa de la montaña y, tal vez en algunos, no es seguro, un modo distinto
de entender el turismo de montaña.
F. Schrader escribirá en esta misma línea un famoso artículo, que publicó
el Club Alpino Francés en 1898, en el que trata la razón de la belleza de las
montañas39. En lo que ahora intentamos exponer, Schrader se refiere aquí al
carácter singular y espléndido de este mundo suspendido y a la inadaptación
a él de los instrumentos de entendimiento y de acción aprendidos en la llanura.
Esta consideración enlaza con la tradición cultural francesa, concretamente con
Senancour, pues éste decía ya que la lengua de los llanos no sirve para expresar
la alta montaña. Esta ejerce así una enseñanza complementaria. Para ello se
propagaría educativamente que es positivo acudir a sus paisajes. Pero, si este
propósito se traduce en sustituir los senderos por funiculares, la razón básica
de la visita se pierde, pues con ellos volvemos a hacer nuevas "llanuras" donde
había "montañas". En cualquier caso, dice Schrader, su uso se aceptaría sólo
para participar en determinados puntos del espectáculo paisajístico, como en
un "culto" común a la naturaleza. Pero no hay culto sin sentimiento, sin respeto.
"Que los hoteles reculen por debajo de la cima; que la cumbre sea siempre

39 F. Schrader: "A quoi tient la beauté des montagnes". Ann. Club Alpin Français, 1898.
80 Eduardo Martínez de Pisón

respetada como un lugar santo... estropear un lugar admirable, porque es


admirable; tomar como pretexto la belleza para destruirla ¿no es un verdadero
pecado contra lo que hay de más elevado en la humanidad?... El verdadero
objetivo de esta clase de empresas es el dividendo". Los paisajes se empobre-
cerán espiritualmente, las clientelas se decepcionarán; si usted sube en tren a
la Jungfrau, usted pierde lo mejor de la Jungfrau, es decir la alegría, la lucha
y la victoria de su ascensión. "¿En que acabará todo lo que hemos hablado de
silencio, de soledad y de emoción?" No toquemos las cumbres, la soledad de
las cumbres, concluye Schrader: hay que seguir posibilitando la formalización
de nuestros sueños.
La burlesca obra de Daudet Tartarín en los Alpes40 trata de esos dos pisos
alpinos entonces aún bien estratificados: el de los turistas, abajo, cerca de los
lagos, los pueblos y los bosques, y el de los alpinistas, arriba, en el nivel de
los glaciares y las cumbres. Por abajo pulula la Europa adinerada, cosmopolita
y política, incluyendo los nihilistas rusos, y por encima los deportistas ingleses
y sus variantes internacionales. Tartarín mezcla los dos estratos y aparece como
un turista cómico entre los alpinistas y un alpinista algo ridículo entre los
turistas. Tartarín pertenece a la mejor literatura francesa del siglo XIX y es un libro
con todo el talento, humor, simpatía, capacidad de observación y la personal
inteligencia irónica de Alphonse Daudet (1840-1897). La comicidad de Tartarín, sus
debilidades, fortalezas y líos, su carácter meridional, los personajes de Tarascón,
sus tipos y costumbres, sus ilusiones y fantasías, sus forzados encuentros con la
realidad serán así inolvidables y su retrato-caricatura de un paisaje manipulado
por el turismo, realmente implacable. El retrato alcanza, de este modo, más allá
de las chocantes aventuras del peculiar personaje -entre Sancho y don Quijote-, a
un modelo cultural alpino en boga, que abarca lo ideal, lo social, lo turístico y lo
deportivo, y a un reflejo del estado de los Alpes en aquel momento, lanzados al
temprano aprovechamiento comercial de esa corriente.
En el instante en el que Tartarín se incorpora al "alpinismo" -los años ochenta
del siglo XIX-, hay en esta actividad una encrucijada de influencias que estaban
ampliamente implantadas en la Europa de entonces, aunque aún poco entre
nosotros, que permiten situar el contexto de su posición montañera, el sentido de
sus bromas, entender la recepción de sus aventuras y explicar en esa acogida y
complicidad una parte del éxito de su novela, además de su valor literario
autónomo. Tanto Daudet como sus primeros lectores se divierten con la crítica
amable a lo que ya constituía una costumbre y a unos lugares que ya eran objetivos
habituales de numerosos viajes; en España, donde estas prácticas estaban todavía

40La edición de 1885 en Paris, Calmann-Lévy, está bellamente impresa e ilustrada. Hay una excelente
traducción reciente en Desnivel Ediciones, 2003.
Naturaleza y cultura del paisaje 81

formalizándose o eran embrionarias, no tendría la novela el mismo sentido, salvo


minoritariamente. Entre esas influencias cabe recordar la extensión de las corrientes
deportivas, exploratorias y hasta científicas inglesas, con la especial fama de la
figura de Whymper en alza o la inspiradora creación del Alpine Club de Londres,
al que seguiría en fecha más próxima el Club Alpin Français -y el de Tarascón...,
es decir la versión, aquí ironizada, de las sociedades locales-.
Otro factor está en derivación del tópico viaje a Suiza procedente del helvetismo
romántico, que termina en turismo burgués y en la excesiva preparación de un
escenario para acogerlo, en el que se empieza a hacer confuso lo que aún es
territorio y lo que es sólo decorado. Ya a comienzos del siglo XIX el perspicaz
Tòpffer había hablado de los "turistas que caen cada año sobre nuestro suelo suizo,
ávidos de campo, de lo sublime; hambrientos de abismos y de aludes... Desde esos
tiempos hay dos Suizas. La verdadera, que sigue en su casa, y la de los mercaderes,
que corre por el mundo...; la Suiza natural, antigua, apacible, y la artificial,
moderna, ruidosa, con cambios a la vista, con gran espectáculo, la Suiza fabricada...
y, como última desgracia, fabricada en París". Una Suiza rehecha -añadía- entre
todos los pueblos por los franceses, entre éstos por los parisinos y finalmente, entre
los parisinos, por los mercaderes. En el doble juego del turismo y el alpinismo,
en el mundo a veces de fronteras borrosas de picos, hoteles, "tours", ascensiones
y guías entra Tartarín, dispuesto a enganchar en las referencias mayores de la
aventura y regresar a su club con la experiencia y la gloria de una cumbre simbólica.

LOS ALPES GÓTICOS

Hay otros Alpes al mismo tiempo, no necesariamente turísticos, como son


los buscados por los alpinistas o los habitados por campesinos. Además, hay
una notable y selecta propaganda literaria de su naturaleza; por ejemplo,
escribía Honoré de Balzac en 1837: "he subido al San Gotardo a la una de la
mañana, con una luna sublime; he visto levantarse el sol en las nieves. Es
necesario haber visto esto en la vida". O Flaubert: "es imposible imaginar la
poesía de los lagos, el encanto de las cascadas, el efecto gigantesco de los
glaciares". Y también, por ejemplo, los recorridos desde el primer cuarto del
siglo XIX por excursionistas como R. Tòpffer, con espíritu didáctico y tempe-
ramento alegre, que encuentra por el monte a paisajistas ingleses que buscan
su "beautiful landscape" de cimas puntiagudas, rocas angulares y mezclas
fogosas de claros y sombras: "todo croquis del natural -dice Tòpffer- hecho por
el inglés más torpe o más excéntrico revela siempre en alguna medida el
sentimiento del paisaje".
En este ambiente se entiende que el primer manual de alpinismo se
publicase en Londres en 1892 en la colección deportiva de la Badminton Library,
escrito por T. C. Dent con colaboraciones de otros montañeros conocidos, como
82 Eduardo Martínez de Pisón

U s o del c l á s i c o e s t i l o
alpino de dibujo a
p l u m i l l a e n la Guida
dei Monti d'Italia.
Monte Bianco, d e R.
Chabod y otros,
Milano, Club Alpino
Italiano, 1968.

W. M. Conway41. Además de ser un preciso manual de escalada y ascensionis-


mo, refleja un serio conocimiento de los Alpes, tiene un estupendo sentido del
humor, presenta unas ilustraciones expresivas, evoca un modo de hacer
montaña y, finalmente, revela todo un estilo -un buen estilo-. Habría que hablar
incluso de un "sentimiento inglés" de la montaña, extendido luego como un
patrón importante; hubo una exposición en el Musée Alpin de Chamonix sobre
los ingleses en este valle en los siglos XVIII y XIX42, desde el viaje a los glaciares
de Pococke y Windham de 1741 y el desarrollo de la moda del "Grand Tour",
realmente expresiva del significado británico en la literatura, la pintura, la
ciencia, la difusión y el montañismo alpinos. Escritores, músicos, pintores se
inscribirán en estas corrientes de modo natural43.
Dentro de esta tarea hay grandes fotógrafos. Ruskin hizo ya daguerrotipos
del Cervino. Estas fotografías son, por ellas mismas, suscitadoras o renovadoras
de sentimientos. Además de sus valores documentales y estéticos, además de
obras de arte, documentos y testimonios, la necesidad de intentar reflejar la
belleza de un mundo desconocido o circunscrito a unos pocos, empujó desde
sus comienzos a los montañeros a llevar consigo cámaras fotográficas y, poco
más tarde, cinematográficas, por muy sacrificada que fuera esta elección.

41 C. T. Dent : Mountaineering. London, Longmans, Green and Co., 1892. (Como comparación señalemos
que los primeros manuales españoles de montañismo fueron el de J. Fernández Zabala -Manual de
alpinismo, de 1910-, el de C. Bernaldo de Quirós -Alpinismo, en 1923- o, al final del decenio de los veinte,
el que se editó en Barcelona con el título de Excursionismo, del que fue autor José María Có de Trióla).
42 Les Anglais à Chamonix aux 18'"" et 19""' siècles. Musée Alpin, Chamonix, 1984.
43 Recomendamos ver las historias clásicas, como la de W. A. B. Coolidge: Les Alpes dans la nature et

dans l'histoire. Paris, 1913, y la de J. Grand-Carteret : Les montagnes a travers les ages. Grenoble, Libr.
Dauphinoise, 1903.
N a t u r a l e z a y c u l t u r a del p a i s a j e 83

La pintura y el dibujo no se amortiguaron por estos cambios: por ejemplo,


en 1998 celebró su centenario la francesa Société des Peintres de Montagne44, que
fundó el pirineísta Schrader, como una vertiente natural del alpinismo, de la
que formaron parte unos quinientos socios. Ese toque clásico del dibujo a
plumilla y el grabado, tantas veces usado en la representación de las montañas
-empezando por Tòpffer y por Whymper, pasando por Alfonsi-, se vuelve un
género "montañero", con especial calidad para el contraste entre roca y nieve;
la acuarela rápida de campo recoge la transparencia de los colores, como en
Ruskin o d'Espouy o Samivel. En este sentido la contribución de Ruskin,
literaria y pictórica, al establecimiento de una apreciación cultural de los Alpes
es muy destacable. El Museo Nazionale della Montagna de Turin realizó en
1990 una exposición sobre Ruskin - y a citada- que mostró este fundamental
carácter de su obra, en el que aparecía su defensa del paisaje, su interés repetido
por la naturaleza y por la geología ("la anatomía de la montaña") entre 1840
y 1850 y, sobre todo, su finísima capacidad tanto de dibujo como pictórica, largo
tiempo activa, desde 1835 hasta 1900. Sus acuarelas de las agujas de Chamonix
o la Mer de Glace, por ejemplo, son francamente ágiles y delicadamente
resueltas.
El óleo transmite la fuerza de los grandes cuadros de la naturaleza, como
en los maestros que se acercaron a la cordillera o en especialistas alpinos como
Gos. Y hasta el cartel forma un género propio, lleno de sabor de época, como
en Reckziegel, d'Alesi, Hodel o Soubie. Las imágenes panorámicas del Mont
Blanc que pintaron Helbronner (en 1921) y Schrader (1900) o los "retratos" de
la misma montaña hechos por Coppier (en 1924) expresan particularmente el
valor de esta reunión de capacidades montañeras y artísticas. Las acuarelas y
dibujos al pastel del Everest pintados en esas mismas fechas por Howard
Somervell tienen además la capacidad de mostrarnos las cualidades artísticas
de los aún aventureros románticos que intentaban comprender las montañas
y reproducir su belleza.
En los Dolomitas llama la atención, a su vez, la pintura espectacular de E.
T. Compton, así como sus ilustraciones de escaladas. El amor a la montaña
explica el excelente libro escrito (y no menos el mapa dibujado) por el célebre
arquitecto E. Viollet-Le-Duc sobre el macizo del Mont Blanc45 en 1876, con su
interpretación geográfica de intuición admirable, sus croquis refinados y
precisos, sus ideas atinadas sobre su belleza y conservación, que completó con
soberbias representaciones pictóricas de sus paisajes. Está claro que nos
volcamos en lo que queremos: entre 1868 y 1879 hizo 600 dibujos de la montaña,

44 R. Le Roy, J. Daures, R. Lefevre : Cent ans de peinture de montagne. 1898-1998. Paris, CAF, Soc. Peintres
Montagne, 1999.
45 E. Viollet-Le-Duc: Le massif du Mont Blanc. Paris, J. Baudry, 1876.
84 Eduardo Martínez de Pisón

desinteresadamente, como expresión estética y como medio de conocimiento


de la estructura y de la erosión del Mont Blanc. Es como el paralelo de Schrader,
que realizó otro tanto en Monte Perdido aproximadamente por las mismas
fechas (mapa, escritos, dibujos).
Hace unos diez años escribí sobre la clara irradiación de las precisas y bellas
imágenes cartográficas alpinas, sobre todo suizas, a casi todas las montañas del
mundo, de Alaska a los Andes o al Everest46, como un elemento más de la
influencia cultural de los Alpes. Un capítulo especial merecerían, además, los
"maquetistas" de los Alpes, verdaderos escultores de montañas. Sus obras
andan dispersas por diversos museos de Suiza, Italia y Francia y fueron
realizadas desde el siglo XVIII -por ejemplo, por Pfyffer-, sobre todo en el XIX
-como en el caso de Imfeld y de Heim-, aunque también en el XX, por Nebbia
o por el cartógrafo Imhof, ambos también excelentes pintores de paisajes
alpinos47.

CLASIFICACIÓN DE LOS PIRINEÍSTAS

Un paisaje y una vieja y poderosa tradición literaria pirenaica pueden quedar


evocados con el recuerdo de un verso de la Chanson de Roland : "Halt sunt li pui
et li val tenebrus". Altos son los picos y el valle sombrío. Esa tradición abre un
cuerpo cultural persistente que, de modo impreciso, se viene llamando pirineísmo
o pireneísmo según los autores. Pero, pese a estas raíces, se viene entendiendo
realmente por "pirineísmo" bastantes veces sólo la modalidad que toma el
"alpinismo", con sus propias connotaciones, su personalidad, conciencia de
identidad, sus fechas, personas, paisajes, obras y sucesos particulares, en nuestra
cordillera fronteriza. El mayor y más temprano desarrollo del alpinismo hará de
modelo. Y Francia será el camino por el que correrá esa influencia de modo fácil,
tomando el carácter de una variante regional. En Francia será efectivamente donde
se ejercite la actividad viajera -turística, excursionista y montañera, por un lado,
y científica y cultural, por otro o mezcladamente-, conocida con ese nombre, desde
el siglo XVIII hasta mediado el XX, tiempo que corresponde a la formación de tal
patrón. Pronto adquiere el pirineísmo francés marcada personalidad, adaptada a
los fuertes rasgos de la cordillera y a sus actividades y aportaciones específicas,
así como a sus autores concretos, de calidad notable. Sin embargo, como decimos,
realmente una parte de esa personalidad arraiga más lejos en el tiempo en aspectos
culturales propiamente pirenaicos, desde su literatura a sus paisajes humanos, por

46 E. Martínez de Pisón : "Imágenes de la montaña". Ería, 33, 1994.


47E. Imhof: Sculpteurs de montagnes. Les reliefs de montagnes en Suisse. Berna, Les Alpes, 1981. Vv.Aa.
Alessio Nebbia. Tra geoplastigrafia e pittura. Torino. Mus. Naz. Delia Montagna, 1982.
Naturaleza y cultura del paisaje 85

lo que se pueden rastrear numerosos elementos de secular tradición prealpinista


incorporados a ese núcleo pirineísta48.
Pero en prolongación, pues, de la eclosión alpinista, la actividad pirineísta se
establece igualmente en el creador y emprendedor tránsito entre ilustración y
romanticismo, con beneficio de ambos estilos y del espíritu de búsqueda propio
de los estados de cambio, y ello se refiere tanto al campo de la exploración y del
ascensionismo como al de la geografía y del arte. El tránsito y solapamiento de
ilustración y romanticismo tiene una manifestación muy influyente en el viaje
naturalista de Humboldt entre 1799 y 1804, explícito seguidor devoto del ejemplo
alpino de De Saussure, que, a su vez, tuvo gran repercusión en la exploración, las
ascensiones de cimas, la geografía y en las ciencias naturales. Los viajes de Ramond
son, pues, la plasmación pirenaica de esa actitud más generalizada de unión entre
exploración de la naturaleza, ascensión a las cumbres altas, análisis sobre el terreno
y difusión del conocimiento geográfico. Es un movimiento común que adquiere
esas tres características concretas respectivamente en América, los Alpes y el
Pirineo.
En su evolución continuaron las influencias alpinas de diverso modo, pero, por
ejemplo, en el aspecto montañero son bastante evidentes en tres momentos claves
de la etapa clásica decimonónica:
— Primer momento, fundacional, a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX,
procedente directamente de De Saussure, cuyo estilo y empresa es determi-
nante en Ramond.
— Segundo acto, decisivo en los conquistadores de las cimas reputadas de
"inaccesibles", la influencia del tipo de proyectos de E. Whymper y de su
ascensión al Cervino en la importante etapa pirineísta desde mediados del
XIX.
— Tercer capítulo: el ejemplo de las hazañas alpinas y de los conceptos
deportivos de A. Mummery en los escaladores de rutas difíciles en el último
cuarto del XIX.
Estos episodios esclarecen los estilos montañeros subyacentes, con empresas
atractivas y admirables, pero las aportaciones pirineístas más propias e interesantes
son las que quedaron a través de su generosa producción literaria -sobre todo en
el siglo XIX-, basada en esa emoción constante desde Ramond, aunque con diversas
modalidades, que Schrader calificó como definida por "la áspera pasión de las cimas".

48 Hemos atendido estos asuntos en varias ocasiones. Aquí seguimos el trabajo ya citado publicado
en la Sociedad Geográfica Española, 2002. Anteriormente hemos hecho acercamientos a los pirineístas,
por ejemplo, en la Gran Enciclopedia Aragonesa, Zaragoza, Unali, 1983 y sigs., en el libro El Alto Pirineo,
Zaragoza, Biblioteca Aragonesa de Cultura, 2002, en la obra en colaboración con S. Alvaro El sentimiento
de la montaña, Madrid, Desnivel, 2002, o en la introducción a la traducción de Ramond de Carbonnières
Viajes al Monte Perdido, op. cit., 2002. Para la historia montañera, ver entre otros M. Feliu: La conquista
del Pirineo, Pamplona, C. D. Navarra, 1977, C. Dendaletche: Cumbres pirenaicas..., Bilbao, Sua, 2002, y
los diversos libros muy documentados de A. Martínez Embid sobre el Monte Perdido, el Aneto, etc.
en Desnivel Ediciones.
86 Eduardo Martínez de Pisón

Pero, obviamente, si ése es el tuétano, no todo lo que se denomina pirineísta


tiene los mismos rasgos y a veces sólo coinciden en uno: el de referirse al viaje
al Pirineo.
La variedad de usuarios, hasta la complejidad de usos interconectados de la
montaña -económicos, deportivos, turísticos, balnearios, etc.- pidieron con frecuen-
cia que los autores de guías o de síntesis o de relatos de viajes diferenciaran sus
sujetos o sus clientes desde comienzos del siglo XIX en unas tipologías clásicas de
los pirineístas.
Veamos tres ejemplos expresivos respectivamente de comienzos, mediados y
finales de ese siglo.

A/ Así, tempranamente, en el Tableau de Arbanère de 1828, ya se establece una


primera clasificación49. En un tono principalmente de exploración, por ejemplo en
La Maladeta, que busca sus raíces en De Saussure y en Ramond -entonces
próximos-, divide a este género de usuarios de la montaña -claro está, desde el
lado francés y dejando aparte a sus pobladores, no "pirineístas" sino "pirenaicos"-
y a los posibles lectores de su libro en cinco tipos:
-I a , los paisajistas, que buscan la belleza de la cordillera, movidos por una
tendencia en alza del arte y del espíritu romántico, con no poca influencia
inglesa;
-2a, los sabios, para quienes el Pirineo es teatro de sus observaciones, seguidores
del viaje ilustrado a la naturaleza, instalado ya en el mundo académico;
-3 a los enfermos, público más amplio y rentable que busca alivio en los
establecimientos termales, de larga tradición pirenaica, al menos constante
en Cauterets desde el siglo XVI;
-4a, los marchadores, que encuentran en estos parajes los escenarios de sus
hazañas, es decir, los seguidores recientes de Saussure y Ramond en este
aspecto, cuya presencia ya está marcada en Francia; y
-5a, los desgraciados, que buscan la paz de los lugares retirados, "más numerosos
que los enfermos". Este último grupo atiende, por un lado, a quienes
requieren un retiro por motivos personales, como el "renunciante" a la
sociedad que describió Goethe, rousseauniano y ya romántico, o el melan-
cólico devuelto al interés por las cosas, al que aludió Humboldt. Y, por otro,
a los que se apartaron o marginaron en momentos no muy lejanos entonces,
huyendo de conocidas convulsiones políticas europeas y particularmente
francesas, como el propio Ramond, entre otros, en plena Revolución. Claro
está que el marginado por voluntad propia de la vida mundana es una figura
clásica, ya sea en Fray Luis o en Quevedo:"ni anhelas premios, ni padeces
daños, / y te dilatas cuanto más te estrechas".

49 M. Arbanère: Tableau des Pyrénées françaises. T 5 I, Paris, Treutel et Würtz, 1828.


N a t u r a l e z a y c u l t u r a del p a i s a j e 87

B/ De 1858 es el relato del Viaje a los Pirineos de H. Taine50, efectuado tres años
antes, plagado de inteligencia, en el que ironizaba con gran expresividad sobre los
tópicos de la corriente romántica del viaje a la montaña -en su versión pirenaica,
sobre la más bien prosaica base balnearia-, a la que se había sumado, del siguiente
modo: "no he sido el primero en escalar una montaña inaccesible; no me he
quebrado ni brazos ni piernas; tampoco he sido devorado por los osos; no he
salvado a ninguna joven inglesa arrastrada por la corriente del Gave... no he asistido
a tragedias de salteadores o contrabandistas... soy un hombre que vuelve de viaje
con todos sus miembros, lo menos héroe posible". Es decir, frente al escenario
(cumbres y abismos para los escaladores, fieras para los cazadores, torrentes en
los que sufrir accidentes, inglesas para experimentar aventuras, contrabandistas
para correr peligros) de un mundo tópicamente pintado como salvaje y pintoresco,
refleja otra realidad antiheroica que no rebasa en realidad la cota de los valles.
1.- Taine distingue, primero, entre habitantes y turistas. Los primeros quedan
definidos con poca piedad en la siguiente frase: "el interés magnánimo no
suele ser una virtud de la montaña". Los segundos, más que viajeros son
público conducido exclusivamente dentro de unos circuitos de visitas
repetitivos, con algunos puntos obligados: "-Usted viene de los Pirineos ¿Ha
visto Gavarnie? -No. -Entonces, ¿para qué ha ido a los Pirineos?"
2.- Luego hace un catálogo social de los frecuentadores de balnearios: en un primer
contacto, un viejo gentilhombre, un joven noble con manos suaves, una joven
inglesa con su madre, un español pálido, una dama moldava de voz metálica,
un abad con su alumno y una vieja dama en salmuera. Inmediatamente,
jurisconsultos, banqueros, burgueses cansados y aburridos, con "demasiado
dinero y muy pocos disgustos".
3.- Ahondando más descubre otra variedad: el turista amigo de un enfermo, que
lleva una vida paralela. Aquí clasifica un herbario pirineísta más peculiar:
los tipos de piernas largas "provistos de bastones" que se lanzan al monte;
hace Taine una parodia afilada del pragmático diario de un turista-escalador
de esta variedad: "15 de julio: ascensión al Vignemale. Salida a medianoche,
retorno a las diez de la noche. Apetito en la cumbre, excelente comida, pastel,
aves, truchas, burdeos, kirsch. Mi caballo ha tropezado once veces. Pies
despellejados. Rondó, buen guía. Total: sesenta y siete francos".
4.- Hay también otros tipos:
-los seres reflexivos y metódicos que siguen con docilidad su libro-guía;
-los excursionistas familiares con amor a la siesta y a las comidas en un prado;
-los turistas comilones, concentrados en la geografía gastronómica;
-los turistas sabios incapaces de tener una experiencia que sobrepase sus
métodos y análisis; y

50 H. Taine: Voyage aux Pyrénées. Genève, Slatkine, reed, de 1979.


88 Eduardo Martínez de Pisón

-los turistas sedentarios que "contemplan las montañas desde sus ventanas...
leen su periódico tendidos en una hamaca. Después de esto dicen que han
visto los Pirineos".

C/ El tercer inventario es el que publicó H. Beraldi51 entre fines del siglo XIX
y comienzos del XX, probablemente el más citado. Según Beraldi había entonces
cuatro tipos de gentes que los frecuentaban:
-I a , los de las cimas, habituales sólo de la altitud;
-2Q, los de semi-cimas, "que buscan más lo pintoresco de la montaña y la belleza
de los miradores";
-3 , los que no salen de los valles; y
S

-4°, aquellos turistas para quienes los Pirineos se reducen a los casinos o los baños
termales.
Cada cual con sus diversas literaturas más o menos "pirineístas": 1.- libros de
cumbres, 2- libros de semi-cumbres, 3.- libros de valles, 4- libros de balnearios. Habría
que añadir: 5.- los sin-libros, evidentemente abundantes.
El pirineísta ideal de Beraldi sería el que, "cosa rara, sube, escribe y siente".
Beraldi daba así directrices sabias a una actividad que estimaba, más que sólo
deportiva, claramente cultural. Pero su historia del pirineísmo demuestra que no
le faltaban razones para considerar esta faceta una tradición, tal vez minoritaria,
pero bien implantada, pues a este tipo de pirineístas se debe una bella literatura
de montaña.
A lo largo del siglo XIX es esta variedad, junto a la creciente aportación científica
y las páginas dejadas por los escritores de oficio y viajeros ocasionales, la que ha
ido creciendo en implantación, en calidad de producción y en resonancia, mientras
otros tipos de la clasificación de Arbanère se mantenían en una corriente cultural
duradera (los paisajistas) o por una necesidad corporal básica ( los enfermos) o se
extinguían aparentemente por el cambio de circunstancias políticas (los "desgra-
ciados").
Además, recientemente se ha hecho una indagación y una muestra sobre la
contribución femenina al pirineísmo, en un interesante libro de M. Iturralde52. Las
primeras pirineístas que destaca desde el siglo XVI son contadas aristócratas que
también acuden desde Francia a los balnearios, especialmente a Cauterets, dentro
de la corriente social termalista. Realizan excursiones tópicas (Gavarnie, Lago de
Gaube, etc.) o sólo paseos, con una percepción prefijada por su época, que va de
los sublimes horrores a los lugares idílicos, etc., hasta que se implanta, ya en el
siglo XIX, una nueva actitud más personal y romántica, con un internamiento, en
particular desde 1807, en la alta montaña. Culturalmente este movimiento culmina

51 H. Beraldi: Cent ans aux Pyrénées. Pau, Les Amis du Livre Pyrénéen, reed. de 1977, 7 tomos.
52M. Iturralde: Mujeres y montañas... Madrid, Desnivel, 2002. Y N. Saint-Lèbe: Viajeras por el Pirineo,
Bilbao, Sua, 2002.
Naturaleza y cultura del paisaje 89

G e o r g e S a n d , el f u n d a m e n t o l i t e r a r i o del
pirineísmo.

con el viaje de George Sand (1825) y los perdurables efectos que dejó en esta
escritora. Montañeramente, el pico del Viñemal o Vignemale será el escenario de
una historia femenina especial, que se cerró con su ascensión en 1838 por Ann
Lister53. Entre estas contribuciones asociadas a la escritura pirineísta es singular la
de la famosa duquesa de Abrantes (maliciosamente llamada por otro escritor,
debido a las exageraciones de sus relatos, la duquesa de Abracadabrantes).
Los escritores ocasionales o intermitentes merecerían, sin embargo, una mayor
atención, a veces por sus agudezas, en otros momentos por la belleza de sus relatos
o descripciones. Es el caso especialmente de las notas del viaje de Victor Hugo
-ya citado-, pero es evidente que no se trata de asiduos, es decir, de pirineístas
estrictos. ¿Cómo convivían entre sí estas especies unas veces comensales y otras
antagónicas?
Recientemente A. Gabastou ha publicado una antología de esos viajeros
escritores54 que puede servir como muestra de concentración de una producción
esencialmente dispersa. El libro expresa una constante dualidad turismo / mon-
tañismo, desde las páginas de George Sand, surgidas de su viaje en 1825, con

53 A. Lister: Première ascension du Vignemale le 7 août 1838. Pau, Cairn, ed. de 2000.
54 A. Gabastou: Voyage aux Pyrénées. Urrugne, Pimientos, 2001.
90 Eduardo Martínez de Pisón

admiración por las cumbres, con gusto por la "soledad de los montes sublimes"
y disgusto por los gentíos ("es una lástima -escribe- no estar a solas o con gentes
inteligentes... al menos"). Es en las cartas de Viollet-Le-Duc en 1833 donde se
manifiesta esa oposición bañistas / montañas con más dureza: encantado por los
"horribles desiertos de nieve y rocas", tiene un rechazo intenso por las estaciones
termales: "están llenas de gente a la moda (fashionables)... de buena sociedad... estos
bellos, estos salvajes lugares no están incluso al abrigo de la especie más baja y
más mezquina de la sociedad, los ricos ociosos e ignorantes". Para la recepción de
esta clientela, esos balnearios han acondicionado la montaña hasta tal grado, dirá
Taine en 1855 en Eaux-Bonnes, que "nunca el campo fue menos campestre".
Desdeñoso incluso con la sociedad provinciana de Tarbes se mostraba Prosper
Mérimée a mediados del XIX: "no concibo -dice- cómo se puede permanecer entre
ellos durante un mes", en ambiente de "pequeñas querellas y pequeños asuntos".
Tal vez un testimonio tardío, de 1897, de Octave Mirbeau refleje la mirada del
bañista puro sin sintonía con la montaña y tampoco con los turistas: "pero quizá
perdonaría a las montañas ser montañas y a los lagos ser lagos si no añadieran
a su hostilidad natural el agravamiento de servir de pretexto para reunir en sus
gargantas rocosas y en sus riberas agresivas tan insoportables colecciones de todas
las humanidades".
Al hacer este repaso queda claro que, además de (o junto a) la historia
montañera, una clasificación actualizada del pirineísmo cultural de verdadera
entidad -es decir, el que entregó una aportación real a la montaña desde su propia
línea- podría contenerse y ordenarse en un esquema como el que expongo a
continuación.
Distinguimos sus componentes, pues, de las figuras de quienes tenían en esta
montaña su marco de vida, principalmente campesino -importante, pero cosa
distinta-, y de las actitudes del mero turista o curista o del solo buscador de proezas
o de juegos deportivos, desmarcados de este contexto.
Detallar los ingredientes de tal clasificación requeriría (o requerirá) al menos
un libro paciente: los puntos que siguen dan una idea del desarrollo de los
principales capítulos de ese trabajo que tengo como un próximo proyecto. Pero,
de momento, sin pasar de sus grandes rasgos, los asuntos básicos del catálogo
pueden ordenarse de este modo:
1.- Sin duda el Pirineo fue y es un excelente campo de conocimiento, lo que permitió
en primer término:
1-A.- Excelentes contribuciones orográficas\
- éstas son principalmente altimétricas y cartográficas -ambas constituyen
una producción típicamente pirineísta, recordemos a los geodestas o a
Saint-Saud y a Schrader-;
- pero también contienen descripciones de la alta montaña muy valiosas
entonces, y hoy como testimonio de su estado, hechas por numerosos
exploradores y excursionistas.
N a t u r a l e z a y c u l t u r a del p a i s a j e 91

ET DE LA RÉGION CALCAIRE
DES P Y R É N É E S CENTRALES

L a c a l i d a d c a r t o g r á f i c a del m a p a d e F. S c h r a d e r s o b r e el m a c i z o d e M o n t e P e r d i d o ( 1 8 7 4 ) .

1-B.- A esta producción se sumó una aportación geográfica física y naturalista,


que puede desglosarse, primero, en:
- un apartado geológico y geomorfológico (Ramond, Mallada, Margene, etc.),
de interés vivo por la estructura múltiple y ordenada y por el modelado
cuaternario de la cordillera -en el que hay que integrar su especial capítulo
espeleológico-,
- segundo, en otro glaciológico e hidrológico (Schrader, Gaurier), que recoge
sobre todo testimonios de las interesantes formas, las dinámicas y la
evolución del peculiar sistema glaciar pirenaico,
- tercero, en unos avances botánicos yfaunisticos (larga lista desde Ramond)
donde se combinan los peculiares juegos pirenaicos de diferenciaciones
y enlaces altitudinales, sur-norte y este-oeste de la montaña, con sus
elementos secundarios, orientación, exposición, sustratos, historia, etc.
- y, cuarto, en un programa conservacionista (Brief, Pidal, etc.), en progreso,
aunque no sin sacudidas, que tuvo una pronta repercusión positiva en
nuestra vertiente, si bien de dimensión limitada.
92 Eduardo Martínez de Pisón

1-C- La conveniencia del análisis, inventario e interpretación de la amplia


producción artística alrededor del Pirineo ha ocasionado una actividad en
investigaciones y ensayos humanísticos que forma un tronco propio de
aportaciones, por ejemplo alrededor de Ramond, de la literatura o del
paisajismo romántico, etc.
1-D.- Hay también tina excelente tradición de estudios etnológicos, toponí-
micos, de lengua, de hàbitat rural, de historia local, de geografía humana,
con publicaciones y con muestras museísticas apreciables que, por su asunto
y su calidad, forman una rama destacada del pirineísmo científico.

2.- En el campo del montañismo hubo una evolución igualmente progresiva; en


ella cabe distinguir:
2-A.- Las aportaciones mediante estupendos relatos de ascensiones, con sus
etapas, croquis, rutas y cumbres, con un número alto de colaboradores tanto
mediante artículos recogidos por el Club Alpin Français como en libros. De
forma secundaria se añaden los testimonios de recorridos de travesías, de
exploración de barrancos, de simas y de grutas y de descripción de lugares.
2-B.- Asociadas a ellas hay expresiones artísticas muy valorables, tanto en:
- pintura y dibujo (Viollet, Petit, el polifacético Schrader, las geniales
visiones de Bouille -es característico que varios pirineístas demuestren
talento, conocimiento y destreza en varias dedicaciones-, entre otros
muchos), y luego fotografía (Briet),
- como en literatura con peculiaridad de objeto y con originalidad de estilo
(Russell, Ramond, etc.). Ramond, por ejemplo, tiene un notable valor y
esta calidad le abre un amplio arco de influencia en lo científico, artístico
y político, como autor significativo de su época en Francia, más allá del
Pirineo, aunque en éste de modo lógicamente capital.
- También hubo tempranas guías específicamente montañeras, de evidente
valor, como las de Packe, Russell o Bouillé y, más tarde, Ollivier. Tras las
primeras exploraciones, su selección facilita unos recorridos que crean un
cuerpo clasificado de posibilidades excursionistas o de escalada. Un
Pirineo de rutas con personalidad definida.

3.- A todo esto, que constituye el cuerpo central y principal del pirineísmo,
coherente en su sustancia y cambiante en su proceso histórico, se añadió una
bella imagen (nuevamente Petit, entre otros muy característicos), una gran
literatura de viajes (Sand, Hugo, etc.), no necesariamente realizadas por pirineís-
tas habituales, y una tradición propia de libros-guía.
3-A.- Esta imagen cultural fue confeccionada en una parte por:
- aficionados montañeros, más o menos expertos, pronto agrupados en
sociedades, aunque con individualidades fuertes,
- y sustancialmente, en cuanto a su eco, por profesionales externos que se
Naturaleza y cultura del paisaje 93

encontraban, sin embargo, embarcados en una visita a veces más


impersonal o de encargo que en un viaje proyectado con originalidad;
por tanto, fueron con frecuencia sólo observadores ocasionales, aunque
agudos, de los repetidos circuitos turísticos. Hicieron "pirineísmo", pues,
sin ser realmente "pirineístas". Y, por lo común, fueron ajenos a la
exploración de la alta montaña. Pero su entidad y resonancia desbordan,
además, los límites locales, regionales y temáticos, se establecen en un
arco de más radio; aunque el conocimiento concreto de lo pirenaico
permite su mejor aprovechamiento y disfrute, una acepción localista del
pirineísmo sería una horma evidentemente estrecha para estas obras. La
sustancia del pirineísmo fue, en suma, enriquecida y hasta unlversalizada
con tales aportaciones.
3-B.- En este ámbito de formación de una imagen cultural están también:
- los grabadores y pintores de rutas turísticas, por ejemplo los autores de
los hoy buscados álbumes de vistas de lugares, como los de Victor Petit,
- y las guías de viajes clásicas con sus mapas, croquis y panoramas (Joanne,
Hachette), a veces realizadas con colaboraciones de expertos como Reclus
y Schrader. Su confección suele ser bella y rigurosa, con una evolución
interesante, con evidente sabor de la cordillera, pero su destino era
obviamente el amplio público de los turistas, más allá, por tanto, del
propio pirineísmo. Sus itinerarios destacan determinados puntos y
marcan ciertos tránsitos y objetivos que pasan a constituir una trama que
se ofrece como "característica" de la cordillera.

Estos son los principales asuntos, a mi entender, en los que se delimitan y


diferencian con brevedad los pirineístas "clásicos" y tal vez aún algo de los actuales
enlazados con la tradición. Pensamos que en tal clasificación se aclara una parte
de sus posiciones y sentidos, que a veces se barajan indiferenciadamente o se hacen
en exceso homogéneos. Tratar, sin embargo, la biblioteca que esconde tan sucinta
clasificación sería -o será- tema de mucho mayor detenimiento.
Al referirse a los sentidos generales de la cadena, incluso hoy la más reciente
expresión del turismo pirenaico, la guía Michelin, cree necesario mencionar el
pirineísmo, pues lo considera un hecho sustancial de la montaña franco-española
y señala que "ha guardado desde sus orígenes una marca de fervor y elegancia".
Divide también a su modo a los pirineístas en tres grupos:
-los "contemplativos" o literarios,
-los "profesionales" o geógrafos y
-los "ascensionistas" o escaladores.
Ciertamente, esas tres cualidades de arte, conocimiento y montañismo comple-
mentan una marca de identidad, sobre todo porque se mezclan con frecuencia: "los
pirineístas -añade expresivamente la guía y ello indica lo consagrado de esta idea-
tenían una concepción de la montaña tan estética y sentimental como deportiva".
94 Eduardo Martínez de Pisón

Es decir, que además de disociar, hay también que asociar. Lástima que lo diga
en pretérito.
El pirineísmo se ha ido construyendo así como un verdadero campo cultural,
aunque de modo disimétrico: es necesario insistir en ello, tanto porque nuestra
aportación a su formación y desarrrollo fue escasa en su etapa clásica, como porque
las actuales tendencias en nuestra vertiente parecen depender más de los aprove-
chamientos turísticos que de otros principios. Sus caracteres pertenecen a un campo
cultural cuyo peso no es especialmente influyente ni en toda la práctica del
montañismo actual ni en las formas que ha tomado el acelerado proceso de cambio
de la misma montaña. Nuestra escasa aportación fue, cuando la hubo -casi siempre
a contracorriente-, sin embargo de calidad, como la de Lucas Mallada55. Nuestra
incorporación amplia fue tardía y, por tanto, extra o posbalnearia, aunque ha
conseguido altos niveles en montañismo y en ciencia, más que en expresión artística
y en la extensión de una mirada moral sobre la naturaleza.
Hoy, repetimos, pese a la ejemplar persistencia en el Pirineo francés de activos
grupos culturales que conservan y que crean "pirineísmo", sobre todo entre
nosotros el contagio de los conceptos y procedimientos turísticos, que impregnan
hasta algunos planteamientos del montañismo, es notablemente más considerable
que la influencia cultural pirineísta: su eco es mucho menor que el empuje de los
proyectos nada etéreos de las empresas de turismo deportivo. El pragmatismo
empresarial no tiene rivales y menos aún tan frágiles como las páginas de los libros,
por lo que goza de un ambiente social acrítico e incluso complaciente, cuando no
activamente incorporado a su impulso y a sus beneficios materiales. Sacudir esta
indiferencia cultural es, pues, bastante urgente.
En suma, aquella vieja idea europea que ha venido viendo la alta montaña desde
los llanos como el "lugar de la naturaleza", como lo otro, la expresión geográfica
próxima de la alteridad, llena de reverencia, ha avanzado tanto hacia el consumo
que se está borrando su diferenciación, su misma clave de maravilla. Al menos en
este aspecto, que no es desdeñable, han ganado los bañistas -o su espíritu-: lo "otro"
se está convirtiendo en lo mismo.

NUESTRA PRIMERA ADMIRACIÓN

Más tardíamente que en los Alpes o en el Pirineo francés aparece entre


nosotros con dimensión social la expresión de una sensibilidad similar por las
montañas como algo relativamente inserto en la cultura. Pese al afrancesamien-
to de formas y hasta de ideas del XVIII español, el extranjerismo va por lo
común por otros derroteros, incluso por el ridiculizado por Cadalso en Los

Su referencia evidente: L. Mallada: Descripción física y geológica de la provincia


55 de Huesca, Madrid,
Memorias de la Comisión del Mapa Geológico de España, 1878.
N a t u r a l e z a y c u l t u r a del p a i s a j e 95

eruditos a la violeta, el criticado por Forner en sus Exequias -el desdén a la riqueza
cultural propia para sólo comprar la pobreza ajena- y hasta por el satirizado
por el P. Isla en aquella señora castellana que "amaneció contenta con su Doña,
/ y acostóse madama de Borgoña".
No obstante, podemos encontrar tempranamente una de sus primeras
declaraciones en los diarios de Jovellanos, cuando, por ejemplo, caminando por
Asturias en el año 1792, escribe: "Arriba tajo altísimo, horridísimo, pero
magnífico y sublime cuanto puede presentar la Naturaleza... El camino en este
paso es estrechísimo, abierto en la misma peña y por debajo de ella. A la
izquierda hay un pasamanos hecho de grandes ramas de árboles para que no
falte al objeto ninguna circunstancia de las que puedan hacerle singular... se
va un trecho con la peña sobre el sombrero, el río bajo los pies, la sorpresa bajo
la imaginación y el susto en el pecho..." Y sigue anotando: "La garganta por
donde corre el río es estrecha... Pico del Diamante y otros de increíble elevación.
Escenas augustas y sublimes" 56 . En 1793, en el Puerto de Pajares observa
Jovellanos el panorama y apunta en su cuaderno: "En un sitio tan señalado
como éste, donde la Naturaleza es tan grande y vigorosa, todo contribuye a
aumentar la sublimidad de las escenas. El sol es aquí más brillante, los vientos
más recios e impetuosos, las mudanzas del tiempo más súbitas, las lluvias más
gruesas y abundantes, más penetrantes los hielos, y todo participa de la misma
grandeza". Esta idea, como antes indicamos, es similar a la expresada por otros
autores como Rousseau; y la dirán de nuevo, con independencia unos de otros,
por circunstancias diferentes, autores como Senancour en los Alpes, Schrader
en el Pirineo o Giner de los Ríos en el Guadarrama. Se inserta con ella
Jovellanos, pues, en una línea eje del sentimiento de la montaña. "Todo es bello
-añade- a una y otra parte, todo sublime, todo grande". Y, por ello, nuevamente
como Rousseau, tras describir en 1794 un paisaje hermoso, "donde la soledad,
la calma y el silencio de todos los vivientes hacían la situación sublime y
magnífica sobre toda ponderación", reflexiona: "¡Hombre!, si quieres ser
venturoso, contempla la naturaleza y acércate a ella; en ella está la fuente del
escaso placer y felicidad que fueron dados a tu ser".
La actitud de los ilustrados españoles -más entusiastas que abundantes-
respecto a la naturaleza es paralela a la internacional y reaparece en sus
distintos escritos. Por ejemplo, a fines del siglo XVIII Viera y Clavijo escribe
con desasosiego en Canarias: "¡Cuántos viven y mueren en un territorio como
el nuestro, sin conocer lo que ven, sin saber lo que pisan, sin detenerse en lo
que encuentran!". "En el siglo en que estamos -contraponía Bowles en Madrid
en 1775-... sabios y hombres instruidos han hecho el giro del mundo para
conocer su figura... pasando para ello riesgos y trabajos increíbles... Si cono-

56G. M. de Jovellanos: Diarios (1790-1801). Publ. Real Instituto de Jovellanos de Gijón. Madrid,
Hernando, ed. de 1915.
96 Eduardo Martínez de Pisón

riésemos bien la naturaleza y el aspecto de cada país, podríamos hallar por


raciocinio lo que ahora sólo se encuentra por casualidad". Y, en sintonía,
Cavanilles relata en Valencia su viaje geográfico iniciado en 1791: "Con el
propósito de averiguar la verdad en todo quanto fuese posible por observacio-
nes propias, atravesaba llanuras y barrancos, y subía hasta las cumbres de los
montes..." 57
En este contexto se explica que el Marqués de la Ensenada enviara en el año
1754 al sabio y viajero Antonio Ponz, que le acompañaba en Granada en su
destierro -vaya una cosa por la otra- a reconocer el área superior de Sierra
Nevada. Recientemente el infatigable historiador del montañismo penibético
Manuel Titos ha reeditado la Primera subida al Picacho del Veleta en 1754,
redactada ese mismo año por Ponz, aunque no se publicó hasta 1797 en el
Mensagero económico y erudito de Granada58. Esta crónica es probablemente
también la primera constatada entre españoles de la ascensión a un gran pico
peninsular, aunque fueran anteriores otras en América y en Canarias a mayores
altitudes. El reconocimiento fue serio, pues subió Ponz con un guía para
orientarse, un pescador y un cazador para alimentarse, un agrimensor para
medir distancias y altitudes, un dibujante -del que sería interesante recuperar
sus croquis- y un arriero para las caballerías. Describió los lugares visitados
y los panoramas observados; de la cumbre dejó anotado: "de este peñasco de
Veleta... es ver una gran porción de piedras, puestas unas sobre otras con aquel
desconcierto que ellas por sí pudieran haberse colocado, si hubieran sido
llovidas del cielo". Y describió también el que entonces era aún el glaciar del
Corral del Veleta -en aquel momento el más meridional de Europa, aunque
luego, ya en el siglo XX, se extinguió como tal- y ésta es la primera vez que
hay una referencia a tal hecho en la Península Ibérica, incluso antes de que
Ramond reconociera a fines del siglo XVIII los glaciares del Pirineo: "caxon
ambicioso de nieve, que se cree guarda la primera que cayó después del
Diluvio, reducida a piedra, pues estando descubierto hacia el Norte, aquí es
yelo lo que es nieve en otros lugares; y nunca se derrite mas que la superficie
que es lo que el sol le descubre".
Otras dos ascensiones en montañas españolas, aunque realizadas y divul-
gadas por extranjeros, adquirieron mayor resonancia en Europa, en el paso de
la Ilustración al Romanticismo: una vinculada al nacimiento del movimiento
pirineísta francés -la de Ramond a Monte Perdido en 1802- y. otra relacionada

57 Feijóo se había hecho eco ya en su Teatro Crítico del estudio "moderno" de la naturaleza en el mismo
terreno: "en los montes, en los llanos, en las selvas, en los ríos, en los mares". Ver las interesantes obras
de J. de Viera y Clavijo: Historia de Canarias. Islas Canarias, Biblioteca Básica de Canarias, ed. de 1991;
G. Bowles: Introducción a la Historia Natural y a la Geografía Física de España. Madrid, Mena, 1775, y A.
J. Cavanilles: Observaciones sobre la Historia Natural... Castellón, Caja de Ahorros y M. P. de Castellón,
ed. de 1991.
58 A. Ponz: Primera subida al picacho del Veleta en 1754. Granada, Parque Nacional de Sierra Nevada, 2001.
N a t u r a l e z a y c u l t u r a del p a i s a j e 97

El P i r i n e o ( m a c i z o del B a l a i t u s ) .

Los Picos de Europa (Peña Vieja). ^


98 Eduardo Martínez de Pisón

con los viajes científicos a Canarias y América -la de Humboldt al Teide en 1799,
cuyo bicentenario en 1999 casi pasó desapercibido 59 -. Pero ambas supusieron
una extensión explícita del talante y del estilo de De Saussure en el Mont Blanc
a nuestras montañas, incluyendo a dos de éstas entre las más conocidas,
asociándolas a un gran personaje y a unos movimientos culturales y científicos
en alza, incluso en vanguardia. En la cima del Teide, Humboldt mira sobre su
cabeza la bóveda celeste, a sus pies las riadas de lava y, a su alrededor, un
escenario de desolación: el espectáculo sublime de los Alpes y el viejo modelo
cultural del mediterráneo Etna se renuevan en el gran volcán atlántico.
Sin embargo, no se puede ocultar la frecuente tendencia, presente en más
de una musa de nuestros poetas románticos, hacia lo "lóbrego", lo "trémulo"
o lo "cárdeno" y lo "fulmíneo", hacia los "relámpagos, las "bóvedas", las
"ráfagas" y los "huérfanos", con no escasos pasadizos y embozados 60 . Más, sin
duda, que hacia los horizontes alpinos, pese al tan admirado Victor Hugo. Por
poner un ejemplo, Zorrilla tiene ocasionalmente versos evocadores de paisajes,
como un "rincón de Castilla" en "Honra y vida que se pierden no se cobran,
mas que se vengan", o en la conclusión de "Recuerdo de Valladolid" o en "El
crepúsculo de la tarde" e incluso escribió una poesía en la que hace referencia
a la Sierra de Guadarrama, "la desierta sierra", a sus "mudas soledades", sus
"recónditos asilos", sus "canas cumbres" y sus "libres arroyuelos". Pero no es
ese el tono general.
En los mismos aspectos que antes hemos mencionado, el sentimiento de la
montaña toma realmente cuerpo moral con Giner de los Ríos y el movimiento
pedagógico de acercamiento a la naturaleza, particularmente vinculado a la
Sierra de Guadarrama. Desde los altos de las Guarramillas contemplaba Giner
el atardecer tras Siete Picos "en el más puro tono violeta, bajo una delicada
veladura blanquecina... No recuerdo -escribe en 1886- haber sentido nunca una
impresión de recogimiento más profunda, más grande, más solemne, más
verdaderamente religiosa" 61 . En la línea directamente derivada del pensamien-
to pedagógico de Giner de los Ríos, hubo incluso localmente una generación
montañera del 98: los "Diez Amigos Limited", cuya vitalidad entre 1898 y 1913
pusieron de relieve no hace mucho M. Titos y M. Ruiz de Almodóvar 62 . Aquella
asociación granadina de Los Diez Amigos Limited resulta ser, no la primera, pero
sí pionera respecto a la fundación de algunas otras similares españolas, al servir
de ejemplo evidente y al tener vinculación directa con los antecedentes

59 A. de Humboldt: Voyage aux régions équinoxiales du Nouveau Continent... Paris, T° I, 1814. Hay
traducción de la estancia tinerfeña: Viaje a las Islas Canarias, La Laguna, Lemus, 1995.
60 En el singular libro de J. Landa: Novísimo Diccionario de la rima, Barcelona, Ramírez y cía., 1867, se
recogen casi tres mil esdrújulos útiles para poetas.
61 Reproducido diversas veces. Una de las últimas en BILE, 34-35, 1999.

62 M. Titos y M. Ruiz de Almodovar: Los Diez Amigos Limited y los orígenes del montañismo granadino
(1898-1913). Granada, Comares, 1998.
Naturaleza y cultura del paisaje 99

Sierra de Gredos (Risco Moreno).


100 Eduardo Martínez de Pisón

intelectuales de la Institución Libre de Enseñanza. Se ha comentado en otras


ocasiones el origen de la afición montañera en la Sierra de Guadarrama en la
influencia que tuvo el granadino Juan Facundo Riaño (1828-1901) en la
actividad excursionista en Giner de los Ríos -que en 1886 abogaba por la
conveniencia de la constitución de sociedades alpinas o excursionistas como las
catalanas ya existentes entonces-. Como consecuencia, en 1886 se fundará en
Madrid, en relación directa con esta línea intelectual, pedagógica y moral, la
Sociedad para el Estudio del Guadarrama, pero, por afincamiento personal de Riaño
y por pronta incidencia de ideas y gentes procedentes del institucionismo, esa
influencia tuvo su foco inicial montañero en Granada. Así, cuando los ascen-
sionistas granadinos de 1882 alcanzan la cumbre del Veleta envían un saludo
al presidente honorario del Fomento de las Artes de Granada, que era el mismo
Riaño.
Pero, cuando se funda en Madrid aquella primera sociedad guadarramista,
como ha recogido en sus estudios Nicolás Ortega 63 , su crónica de 1886 en el
Boletín de la Institución dice expresamente ya que "el alpinismo en suma, bajo
todas sus formas ejerce (un influjo bienhechor en el individuo), no sólo en la
salud física, sino tanto y más todavía en la educación del espíritu... haciendo
más fina en él la observación, avivándole el sentimiento, dándole firmeza,
constancia, sufrimiento, serenidad, arrojo".
En España, en años previos casi sólo podemos constatar en este estilo alpino
explícito las ascensiones de Casiano de Prado en los Picos de Europa y en el
Guadarrama. No obstante, habría que añadir algunas escasas incursiones
ocasionales más por las montañas, en ciertos casos derivadas de algunas de sus
ramas tópicas, aunque por lo común no tan expresamente enlazadas con las
claves propias de ese canon cultural. Bien es cierto que antes había algún relato
de viaje ilustrado a la montaña, además de los de Jovellanos, como el que hemos
mencionado de A. Ponz a Sierra Nevada en 1754 (aunque publicado en 1797)
o los de Rojas Clemente a la misma sierra, entre otros, a inicios del siglo XIX,
o el de Gregorio Aznar y un grupo de amigos en 1834, que hicieron una
excursión de características modernas a la sierra de Gredos, que relató en una
verdadera crónica montañera 64 . Se ha tenido con frecuencia como la primera
ascensión constatada al Almanzor la efectuada bastante después por Amezúa
e Ibrán en 1899, aunque R. Fernández Peña ha señalado también otra anterior
en 1852 por miembros de la primera Comisión del Mapa Geológico de España 65 .
J. Gómez Mendoza ha reseñado el excursionismo forestal entre 1867 y 1870,

63 Remitimos sólo a su último trabajo, en el que constan sus anteriores aportaciones. N. Ortega: Paisaje
y excursiones. Francisco Giner, la Institución Libre de Enseñanza y la Sierra de Guadarrama. Madrid, Raíces-
Caja Madrid, 2001.
64 G. Aznar: Viage a la Sierra de Gredos por su Polo Austral. Madrid, el Museo Universal, ed. de 1989.
65 R. Fernández Peña: "Diario de una excursión. Cien años después". Madrid, Peñalara, 504, 2003.
Naturaleza y cultura del paisaje 101

también en Gredos, Sierra Nevada, el Pirineo, etc., aparte del más conocido en
el Guadarrama, particularmente por M. Laguna y sus colaboradores 66 . López
Ontiveros recuerda igualmente los reconocimientos naturalistas fecuentes en
Sierra Nevada, "atalaya para paisajistas", aunque largo tiempo "desconocida
para los propios granadinos" hasta casi 188067, y M. Titos ha recopilado aquella
producción penibetista con esmero. Además, naturalmente, están las meritorias
ascensiones tempranas al Aneto (1855) y al Mont Blanc (1864) de Manuel de
Harreta, casi insólitas. En estos hechos, que pese a todo se presentan algo
aislados, parecen situarse, pues, los inicios de nuestro género alpinista, a veces
de interés literario.
Aparte del reconocido valor científico de la obra de Casiano de Prado 68 , sus
actividades indican un claro talante excursionista, aún inusual en su época.
Realiza en 1853 ya una temprana ascensión a los Picos de Europa, llamativa
porque había entonces en España pocos viajeros por las montañas propias, y
éstas no tenían en general caminos ni fondas que pudieran llamarse conforta-
bles. Incluso, más bien un forastero podía levantar sospechas en los lugareños.
Publicó el relato de esta ascensión en 1860, como una anticipación al desarrollo
del movimiento excursionista: si bien la aislada ascensión de Prado a los Picos
podría parecer poco destacable, vista en el generalizado vacío excursionista
español de la época, es significativa de su voluntad personal a contrapelo y de
su afán por enmarcarla en el estilo "alpinista" afianzado ya en Europa. Escribió
además Bernaldo de Quirós en 1921 que la Pedriza de Manzanares, descrita ya
por de Prado en 1864, sólo fue realmente frecuentada por montañeros a partir
de 191069. No obstante, como hemos indicado, nuestros contados naturalistas
ya se están internando ocasionalmente por las montañas hacia mediados del
siglo XIX, como los científicos que emprenden la confección del mapa geológico
de España, entre los que destaca de Prado, o algunos botánicos y forestales.
En un relato de Pedro Antonio de Alarcón hay incluso una referencia a los
naturalistas que acuden al Guadarrrama, como algo más o menos habitual, en
el año 1865.
Casiano de Prado se adscribió claramente al alpinismo, participando en la
actitud admirativa hacia el "sublime espectáculo" de la montaña, en la misma

66 J. Gómez Mendoza: " M á x i m o Laguna y la botánica forestal española". Vv. Aa.: Geógrafos y naturalistas
en la España contemporánea. Madrid, UAM, 1995.
67 A. López Ontiveros: "Naturalismo y naturalistas en Andalucía..." Ibid.

68 Particularmente su Descripción física y geológica de la provincia de Madrid, de 1864, reeditada en Madrid


por el Colegio de Ingenieros de Caminos, C. y P. en 1975. También, Vindicación de la Geología. Madrid,
Aguado, 1835. Y "Valdeón, Caín, la Canal de Trea. Ascensión a los Picos de Europa en la Cordillera
Cantábrica". Revista Minera, 1860. Es muy recomendable en este punto el trabajo de A. Blázquez: "La
contribución geológica del naturalismo: los trabajos del Mapa Geológico Nacional". En Vv. Aa.:
Naturalismo y Geografía en España. Madrid, F.B.E., 1992.
69 C. Bernaldo de Quirós : "La Pedriza de Manzanares". Anuario del Club Alpino Español, 1921.
102 Eduardo Martínez de Pisón

tendencia romántica del viajero alpino; desde 1835 había escrito, además,
incluyendo el estudio de la Geología en la exploración de las montañas: "Y las
almas generosas, las almas sedientas de impresiones profundas y de alta
meditación, ¿podrán dejar de aficionarse a la Geología? Esta afición o este amor
es el que hizo pasar a De Saussure toda la vida recorriendo los Alpes a través
de toda suerte de incomodidades y peligros; este amor es el que llevaba por
la cordillera de los Andes, por los montes de Himalaya, por la tierra entera a
Humboldt; por este amor se internaba Bukland en las más intrincadas y
temerosas cavernas naturales..."
Y añade ante las montañas, alineándose con Rousseau y Jovellanos: "nunca
como en la soledad de aquel sitio y en el silencio que me rodeaba el espectáculo
del cielo estrellado hizo en mi alma una impresión tan profunda y durante
algún tiempo permanecí como en un éxtasis". Y, como un anticipo de Giner
de los Ríos, reflexiona sobre el poder educador del medio natural: "¡Qué
escuela, vuelvo a decir, para el que quiera estudiar la geología, no en las aulas,
sino con el gran libro de la naturaleza abierto delante de los ojos!"
Las sociedades excursionistas catalanas son las primeras en constituirse
-desde 1876, poco después del nacimiento del club francés- y le parecían
ejemplares a Giner de los Ríos en una perspectiva regeneracionista; el geógrafo
Martí Henneberg 70 ha escrito además que, en esas fechas, la concepción de la
"muntanya" en Cataluña, además de excursionista, era también alegórica,
dentro de un sentimiento más general de afirmación cultural propia, como
escenario de una determinada entidad histórica y como depósito de un alma
colectiva recuperable en el conocimiento directo del territorio. Si consideramos
en este sentido la aportación de la Renaixença, la montaña del Canigó (2.784
m.) ejerció en ella un papel simbólico notable. Si tuvo un carácter mítico en el
oriente pirenaico no era del mismo tipo que el adquirido en el occidente por
el Pico de Anie (2.360 m.). Incluso, ya en el siglo XVIII, tuvo el otorgamiento
tradicional de la condición de lugar sagrado, pero fue en el "renacimiento"
catalán, particularmente pujante entre 1880 y 1890, cuando conoció su culmi-
nación como símbolo cultural con Jacinto Verdaguer, que publica su enorme
poema Canigó71 en el paso del año 1885 al 1886, "canto ciclópeo" con estilo de
"misa mayor", "himno y bandera" de un reencuentro con la identidad.
El sentimiento de la montaña aparece fundamentalmente en el Canto IV, "El
Pirineo", en el poema "Maladeta", madre en sus heleros de ríos como el Esera
y el Garona, en los cuales "al beso del sol brillan su yelmo y su coraza, / uno
es de nieve eterna, la otra de nieve helada". "Las águilas no pueden seguirlo
en su alto vuelo" y las nubes "se tumban a sus pies". "Ni aves ni flores crían

70J. Martí Henneberg: L'excursionisme científic. Barcelona, Alta Fulla, 1994.


71M. J. Verdaguer: Canigó. Leyenda pirenaica del tiempo de la Reconquista. Versión castellana. Madrid,
Fortanet, 1898.
Naturaleza y cultura del paisaje 103

aquí las primaveras, / ventiscas son sus aves, sus flores los glaciares... islas de
roca enhiesta surgen de un mar de hielo; / cual almenadas torres de una ciudad
colgada... Trozos son de las cumbres, son huesos de montaña, / sillares de
muralla... ¿Por qué entre los abismos puso Dios tal grandeza?" La montaña es
como una sierpe deforme, con ropaje de niebla, que divide un continente:
"hielos y aguas la abrieron, tomó la cordillera / de la hoja del helecho la forma
gigantesca".
La extensión del excursionismo en el Guadarrama también partió de la
vertiente segoviana. Como muestra de las manifestaciones más tempranas de
este excursionismo, de raíz tan ilustrada como el madrileño, se suele mencionar
la ascensión a Peñalara en 1890 de un conocido estudioso de esa ciudad
castellana, Félix Gila. Pero ya antes existía afición al montañismo en esta
vertiente de la Sierra; por ejemplo, en la guía de 1884 del Real Sitio de San
Ildefonso que escribieron los ingenieros de Valsaín R. Breñosa y J. M. Caste-
llarnau 72 , se describen los alrededores serranos de La Granja de modo natura-
lista y se proponen algunos "paseos y excursiones", entre los que se recomienda
subir a la cumbre y a la Laguna de Peñalara por un recorrido de treinta
kilómetros y nueve horas de duración. Al referirse los autores a esta laguna
dicen que el lugar "todos los veranos se ve visitado por numerosos expedicio-
narios", lo que indica una afición excursionista aparentemente ya arraigada.
También describen una excursión a Siete Picos de treinta y cinco kilómetros y
nada menos que once horas seguidas de marchas y cabalgadas -¡sin paradas,
aclaran!-, lo que puede considerarse "montañismo" sin reservas. Este comen-
tario nos debería llevar a considerar la obvia y abundante aportación forestal
y forestalista al tratamiento y conceptuación entre nosotros de la montaña; pero,
como el asunto es de tan abundante y diverso contenido y la cuestión ha sido
tratada en extensión por otros autores, solamente nos permitimos señalarla aquí
y remitimos a sus conocidas sistematizaciones 73 . Como símbolo, citaré sin
embargo el sentido didáctico del amable escrito de R. Codorniu Doce árboles,
cuando dice: "miremos con respeto los árboles de la cumbre" 74 , los que, aunque
no sirvan para mástiles, poseen la nobleza de la vida en lo difícil.
Así pues, volviendo al asunto anterior, es visible que la modalidad monta-
ñera institucionista o la del 98, aunque conectada con el excursionismo catalán
y hasta deudora de su primer ejemplo, era ajena a condicionantes particulares
regionalistas y estaba movida en sus fundamentos por modelos propios,

72 R. Breñosa y J. M. de Castellarnau: Guía y descripción del Real Sitio de San Ildefonso. La Granja, ícaro,
ed. de 1991.
73 Ver J. Gómez Mendoza: Ciencia y política de los montes españoles (1848-1936). Madrid, ICONA, 1992.
Un ejemplo concreto interesante de esta perspectiva es Vv. Aa.: Centenario de la Ordenación del monte
"Pinar de Navafría". Segovia, Comunidad de Villa y Tierra de Pedraza, 1998.
74 R. Codorniu y Stárico: Doce árboles. Murcia, El Tiempo, 1914.
104 Eduardo Martínez de Pisón

emparentando especialmente los movimientos iniciales asociativos de Sierra


Nevada y del Guadarrama, éstos ya en 1906 y 1913. En estas sociedades ese
parentesco es incluso nominal, por su similitud, su reducción numérica y su
búsqueda de aire inglés: en Granada, que inicia el proceso, Diez Amigos Limited;
en Madrid, que parece seguirlo miméticamente, primero el Twenty Club y, luego,
Los Doce Amigos75. Ya en 1926, una de las guías del Congreso Internacional de
Geología, se refería al Guadarrama diciendo: "Una corriente humana... acude
de Madrid a la Sierra... Hoy el cariño a la montaña es sentimiento arraigado
en los madrileños".
El aspecto poético del sentimiento de la montaña adquiere especial signi-
ficado en Unamuno 76 , para quien hay una reciprocidad entre paisaje y espíritu.
Lo manifiesta, por ejemplo, en Gredos y la Peña de Francia: "allí, a solas con
la montaña, volvía mi vista espiritual de las cumbres de aquélla a las cumbres
de mi alma, y de las llanuras que a nuestros pies se tendían a las llanuras de
mi espíritu". El valor de esta comunicación es lo que le lleva a una implícita
y temprana consideración -a principios del siglo XX- de la necesidad de
conservación de ese estado transmisor de la braveza de la montaña espontánea,
de cascadas que aún no han sido apresadas para saltos de agua negociables,
que le pueden mover "a uno dentro del espíritu la turbina de los inquietadores
pensamientos eternos".
El espíritu viajero movía a Unamuno de modo explícito, por lo que pensaba
que la "excursión" era uno de los mejores medios para cobrar apego al paisaje
propio. En 1909 escribe incluso -como Giner en 1886- que la creación de
sociedades excursionistas o clubes alpinos debería fomentarse, por los efectos
morales del ejercicio físico, del esfuerzo e incluso del riesgo: "cóbrase en tales
ejercicios y visiones ternura para con la tierra, siéntese la hermandad con los
árboles, con las rocas, con los ríos". Y añade: "para mí, la dificultad y molestia
mismas...tienen su encanto". No podría vivir "si no me escapara así que puedo
de la ciudad, a correr por campos y lugares, a comer donde comen los pastores,
a dormir en cama de pueblo o sobre la santa tierra si se tercia". "Todos los años
tengo que hacer alguna ascensión a la montaña"..."uno se funde con el ambiente
y se siente hijo de la libre Naturaleza".
Participa Unamuno en el sentimiento desinteresado por la naturaleza, que
es "uno de los productos más refinados de la civilización y la cultura". Esta

75 Ver E. Martínez de Pisón: "Sobre la identidad cultural de la Sociedad Peñalara". BILE, 34-35, 1999.
127 Realmente habría que leer la obra entera de Unamuno para dar cuenta de la entidad de la montaña
en su pensamiento. En lo que concierne más a lo que ahora mencionamos hay expresiones muy directas
en ediciones bastante asequibles, por ejemplo: Por tierras de Portugal y de España, Madrid, Espasa-Calpe
(Austral, n 9 221), con artículos fundamentales como "Excursión" o "El sentimiento de la naturaleza";
también Andanzas y visiones españolas, Madrid, Alianza (Bolsillo, n° 1367), con " D e vuelta de la cumbre",
"El silencio de la cima", "Al pie del Maladeta", la poesía "En Gredos", etc.; igualmente en Paisajes del
alma, Alianza-Bolsillo, n° 725. Establecí un marco de estas ideas, al que remito, en el libro Imagen del
paisaje. La Generación del 98 y Ortega y Gasset, Madrid, Caja Madrid, 1998.
Naturaleza y cultura del paisaje 105

preferencia de Unamuno por la montaña y por el paisaje desnudo se concreta,


como hemos dicho, en Gredos, el "rocoso esqueleto de España". Y, especial-
mente, en su cima, pues "a la cumbre, donde no llegan las nieblas, tampoco
llega el añublo del espíritu". El geógrafo Torres Campos afirmaba también por
entonces que la alta montaña granítica pirenaica era uno de los ambientes más
espléndidos para "los que tienen un espíritu bastante cultivado para saborear"
este tipo de belleza. Bernaldo de Quirós, en su descripción de la Pedriza de
Manzanares, habla igualmente algo después del "refinado amor a toda la
Naturaleza" y comenta: "Precisa poseer una cultura muy avanzada en el paisaje
o tener, sin ella, por naturaleza, un espíritu de gran afinidad con la montaña,
para entender y gustar los paisajes de alta montaña desnuda y desolada".
Incluso en los años treinta un naturalista como Celso Arévalo, al referirse a la
Laguna de Peñalara -da la impresión, en contraste con otros autores, que era
muy poco visitada aún-, deja escapar una expresión de antítesis entre la
desolación que percibe en ese alto lugar pétreo y el carácter riente que atribuye
al boscoso y rural Valle del Lozoya.
Unamuno enlaza, pues, con el movimiento cultural europeo del viaje a la
naturaleza, estableciendo una directa relación entre libros, por ejemplo de
Leopardi, Senancour o Wordsworth y paisajes como el desierto, los Alpes o el
Lake District. Incluso dice que la obra de Senancour, Obermann, "no es un libro:
es un alma, un alma vasta y eterna como la montaña" 77 . El paisaje es, pues,
emoción. Por lo tanto, en expresión suya, hay necesidad de almacenar paisajes
en el corazón. Pero no cualquier paisaje, sino los vigorosos, los que producen
estados de conciencia. Por eso diferencia la configuración del paisaje en sí con
la recepción que de él puede tener su observador y escribe: "No se envanezca
señor, de vivir al pie de la más alta montaña o al borde del más caudaloso río
del mundo, que si usted no lleva una montaña de pensamientos en la cabeza
o un río de sentimientos en el corazón, de poco habrá de servirle".
También a comienzos del siglo XX Enrique de Mesa describía el entorno
de la capital de un modo crudo, contrapuesto a la próxima Sierra: "Afueras de
Madrid: estercoleros; / medianerías rojas; / trozos de sembradura con senderos;
/ de vez en vez, un álamo sin hojas" 78 . Por ello, no es extraño que los poetas
ciudadanos soñaran con la Sierra de Guadarrama, cuyo perfil domina el paisaje
tras los tejados79, como con una referencia de otro mundo distinto, el que
Antonio Machado denominaba "Guadarrama, viejo amigo", "la sierra de mis

77 ¿Contribuyeron estas alusiones frecuentes de Unamuno a la traducción al español de un libro tan


importante como minoritario en los años treinta del siglo XX?
78 E. de Mesa: La posada y el camino. Madrid, 1927.
79 Este es buen lugar para hacer referencia a las poco conocidas publicaciones de C. López Bustos: La

naturaleza en la obra de Enrique de Mesa, La naturaleza en la obra de ]uan Ramón Jiménez y La naturaleza
en la obra de Antonio Machado, editadas en Madrid por ICONA, las dos primeras en 1992 y la tercera
en 1989.
106 Eduardo Martínez de Pisón

tardes madrileñas / que yo Veía en el azul pintada"; el que Mesa miraba también
añorante desde el arrabal: "por la bocana / de la calle, que hiende el caserío,
/ blanca y azul, lejana, / la Sierra". Montaña consoladora desde los balcones
o las calles de la ciudad y desde las ventanillas de los trenes de cercanías, telón
de fondo repetido: "por donde el tren avanza, sierra augusta, / yo te sé peña
a peña y rama a rama", decía Machado. Pero no fue aquella visión del
Guadarrama una opción diferenciada de la surgida del romanticismo alpino,
como parecería desprenderse del artículo sobre el "Alpe y la Sierra" de Ortega80,
sino su plasmación posible en la montaña a mano: como ejemplo directo
podemos recordar que, en el folleto que escribió Bernaldo de Quirós en 1926
para la presentación de una conferencia en Madrid sobre el Everest por el
general Bruce, comparaba los ventisqueros y las cumbres de "nuestro Guada-
rrama" con la grandeza de todas las montañas 81 .
Cuando los escritores entraron en la montaña oyeron un mensaje de palabras
escondidas: "barrancos hondos / de pinos verdes donde el viento canta".
Vuelven soñando la borrasca de las peñas y "la delicia de las trochas duras",
el ruido del planeta, la voz del agua que pule las uñas de piedra de la Sierra.
Los poetas devuelven entonces en el ritmo de las palabras la melodía que
aprendieron entre los bosques, mezclando su voz en el concierto espontáneo
del aire y de la piedra. Enrique de Mesa concentra este sentimiento en una
expresión que compartiría cualquier madrileño que sueña la montaña desde
la agitación de las calles: "corazón, vete a la sierra / y acompasa tu sentir / con
el tranquilo latir / del corazón de la tierra". Gracias al arte -añadamos los
pintores de montañas, Morera, Beruete, Martínez Vázquez, etc.-, cada vez más
lectores sienten formuladas en palabras y en imágenes sus emociones y su
sensibilidad, a la vez personales y participadas82. Entre algunas de estas
referencias hay una frase particularmente explicativa que colocaba a Giner
como desvelador de la sierra y como maestro con significado montañero: "fue
para nosotros -escribía Bernaldo de Quirós en la revista Peñalara en 1915- el
revelador del Guadarrama y quien le mostró a las generaciones actuales como
una gloriosa belleza para la que éramos ciegos". Quien introdujo, pues, aquí
nuestra cultura en la corriente ya desarrollada en Europa que había desvelado
la belleza y el sentido bienhechor de las montañas. Es decir, quien, como había
hecho de Saussure unos cien años antes en el Mont Blanc, hizo "ver" como
paisaje también en el centro de la Península lo que, aunque "siempre" había
estado obviamente allí, había pasado insuficientemente apercibido o incluso fue
desdeñado o sólo representado como perfil de fondo de la imagen de terrenos
llanos más inmediatos.

80 He comentado diversas veces este significativo ensayo, entre ellas en Imagen del pisaje... Op. cit.
81 "Conferencia del General The Hon. C. G. Bruce" y sig., Residencia, I, 1, 1926.
82 Ver Vv. Aa.: Madrid y la Sierra de Guadarrama. Madrid, Museo Municipal, 1998.
Naturaleza y cultura del paisaje 107

Entre los artistas pioneros hay que distinguir al discípulo de Haes, Jaime
Morera, por su afán en introducirse en fecha temprana - q u e arranca en 1890-
en los mismos paisajes invernales, en ascender a las nieves y cumbres de la
Sierra de Guadarrama e incluso por plasmar su experiencia en un libro. Cuenta
en él Morera que una serrana, viendo como pintaba absorto en pleno campo,
le lanzó el siguiente comentario: -"Usted siempre al vicio". Un hermano del
pintor parece expresar ese empuje hacia la montaña en estos versos: "y allí
donde llegara con mis ojos / que pudiese poner mi libre planta; / ver lo que
pasa en la región ignota / en que el trueno retumba, el rayo brota, / la nieve
en copos cuaja" 83 . El propio pintor señala en el mencionado libro su "proyecto
de internarme en la Sierra para admirarla en todo su esplendor y tratar de
robarle sus secretos" 84 .
Esta percepción, día a día más madura, se derrama igualmente a la
geografía de comienzos de siglo: dos ejemplos claros vocacionales son Ober-
maier, por un lado, que estudia, uno tras otro, los relieves interiores de nuestros
altos y entonces mal conocidos macizos -Guadarrama, Gredos, Picos de Europa,
Sierra Nevada, Pirineo-, y, por otro, el gineriano Bernaldo de Quirós, que
-distante de cierta moda "social" de la Sierra- afirma explícitamente, además,
el gusto montañero, entonces en expansión, por la "alta montaña, desnuda y
desolada". Otra prueba cultural de este interés es la publicación de una amplia
antología poética española sobre la montaña, desde el Arcipreste hasta el siglo
XX (una línea más bien intermitente y sin direcciones definidas), por J. García
Mercadal, titulada Los cantores de la Sierra85, en un año tan poco propicio a tales
menesteres como lo fue el de 1936. Pero, como decimos, no todo el acercamiento
tenía este carácter: por un lado, el frivolo y, por otro, el descrito por el escritor
madrileño Corpus Barga, cuando hablaba por los años treinta de las muche-
dumbres que ya acudían al Guadarrama los domingos y "dejaban abiertos
todos los cajones de la Sierra" 86 .
Obermaier fue un pionero de la ciencia geográfica española, movido por
resolver uno de sus problemas importantes, la extensión y la edad del
glaciarismo cuaternario, pero también parece que por una evidente afición a
las montañas. Hugo Obermaier era de origen alemán, pero ejerció su actividad
científica en España. En 1914 la guerra europea lo dejó aislado en nuestro país,
donde se integró en el Museo de Ciencias Naturales y en la Universidad de
Madrid, y la guerra civil española le sorprendió en un viaje al extranjero, por
lo que se refugió en Suiza, donde murió en 1946. Los trabajos de Obermaier

83 M. Morera y Galicia: Poesías. Barcelona, Juan Gili, Col. Elzevir, 1897.


84 J. Morera: En la Sierra del Guadarrama. Divagaciones sobre recuerdos de unos años de pintura entre nieves.
Madrid, 1925.
85 J. García Mercadal: Los cantores de la sierra (Antología) desde el siglo XIV hasta nuestros días. Bergua,
1936, y reed. en Valladolid, Lara, 1962.
86 Corpus Barga: Paseos por Madrid. Madrid, Azanca-Júcar, 1987.
108 Eduardo Martínez de Pisón

dejaron suficientemente esclarecida para su tiempo dicha glaciación pleistocena


en España87. Contribuyeron estos trabajos, del mismo modo, al conocimiento
geográfico de las altas montañas de la Península, entonces territorios margi-
nales. Otros investigadores cooperaron por aquellos años en este tipo de
averiguaciones, como Huguet del Villar en Gredos, Fernández Navarro en el
Valle del Lozoya, Carandell y Gómez de Llarena en los Montes Ibéricos.
Esta valoración objetiva de los paisajes de nuestras montañas como testigos
del modelado glaciar contribuyó sin duda a la inmediatamente posterior
declaración como Parques Nacionales o Sitios Naturales de Covadonga y
Ordesa y de Peñalara y el Moncayo, parcialmente justificada en sus formas de
relieve glaciares. Podemos considerar su contribución, así, como un acerca-
miento al aspecto científico y, por derivación, al proteccionista del talante alpino
de la cultura europea. A veces se insiste, sin embargo, en una consideración
algo desdeñosa, hecha desde un ángulo particularmente biologista, de la inicial
clasificación como Parques Nacionales a Ordesa y Covadonga como procedente
de estimaciones paisajísticas propias "de tarjeta postal"; pero todo indica que
aquel reconocimiento de tales parajes tenía más bien que ver con una valoración
plena de sus caracteres y calidades geográficos como singulares espacios
naturales de montaña, en la que sus constituyentes culturales llamémosles
"alpinos" -además de otros históricos, algunos identitarios (Covadonga) y
ciertos de reconocimiento internacional (Ordesa)- estaban ya integrados; por lo
tanto, parece que tal estimación poseía más entidad de la que en esas críticas
se le concede.
Pero será un acto propiamente montañero, ajeno a cualquier planteamiento
científico o artístico, la ascensión al Naranjo de Bulnes en 1904, el que creó la
imagen inconfundible del arranque del alpinismo español. Aunque obviamente
había en la Península un excursionismo previo y hasta ascensiones a picos
elevados, como al Veleta o a la cumbre del Aneto, la escalada del Naranjo vino
a simbolizar en España algo parecido a lo que había representado la conquista
del Cervino en los Alpes. Se sintió como un acto de valentía y transmitió la
emoción de un Gregorio Pérez, El Cainejo, espontáneo, y un Pedro Pidal,
Marqués de Villaviciosa de Asturias, directamente escalador. Como de Saus-
sure y Balmat. Fue la apertura de un mundo nuevo, el montañismo, de la pasión
por la montaña por sí misma y del alpinismo exigente, pues la vía que abrieron
es difícil y aérea. Cuando Pidal se encuentra por aquellos años en Peña Santa
con el geólogo Schulze y con sus hermanos, cazadores de rebecos, cada cual
queriendo llevarle a su terreno tradicional -ciencia o caza, pero aún no
"montaña"-, él los deja, toma de frente y se pone a subir la Peña a su aire,

87Un marco aclaratorio de esta labor científica puede verse en E. Martínez de Pisón: "La primera
Geomorfología española". En Vv. Aa.: Geógrafos y naturalistas en la España contemporánea. Madrid,
Universidad Autónoma M., 1995.
Naturaleza y cultura del paisaje 109

fascinado por la cumbre: en ese momento cristaliza un nuevo sentimiento de


la montaña que se basta a sí mismo.
La empresa conservacionista, llena de entereza, generosidad y energía, que
emprendió Pidal poco después 88 completa su entrega a algunos de los caracteres
que definen más el sentido del paisaje de montaña en la cultura europea y
norteamericana de inicios del XX: sin duda, con el símbolo de la ascensión al
Naranjo de Bulnes se logró la integración estimulante de lo inaccesible y con
los primeros Parques Nacionales se consiguió un estilo de relación amistosa con
el paisaje que supone una inserción definitiva en uno de los principales cánones
de la cultura europea de la naturaleza. Aquila non capit muscas. Y así hemos ido
de aquella tardía pero memorable partida de 1904 a boga arrancada a una boga
larga y al cabo de ya un siglo de remar a cuarteles no salen finalmente tan mal
las cuentas de nuestra incorporación a este modo moderno y activo del viejo
patrón del beatus ille. Cierto es que durante bastantes años del período posterior
a de Saussure, quienes cultivaron en España las exploraciones, las artes y las
ciencias de las montañas se movieron respecto a nuestros moldes culturales
dominantes como en aquella imagen de fuerzas contrapuestas que gustaba
simbólicamente a Ortega y Gasset: como los descubridores polares que avanzan
sobre una placa de hielo conducida por la deriva en sentido distinto al de sus
pasos. Hoy, sin embargo, a inicios del siglo XXI, parece que algunas veces el
suelo se desplaza ya, más o menos, en la dirección tomada por los expedicio-
narios. Éstos siguen con tenacidad sus líneas y persiguen sus metas, pero,
atención, aquel frágil soporte sigue teniendo vida propia.

LOS ELEMENTOS DEL ESCENARIO

Hay paisajes de dominantes o de protagonistas en su escenario de roca, de


agua, hielo, plantas y hombres. O paisajes mixtos frecuentemente. Para termi-
nar esta exposición me parece conveniente diferenciarlos brevemente en su
sentido como patrones culturales. Se ha comentado que hay un proceso de
ascensión de la atención, desde un comienzo en los valles poblados hacia los
bosques, a los torrentes y cascadas luego, también a los lagos, y finalmente a
los glaciares y las cumbres, siendo este último escalón, la alta montaña, el que
corresponde por excelencia al paisaje más apropiado al sentido a la alteridad
con el que se identifica el canon de la montaña. Pero no el único. Y depende
de qué montañas.

88Ver J. Fernández: El hombre de los Picos de Europa. Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa: fundador de los
Parques Nacionales. Madrid. Org. Aut. Parques Nacionales, 1999.
110 Eduardo Martínez de Pisón

1. Roca, hielo, agua - La alta montaña alpina es entendida en este proceso


cultural como una región diferente y mejor que la habitual, "otro mundo" 89 .
En 1814 Shelley escribía en efecto que las montañas son "como otro mundo que
ilumina el nuestro; parecen más un sueño que una realidad"; y By ron en 1816
añadía que "todo lo que engrandece e impresiona el alma al mismo tiempo está
reunido sobre esas cumbres", "para mí las altas montañas son un sentimiento".
Mary W. Shelley reflexionaba por los mismos años sobre el éxtasis profundo
que le había producido la vista de un glaciar. Incluso años antes el mismo
Voltaire había entendido éstos con énfasis, como "los antros helados donde la
naturaleza expira" 90 . Un viajero menos renombrado y, por ello, eco de la
corriente, anotará que las montañas tienen "en su peligrosa y fiera inmensidad
el prestigio cautivador de lo sublime". Este es el estilo. El escenario de la roca
y el hielo es más contrastadamente ese mundo nuevo y distinto que los
ambientes del valle y del bosque. La alta montaña es, pues, lo más decantado
del patrón alpino. Es el tema nuevo, es decir, el asunto con el que se
identificaron los tiempos entonces modernos. Tiempos, como sabemos, de la
sensación y de la experiencia de la naturaleza.
Se forjan así orientaciones sobre el entendimiento geográfico de los
paisajes de montaña que ponderan con prioridad sus fundamentos rocosos, lo
que son como escenarios pétreos sobre todo en la alta montaña y en las
gargantas de las cotas medias, pues la montaña es, ante todo, un relieve, una
forma de piedra y una piedra habitada. Entre los maestros que nos han
enseñado a mirar es fundamental además la idea de un orden geométrico de
la masa rocosa que trasciende a sus formas y a la armonía de sus paisajes. Por
ejemplo, está ya en 1801 en Ramond de Carbonniéres (Voyages au Mont Perdu)91.
Ramond observó "l'ordonnnance", presente tras una aparente irregularidad de
los altos Pirineos, particularmente en los granitos de Néouvielle. Siguiendo una
apreciación que ya había hecho de Saussure en los Alpes, constató la existencia
de formas piramidales regulares, abiertas por una erosión que abre las fisuras
rocosas "según las leyes de su estructura". "Dirige la demolición de las masas",
de modo que éstas "tienden a dividirse en pequeños poliedros... que toman
en principio figuras muy diversas... y tienden con frecuencia a la forma
piramidal... es a favor de sus juntas... como el tiempo ejecuta la demolición
de las rocas cuya materia le opondría de otro modo un obstáculo casi
insuperable".
También Franz Schrader mostró la constatación de esa experiencia del
paisaje de montaña en su artículo Essai sur la représentation topographique du

89 Ver la expresiva antología gráfica y escrita del libro de Samivel y S. Norande: Montagne paradis ou
le rêve romantique. Paris, Arthaud, 1988.
90 Hay una curiosa y temprana guía para glaciaristas de E. Haller: Instruction pour les voyageurs qui vont

voir les glaciers. Berna, 1787.


91 R. de Carbonniéres: Viajes al Monte Perdido... Madrid, Org. Aut. Parques Nacionales, 2002.
Naturaleza y cultura del paisaje 111

Roca (Gavarnie).

Hielo (Vignemale)
112 Eduardo Martínez de Pisón

Lago (Estañes).

rocher, de 191192. Con referencia al Pirineo central decía que son las masas
rocosas de la montaña las que le otorgan sus rasgos dominantes, por su
frecuencia en el paisaje, por la masividad de sus volúmenes, por su papel
directo en la variedad de las pendientes, por los dibujos internos que toman
en función de sus planos de disyunción, como son las fisuras procedentes de
la fracturación, esquistosidad y estratificación, que pautan sus superficies y
abren sus conjuntos en poliedros. La erosión se adapta a una trama sistemática:
la forma pétrea de la montaña no es caótica sino ordenada, en seguimiento
preferente de una geometría interna en la roca. La forma responde a la
estructura. El relieve no es sólo el soporte de los demás elementos y dinámicas
del paisaje, sino su clave configuradora, su hecho escénico fundamental.
Está de nuevo esta interpretación explícita en el libro de E. Viollet-Le-Duc
Le Massif du Mont Blanc93, de 1876, que muestra una montaña arquitectónica-
mente entendida. "Ainsi -escribía-, le large plateau de protogyne du Mont
Blanc n'offre plus aux regards que des prismes, des pyramides, des aiguilles",
la montaña aparece como una masa similar a "une sorte de construcction toute
composé de fragments", "réunions de rhomboèdres, des déchirures", que

92 F. Schrader: Pyrénées. T° II, Toulouse, Privat, reed. 1936.


93 E. Viollet-le-Duc: Le Massif du Mont Blanc. Paris, Baudry, 1876.
N a t u r a l e z a y c u l t u r a del p a i s a j e 113

dirigen los planos de su ruina: "la formation rhomboédrique étant évidente


-argumentaba-, les aiguïtés, les sommets soulevés se ruinent". Y atendía
además complementariamente al proceso morfológico capaz de efectuar tal
modelado obediente a la estructura: "si les groupes cristallins se pénètrent, se
mâclent, cependant la destruction a operé... attaquant les parties tendres ou
les plus exposées, creusant les faces des rhomboèdres".
Comentaba M. Gaston94 que los nuevos motivos de inspiración artística de
los románticos pirineístas se buscaron sólo en parte fuera de los caminos
trillados, aunque tiendan los pintores a dramatizar o a teatralizar los paisajes
con detalles y anécdotas, ya sean accesorias o centrales. Entre sus objetivos
contaban de modo repetido los torrentes y sus cascadas, el "alma del valle" (no
tanto la montaña-relieve como lo cóncavo y sombrío), con sus peculiares
elementos plásticos, sus habilidades formales para la representación de trans-
parencias, brillos, brumas, espumas, orillas rocosas, y su conexión con la
sensibilidad de la época o la evocación de los lugares habitualmente visitados
por los viajeros que se sienten héroes románticos en tales parajes. Plasmación
de un espectáculo dinámico, de un lugar de fuerza natural y belleza canónica,
que se convierte en "tema" complaciente de ilustración. En relación con tal tema
hay además toda una serie de puentes audaces y frágiles que cruzan desfila-
deros escalofriantes con espumosos torrentes destructores, repetidamente
pintados y grabados en los Alpes y el Pirineo para un consumo determinado.
Lagos, fuentes y grutas completan este sector de misterio y singularidad.
Algunos de tales elementos -puentes rústicos, grutas- emparentan también con
la atracción irresistible por las ruinas.

2. Bosques.- Pero no hay que olvidar que Haller es ya un apasionado de la


botánica, como tantos precursores del helvetismo -por ejemplo Rousseau- o
tantos aficionados, como en el caso de las delicadas acuarelas de L'Herbier de
la Suisse de Rosalie de Constant en 1835, o algunos nativos, como Pierrine
Gaston-Sacaze, el pastor pirenaico que fue maestro local de conocidos cientí-
ficos del siglo XIX. El concepto de la montaña como bosque, en tanto que patrón
cultural, tiene no obstante un punto de razón y un punto de error. El primero
se encuentra en la obvia inserción de una parte muy significativa de lo forestal
dentro de lo montañoso, como el pinar del Guadarrama o el abetal pirenaico.
El punto de confusión se establece, sin embargo, en la actualidad en una
frecuente visión exclusivamente biologista o biogeográfica del paisaje, en el
inventario vegetal, en las especies como expresión paisajista; todos sabemos que
es una tendencia bastante afincada. O incluso en una interpretación forestalista
-la montaña como monte, sin juegos de palabras-. Y hasta conservacionista, que

94 M. Gaston: Images romantiques des Pyrénées. Pau, Les Amis du Musée Pyrénéen, 1975.
114 Eduardo Martínez de Pisón

Hombres (Fanlo).
Naturaleza y cultura del paisaje 115

fija su atención más en los seres vivos que en las formas de relieve, de modo
que atiende más al concepto de buitrera que al mismo cañón en que las aves
habitan, a los Picos de Europa más como ecosistema del bosque atlántico que
como los llamativos riscos que realmente son, etc.
El bosque, lo silvestre como expresión del espacio natural del que participa
la montaña está muy presente en las raíces culturales de la naturaleza en
norteamérica -Thoreau-, En Europa, aunque la alta montaña es la clave del
patrón, las laderas medias forestales, incluso los bosques seminaturales o
rústicos, pertenecen sin duda también a esa imagen. Hay interesantes asocia-
ciones y diferenciaciones tradicionales entre monte y montaña en nuestra
propia lengua, que incluso alcanzan, por ejemplo, a la distinción en los Andes
peruanos entre "ceja de montaña" como bosque, "sierra" y "cordillera" como
orografía y "nevado" como pico glaciar, que nos llevarían a unas considera-
ciones más largas aún de las que ya nos estamos permitiendo 95 .
En cualquier caso, la mirada interesada de la sierra-recurso desde el llano
desarbolado ha asociado perceptivamente con frecuencia en España la monta-
ña-relieve con el monte-bosque: el ejemplo de la imagen de la falda boscosa
del Moncayo desde la desnuda depresión inmediata del Ebro o el de la montaña
cantábrica desde los páramos desabrigados -entre tantos otros- son suficien-
temente expresivos. Así se dice también que hay sierras llamadas "morenas"
por su coloración vegetal; y se habla de "selvas" en el Pirineo aragonés, propias
de montañas húmedas contrastadas sobre el ancho valle, en el que hay que
alcanzar los sotos fluviales para reencontrar arboledas; o de "monteverde" en
Tenerife, generoso intercalado en la ladera entre la terrosa sequedad basal
insular y la aridez sobre las lavas de la cumbre, etc. La montaña, efectivamente,
está asociada tradicionalmente entre nosotros en numerosos casos a la misma
posibilidad del bosque.
En los Alpes recordábamos a Rousseau y a Haller. Hay un largo capítulo
sobre botánica de montaña, que forma una aportación científica y una línea
cultural definidas. Constituye la contribución al desvelamiento de un mundo
también nuevo, por explorar naturalísticamente 96 . En Ramond, por ejemplo, es
intensa y explícita, como en tantos otros, esta razón en sus ascensiones97. Incluso
significa una extensión de una afición, de un gusto más amplio entre los viajeros
por las llamativas flores de los prados y gleras, por la variedad de ambientes
de las plantas en arroyos, riscos, lindes de glaciares, collados ventosos..., por

95 Remito a lo escrito por M. de Terán y recogido en Del Mythos al Logos, Madrid, CSIC, 1987, y por
J. García Fernández: "De la percepción del hecho montañoso: en torno a las palabras 'monte-montes'
y 'montaña'", Estudios Geográficos, LI, 199-200, 1990.
96 A veces con tal exclusivismo como el caricaturizado por H. Taine en su Voyage aux Pyrénées, Paris,
Hachette, 1880.
97 Ver Louis Ramond de Carbonniéres: Herborisations dans les Hautes-Pyrénées, Toulouse, Rando éd., ed.
de 1997.
116 Eduardo Martínez de Pisón

su clasificación, recolección, formación de herbarios, representación en dibu-


jos98. Hacía alusión Ortega y Gasset99 a Goethe en las Meditaciones del Quijote,
en un momento en el que el gran escritor alemán se refería a sí mismo subiendo
montes, "buscando lo divino in herbis et lapidibus". No faltan, pues, referencias
culturales posibles de primera línea sobre la asociación del bosque, el matorral
y la pradera con la sustancia feraz de la montaña. Desde antaño hasta el sensible
escrito de Jean Giono100 referido a los Alpes provenzales: en esta excelente
narración se cuenta cómo un hombre tenaz convierte con su trabajo generoso
y solitario un yermo en un paisaje vegetal recuperado, mientras en contraste
la guerra sacude Europa. Broc publicó el expresivo perfil de vegetación que hizo
Soulavie tempranamente, en 1784, que puede considerarse realmente precur-
sor, sobre las "montagnes vivaroises", con altitudes barométricas y con una
relación realmente paisajística entre el escalonamiento climático y el de las
plantas101.
En el mundo también hay una identificación conocida de la misma raíz y
que revierte sobre ella: destacan, como es sabido, la labor de Humboldt y su
evidente influencia científica: sus figuras del Teide o del Chimborazo cubiertas
de nombres de plantas escalonadas son la expresión rotunda de esta filiación
de la idea de la montaña a la de sus vegetales propios.
Ya nos hemos referido a la exploración botánica de nuestras montañas en
los siglos XVIII y XIX, interesante sin duda. No es muy numerosa, sin embargo,
y con cierta frecuencia no asciende demasiado ni penetra en lo intrincado ni
participa explícitamente, sino de modo ocasional, en el sentimiento alpino -al
menos en la mayoría de lo que he leído, pero hay claras y estupendas
excepciones102-, aunque sí en el movimiento científico asociado y en el modelo
forestal de la montaña europea. Pero más bien se mueven porque la ciencia es
la ciencia y la montaña un medio, entre otros, a veces nuevo e importante para
ella.
Por una parte están las expediciones de botánicos extranjeros. Pongamos
los ejemplos de Moritz Willkomm y de Ch. E. Boissier por la montaña
granadina103. Boissier, discípulo de De Candolle, llevó con él el método y
estableció unas "regiones" fitogeográficas clásicas, que contribuyeron al mejor

98 Decía Guido Moggi que las flores han sido uno de las causas evidentes de la fascinación ejercida
por las montañas. G. Moggi: Guía de flores de montaña. Barcelona, Grijalbo, 1985.
99 J. Ortega y Gasset: Obras completas, Madrid, Revista de Occidente, 1946-1962.
100 J. Giono: El hombre que plantaba árboles. Palma, Olañeta, 2000.
101 N. Broc: Les Montagnes vues par les géographes et les naturalistes de langue française au XVIII siècle. Paris,
Bibliothèque Nationale, 1969.
102 p o r ejemplo, aunque fronterizamente, H. Gaussen en Les Pyrénées. De la Catalogne au Pays Basque.
Toulouse, Agra, 1933.
ira jy[ vVillkomm : Granada y Sierra Nevada. (1847). Granada, Fund. Caja de Granada, ed. de 1997; y Las
sierras de Granada (1882). Granada, Caja de Ahorros de Granada, ed. de 1993. Ch. E. Boissier: Viaje
botánico al sur de España durante el año 1837. Granada, Fund. Caja de Granada, ed. de 1995.
Naturaleza y cultura del paisaje 117

entendimiento natural de esa montaña. El joven Willkomm dedicó inmediata-


mente también su atención al sur de España en 1844 y 1845 (y luego en 1882)
con una aportación que J. Molero califica de fructífera y evocadora. Este último
aspecto le acerca más a la expresión de la aventura alpina (por ejemplo se
permite decir: "pasadas las ocho salió la luna por detrás de los riscos nevados
de la Alcazaba; el paisaje, difícil de describir con palabras, parecía mágico").
Bosque Maurel escribe con razón, en el estudio preliminar a la reciente edición
de su obra de 1882, que su contribución trascendió la botánica para entrar en
la geografía: "se trataría del mismo caso de tantos naturalistas -Humboldt, De
Margerie y Huxley, entre otros- convertidos en excelentes y afamados geógra-
fos", de modo que "junto al científico estuvo siempre el viajero".
Otro caso relevante, aunque ya claramente tardío104, es el viaje de Boissier,
Leresche y Levier a los Picos de Europa en 1878 y 1879105. Según Laínz, aunque
esa montaña pudiera tener en lo botánico incursiones aisladas precedentes, los
suizos "Boissier, Leresche y Levier han de considerarse los protoexploradores
botánicos de los Picos de Europa". Parece que su interés por herborizar en los
Picos surgió de la lectura de una revista inglesa de alpinismo. La relación con
el modelo parece, pues, trabada y los rotundos desniveles de su itinerario
también lo confirman. En todo caso ese itinerario no entraba en los mayores
macizos calcáreos superiores, sino que discurrió desde Potes (290 m.) al Collado
de Cámara (1.650 m.) y Áliva (1.441 m.). Luego continuaron la labor sobre la
flora de esta montaña, con mejor o peor fortuna, el francés Gandoger, el alemán
Gadow, y ya en el siglo XX la suiza Barbey-Gampert, el escocés Lacaita, el
francés Lascombes... Los españoles parece que vendrán más tarde.
Por otra parte están, pues, las incursiones en montañas más o menos
metódicas emprendidas por botánicos españoles en los siglos XVIII y XIX. Son
un buen ejemplo - n o pretendemos historiarlas, sino sólo indicar su existencia-
las emprendidas en la Sierra de Guadarrama, ya que su proximidad a Madrid
podría haber permitido un más temprano, extenso y repetido acercamiento106,
aparte de contactos ocasionales. Según C. Sanz comienzan en el siglo XVIII con
J. Quer y son seguidas por Rojas Clemente y por Colmeiro, de modo aislado,
pero no se sistematizan hasta Cutanda, con la "primera corología de la Sierra"
en 1861 -nuevamente tarde en comparación con el citado estudio de Boissier
o con los dedicados al mismo Pirineo desde Francia-, y hasta Máximo Laguna
al año siguiente, ya con propósitos forestales. En relación con los encomiables
trabajos de Laguna son significativas para lo que aquí nos ocupa sus excursio-

104 El trabajo de L. Leresche y de E. Levier: Deux excursions botaniques dans le nord de l'Espagne et le
Portugal, se publicó en Lausana en 1880.
105 M. Laínz: "A propósito de un centenario". Gijón, Torrecerredo, T 5 IV, 16-19, 1979-1980.
i» Yer C. Sanz Herráiz: "La ciudad de Madrid y el conocimiento científico de la Sierra de Guadarrama",
en Vv. Aa: Madrid y la Sierra de Guadarrama. Madrid, Museo Municipal, 1998.
118 Eduardo Martínez de Pisón

nes botánicas a nuestras montañas, que ya hemos mencionado, en relación con


la Comisión del Mapa Forestal de España, creada en 1868107, igualmente algo
tarde respecto a la formación del patrón cultural que ahora tratamos en estas
páginas. Escribe Gómez Mendoza, a partir de Laguna, que existe entonces ya
la aceptación de que "el verdadero naturalista - y el verdadero forestal- deben
estar dispuestos a penosos recorridos por montes, valles, selvas y campiñas".
Como expresión efectiva reseña los recorridos de Laguna y sus colaboradores
por las montañas entre 1867 y 1870 y cómo "algunos paisajes admirables (Sierra
Nevada, Gredos, etc.) cautivan en especial el ánimo de los viajeros". En el caso
de Gredos con frases que recuerdan los elementos paisajísiticos típicos y las
contraposiciones de los "sublimes horrores" de los clásicos alpinos: "donde el
conjunto de ruidosas cascadas, colosales peñascos, riscos inaccesibles encanta
y amedrenta a la vez el ánimo". En un país donde todo el movimiento cultural
asociado a la montaña es tardío, tampoco consituye esta actitud una incorpo-
ración temprana o simultánea al proceso de formación del canon alpino, pero,
efectivamente, cuando sucede es uno de sus ingredientes constatables.
También recuerda Gómez Mendoza 108 las excursiones forestales de la
Escuela de Montes, ubicada en El Escorial - e s decir, en la montaña-, a fines del
siglo XIX a nuestras sierras, por ejemplo una a la laguna de Gredos en 1898,
con observaciones instrumentales, lo que confirma esta tendencia, contempo-
ránea de otros movimientos similares en nuestra sociedad, aunque realmente
de modo ocasional y de nuevo con implantación tardía respecto a la fundación
y ajuste del modelo europeo. Al mismo tiempo, aparecen otros aspectos más
teóricos, como la filosofía de la naturaleza, que siguen tal patrón simbólicamen-
te o, en la práctica, se manifiesta con la consecución de trabajos concretos entre
los que destaca la Flora forestal española de Máximo Laguna y Pedro de Avila
(1883-1890)109. Más tarde, ya en el Congreso de Agricultura de 1911, Hickel
señalaba, en cambio, la necesidad en las regiones mediterráneas de distanciarse
en la práctica de una excesiva analogía con el modelo centro europeo, del que
"había irradiado" la ciencia forestal: "no buscar para el país de la luz semilla
en los países nebulosos". Aunque se trata de cosas diferentes, por evocación
podría esta frase tener también una extensión literaria en la preferencia de
Azorín por las sierras luminosas y secas en vez de las nubladas y boscosas,
como símbolo de aceptación de algo tan real y frecuente en las montañas
peninsulares.
En la más reciente idea de protección de la montaña, nuevamente hay
referencias claras a su identificación con la conservación de sus bosques. Las

107 Ver J. Gómez Mendoza: "Máximo Laguna y la botánica forestal española", en Vv. Aa: Geógrafos y
naturalistas en la España contemporánea. Estudios de historia de la ciencia natural y geográfica. Madrid, UAM,
1995.
108 J. Gómez Mendoza: Ciencia y política de los montes españoles (1848-1936). Madrid, ICONA, 1992.
109 M. Laguna y P. de Ávila: Flora forestal española. Madrid, 1883.
N a t u r a l e z a y c u l t u r a del p a i s a j e 119

hay en el apéndice de nuestra ley de espacios protegidos, sin ir más lejos. Pero
podemos ir incluso al nacimiento de la idea de "parque nacional" aplicada a
Ordesa por Lucien Briet110. En sus artículos y libros hacia 1909 Briet hablaba
de la conveniencia de no devastar los bosques de Ordesa, entonces víctimas de
estragos, y por ello de la necesidad de su defensa, ya que "el valle de Ordesa
es la leñera del valle de Broto" y, "si aguzamos el oído, escucharemos golpes
de hachas que retumban en nuestro corazón". Lo que era, pues, imprescindible
para Briet era respetar la "venerable selva de los Pirineos" y, para ello había
que proteger ese valle, ante todo de sus leñadores. En 1914 Schrader hablará
igualmente de Ordesa con tono conservacionista a partir de la observación
apesadumbrada de sus "troncos abatidos" y abogará por encontrar un medio
de respeto a aquella naturaleza, asimilada a sus bosques.
Sin duda el paisajismo más amplio de ambos pirineístas, la interpretación
glaciar que hizo Obermaier de las altas montañas peninsulares -que influyó en
la formación de otro modelo científico de valoración de sus paisajes-, el
entendimiento de la montaña por un alpinista audaz como Pedro Pidal en la
misma fundación de nuestros Parques Nacionales -pese a sus contradictorias
afirmaciones sobre los paisajes sin árboles ahí está su pasión por el Pico Urriello
y por las cumbres de Covadonga-, y la perspectiva lógica del geólogo Hernán-
dez-Pacheco al frente de los espacios protegidos españoles en su etapa de
arranque contribuyeron a formar un concepto más completo y escénico del
sentido de la conservación de la naturaleza de la montaña.
En cualquier caso, añadamos dos matices a este elemento del escenario: por
un lado, el bosque tupido crea un paisaje propio, circunscrito a su interior, que
sustituye al general de la montaña con su atmósfera y sus distancias internas,
un paisaje de sombra o de atenuación de la luz, tanto más suyo en nuestras
montañas, con frecuencia luminosas, y tal vez con apariencias más semejantes
-salvo en su carácter geográfico- a las de otros bosques en otras fisiografías que
a la del paisaje montañoso estricto. (Decía John Steinbeck en Sweet Thursday que
esas arboledas oscuras parece siempre que guardan un trozo de la noche
durante el día). Y, por otra parte, en países de colinas y llanos más forestales,
su contraste -aunque no sus diferencias- con las regiones del entorno de la
montaña queda atenuado. Esto puede coincidir con lo descrito por Marguerite
Gaston sobre los pintores románticos del bosque pirenaico111, elegido con
frecuencia como una imagen más de esta montaña, aunque "severo y miste-
rioso, aparece como un todo". Constituye un reto habitual del paisajista la
buena resolución de los follajes, de cualquier paisajista y en cualquier arboleda,
no necesariamente en la montaña. El estudio de un árbol bien logrado es la
afirmación de un buen pintor paisajista. Restos de tormentas y escenas

110 L. Briet: Bellezas del Alto Aragón. Madrid, Org. Aut. Parques Nacionales, reed. de 2001.
111 M. Gaston: Images romantiques des Pyrénées. Pau, Les Amis su Musée Pyrénéen, 1975.
120 Eduardo Martínez de Pisón

costumbristas que acompañan a veces a las representaciones arbóreas emplazan


con mayor precisión el principio romántico y el lugar montañoso. En el fondo,
los bosques son otro lugar más de enlace del sentimiento de la montaña con
los restantes patrones del viaje a la naturaleza (selvas, polos, el mundo
dominado por lo salvaje y la exploración en general). Sin embargo, parece que
el alpinismo -o su referencia directa- es nuevamente la muestra más propia-
mente adecuada a los escenarios sustanciales y significativos de la montaña
- l a alta montaña, lo escarpado, roca / hielo- y, por ello, la muestra de creación
cultural más original y depurada que deriva de la acción en este medio.

3. Hombres - Escribía Rousseau que "la Tierra es la isla del género humano".
Y la montaña otra isla en su interior. Territorio de belleza y serenidad, de
posibilidad de sentimiento del espectáculo natural y por tanto de desarrollo del
corazón del hombre y del paso de las sensaciones a las ideas. Pero además es
para el teórico la ilustración de un admirable refugio cerrado de costumbres
y de organización social112. La visión del "refugio" humano en sus formas de
vida y en sus paisajes rurales es desde este momento otra clave del patrón
alpino.
El aprecio romántico por los vestigios del pasado aparece en el marcado
interés nostálgico por las ruinas de monumentos, por una arqueología del
sentimiento -soledad y abandono de la herencia cultural-, que trasciende
inmediatamente al paisaje. Restos de castillos, torres, abadías, capillas...: "a
l'époque romantique, la maladie des ruines est, en même temps, la maladie du
gothique", escribe M. Gaston en su ya citado libro. ¿Qué mejor escenario que
unas cumbres astilladas y unos celajes amenazantes? Pero el interés por esa
herencia también se centra en las escenas populares presentes, que aún guardan
activos sus modos antiguos, que reflejan una identidad que se borra lamenta-
blemente en otros lugares. Así aparecen en los relatos, los recuerdos de viajes,
las descripciones y los álbumes de costumbres pintorescas, de tipos regionales,
escenas, retratos, ropajes, actividades, fiestas, decorados, edificios, instrumen-
tos, familias, que constituyen hoy apreciados documentos etnográficos. En la
excelente publicación sobre las imágenes del Pirineo de H. Saule Sorbé113 se
reproducen con calidad y sistema diversas aproximaciones románticas pictó-
ricas a este objeto, por lo que es indispensable recomendarla. La imagen de la
montaña se difunde a través de los grabados, verdaderos catálogos -hoy
archivos- de costumbres y paisajes. Así afirma Saule Sorbé que, en ese afán de
exotismo, de búsqueda de lo pintoresco que identifica a un país, "la séduction

112 Es procedente recomendar aquí el conocido y expresivo libro de J. J. Rousseau: La Nouvelle Héloïse,
ou lettres de deux amans, Habitans d'une petite Ville au pied des Alpes. 1761.
113 H. Saule Sorbé: Pyrénées. Voyage par les images. Serres-Castet, Faucompret, 1993.
Naturaleza y cultura del paisaje 121

colorée des costumes ossalois, bigourdans, catalans et aragonais opérait sur


tous les voyageurs aux Pyrénées".
Sin duda fueron los centros termales del Pirineo francés los que hicieron
largo tiempo de "campamento base" y de "centro de intercambio" en el aprecio
cultural de esta montaña. Escribía Malte-Brun en 1882 que Cauterets era una
villa de casas "élégamment bâties", que "ve llegar cada año una masa de
extranjeros", tradicionalmente atraídos por la virtud de sus aguas, y calculaba
entonces en unos 15.000 los visitantes cada año. Esta infraestructura fue clave
en el proceso de percepción que hemos ido viendo en el Pirineo, por lo que
esta montaña posee un carácter de integración cultural singular. Muchos de
esos centros han ido perdiendo en tiempos recientes su vieja función.
Y los libros de etnología clásicos tienen cada día más escasa referencia en
los paisajes114. Y antes de la actual reconfiguración, hubo fases de claro
marchitamiento. Un testimonio de pesadumbre, entre otros, ha quedado en los
escritos de Severino Palíamelo 115 : "siempre sucede igual: la gente de una aldea
comienza a emigrar. Primero unos, luego otros, más tarde otros y otros más.
Las casas se van quedando vacías, los campos yermos y los caminos tristes"...
"ahora ya no hay maestras: no hay niños, no puede tampoco haber maestras.
Bueno, y niños no hay porque no quedan mujeres para traerlos al mundo. No
quedan mujeres, ni hombres, ni niños, ni nada de nada. Sólo ruinas y campos
yermos". No todo era así, como es constatable, pero sí retrata un proceso
suficientemente perceptible.
No obstante, otros modelos más banales dominan hoy la integración de
nuestra vertiente en esta cordillera en la urbanización general, con riesgo cada
día más evidente de asimilación a los hechos de transformación y aglomeración
de valles tan transfigurados como los de Aran y Andorra. Un cuadro económico
generalizado potencia las obras, la construcción local, y tiene efectos bien
visibles sobre el terreno. Sobre casi todos los terrenos. Este es ahora el patrón
del paisaje, claro está que no de su canon cultural. Incluso hay una derivación
turística de una parte del alpinismo y del excursionismo que reduce su visión
de la montaña a una cancha polideportiva, vaciándose de sus contenidos
culturales y vaciándola de su sustancia. Como hubiera dicho Gracián, el tiempo
todo lo trastorna y hasta nos desconocemos a nosotros mismos.

114 Por ejemplo, los de R. Violant: El Pirineo español, Barcelona, Plus Ultra, 1949. De F. Kriiger: Los altos
Pirineos. I: Comarcas, casa y hacienda; II: Cultura pastoril, Zaragoza, Gobierno de Aragón, ed. de 1995.
O el de R. Wilmes: El Valle de Vió. Estudio etnográfico-lingüistico de un valle altoaragonés. Zaragoza, Prames,
ed. de 1996, etc.
115 S. Pallaruelo: Pirineos, tristes montes. Huesca, Diputación de Huesca, reed. de 2001.
DESCUBRIMIENTO Y CONFORMACIÓN HISTÓRICA DE LOS PAISAJES
RURALES
Antonio López Ontiveros
Universidad de Córdoba

ADVERTENCIA PREVIA

La ponencia que se desarrolla a continuación, como indica su título, se va


a ocupar de cómo, históricamente, se ha ido descubriendo y conformando la
imagen de los paisajes rurales, con preferencia los españoles. Adviértase que
nos referimos a la "imagen" de estos paisajes y no a ellos en sí, pues, eso
constituiría un asunto de historia agrario/rural muy distinto, mucho más
amplio y, de momento, inabarcable.
Por otra parte, nuestro estudio cronológicamente sólo está referido, tras unos
breves antecedentes, a la Ilustración (siglo XVIII), al Romanticismo (en sentido
amplio siglo XIX) y al paisajismo de los inicios de la Institución Libre de
Enseñanza (finales de este mismo siglo). También hay que indicar que entre
las fuentes utilizadas para los siglos XVIII y XIX resaltan sobremanera los
relatos de viaje, lo cual no obsta para que se reconozca que ello podría hacerse
también con la literatura de otros géneros, fuentes geográficas e históricas,
pintura, etc. Por tanto, nuestras conclusiones hay que juzgarlas con toda
modestia, de momento.
"De momento", se afirma, porque este estudio se enmarca dentro de otro
más amplio, ya esbozado en su conjunto y en algunas de sus partes bastante
avanzado, que comprenderá también la imagen que de los espacios rurales
ofrece la Generación del 98 en general y en concreto tres de sus más eximios
representantes, a saber, A. Machado, Unamuno y Azorín, amén de los cambios,
evolución y degradación que se están produciendo en los actuales paisajes
rurales y los conflictos que ello está generando, lo que conlleva también
modificaciones en su imagen perceptiva.
En cualquier caso, conviene indicar que la imagen de un paisaje no es de
ningún modo un elemento secundario y meramente subjetivo del mismo, sino
que el paisaje en cuanto tal no puede existir sin dicha imagen. Y de aquí la
importancia del análisis de la fijación de su itinerario de conformación y del
resultado final -siempre cambiante- de ella. Pero, no se olvide, que en nuestro
124 Antonio López Ontiveros

caso todo esto, en esta ponencia, sólo conduce a resultados parciales porque
cronológicamente el análisis está amputado, como se ha dicho, y porque en el
periodo analizado, probablemente, no se alcanza la plenitud de la definición
y caracterización de nuestros paisajes rurales. Pero, qué duda cabe que hay
destellos y antecedentes que ayudan a comprender otros estadios posteriores
de esos paisajes, cuya imagen es más nítida y compleja, más completa y
probablemente más influyente en la representación actual de los mismos.

EL PAISAJE RURAL CON ANTERIORIDAD AL SIGLO XVIII

Es bien sabido que en Occidente el "paisaje" -palabra, descripción y


representación pictórica- es un producto cultural muy tardío, que no se puede
retrotraer más allá de los siglos XIV-XV y que como producto acabado e
independiente, no al servicio de otras representaciones, no queda bien confor-
mado hasta el Romanticismo.
No obstante el paisaje rural, de forma dispersa y parcial, aparece en el siglo
XVIII e incluso con anterioridad. Según Duby (1991, 12) los frescos ejecutados
por Lorenzetti en el palacio comunal de Siena son de las más antiguas pinturas
que no evocan el paisaje por signos simbólicos sino representándolo visible y
directamente. Tan temprano legado paisajístico parece además que coincide con
un importante movimiento de colonización agraria en Italia y Europa y, por
tanto, no es ajeno a los temas rurales.
En el siglo XVI, la Reforma protestante conducirá a posturas iconoclastas,
que impedirán representaciones históricas de la Escritura y escenas mitológicas,
y, por esto, según Maderuelo (1997, 25),

"los artistas tendrán que recurrir a pintar retratos de burgueses,


bodegones y paisajes. De esta manera, estos géneros cobrarán autonomía
en el norte de Europa, muy particularmente en los Países Bajos, donde
el calvinismo se hará fuerte en el siglo XVII, surgiendo espléndidos
paisajistas que distinguirán incluso subgéneros: paisajes campestres,
vistas urbanas o las célebres marinas".

Es más, en este siglo XVII se entiende por paisaje "un cuadro" que, según
Littré, "tiene por objeto la representación de lugares campestres", o, según el
Robert, "la representación (figurativa) de una extensión de campo donde la
naturaleza ocupa el primer lugar", si bien "este espacio no es "virgen"", sino
que, aunque sea en representaciones muy pequeñas, en el cuadro aparece "el
trabajo de los hombres y más precisamente de los campesinos" (Duby, 1991,11).
Por tanto, antes del siglo XVIII existen antecedentes en la conformación y
representación pictórica del paisaje rural, aunque corresponde a este siglo tanto
Naturaleza y cultura del paisaje 125

la generalización del término "paisaje" como la acuñación de un concepto


preciso de paisaje rural. En la literatura viajera es ello bien visible como se
analiza a continuación.

DESCUBRIMIENTO E IMPORTANCIA DEL PAISAJE RURAL EN LOS


VIAJEROS ILUSTRADOS

Este proceso es complejo y no lineal, respondiendo a corrientes filosóficas


y económico-sociales y a tendencias artísticas variadas e igualmente complejas.

Pensamiento fisiocrático e interés por los paisajes rurales

El pensamiento fisiocrático es clave en los ilustrados y, como se ha compro-


bado para Andalucía, la literatura viajera del Setecientos denota un marcado
interés por el campo y la agricultura, y de aquí, según Gómez de la Serna (1974),
que encontremos casi siempre en ella el detalle

"de las tierras de labor, los baldíos, los eriales, las venas de agua que
proveen el riego o pueden proporcionarlo, las áreas cultivables y la
específica clase de cultivos que les serían de aplicación o se hallan ya en
curso de explotación. A esta toma de conciencia de la realidad se
acompaña toda suerte de observaciones encaminadas a la posible mejora
de las tierras, de los pastos o los bosques."

Más en concreto para Andalucía, según López Ontiveros (2001, 23 y ss.), este
carácter fuertemente fisiocrático que tiene la Ilustración posibilita estudiar para
el campo de la región los siguientes temas claves:
- Los despoblados enormes, tantos y tan extensos, que para esta región se
tiene la impresión de que la geografía rural tiene más por objeto el estudio
del baldío, descampado, erial y floresta que el campo cultivado y
habitado.
- También, como es lógico, las tierras cultivadas y sus aprovechamientos
agrarios, que se concentran esencialmente en la trilogía mediterránea, o
sea granos, olivar y viñedos, amén de los aprovechamientos de regadío
en las huertas y otros, con evidente interés por las plantas que a los
viajeros les resultan exóticas.
- Entre los viajeros de este siglo es también proverbial el interés por el árbol
y la repoblación forestal, destacando la pasión que en ella pone Ponz, que
detalla la increíble aversión al árbol de los españoles y la antigüedad de
su desprecio y ataque, la relación entre árbol y belleza, sus beneficios
126 Antonio López Ontiveros

-sin duda exagerados, con la óptica actual-, medidas efectivas para su


recuperación; en suma la repoblación forestal como remedio ante un mal
tan antiguo y crónico. Porque concluye Ponz:

"yo quisiera que me dijese alguno si ha concebido jamás en su


imaginación que el Paraíso fuese alguna dilatada llanura de trigo, cebada
o algún garbanzal...; pues sin duda, el Paraíso, territorio particular y
deleitable destinado por Dios para morada del hombre, (sería más bien)
un terreno donde produjo toda suerte de arboles deleitables a la vista y
suavísimos frutos al paladar; recinto de extrema frondosidad, variedad,
belleza y abundancias" (Puente, 1968, que recapitula los textos de Ponz
sobre el tema).

- Pero toda esta agricultura andaluza, lo mismo que la española, tanto por
los viajeros españoles como por los extranjeros, a nivel global, es
diagnosticada como problemática, arguyendo contra ella las siguientes
críticas: sin suficiente productividad para satisfacer las necesidades de
abastecimiento, en especial de pan; incapaz, por la ausencia de arbolado,
de proporcionar los básicos productos forestales; necesidad de poner en
producción amplios espacios y habitarlos; no subvenir, a causa de esta
carencia, al dominio e intercomunicación del territorio; y no haber podido
crear industria y excedentes para la exportación que fomentarían nuestro
comercio exterior.
Las causas de todo ello no las encontrarán los ilustrados en características
del medio físico, pues son todos ellos optimistas sobre las posibilidades
y dominio de la Naturaleza, sino en el atraso técnico, que sobre todo en
los viajeros ingleses -véase en especial Townsend- es obsesión (Krauel,
1986, 249) y en problemas de estructura de propiedad, especialmente de
gran propiedad.
- Y, por último, los viajeros ilustrados para evitar estos males del campo
español preconizan una nueva gestión progresista y creadora de riqueza
-que ejemplifican con el estudio de las haciendas modelo-, y unas
realizaciones más amplias cuales son las repoblaciones de despoblados,
cuyos ejemplos más ambiciosos y conocidos son las C a r o l i n a s de Sierra
Morena (provincia de Jaén) y Andalucía (provincias de Córdoba y
Sevilla).
Se puede pues deducir de cuanto precede que la ideología fisiocrática,
tan presente entre los viajeros del siglo XVIII, generó un gran interés por
la tierra y aspectos agrarios, que también llevó a la conformación de la
percepción de los paisajes rurales y al estudio de los que después se
denominarían elementos de éstos.
Naturaleza y cultura del paisaje 127

La incidencia de los "jardines paisajísticos" en los paisajes rurales

Al descubrimiento y conformación del paisaje rural en el siglo XVIII también


cuadyuvan mucho las nuevas formas que adquieren los jardines, adviniendo
los llamados jardins paysagers (jardines paisajísticos). Éstos en Francia según
Luginbühl (1989, 37), que los ha estudiado con detalle, sustituyen al "jardín a
la francesa" (por ejemplo Versalles) y son creados en la segunda mitad del siglo
por Morel y Giraldin, que ponen los fundamentos de la verdadera ideología
de estos jardines:

"Sus teorías de los jardines no se aplican solamente a lo que normal-


mente suele llamarse 'jardín': por una parte, es todo el territorio el
concernido en esta formulación, desde el huerto familiar ('jardin pota-
ger') al 'pays' (asimilable a una pequeña región), pasando por la granja
de recreo (ganadera, cultivada y mixta), y, de otra parte, esta ideología
paisajista consiste, en su base, en una asimilación, para conseguir la
armonía de los paisajes, de la armonía social y del orden moral: al
preconizar principios paisajísticos para las formas de cultivo (consecu-
ción, sobre todo, de lo pintoresco uniendo l o útil a lo agradable') la
sociedad debía conseguir el embellecimiento del campo y el volverlo
próspero, permitiendo, por tanto, a todas las clases sociales alcanzar su
pleno desarrollo y tender hacia la dicha universal."

Prosigue este autor que es claro que esta ideología estaba inspirada en los
modelos inglés y holandés y que participaba de las corrientes naturalistas, el
desarrollo de la Botánica y la Agronomía, el descubrimiento de nuevos paisajes
por los exploradores del mundo exótico y la búsqueda de un nuevo orden
social. La aspiración a un "paisaje idílico" o "paradisíaco", "lugar de la armonía
total entre el hombre y la naturaleza", y ésta "asimilada a la obra divina, siendo
el hombre, después de Dios, su dueño incontestable", son ideas por demás que
hacen pensar en "El Paraíso Perdido" de Milton y que al final del siglo XVIII
y principios del XIX están presentes en Chateaubriand, Lamartine, Senancour,
Bernardin de Saint-Pierre... y, por supuesto, Rousseau. De esta ideología
paisajística, a su vez, se deducen dos consecuencias importantes:
I a . En ella encuentra fundamento "la cultura del árbol" y la política de puesta
en cultivo y colonización que preconiza la Revolución Francesa, justificadas por
motivos higiénicos, económicos, sociales y estéticos (plantar arboles sobre todo
el territorio nacional era también embellecer Francia).
2~. La ideología de los jardines paisajísticos no es admitida por la gran masa
de campesinos pero cala en la élite intelectual burguesa. A esta última se dirige
el paisajismo de Giraldin y Morel que erigen la tarea de hacer jardines, obser-
vando las leyes de la Naturaleza, en arte y profesión y al "paisajista" en hombre
128 Antonio López Ontiveros

de ciencia, filósofo y artista. En la misma dirección, según este paisajismo


reformado, los grandes dominios agrícolas es verdad que se comportan como

"explotaciones agrícolas, pero manifestaban también, a través de los


espacios de césped, adornados con árboles majestuosos o bosquetes, la
voluntad de hacer desaparecer lo agrícola en beneficio de un paisaje
concebido según los cánones estéticos y sociales de sus propietarios"
(Luginbühl, 1991, 32).

Y esta misma tendencia (paisajes completamente desprovistos de su carác-


ter agrícola o presentándolos de forma idealizada) aparece en pintores como
Watteau y Daubigny y en la manera de tratar al arbolado que se impone, ya
que éste "deviene un objeto de la naturaleza digno de contemplación y de
respeto, apreciado en su desarrollo libre, no podado", criticándose "las prác-
ticas campesinas mutilantes", inspiradas en las necesidades económicas y de
subsistencia (Luginbühl, ibidem).
Y aún, según este mismo autor, hay que enfatizar que esta tendencia
paisajística en Francia proviene de Inglaterra, como ya apuntamos, donde

"el arte de ajardinar el espacio agrícola, de transformarlo en parque,


ha consistido en efecto en eliminar de la escena destinada a la contem-
plación todos los signos reveladores de un modelo de ocupación agrícola
del suelo, en particular los setos que marcan la división parcelaria, las
labores y la mayor parte de cuanto significa el trabajo de los campos. En
una representación imaginaria en Bayham Abbey (Kent) (así lo propone)
el creador de los jardines Humphry Repton...
Repton no hacía en realidad sino proseguir los principios de sus
predecesores, y en particular del célebre Capability Brown, cuyo objetivo
era reintroducir la naturaleza en el paisaje. Si ello iba a permitir al
propietario pasearse y cazar a caballo o a pie por unos recorridos sin
dificultades ni obstáculos, también se trataba, sobre todo, de crear una
naturaleza ajardinada paisajísticamente según un modelo "pastoril", del
que el aspecto agrícola productivo y la división social de la tierra han
desaparecido. Los animales, ciertamente, eran admitidos en el paisaje
inglés, pero en especial el ciervo, preferido por la caza mayor, o el ovino
con preferencia en rebaño. La vaca estaba presente, pero en rebaños de
cuatro cabezas como mínimo. Para ofrecerse a la contemplación el paisaje
no podía dejar que se descubriesen los conflictos del espacio, ni el
sufrimiento del trabajo agrícola" (Luginbühl, 1991, 30-32).

Por tanto, y como conclusión, el paisajismo del siglo XVIII en su primitiva


versión de los "jardines paisajísticos", representa, valora y recrea los paisajes
Naturaleza y cultura del paisaje 129

rurales pero tiende a "desagricolizar" el campo; en la versión posterior, "arte


de los jardines", aparece ya como creador de una naturaleza bucólica y
artificializada.

Exaltación e importancia de los paisajes rurales en la literatura viajera


ilustrada

Por último, es clave el descubrimiento e importancia que por directo


confieren al paisaje rural los viajeros ilustrados, aunque también es éste un
proceso complejo y sinuoso.
Gómez de la Serna (1974) afirma y desarrolla que "la preocupación del
viajero ilustrado por la geografía va solamente guiada por el signo de lo útil".
Por contra, Freixa (1991) detecta en la literatura de viajes ingleses del siglo
XVIII, en especial en su segunda mitad, un Prerromanticismo, en el que la
tónica es "una apreciación estética del paisaje", que le "hizo encontrar belleza
en la Naturaleza donde antes sólo había visto provecho o peligro", si bien
encuentra esta literatura bellos, sobre todo, "los paisajes fértiles, verdes y
regados por ríos, repugnándoles las tierras abandonadas, yermas y solitarias".
Para Andalucía, en la misma dirección, se ha indicado (López Ontiveros,
2002, 118-119) cómo bastante autores del Setecientos incluyen y descubren
paisajes bellos, concluyendo sobre el tema:

"Definitivamente, pues, la imagen romántica de Andalucía en cuanto


al paisaje se refiere se va gestando a lo largo del siglo XVIII y sobre todo
al final, debiendo también desecharse la generalización del relato ilus-
trado hosco y seco, meramente enumerativo y recetario, propio de
autores a los que "la belleza no les preocupa: ni la que el país les ofrece
a la vista, ni tampoco la que ellos mismos pueden crear con la pluma"
(Gómez de la Serna, 1974).

El asunto es mucho más complejo y los viajeros ilustrados pueden cierta-


mente mostrar despreocupación estética por el paisaje - sobre todo en la
primera mitad del siglo -, pero también interés por éste, aunque desde ópticas
muy diferentes: valorando el paisaje pero "sin la selección sistemática de un
repertorio léxico específico"; "con una tibia sensación de agrado ante loci
amoeni"; con "una unión de belleza y utilidad cada vez más extendida", lo que
conlleva la exaltación estética predominante de los paisajes cultivados (Ortas
Durand, 1999, 21 y ss.); y, en fin, exaltando la belleza, sublimidad, romanticis-
mo, etc., de muchos paisajes, como prueba inequívoca de prerromanticismo y
presagiando el lugar central que el romanticismo decimonónico conferirá a esa
nueva y compleja realidad que es el "paisaje".
130 Antonio López Ontiveros

La autora últimamente citada desarrolla este tema por extenso y ofrece sobre
el mismo un material extraordinario, distinguiendo:
a) Conjunto de autores -Hervey, Casanova, Clement, Fleuriot, Crusy, etc.
más los que relatan la Guerra de la Independencia a principios del siglo
XIX- "que apartan de sus centros de interés casi sistemáticamente la
observación y reacción ante el paisaje" (pp. 21-48).
b) Hay otra serie de autores, de la segunda mitad del XVIII, cuyos
testimonios "constituyen huellas significativas del protagonismo que la
contemplación de los paisajes naturales fue adquiriendo, pero sin que
dicha valoración se encauce a través de la selección sistemática de un
repertorio léxico específico". Es el caso de Alfieri, G. d'Aulaux, etc. (pp.
48-53).
c) Y hay un tercer grupo en el que se observa una estrecha vinculación entre
lo útil y la excelencia estética, entre criterios productivos y estéticos, "por
encima de testimonios de carácter más íntimo". Esta ponderación de la
naturaleza en función de la utilidad se puede referir a diversas riquezas
naturales:

"ensalza el atractivo visual de huertas, vegas y otras zonas cultivadas;


sobrepuja las beldades de las zonas forestales; o atiende al análisis
mineralógico de valles y montañas. En cada autor puede documentarse
una sola o varias líneas de interés... A medida que el siglo avanza, se
aprecia en la literatura viajera en general un aumento de la importancia
de la ponderación de los escenarios naturales y un aumento también de
las impresiones íntimas sobre tales parajes" (Ortas Durand, 1999, 74-75).

Entre los viajeros extranjeros, esta autora estudia y prueba esta tendencia
en las Lettere d'un vago italiano de Caimo (1775), J. Marshall (1771), M. Margot
(1771), Bourgoing (1777 y 1785), etc., alcanzando esa

"fusión de presupuestos económicos y disfrute estético... su expresión


más acabada en Arthur Young (1787-1789). Este impenitente viajero en
busca de datos directos sobre la agricultura de diversas naciones euro-
peas, siempre dispuesto a ensalzar la 'glorious fertility' de los terrenos
y lo que de 'beautiful' tienen los cultivos, acertó a formular la compla-
cencia e instrucción que podía hallar el viajero filosófico en la contem-
plación de las explotaciones agrícolas" (Ortas Durand, 1999, 78-79).

En el caso español, interesante sobremanera es constatar cómo los grandes


viajeros del Setecientos se adscriben a esta misma concepción, a saber: Viera
y Clavijo, Jovellanos, Beramendi y muy especialmente Ponz en su Viaje de
España (1772-1794), como se deduce de este texto:
Naturaleza y cultura del paisaje 131

"En la mirada y en la pluma del viajero se presentan unidas utilidad


y estética, y todo el abanico léxico relacionado con la complacencia y la
belleza se despliega para subrayar el valor extremadamente positivo que
Ponz atribuye a la naturaleza puesta al servicio del hombre...
El esteta sólo encuentra excelencia en la naturaleza cuando ésta es
fértil en arbolado u otros cultivos. Los escarpamientos y angosturas
exentos de vegetación disgustan al observador de un terreno 'desagra-
dable por lo muy pelado'; las escabrosas subidas sólo exhiben 'una
deleytable amenidad' si poseen cultivos, y la concurrencia de estos con
la frondosidad arbórea puede convertir en 'deliciosos' los territorios
quebrados... Ponz resuelve la descripción de elevaciones montañosas,
salvo que estas eminencias presentaran aditamentos científicos de interés
o mostraran variadas y coloristas vistas al observador, con una aséptica
referencia a la singularidad de las situaciones" (Ortas Durand, 1999, 64).

También Ponz establece relación entre la repoblación forestal y el goce


estético, afirmando que la ampliación de esta superficie transformaría España
"en el más bello, abundante, rico, delicioso y apetecible territorio de Europa"
(Prólogo al Viaje de España). En conclusión,

"Para Antonio Ponz la explotación agraria o forestal de un enclave


físico y su valor estético caminan de la mano; en mayor o menor grado,
de lo agradable a lo delicioso o a lo hermoso, la naturaleza se embellece
por esa acción del hombre que la aprovecha extrayendo de ella toda su
belleza" (Ortas Durand, 1999, 65).

Como dice el viajero Peyron, que también se debate entre el sentimiento


estético y el utilitarismo, "Sterne tiene mucha razón al decir que un viajero no
sabe qué hacer de un llano; pero resulta útil al labrador que es allí donde recoge
el premio de sus fatigas".
Como se ha indicado, a medida que el siglo avanza la literatura viajera va
prestando más atención a los escenarios naturales y a las impresiones íntimas
y, en consecuencia, se le asigna la belleza no sólo a la abundancia y a la variedad
de cultivos sino a otros elementos como los topográficos, lo cromático, etc., lo
que es un indicio cierto de Prerromanticismo, que presagia el cambio de
paradigma que se avecina pero, por encima de todo, la literatura viajera
ilustrada es la gran descubridora y exaltadora del paisaje rural, cultivado,
verde, domeñado, a veces hasta el delirio.
132 Antonio López Ontiveros

¿PRETERICIÓN DEL PAISAJE RURAL EN EL ROMANTICISMO?

El Romanticismo se nutre respecto al paisaje de nuevas categorías estéticas,


entre las que sobresale sobremanera el concepto de "sublime", pergeñado
filosóficamente por Burke (1757), Kant (1764) y Blair (1803) (Cruz Medina y
Ramírez Barat, 1999). Eran según esta concepción paisajes sublimes

"los que ocasionaban la más profunda conmoción interior, anegaban


la mente o suspendían las facultades del alma, los de una magnitud
irreproducible por la pluma o el pincel; los que empujaban al hombre a
revivir la conciencia de su insignificancia frente a la todopoderosa
infinitud de la naturaleza; los que se revelaban territorios sagrados
capaces de alentar toda suerte de sentimientos religiosos o morales; o los
que, calificados con un adjetivo ya cuasi trivial en la práctica de la
ponderación paisajística, provocaban la rendida admiración de un con-
templador fascinado" (Ortas Durand, 1999, 168).

Y otras categorías románticas asimilables o en relación con lo sublime son


las de "lo grande y grandioso", "lo imponente" e incluso "lo horrible, terrible y
espantoso", fuente de miedos y sensaciones de peligro pero también de gozos
y superación de frustaciones, tan queridos de los viajeros románticos.
Con toda lógica, estas categorías estéticas son aplicables preferentemente a
la montaña y de aquí el descubrimiento y esplendor del alpinismo en el
Romanticismo siendo

"los Pirineos españoles los que gozaron de una identidad paisajística


propia dentro del ámbito estrictamente nacional; de hecho los colosos
pirenaicos hispanos ocuparon, junto con Sierra Nevada, un lugar preemi-
nente entre los más destacados y sublimes espectáculos con los que la
Naturaleza obsequiaba a los visitantes de la Península Ibérica" (Ortas
Durand, 1999, 214).

Hay también otras categorías estéticas muy extendidas en el Romanticismo


como es, con toda lógica, la de "paisaje romántico", aunque ella en realidad
comprende varios tipos de paisajes:

"los bucólicos, retirados y paradisíacos; aquéllos, cuyo asilvestramien-


to se impregnaba de un aspecto melancólico, lóbrego e incluso amena-
zante; los salvajes y primitivos; u otros variados, cambiantes, y regulares
y sembrados de contrastes, como los que exhibían algunos jardines
ingleses. En cualquier caso, la utilización de romantic se fue decantando
paulatinamente por la exaltación de los atractivos de la naturaleza más
Naturaleza y cultura del paisaje 133

agreste, escarpada y solitaria; y la mayoría de los parajes calificados de


románticos durante el siglo XVIII y XIX exhibían un aspecto salvaje, fiero
e inculto" (Ortas Durand, 1999, 272-273).

Pero queda aún un último adjetivo aplicado por los románticos a los paisajes,
polisémico y a veces confuso, que es el de "pintoresco". Este puede convenir a
aquello que por su belleza, según el pintor o viajero, es digno de ser pintado,
lo que, a su vez, puede deberse a múltiples causas o apreciaciones. Pero, al
margen de si el paisaje pintoresco es el digno de ser pintado - a lo que el término
responde etimológicamente-, se asocia también a "panoramas dotados de
irregularidades", a tierras con "tintes de aspereza, escabrosidad o escarpamien-
to", "a gargantas tortuosas", a parajes con "frondosidad vegetal o boscosa",
idem con "entorno acuático" o "con presencia de castillos u otros edificios".
En resumen,

"un mismo calificativo sirve, por tanto, para retratar paisajes y


trasladar impresiones estéticas muy diversas, vinculadas todas ellas, no
obstante, a una misma calidad estética cuyas fronteras con lo sublime,
lo romántico o lo bello se mostraron inestables en la práctica de
numerosos viajeros" (Ortas Durand, 1999, 270-271).

Por tanto, se deduce de todo ello, que las categorías de los viajeros
decimonónicos que se expresan con los calificativos "romántico", "salvaje" y
"pintoresco", más imprecisas que las asociadas al término "sublime", se refieren
también como espacio geográfico predilecto a la montaña, aunque puedan
comprender igualmente otros territorios más humanizados. Por ello, Ortega
Cantero (1999, 119 y ss.), entre tantos otros, significa que el Oberman de
Senancour (1804), tan elogiado por Unamuno, expresa sus predilecciones por

"el paisaje agreste, frondoso y contrastado. La filiación nórdica del


romanticismo y la tradición alpina de la época no son ajenas a la decidida
preferencia por la montaña y el bosque, ni al simultáneo desprecio hacia
la llanura, que el Oberman manifiesta" (según Unamuno en él "se ha
expresado el sentimiento de la montaña como acaso nunca se ha
expresado mejor").
[...]
"La montaña y el bosque son las máximas expresiones de la naturaleza
libre, sin degradar por la civilización y la historia"
[...]
"La llanura, por el contrario, carece de interés estético y apenas sirve
para otra cosa que para albergar afanes y trabajos que el romántico no
aprecia demasiado".
134 Antonio López Ontiveros

Senancour habla de "la monótona nulidad del paisaje de llanura" donde


imperan "el ruido de las artes" y "el estrépito de los placeres ostensibles"; en
ella también se encuentran los cultivos, poco gratos para el espíritu romántico,
que prefiere aquellos parajes donde "la mirada no se ve importunada de
continuo por tierras de labranza, villas y casas de recreo, riquezas engañosas
de tantos países desgraciados".
A mayor abundamiento, también Ortega Cantero (2000, 193 y ss.) posterior-
mente precisa y prueba para los viajes románticos españoles esta preferencia
y exaltación de la montaña y el bosque ("El viaje romántico a la montaña") y
su correlativo desprecio de la llanura, afirmando:

"La montaña no gozaba antes, en general, de una valoración favorable.


Era, por el contrario, un ámbito que solía suscitar sentimientos de rechazo
y de miedo. Los ámbitos montañosos se percibían casi siempre como un
mundo indómito, desordenado y amenazador, y provocaban sensaciones
de temor y desagrado."
[...]
"La situación cambió sustancialmente con la llegada del romanticis-
mo. Se abandona la general antipatía hacia la montaña de épocas
anteriores, y la actitud que ahora se impone está marcada por la plena
simpatía hacia los lugares montuosos. Dentro de sus nuevos modos de
entender y acercarse al mundo exterior, el movimiento romántico aporta
una nueva visión de la montaña, a la que atribuye cualidades y valores
destacados. La montaña pasa a ser uno de los lugares predilectos del
paisajismo romántico, y la visión que de ella se ofrece se inscribe
plenamente en las coordenadas del sentimiento moderno de la natura-
leza. La perspectiva romántica se aproxima con otro talante a la montaña
y encuentra en ella rasgos y significados que se incorporan, desde
entonces, a los modos de percibirla y representarla."

Todo este tema -la preferencia romántica por la montaña y el desdén por
la llanura- se ha corroborado además para Andalucía, región para los viajeros
de este ciclo "de montañas y no de llanuras (excepto en la interpretación
simbólica del Valle del Guadalquivir como Jardín de las Delicias), a las que con
frecuencia despachan con unos pocos renglones", y cuyo paisaje agrario no
existe para estos viajeros (López Ontiveros, 1988, 41-42).
Y además una clave muy importante del viaje romántico por Andalucía es
Sierra Morena y más concretamente Despeñaperros, Puerta de Andalucía, lo
que se asienta precisamente en que es aquí donde se produce el tránsito del
desierto, la decrepitud y la ruina material y moral de la "llanura" de la Mancha
al "paraíso", al "edén", al fulgurante "Oriente" que es Andalucía y que aquí
empieza (por extenso en López Ontiveros, 1996, 47 y ss.).
Naturaleza y cultura del paisaje 135

Pero a la vista de todo lo anterior, es cuando hay que formular la pregunta


fundamental de este apartado: ¿supone todo ello, sintetizado en la exaltación
paisajística de la montaña y el repudio por la llanura, la preterición del paisaje
rural en el Romanticismo?
En una primera impresión, quizás generalizante y poco matizada, para
Andalucía se respondió a esta pregunta de la siguiente manera:

"Este desdén por las llanuras tiene, a su vez, como correlato que el
paisaje agrario casi no existe para estos viajeros, siendo muy escasas las
alusiones que le dedican. E incluso cuando se alude a las plantas cultiva-
das es como si de un tipo de vegetación natural se tratara y como elemen-
to más del paisaje estético. La única excepción es el viñedo de Jerez cuyos
aspectos de medio físico, agronómicos, enológicos y de comercialización
merecen extensas alusiones, en especial de Ford (quizás por aquello,
según él, de que 'el Jerez es un vino extranjero hecho y consumido por
extranjeros', o sea por ingleses)" (López Ontiveros, 1988, 42).

Pero posteriormente se ha podido ir constatando que en la estructura


económica de Andalucía, según la literatura viajera decimonónica, no faltan
datos sobre las cuestiones agrarias básicas, tanto en el aspecto cuantitativo
-aunque con muchas limitaciones- como en el cualitativo. Así encontramos
información para una geografía de los cultivos: trigo y cereales; abundantes
datos y referencias sobre el olivo; abundantísimas sobre viticultura y enología
(en especial para Jerez y Montes de Málaga); muy importante también lo es
la que aparece sobre productos hortofrutícolas, "con la cual podría hacerse un
inventario de estas nuestras plantas cultivadas y de buena parte de las huertas
andaluzas"; y algunos datos, aunque no excesivos, pueden allegarse sobre el
tema clásico de la estructura de la propiedad, en general sin críticas al sistema
latifundista (López Ontiveros, 2001, 33-34).
Por otra parte, en este contexto informativo es muy importante constatar que
el paradigma descriptivo del viajero romántico ha cambiado de raíz, también
en los temas agrarios. Por ejemplo, respecto al olivo, el interés frecuente del
ilustrado es económico y agronómico -aunque aparezcan también, como se han
indicado, apreciaciones estéticas de conjunto sobre los paisajes agrarios- y, por
el contrario, en muchos viajeros románticos que se ocupan de esta planta sólo
se da una visión simbólica, estética y psicológica. Respecto a ello repárese en
qué visión tan distinta de la económica ofrecen Gautier y Latour de los olivares
entre la Carolina y Bailén:

Gautier: "Grandes olivares, cuyo follaje cálido recuerda la cabellera


enharinada de los sauces norteños y armonizan admirablemente con el
tono ceniciento del terreno. Este follaje, de tono sombrío, austero y suave,
136 Antonio López Ontiveros

fue muy sabiamente escogido por los antiguos, tan hábiles apreciadores
de las relaciones naturales, como símbolo de la paz y la sabiduría."
Latour: "Estos hermosos olivares me encantaban y me recordaban los
que había visto en Grecia, en el camino de Delfos o en la llanura de Ática.
Sus troncos torcidos y cavernosos, cuyas cabezas comenzaban a cuajarse
de sabrosos frutos, me hacían pensar en esos viejos sabios con el cuerpo
encorvado pero con la frente coronada por esa previsión de pensamientos
que da la experiencia, pensamientos cuya dulce serenidad tiene también
su secreta amargura."

Townsend sobre este mismo espacio, por el contrario, había reseñado


meticulosamente los distintos cultivos, descrito el suelo arenoso, advertido de
la existencia de fiebres intermitentes, anotado el precio de la carne y el pan y
de los olivares dicho: "extensos olivares que pertenecían, al igual que esta
población -Bailén- y una gran parte del territorio que se extiende a su alrededor,
a la condesa de Peñafiel". ¡Qué radical diferencia en el entendimiento del
paisaje por parte de ilustrados y románticos!
Conviene también insistir respecto a esa visión estética y psicológica del
olivo en como los viajeros del XIX sienten fascinación por esta planta, lo que
se fundamenta sin duda en el exotismo que le confiere el que no exista en un
medio -el centro y norte de Europa- de donde proceden buena parte de ellos.
Pero esta atracción contrasta con la repulsa psicológica que despierta casi
unánimemente en todos ellos, a saber:
* Doré, G. y Davillier, Ch.: "desde el punto de vista pintoresco, el olivo es
un árbol triste, gris, poco agradable en el paisaje".
* Luffmann, C.B.: "los olivos proyectan sobre el paisaje una sombra gris,
triste, que tiñe de melancolía la escena".
* Poitou, M.E.: "de aspecto tranquilo pero triste".
* Roberts, R.: "árbol frecuentemente vituperado por su vulgaridad y falta
de carácter y apariencia".
* Godard, L.: "sentado al pie de un olivo, símbolo de la paz, en el silencio
de la soledad, apenas turbado por la brisa que hace temblar las retamas
de oro".
* Ford, R.: "el olivo, por muy clásico que sea, resulta poco pintoresco: una
hoja cenicienta sobre un tronco desmochado que recuerda más bien un
sauce de segunda categoría y que no da ni sombra, ni protección, ni
color".
A la vista unánime de estos textos de la literatura viajera está claro el
tratamiento estetizante y psicológico del olivo, al margen de apreciaciones
económicas y agronómicas, y la repulsa que desde un punto de vista psicoló-
gico despierta en casi todos ellos; desconozco el posible fundamento de esta
reacción pero acaso tiene que ver con el color mate y desvaído del verde del
Naturaleza y cultura del paisaje 137

olivar que engendra esta respuesta en la psicología de los viajeros (para las
referencias de los viajeros y otros aspectos López Ontiveros, 1996, 37-38).
Y, por fin, como síntesis de lo dicho sobre temas agrarios románticos en
Andalucía, veamos los principales paisajes regionales de esta condición,
sintetizados por Krauel (1986, 251 y ss.) con precisión y excelentes textos y
completados con observaciones de López Ontiveros (2001, 34-35):

a) Zonas llanas, especialmente Depresión del Guadalquivir, con cul-


tivos de secano, concentración demográfica en agrociudades, extensos
despoblados, campos abiertos. Entre otros, Busby (1834) en el tramo de
Sevilla a Antequera sintetiza con fuerza estos caracteres.
b) A él se opone el paisaje agrario de montaña, entre la soledad y el
abandono y el pueblo aislado, con ruedo acondicionado para el cultivo
y del que disponemos de ejemplos como los descritos con maestría por
Capellbroke para la Serranía de Ronda (Krauel, 1986, 252), Sierra Morena
cordobesa según Ford y Subbéticas también de Córdoba según Roberts
y Ford (López Ontiveros, 1991, 85 y ss.), buena parte de las sierras Béticas
del reino de Granada según Willkomm y Boissier. Especialmente por
muchos viajeros conocemos con detalle el paisaje agrario de las Alpuja-
rras y el de altura de Sierra Nevada, que está exigiendo una monografía
de síntesis, pues la información empieza a ser desbordante.
c) Los paisajes de regadío, a su vez, hay que dividirlos entre los
regadíos de interior y los de costa, especialmente mediterránea. Aunque
para todos quizá sea común su interpretación como espacios paradisíacos
(un ejemplo sin igual es el de la huerta de Güejar Sierra, descrito por
Willkomm, y el de Motril por Boissier), la obsesión por el tema del agua,
la importancia de los moriscos y su expulsión en su configuración y
posterior evolución. Temas todos que, por lo demás, se prestan mucho a
una interpretación estética de cuño romántico. (López Ontiveros, 2001,
34-35).

Ejemplos de exaltación de muchos paisajes agrarios andaluces pueden


también encontrarse en López Ontiveros (2002, 132 y ss.), a propósito del
tratamiento de la literatura romántica respecto a "Granada y su Vega", "Sierra
Nevada y las Alpujarras", "La parte oriental del Reino de Granada" y "Málaga
y la Costa del Sol".
Por último, los viajeros románticos acceden al tratamiento y apreciación de
los paisajes rurales al amparo del amplio y polisémico sentido de la categoría
estética de lo "pintoresco", que también, entre tantos otros paisajes,

"aprecian el pintoresquismo de las perspectivas más hermosas y


fértiles o de las tierras embellecidas por los más variados cultivos... y el
138 Antonio López Ontiveros

de personajes, tipos y trajes característicos, que mostraban en la inme-


diata cotidianidad lo singular, lo diferente, vale decir lo pintoresco y lo
romántico de España" (Ortas Durand, 1999, 227 y ss.).

Entre la multitud de ejemplos que esta autora nos ofrece sobre paisajes
pintorescos de Aragón pueden encontrarse muchos que pertenecen a la
categoría de los rurales. Y Castro Morales en su trabajo inédito sobre "La
sensibilidad pintoresca" (cortesía del autor), coincidentemente con lo anterior,
también alude a lo pintoresco en el léxico cotidiano como apto para caracterizar
el espacio rural y los tipos que lo habitan. Dice este autor:

"El concepto 'pintoresco' se ha incorporado a nuestro léxico cotidiano


para caracterizar el espacio rural y los tipos que lo habitan. Esta segunda
acepción deriva del gusto romántico que llevó a numerosos viajeros
europeos a visitar el Sur en busca de paisajes, tradiciones ancestrales y
folclore; es decir, para registrar imágenes típicas -paisajistas y costum-
bristas-."
[...]
"Ello evidencia el apoyo de lo típico a una vertiente social de lo
pintoresco en la que se juzgaba la vida popular como pintoresca por su
capacidad para conservar fuera de la sociedad culta y progresista
tradiciones, usos y costumbres que constituían pervivencias insólitas y
excepcionales."

De forma concordante Maderuelo (1997, 26) en la pintura romántica, frente


a lo sublime y las "normas de lo bello clásico", constata

"esta categoría que se denominará pintoresco, que está constituida por


las cosas enraizadas en el suelo, rústicas y campestres, por motivos de
la naturaleza intrascendentes, que no anonadan por su tamaño desme-
surado ni por su sobrecogedora grandeza, sino que se aprecian por su
sencillez y humildad, que provocan un discreto placer y que son
utilizadas por los pintores, al principio, como fondos, pero que, por su
capacidad característica, irán cobrando cada vez más protagonismo.
Estos elementos pintorescos son simples grupos de rocas, conjuntos
de árboles que han surgido a su albedrío, rincones rurales, casas rústicas,
de las que sale humo por la chimenea, animales domésticos pastando
plácidamente, en fin, escenas que no producen el más mínimo temor ni
desasosiego, antes bien, que presentan una visión bucólica y poetizada
de lo que el espectador ocioso supone que es la tranquila vida campes-
tre."
Naturaleza y cultura del paisaje 139

E igualmente el mismo autor también constata lo pintoresco de temas rurales


en el arte de los jardines románticos, como ya ocurriera también en el siglo
XVIII:

"La categoría estética de lo pintoresco designa mejor aquellos jardines


que, alejados ya de la representación de historias heroicas y de cualquier
herencia clasicista, se construyeron como elementos rústicos, crudos y
rugosos, aparentemente poco elaborados, como grutas sin forma precisa,
paupérrimas ermitas, pabellones exóticos, cabañas de pescadores y
ruinas anticlásicas. Son jardines que se inspiran en el mito del buen
salvaje, representado por los hábitos del campesino que vive sin ser
corrompido por los vicios de la ciudad, atado a la tierra y a sus
costumbres sencillas y ancestrales. Estas imágenes recrean la idea idílica
de un arte jardinero que nos aproximan al rito de los orígenes. Para ello
se adaptará el jardín al ritmo del terreno, posibilitando la vista de paisajes
abiertos en los que se representa la naturaleza sólo con medios naturales"
(Maderuelo, 1997, 29-30).

En conclusión pues, es evidente que el Romanticismo no manifiesta prefe-


rencia por los paisajes agrarios cultivados como la Ilustración pues aquélla la
concreta en la "sublime" montaña, que no en la llanura. Pero tampoco escapa
al embrujo "romántico" y "pintoresco" de paisajes agrarios de montaña,
regadíos de plantas exóticas mediterráneas y orientales, tipos rurales arcaicos,
aún ataviados a la usanza tradicional, etc. Si bien es verdad, que el paradigma
apreciativo, como es lógico, es más estético y subjetivo que economicista y
agronómico, tan característico de los ilustrados.

OBSERVACIONES SOBRE EL SIGNIFICADO DEL PAISAJE RURAL EN EL


EXCURSIONISMO DE LA INSTITUCIÓN LIBRE DE ENSEÑANZA

Ortega Cantero (2001) y en otros escritos (por ejemplo Ortega Cantero, 2000)
ha tratado con profusión el gran significado que corresponde a la Institución
Libre de Enseñanza en el descubrimiento del paisaje hispano, desarrollando
una visión de éste con base geográfica y relacionada con el pensamiento de la
Moderna Geografía y de Humboldt y también con el Romanticismo. En relación
con este último afirma este autor:

"La perspectiva institucionista, inscrita también en el marco de su


entendimiento de la naturaleza y del paisaje, y no exenta de conexiones
con el romanticismo, configura, en España, otro eslabón importante de
la visión moderna de la montaña. Tanto los viajeros románticos como los
institucionistas supieron valorar y apreciar la montaña. En ambos encon-
140 Antonio López Ontiveros

tramos, sin negar sus diferencias, una visión de la montaña que traduce
de forma modélica las claves de la sensibilidad moderna hacia la
naturaleza y el paisaje" (Ibidem, 194).

Pero en el extenso análisis de todo ello, el pensamiento sobre el paisaje rural


propiamente dicho está ausente, sin aparecer ni en el tratamiento de la visión
teórica del paisaje ni tampoco en el estudio de los espacios concretos, objeto
de excursiones institucionistas como Sierra de Guadarrama, paseos hasta el
Prado, Valle del Lozoya, Cartuja del Paular, etc. Creo yo que esta cierta
preterición del paisajismo rural quizás se deba a que entre los institucionistas
predominaban los de origen "urbano", atraídos por la "montaña", y de aquí
precisamente la gran importancia del Guadarrama.
No obstante, en la primera documentación de la Institución Libre de
Enseñanza no faltan alusiones al paisaje agrario/rural, lo que, con cierto detalle,
vamos a tratar y enjuiciar.
Como para cualquier aspecto del paisaje que se aborde según la concepción
institucionista, también en el tema del paisaje rural es fundamental el artículo
de Giner de los Ríos "Paisaje" (1886). En él es clave la distinción entre
"naturaleza" y "campo" (tan ambigua y complicada en los autores de la
Generación del 98), entre "paisaje rural" y "agrario" (aunque sin usar esta
nomenclatura) y la relación entre el paisaje rural y el poblamiento rural, pero
también con las ciudades. El texto que de ello trata merece reproducirse:

"A primera vista, quien dice 'paisaje' parece decir 'campo'; pero el
desierto dista mucho de ser campo, y nadie negará que es paisaje.
Además, si por campo se entiende una comarca con vegetación, donde
la vida del animal y la planta prepondera sobre la del hombre, por
oposición a la ciudad, donde acontece lo contrario, en el paisaje, concepto
mucho más comprensivo, pueden entrar, no sólo los caseríos y los
pequeños grupos de población rural diseminada, sino las ciudades
mismas, por grandes que sean, a condición de avenirse a no representar
más que uno de tantos accidentes, de subordinarse a la Naturaleza -por
decirlos así- deshabitada, merezca ó no el nombre de campo. De esta
suerte es como, al par de los elementos puramente espontáneos, contribu-
yen también y enriquecen al paisaje otros (casas, caminos, tierras culti-
vadas, etcétera) que son obra ya del arte humano, y hasta el hombre
mismo, cuya presencia anima con una nueva nota de interés el cuadro
entero de la Naturaleza." (Giner de los Ríos, 1911-12, 174).

También Giner precisa que el hombre sólo forma parte del paisaje como ser
físico:
Naturaleza y cultura del paisaje 141

"en el paisaje puro y sin aditamentos la figura humana no entra sino


como un ser físico, como una forma, como una nota de claro-obscuro o
de color, aunque siempre ofrezca a nuestros ojos cierto valor ideal de un
tipo, de una clase, de un género de vida determinado; verbigracia:
aldeanos, caminantes, cazadores, pastores, artistas." (ibidem, 175).

Ello sin duda por la gran importancia que en el paisaje el autor confiere al
elemento físico, al "suelo", aunque ello lo amortigua para el caso de Madrid,
cuyo paisaje abraza por igual la "montaña" y el "llano", diferentes, pero

"suaviza, sin embargo, este contraste una nota fundamental de toda


la región, que lo mismo abraza al paisaje de la montaña que el del llano.
En ambos se revela una fuerza interior tan robusta, una grandeza tan
severa, aun en sus sitios más pintorescos y risueños, una nobleza, una
dignidad, un señorío como los que se advierten en el Greco ó Velázquez"
(ibidem, 175).

Porque, en último término, el paisaje es una síntesis, una fusión entre los
elementos naturales y el hombre:

"Un escritor, un jurista, por cierto, Carlos Salomón Zacharía, ha dicho:


'El desierto, la palma, el camello, la tienda, el beduino, forman un todo
indivisible.' Esta relación entre la constitución geológica, el relieve del
suelo, el clima, el medio natural, en suma, y el hombre" (también se
advierte en el caso de Madrid), (ibidem, 177).

Y, por último, es importante destacar que en la concepción gineriana el


paisaje, la naturaleza y el campo cumplen unas funciones espirituales de las
que no goza "la masa enorme de nuestra gente urbana, condenada por la
miseria, la cortedad", etc. (p. 179).
Por tanto, es indudable el predominio de lo "natural" en la percepción
gineriana del paisaje, y, en consecuencia, la importancia de los aspectos físicos,
lo que fundamentará y prohijará el amor a la montaña. Pero, según todos los
indicios detallados, no se excluye la consideración del paisaje rural en este
fundamental discurso institucionista. Posteriormente, es muy interesante cons-
tatar, cómo todos estos extremos se tienen en cuenta y desarrollan en geógrafos
como Dantín Cereceda (1917) y sobre todo en Hernández-Pacheco (1935) en un
célebre discurso sobre el paisaje hispano, ciertamente extremoso en cuanto a
la importancia de los aspectos físicos, y especialmente el relieve, como elemen-
tos del paisaje, pero todo él rezumando un intenso ruralismo. Y, por supuesto,
todos estos presupuestos ginerianos influirán sobremanera en los paisajistas de
la Generación del 98.
142 Antonio López Ontiveros

Pero, como es lógico, el artículo comentado de Giner, con sus precisiones


y tenues resonancias respecto al paisaje rural, probablemente, influyó en el
Cuestionario de Excursiones Generales formulado para los alumnos de la
Institución en 1886 -el mismo año del artículo de Giner- por Manuel
Bartolomé Cossío y publicado en el Boletín de la Institución Libre de
Enseñanza en 1888 (abordado en sus aspectos generales por Ortega Cantero,
2001, 126 y ss.). Veamos nosotros cómo se analiza el tema rural agrario en
este documento.
Ya es indicio del interés subsidiario de lo rural que el Cuestionario se divide
en dos grandes apartados, A) "Para el Camino" y B) "Para las Poblaciones",
recogiéndose en uno y otro, sin orden alguno y con más o menos oportunidad,
diversos ítems rurales. Así en el primer apartado se dan instrucciones sobre los
medios que se utilizan para viajar, distancias y otros pormenores prácticos,
sugiriéndose en el punto 4:

"Descripción del camino: Aspecto general del país que se recorre;


panoramas y puntos pintorescos; montañas, llanuras, valles, puertos,
gargantas, cascadas, grutas, fuentes, etc. Pueblos por que se pasa; iglesias,
ermitas y otros edificios notables. Naturaleza de la vegetación: bosques,
sembrados, plantíos; sus clases; praderas, etc. "

Nótese en el texto la importancia de los aspectos naturales, que se comple-


mentan en el punto 5 con otros relativos a ríos y "clases de terreno" (litologia),
y además que los aprovechamientos agrarios también se "naturalizan", com-
prendiéndolos en la "naturaleza de la vegetación".
Respecto al apartado B) "Para las Poblaciones" éstas son nuestras observa-
ciones básicas:
1) Predominio de los datos físicos y naturales, etnológicos, culturales y de
enseñanza, artísticos e históricos, administrativos y estadísticos y econó-
micos.
2) Lo geográfico desde un punto de vista general está bien representado y
estructurado, respondiendo a un esquema consecuente con la geografía
1' :al de la época de intenso matiz naturalista. Esta es la síntesis de los
contenidos de este carácter que se proponen en el Cuestionario:
- Nombre y clase de la población (1) con expresión de sus "guías, mapas
y planos" (30).
- Situación geográfica y administrativa (2) y también "situación con
respecto al elemento pintoresco: paisajes, puntos de vista etc." (3).
- "Geología: terrenos, minas" (4).
- Botánica o sea plantas más comunes (5) y Zoología o sea animales que
más abundan (6).
- Clima con datos sobre los elementos climáticos (7).
Naturaleza y cultura del paisaje 143

- Estadística de la población (8) e imprecisa alusión al poblamiento de


los alrededores (32).
- Industrias, profesiones y comercio y mercados (10 y 12); fondas y
posadas (25); comunicaciones y transportes (27, 28 y 29).
En este contexto geográfico general lo agrario estricto es escaso
-teniendo en cuenta la ruralización extrema de España entonces- y
sobre todo disperso y sin coherencia, como se desprende de lo que
sigue.
3) Lo agrario/rural presenta un intenso matiz economicista (11.- "Agricul-
tura: producciones dominantes"), también un desorden total y se asocia
con otros temas muy heterogéneos, amén de que se inquiere desde la
óptica urbana, que es la de Madrid. Creo que en los dos puntos que se
reproducen a continuación se ve todo ello claramente:

"13.- Tipo de vida: ¿es pueblo rico o pobre? La propiedad, ¿está


concentrada o dividida? Precio medio de la vida con relación a Madrid:
cuánto cuestan las cosas más necesarias; por ejemplo: casas, vestido, pan,
carne, fruta, legumbres, leche, vino, dulce... ¿Viven en casas contiguas,
como en Madrid, o aisladas y separadas, sea en el campo, o en barrios
pequeños, etc.? Calles, plazas, fuentes, alumbrado, limpieza y demás
servicios municipales."
"14.- Usos y costumbres. ¿Qué comen, generalmente? ¿Qué beben?
¿Qué hacen durante el día o cómo distribuyen su tiempo? La casa:
descripción de lo más característico en ella; muebles. El traje".

4) Como era tan propio de la geografía y literatura viajera de la época se


presta mucha importancia al carácter y comportamiento de los habitantes
(López Ontiveros, 2001, 26 y 46-47) desde un punto de vista general ("15.-
Carácter general de los habitantes; si son pacíficos o revoltosos, tristes
o alegres, rudos o suaves; si hacen daño a los animales y a los árboles,
o los tratan bien"), ecológico (ibidem), de la antropología física ("9.- Tipo
de los habitantes: si son altos, bajos, gruesos, delgados, morenos, rubios,
etc."), de la moralidad ("16.- Moralidad: ¿son buenos o malos...?"), de las
creencias religiosas ("23.- Creencias religiosas. ¿Son sinceros, fanáticos,
indiferentes?").

De acuerdo con esta consideración no fundamental ni sistemática del paisaje


rural en el Cuestionario, resulta coherente que en los diarios de excursiones se
refleje un tratamiento similar. Ortega Cantero (2001, 134 y ss.) analiza varios
de ellos y esto se confirma de todo punto. Como ejemplo de lo dicho, veamos
el tratamiento del tema que se hace en la célebre Excursión durante las vacaciones
del verano de 1883 (B.I.L.E., 1886) a la que como profesores asisten Giner, Cossío,
144 Antonio López Ontiveros

Calderón y Vida y como alumnos, entre otros, Besteiro. En el diario de esta


excursión las únicas referencias rurales encontradas son éstas:
- Camino del Paular, éste discurre por vega con sembrados de trigo y
pradera, encontrándose también arboledas de álamos, olmos y fresnos.
- En Rascafría aparece una descripción minuciosa de la posada de Calixto
Pérez como vivienda y en sus enseres y adornos.
- Se detalla la etimología de "Paular" (= pobolar, pobeda, alameda de
pobos, populus, álamo).
- Respecto al Monasterio del Paular se indica la existencia de su huerta y
su fruta, la historia de su desamortización y la indicación de que se
alquilan en él habitaciones en verano.
- Sobre el pueblo de Rascafría aparecen noticias geográfico-económicas
relativamente precisas: habitantes, escuelas, cultivos, otras actividades
económicas (fabrica de papel, aserradero), riqueza del pueblo, caza.
En conclusión, en estos textos sobre la Institución Libre de Enseñanza
aparecen unos excursionistas, de asiento y contextura urbana, o en gran medida
dedicados a las Ciencias Naturales en sus diversas especialidades, todos
enamorados de la Naturaleza, que se ven más atraídos por el paisaje de
montaña y sus aspectos "sublimes" e incluso "salvajes" de filación romántica.
No obstante, su espíritu científico y la atracción de todo lo "pintoresco" no les
permitía permanecer ajenos a lo rural, que abordan esporádica y no sistemá-
ticamente. Pese a ello, a la perspicacia de Giner no escapó la conceptuación
precisa del "campo" y lo "rural".

CONCLUSIÓN

Con anterioridad al siglo XVIII, los datos que se han podido allegar sobre
la génesis y conformación del paisaje rural son tan escasos que no permiten
obtener conclusión alguna. Probablemente, no obstante, no exista una imagen
nítida al respecto, entre otras razones, porque tampoco existe un concepto claro
y acabado del paisaje en general.
En la primera mitad del siglo XVIII las cosas siguen aproximadamente igual,
pero la influencia de un sólido pensamiento fisiocrático, el desarrollo de los
"jardines paisajísticos" y la conjugación en la literatura viajera de la apreciación
conjunta de lo útil y lo bello respecto al campo, terminan por exaltar y valorar
sobremanera el agro cultivado, los parajes frondosos y verdes, los montes
reforestados, en suma los paisajes agrarios; ellos constituyen el paradigma de
lo bello frente a lo inhóspito y tedioso, lo que carece de belleza y estima es el
erial, el secano, lo quebrado, lo abandonado por el hombre, el "saltus".
A finales del siglo XVIII ente los viajeros se va dando paso a un cierto
Prerromanticismo que tiende a valorar más lo bello en sí, independientemente
Naturaleza y cultura del paisaje 145

de su utilidad y a prodigar las emociones que ello engendra en detrimento de


la descripción objetiva y pragmática. Es presagio del paradigma estético del
Romanticismo que va a comprender el paisaje en torno a categorías estéticas
como lo "sublime" -la principal y más nítida-, lo "romántico" y lo "pintoresco"
y otros marbetes similares a ellas asociados. Sin lugar a dudas, esta concepción
estética decididamente engendra una sobrevaloración de la "montaña" y el
alpinismo en general y un cierto desprecio de las llanuras y paisajes cultivados.
Pero en nuestro estudio creo que se prueba que, para España y Andalucía,
existen mecanismos perceptivos suficientes -cultivos exóticos para los viajeros,
agricultura de montaña, interpretación simbólica de ciertos espacios de llanura,
apreciación estética de algunas plantas, tipos y territorios pintorescos, etc.- para
que el paradigma romántico no suponga una preterición absoluta de lo rural/
agrario. O sea que junto a la consolidación definitiva y exaltación suprema del
paisaje en general y el de la montaña en particular, también existe en muchos
románticos el gusto y aprecio del paisaje humano cultivado.
A finales del siglo XIX este modelo estaba en todo su esplendor, lo que junto
a la conceptuación rigurosa que la Geografía Moderna había configurado del
paisaje geográfico, explica que en textos científicos y pedagógicos de la primera
Institución Libre de Enseñanza el paisaje constituya un ingrediente fundamen-
tal de la apreciación y estudio de la Naturaleza. En este paisaje institucionista
hay una preferencia por lo estrictamente natural y por la montaña por varias
razones: naturalismo científico, origen urbano del movimiento y sus adeptos,
etc.; por el contrario, lo rural/agrario se enfatiza menos y se intenta comprender
parcial y desordenadamente. Giner, no obstante, tiene precisiones enjundiosas
sobre el "campo" y su paisaje.
Creemos, no obstante, que la apreciación más valiosa del paisajismo rural,
inspirada en la Institución Libre de Enseñanza, no esta aquí sino en alguno de
sus epígonos pertenecientes a la Generación del 98 o incluso cronológicamente
posteriores. Pero esta es otra historia aquí no abordada.
146 Antonio López Ontiveros

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PAISAJE Y JARDÍN: LA PLASMACIÓN DE LA IDEA DE NATURALEZA*
Josefina Gómez Mendoza
Universidad Autónoma de Madrid
Instituto del Paisaje (FDS)

La ciudad moderna ha querido expulsar a la naturaleza hasta sus confines,


sin lograrlo. La ciudad supone, decía Manuel de Terán, la más intensa
transformación del paisaje natural, pero la naturaleza, reclamando la satisfac-
ción de sus derechos, no ha dejado nunca de estar presente. Toledo, ciudad a
la que Terán se refería, que es paisaje de alta cultura, de cultura densa y
estratificada, depósito de siglos, es también síntesis ibérica del medio natural,
fisonomía armónicamente adaptada a la topografía a través de la red de calles
y callejuelas, de las que algunas siguen las curvas de nivel y otras son pinas.
La ciudad histórica es la que mejor traduce el paisaje natural. Rafael Mas
contrasta ciudad histórica y ciudad contemporánea, esta última con voluntad
y capacidad de transformar el medio hasta casi borrarlo. La ciudad contem-
poránea ha optado por la tecnología: ríos dominados, riberas hormigonadas,
cauces canalizados y soterrados, junqueras rellenadas, montañas y cerros
horadados por túneles, explanaciones de grandes áreas, vegetación artificial,
paisajes uniformes.
Con ritmo acelerado, nuestros paisajes cotidianos van perdiendo singulari-
dad, como si quisieran reducir su historia y hacerse homogéneos; parafrasean-
do a Caro Baroja, van sujetando el país y la historia a la técnica. Las piezas
urbanas se yuxtaponen y se sobreimponen sin adaptación, de modo fragmen-
tado. Las ciudades centrales se convierten en parques temáticos, los ciudadanos
en audiencias. Heterotopia, dice Relph, recuperando el término foucaultiano,
heterotopia como concepto adecuado para esos paisajes extremos de las
ciudades turísticas o recreativas, como Las Vegas o Benidorm, donde los
elementos son copias miméticas y extravagantes de otras culturas y de otros
tiempos, evitando el más mínimo intento de adaptación al lugar, al país.

La presente ponencia se basa en mi trabajo: El gobierno de la naturaleza en la ciudad. Ornato y


ambientalismo en el Madrid decimonónico, Madrid, Real Academia de la Historia, 2003, presentando las
principales ideas allí contenidas, y ampliando otras como las relativas a la jardinería paisajista, su
desarrollo y la crítica de la que fue objeto
150 Josefina Gómez Mendoza

Me propongo en esta ocasión ilustrar la relación entre jardín y paisaje,


tratando de recuperar una tradición de la naturaleza en la ciudad, la de las
huertas, los paseos, las arboledas, los parques y los jardines. Al repasar esa
cultura y al recuperar esta tradición, advertimos enseguida que la ciudad no
logra expulsar a la naturaleza ni a los procesos naturales. Hoy sabemos que
no sólo no puede, sino que no debe hacerlo.
Madrid es un caso muy interesante de tradición ambiental basada en la
creación y en la conservación de espacios arbolados. Sede de la corte y capital
del reino y del Estado se le ha querido conferir, sobre todo desde el reinado
de Carlos III, una calidad urbana acorde con su rango, a partir de unas
condiciones de especial penuria. Contaba como punto de partida con extensos
sitios y posesiones reales, de desigual significado y de distintas condiciones,
que limitaban la ciudad por el este y el oeste y que tardaron en incorporarse
al uso público; cuando lo hicieron, no sin problemas, se erigieron en el
patrimonio más singular y más valioso de la ciudad. En todo momento
constituyeron, además, por su calidad e interés natural, urbanístico y artístico,
lugares de referencia obligada para todas las intervenciones dirigidas a natu-
ralizar, arbolar y ajardinar la ciudad.
La convivencia forzosa en la ciudad de Madrid de la administración central
(con el singular protagonismo de la Corona y del Patrimonio Real) y de la
municipal, determinó un sistema de relaciones asimétrico, las más de las veces
de intromisión por parte del poder central y de sometimiento del local. Las
razones de Estado se han esgrimido a menudo para justificar el intervencio-
nismo del gobierno central, por lo que han prevalecido la vigilancia mutua, el
recelo, cuando no el conflicto abierto. El ramo municipal de arbolados, por
curioso que parezca, no fue una excepción y los cargos de arbolistas de la Villa
o de los Sitios estuvieron a la ventura de grandes cambios políticos o de
convulsiones fugaces.
Por estas razones, cualquier ensayo de geografía histórica de los recursos,
como es éste, es también un estudio de historia política y administrativa. Los
buenos estudiosos de la ciudad han sabido mostrar hasta qué punto las grandes
novedades políticas y sociales se traducen con bastante celeridad en transfor-
maciones territoriales a todas las escalas, incluidas las intraurbanas. El fin del
antiguo régimen, los primeros pasos de la monarquía parlamentaria en aquel
decenio prodigioso y liberal de 1834 a 1844, junto con la consolidación de las
grandes transformaciones sociales, demográficas y técnicas, fue fecundo en
cambios y empresas. Francisco Quirós ha mostrado bien cómo, con el acceso
de la burguesía al poder y la consolidación del Estado constitucional, nace el
modelo de ciudad que, con matices, ha estado vigente hasta la posguerra civil
del siglo XX.
Por el doble motivo de los cambios en la gestión del Patrimonio de la Corona
y del accidentado camino hacia las leyes municipales de 1840 y de 1845, el
Naturaleza y cultura del paisaje 151

cambio de regente y la formación de los ayuntamientos constitucionales, los


decenios treinta y cuarenta del siglo XIX estuvieron particularmente cargados
de intentos, de proyectos, también de realizaciones. Es entonces cuando tiene
lugar buena parte de la innovación en los modos de plasmar la naturaleza en
la ciudad y de gestionar la naturaleza urbana.
Innovación y atención que en Madrid estaban propiciadas por residir en la
ciudad muchas de las personas más versadas en cuestiones botánicas, urbanís-
ticas, agronómicas, arbóreas y forestales; también, naturalmente, de los nego-
cios y de la promoción inmobiliaria. Algunas de las mejores cabezas científicas
del momento coincidieron en la ciudad y tuvieron que ver con la mejora
espacial y arbórea de ésta, por cierto, en ocasiones, en clara rivalidad y litigio
entre sí. Se dio la feliz y no casual coincidencia de que estos científicos
intervinieran también en tareas prácticas y administrativas. Y a la inversa, los
administradores no desdeñaron ni evitaron el conocimiento científico con más
o menos nivel, con más o menos bríos. En aquel tiempo singular en que se
quería nada menos que hermanar la administración con la ciencia y basar el
ejercicio administrativo en principios científicos, se produjo una formidable
eclosión de hombres de ciencia y de ideas que no desdeñaban el servicio de
la Corona, del Estado o del Ayuntamiento, y que así lograron, pese a todas las
dificultades y limitaciones, una cierta simbiosis de ciencia y experiencia, dicho
sea en palabras de Alejandro Nieto, que ha conseguido trasmitir su entusiasmo
por los protagonistas de la regencia de María Cristina.
Propongo, pues, un corto recorrido por los paseos y arboledas del Madrid
decimonónico y del primer tercio del siglo XX para analizar los distintos modos
en que se intentó plasmar en el paisaje urbano la idea de naturaleza.

SITIOS REALES E INSTALACIÓN DE LOS ARBOLADOS MADRILEÑOS

Una de las claves del desarrollo y carácter de los espacios arbolados


madrileños reside en el Patrimonio Real. Las posesiones reales tenían una
enorme importancia superficial, ambiental y paisajística ocupando más de la
tercera parte del término municipal y una superficie triple de la del casco
antiguo. Además, el conjunto Palacio Real-Casa de Campo, a poniente, y los
Jardines del Buen Retiro, a naciente, marcaron durante mucho tiempo los
límites de la ciudad hasta el punto de forzar su expansión en sentido norte-
sur.
Pero la influencia de los Sitios Reales no se detiene en los más cercanos; todos
y cada uno de ellos han trascendido en mayor o menor medida, y antes o
después, sobre la naturaleza madrileña. Admirábase Mesonero Romanos en el
momento del apogeo del Patrimonio: "En el radio sólo de 15 leguas de la capital,
cuéntanse, por lo menos, dieciséis palacios o casas reales embellecidos por la
152 Josefina Gómez Mendoza

mayor parte de jardines y bosques (....) no temeríamos llamar la atención de


los viajeros que han recorrido las capitales y sitios más célebres de Europa,
hacia el conjunto que ofrecen a su curiosidad San Ildefonso, Aranjuez, Escorial,
Riofrío, Valsaín, Quitapesares, El Pardo, la Isabela, la real Quinta, la Zarzuela,
la casa de Campo, la Moncloa, Vista Alegre, el Retiro, el Casino y el Palacio
Real de Madrid." Esta red de sitios traduce una voluntad de ordenar el territorio
y de unir los palacios con una verdadera trama de naturaleza urbanizada.
Se trataba de un patrimonio enorme que constituía un microcosmos centra-
do en Madrid, con lugares ordenados y jerarquizados por los que transitaban
los reyes y la Corte. Es sugerente la narración que hace un noble canario, el
marqués de la Villa de San Andrés, de la rotación estacional que practicaban
los monarcas y su entorno: "En los primeros días del año sale la Casa Real para
El Pardo, adonde la estación rigurosa del invierno pasa, y vuelve a Madrid para
gozar la Semana Santa el Sábado de Ramos. Fenecidas sus funciones, pasan sus
Majestades a Aranjuez, adonde la primavera es hermosa, fértil el sitio,
abundantísima la caza y el terreno deleitable. De allí salen para Valsaín así que
sale San Juan. En este sitio, sólo apacible en verano, está la Corte hasta que a
mediados de octubre sale para El Escorial, de cuyo encantado monasterio,
apenas diciembre su nevada frente asoma, vuelven a Madrid para tener aquí
las Navidades y recibir de los Consejos las Pascuas."
Dos acontecimientos del siglo XVIII tuvieron una enorme trascendencia para
la naturaleza y el embellecimiento de Madrid: por un lado, la adquisición por
la Corona de la plena propiedad del monte del Pardo y el posterior cierre de
éste en 1749 con una cerca de cien kilómetros de longitud, "la mayor muralla
que para encerrar conejos, perdices y gamos se ha construido en el mundo",
como ha dicho Cos-Gayón; también fueron cercadas la Casa de Campo y la
Florida. El segundo hecho fue la conversión de Aranjuez en explotación agrícola
modelo, en Sitio rural de "agricultura verdaderamente real", como dice Ponz,
pero manteniendo las calles arboladas para limitar paseos y huertas, calles que
se convierten en elemento canónico del tratamiento vegetal y caminero del
espacio dieciochesco.
El modelo de calles arboladas de Aranjuez fue el que se trasladó por
iniciativa real a los paseos públicos periféricos de Madrid, para conectar los
Sitios entre sí o seguir el río y también en las anchas avenidas radiales
meridionales. Coronaba la puerta de San Vicente el lema que justificaba el
conjunto: Commoditati ac ornamento publico.
Pero sin duda la pieza sobresaliente fue el paseo del Prado, desde la puerta
de Recoletos a la de Atocha, emblemático por tantos motivos; por ser el paseo
arquitectónico por antonomasia, por el diseño de salón, que se difundiría como
modelo a otras ciudades, por la forma en que se llevó a cabo la actuación, previa
compra de terrenos, por el saneamiento que entrañó, por el interés directo del
conde de Aranda en su construcción y del de Floridablanca en las plantaciones
Naturaleza y cultura del paisaje 153

de olmos traídos de Aranjuez, atendidos por los jardineros del real sitio y
establecidos nada menos que veintiocho turnos de riegos para que mantuvieran
su esplendor. El Paseo del Prado determinó además un cambio de valor y de
usos en su entorno, que pasó a ser el espacio de las residencias más suntuarias
de la Corte y el paseo preferido de aristócratas y burgueses: "una gran recep-
ción dentro de un salón de árboles", como brillantemente lo calificó Galdós.
La operación del Prado iba acompañada de otras destinadas a cumplir el
amplio y ambicioso programa de enaltecer el Museo (entonces Gabinete de
Historia Natural) como el traslado del Jardín Botánico desde el soto de Migas
Calientes en el camino del Pardo: se quería no sólo facilitar la enseñanza de
botánica con el jardín y su escuela sino también "hermosear el paseo público del
Prado de Madrid con una obra en que reinase la regularidad y el buen gusto".
Todo lo anterior pertenece a la etapa del último tercio del siglo XVIII que
el director facultativo de arbolados y paseos de Madrid entre 1841 y 1859, Lucas
de Tornos, ha llamado de instalación de espacios arbolados, protagonizada
enteramente por la Corona. A partir de ahí vendría la que el mismo Tornos
llama (modestamente) de acabamiento municipal de paseos y arboledas y
primeras creaciones propias: ronda norte y ronda sur, paseo de Recoletos y
Castellana, paseos de Chamberí hacia Fuencarral y hacia Luchana. La construc-
ción de estos nuevos espacios y de sus arboledas fue trabajosa por muchos
motivos, sobre todo por la dificultad que tenía el Ayuntamiento en disponer
de suelo, de agua y de autonomía de gestión.
La topografía alomada de Madrid, determinada por la incisión de los ríos
sobre la rampa de la sierra, no supuso graves dificultades para la extensión de
los arbolados aunque sí facilitó los contrastes de paisajes entre los ejes de vega
y líneas de huerta sobre el río Manzanares y los arroyos de la Castellana y del
Abroñigal por un lado, y los campos dominantes de cereal de secano, por el
otro. El problema crónico que tuvieron los arbolados públicos en el siglo XIX
fue la escasez de agua de riego. La mayoría de los viajes de aguas "gordas",
que eran las usadas para el riego y para los ganados, pertenecían a particulares
que las vendían. Los Sitios Reales, los conventos y las fincas privadas disponían
de minas propias para su servicio y de un alto número de norias mientras el
Ayuntamiento se encontraba en inferioridad de condiciones. Además en los
momentos de escasez como los de la sequía continuada que se produjo entre
1849 y 1854, las autoridades tenían que desviar el agua de norias de paseos a
las necesidades más urgentes de abastecimiento de la población, apoderándose
entonces el ramo de fontanería de las norias del de arbolados. En aquellos años
apenas se podía suministrar a la parte baja del Prado tres turnos de agua entre
San Juan y San Miguel, frente a los 28 ordenados por Floridablanca.
Las diferencias y contrastes entre arbolados públicos y arbolados privados
se trasladaban a todo el ámbito de la ciudad y de su entorno. Secano y regadío
constituían dos dominios ecológicos y de paisaje consolidados y contrastados
154 Josefina Gómez Mendoza

del Madrid histórico, con inmediata traducción en el valor del suelo de un


terrazgo en el que, curiosamente para la percepción actual, las fincas de regadío
eran mayores que las de secano. Algunas de las mejores huertas habían atraído,
por su frescor, amenidad y arbolado, las residencias de sus propietarios, dando
lugar a un modelo de casa de campo suburbana, llamada muchas veces quinta
de la que son ejemplares la Real Quinta o la Moncloa.
No se les escapaban a los contemporáneos ni los contrastes de paisaje ni a
qué se debían. Tornos los expresa en estos términos: "El desierto de Madrid
no presenta más que en las orillas del Manzanares y de los arroyos, y en los
estanques de la Casa de Campo, Moncloa, etc., cercanías del caz de Migas
Calientes, vegetaciones tal cual lozanas, o algo más vigorosas que en los paseos
y orillas de los caminos. Los demás sitios la presentan raquítica, a no ser en
aquellos pocos parajes de la Casa de Campo, y demás sitios reales, o en las
huertas de particulares, que reúnen a las circunstancias del cultivo la humedad
conveniente. (...). Allí se ven los riegos suministrados diariamente, las labores
frecuentes, y para moderar la acción mortífera de una atmósfera calurosa y
empolvada hay constantemente hombres ocupados en regar por alto las
plantas, o con regaderas o con bombas". La apertura del Canal de Isabel II en
1858 no significó resolver los problemas pero sí los alivió y permitió concebir
proyectos más ambiciosos.
El paisaje de Madrid no gustaba ni a propios ni a extraños, y ya Florida-
blanca consultaba a la Matritense en 1778 las medidas que se podían tomar para
"invertir la esterilidad que la incuria ha propalado alrededor de Madrid". No
hay nada riant, no hay nada verde en torno a Madrid, decía Ford, al salir de
la ciudad por las orillas plantadas del Manzanares e ir avanzando, pasada la
Moncloa, hacia un desierto que para él tenía resonancias orientales, "con la
población justa para hacer ver al viajero lo despoblado que está y a la vez
despojar al paisaje de la poesía de la completa soledad." Cierto es que los
españoles emigrados en Londres después del Trienio, entre los cuales había
afamados naturalistas, no se mostraron menos perplejos de ver que en la
campiña inglesa no había terrenos desnudos ni eriales y no alcanzaron a
apreciar de aquellos espacios revestidos de plantas más que la "suave ameni-
dad" que les causaba un "sosegado contentamiento".
Los problemas municipales madrileños para conseguir suelo en el que
arbolar e instalar sus viveros nunca se solucionaron del todo; tuvieron que irse
solventando mediante permutas sobre todo desde la ley del ensanche y es
necesario esperar a la cesión del Retiro como parque público de Madrid para
que la superficie arbolada y el número de árboles municipales sufra un
aumento espectacular: el parque contenía más de 158.000 pies frente a los 50.000
del resto de la villa.
Pese a todo las cuatro quintas partes de estos cincuenta mil árboles se habían
plantado entre el Trienio y los años cincuenta, porque fue entonces cuando se
Naturaleza y cultura del paisaje 155

organizó el ramo municipal de paseos y arbolados y se logró la benevolencia,


y no ya la férrea tutela, del Patrimonio Real. "Me parece, decía Stendhal durante
su visita a Barcelona, que después de la muerte de Fernando VII, el espíritu
público en España ha dado un paso inmenso." Lo había dado en efecto, con
los primeros pasos de la administración pública estatal y municipal y con la
designación por las Cortes en 1840 de Agustín Argüelles como tutor de la Reina,
y por este de Martín de los Heros como intendente del Patrimonio Real. Aunque
sólo se mantuvieron ambos hasta 1843, iniciaron un proceso de reformas en la
administración patrimonial que resultaron ser, por voluntad expresa suya, de
gran trascendencia para toda la nación, sobre todo en la gestión de los recursos
forestales, arbóreos y paisajísticos. Para el caso concreto de Madrid quisieron
mejorar y embellecer jardines, arboledas y bosques, y racionalizar la gestión
de sus aprovechamientos, para servir de "recreo y salud a (todo el) público",
eso sí, sin desatender, el lustre de la Corona. Es más: Martín de los Heros
entendía que los Reales Sitios debían contribuir a la misión educativa de
extender el buen gusto entre la población y de atraer a los extranjeros.
Por su parte, el ramo de paseos y arbolados madrileño que había sido un
servicio particularmente sensible a la relaciones entre el Patrimonio y la
municipalidad en los primeros y azarosos decenios del siglo XIX, tuvo ocasión,
una vez liberado de la agobiante tutela real, de madurar y de mostrarse más
ambicioso en sus proyectos. Los distintos Reglamentos que se dictan desde 1822
hasta 1851 se fijan como fin contribuir al decoro de la Nación y al ornato,
comodidad y salubridad de la población.

AMBIENTALISMO E HIGIENISMO URBANOS: DE LOS PASEOS A LOS


PARQUES

Las formas estaban cambiando en la administración pública y ello se tradujo


en la forma de gobernar los recursos naturales. Ha dicho Alejandro Nieto que
la regencia de María Cristina supuso una solución de continuidad entre unas
prácticas de empleo tradicionales, casi inmutables, templadas por un cierto
nepotismo que venía a proteger a parientes, amigos o coterráneos, y las
modernas, más profesionales, basadas en el mérito pero también con contami-
nación política generalizada. En las cuestiones que vengo analizando esta
profesionalización se traduce de modo claro en una vinculación a los ingenieros
civiles, a los de montes en el caso de los espacios forestales, a los de caminos
para urbanización, circulación, servicios y equipamientos y a los agrónomos
en el caso concreto de parques y jardines, una vez que se desposeyó a los paseos
de su dimensión caminera, como voy a comentar en seguida.
En Madrid, la emancipación de Paseos y Arbolados con respecto de la
Corona lo fue también de los jardineros reales que habían estado omnipresentes
156 Josefina Gómez Mendoza

en el cambio del siglo XVIII al XIX y durante el reinado de Fernando VII. En


las posesiones de la Corona, los jardineros por antonomasia habían sido los
miembros de la familia Boutelou, verdadera dinastía que se mantuvo en la Casa
Real durante ciento cincuenta años y al menos cinco generaciones. En 1786
Esteban Boutelou, el segundo de la saga, el grande, como se le ha llamado,
jardinero mayor de Aranjuez, fue requerido por el corregidor de Madrid para
dictaminar sobre el estado en que se hallaban los árboles del Prado de San
Jerónimo. Su diagnóstico fue rotundo: el mal estado se debía sobre todo a una
poda "inconveniente y fruto de la ignorancia", además de que fallaban los
repetidos trasplantes de los olmos de Aranjuez por la lejanía y la diferencia de
medio y de suelo, por lo que recomendaba crear un vivero de proximidad. A
partir de entonces todos los Boutelou, cuando son convocados para asesorar
o impuestos al ayuntamiento como responsables de las arboledas municipales
(lo que ocurrió con frecuencia), repiten lo mismo, con las mismas palabras,
sintiéndose siempre amparados en la autoridad familiar, cuya escuela, decían,
era la francesa, la única en Europa basada en la física: "la otra (la del
ayuntamiento) es por rutina", condenaban.
No hacían honor a la verdad y me interesa señalarlo para mostrar cómo van
entrando nuevas ideas, ya que a los sucesivos directores facultativos de los
espacios arbolados madrileños se les fue exigiendo conocimientos teóricos y
prácticos. El primero de ellos, Antonio Sandalio de Arias, depuesto tras el
Trienio, había sido jardinero mayor del convento de la Encarnación, presidente
de la sección de agricultura de la Matritense y luego de la Sociedad, y efímero
y discutido director del Botánico, antes de ser inspector general de Bosques;
el naturalista Francisco Sangüesa que ejerció entre 1831 y 1841, fue llamado ex
profeso desde el canal de Aragón, donde ejercía de jefe de arbolados; Lucas
de Tornos (1841- 1859) era zoólogo y edafólogo.
A Sangüesa se debe una de las más sucintas manifestaciones del sentido
ambiental de los arbolados urbanos, pronunciada en 1833: " los árboles son el
eslabón que enlaza las nubes con el suelo y su destino es conservar la armonía
de toda la naturaleza"; frase que se repitió en parecido términos como criterio
para exceptuar de la desamortización los montes altos por las funciones que
ejercen sobre la física del globo y catalogar los montes públicos inalienables.
Estas ideas, compartidas por Lagasca, Tornos, Pascual, García Martino, y, a
través de ellos, por Martín de los Héros y Argüelles, dieron lugar a las primeras
experiencias de regular la inclemencia climática en áreas urbanas más extensas:
de los años cuarenta son los primeros ensayos de montes de topografía natural
poblados de árboles de hoja perenne, que no necesitaran el riego del que tanto
se carecía. La propuesta trató de plasmarla Tornos en los bosquetes de pinos
del entorno de la Castellana mientras Martín de los Heros la imponía en la Casa
de Campo y hasta en el Retiro, después de escandalizarse de que gran parte
de la superficie de éste estuviera dedicada al cultivo de trigo y cebada "sin más
Naturaleza y cultura del paisaje 157

perfección en las labores que el más atrasado lugar de la Mancha o Castilla la


Vieja" y de que en el resto se contemplara con resignación cómo marraban las
reposiciones con frondosas.
En los años cincuenta se produce una inflexión fundamental en la concep-
ción administrativa de las arboledas madrileñas porque es entonces cuando se
pone en entredicho su tradicional vinculación a los paseos, o dicho de otro
modo, los paseos pierden su anterior significado arbóreo para mantener
exclusivamente el caminero. Los ingenieros de caminos municipales que venían
propugnando desde hacía tiempo la reunión de los servicios de caminos y
paseos lo consiguen, ganando así la batalla a agricultores y botánicos, respon-
sables de arbolados que se habían opuesto.
La iniciativa de Argiielles y Heros de formar silvicultores en Alemania tiene
sin duda menor trascendencia urbana pero, en cambio, enormes consecuencias
para la gestión de los recursos renovables en España ya que de aquí arranca
la introducción de la ordenación de montes públicos. Sin embargo, para lograr
manos libres en la gestión forestal, la administración de Patrimonio tuvo que
transigir en mantener a otro Boutelou, a Fernando en este caso, hermano de
Esteban, como director general de jardines de todas las posesiones: había sido
nombrado en 1839 y se mantuvo en el cargo hasta el final del reinado de
Isabel II. Era mucho más conservador en la gestión que Pascual, menos teórico
y menos técnico, más confiado en la práctica y en la experiencia familiar.
Es difícil imaginar hasta qué punto estos años fueron turbulentos en cuanto
a empleos, nombramientos y reclamaciones, aun para estos cargos, sólo
aparentemente menores. Los tiempos convulsos favorecen que se mezclen los
pequeños y los grandes destinos, las miserias y las grandezas de personas y
de obras, Durante la revolución de 1848, Victor Hugo de visita en el parque
del Luxembourg ve que se está haciendo un jardín inglés sobre el semillero.
"tout a été refait, donc tout défait", comenta para concluir: "C'est le propre du temps
que nous traversons de mêler les petites bêtises aux grandes folies".
El destino de Madrid no carece ni de lo uno ni de lo otro. Retomando nuestro
hilo argumentai sobre la evolución de los paseos y arboledas públicos,
comprobamos cómo desde finales del siglo XVIII se ha ido pasando de unos
puntos de vista más arquitectónicos, ornamentales y paseístico-recreativos, que
eran los de la Ilustración y sus postrimerías, a otros más ambientalistas e
higienistas. Esta evolución guarda una clara relación con lo que sucede en el
naturalismo y en el urbanismo.
A partir de los años cincuenta convivían ya en Madrid, tanto en las arboledas
municipales como en las reales, prueba de su mutua influencia, dos concep-
ciones arbóreas distintas con sus traducciones prácticas: arbolado de sombra
en los paseos, en los caminos y en la superficie urbanizada como regulador
térmico del calor del verano y lugar privilegiado de paseo; arbolado de hoja
perenne sobre terrenos no explanados o al menos irregulares. Lo que había sido
158 Josefina Gómez Mendoza

iniciativa criticada de Tornos acabó siendo imitado en jardines particulares


como la alameda de Osuna, o reales como el Retiro o el parque de Palacio.
Los proyectos de los años siguientes siguen desarrollando la dimensión más
higienista de los espacios arbolados. En el anteproyecto de Ensanche de Carlos
María de Castro se recurre a plazas arboladas, parques y bosques periféricos
de árboles de hoja persistente como "agente poderoso de la higiene pública",
como "depósitos de aire en el espacio edificado". También Cerdá en su Teoría
de la viabilidad urbana, escrita para Madrid y aplicada al Ensanche de Barcelona,
establece la misma escala de espacios abiertos reservando los bosques que él
llama "de servicio urbano" sobre todo de los "pobres y aun de la clase media"
que no tienen casa de campo para su esparcimiento de fin de semana. Los
espacios verdes no son ya concebidos como ornato, ni mucho menos como
arquitectura. Tienen fines higiénicos, constituyendo depósitos de aire cuando
son de tamaño pequeño y modificadores ambientales cuando alcanzan cierta
dimensión. Ahora bien, en el Ensanche de Madrid se recortaron los previstos
en un 30 %.
Olmsted, el creador del Central Park newyorkino, opinaba que el park
movement no era una influencia o una moda, sino un movimiento al que cabía
referirse como "espíritu de civilización". El término "parque" casi no había sido
usado en España en la primera mitad del siglo XIX: se hablaba de paseos, de
jardines, de campos, de alamedas. El parque es el resultado del acceso de la
burguesía al poder municipal y ciudadano que suscita la necesidad de nuevos
espacios de sociabilidad, el lugar de lucimiento, ocio y relación de una
burguesía ascendente, lugar también de esparcimiento popular y obrero
controlado. En el decreto de cesión del Retiro a la ciudad de 1868, se dice que
Madrid, como todas las grandes capitales, y con más motivos que la mayor
parte de estas por la gran densidad de su población, necesita Parques donde
pueda el vecindario esparcirse y respirar aire libre, no sólo como medida
higiénica y de recreo, sino como instrumento de instrucción y de moralidad,
por lo que contribuyen los parques a difundir la enseñanza y a arrancar a las
clases obreras de los focos de los vicios y disolución en que suelen dejar su salud
y ahorros en los días festivos.".
A Isidora Rufete, la desheredada de Galdós, no le agrada el parque en su
primera visita: "Aquella naturaleza hermosa, aunque desvirtuada por la
corrección, despertaba en su impresionable espíritu instintos de independencia
y de candoroso salvajismo. Pero bien pronto comprendió que aquello era un
campo urbano, una ciudad de árboles y arbustos", ingeniosa adaptación de la
naturaleza a la cultura, en la que, más que a correr, acudían las damas y los
caballeros a ver y ser vistos. "Para otra vez que venga, concluye la joven, traeré
yo también mis guantes y mi sombrilla". Bosque civilizado, campo urbanizado,
con calles, plazas, manzanas, recreo ciudadano.
Naturaleza y cultura del paisaje 159

JARDINERÍA Y PAISAJISMO EN MADRID

Tomando siempre el caso de Madrid como ejemplo, voy a reflexionar ahora


sobre el modo en que el jardín paisajista (en el siglo XIX, se tradujo primero
por "apaisado", una denominación al menos tan equívoca como la que
prevaleció) y también el inglés, se incorporaron a la tradición jardinera
española. De nuevo considero que es un ejemplo válido puesto que esta
tradición se había fraguado en buena parte en los Sitios Reales del entorno
madrileño, de modo muy especial en Aranjuez, el Escorial y San Ildefonso. Fue
allí donde se forjó el clasicismo renacentista español en el tema de jardines a
partir de modelos tanto italianos como flamencos pero con distintos modos de
adaptación al lugar que estudiosos como primero Winthuysen o Rubió y ahora
Morán y Checa o José Luis Sancho han analizado con cierto detalle.
Horacio Capel acaba de dedicar un largo estudio a los jardines en relación
con la innovación en el diseño urbano como parte tercera de su libro sobre La
morfología de las ciudades (2002). Sostiene, basándose en el testimonio de
numerosos especialistas, que hay una continuidad desde el diseño de jardines
al urbano; en el siglo XVIII con el cambio de escala propio del utilitarismo
racionalista, el territorio se habría convertido en "el jardín del ingeniero" en
la medida en que en ambos se puede, no sólo "corregir la naturaleza", sino
utilizar tramas ortogonales, diagonales y perspectivas. Afirmaciones como las
de Ponz en el sentido que la fealdad y la suciedad de las ciudades españolas
del momento se corregirían imitando las soluciones de los reales sitios,
avalarían esta hipótesis. Como también lo hace la transposición de determina-
das soluciones, como la de los paseos arbolados, que ya he comentado.
Lo que pasa es que cuando las actuaciones alcanzan una determinada escala,
se puede entender que las cosas tienen sentido inverso al propuesto, es decir
pasan de la ciudad a los jardines. Es lo que advierten Morán y Checa para el
caso de Aranjuez, donde la intervención paisajística tendría dimensiones
urbanas y toda la naturaleza se convertiría en artificio, aunque con gradaciones.
Entre casa y bosque se dan una serie de pasos que van desde la racionalización
más formal en las zonas más cercanas al espacio edificado (fosos, jardines
secretos o patios) hasta el concepto más paisajítico en las más lejanas, jugando
los estanques y los canales un papel clave. De modo que se puede hablar,
concluyen los autores, de un jerarquía naturalística, que culmina el tratamiento
hortelano de la naturaleza en la que sin duda el mar de Ontígola resulta ser
la obra más ingenieril. Esta referencia a la escala de la intervención es
particularmente oportuna para el urbanismo del siglo XIX que supone cambios
notorios en los paisajes urbanos; no se puede dudar, entre otras cosas, de que
los parques fueron urbanizados.
Ciñéndome ahora a las corrientes jardineras, algunos especialistas, salién-
dose de los lugares comunes, llaman la atención sobre el hecho de que el jardín
160 Josefina Gómez Mendoza

inglés se contrapone al clásico y al barroco y geométrico, no tanto por ser más


natural, como por ser menos arquitectónico. Sin duda, es menos geométrico,
sus espacios están más compartimentados, quizá resulte más íntimo, creando
ámbitos reducidos e interrumpiendo perspectivas. Pero las cosas son, a mi
juicio, algo más complejas.
Javier de Winthuysen explicó ya con particular clarividencia porqué el
clasicismo español en parques y jardines se adaptaba con particular acierto a
la naturaleza y poco tenía que ver con las críticas que se hacían al modelo de
Le Nôtre. "De los jardines de Aranjuez derivan los reales de Madrid, (...)
formándose los de la Casa de Campo (desaparecidos sus detalles), en el sentido
clásico de pasar insensiblemente del jardín al parque, ayudando a la naturaleza,
repoblándola, haciéndola accesible y llegando gradualmente a la naturaleza
misma. Concepto español opuesto diametralmente al clasicismo francés de Le
Nôtre" (Información sobre la ciudad, 1929: 68). También con relación a El Escorial,
ha insistido en la armonía de líneas y la pátina del tiempo: "El paisaje
escurialense, con su anfiteatro de montañas pedregosas o cubiertas de oscuros
pinares que encierran el bosque de fresnos, tiene un carácter potentísimo.
Formando parte de él se alza la silueta del Monasterio, tan acorde, que parece
nacido del propio suelo. No obstante esta severidad, los lindos palacetes
neoclásicos y sus jardines no desentonan del conjunto, y son al Monasterio lo
que las plantas tiernas del bosque al árbol añoso y corpulento. A pesar de la
diferencia de sentido entres estas obras del neo-clasicismo y las herrerianas, hay
entre ellas el contacto de la sencillez de líneas y la materia de que unas y otras
están fabricadas: la piedra berroqueña, que al ser corroída por la intemperie,
toma bien pronto igual aspecto y pátina." (1930: 106)
Aurora Rabanal ha puesto de manifiesto que convivieron en el siglo XVIII
jardines con trazado unitario y jardines de espacios fragmentados. Por su parte,
José Luis Sancho resulta convincente al analizar cómo la división de los jardines
de La Granja entre parque y bosque, división que ya estaba en el programa de
los arquitectos creadores, supone la mejor adaptación al lugar, la mejor forma
de sacar partido de su cierre montañoso y de la abundancia de aguas. Era deseo
del rey mirar a las montañas y los técnicos se adaptaron a las dificultades,
sacando el mayor provecho de ello. El arte cedió ante la naturaleza, sacó
ventajas de ella, según la norma de Dezallier d'Argenville, el autor del gran
manual de jardinería más leído en aquella época. "(...) este respeto a la
'naturalidad' del lugar [añade Sancho] se refiere al aprovechamiento de los
accidentes y del carácter del terreno, pero no al lenguaje 'paisajista' que es
formal, integrado por 'lugares comunes' " (1995: 507).
Los ingenieros Rafael Breñosa y Joaquín Castellamau, al servicio del Real
Patrimonio a finales del siglo XIX, también hacen patente esa "naturalidad" de
la división entre jardines bajos y bosque alto en La Granja. Con una diferencia
de nivel de 280 metros desde los 1.325 del Último Pino en el ángulo este a la
Naturaleza y cultura del paisaje 161

Puerta de Segovia, y de 125 metros con el Palacio, se logran unas diferencias


de vegetación muy grandes, con vegetación silvestre en el bosque, pino silvestre
con roble melojo en la masa principal, también algún mostajo, serval de
cazadores, cerezo y manzano silvestres, y en el centro, el Mar, "uno de los sitios
más hermosos por el magnífico panorama que se descubre." (1884: 225).
También Nicolás Rubió i Tudurí insistió en su día sobre que el estilo de Le
Nôtre transplantado al mediterráneo siempre había sido objeto de cierta
pulsión de latinidad, una reorientación hacia el naturalismo. "Porque no hay
que olvidar la necesidad que nuestro arte tiene de realizar obras vivas; es decir,
obras que la tierra y el aire, con sus humedales, sequedades, fríos y calores,
permitan existir y perdurar." (1953: 142).
El mismo Winthuysen llama la atención respecto de la acción del tiempo
sobre la vegetación aclimatándola, incluso sobre la jardinera. Se produce, según
él, una especie de transformación al medio: "En la jardines, el paso del tiempo
y la Naturaleza obran españolizándolos. La sequedad, las escasas lluvias sólo en
otoño y en primavera, los fríos y calores extremados de inviernos y veranos,
y por añadidura, la adustez del carácter, van suprimiendo en ellos las notas
aportadas, que desaparecen apenas se las desatiende, o si se aclimatan, se
transforman al medio" (1930: 133). Dicho sea todo ello, por huir de los lugares
comunes de la naturalidad paisajista.
Pero con todo, también en los parques y jardines madrileños, públicos o
privados, la moda paisajista supuso un cambio de rumbo, al que seguramente
tampoco fueron ajenos los emigrados de Londres de la segunda etapa abso-
lutista del reinado de Fernando VII. Como dice Rubió el paisajismo, se lanzó
a rienda suelta contra la exageración geométrica, tratando "los espíritus
nórdicos" y sus émulos de desquitarse con un estilo más natural.
"¿Utiliza la naturaleza constantemente la escuadra y la regla?" se preguntaba
Rousseau en La Nouvelle Héloïse. ¿Qué significan esos paseos tan rectos, con
terriza? ¿Por qué desfigurar tanto la naturaleza? El error de la gente que
pretendidamente tiene gusto es querer ver arte por todas partes, cuando el
verdadero arte consiste en que no aparezca, en esconderlo. Nada de líneas
rectas ni simetrías que no hay en la naturaleza, todos los elementos diversos
deben estar unidos en el cuadro.
Se encuentran en Humboldt o en otros autores de la tradición geográfica
moderna, versiones sublimes de este manifiesto de Rousseau. Se pueden
invocar ahora algunas expresiones más modestas. Álvarez de Quindós, al
hablar de la reforma Carolina de Aranjuez y en concreto del jardín del Príncipe,
dice que imita "el desorden armonioso de la naturaleza que la hace más
admirable, ocultando el artificio con paseos torcidos que forman grupos de
árboles y arbustos". Fernández de los Ríos reconoce en su Guía la predilección
del momento por el género "llamado a la inglesa, y también de paisaje o
copiado de la naturaleza". Muñoz y Rubio, ingeniero agrónomo, profesor del
162 Josefina Gómez Mendoza

Instituto Agrícola Alfonso XII, sostiene que el jardín inglés es capaz de suscitar
el sentimiento íntimo de las bellezas naturales. "[Hay que] embellecer la
naturaleza, sin cambiarla, aprovechando todas las circunstancias locales y
creando otras accidentales para que los efectos sean más variados. [...] Cada
punto de vista, cada escena produce una emoción; como estas escenas son
infinitamente variadas, lo son también las emociones" (1887: 8-10).
Parece que lo que más se extendió por España fue una versión afrancesada
del jardín de tipo inglés. Alphand, el gran artífice de Les Promenades de Paris
de la época de Haussman, había visto con claridad que los jardines irregulares
eran un producto netamente inglés, no sólo por el clima ("el clima brumoso
que realmente les conviene"), sino porque en Inglaterra no hay tradición de
diseño clásico, de arquitectura simétrica, como ocurre en Francia, Italia o
España. Al jardín irregular o agreste le convienen atmósferas brumosas y lo
banaliza la mucha luz que da uniformidad a los detalles (1867-1873: XXIX). Un
jardín inglés es, según Alphand, "un pâturage où sont jetés çà et là des bouquets
d'arbres", en suma praderas y bosquetes.
Como ha estudiado Carmen Añón, el diseño paisajístico empieza tímida-
mente en algunos jardines reales y en otros privados madrileños del dieciocho
y se va generalizando en la segunda mitad del siglo XIX. En el Jardín del
Príncipe de Aranjuez ya aparecen "citas" paisajísticas. "Incorporada sin más la
Huerta de la Primavera, y ampliando éste con el mismo criterio de 'citas'
paisajísticas dentro de un entramado de calles rectilíneas, borradas luego por
el descuido las delicadezas de detalle que Pablo Boutelou aprendió en el
extranjero y que plasmó en tan limitada obra maestra, este 'triste remedo de
jardín paisajista' queda hoy, dominado por el genio del lugar, a medio camino
entre la huerta suntuaria y el soto" (Sancho, 1988: 57). El palacio de Osuna en
Leganitos ya tuvo trazas paisajísiticas, y mucho más aún el Capricho de la
Alameda, un magnífico jardín inglés con distribución irregular, de arbolados,
bosquetes y praderas. Pedro Navascués lo ha caracterizado de naturaleza
"poética" pero "caricaturizada".
En los Sitios Reales, destacan el llamado Jardín Español del Retiro, que
proyectó Francisco Viet mezclando estilos francés, italiano e inglés; el Casino
de la Reina; la reforma de los jardines de la plaza de Oriente, cuyo trazado
inicial, el de Pascual y Colomer, era geométrico; y la remodelación del Campo
del Moro a cargo del jardinero Oliva. En lugares municipales, sobresale el
nuevo trazado inglés de 1869 de las terrazas del Jardín Botánico y, sobre todo,
la conversión del Campo Grande del Retiro en parque "natural o inglés". El
proyecto es de 1876 y la memoria justificativa de Eugenio Garagarza, entonces
director de Jardines y Plantíos. Garagarza empieza por justificar que se
mantenga el trazado regular de la zona arbolada del parque, con grandes
cuadros y paseos, porque es la disposición que mejor conviene a las necesidades
del clima de Madrid, que no deben modificar "las variaciones que ha tenido
Naturaleza y cultura del paisaje 163

el buen gusto de la época actual". Pero en el Campo Grande, con disposición


al mediodía y abrigo natural de sus repliegues, creía el director que convenía
formar un verdadero jardín paisajista que ofreciese "agradables golpes de
vista" y terminara en grandes praderas matizadas de árboles, arbustos y flores
"cuyo variado colorido y balsámicas emanaciones satisfacen de manera tan
especial los sentidos." Al Bois de Boulogne y al Parc Monceau, referencias
permanentes de la burguesía madrileña triunfante, se habían añadido el parque
de las Buttes Chaumont, que antes de la reforma de Alphand presentaban un
aspecto yermo.
El prototipo del paisajismo madrileño fue la primera versión del Parque del
Oeste, obra del también ingeniero agrónomo del Instituto Alfonso XII, Celedo-
nio Rodrigáñez, el último director facultativo del siglo. El Parque del Oeste no
se puede concebir sin el barrio de Argüelles; es, de hecho, el parque del nuevo
barrio, reclamado en varias ocasiones por sus vecinos. No deja de ser ilustrativo
de la evolución experimentada los argumentos que invocan estos vecinos:
condiciones higiénicas, economía de la obra por escaso movimiento de tierras
que entrañaba al ajustarse a los accidentes naturales del terreno, disponibilidad
de agua por estar canalizada ya, ayuda que podía prestar la construcción del
parque para conjurar la crisis obrera, revalorización de solares que podía
producir, etc. Todo el repertorio previsible de argumentos para un proyecto que
contó con el apoyo de la Regente. El primer donativo fue de Alberto Aguilera;
la obra se demoró desde 1885 hasta 1910. Se trataba del ocaso del estilo: como
concluye Consuelo Correcher no se podía seguir haciendo artificial en el clima
de Madrid lo que era natural en el inglés.
En el Parque del Oeste alternaban praderas de césped con grupos de árboles
y bosquetes, raygras que se había empezado a encargar desde 1894, pese a las
numerosas críticas de que fue objeto por su inadecuación para un clima como
el de Madrid.
El encespedamiento se daba también en las plazas que se encontraban en
pleno proceso de remodelación, con ajardinamiento y supresión de arbolado
que había empezado en la Regencia y no culminó hasta el segundo decenio del
siglo XX, como ha documentado Lucía Serredi. Las plazas, antes pobladas de
árboles en alineaciones perimetrales o de marco real, van siendo ocupadas por
jardincillos con pradera recortada, árboles y arbustos, con algunas labores de
mosaicocultura y macizos de flores que en conjunto constituían una importante
superficie no pisable. También este ajardinamiento suscitó controversia y hubo
quien solicitó que se preservaran los árboles, pero en general prevaleció el
modelo de jardines cercados y amueblados. En definitiva, todo el movimiento
que acompañó al jardín inglés en Madrid confirió nuevas alas a la polémica
entre técnicos-jardineros y jardineros-técnicos.
La primera mitad del siglo XX supone el anhelo de recuperación del jardín
clásico español, es decir del jardín del Renacimiento al que Nicolás Rubió, al
164 Josefina Gómez Mendoza

que algunos llamaron el Forestier español, llama el jardín de la latinidad. "La


labor de la Jardinería que algunos desarrollamos en el Levante Hispánico, y
en las Baleares, tiene precisamente por objeto servir al arte del jardín latino.
No se trata de alcanzar objetivos localistas, sino de cultivar fórmulas amplias
y aplicables a toda una zona de clima y espíritu parecidos al nuestro. Y si, desde
hace años y desde Barcelona sobre todo, trabajamos así en la restauración del
Jardín de la Latinidad, es que estamos convencidos de que existe en la
Tarraconense, más que en potencia, en acción la 'levadura' cierta de un nuevo
Renacimiento latino, es decir universal." (1953: 149-150).

BALANCE DE INTERVENCIONES

Los últimos años del siglo XIX son los de la máxima manifestación del
paternalismo higienista. Se pretendió arbolar los alrededores para mejorar las
condiciones higiénicas de las poblaciones y conseguir la paz social. El proyecto
de 1883 del alcalde Marqués de Urquijo de crear grandes masas arbóreas en
torno a Madrid se inspira en ideas anteriores de la Sociedad Matritense
proponiendo formar un verdadero cinturón verde desde la Casa de Campo y
continuando por la pradera del Corregidor, viveros de la Villa, la Florida,
dehesa de Amaniel, el Hipódromo hasta unirse con el Parque, "una verdadera
zona protectriz, se dice, que será tan ventajosa para la higiene general como
para el recreo y moralización del pueblo". Al arbolado se le encomendaba la
mejora climática y la purificación atmosférica además de solaz y recreo para
los vecinos; pero Urquijo no oculta que con ello trataba también de apartar a
los obreros del Parque, del Prado y de la Castellana, lugares preferidos por otra
clase de sociedad y a los que por esta razón había que imponer restricciones
de uso.
El director de arbolados de este fin de siglo, el ingeniero agrónomo
Celedonio Rodrigáñez, trató de llevar a la práctica el proyecto de Urquijo
creando una gran zona de vegetación de unas 1.700 hectáreas. La dificultades
para hacerlo se mostraron insuperables por razones obvias de suelo y de
presupuesto. Lo único que sobraban eran los pinos de los viveros municipales
que se fueron poniendo a disposición de los particulares. En este periodo las
realizaciones municipales más importantes fueron la dehesa de la Villa, la Elipa
y el parque del Oeste que con sus praderas de césped alternando con arbolado
y bosquetes es el mejor ejemplo madrileño de parque inglés, "naturaleza
contrahecha o contradicha" como no se recataron en decir geógrafos, jardineros
y paisajistas coherentes, también intransigentes.
El resultado final, al iniciarse el siglo XX, muestra una distribución muy
desequilibrada de los espacios arbolados madrileños: la Dehesa de la Villa, el
Parque del Oeste, la Moncloa han acabado por favorecer al sector noroccidental,
Naturaleza y cultura del paisaje 165

teniendo en cuenta además la presencia de El Pardo y la Casa de Campo que


todavía estaban bajo posesión real. Esta distribución irregular constituirá una
de las realidades heredadas de la que tendrán que partir los planes de extensión
de principios del siglo XX. La extraordinaria Información sobre la ciudad,
elaborada en 1929 como documentación básica para el concurso internacional
de proyectos de expansión, reflejaba las terribles condiciones de hacinamiento
e insalubridad que se padecía en los barrios del sur del casco con densidades
de 2.000 a 3.000 habitantes por hectárea, y a veces medias de 2 metros cuadrados
por persona mientras el Estatuto municipal asignaba un standard de 24 m2.
Los parques meridionales como la Arganzuela o el del Canal no dejaban de
ser perimetrales mientras en plazas y glorietas se había impuesto una jardinería
inane que sustituía los árboles por praderas y mosaicocultura con lo que eran
impracticables. Es lo que lleva a Javier de Winthuysen, uno de los autores la
Información de 1929, a reclamar para Madrid plazas, verdaderas plazas, "que
sean para el vecindario y no para el jardinero". Lo primero es lo primero y los
jardines tienen primero una labor higiénica, y sólo en segunda medida la de
ornato y recreo.
Poco había de hacer en este sentido una dirección facultativa bastante insulsa
y conformista, la de Cecilio Rodríguez. En cambio, en los primeros decenios
del siglo XX, las preocupaciones higienistas se trasladaron a ámbitos más
alejados, a una escala territorial comarcal y regional. La Sierra de Guadarrama
aparece, con el progreso de los tiempos, como el verdadero y definitivo "Parque
de Madrid" y con ello, naturalistas y forestales iban a recuperar su protago-
nismo como expertos. También en este caso el movimiento de los parques
nacionales es un movimiento de civilización y de progreso de raíces urbanas.
La Sierra del Guadarrama no fue declarada parque nacional en aplicación
de la ley de 1916 y todavía hoy andamos a vueltas con ello. Pero el Guadarrama
estuvo en todo momento presente durante la primera etapa del conservacio-
nismo español como lugar de saludable y culto esparcimiento de la urbe
madrileña, como se dijo en 1930 al declarar en ella la Pedriza, la Acebeda y
Peñalara como sitios naturales de interés nacional, triunfando así la opción más
realista de una catalogación discriminada.
Las intenciones estaban en todo caso claras y Bernaldo de Quirós las hace
explícitas: "Madrid debe seguir avanzando hacia el Guadarrama hasta compe-
netrarse y fundirse con él en una simbiosis perfecta del monte y de la ciudad,
que asegure a todos los necesitados, no a una minoría de elegidos, el supremo
bienestar de la vida que puede procurarse de esta alianza".
"La democracia construyó sus parques, variando necesariamente el concepto
de jardín para adaptarlos al disfrute público, dijo por su parte Winthuysen. En
este orden, con mayores medios de comunicación, iremos avanzando y segu-
ramente las ciudades se reducirán pudiendo el hombre respirar en plena
naturaleza y gozar de sus beneficios..." Estas palabras, pronunciadas en los
166 Josefina Gómez Mendoza

años veinte del siglo pasado, expresan bien cómo se intentaba refundar el
espacio público a través de los parques de la naturaleza.
Atrás quedaban otras oportunidades contrariadas o desdeñadas. Algunas
modas y ciertos mimetismos irreflexivos dieron lugar a actuaciones equivoca-
das o al menos contradictorias; parece evidente que en ello compartieron la
responsabilidad, según los momentos y la competencia de cada uno, el Estado,
el Patrimonio y el Ayuntamiento.
No voy a insistir sobre desaciertos menores como la plantación torpe y
profusa de ejemplares de las grandes coniferas. Winthuysen lo tenía claro: en
un sitio como Madrid donde había tanto que tapar y tanto que defender de
los vientos fríos y de los rayos del sol, los cedros, wellingtonias, abetos y
pinsapos parecían en ocasiones haber sido emplazados para deslucir edificios.
La moda era en verdad universal, pero ello no disculpa emplazamientos
desafortunados, unas veces por culpa de la administración del Estado, otras de
la de la Corona, las más por culpa de la administración municipal. "Su empleo
abusivo, recordaba Winthuysen en 1926, en La Granja, El Escorial, El Pardo,
en la Moncloa o en el Retiro, en todas partes, ha desvirtuado las trazas de los
antiguos jardines, a veces ocupando absurdamente el eje de las composiciones
y borrando en absoluto sus efectos de totalidad, o formando grandes grupos,
cuya masa es pantalla de edificios y horizontes"
Algunas culpas son llamativas, como la de los responsables de la Escuela
de Montes cuando ocuparon la Casita de arriba de El Escorial, y desvirtuaron
con oscuras y severas coniferas un jardín de particular claridad, orden y gracia.
No corrió mejor suerte el palacio de la Moncloa, cedido al Ministerio de
Fomento por el Estado para Escuela de Agricultura y granja agrícola. Otras
veces, en cambio, los ejemplares de cedros deodora han acabado dando
empaque, por su porte, al paisaje madrileño.
Otro de los episodios equivocados fue, sin duda, la mal llamada jardinería
paisajista y la propagación de praderas, sobre todo durante la dirección de
Cecilio Rodríguez. Los contemporáneos fueron implacables: se trataba de
naturaleza contrahecha y "contradicha", con el agravante de la carestía y del
empapamiento de suelos. "Entrado el siglo XIX sustituye a los estilos arqui-
tectónicos de jardines y al aprovechamiento de la naturaleza como parque, el
estilo paisajista, con jardines en que tiene un predomino la floricultura, y
parques de naturaleza contrahecha, con modalidades que llaman chinescas y
románticas. Contrastes de especies, imitaciones de selvas, grutas, lagos con
islas, puentes y pabellones, de las que hay ejemplos en Aranjuez. Más adelante
interviene el estilo llamado inglés, con praderas de raygras y agrupaciones de
árboles y arbustos, formando contrastes de color, macizos de flores y trabajos
de mosaicocultura, nimios y cuidados." (Información sobre la ciudad 1929: 69).
El geógrafo Juan Dantín Cereceda coincidía en que los jardineros, malos
botánicos, habrían, en general, apreciado mal nuestro monte o nuestro bosque,
Naturaleza y cultura del paisaje 167

peor aun el matorral ibérico, formación compleja y viva. Para Dantín, en


artículo de 1927, el mal jardinero se encuentra más cómodo en el parque inglés,
aunque riña con el paisaje, o con composiciones híbridas de puro artificio.
Según él sólo un mal profesional puede ser capaz de arrancar olmos venerables
para sustituirlos por acacias de bola, "sus amadas criaturas". "Es peregrino
advertir la escasa parte que en la composición de nuestras avenidas, paseos y
parques públicos, así como en los jardines privados, se hace tomar a nuestros
árboles propios. [Y sin embargo] ¿qué árbol hay en nuestra España árida capaz
de reemplazar con ventaja a nuestro olmo? Ninguno lo aventaja en majestad
ni grandeza o en la densidad y matiz de su follaje, en la consonancia y
adecuación con los panoramas en torno suyo".
Pero además de estos desaciertos, están las grandes oportunidades desapro-
vechadas. Para el mismo Winthuysen una de las más evidentes había sido la
Moncloa: obra a obra, construcción a construcción, se le iba restando terreno
y carácter a esa propiedad, que para él debería ser respetada como el verdadero
parque natural de Madrid. "Desde sus oteros se divisa un paisaje maravilloso
de amplísimo horizonte. De un lado, la Casa de Campo; de otro, la masa del
encinar de El Pardo, y, como fondo, la sierra de Guadarrama.(...) Las puestas
de sol desde estos lugares son tan maravillosas que se las cita en guías
extranjeras; pero, pese a la esplendidez de estos paisajes de sello particularísimo
y finos matices, con una falta absoluta de sensibilidad y de comprensión se los
destroza cada día con nuevas obras, que estropean su conjunto y grandeza".
Proceso del que no indultaba a la ciudad Universitaria. Todo lo contrario. Con
extraordinaria sensibilidad Winthuysen decía del Pardo: "hoy para nosotros es
un paisaje de la naturaleza inspirado en Velázquez, y se nos hurta con
alambradas."
La otra gran ocasión perdida habría sido la canalización del Manzanares,
obra de ingeniería de gran monotonía y sequedad que privó a Madrid de la
belleza de la circulación de agua, por modesta que esta fuera. Se podría haber
hecho un parque fluvial, con menos cemento y más naturaleza, desde los
puentes a Palacio, un parque de cintura de los que prestigian a las ciudades:
una sucesión ininterrumpida de espacios que, considerados en su conjunto,
podrían haber compuesto un parque extensísimo, cruzado en toda su longitud
por el río. "Difícilmente habrá alguna (ciudad) que topográficamente tenga
mejores condiciones que Madrid para estar rodeada de bellezas". Poco prove-
cho se le ha sacado, sin embargo, desde el punto de vista natural y estético a
estos desniveles.

* * *

Los procesos naturales siguen estando presentes en la ciudad y la naturaleza


es proteica. Conocer estos procesos y aprovecharlos, valorar los paisajes a través
168 Josefina Gómez Mendoza

de los cuales se expresan, sigue siendo no sólo conveniente y útil, sino incluso
una necesidad ética y estética. Por mucho que técnicas, usos y valores hayan
cambiado, no es inútil estar familiarizado con el manejo tradicional de los
recursos, sobre todo porque fue elaborado a propósito y de propósito para un
lugar, para un sitio.
Cuando la ingeniería de caminos desplazó a la de paseos, cuando el
urbanismo se hizo circulación (Arturo Soria decía "del problema de la
locomoción se derivan todos los demás de la urbanización"), cuando el
movimiento moderno redujo el higienismo a aireación y los árboles a
pulmones, mucho era lo que se estaba progresando, pero otras soluciones y
otras concepciones quedaban arrumbadas, y se aceptó y reforzó la segregación
en las ciudades.
Se ha ido después al reencuentro de la naturaleza en los reductos donde se
la quería confinar, los espacios naturales protegidos, puestos a disposición de
los ciudadanos por la revolución de los transportes y las medidas de acceso
y de conservación. La vieja idea de los visionarios de urbanizar el campo y de
ruralizar la ciudad se ha logrado en parte extendiendo el ámbito territorial de
los ciudadanos, cambiando la escala de nuestro marco de vida, reduciendo la
urbanidad para los habitantes del campo a disponibilidad de servicios (lo que
no es poco) y a veces caricaturizando y banalizando lo rural, desposeyéndolo
de su razón de ser y de su calidad paisajística. En el conjunto de los territorios
urbanos y periurbanos hay que garantizar la presencia de la no-ciudad, es decir
de medios forestales, agrícolas, acuáticos, húmedos, con la suficiente natura-
lidad.
En la ciudad, la técnica se puede utilizar para recuperar los recursos
naturales y sacar ventaja de ellos. Me parece el colmo de la necedad esa
arquitectura inteligente que empieza por ignorar las condiciones ambientales
del lugar para empeorarlas después y acabar tratando de solucionarlas por
medios artificiales. Hay soluciones técnicas que pueden avanzar hacia la
sostenibilidad, y ese no es el mejor camino.
Refundar el espacio público como lugar de civilidad y de urbanidad, supone
también reconocer las formas inagotables de la naturaleza en la ciudad. Sin
duda ha habido cambios de mirada que corresponden a mutaciones culturales
profundas. Pero eso no quita para que se deba exigir a la ordenación urbana
y a la de las infraestructuras que tengan en cuenta la singularidad del lugar
y conozcan siempre las dimensiones históricas y geográficas de lo que se va
a manejar.
Naturaleza y cultura del paisaje 169

Bibliografía

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nal de Madrid por el Director de Paseos y Arbolados en 1855. Comprende las
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última memoria, varias observaciones acerca del presupuesto, y algunas además
sobre las condiciones físicas del suelo y de la atmósfera en que vegetan para estar
frondosos comparadas estas con las que rodean a los paseos, calles y plazas de
la corte.
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EL PAISAJE URBANO EN LA GEOGRAFÍA ESPAÑOLA MODERNA
Francisco Quirós Linares
Universidad de Oviedo

Antes de las primeras décadas del siglo XX no hay una forma específica-
mente geográfica de acercarse al hecho urbano. En nuestra cultura podríamos
señalar como un precedente el género de los anales urbanos que aparecen desde
el Renacimiento. De la misma manera que , siguiendo los modelos historiográ-
ficos romanos, las crónicas de los príncipes, como , por ejemplo, la de Fernando
del Pulgar sobre los Reyes Católicos, nos relatan la grandeza, las virtudes y las
desgracias de aquellos, y no sus errores o defectos, los anales urbanos tienden
a magnificar la antigüedad, la nobleza y el mérito del núcleo urbano respectivo,
a través del recuerdo o la invención de su filiación clásica, del lustre de sus
hijos, de la magnificencia de sus monumentos, etc. En esas descripciones
apologéticas suele haber una inserción de la ciudad en el marco regional a
través de la descripción de la feracidad de las campiñas circundantes, de la
amenidad de sus bosques y riberas, de la pluralidad de los caminos que en ella
confluyen y de las gentes que la frecuentan, de la actividad de su comercio,
etc. La Ilustración añade el acento sobre el Arte (Ponz) o sobre la Economía
(Larruga). En esencia, ese modelo descriptivo, con sucesivas objetivaciones,
estará vigente hasta el siglo XIX.
Hay que esperar hasta el siglo XX, es decir, hasta la configuración de la
Geografía contemporánea, para que se introduzca la consideración del espacio
urbano en cuanto tal y de la sociedad que lo habita. Hasta entonces (y basta
ver el Diccionario de Madoz, las guías Hachette, las de Baedeker, o cualquier
geografía descriptiva del XIX) podemos encontrar depuraciones del método
descriptivo, incorporaciones de datos objetivos, atención a novedades econó-
micas, culturales, etc, pero no modificaciones sustanciales del planteamiento.
La ciudad empieza a ser discernida geográficamente cuando empiezan a ser
discernidos los espacios regionales, en cuanto la ciudad se halla inserta en esos
espacios. Así se pasa a conceptualizar lo que ya estaba implícito en las
descripciones urbanas de los cronistas del Renacimiento o del Barroco: la
posición de la ciudad en relación con la región ( la situación) y su localización
concreta (el emplazamiento). Dos conceptos de gran fertilidad, porque en ellos
está el germen del análisis de las funciones urbanas, en relación con la región,
172 Francisco Quirós Linares

y el del espacio urbano en sí entendido como un proceso. En eso, básicamente,


consisten los análisis geográficos urbanos en las primeras décadas del siglo XX,
apoyados no tanto en un cuerpo de doctrina específico como en los principios
de la Geografía humana general. Es un primer avance, admirable, pues resulta
sorprendente, por ejemplo, que Jean Brunhes, quien en 1911 había publicado
la primera edición de su Geographie humaine, pudiera incluir en su Géographie
humaine de la France, de 1926, un mapa de isócronas del Gran París, otros de
la circulación rodada, o la consideración del abastecimiento de aguas1, cuando
la Geografía urbana se hallaba aún en un estado embrionario. Lo que significa
eso, ya sea de intuición o, mejor aún, de capacidad de percepción de problemas
urbanos, resulta llamativo.
Pero en aquella época, que es la del esplendor de los grandes maestros
franceses, alemanes y británicos de la Geografía europea, aún estaba ausente
de los análisis urbanos la consideración de los factores sociales, inseparable de
los factores económicos, como explicativos de las formas de organización del
espacio y de su funcionamiento; ausencia que también se daba en el análisis
geográfico de los espacios regionales.
De ese modo no era factible trascender el nivel de la descripción, que podía
ser muy precisa y satisfactoria en cuanto tal, que permitía hacer comparaciones
entre ciudades y observar analogías o divergencias, pero que no permitía dar
cuenta de la naturaleza de los procesos operantes en el espacio urbano, ni
definirlos.
Además, hasta la Segunda Guerra Mundial, en toda Europa la Universidad
fue ideológicamente muy conservadora, salvo excepciones. De ahí derivaban,
en las Ciencia Sociales, y en la Historia, unas prácticas científicas que también
lo eran, de tal modo que, si en el espacio urbano se podía percibir, por ejemplo,
la diferenciación entre los espacios de trabajo y de residencia, no se entraba en
las razones de esa diferenciación, ni menos aún en las de la diferenciación
social. Los geógrafos, de cualquier país, estaban poco inclinados a tomar esos
derroteros; Francia es buen ejemplo de ello, y no es difícil encontrar entre los
grandes maestros de esa escuela figuras más próximas a las ideas de Charles
Maurras y de la Action Française que a posiciones simplemente liberales.
Además, la tensión política de los años 30 entre fascismo y socialismo hacía
difícil asumir temas que, por su naturaleza, eran vistos como ingredientes
subversivos 2 .
Pero a partir de la postguerra comienza a configurarse una nueva generación
de científicos sociales, lo que lleva aparejada la consideración de los hechos de

1 Brunhes, Jean: "Géographie humaine de la France", en Hanotaux, Gabriel: Histoire de la nation française,
tome II, Paris, 1926, 652 págs; véanse págs 29-41.
2 Sobre esos años es de gran interés el testimonio de Pierre Vilar: Pensar históricamente. Reflexiones y
recuerdos. Crítica, Barcelona, 1997, 241 págs.
Naturaleza y cultura del paisaje 173

esa naturaleza, y el análisis de procesos, como factores básicos en la interpre-


tación del espacio. En la Europa occidental esa modernización metodológica
se consagró entre las décadas de los años cincuenta y sesenta; y en España no
mucho después. Sería necesario hacer muchas precisiones acerca de este marco
general que, de forma en exceso escueta, acabamos de exponer, pero no creo
que sea este el momento oportuno. Con lo dicho me parece que hay elementos
suficientes para encuadrar la génesis y las transformaciones de la percepción
geográfica del paisaje urbano en la Geografía española moderna.

LOS ORÍGENES

En la década de 1930 se inicia entre los contados geógrafos españoles de la


época el acercamiento a la Geografía urbana. En 1931 Pau Vila publicaba en
el Butlletí del Centre Excursionista de Catalunya la traducción del trabajo de
Blanchard "Une méthode de Géographie urbaine" 3 , y en 1933 Manuel de Terán
hizo una estancia en París, pensionado por la Junta para Ampliación de
Estudios, durante la cual trabajó, entre otras bibliotecas, en la del Institut
d'Urbanisme, aprovechando también su estancia para establecer contacto con
geógrafos franceses, como A. Demangeon, profesor entonces de Geografía
humana en la Sorbona. Uno de los resultados de aquella estancia fue la
redacción de un ensayo de método sobre la "Geografía de las ciudades", que
en 1935 se señalaba como destinado a publicarse en el Boletín de la Sociedad
Geográfica de Madrid, pero que no llegaría a aparecer 4 .
De 1938 data el breve artículo de L. Martín Echeverría "Madrid y su Tierra",
trabajo de circunstancias presentado al Congreso Internacional de Geografía de
Amsterdam. Inscrito dentro del molde de la Geografía regional, tal vez sea el
primer trabajo geográfico escrito en España en el que de forma explícita se
aborde la consideración de una ciudad; en cualquier caso, no pasa de ser un
simple precedente 5 .
Es después de la Guerra Civil y, por tanto, con notable retraso respecto al
despegue de los estudios geográficos urbanos en algunos países europeos,

3 La vie urbaine, n° 16, 1922, págs. 301-319.


4Quirós Linares, Francisco: "La iniciación geográfica de Manuel de Terán", Ería, n° 49, 1999, págs. 177-
184; cfr. pág 181. La noticia aparece en Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas:
Memoria correspondiente a los cursos 1933 y 1934. Madrid, 1935. Si tenemos en cuenta la cercanía de la
Guerra Civil, y el hecho de que el Boletín de la Sociedad Geográfica solía aparecer con bastante retraso,
no es de extrañar que no llegara a publicarse en su momento. Después de la guerra, pendiente Terán
de depuración política, y con escasas simpatías entre algunos miembros de la Sociedad por su
vinculación a la Institución Libre de Enseñanza, se comprende que tampoco se publicase. Mientras
tanto, el texto pudo quedar envejecido.
5 Sobre L. Martín, Quirós Linares, Francisco: " U n Geógrafo del exilio: Leonardo Martín Echeverría
(1894-1958)" Ería, n s 42, 1997, págs 67-88.
174 Francisco Quirós Linares

cuando aparecen en España los primeros trabajos específicos de este género.


Quien inicia el camino, en 1942, es Manuel de Terán, de quien nos ocuparemos
luego con más detalle por el papel decisivo que, a mi juicio, tuvo en el desarrollo
de los estudios sobre el paisaje urbano entre nosotros. Pero antes conviene
examinar otras aportaciones.

LA ESCUELA DE JOSÉ MANUEL CASAS TORRES

En ese sentido es necesario destacar la figura de José Manuel Casa Torres,


catedrático de la Universidad de Zaragoza desde 1944, quien en 1947 publicó
un "Esquema de la Geografía urbana de Jaca", pero que, sobre todo, es
destacable por haber impulsado en la década de 1950 varias tesis doctorales
de Geografía urbana 6 . En esos mismos años Leoncio Urabayen publicaba, en
1952, una Biografía de Pamplona7.
Las tesis de Geografía urbana impulsadas por Casas Torres en esos años
fueron, que sepamos, las de Emilio Arija, sobre Santander; Ángel Abascal
Garayoa, sobre Pamplona; Laura Gordejuela, sobre San Sebastián; Ana María
Navarro, sobre Zaragoza; y Joaquín Bosque, sobre Granada. Las dos primeras,
según creo, no llegaron a publicarse 8, y desconozco sus planteamientos; las tres
restantes 9 se inscriben dentro del modelo entonces consagrado, y de ellas, por
la madurez y experiencia alcanzadas por su autor en el tiempo en que la
escribió, la tesis de Bosque es la más significativa.
Conforme al modelo aludido, la tesis de Bosque, leída en 1956, se organiza
en cuatro capítulos básicos: "Los factores geográficos", "Evolución urbana",
"Funciones urbanas", y "Morfología y estructura". Por lo que respecta al
tratamiento del paisaje urbano, es el último de esos capítulos el que nos interesa
considerar; al comienzo del mismo, manifiesta Bosque que el objetivo esencial
de su trabajo es conocer "cómo es Granada en el momento actual", y para ello

"habrá que tener en cuenta dos distintos aspectos, uno estático, de la


ciudad como un simple elemento más en el paisaje geográfico, otro activo,

6 Su interés por la Geografía urbana se manifiesta también en el hecho de haber dedicado el n° 2-3-
4 de Geographica (1954) a esa materia.
7 Urabayen fue alumno de Luis de Hoyos Sainz en la Escuela Superior del Magisterio, y participó en

el Seminario de Geografía humana que dirigía don Luis. Su libro sobre Pamplona fue objeto, en 1954,
de una crítica muy negativa por parte de Angel Abascal Garayoa en el primer número de la revista
Geographica (ver págs. 41-42) fundada por Casas Torres.
8 Abascal publicó al menos un capítulo, "Los orígenes de la población actual de Pamplona", en

Geographica, nQ 7-8, 1955, págs. 95-188.


9 Gordejuela Sanz, Laura: "Geografía urbana de San Sebastián", Pirineos, 1955, págs. 149-304; Navarro

Ferrer, Ana María: "Geografía urbana de Zaragoza", Geographica, 1962, 199 págs.; Bosque Maurel,
Joaquín: Geografía urbana de Granada. Zaragoza, 1962, 313 págs.
Naturaleza y cultura del paisaje 175

las funciones en relación con el espacio en el que la ciudad se encuentra"


(Bosque, pág. 215),

y se decanta por la descripción como "el método que prevalecerá", aunque no


de forma excluyente, pues considera necesario llegar a la "explicación" de los
"fenómenos geográficos actuales", si bien no explicita el método para llegar a
ella.
Desde la perspectiva actual llaman la atención dos cosas: una, que se
considere la ciudad como algo estático, y la otra, que se la vea como "un simple
elemento más en el paisaje geográfico", tanto más tratándose de una ciudad
media y de una notable complejidad. Sin embargo es así y, partiendo de esa
perspectiva, al epígrafe "El paisaje urbano", con el que inicia la consideración
de la "Morfología urbana", se dedican solamente tres páginas en las que
abundan las consideraciones subjetivas o valorativas, de carácter plástico y en
las que, sobre todo, se nos presenta Granada en relación con el medio natural
para, finalmente, introducir una primera concreción:

"La complejidad del emplazamiento constituye, pues, en parte la base


de los profundos contrastes pacíficos (sic) y humanos visibles en la ciudad
del Genil. Pero además del marco natural, la evolución histórica ha
contribuido a tales contrastes que son, acaso, el rasgo mas personal de
Granada. El paisaje geográfico, con su triple aspecto, el de la ciudad
troglodita, blanca y verde, sobre los secarrales agobiados por el sol y la
luz, el de la ciudad de las colinas, rota por la mancha de vegetación de
la Alhambra, en dos porciones vivas, luminosas y alegres, y finalmente,
la ciudad baja de las terrazas, monótona, con una horizontalidad apenas
rota por la mole de la Catedral y ligeramente cortada por los ríos, que
aun cubiertos, siguen desempeñando un importante papel en la vida
moderna granadina" (Bosque, pág. 219).

A continuación nos advierte de la diversidad material y social de las tres


Granadas citadas. En ese punto se cierra la consideración del "paisaje urbano".
Bien es cierto que al epígrafe citado siguen dos más: "Granada en el plano"
(págs. 219-222) y "Los espacios construidos" (págs. 222-227). Este último
incluye tres subepígrafes sobre los materiales y la técnica constructiva, los
edificios y sus formas, y la densidad y clases de edificación; todo ello apoyado
tan solo en la observación personal y, como única fuente, en el Censo de edificios
y viviendas de 1950.
Aún hay, en el mismo capítulo dedicado a la "Morfología y estructura", otros
dos epígrafes en los que, aunque el autor no lo plantee desde esa perspectiva,
se tratan elementos del paisaje urbano; uno es el dedicado a la vivienda, y el
otro aquel en el que se trata la estructura urbana.
176 Francisco Quirós Linares

Bajo el enunciado "La vivienda" (págs. 238-258) se analizan la ciudad alta,


los cármenes, la ciudad baja, la casa moderna, y las cuevas; cármenes y cuevas
ocupan la mitad del espacio consagrado al conjunto de la vivienda, y solo de
ellos se ofrecen planos, ausentes para los demás tipos de vivienda, es decir para
la gran mayoría. En un plano de conjunto se presenta la extensión de los barrios
de "reciente construcción" y la de los cármenes y cuevas, pero para el resto de
la ciudad no se da ninguna especificación.
De lo dicho se desprende que en la tesis de Bosque sobre Granada el paisaje
urbano se entiende como la imagen de la ciudad dentro del medio, es decir,
como un elemento singular dentro del "paisaje geográfico", sin que haya un
paisaje urbano "en sí", sino "en relación con" el medio natural10. Es por tanto
una concepción que se encuadra dentro de la Geografía regional, conforme a
cuya estructura la Geografía urbana de Granada de Bosque representó en su época
la obra de mayor envergadura, por la dimensión de la ciudad analizada y por
el esfuerzo puesto en juego; al mismo tiempo es un final de etapa, porque en
lo sucesivo, aunque con excepciones, comenzarán a aparecer nuevos plantea-
mientos, en unos casos como desarrollo de los anteriores, y en otros como
resultado de la adopción de nuevos métodos o de nuevas perspectivas11.

LA APORTACIÓN DE MANUEL DE TERÁN

La lectura de los trabajos de Manuel de Terán sobre ciudades españoles


refleja bastantes analogías de partida con algunas de las obras mencionadas,
pero también diferencias de diverso orden y, sobre todo, una singularidad: la
persistencia en el interés por el hecho urbano a lo largo de su vida, y una
progresiva elaboración de su pensamiento al respecto. Aparte de eso hay otro
aspecto a destacar: Terán creó una escuela de geógrafos urbanos. Todo ello
obliga a prestarle particular atención.
Su acercamiento a la Geografía urbana se sitúa hacia 1930. Por entonces
obtuvo una cátedra de Geografía e Historia de Instituto de Enseñanza Media,
en el de Calatayud; permaneció allí durante un curso (1930-1931), y en aquellos
meses inició un estudio sobre "Calatayud, Daroca y Albarracín" que, a causa
de la Guerra Civil y sus consecuencias, no vería la luz hasta 194212.

10 Lo mismo cabría decir de las demás tesis de Geografía urbana dirigidas por Casas Torres en esos
años, y del capítulo dedicado por el propio Casas a "Zaragoza" en Aragón. Cuatro ensayos, tomo II,
Zaragoza, 1960, págs. 245-287.
11 Por otra parte, el propio Bosque, en el ejercicio de su magisterio, no dirigió sino tres tesis doctorales

de Geografía urbana, sobre Jaén, Málaga y Granada, de las que sólo las dos primeras podrían estar
en la estela de su propia obra, pero sin alcanzarla. Véase el "Prologo" de Horacio Capel a la 2 a Edición
de la Geografía urbana de Granada de Bosque, Granada, 1988.
12 Terán, Manuel de: "Calatayud, Daroca y Albarracín. Notas de geografía urbana", Estudios Geográficos,
n s 6, 1942, págs 163-202.
Naturaleza y cultura del paisaje 177

En ese trabajo Terán explicita su forma de acercarse al conocimiento de la


ciudad, de interpretar el hecho y la forma urbanos, destacando, en primer lugar,
la contraposición entre ciudad y aldea:

"La pequeña aldea es toda ella paisaje natural [...] la gran ciudad de
tipo moderno llega a la creación de formas completamente distintas de
las del medio natural. Entre ambos extremos, la pequeña ciudad es un
equilibrio de naturaleza y espíritu, una armoniosa síntesis de alma y
paisaje" (Terán, 1942, pág.163).

Pensaba Terán naturalmente en las pequeñas ciudades históricas, y veía a


Calatayud, Daroca y Albarracín como tres ejemplos de ellas. El estudio de cada
una lo estructura en tres epígrafes: "Situación general y posición local" 13 ,
"Evolución o desarrollo urbano", y "El paisaje urbano". El primero de esos
apartados constituye, dice, el "capítulo primordial" en las monografías de
Geografía urbana,

"hasta el punto de que, en ocasiones, un estudio de geografía urbana


se limita a su sola consideración" (Terán, 1942, págs. 166).

De acuerdo con ese criterio se detiene en el análisis de la situación y el


emplazamiento de cada una de las tres ciudades, con una exposición del marco
físico, de los materiales y las formas, de los condicionamientos que supone, de
las posibilidades que ofrece, de las rutas que marca. Apenas hay, o no hay en
absoluto, apoyo en una inexistente literatura geológica o geomorfológica; las
objetivaciones parecen fruto, tan solo, del uso del mapa geológico (probable-
mente el 400.000) y de la observación personal. El paisaje está presente pero,
como es lógico, no se trata del paisaje urbano, sino del medio natural y de
algunos aspectos de su uso.
El desarrollo urbano, por su parte, es tratado de una forma aparentemente
menos vinculada a la realidad visible, mediante el uso, por una parte, de
bibliografía histórica y, por otro, de la observación personal.
Finalmente, es el epígrafe dedicado al "paisaje urbano" aquel en el que, de
forma explícita, aborda la imagen de la ciudad, y lo hace definiendo, en primer
lugar, lo que entiende por paisaje urbano:

"Toda ciudad es un paisaje, un trozo de superficie terrestre dotado de


un dibujo, unas formas y colores determinados. La ciudad tiene un rostro
con fisonomía y gesto peculiares, y la tarea más fina y sutil del geógrafo

13Aunque Terán hace "posición local" sinónimo de "emplazamiento", no utiliza, sin embargo, este
último término en los epígrafes del artículo al que nos referimos; véase página 165.
178 Francisco Quirós Linares

de la ciudad consiste en interpretar el paisaje urbano, desentrañar el más


profundo sentido de sus rasgos fisonómicos, captar la intimidad psico-
lógica de la ciudad" (Terán, 1942, pág. 179).

Si la concepción que del paisaje tiene Terán queda suficientemente explícita,


la captación de "la intimidad psicológica de la ciudad" puede parecemos hoy
un quehacer en exceso metafísico, eco, acaso de ideas orteguianas y , en
definitiva, de un tiempo, si bien, mas allá de las palabras, lo que nos importa
aquí es ver en que forma aborda Terán la interpretación propuesta del paisaje
urbano. Para iniciar esa interpretación elige una visión desde el exterior, una
panorámica:

"Calatayud se encuentra en la línea de interferencia de dos distintos


paisajes geográficos: el de los cerros y páramos terciarios que forman el
borde de la hoya y la vega que tapiza su fondo. El primero es un horizonte
de margas grisáceas y blanquecinas, casi totalmente desprovistas de
vegetación. Los páramos de superficie plana o ligeramente ondulada caen
sobre el valle en rápidas vertientes, a veces en cortes verticales, fuerte-
mente erosionados por la acción de las aguas de lluvias, que labran en
ellos cárcavas y torrentes, y destacan estribos y cerros aislados. El fondo
del valle es un plano uniforme cubierto de vegetación. La mancha de
verdor no es homogénea. Alternan en ellas las tablas de hortalizas y
remolachas, de varios tonos verdes, con los cuadros de tierra rojiza, recién
sembrada o labrada y los campos de frutales, que en primavera se llenan
de flores blancas. Desde la torre de Santa María, la mirada que recorre
el horizonte queda sorprendida por la riqueza de tonos del paisaje y por
el contraste brusco y violento de la mancha vegetal de la huerta con las
tierras grises, en la que aquélla parece cautiva como una isla.
La ciudad se destaca de los páramos de Armantes hacia el encuentro
del río como una península o estribo y algunos caserones separados de
la masa del caserío parecen formas menores residuales, como cerros
testigos. Tan solo las torres de las iglesias de Santa María y San Andrés
se destacan de los dos paisajes como una pura y graciosa creación del
espíritu. El castillo, en el borde del páramo de Armantes es, por el
contrario, una forma medio humana, medio geológica. Las margas y
formas de erosión naturales, de tipo ruiniforme, se confunden con las
auténticas ruinas del castillo, sobre las cuales triunfa progresivamente la
naturaleza" (Terán, págs. 179-180).

Después de esa panorámica, y tras valorar los ejes básicos del viario, y su
significado, se aborda el paisaje urbano a partir de la distinción de dos espacios
diferenciados, la ciudad alta y la ciudad baja:
Naturaleza y cultura del paisaje 179

"La parte alta de la ciudad se destaca apenas del paisaje natural. Su


fisonomía es francamente rural, semejante a la de una pobre aldea
aragonesa. Está constituida por una población troglodita en la vertiente
de los cerros del Revelin, el Picado y el Reloj Tonto, y un caserío de escaso
valor arquitectónico en los barrancos de la Rúa y de las Pozas ( barrio
de la Consolación). Aquí estuvo la primitiva población árabe. Las margas
terciarias han sido excavadas y albergan una población de extrema
pobreza. El exterior de las cuevas no presenta más que la puerta y, a veces,
una pequeña ventana. En ocasiones, un muro de adobe cierra un abrigo
natural. Algunas escalinatas talladas en el suelo facilitan la circulación.
Todas las formas del relieve han sido utilizadas. Las cárcavas y torrentes
son callejones; los rellanos, eras y campos para el tejido del cáñamo, cuyo
instrumental contribuye a la fisonomía de esta parte de la ciudad. Los
barrancos de la Rúa y de las Pozas son el canal de desagüe de dos
torrentes, cuyo circo de recepción se abre en los páramos de Armantes
y cuyo cono de deyección señala la transición a la parte baja de la ciudad.
El de las Pozas queda aislado, formando el barrio de la Consolación. Al
de la Rúa afluyen una serie de torrentes secundarios que constituyen las
calles del barrio de la Morería. Un pequeño ensanche de la Rúa forma
la plaza de San Juan, pequeño mercado para los campesinos y leñadores
que acuden por la carretera de Soria y centro de toda esta parte de la
ciudad. Al sur, en contraste con la zona baja, se levanta la iglesia de San
Andrés, en una plazuela callada, de poca circulación. Es la iglesia un bello
ejemplar gótico-mudejar, con una esbelta torre de tres cuerpos que
señorea todo este sector de Calatayud.
La parte baja de la ciudad es de mayor valor urbano y monumenta-
lidad. Las casas son de dos o tres pisos y más abundantes las grandes
construcciones. Aquí se acusa aún más el valor de la Rúa como eje. La
calle tiene anchura suficiente para el tránsito rodado. El palacio del barón
de Wersax y la iglesia de San Pedro de la Francos, con su torre inclinada,
constituyen sus notas fundamentales y características. Algunas casas con
aleros de gran vuelo y solanas para secar los frutos contribuyen a su
fisonomía. Es, además, la Rúa la calle del comercio, con abundantes
establecimientos de todo género, adonde acuden a proveerse los campe-
sinos de una extensa comarca.[...]
Al otro lado de la Rúa, la plaza Mayor es un amplio espacio cuadrado
con casas de tres pisos, soportales y amplio y saliente balconaje. Es
la plaza del mercado principal a la que afluye toda la riqueza de la
huerta, verdadero muestrario de la producción agrícola de la vega del
Jalón.
En la parte meridional de la ciudad, la población es menos densa y
mayores los espacios libres que aun permiten su crecimiento. En su parte
180 Francisco Quirós Linares

occidental las iglesias de San Juan y San Torcuato y en la oriental la del


Santo Sepulcro, son los centros de mayor interés.
La carretera de Zaragoza bordea la ciudad, como queda dicho, por el
Oeste y Sur. En esta última sección deja a un lado una amplia alameda
delante de la ciudad. Algunas casas se han construido al otro lado de la
carretera, que tiende a convertirse en una calle a su paso por Calatayud.
El camino de la estación tiene la misma tendencia. La estación, con sus
muelles, depósitos de material y almacenes, y las dos fábricas de azúcar
constituyen, por último, la expresión del moderno Calatayud, industrial
y comercial" (Terán, 1942, pags. 181-183).

Así pues, Terán, tal como había propuesto, ha descrito la fisonomía urbana
de Calatayud y ha desentrañado el "sentido de sus rasgos fisonómicos" ( lo
propio hace con Daroca y Albarracín), sin utilizar para ello más apoyatura
aparente que la observación y la palabra, aunque detrás de ambas se halle el
conocimiento necesario para alcanzar la interpretación del espacio urbano.
Con economía de medios, pero con claridad, realiza la lectura del medio
natural, como marco y sustrato del espacio urbano: las formas topográficas, el
contraste entre los páramos y el fondo de valle, en uso y colorido (la mancha
vegetal de la huerta frente a los tonos grises o blanquecinos de las margas, la
arcilla como soporte de las plantaciones de frutales y como materia de la
arquitectura de ladrillo, las margas como ámbito del hàbitat troglodita, etc), la
diferenciación social y funcional de los barrios, la anchura de la Rúa, la altura
del caserío, la presencia de grandes aleros y el uso de las solanas, etc. En 20
páginas traza la síntesis de Calatayud, sin utilizar ninguna fuente primaria, sino
solamente la observación personal del medio natural y del espacio urbano, las
cifras de cuatro años censales, y las escasísimas bibliografía y cartografía
disponibles 14 . Todo ello matizado, o acompañado, de una visión estética, con
tanta frecuencia presente en la obra de Terán, y bien explícita en el párrafo final,
referido a Albarracín, con el que cierra el artículo que comentamos:

"El color es gris y amarillo de calizas, rojo y ocre de arcillas, morado


de rodeno, siena de yeso. Pero todos estos colores se funden en la retina
en un tono dorado, que es la síntesis cromática de Albarracín. Y en los
días de sol florecen los chapiteles de las torres, con sus tejas vidriadas,
verdes, azules, blancas, doradas, como flores del matorral de la Serranía"
(Terán, 1942, pág. 202).

14Para los planos de Calatayud y Daroca se ve obligado a recurrir a los de Coello, de 1853, y para
Albarracín ha de limitarse a hacer uso de la hoja correspondiente al Mapa Topográfico 1:50.000.
Naturaleza y cultura del paisaje 181

Queda una duda ¿Era este el modelo de análisis urbano que propugnaba
Terán, o era, simplemente, lo que estuvo a su alcance en este caso concreto?
Su estancia en Calatayud fue breve y las visitas desde allí a Daroca y Albarracín,
ocasionales, lo que tuvo que condicionar, no la concepción general del trabajo,
pero sí la forma de abordarlo.
Cuatro años después Terán se aproxima a otra pequeña ciudad, Sigüenza15,
en el valle del Henares, lugar de veraneo, en aquellos años, de antiguos
institucionistas. Le dedica 33 páginas, frente a las nueve que en su anterior
estudio ocupó Daroca, de tamaño próximo al de Sigüenza
Pero en ambos casos la estructura es la misma, aunque ahora, al desarrollar
algo más cuestiones antes apenas esbozadas, introduce dos nuevos epígrafes:
"Curva demográfica" y "Función y actividad". Si el primero de ellos es muy
breve y no va mas allá de la enumeración de algunos datos censales16, el
segundo plantea o menciona hechos que trascienden de lo local, como el
fenómeno de la ruralización de las villas afectadas por la ruina de la industria
pañera tradicional (que en 1946 aún sobrevivía, agonizante en Sigüenza), el
papel urbanizador de la Iglesia en las pequeñas ciudades episcopales, el del
ferrocarril y la carretera en la reorganización de las áreas de mercado, las
corrientes comerciales vinculadas a la arriería, en parte aún vivas (frutas de
Valencia, pescado seco de Galicia y el Cantábrico, aceite de la Alcarria, vino
de Aragón y la Mancha, etc), el empleo estacional de segadores murcianos, que
aún se contrataban en la Puerta de Guadalajara, o el origen de los tratantes que
acudían a las ferias de ganado seguntinas. En ese apartado de "Función y
actividad" incluye Terán la caracterización socioprofesional de la ciudad en
1945.
Por lo demás, no hay diferencias sustanciales de planteamiento entre ambos
artículos; las que se perciben, no radican en el planteamiento, sino en la
extensión (lo que permite dotar de mayor contenido a algunos apartados como
el de las funciones, indispensable, por otra parte, para caracterizar el paisaje
urbano) y en algunas novedades metodológicas: ciertos hechos significativos
se documentan brevemente, mediante los Libros de Actas municipales; el radio
de alcance del mercado de Sigüenza, indudablemente mediante encuesta oral;
y para la "fisonomía urbana" (el paisaje urbano en sentido restringido) no se

15 Terán, Manuel de: "Sigüenza. Estudio de Geografía urbana", Estudios Geográficos, n s 25, 1946, págs
633-666.
16 De todos modos no conviene tener en poco el uso de esa información. En 1967, último año en que

tuve a mi cargo las tareas de edición de Estudios Geográficos, pude comprobar que un colaborador
frecuente de la revista, y autor muy estimable, no conocía la existencia de los censos impresos, y hube
de facilitarle los datos correspondientes para sustituir los de origen azaroso y desigual que incluía
en el texto de un artículo. La difusión de las estadísticas no estaba tan generalizada como hoy.
182 Francisco Quirós Linares

recurre a la cartografía de las Licencias de construcción (acaso inexistente) pero


sí a algunos croquis de alzados y, en un caso, de planta; no es una utilización
sistemática, que tal vez le pareciese entonces a Terán excesiva para el objeto
perseguido y que, en cualquier caso, le hubiera resultado imposible por razón
de tiempo y de medios, pero indica una voluntad, y un camino. El desarrollo
de la metodología vendrá quince años después.
En efecto, a partir de 1950, siendo ya catedrático en la Universidad de
Madrid, concibió Terán el proyecto de un estudio sobre la capital, que incluiría
también sus "suburbios y contornos". Los suburbios eran un fenómeno
reciente, de proliferación incontenible, cuya consideración no podía obviarse;
en cuanto al término "contornos", rescatado del Atlas de España de Francisco
Coello, lo prefirió Terán al de banlieue, entonces en uso, para aplicarlo a los
núcleos rurales en transformación bajo el influjo de la ciudad.
En el curso 1953-1954 la implantación en la Facultad en Filosofía y Letras
de la Memoria de Licenciatura, vulgarmente llamada "tesina", creó la posibi-
lidad de orientar a algunos alumnos hacia el estudio de fragmentos del mosaico
espacial que formaban la ciudad y los núcleos de su entorno. Tres de esas
Memorias aparecieron en Estudios Geográficos bajo el título común de "Contor-
nos y suburbios de Madrid" ( en 1955, Escudero: "Hortaleza"; 1957, Orive
Arenaza: "Torrejon de Ardoz"; 1958, Miguel: "Fuencarral"). Luego, yo mismo
estudié Getafe (E.G., 1960), y en 1961, con motivo del centenario de la elección,
por Felipe II, de Madrid como capital de la Monarquía, se dedicó a la ciudad
un número especial, en el que Terán publicó un artículo de cien páginas sobre
las calles madrileñas de Alcalá y Toledo17, con el que avanzaría en el desarrollo
del modelo de análisis iniciado en 1942. Con el estudio de esas dos calles, la
una de 3,82 km, y la otra de 1,72, se proponía

"hacer un corte transversal de Madrid entero y trazar un perfil urbano


valedero para el conocimiento y caracterización de algunos de sus barrios
y zonas mas llenas de significación" (Terán, 1961, págs. 375-376).

Tiene interés detenerse en la consideración del método aplicado para llevar


a cabo ese corte, porque en él se anticipan no pocos de los rasgos básicos que
caracterizarán los trabajos de la escuela de Geografía urbana formada a partir
del magisterio de Terán en años posteriores.
Una primera diferencia respecto a sus anteriores estudios es el hecho de
recurrir al manejo de fuentes primarias, como base mediante la cual conseguir
la objetivación de los hechos cuyo análisis estima imprescindible para aprehen-

" Terán, Manuel de: "Dos calles madrileñas: las de Alcalá y Toledo", Estudios Geográficos, n s 84-85, 1961,
págs. 375-476.
Naturaleza y cultura del paisaje 183

der la lógica del espacio urbano y, por ende, la de su fisonomía o paisaje. Para
conocer, o reconocer, no basta por tanto el simple apoyo bibliográfico y la
observación directa18.
Además, parte Terán del principio de la consideración del paisaje urbano
como un producto temporal, resultado de un proceso cuyo devenir es necesario
considerar para poder discernir las aportaciones del pasado insertas en el
paisaje urbano actual. Pero la consideración del proceso no puede limitarse al
mero inventario de los resultados formales heredados, como simple producto
de sucesivas prácticas constructivas. La materialidad física que el pasado
proyecta hacia nosotros debe ser entendida a la luz de su razón de ser, de los
condicionantes que actuaron sobre su configuración; condicionantes que,
expresándolo de forma sintética, radicarían en el marco social y funcional
actuante sobre el espacio analizado en cada momento histórico.
Para alcanzar esos objetivos, Terán considera conveniente conocer los
contenidos sociales del espacio analizado, su funcionalidad, la morfología
parcelaria, y las prácticas edificatorias aplicadas. Eso significa hacer uso de
fuentes primarias: padrones de población, matrículas de la contribución, o
similares, cartografía parcelaria, y licencias de construcción; además, como es
obvio, del manejo de la bibliografía pertinente.
No olvidemos, sin embargo, que el objetivo que se proponía Terán no era
el de estudiar dos calles en cuanto tales, sino que su pretensión era estudiar
el casco de Madrid, la ciudad. Ahora bien, enfrentado a la tarea de abordar un
espacio urbano de tal amplitud dimensional y demográfica, y ante la inviabili-
dad de reconocer el objeto de estudio mediante un análisis homogéneo de la
totalidad, concibió la idea de hacer cortes espaciales y temporales; entre los
primeros se hallaría el estudio de las calles de Alcalá y Toledo, con sus
secuencias temporales, al que deberían haber seguido otros estudios, que no
llegó a hacer. El proyecto quedó, así inconcluso, y no es este el momento de
explicar el como y el por qué, aunque sí apuntaremos la falta en aquellos años
de un grupo de colaboradores suficientemente amplio, la carencia de medios
y la rápida transformación de las ciudades españolas inducida por el desarro-
llismo.
Pero volviendo a la consideración del artículo sobre las calles de Alcalá y
Toledo el salto metodológico se hace perceptible no solo en el texto sino también
en la representación gráfica. Así los contenidos demográficos se analizan a
partir de los Padrones de habitantes de 1890 y 1955 y se traducen, gráficamente
en las pirámides de edades en ambas fechas, y en la representación de la

18 Esta es una diferencia sustancial respecto a su artículo sobre Calatayud, Daroca y Albarracín, ya

anticipada ligeramente en el relativo a Sigüenza, de 1946. Diferencia que también se observa si


comparamos el artículo de 1961 sobre las dos calles madrileñas con la tesis doctoral de J. Bosque
Maurel, Geografía urbana de Granada, publicada en 1962, en la que todavía no hay uso de fuentes
primarias, sino, exclusivamente, de bibliografía y observación personal.
184 Francisco Quirós Linares

estructura socioprofesional por tramos de calle, además de la representación


del número de habitantes por inmueble a lo largo de ambas calles. En el caso
de la de Alcalá, y para el tramo comprendido entre las Puertas del Sol y de
Alcalá, y a partir de otras fuentes, representa además el volumen de empleo
radicado en cada inmueble y, como ejemplo, la distribución sobre el plano de
la ciudad de la residencia de los empleados de la sede del Banco Central.
La cartografía parcelaria sirve de base para la representación del peso de
la propiedad nobiliaria, eclesiástica y de la Corona en la calle de Alcalá a
mediados del siglo XVIII, y también para representar las funciones de ambas
calles en 1960, y la edad del caserío en la de Toledo. Algunos alzados y plantas
de edificios de vivienda, desde el siglo XVII al XX, obtenidos de las Licencias
de construcción, sirven para apuntar tipologías edificatorias y los contenidos
sociales que se vinculan a ellas; en un caso, esos contenidos se analizan en tres
fechas sucesivas. Por último, la representación de la intensidad horaria de la
circulación rodada, y los flujos de ésta en la plaza de Cibeles, introducen la
consideración de ese elemento fluyente del paisaje.
Todo ello sirve a Terán para perfilar la "forma y fisonomía" de las calles
estudiadas. A este respecto, y refiriéndose a la de Alcalá, dice:

"La distribución de la población a lo largo de la calle y su diferencia-


ción socioprofesional, las funciones residencial, financiera y de arteria de
gran circulación urbana, todo lo que constituye su contenido estructural
y funcional, encuentra expresión en la forma y fisonomía que en el
transcurso de una historia, ya larga, han modelado los afanes y queha-
ceres de muchas generaciones de hombres y que hoy representan uno de
los mayores rasgos configurativos del paisaje urbano madrileño" (Terán,
1961, págs. 429-430).

En otro artículo, de carácter general, aparecido en 1966 Terán expuso de


forma más precisa su forma de entender la ciudad y el paisaje urbano19. A este
respecto explicita que

"la noción de paisaje es en primer lugar una realidad visible, fisionó-


mica y morfológica. El paisaje urbano es[...] una forma de ocupación,
utilización y modelado espacial. Pero esta forma y modelado de hallan
en relación con una estructura de la que aquella realidad es expresión
material y en la cual se opera la integración de las distintas variables que
nos permitirá llegar a una comprensión unitaria y sintética del fenómeno
urbano" (Terán, 1965, pág. 193).
19Terán, Manuel de: "La ciudad como forma de ocupación del suelo y de organización del espacio",
Revista de Estudios de Administración Local, n 2 146, 1966, págs. 161-177. Recogido en Terán, Manuel de:
Pensamiento geográfico y espacio regional en España. Varia geográfica. Madrid, 1982, 454 págs.
Naturaleza y cultura del paisaje 185

Señala también cómo la intensidad (resultante de la elevación de la densi-


dad) es característica de la forma de ocupación urbana del espacio, con
supresión o reducción de los espacio libres, y con la necesidad de la construc-
ción en altura, subrayando el hecho de que los geógrafos hubieran dejado fuera
de su campo de estudios la casa urbana, por su escaso valor como elemento
de diferenciación y caracterización regional 20 , frente a la atención prestada a
la casa rural, precisamente por lo contrario.
Pero la ocupación intensiva del suelo, nos dice Terán,

"se halla estrechamente vinculada a su valoración económica. El


precio de la tierra en una economía agraria refleja el uso que se hace de
ella en función de su fertilidad, facilidades de explotación y accesibilidad
al mercado. En la ciudad, igualmente, el precio del suelo, su régimen de
apropiación, su reglamentación, las variaciones de la renta urbana y de
las inversiones inmobiliarias, todo lo que desde un punto de vista
político, jurídico y financiero afecta a la estructura de la propiedad
urbana, tiene su reflejo en el uso que de él se hace, en la organización
del plano, en el alzado de sus edificios, y constituye en consecuencia uno
de los factores estructurales del paisaje urbano" (Terán, 1966, págs. 195-
196).

Creo que los párrafos transcritos son suficientes para percibir con claridad
el prolongado interés de don Manuel de Terán por los temas urbanos y el
desarrollo de su pensamiento acerca del paisaje urbano en particular. Un
pensamiento en el que los factores sociales, siempre en una perspectiva
temporal, pasaban a tener un papel primordial en la interpretación de la
realidad visible. En definitiva, Terán, además de su interés por la Ecología
humana y por la Sociología urbana americanas desde los años cincuenta,
incorporó a su pensamiento las corrientes transformadoras de las ciencias
sociales que se concretarían también en el desarrollo de la escuela historiogrà-
fica de Armales (bien conocida por Terán), en la Ciencia Social Histórica
alemana, o en la historiografía marxista británica, por ejemplo. Dentro de esa

20Terán ya había apuntado la representación de la casa urbana en su artículo sobre Sigüenza, aunque
más bien a título de ilustración o ejemplo aislado; poco después Tricart ("Contribution a l'etude des
structures urbaines", Revue de Géographie de Lyon, 1950, nQ 3, págs. 145-156) abogaba por conceder más
atención al estudio de la casa urbana. La relectura, al cabo de 40 años, del artículo publicado por Terán
en 1966 (citado en la nota precedente), me ha traído a la memoria conversaciones con don Manuel
sobre este asunto, en años anteriores, en las que progresivamente acabamos coincidiendo en la
necesidad del estudio de la casa urbana, a partir de la evidencia de los contrastes de formas y
contenidos, según los niveles sociales. Las experiencias personales, y los paseos suyos y míos, o
conjuntos, por Madrid, tuvieron no poco que ver en aquella conclusión.
186 Francisco Quirós Linares

corriente general se entiende mejor, y se encuadra adecuadamente, el desarrollo


de las ideas de Terán acerca del paisaje urbano.
Pero después de 1961 don Manuel ya no tuvo ocasión de llevar a cabo
ninguna otra investigación en la que analizar un paisaje concreto a la luz del
modelo abstracto esbozado. La fertilidad de su concepción del paisaje urbano
no se plasmaría en obras propias, sino en la configuración de una escuela, cuyos
integrantes no vamos a enumerar ahora, aunque si quepa mencionar su
presencia actual en la Universidad Complutense y, sobre todo, en la Univer-
sidad Autónoma de Madrid; los nombres de Dolores Brandis, de Rafael Mas
Hernández, por más de una razón, son representativos de ese interés por el
paisaje urbano heredado por discípulos de Terán, a veces ya en tercera
generación. De forma paralela, aparecieron otros núcleos en Barcelona y
Valencia y, más tarde, en otros lugares, pero no entraremos aquí en ello.
El PAISAJE EN LA GEOGRAFÍA ESPAÑOLA ACTUAL
Valentín Cabero Diéguez
Universidad de Salamanca

"El hombre no está más asustado por la fuerzas inmensas de la naturaleza


que por los resultados de su propia acción: paisajes deteriorados, devastados u
hostiles, que son su obra. Jamás ha sido tan necesaria una ciencia del paisaje"
(Taillefer, F v 1972).

Asistimos a una eclosión de estudios relacionados con el paisaje, en los que


los geógrafos españoles cumplen una función relativamente modesta, pero sin
duda animadora y clave para el entendimiento cabal y la explicación coherente
de la gran diversidad de paisajes naturales y culturales existentes en la
península Ibérica. Los paisajes agrarios están en la base de la riqueza y
constituyen la primera manifestación de los paisajes culturales. No obstante,
la mirada social y política, espoleada por los medios de información, se inclina
hacia la difusión y defensa de los denominados espacios naturales protegidos,
como símbolos más representativos de nuestra naturaleza más próxima y de
nuestro entorno. Para la mayoría suelen convertirse en miradas desprovistas
de ropaje y lenguaje geográfico, entendido éste en su doble dimensión de
soporte físico y ocupación humana, para reducirse a la percepción fragmentada
de la gea, la flora y la fauna.
Varios hechos han contribuido a esta eclosión y dispersión de los estudios
relacionados con el paisaje. Un hecho general guarda relación estrecha con la
Cumbre de Río (1992) y su apuesta por el desarrollo sostenible y por la Agenda
21, creando entre los investigadores unas pautas de lenguaje y de análisis más
o menos comunes, no siempre relacionadas con rigor con las realidades
comarcales o regionales. El Quinto programa de Medio Ambiente de la Unión
Europea, por un desarrollo sostenible, en el impulso de la creación de la red
Natura 2000 y las correspondientes zonas de protección (LICs y ZEPAs) ha
generado investigaciones y estudios de carácter naturalístico, en los que la
participación de los geógrafos ha sido escasa o mínima. Por otra parte, las
iniciativas europeas de desarrollo rural como el Leader -más el Proder, en
España-, aplicados a escalas básicamente comarcales, contemplan la perviven-
cia del medio rural y de sus paisajes culturales, lo que ha supuesto desde los
primeros años noventa, además de fortalecer el sector agrícola, la sucesión por
jóvenes agricultores, la mejora de la competitividad de las zonas rurales, una
apuesta por "conservar el medio ambiente y el patrimonio rural, incluyendo
la protección del paisaje y los recursos naturales, la conservación de las zonas
188 Valentín Cabero Diéguez

rurales tradicionales, el fomento del turismo rural y la rehabilitación de los


pueblos". Todo un programa de acción que ha despertado algunos sentimientos
positivos hacia la salvaguarda de la calidad del paisaje y del patrimonio. Al
respecto nos duele profundamente la ingratitud, el olvido y la indiferencia de
la sociedad española hacia el hàbitat rural y hacia la arquitectura popular, uno
de los legados más ricos que hemos recibido del pasado 1 .
No debemos soslayar en este contexto la incidencia entre nosotros de ia Ley
de la Conservación de la Naturaleza, Fauna y Flora y su desarrollo y adaptación
en las diferentes comunidades autónomas, donde el proceso de declaración y
configuración de redes de espacios naturales protegidos ha llevado con rapidez,
en apenas una década, a la protección de extensas zonas del país bajo principios
conservacionistas y naturalistas, dejando en un segundo plano los valores más
estrechamente ligados al quehacer campesino y al patrimonio cultural e
inmaterial. A nuestro entender, la voz de los geógrafos ha estado presente en
estas tareas, pero con insuficiente fuerza y continuidad y ha perdido capacidad
de participación y de reflexión científica en estos ámbitos de ordenación y de
trabajo.

RENOVACIÓN, TRANSICIÓN Y CONTINUIDAD EN LA


INTERPRETACIÓN DE LOS PAISAJES. TRES DÉCADAS DE AVANCES
Y DE VAIVENES EN EL CONOCIMIENTO E INVESTIGACIÓN DE LOS
PAISAJES ESPAÑOLES

Si desde el presente miramos ligeramente hacia atrás, y elegimos algunas


fechas de referencia para enmarcar el programa de trabajo y las líneas maestras
de investigación acerca del paisaje, seguidas por los geógrafos españoles, nos
inclinaríamos por situamos en el tiempo en torno a 1972 enlazando a la vez
en los eslabones heredados de los años sesenta y avanzando hacia los años
ochenta en incertidumbre y cierta fragmentación metodológica. Podría indicar-
se que la fecha elegida marca más bien un umbral cronológico y una etapa de
transición, coincidente con otros hechos de gran trascendencia social y política

1 Deseo rendir homenaje a la obra dibujada de los hermanos José Luis y Efrén García Fernández sobre

los asentamientos rurales y la arquitectura popular del país, por lo que supone de esfuerzo y trabajo
personal y por el mensaje de educación cívica y estética que acompaña a sus dibujos y diseños. Entre
sus muchos y apreciados trabajos citaré aquí tan sólo la obra España Dibujada 1. Asturias y Galicia,
Ministerio de la Vivienda, 1972, con una hermosa presentación de Joaquín Vaquero Turcios. No
deberían olvidarse los trabajos pioneros de F. García Mercadal en defensa de la arquitectura popular
mediterránea o las recientes intervenciones ligadas a las Escuelas Taller bajo la inspiración de
arquitectos sensibles con la conservación de la calidad del patrimonio y con la mejora del bienestar
de los habitantes del medio rural: consciente de que la relación es amplia, recordaré, no obstante, a
"Peridis" (José M a Pérez), a J. L. García Grinda y a E. Rhoner por sus afanes utópicos y por recrear
belleza y bienestar donde sólo existía desolación.
Naturaleza y cultura del paisaje 189

para los españoles. No estamos ante una cronología seleccionada al azar; varios
datos, a nuestro entender relevantes, justifican la coherencia de la propuesta
y la elección de este umbral temporal. Quizás, sin embargo, fuera en los debates
del Congreso de Geografía celebrado en Oviedo, en el otoño de 1975, donde
podrían rastrearse con pleno sentido los tres conceptos que aplicados al paisaje
encabezan este apartado y esta reflexión personal: renovación, transición y
continuidad.
Un primer hecho, de carácter general, es la preocupación intelectual y social
por los efectos negativos sobre el paisaje derivados de los procesos de
modernización en España, cuyas secuelas llenan de alarma a personas y círculos
sensibles al deterioro que se abrían entonces hacia nuevos proyectos sociales
y políticos para la sociedad española. No faltaban geógrafos entre ellos. El
opúsculo de Eduardo Martínez de Pisón, La destrucción del paisaje en España
(Cuadernos para el Diálogo, 1972), nos descubre no solamente las amenazas
y riesgos de destrucción en ejemplos bien expresivos, sino también una forma
de análisis y de lectura del paisaje que entronca con los métodos de la
Institución Libre de Enseñanza y con el espíritu educativo y cultural de los
pioneros en la defensa de nuestro patrimonio natural. A lectores avisados y
sensibles, este trabajo les trasladó fuera de las aulas y les llevó hacia líneas de
trabajo inexploradas y de carácter interdisciplinar, en estrecha colaboración a
veces con los movimientos de reivindicación social y ecológica. Otro dato de
gran significación para la propia formación geográfica será la consolidación en
estos años de los Cursos de Trabajo de Campo en la comarca de Las Loras dirigidos
por el profesor Jesús García Fernández. El contacto directo con la resolución
de problemas de interpretación geomorfológica, junto al intercambio de ideas
y convivencia de geógrafos de distinta procedencia en un marco y ambiente
a la vez humano y científico, predispuso a un buen número de colegas hacia
estudios de directa perspectiva geomorfológica. Tanto las herramientas meto-
dológicas de análisis como la actitud científica frente a los hechos, adquiridos
por un buen número de geógrafos durante aquellos años, debemos calificarlas
de positivas para el conocimiento y difusión de los paisajes españoles.
Hacia 1972 llegan hasta nosotros los ecos de una renovación del análisis del
paisaje impulsado entre los colegas más próximos, los franceses. Se reclama y
se hace necesaria una ciencia del paisaje (Taillefer, F., 1972) que encuentra en
los trabajos de Bertrand una respuesta sólida. El término "paisaje", tan viejo
en los estudios geográficos y a veces tan impreciso, cobra en los trabajos de
Bertrand una dimensión nueva. No se trata de un concepto y término simple-
mente descriptivo, ni tampoco de una propuesta o recetario orientado en
exclusiva a la ordenación del territorio. Pretende algo más; el análisis integral
o integrado del paisaje nos aproxima metodológicamente a la comprensión de
la complejidad del espacio geográfico, e intenta superar las visiones yuxtapues-
tas acerca del medio fisico y abrirse al pensamiento y a las aportaciones de la
190 Valentín Cabero Diéguez

ecología, sin olvidar la incidencia que la acción antrópica tiene en la dinámica


de los paisajes. En efecto, no debemos aislar el paisaje y los recursos del medio
de su contexto socioeconómico. "En lugar de mirar los elementos naturales
como existentes de una manera independiente, es necesario considerarlos por
el valor que un cierto grupo social les atribuye, y por la relación con los tipos
de actividades del grupo en cuestión en un espacio dado". Son ideas resumidas
por nosotros y expuestas por Bertrand en su trabajo: La ciencia del paisaje, una
ciencia diagonal en 19722. En una aportación anterior, Paisaje y Geografía Física
Global3, se precisa la aproximación metodológica y teórica, insistiendo además
en la noción de escala; el análisis del paisaje se aborda desde la taxonomía, la
dinámica, la tipología y la cartografía. El sistema sintético de clasificación al
que se llega abarca seis niveles: la zona, el dominio, la región, o unidades
superiores, y el geosistema, la geofacies y el geotopo, o unidades inferiores.
De estas unidades inferiores se hace especial hincapié en el geosistema, como
unidad que pone el acento sobre el complejo geográfico y sobre la dinámica
del conjunto, distinguiendo a su vez entre geosistemas en biostasia y rexistasia.
Con mayor o menor éxito, a pesar de algunas reticencias y dudas iniciales a
la utilización del método, estas ideas incidirán en una renovación de los
estudios del paisaje entre los geógrafos españoles y en la elaboración de sólidos
trabajos de investigación que, sin estar atados totalmente al método somera-
mente presentado, mantendrán principios epistemológicos bien próximos e
incorporarán formas de expresión gráfica y cartográfica de sumo valor e interés
geográfico. Adelantando algunas reflexiones al respecto, tendríamos que acep-
tar como resultado más común y positivo entre nosotros, la capacidad para
definir y delimitar unidades de paisaje con diferencias y discontinuidades en
su fisonomía y en su dinámica. Asimismo, la cartografia temática y de síntesis
se ha beneficiado notablemente de estos métodos de interpretación y del
correspondiente trabajo de campo. Han contribuido, por tanto, a redescubrir
nuestros paisajes desde una perspectiva integradora y comparada, y a construir
una metodología que se apoya en las interacciones ecológicas y en la acción
antrópica, enlazando así con eslabones clásicos del pensamiento geográfico.
No parece inoportuno reseñar que entre 1972-1974 se elabora en España el
primer Plan de Ordenación Paisajística a instancias de la Administración Pública,
el Del Lago de Sanabria y sus alrededores. La afluencia masiva de visitantes y la
amenaza creciente de una urbanización agresiva e imprudente del entorno

2 Bertrand, G.: "La Science du paysage, une science diagonale", Revue Géographigue des Pyrénnées et
du Sud-Ouest, T. XLIII, 1972, pp. 127-133.
3 Bertrand, G.: "Paisaje et géographie physique globale. Esquise méthodologique", Revue Géographigue
des Pyrénnées et du Sud-Ouest, T. XXXIX, 1968, pp. 249-272. Se incorpora en este artículo una reflexión
final de J. Tricart sobre la noción de paisaje y sobre las escalas de clasificación que enriquecen la
discusión y el debate metodológico.
Naturaleza y cultura del paisaje 191

llevaron al encargo de este trabajo, que se acercó a los problemas desde una
lectura verdaderamente interdisciplinar (arquitectos, geógrafos, sociólogos,
naturalistas, ingenieros, abogados) y con un espíritu constructivo y aplicado.
Las experiencias metodológicas adquiridas por el máximo responsable del
trabajo en el ámbito anglosajón contribuyeron a convertir el plan en un ensayo
novedoso sobre los paisajes frágiles de índole geomorfomológica y de herencia
cultural multisecular, sin soslayar propuestas próximas al "regional planning"
encaminadas a la mejora de la calidad de vida y a la conservación del
patrimonio ambiental. Aparte de la declaración de Parque Natural (1978),
subrayaremos otras virtualidades derivadas de este plan en pro del quehacer
geográfico: el reforzamiento de la colaboración interdisciplinar a partir de una
posición solvente de los geógrafos en la interpretación de los paisajes de
dominante natural y de herencia antrópica, y el redescubrimiento de los valores
intrínsecos y paisajísticos del hàbitat rural gracias a la capacidad de percepción
y explicación de la lectura arquitectónica. Los lugares con su trama singular
y sus nombres cobrarán una significado auténticamente urbanístico y geográ-
fico, elementos sin duda claves en la organización del paisaje y del poblamiento,
que en el método analizado más arriba aparecen en un segundo o tercer plano.
La trabazón espacial como expresión de las relaciones internas y externas o
como muestra de la vertebración y reestructuración territorial en función de
las nuevas demandas y cambios, alcanzará, pues, un valor teórico y práctico
que rebasa la mera descripción.
En este contexto de transición, se explican la elaboración y publicación de
algunas tesis doctorales que nos muestran de alguna manera tanto la renova-
ción metodológica como la búsqueda de nuevas líneas y escalas de análisis.
Precisamente en 1972 se publica La Vega Alta del Segura de Francisco López
Bermúdez que pone el acento en el Medio Físico y en los problemas medio-
ambientales relacionados con el manejo del agua y la aridez. Dos años más
tarde se publica la tesis de J. Ortega Valcarcel, Las Montañas de Burgos, que como
el subtítulo subraya se centra en la transformación de un espacio rural, aunque
a lo largo de todo el trabajo se descubre un tratamiento de los problemas
claramente renovador y muestra una sensibilidad poco común en la explicación
de los paisajes culturales. Un año después, el trabajo de Julio Muñoz sobre Los
Montes de Toledo nos explica estos relieves de armazón apalachense bajo los
principios también renovadores de la geomorfología dinámica, sin olvidar la
utilización y fisonomía histórica de los paisajes de los "montes". A partir de
estos momentos podríamos hablar del programa de investigación que la
geografia española ha seguido hasta los inicios del siglo XXI. Es obvio que no
estamos ante una agenda prefijada ni tampoco ante proyectos que identifiquen
plenamente a universidades y departamentos, sobre todo si tenemos presente
la fragmentación de intereses y de líneas que se produce a partir de 1985 con
la elección de áreas de conocimiento.
192 Valentín Cabero Diéguez

No obstante, deberíamos valorar los intentos y esfuerzos volcados en el seno


de la Asociación de Geógrafos Españoles (AGE) por evitar una dispersión y
colisión de intereses profesionales más bien personales, gremiales o domésticos,
y favorecer una acción conjunta y convergente en los proyectos docentes y de
investigación. El paisaje o los paisajes se han convertido en un lugar de
encuentro y de verdadera convergencia intelectual entre investigadores encua-
drados administrativamente en diferentes áreas de conocimiento. Merecen una
particular mención las acciones llevadas a cabo por el Grupo de Trabajo de
Geografía Rural y el Grupo de Trabajo de Geografía Física. La tradición ruralista
de nuestro quehacer y la búsqueda de nuevas líneas de interpretación de los
paisajes rurales quedan bien reflejadas en los Coloquios de Geografia Rural
celebrados a lo largo de estos años. Un balance riguroso y una agenda de futuro
se resumen y se sugieren al mismo tiempo en el VI Coloquio de Geografia Rural
(1992), en la primera ponencia: La Geografía Rural: desarrollo y tendencias actuales,
y en la segunda ponencia: Montes y caza en España. Asimismo, en el homenaje
ofrecido al profesor A. Cabo Alonso: Naturaleza, paisaje y cultura (1992) se
muestra una amplia relación de posiciones metodológicas y de campos de
investigación, cuyo denominador común es el manejo de variables históricas
y socioeconómicas en la explicación de los usos del suelo y de la transformación
de los paisajes rurales.
Por otra parte, desde 1985 se vienen celebrando Jornadas de Campo de
Geografía Física, organizadas por el correspondiente Grupo de Trabajo de la
AGE, cuyos itinerarios de estudio o de reconocimiento guardan una estrecha
relación con las dinámicas del paisaje, con contenidos que rebasan los compo-
nentes geomorfológicos o biogeográficos, abióticos o bióticos, para contactar y
entrar de lleno en la incidencia de los hechos antrópicos y en los cambios de
los usos del suelo. Se conjugan, de este modo, las inquietudes a veces
preeminentes de especialización en dominios propios de la naturaleza o de la
geografía física con los principios de integración que impregnan el conocimien-
to del paisaje y del medio ambiente. Recientes reflexiones de algunos geógrafos
físicos, partidarios no hace mucho tiempo de una especialización a ultranza,
abogan ahora por la necesidad de una convergencia geográfica e interdiscipli-
nar en la explicación de los paisajes.
Sin descender a una clasificación exhaustiva de los resultados del programa
o agenda investigadora, señalaremos algunos de los campos o temas más
frecuentes, que a su vez han sabido agrupar problemas y geógrafos en busca
de objetivos comunes. El primer lugar, sobresalen los estudios sobre las áreas
de montaña, contempladas desde ángulos diferentes y complementarios. En
unos ejemplos se analizan las formas vinculadas al medio físico, particularmen-
te los paisajes geomorfológicos y biogeográficos, y en otros se subrayan los
modelos de crisis vividos en las montañas españolas y sobre todo los cambios
observados en los usos del suelo. El mayor o menor acercamiento a la
Naturaleza y cultura del paisaje 193

representación gráfica y cartográfica de los paisajes estudiados dependerá de


los medios y técnicas disponibles, aunque debe subrayarse una generalización
del uso de la fotointerpretación y últimamente de las ortoimágenes y de los
medios digitales. Hemos de destacar, en este sentido, los trabajos publicados
en la revista Ería, pues han logrado mantener una calidad en la representación
gráfica y cartográfica comparable a las mejores revistas extranjeras.
En segundo lugar, un buen número de trabajos se vinculan a lo que hemos
denominado procesos de modernización y transformación de los usos del suelo,
relacionados estrechamente con los cambios en la agricultura y ganadería o, en
menor grado, con la silvicultura. Sobresalen, sin duda, aquellas "biografías"
comarcales o de escala incluso local que explican los cambios experimentados
a partir de la emigración, la colonización, la mecanización, la concentración
parcelaria o, sobre todo, de la incidencia del regadío que transforma paisajes
seculares en condiciones de vida difíciles y de secano en espacios renovados,
tanto en la morfología y fisonomía de sus paisajes rurales como en los géneros
de vida de sus habitantes. No es necesario hacer hincapié en las múltiples
situaciones a escala comarcal o regional que se presentan al respecto. Solamente
algunos atlas bien concebidos a escala regional y algunos trabajos interdisci-
plinarios apoyados en la lógica combinación de imagen y paisaje, han logrado
transcribir a la sociedad una lectura crítica y cultural, con auténticos ingredien-
tes educativos y geográficos.
En estrecha relación con las líneas anteriores se agrupan una serie de trabajos
que ponen el acento en los procesos de abandono y de sustitución, que modifican de
manera bien visible y, a veces, de forma drástica, los paisajes naturales y rurales.
Al lado de ejemplos notables de análisis del tapiz vegetal a partir de los
procesos de abandono y colonización o sucesión secundaria, se estudian con un
sentido innovador distintas áreas donde la explotación de recursos no renova-
bles como la minería ha dejado huellas profundas e imágenes hostiles en
paisajes antes amables y acogedores. Sirvan de ejemplo los trabajos sobre mine-
ría a cielo abierto cuyas heridas han desfigurado y devastado valles enteros en
algunas partes del país. Como contrapunto, no faltan intentos loables e innova-
dores de carácter artístico, ligados al "land art" y a la reconstrucción ambiental
de paisajes arruinados, que contrarrestan con intervenciones escultóricas o con
diseños paisajísticos originales las imágenes negativas de esos entornos degra-
dados; son respuestas que contrastan al mismo tiempo con uno de los nuevos
paisajes de sustitución más frecuentes y generalizado: los campos de golf.
Aunque con cierto retraso, se han incorporado con fuerza y rigor al quehacer
geográfico los estudios sobre los paisajes forestales. Gracias al esfuerzo personal
de algunos geógrafos que han sabido estrechar vínculos intelectuales y com-
partir tareas investigadoras con ingenieros de montes e historiadores. Estos
terrenos rústicos no agrícolas, montes, bosques y pastos, nos muestran una
realidad geográfica tan compleja que la definición y entendimiento de su status
194 Valentín Cabero Diéguez

jurídico o el seguimiento de sus aprovechamientos se hacen difíciles de abordar.


De ahí que los estudios sobre los paisajes forestales hayan incorporado valiosos
modelos sobre la evolución de nuestros bosques o sobre sus aprovechamientos
y funciones, consideradas clásicamente en torno a tres objetivos: protección,
producción y función social. Particular tratamiento han tenido los trabajos
destinados a la explicación de los paisajes adehesados o dehesas como ejemplos
paradigmáticos de herencia secular mediterránea y de explotación agrosilvo-
pastoril. Por su parte, los estudios sobre la actividad cinegética inciden en una
triple vertiente paisajística: el medio con sus potencialidades naturales y en
especial faunísticas, las funciones de ocio y deportes del monte, y el manteni-
miento de los recursos y activos agrícolas y silvícolas propios de la actividad
agraria. La aplicación, asimismo, de métodos de análisis apoyados en un sólido
bagaje informático, acompañado del manejo de buenas fuentes documentales
y de un riguroso trabajo de campo, ha dado resultados valiosos para conocer,
por ejemplo, la diversidad de paisajes forestales de nuestras sierras y montañas
y para tomar decisiones coherentes en la ordenación y delimitación zonal de
determinados espacios naturales protegidos.

MIRADAS TRANSVERSALES SOBRE LOS PAISAJES: LA NECESIDAD


DEL FORTALECIMIENTO DE LA PERSPECTIVA GEOGRÁFICA.
LUGARES Y NO LUGARES

Desde hace algunos lustros la preocupación intelectual y social por el


estudio y conservación de los paisajes ha rebasado el campo especializado de
geógrafos y ecólogos 4 para convertirse en una dimensión transversal que
alcanza y se difunde entre historiadores, antropólogos, arqueólogos o etnólogos
con aportaciones de gran valor para el entendimiento cabal de las relaciones
del hombre con su medio o para la comprensión de las relaciones internas de
los grupos sociales5. Algunas tradiciones a punto de desaparecer o consideradas

4 Es obligado señalar aquí la herencia académica y educativa de F. González Bernáldez en pro de la


comprensión integradora de los paisajes o en defensa de sus potencialidades agrícolas, silvícolas o
pastoriles; en su libro, Ecología y Paisaje, Ed. Blume, Madrid, 1981, se resumen de forma pedagógica
sus reflexiones teóricas y aplicadas, con una consideración especial hacia los paisajes mediterráneos.
La dehesa encontró en el profesor González Bernáldez un buen aliado y defensor.
5 Las "Jornadas sobre el paisaje" que desde 1988 se celebraron en Segovia, con el amparo intelectual

e inicial de la Academia de San Quirce y el grupo universitario "Horizonte Cultural", más el patrocinio
de las instituciones locales o el MOPU, han reunido y conjugado diferentes miradas y sensibilidades
sobre el paisaje, incorporando a las visiones tradicionales de los geógrafos las inquietudes de los
arquitectos, de los ingenieros civiles, de los ingenieros de montes, de los ingenieros agrónomos, de
los geólogos, de los biólogos y ecólogos, sin olvidar a los licenciados en Bellas Artes o a los sociólogos,
psicólogos o educadores, Toda una riqueza de matices y de lecturas complementarias se han sumado
en pro de la defensa del paisaje en su expresión más cultural, precisamente cuando la dimensión de
los modelos de comportamiento urbano en su sentido más negativo y de menosprecio estético se
imponía por doquier.
Naturaleza y cultura del paisaje 195

hace unas décadas arcaicas e inútiles, se admiten ahora como símbolos o como
ejemplos valederos del buen manejo de los recursos naturales en el medio rural.
También la ingeniería ha recuperado e incorporado con fuerza a sus líneas de
trabajo e intereses profesionales la dimensión paisajística, sobre todo la inge-
niería más próxima al manejo de los recursos naturales, a la transformación y
manipulación de los mismos y a la propia gestión del patrimonio natural y
cultural. Las ideas de respeto al paisaje y a sus virtudes visuales o a sus
cualidades intangibles se han reincorporado junto al estudio de las potencia-
lidades naturales al quehacer, por ejemplo, de los ingenieros agrónomos y de
montes, frente a la mentalidad y formación dominante de carácter tecnocrático
y productivista 6 .
La arquitectura, sin embargo, ha guardado siempre una relación directa con
el paisaje y con su ordenación, si tenemos presente que la construcción
constituye la primera manifestación de la adaptación al medio. Particular
preocupación ha mostrado desde fechas tempranas la arquitectura paisajística
por reconstruir la armonía natural o por plasmar en jardines y parques
determinados cánones estéticos. Como es bien sabido, los jardines, parques y
bosques 7 representan ayer y hoy la expresión de la belleza y el ideal de los bello,
combinando arte y naturaleza, una naturaleza ordenada y recreada que intenta
acercamos al disfrute y al gozo de un lugar ameno ("locus amoenus") o de un
pequeño "paraíso" perdido. La arquitectura paisajística nos muestra en España
ejemplos de alto valor en los jardines y sitios históricos 8 o en esos jardines

Asimismo, por la inquietud pluridisciplinar despertada entre los asistentes y por la movilización de
recursos escasos, pero de indudable valor educativo, hemos de señalar las aportaciones realizadas a
favor de los paisajes en las distintas jomadas de Gredos que se han celebrado en Barco de Avila, desde
1986 al año 2000, bajo la tutela de la Fundación Cultural Santa Teresa de Avila y la coordinación de
Antonino Canalejo.
6 Son varias las publicaciones académicas que analizan los paisajes rurales desde la perspectiva más

próxima a la ingeniería agraria, enfrentándose a un medio rural en proceso de transformación


socioeconómica y a la vez de abandono, y sometido a la influencia de los procesos urbanos. Desde
mensajes mas próximos a la realidad actual -pasando de una economía rural, meramente extractiva,
a una economía rural sostenible-, señalamos dos publicaciones colectivas recientes: El Campo y el
Medioamhiente. Un futuro en armonía, Central Hispano-Editorial SOPEC, 1997, y Gestión Sostenible de
Paisajes Rurales. Técnicas e Ingeniería (Dirección Feo. Ayiaga Téllez), Fundación A. Martín Escudero,
Mundi-Prensa Libros, Madrid, 2001.
7 Bosque con el significado que aparece en muchas villas renacentistas de recreo en las que, a través

de bancales o terrazas y de laderas boscosas, los jardines construidos se unen a la naturaleza. Tenemos
un buen ejemplo en la villa de recreo del entorno de Béjar, "El Bosque", declarado Bien de Interés
Cultural, y cuya defensa como patrimonio público ha llevado al Grupo Cultural San Gil de Béjar a una
extraordinaria labor cívica y educativa, que merece nuestro reconocimiento.
8 Se recupera entre nosotros una cierta preocupación por estos paisajes culturales. Véase al respecto:

Protección de los Jardines y Sitios Históricos. Normativa. Análisis de la situación, de Soledad Martínez
Muñoz, con la colaboración de Luisa Requero, Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, Dirección
General de Cooperación y Comunicación Cultural, 2001; y el folleto divulgativo sobre Patrimonio
Paisajístico Español, de Luisa Requero con la colaboración de Soledad Martínez Muñoz, Ministerio de
Educación, Cultura y Deporte, Dirección General de Cooperación y Comunicación Cultural, 2001, en
el que figuran definiciones de jardín y de paisaje cultural en la línea expuesta en este artículo. Por
196 Valentín Cabero Diéguez

interiores y cerrados, pertenecientes casi siempre a la nobleza, que tienen en


el pazo gallego un buen modelo de reconversión de un espacio cultivado en
un jardín. El contrapunto a estos paisajes grandiosos de las villas de recreo y
de los palacios renacentistas o barrocos nos queda en esas humildes huertas
cercadas de tapial o de muros de piedra, ejemplos también amenos y cerrados
("hortus conclusus") de paisajes rurales y domésticos.
Quizás sea en la ingeniería civil donde se presenta con mayor evidencia la
dicotomía entre funcionalidad y belleza, entre la cirugía traumática o destruc-
tiva de la naturaleza y la adaptación armónica de las obras públicas, en su
desafío emocionado e inteligente de "apropiación de la naturaleza", en el
sentido profundo y amistoso del poeta Novalis o bajo los principios morales
y cultos aplicados por Thomas Mann al ingeniero protagonista de su Montaña
Mágica: "un hombre sencillo, inocente y curioso, un ingeniero en el alto sentido
de la palabra. La materia prima de la que está hecho oculta un proceso de
perfeccionamiento que le hace capaz de afrontar las mayores aventuras en el
orden sensual, moral e intelectual que nunca habría soñado" 9 . La necesidad
teórica y práctica de incorporar en toda su complejidad el paisaje a la
intervención de la ingeniería, en especial en el marco de las grandes o pequeñas
obras públicas, no es nueva en la profesión. Una tradición que entronca también
con la Institución Libre de Enseñanza ha sabido conjugar funcionalidad y
estética, y ha cimentado entre algunos ingenieros civiles un código de buenas
prácticas cuyas huellas sobresalen en medio de tanta mediocridad, enlazando,
con sabiduría, tradición y modernidad y convirtiendo sus obras en muestras
originales de quehacer cultural10. Es una respuesta inteligente y ética a la

su riguroso contenido botánico y por su defensa de los jardines y parques como espacios
-imprescindibles en esta época de hipertrofia urbanística- hemos de recordar aquí el libro de F. Guinea
López y C. Vidal Box: Parques y Jardines de España. Árboles y arbustos, Ministerio de Educación y Ciencia,
Madrid, 1969.
9 Son ideas que corresponden a J. A. Fernández Ordóñez, expresadas en su artículo: "Acerca de los

ingenieros y la naturaleza", II Jornadas sobre el Paisaje (Desarrollo y Paisaje), 1989, Academia de Historia
y Arte de San Quirce, Torreón de Lozoya, Segovia, 1990, pp. 117-127. Con reflexiones análogas participó
en diferentes foros y congresos, recuperando entre los ingenieros el amor por la obra civil bien
concebida y adaptada a las condiciones de la naturaleza, interviniendo sin agresividad y con plena
conciencia de la apropiación moral y poética del entorno. Queda constancia de ello en las ponencias
y problemas abordados (actitud del ingeniero y el arquitecto frente al paisaje, métodos de análisis del
paisaje, las obras públicas y el paisaje, el paisaje natural, y el paisaje urbano) en las / Jornadas
Internacionales sobre Paisajismo, Conselleria de Ordenación del Territorio y Obras Públicas, Xunta de
Galicia, Santiago de Compostela, 1991. Recientemente se ha rendido un merecido homenaje a la
memoria del ingeniero y humanista comprometido con la sociedad y el paisaje: JAFO (Homenaje a José
Antonio Fernández Ordóñez), Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, Madrid, 2002.
10 Al lado de la labor intelectual de J. A. Fernández Ordóñez, cabe recordar las reflexiones pioneras
de Fernández Casado en la revista Estudios Geográficos (1948 y 1954). Recientemente la revista OP
Ingeniería y Territorio ha dedicado los números 54 y 55 (2001) al estudio de El paisaje en la ingeniería,
abordando desde la complejidad multidisciplinar los problemas relacionados con la práctica diaria de
la ingeniería y también de la arquitectura; el espíritu de los dos números mencionados parece superar
la vieja polémica entre ingenieros y arquitectos acerca de sus competencias profesionales y de su papel
en la intervención en el territorio.
Naturaleza y cultura del paisaje 197

devoción tecnológica y al pragmatismo utilitarista que ha reducido las relacio-


nes del hombre con la naturaleza a posiciones y actitudes fundamentalmente
depredadoras.
Desde la perspectiva antropológica y etnográfica, la consideración del
paisaje ha ocupado un segundo plano frente a otros temas y conceptos como
el de ritual o rol. Sin embargo, el análisis del paisaje ha recobrado un cierto
protagonismo en los estudios más recientes11 tanto desde la propia dimensión
objetiva como subjetiva, tomando como referencias básicas las miradas y
sentimientos de los habitantes sobre su entorno, al considerar que forman parte
esencial de su patrimonio cultural e imaginario colectivo. Se entrelazan y se
refuerzan así conceptos e ideas relacionados con la naturaleza y el espacio
ecológico como médium, o con el lugar, el aquí y ahora, que envuelven
conjuntamente la vida de los grupos humanos, recordándonos las explicaciones
acerca de los paisajes culturales (Landschaftkidtur\ cultural landscape), tan arrai-
gadas en la tradición geográfica.
Desde hace más de una década, los prehistoriadores, arqueólogos y paleon-
tólogos se han sumado con ímpetu al descubrimiento y reconstrucción de
paisajes antiguos. La dimensión espacial a escalas reconocibles y el contexto
del lugar cobran de nuevo un relieve fundamental para el investigador. Y frente
a la tradición museística de mostrar materiales y objetos lejos de su origen, se
difunde con un significado impreciso pero con éxito la figura del "parque
arqueológico", yacimiento o zona en la que se muestra el patrimonio y el paisaje
cultural a la manera de un parque natural, facilitando el acceso a los ciudadanos
y el conocimiento in situ o a través de itinerarios. Cumple, por tanto, con una
triple función: investigadora, educativa y de desarrollo, al integrar e implicar
a las comunidades locales en un proyecto que se apoya en el paisaje heredado
y en la lectura no trivial de los elementos y formas más visibles. La Zona
Arqueológica de Las Médulas, Patrimonio de la Humanidad, los paisajes
insólitos heredados de la explotación minera romana ("ruina montium"), nos
parece un ejemplo 12 representativo de parque arqueológico, aunque ya el
11 Son de indudable valor las reflexiones generales o los análisis específicos a escala regional o de

carácter histórico que figuran en la publicación The Antropology of Landscape. Perspectives on Place and
Space, editada por Erich Hirsch y Michael O'Hunlon, Clarendon Press, Oxford, 1998. Aportaciones
análogas encontradas en el libro The Archeology and Antropology of Landscape. Shaping your landscape,
editado por Peter J. Ucko y Robert Layton, Routledge, London and New York, 1999, en el que aparecen
las contribuciones del Tercer Congreso Mundial de Arqueología (Nueva Delhi, 1994).
12 Sin rastrear la abundante bibliografia existente sobre la gestión y conservación del patrimonio

arqueológico o acerca de la arqueología del paisaje, citaré tan sólo dos trabajos sobre Las Médulas
(León) en los que se resumen aspectos teóricos y aplicados sobre patrimonio cultural y parques.
Sánchez Palència, F. J., Fernández-Posse, M a . D., Fernández Manzano, ]., Orejas, A., Álvarez, Y., López,
Y., L. F. y Pérez L. C.: Las zonas arqueológicas como paisajes culturales: el Parque Arqueológico de Las Médulas
(León). Complutum Extra. Homenaje al Profesor Manuel Fernández Miranda 6 (II), 1996, pp. 383-403. Sánchez
Palència, F. J., Fernández-Posse, M a . D., Fernández Manzano, J., Orejas Pérez, L. C. y Sastre, I.: Las
Médulas (León) un paisaje cultural Patrimonio de la Humanidad. Trabajos de Prehistoria 57 (2) (=Presentando
el pasado. Arqueología y turismo cultural), 2000, pp. 195-208.
198 Valentín Cabero Diéguez

turismo masivo amenaza en determinados momentos del año con la conside-


ración de este patrimonio como un recurso para el desarrollo duradero.
No es el momento para reivindicar definiciones especializadas y campos
exclusivos del saber, pero hemos de subrayar que en todo paisaje ecocultural
se nos revela con distintas luces y sombras una triple conjunción de hechos:
la dimensión espacial, bien representada por la desigual amplitud de los
horizontes y por el grado de diversidad de la naturaleza; la esencia y el espíritu
del lugar (Genius loci), nociones estrechamente relacionadas con la configuración
de los asentamientos y con las formas de ocupación o los usos del suelo; y la
trabazón histórica, cuya memoria ha quedado grabada casi siempre en el
anonimato de los pliegues del tiempo y en los trazos dibujados por los hombres
en la interfaz viva de nuestros territorios o en los nombres de sus campos y
pueblos. La fuerza expresiva de innumerables topónimos y su capacidad
intrínseca para aunar naturaleza y cultura superan con frecuencia los conoci-
mientos parciales a los que estamos habituados. Nuestra mirada y nuestros
sentimientos se nutren de las imágenes y de la fisonomía que observamos y
consciente o inconscientemente percibimos orden o caos. Y el conocimiento del
mundo que nos rodea o nuestras valoraciones éticas y símbolos estéticos se
alimentan, asimismo, en una parte notable y sustancial de los paisajes que
vivimos y padecemos, que añoramos o imaginamos.
Una lección sabia y diagonal de los paisajes requiere el manejo conjunto de
conceptos espaciales y temporales, de variables físicas y humanas y de datos
objetivos y subjetivos, cuyas interacciones deben revelarse a partir de una
mirada atenta y de un análisis inteligente y lúcido que ponga el acento en el
descubrimiento de la combinación permanente y profunda que se establece
entre la naturaleza y la cultura de los hombres. No es pródiga nuestra educación
y formación en la transmisión de conocimientos integradores, ni tampoco es
consciente de los beneficios intelectuales y cívicos que conlleva. La lectura de
los paisajes no debe reducirse a la simple consideración empírica y cuantitativa
de informaciones aisladas, ni a la simple contemplación superficial y ahistórica
de los mismos. En el contexto de un postmodernismo fragmentario y sectorial
en la consideración del saber y en la práctica educativa, es necesario retomar
actitudes científicas y pedagógicas de carácter integrador que tengan una
referencia ineludible en la enseñanza de los paisajes. Ciertamente, una protec-
ción y conservación de los paisajes, así como una gestión sostenible del
desarrollo rural que asuma el entendimiento de la trabazón delicada entre el
hombre y el medio, exige una educación cívica que, rememorando y resumien-
do las ideas de Humboldt, sea capaz de ver, pensar y sentir el paisaje en toda
su complejidad. Como hemos señalado en otro lugar, la ciencia geográfica, más
que nunca, ha de situarse en el terreno de la Aufklárung, del conocimiento
ilustrado, y en la percepción cultural de los paisajes, capaces ambos de
impregnar el espíritu de respeto a la naturaleza y de bondades morales y
Naturaleza y cultura del paisaje 199

educativas 13 . No se trata de una metodología y de una alternativa didáctica


carente de experiencia. La tradición científica y pedagógica de la Institución
Libre de Enseñanza propugnó desde su creación en la segunda mitad del siglo
XIX, apoyándose en criterios modernos e innovadores, un mejor conocimiento
y aprecio de los paisajes españoles, logrando trasladar a naturalistas, literatos
y geógrafos vinculados a la Institución una honda preocupación por su
protección y por el reconocimiento de sus valores naturales y culturales 14.
Las transformaciones de los últimos tiempos, fundamentalmente en los
sistemas de conexión y acceso rápido al sistema de telecomunicaciones,
conlleva la necesidad de contrarrestar desde el conocimiento y sensibilidad
geográfica las visiones isotrópicas y uniformes ligadas a los "no lugares".
Ciertamente, frente al temor de una realidad global y virtual regida por los
flujos de información y por la conectividad electrónica, prevalecerá entre
nosotros el poder del lugar físico y del paisaje natural y cultural. Según el
reciente e inteligente ensayo de W. J. Mitchell (E-Topía, 2001), "a medida que
las exigencias tradicionales de las ubicaciones se debiliten, nos veremos
atraídos por lugares que ofrezcan un atractivo especial por su clima, su cultura
o su paisaje -cualidades exclusivas- que no se pueden transmitir a través de
un cable, junto a las interacciones cara a cara que nos importan tanto" (p. 164).
Nuestro medio ofrece en uno y otro sentido oportunidades aún inéditas,
reforzándose de este modo la escala comarcal y la geografía de los lugares como
ámbitos de vida, de relación y de conocimiento. El análisis geográfico encuentra
en esta triple convergencia (soporte físico, lugares con identidad cultural e
innovación del conocimiento y aprendizaje) un marco de reflexión sugerente
de enseñanza y de estudio que entronca de lleno con las tradiciones epistemo-
lógicas más sólidas de la geografía española y europea.

13 Hace más de un siglo, se nos recordaba en un hermoso libro, Historia de una montaña, las virtudes
y múltiples enseñanzas que los hombres y particularmente los jóvenes y las personas cansadas de la
vida en la ruidosa ciudad encuentran en el retiro y la soledad de las montañas.
En 1880, el gran sabio y rebelde que fue E. Reclus publicó Historia de una montaña que conocería en
Francia varias reediciones. Citamos aquí la obra de Ediciones Amarú, Salamanca, 1998. Elisée Reclus:
La Montaña, con una sobresaliente presentación de Modesto Blanco Sánchez. La edición española que
se ha utilizado es la primera publicada en nuestro idioma, en Valencia, sin fecha, traducida por A.
López Rodrigo y prologada por el geógrafo y anarquista ruso Piotr Kropotkin.
14 En los cursos organizados por la Fundación Duques de Soria relacionados con el Medio Ambiente

a lo largo de los últimos años, se ha abordado con cierto detenimiento el estudio del paisaje siguiendo
planteamientos que enlazan con el espítiru de la I.L.E. En las diferentes ponencias publicadas pueden
encontrarse análisis específicos sobre las cuestiones aquí expuestas. Véase: Paisaje y Medio Ambiente
(Eduardo Martínez de Pisón, director), Fundación Duques de Soria, 1998, y Estudios sobre el paisaje
(Eduardo Martínez de Pisón, director), Fundación Duques de Soria, Ediciones de la Universidad
Autónoma de Madrid, 2000. Asimismo, las aportaciones de E. Martínez de Pisón: Imagen del paisaje.
La Generarión del 98 y Ortega y Gasset, Caja Madrid, Madrid, 1998, y de N. Ortega Cantero: Paisaje y
excursiones. Francisco Giner, la Institución Libre de Enseñanza y la Sierra de Guadarrama, Editorial Raíces,
Obra Social Caja Madrid, Las Rozas, 2001, nos ilustran acerca de un ámbito intelectual y de un modo
geográfico de ver e interpretar la riqueza cultural que debe ser conocido por quienes se acercan a la
lectura de los paisajes españoles.
NATURALEZA, CULTURA Y PAISAJE EN LAS ISLAS CANARIAS:
EL EJEMPLO DEL BOSQUE DE DORAMAS

Guillermo Morales Matos


Universidad Carlos III de Madrid
Daniel Marías Martínez

Al igual que la escuela estructuralista en literatura ha sido capaz de acuñar


la figura del "metatexto", aquel texto no escrito, no manifiesto, que existe
implícitamente en los textos reales y escritos, "metatexto" que se intuye a partir
de las ideas y de los conceptos generados por algunos de ellos, y que
probablemente los subyace, quizá también pudiera hablarse, siquiera metafó-
ricamente, de un "metapaisaje", para designar aquel paisaje no real en sentido
estricto, hoy sólo imaginable, que existe de modo implícito en el actual paisaje
canario resultante de las drásticas transformaciones sufridas a lo largo de los
últimos cinco siglos, y que puede ayudar, si se saben ver e interpretar algunas
de sus claves más sutiles, a escoger mejor los criterios y los espacios geográficos
más adecuados para planificar su futura ordenación territorial.
Por razones de procedimiento y limitaciones de espacio, aquí sólo nos
ceñiremos a exponer una serie de descripciones literarias, históricas y científicas
de un paisaje natural singular (un emblemático bosque de laurisilva localizado
en la parte septentrional de la isla de Gran Canaria) como una aproximación
al proceso acumulativo de conformación cultural de un determinado lugar, que
ha generado toda una retahila de idealizaciones, mitificaciones, contradicciones
e, incluso, manipulaciones por una política nacionalista canaria, que ha
malentendido los verdaderos objetivos que podría fijarse y que ha fomentado
la recuperación y el reforzamiento de lo que podríamos denominar uno de los
iconos tradicionales del paisaje canario, conocido como Bosque, Selva o
Montaña de Doramas, que contribuyeron directamente a formar aquellas
visiones no científicas anteriormente aludidas.
En el Terciario (hace unos 20 millones de años), los bosques de laurisilva
estuvieron extendidos por toda la cuenca mediterránea, Norte de África y Sur
de Europa, tal y como lo atestiguan los fósiles encontrados en estas zonas.
Debido a los cambios climáticos ocurridos desde entonces, esta vegetación
desapareció de los continentes sirviendo las islas de Azores, Madeira, Cabo
Verde (en menor medida) y Canarias, en las que los cambios fueron atenuados
al actuar el océano de termostato, como refugio de estas antiguas especies hasta
la actualidad.
202 Guillermo Morales Matos y Daniel Marías Martínez

La necesidad de un alto grado de humedad para el desarrollo de las masas


forestales condiciona su distribución a las vertientes septentrionales de las islas
entre los 400-1.500 metros de altitud, que es la zona de mayor influencia de
los vientos alisios que dan lugar a la formación del mar de nubes. La laurisilva
es una formación de tipo subtropical predominantemente arbórea, siempre
verde (de ahí el nombre de monteverde), cuya gran masa de hojas coriáceas y
brillantes favorece la condensación de las nieblas produciéndose una lluvia
local al pie de cada árbol que se conoce como "precipitación horizontal".
Es un bosque muy diverso. La distribución de los árboles varía en función
de sus apetencias ecológicas. Así, por ejemplo, los viñátigos (Persea indica), tiles
(<Ocotea foetens) y laureles (Laurus azorica) son las especies más exigentes en
humedad y sus frutos carnosos sirven de alimento a la avifauna del bosque.
Por el contrario, un árbol poco exigente en humedad es el barbusano (Apollonias
barbujana), cuyas hojas presentan deformaciones producidas por las picaduras
de insectos. En zonas más soleadas se asienta el palo blanco (Picconia excelsa),
en el que las hojas tienen tendencia a doblarse por el borde y su corteza es muy
partida. La hija (Prunus lusitanica), árbol de gran interés porque su distribución
incluye Marruecos, región mediterránea y Península Ibérica, se desarrolla
también en las zonas más aclaradas del bosque. Entre los árboles con frutos
comestibles cabe destacar el madroño (Arbutus canadensis), de corteza rojiza,
y frutos anaranjados al madurar, que al igual que los del mocán (Visnea
mocanera), servían de alimento a los antiguos pobladores de Canarias.
Otras especies arbóreas de interés presentes en este bosque son el aderno
(.Heberdenia excelsa), el naranjero salvaje (Ilex perado ssp. platyphylla), el acebiño
(Ilex canariensis) etc. Los brezos (Erica arbórea), tejos (Erica scoparia ssp. platyco-
don) y fayas (Myricafaya) son los representantes de las zonas menos favorecidas
de la laurisilva; los primeros, con porte arbóreo, se reconocen fácilmente por
sus hojas en forma de cortas agujas, mientras que la faya, con hojas que
recuerdan a las del laurel, pero más claras, produce pequeños frutos rugosos
muy apetecidos por las aves del bosque. En su ambiente natural el suelo de
la laurisilva, rezumante de humedad y escasa luminosidad, está cubierto de una
gruesa capa de materia orgánica, donde crecen helechos, musgos y liqúenes que
también ascienden por los troncos y ramas.
La introducción de sucesivos cultivos como la caña de azúcar (muy intensiva
en la primera mitad del siglo XVI), la utilización de las maderas con un alto
valor económico para la fabricación de muebles y artesonados, la elaboración
de aperos de labranza, el carboneo, la necesidad de tierras de pastoreo y la
plantación de árboles frutales, entre otras causas, ha conducido a un gran
retroceso de este bosque. De hecho, tan sólo unas pocas zonas, casi todas
protegidas por la Ley, han sobrevivido hasta la actualidad en las zonas
cacuminales de La Gomera, Tenerife, La Palma, El Hierro y Gran Canaria.
Especialmente dramático es el caso de esta última, pues estando cubierta en
Naturaleza y cultura del paisaje 203

gran parte de su superficie media y alta por este bosque hasta el siglo XV, en
la actualidad sólo queda el 1% de la laurisilva original, refugiada en las laderas
de unos pocos barrancos como el barranco Oscuro, barranco de la Virgen y los
Tiles de Moya. En Canarias, la mejor representación de laurisilva corresponde
al Bosque del Cedro, en La Gomera, que en 1981 justificó la declaración de
Parque Nacional de Garajonay y Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO
en 1986. Otras formaciones de laurisilva, dignas de mención, son las correspon-
dientes a las del bosque de Los Sauces en La Palma, las cumbres de Anaga en
Tenerife y los altos de El Golfo en El Hierro.

EL SURGIMIENTO DE UNA VISIÓN MÍTICA E IDEALIZADA DEL BOS-


QUE PRIMIGENIO DE CANARIAS

La Montaña de Doramas está presente en casi todos los testimonios escritos


que hacen referencia a la isla de Gran Canaria. Desde los primeros momentos
tras la conquista castellana, se tendió a idealizar el paisaje de laurisilva: era,
sin duda, un tipo de bosque raro, que llamó poderosamente la atención a los
europeos en general, y en particular a los castellanos de tierras más secas, pues
era algo completamente diferente de cuanto conocían y no contaban con
referentes naturales para describirlo, lo que explica la facilidad con que
recurrieron a figuras míticas y legendarias.
Pese a esta imagen paradisíaca, en realidad el deterioro del bosque, según
la documentación científica o a cuyas descripciones se les puede dar mayor
confianza en términos botánicos, debió comenzar muy pronto, incluso antes de
la fecha de los primeros testimonios literarios, aunque probablemente por
entonces no tuviera un carácter irreversible y pudiera englobarse en lo que hoy
se denomina desarrollo sostenible.
El mito nace y se extiende gracias a la reiteración de ciertos elementos
que se repiten una y otra vez, casi invariables y a menudo con idénticas
figuras de estilo, en las descripciones que se hacen: fertilidad, humedad,
sombra, brisa, melodía de los pájaros, soledad, agua, espesura, lo arcano, lo
ignoto e impenetrable, las ánimas, referencias mitológicas de variada pro-
cedencia... Muchos de ellos, en realidad, rasgos en sí mismos no objetivos,
superlativos y no cuantificados que mitifican e idealizan lo que supuesta-
mente describen y que, al insistir tan abrumadoramente en el carácter no
ya bucólico, y de frondosa vegetación y agua abundante, sino en su asombrosa
y brevísima capacidad de regeneración y aun multiplicación, directamente
incita al uso sin tasa ni medida de los bienes que la naturaleza tan
generosamente proveía.
Este milagroso poder de autorregeneración del bosque de Doramas, en el
que coinciden todos los supuestos testigos, lo dota de un rasgo que ninguno
204 Guillermo Morales Matos y Daniel Marías Martínez

de ellos podía haber observado: se trataría de algo primitivo y eterno, virginal


y permanente.
De principios del siglo XVI data la Crónica Lacunense, una de las copias
manuscritas conservadas sobre la Conquista de la isla de Gran Canaria. Existió,
según Morales Padrón, una crónica inmediata de la Conquista, escrita perso-
nalmente por Jaimes de Sotomayor o mandada escribir por él. Esa crónica
original, hoy desaparecida, fue copiada por tres manos anónimas en distintos
momentos, originando los textos de Oviedo (Crónica Ovetense), Madrid
(Crónica Matritense) y La Laguna (Crónica Lacunense). En ella aparece
nombrada por vez primera la que después sería la afamada Montaña de
Doramas:

"Al fin los Canarios se juntaron, y hicieron consejo en el quai se halló


el valeroso Doramas, hombre valentíssimo y de grandes fuerças que por
sólo su valor se auía hecho Rey y señor del valle y montaña que oy se
llama de Oramas, que es de las más fértiles de España, y que se sabe que
puede onde cortar un pie para el año siguiente alrededor del están
nasidos dies, y doze algunos a modo de haula más altos que una lança
que parecen siete, u ocho años" 1 .

Esta alusión a la Montaña es una clara muestra de la relevancia que se le


concedió desde los primeros momentos de la presencia castellana en Gran
Canaria. Obsérvese a los efectos que en este texto se quieren señalar y
documentar: 1) la identificación del lugar con el valeroso Doramas, "que por
su solo valor se había hecho rey y señor del valle y montaña que hoy se llama
de Oramas"; 2) que, insistiendo ya en la recién instaurada españolidad de la
isla, el cronista afirma que dicha montaña es "de las más fértiles de España",
dando ya por algo sabido y que no cabe poner en duda una suposición que
desde entonces va a repetirse invariablemente durante varios siglos siempre
que se hace mención de Doramas: que allí donde se corte un árbol, para el año
siguiente han nacido hasta una docena a su alrededor, y que han crecido
notablemente en menos de una década.
Bartolomé Cairasco de Figueroa (1538-1610) es el que proyecta la primera
imagen conscientemente elaborada en términos estéticos, para la idealización,
que habría de ser constante, del primigenio bosque de las islas, un bosque que
de acuerdo con las descripciones disponibles, atiende más a su aspecto de
enclave mágico de la naturaleza que a su carácter de ecosistema real.
En efecto, con Cairasco de Figueroa comienza a estructurarse una visión
mítica que él mismo plasma con toda su majestuosidad y que enlaza con la

1Canarias: Crónicas de su conquista. Transcripción, estudio y notas de Francisco Morales Padrón, Las
Palmas de Gran Canaria, Ediciones del Cabildo de Gran Canaria, 1978, pág. 212.
Naturaleza y cultura del paisaje 205

visión greco-latina que se tenía entonces de las Canarias, asociadas a los


Campos Elíseos o a las llamadas Hespérides 2 . Las visiones míticas sobre
Canarias y su excelsa exuberancia son las que llevan al canónigo Cairasco a
escribir en 1582 una exaltación de la Montaña dentro de su Comedia del
Recibimiento al obispo Rueda, donde formula uno de los mitos más recurrentes
de la literatura canaria, a saber, el de la "Selva de Doramas", referido a la
formación boscosa primigenia más importante de Gran Canaria. Cairasco se
expresa en esa obra del siguiente modo:

"Este es el bosque umbrífero


que de Doramas tiene el nombre célebre;
y aquestos son los árboles
que frisan ya con los del monte Líbano,
y las palmas altísimas
mucho más que de Egipto las pirámides,
que los sabrosos dátiles
producen a su tiempo [y] dulces támaras.
Aquí de varia música
hinchan el aire los pintados pájaros;
la verde yedra errática
a los troncos se enreda con sus círculos;
y, más que el hielo frígidas,
salen las fuentes de peñascos áridos.
Aquí de Apolo Délfico
no puede penetrar el rayo cálido,
ni del profundo Océano
pueden dañificar vapores húmedos.
Aquí con letras góticas
se escriben epigramas, nombres, títulos,
en árboles tan fértiles,
que parece que estuvo regalándose
en ellos el artífice
de la terrena y celeste fábrica" 3 .

2 Véase, entre otros trabajos, los de Cabrera Perera, Antonio: Las Islas Canarias en el mundo clásico, Santa
Cruz de Tenerife, Viceconsejería de Cultura y Deportes, 1988; Martínez Hernández, Marcos: Canarias
en la Mitología. Historia mítica del Archipiélago, Santa Cruz de Tenerife, Centro de la Cultura Popular
Canaria, 1992; Martínez Hernández, Marcos: Las Islas Canarias de la Antigüedad al Renacimiento. Nuevos
aspectos, Santa Cruz de Tenerife, Centro de la Cultura Popular Canaria, 1996; Manfredi, Valerio: Las
Islas Afortunadas. Topografía de un mito, Madrid, Anaya-Mario Muchnik, 1997; Martínez Hernández,
Marcos: Las Islas Canarias en la antigüedad clásica: mito, historia e imaginario, Tenerife, Centro de la Cultura
Popular Canaria, 2002.
3Cairasco de Figueroa, Bartolomé: Obras inéditas I. Teatro. Edición de Alejandro Cioranescu, Santa Cruz
de Tenerife, Goya Ediciones, 1957, págs. 104-105.
206 Guillermo Morales Matos y Daniel Marías Martínez

En 1602 Cairasco de Figueroa introduce una breve referencia a la Montaña


en la presentación de su obra más importante, el Templo Militante:

"Del bosque de Doramas, fuerte bárbaro


tan celebrado en ambos hemisferios,
aquí se ven los valles y pináculos
adonde, si se cortan los altos árboles,
crecen al pie muy presto otros sin número" 4 .

Nuevamente, a los dos años, Cairasco de Figueroa introduce unos versos


describiendo la Selva en una traducción que realiza de la Jerusalén Libertada de
Torcuata Tasso. Cairasco amplió dicha traducción introduciendo cuarenta y dos
octavas reales en el Canto XV como celebración de su tierra y gran elogio al
archipiélago canario; es allí donde introduce el mito de Doramas según la forma
clásica y renacentista del locus amoenus:

"Aquí florece la admirable selva


que el nombre ha de heredar del gran Doramas,
do no entrará discreto que vuelva
con rico asombro de su sombra y ramas. [...]
Si aquí se corta un árbol, es notorio
multiplicar el tronco muchedumbre,
que arriba en pocos años al cimborrio
de todos los demás, con igual cumbre.
No puede el coliseo y consistorio
del apolíneo rayo entrar la lumbre,
aunque parece ingratitud formad
a quien el ser le dio,
negar la entrada.
Por la robusta y áspera corteza
la yedra el retorcido paso mueve,
que no pueden mostrar tal extrañeza
columnas entalladas de relieve.
Admirada quedó Naturaleza,
cuando crió esta Selva, y no se atreve
a dar igual, y porque no pueda,
más porque a todos gusta que ésta exceda" 206 .

4 Cioranescu, Alejandro: Cairasco de Figueroa. Antología poética, Santa Cruz de Tenerife, Editorial
Interinsular Canaria, 1984, pág. 40.
5 Tasso, Torcuata: Jerusalén Libertada. Traducción de Bartolomé Cairasco de Figueroa. Edición, prólogo y notas

de Alejandro Cioranescu, Santa Cruz de Tenerife, Aula de Cultura de Tenerife, 1967, págs. 329-330.
Naturaleza y cultura del paisaje 207

Se puede observar cómo se reproducen nuevamente las comparaciones


hiperbólicas, que van haciéndose cada vez más exageradas. Se van afianzando
dos tópicos relacionados con la Montaña. Por una parte, si se corta un árbol,
crecen a su alrededor cada vez más cuatro (que ya son "muchedumbre"), y por
otro, que el sol no puede traspasar la frondosa vegetación existente en las
laderas y valles de la Selva.
Así pues, la imagen de la Selva de Doramas se convierte en el imaginario
emblema del Jardín de las Hespérides. Como ha dicho uno de los mejores
estudiosos del tema, Andrés Sánchez Robayna:

[a Cairasco de Figueroa se debe] "la identificación de una realidad natural


con una imagen fuertemente fijada por la tradición literaria, por el
bucolismo de hondas raíces en la cultura de Occidente. La Selva, por él
celebrada por vez primera en los términos de una caracterización mítica
perfectamente acorde con las antiguas imágenes legendarias del Archi-
piélago, combina pues en esa caracterización lo real y lo imaginario en
proporción justa y equilibrada: si, de una parte, la Selva era un topos
cultural cumplido realizado como tal imagen en Canarias, la realidad de
la Selva venía también por otra, a confirmar la antigua visión legendaria
de las Islas como Jardín de las Hespérides y Campos Elíseos. [...] Cairasco
elevaba la bella, deslumbrante realidad natural de la Selva de Doramas
a la categoría de un mito que se había materializado en las Islas. El
hermoso paraje situado al norte de Gran Canaria cobraba de este modo
la condición de un lugar ameno, y hasta del locus amoenus por excelen-
cia" 6 .

El estereotipo del locus amoenus (literalmente, lugar ameno, agradable) será


el lugar perfecto donde el hombre intente realizar su vida basada en el contacto
directo con la Naturaleza. El hombre se encuentra en un paisaje apacible,
tranquilo, sin preocupaciones aparentes; se establece de esta forma una relación
muy intensa entre la naturaleza y el ser humano, que se identifica con ella en
un reencuentro con la paz y el sosiego interior. La naturaleza renacentista es
por tanto una naturaleza amena, bella y armónica, siempre con las mismas o
parecidas características: verdes prados con flores y pájaros, arroyos cristalinos
y árboles que dan sombra, etc.

6Sánchez Robayna, Andrés: "Musas dorámides", en Homenaje a José Pérez Vidal, La Laguna, Secretariado
de Publicaciones de la Universidad de La Laguna, 1993, p. 729. Véase también del mismo autor su
extenso ensayo titulado "Cairasco de Figueroa y el mito de la Selva de Doramas", en Estudios sobre
Cairasco de Figueroa, La Laguna, Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, 1992, págs.
67-151.
208 Guillermo Morales Matos y Daniel Marías Martínez

El espacio mítico y selvático de la Montaña de Doramas se presenta como


una nueva versión del locus amoenus canario que se erige en el motivo central
de las descripciones de la naturaleza durante siglos. Sin embargo, esta mitifi-
cación, en la que Sánchez Robayna aprecia que se combinan lo real e imaginario
en proporción justa y equilibrada, no parece sólo poética y desinteresada a
consecuencia de la exaltación subjetiva ante la belleza ideal del paisaje; la
insistencia, verdaderamente asombrosa, y que ninguno de los testigos pudo
haber comprobado, en la capacidad casi instantánea de regeneración y proli-
feración de los árboles cortados, puede servir, hasta sin proponérselo, como
coartada, si no estímulo, de cualquier explotación de la montaña. Todas las
culturas agrícolas han sido conscientes desde los tiempos más remotos de la
necesidad de dejar descansar la tierra, rotar los cultivos, dejar años de barbecho,
etc., si no se quiere acabar en muy poco tiempo con su riqueza; sin embargo,
si un lugar considerablemente extenso, próximo tanto al mar como a un núcleo
de población importante desde los primeros asentamientos, milagrosamente
dotado por la naturaleza para reproducirse, permitiría un tipo de aprovecha-
miento que sin duda sería bienvenido sin preocuparse en exceso por las
consecuencias de tal explotación.
El lugar tampoco pasó desapercibido para Leonardo Torriani (1559-1628),
ingeniero militar de origen italiano al servicio de Felipe II, que en 1590 se refiere
a él en un tono no demasiado distinto del empleado por Cairasco:

"Entre las cosas dignas de mencionarse está la montaña de Doramas,


que, mirando hacia el Norte, tiene aguas fresquísimas, cerros amenos, y
sitios extraños y cuevas toscamente hechas, y varias clases de árboles en
número infinito, que con sus excelsas cimas parecen rebasar el término
de su crecimiento; los cuales crían sombra a los prados, a las yerbas y
a las fuentes que allí se hallan, de tal modo, que no sólo parece ser la
famosa montaña de Ida, sino que parece como si reuniese en sí a todos
los dioses del Parnaso y de la Arcadia" 7 .

Subrayemos aquí exageraciones impropias en un ingeniero, como cifrar sus


árboles en número infinito y presumir que sus cimas parecen rebosar el término
de su crecimiento, aparte de reunir allí, por si no fueran pocos los antes
mencionados, a todos los dioses del Parnaso y de la Arcadia.
Ya en el siglo XVII, fray Juan de Abreu Galindo, dentro de la Historia de la
conquista de las siete Islas de Canaria, redactada entre 1593 y 1602, insiste en la
grandilocuente alabanza de sus predecesores:

7 Torriani, Leonardo: Descripción e historia del reino de las Islas Canarias antes Afortunadas, con el parecer
de sus fortificaciones. Edición de Alejandro Cioranescu, Santa Cruz de Tenerife, Goya Ediciones, 1978.
Naturaleza y cultura del paisaje 209

"Había en esta isla de Canaria muchas y espesas arboledas, de


diversos géneros de árboles enramados de grandes y entretejidas yedras,
y muchas yerbas olorosas, que hacen estar siempre verdes árboles y suelo,
y estas arboledas y frescuras en muchas partes de la isla. Y principalmente
está, dos leguas de esta Ciudad Real de Las Palmas, en término de Terore,
la montaña Doramas, que es la más fértil arboleda que hay en estas partes,
y de mucho agua; que no hay árbol que se corte, que al año no lo hallen
al pie gran copia alrededor de pimpollos nacidos, y de muchas y altas
palmas, que de fuera da gran contento a la vista.
Tiene grandes frescuras, fuentes, árboles y espesura, que, estando
dentro de ella, apenas se ve el sol ni el cielo. Hay en ella gran diversidad
de aves, que hacen suave y concertada melodía con su canto. Por que
tuvieron justa ocasión los antiguos, de escribir ser los Campos Elíseos;
porque excede esta montaña a todas las que se tiene noticia en mucho
grado, así en la Europa como en las demás partes que se sepa" 8 .

Destaquemos aquí, sin embargo, del empleo del tiempo pasado, y que
indique al destacar la Montaña de Doramas que se encuentra a "dos leguas de
esta Ciudad Real de Las Palmas", pues tan pequeña distancia, aun para aquellos
tiempos, del principal centro de población de la isla, puede explicar la reiterada
insistencia en que "no hay árbol que se corte" en la montaña ("la más fértil
arboleda que hay en estas partes") que al año no haya generado a su alrededor
gran cantidad de "pimpollos nacidos y de muchas y altas palmas".
Además, se sigue haciendo mucho hincapié en que la Montaña presentaba
un gran espesor forestal que impedía que el sol llegara a penetrar con sus
cálidos rayos hasta la tierra húmeda del bosque y se repite la alusión a los
Campos Elíseos y demás referencias mitológicas.
Unos años más tarde, en 1634, el obispo don Cristóbal de la Cámara y Murga,
reitera con un tono que ya nos resulta familiar el carácter maravilloso de la
montaña, del que se permite decir que, aunque le asombraba lo que le contaban,
visto lo que pudo de ella, diría que le habían dicho poco:

"es una de las grandiosas cosas de España: muy cerrada de variedad


de árboles, que mirarlos a lo alto, casi se pierde la vista, y puestos a
trechos en unas profundidades, y unas peñas, que fue singular obra de
Dios criándolos allí: hay muchos arroyos, y nacimientos de aguas frescas,
y están los árboles tan acopados, que el mayor Sol no baxa a la tierra.
A mi me espantaua lo que me dezían, y visto della lo que pude, dixe que
me hauían dicho poco" 9 .
8 Abreu Galindo, Juan de: Historia de la conquista de las siete Islas de Canaria. Edición crítica de Alejandro
Cioranescu, Santa Cruz de Tenerife, Goya Ediciones, 1977, pág. 274.
9 Cámara y Murga, Cristóbal de la: Constituciones, y nuevas addiciones synodales del obispado de Las
Canarias, Madrid, Oficina de Diego Miguel de Peralta, 1737, pág. 340.
210 Guillermo Morales Matos y Daniel Marías Martínez

También conviene destacar que insiste el señor obispo en que Doramas "es
una de las grandiosas cosas de España".
Pocos años después, en 1646, Francisco López de Ulloa realiza la siguiente
descripción:

"Ella en sí tendría de circuyto tres leguas, esta compuesta de dos ríos


de agua abundandíssimos, el uno que llaman las Madres de Moya y el
otro de Firgas. Son las aguas frígidísimas y delgadas, y destos dos arroyos
o ríos se riega al día de oy muchas heredades que producen lucidos frutos
de cañas, viñas, trigo, cebada, centeno y millo; y discurriendo por dicha
montaña tiene dentro de sí otras infinitas fuentes de gran recreaçión. Está
compuesta de muchas arboledas diferentes tantas [...] Tan espesos los
árboles que se camina por debajo dellos sin uer el cielo en muchas
distancia de camino, está por los árboles enredada mucha cantidad de
yedras que la hacen más hermossa, y es en tanta manera su fertilidad,
que adonde se corta un árbol para la labor de los edificios y fábrica de
nauios, salen tres o quatro y dentro de otros tantos años ay tanta multitud
ques congruencia el contarlos [...] A esta montaña se uan muchas
personas nobles y los principales de la ysla y juezes superiores y de todo
género a tener diuertimiento y goçar de aquella frescura y amenidad.
Ençierra en sí mucha cantidad de abes como son perdises, tórtolas,
palomos toreases, y tan grandes en tal manera, que llegan a ser como una
gallina. Todos estos animales se alimentan de grana y paga de aquellos
árboles, y ansimesmo muchos conejos [...] apasiéntase dentro della
mucha cantidad de ganados mayores y menores f...] Y es tan sano el
lugar, que de marauilla en muchos años ay ally un enfermo, antes para
librarse de calenturas, tercianas y quartanas, se ban a estar algunos días
en él con lo qual quando ya están libres de los accidentes. El cielo es muy
bueno y claro y las aguas y aires muy regalados, por lo qual los hombres
desde lugar uiuen muchos años" 10 .

López de Ulloa insiste, una vez más, en la frialdad de las aguas que surcan la
montaña, en la que destacan "dos arroyos o ríos que riegan al día de hoy
muchas heredades" productivas en multitud de cultivos. También reaparece el
gusto por lo infinito, en este caso para enumerar las fuentes que discurren por
dicha montaña. Naturalmente la espesura y umbrosidad de los bosques enreda-
dos con hiedras se repite una vez más para concluir, cómo no, remachando que
donde se corta un árbol para hacer edificios y fabricar embarcaciones, salen tres
o cuatro, y dentro de otros tantos años, hay tantos, que es inútil contarlos.

10Canarias: Crónicas de su conquista. Transcripción, estudio y notas de Francisco Morales Padrón, Las
Palmas de Gran Canaria, Ediciones del Cabildo de Gran Canaria, 1978, págs. 295-296 y 323.
Naturaleza y cultura del paisaje 211

También nos ilustra que era un lugar de esparcimiento favorito de los nobles
y principales de la isla y jueces superiores, que permitía alimentar a todo tipo de
ganado y practicar la caza que abundaba. Por si fuera poco, dice que el lugar es
tan sano que se utilizaba como balneario, e insiste en que los hombres del lugar
jamás enferman y viven muchos años. Todas estas virtudes, aparte de abundar
en el carácter mítico, e incluso milagroso y casi divino del paraje, la verdad es
que pintan la montaña de Doramas como un terreno ideal para todo tipo de
explotaciones, tanto primarias (forestales, agrícolas y ganaderas) como secun-
darias (construcción de buques y edificios) y terciarias (turismo, hospedería,
etc.). Está todo a favor como para hacer una explotación intensiva del territorio.
Fray José de Sosa (1646-1724) en su Topografía de la isla Afortunada de la Gran
Canaria, que data de 1678, dice lo siguiente:

"Tiene divididas muchas montañas de pinares, lentiscales, palmerales


y otros diversos árboles frondosos. A la parte de el Norte, poco más o
menos una legua apartada del mar, tiene una muy célebre y famosa que
llaman Doramas, fértilísima de árboles y abundantissima en aguas
saludables, tan vistosa y apacible que en el sentir de muchos, por ser la
mexor de estas siete afortunadas yslas, es una de las más hermosas y
nombradas del mundo" 11 .

Podemos agradecer a fray José la descripción de que la montaña estaba a


más o menos de una legua del mar, ya que además de hacer más notable que
no penetrara la humedad del océano en el frondoso bosque, revela particular-
mente tentadora la explotación forestal tanto para la edificación de naves como
para su traslado marítimo a otros lugares.
Todavía en el siglo XVIII la Montaña parece conservar toda su majestuosidad
y belleza intactas, al menos si atendemos al historiador Pedro Agustín del
Castillo, que en 1737 se refería a ella prácticamente en los mismos términos que
sus predecesores en la tarea:

"La [Montaña] de DORAMAS, que dexo ya tocada su hermosura, [está


poblada de] variedad de árboles coposos y descollados, en gran manera
unidos: tiles, laureles, palos planeos tortísimos, viñátigos, jayas, palmas
triunfantes, 'mocanes', bresos, y otros géneros, tan frescos; y serpeándo-
les cristalinos arroyos en apacibles llanos, [mantienen todo el año su
frondosidad y hermosura], donde se halla toda la diversión y gusto en
la caza de torcaces, y cantos de páxaros canarios y merlos" 12 .

11 Sosa, José de: Topografía de la isla Afortunada de la Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, Ediciones
del Cabildo de Gran Canaria, 1994, pág. 47.
12 Castillo, Pedro Agustín del: Descripción histórica y geográfica de las Islas Canarias, Madrid, Imprenta
Silvero Aguirre, 1737, pág. 701.
212 Guillermo Morales Matos y Daniel Marías Martínez

Sin embargo, en otro historiador, en este caso el inglés George Glas (1725-
1765), al hacer alusión a la montaña menos de 30 años más tarde (en 1764), y
dentro de una descripción no menos idílica, encontramos matices que dan que
pensar. Las selvas o bosques parecen haberse convertido en "bosquecillos", por
sombreados y tupidos que sigan siendo; lo mismo que los ríos o arroyos le
parecen a este visitante "arroyuelos", sin que esta aparente mengua deje de
recordar a Glas las hermosas palabras que autores anteriores escribieron acerca
de estas Islas Afortunadas:

"La parte más fértil de Canaria es la montaña de Doramas [...] Está


abrigada por bosquecillos de diferentes especies de fragantes árboles,
cuyas altas ramas están tan tupidamente entrelazadas que no dejan pasar
los rayos del sol. Los arroyuelos que riegan estos sombreados bosque-
cillos, el murmullo de la brisa entre los árboles y la melodía de los pájaros
canarios forman el más delicioso de los conciertos; cuando una persona
se encuentra en medio de estas encantadoras soledades, no puede dejar
de recordar las hermosas palabras que los antiguos escribieron acerca de
estas Islas Afortunadas" 13 .

LA APARICIÓN DE UNA VISIÓN REALISTA Y NOSTÁLGICA

Sin embargo, pese a todas estas loas y descripciones idealizadas, lo cierto


es que la realidad era otra bastante diferente. Como apuntan algunos autores
"es bien conocido que la destrucción del medio natural de la isla de Gran
Canaria se inicia tras la conquista castellana y los principios de explotación
económica de la isla" 14 .
En la segunda mitad del siglo XVIII, y fundamentalmente en el XIX,
comienza a aparecer en las descripciones de la Montaña de Doramas las
negativas actuaciones que comenzaron a llevarse a cabo en las masas boscosas
después de la conquista. Hasta entonces apenas hay ni rastro en las descrip-
ciones de la deforestación producida por el aumento de la población y la
imperiosa necesidad de crear nuevas edificaciones, ganar terrenos de cultivo
y utilizar la masa forestal como materia indispensable para la construcción de
los necesarios ingenios que trituraban la caña de azúcar.
Esto no significa que las destrucciones del paisaje comenzaran tan tardía-
mente, sino más probablemente que por entonces empezaron a hacerse sentir,
y de modo insoslayable, los efectos de tres siglos de explotación en buena lógica

13 Glas, George: Descripción de las Islas Canarias. Traducida del inglés por Constantino Aznar de Acevedo,

Tenerife, Instituto de Estudios Canarios, 1982, pág. 65.


14 Herrera Piqué, Alfredo: "La destrucción de los bosques de Gran Canaria a comienzos del siglo XVI",

Aguayro, n s 92, 1977, pág. 7.


Naturaleza y cultura del paisaje 213

mucho más intensa que antes de la Conquista y que, todo hace pensar, que se
iría intensificando con el paso del tiempo.
Por grande que fuera la riqueza y fertilidad de la Montaña de Doramas, aun
descontando la mitificación y las exageraciones -que parecen patentes-, lo cierto
es que su capacidad de regeneración y el uso y la explotación que se hiciera
de sus riquezas había de tener un límite, que ya es meritorio que tardara cerca
de tres siglos en empezar a hacerse explícito en los textos.
José de Viera y Clavijo (1731-1813) marca la transición hacia una visión más
realista y crítica, que no es de extrañar se produzca en un científico ilustrado,
puesto que probablemente la diferente actitud de otros naturalistas e historia-
dores anteriores les impidieran expresar de forma clara lo que no podrían dejar
de advertir.
Aunque sus primeras descripciones del bosque de Doramas son tributarias
de autores anteriores tanto estilísticamente como en su contenido (obsérvese
que repite expresiones y adjetivos literalmente incluso cuando ya entonces eran
anticuados), en la visión de Viera se produce un cambio patente a raíz de su
traslado a Las Palmas, lo que prueba hasta qué punto la pervivencia del mito
se basa, muchas veces, en el desconocimiento real de la situación y en la
confianza excesiva en las fuentes históricas.
En el poema los Los Vasconautas, de 1766, encontramos intacta la imagen
idílica y paradisíaca de la Montaña iniciada por Bartolmé Cairasco.

"Hálleme en los alegres dulces prados


De la amena montaña canariense,
Campos Elíseos, bien afortunados,
Donde gusta al gran Dios se recompense
La virtud de los hombres estimados.
Sin que el cierzo hiperbóreo las condense,
Bordan las fuentes a la eterna alfombra
Que ríe y goza de una amable sombra.
Decorados de yedras diferentes
Los descollados árboles frondosos
Dan su corteza al nombre de las gentes
Y su gran copa a pájaros hermosos.
Discurríme el primer de los vivientes
Que llegaba a estos sitios voluptuosos,
Y así exclamé: ¡feliz naturaleza,
Tú ocultas a los hombres tu belleza!" 15 .

15Viera y Clavijo, José: Los Vasconautas. Poema épico en cuatro cantos. Edición y notas de Miguel Pérez
Corrales, Santa Cruz de Tenerife, Secretariado de Publicaciones de La Laguna e Instituto de Estudios
Canarios, 1983, págs. 43-44.
214 Guillermo Morales Matos y Daniel Marías Martínez

Visión que todavía se mantiene a comienzos de la década de 1770, en su


Historia General de las Islas, en la que Viera describe el bosque de Doramas en
su aspecto primitivo:

"muéstrase allí la naturaleza en toda su simplicidad, pero en ninguna


parte tan rica, tan risueña ni tan agradable; el bosque de Doramas parece
ser su obra más exquisita por la diversidad y espesura de los árboles
robustos, siempre verdes, muy altos, rectos, fértiles y frondosos; jamás
ha penetrado el sol el laberinto de sus ramas, ni las hiedras, hibalveras
y zarzas se han desprendido de sus troncos" 16 .

Sin embargo, muy otro es el panorama que describe en el Diccionario de


Historia Natural de las Islas Canarias, escrito en 1766:

"Voz que aunque sinónima de monte, especialmente en la tierra que


está cubierta de árboles o maleza, en nuestras islas se ha apropiado, como
por antonomasia desde antiguo, a la famosa selva de la Gran Canaria,
llamada de 'Doramas'. [...] De ella se han hecho pomposas descripciones,
sobresaliendo las poéticas del célebre don Bartolomé Cairasco. Extendía-
se entonces Doramas cosa de seis millas. Casi nada era comparable en
el mundo a su espesura, lozanía, verdor y deliciosa frondosidad. La
robusta, descollada y numerosa arboleda que la poblaba, tenía el raro
privilegio de componerse, por la mayor parte, de árboles y arbustos
indígenas, esto es, de vegetales propios y privativos del país. [...]
Queda dicho que todas las ventajas de esta inestimable posesión eran
'entonces', porque en la actualidad las hachas, las rozas clandestinas, las
quemas, los ganados, las carboneras, la indolencia y la insensatez han
conspirado de algunos años a esta parte a talarla y destruirla de manera
que casi todas las especies de tan nobles y singulares árboles van a
desaparecer y aquel mente tan alto se halla ya reducido a un monte bajo.
Es verdad, que todavía para testimonio de lo que la montaña de
Doramas ha sido, se conserva la arboleda del barranco, en donde nacen
las bellas aguas nombradas 'Madres de Moya', compuesta principalmen-
te de los llamados tiles, tan altos que las cimas de sus copas casi se pierden
de vista y tan enlazados que ofrecen un remedo del templo catedral, con
apariencias de columnas, arcos y bóvedas" 17 .

16 Viera y Clavijo, José: Noticias de la Historia General de las Islas Canarias. Enriquecida con las variantes
y correcciones del autor. Introducción y notas de Alejandro Cioranescu, Santa Cruz de Tenerife, Goya
Ediciones, 1982.
" Viera y Clavijo, José de: Diccionario de Historia Natural de las Islas Canarias o índice Alfabético descriptivo
de sus tres reinos: Animal, Vegetal y Mineral, Las Palmas de Gran Canaria, Excma. Mancomunidad de
Cabildos de Las Palmas, 1982, pág. 292.
Naturaleza y cultura del paisaje 215

Aquí hace relación de los caracteres más destacados del vergel grancanario,
pero también se dedica a constatar el proceso de destrucción que ha padecido
la Montaña, aportando algunas de las principales claves explicativas para
entender la degradación del paisaje producida durante siglos. No obstante, a
pesar de denunciar dicho deterioro, en una parte de su descripción vuelve a
emplear alusiones a su excelencia.
Todavía es más distinta la visión que Viera dejó escrita (con posterioridad
a su residencia en Las Palmas de Gran Canaria y antes de morir en 1813) en
una obra titulada Los meses, que se publicaría postumamente. En ella pone de
manifiesto los elementos negativos que se venían observando en la montaña
en los últimos tiempos. Viera y Clavijo, como botánico, fue testigo del comienzo
de un desastre natural y así lo cantó:

"¡Montaña de Doramas deliciosa!


¿Quién robó la espesura de tus sienes?
¿Qué hiciste de tu noble barbusano?
Tu palo blanco ¿qué gusano aleve
Le consumió? Yo vi el honor y gloria
De tus tilos caer sobre tus fuentes...
Huid ya de estas selvas, pajarillos,
Nada os puede alegrar, peligrar debe
El nido maternal de vuestra prole,
Si el leñador y el carbonero quieren.
Huid también vosotros a otra parte,
Zagalas y pastores inocentes:
Ya no hallaréis en este monte bajo
Corteza dura o plana suficiente
Para grabar vuestros amables nombres
Como vuestros abuelos y ascendientes.
Fuera, fuera... Sacad de esta montaña
Las manadas de cabras y los bueyes
Que devoran los brotes cuando nacen,
Y no permiten que nacidos medren" 18 .

Como se puede observar, Viera y Clavijo tiene una visión muy diferente de
la Selva a la que tuvieron con anterioridad otros autores. Ya no se trata de las
palabras grandilocuentes inspiradas por la belleza incomparable del paisaje.
Aunque la suya es una rememoración evidentemente llena de nostalgia, no deja
de señalar algunos de los excesos cometidos, que en algún caso aluden

18Viera y Clavijo, José de: Los Meses. Edición de José Miguel Pérez Corrales, Las Palmas de Gran
Canaria, Ediciones del Cabildo de Gran Canaria, 2000, págs. 169-170.
216 Guillermo Morales Matos y Daniel Marías Martínez

directamente a elementos cantados en anteriores referencias literario-mitológi-


cas.
El poeta prerromántico Rafael Bento y Travieso (1782-1831), al constatar la
destrucción de la Selva de Doramas, lanza gritos de indignación en el comienzo
de una Oda a la selva de Doramas publicada en 1822:

"En ronco son los ecos repetían


allá en las hondas grutas de Doramas:
¡destrucción!, destrucción!, y retumbando
este grito sacrilego en las nubes,
¡destrucción! Respondiendo
iba la yerma asolación cundiendo.
¿Quién de la patria el lamentable lloro
y los gemidos de la edad futura
podrá cantar? El hacha asoladora
el exterminio a término llevando,
con su implacable filo
hiende las hayas, el laurel y el tilo" 19 .

Atrás quedan las visiones idílicas y míticas de Cairasco y tantos otros. Los
cantos a la exuberante naturaleza se tornan ahora en dolorosas expresiones que
claman al cielo ante la destrucción causada por la mano del hombre. Es curioso
que, más que en estudios científicos, las huellas de este cambio de actitud hayan
perdurado en sus manifestaciones líricas, lo que quizá indique un fondo de
escepticismo e impotencia frente al incontenible proceso de destrucción de la
naturaleza. Incluso en un poema como el titulado La Montaña de Doramas, de
Ventura Aguilar y Ruiz (1816-1858), que muestra hasta qué punto es fuerte
todavía la pervivencia del mito, llama la atención la conjunción de codicia y
de calificar de ciegos a los mortales del último verso citado:

"¡Oh valle! ¡Oh campo ameno!


¡Oh selva magestuosa!
¡Oh templo de placer y de hermosura!
¡Cielo puro y sereno!
¡Fuente que sonorosa
Derramas entre flores y verdura
Tus perlas y tu frescura!
Aquí en tu verde asiento
Y soledad sombría

19Évora Molina, José: El poeta Rafael Bento y Travieso (1782-1831), Las Palmas de Gran Canaria, Ediciones
del Cabildo de Gran Canaria, 1987, pág. 71.
Naturaleza y cultura del paisaje 217

Revuela la alegría,
Y en sus alas se eleva el pensamiento
Aquí está la morada
De los ciegos mortales codiciada" 20 .

Queda claro, pues, que la absoluta exaltación romántica mostrada por


Ventura Aguilar, vuelve al tipo de visión del paisaje instaurada por Cairasco,
y nos hace olvidar momentáneamente el sinfín de desmanes cometidos contra
la montaña. Sin duda porque prefiere al reflejo de la realidad el canto exaltado
de unas bellezas que forman parte del espíritu canario, aunque prácticamente
hubieran desaparecido ya por aquel entonces.
Si abandonamos, aunque sea momentáneamente, la queja de los poetas,
encontramos que otros científicos ahondan en las causas determinantes del
declive del paisaje de laurisilva. El científico Gregorio Chil y Naranjo (1831-
1901) en sus Estudios históricos, climatológicos y patológicos de las Islas Canarias
(1876-1891), es decir, aproximadamente por las mismas fechas que Viera,
explica lo siguiente:

"Aunque durante la prehistoria el monteverde canario fue explotado


fundamentalmente como zona de pasto y como suministrador de made-
ras y frutos, puede afirmarse que llegó intacto hasta el siglo XV, momento
en que empieza a ser quemado, talado e intensamente explotado. Desde
estos años, esta gran masa forestal se convirtió en un importante foco de
suministros de madera, leña, carbón, pastos, aceite y otros productos para
los nuevos pobladores hispanos. [...] Desde el deslinde de Nicolás de las
Santas y Ariza, el reducido espacio incluido en este monte público es
progresivamente privatizado y transformado en tierras de labor. Este
proceso concluye en el primer tercio del siglo XIX en el que la vegetación
original prácticamente desaparece ante la expansión de las tierras agrí-
colas. [...] La generalización de la agricultura ni supuso la deforestación
total de este espacio, pues [...] todavía se conservan enclaves arbóreos
donde se refugian la vegetación y la fauna" 21 .

No hay que olvidar que un extranjero, el científico francés Sabin Berthelot


(1794-1880), ya había puesto de manifiesto en 1880, y refiriéndose a 50 ó 60 años
antes, la cruda y dura realidad que había podido observar en sus trabajos de
campo, realizados en contacto directo con la Selva, señalando cómo en tan sólo

20Aguilar y Ruiz, Ventura: Cantos de un canario, Madrid, Imprenta de Joaquín René, 1854, pág. 23.
21 Chil y Naranjo, Gregorio: Estudios históricos, climatológicos y patológicos de las Islas Canarias.
Transcripción de Amara M a Florido Castro e Isabel Saavedra Robaina, Las Palmas de Gran Canaria,
El Museo Canario, 2000-2001, pág. 383.
218 Guillermo Morales Matos y Daniel Marías Martínez

una década (1820-1830) el paisaje había cambiado de aspecto de forma radical


y se había deteriorado muy notablemente:

"Tenerife, la Gran Canaria, La Palma y La Gomera poseen aún algunos


hermosos restos de aquellos montes que las cubrían en otro tiempo [...]
La isla de Canaria, la mejor cultivada del archipiélago, es también aquella
en que han desaparecido los montes primitivos en mayores espacios, y
muy pronto los nuevos desmontes los harán desaparecer enteramente.
Los terrenos montañosos del valle de Teror y de los alrededores de Moya
son los únicos donde aún subsisten algunos montes lauríferos. La
montaña o selva de Doramas, célebre en la historia de Canarias, fue uno
de los sitios más renombrados por sus bellas enramadas [...] No le queda
más que su fama [....] Cuando en 1820 recorrimos nosotros la isla por
primera vez, los alrededores de Moya habían conservado una parte de
sus bellas enramadas; pero en estos últimos años todo ha cambiado de
aspecto. Ya en 1830, estos montes, que volvimos a ver detalladamente,
no se reconocían; los viejos Tilos y las Madres estaban aún en pie, pero
habían perdido sus más hermosos ramajes: la devastación extendía sus
progresos sobre todas estas montañas, y el monte de Doramas, manzana
de discordia de los distintos circunvecinos, había dado lugar a graves
conflictos" 22 .

Nótese cómo la observación directa, el contacto directo con la naturaleza,


es la única capaz de derribar la leyenda que todavía sostienen los que hablan
de Doramas de leídas.
Agustín Millares Torres (1826-1896) todavía escribe sin asomo de crítica en
1882:

"[...] En esta jurisdicción se encontraba la parte más hermosa de la


célebre selva de Doramas, bosque delicioso que no tenía rival en el
Archipiélago. Cantada por nuestros poetas, descrito por nuestros obis-
pos, ensalzado por nuestros historiadores y cronistas, su recuerdo es
todavía una gloria para Gran Canaria" 23 .

Millares no comenta la destrucción, pero al menos sitúa ya en el pasado y


en el recuerdo la gloria de Doramas.
22Berthelot, Sabin: Árboles y bosques, Santa Cruz de Tenerife, Imprenta Isleña, 1880, p. 55-58. Acerca
de dichos conflictos, véase Suárez Grimón, Vicente: "La motaña de Doramas y la conflictividad social
en Gran Canaria en el tránsito del Antiguo al Nuevo Régimen", en VII Coloquio de Historia Canario-
Americana, Las Palmas de Gran Canaria, Ediciones del Cabildo de Gran Canaria, 1990, tomo I, págs.
537-558.
23Millares Torres, Agustín: Historia General de las Islas Canarias, Las Palmas de Gran Canaria, Editorial
Edirca, tomo V, pág. 161.
N a t u r a l e z a y c u l t u r a del p a i s a j e 219

El poeta modernista Tomás Morales (1885-1921), en Tarde en la Selva-Epitafio,


de 1910, aun reconociendo que lo que ve es un cuerpo mutilado, quiere creer
todavía en un renacer del bosque primigenio:

"Grave señor del bosque, que sobre el verde prado,


inmóvil y maltrecho, yaces abandonado;
no abatieron tu frente gloriosos capitanes,
sino el golpe pechero de los ruines jayanes.
Ya, sobre tus cabellos, no volarán los ruidos
propicios al geórgico misterio de los nidos.
Tus frondas, que escucharon los silvestres cantares,
caldearán, ahora, los ahumados lares
de la pobre cocina o el salón solariego
y estallarán dolidas a los besos del fuego.
Mientras tanto, en el seno de la selva sombría,
tu cuerpo mutilado flagelará la fría
caricia del invierno [...] Pero el tronco marchito
volverá a fecundarse con el calor bendito,
y, activamente henchido de virzales renuevos,
cubrirá sus arrugas con los retoños nuevos,
cuando llegue en el carro del aurora mensajera,
precedida de un rayo de sol, la Primavera..." 24 .

Hay que observar que desde las primeras décadas del siglo XX la perdu-
ración literaria del mito apenas ha progresado, siendo sustituida por una visión
elegiaca del tesoro perdido, mientras que en el campo científico e historiográ-
fico ha ido cobrando cuerpo la conciencia del destrozo que ha llevado a la
adquisición de los terrenos por parte del Cabildo y la planificación de su
reforestación, a veces no exenta de errores, como fue el caso de canalizar las
aguas de las laderas altas de los barrancos, que detraía agua a los suelos de
los árboles situados topográficamente más abajo.

REFLEXIONES CON VISTAS AL FUTURO

Todas estas referencias, a las que se podrían haber añadido otras muchas
pero de las que hemos querido destacar una muestra significativa, ofrecen una
visión indirecta pero bastante gráfica del proceso histórico por el que pasa el

24Morales, Tomás: Las Rosas de Hércules. Edición de Sebastián de la Nuez, Santa Cruz de Tenerife,
Viceconsejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, 1990.
220 Guillermo Morales Matos y Daniel Marías Martínez

espacio natural doramasiano. Una mitificación reiterada e inmovilizada que


permanece ciega a la degradación progresiva del entorno, mientras que usos
agrícolas y madereros, entre otros, sin ningún freno ni sentido de lo perecedero
que tiene la naturaleza por fértil que sea, van produciendo una destrucción
continuada -y cada vez menos lenta- que a partir de una cierta fecha se hace
palpable, primero para algunas conciencias críticas y con fundamento en el
conocimiento científico, más tarde para personas sensibles, o para los que
presencian directamente el estado en que se encuentra la montaña y lo
comparan con las descripciones legendarias.
Después de haber sido santo y seña durante siglos de la esencia maravillosa
y afortunada de las Islas Canarias y prenda de orgullo de España, permanece
en el olvido durante buena parte del siglo XX, en el que poco a poco se reconoce
que la desaparición del bosque de Doramas es uno de los grandes desastres
ecológicos de las Islas Canarias.
A partir de las últimas tres décadas del siglo XX, el Cabildo de Gran Canaria
va adquiriendo gran parte de los terrenos y los convierte en un espacio natural
protegido, pese a lo cual siguieron deteriorándose gravemente durante un
tiempo. En los últimos años el Cabildo de Gran Canaria, a través de la
Consejería de Medio Ambiente, y en colaboración con la Dirección General XI
de la Unión Europea, ha desarrollado un ambicioso Programa bautizado con
el nombre de Laurisilva 2000. Dicho Programa, que ha dispuesto de unos fondos
cuantiosísimos y ha contado con un gran apoyo político, ha desarrollado una
estrategia de recuperación de la laurisilva estructurada fundamentalmente en
dos ejes prioritarios: Reforestación y Difusión. Por lo que se refiera al primer
eje, los resultados, ya evaluados, son muy poco alentadores, tanto en el objetivo
de tratar de recuperar la primitiva cubierta vegetal, sustituyendo los usos
existentes previamente por elementos de laurisilva, por la escasa regeneración
del bosque, como porque se han introducido especies cuya presencia natural
en la isla es dudosa. Los resultados positivos, si es que los hay, se deberán ver
en años botánicos y no en períodos electorales.
La nostalgia culturalmente alimentada por la imagen en permutación del
bosque primigenio canario, y el alcance repoblador profundo de un programa
científico como Laurisilva 2000, son dos realidades que, más que a fusionarse,
tienden a excluirse, aunque podemos constatar, a priori, que un sentido de
identidad refrendado por la historia estética y cultural del Archipiélago, como
es el deseo de ver resurgir una parte de la mitificada Selva de Doramas, y los
objetivos medioambientales y científicos de un programa selectivo y gradual
de recuperación vegetal, son coincidentes, ya que ambas situaciones desean
lograr la misma meta.
Al hilo de estas intervenciones, que siempre serán bienvenidas, sería bueno
reflexionar sobre las ideas que actualmente entran en liza a la hora de evaluar
qué clase de recuperación medioambiental es legítima, y hasta qué punto
Naturaleza y cultura del paisaje 221

podemos reinstaurar el paisaje cuando éste ha desaparecido por procesos de


crisis tras distintas etapas de antropización. La herencia cultural que nos
empuja hacia cierto grado de predefinición social de los valores del paisaje y
de sus coordenadas estéticas, aunque insoslayable en toda valoración de
proyectos medioambientales en Canarias, no puede ser definitiva. La ardua
tarea de intervenir en aquellas zonas del territorio que acusan largas y sucesivas
transformaciones morfológicas, y que ahora se encuentran en estado crítico, se
debe emprender con un índice elevado de conciencia cultural e histórica del
lugar, pero con anchura de miras y falta de prejuicios.
Quizá no tiene mucho sentido caer en el maximalismo de intentar recuperar
el bosque primitivo -y menos aún el legendario- ni caer en la tentación de fijar
como objetivo principal volver a algo que probablemente nunca existió y que,
de reconstruirse ahora, tendría probablemente los días contados; sería más
realista intentar ponerse de acuerdo sobre qué fase histórica es a la que se puede
volver con expectativas de éxito sostenible, teniendo en cuenta las actuales
circunstancias medioambientales (que no son obviamente las mismas que en
el siglo XVI) y los riesgos que podrían cernirse sobre un espacio recuperado
que fuese tan idílico que invitase a una explotación residencial y turística que
podría acabar por segunda vez con él.
Intentar recuperar el pasado de un tipo de naturaleza que ya no pertenece
a esta era y que conocemos en buena media a través de descripciones
exageradas, mitificadoras y poco científicas, probablemente conduzca a un
gasto enorme aplicado a un esfuerzo inútil, en lugar de tratar de conservar en
la mayor media de lo posible lo que queda y dejar que evolucione en función
de la propia marcha de la naturaleza sin explotaciones abusivas.
OBRAS PUBLICADAS POR EDICIONES
DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE
MADRID

Colección Estudios
1. VARIOS: Auguralia. Esludios sobre Lenguas y Literaturas Griegas y Latinas. (Editados por Manuel
Fernández Galiano.) 1984.
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de R. Montague. 1985
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4. MOYA, Gonzalo: Gonzalo R. Lafora. Medicina y cultura en una España en crisis. 1985.
5. STRUKOV, Boris A., y LEVANYUK, Arkadi P: Principios deferroelectricidad. Traducción de Fer-
nando Agulló Rueda. 1988.
6. MARTEN ULIARTE, Iván: Planificación estratégica en empresas diversificadas: análisis de la car-
tera. 1987.
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1987.
8. NUÑEZ RUIZ, Diego: La mentalidad positiva en España. 1987.
9. SÁNCHEZ MARTÍNEZ, Guillermo: Guerra a Dios, a la tisis y a los reyes: Francisco Suñery Cap-
devilla, una propuesta materialista para la segunda mitad del siglo XIX español. 1987.
10. JIMENEZ FERNÁNDEZ, Alfonso: Marcadores emocionales en ta conducta vocal 1987.
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a. C.). 1986.
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FAVIERES MARTÍNEZ, A.: Un desarrollo curricular de la física centrado en la energía. 1999.
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