Naturaleza y Cultura Del Paisaje
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Colección Estudios
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DUQUES DE SORIA
Esta obra es el resultado del seminario organizado por la Fundación Duques de Soria, y celebrado
del 14 al 18 de julio de 2003, en Soria.
Reservados todos los derechos. Está prohibido, bajo las sanciones penales y resarcimiento civil previsto
en las leyes, reproducir, registrar o transmitir esta publicación, íntegra o parcialmente (salvo en este
último caso, para su cita expresa en un texto diferente, mencionando su procedencia), por cualquier
sistema de recuperación y por cualquier medio, sea mecánico, electrónico, magnético, electroóptico,
por fotocopia o cualquier otro, sin la autorización previa por escrito de Ediciones de la Universidad
Autónoma de Madrid.
ISBN: 84-7477-920-0
Depósito Legal: GU-365/2004
Realiza: Print Autoedición, s.I.
Impreso en España
ÍNDICE
Nota preliminar 7
1 Martínez de Pisón, Eduardo: "El concepto de paisaje como instrumento de conocimiento ambiental",
en Martínez de Pisón, Eduardo (dir.): Paisaje y medio ambiente, Valladolid, Universidad de Valladolid
y Fundación Duques de Soria, 1998, pág. 17.
10 Nicolás Ortega Cantero
2Broc, Numa: Les montagnes au siècle des lumières. Perception et représentation, Paris, Comité des Travaux
historiques et scientifiques, 1991, pág. 15.
Naturaleza y cultura del paisaje 11
1 - f, • -, i-i*vU-
En esa visión moderna del paisaje, con todos los cambios que entraña,
desempeña un papel muy importante la nueva valoración científica y estética
de la montaña. El modo de acercarse a la montaña, de conocerla y de apreciarla,
constituye la piedra angular de la nueva perspectiva paisajística, y expresa de
manera ejemplar la presencia de la nueva sensibilidad y el nuevo sentimiento
que arraigan, de la mano del romanticismo, en la Europa de la segunda mitad
del siglo XVIII. Aunque se produjeron, antes de ese momento, diversos
acercamientos a la montaña, algunos de ellos tan famosos y comentados como
el de Petrarca, no parece razonable establecer una línea de continuidad que los
enlace sin más con las experiencias modernas 3 . Se ha discutido con argumentos
4 Véanse los comentarios que dedica Eduardo Martínez de Pisón, en el texto incluido en este libro ("El
paisaje de montaña. La formación de un canon natural del paisajismo moderno"), a la ascensión de
Petrarca al Mont Ventoux, en los que pone en entredicho su pretendida modernidad. Véase también,
en este sentido, la interpretación de Jean-Marc Besse: "Pétrarque sur la montagne: les tourments de
l'âme déplacée", en Voir la Terre. Six essais sur le paysage et la géographie, Arles, Actes Sud, ENSP, Centre
du Paysage, 2000, págs. 13-34.
5 Para valorar la importancia de ese cambio, conviene recordar que, antes de su descubrimiento
moderno, la montaña estaba lejos de ser apreciada, y solía provocar sentimientos de rechazo y temor.
Emilio Orozco consideró, por ejemplo, el generalizado "sentimiento de miedo o pánico" con que los
poetas medievales reaccionaron ante la montaña, y recordó además la tendencia que existía entonces
a relacionar los lugares montañosos con el pecado (Orozco Díaz, Emilio: "Sobre el sentimiento de la
naturaleza en la poesía española medieval (Notas sueltas para una introducción al tema)", en Paisaje
y sentimiento de la naturaleza en la poesía española, Madrid, Prensa Española, 1968, págs. 15-64). Numa
Broc ha hablado de "las repugnadas" hacia las montañas de los siglos anteriores al XVIII (Broc, Numa:
Les montagnes au siècle des lumières, op. cit., pág. 15). Eduardo Martínez de Pisón se ha referido a la
consideración de "paraje maldito" que tuvo la montaña hasta finales del siglo XVIII, actitud
despreciativa y de rechazo que llega hasta Ramuz, con El gran miedo en la montaña, de 1925 (Martínez
de Pisón, Eduardo: "Imagen de la naturaleza de las montañas", en Martínez de Pisón, Eduardo y Sanz
Herráiz, Concepción (eds.): Estudios sobre el paisaje, Madrid, Universidad Autónoma de Madrid y
Fundación Duques de Soria, 2000, pág. 19). Abundan los ejemplos de esas actitudes premodernas de
rechazo y temor a la montaña. En 1730, John Spence decía: " m e gustarían mucho los Alpes, si no fuera
por las montañas" (Spence, John: Anecdotes, Observations of Characters of Books and Men, cit. en Ortas
Durand, Esther: Viajeros ante el paisaje aragonés (1759-1850), Zaragoza, Institución Fernando el Católico
(C.S.I.C.), 1999, pág. 116). Y Leandro Fernández de Moratín, a fines del siglo XVIII, al pasar por Zurich,
tras hablar de "las montañas ásperas que dividen a Italia de la Suiza", comenta: "a otra parte [del lago]
la ciudad y el río, que la atraviesa; y a la del Sur montes altos, que me entristecen el ánimo al considerar
que he de pasar por ellos" (Fernández de Moratín, Leandro: Viaje de Italia. Prólogo de José Doval,
Barcelona, Laertes, 1988, págs. 29-30).
Naturaleza y cultura del paisaje 13
En el primero de los ámbitos indicados, el del arte, fue sin duda Jean-Jacques
Rousseau (1712-1778) quien más contribuyó a acercar el paisaje de montaña al
sentimiento y a los gustos de su tiempo. En las obras de Rousseau había un
modo de sentir la naturaleza y el paisaje desconocidos hasta entonces. Se sintió
muy atraído por los Alpes, por la montaña alpina, y a través de sus obras
descubrió a los europeos de su tiempo la belleza y la grandeza de ese paisaje
y les animó a conocerlo y disfrutarlo personalmente. El paisaje suizo, el paisaje
de los Alpes, tiene una presencia decisiva en algunas de las obras de Rousseau.
Así sucede, sobre todo, en una de sus novelas más importantes y conocidas,
La Nueva Eloísa, de 1761, que, en palabras de Claire-Eliane Engel, hizo derramar
"lágrimas geográficas" a generaciones de almas sensibles, y que Henri Beraldi
ha considerado, no sin razón, como la "Declaración de los derechos de la
Montaña" 7 .
También en sus Ensoñaciones del paseante solitario, escritas en los últimos años
de su vida, entre 1776 y 1778, se manifiesta con claridad la nueva actitud del
autor ante la naturaleza, su nueva manera de dialogar con el paisaje, valorando
sus mejores cualidades: la belleza de sus formas, la soledad, el silencio, la
sonoridad natural. Las páginas de las Ensoñaciones, como las de La Nueva Eloísa,
6 Vease Broc, Numa: Les montagnes au siècle des lumières, op. cit., págs. 15-20.
7 Engel, Claire-Éliane: La littérature alpestre en France et en Angleterre aux XV11I' et XIX' siècles, 1930, pág.
26, y Beraldi, Henri: Les Pyrénées avant Ramond, 1911, pág. 140, cits, en Broc, Numa: Les montagnes au
siècle des lumières, op. cit., pág. 17.
14 Nicolás Ortega Cantero
"Las orillas del lago de Bienne -escribe Rousseau- son más salvajes y
románticas que las del lago de Ginebra, porque los roquedos y bosques
se acercan más al agua, pero no son menos risueños. Si hay menos cultivo
de campo y viñedos, menos villas y casas, también hay más verdura
natural, más praderas, asilos sombreados de boscajes, contrastes más
frecuentes y accidentes más seguidos. Como no hay en estas felices orillas
carreteras cómodas para los coches, la región es poco frecuentada por los
viajeros; pero cuán interesante para los contemplativos solitarios que
gustan embriagarse a placer con los encantos de la naturaleza, y recogerse
en un silencio que no turba más ruido que el grito de las águilas, el gorjeo
entrecortado de algunos pájaros y el fragor de los torrentes que caen de
la montaña" 8 .
8 Rousseau, Jean-Jacques: Las ensoñaciones del paseante solitario. Prólogo y notas de Mauro Armiño,
Madrid, Alianza, 1979, págs. 83-84.
9 Saussure, Horace Benedict de: Voyages dans les Alpes, 1779-1796, cit. en Ortas Durand, Esther: Viajeros
C a s p a r D a v i d F r i e d r i c h : Paisaje con pueblo al amanecer (El árbol solitario). 1822. Óleo sobre
lienzo.
11 Broc, Numa: Les montagnes au siècle des lumières, op. cit., pág. 17.
12 Saussure, Horace Benedict de: Premières ascensions au Mont-Blanc, 1774-1787. Introduction de Roger
Canac, Paris, François Maspero, 1981, pág. 217.
16 Nicolás Ortega Cantero
J. M. W. Turner: La carretera del San Cotardo entre Amsteg y Wassen. Hacia 1803-1804. Lápiz y
acuarela.
13 Hinz, Sigrid: Caspar David Friedrich in Briefen und Bekenntnissen, 1968, cit. en Honour, Hugh: El
romanticismo. Version española de Remigio Gómez Diaz, Madrid, Alianza, 2 a éd., 1984, pág. 65.
Respecto de la consideración de la naturaleza en el paisajismo pictórico romántico alemán, son muy
interesantes las Cartas y anotaciones sobre la pintura de paisaje (Traducción de José Luis Arántegui.
Introducción de Javier Arnaldo, Madrid, Visor, 1992) de Cari Gustav Carus, naturalista y pintor, en
las que se expresa con claridad, entre otras cosas, el interés por llegar a conformar, a través de la pintura
de paisaje, un verdadero conocimiento naturalista.
14 ]ohn Constable's Discourses (ed. R. B. Beckett), 1970, cit. en Gage, John: "Le paysage est ma maîtresse",
en Constable. Le choix de Lucian Freud, Paris, Réunion des Musées Nationaux, 2002, pág. 39.
18 Nicolás Ortega Cantero
El ámbito de la ciencia
15 Ortas Durand, Esther: Viajeros ante el paisaje aragonés, op. cit., pág. 121.
16 Véase, por ejemplo, Martínez de Pisón, Eduardo y Alvaro Lomba, Sebastián: El sentimiento de la
montaña. Doscientos años de soledad, Madrid, Desnivel, 2002, especialmente págs. 38-58. "Sensibilidad,
ciencia y, evidentemente, sentido del alpinismo -se lee en este libro (pág. 49)- están mezclados en
suficientes dosis en De Saussure como para que sea justo seguir situándolo en el puesto pionero que
se le ha venido adjudicando. Después de él la mirada del hombre sobre las montañas ya no volverá
a ser la misma". Por su parte, Philippe Joutard (L'invention du mont Blanc, op. cit., págs. 125 y 127) ha
recordado las influencias de Albrecht von Haller, Rousseau y el naciente romanticismo en Saussure,
y ha dicho que su pasión por la montaña se apoyaba en "una preocupación científica y un sentimiento
estético estrechamente mezclados".
17 Véase Broc, Numa: Les montagnes au siècle des lumières, op. cit., pág. 273.
N a t u r a l e z a y c u l t u r a del p a i s a j e 19
"Sin embargo -escribe Saussure- el gran espectáculo que tenía ante los
ojos me producía una viva satisfacción. Un ligero vapor suspendido en
las regiones inferiores del aire me impedía, a decir verdad, la vista de
los objetos más bajos y más alejados, tales como las llanuras de Francia
y de Lombardía; pero no lamentaba demasiado esta pérdida; lo que
alcanzaba a ver, y lo que vi con la mayor claridad, era el conjunto de todas
las altas cimas cuya organización deseaba conocer desde hacía tanto
tiempo. No creía a mis ojos, me parecía que era un sueño, cuando veía
bajo mis pies esas cimas majestuosas, esas agujas temibles, el Midi, el
Argentière, el Géant, cuyas mismas bases me habían ofrecido un acceso
tan difícil y tan peligroso. Captaba sus relaciones, sus conexiones, su
estructura, y una sola mirada resolvía dudas que no habían podido ser
aclaradas con años de trabajo" 22 .
20 Saussure, Horace Bénédict de: Voyages dans les Alpes, 1779-1796, cit. en Joutard, Philippe: L'invention
du mont Blanc, op. cit., pág. 126.
21 Saussure, Horace Benedict de: Premières ascensions au Mont-Blanc, op. cit., págs. 208 y 215.
22 Ibidem, pág. 206.
N a t u r a l e z a y c u l t u r a del p a i s a j e 21
23Saussure, Horace Benedict de: Voyages dans les Alpes, 1779-1796, cit. en Ortas Durand, Esther: Viajeros
ante el paisaje aragonés, op. cit., págs. 119-120.
22 Nicolás Ortega Cantero
Pirineos, que recorrió desde los años ochenta, y de Alexander von Humboldt
(1769-1859), fundador de la tradición geográfica moderna, que fue, según Broc,
"su verdadero heredero espiritual" 24 . El primero de ellos, Ramond, muestra, a
propósito del paisaje del Pirineo, las mismas actitudes científicas y las mismas
respuestas sentimentales que cabe encontrar, a propósito de los Alpes, en los
escritos de Saussure. Con Ramond nace en el Pirineo, "con el paisaje pirenaico
como escenario e incluso como protagonista", como ha señalado Eduardo
Martínez de Pisón, el "sentimiento de la montaña", y en sus escritos se
manifiesta con claridad, como sucede en Saussure, "el rostro bifaz de la
observación y la emoción, de la ciencia y el sentido de lo sublime, de la aventura
física y su procesado intelectual" 25 .
24 Broc, Numa: Les montagnes au siècle des lumières, op. cit., pág. 274.
25Martínez de Pisón, Eduardo: "Prólogo", en Ramond de Carbonnières, Louis: Viajes al Monte Perdido
y a la parte adyacente de los Altos Pirineos (Francia, 1801-1804). Traducción de José Luis Serrano Sánchez,
Madrid, Organismo Autónomo de Parques Nacionales, 2002, pág. XXII.
Naturaleza y cultura del paisaje 23
26 Roland, Mme.: Oeuvres (ed. A. Champagneux), 1800, cit. en Ortas Durand, Esther: Viajeros ante el
paisaje aragonés, op. cit., pág. 122.
27 Laborde, Alexandre de: Itinéraire descriptif de l'Espagne, 1808, cit. en Ortas Durand, Esther: Viajeros
ante el paisaje aragonés, op. cit., pág. 123.
28 Martínez de Pisón, Eduardo: "Imagen de la naturaleza de las montañas", op. cit., págs. 48-49.
24 Nicolás Ortega Cantero
29 Véase Beck, Hanno: Alexander von Humboldt. Traducción de Carlos Gerhard, México D.F., Fondo de
Cultura Económica, 1971, págs. 85-91.
30 Humboldt, Alexandre de: Tableaux de la Nature. Traduction de M. Ch. Galuski. Études et introductions
de Charles Minguet et Jean-Paul Duviols. Index bibliographique de Philippe Babo, Nanterre, Éditions
Européennes Erasme, 2 t., 1990,1.1, pág. 5. La traducción de Galuski, de la tercera y definitiva edición
alemana, publicada en París en 1866, fue aprobada por el propio Humboldt. En España, apareció
también, diez años después, una traducción de esa tercera edición, aunque sin sus dos prólogos:
Cuadros de la Naturaleza. Traducción de Bernardo Giner, Madrid, Imprenta y Librería de Gaspar,
Editores, 1876.
Naturaleza y cultura del paisaje 25
33 Ese recorrido está descrito con bastante detenimiento en Humboldt, Alejandro de: Del Orinoco al
Amazonas. Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente. Traducción de Francisco Payarols,
revisada por Augusto Panyella, Barcelona, Guadarrama, 1982, págs. 184-315. Se traduce en este libro
la refundición alemana realizada por Adalbert Plott, en 1959, de la Relación histórica del Viaje a las regiones
equinocciales del Nuevo Continente, que Humboldt publicó inicialmente en francés (como el resto de los
treinta volúmenes resultantes del viaje americano), entre 1814 y 1825.
Naturaleza y cultura del paisaje 27
hay quien se haya aproximado a esta montaña. Quizá el brillo que ofrece
dependa de juegos de luz, que los reflejos del talco o del esquisto micáceo
produzcan" 34 .
geográfica posterior, a lo largo de los siglos XIX y XX, constituyendo, sin lugar
a dudas, una de sus aportaciones más interesantes, valiosas y fecundas.
Carlos de Haes: Nieblas (Picos de Europa). Hacia 1874. Óleo sobre lienzo adherido a lienzo.
36 Baulig, Henri: "¿Es una ciencia la geografía? Traducción de Isabel Pérez-Villanueva Tovar, en Gómez
Mendoza, Josefina, Muñoz Jiménez, Julio y Ortega Cantero, Nicolás: El pensamiento geográfico. Estudio
interpretativo y antología de textos (De Humboldt a las tendencias radicales), Madrid, Alianza, 1982, pág.
309. Jules Sion expuso algunas reflexiones interesantes sobre las cualidades literarias de la escritura
de Vidal de la Blache, sobre su "arte de la descripción", su manera de mirar el paisaje sin ignorar su
"color" y su "vida". (Sion, Jules: "L'art de la description chez Vidal de la Blache", en Mélanges de
Philologie, d'Histoire et de Littérature offers à Joseph Vianey, Paris, Les Presses Françaises, 1934, págs. 479-
487). Más recientemente, Jean-Louis Tissier se ha referido a los procedimientos descriptivos y literarios
de la prosa de Vidal de la Blache: "Le voyage, filigrane du Tableau de la géographie de la France?", en
Robic, Marie-Claire (dir.): Le Tableau de la géographie de la France de Paul Vidal de la Blache. Dans le
labyrinthe des formes, Paris, Comité des Travaux historiques et scientifiques, 2000, págs. 19-31. Y Didier
Mendibil, por su parte, ha realizado algunas comparaciones muy ilustrativas entre las descripciones
ofrecidas por Vidal de la Blache y por Emmanuel de Martonne, señalando el carácter más vivo, más
animado, de las del primero, a propósito de las mismas fotografías geográficas: "De Martonne
iconographe", en Baudelle, Guy, Ozouf-Marignier, Marie-Vie y Robic, Marie-Claire (dirs.): Géographes
en pratiques (1870-1945). Le terrain, le livre, la Cité, Rennes, Presses Universitaires de Rennes, 2001, págs.
277-287.
30 Nicolás Ortega Cantero
37 A esos planteamientos procedentes del campo de la geografía física se refiere, en este mismo libro,
y Daniels, Stephen (eds.): The iconography of landscape. Essays on the symbolic representation, design and
use of past environments, Cambridge, Cambridge University Press, 1988, pág. 1.
39 De "la invención del paisaje" ha hablado, por ejemplo, en el terreno de la literatura, Francisco Ayala,
planteando reflexiones como la siguiente: " N o vacilo en atreverme a afirmar por mi parte que el paisaje
natural, tal cual hoy lo concebimos y sentimos, fue, en verdad, una creación de la pintura de paisajes;
que son los paisajes pintados quienes inventan el paisaje natural; pues éste (el hermoso panorama que
tal vez contemplamos, el lugar ameno en que tal vez se recrea nuestra vista) está siendo construido
in situ por el ojo de un observador (el paseante ocasional acaso, acaso el turista ávido de sensaciones)
cuya sensibilidad ante ese entorno físico concreto es activada y funciona a través de una cierta tradición
pictórica". (Ayala, Francisco: "El paisaje y la invención de la realidad", en Villanueva, Darío y Cabo
Aseguinolaza, Fernando (eds.): Paisaje, juego y multilingüismo, Santiago de Compostela, Universidad
de Santiago de Compostela, 2 vols., 1996, vol. I, págs. 23-24). El mismo asunto ha sido tratado con
más detenimiento y precisión por Anne Cauquelin (L'invention du paysage, París, P.U.F., 2* éd., 2002),
que entiende el paisaje como configuración cultural de la modernidad.
N a t u r a l e z a y c u l t u r a del p a i s a j e 31
40Martínez de Pisón, Eduardo: "El concepto de paisaje como instrumento de conocimiento ambiental",
op. cit., especialmente págs. 23 y 27-28.
32 Nicolás Ortega Cantero
otras cosas, dar por buena una disociación entre conocer y sentir, entre ciencia
y arte, que no se corresponde con las conexiones que los puntos de vista
naturalistas y geográficos modernos han establecido entre esos dos ámbitos a
la hora de acercarse al paisaje41.
Como ha señalado Eduardo Martínez de Pisón, el paisaje es, para la
geografía moderna, la forma y los significados, el lugar y su imagen, el
panorama y sus interiores sucesivos. El paisaje es "la manifestación formal de
la realidad geográfica", es "la configuración que toma el espacio terrestre", y,
al tiempo, es un conjunto de cualidades, valores y significados de índole
cultural. El paisaje es "una forma estructurada", una forma que resulta de un
orden interno, de una organización subyacente, de una estructura geográfica
que está detrás (o dentro, en los sucesivos "interiores" a los que se refiere
Martínez de Pisón). Hay una relación estrecha entre la forma (externa) y la
estructura o norma (interna). "El paisaje -escribe Martínez de Pisón- es [...] la
misma realidad geográfica, la formalización del sistema, totalizada, que reposa
en una estructura espacial y que está nutrida por sus representaciones,
imágenes y sentidos" 42 .
La tradición geográfica moderna no reduce el paisaje a representación
subjetiva y cultural. Encuentra en él la expresión de un orden interno, de una
organización subyacente, inseparable de las formas exteriores y visibles. El
paisaje expresa fisonómicamente, a través de una fisonomía concreta, el orden
de la realidad geográfica. El paisaje no es sólo representación; es, ante todo,
expresión o fisonomía. Y conviene recordar, como hace Besse, la gran impor-
tancia que el concepto de fisonomía tiene en los planteamientos de la geografía
moderna, hasta el punto de que autores como Vidal de la Blache o Brunhes
hicieron de él "el fundamento objetivo del saber geográfico". Los geógrafos
modernos consideran que los hechos geográficos, tanto los naturales como los
humanos, dejan huellas en la superficie terrestre, configuran un conjunto de
signos, una especie de escritura, que el conocimiento geográfico debe leer e
interpretar. La realidad geográfica se identifica así, como advierte Besse, con
una fisonomía, con un paisaje, que el geógrafo debe saber ver y saber leer. El
hecho geográfico se muestra en la superficie terrestre, en suma, como una
escritura, y la superficie terrestre escrita, marcada por las huellas de los hechos
geográficos, es el paisaje43.
Aureliano de Beruete: La Venta del Macho en Toledo. 1911. Óleo sobre lienzo
45 Berdoulay, Vincent: "Le milieu, entre description et récit. De quelques difficultés d'une approche
de la complexité", en Berdoulay, Vincent y Soubeyran, Olivier (dirs.): Milieu, colonisation et développement
durable. Perspectives géographiques sur l'aménagement. Préface d'Anne Buttimer, Paris y Montréal,
L'Harmattan, 2000, pág. 33.
46 Véase Martínez de Pisón, Eduardo: "El concepto de paisaje como instrumento de conocimiento
Guy, Ozouf-Marignier, Marie-Vie y Robic, Marie-Claire (dirs.): Géographes en pratiques (1870-1945), op.
cit., pág. 269.
Naturaleza y cultura del paisaje 35
50 Ficheux, Robert: "M. Emmanuel de Martonne en Roumanie. Impressions et souvenirs", 1952, cit. en
Palsky, Gilles: "L'esprit, l'oeil et la main. Emmanuel de Martonne et la cartographie", op. cit., pág. 269.
51 Cit. en Loi, Daniel, Robic, Marie-Claire, Tissier, Jean-Louis: "Les carnets de Vidal de la Blache,
esquisses du Tableau?", Bulletin de l'Association de Géographes Français, LXV, 4, 1988, pág. 309.
EL ORDEN NATURAL DEL PAISAJE
Julio Muñoz Jiménez
Universidad Complutense de Madrid
Donde alcanza mayores niveles esta objetivación del paisaje y esta vincu-
lación de su estudio a la práctica de la prevención de riesgos naturales y a la
ordenación de territorios es en la escuela gegráfica soviética. Bajo la influencia
de la ideología marxista llevada al poder por la Revolución de 1917, en ella se
consolida y se hace prácticamente exclusiva la visión "naturocéntrica" y
aplicada que ya caracterizaba a la Landschaftovedenie rusa. Abandonando toda
referencia a los aspectos visuales y a los elementos culturales, el paisaje es
reducido a un sistema de componentes naturales en el que geomasas y
geoenergías interactuan conforme a leyes físicas y químicas en la superficie
42 Julio Muñoz Jiménez
De este repaso a las aportaciones en las que el orden natural se plantea desde
una perspectiva paisajística se deduce, en primer lugar, que la Geografía ha
pretendido sucesivamente sentirlo, comprenderlo, explicarlo, controlarlo, transfor-
marlo y ordenarlo/protegerlo. En segundo lugar se observa que los geógrafos
académicos desde muy pronto han pretendido enfrentarse con él desde
perspectivas no marcadas presuntamente por emociones subjetivas ni sesgos
46 Julio Muñoz Jiménez
Martínez de Pisón, 1998 y 2000a; Ortega Cantero, 1998, 2000a, 2000b, 2001a y
2001b; Zulueta, 1988), así como en formas de Geografía muy arraigadas pero
que progresivamente se han ido considerando marginales, como los libros y
las revistas de viajes, las guías o las obras geográficas de divulgación de ámbito
regional o local (López Ontiveros, 1988, 1997 y 2001; Ojeda Rivera et al., 2000;
Ortega Cantero, 1988 y 1990) . El creciente interés por estas aportaciones y por
su papel en la creación de imágenes culturales de paisajes o de modelos
paisajistas (donde la "naturalidad" y integración armónica del hombre en la
Naturaleza tienen una alta consideración) está dando paso a una revalorización
de las mismas (Rougerie y Beroutchachvili, 1991; Roger, 1997; Frolova, 2000;
C. y G. Bertrand 2002) y a la aparición de obras geográficas donde se vuelven
a combinar sin complejos el sentimiento, la comprensión y la explicación para
dar razón del orden natural de los paisajes (Martínez de Pisón, 2000d y 2002).
Naturaleza y cultura del paisaje 49
Bibliografía
' En este trabajo de síntesis se siguen con frecuencia datos e ideas ya expresadas por el autor en otras
publicaciones, particularmente en el libro en colaboración con S. Alvaro, El sentimiento de la montaña,
Madrid, Desnivel, 2002, en el artículo "Pirineístas", Sociedad geográfica española, nov. 2002, y en el
capítulo inicial del libro colectivo Montañas, Madrid, Lunwerg, 2002.
2 Desde Burckhardt hay numerosas aportaciones sobre estos momentos y cuestiones, que incluyen la
de nuestro maestro Manuel de Terán. Algo cité ya en este sentido en "Los conceptos y los paisajes
de montaña" en VV. Aa.: Supervivencia de la montaña, Madrid, Ministerio de Agricultura, 1981, y en
"Imagen de la naturaleza de las montañas" y "La protección del paisaje. Una reflexión", ambos en
Vv. Aa.: Estudios sobre el paisaje, Madrid, Fund. Duques de Soria y Universidad Autónoma de Madrid,
2000.
54 Eduardo Martínez de Pisón
elocuentes que las clásicas enseñanzas librescas, dentro de una propuesta general
de la experiencia directa frente a la petrificación del saber. Todas las montañas,
primero las europeas y luego hasta las más distantes, se van a contagiar de este
modelo perceptivo.
La percepción de la belleza y la valoración natural de las montañas no es, pues,
un hecho intemporal. Es un producto que se adquiere históricamente como un
avance cultural. Así, la conquista de esa representación y el ejercicio de la
sensibilidad consiguiente corresponden a unos niveles y a unas modalidades de
civilización.
Hay varias fuentes convergentes. Hay corrientes que nutren a la montaña de
contenidos desde fuera, ya sea desde perspectivas científicas propias -como medir
el peso del aire-, sociales -como refugio de un estado inocente-, culturales -como
canon estético y experiencia vital de lo sublime- o educativos -el aprendizaje de
la naturaleza, la formación al aire libre-. También la aventura y la exploración
alpinas conectan con los fondos de la epopeya polar, del océano solitario y de la
dura travesía del desierto3.
El sentimiento de la montaña confluye finalmente con el que es expresado en
los bosques, por ejemplo a mediados del siglo XIX, por Henry David Thoreau, y
con su significado ético de la naturaleza4. En este sentido son explícitas las líneas
rotundas con las que este autor abre su libro Walking: "quisiera hablar a favor de
la Naturaleza, de la libertad absoluta y lo agreste, en contraposición a la libertad
y la cultura meramente civiles, considerar al ser humano como un habitante o una
parte integral de la Naturaleza, más que como miembro de la sociedad". "Creo
en el bosque -añade luego-, en la pradera y en la noche en la que crece el grano".
"La vida coincide con lo agreste". Es la expresión de la percepción, inicialmente
contra corriente, disidente respecto al optimismo de la expansión antrópica, de la
frecuente superioridad del paisaje natural: "hoy en día, casi todo el llamado
progreso humano, como la construcción de casas y la tala de bosques y de todos
los grandes árboles, sencillamente deforma el paisaje y lo hace cada vez más dócil
y ordinario... la conservación del Mundo radica en la Naturaleza Salvaje". "A un
pueblo lo salvan tanto los bosques y pantanos que lo rodean como los hombres
que lo habitan". La Naturaleza es una necesidad de la civilización.
¿Cómo se vuelve cultura esta percepción de la Tierra? "¿Dónde está la literatura
que da expresión a la Naturaleza? -escribe Thoreau- Estaría representada por un
poeta capaz de poner a los vientos y arroyos a su servicio". No sería deseable, por
3 Es lo que crea unos ciclos literarios clásicos y tangentes. También lo señalé hace tiempo en "Ciclos
de viajes", Estudios Turísticos, 83, 1984, y en "Libros de viajes", Anales de Geografía de la Universidad
Complutense, 4, 1984.
4 Se pueden usar, por ejemplo, la edición de Walden en Everyman's Library, con varias reimpresiones
asequibles desde 1910, y las traducciones recientes de Colores de Otoño, Palma de Mallorca, Olañeta,
2002, y de Pasear, Palma, Olañeta, 1999.
Naturaleza y cultura del paisaje 55
des de las cosas, fuentes y árboles sagrados. En nuestros Pirineos, por ejemplo,
la etnografía ha recogido un abundante cuerpo de interpretación de la natu-
raleza realmente rico en tal mitificación.
La fundación del sentimiento moderno de la montaña y de la aproximación
intelectual a su realidad en nuestra cultura, arranca en los Alpes en los
naturalistas del Renacimiento, a mediados del siglo XVI, entre otros con Conrad
Gesner, con Josias Simler, con Aretius o el De Montium Origene de Valerius
Faventies. Gesner estaba tan fascinado ya por la naturaleza de la cordillera que
en su De Montium Admiratione de 1541 decía que "los hombres discretos,
movidos por pasión noble, observarán con los ojos del cuerpo y los del espíritu
los espectáculos de nuestro paraíso terrestre. Y no son los menores las abruptas
y elevadas cumbres de las montañas, sus pendientes inaccesibles, sus enormes
flancos erguidos hacia el cielo..." Ciertamente se suele mencionar a Leonardo
de Vinci como precursor en el acercamiento europeo renovado al paisaje de
montaña por su más o menos verosímil ascensión al Monte Viso. Realmente,
además de pintar excelentes paisajes montañosos, entendió de forma temprana
el papel de la erosión de las aguas corrientes en la formación de los valles y,
por ello, M. de Terán en 1980 resaltaba con acierto su aportación a su defensa
de la teoría fluvialista clásica, lo que fue una razonable manera de aproximación
a las formas del paisaje, pero sin entrar en otros aspectos.
Según G. Mazzotti 5 estos sabios fueron incluso vox clamantis in deserto. Otros
dudan incluso de que su entorno intelectual y social estuviera suficientemente
poblado por conceptos positivos de la naturaleza; así, el historiador J. R. Hale
escribe que la mayoría de las impresiones cultas del campo se circunscribían
a los caminos o al entorno de las ciudades, que la mirada era más bien práctica
y que incluso el viajero Erasmo "hace el camino a regañadientes": "la naturaleza
es algo ante lo que se refunfuña -demasiada fatiga, excesivamente nublado,
demasiado frío, un mar demasiado encrespado- y con lo que no se obtiene
placer casi nunca. La naturaleza es un vasto pasillo desagradable que une las
cálidas viviendas de los hombres" 6 . Pero, pese a estas posibles pautas, ciertos
testimonios claros indican también que ya se está formando en Europa un
minoritario patrón cultural "alpino", a la larga influyente en la percepción,
primero culta y luego más generalizada, de la montaña no sólo alpina, con un
primer ascenso en el siglo XVI, un descenso relativo en el XVII y un remonte
imparable desde el XVIII.
El descubrimiento del paisaje o, mejor, de la belleza del paisaje, ha sido sobre
todo atribuido al movimiento italiano personificado en Petrarca; es cierto que
el gran poeta expresó el goce del pensamiento en la naturaleza, formado por
5 Su interesante libro Introducción a la montaña, Barcelona, Juventud, 1952, fue muy leído, al menos entre
montañeros, en su momento.
6 J. R. Hale: La Europa del Renacimiento. 1480-1520. Madrid, Siglo XXI, 1973.
Naturaleza y cultura del paisaje 57
una mezcla de amor a los libros y de placer por la estancia en los montes y
bosques y junto a los ríos7. Francisco de Asís, Dante y Boccaccio completarían
esa primera aproximación italiana al paisaje natural. Pero la interpretación
habitual se basa en que esta concepción moderna de la naturaleza y concre-
tamente de la montaña se expresaría principalemente en la reflexión de Petrarca
en 1336 en su ascensión al Mont Ventoux, relatada en su Familiarum rerum libri,
IV,I8: "Altissimum regionis huius montem, quem non immerito Ventosum
vocant, hodierno die, sola vivendi insignem loci altitudinem cuopiditate
ductus, ascendí". Sin embargo, una lectura de este escrito original produce otra
sensación, sobre todo cuando, en la montaña y ante el panorama, tras la lectura
de un párrafo de las Confesiones de San Agustín, reprime inmediatamente su
admiración por lo que le rodea, sin superar la dualidad exterior-interior del
hombre: "Et eunt homines admirari alta montium... et relinquunt se ipsos". El
relato de la ascensión de Petrarca no contiene especiales vivencias ni descrip-
ciones del paisaje. Más bien es una parábola conducida para llegar a una lección
moral, de sabor arcaico en el sentido paisajista. La innovación hace 667 años
está tal vez en el mismo hecho de subir a una cumbre. Pero es en el fondo un
cambio abortado, al no vencer Petrarca la dualidad interior-exterior: "Tune vero
montem satis videsse contentus, in me ipsum interiores oculos reflexi, et ex illa
hora non fuit qui me loquentem audire donee ad ima pervenimus".
Podría decirse que la historia de tal dualidad no se superará con franqueza
hasta Victor Hugo en 1843". Hasta el tuétano, pues, del alma romántica, cuando,
en el Pirineo escribe: "Peu à peu le paysage extérieur, que je regardais
vaguement, avait développé en moi cet autre paysage intérieur que nous
nommons la reverie. J'avais l'œil tourné et ouvert au-dedans de moi, et je ne
voyais plus la nature, je voyais mon esprit". No cabe duda que la continuidad
del proceso cultural Petrarca-Hugo, por alusiones, está invocada, que el mismo
reto cultural ante el paisaje está por fin vencido.
De hecho, hay una frase del relato de Petrarca que emparentaría mejor con
una de las metáforas religiosas de San Juan de la Cruz, en la que interviene
también la ascensión a la montaña. Cuando Petrarca escribe: "la vida que
llamamos bienaventurada está en un lugar elevado y es estrecho, según dicen,
el camino que lleva a ella", lo asociamos inmediatamente a la misma raíz de
la "senda estrecha de la perfección" de la subida al Monte Carmelo de San Juan
de la Cruz, en cuya cima "solo mora la gloria y honra de Dios".
7 Por ejemplo, no debemos cansarnos en repetir: "Interea utinam scire posses, quanta cum voluptate
solivagus ac liber, inter montes et nemora, inter fontes et ilumina, inter libros et maximorum hominum
ingenia respiro", ya citado por Burckhardt.
8 Recomendamos la traducción de este texto en Francesco Petrarca: La ascensión al Mont Ventoux, 26
de abril de 1336, Vitoria, ARTIUM, 2002.
9 Les Pyrénées, Paris, Encre, ed. de 1984.
58 Eduardo Martínez de Pisón
10 Terán, M. de: Las formas del relieve terrestre y su lenguaje. Madrid,Real Academia Española, 1977.
11 He señalado ambos modelos respectivamente en "El Discurso de D'Arcet", Ería, 22, 1990, y en "El
origen de la inserción de la Geomorfología en la Geografía", Ería, 39-40, 1996.
12 Varias veces se han señalado estas observaciones de Leonardo, principalmente reunidas en el Códice
Leicester. Ver C. Zammattio: "La mecánica de la piedra y el agua" en L. Reti (éd.): El Leonardo desconocido.
Madrid, Taurus, 1975, y Leonardo da Vinci: Apuntes de Ciencias Naturales, Barcelona, Hacer, 1982.
Naturaleza y cultura del paisaje 59
del paisaje ha ido cambiando tanto como los gustos literarios. Cuanto más
regulada está la vida urbana, tanto más se desea lo imprevisible. Así, "en el
siglo XVII, nada les parecía más feo que una verdadera montaña"; en cambio,
a mediados del XIX, sus contemporáneos admiraban los mismos lugares
salvajes que se habían considerado aburridos doscientos años antes. En el título
del libro de C. E. Engel y Ch. Vallot, publicado en 1934, Ces Monts affreux...
(1650-1810)13, se acude a una expresión que fue común incluso en el siglo XVIII
para designar los Alpes y el Pirineo. Luego, en realidad, no hay tantos horrores
y su lectura permite asistir a un proceso de descubrimiento cultural de un
paisaje que, obviamente, llevaba mucho tiempo delante de los ojos de sus
pobladores y viajeros. Hay en el libro una selección de los pasos más
significativos de las diferentes tendencias culturales y personales reflejadas en
los escritores, de los cambios, en suma, en las miradas de los hombres, como
en tantas cosas.
Habrá, sin embargo, que esperar al siglo XVIII y sobre todo al XIX para que
el proceso de "sentir" las montañas en Europa tomara primero dinamismo,
luego forma de corriente minoritaria y, finalmente, carácter más extenso.
Entonces se encauzó como alpinismo y adquirió una entidad muy asociada a
esta práctica, pero enseguida se cruzó ya con el turismo y aquí es difícil
discernir quiénes sentían algo y quiénes nada.
En tal proceso hubo lógicamente también intención de hacer ciencia, por
ejemplo estudiando directamente los cráteres de los volcanes: una de estas
primeras aventuras fue realizada por A. Kircher14, quien, en 1638, estando en
erupción el Etna y el Estrómboli y con conatos de entrar en ese estado el
Vesubio, subió al primero y se asomó al interior del activo cráter del último
para observar el proceso desde dentro. Kircher quiso entrar en las mismas
fauces del misterio, para "contemplarlo directamente con peligro propio":
"encendido por que más el deseo de explorar todas las cosas..., subí al Etna,...,
para comprobar por propio experimento las maravillas que los historiadores
de todos los siglos habían escrito...".
Kircher veía la naturaleza como algo corpóreo, un organismo, y a éste como
una "inefable industria" cuyas oficinas y comunicaciones serían sus miembros
vitales, sus venas, etc.: "cuánta admiración ha invadido mi espíritu ante la
contemplación de estas cosas", concluía. En su obra más conocida, el Mundus
subterraneus (1665 y 1678) suponía -como otros autores de la época- la existencia
de un mar oculto en profundidad bajo los Alpes, del que manaban los grandes
ríos europeos, del mismo modo que los que existirían bajo cada una de las
distintas cadenas del globo, madres de aguas, así como una red de centros
13 C.-E. Engel y Ch. Vallot: Ces monts affreux, Paris, Delagrave, 1934, al que hay que añadir de los mismos
autores: Ces monts sublimes, Paris, Delagrave, 1936.
14 Entre otros, para una idea general, ver el libro de J. Godwin: Athanasius Kircher. Madrid,Swan, 1986.
60 Eduardo Martínez de Pisón
ígneos en el interior de la Tierra de los que nacerían los volcanes dispersos por
el mundo, los hogares de fuego. Este mundo, pensaba, es como un instrumento
musical, armónico como un órgano de la providencia. Es sabido que los
volcanes en actividad tienen un particular poder de fascinación, compartido
desde el nacimiento de la vocación de Buffon, que se dice que surgió al ver
"el espectáculo grandioso" de una erupción del Vesubio, hasta Darwin, que se
referirá al paisaje volcánico como dotado de una belleza superior: en la
apariencia del caos se revelan algunos de los patrones ocultos, las reglas
inteligibles del mundo.
Algún autor ocurrente escribía aún hacia 1730 que "amaría mucho los Alpes
si en ellos no hubiera montañas". Pero en el siglo XVIII J. J. Scheuchzer había
retomado la línea de Gesner tempranamente (1708) prefiriendo el libro del
mundo a los de las bibliotecas y llevando por primera vez a sus alumnos a los
Alpes a aprender directamente de la naturaleza, inaugurando así una línea
educativa que luego pasaría en el XIX por Tópffer, por Reclus y llegaría a
España con la Institución Libre de Enseñanza. Veía Scheuchzer 15 los Alpes
maravillado, como un museo vivo de la naturaleza que es preciso visitar y
enseñar, y de esa temprana actividad excursionista, didáctica y naturalista,
surgió en 1723 su obra Itinera per Helvetia Alpinas Regiones, puente entre lo
antiguo y lo nuevo, donde, pese a la observación directa en que se basa, todavía
aparecen dragones y misterios.
Un poema de A. de Haller16 que se divulgó en 1732, fue ya influyente en
la orientación de los gustos culturales de su época hacia la naturaleza y no sólo
hacia el refinamiento de los jardines: estos autores son descubridores de
paisajes que siempre habían estado delante de los ojos, de escenarios que las
miradas pragmáticas no habían dejado ver más allá de la necesidad o del
aprovechamiento. La sensibilidad anidará en otros niveles más cordiales del
hombre o en posos culturales formalizados y esparcidos en su primer momento
por los sabios y los poetas. El que explora la naturaleza aprende su belleza,
da nombre a cada cosa que la compone y reconoce en ella a su patria: "todo
lo más magnífico que la naturaleza ha formado -escribe De Haller- se descubre
con alegría siempre renovada desde la cumbre". Nadie duda de la importancia
de J. J. Rousseau en la apertura del gran peregrinaje hacia los Alpes, en busca
no sólo del paisaje y de las gentes, sino particularmente de la serenidad de
espíritu. Fue el escritor persuasivo. En realidad, la llamada es hacia los valles,
pero no poco de la atracción de las cumbres será también seguidora de aquel
temple. Para Rousseau el campo era su gabinete, pues es "entre los roquedales
y los árboles... cuando escribo en mi cerebro". Pero, como M. Ballerini17 ha
señalado, Rousseau fue más lejos: puso la montaña al servicio de sus teorías
sociales. En La Nouvelle Héloïse (1761) la montaña está al fondo como expresión
de la naturaleza, como refugio y también como albergue de una sociedad
cerrada, simple y honesta. Es la reserva de un ideal perdido en Europa. Es su
isla desierta y es la muestra, la figura de una teoría. Las gentes ilustradas que
sintieron inmediatamente la llamada de los Alpes acudieron, pues, al santuario
de la naturaleza, de los hombres y de las ideas.
Hay razones múltiples para que no se defraudaran. Pero la expresividad de
la convocatoria rousseauniana podría continuar funcionando: "la región es
poco frecuentada por los viajeros -escribe en uno de sus paseos-; pero cuán
interesante para los contemplativos solitarios que gustan embriagarse a placer
con los encantos de la naturaleza y recogerse en un silencio que no turba más
ruido que el grito de las águilas, el gorjeo entrecortado de algunos pájaros y
el fragor de los torrentes que caen de la montaña".
Y, a la admiración por lo habitado, sucederá pronto el entusiasmo por lo
inhabitable. Sus palabras anticipan a numerosos autores; ideas, sugerencias que
reaparecen en trasfondos o en relampagueos de Ramond, de Victor Hugo, de
Senancour o de Reclus. Hasta la Encyclopédie indicaba en 1765 que los sabios
deberán abandonar sus especulaciones de gabinete para ir a leer "el gran libro
de la naturaleza": "es escalando hacia la cima de las montañas escarpadas,
como arrancarán a la naturaleza algunos de sus secretos".
Pero, sin duda, la expresión del espíritu de las cumbres, que sube más allá
de los pueblos pintorescos, de las granjas apacibles, de las amables estaciones
termales, de los ambientes mágicos de los bosques, del espectáculo de las
cascadas y de los serenos escenarios de los lagos, es decir, la comunicación del
espíritu de los hielos suspendidos e inhabitables corresponde a Horace Benedict
de Saussure, en sus relatos y descripciones de sus viajes y las primeras
ascensiones al Mont Blanc (1786 y 1787). En el libro sobre el Mont Blanc de C.
Durier, de 188018, se escribía que, mientras otras eran montañas "santas", ésta
era sólo "la montaña símbolo", pues se la conoció muy tarde -pese a dominar
media Europa-, cuando ya habían pasado las adscripciones religiosas. Gracias
a ello, y con total justicia, en vez de cima sagrada vino a ser, así, la cima de
la razón. De esta forma el alpinismo se ligaría irremediablemente a las ideas
de ilustración. Las intenciones eran entonces subirla y medirla: es una cumbre,
pues, de nuestros tiempos. Pero además de los analistas, también tuvo
innumerables poetas. Símbolo, por tanto, de un cambio del espíritu de los
hombres. Un punto geográfico que va a representar la concordia de la razón
y la emoción.
Álvaro Cunqueiro comentaba en 1955 que había leído de joven los Viajes por
los Alpes19 y que, aunque los dioses de Saussure "se llamaban Linneo y Button",
se debería reunir su aportación ilustrada con la mirada romántica, diálogo que
le parecía particularmente interesante. Se ha indicado que movía a De Saussure
su pasión por la ciencia. No sólo a él sino a una peregrinación verdadera, a toda
una tradición de viajeros científicos en Chamonix desde 1741, a la que se
incorpora De Saussure en 1760, acudiendo solo o, mejor, con un compañero
inseparable: su barómetro. En fin, no olvidemos que esta pasión estaba extendi-
da20 y duró bastante: por ejemplo, a comienzos del siglo XIX L. Cordier subió
siete veces al Teide para medir su altitud con observaciones barométricas.
Todavía a mediados del siglo XVIII B. J. Feijoo anotaba que era "opinión común
que el Pico de Tenerife es el más alto del mundo" 21 , por lo que sus mediciones
tenían un sentido evidente. En cuanto a la fama de la altitud del Teide hay que
señalar que se le habían otorgado, entre otras cifras, hasta quince leguas en el
siglo XVI o diez mil toesas o veintisiete mil pies (todavía más de 8.000 metros)
en el XVII. Sin embargo, no se deducía tal elevación de los relatos de quienes ya
habían realizado su ascensión desde el siglo XVI. En 1704 Feuillée había puesto,
no obstante, la cota del Teide por debajo de la del Mont Blanc y el mapa de
Borda de 1766 le atribuía ya una altitud razonable (1.904 toesas o 3.713 metros).
En las mediciones de las altitudes de las montañas fue, pues, muy trascen-
dental la invención del barómetro de mercurio por Torricelli en 1643, pues
permitió su aplicación a esta finalidad. Pero fueron las experiencias de Pascal
poco después y, sobre todo, la ascensión que hizo su cuñado Périer en 1648 al
Puy de Dôme, midiendo sistemáticamente las distintas presiones de la atmós-
fera según iba subiendo a la montaña, lo que abrió la época de los barómetros,
del método de los registros del "peso del aire" y, con él, de las determinaciones
físicas directas de altitudes, que se sumarían a las obtenidas por otros
procedimientos perfeccionados en el siglo XVIII, como la nivelación geométri-
ca. Pero, como el uso correcto del barómetro requería multiplicar las observa-
ciones, de ello se derivó su fama de instrumento omnipresente en toda
ascensión. La medida de las altitudes constituyó así, en conjunto, el primer
proyecto de precisión de la geografía de las montañas 22 .
19 Una síntesis accesible y expresiva, aunque lógicamente incompleta, es la publicada como propia de
H. B. de Saussure, con el título: Premières ascensions au Mont Blanc. Paris, Maspero, 1979. El artículo
ingenioso de Alvaro Cunqueiro pertenece a su serie "Retratos y paisajes" y fue recogido en el libro
Viajes imaginarios y reales, Barcelona, Tusquets, 1986.
20 Son muchos los comentaristas históricos y científicos de las experiencias barométricas en las
montañas. Un bello libro con evocación de la época y un capítulo acertadamente titulado "La croisade
du baromètre", es el de G. Rébuffat: Mont Blanc, jardin féerique. Chamonix, Guérin, 1998. M. de Terán
abordó también esta historia en Del Mythos al Logos, Madrid, CSIC, 1987.
21 "Causas del atraso que se padece en España en orden à las Ciencias Naturales", Cartas eruditas, y
curiosas. Tomo II, Carta XVI de la edición de 1773.
22 Ver su contexto en A. R. Hall: La revolución científica. 1500-1750. Barcelona, Crítica, 1985.
N a t u r a l e z a y c u l t u r a del p a i s a j e 63
L a d i f u s i ó n d e la a s c e n s i o n al M o n t B l a n c p o r H . B . d e S a u s s u r e i n t r o d u j o la i m a g e n
d o m i n a n t e m e n t e g l a c i a r d e la alta m o n t a ñ a a l p i n a en la p e r c e p c i ó n c u l t u r a l ilustrada.
El m a c i z o d e l M o n t B l a n c : u n p a i s a j e s i m b ó l i c o d e la a l t e r i d a d e n el t e r r i t o r i o e u r o p e o
24Hay traducción en una colección popular, Austral, de Espasa-Calpe, n° 612. Lectura imprescindible
en estos asuntos.
66 Eduardo Martínez de Pisón
una teoría estética expresiva del cambio hacia el romanticismo que se iba
operando en la actitud cultural europea ante la naturaleza y la montaña. Desde
el inicio del escrito sostiene que "la vista de una montaña cuyas nevadas cimas
se alzan sobre las nubes, la descripción de una tempestad furiosa... producen
agrado, pero unido a terror; en cambio, la contemplación de campiñas floridas,
valles con arroyos serpenteantes, cubiertos de rebaños pastando... proporcio-
nan también una sensación agradable, pero alegre y sonriente. Para que aquella
primera impresión ocurra en nosotros con fuerza apropiada debemos tener un
sentimiento de lo sublime; para disfrutar bien la segunda es preciso el sentimiento
de lo bello. Altas encinas y sombrías soledades son sublimes: platabandas de
flores, setos bajos y árboles recortados en figuras son bellos. La noche es sublime,
el día es bello... Lo sublime conmueve, lo bello encanta... Lo sublime ha de ser
siempre grande; lo bello puede ser también pequeño. Lo sublime ha de ser
sencillo; lo bello puede estar engalanado. Una gran altura es tan sublime como
una profundidad... Un largo espacio de tiempo es sublime... La inteligencia es
sublime; el ingenio, bello... la emoción de lo sublime es más poderosa que la
de lo bello".
Distingue, además, tres modos de manifestarse lo sublime: terrorífico (la
soledad profunda del desierto), noble (el asombro tranquilo ante las pirámides
egipcias o las grandes alturas) y magnífico (la belleza sumada a lo sublime,
como en la iglesia de San Pedro de Roma). El rebasamiento de lo sublime
terrible se desviaría para él a lo fantástico o "romántico". Pero este movimiento,
en el que la raíz del sentimiento de lo sublime es clave y, por ello, irá asociado
a la apreciación de los grandes paisajes montañosos, cuajará bastante más tarde
como una construcción cultural propia de notable entidad.
En esta línea de cambio de perspectiva cultural, se ha escrito también sobre
la existencia a fines del siglo XVIII y en el XIX de una afinidad de gustos entre
la contemplación de la alta montaña y el aprecio de las arquitecturas góticas,
ambas como formas asociables o como ruinas sublimes de otros espacios y otros
tiempos de la tierra. Incluso, el Museo Nazionale de la Montagna de Turin
celebró en 1997 unas jornadas interesantes sobre esta cuestión, que se publi-
caron al año siguiente en un libro titulado Alpi gotiche, l'alta montagna sfondo
del revival medievale25. E. Castelnuovo y C. Natta-Soleri escriben en él que, tras
largo tiempo sin que los Alpes fueran integrados en el panorama cultural
europeo, las transformaciones que se operaron en el siglo XVIII dieron lugar
a una nueva estética de lo sublime que unía un resurgimiento del gusto por
el arte gótico -catedrales, restos de castillos- al descubrimiento, más allá de los
campos cultivados, de la violenta naturaleza de la alta montaña, como un
binomio de arquitecturas que semejan montes y montes que parecen arquitec-
turas. Hay muestras de ello más que suficientes en la literatura, en la pintura
25 Publicado por el Museo Nazionale della Montagna "Duca degli Abruzzi", Torino, 1998.
Naturaleza y cultura del paisaje 67
26 Vv. Aa.: John Ruskin e le Alpi. Torino, Museo N. della Montagna, 1990. P. A. Frey y L. Grenier (dir.):
Viollet-Le-Duc et la montagne. Grenoble, Glénat, 1993.
27 Ver la traducción de L. Ramond de Carbonnières: Viajes al Monte Perdido y a la parte adyacente de los
Altos Pirineos (1801-1804). Madrid, Organismo Autónomo de Parques Nacionales, Serie Histórica, 2002.
28 A. Monglond: "La jeunesse de Ramond", en Ramond: Voyage dans les Pyrénées, Lyon, Landarchet,
1927.
68 Eduardo Martínez de Pisón
gran escritor pensaba que la vista de los glaciares alpinos y los "impenetrables"
pórticos rocosos que los enmarcaban, arrastraban hacia ellos tanto los ojos como
el alma, ¿para qué recurrir a las sensaciones de lo infinito -se preguntaba a
continuación-, si aquí "lo finito" basta para colmar el espíritu?
Louis-François-Elisabeth Ramond de Carbonnières vivió en Francia entre
1755 y 1827, en plena transición cultural entre la ilustración y el romanticismo, y
también en los cruciales momentos políticos de la Revolución, que condicionó y
perturbó su vocación pirineísta entre 1790 y 1794. En ese estilo entre dos tiempos
exploró y describió con calidad el Pirineo entre 1787 y 1802 e incluso hasta 1810,
con especial dedicación al macizo de Monte Perdido, cuya cima alcanzó en 1802
siguiendo el estilo de De Saussure en 1787 en el Mont Blanc. Su obra abre el
pirineísmo y transmite una atractiva mezcla de actividad montañera, de observa-
ciones naturalistas metódicas, de capacidad artística y, especialmente, de excelentes
dotes literarias.
La obra de Ramond dedicada a Monte Perdido consta de tres aportaciones
distintas: una de ellas, titulada Voyages au Mont-Perdu et dans la partie adjacente des
Hautes-Pyrénées (en Paris, chez Belin) y publicada en 1801, el año anterior a su
subida a la cumbre, es de propósito científico y se refiere sólo a sus aproximaciones
a la montaña. Otra, de menor extension, es la que narra directamente esa ascension
en dos versiones con el mismo contenido pero con forma distinta, que datan de
1803 y 1804, inmediatamente posteriores, pues, a su llegada a la cima. La primera
versión de este relato se leyó en sesión pública del 19 de Floréal del Año XI y
apareció en el nB 83 del Journal de Mines de Thermidor, año II, con el titulo de Voyage
au sommet du Mont Perdu. Par L. Ramond, membre de l'Institut national. La segunda
se tituló Voyage au sommet du Mont Perdu. Lu à la séance publique de la classe des sciences
physiques et mathématiques de l'Institut national de France. Par le citoyen Ramond, y se
publicó en los Annales du Museum d'Histoire naturelle. En sus Voyages de 1801,
Ramond se aproxima a Monte Perdido por estimar que su cima es la más alta del
Pirineo -el otorgamiento oficial de este carácter al Aneto, aunque se apuntó desde
fines del siglo XVIII, es del año 1817- y porque, siendo tal, está formada por capas
de "mármoles" y de "areniscas", con sus fósiles correspondientes, lo que, en las
teorías de entonces, resultaba bastante intrigante. En los relatos de su "viaje", el
verdadero, a la cumbre hay los detalles esperables en él de los componentes
naturales de la alta montaña explorada (torrentes, peñas y glaciares) por el flanco
oriental del pico, con observaciones y mediciones científicas, geológicas, glacioló-
gicas y botánicas, con algún testimonio muy interesante sobre el estado glaciar del
macizo en aquel momento, y, además, algunos hallazgos literarios de primer orden
que marcan un gran estilo, sobre todo al final del relato de 1804, cuando se refiere
a los grandiosos "extremos de la Tierra" donde el observador tiene sobre sí "la
inmensidad del espacio" y bajo él "la hondura de los tiempos". Además, hay
referencias al macizo de Monte Perdido en otros trabajos de Ramond. Concreta-
mente a Gavarnie, Marboré y la Brecha de Rolando y sus nieves y glaciares, en
Naturaleza y cultura del paisaje 69
sus juveniles Observations faites dans les Pyrénées pour servir de suite a des observations
sur les Alpes, insérées dans une traduction des lettres de W. Coxe sur la Suisse, publicadas
en 1789 (en Paris, chez Belin) y reeditadas luego en francés y en otras lenguas.
Ramond admiró a Goethe y a Rousseau, lo que le preparó artística e intelec-
tualmente, e hizo un viaje a Suiza en 1777 que le influyó de modo determinante.
Este viaje ha sido calificado por Mayoux como "iniciático" y Avocat habla incluso
del "mito del helvetismo", como una imagen de referencia en la que participa
Ramond29. Pero acudió al Pirineo por casualidad, al estar al servicio del cardenal
de Rohan, que en 1787 se retiró a la estación termal de Barèges. Ramond subió
entonces e hizo recorridos por Gavarnie y por la Maladeta. Trasladó sus experien-
cias a las Observations de 1789 y en ellas nació la expresión en el Pirineo del
sentimiento de la montaña, con el rostro bifaz de la observación y la emoción, de
la ciencia y el sentido de lo sublime, de la aventura y de la actitud artística e
intelectual. En 1797 subió a la brecha de Tucarroya y quedó maravillado por el
espectáculo resplandeciente frente a él de la cascada de hielo del glaciar de Monte
Perdido y por las caracterísiticas geológicas del macizo: "No he visto nada, incluso
en los Alpes, más magnífico, nada, ni siquiera en las aproximaciones al Mont Blanc.
El Monte Perdido es calizo, realmente calizo, secundario. Cuerpos marinos en la
cresta de los Pirineos, ¡maravilloso fenómeno!" Volvió un mes después, el 22 de
fructidor: "los glaciares brillaban y la cima de Monte Perdido, resplandeciente de
claridades celestes, parecía no pertenecer a este mundo".
Charles Avocat resumía la vida de Ramond en cinco cuadros sucesivos: 1,-
admiración por Goethe, 2.- descubrimiento de los Alpes,3.- descubrimiento del
Pirineo, 4.- tribulaciones políticas revolucionarias, 5.- plasmación de una
personalidad mixta de sabio, escritor y montañero. Al internarse en las áreas
desconocidas de la cordillera, al penetrar en la altitud, adquirió un conocimien-
to directo, desveló el orden natural de las cosas y despejó aquí también las
dudas formadas desde las llanuras.
EL RENUNCIANTE
Las primeras escenas del libro de Goethe Los años de peregrinación de Wilhem
Meister (escrito entre 1807 y 1829) son también apropiadas al nuevo sentimiento
de la montaña: un paisaje rocoso, imponente y severo, en el que un niño expresa
su deseo de vivir en los bosques y en el que se encuentra, retirado, un
naturalista, sólo dedicado, sin fin práctico, al conocimiento de aquellas rocas.
Para aprender bien las cosas es preciso estar en sus propios dominios, donde
S e n a n c o u r , el p r i m e r g r a n i n t é r p r e t e d e l l e n g u a j e d e la m o n t a ñ a .
éstas te rodean, como quien aprende una lengua en el lugar donde se habla.
Es sólo en medio de las montañas donde se puede alcanzar el conocimiento
de las montañas, descifrar en sus rasgos físicos las letras con las que forman
palabras y, paso a paso, reproducir la escritura de la naturaleza. Ello conduce
a ser "renunciante" de otros ambientes. Esta senda se sigue no sólo por método,
sino también por decepción de los hombres. Uno de los personajes pregunta:
"-Pero ¿por qué ese gusto extraño, esta inclinación, la más solitaria del
mundo?". Y el naturalista "renunciante" responde: "-Precisamente porque es
solitaria".
Es E. P. de Senancour 30, también lector de Rousseau y de De Saussure, el
primer gran intérprete literario -fue a Suiza ya en 1789 y lo reflejó desde 1799
y 1804- del lenguaje cifrado de la montaña: "sobre los montes salvajes una
boldt en el Teide repiten la misma sensación: "la majestad del lugar -escribía
Humboldt- en la soledad profunda de estas altas regiones, en la extensión
inmensa que abarca el ojo desde la cima de la montaña... (las sensaciones)
actúan más en nosotros... por la inmensidad del espacio y por la grandeza".
Ruskin seguirá estas ideas hasta su límite: "cuanto más crece el carácter
montañoso de un lugar, más aumenta su belleza absoluta". En el Pirineo
Schrader sentirá allí con especial intensidad la soledad, el silencio, la luz, la
armonía, la grandeza, donde "toda concepción es sobrepasada".
¿No es ésta la línea que reaparece aquí y allá esporádicamente entre
nosotros, por ejemplo cuando Jovellanos escribe que en la montaña, donde "la
naturaleza es tan grande y vigorosa, todo contribuye a aumentar la sublimidad
de las escenas"? "El sol es aquí más brillante, los vientos más recios e
impetuosos, las mudanzas del tiempo más súbitas, las lluvias más gruesas y
abundantes, más penetrantes los hielos, y todo participa de la misma grande-
za... Todo es bello... Todo sublime, todo grande". Giner en el Guadarrama se
sumará a fines del XIX a la misma admiración y participará en el sentimiento
alpino de la montaña con la "impresión de recogimiento más profunda, más
grande, más solemne".
La vivencia de la naturaleza montañosa es una reunión de impresiones de
grandeza, de armonía, retiro, silencio, de quietud. La "armonía romántica"
expresada por Oberman se logra mediante una elección, la del retiro en los
"montes tranquilos", en la "calma absoluta" en la que parece que hasta el
mismo sonido "hubiera cesado de ser": "nunca el silencio ha sido conocido en
los valles tumultuosos: no es sino en las frías cimas donde reina esta inmovi-
lidad, esta solemne permanencia que ninguna lengua expresará, que la ima-
ginación no alcanzará". El lugar donde reside "una permanencia que nos
confunde". Allí, escribe Senancour en sus Rêveries de 1809 (R. XL), nada hay
que el hombre haya hecho.
En sus Rêveries, Senancour vuelve de diversos modos sobre las mismas ideas.
En la edición de 1799 (R. XVIII), recuerda directamente la conveniencia de la
severidad inmutable de los paisajes de la naturaleza alpina y la sencillez del
hombre entre ellos. El reposo salvaje, la paz, el sonido de los torrentes y el
silencio inexpresable, el fragor de los glaciares que funden, de las rocas que
caen y de la vasta ruina de los inviernos. En la edición de 1802 (R. XVII), vuelve
a la majestuosidad de las cimas alpinas entre las que puede encontrarse el mejor
asilo apacible bajo el cielo de Europa. Lugar para la paz del corazón y el encanto
de la imaginación, de formas austeras e inmensas, de pueblos antiguos y libres:
allí, donde todo es grande, nos aguarda una "aspereza sublime y a veces
deliciosa, sobre todo en la desgracia". Senancour escribe aquí como también
lo hará Humboldt en el mismo arranque de sus Cuadros de la Naturaleza31, al
referirse al placer obtenido ante tales paisajes: "a las almas entristecidas, de
preferencia, se dirigen estas páginas. El hombre que ha escapado de las
tormentas de la vida gustará de seguirme en lo profundo de los bosques, a
través de los desiertos sin límites y por la cordillera elevada de los Andes...
¡La libertad está en las montañas!" El inicio del libro de Reclus sobre la montaña
en 1880 está en la misma línea.
Senancour es consciente de que, más allá de cierto círculo, escribe aún contra
corriente, porque "muchas gentes tratan el gusto por las montañas como si
fuera una manía salvaje" y ven con indiferencia cualquier lugar, pensando sólo
en que les depare o no fortuna.
En la amenaza a lo permanente tiene también Senancour un momento de
desasosiego temprano. Porque tal vez llegue un día incluso no muy lejano,
piensa, en que esa naturaleza robusta pueda dejar de existir y todo suelo sea
modelado por la industria humana, un momento en que se altere la compo-
sición vegetal de la Tierra, se la esterilice y se debiliten las especies animadas;
y hasta es concebible que los ambientes naturales cambien por sí mismos hacia
la sequía o el frío y con ellos queden afectados los seres vivos, quede dañada
la armonía natural y se pueda alcanzar la muerte del globo. Recordemos que
estamos en 1802.
Humboldt viajó con el libro de De Saussure bajo el brazo y Darwin lo hizo
luego con el de Humboldt. Escribió el fundador de la geografía moderna en
su obra Cosmos32 sobre el sentimiento de la naturaleza frases hondas y firmes,
en las que desfilaban ya todos los grandes paisajes del mundo y que llegaron
a todos los hombres cultos: las nubes al pie del Teide, los bosques del Himalaya,
los hielos de los Andes, los volcanes, las mesetas o los relámpagos. Su fin era
buscar la unidad de leyes en la inmensidad de objetos naturales; como escribiría
antes de su expedición: "recolectaré plantas y fósiles, y realizaré observaciones
astronómicas. Pero éste no es el objetivo principal de la expedición. Intentaré
descubrir cómo interaccionan entre sí las fuerzas de la naturaleza y cómo
influye el ambiente geográfico en la vida animal y vegetal. En otras palabras,
he de buscar la unidad de la naturaleza". Los viejos mitos o la información
imprecisa serían sustituidos por los datos y razonamientos aportados por
quienes como Humbolt buscaban con rigor las leyes del mundo natural; como
lo había expresado Schiller en 1795, "el polo inmóvil en la eterna fluctuación
de las cosas creadas". Para ello indagó hasta la última piedra, la última planta.
Pero no era una mera actitud científica. En el campo de las letras, el escritor
Stendhal, a comienzos del siglo XIX se preguntaba también a sí mismo por qué
era tan extremadamente sensible a los paisajes.
32 En español, la traducción de Bernardo Giner y José de Fuentes: Cosmos. Ensayo de una descripción
física del mundo. Madrid, Gaspar y Roig, 1874 f P I).
74 Eduardo Martínez de Pisón
33 Es interesante el trabajo de R. Paulson: Literary landscape: Turner and Constable. New Haven-London,
Yale Univ. Press, 1982.
34 H. Honour: El Romanticismo. Madrid, Alianza, 1981.
76 Eduardo Martínez de Pisón
Hay unos soberbios cuadros de Turner de comienzos del siglo XIX, que
representan uno la caída de un alud y otro una tormenta de nieve, ambos en
los Alpes: tanto los temas como los efectos son dinámicos -un estado violento
de la naturaleza- y expresan una belleza artística propia -y magistral-, inspirada
en la montaña.
La segunda clave romántica, la geográfica, enlaza de hecho con la poética.
Por un lado, siguiendo una tradición científica de fines del siglo XVIII, que veía
las montañas como el lugar idóneo para estudiar la historia de la naturaleza,
el famoso geólogo francés Élie de Beaumont escribía: "Buscando coordinar los
elementos del vasto conjunto de caracteres por los cuales la mano del tiempo
ha grabado la historia del globo sobre su superficie, se ha hallado que las
montañas son las letras mayúsculas de este inmenso manuscrito, y que cada
sistema de montañas encierra un capítulo".
Pero, además, la mirada puesta en las cumbres sigue esa correspondencia
romántica paisaje-alma con un máximo de intensidad incluso fuera de la
literatura: también, así, la cima de un geógrafo como E. Reclus35 se despega de
la tierra, "inmutable en su reposo como si perteneciera a otro mundo", gigante
de anchos hombros cubiertos de hielo. Esta imagen antropomorfa enlaza
voluntariamente con la cultura clásica, que veía la metamorfosis de Atlas en
montaña con su barba y cabellera haciéndose bosques, sus huesos piedras, sus
hombros contrafuertes y su cabeza cumbre. El geógrafo que sube por las rocas
entre la niebla ve brillar repentinamente las gotas en suspensión con luz intensa;
mira a lo alto, donde la nube se ha desgarrado, y ve una cima que parece
despegada de la tierra, con una cresta que aparenta de plata por la nieve que
la cubre y de oro por el sol que la perfila.
Luego, como todos sabemos, buena parte de la geografía dejó de mirar a
lo alto, pero la influencia del talante de Reclus fue extensa y aún continúa viva.
Tuvo una formación alemana, se adscribió a la peregrinación científica por la
naturaleza, al estilo de Humboldt, subió al Pirineo como lo había hecho
Ramond, estaba emparentado con el gran pirineísta y también geógrafo
Schrader y ejerció con sus escritos, muy conocidos, un eficaz magisterio no sólo
sobre la faz de la tierra sino sobre la educación en el esfuerzo, en la justicia,
en la armonía de la naturaleza, en la solidaridad con el mundo.
En uno de sus libros comentaba en 186936 que los sabios se habían hecho
nómadas y que la tierra entera era ya su gabinete de estudio, desde los Pirineos
al Himalaya, porque para apreciar la montaña "hay que recorrerla en todos los
sentidos, subir a todos los peñascos". Pero, incluso, la experiencia final es mayor
porque "el escalador tiene más amor a la montaña cuanto más expuesto ha
37 Era una práctica escolar habitual a lo largo del siglo XIX el contacto directo con la naturaleza alpina.
En la edición de Garnier de los Voyages en Zigzag de R. Topffer, los editores indicaban que "en Suiza
está bastante generalizado que los colegios aprovechen las semanas de vacaciones para hacer un
recorrido por los cantones y los que hemos visitado este bello país hemos podido cruzarnos en las
gargantas o bajo los collados de los Alpes con alguna de esas alegres bandas de adolescentes".
38 Hay traducción casi contemporánea de J. Michelet: La Montaña. Barcelona, La Anticuaría, 1877,
segunda edición.
78 Eduardo Martínez de Pisón
T u r i s t a s e n el V e s u b i o a i n i c i o s d e l s i g l o X I X .
defectos y afearla. No debe, pues, ese hombre edificar rompiendo sus líneas,
borrando su color, disminuyendo su belleza, sino abstenerse o, al menos, buscar
su concordia con el paisaje. "Hay cimas -escribe- que profanaría toda arista de
monumento, todo saliente de construcciones humanas, y se siente una impre-
sión de verdadera repugnancia cuando arquitectos insolentes, pagados por
hosteleros sin pudor, edifican enormes guaridas, bloques rectangulares donde
se hallan inscritos los rectángulos de mil ventanas y en los que sobresalen cien
humeantes chimeneas frente a glaciares, montañas nevadas, cascadas o frente
al océano".
Pero ya se sube a las montañas en ferrocarril, añade, y se construirán
carreteras "para facilitar la ascensión hasta a los hombres ociosos y estragados...
se establecerán ascensores mecánicos junto a las paredes de los montes
inaccesibles en otro tiempo, y los que viajan por recreo se harán subir a lo largo
de los vertiginosos muros fumándose un cigarro y hablando de cosas escan-
dalosas". Y, al llegar a la cumbre, "el viajero que va en busca de emociones
encuentra allí bizcochos, licores y poesías a la salida del sol". Efectivamente,
desde mediados del siglo XIX algunos paisajes de los Alpes habían sufrido
fuertes modificaciones para retener industrialmente el turismo, arriesgando por
exceso de mercantilismo el mantenimiento del atractivo de esos lugares. A
principios del siglo XX se llegó incluso a proyectar nada menos que un teleférico
a la cumbre del Cervino, lo que provocó un enérgico movimiento social en
defensa de la montaña y, tal vez en algunos, no es seguro, un modo distinto
de entender el turismo de montaña.
F. Schrader escribirá en esta misma línea un famoso artículo, que publicó
el Club Alpino Francés en 1898, en el que trata la razón de la belleza de las
montañas39. En lo que ahora intentamos exponer, Schrader se refiere aquí al
carácter singular y espléndido de este mundo suspendido y a la inadaptación
a él de los instrumentos de entendimiento y de acción aprendidos en la llanura.
Esta consideración enlaza con la tradición cultural francesa, concretamente con
Senancour, pues éste decía ya que la lengua de los llanos no sirve para expresar
la alta montaña. Esta ejerce así una enseñanza complementaria. Para ello se
propagaría educativamente que es positivo acudir a sus paisajes. Pero, si este
propósito se traduce en sustituir los senderos por funiculares, la razón básica
de la visita se pierde, pues con ellos volvemos a hacer nuevas "llanuras" donde
había "montañas". En cualquier caso, dice Schrader, su uso se aceptaría sólo
para participar en determinados puntos del espectáculo paisajístico, como en
un "culto" común a la naturaleza. Pero no hay culto sin sentimiento, sin respeto.
"Que los hoteles reculen por debajo de la cima; que la cumbre sea siempre
39 F. Schrader: "A quoi tient la beauté des montagnes". Ann. Club Alpin Français, 1898.
80 Eduardo Martínez de Pisón
40La edición de 1885 en Paris, Calmann-Lévy, está bellamente impresa e ilustrada. Hay una excelente
traducción reciente en Desnivel Ediciones, 2003.
Naturaleza y cultura del paisaje 81
U s o del c l á s i c o e s t i l o
alpino de dibujo a
p l u m i l l a e n la Guida
dei Monti d'Italia.
Monte Bianco, d e R.
Chabod y otros,
Milano, Club Alpino
Italiano, 1968.
41 C. T. Dent : Mountaineering. London, Longmans, Green and Co., 1892. (Como comparación señalemos
que los primeros manuales españoles de montañismo fueron el de J. Fernández Zabala -Manual de
alpinismo, de 1910-, el de C. Bernaldo de Quirós -Alpinismo, en 1923- o, al final del decenio de los veinte,
el que se editó en Barcelona con el título de Excursionismo, del que fue autor José María Có de Trióla).
42 Les Anglais à Chamonix aux 18'"" et 19""' siècles. Musée Alpin, Chamonix, 1984.
43 Recomendamos ver las historias clásicas, como la de W. A. B. Coolidge: Les Alpes dans la nature et
dans l'histoire. Paris, 1913, y la de J. Grand-Carteret : Les montagnes a travers les ages. Grenoble, Libr.
Dauphinoise, 1903.
N a t u r a l e z a y c u l t u r a del p a i s a j e 83
44 R. Le Roy, J. Daures, R. Lefevre : Cent ans de peinture de montagne. 1898-1998. Paris, CAF, Soc. Peintres
Montagne, 1999.
45 E. Viollet-Le-Duc: Le massif du Mont Blanc. Paris, J. Baudry, 1876.
84 Eduardo Martínez de Pisón
48 Hemos atendido estos asuntos en varias ocasiones. Aquí seguimos el trabajo ya citado publicado
en la Sociedad Geográfica Española, 2002. Anteriormente hemos hecho acercamientos a los pirineístas,
por ejemplo, en la Gran Enciclopedia Aragonesa, Zaragoza, Unali, 1983 y sigs., en el libro El Alto Pirineo,
Zaragoza, Biblioteca Aragonesa de Cultura, 2002, en la obra en colaboración con S. Alvaro El sentimiento
de la montaña, Madrid, Desnivel, 2002, o en la introducción a la traducción de Ramond de Carbonnières
Viajes al Monte Perdido, op. cit., 2002. Para la historia montañera, ver entre otros M. Feliu: La conquista
del Pirineo, Pamplona, C. D. Navarra, 1977, C. Dendaletche: Cumbres pirenaicas..., Bilbao, Sua, 2002, y
los diversos libros muy documentados de A. Martínez Embid sobre el Monte Perdido, el Aneto, etc.
en Desnivel Ediciones.
86 Eduardo Martínez de Pisón
B/ De 1858 es el relato del Viaje a los Pirineos de H. Taine50, efectuado tres años
antes, plagado de inteligencia, en el que ironizaba con gran expresividad sobre los
tópicos de la corriente romántica del viaje a la montaña -en su versión pirenaica,
sobre la más bien prosaica base balnearia-, a la que se había sumado, del siguiente
modo: "no he sido el primero en escalar una montaña inaccesible; no me he
quebrado ni brazos ni piernas; tampoco he sido devorado por los osos; no he
salvado a ninguna joven inglesa arrastrada por la corriente del Gave... no he asistido
a tragedias de salteadores o contrabandistas... soy un hombre que vuelve de viaje
con todos sus miembros, lo menos héroe posible". Es decir, frente al escenario
(cumbres y abismos para los escaladores, fieras para los cazadores, torrentes en
los que sufrir accidentes, inglesas para experimentar aventuras, contrabandistas
para correr peligros) de un mundo tópicamente pintado como salvaje y pintoresco,
refleja otra realidad antiheroica que no rebasa en realidad la cota de los valles.
1.- Taine distingue, primero, entre habitantes y turistas. Los primeros quedan
definidos con poca piedad en la siguiente frase: "el interés magnánimo no
suele ser una virtud de la montaña". Los segundos, más que viajeros son
público conducido exclusivamente dentro de unos circuitos de visitas
repetitivos, con algunos puntos obligados: "-Usted viene de los Pirineos ¿Ha
visto Gavarnie? -No. -Entonces, ¿para qué ha ido a los Pirineos?"
2.- Luego hace un catálogo social de los frecuentadores de balnearios: en un primer
contacto, un viejo gentilhombre, un joven noble con manos suaves, una joven
inglesa con su madre, un español pálido, una dama moldava de voz metálica,
un abad con su alumno y una vieja dama en salmuera. Inmediatamente,
jurisconsultos, banqueros, burgueses cansados y aburridos, con "demasiado
dinero y muy pocos disgustos".
3.- Ahondando más descubre otra variedad: el turista amigo de un enfermo, que
lleva una vida paralela. Aquí clasifica un herbario pirineísta más peculiar:
los tipos de piernas largas "provistos de bastones" que se lanzan al monte;
hace Taine una parodia afilada del pragmático diario de un turista-escalador
de esta variedad: "15 de julio: ascensión al Vignemale. Salida a medianoche,
retorno a las diez de la noche. Apetito en la cumbre, excelente comida, pastel,
aves, truchas, burdeos, kirsch. Mi caballo ha tropezado once veces. Pies
despellejados. Rondó, buen guía. Total: sesenta y siete francos".
4.- Hay también otros tipos:
-los seres reflexivos y metódicos que siguen con docilidad su libro-guía;
-los excursionistas familiares con amor a la siesta y a las comidas en un prado;
-los turistas comilones, concentrados en la geografía gastronómica;
-los turistas sabios incapaces de tener una experiencia que sobrepase sus
métodos y análisis; y
-los turistas sedentarios que "contemplan las montañas desde sus ventanas...
leen su periódico tendidos en una hamaca. Después de esto dicen que han
visto los Pirineos".
C/ El tercer inventario es el que publicó H. Beraldi51 entre fines del siglo XIX
y comienzos del XX, probablemente el más citado. Según Beraldi había entonces
cuatro tipos de gentes que los frecuentaban:
-I a , los de las cimas, habituales sólo de la altitud;
-2Q, los de semi-cimas, "que buscan más lo pintoresco de la montaña y la belleza
de los miradores";
-3 , los que no salen de los valles; y
S
-4°, aquellos turistas para quienes los Pirineos se reducen a los casinos o los baños
termales.
Cada cual con sus diversas literaturas más o menos "pirineístas": 1.- libros de
cumbres, 2- libros de semi-cumbres, 3.- libros de valles, 4- libros de balnearios. Habría
que añadir: 5.- los sin-libros, evidentemente abundantes.
El pirineísta ideal de Beraldi sería el que, "cosa rara, sube, escribe y siente".
Beraldi daba así directrices sabias a una actividad que estimaba, más que sólo
deportiva, claramente cultural. Pero su historia del pirineísmo demuestra que no
le faltaban razones para considerar esta faceta una tradición, tal vez minoritaria,
pero bien implantada, pues a este tipo de pirineístas se debe una bella literatura
de montaña.
A lo largo del siglo XIX es esta variedad, junto a la creciente aportación científica
y las páginas dejadas por los escritores de oficio y viajeros ocasionales, la que ha
ido creciendo en implantación, en calidad de producción y en resonancia, mientras
otros tipos de la clasificación de Arbanère se mantenían en una corriente cultural
duradera (los paisajistas) o por una necesidad corporal básica ( los enfermos) o se
extinguían aparentemente por el cambio de circunstancias políticas (los "desgra-
ciados").
Además, recientemente se ha hecho una indagación y una muestra sobre la
contribución femenina al pirineísmo, en un interesante libro de M. Iturralde52. Las
primeras pirineístas que destaca desde el siglo XVI son contadas aristócratas que
también acuden desde Francia a los balnearios, especialmente a Cauterets, dentro
de la corriente social termalista. Realizan excursiones tópicas (Gavarnie, Lago de
Gaube, etc.) o sólo paseos, con una percepción prefijada por su época, que va de
los sublimes horrores a los lugares idílicos, etc., hasta que se implanta, ya en el
siglo XIX, una nueva actitud más personal y romántica, con un internamiento, en
particular desde 1807, en la alta montaña. Culturalmente este movimiento culmina
51 H. Beraldi: Cent ans aux Pyrénées. Pau, Les Amis du Livre Pyrénéen, reed. de 1977, 7 tomos.
52M. Iturralde: Mujeres y montañas... Madrid, Desnivel, 2002. Y N. Saint-Lèbe: Viajeras por el Pirineo,
Bilbao, Sua, 2002.
Naturaleza y cultura del paisaje 89
G e o r g e S a n d , el f u n d a m e n t o l i t e r a r i o del
pirineísmo.
con el viaje de George Sand (1825) y los perdurables efectos que dejó en esta
escritora. Montañeramente, el pico del Viñemal o Vignemale será el escenario de
una historia femenina especial, que se cerró con su ascensión en 1838 por Ann
Lister53. Entre estas contribuciones asociadas a la escritura pirineísta es singular la
de la famosa duquesa de Abrantes (maliciosamente llamada por otro escritor,
debido a las exageraciones de sus relatos, la duquesa de Abracadabrantes).
Los escritores ocasionales o intermitentes merecerían, sin embargo, una mayor
atención, a veces por sus agudezas, en otros momentos por la belleza de sus relatos
o descripciones. Es el caso especialmente de las notas del viaje de Victor Hugo
-ya citado-, pero es evidente que no se trata de asiduos, es decir, de pirineístas
estrictos. ¿Cómo convivían entre sí estas especies unas veces comensales y otras
antagónicas?
Recientemente A. Gabastou ha publicado una antología de esos viajeros
escritores54 que puede servir como muestra de concentración de una producción
esencialmente dispersa. El libro expresa una constante dualidad turismo / mon-
tañismo, desde las páginas de George Sand, surgidas de su viaje en 1825, con
53 A. Lister: Première ascension du Vignemale le 7 août 1838. Pau, Cairn, ed. de 2000.
54 A. Gabastou: Voyage aux Pyrénées. Urrugne, Pimientos, 2001.
90 Eduardo Martínez de Pisón
admiración por las cumbres, con gusto por la "soledad de los montes sublimes"
y disgusto por los gentíos ("es una lástima -escribe- no estar a solas o con gentes
inteligentes... al menos"). Es en las cartas de Viollet-Le-Duc en 1833 donde se
manifiesta esa oposición bañistas / montañas con más dureza: encantado por los
"horribles desiertos de nieve y rocas", tiene un rechazo intenso por las estaciones
termales: "están llenas de gente a la moda (fashionables)... de buena sociedad... estos
bellos, estos salvajes lugares no están incluso al abrigo de la especie más baja y
más mezquina de la sociedad, los ricos ociosos e ignorantes". Para la recepción de
esta clientela, esos balnearios han acondicionado la montaña hasta tal grado, dirá
Taine en 1855 en Eaux-Bonnes, que "nunca el campo fue menos campestre".
Desdeñoso incluso con la sociedad provinciana de Tarbes se mostraba Prosper
Mérimée a mediados del XIX: "no concibo -dice- cómo se puede permanecer entre
ellos durante un mes", en ambiente de "pequeñas querellas y pequeños asuntos".
Tal vez un testimonio tardío, de 1897, de Octave Mirbeau refleje la mirada del
bañista puro sin sintonía con la montaña y tampoco con los turistas: "pero quizá
perdonaría a las montañas ser montañas y a los lagos ser lagos si no añadieran
a su hostilidad natural el agravamiento de servir de pretexto para reunir en sus
gargantas rocosas y en sus riberas agresivas tan insoportables colecciones de todas
las humanidades".
Al hacer este repaso queda claro que, además de (o junto a) la historia
montañera, una clasificación actualizada del pirineísmo cultural de verdadera
entidad -es decir, el que entregó una aportación real a la montaña desde su propia
línea- podría contenerse y ordenarse en un esquema como el que expongo a
continuación.
Distinguimos sus componentes, pues, de las figuras de quienes tenían en esta
montaña su marco de vida, principalmente campesino -importante, pero cosa
distinta-, y de las actitudes del mero turista o curista o del solo buscador de proezas
o de juegos deportivos, desmarcados de este contexto.
Detallar los ingredientes de tal clasificación requeriría (o requerirá) al menos
un libro paciente: los puntos que siguen dan una idea del desarrollo de los
principales capítulos de ese trabajo que tengo como un próximo proyecto. Pero,
de momento, sin pasar de sus grandes rasgos, los asuntos básicos del catálogo
pueden ordenarse de este modo:
1.- Sin duda el Pirineo fue y es un excelente campo de conocimiento, lo que permitió
en primer término:
1-A.- Excelentes contribuciones orográficas\
- éstas son principalmente altimétricas y cartográficas -ambas constituyen
una producción típicamente pirineísta, recordemos a los geodestas o a
Saint-Saud y a Schrader-;
- pero también contienen descripciones de la alta montaña muy valiosas
entonces, y hoy como testimonio de su estado, hechas por numerosos
exploradores y excursionistas.
N a t u r a l e z a y c u l t u r a del p a i s a j e 91
ET DE LA RÉGION CALCAIRE
DES P Y R É N É E S CENTRALES
L a c a l i d a d c a r t o g r á f i c a del m a p a d e F. S c h r a d e r s o b r e el m a c i z o d e M o n t e P e r d i d o ( 1 8 7 4 ) .
3.- A todo esto, que constituye el cuerpo central y principal del pirineísmo,
coherente en su sustancia y cambiante en su proceso histórico, se añadió una
bella imagen (nuevamente Petit, entre otros muy característicos), una gran
literatura de viajes (Sand, Hugo, etc.), no necesariamente realizadas por pirineís-
tas habituales, y una tradición propia de libros-guía.
3-A.- Esta imagen cultural fue confeccionada en una parte por:
- aficionados montañeros, más o menos expertos, pronto agrupados en
sociedades, aunque con individualidades fuertes,
- y sustancialmente, en cuanto a su eco, por profesionales externos que se
Naturaleza y cultura del paisaje 93
Es decir, que además de disociar, hay también que asociar. Lástima que lo diga
en pretérito.
El pirineísmo se ha ido construyendo así como un verdadero campo cultural,
aunque de modo disimétrico: es necesario insistir en ello, tanto porque nuestra
aportación a su formación y desarrrollo fue escasa en su etapa clásica, como porque
las actuales tendencias en nuestra vertiente parecen depender más de los aprove-
chamientos turísticos que de otros principios. Sus caracteres pertenecen a un campo
cultural cuyo peso no es especialmente influyente ni en toda la práctica del
montañismo actual ni en las formas que ha tomado el acelerado proceso de cambio
de la misma montaña. Nuestra escasa aportación fue, cuando la hubo -casi siempre
a contracorriente-, sin embargo de calidad, como la de Lucas Mallada55. Nuestra
incorporación amplia fue tardía y, por tanto, extra o posbalnearia, aunque ha
conseguido altos niveles en montañismo y en ciencia, más que en expresión artística
y en la extensión de una mirada moral sobre la naturaleza.
Hoy, repetimos, pese a la ejemplar persistencia en el Pirineo francés de activos
grupos culturales que conservan y que crean "pirineísmo", sobre todo entre
nosotros el contagio de los conceptos y procedimientos turísticos, que impregnan
hasta algunos planteamientos del montañismo, es notablemente más considerable
que la influencia cultural pirineísta: su eco es mucho menor que el empuje de los
proyectos nada etéreos de las empresas de turismo deportivo. El pragmatismo
empresarial no tiene rivales y menos aún tan frágiles como las páginas de los libros,
por lo que goza de un ambiente social acrítico e incluso complaciente, cuando no
activamente incorporado a su impulso y a sus beneficios materiales. Sacudir esta
indiferencia cultural es, pues, bastante urgente.
En suma, aquella vieja idea europea que ha venido viendo la alta montaña desde
los llanos como el "lugar de la naturaleza", como lo otro, la expresión geográfica
próxima de la alteridad, llena de reverencia, ha avanzado tanto hacia el consumo
que se está borrando su diferenciación, su misma clave de maravilla. Al menos en
este aspecto, que no es desdeñable, han ganado los bañistas -o su espíritu-: lo "otro"
se está convirtiendo en lo mismo.
eruditos a la violeta, el criticado por Forner en sus Exequias -el desdén a la riqueza
cultural propia para sólo comprar la pobreza ajena- y hasta por el satirizado
por el P. Isla en aquella señora castellana que "amaneció contenta con su Doña,
/ y acostóse madama de Borgoña".
No obstante, podemos encontrar tempranamente una de sus primeras
declaraciones en los diarios de Jovellanos, cuando, por ejemplo, caminando por
Asturias en el año 1792, escribe: "Arriba tajo altísimo, horridísimo, pero
magnífico y sublime cuanto puede presentar la Naturaleza... El camino en este
paso es estrechísimo, abierto en la misma peña y por debajo de ella. A la
izquierda hay un pasamanos hecho de grandes ramas de árboles para que no
falte al objeto ninguna circunstancia de las que puedan hacerle singular... se
va un trecho con la peña sobre el sombrero, el río bajo los pies, la sorpresa bajo
la imaginación y el susto en el pecho..." Y sigue anotando: "La garganta por
donde corre el río es estrecha... Pico del Diamante y otros de increíble elevación.
Escenas augustas y sublimes" 56 . En 1793, en el Puerto de Pajares observa
Jovellanos el panorama y apunta en su cuaderno: "En un sitio tan señalado
como éste, donde la Naturaleza es tan grande y vigorosa, todo contribuye a
aumentar la sublimidad de las escenas. El sol es aquí más brillante, los vientos
más recios e impetuosos, las mudanzas del tiempo más súbitas, las lluvias más
gruesas y abundantes, más penetrantes los hielos, y todo participa de la misma
grandeza". Esta idea, como antes indicamos, es similar a la expresada por otros
autores como Rousseau; y la dirán de nuevo, con independencia unos de otros,
por circunstancias diferentes, autores como Senancour en los Alpes, Schrader
en el Pirineo o Giner de los Ríos en el Guadarrama. Se inserta con ella
Jovellanos, pues, en una línea eje del sentimiento de la montaña. "Todo es bello
-añade- a una y otra parte, todo sublime, todo grande". Y, por ello, nuevamente
como Rousseau, tras describir en 1794 un paisaje hermoso, "donde la soledad,
la calma y el silencio de todos los vivientes hacían la situación sublime y
magnífica sobre toda ponderación", reflexiona: "¡Hombre!, si quieres ser
venturoso, contempla la naturaleza y acércate a ella; en ella está la fuente del
escaso placer y felicidad que fueron dados a tu ser".
La actitud de los ilustrados españoles -más entusiastas que abundantes-
respecto a la naturaleza es paralela a la internacional y reaparece en sus
distintos escritos. Por ejemplo, a fines del siglo XVIII Viera y Clavijo escribe
con desasosiego en Canarias: "¡Cuántos viven y mueren en un territorio como
el nuestro, sin conocer lo que ven, sin saber lo que pisan, sin detenerse en lo
que encuentran!". "En el siglo en que estamos -contraponía Bowles en Madrid
en 1775-... sabios y hombres instruidos han hecho el giro del mundo para
conocer su figura... pasando para ello riesgos y trabajos increíbles... Si cono-
56G. M. de Jovellanos: Diarios (1790-1801). Publ. Real Instituto de Jovellanos de Gijón. Madrid,
Hernando, ed. de 1915.
96 Eduardo Martínez de Pisón
57 Feijóo se había hecho eco ya en su Teatro Crítico del estudio "moderno" de la naturaleza en el mismo
terreno: "en los montes, en los llanos, en las selvas, en los ríos, en los mares". Ver las interesantes obras
de J. de Viera y Clavijo: Historia de Canarias. Islas Canarias, Biblioteca Básica de Canarias, ed. de 1991;
G. Bowles: Introducción a la Historia Natural y a la Geografía Física de España. Madrid, Mena, 1775, y A.
J. Cavanilles: Observaciones sobre la Historia Natural... Castellón, Caja de Ahorros y M. P. de Castellón,
ed. de 1991.
58 A. Ponz: Primera subida al picacho del Veleta en 1754. Granada, Parque Nacional de Sierra Nevada, 2001.
N a t u r a l e z a y c u l t u r a del p a i s a j e 97
El P i r i n e o ( m a c i z o del B a l a i t u s ) .
con los viajes científicos a Canarias y América -la de Humboldt al Teide en 1799,
cuyo bicentenario en 1999 casi pasó desapercibido 59 -. Pero ambas supusieron
una extensión explícita del talante y del estilo de De Saussure en el Mont Blanc
a nuestras montañas, incluyendo a dos de éstas entre las más conocidas,
asociándolas a un gran personaje y a unos movimientos culturales y científicos
en alza, incluso en vanguardia. En la cima del Teide, Humboldt mira sobre su
cabeza la bóveda celeste, a sus pies las riadas de lava y, a su alrededor, un
escenario de desolación: el espectáculo sublime de los Alpes y el viejo modelo
cultural del mediterráneo Etna se renuevan en el gran volcán atlántico.
Sin embargo, no se puede ocultar la frecuente tendencia, presente en más
de una musa de nuestros poetas románticos, hacia lo "lóbrego", lo "trémulo"
o lo "cárdeno" y lo "fulmíneo", hacia los "relámpagos, las "bóvedas", las
"ráfagas" y los "huérfanos", con no escasos pasadizos y embozados 60 . Más, sin
duda, que hacia los horizontes alpinos, pese al tan admirado Victor Hugo. Por
poner un ejemplo, Zorrilla tiene ocasionalmente versos evocadores de paisajes,
como un "rincón de Castilla" en "Honra y vida que se pierden no se cobran,
mas que se vengan", o en la conclusión de "Recuerdo de Valladolid" o en "El
crepúsculo de la tarde" e incluso escribió una poesía en la que hace referencia
a la Sierra de Guadarrama, "la desierta sierra", a sus "mudas soledades", sus
"recónditos asilos", sus "canas cumbres" y sus "libres arroyuelos". Pero no es
ese el tono general.
En los mismos aspectos que antes hemos mencionado, el sentimiento de la
montaña toma realmente cuerpo moral con Giner de los Ríos y el movimiento
pedagógico de acercamiento a la naturaleza, particularmente vinculado a la
Sierra de Guadarrama. Desde los altos de las Guarramillas contemplaba Giner
el atardecer tras Siete Picos "en el más puro tono violeta, bajo una delicada
veladura blanquecina... No recuerdo -escribe en 1886- haber sentido nunca una
impresión de recogimiento más profunda, más grande, más solemne, más
verdaderamente religiosa" 61 . En la línea directamente derivada del pensamien-
to pedagógico de Giner de los Ríos, hubo incluso localmente una generación
montañera del 98: los "Diez Amigos Limited", cuya vitalidad entre 1898 y 1913
pusieron de relieve no hace mucho M. Titos y M. Ruiz de Almodóvar 62 . Aquella
asociación granadina de Los Diez Amigos Limited resulta ser, no la primera, pero
sí pionera respecto a la fundación de algunas otras similares españolas, al servir
de ejemplo evidente y al tener vinculación directa con los antecedentes
59 A. de Humboldt: Voyage aux régions équinoxiales du Nouveau Continent... Paris, T° I, 1814. Hay
traducción de la estancia tinerfeña: Viaje a las Islas Canarias, La Laguna, Lemus, 1995.
60 En el singular libro de J. Landa: Novísimo Diccionario de la rima, Barcelona, Ramírez y cía., 1867, se
recogen casi tres mil esdrújulos útiles para poetas.
61 Reproducido diversas veces. Una de las últimas en BILE, 34-35, 1999.
62 M. Titos y M. Ruiz de Almodovar: Los Diez Amigos Limited y los orígenes del montañismo granadino
(1898-1913). Granada, Comares, 1998.
Naturaleza y cultura del paisaje 99
63 Remitimos sólo a su último trabajo, en el que constan sus anteriores aportaciones. N. Ortega: Paisaje
y excursiones. Francisco Giner, la Institución Libre de Enseñanza y la Sierra de Guadarrama. Madrid, Raíces-
Caja Madrid, 2001.
64 G. Aznar: Viage a la Sierra de Gredos por su Polo Austral. Madrid, el Museo Universal, ed. de 1989.
65 R. Fernández Peña: "Diario de una excursión. Cien años después". Madrid, Peñalara, 504, 2003.
Naturaleza y cultura del paisaje 101
también en Gredos, Sierra Nevada, el Pirineo, etc., aparte del más conocido en
el Guadarrama, particularmente por M. Laguna y sus colaboradores 66 . López
Ontiveros recuerda igualmente los reconocimientos naturalistas fecuentes en
Sierra Nevada, "atalaya para paisajistas", aunque largo tiempo "desconocida
para los propios granadinos" hasta casi 188067, y M. Titos ha recopilado aquella
producción penibetista con esmero. Además, naturalmente, están las meritorias
ascensiones tempranas al Aneto (1855) y al Mont Blanc (1864) de Manuel de
Harreta, casi insólitas. En estos hechos, que pese a todo se presentan algo
aislados, parecen situarse, pues, los inicios de nuestro género alpinista, a veces
de interés literario.
Aparte del reconocido valor científico de la obra de Casiano de Prado 68 , sus
actividades indican un claro talante excursionista, aún inusual en su época.
Realiza en 1853 ya una temprana ascensión a los Picos de Europa, llamativa
porque había entonces en España pocos viajeros por las montañas propias, y
éstas no tenían en general caminos ni fondas que pudieran llamarse conforta-
bles. Incluso, más bien un forastero podía levantar sospechas en los lugareños.
Publicó el relato de esta ascensión en 1860, como una anticipación al desarrollo
del movimiento excursionista: si bien la aislada ascensión de Prado a los Picos
podría parecer poco destacable, vista en el generalizado vacío excursionista
español de la época, es significativa de su voluntad personal a contrapelo y de
su afán por enmarcarla en el estilo "alpinista" afianzado ya en Europa. Escribió
además Bernaldo de Quirós en 1921 que la Pedriza de Manzanares, descrita ya
por de Prado en 1864, sólo fue realmente frecuentada por montañeros a partir
de 191069. No obstante, como hemos indicado, nuestros contados naturalistas
ya se están internando ocasionalmente por las montañas hacia mediados del
siglo XIX, como los científicos que emprenden la confección del mapa geológico
de España, entre los que destaca de Prado, o algunos botánicos y forestales.
En un relato de Pedro Antonio de Alarcón hay incluso una referencia a los
naturalistas que acuden al Guadarrrama, como algo más o menos habitual, en
el año 1865.
Casiano de Prado se adscribió claramente al alpinismo, participando en la
actitud admirativa hacia el "sublime espectáculo" de la montaña, en la misma
66 J. Gómez Mendoza: " M á x i m o Laguna y la botánica forestal española". Vv. Aa.: Geógrafos y naturalistas
en la España contemporánea. Madrid, UAM, 1995.
67 A. López Ontiveros: "Naturalismo y naturalistas en Andalucía..." Ibid.
tendencia romántica del viajero alpino; desde 1835 había escrito, además,
incluyendo el estudio de la Geología en la exploración de las montañas: "Y las
almas generosas, las almas sedientas de impresiones profundas y de alta
meditación, ¿podrán dejar de aficionarse a la Geología? Esta afición o este amor
es el que hizo pasar a De Saussure toda la vida recorriendo los Alpes a través
de toda suerte de incomodidades y peligros; este amor es el que llevaba por
la cordillera de los Andes, por los montes de Himalaya, por la tierra entera a
Humboldt; por este amor se internaba Bukland en las más intrincadas y
temerosas cavernas naturales..."
Y añade ante las montañas, alineándose con Rousseau y Jovellanos: "nunca
como en la soledad de aquel sitio y en el silencio que me rodeaba el espectáculo
del cielo estrellado hizo en mi alma una impresión tan profunda y durante
algún tiempo permanecí como en un éxtasis". Y, como un anticipo de Giner
de los Ríos, reflexiona sobre el poder educador del medio natural: "¡Qué
escuela, vuelvo a decir, para el que quiera estudiar la geología, no en las aulas,
sino con el gran libro de la naturaleza abierto delante de los ojos!"
Las sociedades excursionistas catalanas son las primeras en constituirse
-desde 1876, poco después del nacimiento del club francés- y le parecían
ejemplares a Giner de los Ríos en una perspectiva regeneracionista; el geógrafo
Martí Henneberg 70 ha escrito además que, en esas fechas, la concepción de la
"muntanya" en Cataluña, además de excursionista, era también alegórica,
dentro de un sentimiento más general de afirmación cultural propia, como
escenario de una determinada entidad histórica y como depósito de un alma
colectiva recuperable en el conocimiento directo del territorio. Si consideramos
en este sentido la aportación de la Renaixença, la montaña del Canigó (2.784
m.) ejerció en ella un papel simbólico notable. Si tuvo un carácter mítico en el
oriente pirenaico no era del mismo tipo que el adquirido en el occidente por
el Pico de Anie (2.360 m.). Incluso, ya en el siglo XVIII, tuvo el otorgamiento
tradicional de la condición de lugar sagrado, pero fue en el "renacimiento"
catalán, particularmente pujante entre 1880 y 1890, cuando conoció su culmi-
nación como símbolo cultural con Jacinto Verdaguer, que publica su enorme
poema Canigó71 en el paso del año 1885 al 1886, "canto ciclópeo" con estilo de
"misa mayor", "himno y bandera" de un reencuentro con la identidad.
El sentimiento de la montaña aparece fundamentalmente en el Canto IV, "El
Pirineo", en el poema "Maladeta", madre en sus heleros de ríos como el Esera
y el Garona, en los cuales "al beso del sol brillan su yelmo y su coraza, / uno
es de nieve eterna, la otra de nieve helada". "Las águilas no pueden seguirlo
en su alto vuelo" y las nubes "se tumban a sus pies". "Ni aves ni flores crían
aquí las primaveras, / ventiscas son sus aves, sus flores los glaciares... islas de
roca enhiesta surgen de un mar de hielo; / cual almenadas torres de una ciudad
colgada... Trozos son de las cumbres, son huesos de montaña, / sillares de
muralla... ¿Por qué entre los abismos puso Dios tal grandeza?" La montaña es
como una sierpe deforme, con ropaje de niebla, que divide un continente:
"hielos y aguas la abrieron, tomó la cordillera / de la hoja del helecho la forma
gigantesca".
La extensión del excursionismo en el Guadarrama también partió de la
vertiente segoviana. Como muestra de las manifestaciones más tempranas de
este excursionismo, de raíz tan ilustrada como el madrileño, se suele mencionar
la ascensión a Peñalara en 1890 de un conocido estudioso de esa ciudad
castellana, Félix Gila. Pero ya antes existía afición al montañismo en esta
vertiente de la Sierra; por ejemplo, en la guía de 1884 del Real Sitio de San
Ildefonso que escribieron los ingenieros de Valsaín R. Breñosa y J. M. Caste-
llarnau 72 , se describen los alrededores serranos de La Granja de modo natura-
lista y se proponen algunos "paseos y excursiones", entre los que se recomienda
subir a la cumbre y a la Laguna de Peñalara por un recorrido de treinta
kilómetros y nueve horas de duración. Al referirse los autores a esta laguna
dicen que el lugar "todos los veranos se ve visitado por numerosos expedicio-
narios", lo que indica una afición excursionista aparentemente ya arraigada.
También describen una excursión a Siete Picos de treinta y cinco kilómetros y
nada menos que once horas seguidas de marchas y cabalgadas -¡sin paradas,
aclaran!-, lo que puede considerarse "montañismo" sin reservas. Este comen-
tario nos debería llevar a considerar la obvia y abundante aportación forestal
y forestalista al tratamiento y conceptuación entre nosotros de la montaña; pero,
como el asunto es de tan abundante y diverso contenido y la cuestión ha sido
tratada en extensión por otros autores, solamente nos permitimos señalarla aquí
y remitimos a sus conocidas sistematizaciones 73 . Como símbolo, citaré sin
embargo el sentido didáctico del amable escrito de R. Codorniu Doce árboles,
cuando dice: "miremos con respeto los árboles de la cumbre" 74 , los que, aunque
no sirvan para mástiles, poseen la nobleza de la vida en lo difícil.
Así pues, volviendo al asunto anterior, es visible que la modalidad monta-
ñera institucionista o la del 98, aunque conectada con el excursionismo catalán
y hasta deudora de su primer ejemplo, era ajena a condicionantes particulares
regionalistas y estaba movida en sus fundamentos por modelos propios,
72 R. Breñosa y J. M. de Castellarnau: Guía y descripción del Real Sitio de San Ildefonso. La Granja, ícaro,
ed. de 1991.
73 Ver J. Gómez Mendoza: Ciencia y política de los montes españoles (1848-1936). Madrid, ICONA, 1992.
Un ejemplo concreto interesante de esta perspectiva es Vv. Aa.: Centenario de la Ordenación del monte
"Pinar de Navafría". Segovia, Comunidad de Villa y Tierra de Pedraza, 1998.
74 R. Codorniu y Stárico: Doce árboles. Murcia, El Tiempo, 1914.
104 Eduardo Martínez de Pisón
75 Ver E. Martínez de Pisón: "Sobre la identidad cultural de la Sociedad Peñalara". BILE, 34-35, 1999.
127 Realmente habría que leer la obra entera de Unamuno para dar cuenta de la entidad de la montaña
en su pensamiento. En lo que concierne más a lo que ahora mencionamos hay expresiones muy directas
en ediciones bastante asequibles, por ejemplo: Por tierras de Portugal y de España, Madrid, Espasa-Calpe
(Austral, n 9 221), con artículos fundamentales como "Excursión" o "El sentimiento de la naturaleza";
también Andanzas y visiones españolas, Madrid, Alianza (Bolsillo, n° 1367), con " D e vuelta de la cumbre",
"El silencio de la cima", "Al pie del Maladeta", la poesía "En Gredos", etc.; igualmente en Paisajes del
alma, Alianza-Bolsillo, n° 725. Establecí un marco de estas ideas, al que remito, en el libro Imagen del
paisaje. La Generación del 98 y Ortega y Gasset, Madrid, Caja Madrid, 1998.
Naturaleza y cultura del paisaje 105
naturaleza en la obra de Enrique de Mesa, La naturaleza en la obra de ]uan Ramón Jiménez y La naturaleza
en la obra de Antonio Machado, editadas en Madrid por ICONA, las dos primeras en 1992 y la tercera
en 1989.
106 Eduardo Martínez de Pisón
tardes madrileñas / que yo Veía en el azul pintada"; el que Mesa miraba también
añorante desde el arrabal: "por la bocana / de la calle, que hiende el caserío,
/ blanca y azul, lejana, / la Sierra". Montaña consoladora desde los balcones
o las calles de la ciudad y desde las ventanillas de los trenes de cercanías, telón
de fondo repetido: "por donde el tren avanza, sierra augusta, / yo te sé peña
a peña y rama a rama", decía Machado. Pero no fue aquella visión del
Guadarrama una opción diferenciada de la surgida del romanticismo alpino,
como parecería desprenderse del artículo sobre el "Alpe y la Sierra" de Ortega80,
sino su plasmación posible en la montaña a mano: como ejemplo directo
podemos recordar que, en el folleto que escribió Bernaldo de Quirós en 1926
para la presentación de una conferencia en Madrid sobre el Everest por el
general Bruce, comparaba los ventisqueros y las cumbres de "nuestro Guada-
rrama" con la grandeza de todas las montañas 81 .
Cuando los escritores entraron en la montaña oyeron un mensaje de palabras
escondidas: "barrancos hondos / de pinos verdes donde el viento canta".
Vuelven soñando la borrasca de las peñas y "la delicia de las trochas duras",
el ruido del planeta, la voz del agua que pule las uñas de piedra de la Sierra.
Los poetas devuelven entonces en el ritmo de las palabras la melodía que
aprendieron entre los bosques, mezclando su voz en el concierto espontáneo
del aire y de la piedra. Enrique de Mesa concentra este sentimiento en una
expresión que compartiría cualquier madrileño que sueña la montaña desde
la agitación de las calles: "corazón, vete a la sierra / y acompasa tu sentir / con
el tranquilo latir / del corazón de la tierra". Gracias al arte -añadamos los
pintores de montañas, Morera, Beruete, Martínez Vázquez, etc.-, cada vez más
lectores sienten formuladas en palabras y en imágenes sus emociones y su
sensibilidad, a la vez personales y participadas82. Entre algunas de estas
referencias hay una frase particularmente explicativa que colocaba a Giner
como desvelador de la sierra y como maestro con significado montañero: "fue
para nosotros -escribía Bernaldo de Quirós en la revista Peñalara en 1915- el
revelador del Guadarrama y quien le mostró a las generaciones actuales como
una gloriosa belleza para la que éramos ciegos". Quien introdujo, pues, aquí
nuestra cultura en la corriente ya desarrollada en Europa que había desvelado
la belleza y el sentido bienhechor de las montañas. Es decir, quien, como había
hecho de Saussure unos cien años antes en el Mont Blanc, hizo "ver" como
paisaje también en el centro de la Península lo que, aunque "siempre" había
estado obviamente allí, había pasado insuficientemente apercibido o incluso fue
desdeñado o sólo representado como perfil de fondo de la imagen de terrenos
llanos más inmediatos.
80 He comentado diversas veces este significativo ensayo, entre ellas en Imagen del pisaje... Op. cit.
81 "Conferencia del General The Hon. C. G. Bruce" y sig., Residencia, I, 1, 1926.
82 Ver Vv. Aa.: Madrid y la Sierra de Guadarrama. Madrid, Museo Municipal, 1998.
Naturaleza y cultura del paisaje 107
Entre los artistas pioneros hay que distinguir al discípulo de Haes, Jaime
Morera, por su afán en introducirse en fecha temprana - q u e arranca en 1890-
en los mismos paisajes invernales, en ascender a las nieves y cumbres de la
Sierra de Guadarrama e incluso por plasmar su experiencia en un libro. Cuenta
en él Morera que una serrana, viendo como pintaba absorto en pleno campo,
le lanzó el siguiente comentario: -"Usted siempre al vicio". Un hermano del
pintor parece expresar ese empuje hacia la montaña en estos versos: "y allí
donde llegara con mis ojos / que pudiese poner mi libre planta; / ver lo que
pasa en la región ignota / en que el trueno retumba, el rayo brota, / la nieve
en copos cuaja" 83 . El propio pintor señala en el mencionado libro su "proyecto
de internarme en la Sierra para admirarla en todo su esplendor y tratar de
robarle sus secretos" 84 .
Esta percepción, día a día más madura, se derrama igualmente a la
geografía de comienzos de siglo: dos ejemplos claros vocacionales son Ober-
maier, por un lado, que estudia, uno tras otro, los relieves interiores de nuestros
altos y entonces mal conocidos macizos -Guadarrama, Gredos, Picos de Europa,
Sierra Nevada, Pirineo-, y, por otro, el gineriano Bernaldo de Quirós, que
-distante de cierta moda "social" de la Sierra- afirma explícitamente, además,
el gusto montañero, entonces en expansión, por la "alta montaña, desnuda y
desolada". Otra prueba cultural de este interés es la publicación de una amplia
antología poética española sobre la montaña, desde el Arcipreste hasta el siglo
XX (una línea más bien intermitente y sin direcciones definidas), por J. García
Mercadal, titulada Los cantores de la Sierra85, en un año tan poco propicio a tales
menesteres como lo fue el de 1936. Pero, como decimos, no todo el acercamiento
tenía este carácter: por un lado, el frivolo y, por otro, el descrito por el escritor
madrileño Corpus Barga, cuando hablaba por los años treinta de las muche-
dumbres que ya acudían al Guadarrama los domingos y "dejaban abiertos
todos los cajones de la Sierra" 86 .
Obermaier fue un pionero de la ciencia geográfica española, movido por
resolver uno de sus problemas importantes, la extensión y la edad del
glaciarismo cuaternario, pero también parece que por una evidente afición a
las montañas. Hugo Obermaier era de origen alemán, pero ejerció su actividad
científica en España. En 1914 la guerra europea lo dejó aislado en nuestro país,
donde se integró en el Museo de Ciencias Naturales y en la Universidad de
Madrid, y la guerra civil española le sorprendió en un viaje al extranjero, por
lo que se refugió en Suiza, donde murió en 1946. Los trabajos de Obermaier
87Un marco aclaratorio de esta labor científica puede verse en E. Martínez de Pisón: "La primera
Geomorfología española". En Vv. Aa.: Geógrafos y naturalistas en la España contemporánea. Madrid,
Universidad Autónoma M., 1995.
Naturaleza y cultura del paisaje 109
88Ver J. Fernández: El hombre de los Picos de Europa. Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa: fundador de los
Parques Nacionales. Madrid. Org. Aut. Parques Nacionales, 1999.
110 Eduardo Martínez de Pisón
89 Ver la expresiva antología gráfica y escrita del libro de Samivel y S. Norande: Montagne paradis ou
le rêve romantique. Paris, Arthaud, 1988.
90 Hay una curiosa y temprana guía para glaciaristas de E. Haller: Instruction pour les voyageurs qui vont
Roca (Gavarnie).
Hielo (Vignemale)
112 Eduardo Martínez de Pisón
Lago (Estañes).
rocher, de 191192. Con referencia al Pirineo central decía que son las masas
rocosas de la montaña las que le otorgan sus rasgos dominantes, por su
frecuencia en el paisaje, por la masividad de sus volúmenes, por su papel
directo en la variedad de las pendientes, por los dibujos internos que toman
en función de sus planos de disyunción, como son las fisuras procedentes de
la fracturación, esquistosidad y estratificación, que pautan sus superficies y
abren sus conjuntos en poliedros. La erosión se adapta a una trama sistemática:
la forma pétrea de la montaña no es caótica sino ordenada, en seguimiento
preferente de una geometría interna en la roca. La forma responde a la
estructura. El relieve no es sólo el soporte de los demás elementos y dinámicas
del paisaje, sino su clave configuradora, su hecho escénico fundamental.
Está de nuevo esta interpretación explícita en el libro de E. Viollet-Le-Duc
Le Massif du Mont Blanc93, de 1876, que muestra una montaña arquitectónica-
mente entendida. "Ainsi -escribía-, le large plateau de protogyne du Mont
Blanc n'offre plus aux regards que des prismes, des pyramides, des aiguilles",
la montaña aparece como una masa similar a "une sorte de construcction toute
composé de fragments", "réunions de rhomboèdres, des déchirures", que
94 M. Gaston: Images romantiques des Pyrénées. Pau, Les Amis du Musée Pyrénéen, 1975.
114 Eduardo Martínez de Pisón
Hombres (Fanlo).
Naturaleza y cultura del paisaje 115
fija su atención más en los seres vivos que en las formas de relieve, de modo
que atiende más al concepto de buitrera que al mismo cañón en que las aves
habitan, a los Picos de Europa más como ecosistema del bosque atlántico que
como los llamativos riscos que realmente son, etc.
El bosque, lo silvestre como expresión del espacio natural del que participa
la montaña está muy presente en las raíces culturales de la naturaleza en
norteamérica -Thoreau-, En Europa, aunque la alta montaña es la clave del
patrón, las laderas medias forestales, incluso los bosques seminaturales o
rústicos, pertenecen sin duda también a esa imagen. Hay interesantes asocia-
ciones y diferenciaciones tradicionales entre monte y montaña en nuestra
propia lengua, que incluso alcanzan, por ejemplo, a la distinción en los Andes
peruanos entre "ceja de montaña" como bosque, "sierra" y "cordillera" como
orografía y "nevado" como pico glaciar, que nos llevarían a unas considera-
ciones más largas aún de las que ya nos estamos permitiendo 95 .
En cualquier caso, la mirada interesada de la sierra-recurso desde el llano
desarbolado ha asociado perceptivamente con frecuencia en España la monta-
ña-relieve con el monte-bosque: el ejemplo de la imagen de la falda boscosa
del Moncayo desde la desnuda depresión inmediata del Ebro o el de la montaña
cantábrica desde los páramos desabrigados -entre tantos otros- son suficien-
temente expresivos. Así se dice también que hay sierras llamadas "morenas"
por su coloración vegetal; y se habla de "selvas" en el Pirineo aragonés, propias
de montañas húmedas contrastadas sobre el ancho valle, en el que hay que
alcanzar los sotos fluviales para reencontrar arboledas; o de "monteverde" en
Tenerife, generoso intercalado en la ladera entre la terrosa sequedad basal
insular y la aridez sobre las lavas de la cumbre, etc. La montaña, efectivamente,
está asociada tradicionalmente entre nosotros en numerosos casos a la misma
posibilidad del bosque.
En los Alpes recordábamos a Rousseau y a Haller. Hay un largo capítulo
sobre botánica de montaña, que forma una aportación científica y una línea
cultural definidas. Constituye la contribución al desvelamiento de un mundo
también nuevo, por explorar naturalísticamente 96 . En Ramond, por ejemplo, es
intensa y explícita, como en tantos otros, esta razón en sus ascensiones97. Incluso
significa una extensión de una afición, de un gusto más amplio entre los viajeros
por las llamativas flores de los prados y gleras, por la variedad de ambientes
de las plantas en arroyos, riscos, lindes de glaciares, collados ventosos..., por
95 Remito a lo escrito por M. de Terán y recogido en Del Mythos al Logos, Madrid, CSIC, 1987, y por
J. García Fernández: "De la percepción del hecho montañoso: en torno a las palabras 'monte-montes'
y 'montaña'", Estudios Geográficos, LI, 199-200, 1990.
96 A veces con tal exclusivismo como el caricaturizado por H. Taine en su Voyage aux Pyrénées, Paris,
Hachette, 1880.
97 Ver Louis Ramond de Carbonniéres: Herborisations dans les Hautes-Pyrénées, Toulouse, Rando éd., ed.
de 1997.
116 Eduardo Martínez de Pisón
98 Decía Guido Moggi que las flores han sido uno de las causas evidentes de la fascinación ejercida
por las montañas. G. Moggi: Guía de flores de montaña. Barcelona, Grijalbo, 1985.
99 J. Ortega y Gasset: Obras completas, Madrid, Revista de Occidente, 1946-1962.
100 J. Giono: El hombre que plantaba árboles. Palma, Olañeta, 2000.
101 N. Broc: Les Montagnes vues par les géographes et les naturalistes de langue française au XVIII siècle. Paris,
Bibliothèque Nationale, 1969.
102 p o r ejemplo, aunque fronterizamente, H. Gaussen en Les Pyrénées. De la Catalogne au Pays Basque.
Toulouse, Agra, 1933.
ira jy[ vVillkomm : Granada y Sierra Nevada. (1847). Granada, Fund. Caja de Granada, ed. de 1997; y Las
sierras de Granada (1882). Granada, Caja de Ahorros de Granada, ed. de 1993. Ch. E. Boissier: Viaje
botánico al sur de España durante el año 1837. Granada, Fund. Caja de Granada, ed. de 1995.
Naturaleza y cultura del paisaje 117
104 El trabajo de L. Leresche y de E. Levier: Deux excursions botaniques dans le nord de l'Espagne et le
Portugal, se publicó en Lausana en 1880.
105 M. Laínz: "A propósito de un centenario". Gijón, Torrecerredo, T 5 IV, 16-19, 1979-1980.
i» Yer C. Sanz Herráiz: "La ciudad de Madrid y el conocimiento científico de la Sierra de Guadarrama",
en Vv. Aa: Madrid y la Sierra de Guadarrama. Madrid, Museo Municipal, 1998.
118 Eduardo Martínez de Pisón
107 Ver J. Gómez Mendoza: "Máximo Laguna y la botánica forestal española", en Vv. Aa: Geógrafos y
naturalistas en la España contemporánea. Estudios de historia de la ciencia natural y geográfica. Madrid, UAM,
1995.
108 J. Gómez Mendoza: Ciencia y política de los montes españoles (1848-1936). Madrid, ICONA, 1992.
109 M. Laguna y P. de Ávila: Flora forestal española. Madrid, 1883.
N a t u r a l e z a y c u l t u r a del p a i s a j e 119
hay en el apéndice de nuestra ley de espacios protegidos, sin ir más lejos. Pero
podemos ir incluso al nacimiento de la idea de "parque nacional" aplicada a
Ordesa por Lucien Briet110. En sus artículos y libros hacia 1909 Briet hablaba
de la conveniencia de no devastar los bosques de Ordesa, entonces víctimas de
estragos, y por ello de la necesidad de su defensa, ya que "el valle de Ordesa
es la leñera del valle de Broto" y, "si aguzamos el oído, escucharemos golpes
de hachas que retumban en nuestro corazón". Lo que era, pues, imprescindible
para Briet era respetar la "venerable selva de los Pirineos" y, para ello había
que proteger ese valle, ante todo de sus leñadores. En 1914 Schrader hablará
igualmente de Ordesa con tono conservacionista a partir de la observación
apesadumbrada de sus "troncos abatidos" y abogará por encontrar un medio
de respeto a aquella naturaleza, asimilada a sus bosques.
Sin duda el paisajismo más amplio de ambos pirineístas, la interpretación
glaciar que hizo Obermaier de las altas montañas peninsulares -que influyó en
la formación de otro modelo científico de valoración de sus paisajes-, el
entendimiento de la montaña por un alpinista audaz como Pedro Pidal en la
misma fundación de nuestros Parques Nacionales -pese a sus contradictorias
afirmaciones sobre los paisajes sin árboles ahí está su pasión por el Pico Urriello
y por las cumbres de Covadonga-, y la perspectiva lógica del geólogo Hernán-
dez-Pacheco al frente de los espacios protegidos españoles en su etapa de
arranque contribuyeron a formar un concepto más completo y escénico del
sentido de la conservación de la naturaleza de la montaña.
En cualquier caso, añadamos dos matices a este elemento del escenario: por
un lado, el bosque tupido crea un paisaje propio, circunscrito a su interior, que
sustituye al general de la montaña con su atmósfera y sus distancias internas,
un paisaje de sombra o de atenuación de la luz, tanto más suyo en nuestras
montañas, con frecuencia luminosas, y tal vez con apariencias más semejantes
-salvo en su carácter geográfico- a las de otros bosques en otras fisiografías que
a la del paisaje montañoso estricto. (Decía John Steinbeck en Sweet Thursday que
esas arboledas oscuras parece siempre que guardan un trozo de la noche
durante el día). Y, por otra parte, en países de colinas y llanos más forestales,
su contraste -aunque no sus diferencias- con las regiones del entorno de la
montaña queda atenuado. Esto puede coincidir con lo descrito por Marguerite
Gaston sobre los pintores románticos del bosque pirenaico111, elegido con
frecuencia como una imagen más de esta montaña, aunque "severo y miste-
rioso, aparece como un todo". Constituye un reto habitual del paisajista la
buena resolución de los follajes, de cualquier paisajista y en cualquier arboleda,
no necesariamente en la montaña. El estudio de un árbol bien logrado es la
afirmación de un buen pintor paisajista. Restos de tormentas y escenas
110 L. Briet: Bellezas del Alto Aragón. Madrid, Org. Aut. Parques Nacionales, reed. de 2001.
111 M. Gaston: Images romantiques des Pyrénées. Pau, Les Amis su Musée Pyrénéen, 1975.
120 Eduardo Martínez de Pisón
3. Hombres - Escribía Rousseau que "la Tierra es la isla del género humano".
Y la montaña otra isla en su interior. Territorio de belleza y serenidad, de
posibilidad de sentimiento del espectáculo natural y por tanto de desarrollo del
corazón del hombre y del paso de las sensaciones a las ideas. Pero además es
para el teórico la ilustración de un admirable refugio cerrado de costumbres
y de organización social112. La visión del "refugio" humano en sus formas de
vida y en sus paisajes rurales es desde este momento otra clave del patrón
alpino.
El aprecio romántico por los vestigios del pasado aparece en el marcado
interés nostálgico por las ruinas de monumentos, por una arqueología del
sentimiento -soledad y abandono de la herencia cultural-, que trasciende
inmediatamente al paisaje. Restos de castillos, torres, abadías, capillas...: "a
l'époque romantique, la maladie des ruines est, en même temps, la maladie du
gothique", escribe M. Gaston en su ya citado libro. ¿Qué mejor escenario que
unas cumbres astilladas y unos celajes amenazantes? Pero el interés por esa
herencia también se centra en las escenas populares presentes, que aún guardan
activos sus modos antiguos, que reflejan una identidad que se borra lamenta-
blemente en otros lugares. Así aparecen en los relatos, los recuerdos de viajes,
las descripciones y los álbumes de costumbres pintorescas, de tipos regionales,
escenas, retratos, ropajes, actividades, fiestas, decorados, edificios, instrumen-
tos, familias, que constituyen hoy apreciados documentos etnográficos. En la
excelente publicación sobre las imágenes del Pirineo de H. Saule Sorbé113 se
reproducen con calidad y sistema diversas aproximaciones románticas pictó-
ricas a este objeto, por lo que es indispensable recomendarla. La imagen de la
montaña se difunde a través de los grabados, verdaderos catálogos -hoy
archivos- de costumbres y paisajes. Así afirma Saule Sorbé que, en ese afán de
exotismo, de búsqueda de lo pintoresco que identifica a un país, "la séduction
112 Es procedente recomendar aquí el conocido y expresivo libro de J. J. Rousseau: La Nouvelle Héloïse,
ou lettres de deux amans, Habitans d'une petite Ville au pied des Alpes. 1761.
113 H. Saule Sorbé: Pyrénées. Voyage par les images. Serres-Castet, Faucompret, 1993.
Naturaleza y cultura del paisaje 121
114 Por ejemplo, los de R. Violant: El Pirineo español, Barcelona, Plus Ultra, 1949. De F. Kriiger: Los altos
Pirineos. I: Comarcas, casa y hacienda; II: Cultura pastoril, Zaragoza, Gobierno de Aragón, ed. de 1995.
O el de R. Wilmes: El Valle de Vió. Estudio etnográfico-lingüistico de un valle altoaragonés. Zaragoza, Prames,
ed. de 1996, etc.
115 S. Pallaruelo: Pirineos, tristes montes. Huesca, Diputación de Huesca, reed. de 2001.
DESCUBRIMIENTO Y CONFORMACIÓN HISTÓRICA DE LOS PAISAJES
RURALES
Antonio López Ontiveros
Universidad de Córdoba
ADVERTENCIA PREVIA
caso todo esto, en esta ponencia, sólo conduce a resultados parciales porque
cronológicamente el análisis está amputado, como se ha dicho, y porque en el
periodo analizado, probablemente, no se alcanza la plenitud de la definición
y caracterización de nuestros paisajes rurales. Pero, qué duda cabe que hay
destellos y antecedentes que ayudan a comprender otros estadios posteriores
de esos paisajes, cuya imagen es más nítida y compleja, más completa y
probablemente más influyente en la representación actual de los mismos.
Es más, en este siglo XVII se entiende por paisaje "un cuadro" que, según
Littré, "tiene por objeto la representación de lugares campestres", o, según el
Robert, "la representación (figurativa) de una extensión de campo donde la
naturaleza ocupa el primer lugar", si bien "este espacio no es "virgen"", sino
que, aunque sea en representaciones muy pequeñas, en el cuadro aparece "el
trabajo de los hombres y más precisamente de los campesinos" (Duby, 1991,11).
Por tanto, antes del siglo XVIII existen antecedentes en la conformación y
representación pictórica del paisaje rural, aunque corresponde a este siglo tanto
Naturaleza y cultura del paisaje 125
"de las tierras de labor, los baldíos, los eriales, las venas de agua que
proveen el riego o pueden proporcionarlo, las áreas cultivables y la
específica clase de cultivos que les serían de aplicación o se hallan ya en
curso de explotación. A esta toma de conciencia de la realidad se
acompaña toda suerte de observaciones encaminadas a la posible mejora
de las tierras, de los pastos o los bosques."
Más en concreto para Andalucía, según López Ontiveros (2001, 23 y ss.), este
carácter fuertemente fisiocrático que tiene la Ilustración posibilita estudiar para
el campo de la región los siguientes temas claves:
- Los despoblados enormes, tantos y tan extensos, que para esta región se
tiene la impresión de que la geografía rural tiene más por objeto el estudio
del baldío, descampado, erial y floresta que el campo cultivado y
habitado.
- También, como es lógico, las tierras cultivadas y sus aprovechamientos
agrarios, que se concentran esencialmente en la trilogía mediterránea, o
sea granos, olivar y viñedos, amén de los aprovechamientos de regadío
en las huertas y otros, con evidente interés por las plantas que a los
viajeros les resultan exóticas.
- Entre los viajeros de este siglo es también proverbial el interés por el árbol
y la repoblación forestal, destacando la pasión que en ella pone Ponz, que
detalla la increíble aversión al árbol de los españoles y la antigüedad de
su desprecio y ataque, la relación entre árbol y belleza, sus beneficios
126 Antonio López Ontiveros
- Pero toda esta agricultura andaluza, lo mismo que la española, tanto por
los viajeros españoles como por los extranjeros, a nivel global, es
diagnosticada como problemática, arguyendo contra ella las siguientes
críticas: sin suficiente productividad para satisfacer las necesidades de
abastecimiento, en especial de pan; incapaz, por la ausencia de arbolado,
de proporcionar los básicos productos forestales; necesidad de poner en
producción amplios espacios y habitarlos; no subvenir, a causa de esta
carencia, al dominio e intercomunicación del territorio; y no haber podido
crear industria y excedentes para la exportación que fomentarían nuestro
comercio exterior.
Las causas de todo ello no las encontrarán los ilustrados en características
del medio físico, pues son todos ellos optimistas sobre las posibilidades
y dominio de la Naturaleza, sino en el atraso técnico, que sobre todo en
los viajeros ingleses -véase en especial Townsend- es obsesión (Krauel,
1986, 249) y en problemas de estructura de propiedad, especialmente de
gran propiedad.
- Y, por último, los viajeros ilustrados para evitar estos males del campo
español preconizan una nueva gestión progresista y creadora de riqueza
-que ejemplifican con el estudio de las haciendas modelo-, y unas
realizaciones más amplias cuales son las repoblaciones de despoblados,
cuyos ejemplos más ambiciosos y conocidos son las C a r o l i n a s de Sierra
Morena (provincia de Jaén) y Andalucía (provincias de Córdoba y
Sevilla).
Se puede pues deducir de cuanto precede que la ideología fisiocrática,
tan presente entre los viajeros del siglo XVIII, generó un gran interés por
la tierra y aspectos agrarios, que también llevó a la conformación de la
percepción de los paisajes rurales y al estudio de los que después se
denominarían elementos de éstos.
Naturaleza y cultura del paisaje 127
Prosigue este autor que es claro que esta ideología estaba inspirada en los
modelos inglés y holandés y que participaba de las corrientes naturalistas, el
desarrollo de la Botánica y la Agronomía, el descubrimiento de nuevos paisajes
por los exploradores del mundo exótico y la búsqueda de un nuevo orden
social. La aspiración a un "paisaje idílico" o "paradisíaco", "lugar de la armonía
total entre el hombre y la naturaleza", y ésta "asimilada a la obra divina, siendo
el hombre, después de Dios, su dueño incontestable", son ideas por demás que
hacen pensar en "El Paraíso Perdido" de Milton y que al final del siglo XVIII
y principios del XIX están presentes en Chateaubriand, Lamartine, Senancour,
Bernardin de Saint-Pierre... y, por supuesto, Rousseau. De esta ideología
paisajística, a su vez, se deducen dos consecuencias importantes:
I a . En ella encuentra fundamento "la cultura del árbol" y la política de puesta
en cultivo y colonización que preconiza la Revolución Francesa, justificadas por
motivos higiénicos, económicos, sociales y estéticos (plantar arboles sobre todo
el territorio nacional era también embellecer Francia).
2~. La ideología de los jardines paisajísticos no es admitida por la gran masa
de campesinos pero cala en la élite intelectual burguesa. A esta última se dirige
el paisajismo de Giraldin y Morel que erigen la tarea de hacer jardines, obser-
vando las leyes de la Naturaleza, en arte y profesión y al "paisajista" en hombre
128 Antonio López Ontiveros
La autora últimamente citada desarrolla este tema por extenso y ofrece sobre
el mismo un material extraordinario, distinguiendo:
a) Conjunto de autores -Hervey, Casanova, Clement, Fleuriot, Crusy, etc.
más los que relatan la Guerra de la Independencia a principios del siglo
XIX- "que apartan de sus centros de interés casi sistemáticamente la
observación y reacción ante el paisaje" (pp. 21-48).
b) Hay otra serie de autores, de la segunda mitad del XVIII, cuyos
testimonios "constituyen huellas significativas del protagonismo que la
contemplación de los paisajes naturales fue adquiriendo, pero sin que
dicha valoración se encauce a través de la selección sistemática de un
repertorio léxico específico". Es el caso de Alfieri, G. d'Aulaux, etc. (pp.
48-53).
c) Y hay un tercer grupo en el que se observa una estrecha vinculación entre
lo útil y la excelencia estética, entre criterios productivos y estéticos, "por
encima de testimonios de carácter más íntimo". Esta ponderación de la
naturaleza en función de la utilidad se puede referir a diversas riquezas
naturales:
Entre los viajeros extranjeros, esta autora estudia y prueba esta tendencia
en las Lettere d'un vago italiano de Caimo (1775), J. Marshall (1771), M. Margot
(1771), Bourgoing (1777 y 1785), etc., alcanzando esa
Pero queda aún un último adjetivo aplicado por los románticos a los paisajes,
polisémico y a veces confuso, que es el de "pintoresco". Este puede convenir a
aquello que por su belleza, según el pintor o viajero, es digno de ser pintado,
lo que, a su vez, puede deberse a múltiples causas o apreciaciones. Pero, al
margen de si el paisaje pintoresco es el digno de ser pintado - a lo que el término
responde etimológicamente-, se asocia también a "panoramas dotados de
irregularidades", a tierras con "tintes de aspereza, escabrosidad o escarpamien-
to", "a gargantas tortuosas", a parajes con "frondosidad vegetal o boscosa",
idem con "entorno acuático" o "con presencia de castillos u otros edificios".
En resumen,
Por tanto, se deduce de todo ello, que las categorías de los viajeros
decimonónicos que se expresan con los calificativos "romántico", "salvaje" y
"pintoresco", más imprecisas que las asociadas al término "sublime", se refieren
también como espacio geográfico predilecto a la montaña, aunque puedan
comprender igualmente otros territorios más humanizados. Por ello, Ortega
Cantero (1999, 119 y ss.), entre tantos otros, significa que el Oberman de
Senancour (1804), tan elogiado por Unamuno, expresa sus predilecciones por
Todo este tema -la preferencia romántica por la montaña y el desdén por
la llanura- se ha corroborado además para Andalucía, región para los viajeros
de este ciclo "de montañas y no de llanuras (excepto en la interpretación
simbólica del Valle del Guadalquivir como Jardín de las Delicias), a las que con
frecuencia despachan con unos pocos renglones", y cuyo paisaje agrario no
existe para estos viajeros (López Ontiveros, 1988, 41-42).
Y además una clave muy importante del viaje romántico por Andalucía es
Sierra Morena y más concretamente Despeñaperros, Puerta de Andalucía, lo
que se asienta precisamente en que es aquí donde se produce el tránsito del
desierto, la decrepitud y la ruina material y moral de la "llanura" de la Mancha
al "paraíso", al "edén", al fulgurante "Oriente" que es Andalucía y que aquí
empieza (por extenso en López Ontiveros, 1996, 47 y ss.).
Naturaleza y cultura del paisaje 135
"Este desdén por las llanuras tiene, a su vez, como correlato que el
paisaje agrario casi no existe para estos viajeros, siendo muy escasas las
alusiones que le dedican. E incluso cuando se alude a las plantas cultiva-
das es como si de un tipo de vegetación natural se tratara y como elemen-
to más del paisaje estético. La única excepción es el viñedo de Jerez cuyos
aspectos de medio físico, agronómicos, enológicos y de comercialización
merecen extensas alusiones, en especial de Ford (quizás por aquello,
según él, de que 'el Jerez es un vino extranjero hecho y consumido por
extranjeros', o sea por ingleses)" (López Ontiveros, 1988, 42).
fue muy sabiamente escogido por los antiguos, tan hábiles apreciadores
de las relaciones naturales, como símbolo de la paz y la sabiduría."
Latour: "Estos hermosos olivares me encantaban y me recordaban los
que había visto en Grecia, en el camino de Delfos o en la llanura de Ática.
Sus troncos torcidos y cavernosos, cuyas cabezas comenzaban a cuajarse
de sabrosos frutos, me hacían pensar en esos viejos sabios con el cuerpo
encorvado pero con la frente coronada por esa previsión de pensamientos
que da la experiencia, pensamientos cuya dulce serenidad tiene también
su secreta amargura."
olivar que engendra esta respuesta en la psicología de los viajeros (para las
referencias de los viajeros y otros aspectos López Ontiveros, 1996, 37-38).
Y, por fin, como síntesis de lo dicho sobre temas agrarios románticos en
Andalucía, veamos los principales paisajes regionales de esta condición,
sintetizados por Krauel (1986, 251 y ss.) con precisión y excelentes textos y
completados con observaciones de López Ontiveros (2001, 34-35):
Entre la multitud de ejemplos que esta autora nos ofrece sobre paisajes
pintorescos de Aragón pueden encontrarse muchos que pertenecen a la
categoría de los rurales. Y Castro Morales en su trabajo inédito sobre "La
sensibilidad pintoresca" (cortesía del autor), coincidentemente con lo anterior,
también alude a lo pintoresco en el léxico cotidiano como apto para caracterizar
el espacio rural y los tipos que lo habitan. Dice este autor:
Ortega Cantero (2001) y en otros escritos (por ejemplo Ortega Cantero, 2000)
ha tratado con profusión el gran significado que corresponde a la Institución
Libre de Enseñanza en el descubrimiento del paisaje hispano, desarrollando
una visión de éste con base geográfica y relacionada con el pensamiento de la
Moderna Geografía y de Humboldt y también con el Romanticismo. En relación
con este último afirma este autor:
tramos, sin negar sus diferencias, una visión de la montaña que traduce
de forma modélica las claves de la sensibilidad moderna hacia la
naturaleza y el paisaje" (Ibidem, 194).
"A primera vista, quien dice 'paisaje' parece decir 'campo'; pero el
desierto dista mucho de ser campo, y nadie negará que es paisaje.
Además, si por campo se entiende una comarca con vegetación, donde
la vida del animal y la planta prepondera sobre la del hombre, por
oposición a la ciudad, donde acontece lo contrario, en el paisaje, concepto
mucho más comprensivo, pueden entrar, no sólo los caseríos y los
pequeños grupos de población rural diseminada, sino las ciudades
mismas, por grandes que sean, a condición de avenirse a no representar
más que uno de tantos accidentes, de subordinarse a la Naturaleza -por
decirlos así- deshabitada, merezca ó no el nombre de campo. De esta
suerte es como, al par de los elementos puramente espontáneos, contribu-
yen también y enriquecen al paisaje otros (casas, caminos, tierras culti-
vadas, etcétera) que son obra ya del arte humano, y hasta el hombre
mismo, cuya presencia anima con una nueva nota de interés el cuadro
entero de la Naturaleza." (Giner de los Ríos, 1911-12, 174).
También Giner precisa que el hombre sólo forma parte del paisaje como ser
físico:
Naturaleza y cultura del paisaje 141
Ello sin duda por la gran importancia que en el paisaje el autor confiere al
elemento físico, al "suelo", aunque ello lo amortigua para el caso de Madrid,
cuyo paisaje abraza por igual la "montaña" y el "llano", diferentes, pero
Porque, en último término, el paisaje es una síntesis, una fusión entre los
elementos naturales y el hombre:
CONCLUSIÓN
Con anterioridad al siglo XVIII, los datos que se han podido allegar sobre
la génesis y conformación del paisaje rural son tan escasos que no permiten
obtener conclusión alguna. Probablemente, no obstante, no exista una imagen
nítida al respecto, entre otras razones, porque tampoco existe un concepto claro
y acabado del paisaje en general.
En la primera mitad del siglo XVIII las cosas siguen aproximadamente igual,
pero la influencia de un sólido pensamiento fisiocrático, el desarrollo de los
"jardines paisajísticos" y la conjugación en la literatura viajera de la apreciación
conjunta de lo útil y lo bello respecto al campo, terminan por exaltar y valorar
sobremanera el agro cultivado, los parajes frondosos y verdes, los montes
reforestados, en suma los paisajes agrarios; ellos constituyen el paradigma de
lo bello frente a lo inhóspito y tedioso, lo que carece de belleza y estima es el
erial, el secano, lo quebrado, lo abandonado por el hombre, el "saltus".
A finales del siglo XVIII ente los viajeros se va dando paso a un cierto
Prerromanticismo que tiende a valorar más lo bello en sí, independientemente
Naturaleza y cultura del paisaje 145
Bibliografía
de olmos traídos de Aranjuez, atendidos por los jardineros del real sitio y
establecidos nada menos que veintiocho turnos de riegos para que mantuvieran
su esplendor. El Paseo del Prado determinó además un cambio de valor y de
usos en su entorno, que pasó a ser el espacio de las residencias más suntuarias
de la Corte y el paseo preferido de aristócratas y burgueses: "una gran recep-
ción dentro de un salón de árboles", como brillantemente lo calificó Galdós.
La operación del Prado iba acompañada de otras destinadas a cumplir el
amplio y ambicioso programa de enaltecer el Museo (entonces Gabinete de
Historia Natural) como el traslado del Jardín Botánico desde el soto de Migas
Calientes en el camino del Pardo: se quería no sólo facilitar la enseñanza de
botánica con el jardín y su escuela sino también "hermosear el paseo público del
Prado de Madrid con una obra en que reinase la regularidad y el buen gusto".
Todo lo anterior pertenece a la etapa del último tercio del siglo XVIII que
el director facultativo de arbolados y paseos de Madrid entre 1841 y 1859, Lucas
de Tornos, ha llamado de instalación de espacios arbolados, protagonizada
enteramente por la Corona. A partir de ahí vendría la que el mismo Tornos
llama (modestamente) de acabamiento municipal de paseos y arboledas y
primeras creaciones propias: ronda norte y ronda sur, paseo de Recoletos y
Castellana, paseos de Chamberí hacia Fuencarral y hacia Luchana. La construc-
ción de estos nuevos espacios y de sus arboledas fue trabajosa por muchos
motivos, sobre todo por la dificultad que tenía el Ayuntamiento en disponer
de suelo, de agua y de autonomía de gestión.
La topografía alomada de Madrid, determinada por la incisión de los ríos
sobre la rampa de la sierra, no supuso graves dificultades para la extensión de
los arbolados aunque sí facilitó los contrastes de paisajes entre los ejes de vega
y líneas de huerta sobre el río Manzanares y los arroyos de la Castellana y del
Abroñigal por un lado, y los campos dominantes de cereal de secano, por el
otro. El problema crónico que tuvieron los arbolados públicos en el siglo XIX
fue la escasez de agua de riego. La mayoría de los viajes de aguas "gordas",
que eran las usadas para el riego y para los ganados, pertenecían a particulares
que las vendían. Los Sitios Reales, los conventos y las fincas privadas disponían
de minas propias para su servicio y de un alto número de norias mientras el
Ayuntamiento se encontraba en inferioridad de condiciones. Además en los
momentos de escasez como los de la sequía continuada que se produjo entre
1849 y 1854, las autoridades tenían que desviar el agua de norias de paseos a
las necesidades más urgentes de abastecimiento de la población, apoderándose
entonces el ramo de fontanería de las norias del de arbolados. En aquellos años
apenas se podía suministrar a la parte baja del Prado tres turnos de agua entre
San Juan y San Miguel, frente a los 28 ordenados por Floridablanca.
Las diferencias y contrastes entre arbolados públicos y arbolados privados
se trasladaban a todo el ámbito de la ciudad y de su entorno. Secano y regadío
constituían dos dominios ecológicos y de paisaje consolidados y contrastados
154 Josefina Gómez Mendoza
Instituto Agrícola Alfonso XII, sostiene que el jardín inglés es capaz de suscitar
el sentimiento íntimo de las bellezas naturales. "[Hay que] embellecer la
naturaleza, sin cambiarla, aprovechando todas las circunstancias locales y
creando otras accidentales para que los efectos sean más variados. [...] Cada
punto de vista, cada escena produce una emoción; como estas escenas son
infinitamente variadas, lo son también las emociones" (1887: 8-10).
Parece que lo que más se extendió por España fue una versión afrancesada
del jardín de tipo inglés. Alphand, el gran artífice de Les Promenades de Paris
de la época de Haussman, había visto con claridad que los jardines irregulares
eran un producto netamente inglés, no sólo por el clima ("el clima brumoso
que realmente les conviene"), sino porque en Inglaterra no hay tradición de
diseño clásico, de arquitectura simétrica, como ocurre en Francia, Italia o
España. Al jardín irregular o agreste le convienen atmósferas brumosas y lo
banaliza la mucha luz que da uniformidad a los detalles (1867-1873: XXIX). Un
jardín inglés es, según Alphand, "un pâturage où sont jetés çà et là des bouquets
d'arbres", en suma praderas y bosquetes.
Como ha estudiado Carmen Añón, el diseño paisajístico empieza tímida-
mente en algunos jardines reales y en otros privados madrileños del dieciocho
y se va generalizando en la segunda mitad del siglo XIX. En el Jardín del
Príncipe de Aranjuez ya aparecen "citas" paisajísticas. "Incorporada sin más la
Huerta de la Primavera, y ampliando éste con el mismo criterio de 'citas'
paisajísticas dentro de un entramado de calles rectilíneas, borradas luego por
el descuido las delicadezas de detalle que Pablo Boutelou aprendió en el
extranjero y que plasmó en tan limitada obra maestra, este 'triste remedo de
jardín paisajista' queda hoy, dominado por el genio del lugar, a medio camino
entre la huerta suntuaria y el soto" (Sancho, 1988: 57). El palacio de Osuna en
Leganitos ya tuvo trazas paisajísiticas, y mucho más aún el Capricho de la
Alameda, un magnífico jardín inglés con distribución irregular, de arbolados,
bosquetes y praderas. Pedro Navascués lo ha caracterizado de naturaleza
"poética" pero "caricaturizada".
En los Sitios Reales, destacan el llamado Jardín Español del Retiro, que
proyectó Francisco Viet mezclando estilos francés, italiano e inglés; el Casino
de la Reina; la reforma de los jardines de la plaza de Oriente, cuyo trazado
inicial, el de Pascual y Colomer, era geométrico; y la remodelación del Campo
del Moro a cargo del jardinero Oliva. En lugares municipales, sobresale el
nuevo trazado inglés de 1869 de las terrazas del Jardín Botánico y, sobre todo,
la conversión del Campo Grande del Retiro en parque "natural o inglés". El
proyecto es de 1876 y la memoria justificativa de Eugenio Garagarza, entonces
director de Jardines y Plantíos. Garagarza empieza por justificar que se
mantenga el trazado regular de la zona arbolada del parque, con grandes
cuadros y paseos, porque es la disposición que mejor conviene a las necesidades
del clima de Madrid, que no deben modificar "las variaciones que ha tenido
Naturaleza y cultura del paisaje 163
BALANCE DE INTERVENCIONES
Los últimos años del siglo XIX son los de la máxima manifestación del
paternalismo higienista. Se pretendió arbolar los alrededores para mejorar las
condiciones higiénicas de las poblaciones y conseguir la paz social. El proyecto
de 1883 del alcalde Marqués de Urquijo de crear grandes masas arbóreas en
torno a Madrid se inspira en ideas anteriores de la Sociedad Matritense
proponiendo formar un verdadero cinturón verde desde la Casa de Campo y
continuando por la pradera del Corregidor, viveros de la Villa, la Florida,
dehesa de Amaniel, el Hipódromo hasta unirse con el Parque, "una verdadera
zona protectriz, se dice, que será tan ventajosa para la higiene general como
para el recreo y moralización del pueblo". Al arbolado se le encomendaba la
mejora climática y la purificación atmosférica además de solaz y recreo para
los vecinos; pero Urquijo no oculta que con ello trataba también de apartar a
los obreros del Parque, del Prado y de la Castellana, lugares preferidos por otra
clase de sociedad y a los que por esta razón había que imponer restricciones
de uso.
El director de arbolados de este fin de siglo, el ingeniero agrónomo
Celedonio Rodrigáñez, trató de llevar a la práctica el proyecto de Urquijo
creando una gran zona de vegetación de unas 1.700 hectáreas. La dificultades
para hacerlo se mostraron insuperables por razones obvias de suelo y de
presupuesto. Lo único que sobraban eran los pinos de los viveros municipales
que se fueron poniendo a disposición de los particulares. En este periodo las
realizaciones municipales más importantes fueron la dehesa de la Villa, la Elipa
y el parque del Oeste que con sus praderas de césped alternando con arbolado
y bosquetes es el mejor ejemplo madrileño de parque inglés, "naturaleza
contrahecha o contradicha" como no se recataron en decir geógrafos, jardineros
y paisajistas coherentes, también intransigentes.
El resultado final, al iniciarse el siglo XX, muestra una distribución muy
desequilibrada de los espacios arbolados madrileños: la Dehesa de la Villa, el
Parque del Oeste, la Moncloa han acabado por favorecer al sector noroccidental,
Naturaleza y cultura del paisaje 165
años veinte del siglo pasado, expresan bien cómo se intentaba refundar el
espacio público a través de los parques de la naturaleza.
Atrás quedaban otras oportunidades contrariadas o desdeñadas. Algunas
modas y ciertos mimetismos irreflexivos dieron lugar a actuaciones equivoca-
das o al menos contradictorias; parece evidente que en ello compartieron la
responsabilidad, según los momentos y la competencia de cada uno, el Estado,
el Patrimonio y el Ayuntamiento.
No voy a insistir sobre desaciertos menores como la plantación torpe y
profusa de ejemplares de las grandes coniferas. Winthuysen lo tenía claro: en
un sitio como Madrid donde había tanto que tapar y tanto que defender de
los vientos fríos y de los rayos del sol, los cedros, wellingtonias, abetos y
pinsapos parecían en ocasiones haber sido emplazados para deslucir edificios.
La moda era en verdad universal, pero ello no disculpa emplazamientos
desafortunados, unas veces por culpa de la administración del Estado, otras de
la de la Corona, las más por culpa de la administración municipal. "Su empleo
abusivo, recordaba Winthuysen en 1926, en La Granja, El Escorial, El Pardo,
en la Moncloa o en el Retiro, en todas partes, ha desvirtuado las trazas de los
antiguos jardines, a veces ocupando absurdamente el eje de las composiciones
y borrando en absoluto sus efectos de totalidad, o formando grandes grupos,
cuya masa es pantalla de edificios y horizontes"
Algunas culpas son llamativas, como la de los responsables de la Escuela
de Montes cuando ocuparon la Casita de arriba de El Escorial, y desvirtuaron
con oscuras y severas coniferas un jardín de particular claridad, orden y gracia.
No corrió mejor suerte el palacio de la Moncloa, cedido al Ministerio de
Fomento por el Estado para Escuela de Agricultura y granja agrícola. Otras
veces, en cambio, los ejemplares de cedros deodora han acabado dando
empaque, por su porte, al paisaje madrileño.
Otro de los episodios equivocados fue, sin duda, la mal llamada jardinería
paisajista y la propagación de praderas, sobre todo durante la dirección de
Cecilio Rodríguez. Los contemporáneos fueron implacables: se trataba de
naturaleza contrahecha y "contradicha", con el agravante de la carestía y del
empapamiento de suelos. "Entrado el siglo XIX sustituye a los estilos arqui-
tectónicos de jardines y al aprovechamiento de la naturaleza como parque, el
estilo paisajista, con jardines en que tiene un predomino la floricultura, y
parques de naturaleza contrahecha, con modalidades que llaman chinescas y
románticas. Contrastes de especies, imitaciones de selvas, grutas, lagos con
islas, puentes y pabellones, de las que hay ejemplos en Aranjuez. Más adelante
interviene el estilo llamado inglés, con praderas de raygras y agrupaciones de
árboles y arbustos, formando contrastes de color, macizos de flores y trabajos
de mosaicocultura, nimios y cuidados." (Información sobre la ciudad 1929: 69).
El geógrafo Juan Dantín Cereceda coincidía en que los jardineros, malos
botánicos, habrían, en general, apreciado mal nuestro monte o nuestro bosque,
Naturaleza y cultura del paisaje 167
* * *
de los cuales se expresan, sigue siendo no sólo conveniente y útil, sino incluso
una necesidad ética y estética. Por mucho que técnicas, usos y valores hayan
cambiado, no es inútil estar familiarizado con el manejo tradicional de los
recursos, sobre todo porque fue elaborado a propósito y de propósito para un
lugar, para un sitio.
Cuando la ingeniería de caminos desplazó a la de paseos, cuando el
urbanismo se hizo circulación (Arturo Soria decía "del problema de la
locomoción se derivan todos los demás de la urbanización"), cuando el
movimiento moderno redujo el higienismo a aireación y los árboles a
pulmones, mucho era lo que se estaba progresando, pero otras soluciones y
otras concepciones quedaban arrumbadas, y se aceptó y reforzó la segregación
en las ciudades.
Se ha ido después al reencuentro de la naturaleza en los reductos donde se
la quería confinar, los espacios naturales protegidos, puestos a disposición de
los ciudadanos por la revolución de los transportes y las medidas de acceso
y de conservación. La vieja idea de los visionarios de urbanizar el campo y de
ruralizar la ciudad se ha logrado en parte extendiendo el ámbito territorial de
los ciudadanos, cambiando la escala de nuestro marco de vida, reduciendo la
urbanidad para los habitantes del campo a disponibilidad de servicios (lo que
no es poco) y a veces caricaturizando y banalizando lo rural, desposeyéndolo
de su razón de ser y de su calidad paisajística. En el conjunto de los territorios
urbanos y periurbanos hay que garantizar la presencia de la no-ciudad, es decir
de medios forestales, agrícolas, acuáticos, húmedos, con la suficiente natura-
lidad.
En la ciudad, la técnica se puede utilizar para recuperar los recursos
naturales y sacar ventaja de ellos. Me parece el colmo de la necedad esa
arquitectura inteligente que empieza por ignorar las condiciones ambientales
del lugar para empeorarlas después y acabar tratando de solucionarlas por
medios artificiales. Hay soluciones técnicas que pueden avanzar hacia la
sostenibilidad, y ese no es el mejor camino.
Refundar el espacio público como lugar de civilidad y de urbanidad, supone
también reconocer las formas inagotables de la naturaleza en la ciudad. Sin
duda ha habido cambios de mirada que corresponden a mutaciones culturales
profundas. Pero eso no quita para que se deba exigir a la ordenación urbana
y a la de las infraestructuras que tengan en cuenta la singularidad del lugar
y conozcan siempre las dimensiones históricas y geográficas de lo que se va
a manejar.
Naturaleza y cultura del paisaje 169
Bibliografía
Rubió y Tadurí, N. (1953): Del paraíso al jardín latino. Origen y formación del
moderno jardín latino, Tusquets.
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de Carlos III", Reales Sitios.
Sancho, J.L. (1995): La arquitectura de los Reales Sitios, Tabapress, Patrimonio del
Estado.
Serredi, L. (1981): "La jardinería en el paisaje urbano madrileño", en Jardines
clásicoas madrileños.
Terán, M. de (1947): "Toledo, la ciudad y su paisaje", Estudios Geográficos, 580-
582.
Tornos, Lucas de (1855): Memoria presentada al Excmo. Ayuntamiento Constitucio-
nal de Madrid por el Director de Paseos y Arbolados en 1855. Comprende las
relaciones de las operaciones ejecutadas en el ramo desde la presentación de la
última memoria, varias observaciones acerca del presupuesto, y algunas además
sobre las condiciones físicas del suelo y de la atmósfera en que vegetan para estar
frondosos comparadas estas con las que rodean a los paseos, calles y plazas de
la corte.
Winthuysen, J. (1926): "Las coniferas gigantescas", Residencia: 139.
Winthuysen, J. (1929): En Información sobre la ciudad.
Winthuysen, J. (1930): Jardines clásicos de España.
EL PAISAJE URBANO EN LA GEOGRAFÍA ESPAÑOLA MODERNA
Francisco Quirós Linares
Universidad de Oviedo
Antes de las primeras décadas del siglo XX no hay una forma específica-
mente geográfica de acercarse al hecho urbano. En nuestra cultura podríamos
señalar como un precedente el género de los anales urbanos que aparecen desde
el Renacimiento. De la misma manera que , siguiendo los modelos historiográ-
ficos romanos, las crónicas de los príncipes, como , por ejemplo, la de Fernando
del Pulgar sobre los Reyes Católicos, nos relatan la grandeza, las virtudes y las
desgracias de aquellos, y no sus errores o defectos, los anales urbanos tienden
a magnificar la antigüedad, la nobleza y el mérito del núcleo urbano respectivo,
a través del recuerdo o la invención de su filiación clásica, del lustre de sus
hijos, de la magnificencia de sus monumentos, etc. En esas descripciones
apologéticas suele haber una inserción de la ciudad en el marco regional a
través de la descripción de la feracidad de las campiñas circundantes, de la
amenidad de sus bosques y riberas, de la pluralidad de los caminos que en ella
confluyen y de las gentes que la frecuentan, de la actividad de su comercio,
etc. La Ilustración añade el acento sobre el Arte (Ponz) o sobre la Economía
(Larruga). En esencia, ese modelo descriptivo, con sucesivas objetivaciones,
estará vigente hasta el siglo XIX.
Hay que esperar hasta el siglo XX, es decir, hasta la configuración de la
Geografía contemporánea, para que se introduzca la consideración del espacio
urbano en cuanto tal y de la sociedad que lo habita. Hasta entonces (y basta
ver el Diccionario de Madoz, las guías Hachette, las de Baedeker, o cualquier
geografía descriptiva del XIX) podemos encontrar depuraciones del método
descriptivo, incorporaciones de datos objetivos, atención a novedades econó-
micas, culturales, etc, pero no modificaciones sustanciales del planteamiento.
La ciudad empieza a ser discernida geográficamente cuando empiezan a ser
discernidos los espacios regionales, en cuanto la ciudad se halla inserta en esos
espacios. Así se pasa a conceptualizar lo que ya estaba implícito en las
descripciones urbanas de los cronistas del Renacimiento o del Barroco: la
posición de la ciudad en relación con la región ( la situación) y su localización
concreta (el emplazamiento). Dos conceptos de gran fertilidad, porque en ellos
está el germen del análisis de las funciones urbanas, en relación con la región,
172 Francisco Quirós Linares
1 Brunhes, Jean: "Géographie humaine de la France", en Hanotaux, Gabriel: Histoire de la nation française,
tome II, Paris, 1926, 652 págs; véanse págs 29-41.
2 Sobre esos años es de gran interés el testimonio de Pierre Vilar: Pensar históricamente. Reflexiones y
recuerdos. Crítica, Barcelona, 1997, 241 págs.
Naturaleza y cultura del paisaje 173
LOS ORÍGENES
6 Su interés por la Geografía urbana se manifiesta también en el hecho de haber dedicado el n° 2-3-
4 de Geographica (1954) a esa materia.
7 Urabayen fue alumno de Luis de Hoyos Sainz en la Escuela Superior del Magisterio, y participó en
el Seminario de Geografía humana que dirigía don Luis. Su libro sobre Pamplona fue objeto, en 1954,
de una crítica muy negativa por parte de Angel Abascal Garayoa en el primer número de la revista
Geographica (ver págs. 41-42) fundada por Casas Torres.
8 Abascal publicó al menos un capítulo, "Los orígenes de la población actual de Pamplona", en
Ferrer, Ana María: "Geografía urbana de Zaragoza", Geographica, 1962, 199 págs.; Bosque Maurel,
Joaquín: Geografía urbana de Granada. Zaragoza, 1962, 313 págs.
Naturaleza y cultura del paisaje 175
10 Lo mismo cabría decir de las demás tesis de Geografía urbana dirigidas por Casas Torres en esos
años, y del capítulo dedicado por el propio Casas a "Zaragoza" en Aragón. Cuatro ensayos, tomo II,
Zaragoza, 1960, págs. 245-287.
11 Por otra parte, el propio Bosque, en el ejercicio de su magisterio, no dirigió sino tres tesis doctorales
de Geografía urbana, sobre Jaén, Málaga y Granada, de las que sólo las dos primeras podrían estar
en la estela de su propia obra, pero sin alcanzarla. Véase el "Prologo" de Horacio Capel a la 2 a Edición
de la Geografía urbana de Granada de Bosque, Granada, 1988.
12 Terán, Manuel de: "Calatayud, Daroca y Albarracín. Notas de geografía urbana", Estudios Geográficos,
n s 6, 1942, págs 163-202.
Naturaleza y cultura del paisaje 177
"La pequeña aldea es toda ella paisaje natural [...] la gran ciudad de
tipo moderno llega a la creación de formas completamente distintas de
las del medio natural. Entre ambos extremos, la pequeña ciudad es un
equilibrio de naturaleza y espíritu, una armoniosa síntesis de alma y
paisaje" (Terán, 1942, pág.163).
13Aunque Terán hace "posición local" sinónimo de "emplazamiento", no utiliza, sin embargo, este
último término en los epígrafes del artículo al que nos referimos; véase página 165.
178 Francisco Quirós Linares
Después de esa panorámica, y tras valorar los ejes básicos del viario, y su
significado, se aborda el paisaje urbano a partir de la distinción de dos espacios
diferenciados, la ciudad alta y la ciudad baja:
Naturaleza y cultura del paisaje 179
Así pues, Terán, tal como había propuesto, ha descrito la fisonomía urbana
de Calatayud y ha desentrañado el "sentido de sus rasgos fisonómicos" ( lo
propio hace con Daroca y Albarracín), sin utilizar para ello más apoyatura
aparente que la observación y la palabra, aunque detrás de ambas se halle el
conocimiento necesario para alcanzar la interpretación del espacio urbano.
Con economía de medios, pero con claridad, realiza la lectura del medio
natural, como marco y sustrato del espacio urbano: las formas topográficas, el
contraste entre los páramos y el fondo de valle, en uso y colorido (la mancha
vegetal de la huerta frente a los tonos grises o blanquecinos de las margas, la
arcilla como soporte de las plantaciones de frutales y como materia de la
arquitectura de ladrillo, las margas como ámbito del hàbitat troglodita, etc), la
diferenciación social y funcional de los barrios, la anchura de la Rúa, la altura
del caserío, la presencia de grandes aleros y el uso de las solanas, etc. En 20
páginas traza la síntesis de Calatayud, sin utilizar ninguna fuente primaria, sino
solamente la observación personal del medio natural y del espacio urbano, las
cifras de cuatro años censales, y las escasísimas bibliografía y cartografía
disponibles 14 . Todo ello matizado, o acompañado, de una visión estética, con
tanta frecuencia presente en la obra de Terán, y bien explícita en el párrafo final,
referido a Albarracín, con el que cierra el artículo que comentamos:
14Para los planos de Calatayud y Daroca se ve obligado a recurrir a los de Coello, de 1853, y para
Albarracín ha de limitarse a hacer uso de la hoja correspondiente al Mapa Topográfico 1:50.000.
Naturaleza y cultura del paisaje 181
Queda una duda ¿Era este el modelo de análisis urbano que propugnaba
Terán, o era, simplemente, lo que estuvo a su alcance en este caso concreto?
Su estancia en Calatayud fue breve y las visitas desde allí a Daroca y Albarracín,
ocasionales, lo que tuvo que condicionar, no la concepción general del trabajo,
pero sí la forma de abordarlo.
Cuatro años después Terán se aproxima a otra pequeña ciudad, Sigüenza15,
en el valle del Henares, lugar de veraneo, en aquellos años, de antiguos
institucionistas. Le dedica 33 páginas, frente a las nueve que en su anterior
estudio ocupó Daroca, de tamaño próximo al de Sigüenza
Pero en ambos casos la estructura es la misma, aunque ahora, al desarrollar
algo más cuestiones antes apenas esbozadas, introduce dos nuevos epígrafes:
"Curva demográfica" y "Función y actividad". Si el primero de ellos es muy
breve y no va mas allá de la enumeración de algunos datos censales16, el
segundo plantea o menciona hechos que trascienden de lo local, como el
fenómeno de la ruralización de las villas afectadas por la ruina de la industria
pañera tradicional (que en 1946 aún sobrevivía, agonizante en Sigüenza), el
papel urbanizador de la Iglesia en las pequeñas ciudades episcopales, el del
ferrocarril y la carretera en la reorganización de las áreas de mercado, las
corrientes comerciales vinculadas a la arriería, en parte aún vivas (frutas de
Valencia, pescado seco de Galicia y el Cantábrico, aceite de la Alcarria, vino
de Aragón y la Mancha, etc), el empleo estacional de segadores murcianos, que
aún se contrataban en la Puerta de Guadalajara, o el origen de los tratantes que
acudían a las ferias de ganado seguntinas. En ese apartado de "Función y
actividad" incluye Terán la caracterización socioprofesional de la ciudad en
1945.
Por lo demás, no hay diferencias sustanciales de planteamiento entre ambos
artículos; las que se perciben, no radican en el planteamiento, sino en la
extensión (lo que permite dotar de mayor contenido a algunos apartados como
el de las funciones, indispensable, por otra parte, para caracterizar el paisaje
urbano) y en algunas novedades metodológicas: ciertos hechos significativos
se documentan brevemente, mediante los Libros de Actas municipales; el radio
de alcance del mercado de Sigüenza, indudablemente mediante encuesta oral;
y para la "fisonomía urbana" (el paisaje urbano en sentido restringido) no se
15 Terán, Manuel de: "Sigüenza. Estudio de Geografía urbana", Estudios Geográficos, n s 25, 1946, págs
633-666.
16 De todos modos no conviene tener en poco el uso de esa información. En 1967, último año en que
tuve a mi cargo las tareas de edición de Estudios Geográficos, pude comprobar que un colaborador
frecuente de la revista, y autor muy estimable, no conocía la existencia de los censos impresos, y hube
de facilitarle los datos correspondientes para sustituir los de origen azaroso y desigual que incluía
en el texto de un artículo. La difusión de las estadísticas no estaba tan generalizada como hoy.
182 Francisco Quirós Linares
" Terán, Manuel de: "Dos calles madrileñas: las de Alcalá y Toledo", Estudios Geográficos, n s 84-85, 1961,
págs. 375-476.
Naturaleza y cultura del paisaje 183
der la lógica del espacio urbano y, por ende, la de su fisonomía o paisaje. Para
conocer, o reconocer, no basta por tanto el simple apoyo bibliográfico y la
observación directa18.
Además, parte Terán del principio de la consideración del paisaje urbano
como un producto temporal, resultado de un proceso cuyo devenir es necesario
considerar para poder discernir las aportaciones del pasado insertas en el
paisaje urbano actual. Pero la consideración del proceso no puede limitarse al
mero inventario de los resultados formales heredados, como simple producto
de sucesivas prácticas constructivas. La materialidad física que el pasado
proyecta hacia nosotros debe ser entendida a la luz de su razón de ser, de los
condicionantes que actuaron sobre su configuración; condicionantes que,
expresándolo de forma sintética, radicarían en el marco social y funcional
actuante sobre el espacio analizado en cada momento histórico.
Para alcanzar esos objetivos, Terán considera conveniente conocer los
contenidos sociales del espacio analizado, su funcionalidad, la morfología
parcelaria, y las prácticas edificatorias aplicadas. Eso significa hacer uso de
fuentes primarias: padrones de población, matrículas de la contribución, o
similares, cartografía parcelaria, y licencias de construcción; además, como es
obvio, del manejo de la bibliografía pertinente.
No olvidemos, sin embargo, que el objetivo que se proponía Terán no era
el de estudiar dos calles en cuanto tales, sino que su pretensión era estudiar
el casco de Madrid, la ciudad. Ahora bien, enfrentado a la tarea de abordar un
espacio urbano de tal amplitud dimensional y demográfica, y ante la inviabili-
dad de reconocer el objeto de estudio mediante un análisis homogéneo de la
totalidad, concibió la idea de hacer cortes espaciales y temporales; entre los
primeros se hallaría el estudio de las calles de Alcalá y Toledo, con sus
secuencias temporales, al que deberían haber seguido otros estudios, que no
llegó a hacer. El proyecto quedó, así inconcluso, y no es este el momento de
explicar el como y el por qué, aunque sí apuntaremos la falta en aquellos años
de un grupo de colaboradores suficientemente amplio, la carencia de medios
y la rápida transformación de las ciudades españolas inducida por el desarro-
llismo.
Pero volviendo a la consideración del artículo sobre las calles de Alcalá y
Toledo el salto metodológico se hace perceptible no solo en el texto sino también
en la representación gráfica. Así los contenidos demográficos se analizan a
partir de los Padrones de habitantes de 1890 y 1955 y se traducen, gráficamente
en las pirámides de edades en ambas fechas, y en la representación de la
18 Esta es una diferencia sustancial respecto a su artículo sobre Calatayud, Daroca y Albarracín, ya
Creo que los párrafos transcritos son suficientes para percibir con claridad
el prolongado interés de don Manuel de Terán por los temas urbanos y el
desarrollo de su pensamiento acerca del paisaje urbano en particular. Un
pensamiento en el que los factores sociales, siempre en una perspectiva
temporal, pasaban a tener un papel primordial en la interpretación de la
realidad visible. En definitiva, Terán, además de su interés por la Ecología
humana y por la Sociología urbana americanas desde los años cincuenta,
incorporó a su pensamiento las corrientes transformadoras de las ciencias
sociales que se concretarían también en el desarrollo de la escuela historiogrà-
fica de Armales (bien conocida por Terán), en la Ciencia Social Histórica
alemana, o en la historiografía marxista británica, por ejemplo. Dentro de esa
20Terán ya había apuntado la representación de la casa urbana en su artículo sobre Sigüenza, aunque
más bien a título de ilustración o ejemplo aislado; poco después Tricart ("Contribution a l'etude des
structures urbaines", Revue de Géographie de Lyon, 1950, nQ 3, págs. 145-156) abogaba por conceder más
atención al estudio de la casa urbana. La relectura, al cabo de 40 años, del artículo publicado por Terán
en 1966 (citado en la nota precedente), me ha traído a la memoria conversaciones con don Manuel
sobre este asunto, en años anteriores, en las que progresivamente acabamos coincidiendo en la
necesidad del estudio de la casa urbana, a partir de la evidencia de los contrastes de formas y
contenidos, según los niveles sociales. Las experiencias personales, y los paseos suyos y míos, o
conjuntos, por Madrid, tuvieron no poco que ver en aquella conclusión.
186 Francisco Quirós Linares
1 Deseo rendir homenaje a la obra dibujada de los hermanos José Luis y Efrén García Fernández sobre
los asentamientos rurales y la arquitectura popular del país, por lo que supone de esfuerzo y trabajo
personal y por el mensaje de educación cívica y estética que acompaña a sus dibujos y diseños. Entre
sus muchos y apreciados trabajos citaré aquí tan sólo la obra España Dibujada 1. Asturias y Galicia,
Ministerio de la Vivienda, 1972, con una hermosa presentación de Joaquín Vaquero Turcios. No
deberían olvidarse los trabajos pioneros de F. García Mercadal en defensa de la arquitectura popular
mediterránea o las recientes intervenciones ligadas a las Escuelas Taller bajo la inspiración de
arquitectos sensibles con la conservación de la calidad del patrimonio y con la mejora del bienestar
de los habitantes del medio rural: consciente de que la relación es amplia, recordaré, no obstante, a
"Peridis" (José M a Pérez), a J. L. García Grinda y a E. Rhoner por sus afanes utópicos y por recrear
belleza y bienestar donde sólo existía desolación.
Naturaleza y cultura del paisaje 189
para los españoles. No estamos ante una cronología seleccionada al azar; varios
datos, a nuestro entender relevantes, justifican la coherencia de la propuesta
y la elección de este umbral temporal. Quizás, sin embargo, fuera en los debates
del Congreso de Geografía celebrado en Oviedo, en el otoño de 1975, donde
podrían rastrearse con pleno sentido los tres conceptos que aplicados al paisaje
encabezan este apartado y esta reflexión personal: renovación, transición y
continuidad.
Un primer hecho, de carácter general, es la preocupación intelectual y social
por los efectos negativos sobre el paisaje derivados de los procesos de
modernización en España, cuyas secuelas llenan de alarma a personas y círculos
sensibles al deterioro que se abrían entonces hacia nuevos proyectos sociales
y políticos para la sociedad española. No faltaban geógrafos entre ellos. El
opúsculo de Eduardo Martínez de Pisón, La destrucción del paisaje en España
(Cuadernos para el Diálogo, 1972), nos descubre no solamente las amenazas
y riesgos de destrucción en ejemplos bien expresivos, sino también una forma
de análisis y de lectura del paisaje que entronca con los métodos de la
Institución Libre de Enseñanza y con el espíritu educativo y cultural de los
pioneros en la defensa de nuestro patrimonio natural. A lectores avisados y
sensibles, este trabajo les trasladó fuera de las aulas y les llevó hacia líneas de
trabajo inexploradas y de carácter interdisciplinar, en estrecha colaboración a
veces con los movimientos de reivindicación social y ecológica. Otro dato de
gran significación para la propia formación geográfica será la consolidación en
estos años de los Cursos de Trabajo de Campo en la comarca de Las Loras dirigidos
por el profesor Jesús García Fernández. El contacto directo con la resolución
de problemas de interpretación geomorfológica, junto al intercambio de ideas
y convivencia de geógrafos de distinta procedencia en un marco y ambiente
a la vez humano y científico, predispuso a un buen número de colegas hacia
estudios de directa perspectiva geomorfológica. Tanto las herramientas meto-
dológicas de análisis como la actitud científica frente a los hechos, adquiridos
por un buen número de geógrafos durante aquellos años, debemos calificarlas
de positivas para el conocimiento y difusión de los paisajes españoles.
Hacia 1972 llegan hasta nosotros los ecos de una renovación del análisis del
paisaje impulsado entre los colegas más próximos, los franceses. Se reclama y
se hace necesaria una ciencia del paisaje (Taillefer, F., 1972) que encuentra en
los trabajos de Bertrand una respuesta sólida. El término "paisaje", tan viejo
en los estudios geográficos y a veces tan impreciso, cobra en los trabajos de
Bertrand una dimensión nueva. No se trata de un concepto y término simple-
mente descriptivo, ni tampoco de una propuesta o recetario orientado en
exclusiva a la ordenación del territorio. Pretende algo más; el análisis integral
o integrado del paisaje nos aproxima metodológicamente a la comprensión de
la complejidad del espacio geográfico, e intenta superar las visiones yuxtapues-
tas acerca del medio fisico y abrirse al pensamiento y a las aportaciones de la
190 Valentín Cabero Diéguez
2 Bertrand, G.: "La Science du paysage, une science diagonale", Revue Géographigue des Pyrénnées et
du Sud-Ouest, T. XLIII, 1972, pp. 127-133.
3 Bertrand, G.: "Paisaje et géographie physique globale. Esquise méthodologique", Revue Géographigue
des Pyrénnées et du Sud-Ouest, T. XXXIX, 1968, pp. 249-272. Se incorpora en este artículo una reflexión
final de J. Tricart sobre la noción de paisaje y sobre las escalas de clasificación que enriquecen la
discusión y el debate metodológico.
Naturaleza y cultura del paisaje 191
llevaron al encargo de este trabajo, que se acercó a los problemas desde una
lectura verdaderamente interdisciplinar (arquitectos, geógrafos, sociólogos,
naturalistas, ingenieros, abogados) y con un espíritu constructivo y aplicado.
Las experiencias metodológicas adquiridas por el máximo responsable del
trabajo en el ámbito anglosajón contribuyeron a convertir el plan en un ensayo
novedoso sobre los paisajes frágiles de índole geomorfomológica y de herencia
cultural multisecular, sin soslayar propuestas próximas al "regional planning"
encaminadas a la mejora de la calidad de vida y a la conservación del
patrimonio ambiental. Aparte de la declaración de Parque Natural (1978),
subrayaremos otras virtualidades derivadas de este plan en pro del quehacer
geográfico: el reforzamiento de la colaboración interdisciplinar a partir de una
posición solvente de los geógrafos en la interpretación de los paisajes de
dominante natural y de herencia antrópica, y el redescubrimiento de los valores
intrínsecos y paisajísticos del hàbitat rural gracias a la capacidad de percepción
y explicación de la lectura arquitectónica. Los lugares con su trama singular
y sus nombres cobrarán una significado auténticamente urbanístico y geográ-
fico, elementos sin duda claves en la organización del paisaje y del poblamiento,
que en el método analizado más arriba aparecen en un segundo o tercer plano.
La trabazón espacial como expresión de las relaciones internas y externas o
como muestra de la vertebración y reestructuración territorial en función de
las nuevas demandas y cambios, alcanzará, pues, un valor teórico y práctico
que rebasa la mera descripción.
En este contexto de transición, se explican la elaboración y publicación de
algunas tesis doctorales que nos muestran de alguna manera tanto la renova-
ción metodológica como la búsqueda de nuevas líneas y escalas de análisis.
Precisamente en 1972 se publica La Vega Alta del Segura de Francisco López
Bermúdez que pone el acento en el Medio Físico y en los problemas medio-
ambientales relacionados con el manejo del agua y la aridez. Dos años más
tarde se publica la tesis de J. Ortega Valcarcel, Las Montañas de Burgos, que como
el subtítulo subraya se centra en la transformación de un espacio rural, aunque
a lo largo de todo el trabajo se descubre un tratamiento de los problemas
claramente renovador y muestra una sensibilidad poco común en la explicación
de los paisajes culturales. Un año después, el trabajo de Julio Muñoz sobre Los
Montes de Toledo nos explica estos relieves de armazón apalachense bajo los
principios también renovadores de la geomorfología dinámica, sin olvidar la
utilización y fisonomía histórica de los paisajes de los "montes". A partir de
estos momentos podríamos hablar del programa de investigación que la
geografia española ha seguido hasta los inicios del siglo XXI. Es obvio que no
estamos ante una agenda prefijada ni tampoco ante proyectos que identifiquen
plenamente a universidades y departamentos, sobre todo si tenemos presente
la fragmentación de intereses y de líneas que se produce a partir de 1985 con
la elección de áreas de conocimiento.
192 Valentín Cabero Diéguez
e inicial de la Academia de San Quirce y el grupo universitario "Horizonte Cultural", más el patrocinio
de las instituciones locales o el MOPU, han reunido y conjugado diferentes miradas y sensibilidades
sobre el paisaje, incorporando a las visiones tradicionales de los geógrafos las inquietudes de los
arquitectos, de los ingenieros civiles, de los ingenieros de montes, de los ingenieros agrónomos, de
los geólogos, de los biólogos y ecólogos, sin olvidar a los licenciados en Bellas Artes o a los sociólogos,
psicólogos o educadores, Toda una riqueza de matices y de lecturas complementarias se han sumado
en pro de la defensa del paisaje en su expresión más cultural, precisamente cuando la dimensión de
los modelos de comportamiento urbano en su sentido más negativo y de menosprecio estético se
imponía por doquier.
Naturaleza y cultura del paisaje 195
hace unas décadas arcaicas e inútiles, se admiten ahora como símbolos o como
ejemplos valederos del buen manejo de los recursos naturales en el medio rural.
También la ingeniería ha recuperado e incorporado con fuerza a sus líneas de
trabajo e intereses profesionales la dimensión paisajística, sobre todo la inge-
niería más próxima al manejo de los recursos naturales, a la transformación y
manipulación de los mismos y a la propia gestión del patrimonio natural y
cultural. Las ideas de respeto al paisaje y a sus virtudes visuales o a sus
cualidades intangibles se han reincorporado junto al estudio de las potencia-
lidades naturales al quehacer, por ejemplo, de los ingenieros agrónomos y de
montes, frente a la mentalidad y formación dominante de carácter tecnocrático
y productivista 6 .
La arquitectura, sin embargo, ha guardado siempre una relación directa con
el paisaje y con su ordenación, si tenemos presente que la construcción
constituye la primera manifestación de la adaptación al medio. Particular
preocupación ha mostrado desde fechas tempranas la arquitectura paisajística
por reconstruir la armonía natural o por plasmar en jardines y parques
determinados cánones estéticos. Como es bien sabido, los jardines, parques y
bosques 7 representan ayer y hoy la expresión de la belleza y el ideal de los bello,
combinando arte y naturaleza, una naturaleza ordenada y recreada que intenta
acercamos al disfrute y al gozo de un lugar ameno ("locus amoenus") o de un
pequeño "paraíso" perdido. La arquitectura paisajística nos muestra en España
ejemplos de alto valor en los jardines y sitios históricos 8 o en esos jardines
Asimismo, por la inquietud pluridisciplinar despertada entre los asistentes y por la movilización de
recursos escasos, pero de indudable valor educativo, hemos de señalar las aportaciones realizadas a
favor de los paisajes en las distintas jomadas de Gredos que se han celebrado en Barco de Avila, desde
1986 al año 2000, bajo la tutela de la Fundación Cultural Santa Teresa de Avila y la coordinación de
Antonino Canalejo.
6 Son varias las publicaciones académicas que analizan los paisajes rurales desde la perspectiva más
de bancales o terrazas y de laderas boscosas, los jardines construidos se unen a la naturaleza. Tenemos
un buen ejemplo en la villa de recreo del entorno de Béjar, "El Bosque", declarado Bien de Interés
Cultural, y cuya defensa como patrimonio público ha llevado al Grupo Cultural San Gil de Béjar a una
extraordinaria labor cívica y educativa, que merece nuestro reconocimiento.
8 Se recupera entre nosotros una cierta preocupación por estos paisajes culturales. Véase al respecto:
Protección de los Jardines y Sitios Históricos. Normativa. Análisis de la situación, de Soledad Martínez
Muñoz, con la colaboración de Luisa Requero, Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, Dirección
General de Cooperación y Comunicación Cultural, 2001; y el folleto divulgativo sobre Patrimonio
Paisajístico Español, de Luisa Requero con la colaboración de Soledad Martínez Muñoz, Ministerio de
Educación, Cultura y Deporte, Dirección General de Cooperación y Comunicación Cultural, 2001, en
el que figuran definiciones de jardín y de paisaje cultural en la línea expuesta en este artículo. Por
196 Valentín Cabero Diéguez
su riguroso contenido botánico y por su defensa de los jardines y parques como espacios
-imprescindibles en esta época de hipertrofia urbanística- hemos de recordar aquí el libro de F. Guinea
López y C. Vidal Box: Parques y Jardines de España. Árboles y arbustos, Ministerio de Educación y Ciencia,
Madrid, 1969.
9 Son ideas que corresponden a J. A. Fernández Ordóñez, expresadas en su artículo: "Acerca de los
ingenieros y la naturaleza", II Jornadas sobre el Paisaje (Desarrollo y Paisaje), 1989, Academia de Historia
y Arte de San Quirce, Torreón de Lozoya, Segovia, 1990, pp. 117-127. Con reflexiones análogas participó
en diferentes foros y congresos, recuperando entre los ingenieros el amor por la obra civil bien
concebida y adaptada a las condiciones de la naturaleza, interviniendo sin agresividad y con plena
conciencia de la apropiación moral y poética del entorno. Queda constancia de ello en las ponencias
y problemas abordados (actitud del ingeniero y el arquitecto frente al paisaje, métodos de análisis del
paisaje, las obras públicas y el paisaje, el paisaje natural, y el paisaje urbano) en las / Jornadas
Internacionales sobre Paisajismo, Conselleria de Ordenación del Territorio y Obras Públicas, Xunta de
Galicia, Santiago de Compostela, 1991. Recientemente se ha rendido un merecido homenaje a la
memoria del ingeniero y humanista comprometido con la sociedad y el paisaje: JAFO (Homenaje a José
Antonio Fernández Ordóñez), Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, Madrid, 2002.
10 Al lado de la labor intelectual de J. A. Fernández Ordóñez, cabe recordar las reflexiones pioneras
de Fernández Casado en la revista Estudios Geográficos (1948 y 1954). Recientemente la revista OP
Ingeniería y Territorio ha dedicado los números 54 y 55 (2001) al estudio de El paisaje en la ingeniería,
abordando desde la complejidad multidisciplinar los problemas relacionados con la práctica diaria de
la ingeniería y también de la arquitectura; el espíritu de los dos números mencionados parece superar
la vieja polémica entre ingenieros y arquitectos acerca de sus competencias profesionales y de su papel
en la intervención en el territorio.
Naturaleza y cultura del paisaje 197
carácter histórico que figuran en la publicación The Antropology of Landscape. Perspectives on Place and
Space, editada por Erich Hirsch y Michael O'Hunlon, Clarendon Press, Oxford, 1998. Aportaciones
análogas encontradas en el libro The Archeology and Antropology of Landscape. Shaping your landscape,
editado por Peter J. Ucko y Robert Layton, Routledge, London and New York, 1999, en el que aparecen
las contribuciones del Tercer Congreso Mundial de Arqueología (Nueva Delhi, 1994).
12 Sin rastrear la abundante bibliografia existente sobre la gestión y conservación del patrimonio
arqueológico o acerca de la arqueología del paisaje, citaré tan sólo dos trabajos sobre Las Médulas
(León) en los que se resumen aspectos teóricos y aplicados sobre patrimonio cultural y parques.
Sánchez Palència, F. J., Fernández-Posse, M a . D., Fernández Manzano, ]., Orejas, A., Álvarez, Y., López,
Y., L. F. y Pérez L. C.: Las zonas arqueológicas como paisajes culturales: el Parque Arqueológico de Las Médulas
(León). Complutum Extra. Homenaje al Profesor Manuel Fernández Miranda 6 (II), 1996, pp. 383-403. Sánchez
Palència, F. J., Fernández-Posse, M a . D., Fernández Manzano, J., Orejas Pérez, L. C. y Sastre, I.: Las
Médulas (León) un paisaje cultural Patrimonio de la Humanidad. Trabajos de Prehistoria 57 (2) (=Presentando
el pasado. Arqueología y turismo cultural), 2000, pp. 195-208.
198 Valentín Cabero Diéguez
13 Hace más de un siglo, se nos recordaba en un hermoso libro, Historia de una montaña, las virtudes
y múltiples enseñanzas que los hombres y particularmente los jóvenes y las personas cansadas de la
vida en la ruidosa ciudad encuentran en el retiro y la soledad de las montañas.
En 1880, el gran sabio y rebelde que fue E. Reclus publicó Historia de una montaña que conocería en
Francia varias reediciones. Citamos aquí la obra de Ediciones Amarú, Salamanca, 1998. Elisée Reclus:
La Montaña, con una sobresaliente presentación de Modesto Blanco Sánchez. La edición española que
se ha utilizado es la primera publicada en nuestro idioma, en Valencia, sin fecha, traducida por A.
López Rodrigo y prologada por el geógrafo y anarquista ruso Piotr Kropotkin.
14 En los cursos organizados por la Fundación Duques de Soria relacionados con el Medio Ambiente
a lo largo de los últimos años, se ha abordado con cierto detenimiento el estudio del paisaje siguiendo
planteamientos que enlazan con el espítiru de la I.L.E. En las diferentes ponencias publicadas pueden
encontrarse análisis específicos sobre las cuestiones aquí expuestas. Véase: Paisaje y Medio Ambiente
(Eduardo Martínez de Pisón, director), Fundación Duques de Soria, 1998, y Estudios sobre el paisaje
(Eduardo Martínez de Pisón, director), Fundación Duques de Soria, Ediciones de la Universidad
Autónoma de Madrid, 2000. Asimismo, las aportaciones de E. Martínez de Pisón: Imagen del paisaje.
La Generarión del 98 y Ortega y Gasset, Caja Madrid, Madrid, 1998, y de N. Ortega Cantero: Paisaje y
excursiones. Francisco Giner, la Institución Libre de Enseñanza y la Sierra de Guadarrama, Editorial Raíces,
Obra Social Caja Madrid, Las Rozas, 2001, nos ilustran acerca de un ámbito intelectual y de un modo
geográfico de ver e interpretar la riqueza cultural que debe ser conocido por quienes se acercan a la
lectura de los paisajes españoles.
NATURALEZA, CULTURA Y PAISAJE EN LAS ISLAS CANARIAS:
EL EJEMPLO DEL BOSQUE DE DORAMAS
gran parte de su superficie media y alta por este bosque hasta el siglo XV, en
la actualidad sólo queda el 1% de la laurisilva original, refugiada en las laderas
de unos pocos barrancos como el barranco Oscuro, barranco de la Virgen y los
Tiles de Moya. En Canarias, la mejor representación de laurisilva corresponde
al Bosque del Cedro, en La Gomera, que en 1981 justificó la declaración de
Parque Nacional de Garajonay y Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO
en 1986. Otras formaciones de laurisilva, dignas de mención, son las correspon-
dientes a las del bosque de Los Sauces en La Palma, las cumbres de Anaga en
Tenerife y los altos de El Golfo en El Hierro.
1Canarias: Crónicas de su conquista. Transcripción, estudio y notas de Francisco Morales Padrón, Las
Palmas de Gran Canaria, Ediciones del Cabildo de Gran Canaria, 1978, pág. 212.
Naturaleza y cultura del paisaje 205
2 Véase, entre otros trabajos, los de Cabrera Perera, Antonio: Las Islas Canarias en el mundo clásico, Santa
Cruz de Tenerife, Viceconsejería de Cultura y Deportes, 1988; Martínez Hernández, Marcos: Canarias
en la Mitología. Historia mítica del Archipiélago, Santa Cruz de Tenerife, Centro de la Cultura Popular
Canaria, 1992; Martínez Hernández, Marcos: Las Islas Canarias de la Antigüedad al Renacimiento. Nuevos
aspectos, Santa Cruz de Tenerife, Centro de la Cultura Popular Canaria, 1996; Manfredi, Valerio: Las
Islas Afortunadas. Topografía de un mito, Madrid, Anaya-Mario Muchnik, 1997; Martínez Hernández,
Marcos: Las Islas Canarias en la antigüedad clásica: mito, historia e imaginario, Tenerife, Centro de la Cultura
Popular Canaria, 2002.
3Cairasco de Figueroa, Bartolomé: Obras inéditas I. Teatro. Edición de Alejandro Cioranescu, Santa Cruz
de Tenerife, Goya Ediciones, 1957, págs. 104-105.
206 Guillermo Morales Matos y Daniel Marías Martínez
4 Cioranescu, Alejandro: Cairasco de Figueroa. Antología poética, Santa Cruz de Tenerife, Editorial
Interinsular Canaria, 1984, pág. 40.
5 Tasso, Torcuata: Jerusalén Libertada. Traducción de Bartolomé Cairasco de Figueroa. Edición, prólogo y notas
de Alejandro Cioranescu, Santa Cruz de Tenerife, Aula de Cultura de Tenerife, 1967, págs. 329-330.
Naturaleza y cultura del paisaje 207
6Sánchez Robayna, Andrés: "Musas dorámides", en Homenaje a José Pérez Vidal, La Laguna, Secretariado
de Publicaciones de la Universidad de La Laguna, 1993, p. 729. Véase también del mismo autor su
extenso ensayo titulado "Cairasco de Figueroa y el mito de la Selva de Doramas", en Estudios sobre
Cairasco de Figueroa, La Laguna, Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, 1992, págs.
67-151.
208 Guillermo Morales Matos y Daniel Marías Martínez
7 Torriani, Leonardo: Descripción e historia del reino de las Islas Canarias antes Afortunadas, con el parecer
de sus fortificaciones. Edición de Alejandro Cioranescu, Santa Cruz de Tenerife, Goya Ediciones, 1978.
Naturaleza y cultura del paisaje 209
Destaquemos aquí, sin embargo, del empleo del tiempo pasado, y que
indique al destacar la Montaña de Doramas que se encuentra a "dos leguas de
esta Ciudad Real de Las Palmas", pues tan pequeña distancia, aun para aquellos
tiempos, del principal centro de población de la isla, puede explicar la reiterada
insistencia en que "no hay árbol que se corte" en la montaña ("la más fértil
arboleda que hay en estas partes") que al año no haya generado a su alrededor
gran cantidad de "pimpollos nacidos y de muchas y altas palmas".
Además, se sigue haciendo mucho hincapié en que la Montaña presentaba
un gran espesor forestal que impedía que el sol llegara a penetrar con sus
cálidos rayos hasta la tierra húmeda del bosque y se repite la alusión a los
Campos Elíseos y demás referencias mitológicas.
Unos años más tarde, en 1634, el obispo don Cristóbal de la Cámara y Murga,
reitera con un tono que ya nos resulta familiar el carácter maravilloso de la
montaña, del que se permite decir que, aunque le asombraba lo que le contaban,
visto lo que pudo de ella, diría que le habían dicho poco:
También conviene destacar que insiste el señor obispo en que Doramas "es
una de las grandiosas cosas de España".
Pocos años después, en 1646, Francisco López de Ulloa realiza la siguiente
descripción:
López de Ulloa insiste, una vez más, en la frialdad de las aguas que surcan la
montaña, en la que destacan "dos arroyos o ríos que riegan al día de hoy
muchas heredades" productivas en multitud de cultivos. También reaparece el
gusto por lo infinito, en este caso para enumerar las fuentes que discurren por
dicha montaña. Naturalmente la espesura y umbrosidad de los bosques enreda-
dos con hiedras se repite una vez más para concluir, cómo no, remachando que
donde se corta un árbol para hacer edificios y fabricar embarcaciones, salen tres
o cuatro, y dentro de otros tantos años, hay tantos, que es inútil contarlos.
10Canarias: Crónicas de su conquista. Transcripción, estudio y notas de Francisco Morales Padrón, Las
Palmas de Gran Canaria, Ediciones del Cabildo de Gran Canaria, 1978, págs. 295-296 y 323.
Naturaleza y cultura del paisaje 211
También nos ilustra que era un lugar de esparcimiento favorito de los nobles
y principales de la isla y jueces superiores, que permitía alimentar a todo tipo de
ganado y practicar la caza que abundaba. Por si fuera poco, dice que el lugar es
tan sano que se utilizaba como balneario, e insiste en que los hombres del lugar
jamás enferman y viven muchos años. Todas estas virtudes, aparte de abundar
en el carácter mítico, e incluso milagroso y casi divino del paraje, la verdad es
que pintan la montaña de Doramas como un terreno ideal para todo tipo de
explotaciones, tanto primarias (forestales, agrícolas y ganaderas) como secun-
darias (construcción de buques y edificios) y terciarias (turismo, hospedería,
etc.). Está todo a favor como para hacer una explotación intensiva del territorio.
Fray José de Sosa (1646-1724) en su Topografía de la isla Afortunada de la Gran
Canaria, que data de 1678, dice lo siguiente:
11 Sosa, José de: Topografía de la isla Afortunada de la Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, Ediciones
del Cabildo de Gran Canaria, 1994, pág. 47.
12 Castillo, Pedro Agustín del: Descripción histórica y geográfica de las Islas Canarias, Madrid, Imprenta
Silvero Aguirre, 1737, pág. 701.
212 Guillermo Morales Matos y Daniel Marías Martínez
Sin embargo, en otro historiador, en este caso el inglés George Glas (1725-
1765), al hacer alusión a la montaña menos de 30 años más tarde (en 1764), y
dentro de una descripción no menos idílica, encontramos matices que dan que
pensar. Las selvas o bosques parecen haberse convertido en "bosquecillos", por
sombreados y tupidos que sigan siendo; lo mismo que los ríos o arroyos le
parecen a este visitante "arroyuelos", sin que esta aparente mengua deje de
recordar a Glas las hermosas palabras que autores anteriores escribieron acerca
de estas Islas Afortunadas:
13 Glas, George: Descripción de las Islas Canarias. Traducida del inglés por Constantino Aznar de Acevedo,
mucho más intensa que antes de la Conquista y que, todo hace pensar, que se
iría intensificando con el paso del tiempo.
Por grande que fuera la riqueza y fertilidad de la Montaña de Doramas, aun
descontando la mitificación y las exageraciones -que parecen patentes-, lo cierto
es que su capacidad de regeneración y el uso y la explotación que se hiciera
de sus riquezas había de tener un límite, que ya es meritorio que tardara cerca
de tres siglos en empezar a hacerse explícito en los textos.
José de Viera y Clavijo (1731-1813) marca la transición hacia una visión más
realista y crítica, que no es de extrañar se produzca en un científico ilustrado,
puesto que probablemente la diferente actitud de otros naturalistas e historia-
dores anteriores les impidieran expresar de forma clara lo que no podrían dejar
de advertir.
Aunque sus primeras descripciones del bosque de Doramas son tributarias
de autores anteriores tanto estilísticamente como en su contenido (obsérvese
que repite expresiones y adjetivos literalmente incluso cuando ya entonces eran
anticuados), en la visión de Viera se produce un cambio patente a raíz de su
traslado a Las Palmas, lo que prueba hasta qué punto la pervivencia del mito
se basa, muchas veces, en el desconocimiento real de la situación y en la
confianza excesiva en las fuentes históricas.
En el poema los Los Vasconautas, de 1766, encontramos intacta la imagen
idílica y paradisíaca de la Montaña iniciada por Bartolmé Cairasco.
15Viera y Clavijo, José: Los Vasconautas. Poema épico en cuatro cantos. Edición y notas de Miguel Pérez
Corrales, Santa Cruz de Tenerife, Secretariado de Publicaciones de La Laguna e Instituto de Estudios
Canarios, 1983, págs. 43-44.
214 Guillermo Morales Matos y Daniel Marías Martínez
16 Viera y Clavijo, José: Noticias de la Historia General de las Islas Canarias. Enriquecida con las variantes
y correcciones del autor. Introducción y notas de Alejandro Cioranescu, Santa Cruz de Tenerife, Goya
Ediciones, 1982.
" Viera y Clavijo, José de: Diccionario de Historia Natural de las Islas Canarias o índice Alfabético descriptivo
de sus tres reinos: Animal, Vegetal y Mineral, Las Palmas de Gran Canaria, Excma. Mancomunidad de
Cabildos de Las Palmas, 1982, pág. 292.
Naturaleza y cultura del paisaje 215
Aquí hace relación de los caracteres más destacados del vergel grancanario,
pero también se dedica a constatar el proceso de destrucción que ha padecido
la Montaña, aportando algunas de las principales claves explicativas para
entender la degradación del paisaje producida durante siglos. No obstante, a
pesar de denunciar dicho deterioro, en una parte de su descripción vuelve a
emplear alusiones a su excelencia.
Todavía es más distinta la visión que Viera dejó escrita (con posterioridad
a su residencia en Las Palmas de Gran Canaria y antes de morir en 1813) en
una obra titulada Los meses, que se publicaría postumamente. En ella pone de
manifiesto los elementos negativos que se venían observando en la montaña
en los últimos tiempos. Viera y Clavijo, como botánico, fue testigo del comienzo
de un desastre natural y así lo cantó:
Como se puede observar, Viera y Clavijo tiene una visión muy diferente de
la Selva a la que tuvieron con anterioridad otros autores. Ya no se trata de las
palabras grandilocuentes inspiradas por la belleza incomparable del paisaje.
Aunque la suya es una rememoración evidentemente llena de nostalgia, no deja
de señalar algunos de los excesos cometidos, que en algún caso aluden
18Viera y Clavijo, José de: Los Meses. Edición de José Miguel Pérez Corrales, Las Palmas de Gran
Canaria, Ediciones del Cabildo de Gran Canaria, 2000, págs. 169-170.
216 Guillermo Morales Matos y Daniel Marías Martínez
Atrás quedan las visiones idílicas y míticas de Cairasco y tantos otros. Los
cantos a la exuberante naturaleza se tornan ahora en dolorosas expresiones que
claman al cielo ante la destrucción causada por la mano del hombre. Es curioso
que, más que en estudios científicos, las huellas de este cambio de actitud hayan
perdurado en sus manifestaciones líricas, lo que quizá indique un fondo de
escepticismo e impotencia frente al incontenible proceso de destrucción de la
naturaleza. Incluso en un poema como el titulado La Montaña de Doramas, de
Ventura Aguilar y Ruiz (1816-1858), que muestra hasta qué punto es fuerte
todavía la pervivencia del mito, llama la atención la conjunción de codicia y
de calificar de ciegos a los mortales del último verso citado:
19Évora Molina, José: El poeta Rafael Bento y Travieso (1782-1831), Las Palmas de Gran Canaria, Ediciones
del Cabildo de Gran Canaria, 1987, pág. 71.
Naturaleza y cultura del paisaje 217
Revuela la alegría,
Y en sus alas se eleva el pensamiento
Aquí está la morada
De los ciegos mortales codiciada" 20 .
20Aguilar y Ruiz, Ventura: Cantos de un canario, Madrid, Imprenta de Joaquín René, 1854, pág. 23.
21 Chil y Naranjo, Gregorio: Estudios históricos, climatológicos y patológicos de las Islas Canarias.
Transcripción de Amara M a Florido Castro e Isabel Saavedra Robaina, Las Palmas de Gran Canaria,
El Museo Canario, 2000-2001, pág. 383.
218 Guillermo Morales Matos y Daniel Marías Martínez
Hay que observar que desde las primeras décadas del siglo XX la perdu-
ración literaria del mito apenas ha progresado, siendo sustituida por una visión
elegiaca del tesoro perdido, mientras que en el campo científico e historiográ-
fico ha ido cobrando cuerpo la conciencia del destrozo que ha llevado a la
adquisición de los terrenos por parte del Cabildo y la planificación de su
reforestación, a veces no exenta de errores, como fue el caso de canalizar las
aguas de las laderas altas de los barrancos, que detraía agua a los suelos de
los árboles situados topográficamente más abajo.
Todas estas referencias, a las que se podrían haber añadido otras muchas
pero de las que hemos querido destacar una muestra significativa, ofrecen una
visión indirecta pero bastante gráfica del proceso histórico por el que pasa el
24Morales, Tomás: Las Rosas de Hércules. Edición de Sebastián de la Nuez, Santa Cruz de Tenerife,
Viceconsejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, 1990.
220 Guillermo Morales Matos y Daniel Marías Martínez
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