Claves Cristologicas para La Pastoral Juvenil-Gabino Uribarri
Claves Cristologicas para La Pastoral Juvenil-Gabino Uribarri
Claves Cristologicas para La Pastoral Juvenil-Gabino Uribarri
El autor nos presenta, en este artículo, interesantes claves cristológicas para la pastoral juvenil. Nos hace
ver que acertar en pastoral juvenil es importante para el futuro de la Iglesia y de la fe en el Señor Jesús.
Gabino Uríbarri nos hace ver algunos peligros en una presentación insuficiente de la figura de Jesús en
pastoral, antes de presentarnos las claves cristológicas que pueden dar fecundidad a la pastoral juvenil.
[1]
No podemos conformarnos con un Jesús a la moda” .
1. Ambientación bíblica
El paralítico que se encontraba en la puerta Hermosa del Templo les pidió limosna a Pedro y
a Juan. Su respuesta es muy significativa: “«No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en
nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda»” (Hch 3,6). La escena nos puede servir,
parcialmente, para situar la labor que realizamos en el difícil frente de la pastoral. El paralítico pide
dinero, pero le ofrecen una nueva vida. Que se levante (usando el mismo verbo que se emplea
para la resurrección). Los apóstoles le entregan aquello que poseen, que no es oro ni plata; le
hablan en nombre de “Jesucristo Nazareno”. Los apóstoles, Pedro y Juan, no responden a su
expectativa, le entregan algo más valioso: la fuerza regeneradora y sanadora de Jesucristo, que va
mucho más allá de lo sospechado. Por eso, atendiendo en su verdad a la demanda última del
paralítico, desoyen el contenido concreto de su petición, para ofrecerle algo mucho mayor y más
grande.
En la medida en que valga, aquí tenemos una primera pista. Los jóvenes piden algo a la
Iglesia, a los pastoralistas. Lo mejor que podemos darles es la vida nueva que surge de Jesucristo,
aunque no sea lo que demanden de una manera explícita. Jesucristo será la respuesta más
completa a sus anhelos, a sus deseos de caminar por una vida verdadera.
“Tampoco yo, hermanos, pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a
niños en Cristo. Por eso, en vez de alimento sólido, os di a beber leche, pues todavía no estabais
para más” (1Cor 3,12). Pablo reconoce en esta somera indicación, que además es un reproche, la
necesidad de la gradualidad en la instrucción de los cristianos. Se comienza por un alimento más
fácil de digerir, por la “leche espiritual” (cf. 1Pe 2,2). Cuando se avanza en el crecimiento en la fe,
cuando se pasa de “carnales” a “espirituales”, categorías tan queridas para Orígenes y la escuela
alejandrina, se puede entonces pasar a materias de mayor profundidad en la fe, que también
llevan consigo una mayor exigencia.
Este mismo modo de ver se recoge en la carta a los hebreos, también incluyendo un
reproche: “Pues, debiendo vosotros ser ya maestros, por razón del tiempo, seguís necesitando que
alguien os vuelva a enseñar los primeros rudimentos de los oráculos divinos; y estáis necesitados
de leche y no de alimento sólido” (Heb 5,12). Con lo cual se confirma de nuevo la gradualidad.
También que ambos apóstoles aspiran a que sus comunidades cristianas alcancen la madurez en el
conocimiento y la asimilación de la doctrina. Ambos apostaron por una catequesis y una instrucción
que llevara a los cristianos hasta el conocimiento más profundo de la fe cristiana.
Así, pues, hemos de conjugar también la gradualidad, sabiendo que no siempre es posible
dar de comer alimento sólido; que en algunas circunstancias habrá que recurrir de nuevo a la
“leche espiritual”; que los comienzos deben ser ordinariamente más suaves; pero también que el
ideal no es dejar en la niñez a los cristianos. En particular, opino que los jóvenes universitarios
están capacitados para el alimento sólido y que se les debe ofrecer, pues en los otros ámbitos de
su vida, en particular el intelectual, están recibiendo alimento sólido. Solamente el alimento sólido
ofrecerá garantías a los jóvenes para perseverar con convicción y alegría en el camino de la fe en
medio de un mundo que la erosiona continuamente.
Para proponer la fe con acierto, conviene realizar el ejercicio que en su día, años cincuenta,
hizo Rahner:
“Habría que preguntarse con más rigor y sistemáticamente qué idea se forman
propiamente de Cristo el cristiano y el no cristiano medios, sea para «creer» en ella, sea para
rechazarla como no digna de fe.
(...) Habría que preguntarse después cuáles son las formulaciones dogmáticas, sea en las
declaraciones oficiales, sea en la catequesis y predicación ordinarias... que, al ser mal
comprendidas, han dado y siguen dando motivo a tales criptoherejías preintelectuales de la
[3]
cristología” .
El primero consiste en seguir de cerca la investigación histórica sobre Jesús, que por su
propia metodología prescinde de la fe. La figura de Jesús que surge de aquí es la de un personaje
[4]
religioso fascinante. Sin embargo, se trata de un Jesús meramente humano . En la medida en
que la pastoral juvenil se alimente preponderantemente de estas lecturas, no pondrá en contacto a
los jóvenes con Jesucristo, el Hijo de Dios. Además, de alguna manera se encontrará con que
[5]
rechina lo que se propone catequéticamente y lo que se celebra litúrgicamente .
Por último, tampoco ayuda al crecimiento de la fe de los jóvenes un tic según el cual se
presente una imagen de Jesucristo, una cristología, que no genere adhesión eclesial o, peor aún,
que fomente la desafección eclesial. Una fe madura, como se presupone en los pastoralistas, no se
puede dejar lleva por la moda “Jesús sí, Iglesia no”. Se trata de una visión muy superficial que
además no alimenta verdaderamente la fe de los jóvenes. Evidentemente Jesucristo es más
importante que la Iglesia y siempre se da una distancia entre la segunda, que es discípula, y el
primero, que es maestro. Pero también es cierto que la Iglesia es quien transmite la fe en
[7]
Jesucristo y el ámbito privilegiado para su conocimiento .
Lo que los evangelios nos presentan es una historia, la de Jesús, totalmente penetrada por
la lectura creyente. No nos transmiten una historia aséptica ni neutral, sino la historia de Jesús,
que simultáneamente es de modo indiviso la de “Jesucristo, Hijo de Dios” (cf. Mc 1,1). En el
entramado de los evangelios, las confesiones de fe, como la de Pedro en Cesarea de Filipo, las
narraciones de la infancia o las escenas de carácter teofánico (bautismo, transfiguración) resultan
fundamentales para que no se desvirtúe la identidad del personaje central que nos van
presentando y con quien nos pretenden poner en contacto. Resulta muy significativo que aunque el
manejo de los títulos cristológicos no sea uniforme en los evangelios, ninguno de ellos se haya
redactado prescindiendo de estas formulaciones creyentes en la identidad de su persona y la
magnitud teológica de su obra. Por otra parte, las cartas paulinas, en sentido amplio, están escritas
desde la fe y la relación en Jesucristo como el Señor, el Kyrios. La perspectiva de fe penetra
continuamente sus elaboraciones. Pablo pretende desgranar para las comunidades cristianas por él
fundadas el significado de Cristo Jesús en todas sus dimensiones. Desde ahí ilumina las peculiares
circunstancias que en ellas acontecen.
Tercero, profundizando en esta línea, las narraciones evangélicas, lo mismo que las cartas y
el Apocalipsis, cuentan continuamente con la resurrección de Jesús. Para la comprensión de la
persona de Jesús se trata de un acontecimiento capital, que da la medida de su identidad y de su
obra: es aquel a quien la muerte no puede vencer; es aquel a quien Dios legitima por completo, su
persona y su pretensión, resucitándole de entre los muertos; es aquel por quien se nos otorga el
perdón de los pecados, la vida eterna. Por lo tanto, la presentación de Jesús en la pastoral juvenil
debe incorporar de modo expreso la resurrección de Jesús, su contenido y sus efectos sobre la vida
del cristiano.
Para que la cristología realmente funcione bien, sin perder su propia idiosincrasia, necesita
estar bien conectada con la teología trinitaria y con la antropología. La fe cristiana nos dice que en
Jesucristo se revela el rostro de Dios y el misterio del hombre. Si atendemos a la formulación más
clásica del dogma, definida en el Concilio de Calcedonia (año 451), Jesucristo es verdadero Dios y
verdadero hombre. Parafraseando, podemos decir que en Cristo se revela la verdad de Dios y la
verdad del hombre. Este doble aspecto se ha de traslucir de la presentación de la fe en Jesucristo.
La presentación del primer elemento de modo explícito encaja con facilidad en la explicación
del credo. Allí se nos habla de su relación con el Padre: “y en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único
de Dios, engendrado antes de todos los siglos” (DH 150). Al hacerlo, se pueden explicar los textos
bíblicos que hablan sobre la preexistencia y la mediación en la creación (ej. Jn 1,1ss; Heb 1,34;
Filp 2,611; 1Cor 8,6; Col 1,1520; Ef 1,314). En todo caso, lo que formula la idea y el concepto
de la encarnación pertenece al núcleo esencial de la fe cristológica de la Iglesia, que no se podrá
dejar de lado. La Navidad, como tiempo litúrgico, también es un momento adecuado para incidir en
este tipo de contenido. Nosotros creemos, lejos de toda forma de adopcionismo, que Jesucristo es
Dios que proviene de Dios. El credo nos dice: “Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios
verdadero, engendrado no creado, de la misma sustancia del Padre, por quien todo fue hecho” (DH
150). Es bueno, junto con una explicación más teológica, mostrar siempre el fundamento bíblico de
estas afirmaciones de gran peso y con enorme contenido.
En una formulación muy bien aquilatada, Gaudium et spes dice en su texto cristológico más
relevante: “En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo
encarnado” (GS 22). A lo largo de toda la constitución pastoral, pero especialmente en este
número, se desgrana la relevancia de Cristo para el hombre, se exponen los puntos fundamentales
[9]
que vertebran la relación entre cristología y antropología . En concreto, se manejan dos motivos
teológicos de gran profundidad y largo alcance. En primer lugar la teología de los dos Adanes, en la
que se pone de manifiesto que fuimos creados pensando en Jesucristo. El modelo según el cual se
modelaba a Adán del barro (Gn 2,7) era Cristo, según una conocida interpretación de los Padres de
la Iglesia (Ireneo, Tertuliano). El segundo Adán, Cristo, es en realidad el primero en el designio
original de Dios, aunque su aparición en la historia haya sido cronológicamente posterior a Adán y
por eso hablemos del “segundo” Adán. Esto pone de relieve que nuestra realización consiste en
nuestra cristificación, en la filiación, en ser hijos en el Hijo. La realización de la vocación cristiana y
la vocación humana coinciden: “la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir,
la divina” (GS 22).
Además, en el evangelio de Juan Jesús se manifiesta de modo patente como el Hijo de Dios,
como aquel que hace todo en consonancia con la voluntad de Dios. La realidad de Jesús como Hijo
de Dios permea todo el evangelio de Juan. Esto resulta muy significativo, pues quien maneje con
frecuencia dicho evangelio entenderá de modo natural que Jesús es el Hijo de Dios. Ahora bien, el
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título “Hijo” es el más importante de toda la cristología , donde se aclara mejor la relación de
Jesús con el Padre. Una cristología en la que Jesús no aparezca nítidamente como el Hijo de Dios
[14]
no refleja la fe de la Iglesia ni alimenta con verdad la fe en Jesús, el Hijo de Dios .
Pablo vive su vida cristiana con esta convicción: “vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo
quien vive en mí. Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se
entregó por mí” (Gal 2,20). Aquí Pablo refleja una relación personal muy intensa con Cristo.
Entiende que Cristo se ha entregado por él. Ha personalizado las palabras que se encuentran en la
última Cena, donde el Señor Jesús manifiesta el sentido de su vida y su muerte: pan (cuerpo) que
se entrega; sangre (vida) que se derrama por nosotros, por los muchos, por todos. Pablo vive en
agradecimiento a Cristo, reconociéndolo como su Salvador. Esto tiñe de una ternura especial la
relación con el Señor Jesús.
Una buena cristología entra en resonancia con la liturgia y se deja alimentar por ella. Toda
la liturgia de la Iglesia se puede entender como una gran pedagogía que nos introduce en la fe, en
su contenido más profundo, en su celebración gozosa, en su interiorización y apropiación. El Cristo
de la pastoral juvenil ha de ayudar a los jóvenes a vivir con mayor conciencia, alegría y
profundidad la liturgia. Por otra parte, la liturgia proporciona excelentes ocasiones para ir
proponiendo a los jóvenes la figura de Jesucristo con todas sus facetas, incorporando además: la
lectura continua de la Palabra de Dios y su explicación; los símbolos, tiempos y colores litúrgicos;
la música y los silencios; la pedagogía de los gestos, las costumbres y las tradiciones. Si se llega a
gustar la liturgia, se pone a los jóvenes en un camino en el que más allá de la comunidad juvenil,
podrán seguir cultivando su relación con el Señor Jesús, su pertenencia a la Iglesia y creciendo en
ella. La liturgia nos propone además el Cristo eclesial, el Cristo de la fe, que es el único Jesús
verdadero, Salvador del mundo, recapitulador de la historia, el Cordero degollado desde antes de la
creación del mundo, gracias al cual nosotros obtenemos la redención, el perdón de los pecados, la
vida verdadera.
No es corriente que un Papa decida ejercer de teólogo, como ha hecho Benedicto XVI. Sus
dos volúmenes sobre Jesús no son un libro de carácter magisterial, sino una contribución al debate
y una propuesta personal. Me parece descabellado convertir estos libros en la base de toda
cristología, de toda visión católica de la persona de Jesús y en una vara para medir la bondad de
toda propuesta cristológica. No hay que ser más papistas que el Papa. Sin embargo, dada la
relevancia de su autor y de su ministerio en la Iglesia, también me parece una actitud algo sectaria
prescindir sistemáticamente de estos libros y sus aportaciones. A pesar del esfuerzo de Joseph
RatzingerBenedicto XVI para dirigirse a un público amplio no especializado su lectura no resultará
fácil. Lo más instructivo me parece que consiste en lo siguiente. Hacerse cargo de su sentido y
contenido de fondo, que todo catequista y pastoralista bien formado debería conocer. Con este
conocimiento, se pueden hacer alusiones diversas. En algún caso, y con orientación previa, se
puede leer alguno de sus capítulos, según los temas que se estén estudiando en la catequesis. En
todo caso, distinguiendo sus opiniones teológicas más particulares y, por lo tanto, discutibles, en
conjunto ofrece una imagen de Jesús bien construida, profunda, que se puede manejar con mucho
provecho en la pastoral general y en la pastoral juvenil. Así pues, ni dejarlo de lado ni concederle la
exclusiva.
En el acierto de la pastoral con jóvenes se juega una parte importante del futuro de la
Iglesia y la fe en el Señor Jesús. Parecería que se han de manejar muchas cautelas y que la labor
es muy complicada. Tal mirada me parece superficial, pues todas las claves que he señalado
pertenecen al acervo común de la fe de la Iglesia.
Podemos pensar que en la pastoral difícilmente se transmite lo que no se vive. Por eso,
somos en definitiva los pastoralistas y catequetas los que nos hemos de interrogar sobre nuestra
cristología y nuestra imagen de Jesús: la que de verdad vivimos y con la que resonamos. Pero
también podemos pensar que nuestra labor, por importante que sea, es limitada. Somos
simplemente mensajeros, apóstoles, instrumentos en manos de Dios para dar a conocer a su Hijo.
El Espíritu será quien ponga a los jóvenes a los pies del maestro. Y Él es capaz de ganarles el
corazón y revelárseles en toda su majestad y verdad.
Gabino Uríbarri, SJ
[1] J. RATZINGER, Un canto nuevo para el Señor. La fe en Jesucristo y la liturgia hoy, Sígueme, Salamanca 22005, 47-48.
[2] Me permito remitir, como complemento, a G. URÍBARRI, Evangelizar a los jóvenes educándoles en una sana
cristología: Revista de Pastoral Juvenil 438 (octubre 2007) 3-12; La devoción a Jesús y la singularidad de su humanidad:
Razón y Fe 257 (febrero 2008) 127-138; La singular humanidad de Jesucristo. El tema mayor de la cristología
contemporánea, U.P. Comillas – San Pablo, Madrid 2008.
[3] K. RAHNER, "Problemas actuales de cristología", en Escritos de teología I, Madrid, Taurus, 1961, p. 167-221, aquí 221.
Cf. también A. TORNOS, Voces de la cultura entre los ejercitantes de hoy: Manresa 275 (abril-junio 1998) 129-147.
[4] El tema es amplio. Puede verse J. RATZINGER – BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Primera parte. Desde el
Bautismo a la Transfiguración, La esfera de los libros, Madrid 2007, 7-21; G. URÍBARRI, La singular humanidad, 67-102.
[5] Cf. C. DEL VALLE, Cristo en la liturgia: Sal Terrae 96 (enero 2008) 17-28.
[9] Una explicación somera y completa en L. LADARIA, “El hombre a la luz de Cristo en el Concilio Vaticano II”, en R.
LATOURELLE (ed.), Vaticano II: balance y perspectivas. Veinticinco años después (1962-1987), Sígueme, Salamanca
1989, 705-714. Para profundizar más: L. LADARIA, Jesucristo, salvación de todos, U.P. Comillas – San Pablo, Madrid
2007; A. CORDOVILLA, “«Gracia sobre gracia». El hombre a la luz del misterio del Verbo encarnado”, en G. URÍBARRI
(ed.), Teología y nueva evangelización, U.P. Comillas – Desclée, Madrid – Bilbao 2005, 97-143.
[10] Informa cumplidamente y de modo accesible: H.-J. KLAUCK, Los evangelios apócrifos. Una introducción, Sal Terrae,
Santander 2006.
[11] Sobre esta compleja problemática, cf. G. URÍBARRI, La recepción en la cristología de los estratos de redacción de los
evangelios: Estudios Eclesiásticos 85 (2010) 411-428.
[12] Con respecto a la fecha de la última Cena, por ejemplo, se da una divergencia irreconciliable entre los sinópticos y Juan.
También respecto al número de estancias de Jesús en Jerusalén. No son los únicos casos.
[13] J. RATZINGER, Teoría de los principios teológicos. Materiales para una teología fundamental, Herder, Barcelona
19852, 12, 114; W. KASPER, Jesús, el Cristo, 199; O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Cristología, BAC, Madrid 2001, 373.
[14] Para ampliar, cf. G. URÍBARRI, “Jesucristo, el Hijo. La clave del «yo» de Jesús”, en G. RICHI ALBERTI (ed.),
Jesucristo en el pensamiento de Joseph Ratzinger, Publicaciones San Dámaso, Madrid 2011, 115-156.
[15] Podrá leerse con provecho B. SESBOÜÉ, Jesucristo, el único mediador. Ensayo sobre la redención y la salvación 2
vols, Secretariado Trinitario, Salamanca 1990; A. VANHOYE, Tanto amó Dios al mundo. Lectio sobre el sacrificio de
Cristo, San Pablo, Madrid 2005.
[16] Más detalles en G. URÍBARRI, El mensajero. Perfil del evangelizador, Desclée – U.P. Comillas, Bilbao – Madrid 2006,
101-111.