Colegio de Mexico Doscientos Años de Narrativa Mexicana Vol.1 S Xix Document
Colegio de Mexico Doscientos Años de Narrativa Mexicana Vol.1 S Xix Document
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SIGLO XIX
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Biblio teca Daniel Cosfo Villegas
Coordinación de Servicios
DOSCIENWS AÑOS
DE NARRATIVA MEXICANA
Volumen 1
SIGLO XIX
SERIE LITERATURA MEXICANA
XI
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Volumen 1
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EL COLEGIO DE MÉXICO
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Doscientos años de narrativa mexicana / edición, Rafael Olea Franco ;
colaborai;:ión de Pamela Vicenteño Bravo - la. ed. - Méltjco, D.F. : El
Cole&io de México, Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios,
2010.
337 p. ; 23 cm.
Open access edition funded by the National Endowment for the Humanities/Andrew W.
Mellon Foundation Humanities Open Book Program.
Impreso en México
ÍNDICE GENERAL
Nota editorial 9
[ 7]
8 OOSCIEN10S AÑOS DE NARRATIVA MEXICANA. l. SIGLO XIX
con un ensayo sobre la obra narrativa de José Emilio Pacheco. Este riesgo me indujo a
desechar otro trabajo que estaba preparando y a asumir yo mismo esa tarea. Afortunada-
mente, al final pudimos contar con dos ensayos sobre el autor, los cuales ofrecemos en el
segundo volumen, como visiones complementarias de este esencial escritor mexicano del
siglo xx.
2 Mariano Azuela, "Algo sobre novela mexicana contemporánea•, en Obras completas,
[ 9]
10 DOSCIEN'IOS AÑOS DE NARRATIVA MEXICANA. l. SIGLO XIX
3 de enero de 1914], Ed. Eusebio Gómez de la Puente, México, 1914, pp. 26-27.
NOTA EDITORIAL 11
Tuda propuesta de lectura, por modesta que sea, aspira, de manera cons-
e
ciente o no, a influir en la constitución de un canon literario o de una tradi-
ción cultural). Estoy seguro de que algunos de los escritores analizados en
estos volúmenes, o bien de los enfoques aplicados a los nombres aparente-
mente más conocidos, propiciarán cambios en el modo como percibimos el
desarrollo (que no evolución) de la narrativa mexicana de los siglos XIX y xx.
Contribuiremos así, dialogando críticamente, a la conmemoración de los dos
siglos de vida independiente de nuestro país y del primer siglo de la Revolu-
ción Mexicana.
DATOS BIOGRÁFICOS
[ 13]
14 MARÍA ROSA PALAZÓN
defensivas que pensaba tornar. En 1811 entregó sin resistencia las armas al
general Hernández, dirigente de.las.tropas lideradas por Miguel Hidalgo y
Costilla. Lo apresaron los realistas, sus bienes fueron embargados y vino
corno reo a la Ciudad de México. Logró salir de este embrollo.
El esbozo ciertamente incompleto de su ideología la encontrará el lector
atento en sus poesías y fábulas. Entonces sí podremos afirmar su patriotismo
comunitario. Pidió·que grabaran· en su tumba el siguiente epitafio: "Aquí
yacen las cenizas de El Pensador Mexicano, quien hizo lo que pudo por su
patria" (1051 ); pero ya que el que vive corno pobre, también muere corno
pobre, lo enterraron en San Lázaro, cementerio que acabó siendo una pocil-
ga. Lo sepultaron con los honores de ordenanza. Su osamenta nunca fue
localizada, pese a las diligencias de Luis González Obregón, quien deseó
ponerle el mencionado epitafio, que previó en su· '!estamento y despedida:
cerdos y perros callejeros acabaron hollando la tierra donde habían colocado
su cuerpo. El simbólico apelativo de San Lázaro sugiere a los apestados, a
individuos valiosos a cuya sombra el poder de dominio y los pragmáticos
oportunistas escribieron ataques sucios, golpes bajos, faltos de generosidad.
Después de una acre burla a la Orden de Guadalupe apoyada por su Alteza
Serenísima, Antonio López de Santa-Anna, Ignacio Rarnírez lanza un balazo
directo de ironía llamando a Fernández de Lizardi "el caballero de medio
millón de pesos, que recibió para buques• (Rarnírez 1988: 220).
Nuestro autor no supo tocar las puertas de la adulación con maestría,
sino que plantó una cara muy poco acicalada a una sociedad injusta y degra-
dante para la mayoría de su población. Dije "con maestría" porque la censura
impidió la expresión sincera de opiniones. Las reglas exigían, incluso a los
más valientes rebeldes, escribir parrafadas laudatorias y besamanos, vistos
desde nuestro horizonte¡ sus contemporáneos supieron leer muy bien aque-
llo que obedecía a una norma y los párrafos donde se asomaba la discrepan-
cia. Esta sinceridad; en ocasiones arrebatada, explica por qué el 29 y 30 de
noviembre de 1812 hubo una manifestación popular favorable a la entereza
de Carlos María de Bustarnante y Lizardi porque éste decía "la verdad pelada"
(nombre de uno de sus versos).
El 5 de junio de 1813, El Pensador contrajo matrimonio con María Dolo-
res Orendáin Hurtado, originaria de las cercanías de Tupotzotlán; sobrevivió
a su esposo unos meses (su acta de defunción es del 18 de diciembre de
1827). Él obtuvo un permiso temporal para casarse y salir de la cárcel, donde
pasó siete meses por haber defendido el fuero de los curas rebeldes contra
el juicio que les aplicaban los militares. En el número 9 de El Pensador ...
felicitó el aniversario del tirano. Según lo exigían los impresores y la censura
llamó a Venegas ínclito virrey, demandándole, corno bocón irredento, que
revocara el bando del 25 de junio de 1812 que daba injerencia a los militares
en el enjuiciamiento de los curas rebeldes. El escrito lizardiano provocó la
16 MARIA ROSA PALAZÓN
masones, folleto por el que fue excomulgado ipso facto absuque ulla declara-
tione incurrenda. El texto circuló una semana sin pena ni gloria hasta que un
carmelita predicó en la Catedral que el impreso era herético, y exhortó al
Cabildo Eclesiástico a la excomunión de su autor. Se reunió la Junta de Cen-
sura y declaró el •papel" como sospechoso de herejía, ofensivo, escandaloso,
temerario, fautor de cisma e injurioso a las autoridades civiles y eclesiásti-
cas. El provisor Félix Flores Alatorre, canónigo doctoral de la Catedral y
vicario del Arzobispado, lo excomulgó. Esta insulsa Defensa ... sostiene que
cien años después de decretadas las bulas de Clemente XII y Benedicto XIV,
habían sido revividas para que los católicos no establecieran tratos con las
sectas y los liberales fueran hundidos en la impopularidad. El Pensador
argumenta que la única razón aducida es que mantenían sus resoluciones
en secreto y bajo el cumplimiento de respetarlas en la práctica. Los masones
no admitían el perjurio, mientras los católicos perjuraron de sus juramentos
(a Carlos IV, a Fernando VII, a la monarquía española, a la Inquisición y al
papa Alejandro VI), desdiciéndose no por convencimiento, sino por un
repulsivo pragmatismo. Lizardi mandó cinco •ocursos• al Congreso para que
se le levantara el castigo y se le nombrara un abogado. El Congreso se fingió
sordo. 'Thmbién retó a un diálogo en la Universidad sobre aquel estigma,
según se lee en su cuarta Carta al Papista. Incluso puso sobre la mesa las dos
proposiciones que defendería: su excomunión no recayó sobre delito, y era
ilegal porque en su fulminación se quebrantaron los trámites que prescri-
ben los cánones. Nadie aceptó. Excomulgado, Lizardi experimentó un terri-
ble ostracismo y acabó pidiendo perdón. Lo perdonaron el 23 de diciembre
de 1823.
Encorajinado escnbió la virulenta Segunda defensa de los masones, sus
Cartas al Papista y su Correo Semanario de México, entre otros escritos.
En junio de 1823 fue encarcelado por un folleto en que fingió un congre-
so de ladrones, simbolizando la inseguridad que se vivia en la capital. 'Thm-
bién se prohibió que circulara su folleto Si el gato saca las uñas, se desprende
el cascabel, bajo las acusaciones de falsedad, de ser contrario a la fe e irrespe-
tuoso con los Sumos Pontífices. Adicionalmente fue encerrado, como si
hubiera perdido sus facultades, en el Hospital de San Andrés por decirle vieja
a su casera Josefa González, a la sazón de cincuenta y nueve años, edad pro-
vecta en los inicios del siglo XIX (embrollo debido a que doña Josefa era con-
siderada heroína de la Independencia, y seguramente porque nuestro pobre
tuberculoso no tenía dinero para la renta). Empezaba a aplicársele el ningu-
neo, por demás significativo en una población que, por desgracia, enjuicia
Lizardi, nació en el Planeta Ovejo y todo lo lleva con paciencia.
A invitación expresa de Agustín de Iturbide se unió al Ejército 'Itigarante
en calidad de jefe de prensa. Amó a la persona del "libertador•¡ pero disintió
desde muy pronto con el boato de la Corte y la disolución del Congreso,
18 MARÍA ROSA PALAZÓN
como deja entrever en su folleto Defensa de los diputados presos y demás presos
que no son diputados, en especial del padre Mier. En 1825 fue nombrado editor
de la Gaceta, órgano oficial del gobierno de Guadalupe Victoria. En sus últi-
mos años, por los servicios que prestó a la Independencia, la Junta de Pre-
mios le asignó sesenta y cinco pesos mensuales como capitán segundo de
infantería retirado.
21 de junio de 1827: José Joaquín Fernández de Lizardi murió de tisis a
las cinco y media de la mañana en la accesoria, letra A, de la calle de Puente
Quebrado, hoy uno de los tramos de República de El Salvador (aún perdura
una placa conmemorativa en el sitio). Lo confesaron el sacerdote Juan Xime-
nes del Río y el sacerdote Pérez, aunque no recibió el viático. Lo enterraron
al día siguiente. Como vamos hacia ia muerte, paso inevitable, Lizardi invitó
a que se acepte la edad, sin disimularla con un casquete bermejo -oís esti-
mados Güeritos de setenta años ... -, y a que gocemos sus ventajas, porque
quizá la vejez regala con una tierna sabiduría, afirma el idealizado Heráclito
lizardiano.
Hemos editado catorce tomos de la obra de Lizardi, así como la recepción
que tuvo de 1810 a 1820, en gran parte anónima, que apareció casi diaria-
mente. Por la cantidad seleccionada, este último tomo se dividió en dos volú-
menes. Es el mismo caso de los ataques y alguna defensa que aparecieron en
periódicos y folletos de 1821 a 1827 (en total, saldrán seis volúmenes a partir
de tres tomos). Como las verdades amargan, el veneno urdido con perfidia,
falsedad y envidia del dominio le pegó palos o pelotazos, como en aquel
racista juego de feria llamado "péguenle al negro". Un tumulto de ataques
salió a la luz diariamente en la prensa. Maledicencias escritas tanto por los
dominadores como por el poder difuso, que se ejerce más que poseerlo legal-
mente. Nuestro autor de folletos no supo, y quizá tampoco quiso, reverenciar
a las cimas del poder, y estas cumbres y sus cohortes mercenarias, ávidas de
pingües ganancias, no dudaron en infamado. Fue blanco de las descalifica-
ciones de convenencieros anónimos que no refutaron sus argumentos, sino
que dictaron sentencia sin previo diálogo. La crítica a las calamidades de un
espacio-tiempo, arma futurista, es válida cuando se ejerce de buena fe y con
prudencia y valentía. En Ideas políticas y liberales por El Pensador Mexicano
aclara estas orientaciones de sus tareas como escritor. Hoy Fernández de
Lizardi es revalorado. Sus enemigos aún abundan. Si, al decir lizardiano, pro-
vocaba cóleras y evacuaciones, el emético que utilizó aún funciona. Agustín
Yáñez escn'bió que la crítica erudita y anémica de valores •muerde" el patri-
monio de nuestro más constante y desgraciado escritor mexicano. Con des-
dén lo acusan burlescamente de sencillo, mala imitación de autores españo-
les, desaliñado, de vulgar que visita plazas, mesones y garitos, un desgarbado
sermoneador, pedagogo, que no literato¡ esto quizá, agrego, porque sólo han
leído El Periquillo, La Quijotita y algunos de los versos de este "patriarca y
FERNÁNDEZ DE LIZARDI: VIDA Y OBRA 19
profeta" (Yáñez 1954: vii), quien vio lo que ahora empezamos a vislumbrar:
•su voz clamó urgencias que subsisten sobre el desierto de nuestra vida colec-
tiva• (idem). Altamirano aseguraba que el pueblo citaba a El Periquillo porque
se adelantó a Sué en el desvelamiento de los misterios sociales¡ por ejemplo,
en siete calendarios (1866) incluye citas y ejemplos de las secuelas lizardia-
nas, como Perucho, nieto de Periquillo, editado en El Mundo (1895-1896) duran-
te el régimen de Porfirio Díaz: es un adaptado texto contrario a los estadouni-
denses, auténticos virreyes. Si sólo escnbió para su espacio-tiempo, las obras
de El Pensador, tan llenas de verdades, fueron reconocidas después de su
muerte, en parte porque escnbió siguiendo, según el entender un tanto exa-
gerado de Spell, a Feijoo.
Entre sus contemporáneos hubo envidia por su fama. En su fábula
"Esopo y los animales", asegura que este pecado capital es asesino, porque
mentalmente el envidioso quiere eliminar al envidiado para ocupar su lugar:
Esopo escucha que el caballo afirma que el carnero tiene una vida holgazana
porque no carga pesos ni está amarrado por las narices con argollas¡ el car-
nero envidia al caballo engalanado, afeitado, calzado y acariciado; el asno
piensa que el cerdo es alimentado hasta el hartazgo sin que trabaje, mientras
él no deja de hacerlo por una comida mezquina; el puerco exclama que el
asno goza de libertad, salud y larga vida; el gorrión envidia a la gallina; el
mastín al falderillo y viceversa. 1btal, "una grima" (Fernández de Lizardi
1963: 298). Esopo descubre a cada uno la suerte del otro y logra que vivan
"libres de temores y de envidias" (299). En fin, contento el hombre viviera "si
la suerte que envidia conociera" (idem).
Decidido a ser útil a mi patria, desde que se nos permitió por la primera vez
el uso libre de la imprenta, no temí estampar las verdades que me parecie-
ron conducentes al beneficio de aquélla, y esto bajo los gobiernos despóticos
de los Venegas y Callejas, y aun después en el del señor Apodaca. Son bien
públicas las persecuciones que he sufrido por esta causa. Sin embargo, no
me ha faltado la firmeza necesaria para hacer frente a las murmuraciones
de los necios, a los ladridos de los envidiosos, a las injurias de mis enemigos
y al terror que deben infundir tres prisiones (Fernández de Lizardi 199la:
245-246).
22 MARÍA ROSA PALAZÓN
EL OFICIO DE ESCRITOR
Iriarte y Samaniego está presente en sus fabulaciones, según sus críticos más
acuciosos en muchos de sus textos siguió el modelo barroco de Cervantes:
mezcla relato, diálogo, versos, citas y el recurso testamentario. Yáñez piensa
que en El Pensador Mexicano •tuerce• sus influencias barrocas para convertir-
las en una "exégesis de lo mexicano•, proyectando sus admoniciones al porve-
nir de México. Fijándonos en las taxonomías, aunque poco dicen, llama la
atención la cantidad de formas métricas que manejó: romancillos, cuarteta
popular en hexasílabos, octosílabos, pentasílabos, versos de pie quebrado,
romances, pareados, quintillas, seguidillas, coplas castellanas, décimas, espi-
nelas, endechas ... Sus versos no son lo más logrado, aunque su poema "Méxi-
co por dentro o guía de forasteros• es digno de las mejores antologías.
Nunca faltó en sus escritos la reproducción libre de frases de Juvenal,
Cicerón, Plutarco, Fénelon, de filósofos griegos y romanos, de los deístas y
teístas, de los profetas y de san Agustín y san Jerónimo ... Si para engañar a
la censura recurría a La escuela de las costumbres de Blanchard, El fruto de mis
lecturas de Jamin, y a Fleuri, Madame Maintenon y Muratori, entre otros,
esto no oculta sus conocimientos de los jansenistas, prohíbidos en España, de
los reformistas a la galicana, como Juan Antonio Llorente, de quien parafra-
seó su historia de los papas en el periódico El Correo Semanario de México, y
hasta entrevemos a trasmano aprendizajes directos e indirectos de los ilustra-
dos, como las fases educativas del Emilio de Rousseau, reproducidas en la
trama de La Quijotita y su prima. Esta lista queda muy corta y hasta es ten-
denciosa, juzgada desde la obra, porque Lizardi escondió mucho su sabiduría
enorme, erudita e inesperada (Vogeley, discutiblemente, cree detectar hasta
conocimientos de Hume). ¿Cómo y dónde este enamorado de nuestra Amé-
rica Septentrional leyó tantos líbros y párrafos de autores censurados?
Por cierto que nuestra edición de Lizardi en la UNAM se llama Obras y no
"Obras completas•, porque aún nos faltan algunos "papeles• del autor. Por
ejemplo, Obras I se limitó a reproducir las poesías de Ratos entretenidos (1819).
No obstante, sus poemas se encuentran esparcidos en toda su producción, en
particular en los periódicos y folletos.
LAsOBRAS
Si es verdad que hoy en dia nos parecen "malas", por ser poco dinámicas, poco
"teatrales•[... ] debemos tener presente que Lizardi las escnbió para un determi-
nado público, en determinadas circunstancias[ ... ] son obras encaminadas a pre-
sentar ciertas situaciones (históricas y sociales) trasladadas al escenario para
que cada espectador [... ] pase un buen rato. No podemos olvidar que ciertos
tipos de obras -coloquios, unipersonales- que ya no nos agradan, tenían enton-
ces muy buena acogida[ ... ] estas obras teatrales son "híbridas", desgarradas entre
el deseo de "divertir" y de "instruir", sobre todo las que se escnbieron después de
la Independencia. Nos parece que utilizan un sistema convenido de señales de
"su• tiempo y ya no compartimos todos los códigos que utilizan. Eran obras sig-
nificativas en un cronotopo: el del umbral entre colonia y nación, cuando todo
estaba por construir, el pais como el arte teatral (250-251 ).
PRECURSOR DE LA REFORMA
sacerdotes que los integraban. Además defendió que el Estado tenía que velar
por el bien social; hacer efectivo que la autoridad última es el espíritu colec-
tivo, fundado en la solidaridad y mutuo respeto del otro. Así como encauzar
la utilización de bienes sin derroche ni rapiña. Como quienes nadan en la
abundancia no entienden la nación como una fratría integrada por el nos-
otros, dijo que la patria la concretan los pobres, no los dueños del capital. El
famélico Lizardi fue expuesto para desmentir la conseja de que murió ende-
moniado.
CONCLUSIÓN
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EL LIBRO DE LAS MASAS:
IGNACIO MANUEL ALTAMIRANO
Y LA NOVELA NACIONAL
Christopher Conway
University ofTuxas at Arlington1
EL MAESTRO
Ruiz-Pérez, Desirée Henderson, Rafael Olea Franco y Raúl Bueno. Tumbién agradezco la
ayuda de Max Parra y Beatriz González Stephan.
2 Por razones de espacio, no abordaré la novela corta Antonia (1871), ni las novelas
[ 39]
40 CHRISTOPHER CONWAY
(2006), Conway (2005), Giron (1993), Fuentes (1988) y González Obregón (1935).
4 En un artículo publicado en El Universal, Altamirano confiesa que de niño quería ser
herrero (apud Rivas 1890: 1). Los siguientes estudios exploran el elemento racial como
clave de una lectura biográfica de los escritos de Altamirano: Segre (2007), Conway (2005),
Gomáriz (2001), Escalante (1997), Palazón y Galván (1997) y Martínez (1949). Esther Her-
nández Palacios (1997) señala que Clemencia pudo haber sido inspirada en un episodio de
la vida de Altamirano.
ALTAMIRANO Y LA NOVELA NACIONAL 41
NACIÓN Y NOVELA
cuna, / nací en el Sur, y aunque nada os cuadre, I jamás pedí limosna en puerta alguna .. ."
(Altamirano 1986d: 160).
42 CHRIS1DPHER CONWAY
6 Nicole Giron (2007), Pablo Mora (2005) y Carlos Illades (2004) ofrecen valiosas
7 Tómese en cuenta, por ejemplo, la siguiente cita de Altamirano: "adonde quiera que
lo es para el agricultor y para el industrial• (Altamirano 1988: 34). Tumbién escnbe que la
historia antigua es una "mina inagotable" para la producción literaria (ídem).
ALTAMIRANO Y LA NOVELA NACIONAL 45
que pudiera pensarse, nunca se consideró un escritor romántico o, por lo menos, en una de
las acepciones que solía tenerse de él, es decir, un autor de una literatura truculenta, gran-
dilocuente, gemebunda, falaz y, sobre todo, divorciada de la realidad histórica o social ...
Parece como si la acepción de romanticismo, vigente en su época, estuviera reñida con las
nociones de autenticidad, sinceridad y realidad" (Sol apud Altamirano 2000: 42-43).
ALTAMIRANO Y LA NOVELA NACIONAL 47
trágico de ésta y la intensidad del amor que siente Valle por Clemencia (169).
Por otro lado, sin embargo, el propio Altamirano reconoce en otros escritos
que las novelas que idealizan el suicidio presentan un peligro para la sociedad.
Aunque admira a Werther por ser la primera expresión del romanticismo
moderno, el Maestro confiesa que extravió muchas almas (Altamirano 1988:
47). En una crónica de 1869, explica que la moda del suicidio femenino des-
truye a las familias y amenaza con sembrar el caos en la sociedad. Culpable de
esta epidemia del suicidio es la amplia difusión de novelas que "ha bajado de
las clases educadas a las que no lo son" (Altamirano 1979: 118), contaminando
a mujeres de la clase trabajadora, como una de ellas que "comprendió que
puesto que aquellas señoras tan decentes se habían matado por sus novios,
ella también debía hacerlo" (119). Aunque Valle termina encamando el ideal
amoroso de Clemencia, que en una ocasión declara que se siente capaz de
amar para siempre a un mártir muerto en un cadalso (Altamirano 1973: 49),
lo hace a costa de la nación y sus valores. 12 Como apunta María Femanda Lan-
der, el "absurdo sacrificio de Valle representa su exclusión de la esfera de los
iniciados en los saberes necesarios para llevar a cabo la consolidación del pro-
yecto del Estado nacional" (Lander 2003: 93). El propio Altamirano, prosigue
Lander, proporciona la pista para juzgar a Valle, cuando en su famoso discurso
contra la amnistía para el movimiento conservador, declara que aquellos que
confunden su persona con la nación entera pecan contra el patriotismo: "antes
que la amistad está la patria; antes que el sentimiento está la idea; antes que
la compasión está la justicia" (Altamirano 1986a: 60).
Quizá se encuentre una posible salida a estas aparentes contradicciones
si se considera a Clemencia como eje principal de la novela. Altamirano
entendió que la mayor parte de los receptores en México eran lectoras: "el
bello sexo, que es el que más lee y al que debe dirigirse con especialidad,
porque es su género" (Altamirano 1988: 77), por lo cual se puede suponer que
uno de los objetos principales de su novela era instruir a la mujer. Desde este
punto de vista, es posible descartar a Valle como ancla de la moraleja de la
novela y restaurar cierta coherencia ideológica a la obra. Una lectura alterna-
tiva propondría que el modelo que verdaderamente interesa al autor es Cle-
mencia, con su incapacidad de ir más allá de las formas en su análisis de
Femando Valle y Enrique Flores. Las lectoras, y por antonomasia, los lecto-
res, no se deben dejar engañar por las apariencias, porque tal engaño es un
verdadero peligro nacional que puede llevar a las más funestas consecuen-
cias, como sucede en el desenlace de Clemencia. Las mujeres son particular-
mente susceptibles al imperio de las formas o las apariencias, pero no debe-
12 Alejandro Cortázar (2006) propone otro camino: "Si la historia amorosa termina en
la tragedia, quizá esto sea simbólico de la realidad aristocrática como obstáculo al progreso
colectivo de la nación [... ]" (90). Tumbién señala que al entrar a un convento, Clemencia se
castiga a sí misma, •se suicida en vida" (89).
ALTAMIRANO Y LA NOVELA NACIONAL 49
mos olvidar que la traición de Flores se conjuga también por medio del
engaño de Valle y todo el personal militar patriota (Gutiérrez de Velasco 2006:
371 ). Efectivamente, la condena a la mentira es un lugar común dentro de la
filosofia universal que cobra particular importancia en planteamientos sobre
la sociabilidad en la época moderna. El ensayista francés Michel de Montaig-
ne (1533-1592) llama a la mentira un "vicio maldito" porque lo único que liga
a los hombres es la palabra: "El lenguaje falso es en efecto mucho menos
sociable que el silencio" (Montaigne 1983: 45). 13 La verdad en el trato social
es esencial para el funcionamiento de la sociedad. Si no podemos confiar en
las apariencias ni en las palabras de otros, perdemos la seguridad necesaria
para entrar en unión con ellos. El engaño es, en última instancia, una viola-
ción dei contrato social, el cual se fundamenta en la voluntad general de una
comunidad y no en el interés propio del individuo. En su análisis del tema,
Carlos Monsiváis nos remite al contexto inmediato de la República Restaura-
da y el Porfiriato, cuando el "dogma" burgués de las apariencias como reflejo
del "yo" empieza a extenderse a México (Monsiváis 2000: 253). De acuerdo
con este crítico, Clemencia y El Zarco son agudas observaciones sociales que
rechazan la •fe en la exterioridad" y que reflejan, hasta cierto punto, la per-
cepción que tiene Altamirano de sí mismo como "indio feo" (idem).
Manuel Sol declara que La navidad en las montañas (1870) es la novela más
leída de Altamirano por "su brevedad, su sencillez, su trasfondo ideológico,
pero, sobre todo, su perfección como obra artística del lenguaje" (Sol 1999:
73). Esta historia, que narra el encuentro de un soldado liberal con un cura
español que ha logrado modernizar y regenerar su pequeño pueblo monta-
ñés, se publicó por primera vez en 1870 en un folletín del periódico La Iberia
titulado El álbum de navidad, pero fue lo suficientemente popular para reim-
primirse el mismo año, y luego en 1880, 1884 y 1891. La mayor parte de la
crítica sobre esta novela se ha centrado en: 1) la utopía, 2) el contexto ideoló-
gico y 3) la perfección estilística y estructural (76). Los primeros dos puntos
están íntimamente entrelazados, claro está, porque la utópica reconciliación
del liberalismo con la religión parece contradecir el apasionado liberalismo
de Altamirano. Conviene recordar que el liberalismo que empuñaba el Maes-
tro en 1870 se había forjado mediante una cruenta lucha con la Iglesia,
comenzando con el movimiento de Reforma, y pasando por las pruebas de
13 Otra cita sugerente proviene de Los oficios del famoso orador y pensador Cicerón,
en el cual leemos que la deshonestidad •repugna más a la naturaleza que la misma muer-
te, que la pobreza, que el dolor y todos los otros daños que pueden sobrevenir a nuestro
cuerpo• porque atenta contra la sociedad humana y la unión (Cicerón 1893: 158).
50 CHRISTOPHER CONWAY
La Iglesia propaga sus doctrinas diestramente. Sus misioneros aprenden las len-
guas de los pueblos gentiles que pretenden convertir; procuran iniciarse en los
misterios de la vida de estos pueblos, en su poesía, en sus costumbres, conocer
ALTAMIRANO Y LA NOVELA NACIONAL 51
14 Parte del análisis que sigue apareció por primera vez en mi ensayo "Lecturas: ven-
precisamente con la ayuda del mismo Enrique" (Gomáriz 2001: 55). Aunque
Sommer propone un acercamiento alegórico similar para El Zarco, donde el
Zarco y Manuela representan la penetración francesa, yo reflexiono aquí
sobre la puesta en escena de ciertas inquietudes del autor sobre la lectura,
particularmente en lo que concierne a las lectoras. 15 En Revistas literarias de
México, Altamirano reconoció que la lectura de novelas, culturalmente aso-
ciada con la domesticidad y lo femenino, podía impulsar lo espiritual y lo
moral, con lo cual habría progreso, pues la lectura era aquella actividad en
que el alma del individuo encontraba regeneración y refugio: "Cuando el
alma se fatiga de las tareas graves del estudio o de las enfadosas preocupa-
ciones del trabajo fisico, desea un descanso agradable, un entretenimiento
inocente, y entonces la lectura de poesías o de novelas viene a ser una
necesidad" (Altamirano 1988: 54). La mujer era la lectora por excelencia
porque vivia sus días en aquella esfera doméstica propia para la lectura de
novelas: el hogar. El propio Altamirano afirmó que el lector al que debía
dirigirse el novelista era una lectora: "adoptemos para la leyenda romanes-
ca la manera de decir elegante, pero sencilla, poética, deslumbradora, si se
necesita; pero fácil de comprenderse por todos, y particularmente por el
bello sexo [... ] porque es su género" (77). Cuando Altamirano señala los
peligros de la literatura extranjera o extranjerizante, su lenguaje se aparta
e
de las generalidades sobre un público lector "colectivo" el "pueblo") y de
•masas" para precisar:
[... ]la bella ignorante que aparta el libro de las manos luego que ve escrito La
Alameda o el Paseo de Bucareli, en vez del Boulevard des Italiens o del Bois de
Boulogne, que está acostumbrada a ver en sus novelas francesas [... ] ella ha visto
sus castillos, y no le gusta ya sino lo que pasa en ellos, aunque sea una historia
descabellada[ ... ] da su preferencia al enredo, a la intriga, a los golpes teatrales,
aunque sean inverosímiles[ ... ] (80).
Esta lectora que rechaza lo propio por lo ajeno no es tan distinta de Cle-
mencia, quien se deja seducir por la falsedad de Enrique Flores, mientras
desdeña al hombre feo que representa los valores nacionales. Y tampoco es
tan diferente de Manuela en El Yo.reo, quien rechaza su entorno familiar y a
un humilde herrero a favor de una imagen fantasiosa de un hombre de "for-
mas" falsas, el Zarco.
Estos planteamientos tenían connotaciones sexuales y se relacionaban
con el entorno histórico-cultural de Altamirano. En las novelas del Porfi-
15 Aparte de lo propuesto por Sommer, sugiero considerar la posibilidad de leer El
Zarco como una puesta en escena de la Conquista. Los términos que utiliza Altamirano para
hablar de Cuauhtémoc y Cortés en un ensayo titulado 'Cuauhtémoc" se adecuan de mane-
ra admirable para hablar de los protagonistas de El :zarco (Altamirano 1986b: 339-353).
54 CHRISTOPHER CONWAY
Zarco son novelas históricas, el retrato de las mujeres que protagonizan la narración es tan
relevante como la intención histórica-política" (1997: 233).
ALTAMIRANO Y LA NOVELA NACIONAL 55
EL LEGADO DE ALTAMIRANO
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ALTAMIRANO Y LA NOVELA NACIONAL 57
[ 59]
60 RAFAEL OLEA FRANCO
nuestro país instituciones políticas idénticas a las de los Estados Unidos y por
establecer la libertad absoluta en todas las clases y condiciones sociales, sin
perjuicio de obtener un privilegio exclusivo para importar unos cuantos
negros de Virginia y hacerles trabajar en sus tierras" (98).
Al final de este pasaje, el narrador aprovecha su diatriba para marcar con
ironía las contradicciones del sistema liberal estadounidense de la época, el
cual se negaba a admitir la irresoluble incompatibilidad entre la defensa uni-
versal de los derechos humanos que había propiciado el nacimiento del país,
y la preservación, en el sur de éste, de un sistema de producción económica
esclavista. Asimismo, este fragmento exhibe el tipo de narrador en tercera
persona escogido por el autor, quien mantiene una permanente y absoluta
distancia crítica respecto del protagonista de la novela, empezando por su
cómica caracterización, de acuerdo con el propósito maniqueísta que rige
todo el texto. Respecto de Gaspar, ese maniqueísmo se complementa con
Octaviana, quien en contraste con la simpleza y el nulo juicio de su cónyuge,
es descrita como un modelo de mujer, educada al "influjo de sentimientos
piadosos y cristianos" (106).
Conocedor de la política mexicana (que, entre paréntesis, por desgracia
sólo ha cambiado en el tono), Roa Bárcena narra cómo Gaspar Rodríguez
obtiene una diputación, apoyado en las triquiñuelas de su compadre Már-
quez. Desde su puesto en la Ciudad de México, Gaspar lanza modernos pro-
yectos de reforma, aderezados con un tono demagógico: "él y sus compañe-
ros presentaron en las sesiones secretas proyectos de leyes relativos a la
libertad de cultos, libertad absoluta de imprenta, desamortización civil y ecle-
siástica, juicio por jurados y demás puntos que constituyen el credo político
de la exaltación democrática" (125). En esta secuencia narrativa, el autor usa
un antiquísimo recurso verbal, pues pretende ridiculizar eso que su narrador
llama "el credo político de la exaltación democrática", poniéndolo bajo la
nula autoridad de un personaje inepto; es decir, renuncia a discutir en detalle
y con argumentos las probables desventajas de los planes liberales, los que
intenta desacreditar por el simple hecho de que uno de sus vehementes
seguidores reúne escasas capacidades intelectuales (según este difundido
prejuicio, las ideas no valen por sí mismas sino por quien las emite).
Ahora bien, los puntos enumerados por Gaspar aluden, grosso modo, al
eje del modelo de modernización liberal cuyo afianzamiento arrancó, en el
plano jurídico, el 23 de noviembre de 1855 con la Ley de Administración de
Justicia, mejor conocida por el nombre del entonces ministro de Justicia:
Ley Juárez; esta ley establecía la supresión de los tribunales especiales, a
excepción de los militares y eclesiásticos, los cuales sin embargo dejarían de
tratar los asuntos civiles. Desde su revista La Cruz, tanto Roa Bárcena como
José Joaquín Pesado lucharon con enjundia por los intereses conservadores.
El segundo publicó numerosos artículos contra las leyes de Reforma y, sobre
62 RAFAEL OLEA FRANCO
fracasos, produjo quizá mayor efecto que los brillantes artículos de contro-
versia que adornaban las revistas y periódicos que redactó" (Montes de Oca
1913: 147).
Como indiqué, Roa Bárcena empezó a publicar su obra el 21 de mayo de
1857, o sea apenas emitida, el 5 de febrero de ese año, la Constitución, contra
cuyos preceptos jurídicos, sancionados por un Congreso Constituyente, ya no
se podía combatir directa y legalmente. Sospecho que ésta fue una de las
razones que lo indujeron a proyectar su novela hacia un futuro utópico. Así,
en el argumento de ésta, la aventura de Gaspar Rodríguez en la capital del
país no trasciende, porque él carece, en cuanto humilde diputado provincia-
no, de poder político para implantar sus proyectos democráticos. Sin embargo
en la segunda parte de la trama, que acontece cinco años después del fallido
periplo citadino del protagonista, éste decide aplicar en su finca, ya que no
puede hacerlo en la nación, sus ideales de igualdad absoluta (social, política
y económica) entre todos los seres humanos, emanados tanto de los consejos
de su compadre Márquez como de sus propias lecturas¡ el narrador describe
así el anómalo estado mental del personaje al asumir esta disposición:
De algunos días atrás el administrador notaba cierto extravío en los ojos de Gas-
par y una marcadísima incoherencia en sus ideas. Gaspar, de seis meses a aque-
lla parte, se había entregado en cuerpo y alma a la lectura de todos los sistemas
socialistas y comunistas, desde el origen y la formación del falansterio, hasta la
teoría de la república universal [... ] En las telas confusas de su acalorada imagi-
nación, Fourier y Saint-Simon aparecían como dos genios bienhechores de la
humanidad [... ] trataba de fundar un establecimiento que, a la vez que fuese la
glorificación del trabajo, diese idea exacta, aunque en pequeño, de una república
perfecta [... ] De allí en adelante iban a ser enteramente iguales el amo y el mozo
(Roa Bárcena 2000: 153).
El pasaje anterior remite con nitidez a la citada Ley Juárez, cuyos pre-
ceptos incluso se exageran, porque en realidad esta disposición legal preser-
FICCIÓN NARRATIVA E IDEOLOGÍA EN ROA BÁRCENA 65
objetivo central de ésta fue más bien político y coyuntural: ridiculizar los
proyectos liberales y enaltecer la labor benéfica de la Iglesia, considerada por
el autor como la única fuente para alcanzar una educación genuina que con-
dujera a un verdadero camino moral. Con base en ello, cuando en la trama
Monsieur Dionisia, director de la escuela excesivamente libertina donde Gas-
par inscribe a su hijo, califica como un anacronismo las nociones religiosas
que antes se enseñaban y propone sustituir el fanatismo religioso con la
moral filosófica, la voz autoral interrumpe el relato con esta ideológica nota a
pie de página que delata la tendencia ensayística del texto: "Próximamente
publicaremos en La Cruz la traducción de una obra notable de Monseñor
Affre, en que se demuestra que la moral no puede existir sin la religión, que
es fuente de ella" (133).
Si las novelas mexicanas del siglo XIX abundan en narradores en tercera
persona que emiten juicios valorativos sobre los personajes o sobre sus accio-
nes, este rasgo se acentúa en La quinta modelo; así se percibe, por ejemplo,
en la tajante opinión del narrador sobre el proyecto para implantar un mode-
lo democrático en el país:
Por último (Y aparte), el párrafo citado antes posee una honda significa-
ción histórica, porque demuestra que en septiembre de 1857 (fecha en que
Roa Bárcena data la conclusión de la escritura), un intelectual conservador
como él era consciente de que los liberales tenían enormes posibilidades de
triunfo. Quizá por ello mismo La quinta modelo se ofrece al lector con un
descarado fin utilitario. Cuando la voz autoral finge que la historia narrada
proviene de un manuscrito anónimo, señala que éste concluía con la frase:
"¡Ojalá que [... ) los males causados por la demagogia a todo un pueblo fuesen
tan fáciles de remediar como los que causa un loco en una quinta!" (idem). Y
luego de aclarar que esas palabras estaban borradas en el manuscrito, justifi-
ca así esa decisión del supuesto autor original: "El fin moral de la obra es
evidente y los lectores son muy entendidos• (idem). Si en verdad Roa Bárcena
pensara que "los lectores son muy entendidos•, habría optado por otro géne-
ro literario, por ejemplo la parábola, modelo de hondas raíces biblicas que
sugiere los significados en lugar de enunciarlos directamente. En cambio, él
desea que los objetivos extraliterarios de su novela sean bien comprendidos,
lo cual delata su intención de influir de inmediato en lo que ahora llamaría-
mos la ideología de sus receptores.
De acuerdo con los anteriores elementos de análisis, coincido con esta
evaluación global sobre La quinta modelo: "Si advertimos[ ... ] que la novela es
ante todo una reacción política de índole antidemocrática y antipopular, y
que los episodios narrados no resultan más que una caricatura del proyecto
liberal, estaremos en la actitud de una lectura crítica, ansiosa por conocer la
visión del mundo de los conservadores antes que por coincidir con sus idea-
les e intereses• (Ruffinelli 1984: 8). Sin embargo, desde una perspectiva lite-
raria, la obra tiene un limitado valor, porque al privilegiar un propósito ideo-
lógico sobre una realización estética, el autor incurrió en la factura de
situaciones hiperbólicas que son poco convincentes; además, la conducta de
sus personajes, estereotipados y caricaturescos, es inverosímil y vacilante
(por ejemplo, a la edad de doce años, Enrique, el hijo de Gaspar, degüella
juguetona y cruelmente un gato tan sólo para probar el filo de un cortaplu-
mas). Sospecho que el propio autor no ignoraba este problema, porque luego
de que su narrador describe las acciones licenciosas y lascivas del joven Enri-
que, quien en su libertina escuela aprende a fumar, beber, blasfemar e inclu-
so a mantener relaciones sexuales, registra las probables dudas que esa con-
ducta podría suscitar entre los receptores: "¡Exageración! ¡Caricatura!
-exclamará tal vez alguno de mis lectores-. Un muchacho de menos de
catorce años de edad no puede tener las inclinaciones ni los vicios de un
joven de veinticinco• (Roa Bárcena 2000: 137-138). Luego de ello, dedica más
de una página a una reflexión moral donde pretende convencer a algún escép-
tico lector de que la corrupción de las costumbres de esa época genera tales
excesos; y cuando alude a las relaciones carnales del adolescente Enrique, se
68 RAFAEL OLEA FRANCO
Escasas eran las producciones en aquella época, y eso apenas conocidas en cír-
culos reducidos. Don José María Roa Bárcena publicó en 1862 sus Leyenda8 mexi-
canas [... ] con cuya colección cualquiera otro menos conocido habría alcanzado
nombre de poeta; pero no recordamos en este momento otra producción de la
misma naturaleza. Apenas de nuestro lado [el liberal] solía suavizar las páginas
fogosas de los periódicos una que otra composición fugitiva que no fuese un
canto de guerra" (Altamirano 1988: 11-12).
FICCIÓN NARRATIVA E IDEOLOGÍA EN ROA BÁRCENA 69
Con esta obra, Roa Bárcena se suma a uno de los caminos elegidos por
los escritores del siglo XIX para construir eso que el propio Altamirano deno-
minó "literatura nacional": el rescate y reelaboración del acervo de tradicio-
nes y leyendas acumuladas durante siglos en la cultura mexicana. Este inte-
rés cultural deriva de la creencia romántica de que existe un alma nacional,
la cual sería visible en las composiciones populares; así, él afirma que para
imprimir color local a una literatura •no queda más arbitrio que recurrir a la
historia y las tradiciones especiales de cada país" (Roa Bárcena 1862: 6). Con
base en esta idea, renuncia tácitamente a seguir otras vertientes legendarias
(como la biblica, presente en su leyenda "Ithamar", de 1848), y en la parte
central de su libro de 1862 retoma sobre to<;lo argumentos de origen prehis-
pánico y sólo un episodio colonial, co:ajunto al que añade algunas traduccio-
nes indirectas del rico archivo europeo de cuentos y baladas, así como una
exigua sección con cortas composiciones poéticas (a la que se alude con el
subtítulo "y algunos otros ensayos poéticos").
En la introducción a su libro Ensayo de una historia anecdótica de México
en los tiempos anteriores a la conquista española (también de 1862), Roa Bárce-
na declara que para redactarlo consultó tanto la Historia antigua de México y
de su conquista (1780, en italiano; 1824, en español), de Francisco J. Clavijero
(1731-1787), como la Historia antigua de México de Mariano Veytia (1718-1780),
la cual circuló en forma manuscrita a fines del siglo xvm y se imprimió en
1836. A su vez, Veytia tuvo presente la obra histórica de Fernando de Alva
Ixtlilxóchitl (ca. 1568-1648), cuyos manuscritos había podido leer e incluso
copiar antes de su difusión en formato de libro en 1829 (gracias a la labor de
rescate de Carlos María de Bustamante). Aunque Roa Bárcena no lo menciona
en el prólogo de sus Leyendas mexicanas, en ellas también es notoria la pre-
sencia de Clavijero y de Veytia como fuente principal de lo que podría consi-
derarse datos de origen histórico, los cuales, por supuesto, se presentan trans-
figurados por la ficción. En cambio, en el prólogo el autor ofrece una imagen
certera de los objetivos de sus "leyendas aztecas", como las denomina:
para lo cual planteó una continuidad más que una ruptura entre estas dos
realidades opuestas. Así, por ejemplo, el personaje de "La princesa Papan-
tzin" es llamado el "apóstol primero de Cristo" en América; y al final la voz
lírica justifica el dominio de los indígenas por parte de los españoles con la
típica postura del catolicismo: "Lidiaron otros con fortuna adversa, / mas con
valor que admirarán los siglos. / Sus brazos amorosos la Cruz luego / tendió
entre vencedores y vencidos• (169). Además, Roa Bárcena incurrió en un
desliz común a todos los literatos de la época que coincidieron en la escritura
de leyendas: la invención de un mundo prehispánico con cualidades román-
ticas que no concuerdan con la cosmovisión indígena, ignorada a plenitud
por quienes sin embargo tenían un loable deseo de reivindicar esa cultura
(por lo menos en el plano artístico). De este modo, los escasos datos históri-
cos disponibles se supeditan al afán de construir una historia romántica.
El libro de 1862 contiene algunos relatos versificados que construyen
argumentos divergentes de una concepción literaria realista. Entre las ocho
leyendas de la primera sección del volumen (siete prehispánicas y una colo-
nial), destaca "La princesa Papantzin". Según se anuncia en el primer canto,
la joven y bondadosa princesa del título, hermana del rey Moctezuma, es
resucitada por designio divino con el fin de que transmita a los suyos la
buena nueva de la fe cristiana:
dueña del cuadro se presenta en la tienda para llevarse su pintura, por cuya
venta le han prometido doscientos pesos. El anticuario calcula que, aun si él
pagara esa cantidad por la pintura, obtendría pingües ganancias al venderla
después al cliente inglés; así que alcanza a la vieja en la calle, adonde ella,
ayudada por un mozo, llevaba ya el cuadro. No obstante que el anticuario no
tiene esa suma, la mujer exige el pago de inmediato, pues, arguye: "nosotras
las señoras[ ... ] nada entendemos en esto de negocios, y con mucha facilidad
somos engañadas• (228). Por ello él se ve forzado a pedir un préstamo de
ciento cincuenta pesos, con la garantía de las escrituras de una casa de su
esposa. Naturalmente, después él descubre que lo han engañado, porque al
acudir a entregar el cuadro a la dirección indicada, nadie conoce ahí al
supuesto comprador inglés; asimismo, cuando encuentra al verdadero profe-
sor Martínez, éste examina la pintura y dictamina que no tiene valor artístico
alguno. Al final, el anticuario queda desacreditado tanto en su hogar como en
su profesión: "no pudiendo devolver los ciento cincuenta pesos que me pres-
taron, mi esposa perdió su casita y sus justísimos reproches se mezclaron por
mucho tiempo con las risas de los almonederos vecinos• (229). En síntesis, el
libro contiene una serie de relatos plenos de ironía y humorismo, con un
claro origen popular y un fuerte tono oral. Además de su valor en conjunto,
cada cuento podría transmitirse, con los ajustes necesarios, de modo autóno-
mo. Estas cualidades artísticas han llevado a la critica a declarar, con justicia,
que Noche al raso contribuyó a la consolidación del cuento moderno en Méxi-
co (Munguía 2001).
Ahora bien, la excepción a esta serie de cuentos relacionados con el
tema del engaño es "El hombre del caballo rucio", cuyo argumento demues-
tra la persistente fascinación del autor por las anécdotas de aparecidos. El
narrador oral de este relato refiere, después de describir con un lirismo
exaltado el valle veracruzano donde ubica su anécdota, cómo pasea de
nuevo por la región el fantasma de un no muy devoto ni virtuoso hombre,
muerto a causa de un accidente acontecido mientras cabalgaba en su veloz
caballo, el "rucio" del título: "Los vaqueros que conducían ganado a los
potreros de Rancho Nuevo protestaban, haciendo la señal de la cruz [que el
muerto en persona] les había salido entre los árboles[ ... ] espantándoles con
tremendas carreras y estupendos y ronquísimos gritos el ganado, que se
desperdigó por el monte, como si hubiera visto al diablo" (Roa Bárcena 2000:
234). Esta conseja se difunde pronto entre los habitantes de la comarca,
algunos de los cuales presumen poseer el valor para enfrentarse al espectro.
Luego de una tentativa infructuosa que sólo provoca pánico extremo en el
primer atrevido, quien incluso es víctima de las burlas del fantasma, por fin
un joven mallorquino, montado en un caballo tan rápido como el rucio,
logra asir al muerto por la coleta con que solía recogerse el pelo; sin embar-
go el aparecido se desvanece frente a sus ojos, dejándole la coleta en las
76 RAFAEL OLEA FRANCO
Pero dificilmente hay otro dominio en el cual nuestras ideas y nuestros senti-
mientos se han modificado tan poco desde los tiempos primitivos, en el cual lo
arcaico se ha conservado tan incólume bajo un ligero barniz, como en el de nues-
tras relaciones con la muerte [... ] Dado que casi todos seguimos pensando al res-
pecto igual que los salvajes, no nos extrañe que el primitivo temor ante los
muertos conserve su poder entre nosotros y esté presto a manifestarse frente a
cualquier cosa que lo evoque. Aun es probable que mantenga su viejo sentido: el
de que los muertos se tornan enemigos del sobreviviente y se proponen llevarlo
consigo para estar acompañados en su nueva existencia (Freud 1973: 2498).
Uno de los peligros que acechan al cuento literario del siglo XIX es lo que podría
llamarse "el espectro de la leyenda". La estructura de ese género pugna por
hacerse presente en muchos relatos de la época, sobre todo en los de aquellos
autores que suelen cultivar los dos géneros. Esta situación es evidente en el caso
del polígrafo mexicano José María Roa Bárcena y particularmente en su cuento
"Lanchitas" [que] no es ya ni una "tradición" ni una leyenda -aunque muestre
algunas huellas de esos géneros-, sino un cuento literario, cuyas vacilaciones
son explicables si recordamos que Roa Bárcena es también autor de varias reco-
pilaciones de leyendas mexicanas, y que estamos en un momento en que el
cuento aún pugna por independizarse como género (Hahn 1982: 62, 64).
Leal, son Roa Bárcena y Vicente Riva Palacio quienes "escriben por vez pri-
mera verdaderos cuentos, cuentos que podemos llamar modernos en toda la
extensión de la palabra. Su influjo sobre los cuentistas de la generación
siguiente[ ... ] es notorio" (Leal 1956: 59). En lo que respecta a la postulación
fantástica, puede concluirse que Roa Bárcena superó lo legendario en cuanto
paradigma cerrado que incluye lo sobrenatural como parte de una explica-
ción religiosa, para alcanzar las dimensiones de la modalidad fantástica. En
síntesis, las creencias religiosas fueron sabiamente usadas para forjar un
cuento fantástico con profundas raíces católicas, las cuales más bien se sugie-
re que explicitan¡ es decir, el texto renuncia a "explicar• el cambio del padre
Lanzas en términos estricta y exclusivamente religiosos, pues ello habría
debilitado su sentido fantástico para apuntar hacia lo alegórico. Cabe con-
cluir, por tanto, que en "Lanchitas• la intención ideológica está supeditada a
un exitoso propósito estético, lo cual implica un muy notable avance literario
respecto de La quinta modelo.
Al valorar la estética general tanto de los relatos de Noche al raso como
de "Lanchitas•, Brushwood dice:
humor. Mucho hay que decir en pro de la unidad de tono; pero su variedad
ameniza y divierte, imita a la naturaleza, es trasunto de la vida humana, y,
lejos de excluir, refuerza útiles enseñanzas. Las mejores frutas de otoño para
mi paladar son las agridulces; si tú, lector, prefieres otras, cierra el libro• (Roa
Bárcena 2000: 277-278). El argumento de "El rey y el bufón" sigue esta estéti-
ca, pues entretiene gustosamente al lector a la vez que encierra una profun-
da reflexión sobre las debilidades humanas. El cuento narra cómo en víspe-
ras del día de san Juan, el rey siciliano Roberto, al escuchar el pasaje del
Magnificat que dice "Deposuit potentes de sede, / Et exaltavit humiles", pide
adusto que el deán le explique su significado; como ese texto afirma que el
poder infinito de Dios puede abatir al más alto y elevar al más humilde, el
soberbio monarca se irrita y ufana de que no hay nadie capaz de dembarlo;
luego de esto, las almas del rey y de su bufón Benito cambian de cuerpo, por
"permisión y disposición divina• (282), con lo cual el texto no se alinea a las
coordenadas de lo fantástico. Al principio, el bufón convertido en rey admi-
nistra el reino con sabiduria y justicia, pero poco a poco se llena de soberbia
absoluta; transcurrido un año, de nuevo en vísperas del día de san Juan, él
también pide que se le explique el pasaje antes citado, y como reacciona
igual que Roberto, esto propicia que ambos regresen a su estado primigenio.
Al final, el bufón que había sido rey intenta una revuelta, pero es ahorcado;
por su parte, Roberto recupera sus virtudes, pero decide dimitir porque se
siente inepto para gobernar: "Al recobrar Roberto la humildad y la bondad, y
al ganar en saber y experiencia, se había inutilizado para el mando. ¡Cosas de
este mundo y de nosotros los hombres!" (288). Así, el texto concluye de modo
suave e irónico, con una desencantada reflexión sobre la naturaleza humana
que rehúye el tono de una prédica moral.
La tendencia a valorar la obra de Roa Bárcena con base en sus excelsas
dotes narrativas no juveniles, con la cual yo coincido, fue juzgada como
errónea por Montes de Oca a inicios del siglo xx: "En el género de literatura,
que menos estimó, y que casi no tomó a lo serio, es en el que Roa ha sido
últimamente más admirado y con mayor entusiasmo elogiado: en la novela
corta. Muchas escribió en la primera, y en la última época de su vída; pero
aquéllas fueron en su mente armas de combate, o juguetes literarios para
dar variedad a su periódico; las últimas, mero entretenimiento con que lle-
nar los ocios de su verde vejez, o complacer a sus amigos• (Montes de Oca
1913: 147).
Aunque para la historia literaria poco importa que el escritor haya con-
siderado o no que su narrativa tenía trascendencia, resulta paradójico que,
por un lado, Montes de Oca acierte al calificar las narraciones de la segun-
da época como un "mero entretenimiento• indivídual y colectivo, y, por
otro, asuma una postura de desprecio hacia estos fines esencialmente esté-
ticos. En efecto, en contraposición a lo propugnado con vigor por Altamira-
FICCIÓN NARRATIVA E IDEOLOGÍA EN ROA BÁRCENA 85
Otras novelas cortas originales y del gusto romántico, escribió nuestro autor,
tales como •una flor en su sepulcro•, "Aminta• y "Buondelmonti", y algunas otras
publicó, traducidas. Entre aquellas tres novelitas y su pequeña colección de
cuentos titulada: Noche al raso y "Lanchitas•, otro cuento independiente de la
serie denominada Noche al raso, media una grande diferencia, así en los asuntos
como en el tono dominante y en el estilo, tanto, que no parecen haber sido escri-
tas unas y otras narraciones por la misma pluma. Por estos últimos cuentos
aparece que no era el sentimentalismo idealista la mejor fuente de la inspira-
ción de Roa Bárcena, sino los cuadros de la vida diaria, prosaica, si se quiere,
pero interesante por lo verdadera, y que no entró en su genuino y apropiado
género como novelista, sino cuando contempló la realidad de frente y no preten-
diendo adornarla con ensueños, ni falsos idealismos (Revilla 1917: 232).
Desde una perspectiva actual, queda claro que el último periodo es simi-
lar al modo como ahora entendemos la literatura. En cambio, sus primeros
textos narrativos han envejecido por dos vías distintas. Los inaugurales ("La
Vellosilla", "Una flor en su sepulcro", "Aminta Rovero• y "Buondelmonti"), de
exacerbado carácter romántico, suenan hoy al lector excesivamente anquilo-
sados y almibarados; en cuanto a La quinta modelo, amén de las deficiencias
estéticas que he señalado, nuestra distancia temporal respecto de la época
que constituye su referente, así como el triunfo histórico del grupo liberal,
tienden a diluir nuestra comprensión de sus alusiones a la disputa entre libe-
rales y conservadores, sin las cuales la novela resulta casi nula.
86 RAFAEL OLEA FRANCO
Ochenta y un años de vida para un escritor que tuvo ante sí la gestación del
cambio en el orden social y en el terreno literario; a él le debemos unos relatos
"desinteresados•, los que publicó por los años ochenta, no muy afortunados en
la recepción de su momento, pero que ahora podemos valorar como obras ple-
nas de interés por cuanto las descripciones de los ambientes, los trazos de los
personajes y la técnica narrativa se atienen a la sola finalidad estética, como
bien señala Luis Leal, rasgos que, en mi opinión, no demeritan el conjunto de
relatos de la primera época, pues en éstos ya encontramos personajes y anécdo-
tas memorables correspondientes a otra estética, la que incluía elementos éti-
cos, morales e incluso doctrinarios en aras de un proyecto civilizador (Algaba
2000: xxiii).
aconsejaba tomar el texto con ciertas prevenciones: "El lector será bastante
discreto para no darle otra significación que la de una estampa fotográfica del
espejismo político de cuyo desvanecimiento se habla en «La Noche de Que-
rétaro». Subsista aquélla [la «Oda en la inauguración del Segundo Imperio»]
como documento auténtico de lo que «las ranas del estanque mejicano» espe-
rábamos y nos prometimos del adventicio régimen" (apud Montes de Oca
1913: 78).
Pero antes de confesar su arrepentimiento (si bien nunca se retractó de
su extrema ideología conservadora), tuvo que pagar las consecuencias de su
elección política: a la caída del régimen imperial, fue apresado junto con
varios más que habían suscrito el llamado al intervencionismo extranjero.
José de Thresa, quien tenía influencia entre los liberales, lo sacó de la cárcel,
y aunque fue condenado a dos años de prisión, sólo cumplió unos meses de
encierro en el Convento de la Enseñanza de la Ciudad de México, entonces
habilitado en cárcel. Como consigna Ángel José Fernández, Roa Bárcena
fechó su poema "Paisaje" en "Prisión de La Enseñanza, septiembre de 1867";
este crítico añade que con el epígrafe "Multados", el 12 de agosto de 1867, La
Iberia transcribió la comunicación oficial del 8 del mismo mes donde se seña-
laban las cantidades de las multas impuestas a los acusados "por infidencia a
la patria", que ellos debían abonar antes del día 15, bajo amenaza de embargo
de sus bienes; el escritor sufrió una multa de 500 pesos (véase Fernández
2010). Por cierto que los benéficos nexos con De Thresa los empezó a forjar el
autor durante su entrañable amistad con Pesado, la cual fue fundamental
para el desarrollo de su vida. En primer lugar, porque a su lado participó en
varias empresas culturales. En segundo lugar, porque gracias a las tertulias
efectuadas en casa de su amigo, conoció a la hija de éste, Susana Pesado, así
como a De Thresa, a quien al parecer Roa Bárcena ayudó en sus exitosas pre-
tensiones matrimoniales con ella. A la muerte de José de Turesa, la viuda de
éste le encargó la administración de sus negocios, labor que desempeñó
desde 1871 y hasta inicios de 1906, cuando su protectora falleció (en las ofi-
cinas comerciales de la viuda de Thresa se desarrolló una tertulia de la cual
Roa Bárcena fue el líder y que continuó de facto la de Pesado).
Para explicar el apoyo del autor a la intromisión extranjera en México,
Montes de Oca aventura una sugerente pero antigua hipótesis (semejante a
la usada de modo extensivo por Lucas Alamán), la cual se incluye en su aná-
lisis del poema elegíaco "Recuerdos de la invasión Norte-Americana -Alcalde
y García" (1847), donde Roa Bárcena rememora con tristeza la muerte en
Xalapa de sus amigos Alcalde y García, fusilados por las fuerzas invasoras en
1847, bajo el argumento de que habían violado su palabra previa de no empu-
ñar más las armas contra los estadounidenses. Montes de Oca arguye que la
temprana y terrible experiencia de ver mancillada la soberanía nacional
explica en parte por qué el escritor se afilió al partido conservador primero y
88 RAFAEL OLEA FRANCO
luego al imperialista: creía que ése era el único medio posible para oponer
un vigoroso dique a la desmedida ambición de los vecinos del norte, con lo
cual se evitarían escenas como las que le tocó sufrir en su juventud, cuando
apenas rondaba los veinte años (vid. Montes de Oca 1913: 69). Por mi parte,
considero que, en última instancia, esta discutible hipótesis apuntaría al el
típico y poco halagüeño caso de quien, ante la debilidad propia, decide entre-
garse en brazos de un enemigo, con lo cual pretende frustrar las pretensiones
de otro adversario al que considera aún más peligroso (tengo fe en que no
será ése el destino de las naciones menos favorecidas).
Tun traumática fue para Roa Bárcena la experiencia invasora de su juven-
tud, que en 1883 publicó Recuerdos de la invasión norteamericana (1846-1848),
por un joven de entonces, obra que, pese a su sesgo personal, sin duda en su
época fue la más documentada, extensa y completa sobre esa etapa histórica,
y cuya consulta aun hoy resulta imprescindible. No obstante, se le ha criticado
su falta de unidad formal y estilística -deficiencia aceptada por el propio autor
en su libro (Roa Bárcena 1991: I, 27); este rasgo es perceptible, por ejemplo, en
su larga reproducción de documentos easpecto que, paradójicamente, con el
tiempo ha adquirido un gran valor histórico).
Como se sabe, el semanario cultural El Renacimiento, cuyo primer núme-
ro apareció el 2 de enero de 1869, fue el fruto de la convocatoria lanzada un
año antes por Ignacio Manuel Altamirano, quien se propuso conciliar a todos
los escritores, liberales o conservadores, luego de la derrota definitiva del
Imperio de Maximiliano, a quien se fusiló el 19 de junio de 1867. Al final de
su "Introducción" al número inicial de El Renacimiento, Altamirano expresa:
"Nada nos queda ya que decir, si no es que fieles a los principios que hemos
establecido en nuestro prospecto, llamamos a nuestras filas a los amantes de
las bellas letras de todas las comuniones políticas, y aceptaremos su auxilio
con agradecimiento y con cariño. Muy felices seríamos si lográsemos por
este medio apagar completamente los rencores que dividen todavía por des-
gracia a los hijos de la madre común" (Altamirano 1988: 15).
No obstante que Roa Bárcena se sumó de inmediato a esta convocatoria,
pues publicó artículos críticos, poemas y traducciones en El Renacimiento,
durante mucho tiempo su imagen estuvo parcialmente signada por su anti-
gua pertenencia al segundo grupo, lo cual resultaba inadmisible para lamen-
talidad liberal triunfante. Así sucedió en 1882, cuando Vicente Riva Palacio
publicó la versión en libro de su columna de La República firmada con el
seudónimo de "Cero", a la cual agregó algunos retratos de sus contemporá-
neos no incluidos en el periódico, entre ellos el de Roa Bárcena. El gesto
resulta simbólico, ya que uno de los más decididos combatientes a favor del
liberalismo intentaba aceptar a un fervoroso militante de las ideas conserva-
doras. Pero como la escritura suele delatar los más íntimos sentimientos, el
texto de Riva Palacio sobre su otrora enemigo político es uno de los más débi-
FICCIÓN NARRATIVA E IDEOLOGÍA EN ROA BÁRCENA 89
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Luis Gonzaga Inclán (1816-1875) es autor, aparte de Astucia, el jefe de los Her-
manos de la Hoja o los charros contrabandistas de la rama (1865-1866), de dos
novelas más: Los tres Pepes y Pepita la planchadora. La primera tiene como
protagonistas a tres estudiantes que la gente apodaba Pepe Gallo, Pepe Beta
y Pepe Astucia. La segunda narra las peripecias de una mujer del pueblo en
su diaria lucha por la vida. Estas dos novelas se perdieron en el incendio y
naufragio del vapor "San Andrés", cuando el doctor Juan Daniel Inclán, hijo
del autor, hacía un viaje de San Andrés Tuxtla a Tlacotalpan. Esta pérdida nos
privó de disfrutar de una faceta más de su narrativa, pues, a diferencia de
Astucia, su acción estaba situada en la Ciudad de México. No en vano decía
el doctor Juan Daniel Inclán que eran de "costumbres metropolitanas• (apud
Núñez y Domínguez 1918: 86-87). Quizá la estancia de Pepe el Diablo en la
ciudad nos hubiera ofrecido una imagen de los personajes urbanos y del
ambiente citadino del novelista, a quien más bien siempre se ha considerado
uno de los mejores representantes de la novela rural.
Con todo, me atrevo a suponer que desde un punto vista artístico, dificil-
mente podrían haber superado el arte narrativo de Astucia, pues ésta fue,
entre todas, su preferida y de la que se ocupó durante más largo tiempo. Pero
además de Astucia, la que analizaré más adelante, sí se preservaron otros
textos narrativos de Inclán, entre ellos los Recuerdos del Chamberín (1860a),
obra que en vida del autor tuvo la fortuna de varias ediciones. En ella narra
las aventuras, públicas y privadas, de su caballo el Chamberín, desde que lo
compró, cuando éste tenía dos meses de edad, hasta que murió a los "27
años, 10 meses y 23 días" (Inclán 1940: 71 ). El Chamberín era un caballo
criollo, diestro, inteligente, manso, travieso, que curiosamente manejaba su
amo incluso sin rienda, con la simple voz. En varias ocasiones -dice
Inclán-, lo libró de haberse despeñado, de que se extraviara en la sierra o de
que lo asaltaran. Aclara que sólo mencionará las aventuras que fueron más
raras y notables: los "hechos de agilidad, de nobleza y de un instinto precoz
que adornaron al Chamberín" (72). Antes de empezar a narrar estas aventu-
ras, dice:
[ 93]
94 MANUEL SOL
La sucinta relación del Chamberín será tal vez la única en su género, y siento
sobremanera carecer de los tamaños propios de un buen escritor, para haberla
adornado con las elocuentes voces en que abunda la poesía¡ todo lo contrario
hay en ella, pues he tratado de compendiada y escnbirla con palabras del dialec-
to ranchero que es el único que conozco, pues jamás he estudiado y por lo
mismo creo que tiene muchos defectos¡ pero la bondad de mis amigos los disi-
mulará, recibiendo gustosos este obsequio (73).
En el caballo Remiendo
sólo di un sentón mal dado,
y en un tordillo quemado
tras de un toro fui corriendo;
pues mis males resintiendo,
sufriendo cruel aflicción,
falto de respiración
al punto me convencí,
que ya no soy lo que fui
mas que sólo en afición
(Inclán 1940: 148).
AsTUCIA
Martínez del Campo, decorados y vestuario de Julio Prieto, actores de la Escuela de Arte
Tuatral del INBA, coordinación artística de Concha Sada y dirección de Salvador Novo (Novo
1948a: 7).
2 Estos versos y los poemas completos "Corrido del Coronel Astucia" y "Romances de
los Cabello", Vicente Marín !turbe los atribuye a Guillermo Prieto (!turbe 1966: 41-42).
INCLÁN: LA LENGUA HABLADA Y ESCRITA 97
del siglo XIX. Después de mostrar prolijamente todo esto, González Peña
concluye: "Si al escritor hay que juzgarle en su ambiente y en su tiempo, yo
no vacilaria en afirmar que Inclán es, en muchos aspectos, superior a los
novelistas mexicanos que le antecedieron y a casi todos sus contemporá-
neos" (González Peña 1954: 333). 3 Un poco más adelante agrega: "Jamás
antes que Inclán, en la novela mexicana, se conoció el arte de cautivar con
el juego de la acción y de la pasión desbordada, tanto como con el fluir de
vida total de la que las páginas son mero trasunto. Entretiene y cautiva, sí, y
escribiendo con sinceridad y viendo con verdad, nos interesa profundamen-
te" (idem).
En 1946, Salvador Novo preparó una edición de Astucia, la mejor que se
había hecho desde la aparición de la novela en 1865-1866. Novo tuvo a la
vista la que podriamos considerar edición princeps y la de la Vda. de Bouret,
publicada en 1908. Corrigió las faltas de ortografia, modernizó la puntuación
e introdujo algunos cambios (como la separación de la obra en dos partes);
asimismo, numeró de corrido los capítulos. Desafortunadamente, no fue con-
gruente en sus criterios de edición; con todo, mejoró las inmediatas anterio-
res, como la de "Cronos" (1922) y la de Publicaciones Herrerías (1939), e
incluso fue superior a la difundida por la Editorial Hispano-Mexicana (l 945a).
En el "Prólogo", Novo revisa la bibliohemerografia existente tanto sobre el
autor como sobre la obra; hace una semblanza de Inclán, caracteriza al pro-
tagonista y la época en la que se sitúa la acción, y señala la gran contradic-
ción en que ha caído la mayoria de la critica "cuando por una parte se admi-
te el valor de fondo de esta novela, y por la otra se menosprecia y se lamenta
la invalidez académica de su forma• (Novo 1946: xxv).
Astucia se publicó por entregas, mediante cuadernillos, de 1865 a 1866. En
total consta de treinta capítulos, divididos en dos partes: la primera de dieci-
séis y la segunda de catorce. Los primeros seis capítulos están dedicados a
narrar la infancia, adolescencia y juventud del protagonista, Lorenzo Cabello;
y los seis últimos, las dificultades y finalmente el triunfo de este personaje, en
el valle de Quencio, estado de Michoacán, ahora con el nombre del coronel
Astucia. Los capítulos centrales cuentan la vida de los otros cinco integrantes
de la sociedad de los Hermanos de la Hoja: José López (Pepe el Diablo), Ata-
nasio Garduño ('Tucho Reniego), Alejo Delgado (el Charro Acambareño), José
Maria Morales (Chepe Botas) y Juan Navarro (el Tu.patio). El hilo conductor de
la novela son las aventuras de cada uno de los Hermanos de la Hoja, pero el
narrador va entreverando, sin romper en ningún momento la unidad de la
novela, lo que podriamos llamar la "prehistoria" de cada uno de ellos.
3 Este discurso fue impreso por primera vez, junto con la respuesta de Victoriano
Salado Álvarez, en 1931 por la editorial Cvltvra. Más tarde ha vuelto a aparecer en Gonzá-
lez Peña 1947: 75-124 y 1987: 31-61.
INCLÁN: LA LENGUA HABLADA Y ESCRITA 99
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Ediciones de Astucia
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DE VICENTE RIVA PALACIO sys f/J3/ t)b
José Ortiz Monasterio
Instituto Mora
[ 107 J
108 JOSÉ ORI'IZ MONASTERIO Y MARÍA TERESA SOLÓRZANO
Ofrecer hospitalidad al talento que vaga despreciado por las calles, y hacerle
entender que hay un lugar en que se le admira y se le respeta, preséntese con
una lira en la mano, o con un compás o una esfera ... , por último ver de par en par
abiertas las puertas a la consideración social sin inclinar la frente al poder ni al
oro, sin que la intriga sucia nos indique el camino, sin que la pobreza nos aconse-
je desviar nuestros pasos de esa reunión; todo esto significa mucho para nosotros
y nos hace dar suma importancia a las Veladas (Prieto apud Batis 1963: 33-34).
La gran aportación de las veladas literarias fue que, gracias a las reseñas
de la prensa y particularmente a las que hacía Altamirano en su revista El
Renacimiento, se inició un vigoroso movimiento literario en las principales
ciudades del país¡ de pronto, parecía que todo el mundo quería escnbir y los
periódicos se multiplicaban por todas partes. En lo referente a la novela, entre
1867 y 1876 se publicaron cuando menos 79 de ellas, cifra sin precedente en
nuestra historia literaria (Monroy 1974: 787-792). Se ha señalado que el gobier-
no auspició este auge literario, pero si tal fuera el caso, ¿cómo explicar que se
suspendiera la publicación de El Renacimiento por falta de recursos? En nues-
tra opinión, el gran aliado de los escritores de la época fue el desarrollo de la
industria editorial que, con mejor maquinaria y novedosas técnicas de merca-
dotecnia, producía libros más baratos al alcance de un mercado más amplio.
Jefe de redacción del periódico La Orquesta ("la música tiene una influen-
cia indudable en los animales que gobiernan", era su premisa) y magistrado
de la Suprema Corte de Justicia a partir de 1867, Riva Palacio además dictó en
esos años las siguientes novelas, todas editadas por Manuel C. de Villegas: en
1868 aparecieron Calvario y Tu.bor. Novela histórica y de costumbres¡ Monja y
casada, virgen y mártir. Historia de los tiempos de la Inquisición¡ y su continua-
ción Martín Garatuza. Memorias de la Inquisición¡ en 1869 Los piratas del Golfo.
Novela histórica y Las dos emparedadas. Memorias de los tiempos de la Inquisi-
ción; en 1870, La vuelta de los muertos. Novela histórica¡ su ciclo como novelis-
ta termina en 1872 con Memorias de un impostor. Don Guillén de Lampart, rey
de México. Novela histórica. La primera de las novelas mencionadas se refiere
a la guerra de Intervención en Michoacán; en ella el general en jefe hace
mutis, por lo que los protagonistas son los rancheros, los tratantes de maíz o
de café, que sostienen la guerrilla contra el ejército francés. Las restantes se
ubican en los tiempos del Virreinato de la Nueva España y continúan el dis-
curso remoto de Fernández de Lizardi y el más inmediato de Ignacio Ramí-
rez, que pretende demostrar que los viejos buenos tiempos que los monar-
quistas querían restaurar, fueron "en realidad" una época dominada por el
despotismo, la desigualdad de las castas y el castigo a la libertad de concien-
cia, mediante el terrible aparato de la Inquisición. 1
1 Sobre las novelas rivapalatinas son indispensables los trabajos de Azuela (1947),
LAS NOVELAS HISTÓRICAS DE RIVA PALACIO 111
Millán (1957), Algaba (1997; 1996a: 335-350 y 1996b: 43-58). Véanse también los trabajos
fundamentales de Solórzano (1996a: 23-42; 1996b: 351-363), así como Ortiz Monasterio
(1993, 1999, 2004). Para la teoría literaria de Riva Palacio la interpretación canónica sigue
siendo la de Díaz y de Ovando (1994).
2 Es dificil emitir un juicio imparcial de la Inquisición. Por un lado, los ingleses aprove-
Tul vez será una niñería lo que voy a decir, pero confio en que usted me dispen-
sará en gracia de la sinceridad que dicta[n] mis palabras. En el curso de la nove-
la, en episodios que oía con indiferencia una persona a quien yo la leía por las
noches, yo sentía que se me venían las lágrimas a los ojos y tenía que suspender
la lectura para limpiarlas con un pañuelo.
LAS NOVELAS HISTÓRICAS DE RIVA PALACIO 115
Por la escasez de mis recursos vivo con una familia en que hay niños desde
nueve a doce años; pues bien, me daba gusto verlos sentados en círculo, escu-
chando atentos y conmoviéndose con la lectura que daba el hermanito mayor,
porque usted con una sencillez encantadora ha sabido tocar las fibras más deli-
cadas del corazón, y poner su novela al alcance de todas las inteligencias ("Carta
de Jorge Manjarrez 11 1868: 28).
datos que arroja el censo de 1895; en éste se señala para el Distrito Federal (Ciudad de
México y pueblos circunvecinos) 44.8%, el índice más alto de la República, seguido por
Tlaxcala con 33.9%. El mayor contraste se observa entre los estados del norte y los del sur:
'Thmaulipas 31 %, Nuevo León 29.8%, Sonora 27.6%, Sinaloa 23.8%; mientras que Oaxaca
tiene 8.7% y Guerrero 7.7% (Estadísticas históricas 1999: 100-112).
116 JOSÉ ORI'IZ MONASTERIO Y MARÍA TERESA SOLÓRZANO
ples factores relacionados con este tema, que no parece estar aún totalmente
dilucidado (Giran 2001: 59).
la época de Riva Palacio, se llamaba folletín a la parte inferior de los periódicos, donde se
publicaban las novelas, la cual podía recortarse y eventualmente encuadernarse como
libro. La primera novela de folletín se publicó en el periódico parisiense La Presse en 1836
y sirvió para aumentar la circulación, motivo por el cual el método fue copiado en todo el
mundo. Ya en 1846 se publicaba en México El padre Goriot de Balzac, como folletín del
Diario Oficial.
5 Las entregas, hoy diríamos fascículos, se vendían de manera independiente por los
editores, quienes tenían representantes en muchos lugares del país; por ejemplo, las
publicaciones de Ignacio Cumplido llegaban a más de un centenar de poblaciones. Las
entregas conservaron la técnica característica del folletín, que consistía en terminar en
LAS NOVELAS HISTÓRICAS DE RIVA PALACIO 117
suspenso cada capítulo para mantener en ascuas al lector hasta la siguiente entrega. Por
ello las novelas rivapalatinas se consideran convencionalmente dentro del género de
novelas de folletín, a pesar de que se publicaron todas por entregas.
118 JOSÉ ORI'IZ MONASTERIO Y MARÍA TERESA SOLÓRZANO
los lectores asimilen bien la historia narrada y se identifiquen con los perso-
najes y con las situaciones dramáticas, acude una y otra vez a los mismos
recursos, golpes de efecto que intensifican la intriga: coincidencias, casuali-
dades, reconocimientos y equivocaciones, disfraces, identidades encubiertas
y finalmente reveladas, encuentros inesperados, secretos descubiertos en los
momentos más inoportunos, revelaciones sorprendentes, apariencias enga-
ñosas y un tono melodramático que tiñe toda la novela. Riva Palacio, en
esencia, es un gran narrador: la acción de sus novelas, llenas de peripecias,
se desarrolla en forma rápida y amena; las descripciones y las disertaciones
son breves, abundan los diálogos y la expectación. Dentro de la complejidad
y diversidad de la intriga, el autor no pierde el control de las situaciones, ni
el manejo de los personajes. La estructura de sus novelas es bastante tradi-
cional, pues se basa en numerosos episodios que conforman los capítulos;
cada uno de ellos termina en un momento de suspenso, aunque al final con-
cluyen todos los enredos y se cierra convencionalmente la trama, sin dejar
ningún cabo suelto.
El tiempo en la narración de las novelas (salvo en Calvario y 'labor) siem-
pre está expresado en dos niveles: el presente del Virreinato y el presente del
autor; es decir, Riva Palacio es plenamente historiador de la época colonial,
cuya visión trasciende al mismo discurso narrativo. Por otra parte, el autor y
el narrador son uno mismo; el narrador es omnisciente y pretende ser obje-
tivo, además de que a menudo interviene en la narración congelándola. Los
congelamientos de la acción son de diferente tipo: descripciones de los per-
sonajes y del ambiente fisico en general, didactismos, que le permiten expo-
ner su pensamiento y entrar en contacto directo con el lector (por cierto, la
intromisión del autor no es en general del todo objetiva). El didactismo tam-
bién le sirve para enfatizar o resaltar la figura de un personaje, sea éste o no
de primera importancia para la trama, o bien, un suceso de primer o segundo
orden. El hecho de que el autor destaque un personaje o acontecimiento en
la narración es equivalente a los acordes de la orquesta en el teatro, los cua-
les marcaban la entrada o salida de las víctimas y los villanos, así como los
momentos culminantes del melodrama. Otro uso de las digresiones es el
manejo del suspenso o la manera de incorporar a la narración la crítica social
y moral. Asimismo, la cronología de las novelas se adelanta o retrocede según
convenga al interés de la trama.
Dicho en breves palabras, la estructura formal de la novelística de Riva
Palacio es la combinación de una víctima, un héroe y un víllano, los cuales
se encuentran inmersos en una aventura amorosa plagada de sucesivos enre-
dos y desenlaces, los cuales llegan a un final convencionalmente feliz, vesti-
dura que cubre el pensamiento del autor, correspondiente a una ideología
liberal y reformista políticamente hablando, y tradicional conservadora en el
ámbito social.
LAS NOVELAS HISTÓRICAS DERIVA PALACIO 119
Inés en Las dos emparedadas, o bien la muerte social, como le sucede a doña
Ana en Los piratas del Golfo y a doña Catalina en Martín Garatuza, quienes se
ven forzadas a ingresar al convento para expiar sus culpas.
La apertura del espacio para el hombre le da flexibilidad y variedad en la
fijación de la edad del héroe o el villano, y también multiplica las opciones
para su reconocimiento dentro de la sociedad. La libertad de movimientos y
la facilidad en la aceptación social del hombre esquematiza al personaje mas-
culino, inmovilizándolo en buena medida, y sólo excepcionalmente se
encuentra en un mismo personaje la contradicción; a menudo esto propicia
que se tenga que recurrir a los aliados del personaje para poder establecer los
conflictos internos de la persona representada. En cambio, la mujer, encerra-
da en rígidos patrones sociales, abre un campo más vasto en los movimientos
del personaje femenino, permitiéndole traspasar el límite de lo prohibido.
La postura de Riva Palacio frente a la figura femenina representa una
posición paternalista, pues al lado de una mujer siempre está un hombre
bueno que la ayuda y defiende. La mujer permanece pasiva ante la vida y su
única defensa es la virtud. En sus novelas, las mujeres que asumen sus pro-
pias decisiones y .participan en forma activa en la acción (doña Luisa en
Monja y casada, doña Ana en Los piratas, doña Catalina en Martín Garatuza,
o bien doña Inés en Las dos empareda.das), son castigadas por su comporta-
miento viril. Así, a la oposición hombre-mujer corresponde la combinación
actividad-pasividad; la pasividad, cualidad femenina representativa, introdu-
ce al personaje femenino en la polaridad del bien y el mal. Es decir, la mujer
pasiva es buena y su bondad merece ser premiada; su recompensa será el
matrimonio y, por consiguiente, el reconocimiento pleno de la sociedad
(doña Esperanza en Martín Garatuza o Alejandra en Calvario y Tu.bor). En
cambio, la mujer activa es mala y por tanto debe ser castigada con la muerte
fisica o con el rechazo social. La mujer es una aliada del hombre, mas nunca
ha de tomar su lugar, ni sus carácterísticas, si no quiere perder su valor ante
los ojos masculinos. La oposición actividad-pasividad, pecado-arrepentimien-
to, es esencial en los textos de Riva Palacio, pues de estas polarizaciones se
desprenden los verdaderos acontecimientos de la novela. El papel malvado
de las villanas provoca que las mujeres se separen de los límites establecidos
para su sexo: castidad, candor, abnegación, honestidad, pasividad, fidelidad,
etcétera. La trasgresión de los límites establecidos, junto con las acciones
malvadas que desempeña o desencadena en el transcurso de la trama, con-
forman los rasgos que caracterizan al personaje villano. Por ello, el retorno a
las fronteras admitidas para la mujer y el arrepentimiento de las acciones
malvadas constituyen un acontecimiento en la vida del personaje maligno,
quien así transita del terreno del mal al campo del bien, transformándose
finalmente en un personaje heroico, como es el caso de doña Catalina en
Martín Garatuza. Bajo el influjo d~l amor que ella siente por don Leonel,
124 JOSÉ ORI'IZ MONASTERIO Y MARÍA TERESA SOLÓRZANO
propia, inventó un público lector y sentó las bases de una nueva filosofia
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UN NOVELISTA ACTUAL: MANUEL PAYNO
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Facultad de Filosofla y Letras, UNAM
[ 131]
132 MARGO GLANTZ
El más hábil folletinista mexicano fue también el genial financiero que (un siglo
antes de que hubiese escuelas de economía) logró, cuando el país estaba deshe-
cho a raíz de la invasión norteamericana y sus incalculables pérdidas territoria-
les, que nuestros acreedores de Londres redujeran el interés del 5% al 3%, el
pago de intereses y dividendos se hiciera aquí y los réditos insolutos se rebajaran
de 10 a 3 millones de pesos (Pacheco 1985: 52).
Payno continuó su carrera y sus viajes por el país. En 1842 fue nombrado
administrador de rentas del estanco de tabaco en Fresnillo, mientras el escri-
tor Guillermo Prieto, su gran amigo, ocupaba el cargo de visitador de tabacos
en Zacatecas. El tabaco era un cultivo muy codiciado, cuya distribución estu-
vo muchas veces fuera de la ley, como bien se demuestra en Astucia. El jefe
de los Hermanos de la Hoja o los charros contrabandistas de la rama, de Luis G.
Inclán, otra de las grandes novelas mexicanas del siglo x1x. Payno ayudó a
liberar este cultivo en 1848, medida que propició un desarrollo importante de
la producción nacional de tabaco y la desaparición del contrabando. En 1845,
durante el gobierno del dictador Antonio López de Santa Anna, Payno, comi-
sionado por el secretario de Instrucción Pública, visitó Estados Unidos para
estudiar el sistema penitenciario de Nueva York y Filadelfia. Luego participó
en la defensa de México durante la Intervención estadounidense. En la pri-
mera mitad del siglo XIX, se incorporó al ejército y obtuvo el grado de tenien-
te coronel, además de asumir varios puestos políticos y administrativos. Pero
su participación en 1857 en el golpe de Estado del general Ignacio Comonfort
contra la Constitución liberal de ese año, su oposición a la desamortización
de los bienes del clero, su apoyo al Plan de Guadalupe del político conserva-
dor Félix Zuloaga y, más tarde, durante la Intervención francesa, su colabo-
ración con el Imperio de Maximiliano, lo alejan del partido liberal e inte-
rrumpen su distinguida carrera política a partir de los gobiernos de Juárez y
Lerdo de Tejada. A la caída del Imperio, o mejor, después de la restauración
UN NOVELISTA ACTUAL: MANUEL PAYNO 133
Se nos quiere aquí conmover con la perspectiva de las desgracias que han sobre-
venido a este hombre, y ¿no hemos presenciado y aún estamos presenciando los
sangrientos efectos de su crimen?[ ... ] ¿Cómo se pretende que pese más en la
balanza de nuestra conciencia ese siniestro consejero del infame Comonfort,
que la dignidad de la república ultrajada por él?[ ... ]
¿Payno es culpable? Sin duda. ¿Por qué? Porque ayudó a don Ignacio
Comonfort a dar el golpe de Estado; es decir, a violar las instituciones y a traicio-
nar a la república en diciembre de 185!t:-¿Ha confesado su crimen? Aquí está su
libro, y ahí está su confesión: ¿qué nos falta, pues? Declararlo culpable. Eso es
obvio y no lo harán sólo los que teniendo ojos no vean, teniendo oídos no oigan;
o mejor dicho, teniendo alma no tengan valor, teniendo patria no tengan patrio-
tismo. Y después ¿qué faltará todavía? Lo que ha faltado siempre, lo que falta
aún hoy, lo que preveo con indignación que seguirá faltando: el rigor para casti-
gar. Y lo temo porque semejante conducta acabará por hundirnos; porque en
casos como éstos, perdonar es suicidarse, es hacer la apoteosis del criminal en
vez de condenarlo a la ignominia.
[... ]Castiguemos a Payno, y en vez de arrojar a los pies de Comonfort las
flores de la adulación y las llaves de la república, arrojémosle la cabeza de su
cómplice (Altamirano 1986: 61, 65, 68).
Payno sólo estuvo prisionero durante un breve periodo, pues por suerte
la amnistía de 1862 lo benefició con la liberación. No obstante las violentas y
quizá justas acusaciones de Altamirano, la labor de Payno como educador,
economista, periodista, diplomático, jurista y escritor fue muy notable. A lo
largo de su vida, escribió y publicó numerosos textos en diversas disciplinas:
134 MARGO GLANTZ
Escrita entre 1888y1891, Los bandidos de Rio Frío se publicó en España bajo
el sello del editor catalán Juan de la Fuente Parres entre 1892 y 1893. Payno
firmó la novela con el pseudónimo de "Un Ingenio de la Corte• (¿acaso para
proteger su identidad como diplomático del gobierno mexicano?). La segun-
da edición de la obra la imprimió el mismo editor, y aunque es idéntica a la
primera, lleva la importante adición del nombre del autor y algunos de sus
cargos honoríficos. Le siguieron varias impresiones espurias y mutiladas. En
1928, los nietos de Payno decidieron reeditarla, corregida, en la Biblioteca
Popular de Escritores Mexicanos, dirigida por Luis González Obregón, en la
Imprenta de Manuel León Sánchez. Esta edición pretendía "mejorar" el estilo
a veces "incorrecto• o "descuidado" del novelista; además, se añadieron algu-
nos párrafos aclaratorios, en definitiva, redundantes. Para el filólogo Manuel
UN NOVELISTA ACTUAL: MANUEL PAYNO 135
Sol, quien restauró la edición que Conaculta publicó en el año 2000 como
parte de las obras completas de Manuel Payno, "estas enmiendas, al parecer
insignificantes, lesionan la lengua y estilo de la novela, ya que obviamente
no sólo se corrige el discurso del narrador sino también el de los personajes,
ya se trate de monólogos, diálogos o descripciones, alterando no pocas veces
su sintaxis y su léxico• (Sol 2009: 97).
Si queremos entender y ponderar Los bandidos de Río Frío, es necesario
estudiar e interrogar el proceso de corrección sufrido por el texto, ese inten-
to por "adecentarlo" y volverlo "presentable", y revisar el camino recorrido
por la literatura mexicana a partir de 1868, cuando se restauró la República.
Ignacio Manuel Altamirano fue el más activo y entusiasta promotor de la
literatura como proyecto político y cultural y como toma de conciencia de
una identidad nacional. En uno de sus textos sobre este escritor, José Luis
Martínez precisa: "En la crítica y en la historia literarias encontró Ignacio
Manuel Altamirano uno de los más adecuados instrumentos para ejercer
aquel magisterio intelectual a que se vio destinado en las letras mexicanas,
desde el año siguiente al fin de la intervención francesa y el imperio, 1867,
hasta 1890, aproximadamente, en que la autoridad de su palabra dejo de ser
oída por una nueva generación, la de los modernistas" (Martínez apud Alta-
mirano 1949: vi).
Para Altamirano, la literatura es "el propagador más ardiente de la demo-
cracia"; los escritores, misioneros "que impulsan el progreso intelectual y
moral de los pueblos•, y la novela, el medio más eficaz de educación, "el
libro de las masas•. Altamirano se preguntaba si existía una tradición de
novela mexicana y, en caso de haberla, deseaba interrogarla para descubrir
si podía ofrecer algunas respuestas al problema de la consolidación de una
literatura y una lengua nacionales que moldearan el pensamiento y educa-
ran al pueblo. Consideraba que existía un precursor importante, El Pensador
Mexicano, José Joaquín Femández de Lizardi, cuya novela El Periquillo Sar-
niento había alcanzado una popularidad tan grande que era conocida por
todos los mexicanos, gracias a su tema y a sus personajes, a su osadía y su
clarividencia enormes, como anticipar muchos de los descubrimientos socia-
les de la novela francesa y hasta su modo de producción, el folletín. Además,
Lizardi era fundamental porque había empezado a publicar su novela en
tiempos del Virreinato y se había atrevido a denunciar las lacras de sus ins-
tituciones (incluyendo las religiosas), había incluido en su texto a todas las
clases sociales del país y aceptado las consecuencias de la censura y la per-
secución. Sin embargo, Altamirano tenía una crítica seria que formularle: "Si
algo puede tacharse al «Pensador», es su estilo[ ... ] vulgar, lleno de alocucio-
nes bajas y de alusiones no siempre escogidas•, aunque -añade- inevita-
bles, porque "si hubiese usado otro, ni el pueblo le habría comprendido tan
bien, ni habría podido retratar fielmente las escenas de la vida mexicana"
136 MARGO GLANTZ
por tanto libro de texto aún vigente, Carlos González Peña demuestra con
creces cómo un juicio crítico puede perdurar y perpetuarse, casi sin varian-
tes: "Falta en esta larga historia [Los bandidos] proporción y mesura; adviérte-
se en ella la completa despreocupación del estilo que caracterizaba al novelista.
Pero hay riqueza de tipos, muchos de ellos auténticos, copiados del natural;
observación directa del medio; fidelidad, a menudo, en el traslado del habla
popular: intenso color local en algunas descripciones" (González Peña 1977:
216; las cursivas son mías).
La percepción de que Payno escribía con la misma facilidad y descuido
con la que hablaba -su oralidad- vuelve a ser un argumento crítico cuando
en 1945 Antonio Castro Leal define la novela, promovida y prologada por él
en la editorial Porrúa, en cinco tomos que reproducen la versión corregida y
publicada por el editor Manuel Léon Sánchez. En 1965, la misma editorial
reeditó la obra en un solo volumen en la colección "Sepan Cuantos ... 11 1 forma-
to en el que ha sido reimpresa numerosas veces, por lo que es la única edi-
ción que aún circula profusamente. En un curioso acto de justicia poética,
Castro Leal fue, pese a su crítica, uno de los promotores más importantes de
Payno: el hecho de incluirlo en la colección Escritores Mexicanos de Porrúa,
lo convirtió casi de inmediato en una figura indispensable del canon de las
letras mexicanas. En su prólogo a la primera edición de Porrúa, reproducido
en todas las ediciones sucesivas, profesa:
Y la novela que tiene el lector entre sus manos debe de haber sido escrita tam-
bién por entregas; es seguro que Payno, conforme escribía cada capítulo lo
enviaba al editor en Barcelona[ ... ] De manera que, al principio, como sucede
con toda novela de folletín, el autor no debe de haber tenido más que una idea gene-
ral del asunto y una concepción muy vaga de su plan y desarrollo [... ] Lo que, al
correr de la pluma, escribía Payno en su refugio del Consulado de México en
Santander tiene el valor documental y literario de la charla de un viejecito de
ochenta años y de muy variadas experiencias y buena memoria: en estilo familiar
y descuidado (Castro Leal 1965: vii, ix; las cursivas son mías).
A pesar de todo, Castro Leal cree necesario publicarla, por diversas razo-
nes. Primero, por su valor documental, argumento aún esgrimido por varios
de sus críticos (por ejemplo, como señaló luego, Mariano Azuela, y aún en
1988 el historiador inglés David Brading). Además, por no haber exagerado el
propósito moralizador de otras novelas del género y, por último, porque
(repito, nótese el tono condescendiente) "es de agradable lectura y digna de ser
conocida y aun estudiada" (Castro Leal 1965: xii; las cursivas son mías). La
crítica reiterada contra el poco cuidado estilo -despreocupado, incorrecto y
familiar-, constituye la mayor preocupación, como si se exhibiera fuera de
casa la incorrección del idioma popular, es decir, el español hablado en Méxi-
UN NOVELISTA ACTUAL: MANUEL i>AYNO 139
LA NOVELA
En Los bandidos de Río Frío, Payno recrea el pasado y reconstruye una socie-
dad que, en apariencia, ha desaparecido casi totalmente cuando la describe;
al retomar la etapa de la anarquía con su trasfondo indisoluble de huérfanos
y bandidos, nos demuestra que, en resumidas cuentas, en México las cosas
no han cambiado. Para armar la trama de su inmenso texto épico, pone en
142 MARGO GLANTZ
nismo, época en que Santa Anna ocupó y desocupó muchas veces y de mane-
ra intermitente la presidencia de la joven República Mexicana. Durante su
reinado, el país sufrió varias intervenciones extranjeras, entre ellas, en 1838,
la francesa, conocida como la Guerra de los Pasteles, originada por la recla-
mación de una deuda de repostería por parte de Francia, cuya armada se
encontraba en Veracruz; en esta guerra el dictador perdió una pierna, la cual
fue luego enterrada con gran pompa, y originó su pseudónimo, "el Quince
Uñas", título asimismo de una novela de Leopoldo Zamora Plowes. De conse-
cuencias más trágicas fue la derrota que sufrió el dictador en la guerra
emprendida contra Thxas (1836), cuyo costo final, varios años después, fue la
pérdida de una gran parte del territorio nacional: al frente de sus tropas, Santa
Anna, de triste renombre, rechazó sin éxito la invasión estadounidense de
1847; su actuación en esa guerra fue ampliamente analizada por sus contem-
poráneos, en los ya mencionados Apuntes para la historia de la guerra con los
Estados Unidos, en Memorias de mis tiempos de Guillermo Prieto y en la segun-
da edición de El fistol del diablo de Payno, novela reescrita entre 1858 y 1859.
En su novela más famosa, Payno hace coincidir diversos sucesos de épo-
cas anteriores o posteriores al periodo que abarca la narración. Según las
deducciones de Duelas, la acción de la novela transcurriría entre 1820 y 1839.
El primero sería el año en que Juan Robreño empieza su periplo como niño
expósito, el mismo periodo en que, de manera casi sobrenatural, se prolonga
el embarazo de doña Pascuala, de cuya suerte depende la existencia misma
del expósito, personaje indispensable del folletín. 1839, año de la ejecución
del coronel Juan Yáñez, marcaría el final de la novela. Nunca se habla en ella
ni de la Guerra de Thxas (1836) ni de la Intervención estadounidense (1847);
en cambio, se mencionan varias guerras intestinas, epidemias, ferias, inva-
siones de indios apaches y multitud de cosas más; algunas de ellas revisadas
en pasquines, uno de los géneros en boga caricaturizados en el texto, el cual
además es utilizado para reafirmar la estructura folletinesca de la novela,
cuyo primer capítulo se escribe siguiendo ese modelo, perfectamente idóneo
para hacer circular el rumor y propagar las calumnias. El personaje histórico
en quien se inspiró la narración, el coronel Juan Yáñez, es conocido en el
texto sólo por su apodo de Relumbrón, y su ejecución, junto con varios de sus
cómplices, fue tristemente célebre en México. En las memorias de la mar-
quesa Calderón de la Barca se describe la siguiente escena:.
descripción, que en el caso de ser atacado por los ladrones era imposible que
pudieran descubrirla, y que, en consecuencia, no creía necesario hacerse acom-
pañar de una escolta. Este confiado caballero salió de México al día siguiente
con la Diligencia. Apenas había salido de la garita el carruaje, cuando fue asalta-
do por los ladrones, los que, por extraño que ello parezca, se fueron en derechu-
ra del mismo baúl que contenía el dinero, le abrieron, rompieron el fondo, y
apoderándose de la suma allí escondida, se marcharon con toda tranquilidad.
Fue una singular coincidencia de que el principal de los ladrones, aunque medio
cubierto por un disfraz, tuviera un sorprendente parecido con el ayudante del
Presidente. Si esto no son coincidencias ... (apud Castro y Alvarado 1987: v).
El jefe del Estado Mayor, con quien comenzaremos a hacer conocimiento, era
un hombre de más de cuarenta años; con canas en la cabeza; patillas y bigote
que se teñía; ojos claros e inteligentes; tez fresca, que refrescaba más con esco-
gidos coloretes que, así como la tinta de los cabellos, le venían directamente de
Europa; sonrisa insinuante y constante con sus labios gruesos y rojos, que enro-
jecia más con una pastilla de pomada; maneras desembarazadas y francas; cuer-
po derecho, bien formado. Era, en una palabra, un hombre simpático y buen
mozo, aun sin necesidad de los afeites. Vestía con un exagerado lujo, pero sin
gusto ni corrección; colores de los vestidos, lienzo de las camisas, piel de las
botas, todo finísimo. pero exagerado, especialmente en las alhajas, botones o
prendedores de gruesos diamantes, que valían tres o cuatro mil pesos; cadenas
de oro maciw, del modelo de las de Catedral, relojes gruesos de Roskel, botones
de chaleco de rubíes; además, lentes con otras cadenas de oro más delgadas; en
fin, cuanto podía poner de piedras finas y de perlas, permitiéralo o no la moda,
tanto así se ponía. Era notable su colección de bastones con puño de esmeralda,
de topacio o de zafir; era la admiración y la envidia aun de los generales cuya
fortuna permitía rivalizar con él[ ... ] (Payno 2000: II, 245-246).
Casi sin excepción, en la novela los que nacieron huérfanos acaban con-
virtiéndose en bandidos (Relumbrón es también un huérfano, y aunque los
lectores sepamos bien quiénes fueron sus padres, él lo ignora). ¿Cómo podía
ser de otro modo en una sociedad productora de hijos ilegítimos y donde las
desigualdades sociales son monstruosas? La presentación de Relumbrón
manifiesta la riqueza increíble de ciertos miembros de las clases encumbra-
das; es más, no sólo la manifiesta sino que la ostenta. Hay que convenir en
que no hay exageración alguna en esta aseveración: el personaje utiliza su
cuerpo como maniquí para exhibir las prendas que lo adornan, como si estu-
146 MARGO GLANTZ
Hacía diez minutos que había comenzado la talla. González tenía en las manos
las cartas; el oro, manejado por los gurupiés que pagaban y los puntos que reco-
gían, dejaba oír ese sonido seductor que no se parece a ningún otro sonido del
mundo. El canto de las aves, la voz de una cantatriz, el cristal, la plata, nada es
comparable con las monedas de oro cuando al contarse por una mano diestra
chocan unas con otras y van despertando las más lisonjeras ideas de los placeres
UN NOVELISTA ACTUAL: MANUEL PAYNO 14 7
y comodidades que se pueden disfrutar con ese que algunos necios, y segura-
mente muy pobres, han llamado vil metal (Payno 2000: 11, 258).
Payno agrega, en nota a pie de página: "Un joven inglés que comerciaba
en alhajas compró, entre otras, en el Montepío, una perla más gruesa que un
garbanzo, casi corno una avellana, en 1 000 pesos, y la vendió en Londres,
para la reina Victoria, en 1 000 libras esterlinas. Esas alhajas pertenecieron a
una de estas ricas familias de que se habla en esta novela" (521 ).
La riqueza es tan extrema que sólo parece verosímil si se la compara con
las maravillas narradas en los cuentos de hadas -al mencionar a Alí Babá,
Payno remite a Las mil y una noches- o al folletín, El conde de Montecristo,
por ejemplo, novela que él conocía muy bien. Lo más extraordinario: esa
riqueza es verdadera; aún más, tangible, concreta, manejable, transportable,
una presencia corroborada y resaltada en la nota de pie de página que he
transcrito, donde se da cuenta de la distinta manera en que la riqueza se tra-
taba en los imperios y en las colonias: ¿no era entonces Inglaterra la reina de
los mares y la reina Victoria, la soberana más poderosa de la tierra?
La ambición de Relumbrón sobrepasa cualquier expectativa de vida des-
ahogada o, "descansada", corno de manera por lo demás curiosa señala Payno
en su hiperbólica enumeración de joyas, a menos que vida descansada quie-
ra decir una vida donde pudiera gozarse con tranquilidad de esas inconmen-
surables riquezas, sin desear obtener más, cosa que resultaría imposible para
UN NOVELISTA ACTUAL: MANUEL PAYNO 149
tierra; no eran precisamente esclavos, pero sí la clase ínfima del pueblo azteca
que, como la más numerosa, ha sobrevivido ya tantos años y conserva su pobre-
za, su ignorancia, su superstición y su apego a sus costumbres.[ ... ) Unos [hom-
bres] con su red y otros con otates con puntas de fierro, se salen muy tempranito
y caminan hasta el lago o hasta los lugares propios para pescar ranas. Si logran
algunas grandes, las van a vender a la plaza del mercado; si sólo son chicas, que
no hay quien las compre, las guardan para comerlas. Otros van a pescar juiles y
a recoger ahuautle, las mujeres por lo común recogen tequesquite y mosquitos
de las orillas del lago, y los cambian en la ciudad, en las casas, por mendrugos de
pan y por venas de chile. Las personas caritativas siempre les dan una taza de
caldo y alguna limosna de cobre (Payno 2000: I, 43-44).
Por todo capital efectivo le quedaban veinte onzas y un par de cien pesos que
había dejado en su casa para el gasto. Relumbrón, sin embargo, tenía casas en
México, una hacienda, una huerta en Coyoacán, la casa que había cedido a
Baninelli en Chimalistac y muchos otros negocios, y ganaba dinero por aquí y
por allá; pero al mismo tiempo hacía cuantiosos desembolsos: pagaba libranzas
por efectos comprados a crédito; sostenía tres casas con lujo; prestaba a los ami-
gos y no les cobraba; hacía frecuentes regalos de valor a los personajes influ-
yentes; en una palabra: ningún dinero le bastaba, y desaparecía de sus manos
como si un prestidigitador se lo quitase en uno de sus pases de destreza; no
tenía ni orden ni contabilidad; un dependiente le llevaba meros apuntes en un
libro de badana encamada, y eso cuando estaba de humor de darle los datos. Lo
que sí llevaba con mucha puntualidad, era un registro, que cargaba en su bolsa,
de la fecha en que debía pagar las libranzas que había aceptado [... ] (Payno
2000: II, 254~255).
advierte que todavía debe alrededor de doce mil pesos: "Era para su situa-
ción, no un simple agujero, sino un ancho boquete que tenía urgencia de
cerrar, pues de lo contrario, podía irse por allí su fortuna y su crédito• (279).
Ese inmenso boquete por el que puede escurrirse su fortuna, arruinando su
modus vivendi y su reputación, abre una nueva etapa en la vida de nuestro
personaje; una etapa en donde se cancela el viejo desorden que regía su
conducta, el cual es sustituido por un orden preciso, perfecto, envidiable,
necesario si quiere instrumentarse una organización ejemplar, la que sos-
tiene a una utopía, la del robo: una intrincada red de ojos y orejas penetrará
en los más secretos rincones de las mansiones de la ciudad, vigilará las
carreteras y el tráfico de diligencias, ya amagadas por Evaristo, convertido
en asaltante de caminos (Y riombrado inocentemente por Baninelli, quien
lo cree honrado, capitán de rurales para escoltar las carreteras, bajo el falso
nombre de Pedro Sánchez). Tumbién se fabricará moneda falsa, se asaltarán
las haciendas y las diligencias, se robará en las casas, y se desmontarán los
garitos con cartas compuestas. Relumbrón da cuenta de su plan a su com-
padre, el platero, quien se encargará, como siempre, de transformar las
alhajas robadas y de falsificar la moneda. Oigamos sus palabras; podemos
acercarnos, pues, como muy bien dice el refrán, "las paredes oyen", como
sucede en ese preciso momento con la cocinera de don Santos, Rafaela,
quien después revelará al juez don Pedro Martín de Olañeta los intríngulis
de la conspiración. Relumbrón explica su plan y también plantea sus justos
motivos para organizar el régimen del robo, pues al fin y al cabo en su país
todos son unos ladrones ("La mitad de todos los habitantes del mundo, ha
nacido para robar a la otra mitad, y esa mitad robada, cuando abre los ojos
y reflexiona, se dedica a robar a la mitad que la robó y le quita no sólo lo
robado, sino lo que poseía legalmente", Payno 2000: 11, 333):
las deudas contratadas con otras potencias, las cuales invaden y amenazan
con constancia inigualable al país durante el periodo el'I que se gesta la nove-
la y se organiza el robo? Vuelvo a nombrarlas, la Guerra de los Pasteles, la
más ridícula de nuestras guerras, la más folletinesca, la causada por una
deuda por daños a ciertas pastelerías instaladas en el país por los franceses;
deuda que sirve de pretexto a su gobierno para amenazar con sus barcos las
costas de Veracruz, y le regala a Santa Anna la oportunidad de convertirse en
héroe, en una guerra don4e a cambio de unos pasteles se entrega como saldo
una pierna. Y luego las inmensas deudas millonarias que Payno ayudó a dis-
minuir, las cuales ocasionarian la tripartita invasión de México por las poten-
cias aliadas: Francia, España, Inglaterra; guerra parcialmente resuelta: por
breve tiempo la República se convirtió en Imperio.
Debajo de todo el tramado, muy escondidos, mucho más enmascarados
aún que Relumbrón y sus secuaces, están los agiotistas, los financieros, los
banqueros que piden los empréstitos o que los proporcionan para acumular
las deudas, tanto la interna como la externa (cf. Tunenbaum 1985):
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515 l:J03/ I O
"YO NUNCA ESCRIBO UNA NOVELA SIN QUE ME LA PIDAN":
JOSÉ TOMÁS DE CUÉLLAR,
ESCRITOR DE NOVELAS POR ENTREGAS
1 En una de las tantas "Gacetillas" de ese diario firmadas por Cuéllar, apareció la
siguiente reflexión: "Algunos periódicos ministeriales u oficiosos que están más abajo que
los ministeriales han dicho que Díaz, en la presidencia, establecerla el cesarismo, porque
al fin es militar, mientras que Juárez, por ser paisano, de ninguna manera inspira esos
temores. Entendamos. Cesarismo viene de César; es el gobierno que inició Julio César y
que estableció y perfeccionó su sobrino Augusto, fundándolo en una apelación al pueblo,
que ayudada de la sorpresa y de la fuerza, dio este feliz resultado: el cuerpo legislativo
quedó nulificado bajo el veto; las magistraturas que antes nombraba el pueblo y el Senado,
fueron dadas al César que humilló a los magistrados hasta el papel de empleados, el Impe-
rio Romano quedó bajo las facultades extraordinarias. Díaz aspira a ser presidente de una
república constitucional; el presidente Juárez gobierna dictatorialmente; procura la conti-
nuación de ese sistema: no sabemos si Díaz pensará alguna vez en el cesarismo, pero sí
existe eljuarismo• (Cuéllar 1867: 2). Sobre las circunstancias que provocaron la salida de
Facundo a tierras potosinas vid. el "Estudio preliminar" de Clark de Lara (apud Cuéllar
1989: 74-80) y Zavala (1997).
[ 155 J
156 ANA LAURA ZAVALA DÍAZ
lo periodístico una veta más rica para •representar y debatir" aquellos "deseos•, ahora en
el escenario de una nación inmersa en un amplio y aparente proceso de modernización
(al respecto vid. Clark de -Laf3:2007: 145-165).
CUÉLLAR: ESCRI'IDR DE NOVELAS POR ENTREGAS 157
En otros términos, como apunta este crítico, esos círculos letrados, a los que
por herencia y convicción perteneció Cuéllar, se adjudicaron la omniabarca-
dora misión de reconfigurar la patria con la fuerza imaginativa de la pluma,
consagrándose, así, a "elaborar leyes, forjar [una] economía sana, dictaminar
sitios en la sociedad, producir literatura, estipular las reglas de la moral repu-
blicana [y, fundamentalmente,] hacerse de la psicología social relevante"
(Monsiváis 1997: 13).
En esta tónica, en el ensayo "La literatura nacional" (1869), Facundo
decretó públicamente su cohipromiso ético-estético con aquella comunidad,
a la cual convirtió desde entonces en su objeto reiterado, casi obsesivo, de
estudio y recreación. En esas líneas, el novelista en ciernes declaró que la
literatura era tanto "el termómetro de la civilización" de los pueblos, como el
"reflejo de la historia de" éstos (Cuéllar 1989: 5); un espejo fiel, en suma,
donde la humanidad podía admirarse en toda su miseria o esplendor a lo
largo del tiempo. Artífice de tal narrativización de la realidad, el escritor
tenía, por ende, la obligación de mantenerse siempre atento a las transforma-
ciones y los requerimientos del entorno en su calidad de sacerdote laico, de
inquisidor del presente y custodio del pasado de sus conciudadanos.
Ese mismo año, el autor puso en práctica ese ideario nacionalista al con-
cebir sus dos primeras obras de largo aliento: 3 El pecado del siglo. Novela his-
tórica {Época de Revillagigedo-1789] y Ensalada de pollos. Novela de estos tiempos
que corren, tomada del •carnet• de Facundo. La primera es una larga y comple-
ja narración situada en las postrimerías de la época colonial, cuando, según
el narrador, el fanatismo religioso y la ignorancia eran las causas fundamen-
tales del deterioro de la sociedad. La segunda es una inconexa novela de
actualidad, más bien reunión de "fisiologías" de jóvenes viciosos y arribistas
que terminan por perderse, por degradarse, en las calles de una Ciudad de
México premoderna, anárquica, todavía con remanentes del influjo imperia-
lista-francés. Una se imprimió con el sello editorial de la Tipografia del Cole-
gio Polimático; 4 la otra apareció originalmente, entre 1869y1870, en La flus-
3 Según Altamirano, Facundo publicó antes sus "Cuentos del vivac" -"pequeñas his-
torias militares en que se narran varios hechos gloriosos de la guerra pasada, con un estilo
sencillo, popular, pero impregnado de ese entusiasmo patriótico que tanto conmueve el
corazón del soldado y del hombre del pueblo" (Altamirano 1988: 106)-; sin embargo,
hasta la fecha no se han localizado dichos materiales en ningún acervo hemerobibliográfi-
co. De igual forma, en las páginas de la revista La flustración Potosina dio a conocer dos
breves narraciones tituladas "Novela por vapor• y "Rosa y Federico. Novela ilustrada con-
temporánea• (1869), esta última hecha al alimón con el dibujante y caricaturista José
María Villasana (vid. Cardoso Vargas 2002: 240-252).
4 Como asegura Clark de Lara, Cuéllar tuvo la intención de incluir dicha pieza en la
segunda época de La Linterna Mágica (1889-1892); incluso, los editores españoles anuncia-
ron "que la primera parte [de ésta] estaba en prensa y conformaría el tomo xxv" de la
colección; empero, por razones desconocidas, el proyecto no llegó a buen puerto; tal vez
158 ANA LAURA ZAVALA DÍAZ
tración Potosina, semanario fundado por Cuéllar y José María Flores Verdad
en aquellas tierras. Ambas se publicaron por entregas, 5 aunque su proceso de
escritura fue muy diverso: mientras que El pecado ... ya casi estaba terminada
cuando el autor la parceló en fascículos para su distribución, Ensalada ... se
redactó •sobre la marcha", bajo presión y con las características y deficiencias
propias de tal modo de producción literario, al que se abocó de manera casi
exclusiva a partir de ese momento. 6
Al ser este último un componente definitorio de su oficio como novelis-
ta, cabe preguntarse, entonces, ¿qué significó tener que ceñirse a tal modo de
producción creativa?, o más aún, ¿cómo y con qué fin adaptó y explotó las
particularidades enunciativas y estructurales de dicho subgénero en el medio
literario nacional de la segunda mitad del siglo x1x? Como intentaré mostrar
a lo largo del presente ensayo, para Facundo la escritura por entregas consti-
tuyó no sólo un reto, una vía de aprendizaje de las posibilidades expresivas e
ideológicas de la novela, sino también el recurso más efectivo para cumplir
su mencionada encomienda de sacerdote laico, de reformador social, de inte-
lectual comprometido con un proyecto cultural de nación. En otras palabras,
para él, como para la mayoría de sus pares, la entrega semanal supuso la
única ruta real, sin tardanza, dadas las dificiles condiciones de la industria
editorial mexicana, para intentar unir lo útil con lo bello: "una forma ágil y
amena, [de infundir en los ciudadanos] el sentimiento de unidad [nacional,
de pertenencia] lejos de banderías políticas y de creencias religiosas" (Clark
de Lara apud Cuéllar 1989: 20).
la falta de recursos económicos o la precaria salud del autor contribuyeron a ello (Clark de
Lara apud Cuéllar 2007a: xv).
5 Si bien los términos "folletín" y 'novelas por entregas• aluden a dos "sistemas de
publicación" -uno, en las páginas de los periódicos; el otro, en fascículos que los suscrip-
tores recíbían semanalmente en sus domicilios-, en general ambas modalidades compar-
ten tanto contenidos y temas, como técnicas narrativas; por ello, con un sentido práctico,
a lo largo del presente trabajo los utilizaré de manera indistinta para referirme al tipo de
escritura que José T. de Cuéllar frecuentó durante buena parte de su carrera novelística
(cf Aparici y Gimeno 1996: xi).
6 Al parecer existe una excepción: la novela Los mariditos. Relato de actualidad y de
muchos alcances (1890), cuarto volumen de la antes citada segunda época de La Linterna. A
pesar de que hasta ahora no se han encontrado indicios de una publicación hemerográfica
previa, como sí sucede en los demás casos, elementos intra y extratextuales me inducen a
suponer que existió una redacción anterior a la de los noventa. Por una parte, como afirma
Ralph E. Warner, estilística y estructuralmente la historia de ese imberbe y enamoradizo
tipo social, que, presa de sus pasiones e ignorancia, lleva al cabo nupcias prematuras e
infaustas, guarda manifiestas semejanzas con las de su primer ciclo narrativo, al cual me
referiré a continuación (cf Warner 1953: 65). Por la otra, como ya referí, las dificiles condi-
ciones existenciales del escritor, para esas fechas enfermo y parcialmente ciego, lo incapa-
citaban, supongo, para escnbir una pieza más (cf 'José T. de Cuéllar• 1888: 159). Para un
análisis de dicha obra, casi ignorada por la crítica actual, vid. Pappe (2007: 117-143).
CUÉLLAR: ESCRI'IDR DE NOVELAS POR ENTREGAS 159
Conviene recordar que los textos creados bajo las reglas de dicho sistema
de producción estaban condicionados, en tanto objetos de mercadotecnia,
por criterios más económicos que artísticos, como formula Olea Franco a
propósito de La Calandria de Rafael Delgado (1997: 238 y ss.). Sujeto a las
leyes de la oferta y la demanda, el "entreguista" debía desplegar una serie de
estrategias para ajustarse a los requerimientos e intereses tanto de los edito-
res como de los posibles suscriptores. Condicionamientos extratextuales
determinarían las especificidades de .esta técnica narrativa, en la que se
entrelazarían, no siempre de manera armónica, dos estéticas: la del cuento,
pues la finalidad "de cada avance es colmar las expectativas de su lector[ ... ],
quien exige tener entre sus manos un relato completo een su estructura y en
su significado)", y la de la novela, "que opera con un ritmo [... ] que pese a
elaborar situaciones climáticas diversas, está lleno de altibajos que más bien
tienden hacia la construcción de un efecto de conjunto" (Olea 2002: 455).
Para navegar entre esas dos aguas, el novelista abusaría, primariamente, de
recursos como la "anticipación de acontecimientos para mantener la intriga•
de los hechos; la redundancia "con el fin de que el lector no [... ] olvide [los
episodios anteriores) y pueda seguir asombrándose con nuevas situaciones"
(Aparici y Gimeno 1996: xlv, l); también recurriría a la indispensable "táctica
del corte•, para arrastrar la tensión y crear eficazmente el suspenso folleti-
nesco, gracias al cual el público se involucraría más en el proceso de elabo-
ración de lo narrado (cf Iser 1987: 108). A ello aunaría tanto la utilización de
un lenguaje y estilo llanos, como de un limitado inventario de temas con los
cuales se pudieran identificar con facilidad los sectores a los cuales preferen-
temente estaba dirigida la pieza; en general, un lectorado obrero, femenino
o pequeñoburgués (Perreras 1987: 61).
Esta práctica editorial fue aceptada con amplitud en México por lo menos
desde la década de los años cincuenta. Cuéllar se sumaría en definitiva a sus
filas tras su regreso al "edén capitalino" a principios de 1871. El aislamiento
potosino, la evidente dificultad de crear y difundir sus producciones desde la
periferia, coadyuvaron de manera importante a reforzar sus lealtades con el
nacionalismo, y a concretar el tipo de literatura, actual, inmediata, que anhe-
laba escribir. No es causal, en ese sentido, que muy pronto abandonara el
exigente campo de la novela histórica, en el que ya brillaban los escritores
Vicente Riva Palacio y Juan A. Mateos, para entregarse de lleno a la pintura
de las costumbres, de las fobias y compulsiones, de aquella comunidad en
plena re-modelación imaginativa y social.7
7 Después de la publicación de El pecado del siglo, Cuéllar compuso sólo una novela
portadas y el prólogo); fue casi cuatro veces más extensa que la primera versión de 1869-
1870. Para un estudio pormenorizado de las diferencias entre las tres ediciones de Ensala-
da ... véase mi "Introducción" a Cuéllar 2007b: xlv-xcvii.
9 El gusto del público por la narrativa facundiana debió de crecer con rapidez, puesto
que en el primer prospecto sólo se divulgaron los títulos de los tres primeros volúmenes;
los restantes se anunciaron unos meses después (cf "Crónica de México• 187lc: 4). En el
ínterin, Facundo emprendió, asimismo, la redacción de dos textos: "Las Posadas", publica-
do tanto en el volumen colectivo Álbum de Navidad. Páginas dedicadas al bello sexo (Impren-
ta de Ignacio Escalante y Cía, 1871) como, unos meses después, en el periódico La Demo-
cracia (1872), y "El hombre-mujer• -que dejaría inconcluso-, en La Linterna Mágica.
Periódico de la Bohemia Literaria (1872).
CUÉLLAR: ESCRITOR DE NOVELAS POR ENTREGAS 161
•vamos a hacer que escriba" [propuso Peredo]. Le pedí un título [afirma Cuéllar]
y me lo dio: La Linterna Mágica[ ... ] Viendo que el aviso de una novela costaba,
anunció de una vez cuatro. Un día me lo avisó delante de Epigmenio, sin tener
yo una sola escrita. ¡Quién dijo miedo! Yo soy audaz. Dicté[ ... ] ¡No tenía ni los
títulos! El señor Cumplido me decía: "Es preciso que las traiga usted para tener
original a mano". -No -le contestaba- no, porque las estoy corrigiendo. ¡Cómo
le iba yo a confesar que no las tenía escritas! No me creería capaz y se echaba a
perder todo. Llegó el día de dar material y treinta y seis páginas se comieron
diez cuartillas de letra mía, menuda y metida. Material y más material me
pedían, y yo escribía y escribía; andaba moviendo mis personajes en mi imagi-
nación, en las calles, y en todas partes. Material, y más material; y me ponía a
escribir hasta las dos de la mañana. A las tres o cuatro entregas ya se me facilitó.
Yo nunca escnbo una novela sin que me la pidan, ni menos para leerme a mí
mismo (Cuéllar 1989: 137-138).
de la tríada, es decir, el relacionado con el campo semántico del positivismo (la verdad), al
que se adhirió, como buena parte de los escritores, a partir de su introducción en México
en la década de los sesenta. Leopoldo Zea sostiene que para las clases letradas de la época:
"La filosofía positiva [era] la única que podía hacer posible el orden, porque los supuestos
en que se apoyaba no podían provocar el desorden, ya que estaban al alcance de cualquier
hombre que desease comprobar la verdad, al alcance de todos los mexicanos¡ era la única
que estaba capacitada para ofrecer a éstos un fondo común de verdades por medio del cual
fuese posible el orden social y el bienestar de todos los mexicanos• (Zea 1943: 138).
11 Un fenómeno similar se produjo en España, donde "[ ... ] durante los cincuenta pri-
meros años de siglo, por lo menos, los españoles leen o consumen más novelas traducidas
que novelas nacionales o •novelas originales españolas•, como se subtitularon las obras de
los ingenios españoles precisamente para diferenciarse de las traducciones, que eran
legión" (Ferreras 1970: 345-346).
164 ANA LAURA ZAVALA DÍAZ
ñados por Facundo •para exponer las imágenes de la sociedad mexicana que deseaba pro-
yectar sobre los miembros ilustrados de esa misma sociedad". En ocasiones, afirma, inclu-
so esas falsas escenografias •se transformaron en verdaderos salones de pose fotográficos
con la debida utilería, mobiliario y fondos• (1997: 53). En términos generales concuerdo
con las apreciaciones del crítico; no obstante, considero que sus juicios son válidos, en
particular, para las novelas de la primera etapa; en ésta, el autor manifestó no sólo habili-
dad escritura!, sino su incuestionable .adhesión a los principios paisajistas del nacionalis-
mo cultural.
166 ANA LAURA ZAVALA DÍAZ
Aunque el "autor• establece una clara distancia respecto del lenguaje de los
pollos y de otros tipos a los que pinta, simultáneamente se erige en intérprete,
en intermediario, entre éstos y los demás miembros de la comunidad lectora;
gracias a tal operación, el escritor confiere a esa palabra cotidiana, que •no es
para libros•, un inédito valor: el literario. A decir de Rosalba Campra, después
de la Independencia, las emergentes naciones americanas fueron escenario de
un vehemente debate "sobre la necesidad de una palabra propia, concebida
como manifestación palpable de una existencia autónoma[ ... ] A esta búsqueda
se sumó naturalmente, sobre todo en la segunda mitad del siglo, la voluntad de
registrar esa palabra, de difundirla, de hacerla reconocer en su peculiaridad,
colocándola en un proceso que mostrara su significación y su valor• (1990: 23).
Como buena parte de los autores liberales, Facundo apoyó ese movimiento de
•nacionalizar" el español heredado, de buscar una voz particular que develara
la •verdadera alma•, la "especificidad", de nuestro pueblo. En tal dinámica,
justamente, se originan esos diálogos donde el lector descubre no sólo la expre-
sión coloquial, el refrán, el doble sentido o el mexicanismo caracterizador de
los grupos sociales retratados, sino, más aún, las abismales diferencias, los
encuentros y desencuentros lingüístico-culturales entre ellos; 13 en esa medida,
me parece atinado el juicio de Manuel de Ezcurdia, cuando asegura que, •con
magnífico y fidelísimo oído", Cuéllar escuchó e hizo hablar, como casi ningún
otro escritor decimonónico, al México de su tiempo (1997: 62).
En relación con los otros dos recursos, es decir, las digresiones didácticas
y la pintura de las costumbres, ellos son, sin duda, los dos distintivos de la
novela facundiana en los que se han detenido con mayor profusión los
comentaristas de su obra. Particularmente, han censurado (a mi entender,
sin analizar a profundidad su función ni hacer distingos entre sus composi-
ciones) la presencia de narradores adoctrinantes, prestos a interrumpir a
cada paso la acción narrativa para intercalar largas y moralizantes considera-
ciones acerca de tópicos diversos, pero siempre referentes al estado de las
instituciones sostenedoras del entramado social. Escritos a modo de sermo-
nes laicos, estos "soliloquios• autorales invaden el discurso para, con dedo
flamígero, señalar las llagas sociales; asimismo, para articular "una precepti-
va, contenida en una serie de reflexiones, encadenadas a manera de silogis-
mos y traducibles como un conjunto de mandatos, casi como un decálogo•
(Glantz 1997: 72) ciudadano, como un manual de buenas costumbres.
13 Unas líneas después del pasaje carcelario antes referido, Pío Blanco experimenta
este enfrentamiento con códigos lingüísticos y sociales opuestos a los suyos: "Apenas salió
Pío Blanco de su habitación y fue percibido por los presos del patio, se levantó un murmu-
llo sordo y llegaron distintas a los oídos del pollo algunas frases por este estilo: / -Oye, tú,
¿qué levita-ba? /-Pues será lo roto./ -¿Pos qué también?/ -¡No digo!, ¡cuantimás! /Pío
Blanco se puso encendido como el botón de clavel de su gran bouquet porque comprendió
la intención de aquel caló insultante• (Cuéllar 2007b: 169).
168 ANA LAURA ZAVALA DÍAZ
La educación del niño será una lucha más o menos dificil y penosa, a medida
que esté en más o menos contraposición de las primeras impresiones.
Viene la juventud, y si ésta no se apoya en las bases de una moral sólida, el
hombre viene a ser solidario de las tendencias solapadas de la niñez y del des-
cuido de la juventud, y el hombre entonces tiene que modificarse por medio de
un esfuerzo supremo, o soporta las consecuencias en grande escala de todos los
pequeños descuidos de la infancia.
Cuando la educación tiene necesidad de empezar por corregir, en vez de
ceñirse a guiar, hace lo que el jardinero que comienza a cultivar una planta sil-
vestre viciada en su primera edad.
Tudo esto nos induce a prescribir la educación desde la cuna, para que la de
la segunda edad tenga una base y la de la juventud un resultado seguro (Cuéllar
2007b: 62).
caturesco sus figuras son coherentes y actúan con propiedad en el medio y en el momento
en que las coloca. Con variados matices las diferencias, dejando que la verdad se imponga y la
vida quede representada tal cual es• en sus novelas (Azuela 1947: 101; las cursivas son mías).
CUÉLLAR: ESCRITOR DE NOVELAS POR ENTREGAS 171
estar en sitios inmutables" (1998: 17-18); una sociedad que con el tiempo, hay
que decirlo, imaginaría y crearía también sus zonas de resistencia ideológica,
política y social. En el naciente proceso de delimitación de estas últimas,
Cuéllar se reincorporó a la vida cultural, y después de un largo receso litera-
rio, volvió a sus antiguas prácticas narrativas. Durante los siguientes cuatro
años, difundió por entregas una tercera versión de Las Posadas (1882), La
Noche Buena. Negativas tomadas del 24 al 25 de diciembre de 1882 (1883), Los
fuereños (1883) y la extensa e inconclusa novela, antes desconocida, El divor-
cio (1883-1884), en las columnas de El Diario del Hogar; también publicó, en
las páginas del suplemento La Época ilustrada. Semanario de Literatura, Humo-
rístico y con Caricaturas (1885), la que para algunos sería su obra cumbre:
Baile y cochino ... , cuya segunda edición, en formato de libro, apareció en la
Tipografia Literaria del controvertido Filomeno Mata en 1886.
A diferencia de la colección de 1871-1872, estas composiciones no se
concibieron como una serie ni se distnbuyeron en fascículos para su venta
semanal e independiente; por el contrario, se insertaron en la geografia
diversa de las citadas publicaciones periódicas; este significativo cambio en
las condiciones de producción, me atrevo a afirmar, modificó la dinámica e
intencionalidad de la escritura. Antes la preocupación axial era llenar 10
cuartillas con "letra menuda y metida" para formar una entrega de 36 páginas
(en promedio), la cual debería atrapar a los lectores y asegurar así la compra
del siguiente episodio. En este momento, con igual fin, por un lado Facundo
debió utilizar de forma eficiente el breve espacio que de seguro le confirieron
el redactor en jefe o el cajista del diario, y, por el otro, entablar un diálogo,
implícito o explícito, con los contenidos -directos, cotidianos, incluso sensa-
cionalistas- del abigarrado corpus periodístico.
De periodicidad y extensión variables, las entregas aparecieron rodea-
das de noticias sobre los adelantos científicos y tecnológicos, médicos e inge-
nieriles, que poblaron las fantasías de los lectores de las últimas décadas
decimonónicas. Consecuente con su declaración de principios de 1869,
Facundo dejó que todo ese asombro ante los cambios materiales y espiritua-
les de una época se filtrara en sus narraciones; sin embargo, en ellas, el
alumbrado público, el telégrafo, el teléfono, los ferrocarriles, sirvieron úni-
camente de escenografia para la descripción, irónica y obsesiva, de un país
dividido entre un "moderno" y amoral centro, la viciosa Ciudad de los Pala-
cios, y un interior tradicional, ignaro, •patriarcal", a merced de la malicia y
los "progresos• capitalinos. En contraste con el México de los setenta, cuan-
do todo estaba por construir, por organizar, en el de los ochenta la sociedad
mexicana pareciera ya establecida alrededor de esos dos espacios claramen-
te diferenciados, donde imperan códigos de comportamiento dispares, casi
antagónicos. Mientras que en la "idílica• provincia reinaba la sencillez, el
atraso, de la vida campirana, en los centros urbanos los contactos se regula-
CUÉLLAR: ESCRITOR DE NOVELAS POR ENTREGAS 173
ban de acuerdo con las leyes del dinero y el comercio; allí, según Cuéllar, la
utopía desarrollista había generado un nuevo orden, pero también falsos
espejismos, imágenes tan engañosas como las de las hermanas Machuca de
Baile y cochino ... , quienes, "debido a lo truchimán y buscón que [era] su her-
mano, capaz[ ... ] de sacar dinero hasta de las piedras", lograrían revestirse, al
igual que muchos personajes facundianos, de una condición social muy
diversa a la de su origen:
Las Machucas tenían todas las apariencias, especialmente la apariencia del lujo,
que era su pasión dominante; tenían la apariencia de la raza caucásica siempre
que llevaban guantes; porque cuando se los quitaban, aparecían las manos de la
Malinche en el busto de Ninón de Lenclós; tenían la apariencia de la distinción
cuando hablaban, porque la sin hueso, haciéndoles la más negra de las traicio-
nes, hacía recordar al curioso observador la palabra descalcitas de que se valía
Saldaña; y tenían por último la apariencia de la hermosura, de noche o en la
calle, porque en la mañana y dentro de casa, no pasaban las Machucas de ser
unas trigueñitas un poco despercudidas y nada más (Cuéllar 1889: 52-53).
los motivos de Cuéllar para emprender tan costosa y ardua labor, como las
razones del Maestro para involucrarse en dicho proyecto; posiblemente, en
el primer caso esto se entienda por sus ansias de ver reunida entre dos tapas
sus composiciones y de obtener con ellas la sanción de un público tan impor-
tante como el español; en el segundo, la respuesta, acaso, sea mucho más
pedestre: a pesar de su deplorable estado de salud, Facundo seguía estrecha-
mente vinculado con la Secretaría de Relaciones Exteriores, instancia de la
cual ahora dependía el destino laboral de Altamirano.
Más allá de especulaciones, lo cierto es que la reedición de sus novelas
produjo un significativo fenómeno de recepción, derivado sobre todo del
cambio de medio y modo de distn"bución. Con variaciones mínimas, el rígido
molde sin fisuras del libro adoptó aquellas historias, concebidas en su mayo-
ría según el sistema inmediato, variable, de las entregas, cuyas estrategias
textuales resultaban provechosas para la venta semanal, pero inoperantes, y
hasta molestas, para un público con un itinerario de lectura distinto del pro-
puesto originalmente por el escritor o el editor.
Sin duda, la ignorancia u olvido de esta particularidad de su escritura ha
contribuido en buena medida a la enunciación de juicios críticos parciales y
descontextualizados sobre su obra, desde los umbrales de siglo xx hasta
nuestros días. Si bien resulta imposible restituir las condiciones primigenias
de producción de su narrativa, identificarlas posibilita, a mi parecer, un
acercamiento más veraz, comprensivo y deleitoso a una figura que creyó, a
pesar de todo, en el poder regenerador de la literatura. Sus libros, como
confesó Salvador Novo en 1938, todavía producen "el extraordinario fenóme-
no de evocar[ ... ] tipos y situaciones que no [conocimos], pero cuya continui-
dad, evolución y permanencia en nuestra vida nacional [nos hace] advertir
su lectura. [Por ello, concluye,] puedo asegurar a quien emprenda [la aven-
tura de adentrarse en sus páginas] un goce auténtico" (1938: 120), una irre-
mediable fascinación por esos tiempos idos que aún resuenan en el México
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"HERMANO DE TODOS LOS PROSCRITOS,
HERMANO DE TODOS LOS MINEROS":
PEDRO CASTERA, CUENTISTA Y NOVELISTA
1 Cf. Saborit 1999. Debemos a Antonio Saborit un conjunto de trabajos valiosos para
[ 181]
182 BLANCA ESTELA TREVIÑO GARCÍA
nes y recuerdos, donde además se recogen, con excepción de Carmen, todos los textos de
ficción de Castera; Antonio Saborit y su prólogo a Pedro Castera; Gonzalo Peña y 'Itoncoso
en "Pedro Castera. Autor de la novela Carmen", para la Revista de Oriente; Carlos González
Peña en el prólogo a Carmen; y Clementina Díaz y de Ovando, "Pedro Castera, novelista y
minero", en Estudios Mexicanos.
PEDRO CASTERA, CUENTISTA Y NOVELISTA 183
calles". Hizo sus primeros estudios en la escuela del ex Convento de San Fran-
cisco, bajo la tutela de Felipe Sánchez Solís. En 1855, con la inestabilidad que
provocó la caída de Santa Anna, suspendió sus estudios en el colegio del pro-
fesor Pedro Delcour. Seis años después, desplazado por la Guerra de Reforma,
se tie.ne noticia de que trabajaba como obrero en una fábrica de pólvora en
Michoacán, al mismo tiempo que estudiaba matemáticas en el Colegio de
San Nicolás de Hidalgo. Una vez terminada la Guerra de los Tres Años y bajo
la protección de su tío Ignacio Castera, comenzó la carrera de ingeniero
minero en el Colegio de Minas, la cual abandonó porque se alistó como sol-
dado para luchar valientemente contra la Intervención francesa. Estuvo en
el sitio de Querétaro bajo las órdenes del general Manuel Loera, quien le
confirió el grado de comandante. Tiempo después fungió como regidor de
policía de la ciudad de Querétaro y estuvo a punto de ocupar una curul en la
Cámara de Representantes del mismo estado, pero su juventud -contaba
con apenas 21 años- se lo impidió. En 1867, al ser derrocado Maximiliano,
entró a la capital del país en las filas de las fuerzas libertadoras, luego de lo
· cual inició sus estudios formales de química y mineralogía. Una vez termina-
da su instrucción en este ámbito, solicitó y obtuvo del gobierno un privilegio
para extraer nitro artificial y fabricar alcohol por medio de un sistema de su
propia invención.
En 1869, un acontecimiento funesto habría de cambiar la vida de Caste-
ra, pues su noviazgo con Margarita del Collado y Gorgollo devino en ruptura;
debido a este desengaño, el inventor decidió arrancar a la tierra la fortuna
con la que hubiera podido satisfacer los anhelos de riqueza y las veleidades
de su amada. De esta pasión y de los delirios amorosos del poeta dan cuenta
algunos de los poemas del libro Ensueños y armonías de 1882. A causa de este
suceso, Castera abandonó la capital y pasó más de dos años buscando tesoros
y trabajando como minero en San Luis Potosí, Zacatecas, Durango, Guerrero,
Michoacán y Guanajuato. La estancia en estos territorios contribuyó a desa-
rrollar su faceta de inventor, pues los descubrimientos que realizó se consi-
deraron innovadores para la tecnología minera en México. Asimismo, todas
estas experiencias por el mundo subterráneo de las minas modelaron defini-
tivamente su literatura, tanto la prosa de ficción como sus ensayos científicos
y aun la poesía.
En 1872, Pedro Castera regresó a la Ciudad de México y empezó a cola-
borar en la prensa periódica, donde dio a conocer comunicaciones espiritis-
tas, así como artículos científicos y escritos literarios que le fueron conce-
diendo, paulatinamente, un lugar en el ámbito de las letras. Para Castera, la
década de los setenta fue de trabajo fecundo en las páginas del periodismo
nacional: primero en El Domingo de Gostkowski, y más adelante en El Artista
y El Eco de Ambos Mundos. En noviembre de 1873 comenzó a publicar en El
Federalista de Alfredo Bablot, donde permaneció hasta 1877 y difundió más de
184 BLANCA ESTELA TREVIÑO GARCÍA
3 Los trabajos de estos autores son recientes y tratan aspectos muy diversos del espi-
pueden encontrarse sus colaboraciones como médium; ahí declaraba: "Como médium que
soy, las comunicaciones que obtenga y que publique irán firmadas, siendo yo el único
responsable de las ideas que en ellas viertan los Espíritus• (Castera 1872: 178).
188 BLANCA ESTELA TREVIÑO GARCÍA
graciados y rebeldía contra la burguesía. A partir del texto "Un viaje celeste",
la temática cambia, pues éste y los siguientes relatos se centran tanto en las
ciencias, como la astrología y astronomía, como en reflexiones de carácter
filosófico. En esta obra su autor vincula los cuentos por medio de personajes,
temas y escenarios, lo que proporciona a la serie una dinámica interna espe-
cífica; luego, en la lectura, es el lector el encargado de observar dichas cons-
tantes.
Al estudiar Impresiones y recuerdos, Shambling clasificó los doce relatos
de este libro tanto por el contenido como por el tema. Por el contenido: "los
que recuerdan con sátira el pasado del autor; los que presentan amores en la
vida del autor; los que idealizan a la mujer o al amor; los que se dedican a
exaltar a Dios y moralizar con tono místico". Por el tema, reunió los cuentos
en tres grupos: el primero, denominado "el fatalismo de Castera", incluye:
"Un amor artístico", "Los ojos garzos", "Ángela", "Sin nombre" y "Sobre el
mar"; el segundo, los cuentos de tono "místico y moralizante": "El mundo
invisible", "Ultratumba", "Nubes" y "Un viaje celeste"; y en el tercero y último
grupo, llamado "los relatos pasionales", considera a "La mujer ideal", "Relám-
pagos de pasión" y "Cosas que fueron" (Shambling 1957: 31-37).
En el aspecto formal, el crítico destaca los aciertos y yerros de Castera;
asevera que el estilo del autor en los relatos amorosos, los oníricos y los poe-
mas en prosa es rebuscado, las ideas son vagas y profusas, con una adjetiva-
ción inadecuada. Aprecia los relatos íntimos, les concede valor literario, pues
son sinceros, sencillos y naturales. A mi juicio, la valoración de Shambling es
acertada. Sin embargo, no incluyó en su análisis la presencia del espiritismo,
que se aprecia en "Nubes", "Ultratumba" y "El mundo invisible", narraciones
en las cuales se contemplan la comunicación con los espíritus y la posibilidad
de la vida después de la muerte, y donde también se patentizan algunos de los
postulados de Kardec, como la apreciación de los espíritus mediante los sen-
tidos y la idea del alma como un espíritu encamado cuyo cuerpo no es más
que una envoltura. "Nubes•, por otra parte, sintetiza la orientación de Castera
a la vez que puede servir de suma de toda su literatura. La narración, que
concluye con una cita de Victor Hugo, presenta, como bien observó Schneider,
"enfoques ideológicos que se decantarán, pero no se modificarán substancial-
mente a lo largo de toda la producción de Castera: una dualidad por navegar
entre las aguas idealizantes del romanticismo y las del realismo cientificista"
(Schneider apud Castera 1987a: 19).
Recientemente, Dulce María Adame dedicó un documentado y acucioso
estudio a Impresiones y recuerdos, donde emprende un exhaustivo análisis de
las estructuras, los temas, los tipos de narrador, los personajes y los espacios
en que transcurren las narraciones. En su trabajo, ofrece una novedosa lec-
tura de este poco frecuentado libro, tanto en sus aspectos formales como
ideológicos. Llega a una consideración importante que nos lleva a pensar en
190 BLANCA ESTELA TREVIÑO GARCÍA
Calzada Macías (2007), cuyos análisis de Las minas y los mineros, dedicados tanto a la
temática y a los personajes, como al espacio y a los recursos estéticos, iluminan muchos
aspectos de la construcción artística de esta obra.
PEDRO CASTERA, CUENTISTA Y NOVELISTA 195
mineros¡ es en nombre de estos últimos por lo que ahora tomo la pluma para
probar que también el minero es soñador, pero soñador en el peligro, en las tem-
pestades, en lo terrible; los primeros sienten y cantan, los segundos luchan y
sollozan¡ los unos en la plenitud del corazón y del sentimiento, los otros en
medio del peligro y del trabajo¡ diversa forma, pero fondo idéntico¡ el sentimien-
to encierra la lucha, el canto oculta el sollozo en el poeta y en el minero, las dos
almas sienten la misma enfermedad, enfermedad sublime, la nostalgia del infi-
nito, la nostalgia del cielo; unos quieren poseerlo, los otros aspiran a mirarlo;
ambos sueñan y sufren, ambos son mis hermanos; por los dos siento, y el llegar
a distinguirme entre ellos, llena mi aspiración.
He aquí por lo que ahora escribo, y mis lectores perdonarán el estilo de las
siguientes líneas: estamos en confianza; es así¡ como en familia (Castera apud
Saborit 2004: 239).
Pedro Castera le debe a Carmen (1882) su lugar como novelista en las letras
mexicanas, quizá la faceta más conocida del escritor hasta hace varias déca-
das. Sin embargo, además de Carmen, novela considerada la más alta expre-
sión de la narrativa sentimental en la literatura nacional del siglo XIX, él
también es autor de Los maduros (1882) y de Dramas en un corazón (1890),
ambas obras de tema minero, así como de Querens (1890), una narración
extraña que lo sitúa como pionero de la ciencia ficción en nuestro país. Car-
men fue una de las novelas más populares en el siglo xrx; apareció publicada
en el folletín de La República en 1882 y vio su segunda edición -en volumen
impreso por Eusebio Abadiano- en 1887, con prólogo de Vicente Riva Pala-
cio. Aunque la recepción de la obra entre sus contemporáneos fue afortuna-
da, los comentarios malintencionados, debido a la pugna entre espiritistas y
positivistas, no se hicieron esperar. En La Libertad, se dijo que Carmen era
una novela de las que "pueden llamarse de peso, por lo voluminoso al
menos", pero las declaraciones en defensa de Castera no demoraron y en el
debate que propició se publicaron versos a favor y en contra de la obra del
escritor minero.
Durante el siglo xx, el consenso general de la crítica considera Carmen
como la novela sentimental más importante del siglo XIX mexicano; tal es el
juicio de Carlos González Peña, Ralph Wamer, Luis Mario Schneider y Emma-
nuel Carballo. Asimismo, se ha comentado, invariablemente, que en muchos
aspectos Carmen sigue a María de Jorge Isaacs; sin embargo, González Peña
se encargó de poner las cosas en su sitio y, sin dejar de reconocer las afinida-
des biográficas entre los dos autores y los vasos comunicantes que mantie-
nen sus novelas, demostró los rasgos distintivos de Carmen. A su juicio, esta
196 BLANCA ESTELA TREVIÑO GARCÍA
del mito de Pigmalión -quien al transformar una materia, al crearla, descubre el ideal-,
aspecto que ya había mencionado Saborit y que la investigadora explora más detallada-
mente: "la historia es en realidad un pretexto del narrador para llegar a un autoconoci-
miento personal que lo confirme como un hombre sensible, y en último término, como
un artista cuya creación más sublime es la propia Carmen, en quien él se mira y por quien
se transforma" (551 ). Respecto al segundo, la obra promueve dos lecturas: la de los perso-
najes que leen los cambios emocionales en el semblante de los otros (la de la madre y la
del médico, quienes interpretan la relación entre el narrador y Carmen de manera distin-
ta); y la que propone que "las novelas sentimentales y en concreto Carmen, deben ser
vistas como una apuesta por el arte y una propuesta de una manera más conciliadora y
abierta de enfrentarse al texto, al género, y en definitiva, al mundo" (561 ). En un artículo
posterior, "Lectores y lecturas de Carmen de Pedro Castera", Ana Chouciño Fernández y
Leticia Algaba desarrollan las propuestas sugeridas en el trabajo inicial de Chouciño; dedi-
can especial atención a la configuración del artista que se produce en el protagonista y al
prólogo de Riva Palacio, quien, como se observa, fue el primero en hablar de los posibles
lectores de Carmen.
PEDRO CASTERA, CUENTISTA Y NOVELISTA 199
7 Además de estos aspectos, Adriana Sandoval considera que Carmen es una novela
romántica más que sentimental. Para sustentar su juicio, ofrece una disertación sobre los
elementos del romanticismo presentes en el texto: título, tono confesional y narración en
primera persona, exposición repetitiva y excesiva de los sentimientos, amor interrumpido
(lo que obliga a su idealización), la orfandad de la protagonista, la concordancia de la natu-
raleza con el estado de ánimo de los personajes y el final trágico que se anuncia mediante
las premoniciones.
200 BLANCA ESTELA TREVIÑO GARCÍA
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VERTIENTES NARRATIVAS DE RAFAEL DELGADO
Adriana Sandoval
Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM
[ 205]
206 ADRIANA SANDOVAL
no era la capital del estado, y que en esos años finales del siglo XIX se sentía
sin duda aún más lejos que hoy del centro del gobierno estatal, para no hablar
del de la República. Este entorno provinciano, tanto geográfico como social,
habría de dejar una huella fundamental en las novelas de Delgado.
***
notas (apud Delgado 1953: vii-xxxiv) y en la tesis doctoral de James Bickley. El prólogo de
Felipe Garrido a la edición de Promexa se apoya en Sosa, así como en la actualización de
Pedro Caffarel Peralta sobre los siguientes quince años de vida de Delgado, no abordados
por el campechano (cf Delgado 1953: xxxv-xl).
2 Delgado le dedica un par de páginas biográficas, recogidas en el volumen II de las
bién escríbió versiones de las obras dramáticas de Octavio Feuillet, El caso de conciencia y
Antes de la boda.
6 Delgado no lo oculta. En el prólogo a Lecciones de literatura, escribe: "pensamos en
traducir un texto extranjero, y en refundirle de la mejor manera que nos fuese dable, con-
forme al Programa y a las exigencias del Colegio" (Delgado 1956: II, 331).
7 En la sección "Conversaciones y estudios literarios' del segundo volumen de las
Obras de Delgado, se recogen textos y conferencias, como "El amor a los libros", "Gustavo
A. Bécquer", 'Gaspar Núñez de Arce" y otros. Este apartado cierra con el "Discurso pro-
nunciado al celebrar el tercer aniversario secular de la publicación del Quijote•.
208 ADRIANA SANDOVAL
muy posible que haya percibido un cierto desdén de los muy sofisticados,
afrancesados y decadentes colaboradores de la segunda publicación. Asistía
regularmente a las sesiones de la Academia Mexicana de la Lengua, de la que
fue miembro, primero "correspondiente" y luego de número (en 1896).
Decepcionado de la vida en la capital, volvió a Orizaba a mediados de
1898. En ese año ocupó el mismo puesto que antes había asumido su padre
en la Jefatura Política del Cantón de Orizaba. La probadita de carrera política
no parece haber sido muy satisfactoria, pues dos años después retomó su
trabajo en las aulas. A fines de 1900, ya de lleno en la carrera docente, fue
nombrado profesor de literatura del Colegio Preparatorio de xalapa, donde
estuvo hasta 1909. Ahí escribió su tercera novela, Los parientes ricos, que
apareció primero por entregas -como las dos previas- en el Semanario Lite-
rario flustrado (previamente conocido como El Tiempo Literario flustrado),
entre 1901 y 1902, antes de publicarse en forma de libro. (La novela está
fechada en noviembre de 1902.)
Ese mismo año reunió muchos de sus cuentos, difundidos primero en
diversas publicaciones periódicas, con el título Cuentos y notas, con un prólo-
go de su protector y colega, el campechano Francisco Sosa. Su última incur-
sión en el género novelístico fue Historia vulgar (1904), también por entregas
en el periódico El País, en la serie conocida como "Biblioteca de El País". En
su estudio preliminar a La Calandria, Manuel Sol (Delgado 1995: 21) mencio-
na un texto inédito de Delgado, al parecer nunca terminado, La apostasía del
padre Arteaga; también se refiere otro de igual naturaleza, La huelga.
A principios de mayo de 1909, Delgado volvió a Orizaba para ocupar la
rectoría del Colegio Preparatorio de Orizaba. Ya para entonces tenía 56 años
y seguía siendo soltero. Había sostenido un largo noviazgo que nunca desem-
bocó en boda. Bickley cuenta que en esta etapa intentó contraer matrimonio,
pero fue rechazado -al parecer porque un jesuita que conocía a Delgado
disuadió a la dama-. Se comenta que comenzó a beber con cierta asiduidad.
Nunca se casó, aunque se rumoraba que había tenido dos hijos "naturales"
-como se decía entonces-: una hija en Orizaba y un hijo en xalapa. Se sabe
que era un excelente cocinero y que con frecuencia invitaba a cenar a algu-
nos de sus discípulos predilectos.
Cuando en 1912 el veracruzano ocupó, a invitación del entonces gober-
nador de Jalisco, José López Portillo y Rojas, la Dirección General de Educa-
ción del estado de Jalisco, además de sus actividades administrativas daba
una clase de gramática y literatura. La carga laboral parece haber sido dema-
siada, de modo que al poco tiempo renunció, pues ya para agosto de 1913
estaba de nuevo en el Colegio Preparatorio de Orizaba.
La salud del hombre maduro se vio mermada por el reuniatisrrio, la gota
y la artritis. En abril de 1914, don Rafael se encontraba en .Kalapa cuando los
marines estadounidenses invadieron y tomaron el puerto de Veracruz, lo cual
VERfIENTES NARRATIVAS DE RAFAEL DELGADO 209
***
8 Alguna fijación tenía Delgado con el nombre de Carmen: en sus tres primeras nove-
las uno de los personajes femeninos se llama así. Repite no sólo éste, sino otros: Rodolfo
se llama el protagonista de Angelina y del cuento "La chachalaca•; hay un Andrés en la
misma novela y en el cuento •¿Adónde vas?"; de nuevo en Angelina, hay una Matilde,
igual que en el cuento "Epílogo•. Gabriela es la enamorada de Rodolfo en Angelina, mien-
tras que en La Calandria Gabriel lo está de Carmen.
210 ADRIANA SANDOVAL
social por vía paterna, y deslumbrada por el lujo. Margarita, en Los parientes
ricos, se enamora de su primo Alfonso y es correspondida, pero decide renun-
ciar a ese amor cuando se entera de que su hermana Elena está embarazada
de Juan -también su primo (hermano de Alfonso)-, y de que el seductor no
enfrentará su responsabilidad. Ninguna de las dos familias, además, aprueba
el noviazgo. Angelina, por su parte, opta por ingresar al convento cuando se
percata de que Rodolfo nunca se casará con ella. La situación es más leve en
Historia vulgar: se da una relación entre una mujer que ya no se cuece de un
hervor (Leonor), y un joven más rústico y de menor edad que ella (Luis). Ella
está más "pulidita", pero él tiene una situación más acomodada. Casi al final
de la novelita, Leonor se entera de que su enamorado tiene hijos con una
mulata. 9 Con sensatez y sentido común, primero verifica que el rumor sea
cierto, luego cuestiona al pretendiente, quien no lo niega. Finalmente, le
dice que aceptará casarse con él, pero que debe terminar con esas relaciones.
Como la madre no es capaz de educar "convenientemente• a los niños, Leo-
nor solicita a Luis que los lleve a vivir con ellos.
En el "Prólogo del autor• a Angelina, Delgado pone a la consideración del
lector, con modestia retórica -pide disculpas adelantadas por lo imperfecto
de su obra (la excusatio)-, estas "páginas desaliñadas e incoloras, escritas de
prisa, sin que ni primores de lenguaje ni gramaticales escrúpulos hayan dete-
nido la pluma del autor" (Delgado 1993a: 3). Estas líneas, insisto, son en gran
medida retóricas, pues es claro que él sí aspiraba a una pureza y elegancia en
el estilo.
En el mismo prefacio, el autor afirma que •una novela es una obra artís-
tica; el objeto principal del arte es la belleza, y ... ¡con eso le basta!" (4). Se
sitúa así en la corriente del arte por el arte, siguiendo, entre otros, a Theóphi-
le Gautier, quien declaraba que la belleza era la finalidad artística. Delgado
termina con esta opinión: •tengo en aborrecimiento las novelas «tendencio-
sas», y que con esta novelita, si tal nombre merecen estas páginas, sólo aspiro
a divertir tus fastidios y alegrar tus murrias. Y no me pidas otra cosa, y queda
con Dios• (idem). Agrega, así, el elemento del entretenimiento y la diversión
como objetivos a su novela. De acuerdo con esta idea, la definición que en las
Lecciones de literatura ofrece Delgado del género es la siguiente: "Novela es el
relato ameno y entretenido de singulares acontecimientos y de particulares
andanzas, hecho por manera artística, con noble designio y alto propósito y
con fin estético, para dar al espíritu plácido solaz y grato esparcimiento• (Del-
gado 1956: 11, 525).
El título de Angelina es acorde con la moda romántica de bautizar con
nombre de mujer las novelas; sin embargo, contrariamente a lo que parece-
9 En La Calandria también aparece una mulata, Magdalena, quien no lleva una vida
e
ría a simple vista, el personaje central de la obra es Rodolfo de diecisiete
años), narrador en primera persona que relata sus amores juveniles y quien
asume la voz predominante. Hay otra voz en la novela, representada por el
mismo narrador, pero veinte años después, es decir, alrededor de sus cuaren-
ta años, que puede identificarse con el autor implícito y autor del último
capítulo, quien no puede evitar comentar los escritos del narrador joven, su
alter ego. Se trata de un mismo narrador en distintos momentos, con voces
que están claramente diferenciadas. Una tercera voz en la novela sería la del
tradicional narrador omnisciente, expresada mediante una clásica tercera
persona, responsable de completar la información del autor, como sucede,
por ejemplo, en el capítulo VI.
Pese a las declaraciones explícitas de Delgado en su prólogo, puede con-
siderarse a Angelina fundamentalmente como una escritura confesional de
exorcismo, en un intento de aclarar, deshebrar y desactivar los fuertes senti-
mientos amorosos que durante su juventud animaron al narrador. Tul vez
haya algún eco del Adolfo de Benjamin Constant.
El hecho de que, muchas veces, en el siglo XIX sea posible establecer una
identificación entre el autor implícito y el autor real, queda comprobado en
esta novela. En el prólogo, Delgado escribe que se trata de una "historia sen-
cilla, vulgar, más vivida que imaginada, que acaso resulte interesante y sim-
pática para cuantos están a punto de cumplir los cuarenta• (Delgado 1993a:
3). Al final, en el capítulo LXV, el narrador repite lo que el autor escribió en
el prólogo, en primera persona, tal vez olvidándose inadvertidamente de la
supuesta separación entre uno y otro: "Aquí concluye esta novela sencilla y
vulgar. He vivido otras muchas (que no merecen ser escritas) muy dramáti-
cas e interesantes, pero ninguna como ésta tan sincera y tan casta, triste flor
de mi dolorida juventud" e427).
En Angelina hay por lo menos tres planos temporales. La novela se plan-
tea, en su círculo más externo, desde el presente del hombre cuarentón: el
primer plano temporal, a partir del cual, en última instancia, está escrito el
texto. De ahí se salta al pasado de hace veinte años -el segundo plano tem-
poral-, en donde transcurre la mayor parte de la novela. En este primer
retroceso en el tiempo, el presente del autor implícito coincide con el del
narrador. El segundo salto temporal es ocasional, hacia la niñez del narrador
(que abarca desde la infancia propiamente dicha hasta sus quineti años),
donde aparece otra figura femenina más, Matilde, su primer amor. Es nece-
sario aclarar que el punto más "externo• de esta "niñez• está separado del
presente del narrador Rodolfo (de diecisiete años), sólo por dos años. Los
espacios que existen en los saltos que se dan de un plano temporal a otro
están ocupados por la nostalgia. Hay, por así decirlo, una doble nostalgia: la
primera es la del hombre cuarentón que ve hacia atrás, hacia sus veinte años
(grosso modo), y la segunda es la del joven de casi veinte años, que vuelve la
212 ADRIANA SANDOVAL
vista tanto a su feliz infancia, cuando sus padres vivían y la familia estaba en
una mejor situación económica, como a la emoción del primer amor.
Con un enfoque plenamente romántico, ninguno de los tres amores
esbozados llega a realizarse, por lo que son recordados y recreados en la tran-
quilidad -parafraseando a William Wordsworth-, con sentimientos de nos-
tálgica evocación.
Uno de los temas de Angelina, también visible en La Calandria, es la
imposible movilidad social: la necesidad, para el buen funcionamiento de la
sociedad, de que cada uno de sus integrantes reconozca y acepte su lugar en
ella y, sobre todo, que no se intenten violentar las fronteras existentes entre
un grupo social y otro. Una suerte de determinismo, aunque atemperado,
permea la novela. Puede afirmarse que existen bases claras, dentro del carác-
ter de Carmen, que se enlazan con un posible destino. El narrador es lo sufi-
cientemente hábil para enfatizar una y otra vez las debilidades de su carácter
y las ambiciones que la llevan a creer en las promesas del lechugino y hacer
caso omiso del amor del carpintero. Tucho, un amigo de Gabriel, le hace ver
algo que tal vez el carpintero no había advertido. Gabriel está disgustado
porque Carmen ha aceptado comer en casa de Malena y aún no ha regresado,
por lo que él presiente; de forma acertada, que el catrín la estará cortejando.
Hasta ese momento, Gabriel ha exculpado a Carmen y responsabilizado a los
demás de su tardanza, pero Tucho le abre los ojos, pues dice que el catrín
"está en su derecho" de cortejar a Carmen, aunque divide la responsabilidad
entre las dos partes de la relación: "Una cosa es que él le diga ... y otra que
ella le haga caso• (Delgado 1995: 121). Este comentario remite a la capacidad
de Carmen para asumir su propia decisión frente a una disyuntiva, es decir,
para ejercer su libre albedrío. Carmen podría rechazar al catrín. Sin embargo,
sus defectos -la ambición y su inconformidad social ante su situación-,
aunados a otras circunstancias, le impiden tomar una resolución totalmente
libre y terminan por doblegar su resistencia. La novela puede verse también,
según lo expuesto aquí, como una historia de amor interrumpido.
La Calandria, como muchas novelas mexicanas del siglo XIX, plantea
para las mujeres un comportamiento ideal que, de no ser observado, tendrá
su castigo. Las conductas no aprobadas, sancionadas al final, son un claro
ejemplo de lo que hay que hacer, pero sobre todo de lo que no hay que hacer.
Las novelas, recordemos las opiniones de Ignacio Manuel Altamirano, eran
un excelente instrumento didáctico que había que aprovechar, en especial
teniendo en mente a las mujeres lectoras, responsables de educar a los hijos
y de formar buenos ciudadanos mexicanos. Delgado concuerda: "La novela
enseña, pero no debe enseñar por sistema, porque esto debilita su caTácter
esencial; sino indirectamente" (Delgado 1956: 11, 532).
Los personajes de La Calandria son redondos, en el sentido que expone
E.M. Forster. Carmen tiene muchas cualidades, pero también defectos; es el
VEKI'IENTES NARRATIVAS DE RAFAEL DELGADO 213
José Rivera y Rio hizo lo propio con Pobres y ricos de México en 1884. 10 Estas
dicotomías, originarias de la bipolaridad moral del melodrama, son caracte-
rísticas de los géneros populares como el cine; por ejemplo, poco menos de
un siglo después, se filmaron en México las conocidísimas películas Nosotros
los pobres (1947) y Ustedes los ricos (1948), con Pedro Infante y Blanca Estela
Pavón. 11 En cada caso, las obras se ubican en el bando políticamente correcto
y numerosamente innegable: los pobres.
Así, de un lado está la familia entera de doña Lola, con la excepción de
la vacilante Elena. Ahí se incluye también a la fiel y abnegada sirvienta Filo-
mena, quien al final de la novela se ofrece para limpiar la honra de los
Collantes, pues propone que el pecado de la ciega se le atnbuya a ella. (Detrás
de su generosa propuesta está la convicción servil de que la honra de "los
señores• es más importante que la de los humildes.) Al inicio de la novela,
esta rama de los Collantes vive tranquila en Pluviosilla: son observantes de
la religión, de las costumbres de la gente decente, de la moral cristiana; aun-
que con ciertas apreturas económicas, pues su fortuna ha venido a menos
-por lo que se ven obligados a aceptar el apoyo económico de la otra rama
familiar-. Pongamos un ejemplo de la diferencia en las actitudes: al visitar
a los Collantes pobres, don Juan recomienda a su cuñada deshacerse de sus
muebles, que doña Lola defiende por ser de madera fina. Para don Juan
importa más seguir la moda, efimera por definición, que confiar en la solidez
de los buenos materiales, por no ser recientes. Así vemos lo sólido frente a lo
vano y superficial.
Del otro lado, la familia de don Juan es rica, afrancesada, frívola, no
tiene empacho en apartarse de lo que dictan las buenas costumbres y la reli-
gión con tal de no perturbar su vida social; lo que primero aparece como
generosidad hacia los parientes pobres, pronto se convierte en algo similar a
una minitiranía: el que paga, manda. Los Collantes ricos aspiran a ser nobles
y se han inventado unos blasones, estamos frente a uno de los temas típicos
de las novelas del siglo XIX: querer ser lo que no se es. Elena, de la rama
empobrecida, critica estas pretensiones: •-¡Qué blasones ni qué nobleza! [... ]
No hay más nobleza que la de la inteligencia y la del corazón" (Delgado
10 En este autor y en los otros novelistas sociales, las categorías morales coinciden
con las sociales. Otras de sus novelas incluyen polaridades explícitas: Mártires y verdugos
(1861), Fatalidad y providencia (1856) y El hambre y el oro (1869). Asentado en una literatu-
ra de la consolación -según los términos de Umberto Eco-, Rivera afirma, una y otra
vez, que es mil veces mejor ser pobre y honrado que rico y ladrón (cf. Sandoval 2008: 22 y
ss.). En sus palabras: "El tesoro de los pobres consiste en la virtud" (Rivera 1861: 23). Las
jóvenes pobres y buenas, es claro, sólo poseen su virtud sexual y moral; los jóvenes ricos
y calaveras hacen todo lo posible por arrebatársela.
11 De hecho, el personaje de Pepe el Turo, interpretado por Pedro Infante, podría
l 993b: 242), en una curiosa mezcla de una idea de la Ilustración con otra del
romanticismo. Concha Mijares será otra víctima de este querer ser, de este
deslumbramiento por el lujo, por la ropa. Igual que la Rumba y la Calandria,
en las novelas homónimas, terminará mal, seducida por un Juan, por un don
Juan. A su vuelta a :i;>Juviosilla, después de una visita a la capital, sólo piensa
en la opulencia qué, ha presenciado; en su caso, como en el de la Calandria,
el sentido es el mismo: hay que quedarse en la clase social y económica en
la qµe se nació y no aspirar a ascender, sobre todo de maneras ilícitas e inmo-
rales. En un cuadro costumbrista incluido en Cuentos y notas, llamado "La
gata•, el narrador reitera esta idea: "Aquel galán desenfadado y barbilindo,
dueño de aquel corazoncito lleno de aspiraciones y temores, es el bello ideal
de la «gata» en los años felices en que apenas pretende sacar la planta fuera
de su clase, para entrar, por buen o mal camino, en otra más elevada y más
brillante• (Delgado 1953: 68; las cursivas son mías). Leemos aquí, en apreta-
da síntesis, el argumento de La Calandria: "Si pa gata] anda por camino recto,
puede alcanzar la dicha de ser esposa de un honrado artesano; pero si da en
preciarse de vestir bien, suele parar en perdición, bajando, por su desgracia,
de peldaño en peldaño, todos los tramos de la escala social" (72).
En ambas narraciones, los integrantes de la clase alta a la que las jóvenes
aspiran son inmorales, frívolos, superficiales, vanos. Los juicios que sobre
Concha emiten tanto Arturo Sánchez como su madre son lapidarios. Para él,
es claro el desenlace de la "novelita" en la que participan Juan Collantes y
Concha: •comprendo la exposición ... adivino la trama ... me doy cuenta de
los resortes dramáticos ... presiento el nudo ... y miro claramente el desenla-
ce ... o, mejor dicho, la catástrofe• (Delgado 1993b: 394). Por su parte, la
madre sentencia: •concha no es mala ... Se resiente de mala educación ...
Tiene más talento que todos los de su casa ... Se impone a todos con su viveza
y con su charla, y ... de allí procede todo" (idem). Delgado expone las ideas
propias del siglo XIX con respecto al papel y función de las mujeres en la
sociedad mexicana.
No deja de llamar la atención que tanto Carmen (en La Calandria) como
Concha (en Los parientes ricos) aspiren a entrar a una clase económica y
social formada por seres más bien despreciables (ociosos, sin valores, apro-
vechados, superficiales, vanos) y para ese fin tomen los caminos equivoca-
dos. Estas mujeres apuestan por lo que quieren creer, pese a tener casi la
certeza de que perderán, por lo cual arriesgan (Y pierden) todo.
La decisión de cobijar a los parientes pobres en la novela homónima se
trastrueca pronto en mezquindad, cuando, al recibir don Juan una herencia
de su difunta hermana Eugenia destinada para los Callantes pobres, se cobra
unilateralmente una deuda del difunto hermano Ramón, así como el apoyo
económico que antes parecía desinteresado: de este modo, además de haber
hablado de dientes para afuera, ahora aprovechan su posición de poder para
216 ADRIANA SANDOVAL
tan vanidoso. ¡Con razón le ha llamado alguno •perpetua feria de vanidades•!" (Delgado
1993b: 78). Recordemos la mala experiencia del propio Delgado durante su estancia en la
capital.
VEKI'IENTES NARRATIVAS DE RAFAEL DELGADO 217
para un desengaño" (Delgado l 993b: 361 ). Anotemos, sin embargo, que aun-
que este personaje está plenamente del lado negativo, hay un leve matiz en
su personalidad. Cuando recibe la carta mencionada, se despierta en él, así
sea de modo fugaz, algo cercano a un sentimiento de paternidad, por efimero
que sea. En ese momento, asimismo, surge un recuerdo perturbador, que
intenta dar cuenta de la dureza imperante en su corazón. En su adolescencia
ha sufrido una decepción sentimental que lo ha marcado: durante su estan-
cia en Suiza, "Quiso noblemente a un compañero, a un colombiano, dulce y
sincero al parecer. El muchacho se portó mal. Al cariño de Juan correspon-
dió el mejor día con una vileza, que hirió al mozo en lo más vivo, y le decidió
a cerrar su corazón a todo afecto y a todo sentimiento generoso" (361 ). Asom-
bra esta leve insinuación de sentimientos homosexuales en el personaje, de
los que no volverá a hacerse mención.
En esta novela aparece otra dicotomía que complementa la ya mencio-
nada. Se trata de la oposición entre la provincia y la gran ciudad, representa-
da por Pluviosilla y la Ciudad de México. Ya José Tumás de Cuéllar se había
ocupado del choque entre los valores citadinos y los provincianos en su nove-
la Los fuereños, publicada siete años antes que La Calandria. Si bien ambos
novelistas parten de supuestos similares, el tratamiento es distinto. Delgado
siempre fue mucho más conservador que Cuéllar, tanto en su estilo como en
su actitud. Si bien ellos son contemporáneos, podríamos ubicar al veracruza-
no varias décadas antes, con su crítica social de apelación eminentemente
sentimental y moral, mientras que Cuéllar está más cerca de nosotros, por su
tono, humor y distancia crítica.
Cuéllar, en la mencionada novela, ciertamente advierte los peligros a los
que se enfrentará un provinciano en la gran ciudad, y fustiga con su pluma
satírica a los citadinos sin valores, pero es casi igualmente inclemente con la
cursilería, la ignorancia e ingenuidad de los provincianos recién llegados, y
los retrata bajo una luz nada favorecedora, cercana al ridículo. Pese a todo, y
como elección entre el menor de dos males, la balanza moral de Cuéllar se
inclina de su lado. Delgado, por su parte, está más convencido de la superio-
ridad moral, ética, de la fuerza e importancia de la tradición, de la religión,
de las costumbres decentes. Filomena, la empleada doméstica, es uno de los
ejemplos de esta visión idílica de la provincia, aunque algo simple. La ciudad
en Los parientes ricos (Rousseau dixit) es un lugar de vanidad, de frivolidad,
de desperdicio, de apariencias, de enfermedades, de peligros, de perdición,
de tentaciones. Ante los vertiginosos cambios sociales y morales, Cuéllar es
más escéptico y pesimista; Delgado, en cambio, se aferra esperanzadoramen-
te a los valores tradicionales, como también lo señalan Garrido (apud Delga-
do 1979: xvii) y Castro Leal (apud Delgado 1993b: 6).
Ni en Cuéllar ni en Delgado hay un castigo para los infractores de las
buenas costumbres, para quienes se alejan de los valores cristianos y decen-
218 ADRIANASANDOVAL
tes. En ese sentido, ambos se apartan ya del desenlace típico del melodrama
decimonónico, donde el equilibrio moral y ético se restablece necesariamen-
te al final, y se ubican más dentro de la corriente realista -así como por el
hecho de que sus personajes viven en la época contemporánea al autor-.
Delgado es más conservador, menos pesimista, en la medida en que, aunque
el seductor Juan seguirá impune, hay una cierta victoria moral de los venci-
dos -propia del romanticismo-, 13 según la cual los Collantes pobres se ele-
van al asumir su responsabilidad, al aceptar, con la dignidad que les es posi-
ble, la deshonra a la que toda la familia debe enfrentarse, al seguir su vida
como "pobres pero decentes•, en comparación con la familia de don Juan:
incapaces y renuentes a aceptar su responsabilidad frente a la deshonra que
Juan hijo ha infligido a Elena - la joven ciega, literal y metafóricamente,
pues nunca puede o quiere advertir la verdadera personalidad de su primo
calavera, evidente para todos los demás, incluido Alfonso, el mejor de los
Collantes ricos-. Carmen, la madre del seductor, afirma incluso que el desliz
fue un plan urdido por la rama pobre de la familia para cazar a su hijo rico:
la culpa siempre la tienen los demás.
En Los parientes ricos, el señalamiento de la falta de moral, de valores de
los ricos, carga el añadido de la oposición entre nacionalismo y afrancesa-
miento. Los protagonistas de la novela son dos familias emparentadas entre
sí. La familia de doña Lola, viuda de don Ramón Collantes, y la familia de
don Juan Collantes, hermanó de aquél. El texto comienza cuando la segunda
familia está por llegar a Pluviosilla, después de varios años de haber residido
en Europa, en particular en Francia. Desde el principio se establece un claro
contraste entre las dos ramas familiares. Siguiendo las convenciones novelís-
ticas del XIX, doña Dolores encierra en su nombre su destino, al igual que su
sobrino calavera, Juan.
La primera vez que se presenta una notable y opuesta actitud entre ellas
se relaciona con la enfermedad y muerte en Francia de Eugenia (aunque al
principio la nombran Angustias: a juzgar por su comportamiento, es más
adecuado el otro nombre, que significa bien nacida). Eugenia es hermana del
difunto Ramón y de Juan Collantes. Don Juan se entera de la muerte de su
hermana, pero decide ocultar la noticia -apoyado por su confesor- porque
se rehúsa a cancelar un banquete en su casa, planeado desde hace tiempo.
Don Juan, nos enteramos cuando se habla de su hermana Eugenia, se ha
enriquecido en parte gracias a las buenas relaciones de su cuñado, un militar
francés avecindado en México durante la Intervención francesa. El padre de
Juan y Ramón, por su parte, se enriqueció "durante la invasión norteameri-
13 Cuando Juan le da a leer su novela a Margarita, ella cree que es demasiado román-
tica y le propone, expresando tal vez las ideas del propio Delgado: "Primo: ni novelas
lamartinianas, ni novelas de Zola ... La vida no es perfectamente buena ni perfectamente
mala ... • (Delgado l 993b: 239).
VEKI'IENTES NARRATIVAS DE RAFAEL DELGADO 219
el origen de las fortunas de sus personajes. En Las tres aventureras, José Rivera y Rio cen-
sura a una supuesta condesa mexicana, en parte por haber hecho su riqueza vendiendo
pulque.
15 Juan Jurado aparece en La Calandria y en Historia vulgar. Es el tipo de tinterillo
bre pasaje de Madame Bovary, que tanto escándalo provocó, cuando el coche da vueltas
por la pequeña ciudad, con las cortinas bajadas. En la novela de Delgado, Juan y Elena
dan un paseo en coche; hay luego un salto temporal, cuando nos enteramos de que el
coche recorre ya la calzada de la Condesa (Delgado 1993b: 294).
VERTIENTES NARRATIVAS DE RAFAEL DELGADO 221
adoptando así un papel más activo del simplemente abnegado que se suele
otorgar a las mujeres en las novelas del XIX.
Historia vulgar es, como ya se mencionó, la menos conocida y reeditada
de las novelas de Delgado. Inicialmente parece que se desarrollarán dos his-
torias, una sobre las hermanas Miramontes, dedicadas a la enseñanza, otra
sobre las Quintanilla, en particular Leonor. Ambas familias son de clase
media, por lo que todos sus miembros deben colaborar con los ingresos del
hogar. Con grandes penurias, Genoveva y Luisa Miramontes han logrado lle-
gar a ser maestras de escuela. No han podido ingresar al sistema educativo
oficial, por ser consideradas mochas y beatas. Tumpoco han tenido éxito en
su escuela Santa Isabel de Hungría, ni siquiera con la ayuda del párroco: las
familias no •querían pagar ni un centavo por la enseñanza de sus hijas. ¿Para
qué han de saber mis muchachas, decían algunos padres, geografia, historia,
gramática, francés, gimnasia, y tantas y tantas cosas? No se han de casar ni
con sabios ni con ricos ... Que aprendan a coser, a guisar, a remendar los tra-
pos ... -repetian otros" (Delgado 1944: 24).
En este párrafo y en otros similares, la crítica literaria de corte feminista
encontrará material para abundar en el papel secundario que tradicional-
mente se adjudicó a la preparación intelectual de las mujeres decimonónicas
en nuestro país. Así, en Historia vulgar las mujeres con más estudios no son
siempre las más inteligentes, sino las más pobres, puesto que se han visto
obligadas, por su mala condición económica, a prepararse para sostenerse.
Las Miramontes no han podido decidirse por "los métodos modernos, o por
la fe antigua" (24). Una actitud pragmática las inclina hacia los "métodos
modernos", en boga entonces en el Porfiriato, sistema político decidido a lle-
var al país al progreso. Las hermanas adquieren lo más reciente en literatura
pedagógica, y Luisa es quien hace suya la nueva terminología, con la que
logra, primero, el asombro y la admiración del H. Ayuntamiento, y en conse-
cuencia, la dirección de la "Escuela Municipal Número 7 para Niñas•. Antes
de asumir ese puesto, Luisa debe pronunciar un discurso -escrito por uno de
los miembros del Ayuntamiento, don Juan Jurado-, el cual le vale la crítica
de las personas devotas del pueblo, sin importar que lo hayan oído o no.
Para convencer a Luisa de que acepte pronunciar el discurso, Jurado y
su colega del Ayuntamiento le hacen ver el honor de dirigirse a la "juventud
progresista• y aducen los siguientes argumentos, que adquieren un tinte iró-
nico de parte del autor, por provenir de un personaje por el que no siente
simpatía alguna: "que se dejara de santurronerías y de cosas de la pelea pasa-
da; que los tiempos eran otros; que a todos los cultos restos del Estado teocrá-
tico, debía suceder el culto de la ciencia; que no había más verdades que las
experimentales; que la Reforma había exaltado a la mujer más que el Cristia-
nismo, al presente vetusto• (28). Hay aquí una crítica burlona de Delgado
contra este entusiasmo superficial y de moda que favorece las nuevas ten-
VERI'IENTES NARRATIVAS DE RAFAEL DELGADO 223
dencias filosóficas y los "métodos modernos•, así como la retórica laica del
positivismo, adoptada sin inteligencia ni reflexión crítica. Ni las Miramontes
ni los miembros del Ayuntamiento parecen saber bien a bien en qué consis-
ten. Basta con utilizar algunos términos en boga para tener la apariencia de
modernidad. El Cabildo donde se reúne el Ayuntamiento es, además, un sitio
decrépito y sucio, en plena decadencia. Sus miembros son ignorantes pero
presuntuosos; en una de las sesiones, Delgado los muestra bajo una nítida
luz irónica y burlona, no exenta de humor.
Desafortunadamente, esta subtrama se pierde y queda trunca, cuando
habría dado para mucho más. El narrador se limita a desarrollar la historia de
amor entre Leonor y Luis, que transcurre de una manera cronológica y con
un solo contratiempo, el cual se subsana con mucha celeridad, en los dos
últimos capítulos. Como en las tres novelas anteriores, el chisme, el rumor,
la maledicencia, son parte integral de la vida de las ciudades provincianas,
donde la comunicación horizontal es practicada por ambos sexos, aunque tal
vez con mayor intensidad en las tertulias femeninas.
El estilo es mucho más directo y menos elaborado que en las demás
novelas, así como más cercano al de sus cuentos. Hay un agradable tono de
conversación que salpica de cuando en cuando la narración: "Pero todo fue
puro ruido y música celeste, y no hubo nada: unas cuantas gotas, y pare
usted de contar• (15); "Las niñas Quintanillas -muy señoras mías y de todo
mi respeto• (17); •y una locuela ... que ¡Dios me asista!" (22).
La historia está contada desde una tradicional tercera persona, que oca-
sionalmente se convierte en primera, para dar la apariencia de una charla
informal, como se mencionó. Este tono, aunque esporádico, se produce en
conjunción con uno de los temas centrales de la novela -a saber, la crítica a
la difusión de información (real o inventada) sobre las vidas ajenas, es decir,
el chisme, tan practicado, según Delgado, en las ciudades en las que se ubi-
can todas sus novelas. Un detalle irónico aparece en el segundo capítulo,
especialmente a la luz del conjunto de la novela. Si, como se dijo, la crítica al
chisme es uno de los temas de Historia vulgar, el propio· narrador cae, a
sabiendas, en lo que critica. Así, al comenzar a describir a las Quintanilla,
dice sobre una de ellas: "Rosita se quedó muy campante, al saber la fatal noti-
cia, se compadeció de los infortunios del muchacho, y cortó por lo sano• (22).
Pero luego este narrador omnisciente se incluye entre los habitantes de Villa-
triste y habla como uno más de ellos, es decir, también resulta propenso al
rumor: "Cuentan que Paquito Redondo no la ve con malos ojos" (ídem). Para
reforzar la presencia de los chismes, frecuentemente la historia se narra en
el presente, el tiempo propio del rumor.
En contraste con esta identificación del narrador con los habitantes de la
ciudad, en el capítulo 11 se lee, con respecto a las Quintanilla: •¿Edades? No
es de correctos el tema cronológico; pero a fuer de historiadores imparciales
224 ADRIANA SANDOVAL
***
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r> Cct.3 11~
ÁNGEL DE CAMPO:
MODALIDADES DE LA ESCRITURA
[ 227]
228 YLIANA RODRÍGUEZ GONZÁLEZ
1 Vale la pena hacer notar que el tiraje de esta obra es de 2 000 ejemplares; sin duda
sólo sobrepasado por las ediciones que Porrúa ha hecho de Ocios y apuntes y La Rumba, y
Cosas vistas y Cartones, de 3 000 ejemplares cada uno, y que va ya, por lo menos hasta
2007, por la decimoctava edición, en el primer caso.
2 Al describir una de las sesiones del Liceo Altamirano, dijo: "Ángel de Campo
(Micrós), el pequeño gnomo que conocía y pintaba la vida mexicana mejor que nadie, con
los ojos radiantes de inteligencia tras de sus espejuelos de cristal y oro, leía capítulos de su
novela inédita La sombra de Medrana, que hacía desternillar de risa al cónclave mientras
ÁNGEL DE CAMPO: MODALIDADES DE LA ESCRITURA 229
Campo humorista que muchos hemos leído ya. 3 A este retrato hay que aña-
dir los ingredientes que abonan a favor de la desventura: huérfano de padre
desde muy pequeño, De Campo vivió gracias a la generosidad de un tío polí-
tico, Francisco Fernández del Castillo y López. En 1890, tras un año de estu-
dios en la Escuela de Medicina, murió su madre; abandonó entonces la carre-
ra de medicina (por la que en realidad no tenía una gran inclinación) y
comenzó la de empleado público y profesor (su labor periodística tenía ya
cinco años de antigüedad); a sus veintidós años debía hacerse cargo de sus
tres hermanos. Se casó, sí, en 1904, y de ese matrimonio hubo un hijo que
murió al nacer. Tudavía más, para rematar el cuadro de una vida más que
desafortunada, se aduce la muerte prematura del autor. El relato de su vida
no tendría mayor importancia si no fuera porque trascendió la mera anécdo-
ta y se convirtió en una especie de etiqueta que también definió su obra. Así,
cuando se hablaba de ella, se usaban los adjetivos con los que se solía califi-
car su vida: sentimental, compasiva, taciturna, triste, sufriente, piadosa, etcé-
tera. El De Campo alegre, crítico, irónico -el cronista redescubierto apenas
hace algunos años- simplemente no figuraba.
Una circunstancia fundamental en su vida lo signará también literaria-
mente, pero, sobre todo, lo determinará, para bien y para mal, en su futuro
como escritor: el haber sido alumno de Ignacio Manuel Altamirano y, proba-
blemente, según testimonios, discípulo predilecto -se dice que fue el propio
Altamirano quien lo bautizó como Micrós-. 4 De Campo formó parte del
Liceo Mexicano Científico y Literario (que a la muerte del maestro decidie-
ron llamar Liceo Altamirano ). Colaboró hasta unos días antes de su deceso
en diversas publicaciones periódicas (El Liceo Mexicano, El Partido Liberal, El
Mundo flustrado, Revista de México, Revista Azul, El Imparcial, El Nacional y El
Universal, entre otros) y fue ciertamente conocido y leído en su momento, a
pesar de que, en vida, sólo vio publicados los tres libros de los que hablé
antes, todos ellos resultado de recopilaciones de relatos difundidos antes en
revistas y periódicos (ofrezco las referencias completas en la bibliografia
final). María del Carmen Millán señala un hecho sorprendente, que merece
subrayarse, con respecto a la popularidad que De Campo disfrutó pese a su
digería plácidamente jugosas viandas al calor de ricos vinos y entre el humo aromoso de
los vegueros• (Campos 1996: 182).
3 Miguel Ángel Castro hace una minuciosa revisión de lo dicho por los contemporá-
neos y estudiosos de la obra de De Campo relacionada, sobre todo, con la idea de una
supuesta doble personalidad del autor desplegada en cada uno de sus seudónimos: Micrós
para el escritor tierno, piadoso y sentimental (el De Campo más joven), y Tick 7/:lck para el
humorista (el De Campo maduro): véase Campo 1991: 23-30.
4 "Con Luis González Obregón y Ezequiel A. Chávez, forma la •trinidad predilecta•
del maestro Ignacio Manuel Altamirano• (Ruiz Castañeda 1968: ii). Efectivamente, a decir
de Carlos González Peña, Altamirano "acuñó el seudónimo que habría de hacer célebre al
discípulo: Micrós: pequeñito" (González Peña apud Ruiz Castañeda 1968: ii).
230 YLIANA RODRÍGUEZ GONZÁLEZ
exigua obra, reunida en libro: "es uno de los pocos escritores de su tiempo
conocido exclusivamente como cuentista. Su obra editada es pequeña: tres
libros que contienen unos setenta cuentos. Este hecho advierte que no fue-
ron razones de cantidad las que contribuyeron a que el cuentista se impusie-
ra, antes bien lo poco que publicó le bastó para consagrarse y para ayudar a
establecer la autonomía del género• (Millán apud Campo 1997: ix).
Esta afirmación no considera el temprano olvido de la obra de De Campo,
y alude, en cambio, al hecho de que durante la mayor parte del siglo xx,
nuestro autor fue conocido exclusivamente por sus tres obras editadas en el
XIX y reeditadas por Porrúa a mediados del siglo xx. No está de más decir que
algunos textos que formaron parte de estos últimos volúmenes se convirtie-
ron en selección obligada para cualquier antología del relato mexicano publi-
cada después de este redescubrimiento. 5
Femando Tula de Habich, conocedor profundo de la literatura mexicana
del siglo XIX, insiste en el hecho de que la mayor parte de la obra de De
Campo permanece inédita, y que poco o nada se puede decir de un escritor
al que apenas conocemos. Esto es verdad para casi todos los escritores deci-
monónicos: su obra está todavía dispersa en los periódicos, revistas, folletos,
hojas sueltas, y el paso de ellos a los libros no puede ser automático (ahí
están, como prueba, los proyectos de edición de las obras completas de José
Joaquín Femández de Lizardi o las de Manuel Gutiérrez Nájera, que ya
reúnen en su labor una buena cantidad de años y de volúmenes). Hasta
ahora sabemos que escribió tres novelas (o, mejor dicho, lo que sus estudio-
sos consideran como novelas), y que dos de ellas las publicó por entregas: La
Rumba, para El Nacional, y Los claveles dobles, para la revista Cómico. 6 Esta
última es noticia nueva. Según el coordinador del proyecto de edición de las
obras completas de Ángel de Campo, Miguel Ángel Castro, esta novela apa-
recerá publicada muy pronto, acompañada de un expediente hemerográfi-
co. 7 Los claveles dobles, de acuerdo con Castro, ofrece una crónica del •suici-
dio de una mujer de nombre Sofia Ahumada, quien se arrojó desde una de
las torres de la Catedral Metropolitana• (apud Paul 2008: 25). Estas son las dos
novelas de De Campo que vieron la luz en su totalidad en publicaciones
periódicas. La tercera, titulada La sombra de Medrana, apareció en un único
5 María del Carmen Millán señala: "De las veinticinco narraciones que componen el
libro, dos han corrido con tan buena fortuna que figuran en todas las antologías de cuentos
mexicanos: •¡Pobre viejo!• y •El Pinto•" (apud Campo 2007: xiii-xiv).
6 Héctor de Mauleón cita por El Cómico (2009: 69); por su parte, Ciro B. Ceballos,
quien se refiere a esta publicación con el nombre de Cómico, explica que surgió de las
páginas de El Imparcial y que estaba dedicada a la caricatura (Ceballos 2006: 345).
7 Esta noticia se dio en el marco de la conmemoración del centenario de la muerte
del escritor, para la que se organizó un Congreso que tuvo lugar los días 11, 12 y 13 de
marzo de 2008 en el Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM.
ÁNGEL DE CAMPO: MODALIDADES DE LA ESCRITURA 231
8 Recordemos que Magdaleno ya había iniciado esa labor en 1939, pero el acento de
cuando lo califica de •malicioso hasta lo maligno, (pero que] se apocaba pacato frente a los
más fuertes cuando los encontraba agresivos• (Ceballos 2006: 428). Aceptemos la antipatía
gratuita y arbitraria que Ceballos sentía hacia De Campo, pero también que era posible
encontrar algo de esta malicia en los textos de nuestro escritor.
ÁNGEL DE CAMPO: MODALIDADES DE LA ESCRITURA 233
Los juicios de Luis G. Urbina fueron, sin duda, también muy socorridos:
10 No olvidemos que Antonio Femández del Castillo es el primero que ofrece datos
leno 1933: 409), y afirma incluso que "El día que haya que buscar a los auténticos promo-
tores del sentimiento popular de cuyos jugos nació el convulso estallido de la revolución
de 1910, el primero de todos que saldrá de lo hondo del pretérito será Ángel de Campo,
entrañable voz de redención humana" (Campo 1939: xvii).
12 En contra de lo que afirma Gamboa, declara: "No ha menester la modestísima labor
de •Micrós» de tales linajes para merecer un lugar distinguido en la historia de las letras
mexicanas. En él se continúa la tradición costumbrista autóctona que se inicia con Lizardi
y ni remotamente sugiere su obra la posíbilidad de un cotejo con la de Dickens o Daudet.
Más se aproxima a los costumbristas nativos, en particular a Guillermo Prieto y a «Facun-
do» que a ninguna figura europea[ ... ] Sería interesante dilucidar la posíble influencia de
«El Duque Job• sobre Ángel de Campo. Sin haberla investigado, a mí se me antoja muy
probable y mucho más eficaz• (González 1951: 78-79).
ÁNGEL DE CAMPO: MODALIDADES DE LA ESCRITURA 235
y más susceptibles de sufrir una mala lectura. Insisto, de esto hablo más
adelante.
En 1953 Ralph Warner todavía no conoce La Rumba, según se aprecia en
nota a pie de página: "Se habla de una novela suya, La sombra de Medrana,
que posiblemente no pasó de proyecto. Por la fineza de mi amigo Paul C.
McRill, sé que una parte de su novela, La Rumba, obra un tanto sensacional,
apareció en El Nacional desde el 23 de octubre de 1890 hasta el primero de
enero del año siguiente. No he tenido oportunidad de examinarla" (Warner
1953: 111). Azuela, por su parte, juzga que Micrós "supera la claudicante
escuela naturalista de cansadas enumeraciones estadísticas y de catálogo,
manteniéndose en un realismo superiormente entendido" (Azuela 1960:
742). Con respecto al estilo, le parece que la literatura de Micrós es "sana,
sencilla, ingenua, tal como la necesita un pueblo que se está formando, que
apenas comienza a tener conciencia de sí" (744). "Buceador de almas• le
llama, y este calificativo, en lo que toca a sus dotes como cuentista, me pare-
ce que le queda a la medida. El México que Micrós describe está "en plena
posesión de sí [... ] se conoce y se da gráfica y plásticamente con fidelidad"
(748), y se constituye, innegablemente, en el personaje principal, protagóni-
co, insustituible de la prosa de De Campo. 13
En 1958, María del Carmen Millán edita La Rumba para Porrúa, la cual
publica con un prólogo valioso. Con esto quiero decir que si bien en este
recorrido por la crítica de la obra microsiana no concuerdo con algunos jui-
cios, es de justicia admitir que mucho de lo que se opinó es rescatable e ilu-
minador. Las características que encuentra en la novela repiten las del cuen-
tista: "la fidelidad fotográfica del realismo, el cuidadoso análisis naturalista y
el subjetivismo dramático del romanticismo" (Millán apud Campo 2007: xix).
Mezcla sui generis que, sin embargo, comparte con el resto de sus contempo-
ráneos, porque ella determina la apropiación mexicana del realismo. Con
otros críticos acepta su cercanía con Lizardi y Cuéllar; pero añade la de Rafael
Delgado y Federico Gamboa. Afirma que hay crítica social expresa o implícita
en su obra y una "interpretación científica de las actitudes de sus personajes"
(idem). El rasgo de determinismo puro que encuentra en De Campo viene
heredado del naturalismo de modo directo. 14 Joaquina Navarro, por su parte,
13 John S. Brushwood estima que Ángel de Campo observó y estudió la Ciudad de
México de tal forma que "México llegó a ser un personaje literario completamente identi-
ficado con el autor• (Brushwood 1959: 47).
14 Ese mismo año Millán reedita Cosas vistas y Cartones, y en el prólogo señala las
15 Dice más con respecto a las corrientes literarias que se mezclan en nuestro realis-
mo y de cómo se verifica esto en La Rumba: "imperan las cualidades particulares del autor
y [... ] la novela, aun siendo realista, evita la objetividad convencional del realismo sin caer
por esto víctima del sentimentalismo romántico• (Brushwood 1958: 382). El contenido de
la novela -afirma- es mucho más que la historia del sacrificio del honor de una mucha-
cha ambiciosa; es "un cuadro del barrio en que vive la joven, y está pintado en tal forma
que reproduce un realismo no externo sino que el autor se proyecta en la trama" (idem).
Lo considera, como lo han hecho casi todos sus lectores, un costumbrista.
ÁNGEL DE CAMPO: MODALIDADES DE LA ESCRITURA 237
hay que descartar en Micrós, como directa, toda influencia literaria extraña, pues
fue él, antes que todo, un producto espontáneo del medio; así también su ascen-
dencia o parentesco con nuestros anteriores costumbristas no le veda tener una
personalidad aparte, genuina, distinta, y aun, en algunos aspectos, opuesta a la
de aquéllos. A diferencia de Fernández de Lizardi, es artista; contrariamente a
Prieto, tiene gusto ponderado y fino; al revés de Cuéllar, el humorismo jamás le
hace tocar los límites de lo caricaturesco.
Juntamente con el humorista había[ ... ] un poeta; su ternura se manifiesta
en favor de los humildes y de los que sufren[ ... ] En sus pequeños cuadros de la
vida nacional revélase Micrós tanto como psicólogo que, burla burlando, escudri-
ña almas, pintor acucioso que sabe "ver" y transmitir su visión del espectáculo
circunstante [... ] Conocía a fondo al pueblo bajo; aunque sus preferencias de
costumbrista estaban por la clase media mexicana. De uno y otra nos dejó tipos
y escenas de maravilloso verismo. Y si su estilo dista de ser correcto y puro, en
cambio, aparece vivo y pintoresco, preciso y sobrio en la descripción, fidelísimo
238 YLIANA RODRÍGUEZ GONZÁLEZ
última, por encima de la otra, "salva a Micrós y le consagra entre los buenos narradores
mexicanos del siglo XIX" (Alegría 1986: 61).
ÁNGEL DE CAMPO: MODALIDADES DE LA ESCRITURA 239
(García Barragán 1993: 58) y halla en ella, de haber ampliado el enfoque del cuadro popu-
lar decimonónico, una posible rivalidad con I:assommoir de Zola.
18 Como vemos, esta discusión -cuyos argumentos no pueden verificarse en el texto
Si bien es cierto que todos los libros microsianos con que contamos los lecto-
res hoy en día se deben a la recuperación de material publicado originalmen-
te en revistas y periódicos, convengamos en que sólo tres de estos volúme-
nes fueron aprobados por el autor. Los tres están dedicados a reunir textos
calificados como "cuentos" y nada más. Esto quiere decir que, o bien es ver-
dad que el "asesinato• de De Campo como escritor, perpetrado por la nueva
generación de modernistas, impidió que se resolviera a reunir sus crónicas
dispersas y sus novelas, o bien que su afán perfeccionista y una muy diversa
concepción de la literatura lo convencieron de que hacerlo sería un error.
Vayamos a La Rumba, el único caso que tenemos, en vida del autor, de
traslado de una novela microsiana del periódico al libro, el cual me interesa
particularmente porque, estoy convencida, ejemplifica un aspecto clave de
la poética de Campo y contribuye a una mejor lectura de su obra. Cuando
Ángel de Campo entregó el primero de los diecisiete capítulos19 de su relato
a los lectores de El Nacional, subtituló su colaboración con la palabra fragmen-
tos. 20 Sin duda, tenía en mente cohesionar en el futuro esos trozos -esos
ensayos literarios, como les llama Luis González Obregón-, así como redon-
dear algunos personajes, afinar la estructura y el estilo antes de verla en
forma de libro -del mismo modo que sabemos que quiso hacer con La som-
bra de Medrana-; sin embargo, para su desgracia, el texto llegó a nosotros
directamente del periódico. No podemos ignorar que el tema y la estructura
21 Como se suele llamar a esta labor de recuperación textual, lo cual nos hace pensar
que la novela por entregas hace un uso muy especial de este recurso porque ofrece al
lector pequeñas dosis del texto; en este tipo de novelas se "trabaja con una técnica de corte
[... ]Cortar o arrastrar la tensión, forma la condición fundamental para este corte. Pero tal
efecto de suspenso provoca que tratemos de imaginarnos la información, de la que carece-
mos en ese momento, sobre el desarrollo del acontecimiento. ¿Cómo continuará? Al reali-
zar esta pregunta y otras similares, aumentamos nuestra participación en la ejecución del
suceso. Dickens ya sabía de esta relación de cosas; sus lectores se convirtieron en «co-au-
tores»" (Iser 1987: 108).
ÁNGEL DE CAMPO: MODALIDADES DE LA ESCRITURA 243
Como cité páginas atrás, Gamboa dice más, pues señala que el "eclipse"
de Micrós se debe a la despiadada campaña emprendida en su contra por los
23 Para una crónica extensa de esta polémica, consúltese Mauleón (2009: 66-70).
Señalaré, solamente, que el ataque contra De Campo proviene de Ciro B. Ceballos, quien
lo acusa de ser mediano, maniático de "acumular detalles impertinentes, sin gra ia algu-
na"; lo califica, además, de "titiritero literario", con mal gusto para elegir sus temas, y
termina aconsejándole: "Emancípese de la dictadura literaria de Ignacio Altamirano, pres-
cinda definitivamente de esa automacia relegando al olvido el decálogo poco conceptuo-
so de ese gran hombre, de ese ilustre optimista" (Ceballos apud Mauleón 2009: 67-68). A
ello suma Mauleón el anuncio de la futura serie •cuentos mexicanos• por parte de El
Nacional, en la que De Campo no es incluido. El golpe, dice, es doble: "No sólo abandona
la arena: deja su obra derramada en diarios y revistas, para que ahí la cubran el polvo y el
olvido" (70).
244 YLIANA RODRÍGUEZ GONZÁLEZ
24 Para abundar en el tema del rechazo al decadentismo por parte de nuestro autor,
25 A este respecto, vale la pena citar en extenso lo que De Campo dijo de Enrique
Chávarri (Juvenal, cronista y humorista admirado por él), y de su trabajo literario en los
periódicos: •no era su popularidad la popularidad académica; ni la popularidad literaria
que se denuncia por los juicios criticos o los ataques de los contemporáneos; no era la
popularidad •Quo vadis• expurgada para uso de la juventud, era la envidiable y amplia
popularidad de quienes son leídos por millares de personas de buena voluntad. / Y, sin
embargo, no pertenecen a escuela literaria militante o a cónclave artístico determinado. /
[Juvenal] tomaba la palabra un buen rato, sin exquisiteces literarias[ ... ] / Era la alegría
literaria del domingo [... ] / Su labor literaria es de aquellas que hoy no tienen el valor
estimativo que alcanzarán con el transcurso de los años; los sociólogos o historiadores, los
novelistas reconstructores [... ]/Nunca presumió de literato" (Campo 1991: 204-205).
246 YLIANA RODRÍGUEZ GONZÁLEZ
para formar un libro, comete una heroica pero improductiva empresa (Campo
2004: 177).
26 Conviene distinguir entre novela por entregas y folletín. El éxito de este sistema
editorial "llevará a publicar por entregas a novelistas prestigiosos[ ... ] que no por ello son
novelistas de •folletín•, por mucha influencia que tengan de este tipo de novela" (Aparici
y Gimeno 1996: xi). Es probable que para De Campo esta distinción fuera clara: ataca del
mismo modo a los folletines como a los reporters.
27 Recordemos, en todo caso, lo que opinaba Altamirano de la novela como género:
siempre se refirió a ella como la lectura del pueblo "La novela es el libro de las masas ...
Quizás la novela está llamada a abrir el camino a las clases pobres para que lleguen a la
altura de este círculo privilegiado y se confundan con él" (Altamirano 2002: 39).
ÁNGEL DE CAMPO: MODALIDADES DE LA ESCRITURA 247
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ÁNGEL DEL CAMPO: MODALIDADES DE LA ESCRITURA 249
[ 251]
252 BELEM CLARK DE LARA
Con la ayuda de su madre, doña Dolores Nájera, el niño Manuel aprendió las
primeras letras en los periódicos. A los escasos catorce años, la admiración y
la pasión por la mujer y por el arte lo llevaron al camino de la creación lite-
raria. Con el amor inicial nació el poeta: tenía dieciséis años cuando pasó
unas vacaciones en la hacienda de la familia de su madre. Allí, el contacto
con la naturaleza y la cercanía de su prima Lola, hicieron surgir en el precoz
Manuel la emoción romántica. Su primer poema, "Serenata•, está fechado el
23 de octubre de 1875. Poco después de los versos a Lola, por ese tiempo
todavía privados, escribió una oda titulada "Al Sagrado Corazón de Jesús",
dedicada "Al señor don Carlos de Borbón y de Este. Homenaje de profundo
respeto", leída en la reunión que, en honor de Pío IX, organizó el 21 de julio
de 1876 la Sociedad Literaria Munguía, de la cual formaba parte su señor
padre. Esta pieza fue la primera colaboración que Gutiérrez Nájera entregó
formalmente a La Voz de México, órgano de la Sociedad Católica, diario que,
puede ahora afirmarse, publicó la primicia del escritor más importante del
último tercio del siglo XIX (Margarita Gutiérrez Nájera 1960: 36).
A partir de entonces, y durante veinte años, las páginas najerianas vieron
cotidianamente la luz en teinta y cinco diarios y revistas de la época. Y si bien
se sabe que su primer ejercicio -"Un soneto", del 6 de octubre de 1875, firma-
do con el seudónimo Rafael- fue un plagio (Junco 1941), Gómez del Prado lo
justifica como un pecado de adolescencia porque, dice, fue el arranque de una
de las más brillantes carreras periodísticas del siglo XIX. Su público lector, igno-
rando la procedencia del artículo plagiado, le otorgó significativos elogios.
El periodista y el poeta nacen al mismo tiempo en 1876: el 29 de junio
publicó un breve texto de crítica literaria en defensa de "La poesía sentimen-
-tal", el cual propició que, entre agosto y septiembre, con su nombre, diera al
periódico La Iberia un largo ensayo en seis entregas que tituló "El arte y el
materialismo", hoy considerado el primer manifiesto modernista (incluido en
Clark de Lara y Zavala Díaz 2002: xiii-xx, 3-32). El 11 de junio apareció, en El
Federalista, su primer ensayo de reflexiones morales: "La pobreza" (Gutiérrez
Nájera 2007: 3-5). Su primera crónica de teatro, en El Correo Germánico, está
fechada el 10 de agosto de 1876 (Gutiérrez Nájera 1974b: 3-8). No olvidemos
que el autor vivió, desde su prematurajuventud, •entre bastidores", y que gran
MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA, NARRADOR ECLÉCTICO 255
El texto que podemos considerar su primer relato, "Una cena y una esce-
na de Nochebuena", vio la luz el 14 de enero de 1877 en El Federalista (Gutié-
rrez Nájera 2001: 3-5). El inicio del ensayista político lo encontraremos el 11
de noviembre en ese mismo diario y año con la publicación de "Las grandezas
de la raza latina" (Gutiérrez Nájera 2000a: 3-7). Como novelista debutó en el
periódico El Noticioso al publicar por entregas -entre el 11 de junio y el 29 de
octubre de 1882- su única novela conocida: Por donde se sube al cielo (Gutié-
rrez Nájera 1994), obra que inaugura el modernismo hispanoamericano.
En resumen, entre finales de 1875 y enero de 1877, Manuel Gutiérrez
Nájera ya había comenzado su carrera de escritor integral, luego de haber
incursionado en casi todos los géneros literarios. Su gran producción se ubica
entre 1876 y 1885. En el panorama general, durante esos casi dos quinque-
nios, escribió cerca del 50% de sus 235 poemas; 76% de sus 90 relatos (he
sumado el relato "Paréntesis" [1882], incluido en su novela) y, por supuesto,
su novela; 70% de las primeras versiones de su ensayo político, y 87% de sus
crónicas y artículos sobre teatro: 434 piezas en total.
En la segunda parte de su vida productiva, las circunstancias lo habían
llevado a diversificarse aún más: en 1886 fue nombrado diputado suplente y
en 1888, titular; en este mismo año contrajo nupcias con Cecilia Maillefert.
A partir de este momento, no es extraño encontrar republicaciones o adecua-
ciones de sus textos. Ana Elena Díaz Alejo explica así este constante proceso
de reescritura najeriana:
Gutiérrez Nájera movía sus escritos como piezas de ajedrez, según el tema del
día, la obra de moda en la escena, el estado de ánimo personal o los problemas
políticos del momento. De su archivo de materiales retiraba las páginas a las que
podía dar nueva vida: recortaba párrafos de algún texto esérito meses o años
antes, y los aplicaba a otro al que "en el momento oportuno" caían bien. A veces
rehacía un texto porque su opinión había variado; otras, reproducía idénticamente
256 BELEM CLARK DE LARA
un texto "viejo" con un título nuevo. Con el aderezo fresco de metáforas recien-
tes o el cambio de juegos retóricos más oportunos en nuevos momentos, en sus
ensayos adquirían múltiples vidas los eternos e inevitables temas cíclicos (Gutié-
rrez Nájera 2001: xx).
quienes, entre 1875 y 1882 cultivaban distintas pero renovadoras maneras expre-
sivas: Nájera, una prosa de patente filiación francesa, reveladora de la presencia
del simbolismo, parnasianismo, impresionismo y expresionismo, y Martí, una
prosa que incorporó estas mismas influencias dentro de estructuras de raíz his-
pánica. Por consiguiente, es en la prosa, tan injustamente arrinconada, donde
primero se perfila la estética modernista, y son el cubano y el mexicano amba
nombrados los que prepararon el terreno en que se nutre y se madura posterior-
mente tanto la prosa como el verso del vate nicaragüense y los demás artistas
del modernismo (1975: 69).
Hoy, una vez editada la mayor parte de los textos periodísticos de Manuel
Gutiérrez Nájera, podemos escuchar la propia voz del autor en sus distintos
MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA, NARRADOR ECLÉCTICO 259
1 José Ismael Gutiérrez, sin conocer más que la muestra de ensayos políticos y mora-
les recogidos en la antología Mañana de otro modo ... , afirmó que si bien Gutiérrez Nájera
buscó en lo político una postura conciliadora, se halló entre los adeptos de Díaz, aunque
esto no lo llevó a aceptar •todas las consignas ideológicas, como la positivista" (Gutiérrez
1999: 48). Después de la aparición del libro de este crítico, edité en la Universidad Nacio-
nal Autónoma de México las Meditaciones políticas (2000a) y las Meditaciones morales
(2007), que seguramente lo harían cambiar de opinión. Por ejemplo, el primero de los
volúmenes descubre a un Duque que, con un número considerable de ensayos, apoyó al
gobierno de Manuel González; mientras que con su temble silencio en este tema durante
el cuatrienio de 1884 a 1888, a mi parecer, reprochó la deslealtad que Díaz cometió en
contra de su compadre, pues propició y alentó, a distancia, la campa.ña de desprestigio de
la que fue objeto al final de su mandato; con esta actitud Porfirio Díaz contribuyó a evitar
la alternancia de los poderes. Nuestro autor sabía, por experiencia propia, el dolor que
causaba la indiferencia; recordemos el silencio absoluto que los críticos mantuvieron res-
pecto de su novela Por donde se sube al cielo en 1882. Por otra parte, en ambos volúmenes
podemos reconocer fácilmente su plena inclinación al positivismo (mi posición puede
consultarse en las introducciones a estos volúmenes).
2 En este aspecto puede revisarse M. Gutiérrez Nájera, "La metafisica y la política", en
V. LA NOVELA
3 En el rubro particular de las novelas modernistas, Por donde se sube al cielo ha des-
pertado el interés de los estudiosos actuales, quienes han abierto y replanteado posicio-
nes, como sucede en el ensayo "Inclusión y exclusión; criterios de periodización de la
novela modernista hispanoamericana•, de Pilar Álvarez (consultado el 14 de mayo de
2099 en www.ruc.dk/ cuid/publikationer/publikationer/XVI-SRK-Pub/SPLIT/SPLITOl-
Alvarez). A partir de cuatro criterios: "l] la fecha de escritura, 2] la disposición del espacio
geográfico en el que se desarrollan los acontecimientos, 3] la estructura del contenido
narrativo, 4] los comportamientos antagónicos en un mismo personaje y la descripción de
262 BELEM CLARK DE LARA
tipos de relaciones sexuales e intersexuales fuera de las normas sociales de la época•, esta
autora propone su nómina de novelas modernistas "emblemáticas•: Por donde se sube al
cielo (1882), Amistad funesta (1885) de José Martí, De sobremesa: 1887-1896 (1896) de José
Asunción Silva, e Ídolos rotos (1901) y Sangre patricia (1902) de Manuel Díaz Rodríguez. No
estoy de acuerdo con el segundo punto de la argumentación de Álvarez, quien considera
que existe un traslado intercontinental en la •estructura del espacio geográfico en la histo-
ria y del contenido narrativo• de la novela najeriana, y especifica que los protagonistas de
la novela "se trasladan de París a Aguas Claras, cuya descripción sugiere un espacio ame-
ricano sin especificarlo, y de América, Magda regresa a París"; luego concluye que la playa
de Aguas Claras está ubicada en Puerto Rico (7, 5, n. 6). Pero Gutiérrez Nájera explica que
Aguas Claras es un lugar conocido únicamente por novelistas y soñadores (cf Gutiérrez
Nájera 1994: 23). Yo creo que si el Duque Job hubiera querido dar al espacio veraniego una
ubicación geográfica real, lo hubiera hecho en la costa del norte de Normandía, lugar más
cercano para que una familia de Rouen pasara sus vacaciones, y no en una zona cuya tra-
vesía, en aquella época, le llevaría la mitad del tiempo destinado a descansar.
4 Un ejemplo al respecto: la primera noche que pasa en París, después de sus vacacio-
nes en Aguas Claras, Magda padece alucinaciones debidas a la alta fiebre causada por la
separación de Raúl. Cuando ha terminado el relato del terrible •sueño de Magda'', el narra-
dor, por medio de la doncella que revolvía con su pequeña cucharilla de cristal la poción
recetada por el médico, nos sitúa otra vez en la realidad. En este caso hay un doble juego
de tiempos en el relato: el primero va de la realidad a la pesadilla de Magda, y viceversa.
El segundo va al pasado: en la semilucidez posterior a la fiebre. Magda dice: •entonces vi
de nuevo los sucesos de la víspera": la despedida de Raúl, la conversación con Provot, el
regreso a casa. En este estado de semilucidez pasa Magda la noche.
5 "Por donde se sube al cielo puede incluirse dentro del tipo de obras de corte moderno
en las cuales se establece una franca relación entre el autor y el lector, no solamente por
la respuesta que cada lector obtenga al aportar su historia, su lenguaje, su libertad, sus
experiencias -como sería el caso de cualquier obra-, sino porque el texto najeriano
exige también la participación del lector para darle un final. Gutiérrez Nájera rompe con
la estructura social tradicional, y, al abrir una nueva •posibilidad• de conducta, pone en
tela de juicio la validez de los cánones de su sociedad, y demuestra que éstos son modifi-
cables por la circunstancia histórica y social, y, por tanto, plantea una toma de conciencia
de la comunidad: para que acepte su parte de responsabilidad y permita la redención de
una cortesana. / / Para José Luis Martínez, la novela quedó inconclusa y opina que no es
MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA, NARRADOR ECLÉCTICO 263
Paola Marié no es vieja todavía. Tiene treinta y dos años[ ... ] comenzó su carrera
artística cuando contaba apenas diecisiete primaveras. La primera obra que
cantó en los Bufos el año de 67 fue Magdalena. No sé si se trataba de la Magdale-
na pecadora o de la Magdalena arrepentida. Lo que puedo decir es que dos años
antes, Paola había salido del colegio. Y adivinad de cuál: ¡del Sacré Coeur! (Gutié-
rrez Nájera 1984: 388).
Paola tiene tantos brillantes en su cofre como perlas en su garganta [... ]
estamos ante una parisiense de raza pura, con movimientos de gata y con mira-
das de pilluelo[ ... ] es la gracia animada y hecha carne (215).
Aquel amor adolescente que sintió por las actrices, poco a poco se trans-
formó en preocupación y dolor. Gutiérrez Nájera reflexionó sobre el asunto
desde variadas posiciones: mientras la realidad determinista de sus crónicas
y ensayos sentenciaba a las actrices a sufrir un triste final, el novelista, quien
siempre tuvo una ferviente esperanza en el porvenir, pudo ofrecerle a Magda
la posibilidad de redención (al respecto véase mi "Introducción" a Gutiérrez
Nájera 1994: cxxix-cxxxl). En "Cómo mueren" dio testimonio del casi gene-
ralizado derrumbamiento trágico de las comediantas: "Las grandes diosas
parisienses mueren llenas de polvo [... ] Otras agonizan en el hospital, des-
pués de haber retorcido con su mano nerviosa la crin dorada de la fortuna
[... ]¡Tuste suerte la de estas mujeres! ¡Tudo las abandona, hasta los muebles!"
(Gutiérrez Nájera 1985b: 104-105).
El rescate de esta obra no sólo transformó la tradición de la narrativa
mexicana del siglo XIX, sino que, además, modificó la historiografia de la lite-
ratura hispanoamericana, pues ahora hay que considerar Por donde se sube al
cielo como la primera novela del modernismo, ya que antecede tres años a
Amistad funesta (1885), de José Martí.
una de las obras felices de Gutiérrez Nájera. La fatalidad impone un fin trágico a estos
amores con cortesanas arrepentidas. Pero antes, han disfrutado su pasión. La Magda del
escritor mexicano apenas entrevé su idilio con Raúl y se deja consumir por la desespera-
ción" (Gutiérrez Nájera 1994: 20). A diferencia de José Luis Martínez, pienso que no es
un final inconcluso -ya lo he dicho antes-, y tampoco creo que Magda •se deja consu-
mir por la desesperación"; por el contrario, ella va a luchar precisamente por borrar su
pasado, y el final queda en manos del lector (vid. Clark de Lara apud Gutiérrez Nájera
1994: lxxxix-xc).
264 BELEM CLARK DE LARA
6 En su ensayo 'Más allá de la gracia ... ", !van A. Schulman, desde una perspectiva
periódico. Pero aquí había que conciliar sus intereses con los del editor,
quien, finalmente, estaba comprometido con el público: de ahí la preferencia
por los textos breves, entre ellos el relato, la crónica y el ensayo que, en
muchas ocasiones, Gutiérrez Nájera combinaba en distintas piezas para poder
conjugar los intereses de los tres sectores: para cumplir la misión de comuni-
car sus ideas de progreso, de armonía social y de transformación artística,
nuestro poeta redescubrió, reformuló y fragmentó los géneros en boga.
La crónica y el ensayo fueron los espacios ideales donde, sin rígidas fron-
teras, como otrora en el púlpito, el autor habló en parábolas, contó ejemplos,
divagó, soñó, criticó y conversó, elevando la voz para conservar el equilibrio
entre el idealismo tradicional y el materialismo que el momento le imponía.
La crónica y el ensayo de finales del siglo decimonónico se erigieron enton-
ces como los lugares de unión entre lo espiritual y lo material, lo subjetivo y
lo objetivo, la ficción y la realidad, y consintieron en que el escritor comuni-
cara su angustiosa ambigüedad de poeta-periodista. Cuando sus textos resul-
taba~ largos, los fragmentaba y publicaba en varias entregas. No hay que
olvidar que de la misma manera editó su novela.
Algunos estudiosos de la obra najeriana no han reparado en este eclecti-
cismo genérico, por lo que incorporan varios de los relatos en antologias de
diversa índole: buena muestra de estos atropellos es "La novela del tranvía",
texto poseedor de singularidades técnicas que revelan modificaciones estruc-
turales de suma importancia en cuanto aportación najeriana a la narrativa de
su momento.
Sostengo que para descubrir la intención de Gutiérrez Nájera como artis-
ta responsable, es necesario conocer a profundidad su obra, la cual no puede
fragmentarse con criterios superficiales. Al atender tanto a las ideas expues-
tas por el escritor como a la manera de instrumentar su discurso, se percibe
que sus propósitos no fueron únicamente los de hacer "literatura•. Nuestro
escritor no fue un diletante, sino un artista consciente de su momento y de
las consecuencias de su trabajo artístico. Esta actitud explica la constante
revisión de sus textos, con las consiguientes modificaciones estilísticas e
ideológicas. De este continuo proceso de revisión y reconsideración textual
dan cuenta las ediciones críticas de su obra que, hasta ahora, ha publicado la
Universidad Nacional Autónoma de México: por medio del registro de varian-
tes es posible conocer cómo iba puliendo su estilo, sus cambios ideológicos y
las transformaciones de sus preferencias literarias, musicales, etcétera.
Crítico literario y ciudadano crítico, el Duque Job, en aras de su objetivo
de "alzar la nación", retomó y combinó temas románticos con realistas y
naturalistas, de los que "abstrae magistralmente elementos precisos e indis-
pensables que, concatenados, le permiten expresar el universo elegido de
antemano", hacia la finalidad primordial de sus relatos: la crítica social (Bus-
tos Trejo apud Gutiérrez Nájera 2001: lii).
MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA, NARRADOR ECLÉCTICO 267
Al igual que en sus relatos, Gutiérrez Nájera, con una actitud ilustrada por
vocación y por oficio, pretendió influir en la vida colectiva por medio del
escrito que se hace público (cf Acosta Montoro en Gutiérrez Nájera 2002:
51-52, 66). En este sentido, podemos encontrar en él el significado moderno
de la palabra "intelectual" (acuñada a partir de la famosa epístola "Yo acuso"
dirigida por Émile Zola a monsieur Félix Faure, presidente de la República
Francesa, y publicada por I..:Aurore el 13 de enero de 1898), pues se trata de
un verdadero crítico social que, con profunda conciencia ética, denuncia las
desigualdades que observa en su contexto. 8
Como señala Rotker en sus reflexiones sobre la crónica modernista, es
allí donde se localiza el punto de encuentro entre el discurso literario y el
periodístico, la exposición de "las contradicciones no resueltas en un momen-
to de quiebras epistemológicas, contagios culturales, profesionalización del
tas, pensadores, científicos sociales y a todos aquellos personajes que han hecho de la
palabra hablada y escrita su actividad primordial. Independientemente de su adscripción
ideológica, puede decirse que hay algo en común en todos los intelectuales: sus más pro-
fundas motivaciones están dadas por los valores ético-culturales. Idealmente, representan
la voz de la conciencia nacional, son opinantes en constante exigencia de responsabilidad,
baluartes de rectitud, defensores de los principios de carácter ético-político del humanis-
mo, y críticos de los abusos del poder, al mismo tiempo que constructores de una nueva e
integral concepción del mundo. Para Gramsci, el intelectual es el que participa de una
determinada concepción del mundo y, a través de sus singladuras ideológicas, contribuye
a sostener o a suscitar nuevos modos -alternativas- de pensar (Gramsci apud Rodríguez
Prieto y Seco Martínez 2007). Jorge Rojas Otálora, al estudiar a dos de los novelistas del
modernismo colombiano, ofrece, tomada de Aníbal González, la definición del intelectual
modernista: "«Ser• un •intelectual» es más bien una estrategia, mediante la cual ciertos
profesionales, artistas o literatos, se colocan dentro de una situación y dentro de un dis-
curso que les permite pronunciarse con cierto grado de autoridad sobre asuntos que con-
ciernen a su sociedad o a un sector importante de ella. •Ser• un •intelectual• es asumir un
papel, un modo particular de existir y comportarse en determinadas circunstancias, para
cumplir con unos fines específicos; de ahí que la relación del intelectual con respecto a la
sociedad sea precisamente uno de los tópicos favoritos del discurso del intelectual y de
quienes escriben sobre él" (González apud Rojas 2008: 216).
268 BELEM CLARK DE LARA
médicos, estos letrados, estos sabios, dominados por una raza más activa, más
trabajadora, menos sabia, no tendrán más recurso que morirse de hambre.
Es un axioma de biología que los seres más fuertes tienen de vivir a costa de
los débiles. Precisa, pues, vigorizar con la educación nuestra indolente raza para
adecuarla a ese combate, a ese struggle for life de que nos habla Darwin. ¿Cómo?
Poniendo más trabas a las carreras literarias y extendiendo por cuantos medios
sean posibles, los estudios prácticos, la ingeniería, las escuelas regionales;
borrando sobre todo ese ananké ridículo que pesa sobre la industria y el comer-
cio, con mengua de nuestra prosperidad y nuestro desarrollo (99-100).
un baile, había sido bautizada con champagne, había tenido la educación y el pan de una
casa que estaba permanentemente vigilada por la policía, y, además, durante su infancia
había presenciado •ejemplos malos y todas las pasiones bajas y perversas•, por ello, al
crecer, no podía menos que ser una mujer de la mala vida. La herencia, el medio ambien-
te y la circunstancia, habían obrado en consecuencia. Por esta razón, el Duque Job, pidien-
do "compasión para esas cabecitas rubias que solemos mirar en las ventanas de ciertas
casas y en las portezuelas de ciertos coches", propuso que se impidiera que una hetaira
usara del privilegio santo que •Dios y la sociedad han concedido a la mujer para que infun-
da su alma y transmita su pensamiento al hijo que ha engendrado", y planteó al goberna-
dor del Distrito Federal, don Ramón Fernández, la posibilidad de que a las prostitutas, que
según la opinión najeriana no deberían tener el derecho a la maternidad -"divino sacer-
docio que consiste en formar un ciudadano varonil para la Patria o una mujer honrada
para la familia"-, se les separara de sus hijos, pasando éstos al cuidado del Estado, y que
la Patria si bien sería una •madre triste que no tiene boca para besar, que no acaricia, que
no abraza, que no llora", tampoco "envilece, ni prostituye, ni avergüenza•. De esta forma
una "madre serena e impecable" supliría a la otra madre desgraciada y pecadora (Gutié-
rrez Nájera 2007: 93-103).
272 BELEM CLARK DE LARA
BIBLIOGRAFÍA
10 Un ejemplo. En 1889 ("Los hombres que matan", El Partido Liberal, 26 de mayo, pp.
1-2), Gutiérrez Nájera asumió, unilateralmente, que en casos de adulterio el marido era la
víctima: "La justicia eterna la ha condenado de antemano; le ha dicho a él: No merecías
ofensa tan inicua; tú eres bueno, ella es mala; tú eres fiel, ella desleal; no es la esposa, es
la hembra; extermínala para que no pueda procrear, para que no dé adúlteras al mundo;
yo, tnbunal, la declaro culpable, tú aplica la pena" (Gutiérrez Nájera 2007: 239). En cam-
bio, en su época de madurez, se colocó en el justo medio y ya no condenó a la mujer que
traicionó al esposo sin oírla, ni aceptó incondicionalmente la situación de víctima del cón-
yuge, sino que meditó sobre las causas que la esposa tuvo para entregarse en brazos de un
amante, e interpoló la conducta de ambos. Así, con una postura que hoy nos parecería de
avanzada, ya no se preguntó, como años antes, si el marido tenía derecho o no a hacerse
justicia matando al amante o a su mujer, sino que sugirió mejor ahorrarse "los gastos de la
sacristía, la epístola de san Pablo y los consejos del señor Ocampo• y "ser lógicos[ ... ] supri-
miendo el matrimonio"; al reconocer los motivos que pudieron orillar a que la esposa,
cansada de tantas vejaciones y miserias, se consiguiera un amante que supiera darle cari-
ño y dinero, otorgó al amante los mismos derechos que el marido, aunque señaló, por
supuesto, que tenían desiguales deberes. 'Ifatar el adulterio con un juego silogístico suma-
mente irónico, parecería mostrar una •sorprendente modernidad" en el escritor; pero si
bien aquí el Duque Job fue más objetivo en sus juicios, no llegó realmente a renegar de las
instituciones. Convencido de que aprobar el divorcio sería fundar una institución en com-
pleto desacuerdo con los principios de la sociedad, cuando no en choque violento con
ésta, como hombre de mundo, •como espectador atento de la comedia humana", advirtió
que si "matar era lo más cómodo", ¿cómo se dictarían reglas absolutas ante problemáticas
particulares?; así, una vez más, desplegó una posición casuística en cuestiones morales.
MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA, NARRADOR ECLÉCTICO 273
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274 BELEM CLARK DE LARA
Klaus Meyer-Minnemann
Universidad de Hamburgo
de Perlas negras que demuestra la gran habilidad verbal del arte nerviano: XXV: "Oye, neu-
rótica enlutada, I oye: la orquesta desmayada I preludia un vals en el salón; I de luz la
estancia está inundada, I de luz también el corazón. 11 ¡Ronda fantástica iniciemos! I El
vals es vértigo: ¡valsemos! I ¡Que viva el vértigo, mujer! I Es un malstrom: encontraremos
I en su vorágine el placer. / / Valsar, girar, ¡qué bello es eso! I Valsar, girar, perder el seso, I
hacia el abismo resbalar, I en la pendiente darse un beso, I morir después... Valsar, girar / /
Paolo, tu culpa romancesca I viene a mi espíritu; Francesca, I unida siempre a Paolo vas ...
I ¡lmpúlsanos, funambulesca I ronda!, ¡más vivo!, ¡mucho más .. .!// Valsar, girar, ¡qué bello
es eso! I Valsar, girar, perder el seso, I hacia el abismo resbalar, I en la pendiente darse un
beso, I morir después ... Valsar, girar.. ." (Nervo 1962: 11, 1302). De aquí en adelante, las citas
de Nervo en el presente trabajo proceden, salvo otra indicación, de esta edición.
[ 277]
278 KLAUS MEYER-MINNEMANN
3 Véase Nervo 2002: 249, nota. El texto del poema se encuentra en la página 251, aun-
El Limosnero divino,
lleno de melancolía
parecía, y parecía
muy cansado del camino.
Encontrándole después:
-¿Qué hallaste?, dije. Y Él: -¡Les
perdono! Llegado apenas,
hallé muchas Magdalenas
y ungieron todas mis pies.
mero pretexto para una reflexión que termina con el supuesto, respecto del
difunto, de que ante el acontecimiento "¡Su alma debía sonreír con una son-
risa absolutamente espiritual, en el seno de la Cuarta Dimensión!" (idem).
Resulta, pues, que las adscripciones genéricas de los textos de Nervo no
garantizan su distribución inequívoca entre relato, crónica, ensayo o hasta
poema. Al contrario, a veces contradicen su carácter esencial. Un criterio
más seguro para zanjar el problema de los géneros en Nervo lo proporciona
la distinción entre textos de ficción y textos factuales y/ o expositivos. Aun-
que ella tampoco evita casos de duda, 5 permite agrupar con certeza un núme-
ro considerable de textos de Nervo bajo la caracterización de "narrativos•. De
aquí en adelante, este análisis se limitará a algunos de estos textos, es decir,
a los que en las Obras completas al cuidado de Alfonso Reyes han recibido,
por su carácter ficcional y narrativo, la denominación de "novelas• o •cuen-
tos" y que en las Obras completas de 1951-1952 figuran en el apartado "Cuen-
to-Novela" (Nervo 1962: 1, 85-426). Las versiones de estas últimas, cotejadas
con las que ofrecen las Obras completas de Amado Nervo (1920-1922), consti-
tuyen la base de este ensayo. 6
Fue Alfonso Méndez Plancarte quien, en un volumen suplementario de
las Obras completas (1920-1922), rescató una parte de la obra juvenil de
Nervo. 7 Pero faltaban todavía los cuentos que el autor publicó entre 1893 y
1894 en El Correo de la 10.rde de Mazatlán. Estos cuentos, junto con algunas
correcciones y rectificaciones necesarias de otros textos narrativos ya publi-
cados, fueron finalmente sacados a luz en la meritoria edición de Yólotl Cruz
Mendoza, Gustavo Jiménez Aguirre y Claudia Cabeza de Vaca, titulada 'Ites
estancias narrativas (1890-1899). 8 Esta obra permite apreciar la evolución de
Nervo desde sus primeros ejercicios narrativos hacia 1890 hasta el uso pleno
del oficio de narrador a finales del último decenio del ochocientos.
5 ¿Cómo clasificar los textos nervianos que integran "Ellos• (Ollendorff, París, 1909)?
Se trata de una colección de textos en prosa, las más de las veces narrativos y de ficción,
recogidos en Obras completas de Amado Nervo (1920-1922), vol. IX, y en Nervo 1962: 11,
593-639, donde los textos figuran con el título global de "Ensayos•, género expositivo por
excelencia.
6 Como la narratividad de los textos nervianos en general, la adscripción genérica de
los relatos del autor entre •cuento" y •novela" plantea a veces un problema (por lo demás,
de poca monta para el presente estudio), véase Grass 1979: 320 y Cruz 2004: 54, n. 3.
7 El volumen, que no he tenido a la vista, se titula Mañana del poeta y fue publica-
do en 1938 en México, con el sello de la editorial Botas. Sus textos comprendían once
•cuentos y prosas líricas•, amén de una autobiografia juvenil y veinticuatro poemas.
Con algunas añadiduras fueron recogidos en diferentes secciones de las Obras comple-
tas 1920-1922.
8 Gustavo Jiménez, quien rescató los cuentos de Nervo del Correo de la Turde de
Amado Nervo (1870-1919)" (Nervo 2006a: 303-319) fácilmente asequible que nos exime de
la obligación de detenernos demasiado en los pormenores, por lo demás poco llamativos,
de la vida del autor, los cuales se examinan detalladamente en Durán 1968.
10 En abril de 1900, Nervo deja la Ciudad de México para trasladarse a París, adonde
lo envia el diario El Imparcial con la misión de informar a sus lectores sobre la gran Expo-
sición Universal Internacional, realizada en la capital francesa de abril a noviembre de
1900. La Exposición fue una de las más concurridas de la historia. Nervo regresa a México
en 1902.
282 KLAUS MEYER-MINNEMANN
pués de la publicación original de la obra, con juicios de José María Vigil, Luis G. Urbina y
otros (González Guerrero 1962: 22).
13 Acerca de las marcas específicas de esta novela y de las características de sus prota-
¿Por qué surgía frente a él? Debía, es claro, cerrar los ojos ante la aparición,
maligna, sin duda, pero ¿cómo, si eran los del alma los que la veían?
Y su terror, desvaneciéndose lentamente, daba lugar a una sensación tibia
y suave que llevaba el calor a los miembros rígidos y aceleraba los latidos del
corazón.
La hermosa figura extendió las manos, las apoyó en la cabeza del bachiller
y, murmurando algo, acercó lentamente, muy lentamente, sus labios ... (192).
obra muestra una orientación hacia el final del argumento que termina con
un hecho truculento.
Nervo dice haber escrito Pascual Aguilera •a la edad en que, según Gau-
tier, se estila «el juicio corto y los cabellos largos»" (Nervo 1962: I, 157). En las
Obras completas de Amado Nervo al cuidado de Alfonso Reyes, el título señala
como fecha entre paréntesis el año de 1892 (Nervo 1920-1922: VI, 15), dato
que también reproduce la edición de 1962. No está claro si el año se refiere a
la historia narrada o al momento de su composición. Al final del texto se lee
la indicación "México, noviembre de 1896", lo cual parece referirse al térmi-
no de la redacción de la obra. No obstante, la novela se publicó por vez pri-
mera en el libro Otras vidas, que apareció sin indicación de año en la editorial
barcelonesa Ballescá; según Estrada (1925: 10), además de Pascual Aguilera,
en este volumen se incluyó El bachiller y El donador de almas; se supone
(aunque no se tiene certeza absoluta) que de esta obra salió la versión de
1905 (Nervo 2006a: 312). No parece imposible que Nervo haya revisado el
texto antes de publicarlo.
La narración de la historia de Pascual Aguilera está repartida en dos
libros. El primero abre con una descripción de la naturaleza exuberante de
una mañana de abril tropical en el campo mexicano. Pone en escena al per-
sonaje principal de la historia, el "charro• Pascual Aguilera, heredero de la
hacienda de su madrastra doña Francisca (Pancha) Alonso, viuda de Aguile-
ra, y a la ranchera Refugio, novia de Santiago, un mozo de veintidós años que
trabaja como vaquero en la hacienda de la patrona (Nervo 1962: I, 161 y ss.).
Pascual corteja a Refugio con una voluptuosidad apenas reprimida, pero ella
rechaza al joven con decisión.
Después de esta obertura, el narrador detalla en un largo relato retros-
pectivo, siguiendo otra vez el modelo de la novela naturalista, el origen bio-
lógico y las circunstancias sociales e históricas de los protagonistas de la
novela. Doña Francisca es el resultado típico de la educación femenina en la
clase acomodada del mundo rural mexicano "allá por la quinta década del
siglo" (161), esto es, a mediados del ochocientos. Ella aprende "el Catecismo,
la urbanidad, tantico así de gramática y aritmética, no más de escritura: lo
necesario apenas para escribir su nombre• (161-162). Lleva en la heredad de
sus padres una vida apacible y virtuosa: "Jamás el simún de las pasiones
conmovió su organismo, perfectamente equilibrado. No conocía los grandes
amores ni en las novelas, porque no leyó, debido a la cautela maternal, ni
Atala ni las ficciones de Walter Scott, ni Pablo y Virginia, que de tan amplia
hospitalidad gozaron en los hogares mexicanos" (163). 17
17 Se trata de obras clave del romanticismo europeo, de profunda raigambre también
ces que todas las que turbaron las plegarias del santo Abad en el apartamien-
to del yermo• (167).
Cuando el joven tiene dieciocho años, su progenitor muere, y doña Fran-
cisca, "sin más lazo en el mundo que el de su hijastro• (168), abandona la
ciudad y se va a la hacienda a vivir con Pascual. Mientras que ella dedica su
vida a la misericordia cristiana, no sin experimentar una cierta "voluptuosi-
dad de las buenas obras practicadas" (181 ), el joven continúa con sus desma-
nes. Pero cuando fija la mirada en Refugio con una "pasión toda sensualismo•
(169), se tropieza con la voluntad firme de la prometida de Santiago, "el patán
más cumplido que vieron ojos de hembra" (170). Impotente, Pascual debe
aceptar los planes de boda de la pareja.
En el segundo libro de la novela, se narran los sucesos que van a culmi-
nar en el hecho truculento y sus consecuencias. Por consejo de don Jacinto,
el vicario de la hacienda, quien "abrigaba sus temorcillos de que la muchacha
[... ] «brincara las trancas»" (171) antes del beneplácito de la Iglesia, Refugio
viene a vivir en el casco de la hacienda. Una noche, Pascual la espía en sus
preparativos para acostarse a dormir. En el momento supremo, cuando la
moza aparece "completamente desnuda, surgiendo de las ropas albas que la
rodeaban como una hostia morena de un copón de plata• (173), el joven quie-
re romper la puerta. Pero la voz de doña Francisca, que se oye •a lo lejos,
llamando a una criada" (ídem), lo detiene. La noche siguiente, Pascual se
esconde en el cuarto de Refugio con la intención de forzarla. Pero cuando se
abalanza sobre la doncella desnuda, ella, "Sobrado brava y fiera[ ... ] para[ ... ]
mostrarse intimidada" (174), coge la ropa y lo rechaza. Pascual huye "a su
recámara a beberse, despechado, entre la sombra, la salsedumbre de sus
lágrimas" (idem). Refugio, por su parte, reacciona de un modo inesperado. Ya
sola, el recuerdo de la brutal audacia del "charro" se le convierte en un exci-
tante poderoso:
18 Es obvio que Refugio no pudo tener en aquella noche, aunque sea ficticiamente, "la
primera revelación del amor", sino sólo una incipiente experiencia de su propia sexuali-
dad. Lo que no parece evidente, sin embargo, es por qué Nervo hace hablar al narrador de
la novela de •amor• en el caso presente. ¿Acaso por mojigatería ante la crudeza impúdica
del vocablo •sexualidad"?
LA NARRATIVA DE AMADO NERVO 289
Es dificil medir el efecto que pudo tener entre las lectoras y los lectores
mexicanos, en el momento de publicación de la novela, la escena de Pascual
espiando a Refugio mientras ella se desnuda preparándose para dormir, así
como el intento de violarla la noche siguiente. Al contrario de lo que podría
pensarse, la literatura finisecular no excluía la representación del cuerpo
femenino, a condición de sublimarlo en su calidad de divino o de estigmati-
zarlo, a veces con un deleite morboso, como corrupto. La perspectiva desde
la que se describe el cuerpo de Refugio en Pascual Aguilera es, desde luego,
masculina. Es masculina porque en el mundo de ficción Refugio es espiada
por Pascual, degenerado sexual impulsado por sus deseos insanos. Y es mas-
culina, fuera de la ficción, por ser una invención del auctor Nervo sobre el
trasfondo de una línea de erotismo finisecular ya hecha tradición. 19 En cuan-
to al proceso de descripción del cuerpo de Refugio propiamente dicho, Nervo
hace pasar al narrador con gran habilidad de una evocación poetizante de la
joven desvistiéndose en su cuarto, a la percepción codiciosa de Pascual.
Con todo, Refugio no encarna cabalmente uno de los dos tipos femeni-
nos que pueblan la literatura del fin de siecle. No es una mujer fatal (aunque
lo será de una manera inocente respecto de Pascual), y tampoco es una
mujer frágil y angélica al modo de Helena de Scilly Dancourt en De sobreme-
sa del colombiano José Asunción Silva. 20 Más bien recuerda el ideal román-
tico de la moza de pueblo, cándida y pura. Asimismo, su reacción frente a la
tentativa del charro de forzarla se compagina con este ideal. Sólo la observa-
ción posterior del narrador de que ella deseaba a Pascual incluso después de
haber rechazado su intento de violación -una idea tan falsa como firmemen-
te inveterada en el imaginario masculino sobre la mujer-, no se ajusta a la
imagen romántica de la moza de pueblo.
Sin embargo, el hecho truculento que marca la novela de Nervo no es el
acto de Pascual de espiar a Refugio mientras se desnuda, ni su intento de
forzarla, sino la violación de doña Francisca. Cuando, al terminar la fiesta de
la boda, los desposados, Santiago y Refugio, ya se han retirado a su choza,
Pascual se lanza, faute de mieux, sobre su madrastra: "¡Refugio, Refugio! ...
-aulló, y llegando de un salto hasta la matrona, alzóla en vilo con fuerzas
centuplicadas por la locura y desapareció con su carga en la obscuridad de la
19 Sobre el erotismo de fin de siglo sigue siendo de imprescindible consulta e' trabajo
pionero de Litvak (1979). Véase además Rogers (1998) para la literatura francesa, -sí corno
Chaves (1997), que incluyó algunos ejemplos mexicanos en sus observaciones sobre cultu-
ra y sexualidad en la literatura de fin de siglo XIX.
20 De sobremesa, obra que es la máxima representante de la novela del fin de siécle
be": "Baile popular, ejecutado por una o varias parejas sueltas, al compás de 3/ 4 y de 6/8,
en el que _es fundamental el zapateado y los giros; música y coplas con letras graciosas y
picarescas que lo acompañan• (528).
22 Conviene recordar, sin embargo, que la poética naturalista no está reñida con el
uso de descripciones de carácter altamente poético, como se observa, por ejemplo, en las
representaciones de la naturaleza exuberante del invernadero en la novela La curée de
Émile Zola, una naturaleza que se vincula con la pasión incestuosa entre Renée y su hijas-
tro Maxime. Es curioso, dicho sea de paso, que las traducciones al español de la novela no
LA NARRATIVA DE AMADO NERVO 291
poesía simbolista europea, que también domina la famosa "Sinfonía en gris mayor• de
Darlo. Un poco más adelante, el texto de Nervo habla de los "hermosos ojos grises" (202)
del personaje.
24 La disposición servicial de Alda recuerda el motivo legendario del pacto con el
diablo, cuya concreción más famosa se encuentra en el Fausto de Goethe. Sin embargo,
Alda no tiene voluntad propia -de hecho es Andrés quien dispone de ella- y tampoco
muestra características diabólicas. Rafael no debe empeñar su alma para pagar los servi-
cios de Alda, lo cual es tradicionalmente de rigor en el caso de un pacto con el príncipe de
las tinieblas.
25 Hay en la novela una alusión explícita del narrador a la idea darwinista de la lucha
292 KLAUS MEYER-MINNEMANN
separación de los cuerpos si son dos almas in carne una? La solución es ardua
y consiste en la pronunciación correcta de la palabra hebrea sagrada IEVE, la
que Andrés, implorado por los infelices Rafael y Alda, aprende de los labios
del sacerdote Josefo en Tierra Santa. Alda, que en una coda cómica primero
encarna en doña Corpus, el ama de casa de Rafael, antes de tomar el vuelo
hacia el infinito, se despide de su ex cónyuge con un sublime adiós lleno de
promesas de retorno, pero también no exenta de una nota dulzona que pre-
ludia los textos del último Nervo:
No más me llamaré para ti Alda, mas habrás de llamarme lumen, pues que tu luz
seré y como luz estaré en todas las cosas. Y cuando te avecines al trance postre-
ro, yo vendré a ti para confortarte, yo te daré la mano para que salves ese tre-
mendo abismo que separa la vida de la eternidad, y como dos notas que forman un
acorde, como dos hebras de luz que forman un rayo, como dos colores que for-
man un tono, nos uniremos entonces para siempre en el infinito y juntos segui-
remos la escala de perfección a que estamos destinados ... (225).
de los sexos, tan familiar ya para el pensamiento de finales del siglo xrx y principios del
XX: "¡Oh, sí, los sexos se odian! El beso no es más que una variación de la mordida. El
amor, en sus impulsos, tiene ferocidades inauditas. Los abrazos fervorosos de un amante
sofocan ... como los de un oso. ¿No habéis visto alguna vez a una madre joven besar a su
hijo hasta hacerle llorar, besarle con furia, casi con ira, causarle daño? Pues lo propio haría
con su amado, si tuviese vigor para ello" (217).
26 Sólo se refiere un breve momento de incredulidad de Rafael ante la propuesta de
Andrés de regalarle un alma (201 y s.). Y esto es todo. El mismo narrador califica de "mara-
villa" (203) la donación del alma de la monja Teresa a Rafael durante los estados de
raptos místicos comunes en aquélla. No queda claro, sin embargo, si estos raptos (o sue-
ños, de los que habla Alda) son la consecuencia de los llamados de Rafael o su condición
previa.
LA NARRATIVA DE AMADO NERVO 293
sación con sus cejas: dos cejas grises bajo el calvario de una frente de marfil viejo" (202).
El personaje de Cyrano de Bergerac, poeta francés del siglo xvn, fue de una cierta actuali-
dad al filo de 1900 por la comedia de mismo nombre de Edmond Rostand, estrenada en
París en 1897. Nervo pudo verla probablemente durante su estancia en la capital francesa
entre 1900 y 1901.
30 Notemos de pasada dos deslices del autor de El donador de almas. El famoso primer
verso del poema "Brise marine• de Mallarmé reza correctamente: "La chair est triste, hélas!
Etj'ai lu tous les livres", y no: "Helas! La chair est triste etj'ai lu tous les livres!" (204). Y el
personaje que ha perdido su sombra, no sale en un cuento de Hoffinann (208), sino que
294 KLAUS MEYER-MINNEMANN
es el protagonista del relato Peter Schlehmil's wundersame Geschichte (La maravillosa historia
de Peter Schlehmil) (1814), del romántico alemán Adelbert von Chamisso. La versión espa-
ñola de este famoso relato parece ser posterior a la publicación de la novela corta de Nervo,
pero existían varias versiones al francés, publicadas a lo largo del siglo XIX.
31 Recuérdese que Fierabrás es un gigante temible que figura en algunas canciones
de gesta francesas como enemigo de Roldán y Oliveros. En el saqueo de Roma, este Fiera-
brás se roba el bálsamo, con el que habían ungido a Cristo antes de enterrarlo. Este bálsa-
mo tiene la virtud de sanar las más terribles heridas con sólo beber un sorbo. En el Quijote
1, 17, el Caballero de la 1tiste Figura prepara un brebaje a base de aceite, vino, sal y rome-
ro para sanar sus heridas, producto de la aventura con Maritornes. Piensa, gracias a los
efectos benéficos del brebaje, haber acertado con el bálsamo de Fierabrás; mas en Sancho,
el mismo "licor" da resultados lamentablemente opuestos.
LA NARRATIVA DE AMADO NERVO 295
esto, se paseaba con cierta actitud suficientista, con cierto augusto continen-
te de un supergato que ha leído a Nietzsche, por las piezas, mirando de sos-
layo los rincones" (263). Finalmente, mandan poner una sola ratonera, la
más grande de la casa, en la pieza contigua a la recámara, dejando el resto
del trabajo a los buenos oficios de Fierabrás. Primero no pasa nada, pero a
eso de la una se oye una serie de rumores. El gato maúlla furioso y parece
"arrastrar con estruendo, por la pieza inmediata, una cosa pesada• (264). En
la mañana, Clara descubre que, en vez de los ratones, es Fierabrás quien ha
caído en la trampa. El cuento, como se ve, muestra una clara orientación
hacia el final del argumentó, la deliciosa inversión de las funciones entre
cazador y cazado.
En 1907, Nervo publica en la serie El Cuento Semanal de Madrid el cuen-
to "Un sueño", que posteriormente se llamará "Mencía". 32 Éste narra la histo-
ria de un rey contemporáneo que mientras está soñando, despierta en Tule-
do alrededor de 1580, encarnado en la figura de un orfebre de nombre Lope
de Figueroa, quien está casado con Mencía, •una mujer de veinte años a lo
sumo, de una admirable belleza" (326). Ambos personajes trabajan en una
custodia y un bordado, respectivamente, destinados a la iglesia de un con-
vento toledano. Llega Gaetano, un amigo italiano, ayudante del pintor Dome-
nikos Theotokopulos, llamado El Greco. Gaetano lleva al orfebre a la casa del
pintor, donde Lope puede admirar un retrato que representa a un caballero
"de pie y de frente, con la mano izquierda, larga y espatulada, apoyada sobre
el pecho" (336). 33 Después, Lope acompaña al pintor a una audiencia que le
concedió el rey Felipe, circunstancia que él aprovecha para hablar con el
monarca sobre el arte de la orfebrería. De vuelta a su casa, Lope invita a
Mencía a dar un paseo por Tuledo. Al atardecer, contemplan juntos la silueta
de la muy noble ciudad en una actitud barresiana de rememoración de los
muertos. 34 Ya en la noche, después de haber probado con desgano algunos
32 Cruz (2004: 54, n. 2) afirma que en la segunda edición de Madrid (1917) Nervo
"El caballero de la mano al pecho" de El Greco, que se encuentra en el Museo del Prado de
Madrid, donde Nervo ciertamente lo vio.
34 La escena hace recordar las páginas que Maurice Barres dedicó a Tuledo e incluyó
bocados de la cena, Lope se duerme para despertar luego como el rey viejo
que es "de un país poderoso del norte de Europa• (327).
El cambio en el título del cuento fue feliz porque ayudaba a borrar para
el mundo de ficción la frontera entre "realidad" y •sueño". Con menos acierto,
sin embargo, desplazaba el foco del argumento de la (aparente) transgresión
del límite entre ambos espacios hacia el personaje femenino del cuento. Este
personaje, además, transparentaba una cierta incoherencia conceptual, ya
que al final de la historia se muestra consciente de su carácter onírico, lo
cual, en rigor, distorsiona el equilibrio entre •realidad" y •sueño". En el último
capítulo, titulado "Su majestad despierta", se aclara que el rey tan sólo fue
víctima de una ilusión al soñar la existencia de un Lope de Figueroa en la
Tuledo de 1580. Con esta aclaración, se reestablece la frontera entre "sueño"
y "realidad", aparentemente transgredida en el transcurso de la historia. El
"sueño" sigue siendo sueño, es decir, una realidad soñada, y la "realidad",
realidad.
En el prólogo "Al lector• (325), al referirse al argumento de su cuento,
Nervo menciona La vida es sueño. 35 La analogía es obvía (aunque no exacta-
mente congruente con la trama de la comedia de Calderón) y no precisa una
mayor explicación. No obstante, el cuento parece también remitir a una idea
que se encuentra en The Tumpest (La tempestad) de Shakespeare (a quien, por
cierto, se alude al final del texto mediante la famosa cita procedente de
Hamlet de que "Hay muchas cosas en los cielos y en la tierra que no compren-
de nuestra filosofia", 343). 36 La idea de The Thmpest plantea que todo lo que
vemos es (o, por lo menos parece) ilusión, y que nosotros, los humanos, en
realidad somos materia de sueños. Dice Próspero a Miranda y Fernando:
"And, like the baseless fabric of this vision, / The cloud-capp'd towers, the
gorgeous palaces, / The solemn temples, the great globe itself, / Yea, all
which it inherit, shall dissolve, / [... ] We are such stuff /As dreams are made
on; and our little life /Is rounded with a sleep• (acto IV, escena 1, vv. 151-
157). A esta cita corresponden las aprensiones del protagonista del cuento
nerviano, caminando al atardecer con Mencía por las calles de Tuledo: "A
medida que llegaban las sombras, parecíale que todo: la ciudad, las gentes, su
Mencía misma, tenían menos realidad ... ¡Si iría el sueño a disolver aquello
como a vano fantasma! / ¡Si estaría aquello hecho de la misma sustancia de
su ensueño! / ¡Si al dormir perdería a su amada! ¡Qué desconsuelo, qué
miedo, qué angustia!" (341 ).
Mediante el recurso del discurso indirecto libre, la narración focaliza al
personaje soñado por el rey como temeroso de perder su existencia "real" al
35 El prólogo no figura en las Obras completas de Amado Neroo al cuidado de Alfonso
Reyes.
36 "There are more things in heaven end earth, Horatio, / Than are dreamt ofin your
caer dormido. Este recurso, medio narrativo por excelencia desde las novelas
de Flaubert, permitía colocar con habilidad los sentimientos de Lope de
Figueroa en primer plano.
En cuanto al carácter de las descripciones de "Mencía (Un sueño)", se
nota la evolución del estilo de Nervo hacia una mayor sencillez. Con pocas
excepciones, el autor ya no busca los efectos estilísticos más llamativos
por medio de una rica adjetivación y del uso de metáforas opulentas (como
"lluvia de fuego", "piélago de oro" o "diadema de fuego"). 37 Más bien ,trata
de encontrar, en las representaciones de los mundos de ficción, la palabra
"justa", como, por ejemplo, en la larga descripción del panorama de Tule-
do que en el tercer capítulo Lope contempla desde la ventana de su casa
(330-332).
Hasta su fallecimiento, Nervo siguió publicando algunos cuentos que no
hace falta analizar en detalle. De 1913 es "El sexto sentido", que sale en la
revista Mundial Magazine de Rubén Darlo (Nervo 2006a: 315). 38 Narra en pri-
mera persona las consecuencias de una operación que vuelve capaz al ~arra
dor protagonista de ver el porvenir del mismo modo que se recuerda el pasa-
do. Como es de esperar, el protagonista concreta en sus navegaciones por el
futuro a una hermosa joven que ansía conocer para hacerla suya. Pero antes
del feliz enlace, tiene que pasar por momentos de una angustiosa espera,
salpicada en la retrospectiva de la narración por muchas reflexiones de filo-
sofia moral tediosa.
De 1916 es el cuento "El diablo desinteresado" (316), que apareció en la
colección madrileña La Novela Corta. Aquí, un joven, pintor talentoso pero
aún desconocido, que ha venido a París desde alguna república hispanoame-
ricana para hacerse famoso, parece pactar con el diablo. Éste lo pone en
contacto con una rubia adorable de nombre Laura, 39 de la cual el pintor está
enamorado, para que le haga su retrato. En el siguiente Salón, la exposición
anual de pintura en la capital francesa, el retrato se exhibe y recibe los más
altos elogios. En consecuencia, los dos jóvenes hacen •un pacto para la vida,
para todas las vidas posibles, ¡para la eternidad!" (Nervo 1962: 1, 308), mien-
tras que el supuesto diablo se revela como un hombre ya maduro, rico y
generoso, que buscando •a Dios por el camino real de la caridad" (309), ha
37 Las dos primeras metáforas se hallan al principio de Pascual Aguilera (Nervo 1962:
las emociones del joven pintor ante la expectativa de ver por fin cara a cara a la bella
muchacha adorada: "Era 'l giorno che al sol si scoloraro / Per la pieta del suo Fattore i rai,
/ Quand' i 'fui preso, e non me ne guardai / Che i be' vostri occhi Donna, mi legaro"
(Nervo 1962: 1, 301 ). Se trata del primer cuarteto del soneto III del Canzoniere del poeta
italiano.
298 KLAUS MEYER-MINNEMANN
querido hacer feliz a un joven pintor de talento. Así, el relato, que al princi-
pio parece ser un cuento fantástico, se convierte en una historia dulzona
para lectores bien pensants. 40 Lo que contrabalancea (un poco) la insipidez
del argumento es el tono desenfadado y festivo del narrador, quien incluso
llega a burlarse indirectamente del estilo de las descripciones opulentas de la
primera época del autor. 41
Nervo publicará en la serie La Novela Corta de Madrid aún tres cuentos
más. Son "El diamante de la inquietud" y "Una mentira" de 1917, así como
"Amnesia" de 1918 (Nervo 2006a: 317). Se trata de cuentos que repiten, con
variaciones, las temáticas y reflexiones de los relatos inmediatamente ante-
riores. Ya se está lejos de la truculencia opulenta de El bachiller y Pascual
Aguilera, que en su tiempo hicieron famoso al autor. Al mismo tiempo, los
cuentos muestran una intensificación de la tendencia general de la obra tar-
día de Nervo hacia el endulzamiento. Sólo en forma de un relampagueo leja-
no y a veces frívolo, se nota de vez en cuando en los comentarios del narra-
dor un reflejo del derrumbe de la sociedad y cultura de la Belle Époque en que
Nervo, como los demás autores modernistas hispanoamericanos (y españo-
les), se había formado y que tan entrañablemente era la suya. 42
En 1914, a raíz del cese general del Servicio Exterior de México ordenado
por Venustiano Carranza, Nervo pierde el puesto de secretario de la Legación
en Madrid. Había vivido con creciente angustia los sucesos revolucionarios
de México, permaneciendo, sin embargo, leal a todos los gobiernos que se
habían sucedido a partir de 1910, incluso al del general Huerta (Durán 1968:
89 y ss.; Monsiváis 2002: 76 y ss.). Es reintegrado a sus funciones diplomáti-
cas por el gobierno constitucionalista en 1916. Dos años después, Carranza
nombra a Nervo ministro plenipotenciario de México en Argentina, Uruguay
y Paraguay. Lo que sigue es la apoteosis (banquete ofrecido por el presidente
en el Castillo de Chapultepec, recitales y actos en honor suyo en Nueva York,
Montevideo y Buenos Aires). Cuando Nervo fallece el 24 de mayo de 1919 en
Montevideo, en la cumbre de la gloria, no sabe que lo que él, su obra y su
época representan, ya está irremisiblemente destinado a un largo desprecio
y olvido. Quien en la actualidad lee los textos narrativos de Nervo se traslada
a lejanos universos de ficción previos a la Revolución (o a la Gran Guerra),
40 En cierta medida se repite en el cuento la temática de la duda entre realidad y
sueño del cuento anterior, incluso, se cita el famoso •such stuff as dreams are made on!"
(308) de The Thmpest; pero al final todo se resuelve en un happy end almibarado.
41 Dice el narrador dirigiéndose al narratorio lector ante la inminencia de la descrip-
ción de un atardecer: "No temas, empero, que te describa el crepúsculo con su 'orgía de
colores'. Aquel no era un crepúsculo orgiástico; muy decentito, al contrario, muy modesto,
muy sobrio, apenas con el intento de un rosa asalmonado" (idem).
42 Es así como se lee, por ejemplo, en "Una mentira": •si todos los maridos engañados
BIBLIOGRAFÍA
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observación de Paul Valéry la expresión proverbial de desprecio hacia ese tipo de novela.
300 KLAUS MEYER-MINNEMANN
Pablo Mora
Instituto de Investigaciones Bibliográficas, UNAM
Hasta hace unos años, Laura Méndez de Cuenca (1853-1928) era conocida,
sobre todo, por los cuentos que publicó en 1910 en el pequeño volumen
Simplezas: 1 diecisiete historias, casi todas breves, que fueron redactadas en el
transcurso de veinte años. Ahora sabemos que esta educadora fue una escritora
de amplios y diversos registros, en varios géneros, durante la mayor parte de su
vida. 2 Thmbién que su periodo más fecundo como narradora va de 1890a1910,
pero en especial entre 1908 y 1910, cuando el periódico El Imparcial publica sus
cuentos. Asimismo sabemos que Laura llegó a escribir un total de 44 cuentos3
y que durante esta época, además, preparó lo que me parece una de sus más
interesantes obras: las Impresiones de viaje. Desde Europa, constituida por 74
crónicas difundidas por la misma publicación periódica entre 1907 y 1910.
Hay que decir que con estas hiswrias y crónicas Laura se revela como
una narradora y cuentista digna de ser incluida en cualquier antología, por
su prosa de sólida factura, en la que demuestra un manejo diverso de temas,
tradicionales y modernos, que logra amalgamar con gran eficacia. La autora
se centra en historias realistas, a veces de carácter costumbrista, pero siem-
pre como una romántica que sabe tensar los destinos de sus personajes con
la vida pueblerina o moderna de las familias en provincia o en ciudades. Sus
cuentos pueden ocurrir en villorrios y zonas rurales, pero también en capita-
les y ciudades importantes de Estados Unidos, Europa y México. Laura es
boración con la Librería Paul Ollendorff, París, a principios de 1910; se reeditó en la edito-
rial Premiá y el INBA, en la colección La Matraca, dirigida por Margo Glantz y Fernando
Tula de Habich (México, 1983).
2 La primera antología que muestra ese gran espectro de la escritura de Laura apare-
[ 301]
302 PABLO MORA
como poeta y la sumaba a una antología, decía: "Laura Méndez de Cuenca, a quien el autor de
estos renglones ha tenido el honor de contar con el número de sus más ilustradas discípulas,
aunque no en literatura, es una muy estimable poetisa que en 1874 comenzó a publicar sus
bellas composiciones escudada modestamente con el anónimo• (Olavarría 1878: 178).
LAURA MÉNDEZ DE CUENCA: UNA NARRADORA MODERNA 303
ba a Olavarría: "No sé cómo es que no le he dicho a usted que tengo dos hijos vivos, resto
de ocho que Dios me dio. Alicia de 18 años y Horado de 16" (Archivo Personal de Enrique
de Olavarría y Ferrari, Biblioteca Nacional de México, incluida en "Cartas de Laura Mén-
dez de Cuenca" 2003: 264). Horado, sin embargo, muere antes que Laura.
LAURA MÉNDEZ DE CUENCA: UNA NARRADORA MODERNA 305
distintos reportes enviados después desde sus primeros encargos como comi-
sionada en San Louis Missouri, Estados Unidos: "La escuela se asienta sobre
la base del progreso individual como premisa del progreso colectivo; sobre el
cimiento de la responsabilidad individual como antecedente de la responsa-
bilidad común" (313). 6 No hay que olvidar que, a partir de 1867, el positivis-
mo había sido el sistema dominante en la enseñanza media superior. A partir
de 1890, la maestra comenzó a viajar al extranjero (San Louis Missouri y San
Francisco, California) y a partir de 1902, luego de una estancia en México de
1898 a 1901, la nombran comisionada en distintos congresos de educación,
así como para estudiar los métodos de enseñanza pública en Estados Unidos
y Europa. Estas comisiones, promovidas por el entonces ministro de educa-
ción Justo Sierra, serían también pretexto para permanecer en Europa de
1907 a 1910 y hacer distintos viajes, mientras radicaba sobre todo en Berlín.
En 1906 la escritora inicia su viaje a Europa, primero a Alemania, para estu-
diar las escuelas primarias, y después a Milán con motivo del 2° Congreso de
Educación Familiar. 7 La maestra regresa de nuevo a Berlín en 1907, 8 y en
enero comenzará la escritura de las mencionadas crónicas: Impresiones de
viaje. Desde Europa, luego publicadas en El Imparcial. A fines de julio de ese
mismo año realiza un viaje por buena parte de Europa y recorre ciudades
como París, Barcelona, Tuledo, Madrid, Zaragoza y Londres, a las que dedica
una o varias crónicas. Permanece la mayor parte del tiempo en Alemania en
1908, aunque viaja de nuevo a Inglaterra, 9 entre otros lugares. A mediados de
ese año visita Karlsbad, sitio al que dedicará seis de sus crónicas más repre-
sentativas, sobre los balnearios como forma del restablecimiento de la salud.
En el ocaso del gobierno de Porfirio Díaz, regresó a México en 1910, para
reasumir sus funciones como maestra en distintas escuelas de provincia y de
la capital. Durante esos años, apoyó el movimiento de Venustiano Carranza,
6 Los datos originales de la fuente son: "Informe rendido a la Secretaría de Instrucción
Pública, por la Sra. Laura Méndez de Cuenca", en Boletín de Instrucción Pública, 30 de enero
de 1904, p. 386. Por su parte, Froebel planteaba la pedagogía basada en la unidad del hom-
bre con la Naturaleza. El pedagogo alemán asignaba importancia a la educación infantil e
intentaba despertar en el niño una actividad voluntaria como medio de su formación.
7 Del 2 al 5 de septiembre e inmediatamente después como delegada de México al
celebrado en Londres. El último encargo registrado es como delegada del gobierno mexi-
cano en Bélgica, donde asistió al 4° Congreso de Educación.
306 PABLO MORA
vivió en Xalapa aún dando clases y escribió dos biografias: una semblanza de
Justo Sierra en 1914 y una biografia de Álvaro Obregón en 1918, esta última
con claros tintes proselitistas. Tudavía en los últimos años de su vida, con ese
deseo de conocer y aprender todo lo posible sobre el mundo, semejante al
que siglos atrás desplegó su compatriota sor Juana, Laura Méndez de Cuenca
fue alumna de la Escuela de Altos Estudios, lugar donde estudiaba sánscrito,
después de haber aprendido alemán, inglés, griego e italiano durante sus
años como viajera. En 1923, Laura asiste a la conmemoración del aniversario
luctuoso de Manuel Acuña, y tres años después se le concede la jubilación.
Varios años antes, se le había detectado un absceso y en 1922 se le diagnosti-
có enterocolitis. La maestra murió en 1928, el mismo año que su admirado
Salvador Díaz Mirón; sus restos permanecen en el Panteón Francés de la
Ciudad de México.
siones de viaje. Desde Europa"; sin embargo, también es un hecho que con la
interrupción de la paz porfiriana, cualquier proyecto anclado a esa generación
de intelectuales liberales y románticos se viera mermado, y más aún respecto
de una obra que se concentraba en el desarrollo de los países de Europa.
En todo caso, las condiciones fueron distintas: por un lado, se trataba de
una mujer que vivió buena parte de su vida como narradora en el extranjero,
comisionada por el gobierno de Porfirio Díaz, y que regresó a un país convul-
sionado por el estallido de la Revolución Mexicana. Ello implicó que Laura no
tuviera el tiempo suficiente para organizar su propuesta literaria en términos
editoriales, además de que pasó algunas penurias económicas al final de su
vida como maestra. Por otro lado, si tomamos en cuenta los proyectos litera-
rios y la producción de los escritores que circularon en aquellos años, concre-
tamente el identificado con el grupo de jóvenes del Ateneo de la Juventud,
es un hecho que la propuesta cultural de éstos no era ajena a la de la propia
Laura; la prueba de ello es que incluso fue reconocida en una de las sesiones
del Ateneo. 10 Por otro lado, no en vano tenemos testimonio de la presencia
de la maestra en la Escuela de Altos Estudios, lugar al que asistían regular-
mente algunos de estos escritores e intelectuales jóvenes. En todo caso, Laura
prefirió mantenerse en una obligada marginalidad, sin que ésta la eximiera
de simpatizar con la Revolución. Particularmente es visible dicho gesto en el
poema de 1916 "Al pasar el regimiento" (2006: 102-106), en el cual registró el
paso de las tropas de Carranza, cuyo trote se transformó en un ritmo sonoro
y fotográfico, preciso y moderno. Asimismo, aunque sabemos que la maestra
tenía gran admiración por Salvador Díaz Mirón y simpatía por Amado Nervo,
hay que reconocer que tampoco mantuvo lazos estrechos con el grupo de la
Revista Moderna y los modernistas. En todo caso, Laura fue un espíritu singu-
lar, siempre al margen, que construyó su obra a solas, paulatinamente y sin
mucha alharaca. El carácter mismo de su escritura y el destino de su pasión
la llevaron a esa postura. Además, aunque pudo mantenerse con distintas
labores en el extranjero como comisionada en educación, es un hecho que
Laura perteneció y estuvo más apegada a las enseñanzas de los viejos román-
ticos, de aquellos escritores liberales que se formaron con Altamirano.
La otra cuestión que me parece fundamental para entender la margina-
lidad y el poco reconocimiento de Laura es que su narrativa resulta de una
modernidad sui generis, dificil de apreciar a primera vista, porque 1simila
lenta y discretamente ciertos aspectos de esos ismos, sin preocuparse tanto
por su impacto inmediato o por su novedad, sino más bien buscando una
exploración hacia adentro, en un marco de construcción clásica, en español
10 El 5 de septiembre de 1910, José Escofet ofreció una conferencia sobre sor Juana
Inés de la Cruz, la cual dedicó a Laura Méndez de Cuenca (cf Méndez de Cuenca 2006: 59,
n. 79).
308 PABLO MORA
correcto, que busca acoplar una visión equilibrada entre la pasión, la docen-
cia y los clásicos. La prosa de Laura incorpora novedades, una vez que las ha
madurado, con una visión crítica que no olvida a sus lectores mexicanos ni a
sus maestros de aquella República Restaurada de 1867. Y es que este proceso
es definitivo, sobre todo si consideramos que Laura comenzó a escribir prosa
de manera sistemática cuando contaba con 43 años de edad y una vez que
había iniciado su vida de viajera con largas estancias en el extranjero. Hay
que decir, además, que gracias a esta experiencia, la maestra descubre otras
formas de ver a su país y, en ese sentido, al mismo tiempo que se gana el
sustento diario, descubre otra manera de proyectar temas de su preocupa-
ción social, pedagógica; otras veces -las menos-, explora en territorios más
personales y autobiográficos.
En efecto, Laura era una viajera que confrontaba el mundo moderno en
el extranjero con un carácter y un espíritu profundamente románticos, ana-
crónicos, si se quiere, para el empuje modernista y posmodernista; pero era
un espíritu nada moralizante, que suponía una escritura más equilibrada, yo
diría más reposada, y que seguía ciertas constantes del cuento clásico, deri-
vadas de su experiencia como maestra. Es importante considerar que la
escritora, en tiempos en que la mujer no gozaba de libertades, era también la
maestra y la madre que estudiaba los sistemas educativos en el extranjero y
que no renunciaba a sus compromisos sociales, su instinto maternal y su
misión de maestra; por lo que a cada paso es patente su preocupación no sólo
didáctica sino también de mujer maternal y mujer enterada de los adelantos
en salud e higiene, en el desarrollo de cuestiones tecnológicas y científicas.
Por ello, la apreciación de la prosa de Laura en una primera lectura es
que está sujeta a un estilo tradicional; sin embargo, en una segurtda lectura,
se nota que en realidad hay una constante incorporacióil de los temas y los
desafios modernos, cosmopolitas, apelando a tópicos de todos los tiempos,
como el de la justicia, los derechos del hombre y la situación de la mujer, las
causas sociales, la niñez, etcétera.
En todo caso, Laura ha entrado en las historias literarias como poeta
identificada con ese grupo de jóvenes románticos de la década de 1870; esta
percepción provocó que no se rescatara, en parte, el resto de su obra. Sin
embargo, como dije, ella muestra un singular romanticismo, profundo y
moderno, que, efectivamente, permaneció íntegro y vigente a lo largo de su
vida, a pesar de los cambios. Se trata de un romanticismo que, desde tempra-
na edad, se fraguó en versos bien hechos y/que, sin retóricas y modas, per-
maneció en toda su escritura. Y es que esa pasión también supo revestirse en
una conciencia cie escritura crítica que se sustenta en una prosa pulcra, con
la incorporación de discretos modismos o expresiones coloquiales y locales.
En este sentido, la escritura de la cuentista asume otra frecuencia. Ella mane-
ja una prosa que mantiene la pasión de una enamorada del amor y del cono-
LAURA MÉNDEZ DE CUENCA: UNA NARRADORA MODERNA 309
Para Alma, desde la terrible confesión, días y noches fueron sorbos de hiel que
apurar sin descanso. El dolor no se conforma con ser insaciable, tiene que ser
cruel, revolcarse en su presa; y si a veces se hace más llevadero es para apretar
en su tremendo rigor después. Y a todo esto hay que añadir la buena porción del
312 PABLO MORA
modernistas, encontramos también, una vez más, los temas románticos del
desengaño, la desesperanza, la soledad, la duda, la muerte ante el descubri-
miento de sucesos y realidades categóricas y fatales en la vida de Laura.
En 1907, en una de sus primeras y mejores crónicas de la serie "Impre-
siones de viaje. Desde Europa", Laura documentaba su propia sensibilidad
cuando en "El balcón y las ventanas" se hacía preguntas sobre el significado
de esos mismos objetos arquitectónicos que reportaba, pero que, finalmente,
la llevaban al misterio de las cosas e¡n este mundo y a lo inexplicable de
muchas cuestiones. Una vez más desde Berlín, se cuestionaba el porqué los
balcones y las ventanas tenían otras r~percusiones en ella cuando los com-
paraba con los de la Ciudad de México. Para ello, utilizaba la primera persona
e introducía su yo lírico para desplegar una suerte de prosa poética: "Oh,
balcones y ventanas que viví en mi memoria, unos con su palma como de
oro a raíz del domingo de ramos, y luego deshonrada y envilecida por las
moscas; otras cerradas y sin otro ornamento que la jaula del perico, ¿por qué
habláis a mi corazón más dulcemente que éstos, dónde el rododendro asoma
vistosos capullos por la reja dorada del barandal, y la propia se yergue ufana
en mi maceta?" (237).
Pero estos recuerdos y evocaciones cobran un tono más dramático e
intenso cuando la propia escritora evoca una experiencia de desengaño his-
tórico y de plenitud, simultáneas. Rememora el Tlalmanalco de su infancia
mediante el relato de un suceso en que cuenta la forma como había aprendi-
do a leer, el cual también había representado el descubrimiento de la identi-
dad de un general español responsable de crímenes monstruosos. En "¿Quién
era don Gumersindo Morlote?", plantea esa combinación de elementos entre
felices y amargos, de ternura y terror, relacionados con un recuerdo de ple-
nitud infantil ante la llegada y desenmascaramiento de un forastero en plena
Guerra de Reforma, cuando México ~era un caos, una verdadera cena de
negros" (266). En principio, Laura elabora un recuerdo impreciso asociado a
un pueblo que más bien era entonces un lugar temible, un paso de forasteros
en plena guerra; sin embargo, para ella Tlalmanalco también implica un
remoto recuerdo de la infancia, con imágenes
1
de un pueblo sencillo que no
estaba asociado ni a la historia ni a la geografia. Para Laura ese pueblo vivía
en sus recuerdos de una forma particular:
[... ]un pedazo de río corriendo, al sesgo, por una plazuela cerrada por casas de
aspecto bien menguado; unos cuantos árboles de follaje oscuro y triste, y, como
única alegría, la luna retratándose en la corriente límpida. El río se colaba por
debajo de un paredón sombrío, el ancho patio de mi casa, una gran fábrica de
aguardiente y molino de trigo; allí ponía en movimiento a una gran rueda de
cangilones colorados, que debe haber hecho en sus giros alguna cosa de prove-
cho, aunque yo no supe jamás qué es lo que haría. Tunía yo cuatro años cumpli-
314 PABLO MORA
Más allá de la plaza, del río, del molino y fábrica que constituían su
casa, también recuerda el camposanto vecino con una sensación de miedo
provocada por las historias que le contaban las niñas de la escuela (por ello
muchas veces no había podido dormir). A pesar de las temporadas de conti-
nua revuelta, la escritora también evoca otros recuerdos de plenitud y feli-
cidad, como el de las reuniones en la hacienda, con la presencia de su fami-
lia y amenizadas con música. Precisamente en una de éstas, la niña Laura
conoce a un amigo español de sus padres, quien había llegado ahí para refu-
giarse durante la guerra. Dicho forastero, que para ella se llamaba Gumer-
sindo Morlote, había conquistado la simpatía de los niños de la hacienda y,
particularmente, el suyo. Sin embargo un día, mientras Laura jugaba sobre
las rodillas de don Gumersindo, le desabotonó la camisa "y de un tirón le
eché fuera la aletilla de la camisa, donde indiscretamente unas manos que-
ridas habían bordado un nombre[ ... ]" (268). Fue entonces cuando la niña
gritó: "¡Mira, mamá! Aquí dice Marcelino Cobos• (ídem), frase que reveló
algo ignorado para la familia: que la niña ya había aprendido a leer. A conti-
nuación el relato remata: "Cuando, algunos años después, leí de corrido los
pormenores del fusilamiento o mutilación, o lo que fue del bandido Marce-
lino Cobos, lloré mis primeras lágrimas por algo que no era la muñeca rota
o el dulce no comido. Diga lo que quiera la historia, Marcelino Cobos, alias
Gumersindo Morlote, fue un alma que dejó una grata emoción en la mía de
niña" (ídem). El desenmascaramiento era doble. Se trataba, por un lado, de
la revelación, en edad más madura, de la verdad histórica acerca de dicho
forastero: Marcelino Cobos (1825-1860), un militar español nacido en Man-
rese, muerto a manos del ejército republicano y cuya cabeza había sido
paseada, como triunfal trofeo, por la Ciudad de México, en la Guerra de
Reforma; este acto, en apariencia excesivo, era una venganza por las cruel-
dades cometidas por el español contra los prisioneros republicanos. Por otro
lado, Laura revela la presencia de un ser cariñoso en la etapa vital en que
ella estaba aprendiendo a leer.
Me parece que la intensidad del relato está lograda, además, por la forma
como reconstruye las escenas, así como por el orden y edición de los párra-
fos. Laura construye sus textos para generar un flujo de secuencias, como el
propio río de Tlalmanalco, para después pasar la película de dicho suceso.
Así, nos deja con un recuerdo electrizante, en donde con una ironía típica-
mente romántica -por el uso del desdoblamiento de las almas-, al final
opta por quedarse con su recuerdo del personaje bondadoso, con lo cual des-
LAURA MÉNDEZ DE CUENCA: UNA NARRADORA MODERNA 315
A los veinticuatro años de edad no se asiste a una boda como a un entierro, con
el corazón pellizcado y las nublazones de la melancolía, ennegreciendo la mente.
316 PABLO MORA
Pues ése era mi estado habitual, mi modo de ser ordinario. La sangre ardiente de
la juventud se me helaba al contacto del muerto que llevaba yo o sentía llevar
dentro. Sin motivo se me llenaban los ojos de agua. Unas veces me atosigaba el
dolor por las flores pisadas, por los animales sacrificados a la utilidad común,
por la materia inconsciente de su existir; las hermosas flores que ignoran lo
grato de su perfume, las fúlgidas estrellas que no saben que brillan. Otras ocasio-
nes se apoderaba de mi ser lo sombrío y me animaba espíritu destructor (idem).
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FEDERICO GAMBOA, ESCRI1DR DEL PORFIRIA1D
Javier Ordiz
Universidad de León, España
[ 319]
320 JAVIER ORDIZ
1 En Impresiones y recuerdos Gamboa explica así este final: 'Desde un principio perse-
guí un propósito, demostrar que el castigo del adulterio existe dentro del adulterio mismo"
(Gamboa 1994: 149).
FEDERICO GAMBOA, ESCRITOR DEL PORFIRIATO 323
las largas digresiones con las que introduce su voz en Reconquista, esta
misión requiere de la guía y tutela de los intelectuales, que deben crear un
tipo de "arte [... ]apóstol" (1965: 1092), comprometido con la realidad y con
finalidad didáctica, que opone a ese "arte inútil [... ] para los iniciados• propio
de una "aristocracia intelectual" (1093), en clara referencia al mensaje, para
él vacío, del modernismo. Santa marca también el inicio de una evolución en
la narrativa del autor, desde el pesimismo naturalista de sus orígenes hasta
el optimismo idealista de que hace gala en estos relatos, donde los conflictos
de los personajes, siempre relacionados con la realidad de México, acaban
encontrando solución. 2 El simbolismo religioso se hace asimismo mucho
más presente en su narrativa a partir de esta novela, cuyo proceso de escri-
tura concluye poco antes de la declaración de fe renovada registrada por el
autor en sus diarios: "¡Creo!. .. ¡creo!.. Apenas si hay que arrancar ortigas
menudas, que aún persisten en crecer y reproducirse[ ... ] pero el dogma, lo
fundamental e inconmovible, impera y reina, me ha reconquistado ... " (Gam-
boa 1995: III, 90).
Santa cuenta la historia de una muchacha que reside en un pueblo cer-
cano a la capital, Chimalistac, quien después de ser engañada por un alférez
y abortar fortuitamente, es expulsada de su casa, por lo que decide dirigirse
a la gran ciudad para ejercer la prostitución. En este nuevo espacio, Santa se
convierte de inmediato en el principal objeto de deseo de los varones más
acomodados, mientras el ciego y fisicamente detestable Hipólito, pianista del
burdel donde la joven trabaja, siente un creciente amor por ella. Después de
un tiempo amancebada, primero con el torero español Jarameño y más tarde
con el rico burgués Rubio, la enfermedad que aqueja a la muchacha le hace
perder su antigua belleza y la empuja a una vida de degradación por los tugu-
rios más sórdidos de la ciudad. Santa muere después de una operación des-
esperada que no logra atajar el cáncer cérvico-uterino que padece. Sin embar-
go, en sus últimqs días la joven vive una historia de amor platónico con
Hipólito, la cual, junto con su sufrimiento, parece redimir en este tramo final
de la historia al personaje, como sugieren su entierro en su edén particular
de Chimalistac y la oración del ciego con que finaliza el relato.
Las preocupaciones de índole religiosa y político-social se hacen más
evidentes y explícitas en Reconquista, novela que cuenta la historia del pintor
Salvador Arteaga, quien vive una existencia viciosa y disoluta en la capital
mexicana hasta que una crisis personal, derivada de un accidente en el que
está a punto de perder la vida, le hace recobrar su fe en Dios y lo convierte
en un hombre nuevo.
2 Es una evolución similar a la que había experimentado uno de los grandes maestros
de Gamboa, León Tulstoi, cuya novela Resurrección (1899) supone una de las influencias
más directas de Santa.
324 JAVIER ORDIZ
3 Gamboa fue también un dramaturgo de cierto éxito. En 1894 estrenó La última cam-
paña, una pieza que destaca por su factura clásica, su estilo sencillo y su pintura de carac-
teres (Hooker 1971: 14), en especial la del personaje central, don Antonio, un viejo coro-
nel que se convierte en memoria viva de las campañas contra los invasores extranjeros de
México. De 1905 data La venganza de la gleba, un drama de corte social donde Gamboa
censura las desigualdades e injusticias del Porfiriato en un tono similar al que emplea en
sus novelas de la época. La tercera pieza de relevancia, Entre hermanos, se estrena en 1928
y supone una visión crítica de la Revolución Mexicana. Ya de tono menor son el monólogo
Divertirse (1905) o el drama A buena cuenta (1907).
FEDERICO GAMBOA, ESCRI'IDR DEL PORFIRIA'ID 325
tos. En este caso, sin embargo, su entrega no se encuentra tan motivada por
la satisfacción física como por el imperativo fisiológico de la maternidad,
principal objetivo y función de la mujer, en opinión de Gamboa. Así lo mani-
fiesta Salvador en Reconquista, con su particular reflexión sobre la psicología
femenina: "Ella, al darse, persigue y cumple su misión esencial de materni-
dad, de ser que lleva en sus entrañas los gérmenes de un mundo, sus hijos y
los hijos de sus hijos, por siglos, por milenios ... ¡Nosotros, sólo perseguimos
un instante del placer más vecino de la muerte!" (1965: 1009).
El tema se plantea de forma especial en Metamorfosis, donde asistimos al
proceso que conduce a sor Noeline a descubrir que antes que monja, es una
mujer con debilidades y deseos. El hecho de que el narrador, al referir la
historia de la joven, sugiera que su ingreso en el convento fue provocado más
por sus necesidades económicas que por una verdadera vocación, contribuye
a suavizar un tanto la gravedad del asunto, el cual en parte deriva hacia una
crítica a la escasez de oportunidades laborales y posibilidades de indepen-
dencia que tenía la mujer durante el Porfiriato. Como señala Hooker: "no es
justo encerrar a una mujer en un convento porque no tiene dote para casar-
se• (1971: 99).
Aparte de describir con mayor o menor acierto y profundidad sus proce-
sos internos, Gamboa también analiza los efectos que desencadena la mujer
en el imaginario masculino. De nuevo en los aledaños de la prédica natura-
lista, el narrador alude a la necesidad de atracción que a su juicio es inheren-
te a la fisiología femenina, y de hecho en ocasiones reprocha a sus persona-
jes que no sean conscientes del poder que su sexo les otorga sobre los
hombres o, por el contrario, que jueguen claramente las bazas del deseo y la
provocación en su relación con los personajes masculinos. La figura de Eva,
imagen inequívoca de la mujer "tentadora" en la tradición bíblica, se impone
en la mente de Julio, en Suprema ley, cuando reflexiona acerca de su relación
con Clotilde: "Se comparó a Adán, quien, hombre al fin, no vaciló entre la
mujer y el Paraíso; entre la excelsa serenidad de que habría gozado por los
siglos de los siglos, si con cordura se maneja, y los instantes de pasionales
tormentos por que prefirió pasar, antes que renunciar a las ardientes y para-
disíacas caricias de Eva, provocativa y deslumbrante en su virgínea desnu-
dez" (1965: 343).
El arquetipo de la hembra seductora que domina al hombre merced al
poder que su sexo le otorga, encuentra su mayor expresión en la figura de la
prostituta, un oficio que, como se ha visto, Gamboa conoció de primera mano
y cuyas características plasmó en varios de sus relatos y en particular en el
personaje de Santa, sin duda la prostituta más famosa de las letras latinoame-
ricanas.
La prostituta es un personaje recurrente en la narrativa del siglo XIX. Su
presencia comienza a hacerse perceptible en la época romántica, pero serán
FEDERICO GAMBOA, ESCRI'IDR DEL PORFIRIA'ID 327
sobre todo los naturalistas, preocupados por ofrecer una imagen de los aspec-
tos menos amables de la realidad, los que construyan un perfil psicológico
más acabado del personaje y se alejen de la contemplación idealista y com-
pasiva que habían hecho sus antecesores. Zola y sus acólitos indagan en los
motivos que, a nivel personal, impulsan a las mujeres a ejercer este oficio, al
que presentan de forma invariable como un factor dañino para el orden
social vigente, y cuya práctica atribuyen a menudo a una desviación patoló-
gica del carácter femenino, que en otros individuos conduciría al crimen o al
alcoholismo. 4
Naná, protagonista de la novela de Zola del mismo nombre, se convierte
en el modelo de la prostituta naturalista, y por tanto en punto de referencia
obligado de todo estudio comparativo. En líneas generales, la crítica sobre
Santa ha tendido a destacar, por encima de las posibles y ocasionales simili-
tudes entre la joven mexicana y la cortesana francesa, los rasgos que diferen-
cian su historia y su carácter. 5 Al margen de detalles concretos, resulta sobre
todo evidente la distinta perspectiva que adoptan los narradores respectivos
a la hora de juzgar a sus personajes: mientras que en Naná es palpable la
distancia y la escasa empatía con que Zola contempla a su protagonista, con-
vertida en profesional del vicio por ineludible herencia familiar, en Santa
destacan la comprensión, la simpatía y hasta el cariño con que Gamboa
transmite la historia de la desgraciada campesina engañada; un tratamiento
que, por otra parte, es común a otras novelas hispanoamericanas de la época
con tema similar, como Música sentimental (1884) de Eugenio Cambaceres,
Garduña (1896) de Manuel Zeno Gandía, Juana Lucero (1902) de Augusto
D'Halmar o María Luisa (1907) de Mariano Azuela. Frente a sus colegas fran-
ceses, los escritores latinoamericanos de la época tienden a contemplar a la
prostituta más como victima de una sociedad injusta y corrupta que como un
agente de destrucción del orden y la armonía sociales.
Esa imagen compasiva y hasta amable de la prostituta que predomina en
la obra de Gamboa, se percibe de forma especial en el caso de Santa, una
joven pueblerina engañada por un varón, la cual acaba sufriendo en sus car-
nes las consecuencias de transgredir las normas de conducta que se presupo-
nían en la época para una muchacha "decente•. Sus deseos de autocastigo y
venganza contra los hombres la empujan en primera instancia al mundo de
la prostitución, pero una vez instalada en él, Santa experimenta con satisfac-
ción el poder que su sexo le otorga (Femández-Levin 1997: 92). La subversión
4 En este sentido, tuvieron una gran influencia las tesis sobre la •mujer delincuente"
del criminólogo italiano Cesare Lombroso, un autor al que se menciona de forma explícita
en Santa (2002: 289).
5 Entre las contnbuciones más recientes al tema, cabe señalar el artículo de Álvaro
Unbe "Historia de dos beldades" (2005: 241-253) y el de Lourdes Franco Bagnouls "Guiños
espaciales entre Santa y Naná" (2005: 255-261 ).
328 JAVIER ORDIZ
dense como base del futuro desarrollo del país, es duramente criticada por Gamboa en la
serie de artículos que escribió durante su estancia en Washington, como diplomático,
entre 1903 y 1904¡ estos ensayos, que se recogen en el tomo III de su Diario, están dedica-
dos •a nuestros políticos y sociólogos, predicadores de que Hispanoamérica debería ser un
trasunto de los Estados Unidos" (1995: III, 181).
330 JAVIER ORDIZ
dad, con sus costumbres disolutas. El caso del convento se repetirá más ade-
lante en las descripciones del Palacio de Justicia que aparecen en el capítulo
III de la segunda parte. Aunque el edificio ocupa el espacio de un antiguo
albergue religioso secularizado con las Leyes de Reforma, el narrador sigue
percibiendo bajo su apariencia la presencia oculta de los "viejos oratorios•,
"las austeras y desnudas celdas• de donde aún se escapan "plegarias y salmo-
dias" (284). Una vez más, con la imagen de ese México descreído y moderno,
el autor sigue sintiendo la entraña auténtica y tradicional del país.
Desde esta perspectiva, la historia de Santa se vislumbra como una suer-
te de metáfora del México de la época, una interpretación apuntada en dis-
tintos momentos por la crítica (Brushwood 1973; Femández-Levin 1997;
Glantz 2005), que también ha hecho extensiva esta lectura a la posterior
Reconquista. A pesar de la visión tan negativa de la realidad que Gamboa
ofrece en estas historias, la conclusión de ambos relatos deja sin embargo
una clara puerta abierta a la esperanza, en consonancia con el optimismo
idealista antes apuntado: el retorno a los valores tradicionales del país, aún
vivos y ocultos bajo las apariencias de modernidad, será la verdadera solu-
ción de los problemas de México.
El ideario político y social de Gamboa que se trasluce en estas novelas
tiene una estrecha relación con sus convicciones religiosas. Como se ha seña-
lado, la carencia de unos principios y una moral de esta íhdole conduce
siempre al desastre a los personajes, quienes a partir de Santa en particular,
y una vez culminado su proceso de "re-conversión", son capaces de recono-
cer sus errores y corregir el rumbo de sus vidas. El trasfondo religioso tam-
bién se percibe en el propio carácter de "historia ejemplar" de Santa, un
aspecto de la novela que ha sido objeto de diversos acercamientos críticos,
que en algunos casos han planteado ciertas dudas acerca de la efectividad y
el alcance de la enseñanza moral que pretende el autor. En este sentido,
Munguía Zatarain sostiene que "la novela [... ] resulta ún estruendoso fracaso
en sus pretensiones moralizantes" (2005: 73), opinión que Olea Franco mati-
za al afirmar que este propósito "no se cumple a cabalidad dentro del texto,
uno de cuyos mayores atractivos es precisamente provocar en las y los lecto-
res una irresistible seducción por la sabrosa vida de pecado de la protagonis-
ta, más que por su castigo y eventual proceso redentor" (2005: 36).
Santa es culpable en primera instancia de haber transgredido las normas
de convivencia por las que se rige el mundo del que procede, al haber cedido
a las pretensiones del alférez, lo cual provoca su embarazo, un pecado que la
incapacita para seguir viviendo en el espacio sagrado de su ¡infancia. En un
remedo del mitema tradicional de la expulsión del Paraíso, Agustina y sus
hijos, convertidos •en solemne grupo patriarcal de los justicieros tiempos
bíblicos" (2002: 123), echan de casa a la joven infeliz, quien, desprovista del
cariño y el apoyo de los suyos, acudirá a la capital para ejercer la prostitu-
FEDERICO GAMBOA, ESCRI'IDR DEL PORFIRIA'ID 333
cincuenta páginas que huelgan" (1994: 153) y explica que lo que nació con el propósito de
convertirse en una novela sobre esta etapa histórica, le fue llevando más tarde hacia otros
derroteros (148).
336 JAVIER ORDIZ
BIBLIOGRAFÍA
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TORRES
BODET
1
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DE MÉXICO