Hora Santa Por Las Vocaciones
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TEMA: LA VOCACIÓN
1. Monición
Señor Jesús, tú que nunca te cansas de salir a nuestro encuentro y que buscas
que todos lleguemos a la plenitud de la felicidad. Hoy, nos presentamos ante ti
con nuestro corazón abierto de par en par, sabiendo que en ti podemos
encontrar descanso, fortaleza y ánimo para nuestra misión bautismal, desde la
que nos convocas y nos llamas a amarte y seguirte más de cerca en los
distintos caminos que nos conducen a la gran meta de la santidad: la vida
matrimonial, la vida laical, el ministerio sacerdotal y la consagración religiosa.
En esta mañana escucha nuestra plegaria agradecida por tantos
evangelizadores con entrega sincera y generosa anuncian tu Evangelio en los
distintos contextos de nuestra ciudad. Viene a nuestro pensamiento el rostro de
sacerdotes, religiosos y consagrados que han correspondido a tu llamada para
ser profetas y testigos del Reino.
Canto
11
Oración: Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, todo bien, sumo bien,
total bien, que eres el solo bueno (cf. Lc 18,19), a ti te ofrezcamos toda alabanza,
toda gloria, toda gracia, todo honor, toda bendición y todos los bienes. Hágase.
Hágase. Amén.
Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos.
Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios.» Los dos
discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que le
seguían les dice: «¿Qué buscáis?» Ellos le respondieron: «Rabbí - que quiere
decir, "Maestro" - ¿dónde vives?» Les respondió: «Venid y lo veréis.» Fueron,
pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora
décima. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído
a Juan y habían seguido a Jesús. Este se encuentra primeramente con su
hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías» - que quiere decir,
Cristo. Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: «Tú eres
Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» - que quiere decir, "Piedra". Al día
siguiente, Jesús quiso partir para Galilea. Se encuentra con Felipe y le dice:
«Sígueme.» Felipe era de Bestsaida, de la ciudad de Andrés y Pedro. Felipe se
encuentra con Natanael y le dice: «Ese del que escribió Moisés en la Ley, y
también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret.»
Le respondió Natanael: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?» Le dice Felipe:
«Ven y lo verás.» Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a
un israelita de verdad, en quien no hay engaño.» Le dice Natanael: «¿De qué me
conoces?» Le respondió Jesús: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas
debajo de la higuera, te vi.» Le respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de
Dios, tú eres el Rey de Israel.» Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi
debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.» Y le añadió: «En verdad,
en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar
sobre el Hijo del hombre.»
Palabra del Señor.
Canto
Silencio
5. Lectura de la Primera carta de San Francisco a los Clérigos
Consideremos todos los clérigos el gran pecado e ignorancia que tienen algunos
acerca del santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, y de sus
sacratísimos nombres, y de sus palabras escritas que consagran el
cuerpo. Sabemos que no puede existir el cuerpo, si antes no es consagrado por la
palabra. Nada, en efecto, tenemos ni vemos corporalmente en este siglo del
Altísimo mismo, sino el cuerpo y la sangre, los nombres y las palabras, por las
cuales hemos sido hechos y redimidos de la muerte a la vida (1 Jn 3,14). Por
consiguiente, todos aquellos que administran tan santísimos misterios, y sobre
todo quienes los administran indebidamente, consideren en su interior cuán viles
son los cálices, los corporales y los manteles donde se sacrifica el cuerpo y la
sangre del mismo. Y hay muchos que lo colocan y lo abandonan en lugares viles,
lo llevan miserablemente, y lo reciben indignamente, y lo administran a los demás
sin discernimiento. Asimismo, sus nombres y sus palabras escritas son a veces
hollados con los pies; porque el hombre animal no percibe las cosas que son de
Dios (1 Cor 2,14). ¿No nos mueven a piedad todas estas cosas, siendo así que el
mismo piadoso Señor se entrega en nuestras manos, y lo tocamos y tomamos
diariamente por nuestra boca? ¿Acaso ignoramos que tenemos que caer en sus
manos? Por consiguiente, enmendémonos de todas estas cosas y de otras pronta
y firmemente; y dondequiera que estuviese indebidamente colocado y
abandonado el santísimo cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, que se retire de
aquel lugar y que se ponga en un lugar precioso y que se cierre. Del mismo modo,
dondequiera que se encuentren los nombres y las palabras escritas del Señor en
lugares inmundos, que se recojan y se coloquen en lugar decoroso. Todos los
clérigos están obligados por encima de todo a observar todas estas cosas hasta el
fin. Y los que no lo hagan, sepan que tendrán que dar cuenta ante nuestro Señor
Jesucristo en el día del juicio (cf. Mt 12,36). Quienes hagan copiar este escrito,
para que sea mejor observado, sepan que son benditos del Señor Dios . En
alabanza de Cristo y su siervo Francisco. Amén
Silencio
Canto
6. Preces