Las Olas Del Feminismo
Las Olas Del Feminismo
Las Olas Del Feminismo
CITAS
PRIMERA OLA:
SEGUNDA OLA:
TERCERA OLA:
METÁFORAS OCEÁNICAS
No es del todo extraño que metáforas relacionadas con el océano funcionen de manera
poderosa para describir las movilizaciones encabezadas por mujeres y otros sujetos en la
búsqueda de derechos políticos, económicos y sociales. Los océanos son el sitio donde
fluctúan la tranquilidad, la tensa calma y la furia descontrolada. Representan, a la vez,
cercanía y distancia, aventura y tragedia, extensión y profundidad. Desde sus criaturas
míticas, tesoros escondidos, historias de naufragios, piratas, acorazados y submarinos
hasta procesos colonizadores y conflictos bélicos, el océano ha sido parte fundamental de
los imaginarios literarios, científicos y políticos en la historia de la humanidad.
Dentro del feminismo, desde hace mucho tiempo se ha hecho uso de diversos recursos
lingüísticos asociados al océano para describir momentos clave: mareas, olas, tsunamis.
Las mareas, nos dice la fluidodinámica, son cambios que ocurren de manera periódica en
el nivel del mar, los cuales son provocados por las fuerzas gravitacionales del sol y la luna
y se relacionan directamente con la rotación del planeta. Las olas, por su parte, son ondas
generadas por el viento que ocurren en un cuerpo de agua. Esas ondas tienen un efecto
propagador que perturba ese cuerpo de agua a través del cual se transporta energía.
Finalmente, los tsunamis o maremotos son una serie de olas generadas por el
desplazamiento de agua en grandes cantidades.
Existen, hasta donde he podido comprobar, dos versiones con respecto al primer uso
documentado de metáforas oceánicas para describir al movimiento de mujeres. De
acuerdo con Nuria Varela (2019), es en el trabajo de la feminista británica Millicent Garrett
Fawcett (1847-1929) donde aparece por primera vez una referencia al océano para definir
a uno de los movimientos sociales más importantes de finales del siglo XIX, a saber: el
feminismo. A este movimiento se le daba entonces el carácter de revolución no violenta ni
restringida a un solo país occidental:
[…] las fuerzas físicas que aquí obran no son las que levantan barricadas o hacen estallar
cartuchos de dinamita; sería más propio compararlas con el impulso silencioso e
irresistible de la marea que sube […] ya se comprenderá que la revolución pacífica de que
hablamos es la que poco a poco modifica la condición política, educativa e industrial de la
mujer en la sociedad (Garrett Fawcett, citada en Varela, 2019: 26-27; las cursivas son
mías).
La otra versión, propuesta por Nancy A. Hewitt (2012), sugiere que el honor es para un
ensayo escrito en 1884 por la activista irlandesa Frances Power Cobbe (1822-1904). Ahí
Cobbe decía que los movimientos sociales “se parecen a las mareas del océano, donde
cada ola obedece a un ímpetu uniforme y lleva las aguas hacia adelante y hacia arriba de
toda la costa” (Cobbe, en Hewitt, 2012: 660) y que los movimientos de mujeres eran el
mejor ejemplo de esas olas, pues “como la marea entrante […] ha rodeado en olas
separadas […] y ha hecho su parte para llevar adelante todo el resto” (Cobbe, en Hewitt,
2012: 660).
Visto de esta manera, podemos entender cuán atractivo es pensar al feminismo como un
inmenso mar en donde converge una infinitud de corrientes y contracorrientes. Asimismo,
vemos que desde muy temprano en su historización no se le considera un movimiento
menor sino más bien se le entiende como un punto de inflexión, quiebre y transgresión. Es
así que de este movimiento irrumpe la primera y una de las más contundentes críticas a
las inconsecuencias y androcentrismo del proyecto filosófico-político de la modernidad
ilustrada que propugnaba principios universales de igualdad y libertad, pero sólo para una
fracción de la humanidad (Amorós, 1997; Serret, 2003).
Ahora bien, será hasta la segunda mitad del siglo XX -es decir, después de que las
mujeres ya habían conquistado derechos políticos y sociales, otrora prerrogativa de los
varones como el sufragio y el acceso a la educación-, que las feministas comenzaron a
utilizar la metáfora de las olas. La historiadora Gabriela Cano menciona que “la noción del
oleaje feminista se incorporó al vocabulario internacional de los movimientos sociales -
como el estudiantil y la contracultura- en las décadas de los sesenta y setenta” (2018: 3),
que poseían una clara inspiración marxista revolucionaria. Más específicamente, fue en un
artículo periodístico publicado el 10 de marzo de 1968 en la edición dominical de la New
York Times Magazine titulado “The Second Feminist Wave”, donde Martha Weinman Lear
(1968) hace eco del término que las feministas estadounidenses de la National
Organization of Women (NOW) e impulsoras de la Enmienda de Igualdad de Derechos,
estaban utilizando para describir sus movilizaciones y, sobre todo, para diferenciarse y
desmarcarse ideológicamente de sus antecesoras, las sufragistas de finales del siglo XIX.
En el artículo, Lear se preguntaba qué es lo que estas mujeres querían y confesaba:
Cuando finalmente estaba lista para escribir un artículo sobre esta nueva marea [tide], me
preparé para entretenerme; la carga [burden] feminista consiste en que el suyo es el único
movimiento en la historia de la lucha por los derechos civiles que ha sido
consistentemente descalificado por la más cruel de todas las armas: el ridículo (Lear,
citada en Mendes, 2011: 68).
En un análisis llevado a cabo por Kaitlin Mendes del trabajo de Lear en su libro Feminism
in the News. Representations of the Women’s Movements since the 1960s, encontramos
que quizá se trata del primer artículo publicado en un medio de comunicación de
circulación nacional que busca entender qué es lo que sucede al interior del movimiento
de mujeres: quiénes son esas “alegres militantes” de NOW, por qué se oponen a los
concursos de belleza y los llaman “subastas de ganado” y por qué afirman que el poder es
un fraude.
El artículo de Lear buscaba, por un lado, describir los principales objetivos del movimiento
feminista (creación de una red nacional de centros de cuidado infantil, reducción de
impuestos para madres y padres trabajadores, licencia de maternidad remunerada, leyes
de divorcio y pensión alimenticia justas, por mencionar sólo algunos). Pero, por otro lado,
también se refería a las diferencias ideológicas al interior del feminismo, pues no sólo
daba voz a las integrantes de NOW sino también a un grupo de feministas aún más
radicales que, por ejemplo, advocaban por la desaparición de la familia nuclear (Mendes,
2011: 68-70), notando así que el feminismo nunca ha sido un movimiento homogéneo. El
trabajo de Lear representa entonces un punto nodal en la clasificación discursiva y política
del movimiento de mujeres a finales de los años sesenta: “al involucrarse con el
movimiento, con sus integrantes y sus diferencias, de una manera seria y no trivializante,
el artículo legitima al movimiento y a sus integrantes, y otorga una consideración justa a
sus objetivos” (Mendes, 2011: 69).
Habría que añadir que, al autonombrarse como la segunda ola, las feministas de los años
sesenta y setenta en Estados Unidos hacían un doble juego: catalogaban
retrospectivamente al feminismo decimonónico del que eran herederas directas a la vez
que criticaban sus sesgos y limitaciones; y avanzaban una agenda política propia
cimentada en la generación de contenidos académicos, artísticos y activistas específicos
cuyo objetivo era denunciar y poner fin a las distintas formas de opresión que vivían las
mujeres por su condición de género.3
En este sentido, Shulamith Firestone (1970) es muy clara al afirmar que los problemas
señalados por la primera ola del feminismo aún no estaban resueltos porque si bien el
movimiento sufragista tuvo orígenes radicales, terminó subsumido por grupos reformistas
que contribuyeron a la creación de lo que ella llama el Mito de la Emancipación. Es decir,
de una serie de ideas y prácticas que durante 50 años mantuvieron adormecida la
conciencia política de las mujeres a través del confinamiento en el hogar, la invisibilización
de la lucha feminista, el olvido de los nombres de las sufragistas pioneras, el
entendimiento de la emancipación como responsabilidad individual y la idealización del
amor romántico; a esto se referían las feministas cuando decían que la idea del poder era
un fraude. Con esta crítica, Firestone hace una división tajante entre el viejo y el nuevo
feminismo; el nuevo feminismo que se asume como radical constituye
la segunda ola de la revolución más importante de la historia. Su objetivo: derrocar al
sistema de clases/castas más antiguo y rígido que existe, el sistema de clase basado en
el sexo -un sistema consolidado a lo largo de miles de años que otorga a los roles
arquetípicos masculino y femenino una legitimidad inmerecida y una supuesta
permanencia (1970: 15; las cursivas son mías).
Es así como las feministas radicales de los años sesenta y setenta en Estados Unidos
inauguran, a partir del uso de la metáfora, una manera de pensarse a sí mismas y a su
momento histórico: unidas a, pero a la vez separadas de la generación anterior por el
inmenso océano de aquello que llamamos feminismo. Parafraseando a Virginia Woolf
(1992), las feministas se balancean sobre las olas, se les empuja hasta el fondo. Todo cae
en tremendo chubasco, disolviéndolas.
Con el uso de la metáfora de las olas, las feministas radicales llevaron a cabo lo que
denominaré un corte epistemológico fundamental que, si bien no está exento de sesgos -
como veremos más adelante-, se convirtió en una exitosa herramienta narrativa y
didáctica. En otras palabras, la metáfora de las olas no es, y éste es mi argumento
principal, sólo una metáfora inocua e insustancial: se trata de un desplazamiento
epistemológico, educativo y político que ha contribuido a hacer visible y sistematizar la
historia del feminismo. Antes de brindar más elementos para sostener ese argumento, me
parece importante ofrecer mayores detalles sobre las metáforas como tropo retórico.
Las metáforas son figuras del lenguaje que implican un desplazamiento de significado o
una transgresión del sentido esperado (Lejarcegui Gutiérrez, 1990). Su uso no se limita al
lenguaje culto en la literatura y la poesía (“convulsa entre tus brazos como mar entre
rocas”), sino que las metáforas también existen en el coloquial (“un mar de llanto”) y hasta
en el lenguaje académico (“el género, no la religión, es el opio del pueblo”).4 Las
metáforas tienen tres elementos: comparado, comparante y base de comparación o punto
común. El comparado es el objeto del que se habla, el comparante es el objeto invocado y
la base de comparación o punto común es la relación que existe entre ambos términos. La
base de comparación debe expresar una relación de incompatibilidad cuyo fin es crear
una ilusión o construir relaciones insólitas: “sugerir algo distinto de lo afirmado, a través de
una comparación que está en la mente y que se base en un atributo dominante en
comparante y comparado” (Lejarcegui Gutiérrez, 1990: 142).
La metáfora, siguiendo a María del Carmen Lejarcegui, es “un medio de comunicación, no
un fin en sí mismo” (1990: 143). Se trata, pues, de un ornamento del lenguaje sujeto a
múltiples interpretaciones que, asimismo, puede presentar dos tipos básicos de
construcción: in praesentia, que es cuando el término comparado aparece de manera
explícita; o in absentia, que es cuando, como el nombre lo indica, el término comparado
brilla por su ausencia y sólo aparece el comparante. Entonces, teniendo esto en mente,
cuando hablamos de las olas feministas, ¿cómo es que debemos entender esta
construcción retórica? ¿De qué manera la metáfora de las olas es un desplazamiento, una
transgresión del sentido?
En primer lugar, la metáfora de las olas feministas posee como elemento comparado al
feminismo, pues es el objeto del que se habla, mientras que el elemento comparante es,
precisamente, la ola. La base de comparación entre ambos elementos establece una
relación de analogía: el feminismo es como una ola. En tanto que el término comparado
aparece de manera explícita, se trata entonces de una construcción metafórica in
praesentia. En segundo lugar, hay que hablar un poco más sobre la transgresión o el
desplazamiento de sentido que esta metáfora provoca y que es el sitio donde, sugiero,
yace parte de su éxito. La introducción del elemento comparante, la ola, para establecer
una relación de referencia con un movimiento social supone un atentado contra la relación
prototípica o esperada que el elemento comparado, el feminismo, tiene usualmente con el
término movimiento social. Es decir, al metaforizar al movimiento feminista como una ola,
ocurre lo que Carlos Bousoño llama “desgarrón” lingüístico (en Lejarcegui, 1990: 142) y es
lo que dota de un carácter poético a la metáfora. Entonces cuando nos referimos a las
olas feministas, implicamos un contrasentido e invocamos una relación que sólo es
posible de manera figurada.
En último lugar, si la metáfora sugiere una analogía entre el feminismo y las olas del mar
ya hemos visto que aquella funciona porque pensar al mar figurativamente evoca
imágenes sumamente poderosas. Puede entonces sugerirse que la elección de metáforas
oceánicas no es del todo sorprendente si consideramos que, desde muy temprano, el
feminismo se pensó a sí mismo como un movimiento crítico, transgresor, revolucionario,
transformador, imparable, con vasto potencial y de largo aliento. O como lo sugiere la
icónica frase de la poeta Adrienne Rich, “las conexiones entre mujeres son la fuerza más
temida, la más problemática y la más potencialmente transformadora del planeta” (1979:
279).
Líneas arriba me referí a que el recurso de la metáfora de las olas contribuyó a la
visibilización y sistematización de la historia del feminismo al dar nombre a dos momentos
clave: el sufragismo decimonónico y el feminismo radical de los años sesenta y setenta.
Ahora bien, el recurso de la metáfora también se verá beneficiado por el efecto
propagador de las luchas que tuvieron lugar a lo largo y ancho del mundo y que devinieron
en la conquista de derechos políticos, sociales y laborales para las mujeres. Desde Nueva
Zelanda hasta Suiza, pasando por México y China, las primeras décadas del siglo pasado
atestiguaron cambios sin precedentes en el devenir de las mujeres como sujetos políticos,
sujetos de derechos, ciudadanas. Adicionalmente, esa propagación pone de manifiesto el
éxito de la metáfora de la ola como herramienta epistemológica.
En términos cuantitativos, por ejemplo, la metáfora ha inundado la producción académica,
periodística y activista de feministas de las últimas décadas. Una rápida pesquisa de la
frase en inglés feminist waves en el motor de búsqueda Google Académico arroja 226,000
resultados, mientras que, para la frase en castellano, olas feministas, arroja 21,200
resultados. Por su parte, la base de datos de la Dirección General de Bibliotecas de la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) arroja 5832 resultados en inglés, de
los cuales 47% son publicaciones académicas (2753). Curiosamente, esta base sólo
registra 289 resultados para el término en castellano, de los cuales 31% son publicaciones
académicas (92). Estos números nos ofrecen una idea de la manera en que la noción de
las olas ha contribuido a producir un imaginario feminista dentro del marco referencial.
Ahora bien, esta fotografía del uso de la metáfora quedaría incompleta si nos limitamos a
la descripción meramente cuantitativa. Un mapeo de la producción académica ilustra que
muchas representaciones no anglosajonas del feminismo son descritas como
pertenecientes a alguna ola. Por ejemplo, al examinar la historia del feminismo en la India,
Rekha Pande (2018) nota que el Movimiento de Mujeres en la época anterior a la
independencia (1850-1915) era de carácter reformista y “fue impulsado principalmente por
la primera ola feminista de occidente y se concentró en los derechos básicos de las
mujeres” (2018: 4). Alexia Ugalde Quesada (2021), en su recapitulación del feminismo
costarricense, ubica el inicio de la segunda ola del feminismo en la creación en 1975 del
Movimiento para la Liberación de la Mujer que, de extracción trotskista, demandaba el fin
de la subordinación laboral y doméstica, así como derechos sexuales y reproductivos.
Marta Torres Falcón hace lo propio cuando señala que el neofeminismo o segunda ola
feminista en México es producto directo de la efervescencia estudiantil de la década de los
sesenta y que, desde entonces, “la lucha contra la violencia ha sido eje de cohesión del
movimiento feminista” (2019: 208).
Otras ilustraciones oportunas del uso de la metáfora incluyen trabajos como el de Tal
Dekel (2011), quien en una mirada desde el arte feminista afirma que las feministas
israelíes dieron un salto de proporciones cuánticas -influidas por sus hermanas mayores
en Estados Unidos- para situarse de lleno en la tercera ola sin haber atravesado las olas
anteriores. No obstante, Dekel también sugiere que “una vez que ocurrió este ‘salto
cuántico’, podemos distinguir artistas que cambiaron de un lado a otro, a veces
relacionándose con las diferentes olas del feminismo […] simultáneamente, incluso en la
misma obra de arte” (2011: 159).
Finalmente, encontramos trabajos que anuncian el surgimiento de una cuarta ola. La
periodista Kira Cochrane (2013) la describe como un movimiento más activista que
académico, potenciado por el uso de tecnologías y por un sentimiento de desaliento con
respecto a los gobiernos y las grandes corporaciones. Asimismo, afirma que la cuarta ola
es indiscutiblemente interseccional, que se compone de muchas otras olas y es necesaria
como movimiento global para estos tiempos inhóspitos. En nuestro continente también
existen ejemplos que proclaman que vivimos la cuarta ola feminista. Camila Ponce Lara
(2020) califica al movimiento feminista estudiantil chileno de 2018 como el sitio de
articulación de demandas pertenecientes a olas anteriores que van desde mayor libertad
sexual, aborto libre, reconocimiento del trabajo no remunerado, hasta demandas propias
de la cuarta ola (es decir, demandas totalmente nuevas), como acceder a una educación
no sexista y la denuncia de la violencia y el acoso contra las mujeres a través del uso de
plataformas en línea. Tanto Cochrane como Ponce Lara registran el papel que tienen las
emociones para el efectivo despliegue de la ola: la ira, la rabia, la indignación, pero
también el humor como vehículos para la transmisión de ideas más allá de las fronteras
nacionales (Cochrane, 2013: 90).
En esta sección he ilustrado el surgimiento, los usos, implicaciones y éxitos asociados a la
metáfora de las olas feministas. El alcance de la metáfora para suscribir movimientos
feministas pertenecientes a contextos aparentemente disímiles es importante; sin
embargo, ello no debe obnubilar la existencia de un álgido debate al interior del feminismo
sobre la pertinencia de la metáfora. Discutiré este último punto en la siguiente sección.
CONCLUSIONES
Desafíos para la 4ª ola a manera de conclusión
Durante la primera ola se estableció que el termino igualdad aludía, como bien lo indica
Luigi Ferragoli, a un intento de universalización del sujeto masculino que también en el
plano normativo excluye –no contempla, desplaza, ignora– al sujeto femenino,
discriminándolo en el goce de muchos de los derechos que se dicen universales[14].
Siguiendo esta crítica, la segunda ola apelaría a la Igualdad en los derechos del hombre y
del ciudadano que, sin embargo, precisamente porque está basada en la asunción del
sujeto masculino como parámetro, se resuelve en la asimilación jurídica de las mujeres a
los varones y, por consiguiente, en una ficción de igualdad que deja de hecho sobrevivir a
la desigualdad como producto del desconocimiento de la diferencia[15].
Es la tercera ola aquella que crítica la Igualdad jurídica que, al no hacerse cargo de las
diferencias y de su concreta relevancia en las relaciones sociales, está destinada a
permanecer ampliamente inefectiva y a ser desmentida por las desigualdades concretas
en las que de hecho se transmutan las diferencias. Se denuncia, desde este lugar, que la
igualdad es relativa sólo a una parte privilegiada de seres humanos arbitrariamente
confundidos con la totalidad.
La cuarta ola se antoja para responder una serie de preguntas que emanan de eso que
nos dejó la tercera ola: los avatares de la modernidad y la contemporaneidad, léase, por
ejemplo, ¿cómo trascender de la consciencia de opresor-oprimido? ¿Apostar por una
reflexión y práctica ética con la subalternidad? ¿Cómo opera la raza, la clase, la
sexualidad, la edad y la nacionalidad en las formas de materializar la igualdad? ¿Cómo
des-habitar la desigualdad? Quizá vaya siendo tiempo de apostar por un feminismo
híbrido que no sea lo que se ha sido, un feminismo consciente de los elementos que lo
componen en donde la igualdad deba seguir siendo la asignatura pendiente y es durante
la cuarta ola que al fin aprendamos a ser iguales, manteniendo nuestra a de humanas o,
quizá, por el contrario, ya no nos interese aprender a ser eso que hicieron de nosotras...