Alfonsina Storni - Polixema y La Cocinerita
Alfonsina Storni - Polixema y La Cocinerita
Alfonsina Storni - Polixema y La Cocinerita
Y LA COCINERITA
Alfonsina Storni
Esta obra fue escrita para que la representara Berta Singerman, lo que explica
su carácter. Su verso, deshilvanado, ha querido atender más a la nerviosidad del
relato que a las formas corrientes.
PERSONAJES
Del epílogo
eurípides
la cocinerita y la mucama: Visten como servidoras modernas, pero con exquisito gusto y gra-
cia. Vestidos de tafetán, delantales y cofias lujosas. Deben dar la impresión, querida, de estilizar
algún figurín.
el joven: De clase reinada. Traje común. Impresión de fuerza.
varias caras de jóvenes: Estilizan una elegancia snob. Impresión de muñecos, al aparecer.
el pez musical: Una inmensa boca en la que puede entrar Eurípides; los ojos son focos de colo-
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La escena representa una cocina estilizada. Cacerolas, plumeros, sartenes, escobas, fuentes, etc., de
diversas formas y colores caprichosos y brillantes, distribuidos. En un rincón, una gran cantidad de
repollos se levanta decorativamente. Canasta de verduras, con pepinos, zanahorias y perejil. Al lado
de una pileta un atril con un gran libro abierto. Sobre una mesa muchos libros. Una escalera tijera de
no más de 1,50 de alto con clavos en sus travesaños. El decorado debe adelantar al espectador una
impresión de irrealidad original y colorida.
la cocinerita: –(Al alzarse el telón seca los últimos platos al lado de la pileta y lee en el libro
del atril con entonación enfática) “¡Oh, madre, qué tales penas sufres!
Oh, tú la más infeliz de las madres. ¡Oh, mujer desdichada! ¿Qué
numen ha suscitado contra ti de nuevo tantas infaustas e inauditas
calamidades? Ya no seré tu compañera de esclavitud, ya no podré,
siendo tu hija, consolarte en tu deplorable vejez. Como la leoncilla
criada en las selvas, como a ternerilla nueva, me verás separada de
ti, me verás degollar, y bajaré a las subterráneas tinieblas de lutón,
en dónde yaceré con los muertos...” (Termina con los platos y comienza
a ordenar la cocina.) Oh, Eurípides, si me vieras a mí fregando los
platos, a mí, admiradora de tu genio, secadora también de tus
lágrimas, repetidora de tus cantos... ¡Cantemos, cantemos! Todo es
canto en la vida, ¡todo! (Su monólogo lo hará colgando cacerolas, ordenando
la vajilla, distribuyendo repasadores) Cantan los cubiertos al chocar con-
tra la pileta; canta el agua al hervir en las ollas, canta el lomo en
contacto con el hierro caliente; canta el vapor al levantar las tapas;
canta el acero que fila el acero; canta el rallador contra las aristas
del pan y del queso; canta la media luna picando el perejil y el ajo;
canta el muñón del mortero al triturar las especias. Cantemos,
pues; ¡cantemos siempre! Cantemos el resplandor de las cacerolas,
lunas de pared colgadas en fila sobre un cielo al óleo; cantemos la
redondez de las cebollas, noble símbolo de maternidad; cantemos
la canción del aceite hirviendo que levanta cataratas de humo en
contacto con las humildes rajas de calabaza; cantemos el agua que
sale rabiosa de las canillas y cae sobre los platos limpiándolos de
grasa, que es la deshonra de la loza; cantemos el movimiento del
no iría!
el joven: –¿Y me has tenido un mes dando vueltas, dejándote besuquear,
engañándome con pamplinas?
la cocinerita: –Usted no comprende nada, no puede comprender...
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a reír con una risa no desesperada, sino pequeña, convulsiva. Se vuelve buscando
qué hacer y maquinalmente cuelga y descuelga objetos sin ton ni son. De pronto
toma una escalera de tijera que se halla en un ángulo y la lleva al centro de la
escena; vertiginosamente clava con un martillo clavos en sus travesaños interca-
lando en estas actitudes su monólogo) La comedia va bien... la comedia
va muy bien... gran escena... va muy bien... último acto... (Hace el
movimiento de clavarse un puñal en el corazón) ¡Magnífico! ¡Bravo! ¡Bravo!
(Se aplaude) La heroína soy yo... ¡Me saludo a mí misma!... ¡Hom-
bre hermoso! ¡Mujer estúpida!... Él entra por esa puerta; ella está
sentada... Ella es chica, muy chica... no mide más que la mesa... Él
cuatro pisos; si, mide cuatro pisos... ¡Qué gran escena! (Se imita a sí
misma) ¡Salga, salga, porque si no lo mato! Yo tenía un hacha en la
mano, un hacha chiquita... un ajo podría morir de un golpe... Pero
un gato, ¿un gato hubiera muerto con ella? Muy chiquita; demasia-
do chiquita... (De pronto) ¡Más grande que este cuchillo!... (Toma uno
grande y filoso) De un golpe salta la cabeza del pollo... En el extremo
del túmulo estaría bien... ¡aquí! (Lo pone en el extremo superior de la esca-
lera, luego se pasa la mano por la frente, como quien ha sufrido una alucinación
y sale de ella. De vez en cuando conserva una risita que ya no es convulsiva sino
triste. Se sienta en la mesa cargada de libros y se pone a hojearlos).
la mucama: –(Viene del interior) ¿Has terminado ya tu tarea?
la cocinerita: –¿Cansada? No aún; todo esto es muy divertido ¿Has visto quemar
la mucama: –¿Sola?
la cocinerita: –Sola.
la cocinerita: –No.
la cocinerita: –Saldré.
la cocinerita: –¿Cuánto tiempo hace que salí de mi casa? Cuatro años, ¿te acuer-
das? Era hermosa, entonces, era casi una niña... ni una arruga
tenía en la frente. Pero había llorado mucho... ¿Tú has pensado
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la cocinerita: –(Hace como si le extrajera una flecha de la cabeza; imita con los brazos la
tensión del arco y hace con la boca el zumbido de la flecha) ¡Psss... ya está!
¡Hombre al suelo!
la mucama: –¿Los odias?
la cocinerita: –Recorto.
la cocinerita: –Camina.
la mucama: –Ama.
la cocinerita: –Mata.
la cocinerita: –Insulta.
la mucama: –¡Muchacha!
la cocinerita: –(Se lleva la mano al pecho en actitud cómica) Escena tercera del primer
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la cocinerita: –Oh, sí, comprendo, era una médica, estaba acostumbrada a ver
la cocinerita: –Oh, sí, los he visto; pero en escaso número; el suficiente para no
la mucama: –Sobre todo cuando tú ves a otros que especulan sobre el pobre indi-
viduo desahuciado.
la cocinerita: –¿Desahuciados? Todos estamos desahuciados... Es cuestión de años
Sófocles–Eurípides... Te la regalo.
la cocinerita: –Si me quisieras oír con un poco de seriedad...
la mucama: –Tengo una seriedad por dentro que me hace falta frivolidad por
fuera.
la cocinerita: –Si me quisieras oír... ¿Por qué se me ha grabado esa mujer? Quiero
la cocinerita: –Sí, como en la leyenda, que acaso la verdad fue otra cosa.
la cocinerita: –La que recoge Eurípides sobre Polixena. La tengo aquí (señala la
la cocinerita: –Era hija de una reina, de Hécuba; madre e hija fueron hechas es-
gó sin cobardía...
la mucama: –¡Oh, Polixena, Polixena!
muero.
la cocinerita: –Oh, la vida es sucia frente a la creación noble de un gran poeta:
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la cocinerita: –No me mires así, ayúdame, no te estés allí... mira: cuando sacrifica-
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TELÓN
EPÍLOGO
mujer, que, descansando en otra roca más alta, duerme durante todo el acto.
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