Lectura El Mono y La Tortuga
Lectura El Mono y La Tortuga
Lectura El Mono y La Tortuga
Había una vez un mono y una tortuga que se llevaban estupendamente y eran
muy amigos. Formaban una pareja peculiar que llamaba la atención allá
donde iban, pero pertenecer a distintas especies nunca había sido un
problema para ellos. Su amistad era sincera y se basaba en el respeto mutuo.
Bueno, al menos eso parecía…
Cierto día iban paseando y charlando de sus cosas cuando se encontraron dos
plataneros tirados en el suelo. La tortuguita, muy sorprendida, exclamó:
– ¡Oh, amigo mono, qué pena me da ver esos plataneros! Tengo la impresión
de que los ha tumbado el viento. ¿No sería genial plantarlos de nuevo? Seguro
que volverían a crecer con fuerza y nosotros tendríamos plátanos para comer
a cualquier hora.
El mono dio un salto de alegría y empezó a aplaudir. ¡No había ser en este
planeta más fanático de las bananas que él!
– ¡Me encanta tu idea! ¡Venga, vamos a ponernos manos a la obra!
Con mucho esfuerzo los dos animales levantaron las pesadas plantas y
cubrieron sus raíces con tierra húmeda para que quedasen bien sujetas.
Cuando terminaron la tarea se fundieron en un fuerte abrazo, orgullosos de la
fantástica labor que acababan de realizar.
El tiempo les dio la razón y los plataneros empezaron a dar plátanos en
abundancia. Una tarde, el mono detectó que estaban amarillitos, en el punto
justo de madurez, y sin dar explicaciones trepó por la planta y se puso a comer
uno tras otro como si no hubiera un mañana. La tortuga quiso hacer lo mismo,
pero como no podía subir, tuvo que quedarse abajo mirando cómo su amigo
comía y comía plátanos.
Al cabo de un rato, extrañada de que no se dignara a bajarle alguno para ella,
empezó a mostrar inquietud.
– ¡Eh, amigo, deben estar buenísimos porque ya te has comido más de veinte!
Desde lo alto, el mono le dijo:
– ¡Están exquisitos! La pulpa es dulcísima y se deshace en la boca como si fuera
mantequilla.
– ¡Oh, se me hace la boca agua!… Estoy deseando probarlos, pero ya sabes soy
una tortuga y las tortugas no tenemos el don de escalar. ¡Necesito tu ayuda,
compañero! ¿Serías tan amable de bajarme uno para mí?
– Tranquila, querida amiga, hay un montón. En unos minutitos te bajo unas
cuantas docenas.
La tortuga sonrió y le dijo:
– ¡Ah, está bien! Come tranquilo, no tengo prisa.
Pasó una hora hasta que por fin vio bajar al mono… ¡con las manos vacías!
– Pero… ¿dónde están mis plátanos?
El simio, inflado como un globo de tanto comer, le contestó de muy mala
manera:
– Lo siento, amiga, al final me los he comido todos. Ahora mismo debo tener
el potasio por las nubes, pero es que estaban tan ricos que no me pude
contener.
– ¿Cómo dices?… ¡Eres un caradura y un abusón! ¡La mitad de los plátanos eran
míos!
– Ya, pero entiende que a mi me gustan y es mi comida favorita.
Ante semejante injusticia, la tortuga se vio obligada a tomar una decisión
tajante.
– ¡Nuestra amistad se termina aquí y ahora! No quiero volver a verte, así que lo
mejor es que uno de los dos haga las maletas y se vaya para siempre.
El mono, mirándola por encima del hombro, respondió con aires de
superioridad:
– ¡¿Pues sabes qué te digo?! Me parece muy buena idea porque ya no quiero
estar contigo. ¡Ya estás tardando en irte a vivir a otro sitio!… ¡Fuera de aquí!
La tortuga apretó las mandíbulas y soltó un gruñido que mostraba verdadero
enfado.
– ¡Grrr! ¡De eso nada, monada! Te reto a una carrera por la orilla hasta el final
del río. Quien obtenga la victoria se quedará con los dos plataneros, y quien
pierda se irá a vivir a otro bosque.
Como te puedes imaginar, el mono soltó una carcajada y respondió en tono
burlón.
– ¡Ja, ja, ja! ¡¿Estás de broma?! ¿Tú, uno de los animales más lentos del planeta,
pretendes que nos lo juguemos todo en una carrera? Que risa me das! ¡Ja, ja,
ja!
– Si tan seguro estás de tu superioridad, no sé a qué esperas para aceptar mi
desafío. ¡Acabemos con esto de una vez!