Genero y Produccion Canera Trabajo Famil
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Alejandra de Arce
CONICET/CEAR-UNQ
5.1. IntroduccIón
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Género y producción cañera. Trabajo familiar…
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Bolsi y Pucci (1997: 113) señalan que «La caña de azúcar, por razones princi-
palmente climáticas, es un producto del norte argentino. En esta amplia región,
las provincias del litoral fluvial (Chaco, Corrientes, Santa Fe y Misiones) no lo-
graron afianzar más que una muy débil estructura con una reducida participa-
ción histórica en el total de la producción nacional de azúcar».
2
Sobre los flujos migratorios inter y extrarregionales en el NOA, véanse Reborat-
ti (1978), Ortiz de D’Arterio y Jurao (1997). Sobre la conformación del mercado
laboral —zafrero— jujeño, Lagos (1992).
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ción vertical (Bolsi y Pucci, 1997; Teruel 2007; Campi, 2000; Lagos, 1992).
En Tucumán, a diferencia de la «economía de plantación de los ingenios
del Norte»,3 que integra desde el punto de vista empresarial la fase indus-
trial y la agrícola, el complejo agroindustrial azucarero articula la participa-
ción de grandes empresarios —industriales— que controlan la fase fabril
de la producción (con 29 ingenios funcionando en 1914 y 27 en 1964),
cañeros independientes, principales proveedores de la materia prima que
procesan los ingenios azucareros; colonos de ingenio, labradores residen-
tes en estos establecimientos con instrumentos de trabajo y alojamiento
provisto por los contratantes, cuyo pago se realiza de acuerdo a la riqueza
sacarina, a diferencia de la modalidad que rige el pago de los cañeros, por
peso de la caña (véase imagen 2). Por último, zafreros, migrantes criollos
en su mayoría que acuden desde otros distritos tucumanos y provincias
vecinas. Entre estos actores, la presencia del plantador independiente
confiere al caso tucumano un desempeño particular en el contexto regional
y latinoamericano (véanse gráfico 1 y cuadro 2) (Bravo, 2008; Gaignard,
2011; Santamaría, 1986).
3
Reboratti (1978: 239) afirma que «la instalación de los ingenios azucareros en
la región [salteño-jujeña] […] responde a iniciativas de capitales locales, que se
basaron en el mayor rendimiento potencial de la caña en relación a Tucumán.
En general, el tipo de estructura basada en la caña de azúcar responde a la
forma de «plantación», grandes extensiones de tierra, monocultivo de tipo tropi-
cal preferencia por mano de obra migrante, capital inicial, subutilización de par-
te de la tierra, producción exclusiva de exportación. La única salvedad […] en
este caso se trata en realidad de una producción para […] consumo del merca-
do interno».
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Situación que seguirá vigente, y con más fuerza, durante la década peronista.
Véase Girbal-Blacha (2011: 141-167).
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Que en 1945 controlan el 52,3 % de las hectáreas cultivadas totales, correspon-
diendo a los cañeros tucumanos el 46,6 % de ese dominio.
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DISTRIBUCIÓN
POR PROVINCIAS Y TERRITORIOS NACIONALES
DE LOS SURCOS CULTIVADOS DE CAÑA DE AZÚCAR
Jujuy ————
CIFRAS RELATIVAS POR 1000 SURCOS
Salta Formosa
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Acerca de la polarización de las explotaciones en relación con el tamaño, en 1969,
las explotaciones de hasta 100 ha representan el 78,1 % del total y controlan el
4,06 % de la superficie total. Mientras tanto, aquellas explotaciones que tienen de
1000 a más de 2500 ha representan el 5,1 % del total que registra el CNA y mane-
jan el 78,2 % de la superficie total agropecuaria (estimaciones propias basadas en
«Tabla 1. distribución de las explotaciones, superficie y tamaño medio por estrato
de extensión en el noroeste argentino. 1969», en Rivas (1997: 12-13).
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Para ampliar, véanse los artículos compilados en Campi (1991, 1992) y Girbal-
Blacha (2004).
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Ministerio del Interior, Consejo Nacional de Estadística y Censos (1945): Censo
de las plantaciones de caña de azúcar, Buenos Aires, p. 31.
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Las más trascendentes de estas intervenciones son, quizás, los laudos arbitrales
del presidente de la nación, Marcelo T. de Alvear, de 1926 y 1927. Véase Girbal-
Blacha (1994).
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La polarización puede observarse a través de los datos del CNA de 1960. El
total de explotaciones agropecuarias en Tucumán asciende a 20 978, de las
cuales 13 829 (66 %) son registradas como dedicadas al cultivo de caña. El
92,2 % de las explotaciones tiene entre 5 y 100 ha y controlan el 30,2 % de la
superficie, mientras que el 1,1 % de las explotaciones (de 1000 a más de 2500
ha) domina el 65 % de la superficie agropecuaria (estimaciones propias basa-
das en el CNA de 1960, pp. 990-991 y 994).
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La superficie plantada con caña, que había aumentado de 192 400 ha. en 1960
a 210 000 en 1965, se reduce a 135 600 en 1968 y se mantiene en alrededor de
las 141 000 ha hasta 1970.
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El valor de la hectárea de tierra bajo cultivo con mejoras y riego, oscila entre 400
y 500 $ m/n, a lo que hay que sumar el precio de la caña plantada. El costo de
los arrendamientos por hectárea varía entre 20 y 40 $ m/n. (Schleh,1936: 36).
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Augusto M. Bravo. Fue médico de la Protección a la Infancia y del Instituto de
Puericultura «Alfredo Guzmán». Secretario técnico de la Dirección Provincial de
Sanidad, jefe del Servicio Médico de los Talleres de Tafí Viejo (Ferrocarril Bel-
grano) y ex director general de Medicina Sanitaria de la Provincia.
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Como Bravo, Juan Taire (2006) desestima que los cambios sociales promovidos
por el peronismo hayan modificado estructuralmente la situación de los cañeros
minifundistas (Taire, 2006: 144). Gutiérrez y Rubinstein (2012).
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La Gaceta, 11 de junio de 1942, p. 6; 12 de junio de 1942, p.6; 14 de junio de
1942, p. 6.
16
Véanse Vessuri (1973) y Taire (1969).
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Lo que sugiere el asentamiento del otro 54% en pueblos rurales, ubicados alre-
dedor de los ingenios.
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Los migrantes que llegan a la zafra se calculan en 15 o 20 mil familias en 1964
(Gaignard, 2011: 187).
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La persistencia del «mundo cañero» puede inferirse, en 1947 y 1959, a partir
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Su participación disminuye hasta el 17 % si se incluyen a los productores entre
los trabajadores familiares.
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La población rural económicamente activa asciende a 172 231 personas: 93 317
varones y 78 914 mujeres. Los varones representan el 60,19% de la población
rural total, y las mujeres, el 56,78 %. INDEC (s. f.: 152-153). Ministerio de Asun-
tos Técnicos (1947: 434, 439).
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Mediante el empleo de entrevistas con el formato de historia de vida (ligado a
un abordaje de historia oral temática) y a través del muestreo por redes («bola
de nieve»), se realizaron 8 entrevistas que incluyeron a mujeres y varones que
nacieron/vivieron en el campo entre 1930 y 1960 en el norte argentino y que
trabajaron (con su familia o como peones, jornaleros) en la producción azucare-
ra. La selección de las personas entrevistadas no pretende constituir un mues-
treo representativo (propio de los estudios cuantitativos), sino ampliar el sentido
de comprensión del problema de investigación.
23
Sahlins (1993). En este sentido, se comprende que las características de lo
rural y lo urbano operan como «realidades percibidas»; se traducen en discur-
sos que orientan las prácticas sociales y se fundamentan en valores cultural-
mente construidos. La naturaleza misma de lo rural condiciona los procesos
económicos, políticos y sociales que suceden en un mismo territorio (Paniagua
y Hoggart, 2002).
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Similar situación señala Vessuri (1972) para los jefes de familia santiagueños:
«un buen padre, un hombre cabal, mantiene a su esposa e hijos, no le teme al
trabajo duro y enfrenta la vida con coraje e integridad. Un hombre cuya esposa
no trabaja, a menudo hace alarde, y de esa manera publicita su reputación
como proveedor de la familia. Si es honorable, encontrará doloroso el no poder
brindar una vida decente a su familia. Siente vergüenza, que es una medida del
honor herido y de su impotencia debido a su posición económica» (ibid.: 6).
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con «esa gente del monte», entonces contrajo matrimonio a los 18 años.
Su marido tenía una mediana explotación cañera (ella no recuerda exacta-
mente la cantidad de surcos) en el departamento de Leales (Aráoz) que
trabajaban en sociedad con sus tres hermanos, pues la habían recibido por
herencia. Vivían allí cuatro familias (una hermana era soltera; en total, los
niños eran dieciséis) y uno de los hermanos era el administrador designa-
do. Esta situación es señalada por Isabel como conflictiva al interior de la
familia. Entregaban la caña al ingenio Concepción o Cruz Alta.
Con su marido tuvieron siete hijos. Pero ni ella, ni los niños o niñas se
ocuparon de trabajar con la caña de azúcar: «¡No! Ellos iban al cerco y
volvían [el marido, sus cuñados!] ¡[Yo,] jamás! Hacía mis quehaceres do-
mésticos, atendía a mis hijos». Como el padre de Amalia, el esposo de
Isabel (y ella misma) pensaba que las labores de la caña no eran adecua-
das para las mujeres. Como él era «patrón», tampoco realizaba las múlti-
ples tareas del surco que describe Isabel con gran detalle, solo se
aseguraba de que fueran bien hechas por los obreros temporarios que
mantenían sus cañaverales. Controlaba con una libreta el trabajo de cada
uno, y llevaba rigurosamente las cuentas de los kilos pelados y cargados
por cada carrero. Isabel y sus hijas, Irma y María, afirman que hubo en su
campo hasta cuarenta carros con mulas y doscientos obreros del surco.
Además del cuidado de sus hijos y la limpieza de la vivienda (en la
que no había comodidades, comparándolas con la actualidad, asevera) y
el cuidado de la huerta para el consumo propio (que se encargaba de sem-
brar el marido), es decir, las tareas femeninas de la finca —configuración
que trasciende las realidades regionales, pues acompaña a las mujeres
como mandato, naturalizado en las prácticas— Isabel era la «planillera».
Su trabajo consistía en volcar día a día los datos que recababa su marido
en la libreta y tener siempre las cuentas exactas de lo debido a los trabaja-
dores, pues tenían que entregarle esos datos al cuñado-administrador,
quien pagaba a los obreros. Con escasa —e irregular— escolarización,
esta patrona cañera afirma que «trabajaba más que una contadora» ano-
tando lo cosechado por cada carro que, debido a las exigencias del ritmo
productivo de la industria, debían partir prontamente al canchón de pesado
o al ingenio para recibir un mejor pago.
Sus hijos e hijas recibieron una mejor educación que los padres. Así,
los varones asistieron al internado de los padres salesianos y las hijas al
Colegio María Auxiliadora, con la misma modalidad pupila, en la capital
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provincial. Irma y María recuerdan ser visitadas por sus padres y volver a
la finca familiar para las vacaciones. Apuntan también la organización de
las fiestas de fin de año que reunían grandes grupos de personas, parien-
tes y amigos, con bailes y comida, en tiempos en que la zafra ya había
concluido y la atención al crecimiento del cañaveral podía distenderse mo-
mentáneamente.
Esta familia cañera contrataba trabajadores temporarios para la zafra
desde mayo-junio hasta diciembre. Estas personas podían tanto residir en
zonas aledañas como migrar con sus familias desde Santiago del Estero o
desde Salta. Ellos, dice Isabel, como patrones, tenían la obligación de dar-
les vivienda. La mayoría de los cañeros, señala, tenía ya construidas ca-
sas para sus obreros (sin especificar los materiales). Afirma, asimismo,
que los que «peor trataban a los obreros eran los ingenios, hacían chozitas
con paredes de lona y tenían que estar ahí [los zafreros] por la cosecha».
Legalmente, dice, estaban obligados a pagarles un salario determinado y
leche para los niños de hasta ocho años, medida especialmente controla-
da por los gobiernos peronistas.25
Irma recuerda jugar a pelar caña con los hijos de los obreros y tam-
bién señala que «había mujeres peladoras… llevaban a los chiquitos y los
ponían ahí, al lado del surco… cargaban también las mujeres. El que cor-
taba la caña era el hombre, la mujer pelaba… había mujeres que tenían
más habilidad que el hombre para cortar la caña». Las familias cosecheras
vivían en el predio los seis meses que duraba la zafra. Debían comprarse
la comida y cocinarse por sí mismos, salvo día en que se daba cierre al
último atado, en que se izaba una bandera argentina y el patrón invitaba a
un asado a toda la gente, rememora Irma. Mujeres e hijas de los medianos
25
Véase Bolsi y Ortiz de D’Arterio (1991: 83-92). Mercado (1997) relata, entre la
biografía y la descripción antropológica, su vida familiar en el ingenio Santa
Lucía (Departamento Monteros). Allí señala que «en la pelada de caña, interve-
nían todos los integrantes de la familia [de los temporarios o golondrinas]: pa-
dres, hijos, algún arrimado. Mientras unos macheteaban, para el corte, otros
deshojaban; los chicos y mujeres acomodaban y cargaban el carro o traían
agua o alcanzaban la comida que las tomaban a las diez u once ya que empe-
zaban a trabajar a las cuatro de la mañana para aprovechar la fresca y eludir en
lo posible el fuerte calor de la tarde. Trabajaban por tanto; cuantas más cañas
enviaban al canchón, más ganaban lo que les era liquidado al final de la zafra,
menos lo adelantado para su mantenimiento mientras vivían [en el ingenio].
(Mercado, 1997: 87).
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reFerencIas
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