Genero y Produccion Canera Trabajo Famil

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5.

Género y producción cañera


Trabajo familiar en el noroeste argentino
(1930-1960)

Alejandra de Arce
CONICET/CEAR-UNQ

5.1. IntroduccIón

Hacia 1880, la inserción de la Argentina en el mercado internacional


mediante la consolidación del modelo agroexportador signaría los perfiles
desiguales del desarrollo nacional. La expansión económica de la región
pampeana definiría para «el interior» un rol subordinado y diverso de
acuerdo a los recursos productivos regionales. La provincia de Tucumán,
situada al noroeste del país, se integrará a la economía nacional especia-
lizándose en la producción de caña de azúcar, apoyada por el tendido de
las vías férreas, el proteccionismo arancelario y la oferta de crédito oficial
barato; recursos que la élite local supo capitalizar para «modernizarla».
La estructura social agraria preexistente imprimirá particularidades a
la organización de la producción e industrialización de la caña en Tucu-
mán. Si los grandes empresarios controlan la fase fabril de la producción,
los cañeros independientes —usual pero no exclusivamente, propietarios
de sus tierras— son los principales proveedores de la materia prima que
procesan los ingenios azucareros, con más del 70 % de la producción.
Comparten la actividad con otros trabajadores del surco: los colonos de
ingenio, que labran las tierras de estos establecimientos, y, en épocas
de cosecha, con los zafreros, peones migrantes en su mayoría. Para los
cañeros, colonos y zafreros, la mano de obra familiar es esencial.

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Alejandra de Arce

Hacia 1930, la crisis evidenciará los desajustes del modelo agroexporta-


dor y el fin del paradigma del «crecimiento hacia afuera» y el Estado argentino
asumirá un rol intervencionista en la economía. La industria azucarera crece
bajo el proteccionismo estatal y los distintos sectores involucrados en esta
agroindustria invocarán la atención y regulación de los poderes públicos reve-
lando la heterogeneidad de intereses que representan. Minifundio, monopro-
ducción e identidad cañera son aspectos fundamentales de la historia rural
tucumana, que en los sesenta enfrentará la desarticulación del complejo azu-
carero a manos del gobierno de la «Revolución Argentina».
Este estudio histórico comprende que el crecimiento económico tucu-
mano está ligado tanto a las políticas económicas, a las pujas internas del
sector cañero y su confrontación con los industriales como a cuestiones
culturales vinculadas a las costumbres y al mantenimiento de tradiciones
familiares comprometidas con el cultivo de caña dulce. La distribución fa-
miliar del trabajo en las fincas sustenta el entramado productivo azucarero.
Atender a esta última dimensión contribuye a visualizar la importancia del
trabajo femenino, sus exigencias y límites.
Incorporar una perspectiva de género en la historia agraria regional impli-
ca considerar que las asignaciones de tareas en la organización jerárquica de
las familias —construida sobre las variables sexo y edad— están relacionadas
con el ciclo de vida familiar y con el ciclo agrícola (que establece pautas de
distribución de trabajo y recursos, de cooperación y solidaridad), tanto como
con los estereotipos de género (Torrado, 2003: 31; Schiavoni, 1995).
A partir de la confrontación de diversas fuentes (documentos oficia-
les, entrevistas, fotografías, publicaciones de divulgación, almanaques y
guías sociales) se intentará reconstruir e interpretar la complejidad de la
producción de caña dulce tucumana —epicentro de este cultivo— desde
una perspectiva que contemple las condiciones de vida y de labor de las
familias productoras, las representaciones culturales de género que confi-
guran la división del trabajo en las fincas y las propias experiencias de
aquellas mujeres responsables del sostén, económico y moral, de estos
hogares rurales hasta mediados del siglo xx.

5.2. eL coMPLejo aGroIndustrIaL azucarero


en eL noroeste arGentIno
El noroeste argentino (NOA) incluye las provincias de Catamarca, Ju-
juy, La Rioja, Salta, Santiago del Estero y Tucumán. En 1920 representan el

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Género y producción cañera. Trabajo familiar…

14 % de la población total del país; su participación disminuye al 10 % en


1970. Una de sus características distintivas es el marcado contraste de su
paisaje natural, en el cual sobresalen los espacios denominados como
«desfavorables» para el desarrollo agropecuario. Las comunidades rurales
residentes en el NOA utilizan y articulan recursos naturales y culturales en
el marco de la dificultosa integración al mercado nacional liderado por las
áreas agroexportadoras. Al mismo tiempo, aristocráticas y tradicionales, las
elites regionales definirían los usos y el reparto de estos recursos (Bolsi,
1997a: 181; Reboratti, 1978, Girbal-Blacha, 1991).
El paisaje agrario del NOA se modifica desde fines del siglo xix con
la irrupción de los cultivos industriales, especialmente de la caña de azú-
car, que hasta 1960 ocupan el 50 % de la superficie agraria regional
(500 000 ha) (Bolsi, 1997a: 182).1 La caña de azúcar se fusiona y se
confunde con el territorio y la sociedad en el noroeste (Bolsi y Pucci,
1997; Teruel, 2007; Campi, 1991). El piedemonte tucumano y el valle de
Río San Francisco, en Salta y Jujuy, evidenciarán el dinamismo que con-
lleva esta actividad agroindustrial mientras el resto de las provincias de la
región (donde este cultivo no resulta viable a pesar de los intentos) apor-
tan contingentes de zafreros, de ocupación estacional. Las migraciones
interregionales son un aspecto constitutivo de la agroindustria azucarera
(Campi, 2000).2 Las áreas cañeras (tucumanas y del ramal salto-jujeño)
protagonizan el mayor incremento demográfico regional en el intervalo
1895-1914 y, junto a una población eminentemente rural (que durante el
todo el siglo xx representará aproximadamente el 20 % sobre el total del
país), crecen los centros urbanos relacionados con la instalación de los
ingenios (véase cuadro 1).
Se conforma en el NOA una «región azucarera» con rasgos distinti-
vos: en Salta y Jujuy, la producción cañera se concentra en los latifundios
existentes; los cinco ingenios de estas provincias son ejemplos de integra-

1
Bolsi y Pucci (1997: 113) señalan que «La caña de azúcar, por razones princi-
palmente climáticas, es un producto del norte argentino. En esta amplia región,
las provincias del litoral fluvial (Chaco, Corrientes, Santa Fe y Misiones) no lo-
graron afianzar más que una muy débil estructura con una reducida participa-
ción histórica en el total de la producción nacional de azúcar».
2
Sobre los flujos migratorios inter y extrarregionales en el NOA, véanse Reborat-
ti (1978), Ortiz de D’Arterio y Jurao (1997). Sobre la conformación del mercado
laboral —zafrero— jujeño, Lagos (1992).

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Alejandra de Arce

cuadro 1 evoLucIón de La PoBLacIón totaL, urBana


y ruraL deL noa

1914 1947 1960 1970

Total 985 455 1 729 234 2 196 818 2 384 180

Urbana 332 775 668 497 1 059 573 1 388 180

Rural 652 680 1 060 737 1 137 245 996 000

FUENTE: Bolsi (1997b: 126).

ción vertical (Bolsi y Pucci, 1997; Teruel 2007; Campi, 2000; Lagos, 1992).
En Tucumán, a diferencia de la «economía de plantación de los ingenios
del Norte»,3 que integra desde el punto de vista empresarial la fase indus-
trial y la agrícola, el complejo agroindustrial azucarero articula la participa-
ción de grandes empresarios —industriales— que controlan la fase fabril
de la producción (con 29 ingenios funcionando en 1914 y 27 en 1964),
cañeros independientes, principales proveedores de la materia prima que
procesan los ingenios azucareros; colonos de ingenio, labradores residen-
tes en estos establecimientos con instrumentos de trabajo y alojamiento
provisto por los contratantes, cuyo pago se realiza de acuerdo a la riqueza
sacarina, a diferencia de la modalidad que rige el pago de los cañeros, por
peso de la caña (véase imagen 2). Por último, zafreros, migrantes criollos
en su mayoría que acuden desde otros distritos tucumanos y provincias
vecinas. Entre estos actores, la presencia del plantador independiente
confiere al caso tucumano un desempeño particular en el contexto regional
y latinoamericano (véanse gráfico 1 y cuadro 2) (Bravo, 2008; Gaignard,
2011; Santamaría, 1986).

3
Reboratti (1978: 239) afirma que «la instalación de los ingenios azucareros en
la región [salteño-jujeña] […] responde a iniciativas de capitales locales, que se
basaron en el mayor rendimiento potencial de la caña en relación a Tucumán.
En general, el tipo de estructura basada en la caña de azúcar responde a la
forma de «plantación», grandes extensiones de tierra, monocultivo de tipo tropi-
cal preferencia por mano de obra migrante, capital inicial, subutilización de par-
te de la tierra, producción exclusiva de exportación. La única salvedad […] en
este caso se trata en realidad de una producción para […] consumo del merca-
do interno».

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Género y producción cañera. Trabajo familiar…

GráFIco 1 noa, réGIMen de tenencIa de La tIerra


(en cantIdad de exPLotacIones): 1937

FUENTE: Elaboración propia según el CNA (1937).

La industria azucarera surge y se desarrolla bajo el proteccionismo


estatal, y los distintos sectores al interior de esta agroindustria invocarán
la atención y regulación de los poderes públicos, revelando la heteroge-
neidad de intereses que representan. Si las vinculaciones de los políticos
norteños y tucumanos aseguran (con variables resultados en el periodo
en análisis) un corpus legal que funciona como barrera a la competencia,
no modifican la dependencia que subyace a la relación establecida entre
esta economía regional con epicentro en Tucumán y el área pampeana
(Girbal-Blacha, 1991). Por esta razón es la ciudad de Buenos Aires el
escenario de la acción de políticos e industriales del norte, el lugar donde
se resuelven tarifas aduaneras, fletes, líneas crediticias y normativas re-
guladoras (Campi, 2000).4
A los conflictos entre industriales y cañeros5 se sumarán reiteradas
crisis de sobreproducción desde fines del siglo xix y una coyuntura de
acotado mercado interno. Un sistema de variadas y complejas formas
de tenencia de la tierra, junto a una marcada polarización de la distribu-
ción de las explotaciones entre los estratos extremos (subdvisión parcela-
ria de explotaciones minifundistas e intermedias; concentración del

4
Situación que seguirá vigente, y con más fuerza, durante la década peronista.
Véase Girbal-Blacha (2011: 141-167).
5
Que en 1945 controlan el 52,3 % de las hectáreas cultivadas totales, correspon-
diendo a los cañeros tucumanos el 46,6 % de ese dominio.

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Alejandra de Arce

MaPa 1 dIstrIBucIón reLatIva Por ProvIncIas


y terrItorIos nacIonaLes de Los surcos cuLtIvados
de caña de azúcar: 1945

DISTRIBUCIÓN
POR PROVINCIAS Y TERRITORIOS NACIONALES
DE LOS SURCOS CULTIVADOS DE CAÑA DE AZÚCAR
Jujuy ————
CIFRAS RELATIVAS POR 1000 SURCOS

Salta Formosa

Tucumán Chaco Misiones


Catamarca
Corrientes
referencias
Santa Fe Tucumán 787,5 ‰
Jujuy 79,0 ‰
Salta 50,0 ‰
Santa Fe 49,3 ‰
Chaco 26,0 ‰
Misiones 4,1 ‰
Corrientes 3,0 ‰
Formosa 0,2 ‰
Catamarca 0,1 ‰
FUENTE: Elaboración propia según el Censo de las plantaciones de caña de
azúcar (1945), p. 25.

estrato: 1000-2500 ha), evidencia en los años estudiados un predominio


de la propiedad (62,3 % y 68,1 % a nivel regional en 1960 y 1969, respec-
tivamente) (Rivas, 1997: 15).6 En Tucumán, minifundio, especialización e

6
Acerca de la polarización de las explotaciones en relación con el tamaño, en 1969,
las explotaciones de hasta 100 ha representan el 78,1 % del total y controlan el
4,06 % de la superficie total. Mientras tanto, aquellas explotaciones que tienen de
1000 a más de 2500 ha representan el 5,1 % del total que registra el CNA y mane-
jan el 78,2 % de la superficie total agropecuaria (estimaciones propias basadas en
«Tabla 1. distribución de las explotaciones, superficie y tamaño medio por estrato
de extensión en el noroeste argentino. 1969», en Rivas (1997: 12-13).

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Género y producción cañera. Trabajo familiar…

IMaGen 1. InGenIo santa ana, río chIco (tucuMán)

FUENTE: AGN. Caja 3035, sobre 14, n.° de inventario 138.157.

identidad cañera son aspectos fundamentales de la construcción histórica


del territorio y la sociedad que en los sesenta enfrentará la desestructura-
ción del complejo azucarero realizada desde el Estado nacional (Osatinsky,
2012). Consecuencias de este proceso serán las migraciones hacia las
metrópolis litoraleñas y una creciente desocupación (Ortiz de D’Arterio y
Jurao, 1997).

5.3. MonoProduccIón azucarera e IdentIdad cañera


en tucuMán

La provincia de Tucumán se especializa en la producción de caña de


azúcar apoyada por el tendido de las vías férreas, el proteccionismo aran-
celario y la oferta de crédito oficial barato; recursos que los miembros de la
élite local supieron capitalizar.7 La modernización azucarera es acompaña-

7
Para ampliar, véanse los artículos compilados en Campi (1991, 1992) y Girbal-
Blacha (2004).

117
Alejandra de Arce

da por el diseño espacial particular de los ingenios, centros de los asenta-


mientos funcionales a esta producción. En el paisaje tucumano se funden
las características fabriles y rurales, articulando sociabilidad, provisión de
servicios y educación de sus áreas de influencia (Paterlini de Koch, 1987;
Girbal-Blacha, 2001).
La estructura social agraria preexistente imprimirá rasgos singulares
a la organización de la producción e industrialización de la caña tucumana.
En el mediano plazo, el crecimiento de una franja media de propietarios
que «proporciona a la estructura agraria tucumana un matiz más igualitario
si se la compara con la estructura agraria cañera de Salta y Jujuy» (Bravo,
2008: 173) tendrá un rol protagónico en la representación del sector. Ex-
presión de la vigencia de esta estructura agraria es, a fines de los años
treinta, el registro la propiedad como forma predominante de tenencia de
la tierra (gráfico 2) y, en los años cuarenta, el control del 58,4 % de los
surcos en plantaciones propias.8
Las agremiaciones cañeras integran a productores cuya disparidad en
términos de extensión de la propiedad, empleo de mano de obra y capaci-
dad de acumulación es notoria. A través del conflicto social y la acción colec-
tiva organizada, este sector consigue formar una visión cambiante y, en
apariencia, homogénea de sí mismo, mostrándose muchas veces como una
clase media agraria o como un campesinado despojado (Bravo, 2008: 14).
Las confrontaciones entre cañeros e industriales paralizan en varias opor-
tunidades la economía azucarera provincial, y el Estado —nacional o pro-
vincial— es llamado a intervenir para solucionar los antagonismos.9
Entre 1930 y 1969, los distritos cañeros —Chigligasta, Río Chico,
Simoca, Cruz Alta, Famaillá, Lules, Leales, Monteros y J.B. Alberdi— alber-
gan mayor proporción de población que el resto de la provincia (véase
mapa 2) (Bolsi y Ortiz de D’Arterio, 2001: 32).
En 1964, Tucumán reúne cerca del 80 % de las plantaciones de caña
de la Argentina y provee dos tercios de la producción nacional de azúcar.
Toda la economía regional descansa sobre este cultivo que sustenta a más

8
Ministerio del Interior, Consejo Nacional de Estadística y Censos (1945): Censo
de las plantaciones de caña de azúcar, Buenos Aires, p. 31.
9
Las más trascendentes de estas intervenciones son, quizás, los laudos arbitrales
del presidente de la nación, Marcelo T. de Alvear, de 1926 y 1927. Véase Girbal-
Blacha (1994).

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Género y producción cañera. Trabajo familiar…

GráFIco 2 tucuMán. réGIMen de tenencIa de La tIerra


(cantIdad de exPLotacIones): 1937

FUENTE: Elaboración propia según el CNA (1937).

de cien mil cañeros y demás trabajadores del surco, nativos y migrantes


(Gaignard, 2011: 166). Aun cuando prevalece una estructura agraria que
se sostiene en la propiedad de la tierra —con un alto grado de polarización
(véase gráfico 3)—,10 la crisis comienza a revelarse en los indicadores de
sobreproducción y los efectos de las heladas que amenazan constante-
mente las inversiones de los cañeros. Hasta mediados de la década de
1960 se multiplicarán las protecciones por medio de leyes y decretos de
salvaguarda, mientras se advierte que «[los azucareros] se ven atrapados
en la trampa de su propio dinamismo y una reconversión aparece como
necesaria. [Esta] exigiría profundas convulsiones. Pero, [en estos momen-
tos] la sociedad y la economía regional no están sin duda en condición de
soportarlas» (Gaignard, 2011: 167).
La cosecha récord de 1965 produce 1 200 000 toneladas de azúcar
para un mercado interno que solo puede absorber 800 000 toneladas.
Mientras el precio internacional cae por el recupero de la producción mun-
dial, la sobreproducción, combinada con bajos precios y excedentes inmo-
vilizados, generan una grave crisis provincial. El Estado nacional, bajo el
mandato del general Juan Carlos Onganía, impone una solución que

10
La polarización puede observarse a través de los datos del CNA de 1960. El
total de explotaciones agropecuarias en Tucumán asciende a 20 978, de las
cuales 13 829 (66 %) son registradas como dedicadas al cultivo de caña. El
92,2 % de las explotaciones tiene entre 5 y 100 ha y controlan el 30,2 % de la
superficie, mientras que el 1,1 % de las explotaciones (de 1000 a más de 2500
ha) domina el 65 % de la superficie agropecuaria (estimaciones propias basa-
das en el CNA de 1960, pp. 990-991 y 994).

119
Alejandra de Arce

MaPa 2 tucuMán. dIstrItos cañeros

FUENTE: Elaboración propia.

privilegiará a los sectores más eficientes y concentrados: limita la produc-


ción al 70 % respecto de la última zafra, establece cupos (que eliminan del
mercado legal a las explotaciones de menos de 3 ha de extensión) y cierra,
entre 1966 y 1968, 11 ingenios azucareros tucumanos. Al mismo tiempo,
prohíbe la instalación de nuevas fábricas y la ampliación de las existentes
y elimina los créditos para el sector.

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Género y producción cañera. Trabajo familiar…

IMaGen 2. coLonIa de InGenIo, tucuMán (1923)

FUENTE: AGN. Caja 3035, sobre 14, n.° de inventario 138.162.

El descenso de hectáreas sembradas y del número de explotaciones


cañeras es el corolario de estas medidas, que afectan directamente a 9435
unidades familiares. Las consecuencias en el mercado laboral, agrario y
fabril, ligado a la caña de azúcar se evidencian en la expulsión de alrede-
dor de 50 000 personas y en la desestructuración de las actividades econó-
micas directa o indirectamente relacionadas. Si el desempleo y éxodo
rural-urbano se intensifican, la fuerte identidad cañera tucumana no admite
una pronta diversificación productiva (Osatinsky, 2012).11

5.4. FaMILIa y zaFra en Los caMPos tucuManos

El trabajo de las familias en la producción cañera es fundamental


para comprender el crecimiento económico tucumano y la configuración
de una resistente identidad. Los productores dominan múltiples métodos
de plantación y cultivo de la caña dulce, que varían según el clima y la
naturaleza del suelo (Lavenir, 1901). Cada región tiene su sistema de cul-
tivo, con rendimientos que difieren; la variedad tiene una influencia capi-
tal, y el diseño del cañaveral también es importante. Los surcos se orientan
de norte a sur, con una medida estandarizada de 100 metros, utilizando
arados de doble vertedera. La plantación y la cosecha coinciden entre
junio y septiembre.

11
La superficie plantada con caña, que había aumentado de 192 400 ha. en 1960
a 210 000 en 1965, se reduce a 135 600 en 1968 y se mantiene en alrededor de
las 141 000 ha hasta 1970.

121
Alejandra de Arce

GráFIco 3 tucuMán. réGIMen de tenencIa de La tIerra


(en hectáreas): 1960

FUENTE: Elaboración según el CNA (1960).

Las labores culturales abarcan la aplicación de uno o dos riegos al


brotar, la limpieza permanente de los surcos, dos o tres aporques y la remo-
ción constante de malezas, parte más costosa del cultivo y que se realiza
durante los meses estivales. La caña comienza a tener buen rendimiento al
año de plantada. Los cañaverales se replantan aproximadamente cada seis
años (Schleh, 1936: 25). Mientras tanto, la zafra comprende tres operacio-
nes: corte, pelada y acarreo. En el corte y la pelada intervienen hombres,
mujeres y niños, mientras que el acarreo se realiza en carros y carretas ti-
rados por bueyes y mulas. También en trenes Decauville que tienen algu-
nos ingenios. Los zafreros voltean la caña con una «macheta», luego la
pelan y la despuntan con grandes cuchillos.
El pago se hace a tanto la tonelada, debiendo entregar la caña pela-
da, despuntada y en brazadas al carrero, quien la recibe y la acondiciona.
Cada carro transporta entre 2500 y 3000 kilos. En 1936, los costos del
cultivo por hectárea con 50 surcos —si el trabajo se realiza en forma fami-
liar— ascienden a 65 $ m/n, y los de cosecha, por hectárea y con rendi-
miento promedio de 35 000 kg de caña, 161 $ m/n. El total incluye otros
gastos —impuestos, replantación, etcétera— y significa un desembolso de
323,72 m/n por 35 toneladas de caña (Schleh, 1936: 27, 30).12

12
El valor de la hectárea de tierra bajo cultivo con mejoras y riego, oscila entre 400
y 500 $ m/n, a lo que hay que sumar el precio de la caña plantada. El costo de
los arrendamientos por hectárea varía entre 20 y 40 $ m/n. (Schleh,1936: 36).

122
Género y producción cañera. Trabajo familiar…

Estos costos revelan la crítica situación de los cañeros «chicos», que


cultivan de 1 a 5 hectáreas y entre los que se encuentran 4374 agricultores
(o 7874, según la Cámara Gremial de Productores de Azúcar en 1935) que
deben sostener a sus familias con entre 150 y 750 $ todo el año, de acuer-
do a la extensión de sus cañaverales. Peor será la situación de quienes
tienen menos de una hectárea de caña y necesiten combinar su labor fa-
miliar con un contrato de colonato en los ingenios o como peones de surco
(Schleh, 1936: 48).
En 1937, de las 16 943 explotaciones agropecuarias registradas, el
86,27 % se dedicaban al cultivo de caña de azúcar. Trabajan allí 88 921
agricultores. De ellos, el 38,84 % corresponde a los productores y sus fa-
milias. En solo 1755 explotaciones se contrata a trabajadores permanen-
tes, que representan el 22,26 % del total de los asalariados. Mientras que
4429 fincas declaran contratar peones transitoriamente cuyo total ascien-
de a 45 728 personas, el 77,73 % de quienes reciben remuneración por sus
labores. Es evidente el peso, en un extremo, de la utilización exclusiva de
mano de obra familiar y, en el otro, la importancia de contrato de tempora-
rios para la zafra.
Los zafreros concurren a las fincas e ingenios tucumanos desde las
vecinas provincias de Santiago del Estero y Catamarca —o desde depar-
tamentos no cañeros tucumanos— y su traslado no es individual, sino fa-
miliar (su pago, por el contrario, se acuerda con el jefe de familia). Son
contratados por los llamados «fleteros», cañeros medianos que requieren
mayor mano de obra para levantar la cosecha en el menor tiempo posible.
Las condiciones de vivienda e higiene de estos migrantes son insuficientes
y los salarios muy bajos; la concurrencia de la familia completa a la zafra
eleva el rendimiento individual de los cortadores, pero aleja a los niños de
la escuela (Gaignard, 2011: 186-187).
Los productores entrevistados para el CNA declaran en mayor pro-
porción estar casados (61,5 %) y alfabetizados (63,63 %). Sin embargo, las
alianzas de hecho tienen alta representatividad en la provincia (Bolsi y
Ortiz de D’Arterio, 2001: 34). Sus viviendas tienen, en un 44,56 %, entre
una y dos habitaciones. Los ranchos, hechos de paja y barro, son el tipo
más frecuente. Estos datos advierten el precario ambiente en que viven las
familias cañeras, en las que se registran altas tasas de natalidad hasta fi-
nes de los años cincuenta (entre 6,3 y 6,8 hijos por mujer) (CNA, 1937:
755-761; Bolsi y Ortiz de D’Arterio, 2001: 34). Las condiciones de salubri-

123
Alejandra de Arce

IMaGen 3. una FaMILIa de PeLadores Bajando


de MonteBeLLo aL InGenIo BeLLa vIsta (1924)

FUENTE: AGN. Caja 3035, sobre 10, n.° de inventario 169.363.

dad e higiene siguen siendo desatendidas aún en 1966, según expresa el


médico sanitario, Augusto M. Bravo, cuando extensas áreas rurales densa-
mente pobladas carecen de obras básicas como: agua potable, regadío,
electrificación, caminos afirmados, comunicaciones, escuelas y unidades
sanitarias (imagen 4) (Bravo, 1966: 74).13

13
Augusto M. Bravo. Fue médico de la Protección a la Infancia y del Instituto de
Puericultura «Alfredo Guzmán». Secretario técnico de la Dirección Provincial de
Sanidad, jefe del Servicio Médico de los Talleres de Tafí Viejo (Ferrocarril Bel-
grano) y ex director general de Medicina Sanitaria de la Provincia.

124
Género y producción cañera. Trabajo familiar…

No obstante, las mejores condiciones de vida asociadas a la ges-


tión del peronismo provincial no pueden desestimarse: campañas de
vacunación antivariólica (1947-1948), creación y construcción de nue-
vos hospitales, puestos sanitarios y dispensarios, en materia de salud.
Respecto a otros servicios básicos, la ampliación de la electrificación
rural, el agua potable, gas domiciliario y pavimentación de caminos del
interior hacia la capital contribuyen, como la construcción de nuevos es-
tablecimientos educativos, a la elevación de la calidad de vida de la so-
ciedad cañera. En su conjunto, estas medidas influyen en el descenso
de las tasas de mortalidad en el campo tucumano (Bolsi y Ortiz de
D’Arterio, 2001: 52).14

IMaGen 4. tucuMán. casa de un PeLador de caña


InGenIo trInIdad

FUENTE: AGN. Caja 3035, sobre 14, n.° de inventario 137.564.

14
Como Bravo, Juan Taire (2006) desestima que los cambios sociales promovidos
por el peronismo hayan modificado estructuralmente la situación de los cañeros
minifundistas (Taire, 2006: 144). Gutiérrez y Rubinstein (2012).

125
Alejandra de Arce

El reclamo de atención sobre los aspectos sociales del desarrollo


económico azucarero tucumano insiste sobre el desamparo de los peque-
ños plantadores frente a quienes tienen miles de surcos, cañeros indepen-
dientes o industriales.15 Al mismo tiempo, los agrónomos plantean, sin
éxito, la diversificación de la producción como forma de evitar los riesgos
del monocultivo. La mayor objeción a esta prédica surge de la inexistencia
de un cultivo alternativo que otorgue el mismo nivel de ingresos por hectá-
rea, especialmente a todos los propietarios del elevado número de peque-
ñas y medianas explotaciones (Vessuri, 1975: 224).16

cuadro 2 exPLotacIones cañeras Por extensIón,


cantIdad de Productores y surcos: 1940

% sobre el total Surcos % sobre


Extensión de la explo- Cantidad de de censados total de
tación cañeros plantadores totales surcos

0 a 500 surcos 9 303 89,48 % 1 424 610 38,63 %


Más de 500 surcos 1 094 10,52 % 2 262 947 61,37 %
Totales 10 397 100 3 687 557 100
FUENTE: La Gaceta, 14 junio de 1940. (Se considera como mínimo económico el
fundo de 500 surcos, o sea, 10 hectáreas).

En 1960, los productores y sus familiares representan el 36,9 % de


quienes trabajan en esta producción; quienes viven en las explotaciones
son el 45 % de la población rural.17 Los trabajadores fijos comprenden un
26,35 %, y los temporarios un significativo 73,64 %.18 Existen en Tucumán
20 978 explotaciones agropecuarias, entre las cuales el 65,92 % se ocupan
de la producción cañera como destino principal.19 El carácter crítico del

15
La Gaceta, 11 de junio de 1942, p. 6; 12 de junio de 1942, p.6; 14 de junio de
1942, p. 6.
16
Véanse Vessuri (1973) y Taire (1969).
17
Lo que sugiere el asentamiento del otro 54% en pueblos rurales, ubicados alre-
dedor de los ingenios.
18
Los migrantes que llegan a la zafra se calculan en 15 o 20 mil familias en 1964
(Gaignard, 2011: 187).
19
La persistencia del «mundo cañero» puede inferirse, en 1947 y 1959, a partir

126
Género y producción cañera. Trabajo familiar…

minifundio se extiende en el tiempo como la escasa o nula rentabilidad de


las explotaciones chicas, que califican como subfamiliares, al no cubrir las
necesidades de la familia cañera. En estos casos, una solución —de rela-
tivo éxito— consiste en que el jefe de familia se emplee con sus carros en
una plantación más grande. El 20 % del ingreso medio en las pequeñas
explotaciones tiene este origen (Gaignard, 2011; Santamaría, 1986).
En estos años, ni el uso de fertilizantes ni la mecanización alcanzan
difusión significativa más allá de los estudios que indican la conveniencia
de otros abonos y el ahorro de jornadas de trabajo a partir de la inclusión
de tractores. Mulas y bueyes continúan laborando con los arados de man-
cera o rastras de dientes en los fundos cañeros de mediados de los sesen-
ta (Gaignard 2011; CNA, 1960: 1018-1021).

5.5. cañeras: ¿Productoras o aMas de casa?

La división del trabajo en los fundos cañeros se basa tanto en el sis-


tema de género como en la composición del grupo familiar y el calendario
agrícola. También importa la extensión de la finca para calcular los brazos
necesarios para siembra y cosecha, que coinciden en los mismos meses.
El observar la participación de las mujeres en los trabajos rurales rela-
cionados con la producción de caña de azúcar implica comprender costum-
bres arraigadas en los tucumanos y tucumanas, que hacen de la familia un
universo moral donde las relaciones entre los géneros distan de ser igualita-
rias, en el plano ideal y, muchas veces, en la práctica (Vessuri, 1972). Esta
aclaración vale, pues, al momento de responder a los censistas. Estas nor-
mas se tienen en cuenta en la interacción y la presencia de padres, hermanos
o esposos, definen en reiteradas ocasiones las respuestas de las mujeres.
Cuando se consideran los datos de las familias agricultoras, hay que
atender a la ya señalada heterogeneidad interna de este sector cañero
(véase cuadro 3), que esconde el carácter «endémico» del minifundio. Del
total de los miembros de la familia del productor que trabajan en las 14 618

la distribución centro-sud de las explotaciones de menor extensión y también


comparando la cantidad de explotaciones dedicadas al cultivo de caña de
azúcar en el norte: Jujuy cuenta en 1960 con 49 (1 108 976 surcos), y Salta
con 59 explotaciones (750 663 surcos).

127
Alejandra de Arce

fincas cañeras, las mujeres representan un 23,26 % (gráfico 4).20 En las


explotaciones que contratan personal fijo (10,35 %), las trabajadoras son
solo 575 y representan el 4,38 % de los asalariados, mientras que el total
de los varones contratados asciende a 11 978 trabajadores. Las explota-
ciones que declaran emplear mano de obra transitoria son 4429. Allí, la
proporción entre los géneros permanece casi sin modificaciones: las asa-
lariadas comprenden el 6,12 %, y los varones el 84,28 % (40 228 hombres).
El resto de los brazos los aportan los niños, en porcentaje similar a las
mujeres. El trabajo femenino registrado aporta el 11,8 % del total. Las
usanzas del contrato de personal (acordado con el jefe de familia) para la
zafra explicarían el gran número de varones registrados y la escasa visibi-
lidad de las mujeres que migran con el grupo familiar completo para contri-
buir al trabajo masculino en la cosecha de caña.

GráFIco 4 Productores y FaMILIares deL Productor


que traBajan en Las exPLotacIones.
tucuMán: 1937

FUENTE: Elaboración basada en el CNA (1937).

En 1947, la población de Tucumán continúa siendo eminentemente

20
Su participación disminuye hasta el 17 % si se incluyen a los productores entre
los trabajadores familiares.

128
Género y producción cañera. Trabajo familiar…

rural. El promedio de personas por familia es de 5,2, aumentando leve-


mente en los departamentos especializados en la producción cañera. De
la población rural económicamente activa, las mujeres representan el
45,81 %. De estas 78 194 mujeres, solo un 13,08 % son registradas como
ocupadas, mientras que 67 778, es decir, el 85,88 % —especialmente com-
prendidas en la franja etaria de 18 a 49 años— se declaran como «sin
ocupación económicamente retribuida». Asimismo, las consignadas como
realizando «quehaceres domésticos» representan el 93,56 % y pertenecen
mayormente a los grupos de edad indicados.21 Los datos —aún contradic-
torios en sus mediciones respecto de la ocupación (1845 agricultoras,
10 324 mujeres con actividad retribuida— son claros al indicar la «profe-
sión doméstica» (atribuida, desempeñada) de las mujeres rurales: los
indicadores y guarismos que refieren a «quehaceres domésticos» y ocu-
paciones sin retribución económica se superponen.
En 1960 residen en los predios tucumanos un total de 161 503 perso-
nas, de las cuáles un 44,7 % son mujeres. Sin embargo, las denominadas
como productoras representan un escaso 8,54 % de esta categoría; y las
que se desempeñan como trabajadoras familiares (mayores y menores de
14 años), un 12,33 % del total remunerado. Las que realizan labores sin re-
tribución constituyen el 14,72 % de los integrantes de la familia. Es destaca-
ble la intensa masculinización de las tareas rurales en las fincas tucumanas.
Entre los asalariados permanentes, las mujeres representan el 4,64 %,
en tanto que las que realizan labores transitorias comprenden el 7,85 % de
los trabajadores menores y mayores de 14 años contratados. Las mujeres
calificadas como trabajadoras, incluidas las productoras, se calculan en un
8,85 % del total de los que laboran en los predios tucumanos.
Si las mujeres registradas como productoras y trabajadoras, a través
de los años en estudio, muestran una imagen «distorsionada» de su parti-
cipación económica en esta producción regional, es necesario indagar
acerca de qué labores desempeñan o deberían desempeñar en los hoga-
res rurales, es decir, qué se espera de ellas a través de la recuperación de
sus propias voces.

21
La población rural económicamente activa asciende a 172 231 personas: 93 317
varones y 78 914 mujeres. Los varones representan el 60,19% de la población
rural total, y las mujeres, el 56,78 %. INDEC (s. f.: 152-153). Ministerio de Asun-
tos Técnicos (1947: 434, 439).

129
Alejandra de Arce

5.6. testIMonIos desde eL surco

Frente al subregistro de las fuentes escritas para el análisis de las


experiencias de vida de las mujeres en el campo —conocer y comprender
la complejidad de sus realidades cotidianas, individuales y familiares— se
recurre a la historia oral. Sus técnicas permiten una aproximación a los
acontecimientos, antes inaccesibles, por medio de los recuerdos de las
personas y, de esta manera, hacen posible rescatar las experiencias de
grupos que no dejan rastros históricos escritos (Thompson, 2004: 221;
Santoro, 2004: 63).22 Los testimonios, que articulan una trama familiar y
están atravesados por las vivencias posteriores, contribuyen a entrever los
desajustes entre las prescripciones del sistema de género y de la organi-
zación familiar y las circunstancias que obligan a las personas a actuar en
desacuerdo con estas normas establecidas y socialmente legitimadas.
Si se acepta que las experiencias de los individuos en el mundo so-
cial muestran las maneras en que las representaciones son arriesgadas en
la práctica, la recuperación de las experiencias de las mujeres en las fincas
cañeras tucumanas remite a la consideración de la complejidad de la pro-
ducción agraria desde el lugar que ocupan comos sujetos activos en la
historia del campo argentino.23 Reconocer divergencias y coincidencias
entre las expectativas que el sistema de género propone a las mujeres y
varones en esta producción regional y sus propias experiencias requiere
interpretar sus propias miradas sobre el trabajo rural y la vida cotidiana en
las explotaciones agropecuarias a mediados del siglo xx.
El ciclo agrícola incompleto de la caña conocerá su fase intensiva en

22
Mediante el empleo de entrevistas con el formato de historia de vida (ligado a
un abordaje de historia oral temática) y a través del muestreo por redes («bola
de nieve»), se realizaron 8 entrevistas que incluyeron a mujeres y varones que
nacieron/vivieron en el campo entre 1930 y 1960 en el norte argentino y que
trabajaron (con su familia o como peones, jornaleros) en la producción azucare-
ra. La selección de las personas entrevistadas no pretende constituir un mues-
treo representativo (propio de los estudios cuantitativos), sino ampliar el sentido
de comprensión del problema de investigación.
23
Sahlins (1993). En este sentido, se comprende que las características de lo
rural y lo urbano operan como «realidades percibidas»; se traducen en discur-
sos que orientan las prácticas sociales y se fundamentan en valores cultural-
mente construidos. La naturaleza misma de lo rural condiciona los procesos
económicos, políticos y sociales que suceden en un mismo territorio (Paniagua
y Hoggart, 2002).

130
Género y producción cañera. Trabajo familiar…

el tiempo de la zafra, periodo que ha variado con los años, de acuerdo a


los cambios tecnológicos y las hectáreas sembradas. Entonces, ¿cómo se
organizan las familias productoras dedicadas a este cultivo industrial? La
estructuración de las labores culturales de la caña de azúcar depende tan-
to de la extensión de la finca —elemento esencial en la definición de su
productividad potencial— como del arraigo de los estereotipos de género
transmitidos por las instituciones sociales (escuela e iglesia) y, especial-
mente, por las mismas familias.
Las mujeres y varones entrevistados ofrecen sus relatos de la fase
agraria del complejo azucarero, dando voz a muchos de los sectores impli-
cados: Amalia es hija de un pequeño productor propietario del sur de Tucu-
mán (La Cocha, Graneros) que migra con su familia en los meses de la
zafra para emplearse como obrero del surco en los ingenios cercanos,
pues su zona de residencia no es cañera; Isabel es esposa de un cañero
mediano, que vivía en su finca (Aráoz, Leales) en calidad de «patrona».
Sus hijas, Irma y María, acompañan su relato con recuerdos de su infancia
relacionados con la caña; Chabela, por su parte, se cría, vive y trabaja
hasta los 20 años en la Colonia 5 del ingenio La Providencia (Río Seco),
allí conoce a Miguel, obrero del mismo ingenio. Y Nilda, quien fuera traba-
jadora del surco «por cuenta propia» y luego cañera minifundista, al casar-
se con Julio (Macio Sud, Monteros).
Amalia nació en el ingenio Santa Ana (departamento de Río Chico,
imagen 1) en 1933, cuando la familia vivía en las casas para obreros tem-
porarios del ingenio, pues sus padres habían migrado para la zafra. El ciclo
de la caña ordenaba la vida familiar desde antes de su nacimiento hasta
1942, según refiere, cuando su padre, a su regreso, decidió no volver a
Santa Ana el año siguiente.
En La Cocha eran propietarios de un campo de 12 hectáreas que ha-
bían heredado por vía paterna. Sembraban trigo como cultivo principal y maíz
para el consumo familiar (en Graneros predominaban las actividades agríco-
las no cañeras y ganaderas), también frutales, tenían huerta, con sandía,
zapallos y batatas, y hacienda (bueyes y caballos que tiraban de la carreta
con la que se transportaba la caña en el ingenio). El cuidado de los sembra-
díos y animales lo realizaba sólo el padre, que, según su relato, «era medio
orgulloso [no quería que] la mujer fuera a trabajar en el campo», pues «la
mujer era para la cocina, para cuidar a los hijos y para hacer las cosas de la
casa». Había una vaca en el predio y también gallinas, que sí integraban el

131
Alejandra de Arce

límite de lo considerado «actividad femenina» para el padre de Amalia.


Su madre, además de los quehaceres mencionados, preparaba que-
sos para consumo familiar, pero también sabía coser «para afuera» y era
lavandera. Preparaba empanadas y pan casero por encargue; todo en su
casa, pues el esposo no admitía que su mujer trabajara, cuidando su
imagen al interior de la familia, concentrando la autoridad de las decisio-
nes económicas. Aun así, Amalia afirma que su madre tenía «un carácter
fuerte», dando la idea de un equilibrio negociable en el día a día.
Cuando viajaban a la zafra, el padre trabajaba solo en el cerco. Ama-
lia, junto a su madre, le alcanzaba a su padre una gran pava de café para
superar el frío de las heladas invernales en las que se cortaba, pelaba,
descolaba y apilaba la caña antes de subirla a los carros. En su recuerdo,
los detalles de estos procedimientos son minuciosos. Pero dice que nunca
su padre dejó que trabajaran con él. Sin embargo, afirma que en la cose-
cha de la caña no se discrimina por sexo: «todo era igual, para el hombre
y la mujer lo mismo». Tenía primas hermanas que sí iban al surco: «Tenía-
mos un tío, él si las llevaba a las chicas, pero lamentablemente el tuvo to-
das hijas mujeres, y él, entonces, él si las llevaba a trabajar. Entonces, mi
viejo lo criticaba… ¿cómo va a llevar a esas chicas a trabajar a esos cam-
pos en esas durezas de frío, en esas madrugadas heladas… Ahí hacían el
mismo trabajo que los hombres», pues también cargaban la caña en los
carros. (Este tío no era propietario y cosechaba con sus hijas en campos
de cañeros, y llevaba las carradas al ingenio o canchón). El cumplimiento
de los deberes del jefe de familia, es decir, conseguir por sí mismo el sus-
tento familiar (o ayudado por hijos varones), sin que las mujeres de la fami-
lia trabajasen, pesa fuertemente sobre las estrategias de subsistencia en
el campo tucumano.24
Isabel nació en Tucumán hacia 1922, primogénita de 14 hermanos de
padres sirio-libaneses radicados en Santiago del Estero. Allí su familia se
dedicaba a la agricultura y al comercio. Su madre no quería que se casara

24
Similar situación señala Vessuri (1972) para los jefes de familia santiagueños:
«un buen padre, un hombre cabal, mantiene a su esposa e hijos, no le teme al
trabajo duro y enfrenta la vida con coraje e integridad. Un hombre cuya esposa
no trabaja, a menudo hace alarde, y de esa manera publicita su reputación
como proveedor de la familia. Si es honorable, encontrará doloroso el no poder
brindar una vida decente a su familia. Siente vergüenza, que es una medida del
honor herido y de su impotencia debido a su posición económica» (ibid.: 6).

132
Género y producción cañera. Trabajo familiar…

con «esa gente del monte», entonces contrajo matrimonio a los 18 años.
Su marido tenía una mediana explotación cañera (ella no recuerda exacta-
mente la cantidad de surcos) en el departamento de Leales (Aráoz) que
trabajaban en sociedad con sus tres hermanos, pues la habían recibido por
herencia. Vivían allí cuatro familias (una hermana era soltera; en total, los
niños eran dieciséis) y uno de los hermanos era el administrador designa-
do. Esta situación es señalada por Isabel como conflictiva al interior de la
familia. Entregaban la caña al ingenio Concepción o Cruz Alta.
Con su marido tuvieron siete hijos. Pero ni ella, ni los niños o niñas se
ocuparon de trabajar con la caña de azúcar: «¡No! Ellos iban al cerco y
volvían [el marido, sus cuñados!] ¡[Yo,] jamás! Hacía mis quehaceres do-
mésticos, atendía a mis hijos». Como el padre de Amalia, el esposo de
Isabel (y ella misma) pensaba que las labores de la caña no eran adecua-
das para las mujeres. Como él era «patrón», tampoco realizaba las múlti-
ples tareas del surco que describe Isabel con gran detalle, solo se
aseguraba de que fueran bien hechas por los obreros temporarios que
mantenían sus cañaverales. Controlaba con una libreta el trabajo de cada
uno, y llevaba rigurosamente las cuentas de los kilos pelados y cargados
por cada carrero. Isabel y sus hijas, Irma y María, afirman que hubo en su
campo hasta cuarenta carros con mulas y doscientos obreros del surco.
Además del cuidado de sus hijos y la limpieza de la vivienda (en la
que no había comodidades, comparándolas con la actualidad, asevera) y
el cuidado de la huerta para el consumo propio (que se encargaba de sem-
brar el marido), es decir, las tareas femeninas de la finca —configuración
que trasciende las realidades regionales, pues acompaña a las mujeres
como mandato, naturalizado en las prácticas— Isabel era la «planillera».
Su trabajo consistía en volcar día a día los datos que recababa su marido
en la libreta y tener siempre las cuentas exactas de lo debido a los trabaja-
dores, pues tenían que entregarle esos datos al cuñado-administrador,
quien pagaba a los obreros. Con escasa —e irregular— escolarización,
esta patrona cañera afirma que «trabajaba más que una contadora» ano-
tando lo cosechado por cada carro que, debido a las exigencias del ritmo
productivo de la industria, debían partir prontamente al canchón de pesado
o al ingenio para recibir un mejor pago.
Sus hijos e hijas recibieron una mejor educación que los padres. Así,
los varones asistieron al internado de los padres salesianos y las hijas al
Colegio María Auxiliadora, con la misma modalidad pupila, en la capital

133
Alejandra de Arce

provincial. Irma y María recuerdan ser visitadas por sus padres y volver a
la finca familiar para las vacaciones. Apuntan también la organización de
las fiestas de fin de año que reunían grandes grupos de personas, parien-
tes y amigos, con bailes y comida, en tiempos en que la zafra ya había
concluido y la atención al crecimiento del cañaveral podía distenderse mo-
mentáneamente.
Esta familia cañera contrataba trabajadores temporarios para la zafra
desde mayo-junio hasta diciembre. Estas personas podían tanto residir en
zonas aledañas como migrar con sus familias desde Santiago del Estero o
desde Salta. Ellos, dice Isabel, como patrones, tenían la obligación de dar-
les vivienda. La mayoría de los cañeros, señala, tenía ya construidas ca-
sas para sus obreros (sin especificar los materiales). Afirma, asimismo,
que los que «peor trataban a los obreros eran los ingenios, hacían chozitas
con paredes de lona y tenían que estar ahí [los zafreros] por la cosecha».
Legalmente, dice, estaban obligados a pagarles un salario determinado y
leche para los niños de hasta ocho años, medida especialmente controla-
da por los gobiernos peronistas.25
Irma recuerda jugar a pelar caña con los hijos de los obreros y tam-
bién señala que «había mujeres peladoras… llevaban a los chiquitos y los
ponían ahí, al lado del surco… cargaban también las mujeres. El que cor-
taba la caña era el hombre, la mujer pelaba… había mujeres que tenían
más habilidad que el hombre para cortar la caña». Las familias cosecheras
vivían en el predio los seis meses que duraba la zafra. Debían comprarse
la comida y cocinarse por sí mismos, salvo día en que se daba cierre al
último atado, en que se izaba una bandera argentina y el patrón invitaba a
un asado a toda la gente, rememora Irma. Mujeres e hijas de los medianos

25
Véase Bolsi y Ortiz de D’Arterio (1991: 83-92). Mercado (1997) relata, entre la
biografía y la descripción antropológica, su vida familiar en el ingenio Santa
Lucía (Departamento Monteros). Allí señala que «en la pelada de caña, interve-
nían todos los integrantes de la familia [de los temporarios o golondrinas]: pa-
dres, hijos, algún arrimado. Mientras unos macheteaban, para el corte, otros
deshojaban; los chicos y mujeres acomodaban y cargaban el carro o traían
agua o alcanzaban la comida que las tomaban a las diez u once ya que empe-
zaban a trabajar a las cuatro de la mañana para aprovechar la fresca y eludir en
lo posible el fuerte calor de la tarde. Trabajaban por tanto; cuantas más cañas
enviaban al canchón, más ganaban lo que les era liquidado al final de la zafra,
menos lo adelantado para su mantenimiento mientras vivían [en el ingenio].
(Mercado, 1997: 87).

134
Género y producción cañera. Trabajo familiar…

cañeros marcan su distancia social con las mujeres de la zafra atendiendo


aquello que se encuentra dentro de las expectativas culturales de la femi-
nidad en el Tucumán de mediados del siglo xx.
En el extremo opuesto de la «escala cañera», Nilda relata su trayec-
toria de zafrera, trabajadora doméstica y cañera minifundista en Macio
Sud (Monteros), donde nació en 1946. Como su padre falleció temprana-
mente, su madre debió convertirse en jefa de hogar, y contando con los
brazos de hijos varones mayores, sustentar una familia de diez integran-
tes. Entre las múltiples estrategias que articula, una era ir a hachar caña
con los hijos en temporada de zafra para un vecino. En su pequeño terre-
no no tenían caña (su hermano tiene actualmente 15 surcos, cuya produc-
ción vende al contado).
Cuando vivía su padre, no trabajaban las mujeres en la caña, pues
él no quería que fueran al cerco. A su muerte, Nilda tomó el lugar de su
madre en la estructura hogareña, se encargaba de las labores del hogar
y de alcanzarles el mate cocido a la mañana en los surcos. Allí pelaban
caña desde las tres de la madrugada hasta que «entraba el sol», todo el
día. A los 14 o 15 años, y hasta los 19, en que se emplea como domésti-
ca en San Miguel de Tucumán, trabaja temporariamente en los cercos,
junto a sus hermanos. Dice que «hacía de todo lo que hace el hombre,
hachaba, descolaba, cargaba y, cuando era la época en que se pelaba la
caña, pelaba, apilaba…». Ya casada (ella aclara que su unión es de he-
cho) cosechaba con «macheta» y pelaba con cuchillos, cargaba al hom-
bro las cañas para subirlas al carro. En las épocas en que se pelaba,
refiere que ella y sus cuñados (un varón y una mujer) se ocupaban de
esta labor mientras Julio, su esposo, llevaba la caña al ingenio (Santa
Rosa, en León Rougés).
Inclusive, explica, ha ido al cerco estando embarazada de ocho me-
ses, y su cuñada la «corría» fuera de los surcos. Cuando cada uno de sus
tres hijos eran bebés, les daba de mamar y seguía cargando caña junto a
su marido y cuñada. Julio nació en 1948, cerca del ingenio Santa Lucía, en
Potrero Negro. Su padre pelaba caña, y él, con sus hermanos, desde ni-
ños, participaban en la zafra apilando junto al carro. Insiste en la necesidad
de enseñar a los chicos «el amor a la tierra», a trabajar con sus propias
manos. Aun si sus propios hijos, estudiaron fuera de su finca y se recibie-
ron en el nivel terciario en Monteros. Solo uno está «entusiasmado con el
campo» y estudia Gestión Agropecuaria.

135
Alejandra de Arce

Ambos coinciden en que el minifundio es complejo: «uno no vive so-


lamente de la caña», afirma Nilda, hay que sembrar batatas, maíz para
choclo para sostener la familia a la espera de la zafra. Mientras tanto,
deben conservar, como hicieron siempre, una huerta y animales peque-
ños, para autoconsumo y venta o trueque de los excedentes en la feria de
Simoca.
Julio afirma con convicción que «todas las mujeres de los cañeros,
son cañeras»; su expresión contradice tanto al padre de Nilda como al
resto de los varones citados (salvando al tío de Amalia, quien tuvo «la
desgracia» de tener cuatro hijas), pues con la denominación «cañeras» se
refiere a una categoría defensora de un modo de vida, que eligieron y
construyeron con su esposa en forma conjunta. Explica esta opinión de
Julio, tal vez, en parte, el haber nacido en una generación posterior, como
la personalidad de Nilda, quien era ya una mujer «madura» (tenía 32 años
cuando se casaron) que había tenido una compleja experiencia de vida.
Las memorias de Chabela y Miguel acercan el mundo interno de los
ingenios. Si las mujeres en las historias anteriores, rescatan por momentos
la vida en el campo como «sana, más feliz, más simple» al miosmo tiempo
que matizan sus afirmaciones con el sacrificio que les había significado (a
cada una en su medida), Chabela asevera que «ni al peor enemigo… [le
desea su vida en el cerco]… gracias a Dios que se ha terminado eso. Era
un trabajo muy feo». Miguel agrega que «ese alivio… [no es tal] todos los
que venían a la cosecha… ya no están». Refiriéndose a los migrantes que
llegaban de Santiago del Estero e incluso desde Bolivia, quienes cons-
truían precarias viviendas de maloja en las tierras del ingenio.
Los padres de Chabela eran colonos del ingenio La Providencia (Río
Seco). Habían venido de Catamarca a instalarse en estas tierras donde la
empresa (propiedad de Eusebio Agüero) les aseguraba salario y vivienda,
más allá del calendario agrícola cañero. Nacida en 1940, desde los ocho
años trabajaba junto a su padre, pues «no había otra cosa que hacer para
comer». En el ingenio les daban una «libreta» para la proveeduría allí,
podían adelantarles mercadería para consumir, que se descontaba de sus
ingresos mensuales. Allí también se asentaban los kilos de caña cortada y
cargada durante la zafra. Las casas eran de material, todas iguales, y ha-
bía también de madera en las colonias.
A los obreros del surco, temporarios, los alojaban en «conventillos o
galpones», que siempre fueron iguales, dicen. Mientras los cañeros te-

136
Género y producción cañera. Trabajo familiar…

nían bueyes y caballos, el ingenio —señalan— ya tenía entre los años


cuarenta y cincuenta, por razones de importación, tractores para movilizar
los carros cargados con caña hasta la balanza. También el tendido interno
de vías férreas facilitaba el tránsito durante la cosecha y hasta era utiliza-
do por los colonos para llegar al centro del ingenio, y al pueblo constituido
a su alrededor.
Chabela tenía cinco hermanos, cuatro mujeres y un varón, pero este
último era más pequeño. Ellas tenían que ayudar a su padre, aun si él
hubiera preferido no haber tenido que usar sus brazos para estas faenas;
como en el caso del tío, en el relato de Amalia. Recuerda que muchas
veces llegaban a trabajar al cerco a la una de la mañana y permanecían
allí hasta el atardecer (alrededor de las 19:00 horas). Coincide en este
punto con los testimonios de otros entrevistados sobre la extensión del
trabajo de la zafra, que ninguno como Chabela rememora con tanta amar-
gura. Sobre su trabajo en el cañaveral, que implicaba todas las tareas
antes descritas y que realizó hasta los veinte años, señala que «lo peor,
es que no lo hacían aparecer como que nosotros trabajáramos, mi padre
no más, él figuraba y el cobraba y nosotros nada». Su evaluación negativa
de este hecho, se compensa con la valoración moral de su padre y su
madre como excelentes personas, afectadas por las circunstancias.
Aunque su madre «no iba a trabajar, su carga era muy pesada» por
todo lo que implicaban sus labores domésticas, dice. Mientras tanto, su
educación escolar (hasta sexto grado, completa) y la de sus hermanos, se
intercalaba entre la escuela de la colonia con los tiempos de la zafra. A los
22 años, Chabela se casó con Miguel, quien trabajaba en el ingenio como
obrero de fábrica. Él había nacido en Río Seco en 1941, y junto a sus pa-
dres también pelaban caña en una finca grande conocida como «Colonia
la Granja» (de explotación mixta) en el mismo distrito. Al contraer matrimo-
nio, ella no trabajó más, instalándose en el pueblo de Río Seco.

5.7. reFLexIones FInaLes

En este estudio histórico se reconstruyen las dinámicas macroestruc-


turales que sustentan la configuración de la región azucarera en el noroeste
argentino, cuyo destino principal es el abastecimiento del mercado interno
de acuerdo a los lineamientos del modelo agroexportador. Entre la gran cri-
sis estructural y orgánica de 1930 y las transformaciones sociales y produc-
tivas de la década del sesenta, este espacio atravesará distintos procesos

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Alejandra de Arce

de adaptación y regulación estatal; aspectos que demandan una disminu-


ción de la escala de observación, el rescate de las experiencias individuales
y las vivencias de las familias frente a estos cambios estructurales.
Cuando se analiza la distribución de las tierras en el NOA, territorio
de antigua ocupación, el régimen de propiedad desvía la mirada de la po-
larización de las explotaciones en los segmentos extremos, que se intensi-
fica a fines de los sesenta. La complejidad del jerarquizado mundo cañero
se revela en las frecuentes protestas y enfrentamientos entre productores
e industriales, tanto como en su asociación frente a los poderes estatales
para reclamar por la protección del sector. El liderazgo productivo de Tucu-
mán en los años analizados se basa en la articulación de intereses de los
cañeros independientes (corporativizados hacia 1918), los ingenios y el
resto de los actores implicados en la fase agraria del cultivo de la caña
dulce, donde la mano de obra familiar es fundamental. Bajo la «identidad
cañera» se diluyen importantes diferencias al interior de esta área mono-
productora y minifundista que resistirá las prédicas diversificadoras pro-
puestas por los agrónomos provinciales desde los años veinte.
La composición de las familias, obliga a los padres a incorporar a las
hijas mayores (o a todas, en el caso de tener solo mujeres) a la producción.
La maternidad se combina con los quehaceres domésticos y la esposa pro-
curará ser ayudada por una de sus hijas menores, mientras las demás tra-
bajan junto al padre, «como si fueran varones». Esta circunstancia será
observada como un desvío de las costumbres y de los mandatos del sistema
de género; muchos padres cargarán con más trabajo —excediendo los lími-
tes de sus fuerzas físicas— para no transgredir las prescripciones culturales.
El trabajo de las mujeres tucumanas, especialmente en la zafra, es visto
como una amenaza al honor de los varones, sustento del hogar cañero.
Las características que asume el trabajo rural femenino se ligan tanto
al cultivo de la caña (su calendario agrícola y tareas culturales) ante la
escasa o nula mecanización y a la extensión de la familia para el cumpli-
miento de estas tareas. Al interior de la economía regional azucarera, las
desigualdades entre los sujetos productivos se hacen palmarias y las con-
diciones de vida evidencian los desequilibrios del desarrollo agrario nacio-
nal. Al mismo tiempo, la dificultad de visualizar a las mujeres en las tareas
productivas aumenta con la incongruencia en el tiempo de las categorías
censales en la Argentina.
Los relatos, en conjunto, expresan la complejidad del mundo cañero,

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Género y producción cañera. Trabajo familiar…

los sujetos implicados, las relaciones de poder que se establecen, hacia


fuera de las fincas y dentro de las familias, de acuerdo al ciclo familiar y a
la composición del hogar. Las trayectorias vitales de los entrevistados
muestran diversos perfiles de la producción cañera y su influencia en la
configuración de los hogares rurales. Sus testimonios revelan las rígidas
estructuras de género que guían las prácticas de los sujetos hasta los años
cincuenta. El lugar de las mujeres, parece no ser el cerco y sí el hogar
cañero, siguiendo el dictado de los discursos de la época.
Al mismo tiempo, se observan las situaciones en las que esas expec-
tativas no pueden ser cumplidas, y las formas en que las familias reorgani-
zan la división del trabajo para subsistir. Las migraciones estacionales son
un medio para tal fin, en el caso de los cosecheros. Aun cuando no puede
generalizarse, algunos testimonios evidencian rasgos de modificación de
las relaciones de género y posibles cambios en las prescripciones que ri-
gen la delimitación del trabajo en las fincas cañeras.

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