Poemas para Concurso de Declamacion

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POEMA 1

ROBE PAN PARA MIS HIJOS


Fidencio Escamilla Cervantes

Si señor, yo robé esos panes, también los quesos fundidos,


Los dulces, la sal, los higos. Yo robé todo eso, señor;
Lo robé para mis hijos. ¿Qué es malo robar?
¿Qué es de los peores delitos? ¿Qué se castiga con cárcel?,
¿no importa porqué se hizo? ¿Qué es traición a la patria?
¿Qué si con ese ejemplo predico?
¿Qué soy peor que criminal?
Señor; es que tenían hambre mis hijos
Y yo he estado sin trabajo; tampoco tenemos casas,
Ya no tenemos ni cinco ¿Qué porqué no busco empleo?
Desde hace seis meses, señor, y no lo encuentro.

Siempre lo mismo ¡¡lo mismo!!


Que si tengo referencias y que si gozo de créditos,
Que donde trabajaba antes y a cuanto ascendía
Mi sueldo; que si mi filiación es priísta,
Que si apoyo al buen gobierno.
Y al final: “vuelva otro día, el personal es completo”

No señor, no tuve escuela; me crie entre los basureros.


¿Mis padres? Nunca los conocí, ni conocí a mis abuelos
mi cama fue la basura y mis amigos los perros;
allí aprendí a defenderme, allí mis años crecieron.

Entre las moscas, entre miasmas, entre el polvo y basureros.


Allí me di cuenta que el hombre es aborto del infierno.
Allí me di cuenta que el mundo es un vil pleito de perros
Y crecí, crecí y crecí; y mi alma se hizo más dura
Y mi destino más negro y una palabra que a diario
Me taladraba en el cerebro: ¡Hambre! ¡Hambre! ¡Hambre!
Las cáscaras no alimentan, el agua sabe a vinagre,
Las tortillas tienen hongos muy duros están los panes,
Los frijoles quedan rancios, las frutas a orines saben.
Y así crecí: entre pus y desperdicio, entre microbios de
Entre bacterias de tifo, entre perros y entre gatos;
Entre todo esto también crecieron mis hijos:
Unos hijos esqueléticos viviendo entre desperdicios,
Jugando entre suciedades y bañándose con vicios.
Y un día quise conocer mi pueblo el pueblo que no me quiso,
El que miraba en mis noches y en mis infantiles sueños
Como algo maravilloso; algo así como un juguete nuevo.

¡Que decepción abrigué en mi alma! ¡Cuánta miseria llegó a mis ojos!


Miseria sucia, miseria humana, nido de ratas, bestias en brama
Donde él más fuerte castiga y mata, donde el más débil sufre y acata;
Nido de fieras llenas de rabia donde las normas
Ya se olvidaron, donde no existen sabias palabras:
Se veja, se viola, se tima y roba
Y por la paz ni un ser humano trabaja.

Todo esto vi con mis ojos y el corazón se volvió más negro:


Allá tenemos basura, aquí viven los despojos,
Que allá vivimos los malos; aquí transitan los buenos,
Aquí viven de caviar, allá vivimos de abrojos,
Que allá no carcome el cáncer, aquí se alimentan cuervos;
Aquí viven los decentes, allá los menesterosos;
Y me acordé de mi gente y me acorde de mis hijos,
Del hambre que aún les cuelga como microbio infeccioso,
Y robé, ¡Robé esta bolsa con higos!
No sé sí voy a llegar a un sumarísimo juicio.
Si ya conocí el pecado y mi pena es el presidio
El precio ya está pagado por esa bolsa de higos.
Por favor, señor gendarme, aplique usted el castigo,
Pero por su santa madre, lleve ese pan a mis hijos,
Que usted también es un padre; hágalo en bien de su oficio.

Hoy es domingo, señor, no se trabaja;


Ellos están con hambre porque no hubo desperdicios
Y aunque flacos y esqueléticos, con sarna, cáncer o tifo,
no dejo de ser su padre y ellos, no dejan de ser mis hijos;
Aunque duerman en basura, aunque se bañen con vicios,
Por favor, usted lléveles esos panes
¡Qué tienen hambre mis hijos
POEMA 2

HOMBRES NECIOS QUE ACUSÁIS


Sor Juana Inés de la Cruz

Poema satírico-filosófico de Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695) conocido por las
palabras de su primera línea, "Hombres necios que acusáis", en el que plantea que los
hombres ocasionan el comportamiento sexual femenino que ellos mismos luego censuran.

Hombres necios que acusáis


a la mujer sin razón
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:

si con ansia sin igual


solicitáis su desdén
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo


de vuestro parecer loco
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Queréis, con presunción necia,


hallar a la que buscáis,
para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro


que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no esté claro?

Con el favor y el desdén


tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.
Opinión, ninguna gana;
pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis


que, con desigual nivel,
a una culpáis por cruel
y otra por fácil culpáis.

¿Pues cómo ha de estar templada


la que vuestro amor pretende
si la que es ingrata, ofende,
y la que es fácil, enfada?

Mas, entre el enfado y pena


que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejáos en hora buena.

Dan vuestras amantes penas


a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido


en una pasión errada:
la que cae de rogada,
o el que ruega de caído?

¿O cuál es más de culpar,


aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga,
o el que paga por pecar?

Pues ¿para qué os espantáis


de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.
Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.
POEMA 3

El Matricida – Efraín Alatriste Nava

Sobre el banquillo gris, del acusado,


se encuentra un hombre de mirar perdido
y de ver su semblante entristecido
el corazón se siente apesarado.

Hundida entre las manos la cabeza


y sumido en el mar de sus sollozos
ante la ley brutal y los curiosos
que mofándose están de su tristeza.

Grave y sereno el juez; fruncido el seño


impasible se encuentra en el estrado
sin embargo en la faz del magistrado,
se adivina un pesar jamás domeño.

El turno es del fiscal; con voz de trueno


ante la turba hostil de odio cegada
lanza su acusación de hiel cargada
cual lanza la serpiente su veneno.

¡Ahí lo tenéis señores es la bestia!


el hombre sin entrañas el ladino
el ser más despreciable ¡el asesino!
que priva de la vida sin molestia.

¡Es un chacal! malvado y truculento,


un ente sin piedad ¡un MATRICIDA!
quien con sus garras arrancó la vida
de la mujer que le brindo el sustento.

De la mujer que lo veló de niño,


de la mujer que lo forjó en su sangre,
de esa mujer que como toda madre
le arrulló alguna vez en su corpiño.

Y cómo le pagó ¡qué cruel delito!


que injusticia sin par… que cobardía
arrancarle la vida en forma impía
señores este ser ¡es un maldito!
Es un chacal y al condenarlo en suerte
que se cumpla la ley en su persona
y si Dios su pecado le perdona
¡Que la justicia le condene a muerte!

Calló el fiscal; la turba enardecida


con rugido feroz gritó al momento
¡Muera, muera; pero antes al tormento!
¡Que muera el indeseable matricida!

Habla por fin el juez desde su estrado


imponiendo silencio al ruido hecho
y dice: todo ser tiene derecho
que hable sobre el asunto el acusado.

Anegados los ojos por el llanto


la faz ajada… hirsuta la cabeza
jamás he visto tan fatal tristeza,
jamás he visto sufrimiento tanto.

… ¡Yo soy el asesino la he matado!


y lo juro ante Dios… ¡no me arrepiento!
si por ello me aplican cruel tormento
por su dicha lo doy por bien empleado.

Más mienten los que dicen que con saña


a mi madre maté, ¡miente la plebe!
yo la maté sin el dolor más leve
la maté con amor, y así no daña.

La maté con ternura, suavemente


… se extinguió su existencia tormentosa
cual leve palpitar de mariposa
y abandonó la vida… dulcemente.

Dulcemente murió, ¡cuánto la quise!


difícil es medir lo que es cariño
maté a quien me arrulló cuando era niño
sin embargo es amor; porque lo hice.

Cuántos de los hipócritas humanos


a quien yo supliqué pidiendo ayuda
hoy me escarnecen con terrible duda
¡y todavía pretenden ser cristianos!
Cómo sufrió mi madre ¡pobrecita!
con atroces dolores en el pecho
implorándole a Dios desde su lecho
¡sufriendo aquella enfermedad maldita!

¡Jamás he de olvidar aquella noche!


en que gritando de dolor me dijo
¡Mátame por piedad, mátame, hijo!
y no esperes de mi alma ni un reproche.

Yo bendigo tu mano hijo de mi alma,


¡Mátame ya!… y dame sepultura
yo bien sé que mi mal no tiene cura,
¡Mátame por piedad!… dame la calma.

Y ese grito salvaje y lastimero,


que anhelaba la muerte suplicante
taladraba mi alma a cada instante
¡Mátame, hijo! ¿Dios mío por qué no muero?

Y se ofuscó la luz de mi conciencia,


y dejé de ser hijo… ¡fui verdugo!
y le arranqué del sufrimiento el yugo
yo le quité señores ¡la existencia!

Lo demás ya lo saben; qué tortura


¡ya no soporto del dolor el peso!
y aquí me encuentro ante vosotros preso
y es mi única pasión la sepultura.

Mas no es la ley quien deberá juzgarme,


aunque sí soy culpable de eutanasia
no se van a reír de mi desgracia
¡No lo harán! porque yo ¡voy a matarme!

Una daga sacó de la cintura


que en el pecho clavóse con violencia
al cielo suplicó ¡Señor… clemencia!
y se borró en su rostro la amargura.

Y así termina la existencia agita


de un hombre que de amor es ¡MATRICIDA!
y deja en los anales de la vida
¡UNA HISTORIA DE AMOR CON SANGRE ESCRITA!
POEMA 4

MAESTRITO DE PUEBLO
(ABRAHAM RIVERA SANDOVAL, MEXICO)

¡Que ya te dije que no!


Y tus caprichos no acepto.
No importa que me dejes de hablar,
no me importa que te pongas molesto,
aunque me cuelgues la cara,
aunque me hagas sentimiento,
mi permiso no he de darte,
antes…antes, te lleno de cueros.

Tanto dinero gastado,


tanto esfuerzo, tanto estudiar:
La primaria, la secundaria, la preparatoria,
que cursos aquí, que cursos allá.
Tanta hablada de tu parte,
tantos sueños construyendo:
Que ibas para médico, que no,
que mejor licenciado,
que ibas para político
o tal vez para ingeniero.

Y ahora que estás como chiflado,


o loco te estás volviendo,
me sales de babosote, con la idea de ser maestro.
¿Qué no te va a dar vergüenza de rebajarte tan feo?
¿No te va a dar pena de bajar a tal empleo?

Maestrito…¡Qué gran cosa!


Uy… qué dignidad, que porvenir,
que importancia…que abolengo.
Mira nomás. Maestrito de escuela.
Un torpe. Un bueno para nada.
Haragán, Irresponsable. Vago. Majadero.
Un flojo al que solamente le gusta el dinero.

Maestrito…¡mitotero!
A ver. ¿Qué les vas a enseñar a los niños?
. Si ni siquiera sabes cantar.
Mucho menos contar un cuento.
Maestrito,
si así como vistes, solamente vas para cirquero.
¡Que normal ni que ocho cuentos!

Definitivamente no.
No quiero que seas maestro.
Antes, te llevo al campo, para que seas jornalero,
pa que el sol te dé bien fuerte
y te hagas fuerte y prieto.

Sí…así me dijo mi padre.


Y yo, que mucho lo quiero,
bajé la frente y salí de casa diciendo:
—Está bien padre. Estoy de acuerdo.
Haré lo que usted diga.
De verdad, se lo prometo,
pero ya no esté enojado,
no sea que le vaya a hacer daño.
Ya no se enoje, haré lo que usted diga…
Seré licenciado o ingeniero.

Entonces salí,
vagué por las calles, por las huertas,
por el jardín, por la placita, por la iglesia,
pasé por una escuela y miré a muchos niños sin maestros.
También miré a los peones descalzos,
sudorosos, sin aliento,
poniendo sobre un papel, solamente la huella de su dedo.

También vi a las mujeres sin huaraches,


cargando la leña del cerro,
y esos niños…
esos niños hurgando entre los basureros.
Recogí entre mi alma,
a esa gente de mi pueblo,
a esa gente sin fortuna, sin redención,
sin consuelo y los metí,
los metí aquí dentro, en mi corazón,
en mis entrañas, en mi cerebro.

Les di parte de mi conciencia y me confundí con ellos.


Allí, frente a esos niños enfermos,
pensé que eran unos angelitos
despreciados del cielo.
Miré que no tenían alas,
los miré casi sin cuerpo.
Angelitos sin hogar, sin virgen,
sin padre nuestro.

Y entonces pensé: Si me aferro a ser licenciado,


médico, contador o ingeniero,
¿Cómo iba a despertar la conciencia de mi pueblo?…
¿En qué los voy a ayudar siendo licenciado?
Tal vez no podría darles amor,
justicia o palabras de consuelo.

No podría yo ofrecerles gran cosa, para calmar su tormento.


Entonces volví a mi hogar.
Todo lo tenía resuelto. Llamé a mi padre y le dije:
–Padre, yo a usted mucho lo respeto.
Comprendo sus ansias, sacrificios y sus sueños.
Pero hoy, quiero que me escuche,
por favor, solo un momento.

Si quiere que yo sea feliz,


si quiere de verdad que sirva a mi pueblo,
si usted quiere que colabore para mejorar a mi México,
si usted quiere que dedique mi vida en lo que más quiero,
por favor, papá, se lo suplico.
Deje que sea feliz con mis niños en la escuela,
deje que mi vocación se torne en mis clases y recreo.

Yo quiero ser lección de amor,


quiero que mis palabras sean versos,
que sea yo lucero con mis palabras del alfabeto.
Deje que sea manantial, para saciar la sed de mi pueblo.

Déjeme sufrir, déjeme luchar.


Déjeme vivir con el pueblo para educarlos,
para construir un colegio.
Deje padre que luche, deme su permiso,
se lo ruego.

Quiero sembrar esperanzas,


quiero construir anhelos,
quiero formar una escuela,
una escuela a los cuatro vientos.
Una escuela de libertad, donde haya luz y cantos nuevos.
Deme permiso papá, que sea un maestrito de pueblo.

Quiero marcar programas justos,


quiero trazar caminos nuevos,
deje que siembre la mies,
deje que propicie el vuelo,
el vuelo de esa águila que parece no tener alas, ni aliento.

Usted ya ve, mi hermano es doctor,


el mayor es ingeniero,
ellos, han formado en su ingratitud,
un mundo diferente, de explotación,
de egoísmo, de lujos y de dinero.
A ver ¿Dónde están ellos?
Si de usted ya se han olvidado,
si ya no vienen al pueblo,
su mentalidad burguesa ha cambiado
¿Por qué no han venido a verlo cuando se pone enfermo?

Por favor, papá, se lo suplico, déjeme que sea maestro.


Mi padre se quedó pensando.
Y después de un gran silencio, me abrazó y me dijo:
—Sí muchacho, te comprendo.
Me has abierto los ojos.
Anda, ve a luchar hijo mío,
que aquí estaré esperando tu regreso.
Sé que traerás, muchas cosas logradas
con fe y con empeño.

Cuando vuelvas hijo mío,


vamos a estar muy contentos,
y tal vez se llenará esta casa,
con tu amor y los gritos de tus pequeños.
Si aquí no me encuentras ya,
yo sé que tendrán ese consuelo,
de volver a esta tu casa,
y de volver a tu pueblo.
Sé que vendrás a verme,
sé que vendrás por este viejo
y querrás con toda tu alma, enseñarme el alfabeto.

Si aquí no me encuentras ya,


ve a buscarme al cementerio.
Y allí, solitos los dos,
encerrados en el silencio,
me contarás de tus afanes,
de tus sueños logrados,
de tus sencillas tareas,
de tus éxitos, de tus progresos.

No me traigas flores hijo mío,


sé que no me las merezco,
ni cruz, ni nada. Solamente quiero tu recuerdo.
Anda hijo mío. Vete ya.
México espera tu esfuerzo.
Te espera el hombre ignorante,
te esperan los niños macilentos,
yo aquí me quedo esperando, con orgullo verdadero.

Anda hijo mío, vete ya.


Que, si de momento muero,
voy a gritar con orgullo,
voy a gritar a los cuatro vientos:
¡MI HIJO!¡ MI HIJO!
¡ES UN MAESTRITO DE PUEBLO!
POEMA 5
ANTE LA TUMBA DE UN MAESTRO

POEMA 5
ANTE LA TUMBA DE UN MAESTRO

Maestro, escucha un momento mis palabras


has a un lado el gis que te agiganta
cierra el libro con el cual nos hablas
y escucha, maestro.
Estas manos que antes eran vanas,
no sabían de escuelas, no sabían de aulas
ignoraban todo, eran sólo humanas
que a puros reflejos se desarrollaban.
Contar a retazos, sumando los dedos.
¡Ah mis pobres manos que tanto sufrieron
antes de tu estancia, querido maestro!
cuando ninguna escuela había por el pueblo.
Y llegaste tú, a enseñar, sediento
de ciencia, nosotros vivíamos hambrientos,
nos diste tu mente, nosotros los cuerpos
y luchamos juntos a un mismo tiempo.
Y la noche obscura que antes era eterna,
se volvió mañana, risa, primavera;
hiciste el milagro, prendiste la hoguera
que ilumina al hombre en su ardua tarea.
¿Cómo agradecerte amigo maestro
todos estos años tus miles de esfuerzos,
tu vasta ternura, tus días de desvelo,
tu noble paciencia, tus sabios consejos?
Me faltan palabras, me sobre el aliento
para dedicarte un bello recuerdo
que vaya en mi pecho y en mi pensamiento,
que me guie en la vida en todo momento.
Ahora estas aquí, frente a mí, en silencio,
tal vez meditando que cambian los tiempos,
que avanza la ciencia, también sus secretos,
que nosotros mismos estamos creciendo.
Pero estas aquí, solo aquí y no dices nada;
tu voz que en el mundo es oda sagrada,
ha quedado escueta, tranquila, callada,
sin pedir aplausos, ni gloria, ni fama.
Solo un epitafio recuerda tu nombre,
una tumba sola y una cruz más pobre,
un recuerdo magro de aquellos menores
que bajo tus manos hoy se hicieron hombres.
Que triste, maestro, me aprisiona el alma
de ver esta tumba rodeada de calma,
pero sola, sin voces de niños que a gritos te llaman;
los pueblos sin aulas ya no te reclaman.
Que ingrato es el pago de la especie humana
en todos los pueblos y en todas las razas,
hoy te vitorean si les haces falta;
mañana, si mueres, ya nadie te extraña.
¿Dónde están los padres de los hijos?
( ¡ Los que guiaste! )
los que bebieron agua de tu ciencia hasta saciarse,
a aquellos que de la ignorancia los sacaste;
no han podido o no han querido recordarte.
Tú, que en vida hiciste jardines de flores,
legaste tu vida sin premios, ni honores,
quedaste hecho nada, ignorado pobre,
cubierto de tierra, que tu cuerpo absorbe.
Solo una flor marchita es la ofrenda
y una cruz olvidada y macilenta.
¡Por tanto tributo que cobró la tierra
que poco fue el triunfo que obtuvo la escuela;
aquí estás maestro, rodeado de olvido,
venero de ciencia que yaces, tendido
cual faro radiante que hubieran destruido;
héroe sin medalla, gigante dormido.
¿Dónde están los que guiaste? ¡Yo pregunto!
grito sin respuesta, se han quedado mudos,
los rostros impávidos, los cuerpos enjutos;
ni una sola frase se escucha en el mundo.
Y tu vos, esa voz que recorrió la sierra,
la costa y el bosque, cual grito de guerra,
impregnada en los vientos, volviéndose eterna,
llevando el mensaje de toda la ciencia...
Esa vos, maestro, que nadie recuerda,
se queda contigo, al morir te la llevas;
pero cuando alguien grite:
¿Dónde está el maestro, ¡El Héroe sin bandera!
Con orgullo inmenso y con voz serena
"Lo tengo en mi espíritu", ¡nos dirá la escuela!
"Lo tengo en mi seno", ¡gritará la tierra !

Autor : Prof. Fidencio Escamilla.


POEMA 6

LUCES NEGRAS
FERNÁNDO TURRUBIATE PÉREZ

No es la mina,
¡No es la mina la que explota!
Es la noche de los hombres que despiertan cada día,
Abrigando en su alma noble la esperanza de un mañana,
Incierto como el alba para el ave que temprana,
Ha sufrido la inclemencia de una noche triste y fría.

¡Es el luto sempiterno!


Es el negro que repinta muchas almas nunca oídas.
Es la flama que se extingue sin haber cobrado vida.
¡Es la muerte!
Es la muerte que se asocia con la tierra,
Reclamando como suyas a estas almas redimidas,
Por la forma en que vivieron, por el Dios que hoy las libera.

¡Son los hombres!


¡Son los nombres de los hombres!
Son los nombres y los hombres que, tragados por la tierra,
¡Han cumplido!
Han cumplido hasta que fueron vomitados ya sin vida,
Pero dueños de su ansiada primavera.

¡Terminaron!
Terminaron para siempre sus temores y sus penas.
Ya no se oyen tus silbidos ni tus risas tempraneras.
Y las brisas matinales que contigo convivieron,
¡Están tristes!
¡Están solas!

Y las aves que en un tiempo acompañaron tus canciones,


Hoy elevan sus tristezas como incienso, como flores,
Esparciendo por la tierra sus perfumes y su polen
Entre gente que piadosa llena el viento de oraciones.
¡No es el negro de la noche!
¡Es el negro de mil noches!
Y aquel día en que cayeron como fruto antes de tiempo,
Los fulgores luminosos que para otros existieron,
¡Fueron sombras para ellos!
¡Se apagaron sus destellos!
No encendieron los luceros,
Para aquellos que vivieron en tinieblas,
Y en tinieblas se murieron
¡En tinieblas se murieron!
¡En tinieblas se murieron!

¡Es la noche de los hombres!


¡Es el día de los nombres!
Son los sueños heredados, salpicados de sudores y fatigas.
¡Que hoy por fin se terminaron!
¡Que hoy por fin se terminaron!
¡Oh las sombras de mil noches que cobraron tantas vidas!

Y las aves que en un tiempo acompañaron tus canciones,


Hoy elevan sus tristezas como incienso, como flores,
Esparciendo por la tierra sus perfumes y su polen,
Entre gente que piadosa llena el viento de oraciones.

¡Son los hombres!


¡Son los hijos de los hombres!
¡Son los nombres de los hijos de los hombres!
¡Los que lloran!
¡Los que claman!
¡Los que imploran y reclaman con rigor lo que han perdido!

¡No es la mina!
No es la mina la que explota.
Son los hombres
¡Son los hombres!
Son los hombres que, encerrados en sus egos,
¡Nunca vieron!
¡Nunca oyeron!
Fue la forma en que escribieron el renglón de la derrota.
Mas los hijos de los hombres,
Van dejando sus clamores poco a poco en el olvido;
El horror de aquella noche va quedando en lontananza.
Y aunque el negro de esa noche les repinta los sentidos,
¡Está viva la esperanza!

¡Es la luz de la esperanza!


¡Es la lámpara que brilla silenciosa entre la bruma!
¡Es el negro de una noche convertida en blanca espuma!
¡Es el ave tempranera que remonta las alturas!
¡Es la vida!
Es la vida de los hijos de los hombres,
que olvidando para siempre sinsabores y amarguras,
¡Rompe el aire con un grito que se expande entre los hombres!

¡Es la voz de la esperanza!


¡Es la luz que nos hermana!
Es el Dios que nos recuerda,
¡Que no hay noche sin mañana!

¡Esperanza!
¡Esperanza!

Y las aves que en un tiempo acompañaron tus canciones


Hoy elevan sus plegarias como incienso, como flores;
Esparciendo por la tierra sus perfumes y su polen
Entre gente que piadosa llena el viento de oraciones.

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