16.3-Hbres de Texas - Un Largo Verano en Texas (Jobe Dodd) - Diana Palmer-1

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Jobe Dodd - Un largo verano

en Texas
Diana Palmer
16º Hombres de Texas

Jobe Dodd - Un largo verano en Texas (2009)


Título Original: Jobe Dodd - A long Tall Texan Summer (1997)
Antología A long Tall Texan Summer
Serie: 16º Hombres de Texas
Traducción del inglés
Edición original: Shilhoutte
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Jobe Dodd y Sandy Regan

Argumento:
Este texano alto y delgado, está preparado para amar en una calurosa noche
de verano…
Pero convencerle de esto será, realmente, una tarea difícil. Porque los
hombres de Jacobsville, Texas, son de una raza diferente y reacios a creer en
asuntos del corazón. Son hombres de hierro, hombres forjados bajo el duro y
ardiente sol de Texas.
Tom Walker, Drew Morris, Jobe Dodd: Todos ellos crecieron sobre una silla
de montar en Jacobsville. Este es un verano para recordar, con hombres que
no querrás olvidar, ¡todo completamente nuevo y listo para el romance!
Diana Palmer - Jobe Dodd - Un largo verano en Texas - 16 Hombres de Texas

Capítulo 1
Sandy advirtió que él parecía absolutamente hastiado. Era difícil conseguir que
Jobe Dodd se quedara quieto un momento y se parara a escuchar algo de lo que
trataba de decir. Pero cuando estaba intentando conseguir que la escuchara acerca de
las computadoras, comprendió que podría haberse ahorrado la saliva.
—El rancho es de mi hermano —dijo Sandy Regan acaloradamente, mientras
miraba al alto y rubio capataz del rancho—. ¡Ha dicho que va a modernizar los
registros del ganado! entonces ¿por que demonios tú no quieres hacerlo?
Él la miró entrecerrando sus brillantes ojos grises. Con sus delgadas manos
apoyadas en las caderas, le dijo, sin palabras, lo que opinaba sobre ella y sus malditas
máquinas. Quizás no tenía un titulo universitario, pero era lo bastante arrogante para
pensar que lo sabía todo acerca del asunto.
—¿Me has oído? ¡Ted dijo que tenemos que hacerlo! —insistió ella, mientras se
echaba hacia atrás unos mechones de su rebelde pelo oscuro. Estaba en el rancho
recuperándose de una fuerte gripe, con la esposa de Ted y su mejor amiga, Coreen,
que la había estado cuidando y se encontraba mejor, o lo había estado hasta este
momento.

Traducido por Martha y corregido por Sira Nº Paginas 2-56


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—Ted todavía tiene el rancho en Victoria —dijo Jobe deliberadamente, con su


profunda y brusca pronunciación, refiriéndose al rancho en el que había trabajado
antes de que Ted y Sandy se trasladaran a su viejo hogar en Jacobsville—. No creo
que haya ningún inconveniente en que me vaya a trabajar allí.
—Gran idea. ¡También puedes trabajar allí hasta que convierta en archivos
todos los registros de Ted!
Él le echó una mirada tan demoledora que podía colmarle la paciencia a un
santo.
—Le diré a Ted que tú lo has recomendado.
Sus labios se convirtieron en una delgada línea. Estaba furiosa. Y era la misma
reacción que le provocaba este hombre, que había sido su Némesis desde su
decimoquinto cumpleaños. Él había empezado a trabajar para Ted un poco antes de
que ella se marchara a la universidad, y mientras mas estudiaba, más la provocaba él.
Él tenía una formación realmente buena de la escuela secundaria, ampliada por
cursos específicos en agricultura y ganadería, pero no sabía nada sobre equipos
electrónicos. Ella sí y él estaba resentido por su habilidad, aunque no quisiera
admitirlo.
—No soportas que tenga un titulo universitario, ¿verdad? —dijo rabiosa—. ¡A tí
te parece bien que una mujer no entienda nada de lo que haces!
—No necesito entender a las computadoras— dijo con suficiencia—. No,
siempre y cuando no entiendas de genética. Supongo que tu próximo paso será llenar
a las vacas con esa condenada cosa —dijo señalando hacia el sistema informático que
ella estaba preparando en la oficina del rancho.
—De hecho, lo estaba haciendo —dijo con una sonrisa fría—. Quiero implantar
un chip de ordenador en la piel del ganado.
—Sobre mi cadáver —fue la escueta contestación.
—Para que podamos examinar el ganado y conseguir sus datos
simultáneamente. Ahorrará mucho tiempo y preocupación con el programa de cría, y
trabajo en la oficina.
—Yo superviso el programa de reproducción.
—Puedes hacerlo mejor con un ordenador.
—Y yo te diré exactamente lo que puedes hacer con el tuyo —dijo con un tono
engañosamente agradable— y como de lejos.
Ella suspiró enojadamente. Se llevó la mano a la frente. Todavía se sentía débil
por la gripe, y estar peleándose constantemente con Jobe, le daba dolor de cabeza.
Intentaba pensar en él como un mal de trabajo, pero todo el tiempo que pasaba en
casa estaba plagado de dificultades. En los últimos meses, había buscado excusas,
para no visitar a Ted y Coreen, porque no quería encontrase con él, hasta que había
cogido la gripe y no tuvo ningún otro sitio donde ir. Ella era una adulta, pero Ted la
cuidaba como si fuera una niña todavía.

Traducido por Martha y corregido por Sira Nº Paginas 3-56


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Por desgracia, su hermano consideraba a Jobe como de la familia, ya que Ted y


el padre de Jobe habían sido socios una vez en el negocio ganadero. El antagonismo
de Sandy por el capataz del rancho no molestaba a Ted, ya que sabía que los dos eran
lo bastante profesionales como para que los problemas personales no interfirieran en
su trabajo. Pero, desde el punto de vista de Sandy, esto ya era demasiado para
pasarlo por alto.
—Necesitas engordar y crecer algo más antes de empezar a discutir conmigo —
murmuró, con voz acariciadora—. Eres muy frágil.
—Dame un palo y te mostraré lo frágil que soy —dijo mirándolo furiosa, con
los ojos tan azules como los de su hermano.
—¿Te dijo Ted que tienes que aprender a usar el ordenador para manejar los
archivos?
Él parecía impresionado.
—¿Qué?
—Yo no voy a estar aquí para programar el ordenador —continuó—. Tendrás
que aprender a usarlo para que puedas introducir los registros del rebaño y archivos
de cría y cualquier otra pequeña cosa a la que quieras acceder.
Él la miró.
—¡Demonios! No voy a aprender a usar un ordenador. ¡Si Dios hubiera
querido que los hombres usaran ordenadores, habríamos nacido con teclas en vez de
con dedos!
Ella le sonrió abiertamente
—¿Qué dices? —Podía imaginárselo echando humo por las orejas. Lo que le
hizo sentirse superior, cosa que rara vez ocurría cuando estaban cerca el uno del
otro—. Bueno, Ted dijo que tendrías que aprender.
Él levantó una ceja.
—Aprenderé a programar el ordenador cuando tú aprendas a cocinar, dulzura
—la retó.
Sus ojos azules pálidos relampaguearon.
—¡Ya sé cocinar!
—¡Ja! —Ahora era él el que se estaba divirtiendo. Ella no quería hablar de eso—.
Todavía recuerdo la última vez que nos ayudaste con una barbacoa para el personal
—le recordó, en tono de burla—. La primera vez en mi vida que vi a vaqueros comer
pescado. Yo lo freí, si lo recuerdas.
—Cobardes —ella comentó—. Era una buena barbacoa. Tenía una corteza
crujiente. ¡Las buenas barbacoas siempre la tienen!
—No quemada y en medio de la carne cruda —contestó él.
—¡Puedo cocinar cuando me dé la gana! —gritó.

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Se oyó una risa divertida detrás de ellos. Ella se giró para ver a su hermano,
Ted, que acababa de entrar desde el patio de atrás. Su pelo, prematuramente
encanecido, brillaba con la luz.
Ted miró la expresión divertida de Jobe y a su hermana enfadada y suspiró.
—Luché en Vietnam —recordó—. Y estoy asombrado de lo mucho que me
acuerdo de eso últimamente.
Sandy se ruborizó, pero sus ojos brillaban sin rendirse lo más mínimo.
—¡Dice que quiere trabajar en el rancho de Victoria para no tener que aprender
a manejar ordenadores!—dijo con un gruñido.
Jobe no dijo una palabra, lo que, de algún modo, hizo que fuera aun peor.
Ted la miró y se volvió hacia su capataz.
— Tenemos que pasar al siglo veinte —le dijo al otro hombre—. Dios sabe, que
me resistí hasta el último minuto. Incluso los Ballengers se rindieron a lo inevitable, y
ellos lo hicieron hace algunos años.
—Son cosas de niños —dijo Jobe—. Ellos no quieren que sus hijos conozcan
como se hacían las cosas antes.
—Es posible —dijo Ted asintiendo y sonrió abiertamente—. Nuestro pequeño
apenas tiene un año y ya tiene un pequeño ordenador propio.
—Y, por supuesto, ya sabe manejarlo —dijo Sandy riéndose entre dientes,
porque ella le había regalado, al pequeño Pryce Regan, un ordenador con un libro de
cuentos para principiantes, en su primer cumpleaños.
—Si un niño pequeño puede hacerlo, también tú —le aseguró Ted a Jobe.
El otro hombre enarcó una ceja rubia, a la vez que hacía una mueca con la boca.
—No me gusta las maquinas.
—¡Solo porque la embaladora de heno le cogió su chaqueta una vez…! —
empezó Sandy.
—La condenada maquina casi me cogió el brazo entero y tiró de él— dijo detrás
de ella.
—Bueno, un ordenador no te va a morder el brazo —le prometió ella.
Sus ojos se entrecerraron.
—Eso dicen— murmuró—. Pero los niños pequeños lo usan para fabricar
bombas.
—Soy la primera en estar de acuerdo que algunas formulas químicas no deben
anunciarse en Internet dónde cualquier niño puede verlo —asintió Sandy— pero hay
muchas manera de que los padres puedan supervisar y evitar que los niños accedan
a esos sitios.

Traducido por Martha y corregido por Sira Nº Paginas 5-56


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—Muy amable de tu parte —contestó Jobe—. Pero mis niños estarían


demasiado ocupados para sentarse con las narices pegadas a un ordenador toda la
tarde. Estarían afuera trabajando con el ganado y aprendiendo a rastrear.
—¿Todo el día y toda la noche? —preguntó Sandy dulcemente—. Y antes de
eso, ¿estás rezando para saber donde vas a conseguir a estos niños míticos bien
ocupados? Si no recuerdo mal, ¡todavía no has encontrado a una mujer que cumpla
todas tus exigencias!
—Seguro que tú no —agrego él con una sonrisa de «vete al diablo».
Sandy se levantó, furiosa, de su silla, meciéndose sobre sus pies.
—¡Parad! —dijo Ted, poniéndose entre ellos—. La idea es que se introduzcan
los datos de los animales en el ordenador, no que empecéis la Tercera guerra
Mundial —dijo mirando alternativamente miraba de Jobe a Sandy—. Quiero que los
dos intentéis hacer las paces. Tenéis que trabajar juntos en esto. Si no dejáis de
pelearos, nunca conseguiré que mi sistema funcione.
—¡Me gustaría montarlo sobre la marcha! —dijo Sandy observando a Jobe.
Jobe parecía altivo
—No seas vulgar —la reprendió.
Sandy comprendió lo que había dicho y se puso colorada como un tomate.
Ted agitó su cabeza.
—Entre los dos me vais a matar —dijo tristemente—. ¡Y todo lo que quiero
hacer es entrar en el siglo veinte con un programa moderno!
—Y tus caballos —agregó Sandy.
Jobe parecía atrapado.
— Los ordenadores son una maldición.
—Bien, entonces tú también estás maldito —contestó Ted— porque si Sandy
prepara el sistema, o hay alguien más preparado para instalarlo, vas a tener que
aprender a usarlo.
Cuando Ted usaba ese tono de voz, nadie discutía. Jobe se encogió de hombros,
aceptando el hecho con resignación, mientras miraba a Sandy.
—Ella es buena en su trabajo —dijo Ted—. Puede hacer esto mejor que nadie.
—Pues déjala que lo haga. Los capataces se encargan de la tierra —dijo Jobe
asintiendo hacia Ted y comenzó a salir.
—¡Pero tú no la estás dejando! —dijo Ted, chasqueando los dedos.
Jobe miró por encima del hombro
—¡Demonios no lo estoy haciendo! —se detuvo.
—¡No vas a encontrar ningún lugar para trabajar en Texas que no use un
ordenador!
—Entonces iré a Nuevo México, Arizona o Montana —respondió él.

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—¿Qué pasa Jobe?, ¿te asusta no ser lo suficientemente inteligente para


aprender? —preguntó Sandy en un dulce y suave tono.
Se detuvo en seco y cuando se volvió, sus ojos relucían como carbones
encendidos.
—¿Qué has dicho? —le preguntó suavemente.
Ella había visto a los hombres encogerse cuando él se enfadaba. Era una de las
razones por las que era un buen capataz. Casi nunca necesitaba usar sus grandes
puños con nadie.
Pero ella no retrocedió. Aunque respetaba a Jobe, no le tenía miedo.
—Dije que si te asustaba no poder hacerlo —repitió ella.
Él puso las manos en sus caderas.
— Puedo. Si quiero aprender, puedo hacerlo.
Ella se encogió de hombros y se alejo.
— Si tú lo dices.
—¡Puedo aprender!
Ella se encogió de hombros de nuevo.
Los pómulos altos de Jobe enrojecieron. Sus orificios nasales parecían a punto
de reventar.
Ted sofocó una risa, porque nadie conseguía meterse bajo la piel de Jobe como
Sandy. A menudo le asombraba que, dos personas con sentimientos tan fuertes,
nunca se dieran cuenta que más que enfado, sus emociones podrían ser otra cosa.
—Está bien, lo haré —dijo Jobe, hablando con Ted—. Y si no me gusta, no me
quedaré.
—De acuerdo —dijo Ted—. Pero creo que te darás cuenta de que vas a ahorrar
mucho tiempo.
Jobe lo miró fijamente.
—Y si ahorro todo ese tiempo, ¿qué voy hacer con el?
—Mejorar el programa de cría —contestó Ted en seguida— Iras a seminarios.
Asistirás a conferencias para aprender más sobre las teorías más innovadoras de la
genética. Vas a tener más tiempo para estudiar, y podrías aprovecharlo para
terminar tu curso sobre la cría de animales.
Jobe parecía tentado. Pensó en ello y, finalmente, aceptó.
—¿Cuándo quieres que empiece?
—En cuanto Sandy se cure —dijo Ted, mientras señalaba a Sandy—. Ahora está
pasando una gripe y quiero que se recupere totalmente antes de que asuma un
proyecto de este tamaño.
—Estoy bien —protestó, pero lo estropeó todo con un ataque de tos.

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—Ya veo —murmuró Jobe— no debiste salir tan pronto de la cama. ¡Estás loca!
—¡No me llames así! —estalló, tosiendo de nuevo—. Puedo cuidar de mí
misma.
—Seguro —asintió él— mira el gran trabajo que has hecho. Si Ted no hubiera
ido a Victoria detrás de ti te habrías muerto de una pulmonía, sola en ese
apartamento.
Le habría gustado rebatir esa teoría, pero no se sentía bien para seguir de pie
discutiendo. Se sonó la nariz y guardo el pañuelo en el bolsillo de su chaqueta.
—Empezaremos la próxima semana —les prometió—. Eso me dará un poco de
tiempo para comprobar el funcionamiento del hardware y los otros programas.
Tendré que hacer algunos cambios en los programas para adaptarlos al trabajo que
tenemos que hacer aquí. Pero no hay ningún problema, es bastante sencillo.
—Regresa a la cama —le dijo Ted—. Tengo algunas cosas que hablar con Jobe.
—Ok —contestó. Se sentía más débil que nunca, pero le echó una mirada
presuntuosa al capataz, antes de irse.
Él la miró, con los puños apretados.
—Por los pelos —dijo, para sí mismo.

Ella subió la escalera, mientras Ted conducía a Jobe a su estudio, cerrando las
puertas corredizas tras ellos.
— Deja de meterte con ella —le dijo a Jobe.
—Cuando deje de hacerlo ella —contestó Jobe acalorado—. ¡Dios mío!, ¿qué es
lo que espera de mí? Comentarios despreciativos, sarcasmo… ¿Qué crees que haría
otro en mi lugar?
—Vosotros siempre estáis peleando —dijo Ted, significativamente—. ¿Quieres
algo de beber?
—No bebo —le recordó.
—¿Limonada o té helado? —continuó Ted.
Jobe se rió entre dientes.
—Lo siento. Mi cabeza no funciona bien. Limonada.
Ted sacó una jarra de su pequeña nevera y lleno dos vasos. Era un caluroso día
de agosto, a pesar del aire acondicionado. Jobe suspiró pesadamente y bebió a sorbos
la limonada, con sus claros ojos entrecerrados mientras miraba, fijamente por la
ventana, los pastos rodeados por una valla.
—A mí no me importa que ella sepa más que yo sobre ordenadores —murmuró
Jobe—. Es, simplemente, que no puede resistirse en restregármelo. ¡Demonios!, ya sé
que no entiendo de ordenadores. ¡Pero conozco la crianza de animales y su genética
del derecho y del revés!

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Ted notaba el orgullo herido cuando lo veía y se preguntaba si, Sandy, se daba
cuenta. Probablemente no. Hacia todo lo posible por ignorar al capataz del rancho.
—Por supuesto que sabes —le dijo Ted—. Y, realmente, no creo que te lo esté
echando en cara, lo que pasa que adora su trabajo y, posiblemente, se pase un poco
con su entusiasmo.
Jobe se dio la vuelta, mientras se pasaba la mano por espeso cabello.
—Ella es una ingeniera con un gran potencial y muchos aires grandeza —
murmuró—. Jacobsville no era lo suficientemente grande para satisfacer sus
expectativas. Quería brillar entre gente de alta categoría.
—¿No es eso lo que hacen la mayoría de los jóvenes? —preguntó Ted.
Jobe se encogió de hombros,
—Yo no lo hice cuando era joven. Era feliz con la vida del rancho. Tenía todo el
tiempo del mundo, buenas personas a mí alrededor, el bar del pueblo si necesitaba
entretenerme, y suficientes amigos cuando los necesitaba —dijo, observando a Ted
con curiosidad—. ¿A Sandy no le importan esas cosas?
—Le importan— replicó Ted—. Pero ella es inteligente y quiso usar su
capacidad para estudiar. Ha hecho una carrera, sin ayuda de nadie, en un campo que
es, en su mayoría, de hombres.
—!Oh, sí! —dijo Jobe severamente —era importante demostrar a los demás que,
una mujer, puede hacer lo que hace un hombre.
—Si es así, fue por tu culpa —dijo Ted críticamente, levantando una mano
cuando el otro hombre empezaba a hablar—. Tú la conoces —continuó
imperturbable—. Cuando era una adolescente, siempre estabas burlándote de ella
cuando intentaba ayudar en el trabajo mecánico con la maquinaria, mofándote
cuando no podía alzar las balas de heno tan fácilmente como los hombres. Tú le
provocaste un complejo de inferioridad. Sandy creció con esa idea en la mente, para
demostrarte que ella podía hacer bien algo que tú no puedes hacer. Y lo ha hecho.
Jobe hizo un gesto enfadado.
—Ella pasó todos estos años quejándose acerca de lo pequeño que era
Jacobsville. No quería pasar su vida en un pueblo sin clase, quería sofisticación.
Muchas decía que no quería terminar casada con un vaquero y llevando vestidos de
algodón desgastados.
Ted entrecerró los ojos pensativamente mientras miraba fijamente al otro
hombre y miró hacia otro lado.
—Los niños no comprenden lo que es importante hasta que se vuelven adultos.
Pienso que podrías darte cuenta de que la actitud de Sandy hacia Jacobsville ha
cambiado. Está loca por nuestro pequeño niño, lo sabes. Ella se sienta y juega con él
todo el tiempo.
—Ya no es una niña —dijo Jobe significativamente—. Puede marcharse cuando
quiera si se la presiona demasiado. ¿Cómo sería si tuviera un hijo propio, y no
pudiera escapar de él?

Traducido por Martha y corregido por Sira Nº Paginas 9-56


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—Pregúntale.
Jobe se rió fríamente
—¿Quién, yo? Si alguna vez me caso, va a ser con una dulce muchacha
provinciana que le importe un comino hacerse un nombre en el mundo de los
hombres. Quiero una madre para mis hijos, no a una experta en ordenadores.
Ninguno de ellos sabía que Sandy se había olvidado su vaso de limonada y
había regresado, silenciosamente, para buscarlo. Se había detenido al otro lado de la
puerta y oído las palabras de Jobe. Su cara enrojeció con violencia. Se dio la vuelta y
se fue en silencio, lentamente, apoyándose en la escalera, sintiendo como si le
hubieran dado una patada en el estómago. Bueno, siempre había sabido lo que Jobe
pensaba de ella y del matrimonio entre ambos. Él no quería una experta en
ordenadores, y ella no iba a conformarse con un hombre machista y chauvinista que
lo único que quería era una esposa sumisa que se pasara la mitad de su vida
embarazada y teniendo a sus hijos.
Siempre lo había sabido. Era curioso que ahora le molestara, ya que, Jobe,
siempre había tenido el poder de herirla más que ninguna otra persona. Hacia que se
sintiera pequeña, acomplejada, infravalorada. Y ella no era así. Era tan inteligente
como cualquier hombre e incluso más que la mayoría; y, sin duda, más que él. En
cuanto al matrimonio, había suficientes hombres en el mundo que estarían
orgullosos de tener una esposa que pudiera diseñar sistemas de ordenadores.
Mentalmente recordó sus citas en el último año e hizo una mueca. «Bueno, había
habido bastantes hombres a los que les hubiera encantado tener una aventura con
ella», se corrigió. Andaba bastante escasa de propuestas de matrimonio, pero no le
preocupaba. Iba a ser una mujer con carrera. El mundo era su meta. Podía hacer lo
que quisiera y no necesitaba depender de ningún hombre para conseguirlo. Y
tampoco quería hijos, aunque adoraba al hijo de Ted y Coreen. Sus ojos tenían una
mirada soñadora cuando pensaba lo cariñosa que era con él.
Jobe no era cariñoso. Era el hombre más fastidioso que jamás había conocido y,
simplemente, era mala suerte el tener que trabajar con él en el rancho de su hermano.
Si Ted lo despidiera… Debía haber una docena de hombres que podían hacer su
trabajo igual o mejor que él. Hombres con estudios universitarios que sabían de
genética con los ojos vendados, que podrían comprar y vender el ganado, mejorar la
reproducción del ganado, y bien podría un vaquero tener algo que ver con la
hermana menor de Ted…
No le gustaba recordar lo protector que era Jobe cuando era más joven. Ted no
tenía tiempo para cuidarla; Jobe lo hizo por él. Siempre parecía descubrir cuando
tenía una cita, aun sí solo era un refresco en el restaurante dónde ella estaba
comiendo, o una bolsa de palomitas de maíz en cualquier teatro al que iba. Y estuvo
cerca durante una de las peores noches de su vida, cuando uno de sus novios bebió
en exceso y trato de forzarla en el asiento trasero de su automóvil. Jobe cogió al
muchacho por el cinturón y lo golpeó con contundencia, antes de llamar a la policía
para que lo arrestaran. Sus asustados padres tuvieron que ir y pagar la fianza. Al día
siguiente, el muchacho se fue a vivir con su abuela, a otro estado, y nunca regresó.

Traducido por Martha y corregido por Sira Nº Paginas 10-56


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Sus padres, que eran buenas personas, todavía estaban conmocionados cuando
vieron a Jobe semanas después.
Los hombres le tomaban el pelo por su cuidado especial con hermana de Ted.
Pensaban que él era cariñoso con ella. Sandy pensaba de modo distinto. Él,
simplemente, era arrogante, odioso y determinado a cuidarla para que no se case con
alguien de la localidad. Incluso lo había admitido una vez. La quería fuera del pueblo
y fuera de su vida. Él no quería arriesgarse a que ella pudiera casarse con algún
muchacho del pueblo y estableciera su hogar cerca. Mientras, Jobe salía libremente
con las mujeres. Era agradable, atento, cortes, pero ninguna arrancarle un
compromiso. Era un soltero empedernido y resbaladizo como una anguila cuando la
conversación giraba hacia los anillos de boda. Tenía treinta y seis años y parecía no
tener ningunas ganas de casarse y tener hijos. A Sandy no le importaba. Por lo que a
ella se refería, podía quedarse soltero para siempre. Lo odiaba. ¡Sí, lo odiaba! Era tan
cruel, tan violentamente cruel…
Las lágrimas caían por sus mejillas cuando volvió a su cuarto y cerró la puerta
calladamente detrás de ella. «¿Por qué?, ¿por qué tenía que amar a ese hombre, desde
hacía tanto tiempo, sin ninguna esperanza, cuando lo único que conseguía era su
rechazo?»

Traducido por Martha y corregido por Sira Nº Paginas 11-56


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Capítulo 2
Coreen Tarleton Regan abrió la puerta, después de haber oído los sollozos
tenues en el vestíbulo. Se sentó en la cama al lado de su mejor amiga y despacio se
acercó y la abrazó.
—Lo odio —dijo Sandy sollozando, mientras se limpiaba las lágrimas
enfadada—. ¡Es un idiota!
—Sí, lo sé —dijo Coreen con una amable sonrisa, cogiendo un pañuelo de la
caja que había al lado de la cama y se lo dio a Sandy—. Sécate los ojos. Ted lo ha
enviado a Victoria por el resto del día, a recoger los registros de una manada en la
oficina.
—¡Bien! ¡Espero que los aliens lo secuestren cuando regrese!
—Vamos, vamos piensa cómo lo extrañaríamos por aquí.
—¡Yo no!
Los ojos azules de Coreen sonrieron.
—¿Nunca se te ha ocurrido que podrías gustarle? Todas esas pequeñas pullas
podrían ser nada más una manera de llamar tu atención.
Sandy la miró con los ojos enrojecidos.
—No.
—Era tu sombra —insistió Coreen—. Por lo menos, hasta que te marchaste a la
universidad.
—Querrás decir mi guardián —murmuró—. Incluso entonces, se burlaba de mí.
—Eres muy inteligente. Quizá él se siente amenazado.
—Él también es lo suficientemente inteligente —contestó Sandy con una tos
sorda—. No le gustan mujeres inteligentes. Le oí diciéndoselo a Ted en piso de abajo.
Dijo que quería un montón de niños que no sepan nada de ordenadores —sus ojos se
encendieron—. ¡Como si yo quisiera hijos con un hombre así!
Coreen le dio unos golpecitos en el hombro, mientras intentaba que no se
sintiera tan desvalida. Se preguntaba si Sandy sabía lo transparente que eran sus
sentimientos hacía Jobe. Probablemente no, o se avergonzaría mucho. Sandy pensaba
que era inmune a Jobe. En realidad era todo lo contrario. Coreen que tenía
experiencia en relaciones turbulentas, sabía exactamente lo que sentía su mejor
amiga.
—Te sientes fatal, ¿verdad? —le preguntó Coreen suavemente—. ¿Por qué no
intentas dormir un poco?
—Ésa podría ser una buena idea —dijo forzando una sonrisa—. Eres la mejor
amiga que tengo, ¿sabes?

Traducido por Martha y corregido por Sira Nº Paginas 12-56


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—Tu también eres mi mejor amiga desde siempre —contestó Coreen


afectuosamente—. No te preocupes, si se pone peor, te ayudaré a tirar Jobe a un
océano infestado por tiburones y juro no dar una pista de dónde esta.
Sandy sonrió abiertamente a través de sus lágrimas.
—Ahora si que eres una amiga de verdad.
Coreen asintió.
—¡Exactamente lo que pensé!
Pero si Sandy esperaba que la ausencia de Jobe ese día, mejorara su situación,
estaba equivocada. Jobe regresó de Victoria con muy mal genio y Sandy lo evitó
durante el resto de la semana. Eso fue un acierto, ya que le dio tiempo para ponerse
un poco mejor antes de empezar con el arduo trabajo de enseñarle a Jobe cómo usar
un ordenador.

Jobe se presentó en la oficina de Ted al lunes siguiente y parecía como si se


fuera a enfrentar a un pelotón de ejecución. Sandy, con un pantalón y un top, se
había recogido el pelo en un moño y estaba tranquila y cómoda, por lo menos
aparentemente. Jobe llevaba unos vaqueros desgastados, una camisa de cuadros roja
y botas. Parecía la imagen de un vaquero de rodeo. Sandy sabía que él podía montar
lo que quisiera y donde quisiera, aunque fuera un furioso semental de los de Ted.
Le hacía bastante gracia que siempre se abrochara la camisa hasta el botón de
arriba. Era un hombre modesto. Nunca lo había visto desnudo hasta la cintura o con
la ropa arrugada. Incluso su cabello rubio estaba peinado pulcramente. Él era uno de
los vaqueros más limpios que había visto nunca. Quizá ése era un esfuerzo para
recompensar su mal carácter, pensó ella.
—Bien —dijo él secamente —Empecemos.
—Siéntate —lo invitó Sandy, mientras ponía una silla para él delante del
ordenador.
Él la miró
—Esto va a ser un desastre —murmuró—. No soy mecánico.
—Estoy segura de que ni siquiera tú vas a romper este ordenador.
—¿Dónde esta el interruptor? —preguntó, mientras fruncía el ceño mirando la
consola.
—Este sistema completo de enchufes lo enciende. Presionas el botón rojo, aquí,
en la banda —ella le demostró— y se enciende todo, incluso la fotocopiadora.
Él miró la pantalla.
— No hay nada allí —dijo intencionadamente.
—Dale unos minutos.
Esperaron un momento y apareció el menú.

Traducido por Martha y corregido por Sira Nº Paginas 13-56


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—¿Ves? —dijo, mientras sonreía—. Ahora echa una mirada a las opciones. ¿Qué
necesitas aquí? —dijo ella moviendo el cursor con el ratón a una ventana concreta e
hizo clic en ella. Se abrió una pantalla con todos los registros de una manada de Ted.
—¿De dónde ha salido eso?— preguntó.
—Lo tecleé mientras estabas fuera la semana pasada. Esto es sólo una
inscripción parcial. Tendrás que hacer el resto cuando tengas tiempo. Ahora esto es
cómo seleccionas las opciones y haces los cambios.
Iba lentamente. Él ni siquiera había jugado con un ordenador. Era como enseñar
a un niño, y todo era exasperante. Él odiaba todo el tiempo que llevaba ahí, y no lo
disimulaba.
—Es una pérdida de tiempo —dijo, brevemente, cuando habían repetido lo
básica por sexta vez—. Tengo todos estos archivos en mi cabeza. Puedo decirte todo
lo que hay que decir sobre cualquier vaca de una manada en particular de este lugar,
y de cada toro.
—Ya lo sé — contestó ella con calma. La memoria de Jobe era legendaria—.
Pero si te pones enfermo o te vas, ¿quién lo puede decir?
Él se encogió de hombros.
—Nadie —dijo mirándola—. ¿Ted piensa despedirme?—le preguntó
sagazmente—. ¿Es por eso que quiere meter todo esto en un ordenador?
Ella sonrió abiertamente.
—Ha esperado mucho tiempo, ¿verdad? Tú ya trabajabas aquí antes de que me
marchara a la universidad.
—Así es —no le gustaba recordarlo y no lo ocultó. Miraba la pantalla del
ordenador—. Ahora que hemos hecho los cambios, ¿cómo los guardamos allí?
Ella le enseñó cómo guardar los archivos y cómo regresar otra vez.
Él suspiró.
—Bien, supongo que, en el futuro, me acostumbraré.
—Efectivamente —le aseguró—. No es difícil. Incluso los niños pequeños lo
hacen. Ellos crecen ahora con los ordenadores.
—Un día —murmuró— el poder de esto se disparara, y nadie sabrá cómo hacer
cuentas o escribir. La civilización desaparecerá en un abrir y cerrar de ojos y todo
porque las personas confiaron en las máquinas para hacer el trabajo.
Ella dudó.
—Bueno, quizá eso sea inmediato —dijo Sandy.
Él levanto la vista hacia ella con los ojos grises entrecerrados.
—¿Cómo se supone que dirigiré el funcionamiento diario de este lugar, y el
rancho en Victoria, y manejar todos estos condenados archivos al mismo tiempo?
Sandy frunció sus labios y silbó.

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—Me pregunto si Ted pensó en eso —meditó, estudiando su cara delgada—.


¿Realmente necesitas dormir y comer?
—Sí.
—En ese caso, supongo que Ted va a tener que contratar a alguien con
experiencia en ordenadores para grabar los registros en los archivos.
—Supongo que lo hará.
—Se lo comunicaremos…
—No hay necesidad —Jobe dijo, mientras se paraba—. Missy Harvey se ha
graduado en la escuela técnica con un diploma en programación de ordenadores.
Necesita un trabajo y será divertido tenerla por aquí.
—Ted tendrá que decidir sobre eso —dijo Sandy rígidamente, porque sabía que
Jobe se había estado citando con Missy, de vez en cuando, durante unas pocas
semanas.
—Hablaré con él —dijo Jobe, y salió.
Cuando se fue, Sandy se quedó mirando fijamente con emociones encontradas.
No quería a Missy allí, en esa casa. Pero ¿como podía protestar sin parecer una arpía
celosa? ¡Como si ella tuviera celos de Jobe! ¡Ja!
De todas maneras, cuando Jobe se lo mencionó a Ted esa noche en la cena,
Coreen le echó una rápida mirada a Sandy.
—No la necesitaríamos permanentemente —aseguró Jobe—. Pero no puedo
manejar lo que tengo que hacer todos los días y pasarme varias semanas tecleando
los archivos de la manada, al mismo tiempo.
Ted estaba frunciendo el entrecejo pensativamente.
—No lo había pensado —dijo después de un momento y miró en dirección a
Sandy—. Supongo que no te gustaría hacerlo a ti ¿verdad?
Ella hizo una mueca.
— Ya me he tomado muchos días por mi enfermedad durante el año, Ted —
confesó ella—. Tengo que volver o puedo perder mi trabajo.
—¡No lo quiera Dios! —murmuró Jobe ofensivamente.
Ella le lanzó una mirada penetrante
—Me gusta mi trabajo tanto como a ti el tuyo —contestó—. Deja de molestarme.
Él dejó de golpe su tenedor encima de la mesa, con los grises ojos echando
fuego.
—Eres tú quien me molesta a mí, dulzura.
—¡No me llames dulzura! ¡Es degradante!
Jobe se puso de pie, cada vez más enfadada.
—Tú, simplemente por ser mujer, ya eres degradante —le dijo fríamente,
mientras ignoraba la intensa mirada de Ted—. No tienes ni idea, ¿verdad? Vistes

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como un hombre, trabajas como un hombre, piensas como un hombre. ¡Demonios!,


incluso actúas como un hombre. ¡Siempre tienes que saber más, hacer más que
cualquier otro hombre en el lugar!
Ella también se puso de pie, temblando de furia.
—No cualquier hombre —dijo, corrigiéndolo—. ¡Tú! ¡Tengo que ser mejor que
tú!
—Sandy… —le advirtió Ted.
—Oh, ¿por qué intentas protegerlo? —exigió ella, mientras tiraba su servilleta—
¡Empezó él, haciendo comentarios hirientes y degradantes, cuando yo apenas tenía
dieciséis años. ¡Lo oí decir que yo no podría hacer nada! —bajó la voz—. Bien, ahora
tengo veintiséis años, y puedo hacer un montón de cosas que él no puede. ¡Y si
quieres saberlo, poder hablar de tú a tú con Jobe El Omnipotente Dodd, es un cambio
muy gratificante!
Las mejillas de Jobe habían ido enrojeciendo cuando miró a Sandy.
—Todavía no ha llegado el día en el que puedas hablar conmigo, señorita —le
contestó.
—¡No será muy difícil, cuando no puedes distinguir entre una tecla de enter y
una tecla de delete en un ordenador! —dijo con una orgullosa sonrisa.
Él no contestó. Le echó una mirada que podría haberla achicharrado, se dio la
vuelta y salió del comedor sin decir nada más. Sandy, todavía agitada, clavó sus ojos
en él con un sentimiento de vacío en su interior.
—¡Qué! —Ted comentó —ha sido el peor error que has cometido nunca. No se
ridiculizar a un hombre como Jobe.
—¿Por qué no? —dijo rabiosa, a punto de llorar—. ¡Él me ridiculiza todo el
tiempo!
—Siéntate.
Ella se sentó, derrotada, desinflada, cansada y doliendo todos los huesos. Ted
se echó hacia adelante apoyándose en sus codos y miró a su esposa que parecía
entender sus sentimiento como siempre.
—Sandy, la madre de Jobe era una científica —dijo en voz baja.
—!Ted no! —Coreen intentó detenerlo.
Él levantó una mano.
—Necesita saberlo —dijo mirando fijamente a su hermana—. La madre de Jobe
trabajaba en investigación nuclear. Su padre era un vaquero, como él, que sabía de
tiempo y animales y nada más. Su madre tenía varios títulos y se pasó su joven vida
haciendo sentirse, a su padre, tonto e inadecuado. Lo hizo tan bien que él se mató de
un tiro cuando Jobe tenía diez años.
Sandy pensó iba a desmayarse. Cogió su vaso de té helado y lo apretó contra su
mejilla.

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—¡Oh, mi Dios! —susurró.


—Eso ni siquiera la molestó —recordó Ted fríamente—. Ni siquiera cuando
Jobe hizo su maleta y se fue a vivir al reformatorio juvenil.
—¡Pensé que tú dijiste que fue arrestado y enviado allí —dijo Sandy.
—Bingo —dijo Ted, sonrió sin humor—. Robó un caballo y, aunque el dueño no
presentó cargos, fue arrestado y encerrado. Su madre no lo quiso porque no era lo
suficientemente inteligente para quedarse con ella, según dijo y que el estado lo
mantuviera hasta que tuviera edad suficiente para trabajar y encontrara uno. Él está
aquí desde entonces —su cara era la más fría que su hermana le había visto nunca—.
Lástima que no me preguntaras por qué quería que le enseñaras a usar un
ordenador. Los registros de la manada podían esperar, pero Jobe pierde el control
con los hombres porque la mayoría de ellos están más instruidos que él en
informática.
Sandy puso la cara en las manos.
—Lo siento— susurró Sandy.
—Díselo a él no a mí —dijo Ted implacable.
—Ella no sabía, Ted —comentó Coreen, levantándose y poniendo sus brazos
alrededor de Sandy—. Supongo que ambos pensamos que no necesitabas saberlo —
le dijo a la otra mujer.
Sandy contuvo las ganas de llorar
—Él no es tonto —dijo enfadada—. ¡Su madre debió darse cuenta de eso!
—En principio, ella no lo quería —dijo Ted tristemente—. Era una de esas
personas mojigatas a las que les preocupaban mucho las apariencias. Había tenido
una aventura amorosa con un vaquero y se quedó embarazada. Sólo se casó para
darles gusto a sus padres y amigos, y se lo hizo pagar todos los días de su vida.
—¿Dónde está ella ahora? —preguntó Sandy.
—Nadie lo sabe. Jobe nunca habla de ella —Ted agitó su cabeza—. Es algo
bueno que no le gustes, supongo, dadas las circunstancias. Porque nunca te
perdonará lo que le acabas de decir.
Sandy se sentía cada vez peor. Apartó sus ojos. Coreen le dio un pañuelo y le
dio golpecitos en la espalda con torpeza, echándole una mirada desvalida a Ted por
encima de la cabeza inclinada de Sandy.
—Supongo que contratarás a Missy ¿no? —preguntó Sandy sin mirarlo.
—Sí —contestó Ted—. Es el tipo de mujer que incentiva a un hombre. Ella
reparará un poco el daño que le hiciste. Es una persona sensible.
—No he dicho que Jobe necesite a una mujer sensible —dijo Sandy entre
dientes.
Ted levantó su cabeza y la miró fijamente.

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—¿Cómo sabes qué es lo que él necesita? —preguntó—. Nunca te ha importado


gritarle.
—Supongo que no —se movió en la silla, descruzando las piernas—. No me
gusta Missy.
—No me sorprende —contestó Ted—. Ella piensa que Jobe es cariñoso contigo.
El corazón de Sandy brincó.
—¿Qué?
Ted se rió.
—Es bueno que no te enteres de lo que dice cuando no estas cerca. Has
lastimado su orgullo, pero ninguna mujer puede tocar su corazón. Dicen que su
madre lo enterró vivo.
Sandy se limpio las lagrimas con el pañuelo que Coreen le había dado.
—No quise lastimarlo. Él siempre está atacándome. Apenas me defendí, eso es
todo.
—¡Oh, no estoy protegiéndolo! —comentó Ted—. Jobe puede cuidarse a si
mismo. Pero darle un golpe bajo es muy malo.
—No lo haré de nuevo.
—No tendrás oportunidad —predijo su hermano—. Supongo que no te
permitirá que lo ofendas una segunda vez —le echó una mirada curiosa—. En
cuanto a Missy, creo que puedes encontrar algo en lo que ella pueda ayudar,
¿verdad?
Ella le sonrió
—Me imagino que sí. Soy tu hermana, después de todo.

El comentario de Ted sobre la actitud de Jobe hacia su hermana resulto ser una
predicción bastante exacta. Jobe nunca mencionó lo que Sandy le había dicho, pero
su forma de tratarla cambió como de la noche al día. La trataba igual que a Ted, con
cortesía y respeto, pero nada más. Incluso el viejo antagonismo desapareció. Al
parecer, había decidido ser indiferente.
Missy no. Su devoción a Jobe era evidente desde el mismo momento en que se
juntó en la habitación con él. Su negro pelo largo caía como una cortina alrededor de
su cara ovalada y los ojos grandes de color castaño. Tenía una boca bonita y una
sonrisa agradable, y, aunque estaba muy delgada, no parecía desagradable. Pero a
Sandy no le gustó y lo demostró. Escuchaba en silencio mientras Sandy le decía lo
que se esperaba que hiciera. No tenía que hablar; sus ojos hablaban por ella.
Sandy se vistió para ir a trabajar, con un caro traje de seda gris y zapatos de
tacón alto. Se recogió el pelo en una trenza francesa. Le pasó los últimos archivos de
Ted a Missy y echó una mirada alrededor para ver si se había olvidado de algo.

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—Si tiene cualquier pregunta y no puede encontrar a Ted, Coreen sabrá dónde
buscarlo —le aseguró a la chica.
—Si tengo cualquier pregunta, se la haré a Jobe —dijo Missy con frialdad sin
mirarla—. ¡Después de todo, él es el jefe aquí, no usted ¡Oh!
Ella abrió la boca cuando Sandy agarró la parte de atrás de su silla y la giró
abruptamente.
—Usted trabaja para los Regan —dijo Sandy, de manera brusca— lo que me
convierte también en su jefe —se apoyó más cerca de la muchacha con una postura
amenazante—. Usted está aquí solo porque mi hermano quiso hacerle a Jobe un
favor. Yo no le debo ningún favor a Jobe. Si me da la menor excusa, la sacaré por esa
puerta antes de que se de cuenta —agregó con una sonrisa fría—. Espero que esté
claro.
Missy, pálida y agitada, asintió.
—Bien —dijo Sandy, mientras se levantaba. Sus ojos hicieron sonrojarse a la
chica.
—Lo siento —tartamudeó Missy.
Sandy no le contestó siquiera. Se giró y salió por la puerta, casi chocando con
Jobe. Él miró, más allá de ella, las lágrimas que corrían por las mejillas de Missy.
—Veo que desayunaste hojas de afeitar —dijo fríamente—. Si tienes un
problema en esta oficina, háblalo conmigo.
—Ésta es mi casa —le recordó Sandy furiosa— ¡Y nadie aquí me habla como si
fuera una mascota familiar! Puedes decírselo a tu novia. Cree que trabaja para tí.
Ella le empujó y salió, con la cara tan roja que parecía que tenía fiebre.
Missy corrió a los brazos de Jobe llorando
—¡Fue odiosa conmigo! —gimoteó.
Él acaricio su oscuro cabello involuntariamente, echando humo por los
comentarios de Sandy.
—Todo está bien. Te protegeré.
Missy se acurrucó más cerca con un suspiro.
—¡Oh, Jobe, eres tan fuerte…!
Sandy oyó el último comentario cuando subía las escaleras y estaba que echaba
chispas. Todo era una actuación y, seguramente, Jobe se daría cuenta. O, quizás no
podía. Si su madre fue una mujer fuerte, independiente, una mujer como Missy
podría atraerlo siendo un tipo opuesto a despreciado padre. Bien, Sandy tenía
demasiado orgullo para actuar como una bobalicona en beneficio de cualquier
hombre. Desde que era pequeña, Ted le había enseñado que ella no era una
ciudadana de segunda clase. Era una Regan.
Hizo su maleta y la bajó al coche sin mirar siquiera a la oficina. Dejaría que Ted
viera como Missy trabajaba haciéndole ojitos al capataz en todo momento. Cuando él

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se diera cuenta, Missy iba a encontrarse con una reprimenda bastante peor que la que
Sandy le había echado.
No regresó en una semana, después de haber viajado por negocios por la mayor
parte de Texas oriental. Estaba muy cansada cuando deslizó su automóvil deportivo
en el camino de acceso a la casa de Ted y lo estacionó. Con su bolsa de viaje en el
brazo y otra bolsa en su hombro, caminó muy cansada.
Llevaba las llaves en la mano, pero la puerta delantera estaba abierta. La
empujó y entró, cerró suavemente detrás suya por si acaso el bebé estuviera
dormido. Ted y Coreen tenían poco tiempo para estar juntos esos días porque a su
hijo le estaban saliendo los dientes. Un ruido que venía de la oficina de Ted llamó su
atención. La puerta estaba abierta, y cuando se acercó, los sonidos se hicieron más
ruidosos. Estos eran inequívocos, incluso sin los suaves gemidos deliberados. Ella se
detuvo en la puerta, sus ojos tan fríos como un cielo invernal. Missy estaba sentada
en las piernas de Jobe y su cabeza apoyada en la curva de su brazo. Él levanto la
mirada y vio a Sandy que estaba allí de pie, y una extraña expresión cruzó su
atractiva cara.
—Oh, no os molestéis —dijo con lentitud, demasiado consciente de la prisa
frenética de Missy para separarse y acomodar su ropa—. Tengo entendido que Ted
os está pagando para probar los muelles del sofá.
Ella se dio la vuelta y subió la escalera, ignorando la severa voz que la llamaba.
Debía haberse dado cuenta de que Jobe no iba a dejarla en paz, ya que la siguió por la
escalera hasta su alcoba sin vacilar.
—¡Por el amor de Dios! —dijo, mirándolo enfadada—. ¡Estoy cansada! Vete con
Ted. Él es tu jefe, como te gusta recordármelo a cada momento. No tengo ninguna
voz en el negocio excepto la capacidad de asesorar.
Ella apartó sus ojos de su camisa, desabrochada hasta la cintura, y mostrando
una gran cantidad de espeso vello oscuro. Odiaba mirarlo.
—No quiero que culpes a Missy por algo que es culpa mía —insistió él.
Ella se sentó en el borde de la cama con un gran suspiro, soltándose el pelo que
tenía recogido en un moño, sin mirarlo todavía.
— No le diré nada —dijo envarada—. Pero Ted tendría que saberlo.
—Soy consciente de eso.
Ella frotó la frente con los dedos.
—Tengo un gran dolor de cabeza. Cierra la puerta cuando salgas, por favor.
Él no salió.
—Enviaré a la Señora Bird con algunas aspirinas.
—Tengo aspirinas aquí, si las necesito—. Entonces lo miró, con ojos acusadores
que le revelaban su desprecio.
Su mandíbula se tensó.
—Dime que nunca has besado a tu jefe en su oficina, Sandy.

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El comentario burlón no acertó.


—Mi jefe es un caballero —dijo con tranquilidad—. Tiene un título de
Empresariales por Harvard y es bastante reservado. Nunca se le ocurriría luchar con
alguna mujer en un sofá y mucho menos con una empleada.
Sus ojos se estrecharon, examinando lentamente su chaqueta desabrochada que
cubría sus pechos firmes y su cara cambió imperceptiblemente.
—¿Y sabría qué hacer contigo, si te lleva al sofá? —dijo en un tono que nunca
había usado con ella.
Ella fijó sus ojos en él sin verlo, consciente del súbito silencio en el cuarto, de los
ojos grises que sostenían su mirada, del sonido roto de su propia respiración y el
latido desigual de su corazón en sus costillas.
—No tienes… ningún derecho… a hablarme así —le dijo sofocada.
—A lo mejor tengo más derecho que lo que tú crees —dijo con gravedad.
—Missy es más apropiada —dijo Sandy, lacónicamente.
—Por lo menos —dijo suavemente— sabe que es una mujer.
Sandy lo miró fijamente, sin pestañear. Era ridículo que se sintiera traicionada,
pero así se sentía.
—Es una suerte para tí —contestó en un tono seductor.
—Ésa es la única cosa que nunca has intentado: lanzarte a mí —continuó en un
tono tranquilo —Podrías haber aprendido algo.
Ella se ruborizó.
—Yo no me lanzó a los hombres —dijo insegura.
—Claro que no —contestó—. Te crees demasiado superior para pensar en serio
sobre eso. Tu madre debió haberte enseñado cómo manejar a los hombres.
Ella se puso de pie.
—¡No digas nada acerca de mi madre!
Sus cejas subieron.
— ¿Yo?
—Todos saben lo que era— dijo enfadada —dejó a nuestro padre y se fue con
otro hombre, y poco tiempo después, lo dejó para irse con otro. Ningún hombre
podía satisfacerla —dijo amargamente—. Bueno, no soy como ella y nunca lo seré.
¡No necesito un hombre!
Jobe estaba extrañamente callado. Él miró su cara pálida por un largo momento,
antes de fijar su mirada en las manos apretadas a los lados.
—Entonces era por eso —dijo para sí—. Pensaba que a Ted no le gustaban las
mujeres hasta que Coreen llegó. Realmente nunca supe por qué —su mandíbula se
tensó—. Supongo que eso os marcó a los dos, verdad?
Ella se irguió todo lo alta que era.

Traducido por Martha y corregido por Sira Nº Paginas 21-56


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—Mi madre no es, en modo alguno, asunto tuyo.


—Eso es cuestión de opiniones, pero no podemos rendirnos ahora.
—Si has terminado de acosarme, me gustaría descansar. Fue un viaje muy largo
desde Houston.
Él se metió las manos en los bolsillos de sus vaqueros y la miró con ojos
inquisitivos.
—Mañana tendremos una barbacoa, que coincide con la subasta de los caballos
de Ted.
—Estoy segura que te divertirás con Missy —dijo intencionadamente—. No
tengo intención de asistir, si eso te tranquiliza.
Él frunció el ceño.
—¿Por qué piensas eso?
Ella se rió melancólicamente.
—Por el amor de Dios, sé lo que sientes por mí —dijo en un tono seco,
distanciándose de él—. Siempre lo he sabido.
—¿Qué es lo que siento por tí?—le preguntó él en un tono extraño.
—Tu me desprecias —contestó sin volverse—. ¿Creías que no lo sabía?

Traducido por Martha y corregido por Sira Nº Paginas 22-56


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Capítulo 3
Jobe miró fijamente su espalda recta, con emociones encontradas.
—¿Quién te ha dicho eso? —preguntó finalmente.
—Nadie —dijo en tono cansado—. Cuando era más joven, nada de lo que hacia
estaba a la altura de tus expectativas. Pase años intentando ser lo que querías, pero
nunca lo logré —Se abrazó a si misma, como si tuviera frío, y miró fijamente por la
ventana—— Finalmente, tiré la toalla.
Él estaba frunciendo el ceño.
—No lo entiendo —dijo—. Nunca te importó lo que pensaba. Siempre has
estado despotricando sobre mí.
Ella se rió con amargura.
—¿Eso piensas?
—¿Por qué?
Ella normalmente no se le habría dicho. Pero estaba angustiada y medio
enferma por lo que había visto en el piso de abajo. No había ninguna esperanza de
que se fuera cuando estaba interesado en algo, ahora lo sabía. Se encogió de
hombros.
—Porque así no sabrías que estaba enamorada de tí —dijo, sin mirarlo. Aun así,
ella podía sentir la súbita tensión en el cuarto. Ella suspiró—. Oh, no te preocupes, lo
superaré —le ella, mientras miraba a un caballo lejano en la pradera.
—Es un alivio —dijo él con voz ronca.
Ella asintió.
—Me lo imagino. No sabía nada de tí. Si yo hubiera… —cerró sus ojos—.
Supongo que hace mucho tiempo que estás harto de las mujeres con carrera.
—¿Quién te ha hablado sobre mi madre?— preguntó secamente.
—Ted —dijo frotándose los brazos con las manos—. Siento lo que te dije ese día
—agregó en tomo bajo—. Lo dije para hacerte daño, pero lo siento.
Hubo una pausa larga.
—No pasa nada.
«Eso no era cierto» pensó, pero no se lo dijo. Apoyó la cabeza contra el cristal
fresco de la ventana.
—Tendrás cosas que hacer —dijo, mientras cerraba sus ojos—. Realmente tengo
que acostarme ahora. Mi cabeza va a estallar —después de un minuto, oyó sus pasos
y cómo cerraba la puerta. Hasta que los pasos se extinguieron, ni siquiera
comprendía por que estaba llorando.
Después, se horrorizó por lo que había admitido ante Jobe. Seguramente se
reiría de ella, probablemente con Missy. Dios sabía que la chica parecía muy

Traducido por Martha y corregido por Sira Nº Paginas 23-56


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orgullosa cada vez que veía a Sandy. Y durante la pasada barbacoa, Missy actuaba
como si, de repente, se hubiera convertido en la anfitriona. Coreen puso fin a eso
inmediatamente, con sus ojos azules echando chispas mirando a la muchacha cuando
la envió inmediatamente a la cocina a preparar café. Sandy observó que Jobe le
sostenía la mano y se la llevó hacía la cocina para suavizar la situación.
—Honestamente —exclamó Coreen, brevemente, después de eso—. ¿Has visto
eso? ¡Se está pasando de la raya!
—Jobe la alienta —Sandy dijo sin emoción.
—Él puede complacerla en otra parte si lo intenta de nuevo —dijo Coreen—.
No tolero esa clase de tonterías.
Sandy no dijo una palabra.
Coreen frunció el ceño
—Sandy, ¿cual es el problema? —preguntó suavemente—. No eres la misma
últimamente. ¿No se supone que tu jefe viene hoy a traer esos papeles que dejaste en
Houston?
—Supongo que viste el fax que me envió —dijo Sandy—. Dijo que tal vez, pero
dudo que venga. Al Sr. Cranson no le gustan mucho de fiestas. Él es únicamente un
hombre de negocios.
—¿Conduce un Mercedes negro? —preguntó Coreen.
—Bueno, sí.
Coreen sonrió abiertamente.
—Entonces está aquí —dijo y dio silbido suave cuando un hombre grande
bajaba del automóvil—. ¡Vaya! ¡No me dijiste que era tan atractivo!
—¿Lo es, verdad? —murmuró Sandy, sonriendo—. Me gusta mucho. Pero él
está enamorado de otra persona.
—¡Que lastima!
—Sí —asintió Sandy y fue a recibir a su jefe—. Me alegro de que haya venido,
Sr. Cranson.
—Dadas las circunstancias, podrías llamarme Phillip —le dijo, mientras le daba
un pesado archivo—. Creo que éste es el expediente perdido.
—Sí, lo es Sr…. Phillip —rectificó—, ella es mi cuñada, Coreen. Coreen, el Sr.
Cranson.
—Encantada de conocerlo —dijo Coreen, sonriendo—. Ted y yo hemos oído
hablar mucho de usted.
—Espero que bien —dijo dirigiendo una seca mirada Sandy y mirando su caro
traje—. Parece que me he arreglado demasiado.
—Estamos haciendo una barbacoa y después habrá baile —dijo Coreen—.
Espero que pueda quedarse.

Traducido por Martha y corregido por Sira Nº Paginas 24-56


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Él frunció los labios y miró a Sandy.


—Me gustaría que te quedaras —le dijo con sinceridad.
Él se rió entre dientes.
—En ese caso, encantado.
Él fue caminando hacia las otras personas reunidas, con Sandy a su lado y
parecía muy cómodo ahora que se había quitado la chaqueta y había enrollado las
mangas de la camisa blanca. Era muy guapo, y Sandy se había preguntado, a
menudo, qué había pasado para que estuviera tan amargarlo contra las mujeres.
Nunca hablaba del pasado, pero, a veces, se sentaba en su oficina y miraba ceñudo,
intimidando a los empleados jóvenes.
—¿Siempre has vivido aquí?— le preguntó a Sandy cuando se detuvieron para
conseguir un café.
—La mayor parte de mi vida —y agregó—: amo Jacobsville. Puede ser un
pueblo pequeño, pero tiene una gran historia.
—¿De verdad? ¡Háblame de eso!
Ella lo hizo, y él escuchó atentamente. Ninguno de ellos notó un par de ojos
grises que brillan en su dirección.
Jobe hizo una pausa a lado de Ted y Coreen.
—¿Quién es él? —preguntó bruscamente.
—Su jefe —murmuró Ted, mientras evitaba los ojos del otro hombre—, Es un
hombre agradable, ¿verdad? Me preguntó si a él le gusta. Ella ha sido muy reservada
sobre él.
Los ojos de Jobe se estrecharon.
—Es más viejo que ella. Mucho mayor. A pesar de su edad, Sandy es muy
inocente con respecto a los hombres.
Si a Ted le asustaron las palabras de Jobe, no lo parecía en su cara de poker.
—Bueno, tiene veintiséis años, Jobe —le recordó—. Creo que ya es hora de que
ella se case y tenga hijos.
Los ojos de Jobe se encendieron.
—Ella no se casará. Es una mujer de carrera.
—Tonterías —dijo Coreen, brevemente—. Le gustan los niños, y no hay nada
con lo que disfrute que montando por los alrededores del rancho.
—No sabe cocinar —murmuró Jobe.
—Nunca ha tenido que hacerlo —contestó Ted—. Siempre hemos tenido
cocineras. Sin embargo, cose muy bien y sabe hacer punto —dijo estudiando a Sandy
y a su jefe—. Se les ve muy bien juntos —comentó—. Claro que es un chico de
ciudad, por así decirlo.
—Seguramente sabe todo sobre ordenadores —dijo Jobe irritado.

Traducido por Martha y corregido por Sira Nº Paginas 25-56


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—Realmente no —contestó Coreen—. Sabe mucho de negocios, pero se limita a


la comercialización y no sabe montar.
—Es una vergüenza —agregó Ted—. Porque no me imagino a Sandy viviendo
en cualquier sitio en el que no pueda montar. Ama los caballos.
—Si a él le interesa lo suficiente, hará lo que a ella le guste —comentó Coreen.
La cara de Jobe palideció. Murmuró algo y se fue solo, para ser abordado por
Missy.
—Veo a la Señorita Jefe agarrada de alguien —comentó Missy atrevida—, Él no
esta mal, pero es viejo.
Jobe no contestó. Estaba mirándolos.
Missy se apretó contra él.
—¿Quieres ir a alguna parte en la que podamos estar solos?— ronroneó.
Él le frunció el ceño. No sabía porque lo tentaba. Ella era lista y cariñosa, pero
no tenía ninguna madurez. Unos besos y se pondría muy posesiva. Se preguntó si
nadie más lo habría notado.
—Escucha —dijo calladamente— trabajamos juntos y me gustas. Pero eso es
todo. No somos una pareja.
Las cejas de Missy se alzaron.
—Me has besado.
—Beso a muchas chicas —dijo con honestidad—. Eres atractiva y dulce, pero no
estoy disponible para una aventura.
Ella se ruborizó
—¡Muy bien, yo tampoco!
—Ni para el matrimonio —agregó él con firmeza—. Ni ahora, ni nunca.
Missy parecía como si le hubiera pegado con un ladrillo. Se separó un poco de
él.
—Ya… veo.
—No, no lo haces —dijo él tajante—. No es que no me gustes. No quiero una
relación, nada más.
Ella parecía tan joven. Las lágrimas le anegaron los ojos. Se sentía culpable y
avergonzado cuando la miró. Nunca debió haberle dado esa idea.
—Lo siento —dijo calladamente.
Ella se apretó contra él, mientras lloraba suavemente. La abrazo.
—¡Demonios, Missy! —murmuró.
—No te preocupes por pequeñeces —susurró ella—. Estaré cerca de ti, cuando
te sientas solo.

Traducido por Martha y corregido por Sira Nº Paginas 26-56


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Él sólo la escuchó a medias. Sus ojos estaban fijos en Sandy. Su jefe había puesto
su brazo alrededor de ella cuando caminaban hacia la barbacoa, y su corazón saltaba
furioso. Sentía los celos como si fuera ácido en su estómago, y se preguntaba por qué
eran tan intensos.
Missy advirtió que se enderezaba y se apartaba, mientras se limpiaba los ojos
con el pañuelo que llevaba.
—¿Cuál es el problema?
Él no contestó y ella siguió su mirada enfadada hacía Sandy y el hombre grande
y moreno que había a su lado.
—Ella no te gusta nada, ¿verdad? —dijo Missy con evidente satisfacción—. Me
alegro. Ojala se case con su jefe y se marche. Odio ver como te altera.
—Ella no me altera —dijo con seriedad—. Su opinión no me importa.
—Bueno. Entonces puedes bailar conmigo, ¿verdad? —dijo indicando la pista
de baile.
Él fue con ella, pero su corazón no estaba allí. Si sólo pudiera apartar sus ojos de
Sandy. ¡Maldita fuera!
Sandy, ignorante de la reacción que estaba causando, comió de la barbacoa con
su guapo jefe y entonces se sentó y habló de los ordenadores hasta que la música
cambió a las canciones lentas.
—¿Quieres bailar? —preguntó Jobe de repente.
Ella se sobresaltó. No se había dado cuenta de que estaba tan cerca. Titubeo.
—¡Oh, ve! —le dijo el Sr. Cranson reprendió—. Has sido muy amable al hablar
conmigo toda la tarde. Ve a disfrutar.
Jobe miró al hombre, pero asintió educadamente cuando tomó la mano de
Sandy y la atrajo hacia él. Estaba tensa en sus brazos, tan tensa que parecía que se iba
a romper.
—Relájate —le dijo enfadado—. ¿Qué crees que te voy a hacer en la pista de
baile?
«Te asombrarías», pensó con rabia. Su corazón y su respiración estaban a mil
por hora. Sentía las piernas como gelatina. Sólo manteniendo el cuerpo rígido podía
aparentar algo de dignidad.
Solo quería que la abrazara como lo había hecho antes con Missy y sentir su
fuerza. Pero eso era algo que no se atrevía hacer. Su mano grande le sujetaba la
espalda. Sus manos se unieron y su mejilla se apoyó en su sien cuando él se movió
despacio al ritmo de la música. Su respiración era cálida en su pelo.
—Siempre hueles como las violetas —murmuró él.
Ella no supo que contestarle pues él también tenía su propia fragancia, un
aroma que se pegó a su cara, uno que ella siempre asociaba con él. Era extraño como
despertaban sus sentidos estaban cuando él la abrazaba. Nunca había estado así. Sólo
había bailado con él una vez con él en toda su vida, y ése había sido una cuadrilla.

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Esto era diferente. Estaban muy juntos y era demasiado íntimo. Se sentía vulnerable
y no quería serlo.
—Estoy… cansada —protestó ella, intentando soltarse débilmente de su abrazo.
—No, no lo estas —contestó, manteniéndola en el sitio. Levantó la cabeza y la
miró a los ojos implacable—. Ahora, relájate —le dijo con suavidad.
Él parecía capaz de hacer que su cuerpo lo obedezca. Poco a poco, ella se relajó
y se estremeció ligeramente reaccionando ante lo que su cercanía le provocaba.
Todos sus sentidos parecían estar alertas, y alborotados por las sensaciones. Su mano
grande le acarició la columna de arriba a abajo, invitándola a acercarse a su poderoso
cuerpo. Ella se estremeció de nuevo. Sin querer, apoyó la mejilla en su hombro calido
y cedió a todos los anhelos prohibidos del pasado.
Él suspiró nervioso. Estaba teniendo sus propios problemas por abrazarla. Era
maravilloso. Era mejor de lo que alguna vez pensó que podría ser. Sus ojos se
cerraron. La sentía suave, dulce y femenina contra él. Las luces estaban bajas y ellos
se encontraban en las sombras, un poco apartados de los otros bailarines.
Impulsivamente él bajó su cabeza hasta poder sentir su boca suave bajo sus labios
escrutadores. Él suspiró profundamente y dejó de bailar.
Su boca se abrió y se volvió exigente, feroz y dura en sus labios temblorosos,
que se abrieron para él. Ella se enderezó un poco y se apretó contra él, mientras un
sollozo salía de su pecho. Su mano estaba en su cuello, instándola, guiándola. Él sólo
levantó la boca para bajarla de nuevo, con besos suaves que la hacían temblar.
—Sandy —gimió, mirando a su alrededor con un deseo tormentoso. Había un
árbol grande cerca y nadie les estaba prestando atención en ese momento.
Condujo a Sandy detrás del árbol y colocó su cuerpo contra el suyo con una
necesidad ardiente, aplastándola suavemente entre el árbol y él.
—No…. —le susurró cuando ella emitió una débil protesta—. No, mi amor, no,
no luches…
Sa boca cubrió la de, con un beso lento y dulce y puso los brazos de ella
alrededor de su cuerpo, de nuevo. Ella no protesto. Él la besó hasta que ella sintió
que se debilitaba, pero la tenía apoyada contra el árbol y sus brazos. Tantos sueños se
hicieron realidad en ese corto espacio de tiempo, tantos anhelos dolorosos… Ella
nunca se había imaginado que hubiera un deseo tan dulce entre ellos. Ella lo quería
con todo su corazón, lo amaba, lo necesitaba. El mundo seguía girando a su
alrededor y allí estaban sólo los dos con el deseo creciendo a pasos agigantados.
Tenía que parar. Le dolía el cuerpo de deseo, aunque no hizo caso, empujando a
Sandy hacia el tronco de un árbol abrazándola tierna y protectoramente. Ella no
podía dejar de temblar. Se estremecía entre sus brazos mientras él la mecía en el
silencio de la calurosa tarde, roto solo por las notas dulces y melodiosas de la música.
Él enterró la cara en su cálida y olorosa garganta, mientras luchaba por controlar el
deseo ardiente que sentía.
Ella abrió los ojos y miró las hojas oscuras sobre ellos, y más allá de ellos, las
estrellas. Estaban como fuera del tiempo. Tenía miedo de romper el silencio, si decía

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algo. No se atrevía a preguntar el por qué. No quería saberlo. Era suficiente era que
él la quisiera, aunque fuera durante un breve tiempo. Podría vivir así para siempre.
Sus ojos se cerraron de nuevo y se quedó de pie pegada él sin protestara, ni emitir
ningún sonido.
Él le permitió moverse pulgada a pulgada, con su cara como el granito. No dijo
nada. Ella podía sentir sus ojos, pero estaba demasiados oscuros para verlos. Su
cabeza bajó y ella se quedó helada cuando se separó. El sonido de su propia
respiración era extraordinariamente fuerte. Ella no levantó la vista. Se envolvió con
sus propios brazos para calentarse del frío que sentía cuando se había retirado.
Todavía le flaqueaban las piernas. Ellos no hablaron. Un minuto después, la voz
chillona de Missy llamando a Jobe le hizo volver a la realidad. Él maldijo entre
dientes, pero él se volvió y fue hacía ella. No quería que viera a Sandy tan vulnerable
e indefensa. Esperaba que su propia agitación no se notara bajo la tenue luz.
—¡Aquí estas! —dijo Missy, cogiéndolo del brazo—. Están a punto de tocar la
última canción. Estoy lista para irnos cuando quieras. ¿No te has divertido?
Él no le contestó. Su mente estaba dando vueltas.

Sandy controlo su respiración y fue en busca de Phillip Cranson, sonriendo con


suavidad a las personas con las que se encontraba. Nadie al mirarla podría
imaginarse, ni remotamente, que había estado tan abandonada en los brazos de un
hombre sólo por minutos. Durante el resto de la tarde, fue la coanfitriona perfecta.
Dirigió una gran sonrisa incluso a Missy y Jobe cuando se fueron después del último
baile. Pero no se encontró con los ojos de él. Se preguntó si alguna vez podría mirarlo
de nuevo, después de la manera en que se había comportado.
A la mañana siguiente, estaba convencida de que no había pasado nada.
Durmió hasta tarde y tuvo que ser sacada de cama por Coreen.
—¡Vamos, dormilona, no puedes pasarte la vida en la cama! Quiero ir a
montar.
Sandy pestañeó.
—¿Montar? ¿De madrugada?
—Es casi mediodía, tonta —se rió Coreen entre dientes—. Ted cuidará al niño
mientras estamos fuera.
Eso llamó su atención.
—Esto tengo que verlo —dijo y se levantó.
En efecto, Ted estaba en la sala con su hijo, con la cara radiante mientras
sostenía al niño en sus brazos. Estaba asombrada por el cambio que se había
producido en Ted desde que se había casado con Coreen. Su taciturno hermano se
había convertido en un feliz padre y un marido cariñoso. No siempre había sido así.
Le había hecho sufrir mucho a Coreen antes de ceder finalmente ante sus
sentimientos por ella y haber superado la diferencia de edad entre ellos. Él levanto la
vista hacia las mujeres que entraban.

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—Tomaos el tiempo que necesitéis —dijo con generosidad—. Me quedaré en


casa.
Coreen se agachó ante él y lo besó tiernamente, antes de besar la frente
diminuta de su hijo.
—¿No es un milagro? —suspiró.
Ted estaba mirándola en vez de al bebé.
—Mi vida es un gran milagro desde que puse ese anillo en tu dedo —replicó.
Sandy se sentía como una intrusa.
— Saldré y ensillaré los caballos —se ofreció con un guiño.
—Le dije a Jobe que lo hiciera —dijo Ted—. Pero puede necesitar ayuda.
Los ojos de Sandy se encendieron.
—¿Missy está con él?
—Missy no trabaja los sábados —le recordó.
—Sorprendente —dijo en voz baja—. Tengo que coger mi sombrero —dijo
alzando la voz, porque no quería ir a los establos y estar sola con Jobe, no después de
lo de anoche.
—No tardes mucho —dijo Coreen—. Dijeron que va a llover mas tarde.
—¡De acuerdo!
Volvió en cinco minutos, y Coreen salió por la puerta con ella. Jobe estaba
cargando una bala de heno cuando entraron. No dijo nada, pero la mirada que le
echó a Sandy la puso nerviosa. Su pantalón vaquero apretado, habría hecho que las
rodillas de cualquier mujer se debilitaran. Él no sonrió, ni bromeó ni dijo una
palabra. Apenas la miraba.
—Gracias, Jobe —le dijo Coreen cuando hubieron montado.
Él se encogió de hombros.
—De nada. Iba inspeccionar la embaladora. Tenían un problema esta mañana y
creo ha sido por la lluvia. ¿Os importa si os acompaño hasta la salida?
—Claro que no —dijo Coreen, ignorando la expresión abatida de Sandy.
Jobe fue hacia su propio caballo, ya ensillado, que estaba fuera del establo
cercano y se subió con elegancia a la silla de montar. Cabalgaron en un agradable
silencio durante un rato.
—No tenses tanto las riendas —reprendió Jobe a Sandy—. Le harás daño en la
boca.
Ella las soltó en seguida. No se defendió ni protesto como de costumbre. Coreen
la miró sorprendida, pero, cuando vio la cara de su amiga, escondió una sonrisa.
—Voy a hablar un momento con Hank sobre el nuevo potro hay en la cuadra —
dijo—. ¡Vuelvo en seguida!

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Sandy quiso llamarla, pero no podía admitir que tenía miedo de estar sola con
Jobe. «Sola», meditó cómicamente, «en medio de un rancho con los vaqueros por
todas partes. ¡Que risa!»
La mano enguantada de Jobe descansó en el pomo de la silla. No la miraba a
ella, sino a lo lejos, con el ancho sombrero calado hasta sus ojos grises.
—Esa lluvia va a ser bienvenida dentro de dos días. Espero que logremos
almacenar este heno.
—¿Será difícil… arreglar la máquina?
Él volvió la cabeza y examinó sus ojos bajo el borde de su ancho sombrero de
paja, viendo su nerviosismo y su vulnerabilidad tan poco familiar. Acercó su caballo
al de ella.
—No tengas miedo —dijo inesperadamente, sosteniendo su mirada.
Ella se rió insegura.
—¿Miedo? ¿De tí?
—No pensaba seguir con lo que paso la otra noche, Sandy —dijo muy serio—.
No era consciente de lo que hacía, pero no tienes porqué preocuparte.
Su corazón se hundió. Ella no lo miraba.
—Ya veo.
—A menos que…
Ella lo miró
—¿A menos que qué? —sus ojos entrecerrados se posaron en su boca.
—A menos que estés deseosa de arriesgarte conmigo.
Su respiración quedo atrapada en su garganta
—¿Qué…? ¿algo así como…una oportunidad?
Él la miró cuidadosamente.
—Del tipo que probamos juntos anoche —contestó—. Fue bueno. Mejor de lo
que había pensado que alguna vez podría ser. Ya hemos salido con otras personas.
¿Por qué no probamos durante un tiempo a ver como nos va siendo una pareja?
Ella sentía que su corazón se detenía en su pecho. Era lo último que esperaba
que le dijera.
—¿Qué pasa con Missy? —preguntó.
—¿Qué pasa con ella? —su cara endureció—. No le he hecho ninguna promesa.
—Sí, lo recuerdo. Tú no les haces promesas a las mujeres.
—No hagas un chiste de eso —dijo rotundamente—, no estoy bromeando. Esto
es un asunto serio.
Ella se mordió el labio inferior y lo miró fijamente, medio asustada —eres un
hombre soltero y te gusta serlo, pero a mi no me gustan las aventuras. Lo siento.

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Empezaba a marcharse cuando él le agarró con la que sostenía las riendas.


—No estoy hablando de una aventura, Sandy —dijo, con una sonrisa—. Ted me
mataría. Él es muy anticuado, también.
Lo miró.
—Así que soy anticuada. ¿Y que?
—No me importa —meditó, riéndose entre dientes—. Yo también, en el fondo,
soy anticuado.
Ella se removió en la silla de montar y oyó como crujía el cuero.
—¿Qué habías pensado?
—¿Qué te parece si salimos a cenar y a ver una película? —le sugirió—. ¿O es
demasiado de clase media para tí?
Ella se ruborizó.
—Yo también soy de clase media.
—¡Demonios! —dijo—. Ted y tú nacisteis teniendo dinero. Nunca has sabido lo
que es no tenerlo.
—Yo gano mi propio dinero ahora —le recordó, negándose a admitir por qué
había decidido trabajar cuando estaba a punto de heredar una fortuna cuando
cumpliera veintiocho años.
—Sí, ya lo sé —contestó—. Y también por qué lo haces.
Ella lo miró, asombrada.
—¿Lo… sabes?
Él iba a empezar a hablar pero, cuando abrió la boca, Coreen venía galopando
hacia ellos y se puso al lado de Sandy.
—Será mejor que nos movamos —dijo con una sonrisa de disculpa, mientras
indicaba las nubes negras que se habían formado—. Perderemos todo ese heno si se
moja.
—Así es —dijo Jobe. Le echó una nostálgica mirada a Sandy, inclinó su
sombrero y se fue.
—Siento haber interrumpido.. —empezó Coreen.
—En el momento preciso —dijo Sandy, mientras forzaba una risa—. No te
preocupes. Todo está bien.

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Capítulo 4
Si Sandy pensaba que la lluvia iba a evitar su cita con Jobe, estaba muy
equivocada. Fue a buscarla esa tarde, después de guardar el heno. Estaba oscuro y
lluvioso y Sandy estaba sentada en el cuarto del jardín de afuera, mirando la lluvia
que mojaba los árboles. Jobe la encontró, acurrucada en un sofá con pantalones
blancos y un top corto azul.
—¿Me estás evitando? —le preguntó calladamente.
Ella se sentó de repente, agitada
—¿Por qué?, claro que no.
Él entró, se quitó su sombrero y se sentó a lado de ella en el sofá.
—Me gustan las películas de miedo —dijo sin preámbulo—. Hay un cine en el
centro de la ciudad. Si quieres ver otra cosa, creo que hay una comedia en el Grand.
—Me gustan las películas de miedo.
Él asintió.
—Podemos tomarnos una pizza o una hamburguesa y patatas fritas antes de ir
al cine. O, si quieres algo mejor, también hay una cafetería.
Él estaba tanteándola, para ver si le molestaba una comida barata.
Ella lo miró a los ojos durante largo rato.
—No tengo que ir a los mejores restaurantes o a la ópera o a una obra de teatro,
si es eso lo que estas pensando —dijo suavemente—. Me gusta la hamburguesa y las
patatas fritas, y los cines también me gustan.
—Sin embargo, no es a lo que estás acostumbrada —agregó, con un suspiro—.
Para serte sincero, tenía mis dudas sobre invitarte a salir —dijo mientras le daba
vueltas a su sombrero—, Quizá es una mala idea.
No sabía qué decir. Ella cambió un poco.
—Cualquier cosa que quieras hacer me parece bien —le dijo.
—¿De verdad? —sus ojos relucieron. Tiró su sombrero en el suelo, la cogió por
la cintura y la empujó hacía el sofá, al mismo tiempo que la besaba.
Ella no podía respirar y, mucho menos, protestar. Era brusco, como si su
contestación lo hubiera enfadado. No vaciló, ni hubo ninguna ternura, su boca
exigiendo con el peso de su cuerpo sobre el suyo.
Ella hizo un suave sonido de protesta y él cedió, alzando su cabeza para
mirarla.
—Esto es lo que quiero hacer —dijo bruscamente, mirándola como si la
odiara—. ¡Es lo que he querido hacer desde que tenías diecisiete años, ¡Demonios!
Ella palideció, mientras veía el mismo odio escrito en su cara. Él la quería y se
odiaba por eso. Si ella hubiera soñado con «vivieron felices», se habrían esfumado

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con su forma de mirarla. Tragándose rápidamente las lágrimas de ira y desilusión,


puso ambas manos contra su pecho y lo empujó.
—Déjame, por favor— dijo entre dientes.
Para su sorpresa, él lo hizo. Se levantó y recogió su sombrero del suelo con una
mano enfadada.
—¡No quiero salir contigo!, pero, de todas maneras, gracia —dijo en tono
ahogado.
Ella lo evitó y, en cuanto se alejó, corrió a su cuarto cerrando con llave la puerta
detrás de ella.
Las lágrimas corrieron por sus mejillas, y se las limpió de un manotazo. Era el
hombre más cruel que había conocido. ¿Cómo podía tratarla así, después de todo el
tiempo que hacía que se conocían? Le rompía el corazón que no sintiera respeto por
ella. Estaba furiosa y, de ahora en adelante, tendría mucho cuidado.
Entró en el baño y se lavó la cara, tirante por la rabia contenida.
Ni siquiera se paró a pensar cuando sacó su maleta del armario y empezó hacer
el equipaje. De ninguna manera iba a quedarse allí después de eso. Se cambio
rápidamente de ropa, el pantalón vaquero por un traje beige, se hizo un moño y,
colgándose el bolso del brazo, fue hacia la escalera. Se paró en la puerta de la cocina
dónde la Señora Bird estaba haciendo la cena.
—Tengo que regresar a Victoria —le dijo a la mujer—. Es una emergencia.
—Oh, ¿ha sonado el teléfono? —pregunto la Señora Bird—. Estaba afuera en el
patio limpiando la alfombra, por eso no lo habré oído.
—No se preocupe —le dijo Sandy—. Dígales a Ted y a Coreen que les llamaré
más tarde.
—Claro, Srta. Sandy.
Ella sonrió al ama de llaves, fue hacia la puerta delantera y se dirigió al garaje.
Jobe estaba apoyado en el maletero de su automóvil. Se detuvo a corta distancia
cuando lo vio, pero sólo por un momento.
—Si te quitas de ahí, podré poner mi maleta en el maletero —dijo destilando
hielo en cada palabra.
Él miró su cara lívida, notando sus ojos enrojecidos.
— Siempre estás escapando —comentó.
—¿Y piensas que no tengo una buena razón? —exigió ella.
—Esta vez, sí, la tienes —contestó. Su mirada resbaló a su cara—. Estoy
dudando sobre lo de involucrarme contigo. No he querido hacerte daño —,agregó
pesadamente, notando con una mueca el lugar hinchado en su labio inferior dónde
sus dientes la habían mordido.
—No pasó nada —contestó herméticamente—. ¿Puedes quitarte?

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Él se echó a un lado, mirándola con irritación cuando puso su maleta en el


maletero y la cerró.
—¿No sería mejor olvidarnos de ello? — le preguntó.
Ella se enderezó.
—¿Era eso lo que estabas haciendo en el sofá? —preguntó con fría ironía.
Su mandíbula se tensó.
—No acostumbro a hacer daño a las mujeres. Lo siento.
—Querías que me largara.
Soltó una respiración enfadada.
—Sí, posiblemente sea cierto —dijo brevemente—. Hay tantos obstáculos….
—Sí, los hay —dijo en seguida, dándole la razón—. Missy es más parecida a tí,
sencilla y dulce. Estoy segura que seréis muy felices juntos.
—¿Tanto como tú con tu jefe? —preguntó enfadado.
Ella se volvió desde la puerta.
—El Sr. Cranson está enamorado de otra persona —dijo—. Me agrada mucho,
pero no estoy liada con él.
Él estaba sorprendido por su falta de astucia.
— Parecías muy afectuosa con él.
—Me gusta —ella repitió—. Y tú no me gustas —agregó con una mirada
venenosa—, ni un poquito.
—Podría trabajar en eso, si me dejas —contestó.
Ella evitó sus ojos.
—Tú no me quieres aquí —dijo con tristeza, atrayendo una mirada fugaz de
sorpresa a sus rasgos—. Quizá te sentiste adulado por lo que te dije, sobre la manera
que me sentía hacia tí, pero tú no me quieres aquí y no lo disimulas. No necesitas
sentirte culpable por mi culpa, a causa de un viejo enamoramiento. Tú no me debes
nada.
Él frunció el ceño débilmente.
—Por el amor de Dios, ¿no te gusto nada? —dijo con fuerza.
—No. Dijiste que sabías por qué me marché a trabajar. Eso lo explica todo,
¿verdad?
—Tenías diecisiete años —le recordó—, cuando fuiste a la universidad. Sabía
que te alejabas de mí. Pero apenas sabía por qué.
—Tú estabas saliendo con Liz Mason —contestó con tristeza—. Todos
pensábamos que probablemente te casarías —se encogió de hombros—. Yo no era
bonita como Liz, y no sabía nada de ganado. No fue ninguna sorpresa para mí que

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reaccionara de mala manera. Te burlabas de mí todo el tiempo. Yo me fui porque me


hacía mucho daño estar cerca de tí.
—No era porque no me gustabas —contestó.
Ella esbozó una sonrisa.
—Ahora lo entiendo —dijo con mucha dignidad —Tú me querías, ¿verdad?
Él asintió, con una inclinación corta y enfadada de su cabeza.
—Y todavía me quieres —ella dijo con desdicha—. Quizá debería sentirme
halagada, pero no me siento así. Los cuerpos son baratos, una docena por diez
centavos.
—La clase de química que tenemos no es usual —comentó—. De hecho, es
bastante rara.
—Yo quiero algo más que unas pocas noches en la cama de un hombre que no
tiene nada más que deseo que ofrecer —dijo con honestidad—. Por eso nunca he sido
enamoradiza. Soy demasiada seria para ese tipo de asuntos.
Su barbilla se alzó y ni siquiera pestañeó. La intensidad de su mirada hizo latir
su corazón.
—Podría acostarme contigo cuando quisiera —dijo con tranquilidad—. Era así
cuando tenías diecisiete años y lo es ahora. Siempre lo he sabido.
Ella se ruborizó.
—¡Arrogante…!
—Oh, demonios, no te alteres —murmuró. Metió las manos en sus bolsillos—.
No he hecho nada al respecto. Y si fui indiferente contigo, fue por tu propia
seguridad. ¿Te has parado a pensar, por un momento, cuánta fuerza de voluntad
necesito? Si te hubieras lanzado alguna vez, ninguno de nosotros habría tenido
salvación.
Ella se enderezó
—No me lanzó a los hombres.
—Eso está muy bien —él contestó—. Ya que, en caso contrario, te habrías
encontrado, en menos que canta un gallo, de pie delante del ministro más cercano
que pudiera encontrar. No juego con mujeres que no conocen las reglas.
—¡No soy una colegiala ignorante!
Él respiró largamente.
—Yo sé, exactamente, lo que eres, Sandy —dijo en voz baja—. No has hecho las
cosas más fáciles —Él buscó su cara—. Si estas determinada a huir, no intentaré
detenerte. Quizás tienes razón. Tenemos muchas cosas que arreglar. No sé si
realmente te conformarías con una vida de clase media, y no soy la clase de hombre
que dejaría su trabajo para ser mantenido por mi esposa.
—No quiero casarme —dijo entre dientes.

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Él vio su aprehensión, pero no dijo nada.


—Que tengas un buen viaje —comentó, y se alejó.
Sandy lo miró alejarse, y el corazón se le cayó a los pies. No sabía lo que él
quería realmente, y tampoco iba a decírselo. Como de costumbre, iba a obligarla a
que le leyera la mente.
— Odio a los hombres —murmuró para si misma.
Se subió al automóvil, lo encendió y se alejó. Durante todo el viaje a Victoria,
fue escuchando la radio tan fuerte como pudo resistirlo, para no tener que pensar en
todo lo que la mortificaba. No debería haberse ido, debería haberse quedado y dejar
que las cosas siguieran su curso. Pero tenía miedo de que le hicieran daño. Jobe no le
podía garantizar que habría algo más que deseo entre ellos y el deseo no era
suficiente. Pero nunca sabría lo que él le estaba ofreciendo. Había tenido demasiado
miedo de arriesgar su corazón con él, y, ahora, iba a pagar el precio.
Y eso fue lo que hizo, durante dos semanas miserables, intentando, con
desesperación, enterrar a Jobe en lo más profundo de su mente. Pero lo consiguió. Él
estaba siempre ahí, sobre todo en sus conversaciones con Coreen.
—Últimamente, ni siquiera le habla a Missy —dijo Coreen por teléfono—. Está
de tan mal humor que uno de los hombres le pregunto si se le había muerto alguien.
Y eso es muy raro, porque Jobe es una persona agradable y tolerante.
—Quizás tuvo malas noticias —Sandy dijo tensa.
—Oh, no, no es eso. Está así desde que te fuiste.
El corazón de Sandy brincó.
—Anda, búrlate de mí.
—No estoy bromeando —dijo Sandy—. Te echa de menos.
Ella no dijo una palabra. Después de un momento, cambió de tema y Coreen no
dijo nada más sobre el capataz del rancho. Pero dos días después, Ted la llamó.
—Tenemos un problema con ordenador —le dijo a Sandy—. No aparecen los
archivos y los necesito para una venta. ¿Puedes venir y echarle un vistazo?
—De acuerdo. Estaré en casa a primera hora de la mañana.
—¡Buena chica!
Él colgó y ella pensó en como funcionaba la providencia. El destino le estaba
dando otra oportunidad. Se preguntaba que le estaría esperando en Jacobsville.
Preparó su maleta y viajó a la mañana siguiente muy temprano, negándose a admitir
cuánto había extrañado a Jobe, cuánto lo quería.

Él no estaba en la oficina cuando fue a echar una mirada al ordenador, pero Ted
si estaba allí, y la miró ceñudo.

Traducido por Martha y corregido por Sira Nº Paginas 37-56


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—Nunca confié en esos malditos cacharros —murmuró mientras Sandy


inspeccionaba los archivos en la unidad del disco duro—. Y ahora ¡a ver que puedes
hacer con los archivos de esa manada!
—No están —contestó Sandy—. Los han borrado, pero puedo recuperarlos.
Deja de maldecir y dame un poco de tiempo para hacerlo.
—¿Estas segura que puedes hacerlo —dijo con un sonido áspero—. ¿De
verdad?
—Sí —dijo mirando los archivos— ¿Cómo pasó?
—Missy estaba enfadada y le dio a las teclas equivocadas, o eso dijo Jobe.
Ella miraba a su hermano con curiosidad.
—¿Qué le pasaba?
—No lo sé —contestó secamente—, pero creo que era porque Jobe no quería ir
con ella a alguna fiesta en el pueblo. Se había comprado un vestido nuevo para la
ocasión.
—¿Por qué no quería ir?
—Pregúntale —se sentó en el escritorio—. Parece que ni el diablo puede hablar
últimamente con él. Está malhumorado, le da igual lo que se le dice. Irritable como
todo el infierno, desde el día que te fuiste. Es extraño, ¿verdad? —agregó con una
sonrisa tranquila y lo ojos entrecerrados.
Sandy se ruborizó a su pesar.
—Estamos de acuerdo en que estamos mejor cada uno por su lado.
—En otras palabras, estas asustada como él de daros una oportunidad,
¿verdad?
Ella dejó de trabajar con el ordenador y giró hacía él en su silla.
—Estamos asustados —contestó—. Él piensa que no puedo conformarme con
una vida clase media, y yo pienso que él no es capaz de albergar ningún otro
sentimiento que no sea físico. ¿Tienes bastante con eso para saber lo que pasa?
Ted se rió entre dientes.
—Pensé que era algo así —dijo cruzando los brazos sobre el pecho—. Pero, a
veces, tienes que arriesgarte si quieres conseguir algo —agregó suavemente.
—Tú lo sabes bien —contestó, recordando lo duro que fue para él combatir la
influencia de Coreen. Sus ojos se suavizaron—. Supongo que tu y Coreen tuvisteis
que adaptaros cuando decidisteis casarse.
—No sabes ni la mitad de eso —contestó, burlonamente—. Teníamos un
carácter muy fuerte. Bueno, todavía somos así, pero ya no es lo mismo.
—Te entiendo perfectamente —dijo estudiando sus manos posadas en su
regazo—. Yo huí.
—Lo sé.

Traducido por Martha y corregido por Sira Nº Paginas 38-56


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Ella se removió en la silla y cruzó sus piernas largas.


—Realmente, pienso que él huyó, también. Nos hemos pasado mucho tiempo
haciéndonos daño el uno al otro. Es difícil hacer las paces.
—Sobre todo la clase de paz que él quiere hacer, ¿no? —Ted sondeó
suavemente.
Ella ruborizó.
—Sí.
Él respiró largamente.
—Querida, no puedo decirte lo que tienes que hacer con tu vida. No puedo
prometerte que las cosas funcionarían si Jobe y tú dejáis de lado vuestras diferencias.
Pero antes de casarme me encontraba solo y, créeme, estar casado es mejor.
—Creo que él no quiere casarse
Su cara se endureció.
—Tendrá que cambiar de idea.
—Ted, no empieces ahora a jugar al hermano mayor.
—Ni tú ha hablarme sobre la moralidad moderna —refutó—. Ésto es un pueblo
pequeño de Texas.
—¿Y vas a decirme que las mujeres no viven con los hombres si no están
casados y que todos los niños aquí nacen en el matrimonio?
Él hizo una mueca.
—Claro que no. Pero eres mi hermana.
—Sí, lo soy. Pienso que eres estupendo, en caso de que no te lo haya dicho —
murmuró—. Pero tengo que vivir mi propia vida, te guste o no.
Él la miró.
Ella se encogió de hombros.
—Realmente tampoco me gustan mucho las relaciones liberales y por eso me
marché. Jobe no es de los que se casan.
—Todos los hombres lo hacen con la mujer adecuada —contestó Ted.
—Pensé que Missy era la mujer correcta.
Enarcó las cejas.
—No pensarías eso si la hubieras visto largarse de aquí ayer, enfadada como un
avispón mojado.
—Todo el mundo discute. Ellos lo hacen a menudo.
—¿Por qué lo haces? —preguntó Ted.
Ella estudió sus manos de nuevo.
—Porque no esta aquí.

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—Sí lo está.
Un suave sonido en el vestíbulo captó su atención. Ella se volvió cuando Jobe
entraba por la puerta. Pero no el hombre de sus recuerdos. Este era frío y parecía tan
duro como el acero. Apenas la saludó antes de volverse hacia Ted.
—Tenemos seis caballos perdidos. El cerco se rompió en Jasper Road.
—¿Cómo? —preguntó Ted, el asunto le interesó.
—Un camión no respetó el límite de velocidad y tuvo un accidente. Tengo a los
hombres buscándolos.
—Iré a echar una mano. Sandy dice que puede recuperar los archivos para ti —
agregó, señalando hacia Sandy—. Puedes ayudarle mientras atiendo a mis caballos.
Él salió, y Jobe maldijo por lo bajo.
—No te necesito para nada —dijo Sandy dirigiéndose a él—. Pero parece que no
nos queda más remedio que estar juntos.
Él se paró de camino hacia su silla, mirando la rapidez de sus dedos por las
teclas.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, distraído.
—Estoy usando un programa para recuperar los archivos. Si borras algo
accidentalmente, la mayoría de las veces se puede recuperar si se sabe como hacerlo
—dijo y siguió explicándole lo de los archivos temporales y como se guardaban, así
como se usaba el programa de recuperación.
—Eso es increíble —le dijo.
—¿Sí, verdad? —sonrió—. Crecí viendo las repeticiones de “Viaje a las Estrellas”.
Siempre quise ser una experta en ordenadores, como el Sr. Spock.
—Muchos niños lo hicieron —dijo, devolviéndole la sonrisa—. Haces que se vea
fácil.
—He estado haciéndolo durante muchos años. La práctica mejora la mayoría de
las cosas. Eres bueno con los caballos y el ganado —agregó, mientras tecleaba—.
Porque creciste haciendo eso.
Él estaba de pie detrás de ella, mientras miraba la pantalla. Su mano delgada
tocó su pelo ligeramente.
—Te he echado de menos —dijo de repente.
Ella sostuvo su respiración
—¿De verdad?
—Ted dijo que estaba a punto de despedirme —continuó— Sabía que estaba
equivocado, creo, pero no me lo decía con palabras —hizo una pausa—. Hablando de
eso, ¿cómo está tu humor?
—Según mis colaboradores, no mucho mejor que el tuyo.
Él acercó su silla y puso las manos en sus brazos.

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—Entonces creo que ya es hora de que tomemos algunas decisiones —dijo.


—¿De qué tipo?
Él sonrió e inclinó su cabeza.
—De éste —susurró contra su cálida boca.
Estaba en casa. Ella se apretó mas en su abrazo, saboreando el calor de su
cuerpo calido en el silencio que siguió. No protestó. Siguió hasta donde él la llevó,
ávidamente, sin reservas. Cuando él alzó su cabeza, ella levantó la vista hacia él con
el corazón en los ojos. Él parecía extrañamente vacilante, estaba contemplándola, un
poco angustiado.
—¿Cuál es el problema? —preguntó.
Él tocó su mejilla.
—Tengo miedo —murmuró, riendo nerviosamente.
—Sé como te sientes —suspiró—. Pero me siento igual que tu.
—Ahora nos conocemos bastante bien —comentó pensativo—. Dios sabe que
no somos niños. Simplemente deberíamos darnos un tiempo y veamos cómo nos va.
Ella asintió.
—De acuerdo.
Él se inclinó y la besó de nuevo, ligeramente esta vez.
—Nada del otro mundo, tampoco —murmuró contra sus labios—. Podríamos
perder la cabeza demasiado rápido.
Ella suspiró y puso su mejilla contra su pecho. Lo sentía familiar, seguro. Sus
ojos se abrieron y miró.
—¿Recuerdas cuándo se murió mi cachorro, y me encontraste llorando en el
granero para que Ted no me viera?—dijo.
Él se rió entre dientes.
—Tampoco querías que te viera yo.
—Como nada parecía molestaros a Ted y a ti, me sentía como una miedosa.
Pero tú me detuviste y me sostuviste hasta que dejé de llorar. ¿Recuerdas lo que me
dijiste?
—Que las lágrimas curan un corazón roto —murmuró—. ¿Es cierto?
—Tú no puedes saberlo. Nunca lloras.
Sus manos se unieron detrás de su cintura.
—Lo hice cuando mi padre se mató —contestó—. Era un hombre bueno,
decente, pero no lo suficientemente inteligente para satisfacer a mi madre. decía que
necesitaba a un hombre con una educación apropiada, con la mente de un genio.
—¿Sabe que pasó con ella? —preguntó suavemente.
Se puso rígido.

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—No.
—Lo siento.
—No te preocupes. No me molesta la pregunta. Perdí su rastro cuando él
murió. Supongo que todavía estará investigado cosas confidenciales en algún
laboratorio. Quizás encontró a un hombre lo bastante inteligente para satisfacerla,
pero me imagino que no se quedó con él, porque, si él fuera demasiado inteligente,
tampoco le gustaría la competencia.
—Mi madre no era tan inteligente, simplemente era así especial —confesó—.
Eso afectó a Ted de mala manera. Si Coreen no lo hubiera convencido, dudo que se
hubiera casado alguna vez.
—Era muy dulce —asintió, mirándola con una tierna sonrisa—, Tú también.
Bajo ese duro exterior y ese cerebro de ordenador, eres una mujer dulce.
—¿Eso es un cumplido?
Su boca rozó la suya.
—¡Oh, creo que sí! —murmuró.
Su respiración susurró cerca de su nariz.
—He pasado años intentando pretender que eras, simplemente, otra mujer de
carrera como mi madre. Pero cuando te veo con el hijo de Ted y Coreen en tus
brazos, no te pareces mucho a una dura mujer de carrera, Sandy.
Ella buscó sus ojos pálidos curiosamente.
—Nunca has hablado sobre los niños, excepto una vez —recordó, y parecía
incómoda—. Le dijiste a Ted que no querías un montón de niños expertos en
ordenadores.
Le puso el dedo índice sobre los labios.
—Todos decimos cosas que no queremos decir —le dijo—. No quise decir eso.
He estado luchando una batalla perdida contigo durante muchos años. Es duro dejar
de hacerlo.
—Lo sé. Pensé que mi vida era exactamente como la quería. Entonces vendría a
casa y te vería…
Él asintió.
—Te entiendo perfectamente —se acercó para abrazarla y se inclinó a besarla de
nuevo, suavemente—. Esto me hace sentir bien.
—Mmm, ¿de verdad? —se rió entre dientes, cerrando los ojos—. Pero tienes que
dejarme hacer algo con los archivos de Ted.
—Pueden esperar.
—Supongo que si. Pero…
Entonces sonó el timbre de la puerta principal y se quedaron mirando, mientras
la Señora Bird dejaba pasar a una visita. Los dos fruncieron el entrecejo cuando

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vieron quien era. Jobe soltó a Sandy cuando Missy se acercó. Ella lucía muy fresca y
bonita con un traje amarillo. Llevaba una cartera y una carpeta de archivos en las
manos.
—Pensé que podrías necesitar estos registros del rebaño —dijo, dirigiendo una
dulce sonrisa a Jobe—. Los cogí sin darme cuenta cuando salí —dijo mirando con
desagrado hacia Sandy—. Supongo que ha venido a buscar esos archivos perdidos.
—Y los he encontrado —dijo Sandy satisfecha.
Missy parecía incómoda.
—No pensé que pudieras recuperar los archivos perdidos.
—¿Dónde has estudiado? —preguntó Sandy intencionadamente.
—En una buena escuela —dijo Missy, a la defensiva, ruborizándose—. Nos
enseñaron cómo recuperar el material. Pero se me había olvidado.
—Mal asunto —dijo Sandy fríamente—. Sobre todo cuando se depende tanto de
la información guardada. Afortunadamente para Ted, sabía como recuperar sus
archivos. Hay una venta de producción este mes, como seguramente te habrá
comentado Jobe.
Missy sonrió.
—Bueno, supongo que lo hizo, pero nosotros no hablamos de negocios todo el
tiempo, ¿verdad, cariño? —le preguntó a Jobe.
Él parecía muy incómodo. Parecía como si Missy y él se hubieran unido para
protegerse de Sandy, y ahora se iba a convertir en un problema serio. Podía decir,
por la expresión de la cara de Sandy, que todavía tenía las dudas sobre Missy y él, y
no sabía como podría disiparlas.

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Capítulo 5
Missy vio la inquietud de Jobe y decidió permitir que sus comentarios
penetraran durante algún tiempo.
—Bien, ahora me voy. Nos vemos el lunes —le dijo a Jobe con un destello en
sus ojos oscuros y una sonrisa.
—Claro —contestó.
Missy dejó los archivos en el escritorio. Sandy miró hacía ellos. Esos eran al
parecer los archivos perdidos que Missy pensó que había borrado con éxito. Debía
haber pensado pasar ese día guardando los archivos otra vez en el ordenador.
—Qué mala suerte —murmuró— habría perdido un día entero reinstalándolos.
Que vergüenza.
Jobe se veía preocupado.
—Yo no le animé a que hiciera eso. Sé que se ve mal…
Ella se acercó a él, sus ojos claros seguros y luminosos.
—Se como trabaja Missy —dijo—. No estoy celosa. Bueno, no mucho —ella
murmuró.
Él se rió entre dientes.
—¿Un poco?
Ella se encogió de hombros.
—Microscópico.
Él inclinó su cabeza y la besó despacio.
—¿Te gusta la comida china?
—Me encanta —susurró.
—Bien. Busca tu cartera y vamos.
—¡Pero los archivos de Ted…!
—Pueden esperar hasta que hayas comido. ¿No tienes hambre?
—Voraz.
—Bien, entonces, ¡vamos!
Jobe le agarró su mano y se la sostuvo hasta llegar a la camioneta negra que
conducía. La ayudó a subir, mirándola posesivamente todo el tiempo.
—La camioneta es un buen cebo para atrapar mujeres —murmuró en broma—.
Mira lo que he atrapado —inclinó la cabeza y la besó.
Ella siguió su labio superior.
—Trabaja en ambas direcciones —susurró, y le devolvió el beso.

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—¡Que demonios…! —exclamo Ted cuando llegó a su altura y salió de su


automóvil.
—¿Qué estás haciendo? ¿Qué pasa con mis archivos de la manada?
—Tenemos hambre —dijo Jobe—. ¿Por qué no vas buscar a Coreen y al bebé y
venís a comer chino?
Ted dió un suspiro áspero.
—Odio la comida china—. Dijo mirando a su hermana ruborizada al lado de
su capataz presumido—. Supongo que tendréis que comer antes o después. ¡Oh,
marchaos de aquí! —murmuró—. Los archivos pueden esperar un rato.
—Gracias, Ted— Sandy le sonrió abiertamente.
Él le devolvió la sonrisa.
—¿Se ha resuelto el problema?— preguntó.
—Solamente el principio —contestó Jobe antes de que ella pudiera—. Pero
nosotros no somos cobardes, ¿verdad?
—Verdad —asintió Sandy.
Se despidieron de Ted y se alejaron.

Durante los días siguientes, la vida fue como un sueño para Sandy. Ella no
regresó a Victoria, decidiendo tomarse una semana de las vacaciones que nunca
había tomado. Ella y Jobe eran inseparables, para irritación de Missy. Un día fueron
a montar, cerca del Lago Turner. Era un lugar donde se podía pescar; los clientes
pagaban una cuota para lanzar sus cañas de pesca en el lago repleto de peces.
—¿No es divertido? —preguntó él, aplastando a un mosquito cuando tensaba el
hilo de su caña.
Ella estaba sentándose a su lado descalza balanceando los pies en el muelle.
—Divino —estuvo de acuerdo ella y a él le importaba. Ella no había pescado
desde la niñez. Era muy tranquilo, incluso con otros pescadores esparcidos
alrededor, y en compañía de Jobe era una ideal.
—Nunca había venido con una mujer a pescar —dijo, mirándola por debajo de
su gorra. Él se detuvo un momento—. Está bastante bien.
Ella echo una mirada a sus dos peces y a los tres de él.
—Bueno, soy una gran pescadora —comentó.
—Oh, eres muy sutil. Me parece bien que le permitas al hombre coger más
peces.
Ella echó su caña de pesca a un lado y, riéndose, se tiró al suelo arrastrándolo.
—Eres un cerdo chauvinista— murmuró.
Él sujeto sus brazos a la espalda y le sonrió abiertamente, su pelo rubio
despeinado, su sombrero en la hierba.

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—También podrías acostumbrarte a esto —le recordó—. Soy tan constante


como todo un diablo.
—Ya lo he notado —ella suspiró y se inclinó para poner su boca suave sobre
sus duros labios.
Él la sostuvo allí, degustando su sabor, en el calor del principio de tarde. Le
picó un mosquito pero no se dio cuenta. Ella sentía una ola de alegría tan profunda
como una explosión su cuerpo y suspiró cuando él se giró en la hierba y su poderosa
pierna se puso entre ellos. Su boca se volvió, de repente, muy exigente. Ella sentía sus
labios separarse y su corazón bombardear como cohetes en su caja torácica. Su mano
buscó y acarició su seno y segundos después, lo hizo su boca hambrienta. Ella
suspiró suavemente. No era una protesta, pero le hizo recobrar el sentido. Él alzó su
cabeza, haciendo gestos cuando comprendió donde estaban.
—Lo siento —murmuró, ayudándola con una sonrisa arrepentida—. Se me
olvidó que vinimos aquí a pescar.
—También yo.
Él se rió entre dientes.
—Quizá sería bueno que usaras esto, sólo para que las personas no tengan una
mala idea, cuando hagamos cosas así.
Él pudo en sus manos una pequeña caja de terciopelo gris.
—Sigue —la instó—. Ábrelo.
Ella dudó, porque tenía una idea bastante aproximada de lo que era. Con eso
venía una pregunta, y él esperaba una rápida respuesta. Ella buscó sus ojos y sabía
cual sería la respuesta. Después de todos, sólo había una posible.
Sus manos temblaban cuando abrió la caja. Su jadeo fue audible.
—¡Cerdo!
Cerró la tapa de la caja, cubierta con un dibujo de una caricatura y se lo tiró.
—¿Cómo pudiste?
—¡Espera un minuto, espera, es la caja equivocada! ¡Aquí!
Él tenía que dejar de reírse antes de buscar la caja correcta en su bolsillo.
—Eso era para mi pequeño primo… mañana es su cumpleaños. Aquí. Esto es
tuyo.
Él lo puso en su mano y lo abrió, sin dejar de mirarla en ningún momento.
—No es el diamante de la Corona —dijo despacio, mirando como contemplaba
el anillo de compromiso que tenía un pequeño diamante—. Pero el sentimiento que
va con el es mucho mas grande. Te amo. Quiero compartir mi vida contigo.
Las lágrimas bajaban por sus mejillas, dejando huellas calientes y húmedas en
ellas. El anillo lo veía borroso. La forma en que él se lo había propuesto la había
desconcertado. Hasta ese momento, nunca se le había ocurrido que podría amarla.
Ella lo miraba a través de las lágrimas.

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—¿No te gusta? —le preguntó con solemnidad—. ¿Estoy equivocado sobre lo


que sientes por mí?
Ella agitó su cabeza.
—Oh, no —susurró—. Te amo. Lo que pasa es que no sabía que también me
amas.
—Ciega como un topo —dijo, aunque su voz sonaba aliviada. Él sacó el anillo y
lo deslizó por su dedo—. Si te hubiera amado menos, nunca me habría metido
contigo. Sólo nos hacíamos daño porque nos amamos. ¿No recuerdas los viejos
refranes?
—Debes amarme terriblemente…
—Cállate…
Él la besó de nuevo, esta vez más posesivo y rodaron por la hierba, sin tener en
cuenta las garrapatas, mosquitos, moscas amarillas y posibles serpientes. Ella no notó
la fauna silvestre que aplastaba. Cada sentido fue atrapado por la sensación de la
dura boca en sus labios, sus manos acariciando su cuerpo.
—Me gustan los niños susurró.
—A mi también.
—Eso es bueno —murmuró hambrientamente—, porque tengo la intención de
comprar un gran rancho algún día y necesitaremos muchos niños nos ayuden a
manejarlo.
Ella se rió entre dientes.
—¿Qué pasa con mi trabajo?
—¿Qué pasa con eso? —murmuró—. Aunque podrías intentar pasar menos
tiempo fuera, supongo.
Ella lo miraba posesivamente.
—¿No te importa si trabajo?
Él agitó su cabeza.
—Eso depende de tí, amor. Puedo mantenerte. No de la forma a la que tú estás
acostumbrada —dijo firmemente—, pero haré lo que pueda.
Ella puso un dedo contra su boca.
—Me conformaré con cualquier cosa que podamos ganar juntos. Podemos dejar
mi herencia a nuestros hijos.
Su expresión se iluminó.
—¿Harías eso?
—Sé lo orgulloso que eres, Jobe —confesó—. No quisiera incomodarte. Puedo
trabajar para vivir. De hecho, me gusta. Si podemos construir algo que valga la pena,
con nuestras propias manos, lo prefiero a tener todo el dinero del mundo.
—No te he valorado lo suficiente —murmuró.

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—Tampoco yo lo he hecho —contestó—. Sólo pensé que me deseabas.


—Te deseo —dijo en voz baja—. Mucho.
—Sí, pero no sabía que me amabas —dijo buscando su delgada cara
amorosamente—. Y eso significa todo para mí.
—Para mí, también —susurró y se inclinó de nuevo—. Dios mío, Sandy, no me
hagas esperar demasiado tiempo —dijo envolviéndola en sus brazos—. Te quiero
conmigo siempre. Viviremos en la casa del capataz y puedes plantar todas las flores
que te gustan y cocinar para… mí… —alzó la cabeza e hizo una mueca—. ¡Oh, Dios
mío, pasaremos hambre! —dijo, tan melancólicamente que ella estalló en carcajadas.
Ella acarició su cara sonriendo contra su garganta.
—No te preocupes, mi amor, me matricule en un curso de cocina en una de las
escuelas en Victoria. No haré cordón bleu, pero puedo hacer un bistec sin quemar y
patatas cuando tu quieras.
—¿Puedes hacerlo, de verdad? —descansó su peso en los codos, mirando hacia
abajo perezosamente—. Y puedo hacer un pastel.
—¿De verdad?
—Un pastel de libra, cero adornos —delineó sus cejas—. Supongo que, después
de todo, nos moriremos de hambre. Aunque —agregó perverso— supongo que la
primera semana que estemos casados no pensaremos mucho en comer.
Ella tocó su boca.
—¿Vamos a esperar hasta entonces? —preguntó sin mirarlo.
Él se enderezó.
—¡Claro que lo haremos! —dijo brevemente—. Buen Dios, mujer, no estarás
intentando seducirme, ¿verdad?
Sus cejas se arquearon.
—¿Quién? ¿Yo?
—Eso está muy bien —murmuró—, porque no soy esa clase de hombre. Planeo
llevar un traje blanco a nuestra boda…
Ella le pegó.
—¡Me gustaría ver eso!
— Pues si —repitió.
—Porque eres virgen…. —dijo, en tono de burla.
Él no sonrió.
Sus ojos lo miraban con sorpresa.
—¡Tienes treinta y seis años!
Él seguía sin sonreír.
Su corazón se le subió a la garganta.

Traducido por Martha y corregido por Sira Nº Paginas 48-56


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—¡Tienes que estar bromeando!


—Llegaste en un momento traumático en mi vida —recordó con pereza,
agarrando su mano pequeña en la suya. Le sonrió abiertamente—. Caí enamorado
hasta la punta de los pies, y no pude amar a nadie más —se encogió de hombros—.
Supongo que nos enamoramos a la vez, ¿verdad, dulzura?
Ella lo atrajo y lo besó con todo su corazón. Las lágrimas le quemaban los ojos.
—No puedo creerlo.
—Tendrás que hacerlo —dijo con un suspiro nostálgico—. Supongo que al
principio andaremos a tientas, pero poco a poco aprenderemos.
Ella se rió a través de sus lágrimas.
—¡Claro que lo haremos! ¡Oh, Jobe…!
El sonido de unos pasos hizo que tuvieran que separarse. Jobe levantó la vista
hasta un hombre alto, parecido a un oso que llevaba una caña de pescar chorreante.
—Nunca he atrapado ningún pez —dijo el hombre alto con rudeza— y sus
cañas de pescar están de paseo por el lago. Algunas personas tienen una suerte
condenada buena.
Y se alejó de ellos. Jobe se sentó al lado de una Sandy asombrada, y miraron el
movimiento de sus cañas por el lago.
—Supongo que podríamos irnos a casa, a menos que quieras nadar para
recuperarlas —le dijo Jobe.
Ella agitó su cabeza.
—No en esa agua —dijo con sequedad.
—Ya veo lo que quieres decir —recuperó sus cañas de pescar y se encaminaron
por detrás de un camión, deteniéndose el tiempo suficiente para besarse por el
camino.

La boda la organizó una Coreen entusiasmada. Tanto, que le disgustó que,


Sandy, dejará a Jobe el tiempo suficiente para terminar un trabajo que tenía
pendiente en Victoria. Su jefe, el Sr. Cranson, les envió un cuenco de cristal como
regalo de boda, y sus compañeros les compraron una vajilla junto con una cubertería
de plata. Coreen y Ted les regalaron las toallas y las sabanas y cacharros pequeños.
Así tendrían lo suficiente, por lo menos, para empezar, y el baño de la casa del
capataz, lo estaban remodelando como otro pequeño regalo de Ted.
Missy no había dicho ni una sola palabra sobre la boda. Pero Sandy estaba
intranquila, de todos modos, porque sabía que era una mujer posesiva y vengativa.
No era que Missy estuviera muy contenta habiendo perdido al hombre al que le
había entregado su corazón. Como había esperado, el último día Sandy pasó en su
apartamento en Victoria, llamaron a la puerta.
Como creía que era Jobe, se sorprendió al encontrarse con una llorosa Missy en
la entrada de su puerta. Las lágrimas eran reales, también.

Traducido por Martha y corregido por Sira Nº Paginas 49-56


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—Pasa —le dijo Sandy.


—Gracias —dijo Missy con un suspiro, limpiándose los ojos con un pañuelo—.
Siento mucho venir aquí y molestarte en un momento como éste —le confesó,
sonándose su nariz ruidosamente—, pero hay cosas que tienes que saber antes de
que te cases.
—Siéntate.
Missy se sentó en el sofá.
—Realmente lo siento.
—¿Que me ibas a decir? —le dijo Sandy.
Missy se aclaró la garganta, intentado parece trágica.
—Bueno, esto… —empezó, respirando profundamente—. Estoy embarazada.
Las cejas de Sandy se elevaron.
Ella sonrió.
—¡Felicidades!
Missy se desconcertó.
—No lo entiendes. Es de Jobe.
Sandy inspeccionó la cara de la otra mujer. Por un instante, se avergonzó, por
permitirse imaginar que pudiera ser verdad. Entonces comparó las palabras de Missy
con las de Jobe y todas sus dudas se disiparon enseguida.
—Cuéntamelo. ¿Quiere un poco de té helado? —le ofreció, y fue a buscarlo.
—Te lo estás tomando muy bien —dijo Missy, asustada.
—Supongo que sí. Venga. Cuéntamelo.
—Él me sedujo—dijo Missy, sollozando.
—Pobrecita —se compadeció Sandy—. ¡Sabandija!
Los ojos de Missy se dilataron.
—¿Me cree?
—Por supuesto, —mintió Sandy—. Lo siento mucho por tí. Cerdo. ¿Cómo pudo
hacerle algo así una chica tan dulce?
Missy bebió a sorbos su té helado y miró a Sandy, intentando no sonreír
abiertamente. Esto le estaba saliendo mejor de lo que se imaginaba.
—Dijo que me amaba —continuó—. Fuimos a comer y entonces nos paramos en
un camino abandonado. Empezó a besarme y una cosa llevó a la otra, y… pasó.
—Y naturalmente, no estaba tomando la píldora.
Missy la miró
—¿Cómo… cómo lo sabes?
—Bien, si usted está embarazada…

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—Oh. Claro. Sí. Bueno, estoy de seis semanas, aproximadamente —agregó—.


Como mínimo, creo yo. No he ido al médico. Pero estoy segura que no podría ser
más. Y ya sabes, Jobe se casará conmigo si hay un bebé en camino. Jacobsville es un
pueblo pequeño y están por medio nuestras reputaciones.
—Claro —dijo Sandy.
Missy soltó su té.
—¿Entiende que no puede casarse con las dos?
Sandy sonrió.
—Desde luego que lo sé.
—Bueno… ¿entonces qué vas a hacer?
—Voy a ir Jacobsville contigo para decirle lo que pienso de él —dijo Sandy
rotundamente y se levantó—. Vamos.
La respiración contenida de Missy era audible.
—¡Venga!
Ella se levantó.
—¿Ahora mismo? —exclamó.
—Ahora mismo. Tienes tu automóvil, ¿verdad?
—S… sí.
— Puedes seguirme. i.e. a buscar mi bolso…
Juntas salieron por la puerta. Sandy se estaba riendo de ella. No podía esperar a
ver la cara de Jobe. Sería algo para contarles a sus nietos. Eso también le demostraría
a Missy donde la dejaba eso.
—Dos pájaros de un tiro —se dijo Sandy a si misma cuando iba por la carretera
a Jacobsville.

Missy aparcó cerca de la puerta delantera, pero tardaba en salir de su


automóvil. La camioneta negra de Jobe estaba aparcada cerca. Probablemente estaría
en la oficina, maldiciendo al ordenador, pensó Sandy y fue directamente a la casa
arrastrando a Missy con ella. Entró en la oficina. Jobe estaba sentando en el borde del
escritorio, hablando por teléfono. Él levantó la mirada y cuando vio a las dos
mujeres, terminó su conversación.
—Ésto es toda una sorpresa —dijo.
Sandy sonrió.
—Apuesto a que lo es. Uh, Missy tiene algo que decirte. Díselo, querida —instó
a la otra mujer, agitando una mano en su dirección. Sandy se sentó en la silla cercana
y se preparó para divertirse.
Missy aclaró su garganta. Estaba colorada como un tomate cuando miró a
Sandy y a Jobe.

Traducido por Martha y corregido por Sira Nº Paginas 51-56


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—Estoy embarazada —dijo bruscamente.


Jobe se sorprendió. Sus ojos fueron inmediatamente a Sandy, y frunció el ceño,
como si él se atreviera a creer lo que cualquier persona normal habría pensado en ese
momento. Ella no mostró ni una sombra de sonrisa. Arqueó una ceja, y el brillo de
sus ojos se hizo más notable.
—¡Dije que estoy embarazada! —gritó Missy, cruzando sus brazos por su pecho
y sonriendo satisfecha a Jobe—. ¿Qué vas hacer ahora? Ya se lo he dicho —agregó,
mirando a Sandy.
—¿Qué ha dicho ella? —preguntó Jobe con curiosidad.
—Has entendido que tienes que casarte conmigo.
El labio de Jobe se curvó.
—Llamaremos a los periódicos y a la televisión, también —dijo Jobe—, va a ser
una gran historia si soy el padre de tu hijo.
Missy estaba nerviosa.
—No te entiendo.
Él levantó el teléfono.
—Claro, estoy seguro que el verdadero padre de este niño estará ávido por
saber de él. Te prepararé una cita esta misma tarde en la clínica de Coltrain. Ellos
pueden tomar una muestra de sangre para verificar si estas embarazada y entonces
cuando el bebé nazca, pueden hacer una prueba de ADN. Eso me descartará
inmediatamente como padre.
La cara de Missy se puso roja.
—Ellos… ¡ellos no pueden hacer ese tipo de cosas!
—Por supuesto que pueden hacerlo —dijo—. Coltrain tiene un laboratorio en
Houston que hace los trabajos importantes. Te asombraría lo que una prueba de
ADN revela hoy día. Y si estas embarazada, tienen que verte en seguida —dijo
sujetando el receptor—. ¿Betty? Soy Jobe Dodd. Quiero que reserves hora hoy
para…
—¡No! —dijo Missy llorando.
Ella fue hacia la mesa y colgó el teléfono inmediatamente, con la respiración
jadeante.
—No, yo… uh, ¡no quiero hacer eso!
—¿Por qué no? —preguntó Sandy—. Creo que una prueba de embarazo sería la
primera cosa que se debe tener en mente.
Missy parecía atrapada. Miró fijamente a Jobe que tenía los brazos cruzados
sobre su pecho. Él no estaba sonriente.
Él miró a Sandy.

Traducido por Martha y corregido por Sira Nº Paginas 52-56


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—Mientras estamos hablando —empezó—, me gustaría saber que estás


pensando ahora mismo —agregó, inclinando la cabeza hacia una Missy pasmada.
Sandy sonrió suavemente, sus ojos llenos de amor y confianza.
—No seas tonto —dijo con delicadeza.
—¡Dijo que me creía! —la acusó Missy.
Sandy se levantó.
—Quería ver hasta donde ibas a llegar —contestó simplemente—. Ahora deja
de hacer teatro y di la verdad, Missy. No quieres hacerle esto a Jobe. No eres tan
mala persona para intentar estropear su vida deliberadamente.
El labio inferior de Missy temblaba.
—¡Lo amo!
—No, no lo amas —dijo Sandy—. Si lo amaras, no estarías intentando atraparlo
en un matrimonio con tan malas artes. Cuando amas a las personas, quieres que sean
felices. Todos sabrían que Jobe no sería feliz contigo a menos que te amara realmente.
Y él no te ama.
Los ojos de Missy se nublaron. Ella se revelo.
—¡Yo podría amarlo por los dos!
Jobe agitó su cabeza.
—Eso no es posible. Amo a Sandy. Siempre la ame. Te tengo cariño porque eres
una chica dulce, querida, pero no es amor.
Los hombros de Missy se hundieron.
—Supongo que lo sabía desde el principio, pero no quise admitirlo —dijo,
poniéndose más colorada todavía—. Supongo que hice el tonto intentando
engañaros.
—A mi no me has engañado —dijo Sandy—. Ni a Jobe tampoco. Imagino que él
se siente, en cierto modo, adulado. Pero creo que ha llegado el momento de dejar de
fingir.
—De acuerdo —dijo Missy—. No estoy embarazada. Sólo me besó una vez,
como si besara a un niño lastimado. Me hice muchas ilusiones —dijo con un largo
suspiro—. Supongo que hay alguien afuera para mí. Quizás lo encuentre algún día.
—Por supuesto —dijo Sandy con suavidad—. Pero, mientras tanto, creo que
sería bueno que buscaras un trabajo en otro sitio. Uno en el que haya varios hombres
entre los que elegir.
—Aquí, no —dijo Missy.
—No, aquí no —estuvo de acuerdo Sandy. Miró a Jobe en silencio—. Él me
quiere a mí —dijo, y miró a sus pómulos colorados.
Missy lo vio, también. Ella les echó una sonrisa forzada.

Traducido por Martha y corregido por Sira Nº Paginas 53-56


Diana Palmer - Jobe Dodd - Un largo verano en Texas - 16 Hombres de Texas

—Bien, espero que, por lo menos, me invitéis a la boda —dijo—. No soy mala
perdedora.
—No, no lo eres —dijo Jobe, sonriéndole—. Y no te metas en problemas,
pequeña.
—Lo haré lo mejor que pueda. Lo siento —agregó con timidez—. Parecía una
buena idea en su momento. Posiblemente no he crecido hasta ahora —dijo y salió por
la puerta rápidamente, cerrándola detrás de ella.
Jobe se levantó del escritorio con un suspiro y caminó hacia Sandy,
abrazándola.
—¿De verdad que no creíste una palabra?
Ella agitó su cabeza.
—Te conozco demasiado bien. Nunca me has mentido. Ni siquiera cuando era
adolescente. Te resultaba bastante sencillo decirme la verdad. Además —agregó,
bajando la cabeza—, te amo.
—Y también, te amo —le susurró, y la besó con pasión.

Traducido por Martha y corregido por Sira Nº Paginas 54-56


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Capítulo 6
Dos semanas después, estaban casados. No tenían pensado irse de luna de miel,
pero Ted los envió a Nassau en avión y no tuvieron corazón para discutir con él.
Nassau fue lo más inesperado y glorioso de la vida de Sandy. A pesar de la riqueza
de la que Ted y ella disfrutaban, era un lugar al que nunca había ido. El día que
llegaron, no esperaron ni siquiera a cambiarse de ropa. Le dieron una propina al
botones que les llevó el equipaje a su habitación en el sexto piso de un hotel grande y
llamativo, en Cable Beach y después tomaron un taxi hacia el centro de la ciudad de
Nassau, dónde caminaron por las estrechas calles a lo largo de un alegre mercado de
productos artesanales de gran colorido y personas amistosas, contemplando
ociosamente a un buque de pasajeros en Prince George Wharf y deteniéndose a mirar
las vitrinas.
El aire olía a océano y aventura. Vieron la estatua del primer gobernador real de
la isla, Woodes Rogers, delante de uno de los hoteles más viejos de la ciudad, y
después pasearon a lo largo Bay Street, cogidos de la mano y soñando. Cuando
regresaron al hotel, empezaron a cambiarse para la cena cuando Jobe se volvió y fijo
sus ojos en Sandy que estaba de pie allí sólo con su bata de ositos, su pelo oscuro
suelto alrededor de sus hombros. Él tenía la camisa por fuera. Su pecho ancho,
velludo y musculoso y profundamente moreno, que la atraía como un imán. Con la
respiración en la garganta, fue hacia él, con su corazón latiendo. Ella lo miró,
notando su propia tensión, con la respiración entrecortada.
—Ahora —susurró ásperamente.
Él se dirigió hacia ella con delicadeza, y la atrajo hacia él.
—Ahora —murmuro, y se inclinó hacia su boca.
Después de varios minutos febriles, estaban en la cama, temblando uno contra
el otro con el sonido del fuerte océano afuera de la ventana cerrada, luchando con sus
ropas para lograr tocarse la piel.
—Oh, Dios… lo he roto —gimió cuando apartó la bata y su boca ardía en sus
senos pequeños y tensos.
—¿A quién le importa? —ella jadeó, tirando de su cabeza hacia ella—. ¡Oh,
Jobe, oh, Dios mío!
Ella se arqueó cuando una lenta caricia de su boca envió emociones de placer a
los lugares más secretos de su cuerpo.
Sus suaves gemidos hicieron que deseara tenerla de forma salvaje. Consiguió
desnudarse del todo y su boca mordió la de ella, se acomodó rápidamente entre sus
largas y temblorosas piernas.
—Lo siento — susurró—. Lo siento, va a ser… doloroso.
—¡No me importa!

Traducido por Martha y corregido por Sira Nº Paginas 55-56


Diana Palmer - Jobe Dodd - Un largo verano en Texas - 16 Hombres de Texas

Ella ajustó su cuerpo al de él con una necesidad tan violenta y tan hambrienta
por él que nada más le importaba. Apenas sintió el dolor cuando él la penetró, ya que
el placer que sentía con esas sensaciones tan exquisitas, la hacían sentirse voluptuosa
bajo su poderoso cuerpo. Suspiró ruidosamente.
—Sí, —gimió él, buscando su boca cuando sus caderas bajaron y se estremeció.
—¿Lo habías soñado alguna vez…? ¿pensaste que sería de esta manera? —
preguntó con voz ronca.
—¡Nunca! —ella encontró su boca y se alzó a él, amoldándose a su ritmo,
temblando con cada nuevo contacto— ¿Pasa algo? —susurró ella cuando él se paró y
miró hacia abajo a sus cuerpos unidos, instándola también a mirar.
—Estamos casados —susurró con inseguridad—, los dos vírgenes más viejos de
los Estados Unidos… ¡Buen Dios!
Su movimiento urgente y súbito lo cogió desprevenido y exclamó cuando ella
se movió de nuevo, mientras se contorsionaba bajo él.
Él fundió su boca con la suya con un gemido sutil y, de repente, no había
tiempo para saborearlo, prolongarlo. Había tensión y necesidad urgente. Él la incitó,
ahogándose en su dulzura, sus sollozos eran de éxtasis. Cuando ella se arqueó y
gritó, él ya estaba llegando al clímax y sentía que perdía la cosciencia en el placer
más dulce que había experimentado nunca, deslizándose por su cuerpo de una
manera tan poderosa que pensó que realmente podría desmayarse…
Minutos después, mojados por la transpiración y agitados como consecuencia
de hacer el amor de forma frenética, Sandy alzó la cabeza para mirar a su marido y
no pudo resistir hacerle una mueca grande y malvada.
—Supongo que valió la pena esperar, ¿no? —bromeó.
Él rodó, con la cara encendida por el amor y la felicidad y se rió como un niño.
—Oh, sí, cariño. Por supuesto que valió la pena —contestó, besándola y
llevándola con él al mismo tiempo—, te amo locamente. ¡Y en caso de que no
entendieras el mensaje la primera vez…!
Él no era el único enamorado y decidido a demostrarlo. El último pensamiento
consciente de Sandy fue que su matrimonio con Jobe iba a ser una aventura larga y
dulce. ¡Y éste era sólo el principio!

Fin

Traducido por Martha y corregido por Sira Nº Paginas 56-56

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