16.3-Hbres de Texas - Un Largo Verano en Texas (Jobe Dodd) - Diana Palmer-1
16.3-Hbres de Texas - Un Largo Verano en Texas (Jobe Dodd) - Diana Palmer-1
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en Texas
Diana Palmer
16º Hombres de Texas
Argumento:
Este texano alto y delgado, está preparado para amar en una calurosa noche
de verano…
Pero convencerle de esto será, realmente, una tarea difícil. Porque los
hombres de Jacobsville, Texas, son de una raza diferente y reacios a creer en
asuntos del corazón. Son hombres de hierro, hombres forjados bajo el duro y
ardiente sol de Texas.
Tom Walker, Drew Morris, Jobe Dodd: Todos ellos crecieron sobre una silla
de montar en Jacobsville. Este es un verano para recordar, con hombres que
no querrás olvidar, ¡todo completamente nuevo y listo para el romance!
Diana Palmer - Jobe Dodd - Un largo verano en Texas - 16 Hombres de Texas
Capítulo 1
Sandy advirtió que él parecía absolutamente hastiado. Era difícil conseguir que
Jobe Dodd se quedara quieto un momento y se parara a escuchar algo de lo que
trataba de decir. Pero cuando estaba intentando conseguir que la escuchara acerca de
las computadoras, comprendió que podría haberse ahorrado la saliva.
—El rancho es de mi hermano —dijo Sandy Regan acaloradamente, mientras
miraba al alto y rubio capataz del rancho—. ¡Ha dicho que va a modernizar los
registros del ganado! entonces ¿por que demonios tú no quieres hacerlo?
Él la miró entrecerrando sus brillantes ojos grises. Con sus delgadas manos
apoyadas en las caderas, le dijo, sin palabras, lo que opinaba sobre ella y sus malditas
máquinas. Quizás no tenía un titulo universitario, pero era lo bastante arrogante para
pensar que lo sabía todo acerca del asunto.
—¿Me has oído? ¡Ted dijo que tenemos que hacerlo! —insistió ella, mientras se
echaba hacia atrás unos mechones de su rebelde pelo oscuro. Estaba en el rancho
recuperándose de una fuerte gripe, con la esposa de Ted y su mejor amiga, Coreen,
que la había estado cuidando y se encontraba mejor, o lo había estado hasta este
momento.
Se oyó una risa divertida detrás de ellos. Ella se giró para ver a su hermano,
Ted, que acababa de entrar desde el patio de atrás. Su pelo, prematuramente
encanecido, brillaba con la luz.
Ted miró la expresión divertida de Jobe y a su hermana enfadada y suspiró.
—Luché en Vietnam —recordó—. Y estoy asombrado de lo mucho que me
acuerdo de eso últimamente.
Sandy se ruborizó, pero sus ojos brillaban sin rendirse lo más mínimo.
—¡Dice que quiere trabajar en el rancho de Victoria para no tener que aprender
a manejar ordenadores!—dijo con un gruñido.
Jobe no dijo una palabra, lo que, de algún modo, hizo que fuera aun peor.
Ted la miró y se volvió hacia su capataz.
— Tenemos que pasar al siglo veinte —le dijo al otro hombre—. Dios sabe, que
me resistí hasta el último minuto. Incluso los Ballengers se rindieron a lo inevitable, y
ellos lo hicieron hace algunos años.
—Son cosas de niños —dijo Jobe—. Ellos no quieren que sus hijos conozcan
como se hacían las cosas antes.
—Es posible —dijo Ted asintiendo y sonrió abiertamente—. Nuestro pequeño
apenas tiene un año y ya tiene un pequeño ordenador propio.
—Y, por supuesto, ya sabe manejarlo —dijo Sandy riéndose entre dientes,
porque ella le había regalado, al pequeño Pryce Regan, un ordenador con un libro de
cuentos para principiantes, en su primer cumpleaños.
—Si un niño pequeño puede hacerlo, también tú —le aseguró Ted a Jobe.
El otro hombre enarcó una ceja rubia, a la vez que hacía una mueca con la boca.
—No me gusta las maquinas.
—¡Solo porque la embaladora de heno le cogió su chaqueta una vez…! —
empezó Sandy.
—La condenada maquina casi me cogió el brazo entero y tiró de él— dijo detrás
de ella.
—Bueno, un ordenador no te va a morder el brazo —le prometió ella.
Sus ojos se entrecerraron.
—Eso dicen— murmuró—. Pero los niños pequeños lo usan para fabricar
bombas.
—Soy la primera en estar de acuerdo que algunas formulas químicas no deben
anunciarse en Internet dónde cualquier niño puede verlo —asintió Sandy— pero hay
muchas manera de que los padres puedan supervisar y evitar que los niños accedan
a esos sitios.
—Ya veo —murmuró Jobe— no debiste salir tan pronto de la cama. ¡Estás loca!
—¡No me llames así! —estalló, tosiendo de nuevo—. Puedo cuidar de mí
misma.
—Seguro —asintió él— mira el gran trabajo que has hecho. Si Ted no hubiera
ido a Victoria detrás de ti te habrías muerto de una pulmonía, sola en ese
apartamento.
Le habría gustado rebatir esa teoría, pero no se sentía bien para seguir de pie
discutiendo. Se sonó la nariz y guardo el pañuelo en el bolsillo de su chaqueta.
—Empezaremos la próxima semana —les prometió—. Eso me dará un poco de
tiempo para comprobar el funcionamiento del hardware y los otros programas.
Tendré que hacer algunos cambios en los programas para adaptarlos al trabajo que
tenemos que hacer aquí. Pero no hay ningún problema, es bastante sencillo.
—Regresa a la cama —le dijo Ted—. Tengo algunas cosas que hablar con Jobe.
—Ok —contestó. Se sentía más débil que nunca, pero le echó una mirada
presuntuosa al capataz, antes de irse.
Él la miró, con los puños apretados.
—Por los pelos —dijo, para sí mismo.
Ella subió la escalera, mientras Ted conducía a Jobe a su estudio, cerrando las
puertas corredizas tras ellos.
— Deja de meterte con ella —le dijo a Jobe.
—Cuando deje de hacerlo ella —contestó Jobe acalorado—. ¡Dios mío!, ¿qué es
lo que espera de mí? Comentarios despreciativos, sarcasmo… ¿Qué crees que haría
otro en mi lugar?
—Vosotros siempre estáis peleando —dijo Ted, significativamente—. ¿Quieres
algo de beber?
—No bebo —le recordó.
—¿Limonada o té helado? —continuó Ted.
Jobe se rió entre dientes.
—Lo siento. Mi cabeza no funciona bien. Limonada.
Ted sacó una jarra de su pequeña nevera y lleno dos vasos. Era un caluroso día
de agosto, a pesar del aire acondicionado. Jobe suspiró pesadamente y bebió a sorbos
la limonada, con sus claros ojos entrecerrados mientras miraba, fijamente por la
ventana, los pastos rodeados por una valla.
—A mí no me importa que ella sepa más que yo sobre ordenadores —murmuró
Jobe—. Es, simplemente, que no puede resistirse en restregármelo. ¡Demonios!, ya sé
que no entiendo de ordenadores. ¡Pero conozco la crianza de animales y su genética
del derecho y del revés!
Ted notaba el orgullo herido cuando lo veía y se preguntaba si, Sandy, se daba
cuenta. Probablemente no. Hacia todo lo posible por ignorar al capataz del rancho.
—Por supuesto que sabes —le dijo Ted—. Y, realmente, no creo que te lo esté
echando en cara, lo que pasa que adora su trabajo y, posiblemente, se pase un poco
con su entusiasmo.
Jobe se dio la vuelta, mientras se pasaba la mano por espeso cabello.
—Ella es una ingeniera con un gran potencial y muchos aires grandeza —
murmuró—. Jacobsville no era lo suficientemente grande para satisfacer sus
expectativas. Quería brillar entre gente de alta categoría.
—¿No es eso lo que hacen la mayoría de los jóvenes? —preguntó Ted.
Jobe se encogió de hombros,
—Yo no lo hice cuando era joven. Era feliz con la vida del rancho. Tenía todo el
tiempo del mundo, buenas personas a mí alrededor, el bar del pueblo si necesitaba
entretenerme, y suficientes amigos cuando los necesitaba —dijo, observando a Ted
con curiosidad—. ¿A Sandy no le importan esas cosas?
—Le importan— replicó Ted—. Pero ella es inteligente y quiso usar su
capacidad para estudiar. Ha hecho una carrera, sin ayuda de nadie, en un campo que
es, en su mayoría, de hombres.
—!Oh, sí! —dijo Jobe severamente —era importante demostrar a los demás que,
una mujer, puede hacer lo que hace un hombre.
—Si es así, fue por tu culpa —dijo Ted críticamente, levantando una mano
cuando el otro hombre empezaba a hablar—. Tú la conoces —continuó
imperturbable—. Cuando era una adolescente, siempre estabas burlándote de ella
cuando intentaba ayudar en el trabajo mecánico con la maquinaria, mofándote
cuando no podía alzar las balas de heno tan fácilmente como los hombres. Tú le
provocaste un complejo de inferioridad. Sandy creció con esa idea en la mente, para
demostrarte que ella podía hacer bien algo que tú no puedes hacer. Y lo ha hecho.
Jobe hizo un gesto enfadado.
—Ella pasó todos estos años quejándose acerca de lo pequeño que era
Jacobsville. No quería pasar su vida en un pueblo sin clase, quería sofisticación.
Muchas decía que no quería terminar casada con un vaquero y llevando vestidos de
algodón desgastados.
Ted entrecerró los ojos pensativamente mientras miraba fijamente al otro
hombre y miró hacia otro lado.
—Los niños no comprenden lo que es importante hasta que se vuelven adultos.
Pienso que podrías darte cuenta de que la actitud de Sandy hacia Jacobsville ha
cambiado. Está loca por nuestro pequeño niño, lo sabes. Ella se sienta y juega con él
todo el tiempo.
—Ya no es una niña —dijo Jobe significativamente—. Puede marcharse cuando
quiera si se la presiona demasiado. ¿Cómo sería si tuviera un hijo propio, y no
pudiera escapar de él?
—Pregúntale.
Jobe se rió fríamente
—¿Quién, yo? Si alguna vez me caso, va a ser con una dulce muchacha
provinciana que le importe un comino hacerse un nombre en el mundo de los
hombres. Quiero una madre para mis hijos, no a una experta en ordenadores.
Ninguno de ellos sabía que Sandy se había olvidado su vaso de limonada y
había regresado, silenciosamente, para buscarlo. Se había detenido al otro lado de la
puerta y oído las palabras de Jobe. Su cara enrojeció con violencia. Se dio la vuelta y
se fue en silencio, lentamente, apoyándose en la escalera, sintiendo como si le
hubieran dado una patada en el estómago. Bueno, siempre había sabido lo que Jobe
pensaba de ella y del matrimonio entre ambos. Él no quería una experta en
ordenadores, y ella no iba a conformarse con un hombre machista y chauvinista que
lo único que quería era una esposa sumisa que se pasara la mitad de su vida
embarazada y teniendo a sus hijos.
Siempre lo había sabido. Era curioso que ahora le molestara, ya que, Jobe,
siempre había tenido el poder de herirla más que ninguna otra persona. Hacia que se
sintiera pequeña, acomplejada, infravalorada. Y ella no era así. Era tan inteligente
como cualquier hombre e incluso más que la mayoría; y, sin duda, más que él. En
cuanto al matrimonio, había suficientes hombres en el mundo que estarían
orgullosos de tener una esposa que pudiera diseñar sistemas de ordenadores.
Mentalmente recordó sus citas en el último año e hizo una mueca. «Bueno, había
habido bastantes hombres a los que les hubiera encantado tener una aventura con
ella», se corrigió. Andaba bastante escasa de propuestas de matrimonio, pero no le
preocupaba. Iba a ser una mujer con carrera. El mundo era su meta. Podía hacer lo
que quisiera y no necesitaba depender de ningún hombre para conseguirlo. Y
tampoco quería hijos, aunque adoraba al hijo de Ted y Coreen. Sus ojos tenían una
mirada soñadora cuando pensaba lo cariñosa que era con él.
Jobe no era cariñoso. Era el hombre más fastidioso que jamás había conocido y,
simplemente, era mala suerte el tener que trabajar con él en el rancho de su hermano.
Si Ted lo despidiera… Debía haber una docena de hombres que podían hacer su
trabajo igual o mejor que él. Hombres con estudios universitarios que sabían de
genética con los ojos vendados, que podrían comprar y vender el ganado, mejorar la
reproducción del ganado, y bien podría un vaquero tener algo que ver con la
hermana menor de Ted…
No le gustaba recordar lo protector que era Jobe cuando era más joven. Ted no
tenía tiempo para cuidarla; Jobe lo hizo por él. Siempre parecía descubrir cuando
tenía una cita, aun sí solo era un refresco en el restaurante dónde ella estaba
comiendo, o una bolsa de palomitas de maíz en cualquier teatro al que iba. Y estuvo
cerca durante una de las peores noches de su vida, cuando uno de sus novios bebió
en exceso y trato de forzarla en el asiento trasero de su automóvil. Jobe cogió al
muchacho por el cinturón y lo golpeó con contundencia, antes de llamar a la policía
para que lo arrestaran. Sus asustados padres tuvieron que ir y pagar la fianza. Al día
siguiente, el muchacho se fue a vivir con su abuela, a otro estado, y nunca regresó.
Sus padres, que eran buenas personas, todavía estaban conmocionados cuando
vieron a Jobe semanas después.
Los hombres le tomaban el pelo por su cuidado especial con hermana de Ted.
Pensaban que él era cariñoso con ella. Sandy pensaba de modo distinto. Él,
simplemente, era arrogante, odioso y determinado a cuidarla para que no se case con
alguien de la localidad. Incluso lo había admitido una vez. La quería fuera del pueblo
y fuera de su vida. Él no quería arriesgarse a que ella pudiera casarse con algún
muchacho del pueblo y estableciera su hogar cerca. Mientras, Jobe salía libremente
con las mujeres. Era agradable, atento, cortes, pero ninguna arrancarle un
compromiso. Era un soltero empedernido y resbaladizo como una anguila cuando la
conversación giraba hacia los anillos de boda. Tenía treinta y seis años y parecía no
tener ningunas ganas de casarse y tener hijos. A Sandy no le importaba. Por lo que a
ella se refería, podía quedarse soltero para siempre. Lo odiaba. ¡Sí, lo odiaba! Era tan
cruel, tan violentamente cruel…
Las lágrimas caían por sus mejillas cuando volvió a su cuarto y cerró la puerta
calladamente detrás de ella. «¿Por qué?, ¿por qué tenía que amar a ese hombre, desde
hacía tanto tiempo, sin ninguna esperanza, cuando lo único que conseguía era su
rechazo?»
Capítulo 2
Coreen Tarleton Regan abrió la puerta, después de haber oído los sollozos
tenues en el vestíbulo. Se sentó en la cama al lado de su mejor amiga y despacio se
acercó y la abrazó.
—Lo odio —dijo Sandy sollozando, mientras se limpiaba las lágrimas
enfadada—. ¡Es un idiota!
—Sí, lo sé —dijo Coreen con una amable sonrisa, cogiendo un pañuelo de la
caja que había al lado de la cama y se lo dio a Sandy—. Sécate los ojos. Ted lo ha
enviado a Victoria por el resto del día, a recoger los registros de una manada en la
oficina.
—¡Bien! ¡Espero que los aliens lo secuestren cuando regrese!
—Vamos, vamos piensa cómo lo extrañaríamos por aquí.
—¡Yo no!
Los ojos azules de Coreen sonrieron.
—¿Nunca se te ha ocurrido que podrías gustarle? Todas esas pequeñas pullas
podrían ser nada más una manera de llamar tu atención.
Sandy la miró con los ojos enrojecidos.
—No.
—Era tu sombra —insistió Coreen—. Por lo menos, hasta que te marchaste a la
universidad.
—Querrás decir mi guardián —murmuró—. Incluso entonces, se burlaba de mí.
—Eres muy inteligente. Quizá él se siente amenazado.
—Él también es lo suficientemente inteligente —contestó Sandy con una tos
sorda—. No le gustan mujeres inteligentes. Le oí diciéndoselo a Ted en piso de abajo.
Dijo que quería un montón de niños que no sepan nada de ordenadores —sus ojos se
encendieron—. ¡Como si yo quisiera hijos con un hombre así!
Coreen le dio unos golpecitos en el hombro, mientras intentaba que no se
sintiera tan desvalida. Se preguntaba si Sandy sabía lo transparente que eran sus
sentimientos hacía Jobe. Probablemente no, o se avergonzaría mucho. Sandy pensaba
que era inmune a Jobe. En realidad era todo lo contrario. Coreen que tenía
experiencia en relaciones turbulentas, sabía exactamente lo que sentía su mejor
amiga.
—Te sientes fatal, ¿verdad? —le preguntó Coreen suavemente—. ¿Por qué no
intentas dormir un poco?
—Ésa podría ser una buena idea —dijo forzando una sonrisa—. Eres la mejor
amiga que tengo, ¿sabes?
—¿Ves? —dijo, mientras sonreía—. Ahora echa una mirada a las opciones. ¿Qué
necesitas aquí? —dijo ella moviendo el cursor con el ratón a una ventana concreta e
hizo clic en ella. Se abrió una pantalla con todos los registros de una manada de Ted.
—¿De dónde ha salido eso?— preguntó.
—Lo tecleé mientras estabas fuera la semana pasada. Esto es sólo una
inscripción parcial. Tendrás que hacer el resto cuando tengas tiempo. Ahora esto es
cómo seleccionas las opciones y haces los cambios.
Iba lentamente. Él ni siquiera había jugado con un ordenador. Era como enseñar
a un niño, y todo era exasperante. Él odiaba todo el tiempo que llevaba ahí, y no lo
disimulaba.
—Es una pérdida de tiempo —dijo, brevemente, cuando habían repetido lo
básica por sexta vez—. Tengo todos estos archivos en mi cabeza. Puedo decirte todo
lo que hay que decir sobre cualquier vaca de una manada en particular de este lugar,
y de cada toro.
—Ya lo sé — contestó ella con calma. La memoria de Jobe era legendaria—.
Pero si te pones enfermo o te vas, ¿quién lo puede decir?
Él se encogió de hombros.
—Nadie —dijo mirándola—. ¿Ted piensa despedirme?—le preguntó
sagazmente—. ¿Es por eso que quiere meter todo esto en un ordenador?
Ella sonrió abiertamente.
—Ha esperado mucho tiempo, ¿verdad? Tú ya trabajabas aquí antes de que me
marchara a la universidad.
—Así es —no le gustaba recordarlo y no lo ocultó. Miraba la pantalla del
ordenador—. Ahora que hemos hecho los cambios, ¿cómo los guardamos allí?
Ella le enseñó cómo guardar los archivos y cómo regresar otra vez.
Él suspiró.
—Bien, supongo que, en el futuro, me acostumbraré.
—Efectivamente —le aseguró—. No es difícil. Incluso los niños pequeños lo
hacen. Ellos crecen ahora con los ordenadores.
—Un día —murmuró— el poder de esto se disparara, y nadie sabrá cómo hacer
cuentas o escribir. La civilización desaparecerá en un abrir y cerrar de ojos y todo
porque las personas confiaron en las máquinas para hacer el trabajo.
Ella dudó.
—Bueno, quizá eso sea inmediato —dijo Sandy.
Él levanto la vista hacia ella con los ojos grises entrecerrados.
—¿Cómo se supone que dirigiré el funcionamiento diario de este lugar, y el
rancho en Victoria, y manejar todos estos condenados archivos al mismo tiempo?
Sandy frunció sus labios y silbó.
El comentario de Ted sobre la actitud de Jobe hacia su hermana resulto ser una
predicción bastante exacta. Jobe nunca mencionó lo que Sandy le había dicho, pero
su forma de tratarla cambió como de la noche al día. La trataba igual que a Ted, con
cortesía y respeto, pero nada más. Incluso el viejo antagonismo desapareció. Al
parecer, había decidido ser indiferente.
Missy no. Su devoción a Jobe era evidente desde el mismo momento en que se
juntó en la habitación con él. Su negro pelo largo caía como una cortina alrededor de
su cara ovalada y los ojos grandes de color castaño. Tenía una boca bonita y una
sonrisa agradable, y, aunque estaba muy delgada, no parecía desagradable. Pero a
Sandy no le gustó y lo demostró. Escuchaba en silencio mientras Sandy le decía lo
que se esperaba que hiciera. No tenía que hablar; sus ojos hablaban por ella.
Sandy se vistió para ir a trabajar, con un caro traje de seda gris y zapatos de
tacón alto. Se recogió el pelo en una trenza francesa. Le pasó los últimos archivos de
Ted a Missy y echó una mirada alrededor para ver si se había olvidado de algo.
—Si tiene cualquier pregunta y no puede encontrar a Ted, Coreen sabrá dónde
buscarlo —le aseguró a la chica.
—Si tengo cualquier pregunta, se la haré a Jobe —dijo Missy con frialdad sin
mirarla—. ¡Después de todo, él es el jefe aquí, no usted ¡Oh!
Ella abrió la boca cuando Sandy agarró la parte de atrás de su silla y la giró
abruptamente.
—Usted trabaja para los Regan —dijo Sandy, de manera brusca— lo que me
convierte también en su jefe —se apoyó más cerca de la muchacha con una postura
amenazante—. Usted está aquí solo porque mi hermano quiso hacerle a Jobe un
favor. Yo no le debo ningún favor a Jobe. Si me da la menor excusa, la sacaré por esa
puerta antes de que se de cuenta —agregó con una sonrisa fría—. Espero que esté
claro.
Missy, pálida y agitada, asintió.
—Bien —dijo Sandy, mientras se levantaba. Sus ojos hicieron sonrojarse a la
chica.
—Lo siento —tartamudeó Missy.
Sandy no le contestó siquiera. Se giró y salió por la puerta, casi chocando con
Jobe. Él miró, más allá de ella, las lágrimas que corrían por las mejillas de Missy.
—Veo que desayunaste hojas de afeitar —dijo fríamente—. Si tienes un
problema en esta oficina, háblalo conmigo.
—Ésta es mi casa —le recordó Sandy furiosa— ¡Y nadie aquí me habla como si
fuera una mascota familiar! Puedes decírselo a tu novia. Cree que trabaja para tí.
Ella le empujó y salió, con la cara tan roja que parecía que tenía fiebre.
Missy corrió a los brazos de Jobe llorando
—¡Fue odiosa conmigo! —gimoteó.
Él acaricio su oscuro cabello involuntariamente, echando humo por los
comentarios de Sandy.
—Todo está bien. Te protegeré.
Missy se acurrucó más cerca con un suspiro.
—¡Oh, Jobe, eres tan fuerte…!
Sandy oyó el último comentario cuando subía las escaleras y estaba que echaba
chispas. Todo era una actuación y, seguramente, Jobe se daría cuenta. O, quizás no
podía. Si su madre fue una mujer fuerte, independiente, una mujer como Missy
podría atraerlo siendo un tipo opuesto a despreciado padre. Bien, Sandy tenía
demasiado orgullo para actuar como una bobalicona en beneficio de cualquier
hombre. Desde que era pequeña, Ted le había enseñado que ella no era una
ciudadana de segunda clase. Era una Regan.
Hizo su maleta y la bajó al coche sin mirar siquiera a la oficina. Dejaría que Ted
viera como Missy trabajaba haciéndole ojitos al capataz en todo momento. Cuando él
se diera cuenta, Missy iba a encontrarse con una reprimenda bastante peor que la que
Sandy le había echado.
No regresó en una semana, después de haber viajado por negocios por la mayor
parte de Texas oriental. Estaba muy cansada cuando deslizó su automóvil deportivo
en el camino de acceso a la casa de Ted y lo estacionó. Con su bolsa de viaje en el
brazo y otra bolsa en su hombro, caminó muy cansada.
Llevaba las llaves en la mano, pero la puerta delantera estaba abierta. La
empujó y entró, cerró suavemente detrás suya por si acaso el bebé estuviera
dormido. Ted y Coreen tenían poco tiempo para estar juntos esos días porque a su
hijo le estaban saliendo los dientes. Un ruido que venía de la oficina de Ted llamó su
atención. La puerta estaba abierta, y cuando se acercó, los sonidos se hicieron más
ruidosos. Estos eran inequívocos, incluso sin los suaves gemidos deliberados. Ella se
detuvo en la puerta, sus ojos tan fríos como un cielo invernal. Missy estaba sentada
en las piernas de Jobe y su cabeza apoyada en la curva de su brazo. Él levanto la
mirada y vio a Sandy que estaba allí de pie, y una extraña expresión cruzó su
atractiva cara.
—Oh, no os molestéis —dijo con lentitud, demasiado consciente de la prisa
frenética de Missy para separarse y acomodar su ropa—. Tengo entendido que Ted
os está pagando para probar los muelles del sofá.
Ella se dio la vuelta y subió la escalera, ignorando la severa voz que la llamaba.
Debía haberse dado cuenta de que Jobe no iba a dejarla en paz, ya que la siguió por la
escalera hasta su alcoba sin vacilar.
—¡Por el amor de Dios! —dijo, mirándolo enfadada—. ¡Estoy cansada! Vete con
Ted. Él es tu jefe, como te gusta recordármelo a cada momento. No tengo ninguna
voz en el negocio excepto la capacidad de asesorar.
Ella apartó sus ojos de su camisa, desabrochada hasta la cintura, y mostrando
una gran cantidad de espeso vello oscuro. Odiaba mirarlo.
—No quiero que culpes a Missy por algo que es culpa mía —insistió él.
Ella se sentó en el borde de la cama con un gran suspiro, soltándose el pelo que
tenía recogido en un moño, sin mirarlo todavía.
— No le diré nada —dijo envarada—. Pero Ted tendría que saberlo.
—Soy consciente de eso.
Ella frotó la frente con los dedos.
—Tengo un gran dolor de cabeza. Cierra la puerta cuando salgas, por favor.
Él no salió.
—Enviaré a la Señora Bird con algunas aspirinas.
—Tengo aspirinas aquí, si las necesito—. Entonces lo miró, con ojos acusadores
que le revelaban su desprecio.
Su mandíbula se tensó.
—Dime que nunca has besado a tu jefe en su oficina, Sandy.
Capítulo 3
Jobe miró fijamente su espalda recta, con emociones encontradas.
—¿Quién te ha dicho eso? —preguntó finalmente.
—Nadie —dijo en tono cansado—. Cuando era más joven, nada de lo que hacia
estaba a la altura de tus expectativas. Pase años intentando ser lo que querías, pero
nunca lo logré —Se abrazó a si misma, como si tuviera frío, y miró fijamente por la
ventana—— Finalmente, tiré la toalla.
Él estaba frunciendo el ceño.
—No lo entiendo —dijo—. Nunca te importó lo que pensaba. Siempre has
estado despotricando sobre mí.
Ella se rió con amargura.
—¿Eso piensas?
—¿Por qué?
Ella normalmente no se le habría dicho. Pero estaba angustiada y medio
enferma por lo que había visto en el piso de abajo. No había ninguna esperanza de
que se fuera cuando estaba interesado en algo, ahora lo sabía. Se encogió de
hombros.
—Porque así no sabrías que estaba enamorada de tí —dijo, sin mirarlo. Aun así,
ella podía sentir la súbita tensión en el cuarto. Ella suspiró—. Oh, no te preocupes, lo
superaré —le ella, mientras miraba a un caballo lejano en la pradera.
—Es un alivio —dijo él con voz ronca.
Ella asintió.
—Me lo imagino. No sabía nada de tí. Si yo hubiera… —cerró sus ojos—.
Supongo que hace mucho tiempo que estás harto de las mujeres con carrera.
—¿Quién te ha hablado sobre mi madre?— preguntó secamente.
—Ted —dijo frotándose los brazos con las manos—. Siento lo que te dije ese día
—agregó en tomo bajo—. Lo dije para hacerte daño, pero lo siento.
Hubo una pausa larga.
—No pasa nada.
«Eso no era cierto» pensó, pero no se lo dijo. Apoyó la cabeza contra el cristal
fresco de la ventana.
—Tendrás cosas que hacer —dijo, mientras cerraba sus ojos—. Realmente tengo
que acostarme ahora. Mi cabeza va a estallar —después de un minuto, oyó sus pasos
y cómo cerraba la puerta. Hasta que los pasos se extinguieron, ni siquiera
comprendía por que estaba llorando.
Después, se horrorizó por lo que había admitido ante Jobe. Seguramente se
reiría de ella, probablemente con Missy. Dios sabía que la chica parecía muy
orgullosa cada vez que veía a Sandy. Y durante la pasada barbacoa, Missy actuaba
como si, de repente, se hubiera convertido en la anfitriona. Coreen puso fin a eso
inmediatamente, con sus ojos azules echando chispas mirando a la muchacha cuando
la envió inmediatamente a la cocina a preparar café. Sandy observó que Jobe le
sostenía la mano y se la llevó hacía la cocina para suavizar la situación.
—Honestamente —exclamó Coreen, brevemente, después de eso—. ¿Has visto
eso? ¡Se está pasando de la raya!
—Jobe la alienta —Sandy dijo sin emoción.
—Él puede complacerla en otra parte si lo intenta de nuevo —dijo Coreen—.
No tolero esa clase de tonterías.
Sandy no dijo una palabra.
Coreen frunció el ceño
—Sandy, ¿cual es el problema? —preguntó suavemente—. No eres la misma
últimamente. ¿No se supone que tu jefe viene hoy a traer esos papeles que dejaste en
Houston?
—Supongo que viste el fax que me envió —dijo Sandy—. Dijo que tal vez, pero
dudo que venga. Al Sr. Cranson no le gustan mucho de fiestas. Él es únicamente un
hombre de negocios.
—¿Conduce un Mercedes negro? —preguntó Coreen.
—Bueno, sí.
Coreen sonrió abiertamente.
—Entonces está aquí —dijo y dio silbido suave cuando un hombre grande
bajaba del automóvil—. ¡Vaya! ¡No me dijiste que era tan atractivo!
—¿Lo es, verdad? —murmuró Sandy, sonriendo—. Me gusta mucho. Pero él
está enamorado de otra persona.
—¡Que lastima!
—Sí —asintió Sandy y fue a recibir a su jefe—. Me alegro de que haya venido,
Sr. Cranson.
—Dadas las circunstancias, podrías llamarme Phillip —le dijo, mientras le daba
un pesado archivo—. Creo que éste es el expediente perdido.
—Sí, lo es Sr…. Phillip —rectificó—, ella es mi cuñada, Coreen. Coreen, el Sr.
Cranson.
—Encantada de conocerlo —dijo Coreen, sonriendo—. Ted y yo hemos oído
hablar mucho de usted.
—Espero que bien —dijo dirigiendo una seca mirada Sandy y mirando su caro
traje—. Parece que me he arreglado demasiado.
—Estamos haciendo una barbacoa y después habrá baile —dijo Coreen—.
Espero que pueda quedarse.
Él sólo la escuchó a medias. Sus ojos estaban fijos en Sandy. Su jefe había puesto
su brazo alrededor de ella cuando caminaban hacia la barbacoa, y su corazón saltaba
furioso. Sentía los celos como si fuera ácido en su estómago, y se preguntaba por qué
eran tan intensos.
Missy advirtió que se enderezaba y se apartaba, mientras se limpiaba los ojos
con el pañuelo que llevaba.
—¿Cuál es el problema?
Él no contestó y ella siguió su mirada enfadada hacía Sandy y el hombre grande
y moreno que había a su lado.
—Ella no te gusta nada, ¿verdad? —dijo Missy con evidente satisfacción—. Me
alegro. Ojala se case con su jefe y se marche. Odio ver como te altera.
—Ella no me altera —dijo con seriedad—. Su opinión no me importa.
—Bueno. Entonces puedes bailar conmigo, ¿verdad? —dijo indicando la pista
de baile.
Él fue con ella, pero su corazón no estaba allí. Si sólo pudiera apartar sus ojos de
Sandy. ¡Maldita fuera!
Sandy, ignorante de la reacción que estaba causando, comió de la barbacoa con
su guapo jefe y entonces se sentó y habló de los ordenadores hasta que la música
cambió a las canciones lentas.
—¿Quieres bailar? —preguntó Jobe de repente.
Ella se sobresaltó. No se había dado cuenta de que estaba tan cerca. Titubeo.
—¡Oh, ve! —le dijo el Sr. Cranson reprendió—. Has sido muy amable al hablar
conmigo toda la tarde. Ve a disfrutar.
Jobe miró al hombre, pero asintió educadamente cuando tomó la mano de
Sandy y la atrajo hacia él. Estaba tensa en sus brazos, tan tensa que parecía que se iba
a romper.
—Relájate —le dijo enfadado—. ¿Qué crees que te voy a hacer en la pista de
baile?
«Te asombrarías», pensó con rabia. Su corazón y su respiración estaban a mil
por hora. Sentía las piernas como gelatina. Sólo manteniendo el cuerpo rígido podía
aparentar algo de dignidad.
Solo quería que la abrazara como lo había hecho antes con Missy y sentir su
fuerza. Pero eso era algo que no se atrevía hacer. Su mano grande le sujetaba la
espalda. Sus manos se unieron y su mejilla se apoyó en su sien cuando él se movió
despacio al ritmo de la música. Su respiración era cálida en su pelo.
—Siempre hueles como las violetas —murmuró él.
Ella no supo que contestarle pues él también tenía su propia fragancia, un
aroma que se pegó a su cara, uno que ella siempre asociaba con él. Era extraño como
despertaban sus sentidos estaban cuando él la abrazaba. Nunca había estado así. Sólo
había bailado con él una vez con él en toda su vida, y ése había sido una cuadrilla.
Esto era diferente. Estaban muy juntos y era demasiado íntimo. Se sentía vulnerable
y no quería serlo.
—Estoy… cansada —protestó ella, intentando soltarse débilmente de su abrazo.
—No, no lo estas —contestó, manteniéndola en el sitio. Levantó la cabeza y la
miró a los ojos implacable—. Ahora, relájate —le dijo con suavidad.
Él parecía capaz de hacer que su cuerpo lo obedezca. Poco a poco, ella se relajó
y se estremeció ligeramente reaccionando ante lo que su cercanía le provocaba.
Todos sus sentidos parecían estar alertas, y alborotados por las sensaciones. Su mano
grande le acarició la columna de arriba a abajo, invitándola a acercarse a su poderoso
cuerpo. Ella se estremeció de nuevo. Sin querer, apoyó la mejilla en su hombro calido
y cedió a todos los anhelos prohibidos del pasado.
Él suspiró nervioso. Estaba teniendo sus propios problemas por abrazarla. Era
maravilloso. Era mejor de lo que alguna vez pensó que podría ser. Sus ojos se
cerraron. La sentía suave, dulce y femenina contra él. Las luces estaban bajas y ellos
se encontraban en las sombras, un poco apartados de los otros bailarines.
Impulsivamente él bajó su cabeza hasta poder sentir su boca suave bajo sus labios
escrutadores. Él suspiró profundamente y dejó de bailar.
Su boca se abrió y se volvió exigente, feroz y dura en sus labios temblorosos,
que se abrieron para él. Ella se enderezó un poco y se apretó contra él, mientras un
sollozo salía de su pecho. Su mano estaba en su cuello, instándola, guiándola. Él sólo
levantó la boca para bajarla de nuevo, con besos suaves que la hacían temblar.
—Sandy —gimió, mirando a su alrededor con un deseo tormentoso. Había un
árbol grande cerca y nadie les estaba prestando atención en ese momento.
Condujo a Sandy detrás del árbol y colocó su cuerpo contra el suyo con una
necesidad ardiente, aplastándola suavemente entre el árbol y él.
—No…. —le susurró cuando ella emitió una débil protesta—. No, mi amor, no,
no luches…
Sa boca cubrió la de, con un beso lento y dulce y puso los brazos de ella
alrededor de su cuerpo, de nuevo. Ella no protesto. Él la besó hasta que ella sintió
que se debilitaba, pero la tenía apoyada contra el árbol y sus brazos. Tantos sueños se
hicieron realidad en ese corto espacio de tiempo, tantos anhelos dolorosos… Ella
nunca se había imaginado que hubiera un deseo tan dulce entre ellos. Ella lo quería
con todo su corazón, lo amaba, lo necesitaba. El mundo seguía girando a su
alrededor y allí estaban sólo los dos con el deseo creciendo a pasos agigantados.
Tenía que parar. Le dolía el cuerpo de deseo, aunque no hizo caso, empujando a
Sandy hacia el tronco de un árbol abrazándola tierna y protectoramente. Ella no
podía dejar de temblar. Se estremecía entre sus brazos mientras él la mecía en el
silencio de la calurosa tarde, roto solo por las notas dulces y melodiosas de la música.
Él enterró la cara en su cálida y olorosa garganta, mientras luchaba por controlar el
deseo ardiente que sentía.
Ella abrió los ojos y miró las hojas oscuras sobre ellos, y más allá de ellos, las
estrellas. Estaban como fuera del tiempo. Tenía miedo de romper el silencio, si decía
algo. No se atrevía a preguntar el por qué. No quería saberlo. Era suficiente era que
él la quisiera, aunque fuera durante un breve tiempo. Podría vivir así para siempre.
Sus ojos se cerraron de nuevo y se quedó de pie pegada él sin protestara, ni emitir
ningún sonido.
Él le permitió moverse pulgada a pulgada, con su cara como el granito. No dijo
nada. Ella podía sentir sus ojos, pero estaba demasiados oscuros para verlos. Su
cabeza bajó y ella se quedó helada cuando se separó. El sonido de su propia
respiración era extraordinariamente fuerte. Ella no levantó la vista. Se envolvió con
sus propios brazos para calentarse del frío que sentía cuando se había retirado.
Todavía le flaqueaban las piernas. Ellos no hablaron. Un minuto después, la voz
chillona de Missy llamando a Jobe le hizo volver a la realidad. Él maldijo entre
dientes, pero él se volvió y fue hacía ella. No quería que viera a Sandy tan vulnerable
e indefensa. Esperaba que su propia agitación no se notara bajo la tenue luz.
—¡Aquí estas! —dijo Missy, cogiéndolo del brazo—. Están a punto de tocar la
última canción. Estoy lista para irnos cuando quieras. ¿No te has divertido?
Él no le contestó. Su mente estaba dando vueltas.
Sandy quiso llamarla, pero no podía admitir que tenía miedo de estar sola con
Jobe. «Sola», meditó cómicamente, «en medio de un rancho con los vaqueros por
todas partes. ¡Que risa!»
La mano enguantada de Jobe descansó en el pomo de la silla. No la miraba a
ella, sino a lo lejos, con el ancho sombrero calado hasta sus ojos grises.
—Esa lluvia va a ser bienvenida dentro de dos días. Espero que logremos
almacenar este heno.
—¿Será difícil… arreglar la máquina?
Él volvió la cabeza y examinó sus ojos bajo el borde de su ancho sombrero de
paja, viendo su nerviosismo y su vulnerabilidad tan poco familiar. Acercó su caballo
al de ella.
—No tengas miedo —dijo inesperadamente, sosteniendo su mirada.
Ella se rió insegura.
—¿Miedo? ¿De tí?
—No pensaba seguir con lo que paso la otra noche, Sandy —dijo muy serio—.
No era consciente de lo que hacía, pero no tienes porqué preocuparte.
Su corazón se hundió. Ella no lo miraba.
—Ya veo.
—A menos que…
Ella lo miró
—¿A menos que qué? —sus ojos entrecerrados se posaron en su boca.
—A menos que estés deseosa de arriesgarte conmigo.
Su respiración quedo atrapada en su garganta
—¿Qué…? ¿algo así como…una oportunidad?
Él la miró cuidadosamente.
—Del tipo que probamos juntos anoche —contestó—. Fue bueno. Mejor de lo
que había pensado que alguna vez podría ser. Ya hemos salido con otras personas.
¿Por qué no probamos durante un tiempo a ver como nos va siendo una pareja?
Ella sentía que su corazón se detenía en su pecho. Era lo último que esperaba
que le dijera.
—¿Qué pasa con Missy? —preguntó.
—¿Qué pasa con ella? —su cara endureció—. No le he hecho ninguna promesa.
—Sí, lo recuerdo. Tú no les haces promesas a las mujeres.
—No hagas un chiste de eso —dijo rotundamente—, no estoy bromeando. Esto
es un asunto serio.
Ella se mordió el labio inferior y lo miró fijamente, medio asustada —eres un
hombre soltero y te gusta serlo, pero a mi no me gustan las aventuras. Lo siento.
Capítulo 4
Si Sandy pensaba que la lluvia iba a evitar su cita con Jobe, estaba muy
equivocada. Fue a buscarla esa tarde, después de guardar el heno. Estaba oscuro y
lluvioso y Sandy estaba sentada en el cuarto del jardín de afuera, mirando la lluvia
que mojaba los árboles. Jobe la encontró, acurrucada en un sofá con pantalones
blancos y un top corto azul.
—¿Me estás evitando? —le preguntó calladamente.
Ella se sentó de repente, agitada
—¿Por qué?, claro que no.
Él entró, se quitó su sombrero y se sentó a lado de ella en el sofá.
—Me gustan las películas de miedo —dijo sin preámbulo—. Hay un cine en el
centro de la ciudad. Si quieres ver otra cosa, creo que hay una comedia en el Grand.
—Me gustan las películas de miedo.
Él asintió.
—Podemos tomarnos una pizza o una hamburguesa y patatas fritas antes de ir
al cine. O, si quieres algo mejor, también hay una cafetería.
Él estaba tanteándola, para ver si le molestaba una comida barata.
Ella lo miró a los ojos durante largo rato.
—No tengo que ir a los mejores restaurantes o a la ópera o a una obra de teatro,
si es eso lo que estas pensando —dijo suavemente—. Me gusta la hamburguesa y las
patatas fritas, y los cines también me gustan.
—Sin embargo, no es a lo que estás acostumbrada —agregó, con un suspiro—.
Para serte sincero, tenía mis dudas sobre invitarte a salir —dijo mientras le daba
vueltas a su sombrero—, Quizá es una mala idea.
No sabía qué decir. Ella cambió un poco.
—Cualquier cosa que quieras hacer me parece bien —le dijo.
—¿De verdad? —sus ojos relucieron. Tiró su sombrero en el suelo, la cogió por
la cintura y la empujó hacía el sofá, al mismo tiempo que la besaba.
Ella no podía respirar y, mucho menos, protestar. Era brusco, como si su
contestación lo hubiera enfadado. No vaciló, ni hubo ninguna ternura, su boca
exigiendo con el peso de su cuerpo sobre el suyo.
Ella hizo un suave sonido de protesta y él cedió, alzando su cabeza para
mirarla.
—Esto es lo que quiero hacer —dijo bruscamente, mirándola como si la
odiara—. ¡Es lo que he querido hacer desde que tenías diecisiete años, ¡Demonios!
Ella palideció, mientras veía el mismo odio escrito en su cara. Él la quería y se
odiaba por eso. Si ella hubiera soñado con «vivieron felices», se habrían esfumado
Él no estaba en la oficina cuando fue a echar una mirada al ordenador, pero Ted
si estaba allí, y la miró ceñudo.
—Sí lo está.
Un suave sonido en el vestíbulo captó su atención. Ella se volvió cuando Jobe
entraba por la puerta. Pero no el hombre de sus recuerdos. Este era frío y parecía tan
duro como el acero. Apenas la saludó antes de volverse hacia Ted.
—Tenemos seis caballos perdidos. El cerco se rompió en Jasper Road.
—¿Cómo? —preguntó Ted, el asunto le interesó.
—Un camión no respetó el límite de velocidad y tuvo un accidente. Tengo a los
hombres buscándolos.
—Iré a echar una mano. Sandy dice que puede recuperar los archivos para ti —
agregó, señalando hacia Sandy—. Puedes ayudarle mientras atiendo a mis caballos.
Él salió, y Jobe maldijo por lo bajo.
—No te necesito para nada —dijo Sandy dirigiéndose a él—. Pero parece que no
nos queda más remedio que estar juntos.
Él se paró de camino hacia su silla, mirando la rapidez de sus dedos por las
teclas.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, distraído.
—Estoy usando un programa para recuperar los archivos. Si borras algo
accidentalmente, la mayoría de las veces se puede recuperar si se sabe como hacerlo
—dijo y siguió explicándole lo de los archivos temporales y como se guardaban, así
como se usaba el programa de recuperación.
—Eso es increíble —le dijo.
—¿Sí, verdad? —sonrió—. Crecí viendo las repeticiones de “Viaje a las Estrellas”.
Siempre quise ser una experta en ordenadores, como el Sr. Spock.
—Muchos niños lo hicieron —dijo, devolviéndole la sonrisa—. Haces que se vea
fácil.
—He estado haciéndolo durante muchos años. La práctica mejora la mayoría de
las cosas. Eres bueno con los caballos y el ganado —agregó, mientras tecleaba—.
Porque creciste haciendo eso.
Él estaba de pie detrás de ella, mientras miraba la pantalla. Su mano delgada
tocó su pelo ligeramente.
—Te he echado de menos —dijo de repente.
Ella sostuvo su respiración
—¿De verdad?
—Ted dijo que estaba a punto de despedirme —continuó— Sabía que estaba
equivocado, creo, pero no me lo decía con palabras —hizo una pausa—. Hablando de
eso, ¿cómo está tu humor?
—Según mis colaboradores, no mucho mejor que el tuyo.
Él acercó su silla y puso las manos en sus brazos.
—No.
—Lo siento.
—No te preocupes. No me molesta la pregunta. Perdí su rastro cuando él
murió. Supongo que todavía estará investigado cosas confidenciales en algún
laboratorio. Quizás encontró a un hombre lo bastante inteligente para satisfacerla,
pero me imagino que no se quedó con él, porque, si él fuera demasiado inteligente,
tampoco le gustaría la competencia.
—Mi madre no era tan inteligente, simplemente era así especial —confesó—.
Eso afectó a Ted de mala manera. Si Coreen no lo hubiera convencido, dudo que se
hubiera casado alguna vez.
—Era muy dulce —asintió, mirándola con una tierna sonrisa—, Tú también.
Bajo ese duro exterior y ese cerebro de ordenador, eres una mujer dulce.
—¿Eso es un cumplido?
Su boca rozó la suya.
—¡Oh, creo que sí! —murmuró.
Su respiración susurró cerca de su nariz.
—He pasado años intentando pretender que eras, simplemente, otra mujer de
carrera como mi madre. Pero cuando te veo con el hijo de Ted y Coreen en tus
brazos, no te pareces mucho a una dura mujer de carrera, Sandy.
Ella buscó sus ojos pálidos curiosamente.
—Nunca has hablado sobre los niños, excepto una vez —recordó, y parecía
incómoda—. Le dijiste a Ted que no querías un montón de niños expertos en
ordenadores.
Le puso el dedo índice sobre los labios.
—Todos decimos cosas que no queremos decir —le dijo—. No quise decir eso.
He estado luchando una batalla perdida contigo durante muchos años. Es duro dejar
de hacerlo.
—Lo sé. Pensé que mi vida era exactamente como la quería. Entonces vendría a
casa y te vería…
Él asintió.
—Te entiendo perfectamente —se acercó para abrazarla y se inclinó a besarla de
nuevo, suavemente—. Esto me hace sentir bien.
—Mmm, ¿de verdad? —se rió entre dientes, cerrando los ojos—. Pero tienes que
dejarme hacer algo con los archivos de Ted.
—Pueden esperar.
—Supongo que si. Pero…
Entonces sonó el timbre de la puerta principal y se quedaron mirando, mientras
la Señora Bird dejaba pasar a una visita. Los dos fruncieron el entrecejo cuando
vieron quien era. Jobe soltó a Sandy cuando Missy se acercó. Ella lucía muy fresca y
bonita con un traje amarillo. Llevaba una cartera y una carpeta de archivos en las
manos.
—Pensé que podrías necesitar estos registros del rebaño —dijo, dirigiendo una
dulce sonrisa a Jobe—. Los cogí sin darme cuenta cuando salí —dijo mirando con
desagrado hacia Sandy—. Supongo que ha venido a buscar esos archivos perdidos.
—Y los he encontrado —dijo Sandy satisfecha.
Missy parecía incómoda.
—No pensé que pudieras recuperar los archivos perdidos.
—¿Dónde has estudiado? —preguntó Sandy intencionadamente.
—En una buena escuela —dijo Missy, a la defensiva, ruborizándose—. Nos
enseñaron cómo recuperar el material. Pero se me había olvidado.
—Mal asunto —dijo Sandy fríamente—. Sobre todo cuando se depende tanto de
la información guardada. Afortunadamente para Ted, sabía como recuperar sus
archivos. Hay una venta de producción este mes, como seguramente te habrá
comentado Jobe.
Missy sonrió.
—Bueno, supongo que lo hizo, pero nosotros no hablamos de negocios todo el
tiempo, ¿verdad, cariño? —le preguntó a Jobe.
Él parecía muy incómodo. Parecía como si Missy y él se hubieran unido para
protegerse de Sandy, y ahora se iba a convertir en un problema serio. Podía decir,
por la expresión de la cara de Sandy, que todavía tenía las dudas sobre Missy y él, y
no sabía como podría disiparlas.
Capítulo 5
Missy vio la inquietud de Jobe y decidió permitir que sus comentarios
penetraran durante algún tiempo.
—Bien, ahora me voy. Nos vemos el lunes —le dijo a Jobe con un destello en
sus ojos oscuros y una sonrisa.
—Claro —contestó.
Missy dejó los archivos en el escritorio. Sandy miró hacía ellos. Esos eran al
parecer los archivos perdidos que Missy pensó que había borrado con éxito. Debía
haber pensado pasar ese día guardando los archivos otra vez en el ordenador.
—Qué mala suerte —murmuró— habría perdido un día entero reinstalándolos.
Que vergüenza.
Jobe se veía preocupado.
—Yo no le animé a que hiciera eso. Sé que se ve mal…
Ella se acercó a él, sus ojos claros seguros y luminosos.
—Se como trabaja Missy —dijo—. No estoy celosa. Bueno, no mucho —ella
murmuró.
Él se rió entre dientes.
—¿Un poco?
Ella se encogió de hombros.
—Microscópico.
Él inclinó su cabeza y la besó despacio.
—¿Te gusta la comida china?
—Me encanta —susurró.
—Bien. Busca tu cartera y vamos.
—¡Pero los archivos de Ted…!
—Pueden esperar hasta que hayas comido. ¿No tienes hambre?
—Voraz.
—Bien, entonces, ¡vamos!
Jobe le agarró su mano y se la sostuvo hasta llegar a la camioneta negra que
conducía. La ayudó a subir, mirándola posesivamente todo el tiempo.
—La camioneta es un buen cebo para atrapar mujeres —murmuró en broma—.
Mira lo que he atrapado —inclinó la cabeza y la besó.
Ella siguió su labio superior.
—Trabaja en ambas direcciones —susurró, y le devolvió el beso.
Durante los días siguientes, la vida fue como un sueño para Sandy. Ella no
regresó a Victoria, decidiendo tomarse una semana de las vacaciones que nunca
había tomado. Ella y Jobe eran inseparables, para irritación de Missy. Un día fueron
a montar, cerca del Lago Turner. Era un lugar donde se podía pescar; los clientes
pagaban una cuota para lanzar sus cañas de pesca en el lago repleto de peces.
—¿No es divertido? —preguntó él, aplastando a un mosquito cuando tensaba el
hilo de su caña.
Ella estaba sentándose a su lado descalza balanceando los pies en el muelle.
—Divino —estuvo de acuerdo ella y a él le importaba. Ella no había pescado
desde la niñez. Era muy tranquilo, incluso con otros pescadores esparcidos
alrededor, y en compañía de Jobe era una ideal.
—Nunca había venido con una mujer a pescar —dijo, mirándola por debajo de
su gorra. Él se detuvo un momento—. Está bastante bien.
Ella echo una mirada a sus dos peces y a los tres de él.
—Bueno, soy una gran pescadora —comentó.
—Oh, eres muy sutil. Me parece bien que le permitas al hombre coger más
peces.
Ella echó su caña de pesca a un lado y, riéndose, se tiró al suelo arrastrándolo.
—Eres un cerdo chauvinista— murmuró.
Él sujeto sus brazos a la espalda y le sonrió abiertamente, su pelo rubio
despeinado, su sombrero en la hierba.
—Bien, espero que, por lo menos, me invitéis a la boda —dijo—. No soy mala
perdedora.
—No, no lo eres —dijo Jobe, sonriéndole—. Y no te metas en problemas,
pequeña.
—Lo haré lo mejor que pueda. Lo siento —agregó con timidez—. Parecía una
buena idea en su momento. Posiblemente no he crecido hasta ahora —dijo y salió por
la puerta rápidamente, cerrándola detrás de ella.
Jobe se levantó del escritorio con un suspiro y caminó hacia Sandy,
abrazándola.
—¿De verdad que no creíste una palabra?
Ella agitó su cabeza.
—Te conozco demasiado bien. Nunca me has mentido. Ni siquiera cuando era
adolescente. Te resultaba bastante sencillo decirme la verdad. Además —agregó,
bajando la cabeza—, te amo.
—Y también, te amo —le susurró, y la besó con pasión.
Capítulo 6
Dos semanas después, estaban casados. No tenían pensado irse de luna de miel,
pero Ted los envió a Nassau en avión y no tuvieron corazón para discutir con él.
Nassau fue lo más inesperado y glorioso de la vida de Sandy. A pesar de la riqueza
de la que Ted y ella disfrutaban, era un lugar al que nunca había ido. El día que
llegaron, no esperaron ni siquiera a cambiarse de ropa. Le dieron una propina al
botones que les llevó el equipaje a su habitación en el sexto piso de un hotel grande y
llamativo, en Cable Beach y después tomaron un taxi hacia el centro de la ciudad de
Nassau, dónde caminaron por las estrechas calles a lo largo de un alegre mercado de
productos artesanales de gran colorido y personas amistosas, contemplando
ociosamente a un buque de pasajeros en Prince George Wharf y deteniéndose a mirar
las vitrinas.
El aire olía a océano y aventura. Vieron la estatua del primer gobernador real de
la isla, Woodes Rogers, delante de uno de los hoteles más viejos de la ciudad, y
después pasearon a lo largo Bay Street, cogidos de la mano y soñando. Cuando
regresaron al hotel, empezaron a cambiarse para la cena cuando Jobe se volvió y fijo
sus ojos en Sandy que estaba de pie allí sólo con su bata de ositos, su pelo oscuro
suelto alrededor de sus hombros. Él tenía la camisa por fuera. Su pecho ancho,
velludo y musculoso y profundamente moreno, que la atraía como un imán. Con la
respiración en la garganta, fue hacia él, con su corazón latiendo. Ella lo miró,
notando su propia tensión, con la respiración entrecortada.
—Ahora —susurró ásperamente.
Él se dirigió hacia ella con delicadeza, y la atrajo hacia él.
—Ahora —murmuro, y se inclinó hacia su boca.
Después de varios minutos febriles, estaban en la cama, temblando uno contra
el otro con el sonido del fuerte océano afuera de la ventana cerrada, luchando con sus
ropas para lograr tocarse la piel.
—Oh, Dios… lo he roto —gimió cuando apartó la bata y su boca ardía en sus
senos pequeños y tensos.
—¿A quién le importa? —ella jadeó, tirando de su cabeza hacia ella—. ¡Oh,
Jobe, oh, Dios mío!
Ella se arqueó cuando una lenta caricia de su boca envió emociones de placer a
los lugares más secretos de su cuerpo.
Sus suaves gemidos hicieron que deseara tenerla de forma salvaje. Consiguió
desnudarse del todo y su boca mordió la de ella, se acomodó rápidamente entre sus
largas y temblorosas piernas.
—Lo siento — susurró—. Lo siento, va a ser… doloroso.
—¡No me importa!
Ella ajustó su cuerpo al de él con una necesidad tan violenta y tan hambrienta
por él que nada más le importaba. Apenas sintió el dolor cuando él la penetró, ya que
el placer que sentía con esas sensaciones tan exquisitas, la hacían sentirse voluptuosa
bajo su poderoso cuerpo. Suspiró ruidosamente.
—Sí, —gimió él, buscando su boca cuando sus caderas bajaron y se estremeció.
—¿Lo habías soñado alguna vez…? ¿pensaste que sería de esta manera? —
preguntó con voz ronca.
—¡Nunca! —ella encontró su boca y se alzó a él, amoldándose a su ritmo,
temblando con cada nuevo contacto— ¿Pasa algo? —susurró ella cuando él se paró y
miró hacia abajo a sus cuerpos unidos, instándola también a mirar.
—Estamos casados —susurró con inseguridad—, los dos vírgenes más viejos de
los Estados Unidos… ¡Buen Dios!
Su movimiento urgente y súbito lo cogió desprevenido y exclamó cuando ella
se movió de nuevo, mientras se contorsionaba bajo él.
Él fundió su boca con la suya con un gemido sutil y, de repente, no había
tiempo para saborearlo, prolongarlo. Había tensión y necesidad urgente. Él la incitó,
ahogándose en su dulzura, sus sollozos eran de éxtasis. Cuando ella se arqueó y
gritó, él ya estaba llegando al clímax y sentía que perdía la cosciencia en el placer
más dulce que había experimentado nunca, deslizándose por su cuerpo de una
manera tan poderosa que pensó que realmente podría desmayarse…
Minutos después, mojados por la transpiración y agitados como consecuencia
de hacer el amor de forma frenética, Sandy alzó la cabeza para mirar a su marido y
no pudo resistir hacerle una mueca grande y malvada.
—Supongo que valió la pena esperar, ¿no? —bromeó.
Él rodó, con la cara encendida por el amor y la felicidad y se rió como un niño.
—Oh, sí, cariño. Por supuesto que valió la pena —contestó, besándola y
llevándola con él al mismo tiempo—, te amo locamente. ¡Y en caso de que no
entendieras el mensaje la primera vez…!
Él no era el único enamorado y decidido a demostrarlo. El último pensamiento
consciente de Sandy fue que su matrimonio con Jobe iba a ser una aventura larga y
dulce. ¡Y éste era sólo el principio!
Fin