Justiça Internacional
Justiça Internacional
Ideas y reflexiones
Coordinación de Humanidades
ISBN 978-607-02-6020-9
Agradecimientos........................................................................................... 11
Introducción................................................................................................ 13
El federalismo............................................................................................... 129
El experimento histórico del federalismo................................................... 131
Federalismo hoy........................................................................................ 134
La equidad en el federalismo..................................................................... 136
Un candado necesario para el federalismo. El federalismo de Kant........... 137
Teorías contractualistas............................................................................. 138
Democracia y federalismo......................................................................... 143
La negación del Estado nacional............................................................... 145
Bibliografía.............................................................................................. 253
AGRADECIMIENTOS
Tal vez la primera deuda que tengo por la realización de este libro es con el gran
filósofo político John Rawls, quien fuera profesor de Harvard cuando yo cursaba
la maestría en el mit, y con quien tome su conocido curso sobre la justicia. Creo,
sin temor a equivocarme, que todos los estudiantes de esa época nos vimos cim-
brados por su libro Teoría de la justicia. De alguna manera experimenté una mayor
influencia debido a que mi esposo, Juan Rebolledo, fue su adjunto en Harvard, así
que muchas discusiones entre amigos, en nuestro departamento de Cambridge,
giraron en torno a tan trascendente libro. Quienes tuvimos la posibilidad de hablar
alguna vez con Rawls siempre recordaremos su gran inteligencia, aunada a una
profunda sencillez, virtudes que sólo en muy pocas ocasiones se encuentran con-
juntamente.
Este libro surge de mi tesis de doctorado en Relaciones Internacionales; no
obstante, el tema de la justicia internacional ha arraigado en mi mente durante
varios años, debido a que, pese a la violencia, la opresión, el ansia de dominio y el
caos que observo en el contexto internacional, no dejo de pensar que, si de verdad
queremos aminorar estos conflictos, necesitamos encontrar un mecanismo viable y
estable que nos conduzca hacia una justicia internacional. Hoy más que nunca estoy
convencida de que la guerra, el poder duro y la destrucción sólo generan más vio-
lencia, más odio y más inestabilidad. Este libro es un ejercicio de reflexión sobre
algunos temas asociados con la posiblidad de escapar del círculo vicioso del conflic-
to, la violencia y la guerra.
Hay personas a las que me gustaría agradecer haber discutido el tema a pro-
fundidad conmigo: en primer lugar, a mi esposo, Juan Rebolledo Gout, quien tuvo
la grandeza y paciencia de siempre escuchar mis argumentos, debatirlos y hasta
iluminarlos en todo momento. Asimismo, agradezco a mi gran amigo Germán Pérez
Fernández del Castillo, quien estuvo atento a prestarme ayuda siempre que fue
necesario; lo mismo a mi gran profesor y amigo Héctor Cuadra, quien me apoyó a
lo largo del doctorado; a María Luisa Parraguez, con quien discutí la estructura del
libro. Y a Faviola Ribera Castro y Jesús Rodríguez Zepeda, quienes indiscutible-
mente son dos de los principales expertos en Rawls de nuestro país, por su acuciosa
lectura y esclarecedores comentarios, así como a Judith Bokser, en quien siempre
12 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
Ahora bien, estas nuevas aproximaciones teóricas no podían explicar las rela-
ciones entre países que no comparten instituciones. Aunque correctamente subra-
yaban la cooperación, las tensiones parecían ser casi ignoradas. La contundencia
de los acontecimientos del 11 de septiembre (el 9/11) mostró que ni las explicacio-
nes de las teorías del poder ni la euforia del neoliberalismo proporcionan los ele-
mentos necesarios si lo que deseamos es comprender el mundo; mucho menos si
lo que queremos es construir uno mejor. Aunque, por desgracia, algo que sí consi-
guieron los sucesos del 9/11 fue ejercer presión para la restauración del paradigma
realista; algo desafortunado porque el dilema entre tensión y cooperación necesita
para su comprensión de un marco conceptual más rico que el que nos ofrecen el
realismo o el institucionalismo.
Las principales preguntas que nos formulamos en el presente trabajo son:
dado el dilema de que podemos percibir al mismo tiempo relaciones de tensión y de
cooperación entre diversos países en el contexto de la comunidad internacional,
¿es posible formular algunos elementos que nos permitan establecer un funda-
mento justo y equitativo para las relaciones internacionales?; ¿estamos condenados
al enfrentamiento, la guerra, el predominio del poder, la injusticia y la destrucción?;
¿es posible hablar de justicia en el ámbito internacional?; ¿existe alguna relación
entre el orden internacional y la justicia?
Nuestra hipótesis principal es que con una teoría federalista de la justicia po
demos dar cuenta tanto del conflicto como de la cooperación y, en consecuencia,
podremos aspirar a establecer relaciones de equidad que no solamente sean racio-
nales, sino también justas y que promuevan el orden y la cooperación. A partir de
un método constructivista presentaremos una propuesta que, de ser aceptada, podre
mos utilizar tal vez como parangón para juzgar a las instituciones internacionales,
así como para analizar las relaciones entre los países.
Probablemente, una de las más interesantes propuestas recientes en el ámbito
normativo de las relaciones internacionales es la que John Rawls plantea en El
derecho de gentes, donde establece principios que permitirían la generación de un
marco conceptual para construir relaciones positivas entre los países o, cuando
menos, para determinar normas mínimas de tolerancia entre ellos, excepto en el
caso de aquellos Estados que él llama proscritos, a los que no encuentra razón
alguna para tolerarlos, pues los percibe como altamente peligrosos. Aún más, a una
sociedad bien ordenada le otorga el derecho de intervenir en dichos Estados para
defender principios observados por el resto de las sociedades.
Una de las preguntas clave que atraviesa este trabajo es si la propuesta de Rawls
ayuda o no a comprender la tensión profunda entre conflicto y cooperación. ¿Per-
mite su marco teórico superar las limitaciones de otros que no son capaces de expli
car ambos fenómenos?; ¿son suficientes los principios propuestos para acercarnos
INTRODUCCIÓN 15
a una posible paz duradera, a un estado más o menos estable del orden internacio-
nal donde se dé la cooperación?
Trataremos de demostrar que la respuesta de Rawls es insuficiente y no ayuda
a comprender e impulsar la cooperación entre países, pues, en un sentido amplio,
excluye a los Estados proscritos de su construcción. Argumentaremos por qué si
realmente queremos lograr una paz duradera tendremos que lidiar con ellos. Para
aproximarnos paulatinamente a la paz necesitamos de un proceso gradual con di
rección a un contexto internacional más justo, lo cual, como demostraremos, sería
en nuestro beneficio.
Asimismo, analizaremos cómo la situación actual nos obliga a ser incluyentes
en el contexto internacional y a no excluir a los llamados proscritos. La globaliza-
ción liberó algunas fuerzas y está contribuyendo a crear un mundo completamente
diferente, con la participación de una revolución tecnológica que impulsó la super-
carretera de las comunicaciones, por lo que estamos enfrentando un mundo con
incertidumbres que las generaciones previas no conocieron.
Tal parece que la aldea global llegó para quedarse. Constantemente, el planeta
entero padece las consecuencias imprevistas de los acontecimientos que ocurren en
alguna población remota. La apertura mundial queda más allá de cualquier con-
trol. Paradójicamente, levantar muros se ha vuelto una estrategia para resolver los
problemas actuales, pero sin importar cuántos muros intenten construir los países,
ésta nunca será la solución y siempre se encontrarán los medios para derribarlos o
saltarlos. Para bien o para mal, los problemas actuales son comunes y requieren
soluciones igualmente comunes.
Los países están de tal forma interconectados que la combinación de coopera-
ción y manejo de tensiones demuestra, según expondré, que la propuesta de John
Rawls es insuficiente. Al no incluirse a todos los miembros de la comunidad interna
cional no logrará construir el marco conceptual que pueda dar cuenta de la coopera
ción, pero también del conflicto y, sobre todo, que les permita a los países establecer
relaciones racionales, equitativas y que conduzcan a la paz.
Para resumir, la propuesta de Rawls no es adecuada principalmente por dos
razones: por una parte, como señalamos, excluye a los Estados proscritos, lo cual
consideramos inadecuado si deseamos resolver el principal problema que enfrenta
la comunidad internacional: el terrorismo como expresión máxima del conflicto.
De hecho, sostenemos que es preciso comprender la lógica con la que actúan dichos
Estados. El terrorismo no es un asunto que pueda resolver un solo país, lo cual re
sulta claro al observar sus principales características: su movilidad, su flexibilidad,
su persistencia y su circulación a través de las vías de comunicación modernas; por
lo tanto, para detenerlo es necesaria la cooperación del mayor número de países
posible.
16 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
desarrollan mecanismos de compensación que impiden pasar por alto a otros inte
grantes del conjunto o, en el caso de las relaciones internacionales, ignorar el poder
real de algunos países.
El federalismo global exige que los países negocien. En la escala internacional,
la pluralidad de Estados iguales en derechos es tan deseable como la pluralidad
social. No pretendemos aquí proponer un mundo federalista con un súper Estado
federal global, sino resaltar las virtudes del principio según el cual, incluso cuando
las partes son desiguales, existe la posibilidad de llegar a acuerdos mediante un pro
ceso de negociación. Aunque es cierto que incluye el concepto de federalismo en
su propuesta, John Rawls elimina a los países que llama proscritos como partes de
ese federalismo. Veremos cómo los excluye de la negociación y cómo esa decisión
lo conduce a un resultado diferente del que proponemos.
Algunas otras de las preguntas por responder en el presente trabajo son: ¿qué tan
importante es la cultura para la justicia internacional?; ¿tiene relevancia cuando se
toman decisiones en el campo de las relaciones internacionales?; ¿existen culturas
superiores en todos los aspectos?; ¿se deben imponer las culturas o se debe permitir
que florezcan a cualquier precio, incluido el de violar los derechos humanos con tal
de preservar sus tradiciones?
El multiculturalismo y el monoculturalismo han sido motivo de constante re
flexión en los inicios del presente siglo. A finales del anterior existía una tendencia
casi unánime que promovía el multiculturalismo como la posición más “política-
mente correcta”; no obstante, los atentados terroristas que se han suscitado en esta
primera década del siglo xxi han reiniciado el debate.
Analizaremos estas concepciones diferentes y mostraremos sus fortalezas y
limitaciones. El presente estudio considera las culturas nacionales como un com-
ponente fundamental para la identidad y la fortaleza de los países, aunque no las
concibe como algo inmutable. No es posible catalogar todos los elementos de una cul-
tura como positivos, pues en la historia hay muchos momentos en que surgen y
prevalecen costumbres que no deben aceptarse sólo porque provengan de una tra-
dición. Las culturas evolucionan, cambian y desaparecen. Cuando se procura esta-
blecer mejores relaciones entre los países es preciso tomar en cuenta la importancia
real del factor cultural, aunque como un aspecto abierto a la reflexión.
En el camino hacia la paz perpetua resulta imprescindible aceptar la diversi-
dad, así como también alentar a los actores a que acepten la posibilidad de permitir
algunos cambios culturales. Sería deseable que los pobladores de cada nación fueran
lo suficientemente humildes como para aceptar que podrían convertirse en un mejor
país si aprenden de otras culturas, pero también lo bastante claros como para rea-
firmar algunos aspectos de las propias que pudieran ser considerados como benéfi-
cos para la humanidad, incluso un avance en términos históricos.
18 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
1 El “velo de la ignorancia” es lo que Rawls introduce a su restricción hipotética para lograr una perspec
tiva imparcial de los individuos que decidirán sobre los principios de justicia en la estructura básica
de una sociedad. Dicho velo de la ignorancia impide que los individuos tengan conocimientos particula-
res sobre ellos mismos o sus sociedades para que las partes estén en condiciones de tomar una decisión
imparcial, cuyo resultado será la adopción de un sistema de justicia como equidad.
En todos los casos en esta obra, la traducción del inglés al español de las citas es propia.
INTRODUCCIÓN 21
partes, de modo que podrían ser aceptadas como un primer paso hacia la tan nece-
saria paz perpetua, además de que las obligaría a interactuar en una negociación ra
cional, precisamente por la importancia de la construcción de una posición original.
Lo que proponemos en este trabajo no es un gran modelo que resuelva todos
los problemas a nivel internacional, sino un simple mecanismo que ayudará a cons-
truir una mejor arquitectura institucional para fortalecer las relaciones internacio-
nales. Podemos concebirlo ya sea como un imperativo categórico, que como
personas racionales estaríamos obligadas a seguir, sin importar que tan inalcanza-
ble pueda parecer, o podemos preguntar a las partes, una vez que la negociación
hubiere concluido, si estarían dispuestas a colocarse en una posición original, y de
cirles que se trata de verificar si tomaron una decisión aceptable tanto para el país
más poderoso como para el más débil. Sólo entonces podrían afirmar que han contri
buido a la construcción del camino hacia una mayor cooperación o hacia la paz
perpetua, lo cual por ahora es más que suficiente.
A partir de lo anterior, el principal objetivo de este volumen será presentar
algunos aspectos que aporten a la estructuración de una teoría federalista de la
justicia en las relaciones internacionales, para lo cual procederemos de la siguien-
te forma: en el primer capítulo expondremos algunos de los paradigmas más
importantes en el campo de las relaciones internacionales, centrándonos en la
forma en que la teoría realista aborda el conflicto, pero deja de lado la coopera-
ción. En contraste, analizaremos cómo el institucionalismo subraya la importancia
de la cooperación aunque tiende a minimizar el conflicto. La intención es demostrar
que ninguno de los dos es suficiente, desde el punto de vista teórico, para explicar
las relaciones entre los países.
En el segundo capítulo abordaremos el tema de la justicia, cómo la han enten-
dido distintos autores y lo que significa hoy en el ámbito internacional. En el terce-
ro revisaremos dos importantes predicciones acerca del contexto internacional
pertenecientes al paradigma institucionalista. Ambas relevantes, pues incluyen el
factor cultural como un elemento insoslayable, aun cuando, paradójicamente,
ambas concluyen que la cultura no es tan importante, además de coincidir en la
creencia de la superioridad de la cultura occidental. Una vez asentada la importan-
cia de la cultura, discurriremos sobre su papel a partir de la idea de que existen por
lo menos dos líneas de pensamiento en este campo: la de quienes consideran que
el multiculturalismo es la estrategia “políticamente correcta” de los Estados
modernos y la de quienes subrayan la superioridad de los valores occidentales.
Trataremos de demostrar que, por medio del diálogo, una postura intermedia es la
que más nos puede servir para encontrar los mejores elementos de cualquier cul-
tura en materia de relaciones internacionales; la clave es reconocer la relevancia
de las culturas de los distintos países.
22 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
2 Hedley Bull (1995: 44) argumenta que en el contexto internacional no hay una anarquía en abstracto,
sino una sociedad internacional o sistema de Estados, una sociedad anárquica.
28 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
3 Al
hablar del sistema de polaridad nos referimos a los bloques de poder que se constituyen en el sis
tema internacional. En el mundo bipolar existen sólo dos países hegemónicos que mantienen áreas de
influencia. Esta situación se dio claramente durante la guerra fría, que dividió al mundo en dos bloques
liderados por Estados Unidos y la Unión Soviética. En el multipolar son varios los poderes, cuando
menos cinco, que participan en el equilibrio internacional; no obstante, al concluir la guerra fría lo que
claramente se observó fue un mundo unipolar, donde Estados Unidos era la potencia hegemónica.
CONSIDERACIONES TEÓRICAS 29
bilidad de que exista una sociedad a nivel internacional y considera que las relacio-
nes internacionales tienen un carácter universal, atemporal e inmutable (Lebow,
2008: 2).
La revolución de la información trajo consigo importantes consecuencias no
contempladas. El mundo globalizado accedió a la comunicación instantánea y,
aunque el totalitarismo soviético intentó aplastar a la sociedad civil y diluir la incon
formidad, estos cambios tecnológicos imposibilitaron el ocultamiento prolongado a
escala internacional de los problemas económicos padecidos por la Unión Soviéti-
ca y su fracaso se hizo evidente. Al mismo tiempo, los avances del mundo libre no
podían tampoco ocultarse del todo en los países totalitarios. Sus habitantes comen-
zaron a mirar en la televisión cómo vivían otros pueblos y por medio de las computa
doras pudieron comunicarse con el resto del mundo prácticamente en tiempo real.
Se cuestionaba la legitimidad del sistema en una época en la que los derechos
humanos comenzaron a protegerse cada vez más y en un mayor número de países,
mientras que la libertad se restringía en los Estados totalitarios. En todas las socie-
dades floreció el reclamo de mejorar la protección de los derechos humanos, y en
general los ciudadanos comenzaron a luchar no sólo por sus propios derechos, sino por
los de todos los seres humanos.
A finales de los ochenta del siglo anterior, la guerra fría llegó a término con la
caída del mundo socialista y comenzó a gestarse una realidad que no consistía única
mente en la omnipresencia del conflicto, sino también en la emergencia de la coo-
peración. Como lo sostiene Thomas Kühn, cuando el viejo paradigma no puede ya
explicar muchos elementos de una realidad novedosa surge la necesidad de crear un
nuevo paradigma.4 La teoría realista no parecía la más adecuada para explicar algu
nos matices que definían a distintas épocas históricas pues, por ejemplo, no permitía
comprender las diferencias entre la guerra fría y los años inmediatos a su finalización.
Si se quiere analizar la posición de la Unión Soviética en la primera etapa y al
mismo tiempo dar cuenta, utilizando las herramientas teóricas y metodológicas de
los realistas, de la voluntad de Rusia para cooperar con Estados Unidos en el momen
to histórico posterior no se apreciará ninguna diferencia clara entre ambos periodos,
aunque todos sabemos que son muchas e importantes. Resulta difícil explicar las
transformaciones cuando están alejadas del conflicto.
4 Ciertos autores critican que sólo se hable de los paradigmas realista e institucionalista. El llamado movi
miento posmoderno cuestiona en este campo las categorías de esos paradigmas dominantes. La genea
logía se basa en el análisis de los conceptos al estudiar los choques de ciertos discursos para imponerse,
analiza qué voces se callan, cómo se definen las fronteras y los ciudadanos, y cómo se excluye a deter-
minados grupos (Booth y Smith, 1995).
CONSIDERACIONES TEÓRICAS 31
bia, en vez de como una cooperación constante. Los neorrealistas, por su parte,
estarían interesados únicamente en saber quién es el ganador en cualquier rela-
ción entre países, mientras que los neoinstitucionalistas se preocuparían por ubi-
car las ganancias de todas las partes.
Como ya lo mencionamos, si para el realismo el poder es el motor de todas las
relaciones, entonces nos podemos preguntar ¿por qué aceptarían algunos países
poderosos que los guíe una superpotencia? Asimismo, nos podemos cuestionar
¿por qué son relevantes las instituciones internacionales si no cuentan con el
poder suficiente para aplicar castigos cuando se violan los acuerdos? También se
debe explicar por qué las instituciones funcionan a pesar de lo anterior, caracterís-
tica que constituye su fuerza. A los neorrealistas no les agrada la aparición de nue-
vos actores, como las ong o las instituciones internacionales, pues son difíciles de
analizar en su paradigma. Éste es precisamente el punto que los distingue de los
neoinstitucionalistas, quienes registran la existencia de las instituciones y sostienen
que es necesario observar el importante papel que desempeñan en la política mundial.
Cabe mencionar que mientras para los neorrealistas el análisis de las instituciones
carece de relevancia, para los partidarios del institucionalismo es central abordar
las preocupaciones comunes entre las naciones, así como las reglas que estructu-
ran sus relaciones y la interdependencia económica.
Waltz piensa que la reflexión sobre el contexto internacional no debe distraer-
se con consideraciones sobre la política interna u otros elementos de esa unidad
actuante que es el Estado, aunque a fin de cuentas sea éste quien otorga el poder a
las demás instituciones. Los Estados calculan cómo pueden potenciar sus intere-
ses de acuerdo con la posición que ocupan en el sistema; establecen o cambian sus
alianzas con la finalidad de promover un equilibrio de poderes como resultado de
su objetivo principal de autopreservación. Entre los Estados que constituyen el sis-
tema mundial existe una diferencia obvia en cuanto a la magnitud de su poder.
Pese a sus iluminadoras aportaciones, no podemos ignorar que la teoría realis-
ta no pudo prever el “nuevo fenómeno” de la cooperación internacional entre anti-
guos enemigos. Algunos autores sostienen que las teorías deben ser capaces de ver
más allá de los elementos empleados en su propia construcción (Elman y Elman,
2003). Para los realistas, lo esencial es que siempre se tiende al equilibrio de poder.
De acuerdo con Waltz, probablemente el más importante representante del neo-
rrealismo, los Estados tienen muy pocos incentivos para cooperar entre sí, excepto
en situaciones de amenaza o como respuesta ante las grandes concentraciones de
poder; en estos casos tienden a crear alianzas, aunque también, considera, existe la
posibilidad de que algunos países poderosos se aprovechen de los demás y, por
lo tanto, los Estados se tornan reacios a correr riesgos. Por ello, cuando cooperan lo
hacen sólo porque el poder de otro país representa una amenaza directa para ellos.
CONSIDERACIONES TEÓRICAS 33
5 Al
igual que Grieco, no consigo apreciar una gran diferencia entre realistas y neorrealistas, porque
básicamente comparten las mismas premisas. Posiblemente, la única sea la necesidad de los segundos
de explicar una cooperación que no existía antes del fin de la guerra fría (Grieco: 2008).
34 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
1) Los Estados siguen siendo los actores más importantes en la política mun-
dial, pero existen otras instituciones que deben tomarse en cuenta;
2) los Estados se comportan como seres racionales y llevan a cabo una valoración
de la situación e intentan maximizar los beneficios obtenibles y minimizar
los posibles costos;
3) los Estados persiguen sus intereses, incluyendo el más importante, que es
la supervivencia, en lugar de comportarse de forma altruista;
4) los Estados funcionan en un mundo anárquico en el que no existe un gobierno
común que pueda forzarlos a cumplir los acuerdos o los castigue cuando no
lo hacen (Keohane y Martin, 2003: 74).
1. Confesar 2. No confesar
Confesar -3,-3 0,-10
3. No confesar -10,0 -1 -1
Los institucionalistas usan este ejemplo para demostrar que cuando los indivi-
duos o los Estados actúan pensando únicamente en su propio interés los resultados
36 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
no son los mejores, sin considerar que por medio de la cooperación se pueden
obtener más beneficios. Ahora, cuando existe intercambio de información la coope
ración rinde los mejores resultados. Los realistas sostienen que, dado que es impo-
sible confiar en los demás porque te pueden traicionar, nunca se tendrá la seguridad
de que se cumplirán los acuerdos, lo cual implica moverse siempre en un terreno
muy inestable. Los institucionalistas argumentan que el dilema del prisionero
alude a una situación aislada que sucede sólo una vez, mientras que las relaciones
entre países se mantienen y ello también debe considerarse. Se puede perder un
poco en el corto plazo, pero en el largo es posible ganar. La mejor forma de evitar el
dilema del prisionero, afirman, es mediante el intercambio de información y la
construcción de instituciones. Para los realistas, en cambio, no se puede escapar
nunca de la incertidumbre, en la que no se comparten ni la información ni la con-
fianza. Más adelante utilizaré el dilema del prisionero para demostrar la racionali-
dad de la justicia y la posibilidad de un mundo pacífico.
Según los seguidores del institucionalismo, sus adversarios teóricos tienden a
ignorar ciertas tendencias o instituciones, por ejemplo, que las democracias se incli-
nan a evitar entablar guerras entre sí; es decir, el sistema democrático nos conduce a
la paz; sin embargo, los neorrealistas responden que “es la situación de paz interna-
cional la que da lugar a la democracia” (Midlarsky, 2002: 88-117). Hasta ahora, la
relación entre democracia y paz no se ha explicado de forma totalmente satisfactoria.
Es cierto que en ocasiones la democracia permite la existencia de sociedades con
orden, pero en otros contextos una democracia también puede ser escenario de una
sobreabundancia de demandas de parte de la población lo cual, sobre todo cuando
no hay crecimiento económico, produce insatisfacción y conduce al desorden.
El institucionalismo señala que debe reconocerse la emergencia de nuevos
actores, como las organizaciones no gubernamentales (ong), así como a todas las
instituciones internacionales importantes y a los países que en ellas participan.
Ahora bien, estos nuevos actores no estatales crean, por medio de la supercarretera
de la información, redes que luchan específicamente por los temas que les con-
ciernen. Ello ha dado lugar a alianzas de personas en todo el mundo que persiguen
algún interés en común. Son las llamadas alianzas transnacionales.
Según los institucionalistas, no se puede ignorar la influencia de organismos
como el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (gatt, por sus siglas en
inglés), la Organización Mundial de Comercio (omc) y el Fondo Monetario Inter-
nacional (fmi), entre otros, con lo cual pretenden demostrar que “la cooperación
internacional es amplia y altamente institucionalizada” (Keohane y Martin, 2003:
76). Como lo explica Keohane, aunque algunas instituciones como la Organización
del Tratado del Atlántico Norte (otan) se formaron en respuesta a ciertas coyuntu-
ras, en este caso la llamada amenaza soviética, aun después de su desaparición
CONSIDERACIONES TEÓRICAS 37
continúan existiendo (Keohane y Martin, 2003: 76); por lo tanto, necesitamos de una
explicación más amplia y sólida para entender su permanencia. Según los institu-
cionalistas, el hecho de que las instituciones internacionales no sean todopodero-
sas o no formen parte de un Estado no les resta pertinencia. De cierta manera, al
paradigma realista no le interesa en absoluto la forma en que operan. Se puede decir
que el realismo no proporciona explicación alguna acerca del origen de la paz y
mucho menos sobre sus reglas, normas e instituciones.
Las instituciones se definen como un “conjunto persistente e interconectado de
reglas (formales e informales) que dictan roles de conducta, constriñen la actividad
y dan forma a las expectativas” (Keohane y Martin, 2003: 78). Debemos reconocer
que, en cierto sentido, los institucionalistas captan de alguna manera un fenómeno
visible y superan la explicación mecánica de la amenaza o de la expresión de poder
de los realistas para entender la permanencia de las instituciones; sin embargo,
necesitamos algo más que el mero reconocimiento del papel de las mismas.
Como lo comentamos, el institucionalismo no rechaza por completo al realismo
e incluso adopta algunas de sus premisas más importantes, pero las amplía e intenta
explicar por qué los Estados cooperan a pesar de tener intereses distintos. Los segui
dores del realismo sostienen, por otra parte, que la mayoría de los Estados presupo-
nen siempre las peores intenciones de parte de los otros y, por lo tanto, procuran
protegerse. Ello los obliga a diseñar sus estrategias planteándose el peor escenario
posible (Keohane y Martin, 2003: 79).
Lo anterior se ejemplifica con el dilema del prisionero porque, pese a ser acto-
res racionales, los Estados escogen casi siempre una alternativa inferior a la ópti-
ma. Aunque desde el punto de vista de los actores involucrados existe una posición
más racional, éstos son colocados en tal situación que eligen la peor opción. Mien-
tras que para el realista no existe solución al dilema del prisionero, el instituciona-
lista piensa que si se cambia la estructura del dilema, permitiendo que los
participantes compartan información, entonces la cooperación se torna viable, lo
cual promueve que se elija la mejor opción.
El institucionalismo sostiene que la información puede influir positivamente
en las acciones humanas, razón por la cual los Estados logran apreciar los benefi-
cios de su cooperación; no obstante, para que ésta funcione es importante que
dichos Estados obtengan la mayor cantidad de información posible sobre las prefe-
rencias y acciones de los otros. Los organismos internacionales ayudan a institucio-
nalizar la reciprocidad y a elevar el costo de no cumplir con los acuerdos.
En este punto encontramos una clara diferencia entre realistas e instituciona-
listas en cuanto a la percepción de la anarquía. Mientras que los primeros la conci-
ben como la posibilidad de la guerra, para los segundos representa la carencia de
organismos o de un gobierno común en el nivel internacional. Una cosa es no com-
38 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
partir o compartir sólo algunos intereses y otra muy distinta es luchar por la super-
vivencia. Los primeros subrayan que no se trata de acrecentar al máximo el poder,
sino de mantenerlo versus los otros Estados.
Los realistas explican la tensión y los institucionalistas la cooperación; sin
embargo, ninguna de esas dos posiciones parece abarcar la totalidad del espectro.
El realismo explica mejor el conflicto, pero pasa por alto el acuerdo, mientras que
el institucionalismo intenta dar cuenta de la cooperación, pero su explicación
resulta insuficiente porque subestima el desacuerdo. Se requiere de un enfoque
analítico realmente capaz de abarcar tanto la cooperación como la tensión, y deci-
mos realmente, pues consideramos que el institucionalismo en efecto salta de la
tensión a la cooperación, pero no explica por qué algunas veces existe esta última y
otras no. Explica la tensión, pero en el caso de la cooperación lo hace de manera
aislada, sobre todo porque reconoce el papel de las instituciones y analiza cómo
funcionan, pero no informa sobre cómo la tensión puede transformarse en coope-
ración para manejar el conflicto.
La posición institucionalista sostiene que el crecimiento de las instituciones
se explica por el interés de los Estados en obtener beneficios conjuntos. En nues-
tra opinión, se trata de un argumento circular: cooperan porque tienen instituciones
y tienen instituciones porque cooperan. Nos hace falta algo más para comprender
por qué a pesar de que en algunos casos tienen intereses distintos mantienen la
voluntad de cooperar. Tampoco nos explican cómo se forman los intereses comunes,
de dónde provienen y cómo se vuelven obligatorios.
Lo que intentaremos mostrar a lo largo de este volumen es cómo un acto de
empatía puede ayudar a la cooperación internacional, beneficiando los intereses
propios y ajenos, pues resuelve el problema del orden y, por lo tanto, garantiza la
supervivencia de los Estados. No basta contar con información sobre los otros
Estados, se requiere además de una actitud empática que ayude a comprender sus
preferencias y acciones, y a detectar posibles intereses comunes. Existen innume-
rables casos en que se cuenta con una gran cantidad de información y, sin embargo,
no podemos entenderla. Sólo mediante este ejercicio de empatía la información
poco a poco adquiere sentido. Es precisamente el federalismo el sistema que mejor
estimula los elementos presentes en la cooperación. Por ello, si somos capaces de
cumplir con lo que el federalismo nos exige, con sus principios profundos, podre-
mos cooperar sin renunciar a nuestro propio interés.
Como mencionamos, los realistas y neorrealistas aseguran que en el campo
internacional prevalece el estado de anarquía debido a que no existe un súper poder
que pueda obligar a los Estados a cumplir los acuerdos que suscriben. Es por ello que
no hay muchas probabilidades de una cooperación significativa; por el contrario,
llevado al extremo, incluso permanece latente la posibilidad de la guerra, sobre todo
CONSIDERACIONES TEÓRICAS 39
cuando un actor obtiene demasiadas ganancias en relación con los demás. Trataré de
demostrar cómo en ciertas condiciones la cooperación resulta lo más racional para
los Estados, siempre y cuando los beneficios sean aceptados por ambos actores,
aun cuando exista una diferencia de poder entre ellos e incluso de los consecuen-
tes beneficios.
Los institucionalistas creen que es posible resolver el problema de la asimetría
de poder mediante una justa distribución de las ganancias, pero se enfrentan a difi-
cultades cuando se intenta distribuir ganancias entre poderes asimétricos. Si bien
los neorrealistas perciben el peligro de cambiar arbitrariamente las reglas del juego,
serían partidarios de contar con instituciones que distribuyan los beneficios de
forma más equitativa. Ni unos ni otros logran explicar por qué las potencias mun-
diales deberían aceptar algo así. Es más fácil de comprender el argumento realista
de que existen muy pocos incentivos para que un país poderoso prefiera la coopera-
ción, pues para él sería más racional recurrir a la fuerza o la amenaza. A fin de cuentas,
los neorrealistas subrayan la tensión y el conflicto y los institucionalistas se centran
en la cooperación y la armonía. En ese escenario, el objetivo de este trabajo será pro-
porcionar un marco conceptual que nos permita explicar tanto la tensión como la
cooperación.
Bosquejo de la propuesta
que será aceptado por ambos. Sin importar sus diferencias en tamaño y poder,
aceptarán la cooperación porque será racional para todos, suscribirán la decisión y,
por lo tanto, no sólo será la más racional, sino también la más justa, y si tenemos
éxito habremos reconciliado las dimensiones de la racionalidad y la moralidad.
La propuesta implica que existe una diferencia en los grados de poder y hace
suya la hipótesis de que la distribución de las ganancias, a pesar de que será más
beneficiosa para el Estado más poderoso, será aceptable para el más débil. Sostie-
ne que el país poderoso aceptará otorgar algunos beneficios al más vulnerable por-
que hacerlo le resulta racional. La distribución les parecerá justa a ambos en la
medida en que estén dispuestos a aceptarla, algo que sin duda ocurrirá porque se
hará mediante un proceso democrático federalista de empatía que será razonable para
sendos actores. Más adelante expondremos nuestra concepción de federalismo y
explicaremos por qué es necesaria la empatía, la cual ayuda a descubrir los intereses
comunes que conducen a la cooperación.
El institucionalismo no explica cómo se pueden distribuir los beneficios de la
cooperación y, por lo tanto, prevalece la amenaza de un retorno al estado de guerra.
También subestima el hecho de que si un Estado es muy poderoso podrá recurrir a
la guerra para obtener lo que desea, pues la disparidad de poderes conduce a la di
vergencia de intereses.
Nuestra meta es superar las limitaciones de los institucionalistas. La propuesta
que desarrollamos plantea un procedimiento para distribuir los beneficios de la
cooperación, que nos aleja de la incertidumbre de la guerra. Intentaremos reconci-
liar la racionalidad con la moralidad de una forma en que, a pesar de presentar la
propuesta en el nivel teórico, con imaginación y voluntad de las partes involucra-
das se pueda convertir en un método práctico de negociación entre países.
No obstante que los neorrealistas advierten con razón que la obsesión de los Es
tados por los resultados inmediatos no les facilita contemplar los de largo plazo, la
propuesta que aquí delineamos les permitirá aceptar las ganancias de corto plazo,
pero también visualizar los beneficios de la seguridad en horizontes más lejanos.
La posición de neorrealistas e institucionalistas sobre la tensión, el poder y los
intereses internacionales está bien estructurada, y podemos partir de lo común a
ambas teorías, aunque es preciso observar desde ahora que el esfuerzo instituciona
lista de analizar la cooperación entre las naciones resulta insuficiente. Que existan
instituciones no explica, por sí mismo, cómo ocurre la cooperación. El realismo se
centra demasiado en la dinámica de la tensión y el conflicto, mientras que el institu
cionalismo confía sobremanera en una armonía que parece inexistente.
Al observar con detenimiento el esquema de la cooperación encontramos las
siguientes características: el primer supuesto es que se produce debido a la exis-
tencia indudable de las instituciones. Se presupone que los Estados tienen ciertas
CONSIDERACIONES TEÓRICAS 41
6 En los capítulos vi y viii, dedicados al federalismo, explicaremos detalladamente en qué consiste este
candado.
42 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
7 Héctor Cuadra define la utopía como la eliminación de toda dominación, como una sociedad sin
poderosos, en la cual priva la igualdad (2009: 27).
44 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
ciones entre los países; y algo de realista, en la medida en que da cabida tanto a los
intereses de las naciones poderosas como a aquellas posiciones de las débiles que
resulten aceptables para los individuos racionales, sobre todo si se toman en cuen-
ta las relaciones de poder en el mundo actual.
Es pertinente aclarar que si bien este trabajo aborda a la justicia como uno de
sus temas de interés centrales, deja de lado el análisis de la actuación de la Corte
Internacional de Justicia por no considerarlo esencial para sus argumentos. Baste
comentar lo que el profesor Héctor Cuadra afirma, que “no podría existir una socie
dad internacional en el sentido real del término si no hubiese una justicia interna-
cional” (Cuadra, 2009: 40); que si bien dicha Corte ha contribuido indudablemente
a la justicia internacional con su apoyo decidido en la resolución de conflictos entre
Estados, en su actuación está obligada a descartar la moral, y sólo puede incluir
principios morales en la medida en que se les hubiera conferido forma jurídica
(Cuadra, 1972: 449). Señala asimismo que, si bien la Corte en ocasiones no ha sido
tan efectiva como se quisiera, ello es debido sobre todo a esa regulación que esta-
blece que los Estados sólo aceptan voluntariamente su jurisdicción y a que, en la
medida en que la composición de la onu ha aumentado su membresía, son cada
vez más los Estados que no han firmado dicha regulación.
Con todo, son indiscutibles las aportaciones de la Corte Internacional de Jus-
ticia a la jurisprudencia del derecho internacional (Cuadra, 1972: 460). Más allá de
ponderar la importancia de su actuación histórica, en el presente volumen únicamen-
te pretendemos ofrecer un marco referencial que en otro nivel de análisis nos permita
conocer cómo la Corte se acerca o se aleja de los principios de nuestra propuesta.
No es, pues, de ninguna manera nuestra meta formular juicio alguno sobre la
actuación de la Corte, sino más bien probar el marco explicativo aquí propuesto
para comprender el papel de la justicia en las relaciones internacionales a partir de
los casos cuyas sentencias definitivas hubieran sido aceptadas por las partes.
del país más poderoso”, utilizando la ética como pretexto para legitimar su política
(Cuadra, 2009: 40). La ética es una reflexión, una disciplina, mientras que la moral
es un juicio de valor sobre una idea o acción, y al emitirse dicho juicio se convierte en
un acto.
La moral de una sociedad está condicionada por el sistema de poder dentro de
su propio sistema político (Villoro, 1996: 73). Los neoconservadores estaduniden-
ses utilizaron los valores de su sociedad para justificar las actuaciones de su país en
diferentes casos, lo cual supone un doble estándar que termina por deslegitimar las
acciones emprendidas en nombre de la defensa. No se preocuparon por el estado
de la democracia ni en todos los casos ni en todos los países; sólo intervinieron allí
donde veían afectarse sus intereses.
Es por eso que muchos académicos sospechan ante las pretensiones de ligar
las relaciones internacionales con los juicios éticos. Lejos de tratar de imponer
puntos de vista, el presente trabajo ofrece un marco conceptual —una construcción
hipotética— que, cuando es aceptado por las partes en el contexto de una relación
bi o multilateral, propicia que se logren acuerdos aceptables y legítimos para todos.
De ninguna manera se pretende afirmar que sea sólo un país el que decida lo que es
justo o injusto, sino que sin ambages se reconoce que una decisión así únicamente
puede provenir de la deliberación.
La idea del modelo es reconocer la fuerza real en términos de poder de los
actores para, a partir de allí, plantear principios viables que pudieran fungir como
la base para llegar a acuerdos intermedios. Los teóricos realistas consideran que la
ética internacional consiste, al final de cuentas, en lo que los propios Estados de
cretan que sea. También que el “deber ser” termina por confundirse con lo que
realmente es. Para ellos, todo se reduce a los intereses, a los deseos descubiertos en
la práctica (Cuadra, 2009: 55).
De acuerdo con el historiador Edward H. Carr, firme opositor al idealismo,
sólo es válido estudiar lo que es y no lo que debe ser. En su opinión, la incapacidad
para distinguir entre la realidad y las aspiraciones convertía al idealismo en una
perspectiva inadecuada para explicar las relaciones internacionales (Vásquez,
1998: 35). El Estado es el que decide en última instancia el contenido de la moral
de los individuos, razón por la cual, considera, no es viable una moral internacional
que pudiese fungir como factor de control político (Cuadra, 2009: 61); más bien es
la fuerza de los otros Estados el principal elemento que sirve para equilibrar el
poder en el ámbito de las relaciones internacionales. Añade asimismo que las nor-
mas que provienen de la dinámica de una nación particular pueden llegar a imponer-
se como leyes universales (Cuadra, 2009: 62). En otras palabras, si bien reconoce
la relevancia del poder y de los intereses a nivel mundial, también subraya que no se
puede ignorar la importancia de los valores.
46 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
La justicia
8 El realismo al que se refiere Rawls es el que se desenvuelve bajo condiciones que tal vez no sean per
f ectas, pero sí posibles, y no el realismo como lucha de poder entre los Estados.
50 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
sus intereses (Sandel, 2007b: 59). Una sociedad que se fija como meta lograr la
igualdad nunca la conseguirá con una alta probabilidad de que pierda su libertad
en el intento.
Karl Marx y Friederich Engels establecen en El manifiesto comunista que la
justicia consiste en dar a cada uno según sus necesidades. Para cumplirlo es nece-
sario que los trabajadores sean los propietarios de los medios de producción y que
el Estado adopte la función de repartir la riqueza socialmente generada. De acuer-
do con Rawls, la justicia es la virtud más importante de las instituciones. No basta
que sean eficientes, comenta, sino que es necesario que sean justas. Por ello, con-
tinúa, deberíamos tratar de cambiarlas o de reformarlas cuando no lo son (Sandel,
2007c: 203). La función de las justicia es establecer la forma de repartir los bienes
y las cargas de la cooperación social. En concreto, para Rawls los principios de la
justicia se eligen desde una posición original construida como una situación hipoté-
tica. Se trata de principios que las personas libres y racionales, quienes desde luego
persiguen sus propios intereses, aceptan en un contexto de igualdad entre todos.
Estamos ante el concepto de “justicia como equidad”, concebido por Rawls. Según
esta concepción, los hombres y las mujeres no somos solamente la suma de nues-
tros deseos, como lo postulan los utilitaristas, ni tampoco seres cuya perfección
consistiría en lograr ciertas metas dadas por la naturaleza (Sandel, 2007f: 361),
sino seres capaces de tener una concepción del bien con un sentido de justicia. Lo
correcto es independiente del contenido de lo bueno.
Los llamados “comunitarios” han cuestionado esta concepción de la justicia
argumentando que lo correcto no puede definirse antes de hacer lo mismo con el
bien.9 Entre ellos, Michael Waltzer explica que los bienes tienen distintos signifi-
cados en las diversas comunidades y afirma: “Todas las distribuciones son justas o
injustas en relación con el significado social de los bienes en juego” (Sandel,
2007e: 336). Este énfasis en el significado de los bienes será retomado en nuestra
propuesta. Lo haremos al incorporar en ella el instrumento del velo de la ignorancia
en una forma mucho menos estricta que la que Rawls utiliza en la segunda posi-
ción original.
En este trabajo se presupone una concepción de justicia mínima para las rela-
ciones internacionales, la cual contempla que se debe aceptar sin excepciones la
posición de consenso acordada por las partes. Actuar conforme a un acuerdo es
hacerlo en una forma justa, desde luego en la medida en que ambas partes lo acep-
ten. Nuestro modelo impulsa la construcción de consensos a través de un ejercicio
de empatía, el cual obliga a las partes a colocarse en las dos posiciones de una
9 Los comunitarios son los que piensan que los intereses individuales están incluidos, determinados o
moldeados por la comunidad en la que viven.
EL TEMA DE LA JUSTICIA 51
La justicia internacional
Hedley Bull relaciona la idea de orden con la de justicia y se pregunta: ¿qué signifi-
cado o significados le podemos atribuir a la idea de justicia en la política mundial?;
¿cómo se relaciona el orden en la política mundial con la justicia? En otras pala-
bras, ¿cómo se apoyan entre sí? O, más bien, ¿son excluyentes? En el caso de que se
excluyan, ¿cuál debe tener prioridad, el orden o la justicia? Considera que si no exis
te una concepción única de la justicia en las teorías políticas, sociales y económicas,
como lo establecimos antes, menos aún es posible encontrarla en las relaciones
internacionales, y explica que no necesariamente los países tienen como prioridad
el orden y muchas veces pueden combatir en la búsqueda de la justicia. Afirma
que el concepto de justicia puede ser intercambiado con el de moral o virtud, y que
se le ha concebido como el goce de derechos en forma similar, aun y cuando los
individuos sean diferentes.
De acuerdo con Hedley Bull la justicia puede entenderse como:
contestarse las difíciles preguntas de Bull en una forma positiva, vinculando el orden
y la justicia, no contraponiéndolos.
En el contexto de la negociación y de la asunción de intereses entre las partes,
el orden y la justicia no sólo no se excluyen sino que se refuerzan mutuamente, se
complementan; por ello deben procurarse al mismo tiempo. Dado que el orden es
posible podemos pensar en la justicia y para tener orden debemos actuar con justicia.
Nuestra propuesta consiste en relacionar el orden con la justicia, pero no con
una justicia redistributiva únicamente basada, por ejemplo, en la transferencia de
bienes de los países ricos a los pobres para lograr una supuesta igualdad entre ellos,
sino con una que implique la generación de acuerdos benéficos para todas las par-
tes, lo cual conduciría a una gradual transformación del sistema mundial. En otras
palabras, cuando los acuerdos se han alcanzado en una forma justa entonces estamos
asegurando un sistema internacional en el que prevalezcan el orden y la paz. En
forma esquemática nos referimos a una concepción de justicia que:
del país más débil como los del más poderoso. El equilibrio de poder suele expli-
carse como la imposición de los intereses del país más poderoso sobre los de los
más débiles con miras a mantener el orden internacional.
De acuerdo con Bull, los Estados grandes y fuertes logran el equilibrio del
poder mundial y la perpetuación del orden internacional a expensas de los dere-
chos de los Estados débiles y pequeños, produciéndose con ello constantes injusti-
cias. Para resumir, digamos que este teórico asegura que no existe algo así como
una contradicción inherente entre justicia y orden internacional, sino que se ha
generado a partir de la forma en que se han creado sus reglas e instituciones. Uno
de los fines del presente trabajo es ofrecer la posibilidad de superar esta contradic-
ción, mostrando cómo es viable hacer justicia a través del consenso.
Como vimos, resulta muy difícil construir una concepción universal de la justicia.
No existen consensos mundiales sobre el contenido último de la justicia. Los inte-
reses y deseos, así como los recursos de las sociedades en que viven los individuos
son diferentes. Es imposible que todos concuerden en cómo debiera ser una socie-
dad justa; por lo tanto, establecer un contenido único para esta hipotética concep-
ción de la justicia universal está fuera del alcance de la humanidad, por lo que,
para bien o para mal, está condenada a permanecer dentro de un proceso perma-
nente en el cual constantemente se producen cambios.
El principio de la justicia internacional establece los derechos y las obligacio-
nes con base en los cuales se distribuyen las ventajas y las desventajas en las rela-
ciones entre las naciones. Del mismo modo en que para Rawls la “posición original”
corresponde al estado de naturaleza, para los contractualistas, como Hobbes, Locke
o Rousseau, se trata de una simple construcción hipotética. Ahora bien, el hecho
de que históricamente la “posición original” jamás existió o de que nunca existirá
no invalida su postulación. Su mérito esencial reside en su capacidad para propo-
ner elementos aceptables para todo ser racional, que los conducen a actuar en con-
secuencia. Si tomamos en cuenta las condiciones particulares de cada una de las
partes en una relación (sus conocimientos, creencias e intereses diversos), puede
afirmarse que un acuerdo de este tipo es la mejor alternativa para garantizar solu-
ciones justas (Bell, 1976: 119).
EL TEMA DE LA JUSTICIA 55
mos que no sólo basta considerar a la cultura en general como un factor relevante,
sino que es indispensable reconocer el valor y la influencia de las distintas culturas
nacionales y regionales en particular.
Ni el “optimismo arrogante” encabezado por Fukuyama (1992) —según el
cual la democracia liberal ha probado ser un modelo universal único, plausible de
ser seguido por todos los países— ni el “pesimismo pragmático” de Huntington,
que alerta sobre un choque de civilizaciones, realmente valoran la diversidad cul-
tural. Mientras el primero apuesta por un camino común soslayando las diferen-
cias culturales, el segundo enfatiza la importancia de la cultura occidental para el
impulso de las instituciones democráticas, pero menosprecia la posibilidad de desa-
rrollo político de las demás culturas.
Fukuyama fue uno de los primeros autores en cuestionar la validez de las teorías
realistas sobre la política internacional. Argumentaba que, por algún tiempo, las
premisas realistas para explicar la política exterior fueron correctas porque el
mundo estaba dividido en ideologías opuestas y, por lo tanto, el viejo liberalismo
wilsoniano no podía afrontar la realidad (Fukuyama, 1992: 246); no obstante, este
autor también nos advertía acerca del peligro de mantener vivas tales premisas, ya
que el mundo había cambiado y la democracia liberal debía guiar las relaciones
internacionales. El mundo nos mostraba un mapa en el cual cada vez más naciones
se comprometían con la búsqueda de mayores libertades, la instauración de la
democracia y el libre mercado; y no sólo en una guerra por el poder.
Para Fukuyama las suposiciones realistas de que los Estados entran en cons-
tantes luchas entre ellos para sobrevivir eran incorrectas y sostenía que la razón por
la cual pelean entre sí o se someten unos a otros es la búsqueda de reconocimiento
(thymos) (Fukuyama, 1992: 255). Admite la existencia de un deseo humano de
dominio, el cual puede expresarse en algo más que el dominio militar o la voluntad
de poder; también puede manifestarse en la búsqueda del crecimiento económico,
la libertad o la democracia. A los Estados no los mueve únicamente el poder; tam-
bién es posible encontrar casos en los cuales el motor de las naciones sea la aspira-
ción al desarrollo compartido o a la instauración de valores legítimos.
A partir de un modelo hegeliano, Fukuyama argumenta que con el triunfo del
liberalismo la historia llegó a su fin. De acuerdo con esta interpretación, lo que
ocurre es un proceso evolutivo a la manera hegeliana, en el cual se toman en cuenta
las experiencias de todos los países, algo así como un fenómeno darwinista de sobre
vivencia del más fuerte (teorías e instituciones) o, siguiendo a Noam Chomsky,
60 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
toma la forma de una estructura profunda que guía a los países, o bien, la de una
historia universal en la que los logros de cada sociedad forman una cadena de
experimentos sociopolíticos en busca de una mejoría. No se puede alcanzar un
progreso mayor basados únicamente en los principios o en las instituciones subya-
centes (Fukuyama, 1992: xii). Es como un diálogo entre las sociedades cuyas res-
puestas las hacen mejorar.
Este autor considera, asimismo, que la democracia y el libre mercado se han
convertido en la mejor combinación posible para resolver los problemas del orden y
el desarrollo económico, para lo cual sólo es necesario que existan demócratas que
juntos presionen para que se ejerza la democracia y supervisores capaces de pre-
servar las condiciones del mercado.
Durante los años sesenta del siglo xx se suscitó una crisis del racionalismo
occidental que dejó a la democracia liberal sin medios intelectuales para defender-
se; es decir, en el nivel de las ideas no se producían explicaciones sólidas sobre la
legitimidad de la democracia liberal; sin embargo, no se puede dejar a un lado el
hecho contundente de que las expresiones de la democracia presentaron serias fallas
en su capacidad para resolver los problemas más apremiantes de los países en desa
rrollo, como la pobreza. Resultaba muy difícil competir con un paradigma que ofre-
cía igualdad a los olvidados de la Tierra, como lo hacía el marxismo.
Fukuyama percibía que existía una tendencia secular en dirección a la conso-
lidación de la democracia. El politólogo estadunidense de origen japonés celebraba
con entusiasmo el retorno del paradigma liberal. Sostenía que los países no tienen
más opción que recorrer un mismo camino, el de la democracia liberal, la única
dirección posible en una concepción que establece el carácter necesario de la his-
toria universal de la humanidad (Fukuyama, 1992: 48). La idea subyacente es el
reconocimiento de que los logros de la humanidad como un todo no se pueden
simplemente borrar. Es la idea del progreso lineal.
Resulta inconcebible, por ejemplo, una vuelta a la esclavitud, aunque algunas
veces se encuentren en la sociedad, en grupos específicos, formas escandalosas de
una esclavitud enmascarada; sin embargo, el mero hecho de que las sociedades en
general la condenen significa la posibilidad de que tales prácticas puedan erradi-
carse en algún momento. Simultáneamente, Fukuyama subraya el punto de que
existe una ausencia total de alternativas teóricas a la teoría de la democracia liberal;
esto es, no es visible ningún otro paradigma que aborde con coherencia el tema del
desarrollo humano global. Se puede concluir, siguiendo su línea de pensamiento,
que los individuos se expresan y desenvuelven mejor en una democracia liberal.
Este autor encuentra una clara tendencia histórica hacia la instauración de la
democracia en todas las naciones, pero reconoce que en cada caso algunos facto-
res impredecibles, como la actuación de los líderes políticos y la opinión pública,
RELACIONES INTERNACIONALES Y CULTURA 61
10 Esta premisa de la teoría liberal ha sido seriamente cuestionada, pues Estados Unidos ha demostra-
do, a pesar de su sistema liberal democrático, su gran interés por obtener el dominio de los recursos
en el mundo.
62 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
Cuando aún se disfrutaba de la euforia provocada por los éxitos del capitalismo
liberal, los sucesos del 11 de septiembre de 2001 revitalizaron otro paradigma que
estaba casi olvidado.
La perspectiva opuesta a la de Fukuyama representa lo que podemos denominar
el “enfoque cultural del pesimismo pragmático”. Samuel Huntington (1996) no al
canza a vislumbrar el desvanecimiento de unos valores y el surgimiento de otros me
jores. Por el contrario, en su opinión algunas de las civilizaciones más antiguas se
sienten amenazadas por los valores occidentales, y es por ello que se produce una
especie de giro hacia el fundamentalismo. Tales circunstancias conducen a Hunting-
ton incluso a predecir un choque de civilizaciones y ha encontrado que existen seis
u ocho civilizaciones que en lugar de asimilarse al modelo democrático liberal marcan
constantemente sus diferencias e intentan fortalecerse para encarar la amenaza
occidental. Antes de continuar, empecemos por definir brevemente el concepto civili
zación como una entidad cultural que puede contener uno o más Estados nacionales.
La globalización se caracteriza, entre otras cosas, por la circunstancia de que
las civilizaciones experimentan un contacto cercano entre ellas debido a la revolu-
64 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
otras civilizaciones así como aceptar su existencia. Prevé, asimismo, que la migra-
ción puede ser peligrosa para los valores occidentales, puesto que conlleva el mul-
ticulturalismo. Los inmigrantes son peligrosos cuando rechazan la asimilación y
pretenden continuar con los usos de sus culturas de origen. Al oponerse a los valo-
res de la libertad, la democracia y el individualismo tal como lo entiende esa nación
también repudian lo que significa ser estadunidense.
Según Huntington, aunque a principios de los noventa del siglo pasado la eco-
nomía mundial nos vendía la ilusión de que las similitudes entre las naciones eran
mayores que las diferencias, e incluso algunos autores previeron la inminente
igualdad de las culturas, las diversas conexiones de la economía también generaron
resentimiento en algunas regiones y áreas. Al mismo tiempo que el mundo se vuel-
ve más pequeño, también se incrementan las interconexiones entre personas de
civilizaciones distintas, las cuales refuerzan la conciencia de la propia civilización y
de la diferencia respecto de los “otros” (Huntington, 1993).
Dado que la integración económica y el comercio tienen límites, siempre exis-
tirá una brecha cultural y diferencias entre y dentro de las civilizaciones, donde
muchas veces la religión es un factor relevante de separación (Huntington, 1993:
227). El autor subraya que la religión ha vuelto a tener un papel importante en la
definición de la identidad de la población estadunidense, que se define como pro-
testante disidente. Aunque se pensaba que la religión había perdido importancia al
darse la separación entre la Iglesia y el Estado, las circunstancias han dado un giro
en busca de una identidad religiosa.
De acuerdo con Huntington, los universalistas occidentales sostienen, de
manera normativa, que las personas de todo el mundo debieran adoptar los valores,
las instituciones y la cultura occidentales porque encarnan el pensamiento más
elevado, iluminador, liberal, racional, moderno y civilizado de la humanidad (Hun-
tington, 1993: 304). Y aunque, efectivamente, son los más altos valores que cual-
quiera pudiera desear, no todos los ven desde la misma perspectiva.
Si bien es cierto que los occidentales aprecian su modelo de desarrollo, algunas
otras culturas ven la otra cara, que bien pudiera ser la faceta más negativa del capi-
talismo. Consideran los valores occidentales como egoístas, corruptos, promotores
de la obsesión por el consumo, materialistas y no religiosos. Percibidos así, consti-
tuyen una amenaza para todas las civilizaciones, en particular para la musulmana.
Huntington advierte que precisamente pensar en los valores occidentales como
algo absoluto es incorrecto, peligroso e inmoral. No existe una civilización univer-
sal, sino varias y muy diversas. Esa manera de pensar es la que provoca que otras se
sientan amenazadas por el universalismo imperialista. Más aún, de acuerdo con
este autor, esta circunstancia es peligrosa porque otras civilizaciones pudieran lle-
gar a destruir a la occidental. En su opinión, los líderes occidentales no debieran
66 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
11 Recordemos que en esas elecciones los demócratas detectaron muchas irregularidades en los comicios
de Florida y exigieron un recuento. El estado era gobernado por Jeff Bush, un republicano hermano
del presidente George W. Bush. El caso llegó hasta la Suprema Corte dominada por ministros conser-
vadores que decidieron que cesara el recuento, una decisión de cinco votos contra cuatro a favor de
George W. Bush. Muchos demócratas pensaron que les robaron la elección pero acataron la decisión.
RELACIONES INTERNACIONALES Y CULTURA 67
Cultura y democracia
pre, que el bono democrático consolidaría esta nueva relación; sin embargo, para-
dójicamente la democracia aceptada por Estados Unidos llevó la relación entre los
dos países a su nivel más bajo. Un caso extremo en esta misma dirección es el del
presidente Hugo Chávez, en Venezuela, quien aunque llegó al poder a través de un
proceso democrático se convirtió en un fuerte enemigo de Estados Unidos y mani-
puló las instituciones democráticas mediante masivas movilizaciones populistas
para consolidar su poder autoritario.
En resumen, el prestigiado politólogo de Harvard consideraba que las tensiones
entre las civilizaciones serían cada vez mayores y más duraderas. Para él, el más
grave error consistiría en asumir que una ola de “occidentalización” resolvería todos
los problemas, a la manera de Fukuyama. Estados Unidos no podrá, ni debería inten
tarlo, imponer un imperialismo cultural, no importa cuántas personas crean en la
superioridad de sus valores. Inclusive, esta idea de tratar de imponer los valores occi
dentales como los universalmente válidos tiene la consecuencia no deseada de causar
un gran rechazo en otras civilizaciones, argumenta Huntington, pues éstas se senti
rán amenazadas. Es necesario tratar de entender al “otro” porque una civilización no
triunfará sobre las demás, sino que será preciso aceptar la coexistencia de varias.
sociedad, y revertir la cada vez más alta concentración de los beneficios en unas
pocas manos.
Sin desestimar sus dificultades, podemos afirmar que la apertura es más bene-
ficiosa para el mundo que el proteccionismo y la cerrazón (Bhagwati, 2005). De
hecho, los periodos asociados con la apertura se caracterizan por un crecimiento
generalizado y, por tanto, hay más que distribuir, aunque es importante que se logre
que las ganancias alcancen a la sociedad como un todo. Por ello, cada sociedad
debería involucrarse en este debate y realmente abocarse a dirigir la globalización,
más que a padecerla.
Recientemente Fukuyama argumentó que luego de un periodo de crecimien-
to, de progreso político y de la caída del comunismo, se observó un retroceso en el
mundo, donde sin discusiones domina Estados Unidos. El politólogo de Columbia
previó un periodo difícil de política exterior basada en la fuerza (Bhagwati, 2005).
Al analizar la “desmedida reacción” que tuvo Estados Unidos como consecuencia
del 11 de septiembre expresó su preocupación de que una tendencia aislacionista
pudiera dominar el ámbito de la política exterior de la potencia, lo cual, en su opinión,
significaría una regresión. El unilateralismo que mostró la administración de George
W. Bush Jr. no fue la mejor manera de abordar tales asuntos. El autor piensa que es
necesaria la cooperación entre los países para enfrentar el terrorismo, si realmente lo
que se quiere es encontrar una solución. Ahora bien, hasta el momento no se ha ma
nifestado la orientación hacia el aislacionismo visualizada por Fukuyama.
Por el contrario, los neoconservadores han dominado el ámbito de la política
exterior estadunidense y son claramente intervencionistas y partidarios del unilate-
ralismo hacia la mayoría de los países. Ejemplos contundentes son las guerras de
Afganistán y de Irak. Aun considerando estos tiempos de conflicto y de gran ten-
sión entre Estados Unidos y el mundo musulmán, Fukuyama mantiene su hipótesis
original de que a la larga no existe alternativa alguna a la democracia liberal moder-
na y a las instituciones económicas que surgen del mercado.12 Al final, la democracia
liberal demostrará que es la única opción política real, opina.
Al mismo tiempo que decreta éste como el único camino hacia el futuro, subraya
que la agenda principal de nuestro orden mundial es fortalecer las instituciones del
Estado, para que la trayectoria enunciada sea posible. Señala que en muchos países
subdesarrollados el Estado es aún muy débil, por lo que no se puede garantizar ni el
orden ni la seguridad ni el imperio del derecho ni un gobierno limpio y transparente.
De acuerdo con el autor de la tesis del fin de la historia, Estados Unidos es
indudablemente la principal potencia del mundo, y ni Rusia ni China ni la Unión
12 Aunque comparto su maravilloso deseo, es una lástima que a la larga todos estaremos muertos, como
solía decirlo Keynes, y por ello no podremos constatar la verdad o falsedad de su predicción.
RELACIONES INTERNACIONALES Y CULTURA 71
muchos otros países y también como consecuencia de los movimientos por los
derechos civiles, “la identidad estadunidense se define hoy día en términos de cul-
tura y credo” (Huntington, 2004: 1).
En opinión de Huntington, la migración mexicana es completamente diferente
de los migrantes tradicionales (irlandeses, franceses, italianos y alemanes, en déca-
das anteriores), porque insiste en hablar su idioma, así como en mantener su cultura
y sus valores. Por ello, afirma, rechaza lo que significa ser estadunidense. En términos
generales, se opone al credo “norteamericano”, a la lengua inglesa, al compromiso
religioso, al imperio de la ley, a la propiedad privada, al individualismo, a la ética del
trabajo y a la creencia en el deber de crear el cielo en la Tierra, elementos que cons
tituyen la identidad nacional de la potencia del Norte (Huntington, 2004).
Según este autor, a lo largo de la historia diferentes culturas inmigrantes han
enriquecido a la cultura fundadora. Argumenta que Estados Unidos no sería el
mismo si hubiera sido colonizado por otras culturas; sin embargo, en su opinión, la
forma más reciente del multiculturalismo ha subrayado la identidad del grupo con
base en la raza, la etnia y el género, lo cual marca una clara diferencia; en consecuen
cia, la identidad nacional ha sufrido. Todo ello como resultado de la globalización,
que está poniendo en riesgo al Estado nacional. Por ello, asegura que “en esta
nueva etapa, el riesgo individual más inmediato y más serio para la identidad tradi-
cional estadunidense proviene de la inmensa y continua inmigración desde América
Latina, especialmente de México, y de las tasas de natalidad de esos inmigrantes,
comparadas con las de los negros y las de los nativos estadunidenses blancos” (Hun
tington, 2004: 2).
El que la asimilación no se haya dado como en otros casos —el africano, el
asiático y el europeo— preocupa a este autor, más aún, si no se le concede la nece-
saria importancia, pues Estados Unidos podría llegar a convertirse en una nación de
dos pueblos con dos culturas distintas. Además, afirma que si se detuviera el flujo
de migrantes mexicanos los salarios de los ciudadanos estadunidenses de bajos
ingresos inmediatamente mejorarían y, también, otras personas tendrían el incentivo
de aprender inglés y su educación y capacitación serían mucho mejores; sin embar-
go, lo que más le preocupa es que la migración mexicana es la causa de un “riesgo
potencial a la integridad cultural y política del país” (Huntington, 2004).
Sostiene que la diferencia entre la migración mexicana y las demás se debe a
los siguientes aspectos:
• Contigüidad: Dado que México y Estados Unidos son vecinos, la gente sigue
estando cerca de sus familias y migran no sólo para obtener un trabajo sino
por las amplias diferencias salariales.
RELACIONES INTERNACIONALES Y CULTURA 73
Huntington argumenta que ya son tres las generaciones de mexicanos que han
evitado asimilarse a la cultura anglosajona y no hablan inglés; sin embargo, podría-
mos señalar que hemos observado una marcada diferencia entre, por ejemplo,
mexicanos y cubanos. Cuando un mexicano viaja a Estados Unidos y se encuentra
con algunos mexicano-estadunidenses, normalmente hablan en inglés, lo que re
sulta sorprendente para nosotros, pues nos inclinamos a pensar que una persona
con raíces y rasgos mexicanos hablaría en español. Por el otro lado, la comunidad
de origen cubano de Miami habla mayoritariamente en español. A pesar de que no
existan migraciones constantes desde Cuba, el español se ha conservado mucho más
entre los cubanos de Florida que entre los mexicanos de California, sobre todo a
partir de la segunda generación, ya nacida en territorio estadunidense, pero Hunt-
ington no ha sido capaz de notar esta diferencia.
También pensamos que el español se ha conservado porque es un área de
oportunidad para los mexicano-estadunidenses incluso en términos comerciales.
Sólo ellos pueden enseñar español y centrarse en los estudios latinoamericanos,
espacios singulares de progreso para esta comunidad. Estamos seguros de que
ahora que están comenzando a ganar posiciones de influencia en la política se abri-
rán otras áreas de oportunidad y el español como tal será menos necesario.
Huntington se muestra conmocionado porque a los afroamericanos se les
exige que hablen más de un idioma; no obstante, consideramos, no se debe culpar a
los mexicano-estadunidenses por ello. En algunos países europeos es sorprendente
y maravilloso constatar que incluso un conductor de taxi habla hasta siete idiomas.
Por otro lado, resulta paradójico que un hombre culto como Huntington menos-
74 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
13 Recientemente Arizona aprobó la ley sb 1070, que puede ocasionar la proliferación de prácticas dis-
criminatorias, toda vez que la policía puede solicitar documentación a las personas por la sola presunción
de que parecen mexicanos.
RELACIONES INTERNACIONALES Y CULTURA 75
que dan como resultado el orden y que se basan en los principios de justicia acepta-
dos en las diversas sociedades; sin embargo, apunta que si la actuación de las elites
se desvía mucho de estos principios se terminará por caer en el desorden y en la
inestabilidad, y posiblemente hasta en la necesidad de un cambio. La solidez de una
sociedad dependerá de la correspondencia entre las jerarquías y los principios de
justicia en los que está fundada (Lebow, 2008: 506).
A través de la construcción de tipos ideales, este autor explica distintos casos
de conflicto y de cooperación a lo largo de la historia. Sin duda brinda un amplio
marco referencial que nos permite explicar el cambio en la actuación de un país cuan
do, a pesar de que siga teniendo la misma motivación económica, actúa de forma
diferente. Por ejemplo, una nación puede tener un interés especial por el petróleo y
actuar de manera distinta pese a tal circunstancia en diversos momentos, quizá
movida por alguna otra fuerza. La riqueza de su marco de referencias evita que esta
teoría caiga en el determinismo propio de los estudios economicistas, que consideran
solamente la racionalidad económica, aunque no por ello la descarta, sino que la in
corpora junto a otros importantes elementos.
Este brillante internacionalista sostiene que los cambios en las identidades o
intereses de los actores nacionales pueden llegar a modificar el carácter de las
sociedades en donde interactúan. Ofrece un modelo dinámico de la relación entre
identidad, interés y comportamiento, y explica cómo este proceso moldea y puede
llegar a cambiar el carácter del sistema político (Lebow, 2008: 33).
A partir del estudio de la política construye un marco conceptual para una teo-
ría de las relaciones internacionales (Lebow, 2008: 505). Se centra más en el análi-
sis del conflicto que en el de la cooperación, pero aun así ofrece un paradigma en
el cual introduce algunas motivaciones ideales estudiadas a lo largo de la historia,
pero que últimamente han sido olvidadas. Rechaza, además, la visión anárquica
del contexto internacional, subrayando la existencia de normas que, aunque en un
sentido muy amplio, por lo menos crean una sociedad internacional mínima o delga-
da. En su opinión los agentes, las presiones externas y la suerte también ayudan a
determinar la duración de los órdenes sociales.
Siguiendo a Lebow, aceptamos la conformación de jerarquías internacionales
y que éstas estén basadas en principios. En otras palabras, son los principios de
justicia los que justifican a las jerarquías y facilitan el orden. Precisamente, debi-
do a la existencia de distintos principios de justicia en las diversas sociedades se
producen los conflictos, porque estos principios cambian no sólo de sociedad a
sociedad, sino también de región a región (Lebow, 2008: 26). Si ocurre un cambio en
la concepción de la justicia, entonces la jerarquía vigente pierde su legitimidad y,
muchas veces, se producen modificaciones importantes en la dinámica de las rela-
ciones internacionales.
78 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
Este teórico argumenta que no sólo se debe de recurrir al poder explicativo del
miedo, de sus orígenes (realistas), sino también al de los apetitos o intereses mate-
riales (marxistas), los del espíritu (autoestima) y los de la razón.14 Se trata de
impulsos que generan diferentes jerarquías sociales con diversos principios de jus-
ticia. El orden en los niveles individual, regional e internacional se sostiene por estas
jerarquías, o bien se debilita o incluso se rompe cuando la discrepancia entre el
comportamiento y los principios de justicia es muy grande.
Lebow propone varios tipos ideales de relaciones internacionales:
14 Véase Lebow (2008), quien explica cómo la búsqueda del prestigio o el honor por parte de los Esta-
dos introduce un elemento irracional que exacerba la tensión y acrecienta el conflicto.
RELACIONES INTERNACIONALES Y CULTURA 79
Lebow advierte que como los tipos ideales de Weber, los suyos también pre-
sentan una acentuación de los atributos de una determinada realidad con la finali-
dad de crear una construcción mental que nunca se encontrará en la práctica, pero
contra la cual se pueden medir algunas aproximaciones reales (Lebow, 2008: 93).
El modelo que presentamos pretende, de forma similar, elaborar una construcción
ideal contra la cual podamos medir, en el caso de los países y sus relaciones interna-
cionales, qué tanto se comportan de forma racional, promoviendo la cooperación y
la paz, al actuar conforme a los principios que en el propio modelo proponemos.
En la medida en que pueden ser elegidas por todos los países, las soluciones
son aceptadas como justas. Estos principios podrían regir en todos los tipos de socie-
dades descritos por Lebow siempre que pudieran ser aceptados por todos como
condiciones necesarias para la negociación. Lo que vuelve interesante su teoría
para nuestros propósitos es que no sólo considera la racionalidad sino que incluye
los deseos, el miedo, la autoestima, elementos cuyo contenido cambia dependiendo
de la cultura. Retomaremos esta idea de la necesidad no sólo de la racionalidad,
sino de otros factores para llegar a establecer relaciones de justicia entre distintos
países con diferentes culturas y, por tanto, prioridades.
Nuestra propuesta intenta ir aún más allá de Lebow al ofrecer principios que
pueden ser aceptados por todos los países, independientemente de la especificidad
de sus culturas; esto es así justamente porque se las toma en cuenta, se proponen
principios lo suficientemente amplios y se plantea un mecanismo de empatía que
ayude a los actores internacionales a resolver sus conflictos y los conduzca al esta-
blecimiento del orden y a la cooperación. Con base en los principios propuestos,
la acción en el nivel internacional, aun en el contexto de las jerarquías, fomentará
la cooperación y nos alejará de la tensión.
Nuestra propuesta intenta reunir a las civilizaciones en un acto de reflexión que las
motive a cambiar poco a poco lo que sea necesario. Se trata de situarlas en un diálo
go internacional, uno de cuyos principales objetivos sería propiciar el acercamiento
de valores, para lo cual se establecerá desde un principio que no necesariamente los
80 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
jarnos de la meta esencial de concebir el bien común. Por otra parte, Walzer argu-
menta que sólo a través de la cultura la moralidad adquiere significado; por ello
desarrolla una fuerte crítica a la aparente objetividad del liberalismo.
A la par de señalar las debilidades y fortalezas de estas posiciones, también
iremos introduciendo los elementos esenciales que debe contener nuestro modelo de
relaciones internacionales. El objetivo es formular una posición intermedia deter
minando lo que sea necesario para que la propuesta supere el etnocentrismo propio
de la tradición liberal occidental, que se autoconcibe como el mejor camino posible
sin hacer siquiera una autocrítica ni mucho menos admitir la posibilidad de entablar
un diálogo para fortalecerse con lo mejor de cada cultura. Para este propósito seguiré
la idea de Robert Putnam, quien postula que, a pesar de encontrarnos culturalmen-
te atados, podemos alcanzar algún tipo de objetividad (Putman, 1993).
El que nos encontremos inmersos en ciertos valores culturales no tiene por
qué cegarnos, pues podemos tener una perspectiva hasta cierto punto objetiva e
incluso enarbolar algunas características de nuestra propia cultura como metas a
las que es bueno aspirar. En este sentido, se puede considerar a John Rawls como
un objetivista, en la medida en que su obra parte de ciertas premisas que postula
como objetivamente válidas, entre ellas la innegable racionalidad de los individuos,
que los impulsa a satisfacer sus intereses particulares antes que a ser altruistas,
entre otras. Hasta este punto coincidimos con Rawls; sin embargo, estamos en
desacuerdo con algunos de los principales postulados de su obra El derecho de gen-
tes, como el de sostener la superioridad de los valores democrático-liberales y su
decisión de marginar los de los países que él define como outlaw states o proscritos,
pero que también pertenecen al concierto internacional.
Pondremos especial atención en subrayar cuáles características deben incluirse
en la posición original que posteriormente se construirá como el espacio ideal para
la negociación internacional. También señalaremos por qué los países considerados
como outlaws o proscritos deben formar parte de esa construcción hipotética, si
realmente se quiere avanzar en los procesos de paz. Trataremos asimismo de recalcar
cuál será el papel específico que jugará la cultura, así como qué tan grueso o delgado
debe ser el velo de la ignorancia en la posición original que propondremos.16 Nos
adherimos a la idea de que lo mejor es que sea delgado e incluya nuestro conocimien-
to de la cultura, con la finalidad de ser capaces de tomar las mejores decisiones, en con
traposición a lo que piensa Rawls, quien prefiere un velo de la ignorancia grueso.
16 Más adelante explicaremos en profundidad los conceptos velo de la ignorancia y posición original. Por
ahora baste decir que Rawls considera que no se tienen que tener conocimientos profundos de cultura
para tomar decisiones de índole moral. Nosotros, por el contrario, sostenemos que es fundamental te-
ner cada vez más conocimientos culturales para estar en condiciones de elegir los principios de justicia
más adecuados.
OBJETIVISMO VS. RELATIVISMO 85
Justicia y cultura
¿Realmente es posible decidir los principios de la justicia y sostener que son objeti-
vos? O, mejor dicho, ¿están en algún sentido influidos por nuestra cultura occidental?;
¿estamos en riesgo de tirar al bebé junto con el agua de la tina con el fin de defen-
der al multiculturalismo, es decir, en riesgo de olvidar lo que consideramos logros de
la raza humana con la finalidad de juzgar todos los valores culturales como igual-
mente válidos sin reflexionar sobre su contenido?
Curiosamente, las críticas a las teorías rawlsianas formuladas por los filósofos
comunitarios parten también de los principios liberales. Al final sólo agregan algu-
nos tipos de derechos sociales que consideran deben incluirse en su concepción
de la justicia, pero al darles un mayor peso a estos valores acaban alejándose del
liberalismo de Rawls, en detrimento de las libertades individuales. Por otra parte,
sigue vigente la discusión entre objetivistas, como Rawls; cosmopolitas, como Roger
Scruton, Charles Beitz y Thomas Pogue —quienes por cierto presentan importan-
tes diferencias entre ellos—, y relativistas como Michael Walzer, quien como hemos
visto, hace hincapié en el papel de la cultura.
Procederemos a revisar estas posiciones, tanto la que plantea la validez de los
valores objetivos como la que defiende el relativismo cultural a cualquier precio.
Recientemente se ha entablado un rico debate en torno a la cultura y a la mora
lidad, mediante el cual algunos autores han pretendido reforzar la identidad de sus
propios orígenes culturales y, por lo tanto, tienden a defender el multiculturalismo.
Otros se orientan a subrayar la tesis de que ciertos valores son correctos por sí mismos,
pero no todos son positivos por el mero hecho de pertenecer a una cultura. En la
que podríamos denominar como la posición multiculturalista se postula una exal-
tación de la cultura, a tal punto que el resultado es un relativismo total.
No deja de ser interesante que en estos tiempos de inevitable globalización la
gente vuelva su mirada para apreciar lo local, la grandeza de la tradición, de las
diferencias y de las identidades especiales. La tendencia mundial no ha ido hacia
la homogeneización de los valores, a pesar de la innegable fuerza que han adquirido los
medios de comunicación; es más, lo global también ha producido el fortalecimien-
to de lo local. Más precisamente, el imparable movimiento hacia la globalización
ha permitido, al conectar a culturas tan distantes entre sí, el surgimiento de un fe
nómeno de valoración de lo singular. Puede que no sea tan extraño como parece que,
en un mundo acelerado, de cambios rápidos y constantes, las personas tiendan a
asirse a algo sólido que les proporcione identidad. Cuando una persona emigra a
un país completamente extraño porque le ofrecieron un buen empleo o está buscan-
do alguna oportunidad de trabajo puede procurar, o bien asimilarse a la cultura
global o quizás intentar encontrar su identidad en sus propias tradiciones. ¿Cuál
86 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
sería su actitud al encontrarse en lo que Saskia Sassen ha bautizado como las ciu-
dades globales? (Sassen, 1998). ¿Hasta qué punto se vuelven ciudadanos globales?;
¿pueden reintegrarse a sus sociedades originales?; ¿qué tanto lideran movimientos
en contra de ciertos aspectos de la modernidad o de Occidente?
La posición crítica
La llamada teoría crítica de Iris Marion Young (1990) es un caso extremo de defensa
de la política de las diferencias. Esta autora sostiene que constituye un reduccio-
nismo valorar lo común o lo idéntico por encima de la especificidad y la diferencia.
En su opinión, no basta centrarse en la distribución, sino que debe resaltarse la
dominación y la opresión. Explica que las innegables diferencias sociales deben ser
reconocidas por la justicia para estar en condiciones de reducir la opresión; para
ella, la construcción de sistemas normativos universales es una ilusión. Inclusive
sostiene que dichos ideales normativos son el reflejo de la propia sociedad que los
produjo. Por lo tanto, según Young, cuando Rawls sostiene que la objetividad y la
racionalidad son patrones universales, de hecho está expresando los valores de
la dominación existente en Estados Unidos (Young, 1990: 7). De esta forma, negar las
diferencias contribuye significativamente a la reproducción de la opresión de unos
grupos sociales sobre otros.
Esta autora también considera que al extrapolarse el análisis nacional al con-
texto internacional resulta aún más urgente sustituir los paradigmas de la justicia.
Asimismo, para reconocer la posibilidad de una justicia internacional también
deben tomarse en cuenta las diferencias entre los países, y no se puede negar que son
enormes. “Las grandes inequidades en los estándares de vida entre las naciones,
ocasionadas por el acceso desigual a los recursos, el legado del colonialismo y los
actuales estragos del comercio internacional, las finanzas y la inversión explotadora,
representan una flagrante injusticia distributiva” (Young, 1990: 255).
Esta pensadora de la teoría política propone un marco teórico que no se centre
en la redistribución dentro del contexto internacional, sino que utilice las catego-
rías de dominación y opresión; sin embargo, no alcanza a explicar cómo es que la tal
sociedad opresora ha sido la única que ha reconocido los derechos de los grupos su
puestamente oprimidos y por qué, a pesar de todo, disfrutan de una mejor condición
que en la mayoría de las demás sociedades en el mundo. El peligro de estas posicio-
nes extremas es que, de aplicarse, se correría el riesgo de perder los avances logra-
dos gracias a la postulación de los derechos objetivos. La defensa de los derechos
universales ha derivado históricamente en la protección de las minorías, e ignorar el
éxito de dichos derechos puede conducirnos a perder ambas cosas.
OBJETIVISMO VS. RELATIVISMO 87
La posición comunitaria
última como puede construirse una identidad. A Sandel le preocupa que al tomar-
se en cuenta únicamente los valores liberales se minimiza el importante papel que
juegan las asociaciones intermedias, las cuales contribuyen decididamente a pro-
mover los bienes comunes.
Su propuesta constituye un intento por combinar los ideales liberales con los
valores comunitarios, y para ello sugiere algunos límites para el propio liberalismo.
Sostiene que Rawls acepta que la concepción política de la persona como un ser
libre e independiente se encuentra implícita en la cultura política pública de cual-
quier teoría democrática (Sandel, 1982: 193). Por lo tanto, se puede afirmar que
entonces la teoría rawlsiana no es tan hipotética como pretende, pues en realidad
describe importantes elementos de la cultura política estadunidense. La principal
crítica de Sandel a la teoría de Rawls consiste en denunciar que éste separa dema-
siado a la justicia de otros valores que son también muy importantes, tanto que si
no se toman en cuenta hacen peligrar a la justicia misma.
Como lo ha dicho Amy Gutmann, los comunitarios no pretenden suplantar los
valores liberales, sino complementarlos (Gutmann y Thompson, 1985). De acuerdo
con Gutmann, Sandel se preocupa tanto por el mercado y las grandes burocracias
que, en nombre de la eficiencia, olvida los verdaderos valores democráticos comu-
nitarios. No se debe separar demasiado la democracia de la moral. Sandel no satis-
face ni a los comunitarios más radicales ni a los liberales de fondo como Rawls, pues
al preocuparse tanto por los derechos sociales pone en riesgo los valores liberales
del individualismo de John Rawls.
deseable que se rechace el velo sin más argumento, tampoco es viable que se acepte
como una tradición inmutable. Tal vez si en Occidente se tuviera un profundo cono
cimiento de la cultura musulmana podría entenderse ese movimiento, pero quizá
también a partir de ese conocimiento podría empezarse a cambiar paulatinamente
esa costumbre, aunque sólo si después de realizarse una revisión profunda de la tra-
dición se encontrara que existen posibilidades y realmente es necesario el cambio.
Éste se ha vuelto un tema importante en Francia, tanto que llegó a debatirse
en la Asamblea Nacional. Es una confrontación que incluso puede llegar a desga-
rrar el tejido social de la nueva sociedad francesa, de la que forman parte millones
de emigrantes musulmanes. Es obvio que no existe una solución fácil para este dile-
ma, que no es tan sencillo como podría parecerle a mucha gente. Se trata de
emprender un diálogo reflexivo entre las dos culturas sobre el tema y no una imposi-
ción por parte de alguna de ellas. Como lo explica David Miller, ninguna de las
posiciones debe ser privilegiada. La que desea defender las tradiciones debe iniciar
un diálogo constructivo con quienes proponen los cambios (Miller, 1995: 127).
Volviendo al tema del relativismo, Walzer subraya el carácter cultural de los
valores occidentales y resalta que no existe tal cosa como un lenguaje moral neu-
tral. Por ello sólo considera ciertos aspectos que se repiten en las moralidades máxi
mas y que podrían constituir una moralidad mínima la cual, desde el inicio, adopta
ciertos aspectos de la doctrina liberal. Asumir que las personas son iguales y libres
implica premisas importantes para el liberalismo; así, lo que en principio parece ser
un acuerdo natural o universal en torno a ciertos valores, de hecho no es otra cosa que el
producto de una cultura moral específica: la liberal (Walzer, 1996: 42-45). Lo que pa
rece ser una moral “natural”, que encarna una manera correcta de proceder y que es
seguida por todas las culturas, no es sino el resultado de una moralidad más densa o
por lo menos deriva de ésta. Por ello, a pesar de que sí podemos emitir juicios desde
esta perspectiva, debemos ser conscientes de que ésta no es moralmente neutral.
Rodríguez Zepeda argumenta en defensa de Rawls y en contra de Walzer que
este último confunde lo general con lo universal y con la ahistoricidad. Walzer con-
sidera que los índices primarios deben darse en un tipo de sociedad y en un contex
to, y que responden a la concepción específica de justicia de ese momento, pero
Rawls sólo habla de bienes primarios generales y no de unos válidos para todas las
sociedades y épocas (Rodríguez Zepeda, 2010: 162).
Siguiendo esta misma línea de argumentación, Charles Taylor sostiene que “el
liberalismo no puede ni debe afirmar una neutralidad total. El liberalismo también
es un credo combativo” (Taylor, 1994: 95). El aspecto que resalta en todas estas crí
ticas es que ciertos valores occidentales fueron, a lo largo del tiempo, considerados
absolutos y universales, pero tras esa aparente neutralidad resulta evidente la exis-
tencia de un contexto cultural.
OBJETIVISMO VS. RELATIVISMO 91
con este enfoque; sin embargo, consideramos que los valores occidentales son tan
atractivos que resultarán exitosos al ser sometidos a un análisis desde la posición
original. Mediante la deliberación las personas pueden, de manera paulatina, llegar
a compartir valores. Ahora bien, simultáneamente se puede aceptar que algunos
tipos de individualismo descarnados o brutales llegan a atemperarse por las con-
cepciones de otras civilizaciones.
Tal vez las llamadas personas invisibles de las calles de nuestras ciudades capi-
talistas democráticas liberales apoyen nuestra idea.17 Una percepción comunitaria
de la responsabilidad puede enriquecer nuestra concepción moral individualista.
Ello no quiere decir que no exista gente “invisible” en las calles de las urbes de
otras civilizaciones que no abrazan los valores liberales; evidentemente la hay, así
como también existen otros problemas. Desafortunadamente, hasta hoy no conoce
mos ninguna civilización cuya meta principal sea terminar con el hambre.
Para Michael Walzer la cultura es el elemento que otorga significado a los bie-
nes que pretendamos distribuir. Ciertas culturas confieren mayor importancia a
la religión, mientras que otras se la brindan a las cosas materiales. No existe nada
dentro de un principio distributivo que le conceda contenido a los bienes por sí
mismos. ¿Estamos dispuestos a afirmar que sólo las cosas materiales son importan-
tes o que sólo lo espiritual es necesario? Tenemos la firme convicción de que sólo
este ejercicio de equilibrio que proponemos nos puede llevar a considerar a ambas
dimensiones como importantes. No existe una cultura que triunfe siempre, sino
que las culturas se deben equilibrar unas con otras. Tanto la cultura liberal como la
musulmana cometen excesos y tienen rasgos de fundamentalismo, pero también
abrigan virtudes.
Dentro de la posición original aquí propuesta, las personas necesitan saber que
las cuestiones espirituales son muy importantes para una de las partes y que los asun
tos materiales lo son para la otra. No se trata de que la persona espiritual se torne más
realista y olvide todo acerca de su espiritualidad, o bien que la otra parte se olvide de
las cosas materiales y piense únicamente en el desarrollo de su espíritu. Al conocer
acerca de la otra cultura, ambas partes sabrán cuáles son los límites dentro de los que
pueden actuar y, al mismo tiempo, podrán considerar muy seriamente los valores
del otro, para así llegar a una posición intermedia que resulte aceptable para todos.
Como lo dice Taylor: “[…] el descubrimiento de mi propia identidad no quiere decir
que sea una tarea llevada a cabo en soledad, sino que la negocio a través de un diálo-
go parcialmente público y parcialmente interno con otros. [...] Mi propia identidad
depende fundamentalmente de mi relación dialógica con los otros” (1994: 80).
17 Por personas invisibles me refiero a aquellas que por su bajo estrato social son ignoradas, como los
vagabundos, adultos mayores pobres, niños pobres o personas en situación de calle.
OBJETIVISMO VS. RELATIVISMO 93
cual absolutamente todo está abierto al debate. La adopción de una posición inter-
media eventualmente nos conducirá a lograr que algunos de los valores occidenta-
les contemporáneos sean aplicados y apreciados en todo el mundo.
La fortaleza de Rawls proviene de la objetividad de su perspectiva sobre los jui
cios morales, mientras que la de Walzer está en la importancia otorgada a las dife-
rencias culturales. La debilidad de Rawls puede ubicarse en que detrás de su aparente
objetividad se encuentra la idea de la superioridad absoluta de los principios de la
democracia liberal, y la de Walzer consiste en que el relativismo impide la crítica de
las diferentes culturas, y aunque es cierto que trató de superar esta falla, en realidad
nunca lo consiguió. Hay quien ha afirmado correctamente que tanto el multicultu-
ralismo como el monoculturalismo son posturas políticas. Una se esconde tras la
racionalidad y la universalidad, mientras que la otra lo hace tras lo políticamente
correcto (Goldberg, 1994: 28).
Resulta muy difícil criticar a una sociedad desde afuera. Walzer intenta defen-
derse del relativismo extremo afirmando que cuando no se alcanza el ideal de un
sistema surge la crítica desde el interior del propio sistema y ello posibilita el cambio.
Aunque sea más crítico de Occidente que de las otras culturas, la aparente objetividad
que presume en realidad no es más que la expresión de los valores occidentales. En
oposición a esta visión, Roger Scruton advierte que la tendencia al repudio, que recha
za la necesidad de las lealtades hacia lo occidental y entroniza el multiculturalismo,
hace peligrar los fundamentos mismos de la cultura occidental (Scruton, 2002).
Nuestra propuesta pretende estimular la discusión constante entre actores racio
nales, con conciencia del significado de la dimensión cultural, empleando un meca
nismo de empatía que brinda la posibilidad del cambio. En suma, Walzer afirma que
la democracia no debe imponerse, por poner un ejemplo, en China, sino que esta na
ción tendría que diseñar su propio modelo de organización política, aunque nunca
explica el contenido de este tipo de sistema al estilo chino o cómo surgen las tendencias
democráticas en una cultura de manera aislada, cuando sabemos que la crítica exter
na ha sido un factor definitivo para la instrumentación de cambios en muchos lugares.
Asimismo, concede gran importancia a la autonomía del Estado, a la idea de la auto
determinación y a la de no intervención, y deposita sus esperanzas en las posibilidades
internas del sistema para desarrollarse en la dirección correcta. ¿Cómo sucederá esta
evolución? Simplemente el autor no lo dice, además de que, por otra parte, parece
ignorar el fenómeno de la globalización. No reconoce la importancia de que a través
de los medios de comunicación se observen otras realidades que se presentan como
atractivas, como por ejemplo, la protección de derechos individuales.
En nuestro modelo, se invita a las partes a colocarse, primero, en una posición
específica, que implica conocer la importancia y el significado de su propia cultura y,
posteriormente, a situarse en la posición del otro, en el contexto de la otra cultura.
96 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
Debido al mencionado velo de la ignorancia, los actores ignoran cuál de las partes son
ellos y, por lo tanto, se ven orillados a buscar una solución aceptable para todos. A
partir de este modelo podríamos verdaderamente imaginar cómo sería la democra-
cia china, aproximándonos poco a poco a una consideración acerca de los alcances
probables del cambio en una cultura específica.
No se puede ignorar que Walzer establece un axioma muy importante al afirmar
que la democracia no debe de ser impuesta. En ciertas épocas, como por ejemplo
durante los gobiernos de Jimmy Carter y William Clinton, Estados Unidos adoptó una
política exterior que supuestamente promovía la democracia (Neier, 1996: 91-101).
La experiencia nos ha enseñado que se trata de una tarea muy complicada. En pri-
mer lugar, está probado que el gobierno estadunidense no emplea la misma vara
para medir a todos los sistemas políticos. Respecto de este doble estándar, Aryeh Neier
comenta: “Cuando se cometen abusos contra los derechos humanos en países de
la primera magnitud de importancia, los gobiernos y los organismos intergubernamen
tales que tienen la capacidad de influir no lo hacen y, en el mejor de los casos, sólo
pronuncian discursos huecos ante el problema” (Neier, 1996).
Si se trata de un país pequeño como Granada justifican la necesidad de inter-
venir para promover la democracia, pero cuando se restringen los derechos políti-
cos en China, como ocurrió en la plaza Tiananmen, la reacción de Estados Unidos
resultó tibia, por decir lo menos, pues no es fácil iniciar una confrontación contra
una potencia importante. Se ha dicho que la principal falla en la instrumentación
de los estándares liberales igualitarios es que los Estados liberales no desean hacer-
se cargo de las inequidades mundiales (Miller, 1995).
En primer lugar, los intereses económicos en torno a China son muy impor-
tantes debido al tamaño de su población. En segundo, una confrontación militar
con este gigante no resultaría fácil. Así, podemos observar cómo la promoción de la
democracia no es una política sencilla de concretar y que en el fondo se trata de una
actitud arrogante. Las personas deben poder reflexionar acerca de los beneficios de
la democracia, pero hay algo extremadamente incongruente en la idea de imponerla,
pues su esencia es justo el consenso y no la imposición. Además, cuando se impo-
ne la democracia no existe nada en dicho sistema que impida que se elija a un líder
contrario a los intereses del país que promovió la imposición, razón por la cual la
reacción podría llegar a ser más grande de lo esperado. El imperialismo benevolen-
te puede provocar, aun sin intención, consecuencias no deseadas para el mundo y
para la propia democracia.
En este sentido concordamos con la idea de Walzer de que la democracia
tiene muchas caras. No se puede simplemente imponer una única cara a todos los
países, pues impactaría en las características de los diversos Estados y del propio sis-
tema democrático. De hecho, el factor cultural —ningún otro— es el único que
OBJETIVISMO VS. RELATIVISMO 97
puede promover una democracia particular. Se trata, a fin de cuentas, del desarrollo
de una cultura democrática.
18 Los Papeles federalistas fueron escritos por Alexander Hamilton, James Madison y John Jay en apoyo
a la constitución de Estados Unidos, como respuesta a los ataques de varios autores (los llamados anti
federalistas) que durante ese conflicto usaron nombres romanos como Cato —en realidad el gober-
nador Clinton. Abordan cuestiones constitucionales sobre los debates en la Convención Federal.
OBJETIVISMO VS. RELATIVISMO 99
Scruton aporta una idea muy interesante sobre la protección del Estado nacio-
nal al afirmar que la civilización occidental depende de la lealtad territorial de su
ciudadanía. A diferencia de esta circunstancia, el islam mantiene una lealtad uni-
versal a Dios y el proceso de globalización es asimilado como una amenaza de Occi
dente para el resto del planeta (Scruton, 2002: 159). Asimismo, este autor también
afirma que las más recientes acciones de los terroristas, quienes se sienten agredidos
por el mundo occidental, están vinculadas con las instituciones globales. En su
opinión, los ataques terroristas fueron posibles precisamente por la existencia de las
instituciones financieras globales que les facilitaron los recursos necesarios para
llevar a cabo su terrible tarea.
Hablar de los méritos del Estado nacional como sistema de organización polí-
tica no trae aparejada la justificación de cada uno de ellos en lo particular. Sabemos
que los Estados nacionales son una eventualidad histórica (Gould, 1990: 313).
Obviamente, ciertos Estados no pueden defenderse bajo ninguna circunstancia,
como por ejemplo los insertos en sistemas políticos totalitarios, como la otrora Unión
Soviética. No hay forma de justificar el constante crecimiento del aparato represivo
para controlar a la población. Ahora bien, las organizaciones políticas viables tien-
den a necesitar un cierto tamaño mínimo, y aunque existen países muy pequeños
legítimamente democráticos, su supervivencia es más bien difícil. Comúnmente,
el éxito en el desarrollo económico está asociado con un tamaño mínimo y, aunque
existen contraejemplos, éstos son más bien la excepción y no la regla.
Michael Walzer (1996: 85), por el contrario, defiende el federalismo y a la confe
deración de naciones, y sostiene que sólo el consenso legitima el poder; no obstante,
diferimos de su posición que promueve la tendencia a considerar a los grupos cultu
rales como la identidad más importante por preservar a cualquier costo. En cambio,
pensamos que con el progreso político que significa la democracia se generan dere-
chos y obligaciones que vale la pena proteger. Walzer niega defender el tribalismo,
pero no se puede pasar por alto que al considerar el equilibrio entre el Estado nacio
nal y los grupos culturales toma partido por estos últimos. De hecho, afirma que para
lograr erigir una confederación o la instauración del federalismo lo mejor es dejar
de lado la coerción y permitir que las tribus primero se separen y posteriormente se
incorporen voluntariamente. Consideramos que existe una contradicción en el argu
mento de los multiculturalistas, pues promueven la desaparición del Estado-nación
olvidándose de que ha sido precisamente éste el que ha permitido la reproducción de
las diferencias culturales, aunque también haya reprimido algunas otras.
La inclusión es, sin duda, un mucho mejor valor para aplicarlo hasta sus últi-
mas consecuencias. Si luchamos por un gobierno federal democrático, en el que uno
de sus principales principios sea la tolerancia, entonces no habrá manera en que los
diversos grupos peligren o se sientan amenazados. El mundo tiene límites, razón
100 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
Los principios presentados en esta propuesta podrían muy bien ser aceptados
como los requisitos mínimos de la justicia por todas las culturas. Sabemos que en
el centro del modelo de John Rawls se encuentra la idea del individuo como una
persona libre e igual a sus congéneres. Concordamos plenamente con esta posi-
ción inicial, pero también reconocemos que forma parte exclusivamente de nues-
tra civilización occidental. Como lo explica Daniel Bell: “La premisa fundamental
de la modernidad, la amenaza que ha atravesado a la civilización occidental desde
el siglo xvi, consiste en que la unidad fundamental de la sociedad no es el grupo, el
gremio, la tribu o la ciudad, sino la persona. El ideal occidental era el hombre autó-
nomo quien, al volverse autodeterminante, alcanzaría la libertad” (Bell, 1976: 16).
Aunque en ciertos pasajes Rawls reconoce la importancia de las diferencias, lo
único que es coherente con la totalidad de su teoría son los individuos racionales
que toman decisiones.
Tenemos que ser capaces de defender la concepción individual de la persona,
lo cual consideramos necesario, pero no por ello debemos asumir que es superior
en forma absoluta. Sabemos que para las civilizaciones orientales el grupo es lo
más importante y no podemos simplemente descartar esta concepción. Inclusive,
quizá sea más fácil comprender la importancia del individuo cuando analizamos al
grupo inmediato en el que se inserta. En otras palabras, sostenemos que sería muy
conveniente emprender una valoración de la familia inmediata y subrayar su
importancia. Según el enfoque aquí expuesto este proceso de aprendizaje es posi-
ble, ya que se podría situar a los Estados en una “posición original” para que deba-
tiesen entre ellos qué es más importante defender, si al individuo o al grupo en un
cierto caso determinado.
No es nuestra intención presentar una sociedad ideal que se le deba imponer
a cada miembro de la comunidad internacional. Por el contrario, únicamente pre-
tendemos establecer los mecanismos que harían posible manejar los cambios,
lidiar con los conflictos y conciliar las diferencias. No pretendemos definir a priori
el contenido de la justicia, delineando lo que es justo y lo que es injusto o el tipo de
comunidad internacional que debemos alcanzar. Se trata únicamente de un proce-
dimiento que puede ayudar a las relaciones internacionales en cualquier tiempo y
lugar, pero que únicamente puede funcionar bajo el supuesto de la actuación
racional de los actores.
El concepto de justicia no sólo cambia de una nación a otra, sino también de
un individuo a otro dentro del mismo país; sin embargo, en el modelo que propo-
nemos, si bien podemos aceptar que en un conflicto que requiere de la negocia-
ción internacional las partes hipotéticamente ignoran, debido al mecanismo del
velo de la ignorancia, el sentido de justicia específico que poseen, también debe-
mos reconocer que no pueden dejar de ser conscientes de que, en todos los casos,
102 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
los actores involucrados poseen un sentido de justicia según el cual distribuyen los
recursos, los beneficios y los costos.
En cierto sentido, en todos los casos situamos a los actores nacionales en una
construcción ideal desde la cual se alcanzará la mejor solución para todos pues,
entre otras cosas, dicho terreno común los obliga a entablar un diálogo deliberativo
que considera en igualdad de circunstancias a las posiciones de las partes. El meca-
nismo de empatía nos permite repartir las cargas y beneficios de la cooperación en
una forma aceptable para ambas partes y que, por tanto, se considere justa o legítima.
Razonamiento público
Cuando se cumplen los siguientes requisitos es posible afirmar que las acciones de
los países son guiadas por un concepto público de justicia:
1. Todos los países aceptan el mismo principio de justicia;
2. Las relaciones entre las naciones se establecen en concordancia con dicho
principio de justicia;
3. La adopción de dicho principio se decidió utilizando el mecanismo del velo
de la ignorancia.
4. Mayor participación de las ong y de las que el propio Goodhart llama Non-
State Institutions of Governance (o instituciones de gobernanza internacio-
nal), que limitan el poder del Estado-nación.
5. Extrema rapidez de los mercados financieros que constriñe las políticas del
gobierno. Las especulaciones financieras instantáneas provocan grandes
desestabilizaciones económicas y políticas.
6. Instituciones con capacidades regulatorias que imponen políticas financieras
a los gobiernos.
7. La gran fragmentación territorial, que significa que se revivan los naciona-
lismos, los fundamentalismos religiosos y otras formas de identificación
(Goodhart, 2001: 527-546).
Ante las fuerzas globales, los individuos —tanto los que emigran como los que
permanecen en su lugar de origen— reafirman su identidad en las tradiciones
locales. También es necesario subrayar que existe una clara división en la academia
entre los estudiosos que consideran a la globalización como negativa por definición
y quienes la califican como positiva. Los primeros desearían, de alguna manera, dar
vuelta hacia atrás en la historia y regresar a la época idílica del aislamiento, como si
fuera algo sencillo o incluso posible. Los segundos pugnan por intensificar el pro-
ceso globalizador sin detenerse a ponderar los estragos que pueda causar.
En el primer extremo podríamos situar las visiones contrarias a la globaliza-
ción, como si fuera bueno que las naciones se aislaran y pudieran lograr con ello un
mejor desarrollo económico. Más realista es la posición crítica de Joseph Stiglitz,
quien nos comenta: “Observé los efectos devastadores que la globalización puede
llegar a causar en los países en desarrollo y especialmente en los más pobres” (2003:
ix), pero agrega: “La globalización no es buena ni mala” (2003: 20). Puede dar be
neficios o suponer costos, dependiendo de cómo se lleve a cabo. En una obra más
reciente, Stiglitz suaviza su posición: “Creo que la globalización tiene el potencial de
traer enormes beneficios tanto a los países desarrollados como a aquéllos en vías
de desarrollo. Ahora bien, la evidencia es abrumadora [en demostrar que la globali-
zación] ha fallado en lograr este potencial” (Stiglitz, 2006: 4). De acuerdo con Ann
Florini (2005: 3), la globalización ha llevado a las sociedades a subordinar las
preocupaciones sobre la justicia y la equidad a las exigencias de productividad y
competitividad. Desafortunadamente, los temas que han dominado la agenda son
justo los de eficiencia, productividad, competitividad, ganancia, fusiones y adquisi-
ciones, relegando la idea de la redistribución de los beneficios.
En contraste, los defensores de la globalización, como Jagdish Bhagwati, sos-
tienen que “[…] la convicción de que a la globalización le hace falta un rostro hu
mano es una afirmación que equivale a una falsa alarma; adoptemos la concepción
108 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
de que ya tiene ese rostro”. De acuerdo con su argumento, la globalización ayuda a los
planes sociales de los países pobres (Bhagwati, 2005: 390). Para este autor la igual-
dad de derechos tanto de hombres como de mujeres y la superación de la pobreza
“evolucionan y no involucionan gracias a la globalización” (2005: 21).
Críticas a la globalización
1. Para quienes la analizan desde el punto de vista cultural, los cambios que
trae consigo la globalización destruyen a las culturas autóctonas; por ello han
proliferado reacciones en contra de la llamada cultura global y han resurgi-
do los nacionalismos.
2. Desde el punto de vista ecológico, la globalización es una amenaza para la
naturaleza. La expansión acelerada de las fuerzas económicas no permite un
desarrollo sustentable que evite los efectos negativos sobre el medio ambiente.
3. Desde la perspectiva social, facilita la actuación del crimen organizado
internacional, provoca grandes y constantes migraciones que ponen en peli-
gro la integración familiar e incluso destruye a las familias, pues exige una
fuerza laboral flexible que pueda moverse fácilmente adonde su trabajo se
requiera, lo que a su vez acarrea otro mal: propicia que las enfermedades y
aun las pandemias se propaguen más rápido. El sida, por ejemplo, es una de
las enfermedades que más se ha diseminado debido a las migraciones. Por su
parte, el crimen organizado se sirve de la tecnología y de las fronteras cada
vez más abiertas para transportar drogas y armas.
4. Desde la óptica de los analistas que se centran en lo económico, se trata de un
fenómeno que ha producido el empobrecimiento en los países avanzados y lo
ha agudizado en los pobres al propiciar una mayor concentración de la riqueza.
5. En el ámbito de lo político, la principal crítica es que la globalización puede
convertirse en una verdadera amenaza para la democracia, tanto en el nivel
nacional como en el internacional. En las naciones surgen actores de gran
poder económico, como las empresas transnacionales, que suelen operar
fuera del marco de las instituciones democráticas. En el terreno internacional,
tampoco existe una organización que realmente propicie la representación
equitativa; por el contrario, la gran mayoría de las organizaciones internacio-
nales responde a los intereses económicos de los países más fuertes, que
piden a la comunidad de naciones liberar sus economías mientras impulsan
el proteccionismo y alientan los subsidios para sí mismos (Stiglitz, 2006).
LA GLOBALIZACIÓN: NUEVAS RESPUESTAS 109
6. P
aradójicamente, aunque se ha argumentado que la globalización no es más
que la agenda de las posiciones neoliberales de los países avanzados, en esas
naciones se ha suscitado el mayor temor y el más amplio rechazo. Existen
voces de descontento tanto en los países de mayor desarrollo como en los
menos desarrollados, pero curiosamente las críticas más combativas han
surgido en los primeros. Sus sindicatos y trabajadores en general temen la
disminución acelerada del empleo, debido a que consideran que el capital
tiende a invertirse allí donde los salarios son más bajos.
Defensa de la globalización
1. Las culturas se enriquecen en contacto con otras, pues las culturas siempre han
sido un fenómeno dinámico, en transformación, aunque a veces, es cierto, co
rran el riesgo de desaparecer, pero lo peor para ellas sería permanecer estáticas.
2. La conciencia ambiental se ha expandido gracias a las comunicaciones. In
cluso los lugares más alejados, gracias a la televisión e Internet, entre otros
medios, tienen conciencia del peligro que entrañan el daño ecológico y el
calentamiento global.
3. Los principales problemas de la humanidad actualmente son globales debi-
do a los constantes contactos, a diferentes niveles, que se producen entre
las distintas sociedades. El crimen organizado y el narcotráfico o la venta de
armas sólo se pueden combatir de manera conjunta si se comparte la infor-
mación instantáneamente. Las campañas mundiales de salud han permitido
aumentar la edad promedio en los países avanzados, aunque también se han
producido significativos avances en los países más pobres.
4. Es cierto que la globalización ha generado una mayor concentración de la
riqueza, pero también lo es que en general se ha producido un crecimiento
de la riqueza como un todo. Sin duda, es mucho más lo que todavía se
puede lograr en términos de redistribución. Hasta antes de la más reciente
crisis eran visibles ciertos avances en términos de disminución de la pobreza
(Bhagwati, 2005).
5. Al analizar a la globalización en relación con la democracia es importante
resaltar el impacto que los medios de comunicación han tenido en su promo-
ción, así como para frenar la violencia pública.21 Un acto de represión, por
21 Estas redes son las más importantes fuentes de ideas, normas e identidades. Véase al respecto Keck
y Sikknik (1998).
110 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
22 omo ocurrió con la vergonzosa represión por parte del gobierno chino en la plaza Tiananmen, en Pekín.
C
23 Uno de los muy pocos países que se negó sistemáticamente a firmarlo fue Estados Unidos, tratando
de defender con ello su estilo de vida derrochador y sus en muchos sentidos inaceptables niveles de
consumo.
LA GLOBALIZACIÓN: NUEVAS RESPUESTAS 111
En este sentido, mientras que los primeros se preocupan por los derechos del
ciudadano dentro de las naciones y sostienen que la globalización se puede y debe
revertir, para los segundos el énfasis recae en los derechos humanos en general y
conciben la globalización como un fenómeno de nuestra época que tenemos que
abrazar y adecuar en un sentido democrático.
Los críticos de la globalización desde la óptica política hablan principalmente
de un déficit democrático o de la erosión del Estado; por ello, Joseph Stiglitz ase-
gura que la globalización ha restado soberanía a los países en desarrollo, limitando
su habilidad en la toma de decisiones en áreas fundamentales que afectan el bien-
estar de los ciudadanos. Concluye que “[…] ha debilitado la democracia” (Stiglitz,
2006: 9).
Michael Goodhart señala una falla fundamental en estos críticos al afirmar que
confunden la democracia con el Estado, lo que sucede constantemente, pues los
autores van de una noción a la otra como si fueran sinónimos. Desafortunadamente,
el propio Goodhart es presa del mismo error, pues no consigue separar claramente
los dos conceptos; sostiene que los Estados crean las instituciones supranacionales
y, en esa medida, argumenta que la globalización es benéfica porque fomenta la
cooperación internacional. Ahora bien, como dichas instituciones no son precisa-
mente democráticas concluye que el proceso no ha sido positivo para la democracia
(Goodhart, 2001).
Este autor explica que los conceptos de Estado y democracia se han entrelaza-
do a tal punto que no es fácil distinguirlos y que, en realidad, como la democracia
sólo puede entenderse unida a la idea de Estado, entonces en el nivel internacio-
nal, en la medida en que no existe un Estado supranacional, tampoco es posible la
práctica democrática. En lugar de aclarar las diferencias entre Estado y democracia
confunde a sus lectores todavía más. Nunca queda suficientemente diáfano por
qué las instituciones internacionales no pueden ser democráticas a pesar de que
sus líderes sean electos democráticamente, por qué es imposible la representación
igualitaria de sus miembros o por qué no son comunes los mecanismos de transpa-
rencia y rendición de cuentas.
Es muy importante profundizar en la situación actual del Estado-nación, pri-
mero en el nivel nacional y luego en el contexto internacional. Recientemente, los
fundamentos de la soberanía de las naciones están siendo amenazados por las prin-
cipales fuerzas del capitalismo global: las redes sociales transnacionales, la llamada
gobernanza global y la deconstrucción de las fronteras y las identidades (Inayatu-
llah y Blaney, 2004: 21).
El Estado huésped, como la autoridad máxima para la solución de los conflic-
tos dentro de un territorio, se enfrenta al gran poder que pueden llegar a acumular
las grandes corporaciones multinacionales y que amenazan su poder estatal: el
112 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
Para poder explicar las transformaciones del Estado moderno debidas a la globali-
zación tendríamos de cierta manera que remitirnos a las etapas de su formación y
consolidación. Por una parte, el concepto de Estado está ligado desde su creación
a la idea de soberanía. Desde Juan Bodino se configuró la definición de la soberanía
del Estado como la autoridad política máxima dentro de un país, el poder supremo
(Sabine, 1968: 297-397). Las fronteras geográficas establecen los límites de la so
beranía. El juez máximo en la solución de controversias es justamente el Estado,
formado por el conjunto de las instituciones políticas —el aparato de gobierno, el
ejército, las policías, las agencias de seguridad, la cancillería, la burocracia, las cár-
celes, los tribunales, entre otras. El gobierno, pues, aunque está íntimamente ligado
al Estado es algo diferente, el cual permanece mientras que los gobiernos cambian
y cada uno utiliza en su momento el poder estatal (Weber, 1974: 706-752).
Los Estados no sólo funcionan como tribunal de última instancia dentro de un
territorio, sino que también controlan los medios de coerción legítimos, es decir,
basan su eficiencia en la obediencia y la lealtad de los ciudadanos. Se establece
dentro de un Estado una determinada forma de gobierno que puede o no ser demo-
crática, pues éstas adquieren distintos formatos: pueden ser presidenciales, parla-
mentarias, monarquías parlamentarias, repúblicas democráticas o autoritarias o
hasta regímenes dictatoriales. Los gobiernos cambian, pueden situarse ideológica-
mente a la izquierda o a la derecha y utilizan al Estado para instrumentar políticas
públicas en distintos sentidos. Orientan las instituciones hacia un arreglo demo-
crático o hacia un modelo represor.
Desde la firma del Tratado de Paz de Westfalia en 1648 se ha asociado la idea
de Estado con el concepto de nación, origen del término Estado-nación. Dicho
tratado se firmó después de la guerra religiosa llamada de los Treinta Años, que
devastó a Europa. Su propósito fue elevar al soberano por encima de las religiones
—incluyendo sus sectas— y construir una figura de unidad nacional. En un mismo
Estado podrían coexistir varias religiones, con lo que se transitaría así a la seculari-
zación y la modernidad.
Se trataba de secularizar el Estado, ubicando los cultos religiosos en la esfera
de la vida privada y, en consecuencia, garantizando el respeto a todas las creencias.
LA GLOBALIZACIÓN: NUEVAS RESPUESTAS 113
24 Inayatullah y Blaney argumentan que con el Tratado de Paz de Westfalia sólo se transfirió el problema
de la diferencia al terreno de lo privado (Inayatullah y Blaney, 2004: 32).
25 Nicolás Maquiavelo ha sido considerado el primer pensador que separó con claridad los ámbitos de
la moral y de la política, e incluso fue más allá al distinguir entre la moral del gobernante y la del
ciudadano (Sabine, 1968: 249-264); también puede consultarse El príncipe de Maquiavelo, en cual-
quiera de sus múltiples ediciones.
114 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
Aunque en realidad son los gobiernos los que toman las decisiones, pues el aparato del
Estado funciona a partir de rutinas fundamentalmente basadas en la memoria históri-
ca. Sus cambios son más lentos: necesitarían sucederse varios gobiernos en un mismo
sentido para que algunas prácticas sociales o políticas se convirtieran en rutinas.
Con una idea más clara de la diferencia entre gobierno y Estado podemos
ahora sí aventurarnos a observar cómo la globalización los ha afectado a ambos en
términos internos. Al respecto Keith Suter afirma: “El proceso de globalización, que
es hoy el factor más importante en el mundo de la política, está minando el orden
tradicional y conduciéndonos al desorden mundial” (2003: 1). Más que debido a un
plan de los grupos dominantes en el contexto internacional, este autor considera
que es a causa de la reducción del poder de los gobiernos a nivel nacional que se está
creando un vacío de poder a escala internacional, que no se ha logrado llenar con
ninguna organización supranacional, circunstancia que nos conduce al caos.
Enfatiza asimismo que el proceso de globalización no es reversible, que no se
puede reinventar la era del Estado-nación. En el contexto mundial han proliferado
los actores no estatales, como las corporaciones transnacionales, y también organi-
zaciones intergubernamentales, de mujeres, de protección del medio ambiente y
de defensa de la paz, entre otras muchas, con las cuales los Estados tienen que
compartir el poder, pues son redes sociales internacionales que traspasan las fron-
teras porosas.
En sentido opuesto, David Held argumenta que una cosa es la transformación
del Estado y otra muy distinta su pérdida de poder. Según este pensador, aunque es
cierto que ha cambiado la relación entre el mercado y el Estado, no ha sido a expen-
sas de este último. En términos de cobro de impuestos o de capacidad de defensa y
lucha contra un enemigo, por ejemplo, los actuales son históricamente más fuertes
que los Estados anteriores (Held, 2001: 394), aunque también es verdad que en el
ámbito global comparten el poder con varias agencias y organizaciones internacio-
nales; por ello resulta necesario considerar al Estado en un marco político más
amplio. Ya no se puede, de acuerdo con Held, sostener la visión realista del Estado
como un agente soberano que promueve sus intereses: “Un mundo de complejas
interdependencias, se ha argumentado, tiene drásticas implicaciones para la sobe-
ranía, la autonomía y la rendición de cuentas de los Estados” (Held, 1995: 25).
26 La reciente crisis de la influenza humana (Ah1n1) reveló la necesidad de que los países compartan
información para evitar pandemias con consecuencias desastrosas.
27 Curiosamente, los movimientos ecologistas se oponían, por ejemplo, al Tratado de Libre Comercio
de América del Norte (tlcan) en lugar de apoyarlo y exigir la inclusión de medidas ambientales que
generaran beneficios compartidos. Tal vez lo hacían porque en el fondo dichos movimientos repre-
sentaban intereses económicos que se verían afectados, pero resulta más políticamente correcto
decir que se protesta por motivos ecológicos.
116 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
El Estado-nación y la democracia
Con el surgimiento del Estado-nación resultaba claro que el enemigo por vencer
normalmente era otro Estado. Casi siempre las guerras se libraban entre dos paí-
ses; no obstante, en nuestros días esta certeza se ha borrado. Uno de los enemigos de
la era posmoderna son los llamados terroristas, que rompen las reglas de las guerras
tradicionales. Como lo observa Joseph Nye, el 11 de septiembre de 2001 una orga-
nización terrorista transnacional mató en el propio territorio de Estados Unidos a
más estadunidenses que el Estado japonés en diciembre de 1941 durante el ataque
a Pearl Harbor (Nye Jr., 2004: 3).
Las guerras del pasado terminaban en un momento claramente determinado,
mientras que hoy parecen no tener fin. Los grupos terroristas utilizan a varios países
para promover sus causas y esconderse hasta su próximo ataque. Esta circunstan-
cia hace más difícil localizar y definir al verdadero enemigo.
La idea tradicional del Estado democrático —donde existen elecciones, electo-
res y comunidades políticas que participan y tienen derechos y obligaciones ligadas
a un determinado territorio geográfico— se torna problemática debido a que las inter
conexiones locales, regionales y globales exigen una nueva definición de la comu-
nidad relevante, la incluida en la democracia (Held, 1995: 73). Por supuesto que se
producen decisiones que afectan la vida de los individuos, pero ellos se encuentran
lejos de poder incidir en dichas decisiones, pues les toca tomarlas a las organizaciones
internacionales institucionalizadas, lo cual hacen con base en lógicas y por razones
muy distintas de las consideraciones individuales.
Como ya lo decíamos, la globalización ha introducido agentes económicos y de
la sociedad civil que ciertamente han tenido un impacto importante en el proceso
democrático de las naciones consideradas individualmente; no obstante, al anali-
zarse todos estos cambios es importante resaltar que no puede apreciarse una línea
nítida en relación con su direccionalidad democrática, pues en algunas ocasiones
han contribuido a promover la democracia y en otras la han perjudicado.
Un ejemplo de cómo algunos agentes internacionales presionaron para que se
hicieran transformaciones en un sentido democrático en el nivel nacional fue
LA GLOBALIZACIÓN: NUEVAS RESPUESTAS 117
1. Hoy en día, dado que los problemas son globales requieren de decisiones coor
dinadas por los gobiernos, pues en muchos casos, la línea divisoria entre un pro
blema nacional y uno internacional se ha borrado. En ese contexto, los problemas
no terminan en las fronteras, sino que afectan a dos o más países vecinos. Por
ello las decisiones unilaterales conllevan grandes probabilidades de fracaso.
2. Experimentamos la fragmentación y la reconfiguración de los sistemas econó
micos al crearse regiones económicas, como la Unión Europea y el tlcan. El
Estado opera en un complejo sistema regional y global y allí tiene que medir
los costos y los beneficios en la toma de decisiones. Los modos de produc-
ción se flexibilizan más y las corporaciones establecen plantas ensamblado-
ras que se encargan de diferentes partes del proceso, dependiendo de los
costos y de la estabilidad de la zona. Hay regiones en distintos países que se
interrelacionan entre sí más íntimamente que con otras regiones dentro de su
propio territorio.28
3. La importancia de las nuevas tecnologías es innegable. Los gobiernos pier-
den el control sobre la información que los ciudadanos reciben. Los satélites
y las computadoras ofrecen una supercarretera de la información que los
28 Éste es el caso de Quebec, cuya economía está más ligada a la de Estados Unidos que a la de Canadá.
Véase al respecto Márquez-Padilla (2000: 487-504).
LA GLOBALIZACIÓN: NUEVAS RESPUESTAS 119
Mientras que Keith Suter considera que todos estos cambios erosionan al
Estado, David Held apunta que son sin duda importantes, pero no afectan la fuer-
za del Estado; más bien, lo que estamos presenciando es su redefinición (Suter,
2003). También de acuerdo con Suter, la Unión Europea, al crear sus organizacio-
nes intergubernamentales, es sin duda el mejor ejemplo de cómo se ha ido erosio-
nando el arreglo de Westfalia (Suter, 2003). Sin duda la Unión Europea se ha
constituido como el experimento más interesante de instauración de una organiza-
ción supranacional con tintes democráticos; no obstante, curiosamente en lugar
de surgir un sentimiento fuerte de lealtad hacia la comunidad europea, lo que se
ha producido es un reforzamiento de lo local. Es por ello que se ha acuñado el tér
mino de “gobernanza”, que pretende ligar a las localidades y que trasciende los
límites geográficos y administrativos para incluir las alianzas y coaliciones, así como
a las redes sociales y económicas internacionales (Hambleton, Savitch y Stewart,
2003: 12). Resulta, pues, muy interesante la forma en que coexiste la pertenencia
tanto a la Unión Europea como a la localidad.
Por su parte, Held argumenta que la redefinición del Estado requiere de cam-
bios importantes si se pretende conservar los avances democráticos. Las nuevas
redes de actores sociales internacionales deben tomarse en cuenta para estar en
condiciones de apuntalar una comunidad política mundial incluyente, fundamen-
talmente para no afectar el proceso democrático, lo cual necesariamente implica una
redefinición de los derechos políticos más allá de los límites del Estado-nación. En
otras palabras, las redes sociales transnacionales exigen que empecemos a concebir
a la comunidad política en una forma mucho más amplia que la de los límites geo-
gráficos del Estado-nación. El significado de la democracia tiene que redefinirse
dado el contexto de procesos locales, regionales y globales que hoy se superponen,
120 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
El déficit democrático
Con frecuencia se habla del déficit democrático en relación con estos nuevos acto-
res internacionales. Ciertas compañías transnacionales son económicamente más
poderosas que algunos de los países más pequeños o más pobres, así que su nivel
de negociación con estas naciones es sumamente desigual.
El poder económico de estas grandes corporaciones multinacionales se traduce
en un importante poder político. Estas organizaciones corporativas afectan los des-
tinos de las naciones en la medida en que con sus decisiones pueden desestabilizar
las economías en donde tienen sus filiales o sus inversiones. Pueden hacerlo, por
ejemplo, mediante transferencias instantáneas de sus capitales de un país a otro.
En general, las grandes multinacionales también dejan sentir su poder sobre las
organizaciones de la gobernanza internacional, que tienden a tomar decisiones que
las benefician y facilitan su actividad en el contexto de la economía global. Estas últi-
mas organizaciones incluso carecen de legitimidad en la medida en que la mayoría
de sus más altos funcionarios son nombrados por los gobiernos más poderosos. No
rinden cuentas ni promueven la libertad de información, lo cual impide que las na
ciones más débiles participen en sus decisiones. En la actualidad se discute si los
mecanismos de toma de decisiones de estas instituciones cuasi supranacionales
(como la Unión Europea, la Organización del Tratado del Atlántico Norte [otan] o
el Fondo Monetario Internacional ([fmi], entre otras) disminuyen o no la capacidad
de incidencia de las grandes mayorías nacionales.
Los actores supranacionales, por su parte, distan de poder ejercer algún tipo
de control democrático: no hay representatividad en la medida en que sus directi-
vos casi siempre son elegidos por funcionarios públicos de los gobiernos de los paí-
122 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
ses más poderosos, a su vez presionados por los intereses privados. No rinden
cuentas, pues en la práctica asumen responsabilidades sólo ante los países desarro-
llados. Tampoco hay transparencia, ya que muchas decisiones las toma a puerta
cerrada un pequeño grupo de líderes económicos (Goodhart, 2001: 532). Thomas
Pogge acusa directamente a los representantes de las organizaciones económicas
internacionales y a los gobiernos que apoyan a las élites corruptas y opresivas en los
países en desarrollo de promover la pobreza (Pogge, 2002: 24).
A pesar de las limitaciones de las instituciones supranacionales, Goodhart las
entiende como medios por los cuales los Estados soberanos (sobre todo los más
poderosos) encuentran soluciones políticas a problemas internacionales de largo
plazo. Este autor también apunta que en realidad no debemos considerar a las ins-
tituciones supranacionales como una telaraña gruesa, lista para atrapar a los Estados,
ya que son ellos mismos los que forman estas redes. En todo caso, afirma: “Esta
red está diseñada para atrapar, a través de la acción colectiva, los asuntos que elu-
den la competencia unilateral”.
Por otro lado, Joseph Stiglitz considera que estas instituciones no son repre-
sentativas de las naciones a las que sirven y también sostiene que sus dirigentes
son designados en los países más desarrollados. Según este teórico, claramente
representan los intereses dominantes de los países más poderosos: “Ellos lo han
hecho de tal forma que la mayoría de las veces han servido a los intereses de los
países industriales más avanzados; a los intereses particulares dentro de esos paí-
ses […]” (Stiglitz, 2003: 214) y no a las naciones que deberían representar. Resul-
ta claro que Goodhart enfoca la situación del Estado desde el punto de vista de los
países poderosos, mientras que Stiglitz lo hace a partir de la visión de las naciones
en desarrollo.
La perspectiva afecta el análisis y las conclusiones son, en consecuencia, dife
rentes. El primero subraya la utilidad de las instituciones internacionales, mien-
tras que el segundo señala su falta de representatividad democrática. Joseph Nye
presenta una posición intermedia al afirmar que las instituciones internaciona
les reflejan el poder de la interdependencia financiera de los mercados, pero que
abolir instituciones como el fmi en lugar de ayudar haría más difícil, al dejar el po
der en manos de los banqueros, que los países pobres obtengan préstamos (Nye,
2005: 206).
Desde nuestra perspectiva, podríamos concluir que los Estados fuertes real-
mente no experimentan una erosión de sus soberanías por efecto de la globaliza-
ción, a diferencia de los países en vías de desarrollo. Lo importante sería, entonces,
reconocer la debilidad o la fortaleza del Estado-nación, incluso desde antes de que
se intensificara el proceso globalizador. Un Estado-nación poderoso no va a acatar
una decisión que no le convenga por más que se lo solicite la onu, como lo demos-
LA GLOBALIZACIÓN: NUEVAS RESPUESTAS 123
tró Estados Unidos en el caso de la guerra con Irak, aunque ello tenga un costo en
el prestigio ante la comunidad internacional.29
Países como Estados Unidos se encontrarán con nuevos actores, pero en defi-
nitiva su fortaleza no disminuye sustantivamente. En todo caso, esos actores coad
yuvan a que en algunas ocasiones puedan evitarse ciertas decisiones arbitrarias,
sobre las cuales al menos se tiene que deliberar o expresar razones ante la comuni-
dad internacional, lo que sin duda constituye un logro importante.
Los proponentes de la solución cosmopolita analizan el papel de las organiza-
ciones internacionales como el Banco Mundial (bm) o el fmi. Para Stiglitz es un
obstáculo este déficit democrático y propone administrar de forma diferente la glo-
balización, creando una infraestructura institucional, esto es, un sistema legal de
tal forma que los mercados funcionen eficientemente. Afirma:
Somos una comunidad global, y como todas las comunidades debemos seguir reglas
para poder vivir juntos. Estas reglas deben ser —y tienen que verse así— equitativas y
justas; deben prestar atención a los pobres así como a los poderosos; deben reflejar
un sentido básico de decencia y justicia social. En el mundo de hoy se debe de llegar a esas
reglas a través de un proceso democrático; las reglas según las cuales los órganos gober
nantes y las autoridades trabajan deben asegurar que éstos pongan atención y respondan
a los deseos y necesidades de todos los afectados por las políticas elaboradas y las deci
siones tomadas en lugares distantes (Stiglitz, 2003: xv).
Stiglitz subraya el papel que deben jugar los gobiernos para promover la redis-
tribución y atemperar las inequidades que produce el mercado cuando no es super-
visado: “[…] ya que el Estado-nación ha sido debilitado tienen que ser creadas las
instituciones globales democráticas que puedan manejar con eficacia los problemas
que la globalización ha generado” (Stiglitz, 2006: 21). En este sentido, son precisa-
mente los gobiernos los que tendrán que crear esta arquitectura internacional atenta
a los intereses de todos los países y no sólo a los del hegemón.
La posición cosmopolita parte de la idea hobbesiana de que donde no hay una
autoridad máxima reina el caos, como en el contexto internacional. Por lo tanto,
sus seguidores proponen crear una institución supranacional que pueda encargar-
se de las decisiones en los conflictos entre los Estados; una realmente igualitaria y
representativa, que pueda superar las deficiencias de las actuales organizaciones
internacionales, donde se busque proteger ya no los derechos de los ciudadanos,
sino los derechos humanos, donde realmente se superen los problemas y limitacio-
nes del Estado-nación, que en ocasiones aprisiona a los grupos regionales, los cuales
29 Ha tocado a Barack Obama reconstruir el liderazgo y la legitimidad de su país mediante la reformu-
lación de su política exterior, con un fuerte énfasis en propiciar lo más posible un nuevo acercamiento
con sus aliados europeos.
124 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
no sienten pertenecer a esa comunidad y, por lo tanto, no ven representados sus inte
reses en ese Estado-nación del que supuestamente forman parte libremente. Por
todo ello, “Crear las estructuras para una democracia cosmopolita es la tarea que
tenemos que enfrentar si queremos mantener el ideal de un autogobierno demo-
crático del pueblo en el siglo xxi” (Axtmann, 1996: 117).
La visión cosmopolita, aunque atractiva, resulta sumamente idealista. Parte de la
idea de que los países más poderosos cederán una proporción de su poder para obli
garse a acatar las decisiones de una institución supranacional. Por otra parte, tenemos
la postura que encuentra la solución a la desigualdad en las relaciones internacionales
en el reforzamiento del Estado-nación, mientras que niega la realidad de la globali-
zación, así como la proliferación de nuevos actores en el contexto internacional.
Desde nuestra perspectiva, se debiera optar por una posición intermedia en la
que se asuma la existencia de problemas compartidos y, por tanto, la necesidad de
soluciones igualmente compartidas en ciertos casos. Si los problemas generan con-
flictos, sus soluciones requieren, por su naturaleza, de la cooperación.
El Estado-nación continúa siendo, sin duda, el actor principal en el ámbito inter
nacional, pero no podemos ignorar la aparición de nuevos actores. La globalización
ha alentado su surgimiento, así como el de un sistema más complejo que necesa-
riamente conduce a la redefinición del papel del propio Estado-nación.
en los medios ha propiciado que se difunda la información, incluso entre los ciuda-
danos de territorios lejanos, acerca de sus derechos, lo cual ha contribuido a la con
solidación de importantes avances en el terreno de la democracia. En ocasiones las
instituciones internacionales promueven estos avances presionando a los países a
consolidar sus sistemas políticos democráticos; aunque en otras parecen representar
únicamente los intereses de las naciones dominantes, con lo cual se genera un défi-
cit democrático, sobre todo cuando las decisiones se toman en forma autoritaria.
Es responsabilidad de los ciudadanos de todo el mundo presionar para avanzar
en el sentido de una mayor y mejor democracia mundial. Podemos visualizar la
democracia como un ir y venir entre la idea y los logros, “entre la ideología y la utopía.
Pero la forma en que debemos verla es como un encuentro incesante y turbulento entre
las dos. Tal vez no un viaje sin fin, pero ciertamente sí un viaje de destino descono-
cido” (Dunn, 1993: 266).
Recordemos que no hay nada en el mercado capitalista que asegure la redistribu
ción equitativa de la riqueza entre los ciudadanos, así como tampoco la globalización
la garantiza entre los países. Toca a los Estados llevar a cabo la tarea redistributiva,
tanto internamente como en el ámbito internacional. Por más que la redistribución
equitativa funcionara en el nivel internacional, si los Estados no la llevan a cabo en
sus respectivos ámbitos de competencia, la globalización sólo beneficiaría a los gru
pos dominantes. Generalmente, “el poder de establecer la agenda es tan grande que
impide una consideración seria de las políticas redistributivas” (Mandle, 2008: 135).
La crisis económica que actualmente vivimos pone de manifiesto el erróneo papel
que jugaron los Estados al apoyar fundamentalmente los intereses de los grupos
financieros sin atemperar sus excesos. Esta crisis ha probado lo que ya venía pre
diciendo Stiglitz: “A veces cuando en Estados Unidos se pide más liberalización
para los mercados financieros, [el resultado] no ayuda a la estabilidad económica
mundial [sino que favorece] a intereses estrechos” (Stiglitz, 2003: 64). Sin duda, la
crisis financiera desnudó la voracidad de muchos en los sectores financieros en el
mundo. Debemos recordar que después de la segunda guerra mundial la tendencia
globalizadora disminuyó, pero también que las soluciones proteccionistas más que
nunca parecen llevar al fracaso (Florini, 2005).
En la actual crisis quizá nos toque atestiguar cómo se van a repartir los costos.
Esperamos que ahora sí los Estados estén a la altura de los tiempos, tanto en la escala
interna como en el contexto mundial, pues así como en su momento no siempre
compartieron las ganancias, por lo menos en relación con los costos busquen crear las
redes sociales de apoyo necesarias; de lo contrario se estará impulsando la emergen-
cia de tiempos aún más violentos. Stiglitz alerta: “Parte del contrato social implica
la ‘equidad’: que los pobres ganen de la sociedad cuando ésta crece y que los ricos
compartan el sufrimiento de la sociedad en tiempos de crisis” (Stiglitz, 2003: 78).
126 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
30 Como las murallas entre Estados Unidos y México; Israel y Palestina; España y Marruecos.
LA GLOBALIZACIÓN: NUEVAS RESPUESTAS 127
Conclusión
Hemos visto que los problemas globales no pueden ser resueltos por los Estados-
nación en forma aislada. Las propias características de estos problemas requieren
de la cooperación entre los Estados para solucionarlos. En otras palabras, los pro-
blemas globales exigen una acción colectiva. La mejor forma de consolidar esta
cooperación es por medio de las instituciones, pero algo importante es que éstas
rindan cuentas, que abran la información al escrutinio de la sociedad; que realmen-
te sean representativas, que todos los Estados estén en igualdad de condiciones y
sus líderes defiendan los intereses de todos los países y no sólo los de los más pode-
rosos. Se trata de incorporar todas las demandas en un sistema federalista de tal
forma que los intereses de todas las partes sean seriamente considerados, pues
como vimos la concepción federalista proporciona el mejor marco conceptual por-
que comprende y abarca las diferencias, la tensión, la cooperación y el pluralismo.
128 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
marco conceptual propuesto y de qué forma ayudan a lidiar mejor con las tensio-
nes en el ámbito internacional. Dedicaremos atención especial al pensamiento de
Immanuel Kant, pues muchos de sus postulados resultan esenciales si queremos
encontrar parámetros para juzgar las instituciones internacionales en la búsqueda
de la paz perpetua.
Nuestra idea es formular una teoría federalista de la justicia y construir una
arquitectura de la justicia a partir del argumento de que para conseguir relaciones
justas entre los países es imprescindible fortalecer el federalismo en el orden inter-
nacional como condición necesaria, aunque no suficiente.
Comenzaremos el análisis procurando encontrar todos los valores políticos
que el federalismo contiene. Sabemos que las diferencias presuponen que habrá
conflictos, por lo que se intenta proporcionar los mecanismos institucionales indis-
pensables para obtener acuerdos entre las partes. No se busca interpretar a este
mundo como federalista, sino que, a través de una construcción hipotética, sea posi-
ble colocar a las partes inmersas en un conflicto en un contexto de equidad, a pesar
de sus asimetrías, tal y como se procura en el federalismo en la escala nacional. Cada
país tiene su propio sistema político, pero una vez que por interés propio intenten
entablar relaciones con otros entrarán en este juego federalista, en el sentido de que
serán considerados iguales sin tomar en cuenta sus diferencias de tamaño y poder;
cualquier solución se esforzará por satisfacer los intereses de ambas partes.
En opinión de Kant, la paz no puede construirse en un estado de naturaleza,
sino que tiene que edificarse y garantizarse mediante el derecho internacional, sos-
tenido por una autoridad superior a los Estados que pueda dirimir los conflictos
entre ellos. Por esta razón, el filósofo tenía en mente que las repúblicas de su época
debían establecer un pacto federalista según el cual instaurarían una especie de
organización de las naciones unidas y una ley cosmopolita. Consideraba que única-
mente en una federación universal de pueblos libres el derecho internacional se
convertiría en una realidad jurídica basada en una autoridad regulatoria superior
capaz de organizar las relaciones internacionales; aunque, como ya lo menciona-
mos, también temía la formación de un gobierno mundial autoritario distante de
los ciudadanos.
Consideramos que al relacionarse entre sí, los países deben procurar exponer
y justificar sus intereses. A diferencia de lo planteado por Kant, no pretendemos
que las relaciones entre los Estados requieran de un gran organismo internacional
como la Organización de las Naciones Unidas. Se trataría, más bien, de un mecanis-
mo apropiado para mejorar las relaciones bilaterales, aunque también funcionaría
para el caso de las relaciones multilaterales. No postulamos la necesidad de una
ley cosmopolita custodiada por un gobierno mundial, sino la instauración de prin-
cipios concretos que paulatinamente serían aceptados por todos los países por ser
EL FEDERALISMO 131
razonables, que permitan dar un pequeño paso para resolver también los grandes
problemas de las relaciones internacionales.
Nuestra construcción hipotética no puede rebatirse nada más con el argumen-
to de que así no es la realidad, porque no se trata de describirla, sino de presentar
ciertas premisas que, de ser admitidas, nos conduzcan a aceptar ciertas conclusiones.
Como lo hemos venido diciendo, se aceptarían los principios elegidos por las par-
tes con la única condición de que fueran razonables y, en consecuencia, estables,
legítimos y justos. De hecho, tanto estos principios como el mecanismo descrito
ayudarían a explicar cuándo y cómo los países cooperan y cuándo se alejan de la
cooperación y surge el conflicto.
del sistema político. La idea rectora no era únicamente resolver la cuestión del
orden, sino constituirse como la nación más importante del mundo. Los defensores
del federalismo argumentaron que esa forma de gobierno era la que mejor garanti-
zaba la defensa del individuo, la libertad y la democracia. Los antifederalistas sos-
tenían que una confederación de estados iguales constituía la mejor defensa de los
individuos y pensaban que el federalismo promovía un gobierno central poderoso
que los amenazaba por su gradual concentración de poder. Estaban temerosos, por
ejemplo, de que se replicara la acumulación de poder de las monarquías europeas.
Tanto federalistas como antifederalistas coincidían en que la magnitud de los pro-
blemas económicos se traducía en una guerra económica entre las regiones, pero
proponían soluciones muy diferentes. En los Documentos federalistas (Federalist
Papers) Jay, Madison y Hamilton establecieron claramente la pertinencia de una
república federalista y democrática para darle fin al caos. La idea de una relación
entre una pluralidad de centros de poder proporcionó el principio constitucional
que funciona hasta hoy como la base del Estado federal. Este último establece su
soberanía sobre un territorio determinado y la tarea principal es alcanzar la unidad
económica y política. El gobierno central será el órgano depositario de la facul
tad (aunque con límites) de regir la unión de los estados, mientras que los estados
locales dirigirán su vida cotidiana.
Asimismo, el gobierno central es el responsable de conducir la política exterior
y la defensa militar, con lo que se evitan posibles conflictos armados entre las regio-
nes. Por supuesto, también se instituyen cortes legales para resolver los problemas
regionales. De esta forma, todo ciudadano se somete a dos poderes soberanos: el
federal y el local (Hamilton, Madison y Jay, 1984: 136).
Fue en Estados Unidos donde se logró por primera vez un pacto federal acep-
tado por todos los estados de la Unión en términos de igualdad, sin importar su
tamaño, lo cual posibilitó la negociación. A cada entidad federativa, por más peque-
ña que sea, la representan dos senadores con las mismas atribuciones (Hamilton,
Madison y Jay, 1984). Lo anterior expresa el principio fundamental del federalismo,
según el cual cada estado tiene los mismos derechos e importancia en relación con
los demás. Schechter define al federalismo estadunidense como “el principio por
medio del cual se distribuye territorialmente el poder entre el gobierno federal y los
estados” (Schechter, 2000).
Obviamente, la igualdad de atribuciones en el Senado implica una sobrerre-
presentación de los estados pequeños. Con la finalidad de resolver esta cuestión se
instauró un cuerpo legislativo bicameral. Una cámara refleja el tamaño poblacional
y la otra se rige mediante el principio de igualdad absoluta de las entidades federadas;
como consecuencia, en la Cámara Baja se produce una sobrerrepresentación de los
grandes estados, al contrario de lo que sucede en el Senado.
EL FEDERALISMO 133
Federalismo hoy
La equidad en el federalismo
Como hemos venido diciendo, las relaciones políticas no pueden basarse en una
distribución desigual del poder entre Estados, pues en este sistema las partes nego-
ciadoras, los miembros del pacto, son consideradas iguales, por lo que deben tener
el mismo peso en las decisiones colectivas. Esto es válido también entre países, en tanto
miembros de la comunidad internacional, aunque los niveles de poder económico,
político y militar de las naciones sean distintos.
Todos los teóricos de la política moderna han tenido que lidiar con la cuestión
del orden. Saben que cuando un Estado es muy poderoso las libertades individua-
les se ven amenazadas, pero si es muy débil tampoco será capaz de protegerlas. Según
Juan Jacobo Rousseau, el Estado sólo debe ejercer su poder a partir de pequeñas
unidades políticas pues, de lo contrario, la libertad de los individuos se ve amenaza-
da. En contraste, para Hobbes, como ya explicamos, es absolutamente necesario con
tar con un Estado fuerte o Leviatán para escapar de la anarquía. Las construcciones
EL FEDERALISMO 137
teóricas de estos autores para resolver el problema del orden tuvieron importantes
consecuencias en sus respectivas concepciones del ciudadano. Mientras que para
Rousseau el ciudadano sólo por serlo adquiere derechos, para Hobbes el orden es
una prioridad que limita los derechos del individuo. Pensaba que la anarquía consti
tuía el peor de los mundos posibles y, por lo tanto, que se debían limitar la mayoría
de los derechos, con el fin de preservar el más importante: el de la supervivencia.
Por el contrario, Rousseau sostenía que cuando los ciudadanos logran resolver el pro-
blema del orden, justo en ese momento comienzan a proteger sus derechos.
Se puede afirmar que Kant siempre intuyó el problema de las autonomías riva-
les. Ello explica su enfático exhorto a la construcción de una legislación internacio-
nal cuya finalidad fuera evitar la guerra. Más aún:
Teorías contractualistas
al que los hombres, como seres racionales, deben aspirar. En este sentido, las teo-
rías contractualistas actúan como “representaciones” que posibilitan la aprobación
de una constitución política. Un gobierno patriótico (como lo denomina el propio
Kant), legítimo y democrático transforma a los individuos en ciudadanos, princi-
palmente porque los somete al imperio de la ley y reconoce la independencia de
cada individuo ante cualquier voluntad, salvo la propia.
El imperio de la ley es el arreglo social que se organiza en concordancia con el
derecho y la libertad; un acto de unidad mediante el cual el bienestar del Estado se
concreta. Según esta concepción, la salud del Estado es la ley suprema (Kant, 1952:
438) porque de ella depende el bienestar de cada individuo.
Para Kant, lo anterior no significa simplemente el bienestar y la felicidad de los
ciudadanos que conforman el Estado, ya que —como lo señalaba Rousseau— nada
impide que esas circunstancias ocurran en el estado de naturaleza o incluso en un
gobierno despótico. El bienestar del Estado en su conjunto va más allá: se convierte
en “el bien supremo” y, por lo tanto, en condición necesaria para lograr la máxima
armonía posible entre la Constitución y los valores que promueven lo que es correc-
to. Por este motivo se convierte también en una condición de la viabilidad del Esta-
do que, a través de la razón, mediante el imperativo categórico, sea obligatorio que
todos los individuos se sujeten a esos principios y a dicha Constitución (Kant, 1952:
457). Se trata de alcanzar una situación de paz que les permita realizar su propio bien.
El filósofo de Königsberg comienza por subrayar la importancia de la autono-
mía de las personas y que ésta implica que los individuos no deben ser tratados
como simples medios, sino como un fin; ello implica la existencia de la libertad
moral y de los sujetos éticos. Como los Estados representan a los ciudadanos, tam-
bién tienen el derecho de ejercer una independencia política, y la única forma de
gobierno que garantiza lo anterior es la republicana.
Este autor infiere los derechos de los Estados a partir de los del individuo. De
hecho, imaginaba un mundo compuesto por Estados federados dentro de una
república constitucional universal, considerada indispensable para avanzar hacia la
paz perpetua. En su opinión, la única Constitución legítima era “la que correspon-
de a una república pura” (Kant, 1952: 451), la forma racional de gobierno más ade-
lantada, que adopta como principio la libertad; el único modelo que perduraría
porque acepta la soberanía de la ley.
El poder supremo descansa en una institución y no en una persona. Se trata de
un sistema representativo del pueblo, constituido por todos los ciudadanos con el
fin de proteger sus derechos. Cuando elige democráticamente a sus representantes,
es el propio pueblo el que representa la soberanía y es en sí mismo soberano. Con la
separación de poderes y el imperio de la ley, todas las personas se encuentran sujetas
a las mismas normas y, por lo tanto, desaparecen las manifestaciones tiránicas.
140 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
El poder emana del pueblo y de esta fuente emergen los derechos no sólo de
los ciudadanos sino también los de los funcionarios del gobierno. Los individuos
exigen leyes generales para garantizar su supervivencia, limitando el mal comporta-
miento de las personas. Así, las instituciones protegen a las sociedades de las per-
sonas malas, pues no debe correrse el riesgo de presuponer la existencia de una
bondad intrínseca y esperar que siempre ocurra lo mejor.
También existen los derechos públicos, los que les corresponden a los Estados
en sus relaciones. Según esta concepción, el Estado es visto como una persona
moral, cuya libertad natural puede conducirlo a un estado de guerra; por ello es
importante que los Estados tengan derechos y obligaciones que normen sus inte-
rrelaciones. Surge así la posibilidad de que incluso adopten una Constitución
común, único mecanismo que puede garantizar la paz perpetua.
Varios elementos se repiten en ambos niveles de relación: en primer lugar, en
el estado de naturaleza no existe la ley; en segundo término, esta situación normal-
mente deviene un estado de guerra en el que casi siempre triunfa el más fuerte.
Hobbes argumenta que, pese a que es posible que nunca ocurra una guerra, la
mera posibilidad de ser atacado genera una situación de vulnerabilidad e incerti-
dumbre, situación que todos deseamos evitar. En tercer lugar, resulta sumamente
racional acordar una alianza entre las naciones similar a la que representa el con-
trato social en la escala nacional, no sólo para evitar la guerra, sino también para
prevenir intromisiones en los asuntos de cada Estado, y la ley proporciona el marco
necesario para evitar la confrontación.
En opinión de Kant sólo una federación de naciones que se renueve continua-
mente puede evitar la constante recaída en el estado de guerra, un retroceso al
estado de naturaleza. Sostiene que una declaración de guerra la deben aprobar los
ciudadanos basándose en las leyes, porque si la decisión la toma unilateralmente el
Estado entonces los ciudadanos están siendo tomados como simples medios y no
como fines. En cada caso, los ciudadanos son quienes deben decidir si van a la
guerra, para con ello evitar ser utilizados por algún líder poco representativo, quien
incluso difícilmente se vería afectado por su decisión. Recordemos que la caracte-
rística más importante del liberalismo es la libertad del individuo, su autonomía
moral y que es importante en tanto ser humano.
La guerra internacional era la principal preocupación de Kant, pues la consi-
deraba el estado de cosas más inmoral de todos. En su opinión, es el principal obs-
táculo para la construcción de una moralidad universal, tan necesaria en el
contexto internacional. Es precisamente esta incertidumbre en las relaciones
internacionales lo que frena el desarrollo de los seres humanos; no obstante, los
Estados tienen el derecho de ir a la guerra cuando son lastimados por otro, pero no
lo tienen al atacar a otros Estados simplemente para volverse más poderosos, pues
EL FEDERALISMO 141
se convierten en una amenaza para los demás. Como todos los Estados son iguales,
no existe justificación alguna para sojuzgar a otros.
En el plano internacional, los Estados pueden entablar acuerdos, pero también
disolverlos en cualquier momento, con el fin de que resuelvan sus disputas de for
ma civilizada y no por medio de la guerra. Kant anticipa la posibilidad de alcanzar
ciertas leyes universales que regulen las relaciones entre las naciones, a las que
llama “derecho cosmopolita” (Kant, 1952: 456).
Para Kant resulta racional buscar la paz perpetua, foedus pacificum. El que sea
difícil alcanzarla no debe frenar el intento, por lo que si la comunidad internacio-
nal trabaja arduamente podría llegar a conseguirla. Kant imaginó una ciudadanía
mundial habitando un orden legal universal;31 las leyes internacionales y el equilibrio
entre los poderes son las condiciones que pueden garantizar la paz y el federalismo,
el único sistema que incluye todos los elementos para promoverla. Sólo en una fe
deración universal de personas libres la ley regula las relaciones entre los Estados y,
por lo tanto, se evita que las personas recurran a la violencia para resolver sus con-
flictos (Kant, 1952: 452).
Para que la democracia, el liberalismo o el federalismo tengan éxito es necesa-
rio que se conviertan en fenómenos mundiales, ir más allá de los límites del Esta-
do-nación. Solamente la transformación gradual de todas las sociedades llevaría a
la erradicación de las amenazas entre vecinos, evitando con ello que se desataran las
guerras. En estas últimas, los seres humanos se convierten en un medio para la re
producción del Estado (Kant, 1952: 454), que sólo se preocupa por la seguridad, lo
cual constituye una terrible equivocación, porque impulsa a los gobiernos a utilizar
a los ciudadanos, incluso a sacrificarlos, en aras de garantizar un supuesto bien
superior que no es tal. Como mencionamos, Kant percibió que en el ámbito inter-
nacional impera una propensión a la guerra y el caos; se trata de un estadio prenatural
del que sólo se puede salir mediante la instrumentación de una legislación interna-
cional enraizada en el federalismo que permitiese tomar decisiones en torno a los
asuntos de justicia (Waltz, 1959).
Si bien Kant considera que la paz sólo puede alcanzarse mediante el estableci-
miento de repúblicas federales dentro de un contexto mundial federalista, también
advertía las tendencias agresivas de dichos Estados. Por un lado, percibía el peligro
de que se creara un Estado todopoderoso por la necesidad de la federación de que
alguno de sus integrantes funcione como el juez indiscutible. “Kant contemplaba a
la soberanía mundial, tuviese ésta objetivos liberales o no, como sinónimo de tiranía
global debido a la lejanía de la representación a su cargo” (Doyle, 1983a: 340).
31 R. Scruton sostiene que cuando se pierde la lealtad hacia el Estado nacional surgen problemas en el
ámbito del equilibrio de poderes (Scruton, 2002: 61).
142 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
Michael Doyle describe los pasos que conducen hacia la paz perpetua, a la que
Kant sostenía que sólo sería posible arribar cuando todos los países actuaran como
si hubiesen aceptado un contrato que contenga los tres “artículos definitivos” necesa-
rios. El primero consiste en que la mayoría de las naciones se constituyan en repú-
blicas, porque ese sistema impide las tiranías; así se alcanzaría la “unión pacífica”
(una especie de onu), algo así como un tratado de no agresión, y en ello se basaría
el segundo artículo. Gradualmente tendría lugar una especie de evolución natural en
la que surgirían más repúblicas no agresivas para que, al final, pudiera instrumen-
tarse el tercer artículo: la instauración de una ley cosmopolita (Doyle, 1983a: 227).
Faviola Rivera Castro ha argumentado que si bien se ha dicho mucho que
John Rawls, como Kant, es contractualista, no lo es al menos en su The Law of Peo-
ples. En otras palabras, su contractualismo se circunscribe a su Teoría de la justicia,
pues posteriormente abandona esa posición. Rivera Castro argumenta que en la
construcción hipotética de la posición original, una vez que se levanta el velo de
la ignorancia se requiere un Estado para resolver el problema del orden y hacer que
se cumplan las leyes y funcionen las instituciones; sin embargo, en ninguna parte de
The Law of Peoples se plantea la necesidad de una institución internacional que
fortalezca las normas y las demás instituciones, y se soslayan por completo las dife-
rencias o asimetrías de poder entre las naciones. “Una característica del libro de
Rawls, The Law of Peoples, consiste en que el cumplimiento de las normas de la
justicia internacional depende de la capacidad de los pueblos para desarrollar un
sentido de la justicia. Esto resulta interesante, sobre todo cuando a nivel nacional
el cumplimiento de los principios de justicia se asegura por medio de la fuerza coer-
citiva” (Rivera Castro, en prensa: 1).
Explica también que cuando Kant se refiere al federalismo mundial nunca
abandona las consideraciones de la asimetría de poder entre los países en la medida
en que propone un “sustituto de la coerción”. La liga de los Estados federados
puede emitir leyes y aunque carezca de poder coercitivo puede funcionar para llegar
a una resolución pacífica de demandas en conflicto.
Esta diferencia entre Kant y Rawls se debe, de acuerdo con la autora, a que atri-
buyen distintas causas a la guerra. Para el primero las guerras surgen de la relación
entre los Estados, mientras que para el pensador estadunidense los orígenes de los
conflictos bélicos se encuentran en la estructura interna de algunos Estados, posición
que aleja a este autor del contractualismo.
Rivera Castro caracteriza el contractualismo como una posición de filosofía
política que confiere la mayor importancia a la fuerza coercitiva del mecanismo del
contrato. Quedaría la pregunta de si todos los contractualistas apoyan este meca-
nismo coercitivo para el cumplimiento de las leyes o si es meramente su acepta-
ción de la idea del contrato lo que los define como tales. Por otro lado, en el caso
EL FEDERALISMO 143
Democracia y federalismo
la razón. Por el contrario, desconfía por sistema de los juicios de mayorías muy
grandes, pues son los grupos pequeños los que deben atenderse.
Es obvio que el tamaño de los Estados hace imposible siquiera pensar en un
gobierno directo; por lo tanto, los intereses de los hombres se expresan a través de la
representación y es el gobierno federal representativo el mejor sistema para filtrar y
transmitir el rico abanico de intereses de una población. Las federaciones se com-
ponen de un gobierno nacional o central y varios regionales o subnacionales: las
provincias en Canadá, los estados en Estados Unidos, los länder en Alemania y los
cantones en Suiza (Hueglin y Fenna, 2006: 31).
Mientras más grande es una sociedad alberga una mayor diversidad de intere-
ses, diversidad que en ocasiones representa un obstáculo para la formación de coa-
liciones que pretendan avanzar en una misma dirección. Las personas se unen
unas con otras para la consecución de ciertos fines y se pueden aliar con otros distin-
tos para obtener objetivos diferentes (Hamilton, Madison y Jay, 1984: 114). Por
ello no hay riesgo de que la misma minoría controle a una sociedad permanente-
mente (Dahl, 1956).
El federalismo establece un proceso mediante el cual ante los conflictos resul-
ta posible negociar. Contiene intrínsecamente la idea de que las personas deben
ceder algo para obtener lo que desean y, por lo tanto, es posible alcanzar una solución
que, a pesar de que ninguna de las partes la considere como la mejor, resulte acep-
table para todos.
Como ya dijimos, no todas las democracias deben ser federalistas, pero todos
los gobiernos auténticamente federalistas sí deben ser democráticos en el sentido de
que alientan y permiten que ambas (o más) posiciones en un conflicto sean toma-
das en cuenta. Se trata de una concepción más cercana a la voluntad general de
Rousseau que presupone una visión más amplia para comprenderla.
32 Los movimientos separatistas se han producido en varias naciones desde los sesenta. Por ello resulta
tan importante la pregunta de si el sistema democrático federal puede permitir la secesión (Hueglin
y Fenna, 2006: 45).
33 Estos autores argumentan que más de la mitad de los países están gobernados por algún tipo de arreglo
federalista.
EL FEDERALISMO 147
toma de decisiones a los distintos actores, los niveles de gobierno, las asimetrías y
las respuestas locales a los movimientos globales. Se puede decir que el principio
federalista conlleva un compromiso por alcanzar el bien común (Hueglin y Fenna,
2006: 52), aunque el contenido de este último no esté establecido de antemano
sino que deba ser descubierto por las partes.
Es importante que quede claro que la concepción de federalismo aquí presen-
tada no implica que desaparezcan los Estados-nación, pero tampoco que se consti-
tuya un gobierno cosmopolita central fuerte en el ámbito internacional. Se trata de
una posición intermedia que establece las condiciones para la negociación, consi-
derando los principios que se deben acatar y llevando a cabo el ejercicio de empa-
tía de tal forma que se asegure una solución aceptada por las partes —y por tanto
legítima—, que promueva la cooperación.
LA TEORÍA DE LA JUSTICIA DE JOHN RAWLS
34 Joshua Cohen argumenta que la teoría de la justicia tiene una íntima relación con la democracia,
requisito para la aplicación de la justicia (Cohen, 2003: 86).
35 Pogge sostiene que Rawls busca una concepción de la justicia que los ciudadanos de Estados Unidos
nados por personas racionales, preocupadas por hacer avanzar sus intereses. De
entrada, reconoce que se trata de un acuerdo hipotético. Su idea consiste en que
dadas las condiciones que se establecen en la posición original, los intereses, el
conocimiento y los valores de las partes, se escogerían precisamente dos principios
de justicia universales como solución para asegurar sus fines (Rawls, 1971: 118).
El acuerdo resulta razonable dadas ciertas condiciones y además se erige como la
única solución viable para el problema planteado en la posición original. Los prin-
cipios serán aceptables desde un punto de vista moral; es decir, la posición original
se construye de tal forma que la elección no puede ser sino equitativa, pues es un
procedimiento de justicia.
La posición original
La posición original es una construcción hipotética; esto quiere decir que no exis-
ten situaciones reales que se le parezcan. Más que tratar de explicar la conducta
humana procura dar cuenta de nuestros juicios morales y explica nuestro sentido de
justicia. Se presentan ciertas premisas que se asumen como verdaderas y a partir
de ellas se deduce la solución entre las varias concepciones de justicia, de manera
que aceptar el argumento en estas condiciones equivale a suscribir un ideal de jus-
ticia específico.
La posición original trata de incluir condiciones compartidas y aceptadas, aun
que con la desventaja de ser poco exigentes o, en términos de Rawls, de ser “débiles”.
Estamos ante una teoría contractual de la justicia que brinda un método analítico
(Rawls, 1971: 121), un razonamiento práctico más que teórico. El resultado será
la selección de principios prácticos razonablemente aceptados, no una construc
ción tan abstracta que no consiga integrar los intereses de las sociedades que se
intenta regular.
El sentido de la posición original es crear, por un método constructivista, una
situación donde la decisión racional que habrá de tomarse esté acotada por límites
morales razonables (Freeman, 2003: 14). En nuestra propuesta para una justicia
federalista en las relaciones internacionales trataremos de construir una situación
hipotética parecida que nos permita encontrar principios racionales de justicia en
ese ámbito, lo cual consideramos es una posición más consistente con la teoría de
la justicia que el propio Derecho de gentes de John Rawls.
152 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
Rawls establece las circunstancias de la justicia siguiendo a David Hume y las define
como las imprescindibles para que la cooperación sea posible y necesaria (Cohen,
2003: 126). En todas las sociedades existen la identidad y el conflicto de intereses,
lo que hace de la cooperación un mecanismo para sobrevivir. En la medida en que
todos quieren más ventajas, se requieren principios que establezcan los arreglos
sociales que definan cómo deben repartirse los recursos de la sociedad. Éste sería
el papel de la justicia. Las personas están motivadas para obtener bienes primarios,
los necesarios para llevar a cabo sus planes de vida, cualesquiera que sean.37
En esta teoría se asume, como lo hizo Thomas Hobbes, que los individuos son
básicamente similares en sus facultades mentales y físicas, incluso hasta el más
fuerte puede ser atacado y vencido por el más débil. Se ubica en sociedades en las
que priva una moderada escasez, pues de haber abundancia no habría necesidad
de contar con principios de justicia. Se entiende que se trata de una escasez mode-
rada porque si fuese grande se romperían los acuerdos de cooperación.
Aunque la cooperación entre las personas facilita poder vivir juntas, al mismo
tiempo cada una tiene sus propios planes de vida y los lleva adelante libremente, es
autónoma. Estos planes, así como sus también distintas concepciones sobre el
bien, los llevan a enfrentar conflictos por los recursos. Rawls asume que en general
las personas no tienen interés en las predilecciones y vocaciones de los otros, y tienen
limitaciones de conocimiento, pensamiento y juicio (Cohen, 2003: 127). En otras
palabras, no cree que las personas sean altruistas, que todo el tiempo estén dis-
puestas a cooperar y que difícilmente se presentarían conflictos de intereses. Además
de tener distintos planes, los individuos abrigan diferentes filosofías, creencias reli-
giosas, y doctrinas sociales y políticas.
Todas estas premisas de la teoría de Rawls nos parecen razonables. En resu-
men, describe unas condiciones de la justicia que deben aceptar la realidad de
que las personas, normalmente desinteresadas en los demás, generan intereses en
conflicto relativos al destino de las ventajas sociales de acuerdo con el supuesto de
una escasez moderada. Si no se dan estas premisas tampoco puede darse la justicia,
pues una sociedad de hombres-santos no requiere de principios de justicia (Cohen,
2003: 128).
Se presupone que los representantes de los ciudadanos que se encuentran en
la posición original conocen estas condiciones necesarias para la realización de la
justicia. Las partes en conflicto tratan de que prevalezca su concepción del bien.
37 Nos referimos a bienes primarios de tipo social, como los derechos, la riqueza, las oportunidades, y
a bienes primarios de tipo individual, como la inteligencia, la fuerza y la salud.
LA TEORÍA DE LA JUSTICIA DE JOHN RAWLS 153
Estas partes pueden concebirse, por ejemplo, como representantes de los ciudada-
nos, que tomarán decisiones tanto de corto como de mediano y largo plazos.
Todas estas premisas pueden ser aceptadas por gente razonable, consideraba
el profesor de Harvard. Ahora bien, es necesario que todos estos principios cum-
plan con ciertas características: deben de ser generales y no para cierta persona o
grupo en particular, así como ser universalmente aplicados y válidos para todas las
personas;38 además, es preciso que sean públicos. Por otra parte, los intereses en
conflicto se tienen que ordenar de acuerdo con sus grados de justicia y preferirse al
más justo. Otra condición es su definitividad, esto es, las partes deben considerar
los principios como una especie de corte final y definitiva que juzgará el razonamien-
to práctico (Cohen, 2003: 131-135). En conclusión, una concepción de lo correcto
consiste en un conjunto de principios generales y de aplicación universal reconoci-
dos públicamente como la corte definitiva para ordenar las demandas en conflicto
de las personas, que son entes morales (Cohen, 2003: 135).
El velo de la ignorancia
38 La famosa cláusula “Todos deben obedecer a Pericles” cumple con el principio de universalidad, pero
no con el de generalidad. Al especificarse que es sólo a Pericles, el juicio no es general, pues se trata
de una persona y no de un cargo, aunque sí es universal porque se aplica a todos.
39 El sistema social no debe asignar beneficios ni desventajas con base en diferencias que las personas
no han hecho nada para merecer, como ser más inteligentes, más bellos o más fuertes.
154 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
40 Establecer principios acerca de lo correcto antes de contar con una concepción del bien es una de
las más importantes contribuciones de Rawls, según Thomas Nagel, quien afirma que muchos de los
críticos de Rawls son liberales que consideran que es mejor defender los ideales liberales formulando
explícitamente una concepción liberal del bien humano (Nagel, 2003: 77).
LA TEORÍA DE LA JUSTICIA DE JOHN RAWLS 155
ría con toda seguridad a una decisión prejuiciada, sobre todo por la información
irrelevante que se tendría en relación con el asunto por decidir.41 Para tomar una
decisión justa, las partes deben ser tratadas equitativamente como personas mora-
les y cuando se alcanza una decisión unánime entonces se produce la reconciliación
de intereses en ese nivel. Esta concepción se basa en la idea de reciprocidad, pues se
trata de formular principios que encarnen en instituciones que promuevan el bien
de cada persona desde una mínima base de igualdad (Freeman, 2003: 14).
Rawls parte del supuesto de que las partes son racionales, de que eligen los princi-
pios que mejor convienen a sus intereses. Con su método, las partes no conocen el
contenido de su propia concepción del bien, pues no serían objetivas y sólo tratarían
de promover sus intereses particulares; sólo saben que tienen un plan de vida. Así, los
principios elegidos tendrán que ser compatibles con los planes de vida en general. Por
ejemplo, se puede prever que todas las partes preferirán obtener más bienes que con
formarse con menos, aunque puede darse el caso de algunas que, por motivos religiosos,
no busquen mayores recursos; no obstante, esta última premisa no las afectaría ni im
pediría que, al levantarse el velo de la ignorancia, pudiesen seguir su plan de vida. Lo
importante es que no tengan un conocimiento específico previo de su plan de vida,
porque entonces sólo elegirían principios ad hoc con su propia concepción del bien.
Lo primordial es que las partes sepan que deben elegir principios que protejan
sus libertades, amplíen sus oportunidades y maximicen sus medios para promover sus
fines sin importar cuáles sean (Rawls, 1971: 143). La idea de racionalidad implica
que enfrentada a una serie de opciones, la persona las jerarquiza de acuerdo con su
mayor o menor capacidad para coadyuvar en la consecución de sus fines. Para Rawls
por lo general las personas no son egoístas, en el sentido de que no aceptarían pérdi-
das con tal de que otros también las sufran, además de que son capaces de adoptar un
sentido de la justicia y seguirán los principios que se hubieren acordado, los respe
tarán y su violación generará un rechazo generalizado, pues disponen de dos facul
tades de la razón práctica: la disposición para comprometerse con un sentido de la
justicia, es decir, de poder entender sus principios y de actuar conforme a ellos, y la ca
pacidad de formular una concepción del bien, lo que significa que pueden perseguir
un plan racional de vida. Para resumir lo anterior, presentamos un esquema:
41 En The Law of Peoples Rawls cambia su manera de pensar y argumenta que los principios de justicia
obtenidos desde la posición original sólo encajarían en algunas instituciones de la estructura básica
de una sociedad liberal democrática y no en todos los tipos de sociedad (Rawls, 1999: 85).
156 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
42 Harsanyi argumenta que el principio maximin es un absurdo porque resulta irracional que se elija
únicamente considerando evitar el peor escenario, pues se renuncia a la posibilidad de obtener
enormes ganancias (Freeman, 2003: 15).
LA TEORÍA DE LA JUSTICIA DE JOHN RAWLS 157
Considera que los individuos tienen una concepción de la justicia coherente con la naturaleza huma-
na o, en su versión teleológica, de origen divino. Cada persona intuye, más o menos, que es y qué no es
justo. De acuerdo con Rawls esta concepción no es capaz de dar cuenta ni de las diferencias cultura-
les ni de las históricas. No existe un método específico para decidir.
45 La concepción de Rawls de la igualdad de oportunidades es aun más rica, pues considera que se debe
compensar a los grupos menos privilegiados (por motivos de sexo, raza, etcétera) para que tengan la
oportunidad real de desarrollar sus capacidades y estar en igualdad de circunstancias (Nagel, 2003:
79), algo que Joshua Cohen ha llamado principio de la democracia igualitaria (2003: 89).
46 Las principales críticas a Rawls por no ser lo suficientemente liberal las formula Robert Nozik, quien
desconfía del papel del Estado en la teoría rawlsiana (Nozik, 1974). Por su parte, los partidarios del
igualitarismo también lo critican por no ser lo suficientemente igualitario (Sen, 1992).
47 Afirma Gargarella: “Las partes en la posición original se orientan a alcanzar un acuerdo capaz de consi
derar imparcialmente los puntos de vista de todos los participantes” (Gargarella, 1999: 37).
158 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
tratar, como lo describía Kant, a los hombres como fines y no como medios (Rawls,
1971: 179).
Para entender la propuesta de Rawls es preciso imaginar que quienes van a
entablar una relación de cooperación deciden juntos, en un solo acto, los princi-
pios de la justicia que los van a regir, así como los derechos y obligaciones de los
individuos, y determinan sus beneficios sociales mínimos (Rawls, 1971: 11). Una
vez que desde la posición original se han elegido los principios de justicia para una
sociedad, sólo al levantarse el velo de la ignorancia y cuando las instituciones satis-
fagan plenamente dichos principios podrán, quienes cooperan, declarar que lo
hacen en los términos que también habrían acordado si fueran personas iguales y
libres y sus relaciones fueran equitativas (Rawls, 1971: 13). Si una sociedad logra
satisfacer esos principios significa que sus miembros son autónomos y se autoim-
pusieron obligaciones.48
En un inicio Rawls presentó los principios de la justicia como un ideal al que
deben aspirar todas las sociedades, aunque en sus escritos posteriores, a partir de
Political Liberalism, lo limitó a las democracias constitucionales.49 Propone un
constructivismo kantiano que incluye principios morales, a la manera de los impera
tivos categóricos, con cierta objetividad otorgada por una suerte de posición original
en tanto que las partes llegan a la misma conclusión a partir de ciertas premisas ra
zonables, que lo son en el sentido de que podemos moderar nuestras demandas al
respetar a nuestros iguales y reconocer como legitimas también sus demandas
(Rawls, 1971: 31).
La única forma de vivir en comunidad en términos de igualdad con otros con
quienes estamos en desacuerdo, dentro de un marco que regula nuestras vidas, es
justamente encontrar principios con los cuales podamos evaluar dicho marco,
aceptables para el mayor número posible de miembros de la sociedad. La idea es
brindar una base legítima a la práctica de la cooperación (Nagel, 2003: 83). El libe-
ralismo acepta como concluyente la respuesta que demuestra que tal propuesta es
o sería aprobada por los sujetos afectados por su alcance (Gargarella, 1999: 31). Es
claro que Rawls pertenece a esta posición contractualista liberal al estilo de Locke
en tanto que los participantes en la construcción hipotética del pacto acuerdan los
principios para regir la estructura básica de la sociedad.
Rawls demuestra en su obra que el intuicionismo no nos serviría porque no
tiene un método claro para decidir cuáles principios son los mejores. Por otra parte,
48 La autonomía acota las facultades del Estado para restringir la libertad de los individuos, aunque
tenga el monopolio de la fuerza para resolver el problema del orden (Nagel, 2003: 64).
49 Según Samuel Freeman, Rawls liga su visión al liberalismo democrático en la obra Political Liberalism.
Varias culturas no aceptan que la autonomía sea un bien social, pues la consideran una idea implícita
en la cultura política individualista democrática (Freeman, 2003: 1-61).
LA TEORÍA DE LA JUSTICIA DE JOHN RAWLS 159
que aun en la posición original pueden existir desacuerdos sobre cuál de las liber-
tades resulta prioritaria. Hart sostiene que pueden existir personas que prefieran
sufrir limitaciones a su libertad a cambio de acceder a más bienes materiales. Con-
cluye que Rawls nunca logra demostrar que las personas siempre preferirán la
libertad sobre otros bienes (Hart, 1973: 555).
Rawls responde a esta crítica con la reformulación de su primer principio: ya no
simplemente se trata de garantizar la mayor libertad posible, sino de acotar las li
bertades y las desigualdades en beneficio de los menos aventajados. Considera que
la “posición original” es un instrumento de representación por medio del cual es posi-
ble que se establezca cierta simetría entre las partes, concebidas como conjuntos
de ciudadanos libres e iguales; se eliminan las contingencias del mundo social
para suprimir las ventajas en la negociación y así poder llegar a un acuerdo acepta-
ble, un consenso entrecruzado (overlapping consensus), pese a las eventuales dife-
rencias ideológicas.
Los representantes son razonables cuando están dispuestos a orientar sus
acciones con base en principios sobre los cuales pueden razonar en forma conjunta
y cuando, al hacerlo, toman en cuenta las consecuencias de sus actos para el bien-
estar de los otros. Es decir, al acordar principios equitativos de cooperación está
implícita una idea de reciprocidad, y justamente en la medida en que se respetan
estos principios se logra la estabilidad.
Una concepción política es el marco que guía a los representantes en la deli-
beración y en la reflexión acerca de las cuestiones básicas de la justicia, y la más
razonable para un régimen democrático es la liberal (Rawls, 1993: 156). Ejemplo
de ello es la justicia como equidad. El principio liberal de legitimidad consiste en
que el poder político sólo se justifica cuando se ejerce conforme a una Constitución
que todas las partes aceptan observar a la luz de principios considerados razona-
bles y racionales (Rawls, 1993: 217).
En la concepción de la justicia como equidad, así como en otras visiones libe-
rales, la guía de la razón pública y su noción de legitimidad tienen la misma base
que los principios de la justicia. Los postulados de la cooperación social se aceptan
y se consideran legítimos. En la instauración de la justicia como equidad las partes
involucradas en la posición original al mismo tiempo que aceptan ciertos principios
de justicia para la estructura básica de la sociedad también adoptan determinadas
guías y criterios de la razón pública que constituyen el principio de legitimidad
(Rawls, 1993: 225).
El principal cambio en la posición de Rawls en su obra Teoría de la justicia respec
to de la que sostiene en el Liberalismo político consiste en que en este último defien-
de la idea de que una sociedad bien ordenada está unida por una determinada
concepción política de la justicia: el liberalismo político. Argumenta que el libera-
LA TEORÍA DE LA JUSTICIA DE JOHN RAWLS 161
parece que ya hay una concepción previa de justicia. En otras palabras, la libertad
de los individuos no puede simplemente extenderse a la libertad de los países. En
nuestra propuesta reconstruimos dicho principio para adecuarlo al contexto inter-
nacional y no nos referimos a la libertad de los Estados, sino a que ningún país
puede utilizarse como un medio sino que es un fin en sí mismo.
De acuerdo con Thomas Pogge, las nuevas relaciones que se establecen con la
globalización son precisamente las que provocan que muchos países sufran gran-
des desigualdades y pobreza (Pogge, 1989: 7). Argumenta que los Estados-nación
no constituyen sistemas cerrados y aislados, mientras que el orden internacional sí
se puede considerar uno más o menos autosuficiente (Pogge, 2004: 1739-1759).
Según este autor, la forma en que Rawls separa la soberanía nacional del contexto
internacional no es adecuada; por ello sólo se refiere a la justicia en el ámbito na
cional y prefiere usar el concepto de ética cuando analiza la problemática internacio-
nal (Pogge, 2005: 3).
Critica a Rawls por hablar de Estados, pues se basa en una concepción tra
dicional de las relaciones internacionales que, desde la perspectiva de Pogge, ha
perdido su fuerza explicativa, pues hoy día existen otros agentes como los organis-
mos internacionales, las corporaciones multinacionales y las ong; sin embargo,
hay que apuntar que Rawls habla de pueblos y no de Estados, pero se mantiene en
el nivel del Estado-nación. Pogge (2005: 6) argumenta que para formular una teo-
ría global de la justicia es preciso dejar de tomar al Estado como unidad de análisis
y no separar lo intranacional de lo internacional, lo cual permite revelar la respon-
sabilidad de los países desarrollados en la pobreza global, y por tanto exige una
reforma institucional global.
Esta circunstancia influyó en Rawls para que decidiera escribir un nuevo
libro, The Law of Peoples (1999), donde trata de solucionar este problema formu-
lando principios de justicia para el ámbito internacional. Explica: “Con la expresión
derecho de gentes me refiero a una concepción política particular de lo correcto y de
lo justo, que se aplica a los principios y normas de las leyes y prácticas internacio-
nales” (Rawls, 1999: 3).
La sociedad de las gentes está formada por aquellos pueblos que rigen sus rela-
ciones mutuas conforme al derecho de gentes; pueden ser democracias liberales
constitucionales o naciones no liberales, pero con gobiernos decentes. El conteni-
do de esta ley se deriva de una idea liberal de justicia similar, pero más general
que la de justicia como equidad. Por sociedades decentes Rawls entiende aquellas
sociedades no liberales cuyas instituciones básicas presentan ciertas condiciones
catalogadas dentro de lo considerado correcto y justo, como por ejemplo, el derecho
de sus ciudadanos de participar con voto o con voz en ciertas decisiones políticas,
aunque sea a través de grupos o asociaciones (Rawls, 1999: 3).
LA TEORÍA DE LA JUSTICIA DE JOHN RAWLS 163
Rawls reconoce a las partes como a los representantes del pueblo y explica
que es fundamental pensar en las gentes y no en los Estados para atribuir motivos
morales y de lealtad a los principios del derecho de gentes, o de los pueblos, esto es,
brindar contenido al razonamiento público para la sociedad de los pueblos, tal
como lo hacen los principios de justicia en la sociedad democrática.
La razón pública es una justificación que se encuentra con el ejercicio de la
razón (Rawls, 1999: 18-19). La concepción de política pública provee un punto de
vista reconocido por todos desde el cual la totalidad de los ciudadanos puede exa-
minar si sus instituciones políticas y sociales son justas. Como argumento en
164 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
defensa de sus decisiones, los impulsores de esta concepción citan lo que es públi-
camente considerado como razones válidas y suficientes. A pesar de que los ciuda-
danos tienen intereses particulares pueden juzgar a las instituciones y constatar
cómo se unen en un sistema de cooperación (Rawls, 1993: 9). En una sociedad
democrática la razón pública es la de los ciudadanos iguales, quienes como colecti-
vo ejercitan el poder político y coercitivo sobre sí mismos, promulgando sus leyes y
su Constitución (Rawls, 1993: 214).
En consecuencia, Rawls asume que los pueblos con una concepción de la jus-
ticia similar inmersa en el liberalismo político pueden compartir sus principios de
justicia y, por lo tanto, son los más propensos a cooperar. Dado que no encuentra
estas características en los pueblos a los que llama proscritos, cree que puede
excluirlos de las negociaciones internacionales y, por lo tanto, ni les reconoce dere-
chos ni piensa que la comunidad de naciones los tenga que tolerar.
En el modelo de justicia internacional planteado en este volumen nos referi-
mos sólo a la racionalidad de los actores, que de acuerdo con la propuesta son los
representantes de los gobiernos o de los Estados. Asimismo, consideramos como
una condición fundamental que se incluya absolutamente a todos los países en las
instituciones globales en la medida en que, querámoslo o no, forman parte del sis-
tema internacional.
Los pueblos liberales democráticos, así como los pueblos decentes, son los
actores principales en la “sociedad de los pueblos” de Rawls, tal como los ciudadanos
son las partes en una sociedad, pues los pueblos liberales tienen una democracia
constitucional justa cuyo gobierno sirve a sus intereses fundamentales (dimensión
institucional), sus ciudadanos están unidos por simpatías comunes (dimensión cul
tural) y entablan una relación con una concepción política o moral de la justicia y de
lo correcto. Por su parte, los pueblos decentes guían a sus habitantes a honrar y obe-
decer la ley justa y razonable de la “sociedad de los pueblos” (Rawls, 1999: 59).
En la medida en que deben satisfacerse necesidades e intereses de muy diver-
sas nacionalidades y etnicidades, asumimos que los principios políticos de un régimen
razonablemente justo nos permitirían lidiar con muchos casos, aunque tal vez no
con todos (Rawls, 1999: 23-25). Las gentes, o los pueblos, son tanto razonables como
racionales: razonables al aceptar cooperar con otros en condiciones justas50 y racio-
nales porque eligen los medios más eficientes para alcanzar sus metas.
Rawls prefiere utilizar los conceptos de gentes o pueblos, pues se manifiesta en
contra de la idea tradicional de soberanía del Estado, según la cual se asume que
este último tenía, dentro de los límites de su territorio, el control total sobre sus
50 Los pueblos razonables se caracterizan, entre otras cosas, por tratar de ofrecer términos justos de
cooperación social (Rawls, 1999: 87).
LA TEORÍA DE LA JUSTICIA DE JOHN RAWLS 165
ciudadanos. Por ello restringe el poder de la soberanía, pues los gobiernos no debe-
rían hacer lo que quieran con sus pueblos. En este sentido se separa del realismo
internacional al no aceptar el equilibrio del poder como la fuerza que armoniza a la
comunidad internacional, asegurando que son los principios acordados entre los
países los que cumplen esa función. En este sentido concordamos fundamental-
mente con Rawls y tomamos distancia del realismo.
Las denominadas razones de Estado de los realistas en las relaciones interna-
cionales ya no justifican cualquier acción (Rawls, 1999: 26-27); los ciudadanos
tienen derechos que no pueden ignorarse apelando simplemente a tales razones.
Rawls rechaza la visión tucididiana de las relaciones internacionales caracterizada
por la lucha de los Estados por el poder, el prestigio y la riqueza en condiciones de
anarquía global. Considera que no sólo funciona la lucha por el poder, sino que las
personas pueden transformar a las instituciones.
En su opinión, la racionalidad no debe excluir a lo razonable, esto es, que los
Estados ignoren la reciprocidad al relacionarse con otras sociedades, lo cual, según
los realistas, es lo que necesariamente pasará. En cambio, Rawls piensa en pueblos
no movidos por los intereses imperiales: “Una diferencia entre los pueblos liberales
y los Estados consiste en que los pueblos liberales justos limitan sus intereses bási-
cos, como lo requiere lo razonable” (Rawls, 1999: 29). Los pueblos razonables se
rigen por principios aceptados por todos y asumen la reciprocidad como uno de
sus valores principales; empero, no son razonables cuando no respetan ni propo-
nen los principios necesarios para construir términos equitativos de cooperación
internacional (Rawls, 1993: 50).
Los pueblos liberales, como todos, también quieren defender sus territorios,
proteger la seguridad de sus ciudadanos y preservar sus instituciones. Tratan de
mantener la justicia para sí y para los demás pueblos como la mejor vía para garanti-
zar la paz, lo que es indispensable para que la utopía sea realista. En última instancia,
Rawls presenta límites morales para poder negociar, derechos mínimos que no se
deben transgredir en las negociaciones si se pretende obtener resultados justos.
palabras, no pueden defender razones inapropiadas dadas las restricciones del velo
de la ignorancia, lo que los hace capaces de formular una concepción del bien.51
Rawls argumenta que impedir que las personas sepan cuáles son y en qué con
sisten sus doctrinas implica que se les ha impuesto un velo de la ignorancia grueso;
aun así es más delgado que el correspondiente a la posición original empleada para
delimitar la estructura básica de la sociedad, en tanto que a los representantes se les
permite conocer si son miembros de un país democrático liberal o bien de una nación
con estructura jerárquica, pero decente, aunque no tan delgado como para permi-
tirles acceder a conocimiento alguno sobre la cultura del pueblo que representan.
Asume que detrás del velo de la ignorancia hay una concepción de la justicia
común, es decir, un consenso originado en un pluralismo razonable. Considera que
incluso quienes no son liberales, pero sí decentes, aceptarían estos principios. En
el caso de los Estados nacionales las partes no tendrían, según Rawls, conocimiento
sobre aspectos tales como el tamaño de su territorio o de su población ni acerca de
la fuerza real del pueblo que cada una representa (Rawls, 1971: 32).
Los tipos de pueblos que el autor reconoce son cinco: liberales, decentes, Esta-
dos al margen del derecho (outlaws o proscritos) —que son agresivos, violentos y
atacan valores que gozan del consenso mundial—, sociedades agobiadas por condi-
ciones desfavorables y los absolutistas benevolentes, que no permiten a sus súbditos
participar en las decisiones políticas, aunque sí respetan sus derechos humanos.
Únicamente los dos primeros pueden participar en el ejercicio de la posición origi-
nal. Rawls reconoce que esta tipología es una simplificación, pero argumenta que
permite hacer un examen de forma razonable y realista, como debe ser la meta de la
política exterior de los pueblos liberales democráticos (Rawls, 1971: 83).
Es un modelo en el cual se buscan condiciones justas para que las partes, como
representantes racionales de intereses colectivos, especifiquen cuál será el dere-
cho de gentes que las regirá, guiadas siempre por las razones apropiadas. A partir
de formulaciones o interpretaciones de los ocho principios previamente asignados,
los cuales se enuncian más adelante, las partes hacen una selección. 52 El acuerdo
51 Las sociedades liberales no tienen una concepción comprehensiva del bien, mientras que los indi-
viduos sí. Sus intereses como pueblo se determinan por su concepción liberal de la justicia.
52 En el derecho de gentes se parte también de un contrato hipotético, no entre todos los pueblos sino
entre algunos representantes de ciertos países, quienes acuerdan los términos de su cooperación
empleando el velo de la ignorancia, con el objetivo de consensar principios de justicia para las relaciones
internacionales. Los ocho principios que integran la Ley de los Pueblos constituyen aún, de acuerdo
con Rawls, una lista incompleta (Freeman, 2007).
LA TEORÍA DE LA JUSTICIA DE JOHN RAWLS 167
son las únicas que servirán para limitar a los pueblos o gentes fuera de la ley. De
acuerdo con él, las sociedades democráticas deben satisfacer cinco características:
53 Estados Unidos cataloga el petróleo como un recurso indispensable para su seguridad nacional y se
adjudica el derecho de controlar las zonas en donde abunda.
LA TEORÍA DE LA JUSTICIA DE JOHN RAWLS 169
54 Brian Barry, Charles Beitz y Thomas Pogge, entre otros. Idealmente todas las sociedades llegarán a
ser liberales.
170 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
1759); más aún, sostiene que la corrupción de los países pobres no podrá eliminar-
se en tanto no disminuyan las todavía abismales diferencias entre las naciones.
Pogge considera que mientras un tercio de los seres humanos, a nivel mundial,
continúen muriendo por causas relacionadas con la pobreza y persistan las grandes
desigualdades internacionales, seguirá siendo necesaria una reforma institucional glo-
bal, aunque ello implique reducciones a la soberanía, siempre y cuando se acom-
pañe de una suficiencia económica y una gobernanza democrática (Pogge, 2004:
195); a partir de entonces podremos hablar de justicia internacional y no sólo de
ética internacional, a la cual se restringe Rawls.
De acuerdo con Pogge no se puede partir de la premisa falsa de que es posible
establecer un modelo de justicia para la estructura básica de la sociedad sin poner
atención al contexto internacional, en donde las sociedades nacionales coexisten
(Pogge, 1989: 255). Por el otro lado, Rawls argumenta que no hay forma de saber
siquiera si existiría algo así como el orden internacional si no se parte de la estructura
básica de las sociedades. En la propuesta formulada en este libro no se da prioridad
ni a lo nacional, como lo hace Rawls, ni a lo internacional, como lo pretende Pogge,
sino que se busca otorgar su debido peso a ambas partes.
Pogge considera que los Estados y sus gobiernos no deben tener la propiedad
absoluta de los recursos naturales de sus territorios, sino que se les puede pedir
que compartan una parte de todo lo que tengan planeado utilizar o vender. Esto se
basaría en la idea de que a los pobres globales les pertenece una porción inaliena-
ble de todos los recursos naturales limitados (Pogge, 1989: 196). La propuesta de
Pogge parece separarse en gran medida de la formulación de Rawls en tanto que
no se preocupa por defender un pretendidamente incuestionable derecho a la pro-
piedad privada; sin embargo, en el mismo texto aclara que no se trata de instaurar la
propiedad comunal (1989: 205), aunque la descripción coincide precisamente con
la propiedad comunal de los pobres que, consideramos, difiere ampliamente de la
propuesta de Rawls.
Paradójicamente, Thomas Pogge insiste todo el tiempo en que su planteamien-
to es coherente con el de Rawls. Ahora bien, consideramos que en definitiva no es
tan moderado como él mismo parecería creer, al referirse a los derechos de los po
bres sobre los recursos naturales ni tampoco es tan consistente con la teoría de la
justicia rawlsiana, como asegura, pues no defiende la propiedad privada.
Pogge considera que la situación internacional no es justa si las sociedades
más aventajadas controlan el 82 por ciento del producto mundial bruto así como el
acceso a los mercados más lucrativos, lo cual no sólo les brinda gran poder de nego
ciación, sino además un mayor acceso a la información y al conocimiento, muy por
encima del que pudieran alcanzar las sociedades pobres (Pogge, 2004: 1750). Por lo
tanto, no basta apoyar mínimamente en situaciones extremas a los países agobiados
172 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
por condiciones económicas adversas, sino que en la medida en que se asume una
responsabilidad también se construye un compromiso mayor.
Es en este sentido que propone el Global Tax on Natural Resources (grt) o
Impuesto Global sobre Recursos Naturales, y el Global Resource Dividend (grd)
o Dividendo sobre Recursos Globales, esto es, postula un impuesto que podría ser
del 1 por ciento del producto mundial sobre las ventas o la utilización de los recursos
naturales (Pogge, 1994: 204), porque quienes utilizan en exceso los recursos del
planeta deben compensar a quienes involuntariamente los ocupan muy poco (2002:
204). El dinero obtenido serviría para la emancipación de los pobres; para asegu-
rarles servicios mínimos de educación y salud, así como medios de producción y
subsistencia (tierra y trabajo); para permitirles satisfacer sus necesidades básicas
y ejercer sus derechos e intereses con dignidad (1994: 201).
Pogge explica que para cumplir este objetivo se tiene que contar con la dispo-
sición de los países más ricos, pues de lo contrario sería imposible. Considera que
aunque se trata de una propuesta optimista también es realista, pues ya han existido
movimientos que han logrado importantes avances, como la abolición de la esclavi-
tud. Otro de sus argumentos es que ningún país, por más poderoso que sea, puede
aislarse completamente del contexto internacional. Por lo tanto, es del mayor inte-
rés de las naciones con democracias estables que emerjan nuevos sistemas demo-
cráticos en los países en desarrollo para promover la estabilidad, cuyos gobiernos
estén efectivamente acotados por el derecho y sus reglas, y que no existan sectores
de la población excluidos de los derechos mínimos que sean campo fértil para la
aparición de fanatismos explosivos. Por todo ello es que se requieren instituciones
supranacionales y organizaciones que limiten los derechos soberanos de forma aún
más estricta (Pogge, 2002: 213).
Este autor no visualiza amenaza alguna en la creación de una organización
cosmopolita; por el contrario, considera que con una genuina división de los poderes
se evitarían los riesgos de su concentración en una organización política mundial.
Por ello es importante que se erijan instituciones políticas globales que aseguren las
libertades de los seres humanos. No hay peligro de que surja un gobierno internacio
nal despótico ya que no existe siquiera la necesidad de una burocracia centralizada.
Los recursos que se reúnan vía el grd se otorgarían directamente a los gobiernos de
los países más pobres.
Por su parte, Rawls apunta el peligro de que las instituciones políticas globales
pudieran llegar a la tiranía. Tampoco considera que tengan las mismas obligaciones
los ciudadanos dentro de un país que los diferentes países de la comunidad inter-
nacional. Una cosa es alentar a los pueblos a que sigan la normatividad liberal y
otra muy distinta imponerles estos principios individuales, opina; sin embargo,
como bien lo advierte Pogge, finalmente Rawls termina por ignorar las necesidades
LA TEORÍA DE LA JUSTICIA DE JOHN RAWLS 173
básicas tanto de los individuos, como de los Estados absolutistas y de los que están
fuera de la ley, lo cual equivale a que se permitan grandes desigualdades en la socie-
dad de los pueblos (Pogge, 2002: 212).
En nuestra propuesta también coincidimos con Rawls en que es más realista
tratar de disminuir las injusticias que procurar instaurar una mayor igualdad eco-
nómica entre los países, pero estaríamos en desacuerdo con él en incluir única-
mente a los países liberales y decentes. Tratar de redistribuir recursos económicos
obtenidos a partir de impuestos sobre los recursos globales en favor de los países
más pobres no nos asegura que logremos disminuir las grandes diferencias entre las
naciones. Tal vez sólo consigamos una menor riqueza global y mayores y más comple-
jos conflictos por el hambre porque, desafortunadamente, si aceptamos las reglas
del capitalismo sabemos que este tipo de impuestos tiende casi siempre a generar la
consecuencia no deseada de desestimular las inversiones.
La libertad del mercado permite que los capitales emigren a lugares donde no
les impongan impuestos y puedan obtener las mayores ganancias. Por otra parte,
poniéndonos en el papel de abogados del diablo, podríamos argumentar que si bien
se dan épocas de grandes ganancias para los recursos invertidos también existen
otras de grandes pérdidas; en este último caso nadie compensa a los propietarios de
los recursos perdidos. Los límites del impuesto descrito no parecen ser tan sencillos
como Pogge los presenta. Jean Christophe Merle critica a Pogge aduciendo que un
impuesto como el que propone sólo podría lograrse con un gobierno mundial mucho
más sustantivo que interviniera más en las soberanías de lo que el propio Pogge es
taría realmente dispuesto a aceptar (Merle, 2005: 342). Si bien Pogge no quiere
abandonar el liberalismo, la defensa que hace de la propiedad comunal lo obliga
necesariamente a poner en duda la primacía de la propiedad privada.
Coincidimos con la idea rawlsiana de que concebir una autoridad máxima,
alejada de los ciudadanos universales, como la solución a la desigualdad, que siem
pre proceda a repartir adecuadamente los recursos en favor de los más pobres, resulta
no sólo idealista sino incluso peligroso. No existe una manera de crear una institu-
ción cosmopolita universal que nunca se equivoque y no concentre el poder. Es pre
ferible establecer, como proponemos en el capítulo siguiente, unos principios y un
mecanismo distributivo que nos aseguren que poco a poco las decisiones sean jus-
tas y racionales.
Se trata de un proceso gradual que puede conducirnos a un resultado acepta-
ble para todos. Lo importante es asegurar el proceso, más que establecer un bien
común por alcanzar. Esto es, partimos de la igualdad de los pueblos, establecemos
límites a las negociaciones posibles y propiciamos que los mismos miembros de la
sociedad de los pueblos puedan avanzar en el camino correcto a partir de sus deci-
siones consensadas.
174 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
Algunos autores han argumentado que es necesario crear un Estado global capaz
de decidir sobre los problemas mundiales; sólo así se podrá salir de la incertidum-
bre y la anarquía. Se habla de un gobierno democrático que considere a todos los
países como iguales, receptivo a las demandas de los ciudadanos del mundo. Ahora
bien, otros afirman que las democracias sólo pueden considerarse en el nivel de Es
tado-nación, no en foros más amplios, sean regionales o globales (Held, 2001: 405).
Por ejemplo, Thomas Pogge sugiere que este gobierno global es poco probable y
propone una opción intermedia, que implica la creación de un esquema institucio-
nal compatible con el sistema global y que incluya tres condiciones: la distribución
equitativa de cargas y beneficios, la identificación de valores comunes a partir de
los cuales podría surgir una concepción de la justicia y un sistema tolerante con los
valores diversos. Se trata de un esquema de gradual transición hacia un arreglo
institucional aceptable. La justicia económica global requerirá una reestructura-
ción de la autoridad política; será imprescindible cierta centralización, pero ello no
significa la creación de algo así como una burocracia global del bienestar. Es
importante repartir la soberanía en varios niveles (Pogge, 2002: 183).
Afirma, de forma acertada, que los actuales esquemas internacionales son in
justos y que sólo los que cumplan las condiciones anteriores podrían llegar a arre-
glos más justos. Aunque parte de premisas que podemos aceptar, termina por
conducirnos a conclusiones inviables dada la situación actual de grandes diferen-
cias económicas y de poder. En realidad, no hay argumentos de peso que expliquen
por qué los países desarrollados estarían dispuestos a repartir de forma más equita-
tiva las cargas. Algo que, aunque deseable, es poco probable y escasamente realista.
Consideramos que el impuesto que propone, aunque en apariencia sencillo de
instrumentar y previsiblemente positivo para todos, en realidad atenta contra la
propiedad privada y, por tanto, no sería fácilmente aceptado, ya que su introducción
podría significar el inicio de una serie de gravámenes en el mismo sentido. Por otro
lado, los Estados-nación difícilmente estarían de acuerdo con una intromisión se
mejante de las instituciones internacionales sobre sus recursos naturales, sobre
todo porque significaría una intervención inaceptable en su soberanía. Dada la histo-
ria en materia de política internacional de Estados Unidos, por ejemplo, país que
consistentemente ha cuestionado la legitimidad del poder de las instituciones
internacionales, justificándose con el argumento de que sus dirigentes no han sido
elegidos democráticamente, sería ingenuo pensar que su gobierno podría llegar a
aceptar un impuesto sobre sus recursos naturales.
Ahora bien, en el modelo que presentamos se establecen limitaciones de tal
forma que podemos juzgar las relaciones internacionales desde el punto de vista de
LA TEORÍA DE LA JUSTICIA DE JOHN RAWLS 177
los países menos favorecidos, como lo hace Rawls, algo que necesariamente pro-
mueve que se empiecen a compartir las cargas de forma más igualitaria; sin embargo,
la nuestra es una propuesta realmente más moderada. Se trata de restricciones
incluidas en la construcción de los principios para solucionar los conflictos o propi-
ciar la cooperación entre naciones. Aunque también se reconoce que se trata de un
proceso gradual de toma de decisiones correctas, las cuales nos van llevando poco a
poco a una situación mejor y aceptable para todos. Digamos que con cada nueva
decisión se aprueba un nuevo reparto de cargas admisible para los más poderosos y
digno para los menos favorecidos. Las partes aceptan de esta forma un principio
distributivo basado en el mecanismo de la empatía.
En contraste, Pogge pugna por un reparto inclinado a favorecer a los países más
pobres, pero no explica por qué los países más poderosos accederían a este esquema,
mientras que en nuestra propuesta sí enunciamos esos fundamentos mínimamente
razonables tanto para los países en desarrollo como para los más desarrollados.
Ahora bien, no asumimos, como sí lo hace Pogge, que dar pasos hacia la igualdad
económica es un bien en sí mismo.
Este analista define hasta dónde y hasta cuándo pueden intervenir la institu-
ciones internacionales, pero no deja claro cuáles serían los límites aceptables de la
redistribución. Tal vez podríamos asumir que sólo pretende que se consiga la igual-
dad real en el plano internacional, ante lo cual habría que añadir que no hay nada
que elimine la posibilidad de que surjan nuevas necesidades y, por lo tanto, reapa-
rezcan las grandes diferencias entre los países y que sea preciso continuar en forma
permanente con la redistribución.
Aunque Pogge critica en forma constructiva la teoría de Rawls en materia
internacional, no logra construir una alternativa que podamos fácilmente aceptar, ni
siquiera que la suya realmente constituya un planteamiento consistente con la teo-
ría de Rawls. De hecho, encuentra que su colega evade reconocer la igualdad total
de todos los países, mientras que él sí les confiere esta igualdad, para lo cual sugiere
la redistribución de recursos hacia los países más pobres, aunque resulta difícil pasar
de lo deseable a lo posible, máxime que al pretender hacerlo abandona las premisas de
Rawls respecto de los principios liberales.
Presupone que existen valores comunes y consensos entre las naciones, aunque
ello sea difícil de aceptar. Por el contrario, lo que con mayor claridad podemos
observar en el ámbito internacional son los distintos criterios, ideas y principios
que sostienen las naciones, la confusión, la discordia, y no tanto el contexto ideal que
Pogge visualiza. En el fondo, su propuesta supone una trayectoria liberal unívoca
con una gobernanza democrática capaz de solucionar todos los problemas.
Como la historia nos ha enseñado, resulta peligrosa la concentración del poder
en una institución de gobierno global como la que Pogge conceptualiza, la cual,
178 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
países ricos a los más pobres. Al tratar de establecer las condiciones necesarias para
una gobernanza a nivel internacional que redistribuya equitativamente los recursos
se arriesga la libertad del individuo, que es sin duda la principal preocupación de
John Rawls.
Pogge argumenta que con la descentralización de la soberanía se puede ayu-
dar a que los distintos niveles de autoridad se vigilen mutuamente de acuerdo con
la concepción cosmopolita de la propia soberanía. Descentralizar la autoridad polí-
tica hacia los distintos territorios reducirá la intensidad de la lucha por el poder y
la riqueza entre los Estados, lo que a su vez disminuirá las guerras, la pobreza y la
opresión (Pogge, 2002: 168); lo cierto es que no existe nada en la descentralización
que por sí mismo garantice estos beneficios. Recordemos que de alguna forma el
Estado-nación es una respuesta a un periodo histórico en que predominó la des-
centralización de la autoridad, aunque no por ello fue una época mejor con respecto
a las guerras y los conflictos, ni en relación con la pobreza, ni en términos de la
defensa del individuo.
Podemos afirmar que la posición de Pogge respecto de las dos teorías de la
justicia de Rawls consiste en sostener que ambas, tanto la que formula para el
nivel de las sociedades nacionales como la que elabora para el ámbito internacio-
nal, difieren tanto en sustancia como en estructura. Solamente la primera otorga
un peso específico a los intereses de los individuos, como ya lo explicamos, mien-
tras que la segunda se enfoca exclusivamente en los pueblos. En su opinión, esta
última fracasa en su objetivo de garantizar una verdadera justicia económica global
y sólo alcanza a presentar un modesto deber de asistencia internacional por parte
de los países poderosos. Tal vez la crítica más fuerte consista en el reclamo de que
mientras en el nivel nacional Rawls postula una guía moral para juzgar, diseñar, y
sobre todo reformar el orden institucional, en la escala internacional no se preocupa
por impulsar una transformación similar. Ello se debe a que mientras Rawls concibe
a la pobreza como resultado de factores ajenos a la estructura básica de las socieda-
des liberales, Thomas Pogge la visualiza como consecuencia del orden institucional
internacional impuesto por los países ricos (Pogge. 2004).
En la propuesta que presentaremos se considera a la pobreza como un fenó-
meno complejo producto tanto de factores internos como externos, cuya importancia
específica no está determinada a priori sino que depende de los casos concretos.
Pogge opina que si bien de acuerdo con la concepción rawlsiana de la justicia en el
nivel local se puede compensar a los individuos por los errores de otras generacio-
nes, no ocurre lo mismo en el ámbito internacional aun cuando, de manera similar,
son los errores, abusos o decisiones desacertadas de ciertos países los que afectan a
los más pobres (Pogge. 2004). Finalmente, concluye reclamándole a Rawls que
para el ámbito internacional debió formular un principio económico redistributivo
180 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
global que permitiera tomar o juzgar las decisiones desde el punto de vista de los
menos aventajados, como lo hace al nivel nacional.
Freeman pretende demostrar que el principio distributivo del nivel local no puede
aplicarse de la misma forma en el internacional, como lo quisieran Pogge y Beitz,
debido a la ausencia de un Estado que pueda garantizar su cumplimiento (Free-
man, 2008: 245). También es importante resaltar que el principio de la diferencia,
como nos recuerda Freeman, está basado en una idea de cooperación y reciprocidad
que puede o no existir en el contexto internacional. De acuerdo con este teórico, Rawls
considera que las instituciones tienen que diseñarse para beneficiar a los menos
aventajados de la sociedad únicamente en el nivel nacional, pero no cuenta con un
principio distributivo similar para el contexto internacional (Freeman, 2008: 243).
The Law of Peoples no es otra cosa que una extensión de Liberalismo político.
Frente a una determinada justificación de una concepción liberal de la justicia
como equidad, John Rawls se pregunta solamente: ¿cuáles principios deben gobernar
las relaciones entre las sociedades en el mundo? La política exterior de los pueblos
liberales incluye el deber de asistir a las sociedades que padecen condiciones des-
favorables para cubrir sus necesidades básicas, pero esto no es un principio distri-
butivo (Freeman, 2008: 244). De hecho, el octavo principio de Rawls postula la
obligación de la comunidad internacional de asistir a los pueblos que viven en con-
diciones que les impiden establecer un régimen político y social justo y “decente”.
Se trata de sociedades pacíficas que carecen de los recursos políticos y culturales, del
capital social y humano, del conocimiento y la tecnología para constituirse como
sociedades democráticas (Rawls, 1999: 37 y 107). Asimismo, las sociedades libera-
les también están obligadas a mostrar tolerancia frente a las comunidades jerárqui-
cas decentes.
Si bien Rawls señala que “la noción de la justicia está basada en la familiar
idea del contrato social, y el procedimiento seguido antes, en que los principios de
lo correcto y de la justicia son seleccionados y acordados es el mismo, de alguna
forma, tanto para el caso nacional como para el internacional” (Rawls: 1999: 4), lo
cierto es que al no incluir en dicho procedimiento a todos los miembros de la co
munidad internacional en realidad se aparta de su propia formulación para el nivel
local, en la cual contempla a todos los representantes de la sociedad sin excluir, por
ejemplo, a los corruptos, a los ligados con el crimen organizado o a quienes han
cometido actos ilegales. Absolutamente todos los ciudadanos son considerados
cuando se habla del nivel local y no así en el espacio internacional.
Para incluir en la comunidad internacional a los países no liberales pero que
considera decentes, Rawls describe las características que deben tener este tipo de
naciones: no mostrar agresividad hacia otros pueblos, deben ser respetuosas de los
derechos humanos y poseer una estructura social básica decente basada en la con-
LA TEORÍA DE LA JUSTICIA DE JOHN RAWLS 181
sulta jerárquica; sobre todo, deben velar por la idea de justicia que incorpora los
intereses del pueblo. A este imaginario Estado-nación lo nombra Kazanistán.
Observando este modelo, muchos miembros de la comunidad internacional juzgarían
que Estados Unidos es agresivo con otros países, no respeta los derechos humanos
—como lo demuestra el caso de Guantánamo— y su estructura social básica está
dominada por los intereses económicos preponderantes, que ignoran la voluntad
de la mayoría de la población.
Si bien no estaríamos de acuerdo en su totalidad con esta caracterización extre
ma, nuestro objetivo es mostrar que no resultan tan claros los criterios rawlsianos
para determinar cuáles países merecen ser proscritos. Finalmente, se juzga a los paí-
ses desde una perspectiva liberal única no plural ni por completo incluyente.
No podríamos, o al menos no deberíamos, exigirle a Rawls que aceptara sin más
una extensión al nivel internacional de su teoría de la justicia (pensada para el nivel
local) y que en el camino pusiera en riesgo la libertad, piedra de toque de su concep
ción, lo cual constituye tal vez una consecuencia no deseada de la propuesta de
Pogge, puesto que ponerle límites a la propiedad privada, como este último demanda,
cuestiona un tema que el liberalismo rawlsiano considera un derecho fundamental.
Rawls podría contestar que se ha visto forzado a abandonar sus principios al tra-
tar de hacerlos extensivos a las relaciones internacionales y no tenemos por qué pedirle
más; no obstante, estamos seguros de que una posición más incluyente, aunque no
fuese redistributiva, sino sólo distributiva, tendría mayor probabilidad de ser exitosa.
Construyendo la propuesta
Hasta aquí hemos presentado tanto la teoría de la justicia como el derecho de los
pueblos (o de gentes) de John Rawls; hemos puesto sobre la mesa las diferencias
en sus concepciones de justicia para los ámbitos nacional e internacional. Hemos
visto cómo para el nivel local de las sociedades liberales Rawls considera iguales a
todos los individuos, mientras que al pasar al terreno de las relaciones internaciona-
les excluye a quienes denomina países proscritos, pues decide incluir en este espa-
cio únicamente a los pueblos liberales y a los Estados decentes. En otras palabras,
no concibe la posibilidad de un acuerdo mínimo para aceptar principios de justicia
entre todos los pueblos, sino sólo entre algunos y, por lo tanto, en la propia construc-
ción del proceso incluye la causa de su fracaso.
Ahora bien, nuestro propósito principal es mantener la propuesta de Rawls sólo
para el nivel nacional y hacerla extensiva, con exactamente los mismos principios, al
ámbito internacional, demostrando que al hacerlo no sólo no ponemos en riesgo al
liberalismo, sino que ayudamos a protegerlo. En otras palabras, sostenemos que no
182 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
considerar a todos los países como iguales es el mayor factor de riesgo para la ideolo-
gía liberal y las relaciones internacionales, aunque desde luego tampoco llegamos al
extremo del principio redistributivo alentado por Thomas Pogge. La propuesta que
impulsamos es más moderada, pues expresa formas de negociación factibles, cuya
finalidad es contribuir a un contexto internacional más justo, ordenado y pacífico.
No estableceremos una comparación entre todos los principios y concepcio-
nes de la justicia internacional; sólo analizaremos los que consideremos la mejor
solución para los problemas internacionales dadas las premisas que formulemos,
esto es, a partir de las delimitaciones que le impongamos al modelo con la finalidad
de garantizar que los principios que seleccionen las partes sean imparciales. Tratare-
mos de definir las condiciones suficientes y necesarias para una concepción domi-
nante de la justicia y estudiaremos cómo ésta se adapta o no a tales condiciones.
Tal vez la mayor diferencia entre la propuesta rawlsiana y la que ahora presen-
tamos sea que la posición original ocupa el primer nivel. Rawls no admite que los
individuos tengan conocimientos concretos sobre sus países, para lograr que los in
tereses particulares no influyan en la selección de los principios, condición que
resulta viable cuando todos los participantes se asumen miembros de la misma
sociedad; sin embargo, esto es difícil de aceptar en el contexto de las relaciones
internacionales, donde el conocimiento de la cultura propia resulta fundamental
para que cada nación pueda definir su agenda y sus prioridades. No se trata tampoco
de introducir en la posición original todo el conocimiento, sino sólo aquellos rasgos
que de alguna forma definen a los países o a sus culturas.
Demostraremos cómo a pesar de permitir a los representantes nacionales dis-
poner de ciertos saberes concretos acerca de sus países es posible establecer con-
diciones de negociación o diálogo que permitan soluciones aceptadas por todos,
usando para ello, como lo hemos dicho, un velo de la ignorancia más delgado.
Rawls reconoce las diferencias en materia de creencias, pero no las considera
en la posición original. En nuestro modelo, el conocimiento cultural sí es tomado en
cuenta como un factor importante para la toma de decisiones, aunque las personas
no sepan quién o quiénes tienen tales o cuales creencias; únicamente saben que
deben pensar en los sistemas de creencias como elementos significativos para el
proceso decisorio.
Si bien en el nivel nacional no se considera necesario incluir este tipo de saber,
que sólo evitaría la equidad en la formulación de los principios, en el contexto
internacional sí resulta indispensable. Si no se hace, se corre el riesgo de que se ter
mine por imponer una cultura hegemónica. En otras palabras, sólo si se toma en
cuenta el conocimiento de todas las culturas podrán tomarse decisiones equitativas.
Tener conocimientos de otras culturas ayuda a comprender las diversas agendas y
prioridades de las sociedades.
LA TEORÍA DE LA JUSTICIA DE JOHN RAWLS 183
sí les convendría enfocarse nada más en sus intereses, porque tendrían prácticamen
te la certeza de pertenecer a la élite económica y política de esa nación pobre. Podría
darse el caso de que, por el contrario, fueran los representantes del país más rico y
que éste al mismo tiempo fuese un Estado democrático, entonces quizá les conven-
dría apoyar políticas que reproducen la democracia. Sobre todo habría que recordar
que las partes sólo serían representantes en la etapa de la posición original, en la que
nunca saben si son o no miembros del conjunto de los representantes gubernamen-
tales hasta una vez que se levante el velo de la ignorancia. Es decir, los negociadores
pueden o no formar parte del gobierno; ellos no lo saben y por tanto les convendría
defender los intereses de la sociedad como un todo.
Para fortalecer nuestras democracias en el nivel nacional es preciso trabajar
por la consolidación de la justicia en las relaciones entre las naciones. Así lo exige
la globalización, cuyo impacto sobre todos los países es considerable. Rawls parte
de una premisa ciertamente dura al analizar el contexto internacional, uno integrado
por pueblos liberales que no entran en conflictos entre sí. La nuestra es más débil,
en el sentido de que es más fácilmente aceptable, pues partimos de una concep-
ción realista de las relaciones internacionales y sostenemos que a pesar de ello es
posible que los Estados acuerden principios de justicia.
Algo esencial es que no asumimos que los países liberales nunca entablarían
guerras entre sí. De forma similar a Tucídides y a los internacionalistas realistas, con
sideramos que todos los países se mueven por el poder y, por lo tanto, nuestra premi-
sa será fácil de aceptar incluso por los Estados no liberales, los cuales perciben como
más imperialistas a las llamadas naciones liberales. Para nosotros lo importante es
demostrar que, aunque los países se muevan sobre todo por los intereses particulares
y el poder, resulta racional para todos elegir los principios de justicia propuestos por
nosotros, tanto para las naciones liberales, como para las no liberales pero “decentes”,
así como para los Estados proscritos o fuera de la ley. Uno de los argumentos de Rawls
para no incluir a estas dos últimas categorías de países es que, en su opinión, no res
petan los acuerdos, pero sus representantes podrían argüir que en ocasiones no lo
hacen porque los consideran meras imposiciones de los Estados imperialistas o hege-
mones. En nuestro modelo nos aseguramos de que todas las partes respetarán los
acuerdos porque la forma en que se suscriben es legítima y basada en el consenso.
Se podría argumentar que por defender una posición realista entonces tendría-
mos que aceptar conflictos, por mencionar alguno, como el que existe entre India y
Cachemira, o admitir como legítimas las posiciones independentistas de ciertas
comunidades étnicas. En estos casos se podría adecuar el modelo para que los repre
sentantes de un Estado, por un lado, y los de una comunidad étnica o una región,
por el otro, tuviesen un sitio asegurado en la posición original. Se trataría de encon-
trar una solución aceptable para ambas partes utilizando el velo de la ignorancia.
LA TEORÍA DE LA JUSTICIA DE JOHN RAWLS 185
El modelo nos permite llevar a cabo una negociación entre dos partes, que aun-
que no sean exactamente iguales sí puedan ser consideradas como tales, algo que
seguramente no sería fácil ya que algunos Estados jamás admitirían conferirle el
estatus de parte a un grupo o unidad territorial subnacional o a una nación no reco-
nocida. Por ejemplo, sería muy difícil imaginar a Israel aceptando considerar a Pales-
tina como una contraparte en igualdad de condiciones; sin embargo, si lográramos
convencer a las partes de reconocerse mutuamente como tales mediante el modelo
rawlsiano de la posición original, entonces podrían alcanzar un acuerdo razonable
en la medida en que actúen dentro de un esquema de pérdida de identidad, en el
cual los intereses de ambas fueran considerados.
Continuando con nuestro ejemplo, si ya sabemos que somos Israel entonces
nos negaremos a reconocerle el estatus de igualdad a Palestina, pero si por la pérdida
de memoria que implica estar insertos en la posición original con su respectivo velo de
la ignorancia no sabemos cuál de las dos partes en el conflicto somos, entonces
más nos vale, dadas las condiciones de la globalidad y los problemas compartidos,
considerar seriamente los dos lados del problema, las dos posiciones, si realmente
queremos encontrar una solución. Por el contrario, si pensamos que somos represen
tantes de Palestina entonces exigiremos ser tomados en cuenta para resolver el
problema o, por lo menos, para manejar mejor la tensión.
Proponemos e incluso alentamos la participación igualitaria tanto de los Esta-
dos liberales como de los autoritarios, y aun de los pueblos fuera de las leyes inter-
nacionales, pues consideramos que pueden elegir principios aceptables para todos,
que promuevan la justicia y, por lo tanto, nos acerquen a la paz, a la consecución de
un mayor orden en el ámbito internacional. En otras palabras, partimos de premisas
realistas acerca del conflicto y el manejo de la tensión e incluso, por qué no, que per-
mitan llegar a la cooperación.
A partir de este terreno conceptual proponemos dos principios, ya antes esboza
dos, que definen las características esenciales de la estructura básica de negociación,
a reserva de profundizar en ellos más adelante: primero, el principio federalista que
asume la igualdad de todas las naciones independientemente de sus diferencias
económicas y políticas, y segundo, que ningún país podrá ser utilizado como un medio
en las negociaciones internacionales de cualquier tipo.
Se podría argumentar que si partimos de las premisas del realismo político,
entonces los países más poderosos no estarían dispuestos a negociar debido justa-
mente a que controlan el ámbito internacional; no obstante, afirmamos que esta
negociación se logra debido a dos factores: primero, porque la globalización ha crea-
do problemas mundiales que necesariamente requieren de la cooperación de todos
los países para su solución. Por más poderoso que sea, ningún país puede resolverlos
solo. Segundo, porque incluso el país más poderoso podría ver amenazada su estabi-
186 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
El contrato en el federalismo
55 Un caso fascinante es el de la Comunidad Europea, cuyo pacto no sólo toma en cuenta los intereses
locales, sino también los más amplios de toda la región. La idea subyacente es que cuando se beneficia
la región en su conjunto lo mismo ocurre a todos sus miembros, los pequeños y los grandes.
192 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
56 Tonatiuh Guillén sostiene que el federalismo no intenta erradicar la pluralidad, ya sea territorial, étnica
o lingüística (Guillén, 1999).
EL FEDERALISMO ACOTADO 193
los problemas globales tienen impactos comunes que trascienden las fronteras. Es
la razón por la cual nuestro modelo se vuelve aún más necesario, ya que como seres
racionales no deseamos un mundo anárquico, sino un contexto internacional en el
que podamos encontrar soluciones a los problemas compartidos que no pode
mos eludir, con el fin de encarar lo que Ulrich Beck llama nuestro “destino global”
(Beck, 1998: 131).
Resulta curioso que pese a la multiplicación de las conexiones entre países no
nos hayamos vuelto más parecidos, sino que, paradójicamente, las diferencias se han
acentuado. Huntington afirma que estas conexiones refuerzan e intensifican las
diferencias entre civilizaciones, aumentando las posibilidades de que ocurran con-
flictos (Huntington, 1996: 227).
El proceso de globalización ha vinculado estrechamente la política nacional y la
internacional (Putnam, 1993: 359) y se ha incrementado enormemente el número
de actores que participan en el contexto internacional, lo que a su vez ha elevado la
complejidad de las relaciones. Algunas veces, los gobiernos locales entablan relacio
nes directas con otros países o con organizaciones no gubernamentales (ong) y tienen
mayor contacto con ellos que con los demás estados de su propia nación.57 En el
nuevo escenario, las corporaciones transnacionales y las instituciones financieras
internacionales son actores que también participan en el contexto global.
Siempre es preciso tomar en cuenta los anhelos de los grupos lingüísticos, cul-
turales y étnicos que activamente buscan el reconocimiento de su diferencia y sin-
gularidad. El federalismo permite conformar un caleidoscopio de intereses (Elazar,
1990: 149). El pacto federalista debe considerarse como un diálogo o una negocia-
ción constante entre las instituciones locales y las federales, una de cuyas principales
finalidades es proteger los derechos individuales. Este es el marco que nos permite
superar las diferencias (Shapiro, 1995).
Es posible trascender el juego de suma cero mediante la búsqueda de una po
sición intermedia que interprete la relación entre las dos partes como una negociación
en la que ambas ganan y pierden un poco, pero quedan satisfechas. Se trata de una
negociación que toma en cuenta los costos y beneficios de ambas partes, con el fin de
alcanzar una mejor situación (Elazar, 1984). Cuando menos existe el firme propósito
de llegar a una postura intermedia o intersección entre ambas posiciones, para cons-
truir algo similar a lo que Jean Jacques Rousseau llamaba la voluntad general, que no
es otra cosa que un consenso mucho más rico que la mera suma de los intereses
(Guillén, 1999: 27). El federalismo puede entenderse, entonces, como una especie de
escudo que se puede aplicar a diferentes circunstancias (Rakove, 1997); no obstante,
todavía nos encontramos muy lejos de afirmar que toda decisión federalista sea justa.
La justicia en el federalismo
los gobiernos locales suelen reducir las restricciones ecológicas con el fin de atraer
mayores inversiones. Las presiones que ejercen las grandes multinacionales sobre
dichos gobiernos cuando los amenazan con emigrar a otras regiones tienen la
intención de lograr más beneficios de los normales y casi siempre lo consiguen.
Lowi piensa que las pequeñas comunidades son, históricamente, más conserva
doras y tienden a oponerse a los avances sociales de los diferentes grupos de la
población. Considera al Estado benefactor como la organización política más van-
guardista debido a que obliga a los gobiernos locales a proteger los derechos civiles,
lo que se puede ejemplificar con el caso “Brown versus Board of Education”, median
te el cual el gobierno federal promueve la integración racial a través de la educación.
De manera similar, Paul Peterson sostiene que el Estado central ha sido el
principal promotor de los avances sociales en materias como distribución y derechos
humanos y que, por lo tanto, es un error cederle el control de estas prestaciones so
ciales a los estados (Peterson, 1995: 7). De acuerdo con él, los avances sociales están
retrocediendo en el ámbito local, en donde se lleva a cabo una especie de competen
cia “por llegar al último”, una suerte de concurso entre estados para ver cuál obtiene
el nivel social más bajo. En su opinión, las provincias no cumplen con las funciones
que les corresponden, e incluso reducen deliberadamente las prestaciones y los
servicios sociales con el objeto de bajar los impuestos y así atraer inversionistas.
En contraste, Charles Sabel critica la creencia de que un gobierno federal fuer-
te o bismarckiano, como lo llama, es la entidad que mejor interpreta los deseos de los
individuos. En un importante artículo, recuerda algunos interesantes experimentos
locales en la obtención de avances sociales. Sostiene que no debemos cerrarnos a la
posibilidad de que surjan nuevas formas de asociación ya que, en su opinión, la ge
nialidad del federalismo republicano reside en los acuerdos institucionales que se
realizan en su interior, gracias a los cuales se protegen tanto los intereses locales
como los nacionales (Sabel, 1998). Incluso podríamos afirmar, siguiendo su línea
argumentativa, que en última instancia los cambios surgen en el nivel local, aunque
después sea la Suprema Corte de Justicia de la Nación, a nivel federal, la institu-
ción que los promueva en todos los estados, incluso en los más conservadores.
Otros autores describen al federalismo de manera mucho más positiva; algunos
incluso subrayan que los movimientos populares de alcance global son laboratorios
en los que se desarrollan ideas, por ejemplo, para proteger el medio ambiente. Tam-
bién se ha interpretado el retorno hacia el enfoque local como una respuesta ante la
crisis de legitimidad del Estado benefactor (Acherman et al., 1998).
John Ferejohn y Barry R. Weingast sostienen que el gran crecimiento del Esta-
do benefactor y su posterior fracaso para resolver los problemas sociales ocasionaron
que un importante número de académicos y políticos promoviesen un fortaleci-
miento del federalismo, de modo tal que los gobiernos locales, funcionando como
196 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
58 En un primer momento los países se sitúan generalmente en un “estado de naturaleza”, en donde lo
central es la lucha por el poder (Rakove, 1997).
EL FEDERALISMO ACOTADO 197
para que pueda existir una moralidad cosmopolita se necesita de una soberanía
ampliamente dispersa —algo que consideramos una de las características más
importantes del federalismo—, con varias unidades políticas, pero sin que ninguna
ocupe el lugar del Estado.
En oposición a Roger Scruton, Pogge exhorta a construir lealtades hacia “[…]
el barrio, la ciudad, el país, la provincia, el Estado, la región y el mundo entero”
(Pogge, 1992: 48-75). En nuestra opinión, lo que realmente propone este autor es
una mayor justicia económica mundial, ya que alude a una recaudación global por
parte de una institución cosmopolita. Pogge, en definitiva, postula una especie de
concepción mínima de los derechos humanos que proscriba los abusos severos y
las desigualdades. Lo destacable es que si bien quiere mantener el liberalismo de
Rawls, lo que predomina en su teoría es la redistribución y, por tanto, para este autor
es más importante la igualdad económica de los países.
Rawls parte de derechos individuales como el de la propiedad privada y hasta el
final defiende los derechos liberales. Pogge parte del liberalismo, pero para justificar
el impuesto sobre los recursos naturales opta por un derecho comunal que necesa-
riamente entra en conflicto con el de propiedad privada del liberalismo clásico.
Podemos decir que la concepción de federalismo presentada en este libro, que
incluye un mecanismo de empatía, algo que consideramos fundamental para nues-
tros fines, va más allá de la de Rawls o Pogge. El que Rawls excluya a ciertos países
en nuestra opinión resta fuerza a su propuesta y dificulta lograr la cooperación, la
paz y la justicia entre las naciones. La idea de federalismo de Pogge desdibuja todas
las soberanías hablando desde la comunidad, lo local, pero sin reconocer que a
pesar de todo ha sido dentro del espacio del Estado-nación donde los individuos
han avanzado en gran medida en la protección de los derechos humanos y que no
hay nada intrínseco a la visión cosmopolita de un gobierno global que evite la con-
centración del poder por parte de un súper Estado y que logre que existan institu-
ciones del Estado nacional representativo y democrático que defiendan el avance
de los derechos humanos.
La mayoría de las naciones son gobernadas por la ley del más fuerte lo cual,
sin duda, conduce casi inevitablemente a un estado de guerra permanente, parecido
al “estado de naturaleza” hobbesiano. La Liga de las Naciones y la onu no han logrado
acabar con el predominio de las potencias globales ni en los hechos ni en las nor-
mas.59 Vivimos un periodo de gran incertidumbre que inició con el ataque a las
torres gemelas de Nueva York. Primero el conflicto de Afganistán y posteriormente el
caso de Irak introdujeron en el mundo un ambiente de muerte y destrucción; sin em
bargo, las naciones están conformadas en su mayoría por hombres y mujeres racio-
nales quienes, sin lugar a dudas, aspiran a superar ese estado de guerra.
El país más poderoso podría alegar que es lo suficientemente fuerte como
para eliminar a muchos países pequeños y, en apariencia, no tendría ningún moti-
vo para negociar con nadie ni para fraguar acuerdos, pero no debemos olvidar que
incluso el más débil de los Estados-nación tiene la capacidad para dañar al más
poderoso de diversas formas; podría, por ejemplo, construir armas nucleares que
representarían una amenaza para todos. También recordemos que un solo hombre
dispuesto a ofrecer su vida en defensa de su país o sus convicciones puede causar un
gran daño al secuestrar un avión, asesinar a un jefe de Estado o a su familia, etcé-
tera. Sin lugar a dudas, enfrentado a este tipo de posibilidades el mundo viviría en
una anarquía permanente, situación que las personas deberían, como seres racio-
nales, intentar solucionar.
La posibilidad de que un país o incluso un solo individuo tenga la capacidad
de perjudicar a la nación más poderosa del mundo confirma la atemporalidad del
estado de guerra de todos contra todos. A pesar de los impresionantes avances tec-
nológicos en las medidas de seguridad de las naciones, los terroristas logran colocar
bombas incluso en las zonas supuestamente más protegidas. Los acontecimientos
del 11 de septiembre son una prueba de ello. Algunos terroristas, respaldados por
amplias redes de personas y bajos presupuestos, lograron consumar un ataque con-
tra las torres gemelas de Manhattan y el Pentágono. Actualmente, aun con toda la
tecnología al servicio de la vigilancia, con la sola existencia de militantes fanáticos
suicidas la vulnerabilidad es inmensa.
David Held hace referencia al círculo vicioso en el que se involucran las nacio-
nes debido a las amenazas mutuas, que inevitablemente desemboca en una carrera
armamentista sin sentido. Por otra parte, todo individuo tiene el deseo de sobrevi-
vir, por lo cual la solución racional para todos —-incluso para los países más pode-
rosos que buscan evitar la incertidumbre— es fraguar un acuerdo. Si las naciones
actuasen únicamente en favor de los intereses egoístas de sus ciudadanos, el resul-
59 David Held describe detalladamente los esfuerzos fallidos de la onu por controlar los conflictos in-
ternacionales, como los que tuvieron lugar en Bosnia y Somalia (Held, 1995: 268).
EL FEDERALISMO ACOTADO 199
tado inevitable sería la proliferación de las políticas de defensa nacional, en las cuales
los países gastarían todos sus recursos sólo para protegerse unos de otros. Siempre
será preferible construir un entorno de certidumbre, algo imposible si se emprende
una carrera armamentista.60
Incluso para Estados Unidos, el país más poderoso, capaz de sostener dos gue-
rras, una en Afganistán y otra en Irak, en forma simultánea, lo más racional sería
intentar establecer acuerdos, porque de lo contrario prevalece la incertidumbre.
Constatamos cómo, incluso después de que el gobierno de Irak fuera inicialmente
derrotado, los ataques constantes por parte de la población civil y los grupos opositores
a las fuerzas de ocupación prolongaron la guerra durante años. Evidentemente, Esta
dos Unidos y su sistema de inteligencia no lograron anticipar la fuerza que llegaría a
adquirir esta estrategia de guerrillas de algunos grupos musulmanes. Todos los días
el mundo despertaba para leer una nueva nota acerca de otra bomba dirigida a obje
tivos estadunidenses.
Por todo lo anterior, reiteramos que la negociación y el consenso constituyen la
única solución real a los conflictos internacionales, aunque habrá quienes aseguren
que esto no ocurrirá inmediatamente; no obstante, la imposición, la agresión o la re
presión siempre terminan por pasar sus facturas. También comprobamos que aunque
el federalismo representa ciertamente un marco fundamental para llevar a cabo las
negociaciones entre los países, su sola instauración como la arquitectura institucio
nal internacional no soluciona los problemas entre ellos. No solamente proponemos
un federalismo, sino uno con un mecanismo formal e institucional, más allá de la racio
nalidad que asume Rawls: la empatía, sentimiento que nos asegura que las partes
en un determinado conflicto internacional van a quedar satisfechas con el acuerdo al
que lleguen pese a sus diferencias.
En el sistema federalista encontramos la “confederación”, entre cuyos objeti-
vos está superar el Estado-nación, que se centra en las asociaciones entre soberanías
con los mismos intereses, pero carece de una autoridad máxima que resuelva los
problemas y, por tanto, puede regresarse al círculo vicioso de la anarquía; por ello
nos hemos ocupado con cierta profundidad del federalismo, aunque éste suponga,
en muchas ocasiones, la emergencia de un gobierno cosmopolita por encima de las
propias soberanías y con autoridad para dirimir los conflictos.
Proponemos, por tanto, un federalismo que, aunque aspire a superar los obs-
táculos del Estado-nación, asuma su existencia y a la par que analice sus defectos
también pondere sus virtudes y aportaciones a los ciudadanos.
60 David Held formula diversas advertencias acerca del círculo vicioso de la desconfianza mutua entre los
países, que motivados por el miedo deciden militarizarse (Held, 1995: 54).
200 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
Robert Dahl dice que las personas pueden actuar por intereses particulares o
no, y son capaces de identificarse con otras. Nuestra genética nos permite ser
empáticos, ponernos en los zapatos de otros, lo cual nos ayuda a cooperar para
construir organizaciones e instituciones, pero es una empatía limitada, pues no pode-
mos profesar el mismo amor y afecto que sentimos por quienes están en el centro
de nuestras vidas, como nuestras familias. Si sufriéramos con la misma intensidad
por todos los seres humanos nuestra vida sería insoportable (Dahl, 2006: 42). Este
pensador también critica que Rawls conceda demasiado peso a la racionalidad como
vía hacia la justicia y que no incluya la pasión o los sentimientos, como la empatía.
Martha C. Nussbaum, en un libro sobre por qué el amor importa para la justi-
cia, argumenta que los políticos liberales están en contra de la educación emocional
porque piensan que puede propiciar una imposición del Estado o la limitación de
la libertad de pensamiento, así que propone imaginar formas en las que las emociones
pueden apoyar los principios básicos de la cultura política sobre los cuales hay un
consenso, y concluye que el amor y la empatía imaginativa son necesarias para las so
ciedades que realmente aspiran a la justicia. Agrega que la libertad de disentir no está
amenazada por una retórica dirigida a alcanzar las metas más queridas de la sociedad
(Nussbaum, 2013: 380-390) y aclara que más que oponerse a Rawls complementa
su teoría de la justicia.
Consideramos que en un nivel nacional, en la propia arquitectura de la situación
hipotética, Rawls logra plantear de tal forma las condiciones que no requiere incluir
la empatía para beneficiar a los menos privilegiados y precisamente mediante su se
gundo principio obliga a los miembros de la sociedad a optar por políticas que benefi
cien a quienes están en desventaja, de tal manera que las instituciones deben encarnar
este segundo principio.
Ahora bien, planteamos que, en el nivel internacional, a la racionalidad hay
que agregar emociones y pasión si queremos realmente propiciar relaciones más
equitativas entre los países. Es necesario que sus líderes experimenten cierta empa-
tía para poder alcanzar acuerdos benéficos para las partes, independientemente de
su poder real.
LA PROPUESTA
otro país, con un amplio conocimiento de las dos culturas a fin de buscar una solu-
ción aceptable para todos, una intermedia, que no será la mejor para ninguno, pero
tampoco la peor, sino la más justa. Mostraremos por qué resulta racional y viable
lograr acuerdos, incluso si se trata del país más poderoso.
Reinterpretar a Rawls
Cuando John Rawls formuló su teoría de la justicia como equidad encontró dos
principios de justicia a los que acuden los individuos racionales en circunstancias
especiales (Rawls, 1971);61 fueron también los mejores que pudimos encontrar
para juzgar el orden internacional y nos permitirán avanzar en la toma de decisiones
racionales para la construcción de uno mejor. Una de las críticas más importantes
a su libro Una teoría de la justicia consistió en que no considera las relaciones inter-
nacionales; su construcción teórica sólo es válida en la escala nacional y para los
países económicamente muy desarrollados. El autor respondió argumentando que
no pudo abarcar todos los temas, pues su propósito esencial era establecer princi-
pios de justicia para una sociedad bien ordenada. Más adelante propuso algunos
principios, esta vez para las relaciones internacionales, en su libro El derecho de
gentes; ¿lo logró?
Sostenemos que ni siquiera utilizó de forma consistente su propia teoría de la
justicia para el caso de las relaciones internacionales, sino que planteó un esquema
diferente. Siguiendo lo formulado en su teoría de la justicia, en nuestro trabajo plan
teamos una construcción similar para regular las relaciones entre los países con la
finalidad de superar el permanente estado de guerra.62 Demostraremos que sólo sería
posible construir una teoría federalista de la justicia para las relaciones internacio-
nales si se mantiene su primera propuesta acerca de la igualdad en una sociedad
bien ordenada. En otras palabras, afirmamos que los argumentos presentados en
El derecho de gentes no derivan de su teoría de la justicia, o sólo lo hacen de tal ma
nera que pueden ser aplicados a las sociedades liberales.
En el caso de las sociedades diferentes, Rawls sólo “tolera” a algunas, pero no
las considera como iguales, mientras que a otras, opina, ni siquiera se las debe tolerar
(los Estados proscritos). Se podría argüir que tolerarlas es conferirles cierto estatu-
to de igualdad; no obstante, en nuestra perspectiva la tolerancia no es más que una
forma de autocontrol en la que aparentemente se escucha a las demás posturas.
61 En el Liberalismo político Rawls reformuló los principios para superar las críticas: fundamentalmen-
te el primero se refiere a la libertad y el segundo a la diferencia.
62 La primera versión de esta idea se publicó en Márquez-Padilla (2000: 51-77).
LA PROPUESTA 203
63 Por ejemplo, el comité Provida ni siquiera considerará necesario tolerar o escuchar los argumentos
en favor del aborto.
204 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
preocupación es sólo por los compatriotas y sostiene que cuando Rawls deja entrar
a otros países a la posición original en El derecho de gentes es únicamente “con el
propósito de elegir principios reguladores para la diplomacia y la guerra” (Beitz,
1983: 594); es decir, no postula un principio distributivo para el nivel internacional.
Ahora bien, si en este último trabajo Rawls les hubiese concedido la igualdad
a los países, pueblos o partes, habría tenido que aceptar consecuencias importan-
tes. En primer lugar, tendría que haber incluido el mismo principio de la diferen-
cia, de modo que no se reprodujeran a sí mismas las grandes injusticias globales,
además de un principio adicional a partir del cual se crearan instituciones para
transferir recursos en beneficio de los países más pobres del mundo. Asimismo,
tendrían que minimizarse las desigualdades interestatales, tal como Stanley Hoff-
man interpreta el principio de Rawls (Hoffman, 1981), aunque también reconoce
que se trata de una responsabilidad “imposible” para los países más ricos.
Como ya hemos visto, algunos autores nos recomiendan llevar la idea de la igualdad
y el principio distributivo hasta sus últimas consecuencias. Por ejemplo, Thomas
Pogge dice que es imposible ignorar que millones de personas mueren cotidiana-
mente de inanición en nuestra comunidad global; es obvio que algo está mal en el
sistema económico. Lo menos que se requeriría son instituciones internacionales
que decidan cómo distribuir los recursos de forma justa (Pogge, 1986: 71). No es
solamente la identidad común lo que nos obliga a ciertas lealtades; la gran injusticia
del hambre no puede soslayarse aunque no tengamos historias comunes con quienes
la sufren; no debemos olvidar que existen los derechos humanos.
Por ello, este autor propone un cosmopolitismo institucional (Pogge, 1992: 48).
Así, desarrolla una idea de reforma gradual institucional global (1992: 48) y sugiere
establecer una federación siguiendo un esquema de varios niveles cuya finalidad sea
defender la moral cosmopolita; ello no significa que deba existir un Estado trans-
nacional todopoderoso; de hecho, este autor piensa que para que el federalismo real
mente funcione el Estado tendría que desaparecer. En su lugar habría una serie de
unidades políticas distintas y se esfumarían las lealtades exclusivistas hacia un solo
Estado, los pueblos se sentirían vecinos y el mundo sería el hogar de todos (1992:
58). Los derechos que se defenderían serían no solamente los particulares de esos
ciudadanos sino los de los humanos en general.
Charles Beitz representa la que ha sido bautizada como la visión cosmopolita.
Al principio pensó “que [todos] los miembros de la posición original debían ser glo-
LA PROPUESTA 207
bales más que nacionales porque las sociedades nacionales no son, de hecho, auto-
suficientes; el sistema de comercio e inversiones global, organizado en el marco de
una estructura de instituciones y convenciones internacionales, constituye un es
quema de cooperación social en el sentido de Rawls” (Beitz, 1983: 595), aunque
más adelante matizó su posición cuando se dio cuenta de que la necesaria recipro-
cidad que puede darse entre los miembros de una sociedad no ocurre en el contexto
global, y también de que la mera posibilidad de la existencia de instituciones globa-
les no significa que lleguen a ser una realidad.
Finalmente, Beitz concluye que existe un límite superior para la carga que un Esta
do puede pedir a sus ciudadanos que soporten en la consecución de objetivos cosmo
politas (Beitz, 1983: 598). Admite que no se puede demandar un compromiso total
con la redistribución cuando no hay reciprocidad entre los miembros de la comunidad
internacional. A pesar de ello, considera que no podemos ignorar la creciente interde
pendencia de las naciones y la existencia de una economía mundial, por lo cual
debe establecerse algún compromiso mínimo: “Los teóricos han rechazado la doctri-
na del estado de naturaleza en las relaciones internacionales y han sugerido que las na
ciones deben comprenderse como algo más que entidades soberanas separadas y que
las relaciones entre ellas deben regirse por principios morales” (Gould, 1990: 308).
La interdependencia global conlleva relaciones de cooperación similares a las
que se dan a nivel nacional, con beneficios y costos, por lo que se puede justificar
un principio redistributivo como el segundo principio de Rawls (Beitz, 1999: 152).
No sólo argumenta que hoy no podemos hablar de estos Estados-nación autosufi-
cientes, sino que va más allá y sostiene que las personas en la posición original de
segundo grado debieran saber que hay escasez de recursos naturales y además están
repartidos arbitrariamente (desde un punto de vista moral), siendo que resultan fun
damentales para poder tener sociedades desarrolladas y con instituciones justas.
Termina diciendo que aun cuando se asuma la autosuficiencia, los principios de
justicia de Rawls para el nivel internacional resultan incompletos (Beitz, 1999:
169); más aún, explica que dada la interdependencia económica, los principios de
justicia distributiva deben aplicarse en primera instancia al mundo como un todo y
derivadamente a los Estados-nación (1999: 170).
Asegura que quiere extender los principios de Rawls al nivel internacional; sin
embargo, pensamos, se aleja en gran medida de la teoría sobre la justicia en el ámbito
nacional de Rawls. Por un lado niega la libertad a los Estados al pretender permitir la
intervención en caso de una presumible violación de derechos humanos y acaba dicien
do que primero se debe aplicar el principio distributivo global y luego derivar el del
espacio nacional. La teoría de Rawls da prioridad al principio de libertad y habla
del orden lexicográfico que debe existir entre el primer principio, de libertad, y el segun
do, distributivo. Beitz, en su afán por repartir los recursos naturales, pone en peligro
208 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
La construcción de la propuesta
Para construir este modelo de justicia entre las naciones definiremos una “posición
original” en el sentido rawlsiano (Rawls, 1999: 118), por la cual entendemos una
construcción formal que posibilita contar con una situación de igualdad entre dos o
más partes negociadoras y en la que cada acuerdo establecido será básicamente
equitativo. Ello implica necesariamente la instauración del federalismo internacio-
nal, pues asumimos como una premisa fundamental la igualdad de las partes.
Se trata, obviamente, de una situación hipotética. Dicha “posición original”
debe colocarse en un espacio neutral imaginario en el que es posible pensar y razo-
nar las diferentes posturas de los países. El objetivo sería alcanzar una perspectiva
común, mediante la cual los intereses de todas las partes serían considerados con
seriedad y, por lo tanto, los países podrían aceptar los acuerdos. Se trata de que
desde una visión imparcial, mediante la cual nos hemos puesto en los zapatos de
nuestra contraparte, estemos dispuestos a acatar decisiones conjuntas y, por lo tanto,
en caso de requerirse, los países podrían cooperar.
fuese igualmente válido para todos y es probable que se sintieran tentados a impo-
ner su voluntad; sin embargo, si gracias al velo de la ignorancia desconocen en qué
país viven (si en el más fuerte o en el más débil) es más probable que estén dispues
tos a encontrar un principio equitativo para las relaciones internacionales que supe-
re definitivamente el estado de incertidumbre o la posibilidad de la guerra. Para ser
capaces de formular principios justos es necesario que ignoremos la propia fuerza o
poder. De otro modo se favorecería la guerra al tratarse de imponer unos sobre otros.
A partir de una posición original en que funcionará el velo de la ignorancia,
nuestros ciudadanos hipotéticos muy probablemente harían lo necesario para
actuar de acuerdo con las soluciones aceptadas por todas las partes, como si fuese
un imperativo categórico al que aspirarían por la razón. En resumen, “lo racional”
sería buscar ese principio que nos permita encontrar soluciones intermedias con-
sensadas, porque así se superaría el círculo vicioso de la anarquía.
Cuando se logra contemplar la decisión correcta en la posición original nos
sentimos atraídos a actuar en correspondencia, porque no sólo será la más racional
sino también la más justa y equitativa, e impulsaría a los países a cooperar o tan sólo
a acatarla, según corresponda.
El segundo principio asumido por nuestro modelo sería que todos los países deben
ser considerados fines en y para sí mismos y ninguno puede ser tratado como un
medio. Dado que resulta imposible saber de antemano qué países o Estados evolu-
cionarán históricamente —algunos de ellos incluso podrían desintegrarse—, el
establecimiento de un principio de igualdad para las relaciones internacionales
sólo sería válido entre los países existentes.64
Carece de importancia conocer de qué nación provienen nuestros ciudadanos
imaginarios dado que, una vez que se levante el velo de la ignorancia, todos y cada
uno de ellos estarán de acuerdo en que su decisión ha sido racional y apropiada,
sobre todo porque descubrirían que ningún país aceptaría que lo trataran como un
simple medio para instrumentar los intereses de otro más poderoso, con lo cual se
aplica, paralelamente, el primer principio: que todos los países son iguales en dere-
chos y obligaciones en el ámbito internacional.
Lo anterior es independiente de su poder relativo en el concierto internacional
o de su capacidad de influir sobre otras naciones, pues interesa a todos y cada uno
de los miembros de la comunidad internacional ser tratados como fines. Tanto el
64 En este sentido, también podría considerarse a los partidos o grupos en una negociación. No hay
nada que nos impida imaginar este proceso entre un grupo indígena y un Estado nacional.
LA PROPUESTA 213
país más poderoso como el más débil considerarían racional apegarse a este princi-
pio porque así, una vez eliminado el velo de la ignorancia, nadie se sentiría afectado
negativamente. Cada individuo o representante estaría satisfecho de descubrir que
de forma racional seleccionó un principio justo. En nuestro modelo cada país, sea
o no una democracia liberal, debe recibir este trato, aunque aceptamos que, de no
proceder de acuerdo con los esquemas de convivencia adecuados, tendría que ser
obligado gradualmente a modificar sus conductas.
Equilibrio reflexivo
Puede concebirse como el más puro ejercicio de empatía. Se trata de una condi-
ción que haría posible iniciar un tipo equilibrado de deliberación que necesaria-
mente consideraría cada uno de los datos relevantes, las prioridades, los deseos, los
recursos y las culturas de todos los actores nacionales. En otras palabras, todos y
cada uno de los elementos de la discusión tendrían importancia para cada país
específico. Todas las decisiones serían sopesadas sobre la base de los datos relevan-
tes y, en este sentido, se llegaría sin dificultad a una posición racional concreta;
esto significa que se analizarían las características fundamentales de la identidad de
cada país y las decisiones las tomarían individuos racionales que intentan favorecer
sus intereses. En la medida en que cada nación esté consciente de la importancia de
ciertos asuntos fundamentales para las otras partes, podría aceptar la conclusión
de que es imposible obtenerlo todo. En este planteamiento tomamos con verdade-
ra seriedad la igualdad entre las naciones, aunque debemos tener conciencia de lo
difícil que es encontrar valores universales y de que para llegar al mejor acuerdo resul-
ta necesario esforzarnos en ser tolerantes y comprender al “otro”.65
Supongamos que en una relación bilateral, por ejemplo, entre el país más pode
roso del mundo y una potencia intermedia, surge un conflicto sobre la posible ubica
ción de un depósito de desechos nucleares; entonces, los representantes del primer
país quizá traten de colocarlo donde obtengan los mayores beneficios y paguen los
menores costos y, en un ejercicio de abuso de poder, probablemente lo instalarían en
el país más débil, sin importar los intereses de éste. Ahora bien, tal vez sería difícil
para el país poderoso visualizar los efectos a largo plazo de su decisión, pero quizá
las personas afectadas, enfermas, radicadas en la frontera podrían terminar yéndose
a vivir precisamente a su territorio; sin embargo, a través del mecanismo de la empatía
propuesto ambos Estados podrían actuar como sujetos racionales y tomar las deci-
siones correctas; es decir, no basadas en la fuerza sino consensadas, sobre la base de
una distribución más apropiada de los costos y los beneficios. El factor de la reci-
procidad guiaría a las partes a actuar y decidir de forma justa; así, el lugar designado
para colocar los desechos sería el menos perjudicial para ambas partes y el reparto
de las cargas, equitativo.
65 Los problemas que Walzer encuentra en la justicia procedimental de Rawls son superados en nuestra
construcción teórica, en la que la cultura tiene una importancia capital (Walzer, 1997).
LA PROPUESTA 215
Armando la propuesta
Con la introducción del velo de la ignorancia se trata de hacer conscientes a las par-
tes de que no es razonable tomar una decisión en la que un país gana todo o pierde
todo. Es más racional compartir los costos y beneficios de tal modo que, una vez
levantado el velo de la ignorancia, todos estén satisfechos con la decisión, sin impor
tar si se es el representante del país más fuerte o el del más débil.
Supongamos que el velo de la ignorancia es colocado sobre los ojos de las partes
en conflicto, haciendo invisibles todos los datos necesarios para que se reconozcan
a sí mismas. Asumamos que dicho velo introduce un problema de identidad, una
especie de amnesia temporal: todos los individuos que representan los intereses de
algún Estado nacional saben que hay sobrepoblación, que ello ha generado una
enorme contaminación y reducido los ya de por sí limitados recursos disponibles.
Es obvio que de haber abundancia de recursos no habría conflictos ni la necesidad
de impartir justicia, pero a las partes en cuestión les resulta imposible distinguir a
cuál nación pertenecen, si a la más poderosa o a la más pequeña y débil, por lo que
al levantarse el velo de la ignorancia podrían ser ciudadanos de cualquiera de ellas
y esto los obliga a optar por soluciones intermedias.
De acuerdo con nuestra propuesta, lo correcto en caso de cualquier conflicto, sea
binacional o multilateral, es tomar decisiones sobre la base de una construcción hi
potética, desde la cual las partes, ubicadas tras un velo de ignorancia, en nuestro caso
delgado, aceptan plenamente la igualdad entre los países y asumen, además, que todas
las naciones deben ser tratadas como fines en sí mismos. A partir de esta circunstancia
la obligación de cada cual es comprometerse activamente con un sistema de empatía.
Esta construcción hipotética obligaría, en caso de conflicto entre dos Estados,
a tomar una decisión que considere y equilibre con seriedad ambas posiciones. La
decisión más justa debe ser aquella que proviene de un esquema en que los actores
se sitúan primero en el lugar del país más débil, con toda la información pertinente,
y después en el del más poderoso. Tras tomar en cuenta los elementos a favor y en
contra de los intereses de ambas naciones, quienes tienen la responsabilidad de
decidir con toda seguridad elegirán la solución más apropiada, debido a que dada la
pérdida de memoria temporal que sufrirán no tendrán manera de saber a cuál de los
países involucrados pertenecen.
Por supuesto, es más sencillo imaginar una voluntad general a la que se llega
por una negociación en un contexto de federalismo nacional que en el terreno inter
nacional, donde los intereses son más fácilmente considerados excluyentes y en
donde será casi siempre más complejo, aunque no imposible, llegar a acuerdos. Con
todo, siempre existe la posibilidad de encontrar una posición intermedia satisfactoria
para las partes.
216 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
66 Rawls utiliza la metáfora de los “dados de la fortuna” para referirse a la intervención del azar en la co
locación de los individuos en una particular posición social desde el nacimiento. Transfiriéndola a la
propuesta formulada en este libro sobre las relaciones internacionales, la metáfora se refiere al papel
de la casualidad en el lugar que ocupan las naciones en el contexto internacional.
67 Para revisar lo concerniente a la democracia deliberativa véase Cohen (1998: 185-209).
LA PROPUESTA 217
Racionalidad y cultura
En este punto disentimos de las posiciones que sostienen que cualquier en
tendimiento es imposible por razones culturales. Esta visión, como comentamos,
está representada principalmente por Samuel Huntington, aunque también por
Roger Scruton, quien argumenta que Occidente disfruta de una cultura política
diferente de todas las demás. En su opinión, la lealtad que emerge de la religión
sobre otras formas de conocimiento no puede comprender la que existe hacia el
Estado y la ley (Scruton, 2002: 63). Por el contrario, pensamos que aunque estas
culturas sean muy diferentes no es imposible que puedan entenderse; por lo tanto,
afirmamos que es viable encontrar un espacio para la flexibilidad, especialmente si
el objetivo es crear un mejor contexto internacional y, en consecuencia, una mejor
situación interna.
Normalmente es difícil aceptar siquiera la posibilidad de que se está come
tiendo una injusticia. Aún más, frecuentemente las personas piensan que si los
representantes fuesen “más racionales” entenderían nuestras propias decisiones
perfectamente.68 Ello es así porque en su mayoría los individuos tienden a colocar
la racionalidad del lado de sus propias culturas. Por eso, para ser justa, la racionalidad
debe situarse en un paradigma social particular, específico para cada país concreto,
que permita comprenderlo cabalmente, pero que no nos impida desechar prácticas
culturales negativas o perjudiciales para las comunidades. En otras palabras, las cul
turas deberán ser capaces de evolucionar en un sentido positivo.
Esta construcción abre un espacio suficiente para el cambio en ambas partes, lo
cual significa que no consideramos a ninguna de ellas como universal, aunque a veces
tendemos a pensar que los valores occidentales lo son porque hemos sido educa-
dos en ellos. Francis Fukuyama sería un prototipo perfecto de esta posición. Se ha
considerado también que el propio John Rawls sustenta sus teorías en valores cuya
validez él considera universal (Scruton, 2002: 11).69 Por su parte, Scruton afirma
que la crítica posmoderna explica que la cultura occidental encubre su etnocen-
trismo presentando su modo de pensar como una fuerza universal (2002: 74).
Nuestra postura trata de conciliar ambas visiones: es universal en el sentido de
que es aceptable para todos, pero también considera la historia y la cultura. Asimis
mo, aceptamos el argumento de Scruton de que un contrato social implica excluir
a quienes no forman parte de él, de modo que los beneficios se otorgan sólo a sus
miembros; no obstante, proponemos un contrato social universal de tal modo que
todo mundo podría aceptarlo y, por lo tanto, serviría de base para la elaboración
68 Mi padre acostumbraba decirme: “Como eres una persona inteligente, estoy seguro de que compren-
derás mi argumento”.
69 Aunque Rawls planteó en su libro Political Liberalism que su teoría de la justicia era sólo para socie-
70 Para ello, encontramos dos principios de actuación y postulamos el mecanismo de la empatía, que
debe erigirse en el patrón para juzgar cualquier decisión, sea entre Estados, soberanías, grupos étnicos
o cualesquiera otros grupos sociales e incluso entre individuos.
220 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
nuevas naciones tras su diáspora. Quizá por ello es que recurren a la violencia reli-
giosa como la única prueba de su identidad (Scruton, 2002: 159).
Ahora bien, no olvidemos que la historia ofrece muchos ejemplos de actos
irracionales también en el cristianismo, entre ellos, la quema de presuntas “brujas”
en Salem, la inquisición católica en España y la Nueva España, así como la discri-
minación contra el pueblo judío debido a su creencia en otros principios religiosos.
Ninguno de estos actos representa al cristianismo o al catolicismo como un todo sino
que sólo son casos extremos. Sus practicantes y fieles han logrado cambiar estas
circunstancias poco a poco. En nombre de la paz debemos emprender un esfuerzo
especial para tratar de encontrar una solución de manera que ambas civilizaciones
puedan convivir sin sentirse amenazadas.
Impulsemos un trabajo de imaginación: comencemos colocando en la “posi-
ción original” a representantes de la civilización musulmana. Para ello, se eligen dos
principios de conducta encarnados en el federalismo: la igualdad entre las naciones
y la regla de que ningún país pueda ser utilizado como un medio. Asimismo, no consi-
deramos que la cultura sea un obstáculo para el establecimiento de instituciones
políticas democráticas y de economías de mercado exitosas (Fukuyama, 1992: xix).
Además, entendemos como indispensable que se permita a las personas decidir si
realmente desean vivir regidos por estas instituciones. Estamos preparados para
aceptar todas las consecuencias de la igualdad.
Podemos reconocer que somos firmes partidarios de los principios occidentales
y que por ello estamos dispuestos a ponerlos a prueba para defenderlos, pues esta-
mos seguros de que los mejores de entre ellos prevalecerán sin peligro. Estamos
convencidos, asimismo, de que por lo menos podemos intentar transformar la inne-
gable obsesión de consumo que nuestra economía de mercado ha imbuido en la
mayoría de nosotros, a costa del desarrollo espiritual que pudiera resultar más gra-
tificante. Lo más productivo sería evitar el fanatismo de una de estas culturas y el
materialismo de la otra. Al final, sus defectos son sólo consecuencias de sus valores
centrales.
A partir del primer principio aceptado, la igualdad plena entre los Estados-
nación, debemos promover de inmediato el segundo principio: que ningún país o
civilización pueda ser tratado como un simple medio, sino como un fin en sí
mismo, aunque ello no significa que debamos aceptar todas las especificidades de
esas civilizaciones. Además, nuestra concepción de cada una de ellas no podría ser
fija ni eterna. Muchas civilizaciones han desaparecido o fueron derrotadas por su
insaciable sed de poder, aunque su poder real no igualaba a su urgencia de expan-
dirse. También se ha dicho que las civilizaciones mueren cuando sus élites econó-
micas no invierten en la reproducción del sistema como un todo, sino que sólo
gastan en forma egoísta adquiriendo productos suntuarios. Por ello no defendemos
LA PROPUESTA 221
71 Samuel Huntington se refiere a esta falta de inversión y también lo hace Paul Kennedy en The Rise
and Fall of the Great Powers. Este último se enfoca en el caso de Estados Unidos y en su deseo de
control más allá de su capacidad real de ejercerlo.
222 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
Igualdad y racionalidad
Si partimos de la idea de que cada individuo debe ser respetado como persona, es decir,
que nadie debe ser sacrificado en nombre de un hipotético beneficio para la sociedad
como un todo, significa que tampoco actuaríamos de forma racional o ética si sacri
ficamos a una generación en beneficio de otra futura. Es por ello que no compartimos
la teoría marxista, la cual nos pide sacrificar a una generación, que debe vivir en una
dictadura del proletariado, en aras de construir unas supuestas condiciones socia-
les equitativas.
Los experimentos del socialismo probaron que se sacrificó a los individuos en
favor de una igualdad que nunca existió, porque la casta política burocrática siempre
gozó de privilegios y la economía no contó jamás con los incentivos suficientes para
desarrollarse y, en consecuencia, no pudo construir el círculo virtuoso de la expansión
o, por lo menos, moverse en ciclos alternos de crecimiento y contracción, y en cam-
bio sí desembocó en el círculo vicioso de la recesión.
En la órbita del socialismo real se privó a una generación completa de sus de
rechos individuales con la finalidad de construir una supuesta sociedad equitativa.
Aunque en cierto sentido probablemente dicha comunidad sí fue más igualitaria, lo
que se compartía eran la privación y la escasez. A todas luces fue injusto afectar los
derechos de algunos individuos por un paraíso que nunca se alcanzó, mientras que
la burocracia gubernamental gozó siempre, como lo hemos mencionado, de grandes
privilegios.
LA PROPUESTA 223
D1 D2 D3
P1 9 5 1
P2 1 5 9
donde P son los países y D las decisiones. En este modelo, la decisión más
justa es obviamente la segunda; no obstante, si los sujetos involucrados en el con-
flicto supiesen de antemano que uno de los dos países es el más poderoso del
mundo, tal vez se sentirían tentados a tomar una decisión que tendiera a favorecerlo,
aunque no totalmente.
224 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
D1 D2 D3 D4 D5 D6
P1 9 5 1 6 7 8
P2 1 5 9 4 3 2
72 En este artículo el autor explica cómo la injusticia “juega un papel al explicar la defunción de la es-
clavitud”.
LA PROPUESTA 225
intermedia que todas las partes podrán aceptar y, por lo tanto, asumir como justa,
de manera tal que los países puedan cooperar buscando soluciones a sus conflic-
tos. Los dos principios aquí propuestos serían equivalentes al primero de Rawls y
el candado actuaría en forma similar al principio de la diferencia, pues nos permiti-
ría repartir las cargas y los beneficios de manera equitativa y con ello promover la
cooperación y que se vayan mitigando gradualmente las grandes diferencias entre
los países.
LA AGENDA BILATERAL
ENTRE MÉXICO Y ESTADOS UNIDOS
Cuando se observan las relaciones entre México y Estados Unidos desde una pers-
pectiva que procura ser objetiva, fácilmente se descubre un mar de oportunidades
que pueden coadyuvar a construir una relación fructífera; no obstante, en el proceso
histórico las circunstancias han sido más difíciles y ninguno de estos países parece
visualizar con claridad las posibles intersecciones que revelarían intereses comu-
nes. Incluso hay momentos en las negociaciones bilaterales en que ambas naciones
actúan en concordancia con los principios establecidos en esta propuesta y entonces
es más fácil la cooperación, pero hay otros en los que se alejan de esa actitud y el
conflicto entra en escena.
A continuación analizaremos algunos puntos de la agenda entre México y Esta
dos Unidos. No es nuestro objetivo ofrecer un contenido empírico a la propuesta
desarrollada en este volumen, sino mostrar su carácter explicativo, útil para entender
ciertos casos en que se presenta algún conflicto o bien cuando se pretenden crear las
condiciones para la cooperación.
Cabe recordar que Estados Unidos no estaba muy interesado en celebrar un
tratado de libre comercio con México (tlcan), pues esto significaría acatar límites
siendo el país más poderoso del mundo. Por su parte, los congresistas estadunidenses
creían que se provocaría mayor migración y los mexicanos les quitarían empleos a
sus connacionales.
Por su parte, México se negaba a formar parte del tratado porque significaba
construir una relación más profunda con Estados Unidos, país al que, debido a
diversos hechos históricos, siempre hemos visto con recelo. Finalmente, y luego de
muchas negociaciones, cada país hizo entender al “otro” aquellos puntos funda-
mentales para sí mismos. Ni para Estados Unidos ni para México dicho tratado fue
el mejor de los instrumentos posibles; sin embargo, llegaron a un acuerdo que pudo
ser aceptado por ambas partes. De alguna forma las partes lo consideraron equita-
tivo y, si bien hay sectores de ambos países que se vieron afectados negativamente
por el tratado, otros muchos se beneficiaron; así, a partir de la firma, el comercio
entre México y Estados Unidos se incrementó y ha llegado, según datos de 2013, a
los 506 608 millones de dólares anuales (U.S. Census Bureau, 2014). Estados Unidos
es el mayor socio comercial de México, ya que recibe el 78.8 por ciento de nuestras
228 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
exportaciones. Por otra parte, nuestro país es su tercer socio comercial después de
Canadá y de China. Cabe señalar que las empresas que exportan pagan sueldos un
40 por ciento superiores a los que ofrecen las que no lo hacen.
En otros rubros, el 79.9 por ciento de los turistas que visitan México proviene
de Estados Unidos (Sectur, 2013). El flujo total de la inversión extranjera directa
(ied) en 2013 fue de 39 171.6 millones de dólares, de los cuales 13 131.2 millones
corresponden a Estados Unidos, esto es, un 33.5 por ciento de la inversión (Secre-
taría de Economía, 2014a y b). De las ied por sectores realizadas en el periodo que
abarca de 1999 al segundo trimestre de 2014, las inversiones de Estados Unidos en
el comercio al menudeo significaron el 80 por ciento del total de la industria: al
sector automotriz correspondió un 56 por ciento y a los servicios financieros, el 53 por
ciento. En 2013, el más importante proveedor de divisas fue el petróleo (49 493
millones de dólares), seguido de las inversiones de cartera (49 003 millones de dó
lares), y en tercer lugar la ied (39 171 millones de dólares), seguida de los ingresos
por remesas (21 892 millones de dólares).
El intercambio comercial de bienes de Estados Unidos con Canadá y México
excede el comercio del primero con los veintisiete miembros de la Unión Europea
y Japón juntos. México exportó 1 255.6 barriles de petróleo diarios en 2012, de los
cuales el 76 por ciento tuvieron como destino Estados Unidos, lo que lo coloca como
el segundo abastecedor de crudo a ese país después de Canadá. (Pemex, 2013). De
hecho, los ingresos por este concepto constituyen la tercera parte de todas las entra
das de recursos del país.
Esos datos muestran que más allá de los innumerables problemas que se pue-
dan presentar entre los dos países existe una relación cuyos vasos comunicantes
trascienden a los gobiernos. Las redes que se constituyen a distintos niveles entre,
por ejemplo, académicos, artistas, organizaciones no gubernamentales, médicos,
comerciantes, empresarios y hasta desafortunadamente agrupaciones del crimen
organizado, son de tal magnitud que superan los límites del Estado-nación. Por lo
tanto, que los Estados traten de promover la cooperación resulta más que algo
aconsejable, una necesidad; sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, el país más
poderoso del mundo se suele guiar por sus intereses inmediatos y no intenta si
quiera comprender los de la nación más débil. No se da cuenta de que a la larga el
avance y desarrollo de un país vecino también lo beneficiaría. Muchas cosas más
se podrían hacer para mejorar la relación económica.
Un caso de éxito fue la Unión Europea, al apoyar en su desarrollo económico a
los Estados más atrasados que pretendían ingresar en la comunidad, demostrando
que la cooperación entre naciones no es una aspiración irrealizable o idealista. Si
bien en el tlcan no se lograron instaurar fondos de compensación, como en el caso
europeo, lo cual lo hubiese convertido en un mejor acuerdo, al menos sí se logró un
LA AGENDA BILATERAL 229
pacto que promovía y daba cauce a la cooperación. Sin duda, con el tlcan se logró
aumentar el comercio, que era la meta, pero en el caso de México quedaron
muchos pendientes al no elaborarse las políticas públicas necesarias para que
hubiera mejor distribución del ingreso, se pagaran mejores salarios, no aumentara
el empleo informal y se borrara la brecha entre los estados del norte ligados al
comercio estadunidense y los del sur, con poco desarrollo.
En esa compleja relación, los problemas que ambos países deben enfrentar jun
tos son diversos como, por ejemplo, el tráfico de drogas. Éste no es un problema que
las fronteras de un solo país puedan contener y se ha mostrado constantemente
que tampoco respetan ningún tipo de límites. Hace apenas unos años, nuestro país
solía señalar el consumo de estupefacientes en Estados Unidos como el detonador
de la situación en México. Incluso, aun con la experiencia de Colombia, el tráfico de
drogas no se percibía, además, como un asunto de seguridad nacional que pudiera
crecer rápidamente y faltaron los estadistas que pudieran preverlo. A su vez, Estados
Unidos se limitaba a culpar a México de esta problemática por ser la principal vía de
introducción de drogas a su país. “Aproximadamente 30.3 millones de estaduni-
denses de doce años en adelante —esto es, el 10 por ciento de la población— han
probado drogas ilegales distintas de la marihuana por lo menos una vez en su vida”
(Embajada de Estados Unidos en México, 2009). Sin duda, existe una demanda
importante, lo cual hace del tráfico de drogas un negocio atractivo. “Casi el 90 por
ciento de la cocaína disponible en Estados Unidos ingresa por su frontera con Mé
xico” (Embajada de Estados Unidos en México, 2009). Desde luego, también es
determinante la oferta, pues incrementa el número de consumidores. La cuestión
es que cada cual no reconocía como igualmente importante su propia participación en
el problema.
Hemos perdido valiosos años sin aprovecharlos en la construcción de las insti-
tuciones conjuntas requeridas para luchar contra este cáncer social. Ninguno de
los dos países intentó comprender al otro: sólo atendieron sus estrechos intereses
inmediatos y al final dañaron los de largo plazo. El fenómeno se consolidó de forma
muy simple. Un país quiere la droga (Estados Unidos) y el otro (México) trata de
producir lo que el primero quiere. Desafortunadamente estamos frente a un terrible
caso de oferta y demanda. El mercado presenta malas (en el sentido moral) oportu-
nidades (en el sentido económico) no planeadas. Un país no puede detenerse en
culpar a otro por la oferta de drogas, así como tampoco el otro debe simplemente
acusar al primero por demandarlas. Mientras la discusión permaneció en ese nivel no
se produjeron avances. Está en el interés de ambos países trabajar juntos para
encontrar una solución conjunta.
El narcotráfico es un terrible problema que sufren por igual las dos naciones
cuya relación analizamos. Sólo entendiendo esto pueden compartir información,
230 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
Unidos descalifique al país por ello, lo cual acarrea serias repercusiones. Si bien es
cierto que existe un grave problema de violencia en el territorio mexicano, no se
debe desalentar el turismo y la inversión de capital, pues las consecuencias econó-
micas pueden ser desastrosas también para Estados Unidos.
Las dos economías están tan intrínsecamente ligadas que no hay manera de
que los efectos negativos sobre una de ellas no se sientan en la otra, aunque obvia-
mente los impactos respectivos muestren significativas diferencias en el peso global
de sus resultados (Davidow, 2003). Si la economía es débil en México, inmediata-
mente el flujo de la migración se incrementa drásticamente hacia Estados Unidos.
Por lo tanto, entre las consecuencias no deseadas de tratar de castigar a México
magnificando su problema de inseguridad y promoviendo entre los turistas que es
peligroso viajar a nuestro territorio está el fortalecimiento de los cárteles de la droga.
Lo que es obvio a veces les resulta muy difícil de entender a los políticos.
Es un hecho que mientras los funcionarios gubernamentales prácticamente se
limitan a culpar del problema al otro país, los niños estadunidenses y mexicanos están
en peligro constante debido a la enorme cantidad de drogas que se les ofrece dentro
y fuera de las escuelas. La lucha entre las diferentes burocracias, no sólo en Esta-
dos Unidos sino también en México, actúa como obstáculo para las relaciones bilate
rales. Cada institución gubernamental defiende sus propios intereses, y se produce
una lógica perversa al interior de las oficinas y entidades que han sido creadas para
resolver una determinada problemática social: para sobrevivir en el presupuesto
deben magnificarla, pues solucionarla podría significar la consecuente liquida
ción del cuerpo burocrático correspondiente. Así, la lógica interna de estas institucio
nes las hace competir unas contra las otras, a un grado tal que en lugar de colaborar
llegan, incluso, a ocultarse información.
Las sociedades de masas necesitan sin duda de esta red institucional para manejar
con mayor eficiencia los grandes problemas de nuestro tiempo; sin embargo, el resul-
tado ha sido la creación de aparatos burocráticos que comparten objetivos similares
aunque intereses contrapuestos; de ahí que la solución no pueda reducirse simple-
mente al trabajo de las instituciones porque, como ya Max Weber lo preveía, éstas
se enfocan sobre todo a fortalecer sus propios intereses. Se requiere en consecuen-
cia, desde nuestra perspectiva, impulsar ejercicios de empatía constantes entre
ambos actores nacionales, lo cual nos ayudará a comprender a ambas partes para
evaluar si realmente las instituciones están funcionando como deben.
¿Resulta racional que una determinada burocracia se aboque a resolver defini-
tivamente el problema que define su principal tarea y razón de ser? No existe una
salida fácil para una situación cuyos arquitectos son los propios gobiernos. Por ello,
proponemos brindar una oportunidad al modelo de relaciones internacionales que
presentamos en esta ocasión, el cual forzaría a las partes a avanzar un paso más
232 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
allá de sus propias lógicas internas para procurar encontrar las mejores respuestas
comunes. Dada la estructura del mencionado modelo, las dos naciones involucra-
das en un conflicto se verían obligadas a encontrar una solución que realmente las
beneficie a ambas. El punto clave consistiría en juzgar a las instituciones inmersas
en la resolución de un problema de forma objetiva para que, de encontrarse que no
están funcionando en beneficio de los intereses de ambos países, se proceda a
transformarlas o eliminarlas.
Hace algunos años se presentó la Iniciativa Mérida como un proyecto de coo-
peración entre México y Estados Unidos para combatir la delincuencia organizada
y a la vez promover el respeto de los derechos humanos y el Estado de derecho. Se
establecieron cuatro ámbitos estratégicos que guían la cooperación y la institucio-
nalizan: primero, desmantelar grupos delictivos; segundo, reforzar instituciones;
tercero, crear una frontera del siglo xxi, y cuarto, construir comunidades fuertes y
resistentes en ambos países.
En principio la Iniciativa Mérida suena bien. Toca ahora a las partes lograr que
realmente el proyecto sea para el beneficio de ambos países. Hay quienes conside-
ran que sólo se trata de una estrategia de Estados Unidos para controlar al terrorismo,
que es la prioridad indiscutible de su agenda de seguridad y, por lo tanto, para obte-
ner un mayor grado de injerencia en México. Por otra parte, también están quienes
piensan que México no realiza el trabajo que está obligado a hacer y que con los im
puestos de sus ciudadanos el gobierno estadunidense está resolviendo problemas
que no le corresponden; asimismo, sostienen que la corrupción dificulta que los re
cursos lleguen adonde tienen que llegar.
Es innegable que México requiere ayuda con un problema que está rebasando
la capacidad de respuesta de su Estado. También lo es que la violencia generada por
los narcotraficantes, quienes obtienen jugosas ganancias en Estados Unidos, y en
conjunto con la venta ilegal de armas desde ese país, ha propiciado la emergencia
de una zona de nadie, más allá de la ley y del control estatal. Una zona compartida,
se acepte o no, de gran vulnerabilidad.
Por ejemplo, los programas informáticos de verificación de documentos y equi
pos, así como el de identificación biométrica, proporcionados al Instituto Nacional
de Migración para utilizar en la frontera con Guatemala parecen estar más bien
dirigidos a la lucha estadunidense contra el terrorismo que a una necesidad inme-
diata de México, cuya frontera norte está más necesitada de recursos dada la gran
inseguridad que existe en la zona. De acuerdo con nuestra propuesta, toca a las insti-
tuciones poseedoras de mayor información en el tema analizar el caso desde las
dos perspectivas para encontrar el punto medio de beneficio para ambos países.
Recientemente el presidente Obama solicitó un recorte para la Iniciativa Mé
rida de ciento cuarenta millones de dólares. El subsecretario del Departamento de
LA AGENDA BILATERAL 233
aferre a mantener un modelo de consumo que produce grandes cantidades del gas.
De alguna manera y en grados distintos ambos gobiernos evaden el problema, pues
enfrentarlo implicaría enormes gastos económicos para lograr la transformación de
la industria con el fin de que no impacte negativamente la ecología.
Por fortuna, México sí ha instrumentado importantes medidas en este ámbito:
por ejemplo, creó una comisión intergubernamental para elaborar una política
nacional sobre cambio climático; ahora falta que dicha comisión realmente funcio-
ne. Los mexicanos estamos cansados de la constante creación de instituciones que
realmente no cumplen con sus objetivos, pues la clara ausencia de rendición de
cuentas de muchas entidades públicas facilita que se perpetúen en sus rutinas, sin
preocuparse mucho por su eficiencia.
El presidente Obama ha demostrado, por su parte, un amplio interés en el tema
del cambio climático. Por desgracia, la actual crisis económica de la cual su país
aún no se recupera parece cerrarle las posibilidades de inversión inmediata en esta
área. El ex presidente Felipe Calderón también enfrentó una situación económica
delicada, causada además de por la crisis, por los efectos de diversos desastres
naturales que durante un par de años han devastado la infraestructura de algunos
estados y regiones.
Ahora bien, ¿por qué ambos gobiernos, el estadunidense y el mexicano, no
han buscado oportunidades conjuntas de desarrollo económico? La llamada tecno-
logía verde es uno de los pocos sectores de la economía que promete un crecimien-
to importante. Crear zonas de desarrollo con este tipo de tecnología limpia en la
frontera podría percibirse como una eficaz política industrial que beneficiaría a
ambas naciones. El premio nobel de economía Paul Krugman afirmó que la actual
crisis económica es bastante compleja y uno de los escasos sectores que podría fun
cionar como un motor económico es el de las tecnologías limpias. La franja fronte-
riza podría ser concebida por ambos Estados como un laboratorio para impulsar el
desarrollo compartido y no como una zona de conflicto.
Cuando una economía subdesarrollada, como la mexicana, convive junto con
la economía más poderosa y dinámica del mundo, resulta lógico que esta última se
convierta en un imán, no sólo para los desempleados sino para millones de personas
con bajos salarios por la simple diferencia en los ingresos. Por otra parte, es indiscu
tible la necesidad real de la fuerza laboral de los trabajadores extranjeros en cier-
tos sectores de la economía estadunidense, lo que resulta más obvio durante los
periodos de crecimiento económico y mucho menos en tiempos de recesión.
La migración de México a Estados Unidos no puede definirse simplemente
como un problema; es un hecho de la vida, una tendencia histórica, una realidad
que ambos países deben aceptar para tratar de construir un modelo de trabajo
positivo si pretenden tener éxito en el manejo de un fenómeno social de tales
LA AGENDA BILATERAL 237
dimensiones. Cada año se producen casi 350 millones de cruces legales a Estados
Unidos desde México, a razón de un millón diarios y probablemente otro millón
sean deportados cada año al tratar de hacerlo ilegalmente. En marzo de 2012, el
número de inmigrantes indocumentados en Estados Unidos se calculó en 11.7
millones, de ellos 6.05 millones de nacionalidad mexicana (Passel, Cohn y Gonzá-
lez-Barrera, 2013).
La diferencia salarial entre ambos países es muy notoria. Una persona en Méxi
co gana en un día lo que otra en Estados Unidos puede obtener en sólo una hora. Es
cierto que el costo de la vida en México es más barato y la gente puede más o menos
subsistir día con día, pero las perspectivas de mejoría están muy limitadas. Por esta
razón millones de personas arriesgan incluso su integridad física por un futuro mejor,
no sólo para ellos sino, lo que resulta mucho más importante, para sus hijos, pues
aunque se desempeñen como trabajadores agrícolas padeciendo largas jornadas,
mala paga y, en muchas ocasiones, incluso abusos, saben que en ese país es más
probable que al menos uno de sus hijos pueda estudiar en la universidad y conver-
tirse en profesionista. Por desgracia, muchos mexicanos mueren cotidianamente
en su búsqueda de una mejor vida, lo que constituye una terrible tragedia, pues estas
personas no han optado por robar ni por matar, sino que únicamente desean en
contrar un trabajo mejor. Estamos, sin duda, frente a una de las más desgarradoras
caras del capitalismo.
México podría argumentar que mientras exista demanda de trabajadores la
migración ilegal continuará fluyendo, mientras que Estados Unidos pone el énfasis
en las violaciones a sus leyes. Como hemos dicho, mientras ambos países no lo consi
deren un fenómeno compartido este flujo será inmanejable. No creemos que exista
una solución sencilla, pero una visión conjunta de esta situación histórica podría
ayudarlos a lograr algún control.
Dado el reducido crecimiento de su población, existe cierta presión en el Con-
greso estadunidense para establecer una política migratoria que entre otras cosas
incluiría no cerrar completamente la frontera, pues necesitan de los trabajadores
mexicanos para el éxito de sus negocios. Al mismo tiempo, la economía mexicana
no genera los empleos necesarios para su creciente población, pero sí se beneficia
con las remesas que envían del extranjero nuestros connacionales; no obstante, la
crisis también ha afectado este ingreso. En 2013, estos trabajadores enviaron 21 892
millones de dólares a sus familiares en México, mientras que en 2008 la cifra fue
de 25 145 millones de dólares, y aunque se han reducido las remesas continúan
siendo una importante fuente de ingresos (Banxico, 2014).
Por otro lado, mientras estos mexicanos sigan siendo indocumentados ganarán
salarios comparativamente muy bajos y carecerán de cualquier protección a sus dere
chos humanos, pese a que no dejan de pagar impuestos. México no puede o no
238 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
debería abogar por una política de “la enchilada completa” 73 para poder enviar a sus
trabajadores al extranjero; en el largo plazo sería muy negativo para el país. Cual-
quier economía que pierde a sus trabajadores con el tiempo sufrirá consecuencias
negativas. México está comenzando a experimentar cambios demográficos signifi-
cativos, como el aumento de la población en edad avanzada. Los trabajadores tem-
porales con plenos derechos pueden significar algunos beneficios para las dos
naciones y también algunos costos, pero puede llegarse a posturas intermedias, de
acuerdo con la propuesta de relaciones internacionales presentada en este momento.
Saskia Sassen ha argumentado recientemente que es imposible entender la
migración como un acto individual, que es preciso analizarla en un contexto más
amplio, esto es, en la dinámica de la globalización, y opina que la migración es uno
de los procesos constitutivos de la globalización actual, aun si no se la reconoce o
representa como tal en las explicaciones principales de la economía global (Sassen,
1998). En otras palabras, resulta iluso pensar que se puede terminar con la inmi-
gración ilegal cuando ésta responde a un mercado laboral internacional que no
reconoce fronteras.
Hemos abordado diversos problemas y percibido algunas oportunidades res-
pecto de la relación bilateral entre México y Estados Unidos, aunque desafortuna-
damente en la actualidad el horizonte se vislumbra bastante desolado. En su libro
Who Are We: The Challenges of America’s National Identity, Samuel Hungtinton
literalmente crea una historia que podría acarrear desafortunados resultados. Este
influyente profesor de Harvard insiste en una creencia —planteada desde su famo-
sa obra The Clash of Civilizations— que ha logrado dominar el imaginario social de
Estados Unidos, según la cual la migración mexicana es la principal amenaza para
esa nación (Huntington, 1996, 2004a y 2004b). Después del ataque terrorista del
9/11, en sus análisis se encargó de reforzar su tesis de la gran amenaza sobre Esta
dos Unidos, pero no señala a la población musulmana, como podría imaginarse
dados los mencionados acontecimientos, sino a los migrantes mexicanos.
Llega a afirmar que “los mexicano-estadunidenses compartirán este sueño y
esta sociedad sólo si sueñan en inglés” (Huntington, 2004a: 9). Consideramos sor-
prendente e incluso peligroso que un prestigiado autor como Huntington haya
escrito un libro así en estos tiempos, más aun porque, por encima de los problemas
que plantea el terrorismo, considera que la gran amenaza son los trabajadores
73 Jorge Castañeda, quien estuvo a cargo de la Cancillería sólo unos meses, impulsó una política de flujo
libre de trabajadores entre los dos países a la que bautizó como “la enchilada completa”. Se pretendía
lograr todo y, como algunos dicen, ni unos sencillos chilaquiles se obtuvieron. Nosotros pensamos
que ninguna nación debería basar sus esfuerzos en una política de este tipo, sino en tratar a toda
costa de conservar a sus trabajadores generando empleos bien pagados. Una política explícita de traba-
jadores migrantes constituye, desde nuestra perspectiva, un grave error. Abrir definitivamente el flujo
sería una medida con repercusiones negativas para los intereses de México.
LA AGENDA BILATERAL 239
74 Para leer más sobre este tema, el lector puede remitirse a mi artículo “Arizona’s Law: The Wrong
Strategy”, Voices of Mexico no. 88 (verano de 2010): 108-112.
240 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
federal no había cumplido con su función de proteger las fronteras, que las varias
décadas de inacción y políticas equivocadas han derivado en una situación peligro-
sa. Según la gobernadora, la violencia ha aumentado en la frontera y Arizona tiene
cerca de quinientos mil indocumentados.75 Sostiene que esta ley únicamente esta-
blece una penalidad estatal para un acto que ya es un delito a nivel federal. Añade que
es un requisito de la federación, de acuerdo con la Alien Registration Act, de 1940,
que los inmigrantes documentados porten siempre con ellos su green card y/u otros
documentos de inmigración.
El problema es que esta ley permite que los policías soliciten papeles de iden-
tidad a las personas nada más porque, a su juicio, parecen mexicanas. En otras
palabras, tan sólo con base en el aspecto físico se puede detener a la gente, lo cual
constituye un inequívoco acto de discriminación. La aplicación de esta ley también
viola varios derechos de los mexicoamericanos porque provoca que, a pesar de ser
ciudadanos, constantemente se les requiera mostrar sus documentos de identifica-
ción cuando los agentes de inmigración tengan “dudas razonables” que los hagan
pensar que son indocumentados.
En contra de la “Ley Arizona”, el gobierno federal ha argumentado que no se
puede violar la supremacy clause, que confiere autoridad al gobierno federal en cier
tas materias por encima de los gobiernos estatales y una de ellas es precisamente la
inmigración. El propio presidente Obama presentó varias demandas ante las cortes
federales de Arizona acusando a la sb 1070 de violar los derechos de los ciudadanos
estadunidenses.
Consideramos que la situación descrita refleja el consenso en Estados Unidos
sobre la evidente fractura del sistema de inmigración. A pesar de que 2008 fue el año
con menos detenciones por parte de la Border Patrol, de que el crimen ha dismi-
nuido y de que en general la inmigración ilegal se redujo debido a un mejor control
en la frontera y a la recesión económica, surgió esa iniciativa discriminatoria.76 Ello
se debe, por un lado, a intereses político-electorales y, por el otro, a que desafortuna
damente para nuestras democracias los políticos que ofrecen soluciones fáciles son
los que reciben el mayor apoyo y, desde luego, la popularidad de la gobernadora se
incrementó de inmediato. Queda claro, una vez más, que en situaciones difíciles
muchos culpan del déficit presupuestal a los inmigrantes indocumentados.
Ahora bien, a México le toca entender que la animadversión contra la inmigra-
ción indocumentada no se reduce al juego político de una gobernadora, sino que
75 De acuerdo con el fbi, las cuatro ciudades de Estados Unidos con menor cantidad de crímenes están
en o cerca de la frontera: San Diego, Phoenix, El Paso y Austin (Dilanian y Riccardi, 2010).
76 Barack Obama afirmó que “[...] la frontera sur es más segura hoy que en ninguna época pasada”.
hasta el momento las cortes le han dado la razón a Obama y han declarado esa ley
como inconstitucional.
Los trabajadores indocumentados se han constituido como la principal fuerza
de trabajo del campo en algunas regiones de Estados Unidos; por lo tanto, sostiene
Obama, “un programa de deportación masiva desordenaría nuestra economía y
nuestras comunidades de maneras que la mayoría de los estadunidenses encontra-
ríamos intolerables” (Obama, 2010). En este tema todos en la sociedad tienen que
rendir cuentas, incluidos los empresarios, porque no se puede ignorar que una sig-
nificativa parte de la economía también está fuera de la ley por contratar trabajadores
sin documentos migratorios. Una reforma integral de las leyes y políticas migrato-
rias debe considerar todos estos aspectos.
Sin duda, que Obama conciba el fenómeno migratorio en términos de su com-
plejidad es un paso en el sentido correcto, aunque consideramos que aún falta
mucho tiempo para que este discurso sea el que predomine y más aún para que el
presidente formule políticas públicas en este sentido. Las elecciones de noviembre
de 2014 modificaron la correlación de fuerzas en el Congreso estadunidense. Hoy
los republicanos dominan la Cámara de Representantes, por lo que se dificulta así
el consenso bipartidista que se requeriría para promulgar una reforma migratoria,
aunque también es cierto que no todos los republicanos están en contra de la refor-
ma ni todos los demócratas la apoyan. Estamos frente a un tema que ha dividido a las
comunidades. El propio Karl Rove, famoso neoconservador del Partido Republica-
no, sostiene que la “Ley Arizona” puso en un dilema a los republicanos, quienes por
un lado apoyan el endurecimiento de la medidas en contra de la inmigración indo-
cumentada para complacer a sus bases conservadoras, pero por el otro no desean
enemistarse con la población latina legalmente establecida en Estados Unidos
(Condon, 2010).
Ahora bien, dada la existencia de tantos mexicanos indocumentados en Esta-
dos Unidos podemos fácilmente comprender la preocupación de Huntington
cuando vislumbra un futuro problema para la identidad nacional estadunidense
(Wasem, 2009). Desafortunadamente, su posición es un paso en la dirección inco-
rrecta puesto que sus ideas generan miedo y desconfianza entre la población blanca
de Estados Unidos, en lugar de proponer lo que realmente necesitamos, que es co
locarnos en la posición del otro para encontrar los intereses comunes mediante el
mecanismo de la empatía.
Podemos darnos cuenta con relativa facilidad de lo obvio: los intereses de los
mexicoamericanos y de los mexicanos indocumentados que viven en Estados Uni-
dos están necesariamente ligados a los de esa gran nación. Se puede, como Hunt-
ington, subrayar su contraposición, sus diferencias y la irremediable tensión que
generan o se puede tratar de buscar posiciones intermedias que acomoden ciertos
LA AGENDA BILATERAL 243
intereses de las partes de una forma aceptable para todos, aunque el propio proce-
so signifique que deban quedar fuera algunos otros intereses.
Insistimos: ¿por qué concebir a la frontera sólo como una zona de conflicto y no
como una de cooperación? Pensamos que es necesario entenderla como un merca-
do laboral donde existen una demanda y una fuerza de trabajo. Mientras estas dos
fuerzas se mantengan será imposible frenar los movimientos migratorios. Funda-
mentalmente se deberá a la demografía de la región que esta situación cambie o no.
En veinte años va a disminuir el segmento de los jóvenes en México y ya no tendre-
mos tantos compatriotas deseosos de emigrar. Por otra parte, la población de Estados
Unidos está envejeciendo más rápidamente y el sistema va a requerir de más jóve-
nes que paguen impuestos para que apoyen los programas sociales de salud como
Medicare y Medicaid, más todavía a partir de que fuera aprobada la reforma de
salud impulsada por Barack Obama, la cual obviamente requerirá más recursos para
cumplir con su objetivo de garantizar que toda la población envejecida del país
cuente con un seguro médico.
En la frontera se realiza el 24 por ciento de las operaciones económicas de
Estados Unidos y México juntos. De 1996 a 2006 la economía fronteriza creció a una
tasa promedio del 4.2 por ciento, mientras que la de Estados Unidos se incrementó
un 3.4 por ciento y la de México sólo el 3 por ciento. En 2008, el 40 por ciento de las
inversiones extranjeras directas en México fueron captadas por los seis estados fron
terizos, en donde se encuentran las compañías maquiladoras. La frontera debe visuali
zarse como un polo de desarrollo que ayude a ambas economías a disminuir los efectos
de las crisis que estamos resintiendo y que nos permita potenciar el crecimiento.
En 2009 casi nueve millones mexicanos visitaron el estado de Arizona y gastaron
cerca de doscientos cincuenta millones de dólares. En contraste, poco menos de
siete millones viajaron de Arizona a México, pero su presencia significó una derrama
económica de 275 millones de dólares. Si los políticos no entienden la gran impor-
tancia de esta realidad en un sentido muy positivo es porque existen intereses de corto
plazo que los están cegando. Es innegable que Arizona y México deben promover
la cooperación porque de hecho existe independientemente de lo que decidan los
respectivos gobiernos. Curiosamente el gobernador de Texas, Rick Perry, un cono-
cido conservador, presume los éxitos de su estado sin considerar ni de lejos la impor
tancia de los mexicanos y la frontera para que ese desarrollo sea posible.77
Nuestra propuesta para unas relaciones internacionales con justicia represen-
ta un parangón a partir del cual podremos juzgar el desempeño de las instituciones
y los acuerdos que se instrumenten entre las naciones; supone la voluntad y la
77 Hayquienes sostienen que el mayor desarrollo de algunos estados se basa en los salarios bajos; tam-
bién se ha hablado de las inversiones de mexicanos que han migrado a Estados Unidos por la violencia.
244 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
A lo largo de la historia, las teorías sobre las relaciones internacionales han puesto
el énfasis ya sea en el conflicto (como el realismo) o en la cooperación (a la manera
del institucionalismo) para explicar el devenir de los vínculos internacionales. Ambas
posiciones, al subrayar uno de los elementos del paradigma, subestiman o ignoran el
otro, por lo que se carece de una explicación comprehensiva que dé cuenta de ambos
fenómenos y, más aún, que nos ayude a entender la transición de uno hacia el otro.
Es importante contar con un marco analítico que abarque tanto el conflicto como la
cooperación si realmente queremos explicar las relaciones entre los países.
Precisamente, el apego a una u otra visión lleva a algunos especialistas a negar
la posibilidad de hablar de justicia en las relaciones internacionales al argumentar
que son sólo los intereses y la lucha por el poder los que han movido a los países; por
tanto, carece de relevancia hablar de justicia internacional. Para otros autores, por su
parte, el marco normativo del derecho es lo único que puede decidir los términos
de la justicia, y cualquier otra especulación carece de sentido.
A través de un método constructivista, en este libro hemos propuesto una forma
ideal de entender las relaciones en el contexto internacional, a manera de paráme-
tro, que nos permita observar cómo es que los países, al establecer relaciones de
cooperación, se alejan del conflicto. Con esta construcción hipotética se busca,
además del análisis antes mencionado, realizar una crítica a las interpretaciones de
las relaciones internacionales como procesos basados únicamente en el poder, ade-
más de subrayar su inestabilidad y tendencias anárquicas.
Esperamos que el aparato conceptual ofrecido en este estudio sirva para ex
presar con claridad que la idea de justicia está íntimamente ligada con la de orden,
con la de paz internacional y con la de distribución de cargas y beneficios que en
traña la cooperación. Por tanto, no sólo es viable y necesario hablar de justicia en
las relaciones internacionales, sino indispensable incluirla si queremos alcanzar
una estabilidad global y que además se logre por las razones correctas.
El nuestro no es un concepto de justicia que pretenda igualar a todos los paí-
ses económicamente, como lo propone Carlos Marx, sino uno limitado o mínimo,
que sólo aboga por una repartición adecuada de las cargas y los beneficios de la
cooperación, no por una repartición igual, dado que algunos países tienen más
246 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
poder que otros y resultaría demasiado idealista aspirar a una igualdad total pues,
consideramos, en una negociación no es la mejor salida para ninguna de las partes,
pero si procuramos una repartición intermedia es más probable que países des-
iguales en poderío puedan aceptarla y al hacerlo la solución puede ser vista como
legítima y, más aún, justa.
Sin duda hay que reconocer la trascendencia de internacionalistas como Samuel
Huntington y Francis Fukuyama dado que incluyen la cultura en sus marcos teóricos,
al considerar elementos que van más allá del poder en las relaciones internacionales;
sin embargo, sus explicaciones están sesgadas por un claro prejuicio en favor de una
presunta superioridad de la cultura occidental, con lo que promueven su predomi-
nio. Huntington se interesa por la cultura occidental en tanto que expresa, en su
opinión, los más altos valores humanos y pretende aislarla del contacto con otras
culturas, pues podrían “contaminarla”, creencia atávica que se encuentra en todas
las civilizaciones imperiales. Por su parte, Fukuyama considera que es inevitable que
los países sigan un trayecto similar hasta asumir la más alta cultura occidental con sus
valores de libre mercado y su idea de democracia. Sin duda, ambos autores terminan
haciendo una defensa a ultranza no de la cultura en general, sino sólo de la occiden
tal, por lo que sus argumentos se debilitan al menospreciar al resto del mundo.
A lo largo de este libro, hemos presentado una visión más rica del concepto
cultura, considerando la importancia de todas las culturas concretas con el fin de
descubrir cómo se entretejen y producen un ámbito cultural. En este sentido, pro-
ponemos un diálogo entre países a través del cual se intente entender las perspec-
tivas del “otro” y no imponer las propias, por lo que abogamos por una visión más
compleja que considere la riqueza de todas las culturas para que las naciones,
mediante un diálogo intercultural, puedan detectar y superar prácticas rechaza-
bles; pero sobre todo que descubran valores universales aceptables para todos y así
encontrar qué elementos favorecen la construcción de un mundo mejor.
El punto que se ha buscado subrayar es que la cultura es en verdad importante,
de tal manera que no se puede ignorar en las relaciones internacionales sino, por el
contrario, debe reconocerse que juega un papel relevante en el marco explicativo;
no obstante, no pretendemos hacer una defensa a ultranza de la cultura a la manera
de Michael Walzer, cuyos argumentos nos inducen a idealizar el mundo perdido de los
conflictos entre tribus. Tampoco podemos cometer el error de muchos multicultura-
listas que defienden cualquier aspecto cultural por sí mismo y para siempre. No hay
nada en las culturas que no pueda ser reexaminado o reconsiderado y hasta supera-
do; finalmente, somos los humanos quienes reafirmamos o redefinimos las prácticas.
La idea es que el conocimiento de las culturas resulta fundamental para que
las naciones puedan escribir sus agendas, prioridades, identidades, así como los
intereses negociables y los no negociables. Como lo afirma Richard Lebow, la cul-
CONSIDERACIONES FINALES 247
tura genera identidad. La cultura y los intereses están socialmente determinados. Los
cambios se producen en la comunidad internacional únicamente en la medida en
que los discursos definen lo que es legítimo y, por tanto, en que exista una aceptación
entre las partes (Lebow, 2008).
De alguna forma, los Estados-nación, a pesar de las múltiples historias de do
minación e imposición a través de las cuales muchos de ellos se han gestado, tam-
bién encarnan la historia de Estados democráticos que poco a poco han logrado ser
el caparazón para la defensa de importantes derechos humanos y valores. Desa
fortunadamente, los recientes conflictos entre etnias y religiones representan un
retroceso frente a los muchos avances que se habían registrado en este sentido y pre
cisamente han ocurrido en el contexto del debilitamiento del Estado-nación con el
impacto de la globalización. Querámoslo o no, el Estado-nación protege los dere-
chos de los individuos y de las minorías, y hasta la fecha no tenemos mejor forma
de salvaguardar los avances de la humanidad. Como dice Philip Pettit, no es posible
un mundo sin Estados; más aún: sin el Estado no hay posibilidad de justicia social,
no sin apoyarse en su poder coercitivo, que es una función necesaria para imponer
leyes (Pettit, 2014: 157).
Si bien es cierto que desde hace miles de años existen relaciones entre los paí-
ses, la globalización ha entremezclado sus economías de una forma inimaginable.
Sucesos en un extremo del mundo tienen consecuencias en segundos en otras geo-
grafías y pueblos debido al poder de la supercarretera de la información; ello nos ha
llevado, para el estudio de estos sucesos, a una redefinición o implantación de con-
ceptos en las ciencias sociales. “Conceptos como el propio Estado, la soberanía, el
espacio público, la ciudadanía, la legitimidad, la representatividad, la individualiza-
ción, entre otros, requieren de la confluencia de más de una de las áreas que com-
ponen las ciencias sociales” (Pérez Fernández del Castillo y León Ramírez, 2008: 5).
Ejemplo de cómo hemos tenido que cambiar nuestros enfoques es el estudio de los
problemas financieros que detonaron en ciertos países emergentes con los llama-
dos efectos “Tequila”, “Samba”, “Tango” y “Dragón”.
Las poblaciones han crecido y las fronteras se han hecho más permeables; por
tanto, un sinnúmero de problemas globales nos llevan, querámoslo o no, a tomar
decisiones conjuntas para resolver o por lo menos atemperar dichas situaciones. Es
decir, la globalización promueve la cooperación, aunque también puede llevarnos
al conflicto si nos negamos a participar en un ejercicio de empatía para comprender
mejor los intereses de todas las partes.
De alguna forma, la globalización ha promovido la producción creando gran-
des cadenas transnacionales, aunque los beneficios de tal cooperación no se han
repartido en forma adecuada. Recientemente, el francés Thomas Piketty, en su
gran obra Capital in the Twenty-First Century, dijo:
248 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
Sin duda se trata de una lectura obligada para todos los interesados en los temas
de la desigualdad y la globalización.
Aunque hemos argumentado en pro de llegar a soluciones conjuntas a los pro-
blemas globales, no podemos soslayar la interesante postura de este autor, quien va
más allá y ve esa práctica como un requisito indispensable para controlar el capita-
lismo actual. Explica que las grandes desigualdades económicas no sólo se presen-
tan en países como Estados Unidos, donde el 1 por ciento de su población acapara
los beneficios de la cooperación, como también ha visto Stiglitz, sino desde luego
esta desproporción es evidente en el nivel internacional, entre los países más desa-
rrollados y los que están en vías de desarrollo. Más aún, argumenta que sólo la
integración política regional haría posible la regulación del capitalismo del siglo xxi
(Piketty, 2014: 573).
En nuestra opinión, resulta relevante que los gobiernos adviertan que con la
globalización no solamente se busca hacer más eficientes y productivos los merca-
dos, sino que debe tenerse una brújula moral para limitar la tendencia capitalista a
la concentración de la riqueza a través de tales mercados. Si bien la globalización
propicia una producción global mayor, no todos los países tienen las herramientas
para aprovechar este crecimiento y sus ventajas. Es necesario que las políticas
públicas, en un nivel interno, y las relaciones internacionales consideren los inte-
reses no sólo de los países en particular sino de la comunidad internacional en su
conjunto. Se requiere que los gobiernos no pierdan de vista la mencionada brújula
moral para cuidar lo que los mercados solos no van a evitar. En síntesis, debe haber
un equilibrio entre crecimiento económico y justicia social o justicia internacional.
Solamente esta visión más amplia puede ayudar a que los jóvenes del mundo
logren tener igualdad de oportunidades, porque hoy por hoy millones de personas son
excluidas y esto necesariamente tendrá consecuencias. No podemos creer que exis-
tan catorce mil niños de Centroamérica emigrando solos a Estados Unidos, que
sigan llegando balsas con familias enteras a España procedentes de Marruecos y
Argelia, y que Italia regrese balsas de albanos y de gente de Eritrea y para esto no
haya otra clase de soluciones. Tenemos que reconocer que hay una responsabili-
dad común. De lo contrario las consecuencias serán desastrosas en el mediano y
largo plazos.
La crisis financiera de 2007 nos dejó una gran enseñanza. ¿Es posible la regula-
ción de los flujos internacionales por parte de los Estados? O, más importante aún,
CONSIDERACIONES FINALES 249
78 El G8 lo integran Estados Unidos, Alemania, Francia, Japón, Gran Bretaña, Italia, Canadá y Rusia.
El G20 está formado por los anteriores más Arabia Saudita, Argentina, Australia, Brasil, China, Co-
rea del Sur, India, Indonesia, México, Sudáfrica y Turquía, más la Unión Europea.
250 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
den conocer mejor a los otros, de tal forma que se llegue a una posición intermedia
aceptable para todos. Como resultado, si los beneficios y las cargas de la coopera-
ción se reparten en forma equitativa serán aceptables, a pesar de que existan intere-
ses diversos, dados sus contextos culturales. En la medida en que las partes se
alejen de la propuesta aquí presentada, inevitablemente entrarán en conflicto.
Cuando tratamos de entender al “otro”, sus prácticas culturales y los diferentes
intereses desde una perspectiva más abierta, podemos llegar a acuerdos más fácil-
mente y preparar el terreno para la cooperación. La vulnerabilidad que entraña el
terrorismo hace que no sólo los países más débiles, sino también los más fuertes
resulten beneficiados si en apego a la racionalidad —y no sólo a los intereses econó-
micos— aceptan practicar la empatía para una repartición equitativa de las cargas
y los beneficios.
En contraste con Beitz y Pogge, en esta propuesta se acepta que pese a la dife-
rencia económica y de poder entre los países es posible encontrar una vía para la
justicia donde se empieza por colocarse en los zapatos de los otros con el fin de enten
der su perspectiva haciendo que se conozcan ambas posiciones para, a través de la
deliberación llegar a la solución intermedia. Como se dijo antes, no proponemos
acceder a la igualdad económica entre los países, tampoco que se les quite a unos
para darlo a los países pobres. Sencillamente se trata de poner límites a la injusticia.
Este ejercicio de empatía se parece al segundo principio distributivo de Rawls,
en tanto que la decisión colectiva incluye la perspectiva de los menos favorecidos.
Al final se habrá llegado a lo que Joshua Cohen llama una visión del consenso ideal,
el ya mencionado arreglo justo que toma en cuenta los intereses de todos los parti-
cipantes (Cohen, 1997: 121).
Otro punto en que nos diferenciamos de Rawls es que para nuestro plantea
miento de la posición original echamos mano de un velo de la ignorancia menos
grueso que el del filósofo de Harvard, con el fin de incorporar la cultura en la toma de
decisiones, al ser fundamental para entenderlas en las relaciones internacionales.
Trátese de un país pequeño o del más poderoso, en ciertas condiciones los prin
cipios pueden ser aceptados por todos. Ahora bien, no basta tomar estos principios
encarnados en la arquitectura del federalismo porque, de inicio, no hay nada que nos
indique cuál de las soluciones es la más adecuada, si la del país más pequeño o la
del más poderoso. Entonces, resulta obligado participar en el multimencionado
ejercicio de empatía, pero es importante subrayar cuáles son las motivaciones para
participar en él: porque hay inseguridad, inestabilidad, anarquía, vulnerabilidad y
es, como dijo Hobbes, “la guerra de todos contra todos”; y aunque los países procu-
ran actuar racionalmente y quieren salir de este estado, a veces erróneamente creen
que la solución está en la guerra, la imposición y la dominación, sin ver que esto
constituye un círculo vicioso.
252 PAZ CONSUELO MÁRQUEZ-PADILLA
En otras palabras, utilizando todas las armas del poder suave, es decir, la diplo-
macia, la ayuda económica, el intercambio cultural y los incentivos comerciales,
logramos llegar a acciones concertadas a través de organismos multilaterales, gru-
pos regionales de naciones y organismos no gubernamentales. Buscamos lograr el
mejor entendimiento entre las partes, las obligamos a elevar el costo de salirse o
sabotear los acuerdos más adecuados y a incentivar la cooperación para lograr que
se establezca cuáles son las bases mínimas para la justicia internacional en un mundo
globalizado, donde incluimos a todos los miembros de la comunidad internacional.
Aquellos países que utilizan las armas o los medios de coerción traicionan las
bases de justicia y regresan al círculo vicioso del conflicto internacional. Como
dijimos antes, la propuesta de esta obra es complementar la de Rawls, que opera a
nivel nacional, de manera que su alcance sea internacional. Este filósofo buscó
superar el realismo de las relaciones internacionales con su realismo utópico, mien
tras que Pogge y Beitz ofrecen un cosmopolitismo liberal. Toca al lector decidir si
se cumplió este deseo de presentar una utopía realista incluyente: utopía en tanto
se plantea como una meta a la que habrá de llegarse paso a paso; realista porque no
es ingenua ni idealista, pues otorga el debido valor al poder en las relaciones inter-
nacionales; e incluyente en tanto asume que sólo en la medida en que incorporemos
a todos los miembros de la comunidad internacional podremos aspirar a la estabili-
dad, el orden, la paz y, finalmente, a la justicia internacional.
Samuel Freeman argumenta que tanto en las ciencias sociales como en las natu
rales las situaciones hipotéticas o modelos se consideran herramientas indispensa-
bles para adquirir conocimiento del mundo real y juegan un papel fundamental en la
transformación del mundo. Pone como ejemplo los escritos de John Locke, esen-
ciales para la justificación de la revolución estadunidense (Freeman, 2010: 58-60).
Como ejemplo, analizamos la relación bilateral entre México y Estados Unidos,
que la mayor parte del tiempo suele desarrollarse en un ambiente de tensión y conflic-
to debido a la perspectiva limitada de muchos políticos, mientras en el reverso del te
jido, el de los vínculos entre las sociedades, se generan fuerzas aún más poderosas
que las interconectan, incluso íntimamente. Uno de los objetivos de esta obra es pro
porcionar una infraestructura teórica que sirva de marco tanto a los políticos como
a los grupos sociales para establecer relaciones bilaterales justas para ambos países.
Resumiendo, podemos decir que en el contexto global las decisiones colectivas
no se pueden tomar al margen de los discursos culturales ni excluyendo a determina
dos países. Es a través de un diálogo racional, de una deliberación conjunta entre
los participantes como se pueden elegir los valores culturales que habrán de pro-
moverse, así como identificar las posibles metas económicas y los intereses políticos
por alcanzar en beneficio de la comunidad mundial.
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