Vilarino - de La Poesia y Los Poetas
Vilarino - de La Poesia y Los Poetas
Vilarino - de La Poesia y Los Poetas
Recopilación y prólogo de
A n a In é s L a r r e B o rg e s
Montevideo
2018
Marcha se produjo en 1974— y prohibió autores y artistas. Muchos
intelectuales m archaron al exilio; Idea eligió quedarse. Alejada de la
docencia, pasó largas tem poradas en su casa de la playa en el balneario
Las Toscas y vivió el «insilio» ju n to a un joven profesor de Filosofía
que había sido su alumno, Jorge Liberati, con quien se casó. Trabajó
en traducciones de Shakespeare para editoriales argentinas y preparó
m anuales de literatura en una colección que dirigía Liberati: Los sal
m os (1974), Literatura bíblica (1976), Rubén D arío (1979). Escribió el
prólogo para el volum en sobre Julio Herrera y Reissig de la colección
Ayacucho que Ángel Ram a dirigía en Venezuela. Trabajó-intensamente
en sus ritm os. En 1980 publicó N o, donde reunió poem as m uy breves
de distintas épocas.
R estaurada la dem ocracia en 1985, Idea se integró a la redacción
del sem anario Brecha, fundado por periodistas de la antigua Marcha,
y regresó a la docencia en el D epartam ento de Literatura U ruguaya de
la Facultad de Hum anidades y Ciencias. Empezó u n período de viajes
y reconocim ientos. En 1988 se le otorgó el G ran Premio José Enrique
Rodó por el conjunto de su obra. Viajó invitada a Francia, Chile, Suecia,
Cuba, España, Argentina, Perú. Recibió la medalla Haydée Santamaría
de Cuba (1994) y la m edalla Gabriela M istral.de Chile (1996). En 1997
se estrenó Idea, un video de M ario Jacob. Obtuvo el Morosoli de Oro
de la Fundación Lolita Rubial (2005) y el prem io a la trayectoria inte
lectual de la Cám ara del Libro en U ruguay (2006). La consagración se
reflejó también en su bibliografía: en 1994 se había publicado Poesía
1945-1990, que recuperaba poem as anteriores a su prim er libro y fue
antecedente de su Poesía com pleta editada en 2002, bajo su supervi
sión. En 2004 publicó Última antología y en diciembre de 2007 se pu
blicó con su colaboración el libro álbum Idea: la vida escrita, en el que
por prim era vez dio a conocer fragmentos de su diario íntimo.
Al m orir, en abril de 2009, Idea Vilariño, que a pesar de estas m u
chas distinciones no tuyo ninguno de los grandes premios de la len
gua que sin duda merecía, ya era considerada una de las mayores vo
ces de la poesía hispanoam ericana. Fue velada en la Universidad de la
República. Póstumam cntc su obra en prosa creció con la edición de su
D iario de ju v e n tu d (2013), L a m asa sonora^ del poem a (2016), y con
este libro que reúne lo que pensó y escribió D e la poesía y los poetas.'
L
DE L A P O E SÍA Y LO S PO ETA S
PR Ó LO G O
Idea de la poesía
l
motivos del lobo».2 A los veinte, ilustró con acuarelas y
encuadernó amorosamente una antología de Julio Herrera
y Reissig que aún guarda su dedicatoria: «A papá que me
enseñó a querer a Reissig - 8/3/1941». Tenía veinticuatro
cuando murió su padre, el 4 de diciembre de 1944, unos
meses antes de que ella publicase La suplicante, su primer
libro. En 1953 reunió una selección de sus poemas en
Poesía 1915-1925, el único título de Leandro Vilariño.3
A su memoria escribió un poema breve y casi secreto, «a
L.V.», pero lo ubicó en su Poesía completa junto a los que
dedicó a Darío y Baudelaire.
Ahí estabas
estás
estarás siempre
mirando qué
inmóvil
distraído.
Siempre.
Mientras yo esté.
15 Fundada por Idea junto con Emir Rodríguez Monegal y Manuel Claps,
Número fue una revista atenta y afín a Sur y tuvo un parecido perfil cos
mopolita. Nació de la escisión y cierre de Clinamen y ayudó a delinear la
identidad de los distintos grupos de la generación del 45. Idea fue crítica
activa, especialm ente durante la primera época (1949 a 1955), durante la
que, con algunas concesiones a Sarandy Cabrera, monopolizó la crítica de
poesía con la publicación frecuente de sus poemas y de reseñas y artículos
de análisis y teoría.
16 Julia Ortiz estudia la traducción de Murder in the Cathedral de Vila-
rifio y Rodríguez Monegal en una investigación minuciosa y profunda de
la recepción de Eliot en el ámbito rioplatensc: «Prácticas traductoras en el
Rio de la Plata: el caso T. S. Eliot», Revistas culturales del Rio de la Plata.
Diálogos y tensiones (1945-1960), Pablo Rocca editor, Montevideo, CSIC,
2012, pp. 85-108.
este un buen poema?17 El rechazo de Idea al verso libre,
una verdadera cruzada contra lo que llamó «la plaga»
del versolibrismo, tiene también una filiación en el Eliot
temprano de «Reflections on vers libre» (1917), que el
crítico retoma y amplifica en «The music o f poetry»,
una conferencia de 1942.18 Afirma en el primero que lo
que se llama verso libre «no existe», que no es siquiera
una «escuela» ni un grupo de teorías, ni ha sido tampoco
pretexto para una discusión; en cambio declara que vers
libre «is a battle cry o f freedom, and there is no freedom
in art». Un grito de batalla, entonces, clamando por una
libertad que es imposible porque no hay libertad en el
arte. Catorce años más tarde se reafirma en que «el verso
nunca es libre». Idea hará suyas estas formulaciones hasta
hacer de ellas su lema, su doxa.
Vale detenerse en esa resistencia compartida al verso
libre que, todo indica, fue una batalla perdida, una derro
ta en la que la poesía, o una forma de concebir la poe
sía que hizo a la centralidad indiscutida del género hasta
la segunda mitad del siglo XX, mutó o abdicó de su po
der. Alcanza leer hoy esos ensayos para sentir esa pérdida
o por lo menos medir el desplazamiento ocurrido. En su
conferencia de 1942, Eliot ampliaba sus argumentos:
[...] ningún verso es libre para quien quiere hacer una
obra grande. Nadie mejor que yo sabe que bajo el nom
bre de verso libre se ha escrito muchísima prosa mala;
aunque me es indiferente que haya sido mala prosa o mal
En la generación crítica
El nombre alternativo a la generación del 45, como
se sabe, rinde tributo a la actitud intransigente y al rigor
intelectual que esgrimieron los jóvenes del medio siglo
uruguayo contra una cultura que juzgaron autosatisfe-
cha, burocrática, conservadora. El peso de los dos gran
des críticos de la generación, Emir Rodríguez Monegal
y Ángel Rama, consagrados por la sucesiva dirección de
las páginas literarias de Marcha, acabó por arrogarles la
exclusividad de ese reivindicado perfil, aunque, cuando
se miran de cerca las publicaciones del período, el rigor y
la exigencia se muestran repartidos generosamente entre
un activo grupo de intelectuales que ejercieron la crítica
con temperamentos disímiles y en varias disciplinas. Las
trampas de la memoria han damnificado todavía más a
algunas mujeres que hicieron crítica con destaque pero
cuya tarea quedó soslayada hasta lo invisible. Es el caso
de Idea Vilariño e Ida Vitale — «las dos I» como las lla
mó Ángel Rama— . Coincidían, además de en sus inicia
les, en su vocación por la poesía y la crítica. Hacia fines
de los años sesenta y comienzos de los setenta, cuando se
inicia la historización de la Generación del 45 a manos
de los mismos intelectuales que la integraron, la valora
ción y el lugar que se asigna a las poetas incurre en una
3, año 6, n.“ 9 , 2014, pp. 295-316. Cumple consignar que Rodríguez Mone-
gal estuvo menos confiado sobre su poder legitimador. Al menos según este
testimonio: «Un artículo sobre Joyce era leído y discutido; uno sobre Idea
Vilariño (como el que apareció en Marcha en 1948) pasaba inadvertido, o
solo lo discutían, sotto voce, las otras poetisas». Prólogo a Literatura uru
guaya del medio siglo, Montevideo, Alfa, 1965.
35 En Clinamen reseña La Nausee y La Putain Respectuese: «Dos libros
de Jean-Paul Sartre», año I, n.° 2, mayo-junio 1947, pp. 68-69. Su primera
colaboración en Marcha es una traducción de Simone de Beauvoir, «Norte
américa al día», publicada en tres entregas el 11,18 y 25 de marzo de 1949.
una desobediencia razonada. Desde la perspectiva actual,
la lectura de esos artículos no solo resulta clave para en
tender a la gran poeta, sino que aporta —-junto a observa
ciones inteligentes que hubiese sido una pena perder— el
lúcido diagnóstico de un «estado de poesía» —no mera
mente local— que fue crucial en la evolución del género.
El seguimiento diacrónico de sus intervenciones crí
ticas, que por razones que se justifican en el «Criterio de
edición» no se refleja en el índice de este libro, dota al
mapa de sus intereses y preocupaciones de un itinerario y
un devenir. En la adversa crítica que dedicó a Cielo cielo,
Calvetti da una clave para comprender también ese ca
mino. Tal vez queriendo atenuar la dureza de su juicio, el
reseñista reconoce que el cambio que lo decepciona tie
ne valor porque señala una búsqueda: «Idea no descan
sa», dice, «Se busca». La búsqueda define bien la diver
sa actividad intelectual que Vilariño emprende al tiempo
que escribe sus poemas. Ha adoptado de las enseñanzas
de Servien la necesidad de una «filosofía de la existencia
lírica», un compromiso con su arte que abarca y conduce
toda su vida. El esfuerzo involucra todo su ser, como tes
timonia su Diario, y se despliega en tareas como la criti
ca, la traducción, el estudio de la prosodia y de la teoría,
además de la escritura.
Idea había considerado en su primera juventud
seguir otras vocaciones: la ciencia y la música fueron
opciones, pero una vez que decantó por la poesía todo
lo que hace está destinado al perfeccionamiento de su
arte y a eso se entrega. La traducción —merece, creo,
considerarse con algún detenimiento— fue una disciplina
que ensayó de diversos modos: la traducción de otros
poetas, la traducción en verso del teatro, las traducciones
xxvm
de ensayos sobre la poesía que publicó en revistas y que
cumplían la doble finalidad del aprendizaje personal y la
difusión de ideas. En 1953 traduce «Villon y Verlaine»,
de Valéry, que, según aclara en una nota, no había sido
incluido en la edición de Gallimard de Varieté. En las
traducciones literarias, Idea se pone deliberadamente a
prueba y elige textos que impliquen una dificultad. Fue el
caso de los sonetos de Raymond Queneau que, «venidos
directamente del Barrio Latino en las valijas de Vilariño»
— dice Beatriz Vegh— , se publicaron en Número en 1955
aun antes de que apareciesen en libro en francés. Queneau
le había advertido que sus sonetos eran «intraducibies»;
ella recogió el desafío y venció con maestría. Volvió a
Queneau en otras dos oportunidades; en la última, cuarenta
años después de los sonetos, tuvo el gusto de repetir la
hazaña con «Ejercicios de estilo».36 La traducción de
teatro, inaugurada con Crimen en la Catedral, se va a
continuar después con Shakespeare y los clásicos. Eliot,
que escribió teatro en verso y lo defendió teóricamente en
el convencimiento de que «en el escenario, la prosa es tan
artificial como el verso; o, a la inversa, el verso puede ser
tan natural como la prosa»,37 lamentaba su desaparición.
Era ya una práctica traductora en desuso en la que Idea
persistió solitaria y por la que los espectadores y lectores
38 «El tango y sus letras», Marcha, año XVII, n.° 769,24.6.1955, pp. 21-22.
http://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/2675. En libro publica:
Las letras de tango, Buenos Aires, Schapire, 1965 (del que dio un adelanto
en Número). E l tango, que publicó en dos fascículos en Capitulo Argentiho,
Buenos Aires, Sedal, 1981, se reeditará con el mismo título en Montevideo,
en Cal y Canto, 1993 y, corregido, en 2014.
apuntes para sus clases en la Universidad, hay valiosos
análisis de poemas que constituyen también una fuente.39
Fueron otros caminos para una misma búsqueda y hoy
guardan la promesa de otras posibles revelaciones. De la
poesía y los poetas sigue fiel al criterio — aunque de un
modo más magnánimo— que tuvo la autora cuando pen
só en una publicación de su obra ensayística. Reúne los
escritos que Idea Vilariño pensó y publicó buscando en
tender la poesía y los poetas sin fines ulteriores, sin pro
pósitos didácticos ni económicos, y esa intencionalidad
define su territorio y marca una frontera, aunque de lími
tes difusos.
Postular que estos textos fueron escritos por el deseo
de entender la condición de un arte explica, mejor que
cualquier otra variable, las modulaciones de una voz crí
tica, los paréntesis aparentes o reales de su ejercicio, los
nombres reiterados y las omisiones. En esa suma aportan
también un sentido los proyectos que Vilariño no alcan
zó a-realizar: la biografía de Herrera y Reissig que pla
neó junto con Rodríguez Monegal, el libro sobre Charles
Baudelaire, su deseo de hacer otro sobre Delmira. Al fin,
todo lo que está en este volumen y lo que quedó afuera y
lo que lo trasciende acaba por definir su destino de poeta.
xxxm
benéfico para la autora y que su poesía ganó en concen
tración.
Otra experiencia es observar cómo lee Idea el
soneto en los poetas que admira. Celebra que Julio
Herrera, «que bien podría haberse quedado «instalado
revolucionariamente en el “verso libre”, haya preferido
la menor libertad [y] las' más difíciles imposiciones»,
entre las que destaca «el soneto tenso y poblado». Idea no
es menos incisiva cuando elogia que cuando critica. En
este juicio, resulta deliciosamente desafiante el momento
en que desliza, como al pasar, el pérfido oxímoron que
hace del instalarse revolucionariamente en la vanguardia
una opción conservadora. Los adjetivos que elige para
los sonetos revierten lo que de anquilosado pudiera
quedar adosado a la forma soneto. «Tenso y poblado»
es un hallazgo y una ofrenda. Ángel Rama sabía por
qué le encargó a Idea el ensayo sobre Herrera y Reissig
para la Biblioteca Ayacucho que abre este volumen:
«Es un hermoso ensayo lo que se pide, algo que sea
(permitámonos esta desmesura) definitivo y sea la obra de
un escritor que contempla a otro escritor».42
Al mismo tiempo que celebró los sonetos de Julio
Herrera, Idea comprendió que Dclmira había necesita
do pasar por alto el soneto o perturbarlo hasta su límite.
Cuando escribe sobre Los cálices vacíos dice que, des
pués de su aprendizaje de las convenciones de la poesía
modernista, llega el momento en que a Delmira lo que
«más le importa es decir, expresarse. Si eso cabe en un
soneto, bien. Si no, se queda en los dos cuartetos, combina
E ntre poetas
Otra dimensión del tiempo se experimenta al enfren
tarse a las críticas hechas «en tiempo real». Ocurre, en la
discusión de la antipoesía de Nicanor Parra, ya referida, o
ante la reseña de Los versos del capitán, de Pablo Neruda.
Idea comenta la primera edición, que fue «anónima».
Naturalmente sospecha del pretendido autor incógnito,
pero en esa idea de anonimato encuentra’ la clave de ese
libro y de toda poesía amatoria. «¿Quiénes fuimos? ¿Qué
xxxvi
importa?», los versos de «La carta en el camino» explican
la razón del discurso amoroso, cuando anuncian que
llegará un día
en qüe un hombre
y una mujer, iguales
a nosotros,
tocarán este amor, y aún tendrá fuerza
para quemar las manos que lo toquen.
XL
manuscritos y el estudio sobre los ritmos que sobrevendrán
en el futuro y que le permitirán en sus ensayos mayores
mirar más de cerca aún al poema en su materialidad
sonora y leer en el trazo de los borradores la génesis y el
trayecto de las palabras.
Idea era también capaz de mirar la poesía —no diré
«de lejos», que simula un elogio vago— «a distancia»,
«en perspectiva». Tuvo conciencia histórica también
para la literatura y, aunque no frecuentó el panorama
ni fue entusiasta de la teoría de las generaciones como
otros críticos del 45, supo reconocer el peso de las
circunstancias en el ejercicio de la literatura. Es sensible
al condicionamiento que impone la mera cronología como
ocurrió a los poetas de Hispanoamérica que vinieron
después del Modernismo. Sabe preguntarse por qué una
guerra civil vivida a conciencia y seguida por un destierro
irreversible no provocó en la poesía de Pedro Salinas
una ruptura y también postular que el fracaso de Vicente
Aleixandre pueda explicarse por la indiferencia con que
siguió entonando los mismos versos cuando el mundo
alrededor se derrumbaba.
No sintió, sin embargo, ninguna afinidad por los
condicionamientos o las categorías de género, ni por la
llamada «poesía femenina» ni por las lecturas feministas
de la literatura. El desganado prólogo que escribió «a
demanda» de los editores para la Antología poética de
mujeres hispanoamericanas evidencia la tensión que
sostuvo con la crítica de género en la literatura. Es casi
un antiprólogo que testimonia una posición teórica firme
aunque tácita. Una pieza sobre todo performática, elocuente
en lo que calla y que demandará, un día, su interpretación.
xu
Acaso esa resistencia no sea ajena ai empeño que
puso en reconocer el valor de los poetas para enfrentar
los deberes que se les imponen, las categorías a las
que se pretende obligarlos, las circunstancias hostiles
a la creación y aun las facilidades que los amenazan.
Defenderse — en más de una ocasión usa ese verbo— de
contingencias, páramos, influencias, y del silencio hostil.
Reconoce al joven Megget que supo librarse «de Neruda
y de Lorca, de los surrealistas y de Valéiy» y, a la vez, del
«apagado panorama lírico» del Uruguay de los cuarenta; y
honra al joven Laforgue, que pudo escribir poesía después
de Verlaine, de Mallarmé, de Rimbaud, de Lautréamont.
Idea discrimina qué corresponde a la individualidad
de un poeta y qué a las ideas y las supersticiones de su
tiempo. Y cuando.se trata de poetas del pasado, la descu
brimos conocedora de las grandes tradiciones nacionales,
regionales, epocales; discernir en presente, sin la ayuda de
la perspectiva que da el tiempo, es un desafío arriesgado
que Idea asumió. Advirtió que Nicanor Parra, su estricto
contemporáneo, había «sorteado muchos de los peligros
que acechan a los poetas sudamericanos: la divagación, el
formalismo y. el intelectualismo, el vicio de lás metáforas
y el del adjetivo por el adjetivo, y, el más difícil y más cer
cano, el influjo de Pablo Neruda». En este caso, cede a la
tentación de usar su diagnóstico como recurso para avan
zar en su análisis y continúa:, «Como también ha querido
sortear a cierto poeta patético y romántico que se llama
Nicanor Parra...».
Al medir a los poetas, Idea descubre la poesía. Cuando
juzga el prosaísmo de Parra, deriva a las fronteras genéri
cas y a lo que Solo la poesía puede expresar. Cuando sope
sa las acusaciones de exotismo que se le hacen a Herrera
XLII
y Reissig, piensa que no es pecadtí grave porque «tal vez
toda la poesía sea un exotismo de la expresión con las
mismas motivaciones de evasión, insatisfacción del len
guaje corriente».47
Creo .por eso que, más allá de un instrumento para
estudiar a la gran poeta Idea Vilariño o para entender a
los poetas sobre los que escribe, es en esas iluminacio
nes donde está lo más valioso y fecundo de estos textos
recobrados..
47 «Julio Herrera y Reissig: seis años de poesía», Número, año 2, n.° 6-7-8,
1950, pp. 118-161. Compilado en este libro.
C R IT E R IO DE E D IC IÓ N
XLIX
im portancia que tuvo para la autora, que pensó titular el volumen «Julio
Herrera y R eissig y otros poetas». Por sim ilar afinidad, a Herrera lo
sigue D elmira Agustini. Al final de esa serie, alterando lo estrictamente
cronológico, cierra Francisco Espinóla, *un narrador a quien la autora
redescubre en los versos de su prosa com o oculto poeta.
La segunda parte reúne textos que hablan sobro poesía y no están
relacionados con un poeta en particular, está formada por piezas m eno
res y su ubicación es casi geográfica, una frontera entre los uruguayos
y los poetas de otras tierras. La abre la desafiante denuncia al Concurso
de sonetos cervantinos organizado po r Marcha en 1948, con la que una
muy joven Idea Vilariño irrumpió en el campo literario del medio siglo
(célebre por sus fragmentos, es justo darla a conocer completa). Siguen
reseñas sobre algunos de los teóricos que le interesaron o irritaron, entre
los que se destaca la que dedica a Pius Servien, su maestro. Son todos
artículos tem pranos de la década del cuarenta, salvo el últim o, que es un
texto de la vejez, el prólogo para la Antología poética de mujeres hispa
noamericanas, que evidencia la tensión sorda que Idea sostuvo con la
crítica de género en la literatura.
La tercera parte reúne escritos sobre algunos de los poetas de la len
gua que más interesaron a Idea Vilariño. Con la excepción del dedicado
a B aldom ero Fernández M oreno, cuya extensión cum ple requerimien
tos profesionales, los textos m ás ambiciosos son los que escribió sobre
sus poetas queridos: Juan Ram ón Jim énez y Pedro Salinas, aunque tal
vez los más ferm entales sean los que se originaron en la necesidad de
polem izar: «Aleixandre: un gran poeta fracasado» y «El ejemplo de
N icanor Parra», que se interrogan sobre los grandes asuntos de la poe
sía. A pesar de la flagrante asim etría, no se quiso renunciar a los cer
teros hallazgos qu e destellan en las brevísimas reseñas que publicó de
m odo m ás puntual y aleatorio. E l orden de presentación tiende a la cro
nología, busca en la alternancia el equilibrio de los diversos formatos y
concede su lugar a cierto simbolism o. Gelman, que fue su últim o gran
admirado, cierra el volumen.
Para la fijación del texto se cotejó — en los casos en que correspon
día— la copia m ecanografiada con los artículos publicados, y se actua
lizó la ortografía y el estilo de las citas.
D e la poesía y los po eta s com pila toda la critica significativa que
Idea Vilariño publicó sobre esos asuntos, pero como se avisa en el pró
logo, no agota todo lo que pensó o escribió sobre el género. En los
m anuales que preparó y publicó para la enseñanza de la literatura,
en los cursos que dictó en la Universidad de la República y que han
sido y pueden ser recuperados de sus apuntes, en las anotaciones de su
diario personal, en algunas cartas que escribió a sus colegas poetas y
tal vez nunca envió, hay tam bién un pensam iento sobre la poesía. En
Conocimiento de D arío, esa reflexión se profundiza y sistematiza. En
otros ensayos se expande. E s el caso de los libros que dedicó al tango
en Sucesivas ediciones — Las letras de tango, E l tango cantado, E l tan
go— en las que se em peña en descubrir y analizar la poesía que puede
haber en esa expresión popular, y es tam bién el caso de sus estudios
sobre la Biblia, en los que busca qué y cuánta poesía — es decir, cuánta
literatura— puede haber en los textos religiosos. Son prom esas alenta
doras de qud habrá nuevas oportunidades para seguir escuchando a una
poeta que no cesó de reflexionar sobre su arte.
J U L IO H E R R E R A Y R E IS S IG *
1 Andaba tras esta estrofa desde La vida y la había redondeado en las calor-
ce décimas de Desolación absurda. Esa palabra-rima repetida no es familiar
a los poetas cultos. Sin abundar, en la poesía popular aparece algunas veces.
Muy conocida es la usada en el estilo «Pobre gallo bataraz» que canta Car
los Gardel.
2 Por el estilo de «el eco reitera; la acústica divulga».
que, desde el instante mismo de la versión sobre el papel,
multiplican palabras y versos para un lugar determinado.
Es natural que, cuando una estrofa aparece en estos pa
peles por primera vez, no siempre se pueda estar seguro de
que sea nueva. Es muy posible3 que falten estados anterio
res de las muchas que se estrenan con esa letra sin impa
ciencia. Su especial prolijidad no se encuentra en el otro
tipo de estrofas: las que se ve hacerse en la página; esas que
ocupan siempre más de diez renglones porque un verso ha
salido de dos, tres o más maneras.4 En ambos casos —más
a menudo en los segundos—, una vez planteada la estrofa,
las palabras empiezan a trepar sobre las palabras,5 versos
enteros se interlinean,6 media estrofa modificada se hace
lugar a un costado, se acumulan palabras —cuatro, ocho,
veinte—, sustitutos que esperan reemplazar a una que no
parece la exacta. En algunos casos, después de muchas idas
y vueltas, triunfa el primer ocupante.7
¿Qué busca Herrera? Es imposible generalizar. Busca
muchas cosas. A veces trata, sobre todo, de que suene
bien, de que cante; otras, de que lo diga mejor. El proceso
es siempre complejo. No se puede mover un peón sin que
todas las piezas se vean complicadas en los azares del jue
go. Tal vez lo único que se pueda hacer sea definir la tarea
3 Parece seguro en el caso de la décima que empieza «La luna de plafond
chino».
4 Tomando como ejemplo la primera estrofa de «Avemus»: «con romas
garras de imperio», «con seducciones de imperio».
5 Por arriba y por debajo de romas garras se puede leer: regias alas, negras
alas, rojas alas, irisaciones.
6 «Con mise en scéne de imperio».
7 Para seguir con la misma estrofa citamos un caso en que triunfa el segun
do ocupante: «de tus verdores aciagos», «réprobos de tus halagos», «mal
ditos de tus halagos», «de tus rencores aciagos», «falaces de tus halagos»,
«réprobos de tus halagos».
como un ajuste general tendiente a acercarse todo lo po
sible a aquello que buscó expresión y a satisfacer el oído
del poeta que siempre reclama su parte.
Los casos que se pueden proponer son contradictorios.
Por ejemplo, la segunda parte de la metáfora de Edén, en
la cuarta estrofa de «Avemus», es elaborada cuatro veces,
con tres juegos de rimas distintos y poco cambio esencial:
I
Tu cabellera violeta
vierte en fronda prohibida
mi abrazo es la sierpe asida
y los frutos deleitosos
tus inauditos y briosos
senos de muerte y de vida!
II
Tu cabellera violeta
vierte en fronda prohibida
Es mi abrazo la fingida
serpiente y los eruditos
frutos son tus inauditos
senos de muerte y de vida!
III
Tu cabellera violeta
simula su fronda inerte
La sierpe es mi brazo fuerte
y los frutos deleitosos
tus inauditos y briosos
senos que me dan la muerte!
IV
¡Oh Monstrua! Mi ulceración
en tu lirismo retoña
y tu idílica zampoña
no es más que parasitaria
bordona patibularia
de mi celeste carroña!*
8 Los versos se transcriben sin las correcciones intercaladas para no caer
en detalles complicados y en la seguridad de que alcanza ese núcleo para la
clara comprensión.
Parece haber incluso contradicción entre «Tu lirismo
me emponzoña» y «Mi ulceración / en tu lirismo reto
ña». Pero en el fortdo ese cambio de persona es indife
rente. Se dijo hace poco en otro articulo sobre Herrera:
«Es así, pues, su mal celeste, su cdeste carroña, el ali
mento de su lirismo, el campo que nutre hasta a esos
parásitos: sus limpias eglogánimas». La poesía «vive»
como «un cáncer en él, como la muerte».51Si esa es la
idea, hay que reconocer que, pese a estar mal planteada,
se alcanzaba a reconocer en el primer ejemplo. Por eso
no es esencial, tampoco, la diferencia entre «tu» carroña
y «mi» carroña.
En algún caso las mejoras han pagado un precio muy
alto. Un ejemplo: es posible que la idea de embosca
da maldita de halago y de tentación se deduzca más ex
presivamente del elemento «senos» que del elemento
«ojos», pero en la estrofa que comienza «Tú que has en
trado en mi imperio» la incorporación del primero pro
voca un desajuste verdaderamente molesto y frustrador
de la figura final. Se pasa mediando otras modificaciones
que no vienen a cuento de:
I
Infiérname en el cauterio
mortal de tus ojos vagos
ojos que son como lagos
II
Infiérname en el cauterio
voraz de tus ojos vagos
y en tus senos que son lagos
de ágata en cuyos sigilos
vigilan los cocodrilos
réprobos de tus halagos.
oo ee ea oe
aoaaaieaoeo
aaaoaeaoiae
aoaaaieaoeo
eaeuaouoiae
lln desconocido
Si corta fue la vida de Julio Herrera y Reissig, su tarea
de poeta, que abarca casi exactamente la mitad de aque
lla, se aprieta en una más excepcional brevedad. Si dedu
cimos todavía los años de iniciación, aquellos en que sus
poemas gustaban al público de Montevideo finisecular,
sorprende aún más el lapso en que su poesía se realiza. En
general se toma el año de 1900 como punto de referencia
detrás del cual quedan relegados los poemas desechables,
las desechables prosas. Tal vez el prestigio del número re
dondo ayuda a creer que justamente allí se parte esta obra
en peor y mejor, pero el mismo Herrera, para Los peregri
nos de piedra1—único libro que preparó él mismo—, eli
ge a partir de 1904, y es muy posible que no se equivoque
Lauxar cuando afirma que el poeta no hubiera consentido
«esa divulgación irreflexiva, hecha sin discernimiento, de
cuanto había escrito con diversos gustos, en diez largos
* Se publicó al cumplirse el medio siglo de la generación del 900, en
el número extraordinario que les dedicó a aquellos escritores la revista
Número, año 2, n.° 6-7-8, Montevideo, enero-junio 1950, pp. 118-161. Se
reeditó nuevamente en 1974, en los Manuales de Literatura (n.° 6) de la
Editorial Técnica de Montevideo. Se han cotejado las dos versiones para
esta edición.
1 Montevideo, O. M. Bertani (editor), 1920. Después figura como tomo I de
las Obras completas (1913).
años».2 En la composición de aquel volumen se cree
estar, a primera vista, frente a la misma capacidad crítica
a posteriori que revelan los borradores, por la elección,
con exacto instinto, entre la avalancha de palabras y giros
—a menudo fáciles, o cursis, o torpes— de que le proveía
el primer impulso. Pero la realidad es más sencilla y
mejor: la simple ordenación cronológica tiende una línea
que pasa por el año 1904. Es cierto que «Las Pascuas del
tiempo», «La vida» y «Ciles alucinada» se hacen tomar
en cuenta —y mucho—, abundando en ellas, formuladas
o en germen, sus posteriores facultades, pero, hechas esas
respetables excepciones, hay que andar todavía un tramo
para dar con lo mejor. No se quiere ni se puede invalidar
así el resto de la producción de esos años, pero sí afirmar
que, ignorándola, se ignoran sus pecados de juventud, sus
balbuceos, y se lo juzga en su mayoría de edad espiritual
y poética. Considerando, pues, que murió en marzo de
1910, tiene un plazo que llega apenas a los seis años para
su tarea mayor, en la cual no hay casi desecho.
El desorden en que se agruparon las piezas en las
Obras completas que publicó Bertani5 contribuyó a for
mar la idea de un artista mucho más irregular, mezclado
y caótico de lo que fue en realidad, y tal vez el mejor ho
menaje a rendírsele consistirá en juzgarlo solo por lo que
él mismo eligió, en definitiva, o en separar, entre lo que
quedó fuera, con su misma exigencia.
Muerto Herrera a los treinta y cinco años, no nos
deja afirmar que había llegado a la plena madurez de
su personalidad de hombre y de poeta. El tiempo le fue
2 Lauxar [Osvaldo Crispo Acosta], Motivos de critica, Montevideo, Palacio
del Libro, 1929.
3 Obras completas, en cinco tomos, 1913.
escaso y tenía que sobrepasar una serie de cosas, salir
del deslumbramiento de la nueva poética, ahondar su
verdadera voz. Es cierto que todo parece insinuar que
no hay una voz propia, que este hombre no era más
que un formidable instrumento en disponibilidad. Lo
insinúa, en primer termino, su propia obra, repartida en
rubros tan impares, independientes, opuestos, que cada
uno aparece como sustentado por un espíritu distinto, en
un paisaje diferente, y a partir de experiencias vitales o
espirituales inconciliables o, por lo menos, que se resisten
a ser concebidas en un mismo tramo de vida. Y estas
consideraciones culminan corrientemente en la convicción
de hallarse frente a un artista extraordinario y a una corta
dimensión humana. «Fue uno de esos hombres —dice
D. L. Bordoli— que se forman desde afuera».4La pobreza,
el vacío interior, convienen a satisfacción a la capacidad
de objetivar que se pone constantemente de manifiesto, y
al exotismo de motivación o de puntos de referencia que
se puede señalar en cada poema. Pero, como se vio antes,
Herrera tuvo pocos años, y difíciles. Fue el objeto de una
vasta invasión que atacaba por todos lados los flancos; tuvo
que habérselas con avasallantes innovaciones en materia
de ritmos, sonido, figuras, temas, estados de espíritu; tuvo
que sacarse de encima al Romanticismo, con la dificultad
de que se lo encontraba a la vuelta de la esquina, porque
el padre Hugo había provisto a todos y en todos renacía;
que asimilar denodadamente; que elegir entre una selva
de arte-poéticas; que sentir el frísson nouveau, y que
ponerse, en fin, a escribir como un poeta de su época,
4 Revista Nacional, año VII, n.° 95, Montevideo, noviembre de 1945, pp.
217-221.
desentendiéndose en lo posible del aire provinciano,
para entrar en la lengua universal, tratando de ponerse
al día, de levantar la incomunicación con la gran poesía
contemporánea.5 Naturalmente, era fácil errar, inevitable
errar mucho, largándose, como lo hizo Herrera, corriendo
todo el riesgo. Por tanto es cierto, también, que habrá que
echar abajo su «falsa leyenda», como dice Lauxar;6 que
«se ha exagerado mucho su cultura libresca», como pasó
con Mallarmé según A. Thibaudet;7 que trabaja a menudo
con elementos convencionales «tomados de la literatura»,
como observa A. Zum Felde;8 que, hasta cierto punto, su
mundo aparece —con palabras de D. L. Bordoli— «hecho
con fragmentos de lecturas, retazos de estampas, y un trozo
muy pequeño de realidades que él vivió y amó». Es cierto,
en otro terreno, que su correspondencia amorosa parece
oscilar entre la grandilocuencia para los sentimientos y
una pequeña y directa eficacia para expresar la sensualidad
superficial y juguetona corriente; que cuando dice «amo
y soy un moribundo» no sabemos si está agotando en un
verso esa tremenda verdad de su vida, o si es un paso para
caer en la imagen de calvario con que sigue jugando la
décima; es cierto, por último, que la idealización de su
figura por quienes lo conocieron de cerca hace la tarea más
difícil; pero se vuelve urgente, desde el momento en que
se juzga necesario saber de quién se trata, ir a un estudio
5 Casi nunca hemos dejado de tener un retraso en relación con los coetá
neos europeos. En este caso la vinculación se limitaba a los contemporáneos
de una, dos o más generaciones anteriores.
6 Ob. cit.
7 Uj poesía de Siéphane Mallarmé, París, Gallimard, 1926.
8 Crítica de la literatura uruguaya, Montevideo, M. García, 1921.
de fondo —documentos no faltan— de su personalidad,
aplazando la toma de posición en uno u otro sentido.
En un primer acercamiento aparece demasiado senci
llo el hombre Herrera, más de lo que acostumbra a ser
lo hombre alguno. Es casi seguro que hay que romper la
imagen y seguir buscándolo.
13 Friederich Brie, Exotismos der Sinne, citado por Pino Saavedra, ob. cit.
versos que escribió en su vida hayan sido, a una distancia
que se puede medir por días, los de La torre de las esfinges
y los de la Berceuse blanca. Hay una firme voluntad del
artista, pues, aplicándose en 1908 a la clara perfección
incomparable de El laurel rosa. Su solo exotismo es el
de la máquina pagana puesta en movimiento; el lenguaje
es claro; las figuras poéticas, de la más clara y plástica
belleza; los adjetivos se ajustan sobre la íntima esencia
de sus nombres; sus doscientos veintidós octosílabos
alternan la rima en oe, sólida y eufónica, que es de las
más hermosas y escasas en castellano. En 1909 es La
torre de las esfinges la que reclama ese esfuerzo. Se pasa
a la décima; a los tironeos del quinto verso unido por la
rima a la redondilla que se deja atrás y por el sentido a lo
que sigue; a la tartamudez de la rima del primer y cuarto
verso; a un vocabulario complicado, filosófico, clínico,
especializado, abstracto, con adjetivación psicológica a
veces, paradojal siempre; a la imagen de clave muy difícil
o sin ella. Y en el mismo año de 1909, a la Berceuse
blanca, que no es nada más que una canción arrulladora:
S ilencio, o h L u z, silencio! P liega tu faz, m i Lirio!
N o has m en ester de V enus, filtros p ara v encerm e,
M i pen sam ien to v ela c o m o u n d ragón asirio.
D uerm e, n o tem as nada. D uerm e, m i vida, duerm e!...
L e rire jo u e en to n visag e
com m e u n v e n t frais d ans u n ciel clair!
(B audclaire, «A C elle qu i est T rop G aie»)
E t le v e r ro n g era ta p eau co m m e u n rem ords.
(íd e m , «R em o rd s P osthum e»)
la d ouceur
D e l ’au b e qui reg ard e av ec des ye u x d e so eu r
(«D u Silence, X X IV »)
y
N e la rév eillez pas av an t q u ’elle ne veuille;
P ar les fleurs, p a r le d aim qui trem ble sous la feuille.
P a r les a stres d u ciel, ne la réveillez pas!
De Moréas, sorprendentemente:
E t m aíntenant, m es vers, d 'u n e m ortclle plaie
v ous étes le san g noir!
(«Stanccs»)
De Rimbaud:
J ’ai v u le so leil b as, tach é d 'h o rre u rs m ystiques [ ...]
e t l’éveil ja u n c e t b leu d es phosp h o res chanteurs
Un coetáneo europeo
[mi
décimas siempre. Se echa mano al mismo tipo de alitera
ciones que abundan en «La torre de las esfinges». La sin
gularidad de «La vida» consiste en que los episodios están
enlazados por el viaje mctafisico, y en que la oscuridad
proviene, fundamentalmente, del sistema de alegorías que
se pone en juego; en resumen, en las dos reminiscencias
dantescas o medievales que inciden en el poema, y que
después se verán sobrepasadas por procedimientos más
evolucionados y personalísimos. Procedimientos que se
acercan tal vez a lo que dice Thibaudet de la lógica de
Mallarmé, que «ne relie pas elle-méme ses termes. Ni sy-
Uogisme ni déduction: des images successives».
En «La torre de las esfinges» el yo del poeta naufraga
entre las cosas ya sin su caballo viajador, y esa amazo
na, que representaba demasiadas cosas, restringe, a la vez
que profundiza, su sentido, descabalga y parece confun
dirse con la poesía, con la vida que lo solicita, lo arro
ba y lo mata con sus dádivas exigentes y avasalladoras.
Deslumbra la certeza de que se trata de la poesía cuando
repite una idea que ya buscaba expresión en Conceptos de
crítica: las producciones de los decadentes, decía, «eflo
rescencias enfermizas de un organismo viciado» o, ya
más explicitado: «mi ulceración / en tu lirismo retoña /
y tu idílica zampoña / no es más que parasitaria / bor
dona patibularia / de mi celeste carroña!». Es así, pues,
su mal celeste, su celeste carroña, el alimento de su liris
mo, el campo que alimenta hasta esos parásitos: sus lim
pias eglogánimas. La poesía vive como un cáncer en él,
como la muerte. Hay una inversión de lo masculino y lo
femenino en estas aventuras creadoras. El principio fe
menino es el que sabe ser activo, al que se pide la acción
devastadora, mortal y amorosa; el corazón, la herida del
poeta, su lepra divina, son el terreno donde germina la
floración poética, con sus miasmas, sus parásitos, sus vi
rus: «como un cultivo de astros / en la gangrena noctur
na». Parece también la poesía, la que es un «vértigo de
ensambladura»,25 de la cual dice: «Bordoneaba la marea /
de sus cabellos en hilas / de diamante musical»,26 la «ma
riposa nocturna / de mi lámpara suicida»27 en las Prosas.
Parecen hablar de la muerte todas las acusaciones de «vo
raz», «antropófaga», «carnívora» —en los borradores se
ve aun «caníbala, «vampiro»— y los nombres arrojados:
Fedra, Molocha, Calna, Clitemnestra; las exhortaciones:
«y sórbeme por la herida / sediciosa del pecado / como un
pulpo delicado»,28 o «deja que en tu mano pálida / agua
de olvido y perdón / se enfrie mi frente pálida / y duerma
mi corazón»;29 las definiciones: «la paradoja del Ser / en
el borrón de la Nada».30 Es su vida que arrastra su muerte
la que «luego en un rapto de luz / suspiró y enajenada / me
abrió como un libro erótico / sus brazos y su mirada»;31 la
que lo hace hablar de su «vida moribunda».32
No podemos saber de cuál Ella habla cuando dice:
«Cómo resistir a todo / su poderío intangible. / Yo la ama
ba oír su modo / de conjugar lo imposible».33
Las oscilaciones entre el paisaje simbólico u objetivado
y las invocaciones, que en «La vida» estaban justificadas
40 «Desolación absurda».
41 «La torre de las esfinges».
42 «La torre de las esfinges».
43 «La vida».
absurda» la muerte, sin ser nombrada, parece moverse en
la estrofa XII: «beberán tus llantos rojos / mis estertores
acerbos / mientras los fúnebres cuervos, / reyes de las se
pulturas, / velan como almas oscuras / de atormentados
protervos»; y en la última: «que en el drama “inmolador”
/ de nuestros mudos abrazos / yo te abriré con mis brazos
/ un paréntesis de amor»; en «La torre de las esfinges»,
culminando el crescendo de potencias voraces y mortales
activas en la parte V, en la VI —officium tenebrarum—,
parece rematar el poema. Hay una capilla ardiente, signos
entre los astros y un gato negro estrangulados «Sangra un
puñal asesino», que evoca el del caballero oscuro de «La
vida»; la Intrusa, que «abre / entre sordos cuidados / las
puertas, con solapados / llaveros agrios», parece no ser
otra que la muerte; hay además los gestos sacramentales
del sauce, un charco que hace las veces de tragaluz de los
Avernos y, por fin, una visión del otro mundo o tal vez el
descenso a un infierno de clara filiación dantesca. Como
siempre, faltan los puentes, y se vacila entre considerar la
descripción como la vista que ofrece el tragaluz o como
la mise-en-scéne que espera a nuestro héroe después de
los sacramentos, cuando, cerrado su ciclo terrestre, debe
esperar entre las sombras de los réprobos la barca mur
ciélago de Caronte mientras la carcajada de Plutón rubri
ca como un último sarcasmo. El final de «Numen» (VII),
cuyo comienzo en pasado parecía engañosamente dar por
terminado el ciclo agónico, cierra de nuevo con una cita
para la muerte —eso sí— en un tono de galantería ma
cabra al uso baudeleriano, que de golpe le da al resto del
poema un aire de juego. Ese aire, y las décimas narra
doras y que fingen darlo todo en cada arresto, son más
culpables, tal vez, que la falta de clave y de puentes, que
la paradoja y la hipérbole, de la facilidad que ofrece a la
lectura y de la dificultad que opone al acceso, a la com
prensión, la idea perturbadora y compleja que Herrera
< quiso comunicamos.
(acentos en i a a i)
Y el m onte q ue u na eterna candidez atesora
(acentos en o e e ó )
B) Dramatización y prosopopeya
Impresionismo y simbolismo se mezclan, se someten,
como se dijo, a las otras formas permanentes, la drama
tización y la prosopopeya. Estos fenómenos los reciben,
ayudan, necesitan, ocupan.
La dramatización es evidente en los sonetos todos. Un
título de Los éxtasis de la montaña da una clave muy sig
nificativa: «El teatro de los humildes». Es claro un manejo
teatral de los temas; a menudo se ocupan los cuartetos en
la instalación de un paisaje en el que enseguida los terce
tos plantearán la acción. Otras veces una descripción que
abarca todo el poema se cierra con un toque dramático.
No faltan las indicaciones de luz, sonido, hora, ambiente:
«Cae un silencio austero», «Anochece». No faltan los diá
logos. El primer cuarteto de «El despertar» podría ser una
indicación teatral. A menudo el agonista es el día. Son
muchos los sonetos que desarrollan las vicisitudes de un
crepúsculo, a veces de todo un día. Abundan las expre
siones como «de tres en tres», «sorbo a sorbo», «agonía
a agonía», «de roca en roca», que detallan la acción, la
retienen, dan el tiempo. El tiempo es pues, también, una
dimensión del poema.
El o liv o y e l p o zo... D o rm id a un a aldeana
en el b rocal... A un lado la senda v iajadora,
y u n ho m b re pa so a paso.
« L o s perros»
Eso tiene algo que ver con la habilidad para dar el mo
vimiento de un gesto:
M as de pro n to se v u e lv e co n p ia d o so desvelo,
la cab eza inclin ad a y los ojos al cielo
p u es h a oíd o q u e llo ra la za m p o ñ a p o r ella.
«L a zam poña»
El perejil humilde
«El granjero»
«Ó leo brillante»
La epítesis también logra algunas de sus mejores
sutilezas cuando se empeña en animar las cosas. En esta
función se ocupan los epítetos metafóricos, los raros, los
epítetos sustantivos, los onomatopéyicos:
L a ató n ita desn u d ez d e las cosas
«É xtasis»
en los porfiados
cascotes d e la v ía gritan las diligencias
«L as horas graves»
ag u d as golo n d rin as
c o m o flechas perd id as de la n o ch e en derrota. ,
O en:
¡Carne, c eleste carne d e la m ujer! A rcilla:
¡Pues p o r ti la floresta está en el polen
y el pen sam ien to en el sa g rad o semen!
Y más adelante:
Te inclinabas a mí, supremamente,
como a la copa de cristal de un lago
sobre el mantel de fuego del desierto;
(1830-1887)
y el cuerpo:
redamando gracia
por todito el cuerpo
que tenía la blanda
suavidad del tiento.
(1889-1961)
Al mismo Tú invoca en la
Canción del orfebre
(1892-1963)
• Se publicó en Número, aflo 6, n.# 26, Montevideo, marzo 1955, pp. 104-
105.
1 Carlos Brandy, Los viejos muros, Montevideo, Salamandra, 1954.
Eso, algún toque retórico y el decir demasiado —a ve
ces velada o misteriosamente, a menudo discursiva, pro
saicamente— son obstáculos a la comunjcación de la gra
ve y angustiada sustancia pbética que aflora. *
Brandy tiene pocas cosas que decir, o no puede (o no
quiere) decir más que ■ciertas tosas, y por ellas sé puede
trazar la fuerte Jínea que une sus cuatro libros'sin saltos
ni virazones. Esos temas angustiosos que repasa incansa
blemente —soledad dél hombre, misterio del mundo y del
cuerpo, fugacidad del amor y de toda cosa humana— dan,
sin embargo, un resultado sin amargura, se limitan a ser la
melancólica: constancia que deja, no sin fervor, uri poeta
de su estar sin esperanzas, de su escéptica participación.
JUAN'CUNHA
(19J0-1985)
Y yo no sé la razón.
No sé. Y arriba. Y abajo.
Se olvidaba
Se perdió dónde encontrarlo
Para alumbrar la ruta hubo una lágrima
Tal vez se habrá apagado
Pero en general toda esta segunda parte, ajena total
mente al humor y a la ironía, entregada a la belleza de pa
labras fatigadas, aparece como indigna del Cunha actual,
que ha conseguido decir tristeza con gracia y buen humor,
con palabras y anécdotas originales, con ligera concisión
y economía.
La tercera parte, Escritura sobre la piedra, se reduce
a cuatro poemas largos de diferente factura. «Lugar de
mi infancia», en primer término, evocación enamorada y
nostálgica de un perdido pasado, claro de días:
Fue allá en la vieja casa. Recordáis? Aquella
la alzada piedra a piedra, por
el abuelo brasileño, cuando
a esta hermosa y soledosa tierra vino.
(De Río Grande do Sul era nativo,
y don Juan López da Cunha se llamaba,
este nuestro
barbudo abuelo).
5 Los trabajos de Servien están pensados con miras a los problemas del
verso francés, que fue mucho más convencional que otros —que el español
en particular—, que siempre sufrió mayor influencia de los teóricos.
la memoria.6 Solo tal ciencia puede ayudar a los poetas.
Estos, que nunca encontraron ayuda de importancia en los
teóricos, se enfrentan ahora a una especie de Discurso del
método lírico.
Es cierto que el «verso», por ejemplo el alejandrino
de Racine o de Hugo, le permitió a cada uno expresarse,
«captar su esencia poética»; es cierto que con su'instin
to, sus intuiciones, su experiencia, se las arreglaron los
mejores, a veces magníficamente, pero no es menos cier
to que acaso ese «viejo útil de poesía» que ya había ser
vido tanto también condicionó, coartó el genio lírico de
cada uno. El efecto de la introducción del endecasílabo
en España muestra la importancia que una nueva forma
lírica, aun convencional, llega a tener para una poesía. De
allí se puede deducir el cambio de dimensión de un poeta
que alcanzara a dominar la ciencia de los ritmos.
Pero si aconteciera que «se encuentra un poeta que
conozca su oficio como Bach conocía el suyo o un sabio
como Vinci, como Durero, como Rameau, los estrategas
de café de la poesía sacarán de su módico arsenal viejos
clisés que oponen ciencia e inspiración». En cambio es
difícil que a ninguno de ellos se le ocurriera aconsejar a
un músico, a un arquitecto, a un bailarín o a un alfarero
que esperaran el momento de la creación para aprender
su oficio.
La gran solución para los poetas ha sido siempre la
corrección a posteriori. Pero esta puede dañar algo pre
cioso de la obra. Servien cree en la corrección a priori; no
de la obra, sino del propio poeta. Es más que lamentable
6 Algo de esto se puede ver en la larga transcripción que se hace en la
cuarta parte de este trabajo de una de las conquistas más interesantes de
Servien: la aclaración de los ritmos dóricos.
malgastar el momento creador, que no es cualquiera, que
pasa, por falta de capacitación, por impotencia técnica.
Esto le hace plantear la necesidad de una «filosofía de la
existencia lírica», una filosofía «que conduce toda la vida
y crea un estilo humano superior».
Cree también que esa ciencia, abriendo todas las posi
bilidades del campo sonoro, elimina las trabas artificiales
que encerraban al poeta, le da libertad. «Y si el poeta no
es libre, ¿quién lo será?».
Conclusiones
C e tte co n n a issa n c e nu m é r iq u e d e s fa i l s esthéliques,
le s su iv ra -l-e lle ju s q u ‘a u bo u t?
2 Julio Cortázar: «Muerte de Antonin Artaud», Sur, n.° 163; mayo 1948,
pp. 80-82.
PAUL É L U A R D (1895-1952) *
P, P ,- P .
Como se ve, los cuatro están fuera del núcleo del poe
ma, y habría que buscar por otro lado para dar razón de
aquel. Tampoco están distribuidos significativamente, a
intervalos buscados, progresando hasta el verso final, por
ejemplo: son los versos primero, segundo, octavo y déci
mo. Se ve también que en este caso (y en la mayoría de
ellos) la explicación de las correlaciones no va más allá de
lo que se hace en una clase corriente de literatura. No se
puede reconocer, pues, la importancia que Alonso adjudi
ca a método y procedimiento.
A este libro, que quiere inaugurar una ciencia de la
literatura, que trata tanto de ser científico en la actitud
como en la forma, le falta el rigor de la ciencia: los
esquemas a menudo mejoran la realidad falseando el
orden, por ejemplo, lo que puede ser peligroso o por lo
menos limitador; le falta además la mesura de la ciencia:
estamos frente a un caso de inflación y a un error de
perspectiva, y eso, unido a las reiteraciones ociosas y
a la extensión de las explicaciones, hace necesario un
ancho volumen para algo que cabía en pocas páginas. La
economía de espacio que prometían la aplicación de las
fórmulas y, sobre todo, la sustitución de los sintagmas
por letras se anula por los casi siempre innecesarios y
extensos desarrollos que siguen.
A pesar de tales méritos, es un planteo útil, que acla
ra su problema, que deja una clasificación bastante có
moda y que servirá, tal vez, para ayudar a desengañar a
los engañados por la aparente falta de artificio de algunos
grandes poetas (Machado, Bécquer), señalados a menudo
como ejemplos de esa inocencia.
CARLOS BOUSOÑO Y SU TEORÍA D E L A
E X P R E SIÓ N POÉTICA
• Esta reseña se publicó como «Anónimo: Los versos del capitán» en Nú
mero, año V, n 25, octubre-diciembre 1953, pp. 376-378.
1 Anónimo, Los versos del capitán, Buenos Aires, Losada, 1953; 114 pá
ginas.
la felicidad en términos tan pequeños que incluyen las pa
pas fritas, el jabón y el asado:
no la rápida rosa
que la ceniza del amor deshace,
sino toda la vida,
toda la vida con jabón y agujas,
con el aroma que amo
de la cocina que tal vez no tendremos
y en que tu mano entre las papas fritas
y tu boca cantando en invierno
mientras llega el asado
serían para mí la permanencia
de la felicidad sobre la tierra.
2 N. de E.: Son versos de «La carta en el camino» de Los versos del capitán.
{2891
RICA RDO M O L IN A R I'
(1886-1950)
* Idea Vilariño escribió este ensayo para que integrase un tomo de la colec
ción Archivos de las ediciones Unesco-ALLCA siglo XX, coordinado por
Mario Benedetti; por discrepancias con Amos Segala, director de la colec
ción, ambos renunciaron al proyecto y el texto se mantuvo inédito.
Fernández Moreno (1886-1950) no estuvo entre estos
últimos. Tampoco puede vinculárselo con sus estrictos
contemporáneos, que salieron cqn diferente pie: .Delmira
Agustini (1886), Ricardo Güiraldes (1886), Fernán Silva
Valdés (1887), Carlos Sabat Ercasty (1887). Poco antes,
Evaristo Carriego (1883); poco después, Ramón López
Velarde (1888), Enrique Banchs (1888), Vicente Basso
Maglio (1889). Alguno de ellos dio, sí, su moderado (>or-
tazo, pero hubo que esperar unos pocos años para que
aparecieran los grandes nuevos: César Vallejo (1892),
Vicente Huidobro (1893), Jdrge Luis Borges (1899).
Parece'indudable que Fernández Moreno quiso ser un
poeta. Es cierto que su versión de cómo lo asaltó la poesía
deja toda- la impresión de qué el don fue inquerido y es
pontáneo. Una tarde, «al salir del Nacional, y en las tapas
de un cuaderno, escribí algunos versos que Se distribuye
ron espontáneamente en estrofillas...». Se puede obser
var que las musas visitaban a un estudiante contagiado
ya por el virus de las letras y que no llegaban tan pre
cozmente corfio suelen. Su «primer libro» es de 1915, de
sus veintinueve años. Como sea, a partir de aquella tarde,
Fernández Moreno quiso o pudo o tuvo que ser un poeta,
aunque todo en él —sus frecuentes afirmaciones en ver
so, sus hábitos de vida, sus fotos, algunos de sus aforis
mos, la recomendación a críticos y antólogos en el final
de su antología de 1941— nos induce a elegir el primero
de aquellos tres verbos. A estos efectos vienen al caso las
palabras con que Emilio Carilla lo recuerda corno profe
sor. No se olvida de «las incitaciones —no muchas pero
estimables—» que recogían en sus clases (Alberti, Lorca,
Salinas, que resultan increíbles como preferencias suyas),
pero mención? «aquella Preceptiva literaria de Oyuela,
que nos hacía leer capítulo por capítulo, tan imperdona
ble, tan preceptiva».
Desde el comienzo de su cartera —y pasemos por alto
el desliz de ese lujoso primer título modernista, Las ini
ciales del misal, que en verdad no está respaldado por las
piezas que encierra, el autor hace su elección estilística,
una elección que parece radical, sobre todo considerando
la etapa de nuestra vida literaria en que la hace. Aunque
es verdad que tenía sus antecedentes en zonas de los poe
tas llamados premodemistas —José Martí, José Asunción
Silva, Evaristo Carriego— , y sus coificidencias, modes
tas, diríamos, con algunos contemporáneos, como Ramón
López Velarde o Antonio Machado. Hace también, sin lu
gar a dudas, una resuelta opción en cuanto a los asuntos
que va a tocar: cotidianos, sencillos, sin hondura, sin vue
lo, sin desgarramientos.
Pocas veces se escribe con el fondo doloroso, con la ho
rca del tintero. Nos limitamos a picotear con la pluma la
faz de la tinta...
Y, más adelante:
Ahora veo que la poesía ha seguido con fidelidad mis pa
sos sobre el mundo: el pedazo de tierra que me tocó vivir,
ciudad, pueblo o campo, el hogar, los hijos, la sangre, mis
trabajos y mis vacaciones.
Los pentasílabos:
Con el crepúsculo
todo se borra
«Crepúsculo»
Los hcxasílabos:
Madre, no me digas:
-Hijo, quédate,
«Madre, no me digas»
Los heptasílabos:
¡Vive Dios que da gusto
verte comer, muchacha!
«Cosquín»
Y a los alejandrinos:
Yo no sé a quién echar la culpa de estas cosas,
son mucho más felices, por ejemplo, las rosas.
«I-as rosas, por ejemplo»
O algún terceto:
Ocre y abierto en huellas, el camino
separa opacamente los sembrados...
Lejos, la margarita de un molino.
«Paisaje»
... la gracia
que no admite sostén
estaba desde 1936 en Estados Unidos como profesor del Wellesley Collcge
(de donde pasó en 1939 a la Universidad John Hopkins, en Baltimore).
5 Leo Spitzer, La enumeración caótica en la poesía moderna, Buenos Ai
res, Instituto de Filología, 1945.
6 Ángel del Río, Pedro Salinas: vida y obra, Nueva York» RHM, 1942.
7 Aparte de la huella personal que deja Sevilla en Salinas, su estancia allí
nos sugiere una reflexión que se refiere al entrecruzamiento de las dos ramas
madres de la poesía española desde la ¿poca clásica: la castellana y la an
daluza. Si en la generación anterior dos grandes poetas andaluces, Antonio
Machado y Juan Ramón Jiménez, llegan a su madurez bajo el influjo severo
de la mano castellana que templa en ellos su genio meridional (caso que se
repite luego en forma diversa en Lorca y Alberti), ahora, veinte años más
algunos atractivos, parece más completo y más probable
como explicación de su estilo poético y vital —que son
tanto uno mismo— lo que propone Guillén en su artículo;
lo radical de la reacción contra todo lo que se pareciera al
romanticismo «putrefacto», al simbolismo difuso, incluso
a Juan Ramón admirado y querido y cuya influencia es
decisiva e increíblemente persistente y profunda en Salinas.
Es una reacción formal, conceptual y vital también. Hay
como vergüenza del verso pleno, del poema de gran
aliento, del sentimentalismo, un pudor del lirismo que le
busca formas coloquiales, que busca parecerse al simple
pensamiento lógico, que a veces se parece a la impotencia.
Así como en lo personal se evitaban los abusos capilares,
el desaliño, los desplantes, la bohemia —todo abandono y
todo exceso—, al escribir se buscaba el rigor, la lucidez,
la sobriedad, la mesura. Hasta se llega, por Salinas y
Guillén8 sobre todo, a eludir los atractivos del ultraísmo,
del folclorismo, del surrealismo, de los que Salinas
incorporará, única y casi siempre definitivamente, los
escasos elementos que se corresponden con él sin apartarle
un ápice de sí mismo. Todo eso está hecho de pudor. Y tal
vez esta sea la explicación definitiva.
Esa asepsia, esa contención, ese buenhumor y esa
lucidez engañan con respecto al poeta y a la poesía. Pero
remedando su verso decimos que «se le veía el otro».
Aunque sería preferible decir «el otro» por ese que se
(1898-1984)
Yo tartamudeo,
Con el pie toco una especie de feto.
2 Este párrafo final fue agregado por la autora para su publicación en libro.
Seguramente el reproche fue comunicado en el encuentro poco cordial que
tuvo con Parra en Cuba, en 1968, donde coincidieron en el Congreso de
Intelectuales de La Habana.
UN PO ETA : JU A N G E L M A N *
Y, aun,
noches dulcísimas del sur
donde quisiera estar bajo la cielo /
como mirar / como pasión / también
perro si no se puede de otro modo
alma
que te das / ciega / contra paredísimas /
te deshacés / sangrás / sudás / llorás /
sin conseguir que una sola huesito
del paco suba o tiemble / inútil alma /
te voy a matar / yo
te voy a matar
Y el amor amor.
estoy hablando de cuando vi tu alma /
y la alegría entró en mí como un desconocido /
y mi alma agradecida tuvo extraños primores /
y te amé duplicadamente / te amé por vos y por mí /
para este fin de amor fuimos nacidos /
para esta desnudez /
Prólogo............................................................................ VII
Criterio de edición..................................................... XLIV
Idea Vilariño............................................................. XLVIII