Lectura Funcion Administrativa
Lectura Funcion Administrativa
Lectura Funcion Administrativa
LA FUNCIÓN ADMINISTRATIVA
Definimos Estado como la entidad jurídica ubicada en un ámbito físico determinado y que
ejerce poder respecto de un conjunto de personas. En la terminología de Jellynek (7), el
espacio físico en mención se denomina territorio, al conjunto de personas se le denomina
pueblo o población y al poder que el Estado ejerce se le conoce como poder político. Es
evidente que la ausencia de cualquiera de dichos elementos determina que la entidad ante la
cual nos encontramos no es un Estado. Ahora bien, se define en general como poder a la
capacidad que tiene una entidad o persona de influir en las conductas de las demás personas,
estando el poder político caracterizado por la coerción que se puede ejercer sobre la población
a través del uso de la fuerza, legitimada por el Derecho.
En este orden de ideas, fin de asegurar la existencia del Estado de Derecho se ha hecho
necesario, entre otros principios que ya hemos mencionado en la introducción del presente
texto, la denominada Separación de Poderes, en su concepción clásica. Como resultado de
dicho principio, cada una de las funciones matrices del Estado (sea dicha función la legislativa,
la ejecutiva o la judicial) ha de tener un titular distinto, siendo dicho titular al que se dio en
llamar Poder.
No obstante, los orígenes y desarrollo antes precisados, debemos señalar además que el
principio en la actualidad ha sufrido importantes modificaciones, en especial en el ámbito
europeo. Se entiende entonces que las funciones del Estado están compartidas entre los
diversos organismos del mismo, los cuales deben controlarse mutuamente. De ahí parten
principios como el de la interdependencia entre órganos del Estado, del cual dependen los
diversos sistemas de gobierno existentes en los diversos países del Orbe (14), desde el
presidencialismo, hasta el parlamentarismo.
De hecho, hoy en día debemos considerar dejar de emplear el concepto de función ejecutiva
como componente del principio que venimos analizando y reemplazarla por sus dos elementos
tradicionales, que son eminentemente distintos entre sí, la función administrativa y la función
gubernativa o política. Mientras que la primera, que vamos a definir más adelante, trasciende
al Poder Ejecutivo e inclusive al Estado; la función gubernativa le corresponde únicamente al
Poder Ejecutivo y particularmente, al Presidente de la Republica en tanto Jefe de Gobierno
(15).
Por otro lado, todos los conceptos existentes de función administrativa son incompatibles en
alguna medida con las nociones de función legislativa y de función jurisdiccional actualmente
existentes; y si bien ello ha sido evidente, los nuevos intentos de definición que maneja la
doctrina buscan en general dar un nuevo concepto de función administrativa, antes que
modificar o precisar específicamente el de función legislativa o el de función jurisdiccional.
Como veremos a continuación, no resulta adecuado definir la función administrativa respecto
a aquello que no es, vale decir, función legislativa, función gubernativa (o política) o función
judicial o jurisdiccional.
Además del criterio negativo, que implica que administración es lo que implica ni legislación ni
jurisdicción –el mismo que es eminentemente incompleto e incluso erróneo– existen criterios
distintos de tipo positivo que han sido propuestos para diferenciar las funciones públicas: el
criterio orgánico o estructural y el criterio material o sustancial, que fueron empleados
durante mucho tiempo en el derecho comparado(16), pero que hoy se encuentran en crisis
como pasaremos a demostrarlo seguidamente.
Desde este punto de vista podemos hacer la distinción respecto a la función pública ejercida
según la actuación sea realizada por un ente jurisdiccional, administrativo, gubernativo o
legislativo, y determinar si nos encontraríamos ante una función de tal o cual tipo. Este criterio
es evidentemente insuficiente y, tomado literalmente, resulta ser erróneo, por cuanto en los
órganos legislativos y jurisdiccionales también se realizan funciones administrativas, siendo
posible incluso confundir funciones gubernativas con las administrativas, algunas veces
ejercidas por los mismos funcionarios.
De hecho, los ministros son considerados funcionarios mixtos. Un ministro no posee facultades
solamente administrativas, sino también políticas (18). De hecho, el ministro es un funcionario
administrativo en tanto encargado de un sector de la Administración Pública(19) dirigida por el
Poder Ejecutivo, pero es a la vez un funcionario político, pues toma decisiones de manejo
estatal de manera colegiada con el Consejo de Ministros y conjuntamente con el Presidente de
la República cuando refrenda sus actos. Ello genera responsabilidad política del ministro
respecto de los actos presidenciales, puesto que sin el refrendo el acto es nulo. Así, la
responsabilidad política del ministro es de particular importancia para hacer efectivos los
mecanismos de control político directo por parte del Congreso.
Desde el punto de vista material, es decir, ateniéndonos a la descripción externa de los actos
mismos, serían actos legislativos los que establecen reglas de conducta humana en forma
general e imperativa, a través de leyes; son actos jurisdiccionales los que deciden con fuerza
de verdad legal una cuestión controvertida entre dos partes, determinando el derecho
aplicable; y son actos propios de la función ejecutiva tradicional aquellos que constituyen
manifestaciones concretas –por oposición a las manifestaciones abstractas, como lo son la
legislación– de la decisión estatal. A su vez, la función ejecutiva estaría conformada por un
componente gubernativo o político y por un componente administrativo, que son
sustancialmente distintos entre sí.
Ahora bien, puede afirmarse que administrar consiste en tomar medidas para manejar el
Estado y lograr los fines por él perseguidos. A primera vista, puede considerarse entonces que
dicha función pública es propiamente función ejecutiva, pues resulta ser la materialización y
puesta en práctica, por parte del Estado, de la ley emitida por el Parlamento(20). Ello, sin
embargo, no es enteramente cierto puesto que existen entes que no pertenecen al
denominado Poder Ejecutivo –o más propiamente, Gobierno–, y que pueden ejercer, en mayor
o menor medida, función administrativa. Los casos más evidentes son los correspondientes a
los entes constitucionales (que gozan de una intensa autonomía), así como las entidades
descentralizadas territorialmente, como son los gobiernos locales o regionales.
Por otro lado, dentro del Poder Ejecutivo o Gobierno, existen también entes y órganos que
desempeñan función gubernativa o política, que como lo hemos señalado de manera reiterada
consiste en la dirección de la política general de gobierno y la subsistencia de las instituciones
organizadas por la Constitución (21), lo cual no debe justificar que dichos actos gubernativos
no sean susceptibles de control, como veremos más adelante. Atenerse a este criterio
meramente material que estamos describiendo implicaría afirmar que los tres poderes del
Estado realizan las tres funciones matrices del mismo sin que exista un sistema de frenos y
contrapesos (checks and balances), propios del principio de separación de poderes en su
formulación actual.
Si bien la función gubernativa, la función jurisdiccional y la función legislativa son ejercidas por
el Estado, las mismas no son delegables a entes no estatales. Como resultado, no es posible en
primer término que los particulares puedan tomar decisiones de gobierno, no pudiendo dicha
función delegarse u otorgarse en concesión a aquellos. Asimismo, es imposible que el Poder
Judicial delegue su función jurisdiccional(24), salvo el caso del arbitraje, que si bien constituye
jurisdicción no implica delegación por parte de los organismos jurisdiccionales sino más bien
una decisión tomada por las partes para someter su controversia a dicha jurisdicción.
Finalmente, la función legislativa solo puede delegarse en el Gobierno, a fin de que este pueda
emitir decretos legislativos.
Además, debe entenderse que la función administrativa opera en el ámbito de las labores
cotidianas de interés general. Es decir, dicha función implica el manejo de dichas labores en
mérito a las facultades concedidas al ente que las realiza. Las decisiones de la Administración
Pública se relacionan directamente con funciones de interés general que se deben realizar de
manera permanente, es decir, con un carácter concreto, inmediato y continuo (25). Este
permite distinguir la función administrativa de las actividades de interés general, que pueden
encontrarse reguladas por la Administración Pública, pero que no forman parte de la función
que la misma ejerce.
Por otro lado, la función administrativa tiene relación directa con los particulares en general,
de tal manera que las actividades que desempeña la Administración Pública los afectan
directamente. Ello no significa que toda decisión de la administración tenga por destinatario a
particulares, puesto que en muchos casos los destinatarios pueden ser empleados públicos, a
través de los llamados actos de administración interna.
El principio de legalidad
La Administración se sujeta, en especial, a la Ley, entendida como norma jurídica emitida por
quienes representan a la sociedad en su conjunto, que es el Parlamento, subordinándose al
mismo (28), caso contrario, la Administración carecería de control jurídico real, pudiendo
actuar de manera arbitraria. En segundo lugar, que la Administración Pública, a diferencia de
los particulares, no goza de la llamada libertad negativa (nadie está obligado a hacer lo que la
ley no manda, ni impedido a hacer lo que esta no prohíbe) o principio de no coacción, dado
que solo puede hacer aquello para lo cual está facultada en forma expresa (29).
El control administrativo
Además, la función administrativa se encuentra sometida a múltiples mecanismos de control
(30), dentro de las cuales se encuentran por lo menos dos organismos del Estado que
desempeñan funciones matrices, el Parlamento y el Poder Judicial. El Parlamento controla la
Administración Pública a través de diversos mecanismos de control político existentes y
establece un férreo control previo a través del principio de legalidad. A su vez, el Poder Judicial
controla las decisiones administrativas a través de la posibilidad de revisión judicial de las
actuaciones administrativas –vía el proceso contencioso administrativo(31)– y de la existencia
de los diversos procesos constitucionales, destacando la acción popular, destinada al control
de los actos normativos de la Administración Pública, dado que se emplea para impugnar
normas reglamentarias, que por definición poseen rango secundario.
Este mecanismo de control es medular en el Estado de Derecho, sin la cual no sería posible
asegurar un comportamiento adecuado de la Administración(32). Ello no significa que el Poder
Judicial no pueda controlar actos políticos o gubernativos, no existiendo actuación estatal
alguna que pueda ser resultado de una decisión arbitraria, como lo ha señalado en reiterada
jurisprudencia el Tribunal Constitucional peruano.
En segundo lugar, es necesario hacer referencia al control social o ciudadano, ejercido por los
particulares y que incluyen mecanismos de los más variados, como el acceso a la información
pública, las rendiciones de cuentas o los presupuestos participativos, entre muchos otros.
A fin de dotar de contenido a la función administrativa, es necesario definir cuáles son las
actividades que la Administración Pública desempeña en mérito a dicha función, dado que la
misma no es en absoluto homogénea. En primer lugar, las actividades de la Administración
Pública deben configurarse como obligaciones, al amparo del principio de legalidad y teniendo
en cuenta la competencia de cada uno de los entes que la conforman. Asimismo, ninguna de
dichas actividades puede considerarse propia de la función gubernativa, la función legislativa o
la función jurisdiccional.
Ahora bien, es por completo erróneo afirmar que no existen derechos absolutos, puesto que
se reconocen ciertos derechos que no admiten límite alguno, como los derechos a la igualdad
ante la ley (36), a la libertad de conciencia, a la nacionalidad, a mantener reserva sobre sus
convicciones políticas, filosóficas, religiosas o de cualquiera otra índole, o el derecho a no ser
sometido a tortura o a tratos inhumanos o humillantes, entre otros. En consecuencia, respecto
a dichos derechos no solo la Administración Pública, sino también el Estado, carecen de
capacidad para poderlos limitar.
Por otro lado, es preciso señalar que esta actividad se encuentra sometida a un conjunto de
parámetros a fin de que la misma no sea realizada de manera arbitraria, afectando derechos
fundamentales. El primero de ellos es que solo la ley faculta a la Administración para que la
misma pueda limitar dichos derechos (37). En consecuencia, esta facultad no puede ser
atribuida a través de ninguna otra norma, así tenga rango de ley, con menor razón a través de
una norma reglamentaria.
Además, son empleados los llamados incentivos jurídicos, como los convenios de estabilidad o
la simplificación administrativa, que no generan un beneficio patrimonial directo. Finalmente,
la actividad de fomento puede ser realizada a través del uso de los llamados incentivos
honoríficos, que incluye el otorgamiento de condecoraciones y premios que no son
susceptibles de valoración pecuniaria.
Es necesario señalar que esta actividad de la Administración Pública no implica una intromisión
en la función legislativa otorgada originariamente al Parlamento, puesto que la actividad
normativa de la Administración siempre va a implicar la emisión de normas de rango inferior a
la ley y subordinadas a ésta. En consecuencia, es imposible que una norma emitida por la
Administración pueda modificar o dejar en suspenso una ley. Los decretos legislativos y de
urgencia son emitidos por el Gobierno, no por la Administración, gozando del rango de ley que
les otorga la Constitución. A esta actividad nos vamos a referir con amplitud más adelante.
Asimismo, dado que el arbitraje constituye jurisdicción de conformidad con lo establecido por
la Constitución –y corroborado por un importante precedente del Tribunal Constitucional
(46)–, si la Administración Pública realizara actividad arbitral no nos encontraríamos
propiamente ante el ejercicio de función administrativa sino ante el ejercicio de función
jurisdiccional. Con lo cual esta actividad arbitral no debería ser considerada como parte de la
función administrativa si es que una entidad determinada actuara como árbitro en una
controversia determinada.
De hecho, existan casos en los cuales la administración pública cumple el rol de administradora
de arbitrajes, como ocurre por ejemplo en con el Sistema Nacional de Arbitraje del OSCE(47); o
los supuestos de arbitraje popular regulados por la actual Ley de Arbitraje, que eventualmente
podrían autorizar al Ministerio de Justicia a desempeñar esta actividad(48). Sin embargo, en el
Perú no ocurre, a diferencia del derecho comparado(49), que existan materias específicas en
las cuales la Administración Pública interviene en calidad de árbitro para resolver un conflicto.
4. A MODO DE CONCLUSIÓN
Es preciso reconocer que en el ámbito del Principio de Separación de Poderes definir el
contenido de la función administrativa no ha sido tarea fácil, en especial si se tiene en cuenta
que la misma se ha ido diferenciando paulatinamente de la función ejecutiva propiamente
dicha conforme las actividades de la Administración Pública se han ido incrementando y
diversificando. De hecho, como lo hemos demostrado, la función gubernativa o política y la
función administrativa, tradicionalmente consideradas componentes de la función ejecutiva,
son actualmente tan diferentes entre sí que resulta por demás discutible seguir
manteniéndolas juntas.
Por otro lado, es preciso establecer con claridad los elementos diferenciales de la función
administrativa. En primer lugar, si bien es una función pública –y, en consecuencia, de interés
general– la misma no es privativa del Estado, pudiendo ser ejercida por los particulares
mediando autorización del mismo. En consecuencia, resulta evidente que la Administración
Pública no se encuentra íntegramente al interior del Estado, siendo erróneo identificar ambos
conceptos.
En segundo lugar, la función administrativa tiene relación directa con los administrados, de tal
manera que las actividades que desempeña la Administración Pública los afectan de manera
directa. Asimismo, dicha función se encuentra sometida al principio de legalidad, y en especial,
a la ley emanada del Parlamento. Finalmente, dicha función se somete a diversos mecanismos
de control, que operan de manera más intensa que aquellos que resultan aplicables al resto de
funciones públicas.