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Comentario Veritatis Splendor JF

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Centro Superior de Estudios

Teológicos de Pamplona
“SAN MIGUEL ARCÁNGEL”

Facultad de Teología
UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA

COMENTARIO A LA ENCÍCLICA VERITATIS SPLENDOR

Asignatura: Moral Fundamental


Alumno: John Edinson Díaz Cepeda
Profesor: D. Eduardo Azcoiti Arrnijo
Curso: Primero de Teología
Año académico: 2012
COMENTARIO A LA ENCÍCLICA VERITATIS SPLENDOR
DE JUAN PABLO II

“El esplendor de la Verdad brilla en todas las obras del creador”, con esta frase empieza la
encíclica Veritatis Splendor, primera encíclica que trata cuestiones de moral cristiana en la
que el papa Juan Pablo II ha querido subrayar el verdadero significado del caminar con
Cristo y en Cristo “camino y verdad”. La luz de la verdad, asegura el beato Juan Pablo II,
está en todo hombre y en su naturaleza, es por eso que la verdad se encuentra en lo más
profundo del ser humano, en su misma naturaleza, ya que es imagen del Dios que lo ha
creado; esta verdad no le es indiferente al hombre, y prueba de esto lo encontramos en el
anhelo de felicidad y de plenitud; aunque es cierto también, que por el pecado puede ser
oscurecida la luz de la razón y de la voluntad que hacen al hombre incapaz por sí mismo de
encontrar la plenitud; no por eso, se puede decir, que en el hombre no hay destello de esta
verdad que llama al hombre a su verdadera plenitud y al encuentro del verdadero sentido de
su vida. Cristo resplandor de la gloria del Padre, el Camino, la Verdad y la Vida, manifiesta
propiamente al hombre el propio hombre; por eso Él es la respuesta a los interrogantes sobre
el sentido de la vida del hombre que se concretizan en la nostalgia de la verdad absoluta y la
sed de alcanzar la plenitud del conocimiento, esta sólo se encuentra y brota de la Verdad que
es Jesucristo y de su evangelio. De ahí que la finalidad de la encíclica va de la mano con la
misión propia de la Iglesia que “experta en humanidad” se pone al servicio de cada hombre
y del mundo.
El fin de la encíclica es poner de manifiesto lo auténtico de la moral cristiana, basada en el
mismo evangelio en la tradición de la Iglesia, frente a los nuevos y diversos planteamientos
que acaban negando lo especifico de la moral cristiana “vida digna del evangelio de Cristo”.

El papa toma como punto de partida, la narración del encuentro del joven rico con Jesús y la
pregunta decisiva de su búsqueda: “la felicidad o plenitud” ¿que he de hacer de bueno para
conseguir la vida eterna? Desde aquí se desarrollará toda la encíclica sobre la moralidad
cristiana, partiendo de dos puntos centrales: primero la búsqueda de plenitud que se halla en
todo hombre, ligada al significado propio de la vida-una pregunta sobre el sentido- un
impulso intimo que mueve la libertad, el bien absoluto nos atrae; y segundo el encentro con
Cristo y su seguimiento; sólo en Él se encuentra la respuesta a la pregunta sobre el sentido.

Por eso desde le primer punto vemos que desde la profundidad del hombre, de su corazón
surge la pregunta que va en conexión con el bien moral y el pleno cumplimiento del propio
destino; si el joven rico se plantea esa pregunta, nos dice el papa, no es porque no cumpliese
la ley, sino porque a la luz de Jesucristo surge nuevos interrogantes entorno al bien moral; su
persona es fascinante, lo que el joven rico ha cumplido no tiene todavía la plenitud para el
sentido último de su vida, sus interrogantes salen de nuevo de su corazón porque vislumbra
que aquello, que ha hecho no es suficiente, hay algo más que debe hacer ¿que debo hacer? es
seguro, dice el papa, que el anuncio del reino, de la buena nueva “el tiempo se ha cumplido y
el reino de Dios esta cerca, convertíos y creed en la buena noticia” producen una
confrontación de sentido. Por eso es necesario que el hombre se dirija nuevamente a Cristo,
asegura el papa, para obtener de Él la respuesta sobre lo que es bueno y lo que es malo,
porque Cristo revela la vocación del hombre y su vocación integral. De ahí que el hombre
debe acercarse a Cristo, entrar en Él, apropiarse de Él, para encontrarse a sí mismo. Por eso
para encontrar el núcleo de la moral evangélica el papa se remite a la pregunta del joven rico
y a la respuesta de Jesús.
Jesús responde en primera instancia con una pregunta ¿por qué me llamas bueno? En efecto,
Jesús interpela lo más profundo del corazón del joven rico para que reconozca qué es lo
verdaderamente bueno, por eso dice, “sólo Dios es bueno”, es decir, sólo Dios puede
responder a la pregunta sobre el bien y el mal, porque Él es el bien. De ahí que la pregunta
hace referencia a la intencionalidad primera de todo ser humano, su dirección es Dios,
porque sólo Dios es digno de ser amado “con todo el corazón, con toda el alma, con toda la
mente” (Cf Mt 22, 37) por eso en último término la única bondad, plenitud de la vida y
último obrar del ser humano se encuentra en Dios, sumo Bien y felicidad perfecta. De ahí
que la Iglesia depositaria del mensaje evangélico, palabras que el Señor ha dejado en su
seno, es conciente que el hombre, hecho a imagen de Dios, redimido por la sangre de Cristo
y santificado por la presencia del Espíritu, tiene como fin último de su vida, ser alabanza de
la gloria de su Creador, haciendo que encada una de sus obras se refleje su esplendor. Por
eso lo que es el hombre y lo que debe hacer se manifiesta en el momento en el que Dios se
revela a sí mismo. Por tanto la vida moral se presenta como la respuesta debida a las
iniciativas gratuitas que el amor de Dios multiplica a favor del hombre. Así que la vida
moral inmersa en la gratuidad de Dios, está llamada a reflejar su gloria porque quien ama
busca agradar al que lo ha amado primero.

Por eso el papa con la afirmación de Jesús: “sólo Dios es bueno”, esboza con claridad el
campo de la moral Cristiana, y es por eso que lo fundamental de este afirmación gira entorno
al contenido de lo que se llama, la primera tabla de los mandamientos, es decir de aquellos
que se remiten sólo a Él, ya que esta tabla exige que se reconozca a Dios como Señor único y
absoluto, el Santo de los santos. Por lo cual, reconocer a Dios como Señor, es el núcleo
fundamental del corazón de la ley del que derivan y al que se ordenan los preceptos
particulares, en donde el cumplimiento de dichos preceptos sólo es posible por aquel que es
la Verdadera Bondad. De ahí que cumplir la ley es un don de Dios, que se comunica y se
revela en Jesús “Maestro bueno”.

Si Dios es el Bien, sólo Él puede responder a la pregunta fundamenta sobre el bien, y así lo
hizo desde el principio creando al hombre y ordenándolo a su fin con sabiduría y amor
mediante la ley inscrita en su corazón “la ley natural”. Esta es la participación de la
sabiduría creadora de Dios en nuestra naturaleza; gracias a ella conocemos lo que se debe
hacer y lo que se debe evitar, es un principio intrínseco a cada ser humano. Pero por el
pecado Dios quiere sellar una alianza con el hombre poniendo de manifiesto esta ley que
oscurecida por el pecado muchas veces incapacita al hombre poder leer en su corazón, por
esto la manifiesta en la historia de Israel particularmente con letras escritas en piedra
(mandamientos), promesa y signo de la nueva alianza en donde la ley será inscrita
nuevamente en el corazón del hombre para sustituir la ley del pecado que había desfigurado
aquel corazón, entonces será dada un nuevo corazón porque en él habitará un espíritu nuevo,
el Espíritu de Dios.

Entonces se entiende la respuesta de Jesús ante su pregunta después de precisarle que era lo
bueno realmente, “si quieres entra en la vida guarda los mandamientos” por tanto entre la
vida eterna y al obediencia a los mandamientos de Dios hay una relación intima, pues los
mandamientos indican al hombre el camino de la vida eterna. Por tanto Jesús como nuevo
Moisés reitera que los mandamientos del decálogo son nuevamente dados al hombre y
confirma que estos son camino y condición para la salvación, lo particular es que se
especifica el objeto; para la antigua alianza el objeto de la promesa era la tierra como un
hecho de posesión, libertad y justicia, pero en la Nueva alianza el objeto de la promesa es el
reino de los cielos, tal como lo afirma Jesús en el sermón de la montaña, discurso que
contiene la formulación más amplia y completa de la Nueva Ley. Por tanto la misma
realidad del Reino se refiere la expresión de vida eterna, que es participación de la misma
vida de Dios, aquella se realiza en toda su perfección sólo después de la muerte, pero desde
la fe se convierte ya desde ahora en luz de la verdad, fuente de sentido para la vida.

Jesús indica al Joven la centralidad del decálogo respecto a cualquier otro precepto,
efectivamente, ante la respuesta de Jesús, “cumple los mandamientos (no mataras, no
cometerás adulterio, etc…)”, mandamientos que de por cierto pertenecen a la segunda tabla,
los referidos al prójimo, “ama a tu prójimo como a ti mismo”, se nos manifiesta que los
diversos mandamientos del decálogo son la refracción del único mandamiento que se refiere
al bien de la persona. Por lo cual los mandamientos ponen de manifiesto los deberes
esenciales y los derechos fundamentales inherentes en la naturaleza de las personas.
Entonces se nos muestra la singular dignidad de la persona humana a quien Dios ha amado
por si misma. Los mandamientos, pues, constituyen la condición básica para el amor al
prójimo y al mismo tiempo son su verificación, constituyen también la primera etapa
necesaria para la libertad y por consiguiente su inicio (San Agustín). Luego toda la ley y los
profetas penden de dos mandamientos “amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como
a sí mismo”, los mandamientos de la primera tabla (los que se refieren a Dios) van unidos a
los de la segunda (los que se refieren al prójimo), de esta unidad da testimonio Jesús. Por
consiguiente los mandamientos que Jesús pide al joven rico cumplir son la base para
entender la primera etapa del camino hacia la plenitud, pues muestran el auténtico sentido
del amor al prójimo, que se concreta en la observancia de los mandamientos, pues sin estos
no es posible un autentico amor a Dios; ya san Juan lo plasma muy bien en su carta “si
alguno dice: amo a Dios y aborrezco a mi hermano es un mentiroso… (1Jn 4, 20) ” Luego
los mandamientos recordados al joven rico por Jesús, están destinados a proteger a la
persona humana a través de la tutela de sus bienes particulares.

Sin embargo, la respuesta sobre los mandamientos no satisfacen al joven que pregunta a
Jesús, nos dice el papa, aunque de verdad halla puesto en práctica y con seriedad este ideal
moral, él sabe que aún esta muy lejos de la meta, aún le falta algo y Jesús es su respuesta.
Por eso el maestro bueno invita la joven a llegar a su plenitud, a lo que ansía su naturaleza y
aquello que le interpela, que sus obras aún no están completas. Jesús lo invita al camino de la
perfección y éste se centra en la persona de Jesús, “ven, déjalo todo y sígueme” (Cf Mt19,
21); por tanto nos dice el papa, que esto va conexo a todo el mensaje evangélico que trae
Jesús, efectivamente dejarlo todo significa vivir el reino, (sermón de la montaña) pues es en
la bienaventuranza en donde se manifiesta la plenitud de la amor de cada ser humano
revelado en Jesús. El reino, la vida eterna es el bien de todo hombre, y cada bienaventuranza
promete desde su perspectiva aquel bien que abre al hombre a la vida eterna, Dios en
persona. Las bienaventuranzas se refieren a actitudes y a las disposiciones básicas de la
existencia y por consiguiente no coinciden básicamente con los mandamientos, pero es
verdad que entre ellos no hay desvinculación o discrepancia ambos se refieren al bien, a la
vida eterna.

Por tanto hasta aquí se nos muestra que lo específico de la moralidad cristiana es el
seguimiento de cristo, exactamente todo el compendio de la vida cristiana se manifiesta en el
autorretrato de Jesús, que son las bienaventuranzas, invitaciones a su seguimiento y al
comunión de vida con Él. Pero no hay que negar, sigue insistiendo Juan Pablo II, que el
respetar las exigencias morales de los mandamientos constituye el terreno indispensable
sobre el que puede brotar y madurar el terreno de perfección, es decir la realización de su
significado en el seguimiento de Cristo. Por tanto la perfección exige aquella madurez en el
darse así mismo, y a esto esta llamada la libertad del hombre, en la cual se manifiesta esta
intima relación o dinámica del crecimiento de la libertad hacia su madurez en consonancia
con la ley divina, pues la libertad del hombre y la ley de Dios no se oponen, sino al contrario
se reclaman mutuamente. Por eso el apóstol Pablo no deja de exhortar a sus comunidades,
afirmando la ley no tiene nada que ver con la liberación del hombre con respecto a los
preceptos, sino que estos están al servicio del amor, pues todos lo preceptos se resumen en
amaras al prójimo como a ti mismo, luego la invitación de Jesús al joven rico nos muestra
que los mandamientos están al servicio de la única e indivisible caridad, que
espontáneamente tiende a la perfección, cuya meta es Dios mismo. Por lo cual se entiende
que la invitación al amor perfecto, es para todos porque precisamente es una radicalización
del mandamiento del amor al prójimo.

Ahora se entiende el por qué del “ven y sígueme”, pues Cristo es el camino de la perfección
y en su seguimiento encontramos la verdadera plenitud de todo nuestro ser y obrar; pero hay
que tener en cuenta que ese seguimiento es una invitación que parte de las iniciativa del
“maestro bueno” Por eso seguir a Cristo es el fundamento de la originalidad de la moralidad
cristiana, es adherirse a la persona misma de Jesús, es compartir su vida y su destino, es una
adhesión libre y amorosa en la voluntad del Padre, porque el modo de actuar Jesús (palabras
y obras) constituyen el fundamento y regla de la moral cristiana; por eso al llamar al joven
rico a seguirle y dejarlo todo, nos muestra tal camino de perfección, que es el mandamiento
del amor de Jesús (darse uno mismo). Por lo cual seguir a Jesús no es una acción meramente
externa, sino una acción que afecta a todo el hombre, incluso en su interioridad, pues ser
seguidor de Jesús implica irse conformando con Él; el discípulo se asemeja a su maestro. Sin
embargo imitar y revivir el amor de Cristo no es posible por las propias fuerzas humanas
sólo se hace capaz de este amor sólo si reconoce que es un don, es decir que es Dios mismo
que lo hace posible, porque es un regalo, es un don y ese es el don de su Espíritu, cuyo
primer fruto es la caridad, amor que nos hace observar los mandamientos y motivación para
guardarlos. Por tanto el don no disminuye, sino que refuerza la exigencia moral. Por eso la
relación entre ley antigua y ley nueva (la gracia), se reconoce la función pedagógica de la ley
antigua que hace ver al hombre su propia impotencia y quitarle la presunción de
autosuficiencia, abriendo por tanto camino a la ley de vida, la gracia sobre toda gracia,
Jesucristo.

Ahora en cuanto a la contemporaneidad de Cristo respecto al hombre de cada época se verá


este aspecto realizado en el cuerpo vivo de Cristo que es la Iglesia, pues el Señor prometió a
sus discípulos el Espíritu Santo el cual les haría comprender sus mandamientos; por eso la
antigua alianza perfeccionada en la Nueva, dada por la persona de Cristo, nos dice el papa,
debe ser custodiada fielmente y actualizada permanentemente en las diferentes culturas. Pero
se debe tener en cuenta que ninguna laceración debe atentar contra la armonía entre fe y
vida, de ahí que la unidad de la Iglesia es herida por los cristianos que no solamente falsean
la enseñanza de la verdad y de la fe, sino también por aquellos que desconocen las
obligaciones morales a las que llama el evangelio, por eso a la Iglesia le compete promover y
custodiar la unidad de la fe y la vida moral cuya misión fue confiada por Jesús a sus
Apóstoles, y por la cual la Iglesia es apostólica, porque son su enseñanza, su vida, su culto,
ya que ella conserva y tramite a todas la edades lo que es y lo que cree. Esta Tradición
apostólica va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo.

También en la encíclica se tratará sobre las discrepancias de algunas corrientes teológicas


sobre moral dentro de la Iglesia, que tergiversan la verdad revelada sobre la vida moral del
evangelio de Jesucristo. En efecto, en un primer momento el papa muestra con que autoridad
la Iglesia manifiesta esta verdad esencial de la moralidad cristiana, porque la Iglesia ha
custodiado fielmente lo que la palabra de Dios enseña, no sólo sobre la verdad de fe, sino
sobre la verdad moral. Por tanto se afirma claramente que la Iglesia es guiada por el Espíritu
Santo hasta la verdad completa, pues esta verdad parte de la misión que le fue confiada por
el mismo Jesús, predicar el evangelio y hacer discípulos a todas las gentes, enseñándoles a
guardar todo lo que el Maestro ha mandado. Por tanto la Iglesia propone nuevamente,
todavía hoy la respuesta del Maestro, teniendo la fuerza y la luz para resolver las cuestiones
más discutidas y complejas.

En relación con la libertad del hombre y su concepción en la actualidad el papa remarca lo


positivo que hay en esta, y es precisamente la conciencia de la dignidad humana, la cual no
es reducible, y hace que entre en nexo hacia el camino de la verdad, en la que se fundamenta
los derechos de la persona en su conjunto. Sin embargo esta percepción ha encontrado
expresiones más o menos autenticas, de las cuales algunas se alejan de la verdad del hombre
como creatura e imagen de Dios; estas necesitan ser corregidas o purificadas por la luz de la
fe. Algunas de ellas exaltan la libertad hasta considerarla absoluta, propias de doctrinas
estrictamente ateas. Por tanto se ha atribuido a la conciencia individual el carácter de juez
que decide que es lo bueno y lo malo, por lo que se cae en una concepción radicalmente
subjetivista del juicio moral. Por consiguiente la crisis de la verdad hace que se abandone la
idea de una verdad universal sobre el bien, que la razón puede conocer. Esta visión coincide
con una ética individualista en la cual cada quien se encuentra ante su verdad, diversa de los
demás. Esta base se encuentra en corrientes de pensamiento que sustenta la oposición entre
ley moral y conciencia, entre naturaleza y libertad.
Otras disciplinas, sin embargo ponen en duda la misma libertad, son llamadas ciencias
humanas, estas centran su atención más en un aspecto psicológico y social que pesan sobre la
libertad humana, negando propiamente la realidad misma de la libertad humana. También
hay que recordar, afirma el papa, las interpretaciones abusivas de la investigación científica
que basándose en la antropología (costumbres, hábitos e instituciones presentes en la
humanidad se llegan a conclusiones que llevan a una concepción relativista de la moral.

Estas cuestiones se resuelven con tan sólo ir a la pregunta que el joven rico hace a Jesús,
¿qué he de hacer de bueno...? Esta pregunta moral no puede prescindir del ejercicio de la
libertad, pues la verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre, pues
Dios mismo lo dejo en manos de su propia decisión (Cf Si 15, 14), De modo que busque sin
coacciones su verdadera felicidad (Dios), y para que busque libremente la plenitud y su
perfección. De ahí se deduce que hay una dependencia de la libertad con respecto a la verdad
propia de nuestra naturaleza, sólo se es libre en la verdad, que proviene de la participación
por parte de Dios en su obra creadora, esto lo manifestó de una manera muy clara Jesucristo
“conoceréis la verdad y la verdad os hará libre (Jn 8,32)”.

Ya se trato en el párrafo anterior la relación entre verdad y libertad, ahora el papa tratará la
relación entre ley y libertad; para desarrollar esta relación se partirá del texto de los origines,
el Génesis en donde se encuentra el fundamento de esta misma relación libertad ley. En
efecto el hombre, nos narra Juan Pablo II, no le pertenecía decidir sobre el bien y el mal, esto
era competencia únicamente de Dios; por eso el hombre es solamente libre a partir del
momento en que puede comprender y acoger los mandamientos, esta libertad es amplia
“puedes comer de todos los árboles del Jardín” pero no ilimitada “menos del árbol de la
ciencia del bien y del mal” de ahí que su llamado es aceptar la ley moral que Dios le da, y
desde aquí el hombre encuentra la verdadera realización de su libertad, la que no va en
contra de la verdad de su naturaleza, ser criatura, pues solo Dios que es bueno conoce lo que
es bueno para el hombre. La ley de Dios, no disminuye ni elimina la libertad del hombre, al
contrario, la garantiza y la promueve, pues nos muestra la verdad misma de nuestra
existencia y de nuestra naturaleza, la ley divina nos muestra que somos creaturas y que
nuestra plenitud se encuentra sólo en Dios, y sólo desde Dios se es verdaderamente libre en
su más alta extensión, pues la verdad de nuestra libertad nos viene de Él.

No obstante hay en el mundo contemporáneo diversas tendencias culturales que van en pos
de determinadas orientaciones éticas que tiene como centro, el conflicto entre libertad y ley,
en la que los valores serian creatividad de la misma libertad hasta el punto de considerar la
verdad creación suya. Por tanto se da una autonomía moral que prácticamente significaría su
soberanía absoluta. Este requerimiento de autonomía de nuestros días ha influido
notablemente en el ámbito de la teología moral intentando contraponer la libertad con la ley
divina, cosa que la misma teología moral nunca había hecho, ni siquiera poner en duda un
fundamento religioso último de las normas morales, sin embargo se ha llevado a replantear
el papel de la razón y de la fe en normas morales que se refieren a específicos
comportamientos “intramundanos”. Por tanto se olvida que la razón humana depende de la
sabiduría divina, así como la realidad de la divina revelación para el conocimiento de las
verdades morales, incluso de orden natural. Tales normas constituyen el ámbito de una
moral meramente humana, una ley que el hombre se da autónomamente a sí mismo y que
tiene su origen en la razón humana. Ahora estas tendencias han llevado a negar contra la
Sagrada Escritura y la doctrina perenne de la Iglesia que la ley moral tenga a Dios como
autor, que la razón humana participe de la ley eterna que no ha sido establecida por el propio
hombre.

Lo que llama la atención es que Dios quiso que libertad del hombre estuviera en sus propias
manos, efectivamente Dios deja al hombre en manos de su propio albedrío para que busque
sin coacciones a su Creador y adhiriéndose a Él llega a la plenitud de la perfección. Es por
eso que la soberanía del hombre se extiende en cierto sentido sobre sí mismo, por que
gobernar para el hombre constituye su íntima naturaleza, ya que lo compromete a la
responsabilidad y a la libertad de obedecer a su creador. Por tanto la libertad en sentido
estricto es la autodeterminación del hombre hacia el bien, anhelo que está en todo corazón y
que lo mueve como motor para alcanzar la plenitud de su existencia y de su vida; el hombre
es libre cuado se determina al bien queriéndolo. Allí radica el criterio de imperar sobre sí, no
de una manera despótica, sino en consonancia con la luz de la verdad que lleva impresa en su
ser y naturaleza; porque la razón encuentra su verdad y autoridad en la ley eterna, fruto de la
razón divina sobre todo lo creado. Por tanto la ley moral proviene de Dios y en Él tiene su
origen, tanto la razón natural, derivada de la sabiduría divina (ley eterna), como la ley moral
que es al mismo tiempo ley propia del hombre. Por eso la hablar de la ley natural nos
referimos a aquella luz de la inteligencia infundida en nosotros por Dios y es gracias a ella
que conocemos lo que se debe hacer y lo que se debe evitar. Esta ley viene en la naturaleza
humana como principio intrínseco, donado por Dios, por eso es universal, pues está en todo
hombre. Por eso al hablar de autonomía se debe tener en cuenta éste aspecto esencial, pues la
autonomía de la razón práctica significa que el hombre posee en sí mismo la propia ley dada
por su creador. Por tanto autonomía no puede significar en ninguna manera la creación por
parte de la razón de los valores y de las normas morales. Por lo cual la verdadera autonomía
moral está en consonancia con la aceptación de la ley moral y el mandato de Dios, pues la
libertad del hombre y la ley de Dios están llamadas a compenetrarse entres sí.

La ley natural debe considerarse como una expresión de la sabiduría divina, pues
sometiéndose a ella, la libertad se somete a la verdad de la creación. Esta es la luz divina
impresa en nosotros y se llama así, no por relación a la naturaleza de los seres irracionales,
sino porque la razón que la promulga es propia de la naturaleza humana, por esta, Dios
provee a los hombres de manera diversa a los demás seres, no como leyes externas
inmutables de la naturaleza física, sino como ley interna en la naturaleza del hombre que
indica, al hombre la justa dirección de su libre actuación. Por esto la Iglesia recoge con
conocimiento y custodia con amor todo el depósito de la revelación, cumpliendo con la tarea
confiada por su Señor, de interpretar la ley de Dios de manera autentica a la luz del
evangelio. A demás la Iglesia recibe como Don la ley nueva que es el cumplimiento de la ley
en Jesucristo, culmen y plenitud. Esta ley es escrita no con tinta, sino con el Espíritu en los
corazones.
Sin embargo, en la cultura contemporánea, se plantea un presunto conflicto entre libertad y
ley, en relación con la ley natural, que se concreta en un debate entre naturaleza y libertad;
este conflicto se basa sobre todo en la misma observación empírica, debido al progreso, a la
técnica y algunas formas de liberalismo han llevado a contraponer estos dos términos como
si la dialéctica entre libertad y naturaleza, fuera una característica estructural de la historia
humana. Efectivamente, las coordenadas espacio temporales del mundo sensible, los
dinamismos corpóreos, las pulsiones psíquicas y los condicionamientos sociales parecen a
muchos los únicos factores realmente decisivos de las realidades humanas. De ahí que los
hechos morales independientes de su especificidad, son considerados a menudo como datos
únicamente estadísticos, como comportamientos explicables a la luz de mecanismos psico-
sociales.
En cambio otros preocupados por educar los valores, son sensibles al prestigio de la libertad,
pero concibiéndola en oposición con la naturaleza material y biológica sobre la que debería
consolidarse progresivamente. Por tanto confluyen diferentes concepciones que coinciden en
olvidar la dimensión creatural de la naturaleza y su integridad. En esta podemos ver, que
para algunos la naturaleza se reduce a la materialidad de la actuación humana, lo cual
debería ser trasformada profundamente por la libertad ya que constituye su limite y su
negación; y para otros la naturaleza estaría representada por todo lo que esta fuera de la
libertad del hombre. Por consiguiente la naturaleza así entendida se reduce sólo a un material
meramente biológico o social siempre disponible; lo cual acarreará definir la libertad por
medio de sí misma haciéndola norma y medida del hombre sobre los valores. “el hombre no
sería nada más que su libertad” de ahí que surjan objeciones sobre la misma ley natural
como el fiscismo y naturalismo, los cuales presentan como leyes morales, las que en sí
mismas son sólo biológicas.

Ante estas interpretaciones, nos plantea el papa, se debe mirar con una atención pertinente, la
relación entre libertad y naturaleza humana, sobre todo el lugar que ocupa el cuerpo en
cuestiones de la ley natural. Y para esto hay que tener en cuenta lo que la Iglesia siempre ha
enseñado, sobre la unidad del cuerpo y del alma no como dos realidades totalmente
diferentes y opuestas entre sí, sino como una única realidad, la naturaleza humana “corpore
et anima unum”, por eso nos recuerda, que en la persona, en su totalidad, cuerpo y alma, hay
una vinculación de todas sus facultades tanto espirituales (razón y voluntad) como corporales
(sentidos internos y externos) por tanto la persona y toda ella en su unidad esta confiada a sí
misma, en donde ella es sujeto de sus propios actos morales. Por eso la persona mediante la
ayuda de la virtud y a luz de su razón, descubre en su cuerpo los signos y la expresión del
don de sí misma según el sabio designo de su creador impreso en su propia naturaleza. De lo
que se deduce que el acto moral de la persona no pude ser desligado de sus dimensiones
corpóreas, pues ella misma es expresión de la unidad en su propio ser o naturaleza.

Este conflicto entre libertad y naturaleza no sólo influye sobre la concepción del hombre de
un modo genérico, sino en su más profundo fundamento o principio de su propia naturaleza;
esto lleva a concebir la ley natural como lago que no es en cierta medida para todos, y que
pude ser mudable debido a las circunstancias complejas de la sociedad en donde se inserta la
vida humana concreta. De ahí que se logre negar la universalidad y la inmutabilidad de este
principio que brota de la misma iniciativa creadora de Dios sobre todo hombre. Por tanto nos
dice el papa, que gracias a esta verdad que tenemos impresa en nuestra naturaleza racional,
la ley natural implica universalidad, ya que se impone a todo ser dotado de razón y que vive
en la historia. Por consiguiente, esta universalidad no prescinde de la singularidad de los
seres humanos, al contrario abarca básicamente cada uno de los actos libres, que deben
demostrar la universalidad del verdadero bien. Por eso nuestros actos, al someterse a la ley
común, edifican la verdadera comunión de las personas, y unen en el mismo bien común a
todos los hombres de cada época de la historia, por eso se pude decir que la ley natural es
inmutable, ya que esta ley universal y permanente se aplica por medio de la razón práctica a
actos particulares mediante el juicio de la conciencia, lo cual también muestra que la
supuesta dialéctica de oposición entre ley universal y singularidad, no encuentra su
fundamento, ya que el principio universal se concretiza por la misma razón practica,
mediante la acción prudencial que indica como aplicar aquí y ahora el bien que me pide la
misma razón o ley natural.

Ahora se tratará, sobre un punto esencial en lo que se refiere a la moralidad en el mundo


actual, efectivamente, como se había tratado antes, se resaltaba uno de los logros positivos
sobre la persona humana en la época actual, sobre todo la importancia y el realce que se la ha
dado al dignidad de la persona. No obstante esta concepción de dignidad tiene que ser
enraizada más afondo sobre su mismo fundamento, su verdad más intima y de la cual brota.
Por este motivo el papa abordará la relación íntima que tiene la conciencia moral y la verdad
propia de la naturaleza, que no es otra cosa que el ser criatura. Por eso la confluencia entre
libertad y ley de Dios, nos asegura el papa, tiene su base en el corazón; porque el hombre
descubre una ley que no se da a sí mismo, a la cual debe obedecer y cuya voz resuena en el
corazón. Por este modo se concibe esta relación a la interpretación que le viene reservada a
la conciencia moral, no como al modo de las diversas tendencias actuales, que
contraponiendo libertad y ley terminan constituyendo a la libertad por sí misma norma de
toda actuación, de lo cual se deduce que por el hecho de hacer un determinado acto, éste es
bueno por el mismo hecho de hacerlo.
De igual modo llevan al papel de la conciencia a una interpretación creativa y a una
oposición al magisterio de la Iglesia y a su Tradición. Efectivamente, dicen que la conciencia
es una simple aplicación de normas morales a cada caso de la vida de la persona, pero estas
normas no son capaces de acoger y respetar toda la irrepetible especificidad de todos los
actos concretos de la misma. Por tanto estas normas no pueden sustituir a las personas en la
toma de una decisión personal en casos particulares, por eso dichas normas no son un criterio
objetivo vinculante para los juicios de conciencia, sino más bien una perspectiva general que
ayuda al hombre a una impostación ordenada de su vida personal. Por eso se pretende
legitimar una especie de doble verdad moral, la cual consiste en que a demás de un nivel
doctrinal abstracto, es necesario reconocer un nivel existencial más concreto, y con esta base
pretender establecer la legitimidad de las llamadas soluciones pastorales contrarias a la
enseñanza del Magisterio y de la Tradición, poniendo en discusión la identidad misma de la
conciencia moral ante la libertad del hombre y ante la ley de Dios. Solo la clarificación entre
la relación, libertad y ley, basada en la verdad, hace posible una verdadera interpretación de
la conciencia moral, no como instancia creativa, sino como sagrario del hombre, en el que se
da el encuentro con Dios, cuya voz resuena en los más intimo.

Por consiguiente, la conciencia es en cierto modo el testigo en la que el hombre se pone ante
la ley; testigo de su fidelidad o infidelidad a la ley, es decir de su rectitud o maldad moral,
pues la conciencia no encierra al hombre en sí mismo, sino que lo abre a una llamada, a la
misma voz de Dios; y es en esto en donde reposa todo el misterio y la dignidad de la
conciencia, en que esta es el lugar y el espacio santo en donde Dios habla al hombre. Ella
realiza la función de ser un juicio moral sobre el hombre y sus actos, y formula así la
obligación moral al luz de la ley natural, verdad impresa en nuestro ser. Esta marca al
hombre la obligación de hacer aquí y ahora un bien conocido, mediante el acto de
conciencia. Por eso se pude decir, que la universalidad de la ley y la obligación no es
anulada, sino más bien reconocida cuando la razón determina su aplicación a la realidad
concreta.
La verdad sobre el bien moral, manifestada en la ley de la razón es reconocida por la razón
práctica y concretamente por el juicio de la conciencia, por lo cual el justo juicio de la
conciencia es el testigo universal del bien realizado y del mal cometido. Así que éste juicio
impone a la persona la obligación de realizar un determinado acto, manifestando el vinculo
de la libertad con la verdad, por esto mismo la conciencia se expresa con actos de juicio que
reflejan la verdad sobre le bien y no como decisiones arbitrarias. En definitiva la madurez
del hombre no se muestra con la liberación de la conciencia de la verdad objetiva a favor de
una supuesta autonomía, sino en una genuina búsqueda de la verdad, y un dejarse guiar por
ella en el obrar.

No obstante la conciencia no esta exenta de error, muchas veces la conciencia yerra por
ignorancia invencible sin que por ello pierda su dignidad, aunque con esto no se quiere decir
que el hombre no se preocupe por buscar la verdad y el bien, al contrario, por ignorancia
invencible se entiende que el sujeto no es conciente de su ignorancia y de la cual, no puede
salir por sí mismo; tal ignorancia invencible no es culpable, pues aunque nos orienta en
modo no conforme al orden moral objetivo, no cesa de hablar en nombre de la verdad sobre
el bien, que el sujeto esta llamado a buscar incesantemente. En todo caso la dignidad de la
conciencia deriva siempre de la verdad. En el caso de la conciencia recta se trata de la verdad
objetiva acogida por el hombre, por esto para tener una conciencia recta el hombre debe
buscar la verdad y debe juzgar según esta misma verdad, en cambio en el caso de la
conciencia errónea, el hombre equivocándose lo considera subjetivamente verdadero.
Por esto en el caso de un mal cometido a causa de una ignorancia invencible o de un error de
juicio no culpable, puede ser no imputable a la persona que lo hace. Pero la dignidad de la
conciencia se compromete cuando en un juicio último concreto se equivoca culpablemente,
es decir cuando el hombre no trata de buscar la verdad y el bien, y cuando de esta manera la
conciencia se hace casi ciega como consecuencia del hábito del pecado. Por eso encontramos
también la llamada en las palabras de Jesús a formar la conciencia y hacerla objeto de
continua conversión a la verdad y al bien; de ahí que la Iglesia y su Magisterio es una gran
ayuda para la formación de la conciencia, pues ella siendo maestra de la verdad y cuya
misión es enseñar y anunciar la Verdad que es Cristo, confirma con su autoridad, lo
principios de orden moral que fluyen de la misma naturaleza humana. Por tanto la autoridad
de la Iglesia no menoscaba de ningún modo la libertad de conciencia de los cristianos,
porque el Magisterio no presenta verdades ajenas a la conciencia cristiana sino que
manifiesta las verdades que ya debería poseer en virtud del mismo principio que rige la
moralidad de la naturaleza humana que se llama ley natural.
Por eso un corazón convertido al Señor y el amor al bien es la fuente de los juicios
verdaderos de la conciencia, pues es indispensable una especie de connaturalidad entre el
hombre y el verdadero bien, que se desarrollan en las actitudes virtuosas del mismo hombre (
virtudes cardinales y teologales), es decir el hombre que no se conforma con la mentalidad
del mundo y transforma su mente a la mentalidad de Cristo, es capaz de tender hacia lo
bueno, lo agradable, lo perfecto; por eso para conocer la voluntad de Dios es necesario el
conocimiento de la ley de Dios en general, ayudado por la gracia que infunde Dios sobre la
naturaleza misma, las virtudes que se llaman teologales; su relación con las virtudes
adquiridas (virtudes cardinales) se da en relación intima entre gracia y naturaleza.
Efectivamente las virtudes teologales elevan las virtudes adquiridas de modo que estas, las
adquiridas, son plenificadas en Dios. Ahora si Dios es la fuente de todo bien y verdad, y las
virtudes nos van connaturalizando con el bien y la verdad que hay en nuestra misma
naturaleza, entonces las virtudes teologales, en concreto y de modo eminente la caridad
como madre de todas las virtudes, plenifica a las demás virtudes en el amor y las dirige hacia
la bienaventuranza. Por tanto las virtudes teologales deben suponer las virtudes adquiridas
para que con nuestra naturaleza y no sin ella lleguemos a la plenitud de ese Bien y Verdad
que es Dios mismo, principio y fin de la naturaleza humana. Por consiguiente las virtudes
adquiridas connaturalizan el bien que hay en nuestra naturaleza para realizarlo, ya
plenificadas por las virtudes teologales, en el Bien que es Dios.
Ahora, después de tratar aspectos considerados por sí mismos y su relación entre sí
(conciencia, ley, libertad, moralidad de los actos, etc.), vinculados a la verdad y el bien que
muestran los principios puestos en nuestra naturaleza y plenificados en la Verdad del
Evangelio de Jesucristo; el papa tratará de modo especifico y concreto qué teoría o
planteamiento ha influido sobre la falsa o errónea concepción de los mismos.
Efectivamente, se tratará sobre la denominada opción fundamental, en primer lugar hay que
poner de manifiesto que la libertad para este tipo de planteamiento, como lo habíamos
expuesto antes en la relación ley y libertad, tiene como centralidad la elección de esta u otra
acción particular, es decir, la libertad se reduce a una simple elección o decisión sobre sí.
Pero algunos autores radicalizan más afondo este tipo de concepción proponiendo una
relación entre personas y actos a la que denominan libertad fundamental, sin la cual no se
podría valorar correctamente los actos humanos, por tanto la clave de esta relación se
encuentra en lo que se denomina opción fundamental, mediante la cual la persona decide
globalmente sobre sí misma, no de forma concreta en una acción determinada, sino de forma
trascendental. Por tanto los actos particulares derivados de esta opción son solamente
tentativas parciales, y no resolutivas, es decir de ningún modo cambiarían la opción
fundamental ni repercutirían en ella y por tanto tampoco en la moralidad de mi persona, por
lo cual los actos concretos de ningún modo afectarían a la persona en su ser y naturaleza, a
fin y al cabo a su moralidad y libertad como persona.

Por tanto se hace una escisión en dos niveles de moralidad, por una parte el orden del bien y
del mal, que depende de la voluntad y por otra, los comportamientos determinados, los
cuales son catalogados como rectos o equivocados dependiendo de la proporción de bienes y
males. Llevando la calificación de la moralidad de la persona a la opción fundamental,
atenuando la importancia, que hay para la misma, de los actos concretos y particulares. Esta
postura es incompatible con la moralidad cristiana enraizada en la misma Escritura, aunque
esta reconoce la importancia de una elección fundamental que cualifica la vida moral y que
compromete la libertad ante Dios. En efecto, es una elección de fe, de obediencia a la fe; y
esta radicalidad se expresa en el seguimiento de Cristo quien expresa de una manera concreta
esta verdad “quien quiera salvar su vida la perderá y quine la pierda por mi la salvará” ese,
ven y sígueme de Jesús marca la radicalidad de la libertad del hombre, que a su vez es
enaltecida atestiguando la verdad y obligación de los actos de fe y de decisiones que se
pueden calificar como opción fundamental, que en ninguna manera debe ser disociada de los
actos particulares. Por lo cual separar la opción fundamental de los comportamientos
concretos significa contradecir la integridad sustancial o la unidad personal del agente moral,
pues éste es cuerpo y alma.
También esta concepción dualista o dialéctica de la opción fundamental, ha provocado una
concepción también errónea sobre la tradicional distinción de pecado mortal y venial, se
afirman según esta concepción que sólo puede haber pecado mortal, sólo cuando un acto
compromete a la persona en su totalidad, es decir un acto que atente contra la misma opción
fundamental, por tanto el acto que se imputa como pecado mortal es un acto que solo se
verificará como rechazo a Dios, cuando viene realizado en un nivel de libertad no
identificable con una acto de elección. Por tanto es necesario, arguyen, medir la gravedad del
pecado desde el grado de compromiso de libertad de la persona que realiza un acto y no
desde la materia.

Debido a este tipo de concepción es importante tener en cuenta la distinción real de pecados
mortales y veniales según la tradición de la Iglesia. Efectivamente los primeros son mortales
porque tienen como objeto una materia grave, y a demás es cometido con pleno
conocimiento y consentimiento. Estas condiciones son necesarias para que halla un
verdadero pecado mortal. Por tanto debe evitarse reducir el pecado mortal a sólo un acto de
opción fundamental, pues esta pude ser modificada por actos particulares; por eso un pecado
mortal es un acto, mediante el cual el hombre, con su libertad y conocimiento rechaza a
Dios, su ley, alianza de amor que Dios le propone, prefiriendo volverse a sí mismo o alguna
realidad creada o finita. Los segundos son veniales por analogía al pecado mortal porque
inclina y dispone a éste; su diferencia está en la ordenabilidad o finalidad del acto; en pocas
palabras su diferencia es esencial y no de grado.

Este esfuerzo por elaborar una moral racional a veces llamada moral autónoma, llevan a
falsas soluciones, vinculadas a una comprensión inadecuada del objeto del obrar moral, no se
considera que la voluntad esté implicada en las elecciones concretas que ella realiza. Otros
se inspiran en un planteamiento cuya concepción de la libertad prescinde de las condiciones
afectivas de su ejercicio, en referencia a la verdad objetiva sobre el bien en elecciones que
determinan actos concretos. Por tanto la voluntad no estaría sometida a obligaciones
determinadas, a pesar de no dejar de ser responsable de los propios actos y consecuencias,
estas teorías éticas teleológicas son llamadas consecuencialismo o proporcionalismo, el
primero mide las consecuencias derivadas de una acción como criterio de la rectitud de un
obrar determinado; el segundo se centra en la proporción reconocida entre los efectos buenos
y malos en vista del bien más grande o del mal menor.

Una verdadera reflexión racional de la moralidad de los actos está definida por la libertad del
hombre con el bien autentico, en efecto los actos humanos son actos morales porque
expresan la bondad o malicia del mismo hombre que realiza esos actos. Por tanto el obrar
moral es bueno cuando las elecciones de la libertad están conformes con el verdadero bien
del hombre, y expresan así la ordenación de la voluntad humana hacia su verdadero fin, que
es Dios. Sólo el acto conforme al bien puede ser camino que conduce a la vida. por
consiguiente la moralidad de un acto humano depende sobre todo del objeto elegido
racionalmente por la voluntad deliberada, así que para aprender el objeto de un acto que lo
especifica moralmente, hay que situarse en la perspectiva de la persona que actúa, pues el
objeto del acto de querer es un comportamiento elegido libremente y en cuanto que es
conforme con el orden de la razón es causa de la bondad de la libertad; este nos va
perfeccionando moralmente y nos dispone a reconocer nuestro fin último en el cual hallamos
nuestra plenitud; Por eso no se puede tomar como objeto de un determinado acto moral un
proceso o un evento de orden físico, porque el mismo objeto del acto moral va ligado a la
libertad humana como fin próximo de una acción deliberada, pues de hecho hay
comportamientos concretos cuya elección siempre es errada por el mismo hecho de que
comportan un desorden a la voluntad.

Ahora bien, en esta objetividad del acto moral cuyo vínculo se encuentra en la acción
deliberada conforme al orden de la razón, nos muestra que no basta el hecho de la sola
intención para que el mismo acto moral sea bueno; de hecho el hombre pude actuar con
buena intención sin que por esto obre bien, porque le falta la rectitud de la voluntad, porque
las obras son malas. Dice el papa que la razón por la que no basta la buena intención es
porque es indispensable la recta elección de las obras, porque el acto depende de su objeto,
es decir si lleva o no al fin último a quien tiende mi voluntad, es decir Dios el único bueno y
en el cual se realiza toda perfección. En consecuencia el acto es bueno si su objeto es
conforme con el bien de la persona, en respeto con los bienes moralmente relevantes para
ella manifestados también esencialmente en su naturaleza. Porque un acto humano bueno es
ordenable al fin último cuando la voluntad lo ordena efectivamente a Dios mediante la
caridad.

En consecuencia podemos decir que el elemento primario para el juicio moral es el objeto
del acto humano, el cual decide sobre su ordenabilidad al bien y al fin último que es Dios;
esta ordenabilidad es aprendida por la razón en el mismo ser del hombre, considerado en su
verdad integra, pues todas sus inclinaciones naturales, dinamismos, y finalidades tienen
también una dimensión espiritual: estos son exactamente los contenidos de la ley natural y
por consiguiente el conjunto ordenado de los bienes de la persona. Por tanto ética natural y
teología moral de algún modo están relacionadas, pues si la ley natural se pone al servicio
del bien de la persona, del bien que es ella misma y su perfección, los mandamientos dentro
de una moral revelada recogen también este testimonio presente en la ley natural, ya Santo
Tomás afirmaba que los mandamientos contiene toda la ley natural, pero la diferencia radica
sobre todo que la moral revelada aparte de ser una explicitación por parte de Dios de la ley
natural, es una alianza en la que Dios interactúa en el hombre a manera de una relación
personal.

Por último el papa tratará sobre el bien moral para la vida de la Iglesia y el mundo. En efecto
subraya que según la fe cristiana, la libertad que se somete conduce a la persona a su
verdadero bien, y éste bien consiste en estar en la Verdad y en realizar la Verdad. Por eso la
urgencia sobre esta cuestión fundamental en la acción pastoral por parte de la Iglesia. La
Iglesia manifiesta esta Verdad no por sí misma, sino porque la recibe de su Señor a quien
Pilato preguntó ¿qué es la verdad? Evidentemente la Iglesia sabe que el Señor Jesús es la
Verdad y su Verdad, porque Él ha hecho de la Iglesia su cuerpo. De ahí que la Iglesia sea fiel
testimonio de esta Verdad que es su Señor. Por tanto la obra de discernimiento de estas
teorías antes tratadas, por parte de la Iglesia no se reduce solamente a su denuncia o a su
rechazo, sino que como Madre y Maestra, esta llamada al servicio de guiar con amor a todos
sus fieles en la formación de su conciencia. Por eso concretamente esta misión de la Iglesia
encuentra su respuesta en Jesús crucificado, “escándalo para los judíos y necedad para los
gentiles”. Desde luego la Iglesia sabe que Cristo es signo de contradicción para este mundo
pero la fidelidad de su misión es anunciar la Verdad para dar la verdadera libertad de los
hijos de Dios; ella es conciente que Cristo manifiesta, que un reconocimiento honesto y
abierto para la verdad es condición para la autentica libertad, pues Él muestra que la libertad
se realiza sólo en el amor “nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos”

Por lo cual caminar en la luz significa caminar en Cristo, pues la moralidad no se pude
separar de la fe en el Hijo de Dios, y esta es una de las preocupaciones más agudas que tiene
la Iglesia, En efecto es pues urgente, nos dice el papa que los cristianos descubran la
novedad de su fe y su fuerza de juicio ante la cultura dominante que yace en oscuridad; por
eso Jesús en su seguimiento nos invita a ser luz que ilumina desde lo alto, y esto es
solamente posible a la luz de la fe, en la cual no se manifiesta únicamente un conjunto de
proposiciones, sino el conocimiento de un Cristo vivo, una verdad que se ha de hacer vida.
Por tanto la relación que debe tener fe y moral es la misma relación entre verdad y actos
humanos, pues esta relación resplandece con intensidad en el respeto incondicional de las
exigencias ineludibles de la dignidad personal del hombre.

Por la cual la firmeza de la Iglesia en defender las normas morales, universales e inmutables
no tiene nada de humillante, asegura el papa, pues ella está tan sólo al servicio de la Verdad,
y por tanto de la verdadera libertad del hombre, dado que no hay libertad si no hay verdad.
Este servicio se dirige a cada hombre considerado como único e irrepetible en su ser, pues
sólo en la obediencia de las normas morales universales el hombre halla plena confirmación
de su unicidad como persona y la posibilidad de un verdadero conocimiento moral.

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